El Problema de La Ideologia Gonzalez Montero

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Recibido: 02/08/11 Aceptado: 07/09/11 l ISSN 0122-8285 l Volumen 14 Número 2 l Diciembre de 2011 261 - 293 1 El artículo hace parte de la investigación Lenguaje, política y poder. Perspectivas de la pragmática, financiada por Col- ciencias, a través del programa Beca Apoyo a la Comunidad Científica Nacional, programas doctorado nacionales - Colciencias - Banco Mundial (2007-2011). 2 Ph.D. Docente Investigador, Universidad de La Salle, Bogotá, Colombia. [email protected] El problema de la ideología. Elogio de las fantasías 1 Sebastián Alejandro González-Montero 2 Resumen Sobre la ideología rescatamos dos cuestiones para la formulación del problema sobre la sujeción política y el papel que allí tiene el lenguaje —sin reducción a la explotación en la producción, y sin recurso a la legitimidad de la autoridad—. La primera cuestión hace referencia a la pregunta por la interpelación ideológica sentada la preocupación por caracterizar los efectos de lenguaje. La intuición proviene de la idea de los aparatos ideológicos del Estado en la insinuación de que existe una potestad del lenguaje relativa a la promoción de prácticas en individuos y grupos. La temática de la interpelación ideológica se conecta con la del espectro de procedimientos por los cuales se logra que las personas reproduzcan conduc- tas socialmente caracterizadas (interrelación ritual que corresponde al modo en que ideológicamente se promueven en los individuos creencias que se manifiestan en actos). El segundo aspecto tiene que ver con la presunción de que es posible acotar la diferencia de naturaleza entre el lenguaje y la realidad con remisión a una perspectiva materialista compleja. Lo decible, eso que puede ser mentado con sentido y efectividad, se localiza entre la realidad del mundo exterior y la con- ducta intersubjetiva en lo que sería el encuentro real de los individuos y el campo de las palabras y los signos que circulan entre nosotros (ideología). No se afirma que lo decible es propiamente real sino que lo decible hace parte de la realidad. Eso marca una gran diferencia y nos obliga a acudir a otros recursos teóricos para problematizar los resultados indeseables (determi- nismo) venidos del análisis pragmático del habla. Palabras clave: ideología, determinismo, condiciones de producción, sujeción. The Problem of Ideology. In Praise of Fantasies Abstract In regards to Ideology we redeem two issues for the formulation of the problem on political subjection, and the role that language plays on it — without reduction to the exploitation in the production and without resource of the autho- rity legitimacy. The first issue refers to the question for an ideological interpellation, having already set the concern to Para citar este artículo To reference this article Para citar este artigo González-Montero, S. A. Diciembre de 2011. El problema de la ideolo- gía. Elogio de las fanta- sías. 14 (2), 261-293.

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Ideología

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  • Recibido: 02/08/11Aceptado: 07/09/11

    l ISSN 0122-8285 l Volumen 14 Nmero 2 l Diciembre de 2011

    261 - 293

    1 El artculo hace parte de la investigacin Lenguaje, poltica y poder. Perspectivas de la pragmtica, financiada por Col-ciencias, a travs del programa Beca Apoyo a la Comunidad Cientfica Nacional, programas doctorado nacionales - Colciencias - Banco Mundial (2007-2011).

    2 Ph.D. Docente Investigador, Universidad de La Salle, Bogot, Colombia. [email protected]

    El problema de la ideologa.Elogio de las fantasas1

    Sebastin Alejandro Gonzlez-Montero2

    Resumen

    Sobre la ideologa rescatamos dos cuestiones para la formulacin del problema sobre la sujecin poltica y el papel que all tiene el lenguaje sin reduccin a la explotacin en la produccin, y sin recurso a la legitimidad de la autoridad. La primera cuestin hace referencia a la pregunta por la interpelacin ideolgica sentada la preocupacin por caracterizar los efectos de lenguaje. La intuicin proviene de la idea de los aparatos ideolgicos del Estado en la insinuacin de que existe una potestad del lenguaje relativa a la promocin de prcticas en individuos y grupos. La temtica de la interpelacin ideolgica se conecta con la del espectro de procedimientos por los cuales se logra que las personas reproduzcan conduc-tas socialmente caracterizadas (interrelacin ritual que corresponde al modo en que ideolgicamente se promueven en los individuos creencias que se manifiestan en actos). El segundo aspecto tiene que ver con la presuncin de que es posible acotar la diferencia de naturaleza entre el lenguaje y la realidad con remisin a una perspectiva materialista compleja. Lo decible, eso que puede ser mentado con sentido y efectividad, se localiza entre la realidad del mundo exterior y la con-ducta intersubjetiva en lo que sera el encuentro real de los individuos y el campo de las palabras y los signos que circulan entre nosotros (ideologa). No se afirma que lo decible es propiamente real sino que lo decible hace parte de la realidad. Eso marca una gran diferencia y nos obliga a acudir a otros recursos tericos para problematizar los resultados indeseables (determi-nismo) venidos del anlisis pragmtico del habla.

    Palabras clave: ideologa, determinismo, condiciones de produccin, sujecin.

    The Problem of Ideology.In Praise of Fantasies

    Abstract

    In regards to Ideology we redeem two issues for the formulation of the problem on political subjection, and the role that language plays on it without reduction to the exploitation in the production and without resource of the autho-rity legitimacy. The first issue refers to the question for an ideological interpellation, having already set the concern to

    Para citar este artculoTo reference this articlePara citar este artigo

    Gonzlez-Montero, S. A. Diciembre de 2011. El problema de la ideolo-ga. Elogio de las fanta-sas. 14 (2), 261-293.

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    characterize the effects of language. Intuition comes from the idea of ideological States apparatuses in the suggestion that there is a power of the language concerning the promotion of practices in individuals and groups. The theme of an ideo-logical interpellation connects with the spectrum of procedures by which it is achieved that people reproduce socially characterized behaviors (a ritual interaction that corresponds to the way in which beliefs are ideologically furthered in the individuals that are manifested in acts). The second aspect has to do with the presumption that it is possible to narrow the difference in nature between language and reality in remission to a complex materialistic perspective. The speakable, that which can be uttered or expressed with sense and effectiveness, is located between the reality of the outside world and the inter-subjective behavior in what would be the real encounter of the individuals and the field of the words and signs that circulate among us (Ideology). It does not state that that which is speakable is exactly real, but that it is part of reality. That makes a considerable difference and compels us to yield to other theoretical resources to problematize the undesirable results (determinism) coming from the pragmatic analysis of the speech.

    Key words: Ideology, determinism, conditions of production, subjection, politics.

    O problema da Ideologia. Elogio das fantasias

    Resumo

    Sobre a ideologia resgatamos duas questes para a formulao do problema sobre a sujeio poltica e o papel que ali tem a linguagem sem reduo explorao na produo e sem recurso legitimidade da autoridade. A primeira questo faz referncia pergunta pela interpelao ideolgica sentada na preocupao por caracterizar os efeitos de linguagem. A intuio provm da ideia dos aparelhos ideolgicos do Estado na insinuao de que existe uma potestade da linguagem relativa promoo de prticas em indivduos e grupos. A temtica da interpelao ideolgica conecta com a do espectro de procedimentos pelos quais se consegue fazer com que as pessoas reproduzam condutas socialmente caracterizadas (inter-relao ritual que corresponde ao modo em que, ideologicamente, promovem-se nos indivduos crenas que se ma-nifestam em atos). O segundo aspecto tem a ver com a presuno de que possvel delimitar a diferena de natureza entre a linguagem e a realidade com remisso a uma perspectiva materialista complexa. O dizvel, isso que pode ser mentado com sentido e efetividade, localiza-se entre a realidade do mundo exterior e a conduta intersubjetiva no qual seria o encon-tro real dos indivduos e o campo das palavras e dos signos que circulam entre ns (ideologia). No se afirma que o dizvel propriamente real, mas sim que o dizvel faz parte da realidade. Isso marca uma grande diferena e nos obriga a recorrer a outros recursos tericos para problematizar os resultados indesejveis (determinismo) vindos da anlise pragmtica da fala.

    Palavras-chave: ideologia, determinismo, condies de produo, sujeio, poltica.

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    Sebastin Alejandro Gonzlez-Montero

    Introduccin

    Se supone comnmente que las ideologas son como concepciones del mundo por surgir de interpretaciones de la realidad mediadas por tal o cual punto de vista religioso, moral, poltico, cultural, etc. Se admite, igualmente, que estas concepciones del mundo no coinciden con la realidad en cuanto que son una especie de doble imaginario o representacin ilusoria que com-plica la realidad en el sentido de que transpone la visin subjetiva sobre el mundo y las cosas. Es as que las muchachas y los muchachos de las revistas de fama no son los mismos que los del diario concurrir en las calles; los personajes de la pantalla (industria del entretenimiento) tampoco son los mismos que viven las jornadas diarias de trabajo, despus toman el autobs, llegan a casa y atienden las actividades doms-ticas diarias, etc. En efecto, se tiende a ver la ideologa mediatizada en los medios de co-municacin como cierto reflejo de la sociedad suponiendo que habra una identificacin casi inmediata entre el sistema de representaciones individuales y las estructurales sociales (Curran et al., 1996, p. 186). Se insiste frecuentemente en que la ideologa es exponente de las actitudes y los sentimientos de determinados grupos de personas. Vista as, la ideologa parece reflejar las maneras de ser y de pensar acerca del bien-estar propio y que sirven de horizonte respecto de las aspiraciones en el futuro. En esa perspec-tiva, la ideologa sera el lugar en el que se ex-presan tanto los valores como las creencias que las personas tienen de s mismas, de su entorno y de los dems3.

    La pregunta es, por supuesto, por qu hemos de fabricar tal imagen? De dnde viene el gesto de transposicin de la realidad experimentada a la realidad fantaseada? Qu explica el gesto de representar ideolgicamente el mundo? La primera respuesta resulta obvia: la ideologa se basa en la impostura de forjar bellas menti-ras para hacer que las personas participen de la lgica del mercado sin percatarse. Se trata de la sospecha sobre el modo en que la ideologa retuerce la realidad. En esa direccin, se dice que algunos de los cambios ms significativos en las conductas sociales tienen explicacin en el incremento acelerado en la cobertura de la ideologa (propiciada por su alta difusin en medios de comunicacin). La explicacin sobre ese fenmeno depende de una evaluacin muy cercana a la psicologa sobre la acogida de algunos estereotipos dispersados en varios formatos (los de la escuela, la Iglesia, los parti-dos polticos, los mass-media, etc.). Es difcil de precisar, pero el asunto clave de esta manera de cuestionar la ideologa es que las representa-ciones que la componen redundan, ms an si parecen estar apoyadas en experiencias comu-nes y compartidas en las normas de comporta-miento interindividual4. En otro vocabulario, se puede decir que la ideologa se entiende, en una primera aproximacin, en torno a la existencia de grupos pequeos de hombres cnicos que ba-san su dominacin y explotacin del pueblo en representaciones falseadas del mundo para esclavizar los espritus mediante el dominio de su imaginacin (Althusser, 2003a, pp. 65 y ss.).

