El misterio de la Iglesia en F. Palau

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El misterio de la Iglesia en F. Palau M." TERESA MURILLO Carmelita Misionera (Roma) El ser y la acción de Francisco Palau tienen razón y sentido en una realidad mistérico-sobrenatural: la Iglesia. F. Palau fue un hombre radicalmente eclesial. Vivió en una época turbulenta que dejó huellas inconfundibles en sus preocupaciones y en sus obras. Es producto de su historia y de su tiempo, pero sabe trascender las circunstancias concretas con visión y actitud de profeta. El pensamiento y el amor a la Iglesia llenan la vida y la obra del Beato Francisco Palau marcándolos con un sello singular inconfundible. La Iglesia es la fuente de su inspiración, el eje de su actividad, la santa obsesión de su vida. En su obra manus- crita, de trama autobiográfica, Mis relaciones con la Iglesia, deja esbozada la trayectoria de la gran amistad que selló su vida. En ella describe cómo, a un amor juvenil, ya ardiente y genero- so, pero no bastante ilustrado y profundo, sucedió un amor más hondo y apasionado cuando pudo sentir más cercana la belleza incomparable de su Amada, la Iglesia. Y, finalmente, un amor pleno y fruitivo desde el encuentro decisivo y luminoso con ella en 1860. El recuerdo de aquel momento estelar queda para siempre vivo en su espíritu, como una «llama viva» que le dará luz y calor toda su vida. Para Palau, la Iglesia es una realidad viva. «Alguien» con quien puede relacionarse y nt¡cleo central de su mensaje. La describe como la aventura de su drama personal y el estrato más ancho y más hondo de su interioridad. Desde ella comprende vitalmente el misterio de Cristo Salvador. La REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 47 (1988), 457-488.

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El misterio de la Iglesia en F. Palau M." TERESA MURILLO

Carmelita Misionera (Roma)

El ser y la acción de Francisco Palau tienen razón y sentido en una realidad mistérico-sobrenatural: la Iglesia. F. Palau fue un hombre radicalmente eclesial. Vivió en una época turbulenta que dejó huellas inconfundibles en sus preocupaciones y en sus obras. Es producto de su historia y de su tiempo, pero sabe trascender las circunstancias concretas con visión y actitud de profeta.

El pensamiento y el amor a la Iglesia llenan la vida y la obra del Beato Francisco Palau marcándolos con un sello singular inconfundible. La Iglesia es la fuente de su inspiración, el eje de su actividad, la santa obsesión de su vida. En su obra manus­crita, de trama autobiográfica, Mis relaciones con la Iglesia, deja esbozada la trayectoria de la gran amistad que selló su vida. En ella describe cómo, a un amor juvenil, ya ardiente y genero­so, pero no bastante ilustrado y profundo, sucedió un amor más hondo y apasionado cuando pudo sentir más cercana la belleza incomparable de su Amada, la Iglesia. Y, finalmente, un amor pleno y fruitivo desde el encuentro decisivo y luminoso con ella en 1860.

El recuerdo de aquel momento estelar queda para siempre vivo en su espíritu, como una «llama viva» que le dará luz y calor toda su vida. Para Palau, la Iglesia es una realidad viva. «Alguien» con quien puede relacionarse y nt¡cleo central de su mensaje. La describe como la aventura de su drama personal y el estrato más ancho y más hondo de su interioridad. Desde ella comprende vitalmente el misterio de Cristo Salvador. La

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 47 (1988), 457-488.

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Iglesia es para él término adecuado y supremo del amor cl'Ístia­no en su dimensión personal y comunitaria.

Desde esta perspectiva experiencial del misterio de Dios hace de su vida magisterio. Por tanto, el proceso de su elabo­ración mental va de la experiencia a la teoría, no al contrario; y su desarrollo, aunque oscuro, es certero, al igual que en los grandes místicos del Carmelo. Toda persona que entra en con­tacto con él es conducida, aun sin darse cuenta, ante el fasci­nante misterio de Dios Salvador. Nunca pretendió plasmar en sus libros una teología; más bien le movía un fin pastoral y co­municativo. De ahí que su doctl'Ína escrita sea fragmentaria y discontinua.

A pesal' de la primacía que tiene en él este aspecto viven­cial del mistel'Ío de la Iglesia, no está del todo ausente el aspec­to doctrinal. Como enamorado busca, por todos los medios posibles, conocer a su «Amada» y expresar 10 que de ella cree y vive.

Necesita contrastar sus sentimientos con la realidad y ello le lleva a buscar fórmulas sintéticas que expresen el contenido de la experiencia que vive. Puntos de referencia en ese con­fronte son la Sagrada Escritura, los Padres y Doctores de la Iglesia.

Si se logra penetrar su lenguaje simbólico, entrar en su lógi­ca descriptiva, se comprueba fácilmente cómo en el fondo subya­ce un esquema o síntesis de doctrina eclesial que sirve de apoyo a su experiencia carismática.

Aunque con las limitaciones inherentes a este tipo de tra­bajos, una y otro: experiencia del misterio y pensamiento ecle­siológico de F. Palau, serán el contenido de esta exigua colabo­ración al conocimiento de esta figura estelar, en este preciso momento de la histol'Ía de la Iglesia.

I. EXPERIENCIA DEL MISTERIO ECLESIAL

Francisco Palau tiene claro (lo repite siempre que quiere resumir su trayectoria) que la vida del espíritu está estructurada sobre el amor. Es su motor, su fuente, su ley y la sustancia más Íntima de su ser. «Dios es amor», y el amor es la contraseña inequívoca de sus hijos, como proclama con insistencia el apóstol San Juan.

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Pero dentro de la infinidad de tonos y matices que reviste la caridad evangélica, el Carmelita Palau vive el amor a Dios y a los prójimos de una forma característica y personal: Aman­do a la Iglesia. Todos los santos y buenos cristianos la han amado. Pero Palau la sitúa en primer plano y en el centro de su perspectiva ideológica y afectiva, y ha ido desde ella, con ella y por ella a Dios, a Cristo y a los hermanos.

Ha sido el Espíritu Santo quien lo introdujo por este cami­no. Lo sabemos por su misma confesión y lo sabemos, sobre todo, por los frutos de santidad y apostolado que brotaron de su entrega amorosa a la Iglesia. En su desarrollo espiritual, enmarcado en esa perspectiva eclesial, y en paralelismo con su obra, se distinguen diferenciadas dos etapas o períodos, separa­dos por un hecho determinante ocurrido en su camino:

Larga y afanosa búsqueda de un ideal que colmase sus anhe­los como objeto de amor y servicio.

Un acontecimiento, una fecha «memorable», 1860.

Comunión y compenetración progresiva con la realidad mis­teriosa de la Iglesia.

Siguiendo esta trayectoria vamos a adentrarnos en el interior de este hombre, de este religioso Carmelita. El Padre Francisco siempre que describe su proceso de búsqueda y comunión con Dios lo hace tomando como referencia unas veces el amor; otras, su experiencia del misterio eclesial. Uno y otra son inseparables vitalmente y forman una unidad.

Tarea casi imposible la de describir en forma adecuada la fuerza y los contornos de un «amor» que se nos presenta como una «llama viva», como brasa incandescente. Lo intentamos esbozando algunos trazos característicos. Lo vamos a seguir con el respeto contemplativo del que observa a Dios actuando silen­ciosamente en el hombre. Al otear su mundo interior debemos tener en cuenta que penetrar una psicología, escudriñar un cora­zón, concretamente el de Francisco Palau, nos obliga a revivir la lógica de su vida dominada por un afán insaciable de clari­dad y de amor. Es entrar en el santuario de un alma enamorada para captar y comprender la clave de su vida; es penetrar su

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trama misteriosa, celada ordinariamente por ese mismo misterio personal de los dos protagonistas; Dios y el hombre ¡.

1. Larga y fatigosa búsqueda

Esta etapa de búsqueda será para Palau una jornada larga. No se le reveló tan pronto ni en forma tan clara y manifiesta el ideal que había de dar contenido concreto a su existencia: «El objeto de mi amor -nos dirá- era para mí Dios de un modo confuso y vago» (MRel 204).

Transcurren sus días en un esfuerzo continuo de reflexión, oración y purificación para llegar a alcanzar la realidad que vislumbra: «Pasé mi vida en busca de mi cosa amada; bien sa­bía que existía, pero ¡cuán lejos estaba de pensar fuese quien es!» (MRel 204). Vivía en la Iglesia y para la Iglesia, pero no la conocía. En diálogo con ella expresa: «Yo, aunque muy a os­curas, te buscaba a ti» (ih., 496).

En esta búsqueda, el curso acompasado del movimiento in­terior y el desarrollo exterior de la vida lo expresa con detalle. Podríamos escalonado así:

a) En pos de lo bueno y lo bello.-EI joven Palau intuye pronto que no son actividades, cosas, sino personas. Es «Al­guien», quien tiene que llenar su vida y darle sentido: «Yo, jo­ven, amaba con todas mis fuerzas ... ¿Qué amaba yo? ¿Quién era la cosa amada?» (MRel 21). Busca y alimenta su espíritu en la Sagrada Escritura. La interpreta y vive con la exigencia ascética del Carmelo, pero su espíritu no se sacia: «Separado del mundo, retirado en el convento, pregunté por la cosa amada ... ; la bus­caba en las austeridades de la vida religiosa, en el ayuno, en el silencio, en la pobreza» (MRel 22).

