El negocio de la libertad - … · Título original: El negocio de la libertad Jesús Cacho, 1999...

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Título original: El negocio de la libertadJesús Cacho, 1999

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A Teya, mi madre

PRÓLOGO

Todo empezó el 2 de septiembre del 97, con unalmuerzo en el Hotel Palace de Madrid con RafaelBorrás y Carmen Fernández de Blas, enrepresentación de la editorial Plaza y Janes.

De aquella cita salió el acuerdo para escribirun libro en torno a la llamada «guerra digital» quepor aquel entonces, y desde hacía justamente unaño, mantenía ocupados a los ejércitos de Prisa yde Telefónica en singular pelea, bajo la atentamirada de un Gobierno que, hasta el mes de abrilde dicho año, había sido un protagonista más de labatalla.

Pero apenas unos meses después, ya estabaclaro que aquélla era una trifulca de cortos vuelos.Villalonga y Polanco se enfadaban y/o abrazabanuna vez al mes, más o menos, de acuerdo con losparones y/o acelerones que experimentaban las

negociaciones en marcha para la fusión de VíaDigital y Canal Satélite Digital, una operación queel de Telefónica estaba dispuesto a firmar pero queal final resultó imposible por la cabezonería de unJuan Luis Cebrián empeñado en convertir unasunto meramente empresarial en un trágalapolítico.

De modo que en los primeros meses del 98, laidea original de ese libro sobre la «guerra digital»varió de rumbo para convertirse en algopretendidamente más ambicioso, centrado en lalegislatura Aznar o, más concretamente, en elchoque de trenes producido por la irrupción delprimer Gobierno de la derecha democráticaespañola en el ancho de vía de un PartidoSocialista que había descarrilado tras casi 14 añosde poder por culpa de la corrupción y el crimen deEstado.

Cuatro años de Gobierno popular en los que laoposición a Aznar iba a correr fundamentalmente a

cargo del grupo Prisa, con un PSOE que, sumidoen profunda crisis, cambió hasta tres veces delíder en los últimos tres años. ¿Cómo luciríaEspaña al final de la primera legislatura Aznar?¿Que quedaría de aquel paisaje apelmazado ytenso, sin esperanza, que se encontraron lospopulares en marzo del 96?

Un planteamiento quizá ambicioso en exceso,que pronto se reveló como una carga de trabajoformidable. Lo cierto es que en los dos últimosaños he estado varias veces a punto de arrojar latoalla, para dedicarme a menesteres más modestos.Si no lo he hecho ha sido por la férreadeterminación de no admitir la derrota ymantenerme fiel a esa fuerza de voluntad heredadade mis ancestros castellanos. No podía rendirme.Pero también, y sobre todo, por no defraudar elapoyo recibido de mi familia, mis amigos y detodos aquellos que me tienen afecto que, porfortuna, son muchos.

Con ellos por muleta he llegado hasta aquí,atravesando las dudas y soledades de uno de lostiempos más difíciles de mi vida. A todos, milgracias. Gracias a mis hijas, María y Ángela, queno han cesado de animarme, a menudo desde unpunto de vista mordazmente crítico. Gracias a mimadre y hermanos, que han compartido a ciegas mipreocupación.

Mi agradecimiento más profundo a JoséAntonio Sánchez y Ángeles López, por quererme…y soportarme.

Gracias mil a Francisco Justicia, compañero yamigo del diario El Mundo, que leyó los textos yaportó un sinnúmero de valiosas sugerencias.

Gracias muy especiales a Nacho Cardero, unjoven periodista llamado a ser un gran periodista,que durante dos años me ayudó y fue testigo en miestudio de Aravaca de las peripecias de unasingladura que a veces temí nunca llegaría apuerto.

Mi sincero reconocimiento a los frailesagustinos del monasterio de Santa María de la Vid,machadianas orillas del Duero entre Aranda y elBurgo de Osma, con quienes he compartido esteaño largos fines de semana, que accedieron aprestarme el silencio de una de sus celdas, graciasal cual este libro recibió empujes esenciales haciasu final.

Gracias también a un buen número de amigosque me ayudaron con aspectos parciales de estetrabajo, cuyos nombres omitiré para no hacerdemasiado larga la relación y, en algunos casos, nocrearles problemas.

Por desgracia, el agradecimiento no puedehacerse extensible a la editorial Plaza y Janes. El19 de octubre pasado, una apesadumbrada CarmenFernández de Blas, almorzando en el restaurante«La Paloma» de Madrid, me transmitió la malanueva: los «jefes», después de haber recibido yanalizado los originales de los cuatro primeros

capítulos, habían decidido no publicar el libro, amenos que yo consintiera en mutilar alrededor del50 por 100 de los textos.

Los responsables de la editorial, con sede enBarcelona, Manfred Grebe, director general parael área de España y Latinoamérica, y su segundo,Juan Pascual, director general adjunto, no seandaban con excusas a la hora de explicar sudecisión: «no queremos problemas». No losquerían con Polanco, ni con la Casa Real, ni con elPSOE, ni con el Gobierno, por lo quegustosamente se avenían a perder el dinero quehabían adelantado a la firma del contrato y a cederel original para que pudiera ser publicado por otroeditor.

Tal parece ser la filosofía de Berstelsmann,propietario de Plaza y Janes, cuyo fundadorReinhard Mohn recibió años atrás el premioPríncipe de Asturias de la Comunicación. Elpoderoso grupo editorial alemán, una potencia

también en nuestro país (dueño, entre otrosnegocios, del Círculo de Lectores), se hainstalado, pues, en España dispuesto a prestar ungran servicio a la libertad de expresiónrestringiendo descaradamente sus límites. Todo unindicio de los riesgos y limitaciones que hoyconlleva expresarse con libertad en España, almargen de lo políticamente correcto. Así están lascosas a las puertas del nuevo milenio.

Por fortuna, había gente dispuesta a correr elriesgo de publicar este libro. Es el caso de RamónAkal, dueño de la editorial del mismo nombre, cononce sumarios del Tribunal de Orden Público(TOP) franquista a sus espaldas. Miagradecimiento vuela más lejos que las palabras.Va por él.

Aravaca, 25 de noviembre de 1999

1EL AMARGO SABOR DE UNA

VICTORIA

Fue una llamada que desencadenó una tormenta.Martes 9 de abril de 1996. El presidente enfunciones, Felipe González, todavía instalado enun Palacio de La Moncloa que venía ocupandodesde finales del 82, recibió una llamada desde elMinisterio de Defensa cuyo titular, Gustavo SuárezPertierra, acababa de despedir en la puerta aRafael Arias-Salgado.

El ex ministro de la UCD, convertido en unode los más firmes baluartes del equipo de JoséMaría Aznar en la calle Génova, había visitadoDefensa por mandato del futuro presidente delGobierno para ser informado sobre el inminenteenvío de un nuevo contingente de soldadosdestinado a reforzar la fuerza militar española

ocupada en labores de pacificación en Bosnia.Nadie mejor que él para la tarea, teniendo encuenta que había venido ocupándose de cuestionesrelacionadas con Defensa en el «shadow cabinet»de Aznar.

Con el coche de Arias-Salgado perdido en lacorriente del tráfico del Paseo de la Castellana,camino de la plaza de Colón, el teléfono comenzóa sonar con insistencia en el despacho deGonzález. Lo cogió el propio Felipe:

—Oye, que éste viene aquí, seguro…—¿Qué dices? ¿De qué me hablas?—De Rafael Arias-Salgado. Acaba de salir

por la puerta del Ministerio y éste viene aDefensa, no me cabe la menor duda.

—¿Cómo…?—Lo que oyes. Yo creo que Aznar ya le ha

dicho que va a ser el nuevo ministro de Defensa.González dio un brinco que a punto estuvo de

dar con su testa en el techo: ¡Rafael Arias-

Salgado, que apenas unos días antes se habíamanifestado, en una cena cuyos ecos llegaronnítidos a oídos de González, decididamentepartidario de entregar a la Justicia los papeles delCesid, iba a ser nombrado futuro ministro deDefensa, responsable directo, por tanto, de losservicios de inteligencia…!

Un gesto de rabia nubló su semblante. Laanimadversión de González, como de buena partedel PSOE, hacia Arias-Salgado tiene su origen enla moción de censura presentada por el PSOEcontra el Gobierno de Adolfo Suárez en abril de1981. Al político democristiano le tocó oponersedesde la tribuna de oradores a la mocióndefendida por Alfonso Guerra. Y no se anduvo porlas ramas. Buen orador, contundente y cáustico,enjaretó una replica que produjo en el ánimo delas huestes del PSOE el efecto de un terremoto.Felipe nunca le perdonaría aquella afrenta.

Desde tan lejana ocasión, la distancia no había

dejado de agrandarse. Con la UCD o con el PP enla oposición, Rafael Arias-Salgado jamás haperdido un cuerpo a cuerpo parlamentario con loshombres del PSOE. Un hueso duro de roer.

De modo que González intuyó el peligro nadamás colgar con su confidente en Defensa. Desde el1 de abril se sabía que Aznar había ofrecido elMinisterio de la Presidencia a Francisco ÁlvarezCascos, que había asignado los de Economía eInterior a Rodrigo Rato y Jaime Mayor Oreja,respectivamente, y que Rafael Arias-Salgadocontaba con todas las papeletas para ir a Defensa,aunque se intuía que no le haría ascos aPresidencia o Exteriores. El líder del PP, que eldomingo 31 de marzo se había encerrado durantecinco horas con Jordi Pujol para preparar laestrategia que debía culminar con su nombramientocomo presidente antes del 24 de abril, tenía claraslas líneas maestras de su futuro Gabinete.

Pero Felipe seguía manteniendo la incógnita

sobre el destino final de Arias-Salgado, que leacababan de despejar desde el Ministerio deDefensa. ¡Y Arias era partidario de entregar a losjueces unos papeles que podían llevarle a lacárcel! No había tiempo que perder. Tenía queimpedir aquel nombramiento.

Rápidamente tomó una decisión. Tenía quelocalizar a Adolfo Suárez, su antecesor en laPresidencia del Gobierno. Le llamaría al despachode la calle Antonio Maura.

—Tengo que verte inmediatamente.—Pero ¿qué pasa? ¿es algo tan grave que no

pueda esperar?—Imposible —cortante, directo, frío—. Tengo

que verte con urgencia.Adolfo Suárez tardó apenas 45 minutos en

presentarse en la sede de la Presidencia delGobierno. Picado por la curiosidad, quiso saberenseguida las razones de tamaña urgencia.

—Arias-Salgado acaba de salir del Ministerio

de Defensa, donde Pertierra le ha estado poniendoal corriente del envío de un nuevo contingente aBosnia.

—Bueno, ¿y qué?—Que está claro que ese cretino va a ser el

futuro ministro de Defensa de Aznar.—¿Y…?—Que eso es una declaración de guerra. Este

tío ha dicho el otro día en una cena que había queentregar a los jueces los papeles del Cesid y esotiene para mí un riesgo muy grande, un riesgo queno estoy dispuesto a correr porque, te advierto unacosa: como me pongan entre la espada y la paredme llevo por delante a quien haga falta, no tequepa duda…

—Pero hombre, qué cosas dices, ¿quién te va aponer entre la espada y la pared?, ¿por qué va aocurrir algo de eso?

—Porque sí, porque yo me conozco el paño yese tío no me gusta un pelo. Y te anuncio que no

estoy dispuesto a pasar por el trago de sentarmesiquiera en el banquillo. Lo sabes de sobra.

—Chico, yo creo que te estás precipitando,pero, vamos a ver, ¿qué se puede hacer? ¿Quépuedo hacer yo?

—¿Qué puedes hacer? Te lo voy a decir: vas allamar a La Zarzuela y vas a ir a ver al Rey paracontarle lo que está pasando.

—Pero así, por las buenas, ahora…—Sí, ahora mismo, no hay tiempo que perder,

te vas desde aquí, te presentas allí y dices que lequieres ver, que es un asunto de la máximaurgencia.

—Pero, ¿qué le digo?—Que llame a capítulo a Aznar y le diga que

arregle eso antes de que sea demasiado tarde paraque todos tengamos la fiesta en paz, porque aquíno se ha contado toda la verdad de la luchaantiterrorista.

—Pero bueno, habrá que llevar alguna idea

preparada, tener una alternativa a Arias, por siAznar acepta el cambio o el propio Monarca lopide.

—Esa alternativa existe.—¿Cómo se llama?—Eduardo Serra —pronunció González sin

mover un músculo— un hombre de mi confianza yde la tuya, y a quien el Rey ve con buenos ojosporque él también le debe algunos favores.

Adolfo Suárez se fue directamente desdeMoncloa al Palacio de la Zarzuela. No está lejos.Ordenó a su chófer salir a la Nacional VI,carretera de La Coruña, para tomar, antes de llegaral nudo de Puerta de Hierro, la salida que conducea la M-30 dirección Este, coger después el desvíode El Pardo y… La Zarzuela.

El Rey recibió de inmediato al mensajero deGonzález, quien explicó las razones que habíanprovocado tan intempestiva irrupción en latranquilidad de un lento atardecer de abril. El líder

del PSOE no admitía que Arias-Salgado ocuparala cartera de Defensa.

El Monarca, un profesional de la simpatía, diopronto rienda suelta al mal humor que le producíael motivo de la visita, pero su margen de maniobraante González era escaso. El problema, manifestóperplejo a Suárez, estaba en hacer entrar en razóna Aznar.

—Porque ya sabes cómo es éste, más raro queun perro verde, pero lo llamaré, claro que sí,aunque a ver por dónde me sale, qué me dice…

—Le llamaré; no, Señor, tiene que hacerlo ya,porque a lo mejor mañana puede ser tarde.

El Rey tiró de teléfono, quiero que vengas averme, sí, mañana, mañana a las 10 de la mañana,no se atrevió a citarle aquella misma noche,hubiera sido demasiado, dejémoslo para mañana, yque sea lo que Dios quiera.

* * *

Nada se ha sabido de lo acontecido en aquellaentrevista matinal en el Palacio de la Zarzuela. Lasrelaciones entre ambos personajes nunca han sidofáciles. José María Aznar no ríe con soltura, no esun conversador fácil y no le gusta bailar el agua.Por el contrario, es un castellano serio y austero,cumplidor de su palabra, nada amigo de las fintasverbales y menos aún de la guasa sureña de unFelipe. Un tipo frío hasta parecer estirado, que amenudo produce la impresión de estar ausente,para desazón de Ana, su mujer, que se desespera aladvertir la trasmutación que diariamente sufre sumarido en cuanto pisa el quicio de la puerta,porque en casa es otro hombre, sostiene la bella einteligente Ana, relajado y cordial, cariñoso,directo, amable en el trato, nada forzado, «si secomportara fuera de casa como lo hace dentro, se

llevaría a la gente de calle», suele decir la Botellaen familia, pero no hay nada que hacer, ni fuera nidentro, él es «ansí», un tipo honrado, trabajador,duro, casi roqueño, con una voluntad de hierro yuna resistencia espartana. Un hombre en lasantípodas del Monarca.

Las risas a propósito de Aznar, las chuflas acuenta del «bigotín», las bromas con cargo al líderdel PP eran moneda de curso legal en lasrelaciones entre el Rey y Mario Conde, en los díasde vino y rosas del banquero en Palacio. Marioaborrecía a Aznar y transmitía esos sentimientosen derredor. Mario creía que era una pesadabroma del destino el que un tipo tan limitado comoJosé María fuera aspirante a la presidencia delGobierno estando él allí, el más listo, el másguapo, el más galante…

Y José María es un tipo que no olvidafácilmente. No ha olvidado que perdió laselecciones generales del 93 por seguir ciertas

recomendaciones en aquel famoso debate enTelecinco, un fiasco de enormes proporciones queredujo a cero la ventaja adquirida en el debateprevio de Antena 3. En aquella ocasión, elcandidato recibió el real consejo de extremar laprudencia y no tensar las cosas, no había queaumentar la crispación que se enseñoreaba delpaís, mejor no hacer sangre, al fin y al cabo él yatenía las elecciones ganadas tras el cuerpo acuerpo de Antena 3, y por lo tanto tenía que hablar«en presidente…».

Y, en lugar de sangre, el candidato llegó conhorchata en las venas a los estudios de Telecinco.«Cuando le vi salir de casa, supe que aquél no erasu día», declararía tiempo después Ana, y es queJosé María es un tipo de biorritmo incierto, que sinormalmente está mal pertrechado para el debatetelevisivo, algunos días sencillamente no está.Sorprendido en el primer mano a mano, Felipellevaba esta vez la lección aprendida. Decidido a

vender cara su derrota, el presidente puso contralas cuerdas a un candidato apático y ausente, apesar de que, obligado a jugar al ataque, elsevillano dejó casi todos los flancos, empezandopor el de la corrupción, al descubierto.

El consejo de «hablar en presidente» habría depesar como una losa sobre la mente de Aznardurante mucho tiempo. ¿Quería el Rey que elPartido Popular ganara las elecciones de junio del93? Aquella derrota electoral no hizo sinoaumentar la desconfianza existente entre el líderpopular y La Zarzuela.

Unos meses después, en abril del 94, el capodel PP dirigió una dura andanada al Monarca porintermedio de Manuel Prado y Colón de Carvajal,quien había acudido a la calle Génova a presentaruna supuesta queja, una de esas «embajadas»propias de un intrigante nato como él, que si fulanoha dicho, que si mengano ha contado… Aznar, unhombre para pocas bromas, despidió al

«embajador» con cajas destempladas, dígale alMonarca que, en caso de crisis institucional, elPartido Popular nunca le apoyaría si se dieraalguno de estos supuestos:

a. En caso de que estallara un escándalo decorrupción económica que salpicara a laCorona.

b. En el caso de que la Corona no actuaracomo garante de la unidad de España.

c. En caso de que la Corona ligara sufuturo al de un líder políticodeterminado y concreto.

Todo un aviso a Palacio y a sus relaciones conFelipe González, Todo un recordatorio de loocurrido a su abuelo, don Alfonso XIII, tras haberunido su suerte a la del general Primo de Rivera.«Y como no estaba seguro de que Pradotransmitiera el mensaje con la claridad con que yome había expresado, tiré de teléfono y llamé a La

Zarzuela para contárselo yo personalmente alinteresado…».

* * *

El encuentro en Palacio no debió ser fácil.Aznar no ha dicho una palabra de lo allíacontecido ni a sus más directos colaboradores.Tampoco el Monarca, como es lógico, ha soltadoprenda.

Pero el resultado fue que el futuro presidentedel Gobierno entró en Zarzuela con un ministro deDefensa in mente y salió con otro. Apenas unashoras después, mediodía del miércoles 10 deabril, y con la precipitación propia del caso,Felipe González reunía en La Moncloa a susucesor en la Presidencia, José María Aznar, y alex presidente Adolfo Suárez, en tareas de testigo y

albacea, en un almuerzo que debía rebajartensiones, sellar la voluntad de no levantar ningunaalfombra, y confirmar, en definitiva, el pactorubricado horas antes en La Zarzuela. El almuerzo(que causó las iras del único ex presidente noinvitado, Leopoldo Calvo-Sotelo, desconocedorde que aquello no había sido una amable reuniónde viejos colegas de pupitre), rodeado del másabsoluto secreto y sobre el que ninguna de laspartes ofreció justificación convincente, se filtró,sin embargo, a la prensa. «A Felipe le sorprendió,porque se suponía que era una comida que debíamantenerse en completa reserva», escribió LucíaMéndez en El Mundo.

Adolfo Suárez ya había hecho de mensajerodías atrás, cuando, en pleno rifirrafe negociadorcon Pujol, González le pidió que transmitiera aAznar el mensaje de que el PSOE podríaabstenerse en la segunda votación de suinvestidura «si hiciera falta». Y, naturalmente, no

sin comtrapartidas.Días después, el Monarca se explicaba de esta

guisa ante un amigo que le visitó en Zarzuela:—Me llamó Aznar el domingo a casa de mi

hermana, donde había ido a almorzar, paradecirme que había decidido nombrar a EduardoSerra como ministro de Defensa. ¿Por qué crees túque ha nombrado a Serra…?

—Eso mismo me pregunto yo, Señor.El lunes, 29 de abril, Aznar llamó a su

despacho en la calle Génova a Rafael Arias-Salgado, que trabajaba dos plantas más abajo.Tras los saludos de rigor, la pregunta concluyente:

—¿Quieres entrar en el Gobierno?—Hombre, presidente, muchas gracias por

contar conmigo; sabes que la respuesta es sí.—De acuerdo, pero tengo que decirte que no

puede ser ni Defensa, ni Exteriores. Te puedoofrecer Fomento o Trabajo.

—Pues si hay que elegir, prefiero Fomento.

Era un Ministerio que había quedado con suscompetencias menguadas a cuenta de la decisiónde crear el de Medio Ambiente, para compensar locual recibió en el último momento lastelecomunicaciones, que inicialmente estabaprevisto que las llevara la secretaría de Estado deMiguel Ángel Rodríguez.

Como en las fichas del dominó, la súbitaaparición en escena de Eduardo Serra provocó unaserie de cambios en cadena en el tablero del nuevoGobierno.

Serra «el menor», que ya había sidosubsecretario a las órdenes de Narcís Serra enDefensa, es un hombre muy ligado a la familiaEntrecanales (copropietario de la constructoraAcciona y uno de los grandes amigos de cenas ycacerías del Monarca), Isabelita Azcárate y esabeautiful madrileña bien relacionada con la CasaReal.

Hombre ambicioso, con larga mano en el

Cesid, Eduardo Serra cobró 750 millones depesetas como indemnización por su salida deAirtel, donde apenas llevaba dos años depresidente, después de haber pedido 1.000millones. El asunto se discutió en la ComisiónEjecutiva del BCH —accionista de Airtel—,donde esa cifra fue considerada una exageración.«¡Es una osadía inaudita el que un individuo seacapaz de pedir una indemnización semejante porirse a su gusto de un trabajo!».

* * *

Aquel día en Zarzuela, José María Aznarrubricó lo que en algunos medios se denominó el«Pacto de Investidura», pacto que el líder del PPtuvo que suscribir con las fuerzas del Régimensalido de la transición para poder gobernar. Diez,

quince, veinte años más joven que la mayoría delos personajes que monopolizaron la políticaespañola a partir de finales de los setenta, nadieterminaba de fiarse de él ni de los apoyosmediáticos que le habían ayudado a ganar laselecciones.

Sin deber favores a ninguno de los grandesgrupos empresariales o financieros, visto conrecelo por la propia patronal CEOE, con elEjército desmovilizado y la Iglesia en horas bajascomo grupo de presión, José María Aznar sóloestaba moralmente obligado con el ideal deregeneración democrática y saneamientoeconómico que enarbolaban aquellos que le habíandesbrozado el camino, tan lleno de dificultades,para llegar a La Moncloa.

Pero ese ideal de regeneración implicaba unpeligro abisal para las elites que habían sacadotajada del régimen de corrupción representado pordon Felipe González, la banca, los ricos —

fundamentalmente de la construcción—, tambiénpara una Corona perfectamente acoplada alfelipismo, por supuesto para la propia cúpulasocialista y, naturalmente, para el único poderfáctico real que existe en la España de nuestrosdías: el grupo Prisa de Jesús Polanco.

«Convéncete, Jesús —había manifestado JoséMaría Aznar después de perder las elecciones dejunio del 93—, los ricos madrileños no me apoyanporque saben que conmigo les irá bastante peorque con Felipe…».

Ese pacto de investidura significaba, enesencia, la renuncia al compromiso deregeneración democrática de las instituciones quehabía alentado la llegada de Aznar a Moncloa. Unseguro de vida, un pasaporte hacia la eternidadpara el felipismo, en el sentido de que no seríanlevantadas las alfombras ni investigadas sus malasprácticas.

El pacto se confirmó definitivamente durante la

estancia del Monarca en Palma de Mallorca enagosto del 96, en lo que algunos han dado enllamar el «pacto de Marivent» y al que, en más deuna ocasión, aludiría el dirigente de IzquierdaUnida, Julio Anguita[1].

Para unos, el corolario de lo ocurrido en tornoa la formación del primer Gobierno del PP es queJosé María Aznar abdicó de sus principiosregeneracionistas al aceptar la inclusión en suGabinete de Eduardo Serra. Para otros, sinembargo, se trata de algo más sencillo: el líderpopular entendió que no podría ir muy lejosremando en contra del establishment del régimen.

El siguiente diálogo tuvo lugar entre un exministro de la UCD a un miembro del gabineteAznar:

—Pero, ¿de qué habláis en los Consejos deMinistros con Eduardo Serra delante?

—Pues de la mar y de los peces, porque si setoca algo importante sabemos que enseguida lo van

a saber tanto Felipe González como el Monarca.«Aznar nunca pensó en romper o cortar por lo

sano en temas de Cesid y de Defensa», asegura unafuente de Moncloa. «Al contrario, y dada lapolémica que entonces rodeaba a los serviciossecretos, siempre se manifestó partidario de unalínea de continuidad, porque lo contrario hubierasido muy desestabilizador. De ahí el nombramientode Eduardo Serra, una carta que yo creo que tuvoen su bocamanga desde el principio».

La consecuencia del «Pacto de Investidura»fue que los servicios de inteligencia iban a seguirafectos a Defensa, continuarían reportando a Serra,controlados por Serra. Los famosos «papeles delCesid» estaban en buenas manos. Álvarez Cascosperdería la batalla por el control de los serviciossecretos, un riesgo que no podía correr elentramado del régimen surgido de la transición.

* * *

Como fruto colateral de pacto, algunas fuentessugieren que Adolfo Suárez fue nombrado asesorpara el área latinoamericana de la entoncescompañía pública Telefónica, decisión en la quehabrían intervenido tanto Aznar como el propioMonarca, con unos emolumentos de 60 millones depesetas anuales. Un agradecimiento a los serviciosprestados. Las dificultades económicas de Suárezhan sido motivo recurrente de conversación en lavida política y social española. El ex presidente esun hombre sin medios de fortuna, pero se comportacomo si los tuviera, construyéndose casas —comola de Palma— cuyo mantenimiento implica laexistencia de unos importantes ingresos regulares.

Curioso caso el de Adolfo, un hombrenavegando entre dos aguas desde que abandonó laPresidencia en el 81, moviéndose entre el deseo

de revancha contra Felipe González, a cuenta delduro castigo al que el líder del PSOE le sometiódurante sus últimos años como presidente delGobierno de la UCD, y la sensación de que, comoinquilino de Moncloa que fue, hay un elemento decontinuidad entre ellos que debe salvaguardar.

Entre el 94 y el 96, en los momentos más durosde González, Adolfo fue un hombre que se situómuy cerca de Aznar y, de rebote, de quienes vivíanempeñados en la denuncia sin concesiones delfelipismo. El abulense, que con frecuencia acudíaa cenar a casa de Pedrojota Ramírez, se sentó enprimera fila durante el acto de presentación dellibro David contra Goliat, obra que presentaron alalimón Aznar, Anguita y él mismo, tres pesospesados. Lo curioso del caso es que Adolfoacababa de dejar a Felipe González en Moncloacuando acudió al acto, de modo que, descubierto,se excusó ante Pedrojota con gesto humilde: «Lehe dicho a Felipe que venía a esto tuyo, y se ha

quedado muy sorprendido…».Está claro, pues, que al mismo tiempo

mantenía una estrecha relación con el lídersocialista, hasta el punto de que el PSOE llegó aofrecerle la incorporación a sus listas, invitaciónque el fundador de la UCD declinó.

Es el sempiterno doble juego que ha presididola vida del político abulense en los últimos 18años, una vela a Dios y otra al diablo, resentidocontra Felipe —la influencia de Amparo Illana hasido, en este sentido, determinante—, pero prestosiempre a echar un capote a Felipe, y cercanotambién al Rey, dispuesto a realizar cuantas tareasde go-between se le encomendaran, pero al tiempoquejoso con el Monarca, dolido por el trato, laindiferencia con la que Palacio aceptó su dimisión,hasta el punto de que hay quien, conociéndolebien, cree que el Duque es la percha ideal en laque ajustaría, como un traje a la medida, laPresidencia de una hipotética III República

Española.Con todo, el papel de Adolfo Suárez como

bisagra del «Pacto de Legislatura» está aún sinescribir. El resultado del proceso fue que Aznarenterró arco y carcaj, se limpió las pinturas deguerra que durante años había lucido, amenazantes,contra el felipismo, y aceptó el borrón y cuentanueva y el «todo sea por la estabilidad». El fiadorde ese pacto, el testigo en el Gobierno, eraEduardo Serra. A cambio, González iba agarantizarle un año de tregua parlamentaria, un añosin oposición, incluso con apoyo parlamentario enaquellas grandes cuestiones de Estado, tal queMaastricht, que así lo requieran.

Y Aznar picó el anzuelo. Por eso, cuando, el 2de agosto del 96, el nuevo Gobierno decidió nodesclasificar los papeles del Cesid de acuerdo conel criterio de Serra «el chico», Aznar no hizo otracosa que cumplir su parte en los compromisossuscritos.

—Si vosotros tuvierais la información que yotengo, habríais tomado la misma decisión.

Es decir, la de no desclasificar. Fue la frase,brutal en su rotundidad, que el propio Aznaradelantó a alguno de sus más íntimos amigos, lamisma frase que dejó sobre la mesa del Consejode Ministros que adoptó la decisión.

* * *

El humor, si no el honor, quedó seriamentetocado la noche del 3 de marzo del 96, cuando, ala hora del recuento de votos, la abrumadoravictoria que las encuestas auguraban al PP quedóreducida a menos de 300.000 votos.

Una sorpresa mayúscula: las urnas otorgaronuna victoria por la mínima del Partido Popularsobre un PSOE afectado por el terrible desgaste de

casi 14 años de poder, un desempleo que superabael 23 por 100 de la población activa, la deudapública, la corrupción galopante, el terrorismo delGAL, y la quiebra de instituciones clave delaparato del Estado, Guardia Civil, Cesid,Ministerio del Interior, etc.

Aquella noche la consternación era evidenteentre la cúpula popular refugiada en la calleGénova. Mientras la feligresía más «enragé» delPP gritaba en plena calle aquello de «Pujol, enano,habla castellano», en la planta octava de la sede«popular» Aznar y los suyos se mesaban loscabellos al constatar que iba a ser difícil formarGobierno y que, de poder hacerlo, no habría másremedio que pactar precisamente con «el enano».La amarga victoria del PP, y la «derrota dulce» delPSOE.

Los resultados eran la constatación de que lasimple palabra «derecha» seguía estando cargadade connotaciones negativas para muchos

españoles. De acuerdo con una encuesta manejadapor el CIS, sólo el 9% de los votantes que semanifiestan de derechas afirma que no votaríanunca al PSOE, mientras que el 30 por 100 de losque se declaran de izquierdas asegura que jamásvotaría al PP. «El centro-derecha tiene un largocamino por delante hasta hacer desaparecer esetabú», asegura el ministro portavoz Josep Piqué.

La noche del 3 de marzo dio paso a dos de losmeses más difíciles en la vida de José MaríaAznar. Había que bailar con la más fea. Dos mesesen los que cabe distinguir tres fases perfectamentediferenciadas. En la primera, inmediatamenteposterior a la jornada electoral, el deseo de Aznarde formar Gobierno fue considerado por muchagente como un «escenario utópico». Unosresultados electorales inesperados, que planteabanun escenario no previsto, fueron aprovechados porel polanquismo y sus terminales para descartar laposibilidad de un Gobierno Aznar, y especular con

la convocatoria de nuevas elecciones.La maniobra, sin embargo, no podía durar, de

modo que muy pronto se fue abriendo paso unasegunda fase, en la cual el efecto sorpresa de lanoche del recuento comenzó a ceder paraimponerse la ley implacable de los resultadoselectorales, según la cual el partido más votadotiene que formar Gobierno.

A finales de marzo, Jordi Pujol efectuó unadeclaración que fue toda una declaración deprincipios, en la que vino a decir que eranecesario cierto tiempo para poder digerir «lo quese puso muy difícil en la campaña electoral». Elpresidente de la Generalitat estabasubliminalmente admitiendo que le fastidiaban losresultados electorales, pero que no podía cargarcon la responsabilidad de negar el derecho aformar Gobierno a la lista más votada por culpa dela negativa de CiU a negociar. Necesitaba tiempopara asimilar el «enano, habla castellano». La

declaración de Pujol marcó un punto de inflexión:el pragmatismo de los resultados electorales iba aimponer su ley sobre el escenario inmediato.

Pero entonces, cuando ya empezaba a madurarcomo solución un Gobierno de la derecha, sepusieron en marcha algunas operacionesalternativas: el PP podía gobernar, cierto, pero conun candidato distinto a Aznar.

Consciente del peligro que entrañaba sergobernado por alguien que, ayuno de cualquiercompromiso, iba a reducir a cero la influencia quehabía tenido con González, con los riesgos queello implicaba para su cuenta de resultados, JesúsPolanco fue capaz de lanzar una maniobra de tantocalado como postular a Alberto Ruiz-Gallardón,aquí un amigo, como potencial candidato delPartido Popular a la Presidencia en caso de queJosé María Aznar no lograra formar Gobierno.Todo un envite, con ribetes de «cuartelazo», en elque se embarcó de hoz y coz el felipismo. Y Ruiz-

Gallardón se dejó querer.Fue una hipótesis que circuló entre el

establishment y ciertas capas urbanas cultas, peroque tenía un problema —el mismo que el propioRuiz-Gallardón tiene desde entonces—, y es quePolanco no tiene ninguna credibilidad en elPartido Popular. Si su pretensión era la deproyectar su influencia sobre el nuevo Gobierno,debía contar con algún ascendiente de credibilidadentre las gentes que debían formarlo, cosa que noocurría en absoluto. La maniobra, que tuvo unnotable éxito en los círculos de influenciamediática de El País y la SER, no tuvo el menorimpacto en el Partido Popular.

En plena «operación Gallardón», la nuevajunta directiva de la sección española del InstitutoInternacional de Prensa (IPI), acudió a Palaciopara presentar a Su Majestad el Congreso delInstituto cuya celebración estaba prevista parafinales de marzo del 97 en Granada, y a cuya

clausura deseaban invitar formalmente al Monarca.El caso es que, después de los mensajes

protocolarios, el Rey, en torno al consabidocorrillo —Gutiérrez, Tapia, Pedrojota, Cebrián—contó, con la verborrea que le caracteriza, suúltimo encuentro con Jordi Pujol, «y le he animadoa que apoye a José María Aznar; le he dicho que siantes apoyó al PSOE, no veo por qué ahora nopodría hacerlo con el PP para hacer posible laformación de Gobierno», y, entonces, el Monarca,con gesto de quien cree haber hablado demasiado,simuló morderse la lengua y, mirando a Juan LuisCebrián, añadió con gesto pícaro:

—¡Bueno, eso si don Jesús no tieneinconveniente…!

El Rey, descartados ciertos cantos de sirenaque había escuchado en días posteriores al 3 demarzo, estaba ya por la solución Aznar, que estanto como decir por el respeto a la Constitución,pero, consciente del poder del amo de Prisa,

estaba pidiendo el plácet de Polanco, que esrealmente quien parte el bacalao en España.

La «operación Ruiz-Gallardón» se fuediluyendo como un azucarillo en el momento enque Pujol empezó a mover ficha, sin que elestandarte utilizado por el cántabro para lamaniobra, el propio Gallardón, se desmarcarapúblicamente de la misma. Se abría paso lacreencia de que habría un «Gobierno Aznar», enuna tercera fase del proceso que duraría casi unmes y que empezó a tomar cuerpo con el apoyo alfuturo Gobierno de Coalición Canaria (CC).

* * *

Mientras Partido Popular y nacionalistas seembarcaban en una difícil negociación quepermitiera la formación de un Gobierno estable, el

nerviosismo empezó a cundir entre el colectivoempresarial. «La economía no puede esperar»,decían, alarmados, en CEOE, ante la evidenciacreciente de que nos encontrábamos frente a unadesaceleración de la economía. Las expectativasmás optimistas cifraban en un 2 por 100 elcrecimiento del PIB durante el primer trimestre delaño, una tasa que en España significa no ya lacreación de empleo, sino su destrucción. Y comoen un paso de la Semana Santa, las organizacionesempresariales salieron a la calle en demanda de unpacto rápido y estable que permitiera al futuroGobierno marcar pronto sus prioridades enmateria económica.

Por suerte, los fundamentos de la economíaseguían siendo buenos: las empresas estabansaneadas y el balance de las economías familiaresera igualmente positivo. En el terreno de lainflación se habían hecho progresos considerablesy el sector exterior, tradicional cuello de botella

en época de crisis, seguía exportando.La incógnita parecía centrada en el segundo

semestre. Porque la esperada recuperación de lasegunda mitad del año estaba cada vez máspendiente del acuerdo de Gobierno entre PP y CiU.Ambas partes parecían hallarse en un cruce decaminos: ¿pactar cuestiones concretas antes de lainvestidura o hacerlo después? El problema es quemuy pocas cosas se podían cerrar antes de queAznar se sentara en Moncloa y pudiera verificar laverdadera situación. Sólo el anuncio de un pactoestable podía permitir movilizar el consumo ydesatascar decisiones de inversión que estabanparadas en espera de un horizonte políticodespejado.

De la lenta, trabajosa, difícil negociación entreel PP y los nacionalistas catalanes para formarGobierno se hizo cargo un hombre de la templanzade Rodrigo Rato. El resultado electoral del 3 demarzo significaba para Pujol la oportunidad de

seguir estando en el fiel de la balanza de lapolítica española, incluso con algunas ventajas conrespecto a las dos últimas legislaturas del PSOE,porque, frente a los espolones de un Gonzálezcurtido en mil batallas, enfrente iba a tener ahoraun partido y un líder sin experiencia,ineludiblemente necesitados de su apoyo parapoder gobernar y a quienes resultaría fácil manejaren la sombra con relativa facilidad. El líder deCiU se aprestaba a solicitar un alto peaje por sucontribución a la gobernabilidad del Estado.

Pujol se tomó su tiempo. El necesario parapoder vender ante su electorado un cambio deacera tan llamativo. Su explicación de fondo noestuvo exenta de sutileza: si el apoyo de CiU alPSOE había operado la catarsis de convertir aunos malos socialdemócratas, llenos de instintosnacionalizadores, en una gente preocupada por laindustria y la economía productiva (algo que leinteresaba de verdad a Cataluña), ahora CiU

estaba obligada a desempeñar un papel no menostrascendente, incluso arriesgado, con el PP: el dehacer de contrapeso democrático en un Gobiernode la derecha pura y dura, plagado de gentedispuesta a echarse al monte y poner en peligro laslibertades y los derechos históricos de lasnacionalidades.

De modo que si, con los socialistas, habíanjugado a ser el fiel de la balanza económica, conel PP, que muy pronto iba a demostrar que nonecesitaba a nadie para hacer funcionar laeconomía, iban a jugar a ser el fiel de la balanzade la convivencia y las libertades.

Pujol, en todo caso, tenía buenas razones paraquerer el pacto, al margen de su vocación deamortiguador de las supuestas pulsionesderechistas «populares». La principal, hasta elextremo de colocarla por delante de cualquierotra, era la necesidad de poner orden en lafinanciación autonómica. En efecto, la Generalitat

debía unos 950.000 millones de pesetas, segúndatos del Banco de España, que sumados a deudascon proveedores y organismos varios, elevaban lacifra por encima del billón de pesetas. En estascondiciones, el pago de los intereses de esa deudase había convertido en una pesada carga que habíahecho fracasar, a pesar de la caída de los tipos deinterés, el plan para reducir el déficit autonómicodel año 95. Caballo desbocado, las finanzas dedon Jordi iban a necesitar una inyección de dinerosuplementaria durante dos o tres años para atajarla hemorragia. La Generalitat estaba a punto dequiebra.

Porque se trataba de dinero, José María Aznarestuvo doblemente acertado al situar a Rato alfrente de las negociaciones con CiU. El éxito de sugestión fue tal que Rodrigo salió de ellasconvertido en el número dos no sólo del PartidoPopular, sino del Gobierno e, incluso, del país.

Antes de firmar, el Honorable escenificaría su

pequeña venganza contra el Partido Popularviajando a Madrid para entrevistarse con FelipeGonzález, Alberto Ruiz-Gallardón y el gobernadordel Banco de España, Ángel Rojo, en un gesto decalculada indiferencia hacia José María Aznar.

Fueron, sin embargo, los canarios quienesprimero valoraron la importancia del acercamientode Pujol al PP: si a los 156 diputados de Aznar seles sumaban los 16 de CiU, el resultado daba 172diputados, una suma que podía permitir a lospopulares no tener que pagar ningún «favor» más.Coalición Canaria se puso entonces en marcha y,después de Semana Santa, firmó un pacto de apoyoparlamentario con el PP, porque sus 4 escañoseran más valiosos si se sumaban a 156 que si seañadían a 172. De manera que, a mediados deabril, Aznar ya contaba con el apoyo de 160diputados.

Así, mientras avanzaban las negociaciones conCiU, alguien advirtió al PNV de los peligros que

corría: sus votos no iban a ser necesarios, lo quereducía su papel a cero en la próxima legislatura.A menos, claro, que se adelantaran al acuerdo conCiU. Fue así como una noche, en Burgos, se firmóel acuerdo entre PP y PNV.

La firma definitiva del pacto PP-CiU vino ademostrar algo que los españoles desconocían yque iban a poder comprobar a partir de entonces:la capacidad de José María Aznar de aguantar allímite en situaciones comprometidas. El de Aznar,en efecto, había sido todo un ejercicio de cintura,un alarde de paciencia, de dejar que las cosasmaduraran, sabiendo que el toro nacionalista teníaque derrotar antes de entrar al trapo. Dos mesesplenos de incertidumbre.

Sobre el pacto con CiU planeaba la sospechade unas concesiones que podían poner en peligroel objetivo fundamental del nuevo Gobierno:cumplir los objetivos de Maastricht. Para losmercados financieros iba a resultar fundamental la

voluntad del nuevo Gobierno de observar unaestricta disciplina presupuestaria y abordar lareducción del déficit público, puesto que de ellose iba a derivar directamente un descensosignificativo de los tipos de interés. A losempresarios, además de la regulación dedeterminadas condiciones fiscales (actualizaciónde balances), les interesaba conocer la disposicióndel Ejecutivo para acometer una nueva reforma delmercado del trabajo que favoreciera la creaciónde empleo.

* * *

Con el respaldo de 156 diputados y el apoyode nacionalistas catalanes, vascos y canarios,Aznar fue elegido presidente del Gobierno elsábado 4 de mayo de 1996. Para entonces, el

choque brutal con la realidad electoral española,plasmada en los resultados del 3 de marzo, lehabía hecho reflexionar hasta establecer, comoesculpido en bronce, el motto fundamental de sulegislatura: «Lo primero que dijo José MaríaAznar en el primer Consejo de Ministros fue queel principal objetivo de este Gobierno era durar—asegura un miembro del Gabinete—, y yo sonreípara mis adentros, tócate los cojones, vaya cosatan profunda que acaba de decir, qué frivolidad…Pero, con el paso de los meses, lo fui entendiendo.Durar era imprescindible para acabar con algunosprejuicios sólidamente asentados en elinconsciente colectivo de los españoles. Habíaque durar para que el pueblo español seacostumbrara a ver gobernar a la derechademocrática, y que lo viera como la cosa másnormal del mundo».

El objetivo de durar iba a ser el certificado degarantía del Gobierno Aznar. Todo supeditado a

durar, a conseguir alargar la legislatura hastaagotarla. Y durar con 156 diputados significabagobernar apelando al consenso. Aznar se planteóla tarea como un venerable abate convencido depoder contentar a todo el mundo, dispuesto a hacertortillas sin romper un solo huevo, decidido autilizar el BOE sin hacer un rasguño, sinmenoscabar los privilegios adquiridos pordeterminados grupos durante el felipismo.

El arranque no fue malo. Tras la investidura yel inicial mes de euforia, una estimación de votorealizada por el CIS situó al PP 1,3 puntos porencima del PSOE, una ventaja similar a la de laselecciones. Muy pronto fue necesario entrar enmateria con la preparación de unos PresupuestosGenerales del Estado (PGE) para el 97, queobligaban a conjugar dos objetivos aparentementeopuestos: la necesidad de ajustar, por un lado, y lade atender las demandas nacionalistas, por otro.

Los observadores más agudos comprendieron

enseguida que la estabilidad del Gobierno Aznariba a depender del comportamiento de laeconomía. Si la economía tiraba y creaba empleo,Aznar podía encontrarse con su momento de gloriahacia el final de la legislatura. Tambiéncomprendieron, sin embargo, que el PP renunciabaa arremangarse y acometer las reformas de fondotantas veces apuntadas para fiarlo todo a labonanza del ciclo, una filosofía que encontraba sucoartada perfecta en los 156 diputados y en lasservidumbres impuestas por los pactos deGobierno con CiU.

«Se trata de ver cuántos kilos de suerte sonnecesarios para que cuadre el círculo deMaastricht sin tocar esas reformas y sin perjudicara nadie, porque aquí to er mundo e güeno, y setrata de gobernar sin levantar ronchas en ningúngrupo social importante —aseguraba uneconomista liberal muy crítico con los primerospasos del Gobierno—. Es la búsqueda del

consenso en grado superlativo, la estrategia delabrazo con la sociedad y el fin del miedo a laderecha, el mensaje de que todo sigue igual, todofunciona igual y no ha habido cambio ninguno».

El Gobierno, sin embargo, demostró quequería hacer los deberes metiendo en cintura algasto[2], tradicional enemigo de la economíaespañola. José Folgado, secretario de Estado dePresupuestos, no olvidará fácilmente su debut en elcargo, «horroroso, porque acababa de llegar y,víspera del primer Consejo de Ministros, me vinecorriendo al despacho después de la toma deposesión para coger la tijera dispuesto a recortar,reunido hasta la madrugada con Rato y Montoro».

El Consejo de Ministros del día siguienteaprobó, como medida de choque, un recorte delgasto público por importe de 200.000 millones depesetas. Una decisión que tenía unos riesgos muygrandes y que provocó la reacción airada deGonzález («ustedes hunden el país», «a ustedes no

les van a salir las cuentas»), pero que se demostróun acierto, porque los mercados financierosconsideraron la medida como una declaración deprincipios, una manifestación —frente a laausencia de credibilidad que había afectado a losúltimos gobiernos del PSOE— de la voluntad denuevo Gobierno de hincarle el diente al déficitpúblico, lo que dio paso a la carrera a la baja delos tipos de interés.

* * *

Sin embargo, en julio —quizá por suinexperiencia, quizá por ese miedo que elsubconsciente de muchos españoles alienta haciaesa «derechona» simbolizada en el dóbermansocialista—, las acciones del Gobierno Aznarempezaron a caer en la Bolsa de la estimación

popular, y ello más por demérito propio que poriniciativa de un PSOE agobiado por el tráfago desus pasados escándalos en los juzgados.

Quienes caritativamente habían sonreído antela «profundidad» del discurso inaugural de Aznar(«lo importante es durar») se dieron cuenta prontode las dificultades con las que iba a tropezar unpartido de la derecha, y en minoría, para gobernarun país esquilmado por casi catorce años defelipismo, con un aparato administrativo (laJusticia, la educación, la cultura, el deporte, losmedios de comunicación, etc.) totalmenteinfiltrado por un régimen mecido al calor de suvocación de partido único.

La intelligentsia patria, esa progresía inaneque había portado las arras del matrimonio deintereses entre felipismo y polanquismo, mostrópor primera vez sus dientes a primeros de julio,con ocasión del cambio de poderes en RTVE. Unanuncio de regulación de empleo en el ente

público fue aprovechado para hablar de «purga» yacusar al Gobierno de actuar con criteriospolíticos y no profesionales. Eran los primeros ydevastadores efectos que la «derechona» iba asurtir sobre la cultura, acusaban los «progres», queaprovecharon la ocasión para apuntar a José MaríaAznar con el dedo ante sus poderosos amigosextranjeros[3].

La expulsión de ciento tres inmigrantesilegales en Melilla y la posterior deportación deotro grupo de africanos, que fueron narcotizadospara facilitar su traslado, dio ocasión a esa viejaprogresía para tachar por primera vez de«fascista» al Gobierno. Para que nadie faltara a lacita, allí estaba el genial Almodóvar y su juiciofinal sobre el futuro del cine: «El PP nos ha puestoun verdugo». Algunos listos empezaban asospechar que se iban a terminar las subvencionesarbitrarias.

El nuevo Gobierno no podía esperar ninguna

ayuda del mundo de la cultura criada a los pechosdel polanquismo y acostumbrada a vivir de la sopaboba de las ayudas oficiales. De los «enemigos»,ni agua, pero ¿y de los amigos? El drama de Aznares que estaba igualmente obligado a defenderse delos falsos amigos, esos que le habían ayudado allegar a Moncloa y que ahora esperaban cobrarsela ayuda prestada a precio de oro. Quienesconocían un poco al nuevo presidente sabían, sinembargo, que tales pretensiones estabancondenadas al fracaso.

Naturalmente, el Gobierno tampoco podíaesperar ayuda gratuita de sus aliados nacionalistas.Antes al contrario, por mor de los pactos, el PP sehabía visto obligado a servir a Pujol en bandeja deplata la cabeza de su tradicional hombre enCataluña, Alejo Vidal-Quadras, el más fogosoflagelo del nacionalismo tribal encarnado por elala radical convergente. En cuanto al PNV, elGobierno hizo almoneda de alguna de sus más

queridas promesas electorales, como la mano duraque había prometido mantener con el terrorismoetarra y sus presos.

Aliados puros, pues, ninguno. Ni siquiera laIglesia, a la que el ministro Arenas se negó a daruna alegría con la asignación del 0,5 por 100 delIRPF a partir del concepto «otros fines». Pero, ¿noeran de derechas?, se preguntaba, perplejo, más deun abate. En pago de tanta «maldad», los obisposllegaron a censurar la boda del vicepresidenteÁlvarez Cascos con Gema Ruiz.

Ni siquiera los ricos. En efecto, el mundo deldinero empezó pronto a mostrar sus reticencias acuenta de la política de privatizacionesemprendida por el Ejecutivo, tarea quecorrespondió al ministro de Industria, Josep Piqué,y que necesariamente tenía que chocar con lafilosofía e intereses del PSOE. Un sector públicofuerte significa más poder para el Gobierno deturno, más capacidad de presión e intervención,

más prebendas a repartir entre los fieles de lacofradía política. Para González, era mejor«cobrar un duro más por la gasolina que privatizarcompañías estatales», sobre todo si laspresidencias se entregaban «a los amigos del PP»,según Joaquín Almunia.

Lo que muy pocos esperaban, sin embargo, esque esa misma política tropezara con laszancadillas de millonarios y grupos de poderacostumbrados a vivir del monopolio o a susombra. Para éstos, liberalizar suponía poner enpeligro posiciones de privilegio asentadas durantedécadas de cabildeo con el poder político.

* * *

La primera bomba le estalló al GobiernoAznar en las manos cuando el 2 de agosto hizo

pública su decisión de no entregar al TribunalSupremo los famosos papeles del Cesid relativosal caso GAL, en contra de las promesas efectuadaspor el PP cuando estaba en la oposición.

La conexión Serra-González-Zarzuela se hacíaasí evidente para muchos españoles avisados, paraquienes la decisión de Aznar no tenía másexplicación que la necesidad de respetar loscompromisos contraídos en el «pacto deinvestidura». Aquello pareció el sello y rúbrica alremedo de «ley de punto final» a que aspiraba elfelipismo, con el visto bueno de Palacio.

Las palabras de Eduardo Serra, hablando unosdías antes en el Parlamento de la necesidad de«asumir el pasado», cobraban así plenasignificación. La herencia socialista empezaba apesar como una losa sobre el nuevo Gobierno.«Aquí se está utilizando la seguridad nacionalcomo trinchera para proteger la seguridad personalde los miembros del Gobierno», había dicho,

desde la oposición, el ahora vicepresidenteÁlvarez Cascos.

El diario El Mundo, que tanto había tenido quever con la caída de González, se rasgó lasvestiduras. «El primer gatillazo del presidente»,escribió Pedrojota, quien equiparaba la decisiónde Aznar con la que, en 1974, tomó Gerald Fordcuando concedió a su antecesor, Nixon, el perdónpor el caso Watergate.

«El Gobierno debe mirar al futuro y dejar a lajusticia que se ocupe del pasado», aseguró unAznar que achacó la tramontana formada al poderde arrastre de dos «comunicadores», AntonioHerrero y Pedrojota Ramírez, dos de susprincipales apoyos en la oposición, a quienesretiró la palabra durante un par de meses. Ladecisión provocó no pocas tensiones con personasdel entorno de Aznar, caso de Federico Trillo.«Serra dijo que los papeles del Cesid afectan a laseguridad del Estado y yo me lo tengo que creer»,

aseguró una diplomática Margarita Mariscal.«La decisión del 2 de agosto no vino

condicionada por ningún tipo de pacto —aseguraun miembro del Gabinete—. Por supuesto queéramos muy conscientes del coste que iba a tenerpara nosotros, en el bien entendido de que lapelotera no tenía recorrido porque el escenario, talcomo finalmente se desarrolló, estaba claro: elGobierno, en uso de su facultad institucional, decíano a la entrega, pero si era requerido por la SalaSegunda del Tribunal Supremo no pensaba oponerresistencia».

Pero, asociado a la decisión de no entregar lospapeles del Cesid, el Ejecutivo cometió un errorgrave del que fue culpable el voluntarismo deDefensa, y es que, cuando ya se había asumido elcoste de la decisión del 2 de agosto, Serra intentópaliar sus consecuencias con la presentación, en elprimer Consejo de Ministros tras las vacaciones,de un anteproyecto de Ley de Secretos Oficiales

que, entre otras cosas, preveía que tales secretospermanecieran bajo siete llaves durante nadamenos que medio siglo. Se trataba, en realidad, deun «papel» hecho deprisa y corriendo en el mes deagosto por Defensa, precisamente la instancia quemenos autoritas tenía en aquellos momentos parameterse en tales jardines. Éramos pocos y parió laabuela.

De modo que a la vuelta de septiembre, en elpeor momento del Gobierno y con la intención devoto por los suelos, el Ejecutivo se topó con elbello panorama formado por el diario El Mundo yla Cadena COPE arreando estera de formainmisericorde a cuenta de los famosos papeles,amplificado todo ello por la entrada en escena delcitado anteproyecto de ley (ahora llamadoproyecto de Ley de Secretos de Estado). Para queno faltara ningún ingrediente en el guiso, y con elParlamento ya abierto, el informe se remitió alConsejo General del Poder Judicial, con lo que el

Gobierno se aseguró «tres meses como puta porrastrojo» (en opinión de un miembro delGabinete), de modo que lo que se suponía iba a serun proyecto destinado a neutralizar el efectonegativo de los papeles del Cesid se convirtió enun verdadero bumerán.

Afortunadamente Aznar entró rápidamente alcorte con aquel «yo creo que se puede mejorar».Pero el daño ya estaba hecho, y eso sin recibirsiquiera un escueto «gracias» por parte del primerpartido de la oposición. Antes al contrario. ElPSOE, parapetado en sus posiciones de poder enla judicatura y los medios de comunicación, centrósu labor opositora en la exacerbación del miedo auna derecha que supuestamente se movía porafanes de revanchismo, hasta el punto de que Ratose vio obligado a salir a la palestra para descartarpúblicamente la celebración de «juicios políticos»contra el anterior Gobierno, mientras el propioAznar volvió a tranquilizar a los espíritus aún

inquietos reafirmando los compromisos asumidosen el «pacto de investidura»: «Lo diré con lamayor claridad: yo no voy a perseguir a nadiedesde el Gobierno. La época de los escándalos novolverá».

* * *

La decisión del 2 de agosto del 96 de nodesclasificar los papeles del Cesid supuso unmazazo moral para quienes creyeron que elGobierno del PP sería capaz de encabezar laregeneración que estaba reclamando a gritosnuestro sistema democrático.

Al fiasco de los famosos papeles le siguierondos meses de caída en picado. El Ejecutivoregresó de vacaciones para darse de bruces con ladura realidad de su inferioridad parlamentaria y,

quizá, de su falta de hechuras. Porque, instaladosen septiembre, comenzaron a advertirse loserrores, los nervios (Aznar contra Vidal-Quadras,Ramallo contra Aznar, Cascos contra Serra,Tocino contra Serra, Ramallo contra Serra… todoscontra Serra, a quien secretamente se acusaba dehaber desnaturalizado al Gobierno), lasvacilaciones, la falta de coordinación, lascontradicciones internas propias de primerizos,una situación que, rápidamente captada por laopinión pública, iba a causar un enorme dañoelectoral y de imagen al equipo de Aznar hastafinal de año.

El caso de la cesión del 30 por 100 del IRPF alas comunidades autónomas fue un ejemplo de esedescontrol. Es normal que la decisión fueracuestionada por Ibarra, Chaves y Bono, pero¿también por Juan José Lucas y Manuel Fraga?Enseguida comenzó a hablarse dedescoordinación, mientras florecían las primeras

críticas al Gobierno entre los propios diputadospopulares, quejosos del aislamiento y la«frialdad» de Aznar, pero, sobre todo, del fiascoque estaba suponiendo un Gobierno que había sidovotado, entre otras cosas, para que levantara lasalfombras y abordara la regeneración de lasinstituciones.

Aznar, recluido en su castillo encantado (denuevo el «síndrome Moncloa»), parecíadesorientado. Cogido en la tenaza de las alianzascon el nacionalismo periférico, su labor quedabareducida a la de un gestor de la cosa pública que,en cuanto pretendía traspasar esos límites, erallamado al orden por CiU y PNV. Tras el pateogeneral recibido por el proyecto de Ley deSecretos Oficiales, Aznar decidió meterlo en lanevera, y lo mismo pasó con la política de tasas(autovías, recetas) y un sinfín de tímidaspropuestas que eran retiradas de la circulación almenor atisbo de censura pública. Como el

esquiador que sale por primera vez a las pistas, elEjecutivo parecía instalado en la inseguridad y elmiedo a errar.

Precisamente para no errar, el Gobierno pusoen práctica una curiosa estrategia consistente encalibrar la reacción de la opinión públicamediante aquellos irritantes «globos sonda» quetanto daño hicieron a su imagen.

Empezaba el «show Barea», el padre de lacriatura. Ya el 9 de julio el viejo profesor le habíamontado un buen número al Gobierno al manifestarque las pensiones debían subir menos que el IPC,obligando a Aznar por primera vez a salir al cortey asegurar que no tocaría el Pacto de Toledo. Setrataba sin duda de una situación entre histérica ehistriónica: el hombre llamado a ayudar alpresidente con sus sabios consejos se iba aconvertir en su gran quebradero de cabeza a causade una innata incapacidad para guardar los papelesbajo llave en el despacho. El profesor Barea, sin

pretenderlo, se iba a convertir en el granabrevadero de argumentos del PSOE a la hora dehacer oposición. Un filón.

Sobre España se extendía un caluroso otoño,pero sobre la popularidad y la intención de votodel PP estaba cayendo una intensa nevada. En esteclima de incertidumbre empezó a gestarse uno delos grandes fracasos del Gobierno Aznar en lalegislatura: el de una Justicia politizada hasta eltuétano, cuyo deterioro, en calidad y credibilidad,ha seguido imparable en estos años.

El PSOE, bien atrincherado en sus dos plazasfuertes, judicatura y medios de comunicación, lehabía hecho en pleno mes de julio una verdaderajugarreta al PP con la renovación del ConsejoGeneral del Poder Judicial (CGPJ), el órgano degobierno de los jueces, un acuerdo torpementenegociado y peor cerrado, y del que arrancan todaslas desgracias judiciales del Partido Popular.

Estaba claro que el único territorio donde el

Gobierno popular iba a poder expresarse concierta libertad e independencia, Jordi Pujolmediante, era el económico.

Los datos macroeconómicos, en efecto,comenzaban a dar alguna que otra alegría. Así, elparo empezó a reducirse por primera vez en muchotiempo, mientras la tasa de inflación se moderabade forma sensible. Rato, por su parte, anunció queel gasto público crecería (2,5 por 100) menos quela inflación, un entremés de rigor presupuestariomuy apreciado por los mercados, al tiempo que elBanco de España aseguraba que el crecimiento delPIB podía llegar al 3 por 100 hacia finales de año.La desaceleración parecía superada.Definitivamente, la economía podía ser elsalvavidas de un Gobierno que, fuera de losnúmeros, hacía gala de una extraña torpeza. Loselogios comenzaban a lloverle desde el mundoempresarial y financiero.

Pero incluso aquello que hacía bien el

Gobierno lo vendía mal. Frente a maestros en elmanejo de la opinión pública como Rubalcaba ysus amigos, los comunicadores de Moncloa, conMiguel Ángel Rodríguez a la cabeza, parecíanmeros aprendices. El Ejecutivo no sabíaexplicarse.

A mediados de septiembre, un reputadoeconomista, demócrata a fuer de liberal, sequejaba con amargura de la sensación de despisteque acompañaba al Gobierno. «Es dramática lafalta de arrope doctrinal de todo lo que hace.Privatizar, por ejemplo, ¿para qué? ¿Simplementepara sacar dinero y aliviar el déficit? No, señor;usted tiene que privatizar porque doctrinalmentetiene razones para pensar que el sector privadogestiona mejor y que el Estado no tiene por quéconvertirse en vendedor de seguros, o de aceros, oen hotelero.

¿Por qué no se explican estas cosas? Todo esoportunismo, y lo único que importa es el poder, el

poder en sí mismo, el poder sin fundamentos y sinideología… leninismo en estado puro».

* * *

Aznar se cayó del guindo la tarde/noche del 20de septiembre del 96, con motivo de un mitin en elPalacio de los Deportes organizado por el PartidoPopular.

Aquella noche, después del festejo, AlbertoRuiz-Gallardón preguntó a su mujer su opiniónsobre el acto mientras cenaban con unos amigos.

—¿Qué tal ha estado esto?—De pena.—¿Ah, sí?… ¿Y por qué de pena?—Mira, creo que es el peor mitin que has dado

desde que te conozco y, a pesar de eso, has sido elmejor, así que con eso te digo todo.

José María Aznar se encontró con queprácticamente acababa de ganar las elecciones yno era capaz de llenar el Palacio de los Deportesde Madrid. Los ecos del rum-rum deprovisionalidad que se había instalado en casitodos los ambientes sociales llegaban todas lasmañanas a sus oídos, y las encuestas cada díapeor, y esa sensación de desánimo que invadía a lagente, y esa falta de ilusión… Había que haceralgo.

A la mañana siguiente, sábado, Aznar convocóa Mayor Oreja, del que se había distanciadobastante, Rodrigo Rato y Javier Arenas. Jaimeparecía desazonado:

—Noto que no me saludan con alegría. Estuveel fin de semana pasado en una boda y advertí quela gente se retrae, que ya no es tan cariñosa connosotros como antes del verano.

La sensación de que el Gobierno se habíadesinflado como por arte de magia y de que todo

el mundo le tomaba el pelo era percibida tambiénpor los ministros. Había que cambiar de estrategia.Aquel 21 de septiembre comenzó a germinar unlento cambio de mood en el Gobierno que, dealguna manera, significaría la paulatina vuelta a laconfrontación, y que podría considerarse como elpreludio de la reacción a que daría lugar el famoso«pacto de Nochebuena».

Unos días después del espectáculo del Palaciode los Deportes, el matrimonio Ramírez acudió acenar con los Aznar. Era un intento dereconciliación tras el abismo abierto entre ambospor la decisión del 2 de agosto. Pues bien, en esacena, Ágatha Ruiz de la Prada, con el desenfadoque la caracteriza, gesto y voz de niña grandedispuesta a contar las verdades del barquero,espetó al presidente fuera de todo protocolo:

—Mira, que quede claro: ¡ya no creemos en ti,amor…!

* * *

El 27 de septiembre el Gobierno aprobó losPresupuestos Generales del Estado más duros delos últimos veinte años, incluyendo la congelacióndel sueldo de los funcionarios y un descenso del7,3 por ciento de la inversión pública. Marcarseun objetivo de déficit del 3 por 100 cuando sevenía de otro del 6,5 significaba un esfuerzo muyconsiderable, que sin duda iba a ser valoradocomo se merecía por los mercados financieros.

Eran unos PGE creíbles, que cumplían elobjetivo de Maastricht. «Estamos contentos —aseguraba José María Cuevas—, aunque de tantopedir unos Presupuestos serios y austeros nos handado taza y media y han empezado por serrigurosos con las empresas, que se llevan un buenpalo: cae la inversión pública, hay un incrementode cinco puntos en las retenciones del impuesto de

sociedades y un tijeretazo en las transferencias aempresas públicas y privadas, además de unaimportante contracción de los márgenes ensectores como farmacia, petróleo, energía oseguros».

«Cumplimos Maastricht, sí, pero ¿vamos acreérnoslo a pies juntillas? Pues no —asegurabaun conocido banquero—. Y es que tenemos queacudir a la teoría del dopage: hay que dopar alatleta para que rebase el listón en la fechaseñalada, aunque no vuelva a saltar nunca más esaaltura, y si hay que arrinconar problemas como elde RTVE, pues se arrinconan y listo. Se trata deganar tiempo».

Doce días después de la presentación de losPGE, el Ejecutivo se apuntó un segundo tanto conla firma, el 9 de octubre y en el Palacio de laMoncloa, del «pacto de pensiones» con lossindicatos. El Gobierno del centro-derechaafianzaba así una de sus mayores conquistas: la

paz social durante la práctica totalidad de lalegislatura.

Conocedor de que más del 50 por 100 de lospensionistas había votado el 3 de marzo al PSOE,Aznar se había confesado a uno de sus íntimos:«Te aseguro que no vuelvo a perder unaselecciones por culpa de los pensionistas…». Pero,para firmar ese pacto, el Ejecutivo había dejado enla estacada a la patronal CEOE. Todo el gozo deCuevas en un pozo. «El análisis de Aznar espolítico, y el de CEOE es económico —aseguraban en la sede de Diego de León—, y no sepuede esperar otra cosa de un Gobierno dominadopor una socialdemocracia que en lugar de ser laicaes cristiana, lo cual se refleja en la continuidad delPER o en la deuda que no deja de engordar deRTVE, mientras los problemas de fondo no seatacan».

«¿Qué liberales hay en el Gobierno? —sepreguntaban en CEOE—. Pues Barea, Folgado,

Piqué, Esperanza Aguirre y pare usted de contar,porque el resto, empezando por Aznar, sonsocialcristianos, y no digamos ya gente comoArias-Salgado. El matiz liberal se ha diluido enuna socialdemocracia vergonzante. El resultado esque se trata de un Gobierno sin ideología, que vivey trabaja en función de las encuestas».

Las relaciones entre Aznar y Cuevas iban aconocer varios meses de una absoluta frialdad. Elde CEOE había quedado en una posicióndesairada ante la clase empresarial al ser excluidode la negociación de un acuerdo firmado por «unpolítico populista y lenguaraz como Arenas aquien, en la mejor tradición andaluza, la de unSolís Ruiz, le importa un bledo firmarcompromisos que pueden hipotecar a futuro a laeconomía española con tal de salir en la foto».

Las clases urbanas de mayor formacióneconómica y cultural valoraron, al margen debanderías, el esfuerzo de disciplina fiscal que

suponían los PGE y la capacidad de consenso del«pacto de pensiones». Y por eso mismo la mayorparte de esos sectores no dejaban de sentir ciertasensación de perplejidad al constatar la distanciaabismal que separaba las realizaciones delGobierno con la pobre imagen que de él tenía laopinión pública. Toda una deslumbrante paradoja.

* * *

A primeros de octubre, uno de los asesores deAznar aseguraba que el presidente sólo tendría queesperar hasta final de año para recoger la cosechade la siembra que estaba haciendo con los PGE yel acuerdo sobre pensiones, sin meterse en camisade once varas. «El Gobierno debe quedarsetranquilo unos meses y ver cómo mejora el climaeconómico y cómo se despedaza el PSOE a la

puerta de los tribunales de Justicia. Porque eltiempo juega a su favor».

Es verdad que el Ejecutivo popular habíaconseguido sacar adelante unos PGE muy durospara una sociedad acostumbrada a tirar del gastopúblico; había logrado un acuerdo sobre pensionescon los sindicatos que no se firmaba desde hacíamás de diez años y además había llegado a unpacto de financiación por cinco años con lascomunidades autónomas, con la dificultad queentraña poner de acuerdo a diecisiete autonomías.Para cerrar el círculo, el presidente habíaencargado al ministro Arenas la puesta en marchade una reforma laboral consensuada con losagentes sociales.

Y, sin embargo, la imagen del Gobierno en lacalle no podía ser más endeble, más sometida alpim-pam-pum desmesurado, inmisericorde, de loscreadores de opinión. La ciudadanía estabaperdiendo la confianza —si alguna vez la tuvo—

en Aznar a pasos agigantados, como parecíanindicar las encuestas, que situaban al PSOE comoganador en intención de voto. El 13 de octubre, ElPaís publicó una demoledora encuesta deDemoscopia: El PSOE superaba en 4,6 puntos alPP, mientras un González que luchaba pormantenerse lejos de los tribunales de Justiciacomo imputado en el caso GAL contaba con mejorimagen que Aznar.

La situación, más que paradójica, eraesquizofrénica. Los socialistas, con todos susescándalos a cuestas, se consolidaban comoalternativa. Los populares se preguntabansorprendidos: «¿Qué estamos haciendo mal,cuando lo único que queremos es sacar a Españadel lodazal en el que está sumergida?». El diarioEl Mundo le añadía pimienta al puzzle en uneditorial-charada: «¿Por qué este Gobierno parecepeor de lo que es?».

La respuesta parecía múltiple: desde la

interminable saga de «globos sonda», que habíacontribuido a extender la idea de que se trataba deun equipo dominado por la inseguridad y labisoñez, hasta la creencia de que Aznar era unsimple prisionero de los pactos suscritos con lospartidos nacionalistas. España vivía un clima deabsoluta paz social, y la economía daba signosevidentes de recuperación, pero entre los votantesse afianzaba la idea de que el Gobierno Aznar ibaa durar un cuarto de hora.

El ambiente en el partido se enrarecía pormomentos, porque eran muchos los que pensabanque se podía llegar a perder rápidamente lo quetanto tiempo había costado ganar: La Moncloa. Laacusación más común era que «este Gobierno nosabe vender lo que hace». En Toledo, con ocasióndel Día de la Policía, el presidente tuvo queaguantar su primera pitada a cuenta de lacongelación salarial de los funcionarios.

Para acabar de adornar el cuadro, un nuevo y

morrocotudo escándalo de la época felipista saltóa la palestra implicando directamente a EduardoSerra, el hombre que hacía de puente entre elEjecutivo, el Palacio de la Zarzuela y la oficina dela calle Gobelas, en El Plantío, donde FelipeGonzález había instalado su particular cuartelgeneral. El diario El Mundo reveló que el Cesidhabía espiado y grabado al Rey de formareiterada. La soledad del ministro de Defensaparecía total.

Fue el punto más bajo de Serra, que acudió aparlamentar con Aznar enarbolando banderablanca: «Acepté ser ministro porque me llamaste yporque me ilusionó la tarea, pero no voy a sernunca un obstáculo para tu Gobierno, de modo quetienes mi dimisión si la necesitas». Su salida delEjecutivo se daba por hecha entre su propiocírculo de amigos en torno al 15 de octubre. Peroechar a Serra significaba un desaire al Monarca,quizá un obús en plena línea de flotación de Su

Majestad. Era también poner en solfa el «pacto deinvestidura», esa especie de seguro multirriesgofirmado por Aznar con el Rey y González. Y almismo tiempo era un portazo a esa España queechó raíces en torno al felipismo, la España delcinismo y la mentira, del miedo a decir la verdad,de los «visitadores» en Zarzuela, de losEntrecanales, los March, los Polanco, los Arango,los Auger, la España de la Fundación de Ayudacontra la Drogadicción…

Serra aguantó el tipo. Aznar no le aceptó ladimisión y a partir de ese momento el ministro deDefensa empezó a remontar el vuelo hastaconvertirse en uno de los más sólidos pilarespresidenciales. Una deriva que corrobora la tesisde quienes sostienen que José María Aznar haterminado plegándose a los deseos de ese inmensolobby nucleado en torno al Monarca, partidario deque algo cambie para que todo siga igual.

* * *

En la lista de «desafectos» al Gobierno Aznarhabía una clase, que no pululaba por asfalto sinopor despacho alfombrado, especialmentepreocupante para un Ejecutivo de centro-derecha:la de los poderes económicos y financieros.

En efecto, la endeblez en la acción deGobierno, unida a la fantástica recuperación delvoto socialista que pregonaban las encuestas, setradujo en la repetición de un movimiento típicodel mundo del dinero cuando en el horizonte aleteaun cambio político: los poderes financierosdesenganchaban su barca de la ribera de Aznar, sies que algunos estuvieron alguna vez amarrados aella, para situarse en medio del río, cuando nofrancamente en la orilla, otra vez, del felipismo.Cuidado con las veleidades «aznaristas». ElGobierno Aznar parecía flor de un día.

González, desde su despacho de la calleGobelas, se había dedicado a segarle la hierba asu sucesor en Moncloa llamando a los banqueros,recibiendo a gente, conspirando. Y los poderososdel dinero se asustaron: ¿será verdad que éstepuede volver enseguida?

Si a la presión felipista y a las dudas delmundo del dinero sobre la falta de consistencia delEjecutivo se unen procesos en marcha tanimportantes como las privatizaciones, tendremosformado el cóctel explosivo que animaba a losricos a tentarse la cartera antes de dar un paso alfrente y abjurar definitivamente del felipismo. Unproceso privatizador, unido a otro más amplio deliberalización de la economía, implica para elgobierno que lo emprende estar dispuesto aenfrentarse a un pool de intereses muy fuerte,porque esas políticas ponen en cuestión posicionesde poder muy sensibles y consolidadas a lo largodel tiempo.

El «Tigrekan» socialista se encargaba derecordar a mucho dubitativo rico hispano losriesgos del cambio de acera. ¿Con quién podíanvivir mejor las grandes fortunas de laconstrucción: con un gobierno dispuesto a tirar delgasto público en infraestructuras o con otroobligado a controlar el déficit? La vida,ciertamente, se había hecho más difícil para muchagente, bancos y banqueros incluidos (y no sólo porla revolución de los tipos de interés), porquecompetir en una economía desregulada suponeapelar diariamente al esfuerzo y la imaginación,sin esperar que el poder político le resuelva a unosus estrecheces.

Los riesgos de la liberalización eran unaamenaza para muchos sectores, desde lastelecomunicaciones al suelo, pasando por laenergía o la sanidad. Miles de millones de pesetasy mucho poder estaba en juego. «En cuanto tocasun tornillo liberalizador —aseguraba por aquel

entonces Rato—, salta como herida por el rayo laEspaña de las ventajas consolidadas con elfelipismo».

Frente a la sensación de paz social que sevivía en la calle, la pelea política e ideológica seestaba librando con toda intensidad en lajudicatura y la prensa. La batalla de la imagenseguía librándose en los medios de comunicación,donde la superioridad socialista era un hechoincontestable, con la armada de Prisa a la cabeza.La pelea en la cumbre la protagonizaban, cómo no,dos diarios: El Mundo y El País.

La Justicia era ya, en efecto, el mayorproblema del Ejecutivo popular, una balsa a laderiva que, sin timón, se movía a impulsos delodio entre jueces y fiscales, la politización de unosy otros y la capacidad de presión de los poderosos(el Supremo acababa de anunciar la apertura dejuicio oral contra los responsables de finanzas delPSOE en el caso Filesa, exculpando a los capos

del partido y a los banqueros que aceptaron elchantaje).

El escándalo más sonoro tuvo lugar el 3 denoviembre, día en que la Sala Segunda delSupremo, por seis votos contra cuatro, exculpó aGonzález como imputado en el caso GAL «para noestigmatizarle», en escandalosa decisión que llenólas páginas de los periódicos durante varios días.Benegas y Narcís Serra corrieron idéntica buenasuerte. «No fue un día feliz para la Justicia enEspaña», aseguró Andrés Ollero, portavoz del PPen la Comisión de Justicia.

El felipismo dominaba —lo sigue haciendo—el Consejo General del Poder Judicial, elConstitucional, el Tribunal Supremo y laAudiencia Nacional, cuyo presidente, ClementeAuger, es un hombre criado a los pechos de JesúsPolanco. Los Belloch, Ledesma, Sala y compañíacontrolan la Justicia, y el diario El País, desde suspáginas de «Tribunales», dice lo que es bueno o

malo, verdadero o falso, admisible o inadmisibleen ese poder del Estado.

El nuevo fiscal general del Estado nombradopor el Gobierno popular se arrastraba como unasombra por los pasillos de la Justicia, mientras laministra del ramo demasiado tenía con esconder lacabeza para que no le alcanzara ninguno de loscascotes desprendidos en la pelea.

Este horizonte de refriega judicial tenía lugarmientras la situación económica comenzaba amostrar definitivamente su mejor cara. «Empiezo averlo todo demasiado bien y eso me preocupa,porque es demasiado pronto y puede que el ciclono aguante hasta el final de la legislatura —aseguraba un alto cargo de Economía—. Pero aquíva a haber un boom más intenso de lo que muchagente piensa, con un tirón muy fuerte del consumo.La economía puede salvar a este Gobierno».

Lo peor, sin embargo, estaba por llegar.Confiado andaba José María Aznar en que los

alentadores signos de reactivación económica lesacaran del atolladero de imagen en el que parecíametido cuando sobrevino el golpe del «pacto deNochebuena», mediante el cual dos jugadores depóker tan acreditados como Jesús Polanco yAntonio Asensio se hacían con el cien por cien delfútbol televisado y mandaban a los infiernos laplataforma digital auspiciada por el Gobierno através de Telefónica. El «pacto de Nochebuena»era el broche de cartón piedra que cerraba elmalhadado primer semestre de Gobierno delPartido Popular.

Jesús Polanco, acostumbrado a dominar elmercado de la información en general y el de latelevisión de pago en particular, gracias al favorpolítico, había dado un puñetazo sobre la mesa.No había en España empresa o empresario que, ensu sector, tuviera garantizada una posición decuasi-monopolio como la suya en el mercado de lacomunicación. El cántabro, dueño de una

maquinaria formidable dedicada a la propagaciónde ideología, con capacidad para influir, moldearconciencias y mantener o derribar gobiernos, veníaa certificar con el acuerdo con Asensio suposición de privilegio en el mercado de las ideas,al tiempo que hacía un negocio de proporcionesfaraónicas.

* * *

Pocos días después de la jornada electoral del3 de marzo, cuando aún no estaba claro que JoséMaría Aznar fuera a ser el inquilino de Moncloa,el mexicano Azcárraga, dueño de Televisa, devisita en España, se atrevió a formular ante unamable Aznar una advertencia nada casual:

—Si logra formar Gobierno, le aconsejo queen los primeros cien días dé usted un golpe de

fuerza, haga explícito un acto de autoridad, envíeuna señal inequívoca a los poderes financieros deque las riendas están en sus manos. Al fin y alcabo fue lo que hizo Felipe González con Rumasa.Porque si no hace algo de eso, tendrá problemas.

Aznar, parapetado tras una sonrisa distante,guardó silencio. Siete meses y medio después deeste consejo gratuito, el Gobierno del PP por élencabezado no sólo no había dado ese golpe demano que le reclamó Azcárraga, sino que se lohabían dado. Y había sido Jesús Polanco elresponsable del manotazo. Meses atrás, reciénvuelto de las vacaciones de agosto, el amo dePrisa acudió una tarde a Moncloa para serrecibido por Aznar. A punto de producirse losprimeros intercambios de disparos en torno a ladisputa por las plataformas digitales, el cántabrose atrevió a decirle que «esto es un negocio quetenemos que arreglar nosotros y sacar ventajascomunes».

—¿Qué quieres decir, Jesús?—Que esto tenemos que pactarlo entre tú y yo.—¿Y eso qué significa?—Pues que si pactamos, a ti no te toca nadie ni

un pelo.La conversación, que corrió como la pólvora

entre ministros y secretarios de Estado, revela laurdimbre moral de un personaje para quien todo es«un negocio», todo se puede comprar y vender,negociar y regatear, un todo que, con Aznar enMoncloa, debía presuponer para Polanco lacontinuidad en el estatus privilegiado del quehabía disfrutado con los gobiernos del PSOE.

No hubo pacto con Polanco. Hubo, en cambio,golpe de Nochebuena, un acontecimiento que vinoa certificar el error de tratar de gobernar para todoel mundo sobre la base del consenso y la buenavoluntad, el deseo de no ofender, de no herir anadie, como si ese voluntarismo de Arcadia feliz,reñido con la naturaleza de la política, pudiera ser

suficiente para templar las ambiciones de Polancoy los afanes de revancha de un Felipe que seconsideraba injustamente apartado de La Moncloapor apenas 300.000 votos.

Mal asesorado por las fuerzas vivas de supropio partido y por tantos como en el PP sufrencomplejo de socialdemocracia, mal aconsejadopor Palacio y por aquellos que querían extenderuna piadosa alfombra capaz de tapar la corrupciónmoral y política de catorce años de Gobierno delPSOE, Aznar había intentado gobernar sin rompercon la herencia del pasado. Su estrategia se habíademostrado un fiasco. Tan fiel lector de Azaña, elpresidente hubiera sacado mayor provechoaplicando «la doctrina de la discordia productiva»de Unamuno, para quien «la convivencia no escosa de convención; convivir no es sólo convenir.Ni es cosa de pacto. No se pacta la convivencia».

La etapa de «crispación» (según laterminología polanquil), a la que se vería abocado

a partir de entonces un Gobierno obligado a hacerdemostración del principio de autoridad, fueconsecuencia directa del fracaso de la estrategiadel sosiego. Porque lo que Aznar quería presentarcomo consenso fue tomado por esos poderes comodebilidad, ausencia de hechuras, falta deconsistencia. Y esa interpretación hizo fortuna enel mundo del dinero.

El panorama de inexperiencia y vacilacionesque caracterizó el primer semestre del GobiernoAznar componía un cuadro que, perfectamentefiltrado por el Grupo Prisa, sirvió a Cebrián y sugente para expandir por doquier la doctrina de queAznar «no comería el turrón» como presidente delGobierno (una mercancía que el «comandoRubalcaba» distribuía con gran profesionalidad através de los vasos comunicantes afectos alfelipismo), hasta el punto de que en algunoscenáculos se decía, con cierto aire displicente, que«al bigotes» le iba a salvar el precepto

constitucional según el cual los gobiernos tienenque durar al menos un año, porque en otro caso…

Muchos creyeron que el 24-D era elcertificado de defunción de José María Aznar. Dehecho, para animar a Asensio a firmar, Polanco le«vendió» que con ello iban a precipitar lacelebración de elecciones anticipadas, que porsupuesto perdería Aznar, de modo que la vuelta deFelipe y los suyos era cuestión de meses, por loque esa alianza suponía un posicionamientoestratégico a futuro que podía reportarle grandesventajas.

Antonio Asensio sabía de sobra que la firmadel «pacto de Nochebuena» significaba un gravedesaire para el Gobierno Aznar. ¿Por qué lo hizo?Porque alguien le convenció de que el poder deAznar era finito o infinitamente insignificante, queera lo que creía mucha gente importante. El mundodel dinero empezaba a dar por amortizado alnuevo presidente.

Lo cual no hacía sino abrir un interrogante degran calado para alguna gente sensible que, dentrode ese mundo, sabía que en Felipe había muchopasado pero muy poco futuro. ¿Cuál de las dosEspañas se llevaría el gato al agua? ¿Terminaríanlos duros espolones del felipismo por hacer trizasen unos meses al polluelo recién salido delcascarón de esa España abierta que el Gobiernodel PP decía encarnar? Entre las brumas dediciembre del 96 se adivinaba una batalla deverdadera trascendencia.

* * *

El «pacto de Nochebuena» urdido por JesúsPolanco iba a forzar a José María Aznar aexplicitar el gesto de autoridad que el mexicanoAzcárraga le había recomendado. El Gobierno del

PP se iba a ver obligado a mandar al desván loscompromisos suscritos en el «pacto deinvestidura» para desenterrar el hacha de guerra.Era un envite a cara de perro en el que la derechaespañola se lo jugaba casi todo.

El papel del diario El Mundo volvería ademostrarse decisivo tras el golpe del 24-D, sinduda el peor momento del Gobierno Aznar,haciéndole ver públicamente la dimensiónhistórica del envite que los «felipancos» leproponían.

Era una batalla de poder y dinero a partesiguales, y en su estado más violento y puro. Peleade poder que no se planteaba en la banca, ni en laenergía, ni en las telecomunicaciones, sino en losmedios de comunicación. Y no por casualidad.Porque, como se demostró en el 93, cuando ungrupo de editores decidió sacar adelante de nuevola candidatura de Felipe González porque «era lasolución que más convenía a nuestros intereses»,

el poder político se dilucida en los medios decomunicación. Y porque el dueño del máspoderoso de los grupos de comunicaciónespañoles es Jesús Polanco («El interés personalsólo requiere instinto —decía Bertrand Russell—,mientras el interés de la comunidad exige virtud»),una gran fortuna hecha a la sombra del poderpolítico.

Está claro que en la historia reciente deEspaña habrá un antes y un después del 24 dediciembre del 96. Un grupo privado, actuandocomo testaferro de un líder político, le echó esedía un pulso al Gobierno, un pulso que elGobierno legítimo de la nación no podía perder.Decía Matías Cortés, un abogado que representacomo pocos el espíritu de la colmena de lacomponenda felipista, que «la operación deNochebuena pudo llevarse a cabo porque Felipeasí lo quiso y Pujol consintió, y porque mi patrón[Jesús Polanco] es un osado y tiene más huevos

que el caballo de Santiago».Lo diría semanas después un Rodrigo Rato

muy poco proclive a la confrontación: «Nuncapodremos agradecerle suficientemente a Polancola lección impagable que para nosotros fue laducha fría del 24 de diciembre del 96».

2EL GOLPE DEL DÍA DE

NOCHEBUENA

Antonio Asensio quemó sus naves con el Gobiernode José María Aznar el 17 de diciembre de 1996.Ese día, el editor, recibido en el Palacio de LaMoncloa, no dijo la verdad al presidente.

—Mira, Antonio, que me dicen que estás entratos con otra gente…

—Que no, José María, que no es verdad. ¿Ycon qué gente te han dicho que. estoy?

—Con Polanco.—Ni hablar. ¿Tú crees que después de lo que

ha pasado entre nosotros, que me han llamado detodo, voy a querer tener tratos con él? Jamás. Tereitero una vez más mi voluntad de permanecer allado de este Gobierno en el campo de la

comunicación.—Entonces, ¿qué pasa? ¿Por qué no firmáis?—Porque estoy esperando a que Juan

reaccione y tome una decisión definitiva.El lunes 23 de diciembre por la tarde, Juan

Villalonga, presidente de Telefónica, se entrevistócon Asensio. El dueño del Grupo Zeta y de Antena3 le contó que había decidido, por fin, vender losderechos del fútbol de su propiedad a JesúsPolanco, y Villalonga le respondió que le parecíaestupendo, casi le dio las gracias, me liberas de uncompromiso, Antonio, ya sabes que no heterminado de ver nunca esto del fútbol y suutilidad para Telefónica, un problema menos a lavista, mira, y puesto que eso ya se ha solucionado,te voy a pedir un favor, y es que me prepares unalmuerzo con Jesús para mañana mismo.

—¡Uy, Juan, qué cosas dices! No creo quequiera, ¡está contigo como una pantera!

—Anda, hazme ese favor, hay que olvidar lo

que ha pasado y cerrar heridas.Villalonga, súbitamente liberado de un peso,

encantado de haberse conocido, hizo una llamadatelefónica a su amigo Aldo Olcese, presidente deFincorp:

—Aldito, tengo que darte una gran noticia:¡por fin me he quitado al Asensio de encima! ¡Meacaba de decir que ha firmado con Polanco!

—Hombre, eso está muy bien, Juan, pero habráque ver si el presidente del Gobierno se alegratanto como tú, porque puede que le hayas creadoun problema de cojones a tu amigo.

Ese mismo 23 de diciembre, Juan Villalonga yseñora cenaron en casa de Pedro Pérez, en laurbanización Fuente del Fresno, en compañía deFlorentino Pérez, presidente de la constructoraACS, y del secretario de Estado para el Deporte,Pedro Antonio Martín Marín, con sus respectivasmujeres. Y cuando Pérez, con cierto retraso,apareció ante sus invitados, se encontró con la

sorpresa de un Villalonga que, copa en mano,estaba explicando a Florentino Pérez lo feliz quese sentía tras haberse sacudido el lío de latelevisión digital, un asunto que estaba enturbiandosus relaciones con los socios bancarios deTelefónica.

—¡Asensio me acaba de hacer el regalo deNavidad!

Al día siguiente, 24 de diciembre, día deNochebuena, Juan Villalonga fue recibido aprimera hora en Moncloa por José María Aznar.La tormenta no había hecho más que estallar,porque el presidente intuyó enseguida el problemaque se le venía encima. La falta de visión políticade que había hecho gala su amigo iba a permitir aJesús Polanco, el gran enemigo del PP, blindar supoder. A primera hora de la tarde, en la FundaciónSantillana, se iba a firmar un acuerdo que dejabaal Gobierno en una posición delicadísima,evidenciando una falta de apoyos casi total entre

las fuerzas vivas del país. Una sensación defrustración se apoderó aquella mañana del recintopresidencial.

En un momento del encuentro, Aznar llamó a sudespacho a Miguel Ángel Rodríguez («MAR»). Elsecretario de Estado de la Comunicación creía quela batalla estaba perdida. Asensio se había pasadoal enemigo y Telefónica aparecía como la granresponsable del desastre.

—Pero, ¿qué ha ocurrido, Juan? —preguntó elpresidente.

—Pues lo que te dije ayer, José María, queeste tío me ha pedido 10.000 millones para él,aparte de los 30.000 que me cuesta el fútbol, y lehe dicho que no, joder, que no estoy dispuesto adárselos…

—¿Y qué va a hacer?—Me temo que pactar con Polanco.El ambiente se fue caldeando y algunas

palabras más altas que otras comenzaron a

sobrevolar la reunión.—¡Amenazas no, ¿eh?! —exclamó un

Villalonga dispuesto a no aceptar los reproches deMAR.

El presidente del Gobierno se mantenía ensilencio mientras sus dos interlocutoresintercambiaban frases cargadas de despecho. A lacapacidad para la introversión de Aznar se unía elasombro que le producía el hecho de que Asensio,que una semana antes le había reiterado suvocación de «hombre del PP en los medios decomunicación», estuviera a punto de protagonizartan espectacular cabriola.

El de Telefónica salió de Moncloa con lacabeza gacha, abrumado por la responsabilidadasumida. Lo había echado todo a perder, y sóloentonces era consciente de hasta qué punto. Devuelta en su despacho, lo primero que hizo fuellamar a Antonio Asensio para rogarle quesuspendiera el almuerzo con Polanco. «Con la que

está cayendo, sólo falta que me veanconfraternizando con él».

Ese día, Villalonga fue a comer al Club 31 conGuillermo de la Dehesa y, a punto de terminar sualmuerzo, recibió en su móvil una llamada deAsensio confirmándole que acababa de firmar conPolanco, no he tenido más remedio que irme conellos, Juan, tú lo sabes, y Juan, por primera vezfrío como una anguila, le contestó que ya eresmayorcito, Antonio, y sabrás lo que haces. El deTelefónica transmitió al editor un recado:

—Te va a llamar Miguel Ángel Rodríguez.Y, en efecto, Rodríguez, casi a cara de perro,

llamó al editor:—Antonio, te va a llamar Luis María Ansón

para hacerte una oferta de parte de Televisa.—¿Y por qué no me llama Ansón

directamente? ¿Por qué tienes que hacer tú deintermediario?

Al catalán, curado de espantos, le parecía

extraño ver al Gobierno convertido en broker deTelevisa, es que no entiendo nada, Miguel Ángel,porque, ¿cómo explicaríamos el hecho de que ungrupo de comunicación extranjero se quedara conla exclusiva del fútbol español?

Ansón llamó a Asensio para, en nombre deAzcárraga (el dueño de Televisa), ofrecerle 200millones de dólares (unos 30.000 millones depesetas) por la compra de los derechos televisivosde los trece clubes que eran propiedad del editorcatalán. La oferta se confirmó a través de un faxque el periodista remitió al editor con la cifraseñalada. Sin embargo, poco después Ansóntelefoneó a MAR para hacerle partícipe delfracaso de su gestión. Y entonces Rodríguez, a ladesesperada, descolgó el teléfono para proferirante Asensio la famosa amenaza que, meses mástarde, se convertiría en gran tormentaparlamentaria.

—Te vas a enterar; te garantizo que me voy a

encargar personalmente de que vayas a parar alsitio donde tenías que estar hace tiempo…

—¡Vete a tomar por el culo!…

* * *

La historia había comenzado meses atrás. El 5de mayo de 1996, Juan Villalonga había aparecidopor la presidencia de Telefónica como unextraterrestre, obligado a tomar decisiones rápidassobre problemas nuevos cuya naturaleza en granmedida desconocía. Al margen de los retospropios de la actividad básica de la compañía, elnuevo caporal se dio de bruces con el proyecto deCablevisión, auspiciado por un grupo mediáticotan poderoso como Prisa, enemigo mortal delGobierno Aznar, pero aún empeñado en hacer dela operadora su partner para todo tipo de negocios

futuros; se topó, también, con un Antonio Asensiodecidido a venderle los derechos televisivos sobreuna serie de clubes de fútbol y, finalmente, tropezócon TVE y Televisa, un dúo que trataba de hacerbusiness con Asensio y la televisión digital a costadel dinero de Telefónica. Ante panorama tancomplejo, Villalonga, bien pertrechado de sentidocomún, se aferró a su regla de oro para casos dedesconcierto: se trataba de «darle hilo a lacometa», es decir, comprar tiempo con todos.

El proyecto de una televisión digital veníarodado desde finales de marzo, cuando ya era unaevidencia que José María Aznar, a pesar de losdesvelos de Prisa, iba a lograr formar Gobierno.Miguel Ángel Rodríguez, coordinador del área deComunicación del PP desde el año 93 y portavozdel Gobierno, siempre interesado en los temas dela digitalización, se había echado sobre susmodestos hombros la hercúlea tarea de lanzar unallamada «plataforma digital», cuya filosofía última

consistía en la creación de un grupo decomunicación alternativo al de Jesús Polanco peroque, de puertas afuera, debía venderse como unproyecto abierto a la participación de todas lasempresas que tuvieran algo que ver con esemundo. Así de bonito se lo vendió Rodríguez aJuan Luis Cebrián, consejero delegado de Prisa, enun desayuno mantenido mano a mano a mediadosde marzo del 96, justo después de ganar laselecciones, en la sede de Prisa, Gran Vía 32, ochoy media de la mañana.

Se trataba de crear una plataforma en la quepudieran participar todas las empresas detelevisión españolas públicas y privadas,empezando por TVE, en unión de un potente sociodel mundo de la comunicación de habla hispanaque, a juicio del Gobierno, debería ser Televisa,pero que podía ser Televisa, más Direct TV, máslos Cisneros.

El dueño de la cadena mexicana, Emilio

Azcárraga, era un hombre devorado por unaobsesión que nunca llegaría a ver hecha realidad,puesto que la muerte le privó de su victoria cuandola meta estaba ya al alcance de su mano: estarpresente en España, hacer televisión en España,triunfar en España de la mano de su Televisa.Varias veces lo había intentado y otras tantas sehabía estrellado por la oposición de Polanco yFelipe González. España se había convertido en elpermanente objeto del deseo del «Tigre»Azcárraga.

La victoria electoral de José María Aznar nohizo sino renovar ese impulso. El magnatemexicano realizó gestos inmediatos hacia el líderdel PP, justo en el momento en que el nuevoGobierno se estaba planteando la posibilidad delanzar una plataforma de televisión digital queoponer a la de Polanco. Azcárraga, que ya poseíauna en México y otra en los Estados Unidos y teníaintereses en otras de Argentina y Chile, formuló al

Ejecutivo «popular» un planteamiento muy clarobasado en la reciprocidad territorial: «Yo les abroa ustedes mis plataformas a condición de queustedes me abran la suya. Sentémonos a hablar ypongámonos de acuerdo en los términos de laoperación».

El acuerdo inicial, firmado a principios delverano del 96 entre Televisión Española yTelevisa, respondía a aquel planteamiento: TVEabría su futura plataforma a Televisa, y Televisahacía lo propio con las suyas respecto a TVE.

Dicho lo cual, el Gobierno, según Rodríguez,tenía poco más que decir. «Pónganse ustedes deacuerdo en los porcentajes, porque eso nos daigual», decía la doctrina oficial. Cada canal eraautónomo para ganar su propio dinero con laemisión de contenidos. Lo que hacía falta eracontar con el respaldo financiero suficiente paraacometer los costes del proyecto. Para Juan LuisCebrián, sin embargo, MAR ya había dicho

bastante: aquélla era una iniciativa del Gobierno y,por lo tanto, un proyecto político, es decir,politizado, y debía ser analizado en consecuencia.

Prisa puso pegas desde el principio. Laprimera era Televisa. A los Polancos no lesgustaba la cadena mexicana. Azcárraga no era unbuen socio porque, entre otras cosas, apoyabadictaduras tipo PRI. Ellos preferían a Direct TV, locual no dejaba de ser curioso, puesto que lacadena norteamericana pertenece a lamultinacional General Motors, que, como todo elmundo sabe, se ha dedicado siempre a hacer obrasde caridad en Iberoamérica. Tampoco se entendíamuy bien la diferencia, a efectos ideológicos, entreAzcárraga y los hermanos Cisneros, exiliados enMiami huyendo de la Justicia venezolana.

Polanco se sentía demasiado fuerte paracompartir algo con los demás[4]. El 20 de junio del96, el cántabro anunciaba en la Junta deAccionistas de Prisa que Sogecable, de la que era

presidente, iniciaría antes de un año susoperaciones de televisión digital, con una ofertasuperior a los veinticinco canales que operaríanpor cable y por satélite. El editor aprovechaba laocasión para lanzar una advertencia al Gobierno:«Estableceremos las alianzas cuando y conquienes nuestro grupo considere oportuno, sinaceptar (y espero que estas palabras no ofrezcandudas de interpretación) servidumbres niimposiciones exteriores que puedan coartarnuestra independencia».

El juego de cada uno estaba claro. Sinembargo, Cebrián volvió a recibir a Rodríguez ensu despacho de Gran Vía antes del verano. Fue unencuentro plagado de trampas, orientado por eldeseo de Juan Luis de proveerse de munición conla que zaherir a posteriori el descaradointervencionismo del Gobierno popular. Pero elportavoz mantuvo el tipo. El Gobierno, según él,no tenía el menor interés en controlar

políticamente un acuerdo que debía serempresarial. El Ejecutivo sólo pretendía apoyar ellanzamiento de una plataforma digital capaz decubrir el área iberoamericana, para no dependerde las plataformas de otros países europeos que seaprovechaban del idioma y la creatividadespañoles.

Los desvelos de MAR resultaron vanos. Prisajamás participaría en una operación que nocontrolara y jamás se aliaría con otro socio que nofuera Telefónica, el gregario ideal por tecnología ymúsculo financiero. Un socio con el que Prisaseguía manteniendo vivo, a pesar de laszancadillas del Gobierno Aznar, el proyecto deCablevisión.

* * *

La alianza suscrita entre Telefónica y el GrupoPrisa para la explotación del negocio del cablehabía sido el más escandaloso de los «favores»efectuados por Felipe González a Jesús Polanco.Un regalo realizado en el último minuto, casi a uñade caballo, cuando los clarines de marzo del 96estaban ya sonando a las puertas de la ciudadelaelectoral. El acuerdo significaba poner en manosprivadas un bien público, poner graciosamente adisposición del cántabro la mejor —y casi única— red de cable existente en España gracias a lascuantiosas inversiones acometidas por unaempresa pública como Telefónica. En palabras deun ex ministro socialista, Miguel Boyer, «era comoponer la Renfe al servicio de Seur, y que por lasvías de Renfe sólo pudieran circular lasmercancías de Seur». Era «el acuerdo más inmoralde la historia de la democracia española», segúnel ministro de Fomento, Rafael Arias-Salgado.

Un espectáculo de sinvergonzonería política

sin parangón, que le fue impuesto al presidente dela compañía, Cándido Velázquez, por el ministroRubalcaba, el adelantado de Prisa en el Gobierno,como el propio Velázquez manifestaría días antesde dejar el cargo en la sede de CEOE: «Yo soyuna víctima de Pérez Rubalcaba y de un acuerdopolítico que se hizo a mis espaldas».

El Partido Popular, a través del control queejercía sobre buena parte de los grandesmunicipios españoles, decidió dinamitar por sucuenta el proyecto de Cablevisión meses antes dellegar al Gobierno, sacando a concurso público elcable en las grandes capitales gobernadas por elpartido. Algunas gentes dentro del PP decían queaquélla era una estrategia equivocada, porquePolanco cambiaría de bando en cuanto el PPganara las elecciones, pero la mayoría, por unavez, se atuvo a los principios: no era un asunto debandos, sino una cuestión de ética. Simplemente,aquello no se podía consentir.

Pero el proyecto de Cablevisión seguía vivocuando Villalonga aterrizó en Telefónica. Enrealidad, Cablevisión era «el problema» deVillalonga. «Es posible que ese negocio tuviera supecado original, pero, cuando llegué a Gran Vía28, Prisa era socio de Telefónica y yo tratésiempre de comportarme con ellos de forma leal».

A finales de julio del 96, sin embargo, elnegocio pergeñado por el gran Rubalcaba recibióuna notificación de la Comisión Europeaanunciando la apertura de un expediente deconcentración y dando a los socios un plazo pararealizar alegaciones, cosa que hicieron a mediadosde agosto. «Nos dimos cuenta entonces de que ibaa resultar muy difícil sacar aquello adelante».

* * *

El Gobierno debía seguir con el proyecto detelevisión digital sin contar con Prisa. El 29 dejulio del 96, dos días después de que, reciénllegado de Atlanta, en cuyos Juegos Olímpicoshabía participado con el equipo español de hípica,Javier Revuelta fuera nombrado secretario generalde Telefónica, Villalonga lo cogió de la mano y lollevó a un almuerzo en la sede de Antena 3 parahablar de los derechos del fútbol con AntonioAsensio y su vicepresidente, Manuel Campo Vidal.Era la primera zambullida de Revuelta en elproceloso mundo de las telecomunicaciones.Sobre la mesa quedó planteado el objeto de laquerella de meses venideros: Telefónica tenía quecomprar los derechos del fútbol que eranpropiedad de Asensio.

Tanto a Villalonga como a Revuelta la comprade esos derechos les resultaba un asunto tanextemporáneo como extraño, y la misma sensaciónse había apoderado de Andrés Tejero, director

general de Relaciones Institucionales, primero, yde Juan Perea, director general de PlanificaciónEstratégica, después, que habían escurrido el bultocuando se toparon con el problema. Nadie queríaasumir esa responsabilidad. Alguien, en la pizarrade algún despacho político, había dibujado unabrillante jugada de fútbol de salón colocando aAntonio Asensio de delantero centro.

«La operación de compra por parte de Asensiode esos derechos se vio con buenos ojos desde elPartido Popular, porque ello suponía romper elmonopolio de Polanco. ¿Ayudas efectivas? Lafundamental, desde el Gobierno, fue permitir laretransmisión de los partidos del lunes en Antena 3a partir de septiembre del 96, lo que equivalía aadmitir que la jornada de Liga terminara en lunesen vez de en domingo».

Lo demás fue resultado de las negociacionesque el propio Asensio mantuvo con los distintospresidentes de comunidades autónomas.

Evidentemente, lo que los clubes buscaban eradinero. Si, además, podían quedar bien con elpresidente de comunidad autónoma respectiva,caso de Valencia, mucho mejor, pero si venían maldadas, caso de Lendoiro y el Coruña, pues sequedaba mal con Fraga y a otra cosa. La políticapodía poco frente al dinero. El caso es queAsensio, con mucha habilidad y algún apoyooficial, se hizo con los derechos de retransmisiónde los trece clubes más importantes del país.

Y es que Asensio iba a ser el hombre del PP enlos medios de comunicación. «Me han tirado amatar todos menos Antonio —había dicho JoséMaría Aznar—. Él también me ha dado lo suyo,cierto, pero al menos me ha dejado explicarme el20 por 100 de las veces, mientras el resto me hamasacrado al cien por cien. Y le estoy agradecido.Vamos a jugar la carta de Antonio».

El del fútbol era un negocio de mucho dinero,aunque muy pocos comprendían entonces la

dimensión exacta del fenómeno. Ocurría, sinembargo, que Asensio no disponía de «gasolina»suficiente para atender los pagos comprometidoscon los clubes. Había que liberarlo de esoscompromisos, asegurando su fidelidad como editorafecto al nuevo Gobierno. ¿Quién podía pagar lacuenta de esa operación política? Nadie mejor queTelefónica.

Pero Villalonga tenía su opinión al respecto.Mejor dicho, no tenía opinión, pero le sobrabasensatez para intuir que no debía pillarse losdedos con un negocio que no entendía y cuyarentabilidad para la compañía estaba pordescubrir. Sobre todo cuando las pretensiones deAsensio parecían totalmente desmesuradas. Eldueño de Zeta hablaba, en efecto, de 30.000millones de pesetas por la venta del fútbol de supropiedad durante un período de cinco años, queera el plazo que abarcaban sus derechos.

Asensio no entendía las precauciones —que él

creía prejuicios de un novato situado a los mandosde un portaaviones como Telefónica— de JuanVillalonga. Él sabía de sobra que el Gobiernoestaba alentando el lanzamiento de una plataformade televisión digital y que el fútbol televisado era,sobre todo en España, un killing content, un factordeterminante en el éxito del proyecto, y sabíatambién que Telefónica podía y debía ser una piezadecisiva a la hora de hacer realidad esa idea. Éltambién quería estar en ese proyecto: «No quierotener que llegar a un acuerdo con Prisa —sosteníaAsensio—, porque estoy a muerte con ellos y creoque el socio adecuado es Telefónica…».

* * *

En agosto del 96, la expresión «televisióndigital» comenzó a aparecer en los medios de

comunicación españoles, y ello ligado a laposibilidad de una alianza entre Telefónica y elmagnate de la comunicación alemán Leo Kirch,que pronto quedó en agua de borrajas.

La operadora tenía por delante un hueso tanduro de roer como Cablevisión. Javier Revueltaviajó a Bruselas el 4 de septiembre, en la primerade sus peregrinaciones a la capital belga paradefender el acuerdo y tratar de conseguir el vistobueno de la Comisión a la alianza con Polancopara la explotación del cable, «que era lo quenosotros, en principio, queríamos».

El comisario europeo Van Miert planteó laexigencia de un descodificador de la señal enabierto, de modo que los abonados pudieranutilizarlo en sus domicilios para recibir la señalde cualquier otro potencial suministrador decontenidos por cable. Una exigencia que llamapoderosamente la atención a la luz del escandalosocambio de criterio protagonizado meses después

por el propio Van Miert con motivo delcontencioso entre Vía Digital y Canal SatéliteDigital, y que pone de manifiesto que un buenlobby puede ser capaz de lograr que los burócratasde Bruselas digan «digo» donde dijeron «Diego».

El escándalo, en realidad, tenía raíces másprofundas, porque para Villalonga y su equiporesultaba inconcebible que entre las prerrogativasde Canal Plus figurara la elección de undescodificador cuando era obvio que un asunto denaturaleza técnica como ése debía corresponder ala operadora. ¿Es que no había en Telefónicaingenieros de telecomunicaciones? Era unasituación que revelaba la naturaleza política de unacuerdo hecho a espaldas de la operadora y susintereses. Cablevisión era un negocio de CanalPlus, y Telefónica no tenía nada que decir, salvoactuar de convidado de piedra.

Es evidente que un acuerdo de ese tipo encondiciones de igual a igual hubiera resultado

imbatible en el mercado español. Era elcasamiento perfecto: la alianza de un sociofinanciero y tecnológico como Telefónica con elprimer operador de televisión de pago habríasignificado un listón imposible de superar paracualquier otro potencial competidor. Ocurría, sinembargo, que el de Cablevisión distaba mucho deser un acuerdo entre iguales. El control deabonados, los contenidos, la facturación, elsistema de acceso… todo estaba en manos deCanal Plus.

Además de la exigencia del descodificador enabierto frente al «simulcrypt», la segundamodificación demandada por Bruselas apuntabadirectamente al corazón del negocio televisivo dePolanco, puesto que la Comisión exigía que loscontenidos del Plus tenían que ofrecerse, sindiscriminación de ningún tipo, a cualquier otrocompetidor de cable que lo solicitara y estuvieradispuesto a pagar el correspondiente canon, como

forma de evitar un abuso de posición dominante.Prisa se negó en redondo a admitir esas dos

exigencias, y esa negativa fue lo que determinó queBruselas prohibiera la aventura del cable.«Fuimos socios leales e hicimos todo lo queestuvo en nuestra mano para que el proyecto fueraautorizado, pero la posición absolutamente rígidade los Polancos hizo encallar Cablevisión», señalaRevuelta.

Polanco se resistía a aceptar la liquidaciónordenada del proyecto, como parecía aconsejar lainminencia de la prohibición, acompañada ademásde una fuerte multa. Para el «ciudadano Kane»español resultaba doloroso renunciar, por un merocambio de Gobierno, a un negocio deproporciones gigantescas (120.000 millones depesetas de beneficio bruto al año), que le hubieraconvertido, de lejos, en el hombre más rico deEspaña a la par que el más influyente. Había queresistir, y recurrir, y presionar, y tratar de influir en

Bruselas. Y si todos los esfuerzos resultaranvanos, entonces el Ejecutivo popular, que habíaosado poner en riesgo el gran business del cable,debía pagar un precio. Polanco pensaba exigir unaindemnización multimillonaria. Campeón del favorpolítico, consideraba que disponía de un derechoreconocido que le permitía exigir lacorrespondiente compensación a un Gobierno quehabía aprobado —aunque se tratara de un regaloconcedido en el último minuto— una operaciónque Bruselas prohibía.

En la sede de Telefónica sospechaban que trasel rosario de recursos que Polanco planteaba seescondía una estrategia inconfesable, y es que,mientras la disputa se mantuviera viva en el planolegal, la operadora tendría las manos atadas a laespalda para recobrar su libertad y desarrollar deforma independiente sus propios proyectos decable. Retrasar el cable significaba salvaguardarel monopolio de Canal Plus como única fórmula

de televisión de pago existente en España, lo queexplica que los Polancos nunca tuvieron unaactitud activa en el contencioso con Bruselas apropósito de Cablevisión.

El jueves 26 de septiembre, Jesús Polanco yJuan Luis Cebrián acudieron a desayunar a la sedede Gran Vía 28. Ambos se resistían a soltar lapresa, tratando de convencer a Villalonga de queel mejor socio posible para él seguía siendo CanalPlus. Pero, en aquel desayuno, el amigo de Aznaradelantó a sus invitados un mensaje que noesperaban: «Telefónica va a recuperar sulibertad».

La liquidación de Cablevisión, un episodioque se plasmó ante notario y corredor de comercioen torno al 18 de octubre, no provocó la ruptura derelaciones entre Prisa y la operadora,«Conseguimos salvar los muebles», aseguraRevuelta. Los Polancos, sin embargo, no debieronpensar lo mismo, porque, pasado el tiempo,

Cebrián les echó en cara su convencimiento de quela voladura del proyecto del cable había sido unaoperación impuesta por el Gobierno.

* * *

Mientras sé libraba la batalla de Cablevisión,la idea de una plataforma digital pilotada en lasombra por Miguel Ángel Rodríguez progresabacon enorme dificultad. Más que un proyecto enmarcha, aquello era una nave botada al mar yabandonada «en la soledad de los vastos desiertosmarinos», que diría William Hodgson. Un relatode terror plagado de voluntarismo, ineficacia ycontradicciones.

En principio parecía lógico que aquellaembarcación, con marinería perteneciente a variasempresas, estuviera comandada por RTVE. ¿Quién

podía desarrollar una plataforma digital detelevisión en España? Nadie mejor que TelevisiónEspañola. De cajón. Aquél era un proyecto quedebía, pues, ser liderado por el director general dela televisión pública, idea que recibió el apoyoincondicional de Televisa. Telefónica era vistaentonces como un mero socio tecnológico, quepodría llegar a contar con una participaciónminoritaria.

Pero, al frente de un tinglado como el deRTVE, Rodríguez, en un gesto de notableinsensatez, había promovido a una joven tandelicadamente naïf como inexperta: MónicaRidruejo.

Hacía muy poco que Villalonga había conocidoa la Ridruejo, imperial en su determinación alanunciar, en el despacho que correspondió aCándido Velázquez en Gran Vía 28, que «tengo elencargo del Gobierno para liderar este proyecto ysacarlo adelante, y lo voy a hacer», magnífica la

pose, y ese leve matiz de indiferencia con el quetrataba de disimular la falta de confianza de quiendice una cosa y, si se ve cuestionada, es capaz deargumentar la contraria.

Javier Revuelta la saludó por primera vez enseptiembre, en el despacho de Villalonga, y pordetrás de su esquiva altivez descubrió enseguidalos miedos de una mujer-niña que, parapetada trasla aureola del cargo, quería hablar exclusivamentecon Juan Villalonga, La directora general deTelevisión Española sólo trataba con el presidentede Telefónica.

¿Qué ocurrió? Que a Mónica le vino grande elasunto. Mónica es una mujer inteligente y capaz,pero no entendió nunca lo que era la televisióndigital, ni el calado de la operación que se lehabía encomendado. Desprovista de la formaciónespecífica adecuada, se había rodeado de un grupode abogados dispuestos a poner toda clase depegas. Más que protegerla, la tenían maniatada.

Para cada solución había un problema. Y paracada problema, una serie de informes, análisis,prospecciones… Una forma de trabajoabsolutamente correcta en el mundo empresarial,pero no tanto en la situación política que se vivíaen aquellos momentos, con un Gobiernocuestionado que exigía la toma de decisionesrápidas.

Y llegó un momento, hacia mediados deseptiembre, en que la tripulación se dio cuenta deque el barco no avanzaba, de modo que, como enel motín de la Bounty, parte de la oficialidadconvino en que era necesario cambiar de capitán.Fue entonces, en torno al 10 de septiembre, cuandoMAR planteó el desembarco personal de Ansón enla operación. A Luis María, todavía director deABC, le halagaba la idea de pilotar tamañoportaaviones. Su etapa al frente del periódicoestaba terminada, se había comprometido conTelevisa y contaba con nombre, contactos y fuerza

suficiente para afrontar el reto.

* * *

El domingo 20 de octubre del 96, el teléfonosonó pasadas las once y media de la noche en casade Javier Revuelta. Lo cogió el dueño de la casa,medio dormido. Al otro lado del hilo estaba JuanVillalonga, Javier, quiero que te vengas ahoramismo, acabo de hablar con el number one ytenemos que reunimos de inmediato con MiguelÁngel para hablar de la televisión digital. Congesto perplejo, Revuelta anunció a su mujer lanovedad, tengo que salir, una reunión inaplazable,el jefe quiere verme, ¿a las once de la noche de undomingo?, sí, mujer, a las once de la noche de undomingo, ¿qué quieres que le haga?, vente conmigosi quieres, no me apetece nada, pero no tengo más

remedio. Marta Blasco, nieta de Marita Villalongae hija de los propietarios de la antigua cuadraRosales, una gran fortuna en ejercicio, terminóconsintiendo no sin una sombra de duda, ¿unareunión de trabajo a estas horas?

Javier Revuelta iba a conocer a Miguel ÁngelRodríguez, el famoso MAR, en una reunión que leimpresionaría, entre otras cosas, por lo inusual delmarco elegido, un bar del paseo de Rosales[5], enun domingo desapacible de octubre, un recinto casidesierto y al fondo, en un rincón, tres hombres queparecían llevar la manija de algún asuntotrascendente.

Cuando llegó a Rosales 20, el reloj habíarebasado ya la media noche. Nada más otear elpanorama, Revuelta descubrió a Villalongasentado al lado de Rodríguez. El portavoz estabaexponiendo los propósitos del Gobierno. Revuelta,lego en las lides de la política, se sentíaimpresionado por la aplastante seguridad con la

que hablaba aquel hombre, nada menos que elsecretario del Estado de la Comunicación, ¡joder!,esto debe ser palabra de Dios…

«La estructura del proyecto se basa en lossiguientes principios —recitaba MAR—.Queremos una plataforma digital igual que la delGrupo Prisa, pero, primero, no me fío deTelevisión Española; segundo, tampoco me fío deTelefónica, y tercero, sólo me fío de Televisa. Portanto, Televisa gestionará la plataforma y tendrá elcontrol mayoritario. El resto deberá conformarsecon una participación minoritaria. Otra cosa,Antonio Asensio es nuestro hombre en el mundo dela comunicación y va a tomar una participación enel proyecto, lo que significa que hay que llegar aun acuerdo con él sobre los derechos del fútbol. Yhay que buscar un banco para que actúe comosocio financiero, y ése debe ser el Santander, elúnico del que me fío. La sociedad tiene que estarconstituida antes de finales de noviembre, de modo

que hay que ponerse a trabajar en firme para laconsecución del acuerdo…».

A la salida de tan singular reunión, tantoVillalonga como Revuelta, que no había parado detomar notas, parecían ciertamente impactados porla tajante determinación con que Rodríguez habíaimpartido su doctrina.

Hasta entonces, Telefónica había sido unsimple compañero de viaje en el proyecto de latelevisión digital, un actor secundario en la trama,que simplemente debía limitarse a oír, ver y callar.Y, seguramente, a poner dinero.

La idea de Ansón como líder del proyecto, sinembargo, duró un suspiro. Alguien en el recinto deMoncloa se dio cuenta de que el periodista nopodía desembarcar como Televisa. Una empresaextranjera no podía liderar una plataformaespañola. Eso habría sido considerado unescándalo que hubiera terminado volviéndosecontra el proyecto entero.

El protagonismo de Ansón, sin embargo, eramás que evidente, como lo eran sus choques conuna Ridruejo que, a pesar de todo, se resistía aceder el control. La actitud de Mónica hacia Ansóncambió el día en que descubrió que tanto él comoAsensio la estaban desplazando de una posiciónque inicialmente creía suya.

Y hubo un episodio ciertamente duro, que esbuen ejemplo de la caída en picado de Mónica, yque tuvo por escenario el despacho de MAR enMoncloa. Ocurrió que el portavoz del Gobiernocitó a los miembros de la plataforma paraproceder a la firma de un determinado documentoy, ante testigos varios, la directora de TVE, quedesde hacía unas semanas venía dando largas, senegó en redondo a estampar su firma:

—¡Es una orden, Mónica! —la conminóRodríguez.

—Pues muy bien, esa orden me la das porescrito.

—Mira, guapa, yo por escrito sólo hablo en elBoletín Oficial del Estado…

Y diciendo esto, estampó una sonora palmadasobre su mesa de trabajo y la echó del despacho.

Allí se produjo la liquidación de la Ridruejo,hasta el punto de que, de no haber llevado apenastres meses al frente de RTVE, habría sidodestituida de forma fulminante. Estaba, sinembargo, sentenciada. No obstante, con buencriterio, alguien decidió que tenía que aguantar y,puesto que estaba quemada, hacerle firmar lo quemenester fuere antes de cesarla.

* * *

Fue entonces cuando se acudió a Villalonga,que aceptó el guante que le tendían. «Juan entró enel proyecto como un torrente, hasta el punto de

que, dada la potencia de fuego de Telefónica, huboun momento en que tanto RTVE como Televisa sesintieron avasalladas por su empuje», aseguraAnsón.

Pero en Moncloa entendían que la potenciafinanciera de Telefónica no era suficiente parasacar adelante una televisión digital y que, dada laactitud negativa de TVE, era necesario dar entradaen el proyecto a alguien que tuviera experiencia entelevisión. ¿Quién podía ser ese hombre? Asensio.Había que echar mano de Asensio. «Y entonces escuando el Gobierno me dice: “Luis María,entiéndete con Asensio”», asegura Ansón.

La aparición en escena del propietario deAntena 3 —que podría haber llegado a ser, sinduda, el presidente de la plataforma digital— noera en absoluto casual. Enfrentado a un panoramainformativo abrumadoramente volcado a favor delPSOE, el Gobierno Aznar comprendió enseguidala importancia de reequilibrar la balanza. ¿A

través de quién? Del único editor más o menosindependiente que no pastaba en las praderas delfelipismo.

El hecho cierto es que cuando, a caballo entreseptiembre y octubre, Asensio se sentó en la mesade negociación con Telefónica, Televisa y TVE, eleditor era ya un hombre muy fuerte, y no sóloporque sobre la mesa ponía la propiedad deAntena 3, sino fundamentalmente porque aportabael fútbol, y era el fútbol lo que le daba su fuerzanegociadora.

En esta odisea de meses, que revela el gradode improvisación que, en ésta como en tantas otrasmaterias, acompañó la llegada del PP al poder,nadie tenía las ideas claras. Tampoco Telefónica.El equipo de Juan Villalonga recelaba de unnegocio que desconocía: «Esto de la televisióndigital, nos decíamos, va a requerir inversionesmuy fuertes en un negocio que no es el nuestro.¿Qué se nos ha perdido a nosotros en la televisión

por satélite? Lo nuestro es el cable, y, además, estáel problema del fútbol de por medio, porqueseguro que nos van a hacer cargar con el mochuelode los derechos del fútbol. Definitivamente, estoes un follón: vamos a darle hilo a la cometa…».

Y estuvieron dándole «hilo a la cometa»durante algunas semanas con la esperanza de queel panorama se clarificara lo suficiente como parapoder tomar un decisión. Sin embargo, en lasegunda quincena de octubre el impasse hizocrisis. Era el momento más bajo del Gobierno. Aexcepción del diario El Mundo y la cadena COPE,que por otro lado prestaban un apoyo crítico, elGobierno no contaba con ayuda mediática alguna,porque hasta la televisión pública, poblada deafectos al felipismo, pretendía jugar la baza de unaneutralidad que había ignorado hasta entonces.

Mientras esto ocurría entre las huestes deMAR, en la acera de Polanco su proyecto detelevisión digital avanzaba a pasos agigantados. El

10 de octubre, Rodríguez y Juan Luis Cebriánhabían mantenido una última reunión, esta vez enel despacho de Moncloa del primero.

Cebrián llegó con un ultimátum bajo el brazo:—O entramos con el 51 por 100, o nada. La

respuesta de Rodríguez fue igualmentecontundente:

—Yo no puedo garantizarte ni el 51 ni el 45.Habla con el resto de los socios, pero tengo lasensación de que te van a mandar a paseo, y sipides que el Gobierno intervenga para que se teadjudique un porcentaje determinado, ya teadelanto que no lo vas a conseguir ni de mí ni denadie.

Rodríguez no entendía la insistencia deCebrián en negociar apelando a la intervención delGobierno:

—Hazlo de otra manera. Acepta el 20 por 100del capital, lo que sea, y negocia los canales,porque nadie va a decir «no» al que tiene el

conocimiento del negocio. Y vende tus listados.—No, yo no puedo vender los listados, porque

no puedo ir al Consejo de Administración a decirque hemos perdido el control sobre la televisiónde pago.

—Pero ¿de qué control me estás hablando, sien dos años nadie va a controlar la televisión depago?

No lo entendió, y ahí se terminaron lasconversaciones con Prisa, conversaciones que,siguiendo las instrucciones de Rodríguez, sehabían iniciado a buen ritmo en la sede deTelefónica para tratar de constituir el consorcio deaccionistas de la futura Vía Digital.

* * *

Revuelta no olvidará fácilmente la primera

reunión conjunta, 5 de noviembre del 96, que las«fuerzas vivas» del futuro consorcio celebraron enGran Vía 28, con asistencia de Luis María Ansón,Antonio Asensio y Mónica Ridruejo.

Juan Villalonga y Javier Revuelta, conEduardo Alonso (que, al frente de TelefónicaMultimedia, era el que sabía algo del asunto) alteléfono, se encargaron de recibir al trío de ases.Pronto se vio que Asensio y Ansón llegaban muyde la mano, con la lección bien aprendida y mejorensayada. «Yo no sé si estaban confabulados, perolo cierto es que se daban el relevo perfectamente.Ansón hablaba y Asensio asentía, hasta el punto deque Antena 3 y Televisa, Asensio y Ansón, eran lamisma cosa».

Y allí, en el noble recinto de la biblioteca deTelefónica, donde normalmente se reúne el ComitéEjecutivo, seguramente inspirado por lugar tancargado de sabiduría, Ansón pronunció undiscurso inenarrable, una filípica ejemplar, quiero

que quede claro que estoy aquí por encargo delpresidente del Gobierno, y que ese encargo haempezado con mi pase a Televisa (…), y eso es asíporque Aznar ha ganado las elecciones gracias amí y a este señor que está a mi lado, AntonioAsensio, y conviene que no lo olvidéis nunca, queel Partido Popular está gobernando gracias anosotros…

Los de Telefónica le miraban aturdidos porqueLuis María Ansón les estaba diciendo en susbarbas, con una arrogancia sin límites, que ledebían el puesto que ocupaban, «todo se lodebíamos a él, y eso, en definitiva, quería decirque tenía que ser compensado de alguna manera».

El planteamiento del periodista y académico,que parecía hablar investido de toda autoridad, eraque había que constituir una plataforma digital dela que Telefónica formaría parte, por supuesto,pero que no podría dirigir nunca porque esafunción quedaba en manos de Televisa. El segundo

punto a considerar era que había que comprar losderechos del fútbol al señor Asensio al precio quefuere, a cualquier precio, y que quien tenía quecomprarlo era Telefónica.

El de Ansón era un discurso de unapolitización casi obscena. Allí estaba él «paracumplir un encargo del presidente del Gobierno»,un encargo difícil de creer, porque «cualquiera queconozca mínimamente al presidente del Gobiernosabe que jamás hablaría en esos términos»,asegura Villalonga.

Superada por las circunstancias, la Ridruejocallaba y asentía, apoyando los argumentos deAnsón, desbordada por Ansón. Tampoco hablabanen demasía los «telefónicos», ciertamenteimpresionados por el verbo convincente y fluidodel académico, debe ser verdad, tiene que sercierto que cuenta con todas las bendiciones, habráque atenerse a lo que él diga, pero ¿y si no lo fueraasí?, ¿y si estuviéramos ante un charlatán de feria?

¡Joder!, es que no sabíamos el terreno quepisábamos, estábamos diciendo, oye, tendrá razón,será un enviado de Aznar, y creo que hasta elpropio Juan, que lo conoce bien, se lo planteaba,sobrado de dudas, ¿será o no verdad? Tienecojones la cosa… Y Ansón decía algo y Asensiolo corroboraba con absoluta determinación, conentusiasmo incluso, había que comprar el fútbol acualquier precio, lo que Asensio diga, ¿eh?,porque el fútbol es el elemento desequilibrante, ytiene que comprarlo Telefónica, claro, y Telefónicaa poner el dinero y a callar, sin rechistar, y todonos pareció como absolutamente surrealista,alucinante…

Tardaron varios días antes de que lesdesapareciera la cara de susto. «Teníamos laimpresión de estar pisando arenas movedizas —asegura Revuelta—. Yo no sabía si había quehacer caso a Asensio, ni qué importancia teníaAnsón, ni qué papel jugaba TVE, porque todos

venían como embajadores de La Moncloa. Escierto que habíamos recibido una consigna deMAR, pero yo, que llevaba la negociación, nosabía si había que apretarles las tuercas o,simplemente, ponerse a sus órdenes y decirles:señores, pasen y elijan lo que ustedes quieran».

Pedro Arrióla, asesor presidencial, que pocodespués pasaría a serlo también de Villalonga enTelefónica, contribuyó a poner cierto orden en elcaos mental que se apoderó de los telefónicos.Buen conocedor de los entresijos de Moncloa, fueponiendo a cada uno en su sitio, aclarando ideas,punteando un who's who que se, antojaba esencialpara saber de quién había o no que fiarse, quiéntenía o no autoridad para hablar y exigir.

«Yo creo que Arrióla, que se conocía a todoslos personajes, rebajó mucho el caché del elencode actores, desdramatizando la opinión de gentecomo Rodríguez, lo cual nos ayudó a encajar laspiezas y a relativizar la importancia de algunas

manifestaciones llenas de engolada afectación».A Villalonga le habían embarcado en una

chalupa de la que ya no podía apearse. Tenía quecontinuar hacia adelante, patada a seguir, pero, trasla reunión en la biblioteca, una idea comenzó aabrirse tímidamente paso entre su gente: si lacompañía iba a tener que poner la «pasta», ¿porqué no controlar y liderar el proyecto?

* * *

En torno a la reunión descrita, Telefónicaempezó a contactar con los potenciales socios dela plataforma digital auspiciada por el Gobierno.Javier Revuelta quedó definitivamente encargadode las negociaciones para sacar el proyectoadelante. Dieron así comienzo una serie decontactos con los distintos grupos interesados,

TVE, Asensio y su Antena 3, por supuesto conAnsón y Televisa, Tele 5, el Grupo Correo, lanorteamericana Direct TV y el grupo japonésHitochu, aparecido de repente como caído delcielo.

Todas las tardes, a partir de las siete y hastacerca de las diez de la noche, el despacho deRevuelta se llenaba de personajes, todosteóricamente expertos en televisión, dispuestos aoír las sabias palabras de un lego en la materiacomo él. Hasta que una lluviosa tarde denoviembre, sin testigos incómodos, el equipodirectivo de Gran Vía 28 empezó a diseñar lacomposición del accionariado, venga, hagámoslocomo un ejercicio teórico, un esquema general dereparto, y bueno, ¿cuánto para Telefónica? Pues el30 por ciento, y ¿por qué no el 35? «Y surgió así,casi como un juego, se trataba de ver cómorepartíamos eso, algo bastante complicado porqueno sabíamos con qué socios íbamos a contar, ni en

qué escenario nos íbamos a mover».Todavía más complicado por cuanto que no se

habían roto los contactos con Jesús Polanco. Losde Prisa se negaban a aceptar la idea de perder aTelefónica como socio de su plataforma digital, ylo hacían por idénticos motivos que Ansón yAsensio, porque todos sabían que el cash flow dela operadora permitía pagar las rondas de casitodas las fiestas que pudieran darse en España. YVillalonga, enmascarando la obligación de unirseal carro que en Rosales 20 había aparejado MAR,daba «hilo a la cometa», estamos estudiando quéhacer con ese tema, pero todavía no lo tenemosclaro, no sabemos por dónde tirar…

Hasta que el viernes 15 de noviembre, en GranVía 28, tuvo lugar una reunión que ni Villalonga niRevuelta olvidarán fácilmente mientras vivan.Aquel día, el consejero delegado tenía previstovolar a Barcelona por la tarde, pero antes delalmuerzo Villalonga le pidió que suspendiera el

viaje, porque «van a venir Polanco y Cebrián parahablar de la televisión digital».

A la hora anunciada, los capos de Prisatomaban asiento en torno a la mesa redonda quepresidía el horrendo despacho (pan de oroconformando una barroca y decadente estéticafranquista), que fue de Cándido Velázquez y susantecesores. Polanco lo tenía claro: Telefónica esel socio ideal para Sogecable y estamosdispuestos a todo con tal de contar con vosotros ennuestro proyecto de televisión digital, pero ese«todo» no es gran cosa, o eso piensa JuanVillalonga, decidido a templar gaitas, estoyconvencido de lo mismo, de que Sogecable es elmejor socio potencial para Telefónica, porqueambas empresas son complementarias, pero paranosotros es muy importante tener el mismoporcentaje de capital que vosotros, es decir, unacompañía como la nuestra no puede tener unaparticipación inferior a la de Sogecable.

¿Paridad? Ni por asomo. Polanco no estabadispuesto. El tenía su propio diseño del negocio,un diseño no exento de racionalidad: nosotros el51 por 100 y vosotros el 49 restante, y, desdeluego, la gestión, nuestra; el control de losabonados, nuestro, y la facturación, también…Telefónica pone la tecnología, porque vosotrossois un carrier, vosotros transmitís la señal, quees lo que sabéis hacer, y además lo hacéis muybien, y nosotros nos ocupamos de los contenidos yde la gestión. Cada uno a lo suyo.

Villalonga rechazó este planteamiento.Telefónica no podía ir de segundón en unaactividad llamada a convertirse en un negocioestratégico para la compañía, no podía renunciar acoliderar ese proyecto en igualdad de condiciones.La paridad en el reparto accionarial y en la gestiónson condiciones inexcusables para cualquierarreglo, enfatizó el telefónico, porque otra cosa nose entendería de una compañía de esta dimensión,

llamada a tener un papel destacado en cualquiernegocio de comunicación. Pero Polanco seguíafirme, inamovible en su argumentación: Telefónica,insistía, debía limitarse a ser un mero sociotecnológico, porque ellos eran los que sabían detelevisión, ¿o tienes alguna duda de eso, Juan?

Pero tampoco Villalonga daba su brazo atorcer, no podía admitir ese planteamiento, y comoparecía que el acuerdo no iba a ser posible, seatrevió a dar un paso al frente y desvelar susplanes, la oportunidad que estaba esperando desepararse de Polanco, sin herir a Polanco, habíallegado rodada, de modo que, sin pensarlo dosveces, anunció que la operadora iba a emprenderun camino independiente para desarrollar supropio proyecto de televisión digital, queremostener el control de la situación y la capacidad degestión, y no pasa nada, Jesús, si ahora no nosponemos de acuerdo, porque son casi infinitos losterrenos en los que podremos colaborar en el

futuro. El nuestro es un proyecto empresarial queno va contra nadie, y como botón de muestra ahíestá el caso del fútbol, no hemos querido comprarel fútbol de Asensio, y si yo hubiera querido ir apor vosotros lo hubiera hecho, porque me sobranrecursos para machacaros…

Polanco se sintió agredido. Haciendoevidentes esfuerzos por mantener la calma,comenzó a recordar a sus anfitriones algunasverdades elementales en la España de nuestrosdías: Juan tenía que ser consciente de la fuerza delGrupo Prisa, «porque tú todavía no sabes lo que esun editorial de El País», y de lo que podíasignificar que él pusiera sus medios en contra deTelefónica…

La marea iba in crescendo. Jesús Polanco,progresivamente tenso, envarado, casi crispado,advirtió a Villalonga que había hecho todo loposible por llegar a un acuerdo, porque nosotrossomos la televisión de pago en este país, y

Telefónica tiene que venir con nosotros para hacerel satélite, pero si Telefónica va por otro lado —decía casi a voz en grito—, si sigues adelante conesa idea de lanzar tu propia televisión digitalcompitiendo con Sogecable, entonces debes estarpreparado, prepárate, sí, prepárate porque,primero, me cargo la próxima OPV, te lo advierto,me cargo la privatización de Telefónica sindudarlo un momento; segundo, pongo la acción enBolsa por los suelos, te lo repito, por los suelos, ytercero, te hundo además el valor en Wall Street,porque os hago una campaña en los mediosinternacionales amigos que duráis dos días alfrente de esta compañía…

Juan Villalonga reculó anonadado. Respetuosoy considerado con el editor cántabro, para quienhabía realizado algunos trabajos en su anteriorempleo como representante de Bankers Trust enEspaña, jamás había podido imaginar algosemejante, tamaña exaltación de soberbia, el gesto

crispado, rojo de ira, los minúsculos vasossanguíneos que se dibujan bajo sus pupilas a puntode estallar.

No había más que hablar. Había sido unareunión muy dura, muy desagradable, casi doshoras y media festoneadas por momentos de muchatensión, en la que se oficializó el divorcio entrePolanco y Villalonga, a pesar de que, a la salida,un Cebrián que se había mantenido en un segundoplano, muy en su papel de componedor dedescosidos, trataba de quitarle hierro a lo ocurridocon un par de gracietas intrascendentes.

En el ánimo de Villalonga y Revuelta quedóflotando, como una carga ominosa, la tripleamenaza que Polanco formuló aquella tarde contraTelefónica, amenaza que cumpliría casi al pie dela letra en los meses y años siguientes.

* * *

Tras dejar a Polanco y a su segundo, lostelefónicos se dirigieron a toda prisa al restauranteZalacaín. La cabeza de Villalonga era una olla apresión. Nadie le había amenazado nunca de formatan directa con poner sus medios, que son muchos,para torpedear su gestión, hacer fracasar lacolocación en las bolsas y arruinar la cotización, yello no sólo a través de su Grupo, sino apelando asu capacidad de influencia en medios extranjeros,que estarían dispuestos a seguir sus dictados.

En uno de los reservados del famosorestaurante estaban citados para almorzar conAntonio Asensio y su chico para todo, ManuelCampo Vidal, y abordar el tema de la plataformadigital y los derechos del fútbol. En realidad, aleditor le importaba muy poco ese proyecto. Todosu interés estaba centrado en «colocar» losderechos del fútbol y hacerlo a un precio que lepermitiera liberarse de los agobios financieros quele tenían a punto de asfixia, y, además, hacerse

rico. Y estaba dispuesto a ello porque, al margendel precio como tal, el editor reclamaba unacantidad extra, una especie de peaje de 10.000millones de pesetas por ceder esos derechos.

Por primera vez los de Telefónica avanzaron laidea de que, en lugar de comprar el fútbol, estaríandispuestos a alquilarlo, de modo que laresponsabilidad, los derechos y obligacionescontraídos con los clubes siguieran siendo deAsensio y de su sociedad (GMA), limitando elpapel de la operadora a abonar a la citadasociedad una cantidad anual por la emisión de lospartidos a través de la futura plataforma.

Desde Zalacaín, la procesión se trasladó aTelevisión Española, donde los pesos pesados dela plataforma gubernamental tenían prevista unareunión para las cinco de la tarde al objeto deavanzar en la formación del consorcio y dilucidarel papel que debía desempeñar cada uno de susmiembros. Demasiados gallos para tan poco

corral: Villalonga, Asensio, Ansón y Mónica.Todavía Mónica.

En el «Pirulí» de la calle O'Donnell todo elmundo preguntó, con un punto de ansiedad, por lasituación del contencioso del fútbol. Y es quetodos estaban muy interesados en el acuerdo delfútbol, pero pagando Telefónica. Era el problemade Villalonga, obligado a vérselas con grandesestrategas, cada uno de los cuales pretendíaalcanzar una posición mayoritaria en el proyectoaunque, como de costumbre, con los duros de laoperadora.

Y entonces Juan Villalonga dio una palmadasobre la mesa y enseñó por primera vez sus cartas.Se acabó lo que se daba: si Telefónica entraba enla plataforma digital tenía que ser liderando elproyecto y, por tanto, con una participaciónmayoritaria en él. Que quedara claro. Tanto Ansóncomo Mónica Ridruejo entendieron entonces quela operadora no se limitaría nunca a desempeñar

un papel pasivo, actuando de mero financiador delfuturo proyecto de televisión digital.

Había llegado el momento en que las personasmayores tomaran la dirección del negocio,enviando a los niños al cuarto de los juguetes.

* * *

A partir de ese momento Telefónica cogió lasriendas del proyecto. Por fortuna, Javier Revueltapudo contar enseguida con la ayuda de laconsultora McKinsey, contratada para esbozar unbusiness plan, de lo cual se encargaron una seriede especialistas en la materia llegados a Españapara explicar el negocio y su funcionamiento. Lostrabajos de McKinsey sirvieron de presentaciónpara las reuniones de las tardes con los distintosgrupos. Revuelta pudo al fin respirar con alivio:

ya tenía algo que enseñar a sus visitantesnocturnos.

En la tercera semana de noviembre se presentóante los medios de comunicación el proyecto detelevisión digital auspiciado por el Gobierno,presentación que, realizada en la sede deTelefónica, se sustentó en apenas cuatro ideascosidas con alfileres, sin haber decidido aún lacomposición definitiva del accionariado y elporcentaje de cada socio. Lo único que estabaclaro era que Telefónica tendría, al menos, unaparticipación del 35 por 100.

Para entonces, los nervios de MAR lucían aflor de piel. Aquél parecía un barco varado en laarena que había que poner a flote a toda prisaporque el rival estaba a punto de hacerse a la mar.Había que firmar el acuerdo societario cuantoantes pero, en el rusb final, Tele 5 se desenganchóde la idea y fue preciso buscar a toda prisa unaserie de pequeños accionistas de acompañamiento

que, además, dieran cierto lustre pluralista alproyecto.

Se consiguió que entrara Telemadrid, cosanada fácil a tenor del juego político de Ruiz-Gallardón, y que lo mismo hiciera la televisiónvalenciana merced a una gestión personal deVillalonga ante Zaplana, intervención que fue aúnmás importante a la hora de lograr la presencia delGrupo Recoletos. Subsistía la incógnita de TV3,dispuestos a entrar siempre y cuando hubieraacuerdo con Antena 3.

Porque ése seguía siendo el nudo gordiano queVillalonga tenía que deshacer. Con la estructuraaccionarial prácticamente cerrada, quedaba porresolver el espinoso asunto de los 10.000 millonesque reclamaba de fee Antonio Asensio. Entre laespada y la pared, el presidente de Telefónicapidió un favor a su amigo Aldo Olcese:

—Oye, Aldo, tienes que conseguir que Antoniome rebaje un poco esa cifra para que yo pueda

venderlo mejor aquí, ya sabes…—No te preocupes, Juan, yo le voy a decir a

Antonio que tiene que hacerte ese favor.Y Asensio accedió a rebajar la cifra a 9.500

millones. El editor era tan magnánimo que no leimportaba perder 500 millones con tal de permitira Villalonga quedar bien ante su Consejo, y enespecial ante el BBV y La Caixa.

Y es que el BBV, socio de Prisa en Canal Plus,se había mantenido en tierra de nadie en plenofragor de la batalla digital, vigilando de cerca aVillalonga y presionando para que no comprara elfútbol de Asensio, hasta el punto de que en laoperadora sentían la presencia del banco como lade un vigilante jurado poco amistoso. Uncomportamiento en el que seguramente tenía muchoque ver la falta de confianza de la entidad en lasolidez del Gobierno Aznar. Asustado ante laperspectiva de un rápido regreso de FelipeGonzález al poder, Ybarra temía quedar al

descubierto apostando por Villalonga en estabatalla, lo que sería tanto como quedar a mercedde la poderosa maquinaria mediática polanquil.

El argumento del de Neguri era que Telefónicano estaba para comprar los derechos del fútbol,porque ése no era su negocio. Ybarra, murmurabanen la sede de Gran Vía, remaba en la mismadirección que Polanco.

En la última semana de noviembre, y con elacuerdo de intenciones prácticamente cerrado,Asensio se descolgó con la novedad de que Antena3 no entraría en el accionariado de la futuraplataforma si antes no se resolvía el contenciosodel fútbol, de modo que los telefónicos tuvieronque rescatar a toda prisa la vieja fórmula delalquiler de los derechos. Tres días antes de lafecha prevista para la firma, Asensio aceptó undocumento, negociado en su nombre por MiguelRoca, con las condiciones del alquiler del fútboldurante cinco años y el pago de los polémicos

10.000 millones de pesetas «extras». Una cifra quequedó dividida, con todo, en varios plazos, elprimero de los cuales estaba vinculado a la firmaante notario del acuerdo definitivo de constituciónde la nueva plataforma digital (cosa que estabaprevista, como muy tarde, para el 30 de enero del97), pero no antes, porque podía ocurrir que nollegara a constituirse nunca.

Antonio Asensio se había mostrado de acuerdocon esa caución, pero el 26 de noviembre, apenascuarenta y ocho horas antes de la fecha fijada parala firma del acuerdo de intenciones, su hombre deconfianza, Manuel Campo Vidal, dijo que no, queesa cifra tenía que pagarse el mismo día de lafirma del mencionado acuerdo.

Y como Telefónica, firme en su postura, senegara a ceder, Campo Vidal, con instruccionesclaras de Asensio, anunció, para sorpresa detodos, que retiraba el documento del fútbol,preferimos no firmar ahora, aseguró con gesto

huidizo, ya discutiremos esto más adelante.Asensio se desdecía así del que hasta entonceshabía sido su gran argumento: que el fútbol y laconstitución de la plataforma eran la misma cosa.A Revuelta esa decisión le pareció extraña.

Antonio Asensio estaba ya cocinando la«traición» que el 24 de diciembre le llevaría acambiar de bando. Agobiado desde el punto devista financiero, necesitaba ese dinero y lonecesitaba ya, porque en las primeras semanas dediciembre tenía que afrontar una serie de pagosmillonarios con los bancos que habían financiadosu paquete de Antena 3, y tal y como los hombresde Telefónica habían configurado los documentos,hasta el día 30 de enero no iba a recibir un duropor el fútbol. Y eso no resolvía sus problemas.

* * *

Llegó el ansiado día, jueves 28 de noviembredel 96, de la firma del acuerdo de intenciones sinque los problemas hubieran desaparecido del todo.Con los textos prácticamente cerrados, el hombreque no quería firmar ese acuerdo ni ningún otro ibaa aprovechar al máximo un par de asuntos menoresque quedaban pendientes para bloquear la firma.Definitivamente, Asensio no quería ceñirse aningún compromiso, aunque estaba obligado aguardar las apariencias hasta el final.

Javier Revuelta había quedado a las siete ymedia de la mañana en la sede de Gran Vía conAntonio Asensio y sus abogados al objeto deintroducir los últimos retoques al documento. Horatan temprana venía explicada por la agenda deldía: a la una de la tarde la plana mayor de laoperadora emprendía viaje, vía Francfort, hacia lalejana Asia, donde Villalonga quería exploraralgunas posibilidades de negocio.

A la hora fijada, una secretaria hizo su entrada

en el despacho de Revuelta:—Acaban de llegar unos señores de

Barcelona; dicen que son los abogados del señorAsensio y de TV3.

—¡Ah!, muy bien, que esperen fuera —respondió Revuelta.

Esperando quedaron hasta que, casi una horadespués, el propio Asensio hizo su entrada en eldespacho de Revuelta hecho una fiera:

—¡Esto es una falta de cortesía inadmisible!¡Habéis despreciado a mis abogados, que llevanahí una hora encerrados sin que nadie les dirija lapalabra!

—Oye, Antonio, que yo había quedado contigo—replicó Revuelta— para negociar el documento.Tú no me dijiste que iban a venir tus abogados,¿qué quieres que le haga?

—¡Esto es una falta de respeto inaceptable! ¿Ysabes una cosa? ¡Que no estoy dispuesto a firmarese documento, y no lo voy a hacer de ninguna

forma!La gran representación estaba en marcha. En

escena apareció Mónica Ridruejo, dispuesta acontemporizar. Intento vano. Llegó también Ansón,decidido a poner a prueba sus habilidades decomponedor. «No firmamos, no firmamos». Y porel edificio corrió como la pólvora la sospecha deque aquello iba a terminar como el rosario de laAurora, con los medios de comunicaciónesperando en la planta noble el momento de la fotopara el recuerdo y el avión de Iberia listo parasalir desde Barajas en dirección Francfort…

«Antonio quería zafarse a última hora —asegura Revuelta—, y la escenita le liberaba de laobligación moral de firmar un acuerdo que no leconvenía y que iba a hacer aún más difícil deexplicar los pactos que estaba a punto de suscribircon Polanco. Fue una auténtica sesión de teatro».

Había también otros motivos por los queAsensio, y esta vez con razón, se negaba a firmar.

Uno de ellos fue la introducción de una cláusula,que no figuraba en el contrato original, por la cualdurante los tres primeros años de funcionamientolos socios se obligaban a reponer las pérdidassegún se fueran produciendo y no al final de cadaperíodo, como hubiera sido razonable, otorgandoderecho preferente al resto para cubrir laparticipación de aquel que no pudiera atender suscompromisos. Esa cláusula, unida al plan denegocio que se había diseñado, parecía abocar a lasociedad a una serie de ampliaciones de capitalsucesivas que Asensio difícilmente podría atender.Aquello parecía destinado a estrangular a unhombre situado permanentemente en el filo de lanavaja financiera.

Con Asensio al pie del ascensor dispuesto aabandonar el edificio de Gran Vía entre elescándalo del respetable, Villalonga lo cogió porel brazo, oye, Antonio, no me puedes hacer esto,están aquí los fotógrafos, las televisiones, todo el

mundo esperando, me partes por la mitad si tevas… El regreso de Asensio al teatro deoperaciones supuso borrar de un plumazo lacláusula de marras.

La ansiada firma tuvo lugar, por fin, a las 11,20de la mañana. Tras la foto de rigor, las gentes deTelefónica salieron de estampida con dirección aBarajas dispuestas todavía a coger el avión quedespegaba en menos de media hora.

Aquél fue el beso de Judas de AntonioAsensio. En la foto de familia de los participantesdel magno acuerdo faltaba el hombre de confianzade Asensio, «el chico de los recados», que decíanen Telefónica, del editor catalán; ¿dónde estáManolo Campo?, preguntaba Javier Revueltafrente a los fotógrafos, doblándose a izquierda yderecha como un junco de ribera, no está,respondía Asensio con cara de circunstancias, seha tenido que ir a Barcelona porque tiene a sumadre muy enferma.

La realidad es que, mientras Asensio firmabade mala gana el documento, su entonces hombre deconfianza, Manuel Campo Vidal, «una persona quenunca vino de frente, siempre con informacioneslimitadas y sesgadas», estaba reunido a la mismahora con Juan Luis Cebrián, negociando el cambiode bando. La traición se estaba consumando.

* * *

Tanto habían querido apretarle que, mago delregate y del juego de poker, Antonio Asensioterminó por jugársela a Juan Villalonga en la ruletade Jesús Polanco, algo que habría resultadoinimaginable apenas unos meses antes.

En efecto, a lo largo de septiembre y octubre laquerella entre Polanco y Asensio, con el fútboltelevisado como punto de fricción, rebasó las

páginas de los periódicos para llegar hasta lostribunales de justicia. El editor catalán, con laayuda del PP antes del 6 de marzo y del propioGobierno Aznar después, se había colado derondón en un negocio —esta vez el fútbol de pago— que Polanco, cómo no, consideraba suyo.

Todo había empezado por un exceso deconfianza de Prisa que su dueño terminaríapagando muy caro. Casi dos años antes, en elverano del 95, Asensio había reunido a un grupode directivos del grupo en su casa de Marbellapara anunciarles, ante la sorpresa general, que elnegocio del futuro, el inesperado caladero demillones donde podrían pescar los más atrevidos,se llamaba fútbol. «Aquello nos pareció unalocura», asegura Javier Gimeno, ex consejerodelegado de Antena 3.

En efecto, de acuerdo con el mago Asensio, elfuturo del negocio audiovisual pasaba por elcontrol del balompié, de modo que había que

poner manos a la obra para conseguir cambiar lafilosofía de la Liga de Fútbol Profesional y, porende, la fórmula de contratación audiovisual de losequipos. Merced a su tesón habitual, aquel anunciose transformó en la creación de la sociedad GMA,como futura titular de los derechos deretransmisión.

Mientras Asensio y sus gentes se dedicaban ala tarea, Polanco y sus «ricoshomes», confiados enque nunca nadie se atrevería a entrar en un jardínque creían suyo, se echaban a dormir la siesta.Cuando quisieron despertarse, Asensio, con laeficaz ayuda del secretario de Estado para elDeporte y los presidentes de algunas comunidadesautónomas, se había hecho con los derechos de losmás importantes clubes españoles.

El dueño de Zeta reforzó su posición con elacuerdo alcanzado con TV3 gracias a los buenosoficios de su tradicional mentor político, JordiPujol. Con ello, Asensio pudo unir a su

«escudería» el Fútbol Club Barcelona y el R.C.D.Español, cuyos derechos eran propiedad de latelevisión autonómica catalana, lo que terminó porconfigurar una opción imbatible en el panoramadel fútbol televisado.

Asensio le había echado un pulso a Polanco, yeso es algo que en España nunca sale gratis. Sinembargo, el cántabro, asediado por la inminenciade la temporada 96/97, se vio obligado a hacer detripas corazón. De modo que el 16 de agosto del96, y a petición del Grupo Prisa, Matías Cortés yJuan Luis Cebrián se sentaron a almorzar conJavier Gimeno y Miguel Roca en el restaurantebarcelonés Reno.

Fue un almuerzo que empezó a las dos y acabóa las ocho de la tarde y en el que se establecieronlas bases de una futura colaboración entre ambosgrupos. Se trataba, en concreto, de unificarcriterios para aportar los equipos controlados porcada uno a una bolsa común, como paso previo a

la comercialización del producto por las dosplataformas de televisión digital que se perfilabanen el horizonte español. Las relaciones de Asensiocon el Gobierno eran entonces excelentes, lo queexplica que el editor defendiera una solución queno marginara a la futura Vía Digital.

El encuentro de Barcelona tuvo continuidaddiez días después en una cena celebrada en la sedede Prisa, Gran Vía 32. Pero esa noche quebró elvaso de cristal tan laboriosamente tallado en Reno.El principio de acuerdo allí alcanzado saltó en milpedazos. ¿Razón? La de siempre tratándose de losPolancos: Prisa pretendía el monopolio, de formaque el fútbol sólo pudiera verse a través de suplataforma de pago, Canal Satélite Digital (CSD).

Como quiera que esa pretensión alterabaradicalmente la filosofía de lo pactado en laCiudad Condal, previa consulta telefónica conAsensio, Roca y Gimeno dieron allí mismo porzanjada la reunión cuando apenas eran las once de

la noche.Habría un nuevo intento, casi a la desesperada,

de reanudar las negociaciones en una reuniónmantenida, con representantes de menor nivel quelos anteriores, en torno al 10 de septiembre en elhotel Villamagna de Madrid. Pero de nuevo lasexigencias de Prisa impedirían avanzar un paso.

Aquél fue el pistoletazo de salida para ladeclaración de guerra de Polanco a las huestes deAsensio. A mediados de septiembre, el dueño deAntena 3 tuvo conocimiento de la presentación deuna denuncia secreta contra él ante la FiscalíaAnticorrupción sobre la base argumental de lamaraña societaria por él tejida en torno a Antena 3Televisión. Un episodio que nunca vio la luz en laprensa, y sobre cuya autoría se hicieron todo tipode conjeturas en el Grupo Zeta, desde que elresponsable hubiera sido el productor José Fradehasta, naturalmente, que se tratara del Grupo Prisa,tan bien posicionado en los ambientes judiciales

españoles, para, de esa forma tan «amistosa»,intentar presionar al editor al objeto de llegar a unacuerdo sobre el fútbol.

La denuncia, que nunca llegó a mayores, sirviópara atizar la hoguera de un enfrentamiento entreambos grupos que alcanzó una violencia verbalrealmente aparatosa. El 18 de septiembre, Antena3 y Canal Plus llegaron a los tribunales en sudisputa por los derechos del fútbol. Fuerontiempos duros. La SER y El País, con laobjetividad que les caracteriza cuando losintereses económicos de su propietario están enjuego, se lanzaron a fondo por la quebrada de laheterodoxia financiera de Asensio, denunciando elentramado de empresas por él manejadas y suparticipación en el capital de algunos clubes delfútbol, cosa que vulneraba la Ley del Deporte.Asensio respondió al fuego enemigo condeclaraciones muy duras contra Prisa y concomunicados en los que se mofaba de la

objetividad e independencia de ese grupo y seacusaba a Polanco de manipular y tergiversar larealidad.

Una pelea sin cuartel, como siempre que haymucho dinero en juego. El 20 de octubre, El Paísdescubría el Mediterráneo con una historiamaravillosa: «Jordi Pujol, el poder detrás deAsensio». En efecto, hasta la llegada de Aznar aMoncloa, Pujol había sido el baluarte político, elescudo protector de Antonio Asensio, tanto enCataluña como en el resto de España. Y no porcasualidad. Paradojas del nacionalismo étnico,Pujol era y es un político cogido, en lo que aprensa escrita se refiere, por la tenaza de ElPeriódico de Catalunya (Asensio) y LaVanguardia (conde de Godó), un apoyo quesiempre le ha resultado fundamental desde el puntode vista electoral frente a Pascual Maragall.

Y el 27 de octubre, Pedrojota terciaba en ladisputa en su homilía dominical de El Mundo:

«Lucifer regatea a Belcebú», o el relato de cómoAsensio había burlado la posición hegemónica dePolanco en el fútbol.

* * *

Echarle un pulso a Polanco parecíaespecialmente arriesgado para un hombre comoAsensio, siempre a punto de la asfixia financiera.Pero vivir peligrosamente al borde de la quiebrase había convertido para él en un estilo, casi en unarte. Durante años su estrategia había consistido enganar tiempo. La mayoría de las veces el nuevoplazo se reducía a unos pocos meses de vida, queese mismo tiempo se encargaba pronto deconsumir para renovar las angustias de unpoderoso con pies de barro que vivía del dineroajeno, el gambeteo y el regate en corto. Estaba

claro que esa situación no podría alargarseindefinidamente.

El artista, en todo caso, ha contado siemprecon la benevolente complicidad de sus banquerosfinanciadores, tradicionalmente dos grandesbancos, Banesto y BCH, y la mayor caja del país,La Caixa. En torno a los hechos relatados, lasobligaciones de Asensio con sus acreedores seelevaban a la suma de 42.000 millones de pesetas.

A principios de 1995, Javier Gimeno, ante lasdificultades con las que chocaba la cadena paraobtener nueva financiación entre la bancaespañola, convenció a Asensio de la necesidad deacudir al mercado internacional, con la idea deiniciar una reestructuración sensata de esa deudaque le permitiera vivir sin agobios.

Claudio Aguirre, responsable para España deMerrill Lynch y amigo personal de Gimeno, aceptólidiar con ese toro, aunque exigió meterse en lastripas de Antena 3 durante seis meses. El

escrutinio al que él y sus analistas la sometieronconcluyó con un préstamo sindicado, dirigido porel citado banco de negocios, por importe de15.000 millones de pesetas a seis años y con unmás que aceptable tipo de interés, préstamo queAsensio y Gimeno firmaron en Londres endiciembre del 95. Una operación que ciertamentedio media vida al editor.

Se cumplía así uno de los objetivos que AldoOlcese y su sociedad, Fincorp, se habían fijadopara la reestructuración de la deuda de Antena 3.Ligado toda su vida al mundo financiero, Olcesese había convertido en el broker, el asesor, elconsultor, y, sobre todo, el amigo de Asensio.

Otro de tales objetivos, quizá el másimportante, era la salida a Bolsa, contando con lapromesa de que el nuevo Gobierno iba a revocarla limitación legal establecida en la Ley deTelevisión Privada, según la cual una mismapersona no podía ser propietaria de más del 25

por 100 de una cadena. Era uno más de los topesque Asensio se saltaba a la torera con la piadosaconnivencia del Gobierno, primero del PSOE ydespués del PP, dispuestos a mirar hacia otro lado.

Más grave era el caso de las sociedadestapadera utilizadas por el editor para facturar aAntena 3, sociedades que, se sospechaba, actuabancomo centros de beneficios mientras las pérdidas,si las hubiere, terminaban aflorando en la cadena.

Para hincarle el diente a ambos problemas,Olcese convenció a Asensio en el transcurso del96 de la necesidad de meter en la casa a un bancode negocios de prestigio, S.G. Warburg, con lamisión de colocar entre inversores internacionalesparte de las acciones por él controladas a travésde fiducias varias. Teóricamente esa operaciónparecía posible, puesto que la compañía ya habíadado beneficios auditados durante el 95, pero eraimprescindible desentrañar la maraña financierade la cadena como paso previo a la salida al

mercado en busca de nuevos recursos. Dosobjetivos por el precio de uno. Se trataba de ponerorden en la casa y dar cierta credibilidad a suscuentas de cara a los potenciales nuevosinversores.

Warburg entró, pues, en escena con la misiónde realizar un due diligence, mientras AldoOlcese, en tareas de asesor y confesor de Asensio,realizaba funciones de contraste de lo que el bancode negocios iba decidiendo.

Las peleas de Asensio con el equipo deWarburg resultaron dignas de una historia deldisparate.

Reñido con la más elemental ortodoxiafinanciera, el editor había firmado la compra delos derechos del fútbol sirviéndose para el pagode un crédito de 6.500 millones que le dio… ¡lapropia Antena 3! Olcese se echaba las manos a lacabeza:

—¡Pero eso no se puede hacer, Antonio, no me

jodas! Si quieres, reestructurar la deuda y salir almercado en busca de capital nuevo no puedesandar haciendo este tipo de cosas, porque eso noes de recibo.

—¿Cómo que no, si Antena 3 es mía?…—Precisamente por eso, porque no es cien por

cien tuya, que tienes ahí unos socios minoritarios alos que debes alguna explicación.

—¡Ah!, es que pienso devolver ese dinerohasta la última peseta, y con sus intereses.

—¡Nos ha jodido, es que sólo faltaba…! Esque, además de devolver el préstamo con susintereses, tendrías que ceder a Antena 3 unporcentaje de los beneficios futuros.

Era una pelea agotadora que se repetíamilimétricamente un día sí y otro también,consecuencia de la forma de ser de un hombreacostumbrado a vivir al borde del precipicio.

* * *

El private placement de Warburg se cerróalrededor del 16 de diciembre del 96, con lacolocación del 12 por ciento de Antena 3 y el avaldel propio Asensio. Se trataba de una operaciónrealizada mediante la fórmula de los GDR,acciones sin voto con títulos depósito (el Bank ofNew York actuaba como depositario), pero cuyostenedores finales eran fondos de primeracategoría, caso de Alliance, Capital, J. P. Morgan,etc.

La colocación, que en España levantósospechas de que se trataba de una nueva fiducia,permitió la entrada de alrededor de 14.000millones de pesetas, de los cuales casi la mitaderan plusvalías destinadas al pago de la deuda conBanesto. Al día siguiente de la firma, en efecto,Asensio extendió un talón por casi 7.000 millones

de pesetas saldando la deuda que mantenía con elbanco. Su nuevo dueño, Emilio Botín, que no dabaun duro por el éxito de la operación, no podíacreer tamaño milagro.

Pero Asensio, con independencia de suinteligencia y su demostrada capacidad desupervivencia en las condiciones más extremas, eshombre que si algo tiene de sobra es baraka,suerte, mucha suerte. La de Warburg, unaoperación casi mágica para él, era la mejordemostración. La colocación de aquel paquete sehizo en el momento oportuno, con la genteoportuna y al precio oportuno y, de no haber sidopor ella, el editor lo habría pasado realmente mal.

Como broche obligado de la operación, notuvo más remedio que desprenderse de sussociedades tapadera. En diciembre del 96, pocassemanas antes de que la revista Época salieradenunciando el entramado, la situación quedóregularizada con la compra por Antena 3 de la

totalidad de esas empresas.Saldada la deuda con Banesto, su posición con

el BCH era mucho más cómoda, ya que nuncahabía tenido que soportar ninguna gran presión deAmusátegui para ponerse al corriente con laentidad.

De manera que la situación de AntonioAsensio a finales del 96 no era tan desesperadacomo se decía, aunque la deuda, en torno a los40.000 millones de pesetas (21.000 con el propioBCH, 8.000 con La Caixa) seguía siendo muyimportante. En cualquier caso, su posición habíaquedado aliviada hasta el mes de junio del 97, unacircunstancia que desconocía Juan Villalonga enlos prolegómenos del 24 de diciembre.

Salvado por la campana. Salvado incluso delinstinto depredador de Botín, que meses atráshabía estado a punto de desplazarlo de la cadenapara colocar a su frente a uno de sus hombres deconfianza: Eugenio Galdón.

Del instinto depredador de Botín lo salvó, enrealidad, una discreta gestión de José María Aznarcerca del banquero santanderino. Asensio iba a serel hombre del PP en el mundo audiovisual y no eracuestión de cargárselo por un quítame allá unosmiles de millones de pesetas. Algo habíacambiado de modo radical para Asensio tras lajornada electoral de marzo del 96. «Cada gobiernotiene el Polanco que se merece», diría después concierta y brillante sorna el propio Eugenio Galdón.

El propio Aznar, sin embargo, había dejadoclara la naturaleza de esa nueva relación en elcurso de un almuerzo en Moncloa con FedericoJiménez Losantos, Antonio y Luis Herrero:

—Pero, ¿cómo os habéis podido echar enbrazos de un tipo como Asensio? —preguntó unode los periodistas.

—¡Pues porque nada más formar Gobiernovino Pujol y me dijo que teníamos que elegir entreun quinqui y un granuja…!

El «granuja», sin embargo, tenía que pagar unprecio por el favor del Gobierno que a vecesresultaba francamente insoportable. Algunos, casode MAR, creían que eso daba derecho a todo. Elsecretario de Estado de la Comunicación estaba,en efecto, empeñado en que Asensio cambiara lalínea editorial de su grupo, muy proclive alGobierno en lo que a Antena 3 se refiere. Elpropio editor había consensuado con Moncloa elperfil del director de informativos de la cadena,cargo para el que fue nombrado Pepe Oneto,director de Tiempo, Sin embargo, MAR se quejabade que los periódicos controlados por Zeta «nodejan de darnos leña». «Pero es que yo no puedodecirle al director de La Voz de Asturias que hablebien del alcalde de Oviedo, que no puedo, ¡coño!…», se desesperaba Asensio.

* * *

En contra de los intereses del Gobierno Aznarremaba Manuel Campo Vidal, un hombre que, en lalongitud de onda del felipismo, no cejaba deponderar la bondad de un acercamiento a Polanco,ojo, Antonio, que éstos no te quieren, que lo quebuscan es llevarte al huerto, acuérdate de lo que tedigo…

Con la tenacidad que le caracteriza, CampoVidal mantenía ante Asensio la tesis de queVillalonga no era de fiar. Empeñado, en estrechocontacto con Cebrián —dos buenos periodistasoficiando de malos gestores de empresa—, enllevar a Asensio al redil de Polanco, se dedicó adesacreditar las posibilidades de pacto conTelefónica, «Te van a ir dando largas, pero no vasa ver un duro, Antonio».

La siembra de Campo Vidal, tratando dedefender una opción ideológica por encima de losintereses comerciales de su patrón, terminó porcaer en el campo abonado de un Asensio

necesitado de cash y tentado a pegar un verdadero«pelotazo» con los derechos del fútbol.

El 17 de noviembre, Asensio llamó a MiguelÁngel Rodríguez a primera hora de la tarde.Necesitaba verle con urgencia.

—Pero, ¿de qué se trata, Antonio? ¿A quévienen estas prisas?

—Es que quiero verte antes de la cena que voya tener esta noche con Polanco.

En el despacho del secretario de Estado, eleditor comentó que el amo de Prisa le habíallamado para invitarle a cenar, en un último intentopor llegar a un acuerdo para compartir el fútbol,«pero quiero que sepas que voy de oyente y quenunca se me ocurrirá hacer nada con él», cosalógica, por otro lado, en un hombre que todavíatenía esperanzas de ser nombrado presidente de lafutura plataforma auspiciada por el Gobierno, paralo que contaba con el apoyo de Ansón.

A la hora de las despedidas, MAR, entre

bromas y veras, trató de asegurar la fidelidad deleditor:

—Bueno, espero que no hagas ninguna tonteríaesta noche…

—Nunca jamás, puedes estar seguro: nuncapactaré con Polanco.

«Sospecho que esa noche pactó con él —sostiene MAR—, porque, ¿qué sentido teníaaquella innecesaria visita? El vino a mi despachoa testar si definitivamente tenía alguna posibilidadde ser presidente de la plataforma digital plural, yal no recibir respuesta, optó por sentarse conPolanco».

* * *

La negociación con Prisa, vaciadas las arcasde los insultos mutuos en la prensa y en los

tribunales de Justicia, tomó cuerpo en la últimadecena de noviembre. «Yo me enteré a primerosde diciembre de que se habían reanudado loscontactos con Prisa, y de que Campo Vidal yCebrián, que se veían con asiduidad, avanzaban amarchas forzadas», asegura uno de los hombres deAsensio.

En torno al miércoles 18 de diciembre, eleditor convocó a su staff para anunciar unasorpresa: estaba obligado a tomar una decisióndefinitiva en torno al fútbol, y aunque no era lasolución que más le entusiasmaba, no tenía másremedio que firmar con Prisa, «porque necesito eldinero y Telefónica no está dispuesta a dármelo.Campo Vidal ya ha desbrozado el camino conCebrián, de modo que se trata de ir mañana a unareunión en el hotel Barajas para dar el impulsodefinitivo al acuerdo». Asensio enfatizó lanecesidad de mantener la negociación en el mayorde los secretos.

El Grupo Prisa, con la única excepción dePolanco, destacó al hotel Barajas a sus primerosespadas: Juan Luis Cebrián, Miguel Satrústegui,José María Aranaz, Ricardo Diez Hochtleiner,Carlos Abad y Ele Juárez. Por parte de Antena 3asistieron Javier Gimeno, el propio Campo Vidal,Javier López, John Gibons (uno de los asesores deAsensio para temas económicos), FranciscoMatosas y Francesca Garrigues (abogada delGrupo Zeta y ex mujer de Campo Vidal). A lareunión acudieron también Luis Oriva y JordiVillajoana en representación de TV3. Allí estaban,pues, las tres patas del banco que sería presentadoen público el 24-D.

Los reunidos, constituidos en dos equipos detrabajo, uno jurídico y otro económico, conCebrián y Campo Vidal como coordinadoresrespectivos, avanzaron a uña de caballo en ladirección que les había sido encomendada: la dedejar listo un acuerdo marco para la creación de

una sociedad conjunta (que luego sería bautizadacomo Audiovisual Sport S.A.) a la que seaportarían los respectivos derechos del fútbol.Pero se habló también de la integración de lapropia Antena 3 en Canal Satélite Digital, laplataforma de Polanco, vulnerando de esta formalos pactos que Asensio había suscrito el 28 denoviembre en la sede de Telefónica.

Los acuerdos del hotel Barajas culminaron enmaratonianas reuniones de perfeccionamiento losdías 22 y 23 de diciembre en la sede del GrupoZeta, calle O'Donnell de Madrid, en las queparticiparon ambos grupos al completo, más losabogados de Prisa, más el inevitable Miguel Roca,verdadera sombra de Asensio, más el propioAsensio en su despacho y Polanco en su «castillo»de Méndez Núñez, ambos en permanente contactotelefónico.

El acuerdo dependía al final de la generosidadde Polanco a la hora de valorar las sociedades

propietarias de los derechos del fútbol, Gesport yGMA.

—¿Cuánto más vale tu fútbol que el mío?… —preguntó Polanco a Asensio.

—Digamos que 5.700 millones de pesetas más—respondió Asensio.

—De acuerdo. Ahí van.A continuación, ambas empresas aportaron sus

activos (los mencionados derechos) a la sociedadAudiovisual Sport, de la que cada uno tendría el40 por 100 del capital, quedando el 20 por 100restante en manos de TV3.

Inmediatamente después, Audiovisual Sportlos vendió en exclusiva a Canal Satélite Digital(CSD) para su explotación en régimen de pay perview, derechos por los que CSD pagaría 15.000millones, de los cuales el 40 por 100 correspondíaa Asensio, es decir, otros 6.000 millones, de formaque el editor catalán se embolsaba de una tacada11.700 millones de pesetas.

Tamaño tráfago culminó con el famoso «pactode Nochebuena», firmado el 24 de diciembrepasadas las 3 de la tarde en la FundaciónSantillana, con ojeras en todos los rostros porculpa de las noches de café e insomnio vividas enlas dos últimas agotadoras jornadas, y nerviosasmiradas al reloj por doquier, porque todo elmundo quería salir pitando para celebrar laNochebuena con los suyos, y había viajes en aviónprogramados, y coches casi en marcha esperandocon el equipaje a bordo, y eso sin contar losestómagos vacíos, circunstancia que el mejorPolanco se afanó en aliviar con un buen surtido decanapés, tortilla de patata, «buenísima» por cierto,aunque el cántabro se superó con las croquetas,«finísimas», y un buen champán francés paracelebrar el jaque mate que él, el hombre máspoderoso del Reino, le acababa de endosar alGobierno legítimo de la nación.

Polanco, copa de fino cristal de Bohemia en la

mano, se mostraba especialmente educado conAsensio, particularmente atento, solícito en excesocon el hombre al que apenas un par de meses anteshabía tachado poco menos que de estafador, en unapelea que había sacado a la superficie los instintosmás bajos de dos mercaderes del dinero. El dueñodel Grupo Prisa era aquel atardecer de diciembreun gran actor dispuesto a perseverar en la farsa eltiempo necesario para explotar a fondo las bazasque le ofrecía tan inesperado aliado.

Lo más llamativo del caso es que nadiequisiera dar publicidad al acuerdo que se acababade firmar, síntoma evidente de la mala concienciaque, a pesar de todo, embargaba a losprotagonistas del affaire. Algunos, empezando porCampo Vidal, un hombre asustado en la hora de sugran triunfo, querían dejar cerrado bajo sietellaves un pacto que involucraba a cinco empresas(Prisa, Antena 3, GMA, Gesport y TV3) y que,como todo lo que atañe al fútbol, tenía una

evidente relevancia social.Hasta que alguien del Grupo Zeta, en un gesto

torero, planteó una objeción muy fundada:—Pero ¿es que hemos hecho algo de lo que

nos tengamos que avergonzar? ¿No se trata de unacuerdo empresarial? Si lo es, pensar enmantenerlo oculto es cosa de locos. A lo hecho,pecho. Yo, como Antena 3, puedo defender elinterés legítimo de la cadena en este acuerdo, yespero que el resto pueda hacer otro tanto.Mantenerlo en secreto sería un grave error.

La tesis prosperó porque Polanco, haciéndosecon las riendas, sentenció:

—Lo que dice Javier tiene razón, ¡coño!Polanco, encantado de la vida y Asensio, comoCampo Vidal, nervioso e íntimamente asustado porlas consecuencias del pacto con Prisa. Preocupadoy con ganas de salir corriendo, que fue lo que hizoa primera hora del día de Navidad, poniendorumbo a Nueva York y Las Vegas con el obvio

deseo de quitarse de en medio durante un tiempo.La tormenta estaba a punto de estallar sobreMadrid.

Antes de abandonar la Fundación Santillana,Asensio se metió en el bolsillo un talón del BancoUrquijo por importe de 6.666 millones de pesetas,talón que a continuación entregó a Javier Gimeno,consejero delegado de Antena 3, para saldar ladeuda que GMA tenía contraída con la cadena.

* * *

Los poderes fácticos, con la mayoría de losbanqueros a la cabeza, se apresuraron a tirar deteléfono para felicitar a Polanco por el éxitoalcanzado; tal fue el caso de José MaríaAmusátegui. Durante los meses en que Asensio yPolanco se arreaban a matar, el presidente del

BCH recibió el encargo de Felipe González demediar y acercar posturas, encargo que llevó aefecto con escasa fortuna, «por eso, cuando enNavidad me llamó Asensio y me dijo que habíafirmado con Polanco, yo dije que estupendo, queme parecía magnífico que se entendieran, porqueeso era mucho más de lo que me habían pedido amí, aunque luego resultó, claro, que eso le abría unboquete enorme al Gobierno del PP».

Había hombres felices, como Amusátegui, yhombres profundamente enfadados, como JesúsGil y Gil, a quien Canal Plus había ofrecido 5.000millones por los derechos del Atlético de Madrid,que GIL no había querido aceptar por lealtad aAsensio, «y ahora resulta que los 2.000 kilos queyo he dejado de ganar se los ha embolsado él…».

Ninguno tan feliz como el propio Polanco, queno sólo obtenía los derechos de todos los equiposde fútbol de la Primera División, sino que iba apoder comercializarlos en exclusiva a través de su

propia plataforma digital. Polanco, inveteradoenemigo de la libre competencia, iba a consolidarde esta forma su monopolio sobre la televisión depago.

Un negocio que por sí solo podía dejarle unosrendimientos netos muy superiores a los del GrupoPrisa. El caso de Rupert Murdoch y losdevastadores efectos de su poderío sobre la prensalibre anglosajona acudía a muchas memorias. Elmagnate australiano, dueño de un imperio muydiversificado de libros, periódicos, emisoras deradio, cadenas de televisión, operadoras de cable,etc., acababa de reducir a la mitad el precio de susdiarios en Gran Bretaña con la intención dedoblegar a sus principales competidores. Murdochse permitía el lujo de perder con la prensa escritaun dinero que recuperaba con largueza en susnegocios audiovisuales.

Las críticas contra la actitud timorata deVillalonga no se hicieron esperar. «Su negativa a

pagar la mordida que le pedía Asensio fue elmayor error estratégico cometido en esta historia—asegura MAR—, sin el cual nos hubiéramosahorrado la guerra digital y el desgaste que supusopara el Gobierno».

El interesado se defendería argumentando que«si hubiera recibido una llamada del presidentedel Gobierno diciéndome que comprara losderechos del fútbol, habría tenido dos alternativas:cumplir la orden o dejar la compañía, es decir, serconsiderado un mamporrero del Gobierno o salirde Telefónica. En cualquier caso, hubieradestrozado mi carrera profesional».

El «pacto de Nochebuena» produjo enMoncloa un profundo desgarro. Asensio habíatomado el pelo al Gobierno.

El «pacto de Nochebuena» supuso para elGobierno Aznar un desastre sin paliativos. Unasensación de pánico se instaló en muchos sectoressociales que habían apoyado el cambio. Los

catorce años de «Felipe el Soberbio» podían irseguidos por al menos cuatro años de «Felipe elVengativo», de modo que aquellos que se habíanatrevido a hacerle frente en marzo del 96 podían iratándose los machos.

El Gobierno popular ardía en deseos derevancha contra el editor catalán, aunque, entérminos de país, el problema no era Asensio, sinoPolanco y el poder de su práctico monopolio. Lasituación podía hacerse particularmenteirrespirable en el sector de los medios decomunicación, «porque éstos son de los queaplican la ley de fugas con el enemigo, éstos sonnazismo en estado puro», aseguraba el consejerodelegado de un importante medio de comunicaciónmadrileño.

La erosión de autoridad del Gobierno, engeneral, y de Aznar, en particular, era inevitable.Nadie con dos dedos de frente iba a quererembarcarse en una operación con ese Gobierno a

partir del «pacto de Nochebuena».

3EL NEGOCIO DE LA

LIBERTAD

Muchos en Promotora de Informaciones S.A.(Prisa) le llaman «el amo», y millones deespañoles están convencidos de que Jesús Polancoes uno de los hombres más poderosos de España,el único poder fáctico real que, a las puertas delsiglo XXI, existe en el país. Es el principal editorde prensa; domina la radio privada; logró con elPSOE el monopolio de la televisión de pago; es elprimer productor de cine español; es propietariodel más próspero negocio de libros de texto tantoen España como en América Latina; directa oindirectamente controla la industria discográfica;posee cadenas de librerías, agencias depublicidad, hoteles, empresas de exportación. Y hapretendido también quedarse con la exclusiva del

fútbol televisado.Polanco es un poder fáctico pluridimensional,

equivalente a lo que en épocas pretéritasrepresentaron, juntos o por separado, la Iglesia, laBanca o el Ejército. Habría que remontarse variossiglos en la Historia de España para encontrar enmanos de una de estas instituciones un arma tanformidable sobre el control de las concienciascomo la poliédrica hegemonía que este hombreostenta sobre la industria cultural.