    3 Desde ese punto de vista se insiste que la correspondencia entre ideo-loga y sociedad presupone una orientacin propia de las democra-cias pluralistas en torno a los medios de comunicacin. La consigna sera la siguiente: qu son los medios sino el lugar en el que todo el mundo puede hablar! Tal presuncin viene de un prejuicio liberal sobre la marginalidad de los medios respecto de la lgica de las re-laciones sociales, esto es, se considera a los medios por fuera de las luchas por el poder y de la imposicin de las ideologas por medio de instancias institucionales. De esa manera, el pensamiento liberal concibe los medios como una entidad social autnoma. Como dice Curran, el argumento es que los medios de comunicacin expresan

    los valores y las creencias que la mayora de la gente tiene en comn, pero adems, se prestan para ser la voz de aquellas diferencias de opinin y de orientacin que caracterizan a una democracia pluralis-ta (Curran et al., 1996, p. 193).

    4 Generalmente, estos intentos se fundamentan en mediciones acu-mulativas basadas en datos recogidos en encuestas y cosas por el estilo mediante las que se supone es posible reconocer los efectos longitudinales de los medios en los modos de vida. Cmo se viste? Qu msica escucha? En dnde vive? Sus padres son empresarios o asalariados? son preguntas que tienden a tratar de identificar las actitudes y los comportamientos teniendo en cuenta las influencias que los medios producen a nivel de la identificacin de la poblacin con estereotipos el rap y los sectores marginales, por ejemplo (Curran et al., 1996, p. 197).

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    Ahora bien, creemos que las personas no son tontas. El asunto de la ideologa no es tan sim-ple como para decir nada ms que las personas creen en una vida que no es la que realmente viven, o como si no reconocieran bien la reali-dad en la que se vive y el modo en que esta de-termina la vida a diario. La ideologa no solo se refl eja en la identifi cacin de los individuos con ciertas necesidades psicolgicas sino que, en el fondo, la adscripcin de los individuos a esta asegura que su comportamiento coincida con rituales difundidos. Afi rmar que la ideologa ayuda a construir procesos de consolidacin en-tre los individuos porque imponen signifi ca-ciones bajo las que se esconden las condiciones desiguales de la vida econmica no resuelve nada5. El verdadero problema es que hace falta dar cuenta de las razones por las que los indi-viduos aceptan la ideologa. Si se quiere, el asunto es que no se trata del adoctrinamiento de la ideologa sobre las personas ni del conte-nido de las representaciones difundidas en ella;

    ms bien nos preguntamos sobre las condiciones que hacen posible la identifi cacin entre individuos, sus prcticas diarias y la ideologa.

    La intuicin es que no se trata tanto de pensar la ideologa como el refl ejo secundario de la reali-dad, sino ms bien como la representacin de la relacin de los individuos con la realidad de sus condiciones concretas de existencia. Eso sirve para problematizar la ideologa en cuanto pre-senta el vnculo de los individuos con la reali-dad; mejor dicho, en cuanto deja ver la relacin simblica de los individuos con las condiciones reales en las que viven. Ms an, esta observa-cin es fundamental dado que permite reempla-zar la cuestin de los motivos de la deformacin ideolgica de la realidad por la de cmo es que la relacin de los individuos con la realidad de sus condiciones de existencia gobierna la repre-sentacin que estos tienen de la vida. Al sealar que la ideologa es la representacin del vnculo de los individuos con sus condiciones de exis-tencia, se insiste en que lo representado en esta es la reaccin real de cada uno de nosotros a esas condiciones. Visin materialista de la ideo-loga: esta es real y visible en la medida en que lo representado en ella se relaciona con el mar-gen de realizacin de las acciones/pasiones de las personas6. En el fondo, la idea central es que en las prcticas asociadas a los aparatos ideo-lgicos del Estado existe ideologa: arrodillarse para orar, levantarse para escuchar la sentencia del juez, atender las indicaciones de los maes-tros, seguir las fi las de los bancos, comprar en los almacenes, vestirse a la moda, etc., son activi-dades que suponen la ideologa de los aparatos ideolgicos de Estado. La ideologa tiene, pues, existencia material. Pero en qu sentido?

    5 En esa lnea, la ideologa hace referencia a la funcin de establecer el contacto entre individuos cada vez ms diferenciados. Incluso, se dice que la ideologa logra un efecto de integracin porque favorece las regulaciones sociales dentro del orden normativo de los valores compartidos en una sociedad. Eso es especialmente notable en los medios ya que remarcan lo que es aceptable y lo que no lo es al es-tigmatizar comportamientos, modos de ser, prcticas singulares, etc. Para ilustrar el asunto, dice Curran, no hay sino que ver los inciden-tes mediatizados de eventos de Estado, ritos y episodios de grandes sucesos deportivos, etc. A travs del poder de la televisin, el hogar privado se transforma en un espacio pblico compartido, dentro del cual los individuos estn conectados unos con otros y con la socie-dad (Curran, 1996, p. 201).

    6 Por supuesto, la existencia material de la ideologa en un aparato y sus prcticas no posee la misma modalidad que la existencia material de una baldosa o un fusil. Pero aun a riesgo de que se nos tilde de neoaristotlicos (sealemos que Marx senta gran estima por Arist-teles) diremos que la materia se dice en varios sentidos o ms bien que existe bajo diferentes modalidades, todas en ltima instancia arraigadas en la materia fsica (Althusser, 2003, p. 142).

    Arrodillarse para orar, levantarse para escuchar la sentencia del juez, atender

    las indicaciones de los maestros, seguir las las de los bancos, comprar en los almacenes, vestirse a la moda, etc., son actividades que suponen la ideologa de los aparatos ideolgicos de Estado. La ideologa tiene, pues,

    existencia material.

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    El problema de la ideologa

    Diramos que la ideologa se materializa en el comportamiento prctico: adoptar tal o cual curso de accin depende de regulaciones que son elegidas libremente por el individuo (Althusser, 2003, p. 142). Tener buenas cos-tumbres es comportarse segn rituales corres-pondientes a instituciones sociales que tienen sus normas. Hay que levantarse y arrodillar-se de acuerdo con prcticas reguladas; hay que fi rmar contratos de acuerdo con reglas de derecho; hay que caminar en las calles segn prescripciones del espacio; hay que entrar en la ofi cina y saludar adecuadamente o ir a almor-zar a la hora indicada por razones administra-tivas o de educacin. Y vivimos la vida entre unas reglas y otras en espacios institucionales ms o menos bien determinados.

    Es claro que las prcticas materiales que encar-nan la ideologa hacen referencia al gesto hu-mano de seguir coherentemente, en los actos, las ideas de las que la conciencia est dotada. El individuo es la clave en tal determinacin, pues se supone que libremente se sabe poseedor de ideas que acepta se deben traducir en los actos que le corresponden y de hecho, si no lo hace es en virtud de otras ideas en las que cree. La ideologa existe en los actos puestos en prctica, y hace las veces de regulacin de dichos actos dado que estos se inscriben en ella. Decimos, entonces, que los individuos actan en virtud de reglamentaciones ideolgicas cuya existen-cia remite a lo que las instituciones conducen a hacer. Las prcticas individuales y de grupos hacen parte de los aparatos ideolgicos del Es-tado en el sentido en que colaboran en la repro-duccin de los rituales en los que se reproducen a su vez las prcticas que les corresponden. Al vivir entre los dems y en el contacto cotidia-no con las instituciones sociales se acepta la subsuncin al aparato ideolgico de Estado que reglamenta las posibilidades de actuar.

    Considerando a los individuos, la existencia material de la ideologa se hace evidente en los actos llevados a cabo mediante prcticas regu-ladas a travs de rituales diversos el anlisis de tales rituales tiene que ver con el modo parti-cular de inscripcin de la conducta a institucio-nes que buscan alcanzar distintos objetivos a la hora de constreir a las personas a realizar tal o cual actividad. Los aspectos de los aparatos ideolgicos del Estado se restringen al indivi-duo y su conciencia, a las creencias y los actos que las materializan y, fi nalmente, a las prcticas rituales y las reglas de comportamiento presen-tadas en distintos contextos institucionales. Sin embargo, es importante aclarar que los aparatos ideolgicos del Estado no se reducen a las insti-tuciones sociales ni a las reglamentaciones que les corresponden, sino ms bien al mecanismo de determinacin de los individuos. Los apa-ratos ideolgicos del Estado se defi nen en las prcticas concretas realizadas bajo los preceptos de las instituciones y comprometen las mane-ras de ser de los individuos. O sea, los aparatos ideolgicos del Estado tienen como caracters-tica bsica la interpelacin de los individuos en lo que toca a sus creencias y acciones. La frmula es que la ideologa interpela a los individuos concretos en situaciones concretas (Althusser, 2003, p. 147). Esto se ve mejor as: los individuos son sujetados, por la operacin de interpelacin de los aparatos ideolgicos del Estado, a regla-mentaciones ideolgicas por las que se constitu-yen en sujetos. Sujeto de derecho: las personas caemos en determinaciones jurdicas que nos

    Los aspectos de los aparatos ideolgicos del Estado se restringen al individuo y

    su conciencia, a las creencias y los actos que las materializan y, nalmente, a las prcticas rituales y las reglas

    de comportamiento presentadas en distintos contextos institucionales.

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    transforman, esto es, nos hacen depender de tal o cual regla. Sujeto de pedagoga: la escuela hace de los nios y los muchachos individuos que deben responder por la propia capacitacin y el uso adecuado de sus habilidades. Sujeto de mercado: trabajar, ganar dinero y gastarlo son prcticas ritualizadas que esconden la explota-cin de base y que tienen como objetivo lograr el mayor rdito (trabajar ms implica ganar ms dinero para comprar ms cosas). Y en la Iglesia, en el despacho, en el ejrcito y hasta en la casa y en la calle: cada individuo recae en la ideolo-ga haciendo de los rituales ideolgicos el marco normativo de las prcticas cotidianas (p. 147). Que es otra manera de decir que la vida y sus roles son refl ejos de la interpelacin de la ideo-loga en el contexto de las instituciones sociales. De hecho, antes de nacer ya somos sujetos en ese sentido: tendrs un nombre y eventualmen-te tendrs familia. Y sers nio e irs a la es-cuela y obedecers a tu maestra; luego irs a la Universidad y ser lo mismo. Quiz tengas que trabajar antes, durante o despus de pasar el tiempo con la familia y en la escuela. Sers padre o madre y tendrs sexo como se debe y caminars con ropas adecuadas como tambin irs a comprar vveres o un auto o una casa, qu ms da. Y en casa sers patrn, pero en la ofi cina obedecers y en la TV vers a la mujer de tus sueos y soars con ella. Si te gusta la msica, comprars discos y algn sof para sen-tarte a orlos y un reproductor que suene incre-blemente y dirs gracias a Dios por haberte

    dado la oportunidad de comprarlos He aqu, entonces, quin eres, quin deberas ser; ese ten-dras que t.