La verdad de Dios que se le va haciendo luz, le orienta hacia otra realidad viva; le va vaciando del falso concepto del miste­rio de Dios para pasar a la verdadera identidad de Jesús, hombre­Dios. Ama con pasión lo bello, busca lo bueno, pero percibe algo más. En diálogo con la Iglesia escribe:

t Como base de nuestro trabajo tomamos, sobre todo, el libro de su diario íntimo: Mis relaciones con la Iglesia (Roma, 1977) y Cartas (Roma, 1982), con las siglas MRel, Ct.

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«No conociéndote a ti me fui en pos de lo bello, bueno y ama­ble que los sentidos presentaban; pero al adherirme a estas belle­zas, el corazón hacía sentir su insuficiencia... Semejante a una débil barquichuela carecía de dirección, se hacía sentir en él un vacío inmenso; faltabas tú en él y nada podía sustituirte. ¿Por qué entonces no te revelaste?» (MRel 495).

Después de larga oración y a la luz de los acontecimientos que se suceden, comprende que «la obra grande de Dios en el hombre se labra en el interior» (Ct 38). Es su gran convicción y criterio básico para mirar su mundo interior. Ahí reside para él el gran espacio ~e libertad; ahí se juega lo más importante de la persona. Y desde ese criterio orientará su vida y la de los demás. Escribe en varias ocasiones a sus hijas:

«La posición exterior está sujeta a la vicisitud y cambio, porque en esto dependemos de Dios, de los demonios, de los hombres buenos y malos y de nosotros mismos; y no hay que fiar en ella ni fundar jamás en ella. Gran consuelo es para nosotros poder marchar por los caminos del espíritu. En esto no dependemos de nadie. Somos libres para Dios, y en la posición interior del espí­ritu tomamos formas y medios que no dependen de la buena y mala voluntad de los hombres, sino de Dios y de nosotros. Dios y yo, ahí va todo. ¡Qué dicha!» (Ct 39; cfr. 37 y 38).

El amor a la Iglesia, todavía indefinido, mantiene en tensión su vida espiritual; suscita y pone en juego energías siempre nuevas. Por ese mismo afán de claridad abraza la vida del Carmelo:

«Mi juventud se pasó como una sombra sin conocerte. No obs­tante, reconociendo que todas las bellezas materiales no eran la que buscaba me resolví a abandonarlas todas y me fui al claustro por si acaso allí te encontraba» (MRel 495).

b) Sólo una belleza infinita ... -En estos largos años de búsqueda de la «Amada» se empeña en conquistar su amor por los senderos de la soledad, del Carmelo y del martirio. Oigámos­le: «No pudiendo soportal' las llamas del amor, me resolví a vi­vir solitario en los desiertos», «dentro del seno de los montes» (MRel 495). «Le buscaba y no hallándola me mataba a golpes, atropellaba mi pobre corazón, gritaba, y ¡pobre de mí, qué po­día hacer!» Ob., 303). «La soledad, sin ti, lejos ele calmar la pasión del amor, la fomenta; y el claustro ensanchó mi corazón, encendió mayor llama en el amor» (ib., 495).

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La contemplación de la situación eclesial le presenta el Cuer­po de Cristo «llagado y crucificado, indigente y perseguido, des­preciado y burlado» (Ct 42), y viendo su dolor exclama: «¡Quién me diera poder aliviar sus angustias, aunque fuera con mi propia sangre! ¡Cuán gustoso la daría! No sé explicarlo, ¡ésta es la única pena que me aflige!» 2. «¡ Oh!, qué terrible pena siente mi corazón al ver en este reino abiertas tantas y tan profundas llagas en el Cuerpo Místico de Jesucristo» (L 244).

y en su horizonte se abre el camino del martirio como su­premo testimonio de amor: «Sólo una cosa aliviaba mis penas, y era la esperanza de morir entre las llamas de la revolución» (MRel 495). Sabe muy bien que el martirio que no es mensaje de perdón y de comunión cclesial dejaría de ser cristiano; no sería transparencia de Cristo. Por e.so reafirma machaconamente su compromiso: «Vivo y viviré por la Iglesia; vivo y moriré por ella» (MReI62).

Fiel al Maestro pone la garantía de su amor en la entrega total: «Mi amor buscaba ocasiones para acreditarse ante sus ojos como verdadero amante ofreciéndole la vida, pero ella no quiso el sacrificio de mi sangre» (ib., 384). Esta actitud la man­tendrá viva hasta el final, y es, muchas veces, contenido de su oración, de su relación con la Iglesia: «Yo te amo, acepta mi sangre en prueba de la verdad de mi amor» (ib., 303).

Es evidente que aun sin conocer a su «Amada», como él dice, ella absorbe todas sus preocupaciones y orienta sus anhe­los apostólicos. Llegar a descubrirla no fue camino fácil, pero fue constante. Lo recorre sin desertar, a pesar de que se le presenta sembrado de obstáculos, persecuciones y combates. La prueba, la noche, entra en su camino duramente.

c) Entre las oscurielades ele la noche.-El 25 de julio de 1835 y el 9 de octubre de 1871 son dos fechas que encierran un período en el que Palau probó todas las formas de presión y de abierta persecución. Saborea todo: Desde la huida y casi milagrosa conservación de la vida en la quema del convento, pasando por destierros, cárceles, difamación, supresión de obras e iniciativas, etc., hasta la suspensión de Sl1 ministerio sacerdotal.

Exiliado, desterrado, fracasado, solitario ... , ¿los hombres qué habían sido para él? Le habían rechazado, calumniado, proscri-

2 F. PALAU, Lucha del alma con Dios (Roma, 1981), p. 166 = L.

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to... Pero él amaba demasiado a los hombres para juzgarlos perversos; su personalidad y actitud teologal emerge siempre por encima de reacciones mezquinas y desborda con frecuencia sus planes y estructuras:

«Desde el año 1843 al 1855 he atravesado una montaña, en don­de de noche, sin camino, entre borrasca y tempestad, he tenido que sufrir y aguantar ataques de todas partes, pruebas las más rudas ... Ya no espero nada de mí, pero lo espero todo de su divina gracia» (CI 30/6-55).

Comenta a un amigo: «El calvario se inauguró en su primera estación el vi emes de pasión '.. Con el tiempo y la paciencia mucho se puedc logran> (CI 20). y a uno de sus colaboradores le manifiesta: «Fruto de la virtud es la contradicción, pero nin­gún mal pueden hacer a los que son fieles a Dios» (Ct 21/54).

Con gesto de profundo sentido evangélico trata incluso de disculpar a sus perseguidores. Cuando el general La Rocha le suprime la Escuela de la Virtud, dirá: «No podemos persua­dimos de que Su Excelencia cometiese una injusticia: le cono­cíamos y le amábamos» 3.

Con relación a hl sentencia del general Zapatero escribe:

« Yo estoy convencido que Su Excelencia creía que la escuela de la virtud era realmente una obra de Satanás, un club no sé - si comunista, socialista, mazzimiano o qué ... Mi alma abrigaba senti­mientos de gratitud para con él, creía que había prestado grandes servicios a Cataluña y no podía menos de serie agradecido y amar­le; y estos sentimientos de amor chocaban con los suyos, haciendo un horrible contraste» (EVV 162).

Tampoco faltó la herida profunda proveniente de personas relevantes de Iglesia, para él mucho más lacerante. Cuenta así el dolor interior profundo que le embarga en uno de esos mo­mentos:

«y el obispo, ¿no lo quiere? ¿Cómo lo tomará? ¡Qué pensa­miento 'tan difícil de sugerir! ¡No lo quiere! ¡No lo aprueba! ¡Cómo vas a quedar! Esto agitaba mi espíritu; no 10 enflaquecía, pero sí lo despedazaba. Pero la voz del deber prevaleció, y ahora doy gracias al cielo» (Ct 23/54).

3 F. PALAU, Escuela de la virtud vindicada (Roma, 1979) = EVV 139.

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Así ora y suplica:

«Tú me conoces -Iglesia-, sabes de qué soy capaz; tú sabes muy bien que no temo ni vida ni muerte, ni cárcel ni destierro, ni hambre ni sed, y que el mundo no me hará torcer mis caminos» (MRel 210).

Hay algo que sostiene al P. PaIau en medio de tanta «borras­ca», ya que, humanamente, parece imposible devorar en paz tanta tortura. Cuando nos paramos a escudriñar su figura com­probamos que su respuesta y actitud es la misma en todas las situaciones semejantes de su trayectoria. Vive profundamente convencido de que Dios «no dejará jamás a los que buscan su gloria y se ofrecen en sacrificio por el bien de su Iglesia» (Ct 52/9-60):

«Dios, como buen Padre, me conduce de la mano y me guía por donde El quiere» (Cl 56). «Dios lo llevará todo a su propio destino» (Ct 52).

«No está en nuestras manos ordenar nuestros pasos. Dios los tiene todos contados; yo estoy atado a su voluntad y no miraré nunca mis intereses» (ib.).

Esta prueba, mantenida en suceSlOn de momentos, exige de él una dinámica continua de muerte y resurrección; un esfuerzo constante de superación nada común; una dimensión de vida teologal en fe y esperanza, ante las mezquindades sutiles de las mediaciones humanas. Al recordar a un amigo lino ele esos momentos le dice:

«¡Cuánta satisfacción me cabe en haber dictado la exposición que tú esoribiste! ¡Ah!, si yo hubiera sido cobarde ... He tenido tiempo para la reflexión y ahora veo lo mismo que veía en una noche negra de insomnio ... ¡Ah!, sus sistemas prácticos; la cobar­día de... ¡Cuántas ideas atropelladas cuestionando y armadas en batalla... Qué hondas meditaciones sobre el misterio de la cruz! Confesar y sufrir. Esta es la única arma» (Ct 23/9-54).

