El Impulso Filosofante

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El impulso filosofante Hacia una nueva conceptualización de la filosofía Luis Enrique Alvizuri

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El objetivo de este ensayo es proponer que el llamado ser humano se origina por causa de un fenómeno que parece afectar a determinados seres en ciertas circunstancias específicas y cuya manifestación principal es la percepción que, quien lo sufre, tiene de su propia individualidad frente al resto de la naturaleza. Dicha posición viene a ser un puro acto de filosofía, por lo que el filosofar sería entonces la primera expresión de lo propiamente humano, anterior a cualquier tipo de cambio físico. Esta es la razón por la que a dicho fenómeno se lo denomina “impulso filosofante”, porque impulsa al ser que lo padece a filosofar, independientemente de si es o no un antropoide. Como consecuencia de ese abrir los ojos a un mundo que súbitamente se ha empezado a ver como ajeno y desconocido se genera una terrible sensación de marginación respecto a la realidad, lo cual produce a su vez un estado de soledad y abandono, situación que define e identifica la esencia de lo humano.

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El impulso filosofante Hacia una nueva conceptualización de la filosofía

Luis Enrique Alvizuri

El objetivo de este ensayo es proponer que el llamado ser humano se origina por causa de un fenómeno que parece afectar a determinados seres en ciertas circunstancias específicas y cuya manifestación principal es la percepción que, quien lo sufre, tiene de su propia individualidad frente al resto de la naturaleza. Dicha posición viene a ser un puro acto de filosofía, por lo que el filosofar sería la primera expresión de lo propiamente humano, anterior a cualquier tipo de cambio físico. Esta es la razón por la que a dicho fenómeno se lo denomina “impulso filosofante”, porque impulsa al ser que lo padece a filosofar, independientemente de si es o no un antropoide. Como consecuencia de ese abrir los ojos a un mundo que súbitamente se ha empezado a ver como ajeno y desconocido se genera una terrible sensación de marginación respecto a la realidad lo cual produce, a su vez, un estado de soledad y abandono, situación que define e identifica la esencia de lo humano.

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Primera edición

Luis Enrique Alvizuri García Naranjo. Publicista, filósofo y trovador. Nació en Lima, siguió estudios secundarios en el colegio Champagnat y superiores en la Universidad Ricardo Palma (Sicología) y en la Universidad de Lima (Comunicaciones). Participó como ponente en diversos congresos y eventos de filosofía y es autor de Andinia, la resurgencia de las naciones andinas y Pachacuti el modelo de desarrollo andino entre otras obras. T. 225 3899 / 996 379 615. [email protected]

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Contratapa

La hipótesis del impulso filosofante surge a raíz de la observación de la propia condición humana vista en toda su magnitud donde, después de descartar todo aquello que es inherente a lo animal, queda solamente su esencia más significativa y singular que es su angustia vivencial, ese hallarse permanentemente consciente de estar en una situación trágica padeciéndola sin remedio. Esta es la principal característica de lo humano: el constante sufrir debido a no vivir de acuerdo con las leyes de la naturaleza sin poder regresar a ella. Ante esto podría pensarse que lo humano sería una anomalía debido a su claro rechazo a actuar como todos los animales, pero tomando en cuenta que ello se da dentro del ámbito de la misma naturaleza es más lógico suponer que se trataría de un hecho también natural aunque no de ocurrencia constante, como pasa con muchos sucesos del plano material. Por lo tanto la aparición de seres humanos podría calificarse como de un acontecimiento normal aunque no frecuente. La diferencia que hay con la explicación que da la síntesis evolutiva moderna sobre el origen del hombre es que ésta lo entiende como el producto del desarrollo orgánico de una especie, la homo, mientras que lo que aquí se propone es que, para ser un humano, no se requiere de un cuerpo u órgano en particular, y también que éste ha surgido debido a motivos que aún se desconocen. Además la experiencia humana es muy probable que vaya más allá de la propia historia del hombre terráqueo, ya que es posible que se dé en otros seres e instancias del Universo donde acontezcan circunstancias biológicas similares a las de este planeta. El impulso filosofante le habría acaecido al hombre cuando él aún no era como es ahora. Lo que se ve actualmente es más bien el resultado de su devenir a partir de dicho momento, cosa que ha dejado huellas en su constitución física pues ocasionó que ciertos órganos se especialicen de una manera determinada de acuerdo con el derrotero que el ser humano tomó. De modo que la especialización orgánica es una consecuencia mas no la causa de la humanidad. El impulso filosofante, como su nombre lo indica, lo que hace es que aparezca la filosofía en el ser afectado, la cual tendría por función elaborar suprarrelatos o discursos que propongan formas de vida que, supuestamente, hagan posible la reintegración del hombre con la naturaleza permitiéndole, así, retornar a la etapa anterior a la ocurrencia de dicho fenómeno. El volver a ser el animal que era sería, de acuerdo con esta hipótesis, lo único que podría restituirle al ser humano la seguridad, la paz y el equilibrio perdidos. Estos suprarrelatos se despliegan en forma de promesas, que vienen a ser estructuras discursivas que atraen y movilizan hacia aquello que más se desea pero que no se puede alcanzar, a diferencia de las verdades que son afirmaciones de hechos que se encuentran a la mano y a las que no hay nada que agregarles por lo que no despiertan el interés y, al contrario, resultan incómodas por ser coaccionantes. Dichas promesas ponen como requisito, para hacerse efectivas, que existan creyentes que cumplan con ciertas condiciones. Para lograr ello los humanos que quieren seguirlas necesariamente tienen que asociarse, situación que es lo que produce el nacimiento de las sociedades, culturas y civilizaciones. Pero en realidad las promesas nunca van a cumplirse ni deben porque son solo modelos imaginarios motivadores, formas ideales de ser pero imposibles de materializarse en la práctica. Si por alguna razón estas promesas “se cumplieran”, cosa que solo sucede por la imposición de una fuerza o autoridad que así lo asegura, dejarían de ser lo que son para perder su calidad de anhelo y convertirse en religiones. Al desaparecer de las promesas su propiedad fantasiosa, volviéndose solo disposiciones obligatorias refrendadas por leyes, la gente primero se desilusiona de ellas y luego las rechaza, dando comienzo a un nuevo ciclo de cambio o revolución al mismo tiempo que una búsqueda de otras promesas. Con la creación de cada promesa se da inicio a una nueva civilización o cultura mientras que las anteriores desaparecen o quedan a la espera de tiempos propicios que les permitan regresar.

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Contenido

Ideas centralesPrefacioA manera de resumen IntroducciónGlosario1. Las facultades de los seres animados 2. El impulso filosofante3. Los métodos del filosofar4. Las promesas 5. Las promesas como origen de las culturas y civilizaciones 6. Tipos de sociedades según las clases de promesas 7. Precisiones sobre algunos conceptos empleados en este ensayoComentario final al ensayo

AdendaObservaciones a la explicación sobre el origen del hombre que se deriva de la teoría de la evoluciónIntroducción Resumen de las observaciones hechas a los presupuestos conceptuales que sustentan la teoría de la evoluciónMétodo a emplear Prefacio1. Antecedentes2. Sobre la teoría de la evolución3. Sobre el origen del hombre según la teoría de la evolución4. Observaciones hechas a los presupuestos conceptuales que sustentan la idea del origen del hombre basada en la teoría de la evoluciónConclusión

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Ideas centrales

1. La causa de la aparición de los seres humanos sería la ocurrencia de un fenómeno, desconocido por ahora, que aquí se lo llama impulso filosofante.

2. El impulso filosofante vendría ser un factor que enajena a un ser del mundo de la animalidad haciendo que tome consciencia de su individualidad e independencia con respecto a la naturaleza.

3. Dicho impulso desencadena los cambios que, a la larga, impactarán en el organismo. La forma física actual que tiene el hombre es la consecuencia mas no la causa de su humanidad producida por dicho impulso.

4. El impulso filosofante “extrae” al hombre de la vida animal, del vivir de acuerdo a las leyes naturales, y lo “abandona” a su libre albedrío, teniendo éste que crear las suyas propias. El mundo, desde la óptica de lo no-animal, se convierte en algo “desconocido”. Esta experiencia produce en el afectado una “angustia existencial”, el ignorar por qué se es así, y una profunda soledad, ya que percibe que solo él padece este problema, el cual es la razón de toda su tragedia.

5. No hay por el momento cómo demostrar que dicho suceso sea o no un fenómeno proveniente de la propia naturaleza. Por sus efectos podría parecer una contradicción con ella, pero eso todavía no está comprobado, de modo que su completa explicación aún se encuentra en el terreno del misterio y la especulación.

6. El drama del ser humano consiste en que éste lleva a cabo una constante búsqueda por retornar al lugar de donde vino, a su estado natural, pues hasta ahora ninguna otra realidad sustituta, que él mismo ha creado, ha podido semejarse a éste. Aparentemente solo volviendo a su origen es cómo el hombre encontrará por fin la paz deseada.

7. La filosofía vendría a ser el arte de inventar realidades alternativas a las de la naturaleza mediante la elaboración de suprarrelatos o discursos que tienen por característica principal describir cómo serían esos mundos imaginarios que prometen un estado semejante al perdido.

8. Dichos suprarrelatos, llamados aquí promesas, siempre plantean su realización en tiempo futuro y de manera condicional; no son situaciones que se puedan materializar en un tiempo presente. Ofrecen un estado ideal que, en verdad, no es posible llevarse a la práctica. Solo son sugerencias de un probable cumplimiento.

9. Las promesas nunca deben hacerse realidad pues, cuando se dice que ya lo son, dejan de ser promesas para convertirse en “verdades”, perdiendo así su atracción y expectativa.

10. Para que las promesas supuestamente se realicen el ser que cree en ellas y las sigue debe cumplir con una serie de requisitos que éstas piden. La sumatoria de todos estos es lo que da origen a las sociedades, culturas y civilizaciones que han existido.

11. Una sociedad humana vendría a ser un consenso entre individuos que siguen y creen en el posible cumplimiento de una promesa que desde un principio los ha aglutinado, razón por la cual se llama fundacional, y todo lo que ésta produce, llamado cultura, tiene por único fin corroborar y reafirmar la fe en esa promesa.

12. El impulso filosofante también le puede acaecer a cualquier otra especie del Universo sin necesidad que sea un primate.

13. Para filosofar el ser humano ha utilizado principalmente tres métodos los cuales corresponden a las tres principales facultades que todos los seres animados poseen: el sensorial, el razonal y el intuitivo.

14. De cada uno de estos métodos se derivan las promesas que dan origen, a su vez, a las múltiples corrientes filosóficas existentes que, hasta el momento, se han dado en la historia de la humanidad.

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Prefacio

La inquietud humana. Todo nos da temor. Siempre vivimos con miedo; no lo podemos evitar. Nuestro sino es una permanente sensación de ansiedad, de fragilidad. No pasa día sin que sintamos una preocupación; no conocemos la seguridad total puesto que el mal, el dolor, nos persigue en todo momento y lugar. Diariamente vemos cómo sufren y mueren las personas a nuestro alrededor. Nadie se salva y cada día inevitablemente nos preguntamos ¿hoy me tocará, hoy se acabará el mundo también para mí? Y corremos hacia quienes nos dan consuelo. Si el médico dice que aún no encuentra nada preocupante sentimos un alivio, respiramos profundo, pensamos que hemos vuelto a vivir y que tenemos algo más de tiempo para seguir haciendo… lo que siempre hemos estado haciendo. Luego aparecen las angustias existenciales, las preguntas de qué pasará, de qué haré cuando lleguen los momentos varios. Nos desesperamos adquiriendo las cosas que, según nos dicen, nos darán la tranquilidad y estabilidad que tanto soñamos. Por un momento nos dejamos convencer, engañar, porque lo necesitamos. Pero en el fondo sabemos que nada es para siempre, en especial, nosotros. Estamos en una carrera espantosa contra el reloj. Siempre se acerca nuestro tiempo, nuestro día, nuestra hora. A nuestro lado, aquel que creíamos que tendría más vida que nosotros ya se fue, en medio de una gran tristeza y dolor. Y si él, si ella, se marcharon, entonces ¿qué me espera a mí? Y en ese momento se cruzan por nuestra mente las religiones, las creencias, las ideas consoladoras y, por último, las irracionales esperanzas. “Pero si siempre supimos que éramos mortales” nos dicen, nos decimos, lo decimos. Y por más que alabemos al gobierno, al sistema, al mundo y al ser humano en general, todo eso junto de nada sirve ante nuestro inevitable destino. Aunque resucitemos a un dios muerto dentro de nosotros sabemos que éste no es un prestamista, ni un consejero, ni un médico. Un verdadero dios no se dedica a trastocar el normal trajinar de la naturaleza. El dios no cambia sus reglas, no hace más jóvenes a los viejos ni otorga a nadie la inmunidad contra el dolor y la muerte. Esos milagros jamás han existido ni existirán. Por lo tanto, si ni siquiera ese dios, con lo poderoso que es, nos va a aliviar de lo que tememos ¿a quién o a qué acudir? No hay remedio. La vida humana, aunque lo nieguen los estimuladores y vendedores de ilusiones, es nimia, ínfima, dolorosa y sufriente; en fin: está hecha para la tragedia.No faltará quién busque con desesperación la cura para dicho mal y hurgará, de seguro, en la historia. Quizá piense que hubo alguna vez un remedio, una fórmula mágica. Pero todos los que vivieron terminaron llorando llenos de pánico viendo cómo su mundo, el mundo que conocían, se venía abajo. Y tal vez indagará, ya no en un dios, sino en una ciencia la respuesta. Y esa ciencia le contará que está estudiando y viendo la manera de cómo hallarla aunque todavía no la encuentra pero que parece que lo hará. Y dirá que posee pócimas y brebajes que alivian, que adormecen, estimulan y embrutecen. Pero desgraciadamente, después de tomarlas todas con verdadera avidez, el pobre paciente terminará recuperando la lucidez viendo que nada ha cambiado; por el contrario, observará que se ha acercado más rápidamente a lo que huía. Eso no lo soportará y preferirá morir en manos de dichas medicinas pues su miedo ya no le permitirá volver al estado consciente.

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En vista de estos fracasos es que los humanos optamos por abocarnos como locos a las ocupaciones para no querer saber más de tales pensamientos atormentadores. Solo deseamos estar atareados, muy atareados, queriendo creer que no existe otra cosa mejor que ello. Y así nos dedicamos con frenesí a cualquier situación humana por tonta que sea. La mayoría escogemos vivir para no morir, haciendo lo imposible por adquirir todo aquello que nos facilite el seguir existiendo, como si supiéramos realmente para qué se vive y estuviéramos convencidos que debemos cumplir con dicha tarea. Otros simplemente se dejan llevar por lo que venga aceptando resignadamente que los días y las horas pasen haciéndose más viejos y así, poco a poco, la muerte se los vaya llevando. Algunos menos se pondrán metas más difíciles, como si la eliminación del miedo dependiera de cuán importante o crucial sea el objetivo que uno se plantee. Al final todos, los de arriba y los de abajo, los ocupados y los resignados, los soñadores y los animalizados, acabamos sobresaltados ante cualquier cosa que nos pasa, siempre pensando que la desgracia ya está aquí, a la vuelta de la esquina. Y lo está pues, nos guste o no, todo lo que tanto amamos tarde o temprano se empieza a desvanecer y a desarmar. Y el mismo hecho de querer aliviar nuestras tristezas tomando tales y cuales medidas es, después, el mayor motivo de preocupación puesto que así adquirimos el temor adicional a quedarnos sin aquello que nos aliviaba del terror a perder lo que teníamos. Eso somos los humanos: seres llenos de pánico. Aquel que lo niegue lo único que hace es tratar de evitar ver la realidad para vivir en una fantasía de la cual algún día despertará más asustado que nunca. Aquellos a quienes llamamos optimistas no son más que ambiciosos a los que la pasión los devora lo suficiente como para no pensar en otra cosa que en su obsesión, así como también otros que, sintiendo más espanto que los demás, evitan el suicidio mediante acciones heroicas y arriesgadas pues ellas les proporcionan la suficiente emocionalidad como para aturdirse y no seguir pensando en sus demonios atormentadores. Héroes, genios, grandes hombres que de este modo denominamos son, en verdad, individuos quienes huyen con más prisa que los demás de la angustia de saber su inevitable destino.Y por último aparece la fe que promete el paliativo que supera a la realidad, que hace olvidar quiénes somos y cuál es nuestra vida auténtica. Así, embebidos en ese consuelo llegamos a perder la noción de nuestra identidad humana para buscar la catarsis de las sensaciones y asumir intensamente aquello que una creencia nos promete. Pero todo esto ocurre cuando ya es muy tarde puesto que, en esos momentos, ya hemos dejado de lado nuestra vida normal para vivir entregados solo al remedio, estando permanentemente conectados a la máquina espiritual que nos hace respirar artificialmente sin poder tomar ninguna decisión independiente a ella. Nos hallamos presos de la cura contra la depresión. En este punto se dirá, quizá, que hay en este discurso pesimismo, pero eso sucede porque tal vez muchos se han acostumbrado al frenesí de la vida actual que cree que todo se puede, que todo se sabe y que nada es imposible; que hay una solución para todo y que solo es cuestión de esperar. Dirán también que la vida no es así, que hay buenos momentos y que, aparte de los sinsabores, el vivir siempre es agradable. Sin embargo esa es solo es una manera benevolente de desviar la mirada. Más temprano que tarde les rozará la muerte y el dolor y ni la más grande riqueza y poder podrá contra ello. Y si no son los dolores físicos los que los atormenten serán los de la mente, los recuerdos y sus errores, los cuales nunca se borrarán puesto que ese es el patrimonio que cada uno se lleva a la vejez y a la tumba. El mito de Sísifo1 ilustra bien la idea de esta tarea hecha con tanto esfuerzo pero, al final, inútil, puesto que nuestros descendientes la vuelven a comenzar y así sucesivamente.Hay siempre quienes gustan de hablar para el público y decir que fueron felices, que de nada se arrepienten y que la vida les sonrió. Pero todo eso es mentira: no hay final feliz en la vida humana. Nadie es tan resistente al mal como para no verlo a su costado y serle indiferente. Decir que uno ha vivido bien sin haberlo lamentado es una forma de engañarse y consolarse. Aunque se haga todo con corrección, con honestidad y con honradez, siempre habrá a nuestro alrededor quienes no vivan así y eso nos afectará. Siempre en nuestras propias familias, en nuestras narices, todo lo peor que en la vida pueda pasar pasará, y no podremos decir que nunca lo percibimos, que nunca lo conocimos y que jamás estuvimos en ese trance. Sabemos que es difícil ser lo suficientemente francos como para confesarlo —porque eso nos debilita y nos hace perder el poco valor que aún nos queda— pero esa es la triste y cruda realidad. Por otro lado la vida contemporánea, esta que surgió con la promesa de la modernidad, desgraciadamente no está exenta de todo lo que ha sido siempre nuestro ser. Contrariamente a lo que

1 “Los dioses habían condenado a Sísifo a hacer rodar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con alguna razón que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.” Camus, Albert. En web Paraísos Alternos. http://ignacio88.tripod.com/sitebuildercontent/sitebuilderfiles/mitosisifo2.pdf

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el hombre de hoy piensa —que en este tiempo se vive mejor, más sanamente, con menos maldad y con más orden e inteligencia que nunca— lo mismo dijeron de sí mismos y de sus épocas todos los hombres de todos los tiempos —desde el primero que apareció— sin que ninguno haya dejado de atravesar por este trance. No nos engañemos entonces: ni el nomadismo, ni el sedentarismo, ni la modernidad han podido eliminar el dolor, el miedo, la angustia, la desesperación, la maldad y la crueldad inherentes a lo humano. Ni siquiera se ha logrado alguna disminución por cuanto, con una mayor cantidad de seres, la humanidad ha multiplicado de igual modo sus miserias. El hombre actual esperó mucho cuando lo convencieron que la vida anterior, la de los reyes y sacerdotes, era peor y más mala, mientras que la moderna era la respuesta a todas sus preocupaciones. Sin embargo ahora vemos que ello no es así; al ser humano lo han llenado de cosas, de objetos para emplearlos en un sinfín de asuntos que lo hacen vivir corriendo de acá para allá, buscando sus calmantes y tranquilizantes; pero a pesar de eso en ningún momento se ha cumplido con lo prometido, de modo que las enfermedades, las guerras, las penas, las muertes y las atrocidades continúan, pero más intensamente aún. Ahora el terror es más fácil de percibirse, la intranquilidad es el pan de todos los días, nada es seguro, todo es relativo y somos, por el contrario, más conscientes de nuestras debilidades que antes. La promesa de la modernidad ha fracasado por la misma razón que todas las promesas lo hacen: por agotamiento, por incumplimiento. El ser humano nunca pidió que la satisfacción de sus necesidades básicas —norma que sustenta esta sociedad— fuera lo más importante de su vida pues eso es algo sumamente natural. El hombre siempre ha sabido dónde y cómo comer, y ha sido lo suficientemente flexible para adaptarse a las inclemencias de la naturaleza cuando éstas se han producido. Incluso ha comprendido que también hay momentos en que no se puede encontrar todo lo requerido para vivir. Eso nunca le ha llamado la atención ya que esto pasa también con el resto de los seres vivos. De ello la humanidad jamás se ha quejado pues es algo normal. En cambio de lo único que se ha lamentado, y se lamenta, es de la ansiedad de no saber para qué es todo esto. Se duele, pero no de no tener techo, sino de no entender por qué lo tiene que tener. Sufre, pero no de no poder vestirse, sino por no comprender la razón por la que lo necesita en un medio en donde ningún otro ser vivo lo hace. La modernidad pretendió decir que la vida se reducía solo al acto de la subsistencia y ahí estuvo su gran error. Como fue creada por comerciantes supuso que vivimos solo para adquirir cosas y eso jamás ha sido así. Los seres humanos hemos llevado nuestra existencia de mil maneras y en diversas situaciones y siempre hemos resuelto el problema del cómo sobrevivir. Nuestra verdadera y agobiante inquietud es algo interno que va más allá de la simple supervivencia. Es como una espina clavada en nuestro espíritu y eso no se quita con más alimentos ni con más distracciones adquiridas en un mercado. Los humanos hemos transitado muchas veces por el valle de la abundancia, hemos visitado la zona de las carencias, hemos recorrido los campos del abandono y nos hemos bañado en el río de la saciedad. Todo eso lo hemos realizado desde siempre y siempre hemos vuelto a emprender el camino, sea con la barriga llena o vacía, arropados con los mejores trajes o desnudos. Permanentemente hemos estado huyendo con prisa del temor que le tenemos a la vida, al vivir. Porque la vida, con o sin comodidades, significa ser conscientes de lo que ella es para nosotros los humanos: trágica, dura, terrible, pesarosa, mortal. No conocemos otra. Todo lo que hacemos es más bien distraernos lo más posible para no percibirlo, para no percatarnos de ello; pero igual lo sabemos y eso basta. Por más que tratemos de evitar que llegue el día del dolor y del pesar éste arriba puntual y sin demora, y en la magnitud que lo sospechábamos. La ciencia moderna, que parecía tener las respuestas a todas las preguntas, hoy demuestra su incapacidad ante los ojos esperanzados de la humanidad pues de todos modos la muerte sigue matando a la gente. Peor aún, lo único que esta ciencia ha logrado es alargar el sufrimiento, hacer más viejas a las personas y acumularles el dolor, ilusionándolos con la idea de vivir bien eternamente cuando, en realidad, los hacen más conscientes de sus pesares y más largos sus últimos momentos; todo para que al final mueran igual, en medio de la pena y del lamento. Esta ciencia prometió el verdadero alivio a la incertidumbre del vivir pero no ha cumplido con ello, y eso es un fracaso para quien salió al frente a decir que confiaran en ella, que con ella estaban resueltos todos los problemas; y sin embargo aún no ha podido curar las enfermedades que llevan a la muerte, demostrando así que algo anda mal, que no es verdad que realmente las elimine. Y aunque la ciencia moderna insista en decir que ha superado algunos de los males que otras ciencias no modernas también lo hacían a su manera, y aunque se la endiose diciendo que ha colocado al hombre en la Luna —cosa que nadie pidió— la humanidad en pleno, que es la determinante, piensa hoy en día que la modernidad no ha cumplido con lo único que se le exigía y que ésta había prometido: acabar con el temor a vivir. Muy por el contrario, la modernidad ha multiplicado los miedos y los ofrece hasta imaginarios; incluso produce otros que, gracias a su tecnología, nunca habían existido y cuyos horrores antes parecía imposible que se dieran y que llevan a la destrucción en pleno del ser humano,

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de la naturaleza y de la vida. La modernidad ha construido sus propias pirámides para decir que es grande y poderosa, pero el hombre común no encuentra en ella lo único que quisiera que le proporcione: la paz. Si a este humano moderno le dieran a escoger entre cohetes a Saturno, obras de ingeniería maravillosas y espectaculares o una simple y sencilla vida sin inquietudes y sin temor a la muerte es seguro que preferiría esto último. Pero ni las sociedades antiguas ni ésta lo han logrado, y más bien se han dedicado a otras cosas que en nada contribuyen a dicho objetivo: el dominio, la riqueza y el poder. Esta es la situación humana. Por eso es que cada cierto tiempo el hombre abandona tanto los valles fértiles como los eriazos en donde habita para buscar otros que sí parezcan tener lo que él más desea: la paz. Y para indicar dónde están, cómo son y de qué manera poder llegar a ellos es que existe la filosofía. De ahí que toda auténtica filosofía es una generadora de promesas y, a la vez, de revoluciones, siendo ésta la causa por la que siempre es perseguida por el poder.

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A manera de resumen

El impulso filosofante es un ensayo que plantea una forma de ver al ser humano considerando deductivamente que, lo que éste es ahora, es el resultado de lo que una vez empezó hace millones de años. Yendo imaginariamente hacia atrás, emulando a algunas ciencias, se ha ido descartando elementos que, en apariencia, parecerían ser la causa de la hominización, entre ellos, el uso de la razón —pues todo indica que esta función no es exclusiva de la humanidad sino de todos los seres animados— intentando que quede solo lo esencial, aquello que únicamente el hombre puede tener y que lo identifica como tal. Al final de esta regresión se ha concluido que las diferencias físicas con respecto al resto de animales no son suficientes como para elaborar con ello una explicación del proceso de humanización, tal como lo sostiene la síntesis evolutiva moderna. Debe haber ocurrido un acontecimiento importante para que la especie homo no sea hoy como son todas las de su tipo y, en general, como todos los demás seres animados. De esa suposición es que nace la principal hipótesis de este libro la cual es: que lo humano viene a ser producto de la injerencia del impulso filosofante, un fenómeno aún desconocido que provoca en un ser una alteración de la percepción de sí mismo y del mundo. Se trataría de una fuerza todavía no identificada ni determinada pero más poderosa que la voluntad y cuyo efecto principal es producir, en el afectado, el percatarse, el darse cuenta de su propia existencia y el no poder dejar de analizar y evaluar la realidad, cosa que es en sí parte esencial de todo proceso filosófico. Por eso es que este suceso es filosofante, porque lleva al hombre a hacer ‘filosofía’; ello fue lo único que lo distanció y diferenció, como hasta ahora lo sigue haciendo, del resto de los animales. Más allá de este impulso que todos llevamos como herencia no parecen existir, hasta el momento, suficientes argumentos anatómicos, biológicos o sicológicos para justificar eso que llamamos lo “humano”. Esta forma de ver y entender la realidad a través del prisma del impulso filosofante sería lo que ha ocasionado el estado de angustia y soledad que caracteriza a toda nuestra especie. Solo un acontecimiento como éste puede explicar la diferencia que hay entre la integridad y suficiencia que demuestran los animales versus la que manifiesta el hombre. Por lo tanto la aparición del ser humano no se debería a un proceso propio de la evolución natural biológica —pues los primates siguen evolucionando sin generar más humanos— sino más bien a una peculiaridad dentro del mismo ser. Se trataría, la humanización, de un fenómeno que, si bien es natural, no es frecuente, como muchos de los que existen en el Universo tales como el supuesto Big Bang y las supernovas.Pero el hecho que lo humano parezca ser un caso extraño no significa que éste no pueda darse con frecuencia ni que sea exclusivo de la especie homo. Esto bien podría ocurrirle a cualquier otro animal en cualesquiera épocas y lugares. No hay razones para pensar que le deba pasar solo a un tipo de ser. La percepción de sí mismo con respecto al mundo no tiene por qué necesitar de manos, pulgares ni del caminar erguido. Si existe la vida en otros planetas, como la probabilidad así lo especula, seguramente es posible que se dé allí también la humanización en algunos de los seres vivientes sin ser estos necesariamente homínidos.

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Igualmente es probable que el primer primate afectado en la Tierra haya sido tan igual que como el hombre actual aunque no en volumen ni en el cúmulo de experiencias. En este punto existen referentes en los que se sustenta esta sospecha: los mitos. Contrariamente a lo que la mayoría cree los mitos no son falsedades ni inventos producto de errores de captación o explicaciones infantiles de la realidad; más bien ellos tienen la virtud de conservar la memoria humana desde sus inicios. Si bien nadie puede hoy observar el momento de nuestra aparición se acepta que el mito es una voz lejana que no permite que los humanos nos olvidemos de nuestros comienzos. Algo de cierto albergan y, si se los toma como fuentes de sabiduría, se puede encontrar en ellos los rastros del origen de nuestro problema descubriéndose que los primeros humanos vivían y pensaban similarmente a los contemporáneos acerca de su problema existencial. Mucho se habla hoy de ciertos órganos corporales, como el cerebro, con el fin de encontrar en ellos las pruebas físicas de lo humano —muy a tono con la moda de querer hallar las bases materiales a todo en este tiempo moderno. Pero en verdad lo que se está haciendo es estudiar las consecuencias del fenómeno mas no así las causas. La habilidad de la mano de un pianista es el resultado de años de ensayos y formación pero no es la explicación del por qué se hizo pianista pues éste no nació así, con dicho miembro dúctil y preciso, siendo, a veces, todo lo contrario. Estudiar el cerebro actual es solo identificar cómo el hombre fue viviendo aleatoriamente su drama a lo largo del tiempo y de qué manera ello impactó en dicho órgano: pero no se puede confundir el resultado con el móvil. El ser humano ya era humano desde un principio, aun antes que tuviese su actual cuerpo y cerebro. Millones de años después de trajinar desesperadamente es que ha ido desarrollando y modificando su tamaño y funciones, pero la explicación de qué fue lo que lo convirtió en humano no está allí como tampoco se encuentra en sus genes. Si bien es probable que los primeros humanos hayan sido tan solo pequeñas criaturas terrestres reptantes —anatómicamente no mayores que algunos pequeños simios— sin embargo ellos ya poseían la angustia en su interior, es decir, ya eran humanos, que es lo importante. Ni el tamaño del cerebro ni su uso hacen a las personas más o menos humanas.Y es desde ese momento que todo para el hombre no ha sido más que un intento por retornar a esa vida anterior: a la de la paz y la existencia equilibrada del mundo animal, equilibrada en el sentido de hallarse siempre resuelta, sin penas ni mayores desgracias para quienes la experimentan. Y todo lo que ha venido haciendo el ser humano no ha sido otra cosa que un ir buscando ansiosamente la manera de regresar a ese estado previo al impulso filosofante, causa de su desgracia, y que vendría a ser, finalmente, el único mal realmente existente. Tanto nuestra forma de vivir como de pensar han tenido siempre el norte de esta recuperación. Entonces se podría decir que todo acto humano no es otra cosa que un intento de volver al paraíso perdido. Así es cómo el hombre ha llegado hasta el día de hoy, cargado con todas estas pruebas y errores llevados a cabo a lo largo de la historia pero sin que haya podido encontrar la respuesta. Es por eso que sigue creando mundos ideales a los cuales siempre tiene que tratar de llegar. A dichos relatos prometedores de soluciones se les llama en este estudio “promesas” porque estas siempre se presentan como situaciones por venir, por llegar, pero solo si se cumple con los requisitos que ellas piden. Las promesas vienen a ser deseos movilizadores llenos de esperanza apuntando siempre al mismo objetivo: devolverle la tranquilidad natural al ser humano. Pero todas las promesas no son igualmente atractivas: solo algunas serán las escogidas por un grupo de seres para quienes ellas se convertirán en su razón de ser. Por eso cada promesa que logra constituirse como tal —puesto que se dan muchos intentos fallidos— aglutinará, en torno suyo, a una cantidad de hombres quienes creerán en ella y decidirán materializarla deseando que ésta se cumpla. Ese esfuerzo para que una promesa se haga realidad, ese cúmulo de acciones y de obras que se realizan para tal efecto es lo que produce y genera la cultura. La cultura vendría a ser toda la conglomeración de sucesos y elementos necesarios para seguir creyendo en una promesa fundacional, aquella que formó a una determinada sociedad humana. Desde el gesto más simple, la actitud más inocente, hasta las acciones, las palabras y los objetos utilitarios más complejos que cada cultura genera son siempre un reflejo de ese drama, de esa búsqueda eterna.

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Introducción

I.El siguiente trabajo es una propuesta que parte de la premisa que la filosofía no es creación de una determinada cultura sino el resultado de un fenómeno llamado impulso filosofante; por ende, aquí se cuestiona la idea convencional de que ésta es un invento exclusivo del pueblo griego y de Occidente. Se intentará demostrar que, así como todos hablamos, cantamos, reímos, realizamos arte, ciencia y trabajamos igualmente todos los seres humanos, sin excepción, filosofamos por el simple hecho de ser seres humanos. Se debe entender que esa capacidad es inherente, es decir, que está en nuestro ser poseerla, al igual que la poesía y la danza. No se trata de una cualidad cultural, de una ciencia o de una técnica específica que necesariamente tiene que ser aprendida para poder efectuarse. Decir lo contrario es producto de la necesidad política del imperio de turno quien requiere consolidar su hegemonía imponiendo la idea que el filosofar es gestación única de sus antepasados y que, para practicarla, se debe pasar por un proceso de aculturación. Se evitará caer en estos prejuicios para poder entender el fenómeno más allá de los criterios contemporáneos. Por lo tanto, si la filosofía no es privativa ni de griegos ni de occidentales ¿qué es finalmente? Para responder a esta pregunta e intentar deshilvanar todo el misterio es que se va a procurar salir del cauce convencional académico empleando las mejores armas que la misma filosofía posee: su poder creativo. La hipótesis que se maneja aquí es que la filosofía fue lo que dio origen al ser humano y que éste la emplea para tratar de revertir dicho proceso. A muchos esta afirmación les parecerá un absurdo porque consideran que tal asunto ya ha sido resuelto por la antropología contemporánea. Para ello ponen de argumento a la síntesis evolutiva moderna como explicación del origen del hombre —como si ésta idea estuviese terminada, oleada y sacramentada y ante la cual ya no se puede poner ni la menor sombra de duda. Sin embargo existen observaciones lo suficientemente justificables como para no considerarla, al menos todavía, como una verdad absoluta, tema que se desarrollará más ampliamente en la Adenda. Una primera observación es la que se refiere al concepto de verdad o a la noción que se tiene de ella. Se suele asociar lo que hasta el momento es “válido” con la “verdad”. Pocas veces se repara en que lo que hoy se cree es algo momentáneo y perecedero. Esto es natural y no hay una actitud perversa en ello y es más bien propio del deseo de tener seguridad pues somos criaturas que necesitamos que exista lo verdadero en nuestras vidas. Pero eso tampoco puede cegarnos al punto de tomarlo como lo totalmente cierto. La síntesis evolutiva moderna, más conocida como la teoría de la evolución o teoría sintética, sigue siendo un conocimiento actual y parcial pero no es lo final, de modo que decir que todo aquello que se le oponga es de por sí un error va contra el propio principio científico de autocorrección. Es dudoso que la humanidad haya encontrado ya la solución definitiva al misterio de su origen. Si así fuera, si algo tan importante como eso estuviese aclarado, el ser humano no tendría por qué seguir sufriendo tanto ni continuar viviendo en el sobresalto puesto que ya sabría de dónde viene y, de algún modo, a dónde va. Siendo un producto de la naturaleza entonces él sería un animal más, y su finalidad no tendría por qué ser distinta de la de todas las criaturas existentes: vivir hasta donde pueda.

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Pero ¿acaso la convicción sobre la “verdad” de esta teoría evolutiva le ha quitado algún peso filosófico y existencial al hombre? ¿No deberíamos estar en estos momentos muy seguros y confiados gracias a que ya sabemos todo sobre nuestro origen y nuestro destino? ¿Por qué, si se supone que ésta es la solución a nuestros más ocultos temores y dudas eternas, no vemos sus resultados? ¿Qué pasa con esta propuesta de la cual el mismo autor, Charles Darwin, dijo que era algo que podría haber ocurrido pero que no necesariamente habría sucedido así? ¿Por qué ella no produce un cambio radical en nuestro ser interior como para hacernos vivir siquiera un poco más confiados que aquellos que la desconocen? ¿Por qué si ahora comprendemos tanto sobre el ser humano no podemos vivir más equilibradamente que los antiguos y, muy por el contrario, actuamos más salvaje y brutalmente que ellos gracias a que nuestras máquinas realizan el trabajo sucio por nosotros? ¿Querrá decir que los humanos, aún cuando sepamos todas las respuestas a nuestras más importantes interrogantes, vamos a seguir estando como hasta ahora: sintiéndonos desgraciados? ¿Qué es lo que no funciona en todo esto? En realidad, la síntesis evolutiva moderna, salvo en lo corporal, no ha respondido nada concreto en cuanto a nuestra humanidad. Si bien se reconoce su valor para explicar el proceso biológico de los organismos no ha resuelto la cuestión principal de nuestro ser que sigue siendo la misma: cuál es la razón de la aparición de nuestra existencia humana, de nuestra esencia de humanos, de aquello que nos hace ser tan diferentes a todos los demás animales. Ahí está el asunto. Es interesante científicamente saber cómo evolucionan los seres vivos, pero ese no es el tema que particularmente a nosotros, los humanos, nos preocupa. Incluso, como esta teoría no ha podido explicar lo puntualmente humano, se ha optado por la estrategia más fácil: hacer aparecer al hombre como si fuera un simple animal, solo que más complejo.En segundo lugar, lo que se tiene con esta síntesis no es otra cosa que una mirada especulativa hacia el pasado. Es decir, esto que se cree que ocurrió es una serie de suposiciones que se sustentan en indicios. Pero ¿bastarán estos indicios para aducir que las cosas fueron efectivamente de ese modo? Porque lo cierto es que con estos mismos indicios también se pueden desarrollar un sinfín de alternativas diferentes. ¿Cuál de todas las hipótesis posibles de hacerse con ellos tendría que ser la que revele lo que realmente pasó? ¿Y quién dice que, así como ha sucedido a lo largo de la historia, esta teoría no vuelva a cambiar de un momento a otro producto de la aparición de un nuevo indicio o de un planteamiento revolucionario? Por otro lado, muchas veces lo que cambia no son los hechos, las pruebas o los datos sino cómo éstos se combinan. En un futuro, usando los mismos huesos que ahora se estudian, puede que se elaboren otras versiones, tal vez opuestas a las actuales. Quiere decir que lo que creemos saber sobre el origen del hombre no es más que una especulación, una deducción, bien sustentada, razonable, pero deducción al fin, que, de seguro, es probable que sufra nuevas transformaciones conforme avance el tiempo y se den otros ánimos, modificaciones que, incluso, pueden ir hacia conclusiones, más que sorprendentes, contradictorias con lo que ahora pensamos que es lo cierto.En tercer término, es posible que dicha teoría funcione muy bien dentro del contexto del dominio contemporáneo de Occidente, pero sería interesante saber si seguiría siéndolo durante la hegemonía de otra civilización y en otro tiempo histórico. Si analizamos bien su origen encontraremos en ella muchas señales que caracterizan la visión propia de un pueblo dominante, el anglosajón, y de cómo éste veía y ve al mundo hasta hoy. Porque resulta más que sospechoso —para muchos que no pertenecen a dicha civilización— ver cómo sus postulados coinciden con un momento en que aparecen las bases de la sociedad de mercado, de la industrialización y de la globalización económica al mando del imperio inglés. Sin embargo eso no debe sorprender puesto que toda civilización genera el tipo de ciencia y tecnología que le es afín, así que es lógico que los conocimientos oficiales que hoy están establecidos sean los que han nacido con y para el sostenimiento de un determinado tipo de sociedad: la capitalista inglesa. Muchos quisieran creer que, al desaparecer Dios como referente absoluto y ocupar su lugar la ciencia, ésta sería neutral, válida para todo y para todos, en todo tiempo y lugar pues ella no tiene raza, color, ni conoce de favoritismos ni discriminaciones. El dios perfecto. Pero eso no es así. La ciencia actual es más occidental de lo que se cree. Durante el desarrollo de este escrito se intentará demostrar que toda ciencia es, en realidad, un producto de la civilización que la genera y no algo universal ni tampoco una verdad categórica. Felizmente el mundo no se ha detenido y congelado para siempre con las verdades de la ciencia contemporánea pues, si no, habría que vivir tal y como estamos hasta el final de nuestra especie o del planeta Tierra. Si las ideas siguen apareciendo es porque la filosofía continúa existiendo y produciendo, y lo que ella genera no es ciencia. Esto significa que aquí no se seguirá el camino del

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cientificismo2, entendiendo a éste como el usar la metodología de la ciencia para trasladarla a otros ámbitos que no son susceptibles de ser analizados de ese modo tales como la religión, los sentimientos, el arte y la filosofía. Se menciona ello porque existe el prejuicio moderno de que es la ciencia la que ha transformado al hombre y lo ha sacado de la animalidad, lo mismo que se decía de la fe cuando la religión era la que imperaba en Occidente. El hecho de que la ciencia tenga éxitos notables en su campo no obliga a pensar que su forma de desempeñarse deba funcionar en todos del mismo modo. Sin embargo, mucho de la filosofía occidental contemporánea ha caído en esa creencia, e intenta semejarse lo más posible a la ciencia asumiendo su método o bien procurando dedicarse a estudiarla como si ese fuera su fin. Ello es dejarse obnubilar y perder el sentido de la objetividad para encandilarse con el aplauso y los halagos del poder de turno que siempre está deseoso de seguir usufructuando los beneficios de la ciencia para sus propios intereses. La filosofía más bien debería recuperar su espacio y personalidad y no dejarse deslumbrar ni amedrentar por los actuales dueños de la ciencia que son los comerciantes quienes la financian y orientan. La filosofía tiene que ser confrontativa y atreverse a “filosofar sin miedo”, como decían los antiguos pensadores griegos. Por ello es necesario tener presente que muchas de las cosas de las que se dicen que son verdades en realidad vienen a ser solo afirmaciones que suelen tener cierta lógica y sentido y que parecen coincidir con los hechos y la experimentación, pero no por eso son necesariamente ciertas. Muchos se entusiasman con la ciencia actual porque ella exhibe resultados momentáneamente verificables y aparentemente exitosos, pero no hay que olvidar también que han existido, y existen, numerosas teorías que han perdurado miles de años funcionando perfectamente, coincidiendo experimentalmente con la realidad y que luego han resultado no ser tan exactas como parecían. Las leyes euclidianas o las de Newton aún sirven porque funcionan en nuestra dimensión humana, pero sabemos que el mundo real no es como éstas lo plantean. Lo mismo para otras proposiciones como la teoría de la relatividad o la teoría cuántica. Por el momento se aplican para numerosas cosas pero ¿será definitivamente la realidad tal como ellas lo dicen? Pues si realmente fueran absolutas ¿por qué hasta ahora no es posible manejar y doblegar a la naturaleza si supuestamente ya tenemos el conocimiento fundamental para hacerlo y eso es poder? ¿Qué les falta a estas ideas para que los humanos sintamos que poseemos la clave del control total para ser así los directores y diseñadores del Universo entero? En medio de tanta exaltación al conocimiento hay algo dudoso pues la mayor parte de la humanidad aún vive en las mismas condiciones que desde hace varios miles o millones de años a pesar que hoy se dice que casi se domina por completo a la materia. Numerosas intrigas dejan estos “grandes logros de la ciencia occidental contemporánea” porque se muestran como gigantescos mas no permiten alimentar siquiera a los pobres niños hambrientos de varios continentes. Si estas maravillas no son capaces de algo tan elemental, como hacer entrar en razón a unos cuantos ricos responsables de las guerras, genocidios y destrucción de la naturaleza, ello implica que no son tan extraordinarias puesto que todavía dependen de los primitivos y mezquinos caprichos humanos, por lo visto más poderosos y determinantes que todos los descubrimientos científicos juntos dado que un simple y atrasado egoísmo pesa y decide más que toda la ciencia en su conjunto. Por eso hay que estar prevenidos sobre aquellas cosas que se presentan muy bien ante la lógica humana pero que no necesariamente son en la realidad lo que parecen. Muchas versiones en la ciencia histórica utilizan estos mecanismos de ensalzamiento para hacer creer hechos que, en verdad, no han sucedido pero que, tal como los exponen, son difíciles de desmentir. Se sospecha que en esas afirmaciones hay algo raro pero se carece de los elementos necesarios para demostrarlo. Con estos discursos los poderosos se vuelven incriticables e incuestionables. Pasa como con los grandes relatos militares contemporáneos los cuales están plagados de falsedades pero sus afirmaciones se hallan lo suficientemente bien construidas como para que todos las crean. Allí todo se justifica desde el punto de vista del vencedor y se cargan todas las culpas, traiciones y maldades al perdedor. Sabemos que el que el ganador sea inocente y el derrotado culpable es algo obviamente imposible, sin embargo a todos nos conviene aceptarlo y avalarlo porque, finalmente, somos los contemporáneos los que disfrutamos de los resultados de esos triunfos. Una guerra no puede reducirse a una simple lucha entre “malos malísimos” y “buenos buenísimos” pero ¿a quién le interesa cuestionarlo? La “verdad oficial” es así, y así la debemos dejar y mantener so pena de ser acusados de traidores o excéntricos. Igual ocurre con las verdades en las otras ciencias las cuales también están configuradas a criterio del dominante y encajan perfectamente con el mundo tal como está estructurado en este tiempo.2 "[El cientificismo es]…la creencia dogmática de que el modo de conocer llamado 'ciencia' es el único que merece el título de conocimiento, y su forma vulgarizada: la creencia de que la ciencia eventualmente resolverá todos nuestros problemas o, cuando menos, todos nuestros problemas 'significativos'.” “El cientificismo, hoy”. Artigas, Mariano. Congreso Mundial de Filosofía Cristiana, Quito, 1989.http://www.unav.es/cryf/elcientificismohoy.html

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Eso mismo también le puede pasar a las ideas de este libro puesto que quizá a algunos les parecerán que tienen sentido, mas eso no quiere decir que las cosas hayan sucedido del modo cómo aquí se exponen. Pero si bien estas propuestas pueden no ser verdaderas al menos podrían ayudar a evaluar algunos puntos oscuros que hay en la verdad oficial. Desear algo más sería no darse cuenta que, como seres humanos que somos, nuestra condición es la de la ignorancia intrínseca, es decir, no sabemos lo esencial de nuestro ser, y que la manipulación de la materia es solo una sabiduría parcial e incompleta; y además que por no poder ver el conjunto, el todo, no tenemos una noción de hacia dónde debemos apuntar u orientarnos, siendo éste el principal problema del llamado conocimiento científico: no tener otro propósito que la relativa y caprichosa utilización humana, cosa que no agota toda la esencia de la realidad. En resumidas cuentas, lo que se intenta en este ensayo es imaginar que, en el pasado, las cosas podrían haber ocurrido de un modo distinto a como lo asevera la historia oficial, emulando de alguna manera al mismo Darwin cuando escribía su famoso libro El origen de las especies. Pero se advierte que no se pretende hacer ciencia sino filosofía, y la filosofía no trabaja con pruebas; por el contrario, lo que hace es proponer situaciones probables que aún no se materializan en los hechos. Pero dirán: ¿y de qué sirve algo de lo cual no se puede estar seguro, que no tiene un sustento en la práctica? De mucho. La mayoría de las cosas en las que el ser humano cree carecen de demostraciones de que efectivamente existan, incluyendo a la misma ciencia que no deja de ser una invención humana para poder saber algo pero bajo el supuesto de que los humanos podamos saber, ya que no estamos seguros que realmente la realidad sea tal como la suponemos y captamos; solo nos consta que algunas cosas funcionan dentro de ciertos parámetros que nosotros mismos hemos creado pero nada más. Es como decir que, porque algo resulta como se lo planea entonces ya se posee la llave del conocimiento, tan igual como pensar que es factible realizar una línea recta que circunde a la Tierra; ello no es posible ya que es esférica aunque, en una pequeña porción de su superficie, esta aparente rectitud sea algo verdadero y útil. Cualquier creencia que tengamos no pasaría la prueba de la certificación absoluta porque todo lo que en el hombre tiene carácter de fe, de convicción o de seguridad no requiere de ninguna comprobación. Si no fuera así, para dar un paso tendríamos que verificar, cada vez, si efectivamente existe el otro pie y si el suelo lo permite, lo cual no tiene sentido. El mismo hecho de vivir es en sí un acto de fe y la fe no se juzga. Se cree porque se lo necesita, y el ser humano, un homo ignorantis, siempre quiere creer que sabe, necesita creer que algo sí es verdad puesto que no podría vivir tranquilo si pensara que todo es falso y que él no “sabe” la razón de su existencia. El escepticismo total, el nihilismo, la suspensión del juicio y el vivir con la duda perenne, si bien pueden ser muy buenos como argumentos para algunos, son inviables para el humano común. La vida real no se puede expresar de ese modo. Siempre hay que creer, aunque sea en el absurdo.

II.Por lo tanto en este libro se hablará también de esa fe, de aquello en lo que queremos creer porque nos parece que es necesario aunque se carezca de pruebas que lo sustenten. Por supuesto que siempre habrá quiénes, aun así, las exigirán antes de aceptar algo, pero para esas mentes estrictas no es la filosofía. La filosofía elabora situaciones inexistentes que están más allá de lo real pero que pueden darse y que la gente sencilla las busca con verdadera pasión y esperanza. ¿Qué pruebas hay de que existan la democracia, la paz mundial, la justicia, el amor, etc.? Ninguna; todo eso es pura fantasía o deseo; sin embargo, ni los más recalcitrantes escépticos dirán que es equivocado buscarlas solo porque no se puedan comprobar científicamente. Un problema con el que se enfrentará este escrito será que no se sumará a lo que dicta la disposición académica de la filosofía occidental contemporánea. Como ella es hegemónica, es decir, representa al pensamiento y las creencias fundacionales de una civilización que domina al mundo, difícilmente va a aceptar una posición, no solo opuesta, sino que incluso intente rebajarla a ser “solo una más”. Pero la simple oposición o contradicción no basta porque cualquier cosa disparatada también podría serlo. Lo interesante sería observar por qué. El argumento que probablemente emplearán para criticar esta obra será el mismo que le endilgan a la llamada Filosofía de la Historia: que se trata solo de una especulación sin verificación ni prueba alguna y que solo es la atadura de una serie de cabos y de hechos que pueden encajar dentro de un esquema meramente mental pero sin un correlato en la práctica; es decir: pura metafísica, pura elucubración. Lo que sucede es que a la filosofía occidental contemporánea le es complicado soltarse de la mano de la ciencia principalmente porque ésta es la actual favorita de los poderosos, ya que con ella es que pueden manejar al mundo a plenitud. Si algo valoran los que gobiernan es todo aquello que les da poder y les permite tener el control; por esta razón es que aman a la ciencia. Pero la aman en su expresión tecnológica vinculada al mercado y a la guerra, no cuando ella los encara con argumentos

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incómodos como cuando les demuestra que sus excesos pueden hacer colapsar al planeta. Ahí sí la ciencia deja de ser lo agradable y verdadera que dicen que es. Así, a través de una mirada “científica”, o mejor dicho seudocientífica, es cómo los dueños actuales del pensamiento —que son quienes deciden qué se difunde, qué se publica o se permite afirmar— evalúan, aceptan o desechan las distintas teorías filosóficas actuales.Por ello la principal dificultad que tiene la filosofía occidental contemporánea es su relación con el poder, cosa que, en realidad, no es ninguna novedad pues siempre ha sido así. Cualquier profesor de filosofía sabe que sin la anuencia de las autoridades ni siquiera podría ejercer su oficio en un salón escolar, de ahí la necesidad que tiene de ver cómo acomoda su accionar de tal manera que no moleste a los que le dan empleo. Al igual que sucede en muchas profesiones, y en especial con las que tocan los hilos del conocimiento, nadie puede destacar socialmente si no es reafirmando el discurso oficialmente establecido. Tampoco es posible obtener financiamiento para alguna investigación o publicación. En esas condiciones es difícil producir algo que vaya a contracorriente del statu quo. Y si, en el mejor de los casos, alguien lo consigue, se estrellará contra los medios de comunicación quienes, o bien le cerrarán todas las puertas, o se encargarán de minimizarlo y desprestigiarlo. Sostener por lo tanto puntos de vista discrepantes al académico occidental es una tarea titánica, arriesgada y peligrosa, y el caso Galileo, como muchos otros, no son anécdotas sino la norma para todas las épocas3 4. En conclusión, la responsabilidad de orientar el pensamiento oficial de toda sociedad no la tienen aquellos llamados filósofos o científicos sino más bien quienes sostienen el aparato formativo: el Estado y los ricos y poderosos. Pero, a pesar de los múltiples inconvenientes a los que se enfrenta la creatividad humana ella es incontenible. Y aunque se haga lo imposible por acallar a los pensadores, a los artistas e iconoclastas estos siempre se las arreglarán para hacer que sus obras atraviesen y superen todos los obstáculos y censuras. Tarde o temprano los propios pueblos terminan siempre por acoger los trabajos e ideas que estos renovadores elaboran en vista que los necesitan con urgencia para poder respirar un poco de libertad y esperanza, algo que los sistemas imperantes no suelen ofrecer ya que, por el contrario, se dedican a imponer el orden, el miedo y el control como sucede hoy en Occidente y su “lucha eterna contra el terror”. Los verdaderos filósofos, como los poetas, siempre son pocos. Las sociedades no requieren más porque sus obras son lo suficientemente significativas como para influir en toda su época y transformarla. Pero no siempre son conocidos y reconocidos. En la mayor parte de los casos son suplantados por quienes provienen de las instituciones oficiales. A estos últimos el sistema mediático

3 “El movimiento de la Tierra parecía afectar al cristianismo desde otro punto de vista. El Diálogo de Galileo contenía críticas muy fuertes contra la filosofía de Aristóteles, que se venía usando, al menos desde el siglo XIII, como ayuda para la teología. En esa filosofía se admitía, por ejemplo, que en el mundo existe finalidad, y que las cualidades sensibles existen objetivamente y forman la base del conocimiento humano. Estas ideas parecían arruinarse con la nueva filosofía matemática y mecanicista de Galileo. La nueva ciencia nacía en polémica con la filosofía natural antigua, y no parecía poder llenar el hueco que ésta dejaba. Aunque las críticas de Galileo al aristotelismo se redujeran a aspectos concretos de la física que, ciertamente, debían abandonarse, parecía que la nueva ciencia pretendía arrojar fuera, como suele decirse, al niño junto con la bañera. Este problema sigue siendo actual. Incluso puede decirse que el progreso científico de los últimos siglos lo ha hecho cada vez más agudo. Son muchas las voces que piden un serio esfuerzo para integrar el progreso científico dentro de una visión más amplia que incluya las dimensiones metafísicas y éticas de la vida humana. En este sentido, los que veían en la nueva ciencia una fuente de dificultades no estaban completamente equivocados. Por supuesto, el problema no es de la ciencia en sí misma, de cuya legitimidad sería absurdo dudar. El progreso científico es ambivalente y el hecho de que pueda utilizarse mal no significa que deba castigarse a la ciencia. Simplemente intento subrayar que, en el fondo del caso Galileo, se encuentran algunos problemas que son reales, siguen siendo actuales, y esperan todavía una solución. Cuál sea el alcance del conocimiento científico es uno de esos problemas.” Artigas, Mariano. “Lo que deberíamos saber sobre Galileo”. En Web ACI prensa. http://www.aciprensa.com/controversias/galileo.htm

4 “…tanto Averroes como Sigerio de Brabante defendían el derecho de filosofar con independencia de la religión. “No tenemos nada que ver con los milagros de Dios”, era la protesta de Sigerio de Brabante, “pues tratamos las cosas naturales de un modo natural”. El movimiento averroísta entonces tuvo como su objetivo la separación de filosofía y teología, así como la liberación de la razón para llevar a cabo su trabajo sin ningún tipo de control por parte de la religión. Boecio de Dacia ilustra esta actitud en un opúsculo sobre la vida filosófica (El mejor estado posible para el hombre), donde esboza un orden moral natural separado del orden sobrenatural de la gracia y de la beatitud. En 1270 y en 1277 hubo violentas reacciones contra el averroísmo latino por parte de los agustinianos tradicionalistas. Las doctrinas del movimiento fueron condenadas por el obispo de París y los líderes fueron citados a corte eclesiástica. Sigerio de Brabante huyó de la Universidad de París y se refugió en la corte Papal, donde habría de morir hacia 1284.” “La resurrección de Aristóteles y la filosofía tomista”. Maurer, Armand. En revista Praxis filosófica. Universidad del Valle, Departamento de Filosofía. Colombia. http://praxis.univalle.edu.co/numeros/n16/andres_lema.pdf

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los enaltece de tal manera que llegan a convencer momentáneamente a la gente que son quienes dicen que son. Pero su gloria no dura mucho en vista que, con el tiempo, sus producciones —que sirven para consolidar la estructura del poder— son rápidamente olvidadas y superadas por otras menos dóciles y complacientes. Al final la humanidad los termina desechando como parte del panorama superado, perdiéndoles así el respeto que alguna vez les tuvieron.Eso no pasa con los auténticos poetas y filósofos. Pueden estar ocultos y marginados por un tiempo pero, primero subterráneamente, y, luego, abiertamente, el pueblo los empieza a identificar y a considerar como sus legítimos representantes. En muchos casos sus vidas son misteriosas a causa del poco conocimiento que se tiene sobre ellos al punto que se convierten en imágenes míticas. Pero lo cierto es que su influencia, al principio subrepticia y después desembozada, se empieza a sentir recién cuando se comienza a aceptar lo que ellos proponen, cosa que casi siempre suele ir a contramano de lo establecido. Cuando ello ocurre es que se avecina un cambio en el pensamiento, lo cual quiere decir que un filósofo logró parir una idea que ofrece nuevas opciones a quienes no las tenían prometiéndoles un mundo nuevo a todos aquellos a los que, en la actual sociedad instituida, se califica como “perdedores”. Cuando se dice “a quienes no las tenían” o “perdedores” no se está hablando únicamente de los pobres, como podría pensarse, sino de los seres que sienten que las cosas, tal como están, no representan lo que ellos hubieran querido, así vivan abrumados de carencias o asfixiados en riquezas. El autor de este libro está convencido del enorme poder que tiene la filosofía para afectar al ser humano de tal manera que le puede trastocar todo el mundo que conoce. Sin la filosofía el hombre seguiría siendo el animal que fue y estaría en el mismo estado en el que se encontraba antes de su aparición pues no tendría por qué modificar nada ya que todo en la naturaleza está siempre en el lugar que le corresponde. Si la humanidad ha llegado a ser lo que es no es por causa de sus necesidades —pues en ese caso todos los seres animados deberían ser humanos ya que todos las tienen— ni por el desarrollo de su cerebro —pues también todos lo poseen— sino porque la filosofía, generada por este extraño impulso filosofante, ha ido transformando a lo largo del tiempo la forma de entender nuestro problema existencial. Es función y finalidad de los filósofos el diseñar mundos nuevos donde puedan vivir los seres afectados por dicho impulso, lo que no significa que tales pensadores sean los que vayan a disfrutarlos ni tampoco a gobernarlos. Los filósofos, si bien están preparados para inventar esos mundos, carecen de la capacidad para llevarlos a la realidad. Son tan prácticos como los poetas y casi nunca resultan debidamente reconocidos por su época. Sus vidas, por lo general, suelen ser aburridas, simples y desabridas, por ello mal se haría en creer que ser filósofo signifique lo mismo que convertirse en un gran líder, una estrella pop o un as del deporte. Quien se mete verdaderamente a filósofo es porque no lo puede evitar y porque sus condiciones personales se orientan hacia ello. Sin embargo, no faltan quienes ven en la filosofía un camino hacia la fama y el poder; es por eso que el mundo actual está plagado de individuos que se pasean por los pasillos de las más poderosas instituciones repitiendo frases e ideas que se asemejan a la filosofía verdadera pero que, una vez dichas, nada pasa, nada cambia, mientras que los poderosos que los financian siguen en su lugar inmutables, aplaudiéndolos. El premio por sus servicios son sus publicaciones y el ver sus nombres en los lugares más destacados de la intelectualidad, a lo que se agregan los reconocimientos y homenajes. De este modo ellos llegan a creer que son realmente auténticos filósofos y que sus ideas están transformando al mundo cuando, en realidad, solo lo están bendiciendo o “perfeccionando“, para alegría de quienes lo conducen.Se enfatiza esto con la intención que el lector sepa bien qué terreno pisa y qué puede esperar al leer este ensayo. Además tiene que darse cuenta que toda obra no es independiente del autor y que, tal como éste es, así se manifestará su producto. No se puede creer que detrás de un hombre torcido, necesitado, sicópata o ambicioso pueda hallarse un trabajo enaltecedor, noble, justo y valiente; lo mismo en el caso contrario. La filosofía es tarea de luchadores feroces pero contra el sistema, cualquiera que éste sea. El esfuerzo de los filósofos estriba en hacer algo que ofrezca una mejor opción que la que ya existe, y eso implica ir necesariamente a contramarcha del poder. Sin esto, sin el empecinamiento en buscar lo inexistente, sin el pugilato ideológico que ello desata, no hay señales de que se esté ante una verdadera filosofía sino solo ante profesores de la misma quienes se dedican únicamente a repetir lo ya conocido y a llevar la contabilidad de las ideas que han existido y en dónde se ubican en el armario de las teorías perdidas. Como guardianes del tesoro, las sacan a exhibir en determinados momentos para demostrar que son los sumos sacerdotes de dicha religión y que nadie más que ellos las pueden entender e interpretar. Luego las guardan meticulosamente en el sagrario para que a ninguno se le ocurra tocarlas sin su permiso. Es así cómo muchos pensamientos excelentes, pero obviamente subversivos, son colocados lejos de la gente con la estratagema de glorificarlos para volverlos inalcanzables y, de ese modo, no se descubra el secreto que esconden y el peligro que representan como armas de libertad.

