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El nuevo orden geopolítico sudamericano y la posición internacional del Perú Oswaldo de Rivero

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El nuevo orden geopolítico sudamericano y la posición internacional del Perú

Oswaldo de Rivero

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en sudAméricA hA colApsAdo el viejo orden geopolítico, donde Argentina se disputaba la hegemonía del continente con Brasil, donde Chile era aliado del Ecuador y se autodefinía además como «aliado» del Brasil (sin serlo) solo para preocupar a Argentina, donde el Perú y el Ecuador eran «enemigos», y nuestro país creía –candorosamente– que Argentina era su «aliada» frente a Chile.

Este viejo orden geopolítico está siendo reemplazado por uno nuevo, donde Brasil surge como la potencia hegemónica sin rival en Sudamérica, donde el Ecuador ya no considera que sus intereses nacionales son contradictorios con los del Perú y por lo que es cada vez menos aliado de Chile, que se encuentra, después de perder en La Haya, enfrentando otra demanda de Bolivia en ese mismo tribunal.

Nunca, como ahora, se está presentado un panorama geopo-lítico tan favorable para el Perú, puesto que nuestra frontera más extensa es con el Brasil, la potencia hegemónica de Sudamérica y la que tal vez sea, algún día, una nueva potencia mundial. Si el Perú repotencia el acuerdo de alianza estratégica firmado con Brasil el 2003 y logra convertirse en un verdadero socio y aliado del gigante de Sudamérica, nuestro poder nacional aumentaría notablemente en el continente. Asimismo, el Perú debe aprovechar este entorno geopolítico favorable para lograr una nueva relación

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con Chile que cambie la actual relación asimétrica económica y militar que hoy mantiene.

No obstante, este panorama geopolítico favorable, el gobierno de Ollanta Humala no tiene un plan estratégico donde se describa con precisión nuestros intereses nacionales, con las acciones de política exterior que hay que implementar para promoverlos, al igual que las medidas alternativas, en caso de que algunas de estas acciones no funcionen.

Sin estrategia ante al nuevo orden sudamericano emergente, se puede decir que el Perú practica hoy en la región una diplomacia sin política exterior, en donde cada embajada peruana cumple con la rutina diaria diplomática que surge de sus contactos con el gobierno ante el cual está acreditada, sin guiarse por una estrategia sudamericana.

Esta ausencia de un plan estratégico sobre el nuevo poder sudamericano emergente se nota no solamente por la falta de iniciativas diplomáticas del Perú, sino también en los discursos y declaraciones de Humala sobre Sudamérica, los que están llenos de frases emotivas y hasta cantinflescas, huecas de visión estratégica, que no dicen nada, como por ejemplo:

«Somos un gobierno integracionista y estamos convencidos de que América Latina, y en particular América del Sur, tienen hoy una responsabilidad histórica que no podemos desaprovechar. Solos podemos avanzar más rápido, pero juntos podemos avanzar mejor y más lejos»1.

En estos tres años de gobierno de Humala la «política exterior» casi no existe. Lo que existe es firmar Tratados de Libre Comercio (TLC) con todo el mundo. Por estas razones los analistas internacionales (en particular The Economist) lo ven como un converso al neoliberalismo, que establece TLC a diestra y siniestra.

1 Mensaje a la nación del señor presidente Ollanta Humala con motivo del 191° aniversario de la independencia nacional. Lima, 28 de julio del 2012. Ver en: goo.gl/utQkNW

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La verdad es que esta moda de los TLC viene desde el segundo gobierno de Alan García y Humala la ha continuado debido a una percepción puramente ideológica que se ha incrustado en el pensamiento tecnócrata peruano, que cree que estos instrumentos van a mantener la economía del Perú creciendo cuando no hay ninguna prueba de que el libre comercio per se origine prosperidad. Solo hay que ver como está México después de muchos años de haber firmado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). De igual modo, también hay que echarle un ojo a la torre de Babel, llena de austeridad y desempleo, que es hoy la Unión Europea, después de la grandiosa liberación del comercio entre sus miembros, y que decir de los Estados Unidos, gran promotor del libre comercio, hoy atorado de mercancía China, con un enorme déficit comercial y lleno de desempleo.