A pesar de la lucha que esconden estas citas, no retrocede y sigue su búsqueda. Su respuesta es siempre la del hombre teologal: esperar y tratar de probar su fe y amor con la entrega: «Iglesia, te amo; tú 10 sabes. Mi vida es 10 menos que puedo ofrecerte» (MRel 4). «Si he de juzgar mi amor para contigo por lo que peno y sufro por ti, mucho debo amarte» (ib., 8). Busca encontrarse con esa realidad viva que vislumbra e intensifica su oración:

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«Yo muero de amor por la Iglesia; vos lo sabéis, la llamo, la busco, la veo, pero muy a oscuras ... Dios mío, mandad me, revelad­me lo que queréis que haga» (MRel 26).

y he aquí que a su afanosa búsqueda la «Amada» se rinde y le descubre su belleza inefable: «Bastó un día, una sola pala­bra salida de sus labios, para que mi corazón la conociera» (ib., 304). ¿Cómo fue esa iluminación que transformó su vida?

2. Una fecha «memorable»: 1860

De importancia decisiva en sll proceso es el afio 1860. Repe­tidas veces señalará esa fecha como pórtico de una nueva etapa en la vida de su espíritu. Francisco Palau llegaba casi a los cincuenta afios cuando sintió ese cambio radical de panorama en su vida. Fue en la catedral de Ciudadela (Menorca), durante el mes de noviembre. Desde ese momento traza una línea divi­soria: concluye la búsqueda afanosa y se logra la posesión de la realidad ansiada. Todo será ya comparar el antes y el después de ese acontecimiento decisivo. Escribe:

«En esta salida que he hecho a Ibiza, he buscado conocer mi misión. Para mí estos últimos días en Palma y Ciudadela son y se­rán memorables, porque el Señor se ha dignado fijarme de un modo más seguro el camino, mi marcha y mi misión» (et 57/1860).

La experiencia de este encuentro marcará en adelante su existencia:

«Por fin, pasados cuarenta años en busca de ti, te hallé. Te hallé porque tú te diste a conocer, y si tú no te hubieras revelado así, hubiera desaparecido de entre los mortales sin relacionarme con­tigo. Qué sorpresa la mía cuando te hubiera visto sin velos en el cielo» (MRel 497).

Por una gracia especial le fue revelada su misión y el miste­rio de su paternidad dentro de la Iglesia. El mismo lo descri­be así:

«I-listo/'ia.-Una tarde estaba yo en una iglesia catedral esperan­do llegase la hora de la función. En ella había de dar la bendición última que se acostumbraba después de concluida una misión. Y fue mi espíritu transportado ante el trono de Dios ... Vi una bellísima joven vestida de gloria; sus ropas blancas como la luz, y no me fue posible distinguir de ella otra cosa más que el bulto,

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porque no se podía mirar. Oí una voz que decía: Tú eres sacer­dote del Altísimo; bendice, y aquel a quien tú bendigas será ben­dito. Esa es mi Hija muy amada ... Yo quedé anegado en un mal' de lágrimas. Mis penas crecieron en alto grado. Yo conocía a esa señora y dar por su servicio mil vidas fuera para mí poca cosa ... Llegada la hora de la función, mientras subía al púlpito, oí la voz del Padre que me dijo: Bendice a mi amada Hija y a tu Hija. El concurso de gente era muy grande. Yo no comprendía sino muy en confuso cómo podía ser yo Padre en la Iglesia y de la Iglesia» (MRel 12 ss.).

Desde este momento una luz nueva ilumina y acompaña su camino:

«En los principios era tanta mi sorpresa, que 110 podía yo acabar de creer que mi Amada fuese lo que ahora creo» (MRel 305).

Refiriéndose a los efectos que esa gracia causó en él dice:

«Quedé con deseos de conocer esa joven quc se me presentaba envuelta en misterio y escondida ... Pero aunque velada, yo tenía infusa sobre ella una tan alta noticia, que mi dicha fuera que me admitiera por el más humilde de sus servidores... Quedé con su vista tan afectado a ella, que la vida se me hacía insoportable» (MRel14).

Una nueva intimidad se ha iniciado respecto a la realidad Iglesia. Relación que al primero que le sorprende es a él:

«En 1860 comenzaron las relaciones con mi cosa amada, y i cómo era extraño a estas relaciones!, no las creía ni menos posibles; por esta causa ha tenido que trabajar -lanto en mí la gracia para establecerlas» (ib. 204; cfr. CI 72/10.61).

Cualquier formulación que se propone para definir esa ex­periencia es incapaz de reflejarla fielmente; siente que es algo intraducible en conceptos y categorías humanas y en su afán por aclararse se contradice más. Así se la comunica a Juana Gracias:

«Desde mis últimos ejercidos del Vedrásiento en mi compañía la Iglesia. Su presencia absorbe toda mi atención ... Yo no pensa­ba ni creía que fuese cosa viva, y qué sorpresa es la mía al cono­cerla. A su presencia queda eclipsada y ofuscada como tinieblas toda belleza y hermosura creada» (Cl 72).

A uno de los hermanos le confía también la iluminación y el cambio operado en su camino pocos días después:

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«El Señor me ha concedido en la iglesia catedral de ésta 10 que catorce años hacía le pedía con muchas lágrimas, grandes instan­cias y con clamor de mi espíritu, y era conocer su misión. Dios en esto se me ha manifestado abiertamente y ahora estoy ya re­suelto» (el 57/11-60).

Desde que se le ha descubierto, la presencia de la «Amada» pone en vibración todas las fibras de su ser:

«¡Oh Iglesia santa! Veinte años hacía que te buscaba; te mira­ba y no te conocía porque te ocultabas bajo las sombras oscuras del enigma, de los tropos, de las metáforas, y no podía verte sino bajo las especies de un ser para mí incomprensible. Así te amaba y así te miraba ... ¿Por qué te cubrías y escondías a mi vista? ¡Oh, qué dicha la mía! Ya te he encontrado» (MRel 3).

3. Mística eclesial: comunión personal

Francisco tiene clara conciencia del cambio operado en su espíritu. No se cansa de repetirlo: «Desde que te vi, mi corazón quedó herido de muerte y ya no me es posible amar otra cosa que a ti» (MRel 214). Describe así esta nueva etapa de su vida:

«Ahora voy a entrar en otro período de mi vida, modo muy dis­tinto de proceder delante de Dios y en mis relaciones con la Iglesia, y consiste en que hallada la cosa amada, no teniendo el espíritu sus fuerzas ocupadas en buscarla, éstas se han dirigido a servirla y cumplir la misión que su Padre celestial tenga a bien darle con respecto a ella. Ahora entro en un nuevo modo de pro­ceder que me es enteramente desconocido y para lo que necesito oración; pero como ya tengo a mi Amada, esto no me da tanto cuidado» (MRel 206).

El conocimiento y amor progresivos convirtió su existencia en permanente comunión con la Iglesia:

«Separado del mundo, retirado en el convento, pregunté por la cosa amada, la busqué. Y ¡quién tal cosa pensara! La buscaba entre las austeridades de la vida religiosa, en el ayuno, el silencio, en la pobreza; la busqué y la encontré. ¡Vi a mi Amada y me uní con ella en fe, en esperanza y amor! Su presencia satisfizo mi pasión y con ella era yo feliz... Con ella encontré mi dicha y felicidad; yo soy feliz» (MRel 21).

Por un continuo proceso de interiorización y relación teolo­gal consigue ver y vivir la Iglesia como realidad única, personal, con quien puede intercambiar, dialogar, darse recíprocamente. Lo que se le va revelando a Pa1au es una presencia vital; com-

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eeVsentido radical y determinante del amor concreto, ínter­f.eemo motor de su existencia. La verdad se le convierte

x'íiii<siJ1teÍigencia mística», en «noticia amorosa», y se ptoduce en él un auténtico conocimiento experiencial. Escuchémosle:

"Yo, visible en ti pOI' fe, te he revelado mi belleza y mi amor. Me ves y me conoces porque yo he corrido el velo que me esconde a la vista de los mortales; me hablas y te respondo. Sepas que cuando presente yo en ti por fe, me miras y me llamas, robas todos los afectos de mi corazón y me haces esclava de tu amor; del mismo modo que cuando yo me presento a ti en fe, robo los tuyos con mi belleza. Yo me complazco y me deleito en tu con­versación porque me conoces, porque has creído en mí» (MRel482).

Este amor va transformándose en tono y calidad; de amiga pasará a ser esposa, para culminar en aquella paternidad que se le pedía, sin entenderlo, en el primer encuentro: «Digo con amor de esposa, porque éste es el único que puede satisfacer todas las exigencias del corazón, porque trae consigo igualdad en el amor y unidad perfecta en los amantes» (ib., 477).

El conocimiento progresivo, en una vivencia teologal profun­da, convierte su existencia en permanente comunión con la Iglesia: «Dios y los prójimos». Nos 10 ratifica él mismo: «En 1865 fue consumado el amor con los lazos elel matrimonio espi­ritual en fe, esperanza y caridad» (MRel 385).