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III.El método que se ha procurado seguir aquí es el del filosofar basado en la razón empleando la deducción retrospectiva de lo que es el ser humano, tomando como referentes el conocimiento y los hechos actuales. Se hace hincapié en esto por cuanto, como ya se ha dicho, la tendencia contemporánea apunta a justificar solo desde el punto de vista científico las cosas, llegando al extremo de caer en su deformación: el cientificismo. Ni el arte, ni la poesía, ni la filosofía pueden ser abordados como productos de la ciencia, de tal modo que el lector debe estar atento a sintonizar su mente en otro sentido para poder asumir los distintos temas en los diferentes planos que posee el saber humano y no quedarse solo con el del experimento y su demostración. Por ello es que se ha hecho todo lo posible para evitar expresiones en forma categórica como hablar de leyes, normas o axiomas; solo se expondrán suposiciones, todas las cuales únicamente buscan servir de motivación para el pensamiento con la finalidad que alguien pueda encontrarlas, en su momento, pertinentes. Por ello este trabajo no debe ser tomado como demostración de algún tipo de verdad o usado para hacer afirmaciones de similar especie. El tema de la verdad es materia exclusiva de la religión, y a la filosofía solo le corresponde la especulación y la visión imaginaria de opciones mejores. Ese es el mejor legado que puede ofrecerle al ser humano. Al final se encontrará una Adenda titulada “Observaciones a la explicación del origen del hombre que se derivan de la teoría de la evolución”, en la que se exponen algunas objeciones a los presupuestos conceptuales en los que se basa dicha teoría, lo cual no es lo mismo que negarla. El cientificismo es una actitud que procura reemplazar la opción metafísica por la afirmación científica considerando que solo es cierto aquello que se puede demostrar mediante una comprobación. Con ese criterio se ha creado la idea moderna de la aparición del ser humano. Mas cuando se analiza desapasionadamente el tema se descubren deducciones, creencias y asociaciones que, si bien la síntesis evolutiva moderna realmente no presenta como dogma, sus seguidores las dan por totalmente ciertas. Hasta el mismo Charles Darwin pensó también haber encontrado la fórmula que podría explicar todo sobre el origen del hombre. Pero existe allí más un deseo que una realidad y muchos se han dejado llevar por el entusiasmo de querer hallar en ello una “verdad”. Lo que se pretende decir es que la aceptación de dicha teoría tiene que ver con la hegemonía de Occidente, la era industrial y la necesidad de adaptar al mercado una forma de entender al ser humano, algo que no está en las áreas de la biología y la antropología sino más precisamente en los de la sociología y la política. Por último, es necesario indicar que las ideas de este libro son producto exclusivo de la propia reflexión y responsabilidad del autor y no provienen de otros textos o pensadores; por ello es que no se encontrarán conceptos ajenos ni las acostumbradas y copiosas citas, salvo las que sean estrictamente necesarias. Todo filósofo es en sí una corriente de pensamiento particular y no tiene por qué sumarse a otras que no son suyas ni buscar referentes o sustentos en sus colegas. Por eso se reitera que la filosofía es más parecida a la poesía que a la ciencia, ya que la primera busca decir algo particular e imaginario mientras que la segunda es una sumatoria, una acumulación producto de los aportes de muchas mentes y a la cual todos pueden y deben tener acceso. Son, pues, dos cosas muy distintas y se procurará hacer notar esta diferencia durante el desarrollo del tema.

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Glosario

Impulso filosofante Es el nombre propuesto para denominar a un fenómeno, desconocido hasta el momento, el cual ocasiona en el ser que lo sufre la percepción de estar existiendo al margen de la naturaleza, una individuación, una independización del contexto, produciéndole con ello una terrible angustia y un cuestionamiento al porqué de esa situación, cosa que viene a ser el filosofar. Es algo que transforma a un animal en humano sin importar el tipo de organismo en donde se dé.

PromesaEs el discurso que toda filosofía elabora y que consiste en la formulación de una teoría que, supuestamente, debería llevar, a quien crea en ella, a retornar a la forma de vida anterior al acaecimiento del impulso filosofante. Se dice que este discurso es una promesa porque se plantea de manera potencial, en donde el creyente debe seguir todos los pasos que ésta indica para que se cumpla y porque, por principio, no puede ser considerada como un hecho real y presente, como una verdad ya aceptada. Las promesas dejan de serlo solo cuando se transforman en “verdades”, y ello generalmente ocurre por imposición del poder de turno convirtiéndose éstas, muchas veces, en las bases de las religiones.

Facultad sensorialEs la capacidad que tienen los seres animados de recibir, mediante los sentidos, toda la información proveniente tanto del interior como del exterior del ser.

Facultad razonalEs la capacidad que evalúa y procesa en la mente la información que proviene de los sentidos y de la memoria. Su producto final son las diferentes elecciones o alternativas de respuesta posibles a dichos estímulos. No se puede dejar de razonar a no ser que se lo haga a propósito. Todos los seres animados la poseen.

Facultad intuitiva Consiste en la capacidad de todo ser animado de poder decidir por sí mismo qué hacer después de haber evaluado la información mediante su razón y tener presentes las probables respuestas. Es una acción compulsiva que da origen a la voluntad, parte fundamental para el desenvolvimiento de la vida.

FactosEs el elemento base para el filosofar sensorialista y puede ser un acontecimiento material, una acción practicada o un objeto significante. Muchos factos unidos crean los discursos sensorialistas. Estos se expresan mediante la propia naturaleza o a través de las diversas manifestaciones no hablativas o lectivas del ser humano como son los sonidos, los paisajes, las danzas, etc.

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LogosViene a ser la palabra, y es la unidad de sentido con la que las filosofías razonalistas crean sus discursos, hablados o escritos, con los cuales se elaboran las promesas de tipo razonalista.

EstrosConsiste en una introspección, una sensación o una percepción acerca de realidad que no se puede realizar ni con los sentidos ni con la razón. Es la esencia de los discursos intuitivistas.

ComprenderEs lo que el ser humano capta del comportamiento o desenvolvimiento de la naturaleza asumiendo que ello es lo que él debe hacer también. Es tratar de imitarla en lo posible bajo el convencimiento que ésta se halla en lo correcto mientras que el hombre está en el error. Para ello se requiere de los sentidos. Es el objetivo final de las filosofías sensorialistas.

ConocerConsiste en identificar en la mente las partes mínimas y esenciales que componen la materia con la intención de poder combinarlas de una manera diferente. Es el objetivo final de las filosofías razonalistas.

EntenderEs el adquirir o captar y poner en práctica el mensaje proveniente de las fuerzas que, teóricamente, hacen actuar a la naturaleza. Esto se da al amparo de la creencia de que nada existe ni sucede sin que esté de por medio una voluntad o intención de alguien o de algo que así lo desee. Las filosofías intuitivistas tienen como meta el descubrir dichos entes o causas.

RazonalidadEs el uso de la razón para el ejercicio del filosofar.

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El impulso filosofanteHacia una nueva conceptualización de la filosofía

SíntesisLa humanidad se origina cuando, por alguna razón que aún no se conoce bien —y que el autor denomina impulso filosofante— nuestros antepasados iniciales adquirieron la capacidad de autopercibirse en el mundo, de darse cuenta de su propia existencia aparte de la naturaleza. Esto produjo en ellos un profundo estado de angustia y una inmensa sensación de abandono a raíz de la pérdida de la estabilidad y tranquilidad que les daba el seguir siendo unos simples animales más. Debido a esto es que sintieron la necesidad de crear, mediante el mismo impulso filosofante que les causó el problema, formas sustitutas a las de la naturaleza para intentar recuperar el estado de equilibrio que tenían antes del suceso. Dicho esfuerzo creativo es lo que se conoce como la filosofía, entendida entonces como la actividad dedicada a la elaboración de suprarrelatos o discursos, llamados promesas, los cuales plantean la meta a la que tienen que aspirar todos aquellos que han sufrido tal impulso, o sea: qué deben hacer para regresar a la situación previa a éste. A fin de elaborar tales promesas la filosofía emplea las tres principales facultades que poseen los seres animados: la sensorial, la racional y la intuitiva. De esto es que surgen cada uno de los tres principales métodos filosóficos: el sensorial, el razonal y el intuitivo, los cuales dan origen a la mayoría de las filosofías conocidas. Las promesas se llaman fundacionales cuando generan, en torno a ellas, culturas, sociedades y civilizaciones; esto debido a la capacidad cohesionante e identificante que poseen. Dichas sociedades subsistirán mientras los seres humanos que las integran tengan fe en que tales promesas algún día se cumplirán. Pero éstas, para seguir siendo lo que son, no deben cumplirse pues perderían su poder de atracción. Ante dicha imposibilidad con el tiempo sus seguidores inevitablemente dejan de creer en ellas. De ese modo las culturas que nacieron bajo sus influjos a la larga se disolverán y desaparecerán. Por lo tanto la filosofía vendría a ser la causa de la aparición de los seres humanos donde lo humano no se entiende como algo antropoide sino como un estado de percepción frente a la realidad. Al mismo tiempo, el filosofar viene a ser también el remedio que los hombres necesitan para aliviarse de las consecuencias del impulso filosofante. En conclusión, la filosofía es el origen de la tragedia humana pero a la vez el bálsamo para mitigarla.

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1. Las facultades de los seres animados

Los seres animados, todos los animales, no solo poseen la facultad de la sensación sino también las de la razón e intuición, entendiendo esta última como lo que cada ser decide realizar después de haber obtenido la información a través de sus sentidos y la memoria y haberla procesado mediante la razón. No se utilizarán aquí términos biológicos o químicos porque eso es materia de dichas especialidades y principalmente porque ni la razón ni la intuición poseen una realidad física, como tampoco la tienen la poesía o el amor. Y se dice esto porque es una actitud contemporánea muy común, propia del cientificismo, el tratar de explicar los temas filosóficos a través de leyes y términos científicos o procurar encontrarles algún sustento material. Por ejemplo: es obvio que para hacer poesía se requiere de un cerebro, pero de ahí a decir que en éste debe hallarse la “zona de la poesía” es algo que, por lo menos hasta ahora, no tiene asidero, como también el suponer la existencia de un “gen poético”. De modo que aquí se procurará discurrir dentro de lo filosófico, únicamente acudiendo a la ciencia, o a otro conocimiento, cuando sea estrictamente necesario.

Descripción de las facultadesA. La facultad sensorial abarca la mayoría de los procesos que tienen que ver con el organismo:

alimentación, sensación, reproducción, movimiento, etc.B. La racional comprende la actividad de recepción y análisis de la información proveniente tanto del

interior como del exterior del organismo, a lo cual se agrega todo aquello que alberga la memoria.C. La intuitiva implica aquello que va más allá de lo que elabora la razón y que tiene que ver con el

proceso de la voluntad, que es la capacidad que cada ser tiene de tomar la decisión final que lleva al actuar y a dar alguna respuesta a los estímulos.

Esta última facultad, la intuitiva, muchas veces la incluyen dentro de la razón, por lo que se suele confundir ambas. Sin embargo, mientras que la razón es el receptáculo de la información y es la que realiza la evaluación, la intuición es aquella que fuerza y obliga al ser a reaccionar ante ello, a tomar una opción; y es además la que impulsa, en el caso humano, a crear la cultura, el arte, la invención o la innovación. Quiere decir que todo lo que está en la razón siempre pertenece al pasado, a lo que ya existe y se hizo, mientras que la intuición es la generadora del futuro, de lo que aún no se da pero que puede ser. Esa es la explicación de por qué, por ejemplo, la actual cibernética no puede crear seres animados: porque hasta ahora ella solo es un calco de cómo opera la razón, faltándole “inculcarle” a las máquinas la facultad de la intuición para que éstas sean autónomas y “puedan escoger” sus propias acciones por sí mismas, no aplicando las que están previamente programadas pues, en el reino animal, las respuestas no son necesariamente aquellas que la razón deduce o “recomienda”; la máquina no puede optar por otro camino que no sea el que se haya preestablecido; no es capaz de decidirse por algo que venga de “la nada” o que vaya en contra de lo recomendado y previamente evaluado; por ejemplo: no se suicida o se niega a responder. Dicho de otra manera: la razón nunca “se sale del libreto”.

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La intuitividad, en cambio, da origen a la voluntad, a la capacidad que tienen todos los organismos de elegir aún en contra de lo establecido o de lo “razonable”. Ello hasta el momento no puede ser replicado pues es la característica más compleja de la vida y, por eso, las máquinas no logran ser seres vivos. Si la naturaleza fuera solo “racional”, si se comportara según lo elaborado por la razón, toda ella sería un sistema de acción y reacción en donde lo que ingresa por un lado saldría por el otro, como si fuese una imprenta. Precisamente la síntesis evolutiva moderna tiene este corte razonalista, por eso solo puede explicar la mecánica de la evolución en su aspecto biológico-material ya que sigue los lineamientos matemáticos y lógicos que caracterizan a la razón. No toma en consideración la facultad de la intuición, que implica asumir decisiones independientes en el proceso de la vida por lo que no concibe que, en el desarrollo de la naturaleza, participe también la voluntad. Para el evolucionismo todo es físicamente automático, producto de una situación mecánica y química sin que otro factor intervenga en el asunto. Mira a la vida como una cosa, punto de vista que hasta ahora tiene Occidente acerca de la realidad. Se debe recordar que tal teoría se formó en una época en que la sociedad industrial y la maquinización se implantaban en Inglaterra, de ahí la concepción del mundo que tanto Darwin como Wallace no pudieron evitar influyera en ellos como en su momento lo hizo en Newton para que pensara que el Universo era como un reloj. No se vaya a interpretar con esto que existe una ojeriza contra la razón; nada más absurdo. Lo que se está sugiriendo es que Occidente la ha utilizado como medida de todas las cosas, tanto para investigar a la naturaleza como para conocer al ser humano. Sin embargo lo que aquí se propone es la idea que la dimensión de la vida y del hombre no se agota solo en la razón puesto que los seres animados tienen dos facultades más sin las cuales no podrían serlo.

A. La facultad sensorialLa facultad sensorial es aquella que permite que todos los seres vivos recibamos información sobre lo que ocurre dentro de nuestro organismo y fuera de él. Ésta es la forma cómo nos conectamos con la realidad. Ella nos proporciona todo lo que necesitamos para adaptarnos y vivir eficientemente. Vista tanto mediante la simple observación como a través del estudio de la biología se puede decir que la facultad sensorial realmente existe, y que viene a ser la primera fuente de verdad que los organismos poseen. Es, por esencia, la más confiable de las facultades puesto que sin ella la vida sería insostenible ya que, si tuviéramos datos falsos, no podríamos saber lo que realmente le ocurre a nuestros cuerpos y no sobreviviríamos. Tampoco es difícil comprobar que se trata de la facultad primera, la que aparece antes que las otras y que tiene que ver con el mantenimiento y la conservación del ser. Está conformada por una base material hecha de numerosos órganos, principalmente aquellos relacionados con el sistema nervioso y su centro de operaciones: el cerebro. En la actual época moderna toda la información referente a esta facultad se encuentra al alcance de la mano y forma parte de los estudios educativos elementales, por lo que aquí no se insistirá más en su descripción.

B. La facultad racionalTodos los seres animados, y no únicamente el ser humano, poseen una razón que es la receptora de la información que proporcionan tanto los sentidos como la memoria. Habrá quienes lo nieguen ya que ésta no tiene un soporte material; de lo que se habla ahora es más bien del cerebro, que sí es algo concreto y pareciera que allí se realizara todo el proceso del razonar, a manera de conexiones electromagnéticas. Pero esa posición empírica no llega a descartar la existencia de la razón, al menos como producto de la sinapsis. Si no, con ese argumento también podrían negarse cosas como la lógica o la matemática que tampoco cuentan con un soporte material. Mucho se ha estudiado acerca del modo en que se realiza el proceso racional y se puede decir que, en resumidas cuentas, todo ser animado, de manera no voluntaria, evalúa la información procedente de los sentidos como si de un discurso continuo se tratase. Este discurso tiene un principio y un fin, va de menos a más, encuadrado dentro de un mismo patrón de comportamiento y se realiza por etapas en un transcurrir de tiempo, algo similar a como se desenvuelve la música. Todo eso produce, al final, una selección de las variables más adecuadas a elegir como respuesta. Es en este punto que el proceso del razonamiento culmina para dar paso a la intuitividad, la tercera de las facultades, que es la que finalmente se encargar de llevar a cabo la acción. El razonar es imposible de evitar a no ser que expresamente se lo anule. En este punto probablemente muchos dirán: ¿posee razón una ameba? Necesariamente sí. Si se la expone a ciertos estímulos se ve que los selecciona para sopesarlos y, a partir de ahí, poder reaccionar. Lo interesante es que no todas las amebas van a hacerlo de igual forma. ¿Por qué? Porque la vida se caracteriza por ser multifuncional y plurivalente. Lo maravilloso de los seres vivos es que ninguno es idéntico a otro ya que nadie reacciona de la misma manera. Eso significa que siempre existirá un porcentaje de desigualdad que permitirá la renovación de las especies. Sería menospreciar

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a la vida suponer que, salvo el hombre, los seres que ella genera no tienen sus “razones” para actuar las cuales, aunque sean diferentes a las de los humanos, les permiten la eficacia necesaria para existir. Y por mucho que nos preciemos de la manera particular cómo razonamos es probable que no sobrevivamos como especie más tiempo que dichas amebas. Ellas demuestran que, con su sencillez y simpleza, son más capaces de adaptarse a los retos de los cambios del Universo. Si nuestra razón humana fuese “superior”, como creemos, ¿cómo es posible que no superemos, en cuanto a capacidad de supervivencia, a animales tan “inferiores” a nosotros? Solemos pensar que algo que es más complejo es sinónimo de mejor, pero es sabido que mientras más sencillos y directos son los procesos resultan más exitosos que los complicados. Frente a los organismos unicelulares los seres humanos somos menos eficientes y más susceptibles de desaparecer con la más ligera modificación del medio ambiente, por mucho que imaginemos que nuestra actual tecnología pueda suplir ello.

C. La facultad intuitivaLa tercera de las facultades básicas de todo ser vivo es la intuitividad, que se mencionó que es la que impulsa a dar una respuesta a los estímulos ya razonados y que da origen a la voluntad. Si bien la información la recogen los sentidos y la razón la procesa esto no se queda ahí: existe una actividad adicional a todo ello. Así como no se puede dejar de sentir y tampoco de razonar, porque ello llevaría a la muerte, tampoco se puede evitar intuir sobre qué se cree que es lo más conveniente por realizar. Se dice que la razón abarca todo el proceso, incluyendo a la voluntad misma, presuponiendo que el actuar es solo una parte del razonar. Sin embargo, si se observa bien, los seres animados no somos exclusivamente racionales. Existe un proceso que nos da a todos la opción de poder decidir por nuestra propia voluntad y riesgo. Si todos respondiésemos automáticamente a las sensaciones y al análisis de la razón entonces seríamos únicamente máquinas orgánicas iguales y uniformes que funcionaríamos del modo “a tal situación, tal respuesta”, y aquellos que no pudieran hacerlo se extinguirían. Este es precisamente el problema del esquema evolucionista: es un planteamiento al que le falta la facultad de la intuitividad, indispensable para entender a los seres animados puesto que existe en todos ellos un porcentaje de voluntad que no consiste en una simple selección de opciones ni un acatamiento inmediato a los sentidos. Esta situación se ha venido a llamar en el mundo humano “libertad”. Todos los seres animados tenemos siempre la libertad de escoger ante los hechos que se nos presentan y, en algunos casos, hasta elegir la muerte del propio organismo, lo cual es una contradicción con lo que elabora la razón pues ésta siempre procura “lo mejor” para la preservación del ser. Solo así es cómo se pueden entender los vacíos que existen en el actual conocimiento de la vida animal. Los humanos modernos vemos a los animales como seres sin voluntad, sin libertad, y ahí está nuestro error. La historia de los animales está plagada de decisiones inusitadas y, muchas veces, ajenas a los intereses de su especie, aunque con grandes diferencias entre ellos pues la capacidad de optar por sí mismos es lo que les da la fuerza e independencia necesarias para su realización y el desarrollo pleno de su ser. Los seres animados, sin esa libertad natural de continuar o no en el “camino correcto” que les manda la naturaleza, no serían lo que son sino apenas un juego de video donde todo estaría programado de principio a fin. Quiere decir que la libertad, que siempre la hemos asociado únicamente a lo humano, en realidad no es tan nuestra sino que le pertenece a la vida misma, y no somos sus inventores sino más bien la hemos heredado de ella puesto que ésta necesita siempre hacer animales más seguros y confiados en ellos mismos en vista que el elegir, cosa que conlleva un riesgo para la existencia, es lo que reafirma y da seguridad para el crecer y madurar. La vida siempre brinda a todos sus seres la opción entre aceptar los lineamientos naturales o arriesgarse a un peligro mortal. Por eso muchos mueren, sí, pero otros sobreviven con el conocimiento de la experiencia de haber probado el reto que les ofreció la naturaleza. La intuición es, de este modo, tan necesaria para la vida como lo son los sentidos y la razón. De esto se deduce que las elecciones de los seres vivos, acertadas o no, son parte inherente del proceso vital y de su evolución.La intuitividad permite tomar acciones que no provienen del análisis racional y, al igual que pasa con la razón, tampoco se sabe cómo funciona ni si tiene una base material. Y nos consta que se da puesto que sin ella nada podríamos haber creado más allá de nuestras necesidades inmediatas y no seríamos capaces de imaginar algo antes de que las cosas sucedan. Las operaciones de la razón, facultad que es siempre una censura a todo aquello que vaya en contra de su típico modo de actuar (como es el captar, ordenar, clasificar y concluir sobre datos reales y lógicos, siendo el hablar o el volar, por ejemplo, actos irracionales) no son suficientes para concebir cosas que no existen pues idear algo no existente, que no se da en la realidad, es actuar “irracionalmente”. En cambio la intuición nos alienta a creer que eso que parece ilógico sí puede ser, lo cual nos permite ir construyendo infinitas

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posibilidades y numerosos mundos solo concebibles en nuestra mente, aunque después podamos configurarlos fuera de ella. Incluso muchas de nuestras invenciones ni siquiera podrían plasmarse en los hechos pero sí en nuestro mundo interior, de manera puramente teórica, aunque vayan también “en contra de la razón” —como puede ser un caballo con alas. La intuitividad, llevada al extremo, puede hacer también que vivamos una vida totalmente irreal, sin siquiera tener contacto o comunicación con el mundo exterior, cosa que de alguna forma intentan realizar aquellos que se dedican, por ejemplo, a la meditación pura, alejados de las sensaciones y las especulaciones razonales. La intuitividad es la que da origen a la voluntad porque hace independiente al ser de las “sugerencias lógicas y sensatas” de los sentidos y de la razón. Por ejemplo, si bien es cierto que es necesario alejar al organismo de algo que lo quema, la voluntad puede ordenar lo contrario. Igualmente, si la razón deduce que cierto movimiento es imprescindible para lograr un objetivo, la voluntad puede negarlo y buscar otro camino “no racional” con el objetivo de lograr un diferente tipo de resultado. Tanto la yoga como el arte, en especial el abstracto, se basan en estos postulados, así como la mayoría de los descubrimientos de la ciencia que surgen de combinaciones no lógicas ni dadas espontáneamente. La voluntad es lo que hace al ser libre de la esclavitud de la razón, de los sentidos, de la configuración biológica y genética y es la que lo proyecta hacia desconocidas realidades posibles, diferentes a las del plano sensible, haciéndole vivir experiencias a las que el organismo jamás hubiera podido acceder de manera natural. Aparentemente la voluntad tiene su asiento en el interior autoperceptivo del ser; aún sin manifestarse o sin ejecutar acción alguna existe en forma potencial. Esto permite que el ser sepa que es dueño de sí mismo; que ‘es’, no porque “piense que él exista”, lo cual es un tipo de reflexión, sino porque es consciente que tiene el poder de decidir. En este caso, la identidad no se reflejaría en el “pienso, luego existo” sino en “decido, entonces existo”, cosa que permite diferenciarnos de las máquinas que también “piensan”, combinan información, pero no deciden libremente y, por ello, no tienen existencia animal. La voluntad es la capacidad de responder o no a los estímulos; viene a ser el centro de todo desde donde parte la orden de vivir o no vivir, de querer o no querer. Según esto, todo el drama del ser humano se encuentra en que él persiste en querer vivir como humano y no como animal, yendo así en contra de las leyes naturales —sin saber por qué lo hace— negándose a aceptar la necesidad de morir ante esta coyuntura. Tal persistencia de vivir humanamente, a pesar de ser “absurdo” e ir “en contra de la naturaleza”, es una alternativa que él tiene y que la asume, aún en oposición al medio que le es adverso a ello. Piénsese en todo lo que nuestro organismo nos pide y cómo se lo “negamos” constantemente a través de la represión de nuestros impulsos físicos espontáneos. La intuitividad permite escoger siempre; con ella el ser vivo sabe que no es materia inerte y tampoco un objeto, sujeto a los embates de las circunstancias, y de la aleatoriedad de las reglas de la naturaleza. Gracias a la intuitividad percibimos que lo que nos acontece es por nuestra propia decisión y no porque sea algo inevitable y obligatorio, que es lo que de algún modo propone la síntesis evolutiva moderna. Es por nuestro deseo que asumimos las distintas formas de vida que conocemos y es por ello que, finalmente, hemos llegado a ser lo que somos y no por el simple devenir evolutivo o por el azar, puesto que nadie vive porque sí; la existencia implica un esfuerzo de ser. Si hubiéramos querido vivir de otro modo lo podríamos haber hecho y no seríamos lo que somos ahora. Ni las costumbres, ni el medio, ni el ADN pueden impedir que el ser vivo haga su voluntad cuando así lo desea. En fin de cuentas, sin la intuitividad nada de lo que somos hubiese sido posible puesto que todo intento de cambio siempre es rechazado por la razón a la manera de “esto es algo disparatado, irracional”, que es lo que decimos ante cualquier novedad, lo cual demuestra que no han sido las manifestaciones de la razón las que nos convirtieron en los humanos que somos ni tampoco los acontecimientos naturales —que ni respetamos ni obedecemos— sino más bien la fuerza de nuestros deseos yendo a contramano de lo que nuestra vida supuestamente debería ser. La razón en los seres animados hasta hoy sigue funcionando del mismo modo para lo que fue creada: para preservar el organismo tal cual es, y lo hace sin haber modificado hasta hoy su forma de operatividad. En cambio los humanos la hemos desviado de su función y obligado a actuar de otra manera debido a nuestra constante intención de oponernos a la naturaleza que nos manda vivir la realidad tal como es, desnudos y con nuestras manos solamente, habiendo creado así nuestras propias leyes y nuestro propio ambiente no natural.

Conclusiones sobre las tres facultades de los seres animados Resumiendo, todos los seres animados tienen en líneas generales tres facultades principales: la sensorial, la racional y la intuitiva. Ninguno puede dejar de emplearlas porque son impulsos naturales imperativos que tienen que interactuar entre sí para que la vida animada sea como es. En ese sentido los seres humanos no nos diferenciamos de un unicelular puesto que, tanto él como nosotros, realizamos exactamente el mismo proceso, salvando las proporciones debidas. El uso que hacemos de

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estas facultades no nos da mayores ventajas ya que el unicelular, que tiene menos complejidad, puede sobrevivir como especie más y mejor, con lo que se confirma que el factor supervivencia o adaptabilidad no está relacionado con el de complejidad, ni tampoco el utilizar objetos para vivir es un sinónimo de ser más apto, más capaz o más inteligente. Todos estos factores son relativos dependiendo de quién juzgue. Si la supervivencia, adaptabilidad y equilibrio ecológico fueran la norma universal para calificar a las especies los seres humanos podríamos ocupar el último puesto en la escala animal por ser los menos eficientes, ya que sin la artificialeza no podemos sobrevivir como humanos. Esto demuestra las muchas conclusiones cuestionables que se deducen de un evolucionismo tendenciosamente pro-humano el cual, extraído de su ámbito meramente biológico, es empleado como cajón de sastre en los campos de la filosofía, de la sociedad y de la ciencia actual. Si tanto los seres animados como el hombre compartimos y hacemos lo mismo en diferentes magnitudes ¿en qué nos diferenciamos? ¿Por qué los humanos percibimos que somos distintos? ¿Por qué nosotros somos lo que somos? ¿O tal vez somos nada más que una especie cualquiera de la naturaleza y no tenemos la capacidad de darnos cuenta de ello? ¿Será que nuestro problema es que nos creemos diferentes al resto y en realidad no es así? Hay muchas preguntas sobre ello y se hará un esfuerzo por tratar de responderlas.

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Una hipótesis sobre el origen del ser humanoLo primero que tendríamos que preguntarnos es si somos o no una especie más de la naturaleza. Si la respuesta es afirmativa, tal como lo plantea el evolucionismo, nuestro drama se reduce a seguir conociendo, a través de la etología —que es el estudio del comportamiento de la vida animal— todo lo referente a nuestro origen y, luego, con las otras ciencias naturales, completar esta información. Con ello la principal intriga sobre nuestro ser estaría ya resuelta y todo no sería más que una cuestión de tiempo y de trabajo por acumular más datos y así armar el rompecabezas humano. El discurso final sería: “Somos un primate que acumuló una serie de informaciones, las aplicó, siguió evolucionando en base a ello y cuatro millones de años después aquí lo tenemos: con todo ese pasado enrevesado que hay que poner en su lugar para vivir tranquilos y en paz”. Este es un camino y hoy es el que más se recomienda en los claustros académicos y en todos los medios de información. Claro, se dice que todavía existe un porcentaje considerable de gente que, por no poder acceder a dichos conocimientos, sigue pensando que el ser humano es producto de una “creación divina” o de un “diseño inteligente”; pero los entendidos especulan que, tarde o temprano, a fuerza de difundirse “las ideas correctas”, esto se irá abandonando y la verdad “saldrá a la luz”. Con ello estaríamos ante la aplicación del ideario iluminista del siglo XVIII europeo donde a todo aquello que no fuera científico simplemente se lo calificaba de falso. Estamos ante una promesa acerca del principio y futuro del hombre, propia de la modernidad, la cual versa más o menos de la siguiente manera:

“El ser humano es un proceso inacabado de la evolución, una obra de sí mismo que se encamina hacia el destino que él se forje, sin planos de ruta; solo, a su libre albedrío. Lo que él necesita es apoyarse en el conocimiento, en la ciencia, para abrirse paso y lograr así sus metas con seguridad, sin dudas ni temores, puesto que ya conoce y domina a las fuerzas de la naturaleza. El ideal del hombre es ser una raza súperterrestre que pueda vivir y sobrevivir como le plazca y el tiempo que desee, siendo a la vez capaz de desplazarse por todo el Universo diseñando medios de vida de acuerdo con su imaginación y voluntad. Este Universo será el lienzo sobre el cual el humano del mañana plasmará lo que quiera, desconociendo barreras que se lo impidan. Eso le permitirá vivir sin otro límite que el del propio Universo, hecho que tal vez no llegue nunca por lo vasto que es. El hombre, así, logrará descubrir los secretos de la felicidad como una parte orgánica de su ser y tendrá asegurada una vida de dicha plena donde no existirá la muerte —pues se la evitará— y conocerá el arte de la resurrección o de la inmortalidad, suprimiendo todo tipo de dolor para existir en un constante placer sin fin.”

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Se ha tratado de describir de la mejor manera el ideal o “promesa de la modernidad” contemporánea evitando ponerle alguna sombra de duda para que los lectores puedan captarla lo más fidedignamente posible. No se puede negar que ella resulta sumamente atractiva y, por qué no, incluso hasta más viable que cualquier otra opción conocida como, por ejemplo, la de “ganar el Cielo” o “lograr el Nirvana”, lugares a donde solo se puede llegar mediante un procedimiento reservado exclusivamente para los elegidos y después la muerte. Pero ¿será cierto, como dice esta promesa, que todo es cuestión de tiempo y de adquirir, poco a poco, los conocimientos requeridos para que el viejo anhelo de la humanidad, el saber su finalidad y destino, se haga realidad? Más adelante, cuando se aborde el tema de las promesas y sus características, se verá que éstas, si bien son fuentes de motivación, tienen también un tiempo de duración pasado el cual, al no cumplirse, producen decepción y rechazo. Y eso es lo que parece estar ocurriendo actualmente: de ser la modernidad un sueño para toda la humanidad los dueños del mundo actual la han convertido en una aparente “realidad” y en una “verdad”, o sea, se la percibe como algo que “ya se ha cumplido”, situación muy útil para el sostenimiento del presente sistema mas no para solucionar el problema central del hombre, lo cual lleva al desengaño y a la frustración.

El impulso filosofanteSi se descartaran momentáneamente al evolucionismo —no a los vaivenes del desarrollo del cuerpo, que es otra cosa— y al creacionismo en su versión “diseño inteligente” se tendría que plantear otra propuesta para resolver el misterio de la humanidad. Entonces nos preguntamos ¿qué pasaría si se considerase que la causa de que seamos seres humanos es el habernos dado cuenta precisamente de que “lo somos”, es decir, que lo que realmente nos convirtió en seres humanos “antinaturales” —puesto que no seguimos las leyes de la naturaleza destinadas a nosotros sino las que hemos creado— no fue ni la intervención de un dios ni un proceso físico de un determinado gen ni un tipo de esfuerzo hecho con nuestras extremidades sino más bien la súbita percepción que tuvo, el primero de nuestra especie, de haber abandonado la tranquila “ignorancia” de la naturaleza para pasar a la terrible soledad del que percibe que está “en otro mundo” y que es consciente de ello? Es algo así como la desesperante realidad de aquel individuo que, tomando el relato-ejemplo de Platón5 salió de la caverna para descubrir la verdad sobre el origen de las sombras que los que allí estaban encerrados veían, pero que, al regresar con la respuesta, se da cuenta que nunca más podrá volver a ser el mismo y que, de ahí en adelante, vivirá solo y atormentado por percatarse que se encuentra inmerso en un lugar de apariencias, mientras que sus compañeros no lo comprenden ni lo escuchan. En este caso, quien ha visto la verdad de las sombras seríamos nosotros, los seres humanos, mientras que los viejos compañeros que están en la caverna —a quienes ya no entendemos ni nos entienden— serían los seres animados o animales. Todo esto bajo el supuesto que el salirnos de la naturaleza fuese “ver la verdad”, cosa que aún no nos consta; podríamos estar viviendo también en una tremenda equivocación.Esto hace recordar al viejo mito caldeo, o pre-caldeo posiblemente, de la expulsión del hombre del Paraíso Terrenal (Jardín del Edén en su versión bíblica), de la pérdida de la inocencia a través del pecado capital que convirtió al ser humano en un paria dentro del reino animal6. Según este relato, el hombre es el único que entiende que está fuera del Paraíso y ningún otro ser comparte la angustia de su expulsión. Es aquí, en esta soledad terrible que ese “pecado original” ocasionó, donde se da inicio a

5 El mito de la caverna, descrito en el libro VII de República, identifica a la caverna como el mundo de las cosas. Allí hay unos prisioneros que durante toda su vida han sido obligados a mirar en la pared unas sombras ―provocadas por unos objetos que se mueven delante de un fuego― a las que ellos identifican con la realidad. Estas sombras son imitaciones imperfectas y engañosas de los objetos que existen en la superficie (que es el mundo de las ideas). Si uno de ellos se liberara y fuese capaz de descubrir esta apariencia estaría más cerca del conocimiento verdadero. Sin embargo dicho conocimiento sería solo lo que Platón denomina doxa, o sea, una opinión. En cambio si el prisionero ascendiera a la superficie allí sí podría observar el mundo exterior, el de las ideas, y poco a poco iría viendo los objetos que lo componen: primero las sombras, más tarde objetos reflejados en el agua, luego los objetos mismos, el Cielo nocturno, y por último, el Sol, que se identifica con la idea suprema del Bien. Esto es lo que le permitiría superar al mundo sensible para alcanzar el mundo ideal que es perfecto, eterno e inmutable y al que únicamente se puede acceder mediante el alma y la razón. El conocimiento así adquirido sería el conocimiento verdadero, aquel que se llama episteme. (Síntesis del autor).

6 “…la naturaleza baja o animal, dentro del hombre, estaba perfectamente sujeta al control de la razón y la voluntad. Además de esto, nuestros primeros padres también tuvieron la capacidad de tener la gracia santificante, mediante la cual se elevaban a un plano sobrenatural. Todas estas concesiones fueron interrumpidas por la desobediencia de Adán, y de “todos lo que han pecado”, y serían restauradas al hombre mediante la “figura de Quien ha de venir” (Rom., v); tal restauración no sería dada en la tierra, sino en el Paraíso Celestial.” EnciCato. “El Paraíso Terrenal”. Diccionario enciclopédico. Web Marcabá. http://www.mercaba.org/FICHAS/Enciclopedia/P/paraiso_terrenal.htm

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la triste experiencia de ser un ser humano. Pero ¿qué provocó que dicho individuo “despertara”, que “saliera de la caverna”, que se diera cuenta de la realidad de su entorno y de él dentro de ella, contemplándola y juzgándola? He aquí la hipótesis principal de este ensayo: fue el impulso filosofante. En algún momento del tiempo nuestros primeros antepasados sufrieron un suceso que los obligó, a pesar suyo, a captar y analizar el contexto que los rodeaba con ojos distintos a los del animal. Fue como la primera palabra de un niño que desata en él todo el resto del lenguaje. Este primer hombre adquirió la capacidad de observar su realidad, pero en un comienzo no podía expresarlo, no lo podía manifestar… hasta que llegó el día. Sucedió que en ese momento éste, para asombro de quienes lo acompañaban, miró a la naturaleza, al resto de sus congéneres y, sorprendentemente, comprendió que él era algo distinto y no un ente más; descubrió que se pensaba a sí mismo y pensaba también lo que veía. Es como si un ciego de nacimiento súbitamente, por un efecto desconocido, adquiriera la capacidad de ver y empezara a distinguir las primeras cosas que tiene al frente y las mirara con detenimiento, observándolas en sus partes y características, dándose cuenta que ya no son aquello que, al tocar, solo tenían forma y volumen sino que también poseen otras miles de propiedades que las hacen únicas y así comenzara a individualizar todos los objetos a su alrededor y todos ellos lo maravillaran todavía más. Igualmente, es algo parecido a como ocurre con el amor: hasta que no nos llega la persona que pasa a nuestro lado nos es indiferente, algo imperceptible. Pero de repente, por alguna causa todavía imposible de definir —tal como ocurre con el impulso filosofante— reparamos en ella y, de un momento a otro, le descubrimos cosas que jamás imaginábamos y que no veríamos si no fuese por el fenómeno del enamoramiento que, dicho sea de paso, para la ciencia actual sigue siendo algo inexplicable, aunque nadie duda que existe. Este suceso es tan poderoso que, cuando se lo padece, el ser enamorado capta diferentes y mayores detalles que los que nota en una situación normal. Algo similar debió ocurrir con el primer hombre. Sufrió una conmoción, el embate de una fuerza que le hizo “abrir los ojos” más allá de lo normal y empezó a “ver” aquello que nunca antes nadie había visto. A esto es a lo que aquí se denomina impulso filosofante, y aún no se sabe qué puede ser, al igual que pasa con muchas de las concepciones astronómicas donde se ve que en el firmamento algo pasa y tiene que ser explicado mediante una hipótesis que lo justifique aunque todavía no se tengan los datos suficientes para confirmarlo. Si, con las primeras respuestas que se dieran, se supiera qué somos los seres humanos no habría misterios sobre nuestra vida ni necesidad de preocuparnos por nada pues lo único realmente importante ya estaría resuelto. Y si esto le ocurrió a la especie homo también le pudo, y le puede pasar, a otras especies. ¿Por qué el homínido tendría la exclusividad de sufrir éste fenómeno? Si se toma en cuenta que los primeros hombres, reconocidos como tales, tenían un cerebro similar o inferior al de un simio actual quiere decir que este impulso no tendría impedimento para desarrollarse en cualquier organismo, sin importar el estado del individuo elegido. El receptor podría ser un animal con un cerebro muy pequeño y de pocas funciones, como era el de nuestros antepasados más remotos. Así se explicaría el por qué los antiguos mitos hablan de anteriores civilizaciones con las mismas actitudes y comportamiento que la nuestra pero que eran humanos no homínidos. Del mismo modo, con esta idea se entendería también el misterio de la presencia de los seres llamados “extraterrestres” o intraterrestres, dependiendo de la teoría que se utilice, de forma no homínida. En vista de ello este impulso filosofante no sería exclusivo del desarrollo de la especie homo sino más bien un acontecimiento posible de ocurrir con cualquier animal de la Tierra o de otro planeta. Bastaría que se den las mismas condiciones para que se pueda efectivizar. El impulso filosofante no estaría ligado al cuerpo que lo alberga, lo mismo que una enfermedad le da tanto a un ave como a un mamífero, por lo que no importaría la constitución física que se tenga. En nuestro caso, el impulso filosofante le tocó a un primate, pero pudo haberle acaecido a cualquier otro animal ocasionándole el mismo problema y la misma situación angustiante que vivimos nosotros. Ciertamente que, como todo hecho que impacta en los organismos, siempre habrá matices, especificidades y variables; eso aclararía el porqué de las diferencias que se dan entre los distintos seres afectados por dicho impulso aunque por ahora esos otros humanos no primates no los conozcamos; sin embargo es probable que muy pronto los descubramos por el simple avance de la historia.En conclusión, el ser humano es, en su realidad física, tan animal como cualquier otro, poseyendo todas las características típicas de los que son como él; en eso su comportamiento no es distinto al de sus compañeros de especie, primate o mamífera. La única diferencia real y saltante que habría entre el humano y el animal sería una que no corresponde al reino de lo físico: la tenencia del impulso filosofante, el cual solo se desarrolla en la mente, algo que podría considerarse como un suceso inmaterial, al igual que muchos otros como el pensamiento, la pasión o los sueños. Esto, a la larga, ocasiona modificaciones y peculiaridades en el organismo, pero ello es consecuencia del fenómeno y no la causa de él.

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La magnitud de las repercusiones de este impulso es tan grande y significativa que llega a condicionar el comportamiento del ser haciéndolo salirse por completo de lo dispuesto para él por la naturaleza. Podría considerárselo como una desviación mental o un estado de locura, pero eso es algo que los humanos nunca vamos a admitir porque sería precisamente claudicar ante el problema, ya que lo que buscamos es más bien sobrevivir a él y superarlo. Mal haríamos en caer en el pesimismo de vernos solo como un “error de la naturaleza” porque tendríamos que reconocer que la solución sería nuestra desaparición, cosa que, más adelante se verá, el mismo impulso filosofante impide. Además que la existencia de un “error” en la naturaleza es, en opinión del autor, algo que no tiene sentido. Si algo existe y se da ¿por qué tendría que ser un “error”?

El camino del eterno retorno Si de un momento a otro adquiriésemos la capacidad de poder ver a través de los objetos ¿qué sentiríamos al observar nuestros órganos palpitando, los huesos, los seres internos que se desplazan dentro de nuestros cuerpos? Pues un espanto muy grande. Igualmente, el contemplar las cosas de otra manera debe haber afectado o trastornado la forma de vivir del primer ser filosofante y, a raíz de ello, tuvo que buscar necesariamente algo que lo equilibrara, algo que, de alguna forma, le devolviera la paz en la que había vivido anteriormente. Esto porque toda alteración siempre es incómoda y hace desear la vuelta al estado original, al igual que pasa con toda enfermedad o nueva situación a la que no estamos adaptados. La sensación más grata y deseada siempre es no sufrir aquello que desagrada, por lo que la reacción lógica que pudo haber tenido el primer hombre es: “quiero dejar de sentir lo que siento, de pensar lo que pienso y de ver lo que veo para estar otra vez como antes”. Es en ese momento que nace el ser humano como tal, en ese intento de regresar a un estado de vida de cuando no percibía estas cosas y no tenía temor a la muerte, que no es lo mismo que temerle al peligro. A todo ese esfuerzo de restitución se le ha llamado a través de los tiempos “la búsqueda del eterno retorno”7, el anhelo de reintegración con la naturaleza, perdida por culpa del impulso filosofante. Y hasta este momento el ser humano no conoce alguna forma de vida que sea superior a la natural. Cualquiera otra que proponga siempre tendrá un pero, una falla, algo que la hace imperfecta. La única que reúne todos los requisitos para serlo plenamente es aquella que sigue las leyes de la naturaleza puesto que vivir como se tiene que vivir siempre será lo más sensato. La mejor manera de vivir como pato es haciendo cosas de pato, lo mismo que para la rana, el caballo o cualquier otro animal. Aunque digamos que nuestras mascotas viven mejor a como lo hacen en la naturaleza éstas siempre preferirán, de poder escoger, llevar la existencia que la madre natura les indicó desde un principio. Si ellas conviven con nosotros y a nuestro modo es porque de alguna manera las hemos vuelto dependientes, las hemos condicionado; mas a la primera oportunidad que puedan saldrán prestas a acomodarse a su medio original.Vistas así las cosas, desde que este primate, ahora humano, empezó su camino no ha hecho otra cosa que intentar, desesperadamente, volver a su estado inicial no humano. Pero como teniendo el impulso filosofante es imposible hacerlo directamente —ya que éste provoca un rechazo a la vida natural— es que el hombre ha tenido que crearse formas de vida sustitutas a aquella perdida. Tal vez debe haber habido quienes, en medio de su desesperación, hayan decidido animalizarse nuevamente, pero es obvio que esa no es una decisión fácil pues implica que, para anular el impulso filosofante, debe producirse otro estado de conciencia más fuerte aún, tanto que prácticamente lleve a “perder la razón” al individuo ya que solo locos parece que nos libramos de esto. Pero tal tipo de reacciones no son muy comunes y prima siempre el pánico a la muerte y el horror a lo natural, características que son típicas cuando sucede el impulso filosofante. Se podría decir que nos hemos vuelto humanos a la fuerza, muy a nuestro pesar, y eso es lo que nos ha causado todos los males que hasta ahora conocemos pues en la vida natural el mal, tal como lo interpretamos, en realidad no existe ya que todo lo que sucede es de por sí justo y necesario.Estamos de algún modo condenados a este afán de querer retornar al estado animal y no poder hacerlo, y por lo visto no tenemos por el momento otra opción. Todo el esfuerzo humano hasta ahora

7 “Así, pues, también para esos pueblos primitivos la existencia del hombre en el Cosmos se considera como una caída. La morfología inmensa y monótona de la confesión de los pecados, magistralmente estudiada por R. Pettazzoni en La confessione dei peccati, nos muestra, que aun en las más simples sociedades humanas, la memoria “histórica”, es decir, el recuerdo de acontecimientos que no derivan de ningún arquetipo, el de los acontecimientos “personales” (“pecados” en la mayor parte de los casos), es insoportable. Sabemos que en el origen de la confesión de los pecados se halla una concepción mágica de la eliminación de la falta por un medio físico (sangre, palabra, etcétera). Pero lo que nos interesa no es el procedimiento de la confesión en sí —es de estructura mágica— sino la necesidad del hombre primitivo de librarse del recuerdo del “pecado”, es decir, de una secuencia de acontecimientos “personales” cuyo conjunto constituye la “historia”.” Eliade, Mircea. El mito del eterno retorno. Emecé 2001. P 49. http://www.biblioargentina.org.ar/archivos/adcurso/mer.pdf

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no ha sido más que la búsqueda de ello, y todo lo que conocemos como típicamente nuestro no es otra cosa que el resultado de cómo el hombre ha intentado ese regreso mediante sistemas similares a los de la naturaleza. Desde el momento que hubimos adquirido el impulso filosofante fue cuando iniciamos la penosa tarea de buscar un nuevo orden parecido al que teníamos y en donde nosotros encajábamos perfectamente. Cada paso, cada movimiento, cada rumbo tomado ha sido una nueva estrategia sobre cómo ir “hacia allá”; una esperanza de que, por tal o cual camino, se pueda volver, con todo lo que ello representa. Esta necesidad ha sido tan intensa que incluso hasta a la temida muerte se la ha calificado como de “el regreso al origen”8, a la tierra, al lugar de donde vinimos, dándose así comienzo a una serie de interpretaciones acerca de la vida después de la muerte. Esto porque el morir es el fin de la angustia del vivir, algo muy parecido a estar otra vez en la naturaleza o “en el Cielo”. De modo que todo lo que hemos hecho los humanos no es más que tratar de encontrar una manera de reincorporarnos a las leyes naturales.

El impulso filosofante genera el filosofarComo ya se ha dicho, lo normal en la vida animal es la integración con el medio, la perfecta armonía entre el ser y su entorno. Los seres vivos responden coherentemente a los estímulos que la naturaleza les propone, pudiéndose decir que tienen una mirada no atomizada del mundo, no dividida en miles de partes en donde no se sale nada de su contexto y lo importante es dejarse llevar confiadamente por el desenvolvimiento de los acontecimientos, tanto internos como externos de la naturaleza. En cambio el impulso filosofante rompe esa unidad y fragmenta el mundo haciendo que el sujeto se destierre de la secuencia integrada y ordenada de las cosas para automarginarse y apartarse de la naturaleza tal como es. En cierto sentido crea un yo sui generis, uno particular, independiente de las reglas y, por tal motivo, produce un ser que ve al conjunto, al Universo entero, como algo ajeno, como extraño a él.Mientras que el afectado, antes del impulso filosofante, era uno más de los seres vivos no requería cuestionar nada ni contemplarse a sí mismo; él no era él sino una parte del todo. Sin embargo, con el impulso filosofante se percata que ya no lleva el ritmo ni marcha en sintonía con el resto. Todo discurre delante de él sin que él participe. Es como estar viendo una película u observando un tren que marcha pero sin que se pueda entrar o subir en él. A partir de allí, de esa enajenación que ocasiona el estado de angustia que agobia a este ser “expulsado” del lugar a donde pertenecía, nace la propensión a la filosofía, a la elaboración mental de qué hacer para retornar a “su mundo”. Por lo tanto, lejos de ser un beneficio, el impulso filosofante parece ser una desdicha, algo que provoca una sensación de soledad absoluta, de pérdida de hogar, de estar abandonado en un lugar que súbitamente se ha vuelto desconocido y que se ha convertido en un “otro” cuando anteriormente ese medio era la única realidad posible.

La filosofía intenta mostrarnos la manera de cómo volver a ser lo que éramosLa dedicación a crear formas de vida alternativas a las de la naturaleza vendría a ser el oficio de la filosofía cuyo objetivo sería el recuperar la paz y el equilibrio perdidos por causa del impulso filosofante. El filosofar sería entonces una acción imaginativa que planifica mundos y medios que se supone llevarán a los seres que se han humanizado hacia el estado de vida que antes tenían. Es toda la capacidad y ansiedad humanas puestas en pos de dicho fin y en qué se debe hacer para que esto suceda. Es el deseo del caminante por proveerse de cosas que llevar para su viaje y, a la vez, el destino hacia el cual ir. El ser humano, de este modo, es un eterno trotamundos que siempre está a la búsqueda de la tierra prometida9 10, allí donde no existe el dolor y la pena.

8 “El tiempo y su relatividad aparecen tempranamente en la filosofía griega e india, y si entendemos la filosofía como regreso al estado primordial, es decir, de ser-hombre provisto de sabiduría, entonces todo el trabajo del hombre es un proceso de “evolución-regresión”. Se observa la dirección reconocible del mito en la filosofía como un proceso de regresión, y puede otorgársele ese sentido, en todos los mitos llamados “de retorno al origen”. Se trata de la pérdida de la pureza original y la necesaria recuperación a través de un camino de regreso, a un estado previo a la manifestación, a través de un renacimiento místico.” Duque, Francisco. “El mito en la filosofía”. Web Nueva Acrópolis, España. http://www.nueva-acropolis.es/filosofia/307-articulos/14196-el-mito-en-la-filosofia

9 “El mito de la tierra prometida consiste pues en la creencia (irracional) de que existe un lugar en el que las miserias de la vida actual desaparecerán, lugar al que no se podrá llegar sin realizar ciertos sacrificios. Tales sacrificios habrán de tener ciertos beneficiados, y esos beneficiados serán precisamente los más interesados en la creación y propagación del mito.” Evocid. 2010. Foro “Hoy no ha pasado nada importante”. http://hoynohapasado.foroactivo.com/t197-el-mito-de-la-tierra-prometida

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A diferencia de los animales —quienes están realizados en lo que son y no ambicionan ser otra cosa— el humano, producto del impulso filosofante, es desesperado, preocupado, asustadizo, con un inmenso rechazo al mundo natural al cual considera como salvaje, malo, cruel, donde solo existe la lucha por la vida y se encuentra la terrible muerte. De momento que somos humanos es que vivimos con temor, pero un temor terrible que va más allá del que todo animal siente cuando se ve amenazado. El temor humano es anticipativo, se agudiza en la mente, se vive con mayor intensidad antes de que afecte y, muchas veces, sin que éste se presente. El ser humano convive con el miedo eterno, con el miedo imaginado, con el miedo a sentir miedo y con el miedo a vivir y a morir11. Ante ello la filosofía proporciona maravillosas ideas sobre parajes y situaciones fantásticas donde, supuestamente, se puede vivir sin esos temores y en paz. Pero, en verdad, tales ámbitos nunca se darán en la realidad puesto que solo son deseos. Eso lo sabe la filosofía, ya que conoce nuestra desgracia ineludible; por eso proyecta sus propuestas siempre hacia el futuro, hacia el mañana, nunca hacia el presente. Si dichos estados idílicos que crea la filosofía se pusieran en práctica rápidamente sus dificultades de realización se harían evidentes y serían repudiados por la gente pues no se parecen ni remotamente al equilibrio que disfrutan los animales en su medio natural. Siempre todas las opciones planteadas por la filosofía serán solo un remedo, algo similar a nuestra situación original, mas ninguna podrá ser igual o mejor que la vida natural; solo serán paliativos, no el remedio auténtico. No interesa cuánto se diga, cuánto se hable, ni cuánta tecnología o ciencia se tenga: al ser humano lo único que le importa en su existencia es poder llegar a ese estado ambicionado que hasta ahora no encuentra. Tanto el no hallarlo como el creer que ya lo vive son su mayor desgracia dado que es consciente de dicha frustración; ninguna sociedad o forma de vida puesta en práctica hasta ahora ha sido la que él deseaba. De ahí la gran desilusión constante con respecto a la vida humana y el frenético cambio perpetuo hacia nuevos y diferentes rumbos; cambios de sociedades, culturas y civilizaciones. Por muy ideal o perfecto que un sistema o sociedad nos haya parecido sabemos que ese no era el verdadero objetivo y, al no serlo, terminamos por rechazarlo para iniciar nuevamente el proceso de creación. ¿A quién le interesaría ser el dueño del mundo, del Universo, poseer todo el poder, gozar de todos los placeres, conocer todas las maravillas, prolongar lo más posible la existencia, si con ello no puede tener lo único que ha querido desde un principio: la paz existencial consigo mismo? Esta es la principal razón del por qué ningún modelo o forma de vida creada por el hombre será la esperada: porque basta con ir viendo sus primeros efectos para que el individuo común se dé cuenta del engaño, que no es el paraíso soñado, rechazando ello luego por ser falso, por no dar lo que prometió: el bien perpetuo, el fin del camino. Muchos actualmente, influenciados por los valores contemporáneos, piensan que el existir se reduce solo a satisfacer las necesidades vitales —siguiendo la lógica del mercado que consiste en que vivir es adquirir lo que se necesita, por lo tanto, la vida es un satisfacer las necesidades. No han comprendido realmente el drama humano. Todas nuestras penurias y ansiedades van mucho más allá de nuestras actividades de subsistencia. Los hombres, como no somos como los demás animales, no buscamos vivir como ellos; todo lo contrario: odiamos ser como ellos. Ser acusado de animal es el peor insulto. No podemos evitarlo porque somos humanos. Por eso, cuando alguien nos ofrece como gran cosa vivir de la misma manera que un animal, complaciendo únicamente nuestras necesidades materiales y espirituales, inmediatamente sentimos aversión ante algo que nos parece infamante, degradante. Lo humano no se reduce a necesidades ni satisfacciones; ellas no son la causa de lo que somos ni de nuestros males. Los animales también las tienen y no son humanos ni viven padeciendo como

10 “Según los alquimistas, por su concepción de los mundos como “estados” y de los paisajes como expresiones, es “estado perfecto de una operación”. Allá donde hay paz y perfección, se realiza en el tiempo lo que en el espacio adopta la forma de una tierra prometida, sea Israel para los hebreos caminantes del desierto, sea Ítaca para Ulises en el océano. Lo israelitas identificaron su centro espiritual con la colina de Sión, a la que denominaron “corazón del mundo”. Dante presenta a Jerusalén como “polo espiritual”. Diccionario de símbolos. Cirlot, Juan Eduardo. Siruela 2004.http://books.google.com.pe/books?id=zfzRnpyZwD4C&pg=PA444&lpg=PA444&dq=diccionario+de+simbolos+tierra+prometida&source=bl&ots=JmU-fbBRSh&sig=C4_w1K2xIekllezJc2JM5rs50D4&hl=es&sa=X&ei=YjthVKbyGsybNpm6gIgO&ved=0CBsQ6AEwAA#v=onepage&q=diccionario%20de%20simbolos%20tierra%20prometida&f=false11

? “El miedo existencial es el miedo a la existencia y a la dexistencia, a la vida y a la muerte. Pero es sobre todo el miedo a la muerte en vida, así pues a nuestras deficiencias y enfermedades, pero especialmente a nuestros límites y topes destinales. Por ello el miedo existencial es un terror radical y ancestral, espeso y esencial, el terror de la naturaleza y del mundo, de la realidad cósica o reificada y del propio hombre en su historia conflictiva.” Ortiz-Osés, Andrés. “El miedo existencial”. Religión y cultura, LIV (2008), 201-212. http://www.religionycultura.org/2008/244/RyC244_7.pdf

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nosotros. ¡Cuánta gente dejaría de sufrir si asumieran solo actitudes animales sin tener que preocuparse por las cosas humanas que son las que realmente causan todas nuestras desgracias! Si tomáramos la vida animalmente lo primero que nos dejaría de atormentar sería la muerte, la propia y la de los demás, puesto que sencillamente no la percibiríamos hasta que ésta se presentara, cuando ya fuera demasiado tarde para darnos cuenta de ella. Pero nadie hace eso. Todos, hasta el último de nosotros, nos desesperamos por seguir siendo humanos aún ante la muerte pues llevamos como estigma la acción del impulso filosofante. Nadie renuncia a su humanidad que es, finalmente, la verdadera responsable de todo. Todos vivimos y sufrimos como humanos en un mundo humano y por cosas netamente humanas, no por vivir animalmente. La tragedia del hombre no es su comer y su beber sino su ser. Calmarle las necesidades básicas a un pobre individuo que sufre no es resolverle nada. Hoy comerá y aliviará sus pesares pero… ¿y mañana qué? ¿Qué hay de su angustia que lo hará nuevamente pararse frente a la puerta, sano él, a pedir otra vez ayuda para continuar su vida, la cual incluye también calmar sus ambiciones, expectativas, ansiedades y sueños? Bien se dijo antiguamente que no solo de pan vivía el hombre12. El hombre en realidad solo vive de ilusiones, de promesas, de su idea particular de lo que es la vida. Se ha mencionado que la filosofía es parecida a la poesía en el sentido que ambas son proyecciones de lo que el ser humano debería hacer para alcanzar la tranquilidad y la paz. Ninguna de las dos, poesía y filosofía, trata la realidad tal como es ni como la lógica dice sino como las ve el ser que las emplea. Sus fines no son de tipo material; no producen objetos, como sí lo hacen las otras labores humanas, y ambas solo operan mediante discursos que vienen a ser unidades de sentido conformadas por símbolos, gestos u objetos que han sido ordenados intencionalmente para producir un efecto en el ser. Esto no implica que cualquier poesía y filosofía alcancen estos niveles porque, como todo en la vida, también hay mala poesía y mala filosofía o filosofía fallida. Es natural porque no hay cosa que el ser humano haga que sea perfecta por el solo hecho de hacerla. En la historia de la filosofía existen millones de intentos, unos mejores que otros, y solo algunos han logrado impactar. Pero ese escaso éxito no lleva a que los filósofos dejen de filosofar; simplemente lo que pasa es que nadie sabe, de antemano, cuál de todas las filosofías elaboradas será la que la gente preferirá aceptar. Incluso algunas suelen esperar siglos para que adquieran algún interés mientras que otras pueden ser asumidas inmediatamente con verdadera pasión13. Eso pertenece a la relatividad de la historia humana, cosa que ningún poeta ni filósofo puede conocer por anticipado. Ellos hacen su trabajo con amor y con gran afán, pero son las sociedades las que, por razones desconocidas, eligen determinadas opciones. La misión de los poetas y filósofos es dar todo de sí aunque su tiempo no sea el más idóneo para sus productos. Sin embargo, a pesar de que muchas veces mueren ignorados, sus obras llegan a trascender anónimamente con lo cual cumplen con el fin para el que estaban destinadas. De las numerosas promesas que la filosofía elabora solo algunas llegarán a ser conocidas, otras lo serán en parte y la mayoría quedarán en el olvido. Pero eso es algo que ya no pertenece a la voluntad del filósofo sino al destino. El ser humano, sabiéndose desnudo, decide cortar árboles para hacer una barca y así emprender un viaje hacia el horizonte creyendo que allí encontrará el mundo sin dolor y sin miedo. Pero el llegar allá no es tan fácil. Necesitará crear cosas, inventar ingenios y argucias porque, durante la travesía, surgirán innumerables peligros a la manera de la Odisea de Homero14. Lo único que busca es volver al hogar, allí donde está la paz. Pero el mar por donde navega es tenebroso y traicionero, y siempre tiene obstáculos que causan dolor y tristezas, haciéndolo morir sin haber llegado al final.

