El Hijo de Puta Cabrón

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La obra narra la vida de Sergio, un joven que se ve condenado a recorrer una vida difícil, en la que tropieza una y otra vez sin encontrar su camino hacia la libertad y la paz. Cobarde, se deja llevar por las drogas, el sexo, la infidelidad y la violencia sin pensar en las consecuencias. Buscar el equilibrio en su vida le empujará a recorrer el camino que nunca imaginó.

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Ilustración: Mercedes Gutiérrez (Lille)

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El día que nací

ecuerdo que estaba en

pelotas, en medio de

un valle. Era la Sierra de

Madrid. Hacía frío. El

escenario azul y blanco. El

viento silbaba helado. Los

dedos de mis pies habían

tomado un color azul con

tonos lilas que me daban

pánico. La nieve se derretía y colaba entre mis largas uñas. ¿Lo tuve

R

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merecido? Mi nombre es Sergio. Entonces tenía 25 años y estaba a

punto de ser devorado por una serpiente hija de puta...

Recuerdo aquella escena una y otra vez cada vez que me follo a una

mujer. Aún lo hago. Me salen heridas en la lengua cuando digo 'hacer

el amor'. No escarmiento. Sigo siendo lo que todas creen, pese a que

en aquel instante creí que tenía un narcisista y vergonzoso final en

bandeja. Lo viví en mi cabeza infinidad de veces. Y sin embargo, fue

un final peor. Aquella cabrona, junto a su amiguita, descubrieron

todo. Y el merecido que yo no vislumbré fue el que ellas apenas

idearan en dos minutos de café. Esta es mi historia. Cinco años sin

sentimientos, buscando el sexo fácil, la mentira intrínseca y externa

como eje de mi vida. Hoy, recluido en una paz difícil de explicar, he

decidido que voy a revelar todo lo que me ha llevado a ser como soy.

Un Hijo de Puta Cabrón, con mayúsculas, por supuesto.

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Mi primera vez

us labios habían

caído sobre mí,

una y otra vez, como

un inofensivo huracán.

Me enredaba en ella.

S

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Giraba, borracho, e inconsciente, sin saber si aquella belleza me

merecía. No era mi primer beso, pero sí era la chica más guapa a la

que había besado. Estaba tan empalmado en aquel callejón oscuro,

frío y solitario, que si hubiera introducido sus dedos entre mis

pantalones me hubiera corrido allí mismo. Un mero roce en la

entrepierna hubiera bastado. Sin embargo, ella no parecía ser de esas

chicas. Su jersey de punto, morado, escondido bajo un largo abrigo

oscuro. Su pelo rubio y liso, de peluquería cara, su piel clarita, suave

como la arena de una playa. Maquillada en su justa medida. Los

pantalones prietos marcando su adolescente figura, y unos zapatos

de tacón medio, a juego con su abrigo. Y sin saber cómo, yo estaba

ahí, perdido en sus labios, saboreándolos; disfrutándolos, y mirando

el reloj de reojo. Eran las diez de la noche. En media hora tenía que

estar en casa de los padres de mi novia.

Traté de abrazarla. Quería sentir sus pechos sobre mí. Ella accedió,

volvió a buscarme los labios y los encontró. La miré a los ojos.

Preciosos. Ella no estaba excesivamente borracha para olvidar aquel

momento. Un pelín achispada tan sólo. Nos apretamos más para

refugiarnos del frío. Al fin sentí el placer de sus pechos sobre mí.

Estaban duros, tal vez a causa del tipo de sujetador. Hice que mi

mano descendiera con delicadeza por la cintura hasta rozar

suavemente su culo. Terso, pequeño, dúctil, redondo. Entonces la

empujé hacia a mí. Los dos nos rozamos en aquella oscuridad. Era

sábado. Sentí su pelvis y chocamos. Fue lo más cerca que estuve de

tirármela.

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Olvidé su nombre en el mismo momento que, entre la niebla de la

noche, la vi borrarse calle arriba. Me dio un último beso, tierno, me

miró a los ojos, y quizá creyó que pronto volvería a besar mis labios.

Incluso, tal vez imaginó alguna tarde de domingo en pareja. Yo no.

Una vez mudó su cuerpo al vacío de otra calle, dejando ante mi

mirada aquel culo respingón, terso, pequeño y redondo, supe que

jamás nos volveríamos a ver. Me equivoqué.

Mi reloj digital marcaba las 22.25 horas. Estaba a diez minutos de lo

que podía ser, al fin, mi primera noche de sexo. Mi novia había

logrado deshabitar casi al completo la casa de sus padres. Era

nuestra noche. Ella ponía la cama y yo el condón. Los dos, ¿el amor?

Regresé del sueño erótico de la escena anterior y me miré en el

cristal de un oscuro portal. Me peiné. Observé mi cuello en busca de

alguna marca que desde luego no poseía, y, tras respirar

profundamente, caminé. El frío no me impedía respirar el aroma de

aquella chica; dulce; adolescente; demasiado nuevo. Sin embargo,

jamás imaginé que lo llevaba pegado a la piel.

Vi el timbre pero no lo toqué. Esperé. Ella no estaba en el portal.

Habíamos quedado allí porque su abuela enferma, con más de 90

años, dormía en una de las habitaciones. Este pequeño contratiempo

no iba frenar la noche. Desde hacía meses nos buscábamos sin

culminar lo que tanto deseábamos: follar; sentirnos dentro; hacer el

amor. Aquella cita era nuestra oportunidad. ¿La única? Nuestra

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primera vez, esa que tantas veces habíamos rozado y hablado y

nunca penetrado.

Lucía excesiva belleza. Apareció maquillada y peinada

minuciosamente con el secador. Desprendía un inconfundible olor a

mora. Nueve meses de relación ya me habían acostumbrado al

aroma. Era mi chica. Ya no podía analizarla con objetividad en el

aspecto físico, pero sabía que no doblaba las miradas masculinas a su

paso. Inicié una relación con ella porque la chica rubia de pechos

grandes me rechazó durante unas fiestas de instituto. Fue un

segundo plato, sí, no obstante, aquel rollo nocturno juvenil de

segunda mano me llevó a descubrir que aquella chica era lo golfa que

yo deseaba. En la primera cita hizo lo que nadie me había hecho. Esa

picardía sucia me encantó; nos gusta a todos los hombres. Y poco a

poco, cita a cita me fui enamorando hasta perder la noción de la

belleza. Nueve meses después nos creímos preparados.

Me besó en el ascensor. Sabía a tabaco. Yo a alcohol. Nos volvimos a

besar y posé mi mano en su culo. No pude evitar comparar y concluí

que había dejado escapar un trasero mucho mejor.

-Has bebido -soltó tajante.

Apreté los labios creyendo que así evitaría transmitir mi hedor etílico

y afirmé levemente con la cabeza y la mirada. El silencio nos invadió

uno segundos, y de pronto, el ascensor golpeó contra el último piso.

En su casa el silencio amedrentaba. Ella me indicó el camino y yo lo

tomé como un reo que recorre el pasillo verde. Cuando quise

empezar a relajarme descubrí que estaba rodeado de varias fotos de

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sus padres y una colcha hortera; grotesca. Ella apareció con un

camisón negro repleto de peladillas brillantes. Allí, a escasos

centímetros, estaba la persona que me iba a robar la virginidad.

Fue ella. Me besó, me desabotonó el pantalón y se sumergió entre

mis calzoncillos. Toqué el cielo, tensé las piernas y descubrí que

seguía haciendo aquellas caricias labiales como ninguna. Aunque

nadie más me lo hubiera hecho. Y no hubo conversación alguna. No la

necesitábamos. De hecho, el sexo suele tener poco diálogo; más en

esa postura...

... De pronto, un ruido, una voz y un golpe estuvieron a punto de

cortar la excitada circulación sanguínea. La abuela caminaba por el

pasillo. Gritó su nombre. Ella con arte se enderezó, y como si su

maniobra sexual fuera plenamente cotidiana, abandonó la habitación.

Yo no lo podía creer. Tumbado sobre la cama y medio desnudo,

perdiendo mi verticalidad, veía peligrar mi primer polvo.

-Ven al baño -oí de pronto, segundos después.

-¿Cómo?

-Vamos al baño, cari -repitió.

-¿Por?

Me cogió del pescuezo y me introdujo allí. Cerró la puerta, puso el

cerrojo y sin mediar una sola palabra me besó. No hubo una frase,

sólo un impulsivo diálogo corporal. El más claro llegó cuando sus

manos cogieron las mías y las llevó a la altura de sus caderas

pidiéndome que le bajara las bragas.

