El Malentendido Sobre Hannah Arendt

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EL MALENTENDIDO SOBRE HANNAH ARENDT Cuando en 1961 se celebró en Jerusalén el juicio del líder nazi Adolf Eichmann, la revista The New Yorker escogió como enviada especial a Hannah Arendt, una filósofa judía de origen alemán exiliada en Estados Unidos. Arendt, que se había dado a conocer con su libro Los orígenes del totalitarismo, era una de las personas más adecuadas para escribir un reportaje sobre el juicio al miembro de las SS responsable de la solución final. Los artículos que la filósofa redactó acerca del juicio despertaron admiración en algunos (tanto el poeta estadounidense Robert Lowell como el filósofo alemán Karl Jaspers afirmaron que eran una obra maestra), mientras que en muchos más provocaron animadversión e ira. Cuando Arendt publicó esos reportajes en forma de libro con el título Eichmann en Jerusalén y lo subtituló Sobre la banalidad del mal, el resentimiento no tardó en desatar una caza de brujas, organizada por varias asociaciones judías estadounidenses e israelíes. Tres fueron los temas de su ensayo que indignaron a los lectores. El primero, el concepto de la “banalidad del mal”. Mientras que el fiscal en Jerusalén, de acuerdo con la opinión pública, retrató a Eichmann como a un monstruo al servicio de un régimen criminal, como a un hombre que odiaba a los judíos de forma patológica y que fríamente organizó su

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Cuando en 1961 se celebró en Jerusalén el juicio del líder nazi Adolf Eichmann, la revista The New Yorker escogió como enviada especial a Hannah Arendt, una filósofa judía de origen alemán exiliada en Estados Unidos. Arendt, que se había dado a conocer con su libro Los orígenes del totalitarismo, era una de las personas más adecuadas para escribir un reportaje sobre el juicio al miembro de las SS responsable de la solución final. Los artículos que la filósofa redactó acerca del juicio despertaron admiración en algunos (tanto el poeta estadounidense Robert Lowell como el filósofo alemán Karl Jaspers afirmaron que eran una obra maestra), mientras que en muchos más provocaron animadversión e ira. Cuando Arendt publicó esos reportajes en forma de libro con el título Eichmann en Jerusalén y lo subtituló Sobre la banalidad del mal, el resentimiento no tardó en desatar una caza de brujas, organizada por varias asociaciones judías estadounidenses e israelíes.

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EL MALENTENDIDO SOBRE HANNAH ARENDTCuando en 1961 se celebr en Jerusaln el juicio del lder nazi Adolf Eichmann, la revista The New Yorker escogi como enviada especial a Hannah Arendt, una filsofa juda de origen alemn exiliada en Estados Unidos. Arendt, que se haba dado a conocer con su libro Los orgenes del totalitarismo, era una de las personas ms adecuadas para escribir un reportaje sobre el juicio al miembro de las SS responsable de la solucin final. Los artculos que la filsofa redact acerca del juicio despertaron admiracin en algunos (tanto el poeta estadounidense Robert Lowell como el filsofo alemn Karl Jaspers afirmaron que eran una obra maestra), mientras que en muchos ms provocaron animadversin e ira. Cuando Arendt public esos reportajes en forma de libro con el ttulo Eichmann en Jerusaln y lo subtitul Sobre la banalidad del mal, el resentimiento no tard en desatar una caza de brujas, organizada por varias asociaciones judas estadounidenses e israeles.

Tres fueron los temas de su ensayo que indignaron a los lectores. El primero, el concepto de la banalidad del mal. Mientras que el fiscal en Jerusaln, de acuerdo con la opinin pblica, retrat a Eichmann como a un monstruo al servicio de un rgimen criminal, como a un hombre que odiaba a los judos de forma patolgica y que framente organiz su aniquilacin, para Arendt Eichmann no era un demonio, sino un hombre normal con un desarrollado sentido del orden que haba hecho suya la ideologa nazi, que no se entenda sin el antisemitismo, y, orgulloso, la puso en prctica. Arendt insinu que Eichmann era un hombre como tantos, un disciplinado, aplicado y ambicioso burcrata: no un Satans, sino una persona terriblemente y temiblemente normal; un producto de su tiempo y del rgimen que le toc vivir.