12 Mateo 4:3 | Mateo 4:5 https://www.biblegateway.com/verse/es/Mateo%204%3A413

? “… durante la primera mitad del siglo XIII, las obras de Aristóteles sobre filosofía natural, metafísica, psicología y ética se tradujeron al latín, junto con sus comentarios árabes y griegos. En estos escritos, el mundo medieval tuvo que confrontarse con una visión filosófica y científica del universo, cuya naturaleza era altamente superior a cualquiera otra conocida hasta entonces. El efecto de este descubrimiento fue verdaderamente vigorizante y, cuando estas obras se difundieron en las universidades, una profunda revolución tuvo lugar en la mente medieval. Los efectos de esa revolución aún se sienten en nuestro tiempo.” Maurer, Armand. Op. cit. http://praxis.univalle.edu.co/numeros/n16/andres_lema.pdf

14 “Ulises lo resume del modo siguiente: «nada es más dulce que el propio país y los padres/ aunque alguien habite una rica, opulenta morada/ en extraña región, sin estar con los suyos/» (227). El tema del nostos (viaje de regreso) atraviesa la Odisea. Poseidón condenó al héroe a vagar por el mar, irritado porque cegó a su hijo, el cíclope Polifemo. Para Ulises, se trata de retornar o de morir en el intento de alcanzar la patria: queda excluida la posibilidad de la vida en el extranjero.” Giucci, Guillermo. “El retorno de Ulises: la angustia de la identificación”. (2012) En web Revista uruguaya de Psicoanálisis (114): 101-114 | 101. http://www.apuruguay.org/apurevista/2010/16887247201211409.pdf

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Por eso es que necesitamos a la filosofía: para nos diga hacia dónde ir, para que nos señale el derrotero y nos indique cuáles son los pasos necesarios, las señales adecuadas, para alcanzar nuestra meta aunque, en verdad, la filosofía sabe que eso es fantasioso, que sabe que no sabe. Mas sin ese mirar imaginario que es el filosofar, sin esa ambicionada laguna azul escondida en una montaña, sin ese horizonte visible al cual llegar, la vida humana, tal como es, sería más miserable, tormentosa, triste y dolorosa de lo que de por sí es. Cuando se deja de creer en una promesa y se vive en una sociedad que afirma que ésta se cumplió ya no se aspira a nada que no sea a mantener las cosas como están. Por eso la filosofía no puede dejar de ejercerse, porque tiene que ofrecerle continuas esperanzas al género humano a pesar que hasta ahora no haya ninguna luz al final del túnel.

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3. Los métodos del filosofar

Ya se ha expuesto cuál es el punto de vista de este escrito acerca del origen del hombre pero como ser humano, no como animal, y se ha dicho que ello se debería a un extraño fenómeno denominado impulso filosofante. El impulso filosofante es algo que provoca en un determinado ser una “desconexión” con la realidad y suscita una peculiar captación de ésta, una situación fuera de lo que experimentan todas las demás especies. Su origen y naturaleza aún nos es desconocida y solo se la percibe por sus efectos, al igual que sucede con ciertos acontecimientos astronómicos que, si bien se les identifica, no son posibles de entenderse en primera instancia. Quiere decir que sí es factible detectar y admitir sucesos en la naturaleza que, por el momento, no tienen una explicación. Luego de haber mencionado algunas objeciones al punto de vista evolucionista, tema que se desarrollará más extensamente en la Adenda, se pasará a analizar los efectos que produce el impulso filosofante en el ser que se vuelve humano y qué consecuencias tiene esto. Como se dijo al comienzo, el impulso filosofante provoca una mirada o una percepción diferente a la que todo ser no humano tiene de la realidad. Esto causa, en primer lugar, un gran asombro, pero, al mismo tiempo, un enorme espanto pues es como entrar súbitamente a una dimensión desconocida sin saber qué hacer. Ello no es algo que, por lo visto, se produzca con cierta constancia o repetición en la naturaleza; incluso no sabemos que cosa similar haya ocurrido en alguna otra época del tiempo terrestre por lo que podría decirse que tal vez estemos ante un suceso sumamente circunstancial dentro de la estructura de la naturaleza —esto debido a que no se observa que el hombre, quien sufre el impulso filosofante, lo haya tomado como una cosa “normal” en su desenvolvimiento como especie. Por el contrario, en el afectado, nosotros, es notorio que se ha producido por esta causa un pasmo y un terror de tal magnitud que lo ha obligado a reaccionar antinaturalmente para no morir. Esta reacción, que evita que pierda el juicio y acabe con su vida, consiste en intentar reordenar al mundo, en darle un nuevo significado a las cosas “humanizándolas”. El mismo impulso filosofante, o sea, el no pensar animalmente, que extrajo al hombre del desenvolvimiento natural, es el que él utiliza para tratar de idear un mundo que no existe, uno que hay que crear de la nada pues no se encuentra preestablecido en la realidad. Es recién aquí cuando aparece el ser humano como tal: con la elaboración del primer “ordenamiento” del mundo, el cual realmente no tiene ningún “orden” pero que él lo necesita con la finalidad de poder encajar, ya no como una especie más, sino como un ser propiamente humano. Dicho proceso inventivo, de acuerdo con esta propuesta, viene a ser el filosofar. Desde entonces la filosofía ha llevado de la mano al ser humano proyectando las cosas de mil y un maneras, todas con la finalidad de evitar el estado de angustia y desesperación en el que el hombre caería si no rediseñara su existencia de tal modo que le permita aminorar la inseguridad y la desconfianza. En realidad, todo lo que el humano busca es solo vivir con tranquilidad, sin temores ni preocupaciones y creyendo saber por qué vive y para qué muere, de manera que ello alivie la sensación de pérdida del estado natural.

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Es así que han surgido muchas formas de cómo, los seres humanos, hemos intentado darle una reorientación a la realidad para adaptarla a nuestra especial necesidad otorgándole un sentido consolativo, que no es lo mismo que darle un sentido ‘verdadero’. Estas estrategias generadas por la humanidad se han ido elaborando y canalizando de muy distintas maneras empleando, como materia prima, las tres facultades propias de los seres animados con las cuales se han conformado los tres grandes métodos para filosofar, cada uno derivado de una respectiva facultad. Estos métodos son:

A. El filosofar sensorial o método sensorialista, que pone el énfasis en el comprender las cosas.B. El filosofar razonal15 o método razonalista, que lo pone en el conocer.C. El filosofar intuitivo o método intuitivista, que lo hace en el entender.

Cada método desarrolla una manera diferente de enfrentar la realidad. En el caso del sensorialista, lo que en él se prioriza es el comprender, entendiendo esto como el captar la funcionalidad de las cosas, qué hacen y cómo lo hacen, y tiene por objetivo procurar que el hombre pueda acomodarse a éstas, es decir, que sea capaz de adaptarse a la naturaleza en armonía con ella. En el razonalista, en cambio, se da preferencia al conocer, que viene a ser el identificar cada una de las partes que conforman la realidad, a la manera como trabaja la razón, con la intención de darles luego una composición distinta y conseguir así un nuevo efecto. Mientras, en el intuitivista se opta por el entender, que viene a ser el descubrir cuáles son los móviles de las cosas, sus voluntades, su motivación para ser y actuar y qué fuerzas las generan bajo el supuesto que lo ideal en la vida es atenerse a lo que ellas hayan dispuesto que el hombre haga. Se tienen, así, tres grandes vertientes filosóficas de las cuales partirían la mayoría de las teorías que se han dado a lo largo de los siglos y no solo en Occidente u Oriente: el filosofar sensorial, que se desempeña utilizando básicamente los actos o rituales a los que llamamos aquí “factos”; el razonal, que lo hace mediante las palabras orales o escritas, el “logos”; y el intuitivo, que se expresa a través de los estados del ser, del alma, del espíritu o la conciencia, que denominamos el “estros”. Intentar abordar un método mediante el otro es una tarea difícil, titánica e incompleta, dadas las grandes diferencias que hay entre ellos. ¿Cómo expresar con palabras un sentimiento, por ejemplo? ¿Cómo decir una idea compleja solo con movimientos y desplazamientos? ¿Cómo escribir describiendo con exactitud un estado “interior” del ser humano? ¿Cómo “ubicarse” en un plano del inconsciente que, al mismo tiempo, pueda manifestarse mediante un argumento propio de la razón? Parecieran cosas incompatibles. Pero el no poder hacerlo plenamente no es motivo para caer en el desasosiego puesto que no necesariamente todo tiene que ser traducible; la experiencia nos enseña que podemos saber algo desde una determinada perspectiva aunque no lo podamos abarcar todo. Entonces, si somos conscientes que nuestro saber es siempre relativo no debe sorprendernos que no podamos saber cómo son los elementos o las esencias que no siguen los esquemas de nuestro particular método de filosofar. En esta obra lo que se pretende es tratar de crear ese puente imaginario que haga en parte comprensibles las tres filosofías-madre pero empleando el método razonal debido a la exigencia de tener que hacerlo mediante el texto, tomando en consideración que eso es de por sí el principal problema, ya que solo por medio de la lectura no se puede interpretar totalmente cosas que son del orden de la acción o de la interiorización. Es lo mismo que si creyéramos que todo es posible de reducirse a un manual técnico que indique cómo amar, soñar, pensar, caminar, comer, reproducirnos, matar, odiar, despreciar, valorar, etc. El empleo de la razón tiene un límite pues la práctica va por otro camino, y la naturaleza viva no espera a que se hagan juicios para poder manifestarse. Igual pasa con los otros métodos de los que no es posible esperar que produzcan los mismos resultados que la razón ostenta en su campo en vistas a lo cual se necesitan las palabras y los escritos. Para decirlo popularmente, zapatero a tus zapatos; cada método es lo suficientemente efectivo y completo en el terreno que le compete. El ser humano es complejo y, para poder ser lo que es, requiere poner en acción todas sus facultades. Ninguna de ellas nos debe faltar para ser tanto seres animados como seres humanos plenos ya que, de no ocurrir así, el hombre sería un ente monstruoso que, por ejemplo, actuaría irracionalmente, motivado por impulsos y no por razones; o insensiblemente, solo por razones pero sin sentimientos; o mecánicamente, llevado nada más por sus sentidos o por la lógica pero sin creatividad ni visión, de lo que se deduce que muchas de las anormalidades que se dan entre nosotros se deben a que nos comportamos en función a solo un método escogido, y eso es lo que resulta pernicioso. De modo que el uso de la razón, tan asociado a la filosofía tradicional, no ha sido el único método empleado por el hombre para buscar nuevos mundos, mundos humanos que suplanten al natural, y de

15 Se emplea el vocablo razonal o razonalismo para señalar el uso de la razón en el filosofar, a diferencia de su utilización en el raciocinio normal.

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ello se desprende que muchas de las dudas e incomprensiones que desde siempre han existido podrían ser aclaradas si se aceptara esto. De ser ciertas estas presunciones lo que faltaría es encontrar las pruebas que demuestren, particularmente a los que usan el método razonal, que el ser humano también ha filosofado, y filosofa, por medio de la sensorialidad y la intuitividad, aunque explicarlo literalmente resulte difícil debido a las características propias que cada método posee. Vale la pena reiterar una vez más que el objetivo final de la filosofía es propiciar el retorno a la naturaleza tanto mediante el camino de la sensorialidad, que busca el comprender su comportamiento, como el de la razonabilidad, que propone el conocimiento de su estructura interna, o del intuitivismo, que plantea el entendimiento de la voluntad o voluntades que, de un modo aún incomprensible, teóricamente la dirigen.

Sobre las ideasAntes de pasar al desarrollo en sí de estas hipótesis es conveniente hacer una explicación sobre qué se entiende en este ensayo que son las ideas. Una idea no necesariamente se tiene que expresar mediante la palabra pues se trata de un concepto, de una noción que tenemos sobre algo16. Se pueden concebir numerosas ideas y no todas ser posibles de manifestarse. Más aún, hay ideas que no pueden ser narradas porque son ideas fácticas: hechos, actitudes o cosas solo para ser vistas o percibidas, como las demostraciones de afecto, de rechazo, el arte o la danza. Las ideas no requieren necesariamente de un soporte idiomático y, por lo tanto, no se necesita haber desarrollado una lengua para generarlas; por eso es que los primeros hombres, carentes aún de idioma y lengua, podían desarrollar muchas, muchísimas ideas sin necesidad de recurrir a las palabras. Esto lo compartimos también con los animales.Pasa lo mismo con la razón o con la intuición: no se les puede encontrar una base física ni orgánica. Se sabe que existen pero no son materiales; se dan pero no se pueden ver, tocar ni comprobar empíricamente. Se conocen sus efectos pero se escapan como sucesos “reales”, como pasa con las matemáticas. Constreñir las ideas a ser la manifestación de un lenguaje, es decir, que sean solo para comunicar algo, es querer tomar las consecuencias como si fueran las causas. Cuando las ideas están expuestas es que se deduce que éstas se han producido previamente en nuestro interior, por lo que son anteriores a su expresión y no a la inversa. Muchos no aceptan darle crédito de existencia al “mundo interno” humano y solo esperan ver el comportamiento del individuo para poder deducir qué hay “dentro de él”, como el ejemplo de la caja negra, en la cual no se sabe qué pasa en su interior pero se pretende saberlo en base a lo que sale —lo cual lleva a elaborar muchas suposiciones, verdaderas o no, tal como si se viera la última etapa de una máquina de galletas y se supusiera que, si salen redondas, es porque existe dentro de ellas “la esencia de la redondez”; pero la redondez es producto de una pieza que da la forma redonda y no de una “función redonda”. Por ello no todo resultado es necesariamente un símil de aquello que lo origina, como pasa con la asociación por afinidad de color, forma y función que realizan muchas medicinas tribales. Si nuestras ideas salen ordenadas de nuestra mente no es porque nuestro cerebro sea “un órgano de ordenación”. Tal vez salen ordenadas por alguna causa y dependiendo de lo que se entienda por orden, pero no porque el cerebro sea un “ordenador”. Muchas veces salen también desordenadas y no por ello es un órgano de desorden. Es, por lo visto, un problema de interpretación. Por eso las ideas no requieren de un proceso idiomático ni comunicativo; si bien éstas pueden darse a conocer a través de un lenguaje específico, no por ello se puede concluir que ser lenguaje sea su objetivo o tengan esa finalidad. Las ideas existen en nuestra mente al margen de que las digamos, y eso es algo que se puede comprobar al introspeccionarnos y ver cuántas ideas inexpresivas son posibles albergar sin que éstas tengan sentido ni lleguen nunca a poderse plasmar. Por ejemplo, una obsesión es una idea personal que puede llegar a matar aunque el afectado no logre identificarla y precisarla y sin que tenga la necesidad de comunicarla; ello solo podría notarse a través de un proceso de sicoterapia. En conclusión, el desarrollo del lenguaje o la comunicación es paralelo mas no directamente proporcional al de las ideas; ni tampoco un lenguaje, sea complejo o simple, conlleva la presencia de ideas complejas o simples. Tales procesos se pueden dar independientemente de cada

16 “…las ideas, aun cuando se las equipare generalmente a los conceptos lógico-abstractos, pueden ser entendidas de un modo ontológico cuando se hace residir su naturaleza no ya en el pensamiento sino en cierta realidad o «materialidad» por encima incluso de los pensamientos individuales. El punto de referencia inmediato de esta concepción es Platón, pero éste es también el significado etimológico del término idea. Idéa significa visión, pero no ya tanto el acto o hecho de ver los objetos cuanto el aspecto o «figura» de los mismos. El àtomoV ídéa de Demócrito se aproxima mucho a la idea platónica en tanto en cuanto aquella ídéa se refiere a la forma geométrica del átomo.” Fernández, J. M. Diccionario de filosofía contemporánea. Ediciones Sígueme, Salamanca 1976. http://www.filosofia.org/enc/dfc/idea.htm

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uno. Todo esto es fundamental para entender que se pueden tener ideas y filosofar con ellas a pesar que éstas no se manifiesten mediante la palabra hablada o escrita (el logos).

A. El filosofar sensorial o el método sensorial. Comprender al mundo. El factos. “Solo adaptándonos a la realidad es cómo alcanzaremos el anhelo de recuperar nuestra vida perdida”. Para los que están acostumbrados a creer que la filosofía es exclusivamente el ejercicio de la razón y, por lo mismo, del logos y la palabra, les será algo complicado aceptar, de buenas a primeras, un filosofar sensorial. Y se comprende tal actitud inicial porque los seres humanos solemos aferrarnos a una determinada verdad, más que porque ella lo sea, porque simplemente es nuestra verdad, y eso nos da seguridad, así nos hablen de otra mejor. Pero, a pesar de esta entendible dificultad, no hay por qué dudar que los seguidores de la filosofía de Occidente sí están en capacidad de darse cuenta que la especie humana no está cortada por un solo cuchillo, por así decirlo, y que la vida ofrece más de una sorpresa. No se debe olvidar que incluso la ciencia, a la que tanto se dice acatar hoy en día, tiene en su esencia la capacidad del asombro como eje motor para producirse. Sin aceptar que existen los misterios y las novedades no habría ciencia pues toda investigación siempre parte de la curiosidad; si no la hubiera ningún científico tendría el entusiasmo de investigar nada. Pero hay quienes toman a la ciencia como una fría verdad de biblioteca, como si ésta fuera el conocimiento “ya sabido” sin aceptar nada nuevo ni posible. Son los llamados escépticos, los que, a la primera insinuación de modificación de lo conocido, dicen que “va contra la ciencia”, sin darse cuenta que, por el contrario, ésta se alimenta de las contradicciones con lo ya aceptado. Tal actitud cientificista, hoy muy acentuada en el mundo moderno, es la que impide que la ciencia se “desvíe”, según ellos, e incursione en materias que al poder no le convienen como, por ejemplo, que se investigue cosas que pongan en peligro las “leyes del mercado” que no provienen de la misma naturaleza, al igual que la “lucha por la supervivencia” y la “superioridad del más apto”. En toda época lo ya sabido, lo manejable, lo que ha permitido llegar a donde se está es lo que se califica como de “sabiduría”, y cualquier descubrimiento que atente contra ella es visto como una amenaza. En la situación actual jamás se podrán financiar ni promover estudios científicos que lleven a la negación del orden establecido, y los “grandes descubrimientos de la ciencia moderna” siempre irán por la vía “correcta”, que es la de acrecentar el poder de la sociedad de mercado. Es por eso que rechazar la “absolutidad” de la razón en Occidente es igual a ir en contra del sistema, el cual basa su predominio en la creencia que el razonalismo moderno es el único método válido para filosofar y actuar; y los que piensan de otro modo son denunciados automáticamente como locos o subversivos a quienes hay que perseguir y acallar y se lo hace a través del ninguneo, la burla o el calificativo lapidario de “anticientífico”. Pero no hay que amilanarse ante eso pues, hacerlo, sería renunciar al filosofar, y lo que aquí se propone es realizar filosofía y no llevarle el amén al poder de turno.

¿En qué consiste el método sensorial?Pero volviendo al tema ¿cómo se filosofa con el método sensorial? El método sensorial consiste en utilizar los datos que brindan los sentidos como si estos fueran unidades de interpretación para poder comprender al mundo y, en base a ello, sugerir una forma de vida con la que el ser humano pueda recuperar su estado original natural. Hay que tener en cuenta que la valoración de los sentidos estriba en que estos son los que más se acercan a lo que el hombre considera como “lo verdadero”, por cuanto si, por ejemplo, uno se quema, duele; si huele, algo está cerca; si oye, algún hecho ha ocurrido. Todo lo que los sentidos transmiten suele coincidir casi siempre con la realidad, circunstancia más que comprensible para creer que ellos son las fuentes más confiables de información sobre la misma. Incluso hoy en día, a pesar del imperio de la razón moderna, los sentidos ocupan un lugar preferente gracias a la llamada experimentación científica. Sin los sentidos la ciencia nada podría hacer puesto que no puede trabajar sin los datos que estos proporcionan. Es lógico entonces que el ser humano, basándose en los sentidos, elabore con ellos ‘unidades de sentido’ o 'partículas filosóficas’ conformadas por todo aquello que se ve, se siente y se oye, y que, de este modo, ordene y diseñe al mundo; igualmente que, en base a eso, surjan una serie de ideas y planteamientos sobre el mismo. Cuando se habla de ‘unidades de sentido’ o 'partículas filosóficas’ no significa precisamente palabras, como pasa con la razonalidad, sino más bien de conceptos, los cuales son ideas que no necesariamente requieren transformarse en verbo, en logos. Por ejemplo, un objeto puede representar un concepto aunque no posea una palabra que lo describa, como el caso de una determinada señal que anuncia peligro; puede que no se haya creado una palabra que explique esa situación específica pero dicho objeto remite a una sensación desagradable de la que hay que cuidarse. No existe en castellano un término que exprese “peligro de caída”, pero una señal, un gesto o un movimiento sí lo pueden manifestar.

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De modo que, así como la filosofía razonal emplea la palabra como unidad de sentido para formar frases filosóficas, la filosofía sensorialista utiliza para ello las sensaciones humanas y su relación con la naturaleza, el dato sensorial, llamado aquí factos. Eso revela que esta filosofía considera a las acciones, junto con los elementos naturales y el espacio geográfico en donde se desenvuelven, como sus entidades significantes, es decir: las cosas y los hechos vienen a ser como ‘palabras’ con las que se pueden elaborar los ‘discursos’ filosóficos. O sea que, mientras que en la filosofía razonal el discurso son las expresiones que se manifiestan oralmente o se escriben en un libro, en la filosofía sensorial lo es la interacción de las acciones realizadas por el hombre plasmadas en el espacio geográfico o en los objetos allí ubicados, organizados y concatenados de una manera específica. De ese modo el ‘caos’ que para el ser humano es la realidad resulta siendo ordenado, dándole una dimensión humana a las cosas. Obviamente que existirán muchas maneras de ‘leer’ estos discursos, por lo que es natural que se den, en esta filosofía, una multiplicidad de variantes al igual que sucede en la filosofía razonal con respecto a las muchas teorías y libros que se pueden escribir con el logos. Esto quiere decir que las palabras son a la razón como los objetos y los actos a la sensación, por lo que la elaboración, estructuración y disposición de los factos, dentro de un determinado ámbito y tiempo, es el equivalente a la redacción de un discurso filosófico razonal. Si se contrasta esto con lo que sucede en las numerosas culturas no razonalistas conocidas se descubrirá la existencia de tal filosofía cuya sabiduría está guardada tanto en la mente como en los hábitats, monumentos, rituales y costumbres de los pueblos. Solo cuando se hagan investigaciones sobre cómo la filosofía sensorialista se despliega y cuáles son sus características particulares es que se encontrará en ella un universo de cosas que hasta ahora no han imaginado los que solo viven empleando la razón o la intuición como herramientas para el filosofar. Cuando se empiece a ver que la cantidad de factos ordenados como discursos es inconmensurable recién ahí se comenzará a darle la importancia que esta filosofía merece pues sus combinaciones son tan maravillosas y coherentes como las obtenidas con los otros dos métodos.

El dominio de una civilización sobre otras no se debe a que posea una filosofía superiorSe puede decir que es posible filosofar y hacer mundos alternativos a través de la sensorialidad. Todas las propuestas que se elaboran con este método tienen sentido y coherencia y sus resultados son aplicados actualmente por millones de personas. El que esta filosofía no esté asociada a una o a unas culturas poderosas y dominantes no significa que ella sea buena o mala pues la filosofía no es un reflejo del poder de la cultura donde se elabora ni es lo que está de moda. El poderío y la supremacía confunde a muchos y les hace creer que todo gran imperio lo es también porque posee grandes filosofías y filósofos; pero eso no es así. Imperar no supone filosofar mejor. Tampoco es cierto que el desarrollo de la ciencia vaya al mismo ritmo del filosofar. En la Edad Media europea se practicaba intensamente la filosofía de tipo razonalista, basada únicamente en las razones, y esto era avalado por una ciencia razonalista, teórica; allí se combatía a la ciencia sensorialista que se basaba en los sentidos, en las comprobaciones. Sin embargo esta asociación falsa entre filosofía y ciencia moderna es la que prima hoy en la mente y los corazones de la mayoría de las personas quienes, sin saber, minimizan a los que pretenden filosofar sin pertenecer a la cultura occidental hegemónica. Consideran que la civilización dominante siempre es superior a la cultura dominada la cual es “atrasada” en todo sentido. Esta es una falacia a la autoridad, argumentum ad verecundiam, muy arraigada y difundida, y es difícil, de primera intención, querer erradicarla si es que no va acompañada, previamente, de una serie de sucesos conexos como, por ejemplo, una revolución. La filosofía sensorialista tiene una lógica y un orden que no privilegian ni a la razón ni a la intuición, y se basa fundamentalmente en la relación del hombre con lo que le rodea dándose así un proceso de abstracción diferente al que se hace solo con la razón. Para comprender esto habría que acudir a aquellos lugares del mundo en donde se encuentran los hombres que aún la utilizan y asimilar cómo son los factos que permiten captar sus mecanismos.

El filosofar sensorialista también se da en nuestra vida diariaLa filosofía sensorialista no es inexistente incluso en nuestro ser individual pues ella se manifesta en nosotros cuando menos lo esperamos. Esto ocurre cuando, en determinadas ocasiones, suspendemos el juicio razonal dejándonos llevar por nuestros sentidos. Cada vez que eso pasa encontramos un sinfín de cosas que nos parecen nuevas y maravillosas y que nos hacen preguntarnos ¿por qué no hicimos esto antes? En nuestra vida diaria, por ejemplo, solemos recurrir indistintamente unas veces a la razón, otras a las sensaciones o emociones y otras a nuestras intuiciones, y todas ellas conforman un todo coherente y humano. Emplear exclusivamente una sola facultad sería motivo suficiente para calificar ello de anormal y de no hacerlo ‘humanamente’, o sea, usando las tres facultades. Lo mismo

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se debe hacer con el filosofar para que podamos mirarnos como una totalidad y buscar, con ello, una visión más completa de lo que somos.La filosofía razonal no admite, en sus presupuestos, el ingreso de las sensaciones, la emocionalidad o los sentimientos pues ello altera los juicios. Pero si se aceptara que lo sensorial y lo emocional también tienen un nivel de certeza efectiva en la vida otra sería la forma de ver las cosas. Hay que recordar que numerosos pueblos y culturas han pensado y piensan así, sensorialmente, y de ese modo es cómo han especulado y diseñado su entorno mediante una acumulación de factos tomados como unidades de sentido, al igual que lo hace la razón con el logos.

Sobre la cosmovisiónHay quienes apelan al concepto “cosmovisión”, weltanshauung17 18, con el que se pretende calificar a las filosofías que no son occidentales y, de ese modo, no reconocerlas como tales. La cosmovisión es una mirada estática, inmediatista, que se tiene del mundo. Todas las sociedades, incluida Occidente, la poseen. Cuando los occidentales manifiestan que los otros pueblos no tienen filosofía sino solo “cosmovisión” lo que están queriendo decir es que estos no hacen verdadera filosofía y, por lo mismo, no son “culturas superiores”. Pero la filosofía sensorialista no es una "cosmovisión” puesto que no es ni puede ser una descripción del mundo que se contenta con ver las cosas tal como se encuentran. Ella, como toda filosofía, es imaginativa, creativa y cambiante, y no es una verdad oficial; la historia lo demuestra fehacientemente ya que todos los pueblos que la emplean han estado, y están, constantemente observando y adaptando al mundo; de modo que no es solo una ‘concepción’ o una ‘idea del mundo’ tal como está —cosa que vendría a ser la cosmovisión— sino más bien un intento por postular un mundo mejor, un esfuerzo por transformarlo en otro, más allá del que en ese momento se percibe. Por eso el sacerdocio y la filosofía no son la misma cosa porque, mientras que el clérigo procura perennizar su inmodificable verdad eterna —la cosmovisión— el filósofo lo que hace es cuestionarla y querer suplantarla por otra. Hay que recordar que el objetivo de toda filosofía, sea sensorial, razonal o intuitiva, es elaborar horizontes, sociedades ideales hacia las cuales ir para que el ser humano encuentre alivio a su angustia y desolación y retorne a su estado de paz inicial; por eso son tan atractivas. Si la filosofía solo se quedara en la simple descripción de todo lo que hay no sería filosofía: sería religión o ciencia, los dos componentes de la cosmovisión. La cosmovisión no es otra cosa entonces que una ideología o un sistema de creencias establecido pero no es filosofía, porque la filosofía intenta siempre proponer lo que aún no existe.

Los sentidos son lo más confiableResumiendo, la filosofía sensorialista es aquella que plantea que el camino para el filosofar es el de la interacción entre nuestros sentidos y la naturaleza ya que ello se supone que es lo que más fidedignamente nos interconecta con la realidad, con el mundo material objetivo y, por ello, es la verdad más veraz. Nuestra razón, arguye esta filosofía, puede equivocarse por estar alterada al interpretar las cosas de otra manera pero no así nuestros sentidos; ellos no están sujetos a la tragedia del ser humano y a su particular percepción pues siguen siendo tan biológicos y materiales como cualquier órgano por lo que, lo que ellos dicen, es lo mismo que le dicen a todos los seres vivos quienes viven dentro de la realidad y hacen lo que deben hacer. Un nervio transmite dolor tanto a una gallina como a un humano. Por eso el hombre, para poder actuar con asertividad sobre la realidad, según esta filosofía, tiene que confiar en sus sentidos y en sus sensaciones, en lo sensorial por excelencia, con la convicción que esto es lo que realmente conlleva ‘la verdad’ de las cosas. Cuando los hombres ejercitan los sentidos de un modo mayor al que se los suele emplear ellos empiezan a

17 “El término "cosmovisión" es una adaptación del alemán Weltanschauung (de Welt= "mundo", y anschauen = "observar"), una expresión introducida por el filósofo Wilhelm Dilthey en su obra Einleitung in die Geisteswissenschaften ("Introducción a las Ciencias del espíritu [entiéndase "espíritu" -Geist- aquí más bien como cultura"], 1914). Dilthey, un miembro de la escuela hermenéutica, sostenía que la experiencia vital estaba fundada —no sólo intelectual, sino también emocional y moralmente— en el conjunto de principios que la sociedad y la cultura en la que se había formado. Las relaciones, sensaciones y emociones producidas por la experiencia peculiar del mundo en el seno de un ambiente determinado contribuirían a conformar una cosmovisión individual. Todos los productos culturales o artísticos serían a su vez expresiones de la cosmovisión que los crease; la tarea hermenéutica consistiría en recrear el mundo del autor en la mente del lector. El término fue rápidamente adoptado en las ciencias sociales y la filosofía, donde se emplea tanto traducido como en la forma alemana original.” http://es.wikipedia.org/wiki/Cosmovisi%C3%B3n

18 “…las suposiciones, premisas, e ideologías que comparten los miembros de un grupo sociocultural determinan cómo ven e interpretan el mundo en el cual viven.” “El concepto de la cosmovisión”. Sánchez, Daniel R. Kairós No. 47 / julio - diciembre 2010. http://vicktorlsgz.files.wordpress.com/2012/12/el-concepto-de-la-cosmovision.pdf

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acercar al humano nuevamente al mundo real, al mundo natural y animal, y ésta reintegración es lo que lleva a esa sensación de paz y seguridad de estar volviendo al origen, que es el objetivo de toda filosofía. Una prueba de esto se puede encontrar cada vez que se experimenta la llamada ‘vida natural’ a través de las diversas actividades no urbanas que ofrece la sociedad contemporánea. Muchas corrientes de pensamiento en la modernidad son filosofías sensorialistas pues proponen el retorno a la naturaleza a través de los sentidos como el modo correcto para comprender lo que es la verdadera existencia, aquella vida que el hombre perdió desde que empezó su padecimiento debido al impulso filosofante. “Déjese llevar por los sentidos” dice la propaganda, como insinuando que esa actitud es preferible a la de suprimirlos mediante la razón. La ciencia moderna incluso está impregnada totalmente de esta filosofía pues busca la verdad en los hechos, en los ‘datos’ físicos comprobables, al margen de la opinión que genera la razón. En conclusión, de la misma forma cómo la filosofía razonalista emplea las palabras para hacer sus discursos la filosofía sensorialista utiliza las sensaciones, emociones y actos para formar con ellos ‘discursos’ que no son ni orales ni escritos sino físicos, tangibles, percibibles por todos los sentidos, y estos también transmiten conceptos. Tales discursos se elaboran y diseñan dentro de espacios geográficos específicos y en el transcurrir de un determinado tiempo. Ejemplos de ello son la arquitectura, la música o el baile mediante los cuales se pueden expresar teorías filosóficas. El problema que se plantea en la investigación de este método es, en primer lugar, poder identificar sus unidades de sentido o sus factos y, en segundo término, interpretarlos o “leer” correctamente dichos discursos.

B. El filosofar razonal o el método razonal. Conocer al mundo. El logos. “Solo manipulando las propiedades internas de la realidad es cómo obtendremos lo que deseamos.”La creencia más común en el entorno occidental es aquella que dice que “solo se puede filosofar a través de la razón”, por lo que se ve a la filosofía como una búsqueda de “el conocimiento de la realidad”19. Sin embargo eso no es así; el ser humano ha empleado no uno sino tres métodos distintos, siendo uno de ellos el razonal. La razón, que no es privativa del hombre como se cree, es aquello que les permite a los seres animados desempeñarse gracias al procesamiento de toda la información proveniente de los sentidos y de la memoria. Pero cuando se la usa para la especulación en vías a la creación de otros mundos posibles para los seres humanos —o sea, para el filosofar— las cosas ya no son tan naturales puesto que se la está empleando para un fin para el cual no está diseñada; quiere decir que se la expone a producir respuestas que van más allá de su capacidad de certeza o coherencia. Esto se ve claramente cuando se observa el comportamiento de los niños y cómo nos esforzamos para que ellos se “humanicen”. Cuando se les obliga a utilizar la razón para que hagan cosas “lógicas”, según los adultos, pero que van en contra de su organismo —como el usar vestidos, zapatos, asumir gestos y actitudes no naturales, etc.— se produce en ellos una serie de anomalías y traumas que son muy típicos de nuestra especie. Si se analiza bien, a esos pequeños no se les permite actuar con su razón natural sino que se les impone otra razón, una razón humana o no natural, creada por la filosofía, y que lleva a actuar de acuerdo con parámetros que no son los dados por la naturaleza sino por las ideas, siendo esto la causa de todos los problemas de adaptación que son bien conocidos por la sicología20.De modo que no por emplear la razón, y solo por eso, es que las cosas son correctas puesto que el mundo o la realidad no tienen por qué ir de acuerdo con la razón humana o ser “razonales”. Si bien el razonar es un proceso propio de los seres animados su modo de operar no necesariamente se lo

19 Se hace la salvedad que esta noción, de origen aristotélica, es la que finalmente se impuso en la era moderna, pues también se dio otra, la platónica, que proponía al ser humano como objeto de estudio, la cual, en la modernidad, fue desestimada. “Contradiciendo a Platón, uno de los logros de Aristóteles consistió en mostrar que el mundo físico cambiante lleva en sí mismo un elemento de estabilidad que puede servir como objeto de verdadero conocimiento. La mente humana no necesita dirigirse hacia el mundo de las Ideas con el fin de hallar verdad.” Maurer, Armand. Op. cit. http://praxis.univalle.edu.co/numeros/n16/andres_lema.pdf20

? “…el individuo, desde su nacimiento, está dotado de un conjunto de pulsiones, es decir, de un equipamiento animal. La sociedad en la que ocurre, en la que estamos insertos; esta sociedad, a través de la organización familiar, ejerce sobre nosotros un cierto número de presiones. Se nos va a forzar en el ejercicio de nuestros instintos alimentarios, excréticos, sexuales, y estas presiones de la sociedad, ejercidas por la madre y por el padre, van a ser interiorizadas; Freud dice, incluso, introyectadas por la personalidad en formación, de tal manera que ya no vamos a necesitar más del gendarme parental, que nos transformaremos en nuestros propios gendarmes. /…/ Entonces, el inconsciente es, en el fondo, el producto de la represión, es decir, el efecto de este proceso a través del cual la sociedad obstaculiza, por ejemplo, nuestras pulsiones incestuosas, homosexuales e incluso heterosexuales, pero de una manera tal que no tenemos conciencia.” Fougeyrollas, Pierre. “Psicoanálisis, formación de la personalidad y educación Freud y Lacan”. 1976. En blog Antroposmoderno. http://antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=665

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puede transportar fuera de su contexto sin que ocurran comprensibles distorsiones. Algo que funciona de un determinado modo y con eficiencia en el interior de un ser, en su mente, no tiene por qué convertirse en un fiel reflejo del mundo exterior y viceversa. Sin embargo esta es la propuesta principal de los filósofos occidentales y que muchos hoy en día sostienen. Parten del supuesto de que la realidad puede ser razonalizada, llevando la razón hacia un plano donde no tendría que estar puesto que ella es solo una función idónea exclusivamente dentro del ser animado y no una fórmula general que puede abarcar o identificar a toda la realidad. Tampoco se sabe que exista algo que sea capaz de hacer eso.

Cómo se filosofa con la razónAparte de estas acotaciones necesarias por cuanto, debido a la occidentalización, gran parte de la humanidad se halla bajo el imperio de la razón moderna, se pasará a decir que la razón también se puede usar para el filosofar ya que con ella es posible crear nuevos mundos, nuevas formas de vida para el ser humano. La razón elabora propuestas usando sus elementos más afines como son las palabras, producto de lo cual surgen las frases, las oraciones y los discursos orales y escritos que vienen a ser las unidades de sentido con las que se desenvuelve dicha filosofía, al igual que sucede con el factos en el caso de la sensorial. Ahora bien, de momento que se emplea la razón para filosofar ello tiene ciertas implicancias. La primera es que, para que ésta opere de tal manera, se necesitan las unidades de sentido, es decir, el elemento específico con la que se pueda razonar: el logos. Luego se requiere la identificación de cada componente que conforma una entidad para poder así catalogarla, lo cual viene a ser la nominación de la materia, el ponerle nombre a las cosas. Lo que la razón hace es separar las propiedades de cada captación para individualizarlas y así darles una determinada denominación e interpretación, procurando llegar a las mínimas expresiones a las que se puedan reducir. Es un proceso de atomización. Diciéndolo con un ejemplo, para razonar sobre el árbol lo que la razón hace es convertirlo primero en un logos (árbol) y dividirlo luego en todos los logos que lo conforman: los logos raíz, tronco, ramas, frutos, etc. como si el árbol fuese un rompecabezas. Una segunda etapa del proceso es que el árbol pasa a formar parte de otro rompecabezas mayor, el bosque, en donde éste será, a su vez, una pieza más dentro de un orden en el que todo encaja, de tal forma que, al final, con todo “armado”, se pueda decir que se tiene una idea clara, que se ‘conoce’ lo que es un árbol. Finalmente se hace una sumatoria llegándose a lo que sería la unicidad total, al gran rompecabezas de todos los rompecabezas que le da explicación y sentido a la existencia del Universo y del hombre. Por eso es que el filosofar mediante la razón es enciclopédico, y significa idear, dividir y clasificar la mayor cantidad de logos posibles de hacerse con la realidad para que, teniendo con esto una visión de la totalidad de la naturaleza, el ser humano pueda saber las causas de su origen y de su destino recuperando así la paz anhelada.

El conocimiento como objetivo principalComo es comprensible, cuando se usa el método razonal sobreviene una gran necesidad de conocimiento, de transformar en logos todo lo existente imaginando la realidad como un conjunto de partes mínimas unidas entre sí como lo son las células, los átomos, las partículas elementales, etc., las cuales vienen a ser los ladrillos con los que ésta supuestamente se constituye. La idea que subsiste en el fondo de tal filosofar es que, cuando el hombre conozca todas esas partículas y cómo ellas interactúan, habrá alcanzado el conocimiento total, logro que le permitirá resolver todas las dudas y temores que le persiguen desde siempre. La diferencia que hay entre esta filosofía y la ciencia contemporánea es que el filosofar no trata directamente con la materia y no se limita a aceptar los hechos tal como son pues argumenta que, para conocer el todo, se requiere de una idea previa de orden y sentido y una proyección predefinida. La ciencia, en cambio, trata solo con la materia concreta y, a lo más, propone hipótesis por confirmar. No proyecta mundos humanos.En resumen, cuando el ser humano utiliza la razón para filosofar, entendiendo esto como otro esfuerzo por retornar a los orígenes, lo que surge allí es la imperiosa necesidad de conocer la realidad, de estudiarla, investigarla y codificarla para descubrir su estructura íntima, todo esto desde el punto de vista humano —y empleando para ello el logos— para poder así elaborar las respuestas buscadas. Sin embargo, de las distintas corrientes que el razonalismo ha producido —muchas de las cuales han sido exitosas y loables en su momento, tal como lo consigna la historia de Occidente— hay algunas que no parecen encajar dentro de este proceso pero que se las suele considerar también como filosofías. Son aquellas que, fundamentalmente, se dedican a analizar a la razón como objetivo y no como medio, lo cual implica un exhaustivo análisis del logos, de las palabras, pero sin que ello llegue a producir algo concreto para el hombre. Sin embargo tomar a la razón como un objeto de estudio no sería filosofar en su sentido pleno pues una cosa es emplear la razón para elaborar los discursos que prometen las

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soluciones a las que aspira el ser humano —o sea, filosofar, según nuestro criterio— y otra es verla como una finalidad en sí; y el instrumento no puede ser más importante que el fin para el que se le usa.

C. El filosofar intuitivista o el método intuitivo. Entender al mundo. El estros. “Solo interpretando las fuerzas que dirigen a la materia es cómo descubriremos nuestra verdad”.Ya se ha visto los dos primeros métodos de ejercer la filosofía: uno basado en los sentidos y el otro en la razón. De este modo se puede decir que, así como los pueblos que utilizan el sensorialismo se preguntan por el factos y aquellos que siguen el razonalismo por el logos, en este tercer caso, el del método intuitivista, las investigaciones que se hacen son sobre las intuiciones, o sea, sobre lo que aquí llamamos el estros21. En primer lugar, lo importante para éste método es el ‘entender’, porque este concepto estipula saber quiénes y cómo son las voluntades que están detrás de todas las cosas dándoles su fuerza, esto bajo el supuesto que no hay acto, movimiento o expresión en la naturaleza que no provenga de una entidad específica. Nada ni nadie actúa de por sí sin ningún sentido ni por simple azar, expresa esta filosofía. Si la realidad tiene movimiento y está viva es porque necesariamente hay entidades que así lo desean y son quienes les transmiten sus intenciones. Por extensión, todo desplazamiento responde a la voluntad del que lo ejecuta, con lo que se descarta que algo funcione en la naturaleza careciendo de un factor movilizador, de un motor o causa. El filosofar, desde este punto de vista, vendría a ser el tratar de entrar “en contacto” con estas entidades para que le “comuniquen” al hombre la explicación de su ser y cómo éste puede recuperar su estado anterior al impulso filosofante. Para efectuar dicha operación este método apela a la tercera facultad natural: la intuición.

¿Qué es la intuición?Si bien se asocia a la intuición como el espontáneo surgimiento de una idea, sin intervención de la deducción o del razonamiento22, desde el punto de vista de este tratado la intuición vendría a ser la capacidad que todo ser animado tiene de ejercer libremente su voluntad. Normalmente una acción empieza con la información que proporcionan los sentidos, tanto del interior como del exterior del organismo más lo que aporta la memoria. Esto es procesado por la razón la cual lo evalúa y ordena, elaborando luego una serie de opciones o propuestas como respuesta. A partir de ese momento es que el ser toma la decisión de reaccionar o no según su criterio le indique, por eso es que esta facultad, la intuición, es la que asume las propuestas hechas por la razón y hace surgir a la libre voluntad que es la que finalmente ejecuta la acción en sí. La intuición no es una propiedad de la razón y si se ha elegido esta palabra es porque dicha facultad parece ser un pálpito o una corazonada, y éstas no son situaciones que reflejen obligatoriamente lo que sugiere la razón. Si la intuición trasladara mecánicamente las conclusiones de la razón a los actos entonces los seres animados no tendrían autonomía ni tomarían decisiones; serían similares a las máquinas o a las bolas de billar actuando solo por reacción o por reflejo condicionado, y eso no es lo que son.

Objetivo del intuitivismoEs por ello que el ser humano también ha llegado a la conclusión que no puede haber vida sin intuición, y que ésta es lo que da origen a todas las manifestaciones de la realidad. De ahí es que tal filosofía deduce que, para recuperar el equilibro perdido por causa del impulso filosofante, lo que se debe hacer es intentar “entender” a estas entidades movilizadoras, saber qué quieren y por qué hacen lo que hacen. Si ellas le “respondieran” el hombre sabría quién es él y qué debe hacer para retornar al estado natural. Lamentablemente estos “mensajes” o “comunicaciones” no son lo suficientemente claros ni uniformes sino más bien confusos y múltiples, por lo que esta filosofía igualmente genera tantas variantes y contradicciones como las que poseen los otros dos métodos ya mencionados. En este caso las unidades de sentido vienen a ser las manifestaciones de la voluntad de las numerosas supuestas entidades suprarreales que son posibles de ser captadas: los estros. La suma y combinación de ellos, más los mecanismos para “leerlos” o entenderlos, como lo es el proceso de introspección por ejemplo, son los elementos esenciales con los que trabajan los filósofos intuitivistas.

Fundamento del filosofar intuitivista

21 Estro es una palabra usada antiguamente para expresar la inspiración y era usada principalmente para la poesía. http://www.wordreference.com/es/en/frames.aspx?es=estro

22 “… podemos establecer con carácter provisional, que la intuición pasa a ser una aprehensión inmediata…” Lara Castillo R. “Intuición y conocimiento”. Umbral. 2004. 4 (7) 194-195.http://sisbib.unmsm.edu.pe/BibVirtualdata/publicaciones/umbral/v04_n07/a28.pdf

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La filosofía intuitivista parte de la idea de que existen, además del plano que perciben los sentidos, otros a los cuales no se puede acceder ni a través de ellos ni mediante la razón. Se trata de dimensiones donde se encuentran diferentes entidades con las cuales se puede tener algún tipo de interacción. Esto es lo que le brinda sabiduría y quietud al hombre, le devuelve la paz y le permite el tan ansiado regreso a la situación perdida. Pero el llegar a estos planos de la realidad requiere de ciertas técnicas y se necesita fundamentalmente desarrollar la facultad intuitiva. Para el método intuitivo toda la realidad es solo una apariencia, una deformación resultante del impulso filosofante que hace que veamos las cosas de una manera distinta a como son. Los humanos creemos que sí captamos correctamente pero en verdad lo hacemos de manera deformada, “humanizadamente”, con los ojos desviados propios de un ser que ha perdido su unidad con el origen. Los animales, en cambio, sí “ven” la realidad tal como es porque son parte de ella. Por eso el objetivo de esta filosofía es tratar de ingresar a esos planos para que, estando en interconexión con ellos, el hombre pueda entender cuál es su problema, recuperar su ‘morada animal’ y liberarse así de la tragedia de poseer una “vida humana”. Es, en pocas palabras, hacer que los “espíritus” o como se llamen estas entidades, lo guíen. El área donde se desenvuelve la filosofía intuitivista es lo que llamaríamos la metarrealidad, aquello que no se ve ni se percibe pero que se manifiesta a través de fenómenos como los deseos, la autonomía, la identidad y la noción de ser, ya que no toda la realidad pertenece al ámbito del cuerpo humano y hay otros espacios tan grandes como los que estudia la astronomía. Una de ellas es el propio mundo interior humano que se desenvuelve y convulsiona, al igual que ocurre con el mundo exterior, el Universo, produciendo en el yo toda clase de emociones, percepciones y entendimientos. Los que utilizan el método intuitivista para filosofar piensan que la naturaleza es gobernada por las mismas fuerzas que dan origen a nuestra voluntad y no por leyes físicas, asegurando que la voluntad no solo es exclusiva del ser humano sino que es común a todos los seres existentes. Al igual que las palabras son para la razón y los actos para la sensación, para la intuición lo son los estros, que vienen a ser los estados de conciencia, los diferentes momentos por los que atraviesa nuestra interioridad. Estos estros son numerosos y variados y, del mismo modo que pasa en los otros dos métodos, no todos pueden ser “leídos” o entendidos, además de suscitar confusiones de toda índole. Así como el telescopio y el microscopio ampliaron el conocimiento de la materia mostrándole a la razón y a nuestros sentidos magnitudes del Universo físico que no eran capaces de prever por sí mismos, la filosofía intuitivista afirma que, a través de ella, se amplía aún más la captación humana y se descubren otras áreas de la realidad aún mayores, como si se tratase de un microscopio o telescopio mental. Intentar hacerlo prescindiendo de este método sería igual que querer conocer las estrellas a simple vista, rechazando las herramientas científicas actuales. Los seres que se guían tanto por los sentidos como por la razón —aducen los seguidores del intuitivismo— simplemente viven lo que tienen que vivir, con sus limitaciones naturales pero desconociendo los otros niveles de la realidad debido a que no usan los “instrumentos” adecuados. La filosofía intuitivista busca el entendimiento de aquellas cosas que están ocultas a los sentidos y a la razón. Ella afirma que detrás de todo lo que se percibe hay un “algo” que tiene la respuesta a lo que el hombre desea y el día que lo encuentre alcanzará la tan ansiada reintegración con la naturaleza. La ciencia moderna también intenta “ingresar” a esas otras dimensiones de la realidad pero a través de la instrumentalidad material, desconfiando de la capacidad de la mente de hacerlo por sí sola.

Todas las filosofías conciben una suprarrealidadPero esto no quiere decir que en los otros dos tipos de filosofía no se dé igualmente ese “más allá” de lo visible. En la filosofía sensorialista, por ejemplo, existe una gran necesidad de no conformarse con lo que se siente sino más bien de interpretarlo y darle forma, de ‘comprender’ qué existe detrás de ello y cómo encaja dentro del mundo humano; es decir, no solo le basta con percibir el fenómeno sino que también es fundamental darle un sentido, y para eso está la filosofía sensorialista: para “encaminar” adecuadamente las sensaciones, donde ‘comprender’ es ‘saber’ para poder adaptarse. Esto de algún modo es un ir más allá de lo real. Lo mismo en el caso de la filosofía razonalista, ya que todas las percepciones que ingresan a la mente ésta las procesa dándoles un giro distinto al que tenían antes de entrar pues ‘conocer’, en el caso razonal, es dividir, individualizar y reordenar y de ahí ‘saber’. En la naturaleza no hay clasificaciones ni ordenamientos, sin embargo la filosofía razonalista clasifica y ordena como si ello realmente existiera. Eso implica que también el método razonal trasciende a la realidad y la modifica para presentarla de la manera que mejor le parece al ser humano. Esto mismo es lo que pasa con la filosofía intuitivista que, como ya se ha mencionado, igualmente se resiste a aceptar las cosas tal como aparecen y les busca un sentido distinto que apunta hacia fines no naturales. En suma, mediante los tres métodos se puede concebir la llamada suprarrealidad o ‘espiritualidad’, por lo que esta noción no es producto exclusivo de uno solo de ellos sino de los tres.

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Se podría decir entonces que se puede acceder a la ‘transmaterialidad’ a través del mecanismo de interpretación de las unidades de sentido que realizan estos métodos y que el procesamiento en sí de lo no natural lleva a todo filósofo a suponer una suprarrealidad, situación que ningún animal hace. A esa suprarrealidad es a la que se le da el carácter de ‘espiritualidad’ o de 'trascendencia', algo que todas las filosofías proponen de algún modo. Pero la idea de 'espíritu' puede prestarse a confusión dependiendo del tipo de formación que cada persona tenga. La definición más popular sería la que le atribuye ser una existencia diferente a la “natural”, entendiendo por natural aquello que es perceptible por los sentidos. También se dice que el espíritu posee una independencia y una voluntad igual a la de los seres animados, por lo que suele interpretárselo como una entidad única y diferenciada lo cual permite especular sobre la existencia, a su vez, de numerosos entes o ’espíritus’ con características similares a las humanas. Un ejemplo de ello serían los llamados ángeles y demonios, especie de seres individuales y con nombre propio que aparentemente actuarían por su cuenta y riesgo. Pero esta no es la única versión del concepto espíritu ya que también se dan otras acepciones no tan difíciles de demostrar como, por ejemplo, el espíritu deportivo o el humanista, las cuales se traducen como actitudes generadas por una determinada formación ética. Igualmente el espíritu puede ser entendido como una “fuerza” o “energía”.

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4. Las promesas

ResumenHasta aquí se ha expuesto la idea que dice que un humano es alguien afectado por el impulso filosofante. Este es un fenómeno que hace que un ser perciba y vea las cosas de manera particularizada, individualizada y separadas del contexto general de la naturaleza. Se ha mencionado que ello aún no tiene explicación y que es un misterio, al igual que los que la ciencia moderna honesta admite que existen sin rechazarlos ni burlarse de ellos dado que son el aliciente para los futuros estudios. También se ha planteado que el efecto de tal impulso filosofante es producir una sensación de vacío, de angustia, de soledad y enajenación en el ser que lo padece, situación que solo se puede aminorar mediante el regreso al estado anterior a la afectación. Esa es precisamente la función de la filosofía: crear alternativas que restituyan la tranquilidad y seguridad que daba el vivir tal como lo dispone la naturaleza. Este alejamiento de lo natural es el gran drama del ser humano y su cura paliativa son las opciones que la filosofía elabora. Ello lo viene haciendo desde un principio empleando, para filosofar, las tres principales facultades que poseen los seres vivos: la sensorial, la razonal y la intuitiva. De cada una de ellas es que surgen las tres corrientes filosóficas principales que se han dado en la historia y que llevan sus mismos nombres. Éstas, a su modo, elaboran discursos que tienen por único objetivo mostrarle al ser humano una vía para que vuelva al estado en que se encontraba antes de sufrir el susodicho impulso filosofante. Pero tales discursos tienen que manifestarse siempre en forma de promesas, ya que si se presentaran como ‘verdades absolutas’ el ser humano, a la larga, las rechazaría puesto que estas verdades absolutas se agotan muy rápido y nunca logran reemplazar a la vida natural original. Por ello las propuestas filosóficas deben presentarse solo como promesas de solución mas nunca como la solución final pues ella en realidad no existe, al menos no desde el punto de vista filosófico aunque sí desde el religioso, explicación que se dará más adelante.

El inicioLos animales que no tienen o no “padecen” el impulso filosofante viven percibiendo a los objetos, al conjunto de lo real, como un todo único y sólido, perfectamente ubicado en su lugar sin que haya que cuestionar su porqué. La mirada animal, exenta del impulso filosofante, es una observación completa establecida como una unidad uniforme a pesar de tener variabilidad. Esa variabilidad está dentro de un todo, a la manera cómo son distintas las escenas de una obra teatral que, por muy diferentes que parezcan, siguen encontrándose, para nuestra percepción, inmersas en el mundo de la ficción. Para el animal la naturaleza es sumamente diversa pero está sólida y estable; puede confiar que en ella no existe nada que desencaje. Es lo mismo que pasa cuando se ve una película donde, a pesar de la multiplicidad y disparidad de los elementos observados, todo allí tiene sentido, secuencialidad y orden y no se ven los micrófonos, las luces, los escenarios, etc. que nos harían notar que eso es ‘falso’. La realidad es para el animal algo verdadero, mientras que para nosotros es una ficción.