El libre comercio no crea automáticamente prosperidad, eso depende de los productos involucrados y de los precios de los mismos. Si el intercambio que se realiza dentro de un TLC es exportar materias primas con precios que bajan e importar una creciente gran variedad de manufacturas con alto contenido tecnológico, como es el caso del intercambio del Perú en sus TLC con países industrializados, el resultado, al cabo de un tiempo, será el desequilibrio comercial. Y es por esto que desde hace tres años ya tenemos un déficit de la balanza comercial que, según los expertos, seguirá aumentando en el futuro.

En América Latina se han glorificado siempre los nuevos sistemas de integración que, luego de un tiempo, por producir resultados por debajo de las expectativas, se paralizan. Hasta ahora la integración no ha funcionado bien en la región. ¿Por qué se cree entonces que el sistema de libre comercio de la Alianza del Pacífico va a ser inmune a esta realidad? Creerlo, frente a la experiencia histórica, es pura ideología. Solo el tiempo dirá si la Alianza del Pacífico podrá sobrevivir el capitalismo del siglo XXI, que es muy diferente al del siglo XX, que creaba empleo y

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prosperidad. El capitalismo actual crea más bien abismo social y recalentamiento global.

Recientemente el nuevo gobierno de Chile ha criticado la «politización» de la Alianza del Pacífico, es decir, el uso de ella para criticar los otros sistemas de integración sudamericanos. Con motivo de una reunión de los empresarios del Foro de Cooperación Económica Asia - Pacífico (APEC) en Santiago, donde participaron por primera vez los cancilleres de Brasil y de Argentina, invitados por Chile, el nuevo canciller chileno, Heraldo Muñoz, dijo que Sudamérica no se puede dividir y que Chile desarrollará en Sudamérica una política de «puente» entre los sistema de integración sudamericanos del Pacífico y el Atlántico.

La razón de esta nueva política chilena en Sudamérica se debe a que el nuevo gobierno de Michelle Bachelet es muy consciente de que Chile, ensimismado en su eficiencia económica, en la solidez de sus instituciones y en su pertenencia a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), se creía a un pasito del desarrollo, sintiéndose así diferente a toda la América Latina. En base a ello, no le preocupaban mucho sus relaciones con su entorno sudamericano, convirtiéndose así en un Estado solitario, armado hasta los dientes, que se sentía rodeado de vecinos corruptos e ineficientes. Chile se convirtió de esta manera en un país lejano de Latinoamérica, en una suerte de Israel, pero sin enemigos reales. Sin embargo, la protesta de los estudiantes, manifestación de la gran desigualdad social de Chile (una de las más grandes del mundo), unida a la demanda del Perú (donde «perdió» una parte de soberanía marítima) y ahora la demanda de Bolivia, han hecho que Chile regrese a Sudamérica. Bachelet quiere salir de esta situación convirtiendo a Chile en un país preocupado por la unidad sudamericana, en un «país puente» entre Brasil y Argentina y entre los sistemas de integración sudamericanos: La Alianza del Pacífico y Mercosur.

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Al parecer la cancillería peruana y Humala no se han dado cuenta y creen, como muchos peruanos y también muchos chilenos, que después de La Haya todos los intereses peruanos y chilenos son coincidentes, cuando esto no es así, pues, tal como se ha mencionado, para Chile la Alianza del Pacífico lógicamente vale si le sirve para consolidar su actual hegemonía económica en el Pacífico sudamericano y también para mejorar su relación estratégica con el Brasil. En otras palabras, Chile quiere lo mismo que quiere el Perú.

