El Mugroso Nº2

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Revista literaria marplatense con integrantes de dudosa procedencia

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Micaela Carrizo 2

Ailén Maggi 6

Iñaki Irurzun 10 Giselle Chacón Oribe 14

Dana Guisasola 18

Marcos Ariel Pereyra 22

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El malLa gente dicevos no sos persona,sos un hijo de puta.Y esa persona del otro ladoy el nene que estaba bien adentro de tus ojos se murió.Adentro de los ojos de ese nene que ya no mira,sino con los ojos del mal.Ese hijo de putaque tenía un perroperro que estaba siempre atado en el patio de atrás.Recuerdo, y el perro ladraba.Mi papá se levantaba desnudo como un cerdo con el cinturón de golpear en la manoy caminaba como una piedra con un ruido que asustaba.Y el perroladraba.Mi papá, una pierna,tenía en la pierna algo horrible.Una enfermedad de la circulación.Unos pozos grises e inmóviles.Y yo dejaba de ver.Y el perro aullaba, se destrozaba el perro en el sonido.Es raro imaginar el llanto de los perros y que los perros tienen alma.Pero no es hora de quejas ni ruido,hace frío,y el viento no para de gritar.

Mic

aela

Car

rizo

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Tengo hambre y sed, a veces otras necesidades,no veo a mi abuela diciéndome las palabras,veo su llanto inútilmente atascado en la noche,sus gestos exagerados y olor a pasto húmedo.Miles de nenes mueren en los ojos de la gente como pichones caídos del nido.Si los pájaros tienen alma,no lo sé,normalmente no miro para abajo.Me molesta volver a descubrir esas marcas violáceas,pétreas e inmóviles que me invaden de a poco las piernas.No lloro,pero en la oscuridad no puedo dormir,porque ahí está el hombre sin pelo y sin dientes que me apretaba el cuello en mi niñez,ese que espero volver a ver algún día, en alguna noche de estas que gritando sin voz ni cuerdas vocales estire un quejido profundo,donde se pierda mi vida sin ser siquiera vista más, en la oscuridad, sin entierro,en una oscuridad eterna donde no crecen las semillas y siguen los pocos hombres que ya ni nacen. Vista a través de una ventana empañada,una nena quemada con cigarrillos,de estas manos que son mías,y tu boca sin aliento que relame esa encía sin dientes y sin nada,y tu cabezaya sin escondite que reluce con esa luz fosforescente que tienen los cuerpos cuando están ya cadavéricos.Y piso y cruje el suelo de los pájaros pichones que caen de sus nidos,quien con sus caras recuerdan la expresión de una abuela muerta,con la misma cara de severidad que en vida, y que levantarse sea muy probable si no muere bien muerta.

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Un perro salta de un podio electrificado a otro, al poco tiempo el nuevo podio se electrifica. Los experimentadores se encargan de que salte con mayor rapidez hasta que la velocidad de descarga es tan rápida que no puede evitarla. El perro se hecha a llorar y no salta más. ¿El perro tiene alma?Dos casos de violación en la policía, siete casos de abuso de poder en las casas,hijas llorando metidas bajo el lavatorio y un nene muriendo en los ojos de un nene.

No sé por qué la quemé a fuego vivo, todos parecían divertirse, cuando los hombres en las cavernas mataban un animal para comerlo respiraban el mismo olor.Y el nene que nunca quebró una pata de escarabajo,nunca reventó un sapo,nunca lo frio vivo en aceite caliente.Ese nene con potencial ilimitado:es un arma del mal,porque detrás de sus ojos probablemente ya no hay naday riegue así sus semillas y alimente sus hijos sin comida y los mate uno a unohasta que no quede otra cosa que algún sapo sin reventar,que tendrá alma,pero también tendrá maldad.

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Cuando voy caminando por ahí Mi vida se desarma repentinamentese rompe la alarma y estallan las casasdesapareceel baño con la puerta cerradami cara en el espejo la habitación con la luz apagada.Cuando camino por ahíveo diminutos óvalos fantasmalesque se acercan y crecenhasta convertirse en la amenazatan temible de medianoche,como lunas un poco pardas,las caras humanas tienen ese misterioso efecto que no desgarra ni asusta pero desola y hace hormiga a quien las ve pasar.Porque ahí en las carashay otra vidaque no es mi vida.Eso es lo que veocuando camino por ahí.

Textos de Micaela Carrizo. Blog: http://nadiesabeynoimporta.blogspot.com

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Pensamiento número uno: el mundo se quedó sin palabras

Me siento pequeñaporque todo mi alrededor es enorme.Me siento sola pero…

No quiero hablar con nadie,es que las palabras son esquivas o no me dicen nada,sólo me venden esculturas de plata, de madera, de humo, de llamas.Las palabras de los gigantes me cuentan cuentas que cuantas más contás más te marean.