Lo que dio aun ms motivos de indignacin fue la crtica que Arendt dispens a los lderes de algunas asociaciones judas. Segn las investigaciones de la filsofa, habran muerto considerablemente menos judos en la guerra si no fuera por la pusilanimidad de los encargados de dichas asociaciones que, para salvar su propia piel, entregaron a los nazis inventarios de sus congregaciones y colaboraron de esta forma en la deportacin masiva. El tercer motivo de reproches fueron las dudas que la filsofa plante acerca de la legalidad jurdica de Israel a la hora de juzgar a Eichmann.

De modo que lo que esencialmente provoc las crticas fue la insumisin: en vez de defender como buena juda la causa de su pueblo de manera incondicional, Arendt se puso a reflexionar, investigar y debatir. Sus lectores haban esperado de ella un apoyo surgido del sentimiento de la identidad nacional juda y de la adhesin a una causa comn, y lo que recibieron fue una respuesta racional de alguien que no da nada por sentado. En palabras de Aristteles, en vez de limitarse a ser una historiadora, Arendt se convirti en poeta.

Sus adversarios llegaron a ser muchos; el filsofo Isaiah Berlin no quera ni or hablar de ella, y el novelista judo Saul Bellow afirm que Arendt era una mujer vanidosa, rgida y dura, cuya comprensin de lo humano resulta limitadsima, aunque otra conocida escritora, Mary McCarthy, public en Partisan Review un largo ensayo en apoyo de Eichmann en Jerusaln. As, el libro de Arendt gener en los sesenta toda una guerra civil entre la intelectualidad neoyorkina y europea.

En vez de defender incondicionalmente, como buena juda, la causa de su pueblo, debati, investig, reflexion

Ahora, medio siglo despus de la primera polmica, la realizadora alemana Margarethe von Trotta ha ofrecido al pblico su pelcula Hannah Arendt, que ha despertado una nueva ola de reacciones contra el tratado de la filsofa. Lejos de ser un documental sobre Arendt, esta pelcula de ideas, que se estren en mayo en Estados Unidos y en junio en Espaa, enfoca el caso Eichmann sirvindose de escenas de su juicio en Jerusaln, extradas de los archivos. Otra vez en Estados Unidos y en Europa se ha despertado una polmica, aunque ms respetuosa con la filsofa, la cual, a lo largo de las dcadas, ha ido cobrando peso.

La mayora de los participantes en el debate actual sostienen que, en la banalidad del mal, Arendt descubri un concepto importante: muchos malhechores son personas normales. En cambio, segn ellos, Arendt no supo aplicar adecuadamente ese concepto. Segn lo expres Christopher Browning en New York Review of Books: Arendt encontr un concepto importante pero no un ejemplo vlido. Elke Schmitter argumenta en el semanario alemn Der Spiegel que la actuacin en Jerusaln fue un exitoso engao, y que Arendt no lleg a entender al verdadero Eichmann, un fantico antisemita. Alfred Kaplan ha escrito en The New York Times que Arendt malinterpret a Eichmann, aunque s descubri un gran tema: cmo las personas comunes se convierten en brutales asesinos. Todos los crticos y hay muchos ms que los citados invocan los documentos hallados sobre Eichmann tras la publicacin de Eichmann en Jerusaln y las investigaciones posteriores, y afirman que Arendt en su poca los ignoraba y debido a ello malinterpret a Eichmann.

El problema es que y aqu subyace el primer malentendido Arendt s conoca, al menos parcialmente, esos materiales, y su tratado los tuvo muy en cuenta. Dichos documentos provienen de la estancia del jerarca nazi en Argentina, antes de que all le capturaran los servicios secretos israeles: se trata de sus memorias y apuntes, adems de una entrevista. A partir de esos materiales, diversos estudiosos han publicado en los ltimos aos nuevos ensayos sobre Eichmann y, por lo general, le dan la razn a Arendt en el hecho de que Eichmann no era un manitico que odiaba a los judos, sino un hombre comn. En cambio, esos historiadores le echan en cara a Arendt su idea de que Eichmann meramente obedeca rdenes.