En el afán de dar a entender la experiencia que vive, se sirve con frecuencia de la imagen del espejo y de la cera. Reso­nancia tal vez de los místicos del Cal·melo. A través de ellas nos muestra esa dinámica de relación teologal y personal que vive en su interior: llegar con la persona hasta la Persona, entrar en comunicación y centrar en la Iglesia los intereses de ambos. Citamos alguno de sus muchos textos:

«Mi presencia en ti imprime, como los objetos en el cristal, la figura, la noticia de mí ... Para que tú la veas se requiere la luz de la fe católica relativa a mí. Si falta ésta, por más que yo esté presente a ti que eres el espejo, no me verías. Cuando te falta in actu esta fe, si bien yo estoy a tu vista y tú a la mía, no me ves, porque creer es ver. Te olvidas de mí; este olvido tuyo es la ausencia de que te quejas. Sepas que ni tú ni mortal alguno puede huir de mi presencia. Yo estoy siempre presente ante el hombre mortal como una persona ante el espejo. El que 110 cree en mí, por más que esté yo a su presencia ... Yo estoy día y noche pre­sente a ti, porque ni tú puedes huir de mi presencia, ni yo de ti, si crees. Yo me he revelado y descubierto a ti y por esto me conoces. Y porque crees en mÍ, con mi presencia he robado todos

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los afectos de tu corazón; en tal manera eres esclavo de mi belle· za, que por mí y para mí sacrificas tu ser, tu existencia, tu vida, cuanto eres y cuanto tienes. Y este amor une en tal manera que lodo es una cosa en mí, roba sus afectos hacia mí; y de aquí resul· ta una transformación tal de todo el ser humano en mí, que los dos somos una sola cosa en forma y en amo!'» ".

a) Una« presencia» transfo/'mante.-Fl'ancisco tiene clara conciencia del cambio operado en su espíritu. Exclama: «¡Mi corazón está contento con la presencia de mi 'Amada'. Ahora, ¡qué cambio en mí!, ¡qué situación más distinta!» (MRe! 304). « ¡ Feliz, oh Iglesia, quien llega a unirse contigo en fe, esperanza y am01'» (MRel 246).

Al igual que su padre, Juan de la Cruz, ele quien jJ8rece cco fiel, llena las páginas de su diario traduciendo la nueva moda­lidad en el amor, en términos de desposorio. Ve en esa analogía la forma cumbre de su expresión humana:

«El amor no podía contentarse con una amiga ... En 1863, ma­nifestándose la Esposa siempre con más claridad y amor, fueron ratificados los desposorios con ella en fe, esperanza y amor» (MRel 384).

«Yo soy tu esposo y tú eres mi Esposa. Estas son las relaciones que van directamente a llenar el corazón ... ; este amol' constituye familia y hacen comunidad de bienes y personas» (MRel 503).

Francisco experimenta cómo es, en la Eucaristía principal­mente, donde Cristo consuma su unión nupcial con la Iglesia y con cada uno de sus miembros. Entran así a participar en el delicioso intercambio de ese Sacramentum magnum, el «gran misterio es éste, respecto a Cristo 'y a la Iglesia» (Ef 5,32), de Pablo: «Cristo dase todo a su Esposa, la Iglesia; esto es, la congregación de los que comulgan; In Esposa 10 recibe y desde que el sacramento toca sus carnes, ya no son dos, sino un solo Cuerpo místico y moral» (MRel 98).

Vive hondamente el sentido del misterio eucarístico, «sacra­mento del matrimonio espiritual» (ib., 94), y en él alimenta cada día la llama de su amor esponsal: «Cristo está en el altar no sólo como individuo particular, sino como Cabeza de la Iglesia. 'y le constihlyó CabezR sobre toda 11'1 Tgle5iH, que es su

4 MRel 462·463. Cfr. 480·484, 397·507. Es interesante comparar con Santa Teresa, Vida, 40,5; C 28,9·12; Rel 24,16.18; 7 M 2,4; 5 M 2,12. Juan de la Cruz, Cán B 12,1.

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Cuerpo' (Ef 5,23). Donde está la Cabeza, está el Cuerpo. Donde está Cristo, está moralmente la Iglesia, y donde está la Iglesia, está Cristo, y no pueden concebirse separados siendo cosa viva Cabeza y Cuerpo» (MRel 95).

Se reconoce Esposo tanto como sacerdote, cuanto por el sa­cramento: «Yo soy tu Esposo fiel o infiel... Fui consagrado por la ordenación a tu servicio; fui entregado a ti y desde aquel día no me pertenezco, tuyo soy ... Hay, además, otra unión más ve­nerada y es la sacramentaL .. Como la cal'l1e de Jesús, que es tu Cabeza, y me uno a éste y a ti, y queda consumado nuestro matrimonio espiritual» (MRel 503).

El a1110r de Esposo le llevó a ahondar en el sentido ele su consagración sacerdotal, ya que está convencido que: «En l:uau­lo sacerdote soy Esposo tuyo, y si amara otra belleza fuera de ti, sería tu Esposo, pero infiel y adúltero» (ib., 504). Comprende claramente que por su acción sacerdotal participa de la actuación capital de Cristo sobre su Cuerpo.

Desde las extraordinarias vivencias de 1860 mantiene una a pasionada relación personal con su «Amada}). Desde entonces una entrega recíproca de la intimidad personal sella su amistad. La Iglesia se le reveló en su misterio de vida y amor en unidad inefable con Cristo-Cabeza.

b) En el crisol del amor.-A pesar de los efectos que cau­san en su alma estas comunicaciones, se mueve con cierta inquie­tud en el tema, echando de menos el respaldo de obras teoló­gicas. Por eso con instinto espiritual-cristiano busca luz en las fuentes de la Revelación. Nos dice:

«No pudiéndome apoyar en estas materias en obras escritas so: bre ellas, ando con mucho temor y cautela, porque en el día malo en que todo se revuelve, dudo de todo, y en mis dudas busco en las Escrituras Santas y en los Santos Padres y Doctores de la Igle­sia apoyo y doctrina» (MRel 135).

El Espíritu Santo va escribiendo en su vida el verdadero significado de las Escrituras. Sabe muy bien Palau que el Verbo, la Palabra, sigue habitando en nuestras circunstancias (cf. Tn 1,14). y se deja cuestionar, purificar, transformar, por esta pre­sencia sonora que se hace voz. Pero para no quedar aprisionado por subjetivismos e ídolos ideológicos, reclama la necesidad de la acción pastoral y magisterial de los Apóstoles y sus sucesores:

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«Tú me conocías por las Santas Escrituras y en ellas el Espíritu Santo nos ha dado por destino ser una figura y sombra de la Iglesia» 5.

Está convencido de que no hay verdadera relectura e inter­pretación de la Escritura al margen de la fe, como don de Dios, como apertura y aceptación en el corazón; al margen de la comunión con la Iglesia y hecha en el contexto global de la Re­velación, transmitida por la Tradición de la Iglesia. Infinidad de textos podríamos citar al respecto:

«El Espíritu Santo en las Escrituras sagradas nos presenta la Iglesia tras el velo de las metáforas, entre enigmas y figuras de una ciudad, de una vid, de un jardín cerrado, de un campo, elc una grey, de un cuerpo humano, y mirándola por la fe tras las sombras ele lo humano, nos ha ,revelado de ella todo aquello que está al alcance de inteligencias que viven en carne mortal» (MRel 327; cfr. 357, 3, 116).

El P. Palau sabe muy bien que mientras viva en el cuerpo, esa realidad, su misma relación con ella, será oscura y solamente posible a través de la fe. Si nos ha dicho que «ya no busca porque tiene en el corazón lo que desea» (MRel 205), añade también que trae a ratos sobresaltos, zozobras, recelos, dudas, temores y ansiedades, que son más duros que la muerte. ¿ Cuál es la razón de experiencias y expresiones tan contrastantes? La noche elel espíritu se hace presente en él.

El P. Palau va desplegando su relación experiencial con el Cristo Total, el Cristo Místico, y traslada a su vida la persona central. Se ha identificado de tal forma con Jesús, que con El y como El actualiza el texto de Pablo: «Amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5,25). Constatar, saborear el amor de Dios, del Otro, que no falla; que cuando 10 recuerda o 10 llama, se le hace presente, llena su vida de un gozo indecible. Sorprendá­mosle su diálogo:

«Entré en la cueva, le saludé con profunda reverencia y reno­vación de mis votos. De nuevo me entregué todo a ella y ella a mí, y mi espíritu se unió al suyo y sentí ser los dos una sola cosa. Así quedé purgado de mis miserias» (MRel 92). «La llamé: ven, no

5 MRel 72: «Es necesario que oigamos las lecciones del Espíritu Santo por los órganos que quiere manifestárnoslas y nos tiene señalados. Estos son la Sagrada Escritura y la Tradición expuestas por los Santos Padres y por el magisterio vivo de la Iglesia» (L 46; cfr. el 109-110).

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tardes, porque necesito de tu presencia; vino, pero tan disfrazada que no la conocí» Ob. 91).

Francisco, al encontrarse frente a frente con Dios, con el misterio de luz del Otro, totalmente diverso, ha comparado la 11 erdad con su verdad, ha comprendido el desnivel en el amor y ha palpado la grandeza de Cristo: encarnarse, rebajarse, disfra~ zarse, crucificarse, darlo todo, sólo puede entenderse desde el a/11or, y ¡qué amor!

Pero ha constatado también desde su interioridad que a pesar del desnivel, de su pobreza, Dios no es refractario a la amistad; por eso aceptarse, soportarse a sí mismo, presentarse ante Ella, ~ll « Amada», con su miseria e infidelidad le aterra. Oigamos su confesión:

«Retiréme después de la comunión y renové mis relaciones con la más santa de las Vírgenes; pero esta luz que me descubría la inmensa belleza del objeto de mi amor dando sobre la flaqueza humana, sobre la potencia, la posibilidad y la libertad para un divorcio con ella por el pecado ... , me dejaba lleno de temor y es­panto» (MRel 138).

