El hotel

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Cuento - Terror, suspenso

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El  hotel  

Muchas veces intenté ser menos escéptico frente a los hechos que se desviaban

de las leyes de la naturaleza, pero lo cierto es que nunca pude lograrlo; por lo menos

hasta el momento en que los acontecimientos me tuvieron como principal protagonista.

Desde mi cuarto, cuya puerta he cerrado con doble giro de llave, observo delante

del ventanal, la vieja ciudad, permitiendo penetrar en mi retina, las pocas luces,

provenientes de faros sostenidos sobre alejados soportes metálicos, que no lograban

cubrir con su luminosidad, el espacio entre ellas. Eran las tres de la mañana de un día

cualquiera, y las desoladas calles alternaban con mi propia figura reflejada en sombras

coloridas, sobre el vidrio.

Quizás ya fueron demasiadas las veces que he intentado recordar lo sucedido

aquel invierno de mil novecientos treinta y dos. O tal vez demasiados los años

transcurridos desde aquel acontecimiento que produjo un giro de ciento ochenta grados

en un proyecto de vida que esperaba concretar. Tenía en aquel entonces unos veintisiete

años, y toda la esperanza de un joven cuyo única preocupación era la de lograr formarse

un futuro promisorio. Vino a mi mente la imagen de aquel bello rostro que surcado por

lágrimas de amargura, intentaba, sin lograrlo, disimular el dolor, ante el alejamiento de

su único hijo, para no empañar la alegría que provocaba en él la búsqueda de su propio

destino. ¡Ay! ¡cuánto hubiera llorado en ese preciso momento, si hubiera sabido que

esa era la última vez que vería a mi amada madre!

Con una cantidad de dinero que había logrado ahorrar durante unos tres años de

trabajo en la tienda de ramos generales de un tío, hermano de mi difunto padre, y un

préstamo de un pequeño banco de mi pueblo, con garantía del mismo tío, me dirigí a la

estación de tren, cargado con excelentes ideas, que me involucraban junto a un pequeño

hotel destinado a pertenecerme y el cual ya había señado, ubicado en una ciudad

alejada, que apenas era un poco más grande que mi pueblo ¿Cómo perder una

oportunidad semejante, si el valor del venta estaba muy por debajo de su verdadero

precio? Y aunque no sabía cual era el motivo de tan bajo costo, no intente buscarle una

respuesta.

Fuera de lo que significo la despedida de mi madre, mi partida resultó

maravillosa. Sumado a todo lo que implicaba el viaje como destino, no pudo ser mejor

como medio, ya que tuve la suerte de contar como acompañante de asiento, a la mujer

más bella que jamás hubiera visto.

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— Si usted desea — comencé diciéndole — podría dejarla sentarse del lado de

la ventanilla.

— Me agradaría, sí —respondió, aceptando mi ofrecimiento.

Una cosa era clara,. Si ella aceptaba viajar del lado de la ventanilla, implicaba la

preferencia del paisaje antes que la mia, y no me agradaba demasiado. Por suerte, el

correr de las horas me demostraron lo contrario.

— ¿Hacia donde viaja?— pregunté, realizando mi segundo ataque.

— Voy a ...

Si bien en ese momento, el ruido de un tren que recorría el camino en sentido

inverso al nuestro, no me permitió escuchar claramente el nombre del lugar hacia donde

viajaba, pude interpretar que se trataba del mismo a donde me dirigía, lo que me

produjo una inmensa alegría.

— Ahí mismo voy yo— dije, y agregué, dándome cierta corte—. Voy en viaje

de negocios.

Me agradó sobremanera la expresión en el rostro de la joven.

— ¿Y usted? — inquirí indiscreto, ante un prolongado silencio.

— Me envía mi madre a cuidar a su hermana que se encuentra enferma.

En ese momento creí lo que me dijo. Además no tenía porque dudar de su

veracidad.

Si bien no puedo dármelas de gran viajante, en mi vida hube realizado algunos

viajes, pero puedo asegurarles que ese fue el más hermoso de todos ellos. Me enamoré

para siempre, en sólo diez horas que duró. Fue como si la hubiera conocido de toda la

vida. Casi todo lo hicimos juntos, menos ir al baño ¡Por supuesto! Almorzamos,

tomamos el té, charlamos, cenamos. Hasta bajábamos a estirar la piernas en alguna

estación donde el tren se detenía un poco más de lo acostumbrado.

Debo aclarar que, a pesar de tratarse de un viaje maravilloso, todo tiene su fin, y

aquel también lo tuvo. No es que no haya continuado mi relación con esa hermosa

mujer llamada Verónica, pero comenzaron una serie de sucesos que... mejor paso a

relatarles.

Llegado a la ciudad, y tras el alquiler de un carruaje, me dispuse a llevar a mi

enamorada, a la casa de su tía, dejándola marchar frente a la promesa de volver a

vernos. Luego me dirigí, papel en mano, indicándole la dirección al chofer, a mi propio

destino.

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No salía de mi asombro, cuando al llegar, mis ojos se dirigieron al edificio de

dos plantas, ubicado en la dirección anotada. Era una construcción que databa de

algunos años, pero la estructura podía verse sólida. Se encontraba un poco, más que

alejada, separada de la ciudad, por un par de cientos de metros, pero como no se trataba

de una casa de vivienda permanente, sino de un hotel, no tenía demasiada importancia.

Además, le permitía un mayor acercamiento a la naturaleza, cuyo contacto lo tendría a

cargo el interesante parque que la rodeaba, aunque el exceso de árboles y una frondosa

vegetación, le daban más aspecto de bosque que de parque. Pero sólo era cuestión de

ponerse a trabajar. Era evidente que las imágenes expuestas por la cual decidí comprar

el negocio, no le hacían justicia. Más para creer que se trataba de un regalo.