Logr poner de manifiesto que el mal puede ser obra de gente corriente, de las personas que renuncian a pensar

Y aqu est el segundo malentendido: la filsofa nunca sostuvo que Eichmann se limitara a obedecer rdenes. En su libro, Arendt resalt la rebelin de Eichmann contra las rdenes de Himmler quien, al aproximarse la derrota, recomend un mejor trato a los judos, mientras que Eichmann se esforz por hacer que la solucin final lo fuera realmente, escribi Arendt. La filsofa dibuj un minucioso retrato de Eichmann como un burgus solitario cuya vida estaba desprovista del sentido de la trascendencia, y cuya tendencia a refugiarse en las ideologas le llev a preferir la ideologa nacionalsocialista y a aplicarla hasta el final. Lo que qued en las mentes de personas como Eichmann, dice Arendt, no era una ideologa racional o coherente, sino simplemente la nocin de participar en algo histrico, grandioso, nico. El Eichmann de Arendt es un hombre que, engandose y convencindose a s mismo, est persuadido de que sus sangrientas acciones manifiestan su virtud.

Muchos ensayistas y comentaristas no han entendido y siguen sin entender las ideas de Arendt porque no han ledo su libro, o lo han ledo bajo la influencia de los comentarios anteriores. Por eso el malentendido sobre Eichmann en Jerusaln no acaba de disiparse y Hannah Arendt se ha convertido en una autora de la que se habla mucho, pero a quien leen pocos.

Sus ideas siguen molestando hoy como lo hicieron hace cincuenta aos. Nada en la historia es blanco y negro, y los anlisis de Arendt despiertan la animadversin de los que prefieren explicrselo todo con esquemas simples que no permitan la duda ni obliguen a reflexionar sin fin. Por ello es ms preciso que nunca ir a la fuente y leer a Hannah Arendt, porque ella puso de manifiesto que el mal puede ser obra de la gente comn, de aquellas personas que renuncian a pensar para abandonarse a la corriente de su tiempo. Y eso es vlido tambin para los tiempos que vivimos.

EL NAZI BUENO O LA BANALIDAD DEL MAL SEGN H. ARENDT Publicado: 19/11/2013 07:43 CET Actualizado: 18/01/2014 11:12 CET

Puede parecer una contradiccin o incluso una provocacin calificar a un nazi de bueno. De alguna manera, esto fue lo que le ocurri a Hannah Arendt con su famoso libro Eichmann en Jerusaln. Un informe sobre la banalidad del mal dedicado al juicio llevado a cabo en Jerusaln en 1961 contra Adolf Eichmann, encargado dentro de la estructura de poder nazi de organizar el traslado de los judos de toda Europa a Auschwitz. El juicio despert una gran expectacin mundial no solo por ser Eichmann uno de los pocos jerarcas nazis que quedaban vivos, sino tambin porque el proceso fue retransmitido por televisin. La reciente pelcula de Margaret von Trotta ha vuelto a poner dicho libro en la picota. En realidad, la filsofa de origen alemn no lleg tan lejos como para calificar a un nazi como una buena persona. Se limit a sealar que el tipo de nazi que estaba representado por Eichmann era una expresin banal del mal. Aun as, el juicio no deja de ser sorprendente y hasta provocador, pues en el inconsciente occidental la maldad humana est representada por Hitler y sus secuaces. Adems, que fuese una persona de tan alta reputacin acadmica y adems, juda que tuvo que emigrar de su patria alemana alertada por las crecientes amenazas nazis, ayuda a entender que generara animadversin e incluso resentimiento entre los propios judos que vean en dicho retrato una rebaja de la maldad que fue el Holocausto.

La calificacin de Eichmann como representacin banal del mal viene dada por la imagen que ste transmiti de burcrata gris, dbil de voluntad, amante del orden, servicial, obediente ciego de las rdenes que provenan de la superioridad. Es probable que Arendt esperara encontrar en Eichmann la encarnacin del mal con maysculas, un monstruo sdico moral. Alguien con una mente perversa o con un odio desaforado hacia los judos. Pero a pesar de que durante el juicio el fiscal trat de caracterizarlo de esa guisa, lo cierto es que no fue esa la impresin que obtuvo Arendt. Eichmann era un hombre corriente que entr en la maquinaria nazi y llev en efecto, actos conducentes al genocidio. Pero psicolgicamente distaba mucho de ser un individuo malvado y cruel como podramos imaginarnos a otros nazis. Posiblemente ningn test psicolgico lo hubiera calificado como un ser patolgico o especialmente peligroso.