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Fue doloroso. Lo recuerdo difuso. Me vi temblando, abriendo el

preservativo y tratando de ponérmelo lo más rápido posible

equivocada y correctamente. No quería que el frío del cuarto de baño

y los nervios llevaran a mi pene a languidecer. Estaba sentado con las

nalgas al aire sobre la tapa de la taza del váter. Ella se acercó e

intentó sentarse sobre mí. Sentirme. Yo quise meterla. Pero ninguno

pudimos. Los nervios nos pudieron. Seguimos besándonos e hicimos

dos intentos más. Pero la conexión se resistía. Al final fue ella la que

decidió regresar a la cama, buscando mayor relajación; comodidad.

Yo fui como un niño, como un drogadicto con el mono; como un ciego

que es guiado hacia la puerta del metro. Hubiera ido al fin del mundo

sólo por meterla. Y lo hice. Aquella imagen nunca la olvidaré. Me

dolió, me excité, invadí su vagina, y ella quedó sobre mí. Primero le

lastimó, después saboreó lo que tantas veces había llamado nuestra

primera vez. Yo no pude moverme más que un par de veces. Y sin

poder evitarlo, durante esos escasos segundos imaginé sobre mí a la

preciosa pija de aquella noche. Me excitó más, y de inmediato, me

corrí. Ella lo notó. Lo vio en mi cara; mis gestos, mis convulsiones y

esa estúpida sonrisa. Y sobre la cama, sudados y mirándonos como

dos extraños, acabó todo. Fue un minuto. Mi minuto; nuestro

minuto...

Ella se levantó, se puso el camisón, me besó y quedó tumbada a mi

lado. Yo me erguí y fui directo al baño. Me descubrí frente al espejo,

mirándome y palpando un líquido que no sabía qué era -años después

descubrí que las mujeres también se corren-. Sin embargo, no fue eso

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lo que me asustó, sino el roto que había esparcido mi semen por todo

mi pene. Mis ojos miraron atrás. Ella no estaba. Me lo arranqué, le

hice un nudo, lo introduje en el sobre metálico y seguidamente en el

bolsillo de mi vaquero tirado en el baño.

-Te quiero -susurró con un beso

-Y yo...

-¿Qué tal…?

-Muy bien, ¿y tú?

-Bien -respondió dándome otro

beso- ¿El preservativo?

-Lo he guardado. Luego lo tiro

yo en la calle -sentencié.

Lo intenté una vez más. Pero

ella no quiso repetir la

experiencia, al menos esa misma noche. No tendría un buen sabor de

boca de mi primer polvo. En mi cabeza se repetía la frase

'eyaculación precoz'. Y yo quería sentirme mejor conmigo mismo.

Aquello no se parecía en absoluto a lo que tantas veces había visto en

las películas porno. Sin embargo, no ocurrió nada más. A media noche

caminaba hacia mi casa. Introduje la mano en el bolsillo del pantalón

y saqué el preservativo. Lo miré, pero ni siquiera pensé en el riesgo

que podía suponer un embarazo. Menos aún en una enfermedad

venérea. Vi la papelera, lo tiré y seguí deslizando mis zapatos calle

abajo.

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10.000 pesetas

abían transcurrido tres semanas. No habíamos vuelto a follar.

Siendo sincero, sí lo intentamos, en plena calle, pero tuve un

gatillazo. Y siendo más sinceros, una eyaculación precoz. Cuando uno

es tan joven, no se plantea el porqué, únicamente se siente mal;

pequeño; impotente; avergonzado. Y no sabe cómo remediarlo. El

ansia, el deseo le excitan tanto que no puede evitar la eyaculación

furiosa sobre sus calzoncillos. Además, desconoce por completo en

qué consiste el sexo. Menos aún 'hacer el amor'. El único objetivo que

tenía entonces era meterla allí dentro.

H

Tampoco había vuelto a ver a la chica rubia, pero por alguna razón

aún perduraba su sabor en mis recuerdos labiales. La había buscado

durante varios fines de semana entre el humo de los bares, pero su

belleza era un vacío en mi mirada borrosa.

Cuando uno es infiel una vez, repite. Siempre, si puede. Y nunca se

coloca en la posición de la otra persona. En lo doloroso que puede

resultar que descubra tal infidelidad. Y si la revelamos, la disfrazamos

para no herir tanto. Nos cuesta afrontar la realidad. Muy pocas veces

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lo hacemos. Tal vez, por eso somos infieles. Y quizá, porque nunca

afronté las actuaciones de mi vida me convertí en la persona que soy.

Que Laura no estuviera bien conmigo no ayudaba. Ella no estaba

cómoda a mi lado. Se aburría. Hacía semanas que no brillaba la

chispa en sus ojos. La sonrisa había encogido en sus labios. Y pese a

ese gesto torcido y apagado, no me decía nada en palabras. Yo

tampoco preguntaba. Quizá porque entonces no percibía su estado

como un problema de pareja. Ni lo sospechaba. O no quería. Porque

cuando ella decidía irse a casa y besarme en los labios con sobriedad

absoluta, me alegraba. Apenas unos segundos después, corría veloz,

feliz. La olvidaba junto a mis amigos, que esperaban en algún bar.

Tomándome una copa y buscando como una serpiente busca su

presa, disfrutaba de mis horas de libertad. Y estaba enamorado, o eso

creía… Pero durante aquellas horas nocturnas etílicas sólo podía

pensar en besar a alguna de las desconocidas que habitaban en

nuestra noche. Mi rastreo nunca cesaba, y Laura vivía en mi olvido.

No sé la época exacta del año en la que estalló la crisis. Únicamente

recuerdo el frío. También dónde fue, la hora y que lloré. Nunca creí

que una chica me haría llorar. Jamás. Mi corazón virgen recibía su

primera cuchillada. La primera cicatriz imborrable. Un navajazo

trapero e inesperado. El fino hilo de su cuchillo fue veloz, constante e

hiriente.

Me senté en un frío banco de cemento, en un improvisado refugio de

amor. Un espacio oscuro, idóneo para parejas. Ella, por primera vez

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en demasiadas semanas, lanzaba hacia mí cariño y mimos excesivos.

La lengua me recorrió la boca y mis manos buscaron rozar la parte

inferior de sus menudos pechos. Ella fue sentándose sobre mí, y

cuando nuestros cuerpos vestidos encajaron, se detuvo. Me miró y

sacó del bolso un pequeño paquetito de color azul donde podía

leerse, "Espero que te guste".

-Es para ti, cari -susurró.

Me besó y luego volvió a buscarme la mirada. Yo se la tendí. Nos

quedamos helados, en silencio durante unos segundos, hasta que mi

voz logró pronunciar dos palabras.

-¿Y esto?

-Un regalo.

-¿Pero por qué?

-Porque te quiero...

-Pero hoy no es nada...

-¿Y...?

Laura me volvió a besar. Besos cortitos. Cada vez más rápidos.

Cuando terminó abrí el envoltorio con destreza. Rápido. La caja de

plástico era del mismo color. Tal vez algo más oscura. Al instante de

abrirla lo averigüe. Era una cadena plateada con un corazón partido

por la mitad casi al completo. La parte superior seguía unida. No tuve

palabras. Ella sí.

-Ahora tienes que dar la mitad del corazón a quien ames.

Sonreí y la besé. Fue un beso largo. Un morreo -en argot juvenil- que

nos babeó. Nos bebimos; compartimos, y cuando creí que aquello no

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iba a parar hasta explotar el calentón, ella me separó. Puso su mano

en mi hombro y me miró. Aquellos ojos miraban distinto, pero

tampoco lo quise ver aún. Había una herida a punto de perforar mi

piel, tenía mi nombre y parecía inevitable.

Rompí el corazón de plata y le entregué la mitad mientras besaba su

cuello con mis labios. Ella me retiró y volvió a ofrecerme besos secos.

Retiró la mitad de su corazón de mis dedos, se descolgó su cadena y

lo enganchó. Sin embargo, su sonrisa volvía a mostrarse pequeña;

artificial.

-Te quiero, Sergio.

-Y yo.

-No, quiero que lo sepas.

-Lo sé.

Nunca sabes bien cómo

es la frase. Cómo llega,

ni cómo hiere. Pero en

su gesto, en su voz y en

el arrepentimiento vi lo

que me contaba

escasos segundos antes

de que me dijera la

frase. Fue su manera de

decirlo. El susurro que

plasmó "tengo que

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contarte algo", y mi voz afónica, aterrada, sólo preguntó un seco

"¿qué?".