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La mirada de quien posee el impulso filosofante, como es el caso humano, es dudosa pues todo se ha individualizado y ha perdido correlación entre sí; mientras más entidades se distinguen más se tiene la sensación de inexplicabilidad. Volviendo al ejemplo de la película, este espectador, el hombre, dice al contemplar la realidad: “Veo un árbol, pero ¿qué hace ahí? Y esa piedra ¿qué es? ¿Por qué está en ese lugar?”. Lo que antes era tan común y lógico, como lo es la unidad de la naturaleza, empieza a percibirlo pulverizado y arrejuntado, como un sinnúmero de pedazos entremezclados. Es la misma sensación de quien veía antes un rompecabezas armado hasta que un día lo observa totalmente desecho, desparramadas las piezas, y no entiende qué es lo que está observando pues aparentemente nada tiene significado por sí solo, aisladamente. El mundo, que antes era ordenado, único y con sentido, se vuelve, para el que sufre el impulso filosofante, caótico e incomprensible. Ante esto, fuera del primer asombro que siente este peculiar observador, lo que inmediatamente se produce en él es la sensación de angustia, pero una angustia superior a la que normalmente puede sentir un animal dentro de su rutina de vida. Esta angustia no es la del momento o circunstancia peligrosa y tensa como consecuencia de un hecho particular sino un tipo de ansiedad permanente: la del que percibe que, para él, ya no hay seguridad de ningún tipo; la del perseguido que vive escondido y que piensa que está acosado, vaya donde vaya y haga lo que haga. De la tranquilidad del correcto vivir y morir se ha pasado a la aterradora sensación del no saber para qué se vive ni para qué se muere. Es en ese momento que surgen nuevos temores antes nunca experimentados por este animal filosofante, siendo el principal de ellos el miedo a la muerte, distinto al que sufren todos los seres vivos cuando son atacados por algún enemigo o depredador huyendo del daño pero desconociendo el morir. Es así que nuevas sensaciones, en su mayoría atormentadoras y enfermizas, se van apoderando de este individuo cada vez más espantado de lo que ve y de lo que ignora. Ante esta situación, que definitivamente lleva a la locura, es que surge otro fenómeno producto del filosofar: la promesa.

La promesaTodo discurso elaborado por la filosofía tiene por objetivo mostrarle al hombre un camino el cual consiste en una idea o en un conjunto de ellas que plantean la posibilidad de alcanzar “el estado de salvación” o de “liberación del mal” regresionándolo a su estado original previo a la aparición del impulso filosofante. Se dice que ello es una promesa porque, por principio, no asegura total y concluyentemente que sea la solución y porque, además, exige, al que cree en ella, que ponga todo de su parte para lograrlo; pide hacer el esfuerzo de llegar a ese estado mediante el cumplimiento de una serie de requisitos; es decir: le propone el esquema de “si cumples estas disposiciones correctamente obtendrás la cura para el mal que te aqueja”. Ya se sabe que el mal que adolece el “paciente”, el humano, es la pérdida del sentido integral de la realidad, la realidad animal, que viene a ser la unidad de la naturaleza con el ser dentro de ella, con la consecuente angustia que da el estado de inseguridad que eso suscita. Por lo tanto la promesa ofrece recuperar la armonía de las cosas y volver a ver a la naturaleza como un todo, sin dudas ni cuestionamientos, tal como pasa cuando se toma un libro de conocimientos enciclopédicos y, leyéndolo, se tiene la sensación de “integrar” a la naturaleza dentro de una idea uniforme y compresible dando ello una especie de alivio al sentir que “todo está unido, en su lugar y tiene sentido”, lo cual, de algún modo, es un “retorno a la unidad de la naturaleza” después de haber sido fragmentada por lo humano. Ello produce tranquilidad y seguridad y también responde a la vieja pregunta de qué es el mal, el cual vendría a ser “la ruptura de un ser con el mundo natural” producto del impulso filosofante y, a la vez, todo aquello que vaya en contra de una promesa de retorno. Obviamente no existe una sola promesa sino tantas como sean posibles de ser creadas, pero a todas las caracteriza el mismo hilo conductor: ser horizontes de salvación, de sanación de todo lo que hace penar a los seres filosofantes, los humanos.

Clases de promesas según los tres métodos de filosofar No se pretende hacer aquí un listado extenso de las promesas que ha habido y que hay pues es algo que aún no se ha investigado hasta el momento, pero sí es posible sintetizar las ideas principales que resumen, de algún modo, lo que éstas generalmente expresan. Ya se ha dicho que las promesas son el resultado y el fin de toda filosofía. Una promesa consiste en un discurso hecho a base de sensaciones (factos), razones (logos) o intuiciones (estros) que tratan sobre todo aquello que el ser humano debe hacer para alcanzar el objetivo de calmar el estado existencial de angustia producido por el impulso filosofante. Se ha dicho también por qué el discurso tiene que ser una promesa y no una verdad, como podría suponerse, y ello se debe a que toda verdad es de por sí una realidad, un hecho ya ocurrido y existente lo cual ocasiona la rápida llegada de la desilusión, en vista que ninguna forma sustitutoria hecha hasta ahora por el hombre puede compararse a lo que auténticamente ofrece la naturaleza. Toda verdad siempre se agota y lleva al desencanto, al rechazo y a la búsqueda de una nueva opción que sea realmente la “verdadera”. En cambio, una promesa siempre está alimentada con

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la esperanza, y a ésta se le suman la imaginación y el deseo transformándola en algo mucho mejor de lo que ella es; por eso las promesas siempre atraen más que las verdades, porque no necesitan demostrar su autenticidad ni la comprobabilidad de lo que plantean. Pero para que una promesa parezca tener visos de poderse realizar y ser apetecida el ser humano que la asume tiene que cumplir una serie de pasos, de requisitos, y empeñarse mucho en lograrlo. Es decir, sin la intervención activa del creyente la promesa no tiene sentido, se congela y se vuelve una expresión vacía, obsoleta o absurda. Muchos mitos y religiones parecen ser promesas dejadas de lado u olvidadas en un remoto pasado que, a pesar de ya no tener seguidores actualmente, aún transmiten sus propuestas iniciales. Eso lleva a pensar que una promesa también puede volver y renacer en todas las épocas pues sucede que éstas suelen reciclarse y reaparecer mucho tiempo después de haber sido abandonadas, con lo que es posible suponer que no hay promesa que realmente desaparezca para siempre. Además toda promesa requiere de un discurso asequible al interesado y, al mismo tiempo, que le proponga exigencias y condiciones para poder efectivizarse.

De qué están hechas las promesasTodas las promesas suelen estar elaboradas con una gran carga de esperanza de poder solucionar los problemas humanos y tienen que asegurar que pueden dar la respuesta a todas las preguntas, afirmando el alcanzar la satisfacción final a los esfuerzos que se hayan hecho para que se materialicen. Esto es lo que les da su carácter de “ideales” en el sentido de que tienen que ser planteadas de una forma maximista, superlativa, con una gran dosis de irrealidad y fantasía al punto que rayen casi con lo increíble. Ello es sumamente necesario puesto que deben oponerse directamente a la fría realidad que vive quien las escucha, teniendo que ir más allá de lo factible, rebasando la lógica de lo posible para que obtengan el suficiente encanto que las proyecta hacia el futuro. Estos son los ingredientes imprescindibles de toda promesa; carecer de ellos sería convertirlas en un simple proyecto perfectamente viable y eso no crea anhelos, sueños ni ambiciones. Las promesas son siempre horizontes, lugares ideales pero imposibles de alcanzar, que sirven de guía a los humanos quienes viven solo de ilusiones. El hombre es un ser al que únicamente lo mueve el deseo de recuperar su tranquilidad y seguridad perdidas, de modo que la promesa es la que arrastra a naciones enteras a seguirla ardorosamente en la creencia que ella se cumplirá algún día.

Auge y caída de las promesasPero, como suele suceder, las sociedades, por más que la busquen, nunca lograrán encontrar esa dicha prometida; en vez de ello la vida se les hará siempre cada vez más compleja y alejada de lo natural. Al final las promesas que los filósofos elaboraron dejan de ser escuchadas, de ser creídas y se abandona el interés por cumplir con sus exigencias. En esas épocas es la religión, reemplazando a la filosofía, la que distancia aún más esa capacidad de concreción puesto que ella, a diferencia del filosofar, no especula ni crea; solo busca la conservación, el orden y la vigencia de la ley, de la realidad tal como está configurada en el momento. Lo que toda religión hace es imponer una promesa no realizada como si ésta se hubiese cumplido convirtiéndola, de ese modo, en una verdad instaurada. Cuando tal cosa ocurre surge entonces la necesidad de un cambio total para que, o bien se renueve la promesa fallida o aparezca otra, produciéndose así un nuevo intento por hallar una nueva vida, por encontrar el paraíso desde siempre prometido. Es en ese momento que aparecen las ideas revolucionarias, las nuevas propuestas y promesas en boca de filósofos que sugieren otras rutas de integración con la madre naturaleza. Sin embargo, pasado el tiempo, nuevamente se revivirá la frustración de no ver su realización y, por consiguiente, sobrevendrá la caída y la pérdida de fe en esa promesa, con lo que se repetirá nuevamente el ciclo. Si se hiciera una relectura de la historia humana se constataría cómo ésta ha girado permanentemente en torno a las promesas de alcanzar las metas deseadas y a la frustración de no poder lograrlo.

1. Las promesas del método sensorialistaLas promesas sensorialistas se pueden enmarcar dentro del esquema siguiente: “La naturaleza es lo único real. Cuando nos alejamos de ella padecemos. Cuando retornamos y le hacemos caso nos recuperamos. Ella es la pureza mientras que el hombre es la artificialeza, por eso debemos buscar los caminos que nos conducen a ésta y amarla como un hijo ama a su madre, rindiéndole tributos y pidiéndole todos los dones que necesitemos. No debemos abusar de ella porque nos reprende. Debemos respetarla y obedecerla puesto que los que no lo hacen sufren un cruel castigo. Para ello debemos comprenderla pero tal como se comprende a un ser vivo, sabiendo quién es y cómo éste actúa. Abramos, pues, nuestra mente a nuestros sentidos. Escuchémoslos y hagámosles caso pues estos no nos engañan y nos conducen al lugar correcto que es hacia lo natural. Esforcémonos por

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sintonizarnos con la naturaleza buscando la manera de ser parte suya; de ese modo obtendremos la más grande recompensa que podamos alcanzar: la paz.” Como se ve, la filosofía sensorialista propone seguir a la misma naturaleza, de ahí el énfasis en ponerla como un fin, como el principal objeto de la ocupación humana. Pero para ello hay que comprenderla primero, proceso que, en esta forma de filosofar, consiste en saber cómo ella se comporta. El ser humano que cree en las promesas sensorialistas está convencido que el mejor modo de recuperar la paz es yendo precisamente hacia lo natural, pero no volviéndose un animal sino uniéndose a la naturaleza como ser humano, a la manera humana. Esto, obviamente, es un imposible puesto que el hombre es ya de por sí una negación a ésta, pero en eso consiste la fantasía y la ilusión de las promesas. Las filosofías materialistas actuales, por ejemplo, parten de dicho presupuesto y se dedican a investigar cómo actúa la materia para encontrar en ella todas las respuestas. Para el sensorialismo, a diferencia del razonalismo —para el cual las respuestas están en la mente humana— y del intuicionismo —que aduce que están en aquello que no se percibe pero se supone que existe— el camino de ‘salvación’ y de retorno es a través de lo visible y lo tangible, ya que el hombre, según afirma, es fundamentalmente carne y hueso, y cuando su cuerpo desaparece él también desaparece. Desde este punto de vista el sensorialismo viene a ser el método que intenta tratar con la realidad pero tal como ella es, procurando acatarla en todos sus principios y leyes. El problema de este método es que necesariamente tiene que “humanizar” esas leyes, con lo que deja de ser una fiel interpretación de la realidad. Estas promesas procuran “hermanar” al hombre con la naturaleza suponiendo que, a la larga, el producto de esa relación será el obtener la tan ansiada reintegración con ella.

2. Las promesas del método razonalistaComo ya se ha mencionado, el razonar no es algo privativo del ser humano sino de todo ser vivo puesto que el objetivo de la razón es recibir los datos de los sentidos y de la memoria para luego proponer las acciones a seguir. De este modo tanto la ameba como el hombre emplean dicho mecanismo para identificar su medio, desplazarse y poder ser. El razonar no es producto de algún órgano específico pues es un proceso integral del organismo. No existe el lugar del razonamiento en el cerebro —tal como el biologismo pretende descubrir— y el solo razonar no es un sinónimo de filosofar sino que es una facultad de los seres vivos; con él se puede desarrollar uno de los tres métodos para ejercer la filosofía: el razonal. Tampoco el impulso filosofante es algo intrínseco a la especie homo, y, como fenómeno, es posible que se dé en todo tipo de seres animados. Esto porque, debido a las características descritas de lo que es el filosofar, ello no requiere estrictamente del cuerpo homínido ni de ninguna de sus características. Para filosofar no es indispensable tener manos, pies u otro elemento como prerrequisito. Tampoco es que por el tamaño del cerebro se proceda a filosofar; los delfines lo tienen más grande que el hombre con respecto a su cuerpo y no por ello filosofan. Se dice esto porque es preciso desembarazarse de ciertos prejuicios para poder desenvolver este planteamiento. Uno de ellos, el que la filosofía es el exclusivo ejercicio de la razón. El peor error de aquel que busca nuevas rutas y horizontes es tratar de tomar la senda ya recorrida para intentar, a través de ella, algo diferente. Por lo general cuando se hace eso se suele llegar a los mismos lugares alcanzados por los predecesores. Y si se persiste aun, luego de mucho esfuerzo, recién al final se logra entender la causa del porqué hay tantos que expresan su desconcierto y desengaño por haberla tomado. Debido a ello, y para no repetir las conclusiones ya conocidas —terminando donde otros se encuentran entrampados— se insiste una vez más en que el método de la filosofía razonalista es solo uno de los tres posibles, pero no el único. Mientras que el argumento principal de las filosofías sensorialistas es que las sensaciones son lo más auténtico que el ser humano puede constatar como real —pues es notorio que la razón suele engañar— las razonalistas opinan que la forma más adecuada es, por el contrario, fiarse de la razón ya que más bien son los sentidos los que nos engañan y dan informaciones erradas. La razón, que los evalúa, tiene la facultad de discriminar lo cierto de lo falso, lo supuesto de lo comprobable, lo aparente de lo real. Lo importante en las promesas razonalistas es que ellas son trabajadas a la manera cómo lo hace el razonamiento, es decir, se utiliza la información obtenida por los sentidos procesándolas y dándoles cierto orden y sentido para, finalmente, mediante el empleo del logos, configurar un discurso oral o gráfico que la sociedad debe formar como un plan a seguir. Las promesas de origen razonal elaboran sus discursos dentro de la siguiente tónica: “Lo que nos diferencia de los animales es el especial uso de la razón. Lo que determina la voluntad y el accionar del hombre es todo aquello que él considera que va de acuerdo con su forma de razonar. Lo más importante es lo que el ser humano pueda conocer de la realidad a través de la razón para con ello crear una forma de vida que sea lo más

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parecida a la que tenía cuando él era parte de la naturaleza. La angustia de la existencia solo se puede calmar con las ideas adecuadas que le sirven de hoja de ruta al hombre para obtener la paz y el equilibrio deseados”.Si se analizan los muchos discursos que ha creado la razón humana se verá que reafirman esa fe en que ésta es la mejor manera de resolver sus problemas o “el problema” del hombre. Nada puede ser cierto si es que, previamente, no se lo somete al método razonal, a una evaluación mental. Entonces este método consiste en recibir, comparar, sistematizar y sopesar la información en la mente para, de ahí, llegar a una propuesta que motive el actuar. Las promesas razonales niegan que la realidad, tal como es, sea el camino de salvación; solo cuando ella es pasada por el tamiz de la razón es que ésta se hace comprensible y aceptable. Lo importante para esta posición es conocer a la naturaleza, no tal como ella se presenta, sino a la manera cómo opera la razón, y debe estar siempre orientada por la mirada humana. Quienes crean en las promesas razonales vivirán confiados en que, cuando éstas se cumplan, el ser humano logrará, por fin, liberarse de todas las penas y dolores que implica el vivir humanamente. Cada vez que se apela a criterios razonados, a un esquema que usa dichos parámetros, se refuerza la promesa de lograr lo que toda filosofía se propone como meta: saber el origen del hombre y restituir su destino. Las promesas razonales procuran diseñar, mediante la razón, el mundo ideal donde el ser humano vivirá tal como antes: sin angustias, sin futuro y sin culpas.

3. Las promesas del método intuitivistaCuando se habla de intuición se habla de la capacidad que todos los seres animados poseen de poder tomar una decisión de acuerdo o no con lo que los sentidos y la razón les sugieren. Ello se debe a que no necesariamente lo que estas dos últimas facultades mencionadas aconsejan son lo más adecuado. Por ejemplo, el dolor no siempre es necesario evitarse sino que muchas veces es preferible soportarlo en vías a un fin, así como las cosas no tienen por qué ser lo que parecen y detrás de algo aparentemente obvio puede haber un peligro, tal como ocurre con las trampas. Precisamente los trucos de magia se basan en engañar a la razón y a su forma de desarrollar la lógica, al igual que pasa con los chistes o chascarrillos que violan la estructura razonal y eso produce la risa23. En muchos casos la negación a lo que sugiere la razón es lo que le permite al ser seguir viviendo cuando ella y sus sentidos lo llevan por el rumbo peligroso. Existe la idea que los animales carecen de intuición, pero eso es producto de una observación poco profunda de su comportamiento. Cuando se analiza detenidamente cómo ellos actúan se puede constatar que no son máquinas que reaccionan automáticamente a los estímulos ni a los cálculos. Muchos de ellos muestran sensibilidades y sentimientos que van más allá de la simple supervivencia, cosa que algunos llaman altruismo animal. Este atributo no encaja ni en los sentidos ni en la razón, por lo que necesariamente está vinculado a la intuición, que es la opción libre que impulsa a la voluntad. La voluntad no aparece con el ser humano; él hereda esa cualidad de la misma naturaleza. Negársela a todos los seres animados para recluirla solo en el hombre es afirmar que únicamente él la posee y que él mismo la creó y desarrolló, cosa que, por ahora, nadie ha podido demostrar. Hasta el más pequeño ser toma libremente sus propias decisiones. Sin voluntad, sin libertad para elegir, la vida no sería como la conocemos pues solo se parecería a un calidoscopio, pieza visual que produce figuras aleatorias que varían siempre dependiendo del movimiento que se le dé24. Ver a la vida solo como un mecanismo orgánico, como materia en movimiento, es algo que la experiencia demuestra que lleva a la degeneración y a la pérdida de su valor en sí convirtiéndose, de ese modo, en una simple cosa, a consecuencia de lo cual viene luego su utilización como máquina. De ahí es que parte el actual pensamiento denominado cosificador que permite hacer con la vida todo tipo de desatinos y que es la causa del pragmatismo destructor y desestructurador de la naturaleza que hoy impera en la civilización occidental. La vida siempre requiere de la voluntad y la libertad para dirigir con eficiencia sus pasos; no

23 “De Bono sugiere que la mente es una máquina que trabaja formando patrones, y que funciona reconociendo historias y conductas para ponerlas en patrones familiares. Cuando una conexión familiar se interrumpe, y alternativamente un vínculo nuevo e inesperado se produce en el cerebro por una ruta distinta a la esperada, se origina la risa con la nueva conexión.” The mechanism of the mind (El mecanismo de la mente) y I am right, you are wrong (Yo tengo razón, tú estás equivocado) de Edward de Bono. http://es.wikipedia.org/wiki/Chiste

24 “… en el psiquismo hay sistemas que parecen comportarse aleatoriamente, pero que encierran un orden oculto que, aunque podamos conocerlo, es igualmente imposible hacer predicciones exactas. Las personas se parecen mucho al clima: tienen comportamientos predictibles pero también impredictibles, y nunca se pueden descubrir todos los factores que sobre ellas actúan… “. Cazau, Pablo. La teoría del caos. http://www.uca.edu.sv/facultad/chn/c1170/Teoria%20del%20caos.pdf

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basta solo la razón para que una especie se perpetúe pues es posible que ella indique que, por ejemplo, no es recomendable cambiar de hábitat, algo que la voluntad, y no la aparición de un gen o del azar, puede decidir no tomar en cuenta y que sea eso lo que le prolongue la vida. Es la libertad individual de los seres para tomar sus propias determinaciones parte inherente de la vida tanto para subsistir como para orientar el rumbo de su evolución, a diferencia de lo que plantea el evolucionismo que propone el seleccionismo biológico como explicación de todo. Para el intuitivismo las decisiones no provienen de la razón ni de los sentidos y no queda otra cosa que considerar que existe, en todos los seres animados, la capacidad de asumir o no riesgos que pueden ser tanto fatales como beneficiosos. Es la actitud, y no los genes, lo que les da el atrevimiento y la energía a las especies para enfrentarse a las más difíciles condiciones en busca de nuevos horizontes. Esto es más visible en aquellos animales trashumantes que son los que se encuentran, frecuentemente, frente a nuevos retos ante los cuales tienen que escoger entre seguir, quedarse o retroceder. La razón muestra que las tres respuestas pueden tener sus ventajas y perjuicios, pero únicamente la intuición, la voluntad, es la que finalmente dirimirá por cuál optar. Esta es la explicación por la que la intuición, que hace libre al ser de la esclavitud de sus sentidos y de su razón, o sea, de su biología, es parte consustancial de la vida y no una exclusividad del hombre, como se suele pensar.Ahora bien, en los seres humanos la intuición ha sido empleada también para filosofar porque ello produce resultados inmediatos y profundos que acortan muchos pasos y evitan las engorrosas experiencias que, comúnmente, toman demasiado tiempo y esfuerzo, además de ser muy costosas. La intuición es lo que permite obviar los procesos y no responder solo como una reacción a los estímulos. Ella posibilita crear donde no existe modelo ni antecedente. Por eso, debido a esta extraordinaria capacidad, es que hay quienes piensan que la intuición es la base de la cultura y que el intuitivismo es el método idóneo para idear nuevos mundos y nuevas promesas de respuesta al estado de angustia que padece la especie humana.¿Qué dicen las promesas intuitivistas? Lo que expresan es más o menos lo siguiente: “Más allá de este mundo percibible, detrás de todas las apariencias, están las cosas como realmente son y no como le parecen al ser humano. Porque todo lo captable por él es, de algún modo, cambiante; nada permanece firme en su forma y en su fondo y nada es siempre igual. El mar nunca es el mismo y ningún día se repite de igual modo. Tanto el átomo como el Sol siempre se mueven de su sitio, y la Tierra permanentemente se está transformando. Todo lo que le rodea al ser humano es inestable y no todo se encuentra a su alcance. Además existe la muerte, que es el fin de la vida, y cuya sola noción causa el mayor de los espantos. Por eso es que la intuición nos dice que, si bien nada de lo que se nos presenta ante los sentidos y la razón es firme y eterno, lo que no se ve sí es confiable y seguro. Si bien la realidad que presenciamos tiene formas imprecisas y se encuentra en constante transformación, aquello que le da vida y sentido es fijo e inconmovible. Por lo tanto, el objetivo de la vida es el buscar, en ese plano de las cosas, allí donde nada se ve ni se siente ni se deduce, el verdadero fin de la existencia humana. En ese lugar, en donde todo es verdad y se genera la realidad, es en donde están las respuestas esperadas”. Las promesas de tipo intuitivista son discursos que le dicen al hombre que, si se esfuerza por entender el “más allá”, el origen invisible e imperceptible del todo, alcanzará la paz que busca y dará por finalizado su periplo. Para ello debe pasar por numerosas pruebas que exigen una serie de requisitos que propugnan desmentir la validez de los sentidos y de la razón para que éstos no perturben el surgimiento de la intuición, que es la libre voluntad, la cual ilumina el modo de llegar a la suprarrealidad. Su forma discursiva se canaliza a través del estros —que son estados de conciencia— y muchas filosofías surgidas de ello expresan pensamientos tales como: “Descubre la verdad más allá de las cosas”, “Déjate llevar por tu mundo interior para encontrar el sendero”, “La realidad es engañosa; busca lo que hay detrás de ella”, “Cumple con los pasos que llevan a darle prioridad al mundo interior”, “Lo que realmente vale es lo que no es perceptible por la carne”, “Vivimos en una plano de la realidad que no es el verdadero”, “Estamos como engañados creyendo que las cosas son como son”, “Debemos despertar hacia una nueva realidad que es la auténtica”, etc. En conclusión, estas promesas aseguran que, así como los seres vivos tienen voluntad y toman decisiones, las entidades mayores que dan origen y rigen al mundo también la tienen, y ello es lo que determina el destino de todas las criaturas. Captar esto es la finalidad del hombre y a eso se le llama entender.

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5. Las promesas como origen de las culturas y civilizaciones

Como se ha dicho, las promesas son discursos que plantean como meta el retorno a la naturaleza a cambio del cumplimiento de determinadas exigencias por parte de los que creen en ellas. Las promesas no pueden ser verdades confirmadas porque esto sería congelarlas o presentarlas como situaciones ya realizadas, cosa que, justamente, solo sucede cuando ellas han perdido la fuerza que las hiciera atractivas. Las verdades más bien son lo opuesto a las promesas, ya que algo se hace realidad cuando deja de ser promesa. El ser humano vive, por causa del impulso filosofante, inmerso en una situación que para él es sumamente angustiosa e insoportable a lo cual denomina como la “verdad de la vida”; por eso es que necesita de las promesas. Todo lo que se conoce como la cultura, ese bagaje que cada sociedad crea producto de su actividad en el tiempo, no es otra cosa que el conjunto de elementos que sirven para tratar de cumplir con los requisitos que toda promesa fundacional pone como condición. Tanto las costumbres como la lengua o las leyes, así como todo lo demás, son resultantes de cuanto se hace para tal fin.En cada sistema estructurado, en cada tipo de sociedad existe tanto una promesa viva como también una verdad que antes fuera una promesa, con lo que se produce una convivencia de la realidad con el deseo, de la frustración de no haber logrado la solución con la renovada idea de que ésta sí puede hallarse. Podría decirse que siempre se desarrollará un conflicto entre los conservadores, aquellos que quieren que la promesa se plantee como una verdad ya instaurada, y los renovadores o revolucionarios, que son quienes buscan una nueva promesa porque no se encuentran satisfechos con la que supuestamente se ha cumplido. Esta tensión al interior de cada sociedad es lo que le da a ésta movimiento y hace que no se estanque, se agote y desfallezca. Solo cuando dejan de aparecer las nuevas promesas, mayormente por ausencia de filósofos o por la represión a éstos, es cuando una determinada cultura, sociedad o civilización se paraliza y vive solo la “verdad”, llegando después su decadencia y muerte. El apogeo en una civilización vendría a ser el momento de exaltación máximo de una promesa fundacional que se transformó en una “verdad oficial”, en una “promesa cumplida”. Es la etapa en que el poder se vuelve absoluto y no hay lugar para disidencias. Pero ¿qué pasa cada vez que aparece una nueva promesa? Cuando surge una nueva promesa que resulta ser la elegida la gente que la asume se organiza para vivir en pos de ella creando, para tal fin, una nueva cultura, la cual tiene por objetivo dedicarse a mantener viva su llama iluminadora. Esto significa que ese grupo humano se asociará con la exclusiva finalidad de tratar de llevar a cabo los requisitos que ésta promesa pide para que se realice. Por ejemplo, si una promesa es de origen sensorialista le exigirá al hombre que instaure una sociedad que disponga a la naturaleza de tal manera que él pueda integrarse a ella; que la modele con el fin de que, poco a poco, dicho ambiente se vaya pareciendo al paraíso original perdido. Muchas culturas han emprendido ese trabajo y han

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estado durante miles de años en el penoso esfuerzo de mover y trastocar el ambiente para que eso dé por resultado la materialización física del supuesto Edén. El interés de estas sociedades se centrará en los procesos que permitan dicha realización, como pueden ser: el saber cómo corren los ríos para fluir con ellos, cómo es el crecimiento de las plantas, cómo circulan los astros del cielo, cuáles son las disposiciones de la geografía, etc. Todo apuntará siempre a lo mismo: a volver, a regresar a la naturaleza pero viviéndola, sintiéndola, mirándola, oliéndola, ingiriéndola y adaptándose a ella como humanos, no como animales. Todo esto, para la filosofía sensorialista, viene a ser el comprender. Este es el eterno sino y ciclo de las culturas y civilizaciones. Cada aparición de una promesa es el inicio de una de ellas. A veces, por ejemplo, dentro de sociedades formadas por una promesa razonalista puede insurgir una de tipo intuitivista; la consecuencia será una conmoción pues, no solo se intentará cambiar de promesa, sino también de método de filosofar. Pero aún con los cambios de promesas las culturas no necesariamente desaparecen ya que pueden lograr sobrevivir a pesar de la intervención de dos o más promesas o filosofías juntas. Esto es lo más común en vista que los casos puros, donde solo existe en una sociedad una única promesa, raramente se dan. Por lo general siempre habrá varios tipos de ellas, unas prevaleciendo sobre otras y todas esperando su turno para ser la escogida.Sin embargo, a pesar que constantemente el hombre crea civilizaciones para hacer que las promesas se realicen, éstas, a la larga, debido a su “incumplimiento” —ya que ninguna es igual a la realidad— o bien pierden credibilidad o se convierten en el orden establecido, en verdades instituidas, diluyéndose luego y llevándose consigo a la cultura que la asumió. Aunque los jefes de dichas sociedades siempre insistan en que la promesa fundacional ya es una realidad y que ya se vive en el esperado “paraíso prometido” —esto con la finalidad de que nada cambie y ellos sigan al frente del poder— los pueblos se dan cuenta que ello es una falsedad, que así no es la vida soñada, que no se ha vuelto a la madre naturaleza y que lo que hay, en vez de eso, es un férreo control social, una estructura perfecta para sobrevivir mas no una forma de solucionar el eterno problema del existir. Sobre las sociedades y sus promesasComo se ha mencionado desde un principio, lo que se intenta hacer aquí es solo una especulación basada en deducciones a partir de los datos actuales, que es algo parecido a lo que hacen algunas ciencias sociales como la Antropología o la Paleoetnología. Cierto es que todo intento de ordenamiento, de secuencialidad o de distribución siempre será subjetivo y particular puesto que la realidad no está organizada desde ningún punto de vista humano. Lo prudente sería decir que todo lo que sabemos de ella es aquello que hemos seleccionado en una determinada época de nuestra historia, así evitaremos caer en el equivocado entusiasmo de manifestar que “nuestro punto de vista es el correcto”, lo cual nos lleva, a la larga, no solo a terquedades inútiles, sino a imposiciones tiránicas en la creencia que estamos haciéndole un bien a alguien cuando solo lo estamos obligando a aceptar nuestras ideas. Lo que a continuación se va a hacer es, muy someramente, desarrollar primero cuál sería el origen de las sociedades según la opinión occidental contemporánea —y que hoy se difunde tanto a nivel oficial como popular— para luego pasar a exponer la versión que se propone en este ensayo, derivada de la hipótesis central del impulso filosofante y sus promesas.

El origen de las sociedades según la visión occidental contemporánea Las opiniones de mayor consenso actualmente en Occidente acerca del tema son aquellas que dicen que todo lo que somos es debido a un proceso natural, a una especie de decantamiento propio de la naturaleza que es la que nos ha creado y nos ha dado todos los elementos y opciones necesarias para que seamos así como somos25. Eso significa que las sociedades, siguiendo con esta lógica, son solo la prolongación de las manadas originales las cuales existen debido a los vínculos familiares y a razones de conveniencia y supervivencia. Incluso hasta los valores morales son considerados como herencia de la vida animal, con lo cual no se deja a la imaginación nada que no esté dentro de las ciencias naturales positivas y experimentales. En pocas palabras, el pensamiento moderno occidental supone que el ser humano es solo uno de los millones de animales surgidos de la vorágine de la vida que, por

25 “…la s. [sociedad] como organismo resultado necesario de la evolución, también se pueden ver rastros de ella en las culturas griega y romana, especialmente en Lucrecio; sin embargo, sus principales representantes son los componentes de la escuela sociológica evolucionista, entre los que destaca Spencer (v.). Para este filósofo inglés, el origen de la s. como superorganismo es el juego de las fuerzas ciegas de la evolución a la que está sometida gradual y progresivamente toda la materia inorgánica y orgánica. Una vez originada, la s. sigue sometida a la misma ley de la evolución que la hace pasar de formas simples de organización a otras más complejas.” Sierra Bravo R. “Origen de la sociedad”. Gran Enciclopedia Rialp, 1991. http://www.mercaba.org/Rialp/S/sociedad_ii_origen_de_la.htm

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cuestiones específicas del medio natural y las condiciones orgánicas internas y genéticas, ha adquirido una serie de habilidades y capacidades especiales desde este punto de vista “superiores”. Cualquier otra idea que no tenga un sustento científico es rechazada de plano. Es entendible que quienes toman en cuenta esta manera de ver a la humanidad concluyan de ello dos posiciones: 1º o esta animalidad peculiar, llamada ser humano, no merece ser tratada como algo diferente al resto pues no lo es —y habría que “animalizarlo”— o, por el contrario, 2º a toda la naturaleza tendría que dársele el mismo trato que entre nosotros nos damos puesto que también estamos incluidos dentro de ella, por lo que sería necesario “humanizarla”.

Primera posición: somos simples animalesLa primera de estas ideas, la de que el humano no debe ser tratado como algo diferente al animal, es la que viene prevaleciendo y sus consecuencias se pueden constatar a través de los índices de destrucción y muerte que, impunemente, la sociedad industrial inflige al hombre en su conjunto. Esto quiere decir que, con la misma normalidad con la que se mata a un carnero, se lo puede hacer también con un ser humano. Ello porque la ciencia o, más precisamente, el cientificismo —que es una visión deformada de ésta— respalda dicho planteamiento el cual dice que, en vista que todos somos seres vivos y que la muerte es natural, entonces matar no es un acto reñido con la naturaleza por lo que ello no debe generar ningún cargo de conciencia en el ser que mata, es decir: si un gallo mata a otro sin remordimientos, ¿por qué tiene que ser malo que el hombre haga lo mismo con su congénere? Esto no supone que se afirme que, cuando el hombre se creía un ser divino, no matase, pues lo hizo con saña y alevosía inenarrables, pero por lo menos se sentía culpable o percibía con ello una idea de falta, de daño por haber ido en contra de una ley sagrada: el pecado y su correspondiente condena. Sin embargo, con el actual imperio del materialismo ya no somos ni divinos ni sagrados: somos tan carne y hueso como los simios, los perros o los roedores, y lo que nos separa de ellos no son más que unas cuantas destrezas adquiridas a lo largo del tiempo mediante un proceso de selección natural. Por lo tanto la sensación de culpa ante el asesinato es la misma que la que siente un gato cuando mata a un ratón, o sea, ninguna. Esta convicción de que lo natural es la “lucha por la sobrevivencia y la ley del más fuerte”, que pertenece al darwinismo mas no a Darwin, es la que se ha impuesto en la mayoría de las mentes y corazones de la gente occidentalizada al margen de lo que puedan opinar los antropólogos. El ateísmo humanista y moderno lleva esta ausencia de sentimiento a un nivel casi de inocencia en el sentido que matar al “enemigo”, cualquiera que sea la idea que se tenga de él y de cómo se lo defina, es tan correcto como aplastar cucarachas, y basta tan solo con definir previamente qué se considera como “enemigo” para de ahí no sentir responsabilidad alguna ni pesar por ningún tipo de exterminio.

Segunda posición: somos guardianes de nuestro jardínLa segunda idea que intenta abrirse paso, penosamente, en el mundo contemporáneo es aquella que intenta crear un estado de conciencia en el hombre con respecto a la naturaleza y al planeta por ser ambos nuestra fuente de vida. Pero hay en ello una situación interesada puesto que la visión que subyace es que se respeta lo que necesitamos y nos es fundamental para nuestra subsistencia. Es, por lo visto, una moral utilitaria de la cual se derivan leyes con ese mismo carácter. En realidad, si bien pareciera ser una posición contraria a la primera, parte del mismo principio del equilibrio animal para la sobrevivencia de las especies, o sea, es una relación que se puede describir como de “no te mato porque te necesito”, tal como podrían decirlo igualmente las hormigas con respecto a los huéspedes que les proporcionan ciertos elementos adicionales, como los pulgones. En conclusión, estas dos formas de pensar no dejan de promover una lógica pragmática cuya norma máxima es actuar animalmente, con lo cual se está buscando ir en sentido opuesto al que el humano siempre ha tenido a raíz del impulso filosofante pues su vida es una constante negación de lo natural expresado ello a través de la cultura. Esta línea desacralizadora del hombre propuesta por la antropología moderna es probable que sea lo que está contribuyendo grandemente con la desesperanza que los pueblos occidentales tienen hoy respecto a su propia civilización, haciendo que la vean como la antítesis de todo lo que hasta hace un tiempo consideraban como lo “humano”.

El problema fundamental: ya no somos sagradosSegún la hipótesis del impulso filosofante el hombre es un ser que huye de la animalidad y busca ansiosamente saber por qué lo hace. Por ello resulta contraproducente hundirlo más en esta desesperación diciéndole que él es tan solo un animal, ni mejor ni peor que una serpiente o un mamífero. Se puede argumentar que esa es la realidad que arroja la ciencia y que ello no puede alterarse por cuestiones de gusto o de fe, pero como estrategia social resulta poco más que un suicidio cultural y civilizacional. Igualmente otras ciencias como la Sociología y la Sicología, partiendo de esta

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postura naturalista, están llegando a conclusiones similares que también apuntan a que todas las respuestas de la vida deben ser hurgadas en el organismo humano y en sus estructuras biológico-conductuales. No es difícil deducir que todas las ciencias terminarán afirmando que los seres humanos “somos animales gregarios que nos juntamos por necesidad”, y que al igual que todos los seres vivos actuamos dentro de las mismas reglas de convivencia, siendo la moral y la ética solo un derivado de los comportamientos naturales que permiten la estabilidad de toda agrupación animal. En el Occidente actual tanto el pensamiento como las ideas —que existen en “nuestro interior” o, más precisamente, en nuestro cerebro, como hoy se sostiene— están depreciadas debido a que se valora más la influencia genética y la conformación del cráneo. En pocas palabras, nuestra decisión interna y nuestra voluntad son, para la actual ciencia occidental moderna, poco importantes; incluso todo lo que hacemos y pensamos viene a ser un puro reflejo animal producto de una serie de procesos filogenéticos y ontogenéticos típicos de nuestra especie. Cada vez cobra menos sentido creer que hemos elegido algo por cuenta propia y que nosotros nos hemos formado gracias a nuestros propios deseos. Lo determinante se encuentra, según la concepción occidental de moda, en nuestras esencias moleculares ante las cuales estamos prácticamente condenados a responder casi mecánicamente.Bien, si todo esto fuera realmente así como lo afirman lo único que quedaría sería especificar los trazos y perfiles que cada rama homínida siguió desde sus inicios hasta la actualidad procurando establecer, en cada paso, cuáles fueron las condiciones que determinaron que los grupos humanos se juntaran y se aliaran para el ejercicio de la supervivencia. Por ello no resulta extraño que las más importantes teorías modernas sobre el hombre surjan del estudio del comportamiento animal. Las investigaciones hechas sobre el mundo de los chimpancés y orangutanes, según manifiestan los especialistas contemporáneos, enseñan más sobre el hombre que todos los libros de filosofía juntos. Sabiendo cómo se comporta un cuadrumano, expresan, es cómo tendremos una medida más exacta de qué somos, por qué vivimos y cuál es el origen de todas nuestras angustias y ansiedades pues, supuestamente, no deben ser en nada diferentes a las de todas las demás especies. Las sociedades humanas se definen, de acuerdo con esto, como aglomeraciones de mamíferos preocupados por su supervivencia y en permanente estado de negociación para preservar su orden y organización. De este modo todo aquello que antes se decía que era lo típicamente humano se ha desterrado del saber occidental para así asentar la idea que todo lo que hacemos es algo totalmente “natural”, lo cual no tiene sentido ya que más bien, como se ha mencionado desde un principio y lo podemos comprobar con solo mirarnos, el ir en contra de la naturaleza es la razón de ser de lo que es lo humano.

Una nueva propuesta: el origen de las sociedades son las promesasDe acuerdo al planteamiento desarrollado en este libro la filosofía vendría a ser la manera cómo el ser humano busca aliviar su ansiedad ideando formas de vida que sean semejantes a la que tenía antes de convertirse en humano, y eso lo expresa a través de la elaboración de las promesas. Las promesas son discursos orales, gráficos, topográficos o conductuales que comunican una forma de vida que teóricamente resolverá todas las angustias que el hombre tiene con respecto a su origen y destino. Pero estas promesas condicionan su cumplimiento a la observancia de ciertos requisitos que el creyente debe cumplir. Hay que tener en cuenta que la desesperación del hombre, surgida por la percepción de su ser en el mundo a causa del impulso filosofante, es de tal magnitud que no le queda más remedio que aceptar estas promesas pues ellas representan el único paliativo para su mal, ya que hasta ahora no se conoce otro. Las exigencias que pide una promesa para supuestamente poder “cumplirse”, cosa que nunca debe suceder porque perdería su atractivo y su razón de ser, normalmente consisten en realizar una serie de ritos, costumbres y comportamientos que tienen por objetivo tratar de hacer que la promesa se haga realidad. Ante esto el ser humano se pone en acción y empieza a generar todos los elementos que necesita en vías a lograrlo. Para ello se organiza socialmente, elabora una ciencia y tecnologías acordes con ella y se dedica con verdadero ahínco a respetar los pasos indicados por la promesa. Cuando dicho comportamiento es bien llevado la promesa, a los ojos de sus seguidores, se reafirma y se suele pensar que está cercana su realización. Como una vida humana no alcanza para que ella se materialice la posta la toman los descendientes quienes tendrán, a su vez, la ‘sagrada misión’ de preservar la promesa inicial y transmitirla a sus hijos de generación en generación. De este modo pasan los años y los siglos y los esfuerzos de dichas sociedades se van acumulando llegando a conformar enormes cantidades de compromisos de fe, de votos de lealtad a la promesa fundadora percibibles a través de las diferentes obras físicas e intelectuales realizadas. Todas estas, sean grandes construcciones, importantes creaciones materiales e inmateriales —ejecutadas y guardadas por la mente humana— o simples artefactos utilitarios hablan siempre de lo mismo: de la promesa original, de aquella propuesta que fue la que empezó todo, esa que siguieron los primeros fieles y a la cual se fueron adscribiendo tanto sus descendientes como también los migrantes de otros lugares y

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sociedades. A todo esto es a lo que se llama cultura, que es tan solo un remedo de lo que el hombre espera encontrar cuando la promesa supuestamente se cumpla. En vista de eso cada sociedad vive siempre con la esperanza de la llegada de ese gran día, aquel por el cual se justifica todo lo que se ha estado haciendo y luchando, ese que vendrá con el don más preciado de todos, el único por el cual vale la pena seguir soportando la existencia como seres humanos: la respuesta a la intriga del por qué somos lo que somos y qué es lo que tenemos que hacer en consecuencia.

Las promesas están más allá de la realidadAhora bien, es posible que la promesa se confunda con la religión. La religión es más bien una reacción a las necesidades inmediatas del hombre, mientras que la promesa es el objetivo por el cual se persiste en vivir como humano. La religión es una verdad dada o revelada, sin nada más que agregar a ello; la promesa, en cambio, es algo que aún no llega pero que se tiene la esperanza que lo hará. Sin esta convicción en que todo lo que vivimos y sufrimos es por un gran fin y no por puro gusto o capricho natural, sin esta concepción que se encuentra por encima de nuestra supervivencia el vivir como un ser humano sería una tarea penosa, trágica e inútil; una verdadera pérdida de tiempo y la solución más fácil sería convertirnos en simples animales olvidándonos de todos los problemas que nos hemos causado por no querer serlo. Si el ser humano perdiera ese sueño, ese anhelo que está más allá de su miserable vida; si dejara de seguir a una promesa de salvación y de solución a su atormentada existencia caería en el vacío absoluto del absurdo y del sinsentido pues todo terminaría siendo un disparate, ya que lo único importante sería comer y seguir vivos y para eso no se requiere ni de cultura, ni de ciencia, ni de valores ético-morales, ni de nada humano; solo basta con tener buenos dientes, asociarse a otros de la especie y encontrar un lugar dónde pasar la noche. Todo aquello que se llama la obra humana podría no existir y, sin embargo, continuaríamos viviendo como lo hacen todos los animales quienes no necesitan ni de hablar ni de saber escribir para ser tales. Sin cultura humana podemos sobrevivir como seres animados, pero no como hombres.

Las promesas determinan la historia humanaVisto esto, la historia de las sociedades vendría a ser la historia de las promesas, de aquellas ideas primigenias que aglutinaron a los primeros grupos humanos quienes se propusieron creer en ellas y seguirlas con el afán de que algún día se hicieran realidad y brindaran todos sus bienes ofrecidos. Sin embargo las promesas, como ya se ha dicho, realmente nunca se han cumplido ni se van a cumplir porque son siempre lo que son: promesas. Cuando se pierden la fantasía y la curiosidad se acaba el interés. La única forma de mantener vivo el deseo a lo largo del tiempo es que las promesas sean incumplibles, que estén siempre más allá de lo posible y de lo comprobable pues cuando ellas “se cumplen”, y eso sucede normalmente cuando el poder de turno así lo impone, todo se vuelve concreto, visible, cotidiano, común, normal; desaparece la magia, el sueño; todo es real y tiene un precio; todo se puede adquirir y llevar a casa como un trofeo. Esto quiere decir que, cuando la realidad llega a parecerse mucho a la promesa, la sociedad deja de tener ilusiones para, luego, terminar disolviéndose en busca de otra promesa, de otra forma de vivir.

La búsqueda eternaCuando el hombre ve que las cosas se han vuelto reales entra en una profunda depresión pues se da cuenta que, aquellos misterios que él quería que fueran resueltos, aún no lo están y que, en vez de obtener las respuestas que él pidió, le han dado solo paliativos, objetos coloridos, entretenimientos y distracciones en forma de “promesa cumplida”. Sin embargo, cuando los mira bien, no le están resolviendo nada. Mientras que el ser humano quiere saber del por qué de la muerte la supuesta “promesa cumplida”, convertida ya en verdad oficial, le dice que hay que morir “porque así debe ser”, o sea, le da la triste realidad como respuesta; mientras que el hombre desea conocer “por qué todo es como es” la promesa cumplida le dice “porque así son las cosas”. Ante estas seudo contestaciones el hombre monta en cólera y decide dejar de creer en la tal “promesa cumplida” pues él no ve nada nuevo ni mejor, ni su realidad ha cambiado en lo más mínimo; su vida sigue siendo trabajar todos los días, ganarse el pan y contemplar el sufrimiento por donde va para, finalmente, terminar intentando escapar como siempre de la muerte, el más grande espanto que hasta ahora no podemos extirpar de nuestra existencia. Si este hombre ve que eso no ha ocurrido, a pesar que le dicen que la promesa “ya se cumplió” y que ya se sabe todo, entonces deduce que esta verdad tiene que ser falsa, un engaño, una mentira. Y si esto es así, en otro lugar debe haber una verdadera promesa, una que efectivamente prometa resolver los problemas. Es de este modo cómo el hombre empieza a creer que otra promesa se encontrará en algún sitio y que alguien probablemente la conoce. Es aquí cuando se puede decir que está a punto de nacer una nueva sociedad. Porque quien se desencanta de aquella a la que perteneció

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y la abandona para irse en pos de otra que le ofrece una vida que le resolverá todas sus angustias reales —y que no son las materiales, pues siempre las ha tenido desde antes que fuera humano— es quien formará una nueva cultura, una nueva civilización. Por lo tanto, cuando las promesas pierden la credibilidad del creyente éstas dejan de ser los ejes que amalgaman a las sociedades haciendo que entren en decadencia y desaparezcan.

Las promesas generan las sociedadesEn la actual modernidad se dice que una cultura colapsa por razones principalmente económicas, ambientales o políticas26, pero desde el punto de vista de esta hipótesis no necesariamente es así. Según la propuesta de las promesas las culturas más bien finalizan cuando dejan de tener seguidores. Mientras una promesa fundacional cuente con alguien que la siga su luz continuará iluminando a la civilización que creó. Es posible que una cultura pierda su territorio o mueran la mayor parte de sus integrantes, pero la promesa que la suscitó aún puede subsistir manteniéndola, de este modo, viva. Por el contrario, una sociedad puede que esté pletórica de obras materiales e inmateriales y que posea extensos dominios sobre el planeta, mas si la gente que la integra ya no recuerda por qué tenía que estar reunida en torno a dicha promesa tal sociedad se desintegrará paulatinamente y su población buscará otra razón para vivir. Hay promesas que perviven solo en la mente de unos cuantos hombres quienes las conservan como elementos vivos; otras, en cambio, han desaparecido sin dejar rastro o solo han legado algunos restos difíciles de reconocer. Por ejemplo, el nacimiento de Estados Unidos y su perdurabilidad hasta hoy obedece a la creencia en un “destino manifiesto”27 28, a la idea de ser un pueblo constituido sobre la base de la bendición divina que otorgó a sus primeros habitantes —los peregrinos— una “tierra prometida” donde plasmar la promesa de vivir como lo indica Dios en la Biblia. Al momento de escribir este ensayo las autoridades norteamericanas pregonan lo que ellos llaman “El siglo americano”, que viene a ser la pretensión de hacer realidad la idea original de poner a Norteamérica como líder de toda la humanidad, razón por la cual su gobierno ha instaurado la concepción de “Estados Unidos como la única nación indispensable”29. La mayoría de sus habitantes así lo cree, y eso lo refuerza día a día la política expansionista que lleva a cabo. Otro caso de una promesa viva, a pesar que no contaba con un país y todo lo que ello implica, es el de Israel, nación que mantuvo durante siglos la promesa de ser “el pueblo de Dios”, destinatario de la “tierra prometida”, idea que alimentaron tanto su religión como sus costumbres y que recién en el siglo XX pudo cristalizarse en un territorio.

Las promesas son la única respuesta al drama del hombreEsta hipótesis de las promesas podría permitir entender, desde otro ángulo, la historia humana, su devenir a lo largo del tiempo. La secuencia imaginaria que va de menos a más, de lo primitivo a lo

26 “Para las sociedades humanas la mejor manera de continuar con el crecimiento económico y poder vencer los efectos de la producción marginal es encontrar nuevas fuentes de recursos energéticos o innovarse tecnológicamente para volver a iniciar una curva de rendimientos nueva, pero siempre el fantasma de los rendimientos decrecientes estará acechando con la amenaza del colapso.” El potencial de sostenibilidad de los asentamientos humanos. Antequera, Josep, 2005. Biblioteca Virtual Eudomed.com Edición electrónica.http://www.eumed.net/libros-gratis/2005/ja-sost/5b.htm 27

? “El origen de esta doctrina está en la frase: “nuestro destino manifiesto es abarcar el Continente”, que fue escrita por primera vez en la “U.S. Magazine and Democratic Review”, publicada por John L. O’Sullivan en Nueva York en julio de 1845, para justificar la expansión norteamericana hacia las tierras occidentales, que había empezado mucho antes de la declaración de independencia de las trece colonias inglesas. Con ella se quiso significar que, por “la naturaleza de las cosas”, los Estados Unidos debían extender sus fronteras hacia el oeste y hacia el sur para conformar un Estado de dimensiones continentales, limitado por los dos océanos.” Borja, Rodrigo. Enciclopedia de la Política. 4ª ed. México FCE, 2012.http://historiausa.about.com/od/oeste/a/Que-Fue-La-Doctrina-Del-Destino-Manifiesto.htm

28 “En esta doctrina, los estadounidenses se han considerado destinados a realizar una labor cristiana a través del mundo, ya que el destino de este pueblo había sido trazado por la mano del Salvador: “La divina providencia ha escogido y conducido especialmente al pueblo norteamericano para desarrollar un tipo más elevado de libertad y civilización, que el que otro país haya jamás alcanzado.” “Destino manifiesto de Estados Unidos”. Quezada, Alberto. Publicado el 29 de septiembre del 2012 en el diario El Nacional, República Dominicana.http://elnacional.com.do/destino-manifiesto-de-estados-unidos/

29 “Estados Unidos es la única nación indispensable. Eso ha sido cierto durante el pasado siglo y seguramente lo seguirá siendo el próximo siglo”, agregó. Barack Obama: "Estados Unidos es la única nación indispensable". Perú 21. Miércoles 28 de mayo del 2014. Lima, Perú.http://peru21.pe/mundo/barack-obama-estados-unidos-unica-nacion-indispensable-2185269

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superior, tal como lo presenta la versión oficial contemporánea, no tendría sentido pues la historia no consistiría en clasificar cuánto sabemos sobre la naturaleza y qué hemos hecho con ella sino más bien qué promesa ha dado nacimiento a cada cultura y de qué manera éstas se manifiestan y cuáles continúan vigentes. Igualmente no sería cierto que el ser humano y las sociedades estén en una loca carrera por la acumulación de los recursos o conocimientos, como afirma el ideario moderno, ya que los hechos demuestran que el hombre ha tenido muchos o muy pocos a lo largo del tiempo y que, a pesar de eso, una y mil veces los ha abandonado en pos de hallar el consuelo de satisfacer las verdaderas ansiedades y necesidades de su existencia, como es el saber por qué tiene que vivir como humano. Nadie, en su sano juicio, optaría por las más grandes riquezas y poderes para menospreciar el saber su propia verdad ya que, lo que en el fondo el ser humano desea, no es el poder y la gloria, aunque eso se piense y parezca y sea lo que buscan con desesperación los dominadores, sino más bien calmar su acuciante necesidad de paz y tranquilidad, lo cual solo se logra encontrando las respuestas principales sobre la vida y que son, precisamente, aquello que las promesas proponen como posibles de darse.

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6. Tipos de sociedades según las clases de promesas

Se pasará ahora a describir cuáles son las grandes matrices de promesas que han generado los tres tipos de filosofías existentes según esta propuesta: la sensorial, la razonal y la intuitiva. Vale la pena recordar que todas las promesas auguran el mismo lugar, el “paraíso perdido”, pero con métodos diferentes. Cada método filosófico genera un determinado tipo de promesas las cuales, si se dan las condiciones adecuadas, se constituirán en el eje formativo de una sociedad humana. Mientras que la filosofía sensorial propone el método de trabajar las imágenes y los espacios —empleando para ello el factos— la razonal lo hace con las palabras —el logos— y la intuitiva con las interiorizaciones —el estros. Pero en vista que este escrito no es un trabajo de antropología ni de etnología no se va a hacer aquí una extensa relación de pueblos o civilizaciones antiguas o existentes; se deja ese esfuerzo para cuando la ocasión así lo exija. Solo se señalarán los más importantes rasgos que, por lo general, tienen las promesas según cada línea filosófica para que esto pueda servir, en el futuro, de base para realizar dicha tarea. Se hace la salvedad que las promesas no tienen una correspondencia directa con las formas conocidas de organización social, es decir, no existe una relación entre ellas y las etapas tribales, el nomadismo, el seminomadismo, la vida pastoril, la agraria o la urbana. Esto significa que, por ejemplo, puede haber sociedades con promesas sensorialistas que sean tanto tribales como urbanas, agrarias o nómadas y lo mismo para los otros dos casos. No se sabe, hasta el momento, qué hace que un grupo humano escoja una determinada filosofía. Lo único que se conoce son las culturas que han sobrevivido con el paso de los años; a través de ellas se pueden deducir una serie de conjeturas acerca de sus filosofías originales, de las promesas que las llevaron a constituirse como tales. Existen muchas suposiciones al respecto y aún no es posible llegar a una conclusión definitiva. Algunos proponen como causas a la religión, las costumbres, las creencias, el pasado común o ciertos legados míticos. Otros optan por el camino de los hechos objetivos como la adaptación al medio o la lucha por la supervivencia. Hay quienes buscan la explicación aduciendo que se trata más bien de una fusión de varias posiciones, pues todas tienen que ver con el desenvolvimiento de las sociedades.

Lo esencial en las promesasSin embargo, según lo propuesto en este tratado, las culturas y civilizaciones se forman debido a la elección de una determinada promesa producto a su vez de una específica forma de filosofar. Quiere decir que en un momento dado unos seres humanos decidieron adscribirse a un discurso determinado que les prometía, de seguir sus planteamientos, encontrar las respuestas más importantes de la vida. De acuerdo con esto, todo el conjunto de ingredientes necesarios para alcanzar ello es lo que se llama cultura, y todo lo que ésta expresa no es otra cosa que la reafirmación de la promesa elegida la cual

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es, supuestamente, la forma más adecuada de llegar a la meta ambicionada. Cada hecho, idea, concepción y pensamiento de una sociedad tiene ese único fin y, en torno a ello, se acumulan los nuevos sucesos que se van descubriendo. Todos estos deben apuntar siempre al mismo objetivo avalando, de ese modo, la buena elección tomada por los antepasados fundadores. La creencia moderna de que lo que une a los humanos son las necesidades es, por el contrario, desde este punto de vista, producto de una postura contemporánea que piensa que el hombre desde siempre vivió con los mismos parámetros del individuo actual. Es lógico que ésta sociedad, que supervalora las necesidades por ser de mercado, considere que ellas son el alfa y el omega de todo, pero sostener eso sería definir al ser humano considerando solo su parte orgánica, excluyendo de él todo lo que lo hace humano y que es, precisamente, el ir en contra de la ley de las necesidades y de la animalidad. De manera que, para conocer al hombre en su real dimensión es necesario hacerlo siempre considerando fundamentalmente aquello que lo convierte en tal, no así solo su dimensión corporal pues ella no es lo determinante para identificarlo como humano.

Las promesas y las culturasY para saber qué tipo de promesa formó a una determinada cultura, y a la vez qué clase de filosofía la ideó, se debe hurgar en su más remoto pasado y en la potencialidad que tiene para continuar siendo lo que es, si es que aún está viva. En todos los casos se verá que hay en ella un ideal por conseguir, un lugar al cual llegar y un horizonte que perseguir. Ese deseo inmemorial, esa misión y esa visión es lo que hace que una cultura siga vigente para quienes la comparten y creen en ella. No importa si existe otra sociedad al lado que haga las cosas de diferente manera ni si las realiza con un mayor derroche de fuerza o tecnología. Los que creen en sus culturas siempre están convencidos que la suya es lo suficientemente capaz para resolver todos los retos posibles y que ella tiene el poder de responder, o prometer hacerlo, a las principales interrogantes de la vida. De este modo se puede afirmar que cada cultura o civilización existente supervive, no por inercia o por un simple dejarse llevar por la tradición —o por la satisfacción de sus necesidades básicas— sino porque todavía conserva viva la promesa fundadora y primigenia que la creó, junto con los hombres que piensan en que ésta se cumplirá tarde o temprano. En cambio, aquellas culturas que ya no poseen miembros que estén seguros de la confiabilidad de su promesa son las que se hallan en decadencia y solo sobreviven como simple estructura, como cáscara, pero sin la vitalidad ni las energías suficientes como para captar seguidores, estando condenadas a ser absorbidas por otras. Mientras haya quienes consideren una promesa fundacional como algo factible y realizable habrá, alrededor de ella, una cultura. Como es lógico suponer, tomar un ejemplo práctico de cada clase de promesa no resulta fácil por cuanto, como ya se ha mencionado, los casos “puros” no se dan en la realidad; no hay sociedad que no contenga todos los elementos que las hacen humanas, o sea, todas las facultades y filosofías; la única diferencia es la tendencia hacia una de ellas, lo cual no implica la ausencia de las otras. De modo que hablar de una civilización de corte sensorialista o razonalista no supone que ésta tenga una unidad monolítica que excluya toda otra forma de pensamiento o promesa. En cada sociedad se hace uso de las tres facultades principales expuestas. Es común que todas las promesas, de algún modo, se mezclen y se creen combinaciones particulares. Es de este modo que dos culturas pueden calificarse de una misma manera —por ejemplo, como instuitivistas— aunque sean, en los hechos, notoriamente diferentes debido a que conllevan varias clases de promesas compartiendo un mismo espacio y tiempo pero en distintas proporciones y vitalidad.