    Consigna de la ideologa: todo estar bien si las personas se reconocen en el lugar que ocupan entre los dems y se conducen en consecuen-cia. Todo ir bien as; los sujetos marcharn solos, con excepcin de algunos que necesitan de atencin y, en casos extremos, de interven-cin por parte de los aparatos represivos de Estado (Althusser, 2003, p. 152). Lo importante es que se garantice y para eso son los apa-ratos ideolgicos de Estado que las personas se conciban como responsables de los actos sin ver que la iniciativa por la que en efecto actan proviene de la subsuncin a la interpelacin de las instituciones en las que coexisten. Todo ir bien si los individuos libremente aceptan las rdenes de la ideologa, aun si eso implica en-cubrir ideolgicamente la sujecin por la que de varias maneras son acogidos. Ellos actuarn y no sabrn por qu.

    Cul es el resultado de todo esto? Creemos que fundamentalmente est en juego el modo en que la reproduccin de las condiciones de produccin se garantiza, cada da y a cada ins-tante, en la conciencia del sujeto y en los actos que este lleva a cabo segn creencias que con-sidera les son propias. La ideologa no tie-ne nada que ver con la mentalidad imperante (de unos cuantos dominadores); est hecha de prcticas concretas asociadas a instituciones concretas tambin. Estas prcticas deben ser comprendidas como el medio de realizacin de las condiciones de reproduccin de la produc-cin. Eso signifi ca que la ideologa se expresa en prcticas que no resultan ser meros instrumen-tos de dominacin por parte de unos cuantos con ms dinero y poder que otros; simplemente, las prcticas asociadas a los aparatos ideolgicos del Estado son el lugar en que se consolidan las coerciones necesarias para que los individuos se

    Las prcticas asociadas a los aparatos ideolgicos del Estado son el lugar en que se consolidan las coerciones necesarias para que los individuos se cuali quen en lo que toca a las habilidades tcnicas tanto como a

    las competencias tico-morales y de comportamiento o aptitudes.

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    cualifiquen en lo que toca a las habilidades tcni-cas tanto como a las competencias tico-morales y de comportamiento o aptitudes.

    Los aparatos ideolgicos del Estado se tradu-cen en prcticas para producir individuos aptos para trabajar en el sentido en que comprometen ciertas conductas adecuadas. Para trabajar hay que tener ms que habilidades tcnicas o pro-fesionales; se necesita saber de protocolos ad-ministrativos, de formalidades en las relaciones interindividuales, incluso se necesita ser educa-do, juicioso, acomedido, bien hablado, etc. La funcin de los aparatos ideolgicos del Estado es justamente asegurar que los individuos ha-gan triunfar sobre s mismos las reglas que los harn adecuados a la produccin7. La actividad de tales aparatos es ideolgica en el sentido que compele la sujecin de los agentes conscientes a ocupar posiciones o a llevar a cabo roles que sostienen el proceso de produccin. Las personas en su lugar: la tarea principal de la ideologa es producir la subjetividad humana; mejor an, la ideologa es indispensable para que las perso-nas se asuman autnomamente como agentes que responden a las necesidades de la produc-cin. Vemos as el problema de la ideologa: los aparatos ideolgicos de Estado involucran bsica-mente el diseo de los modos de vivir en la medida en que las instituciones sociales interpelan de diversas maneras a los individuos. Y ese es justamente el dilema: se debe poder definir la determinacin ideolgica de los individuos o para usar los trminos de Althusser el modo en que opera la interpelacin institucional de las prcticas so-ciales. En resumidas cuentas, el asunto es cmo explicar la sujecin a reglas institucionales cu-

    yos efectos habilitan y cualifican a las personas en virtud de la necesidad de la reproduccin de los medios de la produccin? Cmo explicar la identificacin individual con aparatos que encarnan ideologas? Sabemos ya que la identi-ficacin ideolgica ocurre en el dominio simb-lico del sujeto en cuanto construye una imagen especular de las condiciones concretas de su existencia; pero tambin sabemos que esta iden-tificacin es material en la medida en que pue-de percibirse en las prcticas cotidianas de las personas. As, pues, debemos responder cmo es que la ideologa, siendo la imagen especular de la realidad, se encarna, no obstante, en las prcticas de las personas? Se puede conciliar la construccin simblica de la realidad con la rea-lidad material de las actividades humanas? Se trata del simple dualismo entre la perspectiva subjetiva de la realidad y la perspectiva objetiva de las condiciones de existencia? Hay maneras de plantear el asunto sin tal dualismo?

    Elogio de las fantasas

    Qu es la ideologa? En una primera aproxima-cin se dira que la ideologa tiene que ver con el marco ilusorio o fantasmal de significaciones que acosan constantemente la realidad concreta por proyectarse ms all de ella misma. Desde ese punto de vista, se supone que la ideologa consiste en el guin imaginario por el que se ocupa la realidad de fantasas8. Solo que con fantasas no se hace referencia a la actividad simplemente inventiva o creadora de conteni-dos no existentes o no reales (soar). Es fcil ver que con el tema de la ideologa se insina la oposicin entre la fantasa y la realidad. Sin embargo, debemos tratar de mostrar que no se trata solamente de la diferencia entre las cosas que existen y las que nos imaginamos. Nuestra

    7 Las primeras formulaciones de Althusser subrayaban la manera en la que el modo de produccin determinaba la forma de las prcti-cas sociales; el modo de produccin tiene requisitos o condiciones de existencia proporcionados por prcticas de diversos tipos. La dificultad con los argumentos de esta ndole dentro del marxismo, particularmente aguda debido a la centralidad de la lucha de clases en la teora marxista, es que no dejan espacio para las luchas de clase generadas independientemente de los requerimientos del modo de produccin (Abercrombie et al., 2003, p. 179 y ss.).

    8 Pero por qu el plural? Es que hay ms de una fantasa? Partimos del postulado segn el cual el orden simblico est animado por sig-nificaciones relativas a la multiplicidad de atributos sociales atados a la realidad de las cosas (Althusser, 2003a, p. 149-156).

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    insistencia es en que la ideologa liga a las fan-tasas, pero en cuanto procedimiento particular-mente humano de aprehensin de lo real.

    Imaginmonos en la situacin comn de los ce-los: repentinamente me entero de que mi com-paera ha tenido una relacin con otro hombre. Bien, no hay problema, soy racional, tolerante, lo acepto []; pero entonces irremediablemen-te, las imgenes empiezan a abrumarme, imge-nes concretas de lo que hacan (por qu tuvo que lamerle precisamente ah?, por qu tuvo que abrir tanto las piernas?), y me pierdo, temblan-do y sudando, mi paz se ha ido para siempre (iek, 2005a, p. 9).

    La cuestin es que las fantasas son relativas a las escenas, los episodios, las novelas o las fi cciones que se narran a s mismos los indi-viduos, a veces en vigilia a veces durmiendo? Las fantasas son nicamente elaboraciones se-cundarias cuyo compromiso es el de satisfacer lo que la realidad nos niega? De dnde vienen las fantasas? Qu las explica? Son el retorno de contenidos reprimidos que perturban una y otra vez a las personas? Las fantasas son me-ros delirios?

    Veamos algunas caractersticas bsicas de las fantasas.

    iek afi rma que una de las caractersticas de las fantasas consiste en que estas pueden ser admi-

    tidas desde mltiples posiciones de identifi ca-cin. Eso quiere decir que no existe coincidencia necesaria entre aquel que fantasea y la fantasa de la que se ocupa. La fantasa crea una gran cantidad de posiciones de sujeto entre las cua-les (observando, fantaseando) el sujeto est en libertad de fl otar, de pasar su identifi cacin de una a otra (2005a, p. 16). Volvamos a la men-cionada situacin de los celos: se puede fanta-sear con la escena e imaginar qu hacen l y ella, cmo se besan, en dnde, preguntarse si ella le dir palabras obscenas o l palabras bonitas, etc. Tambin se puede hacer el guin de lo que l sentir cuando ella lo bese o lo acaricie, etc. O se podr imaginar igualmente lo que ella, con ocasin de la situacin, sentir o pensar. A ve-ces la fantasa nace en la perspectiva de la pri-mera persona que asiste a la escena; en otras, en la posicin de tercera persona (l o ella). No importa. El punto es que no existe ninguna po-sicin privilegiada desde la cual se promuevan las fantasas.

    La segunda caracterstica de las fantasas es que tienen la funcin de proveer las coordenadas que constituyen el enlace entre la realidad y el deseo (iek, 2005a, p. 17). Las fantasas son anlogas al deseo y a la realidad. Esa es otra manera de decir que las fantasas son produc-tos que se aclaran en el mismo procedimiento de la sntesis trascendental de la imaginacin en la medida en que se supone unifi can represen-taciones con intuiciones. Se insina as que las fantasas se constituyen en la posibilidad de dar cuenta de la relacin de nuestras representacio-nes con la intuicin de cosas; mejor an, se trata de la reciprocidad del vnculo de las fantasas con la experiencia, pues estas hacen las veces del esquema por el que una representacin tie-ne que ver con una intuicin de cosas.

    Decir, sin embargo, que las fantasas cumplen la funcin asignada (Kant) al esquematismo de la imaginacin (trascendental) no es ms que una

    Las fantasas son anlogas al deseo y a la realidad. Esa es otra manera de decir que las fantasas son productos que se aclaran en el mismo procedimiento de la sntesis trascendental de la imaginacin en

    la medida en que se supone uni can representaciones con intuiciones.

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    frmula abreviada del tema de la relacin entre las representaciones de la realidad y la realidad emprica. En el fondo, hace falta tener en cuen-ta el modo en que la experiencia cae bajo las fantasas, es decir, hay que poner de relieve el hecho de que la experiencia es subsumida en su representacin. Creemos, pues, que el asunto clave es la subsuncin de la realidad en las fan-tasas, entendiendo que no es solo la operacin de hacer reducir los objetos a sus representacio-nes, sino, antes bien, es el ejercicio de hacer coin-cidir representaciones sobre la realidad diversa.