Cualquier españolito puede educarse con loslibros de texto de Santillana, bailar en su juventudal ritmo de Los 40 Principales, estar informado ensu madurez leyendo El País, invertir su dinero conla ayuda de Cinco Días, seguir los avatares de suequipo de fútbol favorito con el diario As,aficionarse a la literatura con los libros deAlfaguara, salir de viaje con las guías de El PaísAguilar, tomarse unas vacaciones en los hoteles dela Cadena Tropical, regalar discos a sus amigos

comprados en las tiendas Crisol, animarse con el«porno» del viernes noche en Canal Plus o ver unapelícula producida por Sogetec en uno de losmulticines de Lusomundo. Incluso puede, si seaburre, pasear por el Retiro madrileño con lasintonía de la SER pegada a la oreja.

En realidad, a Jesús Polanco Gutiérrez sólo lefalta tener en propiedad una funeraria paramonitorizar la vida de cualquier ciudadano desdela cuna hasta la tumba. En «Polancolandia» esposible cruzar desde la infancia hasta la senectudsin necesidad de abandonar un solo día la senda deJesús «del Gran Poder» Polanco. Un poder,ciertamente, formidable. Y una capacidad nomenos vigorosa para moldear la conciencia y elpensamiento de millones de españoles.

Los humildes orígenes de este hombre bajito,rechoncho, con aspecto de apacible abuelodispuesto a sacar a sus nietos de paseo, nacido enMadrid en 1929, pero santanderino de adopción,

nunca hubieran permitido presagiar el poder queun día llegaría a monopolizar en la vida española.Huérfano desde muy corta edad, la hagiografíaoficial asegura que se vio obligado a trabajarcomo vendedor de libros a domicilio paracostearse sus estudios de Derecho en laUniversidad Complutense de Madrid, donde segraduó, con más pena que gloria, en 1953.

«Yo conocí a Polanco de jovencito, en elFrente de Juventudes del distrito de Buenavista, enla calle Ayala 15 de Madrid —asegura elperiodista Antonio Izquierdo, ex director deldesaparecido diario Arriba—. Allí le vi muchasveces, en la época en que todos éramos niños delFrente de Juventudes, años cincuenta, pleno fragordel franquismo. Creo recordar que Polanco estabaintegrado en la centuria García Morato de esedistrito, donde también recuerdo a otros muchos,incluido Pepe Gárate, buen amigo de Polanco».

Enrique de Aguinaga, periodista y profesor

durante muchos años de la Escuela Oficial dePeriodismo, primero, y de la Facultad dePeriodismo, después, preguntó un día a Polancocon cierto descaro si era cierto que habíapertenecido al Frente de Juventudes:

—Sí, sí —respondió sin complejos—, yademás me siento muy «flecha»…

Tiempo después, Izquierdo volvería aencontrarse con Polanco, convertido en unmodesto editor que vivía en un no menos modestopiso del barrio de la Concepción de Madrid,próximo a la calle José del Hierro, cuando aún nohabía insertado el pretendidamente nobiliario «de»entre su nombre y apellido.

En una muestra del genio emprendedor que leharía llegar lejos, en 1958 había creado, con unsolo empleado, la Editorial Santillana, en unaoficina alquilada en la calle Alcalá, esquina a laPuerta del Sol, y en la que el propio Polancodesempeñaba casi todas las funciones. Durante sus

primeros diecisiete años de vida, Santillana, cuyaactividad se limitaba a la distribución decuadernos de caligrafía y cartillas paraalfabetización, apenas experimentó crecimientoalguno.

Todas las semanas, el librerillo valiente acudíaa anunciarse en el semanario Servicio, en elnúmero 8 de la calle Moreto de Madrid.«Invariablemente aparecía por la redacción con sucarpetilla bajo el brazo, llevando personalmente lapublicidad de los libros que quería insertar»,asegura Izquierdo. Servicio, que editaba elServicio Español del Magisterio, tenía una tiradacercana a los 160.000 ejemplares, lo que loconvertía en un soporte publicitario de primerorden para los libros de texto, que los propiosmaestros seleccionaban después de acuerdo consus necesidades y/o preferencias.

Quien más le trataba, con todo, era elsubdirector del semanario, Julio Merino, que fue,

además de buen historiador, director de ElImparcial y de la Agencia Piresa, y tambiénsecretario de la Escuela Oficial de Periodismo.«Perdí el contacto con Polanco en el año 73, alhacerme cargo de la dirección del Arriba —señalaIzquierdo—. Me pareció un señor emprendedor ymuy trabajador, no muy comunicativo, que ganabasu dinero con su pequeño negocio y que estabalejos de ser el amo del gran imperio mediático quellegaría a ser en los ochenta».

* * *

La suerte de Jesús Polanco cambió con motivode la crisis de Gobierno de octubre de 1969(consecuencia del escándalo Matesa). Franconombró ministro de Educación a José Luis VillarPalasí, un opusdeísta que llegó al Ministerio

dispuesto a poner en práctica una reforma enprofundidad, basada en un cambio de losprogramas educativos.

Villar, además de un gran administrativista, eraun hombre honesto, un punto exquisito, que unía asu preocupación por la Universidad una ciertaincomodidad para desenvolverse en la política.Pero Villar cometió el error de nombrar a RicardoDíez Hochtleiner subsecretario de Educación ensustitución de Alberto Monreal. Díez Hochtleiner,«Jolines» para los amigos, responsable deestablecer las pautas por las que se iban a regir losnuevos textos escolares, duró poco en el cargo:justo lo que tardó Villar en darse cuenta de lo queestaba ocurriendo en su Ministerio, momento enque lo sustituyó por Rafael Mendizábal, todo uncaballero.

Para entonces, Jesús Polanco ya había sentadolas bases de su futura riqueza. A pesar de que losplanes de reforma educativa fueron objeto de

información pública, el editor se las ingenió paradisponer por adelantado de información esencialsobre el contenido de los nuevos programas que seiban a poner en marcha en España. Con esainformación, Polanco se lanzó a la redacción eimpresión masiva de los nuevos textos, muchos deellos —no había tiempo material para otra cosa—realizados siguiendo el patrón de libros utilizadosen Gran Bretaña y otros países, aunque, eso sí,imitados con un espíritu de verdadera innovación(con fotografías, gráficos, dibujos), hasta el puntode constituir una verdadera novedad en el obsoletopanorama del libro de texto que existía entonces.

La nueva Ley General de Educación fueaprobada por las Cortes el 28 de julio de 1970,siendo publicada en el Boletín Oficial del Estadoun mes después, el 28 de agosto. Ocho días mástarde, el 5 de septiembre, apareció en el BOE elreglamento que la desarrollaba, para, el 15 deseptiembre, ponerse en marcha el proceso de su

aplicación. Los editores españoles, lógicamentealarmados, se llevaron las manos a la cabeza,puesto que acababan de conocer la ley y nodisponían de tiempo material para preparar losnuevos textos, de modo que comenzaron apresionar al Ministerio pidiendo que se paralizarasu aplicación hasta el próximo curso 71/72, deforma que todos pudieran competir en las libreríasen igualdad de condiciones.

Existe constancia expresa de reunionescelebradas por los editores en la sede delMinisterio y fuera de ella con Hochtleiner y otrosaltos cargos, en las que participó gente comoGermán Sánchez Rupérez, Luis Vives e inclusoFrancisco («Pancho») Pérez González (Santillana),y en las que se pidió casi de rodillas que la ley nose aplicara hasta el curso 71/72, para dar tiempo apreparar los nuevos textos, especialmente los deMatemáticas, porque ya se empezaba a aplicar lateoría de conjuntos y había que comenzar a

redactar desde cero.No hubo nada que hacer. Merced al empeño de

«Jolines»[6], la ley empezó a aplicarse,efectivamente, en el 70/71. ¿Qué ocurrió? Quemientras el resto de los editores, terriblementeenfadados, perdían el tren de un curso que yaestaba encima, Jesús Polanco les daba sopas conhonda porque desde abril del 70, es decir, cuatromeses antes de que se aprobara la ley, él ya teníalos libros impresos, empaquetados y listos para sudistribución por toda España. En la propiacarátula de los nuevos textos puede leerse laleyenda «Libro aprobado para la EGB», cuando dela EGB nadie había oído hablar antes del 28 deagosto del 70.

¿Qué editor se hubiera atrevido en aquelentonces a una operación tan arriesgada comoeditar 40.000 o 50.000 libros, de texto cuatromeses antes de la aparición de la ley? Sólo unhombre tan bien informado como Polanco. La

verdad incontestable es que el único editorespañol que tenía los nuevos libros de texto deEGB listos para distribuir en septiembre de 1970era la Editorial Santillana de Jesús Polanco.

Tanto cuando era secretario general técnicocomo cuando era subsecretario, Díez Hochtleinerpresidía la comisión de libros, «y los de Polancosiempre salían adelante, siempre resultabancatalogados en la selección, lo que les hacía serdespués comprados por cientos de miles deniños», asegura un antiguo alto funcionario delequipo de Villar Palasí.

Pero la importancia de Díez Hochtleiner en eldesarrollo futuro del imperio Polanco no resultatanto de los libros vendidos en aquella etapaconcreta como del descubrimiento de algo que ibaa resultar fundamental en su vida: la constataciónde que se podían hacer grandes negocios a lasombra del poder político, la certeza de que seramigo del Gobierno de turno podía resultar muy

rentable.Antes de abandonar el Ministerio, «Jolines»

consiguió hacerse con la enemistad de la prácticatotalidad de sus colegas, todo un récord para unsubsecretario que no era precisamente unalumbrera. Entre otras cosas porque, esgrimiendolos perjuicios salariales que le causaba sersubsecretario, había conseguido que el Ministeriole pagara y amueblara el piso que habitaba, unasituación bastante excepcional en laAdministración española.

Muchos recuerdan todavía una anécdota quedio la vuelta al Madrid universitario de entonces,siendo «Jolines» secretario general técnico a lasórdenes de Monreal Luque. Se estaba discutiendola Ley General de Educación y el Curso deOrientación Universitaria (COU), y en un golpetípico del madrileño castizo que era, Monreal leespetó en el ardor de la discusión:

—Pero vamos a ver, Ricardo, parece ser que

tú empezaste Derecho en Salamanca y no loterminaste. Luego te fuiste a Karlsruhe y tampocoterminaste Ingeniería. ¡Coño, ahora comprendo tuobsesión por el COU, porque tú eres un casotípico de desorientación universitaria!…

Recién aterrizado, Rafael Mendizábal llevó acabo una poda muy fuerte en el Ministerio quecomenzó en los subdirectores generales, pero«creo que no podé lo suficiente, porque Polancosiguió disponiendo de la mejor información dentrodel Ministerio. Siendo subsecretario, me extrañóla sintonía que había con Santillana, hasta el puntode que parecía una editorial oficial, queinmediatamente sacaba los textos que necesitaba elsistema educativo en un momento determinado. Yovenía de Burgos, donde era juez de una sala de loContencioso y, acostumbrado a analizarlimpiamente la realidad, no estaba preparado paraocupar un puesto por el que suspiraba tanta gente.Me chocó algo que me dijeron al llegar y que

luego comprobé cuan cierto era: allí mandaba unaefebocracia, una serie de muchachos, cercanos alOpus Dei, que, al amparo del Estatuto de laFunción Pública, se habían hecho fuertes en elMinisterio y entre los que Polanco logró infiltrartopos de toda clase y condición».

La cosa llegó al punto de que, habiendoheredado la secretaria de «Jolines», una mujer demucho éxito con las visitas masculinas a cuenta desu generosa pechera, se vio obligado a despedirlaa petición de Villar Palasí y a causa de lassospechas que pesaban sobre ella de pasarinformación.

«Jolines» se demostró un lince que, después deabandonar el Ministerio, se fue a trabajar paraJesús Polanco[7]. Muchos se sorprendieron alverle tan campante en las primeras fiestas deldiario El País. ¿Cómo había podido entablar tanestrecha relación con Polanco un hombre que noera nada, «un tipo capaz de venderle una nevera a

un esquimal», según decía Pedro Aragoneses, exsecretario general técnico de Educación, que nocontaba con un solo título académico?

* * *

Si Díez Hochtleiner fue un hombre importanteen la fortuna de Jesús Polanco, no lo fue menos sugenial intuición al subirse en marcha a la idea quetres hombres estaban tratando de alumbrar: elnacimiento del diario El País.

Dos de aquellos hombres eran Carlos Mendo yDarío Valcárcel, periodistas de larga tradiciónque, en los últimos años del franquismo, cuando,excepción hecha del PCE, todavía no se atrevían amoverse ni las moscas, tuvieron la idea de lanzar ala calle un periódico de tinte liberal,comprometido con la defensa de los derechos

humanos y capaz de aportar su granito de arena ala transformación de la sociedad española. Aquélera un proyecto intelectual digno de la mejor causaque, además, podía ser un buen negocio.

«Le vendimos la idea a Guillermo Luca deTena —asegura Darío Valcárcel—. Mendo y yoéramos empleados cualificados de PrensaEspañola, editora de ABC, y resultaba normal quepensáramos en él para incorporarlo a la aventura.A Guillermo le encantó la idea, pero unos díasdespués nos dijo que lo sentía mucho, que lo habíahablado con su padre y que no lo veía factible. Yyo, que ya tenía un cargo importante en elperiódico, me vi obligado a decirle que tenía quemarcharme de ABC porque yo sí creía en esaidea».

—No sabes cuánto me gustaría acompañarte—le respondió.

Los Luca de Tena, verdaderos águilas en loque a los negocios atañe, perdieron así la

oportunidad de convertirse en los grandes editoresespañoles de prensa escrita.

La idea de Mendo y Valcárcel se cruzó en elcamino con otra, ya vieja, que los hermanos OrtegaSpottorno le habían ofrecido a Alfonso Escámez,presidente del Banco Central. José Ortega, un tipogris tirando a oscuro, quería hacer El Espectador,pero Miguel, el hijo mayor del renombradofilósofo, más vehemente, pero sobre todo másinteligente, no se fiaba de las capacidades de suhermano, Y hacía bien.

Darío Valcárcel y Miguel Ortega, un hombrede bien y un estomatólogo de mérito, habíanestablecido una cierta amistad, a pesar de la edadque les separaba, que databa de los años sesenta.Les había unido la causa del conde de Barcelona,a quien Darío había prestado algunos serviciospuntuales y de cuyo consejo privado Ortega eramiembro.

Buen conocedor de su fondo anarcoide, reacio

siempre a casarse con una idea que pudieradisciplinarle, Miguel Ortega insistió en poner encontacto al hombre ordenado que siempre ha sidoValcárcel con su hermano menor José, editor deprofesión. «Pronto me di cuenta de que aquel tíoera un vaina», asegura Valcárcel.

Fue así como, fundiendo las dos ideas, el tríopuso en marcha una sociedad, Promotora deInformaciones S.A. (Prisa), que se constituyó en elmes de marzo de 1972, con 500.000 pesetasdesembolsadas, en la notaría de Ricardo Gómez-Acebo, y que contaba con las firmas de los tressocios fundadores: Carlos Mendo, José Ortega yDarío Valcárcel. En el acta fundacional figuran,además, dos abogados, Jordán de Urríes y JuanJosé de Carlos, casi dos «extras» en aquellarepresentación. Urríes, miembro de una familiaburguesa de cierta fortuna, era un amigo deValcárcel dispuesto a invertir en la aventura elmismo dinero que Darío, y De Carlos era un

hombre de José Ortega.A pesar de que el permiso para la publicación

del diario les fue, como era de prever, denegado,los promotores pusieron enseguida en marcha unaampliación de capital a 25 millones de pesetas.Para preservar la pluralidad del proyecto, el tríofundador estableció un principio según el cualnadie, por importante que fuera, podría invertirmás de 2 millones de pesetas en el capital.

Estaba también dentro del espíritu del proyectocerrar el paso al mismo tanto al Opus Dei como alPartido Comunista de España (PCE). «Yo habíahablado mucho de este asunto con Miguel Ortega,y habíamos convenido que era importante evitarlos extremos —señala Valcárcel—, pretensión quese demostró bastante estúpida porque allí se noscoló gente de todos los colores, empezando porRamón Tamames, que, además de amigo de casitodos, era también un notorio “pecero”, ysiguiendo por un falangista en proceso de

reconversión como Cebrián, o el propio Fraga…».Había que buscar el dinero bajo las piedras, y

uno de los primeros ricos visitados fue RamónAreces. Tanto Valcárcel como Ortega eran amigosdel presidente y alma mater de El Corte Inglés,pero «don Ramón» era ya un gigante en elescuálido cuerpo empresarial hispano y Darío eraapenas un pipiolo con la cabeza llena de ideas.«Yo le conocía, le respetaba y le admiraba, y letraté con mayor intensidad después de que sufrierasu hemiplejía».

De modo que un buen día los hermanos Ortegay Valcárcel se presentaron en el despacho de «donRamón», sito en las nuevas oficinas de la calleHermosilla, de las que tan orgulloso se sentía,para venderle el proyecto de El País. Areces, unhombre acostumbrado a ir por derecho, se cansóde la prédica que intentaban endosarle losvisitadores y, en un momento dado, cortó por losano:

—Pero, vamos a ver, queridines, ¿cuánto eseso? ¿De qué cantidad me estáis hablando?

Con José Ortega callado cual muerto,Valcárcel o el desparpajo de la juventud se tiró almonte:

—Yo creo que tiene que poner 5 millones depesetas.

—Pues nada, queridín, ya está. Manda mañanaa por el cheque.

Por mor de la necesidad, los promotores sevolvieron viajeros por las esquinas de España enbusca de inversores. Especialmente rentable fue elviaje a Valencia. Un buen día, José Ortega yRamón Tamames se encontraron por casualidad enel aeropuerto de Barajas. El economista iba apronunciar una conferencia en el Casino deValencia y Ortega, que había hecho buena amistadcon él en Alianza Editorial, le adelantó unainvitación que luego resultó providencial:

—¿Por qué no te vienes después a cenar con

nosotros al Astoria?—¿Qué es lo que tenéis allí?—Vamos a presentar el proyecto del diario El

País ante un grupo de empresarios valencianos.Andamos en busca de inversores y va a habergente, como los Serratosa, que te interesaríaconocer.

Tamames aceptó la oferta, y allí estaba sentadoentre los asistentes a la cena cuando Carlos Mendocomenzó a realizar una presentación del proyectopoco afortunada, que fue seguida por laintervención, de mejor tono, del propio JoséOrtega, quien, entre citas a los sagrados principiosde la Revolución Francesa, habló de un periódicoque nacía con vocación de convertirse en defensorde los derechos humanos, verdadero leit motiv dellanzamiento del diario.

Pero la reacción de los ilustres industriales(por allí andaba Chimo Muñoz, Sebastián Carpi,los Noguera y algunos otros) fue, más que tibia,

francamente pobre. Algunos de los asistentes selanzaron directamente a calificar la idea de«movimiento subversivo», mientras los másmoderados ponían el énfasis en la dificultad deconseguir la oportuna licencia, porque Fraga, apesar de estar allí presente su amigo Mendo, noestaba por la labor.

La reunión comenzó a tomar un cariz muy feo.Había que hacer algo si los promotores no queríanvolverse a Madrid con las manos vacías. Lohicieron quienes menos necesidad tenían. Lo hizoVicente Ventura, que había conferenciado en elCasino con Tamames, y el propio Ramón, quien selargó una perorata muy efectiva, porque tuvo elacierto de dorar la píldora al empresariadopresente en la sala, hablando del significado de unproyecto de información que venía dispuesto arescatar al mundo del dinero de su condición depeón del franquismo cuya única obligación, estabaen producir, para elevar a sus representantes a la

categoría de ilustrados burgueses convencidos desus obligaciones con el futuro de España, un futuroque no podía ser más que democrático y ligado alprogreso social del país.

Y aquello empezó a gustar. El propio Tamamesremató la faena anunciando que estaba dispuesto ainvertir parte de sus ahorros en el proyecto. Elresultado fue que, al final de la cena y al hacer elrecuento de compromisos, Ortega y Mendo sevolvieron a Madrid con 15 millones de pesetas encartera, una cifra que entonces era un capital. Losparabienes a la hora de las despedidas parecíanmás que justificados.

A los pocos días, Ortega llamó a Tamamespara agradecerle muy sinceramente su ayuda enValencia y rogarle que viajara con ellos aSantiago, donde los promotores del periódico ibana llevar a cabo un acto similar entre empresariosgallegos, «y yo sé que tú tienes allí muchasamistades». Tamames se puso en contacto con su

amigo José Terceiro y juntos organizaron unhappening en el hostal Reyes Católicos deSantiago, donde lograron reunir a una veintena deempresarios y gestores de cajas de ahorros.

La cosecha gallega fue más modesta que lavalenciana, 8 millones de pesetas, pero fueigualmente bienvenida. Ramón Tamames acababade entrar en el círculo de los fundadores de ElPaís, en cuyos primeros años tendría granpredicamento. Y lo, mismo ocurrió con JoséTerceiro, un hombre que, convertido, como tantosotros, con el paso del tiempo en fiel peón de bregade Polanco, sigue estando hoy a la derecha deDios Padre con todos los pronunciamientosfavorables.

* * *

Muy pronto se acometió una segundaampliación de capital a 150 millones de pesetas.Fue entonces, año y medio después de laformalización registral de Prisa, cuando JesúsPolanco, que tuvo la virtud de intuir muy pronto elenorme potencial de aquella idea, se incorporó alcapital.

A pesar de que ya se había comprado un pisoconfortable en el número 49-51 de la calleO'Donnell, muy cerca del Retiro, Polanco seguíasiendo un editor modesto, aunque ya se movía consoltura por Iberoamérica haciendo negocios conunos gobiernos ocupados en su inmensa mayoríapor dictadores militares —la verdaderaespecialidad del cántabro— a los que había queconvencer con pocos argumentos y muchamordida, cosa que, por otra parte, hacía la mayorparte de la gente que se atrevía a cruzar el charco.La otra fuente de ingresos eran los libros de textode la Editorial Santillana, que inundaban los

colegios españoles gracias a su especial habilidadpara moverse por los meandros del Ministerio deEducación. Santillana presumía ya de unarespetable cifra de facturación, situada en elentorno de los 3.000 millones de pesetas.

Por aquel entonces, Ramón Tamames conoció aJesús Polanco. «Me llamó un día para invitarme acomer a Santillana, un sitio bastante lúgubre queestaba por el barrio de la Concepción y en uno decuyos despachos daban unas comidas que debíantraer de algún mesón cercano. Recuerdo que Jesúspidió paletilla de cordero en barro, una cosa muyrústica, impropia ya del Madrid industrial de losaños setenta».

Pocos días después, José Ortega le llamó paradarle una buena noticia:

—Oye, Ramón, que como te has portado tanbien, nos gustaría que estuvieras con nosotros en elConsejo.

Valcárcel recuerda muy bien la primera

reunión de ese flamante Consejo, un almuerzo en elhotel Eurobuilding con gran mesa para cerca deveinte personas donde la gente fue hablando porriguroso turno, «Tamames entre los vivos,Senillosa entre los muertos, Julián Marías entrelos más pesados». Polanco tuvo una intervención,conjugando precisión y concisión, que llamópoderosamente la atención de Darío: «He ahí unhombre importante».

Los fundadores acordaron la creación de unComité Ejecutivo compuesto por tres personas:José Ortega, que ocupó la presidencia en razón alprestigio del apellido; un jovenzuelo DaríoValcárcel que se postuló como secretario, y JesúsPolanco, un hombre que había invertido unasmodestas 500.000 pesetas en la ampliación decapital a 150 millones y que por aquel entoncesera, con algunas dificultades, uno del montón.

Un buen día se planteó la necesidad denombrar un consejero delegado para la sociedad.

Tamames adelantó el nombre de Enrique FuentesQuintana, que tenía, según él, «una visióneconómica del mundo editorial», pero «ellospropusieron a Polanco y, naturalmente, ganóPolanco».

Tras el consejero delegado, había queencontrar director para un diario cuya salida almercado era un misterio, porque el permiso noacababa de llegar y Franco no terminaba demorirse. El primer candidato al puesto, CarlosMendo, decidió descartarse a las primeras decambio, yéndose a Londres como agregado deprensa de la embajada de España ante Su Majestadbritánica al lado de Manuel Fraga, flamanteembajador. Perdedor de la crisis política del 69,en la que el Opus Dei, con una desenvolturainaudita, pasó a ocupar hasta once de las catorcecarteras ministeriales, Fraga fue nombradodirector general de El águila, ocupación que ledejaba tiempo libre para despotricar de lo lindo

contra Franco, razón por la cual los promotoresdel proyecto de El País confiaban mucho en susbuenos oficios de gran urdidor para conseguir delRégimen la licencia de salida del diario.

Sin embargo, en cuanto Franco lo hizoembajador en Londres, dejó de hablar mal delRégimen. Mendo, un hombre que sentía unaadmiración por Fraga rayana en la veneración,decidió irse con él como agregado de prensa, y asu lado permaneció durante el tiempo que elintrépido y vanidoso don Manuel desempeñó elcargo de embajador en la capital británica. Conello cedió la posibilidad de ser director de ElPaís, seguramente porque conocía la oposición delos Ortega a su nombramiento, quizá porquepensaba que Franco iba a vivir más tiempo del quealgunos creían o tal vez porque en su fuero internono confiaba demasiado en los buenos oficios de su«maestro» para lograr la licencia.

Pero el proyecto continuaba adelante, y seguía

siendo necesario cubrir la vacante de la dirección.Se pensó en Miguel Delibes, quien se lo estuvopensando casi un año hasta que, afectado por laenfermedad de su mujer y ante la perspectiva detener que vivir en Madrid, renunció finalmente alenvite. «Una pena, porque el escritor vallisoletanotenía ideas muy interesantes sobre la dirección delperiódico».

Entonces se lo ofrecieron al propio Valcárcel,quien una y otra vez rechazó la posibilidad,«porque una de mis escasas cualidades ha sidoconocer siempre bien mis limitaciones». FueDarío, dispuesto en todo caso a ser el número dosde la redacción, quien habló por primera vez delhijo de Vicente Cebrián Carabias, me han dichoque este chico vale mucho, yo le conozco poco,pero si queréis puedo intentar hablar con él a veren qué disposición está. La candidatura de Cebriánfue apoyada también por Ramón Tamames, entreotros.

«Comí con Cebrián en una taberna llamada ElTrabuco, al lado del diario Informaciones, dondeél trabajaba. Le expliqué que había unaposibilidad de sacar a la calle un periódico queimpulsara los nuevos aires que sin duda iban asoplar en España a la muerte de Franco, yenseguida se entusiasmó con la idea.

—Pero, ¿por qué no tú?… —preguntó, gentil,el joven aguilucho del periodismo hispano.

—No, no, ni hablar. Me lo han ofrecido variasveces, pero he dicho otras tantas que no. Yo novalgo para eso. Además, soy hombre depensamiento y la realización diaria me aburre.

Al joven Cebrián se le hizo el culo agua delimón, porque era lo suficientemente listo paraintuir que ese periódico saldría inmediatamentedespués de muerto Franco. Era cuestión dedisponer del capital necesario para lanzar elproyecto. «Cuando yo argumenté que estaba segurode que tras la desaparición física del dictador se

abriría en España un período constituyente, élpareció entusiasmado con la idea». Entre ser elúltimo fascista del pelotón o el primer demócratadel Reino, la cosa estaba clara. Cebrián habíadecidido convertirse en maestro de demócratas.

Valcárcel perdió un tren que nunca másvolvería a pasar por su puerta. El mismo al queCebrián se subió en marcha y sin billete. Perollegó la falsa «apertura» de Pío Cabanillas y elhijo de Vicente Cebrián prefirió pájaro en mano yse fue con Pío a dirigir Radio TelevisiónEspañola. Fue así como el tantas veces alabadoprogre Cebrián dirigió los Servicios Informativosde RTVE en la España más lóbrega que imaginarse pueda, naturalmente en vida del dictador.Algunos le acusan de haber enviado a la DirecciónGeneral de Seguridad las películas filmadas conlos rostros de quienes asistían a manifestacionesantifranquistas y/o acudían a fundirse en laborrachera de alegría que fue el «25 de abril»

portugués, «Yo no tengo pruebas de que eso fueraasí —asegura Darío—, aunque en la arquitecturamental del tipo era perfectamente posible».

* * *

Pero el permiso seguía sin llegar, a pesar delos buenos oficios de Pío Cabanillas, «muy activoa la hora de favorecer la aparición del periódico—asegura Tamames— hasta el año 74, en que dejóde ser ministro». La desesperanza invadióentonces a Ortega y a Polanco, que decidierondisolver la sociedad y devolver el dinero a losaccionistas. Franco no se moría y mucha genteparecía estar convencida de que iba a vivir cienaños. «Pero hubo un imbécil llamado Valcárcel —dice el propio Darío— que dijo que de eso nihablar: aquí no se devuelve un duro; aquí hay que

resistir…».—Es que Arias Navarro nos ha engañado —

decía Polanco con resignada pesadumbre.Transcurrían los primeros meses de 1974, ETA

acababa de asesinar a Carrero Blanco y Valcárcelintentaba levantar el ánimo de sus socios, segúnvosotros Franco va a vivir otros diez años, peroeso no es verdad, tengo información confidencialdel equipo médico según la cual la última flebitises definitiva, sí, me replicaban, será definitivapero ha recuperado los poderes, nada, nada, contraargumentaba yo, este hombre no dura, lo sé de lamejor tinta, su cuadro clínico no tiene salida, y eldía que se muera nos dan el permiso, seguro…

Estaba en curso una tercera ampliación decapital a 300 millones que se iba a cubrir avelocidad de vértigo, porque una cierta burguesíaliberal y urbana estaba ya instalada en laperspectiva posfranquista y creía en la idea que lehabían vendido los fundadores, a quienes tenía por

honrados administradores que iban a ser capacesde sacar el proyecto adelante.

Ahí comenzó José Ortega a demostrar lacalidad de la madera de que estaba hecho. Polancose atenía a lo que él dijera:

—Si José quiere cerrar, pues ¿qué quieres quete diga?, tendré que atenerme a lo que diga elpresidente.

Pero Valcárcel, responsable de algo más del30 por ciento del capital invertido, se opuso enredondo.

—Esta sociedad no se va a cerrar. Si don Joséquiere, que dimita y se vaya. No hace falta ser unáguila para saber que Franco se está muriendo.

Acertó de plano, para suerte de Jesús Polanco,tanto en la decisión de no liquidar Prisa como enla salud del «caudillo». Poco después de su muertellegaba el permiso de salida, y seis meses mástarde estaba El País en la calle, de una forma, hayque decirlo, casi heroica. El sistema se desatascó

con rapidez tras la desaparición del dictador.Habían sido cuatro años de espera.

«Estuvimos primero en un piso gratis que nos dejóun amigo mío en la calle Españoleto 11 —señalaDarío—, y después nos permitimos el lujo deocupar un pisito grande y simpático en el número45 de Núñez de Balboa, de donde salimos parainstalarnos definitivamente en el edificio de lacalle Miguel Yuste».

La sociedad editora había adquirido el solar(aunque la construcción del edificio estabaempantanada) y había entregado los créditos parala compra de la rotativa, todo lo cual hizo posiblela salida del diario apenas medio año después dela muerte de Franco. En cuatro meses, febrero del76, se terminó el edificio e inmediatamente setrasladó allí la redacción que, en estadoembrionario, había estado funcionando con muchasdificultades en Núñez de Balboa.

El martes 4 de mayo de 1976 salió a la calle el

primer número de El País, con Juan Luis Cebriáncomo director y Darío Valcárcel como su segundo.El diario aseguraba en su presentación: «Milnoventa y seis son los propietarios de Prisa,ninguno de los cuales posee más del 10 por 100del capital social».

Como única foto de portada en ese primernúmero figuraba José María Areilza, lo cual erauna especie de homenaje a una de las personas quemás habían contribuido a hacer realidad elproyecto. Areilza formaba parte de lo que él llamóla «derecha civilizada», una derecha democráticaque reclamaba un período constituyente y queabominaba de la derecha franquista, que, por suparte, lo consideraba simplemente un traidor.Areilza había invertido 5 millones de pesetas en elcapital de Prisa, los mismos que Areces, y estabarepresentado en el Consejo por Antonio Senillosa,que luego invirtió otros 5 millones.

Todo parecía atado y bien atado para que aquel

periódico fuera el testigo fiel del ideal dedemocracia que había animado a sus promotores,pero pronto se vio que había gente secretamentedispuesta a hacer añicos aquel bello ejemplo dedemocracia participativa e igualitaria. Sin duda, elpunto más claro de la filosofía del proyecto era elfraccionamiento del capital social, sometido alpoder arbitral de la Junta de Fundadores, engeneral, y de una persona tan cualificada comoJosé Ortega, en particular. «Todos pensábamos queel hijo de don José Ortega y Gasset, llamado JoséOrtega como el padre, no sólo no iba a fallarnosnunca, sino que era el garante natural de que aquelproyecto democrático nacido de entre losescombros del franquismo iba a mantenersesiempre fiel al ideal que había alumbrado sunacimiento».

Pero el hijo del preclaro filósofo resultó ser unbala. Como ocurre a menudo, de padresejemplares nacen hijos poco presentables. «Tanta

confianza tenía depositada en la honorabilidad deJosé Ortega —asegura Valcárcel— que sucomportamiento posterior me hundió». Con todo,nada malo hubiera ocurrido si en medio de lasovejas no hubiera estado un lobo disfrazado decordero y dispuesto a hacerse con el rebaño, unhombre muy listo llamado Jesús Polanco, que sedio pronto cuenta de que en José Ortega no habíagarantía de ninguna clase: el hijo del famosofilósofo estaba entrampado hasta las cejas, y estacircunstancia le iba a permitir maquinar unaestrategia que iba a terminar con la expulsión deDarío Valcárcel y de todos cuantos no se avinieranpor las buenas a sus designios.

«Al fallarnos José Ortega, quedamos en manosde un aventurero que estaba esperando suoportunidad, un cazador que perseguía cobrar lapieza de su vida, un hombre de negocios que vioen seguida que el periódico iba a ser un éxito y seaferró a él con todas sus energías, y no sólo por el

volumen de negocio que podía generar, sino, sobretodo, por lo que suponía iba a tener de trampolín,de palanca de poder».

En efecto, Polanco había empezado muy prontoa hablar sin ambages de que «éste va a ser micañón Bertha», aludiendo al famoso cañón (asíbautizado en honor de Bertha Krupp, hija deAlfred Krupp, el «rey del acero» germano) con elque los alemanes pensaron derribar las defensasde la Gran Bretaña durante la primera GuerraMundial y que aterrorizó por igual a franceses ybritánicos. El País iba a ser el «cañón Bertha» dePolanco. Pocas veces una profecía se iba acumplir con tan milimétrica exactitud.

Para que ello fuera posible, fue necesaria lacolaboración de José Ortega. «Creíamos en él,confiábamos en él, pero nos defraudó. Pensábamosque era una persona honorable y no lo fue —afirma Valcárcel—, y esa circunstancia resultoclave en la evolución del proyecto».

Polanco lo enganchó indirectamente,consiguiendo que otros le dieran la financiaciónque necesitaba con urgencia para salir de unproblema que amenazaba con llevarlo a la cárcel.Porque José Ortega presidía dos empresas (una deellas Alianza Editorial) en las que empezó por nopagar a Hacienda ni cotizar a la Seguridad Socialpara terminar defraudando a todo quisque, hasta elpunto de que cuando estalló el escándalo habíaacumulado ya más de dos años de deuda parahacer frente a la cual no tenía un duro en caja. Ytodo ¿por qué? Pues, lisa y llanamente, porqueestaba convencido de que el apellido lo protegíade cualquier asechanza. Nadie se iba a atrever ameterle mano al hijo de don José Ortega y Gasset.Así de simple.

Quien acudió en socorro de Ortega fue DiegoHidalgo, un millonario con una fortuna superiorentonces a los 5.000 millones de pesetas, hijo delex ministro de la República del mismo nombre,

que se había casado con una hija del llamado «reydel tabaco» mexicano y se había marchado a vivira México.

Con un José Ortega bien sujeto por la brida delas razones económicas, a Jesús Polanco le iba aresultar fácil hacerse poco a poco con el controltotal del grupo.

* * *

Durante el período que va de 1977 a 1983, elproyecto se debatió en una lucha interna queconcluyó en la toma del poder por parte dePolanco en detrimento del grupo de oposiciónencabezado por Darío Valcárcel.

Los enfrentamientos comenzaron en la JuntaGeneral del 6 de abril del 77, cuando el periódicono llevaba ni un año en la calle. Allí ya se pudo

palpar la escisión del accionariado en dosbloques: aquel que pugnaba por seguirenarbolando el ideario que animó el espíritu de losfundadores, y el de un empresario dispuesto ahacerse en exclusiva con el control de un medioque debía darle mucho dinero y más poder.

El «pacto de caballeros» basado en elprincipio de que nadie tomaría más de 5 millonesde pesetas sobre un capital social de 300 pronto sefue al garete, El País iba a dejar de ser unperiódico de muchos para pasar a ser de uno solo.

Denuncias de lo que estaba ocurriendo nofaltaron. Polanco se quería quedar con lamerienda. Ya a mediados del 78, Valcárcelmantuvo una conversación muy dura con él en sudespacho de Miguel Yuste, en presencia deCebrián y del alemán Reinhard Gade, elresponsable material del diseño del periódico.

—Estás violentando el «pacto fundacional», ylo está viendo todo el mundo, pero te anuncio

desde ahora que chocarás conmigo y con otrosmuchos dispuestos a impedir que te hagas con elcontrol.

—¡Yo no estoy violentando ningún pacto —protestó Polanco—, y aquí está José Ortega comogarante que nunca nos fallará!

—No me engañas, Jesús. Tu quieres controlareste proyecto. Has dicho que éste va a ser tu«cañón Bertha», y para evitarlo siempre metendrás en frente.

Valcárcel, que tenía seis millones y medio depesetas invertidos en Prisa («todos mis ahorros,más un crédito del Banco Ibérico»), frente a las500.000 pesetas de Polanco, ya sabía que nopodría vencerle nunca. El cántabro disponía de unrehén llamado José Ortega, un hombre entregado ala voluntad de Polanco a consecuencia de suprecaria situación económica.

«A partir de ese momento me convertí en elhombre a batir, y enseguida me di cuenta de que

Polanco estaba comprando acciones por fuera, demodo que nosotros empezamos de inmediato ahacer lo propio». Muy pronto, sin embargo,entendió que aquella batalla estaba perdida porquePolanco, con Cebrián de contramaestre, ya sehabía hecho con el control del periódico. Sóloquedaba amargarle la vida todo lo posible, «y a feque se la amargué, porque monté un sindicato deaccionistas que le incordió durante cinco o seisaños».

Convencido de que nada podría él solo contraPolanco, Darío Valcárcel se había echado enbrazos de Antonio García-Trevijano,convirtiéndose en mero testaferro del polémicoabogado, que también aspiraba a hacerse con elcontrol de El País.

A Polanco, en efecto, le faltaba medirse conuno de los espadachines más acreditados delmomento antes de poder cantar definitiva victoria.García-Trevijano no había querido ser accionista

al inicio del proyecto: «Me ofrecieron un tramocuando se fundó el periódico, pero me negué,porque, ¿qué se podía esperar de un periódico quenacía con Fraga, Polanco y Tamames juntos?Aquello era una jaula de grillos, una mezcla sinningún tipo de ideología, salvo la del oportunismo.Pero hubo un momento en que me di cuenta de queel poder lo iban a tomar los medios decomunicación, y que los partidos políticos iban aser un juguete en sus manos. La victoria de FelipeGonzález en las elecciones del 82 acabó deconvencerme de esa idea. Felipe ganó porque ElPaís, es decir, Polanco y Cebrián, que ya tenía unagran influencia social, decidió jugar esa carta,pero yo conocía de sobra los antecedentes deFelipe y sabía que iba a traicionar todos losprincipios habidos y por haber. De modo que,dispuesto a hacer lo que fuera menester para llegara una auténtica democracia y acabar con la farsade la transición, pensé que si quería albergar

alguna posibilidad de poder plasmar mis ideastenía que comprar El País».

Darío Valcárcel iba a ser el peón de brega quenecesitaba García-Trevijano. Y entre el afán derevancha de uno y el idealismo mesiánico de otrocristalizó una alianza que tuvo en jaque al cántabrodurante varios años. Su condición de no accionistale obligaba, sin embargo, a comprar a través decontratos privados para evitar el derecho deretracto. El plan consistía en ejercitar el derechode voto para reformar los estatutos en el momentoen que tuviera la mayoría. Darío, que no estabamuy convencido de la validez de la fórmula, pidióun dictamen a Garrigues que avaló las tesis deTrevijano.

La operación tenía que desarrollarse con elmayor de los sigilos. Como accionista que era delperiódico, compraba Darío Valcárcel, en el papelde fiduciario de Trevijano, e inscribía a sunombre. Entre el 29 de diciembre del 78 y el 22 de

septiembre del 82 Valcárcel recibió 142.600.000pesetas en distintas entregas, dinero que García-Trevijano facilitaba sin ninguna clase de recibo,«convencido de que estábamos entre caballeros».A cambio, Darío le entregaba los contratos segúnse iban suscribiendo.

Entre otras ayudas, Trevijano cediógratuitamente a Darío un despacho en su propiobufete profesional, con secretaria, teléfono ymaterial de oficina, para atender sus asuntosparticulares, y además le llevó su pleito dedivorcio.

Pero también Polanco estaba comprandoacciones a gran velocidad. Con dinero de sobra ysin necesidad de esconderse detrás de ningúnfiduciario, se movía como pez en el agua por ellistado de accionistas de Promotora deInformaciones S.A. Con la eficaz ayuda deCebrián, que ya había elegido bando, el cántabrovisitaba a unos y otros, prometía, compraba y

sindicaba. Nadie se atrevía a sublevarse contra él.

* * *

El enfrentamiento final entre los fundadoresestalló en la Junta General de 1980, con motivo dela presentación por Polanco del «Estatuto de laRedacción» y el intento de disolver la «Junta deFundadores».

El hombre que actuó de ariete para la ocasiónfue Rafael Pérez Escolar, un conocido abogadoque compartía bufete con Fernández Ordóñez, unapersona honorable, y con Matías Cortés, un tipoque ha jugado con todo el mundo en su vidaexcepto, de momento, con Jesús Polanco. Puesbien, Escolar propuso disolver la Junta deFundadores «como residuo del Régimen de Francoque era…».

La pelea resultó muy reñida porque en lavotación, ciertamente crucial, sobre el «Estatutode la Redacción», las tesis de Polanco seimpusieron por un apretado 33 por 100 del capitalfrente al 31 por 100 que apoyó a Darío. Lavictoria envalentonó al cántabro, que, enarbolandosu dedo índice admonitorio, aseguró:

—Os lo advierto, no vais a poder sacarme deaquí de ninguna forma, porque estoy decidido ahacer de El País mi bastión, así que vosotrosveréis lo que hacéis.

Fue la última junta de accionistas a la queasistió Valcárcel, que dimitió como consejero dePrisa en memorable sesión del 15 de diciembre de1980. Todo un espectáculo, porque el periodistaacudió con una carta correcta de forma peroincendiaria de fondo en la que, a lo largo de cincofolios, daba cuenta pormenorizada de lastrapacerías de las que se había servido Polancopara torcer la idea original del proyecto, y que

pidió fuera leída por el consejero de mayor edad,cosa que correspondió a José Vergara, un hombrede fortuna que había sido muy amigo de JoséOrtega pero que luego se había quedado, comotantos otros, anonadado a cuenta de la conducta delhijo del filósofo.

En esa carta, que quedó incorporada al actadel Consejo, Valcárcel narraba cómo se habíaviolado el pacto fundacional y por qué se veíaobligado a abandonar el organismo, asegurandoque prefería marcharse voluntariamente antes deser expulsado. Sin morderse la lengua, elperiodista se refería literalmente a «la estafacometida por José Ortega…», y José, cobardóncomo es, se creyó en la obligación de protestar,apenas un amago, un «esto es inadmisible» falto deconvicción, que acalló Vergara de maneraterminante. Después de la lectura, llevada a cabocon gran precisión y profesionalidad, Darío selevantó, dio la vuelta a la mesa saludando a todos,

excepto a Polanco y a Ortega, que ocupaba lacabecera, y abandonó la sala.

Al término de la sesión, y en los corrillos quenormalmente se forman tras este tipo de actos, unhombre muy fino, Joaquín Muñoz Peirats, le decíacon sorna al hijo del filósofo: «No tienes másremedio que suicidarte, José; es la única salidahonorable que cabe a tu situación…». Y José reíacomo un bufón agradecido, mientras rápidamentecorría a instalarse en otro corro. José Ortega eraya una marioneta en manos de Jesús Polanco.

* * *

Valcárcel abandonó el consejo de Prisa, perono se marchó de la idea de El País, puesto que,con el listado de accionistas en su poder, seguíaempeñado en el rastreo y compra de distintos

paquetes accionariales para Antonio García-Trevijano. Y así llegó un momento en que elabogado llegó a tener en su poder el 29 por 100del capital de Prisa, frente al 15 por 100 de JesúsPolanco, el 12 por 100 de Diego Hidalgo Schnur ycerca de otro 10 por 100 del grupo de inversoresvalenciano. Trevijano ya era el primer accionistadel diario, con casi el doble que Jesús Polanco, yademás estaba en negociaciones avanzadas con losNoguera valencianos, que habían dado suconformidad para venderle otro 5 por 100, lo cualle hubiera situado en el 34 por 100.

Pero en ese momento Darío Valcárcel cometióla indiscreción de contar a Rafael Pérez Escolar loque García-Trevijano estaba maquinando. Por sifuera poco, empezó a retrasarse con la entrega decontratos, a pesar de haber recibido nuevosadelantos en metálico, para perfeccionarlos. Daríopretextaba excusas que no convencían a nadie.Algo raro estaba ocurriendo.

La indiscreción de Darío llegó a El País, loque permitió a Polanco y Cebrián descubrir laidentidad del misterioso comprador que seescondía tras el ir y venir de Valcárcel. Y entoncestocaron arrebato en Miguel Yuste. De cabo furrielpara arriba, jefes y jefazos fueron convocados asingular guerra santa contra el infiel Trevijano, enun totum revolutum en el que no faltó ni elpersonal de talleres. Allí fraguó un pacto de sangreentre Jesús Polanco y Juan Luis Cebrián, que siguevigente en la actualidad.

Cebrián tomó sobre sus hombros la difíciltarea de parlamentar con García-Trevijano, un malenemigo, sin duda, acudiendo a visitarle a sudespacho. La mano derecha de Polanco no seanduvo por las ramas: si el abogado lograbahacerse con la mayoría, estaban decididos a hundirel periódico antes que entregárselo. Redacción ytalleres estaban totalmente de acuerdo. «Atente alas consecuencias». El señorito Cebrián,

especialista en la materia, le advirtió que iban aobsequiarle de inmediato con una bonita campañade infundios, asegurando que quería hundir eldiario y dejar sin trabajo a quinientas familias, quesu verdadero objetivo era acabar con laMonarquía borbónica e instaurar la IIIRepública… La lista de desgracias era muycompleta.

A pesar de todo, el abogado aguantó la mareadurante más de medio año, esperando queescampara para poder encontrar la forma de lograrla ansiada mayoría. No pudo.

En octubre del 82, Darío informó a García-Trevijano de la imposibilidad de alcanzar elprometido 51 por 100 del capital social de Prisa,que había sido el móvil del acuerdo entre ambos.En un almuerzo en el restaurante Claras's, Darío,junto a Joaquín Muñoz Peirats y Javier VidalSario, que igualmente se desempeñaban comofiduciarios del abogado, le aconsejaron vender el

paquete ya adquirido.García-Trevijano terminó por arrojar la toalla,

abrumado por la falta de solvencia de un Valcárcelque llevaba meses sin dar razón convincente deluso del dinero recibido y de las gestionesrealizadas, y por la presión de un Cebrián que nocesaba de enviarle recados con ofertas paracomprarle su paquete al mejor precio.

El visitador más asiduo era Ramón Mendoza,un hombre que tampoco era accionista de Prisa,aunque sí «machaca» de Jesús Polanco. «Mendozaestaba todo el día detrás de mí para que vendiera aPolanco. Y cuando vi que no tenía salida, porquesi no llegaba al 51 por 100 corría el riesgo deperder mucho dinero, le dije un día: “Vendo, perocon la condición de hacerlo al Consejo deAdministración, es decir, a los accionistasactuales, y en riguroso prorrateo a la participaciónque cada uno de ellos tenga en este momento, parade esta forma no alterar el equilibrio”».

Trevijano se reunió en casa de Mendoza conPolanco y Cebrián, todos muy contentos,encantados porque habían solventado el problemacomo caballeros. La felicidad era patente en los dePrisa: habían ganado la pelea más difícil y, estavez, para siempre.

El abogado se hizo cargo de la gestión deventa (incluyendo en su paquete la participaciónindividual de los tres mandatarios citados),gestiones que fructificaron el 11 de mayo del 83con Ramón Mendoza y Jaime García Añoveros,firmándose el correspondiente contrato privado enel que también compareció Darío Valcárcel comotitular fiduciario de las acciones del letrado ytitular real de las suyas propias.

Como las penas con pan son menos, Trevijano(al igual que el propio Valcárcel) vendió su«paquetón» a Polanco y sus testaferros a un preciodel 470 por 100, embolsándose plusvalíascercanas a los 320 millones de pesetas de la

época.

* * *

Valcárcel había abandonado su último reducto,la Junta de Fundadores de El País, poco antes delverano de 1982. Su puesto fue ocupado por DiegoHidalgo, que había contribuido de modo decisivoal saneamiento del «agujero» provocado por JoséOrtega en la Revista de Occidente.

«Jamás he hecho las paces con Polanco —asegura Valcárcel—, lo que no es óbice para que,pasado el tiempo, siempre que se ha tropezadoconmigo me haya saludado cortésmente. Polancono era mal tío. El defendía sus intereses y yo losmíos. En todo caso era un empresario que tenía unenorme afán, ciertamente legítimo, en una empresaque podía proporcionarle una palanca de poder

político formidable. Por el contrario, el hijo deVicente Cebrián era un franquista químicamentepuro, un niño criado a los pechos de EmilioRomero en la escuela del diario Pueblo. Por loque a mí respecta, no había más postura ideológicaque la de asegurar la pluralidad de un proyectoinformativo democrático. Pero en frente había otrapersona dispuesta a hacer almoneda de esosprincipios para quedarse con el proyecto en supersonal provecho».

Polanco se mostró especialmente activo en lacompra de acciones a lo largo del 83 a través dePropusa, de Presa y de Ramón Mendoza, entreotros. Al final del proceso, debía contar con el 20por 100 del capital social, pero ya era capaz depresentarse en la Junta General de Accionistas conel respaldo de más del 75 por 100 delaccionariado.

En la Junta del 83, Polanco sentó en el consejoa Ramón Mendoza y a Jesús de la Serna, una

persona fiel a Cebrián. Entre las decisiones en ellatomadas figura el entierro oficial de la «Junta deFundadores», que desde hacía tiempo era yacadáver. Fue el último escollo que Polanco tuvoque superar para reinar como amo indiscutido dePrisa y del diario El País. A finales del 83 ya noquedaba ni rastro de la oposición.

Uno tras otro irían saliendo del redil deMiguel Yuste todos aquellos que habían tenidoalgo que ver en el nacimiento del «diarioindependiente de la mañana». Jesús Polanco llevóa cabo una limpieza concienzuda. Al«empresario», como le llamaba con devoción JoséOrtega, le molestaba la presencia de testigos quepudieran recordarle, siquiera con su silencio, losorígenes de un proyecto que se suponíaparticipativo y plural.

Otro de los que saldrían tarifando fue RamónTamames, y ello a pesar de unos principios muyprometedores, porque, cuando en mayo del 81 el

economista abandonó definitivamente las filas delPCE, don Jesús le ofreció, ahora que estás máslibre, una mayor implicación con el grupo,concretada en el cargo de director depublicaciones, naturalmente con sueldo (5millones de pesetas/año) y contrato fijo. Dalo porhecho, vente por aquí y te damos un despacho.

Por si fuera poco, semanas después de susalida del PCE, Tamames y Polanco crearon laFundación para el Progreso y la Democracia, de laque el editor fue nombrado presidente. Lasrelaciones eran, pues, excelentes, aunque el «amo»empezó pronto a incomodarse con su ilustre«empleado», afirmando que éste le ninguneabaimpidiéndole desarrollar las cuatro ideas que,balbuceante hombre de pocas palabras, tratabasiempre de soltar en los actos promovidos por lasusodicha Fundación.

El distanciamiento comenzó a tomar cuerpocon motivo de la «mesa del referéndum», creada

en el año 1984 para exigir a Felipe González elcumplimiento de su promesa de convocar unaconsulta sobre la entrada de España en la OTAN.El giro copernicano que González fue imprimiendoa su política atlantista, uno de los episodios másgroseramente escandalosos de su Gobierno, fueconvirtiendo a la citada «mesa» en una especie deorganismo de la cáscara amarga, en la queterminaron estando los amigos del PCE y demáscompañeros de viaje.

Sería, sin embargo, la creación de IzquierdaUnida lo que contribuiría definitivamente adistanciar a Tamames de la «gente de orden» quePolanco quería a su lado. «A partir de entonces meempezaron a mirar como a un enemigo, y no lesfaltaba razón, por cuanto la tribu Polanco, conCebrián al frente, se había echado definitivamenteen brazos del felipismo, al que hicieron ganar elreferéndum de la OTAN».

La ruptura definitiva se produjo con motivo de

un enfrentamiento que ambos sostuvieron amediados de los ochenta, en una sesión delConsejo en la que el cántabro anunció su intenciónde promover como nuevo consejero a CarlosMarch, «un hombre muy importante —decía Jesús—, que va a sernos de gran ayuda en el futuro». Eleconomista protestó, argumentando que le parecíapoco presentable que un periódico que habíanacido para defender los ideales de la democraciay los derechos humanos se aliara con los vestigiosdel franquismo, pero Polanco defendió a supatrocinado con gran energía: March era un amigoa quien no se podía insultar impunemente.«Además, esto no es un partido político, sino unaempresa periodística, a la que estoy seguro CarlosMarch va a prestar grandes servicios».

Como todos los hombres simples que hacenfortuna, la ilusión de Polanco era rodearse dericos de toda la vida, gente con pedigrí, sentarse allado de lo más granado del capitalismo patrio,

codearse con ellos, incluso ponerles un sueldo sinecesario fuera.

En el último almuerzo que Tamames mantuvocon el editor, cuando ya era evidente el divorcio,el economista tuvo la ocurrencia de intentar poneren dificultades al amo de Prisa:

—El País es un periódico con un altocoeficiente de ocultación…

—¿Y eso qué es, Ramón? —preguntó concierta sorna el editor.

—Pues que de cada cien noticiasverdaderamente interesantes que conocéissolamente publicáis cuarenta, porque sólo decís loque os interesa decir.

—¡Ah, muy interesante! Y eso, ¿se te haocurrido a ti solo?…

Con tales avatares, el cargo de director depublicaciones prometido por Polanco se fue allimbo. El ilustre economista iba a probar lamedicina que Cebrián ha aplicado con celo a

mucha gente a lo largo de su vida: mantenersiempre lejos a cualquier persona con ideaspropias, susceptible de convertirse en un potencialcontrincante.

En 1991, Polanco le anunció finalmente que noiba a ser reelegido consejero de Prisa. «A los dosmeses vendí mis acciones y las vendí muy bien. Yahí se acabó mi historia con El País. Hay quedecir, en honor a la verdad, que siempre que me hetropezado con Polanco no ha rehuido el saludo».

* * *

Don Jesús Polanco Gutiérrez podía permitirseel lujo de practicar la virtud de la caridad conaquellos que se iban quedando en la cuneta, comomojones en el camino del avance arrollador de suimperio. A esas alturas, los negocios de Polanco

iban viento en popa y muy pocos se acordaban yade unos inicios ciertamente humildes.

En efecto, el 22 de diciembre de 1960, JesúsPolanco, junto con sus inseparables, Francisco(«Pancho») Pérez González (un argentinonacionalizado español) y Juan Antonio CortésPonte, seguramente sus mejores amigos, habíafundado Santillana S.A.

La editorial arrastró una existencia anodina alo largo de la década de los sesenta, hasta que enel horizonte de Polanco aterrizó un ovni llamadoRicardo Díez Hochtleiner. Polanco habíadescubierto petróleo en el Ministerio deEducación. Ese mismo año se produjo otroacontecimiento que iba a resultar decisivo en elcambio de fortuna del cántabro. En efecto, amediados de 1970 Polanco aterrizó en elaeropuerto Eldorado de Bogotá con billete declase turista en busca de su particular Eldorado, encompañía de su hermano Juan Manuel y de su

sobrino Javier Díez Polanco, dispuesto a convertirColombia en la base de operacioneslatinoamericanas de un negocio basado en laexportación de libros y de material educativo ysanitario desde España.

La buena marcha de los negocios americanos yel maná de los libros de texto iban a hacer posibleel imparable despegue que, a partir de entonces,experimentarían las actividades del editor. Ambasramas de actividad iban a proporcionarle elmúsculo financiero necesario para afrontar lacompra de las numerosas empresas que hoyintegran el imperio edificado a partir de lamodesta editorial.

La adquisición de Altea, especializada en ellibro infantil, inició una espectacular serie decompras, entre las que figuraron las de Taurus,Alfaguara (propiedad de un hijo del poeta PedroSalinas), Aguilar (que, miel sobre hojuelas, yaestaba presente en el mercado iberoamericano),

Asuri de Ediciones, Mangold (especializada en laenseñanza de idiomas), Group Promotor, Diagonal,etc.

Santillana S.A. se transformaría en GrupoSantillana de Ediciones S.A., con sede en JuanBravo 38, Madrid, convirtiéndose en holding deuno de los más importantes grupos editoriales dehabla hispana. De su tronco surgió la FundaciónSantillana, nacida natural y estatutariamente «sinánimo de lucro».

El 3 de enero de 1973, Polanco fundó con susincondicionales («Pancho» Pérez González, JuanCortés y Emiliano Martínez) la editorial TimónS.A., que en los ochenta pasaría a denominarseGrupo Timón S.A., convirtiéndose en el holding decabecera de todos sus negocios actuales. Comotodo bucanero que se precie, Polanco necesitabauna bandera, la del falso progresismo, y un timón,el del beneficio. El timón de Polanco tiene su sedesocial en el 17 de la calle Méndez Núñez, en la

zona más noble de Madrid, un bello palaceterehabilitado frente al Casón del Buen Retiro y elparque del mismo nombre, muy cerca de la sede dela Bolsa madrileña y del Museo del Prado. En elmismo edificio tiene su residencia particular elmatrimonio formado por don Jesús y Mari LuzBarreiros.

El 54,21 por 100 del grupo Timón espropiedad de Rucandio S.A., la sociedadpatrimonial familiar que el cántabro(administrador único) mantiene con su primeramujer, Isabel Moreno Puncel, de la que estádivorciado, y con los cuatro hijos habidos en elmatrimonio, Ignacio, Manuel, María Jesús eIsabel. Otro 31,69 por 100 de Timón pertenece aZucin S.A., que es propiedad de «Pancho» PérezGonzález y de su mujer, Celina Arauna Menchaca.

Del tronco común de Timón, definido por elpropio Polanco como «la cartera de control delgrupo», salen cuatro grandes ramas que agrupan

tres bloques de actividad en España y uno en elextranjero:

1. Grupo Santillana.2. Propiedades y Filiales S.A. (Profisa).3. Grupo Prisa.4. Los negocios exteriores.

Todo ello dentro de una estructuraabsolutamente piramidal, que arranca de lapersona física de Jesús Polanco y que extiende sustentáculos por un laberinto de más de 250sociedades.

El Grupo Santillana, propiedad de Timón en un99,99 por 100, incluye varias distribuidoras (lamás conocida es Itaca), así como participación enindustrias de artes gráficas (Mateu Cromo yAltamira).

Entre las publicaciones editadas por Polancofiguró durante años la revista trimestral del MuseoNacional de Arte Reina Sofía, por cuya nómina

han pasado personalidades del mundo de lacultura, encabezadas por la directora del centro,María Corral, una revista muy cara, de bella eimpactante impresión, que contribuía a financiar lapublicidad de empresas y organismos públicos. Larevista RS es un buen ejemplo del modo en quePolanco y su grupo pastorean desde hace 20 añosen España al rebaño de intelectuales, artistas,literatos y demás gentes real o supuestamenteinstaladas en el Olimpo de la cultura.

Nada o muy poco se puede hacer sobre la pielde toro sin el patronazgo de Polanco y su grupo:desde ingresar en la Real Academia Española,totalmente controlada por los Cebrianes, hastapublicar novelas o novelitas de éxito y contar conla cobertura del grupo Prisa para vender. Nadie seatreve a criticar a Prisa. Muy pocos se niegan afirmar un manifiesto si lo pide Prisa. Estar contraPolanco es, culturalmente hablando, estar muerto.O casi. Los nobles espadachines de la cultura

vuelven la cara y miran hacia otro lado cuandoalguien les llama la atención ante semejanteservilismo. Todos son talludos personajesenfilando la recta final ligeros de equipaje, comolos hombres de la mar, pero todos se defiendenfarfullando entre dientes que «tienen que vivir»…

Caso curioso es el de la revista Claves deRazón Práctica, casi un enunciado subliminal paradefinir un negocio con poca razón y mucha praxis,donde la vieja progresía emboscada entre lasfaldas de Polanco, al estilo Pradera, teoriza y darienda suelta a sus rancios resabios marxistas.

Para cerrar el ciclo completo de la industriaeditorial, Polanco decidió dedicarse también a laventa al público con la apertura de una red detiendas, especie de cadena de supermercados de lacultura, de nombre Crisol, para la venta directa delibros, revistas y material discográfico yaudiovisual.

Por su parte, Profisa está constituida por

empresas financieras (Cisneros, Novoplaya), depublicidad (Cid, Expoluz), sondeos de opinión(Demoscopia S.A.), agrícolas (Sociedad Agrícolay Ganadera), organización de eventos, etc.

En todo caso, el poder de intimidación quePolanco ejerce sobre la sociedad española actualse basa en el diario El País. Si una imagen valepor mil palabras, a veces una anécdota explicamás que un sesudo tratado. Ocurrió a propósito deun duro editorial de El País contra el ministro delInterior José Barrionuevo, cuando las primerasflores negras del caso GAL empezaban a abrirse.El entonces director del diario, Juan Luis Cebrián,exigió al portavoz del Gobierno, Javier Solana, lainmediata dimisión de Barrionuevo. Solanita tratóde contener las ínfulas de Cebrián:

—No se cesa a un ministro sólo porque lo pidaun periódico…

—Es que no lo ha pedido un periódico: lo hapedido El País —respondió el ahora Académico

de la Lengua.El grupo Prisa obtuvo en 1998 unos beneficios

después de impuestos de 8.247 millones depesetas, un 44 por ciento más que en el ejercicioanterior (5.733 millones), lo que supone una cifraprácticamente igual a la del Grupo Recoletos(Expansión, diario Marca, etc.) y casi la mitadque la de Antena 3 Televisión. Sin embargo, lainfluencia política y social de Prisa esinfinitamente superior a la de los grupos citados,una llamativa paradoja que avala el éxito delseñor Polanco y habla del carácterextraempresarial de su grupo.

De la rama de Prisa cuelgan con personalidadpropia la Sociedad Española de RadiodifusiónS.A. (SER), la primera cadena de radio pornúmero de emisoras de toda Europa; la SociedadGeneral de Televisión (Sogetel), el primer intentode entrar en el mundo de la televisión; la Sociedadde Gestión del Cable S.A. (Sogecable), y Canal

Satélite Digital S.L., cada una de ellas con surosario de empresas participadas, dedicadas a laexplotación del negocio de la televisión en susdistintas modalidades.

Colgando de Prisa está también el GrupoEstructura, editor del económico Cinco Días, unode los fracasos de Polanco, porque el diario no hapodido desbancar, ni de lejos, al número uno de laprensa económica, el diario Expansión, y es que elcántabro suele fracasar allí donde no cuenta con elfavor político o con el miedo de unas gentes,gestores incluidos, dispuestos a entregársele.

En efecto, buena parte de las aventurasemprendidas por Polanco ex novo han fracasado,caso de Radio El País, o caso de la revista ElGlobo, a pesar de contar con casi todos losmedios. Polanco no sabe crear. Se le da mejorengordar con sus tradicionales habilidadesnegocios ya en marcha. Y cuando algo le gusta, locompra. Y si no puede comprarlo, porque no todo

se vende, entonces lo destruye o, al menos, lointenta. Fue el caso de Antena 3 Radio.

Sus aventuras en la prensa europea hanterminado también en fuertes pérdidas, caso deThe Independent en Gran Bretaña.

Cada día más metido en la industria delentertainment, Polanco ha firmado un acuerdo através de Sogecable con Warner Bross y el grupoportugués Filmes Lusomundo para la construccióny explotación de complejos de multicines. ¡Al cinecon Polanco!

* * *

El cuarto gran brazo articulado del «mecano»del editor es, como se ha dicho, el sector exterior,fundamentalmente el negocio Iberoamericano. Elpropio Polanco ha reconocido en más de una

ocasión ante sus amigos y confidentes que «lamayor parte de mi fortuna está fuera de España». Ytodo apunta a que está en Iberoamérica.

En efecto, como si de un indiano más setratara, hace muchos años que el cántabro Polancocruzó el Atlántico para hacer las Américas yconstruir lo que muchos consideran un imperiomás importante que el de España.

Aunque en 1962 puso pie por primera vez enSantiago de Chile, fue en diciembre de 1969, conla creación de Santillana del Pacífico (con«Pancho» Pérez González y Emiliano Martínez),cuando Polanco empezó a echar raíces al otro ladode los Andes, aprovechando la reforma educativadel año 68. «Chile es el país al que más le debo»,ha asegurado con su peculiar sintaxis de editorasilvestrado.

En Santiago, y con la ayuda de un Opus Deique siempre le ayudó a recorrer las veredassudamericanas, logró una entrevista con Eduardo

Frei —a punto de entregar la presidencia aSalvador Allende—, a quien colocó un primerpaquete de libros de texto. Tras cruzar los Andes,se entrevistó en Argentina con el dictador JuanCarlos Onganía, lo mismo que hizo en Perú con eltambién general Juan Velasco Alvarado. Y es quePolanco no le hizo nunca ascos a los negocios conlos militares del Cono Sur, incluido el generalPinochet en Chile. Business as usual. ¿Qué podíahacer él, si casi todos los gobiernos estaban poraquel entonces ocupados por «espadones» deextrema derecha?

Gracias a los buenos oficios de Manuel Fraga,Polanco contó para su business con el respaldodel Instituto de Cooperación Iberoamericana. Todoel aparato franquista a disposición del gran editor«progresista» que llegaría a ser Jesús Polanco. Unnotorio benefactor de Polanco en su desembarcoiberoamericano fue también el entonces ministrode Educación, Federico Mayor Zaragoza, hasta

hace poco director general de la Unesco.Los negocios allende los mares comenzaron

pronto a mostrar tan buena cara que el editordestacó a su hermano Juan Manuel de formapermanente en México, haciendo lo propio con susobrino Javier Díez Polanco en Argentina. La«multinacional del librillo» empezaba a tomarcuerpo con la creación de una nutrida red deempresas.

Durante casi dos décadas, Jesús Polancogobernaría personalmente desde Bogotá, dondepasaba varias semanas al año,.su imperioultramarino y sus ramificaciones, las másimportantes de las cuales se situaban en Chile,México y la propia Norteamérica. Ahora es su hijomayor, Ignacio Polanco Moreno, quien desdeBogotá dirige la Editorial Santillana de Colombia,cabecera de un holding de quince empresas.

El 5 de mayo de 1991, el periodista JorgeChild publicó un amplio informe en el influyente

diario El Espectador de Bogotá en el quedenunciaba las actividades de las empresas deJesús Polanco en Colombia. El periodista (citadoen Dineros del narcotráfico en la prensaespañola, de Félix Marín —Mapesa, Madrid—,libro que fue secuestrado por la Justicia españolaa petición de Polanco y Juan Tomás de Salas) sepreguntaba por el contrasentido de las elevadasexportaciones de material impreso español aColombia y la escasa capacidad adquisitiva y losaún más escasos hábitos de lectura de loscolombianos.

Parece que Colombia servía de base parareexportar buena parte de ese material. Pero,mientras tradicionales firmas locales comoCarvajal S.A. exportaban material gráfico desdeese país a razón de 4,7 dólares/kilo en 1988 y 4,11dólares en 1989, la Compañía Andina deInversiones, del Grupo Santillana, exportaba elkilo/libro a razón de 493,6 dólares en 1988 y de

492,86 dólares en 1989. Y lo mismo ocurría con lafirma Educar, Cultural y Recreativa, del tambiénespañol Grupo Anaya. ¿Dónde estaba el misterio?Seguramente en el Macondo de Gabriel GarcíaMárquez, tan amigo de Prisa.

Jorge Child denunciaba también el llamado«Plan Lector» promovido por la FundaciónSantillana a partir de 1991, orientado a la compraobligatoria de textos escolares (60 por 100 deltotal de las ventas de libros), con el Estadocolombiano como cliente mayoritario, según esnorma en Polanco.

Parece que en el juego de la exportación, consobrefacturación, de libros desde España aColombia y desde Colombia a los Estados Unidosestá el origen de la verdadera fortuna de Polanco,fortuna muy superior a los relativamente modestosdividendos anuales del Grupo Prisa.

La facilidad de exportar material sanitario odidáctico con precios sobrefacturados desde

España explica el interés de todas las grandeseditoriales españolas por cruzar el charco a partirde 1975 e instalarse en Iberoamérica.

Entre Colombia, Estados Unidos y España, unaserie de editoriales establecieron un verdadero«triángulo de las Bermudas»: desde el paíscaribeño y otros de la zona, y a través de unacomplicada red de empresas, se exportaban librosa Estados Unidos como forma de aflorar dinero enUSA y repatriarlo a Colombia. Y desde Colombiay países vecinos se repatriaban esos dineros aEspaña mediante las exportaciones españolas dematerial impreso a la región. Siempre mediante elsistema de la sobrefacturación.

El dinero se podía trasladar sin escalas desdelos Estados Unidos a España mediante la masivaexportación directa a USA de textos escolares encastellano, aprovechando la política implantadapor Richard Nixon para el fomento de laeducación bilingüe. Adicionalmente, esas

editoriales se aprovecharon también de las ayudasa la exportación implantadas por muchosgobiernos iberoamericanos.

El 2 de diciembre de 1980, la junta directivade la Cámara Colombiana de la Industria Editorialpublicó un informe sobre la exportación de librosa diversos países, entre ellos España, por parte deeditoriales radicadas en Colombia, y en el casoconcreto de Itaca, la distribuidora del GrupoTimón, señalaba: «La firma Itaca de Madriddistribuye al precio bruto de 6,50 dólares alpúblico y de 4,60 dólares a las librerías el libroEl nombre de la rosa, que exporta desde Colombiaa España por 15,95 dólares. ¿Cómo financia elexportador esos 11,35 dólares de diferencia entreel valor que debe reintegrarle al país, 15,95 endólares, y los 4,60 que obtiene por la venta dellibro en Madrid?».

* * *

Conexiones con el poder, tráfico de influenciasy pago de comisiones eran los tres elementosbásicos para hacer fortuna en Iberoamérica. Y sien los primeros años de la década de los setentalas buenas relaciones con el franquismo y el OpusDei fueron la palanca que ayudó a Polanco a hacernegocios con las dictaduras de la región, tras lallegada de la democracia y, en especial, con lavictoria electoral del PSOE en el 82, su estrategiadio un giro de ciento ochenta grados.

Nada más llegar al Gobierno, el partidosocialista puso en práctica una inédita políticacomercial exterior consistente en promover lasexportaciones mediante la concesión de créditos(Fondos de Ayuda al Desarrollo, o «créditosFAD») en condiciones favorables. Dos eran laspartes que se beneficiaban de esta política: el

receptor del crédito (para la ejecución de obras ola compra de material) y los empresariosespañoles que se encargaban de ejecutar esasobras o de vender dicho material.

Entre estos empresarios se encontrabaPolanco, que no tardó en constituir dos nuevascompañías dentro del Grupo Timón, Eductrade ySanitrade, para aprovechar la lluvia de millonesque el Gobierno del PSOE hacía caer sobreIberoamérica. El editor hizo más: impuso unnovedoso sistema de «paquetes» completos parasoluciones integrales en los campos de laeducación y la salud.

Para asegurarse el éxito resultaba fundamentalcontar con buena «entrada» en la sociedad estatalencargada de gestionar y tramitar los créditos a laexportación: Fomento del Comercio Exterior(Focoex), que a tal fin creó una nueva sociedad,Focoex Internacional S.A., con un capital de1.500.000 dólares y sede en un paraíso fiscal

como Panamá[8].La conexión entre Focoex Internacional y las

sociedades Eductrade y Sanitrade comenzó afuncionar a pleno rendimiento, especialmente enColombia, donde el gerente de Focoex era unapersona muy cercana a Polanco, Juan AntonioArsuaga.

Además de hacer valer sus influencias en laadjudicación del contrato para la construcción deltren metropolitano de Medellín a un consorciohispano-alemán (uno de los más notorios«pelotazos» de Enrique Sarasola Lerchundi, elamigo de González), Polanco se hizo con unrosario de contratos contando con elasesoramiento y gestión de Focoex.

Los primeros datan de 1983. Ese año, elGobierno colombiano firmó con Eductrade uncontrato de 4.600 millones de pesetas para elsuministro de material didáctico y educativo, yotro, de menor cuantía, con Sanitrade para el

suministro de equipos médicos y hospitalarios. Aestos contratos les sucedieron otros muchos,siempre con las mismas características: el apoyodel Gobierno y las críticas de los medios decomunicación y de algunos funcionarios einstituciones, y ello porque la mayor parte de lossuministros eran superfluos, innecesarios y carosy, lo que es peor, se podían conseguir en la mismaColombia en condiciones más favorables y conuna calidad similar. Porque, entre otras cosas,Polanco vendía muñecas con «distintos sistemasde broche», bolas y cubos de colores, clarinetes,bombos, tambores, alfileres para clavar insectos ycastañuelas.

El 27 de julio del 87, el diario oficialista ElTiempo de Bogotá publicó una página entera con eltitulo «Una reconquista incontenible» y elantetítulo «Millonarias importaciones de España».La información estaba ilustrada con un dibujo dePolanco desembarcando en las Indias cual nuevo

Colón, cargado con toda suerte de baratijas: «Ennombre del Rey, tomo posesión de estastierras…». El periodista Gerardo Reyes escribíaque «con una invasión de castañuelas, tubos deensayo, esqueletos para docencia, alfileres paraclavar insectos, lavanderías, máquinas deanestesia y un tren millonario, el comercio exteriorde España consolidó en los últimos cuatro añosuna nueva conquista de Colombia».

Algo parecido, aunque peor, ocurrió conSanitrade. En 1984, el Gobierno colombianoimportó 98 equipos de lavandería para centros desalud, 335 máquinas de anestesia, 217 mesas decirugía, 102 camperos cortos para ser utilizadoscomo ambulancias, 1.944 martillos para reflejo,205 plantas eléctricas marca Pegaso y 4.580espéculos vaginales, todo por un importe total decasi 8.000 millones de pesetas. El primer«paquete» de este pedido llegó a Colombia enagosto del 84 desde el puerto de Cádiz. Para

garantizar el mantenimiento de los equipos, elEjecutivo colombiano suscribió un contrato conSanitrade por importe de casi 4.000 millones depesetas durante un período de doce meses,transcurridos los cuales gran parte del material fueabandonado a su suerte.

El 27 de julio de 1987, El Tiempo de Bogotáescribía: «Constantemente se descubrenabandonados en hospitales y servicios de saludsofisticados equipos médicos que le costaronmillones de pesos al país y que jamás seestrenaron porque no existía presupuesto para sumantenimiento o sitio para instalarlos».

Pelillos a la mar. Lo importante era importar apesar de los altos costes y la impotencia de laestructura hospitalaria colombiana, que ni siquieradisponía de la gasolina necesaria para mover lasplantas eléctricas y las ambulancias, muynecesarias, por otro lado, en centros de saludsituados en apartadas zonas rurales.

Entre 1984 y 1987 el Grupo Timón (Sanitrade)suscribió contratos, siempre a través de Focoex,con el Ministerio de Salud y el Fondo Hospitalariode Colombia por un valor superior a 20.000millones de pesos. Contratos similares fueronfirmados con media docena más de paísesiberoamericanos a finales de la década de losochenta. Naturalmente, ello no hubiera sidoposible sin contar con la «simpatía» de altosfuncionarios de los respectivos gobiernosiberoamericanos, con quienes Jesús Polanco(conocido en Colombia como «el españólete») secomportó siempre como lo que es: un auténticoseñor. Por ejemplo, metiendo en la nómina de laEditorial Santillana de Colombia a DiegoBetancourt, hijo del presidente BelisarioBetancourt, y haciendo lo propio con familiarescercanos al también presidente Virgilio Barco.

A España viajó la ministra de Educación,Doris Eder de Zambrano, la viceministra, Clara

Victoria Colbert, y el responsable del InstitutoColombiano de Construcciones Escolares, EnriqueRuiz. Todos fueron tratados por Polanco como semerecían: a cuerpo de rey. En junio de 1986, laProcuraduría General de la Nación se vioobligada, a cuenta de las denuncias formuladascontra el Grupo Timón, a abrir una investigaciónsobre la conducta de estos probos funcionarios queaceptaron invitaciones de Polanco para visitarEspaña mientras se discutían los contratos.

De las habilidades de Polanco al sur de RíoGrande habla el dato de que en el patronato de laFundación Santillana para Iberoamérica logrómeter a cuatro de los cinco ex presidentes de laRepública de Colombia: Belisario Betancourt,Misael Pastrana, Carlos Lleras Restrepo y AlfonsoLópez Michelsen. Todos ellos, además, enemigosancestrales entre sí y adscritos a partidosopuestos. ¿Cabe mayor capacidad de penetración?

Santillana está hoy presente en todos los países

de América, con excepción de Canadá y Cuba.

* * *

Son numerosas las operaciones de Sanitrade yEductrade donde se han detectado y denunciadoirregularidades a lo largo y ancho del continenteamericano. Siempre con el pago de«sobreprecios» y comisiones de por medio. EnUruguay, en Nicaragua, en Panamá y no digamos enChile, donde el señor Polanco, que no se anda porlas ramas, tiene como hombre de confianza aEduardo Rojas, ex ministro del Interior delpresidente Frei, que además gestiona los interesesdel Grupo Timón para toda América Latina.

En Chile (donde Santillana cuenta, entre otras,con Isla Negra Ltd. y Aguilar Chilena deEdiciones) estalló un gran escándalo con motivo

de la utilización de los fondos procedentes delconvenio suscrito el 12 de diciembre de 1990entre el presidente Aylwin y el rey Juan Carlos,mediante el cual España otorgó a Chile unpréstamo de 42 millones de dólares con cargo alos fondos FAD. El esquema es el clásico: elMinisterio de Educación chileno contrata (sinprevia licitación pública) con Focoex elsuministro de aulas tecnológicas, equipos ymaterial didáctico para centros de formaciónprofesional, y a continuación Focoex, sin dar lamenor oportunidad a cualquier otro suministradorespañol (a Polanco, el trabajo duro siempre se lohacía Focoex), subcontrata el pedido conEductrade y por el camino, además del tradicionalsobreprecio (entre un 60 y un 138 por 100 más), sepierden algunos millones en el pago decomisiones.

Tamaña utilización de Focoex no hubiera sidoposible sin el visto bueno del Gobierno, por

supuesto, y sin la buena disposición de losgestores de la sociedad estatal. Y para que nohubiera duda, Juan Arenas, su presidente aprincipios de los ochenta, pasó a trabajar en 1986en el grupo Polanco como responsable de una delas divisiones del Grupo Timón.

El cántabro es así de generoso a la hora derecompensar a la buena gente. Lo hizo con RicardoDíez Hochtleiner, tras los servicios prestados conocasión de la reforma educativa de Villar Palasí.Lo hizo con Miguel Satrústegui, igualmentesubsecretario de Educación. Lo hizo con JorgeSemprún, cuyos desvelos resultaron decisivospara la concesión a Polanco de Canal Plus. Lohizo con Miguel Gil, jefe de gabinete durante añosde Felipe González. Lo ha hecho hasta con elresponsable de la seguridad del ex presidenteGonzález. Polanco coloca a todos, a todos cobija,a nadie que le haya ayudado deja sin amparo. DonJesús es el «Lord Protector» de ese peculiar

Almirantazgo que es el Grupo Timón.Pieza clave en Focoex durante toda la etapa

felipista fue Gloria Barba, esposa del ex ministroCarlos Solchaga. Ahora es el propio Solchagaquien ha sido amorosamente recibido en la nóminade ilustres del Grupo Prisa, como editorialista deEl País. Jesús Polanco es como un padre para todofelipista de pro que pierde su empleo.

El caso es que el apoyo de Focoex a lasprácticas de Eductrade y Sanitrade han dañadoseriamente el buen nombre del Reino de España enmuchos mercados internacionales, en especial enIberoamérica.

No ha sido posible hacer ni siquiera unainvestigación somera sobre el montante total de loscréditos FAD puestos a disposición de lasempresas de Polanco a partir del año 82. Todocerrado a cal y canto. La llegada del PP alGobierno ha significado, en este sentido, unverdadero fiasco para quienes ansiaban despejar

las dudas existentes en torno a la posiblemalversación de caudales públicos. Los nuevosresponsables de la Secretaría de Estado deComercio, dependiente de don Rodrigo Rato, sehan negado sistemáticamente a dar un sólo datodesagregado de la financiación concedida aEductrade y Sanitrade durante los gobiernossocialistas. Hasta ahí llega el poder de Polanco.

* * *

Más recientemente, el Grupo Timón haestablecido una importante base de negocios en lasislas Canarias. ¿Quizá porque Tenerife es puertofranco? Es el llamado por algunos «caliente frentetropical», porque Polanco también se ha internadopor la banda del turismo dispuesto a hacerse fuerteen la industria hotelera, y así ha construido en

Adeje (Tenerife) un hotel de lujo, el JardínTropical.

En Canarias, el editor se comporta con lacontundencia del terrateniente dispuesto a aplastara sus aparceros. Francisco González Carpenter,copropietario que era, con su madre y hermanos,de los 1.200.000 metros cuadrados de la fincaagrícola «Abama», situada en el término de Guíade Isora (Tenerife), lo ha probado en sus carnes.

A consecuencia de la mala cabeza de uno delos hermanos, la familia se vio obligada ahipotecar la finca con el Banco de las IslasCanarias (Isbanc) para responder de una deuda demás de 120 millones de pesetas que arrastrabaManuel González Carpenter. Tras tomar Francisco,cuarto de los hermanos, la gestión de los interesesde la familia, procedió a crear dos sociedades conlos terrenos como activo: Amance S.A., con laexplotación agrícola (el plátano) como objetosocial, y Finca Abama S.A., dedicada al

desarrollo inmobiliario de la zona costera de lapropiedad, una de las más atractivas del sur deTenerife.

Con la venta de 100.000 metros cuadrados deAmance S.A. por 140 millones de pesetas selevantó la hipoteca de Isbanc. Pero, cuandoFrancisco se disponía a cerrar acuerdos congrupos inmobiliarios europeos dispuestos —además de a hacerle multimillonario— a construirla mejor urbanización, con golf incluido, deTenerife, saltó la liebre de una nueva deuda delcrápula Manuel por importe de 1.000 millones conCajacanarias. Esto sucedía el 5 de mayo de 1993,y al día siguiente Banesto, que tenía concedido aFinca Abama una línea de crédito que estabaexcedida en 20 millones de pesetas, exigió el pagoinmediato de esa cantidad. Pero allí estabaCajacanarias, muy interesada en el proyectourbanístico, para intentar solucionar el problemaincorporándose como accionista de ambas

sociedades, cosa que se firmó ante notario el 5 deagosto del 93.

Apenas un mes antes, Javier Bernal, directorgeneral del grupo Polanco, había entrado encontacto con Francisco González para mostrar el«máximo interés» de su patrón por participar en eldesarrollo urbanístico de su propiedad. Y tantoparecía ser el interés por uno de los mejoresterrenos de Tenerife que, ante la necesidad devender parte del patrimonio de las sociedadespara capitalizarlas, se aceptó una oferta de dichogrupo (después de reuniones mil, en alguna de lascuales llegó a participar el propio Polanco, aménde su hijo) para venderles 200.000 metroscuadrados en la costa a 5.000 pesetas el metro,con una edificabilidad aportada por lospropietarios de 40.000 metros cuadrados. Elacuerdo incluía la explotación platanera por losGonzález Carpenter hasta el inicio del proyecto ysu participación en el futuro campo de golf, así

como la acometida de un proyecto para elsuministro de agua.

Sin embargo, y para sorpresa de la familia,Cajacanarias no terminaba nunca de saldar ladeuda de Finca Abama con Banesto. El bancohabía sido intervenido el 28 de diciembre del 93,y tres meses después se puso en marcha el procesode subasta en los juzgados de Granadilla. JuliánSáenz, presidente de la Caja, tranquilizó a unatribulado Francisco González diciéndole que«todo está bajo control. Banesto está nervioso porsu situación, pero la Caja tiene preparada unaestrategia para sentarse a negociar entre la segunday la tercera subasta, y cerrar la operación con unaimportante quita».

Pero llegó la tercera subasta, 18 de mayo de1994, y el funcionario de Cajacanarias presente enlos juzgados no abrió la boca, por lo que Banestose adjudicó la totalidad de las propiedades y porla totalidad de las deudas. Un indignado González

Carpenter acudió a pedir explicaciones alpresidente de Cajacanarias. Esto fue lo que oyó:«Eres un inútil que no vales para nada, lo mismoque todos tus hermanos. Ahora vas a saber lo quesignifica sacar muebles de casa por la noche,como yo tuve que hacer hace años. Yo y mivicepresidente, Nicolás Álvarez, que ha llevadopersonalmente los contactos con el grupo Polanco,decidimos no terminar las negociaciones conBanesto para que ese grupo pudiera comprar latotalidad del proyecto a Banesto por menos dinerodel que había acordado con nosotros por losterrenos de la costa. Así es el mundo de losnegocios, un mundo para el que tú no estáspreparado…».

Finalmente, el 14 de junio de 1994 el grupoPolanco compró a Banesto la propiedad de lafamilia González Carpenter por 727.125.484pesetas, terrenos cuyo valor contable neto(deducidas las deudas de ambas sociedades) había

sido fijado por una auditoría independiente enjulio del 93 en 1.836 millones de pesetas. En elsur de Tenerife todo el mundo está convencido deque Jesús Polanco ha pegado un pelotazo de nomenos de 50.000 millones de pesetas a cuenta dela trapacería de unos bancarios y la ruina de unafamilia. «A pesar de haber pasado más de dosaños con tratamiento psiquiátrico —aseguraFrancisco González—, de caer mi madre enfermay de haber perdido todo mi patrimonio y el respetoy el afecto del resto de mi familia, estoy intentandorehacer mi vida…».

Polanco, dueño de la cafetería Olympo, en elpuerto de Tenerife, tiene en construcción un nuevohotel de la Cadena Tropical en las tierras quefueron propiedad de la familia GonzálezCarpenter. Se trata de un establecimiento desuperlujo, con 600 habitaciones y bungalowsdistribuidos entre plataneras. Hostelería ecológicala llaman.

El grupo Polanco ha reforzado su presencia enCanarias con la adjudicación, a finales del 98, dela televisión canaria a la sociedad ProductoraCanaria de Televisión S.A., integrada porSogecable y un grupo de empresarios locales,gracias a los votos de Coalición Canaria y, cómono, del PSOE. Para los dos consejeros del PP en laJunta General de Radiotelevisión Canaria (RTVC),la adjudicación había sido «una gran inocentada alpueblo canario, así como un fraude de ley».Tratándose de Polanco, pueden ir a reclamar almaestro armero.

* * *

En menos de diez años Prisa se habíatransformado en el más poderoso grupomultimedia de España, con presencia en casi todas

las facetas del negocio de la comunicación y elentertainment. Cuando, en octubre de 1982, elPSOE ganó las elecciones generales por mayoríaabsoluta, Jesús Polanco era ya dueño de un grupoque ejercía una gran influencia en la vida política,económica y social española. Prisa ya erasinónimo de poder.

Quedaba, sin embargo, por escribir la másimportante, aunque no la mejor, página en estahistoria, la historia de Prisa como grupo decomunicación puesto al servicio de los interesespolíticos de un Gobierno y, particularmente, de supresidente, a cambio de favores económicos detoda índole. La historia de Prisa comoguardaespaldas ideológico del felipismo, policía«política» dispuesta no sólo a ocultar lacorrupción y el crimen de Estado, sino a apuntarcon el dedo, denigrar y perseguir a quien osaradenunciarlos. Jesús Polanco, instalado a la sombrade los supuestos defensores de las libertades, se

aprestaba a cobrarse adecuadamente el favor.Ciertamente, aquél iba a ser un verdadero negociode la libertad.

Entre 1982 y 1996, durante los Gobiernospresididos por Felipe González, «en España se haproducido un auténtico cambio de régimenpolítico» —aseguraba Federico Jiménez Losantosen su libro La dictadura silenciosa—. «Sinromper con la forma de Estado, sin cambiarapenas la Constitución, conservando en apariencialas instituciones consagradas por la Ley y lacostumbre, nuestro país ha sufrido cambios tansustanciales con respecto a lo previsto y pactadopor las fuerzas políticas que hicieron la Transiciónque, de la criatura alumbrada con tanto esfuerzo yno poca fortuna tras la muerte de Franco, apenasqueda el recuerdo».

Nada de esto podría haber ocurrido si el grantransgresor no hubiera contado con la complicidadactiva del grupo Prisa. Porque Polanco y su grupo

aseguraron a González el práctico monopoliogubernamental de los medios de comunicación,uno de los cinco requisitos establecido en 1953por Friedrich como característicos de todorégimen totalitario. El Grupo Prisa hizo más: seintegró en el Régimen, trabajó activamente en susbasamentos ideológicos y se constituyó en elprincipal creador de opinión (no había máslegitimidad democrática que la que fluía delPartido Socialista; no podía llamarse demócratanadie que no comulgara con esa legitimidad) hastaprincipios de 1992, y a partir de esa fecha enguardián del sistema dedicado a la ocultaciónsistemática de los desmanes del felipismo.

Por eso, puede afirmarse sin temor a error queel papel de Prisa ha sido fundamental en ladesnaturalización de la democracia española y sutransformación en un régimen a imagen ysemejanza del «carismático líder». Con FelipeGonzález, el pueblo español volvió a encontrar a

ese mesías que denunciaba Unamuno enSalamanca, o al líder que había perdido tras lamuerte de Franco. La tarea del grupo del señorPolanco, en una moderna versión del viejo «¡vivanlas caenas!», consistió en tratar de convencerlo deque eso no sólo no era malo, sino que, además, eralo «progresista».

La implicación total del Grupo Prisa en lacausa «felipista» no se produjo, sin embargo, hastael referéndum de 1985 para la permanencia deEspaña en la OTAN, una iniciativa que, además deun capricho personal, fue un alarde de claro tintecaudillista. Primero, porque la decisión de entraren la organización militar ya había sido adoptadaen 1982 por un Gobierno democrático (elpresidido por Calvo-Sotelo) y refrendadaabrumadoramente por el Parlamento de la nación,y segundo, porque se trataba de dar la vuelta,como si de un calcetín se tratara, a la opinión delpueblo español, que era mayoritariamente

contraria a la OTAN a causa, precisamente, de lademagogia desplegada por el PSOE tres añosantes, que llevó a Felipe a prometer un referéndumpara sacar a España de la organización si el PSOEllegaba al Gobierno.

Cuando eso se produjo, González se viocogido en su propia trampa. Había que cumplir loprometido, obligando al pueblo español al«trágala» más escandaloso de nuestra recientehistoria. Para lograr tan sensacional acto detravestismo colectivo resultó esencial contar conel apoyo en bloque de los medios de comunicaciónpúblicos y privados. El de los medios depropiedad estatal se daba por supuesto. El dePrisa se convirtió en decisivo no sólo por lapropia potencia del grupo, sino por el efectoarrastre que ejerció sobre los demás. Paralograrlo, el Gobierno utilizó, entre otros favores,el señuelo de las futuras concesiones de televisiónprivada.

El País abandonó cualquier veleidad deindependencia para volcarse en la defensa de lospostulados del felipismo, un sistema con vocacióntotalizadora en el que podían caber todas lasclases sociales y casi todas las ideologías. Losmandos de la casa decidieron batirse el cobre tana fondo en favor del «sí» que el jefe de opinión,Javier Pradera, un viejo estalinista reconvertido enayatollah del Régimen, no pudo tragar aquel sapotan deprisa y se consideró obligado a dimitir,aunque sólo por un rato.

A las cinco de la tarde del día del referéndumya tenía Polanco información confidencial deMoncloa sobre la marcha de la consulta: «Estáganando el sí», respondió a Tamames cuando éstele llamó a casa para consultarle al respecto.

La anterior consideración podría inducir aequívoco. ¿Es que Jesús Polanco es un miembrodestacado del Partido Socialista Obrero Español?Ni hablar. Jesús Polanco es simplemente «del

Gobierno», siempre que el Gobierno de turno sepliegue a sus deseos. En Jesús Polanco no hayideología, sólo hay dinero, sólo importa la cuentade resultados. Lo expuso públicamente en uno delos consejos de administración de Prisa: «Yo soyun puto y me acuesto con Suárez, con Calvo-Soteloo con González. Me acuesto con quien meconvenga».

Es la «doctrina del puto», la aportaciónintelectual a la teoría política de este gran editor yhombre de empresa.

A partir del referéndum de la OTAN, elGobierno perdió casi todas sus adherencias«socialistas» y la democracia española adquiriólos perfiles de un régimen al servicio de un«caudillo mediático» como Felipe González.

El País se convirtió en el soporte ideológicodel felipismo, dedicando sus mejores esfuerzos adefenderlo de las asechanzas de quienes renegabande la fórmula sacando a la luz la corrupción del

sistema. A cambio, Polanco y su grupoconseguirían pingües beneficios en un do ut desmuy rentable para el «amo»: la SER, Canal Plus,Antena 3 Radio, Cablevisión, créditos FAD, librosde texto, por no hablar de la informaciónprivilegiada, de primera mano, que a vecesllegaba a la sede de Miguel Yuste con motoristaoficial, y del maná de la publicidad institucionalque tan decisivamente contribuyó a embellecer lascuentas de resultados del grupo mientrasdiscriminaba a otros medios, caso del ABC,siempre, y de El Mundo, desde su aparición.

* * *

En 1985, Polanco, después de haber fracasadoestrepitosamente con Radio El País, logró por finasentar una sólida pata en el mundo de la radio al

hacerse con la mayoría del capital de la SER, lamás importante cadena de radio privada española,gracias a los buenos oficios de los hermanosEugenio y Antonio Fontán, miembros destacadosdel Opus Dei y dueños de dicho paquete,dispuestos a tender un puente de plata parafacilitar la entrada del editor.

La compra, iniciada a primeros de abril de1984 con la toma de una opción sobre el 9,2 por100 del capital, se realizó a través de la sociedadProfisa de los Fontán y otros. «Cada vez que elGrupo Timón compraba una acción de Profisa,compraba algo de la SER».

Eugenio Fontán se manifestaría despuésengañado por Polanco, asegurando que «elGobierno apoyó a Prisa para que entrara en laSER». Mediante sucesivas ampliaciones decapital, Polanco fue desplazando a los accionistasminoritarios hasta hacerse con el control.

La operación se cerró en junio del 92 con la

compra del 25 por 100 que aún mantenía en supoder el Estado. Para convencer al Gobierno y alministro de Economía y Hacienda (dueño final, através de la Dirección General de Patrimonio, dedicho paquete), Carlos Solchaga, de la necesidadde desprenderse de unas acciones cuya propiedadno molestaba, Jesús Polanco ideó una curiosaestrategia, que fue relatando con lujo de detalles asu entonces amigo Mario Conde y que revela, másque un sesudo tratado, la arquitectura moral delpersonaje.

Resultó que El País comenzó a mostrarse muycrítico con Solchaga y su política económica.

—¡Coño, Jesús!, parece que os habéis pasadoa mi bando…

—¿A qué bando? ¿A qué te refieres?—A los editoriales de tu periódico contra

Solchaga, que le estáis poniendo fino. Fíjate, yo,entre otras cosas, llevó tiempo advirtiendo de losriesgos para España de la integración europea y

por fin veo que alguien empieza a darme la razón.—¿Quién, mi periódico?—Sí, claro.—Si no es eso, Mario, no es eso. Es que

quiero comprar lo que me queda de la SER.—¿Cómo?—Sí, que quiero comprar el 25 por 100 que

aún tiene el Estado, y estoy convencido de que encuanto le arree tres o cuatro días más, éste va avenir corriendo a pedirme audiencia y lo voy acomprar barato.

Una anécdota plenamente significativa de unhombre que no tiene amigos, porque sólo tieneintereses. Polanco invitó a Solchaga a cenar y allíse arregló todo. El Gobierno socialista sedesprendió finalmente de ese 25 por 100 a unprecio «político» (3.200 millones de pesetas).Actualmente el grupo Prisa es propietario del 99,9por 100 del capital.

Si Polanco no puede competir contigo, te

compra. Lo hizo en el verano de 1992 con elprincipal competidor de la SER, Antena 3 Radio,para después hacerla desaparecer. Losprofesionales de la cadena habían tenido la osadíade desbancar a la SER del primer lugar en elranking de oyentes empleando, más que dinero,talento. La operación de asalto a Antena 3, quecontó con la colaboración del grupo Godó y delBanesto de Mario Conde, produjo una situación declaro «abuso de dominio», ya que entre ambasradios copaban el 50 por 100 de las emisorasprivadas y el 65 por 100 de la audiencia, yvulneraba la Ley de Ordenación de lasTelecomunicaciones (LOT), que impide a unmismo grupo controlar dos emisoras en un mismomercado local.

Pero el Gobierno, a pesar de reconocer«importantes efectos restrictivos de lacompetencia», aprobó la operación e hizo más, dioa Prisa un plazo de privilegio de diecisiete meses

para acomodarse a la normativa, tiempo en el quePolanco creó Unión Radio, en la que se integraronde mentirijillas la SER y Antena 3.

* * *

Si la fagocitación de Antena 3 fue un ejemplode arbitrismo, la concesión de Canal Plus fue ya laexaltación más desvergonzada del amiguismopolítico. Lo que el felipismo quería de lastelevisiones privadas estaba claro: unos gerentesde total confianza para controlar los informativos yunos socios financieros con el mismo nivel decompadreo.

Sólo después de convocadas las eleccionesgenerales del 89 Felipe se decidió a conceder trescanales. Al concurso se presentaron seis ofertas,cuatro de las cuales gozaban de todas las

bendiciones oficiales: la ONCE y Berlusconi; LaVanguardia y Antena 3 Radio;Asensio/Murdoch/Conde y, last but not least, lade Jesús Polanco de la mano de Canal PlusFrancia, que se presentaba con un proyecto detelevisión codificada, sólo accesible medianteabono mensual.

La decisión parecía cantada, puesto que laoferta de Polanco se autoexcluía al quedar fuera dela ley aprobada por el propio Gobierno socialista,que definía la televisión privada como un«servicio público» y, por lo tanto, gratuito.

Fue entonces cuando Polanco dijo aquellafrase que ha quedado en la memoria colectivacomo representación de la irracionalidad y eldesafuero: «No hay cojones para negarme a mí unatelevisión en España». No los hubo. El editorhabía manifestado ante el Consejo de Prisa que«aquí vamos a hacer una apuesta muy seria, ydentro de dos años podemos estar arruinados o

nadando en la abundancia». Y a don Jesús le gustamucho el agua caliente.

Polanco, naturalmente, tuvo su televisión (25de agosto de 1989), y de pago, allí donde la leyhablaba de servicio público. Casi ocho añosdespués, el pueblo soberano supo que, para darlesu televisión a Polanco, el Consejo de Ministroshizo caso omiso de los informes, contrarios aCanal Plus, de la mesa de contratación delMinisterio de Transportes (de 21 de julio delmismo año) y del Abogado del Estado (de 4 dejulio), quien aseguraba en su escrito que «ofrecerel servicio de TV en condiciones económicas másventajosas para el usuario, incluso gratuitamente,supone ofrecerlo en forma más adecuada a lapropia naturaleza del servicio», por lo que «laexigencia de un canon puede producir la prácticarestricción de éste a elementos minoritarios de lasociedad, lo cual debe ser valoradodesfavorablemente a la hora de optar»[9].

Pero el Gobierno daría todavía una muestramás del desprecio a su propia ley al conceder aCanal Plus un plazo adicional de tres meses paraque pudiera empezar las emisiones, puesto que losseis legalmente establecidos resultaban al parecerinsuficientes para el talento de los Cebrianes.

Con todo, lo más escandaloso fue comprobarcómo, poco después de salir del Gobierno, JorgeSemprún, cuyo Ministerio de Cultura habíadefendido con ardor la causa de Canal Plus, fueincorporado como representante en el consejo deCanal Plus Francia (cuyo presidente era FrançoisRousselet, amigo íntimo y ex jefe de gabinete delsátrapa Mitterrand), mientras que el autor delinforme, el subsecretario Miguel Satrústegui, setransformaba en director general del Grupo Prisa,convirtiéndose al poco tiempo en uno de loshombres de confianza y pieza clave del grupoPolanco.

El punto orgiástico de esta gran cacicada

política llegó con la presentación de los socioscapitalistas del proyecto televisivo de Polanco. Enportada de El País apareció una gran fotografíaque Pablo Sebastián calificó como «la foto delRégimen» y que era un compendio, en efecto, delpoder del felipismo: en torno a Polanco y en elmomento de su entronización como poder fácticoaparecía lo más granado del capitalismo patrio,todos, millonarios íntimamente sobrecogidos porsu pasado franquista, rendidos al hechizo de lasanta alianza entre Felipe y Polanco, los«felipancos»: Pedro Toledo (Banco de Vizcaya),José Ángel Sánchez Asiaín (Banco Bilbao), losAlbertos (Grucycsa), Carlos March (BancaMarch), Ramón Mendoza (presidente del RealMadrid e ilustre mandao), Caja Madrid, Juan LuisCebrián… El poder financiero se alineabaclaramente con el nuevo Régimen, ¡y que les denmucho a las libertades!

Y es que quien no estaba ya al lado de

Polanco, sencillamente no estaba. Y estaban todos.O casi. Era el triunfo de una filosofía y de un estilode vida. El Grupo Prisa y sus mandamases poníana punto su propia estética, malgré la ética, entorno al llamado «clan de Liria», grupo denotables, periodistas, editores, músicos,filósofos… que periódicamente se reunían engraciosos saraos, felices happenings nocturnos enplena luna de miel con el poder, la erótica delpoder, cenas erótico-místicas en el palacio de losduques de Alba, con el propio duque, JesúsAguirre, al frente, presidiendo la cena mensual,más Jesús Polanco en la cabecera, más Pradera,más Cebrián, más el filósofo Savater, másClemente Auger (el «afamado jurista del caféGijón»), más Matías Cortés, of course, y a menudotambién Hochtleiner, «Jolines» para los amigos,sobre todo si se trataba de presentar en sociedad aalgún recién llegado del continente hermano aquien había que colocar algún container lleno de

libros de texto, y la duquesa, en medio, danzandode aquí para allá con su pelo de zarza y su boquitade fresa.

Servía Jockey y pagaba don Jesús Polanco,dicen que medio millón de pesetillas por sesión, ytodos tan contentos, encantados de bien cenarsobre mantelería de lino, a la luz de gruesoscandelabros de la Casa de Alba, con los ojos degato enfilando al corazón de los Goyas yRembrandt de la señora duquesa, mientras laselecta concurrencia apuntaba en la lista negra alos disidentes y diseñaba con trazo firme el futurode las nuevas Españas sobre las que prontoreinaría el gran cántabro.

Las cenas en Liria irían decayendopaulatinamente por una sencilla y contundenterazón: porque el amo se hizo construir su propiamansión en Valdemorillo, cerca de El Escorial, laBiblia en verso, y ya no necesitaba el palacio delos Alba y, si me apuran, tampoco a sus dueños,

hasta el punto de que acabó despidiendo delConsejo de Prisa a Jesús Aguirre, un golpe del quetodavía el señor duque no se ha recuperadopsicológicamente y que asustó mucho, por suimplacable frialdad, a Matías Cortés: «Si éste escapaz de hacer eso con un Alba, ¿qué no serácapaz de hacer con otro cualquiera?».

Casi al mismo tiempo se formalizaron lastertulias sabatinas en el restaurante El Frontón dela calle Hurtado de Mendoza, almuerzos cultos,cultísimos, a los que concurría lo más granado dela intelligentsia felipista, con Javier Praderaoficiando de gran maestre, y en los que serepartían carnets de demócratas, se zurraba labadana al sector guerrista del PSOE, se hacíaescarnio de las menguadas huestes de la«derechona» y, si hacía al caso, se criticabatambién al Gobierno y sus ministros, unos hijos deputa aunque, naturalmente, fueran «nuestros hijosde puta».

Y cuando Pradera, siempre fino su instintodelator, descubría a uno que tonteaba con esa«derechona» o hacía buenas migas con unperiodista crítico con el señorito, inmediatamentele montaba un auto de fe a los postres y, puesto enpie, le expulsaba del paraíso, le condenaba alAverno, episodio que sufrió en sus carnes, antemás de una docena de mudos y acollonadostestigos, un ciudadano ejemplar llamado AntonioEraso.

Este sistema de relaciones personales querozan la filosofía de la secta, entreverado deventajas de todo tipo, incluso dinerarias, conformauna tipología de persona de una fidelidad casiperruna al amo, que explica que en torno a Prisa semueva un grupo de notables, un núcleo de gentesque no necesitan que Polanco les dé órdenes,porque ya se encargan ellos solos de darle gusto.Clemente Auger, por ejemplo, presidente de laAudiencia Nacional y prototipo del control que el

Grupo —mano a mano con el felipismo— haejercido sobre la judicatura, es un hombre quelleva años viviendo, comiendo y durmiendo conPolanco y su gente, que se ufana de inspirar lalínea editorial de El País y que no necesita, lomismo que Semprún, que Polanco le diga lo quetiene que hacer en defensa de sus intereses, porqueél mismo se basta y se sobra para hacer lo que másconvenga al señorito.

* * *

El plato que sirvió Canal Plus cuandofinalmente salió a antena es definitorio de lafilosofía del grupo Polanco. Los jóvenes progresque cobija hablaban y no paraban de hacer unatelevisión a la altura de sus altas miras culturales ypolíticas. Demócratas de toda la vida, no se

cansaban, naturalmente muerto el tirano, de criticarel hecho de que la dictadura hubiera hecho delfútbol el epicentro de la vida intelectual y socialde los españoles, por lo que la suya iba a ser unatelevisión exquisita, que iba a asombrar al mundopor la calidad de sus contenidos y la alturahumanista de sus miras.

Al final, la fórmula que Juan Cueto empaquetóa los suscriptores fue bien simple: fútbol, toros yporno duro los viernes noche, es decir, el viejopanem et circenses: la España del cuerno cañí; elfútbol como elemento de alienación colectivaporque así convenía al bolsillo del amo, y esesublime detalle del porno, porque el negocio es elnegocio, y a ese business no le hacen ascos ni losmuy católicos socios de Polanco en Canal Plus,gente tan devota como el banquero Emilio Ybarra,porno duro, durísimo, los viernes noche, donde lamujer desempeña el papel de mero objeto sexual,desagüe de los flujos seminales del macho, para

ilustrar la vocación feminista de un grupo quealardea de ser el abanderado de la liberación de lamujer.

A partir de la concesión de Canal Plus ya nohabía vuelta atrás para Prisa. Seguramentetampoco la hubieran querido de haber tenido laposibilidad de deshacer el camino andado. Antesal contrario, tanto El País como la SER seentregaron en cuerpo y alma a la defensa de lacausa felipista, sin mostrar el menor rubor a lahora de traspasar las fronteras de la éticaperiodística cuando de intoxicar y manipular a laopinión pública se trataba.

Se demostró, en el caso de la SER, con ladivulgación en antena de las conversacionestelefónicas privadas, el 25 de abril de 1991, entreJosé María Benegas, Germán Álvarez Blanco yFernando Múgica, todos ellos miembros delPSOE. ¿Qué era aquello? ¿Polanco contra elPSOE? Al contrario. Polanco utilizó aquellas

conversaciones para dañar la posición de AlfonsoGuerra y favorecer la de Felipe González.

En El País se demostró igualmente con ocasióndel caso Ibercorp. Fue aquel un escándalo quemarcó el inicio de la lenta descomposición delfelipismo y el principio del fin de un régimen convocación de PRI. La importancia cualitativa deIbercorp, por encima de otros casos igualmenteescandalosos, reside en que gracias a él quedó aldescubierto la «quinta columna» del dinero que,complaciente, se había metido en la cama con elfelipismo. Una cierta burguesía ilustrada, lallamada «biutiful pipol», emparentada con losperdedores de la Guerra Civil, que décadasdespués se había hecho fuerte en un Banco deEspaña convertido en el único centro emisor deideología económica existente en el país, quedó depronto con sus vergüenzas al aire, descompuesta,rota, y con ellos todos los millonarios que sesentaban en torno a Polanco y que acudían

regularmente de visita a «La Bodeguilla».En la memorable tarde del 12 de febrero de

1992, día en que Casimiro García-Abadillo yJesús Cacho habían hecho estallar el caso Ibercorpen El Mundo, Jesús Polanco y el millonariomexicano Plácido Arango, dueño de la cadenaVips, pasaron la tarde reconfortando a su amigoMariano Rubio y ayudándole a redactar una notade prensa que, como no podía ser de otro modo,era de enérgico desmentido. Imaginar a Polancodesempeñándose aquella tarde como jefe deprensa de Rubio es una de las cosas másdivertidas de la historia del felipismo.

Naturalmente, El País ignoró la noticia durantedías, para después negar en redondo su veracidad.Pero hizo más: bajo la dirección de JoaquínEstefanía publicó a toda página los textos de unaconversación telefónica obtenida por eldemocrático sistema de «pinchar» el teléfonoparticular del domicilio de Cacho, hecho

denunciado oportunamente en el juzgado, y lo hizo,a sabiendas de su ilegalidad, con el objeto dedefender a Rubio y desacreditar ante la opiniónpública al autor de la información.

La transcripción de esa conversación eraabsolutamente irrelevante desde el punto de vistade la veracidad o no de lo publicado, pero eso noimportaba. Tampoco el grave atentado a laintimidad y a la inviolabilidad del domicilio delinformador. Se trataba de dañar el crédito delperiodista, en una golfería sin precedentes en laprensa europea seria, de la que el periódico dePolanco, adalid de las libertades individuales, nose disculpó jamás ante sus lectores.

Las cintas con las conversaciones de Cachoestuvieron durante semanas sobre las mesas de losdespachos de varios ministros del Gobierno.Ninguno se acercó a un juzgado a denunciar talviolación de la ley, obra, casi con toda seguridad,del Cesid.

* * *

La presencia del felipismo en los medios decomunicación se había hecho apabullante conmotivo del llamado «pacto de los editores»suscrito a partir de 1991 por el Grupo Prisa, elGrupo Zeta, el Grupo Godó y Conde/Banesto,pacto que resultó decisivo para que FelipeGonzález volviera a ganar las elecciones generales(adelantadas por culpa del caso Filesa) de juniodel 93, «porque era lo que más convenía anuestros intereses», en majestuosa frase de MarioConde[10].

A quien convenía de verdad era a un Polancoacostumbrado a no dar una puntada sin hilo. Eleditor, en efecto, se cobró, y por anticipado, suapoyo electoral del 93 con dos favores gloriosos.A Mario Conde, en cambio, le pagaron aposteriori: el 28 de diciembre de ese mismo año le

barrieron de un manotazo de la presidencia deBanesto.

Primer favor polanquil: la ley reguladora delIVA, de 28 de diciembre de 1992, seis meses antesde las aludidas elecciones, colocó a losdescodificadores de Canal Plus un IVA reducidodel 6 por ciento, pensado únicamente para losproductos de primera necesidad tanto en Españacomo en la inmensa mayoría de los países de laUnión Europea.

Segundo favor polanquil: tres meses antes dela cita electoral, el Boletín Oficial del Estadopublicó la Ley de Telecomunicaciones, de la quehabían desaparecido misteriosamente las normasque regulaban los descodificadores y quefiguraban en el proyecto de real decreto que elGobierno había sometido a dictamen delcorrespondiente Consejo Asesor el 15 de marzo de1993. Apenas cuarenta y ocho horas antes de supublicación en el BOE, y por arte del liberalizador

Borrell, desaparecieron del texto legal los últimospárrafos de los artículos 28 y 32 de la ley, en losque se conferían todas las competencias alentonces ministro de Obras Públicas. Resultado:los descodificadores seguían careciendo deregulación en el ordenamiento jurídico español,creando con ello una situación de alegalidad. DonJesús Polanco podía seguir haciendo de su CanalPlus un sayo.

Casi cuatro años después, cuando, en enero de1997, el Gobierno Aznar anunció su intención deelaborar un reglamento que permitiera el usocompartido de los descodificadores entre CanalSatélite, Vía Digital y cualquier otro potencialsuministrador de televisión por satélite, Polancomontó en cólera, puso en pie de guerra a su grupoy afines y realizó, hablando en el pluralmayestático privativo de las grandes dignidades,aquella tremenda advertencia de ofuscadociudadano Kane: «No toleraremos un abuso de

poder a nuestra costa, aunque nos cuestecarísimo».

El regalo más escandaloso, con todo,efectuado por el Gobierno de González enagradecimiento al decisivo apoyo prestado porPolanco en las elecciones generales del 6 de juniodel 93 tuvo lugar, calentito calentito, apenas cuatrodías después de la consulta, el 10 de junio, cuandoel ministro de Economía Carlos Solchaga firmó laorden de concesión al Grupo Timón, cabecera delholding Polanco, del régimen fiscal de entidad«consolidada» en lugar del de «transparente», loque significaba una rebaja automática del tipoimpositivo a aplicar desde el 56 por 100(transparente) al 35 por 100 (consolidada).

La decisión de Solchaga significaba para laHacienda pública dejar de ingresar miles demillones de pesetas en impuestos del GrupoTimón, millones que automáticamente pasaban aengrosar las arcas de don Jesús Polanco Gutiérrez

y sus socios. Medida tan escandalosa hapermanecido en el más absoluto de los secretoshasta bien entrado el año 1999 ¿Alguien seextraña, ahora, de que Carlos Solchaga hayaterminado trabajando en el Grupo Prisa?

Galbraith, en su libro Anatomía del poder,responde a la pregunta de «¿qué es el poder?»echando mano de una definición de Max Weber:«Poder es la posibilidad de imponer la propiavoluntad al comportamiento de otras personas». Esdecir, cuanto mayor es la capacidad para imponeresa voluntad y conseguir los objetivos, mayor es elpoder. ¿Cabe mayor demostración de poder que lade un señor que es capaz de lograr que unGobierno —de un país que figura entre los diezmás desarrollados del planeta— perjudique losintereses públicos para favorecer otrosparticulares?

«Rosebud» fueron las últimas palabras del«ciudadano Kane», el magnate de la comunicación

con el que Orson Welles llevó al cine la figura deltodopoderoso William Randolph Hearst. Polanco,menos poético pero más práctico, ha soltadotambién su frase lapidaria: «Me escandaliza que senos acuse de haber hecho negocios gracias alPartido Socialista…».

«Durante los casi catorce años de Gobiernosocialista —aseguraba la revista Época el 8 demarzo del 99— no existe conocimiento en la basede datos del Ministerio de Economía (BDN) deque se haya practicado ninguna comprobación,consulta o inspección fiscal a Polanco, sus socioso su grupo empresarial». Ni una sombra de dudasobre la gestión de un grupo integrado por 250empresas. Millones de españoles minuciosamentesometidos a la lupa de la Administración fiscal,mientras el señor Polanco, dueño de una red deempresas opaca y compleja cuyas ramificacionesse extienden a paraísos fiscales, campea a susanchas.

* * *

Se acercaba el año 1996 y don Jesús Polancono quería irse de vacío ante la inminencia de uncambio de Gobierno, de modo que puso de nuevoa trabajar a su gente. Los resultados no pudieronser mejores. Tres meses antes de las elecciones demarzo de 1996, y en virtud de dos leyes (satélite ycable) aprobadas simultáneamente por elParlamento en diciembre de 1995, la televisiónpor satélite dejó de ser servicio público, mientrasque la televisión por cable quedó incluida endicho concepto de servicio público. ¿Alguien loentiende?

No, si no repara en el detalle de que paraentonces el Grupo Polanco tenía en marcha unambicioso proyecto empresarial con doblehorquilla. La primera, la televisión digital porsatélite, requería la ausencia de cortapisas legales:

¡fuera el concepto de servicio público! Lasegunda, la televisión por cable, precisaba de unacuerdo con Telefónica para explotar su red decable en régimen de monopolio: ¡bienvenido seaentonces el concepto de servicio público! Unabrillante casualidad, aunque ya se sabe que lacasualidad es para quien la trabaja.

Pero el clímax del compadreo entre Gobiernoy el grupo empresarial llegó apenas dos días antes,dos, de las elecciones del 3 de marzo de 1996, esdecir, el primero de marzo de 1996, día en que elConsejo de Ministros adoptó un acuerdo,publicado en el BOE del 29 de marzo, por el quese aprobaba la operación de concentración entreTelefónica y Canal Plus.

Para comprender el alcance de esta decisiónhay que referirse al pacto secreto que había sidofirmado el 26 de julio de 1995 entre la Telefónicade Cándido Velázquez y el grupo Polanco, acuerdoal que ni siquiera pudo acceder en su integridad el

Tribunal de Defensa de la Competencia.La dimensión real de este atropello no se

entendería sin una breve reflexión: Cuando sehabla de una red de cable se engloban en ellacuatro elementos básicos: la red en sentido físico,los contenidos, el sistema de descodificación y elservicio de atención al abonado. En el acuerdoentre Telefónica y Canal Plus, la operadora, unmonopolio plenamente controlado entonces por elGobierno, se reservaba la red, pero la ponía adisposición de un grupo privado como Canal Plus.Y, además, ponía a su disposición el resto de loselementos. Lo cual significaba, en primer lugar,que Telefónica (el Gobierno socialista) elegíacomo proveedor a Canal Plus y lo nombraba jefede compras, con el evidente perjuicio para el restode las empresas programadoras y con el privilegiode disponer de sus 2.500 millones de pesetasdiarios de cash-flow. En segundo lugar, queTelefónica, una empresa poblada de ingenieros de

telecomunicaciones y sobrada en muchos aspectosde tecnología punta, cedía al Plus todas lasdecisiones sobre el sistema de descodificación. Y,en tercer lugar, que la operadora, con casi 16millones de abonados, cedía también ni más nimenos que el servicio de atención al cliente,elemento básico para la fidelización de laclientela.

Ningún Gobierno en la historia de lademocracia se había atrevido a poner unmonopolio público a disposición de un grupoprivado.

Además de regalar a Polanco la red de cablede Telefónica, el Gobierno González hizo otro granobsequio, otra operación final de «bloqueo» deamigos ante la llegada del PP: el pacto suscritoentre Endesa y el BCH o, dicho de otra forma, elintento de fortalecer la delicada situación del BCHcon el respaldo financiero de Endesa. De golpe yporrazo, la eléctrica pública pasó a hacer el papel

del «primo de Zumosol» del banco presidido porJosé María Amusátegui.

Naturalmente, en cuanto Martín Villa llegó a lapresidencia de Endesa se dio cuenta de la enormehipoteca que para la eléctrica suponía un acuerdoen el que poco o nada tenía que ganar y sí muchoque perder, porque al final todo se reducía afilializar Endesa y poner su enorme cash-flotu adisposición del BCH.

La brutalidad de lo relatado, suficientementeconocido, por otro lado, por las elites del país, hallevado a muchos a preguntarse por la verdaderanaturaleza de las relaciones entre Prisa y PSOE, oentre PSOE y Prisa, dos personas distintas y unsolo afán verdadero. ¿Realmente se trata, con serescandaloso, de un simple acuerdo de socorrosmutuos entre un Gobierno y un grupo empresarialprivado, un do ut des centrado en la concesión dedeterminados favores políticos a cambio decobertura y apoyo informativo, o estamos ante algo

más profundo y mucho más serio? La relación, encualquier caso, es tan estrecha que mucha genteparece obsesionada por uno de los misterios másllamativos de nuestro tiempo: ¿es el PSOE dePrisa, o es Prisa del PSOE? Cabe la posibilidadde que Prisa sea, en todo o en parte, propiedad nodel PSOE, sino de Felipe González.

Ocurrió poco antes de que Pío Cabanillasjunior dejara el Grupo Prisa. Polanco ofreció unfestejo en el hotel Santo Mauro de Madrid, unacelebración bastante restringida, con cóctelincluido. Deambulando andaba Jesús Polanco porlos salones con una copa en la mano cuando seacercó a Pío:

—Pío, ¿conoces a Felipe?—Pues no, no lo conozco.—Ven, que te lo voy a presentar.Y agarrándolo por el antebrazo, con esa forma

campechana que el editor despliega cuando está ensu salsa, como si quisiera llevarlo a rastras, lo

condujo, jovial, hacia un grupito donde seencontraba charlando Felipe González, que sevolvió para recibir a la pareja:

—Mira, Felipe, te presento a Pío Cabanillas,hijo de Pío Cabanillas.

—¡Hombre, nunca imaginé que pudiera tener aun Pío Cabanillas trabajando a mis órdenes!… —dijo, textual, González.

Cabanillas, aturdido por lo que acababa de oír,replicó transcurridos unos segundos queparecieron años:

—Es que no lo tienes, porque yo no trabajopara ti…

Polanco no abrió la boca, no protestó, noironizó. Ni siquiera trató de quitar hierro a frasetan contundente. Polanco lo aceptó como si de unhecho consuetudinario se tratara, como si Felipe,en efecto, fuera el patrón de Prisa.

El misterio del huevo y la gallina. ¿Qué fueprimero, el PSOE o Prisa? ¿Quién manda ahí?

¿Quién es el capo de esa brillante entente? Un tipotan lenguaraz y desvergonzado como PérezRubalcaba fue capaz de decir que «El País no esdel PSOE; es el PSOE el que es de El País», unaidea que podría ser algo más que un juego depalabras.

* * *

Cuando el Partido Popular ganó por estrechomargen las elecciones del 3 de marzo del 96, Jesús«von» Polanco era ya dueño del imperio mediáticomás diversificado de España. El proyecto que treshombres, José Ortega, Carlos Mendo y DaríoValcárcel, alumbraron con una idea de pluralidad,había quedado reducido al negocio de un hombreconvertido en uno de los más ricos del país y,desde luego, en el más influyente.

Con todo, en la impresionante deriva de JesúsPolanco en los últimos veinte años de vidaespañola hay algo más que casualidad o favorespolíticos. «Yo le eché el ojo en cuanto lo vi —asegura Darío Valcárcel— ¡joder!, me dije, aquíhay un tío con futuro. Me pareció un hombre denegocios dispuesto a todo, dotado de unaextraordinaria inteligencia natural y una grancapacidad de organización. Con limitacionesclaras en el orden intelectual. Por ejemplo, esincapaz de teorizar, seguramente porque lo suyonunca ha sido la teoría y sí la práctica. JesúsPolanco es, en efecto, un hombre terriblementepráctico, ejecutivo, sagaz».

En el fondo, el imperio Prisa es un one manshow en la terminología yankee, un conjunto desociedades que son criaturas de Polanco, unimperio personalista para el que la desapariciónde su fundador sería un drama, y ésa es una de lascríticas que se le pueden hacer al cántabro: que no

ha organizado su sucesión, que no tiene un delfínclaro, por mucho que todo el mundo apunte con eldedo a su sobrino Javier Díez Polanco.

Rodeado de un equipo de pigmeos aparentes yde colaboradores tan oscuros como sumisos, hasido capaz de poner en pie una organización tansólida como eficaz. El grupo montado en suderredor es un acorazado con un poder de fuegotemible, un aparato que funciona como un rodillocontra todo aquel o aquello que osa oponérsele.

¿Qué es capaz de hacer Polanco al frente de sudisciplinado ejército? Absolutamente todo lo quesea menester para seguir detentando la gran cuotade poder de que ha dispuesto con el felipismo. Elcántabro sabe que hay una frontera muy tenue quesepara la legalidad de la ilegalidad, una delgadalínea traspasada la cual está el delito; pues bien,sin salirse un ápice de esa línea, pero llegandojusto hasta el borde del precipicio, Polanco estádispuesto a todo, a transgredir lo que sea menester,

a ir a por todas sin ninguna clase de escrúpulos,apartando a manotazos, sin compasión, a quienesse interpongan en su camino.

«¿Polanco ha matado? ¿Ha asaltado la caja delBanco de España? Pues no; no ha hecho nada queno hayan hecho los demás, sólo que de una formamás lúcida y con mucha más vanidad, porsupuesto», asegura Valcárcel.

En torno a Jesús Polanco, como hombres deverdadera confianza, se encuentra su vieja guardia,en la que destaca Francisco Pérez González, elfamoso «Pancho», amigo y compañero desde elinicio en todas sus aventuras empresariales y unhombre sencillo que goza de muchas simpatíasdentro y fuera de Prisa («Es lo único que se salvade aquella casa», asegura un antiguo accionista). Ala misma altura en orden de importancia, unpersonaje como Matías Cortés, que figura porméritos propios entre los mayores intrigantes delReino, un abogado y catedrático de Derecho que

sabe muy poco Derecho, detalle sin importanciaporque lo suyo es otra cosa, algo indefinible, o notanto.

Matías, inteligente, mordaz, cínico hasta laextenuación, ha sido siempre un «conseguidor» alestilo de «Rafansón», pero con mucho más«coco», un tipo que va y viene, come todos losdías en Jockey, tira de teléfono, siembra el campode minas y luego vende los planos para podercruzarlo sin pisarlas, cuando no se ocupa enpensar maldades que luego sus segundones seencargan de pergeñar en sus aspectos legales.

Es un especialista en todo tipo de operacionesde lobby, un maquinador que a lo largo de su vidaha compartido los secretos de gente tan variopintacomo José María Ruiz-Mateos, Mario Conde,Domingo Solís, Ignacio Coca o Javier de la Rosa,aunque sólo ha sido realmente fiel a un hombre,Jesús Polanco, el asidero que sabe de sobra nuncadeberá soltar si quiere seguir con vida en el

proceloso mundo plagado de víctimas que escoltansu camino. Con ser tantas sus habilidades, todoslos grandes clientes de Matías Cortés han acabadocon problemas. ¿Será ése el destino de Polanco?

El último gran «fichaje» de Matías Cortés, ungranadino de humor finísimo, tan peligroso comodivertido cuando no está «al tajo», con tendencia,más que a la obesidad, a los grandes volúmenes,es el polémico Jesús Gil y Gil. En torno a Gil y al«abogado» Rodríguez Menéndez, un pájaro quemuchos consideran un simple peón de brega deMatías para cierta clase de trabajos, el gran Cortésha empezado a mostrar una cara desconocida einquietante.

En la vieja guardia de Polanco también figura,por derecho propio, Ricardo Díez Hochtleiner,«Jolines», ex alto cargo del Ministerio deEducación franquista, ahora una marioneta alfrente del Club de Roma, vinculado al editor desdefinales de los sesenta y que tanto tuvo que ver en

su fortuna.En la «guardia mora» de Polanco habría que

incluir a una serie de personajes oscuros quegarantizan la marcha del Grupo Timón y que estánlejos de toda notoriedad. Hay, a continuación, unsegundo círculo de gente en torno al jefe, círculomenos duro que el de «Pancho», menos íntimo, unasegunda línea más coloquial y discreta, gente másjoven e inteligente, situada en el entorno de loscincuenta años, entre los que figuran Jaime Ferrús,Juan Cueto y José B. Terceiro, un hombreimportante y de talento que —otra curiosidad de lacuadra Polanco— es del PP hasta los tuétanos.

Dicho lo cual, llega la sorpresa: para muchagente, Juan Luis Cebrián no figura en ninguno deesos círculos. Tres personas distintas que hantrabajado a su lado durante años han extraído otrastantas características definitorias de lapersonalidad de Cebrián, «un necio convertido encapataz de Jesús Polanco», según definición de

Darío Valcárcel:

1. Es un hombre menor, en el más ampliosentido de la palabra.

2. Es un ignorante, incapaz además deaprender y de estudiar, por lo que suelerodearse de intelectuales discretos quenunca puedan poner en peligro suentramado.

3. Es un hombre todo rencor y todovanidad. Un personaje mediocre y llenode complejos, como el de no haber ido ala Universidad.

Las tres, con todo, parecen apuntes muysesgados, producto del deseo de revancha de unoso de la envidia de otros, y que en ningún casocompletan la personalidad de un hombre que fuecapaz de poner en marcha, con todas las ayudasque se quieran, cierto, un proyecto como el deldiario El País.

Con Juan Luis Cebrián convertido en el jefe demáquinas, el contramaestre de un proyectodestinado a atesorar más poder e influencia queningún otro en la historia de España, JavierBabiano, desempeñó durante la primera mitad deesta historia el papel de meticuloso gerentedispuesto a cuadrar las cuentas.

Babiano fue «el tercer hombre» de Prisadurante años. Tipo sensible, inteligente y bieneducado, sólo él podía haber rescatado al GrupoPrisa de la deriva a la que lo estaban conduciendolos rencores de Cebrián. Pero cometió la osadíade enfrentarse a éste, seguramente a destiempo,por la primogenitura de Polanco. Ganó Cebrián, yBabiano fue condenado a galeras. Una derrotalamentable para una persona apreciada por casitodos, cuya carrera ha ido de más a menos y que,al final, ha terminado siendo «recogido» de nuevopor el Grupo Prisa.

* * *

A la sombra de Cebrián se cobija uno de lostipos más oscuros que ha dado este país en lasúltimas décadas, Javier Pradera, íntimo amigo deFelipe González e ideólogo de la «casa/cosacomún», editorialista de El País y un hombre queconstantemente destila bilis por los acantilados desu pluma.

La peripecia vital de Javier Pradera esproducto de un trauma, del drama familiar vividode niño con la Guerra Civil, y ese abueloasesinado, paradigma de la derecha española másrancia, Víctor Pradera, y ese padre ingeniero, hijoprimogénito del conde de Pradera, asesinadotambién por una izquierda mitad anarquista mitadcomunista de San Sebastián, un padre que no hacíapolítica pero que pasaba por allí con su apellido acuestas, pobre víctima propiciatoria, pagano de

una barbarie que fue capaz de atar el uno al otro,padre a hijo, hijo a padre, antes de fusilarlos en lacárcel de Ondarreta, un drama al que no pudoescapar la abuela, llamada «doña María la Brava»por su apasionamiento, y tampoco el nieto, JavierPradera, Praderita de mi corazón, ánima en íntimoy permanente peregrinaje en busca de unaexplicación, una respuesta a aquella carta que elpobre padre le dejó escrita, apenas dos añitos, yque ha presidido como estrella polar sus peorespesadillas, tal que la obsesiva necesidad deencontrar culpables entre los que apoyaron yfinanciaron el alzamiento de Franco, responsablesúltimos del asesinato del padre, los Luca de Tena,Prensa Española, y el odio africano al ABC, laobsesión con el ABC y con Luis María Ansón,entre otros.

Obsesión que roza la paranoia, estigmafreudiano de un hombre en el fondo traicionado así mismo que, prisionero de un trauma infantil, se

sabe cogido en las redes de una ideología rancia,en las costuras de un traje viejo del que le hubieragustado escapar, porque, disipado con la edad elresentimiento contra sus propios orígenes, en elfondo se siente un hombre mucho más centrado delo que sus soflamas estalinistas pudieran indicar,en el fondo se percibe un hombre de centro, si meapuran del centro-derecha, si me obligan a decirlodiría que al hijo de Carmen Gortázar le hubieragustado jugar un rol como el que ha jugado suprimo Guillermo en el PP, le hubiera gustado almenos tener la capacidad, la libertad, el valor dehaber evolucionado de acuerdo con sussentimientos más profundos, y de ahí el individuomartirizado, el tipo atormentado que destilatoneladas de mala baba en sus escritos, el hombrea disgusto dentro de su propia piel, sabedor de queya es demasiado tarde para cambiar de bando,demasiado tarde para evolucionar, la guerra deltiempo, que tampoco perdona, le ha cogido en la

trinchera de Polanco, alea jacta est, ya esdemasiado tarde para todo salvo para seguirganándose las alubias defendiendo los dineros ylos negocios de un hombre al que secretamenteaborrece.

Hace tiempo que Pradera firmó su rendiciónincondicional, moralmente castigado por el dramade saberse defensor de una ideología, de unpartido y de un líder que han traicionado susmejores aspiraciones enfangándolas en el barro dela corrupción y el crimen de Estado. Físicamentemuy cascado, el ideólogo de Prisa se irá a latumba con la certidumbre del fracaso, envuelto enel sudario de su condición de peón de brega,mandao de Cebrián y palafrenero de Polanco. Sictransit.

Con el riñón averiado, sí, pero con el hígadobien forrado por las gabelas de Jesús Polanco ylos consejos de administración de empresas delGrupo de los que forma parte, que el amo sabe

pagar muy bien a sus leales, de manera que estepatético Beria del felipismo no defiende gratía etamore las posiciones de los felipancos, nada deromanticismos, antes al contrario, lo hace desde ladefensa de sus intereses personales, los jugos desu bolsillo, los dineros de sus consejos deadministración, y es que los «extremeños» setocan, se abrazan, ¡porca miseria!, los ágrafosPolancos y los ilustres Praderas, unidos al finalpor el cordón umbilical del dinero.

De manera que, cuando Pradera insulta tanalegremente a diestro y siniestro, lo hace de formaaséptica, como una obligación, parte de su trabajodiario, cumpliendo lo que se espera de sucondición de «mantenido» de Polanco. Para eso lepagan, y muy bien, dicho sea de paso.

Cebrián y Pradera serían lo que Etienne de laBoétie, íntimo amigo de Montaigne, en suDiscurso sobre la servidumbre voluntaria, llama«los chulos del tirano». Los tiranos nunca

gobiernan solos. El poder nunca es de un hombresolo, de modo que para que el tirano puedagobernar necesita de dos, cinco o diez hombressituados en primera línea, sentados a la diestra delpadre, al lado del poder, como encargados deejecutar sus decisiones, prestos siempre a crear elambiente social necesario para que se acepten máso menos resignadamente.

Fue Cosme de Médicis en la Florencia delsiglo XVI quien llevó a la Administración públicalos criterios que aplicaba a la administración desus empresas. Y fue en la empresa privada dondesurgió la frase de que «el fin justifica los medios».El éxito del negocio disculpa los métodos que sehayan utilizado para alcanzarlo. Cosme de Médicistrasladó la ética mercantil a la política, al todavíaincipiente Estado, a la Administración pública,confundiendo su negocio privado con el público,con el Estado. Y transformando a los tradicionales«chulos del tirano» en «chulos del Estado».

Así nace la razón de Estado y el secreto deEstado, como una traslación de lo privado a lopúblico. En los negocios del tirano, el secretoestaba justificado. A partir de Cosme de Médicis,en el Estado también.

Cebrián y Pradera, fundamentalmente, han sidolos «chulos del tirano» que, a partir del año 1985,se convierten en «chulos del Estado»,identificando Estado con felipismo (de la mismaforma que los Girón, Solís Ruiz y demás familiafueron los chulos del franquismo) y confundiendolos intereses del felipismo/Estado con los dePolanco, porque todo lo que redundaba enbeneficio del Régimen redundaba en favor dePolanco, y por eso quienes se oponen a esa visiónmedieval de la Historia están, según ellos, fuerade juego, se sitúan extramuros del sistema, «quiense me enfrenta tiene que irse de España», que dijoPolanco, quien me hace frente no es nadie, nocuenta, está muerto, y si no lo está hay que

desacreditarlo y destruirlo.Desde el punto de vista de quienes sospechan

que Felipe González es algo más que un amigo dePrisa, Juan Luis Cebrián sería simplemente sutestaferro en el grupo, el hombre del PSOE enPrisa, mientras que Alfredo Pérez Rubalcabaactuaría de enlace, de go-between, de «liberado»entre ambas partes. Lo cual, como es lógico,convertiría a Cebrián en un intocable dentro delGrupo Prisa, que es exactamente lo que es, unintocable, razón por la cual no tienen la menorverosimilitud los rumores que, de cuando encuando, inundan el patio madrileño hablando de suinminente caída en desgracia. Polanco,sencillamente, no puede tocar a Cebrián, un tipoperfectamente apoyado y mantenido para hacer eltrabajo sucio que «el otro» no quiere hacer.

Polanco y Cebrián. He ahí un dúo mortal denecesidad, responsable en gran medida de todo lomalo que, en el orden de la perversión de los

valores democráticos, ha ocurrido en España enlas dos últimas décadas. Cebrián es un tipo listo,bastante más inteligente que Polanco, aunquePolanco es mucho más astuto que Cebrián. Másculto Cebrián, más tete a terre Polanco. Másrefinado Cebrián, pero con mucha más visión parael negocio Polanco.

Cebrián no es un escritor, ni un periodista: esel «chulo» de una empresa que no es propiamentedel Estado, porque su dueño se apellida Polanco,pero que hace las funciones ideológicas deempresa estatal. Como negocio de comunicaciónque es, Prisa es responsable de la producción deideología para consumo diario. Es El País el quecrea esa ideología que luego difunden lastelevisiones y las radios sin saber muy bien dóndese ha creado, y quién, por control remoto, las hamanipulado. De esa ideología se hacen eco inclusomedios aparentemente enemigos de Prisa (caso deldiario El Mundo y la cadena COPE), dispuestos a

veces a sumarse a determinadas campañas y avoltear en sus medios historias, opiniones,comportamientos, pautas, en definitiva, ideología,que, al final de la cadena, han producidopseudointelectuales como el citado Cebrián oHaro Tecglen o Javier Pradera…

Esa capacidad para convertir en colectivaspautas de comportamiento y pensamiento privadasconstituye, sin duda, el mayor éxito del GrupoPrisa.

* * *

«Algunos ingenuos dicen que Prisa esprogubernamental —se oía decir con frecuenciaantes de marzo del 96—, y se equivocan, porquePrisa es el verdadero Gobierno. Los actualesgobernantes pasarán y Prisa seguirá siendo el

verdadero Gobierno».Según Antonio García-Trevijano, el hombre

que estuvo en un tris de apoderarse de El País, lagente suele olvidarse de una premisa fundamental,y es que «los intereses de Polanco no sonpolíticos, sino económicos. Y como tales intereseseconómicos, son permanentes, mientras que los deFelipe González (no hay otros en el PSOE que lossuyos) son efímeros, como efímera es su propiapersona. Y por lógica vencen siempre los interesespermanentes».

Pero si el PSOE no es, hoy por hoy, más queGonzález, Prisa es mucho más que Jesús Polanco.Prisa es Polanco y lo más granado de capitalismoespañol, fundamentalmente la gran banca. Prisason los March, los Ybarra, los Botín, lasKoplowitz, los Amusátegui, El Corte Inglés… Ylos satélites que giran en torno a ésos planetas,todo el conjunto de intereses que se mueve en suderredor. De modo que Prisa, más que un grupo

empresarial, es, por encima de todo, el Sistema, elSistema nacido de la transición y nucleado entorno a un eje compuesto por Polanco abajo,Felipe González en el centro y el Rey Juan Carlosarriba. Un Sistema mucho más fuerte, máspermanente, más duradero que una persona.

Un hombre como Emilio Botín, que a fuer dederechas es casi de extrema derecha, es, sinembargo, uña y carne de Polanco. ¿Qué decir de unEmilio Ybarra que, en plena refriega digital con elGobierno Aznar, se avino a patrocinar un sarao deEl País en Bruselas? «¿Cómo se atreve el BBV adesafiar al Gobierno Aznar de esta forma? —sepreguntaba a primeros del 97 uno de los«fontaneros» de Moncloa—. Porque Ybarra creeque Jesús Polanco es un poder más sólido que elde Aznar —se respondía—, y porque sabe quepara el BBV es más peligroso estar enfrentado aPolanco que a Aznar».

Había dado en la diana. En la España de hoy

es mucho más arriesgado estar enfrentado a JesúsPolanco que al Gobierno legítimo de la nación. Es«la pirámide del miedo». En efecto, es evidenteque los ricos que participan como socios en losnegocios de Polanco lo hacen, dentro de unaestrategia empresarial, movidos por el afán debeneficio, pero esos socios, con ser los apellidosmas relevantes del capitalismo español, no dejande ser una minoría comparados con otros ricos,otros banqueros y otros empresarios que noparticipan como asociados de Prisa. Socios y nosocios, sin embargo, todos rinden la mismaembelesada pleitesía a Polanco, el mismo respetoentreverado de temor, el mismo miedo.

Lo cual no es casual. Es simplemente elresultado del perverso sistema de poder tejido porel felipismo, un régimen que hizo de la corrupcióny de la falta de respeto a la ley una forma de vida.En el gran río de los transgresores de la ley viajantodos los poderosos del país. Todos tienen algún

pecado, no digamos ya fiscal, que esconder. Ytodos tienen una precaución que tomar, unmandamiento que guardar: estar atentos a lo quedictamina el policía, el árbitro del Sistema, que noes otro que el grupo Prisa. Estar a bien con Prisaes estar a bien con ese Sistema. Quien desafía elpoder de Prisa y lo que Prisa representa se colocafuera del mismo y corre el riesgo de ir a dar consus huesos en la cárcel, caso de Mario Conde.Roldán, Mariano Rubio o el propio Conde son lasexcrecencias que el Régimen exhibe de cuando encuando como purgante.

Una tal pirámide del miedo sería imposible deimaginar en una verdadera democracia, con uncapitalismo rodado en una mecánica de siglos depermanente ajuste a la legalidad, de pesos ycontrapesos, porque en ese sistema de cumplidoresde la ley dejaría de existir el miedo, que es laargamasa indispensable que mantiene unido enEspaña el edificio de la adhesión a Polanco. El

miedo al «Big Bertha».Por el contrario, en un país donde casi nadie

cumple la ley es indispensable estar a bien con elpoder político (PSOE) que, en contra de susobligaciones, consiente esos incumplimientos ycon su brazo ideológico/mediático (Prisa), quepuede apuntar con el dedo a cualquiera de lostransgresores en un momento determinado.

El Sistema salta por los aires cuando quedauna sola esclusa, por pequeña que sea, sin taponar.Porque el empeño de los amos del Sistema porseguir manteniendo la ficción democrática dejaabiertas rendijas por las que a veces se cuela eldiscrepante, o aparece en escena un invitado conel que nadie contaba, un diario como El Mundo,dispuesto a poner patas arriba el edificio tanlaboriosamente tejido en casi catorce años decaudillaje mediático.

* * *

El choque con el Gobierno de José MaríaAznar era inevitable. Álvarez Cascos recuerda queuno de sus primeros actos, recién llegado a sudespacho en Moncloa (4 de mayo de 1996), fueacudir a la fiesta conmemorativa del 20aniversario de El País como un gesto de distensióny buena voluntad. «Este Gobierno empezó suandadura con gestos de amistad hacia todo elmundo, porque supongo que a nadie le gustaprocurarse enemigos de forma gratuita».

Polanco se dedicó en los primeros meses aenviar mensajes a aquellos ministerios que teníanque ver directamente con sus negocios. Así, afinales de mayo del 96 tuvo lugar un almuerzo enel Ministerio de Educación y Cultura, el corazóndel negocio Polanco, en el que Esperanza Aguirrey todo su equipo al completo oficiaron de atentos

anfitriones ante don Jesús, Juan Luis Cebrián,Javier Pradera, Javier Díez Polanco… El «núcleoduro» de Prisa, en suma.

Fue un encuentro amable e incluso cordial, notenemos nada contra este Gobierno, ¿cuáles sonvuestras ideas?, ¿qué pensáis hacer con esto?, ¿quécon lo otro?… Terminado el almuerzo, la ministracorrió a preguntar a uno de los secretarios deEstado presentes en el ágape:

—¿Qué te ha parecido?—Pues mira, Esperanza, tú sabes que éste es el

Ministerio de Polanco desde los tiempos de Villar:la cultura, la educación, la música, el deporte, elfútbol, todo eso es lo suyo, y claramente ha venidoa recordártelo y a decirte que «yo puedo hacer queusted triunfe ante la opinión pública, pero tambiénpuedo hacer que se estrelle si intentaperjudicarme».

Y para que se fuera enterando, las primerasandanadas desde El País contra «Esperancita»

fueron tremendas, hasta que «Esperancita»aprendió la lección y el grupo Polanco dejó deocuparse de ella, e incluso comenzó a tratarla congran deferencia.

Pero estaba claro que la entente no iba a serposible. Todo habría ido sobre ruedas si el PartidoPopular, en la perspectiva de llegar a gobernar,hubiera mostrado alguna disposición a pactar conel cántabro. Muy al contrario, a partir de la firmadel acuerdo entre Telefónica y Prisa que dio lugaral nacimiento de Cablevisión, el PP se dedicó aboicotear el negocio del cable en losayuntamientos de las grandes ciudades quecontrolaba. Fue un envite que estuvo a punto —cuando faltaba menos de un mes para laselecciones generales del 3 de marzo— de romperen dos el Partido Popular. Y es que Ruiz-Gallardón, la inversión a medio/largo plazo dePolanco en el PP, había decidido que Telemadridtomara una participación accionarial en citada

sociedad conjunta.La firma del pacto de constitución de

Cablevisión estaba prevista para el 9 de febrerodel 96, y la víspera Gallardón se mantenía en sustrece. Bien avanzada la noche del 8 de febrero,José María Aznar, en tensa conversacióntelefónica desde la sede del partido, lanzó unórdago al presidente de la comunidad madrileña:ese pacto no se iba a firmar. Y Gallardón seachantó.

Una orden en paralelo había salido de laséptima planta de Génova 13 con destino a lasalcaldías gobernadas por el PP: convocarconcursos para adjudicar al mejor postor laexplotación del cable.

Alberto ya le había hecho otro favor, que sesepa, a Polanco: la Dirección General deComercio de la comunidad autónoma teníaultimada una ley para prohibir la venta de bienesculturales en domingos y festivos. Pero ocurrió

que Gallardón, contertulio que fue de la SER antesde presidente regional, no había reparado en unpequeño detalle, y es que las tiendas Crisolvenden libros y discos precisamente en festivos,según una tradición que se remonta a los tiemposdel copain Joaquín Leguina, su antecesor en elcargo.

¿Qué pasó entonces? Que del decretoregulador que Carmen Caballero, directoraregional de Comercio, tenía listo sobre su mesa desu despacho nunca más se supo. Crisol siguevendiendo discos y libros los domingos, pese alenfado del pequeño comercio. Polanco mandamucho.

Si se compara la firmeza de la reacción deAznar ante Gallardón, con el paisaje que Polancopastoreaba antes del 3 de marzo del 96, larespuesta a lo que iba a ocurrir bajo un Gobiernodel PP estaba cantada.

Las relaciones de Polanco con el anterior

presidente de Telefónica, Cándido Velázquez,hubieran ruborizado al felipista más enragé: donJesús le llamaba por teléfono y le daba órdenescomo si de un empleado suyo se tratara. El propioCándido reconoció que Cablevisión había sidoalgo que le vino impuesto por Pérez Rubalcaba.Este Velázquez pintaba poco en la operadora.

Un señor que consiguió que un Gobiernopusiera a su disposición una red de cable como lade Telefónica, propiedad de todos los españoles,¿cómo iba a entenderse con el Gobierno que leestropeó la operación?

En el desencuentro entre el Gobierno Aznar yJesús Polanco no hay espacio para la discrepanciaideológica. Es una simple cuestión de dinero: nadade ideología; todo cuenta de resultados. Losideólogos de la «casa/cosa común» han tratado,naturalmente, de disfrazar el sabor a tocino ranciode esta realidad con la consabida invocación a«las libertades», un plato mucho más al gusto de

los exquisitos paladares de la vieja progresía.Pero no se puede hablar de «riesgo para laslibertades» cuando lo único que está en riesgo esla cartera del señor Polanco.

El relato de las tormentosas relaciones entrePrisa y el Gobierno Aznar es una historia que debegirar en torno al hilo argumental de los intereseseconómicos del editor. Por eso, la aparentecontradicción que subyace en el desacuerdo entreun multimillonario y un Gobierno de centro-derecha no es tal. Desde el día en que, con VillarPalasí en Educación, descubrió que se podía hacermucho dinero estando a bien con el poder, Polancono ha hecho otra cosa que vivir a la sombra de losgobiernos de turno (la doctrina del «puto»). A él leda lo mismo que un gobierno sea de derechas o deizquierdas: lo único que le importa es que sea ungobierno amigo, y si de «gobierno amigo» se pasaa «gobierno satélite», tanto mejor.

«Polanco está buscando un repuesto a Felipe

González, para hacer con él lo que hizo conFranco, con la UCD y con el PSOE: ganar dinero—aseguraba a mediados de 1996 un banqueromadrileño—. Y la desesperación que a vecesmuestra es producto de la dificultad de encontrarrecambio». Naturalmente, para quienes sostienenque Felipe es algo más que un buen amigo dePrisa, la cosa está clara: el cántabro estácondenado a seguir apostando por FelipeGonzález.

«Prisa es un proyecto franquista, no un grupoempresarial acostumbrado a competir encondiciones de libre mercado —sostiene unministro del actual Gabinete—, que debe sunacimiento a los favores de Robles Piquer, queutiliza a Díez Hochtleiner, que tira de Fragacuando Fraga manda pero que luego lo deja tiradocomo un kleenex, que luego se monta en el carrodel PSOE y que cuando pierde el PSOE se habríamontado en el del PP si le hubiéramos dado pie a

ello. Porque si en el 95 hubiéramos “tragado” y nohubiéramos decidido deshacer en losayuntamientos el acuerdo de Cablevisión, que fueel inicio de la pelea, ahora estaríamos sentados ala vera de Dios Padre y el Grupo Prisa estaríapastoreando al Gobierno Aznar como antespastoreó a otros gobiernos».

Por si algo faltara, entre Polanco y Aznarexiste una ausencia casi total de «química». Elmundo del editor, una de las grandes fortunasespañolas, ligado a las grandes casas, los barcosde recreo y demás parafernalia que distingue atodos sus amigos, los March, los Rodés, losArango, los Entrecanales… está en las antípodasdel mundo de un tipo austero como Aznar. Si,además, los segundos y terceros de Prisa conquienes trabaja proceden de la izquierda másrancia y resabiada y tienen su corazoncitoamarrado al muelle felipista, no hay más quehablar. Y el felipismo no es de derechas ni de

izquierdas: es un régimen.Con la racanería que caracteriza sus

formulaciones teóricas, también el gran Polanco haintentado acompasar los intereses de su bolsillocon los de su corazoncito político, dejando aldescubierto ese argumento mostrenco que tantosfelipistas interiorizan según el cual, el hecho deque la derecha les haya desplazado del poder noes sólo una anomalía, sino una profunda injusticiahistórica, porque después de tantos siglos en lascatacumbas sólo a ellos corresponde estar en elmachito.

Para Antonio García-Trevijano, «el error dePolanco (hombre más astuto que inteligente) hasido creer que él es el único poder real en Españay que puede hacer y deshacer gobiernos. Seequivocó cerrando todas las puertas a Aznar en laoposición, y ahora no tiene más ilusión que tumbara Aznar. Polanco es el niño enrabietado al que lehan quitado el juguete. Su operación ha fracasado

y piensa que, de la misma forma que acaba consecretarios de Estado, “funde” ministros o llevajueces al banquillo, tiene poder suficiente paratumbar a Aznar, algo que le encantaría, pero no porun prurito ideológico, sino para seguir ganandodinero, porque cree que Felipe o un sucedáneosuyo es una inversión más rentable que Aznar».

No falta quien opina que la lógica del capital ydel dinero acabará por imponerse, de modo que siel PP volviera a ganar las elecciones generales del2000 y el PSOE siguiera escatimando suimprescindible renovación, Polanco se entregaríaal Gobierno conservador con el mismo entusiasmocon que antes lo hiciera con Felipe. ¿Una cuestiónde tiempo?

* * *

Desde la llegada del PP al Gobierno, y con unPSOE sometido a los vaivenes de una profundacrisis interna, el Grupo Prisa se ha erigido en elsponsor parlamentario del Partido Socialista,hasta el punto de existir una perfecta correlaciónentre las portadas de El País y las iniciativasparlamentarias del PSOE.

Con el PSOE en la oposición, el hombre quese ha batido la cara por Prisa con singular denuedoha sido Alfredo Pérez Rubalcaba, y lo ha hechocon tal convicción, con tal entusiasmo, que ni elhombre mejor pagado por Polanco hubiera podidoigualar su labor. Rubalcaba, como tantos otros,tuvo una etapa de aprendizaje muy intensa enEducación, que es el origen, la fuente nutricia de lafortuna de Polanco. Todos sus grandes«servidores» han pasado por ese Ministerio.

Prisa se ha convertido, por lo demás, en «casade acogida» de destacados felipistas en paroocasional o forzoso. El último caso ha sido el del

ex jefe de seguridad de La Moncloa con González,el policía Salvador Florido, en una muestraempírica de la interrelación existente entre ambosorganigramas.

Florido había sido el responsable del montajedel sistema de seguridad de Moncloa, de modoque a la llegada de Aznar se convino en que lo máslógico era que siguiera al frente del aparato que élmismo había montado. Con el paso de los meses,sin embargo, se fueron detectando curiosasfiltraciones que siempre terminaban por enseñar laoreja en los aledaños de Polanco y su grupo, demodo que, en un determinado momento, elvicepresidente Cascos le recomendó cambiar deaires.

Para Florido, las alternativas no eran muchas:o hacerse cargo de la seguridad de una empresaprivada o vuelta a una comisaría de Policía. Tiróentonces de teléfono y pidió ayuda a «tito» Felipe.Pero González ya tenía el puesto cubierto, porque

en mayo del 96 se había llevado consigo a sudespacho de Gobelas a Francisco («Paco») Arias,que era su jefe de seguridad personal y de sufamilia. No importaba: «tito» Felipe llamó aPolanco y rápidamente lo colocó en Prisa. Paraque su dicha fuera completa, Florido, unperfeccionista en su trabajo, gran profesional, sellevó de Moncloa a su secretaria. Para sustituirloaterrizó en Moncloa Javier Ara, un mando de laGuardia Civil.

Si Polanco hace eso por un extraño, ni quedecir tiene que está dispuesto a hacer cualquiercosa por aquellos que desde el Gobierno, susaledaños o la simple sociedad civil le han servidocon lealtad o simplemente le han hecho algúnfavor. En eso, Prisa funciona con espíritu de secta,o bajo el célebre lema de los mosqueteros, todospara uno, uno para todos: ¿éste es amigo? A muertecon él. ¿Enemigo? Que le den mucho. La historiade la legislatura Aznar está llena de agraviados

del PSOE que, negándose a dejar sus cargos,encontraron altavoz para sus quejas en los mediosdel Grupo.

Un caso bastante típico fue el de Julio Segura,un reputado economista, presidente de laFundación Empresa Pública, que se oponía a lapolítica de privatizaciones del Gobierno pero noera capaz de presentar su renuncia por culpa de unestupendo salario, más 50 millones de contratoblindado, y que, tras ser destituido, armó lazapatiesta desde las páginas de El País.

Perdido un poder que consideran suyo, elestilo de la casa, hasta los segundos y tercerosniveles, incluye comportamientos y actitudes detinte mafiosillo tales como enviar mensajesamenazadores, que suelen disfrazar de consejos,«yo te aconsejo que…», a quienes se atreven adesafiar a Prisa o simplemente a darle la espalda.A veces el asunto llega hasta recomendar a unabogado «marcharse de España» por haber

actuado profesionalmente en el caso Sogecable.Naturalmente, en contra de los intereses dePolanco.

Nunca se ha conocido en España, niseguramente en Europa, una empresa periodísticaque reclame de sus profesionales la «obedienciaciega» que se exige en el grupo Polanco, lo queimplica comulgar con sus tesis y salir en defensade sus negocios siempre que la ocasión lorequiera, además de tener por enemigos a losenemigos del amo. Quienes no estén dispuestos aactuar de esta forma nunca podrán aspirar amejorar su posición dentro del Grupo, porque nopartirse la cara por el jefe significa resignarse depor vida a la condición de soldado raso.

Con todo, los comportamientos suelen sereducados. Los hay, por desgracia, francamentedesvergonzados, aunque mucho más divertidos.Actitudes de mandamás que reacciona coninsolencia cuando se siente contrariado, dentro de

la clásica escenografía del «usted no sabe conquién está hablando». La España cañí. Lo probó ensus carnes un modesto policía que tuvo la malasuerte de toparse, el 17 de mayo del 98 en elcontrol de pasaportes del aeropuerto deBarcelona, con un Juan Luis Cebrián & épouse quepretendían tomar un vuelo de Iberia que,procedente del extranjero, se dirigía a Madrid.

Ocurrió que la pareja viajaba con un hijo deocho años que no llevaba ningún tipo dedocumentación personal, imprescindible paraacceder a ese tipo de vuelos de la «serie 6.000»,por lo que el policía les impidió el acceso alaparato tras las oportunas explicaciones. Elrosario de perlas que salieron por la boca delacadémico de la Lengua y de su esposa incluyóexpresiones tales como: «¿Por qué cojones tieneque ir documentado?», «¡Qué cojones tienes tú queexplicarme!», «¡Sólo cumplís las instrucciones delfacha del jefe del Gobierno!», «¿Dónde está el

cabronazo del jefe?», «¿Por qué no se atreve a darla cara ese hijo de puta?»… Por supuesto, elmatrimonio Cebrián voló a Madrid en ese vuelocon su hijo.

Ellos son ansí. Un señor que se considera elcentro del poder, acostumbrado a utilizarlodespóticamente, capaz de ingresar en la RealAcademia Española de la Lengua sin más avalacadémico que una novelita, ¿cómo va a consentirque un simple policía pueda controlarlo a él, nadamenos que Juan Luis Cebrián?…

El ingreso de Cebrián en la RAE, por cierto,revela el grado de sometimiento y postración delmundo de las letras al Grupo Polanco. Prisaregenta hoy el mundo de la cultura oficial con tanobscena demostración de soberbia que son muypocos los que se plantean escribir y crear y vivirfuera del paraguas del Grupo, porque eso significatransitar por ese mundo en el mayor de lossilencios. Que Juan Luis Cebrián haya sido

académico antes que un José Hierro es un escarnioque descalifica a los señores académicos queconsintieron tal barbaridad. Que Cebrián lo seapero un Francisco Umbral no, es, más que unabroma de mal gusto, casi un chascarrillo.

* * *

Jesús Polanco, jugando con la humanaambición de unos y la estulticia de otros, ha sabidoabrirse paso por la quebrada de las disensionesinternas dentro del partido del Gobierno y delpropio Ejecutivo. Naturalmente, ha seguidoobteniendo ventajas de un hombre como AlbertoRuiz-Gallardón, dispuesto a jugar un juego tandesleal con su partido como con los electores delcentro-derecha que le mantienen en la Presidenciade la Comunidad. Gallardón vive entregado a

Polanco a cambio de un trato favorable en losmedios del Grupo (que, ciertamente, le dispensanla misma deferencia que al propio Felipe) y, loque es más importante, de que Polanco le preste laayuda que, sin duda, necesitará para ver cumplidosu gran objetivo: llegar un día a la Presidencia delGobierno de la nación, aunque no se sabe muy biensi como candidato del PP o del PSOE.

La sorpresa ha saltado con Rodrigo Rato, unhombre que, tras el indudable éxito de la gestióneconómica desarrollada por este Gobierno, tienefundadas esperanzas de ser el sucesor de Aznar enlas generales del 2004.

Fue a primeros del 1997 cuando, en plenopulso «digital» entre el Gobierno Aznar y el GrupoPrisa, el Ejecutivo mostró interés por echar unvistazo a la situación fiscal de los negocios delcántabro, ante la sospecha de que podía haber tratode favor, sobre todo a partir de las generales dejunio del 93. Hasta entonces, la información fiscal

sobre el editor, un «intocable», permanecíaguardada bajo siete llaves en el paseo de laCastellana 105 de Madrid, sede de la AgenciaTributaria.

El inspector de finanzas del Estado José MaríaSánchez Cortés y sus compañeros delDepartamento de Inspección Financiera yTributaria iniciaron en la primavera del 97 susinvestigaciones al percatarse de que se habíanproducido irregularidades fiscales a raíz de laabsorción de la editorial Aguilar S.A. por parte deSantillana S.A. Los inspectores llegaron a laconclusión de que la naturaleza de la fusión eraimpropia, ya que, antes de que se produjera, laprimera ya estaba participada en un cien por cienpor la segunda.

Fue entonces cuando la jefa de la inspección,Pilar Valiente, ordenó un rastreo de toda lainformación contenida en la base de datos (BND)de la Dirección General de Tributos. La primera

sorpresa fue encontrarse con que ni Polancopersona física ni su grupo de empresas habían sidoobjeto de comprobación fiscal alguna durante loscasi catorce años de Gobierno socialista.

Las irregularidades comenzaron a surgir aborbotones. En primer lugar, los inspectores sedieron cuenta de que, durante los primeros años dela década de los noventa, las declaraciones de larenta y del patrimonio del empresario noconcordaban y sufrían oscilaciones difícilmenteexplicables. Así, en 1993 declaró un patrimoniode 1.657 millones de pesetas, mientras que en1994 la cantidad subió a 2.603 millones (un 57,09por 100 más); en 1991, por el contrario, sudeclaración de la renta fue de 440 millones depesetas, mientras que en 1992 apenas llegó a 61millones.

«La declaración de renta y patrimonio de D.Jesús Polanco Gutiérrez reflejó desigualdades enel período que va de 1991 a 1995. Por otra parte,

las bases imponibles de las declaraciones delimpuesto sobre patrimonio, por el conjunto desociedades interpuestas, no reflejan el verdaderovalor de las participaciones accionariales»,afirmaban en su informe los inspectores.

Algo similar sucedía con Prisa. En el año1991, el Grupo declaró cero pesetas en ventas y seimputó compras por valor de 1.591 millones depesetas. En el año 1992, no declaró transacciónalguna con la empresa Distrimedios S.A., mientrasque ésta reconoció operaciones con Prisa porimporte de 541 millones. En 1993, cuatroempresas dijeron no realizar ningún tipo de venta aPrisa, mientras ésta declaraba operaciones conellas por 252 millones. En 1994, Prisa reconociónegocios con el diario El País por valor de 6millones, mientras éste imputó compras a Prisa porvalor de 103 millones. En 1995, Sogecabledeclaró pagos a Prisa por 696.000 pesetas,mientras Prisa recogió operaciones con Sogecable

por importe de 349.289.000 pesetas.Pero la más importante «anomalía» se refiere a

la concesión al Grupo Timón, al que en Haciendadenominan directamente «grupo Polanco», delrégimen fiscal de declaración «consolidada»(tributa al 35 por 100), en lugar del de régimen dedeclaración «transparente» (el 56 por 100).

Los inspectores no podían entender tamañaconcesión: «Analizada la composición de suactivo, parecen concurrir todas las circunstanciaslegales para su configuración como sociedad decartera en régimen de transparencia fiscal, queresultaría no ser compatible con el régimen deconsolidación de balances que actualmentedisfruta».

Con todos estos datos en la mano, el inspectorSánchez Cortés terminaba el 14 de abril de 1997,un día importante en la historia de la AgenciaTributaria, el expediente sancionador 2.113, queproponía dos líneas de actuación:

1. Proceder a la comprobación global queintegra el grupo Polanco.

2. Proceder a la situación fiscal de laspersonas físicas don Jesús PolancoGutiérrez, doña Isabel Moreno Puncel(su primera esposa), Francisco PérezGonzález (socio de Polanco) y doñaCelina Arauna Menchaca (esposa deeste último).

Ese mismo día, el informe preliminar sobre lasituación fiscal del grupo Polanco llegaba, a travésdel secretario de Estado Juan Costa, a la mesa delministro de Economía y Hacienda, Rodrigo Rato, ya la del presidente del Gobierno, José MaríaAznar, a fin de recabar las órdenes oportunassobre las líneas de investigación a seguir. Todavíalas están esperando.

Nada se ha vuelto a saber, en efecto, sobre elmencionado expediente sancionador. Lo único que

se sabe es que tanto Pilar Valiente como JesúsBermejo, ex director general de la AgenciaTributaria, han salido fulminados de sus puestos,en teoría a cuenta de la marejada provocada porlos famosos 200.000 millones de pesetas«perdonados» por el PSOE a sus amigos. Sé sabetambién que el expediente está dormido, y sesospecha que Polanco, un señor que llega adeclarar 60 millones de base imponible manejandoun imperio de 250 empresas, puede descansartranquilo.

No menos llamativo ha resultado elcomportamiento del Gobierno del PP con respectoa la empresa pública Focoex, plaza fuerte deGloria Barba (esposa de Carlos Solchaga), en laque los hombres de Polanco hicieron y deshicierona su antojo durante los trece años de Gobiernosocialista.

Según información publicada en la revistaÉpoca y firmada por Juan Luis Gabacho, la

actuación de la sociedad Focoex (a la que esteGobierno ha intentado lavar la cara cambiándolede nombre: Expansión Exterior Española) estásiendo investigada por la Fiscalía Anticorrupcióndesde 1996 (diligencias 20/96) por presuntasirregularidades que incluirían fraude a la HaciendaPública, trato de favor de determinadas empresasy pago de comisiones a intermediarios en paraísosfiscales, «cuya justificación documental no estabarealizada de forma plena».

Las actuaciones, dirigidas por el fiscal LuisRodríguez Sol, comenzaron por el registro y laincautación de información contable en la sede deFocoex, sita en la segunda planta del número 58 dela calle Orense de Madrid, y siguieron con elenvío de comisiones rogatorias a distintos países,tal que Uruguay, uno de los escenarios predilectosde actuación de Jesús Polanco.

A falta de los resultados de la comisiónrogatoria a Uruguay, ya se pueden sacar algunas

conclusiones de esta investigación.Primera: entre 1991 y 1992 Focoex pagó 1.310

millones de pesetas a intermediarios a modo decomisiones, en contratos que fueron firmados porel presidente Germán Calvillo (cuya asesora eraGloria Barba) y su sucesor en el cargo, RobertoCuñat. Como ejemplo, en las exportaciones deEductrade de material educativo a Argentina,Chile y Colombia intervino como comisionista deFocoex una sociedad denominada La Coronada,con sede en un paraíso fiscal (Bahamas).

Segunda: La vinculación entre las empresas dePolanco (principalmente Eductrade y Sanitrade) ylas actividades de Focoex es un hecho irrefutable.El montante y la continuidad de las operacionesofrecen datos inapelables.

En 1994, cuando Focoex era ya el centro detodas las conjeturas, Roberto Cuñat, su presidente,remitió una nota interna al antiguo ministro deEconomía, Pedro Solbes, en la que afirmaba que,

hasta ese año, Focoex había suscrito un total deveinte contratos con Eductrade y su filialSanitrade, que ascendían a 44.997 millones depesetas, a los que habría que añadir los 5.657millones adjudicados a Hispanodidáctica S.A.,otra empresa de Polanco, hasta marzo del 93. Deltotal de los 44.997 millones de pesetas, loscréditos FAD aportaron 18.431 millones depesetas. Es decir, que en tan solo seis años, losque van de 1988 a 1994, Focoex concedióoperaciones a empresas del grupo Polanco porimporte superior a los 50.000 millones de pesetas.

El listado de las operaciones conjuntasacometidas por Focoex y Eductrade/Sanitrade enesos años es el siguiente:

1989:

Programa «Salud II fase» en Colombia(2.904 millones de pesetas); envío dematerial educativo a Uruguay (323millones de pesetas).

1990:Envío de material educativo a laUniversidad de Campiñas, en Brasil(1.900 millones de pesetas) y a Chile(852 millones de pesetas).

1991:

Envío de material educativo aColombia (2.692 millones de pesetas),a Argentina (416 millones de pesetas),a México (2.191 millones de pesetas)y a Chile (200 millones de pesetas);envío de material sanitario a Argentina(1.796 millones de pesetas).

1992:

Envío de material educativo a Uruguay(2.100 millones de pesetas); deequipamiento deportivo a Chile (1.047millones de pesetas); operaciónsanitaria con Uruguay (5.393 millonesde pesetas) y operación similar conMéxico (475 millones). Tanto este añocomo el anterior, un tercio del total delas operaciones de Focoex fueron aparar a Eductrade.

1993: Envío de material educativo a Uruguay

(3.130 millones de pesetas).

1994:Envío de material educativo (260millones de pesetas) y hospitalario(1.542 millones) con destino a Chile.

Aparte de estos negocios, la misiva de Cuñat aSolbes también daba cuenta de dos operaciones —una educativa y otra sanitaria— con Colombia porvalor de 11.784 millones de pesetas.

Hasta 1994, Eductrade figuraba en quinto lugaren el ranking de Focoex por valor global decontratación, por delante de empresas comoSiemens, Agroman, General Electric España,Entrecanales, ABB Energía, Elecnor o Isolux Wat.

A la investigación de la FiscalíaAnticorrupción hay que añadir el informefiscalizador del Tribunal de Cuentas, que hallegado a manos de la Agencia Tributaria al objetode valorar las posibles infracciones fiscalesderivadas de la operativa de Focoex.

Del final de las investigaciones del fiscalRodríguez Sol y la eventual remisión de susactuaciones a la Justicia ordinaria nada se hasabido. Sí se han conocido, de momento, lasfuertes presiones sufridas por la FiscalíaAnticorrupción para que dejara de investigar elcaso. ¿Se saldrá de nuevo Polanco con la suya?

El Gobierno del PP tampoco se ha atrevido ameter mano en un tradicional caladero debeneficios del grupo Polanco cual es el libro detexto. Aunque la propuesta inicial en losPresupuestos Generales del Estado del 97, año enque empezó a aplicarse un descuento máximo del12 por 100 en el precio de los libros de texto,hablaba de su liberalización progresiva hastallegar al cien por cien (libertad total de precios ydescuentos), en el 2001 la Ley deAcompañamiento de los PGE del 98 enterró talpromesa estableciendo el «carácter permanente»del citado 12 por 100. El PP renunciaba a seguir

liberalizando los libros de texto, una medida queperjudicaba los intereses del gremio de libreros,en general, y de Jesús Polanco, en particular, peroque reclamaban las asociaciones de consumidoresy de padres de familia.

* * *

Es evidente que la llegada del Partido Popularal poder ha supuesto para Polanco un contratiempomuy serio. Sólo el fiasco del monopolio del cable(Cablevisión), primero, y el de la televisióndigital, después, pueden haberle supuesto dejar deingresar plusvalías anuales del orden de los20.000 millones de pesetas, sumas que habríanhecho de él amo y señor indiscutido de los mediosde comunicación españoles, con una capacidadformidable para desestabilizar, vía precios, a

cualquier eventual competidor.Un daño más profundo, mucho menos

perceptible, pero en todo caso muy grave es el queel propio Polanco ha infligido a la nave capitanade su flota mediática, El País, un diario puestodescaradamente al servicio de los intereses deldueño, tal que en el caso Sogecable. La merma deprestigio sufrida en estos tres años por esa marcaha sido enorme, seguramente irrecuperable entrelas clases más cultas de la España urbana. Elproblema se agrava porque no parece advertirse elmenor propósito de enmienda. Obligado amanipular, cuando no a mentir lisa y llanamente,casi todos los días, el estandarte del grupo Prisase ha convertido en un periódico de partido. DelPartido Socialista, rama Felipe González.

Los titulares de El País, con todo, siguenfijando el orden del día político, y así seguirásiendo mientras no exista un contrapunto capaz decompetir con él en igualdad de condiciones, es

decir, con un proyecto empresarial detrás, biendotado de periodistas y de una mejor gerencia.

Polanco, a pesar de todo, sigue detentando unpoder formidable, seguramente sin parangón en laEspaña del siglo XX, quizá comparable al de JuanMarch en su época, superior incluso en el sentidode que el poder de Polanco está jerarquizado porun sistema de valores ideológico del que carecíael viejo March: Polanco es la sedicente izquierda,es el supuesto progresismo, es la maltratadalibertad, en cuyo nombre tantas tropelías secometen a diario.

«No estamos inmersos en luchas políticas deningún tipo, y las etiquetas y filiaciones nos lasponen nuestros enemigos», afirmaba sin empachoel editor en noviembre del 98. Polanco es elnegocio personal, millonario, y el ansia de poderrevestido del ropaje democrático, la vestimentautilitaria de la vieja izquierda progre. El dePolanco es «el negocio de la libertad». Un

esquema plagado de contradicciones tanllamativas como los business hechos con todas lasdictaduras iberoamericanas o la defensa cerrada, acara de perro, de una dictadura como la de Castroen Cuba.

Es un rico, también al contrario que March,que ha metido en su redil a buena parte de lasgrandes fortunas españolas, los ha convertido ensus socios, los ha hecho sus cómplices, los hamarcado con el hierro del miedo que en Españainspira el no estar a bien con Polanco.

Polanco, además, es un rico con partidopolítico, un poderoso que codirige unas siglascentenarias a las que vota la mitad de la poblaciónespañola. Un poder fáctico convertido en baluartey amenaza al tiempo de la estabilidad de laMonarquía. Mucho más que don Juan March.

4EL GOBIERNOCONTRAATACA

Como un niño que, tras haber estampado contra elsuelo el jarrón de porcelana fina de la abuela,corre asustado a esconderse lejos de la severareprimenda del padre, Antonio Asensio saliópitando para Nueva York nada más firmar suacuerdo con Polanco en la sede de la FundaciónSantillana, dispuesto a poner agua de por medio.

Desde el otro lado del Atlántico seguía, sinembargo, en permanente contacto con sus hombresen Madrid.

—Has cometido el error de tu vida, Antonio—le decía José Oneto, entonces director deinformativos de Antena 3.

—¿Por qué dices eso? Tú sabes que no teníamás alternativa que firmar con Polanco.

—De acuerdo, pero tenías que haber contado aAznar lo que pensabas hacer.

—¡Pero si lo sabía de sobra, Pepe!—Ya, pero no por ti, Antonio. No de primera

mano. Si llevas meses negociando con elpresidente, que además te ha ayudado mucho conel tema del fútbol, no vale hablar con Rodríguez ocon Villalonga para que ellos se lo digan. Siestabas decidido a romper tenías que habérselodicho personalmente.

—Bueno, tranquilo, que no pasa nada.—Estás muy equivocado, Antonio. Conociendo

a Aznar, esto va a tener consecuencias muy serias,ya lo verás.

Asensio volvió a hablar con Oneto desde LosÁngeles.

—¿Cómo están las cosas por ahí?—Pues con un guirigay montado de cojones…—Nada, tranquilo, he hablado con Polanco y

me ha dicho que esto dura dos días, ya lo verás.

—Te repito que estás equivocado, Antonio,esto no va a terminar como tú te imaginas. Aquíhay un lío muy gordo y lo vamos a pasar todosbastante mal, empezando por ti.

—Bueno, bueno, lo que necesito es que echéisuna mano donde podáis.

El diario El Mundo, con gran alardetipográfico, se había encargado, en los días quesiguieron a la firma del «pacto de Nochebuena»,de alertar al Gobierno sobre lo que estaba enjuego, que era mucho. «Para el año 2000 —señalaba Federico Jiménez Losantos en ABC—,todos los grandes medios de comunicaciónaudiovisual podrían estar controlados por elfelipismo, y tan férreamente que la derecha tendríaasegurados veinte años de riguroso ayuno, de casiabsoluta oscuridad en prensa, radio y televisión.Pues bien, esos veinte años de oscuridad se jueganno en los próximos veinte meses, sino quizá en lospróximos veinte días». Pesimismo y desolación.

Aquél, en efecto, había sido un golpedemasiado fuerte, un uppercut en plena mandíbulade un Gobierno con 156 diputados que, de pronto,descubría dónde estaba el poder de verdad ycuáles eran los verdaderos dueños de la situacióntras casi catorce años de Gobierno socialista. Paralos medios de comunicación independientes, comopara gran parte de la España urbana preocupadapor el creciente poder del «ciudadano Kane»Polanco, el acuerdo del 24 de diciembre fue unaldabonazo provisto de las peores vibraciones encuanto a la consolidación de una España abierta ysin poderes fácticos se refiere.

El sábado 4 de enero, el Grupo Prisa, dueño yseñor de un cuadrilátero por donde vagaba, cualboxeador sonado, la tropa derrotada de Telefónicay sus socios, hizo público un comunicadoinvitando «a otros operadores de televisión ytelefonía a sumarse a Canal Satélite Digital».Sogecable tendría el 51 por 100 de la hipotética

sociedad, en la que se integrarían, como gregariosdel pelotón televisivo, todos los demás. Prisa,naturalmente, se reservaba para sí la dirección,selección de contenidos, gestión de abonados ydemás áreas significativas del negocio. JesúsPolanco, en definitiva, ponía negro sobre blancosu firme determinación de controlar la televisiónde pago en España.

Era el armisticio que el «general» Polanco,magnánimo a la hora de la victoria, proponía a losvencidos. Cautivo y desarmado el ejércitoenemigo, gracias a la formidable palanca que leotorgaba el control del fútbol, todo aquel quequisiera participar en el negocio tendría que pasarpor el aro de las condiciones por él impuestas. Enun rasgo de humor propio de Gulliver en Liliput, elcántabro decía rechazar «el intento de politizar losacuerdos sobre el fútbol», olvidando que CanalPlus existía gracias a una decisión políticaadoptada en su día por el Gobierno de González, y

olvidando también que el mismo González habíaadvertido que, de retornar al poder, desharía laplataforma de Telefónica, de carácter bastante másplural que la suya.

Pero Polanco se estaba poniendo la vendaantes de la herida. Es cierto que se trataba de unGobierno en minoría y en cierto mododesacreditado, pero la prudencia más elementalaconsejaba no ensañarse con quien disponía de unarma tan formidable como el Boletín Oficial delEstado.

