El Paisaje en La Maldición de Manuel María Madiedo

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EL PAISAJE EN LA MALDICIÓN DE MANUEL MARÍA MADIEDO 1 William Robayo Rodríguez Manuel María Madiedo fue una p eriodista, escritor, editor y político, nacido en Cartagena, el 14 de septiembre de 1815 y muerto en Bogotá el 6 de septiembre de 1888. Madiedo se definía como un defensor de las ideas fundamentales del mundo moral y del mundo social. Su formación de abogado y sus ideas sustentadas en el cristianismo configuran las bases de su pensamiento, reconocía en el derecho, la justicia, la libertad y el poder, los principios del orden social, y en la tríada "familia, propiedad y civilización", la clave de evolución de la humanidad. La maldición es una novela que relata la experiencia de Carlos, el hijo de un burgués que vuelve de Europa después de veinte años y se encuentra, bajo la perspectiva del extranjero y del pensamiento ilustrado, con la cultura local de una parte del río Magdalena. Al llegar a Mompós, Carlos se acerca a la rica tradición oral de los bogas a través de Diego, un sirviente al que se le encomienda la guía y protección del joven recién llegado. Al mismo tiempo los relatos fantásticos de Diego suscitan la curiosidad por conocer los lugares a los que tanto teme Diego y en general, los bogas. En la obra la naturaleza se vuelve objeto de admiración, allí el protagonista encuentra el ambiente propicio para la reflexión. Contraria a la visión de los bogas, que en realidad son mulatos, Carlos es poseedor de un pensamiento racional a través del cual observa la naturaleza. Gracias a las leyendas contadas por los bogas y a su curiosidad, es conducido por la ribera del río Magdalena hasta un arroyo de particular belleza, en el que encuentra una cascada en la que los estos afirman haber visto y oído al Mohán. Carlos descubre, después de trepar, a un anciano, que, como símbolo de sabiduría, ha transformado la parte alta de la cascada en un hermoso jardín. Aquí la narración se detiene cuidadosamente en la contemplación del paisaje. 1 El presente artículo se realizó como parte del seminario: Literatura, paisaje y jardín, ofrecido por el Departamento de literatura de la Universidad Nacional de Colombia para la Maestría en Estudios literarios.

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Paisaje en La maldición de Manuel María Madiedo

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EL PAISAJE EN LA MALDICIÓN DE MANUEL MARÍA MADIEDO1

William Robayo Rodríguez

Manuel María Madiedo fue una periodista, escritor, editor y político, nacido en Cartagena, el 14 de septiembre de 1815 y muerto en Bogotá el 6 de septiembre de 1888. Madiedo se definía como un defensor de las ideas fundamentales del mundo moral y del mundo social. Su formación de abogado y sus ideas sustentadas en el cristianismo configuran las bases de su pensamiento, reconocía en el derecho, la justicia, la libertad y el poder, los principios del orden social, y en la tríada "familia, propiedad y civilización", la clave de evolución de la humanidad.La maldición es una novela que relata la experiencia de Carlos, el hijo de un burgués que vuelve de Europa después de veinte años y se encuentra, bajo la perspectiva del extranjero y del pensamiento ilustrado, con la cultura local de una parte del río Magdalena. Al llegar a Mompós, Carlos se acerca a la rica tradición oral de los bogas a través de Diego, un sirviente al que se le encomienda la guía y protección del joven recién llegado. Al mismo tiempo los relatos fantásticos de Diego suscitan la curiosidad por conocer los lugares a los que tanto teme Diego y en general, los bogas.En la obra la naturaleza se vuelve objeto de admiración, allí el protagonista encuentra el ambiente propicio para la reflexión. Contraria a la visión de los bogas, que en realidad son mulatos, Carlos es poseedor de un pensamiento racional a través del cual observa la naturaleza. Gracias a las leyendas contadas por los bogas y a su curiosidad, es conducido por la ribera del río Magdalena hasta un arroyo de particular belleza, en el que encuentra una cascada en la que los estos afirman haber visto y oído al Mohán. Carlos descubre, después de trepar, a un anciano, que, como símbolo de sabiduría, ha transformado la parte alta de la cascada en un hermoso jardín. Aquí la narración se detiene cuidadosamente en la contemplación del paisaje.En la narrativa colombiana del siglo XIX la naturaleza cobra diversos roles. Aun así pretendo abordar la manera en que se convierte en objeto de admiración con sentido estético. Madiedo propone una dualidad; en su obra se encuentra entretejido el pensamiento ilustrado que presenta el referente europeo en contraposición con la tradición de una parte del río Magdalena. Al respecto surgen algunos interrogantes como: ¿qué uso se hace de la naturaleza?, ¿qué expresión estética se presenta de esta naturaleza en cuanto paisaje o jardín?, ¿cuál es la imagen del paisaje que Madiedo propone a partir del observador u observadores?La dualidad se presenta desde múltiples aspectos: la noche y el día, el lugar terrible y el lugar agradable, el pensamiento tradicional de los bogas y el pensamiento 1 El presente artículo se realizó como parte del seminario: Literatura, paisaje y jardín, ofrecido por el Departamento de literatura de la Universidad Nacional de Colombia para la Maestría en Estudios literarios.

