El hombre más rico del mundo - ForuQ

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El hombre más ricodel mundo

Rafael Vídac

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Acerca del Autor

RafaelVídac. Nací enBarcelona, en1976 y melicencié eningenieríasuperior

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geológica. Trastrabajar varios años en elmundo de la ingeniería civilcomprendí que, pese a laestabilidad económica y elreconocimiento social deaquella profesión, aquella noera mi verdadera vocación.

Decidí entonces sercoherente con lo que realmenteme apasionaba y me formé enterapia psico-corporal, ademásde en coaching (personal,ejecutivo y empresarial, enformación acreditado por laICF), naturopatía(Hellpracktiker Institute) y en

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diversas disciplinasrelacionadas con la psicología yel crecimiento personal.

Desde entonces, hededicado mi vida profesional almundo de la terapia y elautodesarrollo, atendiendoclientes de forma presencialdesde mi consulta y a clientesde todo el mundo a través devideoconferencia.

Paralelamente compaginomi trabajo con la escritura y lapublicación diaria en redessociales. Mis reflexiones, quediariamente llegan acentenares de miles de

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seguidores, están basadas en elvalioso aprendizaje queobtengo a diario en miprofesión y en mi inagotablepasión por el potencialhumano.

http://www.rafaelvidac.com/sobre-mi/

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Prólogo

Lucidez ygenerosidad

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Si tienes este libro en tusmanos no es por casualidad. Seme ocurren tres posiblesrazones por las cuales esto hasucedido: la primera, porqueestás entre los cientos de milesde seguidores o seguidoras deRafael Vídac en la redessociales; la segunda, porquealguien te ha recomendado lalectura de este libro; y latercera, porque alguien te lo haregalado. Pueden haber otrasopciones pero, sea como sea,este libro está en tus manospor un doble ejercicio delautor: por su extraordinaria

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lucidez y por su inmensagenerosidad, porque si tuvieraque definir en dos palabrascuáles son, entre muchos otros,los valores que expresa RafaelVídac con su pensamiento, consu sentir, con su vivir en suobra, sin duda emergerían enprimer lugar lucidez osabiduría, y en segundo,generosidad o compromiso.

Y esa lucidez y esagenerosidad tienen un efectoevidente: no es casualidad queRafael cuente con cientos demiles de seguidores en susredes sociales. Como si de un

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compromiso vital se tratara, deun propósito grabado a fuegoen su alma, Rafael compartecon una cadencia permanenteaforismos que contienenverdad, belleza, utilidad ysentido. La lectura de susperlas de sabiduría nos lleva adetenernos, a reflexionar, asentir, a asentir, a aprender eloficio de vivir. Porque entre susmuchos dones, Rafael tiene eldon de la síntesis. Es capaz deexpresar en muy pocaspalabras máximas reveladoras,verdades como puños,provocaciones amables pero

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contundentes, rupturas defalsas creencias, ejercicios deun sentido común tancontundente que son muypocas las personas que tienenla capacidad de hacer lo que élhace continuamente sin dejarde sorprender a sus lectores.

Cuando se lee a Rafael segenera un despertar, unaapertura interior, una sonrisade corazón; se abren caminos,miradas, posibilidades, lecturas,sentidos. Rafael siembrasemillas de buena suerte pordoquier cada día y las regala aquien sepa valorar lo que le es

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dado. Él es una muestra clarade que la sabiduría no tieneque ver con la edad cronológicasino con la madurez anímica, yen este sentido, pese a sujuventud, Rafael es un hombresabio de alma madura.

La sabiduría no eserudición. No se llega a ella poracumulación de conocimiento,memorización de citas, estudioen profundidad de autores omemorización de bibliografías.La sabiduría no es merainformación. La sabiduría es, enun primer nivel, laconsecuencia inevitable de la

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reflexión serena, profunda yhonesta sobre lo vivido, y sealimenta de la sed de verdad yde la voluntad de comprenderpara compartir. En un segundonivel, es el proceso dealquimizar el sufrimiento yelevarlo en amor y creatividad,entrega y servicio a los demás.Y, aún, en un nivel másprofundo, la sabiduría emergecuando la persona, desnuda deprejuicios, de ideas heredadas,de condicionamientosadquiridos, de falsas creencias,es capaz de conectar con su«Ser», su «Atman», su «Self»,

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su «Centro», su «Yo superior»,o como se quiera llamar a laesencia espiritual que todo serhumano alberga en sí, a esaparte divina que somos,esencialmente, fuera dedogmas y creencias impuestas,más allá de vanidades, decorazas, de miedos, de egos,donde lo que «Es» semanifiesta sin tamices,pristinamente.

Y este es el regalo que nosbrinda. Rafael en esta obra nosentrega un compendioformidable de sabiduríaexistencial en un formato

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amable, de fácil lectura peroque atrapa; una trama quenace como la vida: de unacrisis que es desafío yoportunidad, de un maestroque ha sido alumno y quedesea compartir porque eso eslo que da sentido a suexistencia, de un viaje exteriorque es en realidad interior. Unviaje sobre los valores quecrean valor: confianza,compromiso, responsabilidad,coraje, propósito, humildad,entrega, cooperación, y tantosotros. Un viaje en el quetambién aprendemos cómo se

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forjan nuevos hábitos, cómo esposible cambiar la mirada haciauno mismo, hacia los demás yhacia la vida. Un viaje en elque nos pone de manifiesto lagran verdad: lo que creemos eslo que creamos. Un viaje en elque nos muestra cómo mejorarla autoestima, la autoimagen yel auto-concepto. Un viaje quenos enseña a priorizar valoresy objetivos. Un viaje en el queel factor común, sin duda, es elAmor. El Amor a la Vida enmayúsculas. Porque en realidadeso es lo que es Rafael, y esoes lo que refleja toda su obra:

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tanto la que comparte en susbrillantes micro mensajes enTwitter, pero también la queencontramos en el grueso deesta novela.

Te deseo que la disfrutestanto como yo la he disfrutadoal leerla. Te sugiero que la leascon un lápiz en la mano, seapara subrayar las estrellas deverdad que dan luz al papel yque surgen del verbo de Rafael,sea para tomar notas aparteque te ayuden a crecer.

Hace ya unos años, unquerido amigo que descansa enpaz, Carlos Nessi, brillante

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psicoterapeuta, me dijo en unaconversación: «En realidad,Álex, lo que des de ti seconvertirá en tu riqueza». Hoysé que esta maravillosasentencia que me acompañadesde entonces es también laesencia de Rafael.Paradójicamente ha escrito estebello libro El hombre más ricodel mundo alguien que lo esporque se da, porque seentrega. He aquí la coherenciade esta obra, que quien laescribe, Rafael, de tanto que daes autor y a la vez merecedorde este calificativo. Gracias de

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corazón, Rafael.Buena lectura, buena vida

y buena suerte.

Álex Rovirawww.alexrovira.com

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S

Prefacio

é que ella también está apunto de levantarse, pero

salgo de la cama con cuidadopara no despertarla. El alba deun nuevo día se cuela por laventana entreabierta y medetengo unos instantes paraobservar su respiraciónreposada.

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«El grandullón tenía razón—pienso con gratitud—. Resultamás fácil valorar lo que esimportante en nuestra vidacuando ya lo tenemos... ocuando creemos que todo estáperdido.»

Entro silencioso en el baño.Tras humedecerme el rostro, mimirada queda atrapada en elreflejo del espejo y hago unrepaso fugaz a los últimos añosde mi vida. Con un suspiro desatisfacción me sonrío a mímismo.

—Lo has conseguido,Nicolas —le susurro al gran

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espejo dorado—. Ni en tus másdisparatados sueños hubierasimaginado que algún día seríastan inmensamente rico.

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M

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La tarjeta

is manos sudorosas seaferraban al volante

mientras miraba por la

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ventanilla entreabierta delcoche.

Al otro lado de la calle, lapuerta de la entidad bancariaestaba todavía cerrada, pero enescasos cinco minutos, miexjefe aparecería tras laesquina y la abriría.

Estaba completamenteseguro de ello. Así habíasucedido cada mañana a lolargo de los últimos años. Aquelimbécil vivía con la precisión deun metrónomo suizo y yo sabíaque era algo de lo que se sentíaparticularmente orgulloso.

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Apreté el volante con másfuerza y sentí cómo crujía elcuero bajo los dedos. Mi padresolía decir que no era buenaidea tomar decisionesimportantes cuando uno estabaalterado. Resultaba curioso querecordara aquello justo en esemomento. En el fondo, el hechode que hubiera desperdiciadouna gran parte de mi vidatrabajando para aquel bancohabía sido culpa suya. Así que,alterado o no, seguramenteaquel momento era tan buenocomo cualquier otro para haceruna última visita a la sucursal

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central.Cogí la botella de entre las

piernas y le di un buen trago.Unos pocos meses atrás no mehubiera podido imaginarbebiendo ginebra a palo seco,pero era sorprendente larapidez con la que se podíallegar a prescindir de la tónica.

Miré de reojo el reloj delsalpicadero. Menos de cuatrominutos.

Iba a hacerlo.En cuanto apareciera aquel

idiota estirado saldría delcoche, lo agarraría por el cuello

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de la camisa y entraríamos losdos ahí dentro. Seguro que nose esperaba algo así, y sería unplacer ver la cara que ponía.

Luego quería hacerle unascuantas preguntas. Sobre todonecesitaba que me explicarasus motivos para dejarme sintrabajo. Podía entender elcierre de mi oficina, porsupuesto. Consecuencias deesta maldita crisis general quelo estaba hundiendo todo. Perolo que no me entraba en lacabeza, lo que era incapaz decomprender es que pudieranprescindir de mis servicios... No

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después de tantos añosdejándome la piel en aquellaempresa. No de aquella maneracompletamente inesperada, sinuna sola palabra de disculpapor parte de alguien que fueracapaz de mirarme a los ojos.

Quizás ahora se dignara aprestar un poco más deatención a un hombredesquiciado y me pudieraexplicar qué debía hacer yoahora, sin trabajo, sin futuro...y sin esposa.

El recuerdo de Saramirándome con aquellaexpresión, entre la decepción y

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la lástima, no dejaba detorturarme. En cierto modopodía comprenderla, no debíaser nada fácil convivir con unborracho derrotado y sinesperanza.

Una chica joven pasóhaciendo footing a escasosmetros del coche, mirándomecon expresión recelosa.Observé por el retrovisor cómose alejaba y exhaléruidosamente el aire contenidopor la tensión. Me encontré conmi propio rostro, demacrado ysudoroso, reflejado en aquelpequeño espejo.

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—No me extraña que seasusten, Nicolas —le dije alretrovisor con amargura antesde llevarme de nuevo la botellaa los labios.

Menos de tres minutos.Notaba el pulso desbocado

en la base del cuello y elestómago contraído como unpuño.

Miré de nuevo hacia lapuerta. Siempre me habíaparecido una entrada vulgarpara tratarse de la oficinacentral de la entidad bancaria.El mismo tipo de puerta en

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todas las oficinas. Me preguntési aquello respondía a algunaestrategia o era simpledespreocupación. Seguramentelo primero, ya que la imagensiempre había sido algoimportante para la empresa.Recordé la eterna corbata, lasonrisa tensa, la obligadaamabilidad. No se escatimabanrecursos en tratar de aparentarlo que no se era.

Mentiras y más mentiras.Una nueva oleada de rabia

me atravesó el estómago.Alguien dobló la esquina y

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se dirigió hacia la entrada conpaso decidido.

—Ahí estás... —Miré dereojo el reloj del coche. Faltabaun minuto. Sin duda iba conretraso.

Le di un último trago a labotella de Hendrick’s y llevé lamano al tirador de la puerta.

Iba a hacerlo.El tipo con traje y corbata

llegó hasta la entrada y sacóunas llaves del bolsillo. Yo dejéla botella a un lado y abrí lapuerta del coche.

—¡Disculpe!

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Una pareja de ancianos seaproximaba desde el otro ladode la calle con paso renqueantey haciendo todo tipo deaspavientos para llamar laatención de mi exjefe.

—¡Disculpe, señor! ¡Nosgustaría preguntarle algo!

—Perdonen, pero la oficinano abre hasta dentro de mediahora. Si pudieran regresarentonces, será un placeratenderles.

—Mi nieto me dijo ayer quenos han engañado —espetó elanciano con evidente

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indignación—. ¡Dice que noshan robado nuestros ahorros!

—Miren, me parece que noles han informado bien.Nosotros no hemos robadonada. Vuelvan ustedes dentrode un rato y podremos explic...

—¡Ladrones! ¡Son nuestrosahorros de toda la vida!¡Devuélvannos nuestro dinero!—La anciana trataba derefrenar a su marido,sujetándolo por el brazo ymurmurando unas palabras queno alcancé a oír.

Mi exjefe volvió a dirigir su

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atención a la cerradura,mientras meneaba la cabezacon la actitud de quien estáhaciendo un esfuerzo depaciencia infinita. Tras untintineo de llaves y unchasquido metálico, abrió,entró y volvió a cerrar justocuando la pareja de ancianoshabía conseguido alcanzarle.

Cerré la puerta del cochediscretamente, con el pulsoacelerado y la camisaempapada en sudor. Observécómo la anciana trataba dealejar a su marido furibundodel lugar, mientras le

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aseguraba que todo searreglaría.

Pero no se iba a arreglar.Yo lo sabía muy bien.

Conocía los productos queofrecíamos a nuestros clientesy algunos eran poco menos queestafas encubiertas. Aquellapareja no recuperaría sudinero. Quizá, con suerte,dentro de diez años... Sitodavía seguían vivos.

«Toda mi vida es unamentira.»

Aquel pensamientoinsistente y doloroso no dejaba

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de martillearme la cabeza.Traté de centrarme en otracosa, de tranquilizarme yserenar mi respiración.Regresaría al día siguiente yentonces sí, agarraría a eseladrón, a ese...

Pero entonces lo supe.No fue un pensamiento,

sino una sensación fugaz ycargada de certeza. Supe queno era capaz de hacer algo así.En cierto modo, lo quepretendía hacer era comoagredirme a mí mismo.

Luego enterré el rostro

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entre mis manos y rompí allorar.

* * * Un sonido doloroso e

insistente me obligó a abrirparcialmente un ojo. La luz delatardecer y el sonido del tráficome recordaron que,inexplicablemente, la vidacontinuaba ahí fuera.

También recordé que noestaba en el amplio salón de milujoso dúplex, sino en el de un

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modesto piso de estudiantesdonde alquilaba un dormitorioque a duras penas podíacostearme.

Pensar en todo aquello nome interesaba especialmente,así que volví a sumergirmelentamente en la dulcepenumbra... Cuando aquelzumbido volvió a atravesarmeel cráneo e hizo que melevantara del sofá como unresorte. Aquel movimiento tanbrusco fue un grave error. Undolor lacerante explotó en elinterior de mi cabeza en el actoy me recordó que el

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sufrimiento también seguía ahí.Busqué entre el caos de

botellas y vasos de la mesita, ysuspiré con cierto alivio:todavía quedaba una dosis deremedio infalible para laresaca.

Tras un buen trago, miréhacia la entrada. El ruidoprocedía del interfono del piso.Alguien había llamado desde lacalle, pero parecía que se habíacansado de insistir.

Miré hacia la puerta quedaba al dormitorio de micompañero de piso y recordé

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que esos días estaba en casa desus padres. Mejor. El chico erabastante ordenado y no le haríagracia comprobar el estado enel que se encontraba el salón.

Un nuevo sonido invadió laestancia. Esta vez se tratabadel timbre de la puerta deentrada. Fuera quien fuera,había conseguido entrar en eledificio y parecía insistir entorturarme. Me levantépesadamente del sofá entremaldiciones y descubrí que nollevaba pantalones. Me quedéinmóvil unos instantes,tratando de decidir si debía

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abrir la puerta con ese aspecto,buscar unos pantalones oenterrar de nuevo la cabezaentre los cojines del sofá yesperar a que acabara aquelinfierno.

El timbre volvió a sonar.Dos veces.

—¡Será posible! —Crucé elsalón como un basilisco hastala puerta de entrada.

—¡¿Quién es?!—¿Señor Sanz? Traigo algo

para usted.Dudé unos instantes

mientras trataba de recordar si

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esperaba alguna entrega yconsideré la posibilidad dehaber comprado algo porinternet en plena borrachera.

—¿Señor? —insistió alguiendesde el otro lado.

—¡Por Dios! Sea lo que sea,¡déjelo en la puerta!

—Lo siento, Nicolas. Tengoque entregártelopersonalmente...

Supe detectar ladeterminación en aquella voz.Fuera quien fuera no semarcharía fácilmente. Suspiré yeché un vistazo por la mirilla.

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Un tipo bajito, con unasgruesas gafas de pasta mesonreía desde el otro lado.

—Abre, Nicolas. Solo seráun minuto.

La extraña familiaridad conla que me tuteaba aquelextraño con cara de empollónme irritó aún más. Quité elpestillo de seguridad y abrí lapuerta de un manotazo. Eldesconocido me observódetenidamente de arriba abajo,pero no parecía especialmentesorprendido por el hecho deque yo estuviera encalzoncillos.

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De hecho, se le veíaextrañamente... feliz.

Lo miré fijamente mientrasmi cerebro deshidratadobuscaba las palabrasadecuadas. Pero entonces, eltipo se llevó una mano albolsillo interior de su chaqueta,sacó una pequeña tarjeta devisita y me la ofreció,ensanchando un poco más lasonrisa.

—Llámale cuanto antes.Será una de las mejoresdecisiones de tu vida.

Enmudecido por la

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sorpresa, lo miré a los ojos. Nosolo parecía sentirse bien,también había cierta compasiónen aquella mirada.

Aquello ya fue demasiado.Estiré el brazo y cerré la puertacon toda la fuerza que pude.

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Radiografía deuna crisis

bservé con aburrimiento el

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Olocal desde el rincón donde meencontraba. Era primera

hora de la tarde, pero enaquella taberna irlandesasiempre reinaba una suavepenumbra. Una gran pantallatrasmitía un canal de deportesy una camarera pelirrojafregaba con desgana el suelotras la barra.

Como de costumbre, nohabía nadie más en aquelmomento del día, lo cual eraexactamente lo que necesitaba.Aquel lugar lleno de sombras,cerveza y moqueta gastada meparecía de lo más compatible

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con mi estado de ánimo.Unas semanas atrás, el

propósito de abandonar mipequeña habitación a esa horadel día había sido visitaralgunas empresas dondeconsideraba que teníaposibilidades de encontrartrabajo. Buscaba algún lugardonde pudieran valorar losuficiente mi ampliaexperiencia en el sectorbancario... o, al menos, losuficiente para obviar miescasa titulación.

Sin embargo, el tiempo fuepasando mientras las

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entrevistas se sucedían unatras otra. La mayoría seguía unguion relativamente diferente,pero todas finalizaban más omenos con la misma sentencia:«Lo sentimos, pero el puesto nose ajusta a su perfil».

Mi perfil...No cabía duda de que la

taberna en la que meencontraba sí se ajustaba a laperfección a mi perfil; así que,en algún momento, llegué a laconclusión de que tenía lasmismas posibilidades de éxitorecorriendo inútilmente laciudad que bebiendo cerveza

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en aquel lugar.Apuré el último trago de la

segunda pinta y resistí elimpulso de sacar el móvil delbolsillo. Había descubierto unanueva forma de torturarmerevisando fotos del pasado conmi mujer y aún necesitaba unpoco más de alcohol paraempezar con el ritual de llorarpor lo perdido.

La puerta del pub se abrió yentró alguien. Era un tipoinmenso que cruzaba el salóncon paso firme y ágil, como unjugador de baloncesto vestidode Armani.

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Lo observé con atencióndesde mi rincón. El reciénllegado desprendía unaseguridad imponente; el cuerpoerguido, la cabeza alzada y lamirada al frente le otorgabancierto aire de personalidaddestacada. Por alguna razón seme ocurrió que un tipo así notendría tantos problemas paraencontrar trabajo...

Pasó por delante de lacamarera, que había dejado defregar y lo observaba con laboca abierta. Él la miróbrevemente y le dedicó unaligera sonrisa, lo cual hizo que

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la chica siguiera fregando a unritmo frenético mientras se leruborizaban hasta las pestañas.

El hombretón siguió sucamino, atravesando el local enmi dirección. Observé su rostroy tuve la extraña sensación deconocerlo de algo: cabello rubioy entrecano, rostro bronceado,mandíbula poderosa, edadmadura... Aunque parecía deesos que aparentan bastantesmenos años de los querealmente tienen.

En cuanto me quise darcuenta estaba parado frente amí, alzándose como un coloso a

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escasos centímetros de mimesa. Me miraba fijamente sindecir ni una palabra.

Si algo había aprendido a lolargo de mi profesión perdidaera la habilidad de descifrar alas personas según su aspecto.Volví a observarlo de arribaabajo; era evidente que aqueltipo no era alguien corriente.

¿Quién era?—Hola, Nicolas —dijo con

una voz que retumbó en ellocal—. ¿No te acuerdas de mí?

Era la segunda vez en lamisma semana que un

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desconocido se dirigía a mí pormi nombre de pila. Me dispusea preguntarle si nosconocíamos de algo... Pero enaquel preciso instante, meacordé.

Yo ya había visto antes aaquel tipo.

* * * Ocurrió en una mañana

lluviosa. Acababa de salir de unatasco de mil demonios, llegabatarde al aeropuerto y no estaba

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de buen humor. Viajar nuncame ha gustado demasiado,sobre todo cuando se trata deasuntos relacionados con eltrabajo y, particularmente,cuando dichos asuntoscoinciden con el fin de semana.

Mientras corría por losinterminables pasillos, minombre resonó por megafonía,reclamando mi presencia conuna amenazadora «últimallamada». Apreté aún más elpaso, sin dejar de maldecir.Sabía que perder aquel aviónimplicaba una serie decomplicaciones en cadena que

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convertirían mis próximos dosdías en algo digno de olvidar.

Cuando al fin llegué a lapuerta de embarque, unasolitaria azafata me esperabacon cara de pocos amigos. Yo,en cambio, sonreí aliviado.Había llegado a tiempo.

Y fue entonces, justocuando me disponía a entregarmi billete, cuando se alzó unrepentino tumulto en la sala deespera que había a pocosmetros. Alguien lanzó un gritoahogado y diversas personas selevantaron de sus asientosalarmadas. Rodeaban a un

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hombre que parecía habercaído al suelo, desplomado.

No estoy seguro de si laazafata pudo ver lo mismo queyo, pero cuando volví a serconsciente de mí mismo, yacorría hacia el lugar delincidente mientras daba porperdido el vuelo que debíatomar.

Me abrí paso como pudeentre el bullicio de curiosos yllegué hasta el tipo que estabatirado en el suelo. Su rostroera un calvario de sufrimiento.Con una mano como una garrase aferraba el tórax con

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insistente desesperación.—¿Qué le ocurre? —le

pregunté por decir algo, ya queresultaba evidente que lepasaba alguna cosa en elcorazón.

El tipo se limitó a cerrar losojos con fuerza y apretar losdientes.

—¿Alguien ha llamado a unmédico? —voceé al aire, cadavez más nervioso.

—¿Acaso... no lo es usted?—murmuró alguien a miespalda.

Y no lo era. Aunque no me

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molesté en dar explicacionesinútiles. Traté de desabrocharel cuello de la camisa de aquelpobre hombre y de incorporarleun poco la cabeza. Mientrastanto, el tipo abrió los ojos unsegundo y creí advertir quemiraba hacia una pequeñacartera de mano que había a sulado. Masculló algoincomprensible e interpreté quenecesitaba aquella cartera condesesperación. La abrí yrebusqué en su interior hastaencontrar un pequeño frasco decomprimidos. Leí con ansiedadla composición y recordé que la

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nitroglicerina se utilizaba comoun potente vasodilatador encaso de angina de pecho.

Tomé de inmediato un parde comprimidos y se los metíen la boca.

En aquel instante, la gentese apartó y apareció a mi ladoun hombre mayor con unpequeño maletín.

—¿Es usted médico? —mepreguntó, mientras tomaba elpulso con actitud profesional.

—No. Pero le acabo de dardos de éstas...

El doctor miró el bote y

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asintió brevemente. Parecióaliviado. Luego le abrió más lacamisa al paciente sin muchascontemplaciones.

—Ha hecho bien —repusoapresuradamente—. ¡Muy bien!Es probable que le hayasalvado la vida... Y ahora, porfavor, ¡abran paso!

Trajeron una camilla,subieron al enfermo en ella yse lo llevaron de allí a lacarrera mientras el ancianodoctor se afanaba en seguirleslos pasos.

Cuando llegué de nuevo a

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mi puerta de embarque,todavía bastante conmocionadoy con las palabras del médicoresonando en mi cabeza, no mesorprendió encontrar la puertacerrada.

—¡Vaya! —exclamó enactitud de genuina admiraciónun desconocido. Era un tipoenorme, rubio, con una barbade varias semanas. Estabamedio sentado en la mesita queutilizaba el personal de vuelopara revisar la documentaciónde los pasajeros y me mirabacon una sonrisa de oreja aoreja. A su lado, alguien

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hablaba discreta, peroenérgicamente, a través de unmóvil—. He visto lo que acabasde hacer y quiero decirte que...¡ha sido increíble!

—Gracias —musité, sinsaber cómo asumir elinesperado cumplido—. He...pensado que sería lo máscorrecto.

—¿Que lo has pensado?Bueno, mis amigos y yo hemostenido la oportunidad de verlotodo —explicó mientrasseñalaba a un grupo compuestopor una decena de personasque, efectivamente, esperaban

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expectantes a pocos metros.Todos ellos con rostrosbronceados y de aspectodesaliñado. La mayoríaacarreaba enormes mochilas demontaña. Me observaban ensilencio, con una actitud entrecuriosa y divertida—. Y hemosllegado a la conclusión de que,en realidad, has actuado conuna espontaneidad admirable.Te has dejado mover por elcorazón y eso no es algo muycomún, ¿sabes?

—Pues quizá deberíahaberlo pensado mejor. —Señalé con renovado

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pesimismo la puerta deembarque cerrada—. Heperdido el avión... y quizá mitrabajo.

El desconocido miróentonces hacia su compañero,el cual respondió con un brevegesto de confirmación trascolgar el teléfono móvil conexpresión satisfecha.

—No te preocupes, estátodo solucionado —afirmómientras estrechaba mi manoefusivamente sin dejar detaladrarme con aquella mirada.Aquel extraño me producía unarara sensación de desnudez,

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como si pudiera ver en miinterior con absoluta claridad—.Ha sido un placer conocerte. Ysi me permites el consejo,¡confía! No importa lo grandesy oscuras que parezcan, ¡todaslas nubes pasan! Pase lo quepase, conserva la esperanza.

Y, sin más, él y el resto desu comitiva se alejaron,conversando animadamentepor el pasillo de la terminal.

Todavía los miraba con laboca abierta cuando alguienabrió precipitadamente lapuerta de embarque desdedentro.

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Era la azafata.—¿Señor Sanz? ¡Lamento

mucho las molestias! Leestábamos... esperando.¿Todavía desea subir a bordo?

* * * —Te recuerdo —afirmé—.

En el aeropuerto. Me ayudastea no perder aquel vuelo.

—Disculpa si te sobresaltécon mi actitud impulsiva, perohace tiempo que me limito aseguir mi intuición. Te aseguro

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que a veces ni yo mismo laentiendo, pero lo cierto es quenunca falla.

Lo miré desde la mesa, sinsaber muy bien qué añadir.

—Bueno, ahora tienes unaspecto más civilizado —apunté, por decir algo.

El tipo soltó una ruidosacarcajada y luego tendió una desus manazas.

—Me llamo Daniel. DanielWheelock.

Le di la mano sin decirnada. Una parte de mí dudabade que aquel extraño estuviera

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en sus cabales, pero otra medecía que podía confiar en él.Me decanté por la cordialidad yle invité con un gesto a quetomara asiento.

—Gracias, Nicolas —dijomientras se sentaba y memiraba a los ojos.

De nuevo me embargóaquella aguda impresión deestar completamente expuestoante aquel tipo. ¡Aquello erarealmente extraño!

—Te preguntarás por qué sétu nombre... Y te lo puedoexplicar fácilmente: te he

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estado investigando —reconoció mientras alzaba lasmanos en actitud conciliadora.

Pero lo cierto es que yosolo sentía curiosidad. ¿Por quérazón alguien querría saberalgo sobre mi miserable vida?

—Sé que estás pasando pormomentos difíciles —continuó—. Probablemente, los másdifíciles de tu vida. Sé que hasperdido tu trabajo, que llevasbastantes meses buscando otroy que no tienes esperanza deencontrar nada. También séque te ha dejado tu mujer... Yque llevas cierto tiempo

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haciéndote preguntas.Preguntas que te da pánicoresponder y de las cuales nopuedes escapar, por muchoalcohol que bebas...

Lo miré desconcertado,incapaz de entender cómopodía estar al corriente de todoaquello. Pensé que debíaalejarme de él inmediatamente,quizá decirle que se marcharade allí y me dejara solo. O, almenos, enfadarme y gritarleque se metiera en sus asuntos,que me dejara en paz con misproblemas.

Pero lo cierto es que no me

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apetecía hacer nada de todoaquello. Tenía que reconocerque, por extraña que meresultara aquella situación, elhecho de poder hablar conalguien que me comprendierame producía cierto alivio.

—¿Quién eres y quéquieres de mí? —espeté concierta brusquedad.

—Sobre tu primerapregunta, te diré que soy uninversor parcialmente retirado.Actualmente me dedico adescubrir nuevos proyectosempresariales que puedanaportar un beneficio real a la

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colectividad, así como aindividuos que puedan hacer lomismo gracias a sus facultadesmás o menos latentes.

—Disculpa, me parece queno te sigo. —Miré de reojo a labarra, donde la pelirroja nodejaba de observarnosmientras secaba jarras y vasos.Empezaba a necesitar conurgencia algo un poco másfuerte que cerveza irlandesa—.¿Facultades? La verdad, no séde qué me estás hablando, ytampoco estoy muy seguro dequerer saberlo.

—Cualidades humanas,

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Nicolas, como empatía,creatividad, perseverancia,seguridad, paciencia,magnetismo, intuición,sabiduría... y ¡muchas otras!Son el verdadero motor denuestro progreso. Te diré más,¡nuestras cualidades son elpatrimonio más valioso queexiste! Hace tiempo que hedecidido invertir mis propiosrecursos en descubrir y ayudara aquellas personas que estánpreparadas para ofrecer susfacultades al mundo.

Tenía que reconocer queaquel hombretón desprendía un

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verdadero entusiasmo cuandohablaba. Sin embargo, seguíasin comprender qué pintaba yoen toda aquella historia... Derepente sentí el impulso desalir de aquel lugar y haceralgo que me convenciera deque no estaba perdiendo eltiempo.

—Tu proyecto es muyinteresante —dije mientras meponía en pie con intención desalir a la calle y alejarme todolo posible de aquel extraño—.Pero, sin ánimo de ofender, noestoy en mi mejor momento ytengo muchas cosas que hacer.

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—Perfecto, porque eso melleva hasta tu segundapregunta —continuó miinterlocutor, sin moverse de lasilla ni un centímetro ni perderni un ápice de entusiasmo—.Estoy aquí para hacerte unaoferta.

Aquello sí que era toda unanovedad. Llevaba mesesrecibiendo rechazos ynegativas, así que el hecho deque alguien quisiera ofrecermealgo resultaba poco menos queincreíble.

—¿Qué clase de oferta? —pregunté sin ocultar cierto

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recelo.—Trabajo, Nicolas. Una

nueva forma de ganarte lavida.

Lo miré en silencio unossegundos. Luego le hice ungesto a la camarera para quese acercara.

Definitivamente, necesitabaun trago.

* * * —Ponme lo de siempre. Y

para el caballero...

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—Agua mineral, por favor—respondió Daniel, sonriendoamablemente a la joven.

—¿En qué consiste esetrabajo? —pregunté.

—Lo cierto es que todavíano lo sabemos... Como te hedicho, tengo relación connumerosas empresas endiversos países de todo elmundo. Puedo ofrecertedistintos tipos de labores, perodebes ser tú el que decida cuálse ajusta mejor a tuspreferencias.

—Pero ¿por qué yo? Estoy

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seguro de que no te costaríaencontrar a alguien másadecuado. He dedicado mi vidaa una empresa que ahora metrata como si fuera un despojo.No tengo formación académicay toda mi experiencia tiene quever con la gestión de unaoficina bancaria.

Daniel me miraba con sumaatención.

—Escúchate, Nicolas. Teestoy ofreciendo un trabajo,¡una oportunidad! Pero turespuesta es victimista ydesconfiada. Es posible quetodavía no lo entiendas, pero

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ello se debe a que estáscegado.

Le miré, perplejo. ¿Meestaba insultando de algunamanera sutil?

—¿Cegado? —repetí conuna sonrisa forzada—. Y ¿sepuede saber por qué o porquién?

—Por tu propio estadoemocional, por supuesto. Ves lavida a través de unas lentesque solo te permiten ver dolore injusticia... y escomprensible. Tras una crisisvital como la que has

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experimentado, tus emocionesdolorosas dominan tu cuerpo ytu mente, y te impiden apreciarlo que realmente ocurre a tualrededor. Es decir, tusemociones te ciegan. Esa esuna de las dificultades másfrecuentes en las etapas decrisis, y siempre hace que eldolor se prolongue mucho másde lo necesario.

—Es cierto queúltimamente estoy un tanto...negativo —reconocí—. Pero, detodos modos, ¡no te conozco denada! Sigo pensado que esrazonable preguntar sobre los

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motivos de tu oferta.—Las mejores

oportunidades suelen perdersepor culpa de «lo razonable» —rebatió el hombretón, trasdarle un trago al agua mineralque le acababan de servir —.En realidad, no necesitas másinformación para darte cuentade la oportunidad que teofrezco. Lo más importante noes lo que te ocurre, sino lo quepuedes hacer con lo que teocurre, Nicolas. Pero insisto enque estás cegado... ¡Esfundamental que locomprendas!

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»De todos modos —continuó, antes de que yopudiera replicar—, responderéa tu pregunta. Como te hedicho, soy inversor. Invierto en«activos humanos». De losmiles de millones de personasque pueblan este mundo, meinteresan, en especial, aquellasque se encuentran en estadode eclosión.

—Vaya, además de ciego,resulta que también estoysaliendo de un huevo.

Daniel lanzó otra deaquellas ruidosas carcajadas.

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—Es solo una metáfora. Lascrisis son experienciasdolorosas de cambio. Laspodemos aprovechar de mejoro peor forma, pero siempreindican que la persona que lasvive tiene la posibilidad de darun paso importante en sudesarrollo personal y, portanto, en las circunstancias desu vida.

»Independientemente deltipo de dificultades queaparezcan, todas las crisissiguen una serie de etapas enel mundo psicológico delindividuo. Dichas etapas

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pueden prolongarse más omenos tiempo, pero siemprepreceden a un «despertar», esdecir, a una mejora en lascualidades de dicha persona.

—Vaya... así que hayetapas y todo —comenté, nosin cierto sarcasmo.

—En efecto. Y creo que teresultará de utilidad saber algomás sobre este tema.Permíteme que te explique.

»El primer estadio de unacrisis es la ignorancia. Sepodría resumir con la frase«estoy mal, pero no soy

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consciente de ello». Esta es laetapa que más tiempo sueleprolongarse... El segundoestadio es la deriva. La personase dice a sí misma algo asícomo: «Vale, sé qué estoy mal,pero no sé qué quiero».

—Te aseguro que yo sí séqué es lo que quiero —interrumpí.

—¡Fantástico! Entonces teinteresará la siguiente etapa.Yo la llamo «utopía». Aquí, elpensamiento dominante es «séqué es lo que quiero, pero nosé cómo lograrlo». Sinembargo, solo es un paso más

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hasta el siguiente conflicto delproceso, la parálisis. En estacuarta fase, la persona no solosabe lo que quiere, sino que,además, es consciente de lospasos que debería dar paraconseguirlo. A pesar de ello, noes capaz de pasar a la acción, yeso le genera dolor yfrustración.

»Si es capaz de superaresta dificultad y ponerse enmarcha, tarde o tempranoalcanzará la última fase de todacrisis, las llamadas resistencias.Aquí, el individuo haconseguido pasar a la acción y

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persigue sus objetivos. Sinembargo, por algún motivoconocido o desconocido, estosno llegan...

»Vencida esta última etapa,la persona es capaz deconseguir lo que antes solo eraun proyecto en su mente. Hamaterializado su objetivo y, enese camino, se ha convertidoen un individuo más capaz,más poderoso... Dicho de otromodo, algunas de las facultadesde su potencial haneclosionado.

Escuchaba todo aquello conmás atención de la que

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pretendía mostrar. Lo cierto esque resultaba interesante.

—Vale. Ahora entiendo lodel huevo... Pero te repito lamisma pregunta: ¿por qué yo?Es evidente que haymuchísimas personas que loestán pasando mal.

—Cierto. En primer lugar,porque soy capaz de reconocera la persona que hay más alláde ese dolor. Vi cómo tecomportaste en aquelaeropuerto, apartando lasdudas de tu mente en unasituación límite y actuando conla resolución que solo otorga la

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compasión. No importa tusufrimiento actual. Ve o aalguien con una serie decapacidades que pueden sermuy útiles para los demás... y,por tanto, que puede tener unsitio en mi equipo.

Tenía considerables dudasde que aquello fuera cierto,pero esta vez no lo interrumpí.

—Por otro lado, no todo elmundo reacciona del mismomodo ante una fuerte crisispersonal. Muchos ceden a lapresión de sus emociones másoscuras y comenten erroresque no hacen más que

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prolongar y empeorar la faseen la que se encuentran. Tú,sin embargo, has superado unaimportante prueba y has sidocapaz de ver más allá de turabia. Aunque ello hayaocurrido durante un soloinstante, ha sido suficientepara que puedas comprenderque solo tú eres el responsablede lo que te ocurre.

Dejé el vaso de ginebra amedio camino de mis labios.

—¿A qué te refieres coneso? —pregunté con recelo.

—Creo que ya sabes de qué

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te hablo. Decidiste no hacerninguna tontería aquellamañana mientras esperabas atu antiguo jefe.

—¿Cómo sabes...? —balbuceé mientras notaba cómose me aceleraba el pulso. Aqueltipo empezaba a darme un pocode miedo.

—Tranquilo, Nicolas. Tehemos estado observando estosdías. Necesitaba saber quécamino seguirías antes dehacerte mi oferta. Te aseguroque ha sido una alegríacomprobar que has elegido elmás sencillo.

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Lo miré con suspicaciamientras me rascaba la barbade varias semanas. Aquellasituación era sumamenteextraña. ¿Me habían estadovigilando? ¿A mí? Observé denuevo de arriba abajo a aqueltipo, tratando en vano decaptar alguna señal que meofreciera algo más deinformación.

—¿Sabes? Las eleccionesson esos ladrillos con los queconstruimos nuestra vida, y pormucho que te escondas enlugares como este, debesseguir construyendo. Tu última

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elección fue acertada, peroahora debes tomar otra quedeterminará el resto de tusdías: confiar en un desconocidocomo yo... o seguir tu propiocamino. Tú decides, comosiempre.

—Está bien. —Suspiré—.Supongamos que me interesatu oferta. ¿Cuáles son... lascondiciones?

Daniel sonrió como un niñoal que le acababan de ofreceruna golosina.

—Muy sencillo. Tienes quepasar un periodo de formación.

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Cuando lo finalices, podrásdecidir qué tipo de trabajoprefieres realizar, o inclusodeclinar la oferta, si así loconsideras.

—Pero eso no tiene sentido.¿Qué ganarías tú en caso deque decidiera no trabajar paravosotros?

—¿Además del placerpersonal de ayudar a alguien asalir de su propio abismo? Lasatisfacción de saber que hayuna persona más en el mundoque ha alcanzado la verdaderariqueza.

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Parpadeé sorprendido.¿Riqueza? ¿De qué demoniosestaba hablando? Y ¿por quéparecía estar tan interesado enmí, de aquella manera tanabsurda?

—Por otro lado —añadió—,tendrás que confiar en mí,Nicolas. Esa es la condición másimportante. Yo me encargarépersonalmente de la mayorparte de tu preparación, peroes fundamental que sigas misdirectrices aunque no lasentiendas, o incluso aunque noestés de acuerdo con ellas.

»Debes saber que conozco

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el estado interior en el que teencuentras, ya que yo mismo lohe vivido. Durante una partede mi vida experimenté el dolordesgarrador de la pérdida ytambién me mantuvo untiempo cegado. Gracias a esaexperiencia sé exactamente porlo que tú estás pasando ahora yesa es la motivación principalque me empuja a ayudarte.

»Sin embargo, nada deesto será posible si tú no estásdecidido a cambiar tu situaciónactual y si no me entregas tuconfianza. No es posible ayudarverdaderamente a alguien que

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no está dispuesto a ayudarse así mismo.

Dicho esto, Daniel selevantó de la silla.

—Es todo lo que queríaexplicarte —añadió—. Sidecides concederme el honorde caminar a mi lado duranteun tiempo, te estaré esperandomañana, a las siete de lamañana, en el aeropuerto.