Me apeé del carruaje, y saqué el dinero para pagarle al transportista. Cuando

extendí mi mano, percibí algo en la mirada de ese hombre que no me gustó demasiado,

pero intenté no darle demasiada importancia. Nada me quitaría la alegría que sentía en

ese momento. El hombre, luego de recibir su dinero y algo de propina, que me pareció

justo, me ayudó con mi equipaje. Entre los dos lo acercamos a la puerta del hotel. Se

despidió, y se marchó, sin dejar de mirarme de esa manera extraña, que tan incomodo

me hizo sentir. Volví a restarle importancia. Me di vuelta y golpeé con el llamador

sobre la puerta y esperé. A pesar de la hora avanzada, el calor no mermaba su

intensidad. La luna había aparecido, aunque el no cielo no terminaba de volcar su color

azul al negro de la noche. Como no fui atendido, volví a golpear varias veces y con

mayor fuerza. Esperé nuevamente. A pesar del calor reinante, sentí una especie de

escalofrío. —Debe ser el cansancio— me dije a mi mismo, que a pesar de no haberlo

aclarado, debo reconocer que sí lo estaba. El giro de la llave dentro de la cerradura de

la portentosa puerta, llamó mi atención. Desconozco si la grasa u aceite o cualquier otro

lubricante no estaban de moda, pero esa cerradura los necesitaban y mucho.

Nuevamente un fuerte chirrido de las bisagras me hicieron pensar en la lubricación. Un

pensamiento que no duró demasiado. El hombre que se presentó frente a mis ojos, me

hizo retomar la realidad.

Viejo, o por lo menos lo aparentaba. Tenía aspecto de abandono. Si hasta creí

sentir un hedor proveniente de su cuerpo, que luego mi olfato me confirmó con la

permanencia del mismo. Me costó disimular la repulsión, pero hice un esfuerzo

mayúsculo para lograrlo. Sus ojos de hombre abatido, me miraron fijamente esperando

una respuesta, aunque, estaba seguro, sabía de mi llegada.

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— Mire— comencé diciendo —, yo me llamo Javier Rosas. Usted debe haberme

sentido nombrar.

— Ah— dio por respuesta inmediata, para agregar luego: — Venga por aquí.

Tengo los papeles que usted necesita firmar.

— Pero— dije asombrado, tratando de descubrir con la mirada alguna otra

presencia humana.

— Ah, no se preocupe — dijo, mientras intentaba dar un paso tras otro en busca

de alguna oficina o habitación—. Yo soy el único responsable y apoderado de este

hotel.

Lo miré extrañado. No me pareció una persona con las características que acusó,

pero no podía permitirme la duda, ya que era él que lo habitaba.

— Después de firmar ¿Le entrego el dinero a usted?

— Le he dicho que yo soy un apoderado— dijo con aire cansino—, pero sólo

manejo los papeles. Usted deberá dirigirse por la mañana al banco que queda en el

centro de la ciudad, y depositar el dinero en la cuenta que le escribiré. Después de eso

me entrega el papel y yo le doy las copias firmadas y las llaves. A partir de ahí, usted

será el nuevo dueño.

Traté de analizar un poco la situación. No me pareció demasiado legal todo

aquel asunto, pero como yo había hecho un par de años en la facultad de abogacía,

podía darme cuenta si todo los papeles estaban en orden. Así que caminando muy

lentamente , para no sobrepasar la marcha de aquel viejo, lo seguí hasta una habitación,

tratando de aguzar la vista para poder observar algo del interior del edificio, lo que era

casi imposible, ya que por el momento, la única iluminación con la que contaba era una

pequeña lámpara de aceite que aquel hombre sostenía con su mano, y apenas le permitía

iluminar, con claridad, una pequeña franja de su camino. Entramos a un cuarto, donde

frente a un gran ventanal, cubierto con cortinas maltrechas por el tiempo, que el reflejo,

apenas, me permitió reconocer, se encontraba un escritorio de caoba que debido a la

nobleza del material con que fue construido, aún permanecía entero, a pesar que le hacía

falta una buena lustrada. El viejo se agachó como pudo, y de un cajón de abajo sacó una

serie de papeles, que puso sobre el escritorio, intentando iluminar con su lámpara de

aceite.

Tenía muchas preguntas para aquel pobre hombre, sobre todo referidas al hotel,

pero no creía que fuera el momento ideal para realizarlas.

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Entre firmas y papeles más documentos, el tiempo pasó rápidamente. Mi

cansancio aumentaba al punto de tener que esforzarme por mantener los ojos abiertos.

— Puede usted descansar, por hoy, en el sillón que cruzamos cuando

atravesamos el vestíbulo del hotel — me dijo, al darse cuenta de mi estado.

— ¿Eso es...? — pregunté

— Pierda cuidado, yo lo acompaño. — me aseguró.

Tomó su precaria lámpara y me pidió que lo siguiera. Volvimos a cruzar en

sentido inverso la puerta de esa oficina, y tras unos cuantos pasos, se detuvo.

— Este es el sillón del que le hablaba—dijo mientras alzaba su brazo intentando

iluminar el casi, podría decir, enmohecido mueble.

Así como me encontraba, y obviando cualquier aroma desagradable que

provenga de mi objeto de descanso, me dejé caer sobre el mismo, casi al punto del

desmayo. Apenas pude percibir el alejamiento torpe y cansino del anciano.

Abrí los ojos. Me dolía todo el cuerpo. Desconozco en que posición había

dormido, pero estaba seguro que no fue la mejor. Aún tenía la ropa del día anterior,

arrugada y transpirada. Me incorpore en el sillón, y procedí a desperezarme. No podía

lograr determinar la hora. El lugar estaba tan oscuro como cuando me acosté, pero me

sentía como si hubiera dormido diez o doce horas. De pronto, una fuerte luz

proveniente de uno de los ventanales me dio de lleno en la cara, al punto de

enceguecerme. Me dolieron los ojos. Intenté taparme con ambas manos.

— Si no se apura, se le va a hacer tarde.