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ilustrado de Carlos, el agua y la tierra. Aun así, se destaca de forma clara la presencia del agua en relación con los demás elementos del paisaje, haciendo de La maldición una novela del agua. De hecho esta obra forma parte del proyecto Biblioteca del río, que implica la recuperación de obras que, como afirma Carmen E. Acosta asumen el río [Magdalena] como elemento central en la configuración de la narrativa (Restrepo, 2012).

LA NOCHE Y EL DÍALos diferentes contrastes que me propongo analizar están marcados por la noche y el día. Los primeros acercamientos que se hacen en la obra sobre la fuente que los bogas denominaban el arroyo del otro mundo corresponden a momentos nocturnos. Gaston Bachelard (2003, p. 156) afirma que cuando la noche es personificada, parece como una diosa a la que nada se resiste, que envuelve y oculta todo; es la diosa del velo. Esta oscuridad convierte todo en figuras fantasmagóricas, así los majestuosos árboles y la vegetación se figuran como monstruosidades que actúan en la imaginación de los mestizos que gracias a sus leyendas han logrado mezclar lo real con lo supersticioso, lo cristiano con lo pagano. Las aguas del Magdalena y del arroyo se tiñen y opacan realzando el terror que la misma oscuridad produce al espíritu humano, como si dentro de ellas acechara algún leviatán. Las aves aumentan exageradamente su tamaño siendo irreconocibles y los sonidos de la naturaleza se transforman en lenguajes de otro mundo de tonos cavernosos y guturales, así lo narra Diego cuando Carlos le solicitó que lo condujera de noche al arroyo del otro mundo:

Mire, en ese arroyo hay de noche reuniones de diablos, de ánimas y de fantasmas más grandes que los árboles que tenemos a la vista. Un compae de sacramento, mío, me ha contao que yendo una vez perdido por ese lugá le cogió la noche en ese arroyo, y a no ser que tenía un rosario con la cruz y la imagen de nuestro seño habría sio arrebatao en cuerpo y alma por los demonios, que por toa la noche estuvo oyendo ayes… (Madiedo, 2010, p. 34)

De esta manera, se observa que la naturaleza en ausencia de luz evoca los más profundos temores. Cualquier contacto con otro ser materializa la leyenda y el horror. En la obra, dos de las cinco descripciones nocturnas corresponden a narraciones hechas por los bogas. En cada caso los habitantes de la ribera del río habían seguido el arroyo hasta un prado junto a la cascada y, en cuanto se disponían a comer, experimentaron la presencia de seres sobrenaturales. Hombres cubiertos de pelo, con los talones hacia delante, hablando un extraño idioma, y de fondo, música y cantos lastimeros que evocaban rituales fúnebres. Para tal situación no se produce una reacción racional, sino como se verá, el afloramiento del pensamiento tradicional:

La luna dejaba caer sus dulces rayos sobre el agua desgajada, dándole un esplendor indescriptible, y el silencio de la naturaleza lo sobrecogía de

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respeto. Diego y su compañero hicieron una candelada a la margen de la fuente, cada uno sacó un par de plátanos verdes que llevaba entre el seno de su camisa, y arrojándolos al fuego, los asaban contemplando la mansa caída de las aguas, cuando de improviso sones armónicos llenan el aire, y entre su dulce melodía, parece que resuena una voz humana. Despavoridos los amigos, no pudiendo sondear el extraño arcano de aquel misterio, y atribuyendo aquella música a algún coro de ángeles o a algún moján que desde el seno de la poceta en que descansa la bulliciosa linfa trataban de asentarlos con sus falaces acentos, echan a tierra sus sombreros, oran a la Santísima Virgen más de prisa de lo que quisieran, y con la imaginación exaltada, creyéndose perseguidos por espectros horribles y sombras de fantasmas, dejan la cascada, atraviesan el bosque y van a descansar de su espanto sobre la tibia arena dela playa. (Madiedo, 2010, pp. 30, 31)

Si bien aflora el pensamiento tradicional de los mulatos, es la oscuridad la que suscita dicha reacción. Son interesantes, por una lado la manera en que lo desconocido le produce temor al hombre y, de otra patrte, la estrecha relación entre estos temores y la construcción religiosa del mal. Lo que se puede ver en la obra de Madiedo es que este universo oscuro está poblado por seres malignos, que los pobladores han extraído de su tradición en conjunción con los relatos cristianos que habían traído los misioneros europeos. Para el cristianismo, la oscuridad es la representación de la maldad y el reino de los espíritus demoniacos. Allí hay dolor y sufrimiento eterno para aquellos que son incrédulos, pecadores y desobedientes a la fe. El infierno efectivamente se configuró como el lugar de la oscuridad por excelencia, y al mismo tiempo la representación de todos los males que la humanidad no podía explicar. Sin embargo, en otra de las descripciones nocturnas es el narrador quien asume el papel de observador. Si bien el velo de la noche que propone Bachelard cubre también esta mirada, los elementos supersticiosos y legendarios no se hacen presentes. La luna ilumina parcialmente el paisaje y su reflejo aparece diluido en las aguas tranquilas de la fuente y la poceta de la cascada que murmulla melodías y voces que se asemejan a un coro cristiano y evoca la figura femenina y el canto de los niños. Los árboles son penitentes que de rodillas elevan sus brazos a Dios, convirtiendo así el paisaje en un templo que habita el creador.