Dicho esto, se dio mediavuelta y se dirigió hacia lasalida.

—Pero ¡un momento!Daniel se giró, ya en la

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puerta, y me miró alzando lascejas.

—¿Cuánto tiempo duraesa... preparación? —dije, sinsaber muy bien qué preguntar.

—Aproximadamente unaño, pero no traigas equipaje.Eso es importante — recalcó,alzando un dedo.

Y salió a la calle,desapareciendo de mi vista.

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C

3

Riqueza

erré la maleta y contempléel pequeño dormitorio

antes de decidirme a salir.

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Estaba hecho un auténticodesastre. Conociendo laobsesión por el orden y lalimpieza de mi jovencompañero de piso, eraprobable que a la vueltatuviera que buscar otrahabitación de alquiler.

Recordé el lujoso dúplexdonde vivía con mi esposahacía solo unos meses y suspiréruidosamente mientras tratabade no dejarme arrastrar denuevo por la autocompasión.

Aquella noche no habíapodido pegar ojo pensando enmi encuentro con Daniel

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Wheelock. Había buscadoalgunas referencias sobre aqueltipo por internet. Resulta queestaba forrado. Se leconsideraba nada más y nadamenos que una de las cienpersonas más adineradas delplaneta. Poseía multitud deempresas en sectores diversosy se decía que era uno de losinversores con mejor olfato enla actualidad. Allí donde dirigíasu interés florecía el éxito coninusitada facilidad, incluso enaquellos proyectos por los quenadie hubiera apostado.Algunos lo llamaban el

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«millonario sin hogar», ya queno poseía ninguna residenciaconocida.

—¿Cómo puede no tenercasa con toda esa pasta? —musité para mí mismo,mientras me resistía aabandonar el pequeño cuarto.

No podía dejar de pensaren el inesperado encuentro deldía anterior y la propuesta delmillonario. Sin duda se tratabade la oferta más extraña quehabía recibido en toda mi vida,aunque debía reconocer que nome encontraba en unasituación en la que me

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sobraran las oportunidadeslaborales...

Para ser más exactos,estaba desesperado.

«Un hombre está dispuestoa avanzar cuando el dolor quele causa lo conocido es másfuerte que el miedo hacia loque desconoce», había leído enalgún lugar, hacía ya muchotiempo. Entonces no supecaptar su significado, pero enaquellos momentos de mi vida,esa afirmación cobraba todo susentido.

Probablemente, yo ya había

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experimentado suficiente dolor,porque había tomado midecisión. Lo comprendí enalgún momento de lamadrugada, mientras elinsomnio me hacía dar vueltasen la cama.

Tal vez aquello que mehabía pasado, aunque no locomprendiera, era unaoportunidad. Tal vez habíallegado el momento de salir deaquella ciudad, de arriesgar yprobar algo diferente. Tal vez...

Le eché una ojeada al relojde la mesita y no pude evitartoparme con una pequeña

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fotografía donde aparecía juntoa mi mujer, en nuestras últimasvacaciones. Siguiendo unimpulso, la cogí y la metídentro de mi pequeña maletade viaje. Luego cerré la puertay salí del piso.

* * * El taxista esperaba desde

hacía unos minutos.—Al aeropuerto —le dije,

entregándole la maleta.Daniel había sido muy

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explícito en lo referente alequipaje, pero yo me sentíaincapaz de emprender un viajesin llevar conmigo algunascosas esenciales, sobre todoteniendo en cuenta que podríatardar un año en volver.

«¡Un año!»Suspiré, cada vez más

nervioso, mientras entrábamosen el aeropuerto. Traté deimaginar en qué consistiría esa«preparación» que debíasuperar para obtener el puestode trabajo. ¿Pondrían a pruebamis conocimientos o miinteligencia? Hacía ya toda una

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vida que había abandonado lafacultad, y a estas alturas mesentía especialmente insegurocon respecto a cualquier tipo decurso académico,especialmente si debíanevaluarme de algún modo. Yano tenía edad para ponerme aestudiar...

—¿Dónde quiere que lodeje? —preguntó el taxista.

Entonces distinguí lacolosal figura de Daniel,hablando con un teléfono móviljusto en la entrada de laterminal.

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—¡Buenos días, Nicolas! —exclamó en cuanto salí delcoche—. ¡Sabía que lolograrías!

—Bueno, llegar hasta elaeropuerto ha sido bastantesencillo... —Era consciente deque solía recurrir al cinismocuando estaba nervioso. No lopodía evitar. Aunque elhombretón no parecióofenderse lo más mínimo.

—Las acciones sencillaspueden requerir eleccionesdifíciles —respondió mientrasme guiñaba un ojo.

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En aquel momento, eltaxista me entregó la maleta.Miré de reojo la reacción deDaniel, pero este sacó unabilletera del bolsillo y pagó alconductor sin hacer comentarioalguno.

La actividad en elaeropuerto era frenética. Unincesante flujo de viajeros consus respectivos equipajespasaba junto a nosotros ycruzaba la puerta de laterminal.

—Esto... Daniel, ¿podríasaber adónde nos dirigimos?

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—Por supuesto que puedes,aunque creo que es mejor queno lo sepas —se limitó acontestar.

En aquel instante, unlujoso Mercedes aparcó antenosotros y, para mi sorpresa,

entramos en el vehículo. Elcoche empezó a circularsilenciosamente, dejando atrásla entrada a la terminal.

—¿Por qué no puedo saberadónde vamos? —preguntépreocupado, mientras miraba através de las lunas tintadas delcoche. No entendía nada.

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¡Estaba convencido de queíbamos a subir a un avión!

En aquel momentopasamos junto a uno de losbares del aeropuerto y reparéen que no había bebido ni untrago desde la noche anterior.

—¿Es parte de la...formación? —insistí.

—Bueno, puedesentenderlo así si quieres —dijoDaniel finalmente—. Tienes lacostumbre de compensar tusinseguridades con control,Nicolas. El control es unaherramienta útil, siempre y

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cuando no te dejes gobernarpor ella. Resulta imposiblecontrolarlo todo en esta vida,como tú mismo has podidoexperimentar últimamente. Portanto, te vendrá bien empezara recordar cómo dar pasos enla oscuridad. Si aprendes amoverte sin disponer de ningúntipo de información, agudizarástu visión sobre el terreno quepisas.

—No entiendo a qué terefieres. Es imposible predecirun acontecimiento si no existeun mínimo de información. Solotrato de saber cómo serán las

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semanas que me esperan y,para ello, necesito algunosdatos. Por ejemplo, ¡el lugar alque vamos!

Daniel asintió, mostrándoseconforme con mis palabras.Parecía divertirse con aquellaconversación.

—Sin embargo —puntualizó—, lo que todavía nocomprendes es que ya disponesde la información másimportante. No necesitas quenadie te la proporcione. Nosabes qué trabajo te voy aofrecer, ni tampoco qué vamosa hacer a lo largo de las

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próximas semanas. Pero apesar de todo, estás aquí. ¿Porqué?

—Pues porque, pase lo quepase, no tengo nada queperder. Por eso... estoy aquí —respondí con cierta amargura.

—De nuevo hablan lasemociones que te ciegan y nola persona que las siente. Noestás aquí porque no te quedeotra salida, sino porque unaparte de ti percibe que es lasalida correcta.

Guardé silencio anteaquella respuesta. Lo cierto es

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que no me lo había planteadoasí.

* * * En lugar de salir del

aeropuerto, llegamos con elcoche hasta la zona de pistas yentramos en un hangar, dondeun avión finalizaba lasoperaciones de repostaje. Unaatractiva azafata nos esperabacon una deslumbrante sonrisaen la puerta de la aeronave.

—Bienvenido, señor

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Wheelock. Estamos listos paradespegar.

—¿De verdad vamos aviajar en un jet privado? —pregunté mientras entregaba ala chica mi pasaporte.

—Espero que no te importe—dijo Daniel en un tono dedisculpa que no supeinterpretar—. Suelo viajar conmucha frecuencia y recorro loscinco continentes. Este aviónme ayuda a optimizar el tiempoy, al mismo tiempo, es una delas oficinas que más utilizo.

—Vaya —murmuré

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impresionado. Resultabaevidente que Daniel era unamante del lujo y la comodidad.El interior de la aeronaveestaba recubierto de cuero,madera y lujosas alfombras.También había un amplioescritorio y, al fondo, mesorprendió ver una bicicletaestática y un juego demancuernas para hacerejercicio.

—Por favor, ponte cómodo.Vo y a saludar a los pilotos. —Daniel abrió una cortina quehabía al final del pasillo ydesapareció tras ella.

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La azafata guardó mimaleta en uno de los arconessuperiores y yo me arrellané enuna gran butaca junto a una delas ventanillas.

—¿Desea tomar algo?Creí que no me lo iban a

preguntar nunca.—Ginebra, con hielo y

limón, por favor.Daniel volvió en aquel

momento y se sentó frente amí. El avión empezó amoverse.

—Bien, espero que estéscómodo. Nos aguardan unas

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cuantas horas de viaje.—Es fantástico —respondí

con satisfacción mientras lachica me servía la copa —.Mucho mejor que viajar enprimera clase. Realmente sabesvalorar las cosas buenas de lavida...

Mi compañero me dirigiódesde su asiento una deaquellas miradas intensas tandesconcertantes.

—Dime, ¿qué crees tú quees la riqueza?

—Bueno, supongo que esalgo relativo. A mí no me iban

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mal las cosas, al menos antesque empezaran mis problemas,pero ni mucho menos me heconsiderado nunca un ricachón.No sabría decirte... supongoque hablaríamos de unoscuantos millones al año.

—Entiendo. Tú me hablasde dinero, pero yo te preguntopor la riqueza...

Comprobé que la ginebraque me habían servido tambiénera excelente, y luego miré ami compañero de viaje concierta irritación.

—No me digas que me vas

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a soltar ahora todo ese rollo deque lo importante está en elinterior...

—Si solo tuvieras muchodinero, ¿te considerarías unapersona rica? —preguntó,ignorando mi protesta.

Recordé todo lo que habíaperdido. Mis posesiones, miposición social... Eran logrosque me hacían sentir bien yhabía trabajado mucho paraconseguirlos. ¿Acaso era malodisfrutar de todo aquello?

—Supongo que hay máscosas —concedí malhumorado

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—. Pero ¡el dinero esimportante!

—El poder adquisitivo essolo una de las formas deriqueza. Una que atañe almundo material... y no niegoque sea importante. Sinembargo, no solo somos seresmateriales, Nicolas. Tambiéntenemos un mundo interior quesolemos descuidar. Conozcopersonas que sonextremadamente ricas y vivenvoluntariamente con pocasposesiones materiales. Ladiferencia entre ellas y alguienque sufre porque considera que

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no tiene suficiente está en suriqueza interior.

»Es muy importante quecomprendas que las cosasmateriales, como este bonitoavión, solo son la «cáscara», elaspecto exterior y evidente quesurge de las emociones y lospensamientos de las personas.Quienes dedican todo su tiempoy esfuerzo a conseguir grandesy bonitas «cáscaras», sinprestar atención a su mundointerior, tarde o tempranoterminarán por sentirse ellosmismos como una cáscara, esdecir, vacíos. De hecho, a lo

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largo de mi vida he podidocomprobar que la mayoría delos problemas de este mundoproceden de personas conbolsillos llenos y corazonesvacíos.

»Sin embargo —continuóDaniel—, nuestra energíainterior no solo puedeconvertirse en objetosmateriales. Hay otros factoresque deben tenerse en cuenta siqueremos poseer una vidarealmente abundante.

A continuación abrió uncompartimento que había en ellateral de su asiento y sacó un

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pequeño bloc de notas y unbolígrafo. Dibujó un círculo yempezó a cruzarlo con líneasen diferentes direcciones,creando una serie de espacios.En cada uno de ellos escribióuna palabra: dinero, pareja,amistad, salud, ocio, familia,desarrollo y profesión. Luegopuso la libreta ante mí.

—Estos son tus sectoresvitales y representan el gradode riqueza exterior en tu vida.Como puedes ver, el dinero essolo uno de ellos... Me gustaríaque puntuaras del cero al diezcada uno de estos sectores.

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Miré el dibujo que teníadelante. Dinero: fatal. Amistad:fatal. Desarrollo... ¿qué eraeso? Profesión y pareja, peorque fatal.

—¿La alcoholemia cuentacomo «ocio»? —pregunté conamargo sarcasmo.

—Esto es importante,Nicolas —dijo mi compañerocon seriedad—. No podemosempezar tu programa deentrenamiento si nocomprendes una serie deprincipios fundamentales. Séque no es fácil para ti en estosmomentos, pero te aseguro que

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vale la pena que hagas unesfuerzo.

Me miraba con unamarcada gravedad, pero, almismo tiempo, aquellos ojosazules seguían transmitiendouna gran calidez. Qué tipo másextraño...

—No sé, Daniel, supongoque ahora mismo le pondría uncero a todos esos sectores.

—Un cero. Bien. Y si tehubieran enseñado los sectoresvitales antes de perder tutrabajo y tu matrimonio, ¿quénota hubieras puesto en cada

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uno de ellos? Quiero que lopienses bien. Tómate tutiempo.

Volví a mirar el dibujo.Aquella pregunta resultaba untanto absurda. Antes de quetodo se fuera al garete, mi vidaiba como la seda, ¿no? Pondríauna nota relativamente buenaen «dinero» y también en«trabajo».

Entonces recordé misfrecuentes quejas por laesclavitud que suponían loshorarios de mi antiguaprofesión. Mi vida fuera de laoficina se reducía a los fines de

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semana y a las cuatro semanasanuales de vacaciones. Por otrolado, la relación con mis jefesno es que fuera especialmenteagradable. Siempre estabaaquella maldita presión dealcanzar los objetivosimpuestos... Y para colmo nocompartía muchas de lasdirectrices abusivas que nosobligaban a seguir desde«arriba». Luego me recordé amí mismo, borracho en elcoche, imaginando cómoagredir a mi jefe. Tenía queadmitir que, quizá, la nota enla casilla de «trabajo» podía

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merecerse un suspenso.Miré el resto de los

apartados mientras seguíapensando en mi vida antes deque llegaran los problemas. Lacuestión de la salud tampoco lallevaba muy bien. Mis nivelesde colesterol estabandescontrolados desde hacíaaños, me medicaba paracontrolar la presión arterial ymi médico me había advertidoen varias ocasiones que estabaal borde de la diabetes. Y luegoestaba el tema del alcohol. Eracierto que últimamente meestaba sobrepasando, pero...

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¿cuánto tiempo hacía que bebíademasiado?

«Amistades.» De nuevo, elproblema del tiempo. Entresemana, mi mundo era eltrabajo y no tenía tiempo paranada más. Pero los fines desemana teníamos un círculo deamigos con los que íbamos acenar. Sonreí ligeramente alpensar que ahí sí pondría unabuena nota.

Pero entonces me preguntépor qué hacía tanto tiempo queno sabía nada de ninguno deellos. Desde que empezaronmis dificultades habíamos

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dejado de vernos. Traté derecordar alguna llamada, algúngesto de interés por misituación... ¿Cómo debíaevaluar realmente mi vidasocial?

Comencé a ponermenervioso. Busqué con la miradaalgún sector al que pudieraponerle buena nota.

«Pareja.» Mi vida de parejaera buena. Amaba a mi mujer.Era una persona comprensiva ycariñosa, y siempre habíaestado a mi lado... hasta queme vine abajo. Perder miprofesión fue un golpe

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inesperado y muy duro. Tratéde recuperar el ánimo, utilizarmis contactos para conseguirun nuevo trabajo, peroconforme pasaron los meses fuicomprendiendo que no seríatan fácil. Empecé a quedarmeen casa mientras la depresiónme iba dominando.

Y un día, ella se marchó.Dejó una nota, ¡cómo no! Perosolo decía que no podía seguirviviendo junto a un hombreque se había rendido. Y yo nola culpaba por ello. Cualquiermujer sensata hubiera hecho lomismo, ¿no?

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«¿No?»Aparté el bloc de un

manotazo y me crucé de brazoscon un gruñido de frustración.

—Este ejercicio es unamaldita tontería —sentencié.

—¿Eso crees? —preguntóDaniel, que me observaba conatención desde el fondo de suasiento—. Dime una cosa, situvieras que resumir con lasmínimas palabras tusconclusiones sobre esteejercicio «tonto», ¿qué medirías? Y, por favor, trata de sersincero contigo mismo.

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Reflexioné unos segundosantes de contestar.

—Supongo que te diría quemi vida actual es una mierda.

Daniel alzó las cejas,animándome a continuar.

—Y... supongo que mi vidaanterior no era tan buena comoyo pensaba.

—Está bien, Nicolas. Sé queno es fácil. Solo pretendoayudarte a «ver». No es posiblemejorar aquello que no seacepta. Cuando sufrimos unafuerte crisis personal, todo loque pensábamos que

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funcionaba bien se viene abajo,pero solo porque estamospreparados para construir algomejor. Tu vida pasada teníaserias deficiencias. La mayoríade tus sectores vitales nomarchaba bien. ¿Recuerdas lasfases de toda crisis? Estabassumergido en el primer estadio,el de la ignorancia. «Estoy mal,pero no soy consciente deello.» Si no te hubiera pasadolo que te ha pasado, tu vidacontinuaría atascada en todoese sufrimiento inconsciente.

Apuré lo que me quedabade ginebra en silencio. Me

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fastidiaba profundamente, perotenía que reconocer queaquello tenía sentido.

—De todos modos —continuó—, los sectores vitalessolo son un mapa. Unarepresentación tosca del estadode nuestra riqueza exterior.Como ves, no solo se trata dedinero. Lo más importante aquíes que todos y cada uno deestos sectores surgen de tumundo interior.

»Por ejemplo, tu saluddepende de factores como tuenergía vital y tu estadoemocional. La calidad de tus

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amistades guarda relación, engran medida, con tuinteligencia social, es decir, tuempatía, tu tolerancia, tumanera de relacionarte con losdemás, etcétera. Tu vida depareja depende de tu capacidadpara comunicarte enprofundidad con ella de formafísica, emocional, afectiva,intelectual... La cantidad dedinero que posees surge decualidades como lapersistencia, el valor, lacreatividad, el positivismo,etcétera.

—Vale, vale —interrumpí—.

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Creo que ya lo pillo. Todo surgede nuestro interior. Es unconcepto muy bonito, pero ¿dequé me sirve saber eso?

—Es la clave fundamentalpara comprender el método depreparación que seguirás a milado, Nicolas.

—¿Un método? —preguntéescamado.

—Así es. Seguimos unprocedimiento, una serie depasos, para realizar cualquiercosa. Y te aseguro que tusresultados variaránsignificativamente en caso de

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seguir uno u otro. Lo cierto esque existen decenas demétodos y centenares de librosque te informarán sobre cómopuedes sentirte mejor o inclusocómo lograr ser alguien mejor.

—Personalmente, nunca mehan gustado los libros deautoayuda —declaré—. Unoacaba de leerlos y puede llegara sentirse extrañamente bien,pero al final no aportan ningúncambio significativo.

—Eso es porque muchos deellos se centran solo en algunode los aspectos exteriores de lariqueza, como los que tratan de

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enseñar cómo ganar másdinero, y otros en algunacuestión de nuestro mundointerior. Sin embargo, pocasveces se consideran ambosaspectos.

»El método que seguirás entu periodo de formación es elque han seguido, de forma máso menos consciente, todasaquellas personas que hancomprendido cómo llenar deverdadera riqueza sus vidas. Ypresta atención, se basa en lasiguiente premisa: «La riquezaexterior es solo la consecuenciade una abundante riqueza

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interior, además de una buenagestión de la misma».

Dicho esto, Daniel volvió aacercarme el cuaderno y elbolígrafo.

—Te aconsejo que vayasapuntando las ideas másimportantes que vayansurgiendo. Muchos conceptoslos asimilarás más adelante,releyendo tus propias notas.

Tomé el cuaderno y pasé depágina, dejando atrás aquelgráfico que intentabademostrar que mi vida actual ypasada era un desastre.

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—Sigues sin habermeexplicado qué quieres decir coneso de trabajar con nuestroaspecto interior —dije mientrasescribía.

—Cierto. Nuestro mundointerior está dividido en cuatroaspectos. A saber, el aspectofísico, el emocional, el mental yel transpersonal. Todas lascualidades necesarias para quepuedas ponerle un diez a todostus sectores vitales surgen delestado de esos cuatro aspectos.Dicho de otro modo, si nofuncionan correctamente, tuvida exterior manifestará una

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serie de conflictos. Y si dichosproblemas persisten y no seafrontan, invariablementeaparecerá una crisis.

—Espera, a ver si lo heentendido bien. ¿Me estásdiciendo que todos misproblemas surgen de esoscuatro factores internos que nofuncionan bien?

—Exacto. Por eso tuentrenamiento debe empezarpor ahí.

Había algo en aquellateoría que me disgustaba.Pensé detenidamente y recordé

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mi pasado.Siempre quise ser médico,

pero mis padres insistían enque colaborara en el negociofamiliar. A pesar de ello, mematriculé en la facultad.Combinaba mi tiempotrabajando en la pequeñatienda familiar con los libros demedicina y, aunque me saltabamuchas clases, conseguí llegarhasta el último curso decarrera.

Pero aquel año, mi padremurió inesperadamente y tuveque hacerme cargo del negocio.Fue una etapa difícil, y en mi

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lucha por mantener a flotenuestra única fuente deingresos tuve que abandonar lafacultad y buscar un empleo.

Conseguí un puesto deaprendiz administrativo en unasucursal bancaria del barrio.Quién iba a pensar que esasería la profesión a la quededicaría mi vida.

—Creo que no estoy deacuerdo contigo, Daniel —dijetras rememorar todo aquello—.En la vida nos pasan... cosas.Problemas y dificultadesinesperadas que determinannuestra trayectoria. No todo

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depende de nosotros ni de loque ocurra en nuestro interior.

Mi compañero de viaje meobservó detenidamente unossegundos, antes de responder.

—Las cosas que nos pasan,incluso aquellas que parecenfortuitas, también surgen denuestro estado interior.Comprender eso nos otorga lamaravillosa cualidad de laresponsabilidad. La vida no nospasa, nosotros hacemos quenos pase. No es algo fácil decomprender ni, a menudo, deadmitir. Resulta mucho mássencillo desviar la

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responsabilidad hacia otraspersonas... o hacia la malasuerte.

Iba a argumentar en contrade aquello, pero Daniel meinterrumpió alzando la mano.

—Entiendo que ahora noestés de acuerdo con esta idea,pero te aseguro que llegará eldía en el que puedasdemostrártela a ti mismo. Sinembargo, ahora no merece lapena discutir sobre ello. Por elmomento, te aconsejo queenfoques este tema como unahipótesis, a la espera de serdemostrada por tu propia

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experiencia.Dicho esto, apretó un botón

en su butaca y un mullidoreposapiés surgió bajo suspiernas con un silenciosozumbido electrónico.

—Si no te importa, dejemosaquí la conversación paradescansar un poco. Te aconsejoque hagas lo mismo. Cuandolleguemos a nuestro destino, tehará falta toda tu energía.

Se acomodó en la butaca y,sin más, cerró los ojos.

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M

4

Confianza

iré el reloj en cuantodesperté. Llevábamos

más de ocho horas de vuelo, lo

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que significaba que podíamosestar prácticamente encualquier parte.

—Buenos días —dijo Daniel,que estaba sentado frente alescritorio y tecleaba en unordenador portátil—. ¡Menudamanera de dormir! —Sonrió,sin dejar de mirar la pequeñapantalla.

Estiré las piernas y mirépor la ventanilla. Era nochecerrada.

—¿Desea algo paradesayunar? —preguntó laazafata a mi lado.

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—Solo café, por favor.—Necesitarás algo que te

aporte energía, Nicolas —afirmó Daniel con cierta actitudausente—. Es mejor quedesayunes algo consistente.Tráele un poco de todo, porfavor.

La chica se dirigió deinmediato hacia el fondo de lasala y desapareció tras lascortinas.

—Supongo que insistes enno decirme adónde diablosvamos —farfullé, cada vez depeor humor. No me gustaba que

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decidieran por mí, y muchomenos sobre lo que debíacomer.

Daniel no contestó, tecleórápidamente unos segundosmás, cerró el portátil y se sentósonriente frente a mísosteniendo una tazahumeante entre sus manos.

—Sé que no es fácilabandonar el hábito de querercontrolarlo todo, pero teprometo que merece la pena elesfuerzo. Parte de tusufrimiento surge del miedoque te produce perder elcontrol de tu vida,

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especialmente cuando todoparece estar cambiando. Confíaen mí. Permítete el placer dedejar de pensar a todas horasen lo que pueda o no puedaocurrir. En lugar de eso, teinvito a que trates de absorberal máximo la experiencia de loque está ocurriendo ahoramismo, en este instante.

—Ya estás otra vez con esediscurso de autoayuda... —Resoplé con impacienciamientras volvía a clavar lamirada en la oscuridad quereinaba tras la ventanilla. Medaba cuenta de que aquel

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hombre parecía quererayudarme, pero no podíareprimir mi malestar. Nuncahabía tenido un buen despertar,pero el problema habíaempeorado considerablementea lo largo de los últimos meses.

—Dime una cosa: ¿quéestarías dispuesto a hacer paraarreglar tu situación actual?Más aún: ¿qué estaríasdispuesto a sacrificar, ahoramismo, si tuvieras la certeza deque con ello te encontrarías enuna situación mucho mejor quecualquier otra que hayasexperimentado en tu vida?

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Piénsalo bien.No me hizo falta reflexionar

mucho.—Daría cualquier cosa.—¿Incluso tu confianza?Guardé silencio al darme

cuenta de que acababa dequedar atrapado en la lógica deaquella argumentación.

—Supongo que sí —concedíde mala gana—. Pero eso es loque ya estoy haciendo, ¿no?Estoy en un bonito avión, conun desconocido, ¡rumbo a Diossabe dónde!

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—Es cierto. Lo estáshaciendo muy bien, y lo ciertoes que no esperaba menos deti. Pero necesito algo más queeso, compañero. Necesito tucompromiso, tu palabra dehonor, de que vas a implicarteen cuerpo y alma en esteentrenamiento. Ten en cuentaque no estamos hablando deuna cosa banal. ¡Se trata de tuvida!

»Tendrás que afrontarretos, instaurar nuevos hábitosy asumir aspectosdesagradables de ti mismo. Porsupuesto, eres libre de

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abandonar en todo momento.Pero antes de hacerlo, quieroque pienses siempre en la vidaque te espera si no decidesmejorarla. Y, a continuación,imagina una vida colmada deverdadera riqueza si persistesen seguir hasta el final.

Daniel esperó en silenciounos segundos.

—Y ¿bien? —inquirió conactitud rigurosa—. ¿Puedocontar con ese compromiso?

No respondí de inmediato.Era evidente que no era unapregunta cualquiera y supe que

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debía reflexionar antes depronunciarme.

Pensé en el sufrimiento delos últimos meses de mi vida yen cuánto deseaba superar deuna vez por todas aquellasituación. Volví a percibir conespecial intensidad aquellasensación que tuve la nocheanterior; la certeza de que yame había engañado losuficiente, de que no queríaseguir sufriendo de aquellamanera y de que estabadispuesto a hacer cualquiercosa para salir de aquellamaldita crisis.

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—Puedes contar con ello,Daniel —concedí en voz baja.

El hombretón se arrellenóen su butaca, con gestosatisfecho.

—Dentro de pocollegaremos a Madagascar —declaró, al mismo tiempo que laazafata empezaba a servirmeun abundante y variadodesayuno, completamentedesproporcionado para miescaso apetito.

* * *

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Había transcurrido menos

de una hora cuando el pilotonos avisó de que estábamos apunto de aterrizar.

Tras tomar tierra, salimosdel jet hasta la pista de lo queparecía un aeropuertorelativamente pequeño. Reparéen un cartel que anunciaba enfrancés que nos encontrábamosen Antsiranana.

Mis conocimientos engeografía siempre habían sidomás bien escasos, por no decirvergonzosos, así que

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continuaba sin estar seguro dedónde estábamos. ImaginabaMadagascar como una islainmensa, hacia el sur y cercade África. Tendría queconformarme con aquellareferencia.

En lugar de dirigirnos alinterior de la terminal, uncontrolador de pista noscondujo hasta un helipuerto.Allí, un gran helicópteroamarillo arrancaba motores yempezaba a girar sus aspas. Untipo con bigote y una gastadagorra de color rosa se acercó yabrazó efusivamente a Daniel.

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—Es nuestro nuevo piloto—señaló Daniel—. Nos llevaráhasta nuestro destino.Tardaremos algo menos de unahora en llegar.

Me limité a asentir ensilencio, tratando de aparentarautoconfianza. Me negaba enrotundo a mostrar inseguridadante aquella situación. Entré enaquel ruidoso artefacto y toméasiento mientras sujetaba confuerza mi maleta. Volvía anecesitar con urgencia untrago.

Alzamos el vuelo y, enpocos minutos, sobrevolábamos

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el océano mientras el amanecerdespuntaba a nuestra espalda.

—No es la primera vez quehaces este trayecto, ¿verdad?—dije al cabo de un rato.

Daniel me miró con ciertaactitud traviesa. Me resultabacurioso cómo un hombre de suedad y el cuerpo como unarmario podía adoptar aquellasexpresiones propias de un niño.

—Así es. El lugar adondevamos es muy importante paramí, y allí recibirás la primeraparte de tu entrenamiento.Pero antes de llegar, quisiera

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preguntarte algo: ¿sabes quédiferencia hay entre el dolor yel sufrimiento?

—Joder, Daniel —contestéun tanto atragantado—.Quieres asustarme, ¿no?

Mi compañero se limitó asonreír enigmáticamente.

—Verás, el dolor es unasensación inherente a todocambio y a la vida en sí.Cuando nos salen los primerosdientes, o tenemos un hijo, oexperimentamos una pérdida, onos hacemos una herida oejercitamos nuestros

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músculos... cualquier cambioproduce algún tipo de dolor.

»Sin embargo, tenemosdiferentes modos de asimilarlo.Lo que para algunos es unaexperiencia desagradable, paraotros puede resultar muyagradable.

—Dolor... ¿agradable? —pregunté con escepticismo.

—El atleta que entrena sucuerpo siente dolor, pero no leimporta. La madre que sacrificasu tiempo para dedicarlo a sushijos siente dolor por ello, perolo acepta gustosamente. El

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escalador que se esfuerza enalcanzar la cima, el profesorque trata de dar lo mejor a susalumnos, el científico que seencierra horas y horas en sulaboratorio...

—Pero tú me estáshablando de esfuerzo, no dedolor.

—El esfuerzo es doloraceptado por quien esconsciente de que se trata deuna moneda de cambio paraconseguir algo mucho mayor.

—Ya veo.—Sin embargo, el

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sufrimiento es la otra cara deldolor. Es el dolor no aceptado,el dolor prescindible al que nosresistimos porque no somoscapaces de asumirlo. Losbudistas afirman que «el dolores necesario, pero elsufrimiento es opcional».

»Estoy de acuerdo con esaidea, ya que el dolor surge concada cambio y dura lo quetenga que durar. Sin embargo,el sufrimiento solo aparececuando no nos dejamos llevarpor ese cambio, cuando nosaferramos al pasado conocidocon uñas y dientes. Por eso

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resulta fundamental abandonartodo lo que tenga que ver conlo perdido para poder abrirse alo nuevo.

En ese momento, Danielmiró fijamente mi maleta.

Ya me extrañaba que nohubiera salido aquel temaantes...

—Solo llevo un poco deropa y cosas de higienepersonal —aseguré antes deque mi compañero pudieradecir nada más. Obvié lafotografía de mi mujer, quehabía incluido en el último

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momento.—Te prometo que no

necesitarás nada de lo quepuedas llevar ahí durante lospróximos meses —aseguróDaniel—. Sin embargo, es muyimportante que dejes aquí esamaleta. Para superar cualquiercrisis personal es fundamentaldesprenderse todo lo posibledel pasado, ya que es unauténtico lastre subconscienteque ralentiza el proceso decambio que he mencionadoantes. Cambiar los muebles,tirar la ropa, marcharse de laciudad, modificar nuestro

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aspecto... Cada uno debebuscar su propia manera dedesligarse del pasado. Yo teofrezco la posibilidad de hacerlode una manera completa. Poreso hemos venido a un lugaren el que nunca has estado ypor eso te pido que abandonestoda posesión.

—Pero ¿eso no es unamanera de huir? ¿De escaparde una realidad que, de algúnmodo, debemos superar? —pregunté mientras meabrazaba con fuerza a mimaleta.

—Así es, siempre y cuando,

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llegado el momento oportuno,no te atrevas a regresar a tucotidianidad. Los problemasviajan en nuestro interior y semanifiestan una y otra vezhasta que somos capaces desuperarlos. No te sugiero queescapes de tus problemas, sinoque dejes de centrarpermanentemente tu atenciónen ellos. Recuerda esto:podemos escapar de algo quenos persigue, pero no deaquello que nos acompaña. Asíque no te preocupes por eso, teaseguro que tu pasado teespera para que puedas

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superarlo.Tras unos momentos de

tensa duda, suspiré resignado yle entregué la maleta. ¡Quédiablos! Al instante, mesorprendió percibir una ciertaliberación en aquel simplegesto.

Daniel tomó mi equipaje ylo puso en la cabina del piloto.Casi al mismo tiempo, este segiró hacia nosotros.

—¡Hemos llegado, señorWheelock!

El hombretón asintió y medirigió una de aquellas miradas

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tan desconcertantes.—Entonces, ¿estás

dispuesto a esforzarte por dejaratrás todo ese sufrimiento?

—Sí. Lo que haga falta —afirmé decidido.

—Perfecto. Entonces yapuedes empezar a quitarte laropa.

* * * El helicóptero había dejado

de avanzar y se manteníaestático a pocos metros sobre

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el mar.—¿Disculpa? —pregunté un

tanto conmocionado. Sin dudano había entendido bien.

Daniel se incorporó yempezó a desabrocharse lacamisa con parsimonia.

—Ya hemos llegado anuestro destino —anunció.

Miré hacia donde señalaba.Efectivamente, no muy lejos dedonde nos encontrábamos sedivisaba una pequeña playacubierta de frondosa vegetacióntropical.

Noté cómo se me aceleraba

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el pulso mientras mi cerebroempezaba a comprender lo queestaba pasando.

—¿Disculpa? —volví apreguntar. Era incapaz de decirnada más.

Advertí que Daniel reprimíauna sonrisa mientras se sacabalos zapatos.

—Nuestro objetivo esaquella isla —explicó conactitud paciente—. Pasaremosuna temporada allí hasta quecompletes la primera fase de tuentrenamiento. Debido a lavegetación y a la inclinación de

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la playa no es seguro que elhelicóptero aterrice allí.Tampoco quiero que salteshasta la arena. No te ofendas,amigo mío, pero estás en bajaforma y no me gustaría que terompieras una pierna. Esmucho más seguro quesaltemos al mar.

Se quitó los pantalones y,tirando de una maneta, abrió elportón lateral del helicóptero.El sonido de las hélices y unanube de agua de marvaporizada me abofetearon elrostro, sacudiéndome elaturdimiento en el acto.

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—Pero, Daniel, ¡esto es unalocura! ¡No soy capaz de haceralgo así! —vociferé por encimade aquel ruido infernal.

—Sabes nadar, ¿no?—¡¿Qué?!—¡Que si sabes nadar!—Sí, ¡claro! Pero...—Pues entonces no te

preocupes. Yo saltaré despuésde ti. Y quítate esa ropa. Temolestará para llegar hasta laplaya.

Me quedé allí sentado, sinhacer nada, mirando a aquel

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millonario excéntrico ytratando de entender cómohabía llegado hasta aquellasituación.

—Nicolas, recuerda lo quehablamos en el avión. Recuerdatu compromiso. Ya sabes dedónde vienes y también haciadónde puedes ir. Ahora no locomprendes, pero te aseguroque este salto es muyimportante para ti... En estepreciso instante tienes quedecidir, y se trata de unadecisión fundamental: ¿quiénquieres que gobierne tu vida,tus temores o tu voluntad de

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prosperar?En realidad yo ya me había

hecho aquella pregunta, justoantes de decidir embarcarmeen aquella extraña aventura.

—Maldito seas —mascullé,mientras empezaba adesatarme los zapatos. Teníaque averiguar cómo lo hacíaaquel tipo para convencermecon tanta facilidad.

Una vez en ropa interior,me aproximé con cautela hastala puerta abierta. El ruido delas hélices retumbaba en mipecho y el agua se agitaba en

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círculos a unos cinco metrosbajo nosotros.

Jamás el mar me habíaparecido tan amenazador.

—¿Aquí no hay tiburones?—pregunté.

—Lo cierto es que en estazona son una auténtica plaga—respondió Daniel muy serio—.Pero mientras no caigas encimade uno, es completamenteseguro —añadió mientras meguiñaba un ojo.

No me podía creer que meestuviera tomando el pelo.

—Venga Nicolas, no me

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mires así. Solo bromeaba unpoco para quitarle hierro alasunto. Tan solo recoge losbrazos cuando saltes y déjatecaer. No pienses más o leentregarás el control a tusmiedos. Ahora es el momento.¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!

* * * Cuando mis pies tocaron la

arena a unos veinte metros dela playa, empecé a pensar que,después de todo, no moriríaahogado.

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El agua erasorprendentemente cálida ytenía aquella transparenciaturquesa propia de los paraísostropicales. Habíamos nadadopoco más de quince minutos,pero el trayecto se me habíahecho eterno. Ahora sabía loque sentía el náufrago quealcanzaba la salvación de laorilla. Cuando alcancé la playa,estaba tan exhausto que mederrumbé mientras rezaba paraque no se me parara el corazónpor el esfuerzo.

Curiosamente, a pesar detodo aquel cansancio físico,

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noté que una parte de mí sesentía especialmente bien porhaber logrado llegar hasta allí.

Tras recuperar un poco elaliento, observé el lugar en elque me encontraba. Era unapequeña playa de arena blancaque se perdía entre palmeras.Un estrecho sendero hecho detablones de madera surgía delmar y se adentraba en lavegetación.

Aquel discreto signo decivilización me hizo sentircierto alivio. Entonces se meocurrió algo disparatado.

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—No me digas... que estaisla es tuya.

Daniel sonrió de pie a milado, mientras se entreteníaenterrando los pies en la finaarena. No parecía cansado enabsoluto.

—No exactamente —respondió—. Pertenece alGobierno francés, con el quetengo buenas relaciones. Es poreso que me permite usarlasiempre que lo necesite. Estelugar es uno de mis lugaresfavoritos de descanso yregeneración personal.

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En aquel momento, elhelicóptero surgió de algúnlugar del interior de la isla y sedetuvo unos segundos porencima de nosotros mientras elpiloto nos saludaba. Luego sealejó mar adentro. No pudeevitar sentir cierto desasosiegoal contemplar cómo nosquedábamos sin el únicotransporte que nos habíallevado hasta aquel lugarremoto.

—¿Cuándo volverá abuscarnos?

—Si no surgen imprevistos,cuando tú estés listo.

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—Ya, y ¿a qué hora calculasque lo estaré?

—¿Hora? —dijo entrecarcajadas, mientras caminabahacia el sendero de madera—.¿Sabes? Tus ocurrencias sonespecialmente divertidas,Nicolas. Ven. Acompáñame,anda.

Yo no le veía la gracia alasunto por ningún lado, perome levanté pesadamente yseguí sus pasos.

En un par de minutosllegamos hasta un gran espaciolibre de vegetación donde había

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una cabaña hecha con gruesostroncos. Justo delante delpequeño porche se apreciabanuna serie de cajas esparcidaspor el suelo de forma caótica.Me acerqué con curiosidad,mientras Daniel abría la puertade la cabaña con la actituddespreocupada de quien seencuentra en su propia casa.

Reparé que en el suelo, enmedio de aquella superficiedesbrozada, había unas marcasextrañas. Parecían las huellasde un helicóptero que hubieraaterrizado allí... Y ¡eranrecientes!

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Entonces, en aquelmomento, lo comprendí. Estabaatrapado en aquella isla,probablemente con undemente, y no teníaescapatoria.

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Cuidando alanimal

aniel me escuchaba con

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Dindignante paciencia, mientrasyo le gritaba todos los

improperios que se me pasabanpor la cabeza.

—Reconozco que te hementido, Nicolas —repuso contranquilidad tras esperar a queme calmara un poco—. Elhelicóptero podría habernostraído hasta aquí, es cierto,pero el hecho de que saltaras almar y hayas conseguidoalcanzar este lugar por tuspropios medios es unaexperiencia muy valiosa.Respóndeme con sinceridad,¿cómo te has sentido cuando

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has alcanzado la playa?Me había sentido bien.

Mejor de lo que recordaba enmucho tiempo, en realidad.Pero en aquel momento no meapetecía reconocerlo, así queguardé silencio.

Daniel sonrió como sisupiera lo que estaba pensado.