    Cmo explicar la funcin de subsuncin de las fantasas? Proponemos entender las fantasas de la siguiente manera: son representaciones que sirven de mediacin entre los intereses in-conscientes y lo dado en la intuicin sensible porque son homogneas a ambos aspectos. Los objetos son de inters probablemente por algu-nas de sus caractersticas reales; pero tambin son motivo de atencin por razones irreducti-bles a sus atributos y que se supone yacen en el inconsciente. Las fantasas conservan el vnculo entre el ncleo de inters inconsciente y la reali-dad sobre la que se proyectan. Adicionalmente, remiten a la determinacin de la realidad por el deseo permitiendo la subsuncin. Esta defi -nicin supone dos elementos constantemente presentes, pero en principio antagnicos. Las fantasas son representaciones mediadoras que tienen que ser, al tiempo, irreductibles a la experiencia en la medida en que provienen del inconsciente y, a pesar de ello, atadas y funda-mentalmente referidas a la realidad sensible. De acuerdo con esto, las fantasas se traducen como representaciones conformes al procedimiento del esquematismo de la imaginacin dado que tienen la funcin de dar origen a la representa-cin de la realidad, pero con cierto contenido irreductible a ella. En otras palabras, las fanta-sas no implican la adhesin de la voluntad a re-presentaciones de cosas que satisfacen el inters primario de obtenerlas (quiero algo y si no lo

    poseo lo imagino entonces); ms bien, aportan las reglas de construccin de representaciones que median entre el deseo y la realidad de las cosas deseadas; reglas que conciernen a la deter-minacin inconsciente del sentido general por el que el deseo se halla ligado a cosas. A pesar de que las fantasas no son reales de la forma en que lo son las cosas, sin embargo, resultan ser las condiciones que hacen que la realidad posea alguna signifi cacin. Estamos tratando de decir que las fantasas son representaciones que suministran a los objetos sus propias imgenes convirtindose en requisitos que garantizan la realidad de nuestros deseos.

    Resulta demasiado obvio pensar que las fan-tasas guardan relacin con el hecho de que la voluntad tiende hacia objetos de satisfaccin. Y es obvio porque se asume muy pronto la apa-rente elaboracin imaginaria segn la cual se escenifi ca eso (objeto = X) que en la realidad hace falta. El resultado es que la experiencia de satisfaccin no da razones acerca de por qu necesitamos de las fantasas ni de las razones por las que se construyen de la manera en que se lo hace. Mejor dicho, el problema es por qu deseamos? Y por qu deseamos lo que, en efecto, deseamos? La idea bsica en clave trascendental es que las fantasas sirven de representaciones a travs de las cuales es sitia-da9 la realidad. As, son reglas a priori del deseo, esto es, tienen que ver con la aplicacin de re-

    No deseamos objetos porque nos interesan; nos interesan porque los deseamos. Las fantasas son

    extensivas a la realidad por la razn de que subsumen los objetos a los

    cuales se les aplica.

    9 En el uso militar: cercar, apoderarse, asediar indirectamente o a tra-vs del cerco que cie o rodea.

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    presentaciones a objetos reales que, ciertamen-te, adquieren significacin e importancia por eso mismo. No deseamos objetos porque nos interesan; nos interesan porque los deseamos. Las fantasas son extensivas a la realidad por la razn de que subsumen los objetos a los cuales se les aplica. Eso significa que se hace caer bajo las fantasas los objetos que nos rodean a dia-rio; estos son, si se quiere, subsumidos a estas en consideracin del esquematismo inconscien-te de la imaginacin por el que reconocemos su importancia. Es en ese sentido que las fantasas tienen la similar funcin del esquema trascen-dental: reglan nuestro deseo; nos dicen qu de-sear an si no somos plenamente conscientes de ello (iek, 2005a, p. 17).

    El recurso es para decir lo siguiente: lo que se escenifica en las fantasas es la incgnita nacida del hecho de que constantemente nos pregunta-mos, desde el punto de vista de los dems, acer-ca de nuestra propia imagen. El pequeo objeto a le petit objet a del que tanto habla iek se refiere a que desconocemos ese punto de vista. O sea, ya que nos es imposible ocupar el puesto de los dems no sabemos con exactitud cules son las exigencias que desde all se nos hacen. Apenas podemos fantasear con ellas. Qu es lo que quieren los otros de m? Qu ven en m? Qu soy yo para los otros? Esas son las preguntas que se pretende responder mediante las fantasas (iek, 2005a, p. 19). La intersubje-tividad del deseo se resalta cuando se percibe que las fantasas pretenden conjurar el enigma del papel que tenemos entre los dems. Sabe-mos que como individuos nos encontramos sumidos en las redes de las relaciones que nos convierten en el lugar de luchas sobre lo que so-mos luchas que no se reducen nicamente al tema del reconocimiento, sino que tambin son relativas a las sobredeterminaciones de la iden-tidad o las regulaciones sobre la conducta y la interioridad. Las fantasas tienen la virtud de brindar el acceso a las exigencias que los dems

    nos hacen proyectando en la vida supuestos contenidos que nos estn vedados. Eso implica la idea de que se nos exigen actitudes, respues-tas emocionales, maneras de hablar, etc., sin sa-ber muy bien qu es exactamente lo que se nos est pidiendo. Pareciera que vivimos entre los dems ocupando cierto lugar desde el que se nos hacen exigencias y del que no sabemos mu-cho, por lo que no tenemos ms alternativa que fantasear acerca de tal lugar. Es eso a lo que se refiere iek con el nfasis en el desplazamien-to lacaniano sobre el pequeo objeto a: se trata del conjunto de representaciones inconscientes mediante las que presentamos consistencia en nuestras relaciones con los dems. As decimos: yo no soy simplemente esto que hago, siento o pienso; soy algo ms aunque no sepa decir exactamente qu y, por eso mismo, soy digno de ser amado, reconocido, acompaado, recom-pensado, etc.

    Finalmente, dice iek, las fantasas consisten en una narrativa que sirve para eludir algn estancamiento original (2005a, p. 20). Esto no debe entenderse como si en ellas se organizaran las experiencias vitales apropindoselas bajo la forma integrada de tal o cual narracin. Las fantasas no son falseos o falsas versiones de la vida que damos para esconder o eludir las situaciones que nos atormentan. La cuestin de las fantasas es que sirven para reacomodar la propia existencia respecto de cierta falta fun-damental (tambin puede decirse exceso funda-mental haciendo nfasis en que las fantasas son algo ms que a la realidad concreta le falta). Como indica iek,

    contrariamente a la sensata concepcin del fan-taseo como una indulgencia en la realizacin alucinatoria de los deseos prohibidos por la Ley [prohibidos en el sentido de que la realidad no satisface los deseos bien porque no brinda exactamente lo que queremos o bien porque nos obliga a renunciar a ellos], la narracin fantas-mtica no escenifica la suspensin-transgresin

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    de la Ley [mediante la fantasa hago realidad lo que me est prohibido], sino el acto mismo de su instauracin, de la intervencin en el corte de la castracin simblica (p. 22).

    Lo simblico

    Si algo escenifica las fantasas es el ingreso al or-den simblico. Para decirlo con ms precisin, la realidad es el horizonte plenamente reconocido en el que se instauran las fantasas. Solo que esto no implica la invencin cotidiana de una reali-dad anhelada como contracara de la realidad experimentada; ms bien, las fantasas integran la realidad vivida de acuerdo con el deseo in-consciente. Es fcil sealar la ambigedad entre la realidad y la fantasa. Pero desde el punto de vista indicado, parece que fueran casi imposibles de distinguir dado que se asume que la una re-cubre a la otra. Obtenemos con ello el siguiente resultado: las fantasas involucran la imposibili-dad de la mirada desnuda o la mirada mediante la que puede accederse a la contraparte de la pro-pia concepcin de la realidad que sera la rea-lidad en s misma. En resumidas cuentas, las fantasas siempre estn del lado de la realidad en cuanto soportan el sentido que esta tiene para nosotros (iek, 2005a, pp. 25 y ss.).

    Hagamos una evaluacin de lo dicho hasta aho-ra, teniendo siempre presentes las caractersti-cas de las fantasas retomadas de la lectura que hace iek de Lacan, para poder dibujar el problema al que nos enfrentamos.

    Las fantasas tienen que ver con la dimensin espectral de la realidad; mejor dicho, con la objetiva realidad de las fantasas subjetivas. Como dice iek, el escndalo ontolgico de la nocin de fantasma reside en el hecho de que subvierte la oposicin estndar entre subjetivo y objetivo en el sentido ingenuo de existir independientemente de las percepciones del su-jeto (2007, p. 114). A lo que habra que sumar

    el hecho de que las fantasas, aun perteneciendo al mbito de la vida subjetiva, no obstante, son irreductibles a representaciones particulares conscientemente experimentadas (intuiciones). Como habamos notado, las fantasas guardan la extraa condicin de ser anlogas a la reali-dad objetiva tanto como a la manera en que la realidad es referida al sujeto de las intuiciones, siendo que no constituyen contenidos propios de tal o cual individuo particular10. El interro-gante surge casi inmediatamente: cmo se puede hablar de la apariencia objetivamente ne-cesaria? Quiz es de aclarar que las fantasas no se invierten en la realidad creyendo que se ma-terializan realmente lo que supondra actos mgicos por los que se hacen realidad las ilusio-nes o algo as, sino que la apariencia objetiva de los fantasmas se relaciona con el modo en que las cosas son desde el punto de vista subjeti-vo. Las apariencias objetivas hacen referencia al hecho de que las cosas aparecen efectivamente de tal o cual modo. El problema es que no se puede olvidar que el estatuto de las fantasas no es el mismo que el de las cosas en su reali-dad material. Lo que implica que, sin aludir a cierto materialismo ingenuo o simple, tampoco se puede olvidar que las cosas tienen existencia por s mismas11.

    Tratemos de mantener la irreductibilidad de la antinomia. Volviendo a las caractersticas de las fantasas habra de sealar que la perspectiva descentrada de la realidad conduce a la conclu-sin segn la cual la manera en que las cosas parecen ser no depende de lo que ellas son, en efecto, sino de las representaciones, muchas ve-ces inconscientes, que regulan la autoexperien-

    10 El fantasma pertenece ms bien a la extraa categora de lo obje-tivamente subjetivo; la manera en que las cosas le parecen a uno realmente, objetivamente, incluso si no le parecen de esa manera. La definicin es de Daniel C. Dennet y es evocada por iek para sealar que se trata de la forma negativa, absurda de asumir al con-tradiccin evidente de los trminos fantasa y realidad (iek, 2007, p. 114 y ss.).

    11 Para el problema del realismo emprico y del realismo trascendental, cfr. Allison (1992).

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    cia de la realidad ese es en resumidas cuentas el argumento de iek (2007, p. 117). Con lo que vuelve el dualismo entre la realidad y las fantasas, pero formulado en torno a la paralaje entre la experiencia y la actividad propiamente humana de inscribirla en el orden simblico.