«Rechazamos —decía la nota salida de lapluma de Cebrián— las incitaciones hechas poralgún medio para que el Gobierno adopte medidasconcretas contra empresas privadas que hantomado decisiones que supuestamente no seríandel agrado del poder político. La igualdad detodos ante la ley y el sentido democrático quepuede atribuirse a nuestros gobernantes permitenconfiar en que esas incitaciones no encontrarán el

más pequeño eco». Polanco, expedidor desalvoconductos de democracia en España tras lamuerte de Franco, estaba enviando una severaadvertencia al Gobierno.

* * *

Un Gobierno que, para estos menesteres,dependía de un hombre, Miguel Ángel Rodríguez(MAR), ayuno de cualquier iniciativa que oponeral golpe de mano de Jesús Polanco. Más quedespistados, en Moncloa andaban ateridos deideas,

Sucedió que, con los ecos del «pacto deNochebuena» resonando en los oídos de muchosespañoles, el economista Ramón Támames llamóel 27 de diciembre a su colega Gerardo Ortega, exdecano del Colegio de Economistas de Madrid,

con quien solía colaborar en la realización detrabajos de la más diversa índole, para proponerleuna iniciativa. Se le había ocurrido llamar alsecretario de Estado para la Comunicación yofrecerle una serie de ideas de su cosechadestinadas a mitigar el efecto del «bombazo»Polanco, porque habrá que hacer algo, el Gobiernono se puede quedar cruzado de brazos ante elbatacazo de ese señor, digo yo…

Y de forma un tanto sorprendente, Rodríguez lecontestó que sí, que encantado, que fueran a verle.De modo que Tamames y Ortega, acompañadospor Luis Ángel de la Viuda y el abogado RamónPelayo, también convocados por Tamames para lacausa de aquella polifacética task forcé, sepresentaron una mañana de invierno en el recintode Moncloa para ser recibidos por un MAR que,acompañado por otro secretario de Estado,parecía encontrarse en un estado de absolutaperplejidad, incapaz de otra cosa que no fuera

lamerse las heridas. Alguien había avanzado comoidea fuerza la posibilidad de convertir a AntonioAsensio en el Ruiz-Mateos del PP. En plenodesconcierto, Rodríguez no sabía si se podía haceralgo para remediar lo ocurrido ni qué exactamente.Los efectos del «pacto de Nochebuena» sobreMoncloa habían sido devastadores. Allí sólo habíadeseo de revancha.

La situación era de absoluta derrota política,de modo que MAR se mostró dispuesto a escucharargumentos y recibir sugerencias que lepermitieran salir del colapso mental en que sehallaba. Y en aquella caótica reunión que cuatroseñores casi cogidos a lazo mantuvieron con dosaltos cargos desorientados salieron a reluciralgunas iniciativas, la mayoría incoherentes,muchas de ellas disparatadas, a vecesdeslumbrantes como fuego de pirotecnia quepronto se queda en nada.

Como fruto concreto de ese encuentro, Ramón

Tamames preparó uno de sus explosivos«papeles», llenos de fuerza y visceralidad, titulado«Informe preliminar sobre el futuro de latelevisión digital en España», que, con fecha 3 deenero de 1997, proponía una serie de medidas,entre ellas un par de llamativos decretos. Uno deellos «disponía», en su artículo primero, que todoslos partidos de fútbol debían celebrarse el mismodía de la semana (los domingos) y dentro de unamisma franja horaria (entre las 16 y las 21 horas).Tan pintoresca decisión se justificaba en lanecesidad de «reconducir la disparatada situaciónactual a otra de normalidad, de limpiacompetitividad y de devolución a los torneos defútbol de su sano sentido deportivo tradicional…».

Mientras los secretarios de Estado esquiabanen el Pirineo, Gerardo Ortega se encerró en sucasa durante el fin de año dispuesto a redactar uninforme que habría de resultar clave en el devenirde los acontecimientos, puesto que, de alguna

manera, se convirtió en el vademécum que guió lospasos de los «fontaneros» de Moncloa durante losprimeros meses del 97. Era el llamado «Segundoinforme preliminar sobre el futuro de la televisióndigital en España», que Ortega sometió el 7 deenero al juicio crítico de Tamames y de RamónPelayo.

El apartado 1 del «resumen ejecutivo»aseguraba que «el acuerdo suscrito el pasado 24de diciembre por el Grupo Prisa, el Grupo Zeta yTelevisión de Catalunya para la explotación enexclusiva de los derechos audiovisuales delfútbol, sienta las bases para consolidar el controlde la televisión de pago en España por el GrupoPrisa». «El Gobierno —aseguraba el apartado 2—está obligado a actuar con estricto respeto a lalegalidad vigente pero con la máxima firmeza en ladefensa de los principios de libre competencia, depluralidad informativa y del derechoconstitucional a la libre información».

El informe, fechado para su entrega el 8 deenero de 1997, fue recibido como agua de mayo enlos predios de Rodríguez, pero encalló al llegar ala mesa de despacho del vicepresidente ÁlvarezCascos, ya al mando de las operaciones. El«Informe Ortega», en efecto, no hacía referencia ala batalla entablada entre el descodificador«simulcript» y el «multicript», ni tampoco hablabade la ley del fútbol tal como el Gobierno la habíaarticulado. En su lugar, el autor ponía el énfasis enla necesidad de aplicar la Ley de Defensa de laCompetencia, en línea con la decisión queBruselas adoptaría posteriormente contra lasexclusivas del fútbol televisado.

Sólo veinte días después del famoso 24-D, enPresidencia del Gobierno, tan bien dotada deabogados del Estado, alguien cayó en la cuenta deque, desde el año 93, el Tribunal de Defensa de laCompetencia (TDC) venía definiendo lasretransmisiones televisivas de fútbol como un

«mercado relevante» al que debía garantizarse unacceso plural[11].

Estaba claro que el monopolio de lasretransmisiones de fútbol establecido por el dúoPolanco-Asensio infringía la legislación españolay comunitaria sobre la libre competencia.

* * *

¿Qué pasó en Baqueira durante las vacacionesde Navidad del 96? Con la presencia delpresidente del Gobierno y de Su Majestad el Rey,la estación invernal del Pirineo catalán seconvirtió, como la isla de Mallorca en verano, enla capital política del Reino por unos días, unhervidero de gentes dispuestas a descansar, lasmenos, y a dejarse ver, las más, un mosaicovariopinto de banqueros, empresarios y

profesionales de éxito, pugnando, unos, por invitara cenar a su casa al presidente del Gobierno;urdiendo, otros, la manera de provocar unencuentro fortuito con el Monarca, y todos, losYbarra, los Entrecanales, los Urrutia, los DuránLleida, juntos y revueltos, poniendo a prueba susinfluencias para conseguir mesa en alguno de losrestaurantes de moda… Por allí andaba tambiénJavier de la Rosa, dueño de la más antigua casa dela zona, una presencia antaño solicitada y aquelaño rehuida como si de la peste se tratara: «Sabíanperfectamente que estaba, y andaban pendientes demí, por si se me ocurría alguna barbaridad, perodecidí no salir de casa. Su Majestad me envíadesde hace un año grandes mensajes de amistad,que es mi amigo, que me quiere mucho, y que sólodesea que se me arreglen las cosas…».

La decisión de ir a la guerra contra Polanco sehabía tomado, sin embargo, días antes en Madrid.En efecto, en la tarde del viernes 27 de diciembre,

ya noche cerrada sobre la capital, Aznar convocóa su gabinete de crisis en el comedor dePresidencia que González solía utilizar a primerosde los ochenta como sala de reuniones del Consejode Ministros. En torno al presidente, y en un climade frustración, se sentaron Rato, Cascos, Rajoy,Mayor Oreja, Arrióla y Rodríguez. Se trataba deun «comité de los trece» restringido que,completado con Gabriel Cisneros, Federico Trillo,Martín Villa, Ortí Bordás y Carlos Aragonés,venía reuniéndose desde el 93 un par de veces alaño, generalmente en Rascafría, aunque otras enSegovia, para analizar la línea estratégica delpartido y corregir el rumbo.

Aquella noche de diciembre, en el comedor dela «lámpara de los pajaritos» de Moncloa, y trasuna discusión muy viva, con algunas voces másaltas que otras, el «núcleo duro» del PartidoPopular decidió aceptar el envite de Polanco e ir ala batalla con todas sus consecuencias. MAR

obtuvo carta blanca para fustigar al contrariocuanto creyera menester.

Algunos de los participantes en aquellareunión se trasladaron, como Aznar, al Pirineo,para pasar el fin de año. «Yo no encontré clima dederrota, sino de pelea», asegura un empresario quecenó con el presidente en Baqueira. Al certificarel fracaso de la política de consenso, el 24-D iba asuponer una inflexión radical en la estrategia delGobierno. El establisbment político-económiconucleado en torno al eje de poder surgido en 1982(Polanco-Felipe González-Su Majestad el Rey) nosólo no se había tomado en serio a Aznar, sino queestaba convencido de que en menos de un año sehabría deshecho como un azucarillo y, por tanto,sería necesario buscarle un recambio, porqueaquello no aguantaba. El propio Felipe habíaratificado esta filosofía en un mitin celebrado enLinares veinte días después de perder laselecciones.

Pero quienes le daban por muerto se habíanequivocado. En Baqueira, y en larga sobremesa,Aznar hizo recuento de sus campañas de guerra:«Tuve que sacar la oposición a huevo; luego nadiedaba un duro por mí en Ávila y le gané el escaño aAdolfo Suárez; después me dieron por muerto trasel fiasco de Hernández Mancha; volvieron aconsiderarme como tal cuando perdimos lasgenerales del 93, y aquí estoy… Yo he tenido quelibrar muchas batallas y todavía no he perdidoninguna, y os aseguro que la que me ha planteadoeste sujeto tampoco la voy a perder».

Con González alentando los movimientos dePolanco y Pujol actuando de salvoconductopolítico de Antonio Asensio, el pacto de 24 dediciembre iba a poner a prueba la capacidad dereacción del Ejecutivo. En ese envite Aznar sejugaba la credibilidad de su Gobierno y el respetode los poderes fácticos, de esos banquerosencamados societariamente con Polanco en

Sogecable. El ser o no ser.Como dijo Napoleón ante los tribunales del

Departamento del Sena, «ante iniciativas quebuscan con descaro burlar la acción de la Justicia,estoy obligado a promover personalmente losdesórdenes capaces de agitar el Estado yreprimirlas arbitrariamente». Obligado, endefinitiva, a reaccionar si no quería que la derechapolítica volviera a las catacumbas para otrosquince años.

Aznar había decidido no arrugarse y recoger,con todas sus consecuencias, el guante que le habíalanzado el cántabro. Era el «hasta aquí hemosllegado con Polanco». De modo que el presidentepuso a sus tropas en orden de combate y nombrómariscal de campo al vicepresidente primeroÁlvarez Cascos, con plenos poderes para dirigirlas operaciones, en sustitución de un Miguel ÁngelRodríguez, que había salido maltrecho del lancedel 24-D. Los subalternos abandonaban el ruedo

cediendo el sitio a los maestros.En el curso de una visita por Centroamérica, el

líder del PP ya había advertido su disposición avelar por «los intereses generales», unos interesesque Polanco lesionaba al poner el fútbol alservicio de su enriquecimiento personal, lo que, asu vez, iba a redundar en una todavía mayorconcentración de poder informativo.

* * *

Que el Gobierno no pensaba achicarse quedópatente cuando, a primeros de enero del 97, elsecretario de Estado de Hacienda, Juan Costa,anunció que el Estado había dejado de ingresar200.000 millones de pesetas en impuestos por laincuria de la Administración socialista. Los200.000 millones «perdonados» afectaban a cerca

de 600 personas físicas y jurídicas (entre ellas eldifunto conde de Barcelona), fundamentalmenteinstituciones financieras, con las famosas «primasúnicas» de La Caixa como buque insignia.

La revelación no era casual. Felipe Gonzálezhabía acusado días antes al Gobierno Aznar dehaber colocado a sus amigos al frente de lasempresas públicas en trance de privatización. Queél hablara de «amiguismo» escoció en el PP comopocas cosas habían conseguido hacerlo desde queel 3 de marzo llegara al poder. Y Rodrigo Rato,con una contundencia poco habitual en él, no seanduvo por las ramas: «Si estos tíos quieren queempecemos a hablar de amigos, vamos a empezara hablar de verdad, pero de los suyos…».

El órdago era tan serio que el propiopresidente del Gobierno salió a la palestra al díasiguiente para calificar de «muy grave» la«amnistía fiscal encubierta» del anterior Gobierno,asunto que enmarcó en el «capítulo de favores y

regalos» del PSOE. El presidente aseguró que silos socialistas no hubieran perdonado esos200.000 millones el Gobierno no habríanecesitado congelar el sueldo de los funcionarios.

La denuncia venía a poner de manifiesto algomás grave que este caso, cual era elfuncionamiento de la Hacienda Pública como unelemento disuasorio contra el discrepante, casicomo una checa, durante el felipismo. Unexpediente fiscal abierto durante cinco años eraargumento suficiente para tener maniatada a unaempresa o a un particular. El afectado podía acudira los tribunales y ganar el pleito, pero mientrastanto estaba obligado a permanecer callado. Unainfalible vara de medir: al que se porta bienconmigo, lo perdono; al que se porta mal, le abroexpediente y lo tengo cinco años contra la pared.Todo un ejemplo de cómo el PSOE utilizó elaparato del Estado en su particular provecho.

Era el primer cuerpo a cuerpo —cruz de

navajas al amanecer— entre José María Aznar yFelipe González, tras la ajustada victoria a lospuntos del 3 de marzo. El torpedo impactó contanta fuerza en la línea de flotación del socialismohispano que Felipe González se vio obligado abajar a la arena y retratarse tal cual, torvo yplagado de mensajes equívocos.

Consciente de lo que se jugaba en el envite, el«carismático líder» movilizó en el empeño aluniverso mediático que le sostiene, llegando acitar por su nombre a dos entidades financieras, LaCaixa y BBV, supuestamente implicadas en elperdón fiscal, con la idea de predisponerlas contrael Gobierno.

Pero Felipe fue mucho más allá, efectuandogestiones a nivel privado, llamadas telefónicas aciertos banqueros y empresarios para advertirlesde los riesgos que estaban corriendo y sugerirlesla conveniencia de salir a la palestra y ponerse ala cabeza de la manifestación contra la denuncia

del PP. En la mente sorprendida de los notableshispanos quedaba flotando un regusto amargo, unacierta sensación de amenaza.

El Grupo Prisa (cuyo nombre supuestamentefiguraba en la lista de los beneficiarios del«perdón») hizo el resto, dando la vuelta como uncalcetín a la denuncia popular. El Gobierno habíacometido el desliz de tildar de «amigos» a losbeneficiados por la prescripción, pero luego nopudo o no quiso identificarlos. Era suficiente paraque los Polancos descalificaran la denuncia,desviando la atención del problema principal paracentrarla en las marrullerías de la «derechona».

La conclusión final parlamentaria, sinembargo, no admitía dudas: consciente oinconscientemente, el PSOE había dejado que 600afortunados, entre particulares y empresas, sefueran de rositas con 200.000 millones que notenían que haber prescrito, y éso, cuando al restode los españoles los «brea» Hacienda, era una

verdad que no se la saltaba un gitano. A talconclusión llegaron todos los partidos del arcoparlamentario, excepto el PSOE.

* * *

El día de Reyes, 6 de enero del 97, AntonioAsensio, embajador plenipotenciario dispuesto avender urbi et orbi las bondades del «pacto deNochebuena», almorzó en Nueva York con elpresidente del grupo mexicano Televisa, EmilioAzcárraga. Aquélla era una cita que había sidofijada un mes antes en Barcelona, con motivo de unepisodio que, en opinión de Luis María Ansón,entonces el hombre de Televisa en España, «pudoevitar la guerra digital y convertir a Asensio en elhombre más rico e influyente del panoramaeditorial español. Antonio, que pudo haberlo

ganado todo, terminaría después pagando caro suerror».

La historia había comenzado el 28 denoviembre del 96, cuando, horas después de lafirma del acuerdo de constitución de la plataformadigital auspiciada por el Gobierno, Azcárragallamó a Ansón desde Ciudad de México parafelicitarle por el buen fin de las negociaciones.Más que contento, el patrón mexicano parecíaentusiasmado: por primera vez su Televisa delalma conseguía poner un pie en España encondiciones de igualdad con TVE, Telefónica yAntena 3. Pero Luis María añadió agua a lo queparecía un buen vino.

—Me preocupa lo ocurrido esta mañana conAsensio, Emilio, porque no es normal la que hamontado, y conociendo a Antonio como yo loconozco, mucho me temo que lo que ha firmadohoy es como si no hubiera firmado nada.

—¿Qué quieres decir?

—Que yo creo que sería necesario amarraresta operación con Asensio.

—¿Y qué crees que debemos hacer?—Lo ideal sería que viajaras a Barcelona lo

antes posible y llegaras a un acuerdo en firme, sinposibilidad de vuelta atrás, con él. Aquí, el queesté dispuesto a poner dinero sobre la mesa selleva el gato al agua. Y, de paso, aprovechabaspara mantener esa entrevista con Jordi Pujol quetienes postergada.

Fue así como en los primeros días dediciembre, Emilio Azcárraga, en compañía de susegundo, Guillermo Cañedo, y de un par deabogados de Televisa, aterrizó en Barcelona para,con los buenos oficios de un Ansón dispuestotambién a aprovechar su oportunidad, darcomienzo a una negociación acelerada con AntonioAsensio, que se hallaba asistido por su planamayor.

Tras cuatro días de intensas negociaciones,

ambas partes llegaron a un acuerdo formalplasmado en un documento que, tras el oportunoalmuerzo de confraternización, iba a ser rubricadosolemnemente ante las cámaras de televisión en unacto a celebrar en el hotel Juan Carlos I. A la horafijada, allí estaban Televisa y Antena 3, perotambién TVE, TV3 y una nube de fotógrafos deprensa. Se había buscado una mesa estilo Luis XVsobre la que ambos editores, Azcárraga a laderecha, Asensio a la izquierda, iban a estamparsu firma al final del acuerdo. Todo estaba listopara el histórico acontecimiento, pero todo se vinoabajo en el último momento, y fue Ansón quientuvo que bailar con la más fea de enfrentarse a losperiodistas para anunciar que «la firma se hasuspendido, lo sentimos mucho, pero han surgidounos problemas de última hora que, aunque noafectan para nada al fondo del acuerdo, aconsejanaplazarla».

El problema surgido tenía que ver con la

obligación legal de comunicar el acuerdo conantelación a los nuevos accionistas que, de lamano de Warburg y Bank of New York, estaban apunto de suscribir la colocación privada del 12,5por 100 del capital social de Antena 3, «y,naturalmente, Emilio Azcárraga, que era un águila,se dijo ¡ah, no!, esto hay que resolverlo antes, hayque esperar», asegura Ansón. La firma quedófijada para el 6 de enero en Nueva York, adondetenía previsto desplazarse Antonio en viaje deplacer.

El acuerdo consistía en la compra por Televisadel 25 por 100 del capital de Antena 3 que estabaen poder de Emilio Botín. Asensio se quedaba; sinesas acciones, naturalmente, pero no sin susderechos políticos, que los mexicanos le cedíanmientras fuera presidente de la cadena, cuyavaloración se estableció en 90.000 millones depesetas.

Un arreglo muy interesante para ambas partes.

El dueño de Zeta alcanzaba los mismos acuerdosque luego suscribiría con Polanco pero sin ningúncoste político, ya que su posición quedabareforzada dentro de la plataforma auspiciada porel Gobierno. El patrón de Televisa, por su parte,amarraba con su iniciativa a un socio que podíacambiar de aires en cualquier momento y, ademásy sobre todo, se hacía con el 25 por 100 de unacadena de televisión en abierto, consolidando muysensiblemente su papel en la propia plataforma.Por otro lado, Asensio había acordado conAzcárraga llevar a cabo con el fútbol la mismaoperación que más tarde realizaría con Polanco, esdecir, Televisa entraba con el 40 por 100 (elmismo porcentaje que Asensio) en Gestora deMedios Audiovisuales (GMA), titular de losderechos de retransmisión de trece clubes. El 20por ciento restante quedaba en manos de TV3, latelevisión autonómica catalana.

Como broche de oro, Azcárraga se

comprometía a pagar 100 millones de dólares(13.000 millones de pesetas al cambio deentonces) a Antonio Asensio en concepto deroyalty. A ese pago, que en realidad era una«mordida» en toda regla, en el Grupo Zeta ledieron un nombre muy vistoso: le llamaban «lapresencia». Era el precio de «la presencia» deTelevisa en el negocio del fútbol: 100 millones dedólares.

Polanco no le daría mucho más, apenas 2.000millones más que Azcárraga (15.000 millones depesetas en total), pero a cambio de unenfrentamiento radical con el Gobierno de lanación, lo que al final terminaría pasándolefactura.

Aunque no hubiera podido plasmarse en undocumento, el acuerdo era total. De regreso aMadrid a bordo de su jet privado, el mexicano semanifestaba entusiasmado:

—Estamos presentes en la plataforma digital;

hemos tomado un 25 por 100 en Antena 3, dondetenemos de socio a Antonio Asensio, que es elhombre fuerte de esa plataforma y su eventualpresidente, y nos hemos situado también en elnegocio del fútbol. Es una operación cara, cierto,porque nos cuesta mucho dinero, pero ahí estamos.

—Bueno, bueno, Emilio, todo eso está muybien, pero ya te he dicho que con Antonio no haynada hecho hasta que las cosas no estánfirmadas…

—¿Tú crees?—Hombre, yo espero que de aquí al 6 de

enero no surja ninguna sorpresa, pero que tengasclaro que esa mano que os habéis dado, creyendoque eso ya está cerrado, no significa nada para él.

Nada o muy poco, porque apenas veinticuatrohoras después de ese apretón de manos ya estabanlos hombres del catalán subastando ante Polancoel acuerdo alcanzado con Azcárraga, ya andabaManuel Campo Vidal susurrando al oído de

Cebrián: oye, Juan Luis, no paro de repetirle aAntonio que le están tendiendo una trampa, quefirmar con Televisa es meter el caballo de Troyadentro, pero estos tíos le sueltan 100 millones dedólares, 13.000 millones de pesetas, a ver quéhacéis… El pacto con Televisa era para el dueñode Zeta un arma fantástica, porque cualquieracuerdo al que Polanco pretendiera llegar con éltendría que mejorar esas cifras. Y el alcanzado el24 de diciembre, efectivamente, las mejoró.

¿Cómo desaprovechar la oportunidad? AntonioAsensio se hizo la siguiente reflexión: primero, meentiendo con Polanco, que es vital para el negociodel fútbol, porque, aunque yo tengo trece equipos,él tiene casi otros tantos; segundo, no me llevobien con Villalonga, que no está dispuesto aaceptar mi eventual liderazgo; tercero, Aznar no seva a atrever a reaccionar, porque además cuentocon el escudo protector de Pujol, y cuarto, sisomos capaces de hacerle una oferta interesante a

Azcárraga, Televisa se vendrá con nosotros y laplataforma digital del Gobierno pasará a mejorvida. Y aquí paz y después gloria.

* * *

De modo que, cuando el 6 de enero del 97Antonio Asensio se sentó a almorzar con EmilioAzcárraga, ya no había nada que firmar, porquepor medio había tenido lugar el terremoto del 24de diciembre. El editor catalán, sin embargo, eraportador de una tentadora oferta para el mexicano,a quien propuso sencillamente que abandonara laplataforma de Telefónica y se pasara con armas ybagajes al bando de Polanco, el árbol al que habíaque arrimarse en España.

Pero el mexicano planteó reparos para talcambio de chaqueta, porque yo siento aprecio

personal por José María Aznar, y por otro lado lapolítica de Televisa, como no podía ser de otromodo, es la de estar a bien con los gobiernos delos países en los que está presente.

—¿Qué quieres decir con eso?—Que no quiero ponerme a mal con el

Gobierno español.—¡Pero si no te vas a poner a mal con nadie,

hombre, al contrario: te vas a poner bien con elGobierno, pero no con éste, sino con el nuevo, elde González, porque el de Aznar va a durar cuartode hora!…

La oferta que Polanco, vía Asensio, transmitióa Azcárraga consistía en la entrada de Televisa enel capital de Canal Satélite Digital (CSD) en lamisma proporción que Prisa, es decir, el 25 por100. Además, le proponía participar también en laexplotación de los derechos del fútbol, entrando aformar parte de Audiovisual Sport, con el mismoporcentaje que Polanco y Asensio. «Era una oferta

espléndida desde el punto de vista económico —asegura Ansón—, muy barata para Azcárraga y sin“mordida”, que era lo importante, porque la“mordida” ya la había pagado Polanco».

Era la percepción del Grupo Prisa y susadláteres: José María Aznar iba a durar unsuspiro. Asensio, enemigo irreconciliable dePolanco hasta la víspera del 24-D, parecía haberabrazado con entusiasmo las consignas delcántabro. Los enemigos se habían tornado ensúbitos amigos, aunque social y culturalmente sehallaran en las antípodas. Lo decía un José MaríaGarcía, siempre próximo a Asensio, que semanifestaba «decepcionado» por el acuerdo:«Todos los que acusaron a Antena 3 Televisión deirregularidades, los que incluso llegaron a lostribunales, tendrán que acatar ahora el principalmandamiento que rige en Prisa, que, como en lassectas, es el de la obediencia, y tendrán que decirque Antonio Asensio es el más grande del mundo».

Otro tanto ocurría en Antena 3 con respecto aPrisa. La locura.

* * *

El 8 de enero, los derrotados de Nochebuenadieron muestras de volver a la realidad tras laresaca navideña con una convocatoria en la sedede Telefónica destinada a avanzar en laconstitución definitiva de la nueva sociedad y sureparto accionarial. Aquélla era una reunión depastores en torno a la oveja muerta. «Todos meechaban la culpa de lo sucedido —asegura JuanVillalonga—. Me echaba la culpa Asensio, elGobierno, los “amigos” de la prensa… Y, mientrastanto, en el Grupo Prisa se frotaban las manospensando que yo ya estaba muerto».

El plato fuerte de la reunión lo constituía la

presencia de Campo Vidal en representación deleditor catalán. ¿Pediría Villalonga explicaciones aAsensio? ¿Las daría Campo Vidal? Las dio, enefecto, al reconocer que Antena 3 había concedidouna opción exclusiva a Canal Plus sobre susderechos en el fútbol, algo que los firmantes del24-D habían negado con ahínco. La «traición deAsensio» se había consumado. Se consolidaba enmanos de Polanco una situación de doblemonopolio: el de los derechos del fútbol y el de sucomercialización por la televisión de pago.

A esas alturas, ni a Asensio ni a Campo Vidalles importaban las críticas de sus antiguos aliadosen Telefónica. El 10 de enero, Manuel CampoVidal estaba citado en el despacho delvicepresidente Álvarez Cascos a las cuatro ymedia de la tarde, pero ese mismo día ETAasesinó en Madrid al magistrado del TribunalSupremo Martínez Emperador. El vicepresidentese enteró de lo ocurrido mientras almorzaba y

desde el restaurante salió de inmediato endirección al hospital en el que ya se encontraba elcadáver. Mientras departía con la familia de lavíctima avisó por teléfono a su secretaría pararetrasar media hora la cita, que quedó fijada a lascinco de la tarde.

El caso es que, después de abandonar elrecinto de Moncloa, Campo Vidal acudió a unaasamblea de clubes de fútbol donde criticóduramente al vicepresidente, «un tío que, habiendosido asesinado un magistrado del Supremo, tienela sangre fría de estar hablando de fútbol…». Esedía, Francisco Álvarez Cascos decidió que elseñor Campo Vidal no volvería a poner los pies ensu despacho «mientras yo esté en el Gobierno».

Entrevistado en la COPE el mismo 8 de enero,el vicepresidente, al mando de las operacionesdigitales, aseguraba que «el 77 por 100 del capitalsocial que el 28 de noviembre expresó suintención de participar en ese proyecto está

dispuesto a continuar; la apuesta tiene basessólidas». ¿Y Televisa? Un misterio. ¿RatificaríaAzcárraga el compromiso adquirido o se pasaríacon armas y bagajes al ejercito de Polanco,aceptando la oferta que Asensio le habíaadelantado en Nueva York? Ese era el miedo delGobierno.

El empresario mexicano no había dicho ni sí nino. Simplemente se había dejado querer, ademásde plantear sus dudas ante Ansón, quien avaló lanecesidad de ser consecuentes.

—No me lo tienes que explicar, Luis María.Yo he entrado en España de la mano de Aznar, yvoy a continuar de la mano de Aznar, aunque mecueste dinero,

Pero la incertidumbre sobre el futuro deTelevisa seguía creciendo. Fueron jornadas denervios, trufadas por el cruce de mil rumores.Hasta que un día el vicepresidente llamó a Ansóny le exigió despejar la incógnita:

—Que eso no es verdad, Paco, que no esverdad. Tengo todavía fresca la conversación conEmilio y no hay nada que os pueda hacer pensar enun giro de esa clase.

—Mira, Luis María, que es posible que nosepas todo lo que está pasando. Yo creo quetendrías que irte a México y aclarardefinitivamente esta cuestión.

Ansón viajó a México para encontrarse con unAzcárraga que tenía claro el cuadro general:

—Me he comprometido a firmar con ellos y lovoy a hacer. Dicho lo cual, quiero mostrarte elpelaje de los socios con los que vamos a estar enese proyecto, mira: Televisión Española debe400.000 millones de pesetas y pierde más de100.000 al año, Telemadrid debe 35.000 y pierde7.000, Televisión Gallega debe 15.000 y pierde nosé cuánto… y así sucesivamente. Comprenderásque yo no puedo andar en compañía de gente a laque no le importa perder dinero porque no es suyo,

de modo que vamos a firmar la plataforma, peroluego necesitamos un control, porque a mí megusta ganar dinero.

—Me parece muy bien.—Pero tiene que quedar claro qué la decisión

de continuar con ese grupo supone un gransacrificio para nosotros, y quiero que lo tengaclaro el Gobierno español.

Azcárraga quería venderle el favor a Aznar,convencido de que si Televisa se retiraba, laplataforma oficial se desmoronaba. Las exigenciasdel mexicano se tradujeron en la introducción deuna serie de cautelas y cláusulas que, por lodemás, iban a hacer prácticamente ingobernable laplataforma. Así, para garantizar que aquello no seconvirtiera en una fuente inagotable de pérdidas,se introdujo el derecho de veto para los tres sociosfundadores (TVE, Telefónica y Televisa), conindependencia del porcentaje que pudieranmantener en el futuro.

* * *

Las incógnitas no habían desaparecido deltodo, porque ¿qué iba a pasar con la televisiónautónoma catalana, controlada por un Jordi Pujolque, por otro lado, era socio del Gobierno enMadrid? Las presiones del Ejecutivo sobre CiUeran ya tan fuertes que los responsables de TV3 seestaban replanteando su acuerdo con Antena 3 y elGrupo Prisa.

El 18 de enero, Álvarez Cascos, en misión dejefe del cuerpo de bomberos aplicado en lasalvación de la plataforma digital impulsada por elEjecutivo, viajó a Barcelona para pulsar, en uniónde los dirigentes catalanes del PP, el grado dedesarrollo del programa electoral del partido. Esaera la explicación oficial, porque el verdaderointerés del desplazamiento estaba en la entrevistaconcertada con Pujol.

En un ambiente de relajada cordialidad, elHonorable y su invitado hablaron de casi todo,como es normal tratándose de un hombre a quien lapolítica catalana se le queda minúscula, laespañola bastante pequeña y sólo se encuentra agusto en «los grandes expresos europeos». Ynaturalmente, hablaron de las plataformasdigitales, que era el encargo que el vicepresidentetraía de Madrid. Y en el envoltorio de las formasmás exquisitas, ambos personajes intercambiarondardos envenenados por regalo.

—No acabo de entender muy bien, yaprovecho para decirlo delante del vicepresidenteprimero del Gobierno, por qué el señor Aznar estámolesto con nosotros —protestó el Honorable.

—No es que esté molesto o deje de estarlo.¿Usted sabe lo que firmó TV3 en noviembrepasado?

—Más o menos.—Pues éste es el documento que firmó TV3 —

replicó Cascos, alargando a Pujol una copia—,documento, por cierto, al que fueron invitados elresto de operadores, porque no hay ningunaintención de hacer una plataforma del Gobierno.Ha estado invitada TVE y TV3, que han firmado,pero también Canal Plus y Telecinco, que no hanquerido hacerlo. Ahí se recoge un pacto entresocios según el cual éstos pueden vender loscontenidos de creación propia a otros operadores,siempre que previamente den cuenta de ello alresto de los accionistas. Y aquí hay un socio, quees Antena 3, que ha cogido unos contenidos, elfútbol del que es propietario, y de espaldas a losdemás se lo ha vendido a Canal Plus. Y yo lepregunto al señor presidente de la Generalitat deCataluña: ¿esto les parece bien a los socios deTV3? ¡Porque parece que usted ha bendecido laoperación y está animando a TV3 a que siga Lospasos del señor Asensio!… Otro de loscompromisos contenidos en ese acuerdo de

intenciones dice que un socio no puede estar endos plataformas a la vez, por todo lo cual le ruegome diga qué va a hacer TV3. El señor Aznar sabelo que va a hacer Televisión Española, porqueTVE ha firmado un documento y va a cumplir suscompromisos, pero ¿qué van a hacer TV3 y laGeneralitat? ¿Va a estar TV3 en la plataformaplural que impulsa el Gobierno o se va a pasar a lade don Jesús Polanco, como ha hecho Antena 3?

Jordi Pujol encajó el castigo sin inmutarse,reconociendo que sus muchachos «le habíanenredado», porque no le habían contado toda laverdad:

—Creo que hemos sido víctimas de un enredo.A mí, efectivamente, me llamó el señor Asensiopara contarme que no podía aguantar, que estabaarruinado y que tenía que vender, porqueTelefónica no me compra, Telefónica no me paga,el señor Villalonga no se aclara, mientras que elseñor Polanco está dispuesto a poner dinero sobre

la mesa.Pero Pujol aprovechó la oportunidad para

contraatacar con un reproche al Gobierno deMadrid.

—Ustedes han llevado este asunto a su maneray a mí no me han informado de nada, silencioabsoluto, y por eso ha pasado lo que ha pasado yvienen ahora las quejas. Nosotros hemos estadomal, cierto, pero ustedes tampoco lo han hechobien, porque han actuado a mis espaldas. Tomonota y le anuncio mi disposición a resolver esteasunto, aunque necesitaré tiempo.

Aquél resultó un viaje de gran importanciapara definir el escenario de la televisión digital.El contencioso se resolvería con la integración, enjunio del 97, de TV3 en la plataforma plural.

* * *

Asensio no consiguió conducir al grupoTelevisa al redil de Polanco, pero aquél fue unfracaso muy relativo. El cántabro estaba en plenadegustación del éxito del «pacto de Nochebuena»y Azcárraga podía hacer lo que le viniera en gana,que nada podría ya alterar el curso de losacontecimientos. La pretensión del Gobierno deacabar con el monopolio de la televisión de pagomediante un proyecto alternativo de plataformadigital había fracasado.

No otra cosa cabía esperar de la incapacidadde Mónica Ridruejo para liderar ese proyecto, dela imposibilidad de que Televisa desempeñara esepapel dada su condición de cadena extranjera y dela llegada en tromba de un Villalonga sin la menorexperiencia en temas de televisión… Todo unpuzzle sin encaje posible que, perfectamentecaptado y mejor filtrado por Cebrián, sirvió alhombre fuerte de Prisa para expandir por doquierla doctrina de que «estos tíos no van a ser capaces

de arrancar, no van a lograr hacer brotar de lanada algo tan complicado (desde el punto de vistade organización, más que de la tecnología) comoun canal de televisión».

Fue la especie que los dueños de Prisa«vendieron» entre los poderosos sociosfinancieros en Canal Plus: Emilio Ybarra, JaimeBotín, Carlos March, Isidoro Álvarez… Y ésa erauna lluvia que, en pleno mes de enero del 97,calaba en una doble dirección. Por un lado,provocando que la España del dinero, sometida alpatronazgo de Jesús Polanco, criticara cualquieriniciativa del Ejecutivo popular contra el cántabro.Por otro, convenciendo a esa misma España deque el duelo Aznar-Polanco tenía un vencedorclaro, y que la victoria del segundo significaba lavuelta al poder de Felipe González.

Alineados con Jesús Polanco, los ricos noestaban dispuestos a consentir ni siquiera unrasguño en la epidermis del cántabro. «Lo que

tiene que hacer el Gobierno es enfriar el balón porcompleto —aseguraba un banquero madrileño deprimer nivel—. Que sigan adelante, si quieren, consu plataforma digital, pero, naturalmente, sinutilizar el Boletín Oficial del Estado contranadie».

Todos a favor de Polanco. Y todosargumentando su actitud en razón de ideología,«porque un Gobierno liberal no puede coartar niamenazar, y mucho menos tirar del BOE a suantojo». A nadie parecía importarle la defensa dela pluralidad y la lucha contra situaciones demonopolio informativo.

Buena prueba de los sentimientos que invadíana la mayoría de los banqueros fue el nombramientode Germán Ancochea, ex consejero delegado deTelefónica, como asesor del núcleo duro de lacompañía, una noticia anunciada por El País conevidente delectación: «Ancochea se encargará deasesorar a BBV y La Caixa en Telefónica, de cuyo

puesto de consejero delegado dimitió porincompatibilidad con el nuevo presidente, JuanVillalonga, con quien será habitual que tenga quedespachar».

La iniciativa, nada amistosa, era unademostración de falta de confianza del BBV paracon Juan Villalonga, y una desconsideración, ungolpe bajo a su amigo, José María Aznar, que elpresidente devolvió con comentarios ácidos haciaYbarra.

Villalonga reaccionó al desaire del banquerocon el acercamiento a Emilio Botín y al BancoSantander, lo que retroalimentó el sentimiento demalestar existente en los miembros del «núcleoestable» de la operadora. Botín había comprado almenos un 2 por 100 de Telefónica, e Ybarra teníamiedo de que pidiera, y obtuviera, un puesto en elnuevo Consejo que debía formarse el miércoles 29de enero. El BBV, que había financiado el acuerdode Polanco con Asensio, tenía cada día más

motivos para estar decepcionado con Villalonga.Al presidente de Telefónica se le percibía tan

débil en aquellos momentos que Isidoro Álvarez,presidente de El Corte Inglés, se excusó cuandofue invitado a formar parte del Consejo. Másllamativo aún fue el caso de Guillermo de laDehesa, un perejil presente en todos los guisos,que, igualmente invitado y temiendo que Prisapudiera tomarlo como un gesto hostil, optó porpedir el plácet a don Jesús y excusarse anteVillalonga, mira Juan, yo creo que no sería buenopara nadie mi entrada en el Consejo, porqueGoldman Sachs (el banco de negocios al querepresenta en España) no podría aspirar aconseguir un solo contrato de Telefónica, mejorestar fuera…

Tampoco es que Botín se partiera el pecho endefensa del Gobierno Aznar, a quien acababa dehacer un «feo» imperdonable, además deinnecesario, con la venta de su paquete en Ebro

Agrícolas a intereses franceses, en contra de lavoluntad de la ministra de Agricultura, Loyola dePalacio, partidaria de asegurar el control delazúcar en manos españolas a través de la fusión deEbro con Azucarera. «Ha sido algo gratuito —afirmaba el ministro Rato—, porque nosotros lehubiéramos ayudado a colocar ese paquete almismo precio entre las cajas. El Gobierno quieremantener la españolidad del sector, porque, deotra forma, los franceses nos comen».

Pero Botín iba a lo suyo. «Sí, pero él tambiéndebe saber que nosotros iremos a lo nuestro».Sobre todo cuando, además, acababa de fichar aFrancisco («Paco») Luzón, ex presidente deArgentaría, para tender puentes con FelipeGonzález.

* * *

Aquellos fichajes eran los signos externos másevidentes del ajuste de cuentas que, a nivelsubterráneo, estaba teniendo lugar en variasdirecciones.

El Gobierno, en efecto, había puesto en marchauna estrategia tendente a estrechar el cerco sobreel «traidor» Asensio. El productorcinematográfico José Frade, dueño del 5 porciento del capital social de Antena 3, habíasolicitado notarialmente la realización de unaJunta General Extraordinaria para pedirexplicaciones sobre el entramado de sociedadesparalelas que, de acuerdo con la revista Época,hacían su agosto a costa de la propia Antena 3.

Un aperitivo, porque muy pronto (5 de febrero)iba a llegar a la Fiscalía Anticorrupción unadenuncia anónima (que mandó investigar el fiscalgeneral del Estado, Juan Ortiz Úrculo), ampliadaquince días después por otra nueva, acusando aAsensio de irregularidades en la gestión de la

cadena que presidía. La denuncia decía que elcatalán estaba infringiendo la Ley de TelevisionesPrivadas, al controlar directamente más del 25 porciento de su capital, y que además se estabaenriqueciendo ilícitamente a su costa.

Pero también Prisa había puesto a funcionar suartillería. Su principal objetivo, al margen,naturalmente, del Gobierno, era Telefónica y supresidente. Juan Villalonga se iba a enterar de loque significaba en España vivir enfrentado a JesúsPolanco.

El ataque del Grupo Prisa contra los flancos dela operadora era ya total. «Una gestión que generaincertidumbres», titulaba el 19 de enero El País.«Juan Villalonga, amigo personal de José MaríaAznar, ha construido una trayectoria pocoestimulante, empedrada de conflictos notables, enla que destaca, como gran aportación, la entrada enla telefonía de Brasil».

Las dudas que Prisa trataba de transmitir al

mercado sobre el futuro de Telefónica seconcretaron el 20 de enero, precisamente el día enque la OPV de la operadora salía a Bolsa, en uneditorial demoledor titulado «¿Adonde vaTelefónica?». Era un intento claro de influir en losmercados financieros para hacer fracasar laoperación, lo que seguramente habría significadoel final de Villalonga al frente de la sociedad. Laamenaza de Jesús Polanco de «cargarse laprivatización» se había hecho realidad. De entretodas las páginas «negras» escritas por El País apartir del año 85, ésta es, sin duda, una de las másoscuras[12]. ¿Alguien puede imaginar a Le Mondearremetiendo contra France Télécom o Paribásporque así conviene a los intereses de su dueño?

La misma carga explosiva llevaba laacusación, efectuada por González en persona,según la cual Villalonga había invertido 108millones de pesetas en acciones de Telefónica,como si esa iniciativa, sinónimo de la confianza de

un gestor en el futuro de la empresa que dirige,fuera algo malo o tuviera algo de censurable.Villalonga se defendía: «Ese dinero es toda mifortuna, más el piso de la calle Serrano y el chaletde Baqueira». Con ese punto naïf que entonces lecaracterizaba y que rápidamente iría perdiendo,aseguraba que su gran reto consistía en «convencera los partidos y a los medios de comunicación deque dejen en paz a Telefónica y no la utilicen comomercancía de cambio en la lucha política…».

* * *

El viernes 24 de enero de 1997 se firmó, porfin, en la sede de Gran Vía 28, el acuerdosocietario de constitución de la plataforma digitalliderada por Telefónica, un acuerdo casiimposible, trufado de desconfianza y malos

augurios. Era un bebé nacido con fórceps, quellegaba con el síndrome de Down del «pacto deNochebuena».

Desde el 24 de diciembre anterior habíantranscurrido los treinta y un días más difíciles deAznar, un mes en que el imperio de Jesús Polancoparecía dispuesto a pasar como un huracán porencima de un Gobierno que, en minoría,aparentaba ser un mero interregno entre dos largasetapas de felipismo.

«Habíamos quedado a las seis de la tarde y lafirma efectiva no se llevó a cabo hasta las once dela noche», asegura uno de los protagonistas.Carente del arrojo necesario para decir «no»,Mónica Ridruejo se presentó a la ceremonia doshoras más tarde de la fijada, un retraso consciente,cabreado, ácido. «Me dio la sensación de quellegó tarde porque estaba ya destituida y se negabaa asistir, pero el Gobierno la obligó a ir, le hizopasar por el vía crucis de estampar su firma de

derrotada en un documento que, de acuerdo con losplanteamientos que se habían hecho en el veranodel 96, debía haber refrendado su liderazgopersonal». Fue el último documento que rubricócomo directora de RTVE.

La firma, sin embargo, no pareció impresionardemasiado a un Cebrián que, aferrado al leit motivde que «estos tíos no arrancan», seguíaexpandiendo el mensaje de que «la plataforma delGobierno» no pasaba de ser una ensoñación quejamás lograría hacerse realidad.

Enfermito, parapléjico y necesitado deincubadora, el acuerdo del 24 de enero significó,sin embargo, un serio contratiempo para laspretensiones exclusivistas de Jesús Polanco y unaldabonazo para los banqueros que vivíanentregados a sus tesis. Porque esa firma hizo yapensar a los más avezados que no era verdad queel bloque «gubernamental» se fuera a desintegrar:algo empezaba a funcionar y había que tenerlo en

cuenta; el Gobierno respaldaba de forma activaaquella idea, y no fuera a resultar que…

La confianza absoluta en que Polanco iba aganar la partida comenzó a resquebrajarse. Si aello se añade la percepción de que el Ejecutivoestaba dispuesto a sacar unas leyes que podíanreventarle el negocio a Polanco, el resultado fueque los llamados poderes financieros empezaron atentarse la ropa.

Por si fuera poco, pasados los primerosardores amorosos, entre Polanco y Asensio se fueinstalando el muro que siempre los había separadopor trayectoria, vocación y proyección. Había,además, otro elemento que había empezado a pesarde forma decisiva en la balanza del mundo deldinero, y era un escenario económico muyesperanzador, triunfalista incluso, que paraentonces se abría ya ante el Gobierno Aznar,«Tenemos tres años agrícolas garantizados con laslluvias —aseguraba Rodrigo Rato—, un turismo

pujante y unas exportaciones que van muy bien, ysi a ello le sumas que no hace falta ser un lincepara saber que los tipos de interés se van a situaren el 5 por 100, una revolución para este país yuna putada para los banqueros, pues llegas a laconclusión de que esto va a ir como un tiro».

La impresión existente era que la economíaestaba creciendo ya por encima del 3 por 100.«Ahora somos más dueños de la situación quehace tres o cuatro meses, y de aquí en adelanteempieza el partido. Ahora vamos a fajarnos deverdad con el PSOE, y eso de que Felipe tiene tanfácil el regreso, para nada».

Desde el balcón del éxito económico, Ratoempezaba a mostrar sus poderes: el de un equipode profesionales potente y sin fisuras: CristóbalMontoro a los mandos de la nave, Folgado enPresupuestos, Costa en Hacienda, Norniella enComercio. Y en los segundos niveles una serie degente joven de alta capacitación profesional.

Frente a este equipo, la incoherencia demuchas de las iniciativas que surgían del entornode un presidente esclavo de su agenda, convertidoen un ministro más obligado diariamente anegociar, intermediar, discutir y dedicar muchotiempo a una «gestión política» difícilmenteimprovisable. Una tarea necesitada de muchocapital político, mucha «masa gris» y, endefinitiva, un equipo fuerte y cohesionado queparecía brillar por su ausencia y que explicaba lasfrecuentes meteduras de pata de Moncloa.

Se estaba consolidando ya la que seríaprincipal pauta de comportamiento de toda lalegislatura: la contradicción, a menudodeslumbrante en su evidencia, entre lo bien que leestaban saliendo al Gobierno popular las cosasserias, aquellas en las que se presumía iba a tenergrandes dificultades, y lo mal que le salían lassencillas (especialmente la política decomunicación), a cuenta de los «berenjenales» en

los que a menudo le metía la torpeza de algunas desus gentes.

Al PP le habían salido unos PresupuestosGenerales del Estado que estaban sirviendo paracatapultar la recuperación económica y laconfianza internacional en España, amén deldespegue de las bolsas, con su correlato de controlde inflación y bajada de tipos de interés. Perodonde más habilidad política estaba demostrandoera en el trato con los sindicatos, justamente allídonde muchos presumían un choque de trenes. Enpleno invierno del 97, Aznar había tenido lahabilidad de dejar que patronal y sindicatos sefajaran en la negociación de una reforma laboralque, de llegar a buen puerto, supondría un durogolpe para el PSOE.

* * *

Jesús Polanco supo que el Gobierno de JoséMaría Aznar había decidido no dejarse avasallarel mismo día en que se firmó la constitución de laplataforma impulsada por Telefónica. En efecto,aquel 24 de enero, el Consejo de Ministros acordóremitir al Consejo de Estado un reglamento quefijara la homologación de los descodificadores dela señal televisiva.

Se trataba de hacer posible que un mismodescodificador sirviera para recibir en los hogarescualquier programa emitido por satélites detelevisión digital, de forma que el usuario pudieraver con el mismo aparato todos los canalesofertados sin necesidad de instalar un enjambre dedescodificadores en casa. El ardid técnicoempleado para la ocasión («El desarrollo de laLey del Satélite y el cumplimiento de la directiva95/47 aprobada por la Unión Europea) apenasconseguía travestir una medida destinada aimpedir que Polanco consolidara su monopolio de

la televisión de pago.Se trataba de una respuesta «política y jurídica

adecuada al desafío del pacto de Nochebuena»,según El Mundo, aunque en realidad era el intentooficial de retrasar el inicio de las emisiones de laplataforma digital de Polanco para dar tiempo a lapuesta en marcha del proyecto liderado porTelefónica.

Aquella tarde, Jesús Polanco, que días anteshabía llamado a Moncloa para «pactar la victoria»del 24-D con un Aznar que le remitió al ministroArias-Salgado como interlocutor, lanzó alpresidente un desafío de los que difícilmente seolvidan:

—¡Eso a mí no me lo hace ni tú ni nadie —bramó al teléfono el editor.

—Oye, Jesús, modera ese tono, que estáshablando con el presidente del Gobierno de lanación.

—¡Estoy harto de hablar con presidentes

mucho antes de que tú te asomaras a la política!…Aznar, frío como un témpano, le envió un

mensaje desde Ávila: «El Gobierno no entiende lapolítica como un pulso, pero tampoco los admite».

Polanco reaccionó como picado por elalacrán: «Aznar trata de impedir por decreto lasalida de la plataforma digital de Canal Plus»,decía a cuatro columnas la primera de El País del25 de enero, sin duda uno de los titulares másllamativos de la historia del diario. Era el toquede rebato. Nunca como hasta entonces se habíapuesto tan en evidencia la utilización de un mediode comunicación al servicio de los negocios de supropietario. Muchos miles de millones de pesetasestaban en juego.

La edición del domingo 26 de enero de 1997del diario era digna de coleccionistas. Unaabrumadora exhibición de nervios: un recuadro deapertura en portada («Objetivo: acabar conPolanco»), un largo editorial («Se olvida [el

Ejecutivo] quizás de que España es desde haceonce años un país miembro de la Unión Europea yno una república bananera donde los caprichos delque manda se cumplen de inmediato»), dos páginasen la sección de sociedad y tres más en elcuadernillo central de los domingos. Todo paradenunciar, primero, la presunta conspiración delGobierno Aznar y sus aliados para acabar con eldueño de Prisa, y segundo, para demostrar cuáncargado de razones se hallaba el Grupo para hacervaler sus derechos sobre el mercado de latelevisión digital en España.

En su primera edición (provincias) el diarioaseguraba que «José María Aznar recomendópersonalmente a Pedro J. Ramírez que implicaraexpresamente en el caso Ferrer Europa [unescándalo de menor cuantía publicado en ElMundo] al presidente de Prisa», una afirmaciónverdaderamente insólita, porque, ¿cómo habíapodido enterarse El País de tal cosa? ¿De nuevo

las «escuchas aleatorias» del Cesid? Por fortuna,el diario retiró la «perla» en su edición deMadrid.

«En un país democrático un Gobierno no puedegobernar por decreto contra una empresa privada afavor de otra», aseguraba, por su parte, el PSOE.«Los felipistas se han puesto al servicio del afáncompulsivo de dominio y de dinero del gran patrónde Prisa. Ellos sabrán por qué», contraatacaba ElMundo con dureza en su editorial del domingo 26de enero.

Dos días después, El País publicó otro de susdemoledores editoriales, titulado «Digital viene dededo», en el que venía a amenazar a Aznar condesestabilizar su Gobierno, posibilidad quepaladinamente se arrogaba Polanco, privándoledel apoyo de los nacionalistas de CiU, si seguíaempeñado en «despeñarse por la pendiente delabuso, el amiguismo y la arbitrariedad».

Todo esto, y mucho más, lo escribía el diario

que durante años había sido para cientos de milesde españoles paradigma de objetividad eindependencia informativa. El mismo diario, y elmismo grupo, que a partir de entonces empezaron aacusar al Gobierno de «crispar la vida políticaespañola», expresión que, con la fuerza de unafrase hecha, acompañó a los españoles como unapesadilla a lo largo de 1997.

En la burra de «la crispación» se montarontodos los medios con querencia al felipismo, casode La Vanguardia (grupo Godó) o El Periódico deCatalunya (propiedad de Asensio), entre otrosmuchos, pero también televisiones comoTelecinco. El que crispaba, naturalmente, no era elgrupo Polanco, sino el Gobierno Aznar, a quien ElPaís auguraba «un final similar al de Romanones».

El conflicto, que con gran aparato eléctricohabía estallado en los medios de comunicación,volvía a partir en dos, a la secular y españolamanera, la opinión y los corazones de los

ciudadanos, obligando a «retratarse» a muchagente. Así, el Gobierno había concedido alConsejo de Estado un plazo de apenas cinco díaspara decidir si el proyecto respondía o no a lacomentada directiva 95/47, de modo que elConsejo de Ministros del viernes 31 de eneropudiera aprobarlo definitivamente para supublicación en el BOE del sábado 1 de febrero. Yocurrió que, en la votación pertinente, votaron encontra Arozamena y Rodríguez Piñero, mientrasque se abstuvo, sorpresa, Íñigo Cavero, un hombrecolocado al frente del citado Consejo por Aznar, ya quien Aznar había hecho saber la importancia dela unanimidad en esa votación.

El 28 de enero, la Comisión Europea, elárbitro con el que ninguno de los contendientesparecía haber contado, emitió una primera señaldesde la cueva de Bruselas. «La principalpreocupación de la Comisión es que eldescodificador no se convierta en un instrumento

para que el propietario pueda crear una posicióndominante». Capón a Prisa. «La Comisión vigilarási el nuevo reglamento español esintervencionista». Capón al Gobierno.

* * *

Nada podría impedir, sin embargo, lapresentación en sociedad, el 30 de enero del 97,de Canal Satélite Digital, participada porSogecable (85 por 100) y Antena 3 (15 por 100),que a partir de ese día empezó a emitir veinticincocanales de televisión vía satélite desdeLuxemburgo.

El evento se convirtió en una magníficademostración del poder de Jesús Polanco, que, enun acto multitudinario, rodeado de la créme delmundo del dinero, levantó su dedo admonitorio de

predicador para advertir al Gobierno Aznar: «Notoleraremos, aunque nos cueste carísimo, un abusode poder a nuestra costa». Hablando en el pluralmayestático de las grandes dignidades, el cántabroestaba escribiendo un nuevo capítulo del libroSantillana sobre el Apocalipsis que nos espera sino nos convertimos a la única fe verdadera. Lasuya.

Aquel día, el poder surgido de una costilla delos libros de texto, teología digital, bajaba delSinaí con el mensaje de que había empezado lapax polanquil reducida a la humilde aceptación dela voluntad del César cántabro. El editor, no sinsorna, se congratuló del arranque de la ofertaliderada por Telefónica, «aunque no tieneprogramas ni descodificadores, sólo la voluntadde hacerse…».

En torno al gran capo se hallaban sus ricossocios, empezando por Carlos March y terminandocon Jaime Botín, que, con Emilio Ybarra,

componen la «tríada feliz» del capitalismoespañol, tres florones, tres apellidos rendidos alos pies del dueño de Prisa. Si se repara en el datode que tras Antonio Asensio se erigía la sombradel «pagano» Amusátegui y su BCH, se llega a laconclusión de cuán dispar era la pelea digital en elterreno de los poderes financieros. En efecto, conPolanco se encontraba toda la banca española,banca que desde el año 82 venía sosteniendo elentramado de un partido con alma de PRI y carnetde socialista y obrero: Felipe, Polanco y la granbanca, como trasunto de un esquema de podersurgido en la España del posfranquismo que, depronto, se sentía amenazado por un tipo seco yestirado como Aznar, llegado al Gobierno enrepresentación de una derecha de nuevo cuño queno le debía casi ningún favor a casi nadie.

Era jueves y estaba expuesto el cuerpoincorrupto de Jesús Polanco en la hornacina delaltar digital, y a sus pies se movía, en aplicada

audiencia, el mundo de la cultura, el espectáculo,la música, Miguel Ríos, Amenábar, Jaime deArmiñán y muchos más, esos mundos quefestonean su imperio, que viven, pastan y abrevanen sus aguas, genuflexión al canto, porque a verquién es el guapo que quiere hacer algo en laindustria cultural española y no rema a favor decorriente en el río de Prisa, y ración de oracióndoble por el rito polanquil para los agnósticos.Por supuesto, en torno a don Jesús, todo su colegiocardenalicio, los eternos, sempiternos einevitables Plácido Arango, Leopoldo Rodés,Mendoza, Matías Cortés…

Al día siguiente, El País publicaba en suportada una foto del acto que valía más que milpalabras. Era la foto del éxito, de izquierda aderecha Juan Luis Cebrián, Pierre Lescure (CanalPlus Francia), las manos entrelazadas en torno aPolanco, el centro, y luego Antonio Asensio,encantado de hacerse conocido, y Carlos March, el

último de la derecha, la riqueza por antonomasiaen España. El nieto de Juan March Ordinas, el«pirata del Mediterráneo», parecía no encontrarsea gusto, como si le diera reparo salir en tanobscena demostración de pleitesía, y no quería,pugnaba por irse, no deseaba salir en la foto, peroAsensio lo tenía bien trincado y no le dejabaescapar, a mojarse tocan…

En la fiesta —y en la foto— había unaausencia significativa: la de Emilio Ybarra,presidente del BBV, socio de Polanco en CanalPlus y Sogecable (15 por 100 del capital), quehabía hecho mutis por el foro mandando en sulugar a un par de subalternos. Y esa ausencia —como el miedo de March a salir en el retrato— nopasó desapercibida.

* * *

El Consejo de Ministros del viernes 31 deenero aprobó un real decreto-ley por el que seadaptaba el Derecho español a la directiva 95/47sobre la transmisión de señales de televisión,además de aprobar también el Reglamento de laLey de Telecomunicaciones por Satélite.

Canal Satélite Digital quedaba en la ilegalidadal publicarse en el BOE al día siguiente, 1 defebrero, dicho Reglamento, que obligaba a todaslas empresas a inscribirse en un registro en elMinisterio de Fomento antes de empezar a emitir,trámite en el que debería demostrar que sudescodificador digital era compatible con el deotros operadores.

Paralelamente, y disfrazadas de medidas paraliberalizar el sector, el Ejecutivo enviaba dos«recados» a Jesús Polanco en ese mismo BOE,Primero: el IVA de la televisión de pago subía del7 al 16 por 100. A Polanco se le evaporaba uno delos privilegios que, en 1992 y por real decreto, le

había concedido el Gobierno González alequiparar dicho IVA con el de la vivienda o losalimentos. Segundo: las operadoras no podríanbeneficiarse de las fianzas cobradas a losabonados por darse de alta en el servicio, fianzasque deberían quedar depositadas en un fondo.

Lo divertido, hasta rozar lo cómico, del casoera que el autor intelectual de las tres medidas queiban a suponer un serio castigo a la cuenta deresultados de Polanco no había sido un mago deMoncloa, no, sino el «camarada» AntonioAsensio, ni más ni menos, que en el otoño pasado,en plena refriega mediática y judicial con el dueñode Prisa, se acercó un día por el despacho deMiguel Ángel Rodríguez en Moncloa para pedirárnica:

—Bueno, y ¿qué se puede hacer contraPolanco? —le preguntaron.

Y Asensio volvió unos días después con unpapel en el que disparaba cinco medidas como

cinco puñales contra el imperio del cántabro, entrelas que se encontraban las tres (descodificadorneutral, IVA y depósitos) aparecidas en el BOE del1 de febrero. Era el caso del general que cambiade bando pero no se lleva el plano de las minasque ha dejado camufladas por el terreno.

El Consejo de Ministros de aquel 31 de enerohabía decidido también regular el fútbol portelevisión mediante una ley orgánica queaseguraba el libre acceso a los partidos másimportantes, considerando que en el caso de lasretransmisiones deportivas estaba en juego elderecho constitucional a la libertad deinformación.

La iniciativa del Gobierno fue recibida en elGrupo Prisa como es de imaginar. De hecho, laprimera decena del mes de febrero del 97 quedaráen las hemerotecas como ejemplo de la utilizaciónde un grupo mediático en defensa de los interesesmercantiles de su propietario. El calificativo más

liviano que aquellos días se aplicó a Aznar en losaledaños del Grupo fue el de «fascista», epítetoque González y Guerra alternaron con el de«estalinista».

El editorial «Fuera máscaras» de El País, 5 defebrero, es, sin duda, una pieza «retro» digna defigurar en el museo de los horrores del periodismoescrito: «Empezamos a sospechar que nosencontramos ante una mezcla de estilos entre labravuconería fascista y la manipulacióninformativa, en la que eran expertos los nazis».Nazis y fascistas. «Caída ya su máscara centrista,la España profunda se levanta del sueño».

No faltó quien, temiendo que la cuenta deresultados de Polanco quedara afectada por lanueva legislación, se apresuró a teorizar sobre «lademocracia en peligro». Hasta Antonio Gutiérrez,líder de CC.OO., entró en liza calificando alGobierno de «autoritario» por haber recurrido aldecreto-ley para regular la televisión digital,

además de considerar injusto el «acoso» delEjecutivo a Canal Plus. La tortilla ya estabacompleta: la izquierda, más los sindicatos, por unlado. La derecha, por otro. Como mandan loscánones.

Los dos bandos (PP y PSOE) se enfrentaron enel albero del Congreso de los Diputados el 13 defebrero con motivo de la convalidación del citadoreal decreto-ley que incorporaba al Derecho laDirectiva 95/47 de la UE.

«Piénsese en el contrasentido que supondría —reflexionaba el ministro Arias-Salgado desde latribuna de oradores— que para la recepción decada una de las señales de televisión quehabitualmente recibimos los españoles fuesenecesario el uso de un televisor diferente…».Aquello parecía muy obvio, pero no para AlfredoPérez Rubalcaba, el más bravo de los caballerosque se sientan en torno a la tabla redonda delLancelot de Prisa, siempre dispuesto a reñir las

batallas que sea menester a mayor gloria dePolanco.

Socialistas y populares se enzarzaron en unode los debates más duros que recuerda la historiade la democracia. Gritos, insultos, abucheos,protestas y aplausos acompañaron lasintervenciones del portavoz socialista y delministro de Fomento.

Rubalcaba hizo una defensa de las tesis deCSD que no hubiera mejorado ni el máscualificado de los empleados del cántabro. Elobjetivo del decreto era «perseguir y castigar aaquellos medios de comunicación que se resisten aser meras correas de transmisión de lasintenciones del Gobierno»[13].

Nunca como hasta ese debate se habíavisualizado con tanta nitidez la ligazón simbióticaexistente entre Prisa y PSOE, entre PSOE y Prisa,entre un partido político de base social deizquierdas y un grupo de comunicación propiedad

de una de las grandes fortunas españolas, unidosen atípico sindicato en la defensa de un interéscompartido: el poder, en el caso del partido; eldinero, en el del editor.

El decreto fue convalidado con el apoyo detodos los grupos a excepción del socialista.

* * *

El Gobierno había metido un par de«hachazos» muy considerables a los intereses dePolanco, pero aún no le había rozado un pelo aAntonio Asensio. Precisamente por eso, y porqueya le habían llegado noticias de la denuncia ante laFiscalía Anticorrupción, el editor catalán era unhombre asustado, que a lo largo de febrero ymarzo se ofreció como mediador, asegurando queél «podía arreglar con Polanco el tema del

descodificador y el accionariado de unaplataforma conjunta». El catalán se mostraba,además, dispuesto a garantizar la apertura decontrato del fútbol al resto de los operadores.

El 17 de febrero Asensio pidió audiencia y fuerecibido por Álvarez Cascos, ante quien trató dejustificar el «pacto de Nochebuena» en lostérminos ya conocidos. «No me dejaron másalternativa, porque yo necesitaba dinero yVillalonga no estaba dispuesto a dármelo». Fue unencuentro que empezó frío y terminó gélido.

Al día siguiente, Asensio tuvo que pasar eltrago de la Junta Extraordinaria de Accionistas deAntena 3 solicitada por José Frade. El mayordisgusto del día, con todo, fue la ausencia delBCH, su tradicional financiador. Ese día, el editorpidió a Polanco que llamara a José MaríaAmusátegui y le convenciera de que asistiera a laJunta. El de Antena 3 había tomado el desafío deFrade como un plebiscito personal. Pero

Amusátegui, fino olfateador de los vientos de lapolítica, se excusó ante el dueño de Prisa.

Los apuros de Asensio eran entonces vividoscomo propios por Polanco. Se trataba, según eldiario El País, de una «persecución inmoral yestúpida que el Gobierno ha lanzado contra losmedios de comunicación que no le son sumisos».

Álvarez Cascos volvería a ver a Asensio el 4 yel 18 de marzo. En teoría, Polanco y Asensioestaban perfectamente coordinados por aquelentonces, de modo que el de Zeta era una especiede embajador plenipotenciario del cántabro paratratar el espinoso asunto de los descodificadores,que caía dentro del radio de acción delvicepresidente.

Tras la aprobación del decreto deldescodificador, Cascos se iría retirando de formapaulatina de primera línea. «La Administraciónpuede llegar hasta el final en la negociación de lasreglas del juego, pero, una vez aprobadas, el

protagonismo pasa ya a los empresarios conintereses en el sector, que son los que debennegociar».

A estas alturas, el grupo Prisa habíaencontrado una nueva vía para hacer daño alGobierno: Maastricht. Colocar tachuelas en elcamino de España hacia Europa. El señor Polanco,todo un patriota, no tenía reparos a la hora deponer en peligro la entrada de España en laprimera velocidad europea con tal de vengarse deAznar. En efecto, las dudas sobre la plenaintegración de España en la UE se repetían un díasí y otro también, estrategia a la que se apuntabanEl Periódico de Catalunya y La Vanguardia.

Decididos a castigar los pecados digitales deAznar, las fuerzas combinadas de PSOE y Prisaparecían dispuestas a todo: desde provocar elpánico en los mercados bursátiles con la tesis deun eventual retraso de la entrada de España en eleuro a la paralización de las negociaciones en

curso sobre la reforma del mercado laboral.Ambos ejércitos se encontraban en lo más

crudo de la batalla, en esa hora decisiva en la que,como decía Napoleón, la iniciativa y el valor deun solo hombre puede inclinar la balanza de uno uotro lado sobre el campo sembrado de cadáveres.La idea, tan querida por los Polancos, de unainmediata vuelta del PSOE al poder, que ladebilidad de Aznar había alimentado en el primersemestre de su mandato, se esfumaba a granvelocidad. Era necesario un último esfuerzo.Había que lanzar la guardia imperial al ataque.

El Grupo Prisa era el escaparate por el quediariamente desfilaba un muestrario de desastresvarios. Todo iba mal, todo estaba mal, todo sehacía mal en la España de Aznar.

«El pobre Polanco se ha convertido en “FuerteÁlamo” y está atacado por todas partes, con locual todos los “David Crockett” de España y deIberoamérica deben cerrar filas en su defensa —

escribía Carlos Semprún Maura—, y tantobatiburrillo ¿por qué? ¿Cuál es el objetivo detantas picas en Flandes? Pues, el fútbol, señores,¡el fútbol! No el euro, Maastricht, el paro, Filesa,el GAL o los papeles del Cesid. Sólo el fútbol hapodido con los nervios de los mayordomos dePolanco».

Se trataba de un enfrentamiento entre dospoderes. El de un editor que, con el respaldo delprimer partido de la oposición, se sentía capaz deamenazar al Gobierno con desestabilizar su pactocon CiU y obligarle a convocar eleccionesanticipadas, o con boicotear la entrada enMaastricht, o con poner a la intelligentsia europeaen su contra, y el de un Gobierno de centro-derecha obligado a hacerse respetar si no queríaregresar a las catacumbas para otros quince años.

En realidad, era el enfrentamiento entre laEspaña fosilizada y corrupta que feneció el 3 demarzo del 96 y que, reclamando derechos

adquiridos, se negaba a desaparecer, y la Españaurbana que tímidamente aleteaba con la vistapuesta en la Europa unida, una España quenecesariamente debería ser distinta, más abierta ymás rica, más dependiente de la inteligencia y elesfuerzo personal y menos de las relacionesespurias, el amiguismo y el miedo.

Pero la definitiva explosión de nervios delpolanquismo iba a producirse el 28 de febrero conel anuncio de que el juez Gómez de Liañoaceptaba una querella del abogado Sainz Morenocontra veinte consejeros de Sogecable y el auditorJosé Antonio Rodríguez Gil, a quienes se acusabade apropiación indebida, falsedad, estafa y delitosocietario en la gestión de la antigua Sociedad deTelevisión Canal Plus S.A. y de su filialSogecable. El auto prohibía salir de España sinpermiso judicial a Polanco, Cebrián, José MaríaAranaz y Rodríguez Gil.

A las seis de la tarde de ese 28 de febrero

Jesús Polanco, presidente de Sogecable, subía lasescaleras de la Audiencia Nacional para verse lascaras por primera vez con el juez Gómez de Liaño,que le notificó el contenido de la querella.

Una foto a cuatro columnas publicada en ElPaís del día siguiente, 1 de marzo, mostraba a unPolanco envejecido y diminuto, embutido en unachaqueta sobrada de tiro que parecía desbordarlecual casulla de cura, llevándose ambas manos a latripa, quizá preocupado por la cartera, la vistaperdida, fija al frente, como tratando desobrellevar la afrenta.

El dueño de Prisa caminaba escoltado a suderecha por Matías Cortés, gran camarlengo delimperio polanquil, rechoncho como el amo, lacorbata azul oscura recorriendo la impresionantetripa para bascular, fláccida, a la altura de labragueta, los brazos, cortos, colgando inertescomo atrofiado artilugio de robot, mecánicamínima de manos rebosadas por sobredosis de

manga, dos hombres sin cuello, dos nobles testaspegadas a un cuerpo, caminando ofendidas haciaun futuro de ignominia.

Y a la izquierda de Polanco, Juan LuisCebrián, barba canosa y risa de conejo tras unasgafas de intelectual demodé, que con su manoizquierda parecía pugnar también por asegurar sucartera, quizá sacarla para extraer su carnet deidentidad, él, el hombre que trajo la democracia aeste país, famoso entre mil, obligado una vez mása identificarse ante un juez don nadie.

Tanto él como Polanco tenían prohibida lasalida de territorio nacional, y más de uno sechanceaba, en el ruedo periodístico madrileño,con la posibilidad de que cuate Cebrián se vieraen la tesitura de tener que leer su discurso deingreso en la RAE escoltado por la pareja de laGuardia Civil.

Se confirmaba: Polanco era víctima de unaconjura urdida entre el Gobierno, ciertos medios

de prensa y algunos jueces para acabar con él ycon su grupo mediático. «Un peldaño más»,titulaba «Big Bertha» su editorial del 2 de marzo(«temerario y retador», como en privado localificó uno de los más importantes socios dePrisa).

«Todo un Gobierno fascistizado, mussolinista,franquista, lanza su peso contra una empresa queemite información y opinión —decía EduardoHaro Tecglen en la edición de ese 2 de marzo—.La quiere ahogar y, como siempre, su objetivo esla cárcel. González sabía, mucho antes de perderlas elecciones, que lo que querían no era sóloquitarle el Gobierno, sino meterle en la cárcel. Nocejan. Recuerdo que en las vísperas del 36, luegodel 39, nadie creía que le iban a encarcelar; menosque le iban a matar. Yo mismo estoy seguro que nome va a pasar nada. Y ¿quién sabe? Quizá lospistoleros andan ya limpiando sus armas, cuandosus antiguos camaradas empiezan a acudir a los

juzgados a denunciar…».

* * *

Algo importante estaba pasando, que nadatenía que ver con lo que El País estaba contando asus lectores: la tradicional soberbia de losPolancos se estaba viniendo abajo con estrépito, yla altanería estaba siendo rápidamente sustituidapor el miedo.

Las campanas tocaban a rebato: había quedefenderse de aquel Gobierno que iba a durarmenos que un caramelo a la puerta de un colegio,había que apoyar al amo, de pronto sorprendidocon las manos en la masa de la ingenieríafinanciera en Sogecable, como tantas otraspreclaras figuras del felipismo. El amo podíaacabar con sus huesos en la cárcel. El envite era

tan fuerte que todos los que de una u otra formacomen/comían del amo, de su grupo de empresas,sus periódicos, sus radios, sus editoriales, suindustria del cine… todos iban a ser llamados afilas, convocados a poner su firma a pie de páginaen apoyo del jefe, todos iban a ser obligados a«retratarse» en defensa de Jesús del Gran Poder.

Fracasada su pretensión de echarle un pulso alGobierno democrático de un país industrializado,Polanco y Cebrián se iban a lanzar a partir de ese28 de febrero por la senda del victimismo y laconjura política, cuando la cuestión se limitaba aresponder cumplidamente a la siguiente pregunta:¿qué había pasado con los depósitos que losabonados de Canal Plus habían entregado engarantía? ¿Podían disponer libremente de esos23.000 millones de pesetas sin permiso expreso delos depositantes? ¿Qué decía al respecto lalegislación vigente?

Como curioso correlato al nuevo escenario,

Jesús Polanco, un hombre que jamás se habíaprodigado en ese tipo de actos, se lanzó a unarueda de apariciones públicas a la manera de unpolítico en campaña, festejos varios e inclusohomenajes, como el que la Asamblea de Cantabriale ofreció nombrándole hijo adoptivo de lacomunidad «por su defensa de las libertades». Elnegocio de la libertad seguía dando réditos,incluso honoríficos.

Pero la gran traca del polanquismo iba a llegarcon la publicación de una carta que, promovidapor un grupo de empleados distinguidos, algunosde los cuales participan en consejos deadministración de sus empresas (FernandoSavater, Javier Pradera, Juan Cueto, VicenteVerdú, Maruja Torres, Rosa Montero, Juan Cruz yJoaquín Estefanía), se había pasado a la firma deescritores, intelectuales y artistas de ideologíaprogre de Europa y América en defensa del GrupoPrisa, «objeto de una campaña de descrédito

profesional y personal que trata de minar suhonorabilidad y la credibilidad e independenciade El País».

Encabezaban el ranking de firmantes gente detanto pedigrí como García Márquez (que actuó derecolector de firmas), Norberto Bobbio, UmbertoEco, Norman Mailer, Carlos Fuentes y SusanSontag. «El escrito será publicado en algunos delos principales diarios del mundo en los próximosdías —decía el periódico—. Varios de losdirectores firmantes han anunciado que seguirán laevolución de este caso en España y Europa».

«El mecanismo elegido es el de un manifiestotan grande, tan lleno de firmas, tan cuajado defamosos, tan trufado de bellos y bellas, tanabrumadoramente representativo del poder delImperio —escribía Jiménez Losantos el jueves 20de marzo—, que piensan conseguir que elGobierno se arrugue, los jueces se encojan y lospocos medios que todavía no ha controlado o

neutralizado Polanco vacilen y se rindan. Enrealidad, lo que Polanco prepara no es unmanifiesto, es, en el sentido profundo del término,un pronunciamiento […] que está mostrando sumayor fuerza en el mundo artístico, donde actores,directores, productores, cantantes, músicos ytitiriteros están, de una u otra forma, atados por elbolsillo a la causa de la mayor faltriquera deEspaña».

Aquél era un pulso que los padres putativos dela «política de la crispación» le echaban alGobierno. Pero un pulso desde el miedo, no yadesde la soberbia de meses atrás. El Imperiovendía entre la progresía internacional que laadmisión de una querella por presunto delito deapropiación indebida y falsedad documental era«una agresión a la libertad de expresión». Sinembargo, en el caso Sogecable, un escándalo quealcanza de lleno al pulmón ideológico delRégimen de la transición, no se iba a juzgar a

Polanco y Cebrián por lo que habían dicho, sinopor lo que habían hecho.

El «banderín de enganche» de Prisa tuvo unamplio eco en la prensa internacional, poniendootra vez de relieve un fenómeno curioso, digno deun análisis pormenorizado: la extraña conducta delos corresponsales extranjeros acreditados enEspaña que, tras años de encantamiento con elfenómeno Prisa-PSOE, cuyos desmanes, salvohonrosas excepciones, habían calladocomplacientemente, seguían anclados en los viejostiempos, enviando al exterior mensajes muynegativos sobre Aznar y su Gobierno.

Crecido por el aluvión de celebrities de mediomundo (hubo un firmante de Martinica, otro deÁfrica del Sur y un tercero de Georgia, como notade exotismo) estampando su firma a pie de páginaen solidaridad con el grandísimo líder de Prisa, supalafrenero mayor, Juan Luis Cebrián, decidióllevar el enfrentamiento a la Asamblea del Instituto

Internacional de Prensa (IPI). Imposible imaginarun marco más adecuado para voltearinternacionalmente la perversidad de la derechaespañola, empeñada en atentar contra la libertad.

La cita era en Granada, y allí, ante un selectoauditorio de periodistas y directores de medios detodo el mundo, Cebrián pidió que el IPIinvestigara el «acoso» al que el Grupo Prisaestaba siendo sometido por el Gobierno Aznar,reclamando nada menos que el envío a España deuna «misión internacional para investigar lassituaciones que se han creado en este país quesuponen un retroceso de la libertad de prensa».

Al corte salieron dos periodistas hispanos,José Luis Gutiérrez y Víctor de la Serna, parasolicitar que la Asamblea investigara también los«abusos de Prisa» durante los años del felipismo.En un comunicado distribuido entre los quinientosparticipantes del congreso, ambos afirmaban que«Prisa confunde el final de los privilegios

especiales de que ha gozado bajo el felipismo conel inicio de una supuesta censura».

En la jornada de clausura, el 26 de marzo, elpropio Aznar intervino en la pugna con un alegatode una contundencia poco frecuente en él. Elpresidente denunció, en efecto, «la utilizaciónclientelar de los Presupuestos del Estado y elprivilegio legal concedido a los grupos másafectos al poder. Esta es una concepción arrogantede la política, una interpretación interesada delmandato electoral y una extralimitación de lalegitimidad democrática que otorgan las urnas».

* * *

A pesar de la «leña» que se propinaban enpúblico, ambas partes seguían negociando enprivado, dentro de un clima tan civilizado, tan de

guante blanco, que dejaría sorprendidos a quienes,desde las tribunas de los medios de comunicación,se arreaban estera sin rasgo de misericordia.

En efecto, el 5 de marzo Álvarez Cascosrecibió a Polanco en un almuerzo privadocelebrado en el recinto de Moncloa. Y volvió arecibirlo a las doce de la mañana del 17 delmismo mes para mantener una larga conversación,mano a mano, en el despacho del vicepresidente.Jamás apareció la menor mención a estasentrevistas en las páginas de El País.

Polanco vendía una versión sui generis del«pacto de Nochebuena» entendido como laculminación de un proceso en el que habíaterminado por imponerse la lógica empresarial.Después de la tensión a que tanto él como Asensiohabían estado sometidos en 1996 durante lallamada «guerra del fútbol», ambos se habían vistoobligados a entenderse. «Y a partir de ahí veo consorpresa que se presenta una historia en la cual yo

voy de ganador, y no es eso, no señor, porqueAsensio (40 por 100) y TV3 (20 por 100)comparten los mismos intereses en AudiovisualSport, y ése es un acuerdo contra mí, en el que yovoy de perdedor…».

Pero el verdadero objeto de ambas reuniones,como de todas las que Cascos mantuvo condistintos interlocutores, era buscar un punto deencuentro entre las dos plataformas tendente a sufusión en una sola, proceso que la Administraciónpodía facilitar regulando de una manera concretala entrada en servicio de la tecnología digital.

Cuatro eran los grandes puntos en litigio a lahora de diseñar esa plataforma única: lacomposición del accionariado, la elección delsatélite, el tipo de descodificador, y la gestión dela futura sociedad conjunta.

El acuerdo parecía imposible. Para elcántabro, una plataforma digital es,fundamentalmente, una organización de gestión de

abonados, como activo principal, y undescodificador experimentado desde el punto devista tecnológico. Y CSD disponía de undescodificador suficientemente probado, de uncatálogo de abonados y de experiencia suficientepara gestionar todo ello. En resumen, Polanco ysus socios contaban con el principal activo delnegocio, puntos determinantes en una estrategia demonopolio y, por lo tanto, no negociables.

Frente a eso, había una organización que nocontaba con ninguno de tales activos, sinosimplemente con la voluntad de tenerlos algún día.La diferencia era abismal.

Esta percepción era plenamente compartidapor el número dos de Canal Plus Francia, MichelToulouze, que por aquel entonces fue tambiénrecibido en el despacho de Álvarez Cascos. Losfranceses querían conocer de primera mano cuálera la posición del Gobierno del PP en relacióncon el negocio de la televisión digital, en general,

y con la guerra abierta planteada en torno al GrupoPrisa, en particular. No fue un encuentro fácil. Elfrancés, poco dado a la diplomacia, replicó conaltanería a un Cascos que trataba de dar a laplataforma digital alternativa una fortaleza que notenía:

—Tiene usted que comprender que llevamosmucho tiempo haciendo televisión digital enEuropa, con un descodificador muy rodado, conmillones de abonados… Este es nuestro negocio.Frente a esto, ¿qué hay? Rien. ¡La otra plataformaes rien!…

* * *

El 17 de abril, el Congreso de los Diputadosaprobó al fin la Ley de la Televisión Digital,mientras seguían las negociaciones para sacar

adelante la Ley de Retransmisiones Deportivas,más conocida como «ley del fútbol».

«No hay derecho», editorializaba El País aldía siguiente: «La ley obliga a que los operadoresse pongan de acuerdo sobre el descodificador, y enausencia de pacto impone el sistema “multicript”que impulsa Telefónica y que todavía no existe enel mercado, dejando así a CSD a expensas de loque decida su competidor, al que concede en lapráctica derecho de veto. ¿No es esto un abuso depoder?».

Para el PSOE, era «el mayor ataque a lalibertad de expresión desde el cierre del Madrid».Un diputado socialista apellidado Arreciadodeclaró que «quienes están en contra de Polancoson los mismos golpistas que el 23-F trataban deacabar con la democracia en España».

No menos contundente se mostró el director deEl Periódico de Catalunya, Antonio Franco, queen un acto organizado en Barcelona por el PSC

llegó a afirmar que los medios de comunicaciónvivían en un «estado de excepción» y que si enEspaña no hubiera un grupo de comunicacióncomo Prisa «esto sería un paseo militar para lasintenciones fascistas del Gobierno».

La insistencia de Prisa en que eldescodificador universal o «multicript» no existíaen el mercado se había convertido en una obsesiónque no podía explicarse más que dentro de laparanoia de un grupo convencido de podermoldear la realidad a su conveniencia. Porquebastaba un somero rastreo del mercado paraenterarse de que la tecnología «multicript» era unarealidad, puesto que Nokia lo había presentado enParís el 24 de febrero y la multinacional estabanegociando con Vía Digital las condiciones de susuministro. Otros fabricantes, como Echostar,Sagem o Interax, estaban en disposición de servircon carácter inmediato equipos con el mismosistema.

* * *

A primeros de mayo ya estaba claro que lagestión económica iba a ser el salvoconducto quepodía permitir al Gobierno popular agotar sumandato. Con una tasa de crecimiento superior a lainflación, al Ejecutivo le iba a resultar muy fácilcuadrar las cuentas públicas, «porque cuando estásmuerto es cuando la inflación es del 6 por 100 y elcrecimiento es del 2 por 100», asegura CristóbalMontoro. Esa era la gran novedad de losPresupuestos Generales del Estado para 1998 quelos ministerios económicos, bajo la batuta de JoséFolgado y la supervisión directa del propio Aznar,habían empezado ya a perfilar.

Al cumplir su primer año de Gobierno, elcambio de contexto económico era definitivo. Másque un ciclo, España estaba cambiando realmentede modelo: para un país acostumbrado a vivir

inveteradamente con inflaciones superiores al 5por ciento y tipos de interés de dos dígitos,aquello era una verdadera revolución que abríaunas perspectivas de futuro insospechadas. Comoguinda coronando el pastel, el Ejecutivo habíasido capaz de apadrinar un acuerdo entre patronaly sindicatos para la reforma del mercado detrabajo. Comisiones Obreras y UGT se habíanrebelado contra los dictados de la izquierda para,haciendo gala de una visión autónoma de susintereses al margen del ciclo político, reconocerque era necesario abaratar el despido para crearempleo.

«No hay en la reciente historia europea ningúnsindicato que haya estado dispuesto a aceptar unarebaja de las indemnizaciones en el despidoimprocedente, y menos con un Gobierno de centroderecha —aseguraba en privado el ministro Rato—. Ya quisieran franceses y alemanes tener unossindicatos como éstos». Era, en definitiva, un

mensaje de flexibilidad, de capacidad de diálogo yde independencia del sindicalismo español.

Frente al éxito que para la sociedad españolaen su conjunto suponían estos avances, el bloquede los «felipancos» reaccionó con un brutal shakeup de la vida política, en un último intento pordesestabilizar la situación y evitar la definitivaconsolidación del Gobierno Aznar. Era la pruebamás evidente de la peligrosa asimetría existenteentre la economía y la política españolas.

González, que había afirmado que Españasufría «una preocupante regresión en laslibertades», se valió para ello de dos«revelaciones», acusando, primero, alvicepresidente Álvarez Cascos de haberconspirado con Amedo para implicarle en losGAL y, segundo, denunciando dos días después(10 de mayo) que La Moncloa había amenazado aAntonio Asensio con la cárcel por haber firmadoel «pacto de Nochebuena» con Polanco.

Fueron días de gran ruido mediático, días enlos que Prisa demostró una vez mas su capacidadpara crispar y dejar sin resuello a la opiniónpública, haciéndole creer que se acercaba el juiciofinal.

Y de nuevo la sempiterna división en dosbloques, azules y rojos, buenos y malos, yin yyang, dos bandos enfrentados en la política, en launiversidad, en el deporte, en la Justicia, en laprensa, en la televisión digital, en la banca… Conuna diferencia sustancial con respecto al modeloclásico, y es que, a las puertas del nuevo milenio,la España del miedo, echada al monte, imbuida deun ácido espíritu «guerracivilista», era la Españade la alegre progresía que en los ochenta, alsocaire de las mayorías absolutas de González,pensó monopolizar el poder hasta bien entrado elsiglo XXI.

Una de esas dos Españas se manifestó con todosu oropel con motivo de la lectura del discurso de

ingreso en la RAE de Juan Luis Cebrián, elacadémico que menos tiempo se ha demoradoentre su nombramiento y la lectura de su lectiomagister en la historia de la institución. Tantavelocidad venía explicada por el caso Sogecable.El nuevo académico quería añadir así presiónsobre el juez Gómez de Liaño y sus eventualesdecisiones.

Como no podía ser de otro modo, el hombrefuerte de Prisa hizo activas gestiones para que losReyes dieran solemnidad al acto de suentronización en la RAE presidiéndolo, pero elMonarca, escaldado tras el episodio de lainvestidura de Conde, hizo mutis por el foro. Erauna pérfida manera de intentar implicar a laCorona en plena instrucción sumarial del casoSogecable.

El ingreso de Cebrián en la Academia seconvirtió en un acto de «afirmación felipista», conel propio González en primera fila, naturalmente,

más un desvergonzado Clemente Auger, presidentede la Audiencia Nacional (donde, en aquellosmomentos, se instruía el caso Sogecable), más losconsabidos Rubalcaba, Serra, Rojo, Leal, etc.

Pero, a pesar del intenso «aparato eléctrico»,la tormenta desatada por el felipismo durante laprimera quincena de mayo sólo consiguió mojar alos convencidos. Aquélla era una crispación que,llena de visceralidad, ocupaba en realidad a unaminoría, en todo caso a la clase periodística ypolítica madrileña, pero a la que se sentía ajena lainmensa mayoría de la población que empezaba asaborear el fruto, éste sí bien real, del cambio detendencia económica.

La tramontana, que se iba a saldar con unnuevo fracaso de los Polancos, acabaría tras undebate sobre el estado de la Nación, 11 de juniode 1997, en el que el inhóspito, frío y austeroAznar se deshizo con facilidad del gallardoFelipe.

* * *

Sin embargo, y para sorpresa de casi todos, laintención de voto de los españoles no terminabapor abrazar la causa de José María Aznar. Era elancla que mantenía a flote a González.

En efecto, a pesar de la marcha de laeconomía, las expectativas electorales del PP nomejoraban por mucho que Pedro Arrióla, el«gurú» del partido para tales menesteres, siguierainsistiendo en que la política de «la lluvia fina»estaba dando unos resultados que, tras catorceaños de inmersión total en el felipismo, nuncapodrían ser inmediatos.

El asunto no parecía preocupar a Aznar endemasía: «La gente se olvida de que el PP ganó laselecciones, pero el PSOE no las perdió. Es ladiferencia con lo ocurrido en Francia o GranBretaña. En España la derecha sacó 9.600.000

votos, que ya son votos, pero el PSOE, con9.300.000, aguantó perfectamente, subiendo enrelación con el 93, lo que nos obligó a ganar enunas condiciones muy interesantes por lasociología y la configuración del poder de estepaís. Ello nos fuerza a hacer los deberes deprisa ya completar el ciclo, y que los electores digan ensu momento lo que estimen oportuno».

En las filas del PP, sin embargo, los ánimosdistaban mucho de aceptar una explicación tanacadémica como aséptica. La fiel infantería delpartido se preguntaba, perpleja: ¿cómo puede serque con una economía boyante, un PSOEentrampado con la Justicia y un Felipe diciendodisparates sigamos empatados?

Las razones apuntaban al desequilibriomediático que, a pesar de su derrota electoral,seguía favoreciendo al PSOE. Para el diputadopopular Guillermo Gortázar, «la alianza con losnacionalistas explicita ante el electorado un

elemento de debilidad y de entreguismo que esdifícilmente neutralizable. Por otro lado, éste es unGobierno de consenso entre Alianza Popular (AP)y Partido Popular (PP), en el que el ingrediente APpesa mucho, lo cual compone un mix con una ciertaimagen de derecha pura y dura, alejada de lamoderación y el centro».

Pero, ¿era eso realmente todo? «Si José Maríacree que sobre la base de no decir nada, noarriesgar nada, no salir con propuestasambiciosas, plegarse permanentemente ante losnacionalistas y fiarlo todo a la economía va alograr alterar definitivamente la tendencia delvoto, está muy equivocado», aseguraba AlejoVidal-Quadras.

Como si el destino quisiera despejar deobstáculos el camino del presidente del Gobiernohacia un segundo mandato, Felipe Gonzálezpresentó por sorpresa su dimisión como secretariogeneral del PSOE en el Congreso de partido

celebrado el fin de semana del 20-21 de junio.Todo parecía haberse puesto en contra del

«carismático líder». En contra de los tradicionalesclichés manejados por el Partido Socialista, elGobierno Aznar estaba avanzando por un caminoque Felipe González nunca pudo imaginar, hasta elpunto de que, en tanto en cuanto el PP lograra abrirexpectativas nuevas para amplias capas depoblación en un horizonte de creación de empleo yde integración europea, más lejos y enfangadaquedaría su figura, más problemático se volveríasu retorno al poder.

«La gente se ha dado cuenta de que esapretensión de que aquí sólo podían gobernar unos—asegura Rodrigo Rato—, porque si gobernabanotros no se iba a encender la luz, no iban a circularlos autobuses y no nos iban a tomar en serio en elextranjero, era una falacia». Carente de proyectopersonal de ningún tipo, Felipe era un camarónarrastrado por la corriente del tiempo.

El PSOE quedaba en la nebulosa ideológica yen la incertidumbre orgánica. ¿Algún mensaje derenovación? ¿Alguna propuesta nueva a lasociedad española? La frase del Congreso lapronunció una entusiasta militante que, echándosematerialmente en brazos de Felipe, le espetó entreel amor y el odio: «¡Menuda herencia nos hasdejado!»…

El nuevo secretario general del PSOE eraJoaquín Almunia, ex ministro de Trabajo, un tipoen la línea Rubalcaba y Maravall, todos de lacuerda del socialismo fabiano. De buena familiabilbaína, es un político con la cabeza bienamueblada, un hombre honrado aunqueintemperante en las formas, con tendencia acrisparse con facilidad.

Tras la «defunción» de Guerra y la dimisión deFelipe, los dos pesos pesados que quedaban en piedel PSOE de los ochenta eran Almunia yRubalcaba, al margen de Javier Solana, un señor

puesto por los americanos al frente de la OTAN yque es el verdadero «tapado» del polanquismo.

González ganaba en libertad sin perder poderdentro del partido. Un movimiento inteligente delas piezas del tablero, aunque quizá demasiadoobvio. El gran líder se alejaba de los focos paraafrontar sus compromisos judiciales, colocando aun hombre de su absoluta confianza para que leguardara el sillón, perdiera las próximas generalesy, si las cosas judicialmente le fueran bien y sutirón electoral siguiera intacto, facilitara su triunfalritorno en las generales del 2004.

* * *

El debate sobre el estado de la Nación marcóel final de la «interinidad» de Aznar comopresidente del Gobierno y el inicio de su

consolidación. El líder del PP, ninguneado hasta lasaciedad por propios y extraños, se fajó con elcarismático González derrotándolo en toda línea.

El resultado del cuerpo a cuerpo parlamentarioimprimió un giro copernicano a la situaciónpolítica. Mucha gente cualificada, empezando porel mundo financiero y siguiendo por políticos,sociólogos y periodistas, consideró que la victoriade Aznar aumentaba de forma considerable lasposibilidades electorales del PP.

Ante el Gobierno del PP quedaba un horizontemuy despejado. Con los Presupuestos Generalesdel Estado para el 98 apalabrados, una inflaciónpor debajo del 2 por 100 y un crecimiento porencima del 3 por 100, la perspectiva de unadelanto electoral quedaba aplazada hasta 1999.Madrid rezumaba un nuevo ambiente político.

Los Polancos no podían ocultar la decepciónque les había producido la pobre performance deGonzález en el susodicho debate. Las cosas no

estaban saliendo como habían planeado. Un añoantes del debate ellos esperaban encontrarse unpaís hecho añicos, con la economía destrozada, lossindicatos en la calle y la gente pidiendo a gritosla vuelta de un González que, en gran salvador, ibaa reaparecer para asegurarles unos cuantos añosmás de poder omnímodo, porque cuando hay unpoder omnímodo hay omnímodas posibilidades deque los amigos se forren al lado del poderoso.

Pero el panorama, a pesar de la famosa«crispación», era justamente el contrario. «Creoque ha habido mucha gente que pensó que esto nolo sacábamos adelante —asegura José MaríaAznar—, y eso explica muchos de los episodiosque hemos vivido, como el de la guerra mediática.Visto que quienes se embarcaron en esa guerrahace seis meses no han sacado nada en limpio, lagente que les apoyó ya no ve la rentabilidad de unenfrentamiento que el Gobierno, además, noquiere».

«Hasta abril del 97, el Banco de España diopor hecho que volvía Felipe y que se trataba deaguantar seis meses —asegura un alto cargo deEconomía—. También lo pensaban los banqueros,porque fue el Banco de España quien puso a labanca en contra del PP, como lo demuestra loocurrido en Antena 3. Así fue hasta que ÁlvarezCascos se puso el buzo y empezó a legislar.Entonces se dijeron: “Quietos paraos, que éstosvan en serio. Si a Polanco le hacen eso, ¿qué nonos harán a nosotros?”. Y en ese momento cambióel sistema financiero y cambió el Banco deEspaña. El resultado del debate sobre el estado dela Nación terminó por consolidar ese estado deopinión: “Aquí pintan bastos. Estos van a estar enel poder unos años, de modo que hay queadaptarse a la nueva situación”. Y después dehaber tocado un año por libre, ahora están con lospantalones abajo: lo que diga el Gobierno, porqueéstos son como los conversos, saben que están en

pecado y tienen que hacer méritos…».Aznar estaba decidido a olvidarse de Felipe y

Polanco y poner el país a soñar. Pero quienespensaban que el felipismo estaba muerto seequivocaban.

* * *

Las negociaciones en torno a la pelea digitalsiguieron después lejos de la mesa delvicepresidente primero del Gobierno, pero ya conotros protagonistas, «porque mi papel no erarepresentar a nadie». Con el decreto sobredescodificadores en la calle, la Administración seretiró a un segundo plano, dejando el protagonismoa los responsables de ambas plataformas: el GrupoPrisa y Telefónica.

Empezaba una carrera muy desigual entre una

plataforma que había iniciado ya sus emisionesdesde Luxemburgo y otra, la encabezada porTelefónica, que por no tener no tenía ni nombredefinitivo, ni sede, ni siquiera una mesa con unasecretaria para atender un teléfono. Nada.

Tal estado de cosas llevó a los responsablesde Gran Vía 28 a pensar en la urgencia deencontrar un hombre con el perfil necesario parasacar adelante el proyecto. Tras varios descartes,el elegido resultó ser Pedro Pérez, que entoncesera presidente de la productora Cartel S.A., Pérezera ya un viejo conocido de Juan Villalonga,aunque la llegada de éste a Telefónica habíareducido la relación entre ambos al mínimo nivel.Por aquellos días, sin embargo, los dos se habíanvuelto a encontrar en una cena en el restauranteSolchaga, a la que asistieron también PedrojotaRamírez y el productor de cine Andrés VicenteGómez.

De aquella cena, y del «voto de calidad» de

Pedrojota, surgió la llama que el 5 de febreroconduciría a Pedro Pérez a una cena en elexclusivo The Oriental, uno de los restaurantes delhotel Dorchester, en Londres, donde Villalonga ysu equipo se encontraban presentando ante losinversores internacionales la OPV que convertiríaa la operadora española en una empresa cien porcien privada.

A las diez y cuarto de la noche, Pedro Pérez sesentaba junto a Juan Villalonga, Javier Revuelta,Marcial Pórtela y Martín Velasco, el hombre delque tiró Villalonga a su llegada a Telefónica comoexperto en el mundo de las telecomunicaciones.Pérez fue presentado como la persona que debíahacer realidad la irrupción de Telefónica en elmundo de los contenidos. ¿Era aquélla unadecisión acertada? La presencia de la compañía enel negocio del cable en Latinoamérica, dondecontaba ya con más de un millón y medio deabonados, y la tendencia de las grandes compañías

de telecomunicaciones a invadir el campo de losmedios de comunicación parecían indicar elcamino a seguir. En efecto, las cosas no se iban aparar en la plataforma digital. Aquélla era unaoperación mucho más ambiciosa.

Acabada la cena, Villalonga y Pérez salieron adar un paseo a la luz de las farolas de un parquecercano. Al terminar un largo monólogo en torno alas condiciones económicas, el telefónico se paróen seco, se volvió hacia su acompañante, lo encaróy, con un movimiento de hombros, le hizo unapregunta muda. Sin mediar palabra, ambos sedieron la mano, dando por cerrado el trato.

Una de las cosas que Villalonga dejó claro enaquel paseo nocturno fue que, por encima de labatalla política que rodeaba a las plataformas detelevisión digital, para Telefónica aquél era unenvite profesional: «Este tiene que ser un negocioque sea rentable para los accionistas, porquenosotros no nos dedicamos a la política, no lo

olvides».

* * *

Pérez regresó de Londres obligado a poner suscosas en orden cuanto antes para dedicarse delleno a la nueva tarea. Su hora de la verdad llegó apartir del 14 de febrero, día en que la Junta deAccionistas de la plataforma ratificó, porunanimidad, su nombramiento.

«Me encontré con una compañía a la que habíaque empezar por cambiar el nombre», lo queconsiguió no sin librar antes la correspondientebatalla, especialmente ardua con los sociosperiodistas, Luis María Ansón y PedrojotaRamírez, para quienes Vía Digital era un nombreespantoso, que nunca se haría con un hueco en elmercado.

Una anécdota, con todo, comparada con losproblemas de toda índole con los que tuvo quelidiar desde el primer momento. En efecto, el díaen que oficialmente se hizo cargo del proyecto nohabía ni una sola persona contratada ni, porsupuesto, sede social. Había, sí, una serie deacuerdos enrevesados, reflejo de los recelos y lastensiones vividas entre los socios fundadores, unode los cuales hacía referencia a la instalación de lasede en la Ciudad de la Imagen, donde Televisahabía adquirido terrenos. El «pacto deaccionistas», más parecido a un «pacto de ladesconfianza» que a otra cosa, convertía a lacompañía en una nave absolutamente ingobernablea futuro.

«Vía Digital tenía un primer y elementalproblema de subsistencia —asegura JavierRevuelta, vicepresidente de Telefónica y receptor,durante meses, de las angustias de Pérez—. Ysubsistir significaba, desde el punto de vista

tecnológico, contar con las soluciones técnicasadecuadas. Por ejemplo, íbamos a utilizar eldescodificador multicript, pero este sistema nohabía sido experimentado en ningún sitio. Elsegundo problema se refería a los contenidos, algoque para nosotros significaba poder disponer de unpaquete básico con el que salir al aire».

Los contenidos, fundamentalmente el cine, erala bicha a la que, más pronto o más tarde, habríaque hincar el diente, monstruo amenazador einforme al que había que salir a retar, lanza enristre, con la banderola de una «teleco»absolutamente desconocida en el universo deHollywood y de las grandes distribuidoras, lasfamosas majors.

Aquélla era una carrera que los hombres dePolanco, gracias al expertise de Canal PlusFrancia, iban a ganar de calle a los chicos de VíaDigital. El primer contacto se realizó con Disney,que muy pronto se decantó por Sogecable.

Comenzaba la carrera de los hombres de Polancopor hacerse con todo lo que se moviera, al precioque fuera, en el mundo del cine. ¿Con quéintención? Con la de arrojar fuera del mercado delos contenidos a cualquier potencial competidor,es decir, Vía Digital.

Tras el intento de la Disney, el siguiente asaltotenía por objetivo la Warner Bros. Necesitada deun gran contrato que diera cuerpo a un proyecto enmantillas y elevara la moral de sus gentes,impresionadas por la fuerza del avance de los«panzer-Prisas», Vía Digital parecía obligada aponer toda la carne en el asador con Warner.Desde finales de abril se negoció intensamente,tanto en Los Ángeles como en Madrid, con laintervención de los inevitables equipos deabogados. Ocurría, sin embargo, que laspretensiones de Warner se iban endureciendo amedida que pasaban los días, con la introducciónde una serie de cláusulas absolutamente leoninas.

Era el problema de negociar desde la debilidad.Los compromisos de pago que proponía la

major eran inasumibles. Se trataba, en definitiva,de lo que ambas partes habían bautizadocoloquialmente como el billion dollar contract, elcontrato del billón de dólares o, lo que es lomismo, 150.000 millones de pesetas a pagar endiez años y, lo que es más grave, con el aval deTelefónica como condición sine qua non, porqueel de Vía les parecía insuficiente. ¿Podían, conestas cifras, salir los números de un proyecto enmantillas, que entonces contaba con ceroabonados? Todo un dilema.

En la tarde del jueves 29 de mayo, Villalonga,en compañía de Revuelta, Pérez y De Bergia,mantuvo una importante reunión en la sedeneoyorquina de Time-Warner con el vicepresidentey CEO (consejero delegado) de la multinacionaldel entertainment.

Telefónica ofreció a Warner un acuerdo de

colaboración global, reforzando así su capacidadnegociadora y de compra de contenidos. Losespañoles estaban dispuestos a comprar laproducción de Warner, pero también a convertirlaen socio estratégico de Telefónica Multimedia enIberoamérica, para su negocio del cable enArgentina, Perú y Chile. El vicepresidente deWarner pareció acoger con gran interés la idea. Ala hora de las despedidas, mientras estrechabaefusivamente la mano de Villalonga, semanifestaba convencido de que «Warner puede serel gran aliado internacional de Telefónica paraentrar en los contenidos».

Pocos días después, Warner firmaba conSogecable, dejando a Telefónica compuesta y sinnovio. «Aquello fue un feo para Villalonga —asegura Pérez—, porque supuso firmar con lacompetencia sin contestar siquiera a esa oferta degran alianza latinoamericana».

A Pedro Pérez le habían mandado salir de caza

provisto de un precioso rifle último modelo, perono le habían dado munición, de modo que, cuandodespués de un duro proceso negociador llegaba elmomento de poner la firma al final de un contrato,en Telefónica se echaban atrás asustados:

—¡Es que esos compromisos de pago puedenafectar a la cotización de la acción en Nueva York!…

—Puede que así sea —respondía Pérez—,pero eso teníais que haberlo pensado antes dehaberos metido en esta guerra.

De forma retrospectiva, los responsables deVía Digital creen que en estas negociacioneshicieron de zanahoria de 1a que se sirvió Warnerpara hacer pasar por el aro a Canal PlusFrancia/Sogecable, con quienes de antemano habíadecidido llegar a un acuerdo. «A veces sospechoque ese acuerdo nunca estuvo a nuestro alcance —declara Pérez—, y que lo único que hicimos fuesubirle el precio a Sogecable».

El jueves 3 de julio, El País dio a conocer labuena nueva: «Sogecable compra los derechospara la televisión de pago de las películas de TimeWarner». Un golpe muy fuerte para el proyecto deVía Digital, a la que su competidor estaba sacandodel mercado. Polanco, dispuesto a pagar lo que lepidieran con el respaldo de sus socios bancarios,amenazaba con ganar el partido por goleada.

El mundo parecía hundirse para lospromotores de Vía, que, además de tener queenfrentarse desde la nada con Sogecable, tenía asus socios a la greña. Pedro Pérez pidió unareunión urgente con el vicepresidente delGobierno.

Todos parecían haber perdido el norte tras elfiasco de Warner. Todos menos Álvarez Cascos,que hizo prueba de gran temple: «Pedro, elmarcador ya está 0-2, pero no me preocupa,porque me imagino que tienes bazas como paraque el partido termine 6-2». La realidad, sin

embargo, parecía indicar que la potencia de fuegode la armada de Polanco había dejado a Telefónicay a sus aliados fuera de combate.

Se había perdido Disney, casi sin entrar enjuego, y se había perdido Warner después de haberpuesto toda la carne en el asador. A la tercera ibala vencida, no había más remedio: Columbia era eltarget, la última oportunidad para reducir elmarcador.

* * *

Pedro Pérez tenía razón cuando aseguraba que«tenemos bazas», frase con la que trataba de subirla moral de sus alicaídas tropas. En realidadtenían una baza tan importante que, de habersalido, habría sacado del negocio de la televisióndigital al dúo Polanco-Cebrián de golpe y por

sorpresa. El brazo ejecutor del doble asesinatohubiera sido nada menos que el hermano mayorfrancés, la sociedad de televisión Canal PlusFrancia.

De forma paralela a los contactos con lasmajors, Telefónica y los franceses negociaronintensamente durante casi dos meses con elobjetivo puesto en que la operadora españolapasara a ocupar el lugar de Prisa en elaccionariado de Sogecable. Una traición en todaregla que habría significado la fusión automáticade ambas plataformas.

La operación, sin embargo, había contado conun precedente importante patrocinado por el BancoBilbao Vizcaya (BBV). El banco, que estabaviviendo los acontecimientos con especialpreocupación, se acercó a Gran Vía 28 a lo largodel mes de abril. La posición del BBV, entoncesprimer banco privado del país, era al tiempopeculiar e inquietante: con una pata en cada una de

las trincheras (accionista de Sogecable y miembrodel «núcleo duro» de Telefónica), se habíaconvertido en obligado punto de referencia, tantopara quienes observaban la pelea desde el cuartode estar de su casa como para quienes se batían elcobre en plena trinchera. ¿Qué hace el BBV? ¿Quéopina el BBV? ¿En qué lado se encuentra el BBV?

Y la verdad es que en el mercado existíanpocas dudas sobre el color de la escarapela queEmilio Ybarra lucía en su solapa. Aquélla era unade esas raras ocasiones en las que el corazón de unbanquero no se guiaba por el rigor de los números,por la brutal contundencia de las cifras, sino porotras consideraciones. Porque, en efecto, el 15 por100 del capital de Sogecable, que valorado concriterios generosos podía alcanzar los 15.000millones de pesetas, era apenas el 10 por 100 delos 150.000 millones de pesetas que valía enBolsa el 5 por 100 del capital de Telefónica.Entonces, ¿de qué estábamos hablando?

Estábamos hablando de las raíces del Sistema,de ese entramado de intereses tejido durante casicatorce años de felipismo entre la política (elPSOE), el dinero (la banca) y los medios decomunicación (Polanco). Estábamos hablando delhardcore del Régimen, por encima del que planea,como guinda coronando la tarta, el Rey de Españacomo supremo garante de su perpetuación.

Y Villalonga era un recién llegado, unparvenue a quien se podía sacar de la sede deGran Vía con una patada en el culo cuando lascircunstancias lo exigieran. Villalonga no era «unode los nuestros». Polanco, por el contrario, era yes «el Padrino», uno de los pilares del Régimen.Su influencia es tan grande que Emilio Ybarra, unrico de toda la vida, un Neguri pata negra, cuandopiensa en buscar el primer empleo a dos de sushijos llama a Jesús Polanco para que se loscoloque en Prisa y don Jesús le sirve con gusto,faltaría más.

Por eso 15.000 millones valían más que150.000. Porque esos 15.000 llevabanincorporada una prima o salvaguardia que ligaba asu portador con el hombre más temido de laEspaña fin de siglo. Y si, en alguna noche deinsomnio, a Emilio Ybarra se le ocurriera pensaren la irracionalidad de tal desproporción —tantomás peligrosa cuanto que en Moncloa estabainstalado un poder que abominaba de los últimoscatorce años—, arrinconaría enseguida laconjetura de cambiar de bando con un movimientode pánico ante la sola idea de vivir enfrentado alos editoriales de El País o a las más decuatrocientas emisoras de la SER.

De momento, lo único que había hecho EmilioYbarra, un hombre que, no se olvide, debe supuesto de presidente del primer banco privadoespañol al generoso arbitraje efectuado en su díapor Mariano Rubio, había sido tratar de apaciguarla situación y templar gaitas para poder seguir

nadando y guardando la ropa. No obstante, lamediación timorata que cabía esperar de élencerraba una sorpresa mayúscula, porque elbanquero planteó a Telefónica una solución quevenía a decir: «nosotros desbancamos a Prisa yvosotros ocupáis su posición en Sogecable. Eltrabajo más duro corre de nuestra cuenta; tendréisque comprar su 25 por 100 e incluso más», puestoque, en ese viaje, el BBV quería reducir suparticipación en la sociedad.

La propuesta fue formulada el martes 29 deabril del 97, en el despacho del propio Ybarra,sede de Azca, con Pedro Luis Uriarte y JavierEchenique por testigos. Por parte de Telefónica,Juan Villalonga y Javier Revuelta.

El de Neguri esgrimió un informe en el queJavier Echenique y Mario Fernández habían estadotrabajando intensamente. Porque, en efecto, elencuentro de Azca había estado precedido devarias reuniones «a cuatro» entre los citados

Echenique (consejero de Telefónica enrepresentación del banco) y Fernández (uncotizado abogado bilbaíno muy ligado al banco,del que acababa de ser nombrado director generalcomo primer paso hacia más grandes metas) por elBBV y Pedro Arrióla (asesor externo deVillalonga) y Revuelta por Telefónica.

Mario Fernández no conocía la problemáticade la televisión digital ni el alboroto montado entorno al fútbol, pero sabía escuchar. Y mientras loshombres de Telefónica se explayaban él tomababuena nota, notas que iban a servir de base para,con la ayuda de Echenique, elaborar un estado dela cuestión al final del cual figuraban laspropuestas que Ybarra presentó a susinterlocutores en su despacho.

Echenique, miembro de la Comisión Ejecutivadel BBV, ofició de ponente con el apoyo expresode Ybarra: «Tal y como está la situación, la únicasalida que creemos viable es que vosotros entréis

en Sogecable desplazando a Prisa. Nosotros nosencargamos de hablar con el resto de los sociosbancarios, que ya han sido sondeados y que estánde acuerdo, para preparar el terreno y hacerloposible».

Sin embargo, la solución BBV llevabaimplícita una carga política muy importante: laentrada de Telefónica en Sogecable desalojando aPrisa de su madriguera habría puesto fin a laguerra digital de un plumazo, pero a costa de dejaral Gobierno Aznar y su legislación digital con elculo al aire, y a costa, también, de dejar a Polancoel camino expedito, con el dinero de Telefónica,para una eventual toma de control de Telecinco.Peor el remedio que la enfermedad. La idea de quela «operación BBV» pudiera desembocar en esaposibilidad provocó en Villalonga una sospecha:¿hasta qué punto Ybarra estaba actuando deespaldas a Polanco? El presidente de Telefónicadecidió dar hilo a la cometa.

* * *

La propuesta del BBV fue retomadadirectamente por Canal Plus Francia, propietariodel 25 por 100 del capital de Sogecable,revelando que el control de esta sociedad porparte de Prisa no era tan monolítico como algunosquerían dar a entender.

Los franceses, que habían desbrozado elcamino político entrevistándose con ÁlvarezCascos, realizaron una aproximación a Telefónicaa través del «bufete Garrigues», uno de cuyossocios, Antonio Alonso de las Heras, era elencargado de la cuenta de Canal Plus Francia. Elbufete, por otro lado, acababa de asesorar aVillalonga con ocasión de la alianza firmada conBritish Telecom y MCI. El go-between ideal.

En la tarde del jueves 22 de mayo del 97,Michel Toulouze, en compañía de Alonso de las

Heras, visitó el despacho de Revuelta en Gran Víapertrechado con tres mensajes claros.

El primero era que Canal Plus Francia estabaabsolutamente interesado en hacer de Telefónica susocio en el negocio de la televisión digital paraEspaña y, sobre todo, para Iberoamérica.

El segundo era que no compartían en absolutola agresiva política del Grupo Prisa con respecto aTelefónica. Para los galos era un error de bultovivir enfrentados al Gobierno, a cualquiergobierno.

El último de los mensajes aludía a lacondición de Prisa como aliado «demasiadolocal» que, por tanto, no estaba a la altura de loque Canal Plus Francia exigía de un socio au-pair.Toulouze se mostró convincente, muy seguro de suspalabras. «Me presionó mucho para que el temafuera adelante, tratando de establecer uncalendario de reuniones. El socio de Prisa parecíatener prisa». Pero Revuelta tenía órdenes de tomar

nota y escuchar. Y eso fue lo que hizo, al margende dejar claro que para Telefónica la televisióndigital no era un juego, sino un proyectoestratégico, y que la operadora no iba a renunciara estar en el terreno de los contenidos paraconvertirse en un simple carrier.

Sin embargo, y en contra de la promesaformulada por Revuelta, Telefónica no dijo estaboca es mía durante el mes siguiente. La operadoray su muñeco, Vía Digital, andaban atascados porentonces en las aguas pantanosas de un problemade indefinición, zarandeados por unos socios quesólo parecían interesados en el juego de lazancadilla mutua. En Gran Vía 28 habían llegado ala conclusión de que con TVE y Televisa comocompañeros de singladura, la nave de Vía nollegaría a puerto. Era, pues, fundamental, procedera una reforma de los estatutos que diera pie acambios en el accionariado. Telefónica necesitabamanos libres para poder manejar el cotarro.

Por si fuera poco, por aquellos días se conocióla mala nueva de que el Grupo Recoletos, quehacía las veces de «independiente» en elaccionariado de la plataforma, había decididoabandonar el proyecto. Un nuevo y duro golpe parala imagen de la plataforma «del Gobierno», comodecían los Polancos.

* * *

La propuesta de Canal Plus Francia parecíahaber entrado en punto muerto hasta que losfranceses volvieron a la carga a través de Alonsode las Heras. Como resultado de esta nuevagestión, el lunes 30 de junio Javier Revuelta,Pedro Pérez y el abogado de Garrigues volaron aParís para mantener un encuentro con losdirectivos galos a primera hora de la tarde en las

oficinas que la cadena tiene en el Sena, al lado delPalacio de Berçi, en ese nuevo París repleto dehermosas edificaciones.

Expresándose en francés, Revuelta comenzódescartando la oferta adelantada por Toulouze ensu despacho madrileño. «No queremos entrar en elcapital de una sociedad, Sogecable, que haadquirido una serie de compromisos financierosmuy gravosos y que nosotros no tenemos ningúninterés en heredar». En su lugar, avanzó unapropuesta consistente en la unión de ambasplataformas. Unión que debería plantearse enrégimen de absoluta igualdad, con la gestiónencomendada a profesionales, un presidentedesignado por Canal Plus Francia (los galoshabían adelantado en Madrid el nombre de unpotencial candidato, «una personalidadindependiente del tipo Carlos March») y unconsejero delegado cuyo nombramientocorrespondería a Telefónica. La gestión de los

abonados sería de la plataforma y el Canal Plusanalógico se convertiría en el canal premium.

A Michel Toulouze y a su segundo lessorprendió ese planteamiento. Ellos eranpartidarios de «la solución total», que no era otraque el desembarco de Telefónica en Sogecable. Laoperadora entraría como socio financiero en laplataforma digital y como socio tecnológico en elcable. Pero no mandaría nunca.

Dos posturas sobre la mesa, en un clima mutuode buena disposición. Después de dos horas detira y afloja se acordó nombrar una comisiónencargada de profundizar en las ideas expuestas yllegar a un punto de consenso.

Revuelta y Pérez regresaron a Madridconvencidos de no haber perdido el tiempo. Apesar de la distancia entre ambas posiciones, lanegociación podía salir adelante. El equipobipartito de trabajo avanzó a pasos agigantados,hasta el punto de que los franceses parecían

decididos a protagonizar el golpe de timón enSogecable, poniendo en la calle a Polanco yCebrián con la aquiescencia de los bancosaccionistas.

Todo debía culminar el martes 15 de julio(Toulouze estaba muy interesado en dejarlorematado antes del sábado 26 de julio, día en queel presidente, Pierre Lescure, se retira devacaciones a su castillo en el sur de Francia) en elcurso de un almuerzo que el francés propusocelebrar ese día en Madrid aprovechando suasistencia al Consejo de Sogecable. El lugarelegido iba ser el bufete Garrigues, un terrenoestrictamente neutral, en la calle José Abascal. Sinembargo, apenas veinticuatro horas antes de lahora fijada para el ágape, Javier Revuelta llamópara anunciar que no asistiría al mismo. JuanVillalonga, perdido en las profundidades del ConoSur, había dado una orden tajante a través delteléfono: Prohibido asistir a ese almuerzo.

Consternación en la sede madrileña. A las seisde la madrugada en Perú, caluroso mediodía enMadrid, una llamada de Pérez despertó aVillalonga en su hotel limeño.

—Hemos llegado muy lejos, Juan, y tenemosque ir a ese almuerzo, so pena de quedar fatal. Noperdemos nada yendo: nos van a entregar elprotocolo con todo lo hablado, y listo.

—De acuerdo —respondió Villalonga al otrolado del hilo.

—Muy bien; entonces me cojo a Revuelta ynos vamos para allá…

—No me has entendido, Pedro: he dicho queJavier no va a ese almuerzo.

Javier Revuelta era ya un decidido partidariode la alternativa Canal Plus. «Mi reflexión era muyclara: esa solución resolvía el problema de tenerque gastarnos al menos 1.500 millones de dólaressi queríamos ofrecer cine de calidad en Vía.Estábamos en plenas negociaciones paralelas con

Columbia, la tercera en la frente, y de nuevoteníamos sobre la mesa otro billion dollarscontract como exigencia. Además, nossolucionaba el problema del fútbol, que tampocoteníamos… A cambio, estábamos obligados acomprar el 25 por 100 de Sogecable. ¿Qué podíavaler ese paquete?». Revuelta calculaba que podíarondar los 50.000 millones de pesetas, muchodinero, desde luego, pero en todo caso muchomenos de lo que pedía una sola de las majors porsu cine de estreno. Así, resuelto el problema.delcine y del fútbol, se acabó el dolor de cabeza de laplataforma.

Pero Juan Villalonga decidió cortar por losano y enviar al cubo de la basura las propuestasfrancesas, con lo que, paradojas de la vida, salvóla cabeza de Polanco y Cebrián al frente deSogecable.

El ágape en el bufete Garrigues se suspendióante la perplejidad de los franceses, que no

entendían una palabra de lo que estaba ocurriendo.Pedro Pérez se molestó y Revuelta agarró unenfado monumental, hasta el punto de escribir unacarta a Villalonga poniendo el cargo a sudisposición, «y no por haber suspendido esealmuerzo, sino porque no comprendía que abortarauna iniciativa que resolvía de golpe nuestrosproblemas, cuando era claro que nosencontrábamos entre la espada y la pared».

Con su carta de dimisión bajo el brazo, JavierRevuelta acudió aquel 15 de julio del 97 a lamanifestación en protesta por el asesinato deMiguel Ángel Blanco. Presión en la calle contra labarbarie etarra, y presión de los accionistas, delos medios de comunicación, del Gobierno…contra una Telefónica que no parecía encontrarrespuesta a los problemas. Se había perdidoDisney, se había perdido Time Warner y Columbiaesperaba como los buitres carroñeros… «Nisiquiera sabíamos si íbamos a poder estar

emitiendo en la fecha prevista».—Pero, vamos a ver, Pedro, ¿tú crees que

algún día veremos en una pantallita imágenes deVía Digital? —le preguntaba Revuelta, a mediocamino entre alarmado e irónico.

—Yo no me lo creo —respondía el interpeladomuy serio.

—Yo tampoco —remachaba el propio Javier.Así de elementales eran las preocupaciones de

los hombres de Telefónica.Sin embargo, un día después del frustrado

almuerzo, Villalonga llamó a Revuelta desdeBrasil:

—Tengo un asunto importante que comentarte,una noticia fantástica que no es para hablar porteléfono. Como te voy a ver mañana en NuevaYork, te la contaré allí.

* * *

Las cosas estaban ya lanzadas en otradirección. La plana mayor de Telefónica se citópara el jueves 17 de julio en Nueva York, dondeiba a mantener encuentros con la cúpula deTelevisa, Direct TV y Murdoch.

La reunión más importante, con todo, resultóser la cena que ese 17 de julio mantuvo la cúpulade la operadora (Villalonga, Revuelta, MarcialPórtela y Pérez), en la que se debatió ampliamenteel futuro de Telefónica Multimedia. Allí sedescartó la alianza con Canal Plus Francia, lo quesignificaba decir no a la entrada en Sogecable.Igualmente se paralizó cualquier acercamiento aDirect TV, lo cual abría la puerta a la posibilidadde un acuerdo con Rupert Murdoch, lo que, enprincipio, se consideraba viable, puesto que elmagnate era socio de MCI, aliado estratégico deTelefónica junto a British Telecom.

Con todo, el punto más importante de la cenafue la reflexión que los reunidos realizaron en

torno a los derechos de Columbia. La pérdida deTime Warner había convertido la compra de esosderechos en una cuestión de vida o muerte paraVía Digital. Pero aquella noche en Nueva YorkVillalonga se plantó: era una barbaridad pagar150.000 millones de pesetas por un par de decenasde películas que estaban aún sin filmar. La ideahabía ido madurando a lo largo del periplosuramericano: Telefónica iba a participar en lacarrera de los contenidos, pero no haciendolocuras con un dinero que podía emplearse muchomás adecuadamente, como muy pocos días despuésse pondría de manifiesto.

La troupe de Telefónica ponía pie en Barajasel sábado 19 de julio, tras un viaje de catorcehoras provocado por una de esas tormentas deverano sobre el aeropuerto Kennedy que dejan elánimo sobrecogido y que retrasó el despegue seishoras.

Tres días después, Villalonga iba a provocar la

mayor tormenta que se recuerda en muchosveranos en el firmamento de los medios decomunicación españoles.

Grafía correcta: Michael TOULOUZE y PierreLESCURE

5SOGECABLE: EL TALÓN DE

AQUILES DE POLANCO

Aquél parecía un día de trabajo más en el JuzgadoCentral número 1 de la Audiencia Nacional. Comode costumbre, el secretario del juzgado deFrancisco Javier Gómez de Liaño acudió puntual ala una de la tarde a reunirse con sus compañerosde los otros cinco juzgados para proceder alreparto de los casos recién llegados por decanato.

Los secretarios judiciales cuidan de que en susrespectivos juzgados no recalen más asuntos quelos que la suerte determine, tratando de evitaraquellas denuncias especialmente complejas,susceptibles de llevar aparejada una gran carga detrabajo, de modo que, durante los sorteos, todos sevigilan por el rabillo del ojo para evitar que se

haga una sola trampa.Aquel 24 de febrero no fue distinto. Cuando la

secretaria judicial, Rosa Paz, abrió la puerta deldespacho de Gómez de Liaño para darle cuenta delreparto, encontró al juez, como siempre,enfrascado en su trabajo.

—Aquí han entrado varias cosas, Javier: unasunto de falsificación de moneda, una extradicióny una cosa del fútbol.

—Muy bien, déjalo ahí.La secretaria depositó rutinariamente los

papeles sobre una bandeja de rejilla y el juez —ajeno a la bomba de relojería que desde la una ycuarto de la tarde descansaba sobre su mesa dedespacho— se fue aquella noche a su casa sinhaberse molestado en examinarlos. No reparó enel asunto hasta que, a la mañana siguiente, recibióla visita del decano.

—Oye, Javier, que por lo visto ayer te entró enel registro un asunto de Canal Plus relacionado

con el fútbol…—No lo sé, ni lo he mirado, ¿qué pasa?—No, que resulta que Manolo García-

Castellón tiene también algo de una denuncia delfútbol y, como la está tramitando desde hacevarios días, me ha dicho Clemente que a lo mejores competencia suya.

—Pues espérate un momento que le eche unvistazo.

Sin moverse de su asiento, el juez escarbóentre el papeleo amontonado en aquella bandejahasta que encontró lo que buscaba. Apenas treintasegundos le bastaron para cerciorarse de que aquelera material de muy distinto pelaje y condición.

—Oye, así a simple vista, esto no tiene nadaque ver con el fútbol —dijo mirando fijamente aldecano—. Se trata de una denuncia de JaimeCampmany a cuenta de unos depósitos de laempresa Canal Plus. De hecho, lo que se denunciaes apropiación indebida y no tiene ninguna

relación con lo que me estás contando.—Ya, pero es que dice Clemente que quizá

tendrías que inhibirte en favor de García-Castellón.

—Oye, oye, este asunto es competencia de estejuzgado y te ruego que no insistas. Según lo que mehas contado y he visto, esto no tiene ningunarelación con lo que lleva Manolo.

—Efectivamente, yo también creo que no tienenada que ver.

Clemente Auger, presidente de la AudienciaNacional, acababa de jugarse un órdago en favorde su amigo Jesús Polanco que, de haberle salidobien, el editor nunca hubiera podido agradecerlesuficientemente. Le salió mal. Fue el primerintento de obstrucción a la Justicia en lo queenseguida pasaría a denominarse «casoSogecable».

Intento del que se hizo eco puntual el diario ElPaís, que al día siguiente enseñaba la patita

informando de que «posiblemente la denuncia, queha caído en el juzgado de Gómez de Liaño, lecorresponda al juez García-Castellón», que yallevaba otro caso parecido.

Javier Gómez de Liaño, aunque lejos deimaginar su trascendencia, se dio cuenta entoncesde que en sus manos había caído un asuntoimportante, que pronto gozaría de honores deapertura en telediarios, noticieros de radio yprimeras páginas de la prensa escrita.

* * *

Precisamente, el 25 de febrero de 1997 el juezLiaño tenía apuntado en su agenda un almuerzo quedaría que hablar. Se trataba de una reunión deamigos para evaluar y comentar el acto celebradounos días antes, el 20 de febrero, en el Palacio de

Exposiciones y Congresos, en homenaje a losllamados «fiscales indomables» perseguidos porlos Zato y compañía.

Los dos magistrados de la Audiencia Nacional,Javier Gómez de Liaño y Baltasar Garzón, y loscuatro fiscales expedientados (Fungairiño, Rubira,Márquez de Prado y Gordillo) querían agradecer aAntonio García-Trevijano, Enrique Gimbernat,Federico C. Sainz de Robles y Pablo Sebastián eltrabajo desplegado para hacer posible aquel acto.

Al restaurante Lur Maitea, en la calle Fernandoel Santo, llegó Gómez de Liaño cuando el resto delos comensales —entre quienes se encontraban eltambién juez Joaquín Navarro y el periodista JesúsNeira— ya empezaban a desesperar. Se habíantomado el aperitivo y faltaba Javier, ¿dónde estaráeste hombre? Por fin apareció Javier, su cartera decuero negro pendiendo voluminosa de su manoderecha, ¡pero hombre, Javier, que habíamosquedado a las dos y media!, y Javier que se

disculpa, perdonad chicos, menuda mañanita, porcierto, que me acaba de entrar un asunto contraPolanco que es el que me ha retrasado, porque hetenido un pequeño rifirrafe con el decano a cuentade si me correspondía a mí o no.

—¿De qué se trata? —preguntó Sebastián.—De una denuncia de Campmany contra Canal

Plus sobre la utilización de los depósitos de losabonados.

Tras unas breves pinceladas del juez, elcatedrático Gimbernat, situado entre los fiscalesFungairiño y Márquez de Prado, emitió opinión:

—Pues si es como dices, eso parece unaapropiación indebida de libro…

No había terminado de hablar cuando García-Trevijano, rápido como un zorzal, se lanzó enpicado:

—Pues te voy a decir una cosa, Javier: éste esuno de los asuntos más importantes de los que tehayan podido caer como juez. Ándate con cuidado,

porque ya sabes cómo se las gastan esos chicos, yte hablo por experiencia. Por cierto, Baltasar, notendrás celos, ¿no?

Y Baltasar, súbito objeto de todas las miradas,torció el gesto mientras buscaba aceleradamenteen el arcano de la memoria alguna frase brillantecon la que salir del trance, pero todo quedó en unamueca, el rictus de un hombre al que acaban declavar un aguijón, porque, efectivamente, a él lehubiera encantado tener en sus manos un casosemejante.

La historia había comenzado una mañana demediados de enero de ese mismo año. Elperiodista Luis Ángel de la Viuda y el economistaGerardo Ortega se encontraban en el despacho delsegundo hablando del guante que Jesús Polancohabía arrojado al Gobierno cuando el periodista,de manera incidental, sacó a colación la capacidadde resistencia de Prisa en una guerra de desgastesemejante, porque, vamos a ver, ¿cuánto pueden

aguantar estos tíos con el dineral que hancomprometido en el fútbol?

—No lo sé —respondió el economista yauditor—. Hombre, yo creo que Canal Plus es unbuen negocio, pero habría que ver las cuentas; detodas maneras, es difícil que Prisa soporte esodurante mucho tiempo, porque las inversiones quehan hecho me parecen disparatadas.

—Pues mira, aquí tengo el último balancepublicado. ¿Quieres echarle un vistazo?

—Por supuesto.De la Viuda abrió su cartera y extrajo un par

de folios fotocopiados reproduciendo el balancede la Sociedad de Televisión Canal Plus S.A., quepasó a su amigo. Con la agilidad del especialista,Ortega les echó una rápida ojeada antes deexclamar:

—No, esto no puede ser el balance de CanalPlus; tiene que haber alguna equivocación.

—¿Por qué lo dices?

—Porque esto está mal.—Pero, ¿por qué está mal?—Porque aquí no aparecen los depósitos; éste

no puede ser el balance de Canal Plus.—¿Qué depósitos?—Los depósitos de los abonados; deberían

figurar en el pasivo y aquí no aparecen por ningúnlado.

—Tienen que estar, Gerardo, porque éste es elbalance.

—Que no, hombre, que no, que yo de esto séalgo…

—Pues es lo único que tengo.—No pasa nada, pero quizá merecería la pena

mirarlo en el Registro Mercantil.Fue el mismo Ortega quien, picado por la

curiosidad, se encargó de pedir las cuentasregístrales de Canal Plus, convencido de que loque De la Viuda le había pasado contenía un errorde transcripción. Pero enseguida se dio de bruces

con la sorpresa de otra sociedad, Sogecable,alusiones constantes a Sogecable, aquí hay algomás serio de lo que yo pensaba, se dijo, de modoque solicitó los balances de todos los ejercicios apartir del año 91, y allí se encontró con que losdepósitos se habían transferido a otra compañía,no puede ser, bueno, pidamos los balances deSogecable.

Tratando de recomponer el puzzle, Ortegadescubrió en un instante el montaje societario quelos Polancos habían realizado con el negocio de latelevisión de pago, resumido, grosso modo, en lautilización de dos sociedades para una mismaactividad o negocio. ¿Con qué propósito? Con elde ocultar la realidad de la situación financiera dela compañía titular y además con el de podermanejar libremente los casi 23.000 millones depesetas pertenecientes a los abonados.

* * *

El 2 de febrero, el diario El Mundo publicó,sin firma, una información a tres columnas: «CanalPlus utilizó las fianzas de sus socios para financiarsus inversiones». El subtítulo decía que «Elalquiler de los descodificadores le reportó 23.400millones de pesetas», y el antetítulo hacíareferencia a que «El traspaso a Sogecable podríasuponer una irregularidad contable».

El lunes 17 de febrero, Jesús Cacho dedicabasu columna semanal en la revista Época a analizarel clima de enfrentamiento que Prisa y PSOEestaban alimentando contra el Gobierno del PP:«Dos patriotas se echan al monte (Polanco yFelipe disparan contra todo lo que se mueve)». Lomás novedoso, sin embargo, de la informaciónestaba en el recuadro que acompaña dichacolumna, titulado: «Canal Plus y el dinero ajeno»,

en el que se incluía la primera denuncia explícitade las irregularidades contables detectadas enSogecable[14].

El 21 de febrero, y en su «Rueda de laFortuna» de El Mundo, Cacho remataba la faenacon una información titulada «El IVA, el santo y lalimosna de Jesús Polanco»: «Se puede concluirque el beneficio obtenido por Canal Plus-Sogecable por la reducción del IVA ascendió a678 millones en 1993, 2.775 millones en el 94,3.591 en el 95 y 4.300 (estimados) en el 96. Entotal, unos 11.344 millones de pesetas, unapastizara, que tenía que haber ido a parar al erarioo al bolsillo del millón de abonados de CanalPlus».

La importancia de la denuncia era tal que elGrupo Prisa no pudo permanecer callado y en latarde de ese mismo viernes anunció la adopción demedidas legales contra Jesús Cacho así comocontra la revista Época y el diario El Mundo. Pero

Jaime Campmany, sintiéndose amenazado, decidiótomar la delantera presentando una denuncia en eljuzgado contra Sogecable. La maquinaria judicialse había puesto en marcha. Acababa de nacer elcaso Sogecable, un escándalo que, además deponer de manifiesto la querencia por la «ingenieríafinanciera» que los Polancos tanto habían criticadoen Conde y otros notorios personajes de la épocadorada del felipismo, iba a dejar en evidencia elfrágil y corrupto andamiaje en que hasta entoncesse había movido la Audiencia Nacional enparticular y la Justicia española en general, y ellopor la importancia de los querellados, sin duda elgrupo de presión más poderoso crecido al calor delos favores de los gobiernos de Felipe González.

El 25 de febrero, el diario ABC, bajo el títulode «Campmany denuncia a Polanco», escribía:«Ante el anuncio hecho por la empresa Sogecable,propietaria de Canal Plus, de su intención depresentar una demanda contra la revista Época por

la publicación de informaciones empresariales deSogecable, el director de esta revista, JaimeCampmany, presentó ayer una denuncia ante elJuzgado Central de Instrucción Decano de laAudiencia Nacional en la que se da cuenta dehechos relacionados con las empresas Sogecable yCanal Plus por si pudieran ser constitutivos dedelito».

De la denuncia de Campmany se hizo cargo eljuez Gómez de Liaño, que tres días después sepersonó en la sede de Sogecable para efectuar unregistro y llevarse algunos contratos de abonadosde Canal Plus elegidos al azar. Aquel día el diarioEl Mundo publicó un pequeño editorial a doscolumnas, titulado «El “truco” de las dosSogecables».

Un nuevo actor hizo entonces entrada enescena: Francisco Javier Sainz Moreno, unpolémico profesor de Derecho, antiguo pasante delno menos polémico Matías Cortés, quien años

atrás le había acusado de haberle robado lasagendas de su despacho profesional. SainzMoreno, en el ejercicio de la acción popular,presentó el 27 de febrero querella criminal porapropiación indebida, delito societario defalsedad y estafa contra los veinte consejeros deSogecable y el auditor José Antonio RodríguezGil, quien, en nombre de Arthur Andersen, habíarevisado las cuentas de Sogecable y de Canal Plusdesde 1990.

El 28 de febrero, Gómez de Liaño admitió atrámite la querella de Sainz Moreno. El autojudicial prohibía salir de España, sin permiso deljuez, al presidente de Sogecable, Jesús Polanco, alconsejero delegado, Juan Luis Cebrián, alsecretario general, José María Aranaz y al auditorRodríguez Gil.

Polanco, tan sorprendido como indignado porel brusco giro de los acontecimientos, no dudó enachacar su situación judicial al tour de force que

mantenía con el Gobierno de José María Aznar.Eran los efectos del maremoto provocado por elfamoso «pacto de Nochebuena». La líneaargumental de Prisa, difundida urbi et orbi por lapoderosa armada mediática del Grupo y susfiliales dentro y fuera de España, estaba clara: elGobierno, además de legislar contra la plataformade televisión digital de Prisa, había decidido jugarfuerte abriendo un frente judicial. «Te quierenmeter en la cárcel, Jesús», le asustaba Cebrián.Aznar era, al final de la cadena, el responsableúltimo de la querella interpuesta por SainzMoreno, un hombre de paja, como el propio juez,Jaime Campmany y todos los demás.

Para Polanco y los suyos se trataba de unaarbitrariedad política sin precedentes. «Todo unGobierno fascistizado, mussolinista, franquista,lanza su peso contra un empresa que emiteinformación y opinión», escribía Haro Tecglen. Enun editorial titulado «Un peldaño más», El País

relacionaba la querella interpuesta contraSogecable con una «operación del Gobierno».

* * *

En la mañana en la que los querellados debíanacudir al juzgado —en compañía de HoracioOliva, el afectado «Dr. H. Oliva», letradodesignado por Sogecable así como por Polanco yCebrián— a recibir la querella y ser instruidos ensus derechos, ocurrió algo que Gómez de Liañotardaría en valorar adecuadamente: el tambiénabogado Antonio González Cuéllar se presentó ensu despacho para saludarle y quizá algo más.González Cuéllar, ex fiscal, había trabajadodurante años en el despacho profesional deMariano Gómez de Liaño, hermano del juez, yhabía sido además, hasta finales de enero de 1996,

abogado de Mario Conde en el caso Argentia Trusty en el caso Banesto.

Al juez le sorprendió aquella visita, a pesar detratarse de un hombre con el que había mantenidouna relación de cordialidad.

—Es únicamente para comentarte que Polancoy Cebrián me acaban de encomendar su defensa.

—Pues encantado, Antonio, porque las cosassalen mucho mejor cuando funciona la relaciónhumana. Contaré contigo.

—Muy agradecido. Quiero que sepas que leshe puesto una sola condición.

—No me tienes que contar nada, Antonio.—Sí, sí. Les he puesto como condición que en

el momento en el que el diario El País o algúnmedio de comunicación del grupo se meta contigodesde un punto de vista estrictamente personal, nodesde la perspectiva de tu actuación judicial…claro, porque entonces…

—Claro, claro…

—Bueno, pues que si se meten contigo a nivelpersonal yo dejaré la defensa.

Gómez de Liaño valoró aquellas palabrascomo un gesto de amistad y de hombría. ¡Qué lejosestaba de imaginar que el abogado había actuadocomo mensajero de toda la cicuta que, en adelante,Polanco y su grupo iban a hacer tragar al juez!

Por recomendación de Clemente Auger,Cuéllar había sido fichado a cuenta de la estrecharelación que había mantenido en el pasadopróximo con Mariano Gómez de Liaño y con elpropio Javier. Era la segunda maniobra que, en elplazo de muy pocos días, Jesús Polanco ponía enmarcha para interferir en el normal desarrollo delproceso.

El 1 de marzo, El País daba cuenta a cincocolumnas de la repentina desgracia que afligía a supropietario. Jesús Polanco, Juan Luis Cebrián yMatías Cortés, gestos crispados, sonrisas de hiena,aparecían retratados en primera entrando en la

Audiencia Nacional y rodeados de una nube deperiodistas.

Ese mismo día, El Mundo se preguntaba:«¿Dónde están los depósitos de Canal Plus?». Enel último párrafo de un editorial dedicado alasunto se señalaba que «Polanco, Cebrián y elresto de los administradores de CanalPlus/Sogecable deben explicar dónde han estado ydónde están los 23.000 millones de pesetas queellos tenían la obligación de custodiar. No valedecir que a los abonados que lo han solicitado seles ha devuelto el dinero. Faltaría más. Aquíestamos hablando de otra cosa que el CódigoPenal tipifica en su artículo 252 como apropiaciónindebida».

Un escándalo monumental. Desde México, elpresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, pedíaprudencia, porque se trataba de «un tema muydelicado». Y tanto. Si el caso Ibercorp supuso laquiebra de la llamada «biutiful pipol», verdadera

columna vertebral económica del felipismo comogestora de la Economía y del Banco de España,ahora hacía aguas su columna vertebral ideológica,el señor Polanco y su grupo, los representantes detodo lo que había en este país de lo supuestamenteprogre y moderno.

El tornado de la corrupción felipista no habíadejado supervivientes. Ni siquiera Polanco. Y conél estaba lo más granado del capitalismo patrio,algunas grandes fortunas, caso de los March, quepor miedo a eventuales medidas nacionalizadorasse habían arrimado al cántabro en 1982. Con élestaba también buena parte de la banca, los Ybarray los Botín. En definitiva, al lado de Polanco sesentaban todos aquellos que creían contar osignificar algo en España. Pues bien, todo estabacontaminado por la corrupción y las malasprácticas financieras. El felipismo se habíahundido con todos sus tripulantes dentro.

Resulta que, después de pretender lavar la cara

de los gobiernos González criminalizando consaña a su antiguo amigo Mario Conde como únicoresponsable de la llamada «cultura del pelotazo»,se demostraba que también Jesús Polanco se habíaconvertido en un mago de la «ingenieríafinanciera», reo de idénticos pecados.

La España culta y urbana no enfangada con elfelipismo se preguntaba, incrédula, si aquello eraposible. Era la misma pregunta que en el mes deenero se había formulado el propio GerardoOrtega, «porque cuando yo vi aquello me dije ¡nopuede ser! Yo no podía imaginar que unos señorestan serios pudieran quitar esos pasivos delbalance, de modo que muchos colegas economistasme preguntaban, pero ¿en qué asiento los hanpuesto? ¡En ninguno, coño, que lo que ha pasadoaquí es que han cogido la goma de borrar y los hanhecho desaparecer, de modo que no es que loshayan quitado, es que los han borrado!…».

* * *

El juez iba a saber enseguida con quién seestaba jugando los cuartos. El 3 de marzo, JavierPradera le dedicó una columna titulada «Escalonesy prevaricadores», en la que le llamabaprevaricador sin eufemismos de ningún tipo. Porprimera vez el juez se dirigió al Consejo Generaldel Poder Judicial (CGPJ) para denunciar «elpreludio de una campaña contra la independenciajudicial». «Liaño teme una campaña contra suindependencia por el caso Sogecable», decía unainformación aparecida en El Mundo el 6 de marzo.

Pero el mayor enemigo lo tenía el juez en casa,es decir, en la propia Audiencia Nacional. Supresidente, Clemente Auger, es un hombre criado alos pechos de Jesús Polanco, un incondicional dePrisa que presume de inspirar la línea editorial deEl País en cuestiones judiciales y que no necesita

que nadie le dé órdenes porque sabe de sobra loque hay que hacer cuando los intereses del grupoestán en juego. Clemente es miembro habitual de latertulia que los sábados a mediodía tiene lugar enel restaurante El Frontón de Madrid, en la callePedro Muguruza, donde oficia como gran maestresu íntimo amigo, el ilustre Javier Pradera. Y através del cordón umbilical de Clemente, Javier hamantenido siempre un estrecho mareaje sobre elsistema judicial español, en general, y sobre laAudiencia Nacional, en particular, cuidando aaquellos jueces y magistrados amigos y zahiriendoa los «enemigos».

Clemente Auger lleva con tal desenfado sucondición de «colega» que, en el momento másduro de la refriega del caso Sogecable, no tuvoempacho en presentarse, bellamente ataviado desmoking, comme il faut, en la sede de la RealAcademia Española de la Lengua con motivo de lalectura del discurso de ingreso de Juan Luis

Cebrián, otro copain, como nuevo académico de lainstitución. Hacerse presente y dejarse fotografiargenerosamente al lado de su amigo.

No es extraño, por tanto, que por los pasillosde la Audiencia Nacional comenzara pronto acorrer desatado el rumor de que el presidente de laSala de lo Penal, Siró García, y el propiopresidente, Auger, estaban maniobrando sindescanso.

Muy pronto el juez se percató de que lasdefensas recurrían todas las iniciativas deljuzgado, primero en reforma y después en quejaante la Sala. Uno de tales recursos, que llamópoderosamente la atención, intentaba sacar lacompetencia de la Audiencia Nacional,argumentando que no se trataba de un «delito» deapropiación indebida por importe de casi 23.000millones de pesetas, sino de 1.500.000 «faltas»(tantas como abonados), a razón de 15.000 pesetaspor falta, en cuyo caso la competencia debía pasar

a la plaza de Castilla. Con ello estabanreconociendo implícitamente que algo habíanhecho mal.

Todo hubiera sido soportable de no ser por laabierta obstrucción de la Fiscalía. En efecto, elfiscal general del Estado, Ortiz Úrculo, comenzó apresionar al fiscal del caso, Ignacio Gordillo,ordenándole que le mantuviera puntualmenteinformado de cualquier resolución que seadoptara. Más aún: la secretaría técnica —órganoasesor de la Fiscalía— empezó a realizar informesparalelos a la instrucción, al tiempo que, por bocadel propio jefe de esa secretaría, Eduardo TorresDulce, trataba de convencer a Gordillo de laausencia de delito. Estaba claro que Polanco habíapuesto ya a su gente a trabajar con denuedo enfavor del sobreseimiento y el archivo de lasactuaciones.

Sobre la mesa había una acción penal,promovida por una querella, que no se podía

investigar bajo el argumento, automático,reiterativo, de que no había delito. Y al juez no lepermitían saber si realmente lo había o no. No sepodía investigar, no se podía tomar declaración,no se podía practicar una sola diligencia. Y encuanto el instructor hacía un solo movimiento,crujían las bóvedas del templo judicial.

Para intimidar al juez y lograr el archivo de lasactuaciones, el grupo Polanco montó una campañade agit-prop que muy bien podría estudiarse en elfuturo en las facultades de Ciencias de laInformación como ejemplo de manipulación de larealidad. Empezó, como es natural, por la propiaredacción de El País, llamada el 4 de marzo amostrar su repulsa por «la campaña del Gobiernoy sectores afines contra Prisa», y siguió con lademanda de solidaridad de los socios de CanalPlus y Sogecable.

«Polanco y Cebrián pretenden que todos sussocios se impliquen en su arriesgada estrategia de

enfrentarse al Gobierno del presidente Aznar y deir por la vía de insinuaciones malintencionadascontra el juez Gómez de Liaño», aseguraba PabloSebastián en su columna de El Mundo.

En el sagrado empeño de rescatar al jefe sanoy salvo de las garras de Liaño, todo aquel quetuviera una cuenta pendiente con Polanco, ledebiera algún favor o, sencillamente, apacentaraen su prao, fuera clérigo o seglar, civil o militar,letrado o indocto, filósofo o titiritero, todos, desdela Asociación de Editores de Diarios Españoles(AEDE) hasta el presidente de la AsociaciónEspañola de Banca (AEB), deberían aparecer enel proscenio para escenificar su apoyo y dejarconstancia de su simpatía hacia el gran hombrecapaz de cambiar vidas y haciendas.

La gran traca, sin embargo, se estabacocinando fuera de nuestras fronteras y no llegó anuestras costas hasta el 20 de marzo, día en que laprimera de El País dejó sin aliento a los españoles

ante tamaña exhibición de poder: «GarcíaMárquez, Bobbio, Eco, Mailer, Fuentes y Sontagse solidarizan con el Grupo Prisa. Directores demedios de Europa y América denuncian unacampaña de acoso».

Días después, un tal «Parlamento Internacionalde Escritores» hacían lo propio. La gran mentirahabía traspasado ya las fronteras. Porque la«campaña de acoso» no tenía nada que ver con unsupuesto delito contra la libertad de expresión.Polanco, Cebrián et altri no estaban en lostribunales por algo que hubieran dicho o escrito,sino por algo que habían hecho.

«Cuentan que don Jesús de Polanco quierehacer un alarde de su poder que deje temblando alGobierno y sorprenda en el extranjero», escribíaJiménez Losantos en su columna de ABC. Para ElMundo, la iniciativa «lleva oculta una carga deprofundidad contra el juez Gómez de Liaño, al quese pretende coaccionar».

La soberbia de Polanco y su edecán, Cebrián,llegaba al punto de pretender instrumentalizar laasamblea del Instituto Internacional de Prensa (IPI)que el 24 de marzo se inauguró en Granada yconvertirla en un plebiscito en favor de Prisa y encontra del Gobierno popular. El propio Aznar sevio obligado en el acto de clausura de la asambleaa salir a escena para denunciar «el privilegio legalconcedido a los grupos más afectos al poder».

* * *

Ante tal avalancha de presiones, los másconspicuos conocedores de los vericuetos de laJusticia española, en general, y de la AudienciaNacional, en particular, hacían sus quinielastratando de acertar cuánto tiempo duraría Gómezde Liaño al frente del caso Sogecable. ¿Lograría

completar la instrucción del sumario? Sólo losrománticos acertaban a responder que sí.

Por si sus dificultades fueran pocas, el propiojuez, en un ejercicio de torpeza difícil de igualar,iba a dar nuevas bazas a la estrategia de losPolancos al no autorizar al editor, el 4 de abril,viajar al extranjero para ser investido doctorhonoris causa por una universidadnorteamericana.

La respuesta del grupo Prisa no se hizoesperar. «Nos encontramos ante una formidableofensiva del poder contra un grupo decomunicación independiente y no dispuesto adoblegarse a sus caprichos —aseguraba eleditorial de El País del día siguiente—. Lacrispación que viene sufriendo España amenazaseriamente la normalidad de la convivencia entrelos ciudadanos. La seguridad jurídica está enentredicho; el Estado de derecho, amenazado; lalibertad de expresión y la de empresa, en peligro».

El Grupo Prisa perdía así cualquier atisbo deobjetividad. El líder de IU, Julio Anguita, lodefinió como «falta de deontología, manipulacióny subordinación de la información a los intereseseconómicos».

Lo más llamativo del caso es que Gómez deLiaño no «prohibía» a Polanco viajar a losEstados Unidos. «Aquello fue malinterpretado. Loúnico que se decía en el auto es que, como setrataba de un imputado y tenía que estar adisposición permanente del Juzgado, cuando fueraa salir tenía que pedir autorización. Es lo que sehace siempre con todos los ciudadanos de estepaís». Desde que el mundo es mundo, quien tieneel poder de comunicar tiene también el demanipular y cambiar el curso de la Historia.

El fiscal Gordillo, atado de pies y manos pororden de Úrculo, se vio obligado a recurrir, por«desproporcionada», la medida que prohibíaviajar a Polanco.

Hubiera o no «prohibición», la iniciativa deljuez instructor resultaba tan innecesaria (nadieimaginaba al santanderino saliendo de Españapara no volver) como contraproducente para él ypara el propio caso Sogecable. Aquel día, JavierGómez de Liaño firmó su sentencia de muerte. Susespaldas, aunque anchas, eran poca cosa pararesistir los embates del grupo de presión másimportante del país. Aquello era más de lo que lasoberbia de Polanco estaba dispuesta a permitir.

El plan de laminación del juez se puso enmarcha. Consistió, en una primera fase, endesacreditarlo a conciencia. Para ello utilizaron ala Sala, que sistemáticamente rechazaba los autosdel juez con publicidad y alevosía, autos todos,además de muy bien escritos, perfectamenterazonados, medidos y realizados a petición delfiscal, los cuales eran jaleados al día siguiente enla primera de El País: «Segundo varapalo al juezLiaño…», «Cuarto varapalo al juez Liaño…». Una

fiesta, una orgía a la que se sumaban gozosos laSER y otros medios satelizados por Prisa, tal queDiario 16, La Vanguardia o El Periódico deCatalunya.

Y por si esto fuera poco, decidieronemprenderla contra la compañera sentimental delinstructor, la fiscal María Dolores Márquez dePrado, a través de una campaña de vejaciones (era«la barragana» del juez, decían) como no se havisto otra igual, campaña que no consiguiólevantar una sola protesta entre esa progresíafemenina «oficial» que abreva en aguas de Prisa.Había que echar a Márquez de Prado de laAudiencia Nacional para evitar el evidente influjoque su carácter abierto y resuelto ejercía sobre elresto de fiscales, y cualquier cosa era buena contal de lograrlo y dañar al tiempo la confianza deljuez que se había atrevido a importunar a Polanco.

* * *

El 7 de abril, el juez realizó las primerascitaciones para tomar declaración a los imputados.Gómez de Liaño había perdido en este primertramo del caso un tiempo precioso, dandooportunidad a la poderosa armada polanquil para,repuesta de su sorpresa inicial, organizarse yponer en funcionamiento toda su potenciaintimidatoria. De acuerdo con la tesis que hacirculado por la Audiencia, Liaño perdió la guerrapor premioso. ¿Qué tendría que haber hecho?Haber acelerado al máximo la instrucción delsumario, con la adopción de las medidascautelares oportunas, colocando a los imputados loantes posible ante el juicio oral.

Uno de los que más fogosamente se declarabapartidario de la política de hechos consumados eraBaltasar Garzón. El famoso juez irrumpió una

mañana en el despacho de la fiscal Márquez dePrado y, en presencia de Ignacio Gordillo, se lanzóa tumba abierta:

—Si este caso me hubiera correspondido a mí,Cebrián y Polanco ya estaban en la cárcel. Lo quepasa es que este Javier, aparte de lento, es unacojonado…

Garzón ya había dado cumplidas muestras desu carácter belicoso. Unos días después de estallarel caso Sogecable, Luis María Ansón habíainvitado a cenar en su señorial despacho de ABC aAntonio García-Trevijano, Baltasar Garzón,Joaquín Navarro y Jesús Neira.

El director de ABC, una salsa inevitablementepresente en todo guiso español que se precie,quería pulsar la opinión de sus invitados sobre latrascendencia penal de las prácticas de Canal Pluscon el dinero de sus abonados, y no habían servidoel primer plato cuando Garzón ya se habíamanifestado rotundo:

—Eso es un delito de apropiación indebidacomo la copa de un pino. —Y antes de que el restode los comensales hubiera expresado opiniónañadió dirigiéndose a Neira—: Jesús, ésta es laocasión de poner una querella contra esta gentuzaque los deje tiesos…

Pero Liaño, respetuoso con el Derecho,prefirió ir piano piano. Preocupado por nocometer un solo error, se lo tomó con la debidacalma, ponderando cada una de sus decisiones,estudiando a fondo cada uno de los autos quesalían de su pluma y tratando de asesorarse con losdictámenes de una serie de expertos contables queresultaron, además de lentos, profesionalmentemediocres.

En definitiva, permitió que los Polancospudieran poner en marcha toda su inmensamaquinaria de poder, con todo tipo de trucos ymaniobras, algunos de una simpleza casi infantil.Porque, conforme iba avanzando la instrucción, se

iba viendo con mayor claridad que gente tanpoderosa no estaba dispuesta a someterse al juezpredeterminado por la ley. Querían a otro juez.

Clemente Auger, que ya había intentado queGómez de Liaño dejara el asunto en las manos másdúctiles de García-Castellón, volvió de nuevo a lacarga, pero esta vez a través de un Baltasar Garzónque ya había cambiado de bando, aunque Liañoaún no lo sabía.

Una mañana de primeros de mayo, el polémicojuez entró en el despacho de Gómez de Liaño paraplantearle que, puesto que se encontraba tanestresado, dejara la causa en sus manos, de modoque pudiera tomarse unos días de vacaciones, losque necesitara, para recuperarse, porque él seencargará de tomar declaración a Polanco yCebrián. El instructor, entre perplejo y airado,respondió con la falta de cintura que lecaracteriza:

—Ni estoy enfermo ni estresado, y no sé a

cuento de qué viene este ofrecimiento. No sé pordónde vas, pero si lo que quieres decirme es queClemente Auger quiere que seas tú el instructor, tediré que no me extraña en absoluto. Dile aClemente que me llame y me lo pida él, que dé lacara, pero adviértele que voy a grabarle lo que mediga.

El 30 de abril, el juez Liaño cita finalmente adeclarar a Jesús Polanco y a Juan Luis Cebrián.Seis días después comparece ante él CarlosMarch, quien reconoce que Canal Plus utilizó eldinero de los abonados para su actividad. El juezle prohíbe salir de España y le obliga apresentarse cada quince días. Las mismas medidasadopta contra Leopoldo Rodés, elegante miembrode la «biuti» y dilecto numerario de esa «corte»que rodea al emperador Polanco. Tanto Marchcomo Rodés son representantes de la CorporaciónFinanciera Alba (Grupo March) en el Consejo deAdministración de Sogecable.

La situación del nieto del famosocontrabandista, fiel amigo y ferviente defensor deJesús Polanco, es especialmente llamativa,convertido en parábola de cómo los grandesapellidos y las mayores fortunas españolas se hantransformado en gregarios de lujo del único poderfáctico español de este final de siglo: JesúsPolanco.

Para el pueblo llano era todo un espectáculoasistir en butaca de palco al desfile de una de lasmayores fortunas de España por la escalera de laAudiencia Nacional. El juez, que vive con pocomás de 350.000 pesetas al mes, frente al señor delas casas, los jardines, los bancos, las fincas decaza con pista de aterrizaje para avión propio…

Al día siguiente, el presidente de la AEB, JoséLuis Leal, ex ministro de la UCD y uno de los másreputados good for nothing de la vida española,se creyó obligado a mostrar públicamente su«preocupación» y la de la AEB por la situación

del «pobre» banquero Carlos March.Pero el instructor, puntilloso y legalista, casi

un ayatollah del Derecho, comenzaba a cometererrores infantiles entrando al engaño que le tendíandesde una judicatura poblada de personajesdispuestos a hacerle un favor a Polanco. «El juezconsidera una vejación que la Audiencia lo llame“arbitrario” —titulaba el diario El Mundo el 8 demayo—, Gómez de Liaño eleva una queja alConsejo General del Poder Judicial por la acciónde la Audiencia Nacional». Don Quijote estabadispuesto a pelear a la vez contra todos losmolinos de viento.

* * *

El juez Joaquín Navarro cree que fue amediados de abril cuando se empezó a hablar de la

posibilidad de un «querellazo» —tal era laexpresión utilizada en Prisa— contra JavierGómez de Liaño, aunque había quien se inclinabapor su recusación.

Jaime García Añoveros, ex ministro de laUCD y consejero de Prisa, invitó un día a almorzaren el restaurante Pazo de Monterrey a los juecesBaltasar Garzón y Joaquín Navarro y, sin venir acuento, les preguntó si sería suficiente causa pararecusar a Liaño el hecho de ser suscriptor deCanal Plus.

—Eso que estás diciendo es una gilipollezcomo un piano. Hay otras causas más serias pararecusarle —aseguró muy convencido Garzón.

—Pero ¿qué tonterías estás diciendo,Baltasar?, ¿de qué causas hablas? —saltóNavarro, convencido aún de que Garzón y Liañoeran los íntimos amigos que siempre creyó queeran.

—Lo que oyes.

—Mira, yo no sé lo que os traéis entre manos,pero me parece inconcebible que digas eso. Y meparece, Jaime, que si el objetivo de este almuerzoes hablar mal de un amigo…

—No, no, Joaquín, ni mucho menos —interrumpió Añoveros con su innato sentido parala doblez—, lo que pasa es que estoy muypreocupado.

—Pues no sé por qué, pero a mí dejadmetranquilo, porque Javier es amigo mío y no voy a ircontra él. Y si estás hablándome en nombre delseñor Polanco, dímelo porque inmediatamentesalgo por esa puerta.

—¡Que no, que no, que yo te hablo comoamigo!

En aquel almuerzo, Garzón, que tan beligerantecontra Polanco se había mostrado semanas atrás,ya dejó claro que su corazoncito estaba al lado delpoderoso:

—Me consta que se están produciendo algunas

reuniones con el objetivo de prolongarartificialmente la instrucción…

—No, Baltasar, la instrucción se estáprolongando artificialmente por un rosario derecursos que van más allá del ejercicio del propioderecho, hasta convertirse en abuso de derecho yfraude de ley. Es exactamente al revés.

—Ya veremos. Ya veremos. Porque tu amigoestá enloqueciendo, es un visionario, un locopeligroso.

Joaquín Navarro salió de aquel almuerzoconvencido de que, una vez más en su vida y sinexplicación previa, Baltasar Garzón habíacambiado de acera o estaba a punto de hacerlo.Salió también convencido de que, si podían, losPolancos estaban dispuestos a matar al juez.

Pocos días después, el juez Navarro pudoconfirmar sus peores presagios sobre Garzón.Dispuesto a lo que fuera menester con tal dedisipar los recelos existentes entre ambos jueces

de la Audiencia Nacional, alentó la celebración deuna cena a la que pensaban asistir Gómez de Liañoy su entonces novia, María Dolores Márquez dePrado.

—Es que yo no sé si debería ir a esa cena —respondió con frialdad Garzón.

—¿Por qué?—Hombre, porque, en el supuesto de que se

planteara una recusación contra Javier, tendría queser yo el que la resolviera.

—Baltasar, hijo, me dejas de piedra, porqueJavier ha resuelto recusaciones interpuestas contrati por los acusados del GAL y eso no le impidióalmorzar y cenar contigo millones de veces… ¿Túcrees que ésa es razón para que te prives de cenarcon unos amigos?

—Pues no sé. Mira, hagamos una cosa: sipuedo, voy, porque tampoco sé si voy a poderlibrarme de algunos compromisos.

Joaquín Navarro sabía que Garzón no haría

acto de presencia. La cena fue una reunión deamigos en la que apenas hubo referencia alguna alcaso Sogecable. Fue el propio juez quien, depasada, se refirió al asunto:

—Están recurriendo en cadena. Esto es laleche. Me recurren hasta el aliento…

—Ten cuidado, Javier —le advirtió Navarro—, que esta gente está planteando la posibilidadde un «querellazo». Así lo llaman ellos:«querellazo».

* * *

El 12 de mayo, los peritos dictaminaron queCanal Plus había repartido dividendos con losdepósitos de los abonados. El instructor comenzóa ver indicios de apropiación indebida, delitosocietario y estafa.

El consejero delegado de Sogecable (nuevadenominación de la Sociedad de Televisión CanalPlus S.A.), Juan Luis Cebrián, directo responsablede cualquier supuesto delito que hubiera podidocometerse en la sociedad, estaba citado a declararel 19 del mismo mes. Y allí ardió Troya.

Todos los centros de poder se movieron en latarde del 18. Con el auto del juez en la mano, losPolancos y sus mesnadas de abogados creían queal día siguiente Cebrián tendría que ir a declararcon el pijama y los útiles de aseo bajo el brazo,porque estaban convencidos de que desde laAudiencia Nacional iba a viajar directamente a laprisión de Alcalá-Meco.

Al atardecer, Jesús Polanco llamó alpresidente Aznar a su despacho de Moncloa. Sugrito, más que ruego, era simple: ¡que meten a JuanLuis en la cárcel!… Y meter a Juan Luis en lacárcel significaba meter a Polanco y todo lo quePolanco había representado en la Historia de

España en los últimos veinte años.Casi a la misma hora, el presidente había

recibido una llamada aún más importante. SuMajestad el Rey, muy preocupado, también seinteresaba vivamente por la suerte del periodista.Había que hacer algo. Gracias a su patronazgosobre Manolo Prado y Colón de Carvajal, Polancoera un hombre que, además de poder, poseía lamejor información sobre la gente más importantedel país. No se podía correr el riesgo de colocarloentre la espada y la pared.

Aquella tarde, el presidente parlamentó variasveces con su vicepresidente primero, FranciscoÁlvarez Cascos, a quien cursó las instruccionesoportunas. Aquello no se podía «ir de las manos».Había que llamar al fiscal general del Estado yordenarle que tomara las medidas necesarias paraimpedirlo.

En el interminable atardecer de un miércolesde junio, al despacho de Álvarez Cascos había

acudido un conocido empresario y su jefe degabinete dispuesto a plantearle al político unproblema surgido en torno a una importanteinversión en el extranjero. El sujeto en cuestión,sin embargo, parecía cabreado y alarmado por unaincidencia previa.

—¿Qué te pasa? —quiso saber elvicepresidente.

—Que me acabo de enterar que mañanapublica El País que soy socio de mi hermano enuna empresa de mierda y me van a joder, ¡coño!,ya lo verás…

—Pues yo que tú llamaba a Polanco y se lodecía.

—¡Sí, como que se me va a poner!—Claro que se te pone.—¿Tú crees?—Yo te digo que si tú le llamas esta tarde, no

tarda ni medio minuto en ponerse…Dicho y hecho. Allí mismo tiró de móvil y, con

cierta aprensión, llamó a don Jesús. Una secretariapreguntó al otro lado del hilo «¿quién llama, porfavor?», el afectado respondió y en menos detreinta segundos Polanco estaba al aparato. Elempresario comenzó a explicar su problema con lasintaxis atosigada por los nervios, su problemacon El País, aquello no era verdad y además erauna tontería y, de repente, calla, y calla, y calla,porque parece que quien está hablando largo ytendido es Jesús Polanco…

Así era. Álvarez Cascos, sentado al lado deljefe de gabinete, riendo en silencio viendo la caradescompuesta del empresario, y en un momentodado, moviendo el pulgar aceleradamente haciaatrás con el característico gesto de quien descubreuna jugarreta, musita entre risas contenidas al oídodel tercero en discordia:

—Ahora. Ahora es cuando le va a decir quemás problemas tiene él, porque mañana meten aJuan Luis en la cárcel…

El empresario colgó y, ante la expectacióncontenida de sus interlocutores, musitó con cara deasombro:

—¡Me ha dicho que mañana meten a Cebriánen la cárcel!

—¿Lo ves?, ¿lo ves?… —reía Cascos.Álvarez Cascos hizo su trabajo llamando,

además de al fiscal general del Estado, a la propiaministra de Justicia, Margarita Mariscal, paraordenarle que parara ese asunto y dispusiera lonecesario para que no se tocara a la mano derechade Jesús Polanco. Como el editor y su entorno nohan dejado de predicar que Aznar y su Gobiernoquisieron meterlos en la cárcel, hay que concluirque fue el Rey quien les salvó del trance y es alRey a quien agradecen el favor.

A primera hora de la mañana de aquel 13 demayo de 1997 ya se sabía que Cebrián no iría adeclarar, de momento. El juez, pretextando lascoacciones ambientales, incluidas las

declaraciones del inevitable Rubalcaba, habíaacordado suspender la comparecencia y pedir elamparo del CGPJ. El portavoz del PSOE, adalidde la causa polanquil, había amenazado conrevelar «toda la trama del caso Sogecable» si aljuez se le ocurría adoptar medidas privativas delibertad contra una persona tan honorable comoCebrián.

«Ni en las peores épocas de la dictadurafranquista asistí a un caso tan grave deinterferencia sobre el poder judicial», asegurabaun prestigioso catedrático de Derecho que desea elanonimato. Aquello parecía puro golpismojudicial. ¿Dónde quedaba la separación depoderes que distingue a todo Estado de Derecho?

* * *

La Fiscalía General del Estado reaccionó a latormenta política de la tarde/noche anterior comoera de prever: plegándose a las exigencias delpoder político. En la mañana del miércoles 14 demayo, vísperas del puente de San Isidro, una ordenarribó al despacho del fiscal jefe de la AudienciaNacional. Eduardo Fungairiño llamó a MaríaDolores Márquez de Prado:

—¡Asómbrate: mira lo que acabo de recibir!Se trataba de un escrito mediante el cual Ortiz

Úrculo, ya cesado desde el Consejo de Ministrosdel viernes anterior, ordenaba a la Fiscalía de laAudiencia Nacional y a su fiscal jefe que no seadoptara ninguna medida cautelar contra JesúsPolanco ni contra ninguno de los querellados deSogecable, con mandato expreso de que si el juez,en contra del criterio del fiscal, llegara aadoptarla, el fiscal la recurriera. Naturalmente, laFiscalía debía tener al tanto al fiscal general decualquier novedad que se produjera en el caso.

Fue ésta una iniciativa de enorme importancia,porque dejó al fiscal del caso, Ignacio Gordillo,atado de pies y manos, sin poder tomar ningunamedida, amordazado por una situación que se fuehaciendo más y más abracadabrante conformeavanzaba la instrucción.

La sorpresa mayor, con todo, estaba por llegar,y lo hizo con el nombramiento de Jesús Cardenalcomo nuevo fiscal general del Estado. La Fiscalíade la Audiencia le pidió enseguida que revisara laorden que Úrculo había dejado por herencia.

—Esta situación no se puede mantener por mástiempo. Con esa orden estamos todos maniatados.¿Qué hacemos?

—Dejarlo como está —respondió Cardenal.Fue una de las interferencias más claras

sufridas por la Justicia desde la llegada de lademocracia. El poder Ejecutivo, a través delMinisterio Fiscal, tiene controlada la acción penal,y tiene, por tanto, controlada a la propia Justicia.

El Gobierno de José María Aznar, en contra delo que torticeramente han extendido los voceros dePolanco, no sólo no quería meter a Jesús Polancoen la cárcel, sino que hizo todo lo posible porevitarlo. Aznar creía que el tycoon hispano de lacomunicación ya había recibido suficiente castigocon las medidas legislativas adoptadas en elterreno de la televisión digital y el fútbol y que,por obvias razones, no le convenía en absolutohacer de él un mártir de la libertad de expresión.

El caso Sogecable se había convertido en unacarrera de obstáculos para el juez Gómez deLiaño. Advertida por la iniciativa del fiscalgeneral del Estado de que el Gobierno no sólo noestaba detrás del instructor respaldando susiniciativas, como se habían hartado de pregonarlos Polancos, sino que, muy al contrario, temía lasconsecuencias que para su imagen, especialmentea nivel internacional, pudieran derivarse del caso,la jerarquía de la Audiencia Nacional, con

Clemente Auger y sus fieles magistrados a lacabeza, se iba a lanzar contra el juez como unajauría de lobos sobre un incauto cordero.Totalmente desprotegido, estaba claro que lacuerda terminaría rompiéndose por el lado másdébil.

El instrumento para dinamitar el caso iba a serla Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional quepreside Siró García, que el 13 de mayo revocó,por «innecesario», el auto de Gómez de Liaño porel que se declaraban secretas las actuacionescontenidas en el sumario.

Hay que advertir que la primera providenciaque suele adoptar todo juez que se topa con unsupuesto delito económico es intervenircontabilidades y decretar el secreto delprocedimiento. Fue lo que hizo el juez ManuelGarcía-Castellón en el caso Banesto, y a esamisma Sala le bastaron un par de líneas defundamentación jurídica salidas de la modesta

pluma de ese juez para ratificar tal decisión. Y elsecreto del sumario del caso Banesto estuvo envigor durante mucho tiempo, tanto que a las partesimputadas ni siquiera se les notificó la querella.¿Por qué cambió radicalmente de criterio laSección Segunda en este caso?

Lo cierto es que lo que se hace normalmente encualquier tribunal de justicia no se pudo hacer conSogecable, porque rápidamente era tachado de«barbaridad» por la propia autoridad judicial.Excepción tras excepción, con Polanco no valía niel secreto del sumario, ni la solicitud deautorización de salir del territorio nacional, ni lapetición de la contabilidad, ni el listado deabonados… En el caso Sogecable se produjo unaverdadera fractura del principio de igualdad antela ley.

Pero «Lancelot» Liaño, ayuno de todaprudencia, en lugar de callar y no provocar a lafiera dictó una resolución, «en el ejercicio de mi

independencia», calificando de «vejatorios» parasu persona los autos de la Sala y de «insólito» elúltimo de ellos ordenando el levantamiento delsecreto sumarial, en la medida en que dejaba sinefecto una cautela de gran importancia para laprotección de las investigaciones, instada ademáspor el fiscal. Pocas veces un adjetivo ha podidocausar tantos disgustos a un hombre.

Porque Liaño no se paró ahí, no. Unos díasdespués efectuó un triunfal ritorno volviendo adecretar el secreto del sumario, respondiendo auna petición de la Policía Judicial para protegerlas investigaciones. Aunque razones no le faltaban,la iniciativa del instructor fue considerada por losSiró y demás familia como un inadmisible desafío.Hasta el punto de que el 16 de mayo, García,presidente de la Sala de lo Penal de la AudienciaNacional, remitió un escrito de queja al ConsejoGeneral del Poder Judicial (CGPJ) contra laactitud del juez Javier Gómez de Liaño en el caso

Sogecable y pidió la apertura de un expedientedisciplinario contra él a cuenta del calificativo de«insólito», algo que, en opinión de Auger, «no sepodía consentir».

En la costa del CGPJ, el instructor del casoSogecable iba a encontrar aún más piratas que enla propia Audiencia Nacional. En efecto, algunosde sus vocales (caso de Javier Moscoso, BrunoOtero y Jacobo López Barja), predicadores de ladoctrina del «ahí no hay nada» en lugar deproteger la independencia del juez para permitirleconcluir el sumario, eran partidarios de acabar conél instando su suspensión. De hecho, el CGPJnombró un instructor para el expediente, el señorJiménez Villarejo, que, cuando llegó el momentode resolver, pasó por encima del propioMinisterio Fiscal, que había solicitado una sanciónleve, y pidió la sanción máxima como falta derespeto al tribunal. Por si no quieres caldo,Villarejo, otro reconocido hooligan del felipismo,

denunció, sin el apoyo del fiscal, a Gómez deLiaño por un posible delito de prevaricación.

La patada en el culo del CGPJ se la llevó,como era de prever, Javier Gómez de Liaño.«Involuntariamente —escribía un editorial de ElMundo del 23 de mayo—, el Consejo ha puestomás munición en poder de quienes deseandeslegitimar al magistrado. Primero se arrogaronel papel de ser juez y parte de la cuestión y ahorapretenden convertir el caso Sogecable en el casoLiaño». Unas palabras premonitorias. El casoSogecable se iba a convertir paulatinamente en elcaso Liaño. Polanco se sentía ya totalmentearropado tanto en la judicatura como en elParlamento, a través del PSOE. Su poder era tangrande, daba de comer a tanta gente que inclusohabía hecho miembro de la Real AcademiaEspañola a su mano derecha, Juan Luis Cebrián,quien el 19 de mayo leía su discurso de ingreso yse fotografiaba al lado de sus amigos Felipe

González y Clemente Auger.La campaña de desprestigio contra el juez,

afectando incluso a la esfera de su vida privada,estaba en todo su apogeo. «La Audiencia Nacionaliniciará hoy una inspección del juzgado de Liaño»,anunciaba con deleite El País.

El 30 de mayo del 97 se conoció por fin elcontenido del informe solicitado por el juezinstructor a los peritos de Hacienda IgnacioUcelay y José Manuel Ríos. Su publicación en laprensa era, sin embargo, materia para especialistasen hermenéutica.

«Las cuentas de Canal Plus no reflejan la“imagen fiel” de la empresa, según el informeelaborado por dos peritos de Hacienda yentregado al juez Gómez de Liaño —decía ElMundo, que añadía—: Aunque aumentó beneficiosa costa de Sogecable, repartió dividendoslegalmente». El mismo día, sin embargo, El Paísvendía la noticia de esta forma: «Los peritos

informan al juez que Canal Plus distribuyó susdividendos de forma legal». Subtitular: «Elreparto no se hizo “con cargo a los depósitos”,sino “con los beneficios obtenidos”».

He aquí un ejemplo de cómo una misma noticiapuede interpretarse de forma totalmente distinta —si no contraria— en dos medios de comunicacióndiferentes. Lo relevante del informe de unosexpertos fiscales, que no en Derecho, era esaconclusión en torno al no respeto de la «imagenfiel», lo que venía a confirmar que, por lo menos,en la Sociedad de Televisión Canal Plus se habíacometido delito societario.

El informe de los peritos iba a publicitar elalejamiento definitivo de Baltasar Garzón de suotrora íntimo amigo Javier Gómez de Liaño. Enefecto, el juzgado de Garzón, víctima de unenfermizo afán de notoriedad, aprovechó una bajapor enfermedad de Liaño para filtrar el informe delos peritos al diario El País. Ni corto ni perezoso,

«Quijote» Liaño pidió el 9 de junio al CGPJ,donde tantos amigos tenía, que investigara a sucolega en relación con esa filtración. Es fácilimaginar lo que hizo el CGPJ.

* * *

El 20 de junio, casi cuatro meses después depresentada la querella, Jesús Polanco subió por final Gólgota de la Audiencia Nacional para ir adeclarar ante el juez como un español más. Aquelmismo día, Felipe González anunciaba ante elCongreso del PSOE su renuncia a la SecretaríaGeneral del partido. Las dos grandes figuras de unrégimen político que duró casi catorce años,unidos del brazo en caída libre por la pendiente dela Justicia y del tiempo.

La imagen de un Polanco entrando en la

Audiencia sin corbata, el rostro compungido, condos botones de la camisa desabrochados, resultabapatética. Era la representación de un poderosocuya caída del limbo no había podido impedirtodo su poder mediático. Un personaje rozando logrotesco, flor de soberbia que sólo puede creceren paisajes tan plagados de caciques y tanhistóricamente sedientos de democracia como elnuestro.

En la representación más suntuosa de lajusticia celtibérica, Polanco llegó, sin embargo,rodeado de una legión de letrados, abogadosprincipales, abogados accesorios, representantesde abogados y una numerosa claque de ejecutivosde las empresas del grupo dispuestos a arropar algran jefe en tan duro trance. El presidente BillClinton, un hombre un poco más poderoso quePolanco, de momento, había acudido por lasmismas fechas a prestar declaración ante lacomisión especial del Senado de los Estados

Unidos que investigaba el escándalo Lewinsky condos abogados, dos, por toda escolta.