«¡Oh, Iglesia!, me dejas, te ausentas de mí, y al verme solo, tu ausencia es el conjunto de todos mis males» (ib. 459).

Como fácilmente se desprende de sus palabras, la razón de esta purificación interior es la triste posibilidad de perder al Amor: «Señor, ¿ 1'01' qué os reveláis a este miserable que no co­rresponde a tal amor?» Ob., 103).

Es también la incapacidad de creer, a pesar de todo, en esa realidad que se le presenta como amante y que sólo admite su diálogo en fe. Por eso exclama: «i Oh Iglesia! i Cuán débil es mi fe en ti! Ayúdame a creer en ti para que durante la noche de esta vida te vea, al menos, fotografiada en mi mismo» (ib., 122). Sabe muy bien por San Juan de la Cruz que «padece tanto el alma porque como se va juntando con Dios siente más el vacío de Dios» (Cán 13,1).

Así expresa este estado:

«Yo estaba tan fatigado que a pesar de que esta voz interior sentía traer en sí la fuerza y la vida dudaba de todo. Dudaba de la existencia de mi Amada, de si fueran ilusiones del demonio mis relaciones con ella ... Espero, yo espero las tinieblas de una noche oscura. Yo amo con pasión inmensa y espero ... Dime, ¿quién eres tú que tanto te interesas por mi suerte?» (MRel 388-391).

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A este estado interior se unen una serie de circunstancias ex­ternas que lo agudizan más. Recordamos matices de alguna:

«Yo soy de la edad de cincuenta y seis años y mi vida ha sido una cadena de penas... ¡Ah!, si estuvierais más organizados no me veríais más porque Dios oiría la súplica que le hago de dejarme morir solo sin más testigos, enterrado en esta cueva. Martín me critica, murmura abusando de la confianza que yo he hecho de él, me ha excluido a mí del gobierno, me dicta leyes, me trata ele escandaloso ... Yo callo, oro, sufro, espero y combino medios para volver a camino un extraviado. Yo moriré fiel a los que Dios me ha dado por hijos, aunque éstos me vendan» (et 117).

Ese mismo año escribía en su diario: «Desde el 8 de diciem­bre mi alma quedó abatida. El amor estaba como fuego entre cenizas. j Cuán fácil fuera olvidarlo todo si Dios no vigilara!» (MRel 454).

En la última etapa de su vida Palau goza de paz y siente unificado su espíritu viendo claro el sentido de su vida y su misión. Lo expresa así en boca de la Iglesia:

«Yo soy 'Íl1 Amada, pero no me mires, no te detengas en amores, porque no me verás. Vengo a ti y tú has venido a mí para tratar de nuestro enlace por amor; esto ya es obra acabada. Tú has dado en distintas ocasiones de tu vida pruebas de tu amor, ele tu obe­diencia y tu fidelidad, ele tu perseverancia y lealtad para conmi­go; yo he depositado en ti mi amor y confianza. En adelante ~ra­taremos de la suerte, de la situación de la Iglesia romana y de tu misión en ella» (MRel 209).

Cuando nos dé tina síntesis de los grados de amor por donde ha escalado esta cima, nos dirá: «Presentóse la cosa amada, en 1866, no como amante, amiga, esposa, sino como la madre de infinitos pueblos» (MRel 385).

Abierto y comprometido con esa realidad viva que sacude y conmueve toda su persona, se lanza a velas desplegadas a ser­virla. Tiene muy clara su paternidad en la Iglesia. Por eso excla­ma: «Desde que recibí en mi corazón el amor de padre para contigo, ¡ay qué vida! (MRel 257).

Francisco Palau sabe que por el bautismo es hijo de la Igle­sia. Sabe también que como sacerdote es esposo. Ahora se le descubre con luz infusa que es padre de la Iglesia y en la Iglesia. Además, se le descubre que su paternidad no sólo se extiende a un número reducido -sentido tradicional-, sino a toda la Iglesia universal. La misma gracia mística no sólo ilumina y le

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da a conocer, sino que le urge para amarla más y servirla. Pero nada mejor que escucharle a él:

«Yo me vuelvo loco; ese amor para contigo, Iglesia, me quita el juicio. Ando como un padre que viendo a su hija adorada entre las uñas del león, sin calcular sus fuerzas, se echa sobre él para salvarla; soy un pobre padre de familia que anda sobre las lla­mas ... Y como el amor todo lo cree posible, sin mirar si tiene o no medios de salvación, se mata, se arruina, se precipita» (ib. 256).

Este encuentro con el n1istel'Ío íntimo de la Iglesia tiene un fuerte apoyo en sus reflexiones teológicas; en el intento de defi­nirla como realidad operante en la historia de la humanidad, actividad a la que dedicará muchas horas de oración y de servicio.

De la Iglesia se ocuparán prácticamente todos sus libros. Unos como tema exclusivo o central -Lucha, La Iglesia de Dios, Mis relaciones-o Otros indirectamente -Catecismo, El Ermitaño, Escuela de la virtud-o También la familiaridad con las figuras bíblicas -tipos de la Iglesia- supone un estudio prolongado del tema.

La verdad de la Iglesia, el pensamiento que subyace en toda la trama de su vida y a la base de su expel'iencia, aunque de un modo parcial, va a ocupar nuestra atención en el punto siguiente.

JI. EL PENSAMIENTO ECLESIAL DE FRANCISCO PALAU

Ya dejamos indicado cómo en F. Pala u no hallamos siste­matizada una eclesiología. El plano doctrinal, teórico, es secun­dario en él. Desaparecido el escrito latino en el que pretendió organizar sus ideas en torno a la Iglesia, no contamos con un cuerpo orgánico sobre el tema 6. Sus ideas aparecen desparrama­das por todas sus obras. Por otro lado, en su afán de penetl'ación por el camino de la vivencia de la fe, advierte con frecuencia la necesidad de fijal' el contenido de sus experiencias en algo

6 Nos referimos a su obra más importante en el campo intelectual, Quidditas Ecclesiae Dei. La escribió hacia 1846 en latín. Se perdió en la guerra española de 1936. El P. Alejo la tuvo en sus manos. De ella nos habla en Vida del P. Palau (Barcelona, 1933), pp. 95-96; cfr. E. PACHO, Los escritos del P. Palau. en Una figura carismática del siglo XIX (Burgos, 1973), pp. 169-172.

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que tenga consistencia en el plano doctrinal y garantice la verdad y la objetividad de 10 que inhtye y siente.

En sl11ibro Mis relaciones con la Iglesia aparece en constante y espontánea interferencia la vena de una teología clara y objeti­va unida a unas vivencias subjetivas de singular hondura. El P. Francisco no se entretiene exponiendo en forma teórica y or­denada una eclesiología. No es teólogo de cátedra. Hace algo mejor: vive intensamente su misterio, lo comunica y nos indica el camino hacia su vivencia.

La concepción del P. Palau acerca de la Iglesia se estructura toda ella a través de un lenguaje simbólico. El mismo percibe que, en el fondo, en 10 más íntimo, la Iglesia es algo misterioso e incomprensible. Se dio perfecta cuenta de que no podía pre­tender comprender toda la realidad; menos explicarla. De ahí que ante el misterio prefiera las figuraciones y símbolos a los principios, fórmulas o enunciados técnicos. El símil paulino de Cuerpo de Cristo y la figura bíblica de «Esposa» están a la base de toda la experiencia y pensamiento de este místico ele la Iglesia.

Si confrontamos sus intuiciones e ideas capitales con la evo­lución expel'Ímentada por este tema a lo largo de un siglo, adver­timos sin esfuerzo y sin violentar su pensamiento que el P. Palau se situó en una visual muy avanzada para su tiempo. Esta es la razón por la que se percibe en sus páginas una visión de la Iglesia que sintoniza con preocupaciones y problemas de nuestros días. Para ello basta comparar la síntesis de su pensamiento y las ideas dominantes en su ambiente histórico con la teología de nuestra época. El P. Palau aparece como un hijo de su tiempo y, a la vez, como un profeta o precursor de la eclesiología poste­rior. Desde el pensamiento de F. Palau daremos, en primer lugar, una visión panorámica del misterio ele la Iglesia y luego expondremos algunos elementos esenciales y característicos de su concepción eclesiológica. Conviene también recordar y aclarar su peculiar terminología 7.

7 Cfr. J. COLLANTES, La Iglesia de la Palabra (Madrid, 1972), pp. 46-54; O. DOMÍNGUEZ, La doctrina de la Iglesia como Cuerpo Místico según el P. Palau, en Una figura carismática del siglo XIX, pp. 323-372' H. MÜHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia (Salamanca, 1974).· ,

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1. La experiencia y sus expresiones

La eclesiología postridentina, debido a las urgencias de la ~ controversia protestante, insistía más en el aspecto jurídico e in s- )\ titucional de la Iglesia, dejando un poco de lado las grandes perspectivas de los Padres y de la mejor escolástica. Esta teolo-gía marcadamente apologética fue la que expusieron correcta-mente los manuales hasta hace unos decenios y la que con toda seguridad estudió el P. Palau. Por esta visión están dominados los primeros tratados modernos De Ecclesia, si bien desde prin-cipios del siglo XIX algunos pioneros del pensamiento católico iniciaron una reacción a favor de una concepción más vital y espiritual de la Iglesia, considerándola en su dimensión miste-riosa del Cuerpo Místico 8.