A. Sociedades con promesas sensorialistas En lo fundamental, las sociedades con promesas sensorialistas son aquellas que están conformadas en torno a filosofías de tipo sensorial que son las que elaboran promesas en las que prima la creencia que la manera más adecuada de vivir y recuperar el estado de paz originario es mediante el establecimiento de una relación directa con la naturaleza. Para estas sociedades los elementos materiales son lo prioritario, sin que ello signifique que no usen el razonar o el intuir. Razonan también solo que, al no ser seguidoras de filosofías razonales, no están centradas fundamentalmente en la elaboración de ideas-palabra orales o escritas —logos— sino de ideas-forma, de imágenes tangibles espaciales o vivenciales —factos. Se recuerda al lector lo mencionado acerca de las ideas que son una etapa previa a la aparición del lenguaje e independientes de él, lo que permite manejar las nociones sin necesidad de emplear las palabras, o sea, sin utilizar al logos. Esta interacción del hombre con la naturaleza se hace a través de un diálogo con ella pero empleando su mismo idioma: el de lo perceptible, de ahí que sus discursos estén conformados por factos constituidos por hechos concretos los cuales vienen a ser objetos o acontecimientos captables y palpables. Dicho de otro modo, la relación con la realidad se efectúa mediante la propia realidad. Por ejemplo, la vinculación con el río se hace a través de su cauce y de cómo el ser humano interviene en

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él para orientarlo y aprovecharlo. Las palabras no actúan sobre la realidad; solo los actos humanos, y esa acción debe ser un diálogo e incluir el principio de reciprocidad, es decir, la naturaleza también tiene que “percibir” y responder la acción humana como algo adecuado para ella. De nada sirven los pensamientos y oraciones si, por ejemplo, el cerro no “capta” lo realizado en él por el hombre. La naturaleza aquí no es considerada como “cosa”, como pasa en las filosofías razonales, sino como una entidad que interactúa mediante los actos que se realizan en ella, base de la física.

Su objetivoLas sociedades sensorialistas buscan adecuarse al mundo de una forma equilibrada porque el equilibrio con la naturaleza, según expresa esta filosofía, es la manera más conveniente para reintegrarse a ella. Aquí no hay mucho espacio para subjetividades. La naturaleza es la que le indica al ser humano cómo quiere ella que éste viva, por lo tanto, lo que él tiene que saber es qué es lo que le sugiere y le muestra. Se reitera que las promesas sensorialistas no pueden ser confundidas con la llamada “cosmovisión” pues no son una simple descripción de las creencias ni una “idea del mundo”. Las promesas no explican ni aclaran nada: solo proponen otras formas de vivir. Pero no es posible pensar en adaptar al paisaje y al hombre dentro de él si es que éste no interviene en la realidad. Entonces lo que el humano sabe de la realidad, en estas sociedades, es producto de cómo él la comprende en vías a adecuarse a ella para que se cumpla la promesa fundacional. Por ejemplo: se dice que “se sabe” lo que es un río —o sea, se lo comprende— al “captar” cómo éste se comporta, cómo actúa y qué efectos produce. Más que eso no se necesita, y ello es en sí la sabiduría. Intentar identificar sus propiedades internas —cosa que sería el conocer, propio de la razonalidad— es algo que en el sensorialismo no tiene sentido puesto que estas sociedades no siguen una promesa de tipo razonal para la cual el río es una masa de agua corriente que puede ser usada para otras funciones no dadas en forma natural, como emplearla para producir energía eléctrica o nuclear. El razonalismo plantea las cosas al estilo de “sin estudiar la biología del caballo no se puede ser jinete”, mientras que para el intuitivismo, a diferencia de estas dos visiones, el río es una realidad que no requiere de manipulación ni investigación sino más bien de “entender” quién o quiénes lo pusieron ahí y con qué intención. Se trata entonces de diferentes formas de adquirir sabiduría acerca del río y de la realidad pero con interpretaciones del mundo distintas. Son miradas paralelas que no se anulan entre sí. Es la diferencia entre un laboratorista que conoce un producto agrícola por su composición química y un campesino que lo maneja para su sembrado y producción. Ambos saberes son igualmente complejos y fundamentales pero destinados a fines y contextos disímiles. Es ocioso decir cuál “sabe más” pues los dos tienen objetivos que exigen una especialización determinada. Los filósofos sensoriales se dedican a comprender la realidad pero solo para el hombre que la ve sensorialmente. Numerosos pueblos hoy en día practican este tipo de filosofía —que algunos llaman “naturalista”— como forma de vida y de organización, y con ella se elaboran innumerables promesas que todavía esperan ser identificadas.

Cómo se filosofa sensorialmenteLas promesas sensoriales durante miles de años han creado imperios, construido monumentos impresionantes y desarrollado complejísimas ciencias y tecnologías. El que no hayan hecho libros o escritos, que es algo propio de las filosofías del logos, no establece que sus unidades de sentido filosóficas, los factos, no estén plasmadas a la vista para su “lectura” o interpretación; prueba de ello son sus obras visuales y táctiles cargadas de significados que no son otra cosa que las combinaciones de factos trabajados a lo largo de siglos. Esto quiere decir que el receptáculo de la filosofía sensorialista, las superficies sobre las que “escribe”, son la propia naturaleza, y la disposición y organización que el hombre hace de ella —y de él dentro de ésta— viene a ser el despliegue del factos como un discurso. Es, en sí, lo que para el razonalismo sería el libro, el despliegue del logos. Los filósofos sensorialistas elaboran o “redactan” sus discursos tanto mediante el movimiento como a través del desplazamiento y distribución de los objetos en el espacio geográfico humano. Más que dramaturgos los filósofos sensorialistas son escenógrafos o coreógrafos. El medio hace las veces de páginas y los textos son los diferentes “montajes” donde el hombre acciona representando una obra, cual si fuese un actor en un escenario. Se podría decir que este filosofar consiste en diseñar una puesta en escena y desarrollarla lo mejor posible.El factos se halla también en las estructuras y redes de vinculación familiar. Para el sensorialismo el hombre es lo que es en función a un contexto real. Lo importante es el sentido de pertenencia que éste tiene con la naturaleza y la sociedad. Un individuo en solitario, neutral o teórico, es un imposible pues éste requiere estar vinculado a un contexto físico determinado para poder ser identificado e identificarse: “soy de tal pueblo, tal comunidad con tal historia”, etc. Por ello la vida social, desde el punto de vista sensorialista, es una constante de interrelaciones humanas donde los seres se

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encuentran entrelazados e interactuando en la realidad, mas nunca en abstracto. Ello le da coherencia a estas promesas que procuran encontrar las respuestas a través de la propia naturaleza. Y lo que esta promesa le ofrece al hombre, en materia de sociedad, es su prójimo y solo él, no una idea de él. Por eso este tipo de promesas insisten en que únicamente a través del otro y con el otro, sea un ser humano o la misma naturaleza, es cómo se puede lograr la meta ambicionada. Ello explica por qué la filosofía sensorialista debe tratar de establecer las combinaciones adecuadas de seres humanos de carne y hueso para que se alcance la armonía, la proporcionalidad que llevará al destino buscado. El filósofo es aquí un organizador y un planificador más que un escritor, que es el caso del razonalismo. No especula oralmente ni redacta sobre un papel sino que hace las cosas directamente en los hechos y con las personas mismas, y allí evalúa y corrige. Comprender esto es todavía el gran reto que tienen las sociedades razonalistas, como la occidental contemporánea, y las intuicionistas, como las llamadas orientales.

Un ejemplo de sociedad sensorialista: la civilización andinaSe podría decir que un tipo representativo de cultura con promesa sensorialista es la llamada andina. Esta es una civilización surgida hace más de 20 mil años en torno al conglomerado montañoso sudamericano, denominado Los Andes, el cual comprende una serie de accidentes geográficos particulares que hacen relativamente cercanos varios ambientes geológicos sumamente dispares como el marítimo —pues colinda con el océano Pacífico— el desértico, el montañoso y el selvático, ya que limita con la cuenca del río Amazonas. Es en este espacio donde un grupo de seres humanos halló la manera de desarrollar el tipo de promesa escogida: la sensorialista. Hay que hacer notar previamente que es grande la tentación moderna de determinar a las sociedades según su medio geográfico en vista que eso facilita mucho las cosas para darles una explicación. Pero ya se ha aclarado que lo humano, según la hipótesis de este ensayo, no es consecuencia de un medio sino más bien un fenómeno exclusivamente mental. La geografía es el escenario pero no establece el libreto. Lugares montañosos como los Andes, Cachemira y los Alpes, o costeros como Nueva York, Tokio y Ciudad del Cabo no generan sociedades similares; pueden ser entornos geológicos muy parecidos pero tienen despliegues humanos sumamente desemejantes. El ser humano, de momento en que dejó de guiarse por las leyes de la naturaleza, producto del impulso filosofante, abandonó definitivamente los condicionamientos físicos para vivir de acuerdo con su preocupación existencial, buscando la forma cómo solucionarla. El hombre más bien adapta el medio a su cultura y no al revés. Incluso cuando se proyecta al espacio sideral lo que hace es llevar su modo artificial y humano de vida; no aspira a convertirse en un ser que acomode su organismo al medio allí imperante.Volviendo a la cultura andina, en ella la humanidad puso en práctica una de las estrategias que, teóricamente, le deberían devolver la tranquilidad perdida para poder terminar con el sufrimiento de la incertidumbre de no saber por qué el hombre es lo que es y vive como vive. Y lo que allí desarrolló fue la filosofía sensorialista, esa que plantea que la manera más adecuada para lograr los objetivos mencionados es imitar a la naturaleza, siguiéndole los pasos y procurando integrarse a ella. Como ya se ha expuesto, el elemento básico de este filosofar es el factos, el acto u objeto concreto en sí, el cual representa la piedra angular de su discurso. Lo que la palabra, el logos, es a la razón, el hecho, el factos, lo es a la sensorialidad. Con este “ladrillo” fáctico o unidad de sentido se han elaborado infinitas combinaciones a la manera de textos plasmados en libros, tal como lo hace el razonalismo. Un factos puede ser una roca, una planta, una persona, una danza o un accidente geográfico. A partir de ahí es posible establecer ciertas mezclas y reglas que producen, en conjunto, una serie de discursos o promesas con un sinfín de significados. Se puede decir que con ellos “se lee a la naturaleza”. Y es de ese modo cómo ella “se comunica” con el hombre o de qué manera él la interpreta. Toda comunicación es un intercambio pues todos los seres vivos reciben y dan al mismo tiempo; y el ser humano que piensa sensorialmente intenta “hablarle y responderle” a la naturaleza a través de hechos con los que ella pueda, a su vez, reaccionar. De esto se infiere que, para dialogar con ella las palabras son insuficientes; lo que cuentan son los actos, los sucesos concretos puesto que esa es su característica y su idioma. El logos, la palabra oral o escrita, en estas sociedades cumple solo un papel secundario, de interrelación y comunicación netamente humanas, mas no así primario y filosófico puesto que, para vincularse con la madre natura, es necesario emplear un lenguaje no razonal, uno concreto, sensorial.

Solo la naturaleza es lo correctoLos resultados son que sociedades como la andina lo que hacen es procurar diseñar el ambiente de tal forma que sienta que está mucho más cerca de la naturaleza a la que aspira regresar30. Los templos

30 “El espacio territorial concreto está cargado de símbolos y de connotaciones valorativas, y es allí, donde el paisaje frecuentemente funciona como un referente excepcional de la identidad socio-territorial. Por lo tanto, el

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intentan ser montañas a las que él ingresa, los caminos ríos que llevan hacia una meta imaginaria como lo es el Cápac ñan (gran camino), el Camino del Inca en la ciudad del Cusco —el cual es un ejemplo de lectura de signos conforme se lo recorre a pie, lo mismo que sucede cuando se “recorre” visualmente el texto de un libro en el caso razonal. 31 Igualmente los ritos tratan de semejarse al ritmo de los fenómenos naturales. En este filosofar se afirma que estos fenómenos son lo correcto, lo que debe ser, mientras que el ser humano es el que está equivocado, el que sufre por ser lo que es, aquel que no cumple con las leyes que todos los seres del Universo siguen. En pocas palabras, la “verdad”, lo verdadero, lo real y auténtico está en la naturaleza, en lo no-humano, mientras que el “error” o la “falsedad” es exclusivamente humano, algo que se halla solo en su mente alterada por el impulso filosofante. No es al hombre y a sus inquietudes al que hay que seguir, plantea esta promesa; no es a su equivocada manera de hacer las cosas; no es a su imaginación que lo lleva a irrealidades imposibles y atormentadoras. Es a la realidad tal como es a la que hay que buscar. La realidad, lo tangible, lo que es y no puede ser de otra forma, es lo adecuado y lo único creíble en este contexto. La razón, la intuitividad, alejan más bien al hombre de lo que tiene frente a sus ojos y funciona bien. Solo cuando las otras dos facultades se ponen al servicio de la sensorial es que el ser humano encuentra las mejores vías, las únicas que existen, para hallar el equilibrio y la paz, o sea: cuando la razón le ayuda a elaborar el templo para hacerlo más parecido a la montaña, o cuando la intuición le propone métodos para comunicarse más fielmente con esa naturaleza que lo creó, que le da la vida y a la que debe obedecer estrictamente si no quiere perecer. Las leyes, dicen las promesas sensorialistas, ya están dadas; solo hay que saber comprenderlas; no hay otras. Y además estas leyes no provienen de la delusión ni de las angustias humanas sino de lo único que puede ser calificado de absolutamente veraz y coherente: la realidad. La imaginación y la lógica humanas, por el contrario, están plagadas de fallos y yerros producto de las limitaciones y de las falsas percepciones e intenciones personales de cada ser. La naturaleza, en cambio, no intenta engañar al hombre puesto que ello es imposible: ésta es perfecta y sabia. Tampoco hay ápice de maldad en ella pues el mal nace y proviene solo del hombre. La razón y la intuición pueden fallarle al ser humano —y efectivamente lo hacen todo el tiempo— más no así lo natural, lo que es y no puede dejar de ser.Resulta curioso que dicha estructura filosófica sea la que, de algún modo, la sociedad occidental utiliza hoy a través de la ciencia moderna. Pero lo que muchos se preguntarán es por qué sociedades sensorialistas como la andina no han producido la promesa de la modernidad; la respuesta es que, si bien la modernidad posee una fuerte tendencia sensorial en uno de sus aspectos —el científico— Occidente no ha abandonado en lo absoluto su promesa razonal fundadora, la cual dice que es la razón, y no la sensación, lo que lleva al ser humano hacia la respuesta de lo que le intriga. Para el razonalismo primero está el logos y después el factos, y cuando ambos entran en contradicción —como, por ejemplo, cuando un hecho concreto contradice a la razón— se intenta que el factos se adecúe al logos. Dicho con un ejemplo: la ciencia moderna indica claramente que en la naturaleza no existen derechos de propiedad ni autoridades supremas que decidan por el resto; cada especialidad científica le demuestra al hombre contemporáneo que toda la estructura social y legal montada por él no son hechos objetivos, reales, y que sus valores responden exclusivamente a motivaciones propias de los poderes de turno. Sin embargo estas conclusiones contundentes, respaldadas por pruebas concretas, no son tomadas en cuenta y se impone, finalmente, el criterio que coloca al ser humano en la cúspide de la pirámide natural como dueño autoproclamado del planeta, con irrogaciones y derechos que solo parten de su exclusiva imaginación. Es decir, la promesa sensorial que navega en la modernidad ha sido maniatada, constreñida por la razonal, promesa heredada del mundo grecorromano-cristiano, la cual la dirige y orienta, no de acuerdo a lo que es la naturaleza, sino según los intereses, muy humanos, de la sociedad de mercado. De modo que la modernidad es una promesa que trabaja solo con cierta porción de la realidad pero con anteojeras, corsés, cadenas y bajo amenazas de no ir más allá, al punto que haga peligrar a la sociedad de mercado —como cuando la

territorio adopta una dimensión simbólica, señalando una íntima relación entre él y la cultura.” De Rojas, David. “Riqueza, complejidad y riesgos de los programas de conservación, valoración y manejo del patrimonio cultural inmaterial en comunidades nativas y rurales de los Andes, desde una visión antropológica.” Tejiendo los lazos de un legado Qhapaq Ñan. Camino Principal Andino. Representación de UNESCO en Perú. 48-61. http://unesdoc.unesco.org/images/0014/001412/141273s.pdf

31 “…podemos decir que «transitando» la ruta de los Qhapaq, o Qhapaq Ñan, podemos ir descubriendo y aprendiendo sus pautas de sabiduría y eventualmente descubrir también la continuidad de una «Escuela Andina» de sabiduría sistematizada en milenios de autonomía, que en este caso sería muy original, puesto que no es conocido en el mundo alguna otra alineación geodésica, o «camino» similar al de los Inkas. Esta «Escuela de Sabiduría» o «semillero» de los Qhapaq, daría respuesta a la pregunta de la Dra. Sholten ¿Imataq Ch’ekkari?, ¿Qué es la verdad?” Lajo, Javier. Qhapaq Ñan: La Ruta Inka de Sabiduría. Centro de Estudios Nueva Economía y Sociedad –CENES. 2003. http://www.rutainka.org/es/pdf/Javier_Lajo_Qhapaq_nan.pdf

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ciencia advierte del peligro de la contaminación o sobrepoblación y ello es acallado o tergiversado por el poder. Por lo tanto, sin la intervención y primacía del logos razonal occidental sobre el pensamiento sensorial no se producirían ni la sociedad moderna ni la ciencia tal como ahora se la conoce, situación que, en el mundo andino, es imposible que se dé.

El problema de las promesas sensorialistasPero a pesar de este intento el ser humano, mientras lo es, está atrapado en su lógica humana, y por más que quiera regresar, aunque sea pareciéndose a la naturaleza, no lo logra puesto que ello no es suficiente. Si el camino exitoso hubiese sido el sensorial a estas alturas ya la humanidad entera lo habría tomado. Pero no es así. El sensorialismo no ha resuelto el problema; solo sigue siendo una especulación más, lo mismo que pasa con los otros dos métodos. Por mucho que la sociedad andina haya tratado de reafirmar la promesa de encontrar la paz, tratando de seguir fielmente las pautas naturales, al final el impulso filosofante vuelve a llevar al hombre a rechazar la naturaleza, a renegar de ella, a odiar la animalidad, a considerar que ser una roca, una planta, es ser un ente inferior, un bruto. El humano se detesta cuando se mira y se juzga a sí mismo como actualmente es, pero tampoco soporta la idea de vivir como un animal, como una cosa. Esa es nuestra tragedia. Por eso es que se dice que nuestro drama no está para nada resuelto con tal o cual tipo de sociedad; que quienes argumentan haber encontrado las respuestas a todo, dando a entender que “ya se sabe lo que es el hombre y por qué y para qué vive”, simplemente mienten puesto que su intención es hacer creer que el orden establecido, que es el que les favorece, es el único posible y no existe nada que cambiar en él.Hay todavía mucho por investigar acerca de la promesa sensorial la cual explica su mundo y su forma de filosofar, pero explayarse en ello no es motivo de este escrito. Solo se ha procurado mencionar sus posibles líneas maestras para que, siguiendo este proceso, se pueda verlo mejor sin la tara de tener que configurarlo bajo los parámetros de las filosofías razonales o intuitivas. La dificultad radica en que el peso de la hegemonía occidental es tal que impide que muchos puedan desligarse de los condicionantes que ésta pone para pensar con libertad. Pero eso no evita que el filosofar no se desenvuelva con la soltura y amplitud acostumbradas puesto que así es su esencia. No hacer esto para encasillarse en las cómodas y lucrativas tendencias académicas o mediáticas de moda sería como renunciar a usar una espada para emplear, en vez de ello, un mondadientes. Si hay algo a lo que el filósofo le debe ser fiel es a su identidad, a su pensamiento, no a lo políticamente correcto o lo socialmente conveniente. Esta es la explicación de por qué los filósofos auténticos son tan gratos para la sociedad como los bufones, los verdugos y los sepultureros. A nadie le gusta saber que nuestra incertidumbre no está solucionada, que nada sabemos aún y que todo lo que creemos que es verdad son solo ilusiones, festejadas, alabadas y premiadas, pero nada más que eso: fantasías consoladoras. Sin embargo, saber lo más importante, lo que explica todo y le da sentido a nuestras vidas, eso todavía no se ha logrado, y hay que ser muy sincero y duro para decirlo. Pero así es la filosofía.

B. Sociedades con promesas razonalistasLas sociedades con promesas razonalistas surgen como producto de filosofías razonales las cuales elaboran sus promesas en forma de discursos orales o escritos tomando como eje fundamental al logos, la palabra. Ellas exigen del creyente un nivel de racionalización del objetivo, una abstracción acerca de los acontecimientos y una firme fe en la palabra. La palabra, el logos, se convierte en sagrada o en ley cuando se refiere a la promesa. Y como la palabra es el único soporte para las promesas de este tipo ella debe ser guardada con absoluta fidelidad y veneración. Sin embargo las palabras son susceptibles de diversas interpretaciones y cambios, por lo que ellas, y sus múltiples combinaciones, se convierten en el centro de la atención de este tipo de filosofías. Los filósofos, en esta clase de sociedades, son aquellos que se especializan en el manejo de las palabras y se centran en el uso de la razón, viéndola como el mejor vehículo para el “conocer” pues, en esta filosofía, saber es igual a ‘conocer’, que significa: identificar y recombinar las partes esenciales que conforman algo. Pero en vista que la razón no demuestra tener una vinculación directa con la realidad se hace necesario un proceso de interpretación de la misma. Mientras que con el sensorialismo la relación con la realidad es directa, actuante y material, con el razonalismo es necesariamente teórica, idealizada y solo existente en la mente del que la concibe. La naturaleza, según esta posición, no percibe que el hombre la piensa; no existe la posibilidad de intercambio con ella. El hombre razonal, como no cree factible ese diálogo con algo que es mudo, que no usa la palabra, no puede saber nada sobre la realidad si no es a través de cómo él la configura en su razón; y allí la ve como silente, no como un otro sino como una cosa pues para él ésta carece de ser por no tener algún tipo de lenguaje. Por eso es que para el filósofo razonalista la realidad es objeto mas no sujeto, y debido a ello solo prioriza a la palabra como único fin en sí, por lo que estas filosofías toman a la realidad solo como complemento inerte de lo que es lo esencial: el logos, la palabra. El mundo, visto

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desde la perspectiva de la razón, siempre es contemplado como un sucedáneo al ser humano. En esa dicotomía radica la principal dificultad del razonalismo y ello es lo que determina que las sociedades de este tipo entren en constantes vicisitudes para relacionarse con la realidad. Pero, al margen de lo que se pueda expresar sobre el razonalismo, se trata de una filosofía válida en la medida que busca llevar al ser humano a un lugar seguro donde no exista el miedo, la inestabilidad ni el “darse cuenta de que se es humano”. El tipo de hombre que genera esta visión es el llamado “racional”, aquel que todo lo filtra a través de la razón como una forma de encaminarse en su existencia. Aquello que no puede ser racionalizado no es aceptado; todo tiene sentido si es que es posible racionalizarse, según ésta afirma. La lógica se convierte en la fórmula esencial para tratar con la realidad, convirtiendo a esta última en un rompecabezas al que “hay que armar”. Las promesas razonalistas manifiestan que, cuando dicho rompecabezas haya terminado de armarse, recién ahí el hombre tendrá la posibilidad de iniciar el retorno al estado de “no-necesidad de saber y de conocer”. En pocas palabras, se parte del supuesto que “conocer la realidad lleva necesariamente a eliminar la causa del sufrimiento humano”, de modo que conocer cómo es y cómo actúa el impulso filosofante es lo que permitirá tratar este problema y darle solución.

Las promesas razonales en Occidente Grandes civilizaciones se han creado en torno a las promesas razonalistas, pero sin duda una de las más conocidas es la occidental. Sus raíces se hunden en una fusión del razonalismo griego con el cristianismo. Estas dos clases de promesas se pudieron unificar gracias a que ambas compartían el mismo elemento filosófico: la palabra, el logos, entendiendo a ésta principalmente como una expresión gráfica, un símbolo para ser leído y descifrado, cosa que incluye a los números. Tanto la lógica griega como la ley cristiana proponen que el modo de vivir más adecuado para llegar al “paraíso”, o al fin de los pesares y angustias de la vida, es “el respetar las reglas o leyes universales”, leyes “descubiertas” por la razón, extraídas de la realidad y descritas a través de las palabras de forma tal que el día que se cumpla con todos estos mandatos y disposiciones —que se tenga el conocimiento absoluto de todo— la promesa occidental se habrá hecho realidad. Mientras la gente en Occidente creyó en la palabra como el centro de la vida y en que ésta era verdadera y sagrada se pudo constituir una sociedad con una estructura eminentemente legal donde el pensamiento era el principal referente. Las pautas que el occidental tenía que cumplir estaban prescritas en las leyes y normas de sabiduría, lo que a la larga derivó en que todo libro o texto impreso se convirtiera en un sinónimo de conocimiento. La palabra llegó a ser, para Occidente, el vehículo que llevaba al ser humano hacia su realización, su ascenso, su iluminación y, por último, hacia su salvación. Según esto, el camino correcto hacia el mundo soñado no se hallaba en lo real y físico o en lo voluntario sino en aquello que la palabra o el texto indicaban (Aristóteles, la Biblia). Fuera de la palabra no podía existir nada valedero pues la realidad era imperfecta y caótica y solo la palabra le daba el orden y sentido correctos. 32

Esta es la explicación de por qué, en esta civilización, aún existe tanta fe en el verbo, por qué esa fe se deposita más en los documentos que en los sucesos naturales o en las voluntades humanas. Occidente es una civilización que proviene de la creencia en promesas razonales las cuales, al comienzo, fueron reverenciadas hasta que, por su divulgación y popularización contemporánea, se convirtieron en cosa común y desvalorada. Por encima de los hechos concretos lo que contaba era lo que la palabra dijera, lo que la ley, que gobierna la existencia, mandara y juzgara al respecto. Los principios morales y éticos occidentales partieron de conceptos razonales, no de las leyes de la naturaleza. La promesa cristiana, que no debe confundirse con la religión derivada de ésta, llevaba al hombre a poner por encima de todo el fin antes que lo intermedio; lo valioso era la cura de la angustia de la vida antes que el disfrute de la misma; el más allá era más importante que el más acá. La lógica grecorromana encajaba muy bien con esta mecánica, de forma tal que el logos griego, el elemento humanizador según este filosofar, se transformó en el Dios cristiano. De este modo el pensamiento occidental hablaba y escribía en cristiano, bebía de esas fuentes, era un reflejo de lo que expresaba la palabra y la palabra era una verdad por encima de la realidad. Durante el predominio cristiano la

32 “…la lectura y la escritura son procesos profundamente sociales que conectan los pensamientos, percepciones, experiencias y proyectos de las personas, conformando así colectividades más amplias de acción y creencia organizadas.” “…la alfabetización afecta temas sociales y culturales tales como la memoria colectiva, la auto-imagen comunitaria, la participación política, la complejidad del conocimiento y repertorio cultural, la división del trabajo, la complejidad y diferenciación de las instituciones y la estratificación social.” Bazerman, Charles. “La escritura de la organización social y la situación alfabetizada de la cognición: Extendiendo las implicaciones sociales de la escritura de Jack Goody”. Revista Signos 2008, 41(68) 355-380. Universidad de California Estados Unidos. http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-09342008000300001

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ciencia solo se abocaba a tratar con la “engañosa, cruda, animalesca y falsa realidad” pues era obvio que “el ser humano no era un animal y que su vida dependía de lo que dedujera su razón”. Mientras esto se creyó el mundo occidental esperó pacientemente a que se cumpliera su promesa fundacional, a que llegara la segunda venida de Cristo para que pusiera fin al valle de lágrimas. Pero eso a la larga no sucedió, y fue así que dicha promesa poco a poco se convirtió en una simple ley mundana y terminó transformándose en una religión, no representando ya la esperanza de solución del problema de la existencia sino todo lo contrario: la instauración de una verdad eterna e inmóvil en la sociedad. Se acabaron los sueños de otra vida mejor y de finalización de las dudas acerca del origen y finalidad del hombre. La promesa, a inicios de la Edad Media europea, se congeló y se volvió una triste realidad cerrada a cualquier modificación y cuestionamiento. El poder determinó que la promesa ya se había cumplido y que lo que se vivía era lo que ésta había prometido: el retorno a la “paz” inicial del hombre. La sociedad medieval ya no era un paso hacia el paraíso sino era “el” paraíso, lo único posible y existente. Este sinsentido ninguna cultura lo puede soportar. Pero antes que Occidente, producto de la pérdida de fe en su promesa fundacional, se desintegrara surgió dentro de él otra promesa que iluminó su panorama como una luz salvadora: la promesa de la modernidad.La aparición de la modernidad en Occidente significó la incursión de una promesa de origen sensorialista en una sociedad fundamentalmente razonalista. Los europeos habían llegado a un alto grado de frustración al no encontrar otra promesa que sustituyera a la fracasada grecorromana-cristiana. De no haber surgido la moderna su destino tal vez hubiese sido la disolución y su pulverización en numerosas sociedades disímiles, cada cual con su propia promesa individual. Pero ello no ocurrió gracias a que sus filósofos empezaron a lanzar diversas propuestas de promesas renovadoras. De todas las habidas la modernidad fue cobrando fuerza hasta que se consolidó.

La modernidadEl discurso de la modernidad es de origen sensorialista y propone que en la naturaleza y no en la palabra, el logos, están las principales respuestas a la vida. Plantea que se puede alcanzar todo lo que se quiera pero siempre y cuando se sigan escrupulosamente los pasos de la investigación y el estudio de la realidad, acatando sus leyes y disposiciones. Cuando eso se logre, expresa la promesa, se comprenderá a la vida y la muerte y se dejará de sentir la angustia y el abandono que nos caracteriza; no habrá temor ni de vivir ni de morir. Además no se sufrirá porque se sabrá qué causa el dolor y así se lo evitará. Y no solo se vivirá feliz en la Tierra sino también en todo el Universo, por lo que la raza humana será inmortal gracias a lo que sabe sobre la materia. De esta forma el hombre solucionará todos sus problemas, los animales le hablarán y ya no se sentirá solo ni único en la existencia. Cualquier necesidad o preocupación tendrán una explicación y una solución. Como se ve, la modernidad planteó un mañana ideal por alcanzar, como todas las promesas. También una solución a todos los problemas del hombre y el fin de sus angustias y temores. Es un horizonte que guía el transitar de una época, de una sociedad; es un objetivo que arrastra al ser humano de hoy, que es lo que caracteriza a toda promesa. Y para conseguirlo toda una civilización se ha puesto en marcha en vías a que esa promesa moderna se cumpla, por eso es que se ha acondicionado la vida en función a hacer de la modernidad un hecho real. En cambio, todo aquello que haga recordar a la antigua promesa grecorromana-cristiana se ha desechado y anatemizado. Lo llamado “medieval” es más bien visto como una promesa fracasada que no le ha brindado al occidental el anhelo deseado. Todo lo que sea ensalzar a la nueva promesa, a la modernidad, es considerado como lo mejor, como el modelo ideal que un ser humano debe seguir porque no hay otro capaz de resolver adecuadamente las intrigas eternas. Pero ¿es la modernidad una promesa sensorial pura? Veamos por qué no.

Una promesa sensorial orientada por la razónLa modernidad es una promesa sensorial que, al menos en teoría, no sigue el imperio de la razón, de la palabra, como forma de solución, planteando, a su vez, a la naturaleza, a lo concreto y verificable, como el vehículo para lograr la paz, paz que adquiere el nuevo nombre de “felicidad”. Las respuestas ya no están en el léxico, en el mero logos —como era en el Medioevo— sino en la cosa, en el factos; y, como toda promesa de origen sensorial, propone organizar a la naturaleza orientándola y dándole un sentido. Fue a raíz de esto que aparecieron muchos individuos quienes, entusiasmados por dichas ideas, empezaron a investigar a la naturaleza dejando de lado tanto los libros sagrados como los razonamientos puros o metafísicos, y así la ciencia empezó a ocupar el lugar que antes tenía la religión como fuente de verdad. Pero si bien en un principio pareció que esta promesa prevalecería en su estricta forma sensorial, Occidente se resistió a abandonar completamente a la razón, su alma mater, debido a que su estructura social está establecida sobre criterios no materiales, sobre razones de poder, cosa que se mantiene hasta la actualidad para beneficio de unos pocos. Es por ello que comenzaron a convivir, en

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dicha sociedad, los dos tipos de promesas: la moderna sensorial, para cuestiones meramente prácticas y comerciales, y la razonal tradicional, aferrada al empleo de la lógica para el uso del poder. Debido a ello es que Occidente no ha llegado a tener un verdadero sensorialismo, una promesa sensorial auténtica, pues se ha mantenido aún en la razón como el eje central para su accionar. Se ha creado así una situación híbrida que no llega a convencer ni a los razonalistas, para quienes el valor sigue estando en el logos, ni a los sensorialistas, para quienes lo está en la naturaleza, en el factos. Peor aún, en vez de imponerse el comprender sensorial, el saber las funciones naturales adecuadas para el hombre, el conocer razonal ha continuado prevaleciendo como lo prioritario, tornándose así la ciencia contemporánea en una ciencia lógica-experimental diferente a la observacional-imitativa de las promesas sensoriales que no se basan en la razón. Esa sería la explicación de por qué, en la modernidad, la factualidad sensorial está supeditada al mandato de la razonalidad. En consecuencia, en Occidente el poder lo sigue teniendo el logos, la palabra. Los negocios, la vida social y las relaciones humanas en general se hacen bajo la égida de ella. Se valora, sí, a la naturaleza, pero únicamente en los aspectos que convienen y coinciden con la razón dominante la cual usa un sistema que no necesariamente se corresponde con la realidad y que no busca seguirla tal como es sino más bien orientarla para crear otra cosa distinta con ella. De modo que en Occidente la naturaleza es vista solo como un medio de producción mas no en su forma integral: como un soporte de la vida y como un fin.

La ciencia en la modernidadLa ciencia moderna no es libre de actuar sobre toda la realidad sino únicamente sobre aquello que el poder razonal indica y selecciona y solo a través de una mirada razonalista que despersonaliza a la naturaleza y la vuelve un objeto utilitario. Hay que recordar que la característica de las promesas sensorialistas es considerar a la naturaleza como una parte de la solución al problema, como el modelo a seguir, lo cual obliga a la ciencia a tratarla con el cuidado y respeto propios de esta visión convirtiéndola así en “persona”. Sin embargo, bajo el predomino de la razonalidad la ciencia prioriza el conocer sobre el comprender, haciendo ver a la naturaleza como “fría e indiferente”, como cosa, cuando, en realidad, en ninguna otra sociedad sensorialista la ciencia ha planteado esto. Toda ciencia siempre es una expresión de la promesa fundacional de una sociedad y su papel es reafirmarla y alentar su posible cumplimiento. En el caso del Occidente actual existe una confusión entre las promesas sensorialista y razonalista, y la ciencia que ha surgido de esto no logra contentar ni a la postura razonal ni a la sensorial, convirtiéndola así en una ciencia híbrida indefinida. Es quizá por dicha pugna irresuelta que la civilización occidental contemporánea se encuentra en una crisis de promesa porque la que la formó en sus inicios fue de tipo razonal, con el logos griego y la palabra cristiana como orientadores, mientras que la moderna es de tipo sensorial y, por sus características peculiares, no es entendible aún por su sociedad. De ahí la constante lucha que hay entre la creencia y la ciencia, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la razón y la realidad, entre la idea y la materia (a lo que habría que agregar entre fe y comprobación, dos elementos sustanciales del hombre).Una sociedad es más firme cuando su promesa central es hegemónica; sin embargo, cuando ocurren casos como estos, donde conviven y se fusionan dos promesas diferentes, se puede producir una crisis de legitimidad, de seguridad y de esperanza. La ciencia en la modernidad está dirigida y controlada por la razón, quien muestra a la ciencia como si fuera una verdad absoluta pero impidiéndole ir más allá de lo oficialmente permitido, evitando que diga que las leyes del mercado, por ejemplo, no provienen de la realidad objetiva sino de criterios humanos y culturales, algo que una verdadera ciencia sensorialista no podría avalar. El problema que tiene la razón con respecto a la ciencia sensorial está en el modo experimental de tratar con la realidad, propio de ésta última, lo cual muchas veces se estrella directamente con el pensamiento razonal que, lejos de “seguir” a la naturaleza, la “interpreta”, la orienta. En pocas palabras, la ciencia de origen sensorialista, si no estuviera dirigida en Occidente por el poder razonal, pondría en peligro el edificio social creado, por lo que es necesario mantenerla a raya, condicionándola hacia metas que no contradigan el orden instaurado. La ciencia no investiga por sí sola: requiere de apoyo para poder ejercerse, necesita del beneplácito del poder para existir.

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La crisis de la promesa modernaHoy la modernidad, en Occidente, ya no es vista como en sus comienzos. Se esperaba que con sus logros científicos y tecnológicos el ser humano debiera estar viviendo en un Edén, cada vez más cerca de las respuestas y resueltos casi todos sus problemas sustanciales; pero eso no ha ocurrido. Nunca como hoy las desgracias son tan patentes; nunca se ha visto al hombre tan reducido a ser solo un objeto; jamás ha estado éste tan perdido en el vasto Universo el cual, debido al razonalismo, es mudo y solitario. Si antes la realidad que lo abismaba y lo sumía en una depresión mortal, producto del impulso filosofante, estaba centrada en su pequeño entorno natural, ahora con la modernidad esa percepción, esa terrible sensación, se ha vuelto inconmensurable, tan grande como el Universo lo es, y cada día aumentado, así, no solo la angustia de su soledad sino la idea de ser más bien una nada en todo el cosmos. Si colocándose como el “rey de la Creación” el hombre podía suplir sus dolencias con la creencia de ser un hijo de Dios hoy, debido al fracaso de la promesa moderna, se ve a sí mismo como una hormiga que asoma su mísera cabeza por un pequeño agujero, sintiéndose un ínfimo animal más. La modernidad, que se presentaba como la piedra angular de una nueva civilización mejor que todas las demás, se ha vuelto una pesadilla para el occidental y, por extensión, para todos los pueblos que domina, tan terrible como lo fuera su antecesora, la Edad Media —que había convertido su promesa en una tabla de verdades sagradas, quitándole su encanto y su magia. Esta modernidad, antes esperanzadora, actualmente hunde y aplasta al ser humano obligándolo a vivir sin otro horizonte que el de su desenfreno y autodestrucción. Si anteriormente el mundo se extendía tan bastamente como la imaginación y el deseo fueran capaces de proyectarlo, en la modernidad solo es aquello que nuestros sentidos alcancen a ver. De concebir un Universo eterno e infinito se ha pasado a uno limitado; de uno que era inmaterial a uno material, el cual se ha convertido en una prisión de cuatro paredes y donde la expansión física de la materia por el espacio es la máxima expresión a la cual se puede aspirar. Fuera de la “cosa” no hay nada más; no existen otros planos de la realidad por conocer sino el que ya está dado, y todo el aspecto no material que caracteriza al humano y lo diferencia del animal —que es lo espiritual, lo metafísico— ésta civilización lo ha invisibilizado para orientarse solo al organismo, a lo tangible, pero instaurado como una religión, aunque sin un consuelo de por medio. La modernidad es un mundo de sumas y restas, de compras y ventas hecho para los intestinos pero no para el corazón.De esta nueva crisis sus filósofos aún no saben cómo salir. La filosofía occidental contemporánea, comúnmente llamada filosofía académica, no ha despertado del entrampamiento en el que se encuentra y sigue avalando a la sociedad de mercado como una cosa sagrada, sin hallar la manera de crear otra promesa que la reemplace. Pero, como ya se ha dicho, el trabajo de la filosofía es la creación de promesas y, de algún modo, tarde o temprano, una nueva aparecerá y brillará en la mente de los hombres para hacerles recordar qué es lo que están buscando realmente en sus vidas, lo cual no es, ni nunca ha sido, el solo sobrevivir, el tener recursos y aparatos, el satisfacer sus necesidades pues eso lo hacen también todos los animales y ellos no tienen la problemática que caracteriza al ser humano: la angustia de ser, la desubicación de la realidad y el temor a la muerte.

C. Sociedades con promesas intuitivistasLas sociedades con promesas intuitivistas resaltan los estados sicológicos, emocionales y voluntarios del ser. Mientras que las sensorialistas desean un mundo real con énfasis en lo material, lo visible y lo palpable y las razonalistas uno traducido por la razón, apegadas al concepto y a la abstracción, las intuitivistas pugnan por hallar un mundo escondido, gobernado por identidades no captables fácilmente por el hombre. Los filósofos intuitivistas elaboran sus promesas mediante las múltiples actitudes humanas existentes las cuales vienen a ser sus unidades de sentido: el estros. Estas promesas le ofrecen al hombre el poder alcanzar la paz y el equilibrio solo cuando éste se encuentre conectado con lo suprarreal y cuando descubra cuáles son las grandes voluntades que dirigen el mundo sensible, entendiendo así su intención y sabiendo qué quieren del ser humano. Recién ahí es que sabrá el porqué de su existencia y logrará el fin de sus sufrimientos. Estas promesas le piden al creyente que minimice sus sentidos y su razón en vías a que maximice su mundo interior, sus estados de conciencia. El modo que plantean para lograrlo es el de la introspección, entendida ésta como un deseo de comunicación con otros planos de la realidad no sensible. La introspección no es solo la repetición de ciertas fórmulas preestablecidas sino también una forma de comportamiento o de vida. Las sociedades que siguen estas promesas no buscan el conocimiento de la naturaleza y tampoco piensan que la solución sea comprenderla tal como es sino más bien lograr entender las diferentes expresiones que se dan en la realidad completa que abarca más de lo que la capacidad biológica del ser humano puede captar. Entender, para ellas, significa saber cuál es el origen y el fin de todo, qué entidad o voluntad hay detrás de ello y qué es lo que ésta quiere y manifiesta. Por lo tanto la realidad alberga la verdad pero en su interior, no es su exterior perceptible. A través de la simplicidad de la vida,

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la ritualidad y la negación de los sentidos y de la razón es cómo los seguidores de las promesas intuitivistas esperan hacer que éstas se concreten y así se efectivice la paz anhelada. En resumen, las promesas intuitivistas proponen, como objetivo, el vivir en función de las fuerzas que, según ellos aseguran, crean, dirigen y controlan a la materia y al Universo. En el filosofar intuitivista el estros es la unidad básica con el que se construyen las teorías acerca del hombre y la naturaleza. El estros vendría a ser una actitud, una percepción, una sensación, una iluminación. Desde este punto de vista tanto la razón como la sensación no le dicen nada al hombre ya que también los animales las poseen y estos no tienen otra cosa que saber fuera de ser ellos mismos. Las sensaciones solo transmiten lo que le atañe al organismo, muy limitado para muchas cosas, y eso no agota toda la realidad existente. Igualmente la razón está restringida solo a lo que le informan los sentidos; sin ellos dicha facultad no tiene acceso a otras dimensiones; prueba de esto lo da la tecnología, pues solo debido a su desarrollo es que el ser humano ha podido escapar de las pequeñas fronteras que sus órganos, en forma natural, le permiten. Únicamente cuando ha acrecentado el poder de sus sentidos es que ha sido capaz de descubrir que existe algo adicional a lo que le indicaba la sola razón, como lo demuestran la invención del telescopio y el microscopio. Para la filosofía intuitivista, en cambio, la realidad abarca aspectos que están más allá de los limitados sentidos humanos y sus instrumentos tecnológicos para potenciarlos. Argumenta que querer reducir la naturaleza, el Universo, solo a lo que el hombre pueda percibir es algo así como negarse a caminar si es que no se usan zapatos de una determinada marca. Con el desarrollo de la intuitividad el largo proceso del saber se abrevia en un instante pues se pasa de frente a la fase del entendimiento, que es mucho más completa que las del conocer o comprender, dicen. Conocer, que es propiedad del razonalismo, solo aporta información y muchas veces incompleta, momentánea y sesgada. Si a ello no le sigue el entender, el poder interpretar correctamente lo que se conoce y para qué se debe emplear, se está ante algo extraño, inútil o peligrosamente mortal, como lo demuestra el avance científico moderno que manipula fuerzas que, en momentos cruciales, no puede controlar. De modo que, siguiendo a la filosofía intuitivista, el objetivo del ser humano es descubrir qué hay “detrás” de todo lo aparente y lo visible, tanto de aquello que él puede captar como lo que no, para así poder “entender” cuál es la razón del vivir humanamente. Con ello, afirma, se habrá conseguido la meta principal que es el recuperar el estado de gracia previo a la ocurrencia del impulso filosofante.

El intuitivismo y las sociedades “orientales”No hay mejor referencia de sociedades intuitivistas que las llamadas por Occidente “orientales”. Se puede decir que, efectivamente, en el Oriente, en el Extremo o Lejano Oriente33, se han desarrollado varias clases de sociedades con promesas intuitivistas. Se recalca lo ya anteriormente expresado en el sentido que eso no implica que no exista allí la razón y la sensorialidad; lo que pasa es que en dicho medio se ha priorizado la intuitividad para el filosofar y se piensa que, mediante este método, se pueden encontrar las grandes respuestas del ser humano a través de la búsqueda de las fuerzas gestoras y movilizadoras de la realidad, del Universo. Una sociedad como, por ejemplo, la india, muy compleja y diversa, puede decirse que ha tenido momentos en su historia guiados por la intuitividad. Esto porque en ella se han generado diversos movimientos llamados “espirituales” que asumieron como propósito dicha promesa34. Algunos de sus pueblos optaron, y optan, por el esfuerzo de llevar el

33 “El término Extremo Oriente o, también, Lejano Oriente, designa un área geográfica convencional ubicada al este del continente euroasiático, compuesta por una serie de países que tienen diversas culturas. Sus habitantes suelen ser llamados orientales. En genética humana suele llamarse a la región como Eurasia Oriental por contraposición con Eurasia Occidental. Habitualmente se considera una región constituida por las regiones de Asia Oriental y el Sureste Asiático, pero con frecuencia se incluye también a Siberia oriental y a veces al Subcontinente indio.” http://es.wikipedia.org/wiki/Extremo_Oriente

34 “Las tradiciones orientales ayudan a contraponer el excesivo énfasis occidental en el individuo. Hay que pasar por el olvido del sujeto para encaminarse hacia su recuperación en el seno de lo Absoluto. La aportación oriental, por ejemplo, en el Budismo Zen, es la de un pensar arraigado en la corporalidad y en el medio de la naturaleza. Un pensar en el que el sujeto debe, ante todo, salir de sí. Un pensar que, en silencio, escucha y camina, más que hablar y manipular. Un pensar que, por el despojo de la subjetividad limitada, se abre receptivo a un yo más hondo y sin fronteras: Un “Sí-mismo” que, como dice el filósofo japonés Y. Yuasa, “trasciende sumergiéndose, para expansionarse, en vez de afirmarse para elevarse hacia las nubes”. Un yo que, negándose y perdiéndose, se encuentra. Un yo que no devora al punto cuando, al romperse sus límites, las cosas dejan de percibirse como obstáculos y las personas como amenazas, allí donde desaparecen todas las cualidades y oposiciones. Por eso la insistencia en el Zen en rechazar todas las dicotomías…” “Nos invita esta aportación oriental a repensar nuestras antropologías occidentales. Nos invita a dar un paso desde la filosofía del logos, de la acción del sujeto, a una filosofía de la contemplación, la receptividad y el salir de sí.” Ruiz, Marco Antonio. “Hacia una crítica de la filosofía occidental moderna desde el oriente”. AParteRei. Revista de filosofía. 46. Julio 2006.http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/zen46.pdf

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estros a grados superlativos conformando de ese modo extensos discursos explicativos sobre el hombre y la realidad, volcados en sus prácticas de dominio de la mente. Lo que toda promesa intuitivista propone es que, si se quiere llegar a recuperar la tranquilidad original perdida se debe vivir en procura de lograr ciertos estados de emoción, de éxtasis o de interioridad pues solo así es cómo se van a poder encontrar las respuestas buscadas. Los “ejercicios” o prácticas espirituales y los aislamientos frecuentes son el mejor modo de hacerlo. La combinación de todos estos estros o experiencias internas hacen una amalgama sumamente compleja que, luego, conforman los diversos discursos plasmados en numerosos textos de difusión masiva. Todavía pueden hallarse comunidades donde están vigentes estas promesas; cuando se las investiga se nota que lo que las ha creado y las une hasta ahora es precisamente el deseo de llegar al entendimiento total, que no es otra cosa que el responder a las grandes preguntas de la humanidad a través del acceso a las voluntades rectoras del “mundo”, mundo que no es necesariamente el llamado “físico”. Sin embargo, dichas sociedades están siendo devoradas vertiginosamente por la modernidad la cual pone por objetivo del existir el conocer, el priorizar la razón como lo esencial de la vida. Eso hace que se haya creado una desconfianza en la capacidad y potencialidad de la intuición para abarcar más ampliamente la realidad, cerrándose de este modo las puertas que dan acceso a planos que permiten experiencias que el hombre moderno se niega tercamente a aprovechar, que es como si rechazara el uso de un nuevo telescopio, más potente y completo, solo por no dejar de usar el viejo y cómodo, pero obsoleto, catalejo. El problema es que la fe del hombre moderno está puesta no en él mismo sino en su tecnología, a diferencia del método intuitivista.

A manera de resumenDesde un principio la obsesión del ser humano ha sido siempre la misma: recuperar la vida que perdió cuando el impulso filosofante lo “expulsó” de la vida natural, de la “tranquila ignorancia” de ser arrojándolo al de la auto percepción, al “darse cuenta” de sí mismo dentro de un contexto, situación que produce el estado de soledad, abandono y una vida al propio albedrío sin más ley ni norte que lo que la voluntad del afectado decida. Lo mismo que a una criatura que se suelta de la mano paterna y se extravía, la reacción del hombre fue y sigue siendo el síndrome del niño perdido, aquel que, sin padre ni madre, va deambulando por un mundo que no le habla ni lo escucha, como los pequeños abandonados en las grandes ciudades. El humano es un ente que repara en la realidad sin que ella se dé cuenta de él, de su existencia; de ahí su soledad, que es de la especie y no de un individuo circunstancialmente aislado. La naturaleza en pleno sigue su rumbo y su vertiginosa actividad sin importarle qué siente este individuo que llora, desconsolado, a un costado del camino. Pero como no puede permanecer de ese modo —porque esto significaría la muerte— este pobre ex animal, ahora humano, decide ponerse en marcha y tratar de volver a casa, a la familia que perdió, o sea, a la vida natural; es por eso que se levanta y anda suponiendo que en algún lugar encontrará dicho hogar. Mas, como la travesía es larga y peligrosa, tiene que irse aprovisionando de elementos que sean los apropiados para el viaje. Algunas veces son muy pocos, pero otras numerosos, según vea qué tan lejos o complicado esté el final.Es así cómo este periplo ha venido significando infinitos cambios de rumbo y perspectivas, con muchas idas y venidas hacia diferentes horizontes y sus correspondientes modificaciones de métodos para llegar e implementos necesarios para hacerlo. Esto quiere decir que todo lo que el hombre hace se halla siempre en función de ese objetivo pero sin tener una hoja de ruta y sin saber si ésta existe. Y cuando, producto de las circunstancias, se acostumbra a la pasividad y se olvida para qué se puso a andar, súbitamente despierta como de un sueño y vuelve a dejar todo lo que ha hecho para emprender nuevamente la marcha. Dichos despertares vienen a ser los cambios y transformaciones bruscos de sociedades y culturas que incluyen abandonos de promesas, territorios, dioses y creencias.

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7. Precisiones sobre algunos conceptos empleados en este ensayo

Sobre cómo miramos al pasadoTodo intento de mirar al pasado está impregnado de presente y esta era no es la excepción. De nada sirve levantar la mano y decir “menos yo” porque ¿cómo podríamos asumir un punto de vista distinto al nuestro, a nuestro momento de vivir? ¿Cómo haríamos para adoptar la mirada de otra cultura o de un tiempo diferente y suponer situaciones que no conocemos? Hemos de resignarnos a ser, muy a pesar nuestro, todo lo subjetivos y parcializados que nuestra época nos obliga a ser. Toda verdad es válida pero para el contexto que la genera. Todo en lo que hoy creemos y en lo que confiamos es, efectivamente, cierto y real, pero para nosotros, y ello no nos faculta a afirmar que puede serlo también fuera del medio y de la era en la que nos encontramos. Muchos apelan a la lógica de la ciencia contemporánea al decir que el manejo de las leyes de la naturaleza nos autorizan, al fin, el poder asegurar que lo que sabemos sí es la verdadera manera de saber, el saber eterno e inmutable, asumiendo así un discurso proveniente de la filosofía sensorialista. Expresan que todo lo creado por la ciencia occidental moderna así lo demuestra y que los viajes espaciales y la manipulación de la energía atómica igualmente lo confirman.Ante ello habría que preguntarse: ¿acaso lo que sabemos hoy es todo lo que tenemos que saber? El modo como lo sabemos ¿es el verdaderamente correcto? ¿Existirá algo que no sepamos y que cambiaría todo lo que sabemos? Solo con una actitud más modesta y humilde, como la de la auténtica ciencia, se podría entender que aún debe haber muchas cosas que ignoramos a pesar de lo que ya creemos saber. A lo largo de la historia más de una vez, con cada cambio de sociedad o de cultura hegemónica, hemos comprobado cómo lo que suponíamos inalterable podía ser visto de otro modo, cosa que llevó a reevaluar lo que teóricamente era permanente. ¿No pensaban con convicción los egipcios, los chinos, los mesopotámicos, los andinos, los mayas que ellos, al igual que nosotros, sí sabían la verdad de las cosas? ¿Y no creían también que conocían muy bien la realidad, la tierra en la que vivían, los objetos con los que se relacionaban? Es obvio que nos hallamos en un momento que es diferente en objetivos y valores y que eso hace que necesariamente tengamos que juzgarlo todo con el cristal de la modernidad midiendo las cosas tal como ella lo hace, y que son las inquietudes, principios y sistemas contemporáneos los que delinean la manera cómo calificamos y ordenamos todo aquello que sabemos. Nuestra interpretación de la realidad es inevitablemente moderna, y nuestra imagen del pasado es la que un hombre moderno se hace de él mediante los instrumentos, herramientas y modos de pensar y evaluar modernos. No podemos efectuarlo de otra manera. Creer que lo actual es lo verdadero no es nada nuevo puesto que lo mismo pensaron todos los que alguna vez nos antecedieron.

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¿Y no es cierto que los pueblos no occidentales y no modernos que aún ahora existen están igualmente convencidos de su propia verdad? ¿No hemos comprobado que nuestros logros y maravillas técnicas, a la hora que se las mostramos, no los arrebatan ni aturden sino que más bien las toman con normal curiosidad y naturalidad, como si fueran simples artefactos de otra cultura? La explicación es que toda sociedad humana requiere, para serlo, de una fe y una convicción en que su cultura es una fuente de verdad y sabiduría completas, y que con ella se puede resolver todo lo necesario para vivir. Si no fuese así dicha sociedad perdería prestigio entre sus miembros y estos la abandonarían. El hecho que actualmente existan otras culturas paralelas a la moderna, a pesar de los esfuerzos por demostrarles que ésta es “superior” en todo, confirma que todavía hay quienes creen en ellas, en su poder y capacidad para responder a los retos que sus integrantes se plantean, lo cual incluye a su ciencia, que es la manera de ver la realidad desde la perspectiva de una determinada filosofía.

La relatividad del juicioPodría decirse que esta forma de pensar lleva a un relativismo donde nada es verdad. Pero ¿qué otra cosa se puede ser cuando uno encuentra situaciones tan dispares como las de su propia cultura? El dilema de los científicos occidentales está entre el reafirmar la modernidad del saber y el intuir que ésta no lo abarca todo, modernidad que solo admite la idea de que la naturaleza y la realidad tienen una única esencia, un solo modo y una sola ley, planteamiento filosófico que lo expuso, a su manera, el filósofo griego Parménides35 hace más de dos mil años y que afirma que todo no puede ser más que lo que es con una única dimensión y composición y donde no se admite la doble o múltiple esencia de las cosas o la armonía de los contrarios. Pero en este ensayo no hay lugar para dicha visión porque lo que se busca es tratar de ir más allá de los límites de lo contemporáneo. Sin embargo, muchos quieren pensar que la sociedad occidental es una excepción a todas las reglas, que ella sí es la última y definitiva de todos los tiempos como lo proponía el geopolitólogo norteamericano Francis Fukuyama36. Pero esto en la práctica no es así. Todo científico sabe que vendrán nuevos descubrimientos que demostrarán los “errores” contemporáneos y que refundarán las mismas bases de la ciencia, lo cual cambiará las formas de hacerla aportando nuevas opciones donde ya todo parecía agotado. Si esto es así, si todo es perfectible y modificable, resulta difícil asumir posiciones contundentes dando por cerrado el problema de la realidad. El cientificismo es justamente la actitud de aseverar, de modo categórico, que el método científico elegido actualmente es el más acertado y que no puede haber revisiones ni marchas atrás sino solamente agregar y acumular más datos para perfeccionarlo. Este tipo de posiciones son más propias de fundamentalismos para los cuales la verdad ha sido dada o revelada, y todo lo que no se parezca a ella es un revisionismo o una herejía. Es por eso que, cuando alguien sugiere la posibilidad de que la ciencia occidental no sea absoluta, se desesperan y buscan la forma de condenar a quien lo dice con el argumento de que “está buscando sabotear al sistema y a la sociedad”. Evitan las expresiones que suelen usar los mismos científicos prudentes como los ‘puede’, ‘es posible’, ‘probablemente’, ‘aparentemente’, ‘por el momento’, etc. para resaltar solo lo que los defensores de la “verdad” moderna quieren que se crea, convirtiendo así estos condicionales en afirmaciones categóricas como los “es así”, “la verdad es ésta”, “ya se sabe”, “no hay otra posible”, “la ciencia ya se pronunció”, poniendo a las hipótesis como si fueran axiomas cuando eso no era lo que el investigador quería decir.

