El Príncipe Feliz

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EL PRÍNCIPE FELIZ La estatua del príncipe feliz dominaba la ciudad. Placas de oro la recubrían, sus ojos eran zafiros y su espada tenía un rubí. Era bello y parecía feliz. Llegó el invierno y una golondrina se cobijó en su pedestal; quiso dormir, pero unas gotas de agua la despertaron. Alzó la mirada: eran lágrimas del príncipe. “¿Por qué lloras -le dijo- si aparentas ser tan feliz?”. “Porque fui humano e insensible, y ahora que soy una estatua ya no puedo ayudar a la gente. ¡Hazlo tú! Visita a la pobre costurera, pues su hijo está enfermo y sólo le da agua. Entrégale el rubí de mi espada”. El ave debía partir, pero lo obedeció y fue feliz. “Quédate - reiteró- y dale un zafiro de mis ojos al escritor, pues quizás no pueda llevar su obra al director de teatro”. La golondrina pospuso así su vuelo a Egipto. “Una niña llora -dijo la estatua-, pues ha perdido los fósforos que vende y su padre la reñirá; ve y dale otro zafiro de mi vestimenta”. Al quedar ciego ella ya no se marchó. “Dona mis placas de oro a los pobres” - ordenó, y el pueblo lo alabó. Mas volvió el frío, ya no hubo oro y la golondrina enfermó: voló para besar a su amado y allí cayó muerta. El alcalde y su gente se pasmaron al ver a la efigie: “Hay una golondrina muerta, faltan lo zafiros y el rubí del arma” -dijeron. “Sin oro esta estatua no vale -opinó el alcalde-. ¡Fundidla y erigid la mía!” En el horno no lograron fundir el corazón del príncipe y lo tiraron al basural, junto con el ave. Cuando Dios pidió a un ángel que le trajera las dos cosas más bellas de la Tierra, este volvió con el corazón del príncipe y el cuerpecito de la golondrina. FIN Oscar Wilde

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EL PRÍNCIPE FELIZ

La estatua del príncipe feliz dominaba la ciudad. Placas de oro la recubrían, sus ojos eran zafiros y su espada tenía un rubí. Era bello y parecía feliz. Llegó el invierno y una golondrina se cobijó en su pedestal; quiso dormir, pero unas gotas de agua la despertaron. Alzó la mirada: eran lágrimas del príncipe. “¿Por qué lloras -le dijo- si aparentas ser tan feliz?”.“Porque fui humano e insensible, y ahora que soy una estatua ya no puedo ayudar a la gente. ¡Hazlo tú!Visita a la pobre costurera, pues su hijo está enfermo y sólo le da agua. Entrégale el rubí de mi espada”.El ave debía partir, pero lo obedeció y fue feliz. “Quédate -reiteró- y dale un zafiro de mis ojos al escritor, pues quizás no pueda llevar su obra al director de teatro”.La golondrina pospuso así su vuelo a Egipto. “Una niña llora -dijo la estatua-, pues ha perdido los fósforos que vende y su padre la reñirá; ve y dale otro zafiro de mi vestimenta”. Al quedar ciego ella ya no se marchó. “Dona mis placas de oro a los pobres” -ordenó, y el pueblo lo alabó. Mas volvió el frío, ya no hubo oro y la golondrina enfermó: voló para besar a su amado y allí cayó muerta.El alcalde y su gente se pasmaron al ver a la efigie: “Hay una golondrina muerta, faltan lo zafiros y el rubí del arma” -dijeron.“Sin oro esta estatua no vale -opinó el alcalde-. ¡Fundidla y erigid la mía!”En el horno no lograron fundir el corazón del príncipe y lo tiraron al basural, junto con el ave.Cuando Dios pidió a un ángel que le trajera las dos cosas más bellas de la Tierra, este volvió con el corazón del príncipe y el cuerpecito de la golondrina.

FIN

Oscar Wilde

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