Lo cierto es que a pesar de las crticas recibidas hay algo en el retrato de Arendt sobre Eichmann y en especial en la expresin "la banalidad del mal" que parecen acertados. Los primeros estudios psicolgicos acerca de la maldad de los nazis llevaron a pensar que exista algo as como una "personalidad autoritaria", concepto acuado por Theodor Adorno. Otros psiclogos hablaban de personalidades con tendencias fascistas. En cualquier caso, segn estos enfoques habra individuos cuyo carcter estara caracterizado por varios rasgos recurrentes: 1) una visin del mundo como una selva peligrosa, lleno de seres egostas; b) una visin jerrquica de la estructura social; c) una alta valoracin de signos externos de poder y estatus; d) una valoracin negativa de la simpata y la generosidad (identificadas con inferioridad) y en cambio, una valoracin positiva de la fuerza y la crueldad (identificadas con una naturaleza "superior").Sin embargo, esta visin de la psicologa protonazi (con la que el fiscal del proceso contra Eichmann quiz hubiera estado de acuerdo) no obtuvo suficiente crdito entre los psiclogos que seguan preguntndose por qu tantos alemanes normales, probablemente buenas personas en su mbito domstico, se convirtieron en genocidas en tan poco tiempo. De hecho, dos estudios parecieron convalidar el diagnstico de la filsofa alemana. En el primero, que se desarroll casi simultneamente al proceso de Jerusaln, Stanley Milgram constat cmo personas de la calle sometidas a la influencia de la autoridad (en este caso un cientfico) son capaces de producir daos severos a personas inocentes por el mero hecho de responder equivocadamente una serie de preguntas. La conclusin a la que lleg fue que: "Tras haber sido testigo de cmo cientos de personas corrientes se sometan a la autoridad en los experimentos que nosotros llevbamos a cabo, me es preciso concluir que la concepcin de Arendt sobre la banalidad del mal se halla mucho ms cerca de la verdad de lo que se pudiera uno imaginar. La persona normal que haca llegar una descarga sobre la vctima, lo haca por un sentido de obligacin -por una concepcin de sus deberes como sujeto de experimentacin- y no por una tendencia peculiarmente agresiva".

Diez aos despus de que Milgram realizara su experimento, otro psiclogo, esta vez de la costa oeste norteamericana llevara a cabo otro experimento destinado a ser uno de los ms famosos de la historia de la psicologa: El Stanford Prison Experiment (SPE). Como en el caso del experimento de Milgram, Zimbardo quera probar de qu manera los individuos cambian sus patrones de conducta en ciertas circunstancias: si colocamos a gente buena en un lugar malo, la persona triunfa o acaba siendo corrompida por el contexto?, de qu manera cambiamos nuestro patrn de conducta individual cuando actuamos dentro de un colectivo? La respuesta a la que lleg Zimbardo est ya presente en el ttulo de su libro: El efecto Lucifer y tambin en su primer captulo La psicologa del mal: transformacin del carcter por la situacin: "Podemos dar por sentado que la mayora de las personas, en la mayora de las ocasiones, son seres morales. Pero imaginemos que esta moralidad es como un cambio de marchas que en ocasiones se sita en punto muerto. Cuando ocurre esto, la moralidad se desconecta. Si el coche se encuentra en una pendiente, tanto l como el conductor se precipitan cuesta abajo. Dicho de otro modo, lo que determina el resultado es la naturaleza de las circunstancias, no la destreza o las intenciones del conductor".

Sin que haya constancia de que Arendt conociera los resultados de Milgram y Zimbardo, lleg a una conclusin similar. Cuando el mal es cometido por una organizacin, cuando ste tiene carcter colectivo, no es descartable que en el puente de mando haya monstruos morales, pero entre los mandos intermedios e inferiores lo ms probable es que se encuentren seres normales que involucrados en ese contexto grupal y bajo el influjo de una poderosa autoridad renuncien a la autonoma moral en aras del reconocimiento y aceptacin del grupo. Por ello, no es extrao que en esos contextos haya una gran dosis de verdad en la frase de Dwight MacDonald: "Debemos temer ms a la persona que obedece la ley que a quien la viola". Eichmann fue uno de tantos alemanes normales que deseoso de ser aceptado por sus superiores o por el grupo, voluntariamente se ceg para seguir rdenes inmorales. En eso reside el carcter banal del mal: que no es exclusivo de los monstruos