El tema iba a hacer su aparición en el esquema preparado por los teólogos del Vaticano 1, en cuya preparación y redacción tanta parte tuvieron los profesores del Colegio Romano. Pero pronto suscitó recelos y reservas entre los Padres conciliares, los cuales veían en él resabios jansenistas, y no fue aprobado 9.

Francisco Palau escribe sus experiencias eclesial es unos años antes del Concilio Vaticano 1, entre 1861-1867. Pero no parece que está al corriente de las concepciones renovadoras que empe­zaban a abrirse paso. Así se explica su perplejidad cuando se encuentra con esta realidad viva y personal. La contempla con sorpresa y con gozo, pero no puede evitar cierto temor, por 10 que al no tener apoyo en «obras escritas» acude con asiduidad a las fuentes de la Revelación en busca de luz y seguridad. Es­cribe: «No pudiéndome apoyar en estas materias en obras escri· tas sobre ellas, ando con mucho temor y cautela porque en el día malo en que todo se revuelve dudo de todo, y en mis dudas

8 En este sentido se destacaron J. A. MOHLER, que plasma en moldes teológicos el pensamiento romántico y da unidad a una serie de ideas dispersas en sus antecesores de la Escuela de Tubinga, los jesuitas del Colegio Romano C. PASSAGLIA, J. B. FRANZELIN, C. SCHRADER y su discí­pulo M. T. SCHEEBEN, principalmente. Cfr. R. AUBERT, Geographie eccle­siologique au XIX siecle, en AA. VV.. L'ecclesiologie au XIX siecle (París, 1960); AA. VV., Comentarios a la Constituci6n sobre la Iglesia (BAC, 1966).

• Cfr. J. COLLANTES, o. C., p. 57.

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busco en las Escrituras Santas y en los Santos Padres y Doctores de la Iglesia apoyo y doctrina» 10.

El solitario del Vedrá habla de la Iglesia como testigo y ena­morado. Traza fórmulas concisas que primero hizo vida, con plenitud de significado y gran carga de experiencia, como nos lo demuestran el dinamismo de su palabra, el calor con que la trata y los requiebros que guarda para ella. Así, por vía de contemplación sapiencial de las verdades reveladas, confrontadas con la vida eclesial de su tiempo y su experiencia subjetiva, llega al núcleo más profundo y sustancial del misterio: su unidad vital. Es ésta la que le confiere al Cuerpo Místico su peculiar personalidad, que rebasa todos los moldes de asociación juridica o moral y las categorías de comunión personal posibles entre los hombres: «La luz de las verdades cuanto es más pura, tanto con mayor claridad descubre al entendimiento los lazos y las relaciones que me unen con todos y cada uno de los miembros de su cuerpo» 11.

Este misterio, debido a nuestra condición limitada y caída, la cual conlleva inevitablemente oscuridades y torpezas, se nos revela y hace comprensible sólo parcialmente a través de imáge­nes y analogías. Estas se completan entre sí y ponen de relieve aspectos diversos de su contenido mistérico. Contenido que su­pera la expresividad de los conceptos humanos. Este lenguaje simbólico resulta familiar al estilo tan peculiar del P. Palau; estilo, por otra parte, empleado frecuentemente en la Biblia y mantenido en la Iglesia. En sus libros, Palau utiliza varias figuras y pasa con frecuencia de una a otra. En su intento de reflejar mejor la realidad que vive, las hace converger y las mezcla. Ninguna de ellas agota su realidad; cada una proyecta luz e ilu­mina aspectos del misterio que quiere describir tal como 10 vive 12.

10 MRel, p. 135. Es interesante constatar cómo Palau se sale de los moldes anquilosados de la escolástica y se abre camino a través de la Biblia. Se sirve de comentarios de la Sagrada Escritura; se sitúa en la eclesiología bíblica, entonces en penumbra. Cfr. Igl., pp. 29 Y 53.

11 MRel, p. 137. 12 Cfr. MRel 44, 47, 327; Igl. 11, 14. Los libros de F. PALAU que

mejor recogen su pensamiento, y en los que nos basamos en este trabajo, son: el ya citado MRel, que narra su experiencia personal; La Iglesia de Dios figurada por el Espíritu Santo en los libros sagrados (Roma, 1976) = Igl., y Lucha del alma con Dios (Roma, 1981).

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Cuerpo y Cabeza, Esposo y Esposa-Madre, son símbolos fun­damentales en la experiencia del P. Palau y nos evidencian el grado de relación e intimidad con esa verdad. Ambos encubren y revelan una misma e idéntica realidad y son correlativos. Cristo es el Esposo porque es Cabeza. La Iglesia es la Esposa porque es su Cuerpo. La imagen de Cuerpo manifiesta, ante todo, la vitalidad, la unidad perfecta de un organismo vivo en su mismo ser y principio: «Donde está Cristo, está su Iglesia, porque no puede concebirse vivo un cuerpo separado de su cabeza, ni una cabeza separada de su cuerpo» (MRel 99).

La imagen de Esposa expresa la perfecta libertad del ágape con que dos miembros personales se autodonan; ante todo, pone de relieve el gesto de donación mutua, de unidad en la alteridad. Iglesia como misterio de Amor. De él surge y a él remite, en un movimiento de igualdad y diferencia, de presencia y ausencia. La Esposa recibe la vida del Esposo y la desarrolla. Aun cuando ofrezca su libertad al Esposo y ponga en El la meta y sentido de su existencia, El la hará madre espiritualmente fecunda, co­municando su misma vida a través de ella. Desde este prisma se comprenden sus reiteradas afirmaciones: «La Esposa al reci­bir en sí al Verbo hecho carne ... , tan pura semilla y de virtud tan eficaz, queda constituida Madre» 13.

Para el P. Palau, su «Amada», la Iglesia, «Cuerpo Místico de Cristo», es un misterio de vida sobrenatural que sólo desde la fe es cognoscible, y que sólo ante una fe viva, profunda y amo­rosa descubre su secreto. Esto nos revelan los repetidos diálo­gos de su diario íntimo. Escribe en boca de la Iglesia:

«Yo me he revelado y descubierto a ti y por esto me conoces; crees en mí, y porque crees en mí, con mi presencia he robado todos los afectos de tu corazón; en tal manera eres esclavo de mi belleza, que por mí y para mí sacrificas tu ser, tu existencia) 'lU vida, cuanto eres y cuanto tienes» (MRel 463).

Para Palau, como para Pablo, las imágenes de Cuerpo de Cristo y Esposa no se contraponen, sino que se completan. Para nuestro autor, la metáfora del Cuerpo refleja la esencia misma íntima, comunitaria, su realidad ontológica, mientras que la de Esposa viene a concretizar, a sensibilizar psicológicamente esa

" lVIRel 96. Cfr. et, pp. 163, 169, 171 Y 243.

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realidad misteriosa. Y las dos tienen su expresión en la per­sona 14.

Francisco Palau contempla a la Iglesia, siguiendo la tradición de los Padres y de los grandes escolásticos, de una forma amplí­sima, a la que nosotros no estamos acostumbrados. Normalmente habla de ella en el sentido más complexivo, incluyendo toda la economía de la gracia. Como Cuerpo Místico -«moral perfec­to», según su expresión preferida-, Cuerpo de Cristo que reali­za a través del tiempo el diseño de salvación trazado por Dios para la humanidad. A la vez, la ve y vive como realidad concreta, que se relaciona misteriosamente con cada uno de sus miembros como si fuera una persona; es «una persona mística». Su visión de Iglesia la sintetizamos en do~ puntos: Iglesia, realidad divino­humana, e Iglesia misterio de comunión en el Espíritu Santo.

2. Iglesia, realidad divino-humana

La doctrina de la Iglesia adquiere su forma y unidad propias cuando se la enfoca desde su origen trinitario. El P. Palau concibe el misterio de la Iglesia, desde su primer libro, Lucha, hasta el {¡!timo, La Iglesia figurada, como «obra ad extra» de la Santísima Trinidad. Escribe en 1843: «Este edificio, como nos enseña la fe, no es fabricado por manos de hombres, sino por la omnipotencia del Padre, por la infinita sabiduría del Hijo y por la bondad inefable del Espíritu Santo, dependiendo de la mano de Dios tanto en su ser como en su conservación» (L 140).

La Iglesia no se puede concebir desligada ele Dios, sino inun­dada ele luz y vida trinitaria. Lleva «en su fisonomía la cara e imagen del mismo Dios» (MRel 109). Es «la imagen viva y 8cabada del Dios Trino y Uno» (ib., 510). Si ella no puede ser pensada sin esas relaciones de dependencia, reflejo y comunión con su Pdncipio divino, tampoco Dios -en este orden concreto

14 Que la novedad percibida incida en la vertiente afectiva de F. Palau puede verificarse en cada página de sus ,¡-ecuerdos autobiográficos. En razón de esa singularidad de ser y de vida, la Iglesia se constituye en sujeto término de amor y de relaciones interpersonales. Ahí radica la clave de la vivencia eclesial y de la mística palautiana. Una nueva forma de entender el sacramentum magnum paulina (MRel 94-97). Toda lit trama de Mis relaciones está vinculada a esa relación nupcial o esponsal; es la razón misma del título dado. Cfr. E: PACHO, El misterio de la Iglesia, en Misionero a la intemperie (Vitoria, 1988), p. 113.