Sin duda, después de los positivos resultados de La Haya, debemos construir una nueva relación con Chile, pero basada en «ventajas mutuas» y no solo de provecho para uno. Para hacerlo debemos estar conscientes de dos cosas. Primero, que la reciente pretensión chilena de querer ser un «país puente» con el Brasil puede diluir la relevancia de nuestra alianza estratégica con este. Segundo, que una nueva relación con Chile significa cambiar la asimetría actual de las relaciones chilenas - peruanas, que son casi similares a una relación Norte - Sur, algo así como la que tiene Estados Unidos con México, donde Chile pone el capital y el Perú pone los trabajadores, y donde además persiste un desequilibrio militar. Sobre este último punto, cabe mencionar que no le debemos «echar la culpa» a Chile sobre su superioridad porque la verdad es que como Estado - Nación nuestro vecino del sur ha sido mucho más eficiente que el Perú para crear prosperidad y seguridad nacional. Nos toca ahora a nosotros cambiar esta asimetría, sin complejos ni rencores, sino con eficiencia y realismo.

Asimetrías entre el Pacífico y el Atlántico (Brasil)

Lo más preocupante del minimalismo de la política exterior de Humala frente al nuevo orden geopolítico sudamericano es la innecesaria preferencia de la Alianza del Pacífico sobre la alianza estratégica entre el Perú y Brasil. Este es un grave error geopolítico

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pues ambas alianzas son igual de importantes para nuestros intereses, por lo que deben desarrollarse simultáneamente, para así lograr que el Perú gane poder en el continente siendo un pívot estratégico entre el Pacífico y Brasil.

Este gobierno no entiende que la Alianza del Pacífico es solo un tratado multilateral de comercio que no tiene la proyección geopolítica de una alianza estratégica bilateral exclusiva entre el Perú y Brasil. No comprende tampoco que la Alianza del Pacífico hay que manejarla con cuidado porque al final sus países integrantes, entre ellos el Perú, van a ser parte de un gran tratado económico y comercial llamado Acuerdo de Asociación Transpacífico (negociado en secreto) y que, como dice Joseph Stiglitz, tiene el propósito darle ventajas comerciales y de propiedad intelectual a las corporaciones norteamericanas. Se debe tomar en cuenta, además, que el Acuerdo de Asociación Transpacífico tiene una clara carga geopolítica porque excluye a China, siendo obvio que este es uno de los instrumentos de los Estados Unidos y sus aliados (Japón, Australia, Nueva Zelandia y Vietnam) para contener cualquier pretensión hegemónica de China en la región Asia - Pacífico.

La Alianza del Pacífico y la alianza estratégica con el Brasil no son incompatibles para los intereses nacionales del Perú, por lo que no deben tratarse por separado, sino de manera coordinada y simultánea, dentro de un plan estratégico sudamericano, frente al nuevo orden geopolítico emergente en la región.

La estrategia del Perú debe consistir en participar con interés en la Alianza del Pacífico, primero, porque el Perú no puede estar ausente de ningún proyecto económico o geopolítico en el Pacífico y, segundo, porque Chile quiere lógicamente reforzar su hegemonía económica en esta zona, sumado a su interés en una relación estratégica con el Brasil haciendo de «puente» entre esta Alianza y el gigante sudamericano. Ante esto ultimo, la única manera de evitar una falta de relevancia de nuestro acuerdo de

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alianza estratégica con Brasil es repotenciándolo lo más rápido posible, introduciéndole componentes estratégicos importantes (como sería hacer efectivo el acuerdo para controlar y vigilar la Amazonia) y, además, introduciendo un nuevo tema, indispensable en toda alianza estratégica, como es la cooperación militar entre el Perú y Brasil.