35 “Para Parménides el pensamiento puede captar la esencia del mundo tal y como es, de este modo en su discurso se observa un pensamiento racionalista. La razón surge como instrumento para conocer el origen del mundo.” /…/ “Lo que es, es y el no-ser, no es. “Ven pues, voy a decirte (y te ruego que atiendas bien mis palabras) Cuáles son las únicas vías de indagación concebibles. La primera, sostiene que es y que no puede no ser; y éste Es el sendero de la convicción, que sigue la verdad.” Pero el otro afirma: “no es y este no ser tiene que ser. Este último sendero, tengo que decírtelo, no puede explorarse. Pues lo que no es, ni puedes conocerlo (pues esto se halla más allá de nuestro alcance), ni puedes expresarlo con palabras”. Para Parménides el pensamiento puede captar la esencia del mundo tal y como es, de este modo en su discurso se observa un pensamiento racionalista. La razón surge como instrumento para conocer el origen del mundo.” “Parménides”. Blog Mujeres Masonas. Enero 2013. http://mujeresmasonas.org/2013/01/23/parmenides/36

? “Lo que podríamos estar presenciando no solo es el fin de la guerra fría, o la culminación de un período específico de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano.” Fukuyama, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Universidade de Santiago de Compostela.http://firgoa.usc.es/drupal/files/Francis%20Fukuyama%20-%20Fin%20de%20la%20historia%20y%20otros%20escritos.pdf

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La verdad tiene muchas carasEs inevitable reconocer que Occidente no es una cultura “neutral” o universal o “la cultura” como se dice puesto que ello no existe. Incluso la neutralidad total tampoco se da en la ciencia por más que se asegure, ya que las matemáticas, por ejemplo, usan símbolos indios, arábigos, griegos y latinos, todos con raíces mágico-religiosas, no así provenientes de la naturaleza objetiva. No hay por qué pensar, por lo tanto, que la realidad tenga un solo y único modo de ser leída. El hecho que a unos les resulten las cosas tal como ellos piensan mediante sus fórmulas no descarta que a otros también les pase lo mismo con las suyas, como lo demuestra el estudio de los pueblos antiguos donde se comprueba que, con principios y leyes distintas a las actuales, resolvían plenamente todos sus retos y necesidades. Tampoco el haber impuesto la ciencia occidental a través de las conquistas militares implica que Occidente esté en posesión del método correcto del conocimiento. En cuanto a la evaluación del pasado, Occidente lo hace con sus procedimientos particulares, orientado por sus inquietudes y concepciones acerca de lo que es el tiempo, al cual considera como lineal, unidimensional, acumulativo e irreversible. Hurga en ese pasado pero basándose en las nociones modernas con el fin de encontrar allí aquello que particularmente le interesa como, por ejemplo, cuáles eran sus modos de producción, sus organizaciones sociales, sus ciencias y tecnologías, sus formas de comerciar, etc. Así es cómo construye una idea sobre dichas sociedades las cuales configura de tal manera que las pueda identificar pero con los ojos de hoy. Ver el pasado de otra forma le resultaría confuso e ilegible. Pero también las culturas no occidentales hacen lo mismo aunque no para buscar los valores occidentales modernos sino otros vinculados a ellas como qué tan religiosos fueron los hombres precedentes, cómo hacían éstos para tratar con los animales, qué tanto empleaban la astronomía para la vida diaria, etc. Ésta es la relatividad con la que hay que enfrentarse cuando se evalúa al pasado y a otras culturas y contra la que se debe luchar, o sea, contra nosotros mismos, contra lo que somos, contra nuestro esquema del mundo y la forma cómo intentamos imaginarlo desde nuestro peculiar presente. No es un problema de “relativismo versus conocimiento verdadero”; el conflicto en realidad está en no poder admitir que toda visión del otro pasa por el filtro del que la analiza, y que los contemporáneos no queremos reconocer que somos también una civilización más, tan mortales y pasajeros en la historia como las otras, y que los misterios sí existen puesto que no sabemos cuánto de lo posible por saber sabemos, como también que la realidad aún nos tiene reservadas muchas sorpresas cuando la investiguemos de otra manera y con diferentes metodologías no modernas-industriales. Toda ciencia es, inevitablemente, un producto cultural hecho por y para los humanos quienes, durante un tiempo, la utilizan.

La necesidad de creerLo que prima en las ideas humanas es siempre el consenso, aquello que la sociedad decide creer aunque ello sea “falso” o “poco comprobable” científicamente como son la mayoría de las creencias. Son pocas las personas que creen en algo por sí solas, independientemente del resto puesto que el creer es siempre un fenómeno colectivo que viene y va hacia los otros. No por ser esas creencias indemostrables o no científicas las vamos a cuestionar o abandonar. Una de ellas es la idea de que es necesario estar vestido cuando está clarísimo que ningún ser vivo lo requiere para subsistir. La ciencia contemporánea occidental, nos guste o no, se guía también por las creencias y oficializa los conocimientos según ellos se apliquen a los intereses del momento. Quienes practican la ciencia son los científicos, hombres de carne y hueso que trabajan para laboratorios, universidades, empresas y estados, instituciones financiadas todas por la gran industria mundial necesitada de productos para ofrecerlos en el mercado, algo que no es para nada neutral ni matemático. Los científicos saben que sus decisiones afectarán de algún modo tanto sus destinos personales como sus puestos de trabajo, por lo que siempre se cuidarán de no poner sus cabezas en juego —salvo en los momentos de cambio y revolución, como le sucedió a Galileo37. De más está decir que un experimento, por muy científico que sea, será eliminado si es que afecta a quien lo está solventando. Esto quiere decir que la gente nunca sabrá realmente qué hay en la naturaleza fuera de lo que oficialmente se dice sobre ella, con lo cual se llega a la conclusión que toda ciencia siempre es “oficial” y solo refleja los deseos del poder de turno —como pasa con la ciencia moderna actual que se aferra a la física como un sinónimo de “ciencia” porque es la que más beneficia a los intereses de la sociedad de mercado (que comercializa “cosas”) y a la industria militar. Nunca habrá voluntad ni recursos como para que el hombre común y corriente compruebe si las “verdades científicas” realmente existen y si son verificables; jamás el humano de a pie podrá saber qué es lo que ha sido rechazado por los científicos oficiales y sus patrones por “no ser convenientes para la vida”. El

37 Óp. Cit.

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poder justificará siempre dicha censura con el pretexto de que son “asuntos del demonio” —como se decía en la Edad Media europea— o “peligrosas para la humanidad” —como se dice en la modernidad contemporánea. De este modo muchas cosas sorprendentes y fascinantes descubiertas por la verdadera ciencia no saldrán a la luz puesto que “harían peligrar al sistema” y porque “es mejor que el ser humano simple las desconozca porque podría mal utilizarlas”, como se argumenta acerca de los países no desarrollados que intentan alcanzar una tecnología nuclear. Estos son los nuevos tabús a los que un hombre promedio está prohibido acceder puesto que, como lo sostiene el poder, “no está preparado para entenderlos y controlarlos”. Es el poder y no los científicos quien dictamina qué es la verdad, qué es lo que se debe saber y qué es y no es lo real en la naturaleza. Como consecuencia de ello en lo más alto de la pirámide social se encuentra un puñado de individuos que son los que deciden quiénes viven y quiénes mueren según sean sus intereses.

Sobre la ciencia La forma más común como se dice que es la ciencia es que se trata de un saber humano que está específicamente orientado a indagar en la realidad, lo cual incluye al fenómeno humano mismo. La ciencia intenta clasificar todo lo que el hombre es capaz de saber sobre la naturaleza y cómo esto le puede servir. Consiste en interpretar la realidad y de qué modo esta explicación coincide con los hechos objetivos. Deja fuera de su incumbencia aquellos que, supuestamente, no se hallan dentro de la realidad como serían la fantasía, la esperanza, los sentimientos, los sueños o anhelos y una serie de expresiones diversas que incluyen al arte y a la llamada espiritualidad. Ciertamente que esto genera una gran controversia ya que muchos afirman que también de ello es posible hacer ciencia puesto que la realidad es todo aquello que está dado, sea material o inmaterial puesto que, si la fantasía no fuese una realidad, no se la concebiría; pero ella se da, por lo cual tiene que ser real, y si es real pertenece a la realidad y, por lo mismo, es posible analizarse científicamente. Sin embargo, normalmente se acepta que la ciencia versa solo sobre la realidad concreta, aquello que se da en el espacio y en el tiempo y que tiene dimensiones. Desde cierto punto de vista se podría pensar que las ideas “existen” en el mundo real en vista que son producto de un ser real como lo es el hombre; mas no hay consenso en que sean parte de ella. De modo que hasta el momento la ciencia no abarcaría todos los fenómenos que percibimos y utilizamos pues muchos de estos van más allá de lo captable por los sentidos, además de que cada día se comprueba que la materia posee dimensiones a las que quizá el hombre nunca pueda acceder como sí lo hacen las percepciones de otros seres vivos. En consecuencia aquello que el ser humano experimenta es solo una parte de la realidad existente. Nuestros instrumentos solo amplían lo que podemos captar, pero no lo que no podemos.Eso también marca de algún modo la diferencia que hay con la filosofía la cual, según lo manifestado en este ensayo, consiste en el acto de concebir posibilidades, de elaborar situaciones imaginarias que el ser humano podría vivir y que se expresan en forma de promesas. Esto no existe ni en el espacio ni el tiempo y sus proyecciones supuestamente se encuentran solo “dentro” del hombre. Pero no necesariamente al decir “dentro” se está sugiriendo que exista un lugar determinado para ello en el organismo. Un ejemplo de lo dicho podría ser el concebir un caballo con alas que, si bien el ser humano puede construirlo, dibujarlo o representarlo como si fuese un ser vivo, eso es solo la materialización de lo imaginado. Lo cierto es que, mientras las ideas se encuentren en la “interioridad” humana es posible decir que estas no existen como reales aunque sí como irreales, lo cual llevaría a considerar que lo irreal posee un tipo de existencia distinta a la realidad. La filosofía trabaja con esa irrealidad y, por eso, no es una ciencia.Tal vez esto parezca un tanto confuso pero si no estuviéramos confundidos, perplejos ante la existencia, no estaríamos hablando del fenómeno humano y seríamos un primate más de los que deambulan por el mundo, evolucionando constantemente pero sin llegar nunca a ser humanos. Todo el esfuerzo por tratar de vivir como hombres lo es porque nos hallamos sumamente perturbados con lo que nos pasa, sorprendidos por no ser iguales a los demás animales y no poder actuar como ellos. Eso es lo que nos tiene tan angustiados desde hace millones de años cuando comenzó todo. De tal modo que la ignorancia sobre lo que somos, que no es lo mismo que sobre la realidad, más la desesperación son nuestros acompañantes eternos y no nos dedicamos a otra cosa que a buscar cómo aliviarnos de esto a través de unos supuestos “mundos prometidos” o sociedades ideales que, teóricamente, nos van a devolver aquella tranquilidad perdida. Si se tiene una idea clara de lo que es la ciencia, sin sobredimensionarla, se verá que ésta solo afirma cosas que son factibles de ser comprobadas únicamente por el ser humano pero siempre haciendo la salvedad que todo ello puede ser modificado en cualquier momento. Por eso no es justo atribuirle a la ciencia ni el buscar “la verdad”, entendida como algo absoluto, ni mucho menos el serla o poseerla. Los fines reales de la ciencia no son los que muchos de sus ensalzadores esperan, y ella aporta únicamente corroboraciones de lo que se ha investigado a través de nuestros sentidos pero sin por ello

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tener que deducir de eso máximas o axiomas inamovibles y eternos. Un ejemplo es la llamada síntesis evolutiva moderna, que explica la aparición del hombre la cual, dentro de la operatividad de la Antropología o la Biología, sirve como una orientación, pero que fuera de estos campos se la ha convertido en una idea “verdadera” sobre el origen del ser humano. En realidad, si bien dicha teoría demuestra que hay evolución, de ello no se puede concluir que, por el mero proceso evolutivo, surja lo que se llama “lo humano”. Esta discrepancia parece que tiene que ver más con el problema de la verdad y todo aquello que lleva a hacer afirmaciones no científicas partiendo de una teoría científica. Tal deducción resulta demasiado sutil al hombre común para quien, si lo dice la ciencia, tiene que ser verdad. Si es así, lo que se encuentra en juego aquí es cuál es la auténtica esencia de lo que es la ciencia.

Más sobre la verdad y la cienciaSi la verdad es aquello que coincide y reafirma lo que una sociedad considera correcto y acertado la ciencia, en este contexto, tiene el papel de ser el aval de las creencias, de afirmar “con pruebas concretas extraídas de la naturaleza” esa situación; por ello toda ciencia estará siempre delimitada por el medio histórico-cultural en la que nace y actúa. Ninguna ciencia puede aparecer como opositora a la verdad oficial pues sería atacada y eliminada de raíz, además de no poder prosperar —salvo en los momentos en que se producen los cambios revolucionarios por la incursión de nuevas promesas que pueden amparase en ella. Por lo general las sociedades siempre serán reacias a aceptar que existan misterios que pongan en duda lo que se considera como la verdad; los únicos misterios que se pueden tolerar son aquellos que más bien la confirman, como por ejemplo los misterios sagrados que, a pesar de ir en contra de lo natural y de la lógica, son útiles para llenar los espacios vacíos que tienen un débil sustento científico, así como para proporcionar un refuerzo a la fe gracias a la cualidad espiritual que poseen, cosa que los postulados científicos no tienen. Pero salvo esta excepción los misterios, tanto como los ‘fenómenos paranormales’, no se encuentran nunca en el plano de “la verdad” puesto que ella siempre es, y tiene que ser, firme y clara, “real”. A pesar de eso de todos modos dichos misterios nunca dejarán de existir ya que es menos lo que se conoce que lo que no. El ser humano común de todos los tiempos no acepta que su ciencia no sepa o sepa menos de lo que él cree porque ello desestabilizaría la fe que tiene en sus verdades. Para el hombre normal la ciencia siempre debe ser afirmativa y tener el conocimiento certero, la sabiduría incuestionable, la seguridad de saber en qué mundo se vive y qué es lo que se pisa. Una ciencia que dijera socráticamente que “sabe que no sabe”, que todo es relativo, que nada es cierto totalmente, etc. no reafirmaría las verdades de su sociedad y, si es así, no sería útil. Se puede soportar que los científicos se autocalifiquen de modestos, limitados o autocorrectivos, pero no que la ciencia oficial lo sea. Ella tiene que saber y dominar y no debe caber duda de eso. Por lo tanto la función de la ciencia es reforzar la convicción de que se vive en un mundo que se conoce, se comprende y se entiende. Lo importante no es la verdad como tal sino tener la seguridad de que ella existe y se la posee. En resumen, un saber científico es “correcto” si sirve para reforzar la promesa de la sociedad donde ésta se desenvuelve, y es “incorrecto” si no lo hace o, peor aún, si contradice las creencias oficiales que rara vez suelen ser científicas. De ser esto así ¿qué será el saber si toda ciencia siempre depende de los valores y creencias de la sociedad en la que se genera y no puede escapar de tales límites pues, de hacerlo, sería calificada de errada o desencajada? El saber no sería otra cosa que el hacer coincidir la realidad con lo que cada sociedad busca y pretende, o sea, el reafirmar la promesa fundacional y el método filosófico que la formó. Teniendo en cuenta que existen tres métodos principales de filosofar —el sensorialista, el razonalista y el intuitivista— quiere decir que el saber vendría a ser la interacción que se realiza con la realidad y la naturaleza mediante cada uno de ellos. Es posible tratar con la realidad sensorialistamente, buscando el comprender, razonalistamente, buscando el conocer, e intuitivistamente, buscando el entender. En los tres casos se puede afirmar que se sabe algo acerca de la naturaleza y esto funciona bien para cada tipo de sociedad. ¿Sería importante acaso para una sociedad de carácter sensorialista, por ejemplo, abordar el agua de manera razonal? No, pues ello no tendría sentido e interés ni dentro de su concepción del saber ni en la magnitud de sus necesidades reales. Lo mismo para los otros casos. Esto significa que el saber siempre estará en función a algo; nunca existirá el saber por el saber, neutral, ajeno a la realidad histórica y cultural en la que el hombre vive. Saber, entonces, es adquirir las destrezas y habilidades propias para el medio en el que uno se encuentra.38

38 “Se denomina saber al conocimiento acerca de una cuestión, problema, disciplina o ciencia, conocimiento que puede tomarse como una representación de la realidad objetiva. Así, saber sobre un determinado tema implica estar en posesión de una representación de la realidad que debería ser útil para la toma de decisiones en ésta.

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Más sobre la función de la cienciaToda ciencia será obra y criatura del tipo de cultura que la produzca y su misión y funciones estarán estrictamente normadas de acuerdo con las pautas dictadas por el poder, que es el que tiene la misión de conducir a la sociedad hacia la realización de la promesa fundacional que le dio origen. En este punto se dirá que ese no es el caso de la ciencia occidental contemporánea; sin embargo, esto se cumple al pie de la letra con ella puesto que es obvio que está completamente sujeta y dominada por la sociedad de mercado —que es una estructura razonal creada por el hombre, sin sustento en las leyes de la naturaleza— y que no le permite a la ciencia desplazarse ni moverse si no es por los caminos que le dispone. La ciencia occidental contemporánea, al igual que toda ciencia, tiene por finalidad demostrar que la sociedad moderna es la única posible y verdadera. De ninguna manera se le consentiría que generase dudas y contradicciones en el hombre actual y que ponga en cuestión, con sus experimentos o pruebas, las bases y credibilidad de esta civilización. Como toda ciencia, ella dice que sabe y conoce, y que lo que no conoce, o bien está a punto de conocerlo o tiene una idea muy aproximada de lo que puede ser. La sociedad occidental contemporánea es industrial, por lo que la ciencia que existe girará en torno a la producción y únicamente se podrá manifestar de ese modo. La ciencia moderna trabaja dentro de los espacios y condiciones que le establece esta sociedad mercantil y jamás se le permitirá ir más allá de los intereses del comercio. Si lo hiciera podría suscitar críticas y luego sublevaciones en un pueblo siempre descontento con lo que tiene. Baste recordar lo sucedido en los momentos culminantes de la Edad Media europea; su ciencia, la razonal logocrática, era aquella que sostenía todo el engranaje medieval y reafirmaba la autoridad de la iglesia católica y la aristocracia gobernante. Nada de lo que hacían los médicos, ingenieros o astrónomos cuestionaba la verdad oficial; más bien con sus conocimientos la reafirmaban. Pero cuando la filosofía empezó a elaborar otra clase de promesas —promesas sensorialistas premodernas y otros mundos posibles— comenzó también a emerger una nueva ciencia, una que iba en contra de la del sistema imperante y de la promesa grecorromana-cristiana. Hasta ese momento el europeo vivía confiado en la ciencia del Medioevo que era fundamentalmente teórica y basada en la palabra, en la ley y la lógica —que es el ordenamiento de las palabras. Cuando surgió la promesa moderna llevada en andas por los empresarios y comerciantes los occidentales entraron en conflicto y en interrogantes. ¿Cuál era la realidad? ¿Quién estaba diciendo “la verdad”: el sacerdote o el científico? Es allí que se produce el profundo cisma que terminó por cambiar a dicha sociedad. No fue la ciencia por sí sola la que produjo el cambio. La ciencia no es autónoma ni puede orientarse a sí misma ni es capaz de autocalificarse como “la verdad”. Fue la promesa moderna y los seguidores de ella los que necesitaban de una ciencia diferente a la medieval que los avalara. Los modernos, para afirmar el mundo que querían imponer, tuvieron que modificar la ciencia antigua pero en función a sus intereses; así fue que nació la ciencia moderna, conducida por aquellos que la deseaban consolidar como el verdadero conocimiento de la realidad el cual era muy distinto al que tenían los antiguos razonalistas. Pero ante esto también se dirá: “Eso es un error ya que la ciencia de hoy es totalmente libre de investigar todos los campos de la realidad y no tiene límites pues, al contrario, ello le es necesario al hombre moderno. Si es así sería absurdo que se le negase el conocer puesto que eso más bien procura ganancias y beneficios. De modo que no hay nada que la ciencia occidental contemporánea no pueda ni deba dejar de conocer.” Esa es una suposición aparentemente cierta pero, al ser contrastada con los hechos, no es así. Acudiendo a lo concreto, si la ciencia actual decidiera, por ejemplo, descubrir la manera de cómo los aparatos funcionaran haciendo innecesaria la dependencia a algún tipo de energía comercializable sería una tragedia para el sistema que administra y vende electricidad y combustible, precipitando hacia su disolución a la sociedad de mercado. Allí donde la ciencia haga cosas que socaven la prerrogativa de unos pocos para manejar los recursos naturales del mundo ésta será acallada, minimizada, escondida o extirpada totalmente. Si surgiese hoy un grupo de hombres creyentes en una nueva promesa y que tuviesen el suficiente poder como para destronar a los comerciantes —los abanderados de la promesa de la modernidad— no dudarían en lo absoluto en gestar e impulsar una nueva ciencia que los sostenga y que contradiga a la moderna llamándola a ésta falsa y engañosa por haberle hecho creer a la gente que la realidad era tal como la habían presentado ya que ésta podía ser abordada de un modo mejor y con mayores ventajas para todos, no solo para los

En tanto y en cuanto el saber y sus alcances es un problema que data desde los albores de la humanidad, se han desarrollado numerosas escuelas de pensamiento que tratan de dar cuenta de este fenómeno de un modo satisfactorio. No obstante, la cuestión sigue desvelando a especialistas, quienes distan en ponerse de acuerdo en cómo se lleva a cabo esta particularidad propia del hombre.” http://definicion.mx/saber/

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comerciantes. Podría ser una ciencia que dotara al hombre de la capacidad de auto sostenerse con el poder de su mente sin necesitar, casi para nada, de los objetos y las herramientas conocidas. La ciencia moderna tiene el estigma de ser materialista, de darle todo el peso a las especialidades físicas en desmedro de las demás porque eso está directamente relacionado con el interés por los productos de consumo, algo muy propio de todo vendedor pues, sin ellos, no habría mercado ni negocio.

Crisis y cambioLa historia humana no se ha detenido ni tiene por qué hacerlo en la era moderna. Si son ciertas las conjeturas aquí expuestas ya se debe estar observando el deterioro franco de la fe en la promesa de la modernidad y, al mismo tiempo, comprobando el descrédito de la ciencia que la sustenta, en especial después de ver la enorme capacidad de dominio y destrucción que ésta facilita. Quienes antes creían en la promesa moderna hoy buscan otras ciencias provenientes de promesas no modernas con el fin de acceder de un modo distinto a la realidad porque sospechan que ella es diferente a lo que se dice que es; por ejemplo, la realidad entendida como “ser” y no como “cosa”. Existe ya la presunción de que la ciencia moderna no está contemplando todas las dimensiones que parece poseer la naturaleza y se limita solo a aquellos aspectos que son utilitarios, productivos y controlados por el poder empresarial. La estructura de poder del Occidente actual se basa en el desarrollo científico y tecnológico y por ello la ciencia tiene un carácter de valor absoluto, como un dios que ha reemplazado al anterior netamente espiritual. El mismo papel que jugaba antes el dios cristiano lo juega hoy la ciencia moderna. Una imagen idealizada y todopoderosa de la ciencia vigente resulta ser una superlativización, un constructo mental que muchos individuos asumen como algo sagrado pero que no refleja lo que ella realmente es. A la ciencia en esta sociedad se la ha obligado a intervenir solo parcialmente en la realidad pero negándole la posibilidad de ser algo más que una simple actividad de laboratorio. La mayoría de los que apelan para todo a la ciencia no son en verdad científicos pero tienen el poder, mientras que los verdaderos científicos no llegan a ser tan fanáticos de la ciencia puesto que conocen plenamente sus limitaciones. Es similar a la diferencia que hay entre el autor de un libro y el lector que lo devora: mientras que el primero es un pensador el otro es un utilitario, y hoy en día hay demasiados de estos últimos por el mundo como cuando antes los había de la religión. En verdad, se trata de los mismos individuos de antaño totalmente entregados a su creencia solo que han cambiado la sotana por el mandil. No por mucha o poca ciencia que exista el ser humano va a recuperar su tranquilidad. El hombre desde un principio estuvo ante la naturaleza estupefacto por lo que él era y por lo perdido que estaba en ella. Tratar con la materialidad no es el problema que lo aqueja ni lo que realmente le preocupa. La pasión que hoy despierta la ciencia y la materia es algo exclusivo de la modernidad, pero ello no ha sido siempre así. De nada sirve saber algo si con eso no se va a lograr lo que realmente interesa: la paz interior, el vivir en armonía con el medio, como lo hacen todos los animales quienes existen sin padecer nuestras particulares angustias humanas. Por el contrario, puede que de tanto investigar la realidad el ser humano encuentre más razones para angustiarse aún más, y eso es lo que parece estar ocurriendo actualmente en esta atormentada sociedad.

Sobre los mitosLos mitos no son falsedades ni producto de errores de percepción o explicaciones infantiles alejadas de la realidad; son más bien discursos que conservan la memoria humana desde sus inicios39. Los mitos son voces lejanas que no permiten que olvidemos nuestros comienzos. Ellos nos dan un mensaje, una idea aproximada de esos días prístinos en los que dejamos la natural y equilibrada vida animal para ser lo que ahora somos. Nos hablan de sucesos extraños e intervenciones que aún no nos son claras y de consecuencias difíciles de sobrellevar. Nos narran los primeros padecimientos de hallarnos en un nuevo escenario, diferente al normal de la vida animal, y de cómo eso nos ocasionó una situación traumática cuyos efectos hasta el día de hoy sufrimos. Al mismo tiempo nos brindan recetas y consejos sobre la manera de realizar las cosas para evitar sucesos trágicos y saber qué hacer para aliviar nuestras penas mayores. Se dice también que los mitos son una lectura sobre una parte de la realidad, una especie de “cosmovisión” que alberga mucha información subjetiva, es decir, que son explicaciones de numerosas cosas muy distintas creadas o deducidas por el ser humano primitivo quien supuestamente no tenía la

39 “En “Myth in Primitive Psychology”, Malinowski había ya apercibido que “el mito, tal como existe en una colectividad salvaje, es decir, bajo su forma más primitiva, no es solamente un cuento, sino una realidad vivida”. Incluso tomado como relato, el mito puede, en efecto, ser definido como resurrección narrativa de un acontecimiento original que continúa ejerciendo su influencia en el mundo y en los destinos humanos. Se deduce que el mito implica una temporalidad específica que remite a lo que ha pasado cuando la creación del mundo.” Valade, Bernard. “Las mitologías y los ritos” Los mitos. (Selección de textos).http://www.ladeliteratura.com.uy/sala/complementos/mitos.pdf

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capacidad para expresarse correctamente por carecer de ciencia. Los mitos serían, según esto, una visión pre-científica del hombre. Pero esa es una definición muy simplista y sesgada para insinuar que el humano primigenio era necesariamente “salvaje” e inferior al actual. Más aceptable sería decir que los mitos son relatos complejos que sintetizan sabidurías no solo sobre el mundo sino también sobre el hombre inserto en él. Pero ¿qué relación existe entre los mitos y las promesas? Si bien ambos pueden hablar de cosas parecidas la diferencia es que el mito es un relato que explica el pasado, los orígenes de las cosas, cómo éstas se conformaron, cómo empezó todo y cómo funcionan. Las promesas, en cambio, son relatos hacia el futuro, realidades posibles que motivan al hombre a avanzar hacia la búsqueda de su paz y equilibrio. Las promesas son ideas movilizadoras. En pocas palabras, mientras que el mito es la mirada hacia atrás mediante una descripción alegorizada del mundo, la promesa es una proyección, un ver hacia delante, hacia donde las cosas aún no existen, y una prospección sobre qué se puede hacer con la realidad. Es posible que algunos de los mitos hayan sido en sus inicios promesas que, luego de un tiempo, fueron abandonadas por sus creyentes para convertirse en una “explicación del mundo” o en una religión. Significaría que numerosos mitos serían los restos de promesas pretéritas que han logrado llegar hasta nosotros como relatos o estructuras sociales ideales para su época pero hoy difíciles de entender. El ser humano abandonó en su momento muchas promesas que quedaron como discursos aparentemente desligados de la realidad puesto que eran miradas futuristas y por ello no describían el entorno existente.Pero finalmente lo que nos une a los humanos como sociedad no es un pasado común sino más bien un futuro común. Si observamos nuestro comportamiento a lo largo del tiempo descubrimos que podemos haber tenido un mismo inicio, mas lo que en la vida nos termina acercando, asociando o alejando no es esa noción remota de cómo fue que empezamos sino, por el contrario, cuáles son los destinos a los que queremos llegar. Así se explicaría el por qué la gente puede abandonar su lugar de nacimiento, su hogar y su familia para buscar un nuevo sitio dónde vivir. Lo que determina a una persona no es el pasado sino el porvenir, o sea, es mito versus la promesa, pudiendo incluso renunciar a su sociedad por seguir otras causas en las que ha decidido depositar su esperanza. Esta es la importancia que tienen las promesas frente a los mitos: unos nos hablan de nuestro origen mientras que las otras nos plantean un mañana para todos que puede ser mejor que el presente.

Sobre la magiaLa palabra magia es empleada hoy, principalmente en Occidente, para describir la forma que adopta la ciencia en contextos no occidentales, es decir, es la manera cómo se opera con la realidad de un modo distinto a como lo hace el método científico occidental moderno40. La actual ciencia occidental es producto de una filosofía específica que tiene una estructura y una lógica derivada de la razón con una parte de experimentación y cuyo objetivo principal es el conocer, mientras que las ciencias no occidentales, llamadas “magia”, son aquellas que provienen de filosofías tanto sensoriales como intuitivas cuyas finalidades están orientadas hacia el comprender y el entender la naturaleza. Todas las ciencias operan con la naturaleza, pero cada una lo hace de acuerdo con los planteamientos fundacionales o filosóficos de las cuales se originaron. Por eso son distintas, porque apuntan a metas diferentes y por ello tienen métodos disímiles. Con la ciencia razonalista moderna, por ejemplo, se busca conocer el interior de la materia puesto que ello es necesario para la elaboración de determinados productos comerciales, mientras que con la ciencia sensorialista se procura el comprender su comportamiento en vías a adecuar a ella la conducta humana. En un caso lo que se desea es la replicabilidad de sus propiedades para emplearla en usos distintos a los que originalmente tiene, mientras que en el otro lo que se quiere es lograr la integración del hombre con la naturaleza para tratar de llevarle el ritmo y así asimilar sus ventajas sin intentar modificar sus propiedades internas. Retomando el ejemplo del río, para la ciencia sensorialista lo importante es saber cómo orientar sus aguas para los fines de riego, transporte o pesca, o sea, comprender su modus operandi y así aprovecharlas para que el hombre viva más naturalmente en dicho medio, mientras que para la razonalista lo principal es el identificar las cualidades internas del agua para darle otros usos a los del sustento-de-vida. Ambas ciencias investigan al río y son diestras en sus respectivas aplicaciones, pero ninguna de ellas tiene los fines de la otra ya que ambas se desenvuelven en dos tipos heterogéneos de

40 “La magia primitiva ―todo antropólogo que trabaja sobre el terreno lo sabe a costa suya― es extremadamente monótona y aburrida, y está limitada de modo estricto en sus medios de acción, circunscrita a sus creencias y paralizada en sus presunciones fundamentales.” Malinowski B. Magia, ciencia y religión (25). https://asodea.files.wordpress.com/2009/09/malinowski-bronislaw-magia-ciencia-y-religion.pdf

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sociedades con distintas visiones de vida y de filosofía. Otros casos serían la acupuntura y la medicina herbolaria que indagan el camino de la curación natural sin alterar la esencia de los elementos, a diferencia de la actitud laboratorista de la ciencia moderna occidental.Las ciencias intuitivas, por ejemplo, han logrado entender la realidad mediante métodos que todavía les son desconocidos a las ciencias razonales y sensoriales. De este modo para ellas el agua no es materia prima —visión razonalista— ni recurso para la vida —sensorialista— sino una entidad dotada de otras condiciones como son el ser mensaje, enseñanza, purificación y muchas cosas más. Occidente, con la llegada del razonalismo moderno, dejó de creer en lo que se llama la metafísica y en todo aquello que no fuera la prueba experimental. Esta modernidad, para afirmarse, se volvió inquisidora de la antigua ciencia, la razonalista medieval, persiguiéndola y condenándola como herejía porque afirmaba sin comprobar. Pero a pesar de su origen sensorialista la modernidad ha mantenido el predominio de la razón, dando como resultado una ciencia sensorial pero con una estructura razonal, que es lo que viene a ser la ciencia moderna. Mas si bien la ciencia moderna ha logrado asentarse como “verdad oficial”, por otro lado ha perdido la capacidad de “ver” otras dimensiones de la realidad no necesariamente físicas pues éstas son solo accesibles a través de otros tipos de ciencias y filosofías. Ese es el problema de los métodos: cuando se elige uno se obtienen buenos resultados en ciertas cosas pero se dejan pasar otras que no encajan dentro de sus límites. Las teorías cuánticas, como la teoría de las supercuerdas por ejemplo, aún se mantienen fuera o “delante” de lo que vendría a ser la ciencia oficial moderna ya que la mayoría de ellas se encuentran en el terreno de la mera especulación teórica, casi metafísica, y no en el de la verdad demostrada, por lo que muchas veces son consideradas como “seudociencias”41 o un sinónimo de magia. La sociedad de mercado occidental no necesita de otras realidades y principios que no sean los adecuados para los negocios y para dominar, por eso todo aquello que se descubra y no tenga utilidad comercial o que vaya en contra del sistema imperante será suspendido, suprimido o considerado como una mera curiosidad sin influencia alguna. El llamado “amor puro por el saber” es en realidad solo una quimera: no existe ni ha existido tal elevado altruismo. Al ser humano únicamente le atraen las cosas en la medida que cree que le son valiosas y van de acuerdo con las aspiraciones e intereses que cada época y circunstancia tiene. La idea de un sabio que valora por encima de todo a la sabiduría nunca ha pasado de ser solo una idealización. Nadie, en verdad, ha podido materializar tal cosa. Todos los seres humanos estamos atrapados en nuestras perspectivas y si hacemos algo es empujados por ello. El afán contemporáneo por la ciencia moderna es debido exclusivamente a que ésta permite elaborar productos y da poder, salvo los casos de algunos científicos que la asumen como una pasión privada. Pero, como ya se ha dicho, la ciencia en sí no es la que elabora la imagen del mundo y del hombre dentro de él sino únicamente la que reafirma, con sus pruebas, que las cosas son tal y como lo dice el poder; la ciencia por sí sola no tiene la facultad de ser un auténtico referente de certeza para el ser humano. Algo solo puede ser “verdad” si y solo si ello se adecúa a una sociedad que le da cabida, y siempre y cuando coincida con los puntos de vista oficiales. En conclusión, detrás de cada magia o ciencia se esconde una forma de tratar con la naturaleza pero desde distintas filosofías. Tal vez para la sociedad occidental contemporánea las “magias primitivas” sean falsas pues no empatan con su escala de valores o intereses, pero eso no las invalida como lectura correcta de la realidad. Es probable que algún día a la sociedad que suceda a la actual la ciencia contemporánea le parezca oscurantista y sesgada, “mágica”, limitada solo al aspecto utilitario-comercial de la naturaleza. Quizá para esa próxima ciencia, que aún no se sabe cuál puede ser, el Universo muestre espacios que la sociedad de hoy, por estar tan embebida en hacer objetos de consumo, no sea capaz de ver. Es posible que con una diferente filosofía se abran puertas hoy desconocidas aclarándose así mucho de lo que se conoce como “misterios”, pero al mismo tiempo se cierren otras dándose paso a la aparición de otros nuevos. Entonces, lo que actualmente nos es común y corriente se mirará como incomprensible y se pensará que era “mágico”. Para los que vengan, todo lo que ahora nos parece normal tal vez termine siendo “oculto y fantasioso” y no se sepa cómo es que esto se hacía, de modo que les ocurrirá lo mismo que a nosotros con respecto a lo que ahora denominamos como “la magia de los pueblos primitivos”.

41 “La Teoría de cuerdas es sospechosa (de pseudociencia). Parece científica porque aborda un problema abierto que es a la vez importante y difícil, el de construir una teoría cuántica de la gravitación. Pero la teoría postula que el espacio físico tiene seis o siete dimensiones, en lugar de tres, simplemente para asegurarse consistencia matemática. Puesto que estas dimensiones extra son inobservables, y puesto que la teoría se ha resistido a la confirmación experimental durante más de tres décadas, parece ciencia ficción, o al menos, ciencia fallida.” Bunge, Mario. Skeptical Inquirer. July/Aug. 2006. http://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_de_supercuerdas#cite_note-bunge-12

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Sobre el paradigmaEn su definición filosófica contemporánea, paradigma es un concepto divulgado por el pensador Thomas Kuhn con el que trató de decir que ciertas ideas son tomadas como referentes dentro de la historia del proceso científico moderno42. Si bien esto no es algo universalmente aceptado, dicha teoría, así como la palabra paradigma, ha trascendido hacia el uso común y podría llevar a confundirla con la hipótesis de la promesa aquí presentada. El paradigma, según Kuhn, sería un modelo o esquema general que le sirve a la ciencia para desempeñarse en una determinada época43. Para Kuhn cada nuevo descubrimiento que afecta todo lo antes conocido y sabido entraña un replanteamiento de las creencias y convicciones acerca de la forma adecuada de hacer ciencia. Cada cambio de paradigma sería casi como un volver a fojas cero para empezar nuevamente pero desde otro ángulo de mira. Lo que interesa de esto es que dicho concepto ha venido a significar popularmente como una manera de interpretar al mundo o de plantear ciertos esquemas mentales que, tanto los especialistas como la gente común, interpretan como “verdades fundamentales”. Haciendo un paralelo con lo que es la promesa, el paradigma vendría a ser el cómo la promesa es entendida por el común de las personas, o sea, el modo cómo ésta se difunde popularmente. Un ejemplo de ello sería la promesa de la modernidad, que ha generado a su vez un paradigma de modernidad que es cómo se ejemplifica. Dicho de otro modo, cuando el hombre común habla de la modernidad en realidad está hablando solo de su paradigma que vendría a ser la visión científica de la naturaleza y un satisfacer las necesidades del ser humano mediante esta acción. 44

42 “Paradigma es un vocablo polisémico que significa “parangón”, “ejemplar”, “modelo a imitar”, “enfoque habitual”, “orientación teórica”, “estilo de pensamiento”, entre otros. Ejemplo: hasta el nacimiento de la física de campos y la biología evolutiva, la mecánica se mantuvo como el paradigma para todas las ciencias. Hoy día, toda ciencia posee varios paradigmas. Definición: un paradigma es un cuerpo B de conocimientos de trasfondo, junto con un conjunto H de hipótesis específicas del tema, una problemática P, un objetivo A y una metódica. Un paradigma de este tipo es una generalización del concepto de enfoque. Se produce un cambio de paradigma, o un giro en la perspectiva, cuando aparece un cambio radical en las hipótesis específicas, en la problemática o en ambas. Ejemplos: platonismo / aristotelismo, ética kantiana / utilitarismo, economía clásica / economía neoclásica, modernidad / posmodernidad.” Diccionario de filosofía (Google eBook) Bunge, Mario. Siglo XXI, 2001. http://books.google.com.pe/books/about/Diccionario_de_filosof%C3%ADa.html?id=JJRzEm5a8PgC&redir_esc=y

43 “…en las correcciones a su propio trabajo, Kuhn (1970) distingue dos formas principales del uso de la palabra "paradigma. Por un lado, el paradigma debe ser concebido como un logro, es decir, como una forma nueva y aceptada de resolver un problema en la ciencia, que más tarde es utilizada como modelo para la investigación y la formación de una teoría. Por otra parte, el paradigma debe ser concebido como una serie de valores compartidos, esto es, un conjunto de métodos, reglas y generalizaciones utilizadas conjuntamente por aquellos entrenados para realizar el trabajo científico de investigación, que se modela a través del paradigma como logro. /…/ De acuerdo con Kuhn, el cambio de un paradigma por otro, a través de una resolución, no ocurre debido a que el nuevo paradigma responde mejor las preguntas que el viejo. Ocurre más bien, debido a que la teoría antigua se muestra cada vez más incapaz de resolver las anomalías que se le presentan, y la comunidad de científicos la abandona por otra a través de lo que el mismo Kuhn ha denominado switch gestaltico. Las revoluciones ocurren porque un nuevo logro o paradigma presenta nuevas formas de ver las cosas, crean con ello nuevos métodos de análisis y nuevos problemas a qué dedicarse. En la mayoría de los casos, las teorías y problemas anteriores son olvidados o guardados como reliquias históricas. Característica que ha dado en llamarse, desde entonces, "pérdidas kuhnianas". Ahora bien, dado que diferentes paradigmas se enfocan y parten de diferentes problemas y presupuestos, no existe una medida común de su éxito que permita evaluarlos o compararlos unos con otros. A esta característica de los paradigmas, Kuhn la llama "inconmensurabilidad", término que tomaron Paul Feyerabend y el mismo Kuhn de la geometría, y que significa "sin medida común". Es también debido a esta característica, la carencia de conceptos con significado común entre teorías, que la transición de un paradigma a otro ocurren de una manera radical y repentina, casi podemos decir irracional.” “Thomas Kuhn: La estructura de las revoluciones científicas” en web Estudios Filosofía-historia-letras. Primavera 1985. ITAM. http://biblioteca.itam.mx/estudios/estudio/estudio02/sec_11.html

44 No existe una definición única que abarque todo lo que es la modernidad. En líneas generales describe una era que se inició en Europa después de la llamada Edad Media. “La modernidad es un período histórico que aparece, especialmente, en el norte de Europa, al final del siglo XVII y se cristaliza al final del siglo XVIII. Conlleva todas las connotaciones de la era de la ilustración, que está caracterizada por instituciones como el Estado-nación, y los aparatos administrativos modernos. Tiene, por lo menos, dos rasgos fundamentales que todos los teóricos enfatizan. El primero es la autorreflexidad. Giddens y Habermas quieren decir con esto que la modernidad es ese primer momento en la historia donde el conocimiento teórico, el conocimiento experto se retroalimenta sobre la sociedad para transformar, tanto a la sociedad como al conocimiento. Eso con la era de la información ha llegado a un nivel supersofisticado. Las sociedades modernas, distinguiéndolas de las tradicionales, son aquellas sociedades que están constituidas y construidas, esencialmente, a partir de conocimiento teórico o conocimiento experto. Para dar un ejemplo, la diferencia estereotipada entre sociedad tradicional y sociedad moderna. En la sociedad tradicional, —un grupo étnico en el Amazonas hace 30 o 40 años—, las normas que rigen la vida diaria son generadas endógenamente a través de relaciones cara a cara, en el día a día, históricamente. En las sociedades modernas las normas que rigen la vida cotidiana, que determinan cómo significamos, cómo

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Quiere decir que se cree que la promesa de la modernidad es un sinónimo de “investigación científica y alta tecnología”, pero en realidad esa no es su real definición: es solo su paradigma. La definición real de modernidad es, según el criterio aquí planteado, “una promesa que consiste en llevar al hombre a un estado de paz o felicidad a través de la manipulación de la materia pero sujeta a los lineamientos de la razón”. En ese caso el paradigma (“avance de la ciencia y tecnología”) únicamente describiría una parte de la promesa pero sin explicarla en su totalidad por cuanto para ello se requiere de una visión filosófica, no solo científica. El paradigma entonces se da, pero dentro del contexto de una promesa, es decir: es una manera parcial de describir la promesa pero no es la promesa en sí. La promesa a lo que apunta es al problema del hombre como tal, algo que va más allá del cómo se interpretan los cambios en el avance de la ciencia, que es lo que básicamente proponía Kuhn.

Sobre la religiónMuchas cosas parecen ser las mismas además de darse el caso que entre ellas existen, no solo coincidencias, sino hasta situaciones en las que se hace difícil poder diferenciarlas. Esto ocurre con la filosofía y la religión. Lo que se va a tratar de hacer a continuación es abordar el tema de la religión pero desde el punto de vista filosófico, por lo que intencionalmente se eludirá analizarla desde la óptica de la fe, asunto que es más apropiado de ser asumido por la teología. Pero ello no implica que se esté insinuando que el creer religioso sea algo inválido o equivocado. La religión contiene elementos específicos que implican aspectos místicos y espirituales muy respetables. Sin embargo, el hacer una evaluación estrictamente laica obliga centrarse en aquello que es solo propio del manejo humano dejando de lado lo que pertenece al terreno de lo divino, que no es motivo de este análisis. Para ello se ha dividido el tema en tres partes: la religión como un conocimiento pre-científico, la religión como una forma de controlar las sociedades y la religión como una promesa que se convirtió en verdad. Las dos primeras expresan la manera más común y aceptada, mientras que la tercera es cómo se la plantea siguiendo la hipótesis de este ensayo. Ello se complementa con un esbozo de lo que podría entenderse que son las principales funciones sociales de la religión exceptuando, como se ha dicho, la parte netamente espiritual y metafísica.

A. La religión como un conocimiento pre-científicoEsta es la definición más extendida mas no es exclusiva de la era contemporánea pues ya algunos filósofos griegos antiguos, como Platón, los epicúreos y los estoicos, también pensaban lo mismo45. Si bien en ciertas sociedades las ideas religiosas son tomadas como una fuente de verdad con respecto a la naturaleza —incluyendo a mucha gente actual de Occidente— eso no asegura que la religión haya pretendido alguna vez ocupar el lugar de la ciencia. Ni en la más remota tribu perdida el saber acerca de los fenómenos naturales es lo mismo que la fe religiosa, por lo tanto no es tan cierto que la religión haya sido o sea una forma de ciencia primaria. Cuando se profundizan bien los casos usados como justificación se ve que ello surge de una observación superficial que confunde las dos, ciencia y religión, motivada más por intereses que no son los propios del conocimiento imparcial sino del político. Tal es el caso de las acusaciones hechas al pensamiento científico europeo medieval al que hoy se le imputa el haber estado basado en la religión cuando en realidad ello no fue así. Prueba de esto es que ningún médico curaba leyendo partes de la Biblia o expulsando demonios, como tendría que ser si ciencia y religión se hubieran hallado entremezcladas.Lo natural es que en todas las sociedades la religión y la ciencia estén claramente delimitadas y no se genere entre ambas confusiones, desavenencias ni disputas. Ni la una ni la otra tienen por qué manejar discursos similares que lleven a la discusión. Para la mayor parte de la humanidad la ciencia y la religión son dos expresiones distintas y paralelas pero no discrepantes ni contrarias. Sin embargo el problema se ha dado particularmente en la sociedad occidental actual debido al conflicto desatado

interpretamos, cómo vivimos nuestra vida, no están producidas a ese nivel de la relación cara a cara, sino que están producidas por mecanismos expertos, impersonales, que parten del conocimiento experto en relación con el Estado. La segunda característica de la modernidad que Giddens enfatiza es la descontextualización, que es el despegar, arrancar la vida local de su contexto, y que la vida local cada vez es más producida por lo translocal. Por eso muchos movimientos sociales hablan de resituar la vida local en el lugar.” Escobar, Arturo. Publicado en: Corporación Región, ed. Planeación, Participación y Desarrollo (Medellín: Corporación Región, 2002), pp. 9-32. http://www.oei.es/salactsi/escobar.htm45 “El sofista Protágoras escribió con su puño y letra: “‘Con respecto a los dioses no puedo conocer si existen ni si no existen, ni cual sea su naturaleza, porque se oponen a este conocimiento muchas cosas: la oscuridad del problema y la brevedad de la vida humana.’” Lagunes, Oscar. La Religión en Platón. Un Acercamiento a su Filosofía de la Religión. Academia.Edu http://www.academia.edu/3107179/La_religi%C3%B3n_en_Plat%C3%B3n._Un_acercamiento_a_su_filosof%C3%ADa_de_la_religi%C3%B3n

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entre la modernidad y el Medioevo europeo. Únicamente en la sociedad moderna occidental la religión ha sido vista como “un intento de conocimiento de la naturaleza” y, por consecuencia, se la presenta como un esfuerzo científico errado, tanto en sus comprobaciones como en sus fuentes. Ante esta opinión, que es la más común y lo más común es lo que define, lo que habría que preguntarse es si realmente la religión ha intentado alguna vez suplantar a la ciencia. Haciendo un rápido recuento de las principales religiones, las presentes y las desaparecidas, nos damos cuenta que en ninguna de ellas se encuentra tal pretensión. No se consideran aquí las acciones ni posiciones de los miembros encargados de sus liturgias pues ello es un asunto propiamente humano y social. Nunca el objetivo de una religión ha sido explicar científicamente el origen material de las cosas y sus funciones. Cierto es que dentro de sus postulados se dicen cosas que pueden parecerlo —como pasa con los mitos de origen— pero eso es confundir los ejemplos, las metáforas y alegorías con las explicaciones que dan los que se dedican a lo meramente material, como son los científicos.

Un prejuicio muy difundidoNinguna civilización ha encargado a sus sacerdotes la construcción de sus templos; eso lo hacían sus ingenieros y arquitectos. Ni en la etapa más dura de la alta Edad Media europea se utilizó a la Biblia para hacer operaciones matemáticas o para diseñar acueductos. Las trepanaciones practicadas por los antiguos andinos no era una ocupación de religiosos sino de médicos, con lo cual se demuestra que en todas las culturas se ha entendido muy bien que una cosa es el rito, la fe y la liturgia y otra el oficio y la manipulación de la naturaleza. Por ejemplo, las puntas de flecha hechas con lascas no se elaboraban con rezos. En el caso de los llamados curanderos, los estudios sobre ellos dejan ver que muchos resumen en su persona dos ocupaciones distintas y paralelas: la del sanador, conocedor profundo de ciertas propiedades curativas de la naturaleza, y la del sacerdote, orientador de las creencias espirituales de su sociedad.46 Se trata de una práctica médica en parte física, debido a las virtudes de las plantas y otros productos, y en parte sicológica, pues se emplea la misma técnica que hoy utilizan los doctores más actualizados: la sugestiva emocional y el placebo.El famoso ejemplo del rayo es el caso más conocido de difamación a la religión el cual dice que el ser humano, como no podía saber qué cosa era dicho fenómeno, lo atribuyó a la manifestación de un dios y se puso a adorarlo, muerto de miedo. Esta es una caricaturización hecha por quienes intentan desprestigiar a la religión y a los ancestros y, en muchos casos, lo logran. Pero en verdad no se recapacita en que nada hay más común y normal en la naturaleza que el rayo, por lo que es ilógico pensar que el hombre, que proviene de la propia naturaleza y convive con ella, pueda asombrarse de algo que lo ha acompañado desde siempre, incluso desde cuando aún no era humano. Para los antiguos observar un rayo era como ver caer la lluvia o salir el Sol. Los fenómenos naturales no podían haber sido motivo de espanto ni de maravilla para quienes nacieron y vivieron acunados por ellos. Solo a personas urbanas modernas que habitan lejos de la naturaleza y en climas templados puede ello parecerles algo sorprendente que motive una explicación paranormal. A pesar de eso este argumento tendencioso se repite con el fin de “demostrar” que el hombre contemporáneo es “superior” en todo al “asustadizo e ignorante” primero, afirmación producto de los constantes cambios en la tecnología que dan la sensación de un “antes-menos” y un “después-más” trasladado, equivocadamente, hacia aspectos culturales, biológicos y sociales que no tienen por qué ser medidos con ese parámetro. Esto debido a que es un postulado de la modernidad afirmar que lo actual siempre es mejor que lo anterior. Las religiones suelen tomar al rayo, a las estrellas y a otros elementos de la realidad como modelos de algo sagrado, como referentes o imágenes luego de un largo proceso de especulación y de simbolización, pero no son un ejercicio de explicación acerca de sus causas y características físicas. Para eso siempre estuvieron, por ejemplo, los astrónomos, tanto o más antiguos que los sacerdotes. Por todo ello, se puede decir que la idea de que la religión es solo el producto del temor o de la ignorancia del ser humano sobre los fenómenos naturales no tiene asidero y solo es una creencia popular repetida por los medios de comunicación contemporáneos interesados en adoctrinar al hombre contemporáneo con la suposición de que la modernidad es la única opción posible y verdadera. Este

46 “Qué dice el Diccionario enciclopédico Grijalbo (1987) referente a la palabra curandero: “Persona que sin título profesional, cura mediante procedimientos naturales (hierbas, masajes, etc.) y en algunos casos con métodos supersticiosos”. Chaman: “Individuo que sirve de intermediario entre la divinidad y el pueblo”. Chamanismo: “Práctica religiosa de los pueblos del norte y centro de Asia. Se basan en la capacidad de ciertos individuos de entrar en contacto con la divinidad a través del éxtasis; sus funciones incluyen la adivinación y la medicina”. The New Brithish Encyclopedia (1989): “Entre los siberianos y otros grupos de todo el mundo con creencias análogas, es la persona a quien se atribuye poderes para curar a los enfermos y comunicarse con el mundo del más allá”. Ríos, Marcelo Arroyo. “El Maestro curandero en el Perú: Antecedentes históricos de su aparición y su importancia en el siglo XXI”. Sociedad y discurso, AAU, 2004. Aalborg Universitet. http://vbn.aau.dk/files/62800210/SyD6_rios.pdf

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hombre urbano actual, alejado de la naturaleza, se pasma con ella y piensa que toda la humanidad debe haber sentido el mismo asombro y pánico y que por ello nacieron la ciencia, la filosofía y la religión, siendo esto una expresión sin sustento pero aceptada incluso académicamente.

B. La religión vista como una forma de controlar las sociedadesOtra de las descripciones más usuales acerca de lo que es la religión es aquella que proponen los que son un poco más entendidos en la materia. Afirman que las religiones surgen como producto de las necesidades de organización de una sociedad, algo así como una especie de ritos de control con la idea de regularla. Muchos estudiosos lo sostienen47. Según estos afirman, la religión es una herramienta útil y necesaria para fines netamente culturales y para el manejo del poder. Las religiones, dicen, establecen las pautas y normas de conducta de toda sociedad. 48 49

Esta visión de la religión es más atractiva de aceptar puesto que es normal ver a la casta sacerdotal unida siempre al poder de turno permanentemente procurando orientar a las masas para que no se salgan de los cauces establecidos. Desde ésta óptica es tentador identificar a la religión como una especie de gran complot mundial para engañar a los más incautos a favor de los más astutos y fuertes. Casi no hay político que dude de este esquema y se da por sentado que ello es así: que es una estratagema de los más poderosos para dominar a los más débiles. Las mismas autoridades religiosas parecieran reforzar esta idea pues se comportan más política que religiosamente. Pero la pregunta que habría que hacer es: ¿será acaso la religión una estructura maquiavélica creada con el fin exclusivo de dominar? ¿Todo lo que ella dice tiene siempre un fin orientado al manejo de las voluntades de los pueblos? Esto pareciera ser una visión muy politizada de los procesos religiosos, no un análisis de las religiones en sí. Es cierto que en la historia de las religiones se dan muchos acontecimientos que indican su cercanía con el poder —como también que la religión puede ser una forma de regular el desarrollo de un pueblo— pero eso no es toda la religión. Es más bien un afán de verla desde una lógica utilitarista y pragmática, muy en boga en el Occidente contemporáneo, y por eso se cae en el medir a todos con el mismo rasero. Es posible que la religión en Occidente haya tomado dicha forma durante algunos períodos, pero tal cosa no puede llevar a considerar que así tienen que ser todas las religiones de todos los tiempos. Al abrir la mirada hacia otros horizontes culturales se descubre que no en todas partes las reglas son las mismas y que la mayoría de las religiones no buscan el poder mundano sino que son enemigas de

47 “La hipótesis que plantea Durkheim en este libro es que la religión es una cosa eminentemente social, las representaciones religiosas surgen de representaciones colectivas que expresan realidades colectivas; los ritos son maneras de actuar que no nacen más que en el seno de grupos reunidos y que están destinadas a causar, mantener o rehacer ciertos estados mentales de esos grupos. Así, las variaciones que ha sufrido en la historia la regla que parece gobernar nuestra lógica actual prueban que, lejos de estar inscripta eternamente en la constitución mental del hombre, depende, al menos en parte, de factores históricos, en consecuencia sociales. ” “…Max weber en su “Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo”, ha intentado caracterizar a la religión como su instrumento imperativo que impone a los sujetos que la profesan distintos mandatos normativos que confluyen y hacen posibles sus avances en términos económicos y profesionales, mediante la materialización de tales deberes.” Balda, Pablo. “Sociología de la religión. Durkheim y Weber”. Taringa. 2011. http://www.taringa.net/post/apuntes-y-monografias/11214268/Sociologia-de-la-Religion-Durkheim-y-Weber.html

48 “La gran mayoría de los cultivadores de la ciencia de las religiones se han alejado de las posturas historicistas y se han orientado al estudio de las funciones que la religión desempeña en las sociedades humanas y al examen de su relación con otras instituciones culturales. Buena parte de los estudios hechos sobre las religiones en el siglo XIX estaban viciados por las deficiencias de método y por los presupuestos filosóficos de que partían. Bajo elinflujo de las teorías evolucionistas de Charles Darwin, del positivismo de Augusto Comte y de la doctrina de René Descartes sobre la invariabilidad de las leyes de la naturaleza, se estableció la tesis de que todos los grupos humanos habían de seguir los mismos pasos y, en consecuencia, se pensaba que las primeras etapas de la civilización de la Humanidad podían ser observadas en las poblaciones primitivas del momento. Se consideraba que los distintos pasos de la evolución cultural eran independientes de la diversidad de razas y ambientes, juzgando que el espíritu humano era invariable en sus operaciones. La semejanza de hábitos y creencias era explicada a partir de un principio evolucionista filosófico más que desde las conexiones o contactos culturales históricamente comprobados.” “Los orígenes de la religión (anexo)”. Blog Deus ex machina. http://pochiteo.files.wordpress.com/2008/03/los-origenes-de-la-religion-2.pdf

49 “En el siglo XX, Talcott Parsons deja constancia de la relación entre la religión y la sociedad, incluida la ≪cibernética≫: genera valores, modifica las normas, influye en los roles sociales, y da una guía para los sistemas de la sociedad, de la personalidad y del comportamiento. Su sistema es considerado como una nueva aplicación de teorías evolucionistas a la religión. De ahí que uno de sus alumnos, Robert Bellah haya publicado Evolución religiosa.” Calva, Jonathan. “Religiones del Mundo ¿emanan de un mismo origen?” 2010. http://s426214168.mialojamiento.es/wp-content/plugins/downloads-manager/upload/ReligionesdelMundo.pdf

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los que lo detentan malamente. Incluso en el mismo Occidente se encuentran casos específicos en los cuales la religión ha tenido momentos liberadores empujando al pueblo a rebelarse contra el poder aún a costa de la propia vida, como sucedió durante la persecución del cristianismo en el imperio romano50. Dentro de las mismas religiones han ocurrido también cismas de creyentes quienes no aceptaban los designios de la autoridad, por eso preferían la auto marginación o la migración para formar otras comunidades. Países como los Estados Unidos han nacido producto de este conflicto51. Muchos ejemplos hay de cómo las religiones no se ajustan a esa idea de ser solo una socia de la autoridad 52. Por estas razones es que, afirmar que la existencia de la religión se deba a que es solo una estructura reguladora o un apéndice del poder para controlar a los pueblos del mundo, no es algo que se pueda demostrar con certeza. C. La religión como una promesa que se convirtió en verdad

La filosofía, desde el punto de vista de este libro, no produce verdades sino solo elabora promesas; ella únicamente especula con posibles mundos donde el ser humano puede encontrar su tranquilidad; pero no tiene la capacidad de hacer que esas promesas se hagan realidad. Por el contrario, si ello ocurriera, si se dijera que ya las promesas se han cumplido, al poco tiempo el hombre las calificaría de “falsas” porque no son lo que él buscaba; por eso las promesas siempre tienen que quedarse en eso, en promesas, para no perder su fascinación y fantasía. La filosofía, en el mejor de los casos, analiza lo que se dice y luego opina sobre ello. Es obvio que esta situación de incertidumbre, de no llegar nunca “la verdad final” —que dicho sea de paso, es típica tanto de la ciencia como de la filosofía— al ser humano común no le da ninguna estabilidad emocional ni síquica. Surge ante ello la necesidad de una religión como la única opción que sí asegura tener dicha verdad y por eso el hombre se abraza a ella para recibir su consuelo y equilibrio, imprescindibles para su diario vivir. Los seres humanos, al igual que los niños, nos encontramos perdidos en un mundo que se nos hizo ajeno al “despertar” en él a raíz del impulso filosofante. Antes de esto todo nos resultaba familiar y propio. Cuando éramos solo una especie más nos sentíamos confiados al desplazarnos por el mundo, al vivir y morir dentro de él, igual que lo hacen todos los seres que nos rodean. Pero eso se acabó y allí empezó nuestro único y gran drama: nuestra soledad en medio de una naturaleza que no entendemos y que no nos entiende. Esto lo único que provocó fue una gran angustia. Para aminorarla es que apareció la filosofía con sus promesas, como una esperanza de solución y salvación. Pero mientras el ser humano filosofa tiene que seguir viviendo y para ello requiere de cierto grado de estabilidad en lo que hace, estabilidad que no se la puede dar la propia filosofía pues ésta no asegura sino solo promete, pues es un saber parcial sobre algo que al hombre, momentáneamente, le parece ser lo que es (igual que lo hace la ciencia). Si la vida humana fuese nada más que sentir temor ante la realidad, como lo plantea la teoría de las necesidades que dice que el hombre es producto de éstas, no sobreviviría puesto que el miedo paraliza y evita la reproducción. Se necesita, por lo tanto, de una

50 “Enfrentados con una crisis a vida o muerte, el paganismo y el cristianismo observaban comportamientos distintos. El primero buscaba la supervivencia del individuo por encima de cualquier consideración sin descartar la muerte de los semejantes; el segundo consideraba que era indispensable ayudar al prójimo aunque eso implicara un riesgo cierto de muerte, una muerte tan digna como la del martirio por la fe.” Vidal, Caesar. El legado del Cristianismo a la civilización occidental. Espasa, 2002. http://www.edaf.net/premiofinisterrae/pages/premio07/Cristianismos.pdf

51 “Desde su origen como nación, los Estados Unidos de América experimentaron una fuerte vinculación con las cuestiones religiosas, tanto en materia de prácticas religiosas, como por el papel que iban a desempeñar los valores religiosos en la vida social y hasta en la forma de vida. La mayoría de los emigrantes al Nuevo Mundo pertenecían a las llamadas iglesias «non conformistas» del tipo calvinistas, bautistas, congregacionalistas, etc., que huían de Europa para encontrar un refugio de las persecuciones religiosas que sufrían en el continente. Los colonos trataron de establecer en sus nuevas comunidades una mayor libertad espiritual, pero al mismo tiempo crearon un clima de profundas convicciones religiosas, pureza moral y disponibilidad a luchar por sus principios.” Fernández, Kostka. “Las confesiones religiosas en los Estados Unidos de América.” Universidad Complutense de Madrid. http://www.monografias.com/trabajos-pdf4/confesiones-religiosas-estados-unidos-america/confesiones-religiosas-estados-unidos-america.pdf

52 “La religión es un fenómeno humano complejo, polimorfo y poliédrico y, por tanto, difícilmente acotable y manipulable entre los estrechos márgenes de la perspectiva particular de las ciencias. A fe de tal complejidad, está la variedad de definiciones que al tópico “religión” se han dado desde distintos supuestos epistemológicos y antropológicos, así como la falta de unanimidad acerca de la denominación que habría de tener la ciencia, o ciencias, de ésta (Duch, 1988, 2001; Fierro, 1979; Luckmann, 1973).” García–Alandete, Joaquín. “Sobre la experiencia religiosa: aproximación fenomenológica”. Folios. Segunda época. Nº 30. Segundo semestre de 2009. pp. 115-126. Universidad Católica de Valencia (España). http://www.scielo.org.co/pdf/folios/n30/n30a08

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cierta seguridad y confianza para poder continuar con la búsqueda del paraíso anhelado. La religión existe para calmar al hombre en su largo e incierto deambular por el mundo, mientras que la filosofía lo hace andar con la ilusión de llegar a encontrar nuevas y futuras formas de vida que sean la solución a lo que a él más le inquieta. La religión es, esencialmente, una estructura ritual que organiza y administra cierto tipo de promesas las cuales, con el paso del tiempo y la imposición del poder, se han transformado en verdades absolutas. Cuando uno se acerca a una religión lo primero que se descubre es que se está frente una “promesa cumplida” y entonces en ella ya se conocen todas las respuestas a las inquietudes humanas y no hay una que no tenga explicación. A partir de eso solo queda desempeñar el ritual para que dichas verdades se sigan sosteniendo. En una religión no hay nada más que hacer ni que esforzarse pues todo está encaminado; con ella el ser humano tiene que reconocer que las intrigas de la vida se han revelado y que las preocupaciones y angustias carecen de sentido porque ya se ha descubierto el alivio a las penas. En cambio, con la promesa todo está por develarse y se exige un proceso de búsqueda. En la religión no existen los vacíos pues ella ocupa todos los espacios, tanto los más simples como los más oscuros e insondables. Incluso los misterios resultan, dentro de su esquema, “aceptables y comprensibles”. La religión tiene contestaciones para ciertos asuntos que ninguna sabiduría o ciencia a pueden resolver y que no se sabe si algún día lo harán. La religión sabe que la única manera cómo el ser humano se siente reconfortado es diciéndole que lo que él hace y tal como lo hace está bien; que ello es lo correcto y es una verdad total y firme. El creyente no debe dudar, ni por un instante, que, a pesar de que él sea un ser inseguro y temeroso, la religión es, por el contrario, lo firme y estable, la que le ordena la existencia alentándolo a continuar por la ruta trazada. Por eso la religión es, para toda sociedad, un sinónimo de “verdad final”, porque el hombre, sintiéndose desnudo y abandonado —y no sirviéndole la relatividad de la ciencia ni la de la filosofía— la requiere siempre. De modo que asumir una verdad confiable, certera y eterna, como la de la religión, es una necesidad para el ser humano; sin ella viviría en la incertidumbre y la desazón, con una gran sensación de inestabilidad y creyendo que su existencia no tiene sentido.