    Hay, pues, realidad, pero en el sentido en que el universo de las cosas incluidas las personas y de los hechos pertenecen a las coordenadas que ofrecen las fantasas sabiendo, insisti-mos, que no son solamente representaciones particulares de percepciones, pensamientos o sentimientos de algn individuo concreto. Y no es que la realidad exista con dependencia del sujeto de intuiciones. Se puede admitir la exis-tencia de la realidad externa; lo que no se puede aceptar es que la realidad tenga significacin real por s misma (plantear la existencia de la cosa en s no indica que tenga alguna relevancia). Ya lo habamos sugerido: las fantasas permiten con-jurar la falta esencial a la realidad dado que el deseo excede el inters por la existencia con-creta de cosas. Desde la perspectiva del orden simblico se dice que la fascinacin y el apego a la realidad provienen de significaciones no asig-nables a los seres de que se componen. Ms an, se dira que tal fascinacin y apego se fundan justamente en que remiten a significaciones aso-ciadas a los seres que no pueden ser realmente verificadas y experimentadas como propieda-des naturales (iek, 2007, p. 118).

    La paradoja es que las fantasas, aunque ten-gan como principal objetivo el de apelar a significaciones con las cuales resolver la falta constitutiva de la realidad, al tiempo, fallan en su empresa. Las fantasas son espectros de la realidad, entendiendo que se sostienen como suplemento. Esto es para asumir que las condi-ciones de posibilidad del deseo no remiten a la realidad misma, y s, al contrario, al enigma por el cual la realidad tiene significacin. Ese enig-ma se supone que es enfrentado humanamente

    sumando representaciones de algo a las co-sas. El asunto es que ese algo es inalcanzable dado que no se sabe nunca qu es, y dado que no es nunca lo que la realidad es. Y as se deja el espacio abierto para perpetuar el esfuerzo, siempre fallido, de simbolizar eso que la rea-lidad es ms all de ella misma. Esa es la razn por la que las fantasas siempre se sostienen: se supone que deseamos cosas, y que ellas no dan cuenta de nuestro deseo por el hecho de que de-seamos ms que las cosas mismas. Pero tambin se supone que constantemente solicitamos que se hagan realidad las fantasas encontrndonos con el frustrante hecho de que la realidad nunca nos satisface. Y as quedamos presos entre fan-tasas que dan sentido a las cosas, cosas que no nos satisfacen y la urgente peticin de que las fantasas se cumplan para darle sentido a las co-sas que queremos (haciendo muy triste la vida, diramos).

    El panorama general que se obtiene es el si-guiente. Tenemos, pues, la escisin entre la rea-lidad en cuanto apariencia que es radicalmente dependiente del sujeto, eso desconocido ha-cia lo que apunta el deseo y las fantasas (me-diacin simblica o pantalla trascendental, dira iek) que simultneamente nos veda el acceso a lo real y lo real-real (lo Real). Las fantasas y la realidad nacen de la diferencia mnima, bsi-ca, entre el orden existente de cosas y el orden suplementario del deseo. Y entre ambos, lo Real inaccesible. Y qu alternativas tenemos en este esquema? Postular la necesidad de realizacin de los ideales fantasmticos? Desde el punto de vista de las fantasas eso sera como realizar el deseo por la va de la peticin de su materia-lizacin real, fallando el mecanismo por el que se sostiene; mejor an, olvidando la imposibili-dad constitutiva de su realizacin material. En-tonces debemos contentarnos con la desrtica realidad purificndola de todo contenido fan-tasmtico, argumento que se expondra desde la perspectiva materialista ingenua por decir

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    que debemos quedarnos con las cosas como son simplemente sin sospechar sobre si podemos hacer eso en efecto? Pero se dice que tal realidad es inaccesible dado que nunca podemos salir-nos de nuestra perspectiva.

    Las opciones bsicas son, entonces, o bien for-zar lo real hacia la normatividad del deseo que vendra del orden simblico arrastrando cada cosa, cada hecho, cada persona hacia su interior, o bien forzar nuestra mirada hacia lo real sin pedir ms que lo dado que sera como some-ternos sin ms a las condiciones materiales de la existencia. Es impresionante lo que est en juego. Vamos al punto central, que ocurre entre las dos opciones presentadas. En la primera se hace referencia a la ya muy antigua separacin entre el sujeto y el objeto, invocada en las ideas del fantasma y la realidad dando la impresin de que la disyuncin infra/superestructura re-cubre subrepticiamente la artificial separacin entre la materialidad de las condiciones concre-tas de existencia y la fantasmtica proyeccin e incorporacin de algo que no es ni mundo, ni cosa, ni materia, ni nada. Qu es el espectro? Idealizacin, simulacro, ideal normativo, deseo reprimido? No sabemos. Y ese es el problema. De qu se trata nuestro mundo diario? Qu es la vida en trminos de nuestra experiencia ms vital? Qu es la vida con referencia a la realidad que se supone nos compete? Espec-tros? O realidad real sin mediacin y objetiva? Decir que se trata simplemente de espectros es situarse en el fantasma de la realidad soada en cuanto supera lo real a cada instante. El espectro reprime lo real, que es otra manera de hacer pre-valecer la supuesta superioridad normativa del sujeto que piensa y desea sobre la causalidad de la realidad. Por otra parte, si se dice que se trata de la realidad es que aceptamos que lo que es no puede ser de otra manera. As se nos acusara de conservadores por aceptar que las cosas son como son y nada ms. Es como si se tratara de la insistente peticin de hacer del mundo algo

    ms que l mismo lo que sera una antigua consigna asociada a la subsuncin de la natu-raleza en ideales de otro orden y origen a ella misma. Todo lo anterior remite a la siguiente insinuacin fundamental: en las perspectivas de lo real y de lo simblico se expone la insistente preocupacin de hacer triunfar el deseo sobre la realidad o, en oposicin, de insistir en que es la realidad la que determina radicalmente nuestra existencia y que nuestras opciones se reducen al reconocimiento de la manera en que funcio-na tal determinacin. As, la insinuacin se hace ms fuerte: lo real, o bien es conjurado en una imagen en la que se propone todo lo que puede ser ms que ella (el Deseo, la Justicia, el Bien, la Revolucin, etc.), o lo real simplemente se res-tringe al marco de hechos presentes de los que ya no se puede escapar (suponiendo cierto de-terminismo ineludible).

    Paralaje

    Postulado sobre la paralaje: se trata de la vi-sin del cortocircuito paradjico de dominios que, por razones de naturaleza, jams pueden juntarse, pero tampoco separarse radicalmente; mejor dicho, la visin de paralaje consiste en la perspectiva de la relacin entre dominios que a pesar de ligarse estrechamente, no obstante, resultan heterogneos o no idnticos e irreducti-bles. Es como si se pasara entre los dominios de tal o cual relacin sin presuncin de mediacin o sntesis posible. La visin de paralaje es la in-superable brecha de paralaje, la confrontacin de dos perspectivas estrechamente vinculadas entre las cuales no es posible ningn campo neutral en comn (iek, 2006, pp. 11-12).

    Esta breve definicin ya nos permite una mejor aproximacin el tema que nos ocupa. En cuanto a la infraestructura y la superestructura parece que tenemos cierta paralaje referida al despla-zamiento constante entre la perspectiva de la realidad material concreta y la perspectiva idea-

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    lista del orden simblico al que pertenecen las fantasas, sin poder reducir la una en la otra y sin poder, simultneamente, prescindir de la una y de la otra. Se dira as que no existe relacin unificante entre la infraestructura y la superestructura puesto que no se componen de lo mismo (no hay nada en comn que permita alguna sntesis superior), pero tampoco separa-cin diferenciante dado que estn amarradas a la manera de dos caras de una misma realidad (realidad que no es ni fantasmal ni materialmen-te concreta; es pues Real, ya veremos). Debemos hacer nfasis en que la visin de paralaje no su-pone ninguna reunin sinttica como tampoco ningn deslinde fundamental. Si se quiere, pa-ralaje es el nombre de la irreductibilidad de los dominios de la infraestructura y la superestruc-tura que confluyen sin sntesis; es, en el fondo, el trmino de cierta tensin inherente o umbral constitutivo. Ahora bien, pensamos que si apli-camos la idea de paralaje a la relacin-distincin entre la infraestructura y la superestructura ob-tenemos la discordante visin de la presencia de lo real en el orden simblico tanto como de la efectiva existencia de este orden en lo real sin decir que las fantasas tienen la misma materia-lidad real que la de los objetos concretos.

    La idea central de iek es que la perspectiva materialista y la perspectiva simblica son dos esfuerzos mutuamente irreconciliables para en-frentar la incgnita sobre la que constantemente proyectamos nuestros intentos de dar cuenta de la vida. Ya lo sabemos: tenemos el punto de vis-ta objetivo sobre lo real y luego sus diferentes simbolizaciones que lo distorsionan. Sin em-bargo, hay algo entre una y otra perspectiva sobre la que se levantan. Este algo es lo Real siendo el antagonismo entre la comprensin di-recta de la realidad desnuda y la pantalla de lo simblico que hace que la perdamos. Lo Real es en definitiva el verdadero cambio de pers-pectiva del primero al segundo punto de vista. Y, debera tomarse nota de que esta antinomia

    radical que parece impedir nuestro acceso a la Cosa [lo Real] ya es la cosa en-s [sobre la que nos esforzamos tanto en descubrir, entender, aprehender] (2006, pp. 39-40). Es muy impor-tante tener presente que lo Real no es algo positivamente determinable ni metafsicamente sustancial. Lo Real no es cosa ni sustancia; ms bien, se constituye en la distancia o brecha inte-rior a las dos perspectivas sealadas y que solo aparece de relieve en el paso de la una a la otra. Lo Real se descubre en la paralaje de la perspec-tiva de lo real y la perspectiva simblica12.

    Esto significa bsicamente que el problema de la visin de paralaje no es si estamos condenados por la constante peticin de penetrar, a travs del velo de las apariencias, en la verdadera rea-lidad; el problema es ms bien el de dar cuenta del modo en que las apariencias emergen para cubrir la realidad y de los motivos para eso. De manera que la pregunta es cmo en me-dio de una realidad nicamente llena de cosas, emerge sin embargo, algo como las apariencias? Lo que conecta inmediatamente a la cuestin de por qu no nos contentamos con la realidad de las simples cosas? De dnde el gesto de instau-racin del orden simblico?

    La respuesta de iek es que el trabajo con lo Real tiene que ver con el efecto suplementario de hacer intervenir el marco de percepcin en el modo en que percibimos las cosas mismas. Lo Real, es pues, ese algo = X que creemos persiste aun sin nosotros y que representa la exteriori-dad radicalizada a la que nos enfrentamos por la va de la inspeccin objetiva de la realidad y la mediacin simblica que se le antepone in-sistentemente. Casi que se trata de reconocer

    12 Esto en dos sentidos muy precisos, dice iek: En un primer mo-mento, lo Real es el ncleo duro imposible que no se puede enfrentar directamente sino solo a travs de las lentes de una multitud de fic-ciones simblicas, de formaciones virtuales [fantasmales se podra decir tambin]. En un segundo movimiento, el ncleo duro resulta virtual, sin existencia concreta, una X que solo puede ver retrospecti-vamente a partir de una multitud de formaciones simblicas que son todo lo que est realmente (2006, p. 40).