La rabia contenida de Polanco se expresó porboca de González: «Voy a desmontar la trama»,dijo el ex presidente a cuatro columnas en El País,aludiendo a la famosa «conspiración», la palabratotémica de la sedicente progresía patria en estefinal de siglo.

La faena más gorda, con todo, que el juezLiaño podía hacerle a Jesús Polanco consistió enobligarle a declarar dos días consecutivos, demodo que el dueño de Prisa tuvo que volver ellunes para concluir su declaración. Ración doble.El editor y el juez compartieron, por tanto, muchashoras en una declaración muy fluida, donde nohubo el menor atisbo de provocación o deviolencia por ninguna de las partes y en la quePolanco aceptó responder a las preguntas delfiscal, pero no de las acusaciones.

Como empresario, Jesús Polanco Gutiérrez

causó una más que discreta impresión a losreunidos. Un hombre sin soltura dialéctica, sinvocabulario, con un manejo muy pobre de términosy conceptos económicos, que se refirió a losdescodificadores como «los cacharros ésos»…Parecía claro que se trataba de alguien que habíavivido en el convencimiento de que los depósitoseran dinero propio y no ajeno, y que por lo tanto sepodía utilizar libremente en el normal desarrollode la actividad empresarial sin necesidad siquierade pagar intereses.

Alguien, que no Polanco, había realizado enCanal Plus un sencillo cálculo de posibilidades;dando por sentado que era imposible que se dierande baja de golpe más del 20 por 100 de losabonados, habían decidido dejar en reserva eseporcentaje para atender eventuales devoluciones ydisponer libremente del resto de los depósitos,ahorrándose así el coste financiero de tener quepedir prestado el dinero al banco.

Fue el abogado Manuel Murillo quiengráficamente describió el sistema durante ladeclaración de Polanco: «Mire usted: en vez delmodelo Canal Plus Francia, donde el dinero de losabonados no se toca, el suyo ha sido el “modeloSófico”».

El fiscal Gordillo leyó parte de lasinstrucciones recibidas del anterior fiscal generaldel Estado, Ortiz Úrculo, y ratificadas por susucesor, Jesús Cardenal, que le impedían solicitarninguna medida cautelar. Su situación erareveladora del destrozo que en términos jurídicosestaba causando la interferencia política en elcaso: si al auditor, que ya había prestadodeclaración, le había pedido, como cooperadornecesario, una fianza de cinco millones de pesetas,a Polanco tenía que pedirle otro tanto.

Ignacio Gordillo pidió finalmente la libertadprovisional con una serie de medidas cautelares.Con este respaldo, el juez Liaño adoptó el auto el

26 de junio, en el cual se afirmaba que en CanalPlus se habían realizado «maniobras financieraspresuntamente delictivas», y por el que dejó enlibertad a Polanco con fianza de 200 millones depesetas. Además debía presentarse en el juzgadolos días 1 y 15 de cada mes y pedir autorizaciónsiempre que fuera a viajar al extranjero.

«Puse al señor Polanco una fianza que mepareció razonable, y ni hablar de prisiónincondicional, porque en el ánimo de este jueznunca estuvo meter en la cárcel ni a Cebrián, ni aPolanco, ni a nadie. Eso es algo que no se me pasópor la cabeza y que hubiera sido un exceso».

Sin embargo, Polanco, además de vender elauto como una afrenta a su persona, intentó portodos los medios que el fiscal general del Estadoordenara a Gordillo que recurriera esa resolución.

* * *

Del auto de Gómez de Liaño del 26 de junio sederivó un movimiento clave: la recusación deljuez. Fue el momento cumbre del proceso. Porquedesde el 26 de junio a la fecha de la recusación —coincidiendo con el día en que Juan Luis Cebriánestaba citado a declarar— no pasaron más de oncedías.

El poderoso Cebrián consiente que su patrónpase por el trance de tener que ir a declarar, peroél se planta, él no irá a declarar, y plantea larecusación que, por disposición legal, determina elapartamiento del juez en cuanto es aceptada. QueCebrián adoptara esa decisión cuando le tocaba elturno y no cuando le correspondía al teórico amode Prisa ha alimentado todo tipo deespeculaciones en torno a la verdadera estructurade poder, incluso de la propiedad, del GrupoPrisa.

Era la última bala en la recámara de losPolancos: nada parecía capaz de parar al juez

Liaño, de modo que había que apartarle del caso.Ni siquiera habían servido los seis «varapalos»que le proporcionó la Sala, revocando otras tantasactuaciones del instructor y esgrimiendo criteriosque quebraban la jurisprudencia quetradicionalmente había regido en losprocedimientos de tipo económico. Sin embargo, apesar de los intentos por torpedear la acción deljuez y no dejarlo avanzar, el instructor seguíaadelante, a contrapelo de la propia Audiencia. Poreso, no tenían más remedio que recusarle.

La recusación o la querella, el «querellazo»del que hablaba el ínclito Añoveros. Los Polancoseligen la recusación y no la querella porque laprimera conseguía inmediatamente su objetivo, queno era otro que apartar a Liaño de la causa,mientras que la segunda dejaba las espadas enalto, puesto que, de entrada, podía no admitirse atrámite.

Se deciden por la recusación aduciendo

razones que, de existir, existían antes de lainstrucción del procedimiento, lo cual lasinvalidaba por pura normativa jurídico-procesal[15].

El 6 de julio, en un llamativo despliegue a dospáginas, El País daba cuenta de la iniciativa delsegundo de Polanco: «La recusación explica quesu enemistad hacia Cebrián se remonta a 1980 (alpadre del juez, el también magistrado MarianoGómez de Liaño) y que el interés indirecto vienedeterminado por la estrecha amistad y lazosfamiliares del juez con el grupo de periodistasdemandantes y querellantes contra Sogecable. Larecusación deberá ser instruida por el titular delJuzgado Central de Instrucción número 5. de laAudiencia Nacional, Baltasar Garzón, quemomentáneamente se hace cargo también de todaslas diligencias practicadas en el sumario deSogecable». Cebrián se salía con la suya yparalizaba el caso Sogecable. Era una gran

victoria de la Justicia que complace al Príncipe.El diario El Mundo, en la línea errática que

caracterizó su tratamiento del caso Sogecable,escribía el 7 de julio: «Hemos dicho y reiteradoque no tenemos claro que los responsables deSogecable hayan incurrido en ningún delitoperseguible por la vía penal, pero nos pareceobvio que este incidente de recusación no se tieneen pie. Estamos seguros de que Baltasar Garzón lopondrá en el sitio que le corresponde: en elarchivador de su Juzgado».

¿Osaría Garzón tejer otro cesto con losmimbres que le había proporcionado Cebrián?Muy pronto se sabría, aunque en realidad habíapoco que los «iniciados» no supieran ya. Lejos delos arrebatos iniciales de su grito de guerra, «¡a lacárcel con ellos!», el juez Garzón hacía semanas,meses, que venía trabajando activamente en pro deClemente Auger y su estrategia de parar el casoSogecable como fuese.

¿Cuándo, cómo y por qué empezó BaltasarGarzón su giro copernicano en relación a JavierGómez de Liaño? El juez Joaquín Navarro tienealgunas claves, pero no todas: la presencia de unClemente Auger alabando constantemente a unhombre absolutamente sensible a los halagos, larelación con Jaime García Añoveros, que actúa demensajero en este cambio de chaqueta, los celos—insuperables— ante el protagonismo que acuenta de Sogecable le había robado Liaño…

La razón última, con todo, permanece sinexplicar. El caso es que Baltasar Garzón resultódeterminante en el carpetazo que poco a poco seiba vislumbrando en el caso Sogecable y, lo que esmás grave, la destrucción de la carrera profesionaldel juez que osó investigar a Jesús Polanco y suscuates.

* * *

Un día después de hacerse cargo del casoSogecable y de la recusación de Gómez de Liaño,Baltasar Garzón presentó en el hotel MeliáPrincesa de Madrid un libro titulado Narcos,escrito al alimón entre un periodista y el fabulosojuez, con el patrocinio de la Universidad deValencia y la presencia, como «plus de peana», delministro del Interior, Mayor Oreja. En eltranscurso de la copa que siguió al parlamento,Baltasar se acercó al juez Joaquín Navarro.

—Ya ves la que me ha caído encima…—Pues sí, pero, por lo que conozco del caso,

lo tienes muy fácil, ¿no?—¿Tú crees?—Tengo bases para creerlo. Pero, Baltasar, me

preocupa la pregunta que me haces.—Joaquín, esto es muy serio.—Naturalmente que sí, pero no entiendo de

dónde vienen esas dudas.—Bueno, ¿qué te parece si quedamos mañana

a almorzar con Jesús?—Lo que tú digas.Quedaron en el restaurante Pazo de Monterrey,

lugar habitual de los almuerzos de Garzón conGarcía Añoveros y Antonio Navalón. A la alturadel segundo plato, Baltasar realizó ante sus amigosNavarro y Neira una amplia exposición tras la quevino a concluir que él no podía limitarse alconocimiento meramente procesal de los hechos,puesto que conocía datos extraprocesales que teníaque ponderar a la hora de emitir un fallo. JoaquínNavarro le interrumpió:

—Baltasar, pero eso significa que estásincapacitado para llevar la recusación, porque sitienes conocimientos extraprocesales te conviertesen testigo, y nadie puede ser juez y testigo en unprocedimiento, lo sabes de sobra.

—¿Por qué dices eso?—Digo lo que tú estás diciendo. Y si hubiera

alguna duda, la propia pasión con la que estás

hablando en contra de Javier, llamándoleprevaricador…

—¡Yo no le he llamado prevaricador, Joaquín,no te pases!

—Baltasar, es la tercera vez que en mipresencia llamas prevaricador a Javier, y las tresen este restaurante. Y está claro que en esascondiciones no puedes ser un juez imparcial,porque eres parte y porque entonces quien va aprevaricar aquí eres tú…

Fue como si le hubieran puesto banderillasnegras. Garzón perdió los nervios y empezó agritar, él no odiaba a Javier, «¡yo no le odio, esJavier quien me odia a mí y no acabo de entenderpor qué!»…

Jesús Neira trató de encontrar un aliviadero ala tensa situación y al clima de nervios que sehabía apoderado de Baltasar:

—No estoy de acuerdo con lo que ha dichoJoaquín: yo creo que lo que debes hacer no es

abstenerte, sino resolver inmediatamente larecusación desestimándola, porque abstenertepuede producir un escándalo morrocotudo,

—Pues no voy a hacer ni una cosa ni la otra.Voy a hacer lo que me salga de las pelotas.

—Entonces, si vas a hacer lo que te salga delas pelotas, ¿para qué me has llamado? ¿Parahacer una exhibición delante de mí? —protestóairado Navarro.

—Estoy muy dolido contigo, Joaquín, quieroque lo sepas: te has puesto del lado de Javier y éles el bueno y los demás somos todos malos…

—Mira, Baltasar, te he defendido mucho másallá de lo razonable, porque no mereces esadefensa y lo estás demostrando. Y te voy a deciruna cosa más: cuando a ti te recusaron los Vera,Barrionuevo y compañía, lo hicieron con másfundamento del que ahora ha utilizado Cebriánpara recusar a Liaño, porque contra ti habíafundamento y aparentemente muy sólido.

—¡Qué hostias estás diciendo, pero cómopuedes decir eso!

—Lo que oyes, porque tú habías estado conesta gente en Interior, y por lo tanto estuvisteorgánicamente vinculado a la lucha contra ETA,GAL y compañía, manejando documentación delMinisterio sobre estos asuntos, ¿o no? Y cuandoéstos plantearon tu recusación yo dije que no, queno había fundamento, ¿cómo voy a decir ahora otracosa en el caso de Javier?…

—¡Ah! ¿Entonces me defendiste porque eraamigo tuyo, sólo por eso, no porque tuviera razón?

—No señor. No he dicho eso. Si yo pensaraque eres un prevaricador no habrías sido amigomío, mi querido Baltasar. Yo no soy amigo de unjuez prevaricador, ¡joder!, ¿qué te has creído?

—¡Me has engañado todos estos años, eres unamierda, una mierda!… —ante la sorpresa general,Garzón comenzó a dar puñetazos encima de lamesa.

—Mira, Baltasar —amenazó Navarro con losnervios a flor de piel—, como sigas por esecamino me pongo de pie y me doy de hostiascontigo. Eres un grosero, y no te consiento quedigas esas cosas.

Fue como si de pronto le hubieran quitado lasangre de las venas:

—¿Me estás amenazando? —preguntó congesto helado.

—Claro que sí. No te tolero ese tipo deactitudes, eso para la gente que tú tienes comoamigos. Conmigo ni hablar.

—Me voy —Garzón, completamente ofuscado,se levantó con gesto resuelto.

—No, antes de irte paga lo tuyo, ¡coño!, nohagas el gorrón como de costumbre.

El famoso juez quedó paralizado.—No, no. Yo pago lo de Baltasar —intervino

rápido, puesto en pie, Jesús Neira.—Allá tú. Yo no pago ni una peseta que

corresponda al señor Garzón.Allí terminó una amistad de años. Allí dejaron

de hablarse Baltasar Garzón y Joaquín Navarro,como un trasunto de la guerra que divide y enfrentaa la Justicia española. Al día siguiente, Garzóntrasladó al amigo común, Jesús Neira, la profundadecepción que le había causado Joaquín Navarroen el almuerzo de marras. Fue entonces cuando elfamoso juez pronunció la antológica frase quetantas vueltas ha dado al ruedo judicial:

—¡Le voy a freír los huevos a Javier!

* * *

Íbamos a asistir a una de las páginas menosejemplares de la corta historia de la AudienciaNacional, al «garzoneo» de un hombre dispuesto(¿sólo por celos?) a arruinar la vida y la fama del

que había sido su mejor amigo. Dispuesto, porcomplacer a los Cebrianes, a dinamitar laAudiencia Nacional con una crisis de grandesproporciones: los dos jueces «estrella», antañoperseguidos por el felipismo con saña, seenfrentaban entre sí. El escaso crédito que restabaa la Audiencia podía saltar por los aires contamaño estrambote.

Garzón, como es preceptivo, solicitó elinforme del juez recusado, pero prescindió delfiscal, que es «parte legal» en cualquierrecusación. Como dijo Eduardo Fungairiño ante elTribunal Supremo, «éste ha sido el primerexpediente de recusación que se ha seguido sin elfiscal, a espaldas del fiscal y contra el fiscal».

En la Audiencia, algunos fiscales no salían desu asombro cuando comenzaron a enterarse de lasdecisiones que tomaba Garzón. El propioFungairiño, su fiscal jefe, decidió acudir aparlamentar con el fiscal general del Estado:

—Jesús, ¿qué hacemos con esto?¿Intervenimos? ¿Pedimos la nulidad? Es que noestá contando con el fiscal para nada, y el fiscal esparte de la recusación, lo dice la ley.

Pero Jesús Cardenal pronunció una de esasfrases salomónicas que retratan a un personaje:

—Déjalo. Son cosas de jueces. Nointervengas.

Indicio claro de que Jesús Cardenal teníaorden de no actuar, poniendo en evidencia laexplícita decisión del Gobierno de no rozarle unpelo al poderoso Polanco. Lo cual no fue óbicepara que Ignacio Gordillo se despachara con uninforme contundente: no existía razón jurídicaalguna que sustentase una recusación queúnicamente pretendía paralizar el proceso, por loque debería ser inmediatamente desestimada, sinrecibir el incidente a prueba, con expresa condenade costas al recusante y multa de 100.000 pesetas(la máxima prevista por la ley) por su temeridad y

mala fe.Pero, naturalmente, Garzón tenía que hacer su

trabajo. Además de prescindir del fiscal, decidióaceptar las pruebas propuestas por Cebrián —algosin precedentes en la historia judicial española—mientras denegaba las de los querellantes del casoSogecable, pruebas que eran un monumento a lamala fe procesal, la última de las cuales consistíaen la declaración testifical de García Añoveros,Jesús Neira y Joaquín Navarro. «Se comportócomo un Cebrián más —asegura el juez Navarro—, empezando porque a través del desvergonzadode Añoveros me enteré de que la recusación lahabía fundamentado prácticamente el propioGarzón».

Después de poner los huevos de Gómez deLiaño al baño María, Garzón decidió irse devacaciones, declarando inhábil, tanto para el casoSogecable como para la propia recusación, el mesde agosto, asunto que no debió de preocupar a un

Cebrián que venía desgañitándose desde laspáginas de El País sobre el daño que laprolongación artificial del caso le producía.«Había que dar tiempo al tiempo para que eltribunal tuviese la oportunidad de archivar lasdiligencias y, desde luego, para que su juez naturalpudiese seguir disfrutando de los placeres de lapública inquisición», escribía Joaquín Navarro.

Javier Gómez de Liaño comenzó a sentirmiedo. Miedo personal. «Vistas las decisiones quetomaba Baltasar, en línea con la campaña queestaba en marcha, empecé a preocuparme y apensar que alguien intentara incluso inyectarmedinero en mi cuenta corriente, de modo que fui ami banco y di orden de que se me bloquearantarjetas y cuentas. Ni un ingreso, bajo ningúnconcepto. La preocupación se extendió también alos miembros de mi servicio de escolta, queempezaron a preocuparse en serio por miseguridad».

Y llegó septiembre, y un Garzón moreno yrelajado recibió a las diez de la mañana del día 2la declaración de un Joaquín Navarroabsolutamente indignado con el hecho de que,abusando de una amistad de años con Garzón,García Añoveros y otros hombres del entorno dePrisa, los edecanes de Polanco hubieran tenido laosadía de proponerle como testigo de una pruebaurdida para acabar con Javier Gómez de Liaño.

«Cabían pocas dudas —asegura el juezNavarro— de que Garzón y Añoveros habíancolaborado en la gesta de implicarnos, a mí y aJesús Neira, en aquella montaña de estiércol.Confiaban en que mi sentido de la amistad haríaque no les dejara al descubierto. Apostaron muyfuerte, creyendo que colaboraría con ellos para noperjudicarlos. Se jugaban mucho, más de lo que yopodía imaginar, pero se equivocaron conmigo».

El día anterior había declarado el inefableGarcía Añoveros, quien, ante el asombro de todos,

sacó de su propia cartera un folio con laspreguntas que le iban a formular:

—Ya se las leo yo… —decía Garzón, tratandode aparentar, aunque fuera delante de MatíasCortés, que el asunto tenía un mínimo rastroprocesal.

—No, no es necesario, las tengo aquí delante.—¡Pues aunque las tenga usted delante, yo se

las leo! —cortó el juez con mala uva.Las preguntas y respuestas de Añoveros

sirvieron de base para el posterior interrogatoriode Jesús Neira, quien se mantuvo firme en elrespeto a la verdad, lo que, indudablemente,arruinó los planes de un Garzón que, al finalizar laprueba, se mostraba absolutamente contrariado consu amigo: «Me has hundido la recusación»…

* * *

Aquel 2 de septiembre, Joaquín Navarro llegóa la Audiencia al filo de las diez de la mañana y encompañía de Javier Gómez de Liaño, con quienhabía estado desayunando en una cafeteríacercana, en pública exhibición de amistad yconsideración hacia el juez que estaba siendoarbitrariamente investigado.

«En el pasillo aledaño al despacho de Garzónesperaban tres abogados de Cebrián (HoracioOliva, González Cuéllar y Matías Cortés), que seprecipitaron muy oficiosos a saludarme. Les neguéel saludo (eran más que abogados, o menos, segúnse mire)», escribe Navarro en su libro Palacio deInjusticia. Antes de que diera comienzo ladeclaración, Garzón le hizo pasar a su despacho y,frente a frente con su ex amigo, intentó jugar elpapel de pobre víctima:

—Fíjate a dónde hemos venido a parar…—No sigas por ahí, por favor. Este lío lo has

montado tú, la prueba testifical te la has inventado

tú y tú eres el hijo de puta de la reunión.—Aquí el gran cabrón que hay es Añoveros.—¡Pues que conste en acta, coño, escríbelo!—¡Oye, estoy en mí despacho!—Pues yo me voy de tu despacho si quieres.—¡Joder, joder, esto va a ser un escándalo!…Nada más iniciada la sesión, ya en presencia

de los abogados, Navarro volvió a la carga:—Quiero que conste en acta mi protesta más

enérgica por la ausencia del fiscal. ¿Dónde está elfiscal?

—¿Y qué falta hace aquí el fiscal? —replicóGarzón.

—Lo que ordena la ley, ¿o es que usted se va ainventar la ley? No hay ni un solo incidente derecusación sin el Ministerio Fiscal. ¿Y dónde estáel secretario judicial?

—Aquí está un oficial habilitado.—No puede estar habilitado un oficial. Mire

usted, tiene que ser el secretario judicial quien dé

fe…—¿Jura decir verdad…?—No, no juro en absoluto —le interrumpió

Navarro de forma abrupta—. Eso se lo dejo a losperjuros, gente que le gusta jurarextraordinariamente. Yo prometo decir la verdad.

Cuando inició la lectura de las preguntas,Navarro interrumpió de nuevo:

—¿Son las preguntas de su señoría o laspreguntas de la parte?

—Usted sabe que son las preguntas de la parte.—¿Y por qué no las lee la parte?—Porque procesalmente…—Procesalmente da igual.—¡Yo hago las cosas como quiero! —gritó un

Garzón descompuesto, con visos de quererterminar la representación cuanto antes.

Como quiera que Navarro se negó, sinembargo, a responder a una sola de las preguntasde Horacio Oliva, el «Doctor» Oliva, a quien no

llegaba la camisa al cuello, mirando directamentea Garzón, con Joaquín Navarro sentado en el sillónprincipal frente al juez, se vio obligado a lasiguiente escenificación: «Quiero que su señoríapregunte al testigo si es cierto que…».

Joaquín Navarro había conseguido convertir enfarsa el remedo de justicia que los Polancoshabían pretendido escenificar en la AudienciaNacional.

«Todas las preguntas estaban equivocadas, oconfundían unas reuniones con otras, o versabansobre encuentros o citas inexistentes, o pretendíanhurgar toscamente en mi vida privada», escribeNavarro, en una torpeza que indujo a un Garzónexasperado a calificar a los abogados de Cebriánde «soplapollas».

El juez Navarro acababa de vivir uno de losepisodios más penosos de su vida. «Fueconmovedor ver a Garzón, ceniciento ydescentrado, en su despacho, falto de cualquier

atisbo de dignidad, al lado de tres famososabogados, tres catedráticos de Derecho Penalconvertidos en un montón de basura, tratando debucear sórdidamente en las relaciones de amistady de confidencialidad entre personas leales. Unespectáculo nauseabundo. Daba pena verles derodillas, adorando al becerro de oro de Polanco,rendidos al poder de Polanco y de González».

La farsa terminó como era previsible: despuésde haber tenido paralizado el caso durante más dedos meses, en contra de toda ética procesal,Garzón se apresuró a hacer público «elgarzonazo», un fallo estrafalario y mendaz, un díadespués de la declaración de Joaquín Navarro.

Garzón se encontraba en un verdadero callejónsin salida. No había forma humana de estimar larecusación, porque las pruebas «cebrianescas» enlas que había confiado para ello le habían falladoestrepitosamente, pero al mismo tiempo eraanímicamente incapaz de desestimarla, porque el

odio y rencor que sentía hacia quienes habían sidosus amigos era ya superior a sus fuerzas y noestaba dispuesto a dar su brazo a torcer, dando aluz una pieza sin desperdicio.

De los tres testigos propuestos, sólo habíapodido sacar algún provecho de Jaime GarcíaAñoveros, un señor a sueldo de Jesús Polanco.Como escribía Pedrojota Ramírez en su «Carta delDirector» del 12 de septiembre, «el testimoniodirecto de Ricardo García Damborenea cuando, enplena coincidencia con la más elemental lógica delas cosas, asegura que él personalmente trató conGonzález una y otra vez sobre la puesta en marchade los GAL no merece crédito alguno, y laacusación formulada por Jaime García Añoveros,en beneficio de las personas de las que obtienenotables ingresos, sirve en cambio de pretextopara poner en la picota judicial al previamentemachacado Gómez de Liaño».

Una pirueta tragicómica: Garzón no estimaba

la recusación, pero tampoco la desestimaba.Simplemente se abstenía, aduciendo que, una veziniciado el proceso, «conoció extraprocesalmente»datos relacionados con el mismo a través decharlas, reuniones y encuentros con JoaquínNavarro y Jesús Neira en los que «se habríantratado aspectos relacionados con el fondo de lasquerellas, la forma de apoyar la acción inicial através de otras acciones, la necesidad de que elprocedimiento deba pervivir el mayor tiempoposible en una labor prospectiva, aun cuando noexistiese base para ello, y la conveniencia detomar medidas de prisión respecto de alguno delos querellados».

Una verdadera puñalada a la honorabilidad deljuez Gómez de Liaño, al que venía a acusar deprevaricador. Un texto de impagable valor paraPolanco y Cebrián.

Para el juez Navarro se trataba de unaresolución «cainita, mendaz, cínica y

prevaricadora». Garzón había convertido «unarecusación fraudulenta en un acta de acusacióncontra su enemigo Javier Gómez de Liaño».

* * *

El 10 de septiembre, se reunió la Sala deGobierno de la Audiencia Nacional para decidir siaceptaba o rechazaba la abstención de Garzón.Días antes se había sabido que su presidente, elínclito Clemente Auger, no asistiría a la reunión,en un elegante gesto de neutralidad, dada su másque evidente relación con el Grupo Prisa, pero a lahora de la verdad el camarada «Clementov» saliócorriendo a ocupar su sillón al darse cuenta de quesin su voto perdían la votación, y ello pese a laíntima amistad que le unía con el recusante, JuanLuis Cebrián.

Ocurrió lo que era de esperar, dado el gradode postración de la Justicia: la Sala de Gobiernodecidió aceptar la abstención por cuatro votos(Ángel Calderón, Siró García, José AntonioRossignoli y el propio Clemente Auger) frente atres, con argumentos conmovedores por suabsoluta falta de criterios jurídicos.

Uno de los miembros de la Sala que votó encontra pidió que el fiscal se querellara contraGarzón y otro, José Luis Requero, solicitó en suvoto particular que el auto de abstención seremitiera al CGPJ para que se depuraranresponsabilidades disciplinarias contra Garzón.Pero hubo más. Uno de los cuatro magistrados quevotaron a favor de la mayoría, Ángel Calderón,cambió su voto de la noche a la mañana porcircunstancias desconocidas, después de habercalificado públicamente de «impresentable» elauto de Garzón.

Entre quienes votaron a favor se encontraba el

inenarrable Siró García, un hombre que había sido«hermano del alma» de Javier Gómez de Liañocuando ambos transitaban por la Sala de lo Penalde la Audiencia y que realizó un «voto particularconcurrente», es decir, le añadió sal al guiso,escribiendo que la pirueta jurídica de Garzónhabía sido «un estallido de la conciencia», unaespecie de big bang redentor que le había llevadoa denunciar la conspiración.

Tras el fallo de la Sala, la recusación de JavierGómez de Liaño pasó al juez Manuel García-Castellón, un hombre de escaso talento que militaen la «escudería Auger». García-Castellón terminóabsteniéndose como consecuencia de uncontencioso que le había enfrentado a uno de losquerellantes del caso, pero mientras el asuntoestuvo en sus manos tuvo reflejos suficientes parasolicitar el informe del fiscal sobre la recusación,subsanando así una de las pifias de Garzón.

La patata caliente pasó al juez Ismael Moreno,

y los conocedores de las entretelas de laAudiencia Nacional se echaron entonces a temblar.Porque Moreno era un hombre muy vulnerable porvarios factores: por las secuelas de su antiguacondición de inspector de policía; por su amistadcon el bufete de José Manuel Díaz Arias, a travésdel cual había adquirido un apartamento en elcomplejo «Four Ambassadors» de Miami, junto aRafael Vera y compañía (al parecer, teníadespacho en la asesoría fiscal de Díaz Arias,donde daba clases a opositores); y, finalmente, porsu falta de consistencia.

Con estos antecedentes, Moreno tenía razonesde peso para temer la reacción del «polanquismo»si optaba por rechazar la recusación. Decía Floresd'Arcais que «el hombre es el animal capaz dedecir no», pero decir no a tan poderosos señoreshubiera exigido un coraje civil y unos impulsoséticos que estaba por ver si el modesto juez iba atener en su reserva moral.

Tras avatares mil, Ismael Moreno no tuvo másremedio que poner manos a la obra. Y todo apuntaa que comenzó a escribir su auto en el sentido dedesestimar la recusación, lo cual era coherente conla opinión que el propio Moreno le habíaexpresado en repetidas ocasiones a Gómez deLiaño a lo largo del verano («Baltasar se ha vueltoloco, ¿cómo se pueden admitir pruebas en unarecusación?»). Pero algo torció el rumbo de supluma y le enmendó la plana, puesto que elmodesto juez terminó pariendo un auto que, enpalabras del también juez Joaquín Navarro, es«una de las cumbres de la ignominia judicial».

El juez Moreno razonaba que «no ha llegado aprobarse de modo inequívoco la existencia deenemistad manifiesta» de Liaño hacia Cebrián, «nitampoco de interés indirecto en el caso». Lasecuencia lógica parecía conducir a desestimar larecusación, pero no, porque el aludido se sacó dela manga el argumento, verdaderamente inaudito,

de que, como el Grupo Prisa había llevado a cabouna feroz campaña de prensa contra el juez y éstehabía contestado algunas veces, podía deducirsede ello la falta de «recíproco agrado».

El magistrado acababa de poner en manos delos poderosos un arma de aterradora eficacia paraquitarse de en medio a jueces molestos. Todoconsiste en montarles una buena campaña deprensa para poder recusarlos despuésargumentando un secreto ánimo de revancha porparte del juez maltratado.

Moreno incluía otros tres razonamientos deparecido porte intelectual y jurídico, todo lo cualle llevaba a concluir que «se halla justificada lasospecha de parcialidad por el recusante, pues laley no excluye al juez porque sea parcial sinoporque pueda temerse que lo sea». Tamañodespropósito no era óbice para que se despidieraasegurando que nada de lo dicho ponía en cuestión«en modo alguno la moralidad, prestigio, probidad

o aptitud» del recusado. Además de cornudo,apaleado.

Ismael Moreno todavía no se ha repuesto delsusto. Además de quedar tocado, quedó muydolido con sus «señores», porque le habíangarantizado su total disposición a defender suhonor si alguna voz, escandalizada, osabamancillarlo, pero que a la hora de la verdad seescondieron, dejando a la intemperie al corderitoque ya les había hecho el trabajo.

La «causa especial» abierta comoconsecuencia del «garzonazo» terminó tambiénenseguida. Aquello fue otro espectáculo. Tanto elmagistrado Joaquín Delgado como el fiscal Luzón,a cargo de la investigación, estaban convencidosde que se encontraban ante una conspiración paraacabar con Polanco, pero cuando empezaron lasdeclaraciones de los supuestos implicadosinmediatamente se dieron cuenta de que habíansido manipulados por algunos de los miembros de

la Sala (Bacigalupo, Villarejo) que habrían sidolos encargados de «juzgar» en el caso de que lallamada «causa especial» hubiera llegado atérmino.

La tal «causa» se archivó tras demostrarse,como ya había explicitado Eduardo Fungairiño,que no existía el más leve indicio de prevaricaciónen Gómez de Liaño.

* * *

La recusación de Javier Gómez de Liaño fuecelebrada hasta la extenuación por el polanquismoy sus afines. Dominadores de la escena judicial,ahítos de rencor y afán de venganza, los Polancosarremetieron como buitres contra los despojos deun juez. Sabiéndole malherido, le querían muerto.De inmediato se interpusieron contra él varias

querellas por presunta prevaricación, una delpropio Polanco, que, en contra del criterio delfiscal general y del fiscal jefe de la AudienciaNacional, sería admitida por una Sala integradapor los magistrados Enrique Bacigalupo, íntimoamigo de González Cuéllar (el abogado dePolanco) y felipista convicto y confeso; RamónMontero, fallecido en agosto del 98, y JoséAugusto de Vega, otro hooligan del felipismo.Martínez Pereda sería el ponente, y el instructor,Martín Canivell, un magistrado técnicamentemediocre.

De los cinco, sólo uno, el ponente, podía serconsiderado como no afecto al Partido Socialistay, por tanto, no contaminado con los intereses delquerellante, Jesús Polanco. Todo estaba, pues,perfectamente encarrilado para ejemplificar en lacabeza de Gómez de Liaño un castigo que sirvierade lección a la judicatura entera.

Liaño cree que una de las claves del caso

radicó en el temor de los Polancos a que, a rebufode la investigación sobre los depósitos deSogecable, el trabajo de los inspectores y de losperitos condujera a investigar toda la contabilidaddel Grupo Prisa, con la posible aparición deoperaciones cruzadas intergrupo y problemasfiscales conexos. «Y lo que sí percibí es que habíaque parar la maquinaria de la Justicia. No habíaque dejar avanzar al juez, porque podía llegarlejos y complicar las cosas más allá del casoSogecable».

«Otro asunto que les preocupó mucho —continúa Gómez de Liaño— fue que pidiera alConsejo de Ministros los acuerdos adoptados entorno a la concesión de la licencia a Canal Plus,acuerdos que la vicepresidencia del Gobiernoremitió al Juzgado. Les preocupó, entre otrascosas, porque Jorge Semprún era entoncesministro de Cultura, y no es normal que un señorvote en la mesa del Consejo de Ministros a favor

de la concesión de esa licencia y pase después aser consejero de Canal Plus.

»Mi padre, que fue magistrado del TribunalSupremo, me advirtió apenas comenzado el caso:“Creo que tienes entre manos el asunto másimportante de tu vida, y el que más te va a hacersufrir, porque estás investigando a gente de enormepoder que van a intentarlo todo”, me dijo.

»De esta forma nos encontramos —continúaGómez de Liaño— ante un procedimientotorpedeado, sin amparo en el Consejo (sino todolo contrario), que ha dado lugar a una causaespecial contra mí, contra varios fiscales de laAudiencia Nacional y contra el juez Navarro yvarias personas más».

El juez Liaño ha tenido que soportar hasta sietequerellas por el asunto Sogecable (de Polanco, deCebrián, de Marañón, de Javier Pérez Royoejerciendo la acción popular, de la Asociación deAbogados Demócratas apoyando de manera

determinante al Grupo Prisa, de RodríguezMenéndez…). Ha sido la demostración de cómoun auténtico poder fáctico puede torpedearprimero, arrinconar después y finalmente acabarcon la independencia de un juez cuando susintereses están en juego.

* * *

El caso es que no fue posible instruir elsumario. Los Polancos querían un juez a la carta, yno el predeterminado por la ley. Como no loconsiguieron, arremetieron contra él hasta dar consus huesos en tierra. Suprema paradoja: elmagistrado que empezó la instrucción nosolamente no consiguió acabarla, sino que laspersonas a las que investigaba le sentaron en elbanquillo de los acusados.

El 16 de junio de 1998, el mismo día en que seordenó el archivo del caso Sogecable, la Saladecidía procesar a Javier Gómez de Liaño,casualidad, por tres supuestos delitos deprevaricación, a pesar de que como juez instructorobró siempre de acuerdo con el fiscal y siguiendosus criterios.

Casi quince meses después, el 14 deseptiembre del 99, el juez que había osadoinvestigar a Polanco se sentaba en el banquilloante un tribunal integrado por el citadoBacigalupo, el gran «animador» de la querella;Gregorio García Ancos (sustituto del jubilado JoséAugusto de Vega), otro magistrado afín alfelipismo, ex secretario general técnico delMinisterio de Defensa bajo Narcís Serra, y JoséManuel Martínez-Pereda. El 21 de septiembreconcluyó el drama con el «visto para sentencia».

No había margen para la sorpresa. Frente alcriterio del ingenuo juez que se creía a salvo bajo

la cota de malla de su escueta verdad estaba claroque ésta era una condena cantada. Si se habíanatrevido a llevar la farsa hasta las puertas deljuicio oral, ¿por qué se iban a parar en barras?¿Por qué iban a renunciar a la presa cuando ya latenían acorralada? La impresión se confirmócuando los capos de Prisa aceptaron hacer el«paseíllo» de la Audiencia Nacional paratestificar. Hombres y nombres tan principales noiban a exponerse al ridículo sin haber amarradoantes el resultado del envite. Y ello a pesar de lasmanifestaciones expresas de apoyo al «acusado»por parte de prácticamente toda la carrera fiscal,desde Ignacio Gordillo hasta el fiscal general delEstado, Jesús Cardenal, pasando por el delSupremo, José María Luzón, que pidió laabsolución.

Nada importaba. Había que dar un escarmientoa quien había tratado de cuestionar la impunidadde un poderoso, de modo que aquél era un partido

cuyo resultado se sabía de antemano: 2 a 1. ConClemente Auger de árbitro en la Audiencianacional, Jesús Polanco jugaba en casa. En efecto,el viernes 15 de octubre del 99, en una sentenciacarente del más mínimo contenido probatorio,sustentada sobre gratuitos y reiterados juicios deintenciones, Ancos y Bacigalupo, Bacigalupo yAncos, le condenaban por un delito continuado deprevaricación, imponiéndole quince años deinhabilitación especial para ejercer cualquierempleo o cargo público, con la pérdida de sucondición de juez durante el tiempo de la condena.El tercer magistrado, Martínez Pereda, calificabaen su voto particular la sentencia de «insólita yanómala», y alegaba que Liaño «puede pareceriluminado, pero es honesto».

A falta de móviles materiales o de lucropersonal, que no los había, los «bacigalupos», sinel mínimo escrúpulo ni pudor intelectual, hurgabanen la psique del juez Gómez de Liaño,

presuponiendo en ella un indubitado afánprevaricador y afirmando, además, que no habíaindicios de delito para investigar a los gestores deSogecable, tema sobre el que ni podían ni debíanpronunciarse.

Polanco se ha cobrado en instancia judicial lahumilde pieza del juez que osó ponerlo endificultades, enseñando con ello el camino a seguira quienes pronto habrán de sentarse en el banquillocomo presuntos autores de un crimen de Estado tanterrible como el asesinato de Lasa y Zabala, otrosumario instruido por el juez Liaño.

Cuatro de los magistrados que votaron a favorde la absolución de Vera y Barrionuevo en el casoMarey han tenido papel estelar en la «fumigación»del juez Gómez de Liaño. Los cuatro, fervorososseguidores de la causa felipista: Jiménez Villarejoabrió el expediente disciplinario e instó a que seprocediera contra él por prevaricación; MartínCanivell instruyó la querella y dictó el

procesamiento, y García Ancos y Bacigaluporemataron la faena. Y todo ello con lacolaboración del abogado Rodríguez Menéndez (elninot que mueve por control remoto MatíasCortés), que ejerció la acción popular codo concodo con Polanco y Cebrián y transmitió su tallamoral al resto del elenco.

Y mientras esto ocurría, el Gobierno, perdidala batalla de la Justicia, escondía la cabeza bajo elala, tratando de que nadie reparara en su atronadorpapel de «Tancredo», sin darse cuenta de que elpoder sigue estando en las mismas manos, las desiempre, porque aquí nada o muy poco hacambiado, y José María Aznar corre el riesgo deser apenas el zapatero remendón de un sistemaagotado y corrupto de arriba abajo, capaz decontemplar sin estremecerse fechorías como ésta,capaz de asistir inane al espectáculo de un tipo, elmás poderoso del país, llevándose por delante aun juez «por cojones», que es como ese prócer

hace las cosas.«Pero, por desgracia, no es un error que pague

sólo el Gobierno —aseguraba Jiménez Losantos ensu columna de ABC del domingo 17 de octubre—.La inseguridad jurídica, la burla al Estado deDerecho, la idea popular de que hay una persona,una empresa, un poder por encima de cualquierpoder legítimo, hace inevitable mella en laconciencia ciudadana. Afecta a la seguridad, perotambién a la libertad. Asusta a las conciencias,pero, además, distorsiona las conductas. Es unainjusticia contra uno solo, pero nadie queda asalvo de ella. Y menos que nadie, el poderlegítimo, cuya misma legitimidad quedavulnerada».

* * *

El poder del primer querellado en el casoSogecable es tal en la España fin de siglo que susola presencia en la causa ha puesto patas arriba elfrágil andamiaje de la Justicia, haciendo saltar porlos aires las vergüenzas de unos, los compromisosde otros y la iniquidad de casi todos. Ni uno solode los que le debían un favor a Prisa o al PSOE, sualma gemela, pudieron escabullirse sin quedarretratados en la guerra. Todo el mundo tuvo quequitarse la careta de las fidelidades y loscompromisos, mientras doña Justicia, esa damaciega a la que se suele representar como unacariátide ajena a las humanas pasiones, vagaba sinrumbo por los pasillos de los palacios de Justicia.

Por eso, el caso Sogecable escenifica el puntoculminante de la crisis que desde hace añosmantiene postrada, casi en estado agónico, a laJusticia española, el exponente de un poderjudicial fuerte con los débiles y débil con losfuertes, la confirmación de que los poderosos

exigen y obtienen un tratamiento especial.Sabíamos que eso era cierto, pero nunca laevidencia había sido más obscena.

Es, al mismo tiempo, una crisis en la queparticipan activamente los medios decomunicación y los partidos políticos, divididostodos, como un exacto trasunto de la sociedadespañola, en las dos Españas, las famosas eirreconciliables dos Españas. Sólo que aquí lospapeles están cambiados. La España que hace dosdécadas se decía progresista y avanzada, amantede una Justicia igual para todos y de toda una seriede valores que caracterizaban a la izquierda, se hatransmutado en la España retrógrada defensora acapa y espada de los privilegios de ese nuevoseñor cuasi feudal que es Polanco.

6EL FELIPISMO O LA

CONSPIRACIÓNPERMANENTE

Cuando la suegra de Jesús Santaella leía losperiódicos o veía la tele, un gesto de indignaciónla asaltaba de inmediato: ¡pero qué cara tienen!,¿cómo pueden hablar de chantaje?, ¿qué chantaje?

Ella, lega en las artes de la manipulación,nunca hubiera podido sospechar que alguien conhabilidad y medios suficientes pudiera dar lavuelta a la realidad como si de un calcetín setratara. «Pero si yo he cogido el teléfono montonesde veces a “don José”, que así se presentaba, “donJosé”,… “¿De parte de quién?”, preguntaba yo.“De don José”, decía Pepe Barrionuevo con untono de voz inconfundible. ¿Cómo pueden ahora

decir que tú les chantajeabas? Y lo mismoBelloch, ¡Si eran ellos los que te llamaban! ¿Cómopueden mentir de esta manera?».

El 4 de febrero de 1995, el abogado JesúsSantaella recibió una llamada de un magistrado enactivo, poco conocido, íntimo amigo de JoséBarrionuevo y bastante, también, de Santaella.Mario Conde había salido de la cárcel de Alcaláapenas unos días antes, el 31 de enero del mismoaño, y el diario El Mundo era todos los días unaferia de muestras por la que desfilaban los másvariados escándalos del felipismo: ya se habíanproducido las declaraciones de los ex policíasAmedo y Domínguez y se sabía de la existencia deunas cuentas en Suiza en las que el Gobierno leshabía abonado 200 millones de pesetas porguardar silencio.

El magistrado habló al abogado como uncolega quejoso por la negativa marcha de lascosas:

—Hay que ver cómo está todo de mal,escándalo tras escándalo… El pobre Pepe no sabedónde meterse, habría que intentar calmar lascosas, hacer algo. Yo creo que esto sólo puedenarreglarlo dos personas, que son Mario yBarrionuevo.

—¿Tú crees?—Por supuesto.—Hombre, podría ser respondió —Santaella

—. Tu amigo está muy próximo a Felipe, y yo creoque son Mario y Felipe los que de verdad tendríanque ponerse de acuerdo y poner sordina en estapelea.

—¿Y tú piensas que Mario podríaentrevistarse con Barrionuevo?

—Pues, en principio, no veo inconveniente,pero se lo diré y te transmitiré la respuesta.

José Barrionuevo se apresuró a contactar conMario Conde en cuanto el coronel Perote salió a lapalestra. El ex ministro sabía que Julián

Sancristóbal había estado con el banquero en lacárcel, que ambos habían establecido una buenarelación y que el ex director general de Seguridadle había contado cosas, de modo que, cuandoMario recobró la libertad, «don José» se dijo:«Este tío es un peligro ahora; me interesa tenderlela mano».

Conde no se fiaba de ese acercamiento,recelaba, y fue Santaella quien tuvo que animarle:

—Hombre, no puedo pensar que estos tíosestén tan locos como para tratar de engañarte, alcontrario, están en el poder y pueden ayudarte. Meparece que todo lo que sea hablar es bueno. Creoque deberías verle y enterarte de lo que ofrecen,por intentarlo no pierdes nada. ¿Qué podemoshacer nosotros por ellos? Como poco saben quepodemos deslizar mensajes en un lado y en otro ycrear un clima de opinión que venga bien a susfines.

Y el ex banquero, asediado, cogió la

oportunidad al vuelo.—Venga, tira palante…Así empezó lo que podría denominarse «teoría

y práctica de la conspiración permanente»,conspiración antifelipista, por supuesto, filosofíasuburbial que presidió el último año de Gonzálezen el Gobierno y buena parte de la legislaturaAznar. El final canceroso del felipismo semanifestó con los estertores de «la conspiración»,muestra del agotamiento de un sistema incapaz deproducir más que basura conceptual con la que,cual tinta de calamar, tratar de oscurecer lasmiserias morales y materiales de un régimen.

* * *

La primera entrevista entre Barrionuevo ySantaella, celebrada en la casa que el primero

posee en Alpedrete, en la sierra de Madrid, marcólas pautas de las que vendrían después. El exministro del Interior, hombre directo yescasamente sutil, repetía por activa y pasiva quelo que se había hecho con Mario era «unabarbaridad» y que ellos iban a hacer todo loposible por arreglarlo, iban a influir sobre elBanco de España, iban a… A cambio, «Pepe»,igualmente claro a la hora de manifestar suspreocupaciones, pedía que Conde presionara einfluyera sobre Pedrojota, «porque vosotrospodéis hacerlo», para que El Mundo parara lasangría que el periódico provocaba todos los díasen el maltrecho cuerpo socialista. Las grandeslíneas del pacto quedaron perfiladas: arreglo delcaso Banesto a cambio del silencio de El Mundo.

Santaella y Barrionuevo se vieron no menos deuna docena de veces entre febrero y abril del 95,sin contar el más de medio centenar deconversaciones telefónicas que mantuvieron.

El propio Mario Conde se entrevistó conBarrionuevo en la casa de la sierra madrileña. Fueun encuentro largo, que se prolongó de once de lamañana a una y media de la tarde.

Santaella creía firmemente que el ex ministroera buena persona, y así se lo manifestaba a Condecuando éste le hacía partícipe de sus cuitas: pero¿tú crees que Barrionuevo es de fiar?… Mario nolo tenía claro. Unos me dicen que es un tíocojonudo, leal y noble, que es lo que opina JuliánSancristóbal, pero otros me comentaron ya hacetiempo que se trata de un verdadero cabrón queengaña hasta a su padre si hace falta, que es lo queopina de él Jesús Polanco.

Pero, con el paso de las semanas, el abogadose fue dando cuenta de que aquella relación noconducía a ningún sitio. Casi tres meses mareandola perdiz sin ningún resultado concreto. Santaellahabía redactado varios papeles exponiendodistintas alternativas para ir desbrozando el

camino, informes sobre cómo se podían hacer lascosas para reducir a cero la tensión Banesto yencauzar el asunto judicialmente. Ni el menoravance.

El abogado se deshacía en apremios: tenéis elpoder, controláis la mayoría de los medios decomunicación, disponéis de dinero… ¿Qué ospasa? ¡No entiendo por qué no dais un paso alfrente de una vez! Al contrario, todo eran excusas,joder, que los funcionarios no se dejan, que esto esmuy difícil; pero no fastidies —replicabaSantaella—, de la misma forma que disteis laorden al Banco de España de intervenir decidleahora que, pasito a pasito, vaya echándole agua alfuego. Conde sospechaba que lo que el ex ministrodel Interior pretendía era, simplemente, ganartiempo.

En ello estaban cuando, a través de El Siglo,un semanario marginal que tanto el PSOE como elGrupo Prisa solían utilizar para disparar los

obuses menos sofisticados (la estrategia erasiempre la misma: primero «disparaban» desde ElSiglo o similares y, si al día siguiente y en funciónde la rentabilidad política lo considerabanpertinente, Prisa recogía el material del cubo de labasura y lo elevaba a la categoría de informacióndesde las nobles páginas de El País o las ubicuasantenas de la SER), el Gobierno descargó unzarpazo contra el ex banquero cuandoaparentemente no había razón para ello en aquellasfechas. Decía la revista que Conde, con el«cambio de chaqueta» de Amedo y Domínguez, leestaba echando un pulso al Estado.

¿A qué podía responder aquella bofetada? Elabogado se enteró por una confidencia de que lafuente había sido el Ministerio del Interior, y queera personalmente Juan Alberto Belloch quienestaba metido en faena, aunque no se sabía muybien con qué misterioso objetivo. Santaelladecidió llamar a Belloch.

El abogado visitó al biministro en su despachoy le explicó con todo lujo de detalles que sucliente no estaba en aquel momento metido enninguna clase de pulsos. Muy al contrario, tanto élcomo Conde llevaban varios meses hablando conBarrionuevo, con conocimiento del propio Felipe,para rebajar la tensión y encontrar fórmulas deacuerdo.

Y entonces Belloch se destapórecomendándole que no se fiara un pelo deBarrionuevo, habla sólo conmigo, fíate de mí y yome encargaré de transmitir al presidente la marchade los contactos. El biministro quería manejarpersonalmente la aguja de marear. Y Santaella seentrevistó con Belloch al menos una docena deveces, visitándole en su despacho del palacio deParcén, sede del Ministerio de Justicia, y ello sincontar las conversaciones telefónicas mantenidas(el abogado guarda todavía el tarjetón que elministro le dio de su puño y letra con sus teléfonos

privados).Pero transcurrió el mes de mayo y no sólo no

ocurrió nada en la dirección deseada sino que seprodujeron algunos acontecimientos que remabanen sentido contrario. Por ejemplo, se anunció laprórroga de García-Castellón (quien, reciénllegado de Valladolid, se había convertido en elazote de Conde) como juez especial del casoBanesto, en contra de lo que el propio Bellochhabía prometido a Santaella.

La defensa del ex banquero recurrió esaprórroga y Belloch garantizó entonces al abogadoque el Tribunal Supremo arreglaría el asuntosuspendiendo el nombramiento, pero, de nuevo,nada de eso ocurrió, sino todo lo contrario. Elbiministro parecía estar tomándoles el pelo, oalguien se lo estaba tomando a él.

Era preciso subir un peldaño más y llegar a lafuente de poder. El abogado Santaella se fueentonces a ver a Adolfo Suárez, de quien había

sido subsecretario de Justicia en los gobiernos dela UCD, dispuesto a pedirle un favor. FelipeGonzález tenía que saber lo que estaba pasando.

Y para animar a unos y a otros, conpuntualidad que a algunos podría parecersospechosa, el 12 de junio del 95, el diario ElMundo empezó a publicar el escándalo de lasescuchas ilegales del Cesid, que llegó a afectarincluso a Su Majestad el Rey Juan Carlos.

Unos días después, el 19 de junio, el coronelJuan Alberto Perote era detenido en Madrid. Suabogado, para sorpresa de La Moncloa, resultabaser también Jesús Santaella. Un hombre clave, sinduda alguna, colocado en el meollo de los asuntosmás calientes de la política española. FelipeGonzález no salía de su asombro. Quizá seríaconveniente empezar a tomárselo en serio.

Como Santaella lo había previsto, AdolfoSuárez, el gran componedor de la democraciaespañola, llamó a su casa con la ansiada respuesta.

El duque era portador de un mensaje importante:Felipe estaba dispuesto a recibirles a él y a MarioConde el jueves 23 de junio del 95.

* * *

Se trataba de una reunión planteada, enprincipio, a cuatro, pero Mario decidió muy alfinal no acudir porque ya desconfiaba de todo elmundo. ¿No le tendrían preparada alguna trampa?De modo que, casi en vísperas del encuentro,Santaella llamó al político abulense con unmensaje:

—Conde no irá a esa entrevista en ningúncaso, pero yo estoy dispuesto a acudir en sunombre.

—No creo que haya problema en que vayassolo, pero lo anunciare y te comunicare la

respuesta.Lo hizo al poco rato:—No hay problema: te esperan. A partir de

este momento, Juan Alberto Belloch se pondrá encontacto contigo para concretar los detalles.

El biministro, en efecto, llamó varias veces aldespacho del letrado a lo largo del día 22, sinéxito. Santaella había decidido encarecer lamercancía. Belloch llamó de nuevo el 23 por lamañana, sin obtener respuesta, hasta que a primerahora de la tarde, por fin, el abogado decidióatender la llamada:

—Felipe nos recibe en Moncloa a las ocho dela tarde.

—De acuerdo.—Estate a las siete y media en Parcén, para

irnos juntos desde allí.Sentado frente al presidente del Gobierno,

Santaella realizó una exposición de los agraviosde sus defendidos, empezando por la situación de

Perote, una ignominia lo de este hombre, que teníaque estar en la calle de todas todas, y Felipe queno, que donde mejor está ahora es en Alcalá,porque los militares están tan cabreados que siestuviera fuera a lo peor le pasaba algo más graveque la cárcel…

—De acuerdo, estará muy bien en la cárcel y alo mejor le habéis hecho un favor —protestóSantaella—, pero que sepáis que desde el punto devista de vuestros intereses habéis metido la patahasta el corvejón sacando a la palestra a Perote.

—¿Por qué?—¿Es que no os dais cuenta de que le habéis

puesto a los pies de los caballos en el caso GAL?Ahora todo el mundo piensa que lo habéisencerrado porque sabe mucho del GAL y, dehecho, lo primero que ha hecho Garzón ha sidollamarlo a declarar.

—Es posible que tengas razón. Y ¿qué habríaque hacer según tú?

—Lo primero, desactivar el caso Perote.—¿Cómo se desactiva eso?—¡Pues poniéndolo en libertad!El abogado aseguró que había una posibilidad

de garantizar el silencio del coronel, y en talsentido comentó los términos de un borrador queportaba en su cartera.

Pero el pez gordo que interesaba a Gonzálezera Mario, un personaje por el que nunca habíadejado de sentir una cierta fascinación, unsentimiento que era compartido por Conde, quizáporque poder llama a poder, y ambos son dosanimales políticos como seguramente ha paridopocos este país.

—¿Cómo está Mario?—Pues está muy bien, tranquilo y relajado.—Me alegro. ¿Y cómo está ahora mismo lo

suyo?El letrado efectuó entonces una descripción de

los tres frentes en los que se jugaba la partida: el

penal, el administrativo y el civil. En cuanto alprimero, por la Audiencia Nacional circulaba elcaso Argentia, además del propio caso Banesto.Por el segundo se estaba instruyendo el expedientesancionador del Banco de España contra losadministradores de la entidad. Y en cuanto alfrente civil estaban en curso las impugnaciones detodas las juntas de accionistas de Banesto que sehabían celebrado.

Santaella realizó un rápido análisis jurídico decada uno de los frentes y de las posibilidades quehabía de irlos ensamblando en un mismo paquetepara llegar a una gran transacción quenecesariamente debía contemplar tres aspectos:por un lado, el Banco de España, como autor de laintervención; por otro, los antiguosadministradores de Banesto; y, por fin, los nuevospropietarios del banco, la familia Botín. Ello conel preceptivo dictamen del Consejo de Estado, deforma que se cerrasen de una vez todos los pleitos

que estaban enfrentando al banco emisor y aBanesto contra los antiguos accionistas.

—En cuanto al tema penal, que es el másdifícil, pues ahí se trataría de, con muchahabilidad, ir…

—No, si eso ya lo sé —interrumpió Felipe—.Ya me han informado de que Mario no va a ir a lacárcel porque ahí no hay nada, pero, bueno, yMario ¿qué quiere?

—Pues, hombre, Mario no quiere nada. Sabeque la presidencia de Banesto está perdida y quelo pasado, pasado está, pero…

—Por supuesto, la intervención de Banesto esirreversible —remachó, tajante, el entoncespresidente.

—Ya, pero ahí ha habido unos perjuiciospatrimoniales muy fuertes, tanto para él como parasus consejeros. Hombre, yo creo que el objetivosería tratar de restablecer a los perjudicados porel acto de intervención en la situación patrimonial

que tenían a 28 de diciembre del 93, como si nohubiera ocurrido. Sobre la base de que van aperder las acciones de Banesto, y de que hanperdido, lógicamente, sus cargos en el consejo delbanco.

—Te repito que eso es innegociable.—Me imagino, pero eso no es incompatible

con indemnizar a los perjudicadosrestableciéndoles en la situación que tenían.

—Pero, y eso, ¿cuánto es?—Pues no lo sé, porque yo no soy especialista

en eso, pero supongo que se puede calcular.—Sí se puede, presidente —intervino Belloch

—, y no te preocupes, que eso está en marcha, quede los números ya se encarga Zabalza.

—Pero, ¿cómo cuánto podría ser? dime unacifra… —insistía González, mirando directamentea los ojos a Santaella.

—Presidente, es que en estos momentos es muyprematuro dar una cifra.

—Pero, ¿cuánto?…—Que no lo sé. Puede estar entre los 10.000 y

los 20.000 millones, porque habría que acumularel valor de las acciones, los contratos blindadosque tenían como directivos, los intereses desde esafecha… Entendiendo, naturalmente, que si estamosen una transacción pues todo es negociable, claro;quiero decir que a cambio de llegar a un acuerdose puede renunciar a una serie de cosas.

—Insisto, ¿cuánto es? Porque ese abanico decifras es muy grande.

—Lo que te he dicho, presidente, entre 10.000y 20.000 millones, de ese orden de cosas, yo nopuedo aquilatar más.

—Pero ¿te das cuenta de que 20.000 milloneses más del 30 por 100 de los beneficios delSantander?… ¡Botín no suelta una cantidad así nien broma!

En ese momento acudió de nuevo Belloch alquite:

—Presidente, Pedro Solbes ya ha hablado conBotín de esto, y Botín sabe que más pronto o mástarde va a tener que pagar.

—Además —retomó el hilo Santaella—, no setrata de entrar a hablar aquí de porcentajes. Esta esuna operación que se puede hacer en diez años sinnecesidad de tener que pagar cash, y que ademáspuede estar sujeta a una serie de condiciones, porejemplo, si te preocupa que Mario pueda entrar enpolítica…

—Ni hablar, a mí no me preocupa eso enabsoluto.

—Bueno, quiero decir que si te preocupara taleventualidad, éste podría ser un mecanismo muybueno para disuadirle, dejando constancia de quesi entra en política deja de cobrar la cantidad quese haya pactado… Pero mi creencia es que eso nose va a producir, entre otras cosas porque Marioestá dispuesto a irse de España e instalarse enArgentina.

Mario estaba de acuerdo y ya lo había habladocon Lourdes: pasamos unos años en Argentina(cuyo ministro de Economía era muy amigo suyo)donde tenemos un buen patrimonio, tengo ahoracuarenta y siete años, volvería con cincuenta ycinco, con dinero y todavía con muchasposibilidades de hacer cosas y enderezar el rumbotorcido.

La contrapartida a tan magníficapredisposición para saldar los pleitos de MarioConde tenía nombre propio y vocación de mediode comunicación libre: el diario El Mundo. Elfelipismo, obsesionado con el periódico, queríatapar aquella boca a cualquier precio, «Nospidieron, y de forma reiterada, algo que nosotrosno podíamos conseguir salvo por la vía deconvicción».

—Es que vosotros sois los que podéis parar aEl Mundo —repetía González.

—Pues ya me contarás cómo, presidente —

replicaba Santaella.—Porque Mario es el propietario del 45 por

100 del periódico.—Eso no es cierto. Una cosa es que Mario

pueda tener cierto ascendiente sobre el director,como demostró en señalada ocasión mediando anteel auténtico propietario de ese 45 por 100, lositalianos del grupo Rizzoli, pero no tiene esacapacidad de control sobre Pedrojota que lesuponéis.

—Mira, que ésas no son nuestrasinformaciones, ni es lo que dice cierta personamuy importante de este país que también se vioenvuelto en aquel episodio.

—¿Te refieres al Rey?—No me refiero a nadie. Lo que quiero decir

es que vosotros podéis arreglar eso.—Que no, que no, que estáis muy equivocados.

Otra cosa es que, por vía de convicción, podamoshacerle ver al director de ese periódico que a lo

mejor no es bueno para nadie un ataque tandesaforado, pero ahí no podemos garantizar ningúntipo de resultado.

Era el argumento al que se había agarradoBarrionuevo cuando exigía a Mario que vendierasu 45 por 100 de El Mundo, y a ese soniquete seaferró todo el PSOE, Belloch incluido. Santaellase esforzaba por encontrar una posible salida:

—Insisto en que eso no es así, ahora bien, side lo que se trata es de que los italianos sueltenese paquete para colocarlo en otras manos, pues alo mejor nosotros podemos intentarlo. ¿Cuantovale ese 45 por 100? ¿Siete mil millones depesetas? Bueno, pues nos dais el dinero y seintenta.

La entrevista terminó con una pregunta claveque formuló Santaella y una respuesta contundentede Felipe González, que venía a ser el certificadode garantía del pacto con Conde:

—Entonces, presidente, ¿nos encargas a Juan

Alberto y a mí que demos los pasos necesariospara solucionar todo esto?

—Sí, sí, naturalmente, adelante —respondiósin dudarlo.

Era una operación perfecta, o eso pensabaSantaella, porque cerraba globalmente la herida deBanesto y se reglaban los pagos difiriéndolos en eltiempo, con lo cual eran fácilmente asimilablespor el beneficiario de la intervención, el señorBotín, y con el control que el PSOE tenía de buenaparte de la prensa, de la Justicia y de casi todo lodemás a Felipe le hubiera resultado fácil saldaresta cuestión. A cambio, la guerrilla de Conderendía a los pies del emperador González toda sumunición informativa. «Nunca se sabrá del todopor qué, pero, en vez de hacerlo así, decidieron irpor las bravas, y por eso están hoy donde están: enla oposición».

* * *

La entrevista terminó a las 9,15 de la noche deaquel 23 de junio de 1995. Belloch, que habíaacompañado a Santaella a Moncloa desde elMinisterio de Justicia, se quedó en Presidenciahablando con Rubalcaba, y como alguien tenía quedevolverle a San Bernardo, donde el abogadohabía dejado su coche con el chófer de MarianoGómez de Liaño al volante, el biministro pidió aRubalcaba que le prestara el suyo, de modo quefueron el chófer y el coche del portavoz delGobierno los que devolvieron a Santaella alpalacio de Parcén.

Santaella llegó a la sede de Justicia a las 9,30.Tras dar las gracias al chófer de Rubalcaba seintrodujo en su coqueto Jaguar Sovereign verdeque le condujo al restaurante Lur Maitea, en lacalle Fernando el Santo, donde el abogado había

quedado para cenar con Mario y el propio Gómezde Liaño a fin de evaluar los resultados de estetrascendental primer asalto, pero en el cortotrayecto que media entre San Bernardo y elrestaurante sonó el teléfono móvil del letrado. EraLuis María Ansón, que, sin preámbulo de ningunaclase, le espetó:

—¿Qué tal te ha ido en la reunión, Jesús?—¿Cómo dices?—Sí, sí ¿qué tal ha ido eso?—¡Ah!, bien, bien… pero ya hablaremos, ya

hablaremos.Santaella colgó desconcertado. Y, aturdido al

descubrir que acababa de salir de Moncloa yAnsón ya sabía perfectamente de dónde venía, unasensación de pánico le invadió de repente: erafundamental que el encuentro no se filtrase a losmedios de comunicación. Y éste, ¿cómo coño losabe? Ni Conde, ni Mariano, ni él mismo se lohabían dicho a nadie. Al contrario, expresamente

se habían juramentado para no contarlo ni a susmujeres. Sabían lo que se jugaban en el envite.Pero Ansón, pregonero mayor del Reino, estaba alcorriente.

Alguien del otro bando tenía que haberlofiltrado. ¿Quiénes estaban al tanto en la acera deenfrente? Lo conocían Felipe y Belloch,naturalmente, y también Adolfo Suárez, que habíasido el intermediario. Pudiera ser que tambiénSerra (era lógico pensar que el Cesid tenía queestar al corriente) y Rubalcaba lo supieran, peroSantaella no tenía constancia de que así fuera. Enel secreto del asunto andaban seis personas, losseis citados. Y si del entorno de Mario no habíasalido, la filtración tenía que proceder del lado delGobierno. Mario Conde tuvo entonces unasospecha: ¿sería Luis María Ansón lo que en lajerga del espionaje se llama un «agente doble»?

Había sido una entrevista distendida, cordialincluso. El «embajador» de Conde y Perote

estuvo, como no podía ser de otro modo, mássuave que un guante. Aquélla podía ser unaoportunidad única de prestar a sus clientes unservicio impagable, enderezando unos derroterosque, por el escabroso sendero de los tribunales deJusticia, difícilmente podrían arribar a buenpuerto. Para el presidente del Gobierno y susadláteres, por su parte, aquel hombre estaba ensituación de poner punto final a un rosario deescándalos que estaban haciendo al partido undaño tremendo desde todos los puntos de vista.

Felipe González, que estaba por el pacto,encargó a Belloch y a Santaella desarrollar elacuerdo. El abogado, tras alabar laspotencialidades de la estación veraniega comobálsamo amortiguador de todo tipo de escándalosy decisiones administrativas de dudosa legalidad,adujo que agosto era un mes perfecto, «porque lagente está en la playa», para poner en marcha elproceso e ir desactivando frentes con la discreción

debida. «Tenemos suerte, si la sabemosaprovechar». Se estableció entonces un plan detrabajo, con asignación de tareas concretas. Ytodos convinieron en que les parecía perfecto.

Días después de aquella reunión, mes de julioen marcha, Moncloa designó como interlocutores aJosé Enrique Serrano y a Antonio («Toni»)Zabalza. Ocurrió que este último desapareció muypronto de la escena, ocupado por aquellos días ennegociar con las autoridades de Kuwait lasolución al problema planteado con lasinversiones de KIO en España tras el paso delciclón De la Rosa, en un esquema muy parecido alplanteado por Santaella para sus dos llamativosclientes. Quedó en liza Serrano, con quien elabogado empezó a tratar el caso Conde. Para elcontencioso del coronel Juan Alberto Perote, LaMoncloa designó como interlocutor de Santaella algeneral Jesús del Olmo, ex secretario general delCesid.

Por expreso deseo de «La Casa», Santaella yDel Olmo se reunieron por primera vez en lahabitación 501 del hotel Velázquez, en lamadrileña calle del mismo nombre, con laintención evidente de grabar el encuentro mediantela correspondiente cámara oculta. El abogadollegó a la puerta de la habitación y llamó. Le abrióel propio militar, y al letrado le dio la risa floja.La situación era un tanto peculiar: dos hombres enla habitación de un hotel. Podría haber pensadootra cosa, pero ésa fue la que acudió a su mente,¡coño, Jesús!, se le ocurrió decirle, la próxima veznos vemos en un sitio más normal, porque comonos vea alguien va a pensar mal de nosotros… Elmilitar se puso extrañamente serio, como cohibido,y calló.

A los quince días de la entrevista, el coronelPerote salió de la cárcel de forma fulminante.Belloch, comprendiendo el alcance de laequivocación cometida, se dio toda la prisa del

mundo en enmendar su error.De acuerdo con lo pactado ante Felipe, el

biministro tenía mucha tela que cortar durante elverano para ir deshaciendo técnicamente losasuntos pendientes. En el caso Perote, hacer que eljuzgado militar se inhibiese en favor de la Sala 5ªde lo militar, una sala mixta donde, con el apoyode una serie de argumentos jurídicos de peso,cabía esperar que el «cabreo» militar se diluyerahasta que el caso quedara archivado de la mano delos magistrados civiles.

Había que actuar sobre el Banco de España enel asunto Conde. En aquel momento, el bancoemisor todavía no había remitido el famosoinforme de los peritos y tenía pendiente otro de losauditores. Bastaba con que ambos fueran deverdad imparciales para, incorporados al sumarioBanesto, confirmar la ausencia de baseincriminatoria.

Serra, por su parte, tenía que hablar con Botín

para calibrar su disposición a participar en algúntipo de arreglo y animarle a ello. La existencia deuna serie de procedimientos de impugnación dejuntas en curso permitía suponer que el banqueroconsideraría la posibilidad de entrar en unaeventual transacción.

* * *

Pero no se hizo nada en absoluto,fundamentalmente porque la liberación de Perotesurtió un efecto sedante sobre el proceso. Y es queel verdadero pánico del Gobierno residía enaquellos momentos en el coronel Perote, en laimportancia de los secretos que Perote se habíallevado consigo del Cesid y en lo que Perotepudiera hacer o decir. Por eso, aceptando lasugerencia de Santaella, lo pusieron de inmediato

en la calle. Y transcurrió la segunda quincena dejulio sin que pasara nada. Ni un sobresalto. Yempezó a correr el mes de agosto y tampocoocurrió nada. Seguía la calma. Esto ya estádesactivado, se dijo Belloch.

Se hicieron algunos movimientos, cierto, delos que José Enrique Serrano iba dando cuenta aSantaella, y que fundamentalmente afectaban a lostemas penales de Mario Conde, temas de los queentendía Mariano Gómez de Liaño como abogadodel ex banquero. Algunas gestiones se realizarontambién con el Banco de España, gestiones que, enpleno mes de agosto, provocaron el enfado deGarcía-Castellón. El juez supo que algo estabapasando entre bastidores y, temiendo quedar enentredicho, llamó indignado al banco emisoramenazando con que a él no le dejaban colgado dela brocha… El bizarro Castellón había metido enla cárcel a Mario Conde poco menos que fiándosede la palabra de los peritos del banco: hay materia

incriminatoria, todavía no está disponible, pero tela daremos…

Los chicos de Belloch se fueron de vacacionesmientras Santaella se quedó en Madrid soportandoel duro ferragosto capitalino. Y fueron pasandolos días sin que aparentemente ocurriera nada. Enrealidad, sí que ocurrió. Belloch y su troupe nohabían movido un dedo respecto de loscompromisos asumidos ante González por ambaspartes, pero sí habían intentado instrumentalizar alfamoso agente Paesa para «comprar» a Perote, conel fin de desactivar de forma definitiva ese frente ydejar al mismo tiempo a Mario Conde, o esosuponían, a la intemperie, sin «munición» deninguna clase. Sin embargo, como casi todo lo queemprende el «camarada» Belloch, el intento noprosperó, y en lugar de dividir el bloque Conde-Perote, como pretendían, consiguieron indignar almilitar y confirmar las tesis de Mario de que«estos tíos no son de fiar».

Santaella mantuvo otra entrevista con DelOlmo el 28 de agosto, y una más con éste y conJosé Enrique Serrano el 1 de septiembre, ocasiónque el abogado aprovechó para comunicar a susinterlocutores que renunciaba a desarrollar loscompromisos contraídos en la entrevista deMoncloa.

—Decidle al presidente que no estoy encondiciones de poder cumplir lo que me pidió, yno por mi culpa. Aquí habíamos acordadoquedarnos en verano para ir solventando asuntos,pero él se ha ido agosto y estamos en la mismasituación que teníamos el 23 de junio, y hanpasado dos meses y pico. Yo me retiro comoprofesional y dejo de dar cualquier paso al frentepara intentar arreglar las cosas, porque veo que nohabéis reaccionado. Decidme lo que queréis quetransmita a mis clientes, porque yo aquí vengocomo buzón, pero sabed que el día 5 Perote estácitado para declarar ante Garzón y el coronel va a

responder a todo lo que el juez le pregunte,incluido que él ya advirtió el 28 de septiembre del83 que iban a empezar las bofetadas al otro ladode la frontera.

En ese momento, Jesús del Olmo, visiblementeindignado, advirtió a Santaella que muchocuidado, no te pases ni un pelo, que ya conoces loaficionados que son los muchachos del Cesid atirar de gatillo… Una advertencia que el abogadotomó como lo que era: una amenaza en toda regla.

El 5 de septiembre Perote declaróefectivamente ante Garzón. Pero la liebre iba asaltar por otro lado, porque lo que casi nadie sabíaes que esa misma tarde iba a aparecer RicardoGarcía Damborenea en escena blandiendo uno delos papeles más comprometedores para Gonzálezen el caso GAL, la llamada «acta fundacional» dela banda. El estrépito fue ensordecedor,¡zuuummmbaaa!… El pánico se apoderó de lashuestes de González, adiós, éstos han decidido

tirar por la calle de en medio y vienen a matarnos.El lunes 18 de septiembre, el Gobierno filtró

en Tiempo la existencia de negociaciones conConde, y al día siguiente, martes 19 de septiembre,El País explotó a toda pastilla la maravillosateoría de que Mario Conde había intentadochantajear al Gobierno, con la petición de archivode las actuaciones judiciales en torno al casoBanesto y 14.000 millones de pesetas, una cifra dela que nunca se habló en la entrevista con Felipe,entre otras cosas porque Santaella tuvo buencuidado en no caer en esa trampa. Belloch,siempre brillante, hizo la cuenta de la vieja: sietemillones de acciones que eran propiedad deConde, a 2.000 pesetas por acción, 14.000millones de pesetas.

Los Polancos entraban en liza: la«conspiración» tomaba cuerpo dispuesta a habitarentre nosotros durante los próximos años.

* * *

Felipe había decidido reventar la historia antesde que pudieran hacerlo Conde o el propio Perote,asustado con la deriva que habían tomado losacontecimientos tras la declaración del coronel yla aparición en escena de Damborenea. El miedoque impulsaba a las tropas del general González aromper la baraja se debía a que, si además de esostestimonios llegaba a saberse que el Gobiernohabía intentado negociar con los apestados, suposición iba a quedar sumamente debilitada. Y, enuna muestra más del estado de descomposición enque se encontraba el núcleo duro del felipismo,optaron por pinchar el globo.

Una zapatiesta espectacular. El Grupo Prisa,moviendo todas sus terminales mediáticas, logróponer a la opinión pública contra la pared. El 29de septiembre volvieron a meter a Juan Alberto

Perote en la cárcel. ¿Por qué? Por haber declaradoante Garzón.

Toda la dinámica de «la conspiración»,diseñada por ese genio de la intoxicación que esAlfredo Pérez Rubalcaba y gerenciada por JuanLuis Cebrián, se había puesto en marcha. Laoperación, con toda la fanfarria oficial, noperseguía más que instalar en la mente delelectorado un mensaje muy simple: los malos, tanmalos que hasta han pretendido chantajearnos, sonellos. Y todo esto lo decían cuando Jesús Santaellallevaba hablando con Pepe Barrionuevo desde elmes de febrero.

El efecto del chaparrón informativo que cayósobre las posiciones de Conde resultó demoledor.Jesús Santaella quedó achicharrado, como si porsus manos hubiera pasado una descarga eléctricade alto voltaje. En un rasgo de generosidad que lehonra, el abogado decidió dar la cara y salir a lapalestra a defender a su cliente: «Prefiero

quemarme yo antes de que lo hagas tú: todavía tequeda el caso Argentia y todo el juicio Banesto».Santaella aguantó el tirón, con gran sorpresa de losfelipistas, soportando a cuerpo serrano losembates de «la conspiración» durante los meses deoctubre y noviembre.

Hasta que se le ocurrió aceptar la invitaciónpara acudir a un programa de televisióndenominado Las noches de Antena 3. Laspresiones sobre Hermida y Oneto para que no seemitiera la entrevista con Santaella fuerontremendas. No lograron su objetivo. Y el abogado,aunque pisó mucho el freno, no se mordió lalengua. Fue entonces cuando definitivamentedecidieron ir a por él.

«¿Chantaje por mi parte? —se pregunta JesúsSantaella—. De ningún tipo. Cuando me preguntansi fui a chantajear a Felipe, respondo asombrado:“Pero, oiga, si yo entré allí con dos clientes y salícon tres: Mario, Perote y Felipe”». Se trataba, sin

duda, de la tripleta de defendidos más ilustre delmomento.

La pregunta clave es: ¿por qué el presidenteacepta tener una entrevista en Moncloa, enpresencia de Belloch, con un simple abogado y nocon Mario Conde? Porque había perdido el controlde la situación. González tenía que haber dado lacara en el Parlamento asumiendo suresponsabilidad en el caso GAL. Pero le faltóvalor. Y, además, apareció un charlatán en escenaque le convenció de que con triquiñuelasprocesales podía sacarlo del atolladero ysolucionar el embrollo, porque contaba con granpredicamento entre los jueces. Las consecuenciasde aquel fiasco han llegado hasta hoy, y de ahí laindignación que tantos militantes del PSOE sientenhacia Belloch.

¿Chantaje de Conde? «Muy al contrario. Loúnico que pretendía Mario por aquellos días eraarreglar sus cosas porque sabía de sobra que la

llegada de Aznar al poder podía dejarlo totalmentea la intemperie. Su única posibilidad de arregloera Felipe».

De hecho, el genio estrafalario de Conde«metomentodo» llegó a parir en aquel momento labrillante idea de realizar una especie dedeclaración solemne, incluso un gran discurso anteel Parlamento, en favor de Felipe González,diciendo: señores diputados, esto es, por lo queme han contado, lo que pasó de verdad con losGAL, y ahora hagan ustedes lo que quieran con unpresidente que puso a ETA en su sitio.

Santaella insistía ante Belloch en que no erademasiado tarde, aún había margen para esa«confesión» parlamentaria, cualquier cosa antesque ir a juicio, «porque el drama de losprocedimientos judiciales es que al final su interésva dirigido hacia los aspectos más morbosos delcaso, la cal viva, los huesos estibados en bolsasde El Corte Inglés, y esos aspectos tan negativos

desaparecen en sede parlamentaria…».La entrada en liza del abogado le pareció a

González un golpe de fortuna, agua de mayo. Lejosde ser el chantajista, desde su perspectiva erapoco menos que el salvador que iba a convencer aMario Conde de que cesara la guerra a cambio dedeterminadas compensaciones.

Y Adolfo Suárez acabó de convencerlo,diciéndole que si era verdad lo del GAL merecíala pena que intentara utilizar al abogado paraarreglarlo, porque era una persona que nunca iba autilizar esa información para perjudicarlo, sinotodo lo contrario. Santaella estaba para ayudar. YFelipe le pidió que les ayudase. Que les ayudase adesactivar el escándalo de los GAL, columnavertebral de todo el affaire, naturalmente, pero lepidió más, llegó a pedirle que desactivasen aJavier de la Rosa, «que tiene también muchopeligro», y Santaella le respondió que ahí no teníanada que hacer.

El presidente estaba obsesionado conPedrojota. Era la misma insistencia por callar a ElMundo que mostraba Rafael Vera ante el propioPerote; ese 45 por 100 era de Conde y de eso nohabía la menor duda.

No había nada que hacer. Y tanto Barrionuevoen su casa de Alpedrete como Belloch en sudespacho insistían ante Santaella en el mismo leitmotiv, había que parar a El Mundo, había quefrenar a un Pedrojota que estaba provocando unasangría en el colectivo socialista. Ambos estabanconvencidos, como el propio Felipe, de que elperiódico, además de ser propiedad de Conde, erael que había montado la operación de los GAL conAmedo, Domínguez y Cía., y que don Mariocontrolaba el proceso. Pero Conde podía hacerpoco al respecto, porque el periódico no era suyo.En caso contrario, su suerte habría sidoseguramente distinta, puesto que podría haberevitado la cárcel ordenando a Pedrojota otra línea

editorial o, simplemente, destituyéndolo comodirector.

La insistencia de aquellos paladines de lalibertad de expresión por acallar a El Mundo eratal que, en un determinado momento, llegaron aplantear seriamente al abogado Santaella laposibilidad, como fórmula alternativa, de queMario Conde hiciera una oferta a los italianos porel mencionado 45 por 100. Contando siempre conque existía un derecho de retracto por parte de loscuatro socios fundadores, que controlaban el 15por 100 del capital y que tenían sindicado supaquete con los italianos. Y si los italianosvendían, Pedrojota podía tardar cuarenta y ochohoras en conseguir los apoyos financierosnecesarios para comprarlo.

Conspiración, ¿qué conspiración? Luis MaríaAnsón tiene una explicación mucho más radical:«Es verdad: Felipe fue sometido a un chantaje alque quería ceder, y al que no cedió porque no

pudo. No pudo conseguir los 14.000 millones quepedía Conde, ni cambiar al juez García-Castellón,que eran las dos condiciones impuestas, de modoque en septiembre decidió hacer frente alchantajista porque no podía cumplir lascondiciones del chantaje. Y entonces es cuando sedesencadena todo. Ese todo es lo que Santaellallevaba en su cartera, un primer documento quesupuso la dimisión de Serra, García Vargas yAlonso Manglano, no nos engañemos, porqueFelipe sabía muy bien lo que había en esa cartera,y por eso recibió al chantajista».

Con Jesús Santaella sometido a lapidación enplaza pública a la bíblica manera, los contactosGobierno-Mario Conde no se interrumpieron enabsoluto tras el pinchazo de la famosaconspiración. Ambas partes siguieron hablandohasta primeros del 96, aunque a través de otrointerlocutor. El intermediario pasó a ser entoncesHoracio Oliva, un abogado de adscripción

socialista que precisamente era el defensor deFernando Garro, íntimo amigo y hombre deconfianza que fue de Conde. El misterio FernandoGarro.

El objetivo era llegar directamente a FelipeGonzález a través del «Doctor H. Oliva», comodice su tarjeta de visita, para que fuera él quienabordara directamente la solución del problemadejando al margen a los «traidores». Para elfelipismo, el traidor era Santaella. Para Conde, untraidor claro era Belloch, que además se revelócomo un traidor tontuelo, pero más traidores aúneran Narcís Serra y Rubalcaba, que fueron quienesreventaron las negociaciones con Santaella.

La secuencia de la información era: Conde-Garro-Oliva-Felipe González. Es evidente, sinembargo, que el Dr. Oliva no llegó a nada. Entreotras cosas porque a finales del 95 la sombra delas elecciones generales anticipadas era yademasiado evidente y no había nada que hacer. En

Moncloa se iba a instalar el peor contexto políticoposible para la causa de Conde: el PP de JoséMaría Aznar, un partido y un líder a quienes elbanquero había zaherido con saña durante años, amenudo en compañía de su amigo el Rey deEspaña.

Pero, ¿cuál fue el papel desempeñado porGarro? Mucha gente tiene la certeza de queFernando fue una pieza útil en la estrategia deGonzález, que nunca pretendió arreglar elproblema de Conde, sino simplemente tenerlocontrolado, saber qué iba a hacer en cada momentoy de qué artillería disponía. El juego parecía estarclaro para todo el mundo menos para el propioMario Conde, un «genio» que al final ha terminadopor ser engañado por medio mundo.

* * *

Tras haber montado tan fenomenal aparatoeléctrico con la conspiración, losBelloch/Rubalcaba se aplicaron en demostrar laperversidad de Jesús Santaella, el malo de lapelícula, mientras seguían los contactos por otrosderroteros. Articularon entonces una dobleofensiva sobre Perote y Conde para lograr que unoy otro rompieran con el letrado y renunciaran a susservicios profesionales.

«Unas semanas antes de mi juicio —asegura elcoronel Perote— vino a visitarme a la cárcel unabogado socialista vasco de nombre Raúl,mandado por Txiki Benegas, para pedirme querectificara mis manifestaciones inculpatorias anteGarzón “y en veinticuatro horas te sacamos de lacárcel, pero tienes que colaborar y tienes quedespedir a tu actual abogado…”. Tuve tambiénvarias reuniones con Rafael Vera, que vino averme con el mismo o parecido mensaje, “te van acaer siete años, así que tú verás lo que haces…”.

Me pidió que, a cambio de mi libertad, hicieraunas declaraciones en El País desdiciéndome delo declarado ante Garzón, y me ofreció periodista,me dijo que se las podía hacer a Ernesto Ekaizer oa Miguel González. Me dio a elegir periodista. Yesto lo dijo ante testigos de mi familia».

Pero Perote se negó en redondo, y cuandoSantaella trató de facilitarle la laboraconsejándole que aceptara el trato, el coronelprotestó con vehemencia. Y la misma respuestaobtuvieron de Mario Conde.

Los felipistas necesitaban tener un «malo» encada momento. Tras Santaella le tocaría el turno aJuan Alberto Perote. Así, durante la primera mitaddel 96 el malo fue Perote, un traidor que se habíavendido a Gadafi y también a ETA, entre otrosmercaderes. Un montaje impresionante, en lamejor técnica Rubalcaba.

Santaella consiguió, sin embargo, sacar aPerote de la cárcel en contra de la voluntad del

Gobierno. Como el coronel se les terminóescapando entre los dedos por falta de pruebas, apesar de que el juicio se montó a puerta cerrada,echaron mano entonces de un «tercer malo», queya no podía ser otro que el propio Mario Conde, elmalo malo de verdad, y para demostrarlo soltaronsobre él, gracias a los buenos oficios de ManuelPrado y Colón de Carvajal, la gran traca de latrama suiza que luego se convertiría en el hardcore del juicio Banesto.

Tamaño asedio no dejó de causar profundasbrechas en las defensas de los perseguidos. Lasdivisiones internas comenzaron a aflorar en torno aConde. El fallo de Argentia, muy duro para el exbanquero, condenado a seis años de cárcel por ladesaparición de 600 millones que, precisamenteésos, todo el mundo sabe que no se llevó (lasentencia le adjudicó una culpa in vigilando,argumento que colocaría entre rejas al 90 por 100de los empresarios y banqueros españoles),

provocó la división entre Mario y Mariano Gómezde Liaño, su abogado y hombre de confianza desiempre.

Se trataba de una estrategia que buscaba elaislamiento paulatino del ex banquero, medianteuna técnica que consistía en arrinconarle cada díaun poquito más, pero dejando al mismo tiempo unapequeña ventana abierta a la esperanza, para, acontinuación, dar otro paso al frente y estrechar elcerco, aunque, eso sí, con la correspondientetrampilla a una eventual salida pactada.

El banquero tardó mucho tiempo en darsecuenta del juego, y hasta casi el final estuvoconfiando en dicha salida, al margen de que estabaconvencido de que jurídicamente tenía razón, y deque los tribunales terminarían por dársela. Elengaño fue sistemático, como ya indicaba lacomposición de la sala que debía juzgar en el casoArgentia: de los cinco magistrados que lacomponían (Villarejo, Bacigalupo, Martín Pallín,

Martín Canivel y Román Puerta), sólo uno podíaser calificado como independiente en función de sutrayectoria, porque el resto eran PSOE de carneten boca.

Después de enemistarle con Gómez de Liaño,le calentaron la cabeza diciéndole que Santaellaestaba muy desprestigiado y que no podía seguircon él, y, aunque se resistió durante un tiempo, elabogado, cuyo último servicio al banquero fue lapresentación del recurso en Estrasburgo, fuequedando aislado del entorno de su asesoríajurídica.

Mariano Gómez de Liaño y Jesús Santaellaeran las únicas personas en el entorno de MarioConde con capacidad para contarle las verdadesdel barquero. Desde 1994, el gallego no habíadado un paso sin que ellos lo supieran, y ellosfueron los responsables de que la prácticatotalidad de las locuras que imaginaba en nochesllenas de desesperación acabaran en el cubo de la

basura. El círculo íntimo de Conde quedó reducidoa Enrique Lasarte, César de la Mora y FernandoGarro.

El último golpe, tremendo, en aquellaestrategia de aislamiento fue precisamente el deGarro. Aquél era un trauma personal, por cuantoafectaba a los sentimientos, a su mejor amigo desiempre, el «último de Filipinas», FernandoGarro. Y Mario rompió con Fernando a cuenta delcaso Argentia. En realidad, a cuenta de algotodavía más grave, a pesar de la dificultad dedisculpar a un hombre que consintió en verdesfilar a su mejor amigo camino de la cárcel porno atreverse a confesar que, en un determinadomomento, tuvo la tentación de pedir, y quedarse,con un mordisco de los famosos 600 millones deArgentia. Porque para Conde resultó mucho másgrave la duda, la sospecha de que si Fernando, sufiel amigo del alma de toda la vida, le habíaengañado una vez al no decir la verdad en ocasión

tan decisiva como el juicio Argentia, no le habríaengañado otras veces, no le habría estadoengañando durante bastante tiempo haciendo deagente doble, no habría estado actuando en losaños duros del 94 al 96 como topo del PSOE. Erauna duda brutal que corroía y minaba el corazóndel héroe de porcelana.

Al margen de la peripecia personal de MarioConde, el caso Banesto se ha revelado como unepisodio de capital importancia en la pérdida delpoder del PSOE. Si la expropiación de Rumasa,otra aberración jurídica digna de tirano bananero,le salió gratis, la intervención de Banesto le costómuy cara. Cuando, en diciembre del 93, FelipeGonzález dio la orden de intervenir el banco,estaba también firmando su sentencia de muertepolítica. Otra vez se ha demostrado aquello de quelos dioses ciegan a quienes quieren perder.

* * *

Tras el cambio de Gobierno provocado por laselecciones generales de marzo del 96, laconspiración «condista» se convertiría en la madrede todas las conspiraciones que, como frutospodridos, irían cayendo del árbol ajado delfelipismo durante toda la legislatura Aznar.

Al inicio de la primavera del 97, después deque el Gobierno popular hubiera recogido elguante que con tanta soberbia le había lanzadoJesús Polanco, el establishment crecido a lasombra de los casi catorce años de GobiernoGonzález (el aparato del partido, su brazoideológico —Prisa—, y los grupos financierosafines) comprendió que la tesis de que Aznar seiba a diluir como un azucarillo se había reveladoerrónea, y que los planes para un regresoinmediato al poder se desvanecían como un

meteorito.Con los almendros en flor ya estaba claro que

la economía iba a ser el cohete propulsor capaz detransportar a José María Aznar y a su Gobierno, enteoría el más inestable de la historia de lademocracia española, hasta el final de lalegislatura. Y los grupos bancarios (BBV, BCH)que habían abrazado la idea de que el ritorno deGonzález era cuestión de meses, empezaron atentarse la ropa y marcar distancias. «éstos puedendurar más de lo que habíamos previsto».

Quien primero se dio cuenta, naturalmente, fueel propio González: si Aznar no cae por culpa desu inexperiencia y sus propios errores, habrá queayudarlo a caer antes de que el crecimientoeconómico pueda consolidar definitivamente susopciones. El felipismo se embarcó entonces en lateoría de la «crispación», con la cual se trataba dealentar artificialmente un clima de tensión y demiedo entre la ciudadanía a esa tan denostada

«derechona» que, tras muchos años de no tocarpoder, estaba ansiosa por intervenir, amenazar yrecortar libertades, abusando, en definitiva, delejercicio del poder por medios antidemocráticos.Crispación porque, no está de más recordarlo, elseñor Aznar eligió tras la jura de su cargo el atajode echar tierra sobre los escándalos en lugar deponer los trapos sucios en manos de los jueces yabrir las ventanas del patio de monipodio felipistaal aire serrano.

El felipismo y su brazo mediático enarbolaronpor primera vez el estandarte de la crispación conmotivo de la denuncia de los 200.000 millones depesetas perdonados a cerca de 600 personasfísicas y jurídicas; volvieron a hacerlo conocasión de las iniciativas legislativas delEjecutivo contra Polanco, y repitieron laoperación a cuenta de las invectivas que ÁlvarezCascos, un hombre poco proclive a morderse lalengua, dedicó a González y su responsabilidad en

el caso GAL.Todas las cualidades de Felipe González como

animal político se iban a poner de manifiesto conocasión del deterioro de las relaciones entreAntonio Asensio y Jesús Polanco.

Como le había advertido alguna de su gente(«Antonio, esto no te va a salir gratis»), el dueñodel grupo Zeta iba a conocer muy pronto el costede haberle tomado el pelo al Gobierno con elfamoso «pacto de Nochebuena». El editor catalánse había puesto la soga al cuello, y la gentedispuesta a apretar el nudo formaba cola. Eracuestión de saber cuánto podría aguantar.

«Sé que la situación es límite», decía amediados de marzo Aldo Olcese, el expertoempeñado en aclarar la maraña financiera ysocietaria del editor en Antena 3. Con José Fradedando guerra y la Fiscalía Anticorrupciónmirándole las tripas, el editor tenía bloqueada, enespera de la oportuna autorización administrativa

que debía expedir Fomento, la transmisión de un12 por 100 del capital de Antena 3 a una serie deinversores norteamericanos a través del Bank ofNew York.

Uno de los que habían empezado a apretar lasoga era José María Amusátegui. El Gobierno, queconocía de sobra la condición del BCH comosocio financiero de Asensio en Antena 3, le estabaapretando a su vez las clavijas a Amusátegui, yAmusátegui ardía en deseos de congraciarse con elGobierno, Antonio, no puedo más, no puedo más,llamaba alarmado el banquero al editor, me estánapretando mucho.

Amusátegui parecía dispuesto a facilitar unasalida a cambio del perdón de sus pecados.¿Cómo? Vendiendo todo o parte del paquete delBCH en Antena 3 a «manos amigas», lo cual, siademás fuera a buen precio, supondría un granfavor para el banco, enfrascado en una penosalabor de saneamiento.

Las presiones no se limitaban a Amusátegui yal BCH, sino que alcanzaban a toda la banca, fielservidora, al final, de los intereses del Gobiernode turno: se trataba de ahogar financieramente aAsensio. Por fortuna para él, también había bancainternacional, y por ahí se escapaba el editor, pero¿hasta cuándo?

Aldo Olcese, experto financiero y hombre deconfianza de Asensio en labores de «cuidador»,trataba de mentalizarle, un día sí y otro también,sobre la necesidad de volver a ocupar sudemarcación natural lejos de Polanco.

—¡Joder, es que vienen a por mi! —sequejaba, alarmado.

La solución final se acercaba conformeavanzaba la primavera. «Cualquier cosa puedeocurrir, porque el elemento clave para el Gobiernoes él y no Polanco, y Antonio se ha puesto yatantas veces colorado que tampoco le importaríademasiado ponerse una vez más —aseguraba

Olcese—, Le estoy amenazando con todos losmales del mundo, algunos de los cuales meinvento».

Y llegó un momento en que Antonio Asensioempezó a despegarse de Polanco. Lejos quedabaya el clima navideño que condujo a FelipeGonzález a las instalaciones de Antena 3 para unamagna entrevista televisada, con todas las fuerzasvivas de la cadena, excepto Carrascal, saliendo arendirle pleitesía a su llegada. Lejos también losdías de enero y febrero en que Polanco hablaba adiario con Asensio para infundirle ánimos ytransmitirle confianza en la nueva aventuraemprendida.

* * *

Polanco, advirtiendo el paulatino alejamiento

de su socio, realizó ímprobos esfuerzos porasegurarse su fidelidad.

Un viernes de primeros de mayo, a las 21,30horas, Antonio Asensio organizó una rumbosafiesta en el hotel Ritz de Madrid para celebrar elcincuenta cumpleaños de su mujer, Chantal, unacena de gala, seguida de baile, todo un esplendor,las señoras de traje largo, los caballeros desmoking y, entre los invitados, la joya de lacorona: Jesús Polanco en compañía de Mari LuzBarreiros, espléndida, con su melena rubiacolgando sobre sus hombros desnudos.

El cántabro había hecho de tripas corazónaceptando la invitación porque venía notando a susocio nervioso y distante, frío, y temía que, bajo lapresión del Gobierno, pudiera producirse un girocopernicano de la situación que en nada lebeneficiaría.

Y estaba tan dispuesto a hacer lo que fueramenester para impedirlo que el gran tycoon de la

prensa española fue capaz aquella noche de abrirel baile sacando a bailar no a Chantal, muñeca decera envuelta en tules de azul ilusión, no, sino aMontse Fraile, la mujer de José María García, unode los hombres que más odia el cántabro en elámbito del panorama informativo español y aquien nunca ha podido soportar.

Ver a Polanco marcarse un pasodoble conMontse Fraile en los brazos fue una de esas cosasque jamás olvidarán algunos de los asistentes alfestejo. Porque nunca como entonces quedó claroque los de Polanco y Asensio eran mundosdistantes, dos formas incompatibles de entender lavida, dos personalidades difícilmente fusionables,dos hombres, en suma, que jamás se habían fiadouno del otro, unidos coyunturalmente bajo lasarañas de cristal de Bohemia del Ritz por elcordón umbilical del dinero.

Nada era, sin embargo, capaz de parar laderiva de Antonio Asensio hacia otros puntos de

amarre. Polanco tenía tan claro que su socio se leescapaba que, en un determinado momento, dio lavoz de alarma a su amigo Felipe González. Nonecesitaba decirle nada, porque el «carismáticolíder» estaba al tanto de los devaneos de Asensiocon los Olcese, y de su disposición a«arrepentirse» de sus pecados y volver al redil delPP. Felipe es uno de los hombres mejorinformados de España, si no el mejor, y lo esporque sigue recibiendo información puntual delCesid, los servicios de inteligencia que el PP nisiquiera ha tocado y que el felipismo utilizósiempre para provisionarse de material sensiblesobre sus potenciales enemigos.

Felipe y Polanco decidieron cortarle laretirada. A Antonio Asensio le iban a obligar ajugar el terrible papel de Hernán Cortés quemandosus naves. No habría vuelta atrás para él. Alenfrentarlo abiertamente con el Gobierno Aznar nole quedaría más remedio que anclar de forma

definitiva en los predios de los felipancos.Aznar se estaba apuntando el tanto del boom

económico en marcha, y González, un hombre queveía en peligro su recuperación política, parecíadispuesto a jugarse el todo por el todo poniendo enlínea de combate lo único que realmentecontrolaba: el grupo de medios de comunicaciónde su amigo Jesús Polanco.

Así, el 6 de mayo afirmó que España sufría«una preocupante regresión de las libertades» yque se empezaba a «sentir miedo», y cuarenta yocho horas después denunció una magnaconspiración del vicepresidente Álvarez Cascos, aquien acusó de haberse reunido con Amedo en eldespacho de Pedrojota para implicarle en el casoGAL.

En aquel mayo caliente del 97 quedaba porestallar la bomba Asensio. Y fue el ex presidentequien quitó la espoleta: «La Moncloa amenazó aAsensio con la cárcel, según Felipe González —

decía El País a toda página el 11 de mayo—. El expresidente aseguro ayer en México que elGobierno de José María Aznar amenazó a AntonioAsensio, presidente de Antena 3, con “terminar enla cárcel” por el acuerdo alcanzado con Prisa paracompartir los derechos de la Liga».

—Pregúntenle a don Antonio Asensio, y si no,a don José Oneto, que recibió la llamada desde laPresidencia, diciendo que, haciendo lo que habíanhecho, su jefe terminaría en la cárcel. Y debo decirque Antonio Asensio no se arruga y contestóadecuadamente. Pregúntenle cómo contestó, que eshasta divertido.

González no especificó quién telefoneó:—¿Fue el presidente? —le preguntaron.—No digo que sea él, puede ser su portavoz o

cualquier otro.Para el ex presidente, todo formaba parte de

una estrategia contra el Grupo Prisa que afectabasobre todo «a un paquete de acciones muy

importante, que es vivir en libertad», y quepretendía «cargarse lo que ellos llaman elfelipismo en medios de comunicación».

Aquel 10 de mayo, un día de lluvia pertinazsobre Madrid, la ira de González calaba deespanto el ánimo de millones de españolesdemócratas y de preocupación, cuando no desimple y vulgar miedo, los despachos delGobierno. Y uno de sus ministros más significadossacó a colación la metáfora del conquistadordispuesto a hundir la nave para evitar la tentaciónde la vuelta atrás. El aventurero era esta vezFelipe, pero, a diferencia del titular de la historiaoriginal, éste no quería ir hacia el futuro, sinoalejarse de un pasado que podía llevarlo a dar consus huesos en el banquillo de los acusados.

Por delante, a tiro de piedra del mes de junio,se erguían los juicios de Perote, Filesa, Roldán y,casi de inmediato, el secuestro de Segundo Marey.Tal era el horizonte atronador de un hombre que

había tenido muchísimo poder y que, negándose aaceptar sus responsabilidades, parecía dispuesto atensar vida política sacando a flote sus peoresinstintos.

Muchos recordaban entonces una frase,elevada casi a la categoría de filosofía política,del propio Felipe cuando ejercía de líder de unaferoz oposición contra Adolfo Suárez: «Yo mepongo al borde del abismo, y si el otro no se raja,soy capaz de tirarme y arrastrarlo conmigo».

Su secreta aspiración se centraba en provocarelecciones generales anticipadas, pero el únicoque podía hacerle ese favor era Jordi Pujol, de ahíel miedo que se advertía en las filas del PP cadavez que don Jordi radicalizaba sus posturas frenteal Gobierno popular.

—Cuando veo que Jordi Pujol marca enexceso los desacuerdos, un tic de preocupación meinvade —aseguraba el citado ministro.

* * *

Pepe Oneto estaba aquel sábado 10 de mayo enun concierto y en el entreacto miró el buzón de vozde su móvil y vio que le habían enviado unmensaje desde Antena 3 tratando de localizarle ycontándole a grandes rasgos lo ocurrido. Algo ledijo que aquello iba a traer cola. De inmediatollamó a Asensio. Antonio no entendía por quéFelipe había disparado desde México, pero, comoinstinto no le falta, comprendió enseguida que nadabueno podía derivarse para él de aquello.

La verdad es que había mucha gente alcorriente de las bravatas lanzadas por el secretariode Estado de Comunicación contra AntonioAsensio. Aquello era un secreto a voces. El propioOneto había contado por activa y por pasiva elepisodio vivido aquel 23 de diciembre del 96 enque su amigo Miguel Ángel Rodríguez, muy en

caliente, tiró de teléfono para advertirle:—Que sepas, Pepe, que trabajas para un

gángster y, como amigo, te avisaré cinco minutosantes, pero vamos a por él. No voy a parar hastaque este tío acabe en la cárcel… Este no sabe loque ha hecho.

—¡Pero qué estás diciendo, Miguel Ángel! ¿Túestás loco?

—Que no, que no, Cuéntaselo a tu jefe,cuéntaselo, que se ha ido a Estados Unidos y os hadejado ahí empantanados.

Oneto se lo contó efectivamente a Asensio.—Tranquilo, Pepe, no pasa nada.En los días de vino y rosas que siguieron a la

firma del acuerdo del 24 de diciembre, Asensio selo contó a Polanco, y a Polanco le faltó tiempopara contárselo a su copain González.

Había sido, en todo caso, la bravuconada encaliente de un personaje que se creía burlado en supoder. Pero, puesta en otro contexto y salida de la

boca de un ex presidente del Gobierno, aquelloparecía la bomba atómica, el fin del mundo: la«derechona» amenazaba con la cárcel a aquellosque se le resistían…

Un par de meses después del episodionavideño, cuando Álvarez Cascos ya había tomadoel mando de las operaciones contra Polanco,Rodríguez remitió una nota a Pepe Oneto al finalde la cual, como addenda fuera de contexto,incluyó la siguiente leyenda: «Quisiera saber departe de quién estás en la batalla digital: si al ladode los profesionales o de las empresas».

Oneto le respondió con un tarjetón: «Yo,Miguel Ángel, siempre estoy con los amigos.Cuando un amigo mata a una vieja, siempre digoque algo habrá hecho la vieja…».

El lío montado por la denuncia de Feliperesultó fenomenal. «CiU exige responsabilidadesal Gobierno por amenazas a Asensio», decía eltitular de El País del 13 de mayo. «En España hay

miedo», aseguraba el presidente de Antena 3.«CiU, la coalición nacionalista catalana cuyoapoyo permite al PP seguir gobernando, exigióayer al Ejecutivo que explique las “gravísimasacusaciones” del presidente de Antena 3Televisión, Antonio Asensio». Josep Antoni Durani Lleida, el socio democristiano de Convergencia,se subió al tren en marcha asegurando que «no haypacto de gobernabilidad ni estabilidad que puedalimitar en lo más mínimo nuestra condena».

El «cañón Bertha» había abierto fuego. ElGrupo Prisa puso todas sus baterías en línea, máslas de sus aliados (La Vanguardia, El Periódico yTelecinco entre los más significados), y lascolumnas del templo de la democracia parecierontemblar aquellos días ante el espectacular envite,el derroche de medios, la potencia de fuego de tanfenomenal «armada». La democracia española, enefecto, parecía en peligro.

Por parte de Juan Luis Cebrián, aquél iba a ser

un «ensayo con todo». A partir de este caso, cadavez que el dúo Felipe-Polanco decidiera ponercontra las cuerdas informativamente hablando alGobierno, lo lograría sobre la base del ruidomediático, el alboroto, el griterío ensordecedorque no hacía sino poner de manifiesto una y otravez el imbalance mediático que separaba alGobierno de la oposición.

Para González, aquél era un ovillo ideal, quepodía dejar réditos muy superiores a los de poneren dificultades al Gobierno. En efecto, dada lacercanía de Jordi Pujol a Antonio Asensio, a quienha considerado siempre su protegido, no hacíafalta ser un lince para sospechar que el escándaloiba a poner a prueba la solidez del pacto degobernabilidad suscrito entre PP y CiU, que era, endefinitiva, lo que sostenía a José María Aznar enMoncloa.

¿Hasta qué punto podía Felipe, como se hainsinuado estos años en Madrid, forzar a Jordi

Pujol a abandonar a su suerte a José María Aznarprovocando un adelanto electoral? ¿Qué muertos,al margen de Banca Catalana, guarda don FelipeGonzález en el jardín de don Jordi?

Que fuera Felipe González quien apretara elgatillo de las amenazas contra Asensio habla a lasclaras, en cualquier caso, de la escandalosaimplicación del ex presidente del Gobierno con elGrupo Prisa, implicación que rebasa los lazos deamistad o la mera afinidad ideológica y queinevitablemente contamina al PSOE. En elmantenimiento de la entente con Asensio habíamuchos miles de millones de pesetas en juego.Tener trincado a Asensio significaba para Polanco—¿quizá para alguien más?— conservar elmonopolio del fútbol por televisión de pago,además de alinear al grupo Zeta y a Antena 3frente al Gobierno.

Desde el momento en que Felipe hablara enMéxico la madeja no había dejado de liarse.

Mientras la tormenta se reflejaba todos los días enlas páginas de la prensa, se acercaba el puente deSan Isidro y con él la fecha prevista para queAntonio Asensio explicara ante el Parlamento «lasamenazas» recibidas, de modo que el entorno deleditor decidió permanecer ese puente en Madridpara preparar adecuadamente tan señalado envite.

En torno al dueño de Zeta estaban presentesJosé Oneto, Manuel Campo, José Manuel Lorenzo,Dalmau Codina… Todos creían que era una locuraque Antonio compareciera en el Parlamento, asíque se trataba de minimizar los riesgos que esainiciativa pudiera tener para él con unaintervención lo más light posible, en la cualdebería tratar de echar mucha agua a la pira queFelipe había diseñado con mimo para que unoscuantos ardieran en ella.

Antonio compartía plenamente esa posición,incluso las cuestiones meramente formales, o deatrezzo, de las que también se había hablado:

debía acudir sólo a la carrera de San Jerónimo,nada de escoltas y menos aún rueda de prensa,mucho sosiego, mucha calma, no calentarse pornada del mundo, porque tu objetivo, Antonio,consiste en salvar este trance sin abrir heridasinnecesarias, de modo que, a menos que Rodríguezse eche al monte y empiece a decir barbaridades,lo que te obligaría a cambiar el libreto, tú debespasar por allí con el perfil más bajo posible.

* * *

Todo parecía, pues, atado y bien atado, pero undetalle incidental iba a cambiar el curso de losacontecimientos. Se trataba de Javier Gimeno,consejero delegado de Antena 3, que, crítico conel acuerdo del 24 de diciembre («un disparate»),estaba entonces muy distanciado del empresario

catalán.Gimeno empezó a preocuparse seriamente por

su futuro cuando se enteró de que la plana mayorde la casa había estado reunida, en sesiones desábado y domingo, en torno a Asensio, mientras él,en la mayor de las ignorancias, vacacionaba enMarbella. Pensó entonces que había perdidodefinitivamente el favor del jefe y cometió laimprudencia de enviarle una carta, «sé que hasestado reunido con tu gente este fin de semana, yaunque a mí no me has convocado, quiero quesepas que me tienes a tu disposición para todo,porque soy testigo de excepción de lo ocurrido,que hablé con Pepe Oneto el día de la famosallamada de Rodríguez, y hablé también conHermida…».

Con esa carta en su poder, Antonio se frotabalas manos. Ahí iba a estar la prueba del delito. Ypara reforzar su efecto llamó a Pepe Oneto y aJesús Hermida y les pidió que, puesto que Gimeno

se había retratado de forma tan generosa,declarándose poco menos que testigo de los cargoscontra Rodríguez, ellos hicieran otro tanto yexplicasen, con pelos y señales, la forma tandesalmada en que un secretario de Estado le habíaamenazado con la cárcel.

Hermida se asustó, «esto es una locura, Pepe,de la que vamos a salir todos trasquilados, ya loverás», pero Pepe Oneto no veía otra salida, «seráuna locura, Jesús, pero la culpa es del capullo esteque ha escrito esa carta, y si el presidente de lacompañía nos pide que hagamos nosotros lomismo, no tenemos escapatoria».

El caso es que Hermida y Oneto escribieron sucarta al Rey Mago Asensio, aunque con unacondición: esas cartas nunca saldrían de lasinstalaciones de Antena 3 Televisión.

Y llegó el 19 de mayo, día previsto para lacomparecencia del editor, y ese lunes, nadie sabepor qué, Manuel Campo Vidal apareció en escena

desde primera hora diciendo que por la tardequería acompañar a Asensio en su viaje a losinfiernos parlamentarios, contraviniendo elacuerdo alcanzado veinticuatro horas antes;insistía en ir con el jefe, quería estar a su lado porencima de todo y, aunque no llegó a entrar a sulado en el recinto, lo acompañó en el cochedurante el trayecto, e hizo más, mucho más: lecambió totalmente el discurso.

Campo Vidal, ecce homo, había sido unelemento clave en el cambio de bando de Asensioel 24 de diciembre, y también iba a serlo ahora. Elperiodista, que se consideraba en Zeta el granvencedor del pacto de Nochebuena, terminódespués mal con Asensio, porque el dueño de Zetaconsideró que le estaba traicionando, remando enAudiovisual Sport a favor de Polanco y no dequien le pagaba el sueldo.

Hay datos suficientes, sin embargo, para creerque no solamente fue el ágil verbo de Campo Vidal

lo que operó el cambio de papeles de Asensioaquella tarde de mayo camino del Parlamento, sinouna llamada telefónica de Jesús Polancoamenazándole con el fuego del infierno si noentraba a matar y se mantenía firme en la denunciacontra las trapacerías de Rodríguez y del GobiernoAznar. Polanco no estaba dispuesto a consentir quesu socio se fuera por la tangente.

Asensio tenía que servir para más altosdesignios. «Miedo al Gobierno», decía el editorialde El País del 13 de mayo: «Si alguien desde elGobierno amenaza con la cárcel a un empresariode comunicación —o de cualquier otro sector—por no seguir sus designios a la hora de estableceralianzas empresariales, actúa como un grupomafioso, y no como un Ejecutivo democrático[…]. La concatenación entre las sugerencias deciertos medios y las actuaciones del Gobierno seha convertido ya en una regla de comportamientocomprobada en esta legislatura, por lo que a nadie

puede extrañar que González y Asensio den cartade naturaleza pública a una evidencia conocidapor muchos: que algunos miembros de esteGobierno, en colusión de intereses y propósitoscon un grupo de periodistas afines, se handedicado a realizar presiones incalificables sobreempresarios privados de medios decomunicación».

Ese mismo día, el periódico de Polancoextraía la adecuada moraleja al caso: «El PP llegóal poder con “juego sucio”, según el PSOE.Rodríguez Ibarra afirma que la derecha pudo ganarporque algunos ciudadanos creyeron sus“infamias”».

* * *

En una estrategia perfectamente diseñada para

volver del revés la voluntad de Asensio, nada másponer pie en el recinto de la carrera de SanJerónimo el editor se topó con la portavozsocialista, Rosa Conde, que rápidamente lecondujo a su despacho y se encerró con él a cal ycanto durante media hora al menos. Era evidenteque González no iba a permitir que la pieza contrala que había disparado desde México se leescapara viva.

El caso es que Antonio Asensio, hombrenormalmente frío, compareció ante sus señorías dela Comisión Constitucional del Congresodispuesto a embestir como un torito bravo en posdel engaño que le acababan de tender los amigosde Campo Vidal. Olvidando las recomendacionesde los Hermida y compañía, el editor se lanzó porla pendiente que más complacía a don JesúsPolanco, sacando a relucir las cartas escritas porsus subordinados, faltando a la promesa realizada.Un lío monumental. Antonio Asensio estaba

definitivamente amarrado a la ribera de losPolancos, que es de lo que se trataba.

«Asensio afirma que el portavoz del Gobiernole amenazó con la cárcel —titulaba El País—, Elpresidente del grupo Zeta apoyó esta afirmaciónaportando notas escritas por varios directivos deAntena 3 Televisión, que fueron receptores deotras amenazas de Rodríguez».

La denuncia causó conmoción. «CiU semuestra “horrorizada” e IU cree que Rodríguezdebe explicarse», decía, entre otras muchas cosas,el diario de Polanco el 20 de mayo. Pujol era elverdadero objetivo de aquella farsa.

El ruido levantado por la cañonería de Prisa &Asociados resultaba ensordecedor. Como TVE noprestó la atención debida en sus telediarios a ladenuncia de Asensio, los socialistas pidieron ladimisión de Sáenz de Buruaga. «No nos asustan —afirmaba Pradera en su editorial del 23 de mayo—. Es inútil empeñarse en situarnos en una facción

política, como hace El Mundo para justificar suactitud facciosa […]. El presidente Aznar estáencerrado entre su guardia de hierro y nostememos que su libertad política también».

Más titulares del mismo día 23: «El directorde El País denuncia una intromisión ilegítima delGobierno en los medios: el designio es de Aznar, yCascos ha tomado la dirección del proyecto».Material adicional del mismo día: «AntonioFranco y Juan Tapia resaltan la persecuciónjudicial a Prisa». «No se bajan del balcón»,editorial del 24 de mayo. «No asusten», volvía apedir Pradera en otro editorial del 25 de mayo.

Pero lo que no esperaban los Polancos es queMiguel Ángel Rodríguez (MAR) se defendieraante la Comisión parlamentaria con tanta decisióncomo acierto. En lugar de jugar el papel devíctima propiciatoria, el muchachito de Valladolidjugó el partido al ataque, dejando desarbolada lasdefensas de los edecanes de González, que

perdieron los nervios; tal fue el caso del ex PSUCSolé Tura, quien cometió el desliz de reprochar aRodríguez su condición de «pueblerino».

Rodríguez, entre otras cosas, exhibió eltarjetón que unos meses antes le había remitidoOneto con referencia a «la vieja», para demostrarque se había querido hacer un océano de una gotade agua.

Al día siguiente del debate, Oneto remitió otrotarjetón a Rodríguez: «La vieja está bien. Te ruegodiscreción». Rodríguez encajó el tirón de orejas yacusó recibo por el mismo sistema: «El amigotambién está bien y también te pide disculpas».

El cabreo de los Polancos con la reacción deMAR rozó el ridículo: «Rodríguez miente y él losabe». «Creemos a Asensio, a Oneto y a Hermidafrente al mentís de Rodríguez. Redactores de esteperiódico —y de otros medios de comunicación—le han oído proferir tantas bravuconadas en tonoamenazador sobre El País y las otras empresas del

Grupo Prisa, que su desmentido a Asensio no nosmerece crédito».

Rubalcaba, ese eficaz ministroplenipotenciario que Polanco tiene destacado en elPSOE, puso el dedo en la llaga al recordar que «lomás grave de la amenaza del Gobierno contraAsensio es que se cumplió, porque el fiscalgeneral Úrculo ordenó actuar a la FiscalíaAnticorrupción contra el presidente de Antena 3».

Y como en España no hay conspiración que seprecie en la que no esté presente Mario Conde, elex banquero, aunque tarde, salió por fin a escena:«Almunia denuncia connivencia entre el Ejecutivo,medios de comunicación, jueces y fiscales. ¿Quiénamenazó al empresario Antonio Asensio desde LaMoncloa por pactar con Sogecable? ¿Quién seintroduce en los expedientes de los contribuyentesde la Agencia Tributaria? ¿Quién es el responsablede la filtración de esos expedientes a algunosmedios de comunicación? ¿Qué connivencias

existen entre el Gobierno, algunos medios decomunicación, jueces y fiscales para perseguir aempresarios y personas? ¿Por qué aparece siempreo casi siempre detrás de estas cuestiones MarioConde?».

Pero el intento de moverle la silla a Aznar através de Jordi Pujol no prosperó, a pesar de quese intentó con toda suerte de reclamos. «Pujoladvierte al Gobierno del PP que no le ponga “enuna situación imposible”», decía el 15 de mayo ElPaís, que el mismo día titulaba también: «ElGobierno desoye a CiU y pone en peligro losacuerdos del fútbol y las televisiones». El día 18,confundiendo realidad y deseos, Pradera echaba sucuarto a espadas en un editorial titulado «Precariaestabilidad», en el que ahondaba en la debilidaddel pacto, las continuas desavenencias entre amboslíderes y la difícil tesitura provocada por lairrupción del caso Asensio.

El riesgo de ruptura se diluyó pronto: Pujol

visitó Moncloa y a su salida destrozó lasesperanzas de los Polancos: el pacto gozaba debuena salud. El presidente había invitado alHonorable a almorzar en las dependenciasprivadas de la familia Aznar en el primer piso, ypor primera vez se habían tuteado. No huboreferencias a que se hubieran despedido con unbeso. El «cañón Bertha» había fracasado de nuevoa pesar de su grueso calibre. Otra vez el GrupoPrisa había medido en exceso el poder del quedispone.

Ni siquiera Jesús Polanco puede edificarcastillos en el aire. Porque entre el clima decrispación que querían implantar unos cuantos y elambiente de paz social que se respiraba en la callemediaba un abismo. Sólo a los felipancos lessalían las cuentas de la crispación.

Pues bien, pasó lo que tenía que pasar: llegó eldebate parlamentario sobre el Estado de laNación, 10 de junio del 97, y se acabaron los

fuegos artificiales. Felipe González, que días anteshabía dicho sentirse «acosado» por el PP, apenasrozó el tópico en su discurso, y lo hizo tarde y mal.Aznar le ganó en toda regla el debate, comodemostraron de forma palmaria las encuestas,incluida la de Demoscopia, la empresa de sondeosdel Grupo Prisa, y se acabó la crispación.

Frente al tópico del «España va bien» deAznar, González no fue capaz de decir ni una solavez que «España va mal», y fue incapaz derentabilizar en términos políticos la vaga teoría dela crispación. Al cesto de los papeles lacrispación. La pobre actuación del «carismáticolíder» en la tribuna de oradores puso fin a unapolémica que no tenía base sociológica alguna,porque, sencillamente, era mercancía falsa, humo.

Ocurría siempre con este tipo de operacionesbasadas en la inspiración de los Rubalcabas y enla infinita soberbia de los Cebrianes, que aúnsiguen creyendo que su «cañón Bertha», con ser

importante, va a ser capaz de poner patas arriba aEspaña entera, y no es eso, no es eso.

* * *

Si 1997 fue el año de la crispación, 1998 fueel gran año de la conspiración. Conspiraciones pordoquier. Sería casi imposible llevar la cuenta delas que han jalonado esta legislatura. Todas sereducían a tormentas mediáticas en las que Prisa ysus amigos removían con gran empeño las aguasde los medios, tratando de mover los pilares deltemplo patrio en medio de un griterío atronadorque al cabo de unos días se iba y se quedaba ennada, humo de factoría mediática, porque todo erafenómeno impostado y el país real estaba a otracosa, a mejorar, a buscar empleo, que por primeravez lo había, y a vivir en un clima de paz social

como pocas veces se ha conocido igual.La rueda de las conspiraciones, no obstante,

siguió su camino, inasequibles al desaliento losresponsables de la feria de las vanidades felipista,con el «carismático líder» como gran patrón y asus órdenes el dueto Cebrián-Rubalcaba moviendolas ramas del árbol, haciendo ruido, aceptando sinrechistar fiasco tras fiasco, porque ésta ha sidopara ellos la legislatura de los grandes fracasos,han sido cuatro años para desalentar a estosgoebelianos aprendices de brujo, expertos en creartensión de la nada, que han acabadoreiteradamente con el rabo entre las piernas. Alfinal, al único que se han llevado por delante hasido a un secretario de Estado de laComunicación, un muchachito de Valladolid queaceptó ser víctima propiciatoria cuando se lopidió el jefe.

Nunca, sin embargo, dejaron de intentarlo. Enseptiembre de 1997, el habitual show mediático de

los Prisa tuvo por tema el homenaje organizadopor el Partido Popular a Miguel Ángel Blanco enla plaza de toros de Las Ventas de Madrid. En elcurso del acto, un grupo de energúmenos laemprendió a silbidos con el cantante Raimon, unade las viejas glorias de la lucha antifranquista.

Se armó la de San Quintín, y un asunto quehubiera dado de sí para un par de glosas de losCotarelos se convirtió en un gran escándalo entorno a la intolerancia de la «derechona» queestuvo coleando durante semana y pico. Lacuestión siempre era la misma: la incapacidadpara comunicar del PP frente a la habilidad para elagit-prop de la fiel progresía felipista, quesiempre perseguía el mismo objetivo: desenfocarcualquier incidente y agrandarlo a conveniencia,endosando al PP las responsabilidades, si lashubiere. La capacidad del combinado PSOE/Prisapara la desmesura con los errores del PP haresultado, en este sentido, digna de encomio.

El problema del PP ha sido doble a lo largo dela legislatura: no saber organizar la comunicaciónpropia, y tener en frente una comunicación ajenaperfectamente engrasada por años de rodaje.

Operación de mayor enjundia fue la organizadacon motivo de la cumbre europea sobre el paro,celebrada en el mes de noviembre en Luxemburgo.Aquél era un envite plagado de peligros paraAznar. La economía española podía presumir deunas cifras de vértigo frente a sus colegaseuropeos, pero igualmente de vértigo era la tasa deparo, que casi doblaba la media europea. Acudir auna cumbre sobre el empleo con el 19 por 100 detu población activa en paro sólo podía abordarsedesde el reconocimiento de cierta vergüenzapropia o desde la alegre desvergüenza de laizquierda española responsable del problema.

Pero Aznar, en contra de la práctica de unFelipe González siempre tan apreciado pordicharachero y consentidor entre sus colegas

europeos, le echó redaños y se negó a firmar unpacto para el empleo que era un papel plagado delugares comunes que nadie pensaba cumplir.

A muchos españoles les satisfizo ver cómo,por primera vez, el presidente del Gobierno de supaís se plantaba ante los grandes del continente,pero, como era de prever, los felipancos armaronla correspondiente zapatiesta: Aznar se habíaquedado solo. España estaba dejada de la mano deDios. Era la pauta a seguir en este tipo de eventos:ningunear el papel de Aznar, negándole cualquierprotagonismo en cumbres de caráctermultinacional, aunque ello significara contarreuniones virtuales o inventadas y endosarfracasos que sólo habían existido en la mente dequienes no podían soportar ver en la esferainternacional a nadie que no fuera el «carismáticolíder».

Ocurrió después de esa cumbre que losgobiernos de Madrid y París celebraron un

encuentro al máximo nivel en Salamanca. En larueda de prensa correspondiente, algúncorresponsal bien aleccionado preguntó a JacquesChirac si España se había quedado aislada enEuropa, y Chirac, lo mismo que Jospin, pareciósorprenderse mucho ante tal interpretación, ¿queEspaña está aislada?, pues ya nos gustaría anosotros estar ahora mismo como está España,pero ¿de qué están ustedes hablando? Estabanhablando de la versión que de la cumbre deLuxemburgo había dado el Grupo Prisa y que ElPaís había vendido a sus lectores: una cumbre, encualquier caso, distinta de aquella a la que habíanasistido el resto de los medios españoles yeuropeos.

* * *

Al aproximarse la Navidad de 1997, elpanorama político español lucía un aspecto biendistinto al de doce meses antes.

Con una economía creciendo y creando a razónde mil empleos por día, el consumo y la inversióntirando fuerte del crecimiento y varios millones deespañoles jugando en Bolsa, el PP parecíaencontrarse a las puertas del nirvana, tan lejos yade los agobios que en la Navidad del 96 habíanpropiciado el famoso «pacto de Nochebuena». Porsi fuera poco, las elecciones gallegas habíansignificado un importante refrendo de laalternativa popular, al tiempo que se habíanllevado por delante el experimento del «olivo» ala española que PSOE e IU habían ensayado enGalicia.

Frente a un PP exultante, sólo había truenoscatastrofistas salidos de la factoría de Cebrián yRubalcaba. La sentencia de Filesa, por otro lado,había dejado muy touchée a la cúpula socialista

por su desmesura, todos deprimidos, íntimamenteatormentados viendo desfilar hacia la cárcel a unagente que al final no había hecho más que cumplirórdenes.

Y es que José Augusto de Vega, un magistradode la casa, parecía haberse ensañado con lossoldados rasos tras haber salvado del paredón alos jefes. Había sido el sargento Vázquez de turnode la Justicia española. Penas de esa cuantía paragente que no se había llevado un duro a casaparecían un exceso. Eran los riesgos de unaJusticia injusta, capaz de dejar indemnes a lospoderosos y de castigar con rigor a los débiles,capaz de las mayores tropelías cuando, acuciadapor el desprestigio, se veía tentada a hacerserespetar.

Y en puertas estaba el juicio por el secuestrode Segundo Marey, el primero de loscorrespondientes a la saga de los GAL. JoaquínAlmunia hacía serios esfuerzos por sacar al PSOE

del estercolero sin conseguir concretar unaalternativa ni política, ni social, ni económica.

El nuevo secretario general intentaba, encualquier caso, soltar lastre, pero a su pasosurgían los fantasmas de Filesa, el GAL, la Expode Sevilla… El pasado no le daba tregua.González y su pasado no lo dejaban respirar. Ytodo apuntaba a que el «carismático líder» seguíasiendo «el jefe» y no estaba dispuesto a retirarse aun segundo plano.

En los inicios del año 1998, el GobiernoAznar planteó a la opinión pública la más acertadade sus propuestas sobre política económica: lareforma del Impuesto sobre la Renta de lasPersonas Físicas (IRPF). El debate consiguiente seconvirtió en otra gran batalla que enfrentó alEjecutivo con la artillería mediática de losfelipancos, como no podía ser de otra forma,puesto que la decisión apuntaba directamente alcorazón del ideario socialista: su innata querencia

a subir los impuestos para poder afrontar sutambién innata propensión al gasto público, únicaforma de abordar lo que ellos llaman el reparto dela riqueza, proceso que al final suele devenir en lainevitable recesión y en paro, es decir, en ladistribución de la miseria.

Fue una de las últimas puestas en escena «contodo». Demagogia a todo trapo por parte del PSOEy de Prisa, intentando convencer al pueblosoberano que aquélla era una reforma «para losricos».

La victoria del Gobierno en este asunto nocabe calificarla más que de aplastante. Se repetíael problema con el que durante toda la legislaturaha tropezado la armada polanquil, y es que ni elejército más poderoso del mundo puede luchar conhumo contra la realidad de las cosas. Aquellareforma significó que, a partir de enero del 99, enlos bolsillos de millones de asalariados españolescomenzaba a entrar un dinerito extra que fue muy

bienvenido, una realidad contra la que cabenpocas demagogias. ¿Resultado? PSOE y Prisa seolvidaron por completo del asunto e hicieronvergonzante mutis por el foro.

Nunca más los Polancos han vuelto amencionar la reforma del IRPF, sin duda uno delos éxitos más importantes del Gobierno del PP enesta legislatura, pero lo llamativo del caso es quetampoco ha hablado mucho de ello el PP, con esaincapacidad congénita que le asiste para «vender»sus conquistas.

En realidad, las esperanzas del felipismo alinicio de 1998 se centraban en que el PP seestabilizara socialmente en su condición departido que hace los deberes, que gestiona bien,pero que no prende en el corazón de losciudadanos, poco dispuestos a hacerse cómpliceselectorales de alguien tan ordinary people comoJosé María Aznar. En el fondo, el PSOE seguíaconfiando en que los votantes continuaran

engolfados con González, un «chulo» a cuyosencantos mediáticos se rinden más de 9 millonesde votos.

Ese era, en efecto, el problema del PP:«Ustedes lo hacen muy bien y punto». Porque, dehecho, las encuestas demostraban que, si en esefinal del año 97 se hubieran realizado eleccionesgenerales, los resultados habrían sido casiidénticos a los de marzo del 96: victoria del PPpor escaso margen.

* * *

Pero la prueba más excelsa de «laconspiración» antifelipista iba a llegar en lasprimeras semanas del 98, para convertirse enrecurrente tema de conversación y enfrentamientoentre clanes políticos y periodísticos a lo largo de

casi todo el año, mientras Juan Español andaba alo suyo. La prueba, esta vez, iba a venir servida dela mano de uno de los hombres que, desde ladirección de ABC, más había zaherido al felipismoy sus prácticas: Luis María Ansón. La denuncia,por tanto, iba a contar ahora con el aval decredibilidad añadido que le otorgaba un hombrecomo Ansón.

La puesta en escena se realizó en las páginasde la revista Tiempo, del grupo Zeta, en forma deuna entrevista que Ansón concedió a un supuestoperiodista, a la sazón hermano del ex ministro JuanAlberto Belloch, directamente relacionado con elentorno de los Vera y Barrionuevo. En ella, elveterano periodista y académico relataba queFelipe González había sido víctima de unaconspiración urdida por un grupo de ilustrescolegas conjurados para acabar con su Gobierno.

Para que ninguno de los citados pudierapretextar inocencia, Ansón fijó el escenario de la

conjura en su propio despacho de director de ABC.El ilustre académico no hablaba, pues, de oídas.Él había actuado de maestro de ceremonias. Laentrevista, al parecer corregida hasta la últimacoma por el propio Ansón antes de su publicación,levantó el revuelo que la historia merecía por suaudacia fantasiosa. El Grupo Prisa y sus adláteresse lanzaron en picado —Felipe tuvo la revista ensus manos antes de que llegara a los quioscos—,pero esta vez la armada polanquil contó con lainestimable ayuda de los denunciados en laconjura, desde Pedrojota al difunto AntonioHerrero, pasando por Pablo Sebastián, ManuelMartín Ferrand y otros, que entraron al trapo queel felipismo les tendía con justificado cabreo perocon un sentido político muy escaso.

El corolario de la «Ansonada» era que FelipeGonzález no había sido derrotado en buena lidelectoral, sino que había caído víctima de laperversa voluntad de un ramillete de señores

conjurados para acabar con él desde la moqueta deun despacho. El problema era que los GAL,Roldán, Ibercorp, Interior, Filesa, Expo y tantosotros casos de corrupción rampante no eran uninvento salido de las meninges del malvadoPedrojota, sino una realidad constatable que seretrataba todos los días en sede judicial.

A pesar de realidad tan brutal, los felipancosse lanzaron por la pendiente de la conspiracióncon vigor renovado. Fue un diluvio mediáticoesplendoroso, lleno de fuerza e imaginación. Ungran éxito de los Cebrianes y compañía, porque,hace falta ser muy habilidoso para montarsemejante pandemónium con materiales tanendebles como los suministrados por Ansón.

La «Ansonada» tenía poco que ver con eloportunismo de un hombre acostumbrado a llevaral tiempo varias conspiraciones en paralelo —laconspiración para acabar con la Monarquía y Laconspiración para acabar con los conspiradores

antimonárquicos—, y debe ser contextualizada enel juicio, entonces inminente, sobre el secuestrodel ciudadano francés Segundo Marey pormercenarios de los GAL. Los dos peces gordos deesa causa eran el ex ministro del Interior JoséBarrionuevo y el ex secretario de Estado para laSeguridad Rafael Vera, y ellos fueron quienescolocaron a Luis María Ansón en el disparaderode hacerse públicamente el harakiri, metiendo enel saco de una conspiración que nunca existió atodos sus antiguos aliados periodísticos.

Luis María se vio las caras con Vera yBarrionuevo en una famosa reunión celebrada enel restaurante El Salvador de Moralzarzal. Allí,los antiguos responsables de Interior pergeñaronuna operación en la que Luis María nunca hubieraentrado de buen grado de no haber sido por lapresencia en la escena española de ese reconocidozascandil que es Rafael Ansón, un colibrí que hapicoteado en todos los grandes despachos de la

banca y la política española, a razón de 100millones, o incluso más, de pesetas por año, y quetambién picoteó en el Ministerio del Interior.

Y son Vera y Barrionuevo quienes montan elesquema de la conspiración, dispuestos a soltar elmaterial que han ido recopilando en Interior antela traca final, como meses antes han hecho con elvídeo de Pedrojota. Con ello tratan de llevar alánimo de los magistrados que han de juzgarlos laidea de que los GAL fueron un ingrediente más deesa gran maquinación periodística urdida paraderribar a Felipe González de su pedestal. AFelipe le dan el trabajo muy hecho, muy cocinado,lo que explica que saliera a escena de inmediato,sin miedo a hacer el ridículo. El se limita a ponersu aval personal a la teoría de la conspiración.

Y lo hace porque Barrionuevo se lo pide. Casise lo exige. Felipe, que pasa por conocer muy biena las personas, sabe que «Pepe», y sobre todo sumujer, Esperanza Huélamo, son capaces de

plantarse en el último minuto ante los jueces ydecir «hasta aquí hemos llegado», colocándole degolpe en el banquillo de los acusados.

La operación, pues, tiene un origen claro(Barrionuevo y Vera) y un destino final(González), y es al tiempo una operación defensiva(para los encausados del GAL) y ofensiva (enmanos del ex presidente del Gobierno).

Y es esta cualidad última lo que da a la«Ansonada» relevancia política. Porque, a pesarde que Aznar es un señor sin carisma, lascircunstancias objetivas le han situado en unaposición ideal para revalidar el aplauso en laspróximas generales. Paralizado por una sensaciónde impotencia y de ausencia de liderazgo, el PSOEintenta con ello una doble maniobra. Por un lado,descalificar la victoria pasada, deslegitimando eltriunfo electoral del PP en marzo del 96. Hubo unaconspiración para acabar con González, y unosconspiradores. Lo dice el jefe de los conjurados.

No hay réplica posible. Por otro, hacer loimposible por aminorar la victoria futura, es decir,intentar sembrar todas las dudas posibles paraevitar que el PP se escape electoralmentehablando.

En la conspiración se mezclaba la ambición depoder del PP, que de otra forma nunca hubierapodido con el carismático González, y la ambiciónprofesional de una serie de personas comoPedrojota, García-Trevijano, Herrero, Sebastián,Gutiérrez… Faltaba, con todo, un ingrediente demás peso para hacer de este engrudo algo más queuna ensoñación de resentidos ambiciosos: faltabaMario Conde, que es lo que dio definitivos vuelosa la conspiración. La presencia de Marioterminaba por explicarlo todo.

El corolario político inmediato que cabíaextraer del episodio es que el Partido Popular,como ya sabía todo el mundo, era un partidopolítico que había jugado sucio en democracia,

Que no era demócrata.Todo el discurso, hilvanado a la sombra de los

viejos clichés del socialismo marxista, tenía, porlo demás, un tufillo franquista francamente obvio.¿Qué pueden hacer cinco señores cuando se reúnenun par de veces o tres en el despacho de uno deellos? Lógicamente, ¡conspirar! Sólo faltaba laBrigada Político-Social del franquismo paradetener a unos conspiradores sorprendidos con lasmanos en la masa.

Ya metido en gastos, Luis María Ansón, unreconocido monárquico —aunque haya quien loponga fundadamente en solfa— metió también alRey en danza: aquélla era también unaconspiración para derribar la Monarquía; a FelipeGonzález y a Juan Carlos I, dos por el precio deuno.

Como era de prever, la «teoría de laconspiración» salió a relucir durante el juicio porel secuestro de Segundo Marey en el Supremo. De

acuerdo con la declaración del testigo NarcísSerra, ex ministro de Defensa, «Luis María Ansónme advirtió que iba a comenzar una campaña paraobligar a González a dejar el Gobierno y con laMonarquía como objetivo final». Era la«conspiración». El abogado Cobo del Rosalpreguntó también por ella al ex vicepresidente ySerra respondió que «hubo una conspiracióncontra Polanco, González y el Rey».

* * *

¿Cuál fue el gran error de los «conspiradores»,los Pedrojotas y demás familia? Entrar al trapo,alimentar la gresca, echar leña al fuego, liarse amandobles contra Luis María Ansón, porque deesa forma les hicieron el juego a los padresputativos del invento.

Para el Gobierno, la «Ansonada» resultó casiun regalo. El mayor enredador del Reino se habíadesmarcado, y gratis. A enemigo que huye, puentede plata. Tras un primer momento de cabreo ydesconcierto, en aguas del Ejecutivo se instaló unapaz seráfica: «Nos hemos quitado un moscón deencima que estaba tocando las pelotas todos losdías», aseguró un ministro del Gobierno.

«En su momento tendrás conocimiento de porqué moví yo esa ficha [la conspiración], que eraimprescindible mover —aseguraba Ansón—. Laúnica cosa que no calculé fue que Pedrojota iba aatizar todo lo que pudiera este asunto para que seolvidasen de su vídeo, atizamiento que me hallegado por veinte sitios, aunque tanto Pedrojotacomo Cascos me lo han negado».

Pasado el chaparrón, el genio de Luis Maríaparecía mantenerse a flote: «Al cabo de dos mesesde tormenta, la opinión pública no tiene concienciade los rifirrafes entre colegas, sino de que ahí hay

un tío muy importante que está abriendo lostelediarios todos los días, lo cual me harobustecido personalmente de maneraextraordinaria… Y si para muestra vale un botón,ahí está la estupefacción que causó mi entrada enla biblioteca de la Universidad de Alcalá, en elacto de entrega de los premios Cervantes, adondefue Aznar y adonde fue el Rey, y no fui menosaplaudido que ellos, créeme. Entré solo y la gentese puso a aplaudir, y lo mismo me ocurrió a lasalida, y ésa es la realidad, porque la ignoranciade la gente sobre el fondo de las cosas estremenda. Iba detrás de mí Eugenio Fontán y medijo, muy extrañado: “¡Luis María, no me podíaimaginar que fueras tan popular!”; “Ni yotampoco”, le respondí».

El gran momento de Luis María Ansón llegócon motivo de la lectura de su discurso de ingresoen la Real Academia Española, un acto quecolapso la zona que va del Retiro al paseo del

Prado. No invitó a ningún político, «porque si yoinvito a los políticos, al día siguiente hay parasiempre una fotografía mía al lado de Aznar enprimera de El País, y me pasaría lo que a Pemáncon Franco, que siempre le sacaban la misma foto.Y para la opinión pública ya te puedes imaginar:el señor Ansón ha ingresado en la Academiaporque es del PP, porque me hubieran venido sieteu ocho ministros…».

«Yo llamé al Rey y me dijo:—Luis María, aquí tengo un problema, porque

ya sabes que no quise ir a la de Cebrián…—Señor —le respondí—, vuestro padre nos

enseñó que el Rey es de todos.—Pero dime una cosa, ¿a quién quieres que te

mande? ¿Quieres al Príncipe?—A nadie, señor.Y me envió una carta que es una belleza de

carta. Y no invité a Aznar. No sólo eso: les llamepara que no fueran, y con Esperanza tuve una

pelotera de cuidado, ¡porque insistía enpresentarse…!».

* * *

La «conspiración» se fue agostando como unaplanta sin tierra y sin riego. Su fracaso, la últimaintentona de desestabilizar al Gobierno Aznar yforzar un adelanto electoral, significó un cambioradical en la estrategia del felipismo.

Hagamos recuento. En el otoño del 96 seinstaló en España la «tesis del paréntesis»: elGobierno del PP no daba la talla. Estos chicos noson capaces, no tienen gente competente, no sabenmanejar la Administración y esto va a ser unparéntesis que va a durar año y pico, a lo sumo unpar de años, porque no disponen de apoyosparlamentarios sólidos y a las primeras de cambio

sus socios nacionalistas les dejarán en la estacada,les darán el empujón y no tendrán más remedio quedisolver y convocar elecciones. Para entonces,habrá pasado ya la marea de los Filesas, los Galesy demás extraña familia, y estaremos endisposición de regresar, enviándolos de nuevo alparo para otra década y pico.

La tesis, vigente durante la primera mitad del97, se reforzó con «la crispación», o el peligro dela derechona en el poder, mercancía de curso legalhasta el debate sobre el Estado de la Nación, en elcual Felipe fracasó ante Aznar. Con ello quedóenterrada la crispación. Inmediatamente después,González dejó su cargo como secretario generaldel PSOE, dando paso a ese momento tan delicadoen un partido que es el relevo del líder.

La teoría de «la crispación», lanzada por elfelipismo en el 98 sin abdicar, no obstante, de la«tesis del paréntesis», intentaba forzar un adelantoelectoral. Felipe había sido víctima de una

conjura, al servicio de un partido que por mediosdemocráticos nunca hubiera sido capaz dearrebatarle el poder. El fracaso de tal conspiraciónmarcó un giro radical en la estrategia opositora delPSOE. El objetivo ya no sería desestabilizar aAznar. Se aceptó como inevitable el hecho de quesu Gobierno pudiera durar toda la legislatura. Enconsecuencia, había que prepararse para la grancita electoral.

Pero antes era necesario resolver un problemainterno: ¿qué hacer con Pepe Borrell? Losfelipancos, que nunca aceptaron de buen grado suvictoria en las primarias sobre Joaquín Almunia,fueron viendo cómo el candidato se deshacía en supropia verborrea. Derrotado también por Aznar enel debate sobre el Estado de la Nación del añosiguiente, el brioso potro andaluz de abril del 98se fue tornando en contumaz mulo manchego con elpaso de los meses, de modo que el verdadero amode la cosa, con la ayuda de su amigo Polanco,

decidió acortar el trámite por la vía rápida enlugar de mantenerlo como cartel electoral para lacita del 2000.

Los felipancos se embarcan a partir del veranodel 98 en una doble tarea de demolición: la yacomentada de Pepe Borrell y la de IzquierdaUnida: el Gobierno se ha consolidado; este chicono tiene carisma, pero tampoco parece que le hagamucha falta; el Gobierno no vende bien sumercancía, pero la mercancía del crecimiento sevende por sí misma, pero… ¡Ah! Este es un paísde centro izquierda y, si somos capaces de evitarla ruptura que divide el espacio de la izquierdaentre el PSOE e IU, podemos volver a ganaraunque el Gobierno Aznar lo haga bien, porque esamayoría sociológica de centro-izquierda puedevolver a colocarnos en La Moncloa. El geniopolítico de González, de nuevo al aparato.

Y eso ya no sería ninguna conspiración, sino laconsecuencia de sumar los votos de PSOE e IU,

como demuestra el cotejo de los resultadoselectorales. Para su desgracia, el partido delGobierno no puede esperar sacar provecho delhundimiento de los nacionalismos periféricos dederechas, cosa que no se ha producido, sino que,antes al contrario, debe preocuparse por cerrar lasgrietas que amenazan su propia estructura conescisiones comandadas aquí y allá por lostradicionales caciques de la derecha travestidoshoy de presidentes autonómicos.

Es la espada de Damocles que, sobrevolandolas realidades de la Economía, pende hoy sobre elGobierno del Partido Popular.

7¡MEDIA VUELTA A LA

IZQUIERDA, AR!

Estalló la bomba. El mayor terremoto ocurrido enla política española desde el 3 de marzo del 96tuvo lugar el viernes 24 de abril del 98. La burrade las primarias del PSOE parió un hermosoalazán de nombre Borrell, cuando todos esperabanel bautizo de un jamelgo pastueño llamadoAlmunia, el chico de los recados de González, elhombre encargado de calentar el sillón de mandohasta el eventual ritorno del carismático líder.

Noche de radio. Eran pasadas las doce y, en laCOPE, Luis Herrero (en antena debía estar a esashoras el programa deportivo de José MaríaGarcía) seguía a los mandos, en conexión directacon una unidad desplazada en la calle Ferraz. Allí,

una locutora iba desgranando lo que veía, unAlmunia que «no deja traslucir lo que debe estarsintiendo en esos momentos», datos, señales parael oyente que acababa de sintonizar en el sentidode que algo raro podía estar pasando, tan raro quemás de uno se vio obligado a preguntarse: ¿quéestá ocurriendo aquí? ¿Es posible que haya ganadoBorrell? No puede ser, sería demasiado elterremoto… La locutora seguía narrando, Almuniaestaba ya al pie del estrado, iba a intervenir de unmomento a otro, temporal de aplausos y gritos de¡Joaquín, Joaquín! De modo que no, falsa alarma,parece que ha pasado lo que tenía que pasar, queha ganado Almunia, y en esto que la locutoracierra el pico y en su lugar se escucha una vozabsolutamente cascada por la afonía, un«compañeros» en falsete que provoca una oleadade risas, y un segundo intento igualmente fallido,hasta que el pelao se arranca y anuncia, ronco,ronco, que «el vencedor de las primarias ha sido

José Borrell»…Demoledor triunfo de José Borrell, y vuelco

fundamental en el panorama político español.«Borrell derrota a Almunia y trastoca la situacióndel PSOE», decía El País. El Mundo, con elalarde tipográfico de las grandes ocasiones, hacíala única lectura pertinente de lo ocurrido: «Borrellderrota al felipismo».

Los militantes habían dado la espalda al«aparato», apostando por la renovación delsocialismo español. Borrell obtuvo el 55,1 por100 de los votos frente al 44,5 por 100 deAlmunia, que sólo se impuso en Andalucía,Castilla-La Mancha y País Vasco. Para elcandidato oficialista resultó especialmentedolorosa la derrota sufrida en la FederaciónSocialista Madrileña (66,5 frente a 33,1 por 100).La prometida dimisión del secretario general y detoda la Ejecutiva abocaba al PSOE a un Congresoextraordinario.

Almunia o ir por lana y salir trasquilado. Alsecretario general del PSOE le había ocurrido loque al presidente francés Jacques Chirac, quetambién convocó un proceso electoral, sinnecesitarlo, para perderlo. Almunia pretendióemular las dimisiones teatrales de Felipe Gonzálezpara reforzar su posición dentro del partido, y sequedó sin posición y sin partido. Un listo —dicenque Alfredo Pérez Rubalcaba, condimentoobligado en todos los pucheros del felipismo— leacercó al precipicio con una milonga bienadobada, oye, Joaquín, para lograr ese plus delegitimidad que añoras he pensado que sería buenoextender las primarias (sólo previstas paracandidatos a municipios de más de 100.000habitantes donde el PSOE no tuviera el poder) a lacandidatura a la Presidencia del Gobierno. A lomejor tienes suerte y algún tonto intenta competircontigo: estupendo, lo barres en las urnas y quedascomo el Capitán Trueno. Y, sin sospecharlo,

Almunia se embarcó en el juego de la ruleta rusa,para acabar metiéndose un tiro en la sien.

Alfonso Guerra, que algo sabe de la vidainterna de los partidos, ya advirtió que lainiciativa le parecía peligrosa, cosas de niños quecomienzan jugando con fuego y acaban quemados.

«El desenlace no estaba en las rodillas de losdioses, ni en las consignas del aparato, ni en lapresión de los barones y caciques, sino en lasurnas», decía Raúl del Pozo. Los militantessocialistas habían quitado el poder a la direcciónsalida del Congreso, cerrando la etapa que seabrió en Suresnes, y al hacerlo habían rescatado,ennoblecido y elevado a la categoría deacontecimiento político de primera clase unproceso que todo el mundo creía amañado ydescafeinado. Una gran lección: por el territorioespañol se mueve un ejército de ciudadanosanónimos capaces de pensar por su cuenta, almargen de las consignas salidas de la cúpula de

los partidos y de las prédicas de los «creadores deopinión». Una lección también para Aznar. «Espeligroso asomarse al exterior», decía un viejoanuncio insertado en las ventanillas de los trenesde Renfe. En política sucede al revés: es peligrosoinstalarse en la hornacina del poder, sin enterarsede lo que ocurre en la calle.

* * *

Sólo Antonio Asunción, en Valencia, yRodríguez de la Borbolla, en Andalucía, dosoutsiders, habían apostado, entre los dignatariossocialistas, por Borrell. Entre los «barones»,únicamente Rodríguez Ibarra. El «guerrismo», deforma un tanto camuflada, había apoyado alcandidato catalán haciendo realidad una venganzalargo tiempo rumiada.

La gran mayoría de los dirigentes, sinembargo, le habían dado la espalda, empezandopor el propio Felipe González, que hizo campañaen favor de Almunia. El ex presidente fue capaz deescribir un artículo en El País, 13 de abril de1998, en el que, con total desvergüenza,anunciaba: «Votaré a Joaquín (sic). Me mueve antetodo el razonamiento de lo que será mejor paraEspaña, pero también de lo que más beneficiará alpartido al que pertenezco». En otras palabras,según González, Borrell era un peligro paraEspaña y para el PSOE.

Ya se había manifestado así meses atrás,cuando, ante un grupo de empresarios con los quecompartía mesa y mantel, al pasar revista a susposibles sucesores dentro del PSOE despachó aBorrell con un «es un tío muy listo, pero comopresidente del Gobierno sería un desastre…».

Cuando Felipe escribió ese artículo ya se olíael pastel. Y ya estaba la maquinaria andaluza

empleándose a fondo en favor de Almunia, conGaspar Zarrias cocinando el «pucherazo» que, alas órdenes de Chaves, meses después seríanoticia de primera página. Sin las trampas deAndalucía, Almunia habría resultado literalmentearrasado, lo que demuestra una vez más laimportancia del caladero electoral andaluz. Comodijo un famoso catedrático de la Complutense, «elfelipismo sigue parasitando la política españolasubido en la burra andaluza».

Conviene, sin embargo, hacer una distinciónentre la Andalucía rural y la urbana, señalando queel candidato Borrell ganó en todas las capitales deprovincia (excepto Almería), mientras Almunia lohacía en el interior, en aquellos lugares donde elPSOE todavía obtiene mayorías a la búlgara en laselecciones legislativas.

La militancia socialista (muy inflada, a lo queparece, puesto que apenas votó el 54,3 por 100 delsupuesto censo de 383.482 militantes), harta de

soportar el pertinaz aguacero de escándalos delfelipismo, cansada de vivir a la defensiva,escondida desde hacía años, acobardada, habíadecidido, en un gesto de rabia, dar un sopapo a losresponsables de esa situación para poder salir acuerpo, sacar cabeza y respirar de nuevo el airefresco de la mañana, pasándose por el arco deltriunfo las instrucciones del aparato y eligiendo aun tipo capaz de renovarles la ilusión.

A «Pepe» Borrell lo habían votado loscabreados, un fenómeno que no había sidodetectado en la ciudadela de Ferraz. También losdesplazados, los no atendidos, los agraviados,gente presta a saldar las cuentas pendientes queexisten en todos los partidos, militantes dispuestosa pasar factura si se les da la oportunidad de votar.Son los riesgos de la democracia directa,verdadera bicha de toda cúpula que se precie.

Pero la militancia socialista había hecho algomucho más importante: había votado a Borrell

porque lo creía más capaz de derrotar a Aznar queAlmunia. Puesta en sus manos la posibilidad deelegir un candidato, había optado, con una lógicaaplastante, por el caballero que creyó mejorpreparado para ganar el torneo de la Presidenciadel Gobierno.

Una derrota sin paliativos del felipismo y loque el felipismo representa. «Por fin hablaron —decía El País del lunes 27 de abril— Felipe y elcandidato». La llamada, ¡a iniciativa de Borrell!,se había producido en la noche del sábado, y enella González se ofreció «para lo que fueramenester». Incluso para asesinarle.

Derrota, pues, de Felipe, y derrota, estrepitosa,del aparato, para el que lo ocurrido erasencillamente un desastre. Para Narcís Serra, parael fontanero Rubalcaba, que en cínica autocríticase apresuró a manifestar que «Borrell es ahora elmejor candidato, y debo decir que en estemomento también lo es para mí». Con el aparato

quedaban seriamente tocados algunos de los másconspicuos barones del partido, especialmentedos: Manuel Chaves y José Bono. El presidenteextremeño, Rodríguez Ibarra, fino «guerrista», seburló de políticos tan perspicaces y tan capaces dehaber puesto todos los huevos en la cesta deAlmunia. No contaban con que Borrell, como unaestrella fugaz, aparecería en escena paradesbordarlos por la izquierda y llevarse el triunfoa pesar de su condición de outsider.

Pero quizá el gran derrotado entre la«población civil» era Jesús Polanco. El GrupoPrisa, que tantos y tan afanosos esfuerzos habíarealizado durante la campaña en favor de Almunia,había visto alzarse en el horizonte la candidaturasolitaria de Borrell. Todo el inmenso poder de losPolancos, que tanto pánico provoca entre lospusilánimes ricos hispanos, no pudo impedir que105.000 militantes del PSOE votaran al leridano.

La derrota de Almunia suponía un grave

tropiezo para los intereses del editor, a quien eltriunfo de Borrell cogió con el pie cambiado. Todala operación afanosamente tejida tras ladesdichada —para ellos— retirada de Felipe sevenía abajo. El remplazo natural de González erasu escudero Almunia, en el bien entendido de quesi Felipe, nuestro Felipe del alma, salía indemnede los procesos judiciales del GAL, él seguiríasiendo nuestro hombre ahora y siempre por lossiglos de los siglos. Y por si Almunia fallara en elentreacto, ahí estaba el querido Javier Solana, elrelevo natural, un socialista light como nosotros,un progre, un godfellas que pronto volvería a casabien arropado por la embajada americana.

Por eso, la primera tarea que los Polancos seimpusieron sin demora consistió en impedir queJoaquín Almunia cumpliera su promesa de dimitircomo secretario general del PSOE si salíaderrotado, y para ello Javier Pradera se afanó encolumnas y editoriales en la defensa de la

bicefalia, les iba mucho en el envite, el ticketdecía Praderita, sí señor, el ticket era loprocedente además de lo moderno, la solución quemás convenía a los felipancos, había que salvarlos restos del naufragio, minimizar la repentinapresencia al frente del partido, «nuestro» partido,de un partisano con el que Prisa nunca se habíallevado bien.

Un francotirador capaz de poner los pelos delamo como escarpias. Sí, lo de Borrell presidentedel Gobierno no era una broma, pensaba donJesús. Aquello era jugar con la chequera, ponersea tiro de un hombre a quien el grupo nunca habíatratado bien, un loco capaz de freírme a impuestoso expropiarme, no, no, aquello era muy serio.Cualquier cosa antes de permitir que le tienten auno la cartera.

La hoja de servicios del PSOE como defensora ultranza de los intereses de un grupoeconómico/mediático como el de Polanco se había

terminado con Borrell. La liaison profunda quedurante años había existido entre los González,Polancos, Cebrianes, Rubalcabas, Praderas…juntos y en unión, vive les compagnons!,navegando en el mismo barco, siguiendo la mismaruta, todos en amigable armonía, eso se habíaacabado.

¿Se avendría Borrell a seguir la senda que lemarcara Pradera? Era una de las incógnitas abiertapor el resultado de las primarias. «Sería un errortáctico grave buscar el enfrentamiento conPolanco, que es el verdadero poder fáctico denuestro tiempo —aseguraba Arrióla—, sobre todoteniendo en cuenta que, dado el tipo de socialismoque ejercita Borrell, el enfrentamiento con esegrupo y lo que representa no tardará en surgir demodo inevitable».

Estaba claro que Polanco y su grupo iban ahacer todo lo posible por reducir a cenizas alcandidato Borrell.

* * *

Pero había otras gentes, otros intereses, otrospartidos a quienes la inesperada victoria de JosepBorrell iba a trastornar más de lo que nuncahubieran podido imaginar, tal que el PartidoPopular. La irrupción de Borrell en la primeralínea de la política española vino, en efecto, atruncar el plácido sesteo en que se habíaconvertido el tercer año de José María Aznar en elGobierno. Un vuelco fundamental.

Para el líder del PP, la situación política habíaexperimentado a finales de 1997 un cambio radicalcon respecto al nefasto otoño vivido en el 96.Como de la noche al día.

El segundo semestre del 97 había estadomarcado por dos hechos prefijados políticamente:la discusión y aprobación de los PresupuestosGenerales del Estado para 1998 y las elecciones

al Parlamento gallego, y ambas pruebas se habíansalvado con garantía sobrada para el Gobiernopopular.

Los síntomas de provisionalidad, sin embargo,no habían desaparecido del todo. José MaríaCuevas, presidente de la patronal CEOE, advertíaen las cuentas del Reino para el 98 un tufoelectoralista claro. «Aquí todo el mundo se palpala ropa sobre la eventualidad de elecciones el añoque viene, y eso es lo que imprime carácter a unosPresupuestos que responden a la debilidad políticadel Ejecutivo y al deseo de los nacionalistas deapurar al máximo y sacar la mayor tajada posible,porque piensan que éstos son los últimos que van atener que apoyar en esta legislatura. Excepto poruna salvedad: prosigue la lucha contra el déficit,dentro de un criterio de racionalidad muy deagradecer».

Se entraba en una época políticamente amorfa,pero judicialmente muy movida. No había más

actividad que la judicial, con el Gobierno de meroespectador. Sobre las filas del primer partido de laoposición llovían piedras procedentes delSupremo y la Audiencia Nacional, con un PSOEque, desconcertado, levantaba el puño airado endirección a Moncloa sin que allí tuvieran muchoque ver con sus desgracias: nada que ver con eljuicio de Filesa, cuya instrucción se había iniciadotres años antes, en pleno Gobierno socialista, nicon el sempiterno escándalo de la Expo sevillana,que el fabuloso juez Garzón, número dos de lacandidatura socialista en las generales del 93,había tomado con singular empeño, lo mismo queel fiscal Anticorrupción, un hombre dereconocidas simpatías pro-PSOE.

En la primera decena de diciembre, JoaquínAlmunia, verde abrigo verde olivo subiendo lasescalinatas del palacio de La Moncloa, acudió aentrevistarse con el presidente del Gobierno parahablar… ¿de qué? ¿De qué podía hablar el

abogado de González con Aznar en la coyunturajudicial que afligía al líder del PSOE?

Tras años de oficiar de Maritornes, criadadespreciada, humilde fregona, algunos juecesparecían dispuestos a lavar la cara mancillada dedoña Justicia, a recuperar el honor perdido de estacariátide ciega acostumbrada a dar tumbos por lospalacios de injusticia. El PSOE estaba recogiendolos frutos de la equivocación que significópretender judicializarlo todo, porque sus líderespensaban que controlaban a los jueces, a todos losjueces.

Y ahora Almunia se veía obligado a visitarMoncloa para pedir árnica, desactivar el casoGAL en nombre del jefe sin dejar demasiadasplumas en la gatera, que el orgullo es grande y lapiedad corta, y muchos españoles avisadostuvieron la sensación de que, entre bastidores, seestaba viviendo un nuevo episodio de aquel «pactode legislatura» que, patrocinado por Su Majestad

el Rey, había permitido a José María Aznar formarGobierno en abril del 96.

Un pacto que Aznar había arrinconado en eldesván cuando, el 24 de diciembre del 96, vio suestabilidad amenazada por el acuerdo Polanco-Asensio y la complicidad de los poderes fácticos.

Se cumplía un año del famoso «pacto deNochebuena». Los Polancos se habían forjado unarealidad a su medida: Para un Gobierno débilcomo el de Aznar, el golpe del 24 de diciembredebía marcar el retorno triunfal de las tropas dedon Felipe, dispuesto a restablecer sus reales enMoncloa en el plazo de unos meses. La travesíadel desierto de la oposición iba a ser apenas unpaseo, un ligero receso entre dos grandes períodosde poder felipista. Pero los hados, siemprecargados de misterio, tenían otro libreto escrito.

El castigo a la chequera del señor Polanco enel año transcurrido había sido notable, Desde unpunto de vista estrictamente económico, el 24 de

diciembre del 96 el dueño de Prisa parecíadirectamente abocado al negocio de su vida, conplusvalías que para su 25 por 100 de Sogecablepodían superar fácilmente los 20.000 milloneslimpios al año, casi cuatro veces más que losbeneficios anuales del grupo Prisa.

La operación era muy clara. Consistía entrasladar los 1.400.000 abonados de Canal Plus —susceptibles de llegar a los dos millones en unmercado de no competencia— a Canal SatéliteDigital y elevar la cuota de abono mensual entorno a las 7.000 pesetas, para contabilizaringresos anuales superiores a los 125.000 millonesde pesetas. Un magnífico negocio.

El odio, entreverado de desprecio, que JesúsPolanco sentía hacia el Gobierno Aznar estabamás que justificado. Lo que podía haber sido elbusiness del siglo se había trocado en riesgo desuspensión de pagos a cuenta de los pasivosasumidos. La guinda en aquel cóctel de amargura

la ponía la certeza de que sólo un acuerdo conTelefónica podía eludir el riesgo de quiebra.Había que hacer de tripas corazón y tratar dellegar a un acuerdo con Villalonga.

En la Navidad del 97, Polanco y su troupeseguían teniendo, sin embargo, casi intacto suenorme poder en el terreno judicial y, porsupuesto, en el mediático. Además de dominar a laperfección las técnicas del agit-prop, contaban asu favor con el gregarismo de un PSOE encargadode amplificar en sede parlamentaria los desmayosde Cebrián y los suyos, no se sabe bien si porideología, por dinero o por ambas cosas a la vez.Era ese matrimonio de intereses Prisa-PSOE loque hacía y hace aparentar a los Polancos muchamás influencia de la que realmente tienen.

Polanco había hecho una apuesta por unGobierno débil y breve, pero ninguno de susvaticinios se estaba cumpliendo. ¿Mantendría suapuesta de oposición a ultranza hasta el final?

¿Seguirían en esa línea después de la entrada en laUnión Económica y Monetaria? Eran las preguntasque, expectantes, se hacían en el entornopresidencial. Mientras tanto, palo a la burrablanca, palo a la burra negra, porque, al margen delos deseos del cántabro, el objetivo declarado deCebrián en cenas y saraos era «que este Gobiernode fachas no gane las próximas eleccionesgenerales».

* * *

Para la esfinge refugiada en el Palacio de laMoncloa, el final del año 97 unía a lo inesperadola calidad de lo idílico. Imposible haberimaginado cambio similar en la Navidad del 96.Quienes estaban a su lado, sin embargo, seguíansin saber muy bien si llovía o tronaba. Aznar es

así. Un sepulcro inasequible a los cambios deltiempo. Ni se crece en las victorias ni se hunde enlas derrotas. Ni frío ni calor. Político que siemprefunciona con previsiones a largo, en sus cálculosde meses atrás ya entraba el cambio del clima queiba a experimentar su Gobierno.

Una coyuntura bicéfala. Por un lado, laeconomía, marchando como un tiro. Por otro, unavida política más bien aburrida, con un Aznar nosólo consolidado sino subiendo en las encuestascomo el mercurio al sol.

Los ecos que sobre la situación económicallegaban del mercado no podían ser mejores.«Vamos a tener al menos dieciocho meses decrecimiento muy fuerte y también de creación deempleo, y el impulso puede llegar mucho máslejos», aseguraba el embajador de España ante laOCDE, José Luis Feito.

El optimismo era general y alcanzaba al propioministro de Economía, Rodrigo Rato: «El 98 debe

ser el año de la confirmación de nuestra políticaeconómica. Si España llega al 99 con uncrecimiento en velocidad de crucero de un puntopor encima de la media europea, con una inflaciónsólo ligeramente superior a la media, un déficitpor cuenta corriente prácticamente cero o muysuave y un déficit público muy bajo, las cosasestarán centradas, y lo estarán por mucho tiempo sino cometemos la equivocación de creer que estoes Jauja».

No era Jauja, pero lo parecía. A mediados deenero del 98, «las encuestas nos dan esos cincopuntos de diferencia sobre el PSOE, pero cincopuntos muy sólidos, muy asentados —aseguraba unalto funcionario de Moncloa—, de ahí que elpresidente no quiera correr».

La doctrina de la «lluvia fina» de PedroArrióla, objeto de tantas pullas dentro del propioPP, parecía estar calando. «Cada día que pasa elGobierno gana en solidez, al tiempo que se

difumina la imagen de provisionalidad y seacrecienta la sensación de desconcierto quedesprende el principal grupo de la oposición»,aseguraba el propio Arrióla. Sin riesgo decambios económicos ni de cataclismos sociales, el98 parecía un camino de rosas para el GobiernoAznar, al tiempo que amenazaba convertirse en elannus horribilis del felipismo desde el punto devista judicial.

Una imagen idílica que estaba lejos deresponder a la realidad, porque las corrientesprofundas de la política circulaban en plenaebullición, calientes como pocas veces. Bajo esacapa de aparente normalidad, se estaba dirimiendoel ser o no ser del régimen salido de laConstitución de 1978, y esa batalla se estabalibrando en el campo del poder mediático y en lostribunales, las dos plazas fuertes de los felipancos.

Tal era la curiosa dicotomía que presidía lavida española a primeros del 98: por un lado, la

economía siguiendo su brillante curso, y con ellala vida de millones de personas que trabajan,aman, ríen y lloran al margen de los grandesproblemas de Estado; y por otro lado, una vidapolítica totalmente judicializada, como no podíaser de otra forma, porque a la esclusa de lostribunales habían llegado las aguas de catorceaños de corrupción.

A estas alturas de la legislatura, pocosdudaban de que la «derrota dulce» del 3 de marzodel 96 había resultado mucho más amarga de loque el PSOE había previsto, hasta el punto de queel ciclo económico iba a dar dos mandatos alchico del bigote si alguna catástrofe no lo evitaba.Después de casi catorce años de grasia sevillana,los españoles decían haberlo pasado muy bien enla feria, pero no querían saber nada de aquellafiesta.

Dispuestos a crispar la realidad lo que fueramenester, para impedir que esa imagen de

normalidad se instalara en la conciencia delelectorado, los Polancos lo intentaron de maneraespecial en el mes de febrero con la famosa«conspiración» de Ansón, una puesta en escenaque perseguía un envite de enorme trascendencia:lograr la retirada del apoyo de CiU al GobiernoAznar, en una nueva edición del episodio que yaintentaron con motivo de las famosas amenazas deRodríguez contra Asensio.

Ocurría, sin embargo, que con el ciclo a favor,Aznar contaba por primera vez con casi todas lascartas en la mano para manejar a su antojo lasituación. Pujol no podía amenazar con forzar ladisolución de las cámaras porque a quien máspodía interesarle disolverlas era al propio Aznar.

El Honorable no hubiera tenido fácil explicar asu emprendedor electorado (Cataluña habíaabsorbido, con el 15 por 100 de la poblaciónespañola, el 26 por 100 del empleo neto creadodesde la victoria electoral del PP) que había que

tirar por la borda las favorables perspectivaseconómicas del 98 sólo por el juego de poder deunos señores en Madrid. El empresariado catalán,mantenedor de esa gestoría de lujo que es CiU, noentendería que en un ejercicio de consolidación ycrecimiento alguien introdujera incertidumbres quepusieran en peligro las cuentas de resultados.

Este ejercicio de realismo ha chocado a lolargo de toda la legislatura con la querenciafelipista de los Molins de turno, gente que sesiente más a gusto —al contrario de lo que ocurrecon Arzalluz— con la trapacería de González quecon la inhóspita frialdad de Aznar. Al final,felipismo y pujolismo son criaturas siamesasnacidas del tronco común de la corrupción y deuna forma personalista de ejercer el poder convocación de exclusividad y total colusión entre lopúblico y lo privado.

Pero Pujol viajó a Madrid a finales de febrerodel 98 y al salir de Moncloa hizo añicos las

esperanzas de los felipancos. De vuelta aBarcelona, el Honorable contó a su gente quehabía salido muy satisfecho de su encuentro conAznar. El grado de complicidad al que habíallegado con el presidente, que le invitó a almorzaren la parte privada de Moncloa, era tan acusadoque habían decidido tutearse, y a partir de esedetalle todo había resultado mucho más fácil. Lostabúes se habían roto.

Don Jordi, que a todo el mundo trata de usted,había tardado casi quince años en conceder eltuteo a Felipe González, algo que, más que ungesto, supone para él la ruptura de un invisiblevelo que abre las puertas a un tipo de relaciónpersonal de mayor confianza.

A José María Aznar le había costado la mitadde tiempo alcanzar tan alto honor, y ese tuteo podíaexhibirse como un grandísimo éxito del centro-derecha español. Ya podíamos dormir tranquilos.Alabado sea el Señor: la gobernabilidad parecía

asegurada para toda la legislatura.Casi de inmediato se presentó el segundo

aniversario de la victoria electoral del PP, eventopresentado en sociedad por medio de unaentrevista de dos días en El Mundo, un«latifundio», según Martín Ferrand, que tuvo paraPedrojota la virtud de permitirle salir por primeravez sentado en Moncloa al lado del presidentedespués del escándalo de su vídeo.

Las valoraciones se habían hecho casi tópicas:la economía muy bien, gracias, pero en otrosterrenos se afianzaba la idea de que se habíaavanzado poco o muy poco, tal que en la Justicia,una batalla que el Gobierno Aznar estabaperdiendo de calle, y que no era sino parte de esagran asignatura pendiente llamada «regeneracióndemocrática».

En esos temas, un Aznar retraído, ladino,zorro, seguía sin mover pieza, como esperando quefuera el tiempo quien pusiera las cosas en orden,

quien despejara el horizonte de unos nubarronesque constantemente salían de la factoría mediáticade Jesús Polanco, los nubarrones de la crispación.

El Gobierno seguía sin saber «vender» suslogros económicos, que, a cuenta de lasuperioridad mediática del polanquismo, a menudoquedaban enmascarados o contrarrestados por lastrampas para elefantes que los Cebrianescolocaban artificialmente en el primer plano de laactualidad un día sí y otro también, tal que el casode la ya comentada «conspiración» de Ansón o elincidente artificialmente provocado por lacomparación que el malogrado Antonio Herreroefectuó entre Mónica Lewinsky y doña RosaConde.

En cuanto la oportunidad se presentaba, elPSOE se embarcaba en un lenguaje«guerracivilista» que ponía los pelos de punta,como puso de manifiesto doña Carmele Hermosíncuando dijo aquello de que «si pudiera, el PP

fusilaba a toda la izquierda». Víctimapropiciatoria de un sectarismo sin fecha decaducidad, la convivencia no parecía estar tanasegurada como algunos habían supuesto. El paísrespiraba paz social por los cuatro costados, peroalgunos habían decidido crisparlo hasta laextenuación. De nuevo las «dos Españas», sóloque la España que se suponía progresista yavanzada se había tornado en la España agraz ysectaria que «dolía» a nuestros Unamunos. Sehabían cambiado los papeles. Y todo porque noestaban dispuestos a soportar la eventualidad deuna segunda legislatura con la derecha en el poder.

* * *

En la habitación sin vistas de un Gobiernoaferrado al arambol de la Economía y una

oposición que seguía anclada en sus traumas,aferrada al mito de la «conspiración» queGonzález intentaba reactivar de forma autista,había ocurrido, sin embargo, un acontecimientoque iba a alterar radicalmente el libreto político:la victoria de Borrell en las primarias socialistas.

Con el leridano instalado en el altar del PSOE,la primavera del 98 confirmó las mejoresexpectativas de un año glorioso desde el punto devista de la economía. Un año espectacular. Elparo, por primera vez en mucho tiempo, podíasituarse por debajo del 19 por 100 de la poblaciónactiva, y con claras perspectivas de seguirbajando. Y aunque el aparato mediático delGobierno se cuidaba muy mucho de no pregonarlo,la tasa de paro juvenil había descendido nadamenos que en siete puntos, pasando del entorno del43 al 36 por 100 (la media europea se situaba entorno al 25, y la francesa en el 30), lo querepresentaba una bajada espectacular. La

perspectiva de equiparar la tasa de paro juvenilespañola a la de la UE no era ya una quimera.

La percepción social de que la buena marchade la economía estaba, al margen de la fríarealidad de las cifras, reportando ventajas para lamayoría de los ciudadanos empezaba ya a calar enla calle.

Con el respaldo de las realidades económicas,Aznar había visitado en abril el Círculo deEconomía de Barcelona para disertar ante cerca dequinientos empresarios catalanes, la crème de esavanguardia del dinero que Pujol viene utilizandodesde hace lustros como objeto de sus desvelosfrente a Madrid. Pujol puso gran empeño enrespaldar a Aznar ante tan selecta audiencia, y éstele correspondió con una intervención de altura,aunque carente de chispa. El respaldo de CiU alGobierno del PP parecía más sólido que nunca, apesar del rifirrafe motivado por la Ley delCatalán. Todo apuntaba a que ambos líderes

habían pactado en Barcelona, además de latranquilidad, el calendario electoral hasta el finalde la legislatura.

Aznar cerraba sus ojos piadosos ante losdislates lingüísticos de su socio catalán, ypretendía hacer lo mismo con los escándalos delpasado que, como recuerdos viejos, salían ahoraal encuentro de su Gobierno, como eldescubrimiento de las escuchas ilegales que elCesid había estado realizando en la sede de HB enVitoria.

El escándalo del Cesid dio de nuevo ocasiónpara contemplar a un Aznar aferrado a los clichésdel pasado, con el principio de autoridad comonorma suprema, un Aznar presto a cerrar filas ennombre de no se sabe qué sacrosantos intereses deEstado, cuando lo que su electorado demandaba enel caso del Cesid era la exigencia deresponsabilidades y la expulsión de ineficaces ycorruptos, como paso previo a su democratización

y a la introducción de verdadera inteligencia enunos servicios dignos de tal nombre.

Para grandes capas de población eraextenuante seguir oyendo las mismas monsergas,los mismos discursos, la misma resistencia aromper con el pasado, la autoridad por encima detodo, el sostenella y no enmendalla, los mismostics retóricos que uno oyó de niño, sin que sevislumbrara siquiera el menor síntoma de cambio.

«Aznar debe ser consciente de que va ganandola batalla de la eficacia económica, pero vaperdiendo —y no sólo por el bucle efectista de lasprimarias socialistas— la de la regeneracióndemocrática», aseguraba Pedrojota Ramírez en suhomilía dominical del 11 de abril del 98. Elperiodista le acusaba de estar instalado en la«tumbona de la autosatisfacción» y de haberperdido la «iniciativa política que mantuvodurante toda la primera mitad del 97».

* * *

La noticia, al llegar junio, era que, frente altirón electoral del PSOE provocado por lo queentonces se llamó el «efecto Borrell», el PartidoPopular seguía estancado en intención de voto. Lasencuestas se negaban a responder a la solidez delos argumentos económicos que podía con justiciaesgrimir el Gobierno. Frustración era la palabraadecuada para describir el estado de ánimo de lasgentes del PP.

Una encuesta del CIS efectuada antes deldebate sobre el estado de la Nación mostraba quela aparición de un déjá vu como Borrell en escenahabía sido suficiente para que el PSOEsobrepasara al PP en casi 5 puntos. ¿Qué tenía quehacer el PP para lograr de una vez la confianza y elrespaldo mayoritario de los electores? Misterio.Lo que el PSOE tenía que hacer parecía claro:

simplemente estarse quieto y seguir utilizando lospapeles de trabajo del profesor Barea por todaoposición… Era la constatación, una vez más, deun fenómeno tan viejo como fascinante: lafidelidad del electorado socialista hacia un partidoroto en mil pedazos y cuyo máximo dirigente sehabía salvado del banquillo en el caso Marey poruna artimaña judicial.

Aznar no lograba calar en el electorado. Elpresidente del Gobierno es un buen jefe de obra,un magnífico contable que hace bien su trabajopero que no levanta pasiones, no entusiasma alelectorado. Salvadas las distancias, para muchosespañoles es como ese experto fiscal a quien unorecurre una vez al año para que le haga ladeclaración de la renta y del que una vez firmadase despide hasta el año que viene. Un buenadministrador de la finca, pero no un vendedor deilusiones. Lo cual, dicho sea de paso, podría ser lasituación ideal para un electorado maduro que

reniega, por peligrosos e innecesarios, de losliderazgos carismáticos, los charlatanes de feria ylos vendedores de gangas. Aznar podríaperfectamente ser considerado como «uno de losnuestros», un hombre normal, desprovisto de todocarisma, que hace su trabajo con rigor. Pero, alcontrario de lo que ocurría con Kohl en Alemania,ésa no es aquí mercancía suficiente. Los españolesnecesitan un conductor, quieren un lídercarismático, un jefe todopoderoso que infundamiedo, respeto o veneración, porque no les resultasuficiente un eficaz consejero delegado de EspañaS.A.

La constatación de esta realidad produjo en lasfilas del Partido Popular un efecto demoledor enplena primavera del 98. Las cofradías deagraviados que crecen en los suburbios de todopartido en el poder comenzaban a dar síntomas devida, alentadas por el desconcierto que se advertíaen ese mismo poder a cuenta del comportamiento

de unas encuestas que se negaban a responder a lassólidas verdades de la economía. Las críticas aJosé María Aznar comenzaban a proliferar por loscenáculos de los segundones.

«No es admisible su frío distanciamiento congente del partido de toda la vida, a la que debemuchos favores», aseguraba un histórico delpartido, quejoso con un comportamiento implícitoal uso del poder, ese sobrevolar sobre los antiguosafectos, ese cerrar la puerta a las viejasfidelidades, ese «pasar», ese egregio ausentarse,ese no ver ni sentir más allá del oropel palaciego.«Yo creo que se sentía un poco incómodo por nohaber contado conmigo en junio del 96, después deaños de pelear codo con codo desde sus tiemposen Ávila, y un día me dijo, oye, voy a decirle aAna que os vengáis a cenar a Moncloa, y hastahoy…».

Había decepción por «esa forma que tiene dellegar al hemiciclo y apalancarse en la cabecera

del banco azul, como hacía González, y salirpitando en cuanto acaba la sesión sin decir ni mu»,de modo que la mayoría de los diputados delGrupo Popular no tenían el menor contacto con elpresidente del Gobierno. Aznar era para elloscomo la esfinge de Keops: un poder sobrevenidodel cielo, y aquí paz y después gloria.

En el Grupo Parlamentario no se entendía lafijación del presidente con algunos de suscolaboradores directos, caso del secretario deEstado de la Comunicación o de algunos/asministros/as, esa radical negativa a introducircambios cuya necesidad parecía obvia.