Ganas de llorar.En la penumbra de mi cama llena de flores de niña,me abandono a la suerte de abandonar todo en esta viday ser libre, sin dar explicaciones vanas,sin pensar en este mundo, porque este mundo es una jaula de canarios, y de lorosque te cuentan y no dicen nada.

Pensamiento número dos: el mundo se quedó sin palabras

El mundo se quedó sin palabras,las personas son loros y canarios repitiendo su bla, bla,qué más da, qué me importa, el mundo se fue a la mierdatanto, que mi refugio es alguno de los círculos de Dante.Me voy a pintar cuadros de la última cena,a vender esculturas extrañas, de plata, de humo, de nada,me voy, porque este mundo está enfermoy si me voy voy a ser feliz.

Ailé

n M

aggi

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La mordida de NeliaMuerdo,y sangra el pezón y tu pecho,queda herido en la sangre, en lo profundose hunde el placer al recuerdo,de morder vos también estos restosque tus labios muerden con recelo.Igual que mis pezones, y miro el techoen el cuarto, en la cama, en el desveloque me trae recordar tu cuerpo,y tu torso, y tus hombros y tu boca y tus ojosy tu torso, y tu pelvis y tu centro.Todo muerdo. Me desgarra tu piel en mi boca, que se apresura a sangrar en cascada. Soy la Vampiresa de la boca roja que te muerde que te sangray que al polvo en tu boca vuelve.

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Se Escapa

Ella: empleada del mes por cuatro meses consecutivos, secretaria eje-cutiva del orden de su vida, amante fiel a su esposo, su jefe, y enamorada de Laura Ilia. Sí, era seguro, casi vox populi que fue por eso, la culpa le pudo, le pesó…sí, fue por eso.

Ella: tan bonita como siempre, con sus uñas pintadas a la mitad y comidas por los nervios, ese rubio que delata el negro y la boca, la boca roja, que divide los años ‘50 en pasado y presente; y sus ojos siempre tristes ¡qué ojos!, más que ojos, un abismo de cajas chinas. Tan profundo es ese abismo que su cara es abismo… ¡ya casi me convertí en poeta!

Ella: ¿quién lo diría de ella?, de Marta Monteagudo, seguro, pero de Ai…que jamás dejaba de planchar su uniforme blanco y rojo, y nunca llegaba tarde a la planta; hablando de eso... son menos diez, qué boluda, estoy llegando tarde.

Allí estaba ella, escuchaba los murmullos, y su cuerpo se estremecía ante el blanco inmaculado del inodoro y la podredumbre sarrosa de entre los azulejos azules. Le dolía mantenerse en cuclillas, pero algo le decía que no podía bajar las piernas, no podía dejar que la vieran.

No quería salir porque todo el mundo se desmoronaba ante ella, ante la palabra SEND. Mensaje sin enviar, lo envió y se encerró aun más en una esquina oscura del baño de mujeres de la ofi. ¿Qué iban a decir Lo-lita y Juancito? ¿Qué iban a decir papá y mamá, las brujas de la oficina, los pelotudos de la oficina… todos… Marcelo… Laura… todos? ¿Qué iba a decir Marcelo cuando leyera la verdad, el mensaje de despedida, cuando sintiera el engaño?

¡PLAFF! Chau, BlackBerry. La sudoración de las manos y la frente comenzaba a aumentar y su corazón era un motor sin escape, le dolía hasta el alma, los dedos, el brazo con que se sostenía para no caerse de la tabla suelta del sanitario, la sensación de ahogo, ahogo y ahogo, de aprete y aprete hasta que el aire quedó reducido a nada.

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Resbalar y sentir la caléndula pegada a la tapa y el dolor de los muslos, la nada comparado con el dolor de haber hecho eso, no podía seguir con el sueño por las noches. Todavía respiraba… Je m’ appelle Ainnes, la cruz me atañe, me pesa sobre el hombro, no me deja respirar, la mentira es un pecado, y su raíz el placer de obrar mal; qué tonto recordar el es-tribillo de ese tango ahora. La callejuela resuena en mi interior, se pasea inmoral, frente la cúpula mi lujuria terrenal. Y ahora al ruso Dimirna Volakovb. Nada tiene sentido. Todo tiene sentido. Semántica del suicida, nadie se pregunta, y ahora un poema de una poeta depresiva. Una respi-ración que cesa, un cuerpo que cae, un frasco de pastillas que hace efecto, la vida que se escapa.

