El Jugador - · PDF filecaso, aunque no soy mentor suyo ni deseo serlo, tengo al menos...

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    El JugadorEl JugadorEl JugadorEl Jugador

    Fedor DostoievskiFedor DostoievskiFedor DostoievskiFedor Dostoievski

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    ndice

    Introduccin 3

    Captulo I 4

    Captulo II 12

    Captulo III 16

    Captulo IV 20

    Captulo V 24

    Captulo VI 32

    Captulo VII 38

    Captulo VIII 44

    Captulo IX 51

    Captulo X 58

    Captulo XI 68

    Captulo XII 76

    Captulo XIII 87

    Captulo XIV 95

    Captulo XV 102

    Captulo XVI 111

    Captulo XVII 118

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    Introduccin

    La obra que aqu presentamos, El jugador, debida a la magistral pluma del moscovita Fedor Dostoievski (1821-1881), contiene una gran dosis de vivencias del autor.

    Escrita bajo condiciones de presin especiales despus de haber enfrentado la dolorosa prdida de su primera esposa, al igual que la muerte de su hermano y las terribles consecuencias que le atrajo el haber tenido que responder con los deudores de ste, para terminar prcticamente en la ms tenebrosa de las miserias, Dostoievski se vio obligado a signar un contrato con un editor para poder hacerse de los recursos econmicos necesarios.

    El contrato que firm presupona la obligacin de entregar una novela en el lapso de un ao, y si tal condicin no se cumpla, entonces debera ceder sus derechos de autora sobre todas las obras que hasta ese momento, 1864, haba escrito. Fedor termin la novela prometida en un lapso de diez meses, y esa novela no fue otra que El jugador.

    Cabe agregar que con el objeto de acelerar su trabajo para terminar esta novela en el tiempo acordado, Dostoievski contrat los servicios de Anna Snitkina, quien se encarg tanto de las correcciones de estilo como de mecanografiar el texto. Meses despus de haber terminado El jugador, Fedor contraera nupcias con Anna y, si nos atenemos a lo que resean sus bigrafos, ese matrimonio proporcion gran felicidad a Dostoievski.

    La trama de la novela contiene, a no dudar, una serie de elementos autobiogrficos, puesto que el mismo Dostoievski tena una gran pasin por el juego, particularmente por la ruleta.

    Conocedor del mundo de pasiones que conforman la existencia de un jugador, Dostoievski logra plasmar ese estado de nimo de manera grandiosa, y, adems recrea un medio en el que las preocupaciones econmicas de varios de los personajes, constituye una angustiosa cotidianidad.

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    Captulo I

    Por fin he regresado al cabo de quince das de ausencia. Tres hace ya que nuestra gente est en Roulettenburg. Yo pensaba que me estaran aguardando con impaciencia, pero me equivoqu. El general tena un aire muy despreocupado, me habl con altanera y me mand a ver a su hermana. Era evidente que haban conseguido dinero en alguna parte. Tuve incluso la impresin de que al general le daba cierta vergenza mirarme. Marya Filippovna estaba atareadsima y me habl un poco por encima del hombro, pero tom el dinero, lo cont y escuch todo mi informe. Esperaban a comer a Mezentzov, al francesito y a no se qu ingls. Como de costumbre, en cuanto haba dinero invitaban a comer, al estilo de Mosc. Polina Aleksandrovna me pregunt al verme por qu haba tardado tanto; y sin esperar respuesta sali para no s dnde. Por supuesto, lo hizo adrede. Menester es, sin embargo, que nos expliquemos. Hay mucho que contar.

    Me asignaron una habitacin exigua en el cuarto piso del hotel. Saben que formo parte del squito del general. Todo hace pensar que se las han arreglado para darse a conocer. Al general le tienen aqu todos por un acaudalado magnate ruso. Aun antes de la comida me mand, entre otros encargos, a cambiar dos billetes de mil francos. Los cambi en la caja del hotel. Ahora, durante ocho das por lo menos, nos tendrn por millonarios. Yo quera sacar de paseo a Misha y Nadya, pero me avisaron desde la escalera que fuera a ver al general, quien haba tenido a bien enterarse de adnde iba a llevarlos. No cabe duda de que este hombre no puede fijar sus ojos directamente en los mos; l bien quisiera, pero le contesto siempre con una mirada tan sostenida, es decir, tan irrespetuosa que parece azorarse. En tono altisonante, amontonando una frase sobre otra y acabando por hacerse un lo, me dio a entender que llevara a los nios de paseo al parque, ms all del Casino, pero termin por perder los estribos y aadi mordazmente: "Porque bien pudiera ocurrir que los llevara usted al Casino, a la ruleta. Perdone -aadi-, pero s que es usted bastante frvolo y que quiz se sienta inclinado a jugar. En todo caso, aunque no soy mentor suyo ni deseo serlo, tengo al menos derecho a esperar que usted, por as decirlo, no me comprometa ... ".

    -Pero si no tengo dinero -respond con calma-. Para perderlo hay que tenerlo.

