EL NUEVO ORDEN ECOLÓGICO de Luc Ferry

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EL NUEVO ORDEN ECOLÓGICO de Luc Ferry Capítulo: La ecología nazi: las legislaciones de noviembre de 1933, julio de 1934 y junio de 1935 Es lamentable pero el mejor trabajo que hay en Castellano sobre la legislación Nacionalsocialista sobre la Naturaleza y los Animales, está escrita por un profundo antinazi, Luc Ferry. Por tanto, y pese a sus inclusiones antinazis, este texto puede considerarse esencial para entender el espíritu y el alcance enorme de la política Nacional Socialista sobre Naturaleza y protección de los animales. Está magníficamente detallada y por encima de comentarios del autor, puede descubrirse la esencia de nuestra posición. Por desgracia los textos esenciales están en alemán y no disponibles para poder leerlos y difundirlo. El Nuevo Orden Ecológico Ferry Luc (Ed. Tusquets) Idioma: Español ISBN: 8472234282. ISBN-13: 9788472234284 236 p. ; 21x14 cm. (01/04/1994). «Im neuen Reich darf es keine Tierquálerei mehr geben» «(En el nuevo Reich no debe haber cabida para la crueldad con los animales»). Sacadas de un discurso de Adolfo Hitler, estas simpáticas declaraciones inspiran la imponente ley del 24 de noviembre de 1933 sobre la Protección de los animales (Tierscchutzgesetz). Según Giese y Khler, los dos consejeros técnicos del Ministerio del Interior encargados de la redacción del texto legislativo, de lo que se trataba era de trasladar por fin este mensaje del Führer a la realidad concreta -una tarea imposible, al parecer, antes de la llegada al poder del nacionalsocialismo-. Eso es por lo menos lo que explican en la obra que publican en 1939 bajo el título: El derecho alemán de la protección de los animales.(1) En sus trescientas páginas de apretada escritura se encuentran reagrupadas todas las disposiciones jurídicas relativas a la nueva legislación, así como una introducción que expone los motivos «filosóficos» y políticos de un proyecto cuya amplitud, en efecto, no tenía entonces parangón. Muy pronto quedarán completadas, el 3 de julio de 1934, con una ley que limita la caza (Das Reichsjagdgesetz), y más adelante, el 1 de julio de 1935, con ese monumento de la ecología moderna que es la Ley sobre la Protección de la Naturaleza (Reichsnaturschutzgesetz). Fruto las tres de un encargo de Hitler, que hacía de ello un asunto personal, aun cuando correspondían también a los deseos de numerosas y poderosas asociaciones ecológicas de la época (2), llevan, además de la del canciller, las firmas de los principales ministros afectados: Göring, Gürtner, Darré, Frick y Rust. Un hecho sorprendente: aun siendo estas tres leyes las primeras del mundo que tratan de compaginar un proyecto ecológico de envergadura con el afán de una intervención política real, no se encuentra el menor rastro de ellas en la literatura actual dedicada al entorno (salvo contadas alusiones esgrimidas por los adversarios de los Verdes, bastante vagas por basarse en referencias de segunda mano). Se trata sin embargo de una serie de textos muy elaborados, absolutamente significativos de una interpretación neoconservadora de lo que más adelante se llamará «ecología profunda». Resulta necesario, por ello, analizarlos.

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EL NUEVO ORDEN ECOLÓGICO de Luc Ferry

Capítulo: La ecología nazi: las legislaciones de noviembre de 1933, juliode 1934 y junio de 1935

Es lamentable pero el mejor trabajo que hay en Castellano sobre la legislaciónNacionalsocialista sobre la Naturaleza y los Animales, está escrita por un profundoantinazi, Luc Ferry. Por tanto, y pese a sus inclusiones antinazis, este texto puedeconsiderarse esencial para entender el espíritu y el alcance enorme de la políticaNacional Socialista sobre Naturaleza y protección de los animales. Estámagníficamente detallada y por encima de comentarios del autor, puededescubrirse la esencia de nuestra posición. Por desgracia los textos esencialesestán en alemán y no disponibles para poder leerlos y difundirlo.El Nuevo Orden EcológicoFerry Luc (Ed. Tusquets)Idioma: EspañolISBN: 8472234282. ISBN-13: 9788472234284236 p. ; 21x14 cm. (01/04/1994).

«Im neuen Reich darf es keine Tierquálerei mehr geben» «(En el nuevo Reich nodebe haber cabida para la crueldad con los animales»). Sacadas de un discurso deAdolfo Hitler, estas simpáticas declaraciones inspiran la imponente ley del 24 denoviembre de 1933 sobre la Protección de los animales (Tierscchutzgesetz). SegúnGiese y Khler, los dos consejeros técnicos del Ministerio del Interior encargados dela redacción del texto legislativo, de lo que se trataba era de trasladar por fin estemensaje del Führer a la realidad concreta -una tarea imposible, al parecer, antes dela llegada al poder del nacionalsocialismo-. Eso es por lo menos lo que explican enla obra que publican en 1939 bajo el título: El derecho alemán de la protección delos animales.(1) En sus trescientas páginas de apretada escritura se encuentranreagrupadas todas las disposiciones jurídicas relativas a la nueva legislación, asícomo una introducción que expone los motivos «filosóficos» y políticos de unproyecto cuya amplitud, en efecto, no tenía entonces parangón. Muy prontoquedarán completadas, el 3 de julio de 1934, con una ley que limita la caza (DasReichsjagdgesetz), y más adelante, el 1 de julio de 1935, con ese monumento de laecología moderna que es la Ley sobre la Protección de la Naturaleza(Reichsnaturschutzgesetz). Fruto las tres de un encargo de Hitler, que hacía de elloun asunto personal, aun cuando correspondían también a los deseos de numerosasy poderosas asociaciones ecológicas de la época (2), llevan, además de la delcanciller, las firmas de los principales ministros afectados: Göring, Gürtner, Darré,Frick y Rust.Un hecho sorprendente: aun siendo estas tres leyes las primeras del mundo quetratan de compaginar un proyecto ecológico de envergadura con el afán de unaintervención política real, no se encuentra el menor rastro de ellas en la literaturaactual dedicada al entorno (salvo contadas alusiones esgrimidas por losadversarios de los Verdes, bastante vagas por basarse en referencias de segundamano). Se trata sin embargo de una serie de textos muy elaborados, absolutamentesignificativos de una interpretación neoconservadora de lo que más adelante sellamará «ecología profunda». Resulta necesario, por ello, analizarlos.