¿Miedo a alimentar el número de losagraviados que toda crisis de Gobierno provoca acuenta de las ambiciones no satisfechas de quienesse creen llamados a mayores empresas? Unhombre que en tal sentido influía mucho en Aznarera el ministro Arias-Salgado, quien lerecomendaba mucha precaución con los cambios,

presidente, acuérdate de la UCD, porque cada vezque desplazas a un ministro de su sillón abresheridas tremendas, generas resentimientos, alientasla aparición de sindicatos de agraviados porpartida doble: por parte de los que quitas y porparte de los que no pones, y luego te topas deregalo con un Grupo Parlamentario lleno de exministros rezumando amargura, que eso fue lo quele pasó a Adolfo, y eso convirtió a UCD eningobernable, así que tú verás, pero mi consejo esque aguantes todo lo que puedas…

El descontento del grupo había cristalizado entorno a la figura de Miguel Ángel Rodríguez, chivoexpiatorio de la gélida temperatura del amo.«Hemos entrado en Maastricht cuando nadie dabaun duro por nosotros; hemos asegurado laspensiones; hemos bajado la inflación y los tipos deinterés y se está creando empleo, pero luego saleMAR los viernes en la tele, hace una gracieta y loecha todo a perder…». En el Grupo Parlamentario

surgió por aquel entonces la iniciativa de formaruna comisión para ir a plantear al «jefe» lanecesidad de sustituir a MAR como portavoz delGobierno, pero al final la idea se deshizo como unazucarillo, fuéronse y no hubo nada, porque,¿quién ponía el cascabel al gato?

Seguramente MAR tenía poco que ver en elimbalance entre los logros económicos alcanzadosy los escasos frutos obtenidos en las encuestas, ysí mucho más la forma de Gobierno, que en elfondo no se distinguía en muchos aspectos de la deGonzález, la misma distancia impuesta por lafortaleza arpillada de Moncloa, la misma olímpicaincapacidad para conectar con las aspiraciones deuna sociedad que, después de la experienciavivida, ya no se contentaba con que el Gobierno norobara, y que esperaba algo más que buenos datosmacroeconómicos.

La demanda de cambios en la política decomunicación del Gobierno estaba precisamente

centrada en el Ministerio de Economía yHacienda. En el curso de una Comisión Ejecutivacelebrada a primeros de junio, el subsecretario deEconomía, Fernando Díaz Moreno, se atrevió aplanteárselo claramente al presidente, después deun largo parlamento del secretario general,Francisco Álvarez Cascos, según el cual el partidohabía cumplido ya nada menos que el 85 por 100de su programa electoral… «Estaremoscumpliendo, lo estaremos haciendo de maravilla,pero si no se entera nadie, pues ya mecontarán…». Pero Díaz Moreno se quedó solo.Nadie más se atrevió a tomar la palabra. Silenciosepulcral.

Algunos tenían la impresión de que el fallo dela política de comunicación de Moncloa no estabaen MAR, sino en la ausencia de un jefe degabinete, un jefe de cocina. «No es que las cosasno se expliquen bien, lo que sucede es que, sobreun mismo tema, cuatro ministros opinan de cuatro

formas distintas, de modo que lo que se echa enfalta es el papel que hacia un Julio Feo en laprimera época de Felipe».

La presión sobre el presidente para quemoviera ficha iba in crescendo. Rodrigo Ratoestaba claramente en esa tesis, pero Rato sédejaría torcer un brazo antes de cometer un deslizque pudiera perjudicar su carrera. «Aznar quierepasar a la historia de su pueblo como el primerpresidente que hizo la vuelta a Burgos sin cambiaruna sola vez de bicicleta», afirmaba un diputadopopular.

«En estos momentos hemos recorrido un largocamino de crédito, de confianza, de aceptación, detranquilidad del país, además de haberconsolidado nuestra posición de poder en casitodas las autonomías que gobernamos —asegurabael ministro de Economía a finales de junio del 98—, y creo que nos hallamos en una etapa detransición: la gente está encantada con lo que pasa,

no tiene ningún tipo de resquemor ni de recelo,pero todavía no ha cambiado de fidelidades… Eltrick está en cómo hacer que cambie, porque elPSOE mantiene firmemente aferrado su electorado.Es evidente que tenemos un serio problema decomunicación o, mejor dicho, de lo que yo llamo“gestión de medios” —añadía—. La verdad es queel mundo de los medios en este país escomplicadísimo, un tema muy duro, muy arduo,muy crispado. Dicho lo cual, mi obligación estratar de llevarme bien con todo el mundo; a todoel mundo hay que darle un bocadillo, aunque unopueda tener luego amigos a quienes dé caviar. Perola gestión de medios es indispensable: hay quellamar a todos y trabajarse a todos por igual ydiscutir con todos, porque yo no puedo renunciaral 50 por 100 de la prensa española. Yo no puedodecirle a mi jefe de prensa, oye, macho, a ésos niagua, porque estoy obligado a atender a todo elmundo».

* * *

Consciente de las limitaciones del aparato deMoncloa, Rodrigo Rato, el más político, by far, detodos los ministros de Aznar, estaba haciendo laguerra por su cuenta, pactando a hurtadillas conlos Polancos, lo cual respondía perfectamente alespíritu de la vieja derecha levantisca yaguerrillada, tan alejada del espíritu de clan delPSOE y tan poco dispuesta a aceptar la disciplinade partido cuando ésta no conviene a susparticulares intereses.

Hacía mucho tiempo que Rato había llegado alconvencimiento de que nadie le iba a arreglar suseventuales problemas de imagen con Polanco yPrisa, «un grupo muy compacto, muy inteligente,muy profesional, que funciona a la voz de “ar”», ymucho menos un hombre como MAR. En esacertidumbre, decidió arreglárselas por sus propios

medios.Conviene decir que el hombre que más pegas

puso a la llamada a filas de Aznar en la Navidaddel 96 había sido precisamente él. Falto de todoardor guerrero, a Rato no le gustaba nada el toquede corneta contra Polanco. Como ministro deEconomía, le resultaba imprescindible contar conun marco social y político adecuado en el quepoder desarrollar con éxito su política, de modoque para él lo importante no era la pelea conPolanco, sino el que no le estropearan el escenarioen el que escenificar la recuperación económica.Le preocupaba que se pudiera crear un oleaje detal crispación que obligara a todo el mundo atomar partido, haciendo imposible el diálogosocial con los sindicatos.

Cuando, un año después, ya era evidente eléxito de su gestión económica, entraron en juegode forma automática las particulares razones de unhombre que alimenta fundadas aspiraciones de

suceder en un futuro próximo al propio Aznar en lapresidencia del Gobierno de la nación y que sabeque, para hacerlas realidad, necesitará contar conla neutralidad, al menos, del grupo mediático máspoderoso del país. Rato se hizo cada vez másreacio a enfrentarse con Polanco.

Además, el ministro de Economía debíatambién cuidar sus espaldas empresariales. Para élera muy desagradable que alguien empezara aairear los problemas de sus empresas, problemasligados a la mediocre gestión de su hermanoRamón, responsable, al parecer, de la pérdida degran parte de la fortuna familiar en estos años. Conlos trabajadores de su grupo manifestándose enCibeles, era importante contar con la benevolenciadel grupo Prisa. Rato contó con ella, de modo queesas protestas pasaron prácticamentedesapercibidas.

«Mis relaciones con Polanco no son buenas,pero tampoco malas —reconoce en privado—. La

situación de Prisa es complicada, porque,enfrentado a un Gobierno que parece que va adurar, sus aliados son unos señores querepresentan el pasado y que se niegan en redondo aabordar su reconversión».

En realidad, las relaciones de Rodrigo Ratocon Jesús Polanco son excelentes, y excelente es osuele ser el trato que los medios de Prisa,empezando por El País, dispensan al ministro. Lajugada del cántabro es perfecta. Con el PSOE bienatado por el ronzal, el editor cuida, riega y abonacon mimo, desde hace tiempo, dos preciosascrisálidas en el jardín del PP que un día no lejanopodrían llegar a convertirse en espléndidasmariposas: Alberto Ruiz-Gallardón por el centro-izquierda y Rodrigo Rato por la derecha, doshombres que sin duda pelearán muy pronto por lasucesión de Aznar.

Con Ruiz-Gallardón muy quemado a cuenta dela divina impaciencia de un hombre que enseñó

demasiado pronto sus cartas y que hoy estábloqueado en el partido (no es descartable quePolanco intente con él, en el momento procesaloportuno, alguna jugada descabellada), la granapuesta de Polanco a cuatro años vista en elPartido Popular es Rato.

Rato es el único ministro del Gobierno Aznar,y casi el único hombre de la derecha política, queasiste con cierta regularidad a los saraos queorganiza el editor en su dacha de Valdemorillo.Rato es «el rostro amable» de la «derechona». Elúltimo convite de tronío tuvo lugar a finales dejunio del 99 en la vecina casa, Valdemorilloagain, de Plácido Arango, íntimo amigo dePolanco, el multimillonario mexicano dueño de lacadena Vips: Plácido, Jesús, Alicia Koplowitz,Emilio Ybarra y Rodrigo Rato. Y señoras. Lacrème de la crème. Y Sus Majestades los Reyesde España, don Juan Carlos y doña Sofía, comoincomparable florón para dejar bien sentado quién

manda aquí. Tras la cena, de luxe total, los Reyes,casi un milagro de la ciencia, bailaron juntos porprimera vez en décadas una ranchera lenta a lossones de un mariachi. Don Rodrigo fue el únicoque no bailó.

* * *

A la altura de junio del 98, el ministro deEconomía había aprendido ya a buscarse la vidapor su cuenta en los terrenos de la comunicación,«porque lo de Rodríguez clama al cielo —aseguraba uno de sus hombres—, es una especiede flagelación que no se entiende ni desde la franjade Gaza».

«La verdad es que resulta desesperante quedespués de dos años tan buenos, con un equipo quese formó casi con alfileres en condiciones muy

difíciles después del resultado electoral, no sehaya ganado la confianza suficiente como paradarle a esto un vuelco —aseguraba, por su parte,otro ministro acogido al anonimato—. Todo eléxito de este Gobierno consiste en dejar deasustar, en que ya no metemos miedo, ya nomordemos, pero de ahí a entusiasmar media unabismo. Y el caso es que algo habrá que hacer,algún glamour habrá que derrochar para volver aganar las próximas generales».

La demanda de cambios en el Gobierno y suentorno se había convertido en un clamor dentrodel Grupo Parlamentario popular y del propiopartido. ¿A qué espera Aznar? El señor presidente,frío, gélido, imperturbable, reacio a consultar susdecisiones con nadie, se había dedicado a viajar alextranjero por toda respuesta, mientras en elinterior se extendía la creencia de su carácteraurista y evanescente, en un perpetuo «ni está ni sele espera».

La insistencia para que moviera ficha antes del1 de agosto era muy fuerte. Los barones delpartido habían incrementado de forma notable supresión para que descabalgara de una vez a MAR,como responsable de la mala imagen delGobierno, del estancamiento electoral y de laincapacidad para comunicarse con los ciudadanos.Cascos, Oreja, Arenas y Rajoy se habían acercadoindividualmente al presidente para hacerle ver laimposibilidad de continuar con tal situación. Elpaso siguiente era que el Estado Mayor conjuntode los barones se presentara un día en bloque en sudespacho de Moncloa, lo que hubiera supuestoalgo así como una rebelión de los coroneles.

Con todo el éxito de la gestión económica acuestas, el empleo creciendo por encima del PIB yel consumo de las familias disparado, José MaríaAznar se encontraba ante un horizonte complicadosi seguía negándose a entrar en política y noempezaba a vender un proyecto mínimamente

ilusionante.En esta situación iba a resultar muy

complicado aguantar dos años más, sin lanzaralgún mensaje político de importancia, sobre todocuando el panorama de elecciones parciales en el99 auguraba una exacerbación de los conflictosnacionalistas.

A las puertas del verano del 98, ante elgobierno Aznar se alzaba una inquietante realidad:la certidumbre que existía apenas seis meses antesde que la segunda victoria electoral del PP estabaasegurada ya no era tal, había desaparecido, erahumo, y en su lugar se había instalado la creenciade que sería necesario pelear muy duro para poderganar en el 2000.

Un cambio dramático. «De especular sobre laposibilidad de aumentar la representaciónparlamentaria, e incluso lograr la mayoríaabsoluta, hemos pasado hoy a preguntarnos:¿podremos ganar las próximas elecciones?», se

preguntaba Alejo Vidal Cuadras. Era uninterrogante que cinco meses antes nadie sehubiera planteado. Lo llamativo de la situación eraque, sin mover un dedo, el PSOE tenía aseguradoun virtual empate técnico con el PP. «Y yo digouna cosa, ¿ha valido la pena tanta genuflexión,tanta renuncia a los principios, tanta iniquidad conlos leales para esto?».

Todo lo cual venía a demostrar el fracaso de ladoctrina de la «lluvia fina», apenas un sirimiri queestaba muy lejos de calar entre la población. Unaestrepitosa milonga, a pesar de las favorablescondiciones ambientales. Los enemigos de PedroArrióla se frotaban las manos: «Los asesores deAznar están especializados en hacerle perderelecciones o en hacerle ganar por un margenmínimo. Algo falla. Lo único que no falla es laincapacidad de esta gente para reconocer su error.Es la misma gente que buscará las excusasoportunas para justificar la derrota si al final lo de

la lluvia fina se convierte en una torrentera alestilo de “El Niño”».

* * *

El viernes 10 de julio del 98, al terminar lareferencia del Consejo de Ministros impartida porel denostado Miguel Ángel Rodríguez, el propioMAR hizo saltar la liebre al despedirse de lospresentes. El portavoz anunció que habíapresentado su dimisión irrevocable al presidentedel Gobierno. La situación se había hecho taninsostenible que éste no había tenido más remedioque aceptársela.

¡Estalló la bomba! La noticia corrió como lapólvora mientras el propio MAR completaba elrelato de su muerte anunciada. Un hombreinjustamente tratado, que tuvo el extraño privilegio

de ver magnificados sus errores y reducidos alsilencio sus aciertos.

Su salida de Moncloa era, en cualquier caso,una mala noticia para el PSOE, que nunca habíamostrado interés en pedir su dimisión por unacuestión de mera conveniencia: en él teníanidentificado al muñeco al que arrear estera, unaespecie de blanco fijo, el punto débil, el talón deAquiles perfectamente identificado del Gobierno.

Sus enemigos se habrían llevado, sin embargo,una decepción si hubieran tenido noticia delmensaje alborozado con el que el propiointeresado vendía la nueva a sus amigos: aquél eraun hombre libre, en un estado que bordeaba laeuforia, que por fin se había quitado de encima unpeso insoportable.

«MAR fue un buen jefe de prensa de partido dela oposición, pero nunca llegó a ser un buensecretario de Estado de la Comunicación —asegura uno de los fontaneros de Moncloa—,

Pensó en el 96 que iba a ser nombrado ministroportavoz y de hecho luchó por ello, aunque Aznarni siquiera se lo planteó. Lo nombró secretario deEstado de Comunicación, pero él forzó la máquinay se quedó también con la portavocía. Y ahí estuvosu error, porque si no hubiera intentadocompatibilizar ambas cosas ahora seguiría siendosecretario de Estado. Aquí el que se lleva lastortas es quien da la cara».

Pero la salida de MAR era apenas el aperitivodel gran convite que Aznar tenía preparado paralos impacientes de su partido. «Aznar es unmaestro en la medición de los tiempos —prosigueel mismo fontanero—. Si hablamos de ganar operder las elecciones, no vale para nada barrer enlas encuestas un año antes, porque lo que cuenta esla foto finish. Yo le he visto en situaciones muyapuradas, donde lo más fácil hubiera sido tomardecisiones precipitadas, y sin embargo permanecíaimpertérrito. ¿Por qué no interviene? Porque hay

que saber elegir el momento adecuado para tomardecisiones. Y ahora iba a demostrárselo a loscríticos del propio PP».

Dos días después saltó la verdadera bomba: eltitular de Industria, Josep Piqué, era nombradoministro portavoz del Gobierno, al tiempo que elentonces secretario de Estado para el Deporte,Pedro Antonio Martín Marín, pasaba a ocuparsede la Secretaría de Estado de la Comunicación.

Harto de aquella batalla de gestos, más que depalabras, que le habían planteado quienesdeseaban la pira de MAR, Aznar hizo los cambiosa espaldas de todos, con clara intención de marcarlos territorios, para que supieran quién mandabaallí. Y eligió, además, a Piqué, el candidato quemenos podía apetecer a Rodrigo Rato,precisamente el ministro que más se había movidoen contra de Rodríguez.

Los aspirantes al puesto dentro del propioGabinete eran muchos. Lo quería Arenas, seguro

de contar con las condiciones necesarias para elcargo; lo pretendía Loyola de Palacio, quien llegóa estar convencida de ser la elegida; e igualmentelo deseaba Rajoy, y todos llamaron al reciénnombrado tras la fumata bianca para felicitarle,oye, si no he sido yo, me parece bien que seas tú…Piqué no suponía entonces una humillación paranadie, porque no era del PP. Era un estado degracia que podía terminar abruptamente el día queel nuevo portavoz dejara entrever de forma más omenos explícita cualquier adicional apetencia depoder.

Para Carlos Aragonés, el ticket Piqué-MartínMarín era una opción perfecta, porque Antoniocompensaba las posibles carencias de Piqué yrepresentaba un estilo totalmente distinto al deMAR, con la seguridad de que las cosas se iban ahacer de otra manera.

* * *

A los amigos del catalán les sorprendió más«la aceptación que la proposición». Entre él yAznar se había establecido una relación deconfianza guiada por el descubrimiento paulatinode las habilidades del catalán como hombre que seexplica bien, que construye con solidez losargumentos y los expone con un claro afánpedagógico.

Al margen de ese anhelo didáctico, Piqué, unpragmático puro, listo y ambicioso, le habíaservido con acierto en un ministerio clave, conactuaciones tan importantes como la política deprivatizaciones, la liberalización eléctrica, lareestructuración del acero, los acuerdos de laminería y astilleros…

Su labor al frente de Industria ya estaba enbuena medida concluida, hasta el punto de que

había llegado a adelantar al presidente su deseo deabandonar el Ministerio enarbolando la banderade la «misión cumplida» para pasar de nuevo a laempresa privada. Piqué era un hombre de grandesaspiraciones en ese terreno, en cuyo camino sehabía cruzado la bella Esther Koplowitz paraofrecerle un cargo similar al que Óscar Fanjuldesempeñaba a la vera de su hermana Alicia, contan buenos resultados para el bolsillo de ésta.

Pero la llamada de Aznar, apenas tres díasantes del anuncio oficial, cumplía todos losrequisitos para hacerla irrechazable. Comoministro portavoz, se iba a encargar de los temasde estrategia, de dar la cara tras los consejos deministros de los viernes y de la relación con losgrupos mediáticos para tratar de poner paz en esefrente, una enfermedad crónica del Gobierno. Nohacía falta ser un lince para prever que si el nuevoportavoz lograba sellar la paz en ese delicadoterreno, y además conseguía centrar los mensajes,

su cuota de poder iba a crecer en proporcióndirecta a la evolución favorable de las encuestas.Era la estrella ascendente del universo Aznar. Unhombre llamado inevitablemente a grandes metas.

¿Podría Piqué entrar definitivamente al trapode la política, olvidando sus aspiraciones en elcampo de la empresa privada? Sólo si Aznar eralo suficientemente listo como para ofrecerle elpuesto adecuado, y ése no era otro que elMinisterio de Economía y Hacienda.

Su nombramiento desconcertó a Pujol ycompañía. Para el presidente catalán, la dimisiónde MAR tampoco fue una buena noticia. Porrazones parecidas a las del PSOE, la agresividadde Rodríguez le permitía seguir jugando conimpunidad el papel de moderado, de políticoresponsable forzado, malgré lui, a seguirapoyando a Aznar para asegurar la gobernabilidadde España, y ello a pesar de los insultos ydesplantes de ese tal Rodríguez.

De pronto, la combinación de tener a Maragallen Barcelona y a Piqué en Madrid dejaba alHonorable prisionero de un sandwich tanpeligroso como inesperado. ¿Quién podíadiscutirle al nuevo portavoz su catalanidad?Hablando con la mesura y el seny propio de sucondición, Piqué desmontaba buena parte deljuego dialéctico que había mantenido vivo a Pujoldurante décadas. Y algo más: hacía añicos lacondición de CiU como peculiar gestoría de losintereses de la clase empresarial catalana enMadrid. Los empresarios del Instituto de laEmpresa Familiar, un poderoso lobby del quePujol se decía valedor, podían ya hablar enMadrid con un ministro catalán sin necesidad depasar por el fielato de los «convergentes». Era lopeor que le podía pasar al Honorable.

Moviendo sus bazas con habilidad, Aznarhabía desmontado la estrategia de conflicto quetanto convenía a Pujol para arropar su inacabable

lista de reclamaciones ante Madrid. Y lo habíahecho, además, sin darle la oportunidad deprotestar.

Con despacho en Moncloa, Piqué se integrabade forma automática en los famosos «maitines» delos lunes en Génova, al lado del núcleo más durodel aparato. Frente a MAR, su ventaja comoministro portavoz estribaba en poder llamar a unministro y, además de impartir doctrina, ponerlefirme. Pero eso implicaba meterse de bruces en lacocina del PP, y seguramente hacerse militante delpartido. Y en ese momento Josep Piqué ya nopodría seguir jugando el mismo amable juego delpasado reciente, el juego del independiente que noes enemigo de nadie porque a nada aspira,estrategia que tan buenos dividendos le habíaproporcionado en Industria.

Aznar le había hecho un encargo principal, yera sentar las bases para la firma de una pazhonrosa con Jesús Polanco, «arréglame eso», y a

ello se aplicó con renovado entusiasmo el nuevoministro portavoz, convencido de que lasinceridad de su oferta, la fluidez de su verbo y lafuerza de sus argumentos obrarían el milagro deacabar con el principal problema con el que habíatropezado el presidente en su camino.

Fumar la pipa de la paz con Polanco implicabaabandonar definitivamente la idea primigenia deMAR de dar vida con paraguas oficial a un grangrupo mediático capaz de competir con garantíafrente a Prisa, hacer, en suma, el anti-Prisa, unatarea a la que se había aplicado con desigualdedicación Juan Villalonga desde la presidenciade Telefónica.

«Queremos abandonar ese experimento —aseguraba el propio Piqué nada más tomarposesión de su cargo— para orientarnos en otralínea radicalmente distinta, que consiste en alentarla aparición, en igualdad de condiciones, de todasaquellas iniciativas empresariales que puedan

surgir en el mundo mediático, dejando que sea elmercado quien coloque a cada una en su sitio.Apostar por el modelo “anti-Prisa” implicaba, porlo demás, un riesgo muy fuerte, porque, en caso deperder el Gobierno dentro de un par de años, elnuevo grupo pasaría a engordar directamente lasfilas del batallón mediático del PSOE, con lo cualla derecha podría despedirse de volver alGobierno durante mucho tiempo. La idea dediversificar los poderes mediáticos es, pues,mucho más rentable, natural y lógica».

Bellas palabras, sin duda, capaces de arrancaruna gozosa carcajada de las fauces de JesúsPolanco. Muy pronto, sin embargo, se iba a enterarel virginal ministro portavoz con quién se estabajugando los cuartos.

* * *

La idea de Piqué de arrinconar el proyectooriginal de MAR, al margen de abrir un seriointerrogante sobre el grupo mediático liderado porTelefónica, era consecuente con el corpusdoctrinal que José María Aznar estabaprecisamente lanzando a la sociedad española: elviaje —o el viraje— al centro del PartidoPopular.

¿En qué se iba a concretar ese viaje al centropolítico durante el resto de la legislatura? «Larespuesta tiene una parte de estilos y otra decontenidos —aseguraba el propio Aznar—. Creoque hemos hecho muchas cosas y que ahora llegael momento de ver la coherencia de todas ellas.Desde el punto de vista de las tareas de laPresidencia, mi obligación es provocar el impulsonecesario para que el país dé un salto haciaadelante que consolide su futuro de la mano de unafuerza política de raíz claramente liberal, muycentrada, capaz de entrar con plena fortaleza en el

siglo XXI sin ninguno de los complejos yadherencias del pasado reciente. Todo eso hay queconcretarlo en detalles políticos, pero lo que másme interesa ahora es afianzar la coherencia de laslíneas maestras de este proyecto, que se resumenen la consolidación de un programa liberal capazde cambiar estructuras y mentalidades y depropiciar ese definitivo salto hacia adelante delpaís».

Al margen del disgusto que, para un hombreque bajo esa capa de frialdad esconde grandesdosis de afecto con los amigos, había supuestotener que prescindir de Rodríguez, José MaríaAznar estaba políticamente contento, porque laoperación le había salido casi redonda, comoenseguida se encargó de demostrar un sondeo:400.000 votos de diferencia a favor del PPinmediatamente después de anunciado el relevo.

Y algunos empezaron a alimentar la tesis deque, puesto que el cambio había sido bueno y a un

coste casi cero, el presidente podría animarse ahacer algún otro de más enjundia en su equipoministerial. Sin embargo, al presidente lo querealmente le atraía era agotar la legislatura con elmismo Gobierno.

Frente al contento de Aznar, un clima deincertidumbre se apoderó de pronto de algunos delos más significados aliados mediáticos con losque había contado para llegar a Moncloa.

Era el caso de Pedrojota que, como otrosmuchos periodistas que habían seguido laperipecia de Aznar, se preguntaba si esa salidarespondía a un simple movimiento tácticodestinado a mejorar la imagen del Gobierno o si,por el contrario, era el primer síntoma de uncambio estratégico mucho más profundo cuyorelato secuencial incluiría la dimisión de MAR,primero, el abandono por Cascos de la SecretaríaGeneral del partido, después, y, finalmente, elpacto o la entente cordial con Jesús Polanco,

asunto que implicaba un riesgo muy fuerte para ElMundo.

Pedrojota sospechaba que Rodrigo Rato, quetanto había tenido que ver con la salida deRodríguez de Moncloa, podría ser la piedraangular de ese pacto, un acuerdo que podría estarbasado en los siguientes términos: paz fiscal paraPrisa a cambio de paz mediática para el Gobierno.

Otro pilar de la operación sería JuanVillalonga, igualmente necesitado de un respirofrente al cañoneo inmisericorde al que le teníasometido el Grupo Prisa. El elemento capital delpacto sería la firma del acuerdo para la fusión delas respectivas plataformas digitales, lo quealejaba a Polanco de la amenaza de la suspensiónde pagos para Sogecable, fusión que precisamentese iba a hacer pública el 21 de julio, apenas unosdías después de los cambios operados enMoncloa. Villalonga, cuyo papel quedaba relegadoentonces al de un simple peón de Aznar, se

desentendía definitivamente de la idea de formarsu propio grupo mediático, entregando la defensade sus intereses a la magnanimidad del padronePolanco y su Grupo. Pero, ¿es que alguien en susano juicio pensaba que Prisa podía ayudar al PP aganar las próximas elecciones generales?

La situación, desde el punto de vistamediático, no podía ser más desalentadora para laguerrilla que se negaba a aceptar la pax polanquil.Hacía justamente un año, en la primavera del 97,parecía a punto de caramelo un gran grupo decomunicación alternativo a Prisa. Doce mesesdespués no sólo no existía tal grupo, sino que lasituación en el frente anti-Polanco estaba presididapor la inestabilidad y la fragmentación: el ABC sehabía pasado al frente «enemigo», encantado sudirector de poder comer de cuando en cuando conel director de El País; la COPE se encontrabasacudida por las tensiones internas provocadas porla desaparición de Antonio Herrero; Onda Cero

andaba metida en pérdidas, y El Mundo navegabaa media máquina, con el timón averiado a cuentadel misil que había supuesto el vídeo contraPedrojota.

Las filas «polanquistas», por el contrario, contodos sus aditamentos (La Vanguardia, ElPeriódico de Catalunya y chalupas menores talque El Siglo o Cambio 16), estaban más unidas ycrecidas que nunca tras la victoria sobre el juezGómez de Liaño.

El de los medios de comunicación era, sinduda alguna, el punto flaco del PP, o más bien superro flaco, un can famélico al que todo se levolvían pulgas. Todo lo demás, por supuesto elenvite de los nacionalismos, e incluso la Justicia,era herencia de un pasado o materia de unospactos que resultaban imprescindibles para seguirgobernando, algo, en suma, con lo que había quetragar, mientras que la política con los medios decomunicación no podía haber sido peor.

* * *

En plena primavera del 98, el distanciamientoentre Aznar y el grupo de periodistas que habíacontribuido de forma más o menos decisiva aauparle a la presidencia del Gobierno de la naciónera un hecho.

Semanas antes de los cambios descritos, el 1de mayo de 1998, Fiesta del Trabajo, José MaríaAznar, que al día siguiente debía asistir enBruselas a la cumbre de jefes de Estado y deGobierno, invitó a cenar en Moncloa a LuisHerrero y a Federico Jiménez Losantos.

En el curso de la cena, a la que asistió el hijomayor del matrimonio Aznar, el presidente vertióduras palabras contra ese grupo al que losPolancos llaman «el sindicato del crimen»,comandado por dos personalidades tan fuertescomo las de Pedrojota Ramírez y Antonio Herrero,

a quien en concreto acusó de estar absolutamenteradicalizado, echado al monte de una crítica sinninguna proporción, un francotirador dispuesto adisparar contra todo lo que se moviera. Eso era tancierto, afirmó, que su hijo, allí presente, unimpenitente fan del locutor, le había dicho que yano lo soportaba, que apagaba la radio…

Al día siguiente, Antonio Herrero fallecíaahogado en aguas de la bahía de Marbella cuandopracticaba submarinismo.

Naturalmente, los invitados a la cena relatarona José María García, el célebre «Butanito», lostérminos de la cena y las críticas vertidas por elpresidente contra Antonio, lo que motivó que ellunes 4 de mayo, en el primer programa de LaMañana de la era post-Herrero, conducido alalimón por Luis Herrero y García, este últimocerrase la tertulia, al filo de las diez de la mañana,con un durísimo ataque contra Aznar, en el quellegó a decir que no le perdonaría nunca que no

hubiera asistido al funeral de Antonio en Marbella,al que habían asistido nada menos que tresministros del Gobierno. Aznar se había excusadoen privado: «Yo sólo voy a los funerales por lasvíctimas del terrorismo».

El domingo 9 de mayo, Pedrojota dedicaba suartículo a la memoria de Antonio Herrero. Lointeresante estaba en el último párrafo, todo unmensaje de despedida a José María Aznar: hemoshecho lo que hemos podido; la muerte de Herreroreduce nuestras fuerzas, y es hora de que jueguequien tiene que jugar. En suma, señor Aznar:defiéndase usted solo…

Justo un día antes, Luis María Ansón habíapublicado una «tercera» en ABC titulada «¿Quiénteme a José Borrell?», en la que aconsejaba alGobierno realizar cambios en la política decomunicación, porque había periodistas «ligerosde cascos», que estaban pensando en apoyar aBorrell. De hecho, son muchos los que piensan,

empezando por el propio Ansón, que si al leridanole hubiera salido bien el debate sobre el estado dela Nación ahí mismo se habría acabado Aznar, unpresidente desprotegido, debido a la ausencia deun aparato mediático razonablemente engrasado enderredor.

* * *

Pero, ¿qué podía pasar, en efecto, conFrancisco Álvarez Cascos? ¿Iba a ser la nuevavíctima propiciatoria de esa súbita pasión por elcentro que le había entrado a la derecha española?

El «gurú» presidencial, Pedro Arrióla, lo teníaclaro: «Ni hablar. En primer lugar, porque PacoCascos es el músculo político de este Gobierno.En segundo, porque Paco es imbatible desde elmismo momento en que ha sido él quien ha dicho

que quiere irse, se lo ha dicho claramente a Aznar.Recién casado, y ya con una buena edad en suhaber, lo normal es que quiera tomar otrosderroteros, entre otras cosas hacer su pequeñopatrimonio, porque él no piensa, como otros, enllegar a presidente del Gobierno, y por tanto notiene que casarse con Polanco ni con nadie paraver cumplida esa ambición. Yo creo que aguantarácon Aznar en el Gobierno el tiempo que Aznarquiera, pero no en el partido».

Aznar, un tipo no sólo inteligente sino listo —cualidad que poca gente le reconoce—, eraplenamente consciente de que Cascos, aparte deser «el defensor del vínculo» entre Gobierno ypartido, constituía un alfil de vital importanciapara él, un peón que los Polancos quisieronsiempre derribar para hacer posible el jaque mateen el ajedrez del poder.

Los idus no le eran ciertamente favorables aCascos. Al margen de las buenas palabras de

Arrióla, el vicepresidente se enfrentaba a una seriede handicaps que hacían muy difícil susupervivencia política. El primero era el nuevomodelo de partido pretendido por Aznar, que, enesencia, consistía en buscar desde la derecha loque Blair había encontrado desde la izquierda. Ellíder británico, en un proceso muy similar al queluego seguiría el alemán Schroder, había centradoel laborismo, metiendo en el redil socialdemócrataal ala radical, y al final le había salido un partidode diseño con el que estaba haciendo políticas decorte liberal, a las que añadía algunos toquescompasivos con los teóricos ideales de laizquierda.

Aznar pretendió en el verano del 98 seguir lospasos de Blair desde la derecha. Su objetivoconsistía en instalar al PP en el gran caladero devotos del centro, desplazando al PSOE de esasaguas y poniendo en marcha un centroposmoderno, ambiguo, comprensivo y difuso,

ideológicamente descafeinado pero capaz delograr la mayoría parlamentaria. Esteplanteamiento requería buena imagen pública,capacidad de diálogo, suavidad en las formas,flexibilidad en los planteamientos, competenciatécnica, grandes dosis de pragmatismo y unacalculada desideologización… ¡Josep Piqué! Heahí el hallazgo. Piqué era el perfecto representantede ese tipo de partido complaciente con todo elmundo, dispuesto a hacer honor a la frasepronunciada por Blair ante la Asamblea francesa:«Las políticas económicas no son de derechas nide izquierdas; son las que funcionan y las que nofuncionan».

Miguel Ángel Rodríguez no tenía sitio en esenuevo esquema, y a Álvarez Cascos le ocurría algoparecido. Cascos, un hombre de una pieza, paraquien la palabra dada sigue teniendo un valor, noencajaba tampoco en la foto de ese tipo de partidooportunista y centrado, un partido en el que ya no

eran imaginables las batallas digitales de laprimera mitad del 97, que eran precisamente lasque había librado Cascos como mariscal de campode Aznar.

«Todos nosotros estamos viajando hacia elcentro desde que teníamos uso de razón en AP —protestaba el afectado—. Fraga escribió «la teoríadel centro». Él fue quien primero teorizó sobreello, aunque quien lo llevó a la práctica fue AdolfoSuárez. El objetivo de situarse en el centro delarco político está en el abecedario de cualquierpartido democrático en un sistema parlamentario.En ese viaje al centro, el eslogan de nuestroCongreso de Sevilla, año 90, fue precisamente elde “centrados en la libertad”. De manera que lo deese giro no es una pirueta, no es un “pronto” que lehaya dado a Aznar».

En efecto, se trataba de un viaje antiguo,iniciado en el 89 y alumbrado por el deseo depromover una gran renovación política con gente

joven, muy leal y con aptitudes. El hombre que ensu día elaboró ese mensaje fue Arturo Moreno,primer vicesecretario electoral, un tipo inteligente,políticamente muy dotado para captar en cadamomento la temperatura de la sociedad, que haseguido colaborando con Aznar en la sombra,suministrando papeles e ideas, durante todos estosaños y que hoy trabaja en Telefónica Media.

Sin embargo, aquel proceso sufrió un bruscofrenazo con motivo del caso Naseiro, unaoperación de Ferraz, seguramente en connivenciacon los aparatos de información del Estado, en elque se vio implicado de lleno Arturo Moreno.Aquello fue utilizado por ciertos sectores de laderecha para quitar poder a Aznar y paralizar elproceso de renovación.

«Lo que pasa es que el centro no es un puntofijo, inamovible, en torno al cual giran los usos ycostumbres sociales, sino un espacio que hay quearticular todos los días —prosigue Álvarez

Cascos—. De ahí la teoría del “centrorenovación” de Aznar. Lo cual obliga a unaconstante peregrinación hacia ese centro ideal,entendido como la necesidad de ajustar, sintonizarcon las demandas sociales de la mayoría. Portanto, en la medida en que se mueve la mayoría setiene que mover el partido, renovando suspropuestas y adaptándolas a los tiempos quecorren. De otra forma sería muy fácil: bastaría conelaborar un programa y repetirlo hasta la saciedad.Pero, lógicamente, el contenido de un programa decentro para las elecciones del año 2000 no es elmismo que para las del año 82».

Sin embargo, para Guillermo Gortázar,responsable del área de formación del PP, «elcentro no existe. Nadie sabe lo que es. Lo que síexisten son tintes y valores de izquierda y tintes yvalores de derechas y éstos se pueden ejercer conmoderación o con mala educación. La tendenciaactual, según la cual para moderar los perfiles

políticos hay que renunciar a la ideología, meparece ciertamente absurda. A riesgo de pecar dereduccionista, la cosa está clara: los queanteponen la igualdad son de izquierdas y los quepriman la libertad son de derechas. E igualdadsignifica más intervención, más sector público,más presión fiscal, mientras que libertad implicaliberalizar, privatizar y reducir el papel del Estadoen la economía y la sociedad. Entonces, una vezestablecidos los valores de la derecha, si losllevas a la práctica de forma educada, sinimposiciones y con gente amable, pues estás dandouna imagen de centro. Pero es una cuestión deeducación, casi de familia…».

* * *

A lo largo del otoño del 98, el Gobierno de

José María Aznar se iba a aplicar con tanto celoen el giro al centro que quienes en cubierta seguíanpresentando una imagen de derechas salíandespedidos de la nave a un mar embravecido porla violencia del giro a babor.

Un buen ejemplo del desbarajuste ideológicoque el baile de disfraces estaba provocando en elPP lo constituyó la firma del nuevo acuerdo sobreel contrato de trabajo a tiempo parcial suscritoentre Gobierno y sindicatos, marginando a laCEOE, en un giro de ciento ochenta grados conrespecto a los criterios que, un año antes, habíaninducido al Ejecutivo a no interferir en lanegociación de la reforma del mercado de trabajoentre patronal y sindicatos.

La CEOE, indignada con el Gobierno, se negóa suscribir el acuerdo, pero el Ejecutivo ganabapor partida doble: abortaba la posibilidad deprotestas sindicales —cualquier cosa antes quemanifestaciones en las calles— y, además, la

actitud de la CEOE le proporcionaba un impagablepasaporte centrista.

Para Aznar había llegado el momento dealigerar equipaje. Nadie podía quejarse conpropiedad. Como presidente del Gobierno, habíaguardado fidelidad a la gente que le habíaacompañado en la dura travesía de la oposición yen la batalla campal contra el felipismo.

Había sido una pelea ciertamente dura,condicionada por la falta de carisma delcandidato. El PP, frustrado por la derrota del 93frente a un González enredado en todo tipo deescándalos, se vio enfrentado al siguiente dilema:Ya que no podemos atraer, vamos a hacer que elotro resulte repulsivo. Y entre 1993 y 1996 el PPse embarcó en una oposición muy dura. Había quedemonizar al PSOE, asunto ciertamente fácil, conuna oposición de una agresividad brutal que, comono podía ser de otro modo, tuvo también un costepara el atacante, gráficamente plasmado en la

imagen del dóberman. Hasta tal punto que en el 96se ganó, pero por muy poco. Y hasta tal punto que,tras más de dos años de Gobierno, con excelentesresultados económicos, paz social, entrada en laUnión Monetaria, etc., el despegue electoral seguíaresistiéndose.

Era necesario imprimir un golpe de timón,deshaciéndose de las caras más representativas deaquel período, dejando en la cuneta la carga másominosa, porque se trataba de construir un partidoamable, suave, moderado, receptivo a lasiniciativas sociales, a imagen y semejanza de loque estaban haciendo las nuevas generacionessocialdemócratas en Europa. Por eso caenRodríguez y Cascos. Por eso sube Piqué. Y pasa aprimer plano gente no contaminada en ningunabatalla, personas de perfil agradable, chicosguapos, sonrientes, buenos gestores, Rato,Zaplana, Rudi, Acebes, Pío…

Políticos en línea con la transformación del

partido en un centro reformista muy volcado alpragmatismo, entregado al seguimiento preciso dela opinión pública en cada momento, dispuesto alvaciado ideológico y al ayuno intelectual. Porque,además de hacer las cosas bien, y a pesar decontar enfrente con un partido sin liderazgo,sentado en el banquillo de los acusados, el PPnecesitaba embellecerse para terminar dedespegar.

De modo que, enfilando la Navidad del 98,Aznar decidió desprenderse de forma implacablede todo lo que oliera a derecha clásica, peleona,rancia, dispuesto a hacer olvidar esa época deenfrentamiento a primera sangre con el PSOE y aconvertir al PP en un partido de referencia en elque el español medio se sintiera reflejado,escuchado, amparado y comprendido. Sinideología, porque «lo que vale es lo quefunciona», en famosa frase de Blair.

* * *

El huracán Cascos aumentó su potenciacuando, el 12 de noviembre del 98, el diario ABCpublicó una nota, casi un suelto, asegurando que eldirector general de RTVE, Fernando López-Amor,«será relevado de su cargo con toda seguridad» enun próximo Consejo de Ministros. Era otro hombrecuya imagen se compadecía mal con la idea demoderación perseguida por el nuevo centroreformista de Aznar.

Estaba claro que aquélla era una operación dePiqué, un destello del grandísimo poder queatesoraba en sus manos la nueva estrella delGobierno Aznar, y fue Piqué quien filtró a suamigo y antiguo colaborador en Industria(secretario de Estado de la Energía), NemesioFernández Cuesta, actual presidente de PrensaEspañola, la inminente decapitación de López-

Amor cuando éste se encontraba retozando enCentroamérica, convencido de que aún lequedaban muchas lunas al frente de RTVE.

Si hubiera sido listo, el director general delente público se habría dado cuenta de que teníatodas las papeletas en la mano para ejemplificaren su cabeza, o al menos apoyar con ella, el giro alcentro. Porque a su imagen agresiva López-Amorunía una condición insólita en un cargo tansometido al vasallaje del poder político que lonombra: nuestro hombre había hecho de RTVE supequeño taifa y sobre él reinaba con totalsuficiencia y descaro, haciendo y deshaciendo a suantojo sin prestar la menor atención a lasrecomendaciones procedentes de Moncloa. ElGobierno, por aquello de no cambiar de burra,estaba decidido a aguantar con él lo que durara lalegislatura, pero la situación se había hechoinsostenible.

Piqué utilizó el ABC para lanzar la operación y

que no hubiera vuelta atrás. Se supone que con laanuencia de Aznar, de ahí que el recinto deMoncloa no entendiera el enfado del presidentepor haber perdido el control de losacontecimientos. En efecto, a Aznar le hubieragustado anunciar el cese de López-Amor porsorpresa y a continuación citar el de su sucesor,como ocurrió con MAR. Y ahora, por el contrario,estaba a remolque de los acontecimientos, aunquefuera él quien se encargara de modularlos.

El desconcierto duró veinticuatro horas enMoncloa, porque en la rueda de prensa delConsejo de Ministros del viernes (televisada porel Canal 24 Horas creado por el propio López-Amor) se anunció su sustituto: Pío Cabanillas.

La personalidad del sucesor de López-Amorcausó impacto. Hijo de uno de los políticos másfamosos del franquismo y de la transición, era, enopinión de un amigo de su padre, «un chico sano ymajo, que hasta hace un par de meses ocupaba un

cargo de responsabilidad en Sogecable, muyamigo de los hijos de Polanco y del abogadoMatías Cortés».

Todas las señales de alarma se encendieronentonces para muchos votantes del PP. Aquéllaseran demasiadas coincidencias como para quetodo fuera casual. Al contrario, estábamos ante unaoperación de gran calado que comenzó con ladestitución de MAR y el nombramiento de Piqué,siguió con la defenestración de Álvarez Cascos,continuó con las negociaciones para la fusión delas plataformas digitales, tuvo su punto fuerte en lavisita de Polanco a Moncloa y acababa de conocersu último episodio con la caída de López-Amor ysu sustitución por Pío Cabanillas.

Una explicación piadosa aseguraba queCabanillas había abandonado Sogecable de motuproprio y sin la menor idea de que terminaríadesembarcando en RTVE porque no soportaba aJuan Luis Cebrián. Pero alguna gente se

preguntaba: ¿se fue Cabanillas júnior deSogecable porque alguien le pidió desde Moncloaque así lo hiciera con tiempo prudencial? De serasí, estaríamos ante la piedra del arco del magnoacuerdo entre el Gobierno Aznar y el polanquismodestinado a lograr el apoyo del grupo Prisa decara a las próximas elecciones generales.

Cabreado o no con Cebrián, la cultura deljoven Cabanillas es Prisa cien por cien. Se tratabade un progre con el sello de garantía Polanco y elperfil del joven ejecutivo con aureola de másterque, sin embargo, no había gestionado gran cosa ensu todavía corta vida. Algunos veían en él unaréplica bastante ajustada, incluso en su capacidadpara la soberbia, de Mónica Ridruejo. «Pero ¿quédemonios ha gestionado este chico? Me alucinaque digan que es un “gestor” —aseguraba,sorprendido, un parlamentario popular—. Por lomenos espero que, si no es gestor, tampoco sea unsubmarino de Prisa».

Piqué era definitivamente el factótum de estecambio, porque el fichaje de Pío era obra delnuevo ministro portavoz, aunque «bien es ciertoque el “Presi” no tardó ni un minuto en comprarmela idea». Demasiado poder, demasiado rápido. Undetalle que no pasó desapercibido para elentramado de los felipancos. Sobre la jaima deAznar estaba emergiendo la estrella de un políticoen el que hasta entonces nadie había reparado yque, dotado de una capacidad de persuasióndesconocida en la derecha, podía convertirse en unenemigo de cuidado, ocasionando graves destrozosen el caladero de votos del PSOE.

El acierto o desacierto de los cambios no severía hasta la próxima cita electoral, laselecciones europeas, municipales y autonómicasprevistas para el 13 de junio del 99. Esa iba a serla reválida del viaje al centro del Partido Popularde José María Aznar.

8«HAY QUE MATARLOS A

HACHAZOS»

A Manuel Murillo, dirigente de los socialistashistóricos españoles en el interior, no lesorprendió la llamada matinal de Manuel Fraga. Elministro de la Gobernación del Gobierno de AriasNavarro le invitaba a cenar esa misma noche en unreservado del restaurante Jockey.

—¿Se trata de algún tema político?—Por supuesto.—¿Te importa si voy con Prat?—En absoluto.El ministro franquista y el socialista

represaliado se tuteaban. Era casi una imposiciónde don Manuel, nada melindroso en el trato,siempre sin pelos en la lengua, directo al grano. A

la mutua condición de gallegos se añadía lacircunstancia de que Murillo había estudiado conlas hermanas de Fraga y conocía mucho a sumadre, a cuya casa, en sus tiempos de estudianteen Santiago, había acudido en más de una ocasióna tomar café. Existía, pues, una relación amistosaentre ambos que el muro de la ideología no habíaconseguido borrar del todo.

Los contactos, como no podía ser de otro modotras la ruptura que impuso el franquismo, habíanquedado reducidos al ámbito político,directamente relacionados con la condición deMurillo como secretario general del PSOEHistórico. Con tal motivo, ambos habíanmantenido ya varias reuniones desde la muerte deFranco. Recién llegado de la embajada españolaen Londres, Fraga sabía que la democracia enEspaña seria una realidad tarde o temprano, y conella la existencia de partidos políticos, por lo quebuscó el contacto con los representantes de los

partidos tradicionales, a los que procuró unadiscreta protección en los últimos años de laclandestinidad, evitando cualquier exceso de loselementos ultras. «No quería que nos pasase nadaporque sabía que los partidos no tardarían en serlegalizados».

Pero cuando, en aquel primer semestre de1976, un poderoso Fraga, muy barnizado dedemocracia a la inglesa, le llamó para invitarle acenar, Manuel Murillo estaba lejos de sospechar latrascendencia del evento. El dirigente socialistahabía visitado con cierta asiduidad ese templo dela política y los negocios que es Jockey. Varíasveces había almorzado allí con otro gallego, OteroNovas, director general de Política Interior. Ytambién en Jockey el propio Murillo habíapresentado a Fraga a Victoria Fernández España,miembro de la familia propietaria de La Voz deGalicia, un periódico cuyo favor cultivaba donManuel. De esa presentación surgiría la relación

entre Fraga y Fernández España[16], que al pocotiempo pasaría a formar parte de Alianza Popular,partido con el que alcanzaría el escaño dediputada y el cargo de vicepresidenta delCongreso.

El ministro abordó en seguida el motivo de lacita, sin esperar siquiera a consultar la carta queamablemente un camarero había repartido entre loscomensales. Manuel Murillo sabía que, con Fragaal lado, no merecía la pena perder el tiempohusmeando entre la oferta gastronómica. DonManuel se encargaba de pedir por todos. DonManuel era así. Murillo recuerda un almuerzo enJockey con Víctor Salazar[17], otro socialistahistórico, en el que Fraga se empeñó en que susinvitados tomaran pescado, porque había unpescado «muy rico y muy gallego».

—Gracias, don Manuel, pero a mí me apeteceun filete —replicó Víctor Salazar.

—No, no, tú tomas pescado.

—Que no, muchas gracias, que tengo bastantecon un filete con patatas.

—Ni hablar. No le haga caso —insistíaterminante don Manuel ante el atribulado camarero—. Tráigale pescado.

Salazar zanjó la curiosa disputa con unapalmada en la mesa:

—Pero, vamos a ver, Fraga, ¿usted me hainvitado a comer o a comer pescado?

Aquella noche de la primavera del 76 no hubodiscrepancias con el menú. El asunto que les habíareunido parecía demasiado importante como paraperder el tiempo en detalles.

De acuerdo con la explicación de ManuelFraga, el Gobierno de Arias Navarro alentaba unarespuesta violenta a las acciones del terrorismoetarra. Arias estaba decidido a contestar a losatentados de la organización separatista con elbíblico «ojo por ojo y diente por diente». Habíaque hacer algo para detener aquella sangría.

Responder al terrorismo con su misma moneda.—Hay un plan elaborado, que tengo encima de

mi mesa y que Arias quiere impulsar sin demora.Un grupo de policías, que ya está seleccionado, seencargaría de llevar a cabo las represalias en elsur de Francia. Es gente consciente de que no vana servir para la democracia, de modo que una vezejecutada su misión de descabezar a la cúpulaetarra se retirarían, al extranjero incluso, con unbuen sueldo, y a correr…

Murillo y Prat, que había sido nombradopresidente del PSOE por el Congreso del interior,habían cruzado varias veces la mirada mientrashablaba el político gallego. Aunque el cargo teníamás de elemento decorativo que de ejecutivo,condición que recaía sin discusión en el secretariogeneral, a Murillo le gustaba contar con la ayudade Prat en aquellos eventos que se presumíanimportantes. Tanto Prat, viejo lobo de la política,como Saborit, experto en relaciones

internacionales, tenían siempre a punto ese sabioconsejo que brota de una dilatada experienciapolítica.

—¿Y por qué nos cuentas esto, Manolo?—Porque esto son palabras mayores. Esto es

un delito, y como estoy convencido de que lospartidos políticos van a ser una realidad en estepaís dentro de poco, no quiero pasar a la Historiacomo el que tomó una decisión de este calibre ensolitario. Por eso quiero que sepáis que este planexiste y que me digáis qué os parece, qué opináisvosotros.

Prat solía repetir, a modo de latiguillo, elmismo consejo a su compañero y amigo: «Antes dedecir nada, cuenta hasta diez». Pero esta vezMurillo no necesitó la ayuda de la aritmética.

—Me parece una locura.Prat lo miró con gesto aprobatorio. Tampoco

había necesitado recurrir a los números para llegara esa conclusión.

Manuel Fraga habló de «una docena defuncionarios» (policías) que, a través del ServicioCentral de Documentación (Seced), creado por elalmirante Carrero Blanco, tenían localizada a lacúpula de ETA en el sur de Francia condirecciones, movimientos, fotografías, etc. Todoestaba preparado. Era cuestión de ponerlo enmarcha. El plan consistía en secuestrar a losetarras, traerlos a España y liquidarlos.Eliminación fue la palabra utilizada por elpolítico gallego.

—Esa es una idea descabellada, Manolo, unabarbaridad, y como ciudadano, como periodista ycomo abogado no puedo decir otra cosa. Algoinaceptable desde todos los puntos de vista. Ydime una cosa, ¿tú crees que de esta forma vais aacabar con el terrorismo de ETA?

—En absoluto —corroboró Fraga—. Además,esas cosas siempre se acaban sabiendo, y ya nosólo por las responsabilidades penales que en el

futuro pudieran derivarse, sino porque la Historiaserá muy dura con una iniciativa de esta clase, y yono estoy dispuesto a asumir ese coste en solitario.

—¿Con quién más has hablado de esto? —preguntó Murillo.

—Con Gil-Robles,—¿Y qué te ha dicho don José María?—Lo mismo que vosotros. Que no le gusta el

tema. Que le parece una locura.—¿Y con quién más?—Con Miguel Boyer y con Felipe González.Murillo no le preguntó por la respuesta de los

jóvenes líderes del renovado PSOE salido deSuresnes. Las relaciones de Murillo y Felipe, másque malas, eran pésimas. «Estábamos a insultodiario en los medios de comunicación, y preferícallar. No quise saber más, aunque supongo que surespuesta fue también negativa».

Muchos políticos de la época estánconvencidos de que el padre de la idea era el

coronel Ignacio San Martín, director del Cesid,pero, fuera quien fuera el autor moral y materialdel proyecto, lo cierto es que Manuel Fraga, talvez porque no encontró apoyos o porquesinceramente era reacio a una iniciativa de aquellaclase, no puso en marcha el plan de «desmoche»de la cúpula etarra. Paralizó la iniciativa y la dejódormir el sueño de los justos.

* * *

Murillo permaneció expectante en los mesessucesivos, como sin duda quedaron Prat y el restode políticos a quienes Fraga había confiado suterrible secreto. No ocurrió nada. Tampoco en1977 y en los años sucesivos. La operacióncontinuó congelada bajo los mandatos de MartínVilla, Juan José Rosón e Ibáñez Freire como

ministros del Interior.¿Por qué entonces el empeño del PSOE en

endilgar a los gobiernos de la UCD la paternidadde la banda? ¿Por qué la protesta de tantosocialista honrado argumentando que existióactividad «en contra de las bandas terroristas»antes de la llegada del PSOE al poder?

Parece una evidencia que, con anterioridad ala Constitución del 78, incluso antes de latransición, existieron grupos más o menosincontrolados (el famoso Batallón Vasco Españolentre ellos), en una medida difícil de precisar porcuanto los organismos de seguridad gozaban deuna autonomía muy notable alentada por el propiosistema. Por un lado estaba la Policía, por otro laGuardia Civil y además los distintos servicios deinformación militares. Al no existir un controldemocrático de su funcionamiento, sus accionesquedaban impunes. No había que dar cuenta de loque pasaba, y tampoco había un Parlamento

democrático capaz de exigir responsabilidades.Durante el Gobierno de Arias Navarro, los

servicios de información estaban todavíacircunscritos a los tres ejércitos. El del Aire, elmás evolucionado, se había abierto ya a conceptosdemocráticos que todavía estaban lejos de prenderen las otras armas y, en consecuencia, su serviciode información se comportaba como un serviciomilitar, con labores centradas exclusivamente en elcampo de la defensa aérea del territorio.

El servicio de información del Ejército deTierra, en cambio, tenía objetivos mucho másambiguos, como corresponde al protagonismopolítico de que había disfrutado con la dictadura.Sus tareas no sólo abarcaban las laborespuramente militares, sino que también seimplicaba en el campo de las actividades políticascontrarias al Régimen. Este servicio fue el que,por ejemplo, actuó con saña contra la Unión deMilitares Demócratas (UMD).

Sin embargo, fueron los servicios deinformación de la Marina los que más sedistinguieron por su dedicación «política», en unaespecialización que eclipsó cualquier otraactividad. El primer pilar del Régimen, antes queel Ejército de Tierra, era la Marina, y susservicios de información gozaron de una enormeinfluencia bajo el almirante Carrero Blanco.

Además, en la Presidencia del Gobierno queentonces ocupaba el propio Carrero Blancotambién se encontraba el Seced, dondeproliferaban los marinos, y que en realidad era unservicio de defensa del Régimen. Coronando elpastel, el Ejército contaba con el servicio deinformación de la Junta de Jefes del Alto EstadoMayor, el llamado «Servicio de Documentación»,que tenía misiones de contraespionaje y unaoperativa más acorde con lo que podía ser unservicio de inteligencia tradicional.

En ese ambiente tuvo lugar el asesinato de

Carrero Blanco. Y aunque todos los servicios deinformación militares prestaron su apoyo paratratar de descubrir a los culpables, fue el deMarina el que se sintió con el deber y el derechode profundizar en la investigación y vengar elasesinato. Y fue ese servicio el que realizó algunasactuaciones en el sur de Francia con ese propósitode venganza, entre otras el asesinato de Argala,una operación que hubiera resultado imposiblellevar a cabo sin contar con una red de apoyosobre el terreno de la que sólo ellos disponían.

Los servicios de información de Tierra,Marina y Aire, más el Servicio de Documentacióndel Alto Estado Mayor, se integraron en 1978 enun sólo organismo, el Centro Superior deInformación de la Defensa (Cesid), que bajo losauspicios del general Gutiérrez Mellado empezó afuncionar ese mismo año.

El Cesid nació como un intento de poner ordenen el caos de unos servicios cuyas funciones se

solapaban y cuya operativa estaba reñida concualquier criterio democrático y de funcionalidad.Con el Cesid, Gutiérrez Mellado pretendiótransformar aquellos reinos de taifas en unainteligencia moderna, aunque en un primermomento resultó imposible evitar la influencia delos servicios anteriores, en general, y el lastre delos marinos, en particular. En efecto, quienes en unprincipio se hicieron con las riendas del Cesidprocedían de la Marina, cuyo protagonismo en losprimeros momentos fue evidente, porque eran elloslos que tenían experiencia en la lucha contra ETA.De ahí la figura del célebre don Pedro «elMarino», y de ahí que los dos primeros aspirantesa la jefatura de la Agrupación Operativa fueran unmarino y José Luis «Pepe» Cortina.

Los problemas de Adolfo Suárez con unosservicios cuyo funcionamiento desconocía y decuya lealtad desconfiaba quedan patentes en elhecho de que, cuando llegó a Moncloa, no pidió el

asesoramiento de esos servicios militares a la horade montar su seguridad. En realidad, Suárezdesembarcó en la Presidencia con la mochila alhombro. Carente del menor respaldo, hasta supropio centro de comunicaciones estaba trufadopor gente perteneciente a los distintos servicios.«No es que me vengan a servir —decía con ironía—, es que me vienen a controlar».

Suárez no tuvo más remedio que echarse enbrazos de la CIA norteamericana, que fue la que,de forma indirecta, le ayudó a organizar su propiaseguridad. La CIA y hombres como López deCastro, un comandante que en aquellos momentosactuó con auténtica lealtad a su persona, másalgunos otros que también le sirvieron confidelidad. Con estos antecedentes, y con unareforma política por delante que, entre otras cosas,incluía la legalización del PCE, estaba claro queAdolfo Suárez no tenía más remedio que soltar ellastre que suponían esos servicios y encargar a

Gutiérrez Mellado su transformación en lo quesería el Cesid.

Las dificultades fueron numerosas. En «LaCasa» recuerdan todavía la visita que el propioSuárez realizó para, en compañía del generalGutiérrez Mellado, explicar las intenciones delGobierno con respecto a la nueva institución y darunas directrices de funcionamiento democrático.Pues bien, cuando los políticos abandonaron eledificio, el entonces director, general BourgónLópez Dóriga, realizó una serie de comentariosdescalificando las palabras del presidente yseñalando que el centro de información pensabaseguir a su aire. «Estos han venido a decirnos loque tenemos que hacer, pero ya veremos nosotroslo que hacemos». Enterado de los comentarios deBourgón, Gutiérrez Mellado lo destituyó de formafulminante en veinticuatro horas y lo mandó areflexionar a Melilla.

El político abulense se sentía perdido en el

proceloso mundo de los espías. «¿Esto es cosa delos servicios?», preguntaba cuando ocurría algunaacción aparentemente inexplicable en el PaísVasco. «¿Quién controla esto?» Cuando llegó alpoder, el Batallón Vasco Español estaba dando susúltimas boqueadas. Suárez no sabía quién lo movíani a quién reportaba, y cuando preguntaba noobtenía respuesta convincente. La soluciónconsistía en comenzar a limpiar el patio de todosaquellos que pudieran estar relacionados con laguerra sucia y montar sus propios servicios deinformación. Fue la tarea que acometió GutiérrezMellado con la creación del centro.

De hecho, una de las primeras labores queemprendió fue realizar una amplia «operaciónlimpieza» consistente en jubilar a todos los quehabían tenido algo que ver en la lucha contra laETA de los primeros tiempos o que veníanmarcados por ella, caso del citado Pedro «elMarino» (que había estado relacionado con tipos

de la catadura de Jean-Pierre Cherid) y de otrosmuchos que poco a poco fueron desapareciendo dela escena. ¿El Batallón Vasco Español? Ahí estabacuando llegó Suárez, cierto, pero, en contra de latesis que esgrime el PSOE, fuera de todo controloficial.

Ahora bien, el GAL ¿comenzó a funcionarantes de la llegada del PSOE al poder? Como talGAL, nunca. Cosa distinta es que las actividadesde la guerra sucia comenzaran antes, pero durantela transición esa actividad nunca estuvo controladapor el Estado.

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Recién llegado Adolfo Suárez a la Presidenciadel Gobierno, con el Servicio Central deDocumentación instalado aún en el palacete de

Castellana 5, frente a la plaza de Colón de Madrid,Emilio Cassinello (miembro del Seced, diplomadode Estado Mayor en Guerrilla y alumno aventajadode la escuela de contrainsurgencianorteamericana), se le acercó un día con un recadopoco tranquilizador:

—Presidente, aquí hay un proyecto de luchacontra ETA que está en el cajón desde los tiemposde Carrero Blanco, ¿qué hacemos con él?

Suárez le respondió que no entendía de esostemas, pero que, en principio, lo que acababa deoír no le gustaba nada. Lo pensaría.

La cuestión se abordó en profundidad durantelas segundas vacaciones de verano, mes de agosto,de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno,en la casa que Antonio van de Walle, un coroneldel Ejército muy bien relacionado con losservicios de inteligencia españoles ynorteamericanos, posee en Bagur, Costa Brava, yen la que Suárez estaba invitado.

—¿Te importa que convoque aquí a mi gentepara una reunión? —pidió permiso al dueño de lacasa.

—En absoluto.Y allí, ante Fernando Abril, Gutiérrez

Mellado, Emilio Cassinello, Alonso Manglano y elpropio Van de Walle, Suárez realizó un análisis dela situación de la lucha antiterrorista y comentóque había un proyecto que, desde los tiempos deCarrero Blanco, llevaba varios años congelado, unplan que alguien le había recordado, y no tengoelementos de juicio, aparte de que no me gustanesas cosas, pero yo delego la decisión en quienrealmente sabe de estas cuestiones, que no es otroque el general Gutiérrez Mellado, un hombre quecuenta con mi total confianza, de modo que lo queél decida será respaldado por mí hasta el final.

Entonces tomó la palabra Gutiérrez Melladopara decir que no era partidario de esos métodos,que si pensara que de esa forma se iba a acabar

con ETA no habría problema en contratar losservicios de la mafia marsellesa para matar etarrasen el sur de Francia, pero que no creía en absolutoque ésa fuera la solución, y que además ese tipo deacciones no se podían realizar en un Estadodemocrático.

Y allí se acabó la historia de los GAL con laUCD. Lo que no quiere decir que, cuando FelipeGonzález llegó a Moncloa, no hubiera ya actuadoen el sur de Francia un «generosobatiburrillo»[18] de grupos parapolicialesespañoles: Triple A (Alianza ApostólicaAnticomunista), Batallón Vasco Español (BVE),Antiterrorismo ETA (ATE), etc., con un saldo denueve muertos y tres heridos. Se trataba de gruposy acciones difícilmente controlables desde elGobierno, dada la autonomía y libertad de quegozaban los distintos servicios y cuerpos deseguridad crecidos a la sombra del franquismo. Lamayor parte de esas acciones fueron llevadas a

cabo por mercenarios reclutados por losSantamaría, Ballesteros, Cassinello, Conesa,Martínez Torres et altri, soldados de fortuna quepertenecieron a la OAS francesa, la ultraderechaitaliana y los bajos fondos marselleses, tipos comoJean-Pierre Cherid, Carlos Gastón y GeorgesMendaille, que acabaron instalándose en la costamediterránea española.

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El programa electoral con el que el PSOE ganólas elecciones generales de octubre de 1982incluía entre sus principales objetivos (punto 4.5,sobre «política antiterrorista y contra lasubversión anticonstitucional») la necesidad deabordar globalmente el problema del terrorismo yla involución, convencidos de que una cosa

alimentaba a la otra, «Tanto el terrorismo deextrema derecha como el de extrema izquierda, elGRAPO y el independentismo de ETA», afirmabael documento, «sirven hoy de soporte a lasubversión anticonstitucional».

Sin embargo, lo que realmente preocupaba aFelipe y sus hombres recién llegados al poder erael riesgo de golpe militar. Y no sólo porque elsusto provocado por la intentona del 23-Fpermaneciera entonces muy fresco en la memoria,sino porque el mismo 27 de octubre, víspera de laselecciones generales que elevaron a González alos altares, el Cesid había abortado otra intentonacon sangre que, de haber triunfado, hubiera dejadoel 23-F convertido en un juego de niños.

De acuerdo con la documentación incautada alcoronel Muñoz, que contenía el plan deoperaciones, se trataba de un golpe de Estado entoda regla, con órdenes concretas sobre uso de lafuerza en caso de encontrar resistencia.

Nada supo la opinión pública de aquellaintentona. La debilidad del Estado democrático eratal que, en aquellos momentos, la más elementalprudencia aconsejaba no dar publicidad a loocurrido para no alarmar aún más a la población.Por fortuna, el Cesid llevaba meses siguiendo decerca los preparativos, lo que hizo posibledesmontarlo en la noche del 27-0. El Centro habíavenido realizando un gran esfuerzo de infiltraciónen áreas involucionistas, un proceso en el quedesempeñaron un papel destacado el coronel JuanAlberto Perote, que se haría luego famoso porotros motivos, y el teniente coronel Bastos, quellevaba el área de involución.

La suerte les sonrió una tarde en que, mercedal seguimiento a que estaba siendo sometido,descubrieron que Muñoz había estado visitando aMilans del Bosch en la cárcel, antes de acudir a laAcademia de Artillería de Fuencarral, dondeestaba destinado, de la que salió al caer la tarde

con un par de maletines en las manos.Por fortuna, Muñoz cometió el error de dejar

esa documentación en el maletero de su cochemientras asistía a una cena con Blas Piñar y otrosdestacados ultraderechistas. Los hombres delCesid, tras localizar el automóvil aparcado al ladodel restaurante Biarritz, procedieron a abrir elvehículo y fotografiar la documentación antes devolverla a reponer en sus carpetas como si nadahubiera ocurrido. Para su sorpresa, lo que allíhabía era una orden de operaciones para el díasiguiente, 28 de octubre, jornada electoral, con unobjetivo claro: acabar con el sistema democrático.El plan incluía el clásico esquema de intervenciónde medios de comunicación, especialmentetelevisiones y centros gubernamentales, y órdenesconcretas para poder utilizar la violencia si sediera el caso, «Ocupar y eliminar», decían lostextos incautados.

Acabada la operación, los agentes se

dirigieron al Centro, donde mostraron a EmilioAlonso Manglano la documentación intervenida.El director del Cesid se puso de inmediato encontacto con Alberto Oliart, a la sazón ministro deDefensa en funciones, quien decidió actuarpolicialmente ordenando el arresto de losconjurados.

Nada más ser nombrado ministro de Defensa,Narcís Serra se reunió con Emilio AlonsoManglano para ratificarlo al frente del Cesid(cargo para el que había sido nombrado porOliart) y transmitirle el deseo urgente del nuevoGobierno de abordar la involución y el terrorismocomo misiones principales del Centro. Y así loexpuso el propio Manglano a sus hombres deconfianza en la primera reunión que mantuvo conellos: «El Gobierno socialista me confirma en elpuesto, y nos impone dos misiones concretas».

Tras años de comprobar el frustrantecomportamiento de Francia en la lucha contra

ETA, la falta de colaboración francesa se habíaconvertido para los gobiernos de Madrid en unaespecie de obsesión que, a partir de octubre de1982, heredó el primer Ejecutivo socialista.François Mitterrand y los socialistas francesestodavía guardaban de los etarras una cierta imagenheroico/romántica como guerrilleros de la libertadcontra la dictadura franquista, visión que revelabaun desconocimiento palmario de la realidad de laConstitución española del 78 y del propio Estatutode Gernika, que otorgaba a los vascos grandesdosis de autogobierno.

Tras la primera entrevista que como presidentedel Gobierno español mantuvo con Mitterrand,Felipe González volvió a Madrid francamentecabreado por la soberbia de su colega, una especiede mariscal imbuido de la grandeur napoleónica,porque le había tratado «como un pobre de panpedir»:

—Les vamos a organizar a éstos un problema

terrorista en suelo francés que se van a enterar.En las filas socialistas (especialmente entre la

gente del Ministerio del Interior de JoséBarrionuevo) fue tomando cuerpo la idea detrasladar el problema del terrorismo etarra aFrancia. Había que darles una lección.Demostrarle a París que lo de ETA no era ningunabroma, y que tenían que empezar a colaborar conel Gobierno de Madrid.

En ese momento, el Cesid estaba en mantillasen el País Vasco francés. «Habíamos mandadoalgún agente durante el año 82, pero más enmisiones de sondeo que otra cosa —señala unafuente de La Casa—. Meros pinitos. Juan Ortuño,que entonces mandaba la unidad operativa, envió aun par de agentes a estudiar a la Universidad dePau. Y poco más. La exigencia del nuevoGobierno, sin embargo, supuso un paso adelante ydio un impulso decidido a las actividades delCentro en Francia. De pronto, empezamos a

tomarnos con verdadero entusiasmo la idea decombatir el terrorismo en el país vecino».

Lo cual estaba en perfecta sintonía con lafilosofía del programa electoral socialista, que, enun interesante precedente del espíritu que animó laaparición de los GAL, aseguraba que «el Estadono puede regatear medios humanos y materialespara establecer su poder e imponer la ley».

El Cesid veía la lucha contra ETA como unaoperación de inteligencia en la que no se debíadescartar ninguna de las alternativas, incluida laopción de la violencia. No excluir la actividadreal implicaba estar preparados para afrontarla siel Gobierno así lo ordenaba. Esa tarea se abordódurante los primeros meses de 1983, y consistió enpreparar la Unidad Operativa para su eventualparticipación en acciones violentas, sin descuidarla actividad de inteligencia propia de un serviciosecreto.

Esa dualidad, perfectamente compatible, quedó

reflejada en una serie de estudios realizados poraquel entonces en La Casa, en los que se recogenlos pros y contras del paso a la actividad violentafrente a las ventajas que, en cambio, representabauna actividad puramente de inteligencia. Taldualidad, señal de la inquietud que una eventualactividad armada producía en el Centro, estabapresente en el célebre documento —entre otros—del mes de julio del 83, la denominada «actafundacional» de los GAL, donde también quedabaclaro que el primer objetivo era el secuestro demiembros cualificados de ETA para trasladarlos aEspaña e interrogarlos.

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Como parte de su trabajo de inteligencia, elCesid se fue introduciendo con éxito en los

ambientes etarras del sur de Francia. «No sindificultades, logramos infiltrar gente en su entorno,lo que nos permitió mantener una vigilanciaconstante sobre los eventuales objetivos, viendocómo se movían, por qué medios, con quéayudas… Y ello, repito, como parte del trabajo deinteligencia, aunque sin descartar que un día nospidieran otra cosa».

Dos de tales agentes (cuyo despliegue en elpaís vecino no ha sido negado por nadie, nisiquiera por el teniente general Alonso Manglano)habían logrado acomodarse con tanta naturalidaden los medios abertzales del sur de Francia que,cuando consiguieron uno de sus principalesobjetivos (contactar y reclutar a «Monique», unamujer de triple nacionalidad, antigua colaboradorade la Policía francesa), remitieron un informe a subase comentando las características de laciudadana, las posibilidades que ofrecía, y otrossugerentes detalles que terminaban de esta guisa:

«En definitiva, que se ha entablado una buenarelación de amistad con ella, íntima si sedesea…».

En el mes de septiembre del 83, sin embargo,Juan Alberto Perote, jefe desde 1981 de laAgrupación Operativa de Misiones Especiales(AOME), se llevó una buena sorpresa. Uno de sushombres más cualificados, el sargento PedroGómez Nieto, que La Casa había enviado alcuartel de Intxaurrondo para coordinar lasoperaciones con Rodríguez Galindo, acudió muyexcitado a visitar a su jefe para contarle «elproblema que se nos avecina».

Los antiguos mercenarios de la OAS se habíanhecho viejos y de la mafia era mejor no fiarse.¿Quién podía, entonces, hacerse cargo, con elarrojo y la profesionalidad necesarios, de la tareade combatir al terrorismo etarra con sus propiasarmas? Nadie mejor que los agentes de la 513Comandancia de la Guardia Civil, los hombres

que Rodríguez Galindo dirigía con mano firme enel cuartel de Intxaurrondo, a pocos kilómetros dela frontera francesa. Y los aguerridos guardias deIntxaurrondo ya habían decidido llevar el terror alos santuarios etarras en el sur de Francia,pagarles con su misma moneda, enseñarles a vivircon el miedo al salir de casa, poner en marcha elcoche y doblar la esquina.

El problema que preocupaba a Gómez Nietotenía que ver con una reunión celebrada enIntxaurrondo, con el propio Galindo y otrosmandos del cuartel en la cabecera de la mesa, enla cual se había formulado una propuesta concretade actuación violenta en «Euskadi norte» deacuerdo con una orden de operaciones específica.«¿Qué va a pasar si nos metemos en esa historia?¿Con qué respaldo contamos? ¿Qué me puedeocurrir a nivel personal?» En el ánimo delsargento anidaba el temor a ser detenido un día porla Policía francesa, a recibir un tiro de los etarras

o a que, andando el tiempo, alguien le pudieraexigir algún tipo de responsabilidades.

Perote intentó tranquilizar a su hombre: «Vetetranquilo, porque entiendo que vais a contar con elrespaldado necesario. Yo le voy a trasladar estainformación al director del Centro, y si él no medice nada será que la iniciativa viene de arriba yno es una ocurrencia de un comandante o unteniente coronel loco».

La novedad cogió a Manglano aparentementepor sorpresa. Ningún síntoma de estar al corrienteo de sospecharlo siquiera. Muy al contrario: «Estolo tengo que elevar», dijo alarmado. Es entoncescuando escribió el polémico «Pte.» en la célebrenota de despacho. «Pendiente» o «Presidente», loque para Perote quedó claro es que Manglano setomó el asunto muy en serio: «Esto es algo muygrave, y hay que consultarlo», dijo textualmente. Ylo iba a consultar el viernes: «Pte. Viernes».

Las peores sospechas de Juan Alberto Perote

quedaron confirmadas días después, cuando elsargento López Nieto se presentó de nuevo en sudespacho con unas hojas manuscritas quecontenían la transcripción de una cinta en la quehabía grabado las reuniones operativas deactuación en Francia.

Era la prueba definitiva de lo que seavecinaba. Los hechos se encargaron de confirmarsus temores cuando, el 5 de octubre del 83, ETA(p-m) secuestró al capitán de Farmacia AlbertoMartín Barrios, un suceso que conmocionó comopocos a la opinión pública española y a suspoderes fácticos, y que iba a desencadenar lainmediata réplica de los GAL.

El cuerpo sin vida del capitán Martín Barriosfue encontrado con un tiro en la nuca el 19 deoctubre de 1983 en la proximidades de Galdácano.Fue un asesinato particularmente abyecto, queprovocó un sentimiento de indignación sinprecedentes en las Fuerzas Armadas. Unos días

después de ese acontecimiento, 24 de octubre, elperiodista José Luis Gutiérrez publicaba en Diario16 un texto revelador:

«“Hay que matarlos a hachazos. En la guerrano recibieron más que patadas en los cojones y,además, puestos de rodillas. Allí se vio la tallaque tenían estos vulgares asesinos. Había quedegollarlos porque a los chulos y a los asesinoshay que tratarlos con mano dura. Es la única vía”.Las líneas arriba reproducidas no han sidoextraídas de un comentario acalorado de una salade banderas, sino de la voz de irritación de todoun coronel del Estado Mayor y podrían servir deilustración al estado emotivo que, tras conocerseel infame asesinato del capitán Martín Barrios porETA, ocasionó una situación de alta tensión en lasesferas militares como no se recordaba desde losmeses dramáticos que precedieron al intento delgolpe del 23-F.

»Por otra parte —proseguía el periodista—, la

actividad intoxicadora durante las horasdramáticas de antes de ayer fue incontenible. Elministro de Defensa mantuvo contactos con elgeneral Alonso Manglano, responsable máximodel Cesid, para rastrear posibles movimientos enel seno de las Fuerzas Armadas a las reaccionesque la muerte del capitán Martín Barrios generabaen el colectivo castrense. Algunos generales yjefes hablaron informalmente y la conclusión fuesimilar a la de ocasiones anteriores: “Basta ya. ElEjército ha de intervenir activamente en la luchacontra el terrorismo. Las soluciones manejadasvan desde la abracadabrante invasión del PaísVasco a la reimplantación de la pena de muerte”.

»En este punto, las tesis de las citadas fuentesmilitares son de una claridad tan esquemáticacomo meridiana: “La lucha contra el terrorismo esuna guerra auténtica y en los estados en guerra haypena de muerte. Si, en cambio, se considera que noestamos en guerra, entonces a los terroristas hay

que tratarlos como a delincuentes comunes y, eneste caso, las salidas políticas son nulas”».

Un año después de la victoria electoralsocialista, el Ejército parecía de nuevo a un pasode la rebelión, aunque esta vez no en contra de lasinstituciones, sino por culpa de la supuestaineficacia de esas mismas instituciones para lucharcontra el terrorismo etarra. De nuevo el fantasmadel golpismo.

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Durante la celebración del juicio por elsecuestro de Segundo Marey, el testigo NarcísSerra, ex ministro de Defensa, mostró especialinterés en destacar el ambiente de crispación que,recién llegado al Ministerio, le tocó vivir conmotivo del secuestro y posterior asesinato de

Martín Barrios, y ello a pesar de que ni lasacusaciones ni el fiscal le apretaron en tal sentido.Aun así, Serra reconoció que se encontró«presionado» por la Junta de Jefes del EstadoMayor (JUJEM).

A preguntas del abogado de GarcíaDamborenea sobre si se había hablado de laintervención del Ejército en el País Vasco a raízdel asesinato, Serra respondió que «en esostérminos, no». Pero a continuación aclaró que,cuando se conoció la noticia, la Junta de Jefes delEstado Mayor pidió que, como había ocurrido engobiernos anteriores, se diera a los ejércitos unpapel en la lucha contra el terrorismo. Y, sin quenadie le preguntara, citó una reunión de la JUJEMen el Ministerio del Aire.

Respondiendo a una pregunta del abogadoManuel Murillo, «el testigo manifiesta que puededecir que recuerda el asesinato del capitán MartínBarrios. Recuerdo el funeral, la tensión en los

acuartelamientos de Bilbao, la entereza del padre.Recuerdo la reunión con la Junta de Jefes delEstado Mayor, que piden algún tipo deintervención».

Pero ¿de qué forma se lo pidieron a Serra? ¿Enqué términos Serra apaciguó esa exigencia? Elministro socialista vino a tranquilizar a losmilitares asegurándoles que no era necesaria suintervención porque ya se había tomado ladecisión de actuar por otra vía.

En la madrugada del 16 de octubre, tres díasantes de que apareciera el cuerpo sin vida delcapitán Martín Barrios, un comando de la GuardiaCivil secuestró en Bayona a dos simpatizantes deETA, José Lasa e Ignacio Zabala, de los cualesnada volvería a saberse hasta que, en 1995, susrestos aparecieron en un pueblo cercano aAlicante. Fue el pistoletazo de salida de los GAL,así bautizados por Julián Sancristóbal, entoncesgobernador civil de Vizcaya. Había llagado la

hora de la venganza.«Mi opinión —sostiene Manuel Murillo— es

que cuando se celebró la reunión de la Junta deJefes de Estado Mayor a la que alude Serra el planya estaba en marcha». El lanzamiento de los GALse decidió en la primavera del 83, en el curso deuna reunión que duró veinticuatro horas y que tuvolugar en una finca del Icona situada en la sierramadrileña, concretamente en El Espinar, segúnexplicaron durante la instrucción del caso RicardoGarcía Damborenea y Julián Sancristóbal. Entrelos asistentes a esa reunión se encontrabanBarrionuevo, Vera, Elgorriaga, Txiki Benegas,Ramón Jáuregui, Enrique Casas y los propiosSancristóbal y Damborenea. «Al final de unajornada agotadora, y después de no pocasdivergencias entre los asistentes, se aprobó pormayoría tirar para adelante e ir a ver a Felipe».

Dos días después del secuestro de Lasa yZabala por guardias civiles de Intxaurrondo,

policías de la comisaría de Bilbao llevaron a cabosu particular «debut» en el terrorismo de Estadocon el intento de secuestro en Francia del etarraJosé María Larretxea Goñi, dirigente de ETA (p-m). Al frente de la operación, el comisarioÁlvarez había colocado a un hombre de su enteraconfianza, Jesús Gutiérrez Argüelles, que ya habíatrabajado a sus órdenes en Barcelona y que iba aestar acompañado por tres geos.

La operación consistía en secuestrarlo enFrancia, traerlo a España y eliminarlo. Larretxeasalvó el pellejo porque los secuestradoresfracasaron en su empeño. El automóvil de los geoslo embistió y derribó de la motocicleta queconducía cuando circulaba por una carreterasecundaria. A continuación intentaron introducirloen el coche, pero era muy gordo, no cabía yademás se defendía con todas sus fuerzas. «Eramuy alto y pesaba más de cien kilos, se resistió ygritó», declaró Argüelles durante el juicio. En ésas

estaban cuando un coche patrulla de la Policíarural francesa hizo su aparición en escena, con elcorolario de que el inspector y los tres geos fueronconducidos a comisaría, donde fueron acusados delesiones y posteriormente encarcelados.

Jesús Gutiérrez declaró en el juicio que,cuando volvieron a España tras ser excarceladosel 8 de diciembre de 1983, recibieron miles detelegramas y cartas de felicitación «de altoscargos, de alguien del Tribunal Supremo, de laFamilia Real…». El ciudadano español SegundoMarey no recibió ningún telegrama de felicitación.

El Cesid supo inmediatamente que el intento desecuestro de Larretxea era una acción de laPolicía. «Empezamos a tener la certidumbre deque algo estaba pasando que el Centro nocontrolaba. Otros organismos de Seguridadestaban actuando al margen de La Casa». Lo quede misterio pudiera haber en aquel súbitovendaval contraterrorista quedó rápidamente

confirmado por el silencio cómplice de unos y lasconfidencias de otros, si es que el testimoniodirecto de los agentes que La Casa teníadestacados en esos cuerpos no hubiera sidosuficiente, ¿o es que Gómez Nieto estaba devacaciones en Intxaurrondo?

Y lo que estaba pasando es que los GALhabían empezado a actuar, y lo hacían por unadoble vía: por un lado, la Guardia Civil,fundamentalmente desde el famoso cuartel deIntxaurrondo en San Sebastián, centro neurálgicode la actividad contraterrorista, y por otro, lapropia Policía desde la Jefatura Superior deBilbao, al frente de la cual estaba Francisco(«Paco») Álvarez, comisario general y número unode su promoción, que había llegado por méritosprocedente de Barcelona, donde había dirigidocon gran éxito la Brigada Antiatraco. En Bilbaoestaba también Julián Sancristóbal, gobernadorcivil de la provincia, y García Damborenea, de la

Ejecutiva del PSOE y uno de los principalesinspiradores de la respuesta violenta a ETA.

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Tras el fiasco del secuestro de Larretxea,excelsa representación de la chapuza a laceltibérica manera, se puso en marcha la variantemixta de utilizar policías dentro de España ymercenarios fuera, a quienes se pagaba con fondosreservados. Es así como se llevó a cabo laoperación Segundo Marey, el «secuestro de unviajante» que dijo Raúl del Pozo.

En la noche del 4 de diciembre de 1983, dosmercenarios franceses contratados por el policíaJosé Amedo llamaron al domicilio de SegundoMarey, un español natural de Irún pero residenteen la localidad francesa de Hendaya, representante

de material de oficina, que en ese momento habíasubido al piso superior a lavarse las manos antesde cenar mientras contemplaba por la televisión unepisodio de Benny Hill. En eso estaba cuandosonó el timbre. Su esposa acudió a abrir. Al bajarvio la puerta abierta. No pudo ver más. Doshombres le golpearon y arrastraron, descalzo y conlas gafas rotas, hasta introducirlo en un Peugeot505 gris conducido por otro mercenario que pocodespués sería detenido. En realidad, el objetivo delos secuestradores no era Marey, sino el etarraMikel Lujua, que vivía a dos kilómetros de la casade Segundo (y a quien éste conocía de vista), peroel error no se descubriría hasta varias horasdespués. Marey vive porque no teníaabsolutamente nada que ver con ETA.

Los secuestradores de Segundo Marey hicieronentonces público un comunicado en el queaseguraban que si los policías españoles detenidosen Francia, acusados del intento de secuestro de

Larretxea Goñi, no eran liberados en cuarenta yocho horas, «ejecutarían» a Marey.

Estuvo diez días encerrado en una cabaña deColindres (Cantabria), diez días que le parecierondiez años, diez días drogado, en pijama, enzapatillas y encapuchado… En su relato ante elSupremo contó que sufrió alucinaciones durante elperíodo que estuvo con los ojos tapados, lo queatribuyó a haber sido drogado, que sólo recordabauna comida, que hacía mucho frío y que siemprecreyó que iban a matarlo. «Yo quería que memataran». Marey es, en este sentido, unsuperviviente del perenne Auschwitz que seesconde en cualquier Gobierno no democrático yen muchos sedicentemente democráticos.

«¿Les preguntaba él si iban a matarlo?», quisosaber la abogada de Marey durante el juicio. «Enalgunas ocasiones lo preguntaba. Lo recuerdo conpena», respondió el acusado Hens, uno de lospolicías que lo custodiaron.

«Era habitual mantener encapuchados a losdetenidos —aseguró durante el juicio el comisarioSaiz Oceja, otro de los procesados—, para que noreconocieran a los agentes. Después se prohibióesa práctica por motivos de derechos humanos…No sé, ahora la Ertzaintza lo hace al revés: seencapuchan ellos para que no los reconozcan».

«Uno me dijo: “Segundo, hoy te liberamos” —añadió el propio Marey en su declaración—, perootro dijo: “No, hay que matarlo”. Todos los díaspienso en aquello».

En la segunda mitad de 1983 y a lo largo de1984 se realizaron una serie de acciones, unasveces por parte de las comisarías de Policía yotras por las comandancias de la Guardia Civil.Así se sucedieron los atentados contra RamónOñaederra (diciembre del 83), Mikel Goicoetxea(diciembre 83), Domingo Perurena y ÁngelGurmindo (febrero del 84) y Eugenio Gutiérrez(también febrero del 84). Las dos partes actuaban

como compartimentos estancos, aunque, en losambientes vasconavarros donde se desarrollaba laactividad, resultaba imposible evitar lasfiltraciones y confidencias entre cuerpos deseguridad totalmente trufados: guardias civiles queinformaban a la Policía, y policías que hacían lopropio con los civiles, y todos, de una u otraforma, en contacto con el Cesid.

* * *

¿Sabían Felipe González y Narcís Serra lo queestaba ocurriendo en el cuartel de Intxaurrondo yen la Jefatura Superior de Policía de Bilbao?

Los testimonios de que Felipe participabaactivamente de la filosofía del ojo por ojo estánsuficientemente documentados, incluso porsimpatizantes que, en un momento dado, lo

compartieron todo con el carismático líder.Otoño del 82. Plena campaña electoral. Hotel

Ercilla de Bilbao. En una habitación, a solas[19],Felipe le pide al periodista José Luis MartínPrieto (entonces en el diario El País) que apagueel magnetofón para espetarle a bocajarro:

—¿Qué te parece si empezamos a matar a estostíos?…

Según Martín Prieto, la misma pregunta, que leconste, se la hizo a Carlos Garaikoetxea. Pareceque FG estaba realizando su particular sondeosobre la forma de tratar a los etarras.

Una frase parecida dirigió González en lospasillos del Congreso a Pedrojota Ramírez,entonces director de Diario 16, frase que elperiodista ha repetido en diversas ocasiones:

—Lo único que tenemos que pactar con ellos[con ETA] es dejar de matarlos cuando ellos dejende matarnos.

Para quienes conocen la operativa del Cesid,

es imposible que el presidente del Gobierno notuviera conocimiento de lo que estaba ocurriendosabiéndolo el responsable de sus servicios deinformación, puesto que la primera obligación deljefe del servicio es trasladar lo que conoce a susmandos directos, entonces Serra y González.

Así había ocurrido con el intento de golpe deEstado del 27-0. Cuando Juan Alberto Perote lemostró a Manglano la documentación descubiertaen el maletero del coche de Muñoz, el director delCesid tiró de teléfono y llamó a Alberto Oliart,que se presentó de inmediato en el Centro. Eltitular de Defensa había advertido, a su vez, aLeopoldo Calvo-Sotelo, presidente en funciones, ya Juan José Rosón, ministro del Interior, de lo queocurría. La información también le llegó a FelipeGonzález.

¿Qué debió hacer necesariamente AlonsoManglano cuando, en septiembre del 83, el mismoPerote le anunció lo que, de acuerdo con su

informante, el sargento Gómez Nieto, se estabapreparando en el cuartel de Intxaurrondo? Avisarrápidamente a sus superiores, porque si una seriede guardias civiles, con su propio armamento, sededicaban a cruzar la frontera con intención desecuestrar y matar gente en territorio francés, elriesgo de que pudiera producirse un conflictodiplomático de graves proporciones con Franciaera más que una hipótesis de trabajo, y está en lanaturaleza de las cosas que un director de losservicios de inteligencia no puede ocultar a sussuperiores información que afecte a la seguridaddel Estado o a las relaciones con países vecinos.Algo que estuvo a punto de ocurrir en algunaocasión. «Más de una vez tuvimos que salir porpies, perseguidos por la Policía francesa y tirandomaterial por las ventanillas de los coches para queno nos cogieran con la prueba del delito», aseguraun antiguo agente que participó en aqueldespliegue.

Por lo demás, es inverosímil —en unasituación de tensión como la que existía en 1983 y1984, con una Francia reacia a colaborar conEspaña en la persecución de los refugiados etarrasen suelo francés— que desde Intxaurrondopudieran mandar guardias civiles a cruzar lafrontera sin conocimiento de un superior, sobretodo en una estructura tan jerarquizada como la dela Guardia Civil.

Como impensable es que las máximasjerarquías de la nación —desde luego, elpresidente del Gobierno y también el jefe delEstado— no supieran que el servicio deinteligencia español había realizado un desplieguede agentes en un país vecino como Francia,máxime cuando don Juan Carlos I tuvo como unade sus principales misiones durante los primerosaños de su reinado el suavizar las relaciones entreEspaña y Francia, tanto con Giscard como,después, con Mitterrand. ¿Dónde estaban esos

agentes? ¿Cuántos eran? ¿Qué hacían? Esosdetalles quedaban para el mando operativo delCentro.

Las evidencias de implicación superior sonnumerosas, además de inevitables. El Cesid tuvoen esta guerra sus propias bajas, producidas enalguna ocasión por disparos etarras y en otras pormeros accidentes, como ocurrió en el caso de unagente, natural de Palencia, que volviendo de unamisión en el sur de Francia falleció a consecuenciade un accidente de tráfico. En tales ocasiones, losjefes operativos se preocupaban por defender losderechos de los herederos de la víctima, cosa nosiempre fácil. En este caso, como en otros, elCentro necesitó el apoyo de la Administraciónpara lograr la máxima pensión. La gestión la hizoel propio Manglano, que directamente pidió elfavor a Narcís Serra, cuya intervención fuedecisiva para conseguir el 200 por ciento delsueldo para la viuda e hijos del fallecido. ¿Cómo

pudo decir Serra, durante su declaración en eljuicio por el secuestro de Marey, que no conocíala actividad que estaba llevando a cabo el Cesid?

«Mi sorpresa fue total cuando en 1983comenzaron a llegar noticias de secuestros comoel de Segundo Marey y asesinatos por parte de ungrupo que se hacía llamar GAL —asegura Murillo—. Enseguida me di cuenta de que se trataba delas mismas operaciones diseñadas por el Secedque Fraga nos había “vendido” unos años antes.Incluso utilizaron gente que había estadoinvolucrada en los servicios de Presidencia delGobierno con Carrero Blanco, tipos que carecíande escrúpulos o que tenían una ideología fascista.Me callé, sí, porque denunciar en el 83 al PSOE,un partido respaldado por más de 10 millones devotos, hubiera sido una locura, aparte de que nadieme hubiera creído porque lo hubieran tomadocomo un intento de venganza personal contraFelipe González».

El propio Manglano, en el transcurso del juiciosobre el caso Marey, insistió en que se trataba deun plan copiado de un estudio totalmente teóricoque incluso venía descrito en algunos librosperiodísticos. Tenía razón, pero le faltó decir quese trataba de una mera actualización de la ideaque, en 1976, el entonces ministro de laGobernación reveló a diversos líderes políticos dela época. «Los señores Manglano y Perotecogieron el plan del Seced del 76 y lo actualizaronen el 83. Esa es la clave», asegura Murillo.

La realidad es que los tres ministros deInterior de los gobiernos de la UCD lo dejarondormir en un cajón. Después llegó un socialista,Felipe González, que le dio el visto bueno, y unministro del Interior, José Barrionuevo, que lopuso en marcha bajo su dirección. Y además lohizo con gran entusiasmo, que es uno de losaspectos que más han llamado la atención a losque conocen el caso: la energía y determinación

desplegada en su día por «Pepe» Barrionuevo a lahora de responder a la barbarie etarra.

La estrategia de González de concienciar aFrancia sobre los riesgos de hacer la vista gordacon el terrorismo etarra empezó pronto a dar susfrutos, y el Gobierno Mitterrand comenzó a prestarcolaboración en la lucha contra ETA. El 14 dejunio del 84, los ministros del Interior de ambosgobiernos emitieron un comunicado conjunto en elque se afirmaba que «un terrorista nunca podrá serun refugiado político».

El 7 de agosto de ese mismo año, Barrionuevoy Pierre Joxe firmaron la paz con un apretón demanos, dando paso a una nueva era en lasrelaciones hispano-francesas en materia de luchaantiterrorista. En septiembre, un tribunal francésconcedió por primera vez la extradición a Españade tres etarras, al tiempo que deportaba a cuatromás a un país africano. Unos meses después, losGAL dejaron de existir. Ya habían cumplido el

cometido para el que fueron creados.

* * *

El viaje de ida y vuelta a la política (númerodos por Madrid en las listas del PSOE en lasgenerales de junio de 1993) del singular juezGarzón sirvió para reabrir definitivamente elsumario de los GAL y situar a Felipe Gonzálezentre la espada y la pared a cuenta de suresponsabilidad en el caso. Julián Sancristóbalestaba ya en la cárcel, y el escándalo delterrorismo de Estado avanzaba imparable en lostribunales.

Ante la avalancha que se le venía encima, lacúpula socialista reaccionó negando los hechos —primera línea de defensa— e intentando traspasarla responsabilidad de la guerra sucia a los

gobiernos anteriores: fue la UCD, es decir, AdolfoSuárez, quien puso en marcha los GAL, unasegunda línea en la que ha resultado decisivo elapoyo prestado por los medios de comunicacióndel Grupo Prisa.

Para sustentar esta base argumental, el PSOEha exhibido una cinta magnetofónica, grabada en sudía en la sede del Cesid, de la cual podríacolegirse que el abulense estaba al corriente de losmanejos contraterroristas. La cinta había sidoobtenida ilegalmente en el curso de una visita queSuárez realizó a finales de los setenta a laAgrupación Operativa, y que devino en monumentoa la farsa. La comedia dio comienzo en la mismaverja de Moncloa: se trataba de impresionar alpresidente, desconocedor de dónde se ubicaba lacitada Agrupación, de modo que, tras montar en uncoche del Centro, fue sometido a una serie deextrañas maniobras hasta conseguir que susescoltas perdieran la pista del coche presidencial

antes de llegar al destino.Ya en la Agrupación, le hicieron contemplar

unas fotos obtenidas entrando en el edificio, en lasque su cabeza aparecía en el centro de una dianarodeada del típico circulo mortal. Al abulenseaquello le puso de muy mal cuerpo. Se trataba dedemostrarle la vulnerabilidad de su sistema deseguridad. En la Agrupación, sita en la calle MiguelAracil, el presidente escuchó una presentación desus actividades, en el curso de la cual fueconducido con habilidad hacia unos terrenos queno debería haber pisado nunca en torno a losmétodos de lucha antiterrorista y a lo que sepodría y no se podría hacer; por ejemplo, ledijeron que una de las formas de actuar podríaconsistir en golpear en los santuarios del sur deFrancia donde los etarras encontraban cómodorefugio…

—Pero ¿qué me están diciendo? ¿Que seríanunas personas que estarían residiendo en Francia y

que serían autónomas?—Pues sí. Podría ser.Adolfo Suárez estaba lejos de sospechar que

esta conversación estaba siendo grabada.Adecuadamente conservada, casi quince añosdespués sería utilizada en su contra por González,como supuesta prueba de la implicación de losgobiernos de la UCD en la trama de los GAL.

Antes de que la revelación apareciera en eldiario El País, Juan Alberto Perote, que habíamantenido una buena relación con Suárez desdesus tiempos de presidente, se presentó una mañanade febrero del 95 en el despacho del abulense,calle Antonio Maura, para, provisto de una copiade la cinta en cuestión, advertirle de la operaciónque le estaban preparando:

—Ten cuidado, que éstos te la quieren meterdoblada.

—¡Pero bueno, es increíble, estos tíos megrabaron sin mi consentimiento!

—Sí. Te grabaron y guardaron la cinta en elCesid.

Suárez pidió permiso a Perote para poderutilizar su nombre ante Felipe González. Se tratabade avalar la protesta con la identidad delinformante. El coronel se lo dio, pero esteepisodio no le ayudó ciertamente a resolver susproblemas. Al revés, a partir de su advertencia aSuárez comenzaron a lloverle tortas desde todaslas direcciones.

Unos días antes, La Casa había reunido a unaserie de antiguos agentes, tipos que pertenecierona la Guardia Civil y que se ganaban la vidadedicados a las tareas más variopintas (desde«pinchar» teléfonos a tanto alzado hasta buscarpruebas sobre infidelidades matrimoniales), en lagasolinera de Repsol sita en el kilómetro 13 de laNacional VI, carretera de La Coruña.

En un pequeño local provisto de varias mesasen la tienda de la citada estación, «don Emilio»,

alias de Emilio Jambrina, se dirigió a los reunidospara explicarles una operación que a alguno podíaresolverle sus problemas: el Gobierno del PSOEestaba decidido a presentar pruebas de laimplicación de la UCD en la trama de los GAL, yaquellos de los reunidos que estuvieran dispuestosa prestar su nombre como aval de esa tesisrecibirían la adecuada recompensa.

El propio Felipe González había avalado esatesis sobre el origen de los GAL durante sudiscurso en el debate sobre el Estado de la Nacióndel año 95. Todo encajaba a la perfección.

* * *

El juicio sobre el secuestro de Segundo Mareyno aportó ninguna gran novedad en torno a lagénesis de los GAL. En realidad, ésta es una

historia que quedó vista para sentencia el primerdía del proceso, cuando dos de los principalestestigos ratificaron sus declaraciones previasreconociendo su participación en los hechos. Eluno, José Amedo, sin desdecirse ni una coma. Elotro, Michel Domínguez, denunciando a Garzónpor haberle sacado la confesión bajo amenazas,pero sin desmentir en un solo punto el fondo de lahistoria.

El espectáculo duró más, aunque para muchosquedó definitivamente arruinado tras ladeclaración de Sancristóbal, el 2 de junio del 98,verdadero testigo de cargo en la causa. «No es quelo que contara tenga sentido —aseguraba uneditorial de El Mundo—, es que no hay ningunaotra hipótesis que lo tenga. De ahí que ni siquieralos defensores de Barrionuevo y Vera, cuando lointerrogaron, pusieran énfasis en presentar susimputaciones como falsas. A estas alturas, todo elmundo sabe que las cosas sucedieron así, y que

Barrionuevo estaba al tanto del secuestro, y queVera pagó para que se realizara».

Sancristóbal (el padre de las siglas GAL,Grupos Anti terroristas de Liberación, nombre queeligió porque «era más sonoro»), afirmó que contócon la autorización explícita de Barrionuevo yVera para llevar a cabo la acción, sin la cual «nose hubiera secuestrado a Marey»; confirmó que elministro estuvo informado «minuciosamente» lanoche de los hechos y aseguró que Rafael Vera,entonces director de la Seguridad del Estado, leentregó en su despacho un millón de francos con elque se financió la «operación».

La puntilla para los acusados llegóprecisamente cuando, cuatro días antes de la fechaprevista para sentencia, desde un juzgado deinstrucción de Plaza de Castilla arribó al Supremoel sumario sobre el millón de francos de losfondos reservados utilizado para perpetrar eldelito. Sus señorías comprobaron entonces que los

acusados no solamente habían secuestrado a unciudadano inocente, sino que habían estadodisponiendo, en beneficio propio, de fondospúblicos. Se habían quedado con el dinero delEstado.

Era la «variante financiera» del caso. Loscapitostes de los GAL, además de asesinar aveintinueve personas violentando su condición degarantes de la ley, se gastaron en tres años milesde millones de pesetas en estas operaciones. Eranfondos otorgados por el Parlamento para serutilizados en la lucha contra el terrorismo; pero enlos que la cúpula de Interior metía la mano todoslos meses para repartirse 10 ó 20 millones. Y lasúnicas personas que disponían de firma parautilizarlos eran Vera, Barrionuevo y Sancristóbal,que nunca firmó solo.

Cuando a las 14,46 horas del 14 de julio de1998 el presidente de la Sala Segunda del TribunalSupremo pronunció la frase «visto para

sentencia», casi nadie hubiera apostado un duropor una sentencia absolutoria, a pesar de lasbravuconadas que, en público, seguíaprotagonizando el entorno felipista.

Hasta cinco testigos, por falta de uno, relataronlos hechos con pelos y señales, aportando pruebasincriminatorias contra Barrionuevo, Vera y elgeneral Sáenz de Santamaría, máximo responsablede la Guardia Civil, que igualmente tuvoconocimiento de lo ocurrido la misma noche delsecuestro y que, casualidad o misterio, no se sentóen el banquillo de los acusados. Para éstos, laspruebas no eran suficientes. Alguien les habíaprometido días antes de la sentencia que laprescripción ya estaba acordada. Y FelipeGonzález así se lo comunicó a Barrionuevo:

—Está todo arreglado. La prescripción estáhecha, te lo garantizo.

Fallaron las previsiones del sindicato felipista.«Ha sido una sentencia ideológica», afirmaron los

altavoces del PSOE. Al contrario. Con unaminoría de magistrados supuestamente afines a lastesis del Partido Popular, resultó decisiva lapresencia de tres de ellos de ideología deizquierda que se sintieron francamente conmovidoscon lo que vieron y oyeron en el juicio, y actuaronen consecuencia.

El fallo pareció sorprender a los acusados:diez años de cárcel para Barrionuevo y Vera, dosmenos de los que se habían anunciado en unafiltración periodística ocurrida unos días antes yque, lógicamente, consiguió su objetivo: rebajar lacondena.

Para una mayoría de sesudos comentaristas, lasentencia significaba el final político de FelipeGonzález. Vistas las cosas con cierta perspectiva,ésa fue una afirmación arriesgada aplicada a unpersonaje que, como los gatos, parece tener sietevidas políticas. El fin de fiesta del caso Mareyresultó, desde luego, demoledor para él: uno de

los hombres que más poder ha tenido en la Españadel siglo XX terminaba su singladura a las puertasde la cárcel de Guadalajara, despidiendo a sushombres y agradeciéndoles los serviciosprestados, la omertá, el compromiso de guardarsilencio y no inculparle.

Felipe González se salvaba de los juzgados,pero no del juicio de la opinión pública y de laHistoria. La imagen, que en su despechada rabietaél mismo calificó de «gloriosa», a las puertas dela cárcel alcarreña, no pudo resultar más patética:el líder estaba encerrando a sus colaboradoresmás directos, dándoles el último empujoncitohacia dentro mientras él, cual capitán Araña, sequedaba fuera, escurría el bulto gracias alsacrificio de sus inferiores. Toda una prueba decoraje, todo un rasgo de valor. Fue una imagen querecorrió España y Europa, cerrando el currículumde un hombre que tenía engañado a mediocontinente. Como escribió Raúl del Pozo, «en la

charca de las mentiras, van asfixiándose los pecesgordos».

Por fortuna para él, los jueces queencarcelaron a los secuestradores de SegundoMarey decidieron ponerlos en la calle a los cuatrodías, para escarnio de Doña Justicia. Con elloacabaron de un plumazo con la preocupación quele corroía: que el ánimo de «Pepe» Barrionuevo,viendo pasar los días y las noches entre rejas,empezara a flaquear hasta el punto de decidirse acantar un día y contar toda la verdad, el temido«hice lo que me ordenaste».

* * *

El secuestro de Segundo Marey y el juicioposterior significaron uno de los momentos másdelicados de la corta historia de Prisa. El grupo

que forjó su prestigio en España y en Europa sobrela defensa de los valores de la democracia se viode pronto entrampado en la disyuntiva de seguirapoyando a Felipe González y, por lo tanto, elcrimen de Estado, o romper con los compromisoscontraídos con el Régimen y variar radicalmentede postulados.

Pronto iba a quedar claro que Jesús Polancono iba a aprovechar la oportunidad de lavar susculpas en el Jordán de ese juicio. Las connivenciaspolíticas, ideológicas y empresariales de Prisa conel régimen felipista y su complicidad con lo quesignificó esa época hacían, en cualquier caso, muydifícil un intento de autocrítica como punto dearranque de un proceso de regeneracióninformativa y editorial.

Muy al contrario, Polanco y su mayordomo,Cebrián, demostraron que estaban dispuestos aechar su cuarto a espadas en defensa del«carismático líder» mediante la puesta en marcha

de un fuego fatuo que incluyó rebajar latrascendencia del asunto, dar pábulo a la estrategiade calificar la causa de «juicio político»[20],descalificar a quienes habían destapado el caso yningunear a los testigos de cargo, infravalorandosu testimonio.

La doctrina del grupo progresista a propósitode los crímenes de Estado cometidos bajo elfelipismo quedó condensada en dos preciosaspíldoras contenidas en otros tantos editoriales deEl País («Primero, la verdad», aparecido el 25 demayo, y «Guerras sucias», publicado quince díasdespués): los GAL fueron «un desgraciado asunto»y un «exceso en la lucha antiterrorista».

En realidad, El País, instalado en unapermanente maniobra de distracción, se dedicó aservir de altavoz, en la línea de un clásicoperiódico de partido, de los argumentos de lacúpula socialista, de modo que, sin los postesrepetidores de Prisa, las acusaciones y protestas

de Barrionuevo y Cía. habrían quedado como trigosembrado en barbecho.

Aquélla fue, con todo, una prueba muy amarga.Demasiada la bilis tragada. «¿Y los intelectuales?¿Qué dicen los intelectuales orgánicos delfelipismo sobre el caso Marey? Los intelectualesdel felipismo ante el juicio final, callan —decíaPablo Sebastián—. Lo mismo con los 150columnistas y tertulianos de Polanco, que siguende bomberos del GAL, echando leña al fuego fatuode la conspiración. Ninguno osa decir la verdad».

Entre las tropas de apoyo a Barrionuevo yCía., nadie con tanto instinto como Javier Pradera.A su lado palidecen personajes como Tusell, PérezRoyo y otros, utilizados por El País para lostrabajos de brocha gorda. El siguiente párrafo,perteneciente a una columna publicada el 17 dejunio, ilustra la finezza del ideólogo del felipismo:«Mientras los defensores de la inocencia deDreyfus recibieron el apoyo de la izquierda

francesa, los promotores de la condena aBarrionuevo y Vera tienen el apoyo derepresentantes tan destacados de la derechaautoritaria como Cascos (vicepresidente delGobierno del PP), Mario Conde y Juan AlbertoPerote».

Especial predilección dedicó Pradera aPedrojota Ramírez, a quien obsequió con lasiguiente caricia: «El director del diario ElMundo tiene bien acreditada su vocación deperejil de todas las salsas: como Celestino de lapinza entre Aznar y Anguita contra los socialistasen la anterior legislatura; como correveidile del excoronel Perote y como alcahuete de Conde en elchantaje del ex banquero al Estado en 1995; comomamporrero de la compra de Antena 3 porTelefónica en 1996». Los ideólogos de laizquierda no se paran en barras.

La desvergüenza de los Polancos llegó alpunto de pretender convertir el «caso Marey» en el

«caso Cascos»: el secuestro del ciudadanofrancés, como todo el caso GAL, no era sino unagigantesca maquinación montada por el PP yalgunos periodistas para derribar al legítimoGobierno González.

Para lanzar la caña en esas aguas revueltas,Prisa contó con la complicidad de una SalaSegunda que, no contenta con haber exculpado aFelipe González bajo el argumento de que suinclusión como imputado lo hubiera«estigmatizado», sometió al Gobierno a lahumillación de citar a su vicepresidente primero—Villarejo no se atrevió con el propio Aznar—como testigo del caso y al mismo nivel que elpropio Felipe González, aunque, cuando fuesecuestrado Marey, era un simple concejal delAyuntamiento de Gijón.

La maniobra vino de la mano de una denunciaefectuada por el acusado Michel Domínguez segúnla cual Álvarez Cascos, siendo diputado del PP, se

había reunido en 1995 con su abogado en eldespacho de Pedrojota Ramírez y le habíaprometido el indulto el día que el PP llegara alGobierno, siempre y cuando su defendido secomportara «adecuadamente», es decir, inculparaa González.

La «revelación» provocó que el vicepresidentealudido tuviera que acudir al Congreso de losDiputados para dar cuenta de esa supuestaentrevista. Ya metido en gastos, Cascos aprovechósu comparecencia para atacar directamente aFelipe González, atribuyéndole «el nacimiento, laorganización y la financiación de los GAL».

El grupo Prisa en general y El País enparticular echaron el resto con motivo de ladeclaración del número dos del Gobierno comotestigo del caso Marey. Se trataba de una ocasiónpintiparada para disparar contra el hombre quetanto daño había hecho a los negocios del editor.

El 22 de junio, la teoría de la «conspiración»

llegó por fin al Tribunal Supremo. Álvarez Cascosacudió a declarar ante la Sala Segunda paraexplicar si el secuestro de Segundo Marey era,como sostenían Vera y Barrionuevo, apenas unaexcusa utilizada por el PP en su día para echar alPSOE del poder. Pero a los padres putativos de talteoría (esgrimida también en el juicio por eltestigo Narcís Serra, utilizando los materiales dederribo aportados por la «conspiración» deAnsón) les salió el tiro por la culata porqueCascos no sólo desbarató la tesis, sino que pinchóel complot colocando una carga de profundidad enla averiada nave de los principales acusados alrevelar que Barrionuevo le pidió que intercedieraen su favor ante el Consejo General del PoderJudicial (CGPJ).

El número dos del Ejecutivo negó haberofrecido el indulto al abogado de Amedo yDomínguez para sus clientes. Cascos repitió lo queera un secreto a voces: la única presión que

recibieron los ex policías fue la del Gobierno deGonzález para que no hablaran, aunque,finalmente, ambos decidieron confesar cuando elMinisterio del Interior que dirigía esa lumbreraque es Juan Alberto Belloch dejó de pasarles «lapaga» procedente de los fondos reservados. Eldetalle freudiano lo puso, cómo no, el presidentede la Sala, Jiménez Villarejo, cuando mandó alacusado Rafael Vera «interrogar al testigo»Álvarez Cascos…

Finalizado el juicio, el propio Vera, el máslisto de la banda, confesaría que la citación delvicepresidente —pedida por un Barrionuevo cuyoshilos movía González— había sido un error debulto, puesto que la jugada les salió al revés decomo habían previsto. Y es que todos se habíanolvidado de un hombre: Segundo Marey.

* * *

Un par de días después, 24 de junio,compareció en el Supremo como testigo el propioFelipe González. El ex presidente acudió provistode un largo alegato escrito, que El País reprodujoíntegramente y que introducía, según el diario,«algo más que una duda en la versión de losacusadores». El ex presidente defendía a sussubordinados apoyándose en que los GALperjudicaban su colaboración con Francia. Eleditorial de Pradera del día, «El testigoGonzález», era una laudatio del sevillano, enquien ponderaba su gran «calidad» como políticoy como persona.

Como era de prever dada la gallardía delpersonaje, él «no tuvo nada que ver con la guerrasucia ni con los GAL». Felipe nunca supo nadadurante los años que ocupó la Presidencia delGobierno. Como aseguraba a finales de junio elprestigioso semanario británico The Economist,González se había revelado como «un primer

ministro bastante negligente». Tenso y sudandoabundantemente, el ex presidente lamentó, eso sí,la ausencia de un pacto de Estado sobre el casoque hubiera servido para dar esquinazo a laJusticia, punto de vista en el que coincidió con elde Jordi Pujol, otro demócrata de reconocidopedigrí.

Todo le hubiera salido razonablemente bien siFernando Quíntela, redactor gráfico de El Mundo,no hubiera conseguido fotografiar en plena Saladel Supremo a un González con la mirada fija en elsuelo, documento que se convirtió en un testimoniodemoledor contra él[21]. Era la foto del estigmaque algunos magistrados solícitos habían queridoahorrarle no citándolo como imputado en la causa.

La catadura de Felipe González («No haypruebas, ni las habrá», había manifestado hasta lasaciedad sobre el caso GAL) quedó en evidenciagracias a ese gran escaparate de la condiciónhumana que fue el juicio sobre el caso Marey.

González dejó solos a sus antiguos subordinadosmientras él, como sombra evanescente,desaparecía por las praderas de Pozuelo y setrajinaba su futuro lejos del avispero españolcomo candidato a la Presidencia de la ComisiónEuropea.

La sentencia condenatoria colocó al felipismoen el lugar que le corresponde en la Historia deEspaña, como reo del delito de secuestro,asesinato y asalto a las arcas públicas. «Lasentencia constituye tan sólo el último ápice dedignidad de un sistema que salva in extremis sucondición democrática; es ese mínimo que puedeaún separarnos de las repúblicas bananeras»,escribía un hombre de izquierdas como JuanFrancisco Martín Seco.

Era, por lo demás, un pequeño homenaje atodos aquellos que durante mucho tiempo, en lascondiciones más adversas, habían luchado por quese hiciera justicia. «La Historia suele ser el relato

de los vencedores —decía el 15 de junio Raúl delPozo—, pero esta vez la relación de hechos delGAL no la han sacado a la luz los poderosos, sinoun par de jueces de instrucción y unos cuantosperiodistas que fueron injuriados, perseguidos,acusados de golpistas y de “hijos de puta”».

Igualmente, pero en la dirección opuesta, eraun tremendo varapalo para aquellos medios decomunicación, especialmente para el poderosoGrupo Polanco, que durante años se habíanaplicado a la tarea de callar, borrar, oscurecer,difuminar y confundir a la opinión pública, paramejor servir así a los intereses de quienes, desdeel Gobierno, tantas mercedes y durante muchosaños les habían otorgado.

Lo que estaba en juego no era tanto el castigode los culpables, que también, como que quedaraacreditada la verdad del terrorismo de Estado antela Historia, porque la historia de Felipe y delfelipismo se escribirá necesariamente de otra

forma tras la sentencia del juicio por el secuestrodel ciudadano Segundo Marey.

9LOS AMIGOS DE LA

DESMESURA

Javier Pradera, editorialista de El País y amigo deFelipe González, marcó la rentré política tras lasvacaciones de verano del 98 con un artículo en eldiario de Polanco que conmovió los cimientos dela arquitectura constitucional española. En efecto,el miércoles 2 de septiembre de ese año, una glosasobre la figura del político conservador AntonioMaura servía a Pradera de evanescente pretextopara, en apenas las cinco últimas líneas delescrito, enviar un mensaje envenenado al Rey deEspaña. Felipe González, venía a decir el sátrapade Prisa, estaba dispuesto a romper el consensoconstitucional.

El primer gran escándalo de la democraciaespañola, la banda terrorista de los GAL y su

treintena de víctimas, salía así a la superficie alinicio del curso político. El juicio por el secuestrodel ciudadano francés Segundo Marey estaba a lavuelta de la esquina, y el de Pradera era un avisode que Felipe no estaba dispuesto a cargar ante laHistoria y sobre sus solas espaldas con laresponsabilidad del terrorismo de Estado: al finalde la cadena jerárquica había un responsableúltimo al que el sevillano apuntaba al sentirseacorralado.

La aparición de Pradera en escena no era,lógicamente, casual, mucho menos tratándose delasesor áulico de González. Más bien parecía elinicio de una ofensiva planificada del felipismodestinada a, en primer lugar, invertir el sentido dela marea de los GAL que amenazaba con ahogarlosa todos y, en segundo, evitar la entrada en prisiónde Barrionuevo y Cía.

El sentimiento de doncella ofendida, sometidaa un agobio tan brutal como injustificado, que se

había apoderado de un PSOE divorciado con elsentido común era tal que en aquellos primerosdías de septiembre llegó a hablarse en el partidode «romper los acuerdos de la transición».

Y como si de un ejército se tratara, el viernes 4de septiembre, la SER anunciaba con grandespliegue la existencia de «un informe elaboradoen 1979 por la Guardia Civil que demuestra quelos servicios de información del Gobierno deUCD ampararon al mercenario francés Jean-PierreCherid, considerado en aquella época como el jefede los mercenarios contratados para la guerrasucia contra ETA». Naturalmente, y de acuerdocon la estrategia tantas veces puesta en práctica, ElPaís volteaba al día siguiente la «noticia» de laSER en su primera página.

Se trataba de un intento más, salidoseguramente de los archivos del generalSantamaría, de revitalizar uno de los argumentosmás queridos del felipismo: el de que los GAL

nacieron con la UCD y fue precisamente Gonzálezquien acabó con ellos.

Felipe venía ya disparando piezas de gruesocalibre desde hacía tiempo. El viernes 17 deoctubre del 97, el líder socialista habíaprotagonizado uno de sus conocidos arrebatos conmotivo del cierre de la campaña electoral gallega.En un claro envite a las instituciones habíadeclarado desde la tribuna de oradores que elGobierno tenía que pagar facturas por el 23-F y la«Operación Galaxia». Tan grave y genéricaimputación sólo podía entenderse en laperspectiva de que apenas unas horas antes sehabían conocido las penas que el fiscal pedía paraBarrionuevo y Vera por el caso Marey.

«Hace tiempo que a González le cuesta ocultarsu nerviosismo —decía un editorial de El Mundo—, pero, conforme se aproxima la hora de laverdad judicial para quienes organizaron la guerrasucia, está llegando a un crescendo de desvarios».

Él sabía que la mejor forma de defenderse eraatacando, advirtiendo que no estaba dispuesto arecorrer sólo ese vía crucis, y que si el nuevoGobierno tenía la tentación de utilizar a la Justiciapara sentarle en el banquillo, estaba decidido allevarse a unos cuantos por delante, empezandopor uno muy principal: Su Majestad el Rey.

* * *

En realidad, Felipe había enviado en losúltimos meses multitud de mensajes al Monarca ypor muy diversos conductos. No era cosa de unproblema de comunicación. Tras su salida deMoncloa, el Monarca ha seguido hablandoprácticamente todos los días por teléfono conGonzález, cosa que no hace ni de lejos con Aznar.No se trataba, pues, de que Felipe no pudiera

coger el coche y acudir a Palacio para avisarpersonalmente al Monarca del riesgo que se cerníasobre su testa coronada. Se trataba, por contra, deimplicar al establisbment, a las fuerzas vivas delpaís, en el riesgo colectivo que para todosentrañaba el que un ex presidente del Gobiernocon las características, protagonismo y poder quedurante casi catorce años tuvo González fuera adar con sus huesos en la cárcel.

Uno de los canales utilizados había sido el deSabino Fernández Campo, antiguo jefe de la Casadel Rey. Sabino pertenece, como otros ilustresasturianos, a una curiosa asociación gastronómico-cultural denominada Asturias Patria Querida(APQ), dedicada a la evocación y exaltación de la«tierruca» desde Madrid. A la altura de julio del98, González acudió como speaker a una de lascenas que mensualmente organiza APQ. Instaladoen la desmesura, un Felipe muy agresivo comenzóa despotricar, entre otras cosas, contra el proyecto

de Ejército profesional (un edificio cuya primerapiedra había sido puesta por el último de susgobiernos), hasta el punto de que, a la hora de lasdespedidas, manifestó a Sabino su interés porhablar privadamente con él sobre el asunto.

Unos días después, en efecto, FernándezCampo visitó al líder socialista en su oficina de lacalle Gobelas, en el barrio madrileño de ElPlantío. Pero, para su sorpresa, allí no se hablópara nada del futuro Ejército profesional, puestodo quedó en una obsesiva y recurrente peroratade González acerca de lo que pudiera pasar en losjuicios del GAL, dolido porque «es muy duroaceptar que quienes se van a sentar en el banquillovayan a ser condenados ellos solos, sabiendo quemuchos otros están en el secreto del asunto», undiscurso nervioso («¿qué no sabré yo?»), plagadode invectivas («otros sabían lo mismo que yo») yde ecos amenazantes («pero lo que pueda pasarmea mí, no me pasará a mí sólo…»).

Evidentemente, quería transmitir un mensajecreyendo que Sabino estaba en condiciones detrasladarlo a su destinatario. Perdidos buena partede sus reflejos cuando se deja llevar por la ira,quería mandar un recado, pero no parecía haberelegido al mejor recadero posible.

A cuenta de su indiscutible protagonismo enlos últimos veinticinco años de Historia española,Felipe González, durante años el hombre mejorinformado del país, sabe muchas cosas de muchagente, y cosas, naturalmente, del propio Monarca,demasiadas, producto la mayor parte de las vecesde la propia campechanía real y de la impronta deunos años decisivos, cargados de acontecimientosa menudo traumáticos, en los que resultaba muydifícil para una sola persona soportar en silencioel peso de tanta responsabilidad. «El Rey ha sidovíctima del humano deseo de romper elaislamiento implícito en el cargo —asegura uno desus preceptores juveniles—, no ha sabido callar, y

ahora es rehén de las confidencias realizadas aloído de mucha gente». El Monarca creyó que,confiándose al presidente del Gobierno, a susnumerosos amigos, incluso a simples conocidos,rompía el círculo de su soledad construyendo unabanico de fidelidades, de complicidades incluso,que su condición de Rey haría sólido y duradero,inalterable al paso del tiempo. No reparó en queesa gente no hablaría, en efecto, a menos quetuviera que defenderse de imputaciones tan gravescomo las del caso GAL.

Felipe podría callar todo lo que sabe, que esmucho, en torno a las finanzas del Monarca y losescandalosos negocios de Manuel Prado y Colónde Carvajal, el «amiguísimo». En realidad llevamuchos años haciéndolo. Así se puso demanifiesto un día en la antecámara regia, donde elentonces presidente del Gobierno estabaesperando a ser recibido por el Monarca para unode sus habituales despachos. Era una de las cosas

que peor llevaba, aquella espera protocolaria queentendía como un lamentable despilfarro detiempo, esperar sin necesidad, para marcar rango ydistancias, hasta el punto de que a veces se poníanervioso, pero si no está haciendo nada, coño,¿por qué me hará esperar? Hasta que un día en quela prórroga se hizo particularmente enojosa sedestapó, muy enfadado, con un comentario quedejó helada a la persona con la que compartíaantesala:

—¡Y dile a Manolo Prado que se conforme conel 2 por 100, porque eso de cobrar el 20 es unabarbaridad!…

—Oye, oye, presidente —replicó elinterlocutor—, ni le puedo decir nada a ManoloPrado, ni sé de qué me estás hablando.

Estaba hablando, al parecer, de las comisionesdel petróleo importado por España de determinadopaís árabe. Aquello era mucho dinero, pero sóloeso, dinero. Lo del GAL, por el contrario, era

harina de otro costal. El GAL era el riesgo decerrar una larga carrera política con el baldón deuna condena por asesinato múltiple. Y Felipe noestaba dispuesto a cargar con el mochuelo.

* * *

Mucho se ha especulado con la eventualidadde que el Monarca estuviera al corriente de lasacciones de los GAL.

Recién nombrado ministro de Defensa en elprimer Gobierno de González, Narcís Serra seinstaló transitoriamente en un despacho del CuartelGeneral del Ejército, sito en la plaza de Cibeles,por el que se veían obligados a transitar una seriede generales para ocupar los suyos propios. Aquelir y venir forzó al catalán a trasladarse a la sededel antiguo Ministerio del Aire, en el distrito de

Moncloa,En ese Ministerio, y en la segunda quincena de

octubre del 83, tuvo lugar una reunión de Serra conla Junta de Jefes del Estado Mayor (JUJEM),integrada por los jefes de Estado Mayor de cadauna de las armas y por un presidente, que eraÁlvaro Lacalle, en la que con toda probabilidad sehabló de los GAL. Algunas fuentes sostienen queesa reunión estuvo presidida por el Rey, extremoque ha sido desmentido por La Zarzuela.Formalmente no tenía por qué presidirla, aunque elMonarca debía estar necesariamente al corrientede la misma. La JUJEM (antes de queprecisamente Serra, como ministro de Defensa, seencargara de decapitarla para eliminar el riesgo decuartelazo, que ésa fue la gran aportación delPSOE en materia de Defensa) era una cadena demando estrictamente militar, de acuerdo con laestructura jerárquica de las Fuerzas Armadas. Atenor de las declaraciones de Serra en el juicio

por el secuestro de Segundo Marey, es la JUJEMla que, al hilo del asesinato del capitán MartínBarrios, pide intervenir directamente contra ETA.Y esa cadena debe necesariamente informar al Reyde la situación, porque el Rey es el jefe de la Juntade Jefes del Estado Mayor, la máxima autoridad,el último escalón de la línea de mando.

Está confirmado, por otro lado, que la reuniónfue «cubierta» por el Cesid, que sacó copia sonorade lo que allí se dijo. Era una práctica habitual enese tipo de sesiones. En fechas previas a esareunión, La Casa, con motivo de un encuentrointernacional que se iba a celebrar en dicha sede,había realizado un exhaustivo chequeo de lasinstalaciones, «porque se corría el peligro de quehubiera irradiación al exterior, cosa queefectivamente había». El caso es que Felipe pidióal día siguiente copia de la grabación, se suponeque con la intención de guardarla como prueba delo que en aquella tensa reunión de la JUJEM se

habló. ¿Y como testimonio, quizá, de laimplicación del Rey en el lanzamiento de losGAL?

Felipe cree que el polémico coronel JuanAlberto Perote guarda también copia de aquellasesión, porque fue él en persona quien dirigió la«cobertura» de ondas en torno al edificio delMinisterio del Aire donde iba a tener lugar lacitada reunión internacional.

La lógica indica que quizá no fueran necesariastantas precauciones. El Monarca debió conocer, através de los despachos semanales que manteníacon el presidente del Gobierno, la operación enmarcha para responder al terrorismo etarra con susmismas armas. ¿Es éste el origen de la descaradaseguridad exhibida por González en el sentido deque jamás sería «empitonado» por el caso GAL?

Evidentemente, la amenaza de Felipeapuntando con el dedo a Palacio habría supuesto,en caso de concretarse, llevarse por delante, como

si de una apisonadora se tratara, el régimen deconsenso surgido a la muerte de Franco. Un envitede proporciones históricas para un país todavíatraumatizado por los conflictos civiles. Habríasignificado hacer saltar por los aires el modelo depoder formado, tras la caída del franquismo y elbreve interregno de la UCD, por esa pirámide encuyo vértice institucional está la Monarquíajuancarlista, con Felipe González en el político yJesús Polanco en el mediático. Y ello a plenasatisfacción y con el apoyo complaciente de lasgrandes fortunas del país.

Un modelo piramidal (Juan Carlos I, Felipe yPolanco, con sus infinitos guardias de corps) que,en crisis desde principios de los años noventa,parecía haber entrado en barrena, asediado por suscontradicciones internas, conforme se acercaba lahora de rendir cuentas ante los tribunales deJusticia, muy a pesar de la Justicia misma.

* * *

Los mensajes de Felipe, con su implícita cargade profundidad, causaron gran conmoción enZarzuela. El riesgo de que el personaje,sintiéndose amenazado por el caso GAL, tirara dela manta llevándose por delante todo el edificioconstitucional no podía ser obviado.

El entorno del Monarca —sin duda el másasustado— estaba, sin embargo, convencido deque el ex presidente jamás realizaría unadeclaración comprometedora contra la Corona,aunque sí haría todas las maniobras previasnecesarias para no llegar a sentarse en elbanquillo, incluyendo, por supuesto, la advertenciade que también el Rey estaba al corriente de loocurrido.

Y no es que el «carismático líder» tuvieraobjeción que oponer a los esfuerzos desplegados

por el Monarca para salvar a su amigo del trance,desactivando la espoleta de los GAL. A lo largodel verano del 98 se habían celebrado hastacatorce reuniones catorce (de Felipe con el Rey,de Aznar con la ministra de Justicia, del Rey conAznar…), orientadas todas ellas a salvar elescollo del terrorismo de Estado, empezando porel inminente juicio por el caso Marey, sin poner enpeligro el Sistema. Ello por no hablar del discretodesfile de magistrados del Supremo y delConstitucional por La Zarzuela, para pulsar laopinión de Su Majestad en torno al citado casoMarey.

Por Madrid se había extendido como lapólvora lo ocurrido entre el Monarca y Aznar en elúltimo despacho del verano del 98 en el Palaciode Marivent, en Palma, que había resultado unmano a mano tenso, agrio incluso, en el que, segúnparece, el Rey había reprochado al presidente delGobierno el haber permitido que el caso Marey

acabara llegando finalmente a los tribunales deJusticia, a lo que Aznar, que se las tuvo tiesas,había respondido apelando a la independencia delos tribunales garantizada por la Constitución.

El Monarca trataba, en el fondo, de hacerle vera Felipe que estaba con él, dispuesto a ayudarle enlo que fuera menester. Una voluntad que habíaquedado suficientemente demostrada muchotiempo antes, con motivo del «pacto deinvestidura» que, en la primavera del 96, supuso laentrada de Eduardo Serra en el Gobierno, y que noperseguía otra cosa que asegurar la continuidaddel Sistema sin sobresaltos.

¿Cómo era posible, entonces, que Felipeestuviera lanzando esas cargas de profundidaddesde los medios de comunicación del GrupoPrisa y entre los propios allegados del Monarca?Si él había roto más de una lanza ante Aznar enfavor de Vera y Barrionuevo, ¿por qué Felipe leamenazaba por la espalda?

A Palacio llegaban constantes mensajes conintervenciones muy críticas de un Gonzálezcrispado, descentrado, nada dispuesto a encajar suposición de riesgo. El ex presidente ponía demanifiesto lo que consideraba «errores garrafalesdel Borbón, como el del barco», en cenas y saraosvarios, sin tomar excesivas precauciones sobre laidentidad de sus interlocutores. Para González, elRey estaba «muy suelto, muy necesitado deconsejo». El responsable de lo que estabaocurriendo era, obviamente, José María Aznar. Sucensura alcanzaba también de lleno a FernandoAlmansa, en torno al que sugería no sé quéextraños intereses.

Algunas fuentes señalan, no obstante, quetampoco Felipe estaba en condiciones depresionar al Monarca como cuando, limpio cualpatena, llegó al poder en el 82, aludiendo a quetambién el Monarca tendría munición suficientepara defenderse en caso de sentirse atacado por el

líder socialista. A estas alturas, González y el Reyson hermanos siameses producto de los avataresde unos años de vértigo, hermanos condenados aentenderse, defenderse y, en el peor de los casos, amorir matando.

«Estoy convencido de que Felipe sólo utilizarálo que sabe como prevención, como forma deevitar que las cosas vayan a más —asegura unainfluyente personalidad de la política española—,y quien dice Felipe dice Manglano, porque ¿qué nosabrá Manglano después de haber estado al frentedel Cesid desde hace no sé cuántos años?».

* * *

El Cesid. He ahí otra fuente de problemas parael Rey. Como quedó de manifiesto en el juicio porlas famosas escuchas, el servicio de inteligencia

español ha sido una maquinaria utilizada por losgobiernos socialistas a su antojo con fines amenudo torticeros, generalmente orientados a labúsqueda de información susceptible de serutilizada contra el enemigo político. Yeventualmente contra el Monarca.

Y gravitando sobre el Cesid, el fantasma delgolpe de Estado del 23-F. De acuerdo con el«informe Jáudenes», realizado mes y pico despuésde la intentona para evaluar las responsabilidadesde La Casa, gran parte de sus mandos estabanimplicados en el golpe y no hicieron nada porevitarlo. El Gobierno de José María Aznar, sinembargo, no ha metido la mano en ese cóctelexplosivo (sobre golpismo, felipismo), a pesar delas promesas en contrario efectuadas durante lacampaña electoral del 96 y al inicio de lalegislatura. Por sorprendente que parezca, JavierCalderón, un hombre que lo sabe casi todo del 23-F, sigue estando al frente del Centro.

No son pocos los que opinan que sobre lademocracia española gravita un pecado originalllamado golpe de Estado del 23-F. Un pecado dedifícil redención, y con el Cesid en el cruce detodos los caminos. El Ejército, las instituciones, lavida civil siguen plagados de fantasmas que hanproseguido sus carreras a pesar del 23-F, cuandono las han mejorado gracias precisamente al 23-Fy a los secretos sobre la intentona que celosamenteguardan en su memoria o en sus cajas fuertes.

En las filas del Ejército se cita con profusiónel caso del general García Almenta, Francisco, almando de las fuerzas españolas en Bosnia, a quienllegó a cumplimentar sobre el terreno, con motivode la pasada Navidad, el vicepresidente ÁlvarezCascos. García Almenta tenía graduación decapitán (era el segundo de José [«Pepe»] Cortina,íntimo amigo de Javier Calderón) cuando ocurrióel golpe, y era el responsable de la unidad que, almando de Tejero, asaltó el Congreso. Su nombre ni

siquiera figuró en la causa. Sabiéndolo casi todo,ha ido ascendiendo hasta llegar al grado degeneral.

Mucho más tarde, el 16 de abril del 99, elConsejo de Ministros ascendió al generalato alcoronel Juan Cañadas, un hombre que dio su apoyoa la intentona del 23-F poniendo su firma en elllamado «Manifiesto de los cien», un documentofavorable a la autonomía del Ejército frente a lasinstituciones democráticas.

El golpe del 23-F es el «Expediente Picasso»de esta Monarquía, una fuente de presiónpermanente sobre el Rey por parte de aquellosque, traicionando su confianza, se atrevieron aalzarse contra las instituciones democráticas enaquel episodio y que, de cuando en cuando,enseñan la patita de sus secretos para recordar, enlos cuartos de banderas y fuera de ellos, que elescándalo sigue vivo.

Tal es el caso de la supuesta nota manuscrita

del Rey a Pardo Zancada, o el del informe deveinte folios escrito y firmado de puño y letra porel general Armada, con todos los detalles delgolpe y los nombres completos del futuroGobierno, o el de la carta escrita por el propioArmada antes del juicio, en la que el general pideal Monarca «por el honor de mis hijos y de mifamilia» permiso para utilizar durante el consejode guerra parte del «contenido de nuestraconversación, de la cual tengo nota puntual»,mantenida días antes del golpe, a la vuelta de losReyes del entierro de la reina Federica de Grecia.

Es verdad que el tiempo lo cura todo, comotambién lo es que los errores, a vecesmonumentales, de alguna gente se encargan demantener viva la llama del recuerdo. Es el caso delas declaraciones efectuadas por la reina Sofía aPilar Urbano. Con motivo de la presentación dellibro La Reina en Barcelona, diciembre del 96, laperiodista puso en boca de Su Majestad unas

manifestaciones sobre los militares y el 23-F quelevantaron una gran polvareda en Palacio ycausaron profunda irritación en no pocos cuartosde banderas.

De acuerdo con la reseña del acto aparecidaen El Periódico de Catalunya, «la Reina temíaque el teniente general Agustín Muñoz Grandespusiera en peligro el reinado de Felipe de Borbón.[…] Siguiendo con el tema castrense, Urbanoafirmó que la Reina le había definido como “juegovoluntariamente ambiguo” la relación del Rey conlos militares antes del 23-F. Urbano aseguró que laReina le dijo que Juan Carlos había hecho creer alos militares que estaba con ellos».

Muchos militares que se mantuvieron leales eincluso arriesgaron su vida en aquellas horasdramáticas en las que se estaba decidiendo lasuerte de todo un país se sintieron indignados conunas declaraciones —puestas en boca de unaReina que en buena lógica debe recelar de los

militares desde que otros militares, los griegos,acabaron con el reinado de su hermanoConstantino— de las que cabía deducir que el Reyhabía jugado a dos bandos en las fechas previas al23-F, quizá por culpa de la reconocida habilidaddel Monarca para decir a todo el mundo lo quetodo el mundo quiere escuchar en cada momento.

Las declaraciones de la Reina —y de ahí suimportancia— pondrían en tela de juicio la verdadoficial sobre algunos comportamientos en torno aun episodio que, en el fervoroso akelarre deexaltación democrática que le siguió, sirvió paraasentar a una persona y consolidar una institución.

* * *

«Sometido a la tutela de Franco, Juan Carlospasó unos años muy duros lejos de su familia y de

padre, cuyos consejos le hubieran sido de granayuda —asegura el preceptor del entoncesPríncipe de España citado anteriormente—. A lamuerte del Caudillo, no resistió la tentación deentregarse en brazos de una serie de personajesque, abusando de su confianza, han sido losresponsables de casi todos sus quebraderos decabeza. El más notorio de esos personajes ha sido,sin duda, Manuel Prado y Colón de Carvajal».

Prado es the servant, el valido, un hombre, enorigen, sin grandes caudales, que tiene el dineroque el Rey ha querido que tenga comoadministrador suyo.

Y es que las preocupaciones que aquejan alMonarca por culpa de la infidelidad y la estulticiade sus servidores y/o amigos no se circunscribenal caso GAL o al episodio del 23-F. Con serimportantes, son en cualquier caso acontecimientosepisódicos desprovistos del santo y seña de lacontinuidad en el tiempo que distingue los asuntos

del dinero, un campo abonado a la crítica —enrealidad un campo minado— de un pueblo llanodispuesto a perdonar casi todo excepto losescándalos económicos, que es donde más estrictose muestra a la hora de emitir veredicto.

Siempre se ha dicho que la Casa Realespañola es pobre, y no sólo en comparación concasas reales como la británica, una de las mayoresfortunas del planeta, sino con muchas de lasfamilias de la alta burguesía española y nodigamos ya de la aristocracia bancaria. Don Juan,conde de Barcelona, necesitó la ayuda continuadade una serie de nobles para mantener enhiesto enEstoril —incluso para vivir los últimos años de suvida— el estandarte de una Monarquía no afecta alfranquismo, y su hijo Juan Carlos llegó al trono deEspaña literalmente con lo puesto.

Esa situación de penuria, que muchosmonárquicos consideraban impropia de laInstitución a la que el nuevo Rey representaba, se

tradujo en una cierta manga ancha a la hora devalorar determinadas iniciativas del entorno realtendentes a proporcionar a la Casa los mediosmateriales adecuados a su alta función. Nadie serasgó las vestiduras, en suma, a la hora de hacerposible que el Rey comenzara a consolidar unpequeño patrimonio.

Una de las primeras formas conocidas paraconseguirlo fue el petróleo, las comisiones delcrudo que importaba España para cubrir susnecesidades de energía. Todo parecía normal.

Tan normal como le pareció a Alfredo Pardo,director de flota de Cepsa, cuando tuvo quesuspender un viaje a Kuwait que tenía programadopara firmar un contrato multimillonario de comprade petróleo al emirato. El barril de crudo estabaen torno a los 14/15 dólares, y el precio estipuladoen aquella operación quedó establecido en los14,29 dólares, que, como es norma en este tipo decontratos, quedaron reducidos finalmente a 14,27,

dos centavos menos como regalía que sueleembolsarse el comprador. Pero cuál no sería lasorpresa de Pardo cuando le anunciaron que nonecesitaba viajar al emirato porque el viaje y lafirma del contrato iba a correr a cargo de donManuel Prado y Colón de Carvajal. «Fue laprimera vez que oí hablar de ese señor».

Muy pronto, sin embargo, esa minoría deespañoles connaisseurs comenzaría a oír hablarlargo y tendido de «Manolo» Prado como elhombre que hacía y deshacía en Palacio, y como elgran responsable de muchos de los problemas queaquejan al Monarca.

Mucho antes que Pardo, Henry Ford II,presidente de la multinacional norteamericana delmismo nombre, había oído hablar de ManuelPrado cuando, con varios meses de antelación a suprimera visita a España, adonde viajó el 25 demarzo de 1974 para colocar en Almusafes(Valencia) la primera piedra de la factoría

española de Ford, recibió una cariñosa carta delentonces Príncipe de España recomendandoencarecidamente a su amigo Manuel Prado comola persona adecuada para facilitar todos lostrámites legales necesarios en nuestro país. JuanCarlos de Borbón se despedía dejando constanciade que una respuesta positiva sería adecuadamentevalorada en un próximo futuro.

Nada más ocupar Juan Carlos I el trono a lamuerte del dictador, Manuel Prado se dedicó aremitir una serie de misivas reales a otros tantosmonarcas reinantes, especialmente del mundoárabe, para pedirles dinero en nombre del Rey deEspaña. El que fuera jefe de la Casa del Sha dePersia, dejó escrito en su exilio londinense unlibro de memorias, titulado The Shah and I(distribuido por Lexing Books, London), que fuepublicado por sus hijas después de que muriera,como el propio Sha, asesinado, y en el que serecoge con todo detalle la llegada a la corte de

Teherán de una carta del Rey de España:

«Tuesday, 5 July.»The King of Spain has written to HIMasking for $10 million on behalf of theparty led by his Prime Minister.»[King Juan Carlos letter is in French. Theaddress and valediction are hand-written. Itis dated at Zarzuela, 22 June 1977:]

My dear brother,To begin with, I wish to say how

inmensely grateful I am to you for sendingyout nephew, Prince Shaharam, to see me,thus providing me with a speedy responseto my appeal at a difficult moment for mycountry.

I should next like to lay before you anaccount of the political situation in Spain,and of the development of the campaign by

the political parties.Forty years of an entirely personal

regimen have done much that is good forthe country, but at the same time left Spainsadly lacking in political structures, somuch so as to pose an enormous risk to thestrengthening of the monarchy. Followingthe first six months of the Ariasgobernment, which I was likewise obligedto inherit, in July 1976, I appointed ayounger, less compromised man, whom Iknew well and who enjoyed my fullconfidence: Adolfo Suárez.

From that moment onwards I vowed totread in the path of democracy,endeavouring always to be one step aheadof events in order to forestall a situationlike that in Portugal which might proveeven more dire in this country of mine.

The legalization of the various political

parties allowed them to participate freelyin the [election] campaign, to elaboratetheir strategy and to employ every means ofmass communication for their propagandaand the presentation of the image of theirleaders, at the same time that they securedfor themselves solid financial support; theRight, assisted by the Bank of Spain;Socialism by Willy Brandt, Venezuela andthe other European Socialists; theCommunists by the usual means.

Meanwhile, Premier Suárez, whom Ihad firmly entrusted with the responsibilityof government, could only participate in theelection campaign during its final eightdays, bereft of the advantages andopportunities which I have explainedabove, and from which the other politicalparties were able to profit.

Despite that, alone, and with an

organizatíon still hardly formed, financedby short-term loans from certain privateindividuals, he managed to secure anoutright and decisive victory.

At the same time, however, theSocialist party also obtained a higher thanexpected percentage of the vote; one whichposes a serious threat to the country'ssecurity and to the stability of themonarchy, since I am reliably informed thattheir party is Marxist. A certain part of theelectorare is unaware of this, voting forthem in the belief that through SocialismSpain might receive aid from such majorEuropean countries as Germany, oralternatively from countries such asVenezuela, for the revival of the Spanisheconomy.

For this reason it is imperative thatAdolfo Suárez restructure and consolidate

the Centrist Political Coalition, so as tocreate a political party for himself whichwill serve as the mainstay of the monarchyand of the stability of Spain.

For this to be achieved Prime MinisterSuárez clearly needs more than ever beforewhatever assitance is possible, be it fromhis fellow countrymen or from friendlycountries abroad who look to thepreservation of Western civilization and ofestablished monarchies.

It is for this reason, my dear brother,that I take the liberty of requesting yoursupport on behalf of the political party ofPrimer Minister Suárez, at a criticaljuncture; the municipal elections are to beheld within six months, and it is there morethan anywhere that we shall put our veryfuture in the balance.

Thus I take the liberty, with all respect,

of submitting for your generousconsideration the possibility of granting10.000.000 as your personal contributionto the strengthening of the Spanishmonarchy.

Should my request meet with yourapproval, I take this liberty to recommend avisit to Tehran by my personal friend,Alexis Mardas, who can take receipt ofyour instructions.

With all my respect and friendship,Your brotherJuan Carlos.

»[The Shah's reply to this letter is dated 4July 1977. It is warmly worded butdisplays much greater caution than that ofthe King of Spain: “…As for the questionto which Your Majesty alluded in his letter,I shall convey my personal thoughts by

word of mouth…”]».

La contestación del Sha, dice el buen señor, esmucho más prudente que la del Monarca español(en realidad, la de Manolo Prado), y es queciertamente no cabe otro calificativo más generosopara iniciativa tal que el de imprudencia.

* * *

El texto transcrito refleja fielmente laarquitectura mental de quienes rodeaban al Rey deEspaña, y en particular la de su albacea mayor,Prado y Colón de Carvajal, y es la clave del arcode un razonamiento según el cual todos los Reyesde la media luna se sienten inseguros porquepertenecen a otra época, son sátrapascuasimedievales que no han pasado bajo el arco

voltaico de una democracia parlamentaria, demodo que conviene a esos Reyes la existencia demonarquías europeas, monarquías que aúnantradición y modernidad y son a la vez coartada yespejo en el que mirarse. Pero buena parte de esasmonarquías europeas están más tiesas que lamojama, razón por la cual los «hermanos» ricosestaban obligados a aportar su óbolo para facilitaruna consolidación que a todos convenía.

Prado incluía en tales cartas, año 77, uncurioso razonamiento adicional, y es que el PSOEcontaba con toda la ayuda de la InternacionalSocialista, especialmente de la riquísimasocialdemocracia alemana, de modo que eranecesario contrarrestar esa situación y buscarapoyos para que un Gobierno de centro derecha,como era el de Adolfo Suárez, pudiera sostenersey proteger así a la Institución Monárquica de lasconocidas veleidades republicanas y marxistas delsocialismo.

Lo que Prado planteaba, en suma, era unaespecie de «derrama» entre los riquísimos reyesdel petróleo, demanda a la que la monarquía saudí,que se sepa, respondió favorablemente con laconcesión de un crédito por importe de 100millones de dólares (unos 10.000 millones depesetas, grosso modo), a pagar en diez años y sinintereses, presente que haría exclamar a don Juan,conde de Barcelona, ante testigos, la siguientefrase: «A mí esto que vais a hacer no me gustanada».

Estaba claro que la familia real saudí le estabahaciendo al Rey de España un regalo no inferior alprincipal de ese crédito, puesto que, con los tiposde interés entonces vigentes, bastaba con colocaresos 10.000 millones en un banco para doblar,como poco, esa cifra al cabo de los diez añospactados.

Pero Prado, que como peticionario sedesempeñaba con gran brillantez y habilidad, en

cambio como inversor se demostró un desastre,porque, en lugar de administrar prudentemente esasuma que por sí misma podía convertir al Rey deEspaña en un hombre muy rico, decidió invertirlaen negocios que resultaron ruinosos (entre otros,en el proyecto urbanístico de Jerez Castillo de losGarciagos). El administrador real se vio obligadoa contarle al Rey que había perdido buena parte delos 10.000 millones prestados por el rey Fahd, oésa fue la especie que se propagó a los cuatrovientos, de modo que transcurrieron los diez añosy la Casa Real se encontró con la desagradablesorpresa de tener que devolver 100 millones dedólares que no tenía. O tal decía.

Y es que los saudíes, en contra de lo que Pradohubiera podido pensar, estaban decididos arecuperar su dinero. De la tarea de reclamar ladevolución del principal quedó encargado unhermano del rey Fahd, con espléndida casa en laCosta del Sol. Ocurrió entonces que el príncipe

saudí llamó un día desde Marbella, pleno mes deagosto, finales de los ochenta, anunciando suintención de acudir a almorzar con los Reyes aPalma de Mallorca, donde a la sazón seencontraban de vacaciones.

La iniciativa produjo una enorme conmociónen Marivent, donde, a toque de corneta, sepresentaron Manolo Prado y el supuesto príncipeChokotoua. Reunión de pastores sobre una praderade nervios y conciliábulos. El interés de Palaciopor cumplimentar adecuadamente al príncipe saudíera obvio. Había que recibirlo con todos lohonores y despedirlo de igual modo, aunque sin unduro, de modo que era absolutamente necesarioque volviera contento a Marbella.

Pero entonces ocurrió algo que nadie habíaprevisto, una divertida equivocación más propiade sainete teatral que de protocolo real. Porque, ala hora prevista para el aterrizaje del jet privadodel saudí en el aeropuerto militar de Palma, allí

estaba Prado y todo su séquito con la mejorsonrisa puesta a pie de pista, sonrisa que se fuetransformando en cara de sorpresa cuandocomenzaron a descender los pasajeros sin queapareciera una sola chilaba, y que se convirtió engesto de horror al comprobar que entre quienescaminaban a su encuentro, a pleno sol, no seencontraba el hermano del rey Fahd ni Cristo quelo fundó. Se trataba de gente importante, sí, nadamenos que los duques de York, que llegaban aPalma invitados a pasar unos días con los Reyesde España…

¡Un lío memorable! Manolo Prado,horrorizado, salió corriendo hacia el aeropuertocivil de Palma, pero cuando llegó el morito, trascomprobar que nadie había acudido a recibirlo, yahabía levantado el vuelo partiendo de regreso aMarbella y muy enfadado ante la falta de cortesíade sus anfitriones palmesanos.

¡Se armó la de Dios es Cristo! Muebles y

sillas de época pagaron aquel día el pato delenfado real, que es la forma que suele utilizar elMonarca para descargar su adrenalina cuando estáenfadado. El Rey, consternado, llamó rápidamenteal príncipe saudí para presentarle sus disculpas, yvolvió a hacerlo varias veces a lo largo del díapara rogarle encarecidamente que viajara de nuevoa Palma al día siguiente, donde tendría el honor dealmorzar con él.

Por fortuna, el hermano del rey Fahd accedió,de modo que el enfado regio se trocó en real yabierta alegría, y no tanto por lo agradable queresultó el almuerzo como por el hecho de que el dela chilaba «nos ha dado cinco años más paradevolver el dinero».

Parece, sin embargo, que los cinco añostranscurrieron sin que Prado lograra encontrar lalámpara de Aladino que le ayudara a devolveresos 10.000 millones. Hace apenas tres años, en elverano del 96, el eco de la llegada a Palma del

representante de la familia real saudí reclamandoel dinero inundó de nuevo Marivent con susterroríficas connotaciones: «¡Que viene “el morocabreado”, y quiere cobrar!» era la frase quecorría de boca en boca por Palacio. Nadie sabe aestas alturas si Prado ha devuelto esa suma.

* * *

Y es que las intervenciones de Prado bastaríanpara llenar un Quijote de anécdotas a mediocamino entre la desvergüenza y la farsa. El entornode Adolfo Suárez ha relatado la historia de unviaje que, siendo ya presidente y en contexto delas cartas dirigidas a una serie de monarcasárabes, realizó a Riad en compañía de ManoloPrado para pedir dinero con el que sanear lasmaltrechas finanzas de la UCD. Como Adolfo no

hablaba inglés, era Manolo quien oficiaba deintérprete, de modo que el abulense quedabarelegado al papel de figura de cera que, de cuandoen cuando y en la mesa de negociaciones,despertaba de su letargo para musitar al oído dePrado: «Pídeles cien más», y Prado, pisa congarbo, no pedía a hundred sino a thousand,anécdota que luego contaba con mucha gracia porMadrid y Sevilla provocando la hilaridad dequienes lo escuchaban. Un tío grande, capaz deengañar a la vez al rey de Arabia y al presidentedel Gobierno del España.

Pedir dinero llegó a convertirse en algo casihabitual. Se pedía dinero para salvar lademocracia, para ayudar a financiar las campañaselectorales de la UCD, para poder utilizar lasbases… Y se hacía metiendo por medio alGobierno de España y a la propia instituciónmonárquica.

«Manolo Prado no se ha privado de nada —

asegura el antiguo preceptor del Rey—.Embajador por designación real, ha entrado ysalido de Zarzuela como Pedro por su casa,disponiendo a su antojo y actuando, de hecho,como un jefe de la Casa del Rey bis, un Sabino oun Almansa en la sombra, a quien ninguno de losdos se atrevía a contrariar».

Prado, por ejemplo, ha manejado lacorrespondencia del Monarca al margen deL staffde la Casa, escribiendo cartas con membrete realque en algún momento, y con motivo del caso KIO,fueron tachadas de falsas o atribuidas a un Javierde la Rosa capaz de haber falsificado losdistintivos regios. Es cierto que eran falsas en elsentido de que no estaban escritas por el staff deZarzuela, ni figuraban en el registro de salida, nisu existencia era conocida por Sabino, primero, nipor Almansa, después, pero las cartas existen yexistieron: simplemente las había escrito ManoloPrado, con el visto bueno de quien podía darlo.

Fernando Almansa ha recibido en más de unaocasión lo que parecían respuestas a cartas quejamás había cursado, de modo que, al no encontrarrastro de ellas en el registro de salida, en más deuna vez se ha dirigido al propio Monarca paraaclarar el aparente sinsentido:

—Señor, ha llegado una carta del Rey deArabia Saudí diciendo que en contestación a lacarta de mi hermano de fecha tal… ¿Sabe a quécarta alude?

—Sí, sí, no te preocupes, ésa la escribióManolo Prado.

Aquel Monarca pobre que en 1975 se hizocargo de la Corona de España jurando laConstitución es hoy un hombre rico. Al recuerdode la relativa pobreza del exilio de Estoril,algunos expertos han creído ver unido algúnaspecto o deriva psicológica, una reacción, unarespuesta a quienes en algún momento han puestoen cuestión su capacidad para los negocios y su

olfato para ganar dinero. Como a todo buencazador, y el Rey lo es, no le importa tanto la piezaque nunca se comerá como el hecho de abatir a lapresa.

Un ex ministro de Franco a quien don JuanCarlos tuvo por ocasional profesor cuando erapríncipe relata la anécdota de una colección desellos que decía haber comprado en Chile por10.000 dólares, invento que adornó ante el Reycon el dato, igualmente falso, de que sólo la ventade los cinco primeros le había reportado un millónde dólares de beneficio, detalle que excitó lafantasía de un entonces joven Monarca, que setragó el sapo para deleite del franquista.

* * *

Ninguna de las historias de dinero que han

circulado en torno a Prado es tan potencialmentepeligrosa para sus amigos como el hecho,reconocido por el diplomático, de haber recibidootros 100 millones de dólares (unos 15.000millones de pesetas al cambio actual) de KIO, víaJavier de la Rosa.

El escándalo tuvo su origen en la invasión deKuwait por el ejército de Sadam Hussein, lo quemotivó la intervención norteamericana y británicapara expulsar a los invasores iraquíes e instalar denuevo a la familia Al Sabah al frente del emirato.Sólo entonces se supo que, además de los pozos depetróleo, habían ardido casi 55.000 millones depesetas de las cuentas que la Kuwait InvestmentOffice (KIO) mantenía en su filial española, elGrupo Torras, cantidad que se utilizó, en buenaparte, para el pago de favores políticos realizadosen pro de la liberación del emirato.

Los pagos se «justificaron» en Kuwait por lanecesidad de que, durante la llamada «Tormenta

del Desierto», la aviación norteamericana pudieradisponer a su antojo de las bases aéreas españolasde Rota y Torrejón, para lo que era preciso«untar» a los políticos.

Javier de la Rosa, que dependía de la cúpulade KIO en Londres, habría actuado como«pagador» de lo que, sin duda, constituye una delas más monumentales estafas de todos lostiempos. Alguien había engañado a la familia AlSabah en el exilio haciendo creer a sus miembrosque el Rey de España disponía de la facultad deautorizar la utilización de las bases por losnorteamericanos, facultad que en última instanciacorresponde al Gobierno y al Parlamento.

Cuando, tras la retirada iraquí, una nueva rama(en un muy peculiar sistema de alternancia) de losAl Sabah se instaló en el emirato, pronto sedescubrió el engaño o, en todo caso, la radicaldesmesura de esos pagos. El paso siguienteconsistió en querellarse en Londres y Madrid

contra los responsables de KIO, su presidente,Fahad Mohamed Al Sabah, miembro de la familiareinante, su primer ejecutivo, Fouad Khaled Jaffar,y el propio De la Rosa en España.

En octubre del 92, De la Rosa fue llamado acapítulo por los nuevos rectores del emirato: lospagos efectuados no estaban autorizados y habíaque devolver el dinero. «JR» se vinoinmediatamente a Madrid y transmitió la malanueva a Prado:

—Oye, que me dicen que hay que devolver esedinero.

—Ni hablar —respondió el interpelado—.¿Sabes lo que vamos a hacer?

—Tú dirás.—Mira, tienes que hacerte con una fotocopia

del pasaporte de Fahad Mohamed Al Sabah, yo lameto en la cuenta donde está el dinero, y a verquién dice que no es suyo…

Prado, en suma, se acogía a ese dicho tan

español de que «Santa Rita, Rita, lo que se da nose quita».

De la Rosa ha reconocido en declaraciónjurada ante la Corte de Londres haber entregado aManuel Prado hasta 160 millones de dólares entres pagos de 80, 20 y 60 millones, aunque otrasfuentes elevan la cifra final a 200 millones (unos30.000 millones de pesetas). Parece evidente quehasta los 55.000 totales media un buen trecho quehan debido saltarse a la torera los propiosmandamases de KIO, tanto en Londres como enMadrid. Javier de la Rosa protesta y dice que lacuenta existente a su nombre en un banco deGinebra es, en realidad, una cuenta de tránsitodesde la que se hicieron los envíos a los distintos«beneficiarios», uno de los cuales estaba radicadopara estos menesteres en Licchtenstein. Elfinanciero catalán asegura que podrá demostrar loque dice aportando la correspondientedocumentación acreditativa, pero el hecho cierto

es que, hasta el momento, no ha podido hacerlo.La única verdad irrefutable en este caso reside

en el hecho de que Manuel Prado y Colón deCarvajal reconoció ante el juez Miguel Moreirashaber cobrado, vía Javier de la Rosa,efectivamente 100 millones de dólares de KIO,cobro que pretendió justificar como el pago dedictámenes y trabajos de asesoría por élrealizados para el catalán.

La afirmación provocó el comentariofulminante de Moreiras:

—¡Coño, qué dictámenes más caros…!Pero Prado, ducho en las artes de la

simulación, devolvió la pelota al otro lado de lared:

—Es que usted, señor juez, se mueve en unmundo donde estas magnitudes no le cuadran.

Pero entonces intervino por KIO el abogadoStampa Braun. Le daba igual dónde hubiera ido aparar el dinero, pero lo cierto es que a su cliente

le habían birlado una fortuna, por lo que pidió lacelebración inmediata de un careo entre De laRosa y Prado, careo que se celebró con elabrumador resultado que era de prever, a pesar deque De la Rosa echó el freno y se limitó a seguir lajugada.

Finalizada la diligencia, el fiscal jefe de laAudiencia Nacional, José Aranda, se abalanzósobre Stampa:

—Pero, ¿cómo se te ha ocurrido pedir uncareo? ¡Ayer acordamos con Cobo y con Bajo queeso no se tocase, coño, que aquí no hay que hurgar!…

—¡Ah, es que a mí nadie me había dicho nada!Algunas reputadas figuras del foro sostienen

que la salida del fiscal Aranda de la AudienciaNacional tuvo mucho que ver con ese careo que nosupo evitar. Un careo que dio pie a aquelmaravilloso titular del diario ABC: «Trifulca entrefinancieros», una de las cosas más divertidas que

se hayan podido leer nunca en prensa escrita, conel cual Luis María Ansón trataba de deslindar lafigura del Rey de la de ambos «financieros».

A pesar de lo inverosímil de la justificaciónaportada sobre el origen de esos 100 millones dedólares, Prado, al contrario que Javier de la Rosa,sigue en la calle, y los kuwaitíes nunca leincluyeron en la lista de querellados.

Las cosas están francamente mal para elfinanciero catalán, a menos que pueda acreditarque esos dineros, como sostiene, llegaron a sudestino. Mientras eso no se demuestre, De la Rosaserá una bomba hueca que jamás llegará aexplotar.

El susto, de momento, se lo ha llevado genteque nada tenía que ver con el escándalo. Es elcaso de Sabino Fernández Campo, ex jefe de laCasa del Rey, a quien un día el Monarca pidió queacudiera al piso que Javier de la Rosa solíautilizar durante sus estancias en Madrid, un

hermoso penthouse en el 47 del paseo de laCastellana, para transmitirle un mensaje:

—Vas a ir a ver a Javier de la Rosa a estenúmero del paseo de la Castellana, y le vas a decirque, de parte del Rey, todo está arreglado y quemuchas gracias.

—Pero bueno —quiso saber Sabino,despistado—, ¿no hay que decir de qué se trata?

—No, no, nada. Tú limítate a transmitirle loque te he dicho.

Sabino, fiel servidor, se puso en marcha. En elportal de Castellana 47, dos fornidos escoltasprivados requerían a todo el que tomaba elascensor el destino del viaje a las alturas. Si larespuesta era el tercer piso, de inmediato dabancuenta de la novedad, mediante walkie-talkie, a laescolta del financiero en la tercera planta.

El encuentro fue muy breve, ¿quieres tomar uncafé? no, no, muy agradecido, pero a esta hora notomo café, vengo solamente a decirte de parte del

patrón que todo está en orden, todo arreglado, eslo que me han dicho que te diga, y que muchasgracias.

* * *

La decisión de los Al Sabah de reclamar en lostribunales la devolución del dinero desaparecidollevó a Manuel Prado a un estado cercano alparoxismo. Entre las iniciativas, a cual másalocadas, emprendidas por «el manco», como se leconoce en el mundo de la jet, dirigidas adesactivar la espoleta del escándalo, ninguna tantemeraria como las más de seis horas deconversación telefónica que, desde España y endistintas llamadas, mantuvo con el emirato y queterminaron, en forma de cintas grabadas, en manosdel propio Javier de la Rosa, quien, fiel a su

estilo, las hizo circular por medio mundo. ManoloPrado ha pasado por este caso como elefante porcacharrería. Y todo por no devolver el dinero, quehubiera sido lo más inteligente a la par que justo.

Obsesionado por salvarse de la quema, elsevillano viajó a Kuwait y estableció una fluidarelación telefónica con el emirato para intentarconvencer a su Gobierno del riesgo que implicabala aparición de su nombre entre los «cobradores».En concreto, pedía una carta oficial en la cualquedara constancia expresa de que él no habíarecibido dinero alguno.

El estrambote del caso, de acuerdo con laversión extendida por el propio De la Rosa, lopusieron los propios kuwaitíes, probablemente ungrupo opositor a la familia reinante, entrando encontacto con el catalán y ofreciéndole unas cintasgrabadas con las conversaciones de Prado, con lapromesa de sacarle del pleito de Londres a cambiode que les facilitara toda la información de que

dispusiera sobre los Al Sabah. Fue así como elfamoso JR comenzó a recibir semanalmente suración de cinta con la inconfundible voz de ManuelPrado hablando en francés, y también encastellano, con gente como el ministro Belloch,porque, para enfatizar su importancia, grababa lasconversaciones «interiores» que le parecíaninteresantes para pasárselas a continuación a loskuwaitíes, que, a su vez, le grababan a él, paraterminar el recorrido en De la Rosa.

Con el desparpajo que le caracteriza, Prado nodeja títere con cabeza. Tratando de salvarse por sucuenta, se sirve del Rey llamándolo «monpatrón», «mon ami le patrón», «sa majesté», «ilconnais tout…,». Prodigio de discreción, detallala existencia de unas cuentas comprometedoras enLicchtenstein, cuya numeración (letras y números)cita; dice que el Gobierno está al corriente;considera que el prestigio del Rey en la sociedadespañola ha quedado afectado por culpa del

escándalo de Mario Conde, hasta el punto de queno podría aguantar otro golpe similar, etc.

En estas charlas a calzón quitado a través delhilo telefónico, Prado monta su particularconspiración de papel, asegurando que el ABC eraun diario monárquico pero ya no lo es, porqueAnsón es el que más le ha atacado; que El Mundoes un periódico de Mario Conde, y que ahora elgran defensor del Rey es el diario El País, elúnico periódico serio que está con «mon patrón»,porque el señor Polanco es amigo del Rey, demodo que él ha llegado a un acuerdo con Polanco,«avec la anuence de mon patrón», para poner a sudisposición dos periodistas serios como Ekaizer yun tal Pérez, de Barcelona, a fin de publicar todala información que se les suministre sobre Conde yDe la Rosa, porque él cree que sería mejor hacerlosalir en la prensa que por los juzgados…

Metido en la vorágine de la estulticia, pedíapruebas contra Javier de la Rosa para pasárselas

al juez Moreiras. Según Prado, el Gobierno, concuya protección decía contar, quería meter en lacárcel al catalán porque era testigo de que elpresidente González había cobrado 14 millones dedólares de KIO, cosa que también sabía el Rey yque De la Rosa iba pregonando por ahí. En el ajoandaba también metido el fiscal AnticorrupciónJiménez Villarejo, el cual se manifestaba, enconversación con el sevillano, dispuesto a «lo queSu Majestad me pida». Prado implicaba a mediopaís.

Javier de la Rosa ofreció las cintas al Rey. Lohizo a través de Paco Sitges, pero el Monarca, trasparlamentar largo y tendido con su amigo, se negóen redondo a escucharlas. Muy preocupado, lo quehizo el Rey fue pedir al príncipe Felipe queescribiera una carta dirigida al príncipe herederode Kuwait, sesenta y siete años, aludiendo a lanecesidad de «arreglar las cosas entre nuestrosdos pueblos hermanos…», misiva de la que, al

parecer, dio cuenta la televisión kuwaití.El catalán pasó también las cintas al

Ministerio del Interior, cuyos laboratorioscertificaron que la voz que se escuchaba en lasmismas era realmente la de Manuel Prado.

Víctima de una aparente esquizofrenia, o quizádel simple miedo, Manolo Prado entró en contacto,en abril del 96, con el sultán de Brunei, adondehabía proyectado viajar con la intención de lograrun préstamo con el que tapar viejos agujeros.Volvió igualmente a viajar a Kuwait, y ello encontra de Palacio, que le había advertido de queno tomara más iniciativas por su cuenta y seretirara un tiempo a Lausanne. Prado noescuchaba. Tras casi treinta años de estrecharelación con el Monarca, había llegado a pensarque el Estado era él.

El resultado inmediato de las cintas de Pradofue una querella interpuesta contra él por De laRosa y la iniciativa del juez Miguel Moreiras de

poner en conocimiento de la FiscalíaAnticorrupción la existencia de esas cintas, unacopia de las cuales había llegado a su poder através del buzón de correos.

Una de las personas que, gracias a lagenerosidad de Javier de la Rosa, escuchó lascintas de Prado fue Luis María Ansón. Elperiodista y académico, entonces director deldiario ABC, quedó tan impresionado por lo queoyó (además de francamente molesto con losepítetos que, a nivel personal, le dedicaba) que seapresuró a llamar al Rey para ponerle al corrientede lo que ocurría (cosa que también harían SabinoFernández Campo y el propio Mario Conde, entreotros).

Este episodio marcó el inicio de la famosa«conspiración» con la que Ansón revolucionaría elgallinero político hispano en la primavera de1998. Porque Ansón, reconocido adalid de lacausa monárquica, se puso de inmediato en

movimiento para intentar salvar a la Institución delgrave peligro que, en su opinión, se cernía sobreella a cuenta de la irresponsabilidad de Prado.

Lo primero que hizo fue viajar a Sevilla paraentrevistarse con él. Lo que he escuchado en esascintas es tan grave, Manolo, tan grave, que hay quetomar decisiones drásticas y urgentes para salvaral Rey de la quema, Y para ello quería, le exigía,le conminaba a que firmase un documento que elperiodista llevaba al parecer redactado, unaespecie de declaración o manifiesto a la naciónque se haría público en caso necesario; en él sedeslindaban sus negocios de las finanzas de laCasa Real y Prado se hacía personalmenteresponsable de lo ocurrido, exonerando de todaresponsabilidad al Monarca. Como rúbrica, Ansónllevó su espada flamígera a pretender que Pradoabandonara España para instalarse definitivamenteen Lausanne.

Parece que Ansón, con el motor francamente

revolucionado, hizo más. Baluarte de laInstitución, el académico pensó con el buensentido que le caracteriza que, además de poner abuen recaudo al pillo de Prado, había que preverla posibilidad de que el escándalo, si llegaba aestallar, se llevara por delante a don Juan Carlos I,de modo que era necesario anticiparse a taleventualidad preparando la abdicación delMonarca en favor del Príncipe de Asturias.Aquélla sí que era una «conspiración» de verdad,puesta en marcha, ciertamente, con la mejorintención del mundo: salvar a la Institución,aunque algunos pudieran calificarla de traición,traición como la que, años atrás, el propio Prado yMario Conde habían achacado injustamente aSabino Fernández Campo.

Víctima del singular afán conspirativo que ledistingue, Ansón comenzó a frecuentar lacompañía de ese republicanismo de salón quecircula por Madrid, «más que nada para ver por

dónde iban, por controlar». Hasta que llega unmomento en que, tras compartir mesa y mantel enEl Cenador de Salvador con Vera, Barrionuevo yCorcuera, le asalta el miedo de que el juego salgaa la luz, por lo que decide pinchar el globo élmismo con el lanzamiento de la famosa teoría de laconspiración, tan querida por el polanquismo y surama política, el PSOE.

«Ansón quería defender la Institución mediantela abdicación de Juan Carlos en su hijo —asegurauna fuente próxima a La Zarzuela—, pero losotros, de querer algo, querían el final de laMonarquía. Esa es la diferencia. Con el riesgo deque, si ese juego se descubría, él quedara como unconspirador. Por eso decidió anticiparse».

Una versión que, en todo caso, no está reñidacon la otra más verosímil ya citada en otrocapítulo de este libro, que apunta a que elacadémico se vio obligado a escenificar laparodia de la conspiración obligado por los

Barrionuevo, Vera y Cía., conocedores en primerapersona de las idas y venidas del hermano Rafael.

* * *

Por lo dicho hasta aquí, esta claro que ManuelPrado y Colón de Carvajal, embajador delMonarca en misiones diplomáticas varias y que haformado parte de delegaciones oficialesespañolas, es el hombre que más daño ha hecho alrey Juan Carlos y a la Monarquía española.

Pero es, al mismo tiempo, un amigo. A finalesdel 95, a punto de aceptar el exilio suizo queurgían Ansón y Almansa, entre otros, Prado estuvoen un brete de ser empitonado por el juez JoaquínAguirre a cuenta del escándalo Grand Tibidabo. ElRey, de viaje oficial por un país africano, seconfesó, por no ser menos, al ministro que le

acompañaba, Alfredo Pérez Rubalcaba: «Manoloes ante todo mi amigo y no le voy a dejar ahoratirado».

Y de hecho nunca lo ha dejado. Prado es elgran amigo, el amigo del alma, en realidad elúnico verdadero que ha tenido, porque el Rey notiene amigos, de modo que Prado, aunque de formamás discreta, más matizada, ha seguido gozandohasta hoy de la amistad y la confianza delMonarca.

Hace poco más de un año, Miguel Primo deRivera, el compañero de francachelas más cercanoen los últimos tiempos, realizó algunasconfidencias a un reducido grupo de personas conlas que compartía cena, asegurando que el Reyestaba «dolidísimo» con todo lo que había pasado,con De la Rosa, con Conde, «porque lo de Mariohabía sido un golpe brutal…».

—Pero vamos a ver, Miguel —le interrumpióuno de los comensales—, ¿y qué pasa con Manolo

Prado?—¡Ah, no!,ése sigue ahí.—Pero ¿tú le has visto en Zarzuela?—¡Pues cómo no! Es que yo voy mucho por

allí, tengo mucha relación con ellos.—Pues no lo entiendo, porque el que esta

gente, por ejemplo un Mario Conde, no pise porPalacio me parece lo mínimo que se puede pedir.

—Pero lo de Prado es distinto.—Entonces, ¿de qué estamos hablando?

¿Dónde está el propósito de enmienda?—Es que la relación con Manolo es intocable,

es una especie de pacto de sangre…—¡Pues estamos en las mismas! O peor,

porque ahora el que manda ahí, según dicen, esPolanco.

—Lo de Manolo no se arregla más que con lamuerte, que, por cierto, el pobre está muy enfermo.

La enfermedad de Prado ha sido un temarecurrente de conversación en los últimos meses,

entre otros motivos porque «cuando las cosas seponen feas, él siempre se pone muy malito», segúnun buen conocedor del personaje. Por desgracia,parece que la enfermedad prosigue su curso, y amediados de mayo pasado conoció uno de sus másviolentos episodios en la Clínica de la Luz deMadrid, donde superó una tromboflebitis y lefueron implantadas dos válvulas coronarias.Después de pasar unos días de recuperación en elhotel Villamagna, el 28 de mayo emprendió elregreso a sus lares sevillanos.

Un personaje negativo, en todo caso, unaespecie de Rasputín introducido cual perenne cuñaen Palacio que, cuando el juez Aguirre le impusouna fianza de 150 millones de pesetas para evitarla cárcel, contestó tan gallardo enviando alJuzgado una relación de bienes por importe de…¡dos millones de pesetas! Episodio que fueaprovechado por Sabino Fernández Campo en unalmuerzo con los Reyes en Zarzuela:

—Señor, ¡qué pena!, hace años que conozco aManolo y resulta que tanta actividad, tantosnegocios, tanto ir y venir para que el pobre puedajuntar dos millones de pesetas que dice que estodo lo que tiene.

Afortunadamente, Miguel Primo de Rivera, enestos momentos «recadero» favorito del Monarca,es reconocido como un tipo franco y sano, que amuchos recuerda al Juan Carlos Príncipe deEspaña, un joven provisto de una simpatíaarrolladora, heredada de su abuelo, don AlfonsoXIII, que le permite meterse en el bolsillo a susinterlocutores.

Y es que el Rey de España no disfruta con loscientíficos, los filósofos, los historiadores. Enrealidad le aburren solemnemente todas lasespecies de biblioteca. El Rey no lee libros niperiódicos: se limita a hablar por teléfono lasveinticuatro horas del día, lo cual conforma enocasiones en su coronada testa un galimatías

morrocotudo. Cuantas veces y voces hanpretendido dotarle de algún tipo de asesoría oconsejo de notables, una simple tertulia con la quereunirse de forma periódica para hablar con ciertaprofundidad de algunos temas, han fracasado. AlMonarca le interesan más los tipos divertidos,alegres, simpáticos, ricos mejor que pobres,hábiles en el trato con las mujeres y en losnegocios.

Con estas premisas, el Rey no ha tenidociertamente suerte a la hora de elegir sus amigos.Prado, Conde, De la Rosa, Sitges, Chokoutua,Polanco, Mendoza… Algunos de ellos hanterminado en la cárcel o han pasado por lostribunales afectados por escándalos de gruesocalibre. Las constantes recomendaciones deSabino cayeron en barbecho: «Señor, cuidado consus amistades, cuidado…».

De estos amigos, el más interesante desdetodos los puntos de vista, incluido el intelectual, es

Mario Conde. El Monarca se entregó sin reservasal hechizo de un joven que, a finales de los ochentay antes de fracasar con estrépito como banquero,llegó a convertirse en paradigma de toda unageneración. Su caída con la intervención delbanco, en una operación política cuya trama sigueestando rodeada de misterio (es obvio que unoscuro funcionario como Rojo, a la sazóngobernador del Banco de España y personalmenteimplicado en el escándalo Ibercorp, jamás sehubiera atrevido a derribar la estatua del que en1993 era, después del Rey, el hombre máspoderoso de España), afectó seriamente alprestigio y la credibilidad del propio Monarca,que había hecho de Conde su banquero personal.

El de Tuy, sin embargo, no supondrá nunca unpeligro para el Monarca, entre otras cosas porquesiempre honrará la promesa que le hizo a don Juan,Conde de Barcelona, en su lecho de muerte: la deayudar y apoyar a su hijo Juan Carlos, Rey de

España.Si el más interesante es Mario Conde, el más

peligroso —con la excepción de Prado— de losamigos del Rey es sin duda Javier de la Rosa. Elfamoso JR de los años ochenta, también llamado«el hombre de la manguera» de los petrodólareskuwaitíes, ha sido el gran corruptor de notablesespañoles, el hombre que con más prodigalidadrepartió un dinero que no era suyo entre bufetes deabogados (que todavía le siguen añorando),consultores, asesores, banqueros, políticosestatales y autonómicos…

Javier de la Rosa es una verdadera bomba derelojería, pero una bomba que nunca llegará aexplotar porque el catalán, fiel a su espírituoriginal de simple comisionista de KIO, jamásserá víctima de la menor veleidad deregeneración, mediante la pública denuncia, de unsistema que él ayudó tan eficazmente a corromper.Su único y mesocrático interés es el de salvar el

pellejo, lo que explica esa permanente ydesacreditada estrategia de amagar y no dar. Talvez sea justo decir, en su descargo, que de no serasí Javier de la Rosa quizá no habría llegado vivohasta aquí.

En mayo del 95, uno de los años más críticosde la reciente Historia de España, el Monarca semanifestaba tranquilo ante una persona que levisitó en Palacio: «A mí, salvo lo del cochedeportivo y el reloj, nada más. Estuvo aquí un parde veces almorzando, porque estaba empeñado entraer la familia, pero, de dinero, ni un duro…».