—Verás, la idea espermanecer aquí unos cuantosdías —explicó—. Tenemosprovisiones de sobras paravarias semanas. Estamoscomunicados por sinecesitáramos cualquier cosa y

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conozco este lugar como lapalma de mi mano. Te aseguroque no corremos ningúnpeligro. Tómatelo como unasvacaciones regeneradoras.

—Así que unos cuantosdías... —mascullé todavía demal humor.

—El tiempo que necesiteshasta que consigas cambiar tushábitos de cuidado físico.

—Y ¿qué se supone quesignifica eso?

—Significa que tu condiciónfísica es lamentable y que esprioritario que aprendas a

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cuidar y respetar mejor tucuerpo. Tienes toallas y ropadentro. Cámbiate, por favor, yte explicaré algo más alrespecto.

Entré en la cabaña,refunfuñando solo porque nome apetecía estar más rato conaquella pinta de náufrago. Mesorprendió comprobar lo bienacondicionada que estaba laestancia. Una sala diáfana deaspecto ordenado y confortablese extendía ante mí, con unasalita de estar, una pequeñacocina equipada y dospequeños dormitorios al fondo.

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Varios ventiladores giraban enel techo, lo cual significaba queallí había corriente eléctrica.Saberlo resultó un alivio. Juntoa la entrada, una granestantería repleta de librosascendía hasta el techo.

Encontré una toalla deplaya limpia, un bañador y ropaligera de lino cuidadosamenteplegada. Cuando salí de lapequeña vivienda, Daniel meestaba esperando sentado en laarena bajo una gran palmera.

—Toma asiento. Megustaría explicarte lo quevamos a hacer aquí.

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»Ya hemos hablado sobre elconcepto de riqueza y hemosvisto que no se trata solamentede una cuestión de dinero.Como vimos al analizar lossectores vitales, existen otrosfactores que determinan lacalidad de la llamada «riquezaexterior». También hemencionado que dicha riquezaexterior no es más que laconsecuencia de una buenagestión de nuestra riquezainterior.

—Sí. Pero todavía noentiendo qué quieres decirexactamente con todo eso de la

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riqueza interior.—Vamos a ello. Todo se

reduce a la siguiente cuestión:cualquier cosa que puedaspercibir o imaginar estáformada por energía. Sinembargo, dicha energía poseediferentes propiedades enfunción de su densidad.

—¿Densidad?—Así es. Como el hierro es

más denso que el corcho o unapiedra es más densa que elagua, la energía también poseeuna naturaleza más o menosconsistente, siendo el mundo

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material que podemos percibircon nuestros sentidos sumanifestación más densa.

»Esta regla también esaplicable a la constitución delser humano, de tal modo queestamos formados por variostipos de energía de diferentesdensidades. El aspecto másdenso es nuestro cuerpo físico.A continuación, con unanaturaleza más sutil, tenemosnuestro mundo emocional y,todavía más sutil, nuestroaspecto mental. Al conjunto deestos tres niveles, físico,emocional y mental, solemos

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llamarlo «personalidad» o«ego».

—Espera un momento —interrumpí—. ¿No son losbudistas los que dicen que nohay que tener ego?

—Digamos que existebastante confusión sobre estetema —admitió Daniel—. Hayque entender que las personasestamos formadas por másniveles de energía, además delos tres mencionados. El cuartonivel de nuestra energía estodavía más sutil que la propiamente, y algunos se refieren aél como «nivel transpersonal».

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De ese lugar surge laverdadera voz de nuestraintuición, así como todas y cadauna de nuestras cualidades máspoderosas.

»Desde las culturalesorientales, históricamentemucho más avanzadas en elconocimiento de nuestromundo interior, se ha insistidomucho en la idea de que ese«paquete» energético físico,emocional y mental llamado«ego» debe ser dominado pornuestra parte más elevada. Esen este punto en el quemuchos hacen una

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interpretación incorrecta, yaque dominar no quiere decirque esos tres niveles debaneliminarse, sino que deben serdirigidos por un nivel superior.

»Sin embargo, antes de sercapaces de lograr algo asídebemos asegurarnos de quedicho ego esté en buen estado.Es un error preocuparse delnivel transpersonal cuandonuestro físico, nuestrasemociones o nuestra mente nose encuentran en un buenestado de salud. ¿Me sigues?

—Creo que sí. Un tantometafísico, todo esto...

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—Pues sí —coincidió Daniel—, pero es imprescindible paraque puedas entender tuobjetivo en esta pequeña isla.

»Cuando sufrimos unafuerte crisis personal, los trestipos de energía que formannuestro ego disminuyen hastacolapsar. Dicho de otro modo,nos sentimos físicamenteagotados, nos dominannuestras emociones másnegativas y nuestra mente estádispersa, hiperactiva y ancladaen el pesimismo.

—Ya. Todo eso me suena dealgo —mencioné con amargura.

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—Como ya te expliqué,existen multitud de métodospara tratar de mejorar un egoen mala forma. Sin embargo, elmás eficiente que conozco esaquel que contempla un trabajoen sus tres niveles y que,además, sigue un ordencorrecto.

—¿Qué quieres decir coneso del orden?

—Pues que no es buenaidea empezar por cualquiersitio. Lo más eficiente siemprees iniciar el trabajo derecuperación desde el nivelmás denso e ir avanzando

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hacia el más sutil. Y esosignifica que debemos empezartrabajando con tu cuerpo físico.

Reflexioné sobre aquello.Era cierto que últimamentehabía descuidado un poco misalud, pero ¿hasta qué puntoiba a ayudarme con misproblemas el hecho de ponermeun poco más en forma?

Seguía sin ver muy clarotodo aquello, pero preferíguardar silencio.

* * *

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Daniel se levantó con

agilidad y se puso a caminardescalzo de nuevo en direccióna la playa.

—¡Vamos, acompáñame!Mientras seguía sus pasos a

través del sendero de tablones,continuó con su explicación.

—Verás, nuestro cuerpofísico es como un animal con elque convivimos de un modomuy especial.

—Perdona, ¿has dichoanimal?

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—Sí, exactamente —confirmó—. Un animal conmillones de años de instintosgrabados en cada una de suscélulas, con fortalezas ydebilidades genéticas, ytambién con su propiainteligencia. ¡Jamás tendrás unanimal de compañía másimportante que tu propiocuerpo! Si no lo tratas concariño y disciplina, sus nivelesde energía descenderán, ytarde o temprano acabaráhaciéndote saber su malestarcon algún tipo de enfermedad,de mayor o menor gravedad.

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»Por otro lado, ese animalmantiene un estrecho contactocon nuestro aspecto emocionaly es capaz de influir en él deforma poderosa. Eso significaque si tu cuerpo no está bien,será difícil que tu estadoemocional sea óptimo.

—¿Me estás diciendo que sime centro en cuidar mi saludfísica, van a desaparecer todosmis problemas?

—¡En absoluto! Lo quequiero decir es que la maneramás eficaz para sentirse mejores empezar por ahí.

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En aquel momentollegamos a la playa. Miré haciael mar, acabando de asimilar elrecuerdo surrealista de mímismo llegando a nado hastaaquel lugar. Daniel enterró denuevo sus largos pies en laarena blanca y, abriendo de paren par los brazos, inspiróprofundamente con los ojoscerrados. Realmente parecíaestar disfrutando de la isla.

—El factor número unopara que un cuerpo seencuentre en su mejor estadoes la vitalidad —afirmó—.Quiero que entiendas la

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vitalidad como el verdaderocombustible que pone enmarcha nuestro físico. Se tratadel factor que permite elcorrecto funcionamiento decada una de nuestras células.Cuando somos niños, nuestroscuerpos rebosan vitalidad yparece que ésta nunca puedaagotarse. Sin embargo,conforme pasan los años y nosvolvemos serespsicológicamente máscomplejos, la cosa sueleempezar a cambiar.

—Pues sí —corroboré conmelancolía, mientras observaba

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mi abultada barriga.—Pero la cuestión

importante aquí es que existentécnicas que nos permitenrecargar nuestro cuerpo contoda la vitalidad quenecesitemos y podemosutilizarlas siempre quequeramos.

—Vaya, parece interesante.—Además de la técnica

propiamente dicha, debesconocer las fuentes quecontienen esa energía. Deellas, la principal es el sol.Nuestro astro rey es la fuente

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principal de vida y el factorfundamental para que esteplaneta funcione, lo cual yadebería ser pista suficientepara entender que su influenciaen nosotros debe serbeneficiosa.

»La fuente secundaria másimportante es la propianaturaleza, ya que, entendidade forma puramenteenergética, no es más que unsistema acumulador devitalidad. Por tanto, mientrasmás sol y más naturaleza, másenergía vital disponible.

—Empiezo a entender por

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qué te gusta tanto este lugar...—Existen diversas técnicas

para absorber energía vital delambiente. La mayoría sondisciplinas que proceden deoriente, tales como el chi kungchino o la respiraciónpranayama hindú. Yo utilizo unsistema propio que aúna larespiración, la visualización y lainfluencia del sol. Lo llamo«respiración solar».

»Por favor, siéntate a milado y te explicaré elprocedimiento. Este ejercicioresulta más eficaz si permitesque los rayos solares alcancen

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directamente tu cuerpo.Con cierta curiosidad, me

quité la camiseta y me sentéjunto a Daniel, dejando el sol anuestra espalda.

—Se trata de llevar toda tuatención a la zona superior dela espalda, ya que se trata dela zona más importante para laabsorción de energía vital.Imagina que abres ahí unapequeña puerta y, mientrasinhalas, absorbes hacia tuinterior el calor del sol. En laexhalación, imagina que dichacalidez se extiende por tucuerpo hasta los dedos de los

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pies y de las manos. Y despuésrepites el proceso de nuevo.Inhalas calor por la espalda y lorepartes. Inhalas y repartes...

Estuvimos practicando unosdiez minutos. Luego Daniel selevantó y me dijo que erarecomendable moverse un pocotras aquel ejercicio.Empezamos a caminar a buenritmo, arriba y abajo por lapequeña playa, y en pocosminutos yo ya estaba jadeandopor el esfuerzo.

—La respiración solar serála primera rutina diaria que terecomiendo implementar.

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Tendrás que insistir cada díadurante unos cinco o diezminutos para empezar a notarsus efectos. Puedes practicaresta técnica en cualquier lugar.Si no hay posibilidad deacceder al sol, la claridad quepase a través de una ventanaserá suficiente. Sin embargo,cuanta más naturaleza haya atu alrededor, más eficaz será elejercicio.

»Por otro lado, además dela vitalidad, también esimportante mantenerse enbuena forma física. Esosignifica tener un buen tono

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muscular y una buenacapacidad cardiorrespiratoria.Tan solo conozco un modo deconseguir algo así, y espermitir que el cuerpo físicohaga aquello para lo que estáprogramado desde hacemillones de años, ¡moverse! Opracticar eso que ahorallamamos «ejercicio». ¿Mesigues?

—Creo... que sí... —jadeémientras trataba de noquedarme atrás. Caminar por laarena siguiendo el ritmo de lasinmensas zancadas de Danielresultaba agotador.

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Mi instructor se detuvo deinmediato.

—Disculpa. No recordabaque ya has hecho unimportante esfuerzo nadandohasta aquí. Vamos a estirar unpoco y eso será todo por hoy.

Cuando acabamos, mesentía entre cansado yestimulado al mismo tiempo.Era una sensación extraña,pero agradable, y, de algunamanera, me ayudaba a nopensar tanto en mispreocupaciones.

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* * * —Esta isla era una antigua

base militar francesa y graciasa ello dispone de grandesdepósitos de agua potable —comentó mi anfitrión mientrasponía a calentar una olla en lacocina—. También tienecorriente eléctrica. Hace añosme encargué de instalar unsistema de placas solares paraaprovechar la abundanteradiación solar de este lugar.Como te dije, disponemos detodo lo necesario para estar

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cómodos unos cuantos días.—Y ¡no sabes cómo lo

agradezco! —exclamé—.Cuando llegamos aquí nadando,pensé que tendríamos quesobrevivir comiendo cocos.

—De hecho —dijo Danielentre risas, mientras cortabaverduras—, la correctaalimentación es otro puntofundamental para mantener enel nivel óptimo nuestra energíafísica.

»Mis principios para unaalimentación saludable sonbastante sencillos. En primer

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lugar, evitar en lo posible elconsumo de tóxicos. Me refieroa drogas, alcohol, tabaco ycomida basura de bajo valornutricional.

Aquello me recordó quellevaba una barbaridad dehoras sin probar ni una gota dealcohol. De inmediato empecé anotar una desagradable ycreciente angustia en la basede la garganta, pero traté deno prestarle demasiadaatención.

—En segundo lugar,priorizar el consumo devegetales, carnes y legumbres,

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por encima de los alimentos abase de harinas refinadas oproductos industrializados.

»El tercer principio consisteen no comer más de lonecesario. Actualmente haycentenares de estudios yteorías sobre nutrición, perouna de las cuestiones sobre lasque parece haber más consensoes que comer demasiado acabaacortando la vida de una formau otra. Este principio implicacomer varias veces en menorescantidades.

»Mi última regla sobrenutrición quizá sea la más

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importante. Como no todostenemos el mismo metabolismoy lo que a mí me sientaestupendamente a ti quizá notanto, resulta necesarioobservar qué efecto nosproducen los alimentos queingerimos. ¿Nos provocanproblemas digestivos? ¿Nosdejan con hambre oinsatisfacción? ¿Nos empachano nos hacen sentir saturados?Si nos vamos observando, enpoco tiempo sabremos quéalimentos y combinaciones deellos son los que mejor seajustan a las necesidades de

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nuestro cuerpo físico.Traté de recordar qué cosas

no me sentaban demasiadobien, pero en aquel momentosolo podía pensar en una jarrade cerveza bien fría.

—¿Por qué es tanimportante esto de laalimentación? —pregunté sinpoder evitar un tono deimpaciencia.

—Es importante porque setrata de un factor que influyemucho en nuestra cantidad deenergía física disponible. Sicomes poco, comes demasiado

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o comes mal, tendrás menosvitalidad y tu estado de ánimoserá peor.

»Algunos opinan que desdela mente es posible revertircualquier estado emocionalnegativo. Yo estoy de acuerdo,ya que el nivel mental es mássutil y poderoso que elemocional o el físico y, por lotanto, gobierna sobre ellos. Sinembargo, resulta mucho másdifícil lograrlo si estamosintoxicados o mal alimentados.

—Creo que no te sigo...—Tú mismo eres el mejor

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ejemplo para entenderlo,Nicolas. Tu crisis te ha llevadoal abandono físico y al impulsode intoxicarte con alcohol parapaliar tu sufrimiento. Si noatendemos primero a esascuestiones que te roban lavitalidad física, te resultarámuy difícil liberarte de tuestado anímico negativo, pormuchos esfuerzos mentales quehagas para lograrlo.

—Vale, ahora lo pillo —bufémolesto entre dientes. No mehabía gustado mucho aquelejemplo.

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* * * Después de cenar nos

sentamos en las sillas delpequeño porche de madera. Elsol empezaba a descender,creando bellas sombras entrelas hojas de las palmeras.

Había encontrado micuaderno en una de las cajasde provisiones, Daniel debíahaber dado instrucciones deque lo trajeran, así que medediqué a añadir algunas notas,mientras mi compañero mirabala puesta de sol con expresión

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ausente.—Bueno, hemos hablado de

ejercicio y de alimentación —dije al cabo de un rato, enparte para romper un silencioque empezaba a incomodarme—. ¿Qué otra cosa necesitotener en cuenta?

—El tercer factor físico es eldescanso adecuado. De nadasirve ejercitarse como un atletay alimentar el cuerpo de formaperfecta si no hay un buenperiodo de recuperación.

—Pero ¿también hay unaforma adecuada para eso?

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—Pues sí. El cuerpo físiconecesita reparar los estropiciosque le ocasionamos a lo largodel día y requiere un mínimode tiempo para lograrlo deforma eficaz. Como normageneral, necesitamos entre seisy ocho horas de sueño decalidad para descansarcorrectamente.

—De... ¿calidad?—Me refiero a la capacidad

de sumergirnos en estados desueño profundo. Cuandonuestro sistema nervioso estáalterado, o no estamoscómodos, o hay luz o ruido, o

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cualquier otro factor que nosaltere, entonces no somoscapaces de permanecer lashoras necesarias en ese estadoregenerador.

Aquello me recordó quedentro de la maleta que sehabía quedado en el helicópterotenía mis pastillas para dormir.Decidí no comentarle aquello aDaniel, pero estaba claro quemi calidad de sueño estabadestinada a ser un desastre.Sin aquellas pastillas no podíapegar ojo.

—También es importanteajustarnos todo lo posible a las

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horas de luz solar. Es unacostumbre que hemos idoperdiendo, debido, en parte, aluso de la iluminación artificial.Sin embargo, el hecho deseguir el horario del sol implicauna mejoría muy importante eneso que llamo «calidad delsueño». Tú mismo podráscomprobarlo a lo largo de lospróximos días. Y dicho esto, ¡adormir! —exclamó de repentemientras estiraba las piernas.

—Pero ¡si no son ni lasocho!

—Perfecto, porque amanecepoco antes de las cinco, y a esa

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hora ya estaremos en pie conlos ejercicios matutinos. Tudormitorio es el de la izquierda.Trata de descansar todo loposible. Buenas noches,Nicolas.

Y, sin más, entró en silencioen la cabaña.

Yo miré de nuevo a lo lejos,sin saber qué hacer. En aquelinstante desaparecía el últimorayo de sol que trataba decolarse entre la vegetación.

—Esto va a ser mucho másdifícil de lo que imaginaba —mascullé malhumorado

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mientras apuraba la taza.

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Cuestión dehábitos

as aguas de un océano oscuro y

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Ltormentoso estaban a punto dedevorarme cuando unos

golpes inesperados merescataron de la pesadilla.

Alguien llamaba a lapuerta.

Miré hacia mi muñeca solopara recordar que mi reloj sehabía quedado junto al restodel equipaje en aquelhelicóptero. Aturdido, giré elrostro hacia la ventana. Eranoche cerrada.

—Nicolas, despierta —dijoDaniel tras la puerta—. ¡Eshora de ponerse en marcha!

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Ponerse en marcha... Habíapasado la mitad del tiempodespierto mirando la bombillaencendida de la habitación y laotra mirad dando vueltas en lacama. Siempre me habíapreguntado por qué razón unosolo se duerme cuando sabeque falta muy poco para tenerque levantarse.

—Voy —musité con una vozronca de ultratumba, mientrasme incorporaba con granesfuerzo. Si estábamos enaquella isla para cargar laspilas del cuerpo, la cosa nomarchaba bien: me sentía más

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agotado que nunca.Salí del dormitorio,

arrastrando los pies. Daniel meestaba esperando en la puertacon una taza en la mano.

—Por favor, dime que es uncafé bien cargado —supliqué.

—¡En absoluto! Losestimulantes no te ayudarán,Nicolas. Es agua, zumo delimón y un poco de miel.Necesitamos hidratarnosdespués de dormir, ¿sabes? —explicó, mientras insistía con elvaso.

Lo cogí solo porque no me

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sentía con fuerzas para discutir.Arrugué el gesto. Esperaba queel brebaje estuviera más dulce.

—Venga, acompáñame. Noquiero que nos perdamos elespectáculo.

Salimos de la cabaña ytomamos el sendero endirección a la playa.

—Está a punto deamanecer y es el momento derealizar nuestro primerejercicio del día —dijo nadamás llegar, señalando dostoallas extendidas en la arena—. Simplemente ponte cómodo,

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guarda silencio y no dejes deobservar el sol.

Tras los bonitos colores delalba, el dorado astro hizo suaparición sobre el horizonte yyo seguí las instrucciones deDaniel, mientras él tambiénmiraba hacia el sol en silencio.

—Bien. Es suficiente —anunció una vez transcurridosunos cinco minutos—. Haremoseste sencillo ejercicio todos losdías. El observar la luz solardirecta te ayudará con elinsomnio y sentará las basespara cuando, más adelante,trabajemos con tu mente.

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—¿Cómo sabes que tengoinsomnio?

—¡Solo hay que verte lacara, hombre! —argumentó elhombretón mientras se poníaen pie de un salto y me soltabauna palmada en la espalda—.Vamos a movernos un poco,anda.

Entonces se puso a correrde arriba abajo por la playa,mientras yo trataba de seguirlocaminando todo lo rápido quepodía.

—Daniel, espero que nopretendas que practique todos

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estos ejercicios cuando vuelvaa la vida real... —dijeresoplando como un buey.Habían pasado solo unosminutos y ya estaba empapadoen sudor—. La verdad, no loveo... factible.

Mi compañero asintiólevemente, como si esperaraaquel comentario.

—Tu estancia aquí persiguevarios objetivos. En primerlugar, te ayudará en granmedida a salir de esa burbujade monotonía que te manteníapsicológicamente anclado aldolor del pasado.

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»En segundo lugar, todosestos ejercicios, en este parajenatural, solo pretendenayudarte a que obtengas unmínimo de vitalidad y saludpara que podamos seguir contu entrenamiento. Todo aquelque se encuentra en una etapadifícil de su vida deberíaplantearse un mínimo de tres ocuatro semanas de exclusivocuidado físico antes deaventurarse en un nuevoproyecto. Transcurrido esetiempo, no suele hacer faltadedicar tanto tiempo al aspectofísico.

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—Ya veo... —jadeé—. Peroyo no tengo una isla en laciudad, ¿sabes? ¿Cómo esperasque haga todo lo que mepropones en mi casa?

—Todas las rutinas queaprendas aquí podrásrealizarlas casi en cualquierparte, aunque para ello tendrásque crear tus propios hábitos.

—No lo sé... Me parece queeso es algo que no se me va adar muy bien. Últimamentecualquier cambio se me haceuna auténtica montaña.

—Ten confianza. Te

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resultará mucho más fácilcuando tu cuerpo empiece arecibir mejores cuidados ydisponga de más vitalidad.

»La creación de nuevoshábitos es un proceso que siguevarias etapas. Al principio esrecomendable disponer delentorno más propicio posible yuna regularidad de horarios. Siquieres dejar de fumar, no lohagas en un bar. Si quiereshacer algo cada día querequiere tu concentración, nolo hagas en un lugar lleno dedistracciones. ¿Comprendes?Por eso estamos en este lugar y

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somos tan estrictos con loshorarios.

»Si consigues mantenertefirme en esta primera etapa,empezarás a ver resultados quealimentarán tu motivación, yya habrás superado lo másduro. En este sentido, suele sermás difícil crear una chispa quealimentar la hoguera.

»Tú mismo comprobarásque, al final del proceso, loshábitos pasarán a formar partede ti. Entonces no importarádónde estés o qué horariossigas, o no tener a otra personaque te acompañe. Encontrarás

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siempre un modo de realizartus rutinas, te lo aseguro.

—Está bien —concedí—.Tengo entendido que esnecesario insistir duranteveintiún días. —Era algo queme sonaba haber leído enalgún lugar.

—Se trata solo de unareferencia aproximada. Lo delos veintiún días surgió de lasobservaciones de un cirujano,el cual reparó en que laspersonas que habían sufridoamputaciones necesitaban eseperiodo para adaptarse a uncambio tan terrible.

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»Sin embargo,investigaciones recientes hanestimado que, en realidad, eltiempo es muy variable enfunción del perfil psicológico decada persona y del tipo dehábito que se pretendainstaurar. De hecho, se hacalculado que el tiempo medioes de sesenta y seis días.Pasado ese tiempo, cualquieraes capaz de automatizar en suvida una nueva acción.

—Vaya, eso es algo más dedos meses. ¡Me parece muchotiempo!

—Bueno, mucho o poco es

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relativo, ¿no te parece? Piensaque con cada pequeño hábitoinstaurado obtienes una nuevadosis de autoconfianza, ytambién la certeza, cada vezmás profunda, de querealmente puedes conseguircualquier cosa que tepropongas.

* * * Reflexioné sobre todo

aquello mientras regresábamosa la cabaña. Desayunamoshuevos, nueces, dátiles y

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aguacates. Fue el desayunomás extraño de mi vida y,aunque no estaba mal, echabaen falta un café con leche... conun chorrito de coñac.

Después nos sentamos denuevo en el porche.

—¿Vienes aquí muy amenudo? —pregunté.

—Normalmente, una vez alaño —respondió con actitudrelajada—. Son unos días queaprovecho para descansar yregenerarme. Hubo un tiempoen que necesité venir largastemporadas para enfrentarme a

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mis propias crisis...No era la primera vez que

mencionaba aquello y mepregunté qué había podidoocurrir para hundir a un tipocomo Daniel.

—Yo también he pasado pordolorosas tormentas, Nicolas, yte aseguro que cada una deellas ha merecido la pena. Ya tedije que sé por lo que estáspasando y que mi intención esayudarte.

—Lo siento, pero no teentiendo —reconocí en vozbaja, con cierta confusión.

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—No te preocupes. Tegarantizo que cuando acabesesta formación, te conocerás ati mismo de un modo quenunca has imaginado. Y ellotambién te permitirácomprender mejor a los que terodean, yo incluido.

* * * Los días pasaron casi sin

darme cuenta mientrasrepetíamos cada día la mismasecuencia de actividades,siempre siguiendo fielmente el

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horario del sol. Daniel nodejaba de insistir en que elhecho de respetar un ritmofacilitaba la recuperación de mienergía física y, al mismotiempo, me ayudaba a afianzarlos nuevos hábitos.

Y lo cierto es que mi cuerpoempezó a cambiar.

No teníamos ningunabáscula en la isla, pero eraevidente que estaba perdiendograsa y ganando musculatura aun ritmo desconcertante.Empecé a dormir mejor y asentirme como no recordabahacía mucho tiempo. Mi piel se

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bronceó y mi aspecto decadáver deprimido setransformó en el de un tipo quevolvía de unas largas yrelajantes vacaciones. Por sitodo eso fuera poco, mi anhelode alcohol cada vez era menosfrecuente.

Era evidente que cada vezme sentía mejor. Sin embargo,no conseguía dejar de pensaren el día en que me habíandespedido o en el momento enque Sara me abandonó.

La rabia y el dolor volvían,entonces, con más fuerza quenunca.

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* * * —Hemos concluido la

primera etapa de tupreparación —anunció Daniel,inesperadamente, una tardetras la cena. Luego guardósilencio.

Los días de convivencia conaquel hombre me habíanenseñado a conocer mejoraquellos momentos de silencioy sabía que, en ocasiones, setomaba su tiempo a la hora deexpresar algo.

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—Lo has hecho bien —añadió finalmente—. Tu cuerpotodavía es capaz de disponer demás energía vital, pero creoque has alcanzado el mínimonecesario para pasar a lasegunda etapa.

—Y supongo que no medirás en qué consiste —comenté con cierta resignación.

—Te puedo decir quemañana nos vamos. Hace unrato he hablado con mi equipode colaboradores. Tengo unareunión importante a la quequiero que me acompañes.

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—¿Una reunión? Está bien.¿Tendremos que ir muy lejos?

—No mucho. ¿Has estadoalguna vez en Kenia?

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-¡A

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El demonio

h! ¡Benditas sean lacivilización y suscomodidades! —exclamé

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mientras me arrellanaba en elbutacón del lujoso jet conmanifiesta satisfacción.

Daniel observó mi actitudcomplacida con una expresiónque avecinaba algún tipo decomentario.

—El mejor modo dedisfrutar de las comodidades dela vida consiste en dejar denecesitarlas, y eso solo esposible una vez que hemosdescubierto nuestra riquezainterior —aseguró con especialrotundidad—. Sin alcanzardicho logro, todo lujo acabaconvirtiéndose en una

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monotonía superficial, unajaula dorada que no hace másque resaltar la urgentenecesidad de mirar hacianuestro interior. Te aseguro queni todas las riquezas del mundojuntas son suficientes parasatisfacer nuestras carenciaspersonales.

Miré a mi compañero einstructor con cierto fastidio.Su breve disertación habíaconseguido que me sintieraalgo culpable.

Sin embargo, Danielpalmeó mi hombro con unasonrisa y se sentó frente a mí.

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—No me malinterpretes.Acomódate y disfruta del viaje.Es solo que el tema del dineronos ciega de formaespecialmente dañina y quieroasegurarme de que comprendesmi punto de vista. No megustaría que mis recursosmateriales contribuyeran aconfundirte. Además —añadióen tono casual—, está bien queaproveches estas comodidades.Te aseguro que van adesaparecer en breve.

* * *

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Después de unas tres horas

de vuelo aterrizamos en unpequeño aeropuerto que notenía ningún aspecto de ser elde la capital del país. Daniel meexplicó que nos encontrábamosen Lokichogio, la ciudad con lapista de aterrizaje más cercanaal lugar adonde debíamosacudir.

Hacía un calor abrasador yno estaba de muy buen humor,así que agradecí el aireacondicionado del todoterrenoque nos esperaba en la pista.Daniel hablaba en francés en el

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asiento de al lado con el móvilpegado a la oreja. Todavía nohabía visto en aquel hombre unsolo gesto de preocupación,aunque en aquella ocasiónparecía especialmente pletóricode felicidad.

—Tardaremos unas doshoras en llegar —dijo trascolgar—. Te recomiendo queobserves el paisaje. —Y dichoesto, cerró los ojos y se puso adormir con una enigmáticasonrisa en el rostro.

Avanzábamos por unadestartalada carretera derectas infinitas. Aquel lugar era

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un terreno yermo, seco einterminable, donde el calor nohabía dejado ni rastro devegetación, humedad opresencia humana.

Por mucho que medevanara los sesos, no eracapaz de imaginar a qué tipo dereunión de negocios teníamosque asistir en un lugar comoaquel.

—¿Qué te parece? —preguntó Daniel al cabo de unrato, aún con los ojos cerrados.

—Me parece que es el lugarmás desolador que he visto en

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mi vida.—En efecto. La cuestión, mi

querido amigo, es que tusemociones se encuentran en unestado parecido.Aparentemente solo haydesolación y ni rastro de vida.

—¡No me digas que me hastraído hasta aquí solo por esatriste metáfora! — repliqué,enfadado.

—Estamos aquí porquequiero compartir contigo unéxito profesional —explicóDaniel, completamente ajeno ami mal humor—. Pero

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aprovecho la coyuntura paraenseñarte algo sobre tu mundointerior.

»Estamos en Turkana, laregión más árida de Kenia. Aligual que pasa con tu estadoemocional, este es uno de loslugares más desagradables yendurecidos del mundo. Sinembargo, más allá de lasevidencias, aquí hay muchavida. En esta región viven másde un millón de personas, lamayoría nómadas que luchancada día para encontrar agua yalimentos.

—¿Agua, aquí? Debes de

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estar bromeando. Hasta lahumedad del ambientedesaparece al instante con estesol. Mira este paisaje. ¡Aquí nollueve desde hace unaeternidad!

—La vida siempre estápresente, aunque no seamoscapaces de percibirla.¡Siempre! —Lo enfatizó con eldedo—. No importa lo inhóspitoque sea el paisaje, no importalo desesperada que sea lasituación ni lo doloroso que sealo que sintamos. La vidasiempre está ahí. Y donde hayvida, hay esperanza.

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—No sé adónde quieres ir aparar con todo esto, la verdad—dije, cruzándome de brazos.

—Pronto lo entenderás.Trata de no dejarte llevar portu mal humor y presta atencióna mis palabras —contestóDaniel, como si le hablara a unniño—. Ya te he dicho quenuestro mundo interior estácompuesto de energías más omenos sutiles. El aspecto físicoes nuestra manifestación demayor densidad y te he dadopautas suficientes para quepuedas enriquecerlo.

»Pero nuestras emociones

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también se ordenan según sudensidad. Las más sutiles yrefinadas son las máspoderosas y suelen ocultarsetras una tosca capa deemociones desagradables ypesadas.

—Ya. Como mi mala leche,¿no? —mascullé entre dientesmientras miraba por laventanilla.

—Tú lo has dicho —dijoDaniel, sonriendo conamabilidad—. De hecho, larabia es la más superficial deellas. Como el paisaje que estásviendo, tiene un aspecto muy

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agresivo. Bajo la rabia, y muypróxima a ella, solemosencontrar la tristeza y todas lasemociones relacionadas. Aún amayor profundidad seencuentran nuestros temores,y en los lugares más recónditosde nuestro subconsciente sueleocultarse la culpa.

»Sin embargo, si nosatrevemos a profundizar através de todas esas capasemocionales, podremos irdescubriendo nuestrossentimientos más nobles. Y eso— añadió, mirándome a losojos— es algo que todo aquel

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que aspire a poseer verdaderariqueza deberá experimentarde un modo u otro.

* * * El todoterreno salió de la

carretera para tomar una pistade tierra rojiza. Avanzamosunos minutos hasta llegar auna pequeña aglomeración devehículos aparcados de formacaótica. Había furgonetas,todoterrenos y coches oficialescon cristales tintados. Una delas furgonetas parecía de una

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televisión local.—Qué diablos...Aquello era lo último que

esperaba encontrar en undesierto como aquel. Nuestrocoche se detuvo junto a unpequeño camión, en el queunos individuos cargabanordenadores y diversosartefactos electrónicos que nosupe identificar.

Un tipo con gafas y cabelloblanco se dirigió a nosotros,corría con tal expresión dejúbilo que resultaba un tantocómica.

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—¡Señor Wheelock! Comosiempre, llega en el momentojusto. ¡Estamos a punto delograrlo! Como puede ver, lanoticia se ha filtrado —comentó, señalando lafurgoneta de televisión, dondeuna joven corresponsal dabalos últimos retoques a sumaquillaje—. También havenido gente del Gobierno.

—Supongo que es algoinevitable —contestó Danieldespreocupadamente mientrasle estrechaba la mano—. Tepresento a Nicolas Sanz.Nicolas, este es Alain Gachet,

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el ingeniero jefe deprospecciones.

—¡Un placer! —correspondió con educación elingeniero—. También hanvenido unos cuantos turkana.Un jefe de clan con suconsejero personal y susesposas. Está claro quetambién quieren presenciar elacontecimiento...

Nos acercamos caminandohasta un camión amarillo conuna pequeña torreta en laparte final del remolque. Unaespecie de tubería metálicagiraba en su interior y

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penetraba en el terreno,mientras un grupo de personasde lo más variopinto observabael proceso con atención.

Entre ellos había unindígena alto y negro como unasombra, rodeado de mujeres decabello muy corto y quecargaban una gran cantidad decollares trenzados dellamativos colores alrededor desus cuellos. El nativo nos miróbrevemente, pero volvió adirigir su atención a la máquinaperforadora sin alterar lo másmínimo su expresión severa.

—Entonces, ¿se trata de

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petróleo? —pregunté, mientrasyo también miraba expectantehacia el cilindro metálico quepenetraba más y más en latierra rojiza.

—En realidad, se trata dealgo bastante más valioso eneste lugar...

Daniel no había acabado lafrase cuando empezó a surgirun borboteo rojizo alrededor dela tubería que horadaba elterreno. De repente, tras unensordecedor estampido, ungrueso chorro transparentebrotó hacia el cielo y provocóuna fina llovizna en el lugar.

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Me miré las manos,tratando de entender quéestaba pasando, pero en aquelmismo instante, estalló lalocura.

Algunos técnicosempezaron a gritar y aabrazarse eufóricos; un tipotrajeado trataba de explicaralgo por encima de todo aquelgriterío, vociferando a travésde un teléfono móvil; lareportera lanzaba instruccionesde un modo frenético alcámara, y las mujeres nómadasempezaron a danzar en círculosalrededor del camión,

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entonando alegres cánticos.Y Daniel aplaudía

entusiasmado con todo aquelespectáculo.

—¡Agua! —exclamó—. Hanencontrado el acuíferosubterráneo más grande delplaneta, Nicolas. ¿Sabes lo quesignifica eso?

—Supongo que esta pobregente dejará de pasar sed.

—Es mucho más que eso.Aquí hay más de diecisietemillones de personas sin aguapotable. Con un acuífero deestas características, Kenia

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dispondrá de agua paraconsumo, agricultura eindustria a lo largo de lospróximos setenta años. ¡Seacabó la pobreza y el hambreen este lugar del mundo!

—Vaya —murmuréimpresionado—. Pero ¿quétiene que ver todo eso contigo?

—Soy el principal accionistade la empresa geoprospectoraque ha descubierto el acuífero.Hace años me interesó susistema de trabajo y sucolaboración con la Unescopara solucionar el problema dela falta de agua en regiones

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como esta. Hoy es el díacumbre, después de muchosmeses de trabajo, y han tenidola amabilidad de avisarme.

El ingeniero jefe volvió aacercarse a nosotros conlágrimas de emoción en elrostro.

—Muchas gracias por suconfianza, señor Wheelock.Somos conscientes de que nadade esto hubiera sido posible sinsu apoyo.

Antes de que Danielpudiera contestar, el jefe delclan se aproximó hasta

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nosotros y le dijo algo alingeniero. Alain llamó a untraductor de su equipo, que sedirigió al nativo en su idioma.

—Dice que jamás hubieracreído que un río corriera bajola tierra. Que esto cambiará eldestino de su gente y que sesiente honrado de poder vivirlojunto a ellos. Nos ha invitado aasistir a una ceremonia estanoche en su asentamiento —concluyó el traductor.

—¡Excelente! —repusoDaniel mientras me guiñaba unojo—. Por nada del mundo nosperderíamos una experiencia

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como esa.

* * * La tarde había avanzado y

el sol abrasador parecíamostrar un poco de clemenciaconforme descendía en elhorizonte.

Sin embargo, yo no dejabade sudar.

—A quién se le ocurrehacer una hoguera en un lugarcomo este —mascullé para mímismo, consciente de que con

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aquel alboroto nadie podríaoírme.

Nos habíamos sentadoformando un gran círculoalrededor del fuego. Mientrastanto, las mujeres nómadasseguían con sus danzas ycánticos, en agradecimiento aldios Kuj, por haber traído elagua hasta sus tierras.

A mi lado, Alain y su equiponos explicaban sus experienciasa lo largo de las últimassemanas hasta encontrar elpunto adecuado de perforación.Daniel los escuchaba con graninterés, aunque a juzgar por

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algunas de sus preguntas,parecía estar bastante alcorriente de lo que habíaocurrido recientemente.

Unos niños nos ofrecieronunos pequeños cuencos con unlíquido espeso de aspecto untanto repulsivo.

—Es leche de vaca —aclaróDaniel mientras se llevaba elcuenco a los labios y hacía ungesto de agradecimiento hacialos niños.

Hubiera preferido un pocode toda aquella agua fresca queacababan de encontrar bajo

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tierra. Sin embargo, no queríaser el único que rechazara esegesto hospitalario, así que alcéel cuenco para beber.

—Con un poco de sangre debuey, claro —añadió Daniel entono casual.

Escupí ruidosamente,empapando las piernas de unade las mujeres que danzaban, yde inmediato pensé queaquellos indígenas me asaríanvivo por aquel atrevimiento.

Pero ni la mujer ni el restoparecieron reparar en lo quehabía pasado. Daniel, sin

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embargo, reía ruidosamentemientras Alain lo observabacon actitud de incomprensión.

—Tú... eres... un... —Melevanté de un salto y me alejédel lugar antes de decir todo loque se me pasaba por lacabeza. Y ¡pensar que aquelidiota infantil pretendíaenseñarme cómo debía vivir mivida!

Caminé furibundo entre laspequeñas cabañas hechas conramas que formaban elasentamiento. De repente, unindígena de cabello blanco ypiel arrugada se interpuso en

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mi camino. Tenía las piernasflexionadas y agitaba los brazosabiertos, como si yo fuera unacabra descarriada que debíaconducir a su rebaño.

Aquello era lo que mefaltaba.

—Mire, señor, le adviertoque no estoy de humor...

— ¡Fuera de ti! —exclamóel anciano.

—¿Habla mi idioma? —pregunté, perplejo.

—¡Fuera de ti! —repitió,bloqueándome aún el pasomientras agitaba los brazos.

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Luego gritó algo que no pudeentender, aunque me pareciócaptar una palabra.

—¿Demonio?—¡Demonio! —repitió.

Luego, con una rapidezinesperada para alguien de suedad, me aferró de la muñeca yme obligó a seguirlo mientrasnos alejábamos aún más de lahoguera. Traté de ofrecerresistencia, pero el viejo tirabade mí como un maldito buey.

Prácticamente me arrastróhasta una pequeña montaña detroncos y ramas secas. Parecían

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las reservas de aquella gentepara hacer fuego o construircabañas. El turkana tomó unavara larga y gruesa y la tendióhacia mí mientras señalabahacia el resto de las ramas.

—¡Fuera! ¡Fuera! —vociferaba.

Por un momento temí queaquel salvaje enloquecidotuviera intención depropinarme una paliza antes deexpulsarme del asentamiento.Pero en seguida comprendí quesolo pretendía que cogieraaquel palo.

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Tomé la rama con cautela yme lo quedé mirando, sin saberqué hacer.

—Quiere que expulses aldemonio que llevas dentro,Nicolas.

Daniel surgió de laoscuridad y se mantuvo a ciertadistancia de nosotros. Lohubiera ahorcado hacía solo unpar de minutos, pero en aquelinstante fue un alivio verlo.

—Pero ¿de qué demoniohabla? ¡Este señor está loco!