Comenzó hablando de un chico. Me preguntó si le conocía, me explicó

quien era, me recordó sus rasgos físicos, y cuando le recordé y le

puse rostro, pisó mi corazón diciéndome que una noche no pudo

evitar "enrollarse" con él. De camino a casa. Él la convenció. Justo

después de haberme dejado ir. No sé cómo fue, pero mi corazón de

plata, pegado ya en mi pecho, sangró. Quemaba. Mi estómago yacía

ahogado, sin aire, y la noche alcanzó una negrura espesa sobre

nuestros cuerpos. Aquel refugio se había convertido en una puñetera

cárcel. Y cuando levanté la mirada ahogada, la creí ver llorar

relatándome la infidelidad. Y al recuperar la palabra, sólo se me

ocurrió preguntar una cuestión.

-¿Sólo esa vez?

La respuesta nunca pudo tener peor desenlace. La herida fue una

tortura. Y aunque deseé abofetearla y abandonarla allí mismo por

zorra y por puta, no lo hice. No pude irme. Mis lágrimas acabaron

mezclándose con las suyas. Los dos nos abrazamos, y al tercer

intento, después de largos minutos, ella encontró mis labios. Fui débil.

Y mi perdón nació sin que yo supiera el motivo. Tal vez el miedo a la

soledad, o tal vez porque en el momento que ella preguntó por mi

fidelidad yo mentí. Preferí adoptar el papel de víctima.

Tardé días en digerir que accedía con honores a la lista interminable

de los cornudos. Nunca lo revelé a nadie. Y no lo hice pese a que

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todas sus amigas ya lo sabían. Llevaba escrito en la frente la palabra

vergüenza; imbécil. Tampoco quería dar esa información a mis

amigos. Además, tampoco asumía la infidelidad de mi novia. Lo había

hecho porque en la discoteca su amiga se había liado con otro. Por

empatía. Y con el tío que yo conocía se había liado en cinco

ocasiones. Y una tarde en su pueblo no pudo decir que no a otro.

Estaba herido y rabioso. Aquella noche, mientras el corazón roto de

plata quemaba en mi piel, mi rostro enrojecido y mis ojos vidriosos no

podían disimular la tristeza. Vi la luz de madrugada. Mi cabeza, horas

después, ya fría, sólo pudo encontrar una puerta positiva ante a

aquellos acontecimientos. Laura acababa de darme un cheque en

blanco y libre de malas conciencias.

No fue fácil servir la venganza en plato frío cuando me creía

enamorado y quería ser infiel sin que lo averiguara. Manu y Javier

sobrevolaron conmigo en aquel plan sin que supieran la verdadera

razón. Dos íbamos borrachos. Javier se sostenía difícilmente en un

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estado de inconsciencia. Y pese a él, estábamos dentro. El portero

nos había permitido entrar siempre que cuidáramos de Javier, que

había puesto su mejor cara sin conseguirlo.

Cuando lo planteé había dudas, pero el primer paso ya estaba dado.

Sólo habíamos puesto un límite: 10.000 de las antiguas pesetas.

Creí que ninguna merecía mi dinero. Ni siquiera la cerveza que se me

calentaba entre los dedos merecía el precio que había pagado. En el

ambiente se mezclaba, con mucho desorden, el color rojizo de las

paredes, la oscuridad y los hombres que superan los cuarenta junto a

chicas ligeras de ropa que trataban de buscar un nuevo cliente.

Nosotros éramos los más jóvenes de todo el local.

Habían pasado diez minutos cuando la miré por primera vez. Nunca

imaginé que pudiéramos llegar a hacer aquello. Nunca creí que

gastaría una sola peseta en follar. Y dudé, pero Manu logró

convencerme. Ella tenía un acento extraño, un rostro suave,

blancuzco y maquillado. Su cabello era negro, liso y largo. Sus ojos

azules, y frente a los míos, lucía unos pechos enormes. Con dulzura,

sin apenas poder oír "hola, guapo", deslizó su mano hasta mi

entrepierna. El aroma me ahogó cuando sus labios rozaron mi cuello y

dejó que sus grandes pechos se apoyaran en mí. En ese instante

hubiera pagado todo mi dinero, pero Manu, todavía con la mayor

parte de su sangre en la cabeza, regateó.

La tenía dura. Nunca había alcanzado ese clímax de excitación.

Estaba ante una profesional del sexo, no obstante, de pronto había

olvidado por completo que aquella mujer sólo quería escarbar en mi

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bolsillo. Yo en cambio imaginaba que la atraía. Imaginaba que la tenía

a mi lado hurgándome mientras Manu le convencía de un precio más

barato porque yo y mis encantos la ponían cachonda. Sin embargo,

todo aquello era mentira.

Lo que hicimos en la habitación a la que los dos accedimos por unas

escaleras estrechas también parecía una fantasía. Justamente por 60

euros; “10.000 pesetas” repetía Manu una y otra vez. Era un trío. Dos

por uno. Los dos a la vez. Media hora. El alcohol y Manu me

persuadieron, aunque desconocía mi preparación para follar junto a

un amigo.

El miedo no fue vernos desnudos y erectos peleando por el placer de

una puta. El miedo golpeó en nuestros rostros cuando la boca de la

puta terminó comiéndose el semen de Manu. De pronto, nuestra

noche dio un giro mortal. Recuerdo que yo trataba de meterla por

detrás sin conseguirlo. Ella gritó. Manu la llamó zorra. Mis músculos

se congelaron, y entonces sólo podía ver en mi cabeza un billete de

10.000 pesetas sobre la mesilla de la prostituta.

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Venganza, cobardía y mentiras

n el amor, arrinconarse en la mentira hasta que la punta afilada

del cuchillo que sujeta tu novia sobre tu cuello abre la piel, a

veces funciona. Si hay un resquicio de duda, puede ser el camino

hacia la luz. Negar lo evidente no funciona. Frases como "no es lo que

parece, cari, yo te lo explico", mientras tu pene o preservativo aún

sostiene restos de fluidos vaginales, casi nunca funcionaron. Hay que

E

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saber admitir la derrota. Soportar el chaparrón cuando te han cazado

y sufrir los merecidos golpes.

Me eduqué así. La vida que viví desde pequeño siempre me llevó a

mentir. A hacerme una vida paralela, más fácil gracias a las mentiras;

mis mentiras; construía una vida a placer. A veces perdía, pero

muchas, ganaba. Y con el paso de los años decidí aplicar esta

estrategia también a las relaciones de pareja. No siempre la verdad y

la sinceridad hacen fuerte y feliz a dos enamorados. En ocasiones,

basta con creer que se vive en la verdad; la felicidad.

Utilizar la negación completa solía ampararme. Si no existen pruebas,

niega. No hay testigos fieles de que ha ocurrido, niégalo. Es lo que

siempre me repetía una y otra vez por muy arrinconado que me viera.

Siempre creí que en el amor triunfaban antes las mentiras que las

verdades como puños. En ocasiones, aunque la verdad parezca

evidente y golpee en la cara sin piedad, las mentiras en un

enamorado son más permeables y acaban calando. A veces, hasta

límites insospechados. El que miente sólo debe defender la verdad

hasta el final.

Así actué días después. El acontecimiento del puticlub no se

desalojaba de mi cabeza. No podía quitarme las imágenes nítidas y

violentas. Y la llamada de Laura, una semana más tarde, no ayudó. La

historia había volado de boca en boca, de mano en mano. En las

suyas, pequeñas, descansaba la noticia con mis iniciales. Yo lo supe

después. Sin embargo, cuando oí su voz al otro lado del teléfono,

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apagada, ya sospeché. Tuve miedo. Ella apenas tardó un “hola” para

lanzarme la pregunta. Clara y concisa.

-¿Estabas en el puticlub con Manu?

La pregunta me dejó pálido. Me cerró el estómago. Fue un golpe

inesperado, directo y doloroso. Sentí un retortijón. Miré atrás. Mis

padres no escuchaban; ni siquiera estaban en el salón. Respiré

despacio, espiré e inspiré hasta en cinco ocasiones, y de inmediato

inicié mi defensa. Pensé. Si preguntaba era porque albergaba dudas.

Yo tenía que disipárselas y hacerle creer que no había estado aquella

noche con él en el 'puti'. Difícil, pero posible.

Negué después de unos segundos de silencio, sin embargo, apenas

dije el “no”, ella lanzó sus fuentes; chivatazos, cotilleos. Además, su

gran base: las pequeñas noticias aparecidas en la prensa local. Mis

iniciales aparecían entre las noticias de sucesos. Los dos detenidos.

Uno de ellos era yo. Creo que tras aquel suceso Manu y yo jamás

volvimos a mirarnos igual…

Me frené. Me sentí perplejo, sujetándomela a escasos centímetros de

su coño. Mi erección se acobardó. Los ojos de Manu no me miraban

pero lo decían todo. La puta no esperaba el semen y cuando lo

engulló, sus asustadizos dientes apretaron con miedo y fuerza. Lo

debieron hacer con rabia, porque a Manu se le saltaron las lágrimas.