HANNA ARENDT Y LA BANALIDAD DEL MALEscrito por Luis Roca Jusmet

Fui a ver la pelcula "Hanna Arendt", que me pareci un buen film. Una historia interesante bien estructurada con un guin inteligente, una buena direccin de Margarita Von Trotta. La msica tambin acompaa perfectamente la trama narrativa y la interpretacin es muy ajustada. He de reconocer que la filsofa siempre me ha llamado la atencin, pero nunca he entrado en una lectura seria de su obra, ms all de artculos y de fragmentos. La pelcula est centrada en la poca biogrfica en que su libro sobre Eichmann, el dirigente nazi que fue arrestado por el servicio secreto israel y trasladado a Israel para ser juzgado all. Hanna Arendt se traslada a Jerusaln y asiste al juicio. Sobre lo que vio y pens escribir un artculo muy polmico en el diario norteamericano The New Yorker . En l plantea dos cuestiones que levantaran polmica : la primera es su hiptesis sobre la banalidad del mal. Eichmann fue una persona normal, mediocre, un burcrata gris incapaz de pensar que cumpla rdenes. No era un monstruo sino un individuo que cumpla rdenes porque consideraba que era su deber. Esto no le quita responsabilidad, pero permite entender mejor lo que hizo y porqu lo hizo.La segunda cuestin que plantea es que algunos dirigentes judos se comportaron de manera cobarde y podan haber reaccionado de una manera ms firme frente a la ameanaza nazi.

Primera reflexin. Como dice Castoriaidis el hombre quiere creer, no quiere saber. La verdad da miedo porque cuestiona las creencias, porque introduce dudas y matices, porque nos saca de la comodidad de nuestras certezas. Tras la derrota nazi, el Holocausto se convirti en un mito. Que quiere decir esto ? Quiere decir que los judos construyen una narracin que deba ser incuestionable y que el resto de pases ganadores, por motivos varios, tampoco cuestionaron. El mito es el de los nazis verdugos y los judos vctimas. La consecuencia es que cualquier crtica al pueblo judo o sus representantes sera considerado antisemitismo. Pero las cosas son ms complejas. Para empezar el nazismo fue un movimiento poltico totalitario que no solo extermin a los judos, sino tambin a los gitanos y a los alemanes de izquierdas. Que hay que analizar las divisiones dentro del pueblo judo y sus diversas reacciones. Que hicieron sus lderes ? No creyeron las lites econmicas judas que no iran a por ellos y se mantuvieron al margen mientras pudieron de los que haca con los judos de clases populares ? como es posible que inmediata mente despus de acabar la Segunda Guerra Mundial levantaran un Estado expulsando a sus habitantes ? cmo es posible que despus de ser vctimas se conviertan en verdugos de otro pueblo, el palestino, y practiquen un racismo sistemtico hacia ellos ? Son preguntas incmodas pero que cualquier persona que busca la verdad se hace. Hanna Arendt se hizo algunas y no le perdonaron.

Segunda cuestin.. Lo que acaba cuestionando Hanna Arendt es que el Holocausto sea una excepcin histrica, una monstruosidad y los judos una vctima expiatoria. Con este argumento se pretende eludir cualquier crtica y considerarla antisemitismo. En realidad es un fenmeno histrico extremo en su brutalidad pero no una excepcin. Tiene caractersticas propias pero se enmarca en toda una historia de genocidios que han continuado despus de la derrota del nazismo. Los problemas filosficos de fondo son, para m, dos. Uno es el llamado "El problema del Mal", cuya respuesta es el de su banalidad. El mal, concluye Hanna Arendt lo puede hacer cualquier humano que no ejerza su capacidad de pensar, que le permite distinguir lo bueno de lo malo. Personalmente discrepo radicalmente de la posicin de Hanna Arendt. En primer lugar porque la misma pregunta est mal planteada. El Mal no existe. No hay ninguna entidad metafsica que responde a esta palabra. Spinoza ya lo dej claro. Como tambin que lo bueno y lo mal son relativos a la alegra y la tristeza, al amor y al odio. Bueno es todo aquello que genera alegra y amor y malo lo que genera las pasiones tristes, dentro de las cuales est el odio y el sufrimiento del otro. Hanna Arendt considera que Eichmann era un burcrata que ejerca su trabajo sin sentimiento, que no era capaz de pensar por s mismo y que actuaba siguiendo lo que consideraba que era su deber.