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de salvación por El establecido- puede ser pensado y amado separadamente de la Iglesia, irradiación de su vida en el mundo. Por eso compendia en el misterio el plan del Padre, el misterio escondido (cf. Col 1,26), el móvil de toda la creación (cf. Col 1,15) y de toda la revelación (cf. DV 2). Las expresiones de Palau son admirables:

«La cabeza de tu Amada -la Iglesia- es Cristo. El Padre es el principio de donde procede. El Hijo es su Cabeza. El Espíritu Santo es el alma que la vivifica. La Trinidad ha impreso en ella su imagen, y es bella como Dios. amable como la divinidad. Es una en Dios trino y uno» 15.

Esta perspectiva teocéntrica va unida al aspecto cristocéntri­ca, ya que el constitutivo esencial del misterio es la comunión con Dios mediante la inserción vital a Cristo. La Iglesia, asam­blea de los hijos de Dios, asociada por El a su vida, tiene por Cabeza a Cristo. Cristo es Cabeza por el puesto preeminente que ocupa, «para que sea El el primero en todo» (Col 1,18): «Cristo, piedra angular, tiene más peso, más precio, valor y esti­ma ella sola que toda la creación junta» (lgl. 20).

Cristo es Cabeza por la plenitud de vida y santidad, y por el doble influjo que ejerce sobre su Cuerpo: externo, como prin­cipio de organización y unidad visible fundado por él; interno, como principio inmanente de vida divina debido a su estado glorioso. El pensamiento de F. Palau, sobre todo en Lucha e Iglesia figurada, se sitúa en la perspectiva tomista y la sigue en este punto, aun cuando no utilice los conceptos técnicos: «A Jesucristo se le dio la gracia no sólo como a particular, sino también como Cabeza de toda la Iglesia, y con ella nos mereció todo y más aún de 10 que habíamos perdido por el pecado» 16.

La verdad de la Encarnación implica que el hombre-Cristo se apropie el ser humano en totalidad. Por consiguiente, también la dimensión social comunitaria, tan fundamental en el ser del

15 MRel 295. Conecta así con la vena de la tradición patrística, supe­rando los planteamientos corrientes de su época, cfr. DOMÍNGUEZ, ob. cit., 335. Para Palau, la vida de comunión trinitaria sólo puede reflejarse ade­\:uadamente en una comunidad. Por eso, la Iglesia, que es «un Pueblo, un Reino, un Cuerpo», la refleja (MRel 327).

16 Lucha, 168; cfr. Igl. lO-20. Todo el proceso histórico-salvífico lo describe detalladamente en MRel 319-327. Cfr. O. DOMiNGUEz, ob. cit., p. 341.

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hombre como la personal. Al apropiarse esta dimensión elevó la familia humana a una nueva unidad sobrenatl1l'al, cuyo centro es El, Cristo:

«La humanidad de Cristo y el cuerpo de su Esposa, la Iglesia, por la que ha sido todo creado y a cuya gloria servirán las cria­turas todas, son el centro de la bienaventuranza... Reúne en sí toda la perfección corporal y por esta razón le compete ocupar el centro de toda la materia creada, recibiendo ésta toda su claridad, toda su nobleza y preciosidad de su humanidad» (Igl. 56).

Con la muerte -consecuencia de su condición humana-, aceptada como Hi,jo de Dios y libremente, realiza y eterniza a través de su resurrección la divinización de su humanidad. Este es el fundamento de la presencia inmanente y trascendente de Cristo en su Iglesia, pues «por su unión hipostática realizada en la Encarnación, el Hijo de Dios se unió así, con vínculos indiso­lubles, a la naturaleza humana y ésta fue constituida en Cristo, Cabeza de toda la Iglesia» (MRe1322; L 116-132).

Pero en el pensamiento de Palau sobre el Cuerpo Místico entran también como esenciales los elementos externos que, según el querer de Cristo, estructuran la Iglesia como comunidad visible. No separa los elementos visibles de los espirituales e in­ternos, sino que los funde: «Pedro y Cristo eran una misma Cabeza, visible a la tierra la una e invisible la otra, pero pre­sente a todo el Cuerpo» (MRel 324). «Es necesario que oigamos las lecciones del Espíritu Santo por los órganos que quiere ma­nifestárnoslas y nos tiene señalados» (L 52).

La idea de una Iglesia espiritual sin sacerdocio jerárquico mediador entre la Cabeza y los miembros es herética. Pero la idea de una Iglesia jerárquica cuyas estructuras no funcionan bajo el impulsso del Espíritu Santo es también ajena al Evangelio y a su pensamiento. La visible es manifestación y cauce de su acción invisible y santificadora, ya que «ordenó Jesucristo que la redención fuese aplicada por mano apostólica» 17.

Entre los elementos sensibles de la Iglesia peregrina destacan, además de la comunión orgánica de Jos miembros, los sacta-

17 et 115, p. 391. La organización jerárquica y su funcionamiento la expone larga y claramente en El Ermitaño (revista semanal dirigida por él), n. 37.

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mentas, principalmente Bautismo y Eucaristía 18. En la Eucaris­tía ve la síntesis del ser de la Iglesia: «Cristo está en el altar no sólo como individuo particular, sino como Cabeza de la Iglesia. Este es el gran sacramento, encierra profundos misterios entre Cristo y su Esposa. Aquí se une el Amante a la Amada» (MRel 95).

Los actos capitales a los que la Iglesia debe su incorporación y comunión vital con Cristo, que destaca el P. Palau, son: En­carnación, Redención, misión del Espíritu y acción del Cristo glorioso por los sacramentos. Ve en la Eucaristía la actualiza­ción del Misterio Pascual, que encierra y hace presente el hacer­se~hombre de la Palabra personal de Dios, apropiándose nuestro ser mortal y culminando, a través de la muerte, en la Resurrec­ción glorificada de su Cuerpo. Este sacramento repite misteriosa, pero realmente, el gesto del Esposo acercándose a la Esposa para comunicarle su vida, su fuerza, la garantía de la resurrec­ción y la promesa de su venida y unión definitiva. Es la oblación de la Iglesia, adoración en espíritu y en verdad. Es crecimiento y perfección del Cuerpo por la caridad 19.

3. J glesia misterio de comunión en el Espíritu Santo

Para F. Palau, el factor primordial, principio dinámico del organismo eclesial, es el Espíritu Santo. El es el agente, el motor invisible, indispensable en toda actividad sobrenatl11'al del Cuer­po: Vivi¡;ca o anima, une y mueve. En su credo eclesial se ex­presa así: «Creo que en ti, el amor es el Espíritu Santo, que derramándose por todos los miembros de tu Cuerpo, te da vida, movimiento y gracia; enseña e ilumina» (MRel500).

Este influjo interno y vital de Cristo y su Espíritu en los creyentes no puede ser ciego y forzado tratándose de hombres ilustres y de una respuesta de amor. Sería contradictorio que su influencia no ofreciera una correspondencia libre, inteligente y amorosa. La misma naturaleza de este influjo capital de Cristo supone una presencia íntima del Salvador con la consiguiente comunión e intercambio, Ante este misterio de Tglesia, el hombre

18 A la Eucaristía dedica páginas bellísimas. Considera con partículat· cariño el ministerio del sacerdocio, cuyo alto sentído penetró con hu­milde y gozosa gratitud y cuyas exigencias vivió con apasionada y gene­rosa entrega. Ver pp. 517-545 de esta misma REVISTA.

19 Cfr. MRel 95-99, 246, 319, 322; cfr. Ef 1,22-23; 4,11-16.

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no puede ser indiferente. No establece con la humanidad una relación sin consecuencias. El Cristo Místico es una realidad personal, un ser vivo, Alguien, en la doctrina palautiana, ante el cual el hombre debe decidirse en pro o en contra y cuya opción, afirmativa o negativa, compromete la totalidad de su ser.

Este dinamismo espiritual del Cuerpo Místico tiene como fruto la vida y salvación de la humanidad, la comunión personal de todos los hombres con la Cabeza y de ellos entre sí; de modo que forma una misteriosa unidad, una personalidad original que es distinta de la suma de personas físicas que la componen. Es la Persona, «persona mística», de la que han hablado Santo Tomás y otros teólogos 20.

El P. Francisco no se preocupa por resolver una cuestión especulativa, pero la vive y expresa con claridad su realidad y contenido. Se le ha revelado la Iglesia como una persona con dinamismo vital propio:

«Creo que Crislo y la Iglesia no son cosas separadas, sino que ... unidas moral y espiritualmente forman una sola familia, un solo reino, un solo cuerpo unido entre sí con su cabeza con lazos más fuertes que los del cuerpo material, por ser Dios, El mismo, el espíritu que hace en Ello que el alma en el individuo ... Creo que eres una realidad, una entidad distinta con vida y movimiento propio. Siendo amada como objeto único de amor, puedes COfres­ponder con amor... En ti, el amor es el Espíritu Santo, que corresponde con amor al que te ama» (MRel 500).

Una Iglesia. comunidad orgánica y carism8tica, establece la totalidad del misterio en el qtle todos los miembros se sienten vinculados pOI' lazos funcionales y vitales. Esto permite un inter­cambio y solidaridad única. Los sanos influyen en los enfermos y los más ricos en vitalidad sostienen a los débiles para llegar a la plena edificación, a la medida de la plenitud de Cristo (1 Co 12).

Mención especial en este Organismo tiene, en la doctrina y vivencia de Palau, el miembro más excelente, María. Miembro perfecto y arquetipo de la Iglesia en sus funciones de ejemplar Madre y medianera: «María, Madre de Dios, no es la Iglesia;

20 Recientemente han intentado exponer su naturaleza autores como JOURNET, CONGAR, BOUYER, MARITAIN, etc. Ver, a este respecto, la obra de H. MÜHLEN, Una mistica persona (Roma, 1968); id., El Espíritu Santo en la Iglesia (Salamanca, 1974). Cfr. AA. VV., Comentario a la Constitu­ción sobre la Iglesia (BAC, r, 1966), pp. 176-225.