Escuche esa conocida voz que llegaba a mis oídos y traté de ubicarla. Saqué

lentamente las manos de mi cara, me incorpore, y me corrí hasta dejar de lado la luz del

sol que venía directo hacia mí. Si bien el golpe lumínico sobre mi rostro, no me

permitió en un primer momento una imagen clara, ese mismo haz es el que ahora me

ayudaba a observar con detenimiento los detalles de mi adquisición, aunque lo primero

que vi, con cierto agrado, era que a pesar del aspecto físico que demostraba una edad

avanzada y una vida nada complaciente, el único ser humano con el que tuve contacto

desde mi llegada al hotel, se había cambiado de ropa, y su aspecto había mejorado

muchísimo.

En cuanto a la edificación, realmente me produjo un gran satisfacción. Había

comprado algo por fotos, sin una observación directa, pero no tenía nada de que

arrepentirme. Era cierto que había que realizar demasiado trabajo para poner todo en

orden, pero la madera que revestía casi todas las paredes, techos y pisos, estaba en

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excelente condición, amén que como el escritorio, le faltaba una buena lustrada. Ni

hablar de las dimensiones del vestíbulo, y esa majestuosa escalera que se abría en

circulo expirando en los pasillos de piso superior. Las arañas de dimensiones

apreciables, en excelente estado, pero sucias. No se podía pedir más. Me faltaba ver aún

los cuartos, baños, etc, pero con una muestra bastaba par suponer lo demás.

La mayor conclusión a la que llegué era que el pequeño hotel no era tan

pequeño. Más aún para hallar extraño tan bajo precio de venta, aunque mi entusiasmo

superaba toda sospecha.

— Los bancos en esta ciudad cierran a la una del mediodía, y si usted quiere

llegar a tiempo, es momento para comenzar a apurarse— interrumpió mi examen.

— ¿Qué hora es?— pregunté, no pudiendo evitar desperezarme nuevamente.

—Faltan quince minutos para las doce del mediodía — me respondió, sin mirar

ningún reloj.

En ese instante y ante la eventualidad de contar con poco tiempo, me di cuenta

de mi aspecto calamitoso.

— ¡Un baño¡ — dije de repente — ¡Necesito un baño! — insistí.

— Ah — dijo como si fuera su expresión preferida—. Acá tiene varios, pero,

por el momento, le recomendaría el del vestíbulo.

— ¿Y dónde queda? — pregunté, con una expresión que demostró mi apuro, y

no sólo por bañarme.

— Es aquel de allí— dijo, señalando una puerta que se encontraba al otro lado

del salón, sobre un costado de la escalera.

— Entonces, permítame— dije, dirigiéndome hacia la puerta de entrada, y

tomando mi bolso de mano que la noche anterior había dejado a un costado de la

misma, al igual que el resto de mi equipaje.

— ¡Una sola cosa! — agregó el anciano, cuando ya me encontraba a punto de

ingresar a asearme. Me detuve a escucharlo —. Sabrá usted que hace algún tiempo que

no se abre la caldera, por lo tanto deberá lavarse con agua fría.

— Gracias por avisarme — dije, y aunque era casi una situación lógica, no me

detuve a pensar en ello. De cualquier manera, el calor era agobiante, y no creía necesitar

más que el agua a su temperatura natural.

Me apresuré a bañarme. El primer chorro de agua fría me produjo cierto impacto

que fue cediendo a medida que mi cuerpo se iba acostumbrando. Me llamó la atención

la fuerza con que salía el agua, y me alegró saber que la cañería se encontraba en buen

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estado, aunque nunca viene de más una buena inspección en todo el edificio. Hice todo

en el menor tiempo posible. Saqué la toalla de mi bolso, me sequé, me puse la ropa

interior, y salí al vestíbulo en busca de mi otra ropa. Miré hacia todos lados y no pude

ver al hombre. Me vestí, y salí, no sin antes peinarme(Si existía algo que me podía

llegar a hacer perder el sueño era mi pelo desordenado, por lo que siempre utilizo

gomina, y lo peino muy prolijamente hacia atrás). Como iba diciendo, me apresuré,

tomé mi reloj de bolsillo, un Girard Perregaux de oro, con cadena, que perteneció a mi

padre, y me coloqué la corbata casi cerrando la puerta de entrada. Caminé más de cinco

cuadras para llegar al centro de la ciudad. No parecía que me hubiera bañado hacia unos

minutos. Mi camisa y mi ropa interior estaban totalmente mojadas y pegadas a mi

cuerpo. Divisé el banco cuando intentaba esquivar uno de esos vehículos nuevos con

motor que casi me lleva por delante —. Algún rico, prepotente— dije para mí. Ingresé a

la institución y saqué mi dinero frente al cajero. Le di las indicaciones para el depósito,

y al finalizar, me entregó una boleta. Me dirigí a la puerta, y entre que yo salía y

alguien entraba, se produjo el accidente. Y para excelentes encuentros, no era ni más ni

menos que una joven dama, ataviada elegantemente con un vestido azul que le llegaba a

la pantorrilla, y que tras el accidental encuentro, se inclinó a levantar unos papeles, que

encontraron como destino el piso de granito del banco. Pero como buen caballero, y

probablemente causante del percance, me dispuse a ayudarla. Fue al agacharme, que mi

rostro casi se toca con el de ella, y fue al elevar la mirada que la vi ¡Era Verónica! Más

hermosa que nunca, con su rostro angelical, sin maquillaje alguno, y esos enormes ojos

color almendra, que me miraban fijo, como si no entendieran la situación.

— ¡Soy yo! — dije estúpidamente, señalándome a mi mismo.

—¡Javier!— insistí, pero ¡Claro! ¡Qué tonto! Jamás en todo este tiempo que

viajamos juntos, le di mi nombre, y ella no me lo preguntó.

—¿Javier? — me dijo sin dejar de mirarme, y comenzando a esbozar una

pequeña sonrisa, señal que me había conocido. Lo cual era lógico, salvo que mi

apariencia fuera totalmente diferente.