Estando de acuerdo con Hanna Arendt en que Eichmann no era un monstruo hay que cuestionarse el calificativo normal. Porque normal no quiere decir nada, es un concepto puramente estadsitico. Dicho esto veamos las insuficiencias de la caracterizacin de la filsofa:1) Eichmann era una persona sin humanidad, esto hay que sealarlo. la humanidad es un sentimiento que te permite conmoverte por su sufrimiento. o en todo caso haban unos sentimientos ms fuertes que este sentimiento hacia el otro. Tiene que haber alguna patologa ( no en el sentido de enfermedad) que te lleve a actuar, que te permita llevar a cabo esta maquinaria infernal sin titubear. Los nazis gozaban con su exterminio porque estaba al servicio de un Ideal con el que se identificaban y que le proporcionaba un placer. Porque hay en los humanos una pulsin de muerte, destructiva, que nos proporciona una goce oscuro, Digamos que lo que hizo el nazismo fue sacar lo peor del ser humano. Eichmann no era un burcrata sino alguien que gozaba en servir un Ideal que implicaba la destruccin del otro. No era un monstruo porque no era una anomala, sino un humano que desarroll sus peores tendencias. 2) El tema de obedecer sin pensar. No creo que el pensar nos permita diferenciar lo bueno de lo malo en trminos absolutos, porque estas entidades ( bien, mal) no existen. Heidegger ya le dijo que el pensar no responde a una utilidad, ni tan siquiera moral. La capacidad de pensar de Heidegger no le permiti entender lo que era el nazismo y sus consecuencias. Eichmann pensaba pero determinado por una ideologa y una jerarqua. Es la servidumbte voluntaria, tan presente en el ser humano. pensar por uno mismo es una ruptura con la tendencia a dejarnos dirigir por el otro. Eichmann segua una ley pensada desde un Ideal delirante y destructivo. En nombre de que poda cuestionar la ley si estaba escrita desde el Ideal con el que se identificaba ? La nica manera de luchar contra lo peor del ser humano es desarrollando lo mejor. Spinoza lo dej muy claro : nicamente un sentimiento elimina otro. nicamente la alegra mata la tristeza, nicamente el amor mata el odio. Y viceversa. La alegra es lo que sentimos desarrollando nuestra potencia, nuestras capacidades. Es la voluntad de poder afirmativa. El resentimiento, la impotencia, son los que crean esta voluntad de poder destructiva y el goce que se genera de ella. Eichmann sera seguramente un resentido, un impotente que vio colmado con su poder destructivo todo su odio. Hay por supuesto una actitud que es la de respeto y la de reconocimiento del otro, como sujeto de derechos, como sujeto de deseo, como un igual, la que nos permite evitar este tipo de conductas.

LOS MALES DEL MAL1 febrero, 2012 Carlos Pereda ( ) Cuando se habla de El Mal, ante todo nos enfrentamos a un mal frente al cual se ha advertido con razn: el artculo definido es un imn de errores, sobre todo cuando se coloca frente a sustantivos abstractos, pues tiende a personificarlos. An peor: si el artculo y el sustantivo se escriben con mayscula, y se toca el terreno de las alegoras, aparece un obstculo para el pensamiento en general, y para el de las ciencias sociales y la poltica en particular. Por eso, en este caso, urge desalegorizar; urge de nuevo poner los pies en la tierra y la cabeza en fro: hay que plantear que existen muchos males y varias relaciones complicadas entre ellos.

males

Respecto de la violencia en expansin que actualmente se vive en Mxico, me importa distinguir, al menos, tres tipos de males interrelacionados pero diferentes (y a cada paso intensificndose?).

En primer lugar est la violencia salvaje que se ha desatado, en alguna medida a partir del narcotrfico, pero no slo, y que a cada momento se nos presenta en la vida cotidiana en la forma de asesinatos, tiroteos, secuestros, extorsiones, asaltos, robos. Es, obviamente, un tipo de males. Adems, estos males de alguna manera condicionan los otros dos tipos de males que en esta brevsima reflexin quiero atender.