No hacía ni veinticuatro horas que el Reyhabía volado a Barcelona para mantener unaentrevista con Jordi Pujol en el hotel Rey JuanCarlos de la Ciudad Condal. El Monarca encontróa Pujol muy preocupado: «Estuvo media horahablándome de De la Rosa…».

* * *

Al Monarca se le amontona a veces el trabajopor culpa de la poca pericia de sus colaboradoresy amigos. La falta de habilidad de Prado ha estadodetrás de un asunto de faldas que ocupó lasconversaciones del tout Madrid durante meses, untema en el que la liberalidad del pueblo españolalcanza cotas desconocidas en otras latitudes, peroque pudo convertirse en algo más que una simpleaventura amorosa.

Parece que la relación de amistad con unafamosa vedette del espectáculo y de la televisióncomenzó a finales de los setenta y siguió vivahasta un buen día, mes de junio del 94, en que labella supo, con frases amables, que la historiahabía terminado.

El entorno palaciego siempre creyó que laartista se iba a dar por satisfecha con el timbre de

orgullo que representa el haber mantenido durantecasi catorce años una hermosa amistad con el Reyde España, pero estaba equivocado. La dama noestaba dispuesta a pasar página tan fácilmente y,con el soporte de cierto material que ella mismahabía hecho grabar con motivo de la última visitarecibida en su chalet, comenzó a presionar: «Le heentregado lo mejor de mi vida, le he dadoconsuelo cuando ha sido menester, y ahora quieredecirme adiós. Ni hablar».

La preocupación esencial residía en ciertasfrases, contenidas en la grabación en poder de labella, relativas a los sucesos del golpe de Estadodel 23-F. Y a Palacio, que ya había puesto alcorriente de lo que ocurría a Emilio AlonsoManglano y su Cesid, no se le ocurrió nada mejorque encargar el asunto a Manuel Prado y Colón deCarvajal, «lo cual fue una gran equivocación —asegura Ansón—, porque Prado no sólo no arreglanada, sino que suele desarreglarlo todo». Y de

hecho lo que hizo Prado fue tomar posesión delcampo que acababa de abandonar su amigo, comomucho antes lo había abandonado Adolfo Suárez,que fue quien la presentó a Su Majestad.

Todo pareció entrar en vías de solucióngracias a un programa en TVE que arregló elentonces director general del Ente, Jordi GarcíaCandau, y que devolvió fugazmente a la bella alestrellato de la pequeña pantalla. La paz duró, sinembargo, lo que el mencionado programa detelevisión, porque, una vez desaparecido deparrilla, la señora, con un ritmo de vida difícil desoportar para cualquier economía, comenzó denuevo a presionar.

Así hasta que a los predios de Luis MaríaAnsón llegó un acreedor esgrimiendo una carta quele había sido entregada por la vedette como si deun pagaré se tratara, donde se afirmaba que iba arecibir de inmediato una cantidad con la cualpodría saldar las facturas pendientes de pago. A

juzgar por el membrete y el estilo empleado,aquélla parecía ciertamente una misiva oficial.Nuevo subidón para el ilustre académico, un nuevoescándalo en puertas, ¡horror, una carta de estetipo circulando por ahí!…

De modo que Ansón, con la diligencia que lecaracteriza, redactó un detallado memorándum queremitió a Palacio, tres folios en los que, punto porpunto, daba cuenta de lo que estaba ocurriendo,alertaba de los riesgos de la situación y proponíasoluciones. Pero La Casa se movilizó en cuantorecibió el escrito y acusó recibo con un escuetobillete: «No hagas nada; eso ya está en vías desolución».

La solución consistió, de nuevo vía Prado, eninstalar en casa de la bella una caja fuerte en lacual se acordó guardar un maletín con todo elmaterial, fotografías y grabaciones de audio y devídeo. Una vez al mes se abría la caja fuerte, secomprobaba que el material seguía en el maletín,

se volvía a cerrar y Prado hacía entrega a laseñora de un sobre cerrado con el estipendiomensual, unas fuentes dicen que un millón depesetas, otras que bastante más. Y así a lo largodel 95 y parte del 96.

En uno de tales chequeos mensuales ocurrió unincidente que de puro estrafalario rozó lo chusco.Y es que la estrella creyó oír un tímido tic-tac quejuzgó procedía del maletín y, pensando que lehabían colocado un artefacto dentro, lo agarró porla anilla, espantada, y lo lanzó a la piscina: untrozo de la Historia de España flotando sobre elreflejo azul de un estanque doméstico.

Parece que la llegada a Moncloa de JoséMaría Aznar truncó tan consuetudinario ir y veniral chalet de la bella. El nuevo presidente pidió larelación de gastos reservados de Presidencia yordenó cerrar el grifo, lo que provocó el enfado dela beneficiaria, que exigió entonces un aumento dela asignación hasta los dos millones mensuales

para seguir siendo discreta, promesa que sólocumplió en parte, puesto que una noche acudió auna comisaría de Policía para presentar unadenuncia por supuestas amenazas de muerte.

El asunto ha quedado saldado por FernandoAlmansa, «y maravillosamente —según Ansón—,porque tiene los pies en el suelo, no como Prado».Se arregló, al parecer, comprando el material auna agencia extranjera, en cuyo poder estaba, ypagando una suma que diversas fuentes sitúan enlos 4 millones de dólares, unos 600 millones depesetas al cambio actual.

Con el riesgo, lógicamente, de que ese materialvuelva a salir a flote dentro de unos años, porqueesa agencia lo vuelva a poner en circulación oporque argumente que se lo han robado. Que fue loque ocurrió cuando se compraron las cartas deOlghina de Robiland, una italiana que se carteabacon el Rey. Dos meses después de cerrada laoperación, la susodicha publicó un libro con el

material que previamente había vendido aZarzuela.

De nuevo el Rey aparece como víctima de laestulticia ajena. «Su única culpa, en todo caso,habría sido encariñarse de una señora con la quesiempre se comportó con un tacto exquisito —sostiene Ansón—, como un caballero, en unarelación de amistad que mantuvo en la más estrictaprivacidad y de la que nunca trascendió nada,porque jamás la invitó a viaje o sarao alguno».

* * *

Y es que el Rey de España es un hombreexuberante en casi todo, vitalista, extravertido,imparable, poco dado a la simulación y alformalismo, a menudo antojadizo, caprichoso alpunto de poner a veces en peligro su buen nombre

y el de la Institución que representa.Felipe González, que lo conoce bien, daba

tiempo atrás el diagnóstico adecuado: «¡Es queestá muy suelto…!». El ex presidente se quejabadel espectáculo montado en torno a la construcciónde un nuevo barco real teóricamente financiadopor una mesnada de ricos palmesanos deseosos deaflojar la faltriquera para congraciarse con SuMajestad.

En la primavera de 1996 diversos medios deprensa empezaron a preparar el ambiente para elcambio de yate con la publicación de diversosreportajes sobre el calamitoso estado del Fortuna,al parecer proclive a las averías en alta mar, enlos que subliminalmente se venía a resaltar laimpropiedad que suponía que el Rey de España nodispusiera de un elemento de representacióninstitucional como es el yate real, acorde con laimportancia de nuestro país.

El asunto maduró con motivo de la estancia del

matrimonio Clinton en Palma de Mallorca, unavisita relámpago antes de recalar en Madrid,donde iba a tener lugar una cumbre de la AlianzaAtlántica. Ocurrió que los Reyes invitaron almatrimonio Clinton a dar un paseo en el Fortunapor la bahía de Palma, con la mala suerte de que eldichoso yate se averió con invitados de tantorelumbrón a bordo.

Quienes conocen la historia del Fortuna ysaben de la personalidad de su capitán, el inglésRichard Cross, un hombre que llegó a España hacetiempo recomendado por el ex rey Constantino deGrecia, se temieron que el incidente fueraaprovechado para lanzar urbi et orbi la idea de lanecesidad de proceder al cambio de barco.

Aquel verano, como es tradicional, las fuerzasvivas de Palma pasaron por Marivent paracumplimentar a Sus Majestades al inicio de lasvacaciones. Y ante un grupo de empresariosisleños de renombre el Monarca se manifestó

quejoso, parece mentira, yo que soy el que traigoel turismo aquí, toda mi familia viene en agostodesde hace no sé cuánto tiempo y consentís que déel espectáculo ante el presidente de los EstadosUnidos con un barco que es una antigualla, quetiene más años que la tarara y se estropea cada dospor tres…

Los empresarios tan directamente aludidos enla real audiencia salieron de allí muy dispuestos ahacer algo, porque al Monarca no le faltaba razón,la isla se ha puesto de moda gracias a la FamiliaReal, y lo que hicieron fue poner en marcha unacuriosa fundación que sería la encargada derecolectar fondos, 3.000 millones de pesetas sehabló en un principio, para construir el yate delRey. Pero, haciendo honor a la sangre fenicia quecircula por sus venas, pronto redujeron de formasustancial la anunciada aportación inicial,esperando reunir en diez años el dinero necesariopara la aventura.

Cuando el asunto comenzó a llegar a oídos dela clase política, los comentarios más benévoloscalificaron como de «muy desafortunada» la ideade que a alguien se le hubiera pasado por lacabeza siquiera la idea de pedir ayuda paraconstruir un nuevo barco de recreo para elMonarca.

Entre los más críticos se encontraba FelipeGonzález. El líder del PSOE, de visita en Palma,había sido invitado por el Rey a tomar café,oportunidad que aprovechó para contarle la buenanueva del barco.

A Felipe le faltó tiempo para comentar elasunto en términos escandalizados.

—Es la mayor locura que he oído, y ademásestá entusiasmado.

—¿Y tú qué le has dicho? —le preguntó suanónimo interlocutor.

—Nada, ¡a mí qué me importa! Que haga loque quiera. ¡A ver si voy a hacer ahora de niñera!

El empeño por cambiar el viejo Fortuna porun barco más seguro, más lujoso y de mayoresproporciones venía de lejos. Siendo Narcís Serraministro de Defensa, el Rey planteó la cuestiónabiertamente en un despacho de verano. Queríabarco nuevo, y tanto lo quería que Serra le dijoque eso lo arreglaba él en un instante. ¿Cómo?«Eso se lo digo yo a Emilio Alonso Manglano y sehace el barco con 1.000 millones de los fondosreservados del Cesid». Al responsable del Centroaquélla le pareció una buena idea.

Pero cuando el intrépido Serra planteó laoperación, alguien, horrorizado, le dio un buentirón de orejas:

—Pero, ministro, vamos a ver, habrá que decirde dónde ha salido ese dinero, y si llegara adescubrirse que ha salido de los fondosreservados, ¿qué diría el país?, ¿qué opinaría deque el dinero de los servicios de información seestuviera utilizando para comprar un barco al Rey?

Además, ¿quién se encargará de costear sumantenimiento?

—Es verdad —reconocía Serra compungido—, pero ¡es que está tan ilusionado!

Sólo quedaba una salida lógica: que fuera elEstado el comprador del yate, incrementando elpresupuesto del que anualmente disponePatrimonio Nacional en la cantidad necesaria parahacer frente a los costes de construcción.

Así se hizo. El Fortuna II se construyó en losastilleros de Mefasa, pero nunca llegó a serutilizado por el Monarca, porque se vendió casidesde el mismo astillero a una rica acaudaladagallega residente en Miami, viuda del dueño de lasconservas Pescanova.

Su venta dio ocasión para proyectar sobre elpueblo llano una buena ración de imageninstitucional. En plena crisis del 92/93, la CasaReal anunció que el Monarca renunciaba a utilizarel nuevo barco por motivos de austeridad,

habiendo decidido dedicar el importe de la venta areparar y reformar el Palacio Real de Madrid.

La realidad, sin embargo, tenía más que vercon el consuetudinario ajetreo real de cada fin desemana y su afición a viajar casi todos los viernesa Palma, mientras la reina Sofía, nada proclive ahabitar en un barco estrecho e incómodo,permanecía en Madrid o marchaba a Londres, sudestino favorito.

Ocurría que esos viajes en solitario aMallorca, donde el Monarca disfrutaba de buenacompañía, podían acabarse en cuanto el FortunaII empezara a navegar, porque el nuevo barco,cómodo y apetecible, se iba a convertir en unreclamo perfecto para estar todos los días ocupadopor los Constantinos y las Ana Marías, y los hijosde Constantino, y los nietos de Constantino, hastaarruinar definitivamente el maravilloso esconditereal.

Pocos meses después de la venta del Fortuna

II, Su Majestad se confesó una mañana en Zarzuelaante Mario Conde:

—Sé que me vas a matar, que no te va a gustar,pero mira…

Y ante el banquero desplegó los planos de unnuevo y magnífico barco de recreo.

—¿Qué te parece?—Pues estupendo, ¿qué me va a parecer?

Porque, vamos a ver, ¿es que el Rey de España nopuede tener un buen barco, como todos los grandesmonarcas europeos?…

—Eso digo yo.—Claro que sí, lo que pasa es que las cosas

hay que hacerlas bien.Ante su egregio amigo, el gallego expuso la

idea de que deberían ser los empresarios turísticosmallorquines quienes financiaran la construccióndel yate, porque, Señor, si la Familia Real lo va autilizar casi en exclusiva en aguas de Baleares, ydurante sus vacaciones de verano en Palma, con lo

que eso significa de publicidad e imagen para lasislas, lo normal es que sean las islas quienespongan a disposición del Monarca un buen barco,porque el problema es cómo se financia eso.

—¿Y cómo, Mario?—Pues vía Presupuestos, es decir, con los

impuestos que pagan los españoles, lo cual nosería muy popular, o de la forma que le he dicho,por suscripción entre una serie de empresarios,especialmente hoteleros.

—¡Es que estoy dispuesto a pagarlo yo!—Pero ¿con qué, Señor?—Pues hombre, ahora con el dinero que ha

dejado mi padre…—¡Bueno!… —reía Mario—. ¡Pero si don

Juan estaba más liso que una plancha!La construcción del Fortuna III camina a

pasos agigantados en los astilleros de Bazán, enCádiz. Esta vez no se ha recurrido a Mefasa. Supresidente, Francisco («Paco») Sitges, otro de los

grandes amigos del Monarca, presidente tambiénque fue de Asturiana de Zinc, se sienta en elbanquillo de los acusados del caso Banesto.

Se trata de un barco cuyo precio, por suespectacularidad y dimensiones, no podrá bajarnunca de los 7.000 millones de pesetas, deacuerdo con las fuentes consultadas, y es posibleque supere esa cifra. Está claro que los dineros delos empresarios palmesanos alcanzarían paraponer la quilla y poco más, de modo que, como setemían algunos, la iniciativa de los Escarrer ydemás familia isleña ha terminado convirtiéndoseen una especie de gran cuestación o derramanacional en la que han participado la mayor partede los bancos y grandes empresas del país (Repsoly BBV han contribuido con 100 millones depesetas per cápita), incluidos los ricos de mayorpedigrí, y aún es posible que la cuenta deresultados de Bazán tenga que pechar con unaparte de la carga.

Una de las cosas más llamativas, con todo,reside en el hecho de que los motores (lasturbinas) del nuevo barco hayan sido financiados,al parecer, por una sociedad instrumental del AgaKhan, una sorpresa que podría enlazar con uno delos más llamativos misterios que rodean el casoBanesto: el de los 1.350 millones pagados por lamultinacional Air Products por una opción decompra sobre Carburos Metálicos, millones que,tras una rocambolesca peripecia por cuentasbancarias suizas, habrían ido a sufragar lasturbinas del Fortuna III.

Es muy probable que durante esta Navidad elRey pueda ya lucir su garbosa planta sobre lacubierta del nuevo yate. Muchas críticas se habríanahorrado de haberse recurrido a la fórmula de unbarco sufragado por el Estado, vigilado ymantenido por el Ministerio de Defensa y puesto alservicio del Jefe del Estado. Al mando de uncapitán de la Armada y con tripulación de la

Armada. En suma, un barco oficial y de recreo a lavez, que nada tendría que ver con un fortín privadopilotado por ese peculiar Richard Cross.

De momento, los avatares que han rodeado laconstrucción del nuevo Fortuna han tenido almenos la virtud de paralizar la operación decompra de un nuevo avión para ser utilizado en losdesplazamientos oficiales de la Casa Real.

* * *

Muchos son los que opinan que gran parte delos contratiempos que le han sobrevenido alMonarca tienen su origen en una decisióndesafortunada: la de prescindir de los serviciosdel teniente general Sabino Fernández Campocomo jefe de la Casa del Rey. Su salida deZarzuela fue poco menos que una desgracia,

porque Sabino ponía orden, coherencia y sentidode la medida en el entorno real. Sabino era elperfecto «ama de llaves» con capacidad paraapuntar lo que estaba bien o mal, lo que se podía ono hacer, lo que convenía o no a la Institución. Ypodía hacerlo basándose no en grado o jerarquíaalguna, sino en esa cosa etérea y sin posibilidad demedida llamada autoridad.

Su marcha se debió a una verdaderaconspiración: la de los dos hombres fuertes queentonces ocupaban la atención del Monarca:Manuel Prado y Mario Conde. Ambos seempeñaron en desalojarlo de sus posiciones enZarzuela para, de esta forma, poder influir sobre elánimo del Monarca sin ningún tipo de cortapisas.El pecado del Rey, si lo hubo, fue el de haberconsentido la maniobra de sus poderososcondottieri.

Sabino se fue dolido por una despedida que nose merecía, sobre todo porque no sólo no había

puesto dificultades a su relevo, sino que había sidoprecisamente él quien lo había pedido en variasocasiones y por escrito, y ambos habían habladoya de posibles sustitutos. Ni una palabra en firmehasta que, con ocasión del día de su cumpleaños,Sabino, como era tradicional, invitó a almorzar alos Reyes. Y en plena comida, el Rey, dirigiéndosea la Reina, comentó:

—¡Oye, Sofía, que éste se nos va!…A la Reina, que quedó tan sorprendida como el

propio Sabino, la iba mucho en el envite, puestoque, en los últimos tiempos, el jefe de la Casa sehabía convertido en confidente y paño de lágrimas,de manera que para doña Sofía su salida suponíaun contratiempo importante.

Pocos días después, la psicóloga argentina quetrataba a la infanta Elena, y a la que Sabino acudíapor encargo real para monitorizar los progresos dela joven princesa, le descubrió el pastel:

—Te dan el finiquito el lunes, y tu sustituto se

llama Fernando Almansa.No más ejemplar fue la salida de Palacio del

diplomático José Joaquín Puig de la Bellacasa, elhombre que, con la anuencia de Sabino, habíallegado a La Zarzuela precisamente para prepararsu relevo al frente de la Casa del Rey tras untiempo de rodaje como segundo.

A Puig de la Bellacasa, sin embargo, lo«mató» el primer veraneo en Palma al servicio delos Reyes, porque, mientras Sabino disfrutaba desus vacaciones, presenció conductas quesecretamente le alarmaron, como ciertas salidasnocturnas sin el menor equipo de seguridad y noprecisamente por la puerta principal. Al regresode Sabino a Palma, Puig se manifestóescandalizado: había que hacer algo para ponerorden en el desconcierto.

Para entonces Su Majestad ya había decididolicenciarlo. Sabino pedía prudencia, reflexione,Señor, eso va a dar que hablar, no se va a entender

un cese tan precipitado, la prensa va a empezar apreguntarse qué ha pasado aquí, y hasta empezarána decir que la culpa ha sido mía. Pero el Reyestaba absolutamente decidido: José Joaquín habíahablado mal en varias casas de Palma de ciertapersona que ha tenido una gran influencia sobre él,y eso había llegado a oídos de la afectada, paraquien la presencia en Palacio de Puig de laBellacasa representaba un obstáculo.

El caso es que el Monarca lo llamó unamañana de finales del verano del 90 a su despachoy, con gesto compungido, le hizo saber que, a pesarde los planes que tenía para él, se veía obligado,sintiéndolo mucho, a prescindir de sus servicios,porque había detectado que él y Sabino eranincompatibles, por lo que se veía obligado a elegirentre ambos.

Pocos días después de la marcha de Puig de laBellacasa, Sabino hizo entrega al Rey de unmemorándum en el que ponía de manifiesto su

desacuerdo con una salida que, entre otras cosas,venía a dificultar sus propios planes de abandonarel cargo y le obligaba a empezar de nuevo la tareade buscar un sustituto:

«Lo ocurrido, Señor, debiera servir de avisopara, en próxima ocasión, evitar consecuenciasque en cierta medida pueden deteriorar la imagende la Institución que todos nos afanamos en servircon la mejor voluntad […]. Pero resulta obligadopensar en el relevo definitivo de éste que se honraen serviros. Con la sinceridad más absoluta y elrespeto que os debo, me atrevo a llamar laatención de V.M. sobre la necesidad de irrecopilando información sobre el perfil del futurocandidato…».

En el otoño del 96, mucho tiempo después deocurridos los hechos, un conocido periodista de lallamada prensa del corazón, buen amigo de JoséJoaquín, planteó a Sabino la conveniencia de

deshacer el malentendido entre ambos, «porque élcree que tú fuiste de alguna manera el responsablede su salida y como yo sé que eso no es verdad,creo que deberíais arreglarlo, deberíais hablar, yyo me ofrezco para sentaros en una comida a tresbandas». Ambos se vieron, en efecto, aunque a dosbandas, y se dieron cumplidas explicaciones en elcurso de un almuerzo celebrado en el Ritz.

Sabino Fernández Campo estaba, pues,decidido a acelerar su relevo, pero Manolo Pradoy Mario Conde no podían esperar. Resueltos acortar por lo sano, ambos manejaron tresacusaciones para precipitar su salida de la jefaturade la Casa del Rey: que filtraba noticias de laCasa Real a la prensa, que pretendía la abdicacióndel Rey en favor del Príncipe y que estabarecibiendo tratamiento psiquiátrico.

Los directores de periódico, fundamentalmentelos madrileños, son testigos de la buena mano deSabino para tratar asuntos delicados (las

acusaciones de José María Ruiz-Mateos, porejemplo, tras la expropiación de Rumasa) quetraspasaban los muros de Palacio y llegaban a lasredacciones. La postura de Sabino era la deltorero con oficio: parar, templar y mandar. No sepodía negar la evidencia, so pena de perder todacredibilidad, pero se podía modular lo ocurridohasta dejar la letra impresa en píldora inocua.Siempre con el mismo argumento: había quepreservar el edificio constitucional y deconvivencia tan trabajosamente levantado entretodos. Como contrapartida a ese tratamiento,estaba obligado a ceder, a dar algo a cambio, adejar que de vez en cuando se llamara la atenciónal Monarca sobre determinados comportamientos,ojo con los viajes, cuidado con las amistades, paraque no se desbordara. Y a fe que la más levecrítica en letra impresa era más eficaz que la mássevera de las censuras del jefe de la Casa.

En cuanto a pedir la abdicación del rey Juan

Carlos en favor de su hijo, Sabino fue un merotestigo de las tensiones surgidas, como en tantosmatrimonios, en la pareja real, tensiones que, añosatrás, llevaron a la Reina a pensar en laabdicación en favor del príncipe Felipe como unaforma de liberar a su marido de las servidumbresque impone la Institución.

De las tres acusaciones citadas, fue sinembargo el problema psíquico que supuestamentele afectaba la acusación que, por radicalmentefalsa, más dolió a Sabino. «No tengo nada contraMario Conde. El era un hombre muy ambicioso,que políticamente aspiraba al poder, y a quien todosalió mal. Estaba claro que sólo perseguíadesplazarme para ocupar mi espacio, y eso loconsiguió. Mi queja no va contra él, sino contraquien creyó sus palabras. Una llamada del Rey enel momento en que se vertieron esas acusacionesdiciendo, oye, no me creo una palabra de eso,hubiera sido suficiente para mí, porque yo me

conformaba con un detalle de afecto de un señor alque he servido fielmente durante diecisiete años».

Sabino Fernández Campo ha seguido viendo alos Reyes. De cuando en cuando le llaman o leinvitan a almorzar, en iniciativas nacidas más de lapreocupación que del afecto. En tales ocasiones,Sabino, con palabra medida y gesto suave, sueltaverdades como puños que se estrellan en el rostroimpenetrable de un hombre situado au dessus detodas las melés:

—Habrá mucha gente que viene a contar cosasa Vuestra Majestad —le dijo en cierta ocasión—,pero no sabe Vuestra Majestad la de gente queviene a contarme cosas a mí. Por ejemplo, el otrodía alguien me contó que el Rey había dicho que sehabía confundido conmigo al darme el título deconde de Latores, cuando en realidad debióhaberme dado el de conde Delator, porque yohablo mucho, y no sabe el dominio que hay quetener para no ponerle a Vuestra Majestad una nota

diciéndole ahí tiene usted ese título, haga con él loque le parezca, que yo no lo quiero…

—Sí, sí —respondió el Monarca—, hay muchagente que anda malmetiendo, pero tenemos quemantenernos unidos y sin fisuras, firmes en elafecto que nos une.

* * *

Sabino no sólo no ha podido defenderse de lasacusaciones efectuadas en su día por Prado yConde, sino que se ha visto sometido al estrechomareaje de quienes siguen al detalle su vidaprivada y someten a interpretación cualquiera desus afirmaciones, por trivial que sea, de acuerdocon el más riguroso de los códigos hermenéuticos.

Como muestra, un botón. En abril del 97 y trasreiteradas invitaciones, asistió a una cena en casa

de Celso García en la cual se encontraban, entreotros, el empresario Fernández Tapias, a la sazónmuy en boga por sus amoríos con la modelo MarFlores, Pilar Navarro, madre de Juan Villalonga, ysu marido, el doctor Pérez Modrego.

En un momento determinado de la velada, laNavarro preguntó a Sabino por las razones de ladura crítica a que le había sometido Pilar Urbanoen un reciente programa de televisión, a lo que elaludido contestó retrotrayendo el inicio de sudesencuentro con la periodista al momento en queésta, trabajando en su libro La Reina, un éxitoeditorial entonces, insistió en ser recibida por elex jefe de la Casa Real. La Urbano pretendía queSabino le contara anécdotas de la Reina, algúncotilleo para darle «sabor» al producto, pero él sedefendió cortésmente, asegurando que podía daruna opinión general de la Reina, «una personaexcepcional —dijo—, toda una señora con la quepor una vez hemos tenido suerte», pero no podía

entrar en el terreno del chisme, lo que al parecerprovocó el enfado de la Urbano.

Resultó que la madre de los Villalonga refirióel suceso a Ana Botella, de la cual es muy amiga, yAna Botella lo transmitió por la noche a sumarido, José María Aznar, y éste se lo contófinalmente al propio Rey en uno de los despachossemanales en Zarzuela, de modo que el relato,distorsionado en el viaje como la conocidahistorieta del eclipse cuartelero, hablaba de que elex jefe de la Casa Real se había despachado agusto y en público contra el Monarca, fantaseandosobre lo que sabía y sobre el daño que podríahacer si quisiera hablar.

El caso es que el Rey encargó a Miguel Primode Rivera, portador de los recados reales en losúltimos tiempos, que invitara a cenar a Sabino, loque efectivamente hizo, para pulsar el estado deánimo de su antiguo colaborador.

Un incidente que no hizo sino incrementar los

sinsabores de Fernández Campo, un hombre dehonor poco dispuesto a dar tres cuartos alpregonero. Y un incidente, en todo caso, que dicepoco en favor de Aznar como correveidile delMonarca, un papel que difícilmente FelipeGonzález hubiera desempeñado nunca.

Un comportamiento, el del presidente delGobierno, tanto más inexplicable por cuanto que elMonarca no desaprovechaba la ocasión de poner asu primer ministro de chupa de dómine. Y es que,por uno de esos extraños guiños que de cuando encuando hace la Historia, el Rey de España sehabía convertido en el primer fan del líder de unpartido que incluso después de la muerte deFranco siguió haciendo profesión de ferepublicana.

Juan Carlos I había llegado a sentirse muycómodo con Felipe González en Moncloa. Lesatisfacía el decir dicharachero, la grana andaluza,el quejío meridional del sevillano, del mismo

modo que le desagradaba la seriedad de Aznar, surectitud de castellano, su ascetismo de SemanaSanta zamorana, poco o nada dado a la risa fácil,en las antípodas, en suma, de esa prácticageneralizada que consiste en decir a todo el mundolo que todo el mundo quiere oír, y que algunosllaman «borboneo».

Había, con todo, una razón de más peso que lassimples «risas» para justificar la entente cordialeentre el Monarca y González, y es que ambos sehabían convertido en copains de un sistema convocación de régimen. El Rey y Felipe estabanatados por los secretos compartidos y el mutuorecelo frente a un hombre una generación másjoven que ambos, que llegaba sin ataduras dealcantarilla, poco dispuesto a cerrar los ojos antela gran melée de la corrupción felipista. AlMonarca siempre le iría mejor con Felipe que conAznar.

Las relaciones del Monarca con sus primeros

ministros nunca han sido fáciles. Incluso conAdolfo Suárez, con quien vivió años de vino yrosas, terminaron siendo tensas. La salida deMoncloa del abulense en 1981, sin el respaldoreal al que se creía merecedor, dejaron en él unposo de rencor que ni los 200 millones de pesetasque el Estado le metió en el bolsillo, a propuestadel propio Monarca, para paliar su delicadasituación económica consiguieron disipar.

Como ex presidente, Suárez ha desempeñadoun curioso papel de go-between entre el Monarcay Felipe, a quien en el fondo consideraresponsable de su caída, y entre el Monarca y elpropio Aznar, un papel que no pocos consideranresponsable del compadreo que ha terminado poradueñarse de la Casa Real.

* * *

Llevaba José María Aznar más de un año comopresidente del Gobierno cuando un día, mientrasJuan Carlos I descendía las breves escalinatas deZarzuela presto a montar en el coche, que leesperaba con el motor en marcha y la escolta lista,llamó a Palacio. Almansa salió corriendo, Señor,Señor, le llama el presidente del Gobierno, diceque si puede ponerse un momento, que es urgente.

Juan Carlos pudo, y regresó escaleras arribahasta el edificio, donde su ayudante le presentó unteléfono. El Monarca, tras pulsar la teclacorrespondiente, dijo con voz perfectamenteaudible para quienes estaban alrededor:

—Dime, Felipe.—Soy José María Aznar.—¡Ah, perdona, chico, qué despiste!Un despiste que se ha reproducido en varias

ocasiones. Y es que, para el Rey de España, comopara tantas personas mayores de la Españaprofunda, el presidente del Gobierno sigue siendo

Felipe González. Un caso típico de apego«borbón», que hizo de Alfonso XIII un monarca«primorriverista», como Juan Carlos I lo es«felipista».

El Rey no aprecia a Aznar. Aprecia algo más ala señora presidenta, Ana Botella, que desde elprincipio de la legislatura ha pretendidodesempeñar un curioso papel de puente, de bisagraentre ambos, para evitar que la relación terminararompiéndose definitivamente.

Mucha gente está convencida de que elMonarca, puesto en la tesitura, votaría antes aFelipe González que a José María Aznar, a pesarde que el socialismo no ha sido nunca una doctrinaproclive al régimen monárquico, y a pesar de quesi algo distingue a este Rey, según quienes leconocen de verdad, es su extraordinario instinto deconservación.

Las ocasiones y situaciones en las que elMonarca, ante testigos, ha puesto «a caldo» a José

María Aznar son incontables. No es de extrañar,por tanto, que las relaciones entre ambos hayanestado presididas por la frialdad estos cuatroaños. Frente al simpático gitaneo de Felipe, lasequedad de Aznar, frío como una anguila. Frenteal barroco andaluz, la austeridad del cisterciensecastellano. Con la diferencia de que Aznar, con sufrialdad a cuestas, siempre respetará al Monarca,lo que no se puede decir del cálido sevillano.

Como se demostró en memorable ocasióndurante el último Gobierno González. El Reyrealizó una escapada a la nieve de los Alpessuizos, contando con la complicidad del entoncespresidente, pero éste, un par de días después del«váyase, que aquí me quedo yo» procedió aanunciar la imposibilidad de firmar un importantedecreto-ley «porque el Rey está fuera de España».Lo que era tanto como decir que estabaincumpliendo sus obligaciones constitucionales.

A cambio de ese respeto, el líder popular ha

recibido zancadillas con harta frecuencia. Comocuando el Monarca anunció el compromisomatrimonial de una de las infantas el mismo día enque Aznar era recibido por el presidente Clinton,una verdadera faena que robó todo elprotagonismo mediático a la foto del presidenteespañol saludando al amo del imperio americano.Una «coincidencia» de la que se quejó Aznar enPalacio.

Al final de la presente legislatura, sinembargo, las relaciones entre el Rey y elpresidente parecen haber mejorado algo, y noporque éste haya variado sus pautas decomportamiento o porque, tras un viaje relámpagoa Fátima, haya sido tocado por la varita mágicadel hechizo andaluz, sino porque la labor de zapade Ana Botella parece estar dando sus frutos.

Es Ana la que, firme en su propósito de acortarla distancia radical existente entre ambos, estápendiente de los cumpleaños de la Casa, los

festejos, las celebraciones, las atenciones, lasllamadas, las sonrisas… Una conducta que, sinembargo, sigue sin calar en el corazón del Rey y,mucho menos, de la Reina.

* * *

Lo peor, con todo, es que el actual presidentedel Gobierno, un hombre que llegó limpio depolvo y paja, casi inmaculado, se ha vistoinvolucrado en algunas de las malas prácticas quecaracterizaron las relaciones entre Zarzuela yMoncloa durante los gobiernos González.

En noviembre del 96, Sabino recibió lacitación de un juzgado de Madrid para declararcomo testigo en la querella presentada por Javierde la Rosa contra el periodista Ernesto Ekaizer acuenta de un libro del que es autor y en el que se

relata la famosa visita que el ex jefe de la Casarealizó al domicilio madrileño de De la Rosa, enel paseo de la Castellana 47, portando un mensajereal.

Todo un compromiso para Sabino, llamadocomo testigo por ambas partes, acusador yacusado. ¿Qué hacer? Lo que hizo fue apresurarsea poner cuestión tan resbaladiza en conocimientodel Monarca.

«Aunque carezco de datos, deboimaginarme que las citaciones tendrán quever con la cena mantenida con Javier de laRosa, cuando me convocó despertando micuriosidad pues, según él, quería aclararmela forma en que mi persona había sidoutilizada para implicarme en distintasoperaciones que ignoraba por completo.

»Consciente de tantas calumnias que sehabían acumulado sobre mí al cesar en la

jefatura de la Casa de V.M., he dereconocer que me preocupó tambiénconocer las versiones de Javier de la Rosa,que tuve ocasión de transmitir a V.M.

»Ante la situación descrita, me pareceobligado hacérselo saber a V.M. yreiterarle la misma lealtad que observé através de mis largos años de servicio.Tenga V.M la seguridad de que mantendréla más absoluta discreción».

Unos días después, lunes 25 de noviembre del96, Sabino recibió una llamada de FranciscoÁlvarez Cascos para pedirle amablemente que sepasara por su despacho en Moncloa. Picado por lacuriosidad, así lo hizo. Con alguna torpeza, lógicaen tan peculiar situación, Cascos, de asturiano aasturiano, vino a explicarle que el presidente habíatenido noticia de una citación judicial paratestificar a cuenta de una querella de De la Rosa, y

que el Gobierno quería ayudarle «porque el asuntoes delicado».

El afectado confirmó que, efectivamente, habíarecibido esa citación. El vicepresidente se puso enmarcha y, delante del propio Sabino, marcó elnúmero del abogado del Estado, porque lo mejores informarnos primero de si tienes o noobligación de acudir. Tras colgar, Álvarez Cascos,mirando al ex jefe de la Casa del Rey, le anuncióque el letrado opinaba que lo mejor era no ir adeclarar; ¿qué podía pasar?, ¿una multa? Se paga ylisto.

—Pero, ¿te das cuenta? Eso es un arma de dosfilos —apuntaba Sabino—, porque la gente no estonta y va a empezar a murmurar, va a preguntarsepor qué no voy si la cosa es sencilla y no hay nadaque ocultar.

—Bueno, vamos a ver si averiguamos laspreguntas que quiere hacerte el juez, pero, demomento, discúlpate y no vayas.

Un día después de esta conversación enMoncloa, Sabino Fernández Campo recibió unaescueta nota manuscrita de Zarzuela: «Infórmamede todo».

Las sorpresas no habían hecho más queempezar. El siguiente en hacerse presente fueRamón Rodríguez Arribas, presidente de laAsociación Profesional de la Magistratura (APM):

—Te llamo de parte de la ministra Mariscal deGante, porque se ha enterado de que tienes que ir adeclarar y opina que no debes presentarte.

—Pero, bueno, otra vez la misma historia, yono tengo ningún interés en ir a declarar, pero,¿cómo voy a desatender una orden judicial?

—Muy fácil, déjalo en nuestras manos,nosotros arreglaremos el asunto.

—Pero, ¿por qué motivo?—La ministra invoca razones de Estado.—Es que va a parecer que tengo algo que

ocultar.

—Nada, nada, no te preocupes. Además, yasabes que la jurisprudencia anglosajona es distintaa la española: allí te preguntan la verdad, toda laverdad y nada más que la verdad; aquí basta conque digas la verdad…

Tras una nueva llamada de Álvarez Cascos,Sabino decidió quedarse en casa. En parte, teníasus motivos: un acto oficial a la misma hora y unamago de gripe que justificó la petición delcorrespondiente certificado médico.

A los pocos días, el Juzgado remitió un oficiocon acuse de recibo del certificado, pero citándolode nuevo a declarar ocho días después, con elapercibimiento consiguiente.

Segunda citación que provocó una nuevallamada del Monarca y la aparición en escena, portercera vez consecutiva, del vicepresidente delGobierno para anunciar que le iban a remitir laspreguntas que podían serle formuladas en la citajudicial.

Fernández Campo asistía fascinado a lo queparecía una clara muestra de debilidad delMonarca. El Rey había acudido a pedir árnica alGobierno, lo que implicaba ponerse en manos deJosé María Aznar.

Por fin llegó la hora de prestar declaración enel Juzgado de primera instancia n.º 13, en la calleCapitán Haya de Madrid. Tras larga espera en unpasillo convertido en el frenético ir y venir de unandén de estación, un oficial asomó por una puertacitando al testigo. El juez no se dignó saludarlosiquiera, carnet de identidad, profesión… A ver, eldía tantos de tantos estuvo usted reunido con donJavier de la Rosa Martí en el número tal de lacalle…? Sí, había estado reunido, pero porcuestiones privadas. No tenía nada que declarar, ymucho menos que aclarar. El titular del Juzgadoestaba a punto de mandar el toro al corral apenassurgido en el albero cuando una de las abogadasde la acusación quiso entrar en faena, sí, sí, pero

lo que verdaderamente nos interesa saber es dequé trató la conversación, saber si usted eraportador de un mensaje… Y entonces el juez cortópor lo sano: no ha lugar a esa pregunta. Yextendiendo el acta de su declaración, ordenó: aver, firme ahí. Ya puede irse.

Ahí podía haber quedado la cosa si, como erahabitual todos los fines de año, Sabino no hubierarecibido el aviso de que el personal de servicio,así como todos aquellos que habían trabajado allíen el pasado, podían acudir el 23 de diciembre aPalacio a felicitar las Pascuas a los Reyes. ElMonarca no abrió la boca, pero el jefe de la Casa,vizconde de Almansa, cogiendo a Sabino delbrazo, le espetó con fingida cordialidad, haciendoun aparte:

—Menudo favor que te ha hecho el Rey, ¿eh?¡Hay que ver la mano que tiene el tío!

—¿Cómo dices? —le espetó un asombradoSabino.

—Sí, me refiero al lío ése del que te ha sacadoen los juzgados. ¡Qué habilidad la de este hombre!…

* * *

Lo ha demostrado. Ha demostrado ser bastantemás listo de lo que algunos de sus detractorescreían, habiendo logrado incorporar a la nóminade los implicados en el gran silencio a un Aznarque llegó al Gobierno en estado cuasivirginal.

Todo lo cual se traduce en que, quienes hacecuatro años consideraban altamente improbableque el político castellano llegara un día acompartir el habitual chalaneo palaciego, esténhoy resignados, si no convencidos, de lo contrario.Lo único claro es que la relación entre el Rey yAznar siempre será un pálido reflejo de la

intimidad alcanzada entre el Monarca y FelipeGonzález.

Lo vio toda España, y no sin rubor, el 24 dejunio de 1998, cuando, con motivo de la recepciónofrecida para celebrar su cumpleaños en losjardines del Palacio Real de Madrid, Juan Carlos Idedicó, ante una nube de fotógrafos y cámaras detelevisión, un caluroso, largo, efusivo abrazo, untierno cheek to cheek a Felipe González, en el quesólo faltó el beso, mientras que instantes anteshabía saludado a José María Aznar con unprotocolario apretón de manos.

La diferencia, cómo no, se encargó deexplicitarla al día siguiente el diario El País contoda la fuerza de la imagen, al contraponer lafrialdad del saludo a Aznar con la calidez delabrazo a González, para recordar a los españolesque la columna vertebral del Régimen (JuanCarlos I, González, Polanco) surgido de entre lascenizas de aquel invento extraño que fue la UCD

seguía firmemente presente, estaba aún viva apesar de la derrota electoral del 3 de marzo del96.

Fue un gesto que molestó al menos a la mitadde los españoles. «Que nadie se equivoque: el Reyes más listo que el hambre —aseguraba unimportante miembro del gabinete Aznar—. Es untío que se tiró veinte años tragando sapos deFranco y de los chicos del Movimiento, y ésa fuesu mejor universidad. Y si él da ese abrazo esporque tiene sus prioridades…».

La prioridad del Rey de España se llama hoyJesús Polanco. Desde principios de los ochenta, eleditor cántabro es consciente del enorme poderadquirido por su Grupo sobre los destinos de laMonarquía española, sabedor de que el futuro dela Institución depende en buena medida de unaposición contraria o favorable hacia ella por partede Prisa.

Mario Conde y Lourdes Arroyo recuerdan

habérselo oído decir con rotundidad en lasNavidades del 91, en el elegante marco del hotelJardín Tropical de Tenerife y en presencia deMatías Cortés:

—En España —decía Polanco—, si el diarioEl País toma una actitud beligerante en contra dela Monarquía, la Monarquía está jodida. ¿Por qué?Porque esta Monarquía se basa en el consenso,llamémoslo así, de los intelectuales para hacer lavista gorda y no ser agresivos con ella. Y como losintelectuales son de El País, están en El País, sinosotros ponemos a la intelectualidad en contra, laMonarquía dura dos minutos…

El editor era un hombre que, cuando Prisa yadespuntaba como el grupo de comunicación másimportante de España, seguía haciendo gala derepublicanismo.

—Soy republicano —repetía ante sus invitadosen el Jardín Tropical, mientras aforaba buenchampán francés—. Prisa y El País son un

proyecto republicano, y eso no debe olvidarlo elMonarca.

El cántabro era un hombre que, hasta queMario Conde le franqueó la entrada a Palacio,vivía de espaldas al Monarca, y que, tan cercacomo el año 90, tenía muy escasa o ningunarelación con el Rey. Dominado por los complejos,ese alejamiento de la Casa Real era sentido comoun desprecio que alcanzaba categoría de insultocada vez que, por contra, veía retozar al Monarcacon gente como los hermanos Ansón, un LuisMaría, por ejemplo, que no dejaba de fustigar a ElPaís con el apelativo de «diario gubernamental» ycon las alusiones al porno duro de los viernesnoche de Canal Plus, una realidad que tantosremordimientos producía en sus católicos socios,tipo Emilio Ybarra.

Hasta que un día sucedió lo inevitable. El Reyhonró con su presencia un happeninggastronómico organizado por Rafael «pequeño

saltamontes» Ansón, acontecimiento que quedódebidamente reflejado para la Historia en laspáginas de huecograbado de ABC. Y Polancomontó en cólera, y El País se largó un editorialtitulado «¿Qué hace el Rey?» en el que, entrelíneas, se ponía de manifiesto que el periódico,más que un negocio personal, era un conglomeradode intereses políticos, económicos y culturales delos que el Monarca no podía prescindir si queríaseguir vivo.

La obsesión del felipismo con los Ansonesllegaba a tales extremos que, en los prolegómenosde la campaña electoral para las generales del 93,Polanco comentó un día a Conde que FelipeGonzález estaba decidido a hacer público todo elmaterial de que disponía en contra de loshermanos.

—¿Tú tienes alguna información sobre estapareja? —preguntó el cántabro.

—Yo no tengo más información que el contrato

que tengo suscrito con una empresa de Rafael.—¿Me podrías pasar una de las facturas que te

gira?—Vale, pero te advierto que es un contrato de

asesoramiento perfectamente legal.Polanco había llegado a la conclusión de que

había que escribir un libro contra los hermanos y,de paso, ajustar algunas cuentas pendientes conuna serie de periodistas que parecían haberleperdido el respeto. Lo anunció en unas de lasreuniones del llamado «pacto de los editores»,primera mitad del 93, en presencia de MarioConde y Javier Godó.

—Pero, ¡joder!, ¿quién se va a prestar aescribir ese libro?

—No te preocupes, que eso está resuelto. Lova a hacer un chico que ha fichado Juan Luis paralos trabajos sucios.

* * *

Aquel «¿Qué hace el Rey?» provocó el lógicorevuelo en Palacio. Mario Conde, entoncesportaestandarte del Monarca, llamó enseguida aleditor.

—¿Qué significa esto, Jesús?—Me llamas por el editorial de El País, ¿no?—Sí. ¿Cómo has dejado que metieran eso?—¿Cómo que he dejado? Yo personalmente

corregí la última versión ayer por la noche, antesde darla a la rotativa.

—No me fastidies, ¿y eso?—Porque no se puede tolerar que, después de

atacarnos como nos atacan todos los días, elMonarca ande de frivolidades con unos tíos aquienes, en el fondo, lo de la gastronomía lesimporta tres cojones, porque lo que quierendemostrar es el acceso que tienen a la Corona. Y si

la Corona se junta con mis enemigos, pues laCorona debe entender que me va a tener en frente.Esto es sólo un aviso de lo que puedo hacer.

—Pero hombre, ¿no te parece todo un exceso?—Nada, nada, que no se puede consentir que

este tío esté metido en los saraos de esa pareja.El banquero informó inmediatamente al Rey.—Señor, tenemos que hablar, porque esto hay

que arreglarlo enseguida.Hablaron largo y tendido. En realidad, y a

partir de la muerte del conde de Barcelona, MarioConde no hacía otra cosa que hablar con elMonarca. De cuando en cuando le echaba unamiradita al banco.

—Vamos a ver, Señor, ¿De qué conoce a JesúsPolanco?

—De nada. No le conozco de nada. Enrealidad no le he saludado nunca

—¿No le llama?—Nunca jamás.

—Pues eso no puede seguir así; él es unhombre importante, con mucho poder, y hay quecuidar ese flanco, Señor, tener alguna deferenciacon él, no sé, alguna llamadita de cuando encuando, porque a veces a mí se me escapa que heestado hablando con el Rey y noto cómo le afloranlos celos… Hay que tener cuidado con esta genteporque, con tal de defender sus intereses, es capazde cualquier cosa, incluso de posicionarse contrala Monarquía.

—¡Pero si es que no ha mostrado el menorinterés por pasar por aquí!

—Pues yo le aseguro que lo tiene. Él se hartade decirme que le importa un bledo que el Rey lellame o le deje de llamar, y cuando alguien insistetanto es que precisamente está deseando quevuestra Majestad le llame.

—¿Y con qué motivo?—No hace falta motivo. Invítele a pasarse por

aquí cualquier día a charlar un rato. Llámelo y

cuídelo.El consejo surtió el efecto deseado. Pocos días

después, en una de las múltiples reuniones quebanquero y editor mantenían antes de laintervención de Banesto, Polanco dio el santo yseña:

—Oye, que ya me ha llamado tu amigo.—¿Qué amigo?—El Monarca. Que ya me ha llamado.—¿Ah, sí? ¿Has hablado con él?—Sí.Y al día siguiente fue el propio Monarca quien

dejó constancia del hecho ante Mario. Polancorespiró al fin tranquilo. Y encantado. El hombreque tantas veces se había declarado republicanoconvencido se mostraba fascinado ante laperspectiva de viajar de cuando en cuando a LaZarzuela y ser recibido como lo que era: una delas fuerzas vivas del país.

Una fuerza viva obsesionada de pronto con la

«teoría de los dueños» que le había vendido bienalmidonada Mario Conde:

—Tú puedes ser, Jesús, el gran editor español,porque eres el único propietario de prensa en estepaís, y un hombre como tú no debe mezclarse conlos inferiores, con los Asensios, ni siquiera conlos Godós, con nadie.

Y Jesús Polanco se lo tomó tan a pecho queempezó a exigir un cierto protocolo en actosoficiales (durante los funerales por don Juan,conde de Barcelona, por ejemplo) y en aquellascontadas ocasiones en que debía juntarse con susteóricos «pares». Le entró también la obsesión porcuidar Santillana, creando la fundación del mismonombre como un paso hacia el ansiado títulonobiliario, porque don Jesús empezó aobsesionarse por el marquesado, «tú tienes que sermarqués de Polanco», le decía Mario, aunquequizá el título que más le pete sea el de marquésde Santillana, un nuevo noble dispuesto a lidiar

con los «proverbios» del dinero en verso de piequebrado.

Y sabiendo que el Rey no tuvo más remedioque hacer marqués al editor Lara, dueño de laeditorial Planeta, nadie en su sano juicio puedealbergar duda de que Jesús Polanco Gutiérrezserá, cuando se lo proponga, marqués de lo quequiera, entre Santillana y Polanco.

—Si a Escámez le hizo marqués de Águilas, ati te hará también algo —decía embelesado eleditor.

—No espero menos —replicaba con ciertasorna el banquero—, pero a mí me tiene que haceralgo más que conde, porque yo Conde ya soy…

Polanco había entrado, por fin, en la cofradíade los hombres más próximos al Rey, mientrasque, a su vez, un outsider como Mario Condehabía entrado a formar parte de núcleo del Sistema(por mucho que a partir del 28 de diciembre del93 dijera lo contrario), del cogollo de un Régimen

que parecía haber encontrado en Felipe Gonzálezsu salvoconducto para la eternidad.

Mario y Jesús, Jesús y Mario desempeñaron unpapel decisivo ante un Felipe González dispuestoa tirar la toalla en el horizonte de las generales del93, adelantadas por culpa del escándalo Filesa,convenciéndole de que debía presentarse de nuevoa la reelección en contra de José María Aznar«porque así conviene a nuestros intereses».

Y Mario y Jesús, Jesús y Mario, felizmentehermanados en el famoso «pacto de los editores»con Javier Godó y Antonio Asensio, seconvirtieron en el equipo médico habitual quevigiló las constantes vitales de aquel enfermopolítico que era González en los primeros mesesdel 93. Mario llegó a viajar a la finca de ManoloPrado, en la carretera de Sevilla a Huelva, paraentrevistarse allí con Felipe González y su cuñadoPalomino e intentar convencerle de que tenía queseguir en la brecha.

—Pero, Señor, ¿está seguro de que lo quenecesitamos es tener a González otra legislaturamás? —preguntaba el banquero.

—Que sí, que sí, que tiene que volver a ganar—insistía, resuelto, el Monarca.

* * *

El fantasma de los celos, ¡ah, el eternoproblema!, no dejaba, sin embargo, de proyectarsu amenazadora y creciente sombra sobre lasrelaciones entre ambos. Los intentos de Mario porblindarse uniendo a su condición de banquero lade empresario de prensa causaban una maldisimulada inquietud en el cántabro. La propiaMariluz se encargaba a veces de encelarle con nopoca picardía:

—Este —decía señalando con el dedo a Mario

en plena discusión— es ya un editor como tú, peroes que encima tiene un banco y tú no.

Poco antes de la intervención de Banesto, eleditor le llamó un día de muy mal humor: se habíaenterado de la mejor tinta de que el banqueropretendía levantar un grupo de comunicación másimportante que el suyo —su secreta preocupación— y para ello estaba en conversaciones con elGrupo Zeta y con el Banco Central Hispano, y todoiba a empezar por la compra de Diario 16, y esoera ilegítimo, porque no se podía utilizar el dinerodel banco para tales menesteres.

De las palabras a los hechos, el editor habíafrustrado en el 92 la compra del diario LaVanguardia, que el banquero tenía apalabrada conJavier Godó. Para cerrarla, Conde invitó a «LaSalceda», su finca en los Montes de Toledo, alabogado Jiménez de Parga, al periodista ManuelMartín Ferrand, a su alter ego Arturo Romaní y,naturalmente, al propio Godó. A la hora del

desayuno, el señor conde de Godó se largó unbonito discurso sobre las virtudes de la empresafamiliar para concluir que, tras haber pasadobuena parte de la noche meditando, había llegado ala conclusión de que tenía que amoldarse a lostiempos y, por lo tanto, dar «boleta» al diarioheredado de su padre.

—¿Puedes venir un momento? —preguntó eleditor a Mario en pleno café con leche colectivo.

Ambos fueron escaleras arriba hacia la plantasuperior de la casa y, de pie en un rellano, Godóse confesó. Quería que el banquero le pusierafuera de España parte del dinero que debía cobrarpor la operación.

De regreso a Madrid, Conde llamó a su amigoPolanco y le contó la nueva: estaba a punto dehacerse con un diario de tanta tradición como LaVanguardia.

—Esa operación es cojonuda, pero parahacerla yo —le contestó un Polanco que parecía

relamerse ante tal eventualidad.—Ya, pero es que este tío quiere dinero fuera.

Y eso sí que yo no sé cómo hacerlo.—Eso no sería ningún problema para mí.

Porque ten en cuenta que yo soy importador yexportador de libros…

Los celos. Algunos de los protagonistasrecuerdan todavía el espectáculo de una cenacelebrada en la calle Triana, Jesús Polanco, JuanLuis Cebrián y Matías Cortes, con señoras, más lapareja anfitriona. Por un motivo trivial, al editor ledio un ataque de furia que ni el cuerpo debomberos de Madrid hubiera podido aplacar.Como suele ocurrir en estos casos, Polanco lapagó con el más débil: Matías Cortés, a quienobsequió con una bronca descomunal.

Al día siguiente, los de Prisa partían de viaje,invitados al espléndido barco de Jaime Botín, quenavegaba por aguas de Nuevas Hébridas, norte deEscocia. Por la tarde, Conde llamó a Matías desde

Madrid.—¿Cómo andan las cosas por ahí, macho?—Divinamente. Esto es una gozada.—¿Y cómo está el jefe? ¿Se le ha pasado ya el

berrinche?—Totalmente. Está encantado.—Y eso ¿por qué?—Porque le han dicho que ha salido un ranking

en El Siglo donde lo ponen como más influyenteque tú.

* * *

El nombramiento de Fernando Almansa comojefe de la Casa del Rey fue el episodio quedefinitivamente encendió la hoguera de los celos.Aquel chico de Tuy quería llegar demasiado lejos,demasiado deprisa.

Prado y Conde habían decidido acabar conSabino Fernández Campo, aunque para ellotuvieran que recurrir a las malas artes de ladifamación y el engaño: era Sabino quien estabadeslizando las informaciones aparecidas enprensa, particularmente en El Mundo, en torno alos escarceos del Monarca. Había que cargarse aun Sabino que, además, estaba «loco».

—Hazme un perfil del hombre que necesitamos—pidió el Monarca.

Y entre Prado, Paco Sitges y Conde acordaronque fuera un diplomático. Ya era hora de rescataral Monarca de la férula militar. Mario, siempre unpaso por delante, se acordó de su amigo Almansa,un diplomático tan discreto como desconocidoque, en aquellos momentos, se disponía a ocuparun puesto de segunda fila en la embajada deWashington. Una oportunidad de oro para elgallego. «Hagamos esta operación en secreto, siqueremos que salga adelante».

Fernando Almansa conoció la buena nueva delabios de Conde en una fiesta celebrada en la fincatoledana de Antonio Sáenz de Montagut. A partirde entonces, el diplomático empezó a darse aconocer en saraos varios a los que la larga manode don Mario le hacía invitar. El siguiente pasoconsistió en una entrevista con Paco Sitges yManolo Prado. El Monarca todavía no había oídohablar de él.

En los últimos días de diciembre del 92 setomó la determinación de llevar a cabo el cambio.Almansa, que se encontraba de vacaciones en unafinca de su esposa en la provincia de Jaén, fuellamado con urgencia a Madrid.

Mario Conde, a la sazón en Mallorca, recibióuna llamada del Monarca:

—Tengo que decírselo a Felipe González.—¡Espérese, Señor!—No puedo, ya se lo he dicho.—¿Y qué ha respondido Felipe?

—Que ni hablar. Que a Sabino no se le puedequitar así como así. Que hay que esperar hasta quese jubile.

El presidente del Gobierno acababa dearruinar la única prerrogativa real: elnombramiento del jefe de su Casa. Conde se diocuenta del envite: si el Rey agachaba la cabeza yaceptaba la negativa de González a llevar elnombramiento de Almansa al Consejo deMinistros del 8 de enero, era hombre muerto parael futuro. No había más remedio que tirar paraadelante. Pero, ¿quién ponía el cascabel al gato?Que fuera Manolo Prado quien hablara conSabino, y que Polanco se encargara de convencer asu amigo Felipe.

El matrimonio Conde se fue a la finca deleditor en Valdemorillo para pasar allí la festividadde los Reyes Magos. La mansión era aquel día unajaula de grillos, repleta de voces y ruido. Por suslujosos pasillos distraía sus penas un Plácido

Arango doliente y dolido, que acababa de serabandonado por Cristina Macaya. Polanco, que notenía la menor idea de la operación, quedó comopetrificado en su sillón:

—¡Esto es demasiado…!—¿Qué es lo que es demasiado, Jesús?—Que sí, hombre, que ya es demasiado, Mario

¿no te das cuenta? ¡Un amigo tuyo! ¡No puedestener tanto poder en la Casa Real!…

Conde quedó perplejo y en silencio, como side pronto le hubieran abandonado las ideas,incapaz de oponerse a la catarata de objecionesdel cántabro, hasta que, hurgando con urgencia ensu fichero mental, creyó encontrar un argumento depeso:

—Pero, bueno, Jesús, ¡qué cosas estásdiciendo! ¿Te has percatado de que en el paqueteva también el nombramiento del secretario de laCasa, que es un Spottorno? ¡Si va a decir la genteque los has nombrado tú, un Spottorno, hombre!…

—¡Aaaah…! —exclamó el editor, súbitamentealiviado.

El editor quedó encargado de convencer aFelipe González para que no pusiera pegas a lasalida de Sabino de la Casa Real, El encargoquedaba en las mejores manos.

* * *

Pero no sólo era Polanco el que temía elexcesivo poder de Mario Conde sobre el Monarca.También el mejor amigo del Rey había visto lasorejas al lobo. Manolo Prado, en efecto, habíaintentado una jugada desesperada para colocar enZarzuela a uno de sus peones. Para ello organizóuna cena en su casa de Sevilla con el Rey y Condecomo únicos invitados.

Nada más iniciado el convite, el banquero

comenzó a oír con profusión un nombre nuevo paraél: el del marqués de Tamarón.

—Y tú crees, Manolo, que este chico,Tamarón, puede hacerlo bien como jefe de laCasa?

—Seguro que sí, Señor. El marqués es personaelegante, de buen trato, habla bien…

Y entonces Conde saltó como un lebrel:—Pero, vamos a ver, ¿no estábamos hablando

de Almansa?—Pues no, estamos pensando en Tamarón.—¡Ah!, bien, me parece muy bien, pero yo no

lo conozco.Un Conde ofuscado se dio cuenta de que estaba

a punto de perder la partida a manos de un Pradoque veía en peligro el privilegiado papel que hastael momento venía desempeñando en Palacio. Si,tras haberse quedado con las finanzas delMonarca, Conde lograba meter a uno de sushombres como jefe de la Casa, sus días como

favorito de Juan Carlos I podían estar contados.Tenía que abortar el nombramiento de Almansa.Pero el banquero no estaba dispuesto a soltar suscartas tan rápidamente.

—Bueno, vamos a ver, Señor, quiero aclararleuna cosa antes de seguir hablando. Punto númerouno: yo no voy a ser el jefe de la Casa. Puntonúmero dos: si es Almansa, a mí no me importaayudarle, pero si es una persona a la que noconozco, yo no puedo comprometerme a ello.

—Déjanos solos un momento —pidió el Rey aPrado con gesto terminante.

Cuando Manolo hubo abandonado el comedor,el Monarca se encaró con Conde:

—Te voy a hacer una pregunta, Mario: si elijoa Almansa, ¿tú te comprometes a ayudarme?

—Por supuesto, Señor.—No se hable más. Que entre Manolo.Con Prado delante, el Rey soltó una de sus

frases redondas por toda explicación:

—Bueno, entonces, vamos a ver, Manolo,¿cuándo hacemos lo de Almansa?…

En aquel mismo instante se acabó la historiadel marqués de Tamarón. Prado perdíaprotagonismo ante el avance arrollador de Conde.El Monarca confiaba en el banquero, pero «elmanco» no estaba dispuesto a resignarse. Aquellapelea no estaba decidida.

* * *

Al día siguiente del festejo de Valdemorillo, yen la perspectiva del Consejo de Ministros del día8 que debía aprobar el nombramiento, el Reyllamó a Conde, cerca ya de las once de la noche,muy preocupado:

—Me acabo de enterar de que El País sacamañana lo de Fernando, y eso nos viene mal que

salga antes de tiempo. Habría que pararlo.—Bueno, bueno, veré lo que puedo hacer.El banquero llamó al editor.—Oye, Jesús, sobre lo que te conté ayer, ¿tú

sabes si el periódico tiene esa información?—No lo sé, pero ahora mismo me entero.Muy pronto llamó de vuelta.—Sí, tienen la información, y la vamos a sacar

mañana.—¡No me jodas, hombre, que acabo de hablar

con el Rey y me dice que eso no puede salir!—Pero, ¿cómo voy a levantar yo una portada?—¡No me fastidies, Jesús, páralo! ¡Me tienes

que hacer ese favor!—Bueno, bueno, por una vez, pase.Pero, como suele ser habitual, media hora

después el Rey había cambiado de opinión alrespecto.

—Oye Mario, que he pensado que sería buenoque saliera mañana, porque así se pincha el tema y

asunto resuelto. ¡Cuanto antes, mejor!—Pero, Señor, con lo que me ha costado

convencer a Polanco, como ahora vuelva allamarle para decirle lo contrario, que no, que lanoticia tiene que salir mañana, me va a mandar afreír espárragos…

Mario Conde no tuvo más remedio que hacerlo que le pedían.

—Jesús, me vas a matar, pero las cosas hancambiado: que des mañana la noticia.

—¡Pero qué cachondeo es éste!—Ya lo siento, chico, pero me acaba de llamar

y ha cambiado de opinión.El presidente de Banesto ganó la batalla de

Almansa, pero perdió la guerra de Mario Conde.Explicitar hasta ese punto su influencia sobre elMonarca, su control de la Casa Real, fue uno delos mayores errores que cometió antes del 28 dediciembre del 93. El chico del pelo engominado ycara de velocidad era un peligro para mucha gente.

Esa equivocación iba a conducir a sus enemigoshasta las puertas de Banesto.

* * *

La intervención del banco no consiguióquebrar la relación entre el Monarca y su entornomás próximo, a pesar de que la tónica de loscontactos cambió radicalmente.

Cuando, el 5 de mayo del 94, Felipe González,con alevosía y nocturnidad, decidió meter aMariano Rubio en la cárcel para salvarse de laquema electoral, Mario Conde supo que, máspronto o más tarde, acabaría siguiendo el mismocamino. Estaba condenado: Felipe no podíasacrificar sólo a Rubio, al fin y al cabo uno de lossuyos, como exponente de los escándalos delfelipismo. Tenía que ampliar el abanico de la

corrupción a la sociedad civil, metiendo en lacárcel al banquero malo.

El día anterior a su primer ingreso en prisión,el 23 de diciembre de 1994, un solícito ManuelPrado llamó al domicilio de la calle Triana.

—Bueno, Mario, yo te llamo, y cuando te digo«yo», ya sabes quién soy «yo», para decirte queestamos contigo plenamente y que ánimo.

—Mira, Manolo, yo te digo a ti, y ya sé quiéneres tú, que no tengáis ningún miedo, que no hayproblema, y que las fidelidades se demuestranprecisamente en los momentos duros. A estas horasde la noche no sé si mañana me van a meter en lacárcel, que es lo más probable, pero podéis estarabsolutamente tranquilos.

A su salida de la cárcel, el 31 de enero del 95,Conde, que había recibido la solidaridad de otroilustre carcelario, Javier de la Rosa, conoció porboca del propio JR el episodio de los 100millones de dólares cobrados por Manuel Prado

de KIO y, muy preocupado, tiró de teléfono parallamar a Fernando Almansa con intención deponerle al corriente. Pero el jefe de la Casaescurrió el bulto, como si el asunto no fuera con él,remitiéndole a la Asesoría Jurídica Internacional.

—Pero ¿tú eres bobo?—Nada, nada, que no quiero saber nada.

Habla con la Asesoría Jurídica de Exteriores.—¡Pero no te entiendo! ¿Qué tendrá que ver lo

uno con lo otro? A mí me ha dado el señor De laRosa una información que me parece muy grave yque quiero transmitirte, porque a este tío no se lepuede dejar así, porque no está bien. Delante demí se ha tomado dieciocho ginebras con hielo, noha parado de hablar, gesticulando, gritando, ¡yquiero saber qué coño hago con él!

Tras hablar con el propio Monarca y ponerleen antecedentes, decidió llamar a Prado, con quienseguía estando en buena relación. Y Prado, con elencargado de la seguridad del ex banquero por

testigo, juró y perjuró que todo era mentira, unafantasía nacida en la imaginación de JR: ni había100 millones de dólares ni rastro de ellos.

—Lo que pasa es que De la Rosa es undelincuente. Eso es lo que es.

—Pues, chico, no sabes la alegría que me das.—No te preocupes, no hay nada que controlar.Sin embargo, el fin de semana siguiente,

Conde, en compañía de Fernando Garro, se llevó aJavier de la Rosa a «La Salceda». Y el catalánapareció con los documentos de la cuenta suizaSogenal y la relación de los abonos. La reaccióndel gallego fue terminante: JR tenía todo elderecho a perseguir a Prado hasta el fin delmundo, pero no podía subir ni medio peldaño máshacia arriba.

Al lunes siguiente, el banquero llamó a Pradohecho una hiena:

—Oye, he tenido a éste en la finca el fin desemana, y tiene más razón que un santo.

—Te vuelvo a repetir lo que te dije el otro día:todo es mentira.

—Pero ¿cómo que es mentira? ¡Si me haenseñado los abonos!…

—¡Ese tío es un sinvergüenza que falsificapapeles, falsifica cartas, falsifica lo que haga falta!

* * *

Aquel día se inició un proceso dedistanciamiento paulatino entre ambos personajes.La ruptura definitiva se produjo el día en queDiario 16 abrió su portada, 10 de noviembre del95, anunciando, con gruesos caracterestipográficos, un supuesto chantaje al Rey por partede Javier de la Rosa y, subsidiariamente, delpropio Mario Conde. Detrás de esa informaciónestaba la mano de Prado, si bien es cierto que «el

manco» no se había embarcado por gusto en esapatera. Muy al contrario, alguien le había pedidoque lo hiciera, dentro de una operación de Estadomuy clara.

Felipe González, abrumado por la denunciaefectuada por el diario El Mundo en torno alespionaje telefónico del Cesid que afectabaincluso a Su Majestad, había decidido empezar arepartir estera y acabar con los «chantajistas» que,en su opinión, llevaban acosándole desde el díaque recibió a Jesús Santaella en el despachopresidencial.

Y al día siguiente de la información de Diario16, el líder socialista arremetió contra ellos en unmitin electoral celebrado en Barcelona. Elchantaje al Rey revelado por el periódico era laprueba del nueve de lo que él mismo veníadenunciando desde hacía tiempo: la existencia deuna conspiración para derribarlo del Gobierno,discurso que se convertiría en el leit motiv de su

campaña para las generales del 96.El ex banquero, en lugar de callarse, lo que

hubiera resultado mucho más prudente, concedióuna entrevista a Antena 3 en su casa de la calleTriana en la que negó rotundamente lasacusaciones.

La respuesta de González fue fulminante.Había que acabar con ellos de una vez por todas.El Consejo de Ministros encargó al fiscal generaldel Estado que ejercitara las acciones legalespertinentes contra el banquero malo, como puntode partida de una operación cuyo plato fuerteconsistía, nada más y nada menos, en implicardirectamente al Monarca pidiéndole queconfirmara oficialmente haber sido chantajeadopor Mario Conde.

El jefe de la Casa, Fernando Almansa, recibióuna llamada del fiscal general anunciándole quetenía orden de interponer una querella contra lossupuestos chantajistas, particularmente contra uno,

pero que, naturalmente, necesitaba un testimoniode peso para soportarla. Almansa, además de frío,se mostró tajante:

—Mira, de De la Rosa no sé nada y de Mariosólo te puedo decir una cosa: eso es imposible.

Inmediatamente después de colgar, quien llamófue el superministro Juan Alberto Belloch,aparentemente muy irritado:

—Oye, me dicen que estás poniendo pegas alfiscal general, y tú serás muy amigo de Conde,pero está en juego la seguridad del Estado. ¡Esimprescindible criminalizarlo, te lo advierto!

—Yo no sé lo que está en juego, ministro, perolo que no puedo hacer es mentir.

Al día siguiente, quien estaba al aparato era elpropio Felipe González. El presidente exigía aAlmansa que avalara personalmente la denuncia dechantaje al Rey, pero Almansa se resistía.

—¿Has hablado de este asunto con el Rey? —preguntó el jefe de la Casa.

—Sí, hablé ayer.—¿Y qué te dijo?—Que sobre Mario no estaba dispuesto a decir

nada.—Pues lo mismo te digo yo.El felipismo quería volver a meter en la cárcel

a Mario Conde, nada menos que bajo la acusaciónde alta traición.

Era el segundo intento de reducir a cenizas alex banquero de Tuy. El primero había tenido lugarun par de meses antes, septiembre del 95, cuandoEl País se encargó de pregonar urbi et orbi lafamosa «conspiración» de un Conde que habíapretendido chantajear al Gobierno con loscentenares de microfichas que el coronel Perote sehabía llevado distraídamente en su cartera cuandoabandonó el Cesid.

Pero aquel autobús no había podido ir muylejos, porque el hecho incontrovertible era que elpresidente del Gobierno y su ministro de Interior y

de Justicia habían recibido en el Palacio de LaMoncloa a un modesto abogado de nombre JesúsSantaella y nadie les había puesto la pistola alcuello para que lo hicieran. Un sapo difícil detragar por la opinión pública.

De modo que, a finales de año, y enfrentado aunas elecciones que ni el propio Aznar iba a poderimpedir que perdiera, Felipe decidió elevardramáticamente el listón aprovechando el tumultoprovocado por Javier de la Rosa y los famosos100 millones de dólares de Prado: ¡el chantaje alGobierno se convirtió en chantaje al Rey!

El PSOE necesitaba un argumento de peso parainvertir el sentido del voto. Necesita un malo congarantías: Mario Conde. Felipe quería contar porlos tablados de España la historia de ungobernante muy bueno que había tenido la malasuerte de tropezarse con un banquero muy malo, elcual tenía a su servicio a un periodista igualmentemalo y sin escrúpulos, y entre ambos habían sido

capaces de inventarse la historia del GAL parasacarlo del Gobierno.

Estaba todo pensado, pero falló (normal, porotro lado, cuando un Belloch está por medio) lapremisa mayor: les falló Su Majestad el Rey. Y ahíFelipe se rajó. El envite que llegó a plantear alMonarca le pareció demasiado peligroso. No seatrevió a dar un paso que quizá hubiera resuelto unproblema personal y de partido (volver a ganar laselecciones generales de marzo del 96) a cambio deabrir una crisis institucional de enormesproporciones.

La querella, con todo, siguió su curso. Antesde ser archivada, Manolo Prado compareció comotestigo en la instrucción, aunque su declaración, enlínea con las instrucciones recibidas, resultóabsolutamente exculpatoria para Conde.

* * *

Prado no tuvo más remedio que ayudar al exbanquero, aunque ganas de acabar con él no lefaltaran. Para entonces, en efecto, el mejor amigodel Rey había cambiado ya de bando con armas ybagajes, como se puede escuchar en las cintasgrabadas por la famosa vedette antes aludida —unasunto que el sevillano estaba intentando saldarpor aquellos días—, en las que acusa duramente asu antiguo copain de estar dañando a la instituciónmonárquica.

Manolo Prado, jugando a favor de González,ya había amarrado su barca en la ribera de JesúsPolanco. En realidad lo había hecho en 1994, casiinmediatamente después de verse obligado aadmitir ante el juez Moreiras haber recibido los100 millones de dólares de KIO, asunto que habíanegado hasta la extenuación.

Una confesión que causó los estragos de unmaremoto. En efecto, un Prado totalmentedesmoralizado, casi desquiciado, comenzó a dar

tumbos y a cometer equivocaciones del calibre dela ya mencionada relación telefónica con Kuwait,donde, sin freno de ninguna clase, proferíaafirmaciones que eran bombas de relojeríacolocadas en las defensas de las instituciones.

La nueva mujer de Prado, Celia Corona, noestaba dispuesta a admitir que su marido fuera a lacárcel para tapar otras responsabilidades, hasta elpunto de que, en reuniones familiares, habíamanifestado su disposición a revelar el destinofinal del dinero si ello era necesario para evitar laprisión. Con un Prado a punto de derrumbarse y«cantar la gallina», Celia se mostraba taxativa:Manolo ya era mayor, estaba a punto de ser padrede nuevo y tras las rejas no se adivinaba ningúnhorizonte de futuro. Cada palo tenía que aguantarsu vela.

Sobre el sevillano comenzaron a llover todaslas presiones del mundo. El ilustre Manuel Prado yColón de Carvajal necesitaba un árbol donde

ahorcarse. La enemistad manifiesta con que ledistinguía Luis María Ansón le imposibilitabaacogerse al paraguas informativo de PrensaEspañola y el diario ABC. La otra posibilidad debuscar protección ante lo que se avecinaba eracontar con la cobertura del diario El Mundo, pero,eso, más que pedir peras al olmo (más bien unfresno que todos los días le medía el lomo con sumejor vara), era casi un imposible metafísico.¿Qué hacer, entonces? A Manuel Prado, el hombreal que muchos han comparado con un nuevoManuel Godoy, no le quedaba más salida queecharse en brazos del Grupo Prisa. El escándaloKIO iba a servir en bandeja a Jesús Polanco laposibilidad de convertirse en el verdadero poderfáctico de este país.

¿Qué le podía ofrecer Polanco? El paraguasdel grupo de comunicación más poderoso einfluyente de España. Una entente, además, queparecía exenta de contradicciones, por cuanto El

País estaba atacando con saña a Mario Conde, yConde y De la Rosa, otro casto varón muy presenteen el santoral de Cebrián, parecían haber salido dela cárcel hechos un par de amigos.

Manuel Prado se entregó a Jesús Polanco, elúnico hombre que podía protegerlo de formaefectiva y salvarlo del descrédito público y delriesgo de ir a la cárcel, contando con ClementeAuger al frente de la Audiencia Nacional. YPolanco lo acogió amorosamente en su seno,porque eso iba a poner en sus manos la llave de lafortaleza. Polanco estaba dispuesto a blindar aPrado, a cambio de que Prado le hiciera partícipede los secretos que atesoraba.

Por eso Prado, un hombre en el cruce de todoslos caminos en la Historia de España de losúltimos treinta años, aseguraba en las famosascintas de KIO que «El País es el único periódicoserio que defiende a “mon patrón”».

Naturalmente, lo que hizo Prado fue entregar al

Rey en el ara sacrificial del editor. Juan Carlos Ise convertía en prenda de Jesús Polanco y sugrupo mediático. Comprando la información deManolo Prado, el editor se transformaba enintocable.

La primera consecuencia directa del pacto fuela «muerte» de Mario Conde, el final de Mariocomo fuente de poder cercana al Monarca,Polanco reclamaba para sí toda la influencia sobreel Rey, de modo que había que dinamitar elobstáculo Conde para hacerse, en solitario, con elcotarro de Zarzuela. Había, pues, que matarlo yesparcir al viento sus cenizas. Sobraba tambiénFernando Almansa, lo que explica el intento,frustrado, de ponerlo en la calle en el 95, porqueAlmansa era amigo y testigo de Mario y podíaseguir siéndole fiel.

Y fue Prado quien suministró a Polanco y ElPaís la información de la llamada «trama suiza»de Conde, el Grupo Euman-Valyser. En realidad,

la «muerte» civil del ex banquero de Tuy fue unagran demostración de fuerza de Jesús Polanco antelos poderes fácticos del Estado.

Porque la realidad es que hasta finales del 95,dos años después de ocurrida la intervención deBanesto, Conde seguía manteniendo un contactomuy fluido con el Monarca. Para romperlo, paraacabar definitivamente con esa relación, los«felipancos» montaron la historia del chantaje alRey, después de comprobar que la «conspiración»de Santaella no había dado los resultadosapetecidos. Decidieron entonces, y a través deDiario 16 (no se atrevieron a utilizar El País),elevar el listón a la Corona. Pero el Monarca semantuvo firme, negándose a testificar contraConde. La consecuencia inevitable, no obstante,fue el deterioro de la relación entre ambos,relación hoy inexistente. De esta forma, elMonarca quedó en manos de Jesús Polanco.

Hubo un día en que Ansón publicó en ABC, con

visos de escándalo, la noticia de que la querelladel fiscal del sumario Banesto, Florentino Ortí,ahora en las filas más rentables del bufeteGarrigues, era una simple copia del informerealizado por los peritos del Banco de España, yese mismo día, Polanco, sentado frente a FernandoAlmansa, despotricó como un poseso contraAnsón, «¿a qué juega el Luis María éste?, ¿es queno sabe que lo de Mario tiene que ser porcojones?».

Había que acabar con Mario y hacer lo propiocon Francisco («Paco») Sitges, el otro amigo delRey. ¿Quién sienta en el banquillo a Sitges?¿Quién lo mete en la trama suiza? Hay quiensostiene que el mismo diario que metió a Conde(Javier de la Rosa asegura tener pruebas de que sepagaron 300.000 francos al abogado suizo Gallonepara que lo implicara), en una operaciónabsolutamente coordinada. Era un problema depoder. Polanco se había dado cuenta de que

quitando de en medio a los amigos tradicionalesdel Monarca, y con Prado bien cogido por elronzal, se quedaba como único amo de LaZarzuela.

El sábado anterior a la declaración deGallone, 5 de febrero del 96, ante la comisiónrogatoria enviada a Lausanne, Paco Sitges visitó aSu Majestad, quien le sorprendió con un consejoque le dejó frío:

—Oye, ten mucho cuidado con tu abogadoGallone.

—Pero, Señor, si va a hablar de…—Yo te digo que tengas cuidado.Sitges estaba tranquilo, porque pensaba que

estaba todo bien amarrado, pero días después sellevó la sorpresa de su vida cuando el suizodeclaró que los dueños de Asni y de Jamuna eranMariano Gómez de Liaño y él mismo.

¿Cómo sabía el Monarca el sentido de ladeclaración que iba a efectuar Gallone? ¿Quién se

lo dijo? Posiblemente los mismos que habíanmontado la trama, decididos a restar todacredibilidad a Sitges sentándolo en el banquillo.

A través de Manuel Prado, Polanco«conquista» al Rey, lo cual significa disponer deun canal informativo directo con el Monarca. Y lo«conquista» con la intención de servirse de élcuando sea menester. ¿Cuándo? Quizá nunca; talvez muy pronto. ¿Con qué motivo? El únicorealmente importante: que esté en peligro elnegocio, es decir, el Grupo Prisa.

Sólo tuvo que esperar la llegada del PP alGobierno y la aparición en escena del casoSogecable. Asediado en los frentes empresarial,mediático y judicial, el editor utilizará en la pelealas armas suministradas por Prado. Su tabla desalvación será Prado y, en último término, el Rey.

En realidad, lo que hizo fue convertir suproblema en una razón de Estado, que el propioMonarca se encargó de poner sobre la mesa del

presidente del Gobierno. Lo cual explica lallamada de Aznar a Álvarez Cascos, y la deCascos a Margarita Mariscal, y la de ésta al fiscalgeneral del Estado. «Este hombre no puede ir a lacárcel, ¿nos hemos vuelto todos locos?»… Aznarno lo hizo por miedo o afecto a Polanco, sinoporque antes había recibido una llamada de alturapidiendo árnica para el editor.

Eso salvó a Polanco. El Gobierno Aznar notenía más remedio que sacarlo del atolladero deSogecable, porque Polanco no habría consentidosentarse en el banquillo, y mucho menos Cebrián,el hombre bisagra entre Polanco y FelipeGonzález. En ese momento fraguaron en íntimacomunión dos intereses imbatibles: Prado (quepodía ir a la cárcel por el caso KIO) y Polanco(que corría el riesgo de ir a parar al mismo sitiopor el caso Sogecable).

* * *

Una trama que explica el hecho de que ManoloPrado no esté en la cárcel cuando De la Rosa llevaya más de un año (desde el 15 de octubre del 98)en prisión preventiva. Porque Prado forma partede la entente, de ese pacto no escrito que eleva elcaso KIO a cuestión de Estado. Por eso se hasalvado él, y se ha salvado también el señorPolanco.

Todo el edificio constitucional podría, sinembargo, venirse abajo como consecuencia de lascausas abiertas en torno al caso KIO, una ante laCorte de Londres y otra en Madrid, que instruye lajuez Teresa Palacios. Es, sin duda, el asunto quemás preocupa en estos momentos para laestabilidad del país.

Si la investigación del caso Torras llegara aprogresar sin interferencias políticas del más alto

nivel, existen pocas dudas de que la juez Palaciosllegaría a toparse, como el aventurero en la isla,con el tesoro.

Quienes desean ver resplandecer la verdad eneste caso, como en tantos otros, podrían llevarse,sin embargo, una nueva decepción. Los resultadosdel juicio de Londres están desde hace meses enlas páginas de los periódicos y aquí no ha habidomás terremoto conocido que el de Turquía. Loslíderes de Kuwait no parecen interesados enamargarle a Manuel Prado y Colón de Carvajal losúltimos días de su vida. ¿Por qué no va a pasarotro tanto en los tribunales de Madrid?

El único cabo por atar reside en asegurar elsilencio de Javier de la Rosa. De momento, elcatalán se pudre en la cárcel de Can Brians enrégimen de prisión preventiva, situación queconstituye sin duda uno de los escándalos mássonoros de la Justicia española. Pero, ¿cuántosaños de cárcel está dispuesto a soportar sin

exhibir las pruebas que ha dicho siempre guardar,entre otras la relativa a esa cuenta en Licchtensteina la que fue a parar el dinero de KIO?

El 13 de septiembre de 1999, el diario LaVanguardia publicó un revelador reportaje, obrade los periodistas Martín de Pozuelo y SantiagoTarín, en el que podía leerse: «Tanto la familiacomo sus abogados están convencidos de que Dela Rosa es víctima de un elaborado plan demanipulación psicológica con el objetivo de queno revele datos comprometedores para terceraspersonas o que, en el caso de que lo hiciera, fueratomado por loco […]. En síntesis, la presuntamanipulación habría partido del Cesid, haciéndoseefectiva mediante el concurso de un intermediariocolaborador del procesado».

Mercedes Misol, su mujer, se mostraba amediados del mes de octubre aún más concluyente:«Le han puesto un cuidador, un tipo relacionadocon el Cesid, que le visita y le llama todos los días

a la cárcel, le cuida y le aconseja. Y ha conseguidoponer a Javier en contra mía, de sus hijos y de susabogados. Nosotros somos los malos, y ellos sonlos que le van a “salvar”, a sacar de la cárcel.Pero todo “mañana”. Quieren agotar sus defensas yconvertirlo en un vegetal sin capacidad parareaccionar y defenderse».

* * *

Tal es la situación actual, la de un modelo queapunta síntomas crecientes de agotamiento,consecuencia del «apaño» que significó latransición y otros pecados no menores como el 23-F. Pero el pueblo español, en un ejercicio derealismo político digno de elogio, no quierecambios, odia los sobresaltos, recela del salto enel vacío que, en las actuales circunstancias, con la

vertebración del Estado abierta aún en canal,supondría plantear la vieja disyuntiva Monarquía-República. El sangriento recuerdo de la GuerraCivil sigue vivo en el inconsciente colectivo delos españoles, como una vacuna que rechaza todaclase de aventurerismos. No más querellas civiles.

Es el único tema realmente tabú existente hoyen los medios de comunicación españoles. Nadiesacaría nunca a relucir un escándalo que fueracreíble y que afectara a la estabilidad de laInstitución de manera efectiva. No, desde luego,Pedrojota y El Mundo. Menos aún el ABC.Asensio, dueño del Grupo Zeta, es un hombre conun instinto de supervivencia demasiadodesarrollado. ¿La familia Ybarra y el GrupoCorreo? Nadie se metería en ese lío, excepto elGrupo Prisa. Naturalmente, siempre y cuandohubiera una razón de peso que lo justificara. Porejemplo, si estuviera en juego, por iniciativa de unGobierno hostil, la supervivencia del entramado

de dinero y poder tejido por los «felipancos» enlos últimos veinte años. Porque en ese caso, pocosdudan, empezando por el propio Monarca, quePolanco, solo o con la ayuda de su brazo político,lanzaría su órdago sobre la mesa nacional. El«republicano» Polanco es, pues, el hombre quehoy maneja el «paraguas nuclear» de la estabilidadinstitucional española. Es, al tiempo, el primerdefensor y la gran amenaza de la instituciónmonárquica.

10MEDIAS DE SEDA, ZAPATOS

DE GAMUZA AZUL

El 18 de febrero de 1995, un día después de queRafael Vera ingresara en la cárcel de Alcalá-Meco, Manuel Cerdán y Antonio Rubio, laacreditada pareja de investigadores del diario ElMundo, recibieron una confidencia de una de susfuentes en la Seguridad del Estado, un tipo amantede la buena mesa, simpático y locuaz, que amenudo les «pega el cante» sobre situacionesvariopintas.

Aquel mediodía de febrero, con las primeraspáginas de los periódicos ocupadas por la foto deuno de los hombres más poderosos de la Españadel felipismo entrando en prisión, el tipo amantede la buena mesa, simpático y locuaz, con loscodos apoyados sobre el mármol de una mesita de

la cafetería Santa Bárbara de Madrid, lessorprendió con una revelación que les dejó fríosfrente a una caña de cerveza helada.

—Oye, decidle a vuestro jefe que deje de jugarcon negritas.

—¿Qué dices, Luisito, qué dices?—Lo que habéis oído. Que a vuestro jefe…—¿A qué jefe?—A Pedrojota, que sepa que lo están

investigando, y que han detectado que anda conuna negrita que vive por la zona de Capitán Haya ySor Ángela de la Cruz.

La vida política española vivía los sobresaltosdel informe «Veritas» y de una serie de dossiersque, reales o supuestos, amenazaban la vidaprivada de gente que molestaba al Régimen. En losMinisterios de Interior y Justicia se habíainstalado Juan Alberto Belloch, un hombre llegadoa la política activa con el propósito de limpiar elpatio felipista de los efectos de la corrupción y

permitir al «carismático líder» recuperar elprestigio perdido en una sociedad ahíta deescándalos.

Los periodistas fueron con la copla a sudirector, un hombre en la cresta de la ola de suinfluencia política y social, convertido en lapesadilla que todas las mañanas amargaba eldesayuno a Felipe González. Aquélla era una tareadelicada, por el riesgo que suponía de intromisiónen la esfera más privada de la vida de Pedrojota.Trataron de explicárselo con la naturalidad conque un amigo comunicaría una confidencia a otro,están siguiéndote, ten cuidado… Pero ocurrió loque se temían, que reaccionó con suspicacia,aunque, inteligente como es, inmediatamentedescartó con un gesto despectivo cualquier atisbode verosimilitud del recado, ¿yo con chicasnegras?

Cerdán & Rubio nunca hubieran osado volversobre el asunto si, andando en el tiempo, justo a la

vuelta de las vacaciones de agosto, el mismopersonaje gordo, simpático y extravertido no leshubiera sacado de nuevo a colación la historia:

—Oye, ¿le hablasteis a vuestro jefe deaquello?…

—¿De qué?—De lo que os dije: que se anduviera con

cuidado.—Sí, sí, se lo dijimos, pero ya sabes cómo es:

ni puto caso.—Bueno, pues decidle ahora que un «Apolo»

[en el argot policial, vehículo dotado con todaclase de artilugios electrónicos para efectuarlabores de seguimiento] lo está siguiendo a todaspartes. Que haga lo que le dé la gana, pero queesto va en serio.

Y de nuevo la pareja de sabuesos se vio en latesitura de advertir a Pedrojota, nos han vuelto apasar un recado para ti, ándate con ojo, porque hanpuesto un coche para seguirte, y otra vez el gesto

displicente del director de El Mundo, no ospreocupéis, pueden hacer lo que quieran, me hanmirado de arriba abajo y no han podidoencontrarme nada.

Cerdán y Rubio decidieron olvidarsedefinitivamente del asunto y dedicarse a otrosmenesteres. Habían advertido a un amigo de unriesgo. Habían cumplido. Por lo demás, y a juzgarpor la negativa del afectado, todo parecía indicarque se trataba de una falsa alarma, un rumor sinfundamento, una intoxicación. Cosas del Luisito. Yes que, ciertamente, resultaba difícil imaginar unasola fisura en el espartano estilo de vida de unPedrojota dedicado las veinticuatro horas del díaal periodismo y a su periódico. ¿Cabía imaginaralguna debilidad en aquel hombre de hierro que,con ciertos tintes mesiánicos, vivía entregado a lamisión de desenmascarar la corrupción felipista?

* * *

El paso del tiempo se encargó de echar tierrasobre el episodio. Aquello había sido,efectivamente, una intoxicación. Pero casi dosaños después, en mayo de 1997, un ex agente delCesid al que más de una vez habían utilizado comofuente les llamó. Quería verlos con urgencia. Trasacordar una cita en un hotel de la calle Velázquezde Madrid, el antiguo espía les sorprendió con unapetición inesperada:

—Necesito hablar con vuestro director, es muyurgente, tengo que darle una información delmáximo interés.

—Pues dánosla a nosotros…—Ni hablar, es algo muy personal y se lo tengo

que decir cara a cara.—Pero, ¿de qué se trata?—Insisto, es un tema muy privado.

—Puede que lo sea, pero Pedrojota no tequerrá recibir si antes no le dices de qué se trata.Si vamos con el cuento de que hay un tío del Cesidque quiere verle para contarle un secreto al oídonos va a mandar a freír espárragos, tenlo porseguro.

—Es que no os puedo decir nada.—¡Pero danos una pista!—Decidle que le están preparando una muy

gorda.¿Qué misterio encerraba esa advertencia?

Pedrojota no recibió, efectivamente, al «espía»portador del secreto. El periodista, un hombreorquesta que tocaba todos los palillos en laempresa editora de El Mundo, desde la compradel papel hasta el titular de primera, no teníatiempo para atender a nadie que no fuera por lomenos ministro.

Por aquel entonces, sin embargo, el expresidente de la Comunidad de Madrid Joaquín

Leguina, uno de los bergantes más notorios delsocialismo hispano, deslizó en El Siglo, unsemanario de circulación restringida afín alfelipismo, una referencia críptica según la cual «ellíder del sindicato del crimen es un amante de ladisciplina…».

Un mes después, junio del 97, Cerdán y Rubioiban a captar los primeros signos de la tormentaque se avecinaba sobre Pedrojota Ramírez y eldiario El Mundo cuando, tratando de amarrar laveracidad de una información sobre las prácticasllevadas a cabo por el Cesid con una serie demendigos, se presentaron en el despachoprofesional de Jesús Santaella, situado junto alestadio Santiago Bernabeu, que en aquel momentose encontraba reunido con uno de sus más célebresclientes, el coronel Juan Alberto Perote, reciénsalido de prisión.

Ante la incrédula cara de militar y abogado, laagresiva pareja de reporteros desplegó una página

ya compuesta en adelanto de El Mundo en la quepodía leerse con gruesos caracteres tipográficos:«El Cesid utilizó a mendigos como cobayas paraexperimentos científicos». ¿Sabía algo de aquellahistoria uno de los hombres que más poder habíatenido en La Casa?

Un frío glacial recorrió la espina dorsal delletrado. Santaella dio rienda suelta a su alarma:aquello era lo peor que le podía pasar a su clientedías antes de la fecha prevista para el inicio de sujuicio por la jurisdicción militar, esto nos vienefatal, en el Centro va a sentar como un tiro y nohace falta ser adivino para suponer que nos van acargar con el mochuelo, nos partís por el eje, deverdad, esto es la muerte para nosotros, porquevan a interpretarlo como una presión al tribunal, unchantaje, nos haréis una putada muy gorda…

Pero el dúo se mantuvo firme, este materialnos pertenece, es fruto de nuestro trabajo, y aquísólo hemos venido a buscar una confirmación

adicional, de modo que está fuera de duda que lovamos a publicar.

En cuanto Cerdán y Rubio salieron por lapuerta, el coronel Perote descolgó el teléfono paramarcar el número de la sede del Cesid, dispuesto acontar lo ocurrido al número dos de La Casa,Aurelio Madrigal, con todo lujo de detalles, quesepáis que esta pareja acaba de salir de aquí conesta historia, y lo único que quiero es que tengáismuy claro que ni yo ni mi abogado hemos tenidonada que ver en ese asunto.

Al día siguiente, Madrigal devolvió la llamadaa Perote:

—Hemos hecho algunas averiguaciones yhemos comprobado que, en efecto, no estáisinvolucrados en esa historia, pero eso nos puedehacer mucho daño, de modo que tenéis queecharnos una mano y ayudarnos a pararlo, porqueno hay nadie en mejor situación que vosotros parahacerlo.

—Pues ya me contarás cómo, porque no pareceque sea fácil convencer a Pedrojota de una cosaasí —protestó el coronel.

—Al contrario, esta vez va a ser muy fácil:sólo tenéis que decirle que se acuerde de «lasmedias de seda».

—¿Cómo?—Lo que has oído. Tú dile, o mejor que se lo

diga tu abogado, que se acuerde de «las medias deseda».

Santaella no le dijo una palabra a Pedrojota.El asunto era demasiado delicado como para hacerde recadero: «Cualquier cosa que hubiera hechome habría dejado a los pies de los caballos, de loscaballos de Pedrojota o de los del Cesid». Sinembargo, el director de El Mundo tuvo noticia delepisodio a través de la pareja de reporteros.

* * *

La historia de los «Mengueles» del Cesid,difícil de creer a simple vista dada su intrínsecaatrocidad, apareció publicada en El Mundo el 15de junio del 97. El escándalo fue considerable, apesar de que todo parecía ya posible en la cuevade Alí Baba de la Cuesta de las Perdices. Entre eltexto que apareció ese día publicado y el originalque Cerdán y Rubio enseñaron a Santaella unosdías antes había una pequeña diferencia: losnombres completos de los «espías» que habíanintervenido en la fechoría, tal como figuraban en eladelanto, habían sido sustituidos por las iniciales yel correspondiente «alias». Era el favor queSantaella había pedido a los periodistas, y quePerote quería «vender» como una gran conquista aLa Casa. Cerdán & Rubio accedieron porque, apesar del cambio, la información seguíamanteniendo todo su interés, al tiempo que rendíanun servicio a quien podía devolverles muchos más.

Días más tarde, El Mundo dio cuenta —con

sus números de matrícula y el nombre de losmecánicos que los atendían— de los cochesutilizados por el Cesid en la «OperaciónMenguele», demostrando que durante bastantetiempo tres de tales vehículos habían estadoaparcados en el garaje del Centro.

A consecuencia de este escándalo, uno más delos que han jalonado la historia de nuestrosservicios secretos durante el felipismo, el JuzgadoCentral número 5 de la Audiencia Nacional, cuyotitular es Baltasar Garzón, citó a declarar aldirector del Cesid, Javier Calderón, y a suantecesor en el cargo, el teniente coronel EmilioAlonso Manglano.

Tras prestar declaración, Calderón reunió asus hombres de confianza en la sede de lacarretera de La Coruña y, ante sus «chicos», ungrupo al que en el Centro se denomina «clanMenguele» (gente de oscuro pasado, susceptiblede resultar incursa en causas penales en cualquier

momento y, por tanto, chantajeable) se manifestócasi exultante con respecto a su declaraciónjudicial de la mañana, ánimo, esto está resuelto, nova a pasar nada con esta mierda de los mendigos,porque los tres enemigos acérrimos que tiene estacasa, el juez Garzón, el coronel Perote, yPedrojota Ramírez, «están ahora mismocontrolados».

Si se tiene en cuenta que la filmación delfamoso «vídeo sexual» (según expresión habitualde El País) se produjo el 7 de marzo del 97, afinales de junio del mismo año Calderón teníamotivos sobrados para afirmar que Pedrojota y ElMundo estaban controlados. «Tengo informaciónsuficiente sobre Pedrojota para deciros que nuncamás se atreverá a intentar nada contra nosotros».

Y no sólo él estaba maniatado. También loestaba el coronel Perote, con quien parecían haberllegado a un pacto que tuvo su inmediato reflejo enel cambio de actitud del militar, que a partir de

entonces se volvió mucho más cauto en susmanifestaciones.

Otro tanto parecía haber ocurrido con el juezBaltasar Garzón. «Ya visteis —dijo Calderón asus «chicos»— cómo ayer salí del Juzgado con lacabeza bien alta y sin que me pasara nada: tambiénestá controlado». La denuncia sobre las prácticasdel Cesid con una serie de mendigos duerme elsueño de los justos en el Juzgado Central deInstrucción número 5.

A lo largo del verano del 97, los ecos de latormenta que se cernía, amenazadora, sobre eldiario El Mundo y su director no dejaron decrecer. El nubarrón fue engordando, traspasandolas fronteras de los círculos policiales parainstalarse con fuerza en los mentiderosperiodísticos, donde a la vuelta de agosto comenzóa hablarse sin rodeos del «vídeo de Pedrojota».

El afectado seguía a lo suyo. Hasta que unatarde de septiembre, Rafael Navas, ex director

general del grupo Negocios (La Gaceta, Dinero,etc.), se presentó, previa cita telefónica, en sudespacho de la calle Pradillo para transmitirle lapeor novedad posible.

* * *

Todo había empezado para Navas un día definales de abril de ese mismo año con una llamadatelefónica.

—Que le llama un tal Chema, de Iberia.—¿Chema? ¿Qué Chema? No conozco a ningún

Chema.—Sí, dice que le tiene que conocer seguro,

porque trabajó con usted en Iberia.Resultó ser José María González Sánchez-

Cantalejo, un tipo desastrado, un perdedor, a quienhabía conocido durante un breve plazo de tiempo

cuando, con veintipocos, trabajó en eldepartamento económico-financiero de Iberia. Leperdió la pista al dejar la compañía aérea paraenrolarse en el mundo del periodismo y, derepente, el tal Chema volvía a reaparecer comosalido de las tinieblas. Quería verle, le dijo,porque tenía en su poder un material informativomuy sensible que podía ser de su interés.

Le citó en su despacho de la Castellana. ¿Quées de tu vida?, ¿cómo estás? y todo lo demás, yaveo que te va de puta madre, pues sí, chico, no mepuedo quejar, y a ti ¿cómo te ha ido?, mal, no hetenido mucha suerte, la verdad, la vida me hatratado de aquella manera, pero bueno, cuéntame,¿qué te trae por aquí?

Cantalejo se enredó en un argumentoenvolvente, lleno de circunloquios, una historiafea, ¿qué harías si tuvieras en tus manos unmaterial filmado que afectara a una persona muyimportante de este país?… El tal Chema, receloso,

no quería soltar prenda, decir a quién se refería,pero Navas insistía, no podía emitir opinión sinsaber de qué estaban hablando. Finalmenteconsiguió saberlo: se trataba de PedrojotaRamírez, que se había estado acostando con unachica de color que a la sazón «es mi novia», y yomismo le he filmado metido en un armario, perobueno, ¿qué quieres hacer con eso?, pues qué voya querer, venderlo, sacar un dinero, oye mira, yocreo que eso es una locura, porque ese señor noestá haciendo nada malo, es su vida privada, y eldelito lo puedes estar cometiendo tú, pero ¿qué meestás diciendo? joder, Rafa, tú siempre tanmoralista, no, hombre, no es eso, es que siPedrojota se lo monta con una negra ¿a quién coñole importa?, pues a mucha gente, porque es que noes acostarse, no es echar un polvo y listo, es queen ese vídeo se ven unas cosas muy fuertes, vengaya, Chema, no digas bobadas… qué, que no te locrees, ¿verdad?, pues no, no me lo creo, y además

eso puede ser un montaje, ¡no es ningún montaje,coño!, pero, vamos a ver ¿tú quieres verlo?,hombre, pues tendría que verlo para darte miopinión.

Volvió al día siguiente e hizo bajar laspersianas, oye, que no entre nadie, avisa a tu secre,tranquilo, hombre, tranquilo, «y me mostró dosvídeos, uno explicando cómo lo había hecho.Chema aparecía en pantalla con una taladradora enla mano, haciendo un agujero para colocar unamáscara sobre la superficie de un armario derejilla, metiéndose, encogido, en dicho armario,desde el cual y a través de esa máscara iba afilmar lo que después ocurriría en la habitación.Desde aquel ojo de gato se veía una cama y a unanegrita moviéndose y abriendo las sábanas.

Con pelos y señales contó cómo había grabadola película, la insoportable sensación declaustrofobia que se apoderó de él dentro deaquella ratonera, la forma en que le temblaban las

piernas, sudando a mares, y cómo a partir de undeterminado momento ya no pudo seguir filmandode puro nervio, de modo que sólo se escuchaba laconversación de los dos actores.

Sánchez-Cantalejo explicó a su antiguo amigouna historia inocua, la de un encuentro accidentalcon una chica que, en realidad, había tenido muypoco de casual. Las dos debilidades de Chemaeran, según el propio interesado, el bingo y laschicas de color, y en Exuperancia Rapú se dabanla mano ambas pasiones, hasta el punto de que mela enrollé en un bingo y al cabo de un tiempo mecontó que conocía a Pedrojota, y yo le dije ¡andaya!, no me lo creo, ¿qué no? Y delante de mí lellamó a El Mundo y se puso, habló un rato con élcon gran confianza, y a partir de ahí maquinétenderle una trampa. Pero, vamos a ver, Chema, ¿túqué andas buscando con esto?, pues, joder, ¿quévoy a buscar?, sacar unos millones, porque los dosestamos tiesos, no tenemos un duro, y eres el único

que conozco que tiene relación con el mundo de laprensa, bueno, pero dime una cosa, ¿alguien mássabe de la existencia de este vídeo?, sí, lo sabe unamigo, un tal Patón, que presume de ser el hombrede confianza de Felipe González, pero el materialno tiene salida por ahí, por eso me he acordado deti, ¿podría interesaros a vosotros?, ni hablar, nonos dedicamos a esos temas, pero tú, ¿podríasponerme en contacto con alguien?, este tío tienemuchos enemigos…

Rafael Navas se disculpó. No quería verseinvolucrado en ese asunto. Sin embargo, unos díasdespués, Chema volvió a llamarle, oye Rafa,tenías razón, he recibido algunas llamadasextrañas, tengo miedo y mi chica lo mismo,estamos cagados, y entonces le propuso un juegoextraño: hacerle destinatario de sus confidencias,contarle regularmente los pasos que iba dando enrelación con la venta del vídeo, por si algún díame ocurriera algo…

Así se enteró Navas de que se había vistorepetidas veces con Agustín Valladolid, quien lehabía entregado varios millones por el visionadode la cinta. Hasta que, en septiembre, después deirse de vacaciones a Cuba con dinerito fresco, leinformó un día que la operación estaba a punto decerrarse, que el comprador era Emilio RodríguezMenéndez y que le iban a adelantar 50 millones depesetas. Decidió entonces poner sobre aviso aPedrojota Ramírez. Pero Pedrojota no se podíaponer. Según su secretaria, estaba muy ocupado.

—Pues dígale que soy Rafael Navas y quetengo una información muy importante que afecta asu vida privada.

Dos minutos después el propio Pedrojotaestaba al aparato.

El director de El Mundo le recibió a las 4,30de la tarde de un día de finales de septiembre, conAntonio Rubio como testigo. Toda una papeletapara Navas, que cuando se vio en aquel despacho

se asustó, ¡joder!, en qué lío me he metido, y frentea frente, se perdió en los meandros de un largopreámbulo, estoy aquí por un problema deconciencia, porque ese vídeo está ya en manos deun personaje como Rodríguez Menéndez, pero yono quiero aparecer para nada, si tengo quedeclarar un día ante un juez le diré lo mismo que tevoy a decir a ti, pero yo no quiero salir, acabo demontar mi propia empresa y no quiero vermeafectado por ninguna publicidad negativa.

Pedro le dio todo tipo de seguridades, no tepreocupes, te agradezco el gesto, pero, bueno,Rafael, cuéntame, ¿que se ve en ese vídeo?

Y llegó el momento que Navas quería evitar,describir las cosas que había visto en lagrabación.

—Dime una cosa, ¿tú crees que soy yo?…—Pues yo creo que sí, Pedro, puede ser un

montaje, pero si he de serte sincero, creo que síeres tú.

—¿Pero cómo voy vestido?—No, Pedro, tú no vas vestido de ninguna

manera, tu estás desnudo.Y entonces Rafa Navas le vio caer como si

hubiera sido alcanzado por un misil, la cara entrelas manos, súbitamente abrumado, porque hastaese momento había mantenido la compostura, no,si ya sé que me están montando algo, ya me hanpasado algunos mensajes… No sabía cómoagradecerle el aviso, no sabes cuánto te loagradezco, es el mayor favor que me han hecho enmi vida, no lo olvidaré nunca, Rafael, no sé cómovoy a poder pagártelo.

* * *

Ya no era posible seguir de espaldas a latormenta. Se imponía activar una estrategia

defensiva. Y Pedrojota puso a sus hombres deconfianza, Cerdán & Rubio, en movimiento,dejadlo todo y centraos en esto, a ver qué hay deverdad y quién está detrás.

Lo primero que hicieron fue dedicarse encuerpo y alma al análisis del material acumulado ya revisar fichas y contactos con el mundo delhampa dedicado a tales menesteres. «Y asíllegamos al hilo del ovillo».

Fue exactamente a las 4,30 de la tarde delmartes 30 de septiembre del 97 cuando, tras muchocabildeo, Antonio Rubio decidió tirar de teléfonodesde su despacho en El Mundo para llamar a unmóvil registrado a nombre de un tal José MaríaGonzález Sánchez-Cantalejo. Identificar alpersonaje había costado Dios y ayuda, la ayuda demucha gente, por eso la pareja se resistía aefectuar la llamada, temerosos de que la pieza,asustada, levantara el vuelo antes de tiempo.

Pero Pedrojota, hecho un manojo de nervios,

no estaba para florituras. Ese mismo día, Cerdán yRubio habían publicado una información según lacual Rafael Vera y José Luis Corcuera habíanviajado a Andorra para visitar una sucursalbancaria. Y de buena mañana, entrevistado en lacadena SER y dominado por la ira, Vera cometióla equivocación de anunciar que «la gente se va aenterar muy pronto de a qué se dedica Pedrojota ensu tiempo libre». Por si al periodista le quedaraalguna duda de lo que se le venía encima, el exdirector de la seguridad del Estado se lo habíapuesto blanco y en botella.

Lo que Rubio no podía imaginar mientras,conteniendo la respiración, escuchaba el tonoapagado de una llamada aún no atendida, era queiba a sorprender al propietario de aquel móvilreunido en el hotel Aitana, sito en el paseo de laCastellana de Madrid, con la plana mayor mafiosa,perfilando los últimos detalles para lamaterialización del golpe.

«Llamó Antonio Rubio del Mundo a José Mª—escribe Exuperancia Rapú en su diario—diciéndole que sabía todo lo que tramaban y quequería hablar con él. José le dijo que no sabía dequé le hablaba. Volvió a mi casa. Ángel se fue a lasuya. Resulta que el Rodríguez había publicadoalgo en el Ya sobre la peli. A las 11,30 noche lellama el Goñi para decir que se había enterado detodo y que quedaba el miércoles a las 18horas…».

«1/10/97. Miércoles. Empezaron las llamadas—prosigue la Rapú—: 1.º, a las 11 de al mañanallama Goñi para quedar a las 7 tarde en Oliveri.2.º, llama Antonio Rubio amenazando 3 veces.José Mª contacta con Patón, le comenta todo y nosdice que tenemos que largarnos. José le dijo queno podíamos porque estábamos tiesos. Habló conFilip y le dijo que nos adelantaban 50 kilos paradesaparecer y el resto nos lo pagarían a la vuelta,pero claro entregándole el máster y quedamos con

Ángel en mi casa para que nos entregara los 50kilos. A las 22,30 aparece Ángel con Goñi,trajeron los 50 kilos, les entregamos la cinta y unacarta mía. Nos aconsejaron salir lo antes posibledel país».

Gracias a la llamada de Rubio, Sánchez-Cantalejo se embolsó 50 millones de pesetas antesde, como acompañante de Exuperancia Rapú,largarse de España. Toma el dinero y corre.

Al día siguiente por la mañana, los periodistasintentaron localizarlo repetidamente sin éxito,dejándole varios mensajes en su buzón de voz. Porculpa de los nervios, Pedrojota había conseguidoacelerar el acuerdo entre los componentes de labanda. Todo el gozo de Cerdán y Rubio en unpozo.

Días después de que el autor de la filmacióndel vídeo, en compañía de su primera «estrella»,pusiera tierra por medio con sus 50 millones en elbolsillo, los nuevos dueños de la cinta comenzaron

a distribuirla por correo, acompañando el casettecon una carta de miss Rapú como ilustrativoanexo.

A la redacción de El Mundo lo llevó elcatedrático Enrique Gimbernat a media tarde del15 de octubre de 1997, tras recogerlo en el buzónde su casa. Cerdán y Rubio, empeñados aquellosdías en perfilar la figura de Cantalejo, alias «elIberia», un tipo más amante de la noche que deldía, con más apego a la bebida y al juego que altrabajo, regresaban de almorzar con una de susfuentes cuando, al enfilar la calle Pradilloprocedentes de la plaza de Cataluña, sonó sumóvil. Era Pedrojota que, presa de una tosecillaagobiada que se apoderó de él en los días demáxima tensión, tosecilla en la que pareciósomatizar la enorme presión soportada, el esfuerzode mantenerse firme como un junco de riberaaguantando la crecida del rio, les reclamaba conurgencia en su despacho. «Os estamos esperando».

Flotando entre las nubes de algodón quepueblan la moqueta acrílica instalada por ÁgathaRuiz de la Prada, Pedrojota se encontraba en sudespacho acompañado por el propio Gimbernat,Casimiro García-Abadillo y Fernando Baeta. Seishombres (luego se les unirían Felipe Arrizubieta yla abogada Cristina Peña) asustados por lo queiban a ver, testigos cogidos a lazo que hubieranquerido salir huyendo, desaparecer, nerviosos antelo inesperado, pidiendo clemencia alguno de ellos,yo no quiero ver eso, sí, por favor, tienes queverlo, y Pedro que enchufa la cinta en el vídeo, ala izquierda de su mesa de trabajo y, de pie con elbrazo apoyado en el respaldo de su sillón de piel,empieza el espectáculo, todos conteniendo larespiración, y la visión oscura, fantasmal, de unhombre desnudo, y alguno que, abrumado, se da lavuelta, y todos los demonios, todas las fantasíassexuales represadas y almacenadas en el almahumana, en todas las almas, de pronto al

descubierto en inaceptable almoneda de laintimidad de una persona, y Pedrojota que, ante elespanto de los presentes, de cuando en cuandopara la cinta, rebobina y vuelve a pasar las mismasimágenes, y un bendito Gimbernat que musita envoz alta pues ése no eres tú, Pedro, no se teparece, esto es un montaje, y las miradasdesconcertadas del resto que tratan de huir deaquella situación, mientras Pedrojota, que aguantael chaparrón sin inmutarse, su tosecilla disparadacomo el repiqueteo de una ametralladora, calla. Yotorga.

Al poderoso Pedrojota, el hombre que habíaconstruido su oposición radical a la corrupciónfelipista sobre el andamiaje de la superioridadmoral de su discurso, le habían cogido por elcosturón del sexo, propinándole una cornadamortal de necesidad. Hasta la fecha, todosabrigaban el deseo de que la famosa cinta fuera unmontaje, pero en aquel despacho casi todos, con

excepción quizá de Gimbernat, perdieron laesperanza.

Mientras veía desfilar las imágenes oscuras deaquel vídeo doméstico, filmado de formachapucera por alguien escondido tras un armariode rejilla, Manolo Cerdán comprendió de prontoel misterio que tantas noches le había mantenido envela, ¡ah!, ¿te has dado cuenta del detalle de lasmedias?, preguntaba después Cerdán a su amigoRubio, todo el mundo decía que llevaba unasmedias, y en la cinta no se ven, pero sí, las hay,están en las muñecas que parecen sujetarle a lacama, algo elástico y tenso, unas medias de seda.

Cuando, al filo ya de la madrugada, los dosperiodistas abandonaban la sede de El Mundo lohacían convencidos de que aquélla era una tramamontada por el Cesid. Ahora cobraban todo susignificado los mensajes que algunas de susfuentes habían querido transmitir a Pedrojota.Ahora estaba claro que La Casa conocía, si es que

ella misma no lo había montado, la existencia deun vídeo sobre la vida sexual del director de ElMundo desde, al menos, el mes de mayo del 97.

Teniendo en cuenta que la grabación del vídeoen la chambre de miss Rapú tuvo lugar el 7 demarzo del 97, y que los primeros intentos devenderlo no se produjeron hasta finales de abril,parece claro que la cinta en cuestión estuvodurante varias semanas en la sede de la Cuesta delas Perdices, y allí hubo gente que la visionómucho antes de que empezara a distribuirse, yalguien se dio cuenta del detalle de las medias (amenos que fuera el propio filmador escondido trasel armario quien advirtió al Cesid de tal extremo)y lo comentó entre sus compañeros.

* * *

Pedrojota se había distinguido como el granculpable —aunque no el único— de la caída de unsistema con vocación de régimen que iba a durarveinticinco años llamado felipismo. Con ello,había arruinado el dulce «pasar» de mucha genteacostumbrada a medrar a su sombra, desde la«biutiful» del Banco de España hasta los altoscargos policiales, pasando por la directora delBOE. Entre las víctimas más llamativas dePedrojota se encontraba el propio Cesid, lospodridos servicios secretos cuya reputación habíaquedado arruinada por escándalos como el delGAL, las escuchas o los mendigos. Y fue el Cesidel que empezó a buscarle las cosquillas durante elúltimo Gobierno González. La victoria dePedrojota sobre todo un Régimen no le iba a salirgratis. Esa sangre tenía un precio: el de sureputación.

El objetivo era Pedrojota, pero también ElMundo y lo que el diario representa como

banderín de enganche de una filosofíaanticorrupción. Cuando el vídeo empezó adistribuirse, la vida política española seencontraba en puertas de un acontecimientotrascendental: la celebración de la vista delprimero de los juicios del caso GAL, el referido alsecuestro de Segundo Marey. Y era la banda que lofinanciaba y distribuía la que se iba a sentar en elbanquillo de los acusados, circunstancia queexplica el affaire del vídeo, sin duda uno de losepisodios más siniestros de la historia de lademocracia española.

Vera, Barrionuevo y compañía sabían quepodían ir a dar con sus huesos en la cárcel porculpa del trabajo de investigación del periódico yde su director, un hombre que se había opuestofrontalmente a cualquier posible «ley de puntofinal» como la que, tras las bambalinas, perseguíael PSOE, y a la que determinados sectores delpropio Partido Popular parecían receptivos. Y fue

El Mundo y su director quienes movilizaron a laopinión pública en contra de esa posibilidad. Poreso, Vera, incurso también en el sumario de losfondos reservados, y sus amigos tenían motivossobrados para odiar a uno y a otro. Había quequitar de en medio a ambos.

Desde que El Mundo empezó a derribar lasmurallas de Jericó del felipismo, el Cesid,bastardamente utilizado por Narcís Serra con unexclusivo fin partidista, puso en marcha unconcienzudo trabajo de ubicación de todosaquellos periodistas molestos que le estabanincordiando. A todos y cada uno intentan buscarlesus debilidades. El primer chequeo, el más fácil,es el fiscal. Prosiguen por las cuentas bancarias,las propiedades inmobiliarias, los gustos caros. Ysi no encuentran nada anormal en el terreno de lavil moneta, se concentran en el ámbito de lopersonal, con especial dedicación en los gustossexuales.

En la primavera del 97, en torno a la fecha degrabación del famoso vídeo, por el Cesid circulóun informe sobre el propio Antonio Rubio en elque, entre otras cosas, se decía que se le habíavisto cenando muy acaramelado con una chica detales y cuales características que… resultó ser suesposa.

Se trataba de neutralizar cualquier potencialenemigo, más aún si osaba incordiar a La Casa.Pedrojota tenía todas las papeletas en la mano. Poreso, cuando a la Cuesta de las Perdices llegónoticia de la existencia de una chica guineanametida en carnes que se ganaba la vida comopodía y que periódicamente recibía la visita deldirector de El Mundo, no daban crédito. Muchosse frotaron las manos ante tamaño golpe de suerte.Había que echar el resto en esa historia.

La tesis más plausible es que, cuando llegó ala dirección del Cesid, Javier Calderón, unhombre a quien en los cuartos de banderas se

considera depositario de casi todos los secretosdel 23-F, se encontró con la operación en marcha.Y lo que hizo fue ultimarla y concretarla.

El Gobierno del PP no había logrado meterbaza en La Casa, que seguía infiltrada a más ymejor por simpatizantes de González, un hombreque ha seguido disponiendo durante los últimoscuatro años de toda clase de informaciónconfidencial. Por si ello fuera poco, el felipismo,con la eficaz ayuda del hermano siamés, el GrupoPrisa, se había fijado como objetivo en laoposición abatir a los tres peones que considerabaformaban el círculo de hierro en torno alpresidente Aznar: Juan Villalonga (el dinero),Francisco Álvarez Cascos (la política) y PedrojotaRamírez (los medios de comunicación).

* * *

¿Cómo detectaron la existencia de un talón deAquiles en la aparentemente sobria y ordenadavida de Pedrojota? En el año 89 y en el curso deun programa de Antena 3 Radio al que habíaacudido para promocionar un disco de un cantanteguineano, Pedrojota conoció a una chica natural dela antigua colonia española que se hacía llamar«Emma». A partir de entonces comenzaron a verse,aunque de manera irregular y siemprerespondiendo a las insistentes llamadas de ladama. Y fue el propio periodista quienindirectamente marcó el objetivo a susperseguidores. Vigilado día y noche, un buen día levieron entrar y salir de un piso en la calle CapitánHaya. El paso siguiente consistió en averiguar aqué piso iba, quién vivía en él, cómo se llamaba laseñorita en cuestión y a qué se dedicaba.Acercarse a ella resultó tarea fácil.

De modo que, cuando la fuente avisó a Cerdány Rubio de que un «Apolo» estaba siguiendo a su

«jefe» y que habían detectado que andaba «con unachica de color», el Cesid ya estaba de hoz y cozmetido en la operación. Marcado el objetivo, elperiodista pasó a un segundo plano. La Casa sevolcó entonces en la chica: había que contactarla,trabajarla y conquistarla. Una vez captada ydispuesta a colaborar, el Centro volvió de nuevosobre Pedrojota para preparar la prueba, siguiendoel abecedario de cualquier servicio de inteligenciasobre esta clase de operaciones.

Sánchez-Cantalejo abordó a miss Rapú unatarde de finales del 94 en una céntrica sala debingo, «ocupación» que al parecer place mucho ala dama. En aquel momento, la guineana no estabasola, lo que hubiera explicado un intento de ligoteoocasional, sino que iba acompañada por unaseñora mayor. Exuperancia estaba atravesando unaetapa difícil, ya que acababa de romper con sunovio, «la persona que más he querido en elmundo», un compatriota residente en Alicante.

Ello no fue óbice para que la pareja simpatizara ypara que la Rapú despidiera a su amiga, antes deaceptar aquella misma noche una invitación paracenar e ir después a jugar al Casino de Madrid.

A partir de aquel día, Cantalejo, que sepresentó como «asesor de la Seguridad delEstado», según la bella, y que desde el primermomento mostró gran interés por el hecho de queconociera al director de El Mundo, se dedicó apasearla por restaurantes y clubs de moda,tratándola «como a una reina», en una relación enla que, revelador, no faltó más que la cama.

¿De dónde sacaba este Kashogui doméstico losfondos para financiar comportamiento tanrumboso? Misterio. Sánchez-Cantalejo es unantiguo empleado de Iberia que, cuando conoció aExuperancia, se había gastado ya los duros quehabía cobrado años atrás como indemnización yque desde el punto de vista económico no teníadónde caerse muerto. La única explicación es que

el dinero utilizado en deslumbrar a la guineana loestuviera poniendo alguien comprometido a ellocomo resultado de una operación perfectamenteplanificada.

Gente conocedora de la operativa del Cesidcree que Sánchez-Cantalejo era uno de tantoscolaboradores a quienes el Centro paga en sobrepor trabajos puntuales. Nada anormal, por otrolado, teniendo en cuenta que La Casa tiene copadala zona de Capitán Haya-Orense, como tienecopada Iberia (con delegación fija en elaeropuerto de Barajas), donde trabajaba elsusodicho y todo su circuito de amigos.

Hay, además, en Cantalejo un componenteanímico digno de acotar. Siguiendo la agenda demiss Rapú se advierte la animadversión visceralque siente hacia Pedrojota, así como suentroncamiento ideológico con el felipismo. Quedaclara, además, su identificación absoluta conÁngel Patón, hombre de confianza de un íntimo

amigo de González: Julio Feo. De modo que, porencima del interés crematístico implícito en elintento de comercialización del vídeo, resplandeceel interés ideológico, la obsesión por dañar lafigura pública del personaje, el deseo de taparle laboca. «Este tío es un peligro —se lee en loscomentarios que la Rapú pone en su boca—, nosha hundido, y hay que acabar con él. Detrás míohay mucha gente, están los servicios deinformación, está el Gobierno anterior, que va avolver dentro de muy poco». Y para ello lepropone tender una trampa al periodista y grabarun vídeo clandestino cuando se encuentre con él ensu dormitorio. «Yo seré el director y tú la actriz».

Exuperancia ha relatado cómo le regalaban lasbebidas para el bar de su discoteca Caché, más lasvisitas a caros restaurantes de Madrid, los gastosdel bingo, los del casino, las copas, la ropa,incluso el alquiler de su vivienda… De hecho,Cantalejo pasó a monitorizar la vida entera de esta

guineana lista, dispuesta a ganarse la vida comofuera en un mundo extraño y a menudo hostil. DeCapitán Haya veintitantos se trasladó a vivir a SorÁngela de la Cruz 22, donde tuvo lugar la famosagrabación, para instalarse finalmente (sería másadecuado decir que fue «instalada») en GeneralYagüe 10, el domicilio de Ángel Patón, uno de losmiembros de la trama.

Y todo ello sin límite de tiempo, porque latarea de acercamiento podía durar meses, inclusoaños, lo que fuera menester hasta convencer a lamujer de que debía colaborar. Y el hecho es queentre el contacto en el bingo y la realización delvídeo transcurrieron más de dos años, tiempo en elque Cantalejo desplegó un trabajo constante ydiario, muy profesional.

Un tempo obligado, por otro lado, dada lapropia dinámica de la relación entre el periodistay la guineana, a quien veía cada vez de forma másesporádica, hasta el punto de que durante el año

previo a la grabación es posible que no llegaran averse en más de una ocasión.

Con el vídeo ya grabado, hacía falta unaorganización con infraestructura para poner enmarcha su distribución. Mucha gente estáconvencida de que el dinero necesario para moverla rueda no procedía de la órbita del diario Ya nide su ocasional propietario, Emilio Rodríguez-Menéndez, sino del filón que fueron el Ministeriodel Interior y sus dineros, los famosos fondosreservados, de forma que, cuando los encausadosdel GAL abandonaron, rodeados del escándalo,sus despachos, lo hicieron respaldados por unaespecie de «caja común» que pudiera permitirleshacer frente a todo tipo de contingencias legales oextralegales, garantizar silencios (caso de Bayo yDorado) o financiar determinadas operaciones(vídeo de Pedrojota).

Era una grabación de muy baja calidad,aspecto obligado para avalar la idea de que se

trataba de un simple chantaje doméstico. El vídeose hace de forma artesanal, porque es lo que seespera de la corta sapiencia y el más corto dinerode Exuperancia Rapú: una cinta casera filmada conmedios caseros por auténticos amateurs, y esamisma normalidad debía acompañar sucomercialización.

La calidad de la imagen era tan pésima queresultaba incluso temerario imaginar al Cesiddetrás de semejante chapuza. Porque el Cesidhabía demostrado contar con hombres y mediospara hacer bien las cosas, caso del famoso chaletde la calle Sextante en Aravaca, en el que undispositivo de cámaras ultrasensibles permitíagrabar a la perfección los juegos amorosos de susocasionales ocupantes, algunos de muy altaalcurnia.

Para más de un ex agente de los servicios, ésaera precisamente la idea que se perseguía: untrabajo de aficionados que liberara al Centro de

cualquier sospecha pero que cumpliera el finúltimo que se perseguía: arruinar la reputación dePedrojota borrándolo del mapa periodístico, sinque en ningún momento del proceso asomara lamano que en la distancia movía la cuna.

La Casa controló en la sombra la secuencia dehechos, monitorizó los pasos hasta la grabacióndel vídeo y su posterior distribución, pero«subarrendó» el trabajo, encargándolo a gente quenunca pudiera ser relacionada con ella porque nifiguraban en nómina ni habían puesto los pies en elCentro. Una cobertura casi perfecta.

* * *

Aquélla era una buena oportunidad para iniciaresa carrera profesional que, por distintos motivos,se le había negado hasta el momento. Es verdad

que se trataba de un periódico en situaciónapurada, «crítica» decían algunos de sus amigos,pero Alfonso Rodrigo estaba convencido de que,con muchas horas de trabajo y unos gramos detalento, su esfuerzo terminaría siendo reconocido ypremiado si la empresa lograba superar susdificultades. De modo que dijo sí, y en febrero del97 entró a trabajar en el Ya, una cabecera históricade la prensa madrileña y española, ligada desdesiempre a la jerarquía eclesiástica y venidadramáticamente a menos en los últimos tiempos.

Aquejado por graves problemas dedistribución, Alfonso se hizo cargo deldepartamento de suscripciones y de la venta enquioscos.

Casi inmediatamente conoció al hombre que,poco tiempo después, se iba a convertir en elobjeto de sus peores pesadillas: Emilio RodríguezMenéndez, uno de los personajes menosrecomendables de la fauna abogadil madrileña. Un

rábula desgalichado en la forma y oscuro en elfondo, carente de escrúpulos y sobrado de unaagresividad que parece esconder algúnirrefrenable complejo de inferioridad. Un fardel enperpetua cólera, siempre caminando por el filo dela navaja entre lo legal y lo ilegal, y de quien unamadre respetable diría sin dudarlo que se trata de«una mala compañía».

La situación del Ya era tan desesperada que, alos quince días de entrar a trabajar, y sin tiempomaterial para que empezaran a percibirse losresultados de su trabajo, Rodríguez Menéndez, encuyas manos había caído el desafortunado rotativo,le ofreció el puesto de director general. Trasrehusar en un primer momento, Rodrigo terminóaceptando el «regalo».

Inmediatamente se vio inmerso en unanegociación de altura: el proyecto de fusión entreDiario 16 y el Ya, dos enfermos crónicos de laprensa madrileña, en trance de desaparición. «A

principios del mes de junio, Rodríguez Menéndezme informó de la existencia de conversacionesmuy avanzadas con Juan Tomás de Salas, otroespécimen de armas tomar, editor de Diario 16,para la creación de un nuevo diario producto de lafusión de los activos de ambos, cuyas cabecerasdesaparecerían para dar paso al nuevo «Cambio16, el periódico de la democracia», aunque el Yacontinuaría saliendo hasta el día antes dellanzamiento del nuevo producto».

Para llevar adelante el proyecto se constituyóuna comisión integrada por Ángel Campos (un tipotradicionalmente ligado al sindicato CC.OO.), porparte de Diario 16, y el propio Alfonso Rodrigo,por el Ya. Su misión consistía en llevar a cabo unestudio técnico y de viabilidad que fuera delagrado de ambas partes. Tanto Salas comoRodríguez Menéndez, que daba por descontadoque Diario 16 tenía que cerrar porque no habíaforma humana de mantenerlo vivo, se manifestaban

decididamente partidarios de la creación de esenuevo periódico.

En una de tales reuniones, Alfonso conoció aRafael Vera, el otrora poderoso secretario deEstado para la Seguridad, entonces implicadohasta las orejas en el caso GAL y ahora condenadoen firme tras el juicio por el secuestro de SegundoMarey, que fue presentado por el abogado Cobodel Rosal como interlocutor de Diario 16 ennombre y representación de Juan Tomás de Salas.

La aparición en escena de Vera tuvo lugar enuno de esos festejos que Rodríguez Menéndeztenía por costumbre celebrar los sábados en sucasa-finca de Monte Rozas, en los que solíarodearse de amigos, colaboradores y admiradoresvarios, y de una cierta farándula tan antigua comola actriz porno Susana Estrada o el futurólogoRappel, entre otros. Los peces gordos de talescenas eran, sin embargo, los Cobo del Rosal,Rafael Vera, Jorge Argote (abogado del general

Rodríguez Galindo) y ciertos funcionariospoliciales con querencia a las malas compañías.

El ágape en cuestión se celebró a finales dejunio del 97, «y a mí se me invitó para queescuchara, primero, y para que expusiera, después,mi criterio profesional ante Vera, Cobo y Argote, ypergeñara un informe técnico de situación y de lacuantía económica necesaria para llevar a cabo elproyecto de fusión entre ambos diarios».

La presencia de Vera no era casual. Diario 16venía siendo utilizado en el último año por losinculpados en los crímenes de los GAL comoavanzadilla, punta de lanza con la quecontrarrestar la línea informativa de El Mundo, elgran causante, según ellos, de sus problemas conla Justicia. Pero, como quiera que la situaciónfinanciera del periódico parecía haber llegado aun punto de no retorno (a pesar del «oxígeno» que,de acuerdo con algunas fuentes, le habían estadosuministrando los antiguos responsables del

Ministerio del Interior), Vera había puesto sus ojosen el diario Ya, igualmente aquejado por parecidasapreturas financieras.

Fue Manuel Cobo del Rosal, un antañoreputado catedrático de Derecho Penalinexplicablemente embarcado en la goleta quepatronea por aguas del Caribe la banda de losGAL, quien puso en contacto a Vera con RodríguezMenéndez. Era el perfecto go-between. No hayque olvidar que Cobo era abogado de Vera y delcomandante Pindado (caso Ucifa), así como delpropio Menéndez, a quien había salvado de unaquerella de la Fiscalía por supuesto delito fiscal.

Rodríguez Menéndez ha sido utilizado confrecuencia por Cobo del Rosal, Matías Cortés(amigo y abogado de Jesús Polanco) y algún otroilustre letrado del foro capitalino como ariete enaquellos asuntos en que era necesaria la presenciade un tipo de rompe y rasga sin ninguna clase deprejuicios. De modo que es Cobo quien orienta el

trabajo de Menéndez y quien le proporciona lasideas y la munición legal en la que apoyar sutrabajo de picapleitos. Menéndez siente —sentía,al menos— un respeto casi reverencial por Cobo,en tanto en cuanto encarnaba la figura del cátedroconsagrado, una cota que él nunca podría llegar aalcanzar. «Rodríguez Menéndez era el perritofaldero del señor Cobo», asegura gráficamenteAlfonso Rodrigo, aunque también podría ser algomás: alguien dispuesto a hacer el trabajo sucio ydar la cara en primera línea de combate.

En las cenas sabatinas de Menéndez, Cobo,que siente una animadversión radical hacia ciertosestamentos de la judicatura y de la abogacíamadrileña —tal que el juez Garzón—, hablabamuy poco y se mostraba en extremo recatado a lahora de emitir opinión ante testigos. Un tipoblindado.

* * *

Para llevar a cabo el proyecto del nuevodiario, Ángel Campos abrió una cuenta bancaria enla cual Rodríguez Menéndez se comprometió aingresar 2.000 millones de pesetas. Perotranscurrido el mes de junio y corriendo juliodesbocado, a esa cuenta no había sido transferidani una sola peseta, cosa normal tratándose delsusodicho.

Fue uno de los motivos de la ruptura derelaciones entre Juan Tomás de Salas y Menéndez.Ambos se sentaron a almorzar un día y, de pillo apillo, terminaron tirándose los trastos a la cabeza.El picapleitos de Monte Rozas resultaba un tocinodemasiado rancio para el elegante «Fantomas» DeSalas, al fin y al cabo un miembro de la famosa«biutiful» que, en sus años buenos, llegó a hacersetraer desde Inglaterra el roast beef para una cena a

la que iba a sentar al entonces Príncipe de Españaen torno a sus ilustres amigotes.

Aquella tarde, tras calificarle de«impresentable» y decirle que no le inspirabaninguna confianza personal ni profesional, dio unpuñetazo en la mesa y se largó con viento fresco,dejando a Menéndez compuesto y sin novio, y aAlfonso Rodrigo, que asistía al convite comoinvitado, perplejo y asustado. Con aquella noviano se podía ir al altar: le olía demasiado elsobaco.

La idea del diario conjunto se fue a tomarvientos, pero Rafael Vera no desapareció de laesfera del Ya ni de Rodríguez Menéndez. Muy alcontrario, ambos parecían compartir grandesproyectos, el más llamativo de los cuales llegó aoídos de Rodrigo tras confesión directa del propioMenéndez. En efecto, el abogado le contó un díaque Rafael Vera andaba metido en una operaciónde gran alcance, «muy interesante para nosotros»,

consistente en la compra de un vídeo en el quePedrojota Ramírez aparecía practicando una seriede juegos de cama con una exuberante negrita.

Antes de llegar a las verdes praderas de Vera(un hombre que pujó fuerte por la dirección delCesid cuando José Luis Corcuera fue nombradoMinistro del Interior, siendo apoyado en un primermomento por la propia Zarzuela) y Rodríguez, elvídeo de Pedrojota había visitado ya otras plazas.Para entonces, el Centro se había retirado a undiscreto segundo plano, dejando el «negocio» enmanos de segundones que nunca pudieranimplicarlo en un eventual escándalo.

«Entrevista con Ángel [Patón] en laC/Fernando el Santo por la mañana y quedan porla tarde para ver peli en casa —escribeExuperancia Rapú en su diario el lunes 24 demarzo del 97— Después le dijo que era posiblehacer algo pero que se iba a Sevilla y que lasemana siguiente llamaría. Se iba a Sevilla a pasar

la Semana Santa».El 31 de marzo, lunes de Pascua, la Rapú

apunta: «Llama Ángel y quedan en Portobello.Aparece con un tal Agustín Valladolid, director deInterviú, que venía mandado por su jefe paravisionar la peli y hablar de ella. Pero no llegó averla porque tenía que consultar conmigo».

Y el miércoles 2 de abril: «Quedan enPortobello otra vez Ángel y Agustín. De allívienen a mi casa y visionan la peli y Agustín sequeda alucinado con ella y dice que es perfecta yque tiene que comunicarlo a sus jefes y que sepondrá en contacto. Le dice que son 500 kilos(sic)».

El jefe de Agustín Valladolid era ni más nimenos que Antonio Asensio, propietario del GrupoZeta y presidente de Antena 3 Televisión, cadena através de la cual iban a intentar poner el vídeo encirculación. Asensio era por aquel entonces aliadocontra natura de Jesús Polanco desde el famoso

«pacto de Nochebuena», y a ambos les sobrabanmotivos para pretender acabar con la concienciacrítica de Pedrojota Ramírez.

«Esta semana —escribe miss Rapú— se locuentan a Felipe González, y el viernes 4 suelta lode los “descerebrados” y lo de “canalla” a PedroJ. Ramírez».

«Llama Agustín y queda con Ángel en elrestaurante Zacarías —anota el miércoles 9 deabril—, y dice Agustín que sus jefes están deacuerdo, pero pueden dar 100 kilos más especie.La respuesta, que no».

El martes 15 de abril, la bella apunta: «LlamaAgustín y queda a las ocho de la tarde en RíosRosas y le dice que pueden ofrecer trescientoskilos pero serían doscientos en negro y cien enblanco pero nosotros dijimos que queríamosdoscientos treinta en negro y setenta en blanco.Agustín dijo que tenía que consultar».

«Llama Agustín —prosigue dos días después

con su peculiar sintaxis— y quedan en calle RíosRosas para comer y rematar las negociaciones alas 2,30 horas. Se tira 6 horas hablando y no llegana un acuerdo porque ofrecían 120 en negro y 180en blanco, pero tenía mi representante consultarconmigo. A las 23 horas llama a Agustín y le da laúltima oferta que sería 200 en negro y 80 enblanco, sino 250 en negro total. Estamosesperando la última respuesta».

Con los traficantes de la intimidad ajena enpleno mercadeo, el martes 22 de abril, la Rapúcuenta que «llama Agustín y cita a José María parael miércoles a las 12 de la mañana en la calle RíosRosas 7 (Xente Joven) y que también irá otrohombre que es asesor financiero de ellos y quetraerá los contratos para llegar a un acuerdo. Yluego queda con otro a peritar la película. Despuésde todo, le da 5 kilos a José Mª».

El esclarecido director de esta película demiedo acababa de obtener los primeros

rendimientos de su fechoría: 5 millones de pesetascomo adelanto. «A la madrugada se encuentra enAlcobendas edificio Gran Manzana y se dirigen alos estudios de Antena tres aparece el nuevohombre (¿Joaquín Martorell?) y visiona la pelipara confirmar la autenticidad pero el gilipollasdice no estar seguro de que no sea un montaje,vuelven a repetir la jugada y asegura que es P.J. yque la cinta no está manipulada pero que cuandohabla no se le ve mover la boca. Se enfadó JoséMª pero Joaquín y Agustín le dijeron que no habíaproblema y que se llegaría acuerdo, le dieron 5kilos y hasta mañana…».

Pero Exuperancia y su «director» se empiezana poner nerviosos con tanta dilación. Después deun mes largo de negociaciones, la guineana escribeen su diario: «Hablo con José María y le digo quellame a Agustín y que les de 24 horas parasolucionar el tema. Ya lo hizo y le dijo que habíafiltraciones y que estábamos mosca con el tema ya

que si no tomaríamos otras medidas. Y Agustín lepidió 12 horas y que el problema era de dinero,pero lo volvería a plantear a su jefe de nuevo».

El jueves 15 de mayo, «José Mª habla conÁngel [Patón] sobre el tema y le dice que estosonaba ya a chino, y Ángel le pide 48 horas parasolucionarlo y que tenía que hablar con Filip (sic)directamente y que ya estaba bien ya decachondeo…».

El miércoles 21 de mayo «Ángel llama a JoséMª y le dice que todo resuelto y que el jueves seiban a reunir con Agustín, Joaquín, él y José Mª enAlcobendas a las once de la mañana en la GranManzana, el resultado fue positivo y que daban los300 kilos pero serían 75 en efectivo, 120 encontrato laboral por 5 años y 100 en una cuenta enAndorra y nosotros aceptamos».

El jueves, 29 de mayo, «llama Joaquín paradecir que hasta el lunes día 2 y que tengo yo queredactar la carta de autorización del vídeo y

entregárselo y él nos daría 5 kilos luegosaldríamos a Andorra. Redacté la carta el domingonoche preparé maleta para el viaje, pero el lunesdía 2, a las 9 de la mañana Joaquín llama a JoséMª y que se había suspendido el viaje pero que nose lo podía explicar por teléfono […] le entregó aJosé Mª 5 kilos y quedó en el miércoles día 4quedaban para coger la carta y entregar 25 kilos denuevo…».

El martes 10 de junio «llama Joaquín y le dicea José Mª que estaban pendientes de los contratosy que le mandara nuestros DNI y números decuenta para domiciliar las nóminas que el fin desemana se zanjaría todo…».

Después de varias llamadas de JoaquínMartorell confirmando «que ya tiene el paquetón»(Rapú dixit), resulta que el martes 17 de juniotodo se vino abajo. La alegría de la estrella se fueal traste. «Esperamos toda la mañana y Joaquín nollamó hasta las tantas para decir que la operación

se había echado (sic) para atrás hasta nuevo aviso.Ya te puedes imaginar el cabreo que cojimos (sic)después de haber alquilado cajas fuertes en elbanco. Encima da la casualidad de que ese díatenía yo hora para hacerme la liposucción y lo tuveque suspender. Se tiraron toda la semana haciendoel indio…».

El martes 24 de junio, Exuperancia ofrecía ensu diario una de las claves de la operación:«Joaquín llama a José Mª y le dice que todo estáparalizado hasta nueva orden. Resulta que hablocon Ángel y como esa noche había una entrevistaen Antena 3 con Felipe González quedo en ir conél para poder hablar Ángel con Felipe paracomunicarle que habían echado la operación atrásy me dijo que estuviera a la hora de la entrevistaque sería a las 9,30 noche. Se fue a Antena 3 peroresulta que Ángel no pudo hablar con Felipeporque iba con otros guardaespaldas que no lodejaron…».

De manera que Ángel Patón, el hombre quehabía trabajado durante años muy cerca de FelipeGonzález en Moncloa, tenía que comunicar a su exjefe que «habían echado la operación atrás…».¿Por qué? ¿Qué tenía que ver González? ¿Estaba elex presidente al tanto de la trama?

He aquí un personaje cuya presencia en laoperación permite deducir la participación activadel felipismo en la misma: nacido en Cuenca hacecincuenta años, Ángel Patón Gómez hadesarrollado toda su actividad profesional a lasombra de Julio Feo, ex secretario general de laPresidencia del Gobierno, amigo personal deGonzález y el hombre más poderoso del entorno deMoncloa hasta su dimisión en junio de 1987.

El propio Patón trabajó en Moncloa, dondeentró de la mano de su amigo, entre enero del 83 yenero del 89. Feo, en su libro Aquellos años(Ediciones B, 1993), escribe: «Ángel pertenecía alpartido, y yo necesitaba una persona de mucha

confianza en Moncloa». Sin cargo especifico,simplemente a sus órdenes, Ángel entró paraformar parte de esa brigada de «fontaneros»encargada de lo que el propio Felipe describiócomo «las alcantarillas» del Estado.

Una de las funciones del «fontanero» Patón eraactuar de enlace entre Julio Feo —su jefe directo—, el Cesid y la oposición. De hecho, Ángel,bachiller superior, llegó a convertirse en unalumno aventajado de los métodos y sistemas delos servicios de información. Así hasta convertirseen un «superfontanero» como mano derecha delpropio Felipe González en lo que se llamó laUnidad de Apoyo al Presidente, cuyo despachodistaba apenas veinticinco metros del de Patón.

En abril del 87, Patón alcanzó el nivel 28, unode los más altos de la Administración, como«consejero técnico». Tras la marcha de Feo, Patónsiguió desempeñando sus funciones hasta enero del89, pasando a depender directamente de Piluca

Navarro, secretaria personal de González. Aldejar Moncloa, Patón volvió al despacho privadode su patronsito, a cuya vida sigue estrechamenteligado. De hecho, Patón figura como administradorúnico de la empresa Consultores de Comunicacióny Dirección, la primera sociedad montada por Feotras su salida de Moncloa.

Alfonso Rodrigo tropezó con Ángel Patón en elbufete de Rodríguez Menéndez en la calle Pinar,«al menos en un par de ocasiones», a primeros deseptiembre del 97, haciendo antesala en espera deser recibido, «lo que pasa es que, hasta que no visu foto en El Mundo, pensé que era un cliente másdel abogado». ¿A quién representaba Ángel Patónen la operación del vídeo de Pedrojota? ¿Porcuenta de quién trabajaba?

* * *

Fue precisamente González quien puso a JoséLuis Corcuera al corriente de lo que estabaocurriendo.

—¡Pero no me digas que no sabes nada cuandoha sido un chico tuyo el que ha estado metido enesto!

—¿Quién?—Pues el que tenías en el Ministerio de jefe

de prensa.—¿Agustín Valladolid? —preguntó un

Corcuera que no salía de su asombro.—Ese mismo.—¡Qué cabrón, no me ha dicho nada y he

comido con él veinte veces!El ex ministro del Interior, ajeno a la

operación, se enfadó con Valladolid temiendo que,si un día llegara a estallar el escándalo, Pedrojotale adjudicara la paternidad de la misma.

Valladolid, entonces director de Interviú yahora de la revista Tiempo, ha reconocido,

cumpliendo órdenes, haber mantenidonegociaciones con Patón y Cantalejo para lacompra del vídeo. El periodista asegura que amediados de abril recibió una llamada de un tipoque dijo llamarse José María para ofrecerle unmaterial muy sensible sobre una persona relevante.A la cita subsiguiente se presentaron Patón yCantalejo. Valladolid, tras recibir el O.K. deAsensio para negociar, comprobó la mercancía enel pase privado que tuvo lugar en el domicilio dela Rapú en Sor Ángela de la Cruz. Jamás un par deentradas de cine costaron tanto dinero: 5 millonesde pesetas.

Tras cuatro meses de tira y afloja, en los queValladolid estuvo acompañado por JoaquínDomingo Martorell (ex comisario de policía) porparte de Antena 3, Asensio rechazó pagar los 300millones que le pedían, atendiendo a unas razonesmorales en las que hasta entonces no habíareparado.

La «conexión Zeta» embarrancódefinitivamente el miércoles 23 de junio. «LlamaAgustín por la mañana para decir que tenía los 5kilos y quedo con José Mª en el Vips de O'donnella las 6,30 tarde y se lo entrego, y que todoquedaba pendiente para septiembre, y pocodespués dimite y vende sus acciones de Antena 3TV el cabrón de Asensio».

Tiempo después, y en una de las cenas definales del verano en Monte Rozas, Rafael Veracontó a Javier Bleda, ex director del Ya, queSánchez-Cantalejo y la Rapú habían sido objeto deun fraude que podría figurar por derecho propio enlas mejores páginas de la literatura picarescaespañola: con la excusa de que necesitabanaparatos más sofisticados para hacer lascomprobaciones oportunas sobre la autenticidaddel vídeo, aceptaron ir a Antena 3 para hacer unvisionado de éste a cambio de 5 millones depesetas, sin sospechar que lo que les iban a hacer

era una copia de la cinta. «Por eso Asensio rompióel trato y dijo que no le interesaba seguirnegociando», aseguró Vera.

Había, sin embargo, razones de más peso paraese cambio de actitud. En torno al mes de junio,Asensio había empezado a negociar con Telefónicala venta de los derechos del fútbol propiedad deGMAF, una de las instrumentales del editor,negociación que terminaría con la venta de lapropia cadena, y el catalán, conocedor de lasmagníficas relaciones existentes entonces entreJuan Villalonga y Pedrojota, decidió levantar elcampo a toda prisa. El vídeo había rodadodemasiado por Antena 3, y dos de sus chicos,Martorell y Valladolid, habían efectuado entregasde dinero en metálico a los propietarios de lacinta, por lo que el peligro de verse involucradoen el montaje era muy grande. Asensio ordenó eltoque de retreta, intentando borrar aceleradamentelas huellas de su participación en uno de los

episodios más nauseabundos de la democraciaespañola.

Pero, mientras Agustín Valladolid negociabacon Cantalejo, Patón y demás familia, alguien sehabía mantenido agazapado como un felinodispuesto a saltar sobre su presa al menordescuido. Se trataba de Rafael Vera, un hombreque, al tanto de los avatares de la negociación,esperaba su oportunidad para intervenir. Tuvosuerte. Cuando a finales de junio se rompieron lasnegociaciones, Patón entró en contacto con labanda de los GAL. Ellos podían estar dispuestos apagar el peso de Exuperancia Rapú en oro.

Fue así como a la vuelta de las vacaciones,que la bella disfrutó en su Guinea natal, lanegociación para la explotación comercial delvídeo de Pedrojota experimentó un giroespectacular: «José Mª queda con Agustín en lacafetería Riofrío —dice Miss Rapú en susmemorias—, con quien habla del tema y Agustín le

dice que su gente ya no están interesados por elasunto. José Mª le dijo que de acuerdo, pero habíaque hacer un finiquito con nosotros de 30 kilos ocomo mínimo de 25 kilos. Cosa que le pareciórazonable y que lo iba a transmitir a su jefe.Alguien le dijo a José Mª que un tal “Emilio” sepondría en contacto con él por la tarde para hablardel tema, pero que tuviera mucho cuidado porqueesos heran (sic) peligrosos porque son del GAL. Ala tarde llamó el tal Emilio a José Mª , le citó enZacarías a las 21 horas. Hablaron del asunto. Joséle dijo que eran 300 kilos…».

«Emilio» era el alias de José Ramón GoñiTirapu, ex gobernador civil de Guipúzcoa. Lascosas iban a ir ahora muy deprisa. La banda de losGAL creía haber encontrado un filón y tenía prisapor explotarlo.

El martes 23 de septiembre, miss Rapú escribeen su diario que «Emilio llega a Zacarías a las8:30, habla del tema y José le dijo que seguían

siendo 300 kilos. Que se lo comunicara a su jefeotra vez. Y volvieron a quedar el jueves enOliveri».

El jueves, 25 de septiembre «se encuentraEmilio y José Mª van a cenar y se tiran 6 oras (sic)hablando del tema y quedan en que tiene que verlopero con la condición de que paguen 10 kilos porver, Emilio acepta pero dice que lo tiene que vercon otra persona. José Mª acepta y queda en elsábado».

El sábado, 27 de septiembre, iba a ser día de«estreno» para una superproducción de pornodoméstico. «José Mª va al hotel Aitana, alquilauna habitación la 703 a nombre de una empresallamada Autom S.L. con sede en ValenciaC/Viriato. A las 6:30 llega a la habitación elhombre misterioso que se hacía llamar [Emilio] yel verdadero Emilio Menéndez Rodríguez (sic)que dice ser el presidente del Ya y abogado delNani y hablan del asunto y quedó en no visionar el

vídeo en ese momento. Que él prefería verlo ellunes y cerrar el trato. Que le ofrecía 200 kilos enefectivo. Y se quedó en que 100 kilos serían encontrato de 5 años de duración pero que el lunesiba a confirmarlo a las 10 de la mañana y se haríala entrega a las 11:30 en el mismo hotel». El diarioEl Mundo estaba a punto de explotar la traca.

Ese día Exuperancia escribe en su diario:«Llama el Emilio falso para decir que la entregase había aplazado hasta el martes. José Mª quedócon él ese mismo lunes para aclarar el motivo.Resultó ser que el idiota de Asensio habíainformado a Emilio Rodríguez que el vídeo erauna castaña. Entonces José Mª le dijo que llamaraa Rodríguez para saber si el martes se cerraba eltrato o no, y así lo hizo el falso llamó a las 2:30 dela madrugada para decir que quedaba el martes alas 2:15 de la tarde para visionarlo y si era buenovendría el Rodríguez con el paquetón».

Miss Rapú explica las emociones de aquel

martes 30 de septiembre de esta guisa: «Pero nofue así nos habían traicionado llamó AntonioRubio del Mundo a José Mª diciéndole que sabíantodo lo que tramaban». Menos de cuarenta y ochohoras después, Exuperancia Rapú y su vigilantejurado, con parte de los 50 millones que,calentitos, acababan de recibir de la banda de losGAL en el bolsillo, empezaban su periplo por lascalientes aguas del mar Caribe.

* * *

Las cenas en la mansión, estilo Falcon Crest,de Rodríguez Menéndez en la calle Salónica deMonte Rozas siguieron pujantes a lo largo delverano y el otoño del 97. Se trata de una fincavalorada en más de 500 millones de pesetas, concoches de gran cilindrada en el garaje, mucho

servicio, veterinarios y cuidadores… «Antes de lacena —asegura Javier Bleda—, Rodríguez solíaencabezar un paseo con sus invitados por la granparcela para admirar los animales que mantiene encautividad en su pequeño zoo, una pareja de osospardos, tigres, leones, gamos, monos, cangurosenanos, búhos reales, una piscina con cocodrilos yhasta una réplica del arca de Noé bautizada con elnombre de «el arca de Emilio» que sirve, decasamata para varias parejas de pavos reales».

Juan Tomás de Salas había salido ya deestampida, pero allí permanecía Rafael Vera,fondeado en la rada de un hombre pocorecomendable pero que, a la sazón, era dueño yseñor de un medio de comunicación que élnecesitaba de forma perentoria para defendersedel sumario de los GAL.

Si lo que Vera, Tirapu y demás familiabuscaban estaba claro, ¿qué es lo que perseguíaRodríguez Menéndez? Acostumbrado a lidiar con

los bajos fondos, el abogado se vio de prontorodeado por gente de mucho pedigrí. Los mediosde comunicación habían difundido su imagen enuna cena-homenaje ofrecida a José («Pepe»)Barrionuevo, en la que el abogado/editor aparecíasentado, codo con codo, con el ex ministro, másJorge Argote, José Luis Corcuera y Rafael Vera,nada menos que el hombre encargado durante añosde velar por la seguridad de los españoles. Esverdad que estaban en un apurillo, cierto, habíaveintiocho cadáveres sobre la mesa, pero eso erangajes del oficio, porque si Vera, Barrionuevo y lossuyos salían bien librados de la prueba judicial, elbotín podía ser cuantioso, sobre todo teniendo encuenta que tras Vera y compañía se encontraba elgran chamán González vigilando todo el proceso.

Para un perro sin collar como Menéndez, esosignificaba que por fin había conseguido entrar enese restringido círculo de socialistas con mando enplaza, gente que, en el futuro, podía pagarle el

favor con creces. El atrabiliario abogado sentía,pues, que estaba «sembrando», y que ya llegaría elmomento de recoger la cosecha, que no era otracosa que dinero, porque lo que Emilio RodríguezMenéndez buscaba, entonces y siempre, eradinero.

En esos encuentros nocturnos junto a la piscinase pasaba exhaustiva revista a los procesospenales en curso. Tema recurrente de conversaciónera la felonía que el Gobierno, la Justicia y laprensa crítica estaban cometiendo con «lospatriotas de los GAL», gente que sólo habíapretendido poner en su sitio a «los asesinos deETA», metiéndoles por primera vez el miedo en elcuerpo. Para Menéndez, era «una injusticia radicalque un hombre como Vera, que tanto había hechopor la democracia, se viera en ese trance,procesado y acusado de secuestro y asesinato».

Con menos romanticismo se hablaba de «pasarel muerto» de los GAL a Damborenea y a

Sancristóbal, de manera que Vera y su gentequedara exonerada de responsabilidades.Rodríguez lo intentó mediante una nueva confesiónde los mercenarios Daniel Fernández Aceña y JuanJosé Rodríguez Díaz, «el Francés», una parejanada recomendable que pasó por la redacción delYa y por su propio despacho de la calle Pinarrealizando dos declaraciones distintas, segúntestigos presenciales. En la primera echaban todala leña al fuego de Damborenea, Sancristóbal,Francisco Álvarez y Miguel Planchuelo, mientrasque en la segunda, manuscrita, grabada y guardadaen la caja fuerte del editor, cargaban la mano de laguerra sucia sobre Vera, Barrionuevo y el generalGalindo. «Es mi seguro de vida por si Vera ycompañía me dejan un día tirado», aseguraba a susíntimos Rodríguez Menéndez.

Un enemigo irreconciliable del «club de MonteRozas» era el juez Baltasar Garzón, a quientrataban de desprestigiar con la misma saña que a

Pedrojota. Lo intentaron a través de ManuelPascual Villa, un narco condenado por tráfico deestupefacientes y habitual confidente policial.Villa estaba dispuesto a sostener, contra el pago de2 millones de pesetas, que el juez Garzón lepagaba sus confidencias con droga, una verdaderabomba de relojería instalada en los bajos del juez.

A Baltasar Garzón, como a Pedrojota, tambiénintentaron montarle un numerito «sexual», sacandoa escena, esta vez, a un curita homosexual de Jaéncon el cual supuestamente habría mantenidorelaciones en su juventud. Asimismo, el «testigoprotegido» en el caso del vídeo de Pedrojotaaseguró en su día ante el juez que investigó loshechos que Rodríguez Menéndez se jactaba detener en su poder fotos de Garzón esnifandococaína en compañía de chicas de vida alegre. Niel mejor guionista de Hollywood hubiera podidoimaginar historias más sórdidas que las urdidaspor la banda de los GAL y sus cómplices para

eludir sus responsabilidades.Como si no terminara de fiarse de un

partenaire tan peculiar, Vera mantenía una actitudde calculada prudencia durante las cenas en casade Rodríguez Menéndez. De hecho, era el anfitriónquien sacaba los temas a debate, se explayaba ydesparramaba ante la incredulidad de un Verareservón que a veces reprendía:

—Eso que estás diciendo es poco inteligente,Emilio.

Era como si este hombre de inteligencia fríafuera plenamente consciente de la dificultad de«hacer carrera» con tan peculiares aliados como eldestino había puesto a su lado. Necesitado dealguna ventana mediática desde la que poderinfluir sobre los jueces (el fiscal le había pedidoveintitrés años de cárcel), enviar sus mensajes ycontrarrestar la pésima imagen pública que ElMundo le había procurado, no tenía, sin embargo,mucho donde elegir. Rodríguez Menéndez, caído

sobre el histórico Ya como las siete plagas deEgipto, era el único dispuesto a poner a sudisposición un medio de comunicación. Se tratabade un Ya en estado agónico, que habría quemantener con vida hasta que los tribunales dictaransentencia en los distintos sumarios del caso GAL,pero en el que él iba a poder decir todo cuanto sele antojara.

Eso significaba que habría que «aflojar» lamosca, y sacar a relucir parte del botín procedentede los famosos «fondos reservados» de Interior.En las cenas de Menéndez se hablaba de unacantidad inicial de 200 millones de pesetas comomínimo imprescindible para dotar al diario de esadistribución a nivel nacional de la que carecía y deunos contenidos básicos de los que igualmenteadolecía. Javier Bleda, su director, que cadasábado renovaba su compromiso de fidelidad conla línea editorial ultramontana que veníamanteniendo el rotativo, podía seguir escribiendo

sus incendiarios artículos, pero no hacer milagros:para poder competir con El Mundo era necesariocontar con una redacción mínimamente solvente, ypara eso hacía falta dinero.

Rodríguez no se cansaba de decir ante suconsejero delegado, Alfonso Rodrigo, y ante quienquisiera escucharlo, que «ese dinero lo va a ponerel PSOE, que va a ser el encargado de financiarese periódico, dada la necesidad real que tiene decontar con un medio a su entera y totaldisposición». Algunas veces, y ante todo tipo detestigos, introducía una ligera matización: «Eldinero lo va a poner Vera, pero detrás está elPSOE».

El propio Bleda, que acabaría igualmentedenunciando la trama, asegura que «un día definales del otoño, después de asistir a lareinauguración del hotel Palace de Madrid, fui acenar a casa de Rodríguez Menéndez con Vera, elgeneral Sáenz de Santamaría, Cobo y Argote, entre

otros. Allí me anunció Vera que Felipe —cuyavuelta a la cúpula del PSOE era inminente,después de «sacrificar» a Almunia— ya habíadado orden de que se diera cobertura financiera alYa y que se estudiase el presupuesto necesariopara su difusión nacional. A tal efecto, el directorgeneral, Juan de Justo, ex secretario de Vera yabogado del despacho de Argote, estabapreparando una auditoría de la empresa paraentregársela a Rubalcaba como paso previo a laentrada del PSOE».

Además, el Ya iba a poder contar con ayudasindirectas muy significativas. Así, Rafael Veracomunicó a Menéndez que, a partir del mes denoviembre, el periódico iba a recibir la publicidadde Canal Plus y Canal Satélite Digital que hasta elmomento había estado apareciendo en Diario 16,de modo y manera que el señor Polanco y suGrupo Prisa iban a poner su granito de arena enapoyo de la estrategia judicial de Vera y en la

operación de distribución del vídeo de Pedrojota.

* * *

Fue en la tercera de las cenas veraniegas,último fin de semana de septiembre, a las queasistió Rodrigo en Monte Rozas, al lado de losinevitables Vera, Cobo y Argote, cuando elabogado/editor destapó la caja de los truenosponiendo a su subordinado al corriente de la«operación vídeo». Ante un Vera receloso por lapresencia del joven, Rodríguez dejó correr sueuforia estival:

—¡Con el arma que tenemos, Pedrojota nosdura medio asalto! ¡En cuanto nos hagamos con eldichoso vídeo ese cabrón es hombre muerto!

—Pero oye, Emilio, ¿qué tonterías estásdiciendo?

—Nada, hombre, tranquilo, que éste es de mitotal confianza. Fíjate si lo será que va a ser elencargado de la logística del vídeo.

El secretario de Estado para la Seguridad semostró, sin embargo, mucho más confiado conJavier Bleda, a quien, en un aparte, confirmó suinterés por el vídeo de Pedrojota. En su opinión,ése podía ser un golpe definitivo para el directorde El Mundo, al mismo tiempo que un aviso paraotros periodistas y jueces.

«Vera me dijo personalmente que había queallanar el camino a los miembros de la judicaturapartidarios de saldar el tema GAL cuanto antes, ypara ello nada mejor que “revolucionar” el paísquitando de en medio civilmente a variosperiodistas y jueces que lo estaban complicandotodo. Eso, junto con el escándalo que pensabamontarles a Antonio Herrero y al juez Manzanaresa propósito de unos terrenos en Marbella, condocumentación que iba a aportar Menéndez, sería

el pistoletazo de salida de una operación cuyafinalidad era desestabilizar el país y alarmar a laopinión pública».

Vera apuntó en esa cena al ex gobernador civilde Guipúzcoa, Goñi Tirapu, igualmente incurso enel caso GAL, como su «hombre para todo» en la«operación vídeo», con el encargo de visionar,comprar la cinta y, sobre todo, controlar de cerca aRodríguez Menéndez.

El antiguo secretario de Estado para laSeguridad seguía sin fiarse de Rodrigo, a pesar deque la confianza de Menéndez en su subordinadoera tal que allí mismo, bajo la elegante carpamontada junto a la piscina iluminada, le ordenóque mirara su agenda y reservara una fechaconcreta, «porque ese día te vas a venir conmigo auna cena que voy a tener con Felipe González yPérez Rubalcaba». Llegado el día fijado para elconvite, Rodrigo no recibió la menor indicación alrespecto, ni se atrevió a pedir explicaciones, pero

Rodríguez, que dijo haber acudido acompañadopor Cobo del Rosal, presumió a discreción de quela cena con el ex presidente y el Rasputín delsocialismo hispano se había celebrado.

¿Cómo se iba a financiar la compra del vídeo ysu posterior comercialización? En el éxito de esaoperación había puestas muchas esperanzas, tantascomo obtener de ella financiación suficiente paramantener vivo el pulso del Ya. Pero para que esecuento de la lechera ultramontano fuera posible eranecesario, además, que alguien efectuara undesembolso inicial importante, y era entoncescuando saltaban chispas entre los alegrescamaradas de la banda. Aquella noche, RodríguezMenéndez se encaró con Vera, «ya es hora de quete mojes el culo», recordándole que, además delos 200 millones del vídeo, tenía que hacerefectivo de una vez el capital que había prometido(otros 200) para hacer posible el relanzamientodel Ya. En el entorno de Menéndez nadie puso

nunca en duda que el dinero necesario parafinanciar la compra del vídeo fue aportado porVera.

Y es que en cuestiones de dinero RodríguezMenéndez no era precisamente la madre Teresa deCalcuta. «Me hizo saber que él iba a asumir todoel protagonismo en la operación —aseguraAlfonso Rodrigo—, entre otras cosas porque teníacomprado al dueño del vídeo, un tal Sánchez-Cantalejo —que le había sido presentado por Vera—, al que pensaba despachar con 50 millones depesetas para quedarse él con los 150 restantes».

El 30 de septiembre, Goñi Tirapu y RodríguezMenéndez alquilaron la habitación número 703 delhotel Aitana, en el paseo de la Castellana deMadrid, al objeto de visionar la cinta. Elencargado de la recepción reconoció ante laPolicía a Rodríguez Menéndez como la personaque subió a la citada habitación, alquilada anombre de un tal señor Sánchez Docio, apellido de

la mujer de Sánchez-Cantalejo. Empleados delhotel aseguraron haber retirado una cama de lahabitación para habilitar el espacio necesario parala proyección. «Menéndez llegó provisto de unapistola que le había facilitado el mercenarioapodado “el Francés” por si tenía problemas,mientras que Tirapu lo hizo acompañado por dosagentes de la Seguridad del Estado comoescoltas».

La llamada de Antonio Rubio obligó a lospájaros a levantar precipitadamente el vuelo. Elcontacto entre Tirapu, Menéndez y Sánchez-Cantalejo volvió a repetirse el miércoles 1 deoctubre, aunque en esta ocasión cambiaron dehotel.

En uno de los pases de la «peli», don Emilio,un angelito, intentó montar un sistema de grabaciónpara, desde una segunda habitación contiguaalquilada al efecto, «piratear» las imágenes que seestaban proyectando en la primera, lo cual podía

permitirle quedarse con la cinta sin pagar un duroy embolsarse los 200 millones aportados por Veray Cía.

El material acumulado por la banda, desde elfamoso vídeo hasta las declaraciones amañadas deAceña y «el Francés» en torno a la paternidad delos GAL, iba a ser publicado por entregas en unnuevo diario, intitulado Hoy Madrid, cuyolanzamiento estaba siendo ultimado por Menéndez.Del vídeo, que iba a ser distribuido juntamente conel diario como si de un clásico del cine se tratara,se iban a efectuar 200.000 copias.

Tanto a Aceña como al «Francés» se lesprometió un sustancioso dinero. El primero iba acobrar un millón de pesetas por capítulo (hasta untotal de cuatro), mientras que con el segundo secontrató una cifra cerrada de 31 millones depesetas. Al final, y como de costumbre, ambos setuvieron que conformar con una miseria: hotel,gastos de desplazamiento y 25.000 pesetas como

minuta por cada uno de los días quepermanecieron en Madrid. Menéndez era un lince.

* * *

El 2 de octubre del 97, El Mundo, con granalarde tipográfico, daba cuenta de la tramamafiosa montada por la banda de los GAL paradesprestigiar a Pedrojota. La publicación surtió elefecto de una bomba entre los aludidos. Tras laconsiguiente desbandada, unos y otros se culparonde la filtración. Los hombres de Vera acusaron aMenéndez de ser «un bocazas, con quien no sepodía ir ni a la esquina». En presencia de la Rapúy Cantalejo, Ángel Patón realizó una llamadatelefónica a Rafael Vera, quien les ordenó«quitarse de en medio».

En la agenda de Rodríguez Menéndez figuraba

un almuerzo con Jesús Polanco para el día 4 deoctubre en el restaurante Teatriz, que el poderosoeditor suspendió de inmediato alegando una excusatrivial. Asustado por las consecuencias, inclusopenales, que pudieran derivarse de la tramarevelada por El Mundo, el cántabro decidió ponertierra por medio y no mezclarse en absoluto conMenéndez.

La secretaria de Rodríguez intentó en díassucesivos y de manera reiterada —hasta en unadocena de ocasiones— fijar una nueva fecha parael encuentro con Polanco. El picapleitos pretendíaamarrar al menos la promesa de ayuda publicitariaque, a través de Vera, le había sido adelantada departe del amo de Prisa, pero la secretaria delcántabro daba largas una y otra vez, «la agenda delseñor Polanco está muy apretada». El Grupo Prisaestaba dispuesto a aplaudir frenéticamentecualquier desgracia que le aconteciera a PedrojotaRamírez (como se encargó de atestiguar el ruin

tratamiento informativo otorgado al «vídeo sexualde Pedro J.», compendio del mejor cinismo de lacasa), pero siempre tendría buen cuidado en noverse mezclado con tipos del caletre de Menéndez.Parece, por otra parte, que algunas personas muysignificadas del entorno de Polanco depositaron, atítulo personal, su óbolo para apoyar la compradel vídeo.

Las alimañas, sin embargo, no estabandispuestas a soltar su presa, hasta el punto de quela iniciativa de El Mundo no hizo sino acelerar laoperación.

Para entonces, Sánchez-Cantalejo y Rapú yahabían abandonado Madrid camino de Tenerife,desde donde, dos días después, darían el salto aCaracas, Venezuela, pasando a continuación adisfrutar de las bellas playas de isla Margarita, enel Caribe, y de Trinidad y Tobago, desde dondeemprendieron el camino de regreso a España. Entotal, veinticinco días de viaje turístico.

Unos días después de la huida de la pareja, labanda inició la distribución del vídeo por correo,que se acompañaba con la mencionada cartaautógrafa de miss Rapú como ilustrativo anexo.

El domingo 26 de octubre, semana y picodespués de la distribución del vídeo, y visto que elescándalo, como esos obuses que, disparados, nollegan a estallar, parecía haber entrado en víamuerta, Rodríguez Menéndez decidió explotar labomba en las páginas del Ya:

«El presunto vídeo de Pedro J., aldescubierto.

»Con la advertencia a nuestros lectoresde que las imágenes pueden herir susensibilidad, en las páginas interiorespublicamos fotografías del presunto vídeode Pedro J. Ramírez, que ha llegado a estaredacción, como a otros muchos medios decomunicación y diversas personalidades,

habiendo intervenido eventualmente unjuzgado en el servicio de Correos paraevitar la distribución de los sobres quecontenían dicha cinta […]. Una cartamanuscrita de la protagonista de lasescenas relata que las imágenes yconversaciones que aparecen sonverídicas».

Pero Menéndez no se sentía feliz,escandalizado («Honor y deshonor de lospoderosos», titulaba su deposición al respecto)porque quienes podían dar publicidad al asuntohubieran «establecido la censura vetandocualquier referencia al ya famoso vídeo sexual».El simpático Menéndez quería ver el vídeo dePedrojota en primera página de la prensa yabriendo los telediarios y noticieros radiofónicos.«Rotundamente debemos decir —aseguraba muyirritado— que no queda prensa independiente en

nuestro país: sólo El País y nosotros, y no lodecimos a bombo…».

El «diario independiente de la mañana», enefecto, se había apuntado con fruición a la causade Menéndez, aludiendo de forma reiterada al«vídeo sexual de Pedro J. Ramírez». Lasrelaciones de don Emilio con Matías Cortés yJesús Polanco eran ya un secreto a voces. Elestrafalario abogado se sentía tan editor como elpropio Polanco y, contando con los buenos oficiosde Cortés, pretendía ir de su mano en una ampliagama de negocios. De momento, y que se sepa,sólo han ido juntos en la tarea de acabar con lacarrera del juez Javier Gómez de Liaño, en cuyacausa ambos compartieron honores dequerellantes.

El reportaje central del Ya de aquel domingo,26 de octubre, consistía en una doble página dondeun tal «José de Zor, investigador» aseguraba engruesos titulares que «el Rey Juan Carlos es

masón». El viejo diario católico, en manos de laextrema derecha, disparaba contra todo lo que semovía.

* * *

El viernes 7 de noviembre, la juez AnaRevuelta, titular del Juzgado de Instrucciónnúmero 28 de Madrid, acordó el ingreso en prisiónsin fianza de Exuperancia Rapú, acusada de undelito de descubrimiento y revelación de secretostipificado en el artículo 197 del Código Penal, yunos días después prohibió «la publicación decualquier otro fotograma o imagen referida alvídeo objeto de las diligencias previas» abiertasen dicho Juzgado.

El encarcelamiento de miss Rapú sentó comoun tiro en las filas del PSOE, que vieron en la

medida un intolerable ataque a las libertades. Elex presidente de la Comunidad de Madrid, JoaquínLeguina, se mostraba alarmadísimo: «Lo que deverdad da miedo es la respuesta del Estado: juez,fiscal general, Policía, para ponerse a la tarea y ala orden del señor Ramírez. Se reimplanta lacensura previa. Se interviene la correspondencia.Se decreta prisión sin fianza para Exuperancia…».

El «progre» Leguina publicaba su artículo,como no podía ser de otro modo, en las páginas deEl País, lo que para los de la calle Miguel Yustetenía la ventaja de poner en boca ajena lo queellos no se atrevían a decir por propia. Con laprecisión que caracteriza a tamaño bergante,Leguina llegó a acusar a la juez Revuelta de serhija de un trabajador de El Mundo, voilà laconexión pedrojotista. Luego se aclaró que elpadre de la juez era secretario judicial y jamáshabía trabajado en periódico alguno.

A Leguina, como a tantos otros personajes

adscritos a la causa felipista, les importaba unrábano la libertad de doña Exuperancia. Lo que lespreocupaba era que la guineana se asustara en lacárcel, se dejara presionar y terminara «cantando»lo que sabía.

Tampoco Manuel Cerdán y Antonio Rubiopudieron entender por qué la habían detenido. O loentendieron demasiado bien. Durante su periplosudamericano, el Ministerio del Interior habíaseguido de cerca la pista a una mujer que viajabacon sus fantasmas a bordo, empeñada en una huidacon billete de vuelta, monitorizando sus llamadas aEspaña, llamadas a su médico, a su masajista, a suamor perdido en Alicante…

En realidad, la Rapú y su atrabiliarioacompañante podrían haber sido detenidos alponer pie en Barajas. Cerdán y Rubio anhelabanque no fuera así, porque sabían de sobra que lanegrita, ansiosa por reubicarse después de tanlarga ausencia, les iba a ir «marcando» uno tras

otro a todos los componentes de la trama mafiosa,ayudándoles a completar la investigaciónemprendida. La pareja de sabuesos periodísticosesperaba asistir en la sombra al reencuentro, trasun par de días de descanso, de Rapú conCantalejo; de Cantalejo con Patón; de Patón conGoñi Tirapu, y de Goñi con Vera. Una secuenciaque hubiera dado la medida exacta de laoperación.

Pero una mañana, cuando apenas habíanempezado a seguirla, los periodistas fuerontestigos desde su coche de cómo la PolicíaJudicial se abalanzaba sobre ella en plena calle yla detenía, frustrando sus expectativas. De unostreinta y cinco años, chaparrita, gruesos labiospintados de carmín rojo, nariz chata, ojos azulespor efecto de las lentillas y trasero ancho comocriba de batear, vestía unas mallas muy ceñidas yzapatos de gamuza azul con tacón alto, a lo AvaGardner, pelo negro trenzado en unas muy

trabajadas coletillas afro, una blusa de generosovuelo para tapar sus exuberantes formas reciénliposuccionadas en la Clínica La Luz y una chupaazul, tipo tejana, por encima. Sin oros de ningunaclase. Negrita como la noche. Una mujer lista, conun delicioso castellano ligeramente arcaizante,herencia, seguramente, del colegio de monjas de suGuinea natal, capaz de mantener el tipo sinpestañear ante el más pintado.

Dos manzanas mas allá, y contemplandotambién la escena, se encontraba Sánchez-Cantalejo, con quien la guineana iba a reunirse.Alguien interesado en abortar esa estrategia sehabía ido de la lengua, pasando la información a laPolicía Judicial.

Inmediatamente se perdió la pista del autormaterial de la grabación. Localizado al pocotiempo en su domicilio, la juez Revuelta ordenódías después y por sorpresa que se levantara lavigilancia a que estaba sometido. Cuando, el

sábado 21 de noviembre, la misma juez se atreviópor fin a dictar orden de detención contra él, elpájaro había volado.

Como no hay mal que por bien no venga, en lacárcel Rapú se avino a contarlo todo con pelos yseñales, proceso en el que desempeñó un papeldecisivo su antiguo novio, residente en Alicante,que la convenció de la necesidad de colaborar conla Justicia. Tanto ascendiente demostró sobre ellaque fue capaz de resistir las presiones de unRodríguez Menéndez que la visitó reiteradamenteen la cárcel, su especialidad, para que lodesignara como su abogado. Pero cuando lanegrita estaba dispuesta a cantar de plano fuepuesta en libertad casi por sorpresa.

El viernes 14 de noviembre, la Junta deFiscales de Madrid, presidida por el conspicuofelipista Mariano Fernández Bermejo, habíapedido la libertad de Rapú por considerarexcesiva la aplicación de la prisión preventiva,

criterio, por cierto, que había defendido larepresentación legal de El Mundo. Pero el fiscalBermejo se llevó una sorpresa porque, en lugar desalir pitando y, tras reclamar su parte en el botín,poner tierra por medio, como seguramenteesperaban quienes tan interesados estaban en verlaen la calle, Rapú se fue derecha a prestardeclaración, poniendo en evidencia la operaciónmás sucia de la corta historia de la democraciaespañola.

La misma mañana del sábado 15 en que fuepuesta en libertad sin fianza, Exuperancia Rapúdeclaró durante cinco horas ante la juez Revuelta,dejando a los pies de los caballos a Vera, GoñiTirapu y Rodríguez Menéndez, entre otros.

Algunos, sin embargo, se salvaron de laquema. En una Justicia infiltrada hasta el tuétanopor el felipismo había demasiados intereses, y muypoderosos, en echar tierra sobre el asunto. «Nopodemos con esa trama —aseguraba un

descorazonado Manuel Cerdán—, porque a nadiele interesa que esto se investigue hasta el final.¿Qué hacían dos periodistas de El País asistiendotodos los días a las declaraciones de Exuperancia,hablando con abogados, entrando y saliendo de losdespachos de la Audiencia Nacional y sin publicaruna sola línea? Estaban, sencillamente, tratando desaber si el nombre de Polanco, y el de alguno desus más ilustres letrados, iban a salir a relucir porboca de la guineana».

Pero su abogado le recomendó que no secomplicara la vida, que contara lo básico, sin dardetalles de ninguna clase y sin citar los nombresde quienes supuestamente habían contribuido consu generoso óbolo a la compra del vídeo, porque«si lo cuentas todo van a ocurrir dos cosas: quenadie te va a creer y, además, te van a machacar».

* * *

La Rapú señaló sin dudarlo a Ángel Patóncomo el coordinador de toda la operación y puenteentre Rafael Vera y Sánchez-Cantalejo.

Dueña de una pequeña discoteca y manager devarios músicos guineanos que intentan ganarse lavida en Madrid, Exuperancia contó ante la juezque Cantalejo y Patón la habían convencido el mesde mayo anterior para que dejara su piso en SorÁngela de la Cruz y se trasladara a General Yagüe.