Además, su segundo acto reflejo, que fue el de escapar de la presa,

elevó la tortura. Los dientes de ella se arrastraron pegados a su piel.

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El alarido que conquistó aquella habitación erizó todo el vello de mi

cuerpo.

Cuando quise preguntar si estaba bien, él ya se había revuelto y

liberado. La gritó, la escupió y la golpeó con la mano abierta. Ella sólo

pudo asustarse, esconderse y torpemente limpiarse los restos que le

quedaban por una de la comisura de sus labios. Y tal vez fue el

silencio que vino acompañado de un cruce de miradas lo que

desencadenó todo. Quizá ayudó el alcohol, o alguna droga. Yo,

congelado por la cobardía y el pánico, no pude mover un solo dedo. Vi

la sangre, el odio, la venganza y la rabia mezclándose en numerosos

golpes. Primero en su cara, después en la mirada, y cuando parecía

que la inconsciencia de la puta iba a finalizar la pelea, ella gritó con

toda su alma lo que creyó que sería su última palabra: "¡Socorro!".

Al instante salté. Me moví por primera vez desde que comenzara

todo. Y al segundo de saltar, miré a la puerta de entrada de la

habitación. Estaba cerrada. Y cuando mis ojos volvieron a la escena

de la pelea, ésta ya no existía. Ella tenía los ojos en blanco, la

mandíbula sangrante y desencajada, y aparecía desdibujada en el

suelo, boca arriba.

-¿Qué hiciste? -Tartamudeé.

-Patearla la cara.

-Puta zorra... -Murmuré mientras de reojo le buscaba la herida en el

pene. Sin embargo, él se vistió veloz.

-Vámonos.

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Lo pensé, pero lo descarté al instante. No podía estar muerta. Era

imposible. Aquello sólo pasaba en las películas. Los dos la miramos. El

cuerpo seguía quieto. Nos miramos y decidimos terminar de vestirnos

y huir. Pero no lo conseguimos. No había atado mi primera zapatilla

cuando la puerta se abrió de golpe. Los dos hombres que de tan

'buen rollo' nos habían dejado entrar, aparecían ahora ahí, de pie, con

un rostro serio e incrédulo. Apenas bastaron un apretón y dos golpes

para reducirnos. No dudaron. Yo intenté zafarme, despreocuparme de

Manu y huir como fuera. Creí que iba a morir. Incluso grité una y otra

vez, desesperado, "¡yo no he hecho nada! ¡Lo prometo!". Sin

embargo, no lo conseguí. No hubo piedad.

Una hora más tarde, los dos, magullados, estábamos en la comisaría.

Manu se declaró culpable, y yo quedé en libertad al día siguiente.

Minutos antes de pisar la calle supe que ella estaba en coma.

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...No podía contar aquello. Nunca. Pero sus palabras al otro lado del

teléfono seguían sonando infranqueables. Decidí apoyar mi teoría en

Javi. No sabía cómo, pero ahí tenía mi única baza. Él había recobrado

la conciencia en medio de nuestro polvo y había abandonado el local.

Él ya habría negado estar allí, pensé. Entonces mi voz afirmó que

había acompañado al puticlub a Manu, pero que luego me había ido

con Javi.

-Vamos a vernos -zanjó.

-¿Qué?

-Necesito verte la cara. A las siete. En el Anina.

Acepté.

Tenía dos horas para crear una coartada, dibujar mi carita de cordero

degollado y esperar salvar la relación.

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El encuentro fue frío. Sin un beso. Distante. Ella traía las pruebas. En

su pequeña mano escondía un recorte de una noticia con mis

iniciales. El titular decía: "Dos jóvenes dan una paliza brutal a una

prostituta y cae en coma". Allí, leyendo aquello pero sin prestarle

atención me abordó el ingenio. La cerveza se vació en mi mano tras

el último sorbo y claudiqué. La miré a los ojos y hablé.

-Sí, estuve. Pero no subí. Ni de coña. Fui a acompañar a Manu. Pero

yo me quedé con Javi. No quería decírtelo porque ya sabes como es la

novia de Javi. Él no quiere que se sepa porque su novia le cuelga de

los testículos...

-¿Entonces? -interrumpió.

-Sólo subió Manu, te lo juro, cariño -declaré desesperado-. Javi y yo

nos quedamos tomando una cerveza en el bar. Y cuando ocurrió todo

yo decidí ir de testigo a la comisaría. Nada más...

-Tú siempre tan bueno -replicó seria.

-Le acompañé para

ayudarle, y claro, me

tomaron los datos, y por

eso...

-¿Por eso qué?

Mi pausa se iba a alargar.

Porque por eso o, por

alguna maldita razón los

astros no se alinean de la

26

Page 27: El Hijo de Puta Cabrón

manera que yo deseo. “No están de mi lado”, pensé. Volví a mirar por

encima de su hombro. La vi. Allí estaba. Preciosa y rubia. No sé si

disimulé. A mí me parecía imposible hacerlo. Y cuando Laura

esperaba el final de mi excusa, unimos las miradas.

-¡Sergio! ¿Estás tonto, o qué?

-Perdona, me siento mal -dije sin pensar. Me salió del alma.

-¿Qué?

-La tripa, me duele. Me siento mal...

No estaba previsto, pero salió de mi boca. Y debió de sonar sincero,

porque ella se inquietó, y por primera vez me tocó; me acarició. Y casi

sin pelearlo, dos minutos después estábamos fuera del bar. Y de

pronto, parecía aceptar lo del puticlub. Ella no volvió a mencionarlo.

Sólo quería saber si me sentía bien. Diez minutos más tarde estaba

besándome con suavidad en mi portal.

-Tómate una manzanilla y métete en la cama, ¿vale? -dijo antes de

despedirme- Y mañana me cuentas...

-Vale -musité.

-Te quiero -dijo finalmente con otro beso.

-Y yo.

Su silueta tardó en desaparecer de mi vista. Yo me quedé agazapado

en el primer piso. Dejé pasar dos minutos. No quería arriesgar. Esperé

a que mi reloj marcara y media. Entonces me erguí y bajé las

escaleras de dos en dos. En cinco minutos regresé al bar. Pedí una

cerveza. La fortuna me sonrió. Ella seguía allí. La volví a buscar con la

27

Page 28: El Hijo de Puta Cabrón

mirada, pero en esta ocasión necesité mayor esfuerzo. Finalmente,

cuando pedí mi segundo botellín, chocamos. Le hice un gesto con la

cerveza y ella se acercó. Tan guapa, tan rubia como aquella primera

noche.

-Hola... -Dijo su voz, dulce y sobria.

-Mucho tiempo, ¿no? -Dije jovial mientras le pedía una cerveza- Creí

que habías huido de mí.

-¿Quién era la chica?

-¿Qué chica? -Me hice el tonto.

-Con la que estabas antes... -Insistió.

-Mi ex… está loca por mí... casi tanto como… yo por ti.

Ella se acercó y me miró de cerca; demasiado cerca. Su aroma volvió

a envolverme y deseé volver a perderme en sus labios.

-Mientes…

-No.

-¿Y eso cuánto es?

-Mucho.

28

Page 29: El Hijo de Puta Cabrón

5

Tres no son multitud

os meses después estaba atado a dos relaciones. Cómo iba a

desatarme, no lo sabía. Leti me brindaba esa belleza que me

hipnotizaba con sólo dibujar en mis ojos su silueta. Laura había

acumulado un pasado que había dejado huella en mi corazón. Pese a

los cuernos. Además, el único sexo que tenía era con ella, y poco a

poco mejoraba. No podía desprenderme del placer carnal mientras no

comprobara en carnes el bello elixir de la rubia. Uno se acostumbra a

D

29

Page 30: El Hijo de Puta Cabrón

todo. Por muy inverosímil que parezca, todo en esta vida puede llegar

a convertirse en habitual. Yo jamás hubiera creído enredarme en esas

largas piernas, pero una vez más la vida me sorprendió.

Hay noches en las que no tiene por qué pasar nada. Es lo usual. La

noche de más de dos meses después al puticlub, no. Sólo recuerdo

dos imágenes golpeándome aún en la cabeza. Una era que estaba

muy borracho. La otra que sus dos virtudes eran enormes. El resto de

detalles los quise olvidar.

La neblina del bar bailaba al ritmo de la música. O así lo creía yo. La

copa perdía el equilibrio y sustentaba una marejada descontrolada.

