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34 Lancelot Nº 20. Mayo 2016 reportaje M.A.C. Fotos: Jesús Betancort Darja El Farri Hraima llegó a la isla en 1997. Iba para matemática pero las circunstancias de la vida le obligaron a dejar sus estudios y se tuvo que conformar con una forma- ción técnica profesional. Se hizo electricista. Mujer de armas tomar y nada convencional, cuando su ma- dre enfermó de cáncer de mama y su familia necesitó dinero, Darja no se lo pensó dos veces. Dejó su pueblo natal, Tan-Tan, y con una maleta y muchas ganas de pros- perar, se vino para Lanzarote. «En mi pueblo trabajaba de electricis- ta pero al llegar aquí no hablaba el idioma y no fue posible ni trabajar, ni convalidar el título, así que empecé a trabajar ense- guida de camarera de piso, lim- piando restaurantes o casas», expli- ca, apuntando que necesitaba dinero rápido para mandar a casa. «Lo cierto es que, en cuanto aprendí español, y hablando además inglés y francés, nunca he tenido problemas para en- contrar trabajo, afortunadamente. Más adelante me estabilicé en un restaurante y estuve trabajando allí diez años, y ahora de nuevo trabajo Marruecos, tan cerca y tan lejos Darja, Boujema y Khadij son tres de los 3.811 marroquíes que viven en Lanzarote. Todos han aprendido a amar Lanzarote, pero no todos se sienten igual de europeos En Lanzarote residen en la actualidad, y según los datos recabados por el Centro de Datos del Cabildo Insular, 5.196 personas procedentes de África, 3.811 marroquíes, 441 mauritanos, 302 senegaleses y 642 proce- dentes de otros países. No todos han llegado a la isla por los mimos moti- vos, sin embargo la mayo- ría se han adaptado a las costumbres locales, eso sí, sin perder por ello las propias. Algunos se sien- ten bien siendo euro- peos, otros siguen sin comprender la manera de vivir occidental. Darja El Farri Hraima.

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34 Lancelot Nº 20. Mayo 2016

reportaje

M.A.C.Fotos: Jesús Betancort

Darja El Farri Hraima llegó a laisla en 1997. Iba para matemáticapero las circunstancias de la vida leobligaron a dejar sus estudios y setuvo que conformar con una forma-ción técnica profesional. Se hizoelectricista. Mujer de armas tomar ynada convencional, cuando su ma-dre enfermó de cáncer de mama ysu familia necesitó dinero, Darja no

se lo pensó dos veces. Dejó supueblo natal, Tan-Tan, y con unamaleta y muchas ganas de pros-perar, se vino para Lanzarote. «Enmi pueblo trabajaba de electricis-ta pero al llegar aquí no hablabael idioma y no fue posible nitrabajar, ni convalidar el título,así que empecé a trabajar ense-guida de camarera de piso, lim-

piando restaurantes o casas», expli-ca, apuntando que necesitaba dinerorápido para mandar a casa. «Lo ciertoes que, en cuanto aprendí español, yhablando además inglés y francés,nunca he tenido problemas para en-contrar trabajo, afortunadamente.Más adelante me estabilicé en unrestaurante y estuve trabajando allídiez años, y ahora de nuevo trabajo

Marruecos, tancerca y tan lejosDarja, Boujema y Khadij son tres de los 3.811 marroquíes queviven en Lanzarote. Todos han aprendido a amar Lanzarote, perono todos se sienten igual de europeos

En Lanzarote residenen la actualidad, y según

los datos recabados porel Centro de Datos del

Cabildo Insular, 5.196personas procedentes deÁfrica, 3.811 marroquíes,

441 mauritanos, 302senegaleses y 642 proce-

dentes de otros países.No todos han llegado a la

isla por los mimos moti-vos, sin embargo la mayo-ría se han adaptado a las

costumbres locales, esosí, sin perder por ello laspropias. Algunos se sien-

ten bien siendo euro-peos, otros siguen sin

comprender la manera devivir occidental.

Darja El Farri Hraima.