Para convencerla de la necesidad de cambiarde casa, la asustaron diciéndole que su vida podíacorrer peligro cuando empezara a difundirse lacinta. En realidad, se trataba de mantenerlacontrolada mientras durara la negociación de lacompra/venta del vídeo.

El ex «fontanero» de Moncloa se comprometióa pagar todos los meses las 120.000 pesetas quecostaba el alquiler de la vivienda, lo que hacíaefectivo a través de una cuenta corrienteresidenciada en una sucursal de Argentaría en la

localidad de Tres Cantos. A través de la mismacuenta, corría también con el pago del recibo de laluz suministrada por Unión Fenosa. Elprotagonismo de Patón en todo el montaje es tanabrumador que resulta inevitable atribuir a laoperación una intencionalidad puramente política.

Y ello a pesar de que el Cesid estaba ya lejosde la operación. Su papel se había diluido. Por unavez, y sin que sirva de precedente, habían utilizadola inteligencia: eran meros subalternos quienesestaban haciendo el trabajo sucio de «matar» aPedrojota.

El apartamento de la calle General Yagüe seconvirtió de hecho en el centro de operaciones dela trama. Fue allí donde, a las diez de la noche del1 de octubre del 97, y tras el susto provocado porla llamada de Antonio Rubio al hotel Aitana, GoñiTirapu, el «hombre del maletín», hizo entrega aSánchez-Cantalejo, en presencia de Patón y de laexuberante Rapú, de los 50 millones de pesetas

pactados como adelanto a cambio de la cinta y dela carta autógrafa de la guineana que debíaacompañar al vídeo.

Según declaración de Exuperancia, tanto GoñiTirapu como Patón le aseguraron con reiteraciónque el dinero lo había puesto Rafael Vera.

—¡No sabes el bien que has hecho a este país!—le aseguró un emocionado Tirapu al recoger lacinta de vídeo.

La denuncia de la guineana iba a versecorroborada, meses después, por otra no menoscontundente. A primeros de octubre, cuando ella ysu acompañante desaparecieron de Madrid sindejar rastro, Cerdán y Rubio se vieron obligados aechar la caña en las procelosas aguas del diarioYa, en las que reinaba, cual Neptuno airado, elínclito Rodríguez Menéndez. La descomposiciónen las filas de «don Emilione» era tan palmariaque muy pronto sus esfuerzos iban a dar fruto.

Alfonso Rodrigo no tardó en darse cuenta de

que aquél no iba a ser el empleo que le diera laestabilidad emocional, el desarrollo profesional yel equilibrio económico que andaba buscando.Ganarse la vida al lado de Menéndez, más que untrabajo, era un castigo de esclavo. Cuando aún nohabía cumplido ni tres meses como consejerodelegado, Rodrigo presentó ya su dimisiónargumentada en la radical incompatibilidad decaracteres puesta en evidencia por la forma,absolutamente heterodoxa, que el editor tenía dellevar la empresa.

Y es que el magro cash flow que generaba eldiario tenía que ser remitido íntegro a la callePinar, donde «dinamita» Menéndez tenía su bufete,y donde lo utilizaba a su personal conveniencia, almargen de las necesidades de pago a proveedoresy trabajadores, asuntos nimios que no parecíanquitarle el sueño.

Llegó un momento en que Rodrigo tuvo miedo.Le asustó la idea de verse involucrado en un delito

de estafa continuada cuyas consecuenciasterminaran cayendo sobre él. «Me sentía sucio,pesado de conciencia, humillado por habercontratado a gente a la que tenía que despedir a losdos meses sencillamente porque iban pidiendo loque era suyo: la nómina».

«Don Emilione» parecía disfrutar efectuandotodo tipo de promesas que no estaba dispuesto acumplir. Todo lo que hacía, cuando vencían losplazos, era despedir a los reclamantes. Jamás secotizó a la Seguridad Social, aunque el dinerocorrespondiente se descontaba de las nóminas. Elmismo comportamiento valía para losproveedores. Se pagaba a quienes servían materialimprescindible para la salida del periódico, loscuales exigían pago en metálico y por anticipado.Aquellos que, mediante engaño, aceptaron unafinanciación a treinta, sesenta o ciento veinte díasnunca recibieron un duro.

Harto de tanto atropello, Alfonso Rodrigo

tomó la decisión de contar en la Tesorería de laSeguridad Social y en Magistratura del Trabajo loque estaba ocurriendo en la cueva de Menéndez.

«Inmediatamente tomé conciencia de que debíadar el siguiente paso y denunciar el entramado dela banda de los GAL, para que Menéndez nosiguiera campando a sus anchas con la ayuda delos antiguos dirigentes de Interior. Tenía que decirla verdad de lo que había visto y oído al lado detan importantes gentes, y ver si podía reparar elatropello que se estaba cometiendo con unperiodista y un juez. Y consideré que el mejor sitiopara ello era la Audiencia Nacional».

Quería que la Audiencia tomara cartas en elasunto y le pusiera una protección policial que enaquellos momentos consideraba totalmentenecesaria. «Yo no tengo miedo al señor Vera ni alresto de sus amigos. Pero todos conocemos aRodríguez Menéndez, un hombre bien relacionadocon el mundo del hampa. Nadie se atreve a

pleitear con Menéndez. La gente prefiere perder ellitigio antes de enfrentarse a él. Yo soy la únicapersona que ha decidido contravenir esta norma, ytemo acabar mal».

Rodrigo se presentó ante el juez de guardia,Javier Gómez de Liaño, a las doce horas del día17 de febrero de 1998. Casi dos horas despuésadquiría la condición de testigo protegido,siéndole asignado un número en clave, el«1976/C», que los medios de comunicación delfelipismo, como no podía ser de otro modo, seapresuraron a desvelar.

La entrada en liza de Gómez de Liaño, que yahabía ordenado el registro del despacho deRodríguez Menéndez en busca de documentos ovídeos sobre el juez Baltasar Garzón (decisiónadoptada a instancias del fiscal jefe de laAudiencia, Fungairiño, para impedir que «unaposible banda criminal cometa delitos de chantajeo intromisión en la vida privada de las personas»),

fue interpretada por los «felipancos» como algointolerable.

Según el diario La Vanguardia, el sumarioabierto por el Juzgado Central de Instrucciónnúmero 1 «tiende a proteger» a Pedrojota, cuandolo que se trataba precisamente era de ver aPedrojota en la hoguera.

«Nadie tiene sus derechos y libertadesprotegidos mientras jueces como Liaño siganejerciendo alguna función», aseguró el candidatoAlmunia, según el cual, que un juez actúe «alservicio de sus amistades es una cosa muy graveque afecta a nuestras libertades». Juan AlbertoBelloch, Eligió Hernández y otros distinguidosfelipistas alzaron sus voces contra «la absolutaimpunidad» con que estaba actuando Liaño.

El juez acabó pasando el testigo en cuanto sele presentó la oportunidad. Lo hizo dirigiéndose ala Sala de Gobierno de la Audiencia para quedecidiera si debía abstenerse. Al final, todas las

diligencias abiertas acabaron en el Juzgado deInstrucción n.º 28 de Madrid. El estrambote lopuso el fiscal jefe de Madrid, el ya mencionadoMariano Fernández Bermejo, instando a la juezRevuelta, titular de dicho Juzgado, a que remitieraa la Sala Segunda del Supremo las actuaciones deLiaño en el caso del vídeo, para su unión a lasquerellas presentadas por los Polancos contra elmagistrado, «dado que algunas actuacionespudieran tener alguna relevancia». En otraspalabras, se trataba de ver si Liaño habíacometido algún desliz para rematarlo de una vez.

Por increíble que parezca, la juez Revueltadecretó poco después el sobreseimiento de todaimputación a Rafael Vera por la difusión delvídeo. A mediados de octubre de 1999, laAudiencia Provincial de Madrid revocó esadecisión, en respuesta a un recurso de la defensade Pedrojota, y ordenó al citado Juzgado dictarauto de procedimiento abreviado contra el ex

secretario de Estado de Seguridad como pasoprevio a la apertura de juicio oral.

Junto a Rafael Vera figuran como imputados enla causa el abogado Emilio Rodríguez Menéndez;el ex secretario de Presidencia con FelipeGonzález, Ángel Patón; el ex gobernador civil deGuipúzcoa, José Ramón Goñi Tirapu, y el autor dela grabación, José María González Sánchez-Cantalejo.

Todos ellos afrontan posibles penas de hastasiete años de cárcel.

* * *

Bastantes semanas antes, el domingo 16 denoviembre de 1998, Pedrojota se había atrevido,por fin, a ligar el escándalo del vídeo con la tramade los GAL: «Vera, Tirapu y un ex ayudante de

González, implicados en el montaje contra eldirector de El Mundo».

Habían sido días muy duros tanto para ElMundo como para su director, obligados amantener un tan llamativo como doloroso compásde espera frente a las insidiosas declaraciones dela claque felipista. «Hemos entrado en una tercerafase encaminada a impedir que Barrionuevo, Veray los demás sean juzgados exclusivamente a la luzdel contenido del sumario […]. Lo único quebuscan ahora es pactar. Obligar al Gobierno apactar bajo la coacción de que, si no, moriránmatando […]. Su problema es que necesitan tenerenganchado al Gobierno y no saben siquiera cómoentrarle a Aznar […] y han terminado creyéndosela más idiota de sus propias mentiras, pensandoque si me destruían a mí neutralizarían la vozindomable de El Mundo y dejarían al presidente[…] sin el impulso de nuestro aliento».

«Que los implicados del GAL hayan recurrido

para perpetrar la conjura a la colaboración activade un personaje tan desprestigiado y vecino delhampa pura y dura como el abogado RodríguezMenéndez, es otra muestra más del punto dedesesperación al que han llegado en susmaniobras», decía El Mundo al día siguiente en uneditorial.

«Todo indica que los GAL siguen vivos —aseguraba, por su parte, el coordinador deIzquierda Unida—. Ahora no matan, no torturan, nodetienen, pero siguen vivos y están intentandoorganizarse de nuevo para evitar que la Justiciallegue hasta el final». Ya lo había advertido PepeBarrionuevo: «Dejaremos el campo sembrado decadáveres».

El Grupo Prisa y sus cómplices se rasgaron lasvestiduras ante tan directa alusión al GAL porparte de Pedrojota. Desde Pradera («Chantaje a unchantajista») a Haro Tecglen, miembro de la«guardia mora de Polanco» (que dijo Jiménez

Losantos), se lanzaron sin piedad contra eldirector de El Mundo. La argumentación de losPolancos era simple: Pedrojota y el diario ElMundo estaban, por fin, probando la mismamedicina que ellos habían dispensado en elpasado, lo cual les permitía el cínico silogismo decondenar el hecho recordando al mismo tiempo elaforismo bíblico de que quien a hierro mata, ahierro muere.

Tan escandaloso reduccionismo pretendíaequiparar las denuncias de corrupción efectuadaspor El Mundo durante años con una extorsiónmafiosa como el susodicho vídeo, que violaba losderechos constitucionales más elementales.

Pero la respuesta oficial del aparato de agit-prop del felipismo llegó el domingo 23 denoviembre en forma de editorial. Un textoimportante: se trataba de dinamitar la versión GALdel vídeo, por un lado, y de sacar las accioneslegales en marcha de la competencia de la

Audiencia Nacional, asunto peligroso para labanda y sus encubridores, por otro lado. Comomás tarde revelaría el propio Javier Bleda, laentrada en liza de El País envalentonó hasta lanáusea a los responsables de la trama. «Ya lohemos liquidado», comentaba, eufórico, Cobo delRosal, mientras Menéndez aseguraba a voz en gritopor los pasillos del diario que «ya me habíaavisado Polanco de que le iban a dar caña a estecabrón».

Era «el discurso de los empresarios de lacorrupción y el crimen de Estado», que dijo el juezNavarro. Polanco no estaba dispuesto a dar laposibilidad de competir y convivir a quieneshabían osado hacerle frente. Sólo la de sobrevivir.

Socialistas hubo, como Ramón Jáuregui, que,justo es decirlo, condenaron la infamia cometidacon Pedrojota. Apenas una gota, con todo, en elocéano de la defensa de Polanco protagonizadapor el PSOE en el caso Sogecable, o en el

supuesto espionaje de que fue objeto el mismoempresario en su despacho, casos en que lossocialistas pidieron comisiones de investigación einstaron interpelaciones parlamentarias.

Estaba claro que el felipismo y sus aliadosmediáticos no iban a dejar pasar la oportunidad deacabar con el hombre al que habíanresponsabilizado de haber destruido un tinglado depoder pensado para durar al menos veinticincoaños. José Luis Corcuera y Pepe Barrionuevollegaron al extremo de visitar a Mayor Oreja paraquejarse de que el Ministerio del Interior estuvieraayudando a Pedrojota en su intento de detener ladistribución del vídeo en Correos. Dos exministros del Gobierno de España le montaron unnúmero a su sucesor en el cargo porque la Policíaestaba interviniendo unos envíos que, con remitefalso, iban dirigidos a personalidades de distintosigno y que podían contener un artefactoexplosivo, y lo hicieron, obviamente, porque

querían que su difusión fuera lo más ampliaposible.

Al final, la del vídeo fue una operaciónmafiosa montada por un sistema con vocación derégimen personalista que, herido de muerte, seresistía y se resiste a morir. Una operación quepuso al descubierto la lamentable situación de unpartido centenario uncido al yugo de unageneración de políticos enfangados hasta las cejasen la corrupción, generación que demostró en esteepisodio haber perdido toda capacidad dediscernimiento entre la lógica confrontaciónpolítica y las prácticas delictivas de una bandaorganizada dispuesta a hurgar en la vida privadade las personas para desacreditarlaspolíticamente, una oposición carente de unamínima perspectiva para discriminar entre lo justoy lo injusto, lo defendible y lo criticable, lotolerable y lo inadmisible.

Para baldón del socialismo de finales de siglo,

el vídeo de Pedrojota fue exhibido con profusión,como en una especie de secreta ceremonia de lavenganza, en agrupaciones socialistas, como si deun nuevo Acorazado Potemkim se tratara. Inclusofue visionado y distribuido en aulas universitariasdonde impartían lección profesores afectos a lacausa. El felipismo había estigmatizado a suenemigo exterior, y parecía sentirse feliz por ello.

Había sido el propio ex presidente delGobierno, ese celebrado estadista cuya altura demiras tantas loas ha merecido de la fiel infanteríapolanquil, quien se había hartado de obsequiar aPedrojota Ramírez con epítetos tales como«inmundo», «canalla», o «sinvergüenza», sin quenadie de su partido interpusiera objeción oreproche. Se trataba, sin duda, de la preparaciónartillera para la ofensiva que Vera se disponía alanzar con métodos sólo imaginables en el másabyecto de los sistemas totalitarios.

Y es que, como dijo Séneca en su ensayo Sobre

la clemencia, «lo peor del encubrimiento es quehay que proseguir siempre y que no es posible darmarcha atrás, porque los crímenes han de taparsecon nuevos crímenes».

Pedrojota quedó malherido, pero no muerto.Un hombre al que nunca le ha abandonado labaraka encontró mucha gente dispuesta a ayudarlo:la propia Exuperancia, que terminó declarando loque libérrimamente quiso; su antiguo novio, quevino de Málaga a Madrid (donde le pincharon unanoche las cuatro ruedas del coche) para animarla atomar tal decisión; el propio «testigo protegido»que desmontó la trama de Monte Rozas sin pedirnada a cambio; Javier Bleda, que terminódenunciando la operación en la COPE y en elpropio diario El Mundo…

«Lo que ellos no saben es que hubierannecesitado mucho más que un vídeo paradestruirme… —asegura Pedrojota—. Nunca dudéen superar la prueba, y me convencí de ello en el

momento en que, a primeros de octubre, tuve laseguridad de que Agatha, que habría sido lo queme hubiera podido quebrar, resistiría el envite yaguantaría a mi lado».

Ágatha Ruiz de la Prada aguantó el envite, apesar de que los malhechores llegaron a remitir elvídeo a toda su familia, incluidos sus padres, yPedrojota dio todo un ejemplo de fortaleza en unasociedad dominada por el miedo.

11AL SERVICIO DE LOSINTERESES DEL AMO

El miércoles 23 de julio de 1997 a primera horade la noche, Antonio Eraso llamó por teléfono aJavier Babiano, el hijo pródigo que abandonó lacasa del padre tras enfrentarse a Juan Luis Cebriánpor la primogenitura de Polanco, para decirle queTelefónica estaba a punto de anunciar la compra deAntena 3 Televisión.

—Eso es imposible —replicó, contundente, unBabiano vuelto al redil de Prisa.

Era la manifestación de la sorpresa que elgolpe de mano de Juan Villalonga estaba a puntode producir en muchos despachos.

El rumor comenzó a correr como la pólvora enlos ambientes periodísticos madrileños a mediatarde de ese miércoles. Para entonces, las

redacciones de los periódicos y de los programasnocturnos de la radio echaban humo tratando deindagar detalles en la sede de Gran Vía 28.

Los primeros en llamar habían sido los mediosdel grupo Polanco, seguramente alertados por elBBV, cuyo presidente acababa de almorzar conVillalonga. Prisa había movilizado todos susefectivos en busca de información: «Estánnerviosos —aseguraba una fuente de Telefónica—,porque compramos también el 40 por 100 de GMAy por tanto tomamos una posición en el fútbol. Eldesembarco es inmediato». No les faltaba razónpara estarlo, porque aquél era un golpe quealteraba de forma sustancial el equilibrio depoderes existente en el mapa español de lacomunicación.

A las ocho de la tarde el acuerdo parecíahecho. «Estamos en la recta final —afirmaban enla operadora—. Tenemos un principio de acuerdopor el que nos quedamos con el 25 por 100 del

capital de manera directa, y con el apoyo de BCHy Santander nos hacemos con la gestión. Laoperación se puede rematar a lo largo de lamadrugada».

—¿No se volverá Asensio atrás?—Sería muy difícil que lo hiciera, aunque no

nos fiamos un pelo; por eso hay que amarrarlo hoymismo, sin dar tiempo a que maniobre Polanco.

Sin embargo, en torno a la medianoche lascosas experimentaron un giro de ciento ochentagrados. «Esto se está complicando. Han surgidodificultades. Este es un tío muy peligroso y Juan seacaba de poner en camino hacia sus oficinasdispuesto a echarle un órdago: o se firma ahora ose rompe el acuerdo».

Estaba ocurriendo lo que tanto se temían enTelefónica: Asensio andaba ya sometido a todotipo de presiones. En la más depurada técnicapolanquil, las siete plagas de Egipto iban a caersobre su cabeza si se atrevía a «vender Antena 3 al

Gobierno».Pero había también otro tipo de dificultades

derivadas de la redacción de los acuerdos, porqueVillalonga, conocedor de la heterodoxia contabledel editor catalán y deseoso de evitar cualquiertipo de sorpresas una vez instalado en la cadena,quería tomar sus precauciones mediante laadopción de una serie de garantías. Y Asensio, quese las sabe todas, se defendía cual gato panzaarriba contra los eventuales resultados delinevitable due diligence.

Alertado por sus abogados, Villalonga efectuóuna llamada perentoria a la sede madrileña delGrupo Zeta:

—¿Tú quieres el acuerdo, Antonio?—Sí, Juan, lo quiero, pero es que tu gente

está…—Antonio, te lo pregunto de nuevo, ¿tú quieres

el acuerdo?—Que sí, pero que…

—No me digas nada más: salgo para tusoficinas, y si quieres lo firmamos ahora mismo.

Pasadas las doce de la noche, y en compañíade Javier Revuelta, encaminó sus pasos hacia lacalle O'Donnell de Madrid, dispuesto al todo onada.

Su situación no podía ser más apurada. Sueltala liebre, necesitaba aquel acuerdo casi condesesperación, porque, aunque Telefónica pudiera,él no podría resistir otro desaire parecido al del24 de diciembre del 96. Había ido ya demasiadolejos con Asensio como para volverse atrás. Unsentimiento de pánico le embargaba al acercarse aldespacho del editor, consciente de que estaba apunto de quedar de nuevo con el culo al aire.

* * *

La preparación del golpe había comenzadosemanas atrás, y había madurado durante elperiplo sudamericano que Villalonga, con parte desu estado mayor (Marcial Pórtela, Pedro Arrióla,Francisco de Bergia y su entonces mano derecha yresponsable de Comunicación, José AntonioSánchez) realizó a partir del lunes 7 de julio.

Su salida de Madrid no había podido ser máslúgubre. El proyecto de Vía Digital parecía noterminar de arrancar; se habían perdido, en la pujacon Sogecable, los derechos de Disney y Warner yel Gobierno Aznar, por boca de algunos de susministros, le había hecho saber la decepción que lasituación de impasse le producía.

España se había convertido en una especie deEl Dorado para la industria de Hollywood, y todoporque dos grupos de nuevo cuño, enzarzados enuna pelea suicida, estaban dispuestos a pagar entrecinco y diez veces más por su cine de lo que sepagaba en Francia o en Italia. La estrategia de

Prisa era sencilla: consistía en sacar a Vía delmercado dejándola ayuna de contenidos para,barrida toda posible competencia, renegociarprecios con los proveedores.

Hasta que, la tarde del domingo 13 de julio,Villalonga se confesó ante su amigo José AntonioSánchez en un hotel de Cuzco: no podemos entraren ese juego, porque comprometeríamos no sólo elfuturo de Vía Digital sino probablemente el deTelefónica. ¿Cómo rentabilizar tales compromisosde pago? Que compre Polanco lo que quiera.Puede que a los Ybarra, los Botín y los March noles importe perder dinero. Vayamos a lo nuestro.Salgamos con un paquete menos competitivo,orientándonos hacia un segmento de mercado demenor poder adquisitivo, compitiendo con CSD enprecio, que tiempo tendremos de mejorar nuestraoferta.

La decisión final se tomó unos días después enNueva York, cuando llegó el momento de tirar de

chequera y firmar un talón por importe de 150.000millones de pesetas por los derechos de ColumbiaPictures, la última major en juego, que, subida alcarro de sus colegas de Hollywood, reclamaba losconsabidos 1.000 millones de dólares por uncontrato a diez años. Definitivamente, losespañoles eran un chollo.

Villalonga se guardaba una carta en el bolsillo.En la ciudad de los rascacielos había almorzadocon Rupert Murdoch, insípido pollo asado fríocomo plato fuerte del menú y agua clara por todocombustible, para comprobar la actitud distantedel magnate de la comunicación, para quienTelefónica no pasaba de ser una modesta telecomás, con ínfulas de querer poner un pie en elterreno de los contenidos televisivos.

Un lince para los negocios, Murdoch había, sinembargo, enarcado una ceja al responder a unapregunta que, en tono aparentemente distraído, lehabía formulado el español:

—¿Estarías interesado en entrar en Antena 3conmigo?

—Ahora mismo.También almorzó con Emilio Azcárraga Jr., un

joven en el que descubrió más talento del quealgunos le adjudicaban.

—Antena 3 es una máquina de hacer dinero,aunque bien gestionada, claro —aseguró elmexicano.

Sin embargo, el jueves 17 de julio, cuando, ala puerta del hotel Four Seasons, Villalongadespedía a Sánchez, que regresaba a Madrid antesque el resto de la expedición, le hizo un anuncio entono críptico que más parecía un intento delevantar los ánimos de su subordinado que otracosa:

—No te preocupes, chiquitín, que voy a dar unbuen golpe…

El «golpe» tenía nombre y se llamaba AntonioAsensio, un hombre asediado por las deudas y

convencido a esas alturas de haber jugado el 24-Dla carta mala, uniendo su suerte a la de un Polancocon quien no le unía ningún afecto y del que leseparaba un océano de incomprensión.

Contando con los buenos oficios del periodistaJosé María García, Villalonga había quedado aalmorzar con el editor catalán el lunes 21 de julioen Madrid. El de Telefónica quería comprarle elfútbol, indispensable para poder «pasar el corte»de la simple supervivencia frente a Canal Satélite,pero en su cabeza bullía una aspiración de másaltos vuelos. Había decidido jugárselo todo a unacarta.

El domingo 20 de julio del 97, el matrimonioVillalonga cenó a solas en los jardines de Moncloacon los Aznar. Ambiente relajado, buena cena ymejores vibraciones. Casi al final, el telefónicoadelantó sus intenciones para el día siguiente: ibaa comprar Antena 3. El presidente, nadaentusiasmado con la forma en que su amigo había

llevado hasta el momento la «guerra digital», lemiró de arriba abajo lleno de escepticismo, eso note va a salir de ninguna manera, Juan, pero Juaninsistió, Asensio está maduro, y tantos detallesproporcionó sobre la marcha de los contactos queAznar le pidió que le contara la novedad alvicepresidente primero del Gobierno. Cosa queVillalonga hizo en la mañana del lunes, 21 dejulio, desplazándose de nuevo a Moncloa paraentrevistarse con Álvarez Cascos. El asturiano noconcedió ninguna credibilidad al inesperadovisitante. Antes al contrario, pensó que el amigodel presidente era víctima de alguna extrañaalucinación. «Es muy difícil que te salga esacarambola, Juan».

Para Cascos, Villalonga debía limitar susaspiraciones a algo tan realista como meter lacabeza en el fútbol, ¡ah!, la importancia del fútbol,porque «para Vía Digital se trata de jugar elpartido, no ya de ganarlo…!».

Tras regresar de Moncloa, el de Telefónicarecibió en su despacho a Ángel Corcóstegui,consejero delegado del BCH, a quien la tardeanterior había pedido que acudiera a visitarlo conlos números de Antena 3 bajo el brazo. YCorcóstegui, que conocía la situación de la cadenahasta dormido, diseccionó la empresa con finurade experto cirujano, la estructura de la deuda, elriesgo del banco, la posición de Amusátegui, la deBotín, la insostenible situación de Asensio, lasposibilidades de futuro…

—Todo lo que pagues, valorando el cien porcien de la sociedad por debajo de los 100.000millones, es negocio seguro —afirmó el banquero.

* * *

Sentado frente a Antonio Asensio en un

pequeño comedor de la planta novena de GranVía, el presidente de Telefónica puso en marcha supropia estrategia de acercamiento, postergando losconsejos de algunos amigos de ocasión.

—Olvídate, Antonio: no hay ningunaposibilidad de que este Gobierno te perdone, esono lo vas a conseguir nunca.

—Pero, ¿por qué?—Porque tienes que entender que lo tuyo ha

sido una traición en toda regla, o eso creen ellos,acrecentada por el espectáculo de tucomparecencia en el Congreso, donde nada menosque dijiste…

—Oye, oye, Juan, a mí me llaman y yo nopuedo…

—Que sí, Antonio, que muy bien, que notuviste más remedio que ir al Parlamento, pero allídijiste que el Gobierno te había amenazado, y esoes muy fuerte, compréndelo.

—Ya, ¡pero es que Rodríguez me amenazó!

—Antonio, que no hay nada que hacer,desengáñate… Ahora bien, yo puedo ayudarte asalir de ésta.

El deseo de reconciliarse con Aznar se habíaconvertido en una obsesión para el dueño de Zeta.Y no por culpa de algún tipo de fractura emocionalo ideológica con un Gobierno de centro-derecha alque por clase social podía pertenecer, sino porqueAsensio, un hombre siempre en el filo de lanavaja, sabía de sobra lo arriesgado que resultatransitar por el negocio de la comunicaciónenfrentado al Gobierno de turno. Aldo Olcese, suamigo y asesor financiero en Antena 3, habíatenido que soportar el mismo lamento ennumerosas ocasiones: «¿Qué tengo que hacer parareconciliarme con este Gobierno?».

Todo, o casi, se podía arreglar, según unVillalonga que, para sorpresa de su interlocutor,también entonó su mea culpa.

—Yo también me equivoqué entonces.

—¿Qué quieres decir?—Que sí, que todos nos equivocamos en

diciembre. Quizá yo no supe escucharte y por esopasó lo que pasó.

—Hombre, me alegra oír eso…Era la primera vez que Asensio, un corazoncito

machacado durante meses por las más acerbascríticas, oía unas palabras de afecto de la otraparte. No todas las culpas de lo ocurrido eransuyas. No era el único que había pecado. Y eso legustó. Ese reconocimiento de lasresponsabilidades compartidas resultó el máseficaz de los argumentos para conducirle hacíadonde Villalonga pretendía.

—Bueno, ¿qué podemos hacer a estas alturas?—preguntó interesado el editor.

—Pues muy fácil: ayudarnos mutuamente.—¿Qué quieres decir?—Que yo te ayudo a ti y tu me ayudas a mí,

porque yo también tengo un problema con la

televisión digital, ahí me juego mucho.—¿Y cómo te puedo ayudar?—Ya lo sabes: vendiéndome el fútbol.Y como en un cesto de cerezas, pronto salió a

relucir el futuro de la propia Antena 3. Lasituación que, con las cifras aportadas porCorcóstegui, describió el de Telefónica no parecíafácil, pero aquello tenía solución en otras manos, yuna solución ventajosa para el editor: venderle ala operadora su 25 por 100. No había en elloningún planteamiento excluyente, no se trata deecharte del negocio, Antonio, antes al contrario,creo que podemos hacer muchas cosas juntos en elfuturo, hay otros negocios en el terreno de lacomunicación en los que podemos ir de la mano enEspaña y, todavía más, en Sudamérica…

A la hora del segundo café, sobre la mesahabía quedado fijado un precio para el cien porcien de Antena 3 Televisión: 92.500 millones depesetas.

En presencia de su invitado, Villalonga llamó aClaudio Aguirre, de Merrill Lynch, para que, a lamayor brevedad, efectuara una valoración de lacadena que, lógicamente, coincidiera con la cifrapactada por los jefes.

Se despidieron a las siete de la tarde con unapretón de manos y un abrazo que simbolizaban lareconciliación y el acuerdo. Los abogados debíanponerse a trabajar de inmediato.

* * *

El martes 22 por la mañana, Juan se entrevistócon Emilio Botín, un aliado natural de gran pesocuyo respaldo resultaba esencial para llevar acabo la operación. Y por la noche cenó con JoséMaría Amusátegui y Ángel Corcóstegui, loshombres fuertes de la otra entidad financiera que

debía acompañar al Santander y a la propiaTelefónica en la nueva singladura de Antena 3.

Al día siguiente informó de la operación enmarcha al Comité Ejecutivo y al propio Consejode la operadora. Ante la sorpresa de losrepresentantes del llamado «núcleo duro»,Villalonga describió la filosofía de una compañíaque tenía que entrar en los contenidos, «porque nopodemos limitarnos a ser un carrier». Según él, elmundo de las telecos camina hacia una oferta depaquetes de servicios que integran voz, ocio,televisión, acceso a Internet… De esa lista, latelevisión es el rey. Había que estar presente en latelevisión en abierto, en la digital vía satélite y enel cable. «Es lo que está haciendo nuestracompetencia internacional, y es lo que vamos ahacer nosotros».

Después del Consejo, Villalonga almorzó conEmilio Ybarra. Unos días antes lo había llamadodesde Nueva York, cómo estás, hace un montón

que no hablamos, muy bien, respondió elbanquero, contento con la marcha de su inversiónen Telefónica, la compañía va como una moto,pero quería decirte una cosa, Juan, llevo tiempodándole vueltas y creo que habría que pensar enunir las dos plataformas digitales, ¿no te parece?…

A Emilio, que en el otoño del 96 se habíaopuesto a la compra del fútbol propiedad deAsensio, le preocupaba ahora perder dinero enSogecable y quería reducir el riesgo metiendo enla aventura una razón de tanto peso como el cashflow de Telefónica.

Días atrás, Juan había recibido una llamada enel mismo sentido de Guillermo de la Dehesa, otrode los planetas menores que giran en torno aPolanco; habría que intentar llegar a un acuerdo,todos con la misma historia, todos intentandoayudar a Polanco a salir con bien del líofinanciero en el que se había metido.

Pero, sentado frente a Villalonga, el de Negurise mostró retraído, despistado, desconcertado,¿qué opinas? le preguntó Juan, nada, le respondió,no tengo opinión, es que así, tan de golpe… Parcoen palabras y escaso en ideas, la comunicacióncon Ybarra resultaba tarea de cíclopes.

La compra de Antena 3 suponía lacristalización del divorcio entre Villalonga y elBBV de Emilio Ybarra, uno de sus accionistas dereferencia. Al banquero le había salido la criadarespondona.

En efecto, fueron BBV y La Caixa quienesinteresadamente le habían propuesto comopresidente de la operadora. No lo eligieron porsus capacidades, a pesar de que su currículumpudiera compararse favorablemente con el decualquiera de sus antecesores, sino porqueVillalonga era el mejor amigo de Aznar y, portanto, el hombre adecuado para la nueva situación.Él debía asegurarles una perfecta comunicación

con el nuevo Gobierno y permitirles, en laperspectiva de la privatización total, el mangoneodel cash flow de la compañía en su particularprovecho.

La jugada podía salirles redonda, y pararematarla le dijeron, nada más tomar posesión delcargo, que no cambiara a nadie, que no tocara laestructura de mando heredada de CándidoVelázquez, porque a ellos les venía bien seguirutilizando a Germán Ancochea, consejerodelegado, en su particular provecho, de modo queJuan debía limitarse a ser la figura decorativa quehabían imaginado.

Y porque sabía de sus intenciones, laoperación molestó a José María Aznar cuandollegó a su conocimiento. Una situación embarazosapara el nuevo presidente del Gobierno, quetampoco podía perjudicar a un amigo a quienhabían ofrecido la oportunidad profesional de suvida, a pesar de los 200 millones de pesetas que

estaba ganando como presidente de Bankers Trustpara España.

El resultado fue que Aznar se enrocó en unsilencio impenetrable durante casi dos semanas,días de zozobra para un Villalonga que no seexplicaba la razón por la cual el Gobierno, todavíaaccionista mayoritario de la compañía, noterminaba de dar el visto bueno a sunombramiento.

Uno de los primeros en apoyar su candidaturafue nada menos que Jesús Polanco. Ocurrió que,mientras Aznar se mantenía insensible a losmensajes que con insistencia le hacían llegar tantoVilarasau como Ybarra, Polanco se tropezó con elpresidente en una recepción ofrecida por losReyes en el Palacio Real, ocasión que el editoraprovechó para recomendarle que no pusieratrabas a la designación de Villalonga, con quien elcántabro había mantenido hasta entonces fluidasrelaciones como presidente de Bankers España.

En poco tiempo, sin embargo, Villalonga sehizo con las riendas y puso en la calle a Ancochea,sorprendiendo a los ilustres banqueros que habíanpensado utilizarlo cual perfecto mandao. Durantemuchos meses, un hombre tan perspicaz comoJosep Vilarasau haría patente su perplejidadcomentando que «no entiendo lo que ha pasadoahí…».

En los últimos cuatro años han ganado muchodinero con su inversión, pero eso no pareceresultarles suficiente. «Les he dado un guiso muysabroso, pero no les he permitido entrar en lacocina. Y es que tienen que entender que con el 5por 100 del capital no pueden manejar lacompañía a su antojo, como están acostumbrados ahacer en España. Yo gestiono Telefónicaprofesionalmente, y eso quiere decir que tengo quedefender los intereses de más de dos millones deaccionistas, y no sólo los de dos, circunstancia quea menudo te hace entrar en conflicto con algunos

poderosos».Lo que empezó siendo una pequeña grieta

acabaría por convertirse en un abismo. Pronto elBBV comenzaría a propalar por el foro madrileñosus quejas contra Villalonga, a quien acusaba dededicarse a «nuevas aventuras empresariales,mientras que el negocio de base no está siendogestionado».

«Querían que Villalonga pusiera la compañía asu servicio —asegura un consejero independientede la operadora—, de modo que el divorcio estabacantado». Emilio Ybarra, un hombre anímicamenteinstalado en el felipismo, cosa harto curiosatratándose de uno de los grandes apellidos deNeguri, tenía razones para sentirse defraudado.

* * *

Cerca de las tres de la madrugada del jueves24 de julio del 97, cuando las primeras edicionesde la prensa madrileña con la noticia del cambiode propiedad de Antena 3 se habían agotado en losVips, Juan Villalonga y Javier Revueltaabandonaban la sede del Grupo Zeta en la calleO'Donnell sin acuerdo. Y con el ánimo roto. Trasdespedir a su chófer, el de Telefónica caminó calleSerrano arriba en dirección a su casa, junto a laplaza de la República Argentina. Necesitaba sentirel aire fresco de la noche. Algunos coches a granvelocidad, queriendo apurar el ámbar de losdiscos de tráfico, le rebasaban en direccióncontraria. No había sido posible sacar el acuerdoadelante y se sentía destrozado. Una sensación depánico le invadía pensando en las consecuenciasinmediatas del fracaso.

Para alivio de Villalonga, una llamada deAsensio a media mañana de ese jueves desbloqueóla situación. La operación estaba hecha.

Para convencer al editor había sido necesariomovilizar muchas influencias. Alguien, desde elrecinto de Moncloa, se había encargado de llamary animar al catalán, quitarle el miedo y asegurarleque la operación era bien vista por el Gobierno.

El propio Juan había hablado con Jordi Pujol,protector de Asensio en su virreinato catalán, quecasualmente se encontraba en el extranjero. Con elHonorable al otro lado del hilo, el de Telefónicaenhebró una larga parrafada enfatizando elcarácter empresarial de una operación de la queiba a surgir una nueva Antena 3 decidida arespetar todo lo catalán, faltaría más, porqueCataluña iba a estar siempre presente en elcorazoncito de la cadena, naturalmente, y si ustedquiere colocar a un hombre de su agrado en elConsejo de Administración no tiene más quedecirlo, podría ser el propio Vilarubí, que ya estáen el de Telefónica, y como también le compramosel fútbol, quiero que tenga claro que los dos clubes

de Barcelona seguirán estando donde están, enTV3, pero para eso necesito que me eche usted unamanita, necesito que llame a Asensio y le anime,dígale que cuento con él para otros muchosproyectos, dígaselo porque es verdad…

Antonio Asensio respondió a los estímulos,pero la respuesta no fue gratis. Dispuesto a sacartajada del pánico de Villalonga al fracaso, eleditor logró obtener notables ventajas en el rushfinal, entre otras la de aumentar el precio de lacadena en 2.500 millones de pesetas, hasta los95.000 millones.

A mediodía de aquel jueves, Juan Villalongaera un hombre al borde de la euforia. Su amigoCamilo José Cela le había remitido un telegrama,remedo de aquel otro famoso que el rey AlfonsoXIII envió a su amigo el general Silvestre, previoal desastre de Annual, con un texto escueto: «¡Oletus cojones!»…

También le había llamado, entre otros muchos,

Marcial Pórtela desde Sudamérica:—Enhorabuena, jefe, he de reconocer que si

llegas a haber consultado esta operación connosotros seguramente no la hubieras podido hacer.

Había sido un golpe de mano, un verdaderoblitzkrieg empresarial hecho con la rapidez quedemandaba la trascendencia del asunto, porque deotro modo no hubiera podido salir.

Con la compra de Antena 3, Villalonga poníala segunda piedra de un gran grupo multimediacuya estrella iba a ser la televisión en abierto,«algo a lo que nos han obligado las circunstanciasy la presión de nuestros enemigos». Era, al mismotiempo, una operación de enorme alcance político.En torno a Telefónica estaba surgiendo ese grupode comunicación que, de hacer caso a los«felipancos», había pretendido desde el principioponer en marcha el Gobierno a través de MiguelÁngel Rodríguez, empeño en el que habíafracasado estrepitosamente. Juan estaba, pues,

rindiendo un servicio de primera magnitud alGobierno Aznar, devolviendo a su amigo el favorque le había hecho con su nombramiento comopresidente de la operadora.

Empeñado en enfatizar el carácter profesionalde su cargo, había hecho oídos sordos durantemuchos meses a las insinuaciones malévolas dequienes le calificaban de mera comparsa delGobierno al frente de la operadora. Desconocedorde la sutileza del juego político, se habíaenfrascado en la gestión, olvidando lasconnotaciones que siempre rodearon a unaempresa como Telefónica.

Dentro del entramado del poder socialista, laoperadora ha sido siempre «la empresa» porantonomasia. Se trataba, sin duda, de la joya de lacorona del sector público, la primera firma delpaís por facturación y una mina inagotable degabelas que repartir entre altos cargos en cesantía,fuente de financiación ilegal y punto neurálgico

desde el que controlar torticeramente vida ymilagros de cualquier potencial enemigo. Todo locual explica el papel de Cándido Velázquez comomero peón de Rubalcaba bajo el Gobiernosocialista, así como el estrecho mareaje al que,desde la oposición, el PSOE ha sometido a JuanVillalonga.

Hasta que tuvo que rendirse a la evidencia deque su continuidad en el cargo dependía del juegode la política en la misma proporción, al menos,que la calidad de su gestión. Le gustara o no, eraun prisionero de la política, y su suerte estabaligada a la de José María Aznar como la otra carade una misma moneda, porque si Aznar resultara alfinal un pequeño interregno entre dos largosperíodos de felipismo, Villalonga tendría muyescasas posibilidades de supervivencia al frentede Telefónica, por mucho que dispusiera de unConsejo diseñado a su medida.

No podía olvidarse, pues, del entorno político.

Era, de nuevo y vuelto del revés, el viejo eslogande la campaña presidencial de George Bush: «Lapolítica, idiotas, la política». Juan, en efecto, sejugaba mucho en la suerte del Gobierno Aznar, loque era tanto como decir que ayudando a Aznar seayudaba a sí mismo. «Hay que usar las migajas deese superpoder que es Telefónica para tratar dealterar el actual equilibrio de fuerzas en losmedios de comunicación —urgía uno de susprincipales asesores externos—, porque la batallapolítica se riñe en los medios de comunicación y,frente a la flota de Polanco y sus aliados, ¿qué hayenfrente? Una cañonera arpillada llamada ElMundo, la cadena COPE y pare usted de contar.Un desequilibrio brutal».

Había que invertir la situación, aprovechandolas sinergias derivadas de la compra de Antena 3para asegurar el éxito de Vía Digital. Un retoimportante, porque el fracaso de Vía, además desuponer un golpe muy duro para Villalonga,

enviaría un mensaje muy desalentador para lospoderes financieros, y no digamos ya para esoseditores acostumbrados a hacerle el caldo gordo alfelipismo: sería la demostración de que en Españano hay más poder que el de Polanco.

En ese envite se jugaba mucho el propioGobierno del PP, que quedaría sometido al castigoinmisericorde de un Grupo Prisa reforzado por elmonopolio de la televisión digital y espoleado porel miedo y la sumisión general. Si un periódicocomo El Mundo fue capaz de derribar a un sátrapacomo Felipe González, ¿cuánto tiempo podríaresistir un Gobierno como el de Aznar enfrentadoa la armada mediática de Polanco?

Lo que estaba, pues, en juego con Vía Digitalera la posibilidad de que Polanco, en su nombre yel de González, pudiera cobrarse al mismo tiempodos piezas por el precio de una: la de Villalonga yla del propio Aznar. Un peligro que en los últimosmeses había obligado al «general Villalonga» a

fajarse en la arena digital.

* * *

A la altura del verano del 97, el cántabro ibaganando la batalla de Bruselas. El realidad, el amode Prisa había conseguido invertir la peligrosasituación en la que se encontraba unos mesesantes: estaba comercializando cómodamente su«simulcript», en contra de las especificaciones deFomento, tenía paralizado el caso Sogecable yhabía jugado a fondo la carta de dejar fuera dejuego a Vía Digital privándole de contenidos.

Como era de esperar, la reacción de losPolancos al anuncio de compra de Antena 3 nopudo ser más virulenta. Los medios del GrupoPrisa decidieron pasar al ataque contra laoperadora de forma airada, revelando la

importancia de la herida abierta por la operación.La rabieta del cántabro estaba justificada. Por

su puerta había pasado un tren que no había sabidocoger a tiempo. Durante siete meses, en la estaciónde Miguel Yuste había permanecido estacionadoum dos mais grandes expressos espanhois que, alfinal, había terminado en poder de Villalonga.

Mucho se había especulado con el interés deleditor por invertir sus posiciones televisivas,desprendiéndose de Canal Plus para entrar en unatelevisión en abierto, porque el Plus es —era—muy rentable pero escasamente influyente, y elnegocio de Polanco se basa precisamente en lainfluencia y en la capacidad de intimidación, comobien sabe cualquier español con posibles.

Se hablaba incluso de que el magnate podríahacer el trueque sin necesidad de desprenderse desu paquete en el Plus. Necesitaría, eso sí, aalguien, dispuesto a prestar su nombre para obviarel obstáculo legal que impide a una misma persona

física o jurídica participar al tiempo en doscadenas, pero disponer de testaferros nunca hasido un problema para Jesús Polanco, y de hechotodo apuntaba a que los elegidos iban a ser losvenezolanos hermanos Cisneros, que por aquelentonces trataban de hacerse con el 10 por 100 deTelecinco en manos de Prensa Española.

La entrada de Polanco en Telecinco, sinembargo, chocaba frontalmente con los interesesdel grupo Correo en la cadena. La solución idealpara Polanco era, sin duda, Antena 3, y mucho másdesde el momento en que había logrado meter aAsensio en casa. Comprar Antena 3 hubierasupuesto hacerse con el control al cien por cien delos derechos del fútbol televisado en pago porvisión, asegurando la exclusividad para CSD. Fue,sin duda, uno de los errores más graves cometidospor Polanco en los últimos años. Sólo Antena 3ganó 13.143 millones de pesetas en 1998, casi un40 por 100 más que los 8.247 millones de pesetas

(en un año, por otro lado, excepcional para eleditor) ganados por todo el Grupo Prisa.

Evitar que Polanco consumara el golpe del«pacto de Nochebuena» haciéndose con el controlde Antena 3 implicó el trabajo de varias personas,entre ellas Aldo Olcese, que durante los meses queduró aquel matrimonio contra natura acunaron elcorazoncito del catalán, alentando esperanzas dereconciliación con el Gobierno Aznar.

Haciendo gala de todo el oficio del mundo, losmedios del Grupo Prisa se cuidaron muy mucho dearremeter de inmediato contra el socio al quetantas loas habían dedicado tras el 24 dediciembre del 96. Hasta que, justamente tres mesesdespués de la operación de Antena 3, El País pasópor fin tarjeta de visita: «Admitida a trámite unaquerella de Canal Satélite Digital contra AntonioAsensio por estafa». Se acabó la elegancia. Seagotó el trato caballeroso con el «traidor». Eldueño del Grupo Zeta no se iría de rositas. Según

Prisa, GMA y GMAF habían transmitido aAudiovisual Sport los derechos del fútbol como siestuvieran libres de cargas, cuando habían sidopignorados por la propia Antena 3 en garantía deun préstamo de 12.500 millones.

En la tarde de aquel día tuvo lugar una reuniónmuy «caliente» en el despacho de Villalonga. Anteel propio Juan y José María Más se encontraba unatribulado Asensio, en unión de su abogado,Miguel Roca, y del periodista deportivo JoséMaría García. El catalán, francamente asustadopor el anuncio de querella de Prisa, reclamaba deVillalonga un comunicado de apoyo a su gestión alfrente de la cadena, mientras Roca, un manojo denervios, se paseaba arriba y abajo exclamando:

¡Es que lo meten en la cárcel, Juan, lo meten enla cárcel!…

Asensio, además de ayuda, quería tambiéndinero. A resultas del due diligence, Antena 3 ledebía 6.132 millones, mientras que el propio

Asensio adeudaba a la cadena en torno a 4.200millones. El editor, dispuesto a maximizar el«pelotazo» hasta en las peores circunstancias,reclamaba con empeño tan sustanciosa diferencia.

* * *

Polanco se veía enfrentado a una situaciónnueva. De la posibilidad de tener a Telefónicacomo socio y aliado, con lo que eso implicaba entérminos de tesorería —que no otra cosa significóaquel postrer regalo del felipismo que fueCablevisión—, había pasado en poco más de unaño a tenerla enfrente, convertida en cabeza de ungrupo audiovisual alternativo.

El escenario de la «guerra digital» a la vueltadel verano del 97 había, pues, experimentadocambios sustanciales. El 15 de septiembre, lo que

mucha gente había considerado una quimera sehacía realidad con la salida al aire de Vía Digital.Durante mucho tiempo, Prisa había alimentado laespecie de que esa idea nunca vería la luz, entreotras cosas porque, desde el punto de vistatécnico, era imposible, a juicio de Cebrián, quealguien sin la menor experiencia en televisión depago pudiera levantar un proyecto como el de Víaen cinco o seis meses.

Pero las gentes de Pedro Pérez consiguieronponerlo en marcha, y Telefónica Sistemas deSatélites fue capaz de construir en tres meses,trabajando veinticuatro horas al día y con losalbañiles por medio mientras los técnicos tendíancables e instalaban ordenadores, un centro detransmisión de la señal que es uno de los másmodernos del mundo, levantado en la llamada«Ciudad de la Imagen» de Madrid. Casi unmilagro que convertía en crueldad la pretensión deque, además, la programación fuera buena.

Catapultado por la publicidad gratuitaderivada de una «guerra» que había hecho correrríos de tinta, el lanzamiento fue un éxito rotundo,hasta el punto de que el canal dispuso desde elprincipio de un número de potenciales suscriptoresen lista de espera que rebasaba con mucho lacapacidad de instalación.

Enfrente, un Canal Satélite Digital (CSD) enuna posición competitiva muy ventajosa comoheredero del know how y la lista de clientes deCanal Plus, pero inmerso en un horizontefinanciero preocupante por culpa de loscompromisos de pago asumidos, compromisos quepresuponían la firme determinación de los sociosbancarios de seguir tirando de chequera al ritmoque demandara Cebrián.

Estaba claro que CSD era en aquel momentoimbatible, pero el peligro para Polanco residía enque, a pesar de todo, Vía consiguiera meterle unbuen mordisco a un mercado todavía muy estrecho,

haciéndose con una cuota del 25 por 100 delmismo, con lo cual se alejaba en el tiempo elbreak-even de la plataforma polanquil. Con ladiferencia, además, de que Vía tenía unendeudamiento insignificante, lo que implicabamayor capacidad para aguantar y perder dineroque CSD.

La salida al aire de Vía Digital supuso laruptura del monopolio de la televisión de pago alque siempre había aspirado Jesús Polanco y ladesaparición del «negocio chollo» consiguiente.El cántabro perdía en el envite mucho dinero. O,para ser exactos, dejaba de ganarlo. Algunos hancalculado que la televisión digital de pago enrégimen de monopolio podía dejar más de 40.000millones de pesetas al año limpios de polvo ypaja, lo cual le hubiera supuesto a Polanco 10.000millones de beneficios por esta vía, más que todoel Grupo Prisa junto.

«Lo importante desde el punto de vista político

—asegura Javier Revuelta— era evitar quePolanco monopolizara la televisión de pago enEspaña, porque eso hubiera sido una fuente depoder casi absoluto para él, consolidando suposición de dominio en el negocio de lacomunicación y del ocio. Nadie hubiera podidojamás hacerle la competencia en ese terreno,porque él era el dueño de los derechos sobre todotipo de contenidos».

Se entiende el enfado sublime del editorcuando, en el curso de una cena de Navidad, año1997, ofrecida a un grupo de amigos —entre ellosalgún abogado del Estado que contó la anécdota—en su casa de Méndez Núñez, exclamó en unarranque de rabia:

—Al hijo de puta ése no le voy a perdonarnunca lo que me ha hecho.

El hijo de puta era José María Aznar.En esa situación, a Polanco y sus aguerridos

coroneles les quedaban dos salidas. O aceptar

deportivamente la presencia de Vía Digital,tratando de derrotarla en el terreno de la librecompetencia, o, como terminó ocurriendo, empezara castigar todos los días a Telefónica desde ElPaís, la SER, Cinco Días y demás navíos de laflotilla aliada, esperando que Villalonga, asustado,tirara de teléfono y llamara a Polanco pidiendoárnica.

Acabar con «el amigo de Aznar en Telefónica»se convirtió en una obsesión para los «halcones»de Prisa, con Cebrián a la cabeza. Una guerrasanta en la que no parecía haber alternativa: habíaque pasar al enemigo a cuchillo o morir matando.Dos posturas que en el fondo buscaban un mismoobjetivo: hacer doblar la rodilla a Villalonga. Ymientras corría el otoño y se adentraba el inviernosin que el afectado descolgara el teléfono parapedir un armisticio, Cebrián distribuía todas lasmañanas el parte de guerra desde su puesto demando: ¡más madera!

Ha sido la tónica que ha presidido los dosúltimos años: el chantaje, inmisericorde, de ungrupo editorial contra una sociedad y su presidentepara obligarles a firmar la rendición. Y ellomediante la extenuante utilización de los distintosmedios de comunicación del Grupo, puestos alservicio de los intereses económicos del amo.Pocas veces en la historia del periodismo europeo«serio» se podrá encontrar un caso demanipulación informativa tan flagrante como el delGrupo Polanco con Telefónica desde queVillalonga tuvo la osadía de acabar conCablevisión. Nunca un espectáculo tan torticerocomo el protagonizado por Prisa en este tiempo.Jamás una utilización tan grosera de una cabeceracomo la de El País.

El ataque contra Telefónica, generalmentedesprovisto de cualquier objetividad periodística,se ha visto, sin embargo, alterado por períodos desilencio casi tan llamativos como los de agresión,

dependiendo de la marcha de la negociación entrePolanco y Villalonga, hasta el punto de que esposible seguir con precisión milimétrica losavatares de dicha negociación, sus avances yretrocesos, por los silencios o las erupciones deviolencia en la epidermis de El País y demásmedios del grupo. Todo un manjar paraespecialistas en semiótica.

En su afán por tumbarle, los Polancos no hanescatimado medios, sin importarles siquiera poneren peligro la estabilidad o supervivencia de laprimera compañía española (intentado dañar lacotización en Bolsa, atacando la gestión, lapolítica de alianzas, las inversiones en elexterior), si con ello conseguían su objetivo.

* * *

Aquejado por mil problemas internos, el PSOEno reaccionó a la compra de Antena 3 hastapasadas las vacaciones de agosto de 1997. Pero el5 de septiembre, con las pilas cargadas, AlfredoPérez Rubalcaba, el más listo de los fans dePolanco en la nómina del PSOE, encabezó elasalto a Telefónica asegurando que la compañía,«todavía vinculada al sector público, se haconvertido en ariete del PP para comprar cadenasde televisión». Rubalcaba, conocido en las filasguerristas por el alias de «Polancaba», aseguróque «cuando haya una mayoría progresista en elGobierno, legislaremos contra Telefónica».

El domingo 7 de septiembre, Joaquín Almuniase sumó al coro denunciando que Telefónica «haceoperaciones al servicio de Aznar y del PP». Elnuevo portavoz socialista en el Congreso, JuanManuel Eguiagaray, repetía días después elmensaje: «El Gobierno hace con la operadora loque no puede con el BOE».

Pero el domingo día 14, en vista del aparentefracaso de la carga de la brigada ligera socialista,Jesús Polanco decidió sacar a escena a su primaballerina: algo muy importante estaba ocurriendoentre bastidores que rebasaba en importanciaincluso la compra de Antena 3 Televisión.

Ocurría que Juan Villalonga había viajado aLondres unos días antes para negociar un amplioacuerdo de colaboración con el Grupo Pearson.Los británicos, dueños de la mayoría de controldel Grupo Recoletos, habían abandonado VíaDigital de forma poco elegante. Enterados de laoperación de Antena 3, dieron inmediatamentemarcha atrás pidiendo no sólo el reingreso en Víasino planteando una operación de mucho máscalado. Para Telefónica, Pearson (The Economist,la biblia de las revistas económicas del mundodesarrollado, y sobre todo Financial Times, elmás prestigioso de los diarios económicos delmomento) era un aliado de gran valor estratégico,

un verdadero «caballero blanco» a la hora deprotegerse, incluso internacionalmente, del asediode los «felipancos», porque un editorial delFinancial Times vale su peso en oro en cualquierplaza económica relevante.

El acuerdo con el Grupo Pearson eracualitativamente el movimiento más inteligenteemprendido por Villalonga desde su llegada aTelefónica. Un aliado formidable, capaz de reducircon su sola presencia la figura de Polanco a la deun simple campesino cántabro.

El de Santillana, dándose cuenta de laimportancia de la operación, intentó por todos losmedios boicotearla. Tras la compra de Antena 3,aquélla podía ser la pieza que definitivamenterompiera el desequilibrio mediático que habíapresidido, a su favor, los catorce años defelipismo. Decidido a jugar su carta más fuerte,hizo entrar en la liza nada menos que a FelipeGonzález, con unas declaraciones en la SER

volteadas cada hora en los noticieros de la cadena.Para el ex presidente del Gobierno, Telefónica

era una gran empresa, pero Villalonga se la iba a«cargar», de manera que si yo fuera accionista,que no lo soy, me tentaría la cartera… Gonzáleztrataba de generar incertidumbre provocando elhundimiento del valor en Bolsa y, comoconsecuencia de ello, la dimisión de su presidente.

Al día siguiente, lunes 15, y dentro de laacrisolada técnica de la casa, El País abría suprimera página con las declaraciones de Felipe ala SER. Ese mismo día, Eguiagaray volvió a salira la palestra para reinterpretar las palabras deGonzález en la radio y enviar un mensaje nítido alos banqueros: lo que Felipe había querido decirera que tenían que salir pitando de Telefónica yabandonar a Villalonga, porque, en caso contrario,lo pagarían caro a la vuelta del PSOE al poder. Yen el país del miedo, hubo alguno que llamó aRubalcaba para disculparse, «tenéis que

comprenderlo, hemos participado en la operaciónde Antena 3 por presiones del Gobierno», unainiciativa que no tardó en llegar a oídos delEjecutivo.

Pero, en contra de las intenciones de los«felipancos», aquel lunes no sólo no ocurrióninguna catástrofe en Bolsa, sino que la acción deTelefónica subió 75 pesetas, y al día siguiente,martes, volvió a subir otras 100 pesetas. En dosdías, el valor de la operadora aumentó en 155.000millones. El intento de voladura de una sociedadcon más de dos millones de pequeños y medianosaccionistas, había fracasado. Felipe, la últimacarta de Polanco, había demostrado tener tantacredibilidad como pegada.

Había sido, sin embargo, un ataque brutal, sinparangón en los países civilizados de nuestroentorno. Polanco y Felipe habían intentado, en unamaniobra desesperada, desestabilizar a Villalongaforzando la caída del valor en Bolsa, lo cual

estaba en perfecta sintonía con las amenazasvertidas en varias ocasiones por el editor y susegundo.

Ver al primer partido de la oposición tratandode hacer daño a la primera empresa del país, yamenazando de paso a buena parte de la bancaprivada si no le acompañaba en el empeño, nopodía resultar más descorazonador.

En vista del revuelo levantado, británicos yespañoles decidieron acelerar la operación, quequedó ultimada el martes 23 de septiembre[22]. Erala respuesta de Villalonga a las amenazas deGonzález.

La operación iba a permitir al ciudadano de apie asistir a una situación divertida, cual era ver aCarlos Solchaga, responsable editorial del GrupoRecoletos, disparando desde las páginas deExpansión contra Telefónica, cuyo presidenteacababa de firmar una alianza estratégica conquienes le pagaban el sueldo.

Juan Villalonga sacó una lección de lafracasada intentona puesta en marcha por los«felipancos»: no había vuelta atrás para él.Polanco le quería de rodillas, de modo que, o sedefendía adecuadamente, o sería sacado de casa alamanecer y ajusticiado contra una tapia cualquierade esta España partida en dos, como mandan loscánones de nuestra peor Historia. Y paradefenderse tenía que contar con cañones delmismo calibre que el «enemigo», porque, sin elapoyo de El Mundo, Villalonga y Telefónica lohubieran pasado mal aquellos días de septiembre.

El grupo de comunicación que no supo o nopudo hacer el Gobierno Aznar lo estabaempezando a hacer Juan Villalonga, con ladiferencia de que él, al fin y al cabo unempresario, estaba obligado a comprar activossanos atendiendo los intereses de la cuenta deresultados y haciendo bueno el argumento deFriedman, para quien «los directivos de una

corporación son los empleados de los accionistas,y como tales tienen la responsabilidad fiduciariade maximizar el beneficio».

* * *

Precisamente por su condición de empresario,forzado a «desnudarse» cada tres meses anteanalistas e inversores de medio mundo, JuanVillalonga estaba obligado a buscar una salidapara un negocio como el de Vía, destinado aperder dinero durante mucho tiempo.

El escenario para un eventual pacto con JesúsPolanco había variado de forma sustancial. Laoperación de Antena 3 y el acuerdo con Pearsonhabían reforzado notablemente la posiciónnegociadora del telefónico: ahora ya podía hablarde igual a igual con el cántabro en el terreno de los

medios de comunicación.Había, además, un tercer argumento de peso

para buscar la paz, argumento que ni siquiera seatrevía a formular al hombre que por entoncescompartía sus secretos, José Antonio Sánchez, yera la aprensión, el desgaste que suponíalevantarse cada mañana dispuesto a soportar elbombardeo inmisericorde de los medios de Prisa.

Ya durante las vacaciones de agosto del 97, ensu casa de Guadalmina, había comenzado a recibirrecados de Polanco, generalmente transmitidos através de Guillermo de la Dehesa, pero también deRamón Mendoza, Pedro Ballvé y algún otro. Eleditor quería sondear la posibilidad de pacto y,para ablandar el corazoncito de Villalonga,escaldado por las experiencias vividas, don Jesús,en la mejor tradición de la casa, venía combinandocon destreza la política del palo editorial con lazanahoria de enviarle recados y recaderos enbusca del ansiado arreglo.

El de Telefónica hacía protestas de firmezaante amigos y conocidos: «Desde que meamenazaron en mi despacho de Gran Vía se mequitaron las ganas de pactar con ellos, de maneraque, si quiere llegar a un pacto, lo peor que puedehacer es intentar acorralarme con editoriales. Nome conocen. Por las buenas soy fácil de llevar; porlas malas, ni hablar».

La realidad parecía ser muy otra, hasta elpunto de que Juan terminó escuchando los cantosde sirena de uno de tales mensajeros. El editorquería sentarse con él «este mismo mes deagosto». Polanco estaba quejoso, decía elintermediario, porque le había enviado ya variasofertas y no le había contestado a ninguna.

La propuesta del cántabro, transmitida agrandes rasgos por el «hombre bueno» era,sencillamente, leonina: la mayoría del capital de lahipotética plataforma única debía corresponder aPrisa; la gestión, para Prisa; los contenidos, de

Prisa y, además, Prisa entraría en el cable de lamano de Telefónica… En fin, lentejas. Unabofetada en el mejor estilo del Kane hispano,dispuesto a no apartarse un ápice del tradicionalguión con Villalonga: el negocio de la televisiónes mío, y en ese terreno no admito competencia; eltuyo es la telefonía, de modo que limítate a ser uncarrier. Y punto en boca.

Villalonga, a pesar de todo, aceptó el envite:—Dile que estoy dispuesto a sentarme con él.Pero, para su sorpresa, recibió una respuesta

que le dejó helado en pleno agosto: Jesús Polancosólo estaba dispuesto a sentarse a negociar lafusión de las plataformas digitales con FranciscoÁlvarez Cascos.

En la escandalosa colusión entre lo público ylo privado que caracterizó al felipismo, Polancoquería negociar con el vicepresidente delGobierno. De acuerdo con la interesadapolitización de la «guerra digital» realizada por

Cebrián, Villalonga no era interlocutor válido.«Este tío no me conoce», protestaba,

encolerizado, el telefónico. El editor santanderinosufría un problema de adaptación al medio.Acostumbrado durante años a dar órdenes aCándido Velázquez, actuaba convencido de que elmecanismo de toma de decisiones en Telefónica nopodía haber cambiado por el simple hecho de queGonzález no fuera ya presidente del Gobierno.Imaginar que Villalonga pudiera tener siquiera unamínima capacidad de iniciativa e independencia, apesar de dirigir una compañía cien por cienprivada, no entraba en sus cabales. La operadoraera un apéndice de Moncloa y así seguiríasiéndolo, con Aznar o con González en el poder.

* * *

Villalonga estaba, sin embargo, convencido ensu fuero interno de que acabaría pactando conJesús Polanco, aunque a largo plazo. «Primero hayque dejarle que pierda dinero, porque, cuando másaguante yo, más complicada será su situación».

En contra de la opinión de muchos altos cargosde la compañía, ese convencimiento eraplenamente compartido por su entonces alter ego,José Antonio Sánchez. Para el responsable deComunicación, «el pacto es indispensable parasalvar la presidencia de Juan y el negocio digital».Según él, el problema de Villalonga no era tantoPolanco como la escasa entidad y calidad de losapoyos con que contaba. «Nuestros supuestosaliados son, con alguna notable excepción, unapartida de guerrilleros dispuestos a sacar tajada delos dineros de Telefónica en provecho propio».

No era más sólida la posición de Villalongadentro del Partido Popular. Sin un perfilideológico definido, Juan ni entiende, ni valora, ni

le gusta la política, actividad que consideracarente de interés. En este sentido, es el anti-Mario Conde. La política le aburre, lo cual le hamantenido de espaldas a ese universo «partidario»que a menudo implica la existencia de enemigos,pero que también presupone el respaldo activo decamarillas y conmilitones. El corolario es que elpresidente de Telefónica contaba y cuenta con muyescasos apoyos dentro del PP.

Más importante aún: el hombre a los mandosde la Economía española, Rodrigo Rato, no era desu cuerda, a pesar de que el vicepresidenteeconómico, hombre de tacto exquisito donde loshaya, sabía tratar con guante blanco a uno de losescasos amigos del presidente.

Por si fuera poco, el telefónico estabaenfrentado al regulador, el ministro de Fomento,Rafael Arias-Salgado, de cuyas manos seguíadependiendo en gran medida la cuenta deresultados de la compañía.

En realidad, el único apoyo serio y fiable conque contaba era José María Aznar. Una bala muyvaliosa, ciertamente, pero que sólo podía serUtilizada una vez y no en fuegos de artificio. Suamistad con Aznar era, por lo demás, un tantopeculiar. Una relación de «afecto frío» que quedótocada en el momento en que fue propuesto comopresidente de Telefónica, situación políticamenteembarazosa para el presidente. Desde entonces,una barrera se interpone entre ambos. Se diría quees una amistad en cuarentena o entre corchetes, unarelación en libertad vigilada que no volverá a serlo que fue hasta que ambos no abandonen susactuales responsabilidades.

Juan Villalonga se encontraba en el fondobastante solo: a pedradas con Arias-Salgado, sinanclajes de peso dentro del PP y enfrentado nosolamente a Polanco y a su armada, sino también aun PSOE que seguía mirando a Telefónica como ala Alhambra perdida en la añoranza de un

espléndido pasado de poder sin cortapisas.Demasiados enemigos enfrente.

Por tener, tenía hasta la enemistad de SuMajestad el Rey de España. Manolo Prado habíahecho correr en el entorno de sus amigos decacería la especie de que, además del famosovídeo de Pedrojota, había otro no menosescandaloso con dos actores principales, JuanVillalonga y el propio director de El Mundo,filmado en diciembre del 96 durante el periplo querealizaron por el sudeste asiático. Poco importabael hecho de que ambos hubieran realizado eseviaje en compañía de sus respectivas esposas,además de Pedro Ballvé, Guillermo de la Dehesay Javier Revuelta.

No era la primera vez que a Villalonga lellegaban comentarios poco favorables hacia supersona del entorno de la Casa Real y del propioMonarca. Juan no salía de su asombro ante laausencia de motivos para ser depositario de la

animadversión de alguien a quien solía elogiar entodos los foros. No podía haber más que unarazón: José María Aznar. El presidente delGobierno no gozaba de las simpatías de la CasaReal, no era querido en Palacio, y todos los queestaban a su alrededor eran pagados con la mismamoneda.

Unas semanas después de la compra de Antena3, la gerencia de la cadena acudió a cumplimentara Su Majestad. Pasados los formalismos de rigor,lo único que interesó de verdad a don Juan CarlosI fue saber si recibían órdenes de contenidopolítico desde Moncloa:

—¿Y nunca os han dicho nada?—Pues no, Señor, lo único que el presidente

del Gobierno nos dijo cuando fuimos a verlo fueque «mucho trabajo y mucha profesionalidad».

—¡Qué corto, qué corto!… —exclamaba,aparentemente escandalizado, el Monarca,componiendo un curioso escorzo consistente en

agachar la cabeza mientras se llevaba las palmasde las manos a las sienes, imitando las orejerasdel cabezal de una mula.

—Pero, ¿el Gobierno no os ha dado ningunadirectriz? —volvía a insistir.

—Pues no, Señor… Hombre, al final elpresidente nos dijo, riéndose, que, bueno, a ver siaquí habláis bien del PP, ¿eh?

—¡Pero qué corto, qué hombre tan corto!

* * *

«Ni Juan ni Telefónica pueden acabar conPolanco, y menos hacerle el trabajo sucio a unGobierno que se ha lavado las manos en el casoSogecable —aseguraba Sánchez—. Polanco puedetener dificultades financieras para aguantar lapelea, pero el desgaste de Juan podría llegar a ser

insoportable. Necesitamos cerrar esa brecha, loque además supondría empezar a ganar dineroenseguida con una sola plataforma digital».

Al inicio del otoño del 97, Villalonga visitó eldespacho del presidente del Gobierno encompañía de un notorio empresario hispano, queasistió en directo a la siguiente respuesta deAznar:

—No te equivoques, Juan; pactar o no conPolanco es asunto tuyo, independientemente de quele venga bien o no al Gobierno.

Para Sánchez, «Juan es un lobo solitario que,con los riesgos que ello implica, debe intentar porsu cuenta el pacto con su principal competidor enel mundo mediático. Si lo logra, habrá quienquiera despedazarle, porque hay gente en ambosbandos interesada en que la guerra continúe.¿Hasta cuándo? Hasta que a ellos deje deconvenirles la pelea. Ese “ellos” incluyeperfectamente a Aznar, y eso tiene un riesgo

añadido para Villalonga, porque si el Gobiernofirmara un día esa paz, su cabeza podría ser elprecio del acuerdo».

La situación pareció tomar un rumbo distinto lanoche en que, con motivo de la inauguración delTeatro Real de Madrid, Juan coincidió en el hallde entrada con un Polanco que, ágil de reflejos, sefue a saludarlo, un diálogo corto, como estás, muybien, ¿qué tal todo?, bien, ¿y tú?, bien, gracias…Un intercambio tan intrascendente como anodino,pero que fue visto por mucha gente y valorado ensu medida, es decir, de forma desmedida.

El 18 de septiembre del 97, el ínclito RamónMendoza, uno de los testaferros de Polanco a lapar que notorio alcahuete, y Pedro Ballvé,presidente de Campofrío, se reunieron mano amano para concluir que tenían que acabar con eldesencuentro existente entre sus respectivosamigos, tenemos que juntar a esta pareja, podemosorganizar una cena a cuatro e ingeniárnoslas para

dejarlos solos, o bien se lo decimos por derecho,nosotros nos vamos, que tendréis que hablar.

La condición que ponía Polanco para asistir aun encuentro de esas características es que bajoningún concepto se enterara Pedrojota, director deEl Mundo.

El caso es que Pedro Ballvé llegó con elrecado a Gran Vía 28, hemos estado hablando deesto, ¿qué te parece? Juan torció el gesto yescurrió el bulto sin decir ni pío, pero en cuanto elde Campofrío abandonó su despacho tiró deteléfono para, por primera vez en mucho tiempo,llamar al «yayo», como se conoce a Polanco en laoperadora.

—Jesús, me dicen que un par de amigos van aorganizar una cena para sentarnos juntos y luegodejarnos solos y, en, fin, al margen de que yo mesiento a cenar con todo el mundo, creo que tú y yono necesitamos intermediarios para vernos.

—Lo mismo pienso yo.

—Perfecto. Entonces yo te veo cuando quierasy sin condiciones.

—De acuerdo.—Pues mira, para evitar sorpresas, te sugiero

vernos fuera, en París o en Londres, donde mejorte venga.

—Me parece una buena idea, pero yo tengo unproblema y es el juez, ya sabes que con esahistoria de Sogecable tengo que presentarme cadaquince días en el Juzgado y pedir permiso parasalir de España.

—¡Ah!, ya…—Mira, te propongo otra solución: vernos en

mi casa de Valdemorillo. Más seguros que allí novamos a estar en ningún sitio. ¿Qué te parece?

—Conforme. ¿Cuándo quedamos?Quedaron el 5 de octubre del 97 en la finca del

editor. Para preparar tamaño encuentro en lacumbre, los Polancos decidieron calentar elambiente, castigando durante una semana de forma

inmisericorde los flancos de Villalonga. Cebriánes como esos entrenadores de fútbol que obligan asus jugadores a hacer precalentamiento antes delpartido. Con la diferencia de que éste aplica el«calentón» al equipo contrario, para que sepa conquién se va a jugar los cuartos y lo bien que levendría mostrarse complaciente.

Es una estrategia que Prisa ha utilizado enrepetidas ocasiones a lo largo de la legislaturacomo una forma de mediatizar, condicionar eintentar romper la resistencia del adversario. Demodo que encuentros que se presumían decisivospara el logro de determinados acuerdos se veíanprecedidos, para sorpresa de los telefónicos, porbrutales campañas de intoxicación e intimidaciónorientadas a predisponer, mediante el miedo, aVillalonga para aceptar cualquier acuerdo, firmarla paz y acabar con el martilleo de los medios delGrupo.

La ocasión de poner en marcha una operación

de este tipo, previa al encuentro de Valdemorillo,se presentó inopinadamente con motivo de la OPAde la operadora norteamericana WorldCom sobreMCI, con la que British Telecom y, más tarde,Telefónica, habían suscrito un amplio acuerdo decolaboración. El ratón (WorldCom), intentabamerendarse al gato (MCI).

«Una OPA hostil pone en peligro la red dealianzas de Telefónica», aseguraba el 2 de octubreEl País en su portadilla. «Problemas paraVillalonga», añadía a tres columnas en las páginasde Economía. Había empezado el enésimo asaltode los Polancos contra Telefónica. ¿Objetivo? Elde costumbre: dañar en lo posible la cotización dela compañía, poniendo en dificultades a supresidente. Y esta vez, y sin que se sepa muy bienpor qué, la especulación de que esa OPA hacíaañicos las alianzas internacionales de la operadoratomó cuerpo entre los inversores.

Los medios del Grupo Prisa y su escolta

parlamentaria, el PSOE, se lanzaron a fondo por labrecha abierta en la cotización. Durante variasjornadas, la operadora sufrió los efectos de unatormenta de diseño, montada y alimentada almargen de la realidad de la compañía. El Paísllegaba el martes 7 a afirmar que Villalonga habíasalido apresuradamente a pedir socorro a sussocios ante el batacazo bursátil, cuando la realidadera que había iniciado uno de sus trimestrales roadshows ante inversores de Londres, Nueva York yLos Ángeles, entre otras plazas, un tipo de viajeque ciertamente no se podía improvisar de lanoche a la mañana.

Ese mismo martes, el valor inició una lentarecuperación en Bolsa. El susto había pasado.Había sido uno más de los ataques de Prisa, peroalgo flotando en el ambiente por la planta novenade Gran Vía 28 parecía indicar que, esta vez, loschicos de Telefónica se habían asustado de verdad.Polanco había realizado una demostración de

poder en toda regla.

* * *

Con el hígado bien castigado por el trabajoprevio de Cebrián, Villalonga se reunió conPolanco el domingo 5 de octubre en su casa deValdemorillo. En realidad se habían visto lavíspera en Barcelona con ocasión de la boda de lainfanta Cristina. Las cámaras de la televisión lessorprendieron, uno detrás del otro, en la comitivade notables que accedían a la catedral, y asíaparecieron en El País del domingo, en una fotoque suponía una sorprendente elección entre lasmiles de fotos disponibles ese día.

Al volante de su Audi, el telefónico estaba alas puertas de la finca del editor a las 11,30 de lamañana de aquel domingo. Fue un encuentro que

duró hasta las tres de la tarde, tiempo sobradopara poner sobre la mesa un detallado memorialde agravios mutuos. «Nos lanzamos la historia deestos meses a la cara como paletadas de carbón,con educación, sí, pero sin escatimar detalles, treshoras y pico de discusión franca, sin necesidad deguardar las formas ante testigos incómodos».

Sobre la mesa estaba, inevitablemente, elproblema del fútbol para la temporada 97/98, unplato demasiado caro que se estaba quedando fríoporque ninguna de las plataformas podíacomérselo sola por problemas jurídicos.

El objetivo de Villalonga se cifraba en lograrun acuerdo para compartir el fútbol[23] en pago porvisión durante el quinquenio 1998/2003. Acambio, estaba dispuesto (además de poner sobrela mesa muchos de miles de millones de pesetas) ahacer lo propio con los derechos sobre los treceequipos que, propiedad de Asensio hasta lacompra de Antena 3, le pertenecían para la

temporada en curso. «Tenemos que poner orden enel fútbol —urgía Juan— coordinando iniciativas,porque no podemos permitir que los presidentesde clubes se hagan ricos a nuestra costa».

Para hincar el diente al asunto, Polanconombró como interlocutor a Cebrián, y Villalongaa José María Más. Pero el cántabro, viejo zorro,estableció un orden de prioridades que fueingenuamente aceptado por su joven invitado: setrataba de resolver, en primer lugar, laretransmisión de los partidos en pay per view parala temporada futbolística ya iniciada, paradespués, y sólo después, abordar la negociacióndel quinquenio 1998-2003.

Y Villalonga, un hombre en el fondo fascinadopor el poder de disuasión del editor en la vidaespañola, picó el anzuelo, convencido de quePolanco no podía engañarle, ni hablar, ¡mírame alos ojos, Jesús!, le dije, ¿sabes una cosa?, a mí lospapeles me la sudan, de modo que te voy a hacer

una pregunta: ¿vamos a llegar a un pacto para elquinquenio sí o no?

—Sí —respondió el cántabro.—Pues eso ya me vale.Tras el apretón de manos que siguió a esa

especie de jura de Santa Gadea, Villalonga creyóhaber iniciado una nueva etapa de diálogo yconfianza con el editor, seguro de que la palabrade Polanco tenía algún valor. Tardaría variosmeses en caerse del guindo.

* * *

En el nuevo clima de relaciones galantementeanunciado por Polanco en su fortín deValdemorillo, noviembre y diciembre del 97fueron meses muy tranquilos para los rectores deTelefónica, con el diario El País apaciguado,

convertido en un inofensivo osito de peluche.Villalonga pudo así probar y comprobar en carnepropia lo bien que se podía vivir a la sombra dePolanco, amigado con Polanco. En prueba derecíproca buena voluntad, la operadora levantó elcastigo que tiempo atrás había impuesto a Prisa,comenzando a insertar de nuevo publicidad en elperiódico.

La paz, sin embargo, fue breve. La ententecordiale duró el tiempo que tardó Polanco enconvencerse de que Villalonga no estaba dispuestoa aflojar la «pasta gansa» que le pedía por que VíaDigital pudiera emitir fútbol en pago por visióndurante el quinquenio de referencia: nada menosque 56.600 millones de pesetas, por algo por loque Sogecable había pagado 15.000 millones diezmeses antes.

La primera mitad del 98 fue, en consecuencia,un tenso tira y afloja entre ambas partes. Lasnegociaciones no se rompieron. Juan Luis Cebrián,

Matías Cortés, Javier Revuelta y José María Máscontinuaron viéndose, juntos o por separado, a lolargo del invierno y de la primavera de dicho año,en un clima a menudo tenso y, con frecuencia,crispado. Una relación de permanente guerra fría,provocada por la reimplantada estrategia deasedio informativo contra la operadora.

«Estoy seguro de que si les soltáramos lamitad de lo que nos piden se acabarían losproblemas, ea, ahí van 30.000 millones y amigospara siempre, pero eso sería ceder ante elterrorismo financiero que practica esta gente»,aseguraba Javier Revuelta. La «doctrina de lascañoneras» de Polanco es tan sencilla comoexpeditiva cuando de dinero se trata. Por lasbravas.

A mediados de la legislatura, marzo/abril del98, la comunidad financiera madrileña asistíaperpleja y asustada a la dieta de palo y tente tiesoa la que el cántabro tenía de nuevo sometida a

Telefónica: «No he visto quemar el fondo decomercio de un periódico tan rápidamente como loestá haciendo Prisa con El País», —aseguraba elconsejero delegado del BBV, Pedro Luis Uriarte—. Naturalmente, a Uriarte, y mucho menos a sujefe, Emilio Ybarra, jamás se les hubiera ocurridohacer una declaración semejante en público. Elmiedo a Polanco es libre. Era el problema defondo de un Villalonga que asistía impotente alespectáculo de unos accionistas de referencia(BBV, La Caixa, Argentaría) agazapados de formavergonzante, incapaces de mover un dedo,simplemente aterrorizados ante la idea de verse undía sometidos a un castigo similar. Contentos, en elfondo, porque, mientras Cebrián estuviera ocupadocon él, a ellos les dejaba tranquilos. Hasta MiguelBlesa, presidente de Caja Madrid (socio deSogecable) y amigo personal de Villalonga,parecía escondido.

«Sabed que en la batalla que estáis

manteniendo con ese grupo estamos a vuestro lado—había asegurado Uriarte a Javier Revuelta—.Nuestra apuesta es Telefónica, entre otras cosasporque la inversión en la operadora nos hareportado ya plusvalías de 110.000 millones depesetas. Lo que pasa es que hay que tratar deguardar un equilibrio, porque lo que tenemos queevitar es que Prisa haga con Emilio lo que estáhaciendo con Juan…».

Un argumento que podría entenderse si nofuera porque eran precisamente ellos —más losBotín, los March, El Corte Inglés— quienes, consu apoyo y su dinero, estaban alentando lacapacidad de intimidación del cántabro yfinanciando sus afanes monopolísticos, hasta elpunto de que, si ellos quisieran, hace tiempo quese habría acabado la crispación derivada deldeseo del editor de seguir haciendo negociosgracias al favor político y la ausencia decompetencia. Y gracias, sobre todo, al miedo.

El enfado de Villalonga alcanzaba cotas defrustración al ver cómo distinguidos miembros delPP se las ingeniaban para situarse bajo el mantoprotector de San Polanco. El propio Rato se habíadejado fotografiar sonriente a su lado con motivode la publicación en El País de unos cuadernillossobre el euro que Francisco González (FG),presidente de Argentaría, había financiado.

Juan tenía mil motivos para constatar susoledad en el entorno del PP. La nueva camadaempresarial «popular» (el citado FG, AlfonsoCortina, Miguel Blesa, Manuel Pizarro), debiendotodos su sillón a Aznar, hacía ya tiempo que se lashabía ingeniado para hacerse «perdonar la vida»por el gran capo.

La guinda que coronaba el pastel de susadversidades era un «enemigo» muy peculiarembozado en las filas del PP, un«quintacolumnista» investido de la condición deministro, un social-demócrata de tanto pedigrí

como Rafael Arias-Salgado.Una cierta sensación de desconcierto invadía

los pasillos de la planta novena de Gran Vía 28cuando se abordaba la actuación de Fomento. Elministro parecía disfrutar maltratando a Telefónicacon un esquema de liberalización de lastelecomunicaciones que iba a permitir aRetevisión, a base de invertir cuatro duros,hacerse con el 30 por 100 del mercado. El último«favor» había consistido en anunciar que laoperadora tendría que poner a disposición de suscompetidores la red o el bucle local, lo cual eracalificado en Gran Vía de «expropiación lisa yllana, que debería ir acompañada de lapresentación de una demanda contra el ministroante los tribunales».

Las preguntas acudían en catarata: ¿a quéintereses estaba sirviendo Arias-Salgado? ¿Estabadispuesto el Gobierno a dañar la posicióncompetitiva de la primera multinacional española,

obligada a seguir siendo rentable para afrontar lasinversiones en las que se había embarcado? Y, atodo esto, ¿cuál era la posición de Rodrigo Rato?Era evidente que Arias no podría llevar adelantesu política de «acoso» a Telefónica sin el vistobueno del vicepresidente económico. ¿Quésentimientos albergaba Rato hacia Telefónica? ¿Aqué jugaba Rato?

El juego de Rato, como el del propio Arias-Salgado, era tan simple como difícil de admitirpor los responsables de la operadora: se tratabade acabar con el monopolio del que habíadisfrutado Telefónica desde hacía muchas décadas,y ello implicaba recortar drásticamente sustradicionales privilegios para hacer posible lacompetencia.

* * *

Abrumado del martilleo de Prisa, hastiado,deseoso de buscar un punto de equilibrio, elmartes 7 de julio del 98, Villalonga, respondiendoa la sugerencia de un emisario muy cualificado,invitó al «yayo» a almorzar en la terraza de laplanta novena de Telefónica. Las negociacionessobre el fútbol estaban suspendidas; la temporada98/99, a la vuelta de la esquina, y Vía Digital, sinuna brizna de fútbol que ofrecer a su entusiastaclientela. ¿Cómo resistir cinco años en esasituación?

Habían quedado en hablar del fútbol, peroPolanco («yo también he ganado mucho dinero conla acción de Telefónica»), elegante como todos losgrandes, no quería entrar en harina, se negaba aarremangarse, a mí me han dicho que tenemos quedejar que negocien los técnicos, los abogados ytodos ésos, que son los que entienden, y que tú yyo debemos quedar para darnos la mano al final yhacernos la foto, y Juan que no, que al revés, que o

nosotros nos arremangamos, o no habrá acuerdo.Las cosas importantes han de ser resueltas por losmáximos responsables, que saben lo que pueden yno pueden firmar, y sin intermediarios.

—Pues muy bien, de responsable aresponsable, te voy a decir una cosa, y es que nova a haber acuerdos parciales: o negociamos todo,o no hay reparto del fútbol.

—¿Qué quieres decir con todo?—Quiero decir que tenemos que ir a fusionar

las dos plataformas.Villalonga, cogido entre la espada y la pared a

cuenta de una pesadilla llamada Vía Digital, viode pronto las puertas abiertas de par en par a laesperanza.

—Bueno, ¿cuándo nos vemos? —preguntóPolanco.

—Cuando tú quieras.—El día 21 en Valdemorillo.Pasadas las nueve y media de la mañana del

martes 21 de julio del 98, el Audi A6 deVillalonga, con el propio Juan al volante, JavierRevuelta a su lado y Arturo Baldasano en elasiento trasero, dejaba el edificio de Gran Víarumbo a El Escorial. A las diez y cuarto llegaban alas puertas de la finca, escoltada por dos cochesde seguridad, para penetrar por el camino queconduce a la gran casa del editor camuflada en ellaberinto de piedra de la sierra madrileña,exuberante el paisaje en el arranque veraniego,verdes y amarillos sobre un fondo de piedra calizamoteada de encinas, el mismo panorama queFelipe II debió contemplar tantas veces desde susilla roqueña mientras veía avanzar la arquitecturaimponente del Real Monasterio. La mansión, cuyafachada antigua ha sido respetada, domina elGuadarrama y se eleva sobre un horizontecalimoso al final del cual se adivina Madrid.

La casa, de una planta, está decorada congusto, como corresponde a una de las primeras

fortunas del país. Dos cuadros de Gordillo, degran tamaño, enfrentados en el elegante corredorque conduce a un salón presidido por unimpresionante Barjola, más una gran pantalla detelevisión y una especie de porche acristalado alfondo donde Polanco, su segundo, Juan LuisCebrián, y Carlos Abad estaban sentados cuandolos telefónicos hicieron su entrada.

Anexo al salón, un comedor de grandesproporciones, con apacibles vistas a unbosquecillo de encinas, decorado en un estilo muyfrancés, carísimas alfombras por doquier, muchoantique en muebles y piezas y una afortunadamezcla de pintura moderna y tablas con motivosreligiosos de escuela sevillana, siglos XVII y XVIII.

Una pareja de mayordomos filipinosbellamente ataviados, guantes blancos, blancachaquetilla, tout magnifique, sirvieron café y unsurtido de pastas finas a los dos jefes que,reunidos a solas en un mano a mano inicial,

parecían empeñados en fijar unas normas decomportamiento civilizadas cara al futuro.

—Me importa un bledo no llegar a un acuerdoen el tema puntual del fútbol, Jesús. Para mí esmás importante pactar contigo cuál va a ser nuestraactuación en caso de desacuerdo, cuáles van a serlas reglas del juego, porque lo que no podemoshacer es dar portazo y desaparecer otros seismeses.

—Tú fijas las reglas, Juan.—Te he dicho siempre que yo estoy dispuesto

a llegar a acuerdos contigo siempre que convengana los accionistas de Telefónica. También te digoque tú y yo vamos a ser siempre competidores,pero dentro de ese escenario tenemos que tener unnivel de comunicación mínimo…

—¡Me encanta oírte hablar de los intereses deTelefónica y no de otro tipo de intereses!

—Lo sabes de sobra, Jesús, y ha sido vuestraequivocación desde el principio: yo estoy al

margen de lo que pueda o no convenirle alGobierno.

—Tú sabes que eso no es así, y no es que yoquiera politizar el asunto de forma gratuita, peroaquí están en discusión muchas cosas. Este asuntono sólo atañe a Telefónica y a Prisa: aquí hay otrosintereses en juego.

—No te entiendo, Jesús, no te entiendo, porqueyo quiero hacer de esto una negociaciónempresarial que puede acabar o no en acuerdo,porque hay miles de negociaciones en todo elmundo que se rompen todos los días sin que pasenada.

—A lo nuestro, Juan: ¿qué problemas tenemospara llegar a acuerdos?

Villalonga tenía varios. Uno, el calendario: laLiga de fútbol empezaba el 31 de agosto y erapropiedad de Polanco para los próximos cincoaños. Vía Digital estaba, pues, en la mayor de lasindigencias. Y Polanco lo sabía.

—Eso es verdad, Jesús, pero este negocio esestratégico para mí, y estoy dispuesto a aguantaresos cinco años y a la vuelta nos encontraremos.

—¡A la vuelta te encontraré sin fútbol, sin ciney, lo que es peor, sin abonados!

—Mira, he reconocido públicamente que Víava a perder este año 43.000 millones, sí, lo habrásvisto en el folleto de la ampliación de capital, demanera que vamos en serio… Y no olvides quehasta ahora Telefónica no ha competido, hastaahora todo ha sido un juegos de niños.

* * *

Pero había otro obstáculo de más peso a medioy largo plazo: como negocio estratégico que es, laoperadora no podía renunciar a la gestión de lafutura plataforma digital conjunta. Telefónica

necesitaba añadir televisión a su oferta de voz ydatos.

Sobre estas premisas, ambos caposcomenzaron a negociar sin testigos y «sin una ideapreconcebida; con la mente en blanco», que diríadespués Villalonga. Polanco, como el tiempo seencargaría de demostrar, sí tenía las ideas claras.Fue él quien condujo la conversación desde elfútbol, como pretendía Villalonga, hacia lanegociación global: «Vamos a ver si podemoshablar de todo, y si no podemos, pues hablamos defútbol…».

Hablaron de la fusión de las plataformas. Conlos puntos básicos amarrados, pasadas las once ymedia de la mañana se incorporaron a lanegociación los coroneles de ambas casas. Antesdel mediodía el pacto era un hecho.

A última hora de la noche, las partes hacíanpúblico un comunicado. «El acuerdo es muy buenopara ellos, cierto —aseguraba Villalonga—, pero,

dada la situación en la que nos encontramos,también lo es para nosotros. En primer lugar,porque compartimos la gestión. Nosotrosnombraremos presidente durante dos años, y ellosharán otro tanto durante los dos siguientes. Elconsejero delegado será suyo (aunque necesitaráel voto favorable del 75 por 100 del Consejo paraaprobar los acuerdos) y el director general,nuestro. Todas las comisiones, paritarias. Todocompartido».

Eso creía Villalonga. También creía que elaccionista de referencia iba a ser Telefónica,porque suya iba a ser la participación másimportante en la nueva sociedad (nunca inferior al30 por 100), teniendo en cuenta que los socios deVía no iban a estar en condiciones de desembolsarel dinero necesario para la aventura, mientras queel 25 por 100 de Prisa en Sogecable quedaríareducido a la mitad en la sociedad conjunta.

Las partes acordaron encomendar a dos bancos

de inversiones de gran renombre la valoración deambas plataformas a los efectos de la oportunaecuación de canje, fijándose la fecha tope del 30de septiembre para la puesta en marcha de losacuerdos. Sin embargo, poco o nada se decía de laonerosa herencia que representaban loscompromisos financieros asumidos por Sogecablecon majors y clubes.

Los medios de comunicación asumieron conbenevolencia una operación que, en cualquiercaso, significaba el fin de la competencia en latelevisión digital. Para Pablo Sebastián, era unaoperación forzada «por el dinero, por el volumende las pérdidas de ambas plataformas y por lasexpectativas de beneficio de esa plataformaúnica».

Justo un año después del bombazo que, el 21de julio del 97, supuso la compra de Antena 3,Juan Villalonga protagonizaba otro de sus sonorosgolpes de efecto anunciando, en la tarde de un

caluroso 21 de julio, el acuerdo definitivo conSogecable.

«Hemos empezado hablando sobre el fútbol, ypoco a poco hemos llegado al acuerdo total». Erala rendición de Breda de un hombre que «no iba apactar jamás con Polanco», un hombre que habíaresistido el asedio de Prisa dos años y pico, unaheroicidad, pero que al final había terminadoenarbolando bandera blanca. Nadie podía resistiren la España de fin de siglo la potencia de fuegodel «cañón Bertha» del cántabro, en su vigésimosegundo año triunfal.

Para el cash flow de Telefónica no suponía ungran sacrificio hacer frente a las pérdidascorrespondientes a su 35 por 100 en Vía Digital,una plataforma que, por lo demás, no se habíametido en inversiones significativas. Para Polancoy sus socios, por el contrario, resultaba muy difícilaguantar la presión de unos compromisos de pagocercanos a los 400.000 millones de pesetas.

¿Por qué cedía Villalonga? Por miedo. Porqueno podía seguir soportando el desgaste diario alque le tenía sometido el Grupo Prisa. Villalongacompraba tranquilidad contra la cuenta deresultados de la multinacional. ¿Por qué ser elúnico en plantar cara a Polanco cuando todo elmundo transita rendido a sus pies? Ningúnempresario español importante concibe vivirenfrentado, o simplemente enemistado, con él.Nadie lo quiere. Todos le temen. Cualquier cosa esbuena con tal de gozar del favor del editor.Cualquier cosa antes que exponerse a ser blancode las iras de su grupo mediático.

El telefónico estaba harto de recibir en su culomuchas de las patadas que el cántabro dirigía aAznar. Una situación tanto más desquiciante cuantoque no pocos miembros del Gabinete llevabantiempo haciéndole el caldo gordo sin ninguna clasede rubor. El «castigo» que la operadora habíaimpuesto a Prisa suspendiendo la inserción

publicitaria en los medios del grupo había sidocompensado con creces por los González, Blesa,Cortina y demás «empresarios del PP», dispuestosa dejarse cortar una mano antes que granjearse laenemistad del cántabro.

Con el acuerdo de Valdemorillo, Polancocerraba su único flanco débil, el de unendeudamiento al que le había conducido supropia soberbia, por un lado, y la estúpida visiónideologizada de los negocios que arrastra susegundo, Juan Luis Cebrián, un ex falangistareconvertido en paladín de la democracia.

Villalonga era ya «un amigo». Como. EmilioYbarra, como los Botín, los March o IsidoroÁlvarez. ¿Quién se expone a estar a mal con elcapo di tutti capi?

Ni una palabra crítica por parte del PSOE a unacuerdo que suponía el fin de toda competencia enel mundo de la televisión digital. Ni un gesto decensura del inefable Rubalcaba. Ningún reparo

que oponer a los negocios del amo. Lo que esbueno para Polanco es bueno para el PSOE.Business as usual. Villalonga podía por finrespirar tranquilo. De ahí a tomar huevos revueltosde madrugada en Valdemorillo, a los sones de unbuen cuadro flamenco, sólo había un paso. Elrecuerdo de Mario Conde resultaba inevitable.

* * *

Aquella tarde, el despacho de Juan Villalongaparecía la estación de Atocha en hora punta. Todoel mundo parecía compartir de buen grado eljúbilo de su presidente. El 21 de julio del 97estaba en todas las bocas. Doce meses después,otro 21 de julio y otro gran golpe del jefe.

Se acababa la pesadilla. «Este acuerdo blindaa Juan de los ataques de Prisa», afirmaba Javier

Revuelta con gesto de alivio. Fernando Abril,director financiero y uno de los hombres másdecididamente partidarios de la entente conPolanco, parecía especialmente feliz, convencidode que la cotización iba a pegar de inmediato untirón al alza: «A muchos inversores les asustaba laidea de que Telefónica terminara embarcándose enla inversión de 600.000 millones de pesetas en elcable, mucho más caro que el satélite, por lo queeste acuerdo les tranquiliza enormemente».

A primeras horas de la noche de aquel 21 dejulio, un Villalonga al borde de la euforia sedirigía, del brazo de Concha Tallada, alrestaurante Jockey, el templo de las grandescomponendas patrias, para, en compañía deRevuelta y Baldasano, celebrar por todo lo alto labuena nueva de Valdemorillo en unión de Polanco,Cebrián, Abad y señoras.

Al día siguiente, 22 de julio, el presidente deTelefónica se explayaba ante el Consejo de

Administración de la operadora: «Nos hemosesforzado en señalar las razones estrictamenteempresariales de la estrategia de entrada en elmundo de los contenidos, pero los prejuiciosinsalvables de Prisa han hecho hasta ahorainviable un clima de diálogo fluido y un posibleentendimiento. Jesús Polanco ha visto en estacompañía el ariete de una actuación gubernamentaldirigida a su desaparición. Lo más cómodo paranosotros sería abandonar toda posible área defricción con ese grupo, pero la realidad es que lapresencia en el campo de la comunicación (VíaDigital, Antena 3) es para esta empresa unacuestión estratégica, razón por la cual vamos a serun competidor cada vez más importante de Prisa,porque el proyecto de Telefónica Media no va avariar un ápice a pesar de este acuerdo».

Para la operadora, el acuerdo tenía un valorañadido de extraordinaria importancia, en tanto encuanto privaba a las futuras emisoras de televisión

por cable (listas, también, para ofrecer serviciosde telefonía básica) de la posibilidad de disponerde los contenidos propiedad de Polanco, lo cualhacía francamente difícil la viabilidad comercialdel cable.

No era menor la alegría en la torre de Azca,sede del BBV. Para Emilio Ybarra se acababa laesquizofrénica situación de tener los duros enTelefónica y el corazoncito en Prisa. «No tenía lamenor duda de que Villalonga lograría el acuerdocon tal de beneficiar a los accionistas», asegurabadon Emilio.

Sin embargo, la acción en Bolsa no se disparócomo pensaban Abril y otros muchos, sino quecayó de forma significativa al menos en los tresdías siguientes al anuncio del acuerdo. ¿Es que,por ventura, el mercado desconfiaba de JesúsPolanco?

El que sí subió, aunque en la Bolsa de París,fue Canal Plus Francia, y de forma muy notable.

Era evidente que el acuerdo venía a rescatar aSogecable (25 por 100 Canal Plus Francia) dellaberinto financiero en el que lo había metidoCebrián. Y es que el único que verdaderamentetenía motivos para estar contento era JesúsPolanco.

La feria, en efecto, se estaba contando deforma muy distinta en Prisa. Los Polancos estabanconvencidos de que entre ellos y Canal PlusFrancia tendrían una cómoda mayoría en lasociedad resultante, consecuencia directa de lavaloración de los activos de cada plataforma, y deque la gestión iba a quedar en sus manos. Cebriánconsideraba que Telefónica había tirado, por fin,la toalla de la televisión digital para centrarse enlo suyo, la telefonía.

En la redacción de El País el acuerdo serecibió con justificado alivio. Entre la gente detropa de Miguel Yuste existida un justificadointerés por finiquitar una guerra que estaba

suponiendo un gran desgaste para el periódico,obligado con demasiada frecuencia a enseñar lapatita en defensa de los intereses del amo,desgaste que estaba teniendo un coste muy alto entérminos de credibilidad.

* * *

Aquel 21 de julio del 98 fue un gran día paraPolanco y sus negocios. También lo fue paraVillalonga. Incluso es posible que lo fuera paraTelefónica, aunque ello iba a depender de lafirmeza de su presidente a la hora de negociar. Lapelota estaba en el tejado. Todo dependía de que,una vez aceptado el pago del impuestorevolucionario, decidiera mirar para otro ladomientras don Jesús le robaba la cartera.

La incógnita se iba a despejar muy pronto.

Apenas veinticuatro horas después de haberbrindado en Jockey con el mejor champán francés,Villalonga descubría espantado, primera edicióndel diario El País del jueves 23 de julio, quePolanco decía «digo» donde había dicho «Diego».Aquélla era la presentación infumable de unacuerdo que debía ser paritario, un texto, alparecer obra del propio Cebrián, que rezumaba laarrogancia del consejero delegado de Prisa y en elque se hablaba con displicencia de «coger loselementos aprovechables» de Vía para la futuraplataforma única.

El consejero delegado de Prisa venía a repetirlo ya sabido: nadie más que él sabe hacertelevisión en España, por lo que el acuerdoconsistía, en el fondo, en la retirada del mercadode Vía Digital, sumando a Canal Satélite laparticipación financiera de un socio tan importantecomo Telefónica, que de eso se trataba desde un yalejano 1996. ¿Dónde quedaba la fusión paritaria?

Alguien había interpretado al revés la película deValdemorillo, o había alterado sustancialmente elguión en veinticuatro horas.

En casa del editor había pasado lo que eralógico que pasara: que tres expertos en televisión(uno de ellos, Carlos Abad, más que los otros) quellevaban la lección bien aprendida se habíanllevado al huerto a otros tres señores que, aunquegestionando una teleco, de lo que realmente sabíanera de banca de negocios.

El jueves 23 de julio, del «espíritu deValdemorillo» no iba a quedar ni el rescoldo. Conlos abogados enfrascados en la redacción deldocumento que se iba a someter a la firma a lolargo de la tarde, Javier Revuelta descubrió prontoque el consejero delegado de Prisa le había dadola vuelta a la tortilla. Juan Luis se las habíaingeniado para otorgar a Telefónica la «gestióntecnológica» de la futura plataforma. Todo lodemás quedaba en sus manos. En suma, el viejo

esquema de Cablevisión.—Pero ¿dónde está la discrepancia? —urgía el

de Prisa.—En la gestión, querido, en la gestión

compartida —replicaba Revuelta—, como se fijóen ese acuerdo paritario del que se habló enValdemorillo.

—¿Y qué significa paritario?—Que será un acuerdo en el que Telefónica

tenga los mismos derechos que Sogecable. Ni unomás, ni uno menos. Segundo, que será equilibradoen cuanto al precio. Un precio de mercado. Ytercero, que será con gestión compartida sobre latotalidad del negocio.

«Fue una de las jornadas más intensas que hevivido en Telefónica», asegura José AntonioSánchez. «O se busca una solución en la que nohaya vencedores ni vencidos o no firmaré nunca»,afirmaba un Villalonga a punto de partir haciaBarajas para embarcarse en un viaje a Brasil

donde iba a realizar su mayor apuesta comopresidente de la operadora (la privatización deTelesp). «No pienso bajarme los pantalones paraque me den por el culo».

Estaba claro que se iría de viaje sin fusión. Lasospecha de que no sería posible firmar unacuerdo paritario honorable con Prisa iba asignificar para él un golpe anímico muy fuerte. Lanave había embarrancado cuando ni siquiera habíasalido de la bocana de puerto.

Pedro Pérez se mostraba eufórico. «Demomento, ya hemos conseguido algo, y es que hoyno se firme ni en broma. No hemos ganado ningunabatalla, pero al menos hemos evitado una derrota».

Fuentes de Prisa hablaban en voz baja delsupuesto interés del consejero delegado porboicotear el acuerdo, temeroso de que pudieraentrañar una pérdida de su poder. Cebrián, un«señor de la guerra», no quería ni oír hablar de unpacto que no significara un trágala para Villalonga.

En ello coincidía con Javier Pradera, partidario dela resistencia a ultranza, «y si hay que ponerdinero, que lo ponga Polanco, que es quien lo haganado». Para el editorialista de El País sólohabía una estrategia: aguantar hasta la vuelta delPSOE al poder. En la misma línea, El PSOE«vendía» que el resultado del partido había sidoun diez a cero, puesto que «Polanco va depresidente y Juan Luis de consejero delegado».

* * *

La no firma, en cualquier caso, era toda unapapeleta para el cántabro, que, al parecer, estabaya retrasando pagos a proveedores de CanalSatélite Digital.

Un problema no menor para el editor consistíaen explicar a sus socios bancarios que el acuerdo,

recibido por todos con indisimulado alborozo,podía romperse a cuenta de la negativa de Cebriána cumplir los compromisos suscritos. De ello sehabían encargado los hombres de Telefónica,llamando uno por uno a los distintos socios deSogecable para criticar la actitud del de Prisa yexponer las razones del brusco parón.

Los socios de Polanco, que habían venidosoportando la guerra porque ninguno, incluidoMiguel Blesa, estaba dispuesto a abandonarle enel trance del caso Sogecable, no estaban ya parabromas de ninguna clase. Los March (que sejugaban en la aventura más dinero que el propioeditor), Ybarra (muñidor del acuerdo en lasombra) y Jaime Botín (el que más ganas habíamostrado de abandonar la prueba) montaron encólera a cuenta de la cabezonería de Cebrián ydurante el fin de semana del 25/26 de julio semovilizaron para hacer ver al gran capo que laconducta de su segundo no tenía pase, y que si él y

Villalonga se habían dado la mano en Valdemorilloen torno a unos términos concretos, había querespetarlos, dijera Cebrián o su porquero lo quequisieran.

Como resultado de esta iniciativa, el martes 28de julio, con Villalonga al otro lado del charco,Cebrián y Revuelta mantuvieron una primerareunión en Gran Vía 28 que, al menos en teoría,significó el desbloqueo de la negociación.

El jueves 10 de septiembre, Polanco yVillalonga, acompañados por Revuelta y Cebrián,viajaron en avión privado a Bruselas paraentrevistarse con Van Miert, comisario europeo deCompetencia, viaje que los de Prisa aprovecharonpara «trabajar» a conciencia a su nuevo aliado,insistiendo en lo conveniente que sería para éldedicarse «a lo suyo», es decir, a la telefonía, «ydéjanos a nosotros la gestión de la plataforma,porque ése es nuestro negocio, nosotros sabemosde eso». Juan debía olvidarse de cualquier

veleidad en el mundo de la comunicación. «Tú nonecesitas televisiones, ni emisoras de radio, niperiódicos, porque ya nos encargaremos nosotrosde protegerte. Eso corre de nuestra cuenta».

Ya estaba corriendo. En efecto, Telefónica y supresidente, investidos de nuevo del estatus de«amigos», venían disfrutando desde el 21 de juliode un período de sosiego mediático como nohabían conocido otro igual. Los medios del GrupoPrisa parecían haberse olvidado totalmente deellos, como si no existieran, a disfrutar se hadicho, y ¡qué felicidad levantarse todas lasmañanas sin miedo a lo que pudiera decir El País,porque seguro que El País no iba a decir unapalabra que pudiera molestarle!

No menos feliz se sentía José Antonio Sáncheza cuenta del cambio radical de la línea del diario.A partir de entonces iba a poder vivir y hacer sutrabajo mucho más plácidamente. O eso pensaba.

Cebrián estaba por aquellos días demostrando

lo valiosa, lo efectiva que podía ser esaprotección. En pleno crack bursátil (septiembredel 98) provocado por la crisis financiera delsudeste asiático, la cotización de la operadora sehabía desplomado en Bolsa, pero, ¡oh maravilla!,ni una sola vez había aparecido el nombre deTelefónica en la primera de El País, ¿Cabía mejorprueba de buena voluntad? ¿Qué clase de campañano le hubieran montado de haber ocurrido la crisisen plena guerra con Prisa?

La recepción de Van Miert, que se quejó deque acudieran a visitarlo los primeros espadas delproyecto cuando no había recibido «un solo papelde lo que ustedes quieren hacer», resultó de unafrialdad absoluta. El comisario, con todo, lesrecitó algunas exigencias que ponían muy difícil lafusión.

A las diez de la noche, Villalonga estaba deregreso en casa, muerto de cansancio y griposo,pero con una enfermedad más sutil que su mujer

detectó muy pronto. Algo no había ido bien en elviaje de vuelta. Quizá es que los de Prisa(Revuelta había volado por su cuenta a Roma) lehabían apretado las clavijas hasta pasarse derosca, dándole ocasión para reparar de nuevo en ladistancia que le separaba de ellos, una gente quejamás sería su gente, unos tipos con los que nuncacomería huevos revueltos en los amaneceresveraniegos de Valdemorillo ni bailaría sevillanas,porque había descubierto que no era bueno bailarcon lobos.

* * *

A mediados de septiembre del 98 era lugarcomún en los mentideros periodísticos que a fin demes no estaría en marcha la plataforma única quelas partes se habían fijado como objetivo el 21 de

julio.Pedro Pérez se manifestaba «convencido de

que la fusión no se hace», y lo mismo pensaba lamayoría de los altos cargos de la operadora, desdeRevuelta hasta Baldasano. Por un curioso error, elbanco de negocios Goldman Sachs había remitidoun fax a Vía Digital en lugar de a su cliente, CanalSatélite, en el que, entre otras perlas, asegurabaque «Vía abandonará el mercado en el año 2001,para pasar CSD a ocupar el 100 por 100 delnegocio».

El 30 de septiembre, en efecto, la fusión nosólo no estaba hecha, sino que las conversacionesparecían, en el mejor de los casos, estancadas. Sinanuncio público de ninguna clase. Casi en secreto.Polanco justificaba la situación ante sus socios deSogecable de esta guisa:

—Pero, ¿qué queréis que hagamos cuandoGoldman Sachs, que es nuestro banco, asegura quela empresa fusionada valdría menos que Canal

Satélite? He hecho lo que me habéis pedido,intentar fusionarme con Vía Digital, pero lo que nopuedo hacer es ir en contra de los intereses denuestra compañía.

Al anochecer de aquel 30 de septiembre,Villalonga conoció por fin la valoración queGoldman Sachs había realizado de ambasplataformas: Canal Satélite valía 500.000 millonesde pesetas, mientras que Vía Digital apenas rozabalos 50.000 millones. Teniendo en cuenta que losfamosísimos y carísimos investment banks dicenlo que quiere que digan quien les paga la factura,aquellas cifras sólo tenían una explicación: setrataba de una provocación de los Polancos. Laruptura estaba al caer:

—Estas cifras, Jesús, no tienen pase. Mepodrán engañar en muchas cosas, pero en cuestiónde valoraciones, ni hablar, a mí no me mete nadieun gol. Comprenderás que en estas condicioneshay muy poco que negociar.

—Las cifras de Goldman son igual dedesproporcionadas que las de J.P. Morgan, que esvuestro banco, sólo que a vuestro favor. En esoestamos empatados, Juan.

—No, Jesús, no. Yo no he dicho a Morgan loque tú a los de Goldman: que se las arreglen comoquieran, pero que la operación le tiene que costara Telefónica 100.000 millones de pesetas… Y yote digo una cosa: la amistad por la amistad y laburra por lo que vale.

Villalonga acababa de regresar de Brasil,donde había estado acompañado por Revuelta yPedro Pérez, entre otros. Los enemigos de lafusión habían vuelto a Madrid envalentonados. Sutrabajo de zapa estaba a punto de dar sus frutos. Elpresidente de Telefónica estaba casi maduro parala ruptura con Polanco. Sólo les quedaba aislar aquienes, dentro de la operadora, eran decididospartidarios de la operación, caso de José AntonioSánchez. «Juan no podrá nunca firmar un acuerdo

que sea lesivo para los intereses de los accionistasy que no pueda defender ante los analistas —aseguraba Sánchez—. Dicho lo cual, tampocopuede volver a las andadas de una guerra a muertecon Polanco. En primer lugar porque el entornopolítico, que huele a pacto Gobierno-Prisa, podríadejarlo a la intemperie, enfrentado en solitario aese Grupo mientras el Gobierno mira hacia otrolado. En segundo, porque la tarea de hacer morderel polvo a Polanco es misión imposible, al menosmientras éste siga teniendo como aliados a lo másgranado del capitalismo español; y en tercero yúltimo, porque la situación de Vía Digital tampocoes como para tirar cohetes».

* * *

Todo parecía preparado para escenificar la

gran ruptura el jueves 1 de octubre. Tras desayunaren la sede de Gran Vía con la plana mayorperiodística del diario El País (Jesús Ceberio,Félix Monteira y Miguel Ángel Noceda),Villalonga acudió al hotel Villa Real, junto alParlamento, para encerrarse en un reservado conFrancisco Álvarez Cascos, mientras Juan LuisCebrián y Javier Revuelta se veían de nuevo lascaras en un mano a mano cargado de los peoresaugurios. Y no sólo por la conversación que, acara de perro, Villalonga había mantenido conPolanco la noche anterior, sino porque esa mañanaEl País salía anunciando que, a partir del próximofin de semana, quien quisiera ver fútbol en pagopor visión tendría que apuntarse en exclusiva aCSD. Se habían acabado los paños calientes conVía Digital.

Un órdago en toda regla, propio de gente quesabe colocar al toro en suerte y castigarlo dondemás le duele antes de recibirlo a la verónica. Para

Pedro Pérez, aquello era un casus belli.Pasado el mediodía, Canal Satélite emitió un

comunicado de ruptura, volteado en todos losinformativos de la SER, en el que, en un tonodeliberadamente ambiguo, se hablaba de«conversaciones interrumpidas». Villalonga,reunido con su gente a primera hora de la tardepara preparar una respuesta, no se anduvo por lasramas. Nada de conversaciones interrumpidas:¡ruptura sin paliativos y con todas susconsecuencias!

El País, sin embargo, apareció al día siguientecon una línea de moderación poco habitual. Estabaclaro que los Polancos habían apostado por unperfil «bajo» de ruptura, quizá convencidos de quese trataba de un simple amago, un episodioinevitable en el camino de una negociación larga ycompleja, llamada a conocer acelerones de potrojerezano y paradas de mulo manchego.

Tenían razón. Condenados a entenderse por

exigencia de dos negocios de dudosa rentabilidad,Polanco y Villalonga iban a seguir negociandodentro de una pauta novedosa: discreción porencima de todo. En medio de un férreo pacto desilencio, ambos capos se vieron mano a mano elmartes 20 de octubre, y volvieron a hacerlo el 27del mismo mes.

Mucha gente en Telefónica seguía mostrándosecontraria a la operación, «porque hemos invertidoapenas 19.000 millones en Vía, no tenemosendeudamiento y podemos aguantar el tiempo quesea necesario, mientras que la fusión es esencialpara Polanco, porque Canal Satélite podríallevarse por delante no sólo a Sogecable sino aPrisa». José Antonio Sánchez, por el contrario,opinaba que «yerran quienes insinúan que no se vaa firmar, porque, por muchas hostias que se den loscoroneles, los dos generales están decididos aacabar con una guerra que no les beneficia ennada».

En el deseo de mantener viva una relaciónamistosa por encima de las diferenciasempresariales, Villalonga invitó a Polanco aasistir al espectáculo que, esponsorizado porMoviStar, protagonizó en el Palacio de losDeportes de Madrid el «mago» David Copperfielda las nueve y media de la noche del miércoles 4 denoviembre.

Y allí ocurrió una anécdota que rápidamentedio la vuelta al ruedo madrileño entre las risas delrespetable. Ocurrió que, con Polanco sentado ensilla de pasillo cercana al escenario, el showmanlo eligió como protagonista de uno de sus númerosde «vuelo». El editor no es un personaje conocidopara el gran público, pero buena parte de los queaquella noche habían pagado su entrada, muy cara,lo conocían de sobra y no podían creer que aqueltipo bajito y gordito, de lustroso pelo cano, conaspecto de pacífico abuelete dispuesto a recoger asus nietos a la puerta del colegio, un verdadero

«yayo», que no entendía nada, indefenso, inerme,«Jesús, have you ever dreamed of flying?», comoperdido en un mundo extraño, era, nada más y nadamenos, que el poderoso Jesús «del Gran Poder»Polanco, el hombre que tenía en un puño a mediopaís.

Al abandonar el Palacio de los Deportes,Villalonga era una olla a presión, a pesar dehaberle pedido disculpas al menos un par de vecesdespués del incidente, no sabes cuánto lo siento,Jesús, consternado, más abrumado que el propioPolanco, no lo he pasado peor en mi vida…

Su enfado lucía intacto a la mañana siguiente.Realmente apesadumbrado por lo ocurrido,despotricaba sin tino contra los encargados de laorganización del evento. Su malestar tenía unmotivo: que Polanco pensara que el incidentehabía sido producto de una maquinación, unaprovocación para dejarle en ridículo en públicopor el sistema de apalabrar el numerito con el

sedicente «mago». «Quiero que el director generalresponsable del evento se vaya a la calle sin máscontemplaciones, para que aprendan a hacer lascosas, ¡joder!, ¿es que tengo yo que estar pendientede todo en esta puta empresa?… Es el mayordisgusto de mi vida».

La anécdota venía a poner en evidencia elpoder de Polanco o, más propiamente, el miedoque en este país infunde entre el empresariado y laclase política. Resulta que el único hombre que enmucho tiempo se había atrevido a echarle un pulsoestaba aquella mañana realmente acollonadopensando que el editor pudiera tomarse elincidente como una afrenta personal.

El telefónico, tras disculpas mil, exigió,además, que la organización diera al cántabrocumplidas explicaciones, haciendo intervenir alpropio Copperfield para explicar elfuncionamiento de su show. La sangre, para aliviode Villalonga, no llegó al río.

—Oye, Juan, asunto zanjado, olvídate deltema. Mira, he pensado que si al final no vamos atener más remedio que llegar a un acuerdo con lasplataformas dentro de cuatro o de cinco meses,¿por qué no lo intentamos ya mismo?

En el horizonte de Sogecable se erguía un finalde año 1998 muy duro a cuenta de la previsión depagos de fin de año, y es que a los March o alBBV podía no importarles demasiado perder10.000 millones por barba al año, porque ése erael precio de los «Seguros Polanco», pero habíaalguien que no podía permitirse tamaño lujo,porque su famoso grupo editorial no los ganaba, yese alguien era el propio editor.

El resultado fue que el viernes 6 de noviembreJuan y Jesús se citaron a las 13,45 de la tarde paraalmorzar mano a mano en la casa madrileña deleditor sita en la calle Méndez Núñez. La fusióncobraba nueva vida. Todo, sin embargo, fue unespejismo que duró hasta el 18 del mismo mes, día

en que, en un tenso Consejo de Audiovisual Sport,los representantes de Telefónica (Baldasano,Enrique Ussed, Juan Ruiz de Gauna y Pedro Pérez)decidieron ponérselo un poco más difícil a losPolancos (Cebrián, Babiano, Carlos Abad yLeopoldo Rodés) proponiendo una elevación delos precios que CSD pagaba a Audiovisual por laemisión en exclusiva del fútbol, de modo que lospartidos en los que intervinieran Barcelona o RealMadrid pasaban a costarle al abonado 1.825pesetas, un incremento sustancial.

El enfado de Cebrián alcanzó cotasdesconocidas para muchos cuando vio queVilajoana, en representación del 20 por 100 deTV3, unía su voto a los de Telefónica.

—¡Si queréis la guerra, la vais a tener! —exclamó, congestionado por la ira y los efectos deltremendo constipado que arrastraba.

El de Prisa, como es tradición, amenazó a casitodo el mundo, especialmente a Pedro Pérez, con

toda suerte de desgracias. Al final de la reuniónfue Vilajoana quien recibió sus caricias:

—Quiero que sepas que hoy os habéis cargadoentre todos la fusión de las plataformas.

—Mira, Juan Luis, ¡ya está bien, ya veo quecuando estoy a favor tuyo somos amigos y cuandovoto en contra somos enemigos!…

Como era de prever, al día siguiente tanto ElPaís como Cinco Días aparecieron en losquioscos con sendos editoriales demoledorescontra Telefónica. Se había acabado el período degracia con Villalonga y los suyos. Vuelta aempezar.

La Bolsa, sin embargo, no debió reparar en tansesuda literatura, porque la cotización de laoperadora experimentó aquel día una llamativasubida, dando al traste con el enésimo intento deCebrián de castigar el valor.

En vista de que los inversores no respondían alos estímulos, Juan Luis puso en práctica una

divertida variante, de claro contenido pedagógico,tratando de erosionar la cuenta de resultados deTelefónica: consistía en enseñar a los usuarios losmil trucos para llamar más barato por teléfonohaciendo la llamada a través de otras operadoras.«Cómo ganar la guerra del teléfono», titulaba ElPaís una doble página del domingo 6 dediciembre, cuyo subtítulo era igualmentedidáctico: «La liberalización de lascomunicaciones ha abaratado las tarifas, pero sólopara quien sabe usarlas».

Para entonces, Juan Luis había cesado comoconsejero delegado de Sogecable, siendosustituido por Javier Díez Polanco, el«sobrinísimo». Se trataba de un simple cambio depeones destinado a reubicarlo en el hard core delnegocio, el diario El País y la SER. Cebriánvolvía a lo suyo: el control ideológico y doctrinaldel imperio Polanco.

Al asedio de Prisa se había sumado por

entonces el diario La Razón, si bien por distintos—aunque también poderosos— motivos: los 3.000millones que, a consecuencia del due diligence,seguían estando en discusión entre Asensio yVillalonga como coletazo de la compra de Antena3, dinero que el catalán quería cobrarse a todacosta y que, como era de prever, acabó cobrándosetras la llegada de Pedro Pérez a la direccióngeneral de Comunicación de Telefónica ensustitución de José Antonio Sánchez.

* * *

La fusión parecía un poco más difícil, pero loscontactos no estaban rotos, a pesar del terroríficofinal de año de Villalonga, prácticamente fuera deEspaña desde el 8 de noviembre hasta bienavanzado diciembre. De hecho, Polanco

manifestaba en privado que «estamos muy lejos ymuy cerca». Una distancia perfectamentecuantificable: los 100.000 millones limpios quehabía decidido sacarle a Telefónica comocontrapartida a la fusión de las plataformas.

A primeros de diciembre, las conversacionesse trasladaron nada menos que a México D.F.,donde Juan Luis Cebrián y Jesús Polanco sesentaron con Javier Revuelta y un representante[24]

de Direct TV (el mayor grupo de televisión en payper view del mundo), socio de Vía Digital.Villalonga había querido implicarles en lanegociación para que los Polancos no pudieranpresumir en la mesa de ser los únicos que sabíanalgo de televisión de pago.

La víspera del día de Navidad de 1998,Revuelta aseguraba que el acuerdo había avanzadomucho: «En los últimos quince días se hanrealizado más progresos que en los últimos seismeses, porque Sogecable ha hecho concesiones

que hace un mes hubieran sido impensables».En silencio, como quería Polanco, sin dar tres

cuartos al pregonero, la fusión caminabaaceleradamente hacia un final feliz, hasta el puntode que en Prisa se hablaba de que podríaanunciarse antes de fin de año, y Miguelito Gil, exjefe de gabinete de Felipe González, ahora en lacuadra de Polanco, se había pedido el cargo deresponsable de relaciones exteriores de la futuraplataforma única. Que las cosas iban bienresultaba evidente para cualquier observadorperspicaz. Bastaba con hojear El País, el mejortermómetro para medir el estado de situación, yver el trato deferente que de nuevo dispensaba aVillalonga.

Tan felices parecían todos, tan amigos, tanconfortablemente instaladas ambas partes en unmismo espíritu societario, que Villalonga llegó acontar a Jesús Polanco, como se cuenta a uncopain de toda la vida, su nueva situación

sentimental. El presidente de Telefónica estabaenamorado, ¡albricias!, había caído fulminado porel rayo de un tórrido amor con la sexta esposa deldifunto Emilio Azcárraga, el «tigre», dueño delgrupo mexicano Televisa, una espléndida mujer deveintiocho años, antigua «miss México», que a lasazón andaba en pleitos con los hijos del magnatea cuenta de la herencia del fallecido.

Juan era un hombre feliz. Durante las últimassemanas, por el tout Madrid habían comenzado aextenderse todo tipo de rumores. Nadie le habíavisto desde hacía tiempo, estaba missing, alparecer ocupado en permanente gira por laspropiedades latinoamericanas de la compañía, yquizá en algo más.

Villalonga, un tipo bonachón y afable, amigode sus amigos, es, sin embargo, hombre nadaproclive a los mundanos comportamientos queimpone la vida social. Cenas, saraos y actosvarios le producen un entusiasmo perfectamente

descriptible, hasta el punto de que procuraevitarlos siempre que puede. Ha sido el hombrepúblico menos visto en Madrid en estos años, loque, tratándose del presidente de la primeraempresa del país, implica necesariamente decir noa un torrente de invitaciones públicas y privadas.Y quedar mal. Ese retraimiento, como es deimaginar en un país como España, le ha traído másdisgustos que alegrías. Juan Villalonga ha echadofama de «chulo» sencillamente porque su personalinstinto no conjuga bien con las pautas decomportamiento social al uso.

El de Telefónica, sin embargo, celebró laNavidad en familia y en la estación invernal deBaqueira Beret, como si nada estuviese ocurriendoen su vida. Las familias Villalonga y Aznarcompartieron la cena de Nochevieja en la casaque, en la misma estación, ocupaba el presidentedel Gobierno. A preguntas de su amigo, Juanexplicó en un aparte que su matrimonio con

Concha Tallada estaba atravesando una profundacrisis, pero que no pasaba nada, no hay nada, JoséMaría, sólo cansancio mutuo…

Sin embargo, a la una y media de lamadrugada, y tras abandonar la residencia delpresidente, Juan dejó en su casa a mujer e hijos,cogió sus maletas y se largó raudo, seguido por susescoltas, camino de Barcelona, donde un aviónprivado le aguardaba casi con los motores enmarcha para trasladarle a Miami, donde los brazosamantes de Adriana Abascal le estaban esperando.

En menos de un par de meses, y como si de unveinteañero se tratara, Villalonga había sido capazde dinamitar su matrimonio, abandonar mujer ehijos, romper con amigos de toda la vida y engañaral presidente del Gobierno. Todo un récord. Por elamor de una mujer.

Los amigos comunes, colegas de primerajuventud, estaban escandalizados. Y un rumorincontenible, grande como ola de maremoto,

comenzó a extenderse por el Madrid «enterado»:Juan Villalonga era «hombre muerto», se «habíavuelto loco» y podía hacerle mucho daño no ya aTelefónica, sino a su amigo, José María Aznar. Elespectáculo de verle paseándose por Madrid delbrazo de Adriana, perseguido por una nube depaparazzi, podía resultar un manjar delicioso enboca de los «felipancos».

Por eso muchos pensaron que le quedaban dosdías al frente de Telefónica, porque el primero enno consentir tamaña exhibición de públicaimpudicia iba a ser el presidente del Gobierno. Lavariable más feasible apuntaba a Ana Botellacomo el brazo ejecutor de la condena. En efecto,todo el mundo daba por sentado que en ladefenestración de Villalonga iba a desempeñar unpapel decisivo la señora del presidente, amigaíntima de Concha Tallada, con quien, en una clarademostración de afecto, había acudido a unconcierto en el Teatro Real de Madrid.

En pleno mes de enero, el afectado acudió avisitar a su amigo en Moncloa para «desfacerentuertos» y contarle lo suyo con la bellamexicana. Juan anunció al presidente su intenciónde oficializar la relación mediante una foto en unmedio de prensa que acabara con todas lasespeculaciones, y ¿qué te parece la idea, JoséMaría?

—Tú verás lo que haces…Una respuesta que parecía dar la razón a

quienes, en áreas cercanas al propio PP,aseguraban que el telefónico había perdido elfavor no sólo de Aznar, sino de todo el Gobierno,especialmente de Rodrigo Rato, y como pruebaexhibían el nuevo marco tarifario impuesto aTelefónica, una iniciativa que en Gran Vía 28consideraban «un intento dirigido a cargarse a estacompañía». Las dificultades se multiplicaban. Elamor llegaba con problemas bajo el brazo.

* * *

Aquella Navidad, Fernando Abril recibió elencargo de preparar los números para firmar lafusión de las plataformas en tornó al 10 de enerodel 99, de modo que, en lugar de irse a esquiar, elhijo del añorado Abril Martorell pasó las fiestashaciendo los cálculos pertinentes para, al final,llegar a la conclusión de que, al margen deconveniencias políticas, aquélla era una operaciónruinosa según estaba planteada, porque casar dosoperadoras quebradas y además poner un montónde dinero encima de la mesa era algo que no habíaforma de justificar desde un punto de vistaempresarial.

Abril, en definitiva, abortó un despegue quealguien intentaba realizar sin haber chequeadosiquiera el panel de mandos de la aeronave.

Pero allí estaba Javier Revuelta, dispuesto a

sentarse de nuevo frente a Cebrián a lo largo delmes de enero. Aquel plato, además de caro, estabaa medio cocinar. Había que ponerlo de nuevo,vuelta y vuelta, en la sartén.

El miércoles 20 de enero del 99, Villalongavolvió a cenar con Polanco en su casa de MéndezNúñez, esta vez en compañía de Revuelta yCebrián. El acuerdo estaba al caer y don Jesúshabía puesto el mejor champán a enfriar en lanevera. «Una cena de lo más cordial, porque ellosquerían cerrar el trato a toda costa, a toda costa»,señala el vicepresidente de la operadora.

Villalonga quería dilatar el O.K. un poco más,aunque estaba decidido igualmente a firmar. Lasdiferencias eran de apenas 20.000 millones entrelos 60.000 que reclamaba Polanco y los 40.000que ofertaba él (cifras todas que incluían elfútbol), aunque, en el tráfago de una negociaciónmuy compleja, con costes derivados de larenegociación con proveedores, reconducción de

satélites, etc., Telefónica tenía que estar dispuestaa poner sobre la mesa los 100.000 millones que, aojo de buen cubero, Polanco había pretendidosacarle a la operadora desde el principio a cambiode la paz mediática.

Pasadas las doce de la noche, Villalonga partióraudo desde el domicilio madrileño del editor endirección a Barajas, dispuesto a volar a América.

—¿Qué tal ha ido eso, Juan? —preguntó PedroPérez al teléfono del coche.

—¡Champán, Pedro, champán!… Pregúntale aJavier, que ha quedado con Cebrián el viernespara rematar.

Jesús Polanco viajó al día siguiente, 21 deenero, a Barcelona para atender asuntospersonales y, de paso, desempeñarse, del brazo desu fiel Leopoldo Rodés, como speaker en latertulia que una serie de ricos burgueses, casitodos empresarios «familiares», gente muyconocida, suelen celebrar una vez al mes acogidos

al título de «Tertulia 21», porque 21 son lossocios/comensales que se sientan el último juevesde cada mes en el restaurante del Círculo Ecuestrede la Ciudad Condal.

Y resultó que aquel jueves, al final de laintervención de Polanco y con todo el mundoprácticamente de pie, don Jesús hizo uncomentario ponderando lo mucho que le habíangustado cena y tertulia y lo mucho, también, que lehabía sorprendido el que «no me hayan preguntadoustedes por el asunto que ahora mismo monopolizatodas las conversaciones en Madrid».

—¿Qué asunto? ¿Qué asunto?… —quisieronsaber varias voces al unísono.

—¿No están ustedes al tanto? ¡Pero, hombre, sino se habla de otra cosa en Madrid más que del líode faldas de Juan Villalonga!…

—¡Aquí no nos enteramos de nada!—Pues resulta que Villalonga se ha liado con

una mexicana, que es nada menos que la viuda de

Emilio Azcárraga, el de Televisa, una tíaimpresionante, por otro lado, y muy lista. Uncañón. Vamos, que éste es el típico caso delgilipollas del chiste. ¿Saben ustedes el chiste delgilipollas?…

—No, no, cuente.—Es el tipo que va con una mujer

impresionante del brazo y detrás siempre hayalguien andando que, después de elogiar a la tipa ymuerto de envidia, suelta aquello de ¿y quién seráel gilipollas que va con esa tía tan buena?… Puesen este caso el gilipollas es Villalonga, porque latía es realmente espectacular.

Ahí estaba el señorito Polanco, promoviendo(«de manera forzada», en opinión de uno de losasistentes a la cena) el runruneo público en torno ala vida privada de su futuro partner. ¡Un socio defiar!

El origen de la marea de rumores que recorríaMadrid contra el presidente de Telefónica parecía

bastante claro. Como clara la ingenuidad de unVillalonga contando al editor su romance, quizátratando de ganar su complicidad, lo que paraalgunos permitía adivinar una negociación a labaja en las conversaciones para la fusión de lasplataformas.

No tardaría mucho en darse cuenta del riesgoque acarreaba fiarse del cántabro. En efecto, elviernes 22 de enero, el económico Cinco Díasapareció en su primera página con una noticiaenvenenada para Villalonga: los bancos queríancolocarle un consejero delegado en Telefónica.

«Me parece alucinante haber estado cenandocon ellos tan amigablemente cuando ya tenían listoese artículo para salir al día siguiente por lamañana [aunque al final lo retrasaron cuarenta yocho horas], y todo para meterme más presión yhacerme firmar de una vez… Se equivocan, seequivocan de nuevo conmigo. Esta gente no meconoce».

El mismo día de la cena con champán, El Paíshabía obsequiado a Telefónica con una buena«pedrada» a propósito de supuestos fallos en InfoVía Plus, de modo que el toque de atención deCinco Días (pactado, al parecer, entre EmilioYbarra y Josep Vilarasau en una cena celebrada elmartes 19 de enero) era la tercera en la frente.Polanco hacía honor a su inveterada forma denegociar, basada en la receta del palo y tente tieso,o la más clásica de «la letra con sangre entra», yque con tanta eficacia interpreta su segundo,Cebrián. Es lo que Pedro Pérez llama «lanegociación de la metralleta».

* * *

Con Pérez al mando ya de las operaciones decomunicación en sustitución de José Antonio

Sánchez, Villalonga oficializó su relación conAdriana Abascal mediante una gran foto aparecidaen las páginas de huecograbado del diario ABC elsábado 23 de enero. «Juan Villalonga asiste alhomenaje al presidente de la Bolsa de NuevaYork», decía el titular, seguido de un largo texto,embarullado y reiterativo. En Nueva York tomótambién la decisión de archivar definitivamente elproyecto de fusión entre Vía y CSD.

—Eso está muerto —aseguraba Pedro—. ¿Ysabes cuál ha sido la decepción de Juan conPolanco? Que pensó que podría llegar a ser suamigo, y se ha dado cuenta de que eso esimposible, y en esa toma de conciencia ha jugadoun papel capital el incidente de Barcelona.

Unos días después, Telefónica anunciabaoficialmente a Bruselas la ruptura definitiva de lasnegociaciones para la fusión de las plataformasdigitales. La cosa iba en serio.

«Estamos pagando el error de haber dado carta

blanca a los Polancos como representantes únicosde Sogecable en la negociación —añadía Pérez—,cuando pudimos y debimos haber implicado alresto de los socios, porque cada vez queaceptábamos una comidita en Valdemorilloestábamos dando a Polanco un salvoconducto paraque, con tranquilidad, reafirmara ante sus sociossu condición de interlocutor en solitario. El hacíay deshacía, y los demás a callar».

Sería una ingenuidad suponer que «la guerra delas plataformas» ha terminado, fundamentalmenteporque los números siguen diciendo que, conpermiso de Bruselas, la plataforma únicaresultaría un gran negocio para ambas partes, y esarriesgado apostar en contra de la lógica de losnúmeros, pero, de momento, Villalonga haresistido el asedio de los Polancos, a menudo encontra de las recomendaciones que le hacían esosempresarios que deben su puesto al PP y que nuncase hubieran atrevido a hacer algo semejante. «En

la pelea contra el Grupo Prisa, todos sabemos cuálha sido el juego de algunos ministros y el dealgunos empresarios que deben su sillón a JoséMaría Aznar, y también lo sabe el propio Aznar —aseguran en Moncloa—, Por eso alguno se puedellevar una sorpresa a partir de abril del 2000».

Durante más de dos años, y utilizando El País(su famoso «cañón Bertha») con una falta deescrúpulos total, Polanco ha intentado forzar unanegociación favorable para sus intereses que, conel dinero de Telefónica, le rescatara del atolladerode CSD. Sus desesperados intentos por dañar lacotización de la operadora y de todas sus filialessalidas a Bolsa (TPI primero y Terra muyrecientemente) han devenido en estrepitososfracasos, señal inequívoca de que los mercados serigen por criterios muy distintos de los utilizadospor el cántabro y su grupo editorial.

A Polanco le ha perdido un dato no porobjetivo menos esencial: que Felipe González ya

no está en Moncloa. «Yo creo que cometió un errorde partida —sostiene un conocido empresariomadrileño—, porque tuvo una oportunidadmagnífica cuando, con Villalonga todavía virgen,se rompió el acuerdo de Cablevisión. Si ese día ledice, mira, esto se ha roto pero la vida sigue,tienes en América un capital estratégicoimpresionante y podemos hacer allí muchas cosasjuntos, creo que hoy estaría montado en coche decaballos. Pero, en lugar de dimensionar susdiferencias como un asunto puramente empresarial,se dejó llevar por esa politización de guerra fríaque alentaba un mequetrefe como Cebrián. “Yo soyaquí el que quita y pone gobiernos”, llegó a decirun día delante de mí. Y a Aznar, que es muy suyo,no le gustan nada esos pulsos. El resultado es quese han jugado 100.000 millones a una pareja desietes».

Una de las lecciones que Villalonga haimpartido, sin pretenderlo, a la aguerrida

comunidad empresarial patria es que se puedeaguantar perfectamente el asedio de un grupo decomunicación como Prisa y lograr, al mismotiempo, multiplicar por más de 5 veces el valor dela empresa, que, en el caso de Telefónica, hapasado de valer 2 billones de pesetas a primerosde mayo del 96 —llegada del nuevo equipo gestor— a valer 11 billones a finales de noviembre del99.

* * *

La primera decena de febrero de 1999 conociódías de una violencia extrema contra JuanVillalonga. Nunca se había visto llover tanto, tanfuerte y en tan poco espacio de tiempo. Ni siquieradurante las inundaciones que en diciembre del 93se llevaron por delante a Mario Conde. A lo largo

de varias semanas sobre su cabeza descargó unvendaval de violencia inusitada producto de unraro consenso o quizá de una genial operación demanipulación colectiva aliada con alguna extrañafobia contra el personaje. Un verdadero case studypara cualquier experto en comunicación. Losmensajes eran coincidentes: Villalonga estabasentenciado y sólo faltaba la rúbrica de Aznar.

En los mentideros se recitaba ya una lista depotenciales sustitutos, desde Juan Abelló —elnombre que sonó con más fuerza— al ministroEduardo Serra, pasando por César Alierta y algúnotro candidato de La Caixa. Y ello no por la cuentade resultados, que seguía bien de salud a pesar delaumento de la competencia, único asunto quejustificaría la situación precaria de cualquiergestor en su puesto. Tampoco por el envite deBrasil, una inversión que siempre hará honor alpaso de Villalonga por la presidencia deTelefónica. La piedra de escándalo seguía siendo

Adriana Abascal.«A la sociedad española le fastidia que la

gente se salte las normas y no guarde un cierto“luto” cuando se separa —asegura un empresariomadrileño con amplio currículum de faldas—.Además, si Villalonga se hubiera liado con EmmaBonino no pasaría nada, la verdad, pero como loha hecho con un pedazo de mujer, pues eso jodemucho».

El sábado 13 de febrero, un Villalonga reciénllegado de su enésimo tour iberoamericano visitó,en compañía de Adriana Abascal, a José MaríaAznar en la finca de Patrimonio, provincia deToledo, a la que muchos fines de semana acude lapareja presidencial. Tras el almuerzo a cuatro yuna distendida sobremesa regresaron a Madridconvencidos de que el presidente «bendecía» suunión y, lo que es más importante, seguros de que aJuan Villalonga le quedaba cuerda para rato.

O eso parecía entonces, porque la realidad es

que el presidente de Telefónica vive instalado enun perpetuo rumor. Desde que, en el otoño del 98,conoció a Adriana Abascal, Villalonga es unhombre distinto, aunque no necesariamente mejor.Residente en Miami la mayor parte del tiempo, suaislamiento de la comunidad empresarial yfinanciera española es total.

Con la particularidad de que su tradicionalquerella con los accionistas del «núcleo duro» haadquirido un sesgo nuevo desde la fusión entreBBV y Argentaría, en tanto en cuanto el nuevobanco que presiden al alimón Emilio Ybarra yFrancisco González controla más del 9 por 100 delcapital de la operadora, paquete que vale en Bolsacasi 1 billón de pesetas. Demasiado dinero para unaccionista silente.

La pasión de Villalonga por la Abascal vinoacompañada, en septiembre pasado, por un nuevoy llamativo shake up en la cúspide gerencial deTelefónica. El gran sacrificado, esta vez, fue Pedro

Pérez, un hombre que había hecho un buen trabajoy que apenas llevaba 9 meses en el cargo, perotambién Andrés Tejero, un «colega» de antiguasbatallas, y el propio Javier Revuelta, al parecertambién caído en desgracia. Antes había salidoFernando Abril, referencia obligada en laoperadora en lo que a ortodoxia financiera serefiere, y mucho antes Juan Perea, Francisco deBergia, Arturo Baldasano o el propio José AntonioSánchez, todos víctimas de la vacuidad de unhombre que se «enamora» de sus colaboradores,los eleva a los altares y al cabo de unos meses losdeja caer como si fueran kleenex de usar y tirar. Ysin explicación de ninguna clase.

Por fortuna, ha tenido la prudencia de no«tocar» a los hombres clave en el manejo delnegocio, a saber, Luis Lada, al frente de Telefónicamóviles, o Guillermo Fernández Vidal,responsable del negocio de datos y grandesempresas.

El nuevo hombre fuerte —junto a Luis Martínde Bustamante, consejero delegado de la filialTelefónica España, S.A.— en el entorno deVillalonga es Manuel García Durán, que hamonopolizado en su persona la gestión delmarketing, la publicidad y la comunicación de lacompañía, demasiado arroz para un pollo rodeado,desde hace tiempo, de todo tipo de especulacionesque, naturalmente, contaminan a quien lo hanombrado para un cargo que maneja unpresupuesto cercano a los 50.000 millones.

Los rumores sobre supuestas malas prácticasrealizadas en la última etapa de Villalonga pueblanel ruedo madrileño. Se dice que el PSOE espera elmomento oportuno (las elecciones generales demarzo del 2000) para empezar a airearinformación, cuando menos escandalosa, en tornoa cuestiones relacionadas con el reparto de la tartapublicitaria, los gastos de la presidencia, el ir yvenir en avión privado entre Miami y Madrid, etc.

El «escándalo» de las stock options,aparecido a finales del mes de octubre de 1999,puede haber significado una puesta en escena decara a esas generales, donde, a falta de argumentosde mayor enjundia, el felipismo quiere atacar aAznar a través de Villalonga et altri. Las opcionessobre acciones son un mecanismo de retribucióncomplementaria utilizado hoy en buena parte de lasgrandes empresas del mundo desarrollado, comoun sistema para fidelizar a los empleados máscualificados y comprometerles de manera activaen la buena marcha de la empresa.

El esquema implantado por Villalonga entre uncentenar de sus ejecutivos, con vencimiento afebrero del 2000, implica el reparto de entre30.000 y 45.000 millones de pesetas, aunque elcoste para la compañía ha sido de 2.700 millones,cifra que arroja una media de 9 millones porejecutivo/año. ¿Mucho dinero? Desde luego quesí, a pesar de que 45.000 millones representan el

0,005 por 100 de los 9 billones que, grosso modo,ha aumentado de valor la compañía en Bolsadesde la llegada del actual equipo gestor.

El Gobierno reaccionó con rapidez,anunciando, además de un aumento de la fiscalidaddel 30 al 48 por 100, la inclusión en la Ley deAcompañamiento de los PGE de una enmienda queobligará a los directivos de las sociedadescotizadas en Bolsa a comunicar a la CNMV lasstock options con que han sido retribuidos, queademás tendrán que ser aprobadas por losaccionistas de cada compañía.

José María Aznar tenía de nuevo motivos paraestar encantado con su amigo de colegio. Y denuevo la cabeza de Villalonga en danza. ¿Llegarávivo a la consulta electoral de la próximaprimavera? Por Madrid comenzaban a extendersede nuevo las apuestas.

* * *

La guerra del fútbol, que tantos ríos de tintahizo correr durante casi tres años, se saldó enjunio del 99 de una forma que Cebrián jamáshubiera podido imaginar.

En efecto, el jueves 17 de junio de ese año,Polanco y Villalonga firmaban el acuerdo paracompartir la liga de fútbol profesional durante diezaños. Pero, ¡oh sorpresa!, el general Polancoaceptó unos miserables 15.000 millones por loque, durante mucho tiempo, había exigido 56.500millones de pesetas. ¿A qué se debía tan drásticarebaja?

La carambola que dio pie a tan llamativodesenlace tuvo su origen en el golpe de mano deVía Digital al hacerse con los derechos del F.C.Barcelona para las cinco temporadascomprendidas entre el 2003 y el 2008 a cambio de

65.000 millones de pesetas, un ejemplo más delas estratosféricas cifras que mueve el llamadodeporte rey.

Sogecable acusó el golpe. «Sé que lo que voya decir puede molestar a algunos —aseguró JoséManuel Lorenzo, ex Antena 3, en la subsiguientereunión del Consejo de la sociedad—, peroTelefónica ha movido ficha muy bien. Esta vez nosha mojado la oreja. Nosotros vendemos futuro, yresulta que un competidor se acaba de quedar conuna pieza fundamental para armar el negocio apartir del 2003. El resultado es que hemos perdidoese futuro».

Tan importante como ese tropiezo era eldestrozo que los representantes de la operadorapodían montar con Audiovisual Sport. «Notenemos más remedio que negociar el fútbol a labaja si queremos salir a Bolsa en paz conSogecable». En efecto, esa salida se habíaconvertido en piedra angular de la estrategia de

los telefónicos en su intento de hacer doblar larodilla a Polanco. Tras varias ampliaciones decapital, y acuciados por la falta de entusiasmo delos accionistas para seguir poniendo dinero, los dePrisa decidieron con la llegada de la primaveradar el gran golpe y sacarle los duros al mercado,anunciando la salida a Bolsa del 25 por 100 delcapital de Sogecable. Era la huida hacia adelantedel cántabro.

Ante los ahorradores se iba a presentar unasociedad que perdió dinero en el 97 y en el 98 yque volverá a perderlo en el 99. A blanquear taninquietante fachada acudió con presteza un bancode negocios tan reputado como Morgan Stanley,dispuesto a certificar («operación Wilma») que lasociedad valía la friolera de 400.000 millones depesetas, de donde se infiere que ese 25 por 100equivalía a 100.000 millones, cifra que,curiosamente, se corresponde con la que Polancoquería cobrar, de grado o por fuerza, a Juan

Villalonga por fusionar las plataformas.¿Avalaría la Comisión Nacional del Mercado

de Valores (CNMV) la pretensión de Polanco?Aunque la SEC norteamericana jamás lo hubierapermitido, existían pocas dudas, por no decirninguna, de que el amo de Prisa lograría salirsecon la suya.

Pero la operación, muy cogida por los pelos,podía venirse abajo por culpa de la tormenta queestaba a punto de estallar entre los socios deAudiovisual Sport (AS). En efecto, AS acababa decerrar su ejercicio a 30 de junio con unas pérdidasde 19.000 millones de pesetas, 7.000 más de losprevistos (entre otras cosas por haber vendido elfútbol a una única plataforma), lo cual suponía quela sociedad se había comido más de las dosterceras partes de su capital, entrando así en unade las causas de disolución previstas por la ley.

Cebrián había intentado parar la inundaciónproponiendo una ampliación de capital de

mentirijillas, porque las arcas de «don Polancone»no estaban para libros de caballerías: se trataba decapitalizar esa deuda en proporción a laparticipación accionarial de cada socio, lo cualsonaba a broma de mal gusto para una Telefónicaque se había gastado una fortuna en la compra desu 40 por 100, había aportado los contratosheredados de Asensio, se había quedado sin fútbolpara Vía y encima le pedían que pusiera másdinero para que los Polancos, que gestionaban lasociedad, siguieran dándole la exclusiva a CSD…

La operadora, en un movimiento muyestudiado, amagó con solicitar Junta Generalextraordinaria para plantear la disolución de lasociedad. El asunto, lógicamente, iba a terminar enlos tribunales, pero el escándalo consiguientehubiera alcanzado proporciones sobradas parahaber hecho fracasar la salida a Bolsa deSogecable.

José Manuel Lorenzo puso, pues, el toro en

suerte y, para sorpresa de los reunidos, Polancodijo que estaba de acuerdo, que la situación habíavariado drásticamente. Y, sorpresa sobre sorpresa,Juan Luis Cebrián, sin cuyo «v/b» no se pone unsello en Prisa, dijo que él también opinaba comoel patrón, en contra de los franceses de Canal Plus,con Michel Toulouze a la cabeza, quienesargumentaban que negociar en esas condicionesequivalía a una rendición. Polanco cortó por losano: «Hace un año nuestra posición era una, y hoyes otra muy distinta. Tenemos que pactar». Nohabía más remedio que autorizar a Javier DíezPolanco a negociar la venta del fútbol a VíaDigital.

* * *

De manera que Vía ha pagado 15.000 millones

por compartir la Liga de fútbol durante lospróximos diez años, y ha llegado a un preacuerdocon los Polancos para que CSD pueda emitir la«Champions League», cuyos derechos fueronadquiridos por Vía a TVE. Para ello, CSD tendráque dar 500 millones de señal el primer año ypagar además 4.500 millones por cada uno de lostres años siguientes, es decir, en total 14.000millones.

Es decir, que don Jesús se ha metido en elbolsillo 1.000 millones de pesetas, lo que no estánada mal, cuando hace seis meses estaba pidiendo56.500. The beauty of the thing es que Telefónicaestaba madura, quería pagarlos, y fue el propioPolanco quien dio calabazas a Villalonga y lesalvó de tamaño despilfarro cuando, en uno de susataques de arrogancia, dijo aquello de «o todo onada». El precio de la soberbia.

12EL PSOE COMO ALTAVOZ

DE PRISA

Caras tristes y desconcierto en Ferraz. Tal era elestado de ánimo que el sábado 25 de abril de 1998se apoderó de la sede central de PSOE tras lasorprendente victoria de José Borrell en laprimarias socialistas.

Muchos hubieran dado dinero por escuchar loque Felipe González debió decirle a un atribuladoAlmunia en las tres horas —de doce de la noche atres de la madrugada— que el «carismático líder»permaneció encerrado con él, mientras losmilitantes que abarrotaban los pasillos sepreguntaban por qué el ex presidente había hechomutis por el foro sin felicitar al ganador.

Sólo después de la «filípica», González,

haciendo gala del descaro que le caracteriza, habíapreguntado en voz alta:

—Pero, ¿alguien sabe dónde está PepeBorrell?…

A buenas horas. José Borrell habíaabandonado Ferraz haciéndose la misma pregunta,pero en sentido inverso: ¿por qué no ha venido afelicitarme Felipe González?

Era todo un indicio del vía crucis que leesperaba. Porque Borrell había ganado unabatalla, pero no la guerra, y estaba claro queafincar su nuevo y rutilante protagonismo en unPSOE controlado desde Suresnes por el felipismole iba a costar sangre, sudor y lágrimas.

El primer problema para el «aparato» era queJoaquín Almunia había anunciado su decisión«irrevocable» de dimitir si resultaba derrotado.Sin embargo, inmediatamente después deescrutadas las urnas comenzaron las presionespara impedir que hiciera efectiva la promesa. «El

PSOE intenta parar la dimisión de Almunia»,titulaba, el domingo 26 de abril, El País, aún norepuesto de la debacle de su protegido.

Ese mismo día, en majestuoso artículo a cuatrocolumnas, Javier Pradera («Almunia no debióhaber comprometido su dimisión antes del iniciodel proceso») impartía doctrina indicando alPSOE el camino a seguir en tan doloroso trance.El ideólogo del felipismo advertía al ganador que«sería seguramente un error, tras las dos décadasde liderazgo carismático de Felipe González,tratar de repetir ese mismo modelo cambiandoúnicamente al protagonista. Parece mucho másrazonable buscar una alternativa diferente basadaen la complementariedad de Borrell y de Almunia,es decir, del candidato a presidente del Gobierno ydel secretario general del PSOE». Praderaremataba su homilía proclamando las bondades dela cohabitación: «La respuesta de los militantesavala la tesis de un ticket formado por el ganador y

el colocado». Majestuosa fórmula destinada aminimizar los efectos del desastre para elfelipismo y su aliado, el polanquismo. PeroPradera sangraba por la herida. El titular de suartículo («La incierta victoria del PSOE») daba aentender que lo ocurrido no era bueno para elPSOE, o al menos para el PSOE que quería supatrón, Jesús Polanco.

Ante el Partido Socialista se erguía unhorizonte plagado de incógnitas, con un candidatoa la Presidencia del Gobierno que, en contra de loocurrido en las últimas décadas, no coincidía conla persona del secretario general, lo que abría lapuerta a una estructura bicéfala a la que el PSOEno estaba acostumbrado.

La llave del futuro estaba en poder deAlmunia. A él le correspondía, en su soledad dederrotado, decidir el camino a tomar haciendoefectiva su prometida dimisión, lo que hubierahecho inevitable la celebración de un congreso

extraordinario, o, por el contrario, aferrándose alcargo de secretario general, lo cual, al margen dedar gusto al aparato, implicaba aceptar el ingratopapel de segundón del nuevo líder.

Para José Borrell, por el contrario, sólo habíaun camino lógico: proceder a la convocatoria deese congreso extraordinario para, aprovechando eldesconcierto y la perplejidad del rival, hacerse deuna tacada con todo el poder como nuevosecretario general, además de candidato a laPresidencia del Gobierno. Un asunto nada fácil,cierto, porque el felipismo no estaba dispuesto arendirse y sólo habría aceptado entregarle laSecretaría General con condiciones, especialmenteuna: una Ejecutiva muy controlada por el aparato,lo cual habría hecho de Borrell un aspirante conplomo en las alas.

Desoyendo las recomendaciones del sectorguerrista, que le hubiera apoyado sin reservas,Borrell rechazó la posibilidad de dar un puñetazo

sobre la mesa y exigir ese congreso al aceptar máso menos resignadamente la «cohabitación». Y enese momento se puso la soga al cuello.

Porque el candidato pretendió el imposible demandar en el partido, paseando en triunfo sucandidatura por España, sin correr los peligros deun congreso y teniendo al secretario general comochico de los recados, un esquema que, en todocaso, hubiera requerido un Almunia independiente,no un guiñol movido por Felipe González conmando a distancia.

* * *

Desde la trinchera «popular», la elección deBorrell como candidato parecía a primera vistarepleta de luces y sombras. Era evidente que elPSOE había designado un aspirante a la

Presidencia con más gancho que Almunia, unhombre que, como candidato, se había demostradomanifiestamente mejorable, Sin embargo, Joaquín,honesto y consecuente, abría muchos menosflancos para el ataque que Pepe Borrell.

Desde el punto de vista doctrinal, el hijo delpanadero de La Pobla de Segur, un tipo pagado desí mismo, representaba un socialismobrillantemente expuesto pero muy antiguo,desprovisto del tamiz de realismo que impone elhaber pasado por el Gobierno y haberdesempeñado tareas relevantes como ministro ysecretario de Estado durante casi catorce años.

Enemigo del Estado de las Autonomías entanto que partidario de un Estado central fuerte,Borrell significaba mucho sector público, muchapresión fiscal, mucho subsidio. El leridano no esun socialdemócrata al uso, sino un socialistademocrático, que es cosa bien distinta. Anclado enel 68, su perfil podía resultar inquietante para

determinados votantes «culturales» del PSOE,capas urbanas con niveles de renta medio/altadispuestas a respaldar un socialismo menosdogmático que el que él representaba.

Terco como una mula cuando de dar su brazo atorcer se trata, encarnaba, sin embargo, aspectostan singulares como atractivos para el votantetradicional del PSOE: rápido de reflejos, brillantepolemista, gran comunicador, con capacidad paracaer simpático cuándo quiere serlo, y con el plus,en el resto de España, del anti-pujolismo del quehacía gala cuando se desempeñaba en Madrid.

«Tranquilos, que este hombre deja muchosflancos —trataba Pedro Arrióla de apaciguar a lafeligresía del PP reunida en los “maitines” de lacalle Génova—, y como deje el espacio de centrovacío y sepamos movernos por ahí con soltura va atener muy difícil ganar unas elecciones».

Apenas unos días después de su deslumbrantevictoria en las urnas, Borrell publicó un artículo

en el diario El País, una especie de carta abierta aAznar sobre la reforma del IRPF en la que, por sialguien lo había olvidado, él mismo se encargó derecordar a tirios y troyanos su condición dehooligan de los impuestos. Fue un artículo quealarmó al mundo económico y que obligó al GrupoPrisa a posicionarse de forma inmediata. JaimeGarcía Añoveros, un especie de private dancer deJesús Polanco, se apresuró a darle un buenrapapolvo. Pepe Borrell ponía así al descubiertootro de sus flancos, importantísimo tratándose deEspaña, cual era su dificultad para «ligar» con elmundo de Polanco, un mundo acostumbrado altrato con neofabianos tipo Rubalcaba, Solchaga,Solana, Maravall, etc., pero radicalmente reñidocon la corriente jacobina por él representada. Elleridano había cometido uno de los errores másgraves de su corta andadura como candidato a laPresidencia del Gobierno: convertirse en unaamenaza para la cartera de don Jesús Polanco

Gutiérrez.«¿Un peligro para la buena salud de la

economía española? Que nadie se equivoque —aseguraba un ex alto cargo de Hacienda quedurante años trabajó a su lado—. Él será lo que leinterese ser. Su vena inicial es izquierdista, desdeluego, pero si le conviene jugar a thatcheriano seconvertirá en admirador de doña Margaret yvenderá que eso es lo mejor para los pobres. Éles, por encima de todo, un pragmático dispuesto abuscar su nicho».

El mundo del dinero, sin embargo, se habíaasustado. Frente a la incógnita Borrell, Almuniaofrecía para los ricos una clara imagen pro-sistema. Ese mundo había invitado a cenar aJoaquín durante la campaña de las primarias. «Esuna reunión que tenemos una vez al mes en la sededel BBV en Azca, en la que intercambiamosopiniones y a la que a menudo invitamos a unspeaker». Almunia cenó con Emilio Ybarra,

Isidoro Álvarez, Jaime Carvajal, Arturo Gil, JoséMaría Cuevas, Carlos Ferrer, Espinosa de losMonteros, García Diez, Joan Rosell, Pérez Nievasy algún otro. Una cena que hubiera pasadodesapercibida si los responsables de la campañade Almunia, mayormente Pérez Rubalcaba, no sehubieran encargado de filtrarla, sin duda para dara entender un nivel de interlocución con lospoderes financieros del que carecía Borrell.

El recuerdo de la experiencia del primerGobierno Mitterrand en la Francia de 1981 y elefecto devastador que tuvo para la economíafrancesa estaba en las mentes de muchosempresarios. Es verdad que «un jacobino,ministro, nunca es un ministro jacobino», pero muypocos parecían fiarse de él. «Este es un locodoctrinario —aseguraba uno de los ilustresinvitados a la cena de Azca—, que se cree lo quedice y que, de entrada, puede colocarnos lasemana de treinta y cinco horas por decreto».

Felipe, Polanco y el mundo del dinero. Unapoderosa alianza se iba a poner en marcha paraacabar con la carrera política del candidatoBorrell a la Presidencia de la nación.

* * *

La primera tarea que se impusieron los«felipancos» consistió en evitar a toda costa ladimisión de Joaquín Almunia como secretariogeneral del partido, para lo que contaron con lasorprendente ayuda del propio Borrell, que, alcoincidir en ello con los deseos de Felipe, creyóingenuamente ganarse el favor del chamánsocialista.

Había que establecer un estrecho mareaje entorno a la estrella errante del ganador de lasprimarias, y mantenerlo atado en corto para

minimizar los eventuales riesgos que para elaparato y para la cartera de Polanco pudieranderivarse de un candidato que iba por libre.

Parece que en la mañana del sábado 25 deabril, horas después de conocido el veredicto delas urnas, Almunia presentó su dimisión a laEjecutiva del PSOE, pero la realidad demostróque había puesto sobre la mesa la amenaza dedimisión sólo para asustar a los militantes,suscitando el voto del miedo. La dirección delpartido, empleándose a fondo, consiguió congelarla renuncia hasta la reunión del Comité Federal del9 de mayo, ganando unos preciosos quince días demaniobra.

Con los candidatos enzarzados en unasoterrada pelea por el control del aparato electoraly la elaboración del programa con el que acudir alas próximas generales, ambos se embarcaron almediodía del miércoles 29 de abril en el AVE condestino a Sevilla, como las parejas de tronío se

embarcaban antaño en el Queen Elizabeth parapasar su luna de miel. Tras un corto paseo por elreal de la Feria de Abril hispalense, ambosvolvieron a sentarse frente a frente en el AVE, alas cinco de la tarde, camino de regreso a Madrid.

Y parece que el cha-cha-cha del tren cruzandomedia España a 280 kilómetros por horacontribuyó, al menos, a derretir el hielo, haciendoposible que un par de horas después de llegar aAtocha ambos se encerraran en la sede de Ferrazpara, en la madrugada del jueves 30 de abril, dar aluz un acuerdo en torno al reparto del pastelsocialista. De acuerdo con la versión oficial,Borrell pasaba a ser el «campeón» indiscutible delPSOE como líder de la oposición, mientrasAlmunia quedaba relegado a las domésticasfunciones de la dirección política y orgánica delpartido. El modelo bicéfalo se instauraba en elPSOE.

El candidato, sin embargo, había salido de

aquella encerrona nocturna despidiendo uninconfundible tufillo a perdedor: Almunia sereservaba la presidencia del grupo parlamentario yde la comisión que habría de redactar el programaelectoral, de modo que difícilmente el ganador delas primarias podía erigirse en «líder de laoposición». El corolario era que González, Bono,Chaves y el «cañón Bertha» de Polanco le habíantendido una trampa para elefantes, en la que elcandidato había tardado menos de una semana encaer. Con tan poderosos enemigos dispuestos asegarle la hierba bajo los pies, a Borrell leesperaban días muy difíciles.

El acuerdo, en efecto, provocó la satisfacciónindisimulada de los Polancos: «El factor Borrell(y Almunia con él)» tituló Pradera en rima sueditorial del sábado 2 de mayo. Los prebostes dePrisa acababan de descubrir las bondades delrefrán castellano que asegura que no hay mal quepor bien no venga. El árbol de las primarias había

dado un fruto perverso que, bien aprovechado,podía, sin embargo, ahorrar al PSOE la larga ypenosa travesía por el desierto de la regeneraciónque habían tenido que realizar los partidoshermanos del Reino Unido (veinte años habíatardado el Partido Laborista en volver al poder),Alemania (dieciocho años) e incluso Francia.

Tal vez nada estaba perdido. Tal vez un Borrellbien cogido del ronzal por Almunia y el aparatopodía hacer más fácil el tránsito por el atajo quedebía conducir al PSOE de nuevo al poder, sinnecesidad de cambiar nada ni a nadie.

Las fuerzas vivas del PSOE, sin embargo, noestaban dispuestas a olvidar la derrota de lasprimarias ni «el pasado» del candidato. Para ellas,Borrell era «un cuerpo extraño, un añadidoespurio que distorsiona, retuerce y enloquece laestructura normal del partido», aseguraba uneconomista muy cercano a Carlos Solchaga. «Elproblema es que no sabe nada de nada. No sabe de

economía, fuera de los cuatro trucos que haaprendido, y tampoco sabe de sanidad, ni de obraspúblicas, ni de… Y cuando habla, mete la pata ydice lo contrario que Almunia, y todos nosllevamos las manos a la cabeza porque la gente seva a dar pronto cuenta de lo que muchos sabemoshace tiempo: que es un bluff».

El domingo 3 de mayo, Luis Yáñez, convertidoen sorprendente mano derecha del candidato, yCipriá Ciscar firmaban un acuerdo de nuevepuntos que salvaba la legitimidad del 34ºCongreso (Almunia era el secretario general) y lade las primarias (Borrell era el candidato a laPresidencia del Gobierno y el líder social yparlamentario).

Sólo las bases confiaban en él, un detalle quenunca ha significado gran cosa para las oligarquíasde los partidos políticos españoles. Frente aAlmunia, percibido como un fiel lugarteniente aquien González había recurrido para que le

guardara la silla mientras bajaba a comprar tabacoal estanco de los GAL, Borrell era consideradopor la militancia como una verdadera alternativa,sentimiento que tuvo su reflejo en las encuestas,las cuales, inmediatamente después de lasprimarias, le otorgaron hasta diez puntos deventaja sobre Aznar en unas hipotéticas eleccionesgenerales.

Para la inmensa mayoría de honradosmilitantes socialistas, el de La Pobla de Segurtenía la ventaja de actuar como «efecto esponja»sobre el pasado de corrupción de los últimosgobiernos socialistas. ¿Significaba Borrell el finaldel felipismo? La más elemental prudenciaaconsejaba no entregarse a juicios precipitados.«Borrell no es enemigo del felipismo —asegurabaFederico Jiménez Losantos—, porque el felipismoes esencialmente una estructura de poder, y porqueel polanquismo no está para hacer ningunarenovación».

* * *

Ocurrió, sin embargo, que el ímpetu inicial delcandidato se extinguió enseguida como cohete deferia. En efecto, a la altura de julio del 98 el«efecto Borrell» se había transformado en el«efecto gaseosa». Humo que en dos meses se llevóel viento.

¿Qué había pasado? Que al genio elegido porla militancia para poner a José María Aznar depatitas en la calle le habían puesto la cara delrevés. El esperado cuerpo a cuerpo tuvo lugar conmotivo del debate sobre el estado de la Nación, yallí, en la tribuna de oradores, donde se suponíaque las innatas cualidades del candidato, suademán fácil, su verbo inflamado, sus felinosreflejos acabarían con el presidente a las primerasde cambio, allí precisamente se llevó Borrell unrevolcón que habría de resultar mortal de

necesidad para el futuro de su carrera política.Pocas veces un aspirante recibido con tanta

expectación había quemado sus naves con tantarapidez. El resultado del debate sirvió paraenvalentonar definitivamente a los muchos y muypoderosos enemigos de Borrell dentro del aparatosocialista. Aquellos que albergaban algunaesperanza electoral con él, la perdieron. Elporcentaje de los que pensaban que el PP ganaríalas próximas generales subió de forma llamativatras el espectáculo del Congreso de los Diputados.El candidato era un soldado al que habían enviadoa la batalla con una sola bala en la recámara de sufusil, pero ¿le dejarían utilizarla o decidirían darcon él en tierra sin esperar siquiera a laselecciones generales?

El fiasco Borrell —que se iría acentuando ensucesivos debates parlamentarios— no hizo sinoconsolidar la idea de que la «derrota dulce» del 3de marzo del 96 se estaba convirtiendo en una

realidad más amarga de lo que muchos pudieronimaginar. En la primavera del 98, cumplidos dosaños del Gobierno Aznar, con la economía enplena fase expansiva, el ciclo político parecíaempeñado en regalar dos mandatos al austero ybigotudo castellano que a la sazón regía losdestinos de España. Los ciudadanos, que duranteaños se habían mostrado encantados con la graciasevillana de González, parecían ahora mucho másinteresados en buscar empleo, comprar coche,pedir una hipoteca y prosperar. Se acabó la feria.

Y ocho años eran tiempo suficiente para que elpaís experimentara un cambio drástico. Incluso enel caso de que el PSOE volviera a ganar lasgenerales del 2000, la España que tendría quegobernar sería muy distinta de la que dejó enaguda crisis económica e institucional en 1996.

El PSOE se convirtió en un gallinero. Elbinomio se transformó en terna. Almunia por unlado, Borrell por otro y, entre ambos, el fantasma

de un González que, cual Júpiter tonante, aparecíacada dos por tres en escena con su dedoadmonitorio levantado para recordar un ¡aquíestoy yo! crispado, agresivo, hosco. Un Felipe aquien sus preocupaciones judiciales volvíanmiserable, angustiado por el ingreso en la cárcelde José Barrionuevo, temeroso de que, privado delibertad, su antiguo subordinado pudiera un díacomenzar a hablar, arruinando definitivamente supaso por las páginas de la Historia.

Los dos principales protagonistas del casoMarey, «Pepe» Barrionuevo y Rafael Vera,ingresaron en prisión a las siete de la tarde deljueves 10 de septiembre del 98, tras un par debochornosas jornadas que culminaron en ellamentable espectáculo que algunos dieron enllamar «la batalla de Guadalajara bis».

González —que se jugaba mucho en elmantenimiento de la moral de los condenados— sehabía visto obligado a salir a la palestra y

colocarse de nuevo al frente del PSOE, reduciendola figura de Borrell a la de un pigmeo acobardado,dispuesto a contemplar el espectáculo desde unaesquina. Aquella tarde, más de uno pensó que lasaguas del PSOE habían vuelto a su cauce, y que noera aventurado pensar que Felipe, de nuevo en elpuente de mando, volviera a ser el candidatosocialista a la Presidencia del Gobierno.

El horizonte judicial del «carismático líder»no invitaba, sin embargo, a las alegrías. Lasseñales que llegaban del Tribunal Supremo no erannada tranquilizadoras. Algunos jueces ymagistrados parecían decididos, al margen de laideología, a devolver el respeto a la Justiciahaciendo una escabechina con todo lo que cayeraen sus manos. Los acusados de Filesa, la MesaNacional de HB y Mario Conde, entre otros, yahabían resultado empitonados. «Hay que tenercuidado de no saltarse ni un semáforo —asegurabaun conocido político popular—, porque quien

caiga ahora en manos de un juez va para el trullo.Aquí no se salva ni Dios, que decía Blas deOtero».

La preocupación de González, con todo, noestaba centrada tanto en el caso Marey como enlos juicios del GAL que vendrían después,especialmente en el de Lasa y Zabala, unosasesinatos especialmente dramáticos, cuya meradescripción en pública audiencia podía tener unefecto devastador sobre él.

* * *

Nadie tan desencantado con la pobreperformance parlamentaria de Borrell como losPolancos. A la altura del verano del 98 pensar enGonzález —dando por sentado un final feliz en labatalla judicial del ex presidente— como

candidato a unas hipotéticas elecciones generalesen el 2004 significaba para Jesús Polanco unaespera de seis años, demasiado tiempo para remarenfrentado al Gobierno, casi una eternidad sin elfavor político y un riesgo excesivo para elnegocio. Aquéllos eran años suficientes parapermitir la consolidación de grupos alternativos decomunicación capaces de competir con ventaja conPrisa. Una apuesta complicada, difícil de mantenerhasta el final. ¿Esperar seis años cruzados debrazos? De momento, y mientras se decidía lasuerte de Pepe Borrell, la única salida al alcancedel grupo de comunicación más influyente del paísconsistía en tratar de impedir por todos los mediosuna nueva victoria del PP en las generales o, entodo caso, hacer imposible la mayoría absoluta.¿Cómo? A base de la medicina tradicional: palo ala burra blanca, palo a la burra negra.

Al servicio de esa estrategia, Juan LuisCebrián dimitió de su cargo de consejero delegado

de Sogecable para volver a tomar las riendasperiodísticas del Grupo, relanzando sustradicionales puntos fuertes, aquellos que le habíandado dinero y fama a su dueño, es decir, lautilización de El País como máquina ideológica yde amedrentamiento del contrario, el uso del«cañón Bertha» contra las posiciones delGobierno por dos vías: las acusaciones decorrupción contra miembros del PP, una estrategiaque se pondría en marcha fundamentalmente apartir del verano del 98, y el fuego graneadocontra los peones más significativos delpresidente.

Como todo cazador inteligente, Cebrián se ibaa echar al monte dispuesto a irse cobrando laspiezas una a una: Pedrojota (o el principal apoyomediático), que había quedado malherido comoconsecuencia del vídeo sexual; Villalonga (o losrecursos financieros de Telefónica), un asedio quehabía cumplido ya su segundo año, y Francisco

Álvarez Cascos (o la derecha sin complejos), aquien había que dar el empujón definitivo.Adicionalmente, había que preparar una operaciónespecial para frenar en seco el impulso ascendentede Josep Piqué (o la nueva imagen del centro). Setrataba de dejar desprotegida la ciudadela del granjefe, a quien había que privar de sus máximosapoyos.

Sólo una cosa podía alterar estrategia tancuidadosamente diseñada, y era que el Gobierno,temeroso de las consecuencias sociales yelectorales de la crispación creada por Prisa,enarbolara bandera blanca y ofreciera a Polancouna negociación favorable que le sacara delatolladero de Sogecable, y abriera la puerta a untrato de favor similar al que había disfrutado conlos gobiernos de González.

Si durante la primera mitad de la legislatura latarea del binomio PSOE/Prisa como oposición alGobierno Aznar se había centrado en intentar su

liquidación por la vía rápida, durante la segundamitad, el matrimonio de intereses Felipe/Polancose iba a ver abocado a una estrategia de desgastemucho más lenta, ingrata y dura. Con el PSOEconvertido en un gallinero, la labor de oposicióniba a recaer definitivamente sobre las espaldas deCebrián, quien, desde las páginas de El País,convertido de hoz y coz en un periódico departido, se disponía a marcar día a día, a través desus editoriales y noticias relevantes, la labor deoposición del PSOE en el Parlamento. Nuncacomo hasta ese momento iba a quedar tan enevidencia la condición del PSOE como partidogregario de un grupo de comunicación.

Alguna gente podrá argüir que eso fueprecisamente lo que hizo El Mundo con el PPdurante el último Gobierno González. Con unapequeña diferencia: que durante la legislaturaAznar el director de la Guardia Civil no se hafugado a Laos; que el gobernador del Banco de

España no ha engañado al Fisco; que el ministrodel Interior no se ha metido en el bolsillo losfondos reservados; que el Estado no ha organizadouna banda terrorista; que la Inspección deHacienda no ha robado, y así sucesivamente.

* * *

Francisco Álvarez Cascos encabezaba la listade los potenciales objetivos. Es proverbial laanimadversión que los «felipancos» sienten haciael vicepresidente primero del Gobierno, unsentimiento que parece estar sustentado en la totalausencia de complejos ante la «progresía» deizquierdas de la que tradicionalmente ha hechogala.

Cascos, en efecto, se ha convertido en estalegislatura en martillo del felipismo y de su

soporte mediático, el polanquismo. Y ambos, enjusta reciprocidad, le han distinguido con unensañamiento especial. Con escasos resultados,porque sus enemigos no han comprendido que alasturiano no le importaba terminar en la cunetapolítica. Al contrario que Rodrigo Rato, primercandidato a suceder un día a José María Aznar,Álvarez Cascos no participa en ese juego. Él,como ocurriera con Alfonso Guerra durante losprimeros gobiernos González, está en esa trincherapara llevar a cabo una serie de trabajos ingratos.Sabe que se puede quemar, pero no le importa. Esun papel que tiene asumido y que está dispuesto adesempeñar hasta el final.

En los días previos al inicio del juicio Marey,el felipismo y sus altavoces mediáticos sacaron arelucir la historia de su entrevista con Pedrojota yel abogado de José Amedo en el despacho deldirector de El Mundo, en la cual el entoncessecretario general del PP habría prometido el

indulto al ex policía si cambiaba el sentido de sudeclaración ante los tribunales inculpando aGonzález.

El asunto llegó al Parlamento el 22 de abril del98, días antes de las famosas primarias. Pero,como ya ha quedado relatado, Cascos no sólo sedefendió, sino que contraatacó con dureza,apuntando a Felipe como jefe de la trama político-policial de los GAL. González llegó a referirse aél como «el perro rabioso de ayer, que sabe todosobre los servicios secretos, y él sabe que yo losé, pero no sabe cuánto sé y puedo decir que ayermintió, pero que le va a costar seguir mintiendo».Al margen del tono, el fondo de la diatribarevelaba lo que desde el año 82 ha sido un secretoa voces: que el felipismo utilizó el Cesid, losservicios secretos, no para defender al Estado,sino para hurgar en la vida privada de las personascon fines partidistas e incluso personales.

Pero el vía crucis de Álvarez Cascos no había

hecho más que empezar. En realidad, elvicepresidente del Gobierno contaba con todas laspapeletas para ser objeto de las iras de Polancodesde que, tras el famoso 24 de diciembre del 96,había bajado a la arena para dirigir personalmentelas operaciones de la «guerra digital» contra ungrupo de presión que le había echado un pulso alGobierno legítimo de la nación.

Sobre Cascos había caído, además, unadesgracia inesperada cual era la sublevación delpresidente regional asturiano, Sergio Marqués, unhombre que había sido precisamente cooptado porél a la Presidencia del Principado. Un «accidente»político mortal de necesidad. Podría haber hechomutis por el foro al hacerse patente el cariz de unpersonaje que devino en una especie de reyezuelo,un jefe de bandería de esa tradicional derechalevantisca y montaraz, pero Cascos se dio poraludido, porque Marqués era una «criatura»política suya, de modo que, muy en línea con su

carácter, entró a ese trapo con la energía de un torode lidia causando muy serios destrozos. «Vamos aperder Asturias —aseguraba un líder del partido—, porque la imagen de prepotencia, deaplastamiento, de dureza que ha dado Cascos secompadece mal con esa idea de centro edulcoradoque quiere vender Aznar. Lo de Asturias nos hahecho un daño enorme».

El vicepresidente primero, por otro lado, sehabía convertido en el principal valedor del PNVante el Gobierno Aznar. Frente a las posiciones defirmeza de un Mayor Oreja, el «malo» oficial deArzalluz, Cascos —con el visto bueno delpresidente— había querido desempeñar el papelde interlocutor privilegiado con el nacionalismovasco, ser el «bueno» del pope euskaldún, hasta elpunto de que entre ambos se estableció una líneade afinidad, una relación de confianza que, en elnuevo escenario político propiciado por el Pactode Estella y la declaración unilateral de tregua de

ETA, no era precisamente la mejor tarjeta de visitahacia el futuro.

Last but not least, el asalto a la fortaleza deCascos por parte del Grupo Prisa iba a tener lugarsobre un campo de minas que, según creenciageneralizada, el propio vicepresidente había idodejando a lo largo del tiempo entre sus propioscompañeros de partido. «Durante sus años desecretario general, Cascos ha laminado yhumillado a muchos compañeros, de modo queahora hay demasiada gente dispuesta a subirse alcarro de la venganza, gente que hasta ahora no hamovido un dedo por puro miedo. Cascos lo tienejodido…», aseguraba un significado miembro delPP.