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    el escenario desde el cual sostenemos nuestra percepcin de las cosas sin decir que ellas son otras (ideas o representaciones) o que se consti-tuyen en una realidad que nos excede sino, por el contrario, manifestando claramente la urgen-cia de aceptar que vistas desde tal escenario las cosas son como efectivamente se nos presentan. Lo que impide, de paso, cualquier desvelo o cualquier intento de desmitificacin. Asumien-do as el asunto, se presume que no existe algu-na realidad neutra en el sentido de subsistir al margen del marco de percepcin. El mundo es ya enmarcado en el dominio de la apariencia, entendiendo que tal dominio es el marco consti-tuyente del modo en que efectivamente percibi-mos (iek, 2006, p. 45).

    Por nuestra parte, creemos que la idea de la imposi-ble autonoma de lo real, manifestada en el pos-tulado de la visin de paralaje, al tiempo que supone cierta irreductibilidad de los dominios comprometidos, apuesta por cierta disimetra de su relacin o por la priorizacin de lo simb-lico sobre lo real mismo. Esto es evidente en la delicada introduccin de la actividad del sujeto en trminos de la instancia mnima de reflexi-bilidad por la que se distancia y se diferencia la perspectiva que alude a lo real, y la perspectiva que otorga a otra cosa el sujeto la funcin de llenar el vaco que nos separa de las simples cosas. Aqu est el punto clave de iek: la ex-periencia subjetiva de lo real es de lo que habla la visin de paralaje en cuanto que se asume el gesto de disfrazar lo real con envolturas simb-licas como propias del marco de percepcin bajo el que tratamos de acceder a lo real. Pensamos que tal gesto se nota en el desplazamiento entre lo real y lo simblico, o sea, en el hecho mismo de pensar lo real. Pensar lo real es ya despla-zarse de lo real en s-mismo. En otras palabras, puede verse que la paralaje entre la realidad y lo simblico no es simtrica de acuerdo con la pre-sencia fundamental del horizonte de significado por el que se apropia el mundo que nos rodea. Eso quiere decir que la paralaje sigue siendo

    irreductible a cualquiera de sus dominios, aun-que se reconoce la subordinacin del uno al otro (lo real a lo simblico) por el carcter reflexivo presente en el sujeto. El desplazamiento reflexi-vo es, en el fondo, el distanciamiento iniciado en un terreno de significaciones que asegura cierto orden. Diramos, entonces, que el distanciamien-to es el acto mediante el cual se abandonan las primeras impresiones sobre algo incluidas las pasiones de atraccin o repulsin que ese algo llegue a producir. El recurso al mnimo de reflexibilidad hace referencia al marco de per-cepcin de tal o cual espectculo no intervenido de algo fenmeno puro podramos decir en nuestro vocabulario. El distanciamiento es como el resultado de la depuracin o la li-beracin de las afecciones producidas en el en-cuentro con cierto organismo, estado de cosas o experiencia de fuerzas.

    Sabemos hace tiempo que, en virtud de los lmi-tes epistemolgicos de la razn, el pensamiento humano no puede sino referirse a determinado mbito de la experiencia espacio-temporalmen-te ubicada. Nosotros, desde ese punto de vista, no podemos referirnos a tal mbito ms all de las condiciones que hacen que la experiencia sea como, en efecto, es. Adicionalmente, al indicar que las fantasas abarcan la realidad que aqu y ahora se presenta bajo determinado velo de sig-nificaciones, se dice al tiempo que la realidad es intervenida por la actividad de superar la sim-ple experiencia dada. Es sorprendente la proliji-dad de lo simblico que no deja nada por decir del mundo que no se inscriba en las condicio-nes de reflexibilidad impuestas por el marco de condiciones de percepcin y comprensin de la realidad. Pero hay que entender que lo real per-siste como una dimensin que no solo excusa las elaboraciones simblicas sino que, adems, las precede constantemente.

    En el gesto de significacin parece hallarse la respuesta de la disimetra de la visin de pa-ralaje. Llamemos investir a la carga de signifi-

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    catividad asumiendo la marcada distribucin simblica de lo originariamente experimentado contenido de materia indiferenciada aprehen-dida bajo marcos de percepcin anteriores a la experiencia misma. Lo real, manifestacin de la experiencia, es lo que se pone en juego sim-blicamente: eso que se supone inicialmente era causa de percepcin es transferido por la fan-tasa a los atributos de lo simblicamente me-diado. Cmo son las cosas? No son ms que materia con atributos? Y para qu sirven? O a quin pertenecen? Esas son preguntas de ex-pectativas humanas. La signifi cacin no es mera fi ccin. Es ms bien el movimiento de enrique-cer determinados hechos.

    De otro lado, la signifi cacin remite al hecho de investir la realidad por exponerla ms all de la indeterminacin con la que aparece, es decir, es el esfuerzo de abandonar la apariencia de la realidad. Se podra decir que la carga de signifi -catividad de las fantasas tiene que ver con cier-ta pregnancia por remitir a formas simblicas generalmente plegadas a la vida. La signifi ca-cin, as, no es ni siquiera el signo representa-do iconogrfi camente ni es tampoco la afeccin esttica producida por las narraciones de las creencias sobre la realidad de las cosas. Si fuera posible tener el registro de la simple realidad o de la realidad ms all de las signifi caciones que le imponemos, a lo mejor esta sera plida y rida (iek, 2005). Algo se adhiere al mundo que lo

    hace valioso para nosotros. Quiz es el deseo de cargar el universo con la vida humana. Investir, en general, es cargar el universo de vida humana.

    Ahora bien de dnde viene el mpetu huma-no compulsivo algunas veces por acceder a una realidad no evidente? Qu es lo que hace mover a la fantasa? Aparentemente, el esfuerzo de investir el mundo es una expresin del in-tento humano de vivir cualifi cadamente. Lo que quiere decir que la entrada en el orden simblico sirve para suprimir el dominio total de la reali-dad exterior; mejor dicho, se supone que cuan-do entramos en el orden simblico entramos en otra vida que no es la simple vida material. Habra que arriesgarnos un paso ms para comprender el asunto. Creemos que cargar el mundo de sig-nifi caciones constituye una especie de rodeo en el que intentamos alejarnos de lo inexorable y lo inefable. Se percibe, casi inmediatamente, que se apunta a la idea de que las fantasas registran el dualismo enriquecedor de lo simblico sobre lo real. Qu implicaciones tiene esa idea? Ya hemos dicho que la fantasa tiene que ver con la gran necesidad de signifi cacin respecto de la realidad indiferenciada y absoluta. Pero es ne-cesario, en todo caso, hacer nfasis en esto: las fantasas no solo dejan surgir fi guraciones densas o cargadas signifi cativamente desde el punto de vista de las exigencias humanas de vivir de otro modo o ms all de las simples condiciones naturales. Tendramos dos opciones a la hora de encarar lo indeterminado, el aterrador abis-mo de lo que est en la imagen ms all de la imagen (iek, 2006, p. 85): o se enfrenta di-rectamente, en cuyo caso quedamos presa de lo desconocido, o se apela a la mediacin simbli-ca para hacrnoslo ms familiar. Creemos que las fantasas vinculan suplementariamente a la consolidacin de una realidad que responde al hecho mismo de remitirnos a signifi cados. As, la traumtica realidad intratable es compensada con la produccin y el intercambio simblico a partir del cual lo dado se presenta como el

    Lo real, manifestacin de la experiencia, es lo que se pone en juego simblicamente: eso que

    se supone inicialmente era causa de percepcin es transferido por la fantasa a los atributos de lo

    simblicamente mediado.

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    punto de referencia que pone en movimiento el deslizamiento infi nito de las signifi caciones. Sig-nifi car algo es, en ltimas, el deseo de cargar sim-blicamente tal o cual hecho o cosa. Bsicamente, el asunto es que el recurso a las fantasas permite decir que las fi guraciones simblicas integran la dimensin que hace posible la huida de la realidad desconocida.

    Precisemos dos aspectos fundamentales sobre lo que hemos dicho. Primero. Hay que tener cla-ro que el caos de lo indiferenciado no es la ame-naza que anticipa a las fantasas; es ms bien la oportunidad para hacer contener lo que hay en fi guras ordenadoras. Cubrir el mundo con fan-tasas (signifi car) tiene que ver con el acto de recortar, repartir y dividir. La signifi cacin no se agota con poner en marcha la fantasa para poder contar historias que aparentemente dan razn del estado de las cosas y de la realidad dada. Si decimos que las fantasas suponen la realidad es porque las construcciones simblicas se agrupan en un plano ordenado y consistente de lo que hay. Solo que eso se debe entender como el ejercicio de pensar lo que hay, esto es, de recortar el caos integrando los seres y las po-tencias que lo habitan en mrgenes simblicos que forman una realidad ordenada. En efecto, que el mundo es pensado mediante las fantasas es algo que muy pronto de ve expresado en los esfuerzos por evitar cualquier laguna en el or-den de las signifi caciones. No es que todo lo que hay reciba una imagen o representacin en las fantasas; es que las fantasas son consistentes porque en ellas se habla sufi cientemente de lo que hay. Es la irrupcin intrnseca a las signi-fi caciones; es el esfuerzo de trabajar la realidad mediante lo simblico. Nada de lo simplemente real es sobresaliente del trabajo de las fantasas al encontrarse fundamentalmente inmerso en el mbito mismo de las signifi caciones sin remi-tirse necesariamente a referentes objetivos. Si nombrar implica la carga de signifi caciones, en-tonces, nombrar lo innominado es aproximarse

    a lo desconocido invocando simblicamente lo real. Algo que no tiene nombre o es irrepresen-table, es algo que se nos escapa, o nos es des-conocido. En las fantasas, justamente, se trabaja con lo desconocido e innombrable; se mueve la fantasa y se asignan nombres que son expre-sin de signifi caciones que encuentran asilo en las palabras y en los signos. Nominalismo: es probable que toda fi guracin simblica tenga como fuente primitiva la confi anza de encontrar nombres para lo indeterminado.

    Segundo. En el trabajo de las fantasas est pre-sente la insistente necesidad de conjurar lo real desconocido. Acudimos a las fantasas no para decir qu es lo que yace en el origen de las cosas sino para representar el estadio en el que las co-sas son cargadas con el deseo de vivir. No hay un nico relato fundamental (lo que sera un dogma antes que otra cosa), sino que lo funda-mental de las fantasas radica en la funcin que tienen de conjurar la inconsistencia de lo inde-terminado (caos) por la va de las elaboraciones simblicas. Las fantasas parecen emerger en el intento continuo de imponer una dimensin simblica a la realidad dada. El impulso de vivir se ve en las fantasas porque remiten, por una parte, a la cuestin de dar cuenta de la realidad ms all de como ella, en efecto, se nos presen-ta, y por otra, porque dejan ver la dimensin en la que la vida persiste ms all de la mera exis-tencia. Las fantasas, desde ese punto de vista, representan cierto exceso: exceso de vida que se enfrenta a la muerte y exceso de vida que enri-quece la existencia.