Empecemos por precisar el objetivo. Se ha destacado con frecuencia unosparalelismos preocupantes entre el amor del terruño que impulsa una determinadaecología fundamental y los temas fascistizantes de los años treinta. Hemos podidocalibrar, en los capítulos anteriores, en qué medida estos acercamientos podían aveces estar justificados. Pero también hay que desconfiar de la demagogia querecurre al sacrosanto horror que inspira el nazismo para descalificar a prioricualquier preocupación ecológica. La presencia de un auténtico interés por laecología en el seno del movimientos nacionalsocialista no constituye, en miopinión, una objeción pertinente a la hora de hacer un examen crítico de la ecologíacontemporánea. Así las cosas, habría que denunciar como fascista la construcciónde autopistas -es sabido que constituyó una de las prioridades del régimen nazi-.En este caso, como en ninguno, la práctica genealógica de la sospecha no es derecibo.(...)El amor hacia la naturaleza, tal y como la ecología profunda nos invita a practicarlo,va acompañado, tanto entre los «reaccionarios» como entre los «progresistas», deuna cierta propensión a lamentar todo lo que en la cultura resulta de lo que aquí hellamado «el desarraigo» (pero que también cabe designar de forma peyorativa como«erradicación») y que desde siempre la tradición de la Ilustración ha consideradocomo el signo de lo propiamente humano. Todos los pensamientos que hacen queel hombre sea un ser de transcendencia, trátese del judaísmo o del criticismoposthegeliano, por ejemplo, (3) como asimismo del republicanismo francés, lodefinen también como el ser de anti naturaleza por antonomasia. No essorprendente, en estas condiciones, que el hitleriano saque el revólver cuando oyela palabra cultura, pues en realidad es para disparar sobre el apátrida, sobre el queno está arraigado en una comunidad. Como tampoco sorprende que lo hagaconservando intacto su amor por el gato o por el perro que animan su vidadoméstica. A este propósito, las tesis filosóficas que dejan entrever laslegislaciones nazis solapan a menudo las que desarrollará la deep ecology, y ellopor una razón que no debería subestimarse: en ambos casos, nos encontramosante una misma representación romántica y/o sentimental de las relaciones de lanaturaleza y la cultura, unida a una revalorización común del estado salvaje encontra del de la (pretendida) civilización. Como machaconamente no ha parado deinsistir el biólogo Walther Schoenichen, uno de los principales teóricos nazis de laprotección del medio ambiente, las legislaciones de 1933-1935 constituyen laculminación del movimiento romántico, «la ilustración perfecta de la idea populardel romanticismo» (die Darstellung del völkischromantischen Idee). (4). Resultasignificativo que, pese a su aversión por Estados Unidos, esa patria del liberalismoy de la plutocracia -una repugnancia que se conserva intacta entre muchos jóvenesecologistas alemanes-, reconozca un vínculo de parentesco entre el amor del«Wilderness» y el «des Wilden».- en ambos casos, a través de unas palabras queponen de manifiesto un hermoso origen común para designar el «salvajismo», loque se expresa es una determinada voluntad de recuperar la perdida virginidadnatural. Y Schoenichen acoge como un acontecimiento decisivo para elestablecimiento de una relación correcta con la naturaleza la creación, a mediadosdel siglo pasado, de los «Parques nacionales» americanos. Destaca, con absolutaseriedad, que la propia expresión en sí constituye un feliz hallazgo, puesto quecomporta por lo menos una palabra que va en la buena dirección... (5)

Las dos ideas de naturaleza

No se trata de autorizar aquí la opinión según la cual el nazismo sería la mera ysencilla continuación del romanticismo y, por así decirlo, como pretendeSchoenichen, su realización correcta. Sería sin duda tan absurdo considerar aHölderlin o a Novalis como los padres fundadores del nazismo como ver en Stalin alintérprete más fiel de Marx. Y pese a todo, en la base de las legislaciones nazis está,en efecto, la recuperación del tema central de la lucha del sentimentalismoromántico contra el clasicismo de la Ilustración: la verdadera naturaleza, a la quehay que proteger a toda costa contra los perjuicios de la cultura, no es la que hasido transformada por el arte, y precisamente a través de ello mismo humanizada,sino la naturaleza virgen que da fe todavía del origen de los tiempos. Resultaimposible comprender la ecología nazi si no se percibe que se inscribe en el marcode un debate ya secular sobre el estatuto de lo natural como tal. Tenemos querecordar brevemente cuál es su envite principal, decisivo en este contexto.Desde mediados del siglo XVII van surgiendo, al filo de una disputa que enfrenta ados escuelas estéticas, la del clasicismo y la del «sentimentalismo», dosrepresentaciones antinómicas de la naturaleza. (6) Pero a través de éstas no sólo setrata del estatuto de la belleza y del arte, sino de nuestras actitudes filosóficas ypolíticas respecto a la civilización en general, pues el proceso de elaboración de lacultura nos aleja de forma, al parecer, irreversible de la autenticidad supuesta de losorígenes perdidos. Para los clásicos, cuya patria de elección es Francia, estealejamiento es saludable. Más aún, la ocurrencia de una naturaleza a la vezoriginaria y auténtica carece a decir verdad de sentido. La razón es la siguiente: apartir del cartesianismo y de su lucha contra el animismo de la Edad Media surge laidea de que la naturaleza verdadera no es la que percibimos de forma inmediata através de los sentidos, sino la que aprehendemos mediante un esfuerzo de lainteligencia. Mediante la razón, según Descartes, aprehendemos la esencia de lascosas. Y lo que los clásicos franceses llamarán «naturaleza» no es más que estarealidad esencial que se opone a las apariencias percibidas en la inmediatezsensible. Así Moliére, que trataba en sus comedias de «hacer una pintura a partirdel natural», no nos describe la vida cotidiana de los hombres corrientes, sino queesboza el retrato ideal típico de caracteres esenciales.- el avaro, el misántropo, eldon Juan, el hipocondríaco, etc.El arquetipo de esta visión «clásica» y racional de la naturaleza lo tenemos pordescontado en los jardines a la francesa. Están totalmente basados en la idea deque, para alcanzar la esencia verdadera de la naturaleza, o, para expresarle mejor, la«naturaleza de la naturaleza», hay que recurrir al artificio que consiste en«geometrizarla». Pues mediante la matemática, mediante el uso de la razón másabstracta es como se aprehende la verdad de lo real. Como escribió CatherineKinzler: «El jardín a la francesa, trabajado, recortado, dibujado, calculado,alambicado, artificial y forzado es en última instancia, si se quiere ir al fondo de lascosas, más natural que un bosque silvestre... Lo que se propone a la contemplaciónestética es una naturaleza cultivada, dominada, llevada a su límite, más verdadero ymás frágil al mismo tiempo porque lo esencial sólo se presta a ser desvelado aregañadientes». (7). Así pues, para los clásicos franceses, el jardín a la inglesa noes natural: en el mejor de los casos, se limita a las apariencias. No alcanza larealidad de lo real. Peor aún, puede caer en la afectación y el manierismo, puestoque no encarna la naturaleza en estado bruto, ni tampoco su verdad matemáticaesencial. En cuanto a los paisajes silvestres, el bosque, el océano, la montaña, sólopueden inspirarle un justificado espanto al hombre de gusto: el caótico desordenque reina en ellos oculta la realidad. Si la armonía de las figuras geométricas evoca