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es su parte, es su miembro, es su tipo perfecto y acabado, es fiel y legal abogada» (MRel 77). Es Madre corporal al acoger la Palabra sustancial, y Madre en el orden de la fe al acoger la Palabra revelada creyendo en ella. Es el espejo claro del proyecto de Dios para su Iglesia, y ha sido para F. Pala u el modelo y la mediadora en la penetración profunda del misterio de la Iglesia. Modelo en la fe, esperanza y caridad. Es modelo también en la respuesta libre y personal, en la entrega incondicional a la vida y obra de Cristo; el fiat perenne al designio salvador del Padre:

«María creyó en Dios Salvador y su fe salvó a toda la raza de Adán. A la fe, la esperanza y a la caridad de María debemos nuestra salvación, y porque obedeció fue digna de ser exaltada» 21.

Ante la claridad del misterio que se le ha revelado, Palau exclama con frecuencia:

«¡Cuán dulce, cuán agradable debe ser el reposo en los bra­zos de una madre virgen y tan pura como es la Iglesia triunfan­te .. ,! Piénsalo bien, hombre via,iante y peregrino sobre la tierra; no huyas de la Iglesia, no te alejes de su presencia, cree lo que te dice esta amorosa y dulce madre, pon en ella tu esperanza, ámala y hallarás en su seno la felicidad que buscas» (MRel 132).

Otro aspecto del misterio de la Iglesia peregrina que apare­ce en F. Palau reiteradamente, como incógnita, es el problema del mal, la realidad del pecado. Es un misterio que lo palpa, lo vive y en tantas ocasiones torturó su alma y le obligó a arriesgar vida y fama. Desde ahí se puede comprender todas sus tentativas en ayuda a los marginados, endemoniados, hombres «desecho de la sociedad». Está convencido de que el pecado afecta a la Iglesia: «Se han de curar las crueles llagas que en su Cuerpo Místico tiene Jesús» (L 241).

Su reflexión sobre este tema del mal, que 10 constata en sí mismo y más agudamente a su alrededor, vuelve una y otra vez en sus escritos. Es la misma pregunta que hoy, con dimensiones diversas, suscita en muchas conciencias. A la misma presencia del sufrimiento, sobre todo en inocentes y buenos, no encuentra otra respuesta y explicación que la fe (1 J n 5,4). Experimenta

21 F. PALAU, Mes de María, 1862 (ed. Roma, 1981), pp. 28, 30 y 47. La riqueza con que trata este tema en todos sus escritos es admirable. Nos remitimos a las pp. 489-515 de esta misma REVISTA, donde se aborda el tema.

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en su carne el mal y las fuerzas secretas que llevaron a Cristo a la muerte, y responde aceptando el sufrimiento por una causa trascendente: el amor cristiano que transforma. Con su presencia contemplativa en la historia, descubre el misterio que interpela; anclado en el tiempo, trata de ser testigo de lo eterno; en medio de 10 material, testifica lo invisible (cf. L 364-372). Meternos en este tema sería rebasar los límites asignados. Merece un estu­dio aparte.

En un contexto ideológico como el que vivió F. Palau, esta visión que nos presenta de la Iglesia -reflejada en su experien­cia y doctrina-, nos confirma que su pensamiento eclesial tiene un marcado carácter profético" carismático. Nos lo demuestra:

La situación externa de la Iglesia de su tiempo y la res­puesta personal que le mantiene entregado a ella comple­tamente comprometido. La mentalidad existente en su época sobre la naturaleza de la constitución de la Iglesia y la reacción que suponía su postl11'a frente a esa visión jmídica y externa, de lo cual es bien consciente. La ausencia de escritos en este sentido mistérico y pel'SO~ nal sobre la eclesiología; por tanto, su originalidad en esa concepción eclesial, a pesar de la suspicacia que esta forma de exposición suscitaba. Originalidad de la que él es muy consciente (cf. MRel 135; et 263), apelando al doble criterio tradicional: a la transposición del lenguaje hl1mano al plano del espíritu (MRel 19-20) y a la pedago­gía divina en las Sagradas Escritmas (ib., 72, 327).

Aunque tengamos que reconocer que parece pobre el des­arrollo de las ideas, el análisis, la labor deductiva y el ensam­blaje orgánico de su exposición, adentrarnos en la eclesiología de F. Palau resulta gozoso y enriquecedor en el orden de la fe y de la sabiduría cristiana y bíblica. A la meritoria aportación doctrinal contenida en sus escritos hay que añadir su importancia en el campo de la espiritualidad: la fuerte acentuación de la vida teologal, centrada en la caridad como amol' eclesial -«Dios y los pró.iimos»-. Dios y los hombres constituyen objeto único de fimO!'; amando a la Iglesia se cumple pel'fectamente la «ley de gracia»: «a1110r a Dios y amor al prójimo». Amor que es en

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toda la doctrina de F. Palau eje y motor de la vida cristiana y condensa el Evangelio.

CONCLUSIÓN

A 10 largo de nuestro recorrido hemos mantenido un contacto intenso con un apasionado admirador del misterio de la Iglesia. y el contacto con personas cualificadas supone siempre un enri­quecimiento, en el plano del conocimiento y también en el plano de la vida, pues una experiencia tan honda y dilatada como la del Beato Francisco Palau debiera resultar naturalmente contagiosa. A modo de conclusión sinlélica señalamos los aspectos más des­tacados de su experiencia y apuntamos alge1110s perfiles relevan­tes de su visión eclesiológica:

Francisco Palau contempla a la Iglesia comoEsposa, como Cuerpo Místico -«moral perfecto», según su expresión preferida- de Cristo, que realiza a través del tiempo el diseílo de salvación trazado por Dios para el hombre.

A la vez, la ve y vive como realidad concreta, que se relaciona misteriosamente con cada uno de sus miembros como si fuera una persona.

Su camino espiritual está marcado por una motivación suprema: el amor ({ la fglesia, su «Amada». Al mismo tiempo aparece contraseñado por una prolongada búsque­da unida a una lucha interior que las mismas circunstan­cias externas estimulan y agudizan. En torno a ese amor, y en relación a él, se ve estructl1l'ncla su trayectoria cris­tiano-religiosa, cuyos trazos fundamentales pueden ser:

., Amor de hijo devoto, ministro celoso y defensor intré­pido de la Iglesia. Al encontrarla humillada y perse­guida nace en él un deseo ardiente de dar hasta su sangre por ella, deseo que le acompañará toda la vida .

., Amor de esposo. Desde que la Iglesia se le descubre, más que como una organización pOl' la que debe luchar y a quien debe defender, como «Alguien» que forma parte de su misma vida y existencia, mantiene una apasionada y gozosa intimidad personal. Amor de es-

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poso, que para él es «el único que puede sati~facer l[ls exigencias del corazón».

e Amor de padre cariñoso y solicito al comprobar que por su acción sacerdotal participa de la paternidad divina y en la acción capital de Cristo sobre su Cuer­po. Ese amor llega a una hondura excepcional y ell­cierra una impresionante riqueza de tonos y matices psicológicos que, lejos de estorbarse entre sí, se com­pletan y potencian en liD dinamismo vHal arl110n iosu y unificador. Asigna una función destacadísima a la unión eucarística y puesto singular de carácter tipo­lógico y mediador a María. elementos ambos notables en ~u espiritualidad.

Francisco Pala u a la hora de enseñar parte siempre de su vida. Su magisterio es algo más que una lista de prin­cipios o afirmaciones doctrinales. Para él, la doctrina es vida, y la vida es magisterio. La realidad viva de la Iglesia es el tema central de su mensaje y su enseñanza suprema. La describe como la aventura de su drama personal y el estrato más ancho y más hondo de su interioridad. Le sirvió a él para explicarse vitalmente el misterio de Cristo y para transmitirlo a sus hijas. Su visión eclesial está marcada con un sello profético-caris­mático peculiar. Destaca en su magistel'Ío la doctrina del Cuerpo Místico, en cuya metafórica realidad centra y hace coincidir, ti su modo, el dogma, la moral y la espiritlw1idad. Subraya también con vigor y originalidad otros aspectos: el teo­céntrico-trinitario, en cuanto la Iglesia es comunión entre Dios y los hombres; el cristocéntrico, como misterio de unidad entre Cristo y sus miembros, realizado dentro de un plan histórico de salvación; el pneumatológico, como misterio de intercomunicación personal en el Espíritu Santo de todos los miembros con la Cabeza y entre sí. Reconoce la estrecha conexión entre est8 vida íntil118 de comunión y los elementos visibles de la Iglesia, manifes­tación. condición y cauce de esta comunión. Nada de extraño que su mensaje sintonice con algunas de

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las tendencias más profundas y acusadas de la mentali· dad de hoy. La fuerte acentuación del amor, como eje y motor de la vida, centrado y sintetizado en el misterio de la Iglesia, alcanza la superación del individualismo egoísta y el colectivismo impersonal puramente socioló­gico, sustituyéndolo por unas relaciones auténticamente personales como antídoto al secularÍsmo socializado y al desprecio intolerante de la organización visible de la Iglesia.

Esta experiencia, este don carismático, esta espiritualidad, es lo que ha transmitido principalmente a su familia religiosa, y que hoyes ya, oficialmente, patrimonio de toda la Iglesia.