Los tres aventureros se sustraen al esplendor de la luna, que brilla suspendida en la inmensa bóveda de los cielos, como una magnífica lámpara de plata, y costean las aguas de la temible fuente bajo una negra bóveda que apenas deja entrar uno u otro temido rayo de luna. Un alborotado murmullo anuncia la cascada, que esta vez como en la última visita de Diego, no está henchida por las lluvias. Cae sobre la poceta formando círculos sucesivos y prominentes, en cuya vibración se multiplica cuanto hay que admirar en los espacios celestiales, …parece que la tierra pasmada de terror, calla esperando una tremenda sentencia que debe oírse en los confines de la eternidad. (Madiedo, 2010, pp. 58, 59)

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En esta descripción surge una notable diferencia respecto a las que hacían los bogas. Uno de los tres aventureros era Carlos, quien después de ofrecer una recompensa a quien lo condujera al arroyo pudo encontrar un boga que se arriesgara, el tercero era Diego quien lo acompañó por obligación. Aunque la reacción inicial de los bogas frente a una danta que emergía del agua fue pensar que se trataba de un ser fantástico, reconocieron finalmente la presencia de un animal y no de un mohán. La visión, como se verá más adelante, corresponde a la de un hombre que percibe la oscuridad de otra manera, Carlos es un hombre ilustrado, se ha educado en una universidad europea. La narración asume la postura racional y estética del paisaje. En La maldición, tal como lo afirma Milani (2006), El paisaje es una gran experiencia de emoción, de la visión y de la contemplación (p. 56). La naturaleza no se entiende como una amenaza, sino como algo digno de admiración:

Carlos, sentado a la orilla de la poceta en un aparente silencio, hablaba con sus aguas, con los guijarros de su seno, con las flores que tenía a su derredor, con los árboles vecinos, con las rocas, con la tierra y el cielo; y aun no contento con esto su espíritu parecía hablar con el mismo silencio de las tinieblas… (p. 62)

Luego de ser conducido y abandonado por Diego en el arroyo, Carlos trepa por la cascada en busca del origen de una extraña música que ha producido la huida de los bogas. Como lo esperaba, en lo alto de la cascada encuentra la explicación a la misteriosa música y a la aparición fantasmagórica que los nativos habían avistado. Era un anciano de barba larga y pelo cano, que, sentado a la orilla de la fuente, tocaba en su arpa una suave melodía. En ese momento, se dijo con entusiasmo: Este no es un salvaje, este es un filósofo (p. 66). Carlos pasó la noche en la morada del anciano, una casa de estilo oriental adornada con temas religiosos del Antiguo Testamento. El encuentro con al anciano marca el cambio espacio-temporal de la obra y dice: La noche terminó silenciosamente su fúnebre carrera; fue a hundirse en el seno profundo de los siglos pasados; y la aurora coloreando el oriente de una púrpura suave, abrió los tiernos capullos de las flores, humedeciendo con sus límpidas lágrimas la superficie de la arena… (p. 73)La contraposición a estas imágenes se presenta bajo la luz del día; el sol en oposición a la luna. En primer lugar, en lo alto de la cascada, un majestuoso bosque, un cielo sin nubes y un aire templado enmarcan la casa de estilo oriental:

Carlos abría sus ojos al nuevo día, cuyo calor vivificante sentía correr por sus venas. Al salir del aposento en que había reposado, vio al venerable anacoreta delante del crucifijo, postrado en tierra con los ojos levantados al cielo, recibiendo en sus blancos cabellos la dorada claridad del sol naciente que derramando eternas oleadas de vida, anunciaba levantándose con majestad la gran magnificencia del Todopoderoso. (p. 75)

Por otro lado, el enorme jardín de las memorias del anciano, morada de placer inocente, entreteje árboles y arbustos formando calles, plazas y laberintos. Las

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enredaderas en arco y el follaje forman espacios de descanso bajo los cuales protegerse de los rayos del sol:

[la fuente] daba paso a los oblicuos rayos del sol enseñando arenas de plata y peces de oro que embelesaban los ojos… el zapote levantaba a los cielos sus brazos poblados de hojas tinturadas de un verde apacible, ofreciendo una sombra hospitalaria a los brutos y a los hombres. (p. 78, 79)

Esta imagen del paisaje y del jardín, en la que los rayos del sol penetran libremente hasta la tierra o que en otros lugares son limitados por el follaje, se encuentra en conjunción con la posición elevada de la cascada. El paso de la noche al día coincide con la elevación del nivel del suelo. Carlos ha dejado atrás a los bogas y la superchería, se encuentra con el anciano sabio, con la música culta y la naturaleza ordenada por la mano del hombre. Todo esto se enmarca en la perfección de la luz, a través de la cual es posible observar y contemplar estéticamente el paisaje.