la idea de un orden divino, la naturaleza virgen sólo aporta al espíritu imágenespaganas, en la linde de lo diabólico. Por esta razón, en el decurso de todo elperíodo clásico, los Alpes, que representan actualmente para nosotros un lugar deturismo privilegiado, sólo serán percibidos como un obstáculo que resulta enojosotener que cruzar. (8) Lo hermoso, en esta óptica, sólo puede ser la presentaciónartificial de una verdad de la razón, y no la representación de los sentimientos quepuede inspirarnos la restauración de un origen que habría ocultado la civilizaciónde los hombres. Amamos la naturaleza elaborada, pulida, en una palabra, cultivaday, por decirlo todo, humanizada.Contra esta visión clásica de la belleza se rebela la estética del sentimiento. Lejosde ser matemática, trabajada y humana, la naturaleza verdadera se identifica con laautenticidad original, cuyo sentido, en palabras de Rousseau, hemos perdido porculpa de la cultura de las ciencias y de las artes. Lo natural, en este caso, no espues lo esencial, como en los clásicos, sino lo que todavía no está desnaturalizadoy llamamos «estado salvaje». El bosque, la montaña y el océano recuperan susderechos en contra de los artificios de la geometría. Y más aún: lejos de que lanaturaleza pueda humanizarse por la civilización -lo único que hace en ella esperderse-, son los hombres los que, pese a sus pretensiones, le pertenecen porentero. Por lo tanto han de permanecerle fieles. De ahí, en Rousseau y en losprimeros románticos, la apología de aquellos que son designados de formasignificativa como los «naturales»: esos «caribeños» que el amor por el lujo y losartificios todavía no han corrompido, pero también esos «orgullosos montañeros decorazones puros» a los que su propio aislamiento ha protegido del mal. (9) De estemodo renace el mito de la edad de oro y del paraíso perdido. Y, como debe ser, esterenacimiento va acompañado del inevitable discurso sobre la «caída», que anunciael tema antihumanista del «ocaso de Occidente».Se ha subrayado con frecuencia lo mucho que esta estética del sentimiento siguetodavía alejada del romanticismo en su madurez. ¿Acaso no se presenta este últimocomo una síntesis de la oposición entre clasicismo y sentimentalismo? Lanaturaleza se define en él como «Vida», como la unión «divina» del cuerpo y delalma, de la sensibilidad y de la razón. Lo que no quita que la separación entre elsentimentalismo y el romanticismo esté menos clara de lo que suele afirmarse: losrománticos conservarán hasta en su filosofía de la historia la idea de una edad deoro perdida, así como la de que la belleza es algo que pertenece mucho más alámbito de los sentimientos que al de la razón.Estos dos temas son, esencialmente, los que conservará la ecología nazi,oponiendo al clasicismo francés, racionalista, humanista y artificialista, larepresentación «alemana» (10) de una naturaleza original, salvaje, pura, virgen,auténtica e irracional, accesible únicamente a través de las vías del sentimiento.Esta naturaleza original se define como tal incluso por su carácter extrahumano. Esexterior al hombre y anterior a él.- exterior a su razón matemática y anterior a laaparición de la cultura artificial de la que el desvarío y el orgullo humanos son losúnicos responsables.En su obra de 1942, dedicada a la Protección de la naturaleza como tarea culturalpopular (völkisch) e internacional, Walther Schoenichen precisa, en una perspectivanacionalsocialista, en qué términos hay que comprender la noción de naturaleza.Sus precisiones no carecen de interés: partiendo de la «evidencia» de que «elrespeto por las creaciones de la naturaleza está inscrito en la sangre de los pueblosdel Norte», empieza por lamentar el hecho, poco discutible en efecto, de que lapalabra «naturaleza» remite por su etimología al latín «natura». Un origenfastidioso, demasiado meridional, casi francés, que Schoenichen prefiere sustituir

por la palabra griega phyo, que significa «criarse, haber nacido», y que forma elsustantivo physis, del que procede la palabra «física». Esta operación filológicapresenta la ventaja de llegar a la conclusión siguiente: «Visto lo que antecede, cabetener por seguro que el concepto de la naturaleza designa en primer lugar unosobjetos y unos fenómenos que se han hecho por sí solos, sin la intervención delhombre). Nos encontramos en las antípodas de la naturaleza «humanizada» de losclásicos. Y ahí está lo esencial, según Schoenichen, que insiste sobre el valor ysobre el significado de la etimología griega según la cual «la ausencia, incluso laexclusión, de cualquier intervención de los hombres constituye el rasgoabsolutamente característico de la naturaleza». Así pues, se podrá, ya que resultanecesario, germanizar (verdeutschen) la palabra naturaleza hablando en su lugar deUrlandschaft, ¡de «tierra» o de «campiña original»!Con una definición semejante, la ecología nazi establece como por adelantado unvínculo entre la estética del sentimiento y lo que más adelante se convertirá en eltema central de la ecología profunda, a saber, que el mundo natural es en sí mismodigno de respeto, independientemente de cualquier consideración de los sereshumanos. En este sentido cita Schoenichen con énfasis los textos de WilhelmHeinrich Riehl que anuncian la crítica de las justificaciones utilitarias, por lo tantoantropocéntricas, que se suele dar de la ecología en una perspectiva«medioambientalista»: «El pueblo alemán tiene necesidad del bosque. Y aun en elcaso de que ya no tuviéramos necesidad de la leña para calentar al hombreexterior... no por ello dejaría de resultar igual de necesario para calentar el hombreinterior. Tenemos que proteger el bosque, no sólo para evitar que se enfríe la estufaen invierno, sino para que el pulso del pueblo siga latiendo caliente, alegre y vital,para que Alemania siga siendo alemana». En buena lógica, esta deconstrucción dela primacía de los intereses individuales se cierra con una reivindicación clara einequívoca del derecho de los árboles y de las rocas: «Durante siglos nos han idohinchando la cabeza con la idea de que el progreso era defender el derecho de lastierras cultivadas. Pero hoy en día, es un progreso reivindicar los derechos de lanaturaleza salvaje junto al de los campos. ¡Y no sólo los de los terrenos arbolados,sino también los de las dunas de arena, de las marismas, de las garrigas, de losarrecifes y de los glaciares!».

La crítica del antropocentrismo y la reivindicación de los derechos de la naturaleza

Están especialmente presentes en la ley más importante, la que se refiere a laprotección del reino animal, «esa alma viva de la campiña», según la formulación deGöring. Nos topamos, bajo la pluma de los redactores principales, Giese y Kahler,con un dilatado y minucioso análisis de las innovaciones radicales propias de laTierschutzgesetz nacionalsocialista por oposición a todas las legislacionesanteriores, extranjeras o no, dedicadas a la misma cuestión. Pero, por confesiónpropia, esta originalidad se debe a que, por primera vez en la historia, el animal estáprotegido como ser natural, por si mismo, y no en relación con los hombres. Todauna tradición humanista, hasta tal vez humanitarista, defendía la idea de que, porsupuesto, había que prohibir la crueldad para con los animales, pero más porqueexpresaba una mala disposición de la naturaleza humana -tal vez incluso porquecorría el peligro de incitar a los seres humanos a la violencia-, que porque atentaracontra los animales en cuanto tales. Como ya hemos visto, en este espíritu la LeyGrammont prohibía en Francia, desde mediados del siglo XIX, el espectáculopúblico de la crueldad hacia los animales domésticos (tauromaquias, peleas de

gallos, etc.).Pero si comparamos la Tierschutzgesetz con las que entran en vigor en los demáspaíses de Europa a finales de los años veinte, es manifiesto, en efecto, que destacapor su voluntad expresa de acabar con el antropocentrismo (11). Hay que citar aquíla letra de los textos, que son de una precisión ejemplar:

«... el pueblo alemán posee desde siempre un gran amor por los animales y siempreha sido consciente de las elevadas obligaciones éticas que tenemos para con ellos.Aun así, sólo gracias a la Dirección Nacionalsocialista el deseo, compartido porcírculos muy amplios, de una mejora de las disposiciones jurídicas respecto a laprotección de los animales, el deseo de la promulgación de una ley específica quereconozca el derecho que poseen los animales en cuanto tales a ser protegidos porsí mismos (um ihrer selbst Willen) ha sido llevado a la práctica».