    -Lo tendr enseguida -respondi el general ruborizndose un tanto. Revolvi en su escritorio, consult un cuaderno y de ello result que me correspondan unos ciento veinte rublos.

    -Al liquidar -aadi- hay que convertir los rublos en tleros. Aqu tiene cien tleros en nmeros redondos. Lo que falta no caer en olvido.

    Tom el dinero en silencio.

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    -Por favor, no se enoje por lo que le digo. Es usted tan quisquilloso... Si le he hecho una observacin ha sido por ponerle sobre aviso, por as decirlo; a lo que por supuesto tengo algn derecho...

    Cuando volva a casa con los nios antes de la hora de comer, vi pasar toda una cabalgata. Nuestra gente iba a visitar unas ruinas. Dos calesas soberbias y magnficos caballos!

    Mademoiselle Blanche iba en una de ellas con Marya Filippovna y Polina; el francesito, el ingls y nuestro general iban a caballo. Los transentes se paraban a mirar. Todo ello era de muy buen efecto, slo que a expensas del general. Calcul que con los cuatro mil francos que yo haba trado y con los que ellos, por lo visto, haban conseguido reunir, tenan ahora siete u ocho mil, cantidad demasiado pequea para mademoiselle Blanche.

    Mademoiselle Blanche, a la que acompaa su madre, reside tambin en el hotel. Por aqu anda tambin nuestro francesito. La servidumbre le llama monsieur le comte y a mademoiselle Blanche madame la comtesse. Es posible que, en efecto, sean comte y comtesse.

    Yo bien saba que monsieur le comte no me reconocera cuando nos encontrramos a la mesa. Al general, por supuesto, no se le ocurrira presentarnos o, por lo menos, presentarme a m, puesto que monsieur le comte ha estado en Rusia y sabe lo poquita cosa que es lo que ellos llaman un outchitel, esto es, un tutor. Sin embargo, me conoce muy bien. Confieso que me present en la comida sin haber sido invitado; el general, por lo visto, se olvid de dar instrucciones, porque de otro modo me hubiera mandado de seguro a comer a la mesa redonda. Cuando llegu, pues, el general me mir con extraeza. La buena de Marya Filippovna me seal un puesto a la mesa, pero el encuentro con mister Astley salv la situacin y acab formando parte del grupo, al menos en apariencia.

    Tropec por primera vez con este ingls excntrico en Prusia, en un vagn en que estbamos sentados uno frente a otro cuando yo iba al alcance de nuestra gente; ms tarde volv a encontrarle cuando viajaba por Francia y por ltimo en Suiza dos veces en quince das; y he aqu que inopinadamente topaba con l de nuevo en Roulettenburg. En mi vida he conocido a un hombre ms tmido, tmido hasta lo increble; y l sin duda lo sabe porque no tiene un pelo de tonto. Pero es hombre muy agradable y flemtico. Le saqu conversacin cuando nos encontramos por primera vez en Prusia. Me dijo que haba estado ese verano en el Cabo Norte y que tena gran deseo de asistir a la feria de Nizhni Novgorod. Ignoro cmo trab conocimiento con el general. Se me antoja que est locamente enamorado de Polina. Cuando ella entr se le encendi a l el rostro con todos los colores del ocaso. Mostr alegra cuando me sent junto a l a la mesa y, al parecer, me considera ya como amigo entraable.

    A la mesa el francesito galleaba ms que de costumbre y se mostraba desenvuelto y autoritario con todos. Recuerdo que ya en Mosc soltaba pompas de jabn. Habl por los codos de finanzas y de poltica rusa. De vez en

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    cuando el general se atreva a objetar algo, pero discretamente, para no verse privado por entero de su autoridad.

    Yo estaba de humor extrao y, por supuesto, antes de mediada la comida me hice la pregunta usual y sempiterna: "Por qu pierdo el tiempo con este general y no le he dado ya esquinazo?". De cuando en cuando lanzaba una mirada a Polina Aleksandrovna, quien ni se daba cuenta de mi presencia. Ello ocasion el que yo me desbocara y echara por alto toda cortesa.

    La cosa empez con que, sin motivo aparente, me entromet de rondn en la conversacin ajena. Lo que yo quera sobre todo era reir con el francesito. Me volv hacia el general y en voz alta y precisa, interrumpindole por lo visto, dije que ese verano les era absolutamente imposible a los rusos sentarse a comer a una mesa redonda de hotel. El general me mir con asombro.

    -Si uno tiene amor propio -prosegu- no puede evitar los altercados y tiene que aguantar las afrentas ms soeces. En Pars, en el Rin, incluso en Suiza, se sientan a la mesa redonda tantos polaquillos y sus simpatizantes franceses que un ruso no halla modo de intervenir en la conversacin.

    Dije esto en francs. El general me mir perplejo, sin saber si deba mostrarse ofendido o slo maravillado de mi desplante.

    -Bien se ve que alguien le ha dado a usted una leccin -dijo el francesito con descuido y desdn.

    -En Pars, Para empezar, cambi insultos con un polaco -respond- y luego con un oficial francs que se puso de parte del polaco. Pero despus algunos de l