Semántica del suicida

Nadie estudia la semántica del suicida,nadie se pregunta por qué si en su confesión de

muerte escribesoy

decide no ser más.Nadie investiga por qué sus palabras

son difusas o adquieren sentidoen el momento en que todo cobra sentido.

Nadie se pregunta.

Textos de Ailén Maggi. Blog: http://delapypapel.blogspot.com

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Iñak

i Iru

rzun

LAS OPORTUNIDADES

Cuántas veces quise preparar el tuco de mi infancia,cortarme los dedossolamente para que me vengan a auxiliar,corregir el pasado,reinventar cada uno de mis recuerdos,borrarme y dibujarme como a un ninja,callarme y decir las palabras correctas.Pero la vida siempre da oportunidades.Todos los días,desando mi camino para encontrar el momento exactocuando elegíser un pelotudo.

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LIBRE O ALGO PARECIDO

Se pudo librar por fin de la rutina,de esa agobiante y sucia tareade tener que hablar con la gente.Qué importaba ya la hora, los días,los tiranos que mandaren por los años de los años, qué importaba todo esosi la tierra lo sostenía.

Pero una nueva cadena comenzaba a brotarde los viejos grilletes;más o menos a cierta hora hacer nada,más o menos a cierta hora vender algún escueto pendorcho,y a la nochesoñar yamontonar rancias cobijas.Entonces también así la rutina,que era vieja y era astutalo iba cubriendo hasta el cuellocomo una eterna mortaja.

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SÓLO CRUCES

Dos palabrasUna pavadaCuatro letrasForman una cruz

Dos maderasUna sogaCuatro manosForman una cruz

Dos rayonesAquella muerteCuatro callesForman una cruz

Dos intentosEste poema decuatro estrofasTambién forman una cruz

Dos yuna ocuatro crucesForman otra cruz

Aquella muerte, una pavadaCuatro manos, cuatro crucesDos intentos, dos rayonesCuatro letras, dos y, una oDos palabras forman una cruz

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COLA DE PERRO

Cuál es el último de los díasimperceptibles

Cuál es el último sueñoantes de dormirseLa última peleaantes de soñarEl último centímetroantes del cieloEl último beso

Cuál es el últimosi hay un último solSi hay un dioscuál es la última voluntadpara con la tierraSi hay una respuestadiosno quiero saberla

Textos de Iñaki Irurzun. Blog: http://el-viejo-pasa-de-uva.blogspot.com13

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El cuerpo detrás de la piel

Todavía tenía los ojos cerrados, pegados con lagañas, cuando desperté con mi nariz haciendo una F nasal, llena de moco atragantado, arrugando las fosas, en busca de algún ángulo de luz. Intenté abrir los ojos, pero parecía que esta-ban pegados con plasticola. Siempre me había pasado de chiquito, y mi vieja venía con un vaso de té y algodón, y me lo pasaba por los párpados, como caricias de pinceles, hasta que las lagañas se derretían, y las pestañas iban desencadenándose una trás otra.

Algo se movió entre las sábanas, a mi derecha, e hizo que los resortes de la cama despertaran. Me quedé quieto. Oí un ruido, justo ahí, al lado… en realidad fue como un gemido. Cerré la boca y la nariz para aguantar el aire. Y seguí escuchando. El gemido se prolongó un poco más, y se dividió en varios que cada vez se subían más y más en volumen. El aire que estaba conteniendo empezó a llenarse de burbujas en mi cerebro, parecía que iban a explotar todas juntas en mi frente, escapando por el camino de las cejas. Los gemidos eran como una M fusionada por unas cuantas E contraltos, eran como un degradé, un sfumato, un violoncello... Dejé salir el aire. Sin querer, lo solté, solté, sol-té...

Los gemidos se callaron. Nada se oía... hasta que los resortes de la cama volvieron a sonar, dos veces, que ida y vuelta suman cuatro, como la respira-ción de un oso hormiguero, mientras que las sábanas se deslizaron un poco. Intenté otra vez abrir los ojos, pero imposible. Arranqué de nuevo a mis fosas nasales que simulaban el motor de una moto, hasta que el lado izquierdo de la nariz se liberó un poco, parecía como si pudiera ver el agujerito de luz entran-do entre los pelos y el moco pegado en las paredes del túnel.