—No lo creo —dijo Daniel—. De hecho, yo diría que se

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trata de alguienexcepcionalmente sabio. Solopretende ayudarte. Quiere quegolpees esas ramas de ahí coneso que te ha dado. Cree queasí expulsarás... a esedemonio.

—¡Demonio! ¡Demonio! —gritó el viejo, y me propinó unempujón en el pecho que casime deja sentado en el suelo. Lafuria volvió a surgir en mí,mientras pensaba seriamenteen devolverle el golpe con larama que tenía en la mano.

—¡Está bien! —gritémientras golpeaba con fuerza

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la montaña de ramas y mirabaal anciano—. ¿Así? ¿Así? ¡Estáistodos locos!

Por alguna razón, seguígolpeando cada vez con más ymás rabia mientras empezaba apensar que quizá yo era el másdemente de todos. Aquella ideaabsurda no hizo más queaumentar la furia que parecíabrotar desde mi estómagohasta el brazo que golpeaba.

Una parte de mí eraconsciente de que habíaempezado a gritar como unanimal salvaje mientras cosía apalos aquella enorme madeja

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de ramas.Me vi a mí mismo semanas

atrás, con el coche estacionadoante la oficina central bancariay a punto de explotar de rabia.Recordé las ocasiones a lo largode mi vida profesional en lasque había decidido ignorar mipropia ética y engañar a misclientes para alcanzar losobjetivos impuestos. La miradafría de mi jefe, diciéndome queme quedaba sin empleo. Mimujer, acusándome de no sercapaz de seguir luchando,saliendo de nuestro piso parano volver nunca más. Los

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continuos rechazos en lasentrevistas de trabajo, que mellegaron a convencer de quehabía dejado de ser unapersona laboralmente válida.

Pude ver todo lo que habíaperdido, la vida que me habíanarrebatado.

Vi a mi padre poco antes desu muerte y pude comprenderlo profundamente enfadado queestaba con él por habermeabandonado, por habermeobligado a hacermeresponsable de la familia.

Caí de rodillas, exhausto, y

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empecé a sollozar como nuncaantes lo había hecho. Quiseseguir golpeando la tierra conlos puños, pero no mequedaban fuerzas. Apenaspodía respirar por el esfuerzo yel llanto.

Escuché vagamente alanciano, susurrando algoextraño mientras movía lasmanos a mi alrededor. Suspalabras eran sonidosincomprensibles, peroextrañamente reconfortantes.

Alcé el rostro anegado delágrimas y me encontré con losojos amarillentos del anciano.

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—Demonio volver, pero tú...¡Fuera de ti!

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8

Una explosióncontrolada

lguien se movió y me tocó

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Abrevemente en el hombro conintención de despertarme.Estaba tumbado dentro de

una de las pequeñas cabañasde los turkana y la oscuridadera casi total. Tras mi repentinoarrebato de locura, el ancianono me dejó en paz hasta queme metí allí dentro paradescansar. Después, norecordaba nada más.

—No pensarás que por elhecho de estar en este lugar telibrarás de tus ejercicios —dijola silueta de Daniel entrepenumbras.

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Lo miré en silenciomientras estiraba las piernas ytrataba de quitarme el sueñode encima. Resultaba increíble,pero no recordaba haberdormido tan plácidamente enaños.

—Supongo que no es unabroma, ¿verdad? —preguntécon una vaga esperanza.

«Por supuesto que no loes...»

Salimos de la pequeñaestructura semiesférica yrespiré con satisfacción ellímpido aire matutino. Todavía

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era de noche, pero el horizonteempezaba ya a clarear con laluz del amanecer.

En el asentamiento parecíahaber cierta actividad. Losniños eran los responsables detraer agua al pueblo. Salían alalba dispuestos a recorrerhasta sesenta kilómetros enbusca del preciado líquido, y nisiquiera acudir a la escuelaconstituía para ellos unaprioridad.

Me preguntaba quéocurriría ahora con todaaquella agua potable disponiblebajo tierra.

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Nos sentamos en el sueloen una zona tranquila pararealizar nuestra rutinariacontemplación del sol nacientey luego nos pusimos a correren silencio, siguiendo elperímetro del asentamiento.Sabía que Daniel querríacomentar la experiencia quehabía vivido con el anciano,pero no me apetecíaespecialmente hablar de ello.

Daniel volvió a sentarse enel suelo mientras miraba haciael horizonte con expresiónausente. Supuse que se tratabade algún nuevo ejercicio, así

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que yo también me senté.—Hubo un tiempo en mi

vida en que yo también vivíacegado por el espejismo delpoder —dijo al cabo de un rato,en un tono un tanto ausente—.Tenía más dinero del que podíagastar, una profesión que meapasionaba y una familia a laque amaba profundamente.Creía poseerlo todo, perotodavía no sabía nada.

Guardó silencio de nuevo ypresentí que estaba a punto decompartir conmigo algoimportante.

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—Conocí a mi mujer pocodespués de finalizar misestudios universitarios enNueva York. Era una personaexcepcional, Nicolas. Bella entodos los sentidos y con el raropoder de alegrar a cualquieracon la arrolladora fuerza de supositivismo.

»Cuando la conocí, penséque no era humanamenteposible amar más de lo que yola quería. No tardé en descubrirque me equivocaba, porsupuesto. Formamos unahermosa familia y comprendíque el corazón humano no

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tiene límites cuando se trata desentir amor hacia nuestroshijos.

»David, mi hijo mayor,soñaba con hacer un safari —continuó el hombretón con unaleve sonrisa—, así que decidívisitar este bello continente conél y mi mujer. Mis otros doshijos eran demasiado pequeñosy se quedaron en París junto asus abuelos.

»Como de costumbre, granparte de mi mente estabaocupada en mis negocios y noen disfrutar plenamente deaquellas vacaciones en familia.

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Antes de empezar laexpedición, decidí desviarme yosolo unos kilómetros hacia lafrontera con Somalia con el finde visitar unas tierras quetenían cierto potencial para suexplotación energética. Nopensaba tardar más de unascuantas horas y dejé a mifamilia en una pequeñapoblación junto a nuestro guíay unos amigos.

Me removí incómodo en elsuelo. Intuía que algo terribleiba a suceder en aquellahistoria. Pensé que no estabaseguro de querer escucharlo,

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pero no podía dejar de absorbercon toda mi atención laspalabras que pronunciaba aquelhombre.

—Cuando regresé, elpoblado había sido atacado poruna milicia somalí. El lugarestaba sumergido en el caos yel ejército trataba de desalojarel lugar. El pánico se habíaapoderado de todo. Habíavarios cuerpos en el suelotapados con viejas mantas.Antes de poder comprobarlocon mis propios ojos, ya supeque había perdido a mi mujer ya mi hijo.

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Daniel me miraba conlágrimas en los ojos y yo nopude más que bajar el rostro,sobrecogido por la historia.Recordé que ya había sugeridohaber pasado por una épocadifícil en su vida, pero nuncahubiera imaginado unaexperiencia tan desgarradora.

—Aquello me destrozó,Nicolas —continuó Daniel congravedad—. No recuerdo muybien las semanas que siguierona la muerte de mis seres másqueridos, pero los que meayudaron en aquellos díascuentan que parecía un

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demente y que me negaba ahablar con nadie.

»Poco después descubrí quepara el ataque se habíautilizado armamento fabricadopor una empresa con la que migrupo inversor colaborabaestrechamente. Tomarconsciencia de aquello acabó dereducir a cenizas todo por loque siempre había luchado. Eldinero, el poder, elreconocimiento... De repentenada de todo eso tenía ningúnsentido para mí. Abandoné elmundo de los negocios con unaherida terrible en el corazón y

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con la mente saturada depreguntas que necesitabanrespuesta.

Daniel inhaló y exhalólentamente mientras una tenuesonrisa reaparecía en su rostro.

—Me llevó algunos añosconseguirlo. Tuve que aprendera ocuparme de mi mundointerior, atreverme aenfrentarme a mis heridas,hasta que finalmentecomprendí el propósito de tantodolor y pude alcanzar laverdadera riqueza interior.Ahora sé que no lo hubierapodido lograr sin aquella

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desgarradora experiencia.Miré pensativo hacia la

tierra rojiza y polvorienta sobrela cual estábamos sentados.

—Aun así, ¿crees quemereció la pena pasar por algoasí? —pregunté, tratando deexpresarme con delicadeza.

Mi compañero reflexionóunos instantes, como si buscaralas palabras adecuadas.

—Probablemente existeninfinidad de leyes en esteuniverso —respondió—, perohay tres de ellas que merece lapena considerar en toda crisis.

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La primera es que nadie, sinexcepción, experimentaninguna dificultad que no seacapaz de superar. La segundaes que todo dolor y esfuerzosiempre se compensa concreces y en el momento másadecuado. Y la tercera ley diceque todo aquello realmenteimportante que nos ocurresigue un sabio propósito que,más tarde o más temprano,llegamos a comprender.

»Yo decidí creer en estasleyes en la etapa más difícil demi vida, y posteriormente hetenido la oportunidad de

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experimentar su infaliblevalidez. Ahora no solo lo creo,ahora lo sé.

»Por eso, te sugiero que tútambién intentes hacer lomismo. Trata de creer, Nicolas,y la vida se encargará dedemostrarte que, pase lo quepase, siempre estará de tulado.

* * * Nos dirigimos hasta la zona

donde los técnicos habían

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aparcado los vehículos que noshabían llevado hasta allí. Alainsurgió del interior de uno de lostodoterrenos y nos ofreció caféde un termo. El francés nosexplicó que una vez abierto elprimer pozo, deberían empezara afrontar nuevas dificultades.La noticia empezaría a correrpor todo el país y el Gobiernotendría que vigilar el buen usode los pozos para prevenir lacontaminación del acuífero.Además, sería necesarioelaborar un proyecto desostenibilidad y considerar quétipo de alimentos podrían

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cultivarse teniendo en cuentalas características climáticaslocales.

—Algunos de esos pasosestán más allá de nuestroalcance —dijo el francés concierta resignación—, perotrataremos de hacer lo quepodamos.

Tras una breve despedidainiciamos el camino de vueltahacia el aeropuerto. Micompañero consultaba suteléfono móvil y yocontemplaba de nuevo aquelpaisaje desértico a través de laventanilla.

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No podía quitarme de lacabeza su dramática historia.Me resultaba difícil imaginarcómo alguien podía rehacer suvida después de un golpe comoaquel.

—Y ¿bien? —dijo Danielmientras guardaba el terminal—. ¿Qué te ha parecido laexperiencia?

—Fascinante. Me alegracomprobar que estásinvolucrado en proyectos taninteresantes.

—Me alegro de que tealegres. Pero no te preguntaba

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por eso.—Lo sé —contesté con

sequedad—. La verdad es queno me apetece hablar muchodel asunto...

—Bueno, eso suele indicarque se trata de un temaespecialmente interesante.

Me giré para comprobar sime estaba tomando el pelo,pero me observaba desde elotro lado del vehículo con sumaatención. No parecía queestuviera bromeando.

—Lo cierto es que estoy untanto confundido. —Suspiré—.

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No sé muy bien qué me ocurrióanoche.

—Yo lo definiría como una«explosión controlada».

—¿Qué quieres decir?—Quiero decir que has

experimentado una liberaciónde rabia en un entorno seguropara ti y los demás. El ancianoha sabido captar un exceso deesa emoción en tu interior y teha ayudado a desprenderte deuna parte de ella. Es evidenteque lo identificaba con algúntipo de entidad maligna de laque debías liberarte a toda

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costa.»Pero más allá de esas

creencias, el ejercicio meparece muy adecuado paramejorar tu estado emocional.Llevas toda una vidaacumulando rabia, Nicolas. Losdifíciles cambios que has tenidoque asumir te han debilitadofísica y psicológicamente, y esoha hecho que tu capacidad parareprimir el exceso de esaemoción haya empeoradosignificativamente. Por eso,últimamente tiendes a estar debastante mal humor.

—Espera un momento. ¿Me

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estás diciendo que el motivo demi cabreo no es todo lo que meha ocurrido últimamente?

—Creo que tus últimasexperiencias no han hecho másque añadir más rabia donde yahabía un exceso y que, alderrumbarte psicológicamente,todo ese contenido emocionalha salido a la superficie.

»La ira es relativamentefácil de percibir, pero pocaspersonas saben gestionarlaadecuadamente. Cada día haymuchas víctimas de explosionesde rabia fuera de control. Siesas personas aprendieran a

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liberarse de ella en un entornoseguro, evitarían gravescomplicaciones en sus vidas yen la de aquellos que lesrodean.

—Ya veo. Pon un ancianoturkana en tu vida y tusproblemas desaparecerán, ¿no?—dije con una sonrisa forzada.

—El sarcasmo también esuna forma de violencia,compañero —apuntó Daniel conseriedad—. Y la violencia sueleindicar que hay rabia desatadaque necesita dominarse. Te dirélo mismo que te dije en la islasobre los ejercicios físicos que

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te enseñé allí: todo lo queaprendas conmigo podrás ydeberás practicarlo encualquier parte.

—Está bien —murmuré entono de disculpa—. Te escucho.

—Una vez que el cuerpofísico dispone de suficientevitalidad, el siguiente obstáculohacia la riqueza interior está enla correcta gestión de lasemociones desagradables.Cuando esas emociones se hanreprimido durante muchotiempo, se convierten en unveneno que intoxica nuestrocuerpo y perjudica gravemente

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nuestra percepción de lascosas.

»Verás que no me gustahablar de emociones negativaso positivas. Tendemos arechazar todo lo negativo y teaseguro que rechazar cualquieremoción es un grave error.Prefiero hablar de emocionesagradables o capacitadoras yemociones desagradables olimitadoras.

—Vaya, yo pensaba que elobjetivo era acabar con larabia, el miedo...

—Muchos lo creen así, pero

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no es la manera adecuada demanejar ese aspecto de nuestraenergía interior. Suele creerseque las emocionesdesagradables son como ungran depósito que debevaciarse o como una sustanciaque tiene que eliminarse denuestro interior.

»Pero esa creencia contieneun doble error. En primer lugar,centrarse en «eliminar» o«destruir» una parte denosotros, aunque sea algo queaparentemente solo nos traedolor, como la rabia, la tristeza,el miedo, la culpa, etcétera, tan

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solo genera una negatividadque retroalimenta esa emoción.

»Por otro lado, el problemano está en nuestras emocionesdesagradables en sí, sino ennuestra incapacidad para sabergestionarlas adecuadamente.Por tanto, no se trata deeliminarlas, sino de dominarlas.

»Ten en cuenta quenuestras emocionesdesagradables tienen una razónde ser. Por ejemplo, la rabia esuna emoción que te ayuda aponerte en contacto con tupropia fuerza personal, y latristeza estimula tu parte

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sensible y tu capacidad paraamar.

—Suponiendo que esté deacuerdo con todo eso, ¿cómo selogra ese dominio emocional?Estoy seguro de que cualquieraestaría encantado deconseguirlo.

—El primer paso consisteen darse cuenta de qué estadosemocionales, que pugnan porsalir a la superficie, hemosestado reprimiendo o negando.El objetivo aquí es permitir lalibre expresión de la emociónde forma consciente y nodañina, tal como tú hiciste ayer

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por la noche. Existen diversasvías terapéuticas para lograresto, pero el objetivo siemprees permitir que el cuerpo y lavoz se dejen llevar por laemoción. De este modo, lapersona gritará y golpeará derabia o frustración, o llorará yencogerá su cuerpo mientrasexpresa profunda tristeza, opermitirá que su cuerpo setense y se paralice por eltemor. El tipo de reacción físicasiempre depende del tipo deemoción percibida.

—Ayer yo mismo no mepodía creer lo que estaba

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haciendo, Daniel —reconocí —.Era como si una parte de míobservara a un yo enloquecido.

—Sí. Es algo que sueleocurrir... Sobre todo cuando laemoción desagradable se hareprimido durante muchotiempo. La clave está enrealizar el ejercicio deexpresión con la máximaconsciencia posible. Es decir,dándote cuenta de que lo queestá ocurriendo es algo queestás permitiendo tú, y no unaanulación de la voluntad porparte de tus emociones. Encaso contrario, no sería ningún

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ejercicio, sino lo que suelehacer todo el mundo cuando sedeja llevar por la presiónemocional.

Volví a recordarme a mímismo dentro del coche frentea la oficina del banco. Pensé entodas las cosas que se mehabían pasado por la cabeza enaquel momento y tragué salivacon dificultad. Había estadomuy cerca de meterme enserios problemas por culpa detoda aquella rabia.

—Este proceso de liberaciónconsciente debe realizarsecuando antes, ya que toda

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emoción encerrada en nuestroinconsciente y no atendida nodeja de aumentar y puedeacabar por transformarse enuna emoción más dañina ydifícil de tratar. Por ejemplo, larabia, cuando se reprimedurante el tiempo suficiente,acaba por transformarse enamargura; la tristeza, endepresión, y el miedo, en unapatológica inseguridad antecualquier situación.

Asentí en silencio. Teníaque reconocer que me sentíamuy identificado con todoaquello. Amargura era la

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palabra que mejor definía losúltimos meses de mi vida.

—Gracias a tu experienciade anoche puede decirse quehas dado el primer paso en elbello arte del dominioemocional —continuó Danielcon cierta solemnidad—. Comomuy sabiamente te haadvertido el anciano nómada,«el demonio volverá». Es decir,volverás a sentir la rabiabullendo en tu interior ytratando de tomar el control detu voluntad.

»Por eso te aconsejo queno dejes de practicar el

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ejercicio de liberación. Utilizaun cojín, un colchón o cualquiercosa que te ayude a expresartelibremente mientras evocas larabia del pasado.

Me removí en el asiento delvehículo. No me apetecía enabsoluto volver a intentarlo, yDaniel pareció captar miincomodidad.

—Sé que tendrás que hacerun esfuerzo importante.Empezar a practicar esteejercicio crea todo tipo deresistencias. Pero larecompensa siempre merece lapena.

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»Por otro lado, te aseguroque es más sencillo de lo quetu mente te quiere hacer creer.Simplemente, inténtalo cadadía unos minutos y verás queen cada ocasión te resultarámás fácil. Recuerda, con todoslos detalles posibles, aquellosmomentos vividos que te hayanhecho sentir rabia y en los queno pudiste o no supisteexpresarla. Mientras tanto,aunque no te apetezca hacerlo,empieza a golpear el cojín o elcolchón. El propio movimientode tu cuerpo te ayudará aconectar con la emoción que

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quieres liberar.—Está bien —suspiré—. Lo

intentaré. Pero ya tengobastantes rutinas, Daniel. No sési voy a poder seguirlas todas.

—Necesitarás hacer esteejercicio solo durante unaspocas semanas. Tú mismoempezarás a percibir cuandodeja de ser necesario. De todosmodos, iremos adaptando tusejercicios conforme vayasavanzando con elentrenamiento.

—Entendido. Pero, segúndices, todo esto solo es el

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primer paso en el trabajo conlas emociones. ¿Qué vienedespués?

Daniel sonrío.—Tú mismo podrás

experimentarlo en nuestropróximo destino.

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F

9

Autoconfianza

renamos en seco paraevitar empotrarnos contra

el camión que nos cerró

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inesperadamente el paso. Almismo tiempo, una viejamotocicleta nos adelantó a todavelocidad, pasando a escasoscentímetros de nuestro coche.

Yo miré por enésima vezhacia nuestro chófer, queaunque no daba tregua alclaxon, parecía manejar lasituación con inexplicableindiferencia. Con el corazón enun puño, traté de serenarme ycentrar mi atención en algo queno fuera el tráfico caótico quenos rodeaba.

Miré a través del cristal lascalles de tierra, las ropas de

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vivos colores... Unos niñoscorrían entre puestos de ventaambulante y marañas de cablestelefónicos enlazaban lospequeños y envejecidosedificios.

El coche volvió adesplazarse y adelantamos alcamión sin más percances. Elcaos parecía gobernar en aquelpaís y, sin embargo, todoparecía funcionar consorprendente fluidez.

Estábamos en la India.Concretamente, en el distritode Jalandhar, habíapuntualizado Daniel.

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La vieja berlina de cristalestintados se desvió, entrando enuna zona de jardines y grandesárboles. Aquel lugar parecíaestar a salvo de lacontaminación y del estruendode la ciudad. Nuestro chóferredujo la velocidad y nosadentramos en aquel oasis detranquilidad, hasta llegar a ungran edificio blanco.

—Bienvenido a laUniversidad de MedicinaIntegradora de Jalandhar —declaró mi compañero—. Setrata de un hospitaluniversitario y un centro de

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investigación especializado enla integración de las cienciasmédicas tradicionales. Llevapoco tiempo funcionando, perosu servicio hospitalario estásiendo un éxito y la universidadrecibe solicitudes de médicos detodo el mundo interesados enrecibir su posgrado.

—¿Medicina tradicional? —pregunté mientras bajábamosdel coche y nos dirigíamoshacia la entrada.

—En efecto. Aquí seconsidera cualquier disciplinamédica utilizada por el serhumano a lo largo de la

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historia, como el Ayurveda eneste país. En el centro deinvestigación se estudia enprofundidad la eficacia de esasdisciplinas y tratan deadaptarlas al conocimientoactual existente.

En la entrada había a unagran mesa circular dondevarias recepcionistas recibían auna larga cola de pacientes.Una mujer con bata blanca ycabello rubio se acercó conpaso decidido hasta nosotros.

—Imagino que no estarásplaneando una de tus visitas deincógnito —preguntó a Daniel

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con actitud severa.—¡Te prometo que

acabamos de llegar, Elisa! —sejustificó el hombretón—.Además, pensaba avisarteantes de enseñarle lasinstalaciones.

La mujer me miró y cambióel gesto por una mirada cálida,aunque evaluadora.

—Tú debes de ser Nicolas.Encantada de conocerte —dijo,tendiéndome la mano —. ¡Nonos va a ir nada mal tu ayuda!Vamos justos de médicos enPediatría, ¿sabes?

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Me la quedé mirando sinsaber qué decir.

—Ella es la directora delcentro —explicó Daniel—. Haceunos días le propuse tucolaboración en el hospital. Locierto es que van un pocodesbordados de faena y sé quese te dan bien los niños.

—¿Que se me dan bienlos...?

Aquel hombre estabacompletamente loco.

—¡No sé de dónde sacaseso! Y si te refieres a la carrerade Medicina que, por cierto, no

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finalicé..., ¡de eso hace treintaaños, Daniel! Soy incapaz deejercer de médico. ¡No sabríadiagnosticar ni un resfriado!

Curiosamente, la guapadirectora me miró aún con másternura. ¿A quién merecordaban aquellos ojos?

—Es tal como meexplicaste, papá —dijo sin dejarde mirarme—. Por cierto,¡todavía no me has dado unbeso! —añadió con los brazosen jarras.

Daniel la abrazó en el acto,alzándola del suelo con un

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rugido y atrayendo las miradasde todo el mundo.

* * * A lo largo de la hora

siguiente recorrimos lasinstalaciones mientras Elisa yDaniel caminaban cogidos delbrazo. El lugar eraimpresionante. Los quirófanos,los laboratorios, las aulas ysalas... Todo parecía equipadocon la última tecnología.

—Actualmente trabajan

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para nosotros más de uncentenar de doctores residentesy cada año recibimos mássolicitudes —explicó Elisa conevidente orgullo—. Parece queen la comunidad médica existeun interés creciente por unamedicina con una visión másamplia, entendida de un modoriguroso y científico, y libre depresiones económicas.

—¿Presiones económicas?—pregunté.

Antes de responder, ladoctora se detuvo y suspirómientras consultaba unpequeño dispositivo que había

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sacado de su bolsillo. Luegohizo un ademán con la mano,indicándonos que esperáramosallí, y desapareció tras unapuerta.

—Se refiere a las grandesempresas farmacéuticas —explicó Daniel—. Es uno de losnegocios más lucrativos queinfluyen en la economía delplaneta. Por desgracia, tambiéninfluyen negativamente en elprogreso de la ciencia y en lacalidad de vida de todosnosotros. Desde aquí tratan deaportar un enfoque queminimice la dependencia que

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tiene el enfermo delmedicamento. Es decir, interesacualquier cosa que aporteautonomía al paciente sobre supropia salud, pero eso es algoque no siempre está dentro delos intereses del negociofarmacéutico actual. Es triste,pero lo cierto es que acabar conuna enfermedad tambiénsignifica acabar con losbeneficios que generan susmedicamentos paliativos.

Elisa apareció de nuevo,revisando una serie dedocumentos, aunque volvió aprestar atención de inmediato a

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la conversación.—Ya veo. Así que vais a

contracorriente, ¿eh?—Ni te lo imaginas —bufó

la mujer mientras volvía atomar el brazo de su padre —.Por suerte, en este paísdisponemos de cierta libertadpara desarrollar nuestroproyecto. Por otro lado, aquí ladesigualdad social es enorme ytambién tratamos de colaborarcon nuestro granito de arena alrespecto. Aunque nuestrosservicios médicos son privados,dos días a la semana abrimoslas puertas del hospital a todo

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aquel que lo necesita. Todos losresidentes y estudiantescolaboran en esa labor.

Cruzamos una puerta verdecon un cartel en el que se podíaleer «Área de Pediatría». Laactividad en aquel lugar erafrenética. El personal delhospital se apresuraba en todasdirecciones, mientras unaenorme fila de niñosacompañados de sus padrescruzaba la sala hasta elexterior del edificio.

—Daniel me dijo que dejoven estabas interesado en lamedicina infantil —dijo Elisa

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con una graciosa sonrisa decomplicidad—. Somosconscientes de que hace muchotiempo de eso, pero te aseguroque aquí tendrás un lugardonde podrás ayudar del modoque te sientas más cómodo...siempre que tú quieras, porsupuesto.

En ese momento pasó unacamilla ante nosotros con unaniña que lloraba aterrorizada.

Yo me di cuenta de que meestaba poniendo bastantenervioso.

—Esta es la tercera parte

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de tu entrenamiento, Nicolas —dijo Daniel, posando una de susmanazas en mi hombro—. Si teparece bien, dejemos a mi hijacon su trabajo y te lo explicomejor.

—Encantada de conocerte yde tenerte por aquí, Nicolas —dijo la mujer, y tras una últimasonrisa volvió a desaparecerentre el personal médico que seapresuraba por los pasillos.

—Daniel, de verdad, no sési voy a poder con esto —declaré un tanto confusomientras salíamos al exterior—.Creo que soy totalmente

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incapaz de...—Lo sé. Pero no se trata de

que actúes como un médico,sino como alguien que estádispuesto a ayudar. Aquí hacenfalta muchas manos.

No dije nada. Sabía que mehabía comprometido a confiaren aquel hombre, a seguiraquella extraña formaciónhasta el final. Pero, por algúnmotivo, aquella prueba se mehacía especialmente difícil.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Daniel.

—No lo sé. Incómodo,

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preocupado...—La preocupación es una

de las hijas del miedo. Y sientesmiedo porque esta experienciahace aflorar cuestionespendientes de tu pasado. Esuna de las emocioneslimitadoras más profundas ydifíciles de afrontar. Sinembargo, tras cada uno denuestros temores aguardasiempre un gran tesoro.

—¿Qué quieres decir?—Nuestros miedos no son

más que los guardianesemocionales de un aspecto

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positivo oculto en nuestrointerior. Pueden ser cualidadeso capacidades personales, perotambién una visión más ampliay precisa sobre nosotrosmismos y nuestra vida. Ten encuenta que el valor de esetesoro interior siempre esproporcional al tamaño delmiedo que lo guarda.

Sabía que Daniel trataba dealentarme y, al mismo tiempo,plantearme un desafío conaquella explicación, pero meobligué a guardar silencio.

—Por otro lado, el hecho deacostumbrarnos a vivir de

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forma amigable con nuestrosmiedos, en lugar de negarlos otratar por todos los medios deque desaparezcan, hace quepoco a poco crezca en nosotrosuna de las cualidades máspreciadas que existen.

—¿Cuál?—La autoconfianza, por

supuesto.Llegamos al final de los

jardines del recinto, dondehabía una gran cantidad debungalós de madera. Daniel sedetuvo ante uno de ellos, sacóuna llave del bolsillo y la puso

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ante mí, sosteniéndola en lapalma de su mano.

—Este será el lugar donderesidirás el tiempo que estésaquí... en caso de que aceptesseguir con tu entrenamiento,claro. ¿Qué me dices? ¿Teatreves a mirarle a la cara alorigen de tu inseguridad, allugar de donde surgen todostus «no puedo», al lugar dedonde surgirá una mejorversión de ti mismo?

Con un gruñido le arrebatéaquella llave de un manotazomientras trataba de no pensaren las consecuencias de lo que

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estaba haciendo.

* * * Como cada mañana desde

hacía ya casi dos semanas,tuve que encaramarme altejado de madera del bungalópara poder observar losprimeros rayos de sol. Mehubiera gustado preguntarle aDaniel si todavía era necesarioseguir haciendo aquello, ya queparecían haber desaparecidopor completo mis problemas deinsomnio.

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Pero mi impredecibleinstructor había desaparecido elmismo día que llegamos alhospital. Me había dejado unanota enganchada a la puerta demi habitación: «Nicolas, tengoque hacer un pequeño viaje denegocios por el norte del país.Aprovecha todo lo posible tuexperiencia en este lugar. Unabrazo».

Tras unos minutosobservando el amanecer,descendí con cuidado hasta elsuelo mientras reflexionabasobre mi estancia en aquellugar.

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Los primeros días los paséaterrorizado. Temía no superaraquella prueba, no encajar enaquel sitio, no ser aceptado porlos demás, ser incapaz deayudar en nada... Yo mismoestaba sorprendido ante todaaquella inseguridad infantil yno dejaba de preguntarme dedónde podía surgir. Peroconforme pasaron los días,empecé a pensar queseguramente Daniel teníarazón cuando me dijo que setrataba de cuestiones delpasado.

Por suerte, Elisa había sido

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un gran apoyo desde el primermomento y, poco a poco,empecé a descubrir que mitrabajo no iba a ser tan difícilcomo había temido.

Mi tarea principal consistíaen ayudar a las enfermeras entareas básicas, como desplazara los niños, servir comidas orealizar algunas curas muysencillas.

Mientras tanto, observabacon interés el trabajo de losmédicos residentes, y prontoempecé a sentir cierto anhelopor recuperar una serie deconocimientos... que ya no

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recordaba. Mi trabajo en aquellugar me hacía pensar en mijuventud, en mi épocauniversitaria y, sobre todo, enmi antigua aspiración de sermédico.

Tras la repentina muerte demi padre, no dudé ni un solosegundo en abandonar misestudios pararesponsabilizarme del negociofamiliar. Sin embargo, aquellafue una renuncia especialmentedolorosa y solo ahora, mediavida después, empezaba acomprender hasta qué puntome había afectado.

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Escuché los pasos dealguien que se aproximabacorriendo. Era Elisa. Solíamoscoincidir haciendo ejercicio aprimera hora del día. Enaquella ocasión, la mujer corríacargando con una gran cajaprecintada.

—Buenos días. ¿Un nuevotipo de entrenamiento? —bromeé, señalando el paquete.

Dejó la carga en el sueloentre risas y con manifiestoalivio.

—Mi padre me dijo que,probablemente, necesitarías

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esto después de un par desemanas. Así que, aquí lotienes. ¡Paquete entregado!

Miré la caja condesconfianza. Tratándose deDaniel, podía contenercualquier cosa.

—¿Sabes de qué se trata?—No tengo ni idea —

respondió, encogiéndose dehombros—. ¿Nos vemos en eldesayuno? Creo que ya heacabado con la sesión de hoy.

—Claro —dije, sonriendo.Observé ensimismado cómo

se alejaba corriendo. De algún

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modo, la compañía de aquellamujer siempre me dejaba unasonrisa en el rostro.

Tras un suspiroinvoluntario, me obligué aprestar atención a la caja.Entré en mi bungaló y, despuésde unos segundos de duda, ladesprecinté y miré expectantesu contenido.

Un torrente de emocionescontrastadas hizo queretrocediera un paso sin nisiquiera darme cuenta. Aquelloera una agradable sorpresa y,al mismo tiempo, no pudeevitar ponerme en tensión

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como si tuviera ante mí unaamenaza.

Eran mis apuntes de launiversidad y algunos de misviejos libros de medicina.

Una parte de mí anhelabaexaminar aquellas hojas, perootra sabía que hacerlosignificaba cruzar una puertaque yo mismo me habíaobligado a cerrar... hacía yademasiado tiempo. Y hacerlome producía un temor que nosabía comprender.

Di un paso adelante y, muydespacio, acaricié la descolorida

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cubierta de un libro deanatomía. Sabía que suspáginas estaban cubiertas demis propias anotaciones a lápiz,y acudieron a mi memoriamuchos recuerdos de cuandotomaba apuntes en las aulas dela facultad.

Examiné con nostalgia lasviejas libretas, cada unadedicada a una materiadiferente, y recordé aquellosdías en la universidad, misamigos y vivencias dejuventud, mis anhelos yproyectos, mi joveningenuidad. Todos aquellos

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recuerdos sepultados seabrieron paso en mi memoriaen tan solo unos instantes.

—Fueron los días másfelices de mi vida —le dije a lacaja abierta. No fue una quejamelancólica, sino una confesiónque necesitaba expresar; laconstatación de un hecho queen aquellos momentosresultaba para mí más evidenteque nunca.

Luego suspiré, sonreí y,lentamente, tomé una de laslibretas al azar.

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L

10

Mi amor

as semanas pasaron conrapidez, y casi sin darme

cuenta me había adaptado a las

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rutinas del lugar. Trabajaba porlas mañanas y pasaba la mayorparte de la tarde asistiendo alas clases de posgrado yestudiando mis apuntes ylibros.

Pronto comprendí quenecesitaría volver a la facultad,ya que gran parte de miantiguo material de estudiohabía quedado desfasadodespués de casi treinta años.

En lugar de desmotivarme,aquella idea me llenó deentusiasmo. Continuar con misestudios... ¿por qué no? Quizáshabía llegado el momento de

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retomar lo único que me habíahecho sentir realmentemotivado en mi vida. Lainesperada llegada de aquellanueva ilusión fue como sialguien encendiera una cálidaluz en algún lugar de miinterior.

Elisa no exageraba alafirmar que estabandesbordados de trabajo. Lanoticia de que aquel hospitalatendía gratuitamente a todoaquel que lo necesitara atraía amiles de personas procedentesde diferentes regiones del país.Solo la vocación y la eficiencia

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de los que allí trabajabanlograban que, a pesar de todo,aquel centro médico pudieraatender a todos sus visitantes.

Conforme fui conociendo aalgunas de aquellas personasque formaban el equipo médicodescubrí que, además de estaraltamente cualificadas, muchasde ellas poseían una ampliaexperiencia en tareashumanitarias en diversospaíses del mundo. Todas, sinexcepción, habían hecho de suvocación su trabajo.

Por mi parte, cada vezrealizaba con más confianza

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mis tareas en el hospital y medesenvolvía mejor con losjóvenes pacientes. Siempre quepodía, visitaba el área decuidados intensivos, dondehabía conseguido ganarme laamistad de un pequeño grupode niños. La mayoría habíapasado por lesiones de extremagravedad y había perdido lacapacidad de caminar, de ver ode valerse por sí misma para elresto de su vida.

Sus historias erandramáticas. Todas ellas. Sinembargo, no dejaba desorprenderme la alegría con la

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que me recibían por el simplehecho de ofrecerles un poco deatención y jugar unos minutoscon ellos. Muy pronto las visitasa aquellos pequeños seconvirtieron en una agradablerutina dentro de misactividades diarias.

Conocer a esos niños fueuna de las experiencias másvaliosas de mi vida y no pudeevitar sentir cierta vergüenzade mí mismo al recordar cómome había llegado a desmoronarpor la presión de mis propiascircunstancias. Aquellospequeños demostraban tener

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mucho más valor del que yojamás había llegado a poseer.

* * * Daniel apareció un día de

improviso. Era la hora deldesayuno y entró en elcomedor saludando a todo elmundo.

—¡Nicolas! —El hombretónse abalanzó sobre mí con losbrazos abiertos. Esta vez suefusivo abrazo de oso no mepilló desprevenido—. Vaya,

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¡mírate! Tienes un aspectoestupendo —aseguró mientrasse sentaba a mi lado.

—Gracias —contesté,sonriendo—. La verdad es queme siento bastante bien.

—¡Ah!, amigo mío, ¡laenergía del corazón es capaz deresucitar a un muerto!

—Sí. —Suspiré—. Supongoque no estaba muy vivo,¿verdad?

—Yo diría que estabasinsensibilizado. Tus días dedolor empezaron a romper eseletargo emocional y ahora estás

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avanzando muy rápido en elcamino hacia la riquezainterior. Dime, ¿qué tal te haido por aquí?

—Al principio tenía tantomiedo que a duras penas meatrevía a salir de mi caseta.Aceptar que podía volver ainteresarme por la medicina hasido algo inesperadamentedifícil. Sin embargo, con el pasode los días me he ido sintiendocada vez más cómodo. Inclusohe llegado a disfrutar como norecordaba en mucho tiempo.

Daniel me escuchaba yasentía con evidente

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satisfacción.—Cuando todavía eras muy

joven, tuviste que asumir unagran responsabilidad parapoder superar una difícilsituación familiar. Esaexperiencia te ha llevado aasumir la falsa creencia de quedebes privarte siempre deaquello que verdaderamentedeseas. Es una actitud erróneaque debes aprender areconocer, ya que te ha llevadoa dejar de cuidar y de querer ala persona que más lo necesita:tú mismo.

»A veces necesitamos

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concedernos lo que merecemospara poder acercarnos más a loque necesitamos. Una parte deti sabía que asumir esoimplicaría una importantetransformación en tu mundointerior, y de ahí surgía todoese miedo que sentías.

Miré fascinado y en silencioa aquel hombre. No dejaba desorprenderme su capacidadpara entender mi mundoemocional con la facilidad dequien lee un cuento para niños.

—Tu entrenamiento aquíperseguía un doble objetivo —continuó Daniel—. Por un lado,

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debías trabajar un poco másesos miedos que mencionas.Aunque, en realidad, eso esalgo que has estado haciendodesde el momento en quedecidiste acompañarme. Laaceptación de la rabia y elmiedo completan la primerafase de tu trabajo emocional,ya que no parece que tengasproblemas con la tristezareprimida.

»El segundo objetivo de tuestancia aquí consistía enempezar a estimular tussentimientos más poderosos através de la acción. Ese es el

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motivo más importante por elque estás aquí.

—¿Qué quieres decirexactamente con eso de lossentimientos... poderosos?

—Como ya te expliqué,atreverte a sentir tus miedossin dejar que estos te paralicenimplica fortalecer tuautoconfianza. A quien hayadesarrollado lo suficiente estacualidad no le importará lasituación límite que estéexperimentando, ni siquiera elmiedo que esté sintiendo.Siempre habrá un lugar en sucorazón, más allá de toda

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lógica, que le hará saber quetodo irá bien. De hecho, decidiractuar mientras aceptamosnuestros temores es muchomás que un ejercicio; es unaactitud que da lugar a unaforma de vida.

Asentí con decisión ensilencio, mientras me prometíaa mí mismo no darle nunca másla espalda a mis temores ytratar de desarrollar todo loposible aquella poderosacualidad.

—La segunda emocióncapacitadora que podíasestimular en este lugar

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también sale del corazón.Cuando nos damos laoportunidad de hacer algo poralguien de formacompletamente desinteresada,desarrollamos la cualidad de laautoestima.

»La autoestima es el primerbrote de amor puro que surgede nosotros... hacia nosotros.Es el sentimiento que brota denuestro corazón una vez que sehan derretido los hielos que locubrían como una coraza. Nosimpulsa a cuidarnos con cariñoy comprensión, aentusiasmarnos por alcanzar

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aquello que nos ilusiona, adisfrutar de cada experiencia.Se trata de la energía delamor... que actúa sobrenosotros mismos.

»Es importante destacarque es la única energía capazde sanar nuestras heridasemocionales relacionadas conla falta de afecto. Y créemecuando te digo que casi todo elmundo tiene en su corazónheridas afectivas, Nicolas.Padres que no han atendidobien a sus hijos, relacionesamorosas que terminan deforma dolorosa, amistades que

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se pierden...»Son situaciones en las que

nuestro centro emotivo quedadañado en algún momento delpasado, especialmente a lolargo de nuestra infancia. Mástarde, ya de adultos, creamosuna serie de actitudes paraproteger dichas heridas yllegamos a convencernos deque forman parte de nuestramanera de ser. Pero ¡solo sonmáscaras!

»El efecto de una crisishace que dichas máscaras serompan. En cierto modo, unacrisis personal es la solución

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que nos ofrece la vida para quedejemos de engañarnos. Es unproceso doloroso, pero tambiénnecesario, ya que es el únicomodo de que podamosrecuperar nuestra verdaderanaturaleza compasiva.