    Es probable que toda guracin simblica tenga como fuente

    primitiva la con anza de encontrar nombres para lo indeterminado.

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    278El problema de la ideologa. Elogio de las fantasas.

    Recalquemos la disimetra. La visin de paralaje consiste en decir que la perspectiva de la rea-lidad objetiva y la perspectiva simblica son simplemente aproximaciones a lo mismo lo desconocido indiferenciado, pero tambin consiste en decir que no existe equivalencia ni reduccin entre las perspectivas precedentes dado que siempre se presenta el efecto estruc-tural de la incompletitud por el que saltamos de una a otra razn por la que no se puede escri-bir realidad objetiva sin las comillas (en toda la reflexin de Visin de paralaje, se nota el gran cuidado en la notacin). iek apuesta as a que los dominios involucrados en la paralaje son radicalmente asimtricos ya que cada uno se diferencia a s mismo del otro por no contener su propia representacin. Eso es como decir que la disimetra de la paralaje es, propiamente ha-blando, el resultado del pasaje entre el continen-te neutro de las cosas y sus modos de ser, y el dominio mnimo de reflexibilidad diferencian-te que hace de las cosas ms que cosas. Qu es este mnimo de reflexibilidad? La respuesta de iek es que la realidad nace de la desviacin de la naturaleza y la cultura dada la inversin re-flexiva del animal-humano en humano-animal. Estamos ante el sujeto en todo su esplendor, pues es visto como el desplazamiento de la base neutral y natural del animal al bsico mnimo del humano sobre el que se funda lo dems (la cultura). El mnimo de reflexibilidad es el sujeto en lo relativo al antagonismo original que im-plica el desplazamiento entre la naturaleza y la cultura. iek dir que el sujeto es la reaccin, el resultado, del hecho traumtico del desplaza-miento del animal-humano al humano-animal. En resumen, la idea es que es sujeto es el inter-medio vaco, la mnima diferencia sobre la que se postula la antinomia entre la realidad y lo simblico (2008, p. 81).

    En el contexto de la relacin-distincin entre la infraestructura y la superestructura la visin de paralaje tiene su rendimiento, entre otras razo-

    nes, porque sirve para situar la reflexin sobre el problemtico tema de la eficacia respectiva en-tre esas dos instancias (problema que Althusser intenta resolver a travs de la idea de la materia-lizacin de la ideologa en las prcticas regula-das de los aparatos ideolgicos de Estado).

    iek recuerda que la crtica de la economa poltica se ocupa del valor repitiendo la visin de paralaje: el valor debe originarse fuera de la circulacin, en la produccin y en la circula-cin. El nfasis en la paralaje de la crtica del valor como irreductible a cualquiera de los tr-minos intercambio/consumo y produccin va en contra de la ya reiterada posicin culturista segn la cual la conciencia de los obreros est atrapada por las seducciones de la sociedad de consumo y/o la manipulacin por las fuerzas ideolgicas que hegemonizan la cultura (2006, p. 82). iek denuncia reiterativamente que cualquier resolucin unilateral sobre las pers-pectivas involucradas en la paralaje acarrea des-balances incorregibles (y tenemos los casos del fracaso del comunismo real y de la instrumenta-lizacin del Estado en los regmenes totalitarios como grandes ejemplos). En el fondo, la insupe-rable brecha de paralaje debe ser constantemen-te sostenida, dice iek (pp. 68-71).

    Fetichismo de la mercanca

    En definitiva, qu hace que algo, cualquier cosa producida, se pueda considerar como mercan-ca? Algo, cualquier producto, tiene cierto precio que indica, por una parte, la cantidad de trabajo y tiempo utilizado en el proceso de produccin. Por otra parte, cualquier cosa producida tiene precio al otorgarle cierta forma universal (dine-ro) que hace que pueda circular. Esto ltimo, es bien sabido, implica que cualquier cosa produ-cida no es inherentemente tambin mercanca; ms bien, el asunto es que cualquier cosa pro-ducida representa algo ms que el trabajo/tiempo real invertido. Las mercancas tienen

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    lugar en el salto de las cosas como productos a las cosas subsumidas bajo la forma de los va-lores de cambio; mejor, las cosas son mercanca porque se inscriben en valoraciones hechas en otro dominio que no es el de su produccin y utilidad (iek, 2006, p. 83).

    Tal postulado expone el carcter antinmico de la mercanca al poner de relieve su constitucin como producto real que, no obstante, vale ms que los servicios o las utilidades que presta. Ese plusvalor es la variable de transmisin de las mercancas. Ahora bien, el punto es que esa variable no se puede deducir de la produccin concreta de cosas reales, cualesquiera sean sus atributos naturales. Por qu es irreductible? Respuesta: porque no aparece en ninguna de las propiedades de los productos. El valor de cambio, que hace de las cosas mercancas, no se encuentra en el contenido de propiedades a las que se alude en el valor de uso. Qu es, pues, el valor de cambio? Existen tres posiciones b-sicas, dice iek. En primer lugar, se dice que intercambiamos cosas puestas en consideracin por sus propiedades aparentemente especiales y que las distinguen de las que son naturales. Los productos no son simples cosas como las que encontramos en la naturaleza. La segunda posi-cin menos ingenua seala iek se define en la idea de que toda propiedad aparente so-bre la que se basa el valor de las mercancas es el resultado de la ilusin de creer que estas son propias de las cosas mismas. Sabemos que el va-lor de cambio no es una propiedad de las cosas; ms bien creemos que las cosas reflejan el valor social del trabajo. La ltima posicin es que las mercancas nada tienen que ver con las propie-dades sustanciales de las cosas ni con la valora-cin social que hacemos del trabajo y del tiempo invertido en la produccin. Las mercancas son valiosas por el juego de la oferta y la demanda, y de la utilidad que deja (iek, 2006, p. 88).

    Este panorama, aunque bien simplificado, sirve para subrayar la caracterizacin de las mercan-

    cas en otra direccin. Aceptemos inicialmente que las mercancas no tienen ningn valor inhe-rente, y que su valor proviene del estatus otor-gado por su relacin con otras mercancas. As se abre el enfoque estructural y formal en el que se insiste en la realidad de las cosas y su valo-racin de acuerdo con el lugar que ocupan en el flujo de la circulacin y el intercambio. iek propone que de la misma manera que un rey no es rey a causa de sus propiedades inherentes sino porque la gente lo trata como tal, una mer-canca es dinero [es valorada segn cierta canti-dad abstracta] pues este ocupa el lugar formal del equivalente general de todas las mercancas [y no porque el dinero sea naturalmente una propiedad sustancial asociada a las cosas en ge-neral] (2006, pp. 88-89).

    Es evidente que se quiere resaltar la irreductibi-lidad de las mercancas a la existencia de cosas con propiedades, pero tambin que las cosas son valoradas como mercancas (y no como si fue-ran solo cosas con propiedades). Las mercancas no son las cosas mismas, aunque sabemos que lo que est en juego son, en ltimas, cosas. Te-nemos, pues, las cosas reales y sus valoraciones asociadas que son expresadas en el equivalen-te general del dinero. El dinero no es cantidad abstracta por reduccin al signo externo de las valoraciones de las mercancas haciendo del dinero, dice iek, la propiedad sustancial de las mercancas (2006, p. 89). En contraste, se podra sealar otra va y preguntarse por qu el trabajo se representa con el valor de su pro-ducto y el tiempo de trabajo de tal valor? O sea, si la determinacin del valor de las mercancas no viene del tiempo de trabajo ni del trabajo mismo, entonces, de dnde viene?13 Eso sig-

    13 iek cita a Marx en este punto al decir que la determinacin de la magnitud del valor por tiempo de trabajo es, por ende, secreta, est escondida bajo las aparentes fluctuaciones en los valores relativos de las mercancas. Su descubrimiento al eliminar lo que sea meramente accidental de la determinacin de la cantidad de los valores de los productos de modo alguno altera la manera en que tiene lugar esa determinacin (2006, p. 89-90).

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    280El problema de la ideologa. Elogio de las fantasas.

    nifica, nada ms y nada menos, que las mer-cancas son trascendentes y su estatus no es el del valor de uso. De nuevo, de dnde viene el valor trascendente de las mercancas? iek supone que las mercancas son valoradas por su introduccin en el desarrollo y consolidacin de las formas sociales. Cundo surge el valor de las mercancas? Esquemticamente hablando, las mercancas nacen de las formas sociales. Pero qu son esas formas? iek responde que esas formas son las relaciones de produccin e in-tercambio de productos entre agentes cualifi-cados socialmente (2006, p. 91). En el fondo, el problema central es que las mercancas son representadas segn valores que no son simple-mente del uso que pudieran tener o de las sa-tisfacciones que pudieran generar. Se dice que las mercancas son trascendentes. Pero si esto es as, entonces, cmo comprender su valoracin? Cmo es que valoramos las cosas por lo que no son? Se sugiere que las mercancas son de inte-rs para los individuos y no precisamente por el hecho de haber costado tiempo y trabajo en ser producidas. Las mercancas valen por otra-cosa. Y qu es esa otra cosa? Aqu es donde se requieren explicaciones que, ciertamente, ya no pueden darse desde el nico punto de vista del materialismo de la realidad concreta puesto que la cuestin remite a otra cosa que no es algo real ni propiedad sustancial de alguna cosa objetiva. Para dar con la compresin de las mer-cancas se necesita de la otra perspectiva de las cosas, es decir, se necesita del punto de vista del orden simblico para aclarar esa otra cosa a travs de la cual las valoramos.

    La explicacin: las mercancas asumen relacio-nes de produccin e intercambio entre indivi-duos pertenecientes al espacio de relaciones que sostienen con otros individuos. Las mercancas son propiamente tales por aparecer con la forma social de la produccin y el intercambio. Es as que las mercancas son trabajadas socialmente. En

    otras palabras, las mercancas son por el trabajo social de la produccin y el intercambio, sien-do esto posible por las condiciones propias de la produccin y el intercambio. Hay que estar atentos al gesto bsico por el cual se hace pasar simultneamente la perspectiva de la produccin a la del intercambio. Tenemos cosas producidas; que son la esencia del trabajo de la produccin. De tales cosas se pasa a las apariencias, las cua-les resultan ser las mercancas en cuanto forma proveniente del intercambio. Esta forma no es tan solo originada por el intercambio; es, en un sentido muy fuerte, la esencia del intercambio. Pero nos preguntamos qu quiere decir esto? Qu es la forma-mercanca? Cmo compren-der su misterio?