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de camarera de piso», afirma, seña-lando que el sueldo no es malo yes un trabajo al que se ha acostum-brado. «Cuando le decía a la genteque era electricista se extraña mu-cho», bromea. «Les parece raro enuna mujer, pero en casa los enchu-fes y todo lo que tiene que ver conla electricidad, lo arregló yo».

Darja se enamoró en Lanzarote yse casó con Boujema, un chico ma-rroquí con el que tiene tres niñas.Su vida ya es Lanzarote. Echa demenos a la familia, a los amigos y«el pescado fresco y baratísimo».«Aquí los sueldos son mucho másaltos, es verdad, pero también loes que la vida es muy cara», expli-ca. «Allí se cobra muy poco perotodo es muy barato. Es otra manerade vivir, pero cuando vamos de

vacaciones notamos mucho la dife-rencia, es cierto».

Son muchas las cosas que legustan de Lanzarote. «Siempre mehe sentido muy integrada, tal vezporque nunca he dejado de trabajary de estar en contacto con canarios,peninsulares, alemanes, ingleses...

con gente de todas partes», señala.«Me gusta el clima de la isla, muyparecido al nuestro, me gusta latranquilidad con la que se vive, laorganización, el orden para mí esmuy importante».

Sin embargo, cuando llegó, re-conoce que eran muchas las cosasque le chocaban. Sobre todo lasfiestas, la gran cantidad de cele-braciones que se hacen en España, ypor encima de todas ellas, el car-naval, la gente con poca ropa yhaciendo tonterías por la calle.«Ahora ya me he acostumbrado,pero reconozco que al principio meparecía que todo el mundo estabaloco», bromea.

Khadija. Boujema.

Boujema no se ajusta

en absoluto a la idea que

tenemos en España de

un hombre marroquí.

Es abierto y tiene ideas

europeas en lo que se

refiere a las mujeres”

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Visión europea de la vidaBoujema Zarbaoui Sounani es el

marido de Darja pero su historia esmuy diferente. Él tuvo la oportuni-dad de dejar su pueblo, Guelmin,situado al sur de Agadir, como sushermanos, para ir a Paris, dóndevivía su padre y cursar sus estudios,pero tenía muy claro que estudiarno le gustaba y cuando acabóBachillerato lo dejó. Tampoco que-ría volver a su casa. «Decidí venir aLanzarote en el año 2000, pasé aquíun par de meses, solicité los pape-les y me fui un año a Tenerifedónde estuve trabajando de rela-ciones públicas», señala, apuntan-do que al hablar también inglés yfrancés le resultó fácil. «Volví aLanzarote, arreglé los papeles ycomencé a trabajar de cocinero enun hotel. Allí precisamente conocí aDarja, y poco después nos casamos,primero en Marruecos, por el ritomusulmán, y luego en España porlo civil.

Boujema no se ajusta en absolu-to a la idea que tenemos en Europade un hombre marroquí. Es abierto,tiene mentalidad europea en lo quese refiere a las mujeres y la convic-ción absoluta que las mujeres tie-nen el deber y la responsabilidadde aprender, conocer, vivir y disfru-tar la vida igual que los hombres.Eso no significa que no respete sustradiciones y su religión, pero tienemuy claro que a él nadie le puededecir que sus hijas no pueden jugaral fútbol y al baloncesto, cosa quehacen, que no pueden estudiar oque su mujer no debería conducir ytrabajar fuera de casa. «¿Qué haceuna mujer encerrada en casa todoel día? Aburrirse, pasarlo mal y noaprender nada. En Europa es nece-sario que los hombres y las muje-res trabajen para llegar a fin demes», afirma, puntualizando queespera que sus hijas lleguen a sergrandes profesionales en aquelloque elijan. «A mí me gustaría quefueran ingenieras informáticas opediatras, pero lo tendrán que de-cidir ellas».

Es él quién lleva a sus niñas alcolegio y el que, siempre que pue-

tumbrado y lo respeta. De hecho,la que lo lleva al médico cuandovamos a verlos, es mi mujer porqueél lo prefiere ahora. Esto es Europay hay que actuar como europeos»,señala convencido. «En mi pueblolas mujeres no conducen».