SACRALIZACIÓN DE LA NATURALEZA El paisaje en La maldición corresponde al análisis que hace Bachelard de las aguas compuestas. Al respecto afirma que La imaginación material de los cuatro elementos, aunque favorezca a uno de ellos gusta de jugar con las imágenes de sus combinaciones. Desea que su elemento favorito impregne todo… A esto tiende la noción de combinación. (p. 144). De esta manera, el eje central gira en torno al arroyo fantástico que desemboca en el Magdalena. Puede afirmarse que tanto el extranjero, que en realidad es un hombre que ha vuelto después de veinte años, como el nativo idealizan y sacralizan, a su modo, la naturaleza. Los habitantes nativos le atribuían particularidades en cuanto a la presencia de seres sobrenaturales malignos; Carlos y el anciano por su parte, ven allí una creación divina. Por otra parte, el narrador se constituye como el observador desde donde se construye una caracterización sacralizada de este lugar. El arroyo y la cascada son poseedoras de una virginidad salvaje pues no solo presenta una estructura edénica en la que jamás el hacha del hombre se ha usado, sino que inspira espiritualmente al visitante. La manera en que se hace esta construcción incluye una constante descripción, el uso frecuente de epítetos y de comparaciones. Sus árboles y en general la flora y la fauna son majestuosas, semejantes a un santuario; el mismo arroyo es comparado con un penitente que ora en la noche, las mariposas y los peces poseen el color del oro, las aves ostentan ricos plumajes y sonoros picos. Así el visitante se siente inspirado y recogido por un profundo respeto que se atribuye posiblemente a que el lugar se encuentra tal y como Dios lo creó. Hacia el final del arroyo se encuentra el pozo y la cascada, allí los bogas han visto en más de una ocasión a un ser extraño que identifican con el Mohán o moján como ellos lo llaman. Un demonio que interpreta una música extraña y un canto que despierta sus más profundos temores. Gracias a su ingenuidad, los bogas no pueden

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ver otra cosa que un lugar infernal del que deben huir, Carlos, por su parte, ve perfección y una naturaleza que le inspira a meditar y encontrarse con el creador. Cuando se encuentra frente a la cascada no siente temor, sino respeto, y aunque es un hombre de ciencia no pretende desprestigiar los sentimientos que el lugar les inspira a los bogas, por el contrario se siente extasiado ante tal belleza de la naturaleza. Al oír los relatos de los bogas pensaba que eran unas extrañas relaciones que siempre engendra una imaginación oscura en una inteligencia ignorante (p. 53)El choque en las visiones se basa en la perspectiva ortodoxa del cristianismo en la que Carlos ha sido formado y la tergiversada por los bogas al mezclar, como lo he mencionado antes, sus tradiciones y la doctrina cristiana. De esta forma se propone una mirada religiosa más moderna e ilustrada, en el sentido de que no considera la contemplación de la naturaleza como algo banal o contraria al espíritu cristiano, que se ha caracterizado por tener una postura interiorizante. El acercamiento a la naturaleza como paisaje es bastante reciente. El cristianismo que triunfó sobre el Imperio romano castigó duramente el paganismo griego y romano en donde las diversas fuerzas de la naturaleza habían asumido caracterizaciones divinas. A su vez impulsó la idea del distanciamiento entre el creador y la creación para enfatizar su esencia o desdivinizar la naturaleza. Es con el Renacimiento que se asume una postura estética de la naturaleza, una visión placentera y de disfrute que en resumen conlleva el concepto de paisaje. De acuerdo con Milani (2006), este cambio se produce en Italia a partir de las propuestas de Petrarca y Lorenzetti en el siglo XIV. El discurso moderno que se presenta en La Maldición no excluye de manera alguna la tradición religiosa, por el contrario esta es afianzada a la par de un pensamiento racional. Para Carlos es lógico pensar que, en la medida en que se siente inspirado hacia la divinidad, tal belleza es producto de la intervención divina. Pero a la vez resulta cierto para él que el jardín que se encuentra en la parte alta de la cascada es obra del anciano. Es una naturaleza bella pero ordenada y administrada por el hombre. El resultante de este constructo es el reconocimiento de la creación divina y la intervención racional en la naturaleza. Es una imagen dual, terrible y hermosa a la vez. Pero no porque lo sea en sí, sino por la posición que asumen los observadores, en este caso más tradicionales, como los bogas, o más ilustrados, como Carlos y el anciano:

Los hombres sin talento pasan sus ojos sobre toda la creación con una indiferencia inerte; pero el hombre verdaderamente ilustrado e intelectual, toma la hoja que ha derribado el viento de la copa del árbol más desconocido, la interroga mil veces acerca de su autor, y la palabra Dios retumba otras tantas ocasiones en el fondo de su alma. (p. 62).

El anciano vivía en aquel lugar hacía bastante tiempo, de hecho le dice a Carlos: muchos de ellos [los árboles] fueron sembrados por mis abuelos y al sentarme a su sombra, he creído gozar de una caricia paternal. (p. 80). Pero la razón por la que

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había determinado aislarse de la sociedad en aquel paraje y dedicarse a la meditación tenía su origen en la muerte trágica de su hija en el río Magdalena. Un aspecto que llama la atención es la reflexión que propone acerca de cómo Dios mismo es un observador y cómo la naturaleza en tanto creación le produce gozo o placer. De acuerdo con Tito Rojo (2011), los jardines son un paraíso, …un reflejo – un símbolo – una metáfora – un recuerdo – una aspiración (piadosa) del paraíso. (p. 72). El jardín de Madiedo se constituye como una representación de ese jardín:

[El anciano] le dijo: -No es este día época de tristeza, hijo mío: tal como hoy, se recreó el padre de los tiempos en la obra suntuosa de que nosotros somos parte: aires, luz, aguas, fuego, astros, plantas, animales, y por último, el hombre, su admirable imagen… (p. 78)

Siguiendo el relato bíblico, en la enumeración que hace el anciano de los elementos de la creación pone en último lugar al hombre, detrás del aire, la luz, el agua, el fuego, los astros, las plantas y los animales. En su discurso el hombre hace parte de la creación, pero también del paisaje que es admirado. La contemplación de la creación constituye una alabanza al creador: fueron la obra de seis días empleados por el que fue de toda eternidad, al cabo de los cuales, reposó gozándose en su magnífica creación. Gocémonos, pues, nosotros también en ella, admirando y alabando su eterna omnipotencia. (p.78). La creación y la manera en que Dios se gozó al ver su obra terminada son comparadas con el jardín como obra humana y la posibilidad de también gozarse en ella: El viejo dijo a Carlos: - Todo esto es obra de mis manos: el hombre se goza en las suyas, como Dios en la vasta creación del universo (p. 81). El jardín de Madiedo es un paraíso, un lugar edénico. Un templo de adoración al Todopoderoso.

DEL LUGAR TERRIBLE AL LUGAR AMENOEl contraste físico se propone entre un primer tramo que forma el arroyo desde su desembocadura en el Magdalena hasta la cascada y un segundo tramo del que hace parte el jardín, el arroyo, la casa oriental y el bosque cercano. El lugar terrible, que corresponde al primer tramo del arroyo se enmarca en la noche y sus fantasmas, la espesura de la vegetación, el agua teñida, los hombres salvajes, las aves siniestras, las terribles nubes que en la noche cubren la luna, árboles que aúllan, una fría fuente convertida en un lago de plomo, figuras monstruosas con gigantes patas de tigre en lugar de estrellas y enormes serpientes con alas dispuestas a devorar al boga. Estos, entre otros, son los elementos que incluye Diego en la descripción que hace de su experiencia en el arroyo del otro mundo y añade:

yo recé muchas sarves a Nuestra Señora en mi urtima visita a ese arroyo porque temí quedarme allí encantao por las malamañas de algún moján, o más bien llevado a los infiernos encuerpo y arma por una región entera de diablos en castigo de mis pecaos. (Madiedo, 2010, p. 32)

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Este tramo también es caracterizado por la muerte a través del agua misma. Carlos, quien trepa la cascada como símbolo de superación, muere allí mismo al lanzarse desde lo alto.El lugar ameno, por el contrario, se enmarca por la luz, el agua tranquila, los verdes prados, la naturaleza ordenada por el hombre, el cielo abierto, la casa oriental, el céfiro templado, las aves multicolores y los árboles frutales. Allí, inevitablemente, el anacoreta dedica su tiempo a la reflexión y a la contemplación. Para esto es que el anciano había construido el jardín, para recrearse, para admirarlo, para inspirarse en él, para encontrarse a sí mismo y al mismo tiempo huir del resto de la humanidad. Tal vez no lo sabía, pero la música de su arpa y su canto, entonados desde lo alto de la cascada, espantaban a los curiosos que lo tomaban por un fantasma. No le interesaba que la humanidad conociera su palacio, su morada de placer inocente. El anacoreta aparece como creador y como guía para el visitante, un sabio de larga barba y pelo cano que invita a contemplar la naturaleza de forma mística. A diferencia del trayecto de la noche anterior que se muestra como una exploración hacia lo desconocido, la experiencia del día se plantea como un paseo en que el anacoreta sirve de guía. El jardín se encontraba en medio de un paraje de características boscosas que en sí era una naturaleza admirada. El narrador hace una breve descripción de cuatro aspectos de esta naturaleza que rodeaba al jardín: la vegetación, la fuente, las aves y las flores.

…bello era contemplar aquellos bosques gigantescos de ceibas y cedros, meciendo los más tiernos retoños de sus alzadas cabezas con un susurro misterioso… Las enredaderas más particulares por la figura de sus hojas y la belleza de sus flores, cubrían como de una túnica esmaltada muchos de los troncos de aquellos árboles enormes. (p. 76)

Los frondosos y enormes árboles, en este caso ceibas y cedros, aparecen como un fondo y al mismo tiempo un refugio que limita la vista e incluso el acceso al jardín. A éste se llega por la fuente, pero para ello es necesario acceder por la desembocadura en el Magdalena y luego trepar por la cascada.

Caminando hacia el origen de la fuente, Carlos admiraba la rara belleza de su corriente, que ya formando senos pintorescos, ya bañando isletas cubiertas de las flores más desconocidas por su hermosura, unas veces reventándose sobre las peñas cubiertas de musgo que se oponían a su tránsito, y otras, mansa como una paloma acariciada daba paso a los oblicuos rayos del sol enseñando arenas de plata y peces de oro que embelesaban los ojos. (p. 76)

En su paseo Carlos fija su mirada en la fuente que hacía un recorrido sinuoso, en parte sonora y escabrosa, y en parte mansa y susurrante. En esta parte no hay senderos, la fuente sirve de acceso y eje natural a la vista del visitante.