La sonrisa se transformó en risa, y mi preocupación en alegría.

— ¿Qué hace por acá?— pregunté por preguntar, mientras le entregaba los

papeles que había recogido del suelo.

— Vengo a hacer unos trámites para mi tía — me respondió.

— No le molesta si la espero— dije, para no perder la oportunidad.

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— Tengo que volver de inmediato — se lamentó —. Mi tía me espera a

almorzar, y si me retraso se va a preocupar.

— Entonces ¿Podríamos salir a tomar el té esta tarde?

— Eso sería lindo — dijo, casi sonrojándose, efecto que me apasiona en las

mejillas de una mujer.

— A las cinco la paso a buscar por lo de su tía ¿ Le parece bien?

— Me parece bien—dijo

Le besé la mano con mucha cortesía, y salí del recinto apresurado. Lo único

que podía retenerme en el centro de la ciudad era esa mujer, porque mi principal

prioridad, fuera de ella, estaba centrada en el hotel. Casi corrí de regreso. Quería las

llaves, y comenzar mi tarea cuanto antes. Hice el recorrido en un término menor que el

de ida. Estaba ansioso por llegar, asearme y cambiarme de ropa, para comenzar lo que

había ido a hacer. Como aún no tenía la llave, al llegar tuve que golpear la puerta. Esta

vez no me vi en la necesidad de tener que esperar demasiado tiempo, ya que se abrió en

aproximadamente veinte segundos. Emilio (supe su nombre por los papeles del día

anterior) me recibió sonriente.

— Pase, Pase

Entré apresurado, me paré junto a él

— ¿Hizo todo?— me preguntó

— Si, acá está la boleta — respondí, mientras le entregaba el documento que

instantes antes había sacado de mi bolsillo.

—Bueno, entonces manos a la obra — dijo, dando media vuelta y dirigiéndose al

cuarto que el día anterior fue centro de negocios.

Sacó los papeles, me dio mi copia, y junto con ella, los dos juegos de llaves,

donde cada manojo contaría aproximadamente con veinte de ellas, lo que los hacía

bastante pesados, ya que no eran pequeñas.

— La más grande de todas es de la puerta de entrada— aclaró—, y las otras de

las habitaciones y de los baños.

—Una pregunta — dije, sintiéndome seguro, ya que el hotel era completamente

mío— ¿Cuál fue su función aquí?

— Si quiere— comenzó una respuesta que no fue tal — cuando estemos en un

descanso, y más tranquilos, por ejemplo, durante la cena —indicó—, puedo precisarle

algunos puntos que aún no están claros. Mientras tanto, se me ocurre que usted querrá

comenzar a poner en marcha este alojamiento.

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Era cierto. Como bien dije antes, una de mis prioridades era este proyecto. Así

que mis preguntas se orientaron exclusivamente al asunto. Un cuestionario que incluyó

desde el funcionamiento de la caldera, lo cual, y debido al calor, no era lo más

importante, pero formaba parte necesaria de mi conocimiento, hasta la conexión de la

luz, y la posibilidad de contratar personal para poner en condiciones el edificio y para su

puesta en marcha.

Emilio fue un gran colaborador. Conocía a la perfección todo el hotel, y debido a

que ya llevaba muchos años en la ciudad, podía hasta darme detalles sobre las personas

que se dedicaban a todos tipo de quehaceres. Lo que me ayudaría mucho cuando llegara

el momento de buscar la dotación necesaria.

Decidí por ese día, como única tarea, conectar la electricidad, por lo que previo a

mi encuentro con Verónica, me dispuse a pasar por las oficinas de la compañía de luz,

que quedaba, también, en el mismo centro de la ciudad.

No pretendo ser demasiado pesado en mi relato, yo sé que ustedes

probablemente no tengan demasiado tiempo para escucharme. Lo que pasa es que la

confusión proviene del hecho de que yo no tengo otra cosa que hacer que contarles la

historia con detalles, aunque intentaré obviar algunos.

Si tendría que ser sincero con ustedes, creo que esa tarde, durante mi encuentro

con Verónica, viví uno de los momentos más felices de mi vida. Supe ahí, o creí saber

que esa mujer sería mi compañera por el resto de mi existencia. Lo cierto es que esa

felicidad jamás pudo verse reflejada nuevamente, y todo por mi estúpido escepticismo.

Dejé a Verónica, ya caída la tarde, junto a su tía. Y aunque no la había besado,

sabía que era correspondido, lo que me hacía muy feliz.

Volví al hotel lentamente, haciendo imágenes mentales de mi futuro con esa

mujer, mientras observaba el cúmulo de estrellas titilantes que la poca iluminación

callejera, intensificaba. No sé cuanto tardé, pero tampoco me importó. Llegué ya

cerrada la noche, y con la llave que había separado de manojo, abrí la puerta que me

permitió el pasaje hacia el interior. Sentí un inmenso placer al hacerlo, a pesar del

crujido. Era como concretar el sueño de obtener un gran poder. Entré lentamente, no

quería dejar que esa sensación pasara rápido. Cerré los ojos y suspiré. Al abrirlos sentí

una gran satisfacción, al ver encendido un pequeño foco en el vestíbulo. No entendí

demasiado cual fue el suceso responsable de tal acontecimiento, si mi gran simpatía o el

papel billete que deslicé sobre el escritorio del hombre que me atendió, pero lo cierto es

que no tuve necesidad de manejarme en la oscuridad. Desde mi posición, pude ver que

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Emilio se acercaba a mí con su ya conocido paso. Sin llegar a mi lado, y con una

sonrisa, me señaló la fuente de la luz, y luego, con la misma mano, realizó un gesto para

que lo siguiera. Así lo hice. Atravesamos el pasillo junto a los baños, pasando por un

costado de la escalera, y tras las mismas, separado del vestíbulo por una gran arcada, se

encontraba el comedor, enmarcado por grandes ventanales, que con seguridad, por su

ubicación darían al fondo parquizado del hotel. En ese instante, noté que aún me faltaba

mucho por conocer. Lo sorprendente era que al llegar al comedor, me encontré que una

de sus mesas estaba tendida como para recibir a algún comensal de categoría. Sobre un

costado de la misma, una bandeja de alpaca, cerrada, permitía suponer una exquisita y

humeante comida. Me acerqué. Agitó su mano para que me sentara. Obedecí. Destapó

la bandeja lentamente, y sobre ella, como había supuesto, un dorado pato a la naranja.