Manu era, de nuevo, el compañero de fatiga. Ninguno quiso hablar del

puticlub, ni del juicio pendiente; él acusado y yo de testigo. El resto

de amigos había ido desapareciendo. Las bajas nocturnas nos habían

unido otra vez.

Cuando la vi, sabía que

aquellos deliciosos

pechos escasamente

abrigados bajo un top de

rejilla no eran de verdad.

Pero algo tienen las tetas

femeninas, falsas o

verdaderas, que siempre

cautivan a los hombres. En ocasiones, los magnetizan. Les entorpece

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Page 31: El Hijo de Puta Cabrón

el ritmo cerebral hasta despojarles del habla. En aquel instante,

cuando mi octava copa de whisky cola provocaban desmedidos

efectos etílicos en mi organismo, los dos bustos perfectamente

curtidos me conquistaron. La mujer no dejaba indiferente ni pasaba

desapercibida. Morena, alta y de curvas temerarias. De hecho, aún

separados, ya intuía que superaba mi metro setenta y cinco de altura.

Contoneaba su cuerpo al ritmo de la música en medio de la pista,

pero aún no me miraba.

Vi cómo la distancia entre nosotros moría con el ritmo que ella

marcaba. Bailaba libre y sensual. La examinaba sin reparo y la veía

crecer al tiempo que se adentraba en mi espacio. Ella me habló; me

susurró al oído. Su acento era extranjero, pero no disponía de un

cerebro para pensar en su país de origen. Su dedo índice me

acariciaba marcando una línea curvilínea y vertical desde el pecho al

ombligo. Un escalofrío me la puso dura. Y entonces creí que era una

prostituta. Busqué a Manu, pero estaba entre el gentío abstraído en

su copa. Le miré, pero no me devolvió la mirada.

Lo que sucedió a continuación fue rápido y borroso. El apetito sexual

me cegó. Ella me dijo que era muy guapo. Yo le devolví el piropo. Ella

lo repitió con algún adjetivo más, yo me interesé por su nombre, ella

me habló de mis labios, y sin previo aviso me susurró, “vamos, ven

conmigo”. En ese momento me cogió la mano. Yo di el último trago a

mi copa y la solté en movimiento. No íbamos hacia la salida. Su piel

era áspera y sus dedos me resultaron más grandes que los de las

chicas que había acariciado. No había calculado su edad, pero seguro

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Page 32: El Hijo de Puta Cabrón

que rozaba los treinta. Se liberó de dos chicos que nos impedían el

paso y entró con firmeza al pasillo del baño. Me metió dentro después

de mirar atrás en dos ocasiones. Sin mediar palabra alguna conmigo,

cerró la puerta. En el interior no titubeó, cogió mi cara y me besó.

Cuando ella decidió que el beso había terminado, la luz me reveló sus

facciones. Sin embargo, no supe cómo actuar al ver su cara. Además,

enseguida la escondió su cabello. Se arrodilló y comenzó a

desabotonarme uno a uno los botones de mi vaquero. De pronto,

estaba saboreándome como nadie lo había hecho. Tampoco era un

número elevado; más bien nimio; unitario. Allí, sobre la taza del váter

otra vez, estaba viviendo el éxtasis de mi vida.

Sabía que era un hombre. Operado. Al menos los pechos. En algún

momento de su vida, aquella persona, la que me estaba haciendo una

felación excepcional, había tenido que ser sólo un hombre. Y aun

teniendo esa idea como única en mi mente, estaba tocando el cielo

con los dedos; soñaba; volaba. Estaba a punto de correrme, pero

luchaba por evitarlo. Mi estómago palpitaba, hacia dentro y fuera, y

los dedos de mis manos trataban de aferrarse a los sucios azulejos

del baño. Finalmente mi mano derecha se desvió y fue directa a

acariciar sus pechos. Eran enormes. Cuando los sentí, estaban tersos;

duros. Sentado sobre aquella inmunda taza del váter, borracho, y con

la última copa disparando mi estado de embriaguez, olvidé quién era

yo y qué hacía. Fue más difícil olvidar que la mejor mamada de mi

vida venía de una boca masculina. Porque del cielo al infierno hay una

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Page 33: El Hijo de Puta Cabrón

distancia demasiado escasa. Igual que del blanco al negro. Los polos

opuestos siempre me parecieron tan cercanos.

Cuando mi móvil vibró en el pantalón supe que Manu me buscaba.

Traté de parar el vibrador, pero no podía introducir la mano en el

bolsillo ni acertar con la tecla desde fuera del vaquero. El móvil paró.

Ella también. Cogió mi polla en plena erección. Yo tuve que ponerme

de pie. Ella decidió darse media vuelta, y con la misma mano acercó

mi miembro a su culo. Levantó su minifalda, retiró el tanga y apoyó

las manos contra la pared curvando su cuerpo levemente. No había

duda de lo que quería.

Por segundos tuve la certeza de que estaría operada por completo.

Era una convicción fantasiosa Siempre hay casos. Creí que no tendría

que penetrarla por el culo. Quería encontrar el único orificio que yo

conocía sexualmente. Intenté acercarme. Me apoyé en sus caderas,

sobre sus piernas firmes, largas y masculinas completamente

depiladas. Debía de necesitar que la penetrara con urgencia, porque

nerviosa y presta no esperó. Atrapó mi pene y aceleró mi búsqueda.

Luego cogió mi mano y la llevó sin un movimiento de duda a su

pelvis. Allí topé con lo que nunca hubiera querido toparme, pero que

hacía rato sospechaba descubrir. No pude por menos que

sobresaltarme. Me separé todo lo que me permitía aquel pequeño

espacio y traté de vestirme. Había sido el despertar de un sueño.

Quizá llegaba la hora de beberme la pesadilla.

Ella me miró. Por primera vez nos miramos. Fue una mirada directa.

Yo, por primera vez, la observé con una leve pero ficticia nitidez.

33

Page 34: El Hijo de Puta Cabrón

-Chúpamela ahora tú, cariño –suspiró con un fino hilo de voz.

Me quise esconder. No fue posible. Mi cara únicamente logró

contraerse; adelgazar por el pánico hasta límites insospechados.

Como ‘El Grito’ de Edvard Munch. La mirada que yo sostenía segura y

precisa desapareció. Mi mandíbula se tensó y el miedo empezó a

empaparme de verdad cuando su mano decidió empujarme. La fuerza

fue suficiente para que de nuevo acabara sentado de un solo golpe en

el retrete. Sin tiempo para analizar los acontecimientos, ella colocó su

gran polla erecta a escasos centímetros de mi rostro. Su mano

aterrizó en mi pelo, lo acarició, y suavemente levantó mi cabeza para

que de nuevo volviéramos a mirarnos.

Sin haber empezado a experimentar algo que no deseaba

experimentar, había empezado a ponerme en la piel de todas

aquellas personas que por primera vez tuvieron que “comer una

polla”. Algunas o muchas por deseo. Por mi mente pasaron las

felaciones más famosas, las que a diario se realizan en cualquier casa

de putas, o las que en ocasiones terminan bajo una mesa de oficina.

Yo iba a probarlo. Iba a ser el chupador. “Cómo debía uno hacer

aquello”. En los servicios de aquel lóbrego pub no quería meterme su

polla en la boca. Allí y en ningún sitio. Sin embargo, con sus pechos

duros y desnudos a la vista, me cogió del pelo, esta vez con más

fuerza, y me pegó aquel vibrante pene en los labios. Ella ocupaba

toda la puerta de salida. Quería huir, pero en aquel preciso instante,

cuando el aroma de su miembro llegó a mi nariz, sólo puede pensar

en esconder los dientes.

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Page 35: El Hijo de Puta Cabrón

No hay resaca igual. Las hay similares, pero nunca llegan a ser

idénticas. Cada borrachera depara un mañana distinto. Y no hay

resacas gemelas por demasiadas razones. Deberían encajar todas en

modo, tiempo y lugar. La hora del despertar, dónde despertar, la

manera de despertar. El grado de dolor de cabeza o el sabor del

paladar. El brillo de los ojos, seguramente vidriosos. La hinchazón o

ardor de estómago o el número de recuerdos que se atesoran en la

memoria segundos después de abrir los ojos. El ser humano es

incapaz de repetir dos resacas con todos estos factores idénticos.

El sol no entraba por la ventana. Me resultó extraño, pero no levanté

los párpados para buscarlo porque ya sabía que era de día. El móvil

había sonado al menos en tres ocasiones, y además, mi cuerpo

comenzaba a sentirse incómodo entre las sábanas. Había llegado el

momento de levantarse...

Los malos recuerdos, los que se salvan del olvido, llegan de sopetón.