»La autoestima es el primercambio importante en dichoproceso. Sin embargo, como elresto de nuestras emocionescapacitadoras, no aparece«porque sí». Es necesario, enprimer lugar, disponer de laenergía vital suficiente y, ensegundo lugar, dedicar unaparte de dicha energía a dar sin

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esperar nada a cambio.—La verdad es que no me

considero alguienespecialmente generoso —reconocí —. Aunque sí megusta hacer pequeños regalos alas personas que aprecio.

La mirada de mi instructorbrilló con especial intensidad.

—Esto que te voy a decirpuede ser difícil de aceptar,pero lo cierto es que la mayorparte de las ocasiones en queregalamos algo lo hacemospersiguiendo algo a cambio. Unacto impersonal es dar sin

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considerar quién es esapersona, sin que te importe queno lo agradezca o que no sepavalorar lo que le has ofrecido.

—Ya veo —murmuré,pensativo—. Y ¿crees que elhecho de trabajar aquí haestimulado en mí ese tipo deactitud... altruista?

—Así es. El contacto con losniños y el hecho de poderayudarles de la mejor maneraposible, aunque sepas que nolos vas a volver a ver cuandose marchen, o incluso aunquesepas que nada de lo que hagaspodrá sanarlos completamente.

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Todo ello, sin duda, hasignificado un auténticoestímulo en tu capacidad paraamar.

—Lo cierto es que mesiento mejor, Daniel —reconocí—. Desde hace poco meembarga una especie de...agradable calidez que siempreme acompaña. También hevuelto a sentir entusiasmo pornuevos proyectos, y eso es algoque pensaba que no volvería asentir nunca más. ¿Sabes?,creo que poco a poco empiezo aentender tu concepto de«riqueza interior».

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Daniel sonrió concomplicidad.

—Necesitamosexperimentar las cosas paracomprenderlas en su totalidad,amigo mío. Todavía te quedacamino por recorrer, pero alfinal tú también comprenderásque la riqueza no es algoreservado para unos pocos,sino un tesoro disponible paratodos.

»Dar de formaincondicional es un ejercicioindispensable para lograrlo. Nohace falta que sea algoespectacular. El objetivo es

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ayudar, procurando por todoslos medios que nadie sepajamás de dónde procede dichaayuda. Si practicas esto conpersistencia, no dejarás dedesarrollar tu autoestima y,amigo mío, eso te llevará acomprender el verdaderosignificado de la plenitud.

—¿Plenitud? ¿Se trata deotra cualidad?

—En efecto. Aunque es...un tanto difícil de describir. Laplenitud surge de la fusiónentre la autoconfianza y laautoestima. En lenguajeemocional es lo más parecido a

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la felicidad o a lo que yo llamo«riqueza interior». Pero todavíafaltan ciertos pasos para llegarhasta ella.

—Vaya. —Sonreí, ansiosode conocer las próximaspruebas que me esperaban —.¿Faltan muchas sorpresas más?

Daniel asintió con suexpresión de niño travieso.

* * * El avión ganaba altura

mientras dejábamos atrás la

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ciudad de Jalandhar.Mi estancia en aquel lugar

había despertado algo muyespecial en mí y sabía querecordaría aquellos días comouna de las experiencias másespeciales de mi vida.

No resultó fácil despedirmede Elisa, a pesar de que ella measeguró que nos volveríamos aver. Tenía que reconocer queaquella mujer tenía algo queme perturbaba y me atraía a lavez. De hecho, su compañíaresultaba más agradable de loque yo mismo estaba dispuestoa admitir y eso me había

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obligado a volver a recordar losdías más felices junto a miexmujer.

Fue entonces cuandodescubrí que el día en el queSara me abandonó habíadejado de ser un recuerdo tandoloroso. Por alguna razón,ahora podía comprender sudecisión y me sentía dispuestoa tratar de recuperar mirelación con ella.

Suspiré profundamentemientras apartaba los ojos dela ventanilla y me obligaba adejar de mirar el lugar del quenos alejábamos.

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Sin duda, lo más dolorosode aquella despedida había sidodejar allí a los pequeños de launidad de cuidados intensivos.Cuando fui a visitarlos porúltima vez, llevaba los bolsillosllenos de caramelos y juguetes.Me recibieron con elacostumbrado griterío,compitiendo entre ellos parareclamar mi atención desde suscamas.

Lo que no esperaba es queme hubieran preparado supropio regalo de despedida.

Miré apesadumbrado lasfinas pulseras de hilo de

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múltiples colores en mi muñecay noté cómo se me humedecíanlos ojos al recordar sus rostros.

—Hay un tiempo para todo—dijo Daniel en voz baja desdesu butaca—. Más delante, si asílo deseas, podrás volver. Sinembargo, ahora hay que seguiradelante con tu entrenamiento.

—Estoy preparado —repliqué con firmeza. Lo ciertoes que me sentía listo paracualquier cosa que pudieravenir a continuación.

—Como recordarás, la rabiaes la más superficial de las

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emociones desagradables,seguida de la tristeza y delmiedo, este último en el lugarmás profundo. A las tres se lasconsideran emocioneslimitadoras básicas, pero existeuna cuarta que suele actuardesde lugares aún másrecónditos de nuestrosubconsciente. Me refiero a laculpa.

—Bueno, en este tema mesiento bastante bien —mencioné con cierta suficiencia—. No creo que sea unaemoción que me afecte mucho.

—Esa es la percepción que

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tienes... Pero como he dicho, setrata de la emoción más difícilde percibir. Actúa lastrandonuestra capacidad de amar y seoculta bajo otras emocioneslimitadoras que llaman másnuestra atención. Sin embargo,no es casualidad que la gentehable del «peso de la culpa».

»Te propongo lo siguiente:busca en tu memoriasituaciones dolorosas quetodavía, en la actualidad, esténpendientes de resolución.Deben ser experiencias en lasque hayas estado involucradodirectamente y consideres que,

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de alguna manera, cometistealgún error.

Seguí las instrucciones deDaniel y me sorprendió larapidez con la que surgió en mimente algo que se ajustaba aaquellas condiciones.

—Mi matrimonio. Creo queha fracasado, en parte por miculpa. He dedicado demasiadotiempo al trabajo y no hesabido cuidar mi relación conSara. Cuando perdí mi trabajoy me vine abajo, la relación yaestaba muy dañada y, bueno,ella no pudo soportarlo.

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—A todos nos deberíanenseñar, desde muy pequeños,que todo ser humano tiene elderecho de poder equivocarsecuantas veces necesite. Elproblema no está en nuestroserrores, sino en la forma quetenemos de asumirlos. Pero tucorazón ahora es máspoderoso, Nicolas. Quiero quecierres los ojos y te recuerdes ati mismo. Recuérdate tal comoeras en aquel momento de tuvida.

Me vi a mí mismodesayunando a toda prisa ennuestro piso, mientras Sara me

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observaba con una taza de caféentre las manos. Había pena enaquellos ojos, pero yo solopensaba en los problemas queme esperaban en la oficina.

En poco tiempo, aquellamirada de tristeza se convirtióen indiferencia. Los fines desemana, las vacaciones, losmomentos que pasábamosjuntos pasaron a ser una rutinacada vez más vacía de ilusión.

Comprendí que una partede mí no quería prestaratención a todo aquello, ya queconducía a un lugar inestable ypeligroso. A un lugar que no

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sabía controlar... Pero larealidad que ya no podía negarera que había perdido a mimujer mucho antes de que ellame abandonara.

Mientras recordaba todoaquello, empecé a sentir undolor sordo y profundo en lazona del pecho y me invadieronunas ganas irresistibles dellorar.

—Está bien, Nicolas. Soloes un poco de tristeza —dijoDaniel a mi lado—. Ya sabes loque tienes que hacer. Noreprimas las lágrimas, deja quesurjan. Ahora imagina a tu yo

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del pasado como si fuera unniño. Hazlo con todo detalle.

»Fíjate que es un niño quetan solo está aprendiendo através de esas circunstancias.Lo hace lo mejor que sabe,pero no puede evitar hacersedaño a sí mismo. Imagina queese niño herido es uno de losque has estado atendiendo enel hospital. ¿Qué sientes haciaél?

—Siento... compasión —musité entre lágrimas, aún conlos ojos cerrados.

Daniel no dijo nada más.

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Su silencio me permitióahondar en esa nuevasensación de compasión haciamí mismo y los errores quecreía haber cometido en mimatrimonio.

—El perdón no es elremedio para la culpa, sino elamor —dijo en voz baja micompañero tras un buen rato—.El concepto del perdón es unatrampa. No hay nada queperdonar para aquel que escapaz de conectar con sucapacidad de amar. Por esemotivo, la culpa solo puede sersanada cuando la persona ha

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sido capaz de despertar en símisma un poco de autoestima,tal como tú ya has hecho.

Asentí suavementemientras atendía a las palabrasde mi amigo. Me sentía triste y,al mismo tiempo, tenía lasensación de haberme quitadoun gran peso de encima.

—Muchas gracias, Daniel.—De repente sentí unaprofunda sensación de gratitudhacia aquel ser extraordinarioque se había cruzado en mivida—. De verdad, nuncaolvidaré lo que estás haciendopor mí.

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Mi compañero sonriócomplacido.

—La gratitud es síntoma deun corazón contagiado de amor,mi querido doctor.

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-T

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Valores

arde o temprano, todossentimos el irrefrenableimpulso de dar sentido a

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nuestra vida, de conocer esepropósito por el cual estamosdispuestos a cualquier cosa.

El avión se zambullía en elinmenso mar de luces queformaba nuestro próximodestino. Estábamos a punto dellegar.

—Ser conscientes de ello esfundamental para alcanzarnuestra riqueza interior —añadió Daniel mientras seabrochaba el cinturón deseguridad—. Nos otorga nuevasalas y nos da la posibilidad devolar más alto, de ver las cosasdesde una nueva perspectiva y

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de servir a los demás.»Pero antes de descubrir

nuestro rumbo debemos darnoscuenta de que navegamos a laderiva. Entonces surge lasensación creciente de que nosfalta algo fundamental ennuestra vida cotidiana.

»Algunos viajan lejos,cambian de pareja o de país,suben montañas, arriesgan susvidas... buscando eso que lesfalta y que ni ellos mismosconocen. Pero lo hacen en ellugar equivocado. Solo existeun lugar donde encontrarnuestro propósito vital, Nicolas

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—dijo mientras señalaba haciasu propio pecho—, y no es en elexterior.

Miré sorprendido a micompañero. Deduje que aquelarrebato filosófico tenía algoque ver con el lugar en el queestábamos a punto de aterrizar.Miré de nuevo, con renovadacuriosidad, hacia el inmensomar de luces al que nosaproximábamos.

—Bienvenido a Tokio —desveló Daniel—. Aquí aprendícuestiones fundamentales queme ayudaron a conocer mipropósito de vida, y espero

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poder ayudarte a que tútambién lo consigas.

—Pensaba que se tratabade no saber el destino...

—Te ibas a enterar en unosinstantes —dijo, sonriendo—.Además, veo que vas haciendoprogresos en esto de dejartellevar.

Lo cierto es que inclusoempezaba a disfrutar de ello.Había comprendido que elsecreto estaba en dejar deluchar y abandonar todanecesidad de anticipación.

Logrado eso, resultaba casi

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inevitable vivir de una formamucho más intensa lo queocurría a cada instante.

* * * Tomamos un taxi hasta un

lujoso hotel en el distrito deGinza, en el centro de laciudad. Dejamos nuestroequipaje en las habitaciones yDaniel me pidió que loacompañara.

Salimos a la calle y,después de caminar unos

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minutos, entramos en unminúsculo local.

Una barra de maderaoscura ocupaba gran parte dela reducida estancia, con dieztaburetes alineados y solitariosenfrente. Un anciano sonrienteacudió a recibirnos y, trasvarias referencias, se dirigió aDaniel en japonés. Micompañero correspondiósaludando con educación delmismo modo y, para misorpresa, replicó en su idiomacon aparente fluidez.

Nuestro anfitrión me miróbrevemente mientras se

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ajustaba sus grandes gafasdoradas. Luego asintió conexpresión de comprensión, mededicó su enésima reverencia ydesapareció por una discretapuerta tras la barra.

—No me digas que vamos atomar sake —dije, medio enbroma, medio en serio —. Yasabes que he dejado el alcohol.

—No estamos en unataberna, sino en un restaurantemuy especial. Conozco a Jirodesde hace muchos años y hatenido la delicadeza dereservarnos un hueco en susolicitada agenda.

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—Entonces, ¿hemos venidoaquí para... cenar? —preguntéun tanto confundido.

—Así es. Disfruta de lacena, pero no dejes deobservar al chef con atención— respondió, sin añadir másdetalles.

Mientras nos sentábamos,observé detenidamente elpequeño local. Destacaba elorden y la pulcritud en lasencilla estancia, pero no vinada que llamara en especialmi atención.

El anciano reapareció y se

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puso a preparar piezas de sushiante nosotros, compactando elarroz con sus propias manos.Las fue sirviendo una a una enuna pequeña bandeja negra,mostrando seriedad y completaconcentración en la elaboraciónde cada pieza. Su habilidad eraimpresionante. Tuve lasensación de que se movíasiguiendo un ritual, una especiede danza que habíaperfeccionado en cada uno desus movimientos.

Y entonces probé el primerbocado.

Aquello no tenía nada que

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ver con lo que había probadoantes. De hecho, jamás habíasaboreado algo tan exquisito enmi vida. La cena consistióexclusivamente en diferentespiezas de sushi, pero cada unade ellas me pareció mejor quela anterior. Cada bocadoenlazaba a la perfección con elsiguiente, formando unamelodía de saboresabsolutamente perfecta.

Terminamos en unos veinteminutos y Daniel intercambióunas palabras con el ancianococinero, que sonreía conexpresión satisfecha.

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—¿Qué te ha parecido?—Bueno, ¿qué puedo decir?

Esto no es una cena, ¡es unaobra de arte!

—Me alegro de que te hayagustado. Ten en cuenta que nosencontramos en un lugar muyespecial, ya que se trata delmejor restaurante de sushi delmundo. Su propietario hadedicado su vida a perfeccionarlos platos que acabamos deprobar. ¿Cuál crees que es elingrediente esencial que le hallevado a ser el mejor?

—Supongo que sentir una

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gran pasión por lo que hace —respondí—. Verle trabajar esobservar a alguiencompletamente sumergido ensu profesión. No creo que lesea posible alcanzar tal gradode excelencia a alguien que noama su trabajo.

—¡Cierto! Estoy totalmentede acuerdo, Nicolas. Sinembargo, mi pregunta va másallá. Estoy seguro de que enJapón existen otros chefsenamorados de su profesión.Sin embargo, nadie duda deque Jiro es el mejor. ¿Qué esentonces lo que lo hace

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especial?Pensé durante unos largos

instantes sobre aquello, perono encontré ninguna respuesta.

—La diferencia fundamental—respondió Daniel finalmente— es que mi amigo chef conocey respeta con sagrada devociónsus valores personales. Esa esla enseñanza que quieroofrecerte en el día de hoy y elprimer trabajo en esta nuevafase de tu entrenamiento.

Miré a Daniel sin entender.—Los valores son nuestras

creencias más profundas y

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poderosas —explicó—, aquellorealmente importante ennuestra vida. Son nuestrosprincipios mentalesfundamentales, la causa detodos nuestros verdaderosdeseos y propósitos y, portanto, de todo aquello quelogremos en nuestra vida.Conocerlos y respetarlos es untrabajo fundamental para quienaspira a abrazar su propiariqueza.

—Ya veo. Sin embargo, noacabo de entender qué utilidadpuede tener ser consciente dealgo así para alcanzar el éxito.

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—¿Cómo ha llegado a ser elpropietario de uno de losmejores restaurantes delmundo? —preguntó Danielmientras señalaba el lugardonde nos encontrábamos—.Algunos de los valorespersonales de Jiro son el honor,el amor por la profesión, ladisciplina y el constanteautoperfeccionismo.

»A diferencia de lamayoría, él es plenamenteconsciente de sus valores, locual le permite ser coherentecon ellos cada día de su vida.No hay contradicciones en su

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modo de actuar que puedanmalgastar su energía, solo lavoluntad de hacer lo querealmente quiere hacer. Ese esel verdadero secreto de suéxito.

»Pero lo más significativoes que esa receta es aplicable acualquiera de nosotros. Unaparte muy importante de lariqueza interior se basa enllegar a saber cuál es nuestraverdadera vocación. Pero esosolo lo puede hacer quienconoce sus valoresfundamentales y decidepermitir que estos sean los que

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lo conduzcan a través de cadadecisión que toma en su vida.En realidad, se trata de algolleno de sentido común:necesitas saber qué es lo quemás te importa para podertomar las decisiones máscerteras que te conduciránhasta allí.

—Vale. Me has convencido.Conocer y respetar nuestrosvalores es muy importante.Pero ¿cómo se consigue?

—¿Recuerdas el «mapa» detu riqueza exterior? ¿Aquellossectores que determinaban lasdiferentes áreas de tu vida?

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Asentí, frunciendo el ceño.No me había gustado laexperiencia de comprobar quela mayoría de mis sectores eranun desastre.

—Bien. Pues hazte lasiguiente pregunta: ¿qué clasede sentimientos tendrías si esemapa fuera perfecto?

—¿Perfecto? ¿Te refieres atener un diez en todos lossectores?

No me resultaba fácilimaginar una vida en la quemis amistades, mi profesión, misalud, mi pareja y mi situación

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económica fueran perfectas.Pero traté de pensar en cómome sentiría.

—Bueno, si mi vida fueraperfecta, supongo que habríarecuperado a mi mujer, y lascosas se habrían arregladoentre nosotros.

—Y ¿qué crees que teaportaría eso?

—Supongo que ciertaestabilidad emocional —titubeé.

—Y el hecho de tenerestabilidad emocional, ¿qué leaportaría a tu vida?

—Seguridad —respondí de

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inmediato.—¡Pues ahí tienes un valor

que tener en cuenta! —exclamó, antes de darle unpequeño sorbo a una taza deté.

—Vaya, y ¿cómo lo sabes?—El proceso para detectar

valores personales consiste enprofundizar a partir de algo queconsideres importante o valiosoen tu vida. La mayoría de lagente no quiere en realidadmuchas de las cosas que desea,sino que, de un modoinconsciente, anhela alcanzar

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los valores que ocultan esascosas.

—Creo que me heperdido...

—Lo que la mayoría creeque quiere no es lo querealmente quiere, y muchomenos lo que necesita. Se tratade un problema que aleja ademasiadas personas de laverdadera riqueza.

—Pero entonces, esosignifica que el verdaderomotivo por el que quieroarreglar las cosas con mi mujeres para sentirme... ¿seguro?

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—Bueno, lo has dicho tú,no yo —puntualizó Daniel, conun brillo en la mirada —. Estetipo de reflexión sincera sobretus propios valores personaleste permitirá descubrir quealgunas cosas a las que tantaimportancia otorgabas solo sonmedios para alcanzar algomucho más importante yprofundo. No siempre es fácilasumirlo, pero te aseguro quesiempre merece la pena.

Dicho esto, pronunció algoen japonés y al instanteapareció de nuevo el ancianochef. Tras un breve y cordial

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intercambio por parte de losdos, salimos de aquel pequeñorestaurante y caminamos deregreso hacia el hotel.

—Dime, ¿qué más sentiríaesa versión ideal de ti mismoen su vida perfecta?

Respiré con cierta tensiónel aire de la noche. Aquelejercicio no estaba siendo fácil,pero traté de concentrarme enresponder aquella pregunta.

—Supongo que también mesentiría... millonario. El únicomodo que se me ocurre paratener un diez en el terreno

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económico es estar forrado.—Y ¿qué aportaría a tu vida

el hecho de ser una personamillonaria?

—Podría comprar cualquiercosa que quisiera y mecodearía con la alta sociedad.

—Y qué te ap...—Sí, sí. Qué me aportaría

eso, ¡ya sé! —interrumpímientras buscaba unarespuesta—. Lo cierto es quejamás me había preguntadoalgo así. Siempre he dado porhecho que pertenecer a la clasemás pudiente es algo deseable

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para cualquiera —dije,pensando en voz alta.

—Es posible. Peroprecisamente haces esteejercicio para descubrir lo quetú quieres y no lo que desea lamayoría.

Esa afirmación medesconcertó y, al mismotiempo, hizo que surgiera en mimente una respuesta.

—Reconocimiento —dijecon cierta cautela—. Creo queel motivo más poderoso que seesconde tras mi deseo de sermillonario tiene que ver con...

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el reconocimiento de quienesme rodean.

—¡Muy bien! Prueba aprofundizar un poco más. ¿Quécrees que te aportaría poseertodo ese reconocimiento?

—Sensación de autovalía —respondí, esta vez con muchamás convicción.

—Perfecto, Nicolas. Ahítienes otra cuestión de granimportancia para ti, laautovalía. Es decir, elsentimiento de que eresalguien valioso. Esa es la razónverdadera, o al menos una de

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las más importantes, por lasque deseas abundanciaeconómica.

Caminamos en silenciohasta el hotel. Entendí queDaniel quería darme tiempopara asimilar mis propiasconclusiones.

—El ejercicio que tepropongo —dijo Danielmientras esperábamos elascensor — consiste en que teformules las preguntasnecesarias para descubrir losvalores que se esconden tras elresto de los sectores de esemapa de vida perfecta.

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Pregúntate repetidamente quéte aportaría el hecho de tenerlo que deseas, hasta que nopuedas encontrar nuevasrespuestas o des con una quesea especialmente intensa orotunda.

»Tómatelo como unaespecie de juego y trata de noponer demasiada cargaemocional en el asunto —meadvirtió—. Ten en cuenta quenuestros valores puedencambiar a lo largo de nuestravida y que lo importante esconocerlos para poder sercoherentes con ellos.

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* * * —Buenos días, Nicolas.—Buenos días —respondí

divertido al comprobar queéramos los únicos queocupábamos el gimnasio delhotel a esas horas de lamañana.

—¿Qué tal te ha ido?¿Tienes la lista?

—La tengo, aunque no hasido fácil —admití. Aquella erauna manera un tanto suave de

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decirlo. Me había pasado granparte de la noche trabajandoen aquello hasta estar lobastante seguro.

—Mis valores personalesson: seguridad, autovalía,servicio, poder, amor, diversión,vitalidad y honestidad.

—¡Bien hecho! —aprobósatisfecho el hombretónmientras corría en la cinta—.Ahora solo tienes queordenarlos según suimportancia.

—No estoy seguro de si voya saber hacerlo, Daniel —

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respondí tras pensar unosinstantes—. Descubrir misvalores no ha sido nada fácil,pero ordenarlos porimportancia me parece unejercicio demasiado abstractopara mí.

—Tranquilo, te mostrarécómo hacerlo. En primer lugar,trata de ordenarlos de formaaproximada, sin preocupartedemasiado de hacerlocorrectamente. A continuación,debes enfrentar los valoresentre sí. Es decir, supongamosque no sabes si el amor es másimportante para ti que la

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diversión. En ese caso, debesimaginar dos situaciones muydiferentes. En la primera deellas, una vida llena de amor,pero escasa de diversión, y enla segunda, el escenariocontrario, es decir, una vidaplena de diversión, pero vacíade amor. Finalmente, trata desentir qué tipo de situación teparece menos mala.

Pude ver de inmediato queel amor era más importantepara mí que la diversión.Planteado de ese modo, elejercicio no parecía tan difícil...

—Tómate el tiempo que

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necesites para realizar todaslas comparativas hasta tener tujerarquía de valores personales—sugirió Daniel, mientrasmiraba con aire crítico ungrupo de mancuernas.

Luego me propuso que nosreuniéramos en la entrada delhotel al cabo de unas cuantashoras. Yo decidí desayunar enmi habitación para poderconcentrarme en aquella tarea.

No fue fácil. Sin embargo, amediodía tenía mi listaacabada, y yo mismo mesorprendí al ver el resultado.

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* * * —Amor, servicio, autovalía,

honestidad, seguridad,vitalidad, diversión y poder —dijo Daniel leyendo en voz altami libreta mientras salíamosdel hotel—. ¿Qué te parece elresultado?

—¡Sorprendente! No eraconsciente de lo importanteque es para mí el amor o lasensación de hacer algo útilpara los demás.

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—Ten en cuenta que ya noeres el mismo Nicolas de haceunas semanas — advirtió—.Nuestros valores cambian connosotros, por eso es positivomirar en nuestro interior cadacierto tiempo y asegurarnos deque no es necesario modificarel orden de la lista o añadiralgún valor nuevo.

Caminamos en silencio porlas lujosas calles de Ginzamientras pensaba en todoaquello.

—Es muy interesante esteejercicio —dije finalmente—.Sin embargo, no acabo de ver

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su aspecto práctico. Ahora queconozco mis valorespersonales, soy consciente dequé es lo que de verdad meimporta, pero sigo sin saberqué debo hacer para tener unavida mejor.

—Te preguntas cómomaterializar tu riquezaexterior... pero recuerda quetodavía estamos trabajando enla interior. Nos hemos ocupadode tu energía física, de tusemociones y, ahora, por mediodel reconocimiento de tusvalores, hemos empezado conel aspecto mental. Confía en mí

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—dijo mi instructor con unguiño—. Cuando acabes estapreparación, sabrás conexactitud qué pasos debes darpara materializar la vida con laque sueñas.

* * * Daniel llamó a un taxi y en

unos instantes nos sumergimosen el tráfico de Tokio. Trascruzar la ciudad, entramos enun recinto de espacios abiertos,grandes edificios y extensionesinterminables de césped. Aquel

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lugar tenía todo el aspecto deser una zona universitaria.

—No pienso preguntartequé vamos a hacer aquí —comenté entre divertido ycurioso.

—Nos encontramos en elinstituto Reiken y vamos apresenciar el último granavance mundial en tecnologíaláser.

—¿Tecnología láser? —repetí, perplejo. Aquel hombreno dejaba de sorprenderme.

—Así es. Mi grupo inversortiene participaciones en una de

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las empresas involucradas en laconstrucción del láser máspotente del mundo, aunque setrata de un proyecto que noestará finalizado hasta dentrode un tiempo. Sin embargo, unequipo japonés ha logrado unaserie de importantes avancesen esta materia y han sido tanamables de invitarnos apresenciar una pequeñademostración.

—Es fascinante, Daniel.Pero ¿qué interés tiene para tieste sector de la tecnología?

—Muy sencillo. Concentraringentes cantidades de energía

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dirigida puede significar el finde grandes problemas para lacivilización. Hablamos dedisponer de recursosenergéticos limpios e ilimitadosgracias a la fusión nuclear o delograr la erradicación delcáncer, entre otras muchasposibilidades.

—¡Vaya! No lo sabía —admití, sorprendido—. Nunca seme hubiera ocurrido queestuviera relacionado concuestiones tan importantes.

Mientras Daniel me dabamás detalles sobre alguna deesas interesantes aplicaciones,

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entregamos nuestrospasaportes en la puerta deseguridad, y en pocos minutosvino a recibirnos un grupo decientíficos rebosantes decordialidad japonesa.

Nos condujeron hasta ungran laboratorio repleto deordenadores. Miré concuriosidad a mi alrededor,buscando algo que tuvieraaspecto de lanzar rayoscapaces de pulverizar cualquiercosa, pero en ese momento lasluces de la sala se apagaron ylos científicos dejaron dehablar.

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Con los ojos bien abiertoscontuve la respiración y mepreparé para el espectáculo.

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N

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Concentración

os dirigíamos hacia laestación para tomar el

tren bala. Como de costumbre,

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mi compañero de viaje solomencionó que viajaríamoshacia el sur del país, aunque enaquella ocasión también meentregó una mochila con ropapara hacer senderismo.

Reprimí el impulso depreguntar por los detalles y medediqué a recordar la recienteexperiencia en la universidadjaponesa, hacía tan soloveinticuatro horas.

La demostración no fue tanespectacular como esperaba,aunque debía admitir que misconocimientos sobre aqueltema eran prácticamente nulos.

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Para mí, el láser no era másque luces destructoras propiasde la ciencia ficción.

Una vez que hubieronapagado las luces dellaboratorio, nuestrosanfitriones proyectaron en unagran pantalla las imágenes endirecto de una pequeña cámaraesférica. Estaba iluminada poruna extraña luz verdosa yrepleta de arriba abajo desensores y aparatos. En aquellapequeña sala era donde iba asuceder todo.

El experimento empezó yfinalizó en menos de un

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segundo.De hecho, el proceso fue

tan rápido que tuvieron quemostrarnos la grabaciónralentizada de lo que habíasucedido para poder apreciarloa simple vista. Todo consistióen un intenso, pero breve,destello azulado y en un fuertesonido de disparo, muyparecido al de un arma defuego.

Daniel parecía muyemocionado con todo aquello.Me explicó que el objetivo eraconcentrar una enormecantidad de energía en forma

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de rayos X en un puntominúsculo durante un lapso detiempo increíblementepequeño. Era algo que ya sehabía hecho antes, pero lanovedad radicaba en que loscientíficos japoneses lo habíanlogrado utilizando dos rayos defrecuencias diferentes al mismotiempo, lo cual abría nuevasposibilidades en el estudio de lamateria y de la energía.

—Los humanos aún somoscomo niños pequeños en lo querespecta al uso inteligente denuestros recursos energéticos—añadió—. Todavía somos

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egoístas y descuidados con losrecursos disponibles, peroalgún día estaremos preparadospara dar un gran saltoevolutivo en este terreno. Dehecho, estoy convencido de queexiste una relación directaentre el conocimiento denuestro mundo interior y el dela ciencia que estudia nuevasfuentes de energía. Creo queambos campos delconocimiento estánestrechamente relacionados, ycuanto más sepamos de uno deellos, más sabremos del otro.

»Si consideramos que los

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seres humanos no dejamos deevolucionar y que cada vezexisten más personas quesaben gestionar de formaadecuada sus propios recursospersonales, pronto llegará eldía en que seremosmerecedores de nuevas fuentesde energía física, mucho máspoderosas, abundantes ysostenibles que las actuales.

* * * El aerodinámico morro del

tren de alta velocidad entró

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puntual en la estación.—Entonces, ¿nos vamos de

excursión? —preguntéfinalmente, tratando de utilizarun tono casual.

—Más bien de peregrinaje—respondió mi compañero conaire enigmático, mientrascolocaba las mochilas en elcompartimento que había sobrelos asientos—. Un peregrinajemuy especial, de hecho, ya quededicaremos esta parte de tuentrenamiento al arte deprestar atención.

—No sabía que eso pudiera

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ser un arte...El hombretón se acomodó

frente a mí e hizo una largapausa antes de responder.

—Podría decirse que hastaahora has estado aumentandoy depurando tu energía interior.Sin embargo, toda esa energíaserá improductiva, inclusodañina, si no aprendes acanalizarla adecuadamente através de una mentedisciplinada.

—Ya veo. Supongo que meestás hablando deconcentración. —Empezaba a

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adivinar la relación queguardaba todo aquello con lavisita al instituto Reiken.

—Así es —confirmó—. Setrata de la capacidad de lamente para pasar de una nubedispersa de luces intermitentesy caóticas a un poderoso rayodirigido por nuestra voluntad.Aprender a dominar ese rayoes el último obstáculo que nossepara de nuestra riquezainterior. Debes tener en cuentaque, salvo algunos casosextraordinarios, todo serhumano vive hipnotizado por elmás hábil de los

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manipuladores.—¿A quién te refieres?—A nuestra propia mente,

por supuesto. Ya te heexplicado que eso quellamamos mente no es más queun aspecto de nuestra energíainterior. Pero se trata denuestra herramienta máscapaz, ya que desde ese niveles posible gobernar a losdemás. De hecho, es tanpoderosa que vivimos bajo sucontrol sin ser conscientes deello. ¡Date cuenta de lamagnitud de lo que afirmo,Nicolas! —insistió mi

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compañero con vehemencia—.Una parte de nosotros es tanpoderosa que nos domina anosotros, que somos susdueños. Quien es capaz degobernar su mente segobernará de forma plena a símismo y, por tanto, a su propiavida.

»El desarrollo de laconcentración es el caminopara lograrlo. Absolutamentetodo lo que necesitamos comoindividuos y como especiehumana confluye en elperfeccionamiento de esa únicacualidad.

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—Pero si es tan importante,¿por qué no hemos empezadodirectamente en ese punto?Quiero decir que por quéinvertir tiempo y esfuerzo enotros aspectos de nosotrosmismos si dominando la mentees posible conseguirlo todo.

Daniel sonrió, complacidopor el hecho de que le hubieraformulado aquella pregunta.

—Muchos piensan igual quetú y, por eso, centran sutrabajo interior exclusivamenteen el plano mental. Sinembargo, mi experiencia me haenseñado que esa forma de

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trabajo es útil solo paraaquellos pocos, muy pocos, quedisponen de una grancapacidad innata para eldominio de su mente.

»Para la gran mayoría, lainfluencia de las emociones ydel estado físico es demasiadoimportante como para no serconsiderada. Si observas tupropia experiencia, podráscomprenderlo.

Recordé mis niveles deenergía física y mi estado deánimo de unos meses atrás.Ciertamente, me hubieraresultado bastante difícil

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concentrarme en otra cosa queno fuera mi propia negatividad.

—De hecho —continuóDaniel—, no hace falta vivirprofundas crisis para quenuestra mente se vea influidapor nuestras emociones máslimitadoras. Muchas personasviven dominadas por los efectosde las heridas del pasado y nose dan cuenta, ya que dichosconflictos actúan desde elsubconsciente.

»Resulta prácticamenteinútil decirles a esas personas:«¡Deja de preocuparte!¡Concéntrate en el momento

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presente! ¡Cambia tu estado deánimo!». Quizá puedanconseguirlo durante unosinstantes, pero nunca con unaeficacia real.

Miré pensativo a través dela ventanilla del tren. Un bonitopaisaje pasaba ante mí a másde trescientos kilómetros porhora. Lo que decía Daniel teníamucho sentido. Rememorénuestro primer encuentro,cuando me advirtió que estabacegado por mis propiasemociones.

Ahora podía comprenderlo.

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* * * Llegamos a la ciudad de

Shingu, donde dejamos el trenpara empezar la caminata. Trascruzar un bucólico puente demadera, seguimos un senderoque se internaba en unfrondoso bosque. La vegetaciónde aquel lugar era diversa yparecía antigua, casi como siperteneciera a otra época.

—Bienvenido al KumanoKodo —dijo mi compañeromientras caminaba con

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jovialidad. —. Junto con elcamino de Santiago en España,es la única ruta deperegrinación reconocida por laUnesco. Desde hace más de milaños, emperadores ycampesinos han recorrido estosbosques por igual para orar asus dioses. Tiempo atrás, trasla muerte de mi mujer y de mihijo, yo también acudí a estelugar en busca de respuestas. Yno se me ocurre mejor sitiopara continuar con tuentrenamiento mental. Así que,si te parece bien, vamos aempezar. Quítate las botas, por

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favor.Lo miré mientras reprimía

las ganas de pedirle querepitiera lo que habíaescuchado perfectamente.

—Que me quite las botas...—dije mientras suspirabaresignado y desanudaba miscordones. —Me explicarás almenos en qué consiste elejercicio.

—Por supuesto. Siempre lohago, ¿no? —dijo divertido—.Es muy sencillo. Lo único quedebes hacer es seguiradelante... descalzo.

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Así que empecé a caminar.Sentía la fría y húmeda arcilladel sendero bajo mis pies. Mesorprendió el tacto suave yagradable que ofrecía, pero,aun así, mis pasos eran cortosy cautelosos. En pocos minutos,mi zancada ganó en amplitud yseguridad, y aumenté el ritmode la marcha.

Pero entonces pisé unapequeña piedra y una punzadade dolor me detuvo unossegundos mientras me frotabael pie dolorido. Al ver queDaniel no decía nada, continuécaminando, de nuevo de forma

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cautelosa.Después de un buen rato

caminando, el sendero seensanchó y el suelo empezó allenarse de piedras angulosasque hacían de cada paso unapequeña tortura.

—Está bien, Nicolas. Puedesvolver a ponerte el calzado —dijo al fin Daniel—. Dime, ¿aqué prestabas atenciónmientras caminabas?

—A las piedras... y a mispies. Trataba de caminarevitando el dolor todo loposible.

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Daniel asintió conforme.—La amenaza del dolor

obliga a nuestra mente a dejarde divagar y a centrarse en loque estamos haciendo. Eseestado de alerta nos permitecentrarnos en algo tan simplecomo el acto de caminar, enlugar de dejarnos llevar por elhabitual torrente depensamientos encadenados. Sindarte cuenta, has incrementadode forma significativa tuconcentración. Se trata de unpequeño truco, pero existenotros muchos.

A continuación me ofreció

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un pañuelo negro y lo cogí sinsaber muy bien qué debíahacer con él.

—Se trata de que no veasnada —puntualizó. Luego meayudó a vendarme los ojoshasta que el mundo seoscureció por completo.

—Bien. Continuemosnuestro camino, compañeroperegrino —dijo desde ciertadistancia.

Extendí los brazos haciadelante instintivamente. Enmenos de un minuto habíaperdido completamente la

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orientación y trataba de seguirel camino atendiendo a lospasos de Daniel, que sealejaban ante mí.

Pronto dejé de escuchartambién aquello y empecé amoverme con cautela mientrasbuscaba el límite del sendero.Mis manos dieron con el rugosotronco de un árbol, con lo quededuje que lo habíaencontrado.

—Bien, ahora solo deboasegurarme de no traspasareste límite —me murmuré a mímismo.

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Pero tras unos pasos más,otro grueso tronco interrumpióde nuevo mi trayectoria. Palpéa mi alrededor buscando elcamino, pero solo topé con másarbustos y vegetación. Mis piesabandonaron la arcilla yempezaron a pisar sobrepiedras y hojas secas.

Me detuve y agudicé todolo posible el oído. Silencio. Soloel canto de los pájaros y elsonido del viento entre losárboles.

Me había perdido. Tenía queencontrar de nuevo el sendero,así que me moví despacio,

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prestando atención a todo loque tocaba. El sonido delbosque llegaba hasta mí llenode matices y con mayorclaridad que nunca. Tambiénestaba mi respiración agitada...y había algo más...

Parecía una presencia...—Ya puedes quitarte esa

venda, compañero. —La voz deDaniel sonó justo a mi lado y diun salto hacia atrás,sobresaltado.

—¿Cómo... lo has hechopara acercarte tanto? —pregunté con el corazón

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agitado mientras me quitaba elpañuelo.

—Me he mantenido cercatodo el rato. Puedo ser muysilencioso si me lo propongo.Pero podrías habermelocalizado si hubieras puestomás atención en los sonidos.

—Bueno, empezaba ahacerlo justo ahora. ¡Essorprendente la cantidad desonidos que hay en estebosque!

—No más que en cualquierotro. Simplemente hasagudizado tus sentidos para

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compensar la falta de uno deellos. Y lo has logradoutilizando tu concentración.

Empezaba a verle elsentido a todo aquello.

—¿Sabes? Mucha gentecree que meditar consiste en«poner la mente en blanco» —continuó Daniel mientrasreanudábamos la marcha—.Pero eso no es cierto. La menteno puede cesar su actividad. Loque sí puede hacer es aferrarsea algo y no dejarlo ir. Ese actoes lo que llamamos «atenciónpura» o «concentraciónsostenida», e implica un

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silencio y una paz interior...difíciles de describir.

—¿A qué te refieres conque debe aferrarse a algo?

—Puede ser algo externo anosotros, como los sonidos deeste bosque o las sensacionesen las plantas de tus pies. Opuede ser algo interno, comouna imagen creada por nuestraimaginación, un recuerdo o elsonido de unas palabraspensadas de forma persistente.En cualquier caso, paradesarrollar la concentracióndebe ser una sola cosa.

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»Una de las maneras mássencillas de lograrlo es disfrutarde la actividad que estamoshaciendo. El gozo en la acciónnos lleva a la concentración,aunque la concentracióntambién acaba culminando enel gozo, sin importar lo quehagamos.

* * * Llegamos a un pequeño

templo de madera con laentrada flanqueada por dospequeños budas de piedra. Una

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voz profunda surgía del interior,y entonaba una oración que nopude comprender, pero que, dealguna manera, ejercía ciertoefecto hipnótico y relajante.

Nos descalzamos en lapuerta y entramos.

Un hombre y una mujerpermanecían de rodillas anteun monje vestido con unatúnica de color azafrán, queentonaba el salmo con los ojoscerrados y una expresiónabstraída.

—Simplemente, trata deescuchar con toda tu atención

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—murmuró Daniel.Y eso fue lo que hice... al

menos durante unos segundos.Enseguida me di cuenta de queestaba pensando en unaocasión en la que había vistoparticipar en una carrera a unamujer que corría sin calzado.¿Cómo había llegado hasta esepensamiento? Había empezadorecordando mi experiencia decaminar descalzo por el bosquey luego...

Entonces comprendí quemientras pensaba en eso, noprestaba atención.

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Me obligué a concentrarmede nuevo en la cantinelaincomprensible del monjejaponés. Pero mi mente arrecióde nuevo con recuerdos yfantasías de todo tipo.

De repente, el monjegolpeó un gran tambor variasveces. El sonido atronador meestremeció todo el cuerpomientras me sacaba deinmediato del estado desomnolencia que habíaempezado a dominarme.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Daniel a la salida deltemplo.