Sin embargo, al hacer esta repotenciación hay que estar consciente que convencer al Brasil de comerciar a través del Perú, o a través de empresas mixtas por el Pacífico peruano, no será fácil pues las clases dirigentes del Brasil, cualquiera que sea su tendencia, no tienen una visión estratégica de la proyección bioceánica de su país desde su hinterland amazónico hacia el Pacífico. Como dice el internacionalista peruano, Enrique Amayo Zevallos, para las élites brasileras el Pacífico no está después del Amazonas, sino en «California, en el Japón, en la China, en los tigres asiáticos», a pesar de que a comienzos del siglo XX uno de los más lúcidos pensadores brasileños, Euclides da Cunha, había escrito un importante ensayo sobre la importancia del Pacífico para el Brasil llamado «Primacía del Pacífico».

La verdad es que el Brasil no tiene todavía, como potencia emergente, una visión bioceánica, lo que lo diferencia claramente de los Estados Unidos cuando era una potencia emergente allá por el siglo XIX. La elite política estadounidense, al contrario de la brasileña, sentía que tenía un «destino manifiesto», quería ser una gran potencia mundial y sabía que para ello había que ser un país bioceánico, dominar los océanos, to rule the waves, como su rival y madre patria, el Imperio británico. Y por ello se lanzó sobre México y lo despojó de California. Estados Unidos fue desde su comienzo un Estado republicano Tiranosaurio Rex, mientras que Brasil fue desde su comienzo un imperio conservador sin muchas ambiciones, una suerte de gran Diplosaurio herbívoro que ahora se contenta solo con devorar

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su Amazonia, sin «destino manifiesto» bioceánico. Si lo hubiera tenido yo estaría tal vez escribiendo ahora en portugués.

Por todo esto, convencer al Brasil de que sus intereses estratégicos deberían apuntar a ser un país con proyección bioceánica, conectándose comercialmente con el Pacífico a través del Perú, por ser su frontera amazónica más cercana a este océano, va a tomar tiempo y paciencia. No por ello el Perú debe abandonar la alianza estratégica que tiene con el Brasil, porque ser aliado de la potencia hegemónica de Sudamérica y ser así un pívot estratégico entre el Pacífico y el Atlántico, nos llevaría a fortalecer e impulsar nuestros intereses en la región y el mundo.

Para repotenciar muestra alianza estratégica con el Brasil debemos ir más allá de la integración física, fronteriza, el comercio y la administración hídrica, introduciendo en nuestro acuerdo un importante componente de seguridad y de cooperación militar.

En el campo de la seguridad, se firmó hace años el acuerdo SIVAM - SIPAN de vigilancia y control de la Amazonia. Este acuerdo es hoy tal vez el único ingrediente estratégico que tiene nuestra alianza con el Brasil. Lo menos que pueden hacer los dos países que tienen los mayores territorios amazónicos es poder vigilarlos electrónicamente y tener así el control sobre ellos para proteger su ecología y luchar contra el narcotráfico, y eventualmente impedir que grupos narcosubversivos se desparramen por la Amazonia. Sin embargo, este acuerdo SIVAM - SIPAN no funciona, al parecer, por falta de tecnología de parte del Perú.

Otro elemento indispensable para una verdadera alianza estratégica, y que debe ser introducida en nuestra alianza con el Brasil, es el componente militar. Todas las alianzas de este tipo en el mundo cuentan con este tipo de interacción.

Dicho componente podría comenzar haciendo que las Marinas del Perú y del Brasil efectúen maniobras conjuntas anuales en el Pacífico. También se podría hacer lo mismo entre las Fuerzas Áreas y los Ejércitos en la Amazonia. Además, el Perú debería estudiar

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la posibilidad de constituir joint ventures para la fabricación de armamento en el país. Si bien el gobierno de Humala ha preferido hacer esto con Corea del Sur, habría que dejar espacio para tener una cooperación similar con la Marina del Brasil, en los Servicios Industriales de la Marina (SIMA), y crear joint ventures entre los dos ejércitos.

Para fortalecer la alianza con el Brasil hay que llevar a cabo también la propuesta de los fosfatos del norte peruano y culminar la ejecución de la carretera bioceánica terminando el tramo amazónico y el interoceánico.