Como un bofetón inesperado que te deja en ridículo. Es cuando uno

comienza a sentirse de nuevo vivo; despierto. Las pupilas comienzan

a reconocer el espacio al tiempo que rememoran la noche. El aprieto

azota cuando lo que descubren los ojos no es familiar. Esa imagen

asusta. Es el momento de masticar el amargo pánico. El momento de

afrontar que ha habido algo durante la noche que no se ha llevado

bajo control. Y así fue.

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Page 36: El Hijo de Puta Cabrón

Cuando abrí los ojos y no reconocí mi habitación, su mano cayó sobre

mi cuerpo con delicadeza buscando una caricia. Al sentir el tacto de

su piel descubrí que estaba desnudo. Por completo. Al instante hubo

otro movimiento. Sus enormes y firmes tetas reposaron sobre mi

espalda. Era el aroma. Su sabor. Una desconocida habitación y

muchos recuerdos que recuperar.

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Page 37: El Hijo de Puta Cabrón

6

Celebraciones

iempre hay un instante en el que el ser humano intenta

recuperar las lagunas que produce la noche. Lo intenta con

todas las fuerzas. Sin embargo, el alcohol fulmina todos los recuerdos

por completo. Los elimina sin dejar rastro. Fue en ese imposible

proceso de recuperación de datos e imágenes cuando volví a

examinar la habitación. Asustado seguía sin saber cómo había

entrado allí. Giré el cuerpo, saqué una pierna y salí de la cama;

desnudo. Al instante, decidí recuperar mi ropa.

S

-¿Qué hora será? –Pregunté en voz alta sin querer.

-Buenos días, mi niño guapo –dijo su voz, espesa.

Volví la mirada y la encontré tumbada, sonriente, creyéndome que

me devoraba con la mirada.

Mis rodillas temblaban, mi corazón cabalgaba atropellado y el

estómago se revolvía incómodo en su minúsculo habitáculo. No tenía

dudas. Era un hombre dibujándose con mujer.

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Page 38: El Hijo de Puta Cabrón

-Me tengo que ir –murmuré subiéndome a gran velocidad los

calzoncillos y pantalones, casi al mismo tiempo.

-¿Por qué?

-Mis padres, estarán preocupados.

Encontré los calcetines enredados junto al edredón y sin titubear me

los puse. Miré la hora. Era la una de la tarde. Tenía dos mensajes en

el móvil y tres llamadas perdidas. Busqué la cazadora. Cuando la

localicé en la silla avancé. Me calcé, y al levantar la mirada ella

estaba ahí, a escasos centímetros de mí, completamente desnuda;

desnudo. Tuve que levantar la barbilla para mirarle a los ojos. Me

sacaba media cabeza. Los pechos de silicona me rozaban.

-Eres muy guapo –dijo con ternura.

Su mano se elevó y fue hacia mí. Me acarició la mejilla y sin que

pudiera evitarlo me dio un beso en los labios. Su lengua surcó mi

boca, y yo, imbécil y congelado no me atreví a detenerlo. El beso fue

eterno, pero sin saber el motivo, correspondido.

-¿Me llamarás algún día?

-Puede ser –mentí.

En ese momento me arrebató el móvil de la mano. Ni siquiera

recordaba que lo sujetaba. Lo desbloqueó y apuntó uno a uno los

números de su teléfono. “Me llamo Gabriela” siseó en mi oído

mientras su lengua me humedecía el lóbulo.

No me soltó. Atrapó una bata rosa del armario y me llevó de la mano

por un largo pasillo repleto de puertas. Al menos habría seis

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Page 39: El Hijo de Puta Cabrón

habitaciones más. No recordaba ninguna. Pude oír música latina y

voces. En el resto se respiraba un completo silencio.

En ese preciso instante hubiera pagado todos mis ahorros por borrar

aquella noche de mi vida. Me hubiera endeudado hasta las orejas por

finiquitar la despedida con tan sólo chasquear los dedos. Sin

embargo, no pude evitar ni un solo segundo. Aquel beso en la puerta

que me separaba del portal fue una eternidad. Sin embargo,

únicamente viví los escasos segundos que en realidad duró.

Bajé aquellas escaleras de tres

en tres. Pisar la calle, respirar

aire puro y sentir el frío me dio

una libertad inaudita. Corrí sin

mirar atrás. Quería llegar a mi

casa en el menor tiempo

posible para lavarme y borrar

la historia lo antes posible. En

esa carrera mi móvil volvió a

sonar. Otro mensaje. Miré la

bandeja de entrada. Dos de

Laura y uno de Leticia.

"¡Mierda!", pensé. Con miedo leí:

“Dnd stas? T llamé. Móvil y casa. Spero q no olvidars mi cumple. Es

con mis padres”.

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Page 40: El Hijo de Puta Cabrón

“Llámame cnd dspierts”

El segundo mostraba enfado. Sin embargo, no estaba preparado para

llamarla. Tenía dos llamadas perdidas suyas. La otra era de Manu.

En cambio, el otro mensaje me hizo lucir una pícara sonrisa.

“Hla, niño. Hoy hace 1mes q supe por primera vez dl placer de ts

labios. Stoy sola n casa. ¿T aptc 1peli sta tard?”

Miré mi cartera, tenía dinero. Paré un taxi, me subí y en el interior

llamé a Manu para explicarle mi versión de la noche. La creyó.

Eliminado el primer frente, respiré tranquilo. En mi habitación, aún sin

duchar, disfrutando de la soledad porque mis padres estaban en la

casa de la playa, sólo pude pasear nervioso por el pasillo. Aferrado

con fuerza a un vaso de leche trataba de no darle más vueltas a la

noche. Las infidelidades deben vivir bajo techos impermeables para

evitar las filtraciones. El goteo de errores agrieta cualquier corazón.

Una relación es una partida de ajedrez y cada movimiento cuenta. Mi

cerebro, en aquel instante, atesoraba numerosas dudas y poco

tiempo. Cada día vivía más enamorado de la belleza de Leti. Había

logrado compaginar ambas parejas desde hacía dos meses. “¿Pero

cuánto tiempo conseguiría alargar la estresante situación?” Sí crecía

mi certeza de cambiar, sin embargo, abandonar a Laura me dolía

demasiado. No quería perderla por nuestro pasado, y más cuando el

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Page 41: El Hijo de Puta Cabrón

sexo con ella había mejorado. Con Leti era algo que todavía no había,

aunque sin duda, perdía la razón por follármela.

En mi habitación, meditando la situación, me distraje al observar

decenas de apuntes de informática. En un tablón de corcho decenas

de fotos de amigos; vacaciones y pequeños viajes. Especialmente,

había fotos de Laura conmigo. También de ella sola posando para mí.

Recuerdos que inevitablemente me enternecían y jamás podría borrar

por muchas infidelidades que lleváramos a cuestas. Descolgué la

cadena de plata con el medio corazón y me la volví a poner. Me miré

en el espejo y descubrí mi rostro espigado. Necesitaba una ducha

antes de ir al cumpleaños de Laura. Era mi primera cita con padres al

frente; su familia. Un gran paso. Di dos más de verdad. Miré a la

habitación de mi hermano, vacía, como siempre desde hacía

demasiados años. No podía evitarlo. Pasé dentro. Abrí el armario, vi la

ropa, recordé y cerré deprisa. Mi cuerpo quedó de pie en el espejo

que poseía la puerta. Languidecía por momentos. Sí, necesitaba una

ducha y frotarme bien para quitarme aquel aroma. Además, tenía

mucho que pensar y más que ingeniar.

-Apestas a alcohol -dijo después de que la besara en los labios. Hizo

una pausa y me miró de arriba a abajo-, pero estás tan guapo...

-Felicidades -le susurré.

De mi bolsillo salió un sobre que justificaba vagamente un olvido

inexplicable. El sobre rojo lo había cogido de la habitación de mi

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Page 42: El Hijo de Puta Cabrón

hermano. Dentro había un papel donde había escrito a mano: 'Vale

por un fin de semana donde desees'.

-Nos lo merecemos –dije jovial.

Me besó. Oyó un "te quiero" y me llevó de la mano al salón. Sonriente

y con el primer plan impecable tenía que lanzarme al segundo; más

difícil.

De pronto, el flechazo de su beso me hirió el corazón. Traté de

olvidarlo, pero no podía borrar la imagen de Gabriela saboreándome

en su habitación. La escena conseguía repetirse nítida en mi mente

una y otra vez mientras sus padres me saludaban en aquel salón.

Primero tendí la mano a su padre, después dos besos a la madre, y

finalmente otros dos a la fría y arrugada abuela, en cierto modo,

testigo de nuestro primer polvo.