Asegura que él nunca se hasentido rechazado en la isla peroapunta que «posiblemente sea por-que siempre he trabajado, he for-mado parte de un equipo de genteque me conoce, no sé qué pasaría sino pudiera trabajar», señala. «Ten-go amigos que han perdido eltrabajo y han dejado de sentirseparte de la sociedad insular. Es unadiferencia notable».

Boujema echa de menos a suspadres, a sus amigos, pero des-pués de vivir en París y en Bélgi-ca, adora la tranquilidad que sedisfruta en la isla. También echade menos el precio barato delpescado fresco. «Ahora cuandovamos para allá, sobre todo alpueblo de mi mujer dónde lasgambas se cogen casi con lasmanos pero no saben cocinarlasmás que cocidas, me pongo ahacer recetas como gambas alajillo, a la gabardina, a la mari-nera y alucinan... se vuelven lo-

de, las recoge. No tiene ningúnproblema con eso y lo deja muyclaro. «También es mi carácter. Heviajado mucho y creo que eso meha hecho muy abierto», afirma.

De hecho, Boujema siempre tuvoclaro que él se casaría con unamujer de mentalidad europea, peroreconoce que cuando van a casa, asu pueblo natal, a muchos les asom-bra, e incluso les molesta, que unamujer conduzca, arregle enchufes,trabaje o estudie. «Al principio, cuan-do mi padre venía a vernos sequedaba muy sorprendido y no legustaba que fuera Darja la que lellevara y le trajera con el coche, deaquí para allá, pero ya se ha acos-

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Boujema Zarbaoui Sounani.

Khadija, en cambio,

no se acostumbra a la

manera de ser occidental.

Le parece ofensiva la

manera de vestir de

muchas mujeres.

Una falta de respeto

a sus familias”

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cos», cuenta. «Tienen un pesca-do baratísimo pero no lo sabencocinar», se asombra.

La pareja cocina paella, puche-ro, potaje y papas arrugadas conmojo, pero también recetas típicasde su tierra y mantienen la decora-ción tradicional de las casas ma-rroquíes. «Nuestras hijas son eu-ropeas y lanzaroteñas, claro está,pero conocen y respetan nuestrascostumbres. La educación es fun-damental», asegura. «Estudiar yser buenas chicas, eso es lo únicoque yo les pido. Supongo que loque les pediría cualquier padre quequiera a sus hijos».

Adaptándose a la islaLa historia de Khadija Karioui es

diferente. Lleva un año y medio enla isla, pero no sabe hablar espa-ñol apenas. Es una amiga la quetraduce su historia. Su marido tra-baja desde hace años en la isla einició una reagrupación familiar. Apesar de su juventud, Khadija tiene

dos hijos, un hijo adolescente queya vive con ellos y una niña deapenas tres añitos que ha tenidoque quedarse con su abuela enMarruecos. «Mi marido necesitabauna nómina de al menos 950 eurospara poder traernos a los cuatro.Nosotros dependemos de él, hastaque tengamos la nacionalidad»,explica. «Pero sólo gana 925, asíque por 25 euros no hemos podidotraer a la niña», lo cuenta entrelágrimas, que no necesitan traduc-

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ción, mientras muestra la foto deuna pequeña sonriente en su carte-ra. «Espero que la podamos traerpronto porque la echo mucho demenos. Todos la echamos de me-nos».

Para lograrlo, Khadija estudiaespañol como hace años que nohabía vuelto a estudiar. Para ella laisla es un lugar bello y tranquilo y,sobre todo, muy organizado. «Esome gusta mucho, el orden, la orga-nización de las cosas importantescomo la educación y la medicina»,afirma.

Eso sí, no le gusta ver mujeresen bañador, ni con poca ropa. No locomprende, le parece una falta derespeto a sus familias.

Cómo ella, son muchas las ami-gas que no han querido contar suhistoria, ni mostrar su rostro.Lanzarote supone para ellos undestino amistoso y agradable en elque continuar su lucha diaria parasacar adelante a los suyos, pero notodos desean ser europeos.

“ En Lanzarote resi-

den en la actualidad más

de 4.000 marroquíes,

muchos de ellos con

hijos nacidos en la

isla y perfectamente

adaptados a las

costumbres europeas”