Empecé a existir por esa izquierda. Había algo, un olor, como a melón em-bebido en miel, o sandía dibujada entre nubes, o lima en una amarilla, o limón en un verde, no sé, pero el olor se fue acercando más de lo que estaba. Mientras yo seguía quieto, un vapor de calor se arrimó a mí, y se apretó en algo suave que se posó en los poros de mi cuello, y se quedó ahí por unos segundos hasta que hizo un ruido (como de globos inflados que se aprietan hasta romperse), y se fue despegando, bien lento, como en un rittardando. Algo se acercó a mi pelo, lo acarició, era como un rastrillo o un tenedor suave que se encastraba y formaba pasillos de pelos. Después ese algo, esa cosa de rastrillo, fue bajando por mi oreja hasta llegar a mi boca; metió algo entre mis dientes, tenía algo filoso en la punta, pero redondeado, y se movió con mi lengua, lo mordí y se metió más adentro, moviéndose más rápido. Afuera de mi boca, escuché una risa. Y la cama volvió a moverse, algo tocaba mi brazo. Lo que estaba en mi

Gis

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Cha

cón

Ori

be

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boca se arrastró entre mis dientes hacia afuera, hasta que se quitó, mojándome el mentón con mi saliva, mientras me arañaba. Algo empujó mi pecho hacia abajo, la cama chilló otra vez, y una cosa se puso arriba mío. Los resortes se movían de a dos, yendo y viniendo, de agudo a grave, chin-yán, chin-yán. La risa del otro lado era como un cascabel dulce que salta en una cama elástica, que suena mientras se da impulso para saltar, y al pegar el salto hace un gemido de aire, pero sin dejar de ser agudo, y vuelve a la base para hacer sonar sus esferas hasta que vuelve a pegar el saltito y a gemir.

Al perfume a cítrico se le sumó un olor, un olor a cueva, que hizo que me in-corporara y tomara por los lados a lo que estaba arriba mío, invirtiendo la situa-ción, y apoyando todo ese algo entre las sábanas. Me quedé quieto. Me arrimé al cuerpo que estaba abajo mío, fui hacia adelante, donde estaba la cabecera de la cama. Empecé a oler pelo, parecía que respiraba un aroma a plantas... todo lo hacía por mi fosa nasal izquierda.

Seguí oliendo y tocando con mi nariz. Todo el pelo circundaba una cara...había un olor mezclado entre una menta nueva y un ajo viejo. Los labios estaban separados, me tiraban en la nariz todo ese aliento. Me molestó el ajo disfrazado. Seguí bajando. En el cuello estaba concentrado el perfume a melón, se iba di-sipando al llegar a la loma de los pezones; saqué la lengua, eran salados. Atrás de ellos se escuchaba el golpeteo, tu-tún, tu-tún. De la boca de la cara empezó de nuevo a salir el sfumato de la M mezclado con la E. Lamí un poco nada más, no estaban buenos. La moto de mi nariz empezó a conectarse con el conducto que tiene con la garganta, y empezó a salir un sonido ahogado y grave, como un rugido contenido.

Seguí bajando con el motor de mi nariz, llegué a un ombligo, rodeado de un rollito; el hueso de su cadera me trabó la pera, hinqué el diente en la cintura, mordí profundo. El gemido de la M se transformó en un ¡Ay!, la panza se con-trajo. Saqué los dientes y seguí oliendo. Volví a oler pelos, pero éstos estaban un poco mojados, olían a cueva y a verde. Necesitaba oler mejor. Arranqué mi lado izquierdo con todo, para aflojar los mocos del lado derecho de mi nariz que poco a poco empezó a liberarse, así como el rugido ahogado. Sentí la garganta y mi lado derecho de la nariz, libres: mis mocos ahora bailaban en mi boca, hasta que tomé impulsó y los largué, volaban hacia los pelos húmedos que tenía debajo de mí.

Recién ahí fue que pude oler el mundo de ese cuerpo. Me metí adentro de la humedad de esos pelos, el olor a cueva era terrible. Clavé un mordisco en esa carne y la boca de ese cuerpo pegó un grito; todo el cuerpo se contrajo y se apartó. Pero el olor a cueva de melón seguía adelante mío. Me agaché hacia la sábana, oliendo el algodón, siguiendo los hilos de la tela hasta llegar a un pie. Recorrí toda una pierna con mi nariz, acercándome de a poco hacia el olor a

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cueva, cerrada por una pierna que se interponía. También la olí. Se fue separan-do, abriéndome el camino… cuando llegué al olor me quedé quieto, ahí, oliendo la suavidad de cada vello, lamí de a poquito y sentí cómo el cuerpo empezó a abrirse todo. Me aparté y seguí con mi nariz hacia arriba, ahora la panza estaba más erguida, se notaban más los rollitos; me detuve en el ombligo, en ese olor raro que tiene, olor a todo y a ombligo. Seguí subiendo. Uno de los pezones no existía, estaba toda la zona suave, lo empujé con la nariz para que se despertara, saqué la lengua y lo empecé a lamer, de a poco sentí cómo brotaban pequeños granitos en su aureola, hasta que brotó el pezón. Un nuevo A salió de la boca del cuerpo. Mordí.