Dos son los indicios que, dominando toda la inspiración de esta nueva legislación,ponen de manifiesto su carácter no antropocéntrico. Según los redactores de la ley(y, salvo excepciones, entre las que se cuenta la de Bélgica, tienen razón), en todaslas demás legislaciones, incluidas las alemanas anteriores al nacionalsocialismo,para que la crueldad hacia los animales fuera castigada era necesario que fuerapública y dirigida contra animales domésticos. Por consiguiente, los textosjurídicos no constituían «una amenaza de castigo que sirviera para la protección delos animales en sí mismos con el fin de preservarlos por adelantado de los actos decrueldad y de los malos tratos», sino que estaban dirigidos en realidad a «laprotección de la sensibilidad humana frente al penoso sentimiento de tener queparticipar en una acción cruel en contra de los animales». De lo que se trata ahoraes de reprimir la “crueldad como tal, y no debido a sus efectos indirectos sobre lasensibilidad de los hombres». El legislador insiste una y otra vez: «La crueldad yano es castigada partiendo de la idea de que habría que proteger la sensibilidad delos hombres del espectáculo de la crueldad contra los animales, el interés de loshombres ya no es en este caso el trasfondo del asunto, sino que se reconoce que elanimal debe ser protegido en cuanto tal (wegen seiner selbst)». Los actos decrueldad cometidos en privado serán, a partir de ahora, tan reprensibles como losdemás.Dentro del mismo espíritu, (12) es necesario superar la oposición, también deinspiración antropocentrista, entre animales salvajes y animales domésticos, con loque la legislación nazi anticipa de forma innovadora las exigencias más radicalesdel antiespecismo contemporáneo. Ese es el objeto del párrafo primero de la leyque «vale para todos los animales. Por "animal", en el sentido que lo entiende lapresente ley, se comprenderán todos los seres vivos designados como tales tantopor el lenguaje corriente como por las ciencias de la naturaleza. Así pues, desde elpunto de vista penal, no se hará ninguna diferencia entre animales domésticos yotros tipos de animales, ni entre animales inferiores y superiores, como tampocoentre animales útiles y nocivos para el hombre». Con lo que, con este texto quepodrían firmar y rubricar con ambas manos nuestros deep ecologists, nosencontramos en el polo opuesto de la Ley Grammont.Sin entrar en los pormenores de esta ley, hay que añadir que examina con sumocuidado todas las cuestiones decisivas que hoy discuten los defensores delderecho de los animales: desde la prohibición de cebar las ocas, hasta lavivisección sin anestesia. En todo ello parece «adelantarse» en cincuenta años (e

incluso más) a su época.Asimismo la Tierschutzgesetz llama la atención en dos puntos en los que semuestra particularmente prolija y minuciosa, en los que parece indicar que el amorpor los animales no implica el de los hombres: un capítulo entero está dedicado a labarbarie judía que se sigue en la matanza ritual, a partir de aquel momentoprohibida. Otro dedica páginas inspiradas a las condiciones de alimentación, dedescanso, de ventilación, etc., en las que a partir de entonces resulta conveniente,gracias a las ventajas de la revolución nacional en curso, organizar el transporte deanimales por ferrocarril...

El odio al liberalismo: el paraíso perdido y el ocaso de Occidente

El tema de la «caída», de la «decadencia» está omnipresente en estas leyes. A lanaturaleza original y auténtica se opone la barbarie destructora inherente a laeconomía liberal moderna. Eso es lo que de entrada subraya, con términossignificativos, el preámbulo de la Reichsnaturschutzgesetz del 26 de junio de 1935,retomando así la visión romántica de una historia en tres movimientos: edad de oro,caída y restauración:«Hoy como antaño, la naturaleza, en los bosques y en los campos, es objeto delfervor nostálgico (Sehnsucht), de la alegría y asimismo el medio de regeneracióndel pueblo alemán.»Nuestra campiña nacional (heimatliche Landschaft) ha sido profundamentemodificada en relación con las épocas originales, su flora ha sido alterada demúltiples maneras por la industria agrícola y forestal así como por la concentraciónparcelaria unilateral y el monocultivo de las coníferas. Al mismo tiempo que suhábitat natural iba reduciéndose, la fauna diversificada que vivificaba los bosques ylos campos ha ido menguando.»Esta evolución se debía con frecuencia a necesidades económicas. Hoy en día, hasurgido una conciencia clara de los daños intelectuales, pero también económicosde semejante trastocamiento de la campiña alemana.»Antes, los emplazamientos de los "monumentos nacionales" nacidos con elcambio de siglo sólo podían dotarse de medidas de protección a medias porque nose contaba con las condiciones políticas e intelectuales (weltanchaulicheVoraussetzungen) esenciales. Únicamente la metamorfosis del hombre alemán iba apoder crear las condiciones previas de una protección eficaz de la naturaleza.»El Gobierno alemán del Reich considera su deber garantizar a nuestroscompatriotas, incluso a los más pobres, su parte de belleza natural alemana. Asípues, ha promulgado la ley del Reich con el fin de proteger la naturaleza . ».

Mucho habría que decir respecto a este texto. Su lectura trasluce en primer lugaresa confusión romántica de lo cultural y lo natural que es la única que permite darun sentido a la idea de una «belleza natural alemana», o también a la de«monumentos naturales» (Naturdenkmale) que el párrafo 3º de la ley tendrá quedefinir en unos términos que recuerdan el proyecto, tan importante para la ecologíaprofunda, de instituir unos parajes silvestres en sujetos de derecho: «Losmonumentos naturales, tal como los entiende esta ley, son creaciones originales dela naturaleza cuya preservación resulta de un interés público motivado por su