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La mirada ahora se traslada al espacio, al aire. Los árboles y el cielo sirven de fondo para el doble espectáculo de color y sonido de las aves.

Las aves, no menos admirables que la fuente misma, ostentaban tanta variedad en los matizados plumajes… Al través de los espacios eternos, azules como un infinito zafiro, surcaban aves desmesuradas, remontándose a regiones etéreas. (p. 76)

Aunque no hay una descripción como tal de las flores, éstas se mencionan. “Las flores, las plantas y los árboles llenaban el ambiente de una dulzura inexplicable.” (p. 76). Los paseantes aún no han llegado al jardín, por esto parece lógico que en esta parte primen las formas más naturales y de mayor tamaño. A pesar de ser una naturaleza más espontánea se puede distinguir claramente frente a la parte baja de la cascada, que difícilmente permite el acceso.Al final de este pasaje se muestra la combinación de los elementos y la emoción que producía en Carlos al decir:

“el contraste del canto de las aves, el susurro del aura en el follaje sombrío y el sonoro murmullo de las límpidas corrientes, llenaban el corazón y satisfacían la inteligencia. El hombre admirando aquella naturaleza virgen, reconocía su verdadera patria, tan bella como la perfección de su alma.” (p. 77)

La composición sonora que se propone despierta una doble reacción, de una parte llenaban el corazón y, de otro lado, satisfacían la inteligencia. La admiración que se reconoce es la que un hombre como Carlos o el anciano pueden hacer, es decir, la posibilidad de observar la naturaleza de una manera estética. Los bogas no tienen dicha capacidad que es básicamente cultural e intelectual. De hecho en el texto no se les da la oportunidad de acceder a esta parte del paraje, ellos han quedado atrás, en el lugar terrible. Esta descripción de una naturaleza formidable sirve de antesala al jardín. El primer aspecto que se destaca en el jardín es la simetría arquitectónica. Más adelante también menciona la perfección matemática del conjunto. Las calles, plazas y laberintos que se formaban en el jardín a partir del arroyo, los árboles frutales, las flores y las enredaderas siguen esta característica del jardín clásico:

A pocos minutos se ofreció a la admirada vista de Carlos un simétrico jardín de plantas, flores y árboles robustecidos por los años… Dicho esto, tomole la mano y le llevó a pasear el contorno de aquella morada de placer inocente. …una inmensidad de árboles desconocidos pero de dimensiones monstruosas llenaban los derredores de la morada del anacoreta, de una hermosura tan colosal como virgen, figurando calles, plazas y laberintos pintorescos. (pp. 77, 78)

Sin embargo el jardín de Madiedo difiere en algunos aspectos. En primer lugar, hay simetría en la construcción, pero no hay arbustos podados. Por el contrario los elementos parecen estar dispuestos con cierta naturalidad. Este aspecto

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corresponde un poco más a las propuestas de los jardines paisajistas, que se implementaron en Inglaterra a mediados del siglo XVIII. Vale la pena mencionar que en el jardín paisajista se propuso la eliminación de toda forma de arte topiario con el propósito de relacionar el jardín con el paisaje (Fariello, 2004, p. 215):

Las enredaderas completaban este cuadro gigantesco, no sólo adornando poéticamente los troncos más robustos, sino formando al través de ellos arcos tejidos por la naturaleza y matizados con mil campanillas y caracuchos aromosos. La fuente retoza caprichosamente entre estos árboles centenarios, formando baños que parecen obra del refinamiento del hombre, más bien que de la simple naturaleza

Por otro lado, aunque no se especifican, la casa tiene características orientales. Aun así aparece una adjetivación cuando el anciano la llama: morada de placer inocente. Aludir al estilo oriental le da un matiz reflexivo al contorno del jardín. Su uso corresponde claramente al ocio, la contemplación y la reflexión. Por demás, la casa en el jardín de Madiedo se encontraba incrustada entre graciosas palmeras y cocos altísimos. La presencia de la casa oriental en el jardín de Madiedo puede interpretarse como otro acercamiento al jardín paisajista. Estos conceptos del jardín oriental llegaron a Europa a través de la diversa literatura de viajeros y misioneros. (Fariello, 2004,p. 213). El aspecto del jardín de Madiedo tiene una combinación que le hace corresponder, si se quiere, a una transición entre el jardín clásico y el paisajista. Se destaca, como he dicho, la simetría, pero también el distanciamiento del hombre en cuanto a su intervención. Las enredaderas forman arcos entre los árboles, pero tejidos por la naturaleza, la fuente retoza caprichosamente, o como he dicho antes sinuosamente, formando baños que parecen obra del refinamiento del hombre, más bien que de la simple naturaleza. Evidentemente el hombre, en este caso el anciano, ha planificado las calles y plazas que determinan la forma del jardín, pero el aspecto de los elementos parecen o se disponen de una forma muy natural. Bacon defendía que tras las partes más o menos artificiosas debía haber un lugar salvaje donde plantas y arbustos puedan desarrollarse libremente en estado natural. (Fariello, 2004, p. 214). En el texto La arquitectura de los jardines Fariello explica cómo a principios del siglo XVIII el jardín clásico evolucionó y cita a d’Argenville quien afirmaba que “el arte debe ceder ante la naturaleza” y continúa diciendo que este acto de ceder implica que “los elementos del jardín, aun obedeciendo a una norma compositiva arquitectónica, han de aparecer casi como si hubieran sido dispuestos por la naturaleza misma” (p. 209). El tercer aspecto que se destaca es la abundancia de árboles frutales y su significativa producción. El término que usa es agobio ante el peso de la cantidad de frutos que ofrecen los árboles. Esta idea deja ver la vitalidad y generosidad de la naturaleza. Allí el hombre no tiene la necesidad de cultivar la tierra, puede alzar la mano y tomar del fruto que le ofrece la naturaleza y dedicar su mayor esfuerzo a la contemplación de la misma:

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Una casa construida al estilo oriental se dejaba ver con una confusión misteriosa, como incrustada entre graciosas palmeras y cocos altísimos. La fuente corría bulliciosa al pie de aquella amable morada, y a su margen el plátano batía mansamente sus hojas al soplo de las auras, dejando ver los maduros racimos de un fruto lleno de aroma. El guayabo, el naranjo, el limo, el anón, el mango, el caimito, y otros muchos árboles frutales se agobiaban, amenazando desgajarse bajo el peso de sus sazonadas producciones; y hasta el silvestre Jobo amarillaba cubierto de sus ciruelas, que atraían aves desconocidas en las demás partes del mundo. (p. 77).

Hasta aquí, las descripciones se presentan como parte de un recorrido, un paseo desde la parte exterior, figurada como una especie de muro formado por los altos árboles, hacia el interior en donde se encontraba el jardín. Ahora, los paseantes se detienen al final de una calle, un lugar donde era posible observar la totalidad del jardín:

Carlos callaba, y sus ojos erraban como a la ventura, mientras entraban en una avenida de mimbres agrupados. Al fin de esta calle, parándose el anacoreta, dijo: -He aquí el jardín de mis memorias. Carlos paseó sobre aquel delicioso paraíso sus ojos atónitos. La fuente atravesaba mansa aquel jardín bellísimo, semejante a una virgen sin mancha que duerme sobre un lecho de rosas. La simetría era matemática y las flores innumerables. Entre los lirios blancos y morados descollaban los girasoles, y al pie de las flores del paraíso nacían las graciosas clavelinas y los sencillos cortejos. Los claveles, las azucenas, las mosquetas y los nardos, se rivalizaban por la belleza de las formas y la suavidad de los perfumes. La sencilla malva-rosa y la triste viuda, también crecían en aquel edén de aroma. En su centro había un cuidadoso circo formado por limoneros en flor, que dejaban vagar la esencia de sus azahares sobre las alas de las auras: las rosas de Alejandría alternaban con las de Jericó, rivalizadas por bellas y olorosas adelfas, mostrando sus lindas corolas frescas como las mejillas de una beldad de quince primaveras, y los aromosos jazmines de España y de Arabia derramaban torrentes de un perfume celestial. El viejo dijo a Carlos: -Todo esto es obra de mis manos: el hombre se goza en las suyas, como Dios en la vasta creación del universo. (pp. 80-81)

Durante el recorrido Carlos y el anciano han podido satisfacer los sentidos. El coro que forman las aves, la fuente y los árboles que se mecen con el viento han recreado su oído. El baño proporcionado en la fuente ha vitalizado su cuerpo. Las flores y los árboles frutales inundan el jardín con su aroma delicioso. Aunque durante el recorrido se evidencia la observación de los diferentes elementos, es en este último momento, en el que llegan al final de la calle de mimbres y se detienen, que Carlos pasea sus ojos atónitos. Recrear la vista requiere, al parecer, de la quietud, del lugar apropiado, de la disposición de ánimo para contemplar y de la soledad. La calle terminaba, en este sentido obligaba a parar o iniciar el recorrido en otra dirección. Respecto al lugar, aunque no se describe mayormente, se entiende

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que desde ese punto en particular podía el visitante hacer una observación de conjunto, el anciano condujo deliberadamente a Carlos hasta el final de esta avenida de mimbres y le presentó de esta forma el jardín de sus memorias. La disposición de ánimo se había logrado mediante el mismo recorrido, a través del cual Carlos se había fijado en las partes que constituían el jardín. Finalmente, el anciano comparte con Carlos su soledad. En la narración, los bogas cumplen una función múltiple, son quienes despiertan la curiosidad de Carlos y lo conducen hasta el arroyo del otro mundo, expresan su posición tradicional y sincrética sobre la naturaleza, y por lo mismo no acceden al jardín edénico en lo alto de la cascada; lo cual deja a Carlos solo frente a la naturaleza, condición necesaria para la contemplación. De esta forma, se presenta un desarrollo paulatino de las emociones hasta lograr un clímax que se alcanza en la parte central del jardín. Allí se encuentra un circo de una gran variedad de flores coronado por la rosa de Jericó. A partir de este momento, la observación se presenta como un conjunto, una composición:

A medida que los dos compañeros avanzaban en las lindas avenidas de aquel paraíso, los ojos de Carlos admiraban, no sólo la belleza de las flores, la mansa linfa de la fuente y la graciosa simetría que allí reinaba, sino también la hermosura de los pájaros que habitaban aquella mansión deleitable. (p. 81)

El jardín de Madiedo es visto como un conjunto que implicaba la observación sucesiva que se logra a través del mismo diseño del jardín. Las calles formadas por las diferentes variedades de plantas y árboles tienen este objetivo. Fariello (2004) afirma que

“La concepción clásica consideraba el paisaje en su cualidad estática, como una serie de representaciones separadas susceptibles de ser disfrutadas desde puntos de vista fijos; la escuela paisajística inglesa, por obra de Repton, asoció esta concepción a la idea de movimiento, de manera que las visiones pudiesen disfrutarse en sucesión y con continuidad, por medio de los paseos.” (p. 233).