Llegué hacia el cuello y volví a morder. El A de la boca del cuerpo empezó a ser más prolongada. Mordí en toda la R del ronroneo que hacía ese cuerpo. Volví hacia el olor a cueva. Las piernas del cuerpo me envolvieron el cuello y me apretaron hacia abajo. Los resortes de la cama no dejaban de dialogar con las letras que sonaban desde la boca del cuerpo. Mi nariz empezó a oler algo más que cueva, algo más que verde, algo más de algo más. Empecé a olerme, por adentro. Había algo ahí adentro que no era habitual, pero era conocido. No sé qué. Pero empecé a estirar mis párpados con toda la fuerza de mis A, sentí cómo cada una de las lagañas se iba rompiendo, divorciándose de a poco de cada una de las pestañas. Me separé de las piernas que me ataban y me incorporé. Estiré mis ojos, mi cuello hacia arriba, mis costillas. Aullé.

Apenas si entraba luz en la habitación, pero veía a ese cuerpo que estaba ahí, con sus piernas tiradas en la cama. Tenía a toda esa presa tendida hacia mí, entregada en ese cuerpo servido entre las sábanas. Me agaché, puse una de mis patas hacia adelante, otra entre una de las piernas de la presa. Acerqué mi hocico a las sábanas, miré fijo a los ojos de mi presa que tenía una especie de sonrisa en la cara, pero mi mirada empezó a desdibujarla. Los ojos de ella empezaron a abrirse, parecían que iban a salirse de sus cuencas. Su boca dijo algo que no en-tendí. Intentó replegar sus piernas, pero una de mis patas ya estaba arriba de la pierna que tenía cerca. Volvió a sacar sonido por la boca. Quiso apartarse. Otra de mis patas se apoyó en su otra pierna. Sus brazos pretendieron salirse de mí. Los agarré con mis otras dos patas libres. Quiso a toda costa empujarme. Podía olerle sus ganas de huir. No pudo: era mi presa. Y una presa es presa cuando ya sabe que no puede escapar.

La mordí, toda, hasta empezar a desgarrar la piel que cocía su ombligo, y empezó a existir otro olor, ese olor escondido detrás de la piel, todo ese rojo lloviendo por mi boca. Hasta que los gritos dejaron de llover. Y todo se volvió de ese color… como el aullido en mitad de una luna, todo se volvió rojo.

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Sin Me olvidé en algún lugar

olvidé mis piernasmi narizmis manosmi voz

me olvidé adentro de algoy no sé de quéen dóndeni cuándo.

...

Yo sé que estaba tomando un vaso de sodacharlando en un cafecitono sé de qué calle

ni la ciudad ni el mundopero estaba sentada en esa sillamirando por la ventana

viendo pájaros morir

y tomé un sorbo de sodamiré las burbujassentí a cada una explotar en mi garganta...

me perdí adentro de alguna,y después no sé más nada.

Textos de Giselle Chacón Oribe Blog: http://noseacuerdaeltitulo.blogspot.com

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“Eugenio Aguirre” Se acuerda perfectamente de ese día, cómo no se va a acordar. Era

martes, y eran, también, las 19.55. Se acuerda porque fichó en la oficina al retirarse, como todos los martes (y como todos los días). Se acuerda porque los martes se iba derecho para el departamento de tres ambientes que alquilaba en Montserrat. Se acuerda de que iba pensando en que era martes, y que los martes Alicia preparaba pollo al horno con papas. Se acuerda de que paró en un kiosco (en el kiosco de Solís e Indepen-dencia) y pidió dos atados de Parisienne común, tres Marroc y diez paquetes de figuritas de los Power Rangers para Santi. De todo eso se acuerda. Por supuesto.

Salió caminando del kiosco y se detuvo a esperar el corte del semá-foro. Y ahí fue, justo en ese lugar y en ese momento, que observó, en el fondo del cantero, disimulado entre unas botellas, y otras hojas caídas, el primer sobre de cartón. Era mediano, se encontraba en perfectas con-diciones y alguien con una caligrafía precisa e impecable se había to-mado el trabajo de escribir su nombre: “Eugenio Aguirre”. Al principio, recuerda, pensó que necesitaba vacaciones, y se restregó los ojos. Pero la etiqueta seguía allí, desafiante, insolente: “Eugenio Aguirre”. Pensó que había perdido el jucio, comenzó a mirar sobre su hombro buscando un remitente, se señaló, ridículamente, el pecho, y tomó el sobre.

Lo abrió, muerto de miedo y de curiosidad, y extrajo una fotografía: se reconoció debajo de un espeso monte de barba y una cabellera entre-cana que le rozaba los hombros, vestido en harapos mirando, fijamente, a la cámara. Eugenio Aguirre se acuerda perfectamente del terror que le produjo su propia mirada, en una fotografía evidente que lo retrataba en un lugar (y en una situación) que él sabía que no había ocurrido jamás. Sin embargo, el personaje de la fotografía era, sin lugar a dudas, él.