importancia y su significación científica, histórica, patriótica, folclórica o demás -setrata por ejemplo de las rocas, de las cascadas, de los accidentes geológicos, delos árboles raros...-». Así pues, la ley prevé la creación de «zonas naturalesprotegidas» (artículo 4º).Pero sobre todo comprobamos que el régimen nazi, contrariamente a una tenazleyenda, no sólo se orientó hacia la técnica moderna, sino, por lo menos en lamisma medida, también fue hostil a lo que actualmente llamaríamos la«modernización» económica, percibido como destructora de los caracteres étnicosparticulares así como de la naturaleza original. En esta perspectiva asistimos a unauténtico «elogio de la diferencia», a una rehabilitación de la diversidad en contrade la unidimensionalidad del mundo liberal. Pues la ideología que subyace en elliberalismo, así lo recuerda Schoenichen en el contexto de su defensa e ilustraciónde la ley de 1935, se caracteriza por «la influencia niveladora de la cultura general yde la urbanización que reprimen cada vez más la esencia propia y original de lanación, mientras que la racionalización de la economía hace que paulatinamentevaya desapareciendo la especificidad original de los paisajes»" (13). Así pues,según un tema que recuperarán tanto la revolución conservadora como elizquierdismo de los años sesenta, tanto Heidegger como Marcuse, Alain de Benoistcomo Félix Guattari, hay que aprender a resingularizar, a rediferenciar a los gruposy los individuos en oposición al amplio movimiento de indiferenciación (de«americanización») que representa la dinámica central del Capitalismo mundial. Ensu versión nacionalsocialista, este tema antiliberal se expresa mediante la idea deque tras los dos primeros movimientos de la historia, el de la edad de oro y el de lacaída, sólo la producción de un hombre nuevo (die Umgestaltung des deutschenMenschen) abrirá el camino hacia el fin de la historia, es decir, hacia esa redenciónque permitirá enlazar con el origen perdido. Por mucho que hoy en día puedaparecer paradójico, era perfectamente lógico que las legislaciones sobre laprotección de la naturaleza se prolonguen en un tercermundismo respetuoso con lapluralidad (la «riqueza y la diversidad») de las diferencias étnicas.

El tercermundismo y el elogio de la diferencia

Tan sólo la ignorancia y el prejuicio nos impiden comprenderlo: el nazismocontiene, por unas razones que no tienen nada de contingentes, las primicias de unauténtico afán por preservar los «pueblos naturales», es decir, una vez más,«originales». El capítulo que Walther Schoenichen dedica en su libro a este temacarece de palabras suficientemente duras para estigmatizar la actitud del «hombreblanco, ese gran destructor de la creación»: sólo ha sido capaz de abrirse, en elparaíso que él mismo ha perdido, un camino hecho «¡de epidemias, de robos, deincendios, de sangre y de lágrimas!»: (14) «De hecho, la esclavitud de los pueblosprimitivos en la historia "cultural" de la raza blanca constituye uno de sus capítulosmás vergonzosos, no sólo surcado por ríos de sangre, sino de crueldades y detorturas de la peor especie. Más aún, sus últimas páginas no se escribieron entiempos remotos, sino en los albores del siglo XX». Y Schoenichen hace inventario,con gran minuciosidad por cierto, la lista de los diversos genocidios que hanjalonado la historia de la colonización, desde el exterminio de los indios de Américadel Sur hasta el de los siux, que «fueron reprimidos en condiciones inconcebiblesde crueldad e infamia», pasando por el de los bushmen de Sudáfrica. El caso deestos últimos resulta particularmente significativo de los desmanes y abusos delcapitalismo liberal: fueron exterminados porque carecían del sentido de la

propiedad. Como la caza había desaparecido en sus comarcas, ese pueblo decazadores se vio abocado a «robar» las cabras de los colonos. Hay que poner entrecomillas la palabra «robar», pues los bushmen lo ignoraban todo acerca de lapropiedad privada. Y como los metían en la cárcel sin que llegaran a tener el menoratisbo de lo que les estaba ocurriendo, se dejaban morir de inanición: «De estemodo desapareció ante nosotros un pueblo interesante, sencillamente porque unapolítica exógena impuesta a los indígenas se negó a comprender que aquelloshombres no podían abandonar de la noche a la mañana sus vidas de cazadorespara convertirse en agricultores ... ».Esta requisitoria, redactada en 1942 por un biólogo nazi que contempla laNaturschuzgesetz como un medio de atajar estos desmanes (¿acaso no protege laley todas las formas de vida salvaje?), no carece de interés. Va dirigida contra unobjetivo claro: el liberalismo y, mas particularmente aún, el republicanismo a lafrancesa. Pero también apunta a un objetivo positivo: defender los derechos de lanaturaleza bajo todas sus formas, humanas y no humanas, siempre y cuando seanrepresentativas de una originalidad (Ursprünglichkeit). En la primera vertiente, losataques de Schoenichen están absolutamente claros. Ponen en tela de juicio laavidez del capitalismo. Pues en el contexto de otra visión del mundo, «habría sidoperfectamente posible encontrar un compromiso razonable entre las pretensionesde los conquistadores y las necesidades vitales de los primitivos. En la visión delmundo liberal recae en primera instancia la culpa de haber obstaculizado unasolución de esta índole. Ya que no reconoce ningún móvil al margen de larentabilidad económica que había convertido en principio la explotación de lascolonias únicamente en beneficio de la madre patria». Lo que, por supuesto, lebrinda la ocasión de fustigar la teoría francesa de la asimilación, puesto que, segúnSchoenichen, «está sacada directamente de los principios de la Declaración de losderechos del hombre de 1789». De este modo, «la antigua teoría liberal de laexplotación siempre ha constituido el trasfondo de la política colonial francesa, deforma que no había cabida posible para un tratamiento de los primitivos que fueraen la dirección de un pensamiento protector de la naturaleza».En contra de esta visión «asimilacionista» del estado salvaje, la política nazipreconiza un auténtico reconocimiento de las diferencias: «Para la política naturaldel nacionalsocialismo, el camino a seguir está muy claro. La política de represión yde exterminación tal y como América o Australia nos proporcionan en susprincipios el ejemplo están tan fuera de lugar como la teoría francesa de laasimilación. Tan sólo interesa un florecimiento de los naturales que sea conformecon su origen racial propio». Así pues, en todas sus variantes, hay que dejar quelos indígenas se desarrollen por sí mismos. Un único consejo al respecto, evidentesegún Schoenichen «desde una visión del mundo nacionalsocialista»: se prohíbenlos matrimonios mixtos, precisamente porque implican la desaparición de lasdiferencias y la uniformización del género humano. Hoy como ayer, la extremaderecha no dejará de fustigar el mestizaje bajo cualquiera de sus formas, asignandoa la ecología la tarea de «la defensa de la identidad», es decir «la preservación delentorno étnico, cultural y natural» de los pueblos -empezando, por descontado, porel suyo propio-: «¿Para qué luchar por la preservación de las especies animales yaceptar, al mismo tiempo, la desaparición de las razas humanas a través de unmestizaje generalizado?» (15). Efectivamente...Al igual que la estética del sentimiento y la ecología profunda, que tambiénrehabilitan a los pueblos salvajes, montañeros o amerindios, la concepciónnacionalsocialista de la ecología concede una gran importancia a que losNaturvólker, los «pueblos naturales», alcancen una perfecta armonía entre el medio

ambiente y las costumbres. Eso aporta precisamente el indicio más seguro de susuperioridad sobre el mundo liberal del desarraigo y la movilidad perpetua. Sucultura, semejante al modo de vida de los animales, no es más que la prolongaciónde la naturaleza, y esta reconciliación ideal es lo que la modernidad heredera de laRevolución francesa ha destruido y debe por fin tratarse de restaurar.