Tomó los cubiertos del mismo material, que se encontraban al lado de la recipiente, y

sin emitir palabra, comenzó a cortar con delicadeza. Me sirvió en el plato, actuando

como si tuviera una gran experiencia en el tema. Colocó una porción de ensalada en una

fuente más pequeña, que dejó a mi lado, y me mostró una botella de vino que yo no

conocía. Volcó una pequeña porción para que probara, y así lo hice. No era un gran

conocedor de la bebida, pero pude darme cuenta que no estaba malo. Asentí con la

cabeza, y terminó de completar la copa. Me miró y me sonrió.

— Siéntese— le dije — acompáñeme.

Asintió de buen grado. Se sentó frente a mi, y cortó una porción del humeante

pato, para él. Hizo lo propio con la ensalada y el vino.

— Puse en funcionamiento la cocina — me dijo, a lo que agregó: — Estuve

cortando leña, mientras usted salió, y creo que hay suficiente para la cocina, y algo para

la caldera.

— No se hubiera molestado — le reproché con cierto tono de agradecimiento.

— No es molestia— aseguró—. A pesar de mi apariencia, aún tengo bastante

energía.

Me costó creerle, pero si ese hombre pudo cortar leña, era evidente que así era,

aunque de ahí en más la leña sería comprada.

Mi curiosidad pudo más que mi deseo por comer, así que antes de servirme el

primer bocado, pero no sin antes tomar un sorbo de ese delicioso vino, le dije:

— Si mal no recuerdo, hoy por la tarde, le había hecho una pregunta que quedó

sin respuesta, y usted me dijo que en algún momento de descanso, me contaría— a lo

que agregué: — Creo que llegó ese momento.

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Me miró y sonrió. Era como si esperaba mis palabras.

— Pero no deje de comer por escuchar mi relato— aclaró.

—Pierda cuidado — anticipé —, que con la pinta que tiene este pato, no voy a

dejarlo enfriar.

Todo empezó hace mucho tiempo — comenzó con nostalgia— . Había

ingresado a trabajar como mozo del hotel. Tendría unos cuarenta y dos años. Me había

mudado hacía muy poco tiempo— y aclaró, modificando el tono de sus palabras:— Yo

era de la Capital ¿sabe?

— No sabía— respondí.

Continuó:

—La ciudad aún no tenía las dimensiones que tiene hoy en día, y el hotel estaba

recién construido. Además era más pequeño que lo que es hoy. Pero marchaba a las mil

maravillas. El paisaje que une el río con un pequeño bosque apenas a unos metros por

detrás del hotel, era, en parte, responsable de su excelente funcionamiento, además de

un servicio sobresaliente . Su primera dueña — suspiró —, una hermosa dama que me

llevaba un poco más de diez años, soltera, al igual que yo, se enamoró de un cliente un

poco menor que ella. Esta señora, a la cual yo quería profundamente— y se vio en la

necesidad de aclarar: — No como mujer, sino como persona—, se vio bien

correspondida por este hombre — y con su mano en la barbilla reflexionó: — Si mal no

recuerdo, se llamaba Francisco. Ella; Ángela , y era como un ángel — continuó —.

Vivieron juntos por más de dos años, y fueron realmente felices, aunque — se vio en la

necesidad de aclarar— debo confesar que había algo que a ella le impedía disfrutar al

máximo esa felicidad, y era su miedo al abandono y la soledad. No por simple capricho.

Sino porque, durante toda su vida, desde muy pequeña, y por determinadas

circunstancias adversas que le deparó su destino, vivió de casa en casa, y de institución

en institución, recibiendo sólo cariños pasajeros y quizás no demasiados intensos. — Se

detuvo un instante, y bebió un sorbo de su copa. Yo casi me había olvidado del pato y la

ensalada, atento al relato. Prosiguió:— No sé porque algunas veces la vida se ensaña

con las personas, pero ella fue nuevamente víctima, cuando la vida le arrebato a ese

hombre. Nunca se supo que le había pasado. Muchos creen que la abandonó por otra

mujer, y otros que cayó al río y se ahogó. Lo cierto es que no se puede confirmar ni la

una ni la otra. Su cuerpo nunca fue hallado, su ropa quedó donde estaba y él no apareció

jamás. Ángela cayó en una terrible depresión, casi al punto de la locura. Yo, a pesar de

ser un simple mozo, fui el único que se hizo cargo de ella. No podía verla sufrir, mas no

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sabía hacer otra cosa que atenderla, ya que no conocía de negocios, y no me encontraba

capacitado para mantener a flote el hotel.

El personal comenzó a irse, y las instalaciones dejaron de tener el

mantenimiento apropiado. Ángela no tenía parientes, o por lo menos no se sabía de

ellos, ya que nunca aparecieron, y ella negaba su existencia. Un buen día, me entregó

unos papeles en un sobre cerrado, sin informarme de su contenido. Me dijo que lo

guardara, y que si ella llegará a morirse, lo abriera. La depresión fue cada vez mas

profunda, y su estado físico cada vez peor. Traté de hacerla entrar en razón para que se

dejara examinar, pero ella echaba a cualquier profesional que pretendía acercársele. No

podía hacer nada ante ello. Era como si quisiera abandonarse del todo. Dejó de creer en

la gente, menos en mí, y me hizo prometerle dos cosas: La primera era que nadie, bajo

ninguna circunstancia debería entrar a su habitación, a excepción mía, y la segunda: que

yo sería su único contacto con el mundo exterior. Y así es hasta el día de hoy.