Si en los dos años que faltan para que finalice el gobierno de Humala este se atreve a fortalecer la alianza estratégica con el Brasil con los componentes de seguridad y cooperación militar, lograría que el Perú se convierta en verdadero aliado del «hegemón sudamericano», logrando así que el país gane una importante «renta estratégica» que acrecentará nuestro poder en el nuevo orden sudamericano.

Por otro lado, este gobierno también ha sido criticado por su gradual desinterés por la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Si bien esto es verdad, también es cierto que la UNASUR es hoy una organización que actúa por debajo de las expectativas que tuvieron sus fundadores. La verdad es que UNASUR está en crisis. El único de sus consejos institucionales que funciona es su Consejo de Defensa, aunque lo hace en temas muy generales a través de debates grandilocuentes. Un ejemplo claro de esta situación es el tema de la limitación del gasto militar, que es actualmente letra muerta, pues hoy en día existe una carrera armamentista en Sudamérica destinada a proveerse de armas de última generación en la que están metidos, incluso, los más importantes países de la UNASUR.

Esta carrera la comenzó Chile, siguiéndola Brasil, Venezuela, Colombia y el Perú, que no ha podido quedarse atrás y está modernizando su armamento, lo que está bien, pues un país no

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puede quedarse inerme en medio de una carrera armamentista, sobre todo en un mundo en donde reina una gran anarquía «apolar», donde no hay sheriff, donde ninguna gran potencia puede poner orden y donde el uso de la fuerza está en aumento.

En todo caso, si se cree que vale la pena fortalecer eficazmente la UNASUR, la iniciativa debe venir del Brasil, el creador de la criatura, porque sin él no se podrá hacer nada en el ámbito de la defensa y la limitación de armamento en Sudamérica.

La Convención del Mar: sí, pero no

Otro hecho internacional que ha ocupado bastante la atención del gobierno ha sido el proceso de La Haya. El gobierno de Humala heredó, como resultado de una estrategia construida de pies a cabeza por el canciller Manuel Rodríguez durante el gobierno de Toledo, un juicio con Chile en La Haya. La demanda para hacer el proceso efectivo se hizo durante el gobierno de García solo debido a la presión de la opinión pública nacional, ya que el presidente aprista no estaba convencido de que deberíamos enjuiciar a Chile (su famosa frase: «y si Chile se molesta», ha quedado como una anécdota histórica que no se olvidará fácilmente).

Humala, frente a La Haya, no ha tenido que hacer ninguna movida diplomática pues las sentencias de dicho tribunal internacional son de puro derecho, no dependen de las acciones diplomáticas de las partes sino de la capacidad de los abogados internacionales para presentar el caso y del criterio jurídico de los jueces para dar el fallo. Lo único que hizo Humala fue repetir una y otra vez que el Perú respetaría el fallo cualquiera que este fuera. Y como Chile no decía nada, Humala casi acosó al presidente chileno, Sebastián Piñera, en cada reunión internacional donde lo encontraba para que declarara lo mismo. Finalmente Piñera también declaró que Chile respetaría el fallo, cualquiera que este fuera; declaraciones que fueron, sin duda, mérito de Humala.

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Sin embargo, y sin quererlo, el juicio en La Haya obligó a Humala a cambiar la posición del Perú frente a la Convención del Mar para lograr así un fallo que, como dijo el presidente de la corte de La Haya, «que no amputa excesivamente las pretensiones de Chile ni a las del Perú». Esto quiere decir que se les daba a ambos países beneficios tangibles: a Chile el dominio que ya ejercía «tácitamente» en el paralelo, hasta 80 millas (un área biológica rica), y al Perú, gracias a lo establecido en la Convención del Mar, una línea equidistante que le otorga una extensa zona marítima a explotar, para su exclusivo beneficio, de 50 mil km2.