De la naturaleza como rasgo cultural y de la cultura como rasgo natural

Hay que restituir, pues, la unidad de la naturaleza en la vida y nación alemana, yaque cada término ha de pasar a su opuesto para hallar su verdad en él, de acuerdocon un tema romántico que se niega a separar, como a ello inducía el pensamientode la Ilustración, lo cultural de lo natural. Los autores de la ley de caza del 3 de juliode 1934 no omiten precisarlo en su introducción: «El desarrollo bisecular delderecho alemán de la caza ha llegado a un desenlace de una importancia capitalpara el pueblo y el Reich alemanes. Esta ley no sólo ha permitido superar el estadode dispersión que se reflejaba hasta entonces en veinte leyes regionales diferentesy alcanzar así la unidad jurídica, sino que también se ha impuesto la tarea deconservación de la caza (des Wildes) por cuanto constituye uno de nuestros bienesculturales más valiosos, así como de la educación del pueblo pensando en el amory la comprensión hacia la naturaleza y de sus criaturas». La naturaleza salvaje (dasWilde) se define como un «bien cultural» de Alemania, no como algo anterior acualquier civilización. Recíprocamente, el amor por la naturaleza, rasgo cultural porantonomasia, se presenta como arraigado desde tiempos inmemoriales en laconstitución biológica propia de la germanidad:

«El amor hacia la naturaleza y sus criaturas y el placer de la caza en el bosque y loscampos está arraigado en lo más profundo del pueblo alemán. Así, el noble arte dela montería alemana se ha ido desarrollando en el decurso de los siglos adosado auna tradición germánica inmemorial. Hay que preservar eternamente para el puebloalemán el arte de cazar y la caza como bienes muy valiosos para el pueblo. Hay quehacer más profundo el amor del alemán por su terruño nacional, fortalecer su fuerzavital y facilitarle el descanso al cabo de la jornada de trabajo».Pesca, caza y tradición, en suma... Precisemos de inmediato que el propósito de laley no sólo consiste en aportar la unidad jurídica de lo cultural y de lo natural, sinotambién en situarla en el marco de una auténtica reflexión ecológica. Por lo tanto,hay que limitar el derecho de caza de forma que se corresponda con las exigenciasbien asumidas de una preservación del entorno natural. La ley de 1934 es sin dudala primera que redefine el papel del cazador en términos modernos, según unaconsideración destinada a una prolongada posteridad, pasa de mero predador a seruno de los artífices principales de la protección del entorno, incluso de unarestauración de la diversidad original, incesantemente amenazada por launiformización moderna:

«El deber de un cazador digno de este nombre no consiste sólo en dar caza a lapresa, sino también en mantenerla y cuidarla para que se produzca y se preserveuna situación de la presa más sana, más fuerte y más diversificada en lo que a lasespecies se refiere».La sección sexta de la ley está dedicada a la disposición de las limitaciones del

derecho a cazar, limitaciones que no sólo dependen de las exigencias de laseguridad, del orden público, o incluso de la necesaria protección del paisaje, sinotambién del imperativo «de evitar la crueldad para con los animales». En nombre deeste propósito muy valioso para el propio Hitler, determina dos tipos de caza queutilizan trampas dolorosas y quedan prohibidos. La Reichsjagdgesetz constituyeasí la pieza maestra del dispositivo ecologista nacionalsocialista: con ella elhombre se considera, no ya dueño y poseedor de una naturaleza humanizada ycultivada por sus desvelos, sino responsable de un estado salvaje originario dotadode derechos intrínsecos cuyas riqueza y diversidad ha de preservar eternamente.

NOTAS:

1- Das deutsche Tierschutzgesetz, Berlín, Dincker y Humbolt, 1939.2- En particular de la Bund Deutscher Heimatschutz fundada en 1904 por el biólogoErnst Rudorff y de la Staatliche Stelle für Naturdenkmalpflege in Preussen creada enBerlín en 1906. Sobre estas asociaciones, y, más generalmente, sobre losmovimientos de protección de la naturaleza bajo el régimen nazi, hay que leer losestudios de Walther Schoenichen. Nacionalsocialista convencido, titular de lacátedra de protección de la Naturaleza en la universidad de Berlín, redactará hastafinales de la década de los cincuenta una serie de obras sobre la misión deAlemania en la materia, entre la cuales dos ensayos sobre las ventajas del régimende Hitler: Naturschutz im dritten Reich, Berlín, 1934, y Naturschutz als völlkischeund internationale Kulturaufgabe, Jena, 1942, que constituyen sin duda los mejorescomentarios que quepa leer sobre la significación de la ecología nazi en opinión deaquellos que participaron en su elaboración. Incluyen particularmente unacontextualización de las legislaciones en relación con la historia intelectual delromanticismo alemán.3- La escuela de Marburgo, pero también la fenomenología de Husserl podríanservir aquí de referencias. Con la noción de «transcendencia» o de «ek-sistencia»,como propia del Dasein, Heidegger a su vez también se inscribió en esta tradición,razón por la cual, dicho sea de paso, su adhesión al nazismo, aunque profunda yduradera, sólo fue parcial y jamás se refirió al lado «biológico» y vitalista de laideología. Que muchos discípulos de Heidegger traten hoy de erradicar estepensamiento de «lo propio del hombre», de la autenticidad, a través de la cualHeidegger sigue todavía perteneciendo (un poco) a la tradición del humanismo, esun signo de los tiempos que no augura nada bueno.4- Naturschutz als völskische und internationale Kulturaufgabe, pág. 45.5- Op. cit., pág. 46.6- He analizado en otro lugar, en Homo Aestheticus (Grasset, París, 1990), lostérminos de este conflicto.7- Jean-Philippe Rameau. Splendeur et naufrage de I'esthétique du plaisir a l'âgeclassique, Minerve, París, 1983.8- Véase al respecto la hermosa introducción de Robert Legros al diario de viaje deljoven Hegel por los Alpes (Éditions Jérame Millon, 1988). Recupero aquí una de sustesis fundamentales.9- Robert Legros ha descrito a la perfección el nacimiento de esta nuevasensibilidad, rupturista con el clasicismo francés: «Esta naturaleza es la de los

orígenes. Es "original" en el sentido de que todavía no ha sido domada, organizada,disciplinada, sometida. Sólo es pureza, inocencia, eclosión, impulso, frescor,espontaneidad... Y de esta naturaleza "original", a la vez virgen y prolífica, lamontaña nos ofrece la imagen. La efervescencia de las flores y el desbordamientode los torrentes, el juego de las cascadas y las hierbas silvestres, la pureza del airey el frescor de los bosques, ésa es la naturaleza verdadera, la que todavía no hasido desnaturalizada... No sólo se manifiesta en el paisaje alpino, sino también enlas costumbres de los montañeros. Como viven en armonía con la naturalezaoriginal, los habitantes de los Alpes están ellos mismos impregnados de un espíritu"natural", entendámonos: no están corrompidos por la civilización, deformados porlo artificial... A través del ideal de una naturaleza originalmente pura y generosatoma cuerpo el mito de una edad de oro en el seno de las montañas», op. cit., pág.20.10- Alfred Báumler dedicó un capítulo a esta especificidad alemana de la estéticadel sentimiento por oposición al carácter francés del clasicismo en su obra DasIrrationalitätsproblem in der Logik und Aesthetik des achtzehnten Jahrhunderts,reeditado en Darmstadt por la Wissenschaftliche Buchgesellschaft.11- Sólo la legislación belga del 22 de marzo de 1929 puede resultar comparable,pero la propia Inglaterra, por no hablar de los países del Sur de Europa, nosanciona la crueldad hacia los animales salvajes.12- Obsérvese, no obstante, que los redactores de la ley se negaron a considerar alos animales como personas jurídicas de mismo rango que el ciudadano alemán.Pero resulta significativo que se aluda a la cuestión y se la discuta explícitamente, yque la respuesta negativa que haya que darle no se desprenda de la idea que losanimales carecerían de derechos en cuanto tales.13- Op. cit., pág. 21.14- Idem, pág. 411.15- Bruno Mégret, intervención en el coloquio organizado por el Front National surI'Écologie, el 2 de noviembre de 1991.