Visto de esta manera, el jardín de Madiedo tiene ciertos visos que corresponden, por un lado, al jardín clásico o barroco como los diseños geométricos, y de otra parte, al jardín paisajista, como ejemplos de esto me he referido a la disposición de los elementos de manera natural, la presencia de la casa oriental y la visión de conjunto que permiten los paseos y lugares de observación panorámica o total del jardín.Una última descripción aborda lo colorido a partir de la profusa variedad de aves.

Veíanse allí entre la desconocida multitud de aves tan mansas que parecían domesticadas por la mano de un ángel, canarios color de oro acrisolado, ensayando caprichosas modulaciones sobre una piedra, …el cucarachero parecía cantar la perfección de las obras de Jehová, …el azulejo ostentaba su bellísimo plumaje color zafiro y gustaba de las aguas nectáreas, peinándose

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el pecho con su grandioso pico que humedecía a cada momento; el cardenal tinturado de púrpura y negro, ostentaba saltando entre los azahares, su elegante moño, más vistoso y suave que la seda; y en el circo de limoneros, rosas y jazmines que estaba en el centro del jardín, se veían mariposas engalanadas de preciosos esmaltes, abejas doradas, que susurrando blandamente, libaban en el seno de la bellas flores la esencia de que forman sus dulcísimos panales; y en fin, el pájaro mosca y el curioso tominejo ostentaban a la luz del día mil tornasolados cambiantes de azul, púrpura y oro. …llamada su atención por una bellísima rosa de Jericó, se dirigió al circo del centro del jardín, pero apenas extendía su mano hacia la linda flor, rival de la aurora, cuando precipitándose sobre él su viejo guía, le gritó con voz alterada: ¿desgraciado!... No profanes… el asilo de los muertos!... (p.82)

EL AGUA Y LA TIERRAUna contraposición más es evidente, si bien he afirmado que en La maldición el elemento predilecto del paisaje es el agua, y que por lo mismo puede considerarse una novela del agua, su opuesto o, si se quiere, su complemento es la tierra. Allí el agua, representada por la fuente se abre camino entre la tierra, la surca, la golpea en su caída por la cascada, la refleja, la alimenta. Los mimbres, los árboles, las flores, las enredaderas, todos estos elementos que pertenecen a la tierra se observan en la poceta, en los tramos de agua tranquila. Al mismo tiempo estos elementos que se encuentran combinados no se representan mezclados. El agua de la fuente es cristalina, no hay ni siquiera en el tramo posterior a la cascada imágenes de agua turbia, todo el tiempo mantienen una armonía imperturbable. Tampoco se presenta la intromisión contraria, es decir, la de la tierra inundada de la que es producto el barro y el lodazal. Estos elementos mantienen una relación casi matrimonial de iguales. El límite es perfectamente observable. Cuando Carlos y los bogas se acercan, costean las aguas de la temible fuente, y, sin embargo parecen combinarse, cuando Carlos en compañía del anciano pasean por el jardín, “llegados al bello remanso de un recodo en que las aguas parecen dormir sobre un lecho de plata, sirviendo de espejo a los mimbres y palmeras de corosos que sombrean la deliciosa margen, el viejo convidó a su compañero al baño más encantador” (Madiedo, 2010, p. 77). No solo parecen combinarse por la imagen en donde la tierra es el lecho de plata en el que duerme la fuente, sino porque la vegetación, que crece en la tierra, se alimenta y se observa, como Narciso, en la misma fuente.

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BIBLIOGRAFÍA

- Bachelard, Gastón (2003) El agua y los sueños. México: FCE.- Colombia.com. (s.f.) El Mohán. Recuperado el 7 de marzo de 2015 de http://www.colombia.com/colombia-info/folclor-y-tradiciones/leyendas/el-mohan/ - Fariello, Francesco (2004) La arquitectura de los jardines. De la antigüedad al siglo XX. Barcelona: Reverte- Gómez, Lucella (s.f.) Manuel María Madiedo. Recuperado el 17 de febrero de 2015, de: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/madimanu.htm- Madiedo, Manuel María (2010) La maldición. Bogotá: Diente de León.- Milani, Raffaele (2006) Estética del paisaje: formas, cánones intencionalidad. En: Maderuero, Javier et al. (2006) pensamiento y paisaje. Madrid: Abada editores.- Restrepo, Carlos (2012) La memoria literaria del río Magdalena. El Tiempo (22 de mayo de 2012). Recuperado el 7 de marzo de 2015 de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-5439046- Tito Rojo, José (2011) El paraíso es un jardín. En: Calatrava, Juan y Tito, José (Eds.) Jardín y paisaje, miradas cruzadas. Madrid: Abada editores.