Así, a pesar de que el fallo de la corte de La Haya no le dio la razón al principal argumento del Perú, de que no existía frontera marítima con Chile, el derecho internacional de la Convención del Mar, invocado en el fallo, nos salvó de una derrota jurídica total, aplicando una línea equidistante después de la milla 80 del paralelo.

La ironía de esta sentencia es que la inmensa área concedida al Perú, que se une a las 200 millas peruanas del Mar de Grau, se ha logrado porque el Perú hizo una declaración ante la corte afirmando que el término «dominio marítimo», usado en su Constitución, «es aplicado de manera consistente con las zonas marítimas establecidas en la Convención del Mar de 1982». Es decir, el Perú aceptó ante la corte una zona de mar territorial de solo 12 millas y una zona exclusiva económica de 188 millas donde se respeta la libre navegación. En vista de esta declaración la corte de La Haya procedió en su sentencia, también de acuerdo al artículo 74, párrafo 1, y 83 de la Convención del Mar, a trazar una línea equidistante a partir de la milla 80 del paralelo, dándole al Perú una extensa área de mar que estaba bajo el dominio marítimo de Chile.

Si no se hubiera aclarado que el «dominio marítimo del Perú se aplicaba de acuerdo a los espacios de la Convención del Mar» (algo que la diplomacia peruana, con realismo, siempre promovió), nuestra derrota jurídica hubiera sido total. Una ironía que muestra con que irracionalidad se han manejado los intereses del Perú

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frente al derecho internacional marítimo moderno establecido en la Convención del Mar.

Es más, en la reunión de Santiago 2+2, el Perú ratificó lo declarado en La Haya y acordó con Chile que «ejercería sus derechos y sus obligaciones en toda la zona marítima ganada en forma consistente con el derecho internacional tal como se encuentra en la Convención de 1982» (se refiere a la Convención del Mar). En otras palabras, esto significa que con respecto a Chile y terceros países, el Perú respetará la libertad de navegación y de sobrevuelo sobre su zona económica exclusiva.

Esta es la lección que nos ha dado el fallo de La Haya sobre el valor que tiene el moderno derecho internacional marítimo contenido en la Convención del Mar.

Si bien el gobierno de Humala precisó que «no van a adherir a la Convención (del Mar)», ha declarado solemnemente, ante la Corte de Justicia de La Haya y en la Declaración de Santiago 2+2, que sus deberes y obligaciones marítimas en el Mar de Grau son consistentes con el derecho internacional vigente establecido en la Convención del Mar de 1982.

Después de estos repetidos compromisos de aplicar el derecho internacional moderno en el Mar de Grau y de aceptar un fallo donde los jueces le dieron al Perú un extenso espacio marítimo, en base a la práctica jurídica de la Convención del Mar, firmar la convención de 1982 en el futuro será para el Perú solo una formalidad. Y está bien que así lo sea porque ya es tiempo de que el Perú se una a los 166 países (incluyendo todos nuestros vecinos, Colombia, Ecuador y Chile) que se rigen por el derecho marítimo moderno de la Convención del Mar, dejando de ser el único país latinoamericano que, junto con Venezuela, forman un solitario binomio rebelde incomprensible frente a una convención con valor jurídico universal.

En conclusión, la minimalista, casi invisible, política internacional del actual régimen se distingue por proclamas a la

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integración americana y sudamericana sin ningún plan estratégico para aprovechar el actual reacomodo geopolítico sudamericano que nos favorece. De igual modo, el gobierno se caracteriza por cometer un gran error geopolítico al involucrase y dedicarse más a la Alianza del Pacífico sin, al mismo tiempo, repotenciar nuestra alianza estratégica bilateral con el Brasil. Finalmente, nuestra actual política exterior sobresale también por contradecirse al no firmar la Convención del Mar, al mismo tiempo que se doblega ante la contundente fortaleza del derecho internacional, la que además nos permitió trazar la línea equidistante que no solo nos salvó de una derrota jurídica sino que nos dio soberanía sobre cerca de 50 mil km2 de mar.