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—No muy bien —reconocí,un tanto desmoralizado—. ¡Mimente es un caos! Me pareceque es imposible prestaratención a una sola cosadurante más de cincosegundos.

Para mi sorpresa, Daniellanzó una de sus estruendosascarcajadas.

—Amigo mío, lo quetenemos entre manos es algomuy importante. Se trata dedesarrollar una capacidad quecambiará tu vida de una formaque no eres capaz de imaginar.

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»Sin embargo, el desarrollode la concentración implicatrabajar durante un tiempo conpersistencia y mucha pacienciacompasiva hacia ti mismo.

—¿Paciencia compasiva?—Sí. Imagina que tu mente

es como un hijo rebelde queestá aprendiendo a caminar yse sale del sendero una y otravez, tal como te ha pasado a ticuando tenías los ojosvendados. Todo lo que debeshacer es volver a situarla condelicadeza en el caminocorrecto, es decir, en el asuntoal que has decidido prestar

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atención. Hazlo una y otra vez,una y otra vez...

»Cuanto más amor leentregues a tu mente, menosnecesitarás preguntartecuántas veces más deberáscorregirla. Llegará un momentoen que ella se mantendrá cadavez más tiempo dentro de lasenda, y entonces poseerás unaconcentración de acero.

—Y ¿qué ocurrirá luego?—Que empezarás a ser

consciente del cuarto nivel queforma tu mundo interior, aquelque se encuentra más allá de

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tu mente lógica: el niveltranspersonal. Al principiotímidamente, como en fugaceschispazos... Pero, tarde otemprano, esa parte de timismo se abrirá ante ti en todosu esplendor.

—Vaya, ¡qué interesante!—Desde luego. Se trata de

la verdadera fuente de nuestrariqueza interior, ya que de ahísurgen nuestras mejorescualidades y sentimientos.Todos disponemos de un yotranspersonal, pero esnecesario realizar un ciertoadiestramiento de la mente

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para poder llegar hasta él.—Después de habernos

ocupado de nuestro aspectofísico y emocional —señalé,reflexivamente. Cada vez leveía más coherencia al trabajoque había estado haciendoaquellos meses.

Daniel me dio unaspalmadas en la espalda.

—Vamos. Aún nos queda unrato de camino hasta nuestrodestino. En esta ocasión, tratade centrar toda tu atención encada movimiento que hagas.Observa cómo caminas y cómo

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sientes el cuerpo al hacerlo.Cuando descubras que estáspensando en otra cosa,simplemente vuelve a centrarla atención en su lugar.

Tardamos unas horas enllegar a otro gran templobudista. Durante el camino mefui moviendo con crecientedificultad. Cuanto másobservaba el movimiento de micuerpo, más difícil me parecíael simple acto de poner un pasotras otro. Llegó un momento enque empecé a tener seriosproblemas para mantener elequilibrio sobre mis pies y a

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pensar que no volvería acaminar nunca más como unapersona normal.

—¡Daniel!Dos monjes salieron a

recibirnos, y el hombretónempezó a hablar con ellosentre sonrisas y muestras deafecto. Era evidente que habíauna gran confianza entre ellos.

—Estuve viviendo una largatemporada en este templo zen—explicó mi compañeromientras nos descalzábamospara entrar—. Conozco a losmonjes que cuidan de este

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lugar, y nos acompañarándurante las semanas queestemos por aquí.

—¿Has dicho... semanas?

* * * Contemplar con la máxima

atención el movimiento de lasramas de un árbol y decir«¡pensamiento!» cada vez quedetectaba un pensamientocruzando mi mente.

Observar una simple mesade madera durante horas,

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tratando de apreciar nuevosdetalles.

Barrer el suelo, haciendomovimientos lo suficientementelentos como para imitar a unaestatua.

Los días que pasé en aqueltemplo budista en Japón fueronlos más duros de mi vida.Daniel me desafiabaconstantemente con todo tipode ejercicios extraños queponían a prueba miconcentración hasta elagotamiento. Curiosamente, losque parecían más absurdos ysimples solían ser los más

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difíciles. Sin embargo, todosellos tenían un propósitocomún: aprender a dominar lacaótica actividad de mi mente.

Daniel me explicó que enOccidente asociábamos lameditación con místicossemidesnudos que permanecíancon las piernas cruzadas y losojos cerrados durante largashoras. Sin embargo, meditarera más bien una actitud devida basada en la atenciónplena en el instante presente.

—De hecho —apuntó micompañero—, muchosmeditadores no tienen nada

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que ver con el misticismo. Soninvestigadores, artistas,escritores, empresarios... Hanaprendido a sumergirsecompletamente en la acciónhasta dejar de actuar desde sumente y poder hacerlo desde suyo transpersonal. Se trata depersonas de todo tipo. Muchosde ellos han conseguido un altogrado de riqueza interior ensus vidas, aunque todos, sinexcepción, tienen una cosa encomún.

—Y ¿es?—Son brillantes en todo

aquello a lo que se dedican.

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* * * Una mañana, mientras

trataba de prestar atención alescurridizo silencio que sesucedía entre mispensamientos, surgió elrecuerdo de la muerte de mipadre. De forma súbita, volví asentir toda la rabia y la tristezaque en aquel momento de mivida había reprimido. Era comoun torrente que nacía en miestómago y pugnaba porascender hasta mi garganta.

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Me di cuenta de que sihacía un gran esfuerzo devoluntad, podía volver atragarme todo aquello, perodecidí dejarlo salir en forma degritos y sollozos, tal como hacíacuando golpeaba el cojín.

La intensidad emocional dela experiencia me dejóexhausto, liberado... y tambiénun tanto asustado.

—El proceso de dominar lamente implica acceder a eselugar donde existen restos deantiguos conflictos emocionales—me explicó Daniel cuando lepregunté al respecto—.

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Simplemente observa cómosurge el dolor a través de ti yeste desaparecerá. Luego,sigue manteniendo la atenciónen lo que ocurre en tu interior,como si fueras un espectadorinteresado en el movimiento detus pensamientos.

Los días posterioresprofundicé aún más en aquelejercicio y, poco a poco, elsilencio que existía entrepensamiento y pensamiento fueampliándose y tomando mayorpresencia. Descubrí una pazindescriptible en aquel vacío.

Entonces se me ocurrió la

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idea de que quizá nunca habíasido consciente de miverdadero potencial. No sabíade dónde surgía aquellaextraña ocurrencia, pero ibaacompañada de una sensaciónmaravillosa.

Sentí que no había límitesen lo que pudiera lograr. Solodebía continuar profundizandoen aquel lugar, en mi interior.Aquel lugar donde todo estabaen silencio, donde parecíaresidir mi auténtico poder ydonde todo, absolutamentetodo era posible.

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L

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Objetivos

a azafata me sirvió el técasi con tanta delicadeza

como había visto hacer a los

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monjes las últimas semanas.Tomé poco a poco aquella

infusión humeante mientrastrataba de centrar toda miatención en lo que estabahaciendo. El tacto de laporcelana, el peso de la taza alalzarla, el aroma de la infusión,su sabor y calidez...

Durante unos segundosconseguí mantenermecompletamente centrado en lassensaciones que acompañabanal simple acto de beber té.

Luego, la cascada depensamientos arreció de nuevo.

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Tras semanas deentrenamiento en el templo,había aprendido que podíaseguir fortaleciendo cada día miconcentración si practicaba dosejercicios básicos.

El primero de ellos podíapracticarlo en cualquiermomento o situación, ya queconsistía en centrar toda miatención en cualquier acciónque estuviera realizando, pormuy sencilla que fuera. Cuandolo conseguía, desaparecía porcompleto el incesante parloteode mi mente y aumentabanotablemente mi destreza en

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dicha acción. El reto eramantenerse en ese estado deconcentración dinámico todo eltiempo posible, hasta que lamente volvía a perderse entrepensamientos.

El segundo ejerciciorequería estar sentado enalgún lugar tranquilo y libre dedistracciones. En este caso, laatención mental debía dirigirsehacia dentro y no hacia fuera,de tal forma que uno seconvertía en el observador desus propios pensamientos.Daniel llamaba a este ejercicio«meditación del testigo».

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Ninguno de los dosejercicios era fácil. ¡Nada fácil!Sin embargo, los monjes deltemplo aseguraban que bastabacon unos minutos de prácticadiaria para conseguir cambiar,poco a poco, el arraigado hábitode la divagación mental yconseguir acceder así anuestras capacidades máspoderosas.

Y lo cierto es que seestaban produciendo cambiosen mi interior. Cada vez podíaconcentrarme mucho más entodo lo que hacía, y aquellaserenidad que podía percibir

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entre pensamientos parecíaabrirse a mi consciencia cadavez con mayor facilidad.

«Empiezas a instalarte enel momento presente —mehabía explicado Daniel—.Limítate a seguir practicando.Ya sabes que nadie es capaz deengañarte con más eficacia quetu propia mente. Concentrarteimplica dominarla, someterla atu voluntad. Pero ella trataráde impedirlo a toda costa. Teconoce muy bien y hará lo quesea para escapar de tu control.Incluso creará sensacionesconmovedoras o ideas

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sugestivas para romper tuconcentración. Sin embargo, nopermitas que eso te desvíe detu propósito. Simplemente nodejes de intentarlo una y otravez, practicando unos minutostodos los días.»

* * * Suspiré y miré a mi

compañero. Estaba leyendoalgo en su pequeño ordenador,sentado ante el escritorio dellujoso avión en el queviajábamos.

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El hombretón dejó eldispositivo y se sentó frente amí en su butaca.

—Bien, amigo mío, creoque podemos dar por finalizadala primera parte de tupreparación personal —dijo conactitud aprobadora—. Ahoradispones de los recursosnecesarios para mantener tumundo interior en el mayorestado energético posible. Sisigues las pautas que has idoaprendiendo, no solocontinuarás disponiendo dedicha energía, sino que esta nodejará de aumentar.

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—Pero también es posiblecaer enfermo... o pasar porexperiencias que pongan aprueba mi estado emocional ymental —comenté mientraspensaba en voz alta.

—¡Por supuesto! No esbuena idea pelearse con lasdificultades que surgen ennuestro camino. Aunque noscueste admitirlo, los problemasson el estímulo quenecesitamos para nuestropropio crecimiento. Ante lallegada de una dificultad esprobable que nuestra energíainterior disminuya, ya sea de

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forma física, emocional omental. Pero si persisteshaciendo aquello que teregenera, atravesarás dichaetapa de la forma menosdolorosa posible y saldrás deella con nuevas cotas deenergía interior. Así es comocrecemos, Nicolas.

Asentí con interés anteaquella explicación. Después detodo aquel tiempo viajandojuntos, ya debería habermeacostumbrado, pero lo cierto esque no dejaba de sorprendermeel particular modo de entenderlas cosas de aquel hombre.

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La vida era para él unaespecie de gran escuela dondetodos aprendíamos entrenosotros y donde los problemasno eran algo que lamentar, sinovaliosas lecciones que conveníaaprovechar.

—Una vez que conoces lasvías necesarias paraincrementar tu riqueza interior—continuó Daniel—, debesaprender a materializar dichaenergía de la forma mássencilla.

—Con eso te refieres a lariqueza exterior, ¿verdad?

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—Así es. Pero recuerda queno se trata solo de abundanciaeconómica — advirtió, alzandoel dedo índice.

—Lo sé, lo sé. ¡Recuerdo elmapa de los sectores vitales!Dinero, pareja, amistad, salud,ocio, familia, desarrollo yprofesión.

—¡Eso es! —exclamó Daniel—. Llegados a este punto, esimportante comprender que nose trata de tener mucho encada sector, sino lo suficientepara considerar que esperfecto. Por ejemplo, alguienpuede sentir que su vida social

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es adecuada teniendo dos otres buenos amigos. Sinembargo, para otros, eso puedeser insuficiente, y necesitanuna vida social mucho másdiversa.

—Entiendo lo que quieresdecir. Supongo que por esemotivo insististe tanto en quereflexionara sobre mis valorespersonales. Me informan de lascosas que, para mí, sonrealmente importantes.

—Así es. Te aseguro que sisigues con persistencia mimétodo, te convertirás en elhombre más rico del mundo.

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Aunque eso no significa que nohaya otros que tengan más dealgo que tú. Significa que nohabrá nadie que tenga el tipode riqueza precisa y perfectaque tú necesitas para disponerde la plenitud que mereces.

—Ya veo —contesté,sonriendo—. Tengo queconfesar que la primera vezque me dijiste que teconsiderabas el más rico delplaneta me pareció unaauténtica fanfarronada.

—Lo sé. Pero en aquelmomento, tus emocioneslimitadoras te mantenían en

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una actitud cerrada ydefensiva. Además, no erasconsciente de ciertas cosas queahora ya sabes.

El hecho de recordarme amí mismo meses atrásresultaba un tantodesconcertante. Era como sisolo ahora que el temporalparecía remitir, pudieraempezar a comprender lamagnitud y la importancia de latormenta que había asolado mivida. Y pensar en aquello meproducía un cierto vértigo,como si en aquellos momentosaún estuviera al borde de mi

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propio abismo.Un oscuro lugar del cual

acababa de salir.—Tu estado es ahora muy

diferente —dijo Daniel mientrasme observaba de aquel modoque parecía indicar queadivinaba mis pensamientos—.En esta segunda fase de tuentrenamiento aprenderás losmecanismos para mejorar todolo posible tus sectores vitales.

»Para ello, el primer pasosiempre es asegurarte de queexiste un buen estado interior.No me cansaré de insistir en

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este punto. Hay quien consiguecosas materiales sin ocuparsemucho de su mundo interior,pero solo se trata de riquezasmermadas que tarde otemprano conducen a unainevitable sensación de vacío, ya una inevitable crisis.

Sonreí ligeramente ensilencio. Yo ya conocía aquellahistoria.

—Entendido. Y ¿el siguientepaso?

—Lo siguiente es definircorrectamente tus objetivos.

—¿Objetivos? —pregunté,

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sorprendido—. ¿Te refieres acosas concretas que megustaría lograr?

—Así es. Es sabido quemenos del noventa por cientode las personas se ha detenido,realmente, a formular susobjetivos de vida. No essorprendente que muchostengan la sensación de queviven a la deriva o de que nohan sabido llegar hasta dondeles hubiera gustado. Esimposible tomar las decisionesque te conducirán hasta tumeta... ¡si no hay metaconocida! —exclamó Daniel,

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alzando ambas manos.»Sin embargo, los objetivos

también deben formularsecorrectamente para podermaterializarlos de la forma máseficiente posible. Para ello,deben cumplir siempre cincocondiciones.

Me afané en abrir mipequeña libreta. Tenía queanotarlo todo.

—En primer lugar, comomuy bien dices, deben sercuestiones concretas.«Sentirme bien» o «arreglar mivida» no son objetivos

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concretos; pero «adelgazarcinco kilos», «hacer cadamañana ejercicios de liberaciónemocional» o «ganar uncincuenta por ciento másdinero el próximo año» sí sonejemplos de concreción. Debesdefinir, con la máxima precisiónposible, qué debe ocurrir parapoder demostrar luego si se hacumplido tu objetivo.

»En segundo lugar, todoobjetivo debe ser estimulante.Eso significa que el hecho deimaginarlo ya materializado entu vida debe generar en ti unasensación de entusiasmo. El

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entusiasmo es una poderosamanifestación de nuestraenergía emocional. Disponer deesa energía es fundamental, yaque te ayudará a venceraquellas dificultades necesariasque surgirán en el proceso,¿comprendes?

—Concretos y estimulantes—asentí mientras apuntaba lasideas fundamentales de todoaquello.

—La tercera condición decada objetivo es el realismo. Esdecir, debes sentir que se tratade cosas alcanzables, aunquete parezcan muy difíciles. No es

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tanto lo que diga tu partelógica, sino lo que tú sientas alrespecto. Por ejemplo, pormucho que desee volar, estoyconvencido de que si saltoahora mismo de este avión,moriré inevitablemente. Por lotanto, ese deseo no puede serun objetivo válido para mí.

—Muy ilustrativo —comenté, divertido.

—La cuarta condición es lacoherencia.

—¿Coherencia? ¿Con qué?—Con tus valores

personales, por supuesto —

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respondió, como si nadapudiera ser más obvio—.Muchos incumplen estacondición cuando buscan cosasque realmente no desean, ysolo se dan cuenta cuandoestán a punto de alcanzarlo... otras haberlo alcanzado. Creenque son dueños de sus propiossueños, pero, en realidad, estospertenecen a la sociedad en laque viven, a sus progenitores oa cualquiera que haya influidolo suficiente en ellos.

»Todo ello sería unaenorme pérdida de tiempo yenergía si no fuera porque

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también es una enseñanza quenos ofrece la vida para queaprendamos a conocernos anosotros mismos. Cuanta másriqueza interior somos capacesde atesorar, más auténticossomos y, por tanto, menosmaleables a las influencias queprovienen de nuestro entorno.

Aquello me hizo dejar elbolígrafo a un lado unosinstantes. Yo mismo era unejemplo de lo que acababa dedecir Daniel. Poseer un buenestatus social y una relaciónestable era lo único que mehabía importado, y ahora

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comprendía que no eracasualidad que fueran las doscosas más importantes que mehabía inculcado mi familia.

«He dedicado gran parte demi vida a perseguir cosas queno se ajustaban a lo que yorealmente quería.»

—Qué ciego he estado —musité casi sin darme cuenta.

Daniel me observaba conexpresión compasiva.

—Nuestras experiencias nosolo nos permiten conocernosmejor, sino tambiéncomprender a todo aquel que

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esté pasando por lo quenosotros ya hemos superado.No es fácil, pero tambiénnecesitamos experimentar laceguera para podercomprenderla, y así abrirnospaso hacia una nueva luz.

Asentí lentamente. Micamino estaba despejado,seguía sintiendo que todo eraposible y sabía que una nuevavida esperaba ser construida.

* * *

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—Falta una condición. Hasdicho que son cinco —apunté,impaciente por saber más.

—Así es. El último requisitoque debes tener en cuenta a lahora de formular tus objetivoses la no violencia. Es decir,aquello que te propongas nodebe producir ningún tipo dedaño ni a ti mismo ni a losdemás.

»Desgraciadamente, estacondición también se vulnerademasiado a menudo, y elmotivo vuelve a ser la falta deriqueza interior. Cuando unapersona ha empezado a abrir

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su corazón, difícilmente sentiráentusiasmo por algo que, deforma consciente, puedaproducir algún tipo de daño acorto o largo plazo. De hecho, amayor desarrollo interior, másimportantes son aquellosobjetivos que apuntan alservicio hacia los demás.

En aquel instante, laintensidad de las luces de lalujosa cabina se atenuóligeramente, indicándonos quenos encontrábamos cerca denuestro destino. Miré concuriosidad a través de laventanilla. Las nubes blancas

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dejaban entrever un océanointerminable que se extendíaen todas direcciones.

—¿Por casualidad nosdirigimos a otra isla, Daniel? —pregunté, mitad en serio ymitad en broma.

—Así es —respondió,divertido—. Aunque esta esbastante más grande y popular.¡Te daré una pista! —Se puso aondear lentamente los brazoshacia ambos lados, imitando lasolas del mar.

Ambos estallamos encarcajadas. Pero, de pronto,

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comprendí.—¡Vaya! —exclamé con

sorpresa, aunque todavía entrerisas—. ¿De verdad vamos aHawái?

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LosExtraordinarios

na flamante limusina blanca

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Unos esperaba en la salida delaeropuerto.

—Tu siguiente trabajoconsiste en definir una serie deobjetivos que cumplan las cincocondiciones mencionadas —dijoDaniel en cuanto estuvimosacomodados en el lujosovehículo—. Te recomiendo queutilices el mapa de los sectoresvitales como referencia, ya queen él podrás ver reflejado elgrado y la diversidad de turiqueza exterior.

—Creo que ya tengoalgunas ideas. Sin embargo,me da la sensación de que voy

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a necesitar cierto tiempo paraestar seguro.

—Tómate el tiempo quequieras. Ser consciente de tusobjetivos vitales bien lo vale.Por otro lado, no dejes que eltemor a equivocarte teparalice. Recuerda que tusobjetivos pueden cambiarconforme evolucionas.

En aquel momento sonó elteléfono de Daniel.

—Sí. Estamos a punto dellegar —se limitó a decir, entono afectuoso—. Hoy vas aconocer un proyecto del que

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me siento especialmenteorgulloso, Nicolas — anunciócon entusiasmo tras guardar elterminal en el bolsillo.

Lo miré con verdaderointerés. Pero, como decostumbre, no dijo ni unapalabra más sobre aquelasunto.

El coche tomó una pequeñacarretera pavimentada quecirculaba entre lagos, fuentes ycampos de golf. Por unmomento pensé que habíamosentrado en alguna zonaresidencial de alto standing,pero al detenernos comprendí

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que habíamos estadorecorriendo los extensosterrenos circundantes de ungran hotel.

—Y ¿ese proyecto... es un...inmenso hotel de lujo? —pregunté sorprendido, mientrasobservaba el imponente edificiofrente al océano Pacífico.

Daniel me invitó con ungesto a que me dirigiera haciala puerta de entrada. En surostro se dibujaba unaenigmática sonrisa.

—Será mejor que locompruebes por ti mismo.

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* * * Cuando entramos en el

gran vestíbulo del hotel, nopude más que mirar a mialrededor con la boca abierta.Era un espacio inmenso ycompletamente abierto al mar,que ofrecía unas imponentesvistas a una playa de arenablanca. La luz del sol penetrabadirectamente en la estancia yse dispersaba en miltonalidades al reflejarse enunas gigantescas lámparas de

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cristal que tintineaban en eltecho. El suelo de mármol porel que caminábamos tenía unacuriosa tonalidad azulada yestaba exquisitamente grabadocon diversos motivos marinos.

La brisa y los colores delocéano llenaban el lugar enperfecta armonía con laacogedora decoración, yobservé pasmado que, tras lazona de recepción, una cascadade fina arena blanca caía ensilencio al tiempo que unproyector la iluminaba condiferentes tonalidades.

Era consciente de que

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Daniel observaba divertido mireacción. A lo largo de mi vidame había alojado en algunoshoteles exclusivos, pero nuncahabía visto nada parecido aaquel lugar.

Una relajante melodíaflotaba en el ambiente y reparéen que alguien tocaba sentadofrente a un gran piano de cola.Junto al piano, un tipo conpantalón y camisa blancaparecía garabatear algo en lapágina de un libro, mientras unpequeño grupo lo rodeaba conevidente actitud de admiración.

Sin duda, debía tratarse de

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alguien famoso, aunque nosupe identificarlo. Pensé que miexmujer lo hubiera sabido en elacto. Yo nunca había tenidomucho interés en lospersonajes mediáticos.

Llegamos hasta una ampliazona de sofás, donde nosencontramos con un grupo depersonas. Llamaban la atenciónporque la mayoría iban vestidascompletamente de blanco y conropa informal veraniega. Eranhombres y mujeres de aspectoy rasgos muy diferentes,aunque la mayoría parecíahaber alcanzado una edad

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avanzada. Algunos selevantaron en cuanto nosvieron entrar y se aproximaronpara darnos la bienvenida.

Mi compañero me presentó,mientras iba nombrándolos porsus nombres de pila y yoestrechaba sus manos tratandode recordar cada nombre.Pronto comprendí que lamayoría procedía de paísesdiferentes, pero tuve la extrañae incomprensible sensación deconocer a alguno de ellos.

Daniel se puso a conversarcon manifiesta alegría,mientras yo me sentaba en un

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cómodo sofá y observaba conatención a aquel curioso grupo.

¿En qué consistiría aquelgran proyecto que habíamencionado Daniel? Parecíaprobable que tuviera algo quever con aquellas personas. Pero¿quiénes eran?

Volví a reparar en aquellaheterogeneidad de rasgos,especialmente llamativa por elhecho de que todos vistieran deun modo similar. Tambiénresultaba obvio que existía unagran camaradería y complicidadentre ellos. Parecía unreencuentro entre viejos

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amigos; compañeros que hancompartido muchas eimportantes experienciasjuntos.

Pero allí había algo más.Algo que estaba pasando poralto y que, de alguna manera,casi escapaba a mi percepción.

Lo podía entrever en laapacible actitud y el firmeaplomo de sus gestos, en elmodo afectuoso y distendido enel que conversaban, la evidenteespontaneidad con la quecompartían largos silencios sinmuestra alguna deincomodidad. Era como si no

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existiera necesidad de ningúnformalismo entre aquellaspersonas y, sin embargo,hubiera un profundo respeto yaprecio entre ellos.

Sí, allí había algo muysingular. Casi podía aventurarque una fuerza mucho máspoderosa que la mera amistadunía a aquellas personas. Sinembargo, por más que lointenté, fui incapaz deencontrar un término o unaspalabras que se ajustaran aaquella impresión.

Un tipo alto, de pielolivácea y ojos rasgados, me

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miraba fijamente desde la sillaen la que estaba sentado. Sinpoder evitarlo, mis ojosquedaron atrapados unosinstantes en su mirada. Aquelindividuo tenía algo querecordaba la permanenteserenidad que mostraban losmonjes japoneses que habíaconocido días atrás. Aunquealgo en su porte, en el simpleacto de estar sentado enaquella silla, parecía sugerirque se trataba de alguienproveniente de la realeza.

No recordaba que noshubieran presentado, y parecía

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evidente que también formabaparte de aquel extraño grupo,así que lo saludé brevementecon la cabeza y él correspondiócon una ligera sonrisa, aunquesin dejar de traspasarme conaquellos extraños ojos.

Un tanto turbado, meobligué a mirar hacia otro lado.Una pareja, también miembrosdel grupo, conversaba en vozbaja cerca de donde yo meencontraba. El tipo, alto ycorpulento, escuchaba conatención a una mujer menudaque parecía esforzarse enexplicarle algo. Traté de aguzar

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el oído para escuchar laconversación, pero solo pudecaptar algunas palabrassueltas.

«Estocolmo... presidencia...patrones... Nobel... fácil...Senado...»

El tipo, de repente, estallóentre risas ante las palabras desu interlocutora. Y en eseinstante, lo reconocí.

—No puede ser —murmuré,casi sin poder creerlo.

—No te dejes impresionardemasiado —dijoinesperadamente alguien a mi

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espalda. Una mujer de cuerpovoluminoso y miradachispeante estaba de pie trasde mí, con un vaso en cadamano. También vestíacompletamente de blanco.

—Lo cierto es que untrabajo no tiene por qué sermediático para que sea útil...Aunque a algunos de nosotrosno nos quede más remedio queexponernos a la mirada de lasmasas. ¿Un poco de zumo desandía?

La mujer me ofreció uno delos vasos con una agradablesonrisa y un guiño de ojo. Me

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cayó bien de inmediato.Acepté el vaso con sincero

agradecimiento. La mujer seexpresaba con un marcadoacento ruso que, de algunamanera, realzaba su actitudafectuosa y desinhibida.Observando su rostro, volví atener la sensación de que noera la primera vez que la veía.

—Nicolas Sanz —mepresenté, estrechando surechoncha mano.

—Un placer. Puedesllamarme Irina —respondió,arrugando graciosamente la

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nariz—. Supongo que eres elprotegido de Daniel... Tendrásque disculparle. Estoyconvencida de que elgrandullón se lo pasa engrande viajando arriba y abajo,sin decirte en qué rincón delplaneta apareceréis.

La sorpresa que me produjoaquella afirmación hizo quedetuviera en seco el vaso delque me disponía a beber.

—¡Oh! Imagino que puedeasombrarte el hecho de quesepa eso —declaró la mujermientras se encogía dehombros—. Pero estamos

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bastante al corriente de lasactividades de todos losmiembros de este grupo. Y,créeme, Daniel está muymotivado con tus progresos.

No pude evitar ciertaincomodidad ante la idea deque mis actividades fueran dedominio público. Sin embargo,la actitud afectiva de aquellamujer me transmitía una fuertesensación de poder confiar ycompartir con ella cualquiercosa.

—Bueno, lo cierto es queyo también estoy empezando adisfrutar de ello — admití tras

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titubear un poco—. Es unexcelente instructor y, laverdad, siempre consiguesorprenderme. Por ejemplo,reconozco que en esta ocasiónno esperaba... algo así —dije,señalando la espectacularestancia donde nosencontrábamos.

La mujer dio un sorbo a subebida, asintiendo y ocultandoparcialmente una agradablesonrisa que parecía indicar queestaba de acuerdo con lo que ledecía. Reparé en que ellatambién poseía aquella miradarapaz con la que a menudo me

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traspasaba Daniel. Empecé apreguntarme si todos los queestaban allí podían haceraquello.

—Es un hotel bonito —reconoció, mirando con ligerezaa su alrededor—. Yo me hubieradecantado por otro espacio unpoco menos... fastuoso, peronuestro amigo sientepredilección por este tipo desitios y, bueno, él fue quien nosreunió a todos. Así queasumimos que él es elresponsable de escoger el lugarde nuestras reuniones. —Derepente hizo un gesto como si

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hubiera caído en la cuenta dealgo importante—. Supongoque Daniel te habrá habladosobre lo que hacemos aquí —dijo, entrecerrando los ojos.

—En absoluto. Solo me hasugerido que en este lugar seencuentra un proyecto del quese siente especialmenteorgulloso y luego me hainvitado a que averiguara máscosas por mí mismo.

La mujer dejó ir unapeculiar risita bastantecontagiosa, al tiempo que sesentaba junto a mí en uno delos sofás.

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—En realidad, ese«proyecto» no es más que estegrupo de personas que tienesante ti. Todavía faltan unospocos por llegar, pero el granlogro de Daniel ha consistido enunirnos a todos.

—Pero ¿quiénes sois? —pregunté, bajando la voz, casisin advertirlo.

—Nos referimos a nosotrosmismos como «el club» o «elgrupo», aunque me consta quetu instructor utiliza un términoalgo más... grandilocuente —explicó la mujer, mientrasmiraba con una cariñosa

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sonrisa hacia el lugar dondeestaba conversando Daniel.

»En nuestras reuniones, lomenos importante es laidentidad de cada miembro.Tratamos de ser muycuidadosos con cualquiercuestión que pueda surgir de lavanidad o la excesiva soberbia,y por eso evitamos mencionarnuestros apellidos, títulos ologros personales. Así quecuando nos reunimos,utilizamos nuestros nombres depila, vestimos de manerasimilar y lo hacemos casi todojuntos. Aquí todos somos

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iguales, piezas que componenun todo mucho más importanteque cualquiera de sus partes.Es una norma que tratamos derespetar escrupulosamente —enfatizó mientras asentíalentamente con la cabeza—. Lamayoría ya llevamos una largavida a nuestras espaldas, enmuchos casos llena de intensasexperiencias, y resultafundamental para nuestropropósito común que nuestrosegos no tomen las riendas.

Escuchaba sin saber muybien qué pensar. Todo aquelloresultaba de lo más extraño y

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empecé a considerar la idea deque Daniel hubiera creado unaespecie de secta formada porpersonalidades de especialinfluencia social.

—Y... ¿cuál es esepropósito? —pregunté, evitandodejar entrever mi suspicacia.

—Somos un... laboratoriode ideas. Un think tank, comosuelen decir algunos. Nosocupamos de localizar aquellascuestiones más problemáticasque afectan al mundo o aalguna de sus naciones,generalmente a nivel social,político y económico. Luego

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creamos objetivos consistentes.¿Te ha hablado ya Daniel sobreeste asunto?

—Sí. Las cinco condicionesque debe poseer todo objetivo—dije, sin evitar sentirme comoun niño alegre por saberse lalección.

—¡Eso es! Nosotroscreamos objetivos del mismomodo y luego trazamos planesde acción viables para quepuedan llevarse a cabo —dijocon un ligero encogimiento dehombros que restaba cualquiermérito a lo que acababa dedecir—. Tengo que reconocer

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que, años atrás, yo mismapensaba que una cosa así noserviría de nada en un mundocomo el nuestro. Sin embargo,las consideraciones y laspropuestas que surgen denuestro pequeño grupo cadavez las tienen más en cuenta.

—¿Quiénes?—Aquellos que se aferran

al codiciado timón del poder,por supuesto —contestó lamujer con naturalidad, aunqueuna sombra de cansancio, oquizá tristeza, apareció bajosus ojos—. Básicamente,líderes políticos y máximos

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responsables de grandescorporaciones, que han influidoe influyen de formadeterminante sobre losacontecimientos mundiales.

—Ya veo —musité, cada vezmás sorprendido—. Y ¿dicesque ha sido Daniel quien haformado este... grupo?

—Así es. Una de lasmaravillosas cualidades queposee nuestro amigo en comúnes su habilidad para captar lascapacidades ocultas que hay enlos demás. Es algo en lo que yomisma me considerabaespecialmente intuitiva —

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añadió con una sonrisa —, perotu instructor tiene un donnatural para ello y lo hautilizado sabiamente paraformar este grupo.

—Disculpa —dije, agitandola cabeza—, creo que no acabode comprender. Me consta queDaniel tiene especial facilidadpara entender a las personas,pero ¿qué tiene que ver esocon vuestro grupo?

Irina miró unos instantesen silencio hacia las diferentespersonas que conversabandiscretamente entre sí. Reparéen que el individuo que firmaba

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libros junto a la entradatambién se había sumado algrupo de blanco.

—Las personas que tienesante ti tenemos culturas,personalidades y vidas muydistintas. Sin embargo, todosestamos preparados paraunirnos y crear grandes cosas.—Irina parecía especialmentecuidadosa al seleccionar laspalabras—. Para ello esnecesario un cierto grado deconocimiento y autodominio. Loque hacemos no es muycomún... y tampoco es fácil deexplicar. En cualquier caso, este

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grupo existe gracias a lacapacidad de nuestro amigopara ver en el interior de laspersonas y, por ello, todos leestamos enormementeagradecidos.

En ese momento aparecióDaniel detrás de nosotros y nosrodeó entre sus largos brazos.

—Pero ¡mira que curiosapareja tenemos aquí! —exclamó—. Nicolas, acabas dedar con la mente más avispadade este lugar. ¡Ten muchocuidado con ella!

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* * * Daniel e Irina estuvieron

bromeando y riendo unosminutos hasta que la simpáticay rolliza mujer nos dejó paraque nos registráramos en elhotel.

—Empiezo a hacerme unaidea del proyecto que tienesentre manos con este grupo —dije pensativo mientrasesperábamos en la puerta delascensor—. Tu amiga me haexplicado todo eso del«laboratorio de ideas» y,

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aunque todavía tengo muchaspreguntas al respecto, megustaría que me ayudaras conuna en particular. Por algúnmotivo, me suena el rostro deIrina, y diría que también el dealguno de tus amigos. Dehecho, ¡me ha parecidoreconocer un jefe de Estadoentre los miembros del grupo!¿Acaso me estoy volviendoloco, Daniel?

—En absoluto —contestó,sonriendo, el hombretón—. Locierto es que algunas de laspersonas que acabas de verhan sido o son figuras públicas

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destacadas y han aparecido enlos medios de comunicación confrecuencia. Hay empresarios,científicos, políticos, filósofos,periodistas, escritores... Otroshan recibido reconocimientointernacional por algunos desus logros profesionales, y lamayoría ha destacado de unmodo u otro en sus respectivasáreas.

—Entiendo. Perocomprenderás que sientaespecial curiosidad por todoeste asunto. ¿No podríasexplicarme algún detalle másconcreto? Solo he podido

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hablar con Irina. Ella tambiénes... ¿famosa?

Daniel me miró en silenciocon una expresión de diversiónen el rostro. En momentoscomo aquel tenía la sensaciónde que se lo pasaba en grandea costa de mi ignorancia.

—Irina es una destacadapersonalidad en su país, tantoen el ámbito de la ciencia comoen el de la política, y fue lasegunda mujer en la historiaque viajó al espacio exterior.Siento no poder ofrecerte másdetalles, aunque espero queesta información te parezca

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algo más... concreta.—Vaya —murmuré,

realmente impresionado,mientras recordaba el rostrobondadoso de aquella mujercon marcado acento ruso.

—Sin embargo —continuóDaniel mientras avanzábamospor un largo pasilloenmoquetado hacia nuestrashabitaciones—, la condiciónpara pertenecer a este grupono tiene nada que ver con loséxitos profesionales, sino conlos logros personalesalcanzados. Tampoco se tratadel poder adquisitivo ni de la

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influencia social que puedantener, sino del grado de riquezainterior alcanzado y de lacapacidad para sintonizar conel propósito del grupo. Eso es loque los hace verdaderamenteextraordinarios, y esa es lagran diferencia entre nuestrolaboratorio de ideas y cualquierotro.

»Actualmente existen másde mil laboratorios de ideas enel mundo. Sin embargo, todoslos think tanks en los que heparticipado en mi vida carecíande dicha capacidad de sintonía,ya que la mayoría de sus

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miembros acudía a lasreuniones con un propósitomarcadamente egoísta. Enlugar de «qué puedo aportar yoal grupo», la actitud másfrecuente era «qué me puedeaportar a mí este grupo». Eseegoísmo destruye todaposibilidad de sintonizar de unmodo voluntario con la granmente que forma todaagrupación de personas.Sintonía, Nicolas, ¡sintonía! —exclamó Daniel con especialvehemencia—. Ese es elelemento imprescindible paraaprovechar el enorme potencial

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que poseen los seres humanoscuando se unen entre sí.

—Irina me ha insinuadoalgo parecido cuando mehablaba sobre el propósito devuestras reuniones —dije—.Sin embargo, tengo quereconocer que eso de «fusionarmentes» suena un tantoextraño.

—La ciencia aún no haexplorado mucho todo lorelacionado con nuestrascapacidades mentales —explicó—. La mayor parte de lascuestiones que se alejan de ladimensión material son, en

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realidad, mentales, y ellodebería darnos a entender loincipiente que es aún nuestroconocimiento. ¡Todavíabuscamos nuestra mente enese órgano físico llamadocerebro!

»Sin embargo, la idea defusionar varias mentes haciaun propósito común es tanantigua como la propia mentedel hombre. Infinidad depersonas lo han hecho a lolargo de la historia, aunquegeneralmente de formainconsciente. Actualmente, lamayoría de los think tanks

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están demasiado influidos porintereses políticos o económicosy, como he dicho, ello abre lapuerta al egoísmo y destruyetoda posibilidad de crear lasintonía necesaria.

»Por ese motivo preferimosdejar fuera de nuestrasreuniones cualquier referenciaa nuestra vida personal,incluida la ropa, los títulos onuestros verdaderos nombres,a pesar de que todos sabemosquiénes somos en realidad —admitió, encogiendo loshombros con una ligera sonrisa—. Pero esa costumbre nos

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ayuda a actuar desde nuestroaspecto transpersonal y nodesde nuestro ego, ¿meexplico?

—Irina también hamencionado que has sido túquien los ha reunido.

—Así es. Por eso te hemencionado que se trata de unproyecto muy especial. Me hallevado casi veinte años hacerque estas personas se conozcanentre sí, pero de nuestrasreuniones están surgiendovaliosos recursos para elbeneficio de todos.

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—¿Por ejemplo? —preguntécon sincera curiosidad.

—Hemos presentadodiversas soluciones parasolventar problemas derivadosdel modelo económico actual;periódicamente realizamospropuestas sobre cambioslegislativos en diversasnaciones u organismosinternacionales; tratamos depromocionar la investigacióncientífica en aquellas materiasque puedan derivar en un granbeneficio global... y cada vezmás líderes políticos escuchannuestra opinión sobre diversas

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cuestiones actuales. Además,esperamos que nuestraactividad pueda sentar unprecedente para que se formenotros grupos de característicassimilares en otros lugares.Algunos miembros del grupoestán trabajando con especialahínco en esta última cuestión.

Miré a Daniel sin saber quédecir, mientras mi mentetrataba de asumir las colosalesdimensiones de todo aquello.

—Sin embargo —continuó—, si necesitas un ejemplo másespecífico, te diré que uno delos mayores desafíos a los que

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nos enfrentamos en laactualidad tiene que ver con losrecursos energéticossostenibles. Tenemos enmarcha varios planes de acciónsobre este tema y hemospresentado a los organismoscompetentes un detallado plande adaptación basado enfuentes de energía limpias paralas próximas décadas. En todoeste asunto de la energía haymuchos intereses egoístas,pero ha llegado el momento deafrontar importantes cambios.

De repente, tuve una ideaque hizo que gran parte de las

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experiencias que había vividocon aquel hombre cobraran unanueva perspectiva.

—Nuestra visita a aquellauniversidad de Tokio... guardaalguna relación con eso,¿verdad? —pregunté.

Daniel asintió con un guiñode complicidad.

—Así es. Y también misinversiones en la empresageoprospectora que trabajabaen Kenia, y la propuesta depotenciar la medicinatradicional a través del hospitaluniversitario en la India, y

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muchos otros proyectos que nohe tenido todavía oportunidadde mostrarte, mi queridoamigo. Desde hace años, miholding de empresas centragran parte de sus inversionesen los planes de acción creadospor el Club de losExtraordinarios.

—¿El Club de losExtraordinarios?

—Bueno, es como a mí megusta llamar a este grupo tanespecial de personas. Aunque aellos no les gusta demasiado eltérmino.