As, en segundo lugar, topamos con los miedos, los muchos miedos que provocan los males de la violencia salvaje y que, con frecuencia, aplastan a las personas que somos. Notoriamente, los males de la violencia desatada nos arrinconan y nos roban parte de lo ms precioso que nos definen en cuanto animales humanos. Pues lo caracterstico de ser personas es disponer de un principio de actividad: de innovacin, de capacidad de movimiento, de inteligencia para dar la vuelta a las dificultades para solucionarlas. La violencia que vivimos restringe y hasta aplasta ese principio y nos paraliza: poco a poco nos convierte en cosas o, para usar una expresin rara pero que se ajusta a lo que nos pasa, en cosas desesperadas.

En tercer lugar, y acaso un poco como consecuencia de los tipos anteriores de males, no menos se ha desatado lo que podemos llamar la normalizacin de la violencia. Me refiero a esas actividades tan extravagantes extravagancias ordinarias que, mediante chistes, bromas o chismes trivializadores, han desgastado nuestra capacidad de alarmarnos frente a lo que es incluso radicalmente alarmante. Por ejemplo, llamar a un hombre que disolvi en cido a cientos de cuerpos con el mote de El Pozolero es hacer, de algn modo, una broma fnebre sobre un suceso minuciosamente atroz. De esta manera, la vieja y maravillosa tradicin mexicana de rerse de la muerte ha adoptado un sentido no juguetn sino macabro: el de normalizar lo que de ningn modo debiera normalizarse.

Atendamos un momento este fenmeno que tal vez tiene ms consecuencias de las que sospechamos.

Normalizar no es banalizar Por lo pronto, conviene distinguir el fenmeno de la normalizacin de la violencia criminal que estamos viviendo en Mxico de aquello que famosamente Hannah Arendt calific como banalidad del mal (una expresin que ms all de los importantes escritos de Arendt ha tomado vida propia). Con esa expresin hay que hacer referencia a una especie de industria del mal, regida por una burocracia del mal que hizo de un conjunto de agentes engranajes en parte voluntarios, en parte no plenamente conscientes de esas mquinas de producir muerte que fueron los campos de exterminio. Por eso, la aparente pero slo aparente dificultad de encontrar responsables: pocos de los que estaban al frente de tales horrores saban todo lo que estaba sucediendo lo que, por supuesto, no los hace menos culpables. Al mismo tiempo, se queran borrar las huellas de esa industria. De ah que un poco paradjicamente, en los campos de exterminio nazis y estalinistas nos topamos con males industrialmente planificados, pero que se quieren sin responsables personales y se procura que permanezcan semiocultos. Habra que matizar mucho ms este fenmeno y cmo lo conceptualizamos. Sin embargo, en este momento slo me importa como un fuerte contraste negativo con lo que podemos llamar la normalizacin de la violencia entre nosotros.

La violencia que se ha desatado a partir del narcotrfico es una violencia no industrial: nos acosan males que no estn totalmente planificados, al menos, no se encuentran articulados en planes a largo plazo y con objetivos unificados y precisos. Claramente no estamos, pues, ante los resultados de una burocracia de la violencia y, mucho menos, ante una ideologa de la violencia. Ms bien, nos confrontan males con rostros mltiples, en muchos casos, caticos, sin ningn esquema medio-fin que los coordine. Con frecuencia nos rodea una violencia cambiante, mltiple, salvaje, y para nada se trata de males semiocultos. Por el contrario, estn muy a la vista. Todos los das nos levantamos y todas las noches nos acostamos con el noticiario que da cuenta del nmero de muertos de la jornada, y de los secuestros, tiroteos, extorsiones, asaltos. La presencia apabullante del crimen organizado, semiorganizado y no organizado e incluso improvisado ha provocado que nos acostumbremos a l: que lo normalicemos.