— Será hasta el día de su muerte— aclaré.

— Hasta el día de hoy— repitió.

No entendí demasiado la intención de la última frase, pero tampoco me detuve

demasiado a analizarla.

— Después de su muerte—prosiguió—, procedí a abrir los papeles que yo

mismo había guardado en la oficina de la planta baja, y me asombré al ver que dejaba el

hotel a mi nombre. De cualquier manera — aclaró—, para asegurarme, llamé a un

abogado de la ciudad y se los entregué. Como yo no entiendo demasiado de negocios,

sino sólo de gastronomía, decidí vender el hotel, que casualmente compró otra mujer, y

tan entusiasmada como usted. Hizo los arreglos necesarios y logró ponerlo a funcionar

de manera exitosa, aunque cometió un error; un único y fundamental error. —Hizo una

pausa que me produjo mayor ansiedad—. Si bien mantuvo su compromiso durante

bastante tiempo, al final no pudo con su curiosidad, y entró a la habitación prohibida.

— ¿Y que sucedió luego?

Lo único que puedo decirle es que esta mujer desapareció. La ciudad entera supo

del hecho. Hubo una investigación, pero, al no hallarse ningún tipo de pruebas, el caso

quedó cerrado. Finalmente el hotel se vino abajo. Todo el personal se fue, menos yo— y

agregó:— No tuve ni tengo posibilidades de irme. y con los años se me terminaron los

ahorros por la primera venta. En este caso, sí, existieron parientes. La señora tenía dos

hijos que jamás, y dadas las circunstancias, quisieron hacerse cargo del hotel, y me

dejaron, a sabiendas que yo había sido el dueño anterior, y único morador, los poderes

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para realizar la venta, aclarando, en una de las cláusulas que el dinero debía ser

depositado en una cuenta bancaria a nombre de ellos. Yo no me negué. No tenía porque

hacerlo. Además de haberlo hecho, muy probablemente me hubieran echado.

— ¿Por qué no se fue? ¿Por qué no buscó otro trabajo? — pregunté curioso,

aprovechando la pausa del hombre.

— Esa es algo que no puedo decirle.

Como ya les comenté, siempre fui un escéptico respecto a hechos extraños, por

lo que, si bien insistió, y hasta me hizo prometerle que no entraría a la habitación

mencionada, yo ya tenía la idea de hacerlo.

— Supongo que usted se quedará a trabajar conmigo— dije después de limpiar

mis labios con una servilleta impecable que había dejado para mí. Me sentía satisfecho

y había disfrutado la cena más de lo supuesto.

— Esperaba que dijera eso— aseguró sonriente.

— No es para menos— aclaré— después de semejante cena.

— Tenía miedo que el vino estuviera picado — me dijo

— Estaba excelente— le aclaré.

— Si — observó—. Pero como lo saqué de la bodega del hotel donde aún

quedan algunos, sospeché que podía estar pasado.

— De ninguna manera— aseguré, y agregué, intentando dar por finalizada la

conversación: — Si no le molesta, me gustaría irme a dormir. Por esta noche voy a

volver a hacerlo en el sillón— indique—, pero mañana me voy a instalar en una

habitación.

— Es una buena idea— dijo—. Después de lavar la vajilla también me iré a

dormir.

— ¿No le molesta si le pregunto donde lo hace?

— ¿Lavar la vajilla? — me preguntó extrañado.

— No, hombre, dormir — le precisé.

Sonrió.

— Tengo un cuarto de servicio— y aclaró:— El mismo que mantengo desde que

llegué al hotel. No es el más confortable, pero me sirve.— Me miró por un instante, y

como si una ficha cayera en su cerebro, manifestó:— Si usted no lo toma a mal, yo

podría dormir en el sillón— y comentó:— No sería la primera vez que lo haga—

continuó:— Usted podría acomodarse en mi habitación.

— Por favor— aseguré molesto—. Bajo ningún punto de vista permitiría eso.

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—Insisto— dijo el hombre.

— De ninguna manera— aseguré con firmeza.

— Entonces—dijo resignado, mientras comenzaba a arrastrar el carrito con la

vajilla hacia la cocina.— que descanse.

Me levanté, y me dirigí a mi único medio de reposo, con la idea de dormir

plácidamente durante toda la noche. Me recosté sobre el mismo, no sin antes sacarme la

ropa, dejandome únicamente la interior, y tapándome con una simple sábana que Emilio

puso a mi disposición.

A medida que el tiempo transcurría, empecé a darme cuenta que algo me

molestaba, ya que no tenía forma de conciliar el sueño, a pesar de mi cansancio. Hasta

escuché los cansinos pasos de mi único compañero, pasando junto a mi, directo a su

habitación. Daba vueltas y vueltas y no lograba internarme en las profundidades del

sueño. Saqué el reloj del pantalón que había dejado a un costado, y el único y pequeño

foco encendido me permitió, no sin esfuerzo, ver que eran las tres de la mañana. Me

puse más nervioso aún. No quise apagar la luz. Me incorporé y me senté. Busque algo

para leer, pero no tenía suficiente iluminación. Algo me molestaba, como bien ya dije.

¿Qué sería? ¿Esa habitación? ¿Qué podía pasar si la visitara? Seguramente nada. Así

que me decidí. Fui a la oficina del escritorio de caoba donde sabía que Emilio había

dejado la lámpara de aceite. Entré a tientas ya que el reflejo del pequeño foco, apenas

llegaba a la puerta de la oficina. Me guié con el tacto, lo que provocó que me tropezara

en tres oportunidades, antes de llegar al escritorio, con gran alarma ante el ruido

producido. Tanteé, y di gracias por no tirar la misma lámpara al suelo, la cual golpeé

con el dorso de la mano. La tomé. Ya un poco más acostumbrado a la oscuridad, me

dirigí directamente a la puerta, que había dejado abierta. Busqué unos fósforos en mi

bolso, encendí el farol, y subí las escaleras lentamente. La poca visibilidad me obligó a

ir descubriendo el diseño del primer piso a medida que avanzaba en él. Hacia los

costados de la escalinata había sendos pasillo, que se cruzaban unos metros adelante con

otro en sentido transversal, que pude descubrir mas tarde. En todos ellos había varias

puertas cerradas. Ahora ¿cual sería la puerta indicada? Advertí que me había olvidado

los manojos en el piso de abajo, por lo que procedí a buscarlos, mientras reflexionaba.