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—Sí, Irina también hamencionado algo al respecto —dije con actitud un tantoausente, mientras trataba deasimilar lo que acababa deescuchar.

Todo parecía cobrar unnuevo sentido. Los interesantesproyectos e iniciativasdedicados al bien común quehabía conocido en diferentespaíses del mundo no surgían dela iniciativa individual deDaniel, sino de aquel grupo depersonas que decían tomar susdecisiones siguiendo unmisterioso método... que

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todavía no era capaz decomprender.

—Sé que todo esto todavíapuede parecerte un tantoextraño, pero te aseguro que asu debido tiempo podráscomprenderlo del mismo modoque ahora entiendes elverdadero significado de lariqueza interior.

»Como cualquier individuo,la humanidad no deja de crecer,Nicolas —añadió, deteniéndosefrente a la puerta de suhabitación—. Y cuando seamosun poco más sabios de lo queahora somos, nos parecerá

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inadmisible que una solapersona se apropie de formaegoísta de un poder que puedecondicionar el destino demillones de personas. Esaresponsabilidad se le otorgará aquienes estén verdaderamentepreparados para liderar alservicio del ser humano. Y teaseguro que esas personasactuarán formando grupos quefuncionen en perfectaharmonía, donde no existirá elinterés individual, sino unapoderosa voluntad de servicio ala humanidad. No habráindividuos que sirvan al poder,

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sino grupos con el poder deservir.

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E

15

Un plan

ntré en mi enorme y lujosasuite, recorriéndola

distraído y sin apenas reparar

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en las espectaculares vistas delPacífico que ofrecía la terraza.En mi mente todavía resonabanlas últimas palabras de Daniel,cuyas implicaciones empezabaa comprender.

Siempre había estadoconvencido de que el mundoestaba dominado únicamentepor individuos egoístas, inclusocrueles, cuyo único interés eraacumular dinero y poder. Sinembargo, Daniel era la pruebade que existían otro tipo depersonas. Individuos con granpoder e influencia quecontrarrestaban las

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consecuencias de la codicia ytrataban de mejorar las cosasen beneficio de todos.

Sin duda, aquella era unaidea esperanzadora.

Y lo era aún más el hechode que existieran otraspersonas con la sabiduría de miamigo millonario y queestuvieran trabajando tras eltelón de la opinión pública,agrupando sus fuerzas en lamisma dirección.

Alguien llamó con fuerza ala puerta y, al abrirla, Danielentró en la habitación como

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una exhalación.—¿No es fantástico este

hotel? —exclamó mientras salíaa la terraza privada y abría losbrazos como si quisiera abrazarel océano que se extendía antenosotros.

Reparé en que se habíacambiado de ropa y vestíapantalones y camisa blancos.

—Es impresionante —admití mientras observaba consatisfacción la confortable suite—. Me alegra comprobar quetenemos gustos parecidos.

—Estaremos aquí tres o

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cuatro días —dijo después delanzar una de sus ruidosascarcajadas—. En ese tiempopuedes asistir a nuestrasreuniones o trabajar en tupropio proceso. Recuerda quetienes pendiente la definiciónde tus objetivos personales.

—La verdad es que tengocierta curiosidad por ver enfuncionamiento vuestrolaboratorio de ideas —reconocí,pensativo—. Pero creo queprefiero centrarme en lo mío,Daniel. Quiero clarificar mi listade objetivos cuanto antes paraasí poder empezar a trabajar

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en ellos.—¡Excelente! —bramó

mientras me palmeaba laespalda con contundencia—.Pero no dejes de disfrutar dellugar mientras tanto, ¿deacuerdo?

* * * Los tres días siguientes los

invertí en pasear por la playa ylos jardines del hotel, mientrasiba definiendo uno a uno losobjetivos que quería conseguir.

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Para ello, me aseguraba de quetodos cumplieran las cincocondiciones y luego losapuntaba en mi libreta.

Con algunos surgió lainseguridad, el miedo de no sercapaz de lograrlos. Entoncesme esforzaba en ir un poco másallá del mero análisis mental ytrataba de sentir si a pesar dela aparente dificultad, aquelobjetivo en cuestión estabarealmente a mi alcance.

La respuesta fue afirmativaen todos los casos.

Otra complicación tenía que

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ver con un cierto temor haciael compromiso. Una parte de míse preguntaba qué pasaría si enalgún momento cambiaba deopinión y dejaba de quereralcanzar aquello que me estabaproponiendo. Pero Daniel ya mehabía advertido que definir unobjetivo no era firmar uncontrato rígido e inmutable connadie.

«Lo más probable es quetengas que realizar algunoscambios —me había dicho —,adaptar cada objetivo a lascircunstancias que estésviviendo para poder

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materializarlos. Ten siempre encuenta que el objetivo real noes el objetivo, sino la personaen la que debes convertirtepara conseguirlo.»

* * * Salí de mi suite con la

intención de finalizar misrutinas en la playa. Al llegar ala arena me encontré con elgrupo de Daniel al completo.Estaban todos sentados con losojos cerrados y el silencio eraabsoluto, solo se escuchaba el

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murmullo del mar golpeandocon suavidad la orilla.

Me senté junto a ellos contodo el sigilo posible y cerré yotambién los ojos para centrarmi atención en el relajantemurmullo del oleaje. Recordé elconsejo de los monjes deltemplo acerca de no batallarcontra los ruidos y lassensaciones procedentes delexterior. Lo mejor eraconcederles atención y, de esemodo, la mente, por sí misma,dejaría de mirar hacia elmundo de los sentidos yvolvería de forma espontánea a

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su actividad interior.Pronto dejé de percibir los

sonidos de la playa y meconcentré en el movimiento demis propios pensamientos. Setrataba siempre de recuerdos ofantasías que mi mente creabade forma aleatoria. A veceseran imágenes, y a vecesmonólogos de mi voz interior.Solo tenía que observarlos consuavidad, tratando de nodejarme arrastrar por ellos,hasta que desaparecían porcompleto.

Empecé a percibir cada vezcon mayor claridad la agradable

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quietud que anidaba entre cadapensamiento. Y con ella, surgióde nuevo aquella sensaciónmaravillosa de infinitaposibilidad.

Era la primera vez quealcanzaba aquel estado contanta facilidad. Contemplévagamente un pensamientoque me advertía de no dejarmearrastrar por la excitación queme producía aquel logro.

Pronto todo estaba ensilencio en mi interior y toda lafuerza de mi voluntad secentraba en observar aquellaquietud.

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Y entonces, de repente,sentí que ahí, en aquelremanso interior de paz, habíaalgo más.

Pero no era «algo», sino«alguien».

Una poderosa sensación depresencia se hizo evidente antemi consciencia consobrecogedora claridad. ¿Quéera aquello? ¿Quién era?

La impresión de aquellainesperada percepción hizo quemi mente se enfocara deinmediato en el mundo exterior,tratando de buscar el origen de

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aquella sensación también através de mis sentidos. Denuevo, el sonido del mar, lahumedad de la arena, la brisaen el rostro... Pero también laintensa, íntima y casi palpablesensación de estar en compañíadel resto del grupo.

Me di cuenta de que enaquellos instantes podía sentira las personas que meacompañaban con increíbleclaridad. Sabía dónde estaban,cuántas eran... incluso cómorespiraba cada una de ellas.

Y aquella presenciatambién estaba allí. Era cada

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vez más amplia, más evidente.Comprendí que no procedía deningún miembro del grupo enparticular, sino de la suma detodos ellos.

Era algo maravilloso.Toda aquella sabiduría, todo

aquel poder... Supe que podíafundirme en aquel mar deenergía, ser uno con todo elloy, paradójicamente, no perdermi individualidad.

Me pregunté cómo no mehabía dado cuenta antes, cómono había podido percibir antesalgo así.

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De inmediato me vinieron ala mente numerosasrespuestas, y aquella avalanchade información hizo añicos misilencio interior. Traté de luchar,de recuperar aquel maravillosoestado de quietud.

Pero sabía que estabaforzando. Aquella no era lamanera adecuada. Recurría a lamemoria de lo que habíasentido, en lugar de afianzarmeen la atención del instantepresente.

De pronto, ahí fuera, en laplaya, alguien se movió cercade donde yo me encontraba.

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Parecía que la meditación habíafinalizado y las personas queme rodeaban empezaron aincorporarse.

Yo permanecí con los ojoscerrados, tratando de ignorar algrupo que parecía moverse ensilencio, como una únicapersona.

—Es como el agua, Nicolas—susurró alguien muy cerca demí—. No se puede aferrar. Tansolo puedes observardetenidamente su belleza,hasta sumergirte en ella.

Abrí los ojos y miré a mi

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alrededor un tantodesorientado. Había varíaspersonas cerca, pero ninguname prestaba especial atención.Todos se mantenían en silencio,la mayoría retirándose hacia elhotel y algunosdesentumeciendo el cuerpo ohaciendo algunosestiramientos.

Daniel se aproximó,saludándome brevemente conla mano.

—Buenos días, pequeñosaltamontes —bromeó.

—Buenos días —respondí,

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sonriendo—. ¿Me has dicho túalgo por casualidad?

—No. ¿Por qué?—Es que alguien... —

titubeé—. Bueno, déjalo, notiene importancia.

Daniel me miródetenidamente.

—En realidad es posibleque sí la tenga, Nicolas. Aquíhay gente muy sabia eintuitiva. Si alguien te ha dichoalgo, te recomiendo que lotengas en cuenta. Sea lo quesea.

Asentí pensativo.

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«Es como el agua. No sepuede aferrar. Tan solo puedesobservar detenidamente subelleza.»

* * * Aquella misma mañana

abandonamos el hotel, trascompartir unas últimaspalabras con algunos miembrosdel grupo. Me sorprendió queno estuvieran todos allí, ytambién la brevedad y lasencillez de la despedida.

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—Parece que al Club de losExtraordinarios no le gustademasiado decir adiós —apuntémientras nos dirigíamos denuevo al aeropuerto.

—No es eso —dijo Danielcon aire reflexivo—. Es algo...un tanto difícil de explicar.Tiene que ver con unsentimiento.

—¿Qué quieres decir?—Los integrantes de este

grupo tenemos la sensación deque, de alguna manera, ladistancia no es un factor quenos separe. Es como si

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mantuviéramos el contactoentre nosotros, aunque nosencontremos en lugaresdiferentes del planeta, y esesentimiento de unión esespecialmente fuerte los díasposteriores a cada una denuestras reuniones. Encualquier caso, todo ello hacede la despedida un protocolosocial que a la mayoría se leantoja un tanto innecesario.

Miré unos instantes a micompañero antes de responder.

—Dios santo, Daniel, lo queme explicas es interesante,¡aunque un tanto extraño!

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Tienes que reconocer quehas creado un grupo de gentede lo más... peculiar.

La atronadora carcajada demi amigo no se hizo esperar.

—Bueno. Siempre hepensado que los «raros» sonlos que siempre se hanencargado de cambiar el mundo—dijo con un guiño—. Yhablando de cambiar mundos,¿cómo te ha ido con tusobjetivos?

—Creo que ya los tengo. —Suspiré—. ¡Espero que no seanmuchos!

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—No lo son, siempre ycuando todos ellos cumplan losrequisitos que ya conoces.

Con cierta timidez procedí aleer la lista que habíaelaborado cuidadosamenteaquellos días.

Mi primer objetivo eralicenciarme como médicoespecializado en Pediatría. Talcomo me había recomendadoDaniel, había utilizado comoreferencia los sectores queformaban la verdadera riquezaexterior y había aplicado lascinco condiciones necesariasque debía poseer cada objetivo.

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Presentía que el logro deconvertirme en médico pediatraenriquecería en gran medidamuchos de mis sectores vitales.

También sabía, gracias alanálisis de mis valorespersonales, que para mí eramuy importante el sentimientode autovalía, así que perfiléaún más aquella meta,especificando que trabajaría enun hospital de reconocidoprestigio internacional.

Miré brevemente de reojo ami compañero instructor. Danielme escuchaba con atención yen silencio, pero asintió

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levemente con la cabeza,animándome a continuar.

Tomé aire y leí el resto delos objetivos sin detenerme.Enseguida me di cuenta de queel mero hecho de verbalizarcada uno de ellos en voz altaestimulaba en mí una poderosacorriente de entusiasmo.

Al mencionar que me habíapropuesto recuperar a mi mujeren cuanto llegara a casa, creíatisbar un fugaz brillo en lamirada de Daniel. Sin embargo,no hizo ningún comentario alrespecto y se mostró muysatisfecho cuando terminé de

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leer mi lista.—Felicidades, Nicolas. Tus

objetivos son dignos de tupotencial y, sin duda, teaportarán toda la riquezaexterior que mereces.

»Una vez definidas tusmetas, lo siguiente que debestener en cuenta en su procesode materialización es mantenerla actitud adecuada. Se trata dela última pieza que te permitirátransformar tu energía interioren bienes exteriores, y lededicaremos el tiempo queresta de tu instrucción.

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Hizo aquí una larga pausa ycerró brevemente los ojosmientras buscaba las palabrasadecuadas.

Se avecinaba algoimportante.

—La mayoría de la gentehabla de «perseguir sussueños», pero se trata de unaexpresión del todo inapropiada.En primer lugar, porque lapalabra «sueño» hacereferencia a algo que está lejosdel plano material y eso noshace sentir, de un modo untanto inconsciente, queestamos lejos de conseguirlo.

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En segundo lugar, el procesoreal de materializar objetivosno tiene que ver con«perseguir» nada.

—¿Ah, no? —pregunté,sorprendido—. Pensaba que setrataba de realizar las accionesnecesarias hasta que seconsigue lo que uno desea.

—Y así es. Pero no lolograrás persiguiéndolo, esdecir, corriendo detrás de algoque escapa eternamente de ti.Nunca menosprecies el efectodel verdadero significado de laspalabras, Nicolas. Es muchomás eficaz pensar que todo

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objetivo trata de llegar «hastati». Tu trabajo no está en ir aningún lado, sino entransformarte en alguien queestá preparado para que lo quedesea pueda ser algofísicamente real en su vida.

—Creía que ya habíamosfinalizado la parte de trabajointerior...

—Todo surge de nosotros.¡Absolutamente todo! —dijoDaniel, extendiendo su largosbrazos—. El hecho de quedispongas de suficiente riquezainterior implica que eresposeedor de la energía

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adecuada y de una mente concierta capacidad de enfoque. Teaseguro que todo aquel que haconseguido algún objetivo haseguido, de forma deliberada oinconsciente, el mismoprocedimiento.

»Ahora bien, es cierto quetambién necesitarás trazar unplan de acción para conseguircada uno de tus objetivos. Unplan es un encadenamiento deacciones que te conducirá allogro de lo propuesto. Lamayoría de los planes, sobretodo si son ambiciosos, siempreconstan de una parte que

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parece no depender denosotros, sino de eso quellamamos «azar».

—Ya veo. Ahora es cuandovas a decirme que la suerte noexiste.

—¡Claro que existe! Elproblema es que no sabemosentender su funcionamiento. Loque llamamos «suerte» es solola consecuencia final de todasnuestras acciones del pasado.Tenemos la errónea impresiónde que no podemos manejarnuestra propia suerte, yllegamos a dicha creenciaporque nos resulta imposible

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recordar todas nuestrasacciones. Y ¡es comprensibleque así sea! Sobre todoconsiderando que una acciónno solo es algo físico, sinotambién emocional o mental.No solo lo que haces determinatu suerte, sino también lo quesientes y piensas.

—Espera un momento... —titubeé, tratando de asimilartodo aquello—. Yo puedoinvolucrarme en dar todosaquellos pasos que dependande mis actos. Pero ¿estássugiriendo que puedo influir enaquellos que no dependan de

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mí?—Lo que quiero decir es

que algunos de los pasos queforman tus planes dependeránde forma directa de tusacciones, pero habrá otros,aquellos que parezcandepender del azar, del destino ode Dios, que en realidad severán influidos en gran medidapor tu actitud.

—Por mi... ¿actitud? —repetí un tanto aturdido.

—Así es. Puedes entenderla actitud como aquellasacciones emocionales o

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mentales que favorecen odificultan la materialización denuestros objetivos. Porejemplo, existe una actitud quepropicia, en gran medida, laaparición de las oportunidadesnecesarias para conseguir loque queremos.

El hombretón hizo unapausa aquí para asestarme unade sus miradas másinquietantes.

—¿Sabes lo que esosignifica, Nicolas?

Negué en silencio con lacabeza, sin poder evitar

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sentirme hechizado por el auramágica que empezaba aemanar de aquel tema.

—Significa que todo aquelque conoce las reglas de laactitud correcta es capaz dematerializar prácticamentecualquier cosa que seproponga.

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Actitud y señales

o primero que debes teneren cuenta para lograr laactitud correcta es que

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debes evitar desear tu objetivocon excesiva fuerza, y muchomenos necesitarlo.

Estábamos de nuevo en lalujosa aeronave, y Daniel habíaafirmado aquello como si setratara de la más evidente delas obviedades.Afortunadamente, me concedióunos instantes para meditarlo.

—No tiene sentido —merendí, finalmente—. Una de lascondiciones que debe poseercada objetivo es que...

—Sientas un granentusiasmo por alcanzarlo —

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atajó mi compañero—. Escierto. Pero existe unadiferencia importante entre elentusiasmo y la necesidad. Túeres mucho más importanteque cualquier cosa que puedasdesear, Nicolas. Sin embargo, alsentir necesidad hacia algo, teidentificas con ello, y eso limitaen gran medida tu capacidadpara conseguirlo. Se trata demoverse hacia el objetivoimpulsado por la motivación,pero manteniendo en todomomento una actitud dedesapego hacia el resultado.

Miré en silencio a Daniel,

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tratando de profundizar en elsignificado de aquellaspalabras. Algo me decía que setrataba de un concepto deimportancia capital, pero mesentía confuso ante suparadójico significado.

—Verás —continuó—, cadavez que queremos algo conexcesiva intensidad estamoscentrando casi toda nuestraenergía en el deseo y muy pocaen la materialización de aquelloque deseamos. Estoy seguro deque alguna vez en tu vida hasquerido algo, pero lascircunstancias parecían no

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dejar de complicarseconstantemente, alejándolo deti una y otra vez.

»Pero entonces el tiempopasa y empiezas a olvidarte unpoco del asunto. No es quehayas dejado de anhelarlo,pero ese tiempo transcurridoha hecho que el deseo deje deser tan intenso. Siguesqueriéndolo, pero has dejadode necesitarlo para sentirtebien.

»De esa manera, un día, deforma inesperada, ¡lo que tantodeseabas aparece en tusmanos! —exclamó, mirando con

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sorpresa sus manazas, como si,efectivamente, acabara deaparecer algo en ellas—. Conello la vida trata de ayudarnosa comprender que, aunquepodemos llegar a tenerprácticamente cualquier cosa,en realidad necesitamos muypoco, y solo nosotros mismossomos nuestra única yauténtica posesión.

Era asombroso. En todaslas situaciones que podíarecordar en mi pasado en lasque había deseado algoespecialmente, había ocurridoaquello. La bicicleta con la que

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soñé en mi infancia, la primeracita que conseguí con Sara, losascensos en el trabajo, ellujoso piso que compramos...

No recordaba haberconseguido ninguna de todasaquellas cosas en el momentoen que más las deseaba.Siempre había surgido algunacomplicación, algunacircunstancia que requirió elpaso de cierto tiempo, hastaque finalmente aparecieronante mí.

—Desapegarme delresultado, evitando desear conexcesiva intensidad —dije,

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apuntando cuidadosamenteaquella interesante revelación—. ¡Te aseguro que tomo buenanota de ello! ¿Qué más tengoque saber en referencia a laactitud?

—La segunda cuestión tieneque ver con la creencia. Existeun antiguo axioma que diceque «creer es crear», unaafirmación tan cierta comoimportante que nos invita arevisar cuidadosamente cadauna de nuestras creencias. Sepuede decir que se trata de unaley universal que funciona conuna precisión implacable.

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»Te pondré un ejemplo.Imagina que alguien cree contodas sus fuerzas que algo esposible y que lo está atrayendo,que se está acercando cada vezmás y que, por tanto, va por elbuen camino. Muchas personasmantienen en su mente estetipo de creencias. Bien, pues laley de atracción toma dichopensamiento reiterativo y lareproduce en el plano físico conexactitud. Es decir, esa personapermanecerá eternamentecerca, quizá cada vez máscerca, puede que siga el caminocorrecto, pero ¡nunca obtendrá

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aquello que quiere! —exclamóDaniel, dando una fuertepalmada y haciendo que se mecayera el bolígrafo delsobresalto.

»Por tanto —continuó convehemencia—, el único modode hacer que un objetivo sematerialice en tu vida es creer,con toda la fuerza de tuvoluntad, que ya lo hasconseguido, que ya forma partede tu vida.

—Ya veo —murmuré conciertas dudas—. Pero ¿eso noes engañarse a uno mismo,Daniel? Quiero decir, ¡ahora

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mismo no tengo nada de lo quehe puesto en mi lista deobjetivos!

—Y ello demuestra miafirmación: como no lo crees,no lo tienes.

Por alguna razón, aquellome dejó perplejo. Jamás me lohubiera planteado así.

—Mira, Nicolas —continuóel hombretón—, precisamentela clave está en noautoengañarse, y encomprender que cualquier cosaque puedes imaginar ya existeen su dimensión mental. Le

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damos tanta importancia a lascosas que ocurren en el mundomaterial que hemos llegado aconvencernos de que lo queocurre en la esfera emocional omental no forma parte de larealidad. Y eso, amigo mío, esun terrible error para todoaquel que quiera ver cómo sematerializan sus sueños.

»Por eso te recomiendo quecambies esa creencia ahoramismo. ¡Adelante, puedeshacerlo! —exclamó de nuevo—.Las creencias son paquetes deinformación mental quefuncionan por sí mismas y que

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influyen poderosamente ennuestra manera de entender elmundo. Son el equivalentemental de nuestras emocioneslimitadoras o capacitadoras.Pero ¿sabes una cosa? ¡Esposible cambiarlas! Sirealmente te lo propones, sienfocas tu mente con lasuficiente persistencia, puedestransformar una creencialimitadora en una capacitadora.Tú piensas que debes teneralgo para poder creértelo, y yote invito a que empieces acreer desde este momento, quecreas todo lo que piensas.

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»Esa magnífica lista deobjetivos que has definidocuidadosamente —añadió,apuntando hacia mi pequeñalibreta—, ya existe en tu planomental por el mero hecho dehaber pensado en ello. Ahorabien, para podermaterializarlos, para permitirque aparezcan en tu realidadfísica, debes creer en suexistencia con todas tusfuerzas, a pesar de que todavíano puedas percibirlos.

—Vale, creo que ahora loentiendo un poco mejor —dije,tratando de asimilar todo

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aquello—. No me estás pidiendoque crea en algo que no existe,sino en algo que no puedopercibir con mis sentidos.¿Estoy en lo cierto?

—Exacto. Es una buenamanera de verlo. Aunque,siendo más precisos, sí puedespercibirlo. Puedes hacerlo contus ojos interiores, con tusoídos interiores, con tu tactointerior... Es decir, con tu propiamente —puntualizó—. Encualquier caso, cuanta másfuerza puedas darle a esacreencia, más fácilmente seproducirá la materialización.

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Me recliné en miconfortable butaca mientraspensaba en todo aquello.Acababa de caer en la cuentade que no era la primera vezque escuchaba aquella teoría.

—En realidad creo que yahe oído antes hablar de todoesto —afirmé—. Hasmencionado que se trata de la«ley de atracción», ¿verdad?

Daniel asintió con unasonrisa.

—Así es. La ley de atracciónes un principio universal, tanreal como la ley gravitatoria.

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Se trata de un principio queobedece a nuestro planopsicológico y no al físico, y portanto, nuestra ciencia todavíaes un tanto reacia a admitir suvalidez. Sin embargo, cada vezmás personas son conscientesde su existencia y la utilizan asu favor.

»El problema —continuócon un gesto de advertencia—es que muchos interpretan queel mero hecho de visualizaraquello que desean hará queaparezca en su vida. Pero lacosa no es tan sencilla. Debendarse las dos condiciones que

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te he mencionado: desapegohacia lo deseado y creencia deque ya lo posees. Y para serrealmente eficaz aplicandoestas dos condiciones, esfundamental haber conquistadoun cierto grado de riquezainterior.

—No acabo de ver larelación.

—Es sencillo. Resulta difícildesapegarse de aquello quedeseamos sin un mínimo deautoestima conquistada. Y, deigual modo, no es fácil creercon la fuerza necesaria en algo«invisible» si no hemos

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desarrollado nuestraautoconfianza.

—Ya veo. Está claro quetodo el trabajo interior que heestado haciendo tiene unsentido.

—¡Por supuesto! Ya te lo hedicho, todo surge de nuestrointerior.

Daniel hizo a continuaciónuno de esos silencios un tantodramáticos que avecinabanalgo importante.

—Sin embargo —continuóal fin, mientras me miraba conintensidad—, además de tu

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capacidad interior, existenciertas técnicas que permitenaumentar la fuerza de tucreencia y, por tanto, tucapacidad para materializartodos y cada uno de tusobjetivos.

Me incorporé de nuevocomo un resorte y volví a cogerel bolígrafo.

—Se trata de intensificartodo lo posible elconvencimiento de que yaposees lo que deseas, ¿cierto?

Asentí lentamente,mientras mi mente iba

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revisando uno a uno losobjetivos que me habíapropuesto alcanzar.Ciertamente, no parecía nadafácil convencerme de que yatenía todo aquello.

—Bien —continuó Daniel—,para lograrlo, lo único quetienes que hacer es enfocar tussentidos internos en tuobjetivo.

—Mis sentidos... ¿internos?—Me refiero a que debes

utilizar tu mente para ver, oír ysentir que el objetivo ya se hahecho realidad. Cuanto más

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profundices e insistas en ello,mayor será tu creencia y, portanto, más rápido se producirásu materialización. Como ya hemencionado, en este puntoserán determinantes tusprogresos a la hora demantenerte concentrado. Peropermíteme que te explique elprocedimiento.

»—Para ver tu objetivodebes imaginarte, es decir,visualizarte a ti mismohabiéndolo logrado. Puedeshacerlo como tú prefieras. Hayquien se observa desde elexterior, como si fuera el

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protagonista de una película.Otros se observan en primerapersona. Hay quien prefierecrear una imagen congelada,como una fotografía delmomento cumbre en el que seconsigue el objetivo. Hazlocomo te resulte más sencillo,pero lo importante es que antesdediques unos minutos aaquietar tu mente. Utiliza paraello tu rutina meditativa.Cuanto más silencio logres entu mente, más poderosa será laimagen que podrás crear.También es importante que díatras día vayas enriqueciendo

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esa visión con nuevos detallesy trates de aportarle muchaluminosidad. Eso le otorga a tusubconsciente mayor realismoy positividad.

»Para escuchar el objetivo,debes realizar afirmaciones depoder. Deben hacerse enpositivo y en tiempo presente,como si estuvieras constatandoalgo que ya ha ocurrido. Utilizalos objetivos que has definidopara ello. Por ejemplo, «soy unprestigioso médico». La maneramás poderosa de hacerlo espronunciar la afirmación deforma conjunta con la

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visualización. Como cualquierhábito, es fundamentalperseverar y practicarlo cadadía. De ese modo, el nivel decreencia irá calando en tusubconsciente y te irástransformando de un modoimparable en la persona quenecesitas ser para que tusobjetivos se materialicen.

»Finalmente, para sentir tuobjetivo debes adaptar toda tuvida física a la creencia de queel objetivo ya está en tusmanos.

—¿Quieres decir que actúecomo si ya existiera en mi

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vida?—Exacto. Sigamos con tu

objetivo de ser pediatra.Mientras sigues tu plan y daslos pasos necesarios, debesvivir como si ya fueras elmédico de prestigio que deseasser. Por ejemplo, si vuelves a lafacultad, no lo hagas como unestudiante, sino como alguienque ya es lo que quiere llegar aser. Debes vivir tu vidacotidiana con la actitud quetendría un prestigioso médico.Solo así empezarás a sentirtecomo tal.

—Pero... algunos pensarán

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que estoy loco.—¡Que piensen lo que

quieran! —bramó Daniel entrerisas—. Pero recuerda que note estoy sugiriendo que teengañes. Físicamente, todavíaeres un estudiante y no debesolvidarlo. Pero la manera deafrontar tus circunstanciasdebe ser la de una persona queya ha alcanzado lo quepersigue.

»Recuerda que no debeslimitarte a creer en todo esto,Nicolas. Simplemente, pon enpráctica estos consejos, y ¡túmismo constatarás tu propia

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capacidad para materializar tusobjetivos!

—¡Lo que propones esapasionante! —exploté, sinpoder reprimir más mientusiasmo. Escuchar a Danielera verdaderamente inspirador,y de repente me sentíaimpaciente por empezar aaplicar todo aquello cuantoantes—. Pero aún me surgeotra duda. Si este métodofunciona de un modo taninfalible, ¿por qué que no lopone en práctica más gente?

—En realidad existenmuchas personas que

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entienden y aplican losconceptos que te explico,Nicolas. Tú acabas de conocer aun pequeño grupo en Hawái,pero te aseguro que haymuchos más.

»Sin embargo, es ciertoque son muchos más los quetan solo aplican algunas partesdel método, ejerciendo con ellouna influencia mínima a la horade materializar lo que desean.Por ejemplo, algunas personasse limitan a visualizar duranteun tiempo aquello que quierenconseguir. Otras practican lasafirmaciones de poder y no

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hacen nada más. Otras definenmuy bien sus objetivos y susplanes de acción, pero luego noadoptan la actitud adecuada.

»Son pasos en la direccióncorrecta. Pero el verdaderopoder para atraer la riquezaexterior consiste en seguir elmétodo completo conpersistencia. Sigue trabajandotu riqueza interior, en primerlugar. La mayoría fracasa eneste primer paso, que esfundamental. No me cansaré derepetírtelo, ¡todo sale de ahí! —recalcó —. Luego defineadecuadamente tus objetivos,

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traza un plan y ponte enmarcha. Ningún objetivo sematerializa desde lainactividad. Mientras tesumerges en la acción, refuerzacada día la actitud que tepermite desapegarte delresultado y a la vez cree confirmeza en su materialización.Para ello, visualiza, verbaliza ysiente tus objetivosconsumados, tal como te heexplicado.

Mientras escuchaba aquellasíntesis me surgió otra duda,¿cómo podría saber que loestaba haciendo bien?

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—Y ¿si me equivoco enalgo? —dije entoncespreocupado—. Quizá pienseque estoy aplicando bien tumétodo y no sea así.

Daniel sonrió mientras seestiraba en su gran butacón depiel.

—Es una buena pregunta,Nicolas. La respuesta es queatiendas a las señales.

—¿Señales dices? No te irása poner otra vez en planmístico...

—No, hombre —negódivertido el hombretón—.

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Verás, hay dos tipos de señalesque te indicarán que estássiguiendo el camino correcto.Una de ellas es eso quellamamos «casualidades».

—Bien —dije, suspirando—,ya hemos hablado del tema dela suerte y me has explicadoque es algo que creamosnosotros, sobre todo connuestra actitud.

—En efecto. En realidadestoy convencido de que todo,incluidas las circunstancias denuestra vida, nace de unacausa. Y eso que llamamos«casualidades» no es ninguna

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excepción.»Sin embargo, estés o no

de acuerdo con mi creencia, sisigues el método de formacorrecta y permaneces atento,tarde o temprano algún tipo decasualidad aparecerá en tuvida. Algunos las llamansincronías, pero no importa elnombre. Simplemente tómatelocomo una especie de «pista»que te ofrece la vida para queno te desvíes del camino.

—Definitivamente, estaparte me resulta un poco difícilde creer.

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—No te preocupes —dijoDaniel—. Haces bien enmantener tu escepticismo. Ya tehe dicho en alguna ocasión queno debes creerme, sinoexperimentar todo lo que teaconsejo y decidir por ti mismo.

Lo cierto es que mi partelógica se resistía a creer entodo aquello. No recordaba que,a lo largo de mi vida, algunacasualidad me hubieraorientado hacia ningún lado enparticular.

«Quizá no prestabasuficiente atención. Tal vezahora sea distinto, ya que soy

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más consciente...»—Y ¿la segunda? —

pregunté, ignorando la voz demi propio pensamiento—. Hasdicho que hay dos tipos deseñales que nos indican quevamos por el camino correcto.

—En efecto. Se trata deuna de las últimas cuestionesque necesitas saber en cuantoa la actitud correcta paramaterializar la riqueza. Pero esun tema de especialimportancia y prefieromostrártelo de un modo más...práctico, en nuestro próximodestino.

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Cerré mi libreta con ciertaresignación, aunque tambiénun tanto agotado después deasimilar tantos conceptos. Mearrellané en mi butaca y cerrélos ojos, dispuesto a dormir unrato.

—¿Falta mucho para llegar?—pregunté, ya un tantoadormecido.

—Tienes todo el tiempo quenecesites para descansar.Completaremos la vuelta alplaneta, e iremos a mi casa.

Abrí los ojos de golpe.—¿A tu casa? Pero ¿tú no

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eres el «millonario sin hogar»?

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Hacia la cima

a una de la madrugada.

Cuando Daniel meadvirtió de que iniciaríamos la

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marcha «bien temprano», nopensé que pretendía empezarpocas horas después de lapuesta de sol.

Caminábamos en la fríaoscuridad de la noche,avanzando lentamente sobre lanieve, y todo parecía indicarque nos esperaba una jornadade dura ascensión.

Nos encontrábamos enSuiza. Tras salir del aeropuerto,nos habíamos trasladado hastael bonito pueblo de Zermatt,desde donde tomamos un trencremallera hasta una estaciónde esquí. Desde allí habíamos

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caminado a través de unespectacular paisaje de hielo yglaciares agrietados, hastallegar a un recóndito refugio depiedra y madera.

«Es el refugio Monte Rossa—había explicado micompañero, mientras se sacabalos crampones de las botas—.Descansa todo lo que puedas,que mañana viene lodivertido.»

Mientras seguía a Daniel,que avanzaba con el frontaliluminando sus huellas sobre lanieve, empecé a preguntarmequé diantres sería aquello tan

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divertido qué pretendíamostrarme. Tan solo me habíaexplicado que dedicaríamos tresdías a practicar alpinismo antesde dirigirnos a la residencia deuno de sus hijos en Zermatt,un lugar que consideraba supropio hogar y donde nosreuniríamos con el resto de sufamilia.

Las horas iban pasando yconforme aumentaba eldesnivel de la ascensión, másagotador resultaba mantener elduro ritmo impuesto porDaniel. En aquellos momentosme sentí enormemente

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agradecido por las rutinasdiarias de ejercicio físico. Laantigua versión de mí mismoprobablemente habríadesfallecido en algún lugarantes de alcanzar el refugio.

Nos detuvimos por enésimavez a hidratarnos y a comeralgo mientras el sol empezabaa despuntar por el este,desvelando el paisaje que nosrodeaba. El escenario que habíaa nuestro alrededor eraabrumadoramente bello. Miré aDaniel, tratando de encontrarlas palabras adecuadas paradescribir cómo me hacía sentir

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aquel paraje, pero su expresiónde felicidad me dio a entenderque estaba sintiendo lo mismoque yo.

—Nos dirigimos a aquellacumbre, Nicolas —dijo conentusiasmo—. El Monte Rossa,la montaña más alta de Suiza.—El gran macizo rocoso queseñalaba se elevaba justo antenosotros. No parecía estar muylejos, pero sabía que en unlugar como aquel las distanciaspodían ser muy engañosas.

Continuamos la ascensióndurante unas horas más,haciendo descansos de tan solo

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unos minutos. Empezaba asentirme realmente agotado yno dejaba de mirar unaltímetro que me habíaprestado Daniel antes deempezar la travesía. Nosencontrábamos en medio de uninmenso glaciar en forma deanfiteatro, a casi cuatro milmetros de altura, y sabía quetodavía quedaba bastante paraalcanzar la cima.

Miré hacia uno de lospequeños montículos de lajasque alguien había hecho en elmargen del sendero paraorientar a los caminantes. Me

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pregunté cuántas balizas comoaquella debían de quedar hastallegar a cumbre.

—¡Presta atención solo alpaso que estás dando, Nicolas!—dijo Daniel mientrascaminaba ante mí—.Concéntrate en lo que estáocurriendo ahora y no en loque crees que está por llegar.

Traté de seguir aquelconsejo, y lo cierto es quefuncionó. El agotamientocontinuaba ahí, pero prontonoté que podía mantenerme enmovimiento con menosdificultades mientras una parte

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de mí perdía levemente lanoción del tiempo.

Tras superar una peligrosaarista, nos detuvimos unossegundos y, sin darme cuenta,volví a mirar hacia delante paratratar de calcular la distanciahasta nuestro objetivo. No megustó lo que vi, y noté cómo miescasa energía se escapaba demi cuerpo tras una oleada dedesánimo.

—No sé si lo vamos aconseguir, Daniel —dije,jadeando—. Esa cima aún estácondenadamente lejos.

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—Veamos —respondió micompañero mientras se deteníacon actitud reflexiva, casi comosi estuviera conversandoconsigo mismo—, vamos biende tiempo, las previsionesmeteorológicas son aceptables,y hasta el momento hasdemostrado tener la habilidadsuficiente para no despeñartepor ningún acantilado. Así quelamento discrepar, compañero,pero ¡todo indica que vamos allegar arriba sin contratiempos!Tan solo sigue adelante y nopermitas que las emocioneslimitadoras dobleguen tu

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concentración.Y sin más, continuó

caminando.

* * * Seguí sus pasos, tratando

de centrarme en lo único quepodía hacer: caminar y respirar,caminar y respirar, caminar yrespirar... Decidí poner enpráctica lo que había aprendidosobre la concentración, así quecentré mi atención en aquellasdos acciones tan primarias. De

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algún modo, conseguíolvidarme de la cima, delagotamiento, de Daniel...incluso del lugar donde meencontraba. Nunca antes habíalogrado sostener mi atencióndurante tanto tiempo en unaacción tan simple como ponerun pie delante del otro.

De repente llegamos a unapequeña planicie rocosa. Unadensa niebla se extendía anuestro alrededor y un vientoglaciar arremolinaba la nieve amis pies. Aunque la niebla nome permitía confirmarlo, sinduda aquello era la cima.

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¡Lo había conseguido!Me desmoroné en el suelo

con un gruñido de agotamiento,aunque también de satisfacciónpor el esfuerzo que habíahecho para llegar hasta allí. Sinduda, cuando se despejara todaaquella niebla, podríamosdisfrutar de unas vistasfabulosas.

—¡Todavía no estamosarriba, Nicolas! —dijo Daniel,provocándome un sobresalto. Elhombretón no había dejado decaminar y se alejaba del lugardonde yo me había sentado,desapareciendo rápidamente

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entre las brumas—. No tedetengas... No te detengas...¡No te detengas hasta el final!

Debía levantarme y seguircaminando.

El problema era que micuerpo no parecía estar deacuerdo en absoluto conaquella idea. Me dolían los piesy las piernas de un modohorrible y no sentía los dedosde las manos. Probablementese me habían congelado ytendrían que amputármelos.

Miré hacia el lugar pordonde había desaparecido

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Daniel. Quizás aquel lugar nofuera la cima, pero parecía unaopción mucho más sensata quela de seguir con aquellaascensión. Dios sabe durantecuánto tiempo.

«Sí —pensé mientrasapretaba los puños y losdientes, obligando a mi cuerpoa ponerse de nuevo en pie—, losensato es quedarse aquí yesperar. Pero tú ya has pasadopor eso, ¿verdad? Ya sabes loque es quedarse sentado ydejar que la vida pase de largo.¡Me niego a perder másoportunidades en nombre de la

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sensatez!»Con un esfuerzo indecible

logré ponerme en pie.Las piernas me temblaban

por el esfuerzo y el aire deaquel lugar parecía no saciarmis pulmones. Aquello noacababa nunca y mi cuerpo nodejaba de exigir en su dolorosoidioma que volviera a sentarmepara descansar.

Paso a paso, seguí lashuellas que había dejadoDaniel, hasta que, a pocosmetros, encontré un paso entrelas rocas por donde parecía

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continuar la ascensión.Seguí poniendo un pie

delante del otro, tratando derecuperar la concentración. Elpaso del tiempo volvió adesdibujarse mientrasavanzaba lentamente al ritmode mi fatigosa respiración. Paséjunto a varias balizas más queconfirmaban la correctatrayectoria hasta la verdaderacumbre.

Finalmente, una mano seposó con firmeza sobre mihombro y detuve la marcha.Daniel estaba ante mí,mirándome con expresión

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solemne, y me invitó con unsilencioso gesto a que mirara ami alrededor.

—¡Está hecho, amigo mío!Estamos en la punta Dufour.Esta es tu cima, Nicolas —dijomi compañero—. Me sientomuy orgulloso.

Esta vez sí. Habíamosllegado.