Prefirió no comentarle nada a Alicia, para no preocuparla, y esa no-che cenó, taciturno y confundido. Eugenio Aguirre se acuerda de que al día siguiente volvió a la oficina en taxi, desayunó un café en su escrito-rio y tuvo una mañana complicada. Se acuerda de que almorzó con el Ruso Grifiloff en el bodegón sobre Entre Ríos. Y se acuerda, también, de lo que sucedió esa tarde.

Dan

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sola

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Eugenio Aguirre se acercó a su escritorio, acomodó su maletín sobre la mesa (el mismo maletín que había pasado los últimos cincuenta minu-tos descansando sobre su pantorilla en el bodegón de Entre Ríos, el mis-mo maletín que él mismo había cerrado sobre esa mesa por la mañana). Destrabó los mecanismos, abrió el maletín y entre sus papeles, mezclado, inmerso, rodeado de sus papeles, encontró otro sobre de cartón: “Eugenio Aguirre”. Adentro, otra foto. Él mismo, nuevamente, se interpela desde la imagen. Unos ojos amarillos, los suyos, mirando fijamente a la cámara. Una barba de días, una melena desprolija, una camisa rota, sucia y deste-ñida. Es él, sin dudas, llega a ver la cicatriz que tiene de niño, diminuta, sobre el párpado izquierdo. Es él pero nunca estuvo allí, nunca así, nunca eso.

Palpitaciones. Un leve y suave mareo que sube, oscilante, por los ner-vios de sus piernas obligándolo a tomar asiento. Un sabor dulce en la boca, un pestañeo involuntario y deliciosamente doloroso. Una mano que es la suya pero que no es la suya que controla un espasmo digestivo, una náusea, abrasiva, y un reflujo. Y la sangre en las sienes que late y se queja. Una visión caleidoscópica y lisérgica, y un cerrarse de ojos. Dos segundos.

Y un recobrar la calma.Y un guardar el sobre entre los papeles. De nuevo.Y una decisión.Encontrar a quien sea que le esté haciendo esto. Encontrarlo. Pregun-

tarle. Entender. Averiguar. Investigar. Por qué. Quién. Cómo.Saber.

Esa noche, Eugenio Aguirre no regresó a su casa. Debía encontrar, debía entender. Permaneció en vela toda la noche, en un hotel, esperando ver a quién dejaba los sobres. A la mañana, Eugenio Aguirre tomó una ducha. Cuando salió, desdobló la toalla que reposaba, blanca, sobre la cómoda. Algo cayó al suelo. Otro sobre.

Aguirre comenzó a sollozar y se sentó en la cama. Lloró de miedo, lloró de pena, lloró toda la tarde.

Eugenio Aguirre lloró todos sus llantos, todos los llantos que se debía, lloró como un niño, desnudo y babeante, sobre la cama del hotel. Algunas horas después, con el rostro hinchado pero visiblemente más tranquilo, abrió el sobre. La foto era actual. Nuevamente sus ojos lo miraban fija-

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mente desde la fotografía. Era él, sin dudas. Un fiel reflejo de sí mismo, una sombra gris sobre el rostro: se miró al espejo. Sí, una sombra como ésta, como ahora, pensó y decidió no afeitarse. Se sentía misteriosamente feliz. Tuvo un instante de indignación para consigo mismo: no extrañaba mínimamente a Alicia, tampoco a Santi. Y sonrió para sus adentros pen-sando en que nunca más volvería a su escritorio. Decidió permanecer, sin embargo, otra noche en vela, atento.

El amanecer lo encontró agotado, sentado en la cama. Decidió ir a tomar un café a la estación de servicio de la esquina. Necesitaba despa-bilarse.

Mientras bebía su café se dio cuenta de que su vigilia no tenía mayor sentido. Estaba exhausto, le dolía todo el cuerpo, sentía que la cabeza iba a explotarle. Volvió al hotel, se acostó y se durmió de inmediato.

Se despertó y buscó el nuevo sobre con los ojos por toda la habitación. Sorprendido, no halló más que su camisa celeste, su pantalón negro, sus medias grises, la toalla y su paquete de cigarrillos en toda la habitación. Ni rastro del sobre. Tampoco al otro día, ni al otro.

A los tres meses, Aguirre decidió mudarse a una pensión más econó-mica. Lavaba su camisa en la ducha, pero ya era evidente que estaba rui-nosa, los gastos del hotel cubrían una parte tan importante de sus ahorros que no quería gastar en menudencias. Decidió mudarse, pero vivió en la pensión por poco tiempo, hasta que finalmente sus ahorros se agotaron y Aguirre debió partir. Escogió un árbol frondoso del Parque San Martín y decidió establecerse allí.