Si el hombre me había dicho que no entrara en la habitación ¿No sería lógico que no

me entregara la llave de la misma? o simplemente jugaba con la confianza depositada en

mí. La verdad no lo sé. Mi curiosidad era tal que no me detuve a analizar demasiado la

situación. Abrí una puerta, y me di cuenta que no estaba cerrada con llave. Probé con

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una o dos más y volví a comprobar lo mismo. Traté de sostener el manojo de llaves con

la otra mano, lo que se me complicaba debido a la lámpara de aceite, así que opté por

correrla por el pasillo cada tres o cuatro metros, y dejarla en el suelo. Tuve la

precaución de abrir cada puerta con el máximo de cuidado, para no hacer ruido, en

especial porque no sabía cual sería la de Emilio. Aunque ninguna de esas habitaciones,

ni siquiera por su aspecto exterior aparentaba ser de servicio. Continué mi recorrido, sin

entrar a ninguna. En realidad no sabía bien que buscaba. Al llegar al final del pasillo

transversal, empujé un puerta que no cedía. Giré el picaporte con un poco más de

fuerza, por si estaba trabado, pero la respuesta volvió a ser negativa.

— ¿Una puerta con llave?— me pregunté a mi mismo.

— Raro— me respondí.

Entonces era hora de poner en movimiento el manojo. Probé con una, luego con

otra, después con una tercera, y así, pero no lograba abrirla. Faltaban sólo dos llaves

para terminar la rueda, cuando sentí que mi corazón empezaba a latir en forma brusca;

hasta me temblaban las manos. La llave había girado sin ningún esfuerzo. Acerqué la

lámpara, apoyé una mano sobre la hoja de madera, y a otra sobre el picaporte, giré y

empujé, en ese orden. La puerta cedió suavemente, sin ningún tipo de crujido. No me

animaba a dar el primer paso, pero tenía la imperiosa necesidad de hacerlo. Avancé mi

pie derecho un poco, luego lo sobrepasé con el izquierdo. Todo muy pausado. Me

decidí, y con tres pasos estaba en el medio de la habitación. Levanté mi mano

sosteniendo mi único medio de iluminación, y caminé por ella. Sentí que mi piel se

erizaba. En realidad tuve varias sensaciones diferentes, y todas ellas relacionadas con el

temor. Si hasta sentí que me miraban. No quise permanecer demasiado tiempo, pero le

hice una última observación. La cama estaba hecha, la habitación limpia, y los muebles

en perfectas condiciones. No tenía ni más ni menos que lo de cualquier habitación, pero

seguramente en mejor estado. De pronto, sentí que me tocaban, por lo que, sin pensarlo,

decidí salir de inmediato de ese lugar. Cerré nuevamente con llave, y recorrí lo que me

separaba de mi lugar de descanso lo más rápido y cauto posible. Me recosté, siendo casi

las cuatro de la mañana y me dormí profundamente.

Lo primero que sentí después de recostarme fue un fuerte sacudón y un reflejo

que casi me deja ciego. Me incorporé de inmediato.

— Si sigue levantándose a esta hora, van a ser más las horas que se la pase

durmiendo a las que esté trabajando.

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Emilio estaba parado junto a mí. Las cortinas corridas y el ambiente lleno de

sol.

— Pero ¿qué hora es?

—Son las once y media. No quise levantarlo antes porque, a pesar de estar

dormido, me dio el aspecto de encontrarse demasiado agotado, pero no podía dejar

pasar más tiempo.

Me tomé los ojos con ambas manos. Me dolían como si alguien me hubiera

pegado un par de piñas justo en el globo ocular.

— Hizo bien — aseguré —. Es que anoche no pude conciliar el sueño. Creo que

me dormí cerca de las cuatro.

— Bueno— dijo esbozando una pequeña sonrisa— esa es una buena excusa, que

no va a tener cuando esté en su habitación, mucho más cómodo— a lo que agregó,

cambiando el tono de su voz: — Venga, que le preparé el desayuno.

Me aseé previamente, me vestí y me dirigí al comedor. Observé que las cortinas

estaban abiertas. Fuera de lo que ya describí como un exceso de arboleda, la vista, por

entre ella, era maravillosa. Me detuve antes de sentarme. La mesa no tenía nada que

envidiarle a la de la noche anterior. Unos platillos con mermelada y manteca,

acompañaban la pequeña bandeja con tostadas, cuyo aroma aún flotaba en el aire.

Deduje que las jarras sobre el pequeño carro debían contener el café y la leche, y no

supuse mal. Me senté

— Espléndido día — me dijo.

— Hoy me siento realmente bien— dije con sinceridad.

— Mejor para comenzar las tareas— indicó.

Tuve un desayuno soberbio, con la, ahora, agradable, compañía de ese hombre.

Todo era maravilloso. Tenía que poner manos a la obra, así que me levanté al terminar,

y le pedí a Emilio que me acompañara en busca de buenos obreros que me ayudaran con

la tareas de reparaciones y puesta a punto del lugar. Me dijo que me acompañaría de

buen grado. Le pedí que abandonara el aseo de la vajilla para más adelante, así

ahorraríamos tiempo. Dejamos todo como estaba y nos dirigimos a la puerta de entrada.