Ninguno se habría atrevido a enseñar la orejasi Paco Álvarez Cascos no hubiera tenido en frentea un grupo tan poderoso como Prisa y si, muchoantes, no hubiera hecho añicos el gran negocio queJesús Polanco pensaba hacer con la televisión por

cable, primero, y la digital, después. Porque,cuando a la altura de julio del 98 comenzaron losmás duros ataques contra él, Polanco era un señorque había pasado de ganar 10.000 millones depesetas limpios en el 96 con su Canal Plus aperder más de 3.000 millones al mes por culpa deCanal Satélite Digital (CSD), y todo paraconseguir apenas 72.000 nuevos abonados, puestoque la gran mayoría eran producto de la migracióndesde Canal Plus a CSD. Estaba claro que losPolancos no le iban a perdonar nunca.

Una obcecación que sorprendía al propioafectado, «porque yo no he pretendido perjudicaral señor Polanco, es más, recuerdo que uno de misprimeros actos públicos, recién formado elGobierno, fue acudir a la celebración del 20aniversario de El País, el 3 de mayo del 96».

«No me dedico a fabricarme enemigos. Ahorabien, si alguien imagina que un gobierno puedeestar sometido a las decisiones de un grupo de

comunicación, por importante que sea, estáequivocado. Yo tengo muy claro dónde empiezan yterminan las responsabilidades del Gobierno y delos agentes económicos. Es posible que losseñores de Prisa no entiendan eso, porque,acostumbrados a tener al Gobierno a su servicio,quieren que también éste sea su lacayo. Eso nopuede ser, de modo que si por tal motivo meconvierten en su enemigo es su problema. No estoydispuesto a tener aquí abierta una oficina deintereses para nadie».

* * *

La ocasión de cargar contra él se presentó conmotivo del «viaje al centro» de José María Aznar,en el verano del 98. A la cacería, comodemostración de la fuerza de arrastre que ejerce El

País, se sumaron casi todos los medios decomunicación, generalmente con tanta conviccióncomo ausencia de base informativa.

Para unos y otros, el anuncio de que Cascosdejaría la Secretaría General del PP en elCongreso a celebrar en enero del 99 no era sino laprueba del nueve de que el vicepresidente habíacaído en desgracia, y de que el viaje al centro deAznar se iba a cobrar, tras la dimisión de MiguelÁngel Rodríguez, su segunda víctima deimportancia.

El propio interesado había manifestado endiversas ocasiones su deseo de abandonar elcargo. En marzo del 97 lo había hecho en unaentrevista aparecida precisamente en El País, ycuantas veces había sido preguntado al respectohabía respondido en la misma línea:«Efectivamente, quiero dejarlo, pero sin ánimo deconvertir eso en noticia, simplemente como algonormal. Tan normal que ese deseo mío no fue

nunca titular de periódico durante el año 97, nidurante la mayor parte del 98, excepto cuando aalguien le convino sacarlo a colación».

Ya antes del verano del 98, cuandocomenzaron a florecer los primeros rumores entorno a su situación, Aznar, en el curso de undespacho rutinario, abordó la cuestión en términoscoloquiales:

—Oye, Paco, ¿sigues manteniendo lo de dejarla Secretaría General?

—Por supuesto. Ya sabes que quise que miúltimo mandato fuese el del 93. Me pediste quesiguiéramos hasta el 96 y creo que ya es hora depasar página.

—De acuerdo, de acuerdo. Te lo preguntoporque habrá que ir tomando algunas decisionesprevias.

—Que sepas que no lo hago sólo por mí, sinoporque considero que te viene bien a ti y le vienebien al partido, al permitir ir haciendo los ajustes

necesarios.Pero la ola del «casquicidio» fue ganando

cuerpo, hasta convertirse después del verano enuna verdadero maremoto. El lastre que elpresidente del Gobierno pretendidamente queríasoltar incluía, además de al vicepresidenteprimero, a toda una serie de personajes de la viejaguardia, caso de Gabriel Cisneros, Martín Villa,Ortí Bordás y algún otro. Era como si, además deun tirano despiadado, Aznar fuera una suerte deRambo que, metralleta en mano, estuvieradispuesto a fumigarse a todo aquel que le hubieraayudado a llegar hasta la cumbre.

El líder del PP habló por fin en la JuntaDirectiva Nacional del partido celebrada aprincipios del otoño. Acostumbrado a reírse conmuchas de las cosas que se publicaban, consideróque el asunto había rebasado ya los límites de lalógica:

—Habréis visto en las últimas semanas que, al

hilo del supuesto giro al centro, mucha gente andadiciendo que me voy a cargar a Fulano y aMengano y a Zutano, todos de golpe, hasta el puntode que, en realidad, lo único que no ha salidopublicado todavía es en qué cementerio los voy aenterrar… Ni que decir tiene que todo es undislate, y que, sobre este asunto, sólo quierorecordar a la Junta Directiva y a todos los que meconocen un poco que yo siempre he hecho lasrenovaciones por adición.

Una explicación que casaba con la líneaargumental del asturiano, según la cual seequivocaban quienes creían que ese girosignificaba que Aznar iba a mandar a galeras aquienes hasta entonces habían estado a su ladopara sustituirlos por nuevos y taumatúrgicosdescubridores de un nuevo centro. Y seequivocaban porque la filosofía de Aznar es la dela «renovación por adición».

Pero la tormenta parecía imparable. En aquel

ambiente desquiciado, unas cortas vacaciones delvicepresidente dieron lugar a un embrollo dedimensión casi nacional. La verdad es que lasvacaciones de Álvarez Cascos (que suele tomar enseptiembre u octubre, en función de las de Aznar)han dado mucho juego periodístico a lo largo de lalegislatura.

En efecto, a finales de septiembre del 96, elvicepresidente se largó aquella frase, plena definura, del «terrorismo de bodeguilla», de modoque cuando, en la primera semana de octubre,aprovechando la ausencia de sesionesparlamentarias, Cascos se fue de viaje, losfelipistas encontraron una explicación muy ad hoc:«Aznar ha mandado al lenguaraz éste devacaciones…».

Los divertidos episodios provocados por lasvacaciones de Cascos en octubre del 96 y del 97iban a quedar en nada comparados con lamarimorena que se armó en el 98. A petición

socialista, las vacaciones parlamentarias de laprimera semana de octubre fueron trasladadas a lasegunda, lo que obligó a Cascos a hacer otro tantocon su tradicional escapada otoñal. Pero lasegunda semana del mes incluía la festividad del12 de octubre, de modo que no compareció en lascelebraciones correspondientes. ¡Gran crisis deGobierno! Es verdad que también faltaba RodrigoRato, pero Rato no contaba para los fines que seperseguían. En plena vorágine especulativa,alguien llegó a mencionar que había viajado aHouston para hacerse una revisión. Algunosestaban dispuestos a matarle, y no sólometafóricamente.

Cascos y su esposa, Gema, no estaban enHouston, sino en Miami. En el viaje de ida habíaocurrido una curiosa anécdota. Una azafata,primero, y el comandante del avión, después, lesinvitaron a pasar a primera clase, donde habíaasientos vacíos. Ante la negativa de los

agraciados, el comandante volvió a insistir con unargumento definitivo:

—¡Es que en el avión mando yo!—En el avión mandará usted —respondió

Cascos—, pero en el Congreso de los Diputadoslas preguntas las contesto yo.

Entre bulos que a menudo rozaban el malgusto, una mañana, con esa forma casual que tienede abordar los temas, Aznar le sorprendió con unapregunta:

—Oye, Paco, no estarás preocupado con loque se está publicando estos días, ¿verdad?

—José María, ¿tú has dicho algo por lo que yotenga que preocuparme?

—Ni una palabra, que yo sepa.—Pues olvídate, porque el día que yo tenga

unas décimas de preocupación te lo plantearédirectamente.

La conversación acabó entre risas. Y, como esnorma en el presidente, en el silencio contiguo.

Los que confían en que Aznar cierre unaconversación con una frase rotunda pueden esperarsentados. Es una forma de ser que provoca nopoco desconcierto entre quienes acuden aplantearle un problema y creen irse de vacíoporque el presidente no ha rematado la faena conuna media verónica. En tales ocasiones, es Cascosquien oficia de acreditado hermeneuta:

—Pero, vamos a ver, ¿qué os ha dicho Aznar?—Nada. Sólo nos ha escuchado.—Suficiente.

* * *

A primeros de octubre, el presidente invitó aalmorzar a cuatro directores de periódico y, enpresencia de Pedro Antonio Martín Marín, abordóel inevitable caso Cascos:

—Sólo os voy a decir una cosa sobre esteasunto —anunció—, porque no quieroentretenerme en esta clase de especulaciones, y esque estáis meando fuera de tiesto, porque mientrasyo esté aquí Cascos va a estar en su despacho, demodo que allá vosotros, pero que sepáis que esteseñor estará conmigo hasta que él quiera,

La tormenta, sin embargo, no había pasado. Elmiércoles 11 de noviembre, la Junta DirectivaNacional del PP puso en marcha el XIII Congresodel partido, dejando en evidencia la ausencia deÁlvarez Cascos de cualquier papel protagonista.José María Aznar, en gran maestre de ceremonias,dio los nombres de los elegidos para la gloria delsiglo XXI: el vicepresidente económico, RodrigoRato, y el ministro de Trabajo, Javier Arenas,encargados de la redacción y defensa de lasponencias más relevantes. Como aspirantes fueronnominados Eduardo Zaplana, Luisa Fernanda Rudíy Ángel Acebes. Pío García Escudero recibió el

encargo de presidir la comisión organizadora delevento.

Ni una sola mención a Álvarez Cascos. Ni unareferencia a su desaparición de las tareascongresuales. Una actitud que muchosconsideraron una crueldad innecesaria, porque unasola frase de recordatorio en labios del presidentehubiera servido para salvarle la cara y evitar elchaparrón de especulaciones que de nuevo seavecinaba. Cascos parecía definitivamente muerto,y el silencio de Aznar era su peor sudario.

«Aznar margina a Cascos y apuesta por Rato yArenas», tituló El Mundo a toda plana. Los mediosde comunicación se lanzaron sobre los despojosdel vicepresidente primero del Gobierno. Era lahora de la revancha para todos aquellos queguardaban en el armario de la memoria algunaafrenta del todavía secretario general.

Cascos partió a las pocas horas paraCentroamérica, acompañando al príncipe Felipe

en visita a las zonas devastadas por el huracánMitch, dejando sobre la piel de toro su carrerapolítica atacada por los cuatro puntos cardinales.«Da asco ver cómo gente que tiene la lenguamarrón de adularle, corre ahora a manifestar suadhesión inquebrantable a Pío García Escudero —señalaba Juan José Lucas ante un grupo deperiodistas—, y todo porque Pío se va a encargarde confeccionar las listas electorales para laspróximas generales».

En Madrid, el entorno de Álvarez Cascosasistía alucinado al festín. «Ya sabíamos lo queiba a pasar al acercarse el Congreso. En realidad,sabíamos lo que iba a pasar cuando, hace ya másde un año, Paco anunció su intención de dejar laSecretaría General, y lo sabíamos porque haymuchas facturas que la gente se quiere cobrar enesta hora… —señalaba su jefe de prensa,Florentino Alonso—, y esto va a seguir así hastaque se celebre el Congreso».

Especialmente llamativo resultó el tratamientodado por El Mundo al apartamiento delvicepresidente, «porque Pedrojota es un hombre alque Paco ha ayudado mucho, más de lo que puedaimaginarse». Pero el propio Cascos decía seguirbastante tranquilo, «y también bastante alucinado,entre otras cosas porque yo nunca he participadoen la redacción de las ponencias de los congresosdel PP».

Cercana ya la Navidad del 98, el PartidoPopular celebró un acto multitudinario en el hotelEurobuilding de Madrid, con cena incluida. A lospostres, el presidente tomó la palabra para, casi alfinal, sorprender al respetable con un serenoalegato en favor de su vicepresidente primero. Yentonces, a punto de levantarse la reunión, cuandoalguna gente abandonaba ya sus asientos, conAznar citando a Cascos, hablando elogiosamentede Cascos, pudo observarse, con la escasadiscreción que la situación permitía, cómo algunos

de los que ya le daban por muerto trataban dereubicarse cerca del supuesto «cadáver» paradarle sus más fervientes parabienes. La política.

Sin embargo, la marejada del Congreso pasó.Álvarez Cascos abandonó la Secretaría General yaquel cadáver que muchos creían bien muertosigue vivo y coleando. «¿Pero es que alguienpensó que Aznar iba a cambiar de golpe su métodode trabajo? —se pregunta uno de los “fontaneros”de Moncloa—. La semana siguiente del Congresovolvieron a reunirse de nuevo, como todos loslunes del año, en la sede de Génova o en elpalacio de La Moncloa, las mismas personas, losAznar, Rato, Arenas, Mayor Oreja, Rajoy, Piqué,Martín Marín, Acebes y Arrióla para los“maitines” de los lunes. Y allí estaba,naturalmente, Paco Cascos».

* * *

El mismo Congreso en el que FranciscoÁlvarez Cascos dejaba la Secretaría General delPP con cierto aire de político amortizado asistía ala consolidación de Josep Piqué como valor enalza dentro del partido y del Gobierno. La estrellaque durante años alumbró la dura travesía deldesierto del PP se ponía por el ocaso mientras enel horizonte político español emergía un astrollamado a brillar muy pronto con luz propia.

Piqué, presente en la foto a la derecha del Diospadre Aznar, aparecía como el triunfadorindiscutible de un Congreso que había puestobroche de lentejuelas al «giro al centro». Elministro de Industria y portavoz del Ejecutivo, queaprovechó la ocasión para oficializar su militanciaen el partido, aparecía a los ojos de muchoobservador sagaz como un candidato capaz decompetir un día por la sucesión, sin duda un casode inusitada precocidad en un hombre que dosaños antes había entrado en la política casi por la

puerta de servicio.En realidad, Josep Piqué era la sorpresa de la

política española, el visitante inesperado, la cartaque Aznar se había sacado de la manga paraponerle rostro —dialogante, persuasivo,«centrado»— al famoso giro de su Gobierno. Lacomparación, simplemente gestual, con MiguelÁngel Rodríguez no podía resultar más llamativa.El PSOE, sorprendido por una aparición con laque no contaba, tardó en reaccionar. Y fue, comode costumbre, el Grupo Prisa quien advirtió elpeligro que este hombre entrañaba.

La tregua concedida por el PSOE a la «caraamable» del Gobierno del PP duró exactamentecinco semanas. El 17 de agosto, la cúpulasocialista, martirizada por las consecuencias de lasentencia del caso Marey, se lanzó contra layugular de Piqué. Se acabo lo que se daba. Elministro portavoz había dicho que el Gobiernomostraría altura de miras con Vera y Barrionuevo

siempre que hubiera «una asunción de lasconsecuencias y del contenido de la sentencia»,afirmación que desató la furia del felipismo. SegúnRubalcaba, el hombre que con Cebrián, y a lasórdenes directas de Felipe, iba a dirigir elcañoneo contra el catalán, «esto lo sitúa en la líneamás chantajista del Gobierno. Va a acabarhaciendo bueno en poco tiempo a Miguel ÁngelRodríguez».

Recién llegado a la portavocía, Piqué recibióel encargo del presidente de intentar estableceruna relación normal con todos los medios decomunicación.

—¿Eso significa que tengo que hablar conPolanco?

—Naturalmente. Ya sabemos que El País va ahacer todo lo posible para que no ganemos laspróximas elecciones, pero vamos a tratar deestablecer al menos una relación civilizada, a versi podemos acabar de una vez con este período de

hostilidades.Piqué llamó entonces a Polanco, y el dueño de

Prisa, un caballero, le invitó a cenar en su casa deMéndez Núñez. El mes de julio caminabaaceleradamente hacia su final, con la promesa deunas vacaciones inmediatas. En un ambienterelajado, Polanco y Piqué cenaron mano a mano,se tantearon cordialmente y se emplazaron para unnuevo encuentro que tendría lugar después de lasvacaciones, «como a finales septiembre», propusoel editor. Una cena elegante, donde no se tocóningún tema que pudiera provocar riesgo dechispazo.

Y, en efecto, en septiembre ambos entraron denuevo en contacto para repetir el ágape de julio,tan agradable él, pero esta vez Polanco preguntó alministro si tendría inconveniente en que acudieratambién Cebrián, y el ministro respondió queninguno, Jesús, faltaría más, pero que si iba a estarpresente Juan Luis él acudiría acompañado, si no

te importa, claro, por el secretario de Estado de laComunicación, Pedro Antonio Martín Marín, yPolanco que nada, estupendo, haremos una cena acuatro, ¿queréis venir a casa?, no hay ningúnproblema, Jesús, pero creo que me toca invitar amí, de modo que te propongo que os vengáis acenar aquí, ¿dónde?, ¿a Moncloa?, sí, a Moncloa,si no tienes inconveniente, no, no, en absoluto,mira, será la primera vez que vaya allí con JuanLuis desde que gobierna el PP, ¿no me digas queno habéis estado en Moncloa desde abril del 96?,sí, hemos estado, pero no juntos, ah, pues mira,magnífico, ya es hora de arreglar eso…

De modo que un viernes de principios deotoño del 98 los hombres fuertes de Prisa poníanpie en el recinto presidencial para cenar encompañía del ministro portavoz y el secretario deEstado de la Comunicación.

Fue un ágape distendido, agradable, manejadocon habilidad por ambas partes, dispuestas a

evitar que los escollos que pudieran surgir en elcamino impidieran un final feliz.

Allí estaba el nuevo centro derecha españolcompartiendo mesa y mantel con otra derecharancia, falangista, travestida de izquierdaafrancesada y snobisb, izquierda «progre» que,con el felipismo por muleta, se había adueñado apartir del 82 de gran parte del pastel patrio y secreía tocada por el dedo de Zeus para reinarmuchos años sobre las parameras de España,porque aquí, decía Polanco a la altura del segundoplato, aquí la izquierda no ha gobernado nunca y laderecha siempre, bueno, vamos a ver, sí, laizquierda ha gobernado algo más de trece años,pero es que la derecha lo ha hecho siempre.

—Pues eso no es verdad, Jesús, porque, si mepermites una reflexión…

—Sí, sí, claro, cómo no.—Es verdad que la izquierda democrática ha

gobernado, y habría que decir que con tics

autoritarios muy fuertes, esos casi catorce años,pero ya gobernó con anterioridad, y mejor que nonos acordemos de la experiencia.

—¿Qué quieres decir?—Que mejor que no nos acordemos del Frente

Popular en el 36, mejor que tampoco nosacordemos de lo que hizo en octubre del 34,cuando no se le ocurrió cosa mejor que montar ungolpe de Estado en toda regla, y mejor que nosolvidemos del 31 y Casas Viejas y la PrimeraRepública.

—Si te metes por esos caminos, ministro,cualquier estudiante de Historia podría sacarte loscolores con mil ejemplos de…

—Es que ahí quiero ir a parar, porque esverdad que la izquierda democrática no gobernóhasta el 82, pero también es verdad que la derechademocrática tampoco ha gobernado hasta el 96,ojo, no digo la derecha, sino la derechademocrática, porque, si hacemos abstracción de la

UCD, que fue un fenómeno muy peculiar, es laprimera vez que gobierna la derecha democrática.Lo mismo que la izquierda.

—Hombre, no deja de ser una interpretacióninteresante…

—No es una interpretación, Jesús, es larealidad, y si la izquierda democrática hagobernado esos trece años largos, ¿no vamos aconcederle a la derecha democrática la mismaoportunidad, o es que le vamos a negar a estanueva derecha la posibilidad de transformar elpaís? El drama del PSOE es que, en el fondo,piensan que el hecho de que no estén gobernandono es sólo una anomalía, sino una intolerableinjusticia histórica…

—Bueno, bueno, que todos los gobiernos creenque nadie hizo nada antes que ellos.

—Pues a la vista está lo que está haciendoéste… y, la verdad, a veces no os entiendo, porquelo que debería hacer un grupo como el vuestro es

criticar a este Gobierno porque el proceso vayatan lento.

* * *

Gracias a Dios era viernes y al día siguienteno había que madrugar, de forma que los cuatrocomensales se arrellanaron en otros tantosconfortables sofás para una larguísima sobremesaen torno a una botella de whisky de malta y muchohielo.

A Polanco y su lugarteniente les interesabanmuchas cosas, como el modelo de televisiónpública, los criterios de reparto de frecuencias deFM, el proceso de concentración de medios, lasideas en torno a la renovación de las licencias detelevisión privada…

Y Piqué, decidido a aprovechar la oportunidad

que le brindaba una partida en la que se jugabamucho, entró a fondo remontándose aguas arriba ala victoria electoral del PP, una victoria raspadacuando las encuestas habían pronosticado otra casiaplastante. Ese resultado, aseguró el ministro,provocó no poca decepción en las filas del partidoy un sentimiento de que no se conseguiría ampliarel margen en tanto en cuanto no se lograra alterarel desequilibrio existente en los medios decomunicación, claramente favorable al PSOE. Unaalternativa era decir, bueno, ahora que tengo elpoder voy a configurar el anti-Prisa…

—¡Que es lo que intentó hacer Rodríguez! —apostilló un sardónico Cebrián.

—Bien… No voy a entrar a valorar lo que hizogente que ya no está aquí. Repito, la alternativa erahacer el anti-Prisa y meter en un mismo saco atodo lo que se había opuesto al felipismo yquedaba fuera del ámbito de Prisa, con loesquemático que eso pudiera resultar, porque,

ciertamente, la sociedad española es mucho másdiversa y compleja que todo eso, pero bueno,alguien podía tener esa tentación juntando a laCOPE, a El Mundo, a Pedrojota, a Ansón…

—¡Pero, ministro, si eso es lo que estáhaciendo Telefónica!

—Mi opinión personal es que eso no se puedemeter en un mismo agujero, porque la derechaespañola es plural, de modo que el intento deaglutinar eso estaba condenado al fracaso, en mimodesta opinión. Al margen de que quienpretendiera crear un gran grupo anti-Prisa debíaser consciente de que eso no podía liderarlo elGobierno, porque los grupos de comunicaciónsiempre duran más que los gobiernos.

—Una interesante constatación que parecehaber olvidado el tuyo, ministro.

—La otra alternativa, que es la que desde aquívamos a tratar de impulsar, es la de ayudar, en lamedida de nuestras posibilidades, a construir y

consolidar una pluralidad de medios, para quecada uno juegue después el papel que tenga quejugar. Y que los diferentes grupos que se puedanconsolidar tengan su periódico, su televisión, suradio, de modo que frente a Prisa no haya un anti-Prisa, porque la sociedad española no se puedeorganizar a contramano, no se puede organizar«contra Polanco»…

—Que es, como ha dicho Juan Luis, lo que hatratado de hacer este Gobierno desde el principio—intervino Polanco.

—Yo no sé, Jesús, si este Gobierno ha tratadoo no de…

—Pues si no lo sabes, ministro, te lo digo yo.Este Gobierno ha llegado a legislar en contra de ungrupo de comunicación como el nuestrosimplemente porque no estábamos dispuestos aplegarnos a sus intereses, y ha llegado a poner enpeligro la existencia misma del grupo, bueno, porintentar, ha intentado hasta meternos en la cárcel,

inventándose un…—Jesús, yo no quiero convertir esta reunión

tan grata en un memorial de agravios. Lo quepretendo es mirar al futuro y exponeros cómovemos desde aquí ahora las cosas. No queremosfrentes contra nadie, y si en la izquierda hay unsolo grupo, porque el PSOE así lo ha querido, ésees su problema, porque la izquierda también esplural, y si la sociedad es plural y los partidos sonplurales, pues bien, ¡dejemos que se exprese esapluralidad!

—De acuerdo.—Por tanto, primera conclusión: no queramos

meter en el mismo saco aquello que no escompatible. Dejemos que la gente se exprese conlibertad, y que Pedrojota vaya por un lado, yPrensa Española por otro, y el Grupo Correo porel suyo, y así sucesivamente… Y que sea elmercado el que diga quién ha de ser más o menosfuerte.

—¡Espléndido, dejemos que sea el mercadoquien diga la última palabra —intervino unaparentemente divertido Juan Luis—, pero elmercado ya ha dicho desde hace tiempo quién es elmás fuerte, qué emisora es la más oída, quéperiódico el más leído, y lo que no se puede haceres perseguir o legislar para alterar la ley que hadictado vuestro sacrosanto mercado!

—Estoy de acuerdo. Pero sigamos adelante yestablezcamos unas reglas del juego: con totalhonestidad quiero deciros que este Gobierno no esni quiere ser beligerante contra un grupo decomunicación per se; el Gobierno es beligeranteen favor de la libertad de expresión y la pluralidaden los medios. Pero, ojo, eso significa que seacabaron los tratos de favor para Prisa, comoocurría en el pasado.

—¡Ya estamos con la historia de siempre! —rechazó, con disgusto, Cebrián.

—Sí, Juan Luis, ningún privilegio para Prisa,

pero tampoco para los de enfrente. Por lo tanto,allá Prisa y su mundo. Ninguna ventaja para nadie.Igualdad para todos. Lo que queremos es apuntalarla pluralidad, porque creemos firmemente que lacompetencia es buena para todos. Nuestra divisaes: liberemos las fuerzas, dejemos que fluyan y nopredeterminemos desde el Gobierno quién va deganador, porque lo contrario sería felipismo puro.

—Pues no parece que estéis siguiendo estecriterio, que suena muy bonito, la verdad, a la horade conceder las nuevas frecuencias de radio,porque en las comunidades con gobiernos del PP ala SER no le están concediendo ni una…

Eso no es así, Juan Luis —intervino un MartínMarín, que, procedente del mundo de la radio, seconsideró llamado a parte—. Si esos gobiernos noestán dando frecuencias a la cadena SER es poruna simple razón de equilibrio, por la necesidadde asegurar el pluralismo en la radio, en línea conlo que acaba de decir el ministro.

—Pues más parece que el pluralismo del quehabláis se reduce a cumplir las instrucciones deCascos… —replicó Polanco.

—Mira, Jesús —se revolvió Pedro Antonio—,no puedo entender vuestra obcecación con queaquí hay instrucciones «contra» cuando sólo lashay «a favor», pero a favor de que existapluralismo en los medios, respondiendo alpluralismo de la sociedad española. Ese es elproyecto y a eso vamos a jugar.

—Bien —retomó Piqué la palabra—, esto eslo que, grosso modo, yo os quería transmitir enesta cena: la intención del Gobierno de proceder aun cambio radical de su política de relaciones conlos medios, un cambio que sin duda nos traerádisgustos con la gente teóricamente más cercana anosotros, y seguramente a mí más que a ningúnotro, pero yo creo firmemente en esa idea. Éste esel camino: Pluralidad. Igualdad para todo elmundo. Privilegios para nadie.

—¡Te habrás percatado de que por ahí tepuedes ganar la enemiga de Ramírez! —señalóCebrián.

—No me importa. Sé que nos acusarán dehaber pactado con vosotros para que nos ayudéis aganar las próximas generales. ¡Qué le vamos ahacer! Lo que queremos es fijar una relación contodos los grupos en términos de igualdad. Repito:igualdad de trato con todos. Olvídense ustedes demí, Gobierno, que yo me olvidaré de ustedes. Seacabaron los interlocutores privilegiados. Nuncamás. Este Gobierno no va a perseguir a nadie,porque no está obsesionado con nadie.

En un momento determinado, Jesús Polanco,con el segundo whisky en la mano, puso sobre lamesa su bomba de relojería, sacó su «cañónBertha» a pasear abordando el tema de larenovación de las licencias de televisión privadaque tendrá lugar en julio del 2000. Al dueño dePrisa no le cabe duda de que el Gobierno Aznar

renovará la licencia de Canal Plus, pero ésa no erala cuestión. La cuestión era que, puesto que elacuerdo para la fusión de CSD y Vía ya estabafirmado, de modo que Canal Plus iba a ser «canalpremium» de esa futura plataforma única,«queremos plantearos la renovación de laconcesión, pero para emitir en abierto…».

Ha sido la frustración del Grupo Prisa en estosaños, porque Canal Plus da beneficios (no sin losenjuagues financieros que llevaron a sus rectoresante los tribunales por el caso Sogecable), pero noinfluye. Los telediarios de Canal Plus, a pesar deemitirse en abierto, no tienen audiencia y por lotanto no cuentan políticamente, y un grupo como elde Polanco, un opinion maker que vive de emitirideología, necesita una televisión que, además deganar dinero, sea ideológicamente relevante. Porsi fuera poco, las dos televisiones privadas enabierto han empezado, bien gestionadas, amostrarse como dos máquinas capaces de ganar

más dinero que todo el Grupo Prisa junto.

* * *

La petición de Polanco era el precio delacuerdo de paz que el cántabro estaba dispuesto afirmar con el Gobierno Aznar. Asegurada larentabilidad de la televisión digital y diluidos,gracias al cash flow de Telefónica (el acuerdoentre las plataformas se rompería meses después),los riesgos contraídos en CSD, una televisión enabierto vendría a ser la clave del arco que cerraríala composición de Prisa como grupo integrado,presente en todas las áreas del negocio de lacomunicación, además de asegurar un salto delorden de los 10.000 millones en los beneficiosanuales netos del cántabro. Y no hay que olvidarque el dinero es la única ideología de Jesús

Polanco o, dicho de otra forma, la ideología es laforma que Jesús Polanco tiene de ganar dinero. Lagran oportunidad del Gobierno para pactar con eleditor había llegado.

Sin embargo, Polanco iba a descubrir muypronto que Aznar no parecía dispuesto a renunciara sus principios. Piqué, en efecto, se felicitóporque Telefónica y Prisa hubieran llegado alacuerdo de fusionar sus plataformas, abriendo unaetapa de convivencia en los medios, aunque,carraspeó, había un punto que preocupaba alGobierno como socio que era de Vía Digital através de TVE, porque, «aunque no pondremosninguna objeción a los acuerdos económicos a quese lleguen, sí queremos dejar claro que el controlde los informativos no podrá quedarexclusivamente en vuestras manos».

—Pero bueno —prosiguió Piqué—, eso ya severá. Más difícil me parece atender esa peticiónpara cambiar la licencia de Canal Plus por una

concesión en abierto, porque, entre otras cosas,habría que cambiar la legislación y seria un lio.Por otro lado —señaló, con gran sorpresa de susinvitados—, el Gobierno tiene casi a punto undecreto para licitar una nueva licencia detelevisión de pago que tendrá catorce canales yque emitirá con tecnología digital terrestre.

Polanco no pareció tomarse a mal la negativainicial del ministro. Había tiempo por delante.Gran bebedor de whisky, se había servido sutercer trago cuando un incidente inesperado vino aalterar radicalmente el clima distendido de lareunión. Fue una intervención en la que un PedroAntonio con menos mano izquierda que Piquécriticó la natural tendencia, casi una vocación, delos grupos mediáticos a condicionar la acción delGobierno, «a querer decirles a los gobiernos loque tienen que hacer, cosa de la que se os haacusado a vosotros en el pasado», y esaafirmación, que entrañaba una crítica directa al

matrimonio de intereses entre felipismo ypolanquismo, sentó a don Jesús a cuerno quemado.

El editor, que llegó a llamar «niñato» a MartínMarín, esgrimiendo un «qué te has creído» comoargumento de autoridad, saltó como picado por elalacrán, surgió el Polanco del «no hay cojones»,volcán iracundo dispuesto a negar la mayor, jodidopor la vieja y constante atribución de esasrelaciones incestuosas con el felipismo, «yo nuncahe intentado influir sobre nadie, nunca, y esosfavores que se dice me ha hecho el Gobiernosocialista es una patraña inventada por genteenvidiosa y resentida que sólo buscadesacreditarme».

De modo que la cena, que se pretendía comoun intento de confraternizar, acercar posturas,dulcificar perfiles entre una «derechona» que sereclama centrista y esa progresía adinerada que searroga el título de haber traído la democracia aEspaña, resultó en vano, devino en fiasco por

culpa de la súbita explosión de ira del cántabro,estallido de cólera, arrebato de orgullo herido quemandó a tomar viento las buenas intenciones dePiqué. Y es que Polanco es mucho Polanco, y si élse las ha tenido tiesas con presidentes de gobiernode medio mundo, ¿qué coño iba a venir a decirle, yademás en su cara, un politiquillo de tres alcuarto?…

El ministro portavoz, que no conocía alPolanco jupiterino, quedó muy impresionado poruna reacción típica del cacique que, sobrado dedinero y soberbia, no entiende que el resto de losmortales no se avenga a reconocer su patronazgo.Curiosamente, fue Juan Luis quien trató deatemperar la salida de tono de su jefe, de acuerdocon unas pautas de comportamiento según lascuales es Cebrián el que generalmente suele hacerde hombre bueno cuando acude como escudero allado de su señor.

La cena acabó en medio de un clima pesado,

agridulce, precursor de tormentas que el propioPiqué no podía ni siquiera imaginar, a pesar deque Cebrián intentó que el ave del consensoremontara de nuevo el vuelo, ea, que no seamotivo de distanciamiento, hay que repetir estacena, la próxima invitamos nosotros, de acuerdo,invitáis vosotros.

El ministro, además de fracasar con el encargopresidencial de establecer un nivel de convivenciaaceptable con Polanco, iba, sin saberlo, a labrar sudesgracia echándose encima al Grupo Prisa, trasabrir una nueva vía de agua en los interesesempresariales del cántabro.

* * *

Tres o cuatro días después del happening deMoncloa, el teléfono móvil de Piqué recibió una

llamada de Augusto Delkader, director gerente dela SER. La cadena disponía de una informaciónrelevante sobre supuestas irregularidadescometidas en la concesión de ayudas mineras porparte del Ministerio de Industria y queríachequearla antes de lanzarla por antena. Pero elministro estaba viajando en automóvil y era yanoche cerrada, «de modo que, Augusto, megustaría darte una explicación, porque la hay, peroestoy fuera de Madrid, te hablo desde el móvil yson las diez de la noche, ¿no puedes esperar hastamañana?».

«Vi que llamaban para cubrir el expediente».El caso es que desde primera hora de la mañana,la SER comenzó a voltear la noticia como aperturade sus informativos, y El País, como es norma, larecogió en sus páginas al día siguiente con granalarde tipográfico.

Era el inicio de la campaña de acoso a Piqué,un ministro que, además de negar el cambio de

licencia de Canal Plus, había anunciado que latelevisión de pago iba a tener, por primera vez enEspaña, competencia (los catorce canalesadjudicados a Retevisión). Polanco tuvoconstancia oficial a través del Real Decreto2169/98, de 16 de octubre, por el que se aprobabael Plan Técnico Nacional de la Televisión DigitalTerrenal. Y el impulsor de la idea de acabar con elmonopolio de Canal Plus había sido, de nuevo, elmalvado Álvarez Cascos, aunque el mensajerofuera Piqué. Había que arremeter por igual contraambos.

Al quebranto para el bolsillo del cántabro seunía la constatación de un giro radical en lasreglas del juego, giro que, personificado en Piqué,dibujaba los contornos de una realidad mucho másdifícil de sobrellevar para un grupo decidido aremar a la contra.

En efecto, el cambio de estrategia formuladoen la cena de Moncloa anunciaba una batalla

mucho más dura, por sutil, que la conocida hastaentonces. Para los Polancos había resultado fáciloponerse a la política de Rodríguez. Carente definezza, a Cebrián le bastaba con pregonar a loscuatro vientos un mensaje muy simple: «Estosseñores quieren acabar con Prisa y la libertad deexpresión, y nosotros nos defendemos. C'est tout».

Ahora, por el contrario, el Gobierno lesanimaba a competir en libertad, pero en igualdadde condiciones, sin privilegios. Polanco podíadormir tranquilo: nadie iba a buscarle lascosquillas; nadie le iba a discriminar en contra,pero tampoco a favor. Era una estrategia queprivaba al Grupo Prisa del arma favorita deCebrián: la politización de sus relaciones con elGobierno. Y un sistema de relaciones para el quePolanco no estaba preparado, porque el verdaderoPolanco es el del escatológico «no hay cojones eneste país para no darme una televisión de pago…».

Una política con la que no todo el Gobierno

estaba de acuerdo y que implicaba serextremadamente coherentes, lo que se perdería encuanto el Ejecutivo introdujera algún elemento deagresividad. Aznar lo tenía tan claro como Piqué:«Que diga lo que le dé la gana. Que nos dediqueeditoriales y portadas: no nos va a mover».

De modo que, tras varios meses de amigabletrato, los Polancos decidieron cambiarbruscamente de estrategia con Piqué, porque eraPiqué quien personificaba ese cambio de política,mucho más peligrosa que las divertidasbaladronadas de «MAR». El catalán se convirtióen el objetivo a batir. Álvarez Cascosrepresentaba el pasado del Partido Popular; JosepPiqué era su futuro. La batalla se anunciabaextremadamente dura. «Me lo dicen mis amigos:ármate de valor, porque éstos mienten comobellacos y además tienen una potencia de fuegoimpresionante, y sobre todo no entres al trapo,porque ése sería un gravísimo error».

* * *

José María Aznar había tenido la habilidad, ola suerte, de colocar en la portavocía del Gobiernoa un hombre de gesto serio, que se hacía respetar,que era creíble, que tenía don de gentes, queparecía inteligente y que se había convertido en elrostro amable del giro al centro de Aznar,encarnando, en definitiva, esa imagen demoderación que la derecha llevaba tiempobuscando para tirar definitivamente del voto haciaarriba. Había que erosionarlo.

Moncloa pretendía expandir una sensación desosiego por doquier. La gente caminaba tranquilapor la calle y las expectativas de futuro de lamayoría de la población estaban mejorando. Perola tranquilidad, la paz social, más aún con dinerofresco en el bolsillo para gastar, sólo podíabeneficiar al Poder de turno. A la alianza

PSOE+Prisa no le convenía la calma chicha. A losPolancos les interesaba, por el contrario, laconfrontación, la crispación social que impidierala consolidación de la alternativa «popular».

La campaña de acoso a Josep Piqué puso denuevo en evidencia el patronazgo del Grupo Prisasobre el PSOE. Quien hacía oposición, enseñandoa las huestes de Ferraz el camino a seguir, eran losmedios de comunicación propiedad de JesúsPolanco. Lo cual forzó a Prisa a efectuar unsensible cambio en su filosofía periodística. Enefecto, un grupo dedicado durante muchos años ablanquear, cuando no ocultar, los desmanes delfelipismo, se vio obligado a alterar radicalmentesus hábitos de trabajo para ocuparse de perseguirlos trapos sucios de Aznar y su gente. Es una tareapara la que hace falta una cierta musculaturacrítica, gimnasia que muy pronto llegaría adominar la plantilla de grandes profesionales quecompone el Grupo.

La primera embestida corrió a cuenta del exconsejero de Economía y ex vicepresidente de laJunta de Castilla y León Pérez Villar, a quienhabían ido a parar algunas de las subvencionesconcedidas por Industria para reactivar las zonasafectadas por la crisis minera. «Industriasubvenciona con 48 millones a un ex consejero deAznar condenado por prevaricación —titulaba ElPaís el 25 de noviembre de 1998—. Pérez Villarobtiene una ayuda de Minas para un tallerconcesionario de vehículos».

Piqué salió en defensa de las subvencionesconcedidas por su Ministerio, pero los socialistasno le aceptaron la explicación. Casi al tiempo,Prisa se enganchó con habilidad a una historia que,desapercibida durante meses, reunía, sin embargo,grandes posibilidades desde el punto de vista de lacontroversia política: la titulización del billón ypico de pesetas de los llamados Costes deTransición a la Competencia (CTC) del sector

eléctrico, un asunto en el que no parecía haberhallado antes el menor interés informativo. Sólodespués de la oposición al proyecto, por motivosclaramente partidistas, de Miguel Ángel FernándezOrdóñez, el famoso «MAFO» del periodismoeconómico, militante del PSOE y presidente deuna fantasmal Comisión del Sistema EléctricoNacional (CSEN), El País cayó en la cuenta delgran potencial que el tema ofrecía. Estaban enjuego nada menos que 1,3 billones de pesetas queun Gobierno de la derecha quería «regalar» a losbarones de la carcundia eléctrica, los Orioles ydemás familia. Una cuestión, en definitiva,susceptible de aprovechamiento múltiple.

La titulización de los CTC eléctricos topaba,sin embargo, con un problema importante, y era ladificultad de explicarlo para el gran públicodebido a la complejidad técnica del esquema. Unproblema que no existía con las subvenciones parala reconversión de la industria minera.

Prisa había encontrado un verdadero filón enesas subvenciones y estaba dispuesto aaprovecharlo: La Carolina, el Ayuntamiento deGijón, Hullera Vasco-Leonesa, Endesa-Andorra,Telecable, Torcidos Ibéricos, Castileón 2000,Ertoil… Piqué iba a probar otro tipo de cicuta: laque diariamente le enviaban desde las filas de supropio partido servida en el plato de laindiferencia: ninguno de los miembros delEjecutivo parecía dispuesto a dar la cara por él, y,cuando alguno lo hacía, adoptaba talesprecauciones que más parecía castigo que alivio.

Al doblar el año, la estrategia del bloqueopositor ya era un secreto a voces. «El PSOE sefija como objetivo durante 1999 erosionar laimagen de Piqué», aseguraba El Mundo en suedición del 10 de enero.

* * *

Con el ministro sometido al cañoneo de lasbaterías de Prisa, Piqué recibió una llamada dePolanco.

—Ministro, ¿cómo estás?—Pues estoy mal, ¿cómo quieres que esté?—Y eso, ¿por qué? ¿Qué te pasa?—¿Qué me pasa? Que la habéis tomado

conmigo, y me estáis dando leña hasta en el velodel paladar.

—Para nada, para nada, Josep, ya sabes elaprecio personal que te tengo. Yo te monto unacomida con la gente de mi grupo para que seexpliquen y te expliques, y ya verás cómo todo searregla.

En torno a mediados de enero, el ministro, encompañía del secretario de Estado de laComunicación, acudió a un almuerzo en la sede dela cadena SER, Gran Vía 32. Allí estaba, rodeandoal gran jefe, el estado mayor de Jesús Polanco,directores de la cadena, responsables de los

distintos negocios del grupo, mandones de El País,Juan Luis Cebrián, Javier Díez Polanco, AugustoDelkader, Jesús Ceberio, Fernando GonzálezUrbaneja, Lluís Bassets…

Fue un intento que acabó mal, a pesar de losbuenos deseos iniciales del editor, hemos invitadohoy al ministro Piqué, buen amigo mío, porquetiene la impresión de estar siendo objeto de unapersecución injustificada por parte de los mediosdel Grupo. Yo le he dicho que eso no es verdad yespero que aquí se aclaren las cosas y…

Pero Piqué, en lugar de elegir la vía amableque sugería Polanco, decidió entrar a saco, no sóloes verdad lo que digo, que este grupo me estámachacando injustamente, sino que a las pruebasme remito, el otro día sacasteis el tema de unasubvención que no mereció la atención de nadie,excepto de El País, y a esa información vuestroperiódico le dedicó la portada, la apertura de lasección de Economía y, por si fuera poco, un

editorial, algo absolutamente desproporcionado,reñido con cualquier criterio de valoraciónperiodística, pero ustedes son muy libres y veránlo que hacen.

Entonces saltó Ceberio, turno de réplica,dispuesto a lavar el honor mancillado delperiódico que dirige y sus criterios de valoraciónperiodística, no había cacería ni cosa parecida, loque había, por el contrario, eran evidencias deirregularidades en Ercros y en las subvencionesmineras que el diario, haciendo honor a sucondición de independiente, no podía ocultar.

El ministro no estaba dispuesto a poner encuestión la independencia de nadie, es más, lopeor que nos podría suceder es que los grupos decomunicación fueran sumisos al poder, y lo digocon toda convicción, pero desde ese respeto todostenemos que guardar unas reglas de juego mínimas,oiga usted, censure lo del billón de las eléctricas,critique mi acción política, tiene todo el derecho

del mundo, ¡lo que no puede ser es que mezcle esocon dudas respecto a mi honorabilidad personal,metiendo por medio a De la Rosa, porque eso yaes juego sucio!

Le replicó Augusto Delkader, un hombre concierta propensión a lo esotérico a partir deprimera hora de la tarde. Por fortuna, el almuerzoacabó pronto, lo que evitó males mayores, Elministro tenía que salir de viaje, de modo que, a lahora de café, levantó el campo con unagradecimiento general por la invitación.

Quedó un Martín Marín de sobremesa que,lejos de la sombra protectora del ministro, recibiópalos desde todas las demarcaciones. En busca deinformación, mercancía cara como todo lo escaso,los de Prisa querían saber qué pasaba con Cascos,qué había detrás del acuerdo de Pearson conTelefónica, quién estaba impulsando losmovimientos que estaban teniendo lugar en lasradios, y Martín Marín, sólo ante el peligro, se

defendió con argumentos que añadían leña al fuegode un grupo con vocación de monopolio, porquesegún Pedro Antonio no pasaba nada malo, sinoalgo muy bueno y era que todo el mundo estabatratando de buscar su lugar al sol, las empresasperiodísticas se están haciendo fuertes, el GrupoRecoletos, El Mundo… y eso está bien, es buenocontar con empresas rentables, ¿está fuerte elGrupo Prisa?, pues yo me alegro, porque eso essaludable, ¿os parece bien que se fortalezcaPrensa Española?, pues a mí me parece bien que elABC sea un gran periódico, ¿y que Antena 3funcione?, pues está bien que Antena 3 ganedinero… Pero a los chicos de Prisa esas razonesno les convencían: lo que estaba ocurriendo eraproducto de una operación urdida desde elGobierno para, con el dinero de Telefónica, atentarcontra los intereses de Polanco.

—¿Cómo terminó eso, Pedro Antonio? —preguntó al día siguiente Piqué.

—Muy mal, ministro, muy mal. Mejor que note cuente.

Menos de una semana después, Piqué recibióel feedback a través de un buen amigo. Tampocolos Polancos habían quedado satisfechos con elresultado del almuerzo, pero estaban decididos air a por él por encima de todo. «Ellos saben queno tienen razón, pero no importa: van a por ti. Perono pierdas nunca el tono, porque ése es tu grancapital. Lo que les desarma es el tono».

Piqué ha intentado mantenerlo, aunque escierto que, en determinados momentos, ha estado apunto de perder los nervios, «irritado por actitudesque no buscaban el esclarecimiento de los hechos,sino puramente el desgaste, de modo que explicarlas cosas por enésima vez resultaba inútil». Y esque el matrimonio PSOE+Prisa no estabadispuesto a pararse en barras, decidido incluso ainvadir el terreno personal y familiar paramenoscabar su figura. «He saboreado el

componente más mezquino y miserable de lapolítica, que es la mentira».

* * *

El 14 de enero, el periódico de Polancodestapó uno de los puntos más calientes de lacampaña contra el ministro: «Piqué presentó alGobierno del PP el plan para sanear Ercros,empresa de la que fue presidente».

Según el diario, el ministro había presentadoal Gobierno en junio del 96, poco después dehaber sido nombrado titular de Industria, un planpara sanear la empresa química Ercros, quepresidió hasta su paso a la política[25]. El PSOE selanzó decididamente por la brecha abierta porPrisa, pidiendo la apertura de una comisión deinvestigación, además de la dimisión del afectado.

El catalán iba a saber lo que era sentirseacosado en lo político y en lo personal. Con carade pocos amigos, el 19 de enero compareció antela Comisión de Industria del Congreso a peticiónpropia para explicar las subvenciones dadas porsu Ministerio y su relación con Ercros. El ministrojustificó la cancelación del crédito del ICO[26], yaseguró que no asistió a las reuniones de laComisión Delegada del Gobierno para AsuntosEconómicos que dio luz verde a la operación.

Las razones dadas parecieron claras ysuficientes, pero no para el Grupo Prisa. «Laoposición pone contra la pared a Piqué por supolítica de subvenciones y ayudas», tituló El País.El editorialista del diario creía tener al ministro«contra las cuerdas».

Pocas veces la mala voluntad de un medio decomunicación puesta al servicio de un intentopremeditado de tergiversar la realidad habíaaflorado con tanta claridad como ahora. Pero para

el PSOE, meter el hocico en Ercros, empresa delGrupo Torras (KIO), significaba jugar con fuego,entre otras cosas porque quien había logrado elacuerdo con el ICO para liquidar el crédito eraAntonio Zabalza, ex secretario de Estado y exdirector de Gabinete de Felipe González, queprecisamente había sustituido a Piqué en lapresidencia de la empresa química.

A partir del XIII Congreso del PP, del que elcatalán salió como gran triunfador, el polanquismodecidió redoblar sus esfuerzos contra el ministro.Quienes hasta entonces habían guardado ciertasformas se echaron al monte con renovado afán decazadores furtivos dispuestos a rematar la pieza,tanto más codiciada tras el akelarre congresual.Los Polancos imaginaban que podía bastar unempujón adicional para descabalgar a quien sehabía convertido en pieza clave del GobiernoAznar.

En efecto, un Piqué reforzado estaba llamado a

desempeñar un papel adicional muy importante enuna operación que podría significar un vuelco enel mapa electoral: Cataluña, una comunidad donde,en las generales de marzo del 96, el PSOEaventajó al PP en 800.000 votos. Como resultaque, en el cómputo general, el PP obtuvo 300.000votos sobre el PSOE, cualquier mordisco que unrenovado PP catalán, con el ministro portavozcomo cartel electoral, lograra dar en el caladerode votos del PSC podría asegurar a Aznar unamayoría holgada a nivel estatal. El verdaderoactivo del PP a comienzos de 99 se llamaba, pues,Josep Piqué.

Una encuesta realizada inmediatamentedespués del Congreso concedía al Partido Popular6,8 puntos de ventaja sobre el PSOE, distancia queprácticamente equivalía a la mayoría absoluta.Cebrián, muy enojado con un PSOE que seguíaanímicamente haciendo guardia a las puertas de laprisión de Guadalajara, jaleando a un Barrionuevo

que había sido ya puesto en libertad con la vistagorda del Gobierno Aznar, hizo sonar lastrompetas de Jericó.

El académico «ruso», instalado en el puesto demando de Prisa como general en jefe de losejércitos de Polanco, estaba decidido a dar lavuelta a una situación política que se estabatornando potencialmente muy peligrosa para losintereses del amo.

El PP, con la ayuda de CiU, se opuso el 9 defebrero a que el Congreso investigara a Piqué, yahí el Gobierno cometió una grave equivocación.Y no sólo porque Aznar traicionó de maneraevidente la promesa efectuada en 1996, según lacual cuando llegara al poder favorecería todas lascomisiones de investigación sin necesidad demayoría parlamentaria («lección de hipocresía»,lo llamó El País), sino porque, al negarse,entregaba a Prisa munición para varias semanas depelea, quizá meses, siendo así que el PSOE jamás

habría tenido verdadero interés en entrar a fondoen Ercros, una empresa de aquel grupo KIO quesentó sus reales en la España del boom de losochenta, con Carlos Solchaga al frente deEconomía.

El Gobierno y Piqué lamentarían no haberaceptado la creación de una comisión que fuerechazada porque, según Javier Arenas, se tratabade «una cacería que sólo buscaba desacreditar yhundir políticamente» al ministro portavoz.

La exhibición de deshonestidad intelectual deque hizo gala el periódico de Polanco llegó alpunto de incluir titulares en portada de este tenor:«Industria adjudica 900 millones de las ayudasmineras a 10 granjas de cerdos». Se intentabahacer llegar al ánimo del lector no avisado lasensación de que ese Ministerio había estadodirigido por un loco o por un bandolero capaz depergeñar las mayores arbitrariedades, cuandoprecisamente de lo que se trataba con las

subvenciones mineras, de acuerdo con lasdirectrices de Bruselas, era de convertir a losmineros en criadores de cerdos, torneros oinformáticos, de forma que pudieran ganarse lavida lejos de la mina.

Aunque seguía manteniendo una apariencia deserenidad y un simulacro de sonrisa intentandodesalentar a sus poderosos enemigos, Josep Piquéestaba tocado, y lo demostraba cuando, desde latribuna del Congreso, se enfrentaba a la oposición,a la que comenzó a contestar en un tono desafiante,reflejo de una ira que empezaba a desbordarle. Elcorazón estaba pudiendo a la cabeza.

* * *

Todo se tornó más difícil para él cuando, el 18de febrero del 99, apareció en escena un actor que

hasta el momento no figuraba en el reparto: LoretoConsulting, una sociedad patrimonial en régimende transparencia fiscal de la que el ministro erapropietario en un 98 por 100 (el resto pertenecía asu esposa). Las críticas ya no iban dirigidas haciasu actividad profesional como ministro opresidente de Ercros, sino contra su moralidadfiscal. La respuesta de Piqué se hizo másbeligerante. El portavoz empezaba a sentirse deverdad contra las cuerdas.

«El ministro de Industria, Josep Piqué —aseguraba El País—, reconoció ayer que laempresa Loreto Consulting, propiedad suya,mantuvo hasta 1996 una relación con Ercros, grupoen que trabajó desde 1988 y que llegó a presidir».Y días después: «Piqué utilizó la sociedad Loretopara pagar menos impuestos, como algunosejecutivos con altos ingresos».

¿Cuál era el misterio de Loreto Consulting?Durante su etapa como presidente de Ercros, Josep

Piqué determinó recibir una parte de su sueldo através de una nómina (como asalariado) y otra através de una sociedad (como si estuvierafacturando servicios a la compañía). Para ello seamparaba en la normativa fiscal vigente hasta el 1de enero de 1996, herencia de la reforma deFrancisco Fernández Ordóñez, que permitía a unprofesional cobrar sus servicios a terceros através de una sociedad, a condición de que un 5por 100 de su capital fuera propiedad de otrosocio. Numerosos profesionales liberalesconstituyeron durante los ochenta sociedades deeste tipo, formadas, como en el caso de Piqué, porel perceptor de las rentas y la esposa. ¿Quéconseguían de esa forma? Reducir la tributación desus ingresos desde un confiscatorio 56 por 100(tipo máximo del IRPF) a un aceptable 35 por 100(tributación del impuesto de sociedades). Elreproche que formulaban algunos ciudadanos erade otro tenor: el esquema utilizado por Piqué para

pagar menos impuestos era legal, puesto que la leylo permitía, pero ¿era éticamente correcto quehubiera sido utilizado por un ministro?

La carga de la brigada ligera PSOE+Prisaprosiguió en marzo con idéntica o mayor energía,en medio del desconcierto del Partido Popular,que parecía no encontrar explicación razonable alo que estaba ocurriendo.

A estas alturas, ya no era sólo la cabeza dePiqué lo que estaba en juego, sino el buen nombredel propio Partido Popular. En efecto, un Cebriántan inteligente como avieso había puesto a sus bienpagadas tropas de Prisa a rastrear por las cuatroesquinas de España en busca de escándalos, realeso supuestos, del PP. Y a José María Aznar leestaba cayendo desde los predios de Polanco unapertinaz lluvia de «casos» (Tenerife, Zamora,Guadalajara, Palma…) cuyo eco, amplificado porel PSOE en sede parlamentaria, expandían alunísono el resto de los medios de comunicación.

Prisa, con el PSOE de la mano, se habíaembarcado en una gran ofensiva para implicar alPP en la misma o parecida corrupción que habíaechado al felipismo del poder. Tan atrevidaoperación de prestidigitación trataba de equipararlos tres años de Gobierno Aznar con la grancorrupción de los dos últimos gobiernos González,que prácticamente afectó a todas las institucionesclave del aparato del Estado.

A primeros de marzo, los popularesdenunciaron que una empresa privada estabaindagando el patrimonio de sus diputados y altoscargos, no se sabía muy bien por encargo de quién.La política del «basura para todos» se habíaconvertido en la estrategia del PSOE de cara a laselecciones municipales de junio del 99. Si el 97había sido el año de la «crispación», y el 98 el dela «conspiración», el 99 debía ser el año de la«corrupción», la equiparación por abajo, laequivalencia en la indignidad, la igualdad de los

corruptos, de uno u otro signo político, ante elaterido paisaje del pueblo llano.

Joaquín Almunia, todo un caballero, puso laguinda al pastel al asegurar que «allí donde el PPestá gobernando, huele a podrido».

En todas partes, menos en la ComunidadAutónoma de Madrid. En efecto, mientras losespañolitos asistían en silla de pista a la pedrea dela corrupción popular, algunos cayeron en lacuenta de una realidad tan obvia como apabullanteal constatar la Arcadia feliz que parecía rodear alpresidente autonómico madrileño, Alberto Ruiz-Gallardón, un hombre teóricamente del PP, perocuyo nombre jamás figura en el cortejo de losmaltratados por el Grupo Prisa. Milagro.

Dos episodios habían colmado el vaso de lapaciencia del PP con Gallardón durante el 98: unconvenio por él avalado mediante el cual Prisa sehabía hecho con la gestión del Círculo de BellasArtes de Madrid, y una entrevista secreta

celebrada más recientemente con Felipe González.Un somero relato de la secuencia de hechos en

torno al Círculo de Bellas Artes ilustrabaadecuadamente lo ocurrido: Ruiz-Gallardón lohabía rehabilitado, lo había dotado con 1.000millones de pesetas, le había concedido unaemisora de radio y a continuación lo había puestoen manos de Polanco. El 1 de abril del 98,Gallardón apadrinó, junto al propio editor, lafirma de un acuerdo entre el Círculo y Prisa quesuponía la entrega al cántabro de una de lasinstituciones culturales más prestigiosas deMadrid. ¿A cambio de qué?

La entrevista con González, que tuvo porescenario la sede de la Presidencia madrileña enla Puerta del Sol, fue silenciada por el servicio deprensa de la comunidad, en el que cuarentapersonas trabajan al servicio de la enfermizaobsesión de Ruiz-Gallardón por su imagen.

Pues bien, el presidente madrileño ocultó

ambas cosas a La Moncloa. Naturalmente, elpropio Felipe se encargó de filtrar el encuentro. Alsevillano le importaba un bledo Gallardón. Loimportante era dar la imagen de que el PP tenía —y tiene— un problema con el presidentemadrileño, un líder, dicen en Ferraz, capaz deeclipsar al propio Aznar que, además, se daba elpico con Polanco y concedía a un gaznápiro comoJoaquín Leguina la Medalla de Oro de laComunidad de Madrid y, lo que es peor, ¡daba sunombre a la biblioteca de la propia comunidad!

El «encame» de Gallardón con Polanco es tanescandaloso que, mientras El País («miperiódico», asegura el presidente madrileño) arreaestera todos los días contra la gestión del alcaldeÁlvarez del Manzano, no dice una palabra de la deGallardón en la comunidad. Sólo elogios. ¿Es queRuiz-Gallardón y su equipo jamás cometen unaequivocación?

Todo tiene una explicación: Ruiz-Gallardón es

la inversión a largo plazo de «don Polancone». Escomo esos futbolistas en ciernes que, con apenasdieciocho años, son fichados a cambio de grandessumas por los clubes de fútbol importantes con laesperanza de que continúen su progresión y seconviertan un día en estrellas. Sería maravillosoque Jesús Polanco pudiera un día hacer con el PPlo que desde finales de los setenta viene haciendocon el PSOE, hasta el punto de poder determinaren cada momento qué presidente del Gobierno leconviene, si del PSOE o del PP, y cuándo cambiarde caballo. Un mundo feliz.

* * *

En el fragor de la batalla contra Josep Piqué,alguien, tan sagaz como perverso, estaba poniendoen marcha desde la sombra una operación

colateral que podía cambiar el curso de la políticaespañola en un inmediato futuro. Alguien estabaempujando a la pelea a un candidato socialista,José Borrell, que tenía muy poco que ganar en laestrategia del «mierda para todos». Alguien, ensuma, estaba metiendo a Borrell en la cueva de losleones.

En efecto, cuando el 6 de marzo el leridanodijo aquello de «Piqué o estafó a Ercros o evadióimpuestos», se estaba poniendo al cuello el cepoque pocas semanas después acabaría porestrangularle. En la oscuridad de las noches demarzo, algunos creían oír las risas de FelipeGonzález resonando por los pasillos desiertos deFerraz.

«Arrastrado por Rubalcaba y el Grupo Prisa(que preparan el retorno de González mediante laósmosis de la ignominia de sus años de plomo conun vademécum de historietas en el que la estrellasigue siendo el “caso Zamora”), Borrell se

encuentra tan dedicado a la demolición de Piquéque no parece haberse dado cuenta de hasta quépunto resulta negativo para él lo ocurrido»,escribía Pedrojota en una de sus homilíasdominicales.

Menos de un año después de su resonantevictoria en las primarias ya estaba claro para losconnaisseurs que Josep Borrell nunca llegaría aser presidente del Gobierno. Un hombre que habíadespilfarrado el enorme capital político que elproceso de primarias le había regalado, que habíademostrado su incapacidad para hacerse con losmandos al renunciar a la convocatoria de unCongreso Extraordinario, que luego habíaprotagonizado el espectáculo de pelearse con elsecretario general porque quería ser el interlocutorde Aznar, no podía ser presidente del Gobierno.En manos de semejante manirroto, capaz de echarpor la borda en tan poco tiempo tantas ilusionespor su indecisión y falta de carácter, no se podía

dejar el Gobierno de la nación.Tras comprobar que el acuerdo del 3 de mayo

del 98, suscrito entre Yáñez y Ciscar, le habíadejado atado de pies y manos ante JoaquínAlmunia, el candidato se empleó durante meses enuna sorda guerra de pasillos en demanda demayores atribuciones hasta que, en el ComitéFederal del 21 de noviembre, se atrevió a echarleun pulso al secretario general. Lo ganó. El aparatole entregó todos los poderes, hasta el punto de queAlmunia prácticamente desapareció de Ferraz.Pero entonces ocurrió lo que muchos se temían:que el partido le vino grande, Todo parecíadesmoronarse para un patético Borrell empeñadode forma obsesiva, casi enfermiza, en lograr elrefrendo de Felipe, el cariño de Felipe, unadeclaración de apoyo de Felipe que nunca llegó amaterializarse porque, sencillamente, Felipe no lequería.

La situación de descomposición fue captada

por los barones, especialmente por dos, Chaves yBono, preocupados por poner a salvo susrespectivas taifas de un eventual desastreelectoral, que, en contacto directo con González,comenzaron a maquinar una solución drástica. Elcandidato se disolvía como un azucarillo.

En La Moncloa estaban cada día másconvencidos de que el leridano arrojaría la toallaantes de las generales. Para Borrell, aguantar eltirón hasta el final significaba ir a las eleccionespara perderlas, lo que era tanto como ponerabrupto punto y final a su carrera política. Laalternativa era la dimisión, de forma que antes desometerse voluntariamente a lo que a todas lucesparecía un suicidio político proclamara surenuncia cargando el coste de la decisión alaparato de Ferraz y a la imposibilidad de abordarla regeneración del partido con una Ejecutiva que,contaminada de felipismo, no dejaba de ponerpiedras en su camino. Borrell podría de esta forma

salvar parte de los muebles, porque se iríadejando abierta una puerta para un eventualregreso al frente de un PSOE de nueva planta.

Sin embargo, todo parecía indicar que elcandidato iba a aceptar desfilar mansamente haciael matadero. Así hubiera sido de no haber surgidode entre la niebla, en el momento oportuno y en laspáginas de El País, dos compañeros y amigossuyos en la Delegación de Hacienda de Barcelonaque iban a pasar por encima del candidato comoun ciclón tropical sobre un poblado caribeño.

* * *

Piqué anunció el lunes 8 de marzo sudisposición a querellarse contra Borrell si noretiraba lo dicho («o estafó a Ercros o evadió aHacienda»), Una decisión que parecía indicar que

los socialistas habían hecho presa, lo que era tantocomo incitarles a seguir por ese camino, y queponía de relieve un dato objetivo: el PP estaba a ladefensiva ante las acusaciones de corrupción delPSOE.

Sumido en la perplejidad que les producía vera los apóstoles de Filesa, de Ibercorp, del AVE ydemás familia impartiendo lecciones de moralpública, los populares parecían incapaces dereaccionar. Para salvar la cara, el miércoles 10 demarzo, y con el apoyo de CiU, aprobaron en elCongreso la creación de una subcomisión[27] (enlugar de la comisión en toda regla que pedía elPSOE) para analizar la política de subvencionesdel Ministerio de Industria.

Pedro Arrióla recomendaba no entrar al trapopor nada del mundo, aduciendo que entablarbatalla en el campo de Agramante de la corrupciónsólo podía tener un ganador claro, que era el quemenos tenía que perder en el enfrentamiento. Pero

el silencio tenía un coste de imagen que algunosintuían demasiado alto.

El desparpajo del PSOE llegó al punto depresentar un «mapa de la corrupción» del PP, en elque el ministro Piqué ocupaba honores estelares.Eran 160 casos de «irregularidades» en 73 folioselaborados por el Grupo Parlamentario Socialista.Se trataba de un catálogo de asuntos recientes yantiguos, la mayoría de escasa trascendencia,muchos traídos por los pelos y algunos, los másserios, en tránsito por el Tribunal Supremo, queafectaban mayoritariamente a ayuntamientosgobernados por el PP. «Es como comparar untebeo con la enciclopedia Espasa», dijo LuisHerrero en Las mañanas de la COPE. «Es elLibro Gordo de Petete coproducido por Cebrián yRubalcaba», rubricó Pedrojota en El Mundo.

Sólo en la segunda mitad de marzo el PP yPiqué empezaron a dar síntomas de reacción,aunque en realidad parece que se limitaron a tirar

de archivo. «El Gobierno socialista repartió deforma irregular 250.000 millones de pesetas entre1986 y 1996 en incentivos regionales destinados arecuperar el tejido industrial y el empleo»,anunció el diario Expansión, adelantando lasconclusiones de un informe del Tribunal deCuentas remitido al Parlamento.

La estrategia de Cebrianes y Rubalcabas,ciertamente arriesgada, de buscarle escándalos alvecino recibió un duro golpe cuando se supo quelas famosas primarias habían estado presididaspor el pucherazo, con Jaén como caso estrella. Erael riesgo de mentar la soga en casa del ahorcado.Los partidarios de Almunia habían logradoamortiguar el batacazo del aparato,particularmente en Andalucía, mediante el arterosistema de introducir en las urnas más papeletas delas debidas en al menos diez circunscripcioneselectorales.

El ministro portavoz iba a protagonizar un

poco edificante espectáculo a cuenta de sudenuncia contra Pepe Borrell al convertir elconflicto en una demanda civil por intromisión alhonor, que después degradó aún mástransformándola en un acto de conciliación antelos tribunales. En una clara demostración de faltade cintura política, Piqué llegó a pedir el amparo aFederico Trillo, petición que el presidente delCongreso se vio obligado a rechazar por no caberen el Reglamento.

La política se estaba convirtiendo en uncalvario para un hombre que reconocía estardominado por «una cierta sensación deimpotencia». Su situación se hizo tan apurada («Enpicado», tituló El País su editorial del sábado 13de marzo) que Gobierno y partido llegaron aformar un «gabinete de crisis» para arroparlo.

El 27 de marzo del 99, Borrell aseguraba que«Josep Piqué es ya un cadáver político». Elingenuo candidato había mordido bien el cebo, y

muy pronto el pescador sevillano iba a empezar atirar del anzuelo.

* * *

Al final, la «cacería Piqué» terminó con PepBorrell cazado a manos de su propio partido, enuna de las operaciones más maquiavélicas querecuerda la historia de la democracia española. Elcandidato estaba condenado desde que perdió elmano a mano frente a Aznar en el debate sobre elestado de la Nación. La sentencia fue rubricada aprimeros de abril por Felipe González y JesúsPolanco en la casa del editor en Valdemorillo, a laque el líder del PSOE fue invitado al menos un parde fines de semana. De verdugo ejerció el diarioEl País, que tan complaciente se había mostradodurante años a la hora de mirar hacia otro lado con

los escándalos del felipismo.El aparato de Ferraz disponía de una encuesta

(«que la Ejecutiva guarda bajo siete llaves»,aseguraba la periodista Anabel Díez, reconocidahooligan de Felipe), según la cual la intención delvoto del PSOE estaba muy por debajo de losresultados alcanzados en las generales del 96. Losbarones plantearon un ultimátum: Si el resultadode las elecciones europeas y municipales del 13de junio era malo, un Comité Federaldescabalgaría sin contemplaciones al de La Poblade Segur.

Pero Felipe, en directa conexión con Polanco,decidió abreviar el tránsito. Dando las eleccionesdel 2000 por perdidas, ¿por qué alargar elproceso? ¿Por qué continuar atados a un candidatoal que detestamos durante un año más? José Bono,presidente de Castilla-La Mancha, apuntó en lamisma dirección: «En el PSOE se había extendidoun sentimiento de resignación ante lo que parecía

una inevitable derrota electoral».Cuentan que la obsesión de Felipe con Borrell

se había tornado enfermiza. Sencillamente, no lopodía soportar. La ex secretaria de EstadoMargarita Robles, que almorzó con el«carismático líder» a finales de marzo, volvió a sujuzgado de la Audiencia Nacional «horrorizada»con los calificativos que el ex presidente habíadedicado al candidato.

Había que buscar una salida «limpia», con elmenor coste político para el partido. Mejor unsuicidio que un asesinato. Fue así como las gentesdel PSC (los hombres de confianza de Borrellapuntan directamente a Narcís Serra) recibieron elencargo de bucear en su pasado como ministro deHacienda en busca de argumentos con los quetumbarle. Y los encontraron. Nadie más que ellossabían lo que había estado ocurriendo en laDelegación de Hacienda de Barcelona duranteesos años con sus íntimos amigos Huguet y Aguiar.

Nunca se habría sabido de no haber sido por ellos.Cuando Borrell entró al trapo acusando a Piqué dedefraudar a Hacienda estaba firmando su propiasentencia de muerte.

Días antes de que El País decidiera ponerpunto y final a su carrera política, el propiocandidato se encargó de consolidar su imagen decantamañanas al denunciar, a través de su «oficinade apoyo», haber sido objeto de la apertura de unainvestigación fiscal por parte de Hacienda. Setrataba de una represalia del PP por habercalificado a Piqué de evasor fiscal, o así loentendieron los escandalizados españolitos cuandorecibieron la noticia. Pero resultó que no había talinspección, y el leridano se vio obligado a darmarcha atrás: Hacienda sólo le había pedidoinformación complementaria referida a sudeclaración del IRPF de 1997.

Lo peor estaba por llegar, y llegó el 9 de abrila través de una discreta noticia aparecida en la

sección de Economía del diario de Polanco segúnla cual Ernesto de Aguiar, nombrado en su día porBorrell director general de Coordinación con lasHaciendas Territoriales y amigo suyo, habíarecibido 40 millones de pesetas de Torras en unacuenta de la que era titular en Suiza, segúndeclaración del abogado Juan José Folchiefectuada ante la Corte de Londres, donde sedesarrollaba el caso KIO.

Ese mismo día, Borrell supo que habíaestallado una bomba bajo su frágil tejadillopolítico cuando, de buena mañana, su amigoAguiar le confesó por teléfono que no habíadeclarado al Fisco sus beneficios en Bolsa. Al díasiguiente, 10 de abril, se supo que su compañeroJosé María Huguet, jefe de la Inspección deHacienda en Cataluña desde 1985 a 1994 y el másfiel servidor de Borrell en su época de secretariode Estado, también había recibido dinero en Suizaprocedente de Torras.

Cinco días después, la Fiscalía Anticorrupciónpidió la inculpación de ambos pillos, de quienesse supo que habían ingresado más de 1.000millones del grupo kuwaití en sus cuentas suizas,dinero que atribuyeron a afortunadas inversionesen Bolsa. Horas más tarde, ambos reconocíanpúblicamente haber ocultado a Hacienda 470millones de pesetas por «un error de apreciación».

En la imparable deriva del escándalo,Hacienda acusó a un inspector jefe de Barcelona,Álvaro Pernas, que dirigía el «club de inversores»de Huguet y Aguiar, de exigir dinero a empresas acambio de la «vista gorda» fiscal. El 17 de abril,en fin, se supo que el candidato era propietario deuno de los tres apartamentos que el trío Borrell-Aguiar-Huguet había comprado al unísono en Taüll(Lérida). El círculo se iba cerrando sobre elleridano.

Para entonces ya había dimitido el jefe de laOficina Nacional de Inspección (ONI) de

Barcelona, Josep Ramón Morató, que compartíainversiones con Huguet y Aguiar. La Inspección deHacienda de la Ciudad Condal se había reveladocomo un nido de víboras. Un escándalo deenormes proporciones, equiparable a cualquierade los grandes casos de corrupción del felipismo.La Hacienda Pública era el florón que faltaba en elescudo de armas de un «régimen» que acabó con elprestigio de casi todas las instituciones clave delEstado: Banco de España, Ministerio del Interior,Guardia Civil, Cesid, BOE…

Huguet y Aguiar eran los heraldos negrosencargados de hacer realidad en Barcelona el celofiscal incendiario del candidato Borrell. Eran los«luchadores de la igualdad» fiscal, remedo deaquellos «luchadores de la libertad» de RonaldReagan. Todos iguales ante el Fisco… menosnosotros mismos. Una de las cosas másasombrosas que este par de pájaros se atrevió adeclarar es que ordenaron al abogado Folchi

llevar sus dineros a Suiza, y los de sus padres, ylos de sus hermanos, y los de sus amigos máscercanos, «¡para que no tuvieran que declararlo aHacienda!».

Es decir, que los discípulos de Borrell,jacobinos fiscales de Lola Flores et altri,encargados de velar por el cumplimiento de la ley,tenían por divisa el dar esquinazo a Hacienda,compartían como filosofía defraudar al Fisco,constatación de una de las perversiones moralesque más daño pueden hacer a una democracia.

Con osadía rayana en la estulticia, al aspirantea la Presidencia no se le había ocurrido nadamejor que entrar en un jardín —el de la supuestacorrupción del PP— que no era el suyo. Agarradoal clavo ardiendo de Piqué, acabó quemado,porque si de hablar de comportamientos fiscalespoco éticos se trataba, ningún ejemplo mejor queel de sus dos subordinados y amigos, en cuyoarmario debía tener más de un cadáver escondido.

¿Cómo seguir hablando en el futuro de «los amigosde Aznar»? ¿Cómo seguir acusando a Piqué defraude al Fisco?

Mientras Pep Borrell se debatía en la cuerdafloja, para Josep Piqué empezaba a escampar. Lastornas habían cambiado de manera dramática. Afinales de abril lo peor había pasado ya para elministro portavoz, aunque la dureza del castigolucía a flor de piel.

El ministro aguantó el temporal, monitorizadoestrechamente por un Aznar que lo llamó sin faltatodos los días durante las semanas más duras,«¿cómo estás?… oye, tranquilo, ¿eh?», como sitemiera que la falta de experiencia política de suportavoz pudiera jugarle una mala pasada («Ellosbuscaban mi hartazgo: a ver si éste, como no espolítico, se cansa y se va»), llevándole a arrojar latoalla y proporcionando así una sonora victoria alfelipismo y un traspié muy duro de asumir para elGobierno popular.

La efigie del Piqué triunfal del verano del 98ha quedado, sin embargo, muy cuarteada. Es lavictoria de Polanco. El sueño que el propioportavoz llegó a alimentar como potencial sustitutode Aznar, compitiendo en la parrilla de salidanada menos que con Rodrigo Rato y Javier Arenas,se ha difuminado, barrido por la realidad de unosmeses de castigo inmisericorde.

Bien es verdad que en política nada esinmutable, y que Josep Piqué no ha dicho aún suúltima palabra. Gran parte de su futuro político sedecidirá en Cataluña como cabeza de lista del PPpor Barcelona en las generales del 2000. Será allídonde se lo juegue todo a una carta. El PSC losabe muy bien, y también CiU, lo que explica quelos convergentes se hayan apuntado en más de unaocasión al bombardeo del ministro portavoz.

La operación tejida en torno a la supuestacorrupción del PP, puesta en marcha por laCebrián & Rubalcaba Inc., según diseño de Felipe

González, devino en fracaso no sólo para Borrell,sino para el PSOE. Al contrario de lo que ocurríaen años anteriores, la corrupción había dejado deser una de las preocupaciones prioritarias de losespañoles, como lo reveló la encuesta mensual delCIS de marzo del 99. Los votantes no habíanmordido ese anzuelo.

* * *

La carrera política de José Borrell terminó elsábado 14 de mayo del 99 en una multitudinariarueda de prensa en la que él mismo anunció sudimisión. Un millón de pesetas invertido por su exmujer en el «club de inversores» impulsado porHuguet, más el apartamento en la estación de esquíde Taüll, fueron las razones esgrimidas para laespantada.

Borrell se vio obligado a reconocer que,siendo secretario de Estado de Hacienda, tuvoconocimiento de que su subordinado y amigo, a lasazón jefe del Fisco en Cataluña, había montado untinglado financiero («club de inversores») confines de lucro personal, pero en lugar de llamarloal orden optó por participar en él.

La verdad, menos conocida, es que elcandidato decidió arrojar la toalla tras una largaconversación con su hijo (de veintitrés años), quees al mismo tiempo su mejor amigo, la primerapersona a la que confío su decisión. Su equipo decolaboradores más directo trató de disuadirle,había que pelear, plantar cara, en una intensa,dramática, inolvidable para algunos reunióncelebrada la noche anterior. Su ex mujer leanimaba en el mismo sentido: tenía que aguantar.Pero en plena madrugada, y con la certidumbre deque tras el escándalo de Huguet y Aguiar seencontraba Narcís Serra, Borrell decidió capitular

para evitar males mayores.Y de hecho los evitó, porque el anuncio de su

retirada supuso prácticamente el final de lasrevelaciones respecto al caso. Quienes en lasombra manejaban los hilos de la trama se dieronpor satisfechos una vez conseguido el objetivo. Enmuchos españoles ha quedado flotando una sombrade duda: ¿realmente Borrell se fue sólo porque suex mujer puso en manos de dos granujas un millónde pesetas para que se lo invirtieran en Bolsa?

La estrategia de los Martínez Noval, Narbonay demás fieles del leridano se demostró uncompleto error. Embebidos en la montera quehábilmente manejaba Felipe desde el burladero, noacertaron a ver dónde estaba su verdaderoenemigo. Escuchar a González, cuarenta y ochohoras después de anunciada la dimisión, hablar delex candidato como del «compañero del alma» sólopuede producir rubor y un cierto miedo al repararen la urdimbre moral del personaje.

El aparato socialista trató de «vender» ladimisión como algo digno de encomio, «actitudética» dijeron, hasta que el propio interesado, enun rasgo de lucidez, les llamó al orden pidiendoque no utilizaran su nombre para tales menesteres.«No se puede atribuir a esta decisión caracteressacrificiales —aseguró el “popular” GabrielCisneros—, ni calificar de grandeza lo que es unaexpresión de miseria».

El aparato se topó con el problema deencontrar un candidato dispuesto, en las peorescircunstancias, a competir con Aznar en laprimavera del 2000 y, muy en el corto plazo, amedirse con el presidente del Gobierno en elinminente debate sobre el estado de la Nación delaño en curso. Joaquín Almunia —siempre hay unroto para un descosido— subió a la tribuna deoradores del palacio de la Carrera de SanJerónimo el 22 de junio de 1999 para caer tambiénderrotado ante José María Aznar, según general

coincidencia de todas las encuestas publicadas. Yes que un hombre tan poco dotado para lafacundia, la labia y la verborrea, tan pobrementedispuesto para el oficio de parlero, les ha mojadola oreja sucesivamente a los tres picos de oro delPSOE, tres filateros con la labia de FelipeGonzález, José Borrell y Joaquín Almunia,

Almunia, sin embargo, consiguió salvar losmuebles con una performance más que aceptable,lo que le catapultó de inmediato, con el respaldounánime del aparato, a la condición de candidato ala Presidencia del Gobierno de la nación con granjolgorio de los Rubalcabas, que por fin volvían acampar por Ferraz a sus anchas sin la presencia deinquilinos indeseados.

Ver al secretario general derrotado en lasprimarias encabezando el cartel socialista a lasgenerales del 2000 va a ser toda una exhibición deimpudicia, pero así son las cosas en un partidodominado por una generación de políticos

contaminados por los mil episodios de corrupciónocurridos entre el 89 y el 96, generación que seniega de forma contumaz a irse a casa para dar víalibre a la renovación de ideas y de personas en elPSOE.

La retirada de Borrell no fue una buena noticiapara el Partido Popular desde el punto de vista desus intereses electorales. A José María Aznar leinteresaba enfrentarse a un Borrell disminuido enprestigio e imagen. Almunia, aunque de discursoperfectamente previsible, desprovisto de ese toquede genio que siempre cabía esperar en Borrell, esun candidato más sólido, con menos fisuras que elleridano, cuya derrota electoral, en todo caso,podría haber dado paso tras las próximaselecciones generales a esa inexorable renovacióninterna que la sociedad española, a la par que lamilitancia socialista, está demandando del PSOEpor mor de la salud democrática española.

Piqué ha quedado muy tocado. Borrell, que

seguramente siempre lo estuvo, resultó al finalmuerto en la refriega. Dos hombres y un destino.Ambos han sido, al final, víctimas de la perversiónmoral de la misma alianza político-mediática quedesde los ochenta emponzoña la vida española.Almunia será el candidato que gestione laprevisible derrota del PSOE en las generales del2000. Con el socio González en la recámara del2004, es lo que quería el Grupo Prisa. Polancosiempre gana.

EPÍLOGO«LA POLÍTICA DE LO

POSIBLE»

En las peores circunstancias imaginables, unpartido sumido en luchas internas, cuyo candidatoa la Presidencia había presentado la renunciaapenas unos días antes de la cita electoral, con unacabeza de lista casi desconocida, tan llena debuenas intenciones como de lagunas conceptuales,luciendo en las vallas una simpática sonrisa dechica next door, fue capaz de arrancar en laselecciones europeas, municipales y autonómicasdel 13 de junio del 99 unos resultados francamentebuenos, espectaculares si se toma en consideraciónel punto de partida, resultados que la proverbialhabilidad para la comunicación de los Rubalcabasde turno se encargó de vender a la opinión pública

como una aplastante victoria. O casi.Ese «efecto victoria» se agrandó a

consecuencia de los consiguientes pactospostelectorales con fuerzas muy heterogéneas, quedieron al PSOE la presidencia de algunascomunidades (Aragón, Baleares) y bastantesayuntamientos que, hasta entonces, habían estadoregidos por «populares».

Un sentimiento de derrota se instaló en elinconsciente colectivo de un Partido Popular que,sin embargo, había ganado las elecciones por unmargen superior a los cuatro puntos. Era unasensación de desesperanza nacida de una reflexióntan vieja como elemental: ¿cómo era posible queel PSOE, en las más adversas condiciones, hubieralogrado unos resultados tan satisfactorios?

Los damnificados del XIII Congreso,celebrado apenas seis meses antes, sacaronentonces a relucir el hacha de guerra. En enero del99,

Aznar había presidido un akelarre destinado alanzar al estrellato al ministro Piqué comoencarnación del centro político, a los sones de unhimno cuya letra hablaba de sosiego, tranquilidad,ausencia de perfiles ideológicos y renuncia a laconfrontación con el felipismo y su hermanosiamés, el polanquismo. Un centro reivindicadocontra la derecha tradicional más que contra elPSOE y sus desafueros, que dejó a muchosmilitantes sumidos en la perplejidad ideológica ylos indujo a quedarse en casa a la hora de ir avotar.

Las tropas de Aznar, acogidas al belloestandarte del centro, volvieron a sus cuarteles conla impresión de haber sido derrotadas y laobligación de hacer examen de conciencia. Comoocurriera en la Navidad de 1996, después delenvite de Polanco y su famoso «pacto deNochebuena», de nuevo se imponía un análisis delos errores cometidos.

El travestismo había valido para muy poco. Elpresidente, desasistido, y el partido,desideologizado, se habían embarcado en un viajeal centro que no había pescado votos en otroscaladeros pero los había perdido en el propio. Yes que ese centrismo que consiste en la asepsia, enque nada huela, nada sepa, nada tenga color, nohaya aristas para que nada roce, sólo favorece alos enemigos del cambio, a esa generación depolíticos contaminados que, a la sombra de FelipeGonzález, hace tiempo pasaron por la estación delas bellas intenciones y sólo buscan retomar elpoder para volver a las andadas.

El PSOE, que había aderezado el convite del13 de junio con un escándalo de aurora borealcomo el del lino, gozó, sin embargo, de unacampaña casi idílica. González apareció en elproscenio acusando a Julio Anguita y a José MaríaAznar de «ser la misma mierda» (sic) y nadie lesalió al paso. La chica de las vallas del PSOE

pidió un debate con Loyola de Palacio y la exministra, displicente, renunció a fajarse. Y eso, enun país de toreros, donde hay que demostrar que sesabe parar la embestida antes de templar y mandar,acaba pasando factura. Resultó que la bella de lasvallas, la «chica Benetton», arrastró consigomuchos votos.

Eran los frutos del «arriolismo», la doctrinadel sociólogo y asesor presidencial Pedro Arrióla,el estratega de la «lluvia fina». El PP necesitabaelevar el punto de mira, Había que volver a darbatalla, porque la gran lección del 13 de junio esque si el PP quiere ganar las generales del 2000,tendrá que bajar a la arena y fajarse con el PSOE.Haciéndolo muy bien, Aznar está condenado ajugárselo todo a una carta en las dos últimassemanas de campaña electoral.

* * *

Envalentonado por el plebiscito del 13-J, elPSOE pretendió, después de la campaña del lino,hacerle un roto al Gobierno Aznar allí donde másufano se mostraba: en la gestión de la economía,en la creación de empleo y riqueza, en el superávitde la Seguridad Social. ¿No dicen ustedes queestamos creciendo muy por encima de la mediaeuropea y que el Estado ha ingresado casi 800.000millones más de lo presupuestado? Pues, ¡ea!,abramos la caja y repartamos lo que hay dentroentre los españoles más humildes. Que se note quela bonanza es para todos.

A tomar vientos el «pacto de Toledo». Estabaclaro que, con el telón de fondo de las generales apoco más de seis meses vista, la batalla política ala vuelta de las vacaciones de verano iba a estarcentrada en las pensiones, terreno abonado a todaslas demagogias. Cogido entre la espada delpopulismo socialista y la pared del respeto a laortodoxia financiera exigible a todo gobierno de

centro-derecha, ante el Partido Popular —todavíano repuesto del susto del 13-J— parecía erguirseun otoño muy caliente, muy tenso, muy duro.

Y así empezó septiembre, con Almunia y elPSOE al ataque, siguiendo fielmente el libretodiseñado durante el verano por el «comandoRubalcaba». Había que castigar las defensas de ungobierno «derechoso» y antisocial con la banderade las pensiones. Había que subirlas por decreto,reclamaba Almunia. Poco importaban losjubilados. Lo realmente importante era ganar esabatalla para poder llegar a la cita del 2000enarbolando esa victoria por bandera electoral.

Pero cuando más engolado andaba el gallito,más embebido en su trino parlanchín, el Gobiernofirmó casi por sorpresa un pacto de pensiones conlos sindicatos que dejó a Joaquín Almunia sumidoen la congoja. Aznar, como un Alejandro I enréplica doméstica, había dejado progresarconfiado al Napoleón socialista hasta el corazón

de todas las Rusias sin oponer ningún obstáculo asu avance arrollador hasta que, a la vista de lasmurallas del Kremlin, le descabalgó, de acuerdocon la técnica del judo, de un golpe certeroaprovechando el propio impulso del invasor,dejando al mariscal socialista y a su estado mayorhundidos en el descrédito político.

Y ahí quedó Almunia, perplejo y arrugadocomo una ciruela pasa, entrando y saliendo del«pacto de Toledo» como un caballito de feria, sinentender todavía lo ocurrido. El candidato a laPresidencia del Gobierno que incumplió supromesa de retirarse si perdía las primarias amanos de José Borrell parecía a primeros deoctubre del 99 achicado por la quincena másarrolladora desde el punto de vista político delGobierno Aznar en toda la legislatura: firma delacuerdo sobre pensiones, mejora —con apoyosindical de nuevo— del poder adquisitivo de losfuncionarios y presentación de unos Presupuestos

Generales del Estado (PGE) para el 2000 de clarotinte socialdemócrata, unas cuentas del Reino sinflancos, que ponen una vela al Dios de la derechamás ortodoxa continuando la pelea contra el déficitmientras abren la mano en el gasto social,especialmente sanidad y educación (las niñasbonitas de todo socialista que se precie), inversiónpública e investigación y desarrollo. Casi lacuadratura del círculo.

Y es que es muy difícil luchar en políticacontra el llamado welfare factor, el factor debienestar, el dinero en la calle, el primer empleo,la mejora general de las condiciones de vida ytrabajo en un clima de paz social. Una mejorarepresentada en España por ese coche que sevende cada veinte segundos y ese empleo nuevoque se crea cada treinta.

En realidad, el pacto de las pensiones ha sidouna demostración fehaciente de que la mayoría dela población española, después de haberle visto

las orejas al lobo en el 96, no quiere aventuras, nodesea poner en riesgo el equilibrio financiero dela Seguridad Social, como lo demuestra el hechode que una parte importante del electorado naturaldel PSOE desautorizara su estrategia con laspensiones. ¡El hecho cierto es que el PP le habíaganado esa batalla gracias, precisamente, a lossindicatos!

Una demostración, en suma, de lo mucho queha cambiado España en los últimos cuatro años.En marzo del 96 éste era un país estancado, conuna fórmula de Gobierno agotada, pero al mismotiempo terriblemente reacio a la búsqueda dealternativas. La España confiada y resuelta que enel 82 decidió jugárselo todo a la carta del cambiosocialista se había transformado casi catorce añosdespués de un paisaje gris, apelmazado, tenso.Sabía que la fórmula González, además de nosolucionar los problemas pendientes, se habíaconvertido en un tapón que ponía en peligro el

futuro, pero una gran parte de la población, porrazones de miedo a la «derechona» o de ligazónsentimental con la izquierda, no se atrevía a dar elpaso al frente y buscar una salida, y ello a pesar dela situación económica, francamentedecepcionante, y de la pérdida de valores éticosconsecuencia de la corrupción galopante, de modoque Juan Español no tenía más horizonte que eltradicional «joderse y aguantarse», intentando altiempo sacar alguna ventaja personal de la miseriamoral imperante.

Hubo un momento a finales de los ochenta, conel punto de inflexión marcado por la famosa huelgageneral del 14 de diciembre del 88, en que el país,que parecía caminar en la dirección correctadespués de la transición y los primeros años delPSOE, viró drásticamente de rumbo paraadentrarse, seguramente como consecuencia de lallamada «cultura del pelotazo», por un camino derecelo y desconfianza hacia el futuro, un camino de

corrupción presidido por el convencimiento deque «estos señores van a estar veinticinco años enel machito y aquí pintan bastos; esto es el PRI y nohay más salida que el sálvese quien pueda».

El mundo del dinero, los inversores, losgrandes empresarios sabían ya en 1993 que lasreformas no se harían mientras el PSOE siguieragobernando y necesitara seguir tirando del gastopúblico para mantener su clientela electoral. Erael drama de una España rehén de un político llenode resentimiento, enfrentado a un dilema delsiguiente tenor: o dejaba quebrar el país por nohacer las reformas, o si hacía las reformas dejabaquebrar un partido por el que ya nadie se desvivíapero del que vivía mucha gente. La cultura delpelotazo no podía acabar mientras no se fuera elpelotari.

Todo lo cual generó una sociedad muy cainita,muy recelosa, muy instalada en los valores delfranquismo sociológico. Una sociedad vuelta

sobre sí misma, encerrada en las peorestradiciones de aversión al riesgo, de miedo a lainiciativa privada, volcada hacia el Estado comopanacea para todos los males, acostumbrada al«todo gratis, para todos, para siempre»,convencida, como puso de manifiesto unallamativa encuesta, de que el Estado teníaobligación de resolverle hasta sus problemaspersonales.

Una sociedad reñida con el valor de lainiciativa y el esfuerzo personal, donde un diarioliberal-conservador como el ABC publicabaportadas, inmediatamente después del 3 de marzodel 96, conminando al Gobierno a cerrar Hunosa yal mismo tiempo abrir fábricas en Asturias paradar trabajo a todos y cada uno de los minerosredundantes como si de un Estado de economíaplanificada se tratara. Con unas elites —si se lespuede llamar de este modo— carentes dedimensión ética, que siguen haciendo buena,

muchas décadas después, esa ausencia de«hombres de Estado» que denunciaba Azaña o de«minorías selectas» que lamentaba Ortega. Unestablishment de vuelo corto, muy pegado alterreno, acostumbrado a esconderpermanentemente el ala, a callar en público lo quecon grandes dosis de cinismo habla en privado y atirar balones fuera mientras mira hacia otro ladopara no llamar la atención, convencido de queguardando silencio y asintiendo es posible sacaralgún provecho en el pantano de la mediocridadgeneral.

* * *

La siguiente historia ilustra como pocas elfuncionamiento de esa honorable alta sociedadmadrileña entroncada por espurios intereses con el

felipismo. Tuvo lugar durante el intento deinstrucción del sumario sobre el caso Sogecable,abortado finalmente por los Polancos. Ocurrió queel arquitecto Miguel («Miquelo») Oriol invitó unanoche a cenar a su casa a una serie de personas, unencuentro entre amigos en el ambiente relajado deun fin de semana, un ilustre periodista por aquí, unjuez en la cresta de la ola por allá y algunas gentesmás. Todo hubiera quedado en el silencio discretode los partícipes de no haber sido porque el ágapequedó reflejado en la columna de Umbral «Losplaceres y los días»: fui a cenar a casa de MiqueloOriol y allí estaba el juez Liaño, y María DoloresMárquez de Prado, y…

Miquelo Oriol empezaba su particular víacrucis. Porque resulta que Carlos March, casi unhermano para el arquitecto, diseñador de la casasevillana del millonario, todo el día cazando,viviendo, compartiendo juntos, le retiróbruscamente el saludo, al tiempo que empezaron a

lloverle noticias de lo terriblemente enfadado queestaba Carlitos, no me lo va a perdonar nunca, enqué lío me he metido, porque además su mujer y lamía son muy amigas, dolido, apesadumbrado.

—Pero deja de preocuparte, ¡coño, Miquelo!—Le espetó un buen amigo—, que eso va en tuhonor: invitas a tu casa a quien te da la gana, pero¿quién es éste para decirte a quién tienes queinvitar y a quién no?

Pero, a los pocos días, el afectado se vio conEmilio Ybarra, presidente del BBV, amigo desdela infancia del arquitecto.

—Fíjate lo que me ha ocurrido: Carlos Marchme ha llamado para preguntarme si tienes créditosen el BBV, y si los tienes que te los quite y queademás deje de verte…

Hasta que, no tardando mucho, se topó tambiéncon Su Majestad el Rey.

—Pero, Miquelo, ¿que te ha pasado conCarlos?

—Pues a mí nada.—Es que me ha pedido que te retire el

saludo…Un March, una de las mayores fortunas

españolas, se había molestado en hablar con elpresidente del BBV, y con el Rey de España y,lógicamente, con mucha más gente para que, a lavoz de ¡ar!, todo el mundo retirara el saludo,quitara los créditos y mandara al averno alciudadano que había cometido el delito de invitara cenar a su casa al juez que estaba instruyendo unsumario en el que figuraban como imputadas lasfuerzas vivas, los más ricos y poderosos del país.

Era el mismo March que, la noche del día enque compareció ante el juez para prestardeclaración, lloró ante un grupo de amigosrelatando su experiencia, porque era muy duropara un «amo del prao» verse de pronto en lospapeles como presunto delincuente, o el mismoMarch que el día de la celebración de su cincuenta

cumpleaños, en su impresionante finca de la sierrasevillana, pronunció un emotivo brindis ante másde cien invitados en el cual mencionó a suhermano, a su padre, ya fallecido, a su madre, allípresente, y a Jesús Polanco, «mi mejor amigo, aquien tanto debo».

* * *

Estaba claro que esta onorata societàinstalada en la hipocresía permanente, embridadapor la mentira y el miedo a hablar, donde todo élmundo tiene cogido a alguien por los faldones dela corrupción, no iba a dejar escapar vivo al juezGómez de Liaño.

Contaminados por catorce años de felipismo,con el que vivieron y convivieron con gusto, todostransitan de espaldas al gran público, fundidos y

confundidos en la interminable saga de caceríasque, con la presencia del Monarca como máximotrofeo, organizan en lo que eufemísticamentellaman «el campo» (enormes fincas y casas en losMontes de Toledo, en Jaén, en el norte de Sevilla,en Extremadura), juntos y revueltos en ese«madrileñeo» cortesano y corrupto, y todos, ocasi, rendidos ante la capacidad de intimidaciónde Jesús Polanco, unidos en el respeto reverencialal «yayo».

A la altura de marzo del 96, el Grupo Prisa sehabía convertido en un factor decisivo de reacciónal cambio, poniendo de relieve la llamativa derivade un grupo que había realizado una contribuciónesencial al asentamiento de la democracia,siquiera formal, en los años setenta y unacontribución igualmente importante con ocasióndel fallido golpe de Estado del 23-F y que, sinembargo, desde finales de los ochenta se habíaconvertido, como baluarte ideológico del

felipismo, en muro de contención en el que seestrellaban las ansias de cambio y progreso de unaamplia mayoría de la población urbana española.En los últimos años, el grupo Polanco se habíaconvertido en el verdadero partido conservador —en el sentido etimológico del término— español.

Una alta sociedad que, de cuando en cuando ycomo excrecencias del sistema, acostumbra aproducir sus propios chivos expiatorios, susMariano Rubio, Javier de la Rosa, Mario Conde, aquienes mete en la cárcel para, a continuación,seguir a lo suyo como si nada hubiera pasado,nada hubiera cambiado, porque ellos sólo estáninteresados en el mantenimiento del statu quo.Como dicen los franceses, plus ça change, plusc'est la même chose.

Algunos, los menos, trataban de buscarle unaexplicación al clima enrarecido que, al inicio del96, se respiraba en ese gran patio de colegio, tanpequeño, tan estrecho, tan mísero a veces, tan

ridículamente pueblerino que es Madrid, yhablaban del agotamiento de un sistema que, enesencia, seguía siendo primo hermano de aquelfranquismo caracterizado por el miedo y elsilencio de los corderos, franquismo cuyo finalfísico fue reemplazado por una cosa llamadaconsenso que sedó el verdadero afánreivindicativo de la mayoría de la población. Apartir del 82, España vivió una ensoñación decambio que pronto acabó machacada por el rodillosocialista, para desembocar directamente en lapura y simple corrupción extendida desde la raíz ala más alta rama.

Durante años no se pudo hacer un negocio,realizar una inversión importante, acometer unproyecto de altura sin pagar el correspondientepeaje, consultar al oráculo del poder, escrutar susvísceras y retribuir al mago/conseguidor de turno.El felipismo dejó una España sin clase dirigente,sin sociedad civil, con unas pocas grandes

empresas dirigidas por un núcleo de ricos en elque todo se mezcla, en que no hay decisionesempresariales puras porque todo está contaminadopor la vida social, los encuentros y desencuentros,los dimes y diretes, las filias y fobias… Una clasepoco seria que confía más en la amistad, elcompadreo y la conmilitancia que en sus propiascapacidades, y que por eso se considera obligadaa asistir a fiestas y cacerías, dispuesta a complaceral poderoso que invita y paga la cuenta.

¿Qué haría José María Aznar? ¿Se avendría aservir de zapatero remendón de un sistema quehacía agua, un sistema agotado, que claramenteparecía haber entrado en crisis total o, por elcontrario, se decidiría a cortar por lo sanoabordando la tan cacareada «regeneracióndemocrática» que demandaban muchos de lossectores que le habían aupado al poder? Ni lo unoni lo otro. Pragmático por encima de todo, Aznarse iba a echar en brazos de «la política de lo

posible».

* * *

El 3 de marzo del 96 iba a significar el intentode volver a retomar la línea perdida a finales delos ochenta. El requisito imprescindible para queun gobierno de derechas y en minoría pudiera, almenos, intentarlo, era «durar», y de ahí la pasiónde Aznar por alargar la legislatura. Durar ygestionar. Porque el arma utilizada para hacerposible el cambio iba a ser la gestión económica.

«El PP tuvo dos grandes aciertos como puntode partida —asegura José Luis Feito, embajadorde España ante la OCDE—. El primero fue ladecidida apuesta de Aznar por Maastricht. Dosmeses antes de las elecciones había gente demuchas campanillas que le aconsejaba que se

olvidara del tema, porque lo que tenía que hacerera un programa de crecimiento (como si cumplirlos criterios de Maastricht no fuera el mejorprograma de crecimiento posible). Aznar, quecallaba como muerto, no dudó un instante, alcontrario que los franceses, que Maastricht era laapuesta. Eso fue un gran acierto, porque, al final,la moneda única no era más que un instrumento,una coartada si se quiere, para acometer losajustes que era necesario hacer de cualquierforma. El segundo acierto, vital a mi juicio, es queno ha habido la más mínima fisura en la políticaeconómica del Gobierno del PP, cosa que el PSOEno consiguió nunca. Boyer se las vio y deseó conlos guerristas; Solchaga dijo aquello de que «estosPresupuestos no son míos», y luego vino Borrell ysu demagogia, de modo que Solbes hizo lo quepudo, que fue muy poco, a pesar de su buenadisposición para poner orden en la casa».

No ha habido fisuras porque Aznar, en contra

de las prácticas de Felipe, a quien aburríasolemnemente la materia, ha dirigidopersonalmente las operaciones de su armadaeconómica, ha monitorizado, ha presionado, havigilado a ministros y secretarios de Estadocuantas veces ha sido necesario.

Esa unidad de criterio en torno a lo que habíaque hacer resultó fundamental en la recuperaciónde la confianza. Naturalmente, de la mano demedidas concretas, la más importante de las cualesfue la firme determinación de controlar el déficitpúblico (fijado en el 0,8 por ciento del PIB para el2000, el equilibrio presupuestario será unarealidad en los PGE del 2001, lo cual constituirásin duda un hito en la Historia de España), unido auna serie de estímulos productivos concretos, talque la modificación en la tributación de lasganancias de capital, todo lo cual se tradujo en unapaulatina bajada de los tipos de interés, la subidade la Bolsa (a lo largo de 1997 hubo días en que

se negociaron 375.000 millones de pesetas, cifraequivalente al negocio de todo el año 1985) y elreferido repunte generalizado de la confianza.

Junto a la ortodoxia presupuestaria, elGobierno se embarcó enseguida en un programa deprivatización de empresas públicas y deliberalización que iba a tener su inmediatorefrendo en la caída de la inflación. «Eso deliberalizar está muy bien —asegura CristóbalMontoro—, pero sabiendo que nadie que estéinstalado quiere liberalización, de modo que hayque tener mucha voluntad política para enfrentarsea los grupos de presión y meter el bisturí allídonde los poderosos venían haciendo su agosto.La política económica no es un juego de haceramigos».

A primeros del 98, el Gobierno se atrevió alfin a hincarle el diente a la más significativa de suspromesas electorales, la bajada del Impuestosobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), sin

duda la decisión más difícil, pero que muy prontose convertiría en uno de los mayores aciertos, sino el mayor, en política económica, a pesar de lazapatiesta que la orquesta del profesor Polancopretendió montar, con la ayuda del PSOE, duranteunas semanas. Callaron muy pronto y parasiempre, porque el asunto —más dinero paragastar en el bolsillo de Juan Español— no teníavuelta de hoja.

Durante el puente del primero de mayo de1998, España ingresó por méritos propios en laprimera velocidad europea. Nadie le habíaregalado nada. Para José María Aznar, «el euro noes una estación término, sino un punto de partida.Llegar aquí es haber pasado el examen de acceso ala universidad, pero aún no es estar diplomado.Este es un desafío para España en términos deadaptación económica, y en términos dementalidad nueva como país. Es el punto dereferencia innegable para nuestro inmediato

futuro».La España dinámica que el PSOE captó en el

82 y que perdió con la cultura del pelotazo, laEspaña emprendedora, seria, profesional estabaotra vez «cachonda» e ilusionada, dispuesta a tirardel carro de la Europa del euro. «Creo que hemosretomado el discurso de la modernidad que elPSOE abandonó en algún momento —aseguraRodrigo Rato—, hemos recuperado el norteperdido y eso significa hacer un país mucho mascivil, más plural, más flexible, más abierto y, ensuma, más moderno».

Todo el proceso vino refrendado —tras unareforma del mercado laboral que puso demanifiesto la capacidad de diálogo y el sentido dela responsabilidad de los sindicatos españoles—por un regalo de inestimable importancia para lasociedad española: la creación de empleo. Con undato ciertamente llamativo, nuevo en nuestrahistoria, y es que la tasa de creación de empleo

pronto iba a ser superior al ritmo de crecimientoeconómico. Tradicionalmente, cuando se dabanincrementos de afiliación a la Seguridad Socialdel 3,5 o el 4 por ciento, la economía estabacreciendo por encima del 5 por ciento, comoocurrió en el boom de los ochenta. Ahora, por elcontrario, con el PIB creciendo al 3,5 por cientose registraban porcentajes de afiliación inclusosuperiores, lo cual parecía indicar que laeconomía española se estaba moviendo sobrebases nuevas.

Ello abría la puerta a algo que, apenas unosaños antes, era simplemente un sueño: laposibilidad de que, con un ritmo de crecimientosostenido en el tiempo, España pudiera colocarseen tasas de paro homologables a las de su entornoen un período no excesivamente largo. Un asuntode enorme trascendencia social y, naturalmente,política.

Corolario de la creación de empleo es que la

Seguridad Social, que en 1996 se encontraba enpráctica quiebra con un «agujero» superior a los800.000 millones (parte del cual se financiaba conuna línea de crédito concedida por la bancaprivada a tipos de interés del 15 por ciento, lo queexplica el contento de algunos con la situación),alcanzó el equilibrio presupuestario en 1999,estando previsto un ligero superávit durante elejercicio 1999-2000.

* * *

«El éxito ha sido indiscutible —señala JoséLuis Feito—, como lo ha sido la mejora de laimagen de España en el exterior. Dicho lo cual, noconviene perder de vista el cuadro general,porque, para impedir los terribles efectos entérminos de paro que tradicionalmente ha tenido

todo cambio de ciclo en España, hay que meterle ala economía una dosis de medicina de verdad, hayque abordar reformas todavía mucho más audacesy profundas. Con los mimbres que tenía, el PP hahecho un cesto magnífico; le van a dar el primerpremio en cualquier exposición, pero es un cesto,no nos engañemos, no una escultura de Rodin o unapintura de Matisse, no es una obra de arte, y ése esel problema de una economía como la española,que cuando se deprime lo hace a conciencia, ycierra empresas y expulsa del mercado de trabajoa cientos de miles de personas».

El Gobierno Aznar, sin embargo, apostó desdeel principio por «la política de lo posible».«Inmediatamente después del 3 de marzo dije quelas reformas estructurales radicales haríanimposible la recuperación económica y, por tanto,la aplicación de esas reformas», asegura CristóbalMontoro. En ausencia de ese radicalismoreformador, los españoles hemos asistido en estos

últimos cuatro años a una verdadera revolución,pues como tal cabe calificar esa nueva «cultura dela estabilidad» que significa vivir con bajainflación, con bajos tipos de interés, con creaciónde empleo y con la certidumbre de que es posiblecambiar las cosas mediante el consenso.

Tendrá que pasar algún tiempo antes de quepodamos valorar en toda su importancia el cambioprovocado por el comportamiento de las variablesmacroeconómicas en un país acostumbrado a vivircon alta inflación desde siempre. La imposibilidadde hacer previsiones sólidas a medio y largo plazohizo que en España echara raíces la «cultura delpelotazo», que es la cultura de una economía coninflación donde la gente se lo juega todo a la cartade los comportamientos especulativos. Y ello porla ausencia de un marco de referencia explícito yestable, tarea esencial de todo gobierno que seprecie, al que todos puedan atenerse y en el que sepueda operar con libertad.

«Hemos cambiado el chip de confianza —asegura el secretario de Estado de Presupuestos,José Folgado—, y un ejemplo de ello es que, en unmercado libre y globalizado, el Gobierno españolfinancia su déficit al mismo precio que el de losEstados Unidos, ni una peseta más. España pagapor el dinero que necesita tomar prestado lomismo que el Tesoro norteamericano. De manera—prosigue Folgado—, que para esos capitalistasque arriesgan sus duros algo muy importante hacambiado con respecto a España. Y ha cambiadotambién para el español de a pie, porque la caídade tipos ha sentado las bases para inversionesproductivas, puesto que ya no compensa tener eldinero en el banco».

Los progresos realizados en esta legislaturavan a permitir, por lo demás, acometer en el futuroy sin dramatismo las citadas reformas de base quede otra manera hubieran resultado muy difíciles dellevar a la práctica. «Hemos entrado en un modelo

de crecimiento con baja inflación donde es posiblefinanciar los costes fijos del sistema y al mismotiempo que quede dinero para invertir eninfraestructuras, en I+D, en la profesionalizacióndel Ejército, etc., algo que no se podría hacer conuna economía parada —señala Montoro—. Enestas circunstancias, con un déficit que permite unafinanciación más holgada de la economía, será lapropia sociedad la que pida al Gobierno queacometa esas reformas, lo cual implica un cambiocultural muy profundo».

Para José María Aznar, que a primeros denoviembre pasado anunció un plan deinfraestructuras hasta el 2007 por importe de 18billones de pesetas, «el secreto de este Gobiernoha consistido en combinar la disciplinapresupuestaria con el impulso reformador. Este esun país que ha universalizado la sanidad, laspensiones y la educación, que tiene una política devivienda encomiable y que está en condiciones de

alcanzar grandes objetivos, el más inmediato delos cuales es igualar su renta a la media de lospaíses de la UEM, objetivo que, como el del plenoempleo, está a nuestro alcance si somos capacesde seguir manteniendo el equilibro entre lopolíticamente deseable y lo económicamenteposible».

* * *

El Gobierno Aznar ha hecho los deberes enmateria económica teniendo que lidiar con unsocio tan complicado como CiU, que, si bien haenseñado al PP a gobernar en coalición,aprendizaje muy importante en términos deconvivencia, con frecuencia ha practicado undoble juego consistente en dar su visto bueno enprivado a medidas que implicaban un desgaste

político y querer al mismo tiempo quedar bien enpúblico, forzando al Gobierno Aznar a cargar conel coste electoral en solitario. Un socio que,enfeudado con determinados grupos de presióncatalanes, a menudo se ha convertido en unelemento retardatario del proceso deliberalización de la economía española. Y es que,desde tiempo inmemorial, CiU ha funcionado enMadrid como una especie de gestoría —conMiguel Roca como cabeza visible— de intereseseconómicos privados catalanes.

Por fortuna, Aznar ha contado en casi todo conapoyo sindical. «Hemos hecho lo mismo que elPartido Laborista británico —asegura RodrigoRato—. Tony Blair hace una política de centro-derecha desde el centro-izquierda, y el PP hace lomismo pero al revés, y eso tiene al PSOEconfundido y a los sindicatos básicamentecontentos, porque, al margen de que les guste máso menos la alternativa que el PP representa, ven

que las cosas marchan, que llaman y se lescontesta, que son interlocutores respetados. Alfinal, son los resultados los que hacen posible queun Gobierno de centro-derecha que lo hace bien seentienda mejor con los sindicatos que otro deizquierda que lo hace mal».

«En la generación del clima de confianza quese respira en España ha resultado fundamental lacapacidad del Gobierno para llegar a acuerdoscon patronal y sindicatos —sostiene Folgado—,que han demostrado mucho valor y una gran alturade miras. Esos acuerdos han operado como“estabilizadores sociales” capaces de asegurar pazsocial y laboral, moderación salarial y contratosde trabajo estables».

«Dentro de unos años nos asombrará ver en ladistancia la aceleración que determinadosprocesos han sufrido en esta legislatura —aseguraJosep Piqué—, Desde el rigor macroeconómicohasta el impulso reformista, pasando por el

diálogo social, la tregua etarra… toda una serie detemas que han conocido un salto cualitativoenorme, lo cual contrasta con el paréntesis de losdos últimos gobiernos de González, doslegislaturas totalmente perdidas en términos defuturo de país, siete años ad maiorem gloriam dela soberbia del líder, con una recesión galopanteen el 92/93 que ni se supo ni se quiso paliar, y esque hay ex ministros del PSOE que te lo cuentansin pelos en la lengua: no se movía nada, no hacíannada, no despachaban con nadie, todo el mundosentado en su silla viendo pasar el tiempo…».

El 28 de diciembre del 98, Telecinco abrió sunoticiero de las ocho y media comentando que sehabía perdido ya la costumbre de las inocentadas,pero que no hacía falta ninguna, porque si un parde años atrás un telediario hubiera abierto conalgunas de las noticias del día la gente no sehabría creído ninguna, a saber: los «batasunos»apoyando en Vitoria la investidura de Ibarretxe,

los tipos de interés al 3 por ciento, el Banco deEspaña fabricando los primeros euros… Tal hasido la aceleración histórica vivida en estos años,aceleración que la sociedad española, que se haolvidado ya de la gesta que supuso ingresar en laUnión Económica y Monetaria, descuenta con unanaturalidad impresionante.

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Junto a las realidades económicas, en estalegislatura han cambiado también, y de maneraevidente, las relaciones entre el poder político y eleconómico. «Hay menos injerencia en la vidaeconómica —asegura Ángel Corcóstegui,consejero delegado del BSCH—, y eso es buenopor definición. A mí no me llaman de Moncloa odel Ministerio de Economía para esto o lo otro, y

eso significa un cambio muy evidente con respectoa anteriores gobiernos, eso te da muchatranquilidad, porque no ves a nadie intentandomoverte la silla».

En la batalla planteada desde marzo del 96entre el binomio Prisa+PSOE y el Gobierno Aznarestaba en juego, entre otras cosas, la posibilidad,por primera vez en nuestra historia, de unaconvivencia pacífica entre el poder político y eleconómico, una convivencia sin interferenciasmutuas, un sistema de relaciones en el que lospoderes económicos no necesiten el favor delpoder político, caso de Jesús Polanco, paraprosperar y hacer empresa y donde el poderpolítico no se vea con derecho a intervenir en lasoperaciones económicas, grandes o pequeñas, quese planteen, respetando las reglas del mercado y lalegislación vigente.

La conquista de esa separación entre podereses otro hito en un país donde, desde hace siglos,

todo el mundo se ha acostumbrado a temer alpoder político y a vivir pendiente del dedoamenazador del padre Estado. «Desde el principiodejamos claras las reglas del juego —asegura elpropio presidente del Gobierno—. Dedíquenseustedes a lo suyo, hagan lo que tengan que hacer,completen su saneamiento, aborden su expansióninternacional y estén tranquilos porque a mí no seme va a ocurrir mover la silla a nadie, yo no mevoy a meter en casa ajena. Esta es una parteimportante del cambio: la separación entre lasesferas de lo público y lo privado. Haga ustedbanca, que es lo suyo, porque de la política meencargo yo. Cumpla usted la legislación vigente, ysi tiene algo que decirnos aquí estamos paraescucharle y, si podemos, ayudarle».

«Lo cual ha producido una buena dosis dedesconcierto —asegura el primer ejecutivo de unimportante grupo constructor—, porque lo normalera que te llamaran para decirte lo que tenías que

hacer, o que fueras tú mismo a preguntar qué es loque les gustaría que hicieras. Ahora, el poder tedice, más o menos, que hagas lo que te salga de loscojones, y eso despista mucho».

¿Quiénes son los banqueros de este Gobierno?Ninguno, ni siquiera Emilio Botín. El santanderinofue el único que en 1987, con Aznar recién llegadoa Madrid, se negó a dar una peseta de crédito alneonato Partido Popular, lo cual no fue óbice paraque luego se convirtiera en el primer supporterdel programa económico del PP en la oposición.

El propio Aznar no olvidará el día en que,cuarenta y ocho horas después de sufrir el atentadode ETA con coche bomba, hallándose en una salade la sección de vuelos privados en Barajas,situada entonces en la terminal de carga, en esperade emprender un viaje, se topó de repente ante unimpetuoso Emilio Botín que evidentemente habíaerrado de puerta. Frente a frente con Aznar, elbanquero se paró en seco, se llevó las manos a la

cabeza, y exclamó: «¡Gracias a Dios, gracias aDios, gracias a Dios!…». Sin embargo, eso no setradujo en un apoyo explícito o una relaciónespecial con el Aznar presidente. Como demostróen los primeros meses de Gobierno (venta de supaquete en Azucarera Ebro a intereses franceses,en contra de los deseos de Loyola de Palacio),Botín sólo se compromete con su bolsillo.

En cualquier caso, es evidente que EmilioBotín está mucho más cerca de este Gobierno queEmilio Ybarra. Pero ¿es ésa una relacióncomparable a la que mantenía el propio Ybarracon el PSOE? Rotundamente no. La diferenciaestriba en que José María Aznar llegó al Gobiernosin deberles nada a los banqueros, lo que hace queno se sienta inclinado a consultarles ni a dorarlesla píldora, porque no va con su carácter. «Graciasa Dios», que diría Botín.

* * *

Tras la victoria electoral del 3 de marzo del96, Aznar tenía como objetivo desmontar losaspectos más negativos del felipismo, lasmanifestaciones más patológicas de un sistema degobierno personalista asentado sobre cuatropilares básicos:

1. El poder empresarial, centrado en lasllamadas «joyas de la corona» del sectorpúblico, a saber, Telefónica, Repsol,Endesa, Tabacalera y Argentaría.

2. El poder mediático, focalizado en RTVEy su influencia sobre las cadenasprivadas, Antena 3 y Telecinco, sinolvidar, obviamente, el Grupo Prisa.

3. El poder político, concretado en lasmayorías parlamentarias y, después, enlos acuerdos con CiU, más el poder en

comunidades autónomas, diputaciones yayuntamientos.

4. El poder judicial.

Desmontar esta estructura no iba a resultartarea fácil. La pata del poder empresarial hadesaparecido por obra y gracia de la política deprivatizaciones llevada a cabo. El Gobierno haactuado en este sentido con rapidez, eficacia ytransparencia.

Bancos, eléctricas, petróleo, gas,telecomunicaciones… todo está privatizado. Y esosignifica, para el gobierno de turno, perder unagran cantidad de poder, capacidad para intervenir,mediatizar y coartar el funcionamiento de losagentes económicos imponiendo tesis y políticas.«Si yo quisiera decirle algo ahora al presidente deRepsol, puede que me escuchara o puede que no—asegura Rato—, porque a los únicos que tieneque rendir cuentas es a sus accionistas. Y es que un

Feliciano Fuster mandaba antes mucho más que elministro de Industria, lo que explica que se hicierala política eléctrica que convenía a Endesa, no aEspaña, y que fuera imposible bajar el precio dela luz».

De modo que, incluso en el caso de que elPSOE volviera a ganar las próximas elecciones, elpoder que emanaba del sector público empresarialya no estaría en sus manos. De ahí la reacciónairada de Felipe González en relación con esteproceso. «El tenía dos palancas de poder en lasempresas públicas Endesa y Telefónica, porencima de las demás, que eran fuente de empleo yde favores para su gente y al mismo tiempo uninstrumento para llevar a cabo la política del paloy la zanahoria con el sector privado».

El PSOE se ha dedicado en los últimos mesesde 1999 a lanzar una teoría, apenas un esbozo,según la cual el Gobierno ha creado una nuevaclase empresarial ligada al PP y asentada en las

grandes empresas públicas privatizadas. Larealidad es que los actuales presidentes de talesempresas, incluido Villalonga, ya eranempresarios y/o profesionales ricos yreconocidos, y todos y cada uno de ellos, ademásde compararse favorablemente en términos decurrículum con sus predecesores, no han hechosino convertir las empresas que dirigen (porsupuesto Martín Villa) en multinacionales, algo delo que ciertamente adolecía nuestra economía.

En el terreno mediático, la tarea ha quedado amedio hacer. Efectivamente, se hurtó a JesúsPolanco el monopolio del cable en un primermomento y después se puso freno al nuevomonopolio que pretendía con la televisión digital,lo cual le ha supuesto un duro castigo, un lucrocesante muy importante que explica la reacción delGrupo Prisa, porque naturalmente Polancoarremete contra quien le hace daño, no contraquien le tira flores.

En el renglón político, las cosas van por suorden. El PSOE está en la oposición y, a pesar delos pactos —algunos contra natura— surgidostras las elecciones municipales y autonómicas dejunio pasado, ha perdido mucho poder territorial.

El fracaso más notorio del Gobierno Aznar sellama, sin duda alguna, Justicia. Después de treceaños y pico de infiltración y control, el poderjudicial sigue siendo un reducto felipista (plagadode Ancos, Villarejos y Bacigalupos) dondefunciona un eficaz reparto del trabajo: los Belloch,Moscoso, Sala y compañía pastorean el TribunalSupremo y el Constitucional (siete filosocialistasseguros, y alguno más probable, de doce posibles),mientras el grupo Polanco, con Clemente Auger,controla la Audiencia Nacional.

«Antes podía hacerte una profecía, con unligero margen de error, sobre cuál iba a ser lasolución jurídica que prevalecería en un asuntodado —asegura un miembro del Tribunal

Constitucional—. Ahora también te la puedo hacer,pero ya no es una profecía, sino una predicción, yya no es una solución jurídica, sino política,consistente en saber la filiación de los magistradosque componen la sala y echar cuentas. Es comouna oposición a cátedra: sabiendo la adscripciónpartidaria del tribunal se sabe el resultado. Tantosseñores que sirven al PSOE frente a tantos quesirven al PP. Con una matización: que los afínes alPP suelen dar cierto margen para la sorpresa, cosaque no ocurre con los del PSOE, que, a la voz dear, sólo funcionan en clave política. Muy triste,porque ésta es la negación de la garantía deimparcialidad que podíamos ofrecerle alciudadano».

«Lo que está ocurriendo en la Justicia es deaurora boreal —asegura un destacado miembro delGobierno Aznar—. La Justicia está podrida, peroeso no es responsabilidad del Ministerio deJusticia, sino de unos magistrados a quienes les

importa un bledo todo. Nadie cree en la Justicia,lo cual es uno de los grandes problemas del país.Subimos el sueldo a los magistrados del Supremo,porque era una promesa del Gobierno anteriorpara igualarles con los del Constitucional, y a loscinco días los vocales del Consejo General delPoder Judicial se lo subieron por las bravas, algoimpresentable en gente que ha sido puesta ahí adedo por los políticos y que demuestran así que laopinión pública no les importa nada».

Fue una batalla que el Gobierno Aznar perdiómuy pronto, nada menos que en junio del 96,cuando el grupo parlamentario popular pactó conel PSOE una renovación del Consejo General delPoder Judicial que resultó un trágala. «Porqueellos votaron a los suyos y nosotros no votamos alos nuestros —asegura un alto funcionario delMinisterio de Justicia—, Y el Consejo es unapieza clave, porque es allí donde se reparten lascarreras de los jueces, al fin y al cabo unos

funcionarios que se mueven por instintos muyconcretos, entre otras cosas por ganar cuatro durosmás».

La Justicia es, sin duda, el gran reto pendientepara el gobierno que salga de las próximaselecciones generales. Porque no se puede hablarde un país ni de una economía moderna sin unaJusticia digna de tal nombre, rápida, eficaz eindependiente, neutral, libre del cepo de laservidumbre política.

Otro fracaso no menos llamativo, aunque conmucha menos influencia en la vida diaria de losciudadanos, es el del Cesid, los servicios secretosespañoles que Aznar prometió democratizar apoco de llegar a La Moncloa. Al rendir viaje lalegislatura, «La Casa» sigue siendo, por desgracia,un Estado dentro del Estado, una taifa no sometidaa criterios de funcionamiento democrático, un nidode víboras donde se siguen pisoteando muchosderechos fundamentales y de donde sigue fluyendo

información reservada hacia Felipe González, alfrente del cual continúa un Javier Calderón queguarda algunos de los secretos más llamativos delgolpe del 23-F.

La situación del Cesid es ingredientefundamental en la acusación que algunos sectoresde opinión formulan contra un Aznar que llegó alpoder avalado por el deseo de amplias capas depoblación urbana de proceder a un saneamientoradical de las instituciones tras el paso del tornadofelipista. Para los que tal sostienen, el fracaso deAznar con la llamada «regeneración democrática»no admite paliativos, aunque el presidente,refugiado también aquí en la «política de loposible», argumenta que la regeneración sedemuestra andando: se demuestra con un directorde la Guardia Civil que no huye al extranjero conel dinero público, con un ministro del Interior queno reparte los fondos reservados entre sussubordinados, con un gobernador del Banco de

España que no defrauda al fisco, con un…Los mismos sectores de opinión reclamaban

también de Aznar el fortalecimiento de la vigenciade España como nación y la consolidación delEstado de las Autonomías, con la definición de unaconciencia nacional civilizada, democrática,racional, tolerante, moderna, europea… pero notribal. Una conciencia nacional que no aplaste lapluralidad sino, al contrario, la respete e integreen un proyecto colectivo común.

El fracaso ha sido también aquí evidente, conun Jordi Pujol que sigue inquebrantable a lo suyo,aferrado a una ley de política lingüística, entreotras medidas de un dirigismo insoportable,claramente lesiva para los derechos de loscastellanohablantes y un PNV que definitivamenteparece haberse echado al monte del radicalismoabertzale.

* * *

Dar una definitiva oportunidad a la paz en elPaís Vasco será, sin duda, uno de los grandes retosde la nueva legislatura.

Por desgracia, ese logro de la sociedadespañola en su conjunto y de la política de firmezadel ministro Mayor Oreja que fue la tregua etarra,se ha ido al traste hace escasas fechas, finales denoviembre pasado, con la decisión adoptada por labanda terrorista de volver a matar. De modo que lapacificación definitiva del País Vasco se yergue,de nuevo, como la gran tarea política pendientepara el Gobierno que salga de las elecciones demarzo del 2000. El objetivo último, además deacabar con la serpiente etarra, debe ser integrar alos nacionalismos vasco y catalán en un proyectocolectivo nuevo que no puede ser otro que el de laEuropa del euro, logrando que, si se engancharon

al mensaje de Maastricht, se enganchen también alreto que supone transitar por la UEM.

Madrid ya no puede seguir siendo culpable detodos los males, reales o supuestos, de losnacionalismos melancólicos. Las comunidadeshistóricas disponen del nivel de autogobierno queles garantiza la Constitución, y tanto la Generalitatcomo Ajuria Enea son plenamente responsables delo que ocurre en sus respectivos territorios. Seacabó el agarrarse al clavo ardiendo del «dame»ante Madrid. Ha llegado el momento deproporcionar al esquema entero una nuevadimensión, empezando a hacer política en unmarco más amplio, complejo y difícil, perotambién de mayores oportunidades para todos.

Ya no tiene sentido discutir entre Madrid yVitoria, cuando todo se va a discutir en Bruselas yEstrasburgo. Pero, en el nuevo marco continental,los interlocutores van a ser pocos, y es evidenteque en lo que a España concierne esa función

recaerá en el Gobierno central, a quiencorresponderá después compartir información ymotivar a las comunidades autónomas en labúsqueda de soluciones comunes. Conducir a losnacionalistas por la senda de la Europa del euro,incluso logrando su participación en el Gobiernode la nación, además de ser un precedenterevolucionario rebajaría tensiones internas almismo tiempo que daría a España un horizonte deestabilidad que resultaría definitivo para eldesarrollo económico, lejos del tradicionalregateo al que hemos asistido en estos años.

Es evidente que esa participación de losnacionalismos no se va a conseguir apelando a laidea de España, porque eso supondría para ellosrenunciar a su discurso político, pero sí podríalograrse apelando a la necesidad que vascos ycatalanes van a tener de jugar sus cartas en unmarco más amplio que el del propio Estadoespañol, el marco de la Europa del euro, cuyo

interlocutor reconocido es el Gobierno de Madrid.La sociedad española está abocada a una

transformación a la que había venido dandoesquinazo durante los últimos gobiernos Gonzálezy que la UEM va a hacer inevitable. Un cambioque supondrá enterrar de una vez los viejosfantasmas familiares, los izquierdismos inútilesheredados del franquismo, la pasión por lopúblico, la aversión al riesgo, el recelo hacia lainiciativa privada y la libre competencia. Unatransformación que dependerá, indudablemente,del resultado de las próximas generales.

«El nuevo Gobierno estará obligado, le guste ono, a acometer la segunda fase de las reformas siquiere que la economía española siga siendocompetitiva», asegura Feito. Para el ex jefe de laOficina del Presupuesto de La Moncloa, JoséBarea, esas reformas («asignatura pendiente delcentro-derecha español»), que implican unamodificación estructural del gasto público, se

dividen en dos grandes bloques de problemas quehan quedado postergados en esta legislatura paramejor ocasión:

- Empresas públicas (asuntos como esedespilfarro, insulto permanente a laracionalidad, que es RTVE).- Protección social (sanidad y pensiones).

«El Gobierno ha adquirido unos compromisoscon los sindicatos que tiene que cumplir —aseguraBarea—, pero es evidente que ahí se va a producirun desequilibrio permanente, porque si lapoblación jubilada crece al ritmo del 2 por cientoanual y además las pensiones se indician a lainflación pongamos que a un 2,5 por ciento anual,ahí ya tenemos 4,5 puntos de crecimiento anual delos compromisos financieros del sistema deSeguridad Social, porcentaje al que habría quedescontar el crecimiento de la recaudación víanuevas afiliaciones, de manera que el imbalance

anual, que tendrá que ser financiado vía PGE,puede oscilar entre los 2 y 3 puntos de PIB. Poreso no habrá más remedio que meter mano en unsector público empresarial que todavía genera undéficit de 1,2 billones de pesetas anuales».

Al mismo tiempo, el nuevo Gobierno deberácontinuar profundizando en el terreno de lasmedidas liberalizadoras, para lograr esa efectivacompetencia cuya ausencia en muchos sectoresgravita como una losa sobre el IPC.

«¿Liberalizaciones? Conviene aclarar que laeconomía española es más abierta que la francesay tanto o más que la alemana —asegura RodrigoRato—. Dicho lo cual, ahora hay que terminar loempezado y hacer que las medidas ya adoptadasfuncionen. Por ejemplo, hay que ampliar lacompetencia entre gasolineras y hacer quefuncione en el sector eléctrico, además deliberalizar de modo efectivo el gas y continuarpresionando sobre el sector servicios, para lo cual

tenemos que dotarnos de un Tribunal de Defensade la Competencia muy ágil, que pueda actuar deoficio, buscando y poniendo de relieve lasprácticas monopolísticas que puedan existir,porque, al final, los pactos sobre precios en estesector condicionan el comportamiento de lainflación. Y, por supuesto, hay que meter mano deuna vez al problema del suelo».

* * *

Muy probablemente, España se va a jugar elfuturo del primer cuarto del siglo XXI en laspróximas elecciones generales del 2000. «Para elPP, disponer de una legislatura adicionalsupondría apuntalar definitivamente el cambioiniciado en los últimos cuatro años —aseguraAznar—. Yo estoy absolutamente convencido de la

oportunidad de oro que tiene España paraconvertirse definitivamente en un país moderno yaún más atractivo, consolidando los cambios dementalidad (el otro día le pregunté a Martín Villa:“¿Cuántos accionistas tenía Endesa cuando túllegaste?”, “Doscientos mil”, me dijo. “¿Yahora?”, “Dos millones, me respondió”) que sehan operado, abordando definitivamente lasreformas pendientes para seguir creciendo ycreando riqueza y empleo. Si hemos sido capacesde entrar en la Europa del euro por derechopropio, vamos a ser capaces de hacer muchas máscosas».

Una nueva victoria del Partido Popularcolocaría al PSOE en una posición muy difícil,abocándolo definitivamente a esa catarsis que elaparato de Ferraz trata de evitar desde 1993,porque ese proceso implica un cambio que deberíaculminar en un relevo generacional radical. Ahíestá el problema: se trata de una generación que

lleva más de veinte años viviendo de la política,que no sabe hacer otra cosa, que todavía es joveny que no quiere irse a casa. Al final, ésa fue larazón última de las famosas primarias, el intentode volver al poder por un atajo, dando esquinazo ala dura travesía del desierto que significa dar pasoa nuevos líderes, nuevas ideas, nuevo lenguaje.

Del mismo modo, ese nuevo triunfo de Aznarsupondría el final definitivo de la carrera políticade Felipe González, por más que él mismo o elentorno de los Polancos puedan estar soñando conun eventual ritorno al final de la próximalegislatura. En primer lugar, porque resultaría muydifícil mantener taponado el PSOE después de unanueva derrota sin abordar la renovación, y no hayrenovación posible en el socialismo español queno pase por la definitiva desaparición del«carismático líder». Y, en segundo lugar, porque,en la primavera del 2004, España y la sociedadespañola tendrán poco que ver, si algo, con la

España que Felipe dejó en marzo de 1996.La continuidad de Aznar en Moncloa

supondría, igualmente, un duro golpe para esepoder fáctico que es Jesús Polanco, el único quepuede ser considerado como tal en España a laspuertas del nuevo milenio.

El 24 de diciembre del 96, un error de cálculodel editor le llevó a echar un pulso en toda regla aun Gobierno democráticamente elegido, lo queobligó a Aznar a hacer explícito un gesto deautoridad que acabó con el cántabro contra lascuerdas, como no podía ser de otro modo. Ver alGobierno tenérselas tiesas con el poder de estenuevo «Kane» ibérico y ponerlo en su sitio nopudo menos que producir satisfacción entre losamantes de la libertad que sólo aspiran a verlecompetir en igualdad de condiciones, salir a pechodescubierto sin la cota de malla del Gobiernoamigo, sin que del Ministerio del Interior o delBanco de España le lleguen las exclusivas con

motorista, sin que de Focoex le lluevan las ofertassudamericanas, sin que del Consejo de Ministrosle manen los negocios, las radios, las televisiones,los cables, porque, como dice Galbraith, «elmonopolio es la fuente de poder de una sociedadpobre; un país rico invita a la gente a buscaralternativas».

Tras la dura batalla que en estos años haenfrentado al Gobierno con la trama de los«felipancos» se adivinan dos formas de entender yabordar el futuro de España: por la senda de unpaís abierto, enemigo de la corrupción y elclientelismo, que funciona y crece y crea puestosde trabajo bajo el imperio de una ley igual paratodos, o el país del amiguismo y la corrupción, elpaís de unos pocos, el país del miedo a discrepary del silencio cómplice. Era una guerra que elGobierno tenía que ganar, porque aquí, por unavez, valía el dicho del siniestro Stalin según elcual «la única guerra inmoral es la que se pierde».

A la altura de abril del 97, cuando ya estabaclaro el resultado de la pelea, José María Aznardejó de interesarse por Polanco. Su política con eleditor ha sido una repetición de su estrategia en laoposición con González. Frío, cerebral,calculador, capaz de desarrollar el movimientoque más le conviene en cada momento, Aznar novio en Polanco nada más que un buen sparring y,de la misma manera que en la oposición pasó delhistriónico «váyase, señor González» a lacomponenda de los conciliábulos secretos enMoncloa, ahora ha pasado de tenerlo asediado y apunto de doblar la rodilla a salvarlo de lasconsecuencias judiciales del caso Sogecable.

Al margen de la cuenta de resultados delGrupo Timón, asunto ciertamente nada baladí, lacapacidad de presión del cántabro no se derivahoy tanto de lo que publica El País o transmite laSER como de lo que, al día siguiente, repican laCOPE o el diario El Mundo, enganchándose, a

veces con una ingenuidad que sólo puede explicarel glamour que sigue ejerciendo la izquierda«progre», a las campañas que inicia Prisa. A esose reduce el éxito de Jesús «del Gran Poder»Polanco.

«Hay que comprender la reacción de unhombre de setenta años (que celebró con granpompa el pasado 7 de noviembre en un hotel delujo de Tenerife en compañía de casi un centenarde grandes empresarios) que ha tenido unGobierno a su disposición y que de repente seencuentra remando contra corriente —asegura unode sus más notorios socios en Sogecable—. Y esque Polanco ha perdido protagonismo y poder eneste país en los últimos cuatro años, y eso esverdaderamente lo que saca de quicio, más que eldinero dejado de ganar, a un hombre quefundamentalmente es orgullo en estado puro,porque el dinero le importa menos que la defensadel estatus que había alcanzado con el felipismo».

Que nadie se equivoque: Jesús PolancoGutiérrez sigue siendo la mayor amenaza que seyergue frente al futuro de esa España abierta a queaspira gran parte de la población española. Eleditor está crecido tras su demostración de poderfrente al juez Gómez de Liaño. Tanto él como su«cuate» González han protagonizado un verdaderoouting en los últimos meses, haciendo públicaexhibición de una amistad que hasta el momentohabían mantenido en una más que discreta reserva.Ahora, por el contrario, se exhiben juntos sinremilgos en la juerga flamenca del cantaorRancapino, en Casa Lucio (celebrando la «muerte»de Liaño), o en el hotel Jardín Tropical deTenerife, por citar los casos más llamativos.

¿Qué hará Polanco en caso de una nuevavictoria electoral de Aznar? ¿Seguir remandocontra corriente durante otros cuatro años, atado alcarro del felipismo, o intentar un pacto con elGobierno de centro-derecha al que por clase

social pertenece? La respuesta sólo está al alcancede quienes están en el secreto de los verdaderoslazos que unen al editor con Felipe González,lazos que parecen mucho más fuertes que la simpleideología.

* * *

¿Sigue siendo España el país de centro-izquierda que proclama el tópico? Son muchos lossignos que apuntan a que del felipismo se estásaliendo hacia una sociedad más liberal, másmoderna, con un componente muy importante desolidaridad, menos dispuesta a aferrarse a lopúblico como tabla de salvación, que ha cambiadoradicalmente de opinión en el debate de losimpuestos (hasta el punto de rechazar la ideasindical de que bajarlos significa poner en peligro

el Estado del Bienestar) y en la que comienza aabrirse paso una nueva mentalidad emprendedora,como demuestra el boom de la iniciativa privada.¿Una sociedad distinta?

«Yo creo que España ha sido un país decentro-izquierda que ahora camina en otradirección —asegura Rodrigo Rato—. Se advierteen la valoración de la patronal (por encima de lossindicatos), en la falta de entusiasmo de la gentecon la idea de las treinta y cinco horas, en lacreciente aceptación de una sociedad abierta, conmás iniciativa privada y menos Estado. Si éste esel caldo de cultivo en el que le gusta moverse a lagente, es claro que en las corrientes de fondo de lasociedad española se ha producido un cambio muyimportante. Lo que pasa es que entre las corrientesprofundas y las manifestaciones políticas ensuperficie hay todavía un trecho, porque haylealtades históricas difíciles de romper, quenecesitan tiempo para cambiar de expresión,

aunque creo que estamos abocados a una batallamucho más sociológica que política, que es, porotro lado, lo que está ocurriendo en todo el mundooccidental».

Ciertamente, España y los españoles hancambiado mucho a lo largo de esta legislatura. Lohan hecho, en primer lugar, recuperando laconfianza en el futuro, y en segundo lugar,abandonando su tradicional propensión a laresignación. Este era un país resignado a seguiralejado de Europa en términos de renta per cápita,a tener una tasa de desempleo que doblaba la denuestros vecinos, a entrar en la Unión Monetariaen el tren de la segunda velocidad —la de lostorpes— y a que, en algún momento, la SeguridadSocial se declarara en bancarrota dejando depagar las pensiones.

«El gran logro de esta legislatura ha sido laconfianza —asegura Cristóbal Montoro—,confianza en el futuro que se manifiesta en la

predisposición al cambio, frente a la renuencia almismo que se advierte en países vecinos muchomás ricos que el nuestro. Y ello porque losespañoles han redescubierto sus capacidades paraemprender, asumir retos y lograr objetivos. Españavive ahora en la seguridad de poder convertirse enun país de cultura muy moderna, abierto a lasinnovaciones y los cambios».

Sobre este decorado, manifiestamenteembellecido con respecto al triste panoramareinante en marzo de 1996, planea la figura de unJosé María Aznar que sigue siendo un misterio,una gran incógnita para la mayoría de losespañoles, pero sobre el que existe generalconsenso en que es el amo del partido y delGobierno. El que manda.

Dentro del propio PP hay gente que leconsidera un hombre «insultantemente mediocre»,asegura un diputado popular. «Yo creo que Aznarse pregunta todos los días: ¿cómo un tío como yo

ha podido llegar tan lejos?». Un políticodesprovisto de carisma, mal dotado para lasrelaciones públicas, gélido de puro frío, untémpano, cuya innata frialdad impone barreras alacercamiento.

Un «franquito» corto de palabra,imperturbable, introvertido, seco. Un solitario queproduce a veces la sensación de vivir aislado enun castillo tan fantástico como evanescente, queescucha, pero que rara vez se manifiesta de formaclara y concreta, y que al final no consulta susdecisiones con nadie.

Este tipo de hombre y de político continúateniendo serias dificultades para calar en elcorazoncito de un pueblo que, sobre todo en lascapas más modestas de la España rural, sigueañorando al líder, sigue anclado en aquel reflejocolectivo que Unamuno describió en laUniversidad de Salamanca como la necesidad delamo: «El pueblo español necesita un mesías —

digamos un cacique— y lo busca; y si no lo halla,lo inventa».

Todo lo cual explica la resistencia al despegueelectoral del PP, a pesar de presentar un cuadro derealizaciones económicas globalmenteencomiable. «El problema del PP no es otro que elpropio Aznar, la falta de carisma del presidentedel Gobierno, y eso no lo arreglan ni en Lourdes»,señala el mismo diputado popular.

Un hombre frugal en sus hábitos de consumo,de vida sencilla, que llegó a La Moncloa sinhipotecas de ningún tipo, lo que siempre hadesconcertado mucho a las fuerzas vivas patrias.Un presidente de Gobierno en las antípodas deesos ricachones que cada fin de semana sedisfrazan para pegar tiros en las grandes caceríasde los Montes de Toledo. Uno de sus amigos lepreguntó un día si no le invitaban a tales saraos:

—Ni hablar, yo con esa gente sólo me trato pormotivos estrictamente profesionales.

Pero un hombre que, en la intimidad, es otrapersona muy distinta, un tipo seguro, confiado,cálido, abierto de gesto y de palabra. Nada quever con el Aznar reservón, huraño, desconfiadoque muchos creen conocer.

Un político que puede que no diga pero que,sin embargo, actúa. Ese es su secreto. Dotado deuna voluntad de hierro y sin decir una palabra demás, ha sido capaz de vengarse de quienesvaticinaron que ni él ni su Gobierno durarían unaño, agotando una legislatura que ha pasado a serla más larga de la historia de la democracia.

Muy trabajador, le dedica muchas horas aldespacho, lo que le permite monitorizar toda laacción de Gobierno y seguir en primera persona lagestión de la economía, en contacto directo con losdistintos responsables, llamando a ministros yaltos cargos, vigilando el cumplimientopresupuestario, poniendo firmes a quienesreclaman más capacidad de gasto.

A mitad de la legislatura, el propio RodrigoRato se confesaba a un amigo en una distendidacena de fin de semana:

—¿Es que crees que si no fuera porque elpresidente está encima a mí me iban a dejar miscompañeros, por muy vicepresidente que sea,hacerles los recortes que les hago?

—No me lo puedo creer.—Pues así es. Y cuando a Pepe Folgado

intentan subírsele a las barbas, coge el teléfono yllama directamente a Moncloa sin pasar por mí…Y el ministro de turno recibe una llamada directadel presidente llamándolo al orden.

En este sentido, Aznar se halla en las antípodasde un Felipe González muy dado al dolce farniente y a dejar las cosas al albur de su ingenioimprovisador. Cualquier ministro puede despacharcon Aznar cuando necesite hacerlo, lo contrario delo que les ocurría a muchos miembros de losdistintos gabinetes González, que no conseguían

verlo más que en la sala del Consejo de Ministros.Ex ministros socialistas hay que no llegaron adespachar nunca cara a cara con Felipe, que nuncahablaron a solas con él, lo que reconocen sinmayor problema. A González le importaban casitodos un bledo. Era un hombre que no trabajaba,convencido de poder superar los problemas con susimpatía, su brillantez y su chispa. ¿El desenlace?Está claro que así era imposible gobernar un paístan complicado como España.

«Aznar ha sabido ganarse el respeto de todoslos líderes de la UEM sin distinción, un respetobasado en los resultados de su gestión», sostieneJosep Piqué. Es, sin duda, el descubrimiento de lapolítica española de este final de siglo o, si sequiere, la gran confirmación. El líder idóneo parauna sociedad adulta que reclama un eficaz gestorde la cosa pública y que no necesita ni mitos de«bodeguilla», ni picos de oro, ni líderes de cartónpiedra, porque esa sociedad, madura y culta,

dispone de los resortes culturales y económicospara buscar su ocio y su negocio, su poesía y surazón de vivir, sin necesidad de apelar a laimaginería de las pantallas de televisión.

* * *

Algunos dicen que José María Aznar cometióuna equivocación política de grueso calibrecuando anunció su decisión de no permanecer másde ocho años en la Presidencia si los españoles leotorgaban su confianza, porque, en caso de volvera formar gobierno tras las generales del 2000, ellopodría abrir anticipadamente una guerra desucesión muy dañina para los intereses generales.

De momento, dos nombres figuran en todas lasquinielas, muy destacados del resto, comopotenciales aspirantes a la primogenitura de

Aznar: Rodrigo Rato y Javier Arenas, con claraventaja del primero sobre el segundo. Un terceroen discordia sería Alberto Ruiz-Gallardón, elchico con cara de velocidad que, desde laPresidencia de la Comunidad de Madrid,descubrió muy pronto sus cartas. Gallardón noparece contar con el menor respaldo dentro delpartido para intentar la aventura, aunque, hablandode aventuras, podría en el 2004 exigirle al PP lacelebración de «primarias» a la manera socialista,con la ayuda de su amigo Polanco.

Los apoyos de Rato proceden,fundamentalmente, del propio Aznar y de losempresarios, que lo ven como lo que es: uno delos suyos, un tipo educado e inteligente, un atletade la moderación, lleno de lógica y sobrado parael diálogo, con capacidad para llegar a acuerdoscon todo el mundo, incluido Jesús Polanco, a quienha hecho más de un favor, naturalmente, a cambiode un tratamiento informativo plano por parte del

«cañón Bertha».Muy en la línea del «príncipe» al que hay que

proteger de determinados conflictos, Rodrigo Ratoha estado durante toda la legislatura muy centrado,casi refugiado en la gestión de la economía,voluntariamente alejado de aquellas zonas deconflicto que enfrentaron al PP con la oposiciónsocialista. Rato o al poder por los números. «¿Queme escondo y no me implico en la política delGobierno? Eso no es verdad: llevo el Presupuesto,la financiación autonómica, doy respaldo a Arenasen las negociaciones con sindicatos y empresarios,¿qué más quiere la gente? Claro, en lo que no estoyes en la política de comunicación…».

«Rato está donde tiene que estar el heredero—asegura Pedro Arrióla—. El es un político quesabe que su proyecto necesita sumar y no restar».

* * *

La conquista de la estabilidad ha abierto paraEspaña una agenda nueva de cara a la próximalegislatura. Desde el punto de vista internacional,nuestro país es ahora un inversor reconocido entodo el mundo, lo que inaugura una agenda muynovedosa, tanto en Iberoamérica como en el ritmode las relaciones —siempre de la mayorimportancia— con los Estados Unidos, relaciónmarcada por esa fuerte presencia en los países dehabla hispana, y que por primera vez no tiene queser ya de colaboración seguidista. De ahí losriesgos del caso Pinochet (o el más reciente de laantigua Junta Militar argentina), asuntos que, almargen del perjuicio que puedan acarrear a lasempresas españolas en la región, podrían retrasarla construcción de esa comunidad iberoamericanaen la que España debe desempeñar un papelimportante.

Además del Magreb como zona natural deexpansión, España debe desempeñar también un

papel importante en Europa como país emergentedesde el punto de vista económico, político ycultural.

De puertas adentro, el futuro Gobierno deberáafrontar el desafío del mercado interior. A partirdel año 2007 se acaba el estatus de «paísprotegido», lo que significa un drástico recorte enel volumen de fondos comunitarios que Madrid havenido recibiendo hasta ahora. Ello quiere decirque, en los próximos siete años, España estáobligada a dar el gran salto cualitativo que lepermita alcanzar la renta media de la UEM,situándose en el pelotón de los países ricos.

Ese salto hacia adelante implica para España,en primer lugar, la necesidad de convertirse en unpaís con superávit presupuestario, de manera queel Estado pueda realizar una contribución positivaal desarrollo y al crecimiento. En segundo lugar,demandar una mayor eficacia del gasto público, loque equivale a decir que habrá que seguir

prestando los mismos servicios pero gastandomenos, es decir, gastando mejor. Y, en tercero,reclamar culminar el proceso de liberalizaciónemprendido y abordar sin titubeos el desarrollotecnológico. España no puede llegar a finales delpróximo decenio sin haber dado su gran saltoadelante en el aspecto tecnológico, lo cual, ademásde requerir dinero, es fundamentalmente unproblema de cultura.

«Estamos obligados a aumentarsustancialmente el esfuerzo inversor eninvestigación y desarrollo —asegura el ministroPiqué—. Sin política monetaria propia (en manosdel Banco Central Europeo) y con un margen en lapolítica presupuestaria ciertamente estrecho,nuestra competitividad dependerá cada día más dela capacidad de innovar. Es ahí donde España seva a jugar de verdad su futuro, teniendo en cuentaque los factores reales de competitividad residenen la voluntad de innovación y modernización del

tejido productivo. Las variables macro y micro dela economía española son muy buenas, pero sóloson sostenibles a medio plazo si hay una constantepredisposición al cambio tecnológico».

Desde el punto de vista de la políticaespañola, además de la necesidad, ya aludida, dearticular definitivamente la cohesión territorial, lapróxima legislatura debería conocer una mejora delas relaciones entre los dos grandes partidospolíticos nacionales, que han sido incapaces, salvoen el País Vasco, de llegar a acuerdossignificativos a lo largo de la legislatura. «ElPSOE ha cometido un error estratégico muy grave,como ha sido llevar al terreno de la política elintento de destrucción de personas concretas —asegura Rato—, lo cual ha tenido un coste paratodos, pero sobre todo para ellos. El escándalo dellino, por ejemplo, nos enseñó que pintaban bastos,pero bastos para todos…».

Con el permiso de los votantes, el reto de José

María Aznar consiste en profundizar en lasreformas emprendidas para poder seguir creciendoy creando empleo, y a partir de ahí distribuir másadecuadamente esa riqueza manteniendo el rigor,es decir, el respeto a la estabilidad presupuestaria,pilar fundamental para la credibilidad del sistema.

* * *

El horizonte electoral, sin embargo, sepresenta más incierto que nunca, a pesar de esos4,4 puntos que separaron al PP del PSOE en laspasadas europeas. De nuevo un halo deincertidumbre se ha extendido entre las filaspopulares tras el tropiezo en las eleccionescatalanas del 16 de octubre del 99. Los 17diputados del anterior candidato popular, AlejoVidal-Quadras, quedaron reducidos a 12, los

mismos que la independentista EsquerraRepublicana de Catalunya, un empate que privó alPP del «premio gordo» de convertirse en la tercerafuerza política de Cataluña y llave de lagobernación de la Generalitat para tener queconformarse con una «pedrea» en la que Pujol,libre de marcas, podrá utilizar indistintamente aEsquerra o al PP para gobernar a conveniencia.¿Puede ganar las generales un partido que enCataluña no llega ni siquiera al 10 por ciento delos votos?, se preguntaba Joaquín Almunia.

Dos peligros, a izquierda y derecha, asaltan alPP de cara a las generales de la próximaprimavera. Por la vertiente izquierda, ladesintegración de Izquierda Unida (en la que tantosesfuerzos ha puesto el Grupo Prisa) en beneficiodel PSOE, algo que ya fue muy perceptible en lajornada del 13 de junio del 99. ¿Cuántos de los2.600.000 votos que en marzo del 96 se inclinaronpor IU se mantendrán fieles a Julio Anguita en

marzo del 2000? Por la derecha, la aparición defenómenos electorales tan extraños como el deJesús Gil, alcalde de Marbella —aunque haterminado arrojando la toalla—, y másrecientemente el de Mario Conde, que podríanocasionar a los populares serios destrozos enalgunas circunscripciones debido al sistema derestos. Dicho lo cual, los dos grandes escenariosde combate electoral van a ser Cataluña yAndalucía.

Es evidente que una parte significativa de laclientela electoral del PP en Cataluña cambia debando y abraza la escarapela de CiU en lasautonómicas catalanas, de modo que las aguas,aunque no se desborden, volverán a su cauce enlas próximas generales. La acción y la pasiónestará centrada en Andalucía, donde el PP haelegido a una animosa Teófila Martínez, alcaldesade Cádiz, para discutir la hegemonía que desde el90 mantiene allí Manuel Chaves.

Llamativa situación la de este camaleón de lapolítica, ocupado durante toda la legislatura enplantear desde Sevilla la oposición al Gobiernocentral que era incapaz de articular el PSOE desdela calle Ferraz. Como opositor a Aznar, Chaves halogrado un notable, pero, ¿y como presidente de laJunta andaluza? Lo cierto es que, gobernada por elPSOE desde las primeras elecciones autonómicas,mayo de 1982, la región sigue estando en el furgónde cola en todos los escalafones nacionales ycomunitarios tanto en renta per cápita como eneducación o en atención sanitaria, lo cual incita apensar que el secular retraso andaluz no se arreglacon trenes de alta velocidad y autovías, porque elproblema es más profundo, más serio, es algo quetiene que ver con el modelo de sociedad quepatrocina el PSOE, sociedad amancebada con lasubvención, reacia a la iniciativa privada, incapazde crear un tejido empresarial a espaldas del cualvive una Junta convencida de que crear riqueza es

aumentar la nómina de funcionarios (Andalucíatiene ya más que Madrid, Cataluña y el País Vascojuntos).

Chaves repite ufano que la región ha venidocreciendo una décima por encima de la medianacional en los últimos tres años, cuandoAndalucía debería estar haciéndolo al doble, encualquier caso no menos que Irlanda (en torno al 7por ciento), para poder superar un atraso que losgobiernos socialistas (cosa que también ocurre enExtremadura y, en menor medida, en Castilla-LaMancha) están haciendo crónico.

Por todo ello, cobra cada día más fuerza laidea de que los comicios de marzo se decidirán acara de perro en las dos últimas semanas decampaña, y que el PP y José María Aznarnecesitarán fajarse sin contemplaciones en ladenuncia de la corrupción felipista, que siguelarvada en espera de una nueva oportunidad, siquieren salir vivos del envite frente a una

estructura de poder formidable que, a pesar de lospesares, parece continuar intacta tras cuatro añosde interregno felipista, como ha demostrado laatroz sentencia condenatoria del juez Gómez deLiaño.

Cuatro años de alternancia política no hanbastado para desmontar la apisonadora engrasadadurante más de trece años de felipismo. El trabajoha quedado a medio hacer, de modo que el mayorpeligro que sigue amenazando la libertad y laprosperidad de los españoles es la acciónconcertada de ese espurio matrimonio de interesesformado por Felipe González y Jesús Polanco, los«felipancos», una pareja que, empeñada en lareconquista del poder en provecho propiomediante el artero sistema de elevar a la categoríade verdades oficiales sus manipulaciones ymentiras, sigue teniendo —como lo ha demostradocon el escándalo de las stock options deTelefónica— una asombrosa capacidad para

menear el árbol de la paz social y crisparlo hastala extenuación.

«La sociedad española ha empezado a caminarpor la senda buena —asegura Josep Piqué—, loque nos obliga a decirle claramente al votante quela vuelta del PSOE supondría hacer almoneda delo conseguido en estos cuatro años, poniendo enpeligro el futuro colectivo. Espero que, cuando elPartido Socialista vuelva a gobernar, no tenga laoportunidad de meter la marcha atrás al país». Demomento, Joaquín Almunia ya ha prometido unbillón de pesetas más de gasto público si gana, loque representa una amenaza en toda regla para elequilibrio presupuestario y la salud de laeconomía.

El Partido Popular tendrá que pelear elresultado hasta el último minuto. Es la paradoja dela política española o, si se quiere, de un partido,el PSOE, que en las peores circunstancias posiblestiene un suelo superior a los nueve millones de

votos. Pelear y poner con toda su crudeza ante loselectores la disyuntiva de volver a dar el voto aAznar o echarse de nuevo en brazos del felipismo,con su cortejo de fracasos económicos yescándalos judiciales.

Una constatación que, en sí misma, encierrauna crítica demoledora contra un Gobierno, elpopular, que, después de la legislatura más largade la democracia y de los logros obtenidos en elcampo de la economía, no ha sabido encandilar elcorazoncito del votante, no ha llegado a calar, ysigue siendo visto como un eficaz gestor de la cosapública capaz de merecer un gracias, pero nuncade llegar a enamorar.

Con estos bueyes hay que arar. Por eso, en eltrance de depositar la papeleta en la urna, muchosciudadanos de esa España urbana que mira aEuropa no tendrán más remedio que, con la manoderecha tocándose el corazón y la izquierdatapándose los ojos, desempolvar la vieja pregunta

tantas veces formulada en tantos países quevivieron paradojas parecidas: ¿estamos peor, igualo mejor que hace cuatro años?, ¿tenemos hoy másesperanzas de futuro que entonces?

JESÚS CACHO (Villarmentero de Campos,Palencia, 1943). Palentino de nacimiento. Capitánde la marina mercante, licenciado en Periodismo yen Historia Moderna y Contemporánea. Desde queinició su actividad periodística ha trabajado en lasrevistas económicas «Dinero» y «Mercados», lossemanarios «Tribuna» y «Época», y los diarios«ABC», «El País» y «El Mundo». En septiembrede 1988 publicó su primer libro, «Asalto alpoder», después aparecieron «Duelo de Titanes»,

«Pedro Toledo: El desafío», «La estafa» y «MC,un intruso en el laberinto de los elegidos». .

En otoño de 1996 publicó su primera novela«Kilómetro cero». Ha colaborado en lapublicación quincenal «Empresarios» y en lacadena de radio «COPE». Fue fundador y directordel diario digital «El Confidencial». Actualmentees director del periódico digital «Vozpopuli».

Notas

[1] El 3 de enero de 1999, Julio Anguita achacó al«pacto de Marivent» el indulto concedido por elGobierno Aznar a José Barrionuevo y Rafael Vera.<<

[2] El PP no iba a acometer las reformas de fondo,pero iba a tener la coherencia de hacer frente a larealidad más elemental de nuestra economía, y esque España es un país que tiene un nivel de gastomuy superior a la capacidad de recaudación delsistema. Y esa constatación, verdadera piedraangular del problema, sólo admite dos soluciones:o se recorta el gasto o se suben los impuestos. Losgobiernos de González no hicieron sino engañar alos ciudadanos, acostumbrándolos a vivir porencima de sus posibilidades, y en lugar de subirleslos impuestos —que lo hicieron, aunque no en lacuantía necesaria—, optaron por endeudarse,acumulando deuda pública, lo cual significa viviren el presente con cargo al bienestar futuro de lasnuevas generaciones de españoles. Este es, pues,un problema estructural que tiene poco que ver conlas ideologías y sí con un dilema elemental: o se

reduce el gasto en proporción al PIB o se subenlos impuestos. <<

[3] El 16 de julio, The New York Times escribía:«José María Aznar se convirtió el pasado marzoen el nuevo presidente de España tras ganar lasúltimas elecciones, gracias, en parte, a queconsiguió convencer a sus votantes de que habíamodernizado el PP […]. Ahora tendrá queconvencerles de nuevo después del despido deljefe de la delegación de TVE en Nueva York, JoséAntonio Martínez Soler, y de otros cuatrocorresponsales. El Gobierno de Aznar asegura quedestituye a Martínez Soler para ahorrar dinero,pero parece una represalia por la entrevistarealizada el pasado febrero en la cual MartínezSoler incomodó a Aznar». También el HeraldTribune se hizo eco de los despidos de RTVE. ElPaís, por su parte, emprendió una cruzada parasalvar el sillón de una amiga de la casa, ElenaSalgado («Acoso y derribo de la directora del

Teatro Real»), quien, después de haber ocupadodurante años el cargo de directora general deTelecomunicaciones, creyó haberse convertido, enapenas unos meses, en una autoridad mundial enmateria operística. <<

[4] En realidad, lo que Prisa quería era que nadieentrara en ese mercado. Su verdadero objetivoconsistía en llegar al 99, año en que quedaríanamortizadas todas las inversiones, sin competenciapara Canal Plus en la televisión de pago.Cualquier otra opción de pago, incluida la digital,supondría canibalizar el Plus. En último caso, y deverse obligado a participar en un proyectocolectivo, Prisa quería disponer del control paraponerlo a disposición de Felipe González y susamigos del PSOE. Muchos sostienen que noaprovechar esa oportunidad por razones políticas—que no empresariales— fue un error de bulto delas huestes de Polanco, que podría fácilmentehaber comandado el proyecto y sacado una granrentabilidad al listado de abonados a Canal Plus.<<

[5] En ese mismo bar del paseo de Rosales 20 seprodujo, en otra noche de 1985, la crisis y elconsiguiente cese de Miguel Boyer como ministrode Economía del primer Gobierno González. <<

[6] Ricardo Díez Hochtleiner planteó en 1989 unademanda contra los periodistas. Ramón Tijeras yJosé Díaz Herrera (que fueron los primeros, en sulibro El dinero del poder, en denunciar laimportancia de «Jolines» en la fortuna de Polanco)por intromisión ilegítima contra su honor.Condenados en primera instancia (Juzgado n.º 35),la Audiencia Provincial de Madrid ratificó lasentencia en marzo del 94, que en julio del 98validó el Supremo. Hochtleiner ha usado siempreesta sentencia como pararrayos contra cualquiermera insinuación en su contra.

Con su desparpajo habitual, el diario El Paísafirmaba en su edición del 18 de marzo de 1994que «Díez Hochtleiner ha anunciado que donará laindemnización a la Universidad Autónoma deMadrid». Sin embargo, antes de que se hicierafirme, el propio Supremo ha admitido a trámite un

recurso de revisión de sentencia (cosa que en muyraras ocasiones se promueve), después de que,gracias a la determinación de Tijeras, la parejapresentara una batería de pruebas documentalesdemoledoras contra Díez Hochtleiner, que incluyenactas de las reuniones celebradas con los librerosen el Ministerio.

«Jolines» sostenía en su demanda que jamás sehabía reunido con los editores. Afirmaba tambiénque la ley no se puso en marcha realmente hasta elaño 71/72, y para demostrarlo aportaba un gruesolote de libros correspondientes a ese curso,incluso textos de Polanco con facturas de MateuCromo, pero omitiendo los libros del cántabro quese distribuyeron ya en el otoño del 70 para elcurso 70/71, que el editor tenía impresos desdeabril de dicho año, y cuya prueba aportan ahoralos periodistas. <<

[7] En su demanda contra los periodistas Tijeras yHerrera, Hochtleiner aseguraba también que nohabía relación entre su paso por el Ministerio y suincorporación a Santillana a cuenta de supuestosfavores otorgados a Polanco, porque entre ambascosas medió un período de tres años. Ciertamente,fueron tres años en los que «Jolines» estuvotrabajando con los programas financiados por laUnesco para Iberoamérica, cuyos planeseducativos eran muy parecidos a los que sepusieron en marcha en España, y fueronprecisamente unos años en los que Jesús Polancose hartó de exportar libros de texto a la Américahispana, gracias, entre otras cosas, a los fondosaportados por la Unesco para tal menester. <<

[8] Focoex estaba participada por el BancoExterior de España, el Instituto Nacional deFomento a la Exportación y el INI. <<

[9] Prisa, en su estrategia habitual consistente enelevar a la categoría de dogmas una serie demedias verdades, se defiende de estas acusacionesasegurando que «todavía hay quien repite, sinvergüenza, que la concesión a Canal Plus fueirregular, sin que importe una sentencia contrariadel Supremo». Se refiere a la sentencia de 18 demarzo del 97, que declaró ajustado a derecho quelas concesiones de televisión privada se hicieranpor decisión gubernamental y no a través de unaley orgánica, es decir, que el Gobierno Gonzálezestaba legalmente capacitado para tomar esadecisión, sin que el Alto Tribunal entre aconsiderar si la concesión a Canal Plus fuecorrecta o no, estuvo o no exenta de favoritismo.<<

[10] Jesús Cacho, MC. Un intruso en el laberintode los elegidos, Ediciones Temas de Hoy, Madrid,1994. <<

[11] En efecto, el 10 de junio de 1993, el TDC,presidido por el polémico Miguel ÁngelFernández Ordóñez («MAFO»), resolvía elexpediente 319/92 y, en aplicación de la Ley de laCompetencia de 1989, aceptaba las quejaspresentadas por varias cadenas de televisióncontra la Liga y las televisiones beneficiarias delos derechos de retransmisión (entre ellas CanalPlus), declarando «la existencia de una conductaprohibida», imponiendo sanciones económicas yordenando el cese de las prácticasanticompetitivas. <<

[12] Unos días antes, el diario acusaba a Telefónicade insertar más publicidad en El Mundo que en ElPaís. Replicó Pedrojota con la contundencia delos datos: entre 1992 y 1995, la operadorapresidida por Velázquez, un amigo de verdad dePrisa, había insertado un cien por cien más deanuncios en El País, a pesar de que su tirada sólosuperaba en un 25 por ciento a la de El Mundo. <<

[13] Pérez Rubalcaba tenía razón en un punto, y esque el Ejecutivo había metido una carta marcadaantes de repartir la baraja, y el PSOE se habíadado cuenca de la trampa. En efecto, el 13 denoviembre del 96 el Consejo Asesor deTelecomunicaciones había dictaminado unproyecto de real-decreto que no incluía laincorporación al Derecho español de la citadadirectiva de la UE sobre descodificadores, y delque informó el Consejo de Estado el 26 dediciembre. Sin embargo, el Gobierno decidió aprimeros de enero del 97 alterar el citado real-decreto, incluyendo en el mismo la mencionadadirectiva, por lo cual fue necesario salvar denuevo, pero a uña de caballo, todos los trámitesprevios. Era la primera respuesta, vía BOE, delGobierno al pulso que le había echado JesúsPolanco. <<

[14] «Desde 1991, Canal Plus ha enmascarado susituación financiera utilizando una sociedadparalela (Sogecable), cuyos accionistas, en lasmismas proporciones, son los de Canal Plus, conlo que obviaba la obligación de consolidar y derevelar la verdadera situación del grupo resultante.

»EI 31 de agosto del 91, Canal Plus traspasó aSogecable la totalidad de sus descodificadores(5.348,7 millones) y las fianzas constituidas porlos abonados (2.482,2 millones), procediendo acancelar de su contabilidad los depósitosrecibidos hasta esa fecha. Teniendo en cuenta quelos contratos de abono estaban suscritos por CanalPlus S.A. y no por Sogecable, y que el conceptodel pago era el de “depósito en garantía”, se puedeafirmar que la sociedad de Polanco et altri havivido esos años inmersa en una graveirregularidad contable que le ha permitido

presentar una situación financiera distorsionada,además de vulnerar el artículo 1.767 del CódigoCivil, que prohíbe al depositario servirse deldepósito sin permiso del depositante. Estasituación se regularizó en enero del 96, fecha enque Canal Plus adquirió el 100 por 100 deSogecable.

»A 31 de diciembre del 95, Sogecable presentabauna situación financiera lamentable, ya que laspérdidas acumuladas habían reducido laaportación real de los accionistas, deducidosgastos de establecimiento, a 144,6 millones depesetas.

»Un somero examen de las cuentas del 95 revelaque el beneficio de 1.110,9 millones declarado eseaño fue ficticio, ya que si la compañía no hubierapasado el período de amortización de losdescodificadores de 5 a 7 años, la dotaciónhubiera sido superior en 2.054 millones a la

contabilizada, con lo que el resultado del ejerciciohubiera sido de -943 millones. La compañía noincluyó en su memoria (auditada por el inevitableArthur Andersen) el efecto de ese cambio en loscriterios contables, en contra de lo dispuesto en elart. 38 del Código de Comercio y en el PlanGeneral de Contabilidad.

»Sogecable financió todas sus inversiones con lasfianzas de los abonados a Canal Plus, que a 31 dediciembre del 95 ascendían a 20.926 millones. Lacobertura financiera real de esas fianzas estárepresentada por una cartera de valores a cortoplazo por importe de 4.411,4 millones (21,08 por100 del total). La cobertura del 79,92 por 100restante es puramente contable y, por tanto,inservible a efectos financieros, ya que estámaterializada en activos necesarios para mantenerla actividad de la compañía, cuyo valor derealización, además, puede ser muy inferior alcontable.

»Si a los resultados acumulados de Canal Plus(516 millones) se suman las pérdidas acumuladaspor Sogecable, incluyendo gastos amortizables(-3.355 millones), resulta una pérdida total de2.838,8 millones, que sería de 4.893 millones sino se hubieran modificado los criterios deamortización en el año 95.

»No obstante lo cual, Canal Plus repartió undividendo de 879 millones en el 94, de 4.200 en el95 y de 6.859,7 en el 96 (con cargo al ejercicio95). Es decir, 11.938,7 millones de pesetas. ¿Dedónde salieron? Misterio.

»A Jesús Polanco le han tocado el trigémino con elIVA, pero el gran puyazo ha consistido en laobligación de constituir en depósito las fianzas delos descodificadores. ¿Qué quería el señorPolanco? Pues seguir engordando a expensas delas nuevas fianzas, es decir, coger las 60.000pesetas por barba de 1,5 millones de abonados

previstos, y hacer virguerías con 90.000 millonesde pesetas». <<

[15] En efecto, el fundamento de la recusación debeser inmediato o muy cercano a la presentación dela acusación misma, porque de otra forma setrataría de un fraude de ley. El artículo 223.1 de laLey Orgánica del Poder Judicial establece: «Larecusación deberá proponerse tan pronto como setenga conocimiento de la causa en que se funde. Sidicho conocimiento fuere anterior al pleito, habráde proponerse al inicio del mismo, pues en otrocaso no se admitirá a trámite». Los directivos deSogecable no podían alegar, casi cinco mesesdespués de presentada la denuncia, que ya desde elcomienzo de este litigio sabían que Gómez deLiaño les tenía inquina personal. Tenían quehaberlo hecho antes. <<

[16] Victoria había llamado un día muy excitada aMurillo.

—Fraga quiere que me vaya con él a laselecciones.

—Me parece muy bien. Tú eres una mujer dederechas, y debes ir con Fraga. Sólo te pido quesigas colaborando conmigo. Una cosa: exígele iren las listas de La Coruña.

—¿Tú crees?

—Naturalmente. <<

[17] Víctor Salazar acababa de suceder en elCongreso de Toulouse a Llopis como secretariogeneral del PSOE Histórico, pero Salazar vivía enMéxico, de modo que el verdadero secretario en elinterior era el vicesecretario general ManuelMurillo, nombrado en el mismo Congreso. En elaño 76, Murillo sería nombrado secretariogeneral.

El PSOE era un partido escindido desde 1974, añoen que habían tenido lugar dos encuentros. Elsector histórico que comandaba Llopis habíacelebrado un congreso Ordinario en octubre de eseaño, y meses antes, en Suresnes, había nacido elPSOE renovado al mando de Felipe González. <<

[18] El origen de los GAL: guerra sucia y crimende Estado, Antonio Rubio y Manuel Cerdán,Temas de Hoy, 1997, p. 34. <<

[19] «Felipe se pierde en su laberinto», José LuisMartín Prieto. «Crónica» del diario El Mundo, 13de septiembre del 98. <<

[20] El 27 de mayo del 98, Javier Pradera escribióen su columna de El País, titulada «Pegatinasparalelas», que los jueces no podían permanecerinsensibles a las presiones políticas y mediáticasque estaban sufriendo; «Los veteranos de esasprácticas intimidatorias suelen fingir un respetoreverencial hacia la independencia del PoderJudicial». Sin embargo, el inexperto Cascos fue lobastante imprudente como para declarar el 10 deseptiembre de 1995 a la agencia Europa Press quela justicia española se jugaba «el prestigio» en elcaso GAL, dado que «la opinión pública españolaya ha dictado su propio veredicto político»; segúnel actual vicepresidente primero del Gobierno, «enla medida en que la sentencia no se correspondacon el veredicto de los ciudadanos» la justicia «vaa salir perdiendo». <<

[21] Posteriormente, el juez pidió que se leretiraran al fotógrafo unas credenciales que notenía, ya que se había infiltrado con el resto depúblico. También le impuso una sanción de 25.000pesetas, que luego se vio obligado a levantar. <<

[22] El Grupo Recoletos (Marca, Expansión, Telva,etc.), participado mayoritariamente por Pearson,compraba el 10 por 100 de Antena 3 mediante laoportuna ampliación de capital. Teniendo encuenta que la cadena había sido valorada en103.000 millones de pesetas, Pearson pagaría unos10.300 millones. Telefónica, por su parte, se hacíacon el 20 por 100 de Recoletos por 18.500millones de pesetas, cifra equivalente a valorar el100 por 100 en 92.500 millones, aplicando unratio de 20 veces beneficio. Para la frustraciónsocialista, el Partido Laborista de Tony Blairprestó su apoyo activo a la operación deintercambio. <<

[23] Con el paquete de Antena 3, Telefónica habíacomprado los derechos del fútbol propiedad deAntonio Asensio (trece clubes de primeradivisión, los más importantes del país, entre ellosBarcelona C.F. y Real Madrid), derechos queestaban cedidos en exclusiva a Audiovisual Sport,sociedad participada por Gesport (Grupo Prisa,con el 40 por 100), Telefónica (antes Asensio, conotro 40 por 100) y TV3 (el 20 por 100 restante).Por su parte, Audiovisual Sport había cedido suexplotación de la siguiente manera: a la Forta(televisión en abierto), a Canal Plus, para el fútbolde pago en analógico de los domingos, y a CSDpara la explotación del pay per view, a cambio de15.000 millones de pesetas. Sin embargo, por unerror u omisión en la redacción de los acuerdosdel famoso «pacto de Nochebuena», Telefónica seencontró con la agradable sorpresa de que podía

disponer de los derechos de retransmisión de esostrece clubes durante la temporada en curso 1997-1998, lo cual podía dar lugar a la llamativaparadoja de que Vía Digital emitiera el mejorfútbol en pay per view durante esa temporada,mientras que CSD se viera obligada a conformarsecon fútbol de segunda clase. Las aguas volverían asu cauce al final de la sudodicha temporada, demodo que Vía podía encontrarse con cinco añospor delante sin poder ofrecer el panem etcircenses futbolístico a sus abonados. <<

[24] Ese representante resultó ser José AntonioRíos, un venezolano ligado desde siempre a losCisneros, que meses después sería nombradopresidente de Telefónica Media en sustitución deArturo Baldasano, en una de esas misteriosas«movidas» gerenciales que han caracterizado laetapa Villalonga, Ríos, 55 años, es hoy uno de losapoyos fundamentales del de Telefónica. <<

[25] Piqué ya lo había propuesto sin éxito alanterior Gobierno del PSOE, y había recibidoigualmente la negativa, en un primer intento, delpropio Rodrigo Rato. Sin embargo, dos años mástarde el plan recibió el visto bueno de Economía,de modo que, en junio del 98, el Gobierno aceptóque Ercros pagara 1.100 millones para cancelar uncrédito del Instituto de Crédito Oficial (ICO) queascendía a 8.500. El acuerdo contemplaba tambiénla venta al ICO de terrenos que ya estabanhipotecados por 5.000 millones. <<

[26] Cuando Piqué llegó al Ministerio de Industriase topó con una empresa química, Ercros, quecomenzaba a salir del pozo pero que tenía deudaspendientes con Hacienda y Seguridad Social (queno se habían adherido en su día al convenio desuspensión de pagos) de casi 8.000 millones depesetas, deuda que, devengando unos interesesleoninos, se había convertido en una bola de nieveque amenazaba con hacerla quebrar en un par deaños. Tiempo atrás, y como fruto del proceso dereconversión de los fertilizantes, el ministroEguiagaray había otorgado 8.500 millones depesetas en ayudas públicas a Fesa-Enfersa (actualFertiberia), filial del grupo Ercros, para quepudiera sanearse como paso previo a su venta.Como Fesa-Enfersa estaba quebrada, ese dinero seapuntó en el balance de la matriz. La subvenciónse disfrazó como un crédito participativo que el

ICO concedió a Ercros por los citados 8.500millones, y que fueron empleados en elsaneamiento mencionado. Un crédito participativoes aquel que el receptor tendrá que devolver sóloen el caso de que se cumpla toda una serie decircunstancias, es decir, nunca. Al equipo de Piquése le planteó enseguida una pregunta incómoda:¿qué hacer con Ercros? El ministro se mostrabareacio a meter la cuchara en una sociedad que élmismo había presidido y que ya Eguiagaray habíaintentando vender a una extraña multinacionalcanadiense. Fue la determinación del directorgeneral de Industria, Pau Guardans, la que salvó aErcros del desastre a plazo fijo. No era de recibodejar hundir una empresa clave para el futuro delsector de fertilizantes sólo porque Piqué hubierasido su presidente. De modo que el Ministerioempezó a hablar con responsables de Hacienda ySeguridad Social para hallar una fórmula desupervivencia que pasaba por la combinación de

dos medidas. En primer lugar, Ercros secomprometió a hacer una ampliación de capitalpor importe de 4.000 millones que seríandestinados al pago de esa deuda y, en segundo, elICO compró por 4.500 millones unos terrenos quela empresa química mantenía ociosos. He aquí untema sujeto a controversia que, sin embargo, no hamerecido la atención del «comando Rubalcaba»:¿valían o no 4.500 millones esos terrenos? ¿Quétipo de tasaciones se hicieron para llegar a esacifra? El resultado del plan fue que en la caja deErcros entraron 8.500 millones, queinmediatamente salieron para pagar a Hacienda y ala Seguridad Social. Para poder acudir a Bolsacon un balance más aseado, la nueva gerencia deErcros planteó a Industria la posibilidad de hallaruna fórmula de rescate que permitiera borrar delpasivo los 8.500 millones que arrastraba de laépoca de Eguiagaray y que nunca iba a poderpagar. Encargados los cálculos correspondientes,

la auditora Peat Marwick dictaminó que el valorde rescate de ese crédito ascendía a 43 millonesde pesetas, y Price Waterhouse elevó la suma a200, pero Cristóbal Montoro exigió 1.200, quefueron los que finalmente entraron en el ICO. Elresto, hasta 8.500 millones, son los 7.300 que laoposición socialista dice que Piqué «ha regalado»a Ercros, una empresa que ahora preside ToniZabalza, ex jefe de Gabinete de Felipe González.Por fortuna, el ex ministro Eguiagaray ha tenido eldetalle de mantenerse al margen de la polémica.<<

[27] A partir del 8 de abril del 99 esa subcomisiónprotagonizó largas sesiones de trabajo, concomparecencia del propio Piqué, en jornadasabiertas a la prensa, de las que El País no publicóni una línea. Y es que a Polanco no le interesabanpara nada las explicaciones del ministro deIndustria ni la verdad de lo ocurrido con lassubvenciones, que, por otra parte, eranfiscalizadas por el Ministerio de Economía yHacienda. <<