La primera noche fue difícil, pero estaba tan cansado que logró des-cansar un poco. A la mañana siguiente, Eugenio Aguirre se despertó abra-zando un sobre de cartón. Miró al cielo, recién abiertos los ojos, y son-rió. Lo abrió y no le sorprendió verse en la foto: afeitado, bien vestido. Eugenio Aguirre sonreía, omnipotente, a la cámara, lleno de orgullo, la cabellera prolija, la corbata por debajo de la nuez.

Eso se acuerda. Y de la carcajada, de la inmensa carcajada de después. De la sonora, vibrante, apasionada carcajada que dejó salir, simiesco y libre, en ese banco de la Plaza San Martín.

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Textos de Dana Guisasola. Blog: http://maripoloniaefemerides.blogspot.com21

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PISO 11

Estaba preparando la cena cuando me llegó ese mensaje al celular, Claudio fue quien lo escuchó y me lo alcanzó, de paso que venía a la cocina para llevarse el mate, dejé de revolver el arroz, me sequé las manos, y lo leí.

“Te extraño demasiado lo de la última vez fue maravilloso.. Nunca me sentí así me muero por vert otra vez.. Por favor contestam te extraño ☺”

Le dije una y mil veces que no me escriba esas cosas al celular, Clau-dio podría verlas, para eso está agendado como Patricia, él me pide que lo llame y listo. Aunque haya usado esa cursilería encantadora de perro mojado, mi cara pasó de una apacible dedicación en revolver, a una pá-lida adúltera que odia que pasen por alto lo que una les pide. ¡Como si hablara al pedo! Él no arriesga tanto como yo, y lo sabe.

Le pedí a Claudio que me cuide la comida un momento, él después de largar un leve refunfuño, se levantó del sillón, le subió el volumen al televisor y se apoyó en el marco de la puerta de espaldas a la cocina. Mi plan era simple, irme rápido antes de que se me note más la cara, ir al balcón de la habitación del fondo y afuera, entre los ruidos de la ciudad, llamarlo, decirle que no me gustó nada su mensaje, que no lo haga nun-ca más, decírselo seria y algo enojada, para luego decirle que Claudio está conmigo, ponerlo celoso, decirle que lo quiero, que yo también lo extraño, pero que no da para arruinar nuestro hermoso secreto por falta de cuidado... ah, y despedirme prometiendo soñar con él. Mi plan era simple, si tan sólo Claudio no me hubiese ido a preguntar si cuando hierva el arroz tenía que apagar el fuego, si hubiese cerrado bien la ven-tana del balcón, si no me hubiese puesto de espaldas a la habitación, si la ciudad hubiese estado más ruidosa, no nos hubiese escuchado, Claudio no se habría sentido tan traicionado y humillado, yo no hubiese conoci-do esa terrible cara en él, si tan sólo me hubiese dado 20 segundos para mentirle, si no hubiésemos alquilado tan alto como el piso 11.

Mar

cos A

riel

Per

eyra

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DE TARDE De tarde, un domingo primaveral fácilmente predecible,

en medio de la ciudad, el silencio es atravesado por el grito de un llanto,afuera el sol está alto y tibio,

reconozco a mi mamá llorando,el jardín está cubierto de flores de colores y bichos cosquilleantes,mi mamá está gritando, mi hermano en su silencio la hace llorar,

en algún parque un chico metió su primer gol,mi papá, pálido preocupado, emite sonrisas que no le creo,

una compañera del colegio está estrenando un vestido nuevo,en ese momento mi hermano no sabe si quiere nacer,

a tres cuadras un último beso electrifica una espalda vulnerable,mi mamá entre sangre y lágrimas exhala por última vez.

Afuera el mundo gira entre sonrisas.

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Alicia

Alicia y yo éramos vecinas, los Roldán la habían adoptado hacía me-nos de un año, y casi desde entonces fue que nos hicimos amigas.

Ella no iba a empezar la escuela hasta el año siguiente, porque llegó a mediados de agosto, así que por eso cada vez que volvía del colegio, me la encontraba merendando en el escalón de su puerta. La primera vez que la invité a jugar fue un sábado a la tarde, no hacía mucho me habían comprado un vestido azul oscuro, así que decidí salir a pasearlo por la vereda, y gracias al sol de septiembre pude hacerlo con las piernas des-cubiertas. Alicia ya estaba en su escalón, parecía ser demasiado tímida y callada para ser tan bonita, las chicas lindas no suelen ser tímidas. Noté que me observaba disimuladamente, y cada vez que la veía desviaba la mirada rápido hacia el pasto, entonces me acerqué y le pregunté cómo se llamaba.