Los Alpes suizos e italianosse extendían ante nosotroscomo un majestuoso marblanco de interminablesondulaciones. Miré de formarefleja mi altímetro: 4.630

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metros.Unas lágrimas cruzaron mis

heladas mejillas. Nunca antesme había sentido tan cerca delcielo.

* * * —¿Qué conclusiones

puedes extraer de estaexperiencia?

Una agradable hogueracrepitaba ante nosotros y unataza humeaba en nuestrasmanos. Estábamos de nuevo en

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el refugio. Sabía que aquellapregunta guardaba relación conmi aprendizaje, así que meditéunos instantes antes deprecipitarme con la respuesta.

—Me ha servido de granayuda la capacidad paracentrarme solo en aquello quepodía controlar —afirmé—.Resultaba sorprendentementeútil. De hecho, pude comprobaren diversas ocasiones cómocada vez que mi mente secentraba en la distancia quefaltaba, la debilidad seapoderaba de mí.

Daniel asintió y me animó a

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continuar.—Por otro lado, la

experiencia de alcanzar lacumbre ha sido...tremendamente emotiva,Daniel. Creo que lo recordarécomo uno de los momentosmás felices de mi vida.

—Toda cima conquistada,todo tesoro descubiertosiempre supera nuestrasmejores expectativas. Laascensión de hoy simboliza a laperfección el camino detransformación que deberáshacer para lograr materializartus objetivos. Hace un par de

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días te explicaba que hay dosseñales que nos marcan elcamino correcto.

—Sí. Las casualidades...—En efecto —continuó

Daniel, ignorando mi tonoescéptico—. Las casualidadesque irán apareciendo seasemejan a las balizas depiedra que hemos idoencontrando a lo largo de laruta hasta la cumbre. Sonvaliosos puntos de referenciaque nos ayudan a mantener elcamino correcto.

»El segundo tipo de señal

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que debes tener muy en cuentason los problemas.

—Vaya, eso no lo esperaba—reconocí con sorpresa.

—Las dificultades quesurgen en el proceso deconseguir nuestros objetivos seasemejan a la pendiente quevas superando conforme teaproximas a la cima. Son lareacción lógica al procesonatural de cambio que debemosexperimentar.

—Y cuanto más se avanza,más intensa es la tentación deabandonar la ascensión.

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—En efecto. Por eso es muyimportante entender laverdadera naturaleza de lasdificultades que surgenconforme seguimos nuestroplan de acción. La pendiente enel camino es desalentadora ydesagradable, pero elcaminante consciente sabe queeso solo significa que estáganando altura y, por tanto,aproximándose a su objetivo.Del mismo modo, cadaproblema es una buena noticia,ya que señala que estamosvenciendo las fuerzasopositoras que nos separan de

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nuestro objetivo.»También debes tener en

cuenta que cuando falte pocopara llegar a la cima, surgirá elgran problema final, el último ymás difícil desnivel de laascensión. Probablemente,llegue del lugar másinesperado, pero debeentenderse como una señalesperanzadora de que hasseguido el camino correcto y deque tu meta se encuentra muycerca. En esos momentos, tumente te dirá que todo estáperdido y te presentará unamplio abanico de argumentos,

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muy convincentes, que así lodemuestran. Recuerda quenadie te conoce mejor que tupropia mente y, por tanto,nadie es más sugestivo a lahora de convencerte de algo.¡Por eso es tan importanteestar prevenido, siendoconsciente de todo esto!

Recordé los últimos metrosde la ascensión y el terribleesfuerzo que tuve que hacerpara seguir caminando una vezque me había convencido deque ya habíamos llegado anuestro destino. En aquellosmomentos de angustia solo

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podía pensar en que no lo iba aconseguir. Sin embargo, seguícaminando.

—Recuerda que esa grandificultad es la mejor noticia detodas. Es la señal más clara deque tu objetivo te estáesperando justo detrás. Porotro lado —enfatizó Daniel—,también debes tener en cuentaque cuanto más grande parezcael problema, más gloriosa es lameta que oculta.

»Aunque el aspecto de esosproblemas es infinitamentevariable, lo cierto es que todosellos tratan de convencerte

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siempre de lo mismo: «Hayalgo fuera de ti, algo que tú nopuedes solucionar y que escapaa tu capacidad. No puedeshacer nada para solucionarlo.Todo está perdido.¡Abandona!».

—Así es exactamente comome sentía —asentí fascinado—.Pero ¿qué hay que hacerllegados a ese punto?

—Exactamente lo mismoque has hecho hoy: seguirrespirando y avanzando.Respirar es el equivalente amantener las rutinas que tepermiten disponer de la energía

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que necesitas para seguiradelante. ¡Nunca será másimportante el estado en el queesté tu energía! En losmomentos de dificultad serácuando menos dispuesto tesientas a ocuparte de dichasrutinas, y también cuandodebas perseverar en ello conmás ahínco que nunca. Cuidatu energía física como untesoro sagrado. Revisa tusestados emocionales y atiendecorrectamente aquellasemociones que te limitan y tedesgastan. Centra tu mente enlo que está ocurriendo en el

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momento presente y no en lasdesgracias que quizá nuncalleguen.

—Yo diría que pocas cosasme han hecho perder más eltiempo que la preocupación —reflexioné—. Y lo peor de todoes que ese sufrimiento nuncame ha servido de nada. ¡Lascosas que más me hanpreocupado jamás llegaron asuceder!

—La preocupación es unade las formas mentales quenacen del miedo —explicóDaniel—. No se trata de sertemerario e ignorar el miedo,

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sino de centrar tu mente en elúnico lugar donde puede serútil.

—El momento presente...—¡Exacto! ¿Sabes qué

actitud tenían en común lossamuráis más legendarios?Antes de la batalla aceptabanen su interior la peor de lasposibilidades; es decir, lamuerte y la derrota. Una vezhecho eso, se olvidaban porcompleto de ello y afrontabanlo que estaba ocurriendo conuna sola idea en su mente: lavictoria segura.

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—Entiendo lo que mequieres decir. Es cierto queasumir la peor de lasposibilidades puede aportarcierta tranquilidad.

—Así es. Pero recuerda lasegunda parte: después hayque olvidarse de ello. ¡Ya estáaceptado! Lo que venga,vendrá. Solo importa lo queocurre en el momentopresente, y si debes pensar enalgo, piensa que ya hasconseguido lo que te haspropuesto. De hecho, esta es lasegunda cuestión que debestener en cuenta en el camino

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hacia tu objetivo, además demantener tu energía.

—¿La segunda cuestión? —pregunté, algo confundido.

—Siguiendo con laanalogía, además de respirar,debes seguir caminando. Esdecir, no detenerte jamás apesar de la pendiente cada vezmás adversa que te tienta aello.

»Eso significa mantenercon voluntad férrea la actitudadecuada que está produciendola materialización de losobjetivos. No importa el

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aspecto que tenga el granproblema final. Visualiza,verbaliza y siente tu meta cadamañana y cada noche.¡Camina! Pero no lo hagascomo quien asciende unapenosa pendiente, sino comoquien ya pasea por la cimaconquistada.

»Si te mantienes así eltiempo necesario, y siempreserá menos de lo que creas, lainesperada belleza de la cimaserá tuya, y tú ya te habrásconvertido en alguien un pocomejor. En alguien... máspoderoso.

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T

18

Una familia

ras pasar nuestra segundanoche en el refugio Monte

Rossa, emprendimos el camino

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de regreso hasta la ciudad deZermatt. Daniel me explicó queaquel día era el cumpleaños desu hijo mayor. Esa fecha sehabía convertido en motivo dereunión familiar y se respetabarigurosamente cada año.

También afirmó que allífinalizaría mi proceso depreparación.

Aquella idea me sumió enun extraño estado de euforiapor haber logrado lo que, sinduda, había sido el mayor retode toda mi vida, pero tambiénme provocó cierta confusiónpor la avalancha de dudas

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sobre cómo debía afrontar mifuturo más inmediato.

Justo cuando salíamos deltren cremallera, un pequeño ysilencioso coche con motoreléctrico se detuvo antenosotros.

—¿Os llevo? —bromeó laconductora.

Mientras miraba pasmado ala mujer, noté cómo laincómoda combinación deemociones que me habíanacompañado a lo largo deldescenso desaparecía en uninstante, como barrida por una

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cálida brisa.Era Elisa.Tras los abrazos y los

saludos de bienvenida,entramos en el vehículo yempezamos a circular entre lasbucólicas calles de Zermatt.Desde el asiento trasero,miraba absorto a la mujer decabello rubio que intercambiababromas y sonrisas con su padremientras conducía.

De repente me di cuenta deque desde que nos habíamossubido en el coche, apenashabía sido capaz de balbucear

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unas cuantas palabras sindemasiada coherencia. ¡Diosmío! Aquella mujer me hacíasentir como un adolescente.

Una nueva luz deadvertencia se encendió enalgún lugar de mi mente,indicándome que la posibilidadde haberme enamorado deaquella doctora no hacía másque complicar las dudas sobremi futuro. Aquella idearesultaba emocionante yaterradora al mismo tiempo, yaque tenía muy presente queuno de mis objetivos erarecuperar la relación con mi

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exmujer.Miré por la ventanilla en un

intento de desviar mi atenciónhacia otra cosa. Prácticamenteno había tráfico en aquellascalles y los pocos vehículos quepude ver eran eléctricos.

—Aquí son enormementerespetuosos con el medioambiente —afirmó Elisa derepente, mientras conducía yme miraba con ciertapreocupación desde el espejoretrovisor. Luego golpeó a supadre inesperadamente en elhombro.

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—¡Venga, papá! Pareceagotado. No me digas que lohas llevado hasta el Dufour.

—Así es. —Había orgullo suvoz—. Y te aseguro que hahecho una ascensión perfecta.

—¡Bravo! —exclamó lamujer, mientras me sonreía denuevo a través del pequeñoespejo—. No todos loconsiguen, ¿sabes?

—Bueno —interrumpióDaniel, en tono justificativo—,no siempre tenemos suerte conel tiempo. El año pasado latempestad fue terrible. Llegar

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hasta el refugio fue un retomás que suficiente para elchico...

Miré a padre e hija desde elasiento trasero, un tantoaturdido. Una extraña ideaempezó a tomar forma en mimente.

—¿Estás diciendo... que noes la primera vez que hacesesto? —pregunté.

La pareja intercambió unabreve mirada de complicidad.Luego Daniel se giró desde suasiento para mirarme.

—Ya te expliqué que desde

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hace tiempo me dedico abuscar personas que estánpreparadas para ofrecer susfacultades al mundo. Luegotrato de compartir con ellas lasleyes de la verdadera riqueza.Desde que estoy parcialmenteretirado, dedico un añoaproximadamente a cadapersona. Debo reconocer quealgunos necesitan algo más detiempo, pero hasta ahora miintuición no me ha fallado —afirmó con satisfacción—. Todosellos han conseguido potenciarsus cualidades personales yhan dado forma a sus objetivos

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de vida más ambiciosos.Lo miré en silencio, un

tanto desorientado y sin saberqué decir. Por alguna razón, nome gustó oír aquello.

Traté de prestar atención aaquella emoción desagradable,tal como me había enseñado ahacer aquel hombre.Comprendí que lo que estabasintiendo surgía de mi deseo deser alguien especial, alguienreconocido y respetado por suslogros.

Tenía que admitir que elhecho de comprender que solo

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había sido un individuo másdentro de la compleja red depersonas influenciadas por elcarismático Daniel Wheelockme hacía sentir algodecepcionado. Sin embargo,también me daba cuenta deque podía no dejarme arrastrarpor aquel sentimiento, si así lodecidía.

Mientras reflexionaba sobretodo aquello, padre e hijaguardaron silencio, y noté quelos ojos de Elisa me observabancon atención.

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* * * En pocos minutos, el coche

se detuvo. Nos encontrábamosfrente a un espectacular chaletde varios pisos, construidosobre la ladera nevada de unapequeña colina, en las afuerasde la población. La estructurade varias plantas se habíaconstruido con madera, piedray cristal, y una cálidailuminación surgía del interior.

No pude más que sonreírante la enorme y lujosamansión. La dura ascensión a

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la montaña me había hechoolvidar que me encontraba encompañía de una de las familiasmás adineradas del planeta.

Entramos a una amplia yacogedora sala de estar. Laestancia estaba repleta depersonas que conversaban concopas de cóctel en la mano. Lamayoría se aproximó arecibirnos, y mientrasintercambiaba saludos yestrechaba manos, me dicuenta de que en aquel lugarse respiraba un clima deevidente cordialidad ycamaradería.

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Pensé que, probablemente,entre aquellas personas noexistían los profundos ysorprendentes vínculos queunían a los miembros del Clubde los Extraordinarios, perotodo el mundo parecíamostrarse de lo más distendido,y era evidente que todossentían un especial afecto porDaniel.

El excéntrico millonario sepuso a conversar jovialmentecon un tipo alto y corpulento,que más tarde me presentócomo su hijo mayor. Observédivertido que el parecido entre

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ambos era notable, incluso enla ruidosa manera de reír.

Tras las presentacionesiniciales, un tipo menudo, congafas negras y aspectointelectual, me dirigió unasonrisa de complicidad mientrasse aproximaba hacia mí. Medispuse a presentarme...cuando me di cuenta de que yalo conocía.

—Vaya, Nicolas, te veo conmucho mejor aspecto que laúltima vez —dijo el joven,estrechándome la manovigorosamente.

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—Tú... ¡eres el de latarjeta! —exclamé mientrasrecordaba aquella lejanamañana de resaca. Una imagenlamentable de mí mismo, enropa interior y con un humorde perros, acudió de inmediatoa mi memoria.

—El mismo —confirmó conun guiño a modo de saludo—.Encantado de volver a hablarcontigo.

—Te pido disculpas por mismodales. Digamos que aqueldía no estaba en mi mejormomento —reconocí un tantoavergonzado.

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—¡Tranquilo! Te aseguroque puedo entenderlo. Yotambién sé lo que es resurgirde tus propias cenizas, ¿sabes?De hecho, fui la última personaa la que instruyó Daniel. Antesde ti, claro.

—Ya veo. En realidad acabode enterarme de eso —reconocí, todavía un tantosorprendido—. ¿Daniel tambiénera tan reservado contigo a lahora de informarte sobre lo quete esperaba?

Al chico pareció hacerlemucha gracia la pregunta.

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—Lo cierto es que no —contestó entre risas—. Una demis viejas maneras deesconderme consistía en cerrarlos ojos a cualquier dificultadque pudiera plantearme la vida.Para mí, el problema no existíasi no podía verlo. Así que a lolargo de mi año de preparación,Daniel se aseguraba deinformarme con antelación ycon sumo detalle de todas laspruebas que debía superar. Nofue fácil, pero eso me sirviópara adquirir la suficienteconfianza en mí mismo comopara hacer frente a cualquier

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dificultad en lugar de darle laespalda.

El joven adoptó una actitudreflexiva, como sopesando sidebía añadir algo más.

—Los métodos de Danielson poco ortodoxos —continuófinalmente—, pero siempre hayuna buena intención en todo loque hace y nadie puede negarque es un excelente maestro.De hecho, todos los queestamos aquí hemos recibido dealgún modo u otro su ayuda.Con el tiempo he idocomprendiendo que, trasperder a gran parte de su

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familia, nuestro amigo hasabido rodearse de aquellosque lo aprecian y lo quieren.

Miré con atención a todasaquellas personas desconocidasque conversaban entre sí. Derepente me asaltó unarepentina sensación dedesconfianza. ¿Qué habíaquerido decir Daniel cuandohablaba de «familia»? ¿Quiénera aquella gente realmente?

Miré a mi interlocutor sinpoder evitar un cierto recelo.

—¿Tú trabajas para ellos?—inquirí.

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El chico guardó silenciounos instantes mientras meobservaba con detenimiento.Distinguí un atisbo decompasión en su expresión, enla que ya había reparado laprimera vez que nosencontramos.

—Así es —confirmó—. Perosi estás pensando que losWheelock han formado unaespecie de secta o algo así, teaseguro que te equivocas. Lomenciono porque a mí se mepasó por la cabeza cuandollegué a esta casa,probablemente igual de

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desorientado que tú. No sé quétipo de trato te habrá ofrecidoDaniel, pero erescompletamente libre de escogertus próximos pasos. Así ocurrióen mi caso, y también en el detodos aquellos que han recibidosus enseñanzas.

Aquello me hizo recordarque yo también debía tomaruna decisión. Daniel me habíaofrecido un puesto de trabajoen alguna de sus múltiplesempresas a cambio de finalizarel proceso de formación queestaba a punto de completar.Aquel era el motivo original

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que me había llevado hastaaquel lugar, pero el tiempohabía pasado muy rápido, ydespués de dar la vuelta alplaneta, viviendo todasaquellas experiencias, casi seme había olvidado.

Respiré hondo y traté derelajarme un poco.

—Disculpa de nuevo mis...modales. Pensaba que habíaaprendido a manejar lasconstantes sorpresas delgrandullón, pero ya veo que noes así.

—No pasa nada —dijo

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sonriendo el joven, mientrasme daba unas afectuosaspalmaditas en el brazo ysaludaba a otra pareja deinvitados—. Como ya he dicho,todos los que estamos aquípodemos entender tuconfusión.

* * * Justo cuando el joven se

alejaba, apareció Elisa con uncóctel en la mano.

—¡No me mires así! —

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exclamó con fingida expresiónde espanto—. No lleva alcohol,y te lo he preparado con todomi cariño.

—Siendo así... —Acepté lacopa con una tímida sonrisa ynos aproximamos a uno de losgrandes ventanales del salón.

El pueblo iluminado entonos verdes y anaranjadosformaba un paisaje mágicodesde aquella privilegiadaperspectiva. Los dos nosmantuvimos en silencio unosminutos, mientras bebíamos ydisfrutábamos de aquellasvistas.

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—¿Sabes? —dijo finalmentela mujer—. Acabas de hablarcon el analista financiero demayor confianza de mi padre.Hace solo algo más de dos añosera un matemático sin empleo,encerrado en sí mismo y conserias dificultades pararelacionarse con los demás.

—¿Te refieres a...? —Miréhacia el joven de aspectointelectual con el que acababade conversar. En aquellosmomentos hablaba con otrastres personas con soltura yevidente desparpajo—. Vaya —murmuré, divertido—. Pues

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parece que ha avanzadobastante con sus problemas decomunicación.

—Bueno, aquí noencontrarás a nadie que novalore mucho su autodesarrollo— dijo Elisa tras reírse con micomentario.

—Y ¿todos han hecho elentrenamiento con Daniel? —pregunté. Todavía me costabaasimilar el hecho de que todaaquella gente hubiera pasadopor lo mismo que yo.

—No todos del mismo modo—puntualizó—. Pero de una

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forma u otra han recibido lasenseñanzas de mi padre.Somos una especie de extrañafamilia, donde Daniel es elnexo que nos une.

—Ya veo...—Todavía no sabes qué

demonios haces tú aquí,¿verdad? —preguntó derepente la mujer.

—Lo cierto es que no —confesé—. Cuando conocí aDaniel, solo deseaba encontrarun trabajo y recuperar mi vida.Pero ahora...

—Ahora eres otra persona

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—atajó ella con dulzura—.¿Sabes? Todo el mundo puedeconseguir la verdadera riquezasi realmente se lo propone. Sinembargo, mi padre selecciona aaquellas personas que, además,poseen algún tipo de cualidadpotencial que pueda adaptarsea su equipo de colaboradoresde máxima confianza. Tienefacilidad para ver ese tipo decosas en los demás —añadió,encogiéndose de hombros.

Volví a mirar hacia elacogedor salón en el que nosencontrábamos y a todasaquellas personas. ¿Realmente

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quería formar parte de todoaquello?

—Si te soy sincero, todavíano estoy seguro de ser lapersona que tu padre cree veren mí.

Elisa me miró conintensidad unos instantes antesde contestar.

—He comprobadopersonalmente cómo actúasmientras sigues tu vocación. Enmi trabajo yo también trato derodearme de aquellos quesienten verdadera pasión por loque hacen y, créeme, he visto a

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pocas personas que desprendantanto amor por su profesióncomo tú lo haces. Estoy segurade que mi padre también havisto esa cualidad latente en tuinterior.

La mujer puso su manosobre la mía y me miró a losojos.

—Yo comprenderé cualquierdecisión que tomes. Sinembargo —titubeó levemente—, tengo que confesar que...me sentiría muy feliz sipudiéramos trabajar juntos.

Cerré mi mano lentamente

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alrededor de la suya y traté desonreírle, de corresponder sumuestra de afecto. Pero elrostro de Sara, la mujer con laque había compartidoprácticamente toda mi vida, meobligó a bajar la mirada.

¿Por qué me sentía tanconfundido? ¿Acaso no teníamuy claro lo que quería? Elisasoltó mi mano con suavidad yme vi reflejado en sus grandesojos azules.

—No te tortures, Nicolas.Sé que son muchos los cambiosque estás viviendo. Necesitastiempo. Tiempo para poder

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asimilarlo todo. Y yo soy unamujer bastante paciente,¿sabes? —Sonrió.

La miré y, en aquellaocasión, sí pude asentir ycorresponder a su sonrisa.Quería transmitirle, aunsilenciosamente, la certeza quellenaba mi corazón en aquellosprecisos instantes. La profundaseguridad de que, más allá demis temores, nuestro destinocaminaba de la mano desde eldía en que nos conocimos.

Entonces me miró, sonrióligeramente... y comprendí queella también lo sabía.

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* * * La cena transcurrió de

forma sorprendentementeagradable y distendida.

Todos querían cruzar unaspalabras conmigo y la mayoría,al igual que el jovenmatemático con el que habíaconversado nada más llegar,parecía hacerse cargo de lasensación de turbación del«recién llegado».

Algunos me explicaron

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aventuras increíbles, muchasde ellas vividas en su propioproceso de aprendizaje junto aDaniel. Otros también mehablaron de sus vidas, de suproceso de cambio e, incluso,de sus propios objetivos.

Lo cierto es que gracias a lahonestidad y la confianza quemostraban todas aquellaspersonas, enseguida me sentílo suficientemente desinhibidocomo para compartir algunasde mis propias vivencias.

Les hablé sobre nuestraexperiencia en Kenia y sobrecómo los indígenas turkana

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danzaron alrededor del primerpozo de agua. Todos rieroncuando narré mi aparatosallegada a nado a la isladesierta, debatieron sobre laimportancia de los valorespersonales cuando les hablé deJiro y su restaurante de sushi,y mostraron un silenciosorespeto cuando mencioné elClub de los Extraordinarios.

Nadie en absoluto me juzgóni me dio su opinión sobre loque debía o no debía hacer,aunque todos ellos parecíancomprender perfectamente misituación y me trataron como a

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un miembro más de aquellacuriosa familia.

Cuando algunos de losinvitados empezaron aretirarse, Daniel me invitó aque lo acompañara al piso dearriba.

Entramos en una curiosahabitación, cuyo techo era unagran bóveda de cristal a travésde la cual se veía elfirmamento con sorprendentenitidez. Un gran telescopiopresidía el centro de laestancia.

—¡Vaya! —exclamé,

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admirando el lugar—. No mehabías dicho que también erasun aficionado a la astronomía.

—Es una afición de mi hijo.Es un enamorado de lasestrellas desde que era un niño—explicó con evidente orgullomientras se estiraba en uno delos diversos divanes que habíaen la sala.

Yo procedí a imitarlo, yambos guardamos silenciomientras admirábamos aquelmágico pasaje de luz difusa queformaba la Vía Láctea.

—No sé qué hacer, Daniel

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—declaré finalmente, tras unlargo suspiro—. Estoyconfundido... ¡por estar tanconfundido!

—Es completamentenormal, amigo mío. ¿Recuerdasel primer día que nos vimos?En aquella ocasión te hablé delas diferentes fases que tienetoda crisis. Tú ya has superadotres de esas cinco fases, yactualmente te encuentras enesa que llamo «parálisis».

—Parálisis... Cuando sabeslo que quieres y lo que debeshacer, pero, aun así, no temueves hacia ello —dije,

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rememorando la explicación deDaniel. Parecía que habíatranscurrido una vida desdeque aquel millonario sabio mehablara de todo aquello.

—Exacto. Tu mundo interiorse ha ampliadoconsiderablemente y yadispones de los conocimientosnecesarios para conseguirmaterializar tus sueños. Sabesque tienes todo lo necesariopara tomar las riendas de tuvida y eso, aunque puedaparecer extraño, suele darbastante miedo. Esa es la causainconsciente de tu confusión,

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de tu parálisis.»Sin embargo, debes

entender que se trata solo deun estado transitorio y quedebes darte todo el tiempo quenecesites. Has completado elproceso de preparaciónnecesario para formar parte demi equipo y, por tanto, has desaber que mi oferta de trabajosigue en pie.

—Pero... siento que aúntengo importantes decisionesque debo tomar —protesté sinocultar mi ansiedad.

—Y así es. Pero quizá no

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debas hacerlo ahora mismo. Yate dije que después de tuentrenamiento deberías volvera tu pasado para enfrentarte aél y transformarlo. Por tanto,regresa a casa, amigo mío;trabaja en esos objetivos quehas definido, siguiendo lasinstrucciones que conoces ymanteniéndote bien atento a loque ocurre a tu alrededor. Lavida te indicará el camino quedebes seguir, Nicolas. Siemprelo hace.

—Te refieres a las... señales—contesté suspirando,sintiéndome de repente

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bastante cansado. Sabía quehablaba de aquellascasualidades en las que mecostaba creer, pero también denuevas dificultades a las quedebería enfrentarme.

¿Era eso lo que tantotemía?

—Supongo que lo que mepreocupa es no llegar a ser felizdespués de todo — murmurépara mí mismo.

Pensé que Daniel no habíaescuchado aquello, pero tras unlargo silencio, giró lentamenteel rostro y me miró con

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intensidad desde su diván.—Te preocupa si serás feliz

una vez que consigas lo que tehas propuesto, pero todavía note has dado cuenta de que ya loeres. No caigas en la trampamás peligrosa que es capaz decrear nuestro propio ego.Debes comprender que lafelicidad real y duradera no laconseguirás por el mero hechode alcanzar tus objetivos.

Miré a Daniel sincomprender.

—Pero yo pensaba quelograr la riqueza exterior

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también era un paso necesario.—Y así es. Necesitas

materializar todos y cada unode tus sueños para podercrecer y evolucionareficientemente en esta escuelaque llamamos vida. Sinembargo, la verdadera felicidadno es algo que debas conseguir,sino que está dentro de ti pornaturaleza. Siempre ha estadoa tu disposición,acompañándote y esperando aque seas lo suficientementesabio como para reparar enella. Ese es el verdaderosignificado de la famosa

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sentencia: «la felicidad no estáen la meta, sino en el camino».

—Entonces ¿el camino es...el desarrollo de la riquezainterior? —aventuré, sin pensardemasiado en lo que decía.

—Así es. La meta es lamanifestación material denuestros objetivos y el últimopaso necesario y natural, yaque se trata de materializar loque ya hemos conseguido enplanos más sutiles.

»El problema habitual eneste asunto es que llegamos acegarnos de tal manera con

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alcanzar dicha meta queolvidamos nuestra capacidadinnata de percibir la auténticafelicidad, disponible en elmomento presente. Quien seobsesiona con lo que busca nopuede apreciar lo que ya tiene.Y, como he dicho, tú ya tienestodo lo necesario para sentirtebien, Nicolas.

Guardamos silencio denuevo mientras seguíamoscontemplando el firmamento. Apesar de aquellas palabras,todavía sentía una inquietudque se agitaba en mi interior.

Siempre me había

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considerado una personabastante autónoma, perodespués de todos aquellosmeses viviendo bajo lainfluencia de aquel hombre, seme hacía especialmente difícilla idea de afrontar cualquierdificultad sin su compañía.

—El caso es que... —titubeé, tratando de encontrarlas palabras.

Daniel volvió a girar elrostro para mirarme con afableatención.

—El caso es que siguesteniendo miedo —concluyó él,

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simplificando.—Sé qué debo enfrentarme

a mis temores, tal como meenseñaste. Pero no puedoevitar pensar que quizás hesido demasiado ambicioso a lahora de formular mis objetivos.Tal vez no necesito tanto...

Daniel sonrió brevemente,dándome a entender queentendía cómo me sentía.

—Como te he dicho, esnormal que ahora estésinmovilizado por tus miedos. Eltemor de no ser feliz, el temorde fracasar... Confía en mí,

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amigo mío. Solo son nubespasajeras que cubrentemporalmente un sol interiorque has estado alimentandocorrectamente.

»Recuerda tu ascensión a lamontaña —dijo, señalandohacia el firmamento, como siaquella cima que habíamoscoronado se encontrara juntolas estrellas—. Tambiénentonces estabas seguro de queno serías capaz de conseguirlo.Ahora deberás hacer un últimoesfuerzo para acabar deadaptar tu vida a la nuevapersona que eres. Ya sabes lo

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que debes hacer. Mantén laactitud correcta paramaterializar tus objetivos ytrabaja cada día con las rutinasque te ayudarán a mantener tuenergía interior.

—Pero, esta vez, deberéafrontarlo yo solo... —murmurépara mí mismo.

Daniel asintió lentamentee, incorporándose del diván,puso una mano sobre mihombro.

—Te aseguro que estáspreparado, amigo mío.

Miré en silencio a quien

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había sido el maestro másimportante de mi vida y,durante un instante, creíentrever el brillo de lasconstelaciones titilando en elfondo de sus ojos. Sinembargo, tras un parpadeo,solo había una cosa en sumirada: una confianzaarrolladora.

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«H

19

Una nueva vida

ospital Psiquiátrico»,rezaba el gran cartel trasel que se detuvo mi taxi.

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Miré hacia la entrada deledificio gris. La estructuradesprendía un aire tétrico ydeprimente que solo meprovocaba ganas de alejarmetodo lo posible de aquel lugar.Tras separarme de Daniel enSuiza, mi estado de ánimo noestaba en su mejor momento ynada me apetecía menos queentrar en un sitio como aquel.

Recordé la últimaconversación con Daniel. Ladespedida había sido breve yun tanto confusa. Yo habíaintentado buscar algo emotivoque decir, unas palabras

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adecuadas para agradecer todolo que aquel hombre habíahecho por mí... Pero elhombretón había simplificado elproceso rodeándome entrecarcajadas con uno de susefusivos abrazos.

—No importa lo que hagaso decidas hacer en el futuro,amigo mío —me dijo—. Ahoraformas parte de mi familia y noson necesarias las despedidascuando alguien te acompaña enel corazón.

Finalmente, y por primeravez desde que lo conocía, mehabía pedido que le hiciera un

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favor.—Me gustaría que le

entregaras esto a quien será mipróxima alumna —me habíadicho mientras me entregabauna pequeña tarjeta—. Sellama Claudia León. Tan solodale esto de mi parte y dile queme gustaría conocerla. Estápasando por momentosdifíciles, aunque te recomiendoque utilices tu intuición paraver más allá de lo evidente.Puedes considerarlo un...último reto dentro tupreparación personal — habíaañadido.

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Abrí la puerta del taxi y salícon decisión. Después de todolo que había experimentado yaprendido a lo largo del últimoaño, una simple entrega no meimpediría finalizarcompletamente mi proceso deformación.

Entré en el lúgubre edificio,me aproximé a una pequeñarecepción junto a la entrada ypregunté por la persona quedebía localizar. Tras elmostrador, una mujer de rostromacilento me dirigió unaexpresión a medio caminoentre la molestia y el

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aburrimiento.—¿Viene usted a visitar a la

señora León? —preguntó. Creíentrever en su tono monocordeuna ligera sorpresa.

—Así es. Espero que nohaya ningún inconveniente.

La mujer me miró unossegundos más sin responder yluego empezó a teclear, conescasa habilidad, sobre elteclado de un ordenador.

—Supongo que elinconveniente es que usted seasu primera visita en todo estetiempo —añadió, finalmente,

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tras un largo suspiro—. Primerpiso, al fondo del pasillo.

Seguí las indicaciones hastallegar a un gran salón debaldosas blancas. Un grupo deresidentes con aspecto de lomás variopinto estaba sentadoante un pequeño televisor conel sonido apagado. Ninguno deellos pareció reparar en millegada, excepto un sanitarioque leía una revista conexpresión somnolienta. Medispuse a preguntarle por lapersona que estaba buscando...

Pero fue entonces cuandola vi.

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En aquel instante, doscertezas se encendieron en miinterior. No se trataba deconclusiones extraídas deninguna observación. Era undoble sentimiento decertidumbre, absolutamenteirracional, que parecía surgir dealgún lugar profundo de mimente.

La primera certeza meindicaba que la mujer quemiraba por la ventana, sentadaen el rincón de aquel salón, erala persona que estababuscando. Y la segundaapuntaba a que aquella misma

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persona no encajaba enabsoluto en aquel lugar... y quesu camino estaba en otra parte.

Respiré profundamente yme dirigí hacia ella en silencio,mientras notaba la miradavigilante y silenciosa delsanitario clavada en miespalda.

—¿Claudia? —dije en vozbaja cuando llegué a su lado.Por alguna razón consideré queen aquel lugar no era prudenteutilizar un tono de voz normal.

La mujer ni siquieraparpadeó y siguió

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contemplando la ventana quedaba a un pequeño jardín.

Iba a volver a pronunciarsu nombre cuando girólentamente el rostro paramirarme. Los huesos de la carase le marcaban bajo la piel,otorgándole un aspecto duro yanguloso a sus facciones, yunos grandes ojos negrosdestacaban entre las oscurassombras de quien ha pasadodemasiado tiempo sin conciliarel sueño. Llevaba un pañuelonegro en la cabeza y unmechón de cabello canosoasomaba con rebeldía sobre su

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frente.Jamás había visto tanto

dolor en una sola mirada.La mujer volvió a girar el

rostro hacia la ventana, sindecir ni una palabra.

—Mi nombre... es Nicolas —dije, tras ciertos titubeos y conel convencimiento de quehablaba con alguien a quien nole interesaba en absoluto nadade lo que yo pudiera explicarle.

Luego tomé aire, abrí laboca para decir algo más, perosin saber qué añadir, me sentéa su lado... y yo también me

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puse a mirar a través deaquella ventana.

Unos lánguidos cipresesdanzaban al compás del vientoallí fuera, mientras yo sentía,cada vez con más fuerza, la fríatristeza que emanaba de lapersona que tenía a mi lado.

Estuve así un buen ratohasta que, finalmente,encontré las palabras quenecesitaba.

—No te conozco, ni sé quéte ha ocurrido —dije en vozbaja, sin dejar de mirar através del cristal—. Sin

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embargo, creo que puedocomprender tu dolor. Tambiénsé que ahora mismo no teinteresa nada de lo que puedadecirte, pero te pido queescuches esto: este no es tulugar, ni tú eres como ahora tesientes.

Hice una pausa para volvera mirarla, buscando algúngesto, alguna reacción a mispalabras, pero parecíacompletamente ajena al mundoque la rodeaba.

—Él te ayudará —añadí conun último susurro, mientrasponía la tarjeta de Daniel sobre

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una mesita que había a su lado.Luego me levanté y salí de

aquel lugar.Yo no podía hacer nada

más.

* * * Caminé un buen rato de

forma errática y pensativa,hasta que, finalmente, unasonrisa acudió a mis labios.

A pesar del oscuro mundoen el que estaba atrapadaaquella pobre mujer, alguien

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muy especial estaba a punto deayudarle a encontrar su propialuz. Sin duda, tras recibir lasenseñanzas de DanielWheelock, llegaría a estarpreparada para conocer laverdadera riqueza y construiruna nueva vida.

De repente, el tintineo deunas llaves captó mi atención.Miré a mi alrededor y reconocílas familiares calles a las quehabía llegado casi sin darmecuenta. Un tipo vestido contraje y corbata se disponía aabrir la puerta principal de unasucursal bancaria y yo me

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detuve en seco frente a él.Tardó unos segundos en

reconocerme, como si nopudiera entender que yo fuerala misma persona que habíadespedido hacía un año. Luego,una sombra de preocupacióntensó su rostro y supe que sepreparaba para defenderse decualquier acusación con la queyo pudiera atacarle.

Pero en mí no había elmenor rastro de rencor haciaaquella persona.

En aquellos tensossegundos durante los que

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ambos permanecimos ensilencio, el uno frente al otro,yo solo podía pensar en laescasa probabilidad de que seprodujera aquel encuentro...justo en aquel instante.

Finalmente, comprendí loque estaba sucediendo enrealidad.

—Que tengas un buen día—me despedí del enmudecidobanquero con toda cordialidad.

Luego continué con micamino, sonriendo ante aquellacasualidad y sabiendo que mispasos estaban siendo guiados

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hacia una nueva vida.

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«N

Epílogo

i en tus más disparatadossueños hubierasimaginado que algún día

serías tan inmensamente rico.»Pronuncio de nuevo

aquellas palabras, mientrassigo mirando mi propio reflejoen el espejo del baño. Elrecuerdo de aquellos días en

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los que aprendí a alcanzar lariqueza ha cruzado mi mente,fugazmente, dejando a su pasouna renovada sensación desatisfacción.

Oigo el sordo sonido deunos pies descalzos que seaproximan y unos brazosdesnudos, cálidos, me abrazanpor la espalda.

—Va a llegar usted tarde altrabajo, doctor Sanz —mesusurra la mujer al oído.

La contemplo en el mismoreflejo enmarcado en oro, juntoa mi propio rostro.

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Ciertamente, mi vocación meespera. Yo le sonrío y cubro sumano con la mía.

Luego, Elisa se dirige haciael gran ventanal del baño y loabre de par en par. El soldespunta en el horizonte y unaagradable brisa marina llena laestancia. Desde allí diviso partedel jardín que rodea nuestracasa. Más allá, un estrechosendero se pierde entre árbolesen dirección a la pequeña ysolitaria playa donde suelopracticar mis ejercicios cadamañana.

De nuevo, pienso en el

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pasado.No fue fácil admitir que ya

no amaba a Sara, nicomprender que hacíademasiado tiempo que mirelación con ella tan solo sesostenía por el temor a lasoledad, al cambio y a laopinión de los demás.

Tampoco fue fácil mi vueltaa la universidad, ni la decisiónde volver a la India una vezque hube finalizado misestudios de Medicina.

Después de recibir lasenseñanzas de Daniel me

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sentía una persona nueva ymás capaz en muchos sentidos.Sin embargo, volver a mipasado y afrontar todasaquellas decisiones constituyóel «gran problema final» delque ya me había advertido miamigo y maestro. Todasaquellas dudas no eran másque la última resistencia hacialos cambios que anhelaba.

La última fase de mi crisispersonal.

Poco después pudecomprobar cómo todos y cadauno de mis sueños ibanmaterializándose... uno a uno.

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Mi vida empezó atransformarse en algocompletamente nuevo yfascinante. Al principio de unmodo casi imperceptible, peropronto a una velocidadvertiginosa que también tuveque aprender a asimilar.

He descubierto mi vocacióny me he convertido en unprestigioso pediatra. Vivo en unlugar paradisíaco, junto a unamujer a la que amoprofundamente, gano muchomás dinero del que realmentenecesito, y disfruto de unavitalidad y una salud física que

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nunca había tenido.Sin embargo, tras haber

conseguido todo eso, ahoracomprendo que solo miscualidades constituyen laverdadera fuente de miriqueza.

Vivimos en un mundo yuna época en que todavía nohemos aprendido a hacer plenouso de nuestras capacidades.Pero en nuestra mano estáempezar a aprender el mejormodo de manejar esasemociones que nos ciegan yque nos impiden sentir eltremendo potencial que está

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disponible en nuestro interior.En ocasiones, la vida nos

arrebata dolorosamente aquelloque más apreciamos, pero soloocurre cuando estamos listospara lograr algo mejor. Cadadificultad, cada piedra en elcamino, solo son valiosasoportunidades para seguircreciendo y volver a conectarcon nuestro estado natural desatisfacción.

Todos podemos utilizarnuestra mente y nuestrocuerpo a pleno rendimiento, ymanejar esa energía ilimitadaque anida en nuestro interior.

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Las herramientas necesariaspara lograrlo están a nuestradisposición y el momento deempezar dicho proceso detransformación, depreguntarnos si lo que hay ennuestra vida es lo quequeremos o es lo que tememoscambiar, el momento deaproximarnos hacia esa nuevafelicidad que todosmerecemos... ese momento,siempre es ahora.

Elisa abre los brazos yrespira profundamente el airefresco de la mañana. Aquellome hace sonreír y aviva nuevos

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recuerdos. Mi mente trata dedeslizarse de nuevo hacia elpasado, pero esta vez no lopermito y la afianzo almomento presente. Me acercohasta el ventanal y contemplojunto a mi esposa el lugardonde ahora transcurre nuestravida.

No sé qué nuevasexperiencias me esperan, perohe aprendido que el únicolímite que existe es ese quenosotros creamos. Todos y cadauno de nosotros, cada serhumano sin excepción, puedeconvertirse en alguien

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maravilloso, en alguienextraordinario.

Y mientras contemplo cómose alza el sol ante nosotros,una poderosa sensacióndestella en mi interior, dandoforma a una sencilla creenciaque, por unos segundos, colmatoda mi mente: «Todospodemos llegar a ser “los másricos del mundo”».