La religión en OccidenteSe suele decir que la promesa de la modernidad ya se cumplió y que es un hecho del cual gozan actualmente todos los que pertenecen al ámbito de su influencia. Por ello el futuro ha dejado de ser una utopía para ser solo una continuación del presente ad infinitum y no queda más que especular acerca de las posibles maneras que la modernidad adoptará en el mañana. Como pasa en toda sociedad en donde se dice que la promesa “ya se ha cumplido”, se ha eliminado la posibilidad del cambio y la aparición de nuevas promesas y sus respectivas sociedades o culturas, por eso el surgimiento de éstas se considera imposible pues no se concibe que aparezcan; simplemente se afirma la perpetuidad de las cosas como están de tal manera que el futuro siempre será moderno y no se lo imagina de otro modo. Esto ocasiona la desvirtuación de la promesa —la cual, por definición, consiste en un bien que está más allá de lo inmediato— para convertirla en una verdad presente. De este modo la modernidad se ha convertido en religión, algo concreto que produce hoy beneficios reales y directos para el creyente. En Occidente existen muchas organizaciones que comparten la idea de la promesa de la modernidad ya cumplida y que funcionan como religiones. Sus templos y rituales son distintos a los heredados de la Edad Media europea con el cristianismo y en ellos ya no interviene la Biblia como fundamento sino más bien otros códigos y reglamentos fundamentalmente vinculados a la vida comercial contemporánea. Son religiones que le rinden culto al dinero, al éxito, a la prosperidad, y son en su mayoría deístas pues creen en un dios-Universo creador universal pero que no interviene en los asuntos humanos. Creer en un Universo autogenerado e infinito es una forma de concebir a un dios, solo que definido con otros términos; el dios-Universo vendría a ser el dios de la modernidad, y como prueba de ello reemplácese la palabra ‘Dios’ por ‘Universo’ y todo empezará a tener sentido: “Dios es el principio y el fin” / “El Universo es el principio y el fin”; “Dios creó los cielos y la Tierra” / “El Universo creó los cielos y la Tierra”, etc. Estas religiones modernas tienen como principios al utilitarismo y al pragmatismo y utilizan a la ciencia como apoyo para justificarse. Generalmente sus fieles se reúnen en locales denominados clubes, asociaciones o instituciones para consolidarse y retroalimentar sus creencias mediante determinados ritos que vienen a ser los compromisos contractuales, pactos comerciales, acuerdos, lobbies etc. Son religiones muy diferentes a las hasta ahora conocidas pero, con el tiempo, su estilo será aceptado y asimilado por toda la sociedad y terminarán siendo vistas como teologías tradicionales, como ha sucedido siempre.

Descripción de las principales funciones que desempeña la religión

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Mucho se ha dicho sobre la religión dependiendo del punto de vista que se tenga de ella. Como se ha mencionado, ésta de por sí no es movilizadora o revolucionaria ni crea nuevas sociedades como sí lo hacía cuando era una promesa, o sea, en sus comienzos. Por el contrario, una vez consolidada la promesa, y convertida en religión, se vuelve consolativa y solidificante en vez de revolucionaria y movilizadora, reafirmando la sociedad en la que se desenvuelve. La religión vendría a ser una promesa que ya se cumplió perdiendo, de este modo, su valor como algo mejor y posible para quedar instaurada solo como una verdad obligatoria pero necesaria a la vez. Sin embargo, esto no deja de conllevar cosas importantes según el ángulo que se emplee para juzgarlo. Por ello se expondrá a continuación una relación de funciones que normalmente, y en líneas generales, toda religión suele desempeñar, reiterando que ésta es solo una descripción al margen de sus aspectos y connotaciones espirituales, lo cual es asunto propio de la teología.

1. La religión da una explicación del por qué existe el ser humano y cuál es su misión en la vidaNinguna otra institución aborda este tema tan exitosamente como lo hace una religión. En realidad, nadie puede vivir sin tener una idea aproximada y suficiente de qué somos y por qué vivimos. La religión le otorga al hombre esa argumentación y le da una misión especial la cual él debe ejecutar. Los seres humanos, según la religión, tenemos una tarea que cumplir y una norma específica sobre cómo comportarnos, o sea, le da un sentido a la vida. La religión no es solo prohibición, un no-accionar, como a muchos les parece, sino también una exigencia a realizar, un reto por alcanzar sin el cual el hombre se percibiría apartado de su objetivo principal que se encuentra muy por encima de su propia existencia y que consiste en responder a un mandato. Estar ocupado en algo que no sea lo elemental, la satisfacción de las necesidades, le evita al ser humano caer en la desesperación de verse a sí mismo como un animal más. Gracias a la religión es que tenemos el consuelo de pensar que, si somos como somos, es por una buena e importante razón que, aunque la desconozcamos, tranquiliza nuestras mentes e impide que nos consideremos anomalías de la naturaleza. Esto descarta la idea de los que dicen que ella es solo una descripción primitiva y obsoleta de los fenómenos naturales o únicamente una forma de control social. Un ejemplo actual lo tenemos en la religión moderna —que en su origen fue una promesa sensorial-razonal— que explica con claridad y convicción cómo es que se creó el ser humano —a través de la síntesis evolutiva moderna— y para qué vive, o sea, para lograr su felicidad. Para ello utiliza tesis, hipótesis y especulaciones extraídas de diversas especialidades científicas. Muchos no se percatan de ello porque todavía tienen una idea tradicional de lo que es la religión al asociarla solo con una antigua ritualidad que ha perdido su vigencia. Suponen que todas las religiones tienen que tener la misma apariencia sin percatarse que lo que las determina no son las formas sino el fondo.

2. La religión eleva la imagen del hombre ante sí mismoEl ser humano sabe que él no es un animal como cualquier otro y para llegar a este convencimiento no necesita ser sabio ni tener mayores conocimientos; se lo dice su propia conciencia y observación. La religión reafirma tal pensamiento al reiterarle que él no es un ser común, uno más de los millones posibles, y que su vida es importante. Eso es lo que nos permite sentirnos bien con nosotros mismos, seguros de que lo que estamos haciendo es lo correcto sin tener el complejo de culpa de saber que no nos comportamos como deberíamos, o sea, de acuerdo con las leyes de la naturaleza, andando desnudos, respondiendo solo a los instintos, etc. Somos conscientes que no es natural el no respetar esas leyes, pero eso es justamente lo que nos identifica como humanos. La religión le da fundamento a esta idea y ello es gratificante. De no existir la religión los humanos careceríamos de autoestima, lo que nos llevaría a la conclusión que ni siquiera valemos como animales pues somos, a diferencia de ellos, destructores de la naturaleza, con lo que terminaríamos en una depresión que acarrearía nuestra rápida desaparición. Si pensáramos que somos solo simples animales se autorizaría, con ello, el realizar nuestra propia manipulación, control, aniquilamiento y sojuzgamiento tal como nosotros lo hacemos con ellos. Entonces es mediante la religión que los humanos podemos considerarnos algo especial e importante en la vida, lo cual nos ayuda mucho a sobrellevar nuestras desgracias y a considerarnos, entre nosotros mismos, como apreciables y respetables y no solo útiles.

3. La religión refrena las pasiones y pone límites a las ambiciones Todos sabemos que existen en nuestro humano ser deseos y pensamientos que, de no ser bien manejados, se desbocarían poniendo en peligro nuestra seguridad y ocasionando un desajuste con los demás en la sociedad. Este tipo de situaciones requieren de límites para que la armonía no se quiebre. La religión es el mecanismo que modera dichos impulsos haciendo que los individuos se contengan dándoles reguladores eficaces que actúan al interior de la conciencia, allí donde la autoridad y el poder externos no logran penetrar. Ello es muy necesario, en especial debido a aquellas tendencias más

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desbordadas como la ambición o la ira que son muy difíciles de controlar solo con la razón pues sobrepasan los juicios mentales al nutrirse de las emociones más intensas y primarias. Para que se dé la convivencia específicamente humana, aquella que no se sustenta en las leyes de la naturaleza, tiene que haber un necesario equilibrio dentro de cada individuo; eso es lo que aportan las religiones.

4. La religión es la mirada hacia la realidad en toda su complejidadLa religión no solo acepta la observación natural que realiza la ciencia sino que además identifica otras dimensiones que la ocupación diaria y utilitarista del ser humano no le permite ver. Al hombre apurado, quien solo capta aquello que de beneficioso se dé, poco le interesa saber qué otras cosas puedan existir aparte de las necesidades de su entorno. La religión, en cambio, sí se dedica a analizar esos otros planos con atención, producto de lo cual surge una forma de entender al mundo que trasciende la inmediatez humana. ¿Habrá algo que esté más allá de lo que con nuestros particulares sentidos se pueda saber? La religión sostiene que sí. Ella amplía nuestra perspectiva hacia aspectos que no abordan los intereses sociales por lo que apunta a ser una sabiduría que está por encima de lo común convirtiéndose, de este modo, en un intento por efectuar una observación no humanizada y neutral de la realidad. Las teorías cuánticas, en la modernidad, son un buen ejemplo de ese deseo humano.

5. La religión es una forma de sacralización de la realidadLa religión es una manera de darle valor, no solo al hombre mismo, sino también a todo lo que nos rodea. Cuando se desacraliza a la realidad y se la convierte en un simple objeto inerte es cuando empieza el rebajamiento de nuestra propia visión y autoestima. El precio que se paga por ello es muy alto pues el humano no llega a darse cuenta que comete un asesinato de una magnitud suprema ya que incluye, como víctima de sus ideas, a la naturaleza misma. La religión procura evitar esto al hacerle saber al hombre que lo que él ve y puede tocar posee un derecho en sí, y que la vida misma, humana o no, requiere de un respeto inherente que no es ni puede ser propiedad del hombre. La ausencia de religión, en cambio, hace ignorar todo esto y relativiza la materia en función de los deseos y ambiciones propiamente humanos que van más allá de lo estrictamente animal, como pasa con el comercio. Sin religión la única regulación que tendría el hombre es la que sus propios impulsos puedan disponer, lo cual nos consta que casi siempre es muy poco recomendable debido a las experiencias ya vividas y que la historia manifiesta con espantosa crudeza.

6. La religión establece una relación intrapersonal que estructura nuestra concienciaCuando sondeamos nuestro interior descubrimos el verdadero grado de vacío, ignorancia y temor que caracteriza a nuestra humanidad. Es en ese momento que nos damos cuenta que, por no ser simples animales, no podemos apelar a las leyes normales y espontáneas de la naturaleza para dirimirlo todo, especialmente en materia de conflictos y elecciones personales. Responder a nuestros instintos suele ser la peor opción. Ante este panorama de incertidumbre, de angustia y soledad se hace necesario instaurar, en ese interior, un otro yo dialogante con quien poder pensar y juzgar, una autoridad ajena a nosotros a la que le atribuyamos el poder de una ley. Esa autoridad es la religión, una complejidad de pensamientos, ideas y creencias que le sirven al humano de referente para saber qué es lo que le conviene y qué no, paralelamente a las sugerencias de la razón que solo son un cálculo de probabilidades. Allí es donde reside la esencia de lo que llamamos lo correcto y lo incorrecto, lo adecuado y perjudicial. Esto es lo que normalmente se considera como la base de la moralidad y la ética, elementos que el hombre tiene que emplear para poder reemplazar a impulsos como los tienen todos los animales para quienes este conflicto interno no existe pues dicha normatividad está dada por la misma naturaleza y ante la cual ellos no entran en contradicciones ni cuestionamientos. La religión se convierte, así, en nuestro juez particular, en la tabla de valores que nos permite tomar decisiones, sean a favor o en contra, dándonos la convicción de poseer la libertad, ya que sin la posibilidad de negar a la verdad o a la autoridad no podría existir la autodeterminación. Claro que puede darse el caso de personas arreligiosas quienes nieguen este esquema, pero es probable que, sin darse cuenta, lo estén reemplazando por un conjunto argumentativo similar, con normas y reglas muy semejantes, a lo cual le ponen otros nombres para aducir que no se trata de lo mismo como por ejemplo: altruismo, conciencia, negociación, etc. La religión, en lo profundo del ser humano, es un referente de valor, de criterio, de sentido, además de marcar las pautas que organizan el buen funcionamiento de la interrelación entre nuestro yo voluntario y nuestro yo crítico. Cuando el yo crítico, que viene a ser la voz de la religión, es más fuerte que el yo voluntario —nuestra propia conciencia— el equilibrio se rompe y el individuo entra en crisis puesto que siente que está “obrando mal”. Esto es lo que se conoce comúnmente como complejo de culpa, tormento personal, estado de falta o de pecado, y ello solo puede ser “redimido” a través de un proceso de conciliación entre las leyes religiosas y nuestras actitudes y pensamientos. Todo esto ocurre muy al margen de lo que otros, o el resto de la sociedad,

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digan o hagan; se trata de un universo exclusivo en el que no intervienen para nada elementos ajenos pudiendo esto no tener vinculación alguna con los actos o reacciones de los demás. Es decir, el ser humano puede estar viviendo una situación pesarosa o gloriosa en su interior sin siquiera manifestarlo o sin que se altere su relación con el prójimo, salvo que ello se desencadene de algún modo ya sea mediante una crisis abierta y a la vista de todos o mediante un acto de superación propia en privado. Esto rebate la idea de que la religión se reduce únicamente a un comportamiento, a una conducta ritual o a una manifestación puramente exterior puesto que muchos de sus fenómenos no necesariamente se externalizan. Ello solo es posible entenderlo a un nivel individual al cual nada más que la religión puede ingresar y donde incluso la sicología resulta insuficiente ya que, por principio, ésta no es una autoridad ni tampoco representa un reglamento a seguir: es tan solo una evaluación de lo que sucede en el pensamiento pero carente de la capacidad de reemplazar la arquitectura normativa, evaluativa y reguladora que la religión otorga a cada individuo.

7. La religión ordena la relación interpersonal de la sociedad ayudando a su consolidación Así como la religión conforma un universo dentro de nuestra conciencia —al cual nos podemos remitir y con el que nuestro yo se puede o no sentir en paz— también es un referente de acción con el entorno social. No puede existir sociedad sin religión, aunque ésta última no tenga la apariencia que muchos le atribuyen o esperan. Lo que hace la religión es establecer pautas, normas, tiempos y valores que, a pesar que algunos se marginen de ello o lo nieguen, no pueden dejar de seguirse pues eso es lo que determina los conceptos de “el bien y el mal” que rigen a toda sociedad y cultura. Estas nociones son previas a la formación de las civilizaciones y están por encima de las leyes humanas, siendo las bases principales para elaborar las propias legislaciones las cuales siempre deben tener un carácter de “sagradas”. Muchos que rechazan a la religión apelan a otros principios también “sagrados” como la vida, la patria, la dignidad, la familia, la justicia o la libertad y, en la modernidad, la democracia o la libertad, sin darse cuenta que están reiterando los mismos mecanismos religiosos que tienen por finalidad recordarle al hombre que existen situaciones que están por encima de los intereses particulares. Si las leyes no fueran sagradas de por sí no servirían para conformar un estatuto pues carecerían del respeto intrínseco que toda disposición constitucional debe tener. La religión, de este modo, representa esa interconexión que permite la igualación de criterios fundamentales haciendo armónica y uniforme a la sociedad en cuanto a sus conceptos pre-legales. Sin ella las nociones principistas estarían tan dispersas que reinaría la confusión y el relativismo entre la gente pues las grandes leyes fundamentales serían solamente opiniones y, por lo tanto, no disposiciones superiores, cosa que llevaría en poco tiempo a la disgregación de la sociedad. En consecuencia, la religión proporciona los macro-elementos que sirven de referencia ética y moral para elaborar las normas fundacionales de toda sociedad.

8. La religión cubre la necesidad de consuelo y amparo necesarias para el ser humanoNinguna estructura social humana, sean las costumbres, la ciencia, el arte, puede cumplir la función que desempeña, con eficacia y eficiencia, la religión, que es brindar consuelo en la necesidad, la angustia y la desgracia. No hay persona que durante su vida no atraviese por estos trances y se dé cuenta de que nada puede reemplazar a la religión como ente mitigador del dolor, de la desesperanza y la desesperación. Es por eso que, mientras el humano sea un ser que sufre sin saber por qué, existirá la religión para responder a su exigencia de paz y consolación. La desgracia, cuando llama a nuestra puerta, es demasiado grande como para dejarla en manos de nuestra pobre razón y de nuestros siempre alterados sentimientos. Ante ello tiene que existir una explicación que, al mismo tiempo, sea una esperanza, una elevación por sobre la tragedia con una gran dosis de resignación acariciante. La religión, desde siempre, ha diseñado estos métodos reguladores de manera coherente, ordenada y lógica, evitando que el ser humano vea la vida como una cosa sin sentido y sin propósito. La religión afirma que la esencia de la maldad radica en la negación del valor intrínseco de las cosas para dárselo solo a la lógica de los intereses, no importando los medios que se utilicen para lograrlos. La religión combate esto último, o sea, la relativización de los valores y su inexistencia en forma natural porque ello es lo que facilita la permisividad que lleva a la destrucción, no solo de los propios humanos, sino incluso de la misma naturaleza.

9. La religión es una expresión de buena adaptación y realizaciónNo hace falta profundizar mucho para darse cuenta que, si se quiere acceder a los niveles más altos del poder, se requiere cumplir una serie de normatividades sociales entre las cuales está la identificación religiosa. La pertenencia a una religión es vista por el ser humano como una medida de confiabilidad. Gente que en su juventud renegaba sarcásticamente de la ritualidad, al llegar a la adultez se da cuenta que nada importante se puede lograr si uno no se incorpora a la normatividad religiosa.

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Los seres humanos mientras más envejecen más se respaldan en la religión, y con mayor razón los más poderosos y los ricos pues ven en ella vinculaciones, frenos, reglas y control muy necesarios para sus fines. Es de este modo cómo se explica que se formen agrupaciones al interior de las sociedades que, en torno a una religión, se consolidan y hermanan. Ello no quiere decir que se trate de gente necesariamente piadosa y cumplidora de lo que éstas exigen sino que sobre esa ritualidad se aposentan otro tipo de intereses como los comerciales. Del mismo modo estas razones se extienden por igual a todos los niveles de la sociedad dándose así una relación de parentesco o hermandad que en determinados momentos sirve para clasificar a las personas. El deseo de reconocimiento y la necesidad de asociación hacen que la gente se adscriba con fervor a un acto religioso sabedora que ello es lo que más le conviene. En cambio, los escasos arreligiosos confesos y militantes que se pueden encontrar no pasan de ser individuos aislados y sospechosos que no participan de los valores de la sociedad y que se marginan voluntariamente, por lo que pocos desean tener contacto y vinculación con ellos. Socialmente hablando, el arreligioso se pone a sí mismo en una posición individualista y extrema y difícilmente encuentra apoyo en las altas esferas del poder. Eso hace que termine siendo un personaje cuya opinión ni sea aceptada ni tampoco deseada; a lo más se vuelve un ser peculiar, un misántropo o un personaje curioso de la cultura o del espectáculo.

10.La religión es un referente confiableEl humano, sin lo sagrado, estaría perdido en sí mismo, en su propio ser pues él es lo menos confiable que conoce. Creer en nosotros mismos, a pesar de nuestros discursos de autoalabanza, es una locura, ya que nada nos consta más que lo que realmente somos: individuos perdidos en la ignorancia de nuestra esencia y nuestro destino. La exaltación del humanismo, más que una demostración de fe en el hombre, esconde, en verdad, un deseo de desacralizar para luego utilizar y dominar. De ello existen tantas pruebas en el mundo contemporáneo que ya no caben mayores dudas. Al final las naciones autocalificadas de desarrolladas desechan todo lo que dicen respetar cuando de por medio están sus intereses, los cuales son siempre los mismos: apoderarse de todas las riquezas posibles y controlar primero a la materia, luego al planeta y, finalmente, al Universo; de ahí que se hable de que el futuro de la modernidad sea “conquistarlo”. Ninguna norma, ninguna ley se puede oponer a la ambición humana cuando ésta se halla desatada, y nada más desbordada en la historia que una sociedad que se declara a sí misma “libre” de toda creencia religiosa pues es lo único que aún puede ponerle un alto a su desaforado deseo por poseerlo todo. En estas condiciones respaldarse en el propio ser humano es poco menos que un suicidio o una hipocresía malévola. Solo la religión, que está siempre por encima del hombre y establece sus criterios y comportamiento, puede ser una guía y ejemplo a seguir. Y no debe confundirse a la religión con los religiosos o sus administradores puesto que, hacer eso, es el mejor argumento de aquel que quiere minimizarla, en vista que los dirigentes pueden cometer barbaridades con sus cargos y no por ello descalificarse la institución a la que deberían respetar y servir, tal como se dice de las autoridades que actúan mal. La humanidad, sabedora de su miseria, procura poner en la religión aquello que no puede alcanzar y que supera sus capacidades, por eso ella es elevada y sagrada, porque representa lo mejor que anhelamos que exista en nosotros. Negarle validez sería trasladar lo ideal hacia lo real, convertir al alumno en maestro, lo cual es un contrasentido. Los humanos no podemos adorarnos a nosotros mismos y ser nuestros propios referentes, como tampoco tenernos el respeto que le debemos a las instituciones que significan nuestro modelo supremo e inalcanzable, como todo modelo debe ser.

Conclusiones sobre la religiónLo que se ha expuesto aquí no agota la amplitud del tema de la religión y no quedaba otra cosa que apelar a la síntesis para poder expresar estas ideas con la mayor brevedad posible. La religión viene a ser una verdad oficialmente aceptada, una respuesta o un hecho consumado, algo a lo que hay que creer porque es necesario. Ella es afirmativa, o sea, sí sabe, sin posibilidad de engaño ni error. Gracias a la religión la verdad existe. No se necesita de algo nuevo y diferente. La religión da tranquilidad al ser humano diciendo que todo ya está dicho. Abarca la complejidad de la realidad sin centrarse solo en la mirada humana. Es sacralizadora de la vida y humanizadora del hombre. En este punto, en el de establecer una normalización y un consuelo en el individuo y en la sociedad, es en donde la religión cumple su mejor papel.

Diferencia entre religión y filosofíaMientras que la religión conforma y estabiliza la filosofía incomoda y moviliza. La filosofía siempre va más allá de la verdad pues plantea promesas de mundos ideales aún no existentes. La filosofía trata sobre esas promesas pero mientras éstas lo sigan siendo, en tanto no se desgasten o “se cumplan”, pues cuando las promesas “se cumplen” se convierten en verdades y, finalmente, en religiones. La

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filosofía es el arte de lo posible, de lo que aún no es, de lo que se busca pero todavía no se encuentra. Es algo que está lejano y, por ello, es poco claro e inseguro, aunque su luz brilla como ninguna otra. Es una fuerza que hace salir hacia fuera de la realidad en que se vive para tratar de asumir una diferente. La filosofía está hecha solo para la vida presente, para el hombre mientras éste se encuentra vivo, no para cuando esté muerto. Muerto el hombre lo que ocurra con aquello que le daba la vida, llámese su espíritu o alma, o lo que le suceda en un posible “más allá” es ya un tema exclusivo de la religión. La filosofía causa intranquilidad sosteniendo que hay algo mejor que lo que ahora existe. Y si bien ella puede abordar temas como, por ejemplo, la misma religión, no los hace suyos pues su función es más bien el plantear horizontes, arrancar al hombre de donde está para llevarlo hacia donde podría estar. Cada vez que el ser humano deja de soñar con una realidad posible y se concentra solo en la satisfacción de lo inmediato todas sus angustias y desesperación comienzan a atormentarlo nuevamente porque siente que ya no hay esperanza para él, que ya está todo dicho y dado y que el mundo, tal como se encuentra, es el único y no puede haber otro mejor.

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8. Comentario final al ensayo

Todo lo que se ha manifestado en este escrito son especulaciones, al igual que las hipótesis que los arqueólogos hacen basándose en los restos y en otras fuentes o las que realizan los astrónomos con los fenómenos espaciales aún inexplicables. Se ha partido de ciertos datos contemporáneos para hacer conjeturas sobre cuál podría haber sido la causa del origen de la experiencia humana intentando descartar todo aquello que el hombre tiene en común con el mundo animal para que quede solo lo que parece ser que es lo que lo identifica particularmente. Esto con el objetivo de ver su raíz y su esencia. La propuesta que se da aquí es que, en lo único que aparentemente nos diferenciamos de los animales es en la percepción que tenemos tanto de nosotros mismos como de la naturaleza y en cómo eso ha afectado y afecta nuestra siquis hasta el día de hoy. Dicha percepción, dicha supuesta “anomalía” —pues aún no se puede afirmar si lo es o no— lo que provoca es un estado de confusión, de alteración y angustia tremendos, lo cual solo es posible aplacar desarrollando diversos mecanismos que nos hacen sentir que por lo menos estamos recuperando algo de nuestro estado anterior perdido. Esto puede haber sido provocado por un suceso, todavía desconocido, al que se lo ha denominado impulso filosofante, pues su principal efecto sería el provocar una actitud filosófica en el afectado. Y desde ese primer momento hasta la actualidad el ser humano vive en una constante ansiedad por regresar a lo que alguna vez él fue: un animal más, y para eso ha elaborado distintos métodos cuyos productos son discursos o promesas que auguran, a todos aquellos que las sigan, el feliz retorno a ese estado. Por extensión, cada sociedad que existe no sería otra cosa que la puesta en marcha, la búsqueda de realización de una determinada promesa, lo cual implica desarrollar, de manera conjunta, todo lo que sea necesario para que ella se cumpla.Por supuesto que todas estas hipótesis se hallan sujetas a perfeccionamiento, modificaciones y lógicos cuestionamientos. Quizá las principales críticas provengan de sectores que se embanderan con la ciencia actual. Sin embargo, solo los ardientes fanáticos creen que la ciencia es un sinónimo de certeza total, de “verdad”, cosa que jamás, hasta donde se sepa, la verdadera ciencia ha aseverado ser porque eso es incongruente con sus propios principios y funciones. La ciencia solo trabaja con informaciones y datos sobre la naturaleza y luego los combina; nada más. Son los no científicos quienes transforman esa actividad en verdades o afirmaciones absolutas, convirtiéndolas en principios totalitarios. Desde el comienzo de este escrito se ha querido establecer claramente la diferencia que hay entre el conocimiento científico y la afirmación cientificista, que es aquella que toma a la ciencia moderna como referencia de verdad para demostrar cosas que van más allá del campo experimental, más allá de su terreno de acción. Mientras que la ciencia real es prudente y modesta sus seguidores son atrevidos y orgullosos y hacen formar a los científicos delante del poder, obligándolos a entonar el himno de la obediencia. A éstos últimos no les queda más remedio que aceptar dichas condiciones puesto que es la única manera cómo ellos pueden desempeñar su labor. Lo que existe allí es un obvio chantaje hacia la ciencia contemporánea pues la coaccionan a trabajar sobre los temas que la sociedad de mercado le pide y no sobre lo que ella pudiera y quisiera hacer. En realidad, no hay libertad para ejercerla ni en ésta ni en ninguna otra sociedad puesto que la ciencia siempre estará obligada a respaldar, con sus descubrimientos, a la verdad oficial, sea la que sea, reforzando con ello

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la promesa fundacional de la cultura que dio origen a tal sociedad. Una ciencia que proponga cosas que estén en contra del orden establecido será calificada como de “error” o “conspiración”, y rápidamente la condenarán y eliminarán. Solo cuando se avecina una revolución o un cambio hacia una nueva promesa la ciencia momentáneamente se libera y empieza a anunciar conocimientos que habían sido censurados o guardados celosamente por el poder. Es en ese momento que se da inicio a la confrontación entre lo anterior, calificado como de “falso”, y lo nuevo, asumido como “lo cierto”.Es por ello que en la actual civilización occidental moderna la ciencia no puede ir, aunque quisiera, en contra de los intereses de la sociedad industrial y de mercado. Su papel es reafirmarla y demostrar que las autoridades y los comerciantes tienen toda la razón. Eso es lo que hace que muchos de sus resultados tengan coherencia con los discursos, cosa que, los filósofos auténticos, no deberían dejar pasar para no ser engañados y caer en ese triunfalismo del cual cada era se ufana con respecto a su saber y a sus logros. Lo mejor que se puede hacer en relación al conocimiento actual es observarlo con prudencia y sopesar los factores en pro y en contra despejando las dudas que puedan darse y considerando los intereses que hay detrás de cada uno de ellos. No se trata de negar algo tajantemente sino de tomarlo con pinzas, intentando separar el trigo de la paja y diferenciar aquello que tiene sentido de lo que es forzado o prejuicioso. Las afirmaciones científicas son valiosas pero hasta cierto punto, pues muchas de ellas son solo teorías o hipótesis de trabajo a las que la sociedad, por distintas razones, les da un carácter de verdad, esto a pesar de las advertencias reiteradas de los auténticos científicos quienes suelen expresar que se trata únicamente de meras probabilidades en espera de futuras confirmaciones. Entonces el asunto no es cuestionar a la ciencia en sí ni negar sus postulados sino ponerse en alerta ante situaciones que pueden llevar a confusiones y a falsas conclusiones, como el caso del ornitorrinco con respecto al pato que en mucho se le parece pero no lo es. En ese sentido la ciencia es un saber sobre la naturaleza pero no sobre toda la realidad. El verdadero espíritu científico es curioso por excelencia y nunca pone reparos ni a las sugerencias más aparentemente absurdas pues sabe que, de ellas, muchas veces nacen las respuestas a los problemas más insolubles. Solo los guardianes y guías de la ciencia —quienes, como se ha dicho, no suelen ser científicos— se ponen en la puerta para decidir quién entra y quién no al paraíso de lo aceptado, dependiendo, no del descubrimiento en sí, sino de qué manera éste afecta al poder de turno. De modo que lo que estas reflexiones buscan es sugerir que se tenga una mente amplia para no creer todo lo que se dice para, por otro lado, poder aceptar cosas que, por el momento, pueden parecer poco convincentes pero que podrían motivar nuevas alternativas para el mañana. Es de esa posición intermedia de la que muchas veces surge la luz. En conclusión, lo que lo que se tratado de hacer aquí es intentar mirar desde otro ángulo algo que aparenta estar resuelto y al que pareciera solo le faltasen datos pequeños para comprobar su completa veracidad. La idea de saber qué es el ser humano y de por qué es lo que es no está ni remotamente madura ni se halla totalmente acabada. Existen hoy grandes vacíos, tanto a nivel científico como filosófico y cultural, que demuestran que la posición exageradamente optimista y soberbia de la sociedad moderna contemporánea, que afirma que ya sabe o que se está a punto de saberlo casi todo, no va de acuerdo con la realidad.

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AdendaObservaciones a la explicación sobre el origen del hombre que se derivan de la

teoría de la evolución

Introducción Cuando se toma la debida distancia y se observan los hechos en un contexto histórico se descubre que, en realidad, toda sociedad siempre ha elaborado sus propias verdades y las ha sostenido de la manera más conveniente lo cual, después, suele ser rechazado por las sucesivas civilizaciones venideras quienes las plantean de otro modo, con lo que las verdades suelen cambiar frecuente y radicalmente. El marco filosófico en el que se ve envuelta la actual ciencia moderna no siempre es tomado en cuenta por ella misma, de ahí que se requiere de una mirada diferente a la del científico para descubrir qué cosas parten de conclusiones válidas y cuáles, más bien, de suposiciones o prejuicios, de relaciones mal elaboradas o de posiciones netamente culturalistas que son producto de las creencias de una era. La explicación del origen del hombre según la teoría de la evolución no escapa a ese fenómeno, siendo deudora de una determinada cultura, la occidental, y de un preciso momento de su historia: el siglo XIX. Incluso con su ampliación actual conocida como síntesis evolutiva moderna, llamada así por ser un compendio del darwinismo tradicional con los aportes de la genética contemporánea, todavía contiene el sesgo cultural pues suma, a los anteriores condicionamientos mencionados, otros nuevos que arrastran las mismas interrogantes filosóficas irresueltas. Lo que aquí se tratará de realizar es evaluar algunos de los presupuestos conceptuales que llevan a muchos científicos a hacer afirmaciones que no deberían ser tomadas como verdades absolutas intentando demostrar que la idea central de dicha síntesis, como argumento para la explicación del origen del hombre, obedece, más que a una “verdad” científica, a la necesidad de dar un sustento apropiado a una forma de sociedad, la de mercado, la cual requiere apoyarse en determinados elementos teóricos para consolidarse como una realidad única posible.

Resumen de las observaciones hechas a los presupuestos conceptuales sobre el origen del ser humano que se derivan de la teoría de la evolución1. La idea de hombre, desarrollada tomando como base la teoría de la evolución o la síntesis evolutiva moderna, parte de una noción culturalista específica. En nuestra humanidad no existe un consenso universal sobre qué se entiende por “ser humano”. Occidente lo ha definido a su manera y toma como premisa ese punto de vista; ello ya es de por sí una posición netamente culturalista.

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2. La teoría de la evolución empleada para dar una explicación del origen del hombre es, en el fondo, una manera de rechazar el misterio sobre nuestro origen; es un negar el no saber más que un saber. Los misterios siempre generan desazón y rechazo, por eso mismo existe la inveterada tendencia a resolverlos ya sea a través de la ciencia, como es en este caso, o de la religión o de diversas creencias. El ser humano no soporta vivir con los misterios a no ser que se imponga a sí mismo un tabú que impida su explicación. 3. Las condiciones históricas en las que aparece la teoría de la evolución son las de hegemonía occidental bajo el dominio del pensamiento moderno. Esto, inevitablemente, hace que dicha teoría confirme tal dominio, así como la visión filosófica del Occidente actual. 4. La modernidad occidental contemporánea es de carácter cientificista en el sentido que asume a la ciencia como una verdad absoluta. Se magnifica y desvirtúa la verdadera función de la ciencia ubicándola como un referente del saber total y una sustituta de lo que antes fuera, en el Medioevo europeo, la religión cristiana, cubriendo así la necesidad, muy humana, de “creer en algo”, de ahí que la teoría de la evolución sea vista como una verdad necesariamente cierta, un axioma, por aquellos que confían en el cumplimiento de la promesa de la modernidad. 5. El método científico tiende a ser desvirtuado y empleado como una fórmula para resolverlo todo, y la interdisciplinarización es utilizada como una regla automática o una panacea. No es segura la traslación directa de las conclusiones de unos a otros campos del conocimiento —como asociar la biología a la religión, al arte o a la filosofía— sin contemplar antes los límites, las dimensiones y la objetividad. El peligro en esto es la maximización de lo particular que lleva a una universalización engañosa. 6. Los indicios suelen ser tomados como una probabilidad de certeza. No todo lo que parece ser termina siéndolo con el tiempo. Muchas veces la más pequeña ausencia de un dato conduce al error y no basta tener casi todas las piezas colocadas para decir que el rompecabezas está prácticamente armado. La última pieza que falte puede ser la que recién explique el conjunto, cosa distinta a lo que se pensaba antes de hallarla.7. Las ideas de progreso y desarrollo son productos propios de la modernidad, y la teoría de la evolución toma como fundamento principal la presunción que estas nociones son también propias de la evolución y de la naturaleza. El progreso y desarrollo, tal como se entienden en la actual modernidad, son supuestos filosóficos no necesariamente reales pero que dan pie a montar sobre ellos toda una estructura científica. Esto significa que la promesa de la modernidad descansa sobre una particular concepción acerca de la realidad que no es un reflejo auténtico de lo que ella es sino solo una de sus tantas interpretaciones humanas. En la antigua Bizancio se discutía sobre el sexo de los ángeles; el error estaba, no en saber cuál era la condición orgánica de dichos seres, sino en dar por sentada la idea de su existencia. La teoría de la evolución es producto de su tiempo y de su sociedad pero no necesariamente un hecho neutral ni objetivo, ajeno a la condición del hombre y a la relatividad que eso implica.

Método a emplearPara sustentar estas observaciones se hará una abstracción de las ideas más generales que conforman el edificio argumentativo sobre el origen del hombre desde el punto de vista de la teoría de la evolución o síntesis evolutiva moderna. Una vez que se hayan encontrado se verificará el grado de veracidad o falibilidad para, según ello, sopesarlas. Será solo un análisis filosófico y no científico, es decir, se evitará tener que dar explicaciones propias de las ciencias biológicas, químicas o antropológicas. Tampoco se hará una revisión lógica o semántica de discursos ya existentes o publicados pues eso implicaría contemplar ciertos textos como referentes de verdad y ese no es el objetivo. La idea es tratar de llegar a conclusiones originales por medio de un esfuerzo mental propio. Si bien las bibliografías son buenas para no repetir lo que ya se dijo, algunas veces es preferible no emplearlas para no contaminar la inspiración personal, en especial, en materia de creatividad filosófica, además de para no cansar al lector con repeticiones inútiles de lo que él ya sabe o puede obtener fácilmente en cualquier biblioteca o en Internet. Se ha escrito mucho sobre este tema, tanto a favor como en contra, pero dicho debate normalmente no llega al hombre común para quien, en estas materias, no existen las sutilezas ni los cuestionamientos. El objetivo entonces es tratar de llegar a ese hombre común, a las mayorías, quienes son finalmente los destinatarios de todo lo que se piensa y se elabora y los que determinan que una civilización crea o no en algo, definiendo ello las épocas.

Prefacio

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Una simple observación al mundo contemporáneo nos da una idea clara de la insatisfacción por la que atraviesa el ser humano que lo vive. No nos referimos a la natural situación de penuria o tristeza por la que, circunstancialmente, pasan todos los seres vivos. Es obvio que la vida implica diferentes etapas y sucesos que generan estados variables sin los cuales los organismos no podrían acomodar su existencia, y, finalmente, morir como debe ser. El placer y el displacer son hechos que contribuyen al desenvolvimiento de la vida y ello es así hasta el fin de la existencia de cada quien. Demás está decir que la muerte es tan importante como el nacimiento, por lo que mal haríamos en culpar a la naturaleza de ser la creadora de las desdichas, desgracias, o cosas por el estilo que el hombre interpreta como males sin que lo sean.De esa insatisfacción normal y necesaria no hablamos. A la que nos referimos es a aquella que es específicamente humana, que solo compartimos los seres que, de algún modo, poseemos la capacidad de identificarnos como tales al margen de cómo sea la naturaleza. Un animal puede estar triste, lamentarse, extrañar, angustiarse, alocarse, deprimirse, llorar y gemir hasta la muerte, pero solo el hombre sufre, además de por todo eso, por la angustia de su existencia. Ese es su gran y principal problema, no así su subsistencia puesto que, mal que bien, todos los seres vivos procuran hacerlo y ello no parece ser algo extraordinario ni sobrenatural. Por el contrario, aunque suene absurdo decirlo, vivir es el acto más común de la vida y todos los animales lo hacen con los recursos con los que cuentan. Que se sepa la naturaleza no produce seres incapaces porque eso es un sinsentido. ¿Es posible dar vida a algo que no va a poder existir? Todo lo que surge de ella es porque puede ser, si no, no surge. Aquello que se da en la naturaleza ‘ya es’ y no necesita demostrar que puede serlo. Lo dado es lo dado, lo que ya está en la existencia. Nadie puede nacer sin capacidad de nacer. El nacimiento implica ya en sí una potencialidad innata de ser. Otra cosa es que circunstancias ajenas a las del nacido impidan su desarrollo, como sería, por ejemplo, que determinados animales se alimenten de las larvas o de los huevos nonatos o que el clima atraviese por circunstancias especialmente anormales. Pero de no mediar esas situaciones cualquiera tiene plena capacidad de vivir sin tener que comprobar si puede hacerlo. Por ello mismo el humano, contrariamente al mito del “hombre desvalido”, que dice que “el ser humano es el único que nació sin recursos para subsistir”, no apareció incapacitado de ser. La naturaleza, si lo forjó en su dimensión biológica, fue porque sí podía ser, porque era capaz de existir plenamente. La idea de que la naturaleza produce seres incompetentes no va de acuerdo con lo que se sabe de ella. Pero al mito del “hombre desvalido” lo mantienen porque es la base sobre la que se apoya la idea del desarrollo y progreso, ejes fundamentales para la estructuración de la sociedad moderna y de mercado —aunque hay quienes dirán que la naturaleza también genera “errores”, pero esa es la perspectiva de querer entenderla con la mirada humana; los “errores”, las malformaciones o defecciones naturales en una especie también se pueda interpretar como “opciones”, intentos de cambio o de nuevas formas espontáneas de evolución. El hombre siempre pretende enmendarle la plana a la naturaleza al decirle cómo tiene que hacer su trabajo y la califica de “errada” o “acertada” según su criterio. De modo que la insatisfacción propiamente humana no pasa por el mundo de las necesidades. Esa es solo otra estrategia de la sociedad de consumo que intenta presentar como la causa de ésta a la simple carencia de recursos. Sin embargo, para los acuciosos ojos de la filosofía —que no se deja engañar por las artimañas economicistas— el ser humano, aún estando pleno de satisfacciones materiales e inmateriales, puede ser tan infeliz, miserable y autodestructivo como cuando no lo está. La abundancia, el exceso, la desesperada búsqueda de la salud completa y la seguridad también son motivos por los cuales aquellos que todo lo pueden poseer se sienten más desgraciados aún que los que ni siquiera conciben tales cosas puesto que solo viven para lo más elemental. Este panorama es lo que nos revela el mundo humano tal como está conformado actualmente. Por un lado, miles de millones de seres humanos que deambulan por las sociedades convencidos de que sus hambres, necesidades y pesares obedecen a la carencia de medios para vivir en los lugares que ellos quisieran, mientras que, por el otro, millones que se debaten en la tragedia de tratar de evitar la pérdida de sus privilegios y objetos los cuales, según ellos, son lo único que puede asegurarles su supervivencia. Muy pocos se hallan en el término medio en el que la vida humana no se reduce al acto del subsistir pues, para estos, eso es lo característico de la animalidad y lo humano no es lo animal solamente. Pero tales pocos son la excepción y su número no es determinante para tomarlos como ejemplo de humanidad.Lo cierto es que la raíz de esta actual sensación de incompletitud, de insuficiencia, de temor, de sensación de pérdida o posible pérdida es producto de un tipo de pensamiento, de filosofía: la moderna contemporánea, que no logra darle al ser humano la seguridad y paz que él quisiera tener para poder sentir que vive con algo de tranquilidad y de sentido. Más aún, la idea de modernidad ha empezado a mostrar recién su otra cara, aquella que sus gestores no podían ver y que ahora se comienzan a sufrir sus consecuencias. Nada viene gratis y sin contraindicaciones. Esta modernidad, como toda promesa

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filosófica, tiene un precio y el hombre lo debe pagar. Pero cuando este precio se hace demasiado alto —tanto que le cuesta la propia vida al ser humano y a la naturaleza inclusive— es cuando el trato o compromiso con dicha idea debe ser rescindido. La humanidad está sintiendo que ya no puede seguir persistiendo en el error porque eso la está llevando al suicidio. El mundo moderno, así como ofrece una serie de maravillosas ventajas que no se pueden negar, también conlleva un lado oscuro. Las consecuencias de ello se hallan más a la vista que nunca: la ciencia y tecnología modernas, encaminadas dentro de la mecánica de la generación y acumulación de bienes, se han convertido en herramientas de destrucción y depredación. Pero éstas no tienen responsabilidad sobre cómo la civilización occidental las emplea. El problema no está en ellas mismas sino en las concepciones que hacen que el hombre las aplique de tal o cual modo. La ciencia, entendida como la sabiduría acerca de la naturaleza, en una civilización selvática, por ejemplo, es usada simplemente para preservar el equilibrio con el medio ambiente. Obviamente esa ciencia no producirá naves espaciales puesto que el ser humano que allí vive no las necesita. Solo en civilizaciones como la industrial la ciencia se convierte en un problema mayúsculo pues se vuelve el brazo de los poderosos que la usan para expandirse y perpetuarse, además de producir ideas tan descabelladas como la de “la conquista del Universo”. Dicho pensamiento invasor, como también el de “dominio sobre la naturaleza”, no tiene por qué darse en otras culturas no modernas, no industriales y no occidentales, aunque ello no quiere decir que éstas sean mejores o peores puesto que cada una tiene sus claroscuros. Cuando una promesa resulta contraproducente y, en vez de la tranquilidad prometida ofrece más desazón y tristezas que las que antes había, es sensato abandonarla. Pero para poder hacerlo se requiere crear antes una nueva promesa que vaya ocupando el lugar de la anterior. De no ser así lo más probable es que aumenten las penurias y el sentimiento de desgracia y abandono entre la gente que aún vive esperanzada en ella. Es por esa razón que hoy más que nunca el mundo urge de planteamientos filosóficos que le propongan al ser humano una nueva promesa que sugiera un modo de existir más viable y menos trágico que el que actualmente existe. Pensar que la respuesta está en mantener la modernidad haciendo más ciencia y tecnología es seguir echándole leña al fuego y no entender que las herramientas no son las responsables de lo que hace la mano y que ellas, por sí solas, no realizan obras de arte ni le resuelven los problemas fundamentales al hombre, los cuales no son, como se ha dicho, las necesidades materiales sino el fin de un estado de angustia humano para poder vivir en paz con la naturaleza. El camino se encuentra donde siempre ha estado: en el pensar, en el buscar la idea de lo que debe ser el hombre y cómo tendría que hacer para alcanzar la ansiada meta de la armonía y la paz. Este reto es para aquellos que, fundamentalmente, pretenden ejercer la filosofía como una totalidad, como una acción y como una pasión, no como un simple estudio académico. Solo con esta actitud, similar a la del poeta, es que se puede abordar eficientemente este compromiso con el mañana y con la preservación de la especie humana.

1. AntecedentesDesde que Darwin publicó su famoso libro Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia53 en el mundo occidental se desataron una serie de controversias cuyos alcances aún dan mucho que hablar. Lo que su autor pretendía era hacer un estudio científico de la evolución en su sentido meramente biológico; sin embargo, las especulaciones de numerosos lectores llevaron esas conclusiones hacia campos que no eran precisamente los del plano natural. Las repercusiones para algunos fueron dramáticas pues se tuvieron que cambiar ideas que se suponía eran sagradas y que servían de algún modo como sustento de la fe. Esto fue particularmente especial para los creyentes en la Biblia la cual consideraban la palabra divina que había que tomar en forma literal. Al final, luego de muchos debates, el tiempo estaba a favor de la ciencia y rápidamente las ideas evolucionistas, denominadas como teoría de la evolución o teoría sintética de la evolución, terminaron por imponerse con el aplauso de la llamada “comunidad científica” y de numerosos gobernantes y pensadores a quienes la fuerza del poder católico no les daba mucho margen de acción. El problema se centraba en el conflicto que se dio específicamente con aquellos que tomaban al pie de la letra el libro sagrado y temían la pérdida de su influencia si esto era cuestionado. Pero, pasado el tiempo, la misma iglesia católica no vio mayor peligro ni en las teorías evolutivas ni en el avance de la ciencia. Prueba de ello es que, hasta la actualidad, dicha institución ha sobrevivido, si bien no con el poder político que antes tenía, detentándolo aún en gran parte. La disminución de la autoridad mundana del Vaticano no se debió ni a Darwin ni a los científicos quienes, en gran parte,

53 Darwin, Charles. El origen de las especies. https://labibliaatea.files.wordpress.com/2009/07/darwin_el_origen_de_las_especies.pdf

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suelen ser también creyentes, sino a razones de índole social y mundana que es materia estudiada por la Historia Universal. Entonces, ¿por qué todavía causa controversia este tema? Si se observa que al cristianismo dicha teoría no lo ha afectado mayormente puesto que su legión de seguidores es aún mayor en proporción que hace dos siglos ¿por dónde va la inquietud? El problema que se suscita no es de carácter religioso; lo que pasa es que tanto la teoría de la evolución como luego la sucedánea teoría sobre el origen del hombre tocan materias que, en realidad, incumben más bien al terreno de la filosofía. Eso significa que, a partir de las ideas sobre la evolución de las especies, también se ha especulado sobre las causas de la aparición del ser humano, pero no solo en su dimensión biológica, sino en lo propiamente humano, situación que es más compleja de conocer y que, hasta donde se sabe, no es asunto exclusivo ni de la biología ni de la genética. Lo que ha ocurrido es que se ha creado una imagen sobre el origen del hombre, de la humanidad, pero tomando únicamente como fundamento a una determinada visión científica pretendiendo, con ello, demostrar que solo por el hecho de ser científica es cierta. La experiencia demuestra que eso no necesariamente es así puesto que lo primero que habría que comprobar es la infalibilidad de la ciencia o su grado de similitud con la realidad, cosa que ella misma, por principio, es muy prudente en afirmar. El problema está principalmente en los no científicos, que son quienes intentan poner a la ciencia como un sinónimo de certeza absoluta para realizar aseveraciones que no se hallan estrictamente en dicho campo sino más bien en el de la política. La biología, por ejemplo, no pretende explicar el arte, pero existe un biologismo que intenta encontrar las bases físico-químicas que hacen que los hombres se expresen de esa manera. Se trata de una extendida falacia que consiste en trasladar conclusiones válidas dentro de una especialidad hacia otra no científica, cosa que no debe ser confundida con la interdisciplinaridad. De esta manera los que usan la ciencia como sinónimo de “verdad” elaboran una idea muy exacta y precisa de cómo fue que nació el ser humano, cómo empezó a pensar, a hablar y por qué lo hizo; y todo en base a una especulación retroactiva fundada en ciertos elementos proporcionados por la antropología y la biología. Como consecuencia de ello hoy, al igual que pasaba con la iglesia católica medieval y su Biblia, intentar cuestionar estas “verdades” se ha vuelto casi como cometer un sacrilegio el cual se castiga, no con la hoguera, sino con las burlas, el desprecio y la marginación oficial. Lo cierto es que el problema del origen de la humanidad, una de cuyas facetas es el cuerpo pero no su totalidad, no pasa solamente por las variables biológicas sino también por las filosóficas, que no niegan los conocimientos científicos. Llevarlo todo al terreno de lo experimental, de lo empírico o material es, en muchos casos, un error muy conocido llamado cientificismo pero no por ello menos cometido. Si bien en todo el mundo se sabe qué problemas se dan en el tema de la verdad científica igualmente la mayoría termina cayendo en ello por muy diversas razones. En este escrito lo que se pretende es intentar dar un pequeño aporte para que el debate sobre dicho tema no siga solo en manos de quienes no les interesa ni la realidad ni la ciencia sino más bien el poder y la manera cómo conservarlo, que es la verdadera preocupación de los cientificistas. A los actuales dominadores de la humanidad, los comerciantes, les viene bien esta teoría puesto que les reafirma su visión de considerar al ser humano como un animal evolucionado cuyo fin es la sobrevivencia y, por lo tanto, la dedicación al trabajo y la satisfacción de sus necesidades, base del mercado; pero no sería raro que el día en que ellos descubran otra argumentación mejor que ésta, y que les permita un más cómodo control del mundo, de seguro que la desecharán con la misma vehemencia con la que la convirtieron en su verdad oficial.

2. Sobre la teoría de la evoluciónNo se abundará en detalles acerca de algo que es tan conocido y desarrollado en toda su amplitud. Solo se hará una mención rápida para ubicar el contexto. Actualmente se acepta que la evolución es el modelo científico que describe la transformación y diversificación de las especies y explica sus causas54. Con esto se establece una diferencia entre lo que es la manipulación y cruce de plantas y animales, algo tan obvio que todas las culturas del mundo conocían, y lo que es su planteamiento a nivel científico con metodología y con leyes. Actualmente no se emplean las tesis iniciales sino una síntesis de varios aportes como las leyes de Mendel, la biología molecular, la genética del desarrollo y la paleontología, razón por la cual se la llama síntesis evolutiva moderna, ya que es un compendio de todas estas especialidades.

54 “En la actualidad, el neodarwinismo es todavía la corriente evolutiva más aceptada (tanto entre científicos como en la cultura popular), hasta el punto de ser, erróneamente, superpuesta al concepto de evolución.” Heredia, Daniel. “Evolución y biología evolutiva”. En blog Otra biología. 2011.https://otrabiologia.files.wordpress.com/2011/06/evolucion.pdf

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Lo importante de esta teoría es que explica la vida como un proceso que es constante, permanente y que forma una cadena que se proyecta desde un inicio común hasta una variabilidad múltiple. Esto contradice creencias premodernas que sostenían que las especies eran únicas y que no estaban interrelacionadas entre sí. Según dichas ideas la vida era un acto acaecido en un tiempo mítico y el ser humano no pertenecía al reino de los animales pues tenía una categoría diferente. En líneas generales, la vida se empezó a hacer comprensible con teorías como la de Darwin y Alfred Russel Wallace55 más avances tecnológicos como el microscopio que permitió descubrir el micromundo de los seres vivos.Como resultado de todo ello es que se han ido identificando leyes, como las de la herencia o de la transformación de las especies, las cuales vienen sucediendo desde el inicio de la vida en el planeta Tierra. A todo esto se agregan conceptos como los de adaptación, selección natural, deriva genética, flujo genético, evolución molecular, especiación, frecuencias alélicas y muchos más que dan por resultado una especialización de la ciencia biológica llamada biología evolutiva. Se puede decir que lo que más ha reforzado a la teoría de la evolución han sido los descubrimientos de la genética la cual describe, en detalle, el proceso de la vida a nivel molecular.