– Alicia –me dijo con una vocecita que parecía quebrarse al chocar contra sus propios dientes.

Noté que sus ojos eran oscuros, como si no tuviesen mucho para decir, sabía que no iba a preguntar mi nombre.

– Yo soy Carla, vivo con mi tía acá al lado. ¿Cuántos años tenés?– Seis meses –me dijo.Yo esperaba que se echara a reír, pero su inexpresión me hizo sospe-

char que tal vez le había escuchado mal.– ¿Cuántos? –pregunté haciéndole señas que seguramente era culpa

de mi oído.– Seis meses –contestó igual de seria.Sabía tratar con mentirosas, no me importaba mucho saber su verda-

dera edad, calculé que tendría más o menos nueve como yo, lo que me atrajo fue su habilidad para mentir tan seriamente.

Desde entonces, cada tarde nos juntábamos a jugar en la vereda, cuan-do ella me preguntaba que dónde había aprendido todos esos juegos, le mentía diciéndole que los jugaba siempre con mis amigas de la escuela, en realidad sólo los conocía de ver cómo los demás se divertían en los recreos, y si en la distancia no entendía alguna regla la inventaba. Nada más emocionante que ocultarle algo a una mentirosa. Alicia era muy há-

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bil para correr y saltar, pero le costaba memorizar las canciones y las coreografías de algunos juegos.

Siempre supe que había algo distinto en ella, pero fue hasta ese do-mingo de junio, en que estando en el patio con mi tía juntando la ropa antes de que lloviese, empecé a sospechar de que Alicia tenía muchos más secretos de los que yo podría inventar.

El primer grito se escuchó desde la ventana de la pieza de arriba, otro grito casi en llanto bajando las escaleras, un golpe seco como un martilla-zo contra una pared, y silencio. Corrimos en cuanto reaccionamos hacia la puerta del frente, tocamos la puerta y preguntamos gritando si estaba todo bien. La señora Roldán fue la primera en salir, tan sólo para caerse en la vereda y llorar, el señor Roldán no tardó mucho más en aparecer, encorvado hacia adelante tenía una mano sosteniéndose el pecho y con el otro brazo tanteaba buscando apoyo para ayudarse a caminar. Mientras mi tía intentaba calmar a la señora, yo me aventuré a pasar a la casa. La luz del sol no había entrado ese día, llamé a Alicia dos veces, nada. Subí las escaleras imaginando que, donde fue el primer grito, habría de estar ella.

– ¿Alicia? –nada– Soy yo, Carla.Un gemido salió del baño del pasillo, empujé la puerta con el pie, y ahí

estaba, sentada sobre el bidet, se agarraba desesperadamente la cabeza, creo que tratando de ocultarme su cara.

– Alicia, ¿qué pasó? ¿estás bien? –su gemido fue más fuerte.Me senté sobre la bañera, tenía miedo de acercarme más. En ese mo-

mento deseé haber hablado más con ella, preguntarle más sobre sus ver-daderos padres, pero uno no profundiza mucho en la vida de alguien, con quien sólo le interesa jugar, no me importaba de dónde venía Alicia, sólo quería saber qué tanto podía saltar la soga, qué tanto podía ganarle en los juegos mentales, y si alguna vez yo también podría llegar a subir todo un árbol con tan sólo dos saltos. Levantó lentamente la cabeza. No me inte-resaba profundizar, ni en sus hermosos dientes, ni en sus uñas siempre un poco largas, con las que a veces sin querer me lastimaba, sólo no quería llegar a ese momento en que iba a descubrir que sus ojos, cada vez más pardos, dicen mucho más cuando están hambrientos.

Textos de Marcos Ariel Pereyra. Blog: http://filosofodeaguadulce.blogspot.com25

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Imagen de tapa Juan Felipe Galindo Márquez

Juan Felipe Galindo Márquez nació en 1979 en la ciu-dad de Cali, Colombia. Es Licenciado en Artes Visuales de la Universidad del Valle. Alterna la creación artística con la literaria. Ha participado en diversas exposiciones y festivales en su país y en el exterior. También escribió para varios medios impresos y digitales de diferentes países.

Contacto: [email protected]

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Director responsable: Victoria Chacón OribeMagallanes 5385, Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina.Nº de Registro DNDA Nº 5033608Edición Nº 2 - Octubre - 2012

Imagen de tapa: Juan Felipe Galindo Márquez

Impreso en Términal GráficaRodríguez Peña 3835, Mar del Plata, Prov. de Buenos Aires, Argentina.

Diseño y diagramación: El Mugroso

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