ANEXOLAS RAÍCES PROFUNDAS DEL MOVIMIENTO VERDE:LA ECOLOGÍA EN EL TERCER REICH. Luc Ferry , Nº 26 de Próximo Milenio

Hace unos años un piloto que fotografiaba los bosques austriacos observó, consorpresa, inscripciones extrañas dibujadas en un macizo de coníferas. Eranesvásticas, runas nórdicas (incluida la doble S ) y el método para resaltarlas nopodía ser más original : entre una masa de abetos oscuros, árboles clarosdibujaban los signos, apreciables solo desde el aire. ¿Quien se había tomado el trabajo de plantar aquellos árboles en tal disposición?.Fueron las Hitlerjügend en los años treinta, en alguna de sus frecuentesexcursiones y acampadas por los bosque y umbrias de su patria (recordemos queAustria, decidió anexionarse a la gran Alemania y Hitler fue recibido por entusiastasmultitudes). ¿Por qué aquellos jóvenes escultores se habían tomado la molestia desembrar unas semillas que no llegarían a alcanzar su plenitud hasta 50 o 60 años

después? ¿Era tal su confianza en el Reich de los Milaños prometido?. Es posible que así fuera, pero, desdeluego y al margen de prejuicios ideológicos al uso,cabe también entender este alarde silvicultor como unademostración palpable de un amor sincero hacia lanaturaleza vivamente sentido por la juventud alemanade esa época. En cualquier caso , las esvásticas aflorando a los 50años de la muerte del Fhürer en un denso bosque

germánico, son verdaderas cápsulas de tiempo que vienen a recordar que algo másde lo ya conocido hoy pasó hace unos cuantos años. Algo tan turbador y"peligroso" que todavía hoy está combatido por la Europa actual con sus leyesantirevisionistas y antifascistas, cosa que las sociedades contemporáneasconsideran "democrático" al tiempo que no consideran escandaloso el que existancomunistas, seguidores de una ideología que causo millones de muertos,deportados, encarcelados por pensar, etc en la URSS, que llevó a 30 millones devíctimas en la China de Mao, cuyos terroríficos métodos vienen detallados en ElLibro Negro del Comunismo . En este aspecto , no todos los muertos son iguales - ymientras no se tolera cualquier expresión favorable al Nacionalsocialismo, losasesinos de Andrés Nin o los arrasadores de las Comunas Anarcosindicalistas dela revolución española - pueden alardear a través de los medios de comunicaciónde sentirse los herederos de Lenin y la Revolución de Octubre, mentoresideológicos de un rosario de genocidios.

No puede obviarse que el movimiento nacionalsocialista hunde sus raíces en lomás íntimo de la cultura alemana, y que las expectativas que despertó en estepueblo no fueron en absoluto creadas en el vacío, sino que venían a colmar viejasaspiraciones del inconsciente colectivo del pueblo germánico, como en su díaafirmara Carl Gustav Jung. Y una parte sustancial de esta cosmogonía, que seremonta al menos al romanticismo alemán, está basada en un respeto casisobrenatural por la Tierra, los Bosques, los Animales, las Montañas, etc, todoacompañado de una cierta idealización bucólica de la vida campesina. Lapromulgación en los años 30 de las sucesivas leyes ecologistas del III Reich nodebe entenderse, por tanto, como un mero acto propagandístico ni tampoco comoalgo accesorio dentro del concepto global ideológico nazi. Leyes proclamadas ennoviembre de 1933, julio de 1934 y junio de 1935, en los tres primeros años de NSen Alemania.

La primera, fechada el 24 de noviembre de 1933 , recibió el nombre deTiercschultzgesetx (sobre la protección de animales ), y se basaba en una frasepronunciada por el recién estrenado canciller y con la que la nueva ley abría sutexto al modo de cita: "en el nuevo Reich no debe haber cabida para la crueldad conlos animales". Los ideólogos que la redactaron, Giese y Kahler, teorizarían añosmás tarde sobre este corpus legal en su libro El Derecho Alemán de la protecciónde los animales. El 3 de Julio de 1934 esta batería legislativa se amplía con la leylimitadora de la caza ( Das Reichsjadgesetz ), y el 1 de Julio del año siguiente con laLey de Protección de la naturaleza ( Reichsnaturschutzgesetz ).

Aún siendo estas tres leyes las primeras del mundo que tratan de compaginar unproyecto ecológico de envergadura con el afán de una intervención política real, nose encuentra el menor rastro de ellas en la literatura actual dedicada al entorno. Se

trata sin embargo de una serie de textos muy elaborados, absolutamentesignificativos de una interpretación neoconservadora de lo que más adelante sellamará ecología profunda . La ignorancia sistemática - interesada o no - de estos principios ancestrales de laEcología permiten a algunos ecologistas actuales, como a Octavio Piulats en larevista Integral (nº 151 ) a despachar el interés medioambiental de aquellos tiemposa meras influencias de los movimientos naturalistas y excursionistas de la época.Piulats reconoce, no obstante, el apoyo nazi al movimiento médico naturista alemány su impulso en la primera legislación sobre naturopatía . El sentido de lo natural que teorizaría otro ideólogo NS, W .Schoenichen, nosignifica lo mismo para los alemanes de entonces que para los franceses, porejemplo. Mientras que la civilización es un código de normas y conductas y puede,por tanto, servir para diferentes pueblos y razas, la Cultura es privativa de cadaetnia. Lo natural para la civilización es el bosque puesto al servicio del hombre,parcelado, señalizado, surcado por vías: el jardín o los jardines: Versalles. Para laCultura, el bosque - latu sensu - lo es en su mismidad, en su salvajismo primigenio.El hombre sólo puede, ante él, extasiarse en su contemplación, una forma deentender el medio consonante con las antiguas religiones indoarias y lascosmovisiones celtas. Todavía hoy, dentro del movimiento ecologista, pueden distinguirse estas dostendencias, la que llamaríamos tecnicista que se preocupa por acumular cosas( legislaciones, presupuestos, intervención forzada ) y la que trata, en consonanciacon el antiguo sentir europeo, de dejar las cosas como están, no tocar nada. Pese a plasmarse en extensos textos legales, la ecología nazi pertenecía al segundotipo por cuanto daba un valor en sí al entorno, al margen de la intención del hombrey de su aparición en el mundo. Era, en este sentido, antihumanista y anticartesiana,o si se prefiere, a - humanista. Creería en una naturaleza exterior al hombre y anterior a él . Sería la Urlandschaft( Tierra Original ) muy arraigada en los pueblos del Norte y en toda la culturaindoeuropea anterior al Renacimiento. Wilhen Heinrich Riehl, ideólogo nazi decía : "El pueblo alemán tiene necesidad del bosque. Y aún en el caso de que ya notuviéramos la necesidad de la leña para calentar el hombre exterior no por ellodejaría de ser igual de necesario para calentar al hombre interior. Tenemos queproteger el bosque, no solo para evitar que la estufa se enfríe en el invierno, sinopara que el pulso del pueblo siga latiendo caliente, alegre y vital, para que Alemaniasiga siendo Alemania.