Sentado en la mesa, frente a aquella tarta con 19 velas, un bofetón

mental me reveló que lo que había entre Laura y yo vivía el principio

del fin. No sabía dónde estaba el fin ni cómo encontrarlo. Menos aún

si iba a tener los huevos suficientes para provocarlo, pero todo en

aquel salón apestaba a artificial. Allí, entre sonrisas y frases

enlatadas, no podía quitarme de la cabeza mi noche anterior. No

podía quitarme de la cabeza a Leti, con quien había quedado en

media hora. Deseba perderme bajo la manta de su sofá y ver si podía

saborear todas las esquinas de su piel. Deseaba verla en pijama

esperando que mis labios corrieran sin titubear hasta encontrarse con

los suyos.

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Page 43: El Hijo de Puta Cabrón

-¿Te pasa algo, cariño? –cuchicheó Laura bajo la conversación

familiar.

-Nada, -respondí asustado-. Estaba pensando en ese fin de semana

contigo. Te quiero.

Ella sonrió, y cuando la mirada se sostuvo en mis ojos, vi el brillo.

Volví a ver la cegadora luz de amor sincero y fiel que una vez tuvimos

los dos. Sentí naúseas.

No sé cómo lo hice, ni por qué. Tampoco era el plan, pero un 'sms'

imprevisto en medio de una copa de cava con brindis incluido,

mientras la tarta esperaba impaciente en medio de la mesa, lo

precipitó todo.

“Pueds vnir cnd kiers. Me muero d gans d bsart. Y no sólo n ls labios”.

Mi pierna derecha sufrió un tembleque. Fue constante e imparable. Mi

entrepierna vivió un cosquilleo y comenzó a levantarse, y mi cerebro

se nubló en el preciso instante que Laura hizo la fatídica pregunta.

Por supuesto, había olvidado silenciar el teléfono.

-Es mi padre.

-¿Un mensaje de tu padre? –se sorprendió.

La mentira era tan evidente que ayudó a transformar mi rostro. Tenía

miedo. Y ese gesto quizá podía serme válido para lo que acaba de

ocurrírseme.

-Han tenido un accidente de tráfico de vuelta a casa. Dicen que no

me preocupe, que no es nada, pero que los llevan al hospital para

hacerles unas pruebas –escupí increíblemente del tirón.

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Page 44: El Hijo de Puta Cabrón

-¿Qué?

Eso pensé yo. “¿Qué?”. Estaba sudando, pálido y asustado. A mi mala

cara también debió ayudarle la resaca. Sólo se me ocurrieron cuatro

palabras.

-¿Puedo ir al baño?

Laura me llevó del brazo. Mi mano temblaba, y ella sólo podía

acariciarme. Sentía verdadera compasión.

Sentado en la misma taza del váter que me vio follar por primera vez,

sonreí. Solo, lavé mi cara y escribí un mensaje a Leti con la victoria

pataleando de alegría. Estaba frenético.

Tardé cinco minutos en volver a salir. Antes tiré de la cadena. El

retrete no se llevó nada de mi organismo; sólo agua. Fuera su rostro

seguía mostrando preocupación. La abracé y después de treinta

segundos lancé la frase que iba a lapidar aquella celebración.

-Voy a ir a verles.

-Te acompaño –afirmó de inmediato.

La sorpresa fue mayúscula. Tenía que contraatacar. Quitarle la idea

de la cabeza.

-No, Laura. Quiero ir solo. –Le sujeté la cara, la besé y no le quité la

mirada de los ojos ni un instante. Debía ser convincente.

-¿Estás seguro?

-Disfruta de tu fiesta, por favor -sentencié.

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Page 45: El Hijo de Puta Cabrón

Mantuvo unos segundos de

suspense, pero al final afirmó

con la cabeza. Yo no pude

evitar correr. Coger la

cazadora, guardarme el móvil

en un bolsillo interior de ésta y

seguir corriendo hasta el salón

para despedirme. En todo

momento logré contener mi

felicidad interna y nerviosa. Toda esta mezcla de ingredientes fue la

que me llevó al ridículo. De pronto, absurdamente, estaba en el suelo.

Pisé el edredón y volé de la habitación al pasillo. Todos vinieron a

socorrerme, si bien, antes de que la sangre llegara al río, me sacudí y

afirmé que nada me dolía. La rodilla me gritaba desgañitada.

-Llámame cuando llegues –pidió Laura.

-Seguro que no es nada –añadió su padre-. Vete tranquilo.

“Otra despedida eterna”, pensé. Minutos eternos después corría calle

abajo. No sabía cómo iba a arreglar tal desaguisado, así que decidí

pensar únicamente en Leti. En nuestra celebración.

Y allí estaba. En pijama. Guapísima. Mirándome. Excitándome con

sólo medio beso. Con sus pechos ligeramente dibujados bajo un

‘Snoopy’ desgastado. Me tomó la mano y nos volvimos a besar.

-¿Te gustó mi mensaje? –dijo su voz, demasiado sugerente. Inédita.

-Sí. ¿Dónde me vas a besar más? –La puerta de la calle se cerró...

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Page 46: El Hijo de Puta Cabrón

-No, el otro, el del baño de agua caliente...

-¿Cómo? –Pregunté.

-Te lo envié hace unos minutos.

En ese instante me ahogué. La excitación y los nervios despertaron

un cosquilleo en mí que no cesaba de crecer. Frente a mí tenía una

bañera a rebosar de agua caliente y espuma para los dos.

-No lo había oído... -dije perplejo.

Recogí mi mano y la introduje en el bolsillo para coger mi móvil.

Quería leer el mensaje y saber con detalle que me esperaba. Pero el

bolsillo de mi cazadora estaba vacío. Veloz, busqué en otros bolsillos.

Vacíos. Busqué en los de los pantalones. Vacíos. El calor y color de mi

piel desaparecieron. Vacío.

-¿Qué pasa, Sergio?

-Nada, he perdido el móvil –respondí aterrado.

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Page 47: El Hijo de Puta Cabrón

7

Los problemas de pensar con

el pene

os problemas hay que afrontarlos. Ignorarlos no los hace

desaparecer. Nunca. Por nimias que sean las complicaciones,

deben pelearse hasta lograr la solución. No enmendar los problemas

siempre aviva el riesgo de un aprieto mayor. Algunos son como una

calentura en el labio, que están ahí, ocultos, esperando volver a salir.

Mirar a otro lado no sirve para nada. Sin embargo, en aquel momento,

joven y acobardado, creí que era el mejor y único camino a seguir.

Sólo pensaba con el pene. Mi polla latente, ahogada bajo los

calzoncillos, quería meterla en caliente. Mi cabeza debía reposar y

evitar pensar. Ya llegaría el momento de utilizarla, y tal vez, justificar

aquel acontecimiento.

L

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Page 48: El Hijo de Puta Cabrón

Ante mí tenía una bañera de agua caliente, espuma y una chica

dispuesta a desnudarse para mí. Recordaba que únicamente había

conseguido ver sus pechos de refilón y bajo una fría y densa

oscuridad. Laura podía y debía esperar. Quería disfrutar de aquel

momento al completo. Si bien, no fue una felicidad plena. Dice un

dicho que las desgracias nunca vienen solas, y quizá por eso aquella

tarde viví el comienzo de otro gran problema. Tardé tiempo en

tratarlo como tal, y más en darle una solución. Sin embargo, existía.

Sus labios sabían a fresa. Su piel tenía el vello erizado. Mis labios

secos sabrían a alcohol y mi piel parecía acobardarse cuando era

atacada por pequeños escalofríos. El pánico me golpeaba en la boca

del estómago. Los dos, de pie, íbamos a descubrirnos desnudos por

primera vez. La tensión podía palparse en nuestras miradas, que

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Page 49: El Hijo de Puta Cabrón

inquietas, no lograban retirarse un segundo de las únicas pupilas allí

presentes.

-Paso del móvil –dije.

-Ya habrá tiempo para eso… –Su hilo de voz planeó por el cuarto de

baño mientras se quitaba los calcetines.

Hay escenas, imágenes o momentos que después de soñarse tantas

veces, suceden realmente. En ese preciso instante los nervios suelen

apresar al ser humano y enfrascarlo en un bote hermético de pánico.

A veces de tal manera, que se hace imposible disfrutar del deseo

tantas veces deseado. Lo que viví aquella tarde creo recordar que se

cumplió como un sueño. Un cosquilleo me recorrió toda la piel cuando

vi que sus pantalones junto al tanga descendían hasta sus tobillos. No

dudó y metió uno de sus pies en el agua. Mis huevos se encogieron.