    Esto s es claro: la fascinacin por las mercan-cas, que hace las veces de impulso del inter-cambio, nada tiene que ver con el contenido de las cosas ni con el inters pretendido por lo que pudiera ser su eventual utilidad. Lo que es im-portante de las mercancas no es el secreto que pudiera guardarse sino, en cambio, el hecho de hacerse secreto por ser mercancas que es otra manera de indicar que el secreto de las mer-cancas se relaciona con el proceso mediante el cual se les asigna algn secreto. As, se pone la atencin en el trabajo de la produccin y el intercambio sobre las mercancas, entendiendo que no basta con descifrar las significaciones que se les atribuyen y que, por el contrario, se examina el proceso mediante el cual las cosas producidas asumen la forma de las mercan-cas (iek, 2001, p. 40). Llegamos as al cen-tro del planteo: las mercancas son portadoras de valor en cuanto asignado socialmente por el proceso del intercambio. Este valor nace de la abstraccin de las propiedades reales de las cosas; solo que esta abstraccin no es realizada por el sujeto que compra y vende, sino que pertenece al dominio externo del intercambio. El lugar de nacimiento de las mercancas es el

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    extraproceso de intercambio mediante el cual se efecta la asignacin de valor a las cosas14 (iek, 2001, p. 44).

    Cmo explicar el proceso sealado? Llamemos fetichismo de la mercanca a la realidad so-cial del intercambio, asumiendo la idea de que los productos existen determinados por las re-laciones sociales entre individuos; si se quiere, las mercancas son marcadas bajo la insignia del valor, siendo este el equivalente general de las relaciones sociales entre agentes productores. Se puede aceptar, al menos momentneamente, que el fetichismo de la mercanca no es el velo de representaciones que cubre el proceso real de la produccin; que al contrario, es la reificacin de las relaciones sociales en las cosas. El fetichis-mo, as reformulado, es ms el efecto del campo de relaciones por el que se inaugura y consolida el valor de los productos. Pero qu es ese efec-to? Cmo se puede comprender?

    Rpidamente, diramos que el fetichismo com-promete cierto procedimiento de reciprocidad en las determinaciones de algo: una cosa es equivalente de otra puesto que esta refleja el va-lor de la primera. Se trata de determinaciones reflejas (iek, 2001, p. 51). As se intercambia dinero por cosas y cosas por dinero. El juego re-cproco de reflejos se define en el intercambio de tal o cual cosa representada bajo el valor de tal o cual otra. Una cosa se representa en el equi-valente de lo que es la otra; mejor dicho, una cosa vale por otra en virtud del valor aparen-te que refleja la mutua interpelacin. Una cosa y otra evidentemente tienen propiedades rea-les quiz atractivas, pero son equivalentes en virtud de algo ms que sus propiedades.

    Ese algo es su valor de equivalencia y nace de las determinaciones reflejas entre mercan-cas que pasan de unas manos a otras. El pun-to es que ese efecto, el de las determinaciones reflejas concretadas en el valor de equivalencia o cambio, es asumido por los agentes del inter-cambio como propio de las relaciones entre las cosas sin reconocer que la determinacin es realmente invertida: los agentes creen en el va-lor de cambio como algo constitutivo de las cosas cuando las estas valen porque se las trata como cosas que aparentemente tiene valor en s mismas. Es simple cuestin de homologa? Se dira que no. Las relaciones de intercambio se disfrazan bajo la forma de las relaciones sociales entre cosas; disfraz que resulta ser la apariencia ideolgica segn la cual cambiamos cosas por el mero inters de satisfacer alguna necesidad (iek, 2001, p. 52).

    Se encuentra en esta perspectiva una aproxima-cin distinta al fetichismo de la mercanca y de paso a la ideologa: el problema ya no es el del falso reconocimiento de las condiciones rea-les de la produccin y el consumo; el problema es el de la manifestacin de las relaciones socia-les reales en las relaciones de intercambio de cosas. Esto es, propiamente hablando, el feti-chismo y la ideologa: ya no se trata de la simple distorsin de la realidad social, sino del (err-neo) reconocimiento del valor de cambio como propiedad inherente a las cosas (iek, 2001, p. 55). La fantasa ideolgica proviene del gesto de elusin de la dimensin en la que el intercam-bio de cosas encarna las relaciones sociales. Se necesita ver que el problema de la ideologa y de los fantasmas que se supone le estn asocia-dos no es que nos encontramos determina-dos por la realidad material concreta sin saber muy bien cmo es que nos representamos cierto estado de cosas realmente ajeno a la realidad concreta. La ideologa sera as como una men-tira que debe tomarse en serio (iek, 2001, p. 56). Ms bien se dira, aplicando la perspectiva

    14 Durante el acto de intercambio, los individuos proceden como so-lipsistas prcticos, reconocen equivocadamente la funcin socio-sin-ttica del intercambio, es decir, el nivel de la abstraccin real como la forma de socializacin de la produccin privada a travs del medio del mercado. Lo que los propietarios de mercancas hacen en una relacin de intercambio es solipsismo prctico, independientemente de lo que piensan o dicen acerca de l (iek, 2001, p. 45).

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    de paralaje, que el problema de la ideologa es que los individuos se comportan, en efecto, de acuerdo con la representacin que tienen de la realidad concreta materializando los fantas-mas de la ideologa en sus actos cotidianos15.

    Esto es ya el viraje radical de la perspectiva materialista de la ideologa. La objetividad de las representaciones ilusorias o de las creencias errneas sobre la base econmica y concreta de la vida es perceptible en la conducta externa y habitual de los individuos. La ideologa puede ser cualquier imagen, aun la ms distorsiona-da, pero lo importante no es si resulta falsa o no, sino que los individuos actan objetivamen-te de acuerdo con ella. Debe tomarse nota de que la perspectiva materialista de la ideologa sirve para comprender que, al margen de los esta-dos ntimos particulares de alguien, a pesar de que pueda tenerse o defenderse tal o cual con-cepcin de la realidad en la que en concreto se vive, sin embargo, actuamos efectivamente con referencia al horizonte de significaciones so-ciales enmarcadas en la ideologa. Eso quiere decir, simplemente, que cualquiera que sea la representacin de la realidad sostenida, mate-rializamos la ideologa en las actividades dia-rias. Hemos dicho que esta manera de asumir la ideologa supone cierto viraje radical. Y esta es la razn: con apoyo en la inferencia de la ideo-loga a partir de la abstraccin de los motivos presentados en la conducta de los individuos (Althusser), se sostiene que la ideologa es efi-ciente en el sentido en que se concreta en la rea-lidad social. Qu se juega en la primera opcin? Que el comportamiento humano supone regla-

    mentaciones heterogneas identificadas por Althusser en los aparatos ideolgicos del Esta-do; o mejor, que la conducta humana obedece a reglamentaciones ideolgicas que son reales por determinar el curso de tal o cual accin. Y qu vemos en el viraje de esta perspectiva? Que la realidad social se construye a propsito de la ideologa en cuanto se materializa eficientemen-te, o sea, en cuanto acta sobre dicha realidad.

    En esto vemos otra vez la visin de paralaje operando. Las creencias o las representaciones ideolgicas se entienden como irreductibles a los estados psicolgicos de los individuos par-ticulares; antes que eso, se comprenden como la encarnacin de las fantasas en la realidad so-cial. Ni realidad ni fantasa, ni la una ni la otra. Hay que tener cuidado, pues no se trata de decir que la realidad social es el resultado ilusorio de nuestra manera de verla como si la vida fuera realmente un sueo. En otro sentido, el asun-to es que la va de aproximacin a la realidad no es otra que la instalada en la ideologa, esto es, en la actividad de representarnos la realidad tal y como es ella. Lo real es as la idea que tenemos de lo real y esta idea es la que determina nuestra actividad en lo real (iek, 2001, p. 78). El pos-tulado fundamental es que no existe oposicin radical entre la ideologa y la realidad, sino el paralelismo asimtrico por el cual una recae so-bre la otra. As se defiende que la construccin ideolgica siempre encuentra sus lmites en el dominio de la realidad completa absorbe cada una de nuestras acciones manteniendo la irreductibilidad entre la una y la otra. Esta es la consigna de la visin de paralaje: la fantasa es el soporte de la realidad (iek, 2001, p. 80).

    Ms all del dualismo

    En ltimas, qu se obtiene de todo esto? En qu estamos? En la escisin entre el idealismo de las fantasas y la realidad dispersa, cambian-te, ambivalente y que no cumple a satisfaccin

    15 Cuando los individuos usan el dinero, saben muy bien que no tiene nada de mgico, que el dinero es, en su materialidad, simplemente una expresin de las relaciones sociales. La ideologa espontnea re-duce el dinero a un simple signo que da al individuo que lo posee un derecho a cierta parte del producto social. As pues, en el nivel cotidiano, el individuo sabe muy bien que hay relaciones entre la gente tras las relaciones entre las cosas. El problema es que en su propia actividad social, en lo que hacen, las personas actan como si el dinero, en su realidad material, fuera la encarnacin inmediata de la riqueza en cuanto tal. Son fetichistas en la prctica, no en teora (iek, 2001, p. 59).

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    nuestras constantes demandas? La cuestin es si se puede concebir el puente entre el orden simblico y la realidad de manera que se la haga accesible a realidades superiores (la justicia, el bien, la libertad, la igualdad, etc.? O debemos contentarnos con la realidad tal y como es sin ms perspectiva que la del ordenamiento social y sus diversas determinaciones? Sabemos que tenemos dos visiones aparentemente enfrenta-das: cuando se habla de la realidad se supone que est constantemente acompaada de repre-sentaciones asociadas a la constitucin subjetiva de nuestra percepcin. Por otra parte, la reali-dad se define tambin en las ingentes condicio-nes materiales de la circulacin de mercancas cuyo efecto participa en la manera en la que es percibida la realidad misma. Estamos frente a las irreconciliables posiciones entre el velo de la intuicin y compresin de fenmenos, y la fuente material de nuestra manera de vivir y de comprender el mundo y sus cosas? Estamos entre el lado subjetivo de la visin del mundo y los determinantes reales de las condiciones so-ciales de la vida?

    Hemos comentado varias veces que una posible respuesta viene de postular la primaca de una perspectiva frente a la otra: en un caso, se dira que en el mbito de la legislacin de la razn los hombres somos capaces de superar la cau-salidad de la naturaleza o las necesarias relacio-nes de eventos y sus determinaciones. Ese sera nuestro gran don. Podemos actuar en derecho aun si las cuestiones de hecho pudieran ser ad-versas. Sin entrar en los detalles de una discu-sin compleja, se puede destacar que en esta perspectiva las pretensiones normativas inclu-yen no solo el comportamiento propio ade-cuacin de la voluntad a principios de inters prctico superior, sino que tambin se conce-de la pretensin de lograr hacer que la realidad sea obligada a responder a principios superio-res de justicia y de actuacin poltica (Negt, 2004, pp. 52-58). En otro caso, es famosa la idea

    segn la cual la realidad de la produccin hu-mana es la que determina nuestra manera de ser al punto en el que incluso determina nuestra conciencia de