Durante siglos nos han ido calentando la cabeza con que el progreso era defenderel derecho de las tierras cultivadas. Pero hoy en día, es un progreso reivindicar losderechos de la naturaleza salvaje junto al de los campos. ¡Y no solo los de losterrenos arbolados, sino también los de las dunas de arena de las marismas, de lasgarrigas, de los arrecifes y de los glaciares" En la Ley de Protección de la Naturaleza ( Reichsnaturschutzgesetz ) del año 35 seproponía la institución de "Monumentos Nacionales", es decir : "creacionesoriginales de la naturaleza cuya presentación resulta de un interés públicomotivado por su importancia y su significación científica, histórica, patriótica",además de demarcarse zonas naturales protegidas, verdaderos Parques Naturales."Nuestras campiña nacional ( heimatliche Landschaft ) ha sido profundamentemodificada en relación con las épocas originales, su flora ha sido alterada demúltiples maneras por la industria agrícola y forestal así como por la concentración

parcelaria unilateral y el monocultivo de las coníferas. Al mismo tiempo que suhabitat natural iba reduciéndose, la fauna diversificada que vivificaba los bosques ylos campos ha ido menguando". La Tierschutzgesetz otorga similares derechos a los animales. A diferencia de lalegislación del resto de Europa en aquellos años, escasa e incipiente, la judicaturanacionalsocialista reconoce que el animal debe ser protegido en cuanto tal. No diferencia entre animal doméstico y salvaje como hacía la ley francesareconociendo derechos solo al primero, sino que el objetivo de la Ley comprende "atodos los seres vivos designados como tales",prohibiendose la vivisección y elcebado de ocas entre otras prácticas o regulándose las condiciones en que debíanser trasladadas las reses en ferrocarril. En cuanto a las leyes sobre la caza - Das Reichsjadgesetz del 1 de Julio 1935 - ibanen el mismo sentido: "El deber de un cazador digno consiste en dar caza a la presapero aún más el mantenerla y cuidarla para que se reproduzca y se preserve unasituación de la presa más sana, más fuerte y más diversificada en lo que a especiesse refiere " . El ecologismo Nacionalsocialista se ve reflejado en sus publicaciones doctrinales ypropagandistas ,como es el caso de la revista en español SIGNAL editada durantela II GM ,por ejemplo en el número 10, segundo de Mayo de 1943 en un artículotitulado :El Verde Corazón de Norteamérica, el corresponsal relata una catástrofeecológica que ha ocurrido en los EEUU en los años precedentes a causa de ladesforestación de las llamadas Bad Lands, donde todo el Humus nutricio habíadesaparecido arrastrado por lluvias y tempestades de viento. Con precisión seseñalan las causas que provocaron esta verdadera hecatombe, donde millones defamilias tuvieron que abandonar sus tierras y cientos de miles de cabezas deganado deshidratadas tuvieron que ser sacrificadas. Es la gran égira que ilustra lapelícula Las Uvas de la Ira, con sus secuela de hambruna, pero también dedesarraigo de poblaciones enteras . La excelente tierra de labor de los estados de Dakota, Oregón y anexos aventadapor los meteoros, acabó en pocos años desaguando en el Caribe a través delMissisippi, ante los ojos atónitos de los campesinos y granjeros de esta zona que,aun en día, es de las más deprimidas de EEUU. ¿Las causas ? La explotacióncapitalista inmisericorde de los riquísimos recursos forestales yanquis : "Se trata al bosque como a una mina de la que se puede sacar lo que se desee, sinpreocuparse del daño que se le hacía a la naturaleza. Así se produjo un cambioconsiderable en el clima norteamericano. La ciudad de Nueva York, en el mismomeridiano que Nápoles, tiene un clima siberiano. Calor tropical en verano y fríopolar en invierno. Desde que se arrancaron los árboles pueden producirse sindificultad tormentas de polvo en verano y sorprender en invierno a la ciudadnevadas que cubren sus calles hasta la altura de un metro . En contra de la actitud suicida del capitalismo que trata a las tierras como objeto deexplotación, el campesinado europeo planta setos por todas partes o hace crecergrupos de árboles en sus tierras a veces sin saber por qué. Pero, además deembellecer el paisaje sirven estas arboledas para un fin sumamente práctico:proteger los campos y conservar agua para ellos. Sin árboles y sin setos, nuestroscampos también se convertirían en estepas." La conclusión a este razonamiento no puede ser otra que, de nuevo, la defensa dela biodiversidad cultural europea en contra de la uniformización cosmopolitapropugnada por las multinacionales. En ese mismo nº aparece un dibujo que nopuede ser más elocuente: Una fila de ciudadanos norteamericanos desnudos dealinea frente a una banda cinética de cadena de montaje. Una serie de señoritas los

atavían en serie y los dejan , ya estandarizados , a punto para meterse en una fila deautomóviles, que les esperan al pie de la cadena de montaje. En la esquina inferiorun grupo les contempla atónitos. Es Europa montada sobre el mítico toro y ungrupo de europeos en diferentes hábitos y tocados que no pueden creer lo que ven.El pie de foto hace referencia al ciudadano sometido al capitalismo tratado comouna conserva frente al europeo NS que cuida y defiende la diversidad de susculturas.

Las raices profundas del movimiento verde se hunden en el nacionalsocialismohistórico, en ese Hitler vegetariano y amante de los animales, en esa sociedadcentroeuropea - y también sureña con el mito joseantoniano de caminar bajo lasestrellas o el apego del fascismo mussoliniano por el campo y sus dioses númenes- de asociaciones paganistas, de grupos excursionistas y alpinistas. Losnacionalismos de los 30 no solo resucitan las costumbres delos primeroseuropeos: celtas, germanos, sajones, vikingos, iberos o eslavos, sus leyendas ypanteones, también rescatan en una vuelta al Romanticismo del XIX la comunión deesos europeos primigenios con la naturaleza, la madre tierra y lo hacen no con unsentido esotérico, sino con uno práctico de conservación. Hay que preservar lanaturaleza - envoltura del hombre exterior - frente al enemigo de la época ( y deahora ) el capitalismo .

Tras la guerra, como todo, también el ecologismo fue desnazificado y el movimientoverde reivindicado por una izquierda que no duda en aliarse con el poder enmuchos países de Europa para obtener escaños y beneficios electorales,convirtiéndose en otros sitios en funcionarios del sistema ( organizaciones sigubernamentales ), decepcionantes organismos incapaces de levantar susreivindicaciones más allá de lo permitido por los que pagan sin entender que lalucha por el medio ambiente solo puede ser creíble como enfrentamiento radical -en lo espiritual y en lo cultural - contra el mundo moderno, más conocido porcapitalismo.