Me importa subrayar una consecuencia poltica grave de este carcter no unificado no industrial de la violencia. Al no articularse la violencia mexicana a partir de algo parecido a una burocracia de la violencia, como sucedi con los regmenes totalitarios europeos y otros tipos de dictadura, no existe la posibilidad de asumir que el problema desaparecer al slo sustituirse un rgimen poltico por otro. No hay un rgimen totalitario o un dictador que controle toda esta violencia y que necesitemos derrocar. Por eso, casi dira que, por desgracia, no se puede esperar la llegada de un rgimen poltico mejor o, al menos, una burocracia salvadora. Por dnde empezar, pues? Al menos, evitemos algunos obstculos del camino.

Tres fetiches La demasiada violencia y su laberinto de incertidumbres, junto con la incapacidad de esclarecer por qu las bandas criminales actan con tanta saa, ha hecho comn dejarnos confundir por un primer fetiche: repetir que tales bandas procuran ante todo infundir miedo a la sociedad. Sin embargo, infundir es una accin propositiva que se vale del esquema medio-fin y, con frecuencia, de los clculos de costo-beneficio. No hay ningn rastro de tales preocupaciones en las violencias que hoy nos marean en el Mxico del da a da. Por eso, sospecho que nos enfrentamos tal vez a algo ms grave: para algunos sectores de la sociedad el ejercicio de la violencia sin excluir el asesinato, el secuestro, la extorsin, los asaltos se ha convertido en un modo de vida como tantos otros, un trabajo como los dems. Acaso tal conversin quiz opera en parte consecuencia y, a la vez, en parte causa de la normalizacin de la violencia.

Entonces, la normatizacin de la violencia no es ms que la expresin de uno de los tantos procesos naturales que hace de la lucha contra la violencia criminal un esfuerzo vano? Tal y como si se gritara o se lanzaran quejas contra la lluvia o el granizo, cuando de lo que se trata es de sentarse a esperar a que cesen tales fenmenos naturales. Cuidado: naturalizar las violencias sociales es un segundo fetiche que a menudo no slo confunde, lleva a la ruina.

Entonces, insisto, por lo pronto, qu podemos hacer? Algunas cautelas: por un lado, importa no alegorizar y convertir los males humanos, demasiado humanos, en maldiciones o catstrofes que obedecen a ciclos naturales. Por otro lado, no hay que dejarnos arropar por el miedo y estrechar el horizonte de nuestras reflexiones guiados por una imaginacin centrpeta. Por el contrario, tenemos que darnos cuenta de que abundan las causas por las que, de pronto, estamos frente a una situacin que nos ha rebasado y nos deja perplejos. Sin embargo, aunque nos cueste, no hay de otra: en un Estado democrtico todos los ciudadanos tienen el deber de analizar las causas de la violencia y establecer la forma o, ms bien, formas en riguroso plural de combatirlas.

En Mxico, probablemente, fue un error haber concentrado la estrategia slo en el ataque militar, sin sopesar y discutir sin siquiera tomar en cuenta, otras propuestas conjuntas de ataque como la legalizacin de algunas drogas, la investigacin de la economa del narcotrfico, la implantacin de policas municipales bien preparados y con buenos sueldos, y sin planear la generacin de empleos para los miles de jvenes que han sido reclutados por el mercado del crimen. Tampoco falta gravsima se han trazado caminos para restablecer las entrecruzadas redes de confianza de las comunidades, en donde a menudo los miedos han clausurado puertas y ventanas.

Los miles de muertos y la desolacin social en la que la demasiada violencia nos hace desesperar, podran llevarnos a sucumbir ante un tercer fetiche: decretar que no hay salida. Por el contrario, debemos poner en marcha una imaginacin centrfuga que con saberes empricos, lucidez y prudencia, nos permita buscar salidas posibles. De seguro las hay. Frente a las ms diversas experiencias del mal, cada vez que en la historia con prepotencia se ha decretado no hay salida, nunca ha dejado de resultar razonable resistir y, en algn momento, volver a empezar.

A partir de esa experiencia, una vez ms es el momento, pues, de repetirse y repetirse y repetirse, casi como una plegaria civil e interminable: No nos apresuremos a abrazar la impotencia. En alguna parte existen las salidas. Slo se trata de tener la inteligencia y el valor de encontrarlas.

Carlos Pereda. Filsofo. Investigador del Instituto de Investigaciones Filosficas de la UNAM. Algunos de sus libros son: Sobre la confianza, Los aprendizajes del exilio y Crtica de la razn arrogante.