Al abrirla, el viento caluroso golpeó nuestros rostros. Me sentí bien. Ponía en marcha mi

proyecto, y contaba con otro que involucraba a la mujer más bella del mundo. Procedí a

cruzar la puerta de entrada y quedé perplejo; estaba nuevamente dentro del vestíbulo del

hotel. Podía ver que Emilio encontraba afuera, pero yo estaba adentro. Pensé en algún

vahído o en alguna pérdida momentánea de memoria, así que volví a salir, y con todo el

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asombro, descubrí que estaba nuevamente dentro del vestíbulo de hotel. Emilio me miró

con tristeza. No había extrañeza en su rostro. Volvió a entrar, y con gran amargura dijo:

— Usted no cumplió con su palabra.

— ¿A que se refiere?

— Prometió no entrar a la habitación de la señora Ángela y no lo cumplió, y

agregó sin esperar respuesta:— Y yo que creí que podía confiar en usted, lo que me

llevaría de vuelta a la actividad.

— Pero— dije sorprendido, sin dejar de temblar— ¡Vas a trabajar conmigo!—

aseguré casi gritando.

— No de la forma que usted supone— dijo mirando hacia el piso.

— ¡Esto no puede ser, debe haber una explicación—dije desesperado y corrí

hacia fuera, pero con las mismos resultados

—Permítame concretar el relato de anoche — dijo apesadumbrado.

— Si esto no es un sueño...

— No lo es — me interrumpió.

—Si esto no es un sueño— repetí— y existe algo que me saque de aquí... — deje

entrever mi desesperación casi llorando.

— Lamentablemente no existe nada que yo pueda hacer— aseguró,

acariciándome la mejilla como si fuera su hijo dolido.

— Déjeme continuar—dijo señalándome el sillón. Hacia allí nos dirigimos, y

tras sentarnos, comentó:— Yo le había dicho que la dueña anterior había desaparecido

¿Verdad?

— Lo recuerdo— dije yo, tranquilizándome un poco, ante la posibilidad que

todo esto se trate de un mal sueño o tenga una solución coherente.

— Bueno, en realidad no desapareció. Ella entró a la habitación de la señora

Ángela al igual que usted, a sabiendas de la prohibición. Eso produjo lo que yo como

única explicación pude encontrar hasta el momento, y sería la que el espíritu presente y

encerrado en ese cuarto, y ante el miedo a la soledad y el abandono, retendría para su

compañía a cualquier persona que mantenga un contacto con él, además de tener la

posibilidad, al permitirles deambular por toda la construcción, de extender su dominio

por todo el edificio. En realidad no lo hace a propósito. Es algo inevitable y

simplemente ocurre.

— Pero, no entiendo— lo interrumpí, temeroso, con la idea de una posibilidad

— ¿Usted no limpia ese cuarto continuamente?

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— Es cierto — respondió.

—¿Y cómo es que no le pasa lo mismo?

— Usted recuerda que la señora me hizo prometerle un par de cosas.

— Si — respondí apenas.

— Una de ellas era que yo sería su contacto con el mundo exterior.

Supuse lo que vendría después, lo que me produjo cierta congoja.

Así fue durante su vida, y continuó a partir de su muerte. Soy la única persona

que puede entrar al cuarto y salir del hotel.

— Y ¿Por qué no se va?

— Tengo el temor que si me decido a abandonarla, pueda sucederme lo mismo

que a ustedes. Ya estoy viejo. No tengo donde ir. No me molesta demasiado estar aquí

adentro, mientras pueda salir cuando quiera. Lo que puedo confirmarle, es que a partir

de ahora soy el único contacto con el exterior con el que cuenta usted. Lo sé, porque lo

mismo le sucede a la otra señora. De lo que no estoy seguro, es que pasará el día de mi

muerte

— ¿Por qué no me dijo todo esto, antes?

— ¿Me hubiera creído?

Era cierto. Era muy probable que no le hubiera creído. Mas que probable, seguro

que no le hubiera creído

—Desconozco — continuó— si entre ustedes podrán llegar a verse, pero lo

cierto es que tanto la dueña anterior, que no cumplió, como usted, están atrapados de

por vida, y espero que no después, en este edificio.

Los días siguientes transcurrieron en un ambiente de locura total. Intenté saltar

por las ventanas, atravesar puertas, romper paredes. Nada fue efectivo. Siempre

regresaba al mismo lugar. Incluso grité por cualquier abertura que existiera, hasta agotar

mis fuerzas, pero parecía que nadie me escuchaba, ni me veía. Nunca más volví saber de

un ser querido ¡Mi madre! Recuerdo sus lágrimas y sumo las mías a la de ella. Quizás

pensó que nunca quise volver a verla. Verónica, tampoco sé que fue de su vida. Si me

esperó o me buscó. Emilio nunca me dijo nada, además ¿Para qué? No tenía demasiado

sentido sufrir aún más. Lo que sí era seguro que con semejante belleza no debió haber

pasado mucho tiempo antes que alguien me reemplazara. Mis proyectos quedaron

truncos, y mi vida también. No vendí el hotel, porque no creí encontrar la solución en

ello. Por el contrario, probablemente se agregaría a la lista alguna otra víctima inocente,

con el peor de todos los defectos; la curiosidad. Me volví paranoico. Absolutamente

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miedoso, y no sé cuantas cosas más. Me encierro en mi propio cuarto que elegí quien

sabe cuando. Hoy soy un viejo. Mi vida se ha ido, y ni siquiera tuve la posibilidad de

encontrarme con aquella persona que siguió mi misma suerte. No poseí el valor para

suicidarme, por miedo a que mi espíritu sufriera las consecuencias.

Quizás los he cansado con mi relato, pero como les dije antes, no tengo ninguna

otra cosa para hacer. Si quieren un consejo, traten de no ser escépticos ¡Crean! Hoy, mi

único contacto con el mundo exterior son mis ojos y Emilio. No sé que será de nosotros

el día que él muera. Si nos libraremos de esto, o moriremos de hambre. Eso si algún día

muere. Lo cierto es que, con sus ciento y pico de años, aún continúa deambulando con

su paso cansino.

Cualquier duda, pregúntenle a él.

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Leonardo Kuperman

Escritor