3. Sobre el origen del hombre según la teoría de la evoluciónDesde la aparición de la obra de Darwin El origen del hombre y la selección en relación al sexo 56 se produjeron las más grandes conjeturas y pasiones. Si ya la teoría de la evolución afectaba profundamente las creencias e intereses de muchos con esta otra obra se abría la caja de Pandora. El asunto era que finalmente el hombre, según la ciencia, no era ni una creación de Dios ni tampoco un ser diferente a todos los demás. Él estaba incluido dentro del proceso único que era la vida y se trataba de un producto más de ella. Peor aún, ni su origen ni su desarrollo tenían nada que ver con algo especial o “sobrenatural”; era solo una especie que, por distintas circunstancias, había llegado hasta donde ahora está. Ello ocasionó una profunda desazón a muchísimos puesto que la idea de la evolución ya no solo era un asunto meramente biológico sino que invadía uno mucho más delicado y fundamental: la idea del ser humano construida a través de los siglos.Nunca antes se había presupuesto que los humanos fueran tan solo simples animales cuyas actividades consistiesen en una proyección de lo que hacen otras especies nada más que con una mayor complejidad. Ya no existían los dioses ni los soplos divinos: estaban allí los restos que demostraban la evolución de lo simple a lo complejo, de lo pequeño a lo mayor. El estudio de los restos óseos y de los asentamientos más antiguos servía para hacer una estructura que encajaba perfectamente con los postulados de la teoría de la evolución. Lo único que faltaba era tener los suficientes hallazgos para confirmarla y completar el rompecabezas. Todos los indicios apuntaban hacia lo mismo: así como las demás especies el ser humano provenía de una menos evolucionada. Durante millones de años había existido un proceso de selección donde, por descarte, habían sobrevivido algunas clases de homínidos que, interactuando con el medio, lograron un desarrollo especial de sus órganos los cuales, a la larga, fueron los que produjeron las características de lo que hoy conocemos como la especie humana.Esta es, en síntesis, lo que la teoría del origen del hombre, basada en la teoría de la evolución, hasta el día hoy plantea. El factor que más complicaciones ha tenido para explicarse ha sido la cultura: qué es, cómo surgió, por qué se dio. Se decía hasta hace poco que ella era lo único que podía diferenciar al hombre de los animales, pero con los más recientes descubrimientos sobre el comportamiento de ciertas especies se sabe que también ellos poseen una cultura, no igual a la humana, pero cultura al

55 “Wallace obtuvo por sí mismo las mismas conclusiones a las que Darwin había llegado tras su viaje alrededor del mundo y sobre las que llevaba dos décadas trabajando. Su ley de Sarawak establecía que 'toda especie ha comenzado a existir coincidiendo en espacio y tiempo con otra especie preexistente y estrechamente ligada a ella'. En 1858 escribió una carta al ya reconocido naturalista pidiéndole ayuda para hacer pública su teoría. Cuando Charles leyó la misiva se quedó a la vez sorprendido y aterrorizado, porque el galés había desarrollado exactamente la misma teoría que él y porque temía ser adelantado a lo hora de presentar sus conclusiones. Los mentores de Darwin, Charles Lyell y Joseph Hooker, llegaron a lo que se ha dado en llamar un 'arreglo delicado': ambos realizarían una presentación conjunta de sus resultados en la Sociedad Linneana de Londres, algo que ocurrió en julio de 1858 sin que nadie recabara la opinión del propio Wallace, que todavía se encontraba a miles de kilómetros en las selvas malayas. Cuando Alfred Russel se enteró del acuerdo demostró su total aceptación, algo que demuestra el talento abierto y nada competitivo del galés. Mientras Darwin seguía denominando 'mi teoría' a la selección natural, Wallace publicó un libro en 1889 que llevaba el título de 'Darwinismo'. Según declaró, sus ideas hubieran pasado desapercibidas sin el apoyo del prestigioso naturalista. De hecho, consideró que le había sido de mucha ayuda para ganar una posición en la comunidad científica de la época.” http://experimentos.about.com/od/Cientificos-famosos/fl/Alfred-Russel-Wallace-y-la-seleccioacuten-natural.htm

56 http://medicina.ufm.edu/images/7/7c/Elorigendelhombre_POR_CHARLES_DARWIN.pdf

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fin, considerada como un comportamiento social transmisible57. Con esto se afirma aún más la idea que las distancias entre hombre y animal son mínimas puesto que el humano vendría a ser la prolongación de lo que todo animal puede ser si se le da la oportunidad y el tiempo.Quiere decir que los planos que antes eran reservados de manera exclusiva para los seres humanos ahora han perdido la importancia y elevación que tenían puesto que su comportamiento obedece más a reglas preestablecidas en los genes, las que son compartidas con los primates y otros muchos más.

4. Observaciones a los presupuestos conceptuales que sustentan la idea del origen del hombre basada en la teoría de la evolución

Como se ha mencionado en un comienzo, el objetivo de este escrito es tocar el asunto no desde el ángulo científico sino exclusivamente desde lo que a la filosofía le pueda incumbir58. Es necesario hacerlo puesto que los planteamientos de la síntesis evolutiva moderna, como explicación de la aparición del hombre, han llevado a realizar aseveraciones que abarcan también dicho aspecto y que traen consecuencias que, de algún modo, afectan o inquietan la estructura del pensamiento humano como lo es la idea sobre su origen y su destino. Por ello es que la situación exige poner los ojos en esto para conocer, en primer lugar, qué se pretende al decir lo que se dice y, luego, dilucidar qué puede haber de cierto, siempre por supuesto dentro de lo que es el contexto filosófico.Mucha información sobre la naturaleza muestra hoy la ciencia contemporánea. Sobre ella la mirada filosófica auténtica, como es habitual, debe procurar ser cauta ya que los efectos de toda ciencia siempre ocasionan un gran impacto entre la gente al igual que también motivan a los poderosos a querer emplearla como herramienta para conservar su poder. Se diría que la filosofía suele encontrarse permanentemente entre la espada y la pared, entre los que no se resisten a los encantos de la ciencia y la idealizan como un nuevo dios y quienes la ven como una eficiente arma para todas sus guerras. Los filósofos que se ponen entre estas dos tendencias tratando de realizar la ingrata tarea de quitarles sus ilusiones a ambas suelen terminar, obviamente, aplastados por la desesperación de unos y las ambiciones de otros. Siempre las pasiones humanas están incapacitadas para escuchar la voz de la serenidad y corren hacia lo primero que les parece ser la respuesta a todo. Sin embargo, aunque esa sea una misión desagradable y hasta suicida, el verdadero filósofo no puede dejar de cumplirla convirtiéndose así en el constante aguafiestas que intenta impedir que la humanidad caiga fácilmente en algún engaño. La filosofía funciona como una especie de árbitro que analiza y sopesa todo aquello que pretende ocupar un lugar prioritario en la sociedad, denunciándolo en caso sea necesario. En esta época el conflicto teórico principal suele darse con la ciencia, en su versión cientificista, pero en realidad esto es una repetición de lo que ya ocurrió en el pasado cuando, en el lugar donde ella ahora está, se encontraba la religión. En ese sentido se puede decir que la filosofía ya conoce lo que es enfrentarse al hambre de tener una verdad y a la manipulación del saber, ambas cosas permanentemente asumidas con gran pasión. Ante esta situación ella no puede tomar partido ni desesperarse; debe procurar más bien ser objetiva y tener en claro cuál es su verdadero papel. Las religiones, tanto como la ciencia, pueden realizar valiosos aportes útiles para todas las épocas, pero ninguna de ellas está en capacidad de suplantar a la filosofía. Cada cual cumple una función específica y en eso consiste el juego. De modo que las observaciones al origen del hombre, tal como lo plantea la síntesis evolutiva moderna, van, no por el lado eminentemente científico, sino por el del marco teórico en la que esta postura se ha asentado y que se ubica más en el plano de la “verdad necesaria” o fundamental que en el de los hechos objetivos. A continuación se revisarán algunos de estos presupuestos pudiendo ello modificarse en revisiones sucesivas.

57 Tylor plantea que la cultura es: "aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias. El arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad". http://www.liceus.com/cgi-bin/aco/ant/01001.asp

58 “…que la evolución, incluso si fuese verdad, da solamente la mitad de la respuesta, porque la evolución apela a la operación de leyes físicas, químicas y matemáticas para explicar sus procesos, pero queda siempre en silencio por lo que hace a cómo surgieron estas leyes, o por qué son como son y no de otra manera. Ciertamente, los hay que, conscientes de esta cuestión crucial, han sugerido que la evolución no es, después de todo, un proceso casual o accidental, como se cree popularmente, sino que la misma naturaleza de la materia trae en su seno el potencial y la inevitabilidad de la evolución, Aquí, pues, nos encontramos con un nuevo misticismo que sigue sin dar respuesta a la pregunta de «¿por qué la materia es así?», pero que ciertamente atrae al científico preciso mucho más que la tradicional «filosofía del azar» del evolucionista. Esto simplemente ilustra que algunas de las cuestiones más fundamentales planteadas por el evolucionismo permanecen aún sin respuesta, por mucho que esta afirmación venga como una sorpresa para nuestras mentes tan bien condicionadas, a las que tantas veces se les ha comunicado lo contrario.” http://www.sedin.org/propesp/X0153_03.htm

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1. El problema de las definiciones de “ser humano “Se supone que antes de decir nada sobre el origen del hombre lo primero que se tendría que hacer es definir qué es el hombre. Pocos se percatan que eso es precisamente el meollo del asunto. ¿Se puede buscar y encontrar algo que no se ha definirlo antes qué es? ¿Se puede decir que se está ingresando la raíz de la humanidad, su inicio, sin antes saber exactamente qué se entiende por ser humano? Sin embargo, se ha tratado de resolver el problema de un modo unilateral, optándose por crear un prototipo de humano según la antropología occidental. Se está ante una concepción específica que determina por sí misma un asunto de miles de años: el saber quiénes somos y qué debemos hacer en la vida. Para ello la antropología occidental ha perfilado previamente al hombre que quiere buscar y, por supuesto, lo ha encontrado. No se puede negar que se trata de un modo sencillo de actuar y de solucionar las más grandes dificultades a las que uno se enfrenta. Pero ello representa un sinsentido. El concepto de “hombre” que se ha establecido en el mundo contemporáneo occidental no es precisamente el que, desde siempre, se ha pensado como prototipo, ni menos el que intenta dilucidar la filosofía. Si fuera cierto lo que se dice ahora desde hace más de un siglo se habría eliminado el filosofar de los intereses humanos puesto que ya estarían aclarados los más importantes enigmas de la existencia. Pero eso no ha ocurrido. Ni siquiera para los más conspicuos defensores de la síntesis evolutiva moderna el debate está terminado. Los que enarbolan dicha teoría como respuesta final no se ven a sí mismos como “animales complejos resolviendo diversos problemas” tal como, más o menos, define al ser humano el evolucionismo. Hay allí un asunto que es más cultural, de época y de sistema político que científico. Dicho de otro modo, el uso de la síntesis evolutiva moderna para explicar el surgimiento del hombre, si bien es una posición práctica que satisface momentáneamente y reafirma a la sociedad de mercado, no necesariamente pone fin a la interrogante de qué es la humanidad, cosa que va más allá de nuestro organismo. Por supuesto que es más práctico calificar algo ajustándolo a los medios que se tienen a la mano que llegar a una conclusión imparcial y objetiva sobre ello. Lo que se ha hecho en la modernidad es definir al hombre en función de con qué información científica se cuenta para, a partir de allí, hacer la búsqueda y así al final, sea lo que se halle, se encontrará lo mismo que se había ya presupuesto. Es como un atleta que, en el momento que se cansa y se detiene, establece en dicho lugar la meta y dice que esa era la distancia que quería recorrer. Se está ante un problema de definición, asunto propio de la filosofía de la ciencia que estudia cosas como: ¿qué pasa cuando el planteamiento que se espera demostrar es el que está errado a pesar de que los resultados comprueban la validez del experimento? ¿Será el ser humano tal y como lo define la antropología occidental y solo como ella lo hace o lo es también como lo definen la sicología, la teología y el arte? Cada campo a su modo demuestra que el hombre es tal como lo establece y para eso exhiben sus pruebas respectivas. Pero ¿todas ellas serán válidas aunque se contradigan? ¿Quién decide cuál definición es la más “verdadera”: la comunidad científica? ¿Acaso alguien ha evaluado qué tan confiable es dicha “comunidad” que actúa cual un Vaticano contemporáneo y que es abrumadora y poderosa como lo fuera la iglesia durante el apogeo eclesiástico? ¿Y qué pasaría si la susodicha comunidad científica resultara ser algo tan manipulado y político como cada estamento de poder que ha existido en la historia de las civilizaciones? ¿Por qué se ha de creer que quien tiene el dominio es al mismo tiempo el que dice la verdad, la “auténtica”? ¿Será acaso la sociedad occidental moderna la cúspide de todas, la única que no puede equivocarse, tal como lo sostenía el geopolitólogo Francis Fukuyama?59 Las afirmaciones que se sustentan en el “dicen los científicos” suenan tan certeras como cuando se argumentaba antiguamente con el “dicen los sacerdotes”. Incluso creer a pie juntillas las aseveraciones de las revistas científicas también es algo cuestionable pues la experiencia demuestra que muchas de sus conclusiones, aparentemente ciertas, son rebatidas con el tiempo por otras, cambiando de ese modo los “paradigmas” de la época, tal como lo proponía el teórico de la ciencia Thomas Kuhn60. En esto hay mucho de ‘orientación de las verdades’, hasta de las más objetivas y físicas. Y la mejor forma de mentir es mediante la estafa. ¿Qué es la estafa? Es el engaño que se practica basado en la confianza que despierta el burlador sobre la víctima, es decir, el ganar su fe exhibiendo muchas pruebas que demuestran su “honestidad”. Una vez logrado esto se aplica, en medio de todas las certezas, aquella falsedad que se desea introducir con lo cual se produce el delito. De cien afirmaciones comprobadas una es errada, pero ésta pasó como auténtica entre todas las demás y esa era la fundamental. Numerosas de las revistas científicas se amparan en miles de artículos confiables para, en el momento preciso, introducir aquello que quieren que sea creíble, con lo cual las mentes más privilegiadas, pero no necesariamente las más astutas, caen irremisiblemente en la trampa. Algunos ejemplos de esto son los estudios sobre los transgénicos y su influencia real en los

59 Óp. cit.60 Óp. cit.

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organismos, como también las consecuencias de las armas portadoras de elementos radiactivos empobrecidos o la situación del llamado efecto invernadero, por citar solo algunos de los casos más conocidos puesto que deben haber muchos más desconocidos a pesar de su peligro y extrema gravedad. En estos temas es difícil establecer la frontera entre lo realmente científico y lo ético y lo moral, por no decir lo político y criminal. El cerebro científico, si bien es ducho en su especialidad, no por ello tiene la capacidad para descubrir las triquiñuelas de los perversos y mundanos siendo ellos, los científicos, por lo general timados y obligados a comportarse como el poder desea. Muy raro es aquel estudioso que logra entender los hilos de los poderes que dirigen la humanidad. Para esa mirada integral no están preparados. Todo esto lleva como consecuencia a la elaboración de un sinfín de productos que son aparentemente beneficiosos para la vida pero que el tiempo pone en claro que, en realidad, para su producción había grandes intereses de por medio. De esa forma fue cómo a la mayoría de los creadores de la bomba atómica en el proyecto Manhattan se los condujo a fabricar dicha monstruosidad con argumentos sensatos pero arteros. El tardío e inútil arrepentimiento de Leó Szilárd, quien promovió un manifiesto de 155 científicos en contra del uso de la energía nuclear para la guerra, así lo demuestra61. Por ello no es tan cierto creer que un científico sea un sabio pues no es así: un científico es un especialista en su campo. Un sabio es más bien un individuo ducho en el comportamiento del ser humano en general aunque no necesariamente sea un físico o un técnico. El sabio será probablemente poco versado en materia de experimentación científica mas sí puede darse cuenta cuando un malintencionado quiere llevarlo por el camino equivocado. Volviendo al problema de la definición de “ser humano”, se expondrá a continuación tres de las visiones más conocidas sobre cómo actualmente se presentan éstas, tanto a nivel científico como popular.

Afirmación 1. El hombre es un ser inferior y sin recursos que se ha superado. Afirmación 2. El hombre es un ser genial e inventivo. Afirmación 3. El hombre es un ser perdido y angustiado.

1. En el primer caso, la definición que dice que “el hombre es un ser inferior y sin recursos pero que se ha superado” es la más común porque encaja mejor con la idea moderna contemporánea. Esto se traduce de este modo: “Hoy los seres humanos estamos mejor que nunca pues contamos con la más desarrollada ciencia y tecnología de la historia y somos cada vez más inteligentes, por lo tanto los humanos anteriores tienen que haber sido necesariamente más ignorantes que nosotros en todo. Si esto es así, el primer hombre fue más desvalido, menos hábil y más torpe que el actual, tal como lo es el niño con respecto al adulto”. De aquí se entiende porqué innumerables libros de ciencia dibujan a este primerizo humano con un aspecto grotesco, sucio, desgreñado y bestial, con un rostro que revela una imbecilidad y una idiotez como ninguna otra especie animal conocida exhibe. La literatura popular se encarga de exagerar aún más esto con lo cual terminan convenciendo a la mayoría que “hemos evolucionado de bestias brutas y salvajes a hombres superiores”. Si se quiere creer que así fueron los primeros humanos, contradiciendo a lo que observamos en todas las criaturas de la naturaleza quienes poseen, dentro de sus características, una belleza, inteligencia y armonía naturales; si se place imaginar a nuestros antepasados como seres más parecidos a monstruos deformes la síntesis evolutiva moderna, como explicación del origen del hombre, se ajusta entonces perfectamente a ello pues hace pensar que el humano ha “evolucionado” y que efectivamente ahora es “superior” a lo que era originalmente, considerando el término evolución como un sinónimo de ascenso en todo sentido.

2. El segundo caso, el del hombre como “un ser genial e inventivo”, es el menos común pero el que más gustan sostener muchos de los amantes más apasionados de la ciencia. A diferencia del anterior argumento —que plantea al humano inicial como el único ser desprotegido por la naturaleza, feo, torpe y sin poder valerse por sí mismo— en esta versión se imagina al hombre primitivo al revés: como el más capaz e inteligente entre todas las especies y que, debido a ello, es que se desarrolló y llegó a los niveles tan elevados que ahora se conocen. Esta posición lo que busca es poner al humano

61 “Muchos de los que participaron en el proyecto de la bomba se arrepintieron de lo que habían hecho. El propio Einstein, junto al gran lógico y filósofo Bertrand Russell, firmó poco antes de su muerte un manifiesto advirtiendo de los peligros de aquel tipo de armamentos. Joseph Rotblat dedicó su vida a esta tarea y recibió por ello el Premio Nobel de la Paz en 1995. Oppenheimer, en su primer encuentro con Truman, le confesó al presidente que “tenía las manos manchadas de sangre” (tras la cita, Truman comentó a sus allegados que no quería “volver a ver a aquel hijo de puta”). Leó Szilárd promovió un manifiesto en pleno ‘Proyecto Manhattan’ para que aquel terrible artilugio no fuera arrojado sobre población civil. 155 científicos lo firmaron, pero no sirvió de nada.” http://blogs.elcorreo.com/aletheia/2010/08/06/el-65o-aniversario-la-bomba-atomica/

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como un ser privilegiado, como el resultado más “avanzado” de la evolución y de la naturaleza teniendo como objetivo el demostrar que la humanidad es la culminación de un proceso de desarrollo de la inteligencia o del “cerebro” en sí. Esto lleva a afirmar que el ser humano, tal como está actualmente, es la suma de todas las sabidurías y capacidades posibles de todos los tiempos por lo que, inevitablemente, los hombres de hoy se encuentran en la mejor situación que se pueda imaginar. No es difícil deducir que dicho esquema también se adecúa perfectamente al actual sistema donde se exalta al ser humano como la mejor de todas las especies y con derecho a gobernar y a decidir por ellas haciéndose, por consiguiente, el supuesto “dueño legítimo” del planeta; de allí a explotarlo y emplearlo a su gusto no hay más que un paso. Esta definición es la que insiste en que “no hay ni puede haber otra sociedad más perfecta que la contemporánea”, con la correspondiente complacencia de los comerciantes, sus actuales detentadores. La síntesis evolutiva moderna se aplica como anillo al dedo a esta mentalidad y es la que emplean los humanistas y los que ven al hombre como un ser superior en vías a elevarse aún más, incluso con posibilidades de llegar a ser el amo del Universo y, por qué no, convertirse en una especie de dios manipulador de él mismo y con poder de decisión sobre la vida y la muerte. Aquí evolución sigue siendo una escalera de arriba hacia más arriba.

3. La tercera visión del hombre, y que es la que en este escrito se sostiene, es aquella que lo imagina como un ser poco usual, como una dable excepcionalidad dentro del normal desenvolvimiento de la naturaleza y evolución de la vida. Esta idea se basa en la observación directa que constata que, salvo el hombre, todos los demás animales se mantienen dentro de una lógica coherente con el medio. Entonces, si se considera que en la naturaleza no puede haber contradicciones pero que, a pesar de eso, el ser humano ha sido generado quiere decir que él es un fenómeno por el momento inexplicable para nosotros que se da dentro de dicho contexto. A consecuencia de ello el humano es un ser que sufre por ser lo que es y no saber por qué es así y se angustia y padece por esta inadaptabilidad. De modo que es un ente atormentado y perdido en un mundo que se volvió ajeno y adverso para él a causa de este extraño y desconocido suceso denominado impulso filosofante —a diferencia de lo que era cuando todavía no se había convertido en humano. Si esto es así, el único camino posible para acabar con sus sufrimientos es el retornar a su estado original o, en último caso, desaparecer como especie, sea a través de su autodestrucción o mediante una desgracia extraordinaria que aún no se presenta pero que él espera que se dé —tal como lo expresa la conocida intuición de la llegada de un “fin del mundo”. En este caso el concepto evolución viene a ser un proceso que puede involucrar posibles cambios insospechados en la naturaleza que aún se escapan a nuestra comprensión.

Análisis de las definicionesEs natural que todos crean que su visión del hombre es la correcta y que las otras son equívocas. Con esto tanto los que piensan que saben como los que dudan se encuentran en las mismas condiciones y ninguno puede irrogarse el tener “la verdad definitiva” solo por el hecho de que sus pruebas “encajen” con sus esquemas o porque la “comunidad científica” lo avale o porque el poder de turno, como autoridad que es, así lo ordene oficialmente. En ese caso lo que la síntesis evolutiva moderna estaría haciendo no sería más que ser un producto de la cultura occidental moderna donde nació. Toda la explicación que se realiza para sustentar la transformación del animal en hombre está centrada en la manera cómo se supone que la razón va en aumento o complejizándose considerando como soporte de ello al cerebro, hoy teóricamente el centro del razonamiento. La idea resumida sería: a mayor volumen cerebral mayor capacidad razonativa, por lo tanto, mayor humanidad. Intencionalmente se dejan de lado los aspectos emocionales e intuitivos por considerárselos secundarios o no fundamentales para definir al homo, por lo cual el objetivo principal sería demostrar que el ser humano es un sinónimo de razón o de “cerebro” en su versión moderna. La síntesis evolutiva moderna es la que mejor justifica esta visión ya que la civilización que postula ello, Occidente, es obviamente de carácter razonal, que da prioridad a la razón por sobre todas las cosas. En conclusión, la modernidad ha partido de un presupuesto que quiere demostrar para, finalmente, comprobar que es “verdad”, lo cual, dentro de una lógica estricta, resulta altamente cuestionable pues simplemente se afirma lo que ya se suponía que era cierto. Es como si se pretendiera aseverar que la Tierra es plana y para esto se empleara la geometría plana, tal como pasó en la antigüedad cuando se comprobaba in situ que lo era. Pensar que ésta época moderna occidentalizada, con su manera de ver al mundo y al hombre, es “la correcta” es reiterar lo que ha sido la creencia más común y corriente en toda la historia de la humanidad: que el tiempo que uno vive siempre se ve como el mejor, como el que tiene la mayor claridad y sapiencia de las cosas. El ser humano de todos los tiempos permanentemente ha sostenido que “él sí sabe” y jamás ha admitido lo contrario, así que no queda más remedio que escuchar permanentemente las “verdades” de nuestros contemporáneos asumiendo su seguridad y convicción con paciencia filosófica.

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Por lo tanto si no sabemos lo que somos, y si tampoco existe un consenso sobre ello, no tiene sentido decir que podemos explicarnos por qué somos lo que somos pues ni siquiera sabemos qué somos. Cada quien puede definir al hombre a su manera y encontrar la explicación que más convenga a la idea que tiene sobre él. Si creemos que el hombre es un ser espiritual, la religión tiene la respuesta. Si pensamos que es solo un cuerpo, la biología la tiene.

2. El problema de la insoportabilidad de los misteriosSi hay algo que el ser humano no puede resistir es el misterio, el no saber, el ignorar. La curiosidad, que llega a convertirse en desesperación, le invade tanto que solo a través del tabú es cómo se puede refrenar dicha actitud compulsiva. Pero no se trata que el ser humano “tenga un deseo natural de saber”, tal como lo presentan algunas versiones generosas que le atribuyen “un sano afán de conocimiento” al hombre. Al decirlo así en realidad se están dulcificando sus angustias para convertir el defecto en virtud. Esto podrá ser muy útil en pedagogía pero en filosofía es dudoso. Lo que subyace en el fondo de la humanidad es la ansiedad por hallarnos fuera de la tranquilidad plena de las leyes de la naturaleza percibiendo, por causa de ello, todo como ajeno, como secreto, como oculto a nosotros. Cuando un niño hace una pregunta para cuya verdad aún no está preparado la respuesta que le da el adulto es muchas veces falsa pero aparentemente coherente. “¿A dónde se fue mi mamá? Al Cielo“. “¿Cómo nacen los niños? Una cigüeña los trae de París.” Como el niño europeo ve a tal animal sobre los techos de las casas asocia eso y le basta para comprenderlo. A ello se le llama mentira piadosa. Entonces, si consideramos que ante las grandes preguntas la humanidad es semejante a esa criatura, las respuestas serán igualmente piadosas en el sentido que la mayoría de ellas no serán las verdaderas sino las “necesarias y tranquilizantes”. ¿Y por qué no suspender el juicio como sugieren los escépticos, o sea: no preguntarse nada que no pueda ser respondido, y si no puede ser respondido la pregunta es innecesaria? Porque eso no es real pues el ser humano no es así, aunque quisiera para no preocuparse por nada. Ni el más convencido escéptico puede dejar de darse alguna respuesta a sus angustias ya que no podría vivir con la duda. Hablará de fuerzas desconocidas, de explicaciones científicas, de la energía, de la materia, de la lógica o de muchas razones que lo convenzan pero no será capaz de andar con la pregunta en vilo. Los humanos convivimos con el misterio y con el tabú, con la pregunta y con la respuesta, así sea algo “que no se debe cuestionar”. Todas las religiones que por su esencia tienen que dar respuestas a todo recurren a estos dos elementos fundamentales para así cerrar el círculo de la curiosidad humana. En una religión todo debe estar en su lugar, y aquello que aparentemente ‘no tiene sentido’ es cubierto con la orden fulminante del tabú, más allá del cual nadie debe pasar so pena de recibir un castigo drástico. La ciencia normalmente no debería representar ese papel puesto que, por definición, no puede pretender decir que tiene “todas las respuestas” o ser “la verdad absoluta”. Sin embargo, las exigencias de la época occidental contemporánea la han obligado a reemplazar a la antigua religión cristiana convirtiendo, de este modo, sus hipótesis en simple y llana verdad y sus dudas justificables, o misterios, en tabú. En la ciencia actual tabú es sinónimo de lo no científico, lo parasicológico, lo metafísico. Esto trae, como consecuencia, un comprensible desequilibrio en el hombre moderno ya que la ciencia, en vez de darle verdades eternas e inconmovibles —como es típico de la “verdadera verdad”, que es tal como el individuo la requiere— solo le ofrece verdades a medias o medias verdades producto de la constante investigación y del cambio de “paradigmas” científicos. Esta inestabilidad y modificación permanente produce desesperación entre aquellos que lo único que piden es algo seguro en la vida pero de la ciencia solo obtienen por respuesta que “nada es seguro” o que “lo único seguro es que no lo hay”. Significa que esta seudo fe contemporánea en la ciencia —que, se reitera, no es propio de la verdadera ciencia— al final no llega a funcionar como una religión y por eso genera entre sus seguidores más confusión y desengaño. El ser humano no puede dejar de inquirir por lo que observa pero no por un “afán de saber puro y desinteresado”, como se hace creer a través del pensamiento oficial, sino por su desesperación existencial que le impide encontrar la paz hasta no saber qué es el todo, quién es él y para qué vive. Contestarle a este ser atormentado que eso que lo perturba es un misterio y no darle al mismo tiempo la respuesta consoladora como “el Cielo” o “la cigüeña de París” es causarle mayores desgracias en su incierto mundo interior, situación que lo empuja vertiginosamente a ocuparse de las cosas más intensas y adictivas posibles, esperando que dichas eclosiones emocionales compensen o acallen en algo esa terrible voz de la duda que lo persigue a todas horas. Es por eso que, si bien la síntesis evolutiva moderna como explicación del origen del hombre tiene múltiples cuestionamientos, en la modernidad se la cree ciegamente porque es preferible tenerla a no tener nada y vivir con el misterio, cosa que, como ya se ha dicho, el ser humano no soporta —aunque hay quienes optan por no hacerse problemas siguiendo con sus viejas, pero seguras y consoladoras, versiones creacionista y de diseño

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inteligente. En conclusión, lo que verdaderamente el hombre busca no es el “conocer” sino más bien el tener una versión creíble, verificable, mítica o fantasiosa que lo apacigüe, cosa que es muy diferente a decir “verdadera”.

3. El problema del contexto histórico de la cienciaYa se ha dicho que la ciencia es la manera cómo el ser humano manipula la naturaleza para que ello consolide y reafirme el tipo de filosofía que una sociedad ha determinado seguir. Sin embargo, en la modernidad muchos sostienen que la ciencia es una actividad totalmente neutral y que no se detiene ante ideas o prejuicios, que es completamente objetiva e imparcial. Bien. Que la ciencia actual busque teóricamente ser así no hay duda, pero una cosa es lo que se quisiera y otra la aplicación de la misma. La ciencia contemporánea no se apega fiel y estrictamente a lo que dice su propia teoría en razón a que ésta puede ser constantemente modificada por los mismos acontecimientos que descubre. El cientificismo justamente es el creer que la ciencia es un absoluto y que todo es cuestión de seguir unas reglas, el método. Pero en la práctica ello no se da. Un “manual definitivo de la ciencia” no existe: solo suceden los hechos que se van acumulando en distinto orden según vayan llegando, de tal modo que la ciencia misma puede reevaluar todos sus principios ante nuevas evidencias negando, al mismo tiempo, todas sus leyes anteriores62. Pero eso no es todo puesto que la aplicación de la ciencia puede estar orientada de diferentes maneras y dar igualmente resultados objetivos, es decir: con la ciencia puede demostrarse todo lo que se quiera. Un juez no humano e imparcial que dictamine lo que está bien aplicado o no en materia humana no existe y los hombres somos los únicos que, por consenso, decidimos qué creer y qué no. Por ejemplo, en el mundo se utilizan dos sistemas de medida: el decimal y el duodecimal, y ambos consiguen buenos resultados. Las conclusiones científicas no pueden evitar los intereses humanos de cada época. La tan mentada “comunidad científica” no es un tribunal de individuos probos, santos y honestos —una especie Siete Sabios que juzga desinteresadamente— como tampoco las revistas científicas son documentos cristalinos donde los editores son seres angélicos e inmaculados, aislados de la maldad y de los apetitos humanos. Creer eso es no solo anticientífico sino inocente, como ya se dijo sobre la falacia de la verdad a medias que consiste en mezclar, entre muchas certezas, algunas falsedades.Por lo tanto cada sociedad y cada tiempo orientará sus deseos y preocupaciones hacia las diferentes necesidades e intereses que determinen su organización y estructura. La ciencia moderna, como obra humana que es, está sujeta a todas las inquietudes que la sociedad de mercado le exige. La ciencia es igual a una herramienta que sirve tanto para lo bueno como para lo malo según la mano que la dirija, de modo que la síntesis evolutiva moderna no puede ser vista como una verdad aséptica e indiferente a los vaivenes del mundo y al interés de los poderosos que lo sustentan. Ella está obligada a confirmar las ideas principales que la actual sociedad industrial considera como correctas, justas y adecuadas para el hombre de hoy, liberal y democrático. Las verdades oficiales solo cambian cuando las promesas, elaboradas por la filosofía, hacen que los seres humanos sientan la necesidad de ver el mundo de otra manera. Tanto la ciencia como los científicos tienen siempre el deber de mantener las cosas como están desde el lugar que les ha tocado vivir pues, de no hacerlo, su permanencia correría peligro al igual que sus investigaciones, tal como la historia lo ha demostrado y que el caso Galileo, ya mencionado, ejemplifica. Aceptar la explicación sobre el origen del hombre que da la síntesis evolutiva moderna es lo políticamente correcto en esta época, pero eso no significa que no existan dudas o sospechas sobre muchas de sus aseveraciones y conclusiones.

4. El problema de la ciencia asumida como sinónimo de verdadSegún la noción de filosofía aquí propuesta, entendida como generadora de creencias acerca del ser humano y de cómo éste debe vivir su vida, los hombres no pueden existir sin tener una seguridad sustituta que reemplace a la de las leyes de la naturaleza con las que vivían antes de ser humanos. No hacerlo llevaría a la desesperación y al suicidio pues se caería en un sinsentido profundo que haría

62 “Ya el tiempo ha mostrado que las referencias para la investigación no están en los manuales de “metodología de la investigación” ni en los textos normativos institucionales. Las discusiones y decisiones en materia de ciencia se resuelven sólo en la epistemología teóricamente entendida, asociada a la historia de las investigaciones, que es su correlato empírico, y no en los seminarios, manuales y textos de metodología de la investigación. No basta, por ejemplo, con que nuestros estudiantes e investigadores justifiquen sus diseños o sus operaciones de trabajo remitiéndose a lo que dice el autor de tal o cual manual de metodología (manuales que, por cierto, a menudo omiten las referencias a una teoría de la ciencia), ya que estaríamos ante una simple falacia ex auctoritate, algo así como si se dijera “la operación p es correcta porque así lo estipula en su manual el señor o la señora k”.” http://www.facso.uchile.cl/publicaciones/moebio/28/padron.pdf

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perder el interés por la preservación. Por ello es obligatorio que el ser humano crea que la vida sí tiene un sentido y un fin y que ella no se limita a la simple subsistencia material sino que también posee un objetivo ultra material. Todas las culturas y civilizaciones así lo han planteado y de ese modo han podido sobrevivir. Solo cuando se agota esa fe, esa creencia en los fines superiores de sus organizaciones es que las sociedades pierden el eje amalgamador que las une y los hombres que las componen las abandonan por percatarse que son “falsas e ineficientes para sostener la vida humana”.En este sentido toda promesa que unifica a los hombres en torno suyo produce un complejo de criterios y verdades específicas que los seres humanos necesitan. Sin algún tipo de creencia nadie podría vivir como humano. Sin el creer solo se puede actuar como animal, tal como lo hacen aquellos que únicamente responden corporalmente a los instintos porque han perdido el juicio y la noción de sociedad, como los locos. Las creencias generan una serie de conceptos a los que se suelen llamar verdades. Las verdades no serían otra cosa que todo lo que reafirma a la sociedad en la que se vive y hace que se compruebe, cada vez que se necesite, que aquello en lo que se cree y se sigue con fe es efectivamente cierto. Occidente ha elaborado promesas de índole eminentemente razonal por ser filosóficamente así en su origen. La promesa moderna, que si bien es de origen sensorial, en esta civilización ha sido orientada razonalmente y ha trasladado la fe en la religión a la ciencia, a la cual se considera como la gran solución deseada. Es por eso que todo lo que la sociedad occidental hace tiende a reforzar la convicción en lo acertada que es la modernidad. Hay que recordar que, para que una promesa mantenga su vigencia, tienen que irse dando una serie de condiciones que reafirmen la probabilidad de su cumplimiento y que permitan, a los integrantes de esa sociedad, seguir creyendo que ello es posible. Es por eso que a la ciencia actual se la ha convertido en un sinónimo de verdad, en una especie de nueva religión, no porque lo que dice sea totalmente cierto, sino porque ella “da pruebas” de que dicha modernidad es la que nos llevará a lo que tanto deseamos. Sus resultados parciales, sus ‘éxitos’ contemporáneos son los que “demuestran” que se está yendo por la ruta correcta. Y esto será así hasta que llegue el día en que deje de tener tales ‘éxitos’ y sus seguidores vean que, a la larga, estos no están conduciéndolos al lugar anhelado, a la vida de paz, sino a una borrachera de tecnologías destructivas sin fin. Es en ese momento que renegarán de la modernidad y la abandonarán tal como se abandona a una fe perdida. La síntesis evolutiva moderna, al ser un producto propio de la modernidad, es vista como una verdad necesaria por aquellos que tienen puesta la esperanza en que la promesa moderna es la respuesta, sí o sí, a todo lo ambicionado por el hombre. Si negaran su veracidad significaría que también estarían negando a la modernidad, cosa que los apartaría de la civilización occidental y los condenaría a vivir sin una promesa y sin un sentido en la vida. Quiere decir que se puede concluir que los hechos no se aceptan porque sean objetivos y comprobados sino porque principalmente ellos justifican y reafirman las creencias de la cultura en que se vive. Desde este punto de vista la ciencia, en la modernidad, tiene que ser, guste o no, “la verdad”, y si ella da una explicación ésta tiene que ser obligatoriamente cierta. Los modernos no podrían aceptar otra cosa.

5. El problema de las traslaciones directas de conocimiento de un campo a otros Es obvio que al hombre, al no ser un animal más como los que conocemos, no se lo puede estudiar exclusivamente en su magnitud biológica o como una especie en su hábitat. El ser humano carece tanto de ello como de un modus vivendi natural y universal. Justamente lo que nos ha hecho y hace ser seres humanos es el total rechazo a vivir como lo manda la naturaleza. El humano más bien se esmera en ir en contra de ella en todo lo posible por lo que se lo podría definir más apropiadamente, aunque parezca un contrasentido, como un “animal antinatural por excelencia”. A diferencia de todas las especies, el ser humano crea su propio medio ambiente según sean sus ideas y se define en base, no a las leyes de la naturaleza, sino de acuerdo a la concepción que tiene acerca de sí mismo y de las cosas que lo rodean; por ello él decide cómo vivir y haciendo qué. Si fuese un animal común lo más probable es que estaría desempeñándose en el lugar más apropiado para su organismo y realizando lo que normalmente hacen todos los seres vivos: vivir y reproducirse sin mayor preocupación. Pero definitivamente el hombre no hace eso. Él es muy diferente en cuanto a sus fines y comportamiento con respecto a toda la animalidad. Es por esta razón que mal se haría en tratar de evaluarlo solo con criterios biológicos, etológicos o zoomórficos, válidos para todas las criaturas pero no para él. Mirar al hombre tomando en cuenta nada más que su anatomía, verlo únicamente como una especie más es tratar de biologizar el problema para encontrar de un modo fácil la solución a todos los cuestionamientos. Dicho de otro modo: ya que llegar al meollo del asunto por los medios convencionales, como los filosóficos, se vuelve un imposible se toma el camino de una especialidad científica y con ella se llega rápidamente a “las respuestas” a todas las preguntas sobre la humanidad. Sin embargo el problema está en considerar a una rama como si fuera el árbol. El ser humano ciertamente es cuerpo, es organismo, es química, pero de ahí a decir que únicamente a través de ello

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es que se puede comprender toda su complejidad es por lo menos muy apresurado o engañoso. Una rama puede dar mucha información sobre un árbol pero no puede describir a la planta completa pues le faltan elementos importantes como la raíz o el tallo. Lo mismo en el caso del hombre: el cuerpo brinda numerosos datos, pero creer que eso es suficiente es no abordar el asunto en toda su dimensión y usar solo una parte para intentar definir el todo. Es algo similar a tratar de ver, por ejemplo, al humano como un ser religioso debido a su comportamiento ritualista y calificarlo como un ángel caído para, a partir de ahí, hablar de él solamente en su aspecto espiritual, dejando de lado su parte material, algo que ya se hizo en el pasado.Ocurre lo mismo con la fascinación que hoy despierta el cerebro. Se le descubren tantas funciones que inmediatamente se piensa que allí deben estar todas las respuestas a las intrigas y problemas humanos. Se sobredimensiona el papel de éste órgano para después otorgarle uno que no tiene con el fin de explicar incluso ciertas manifestaciones culturales tales como la ética o la estética. Se extiende su campo de acción y se intenta abarcarlo todo con lo cual surge una imagen falsa de solución final que, en verdad, bien analizado el asunto, no es real. Ello obedece a diversas causas como, por ejemplo, el imperioso deseo de valorar de sobremanera el desempeño neuronal en vistas a obtener más apoyo económico para una investigación. Un caso histórico parecido se dio cuando se empezó a estudiar la electricidad y, debido a sus primeros e impactantes logros, se pensó haber hallado en ella el secreto de la vida. Pasado el entusiasmo inicial, y después de numerosos experimentos con cadáveres, se vio que había sido la emoción del descubrimiento lo que llevó a hacer suposiciones demasiado prometedoras con el consiguiente derrumbe de las proyecciones sobre buenos financiamientos, fama y “dominio” sobre la vida63.Esto es lo que parece haber sucedido con el caso de la síntesis evolutiva moderna como explicación del origen del hombre: ha habido un apresuramiento, intencionado o no, para tratar de verla como la gran respuesta, no solo en su campo —la biología— sino más allá de él, y así se la ha usado como un parámetro para ver hasta dónde podían ajustarse los otros descubrimientos en todos los rubros del saber humano, incluyendo el filosófico. De esta forma es cómo, con la síntesis evolutiva moderna, desde un principio se comenzaron a tejer conclusiones en todo orden de cosas las cuales se basaban en esta teoría, situación que llegó al extremo de intentar derribar hasta las estructuras de la religión, asunto que poco tenía que ver con la constitución orgánica del hombre puesto que sus objetivos y desarrollo trascienden el solo explicar su origen físico. Luego de casi dos siglos la situación actual demuestra que muchos se dejaron arrastrar por la pasión —al igual que lo hicieron los racionalistas franceses de la revolución cuando pensaron que la razón sería el nuevo dios de la humanidad— y que no es prudente trasladar automáticamente los descubrimientos de una área hacia otra y menos si se trata de una ciencia a un campo no científico. Al final, ni han desaparecido las religiones ni la humanidad entera está convencida de lo expuesto por la síntesis evolutiva moderna como desde un comienzo se pensó. Y no lo está no por ignorancia o terquedad, como argumentan los que creen firmemente en ella, sino por falta de contundencia de ésta. Pero no se está tratando de negar algo tan valioso e importante como es la interdisciplinaridad; lo que pasa es que el problema radica en las transposiciones impetuosas que buscan solucionar rápidamente las intrigas e incertidumbres en base a una sola fórmula. Por esto es que se puede decir que la síntesis evolutiva moderna, aplicada a explicar el origen del hombre, es una propuesta que, si bien tiene coherencia dentro de su campo biológico, no puede ser usada como panacea o como una plantilla universal para resolver todo el misterio de la humanidad.

6. El problema de las conclusiones basadas solo en los indiciosExiste una tendencia natural a elaborar conclusiones en base a indicios. Todos lo hacemos. La historia del conocimiento está plagada de estas suposiciones y muchas, durante siglos, fueron tomadas como verdad ya que demostraban que en la práctica funcionaban. El estudio astronómico de todos los pueblos está lleno de explicaciones que nadie discute fueron “ciertas” y útiles durante miles de años. Lo mismo en todos los campos antiguos del saber. La geometría se basaba en conceptos simples y aparentemente obvios pero que, a la luz de la ciencia moderna, está claro que tenía serios errores de apreciación. Sin embargo, aún con estas limitaciones, los seres humanos la emplearon con resultados tan espectaculares que hasta ahora es difícil entender cómo pudieron hacer ciertas obras monumentales con ella.

63 “El Galvanismo es la teoría de Luigi Galvani según la cual el cerebro de los animales produce electricidad que es transferida por los nervios, acumulada en los músculos y disparada para producir el movimiento de los miembros. Esta singular teoría recorrió los claustros universitarios europeos entre finales del siglo XVIII y primeras décadas del XIX. Los experimentos con animales, y hasta con cadáveres humanos, alentaban la secreta esperanza de que, mediante la electricidad, pudieran sanarse enfermedades que provocaban parálisis y aun reanimar un cuerpo muerto.” http://www.afinidadelectrica.com/articulo.php?IdArticulo=217

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Muchos dirán que esa es la manera cómo se conoce, por etapas y gradualmente. Cierto, pero también es real que eso indica que nadie posee la “verdad última” puesto que ni siquiera la susodicha “verdad” parece existir, ya que no hay manera de asegurar que, lo que ahora se cree, mañana no se abandone entre risas. La experiencia enseña que las cosas que parecen ser totalmente verdaderas después es probable que se demuestre que no lo son. En el campo de la física, por ejemplo, el comportamiento al interior de la materia, con sus átomos y partículas, según la física cuántica, no es el mismo que el que se observa en las dimensiones humanas, por lo que los modelos que se tenían sobre ella —como la antigua idea que todo lo que es arriba es igual también abajo— han sido dejados de lado. A veces lo obvio resulta ser lo más errado y, por consiguiente, la navaja de Ockham pone en manos del lobo a la Caperucita Roja pues el camino más corto no siempre es la mejor elección64. Cuando se utiliza la síntesis evolutiva moderna para explicar el origen del hombre se suscitan numerosas coincidencias que parecieran ir armando un gran rompecabezas al que solo le faltaran algunas cuantas piezas para que esté completo. Pero el hecho de tener tantos indicios y aciertos, o “piezas”, y confirmarlos cada día y a cada rato no quiere decir que necesariamente se esté yendo por el rumbo correcto. Puede que la pieza final sea justamente la más importante, la que lo define todo y con la que se descubre que nada de lo que se suponía era como se creía al comienzo. En la historia se dan ejemplos de teorías, como la del éter, a las que solo les faltaba algún dato para terminar de convencer, el cual nunca llegó. Por el contrario, apareció algo que más bien llevó a su descarte65. Tampoco hay que olvidar conocimientos que, basados en supuestos errados, han sido considerados verdaderas ciencias durante miles de años simplemente por estar comprobados por la experiencia y las evidencias, como la astrología. Un estudio detenido de las falacias lógicas nos permite descubrir la cantidad de ellas que se abordan constantemente en el mundo de la ciencia moderna entre las cuales tenemos: la falacia de probabilidad, que supone que, porque algo es posible, entonces es inevitable que lo sea; la falacia de la verdad a medias, ya mencionada, que advierte que, entre muchas verdades pueden estar presentes varias falsedades; la de generalización apresurada, por la que se afirma algo pero contando solo con datos parciales; y la de la muestra sesgada, que es tomar una cantidad limitada como si fuese lo más representativo cuando solo es una parte de un todo que puede ser sumamente variable, tal como lo ejemplifica el relato de los ciegos y el elefante al cual cada uno define según el lado que tocan66.Pero esto no supone que haya que desecharse todo sin aceptar nada; eso sería ir hacia el relativismo extremo. Tanto la duda total como la aceptación cerrada son posiciones que llevan al equívoco y eso facilita que algunos individuos las manipulen malintencionadamente para obtener poder. Sin embargo, no porque se tengan muchos aciertos iniciales o indicios comprobados se va a deducir que las conclusiones son obligatoriamente una simple sumatoria de ellos. La síntesis evolutiva moderna como explicación del origen del hombre aporta perspectivas interesantes y entusiastas que pareciera fueran a dar muchas respuestas en el momento menos pensado, pero pueden pasar miles de años sin que el significativo y fundamental detalle faltante se presente para confirmarla —aunque hay quienes ya han

64 “Por Navaja de Ockham se entiende el llamado principio de economía o de parsimonia. Se trata de un principio de simplicidad según el cual es preferible siempre optar por la explicación más sencilla, ya que ésta se halla en condiciones de ser la más cierta. Ockham lo formula del siguiente modo: “Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem”, o lo que es lo mismo: las entidades no deben multiplicarse sin necesidad.” http://e-ducativa.catedu.es/44700165/aula/archivos/repositorio/3750/3986/html/2_la_navaja_de_ockham.html65

? “La incapacidad de detectar el movimiento de la Tierra a través del Éter puso en cuestión el concepto clásico de Éter, y se dejó de lado formalmente por primera vez en la teoría de la Relatividad Especial de Albert Einstein. El abandono del Éter clásico fue debido igualmente al surgimiento del concepto de campo -de Faraday, pasando por Maxwell hasta Einstein y la Dinámica Cuántica. Ahora el Espacio pasa a ser tratado como algo dado, que está penetrado por campos presentes y propagándose incluso en el vacío careciente de materia ordinaria. Los campos pueden ser electromagnéticos, gravitacionales o supermasivos, y más recientmente se han resucitado con dificultad como una "espuma cuántica", una "espuma espacial", un campo de punto cero (ZPF) o la energía oscura de las partículas ausentes de Higgs.” http://www.encyclopedianomadica.org/Spanish/eter.php

66 “Una versión jainista de la historia dice que se le pidió a seis ciegos que determinaran cómo era un elefante palpando diferentes partes del cuerpo del animal. El hombre que tocó la pata dijo que el elefante era como un pilar; el que tocó su cola dijo que el elefante era una cuerda; el que tocó su trompa dijo que era como la rama de un árbol; el que tocó la oreja dijo que era como un abanico; el que tocó su panza dijo que era como una pared; y el que tocó el colmillo dijo que el elefante era como un tubo sólido. Un rey les explicó: "Todos ustedes están en lo cierto. La razón por la que cada uno de ustedes esté diciendo diferentes cosas es que cada uno de ustedes tocó una parte diferente del elefante. Por lo tanto el elefante tiene todas las características que mencionaron." Esto resuelve el conflicto, y es usado para ilustrar el principio de vivir en armonía con personas que tienen un sistema de creencias diferente, y que la verdad puede ser dicha de diferentes maneras (en las creencias jainistas se dice que hay siete versiones). Esto es conocido como el Syadvada, Anekantavada, o la teoría de las múltiples predicciones.” http://es.wikipedia.org/wiki/Los_ciegos_y_el_elefante

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dado el caso por cerrado y solo desean imponérsela como única posibilidad a los demás. Es algo similar a condenar a un acusado en base a ciertos presupuestos lógicos y convincentes pero sin tener las pruebas definitivas que lo justifiquen.

7. El problema de la historia lineal y la idea del progresoUna de las características propias de la modernidad es el sostener que la historia es un devenir del pasado hacia el futuro dejando atrás lo inferior para ir hacia un adelante superior. Sin embargo, no siempre Occidente pensó así. Hasta antes de la aparición del cristianismo existía la creencia, aún presente en ciertas culturas orientales, que la sabiduría era propia de los antiguos, de los que nacieron antes que los contemporáneos, por eso era común citar a los pensadores pretéritos como referentes de un mayor conocimiento y de una forma de vida más elevada. Con el cristianismo se planteó una mirada hacia el futuro pero como un fin de los tiempos con la llegada del Reino de Dios rompiendo así el ciclo de las repeticiones y del eterno presente. A partir de la hegemonía de esta religión existió en Occidente un antes y un después de Cristo, y lo único que le quedaba al ser humano era esperar su segunda venida. Pero la modernidad, impulsada por la necesidad de modificar el orden social imperante, lo que hizo fue implantar una idea diferente del futuro. Aquella imagen donde solo cabía aguardar el Juicio Final fue reemplazada, manu militari en todo el planeta, por la idea de un mundo en permanente cambio, evolución y progreso, donde los hombres constantemente están creando cosas nuevas para mejorar su forma de vida. A partir de ahí se supuso a la historia como una escalera, donde el pasado era siempre de menor nivel al presente y éste al futuro. El futuro empezó a significar no el final de todo sino la superación del presente. Las nociones cristianas fueron sustituidas por las científicas. Esta revolución en el pensamiento trajo consigo transformaciones profundas en la sociedad europea y dio paso posteriormente a fenómenos como el sobrepoblamiento humano y la sociedad de mercado. A partir de ahí el pensamiento moderno lee y entiende el tiempo y la historia bajo esos patrones donde no es difícil deducir que, si el hombre “ha evolucionado”, necesariamente todo lo que él hizo antes tiene que haber sido ‘inferior’ a lo que realiza ahora. De este modo lo simple, lo sencillo, es entendido en la modernidad como lo menos complejo, como lo que está debajo en la escala de la evolución. De igual manera, lo que se encuentra “antes de algo” necesariamente también tiene que ser no tan elaborado ni desarrollado como lo que le sigue y así sucesivamente. Es la idea de una sucesión matemática: el uno es la mitad del dos, el dos es menor que el tres, etc. El hombre moderno está convencido que todo acerca del pasado es un sinónimo de etapa primaria, básica, inferior al presente, de ahí que una explicación de lo que él es como ser tiene que pasar obligatoriamente por dicho tamiz donde lo que él hizo anteriormente como especie fueron los pasos previos para llegar a ser la culminación del hombre actual. La síntesis evolutiva moderna se ajusta perfectamente a esta idea-concepción, con esta valoración que el humano contemporáneo hace de su ser; y es comprensible que no le quepan dudas de que ello es totalmente cierto y que lo que ahora ‘es’ viene a ser el resultado de un largo proceso evolutivo para terminar en un punto “más avanzado”, entendido esto como un grado “superior”. El hombre de hoy, mirando hacia el mañana —que ya no es el fin sino el comienzo de otra fase siempre preferible a la anterior— reafirma su idea moderna al suponer que inevitablemente en el mañana tendrá un mayor conocimiento del mundo y de la materia. “El ser humano siempre está mejorando; esa es su esencia principal”, dice el punto de vista de la modernidad, como si el hombre fuera un alumno que se halla dentro de un centro de aprendizaje que es ‘la vida’. Con dicha forma de ver las cosas es imposible aceptar, por ejemplo, que un ser pueda haber surgido completo y terminado en algún punto del tiempo: todo tiene que evolucionar, dice, tiene que ir de menos a más, del huevo a la gallina, de lo unitario a lo plural y así sucesivamente. Como se ve, este parámetro se asemeja muchísimo a una estructura mítica, una que enmarca el sentido general y total de las cosas sobre las cuales, y a partir de ellas, se idea al mundo; y cualquier descubrimiento que vaya en su contra se convierte en un “error”, en un “misterio por resolver” o en un OOPART67, elemento que es mejor negar su autenticidad porque trastoca todo el orden científico

67 “OOPART es el acrónimo en inglés de Out Of Place Artifact (‘artefacto fuera de lugar’ en español). Es un término acuñado por el naturalista y criptozoólogo estadounidense Ivan T. Sanderson (1911-1973) para denominar a un objeto de interés histórico, arqueológico o paleontológico que se encuentra en un contexto muy inusual o aparentemente imposible que podría desafiar la cronología de la historia convencional. Este término no es de uso científico y se utiliza para describir una amplia variedad de objetos, considerados anómalos por algunos investigadores. En todos los casos, los OOPARTs estudiados han demostrado ser engaños o malas interpretaciones; por lo tanto su uso se limita a criptozoólogos, defensores de la teoría de los antiguos astronautas, creacionistas de la Tierra joven, entusiastas de lo paranormal y otros investigadores pseudocientíficos. Los críticos argumentan que los OOPARTs que no son engaños son el resultado de una interpretación errónea, una ilusión, o una creencia errónea de que una cultura particular no podría haber creado

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establecido. Ante esto la pregunta natural es ¿efectivamente así es la realidad sin dudas ni murmuraciones? La respuesta es que ello no deja de ser una manera de cómo el ser humano busca introducir en su mente lo que observa, sabe, conoce, comprende y entiende pero como ser humano. Sin embargo, tal cosa de ninguna manera tiene por qué abarcar toda la realidad. Eso es solo lo que él puede captar, quedando para siempre la duda de si lo que el hombre está en posibilidad de aprehender es lo único posible o si existirá algo más que nunca podrá percibir porque está incapacitado para ello —aunque el cientificismo dice que el ser humano sí puede acceder a toda la realidad existente a través de la ciencia. A pesar de esto al humano de todos los tiempos y culturas le gusta creer que lo que él sabe es todo lo que hay que saber y que esa es la clave de la existencia y del todo. No es capaz de admitir su innata relatividad. La manera cómo el hombre opera con la naturaleza lo deja siempre tan fascinado que considera que esa es la prueba fehaciente de que lo que él piensa y hace es tal como son realmente las cosas. No repara en que eso que deduce no implica llegar al fondo, a la comprensión integral, del mismo modo como usar exitosamente una computadora no conlleva el saber qué es la cibernética y de qué manera se comporta la electricidad en su interior. El hombre moderno se ha convertido en un buen técnico, en un buen utilizador de los recursos naturales, pero está por verse si eso también le faculta ir a la profundidad, hacia una dimensión transmaterial pues el operador ducho, a pesar de su inmensa habilidad con los aparatos, es, por lo general, incapaz de saber cómo se construye uno. La idea que tiene el ser humano moderno sobre el progreso involucra, por obligación, el dominio y el control de la naturaleza, ya que está convencido que, el que la usufructúa y utiliza, tiene que ser el superior y el que vive mejor que los demás. Es por ello que en la modernidad no se puede hablar de progreso si no se lo interpreta como “la cada vez más diestra manipulación de los objetos”. Difícilmente se entenderá dicho concepto como una forma social o espiritualmente más equilibrada o justa. Hay una idea de la realidad elaborada por la modernidad la cual no tiene por qué coincidir con lo que sucede en el mundo real donde no se observa que tal estructura mental moderna se dé y en la que tampoco existen los mejores ni peores, ni los inferiores y superiores, ni los menos desarrollados ni los más, ni los ricos ni los pobres; ni tampoco la ciencia, la tecnología ni el mercado sino, muy por el contrario, se da una armonía y un equilibrio entre los plurales y los unitarios. El haber concebido una noción de progreso, de “avance” a la manera moderna es lo que ha llevado al hombre contemporáneo a suponerla también en la naturaleza y, por ende, a creer en la absoluta veracidad de la síntesis evolutiva moderna. Pero esa es solo una forma de ver las cosas, algo que, con los años, es más que seguro que también terminará por cambiar.

Conclusión Lo que se ha expuesto en esta adenda no tiene otra intención que poner en alerta al lector acerca de ideas que pretenden presentarse como una verdad consagrada pero que más bien representan solo lo que se quisiera que lo fuera. Es comprensible que cada época anhele tener su propia versión sobre el origen del hombre y la modernidad no tiene por qué quedarse atrás. Como es natural, lo hace dentro de los cánones sobre los que está fundada como lo son el conocimiento científico y la sociedad de mercado como estructuras de vida para orientar al ser humano. Pero si bien esto es entendible, ello no quiere decir que tenga que ser aceptado cerradamente. Para eso está la filosofía, para moderar las pasiones y los entusiasmos que llevan, atropelladamente, hacia soluciones que no lo son. La ciencia puede ser utilizada para prometer la superación de todos los males pero cumplirlo es algo que está más allá de lo factible. La modernidad, como promesa que es, solo existe en el mundo del deseo y como un objetivo a seguir, mas no como algo que se pueda lograr a pesar de las ilusiones que crea la tecnología. Las promesas sirven como norte, como guía hacia dónde encaminarse, pero no deben materializarse pues dejan de ser promesas y pierden su atractivo.En este punto se han considerado solo algunos problemas que están exclusivamente dentro del campo de las ideas y de la filosofía y lo que ello sugiere es que hay que tener cuidado al asumir como “verdad” el origen del hombre según la síntesis evolutiva moderna. Se ha tratado de exponer que esta concepción imperante es producto de una suma de apreciaciones que parten de una base teórica construida con muchas creencias generales que se toman por obvias sin haberlas antes sometido a mayor juicio filosófico. Por lo tanto hay más intenciones de que esta teoría funcione que pruebas contundentes de que realmente lo haga. Hay en ella detalles que faltan, por pequeños que parezcan, que pueden ser los fundamentales y destruir todo el edificio levantado hasta el momento. Esto obedece a diversos factores, pero el principal es que no se debe olvidar que se trata de una concepción que

un artefacto o tecnología debido a la falta de conocimiento o de materiales. Los defensores de su existencia, por su parte, los consideran pruebas de que la ciencia convencional desprecia grandes áreas de conocimiento, ya sea voluntariamente o por ignorancia.” http://es.wikipedia.org/wiki/Oopart

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proviene de una civilización actualmente hegemónica y, por ello, cumple con el requisito de afianzar su poder y ser algo “verdadero y creíble” en el mundo donde nació. La síntesis evolutiva moderna, como sustento para entender el origen del hombre, expresa muy bien lo que el ser humano moderno necesita como explicación sobre su origen; y tiene que ser así porque tener fe en la promesa fundacional es parte esencial para el sostenimiento de toda cultura. Pero decir que esa es la “verdad final” es algo que aún está por verse.

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