Primero escondidos, después salieron a la luz, pero ella no se percató

de mi desnudez. Yo sí reparé en la de ella. Vivido la noche anterior,

poder contemplar aquel joven cuerpo femenino desnudo

adentrándose en la bañera lentamente, fue todo un antídoto para

matar cualquier mal recuerdo. Yo tampoco tardé en sumergirme junto

a ella. Los dos, uno frente al otro, tumbados, bajo la espuma,

mirándonos, tensos, cada vez más arrugados por el vapor y el calor

del agua. En silencio, los dos esperábamos romper el hielo.

A mí nadie me explicó nunca cómo debe hacerse el amor a una chica.

Menos a un chico. Tampoco imaginé que hubiera tanta diferencia

entre una mujer y otra. Pensaba que un coño era un coño. Que

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Page 50: El Hijo de Puta Cabrón

después de haber aprendido a meterla en uno, en todos sería igual.

Sin embargo, aquella tarde percibí, al menos un poquito, algunas de

las diferencias que existen. Ni fue tan sencillo ni tan placentero.

A mí nadie me explicó que en el sexo había preliminares. Tampoco

cómo darle placer a una mujer. Lo intuí erróneamente. Rara vez las

parejas hablan de cómo mejorar sus relaciones sexuales. ¿O sí? En mi

caso no. Entonces, con mi edad, sí había oído hablar de los orgasmos,

pero no sabía qué eran, ni en la teoría ni en la práctica. Y menos

cómo se llegaba a provocarlos. Tampoco me importaba. Y no tenía

idea de que las mujeres se corrieran. Tenía claro que metiéndola y

frotando ambos sentiríamos el placer que buscábamos. Que el sexo

era una paja. Ni siquiera viendo películas pornográficas había querido

aprender. Para mí aquellas escenas eran pura ficción. Nadie podía

durar tanto ni eyacular tanta cantidad. No dudaba. Eran efectos

especiales. Lo hacían para que las películas pudieran ser de larga

duración. A mí una película apenas me duraba dos minutos. Justo el

tiempo de una paja. Y además, creía lo que me habían contado mis

amigos acerca de que los actores usaban drogas para mantener la

erección y evitar correrse.

Un exceso de excitación en el hombre siempre es negativo en el sexo.

No favorece el coito; menos aún un buen polvo. Pero en aquel

instante, a escasos centímetros de ella, piel sobre piel, me era

imposible evitarlo. No podía relajarme. Únicamente podía pensar el

pene, lo que era un nivel de pensamiento nulo. Toda la sangre se

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Page 51: El Hijo de Puta Cabrón

manifestaba ahí abajo. El corazón me latía tanto, que no había parte

de mi cuerpo que no vibrara. Fue su frase, “tomo la píldora” la que

me excitó más si cabe. Mi primera vez a pelo. Luego me azotó otra

pregunta: “¿No es virgen?”.

La duda voló rápido de mi mente. Su vello púbico contra mi glande

avivó en mí un escalofrío que hizo aletear y tensar todos los dedos de

mis pies. Traté de empujar. El agua se columpió. No nos importó. Los

dos nos besábamos intensamente, como si deseáramos comernos la

boca a mordiscos. Nos acariciábamos toda las partes de nuestros

cuerpos, y al tiempo, tratábamos de buscarnos; unirnos. La bañera,

excesivamente ancha, permitió la maniobra. Volví a empujar, ella me

ayudó y el calor nos invadió muy poco a poco. Mi excitación creció a

una velocidad descomunal. El gatillo estaba a punto de disparar mi

semen. Mi ansia anidaba en horizontes insospechados. Todo era

distinto. Tantas eran las ganas, que sólo quise empujar; masturbarme

veloz. Ella contrajo mi pene con la vagina. Ella gimió. Dos, tres veces.

Después estallé de placer. Mi cerebro seguía en blanco. Soñé que

había sido el mejor polvo de mi vida. Y me lo creí.

El gélido aire de la calle, el oxígeno en mi cerebro y el miedo al verme

de nuevo en la realidad empezó a hacerme sentir incómodo. Una voz

me dijo que tenía más de un problema. Uno de ellos pequeño, pero

problema. No lo achacaba a mí, sino a la falta de práctica. Tenía la

certeza de que era porque no había practicado mucho sexo. Por eso

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Page 52: El Hijo de Puta Cabrón

no duraba. Me faltaban mujeres en mi cama. Ésta sólo era mi

segunda mujer, justifiqué casi en voz alta de camino a casa. Y

mientras abría la puerta del portal me propuse solucionarlo. Lo del

móvil debía esperar.

Mis padres tenían la cena preparada sobre la mesa y dos llamadas

para mí. Una de ellas incluía un mensaje. Laura, inteligente, había

preguntado por el accidente, seguramente con el objetivo de verificar

mi mentira. Justo después de que mi madre dijera con sorpresa,

“¿qué accidente?”, ella se apresuró a rectificar, pedir perdón y decir

que se había equivocado. Concluyó la conversación exigiendo que le

llamara urgentemente. Tenía algo importante que contarme.

-Luego llamo –dije mientras me metía un trozo de filete en la boca.

Por fortuna mis padres pocas veces se entrometían en mi vida y

olvidaron al instante. Además, aquella noche tenían algo que les

importaba más.

-Has entrado en la habitación de tu hermano. –El rostro de mi padre

permanecía congelado, mirándome.

-No –respondí firme y seguí comiendo.

-El escritorio estaba revuelto.

-¡No es un puto templo! ¿Vale? He entrado, sí, necesitaba coger una

cosa, ¿Y qué? –Me levanté, dejé el plato a medias sobre la mesa, y sin

mirar a ninguno de los dos, me encerré en mi cuarto.

No llamé a Laura. No supe de ella en tres días. No quería. Iba a

esquivar la situación hasta que no quedara otra opción. En cambio sí

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Page 53: El Hijo de Puta Cabrón

supe de Leti. Hablamos por teléfono y me hizo creer que tal vez Laura

no había mirado el móvil, y que tampoco había llamado al número de

los mensajes (La tenía en la agenda con una ‘L’). Después de cinco

minutos de conversación tenía claro que no había contactado con

ella. Leti había estado como siempre. Incluso más cariñosa. Yo en

cambio me notaba distante. No quería saber de ella. La preocupación

por el evidente final con Laura, la chica con la que salía desde hacía

un año, mataba mi libido. Además, el polvo con Leti me había herido

una decepción interna. En frío, había descubierto que se había muerto

gran parte de la atracción sexual. Follarse a aquel cañón no había

sido todo lo que esperaba. De hecho, había tenido pajas mejores.

Cruel, pero real. Y por eso, cuando me dijo que quedáramos aquella

tarde para ir al cine, mostré apatía, mentí, me excusé y relegué el

encuentro para un día más propicio.

En clase, en casa y con mis amigos. De pronto, ese era mi extraño y

nuevo día a día. Trataba de olvidar algo que era inolvidable y creer

que así todo volvería a la normalidad. No tenía móvil. El pánico de

afrontar su mirada me impedía recuperarlo. Apenas veía un resquicio

de luz. Más cuando llevábamos dos días sin hablar. Laura tenía que

saberlo ya todo. ¿O no?

Comía lentejas cuando el teléfono sonó como siempre pero distinto.

Estaba demasiado concentrado en la televisión. Mi madre se levantó.

Diez segundos después, tuvo que repetir hasta tres veces: “Es Laura”.

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Page 54: El Hijo de Puta Cabrón

Fue un hachazo verbal cuando mis oídos masticaron las dos palabras.

La congoja me dio un vuelco al estómago. Me miró y mi piel comenzó

a enmudecer.

Hay citas que nunca deseas. Sabes que debes afrontarlas, pero

también asumes que terminarán mal. Rara vez te equivocas, y yo

aquella vez no creía equivocarme. Era tarde, a punto de anochecer.

Había quedado con Laura en el bar que tantas veces nos había visto

besar enamorados. Quizá era una señal positiva y todavía había

esperanza. Ella había elegido el sitio. Sin embargo, al ver su cara, las

sospechas más pesimistas regresaron a mí. Necesitaba un milagro y

yo quería salvar la relación. Tenía fe y era un creyente nulo.

A escasos dos pasos, su gesto era demasiado serio, pero

extrañamente ofrecía una hiriente sonrisa. ¿Jugaba conmigo? No me

besó. Esperó distante. Fue un primer mal síntoma. ¿Cuál era su

estrategia? Tal vez buscaba la confusión. O la distracción. O quizá

sabía que nada iba a arreglar la situación y había optado por un

rostro repleto de soberbia y tranquilidad. Deseaba impedirme que

viera su desazón.

Vestía de azul. Dibujaba una curiosa y bella silueta, ofreciéndome

unos pechos generosos, excesivamente elevados y turgentes para lo

que acostumbraban ver mis ojos. O tal vez el telón de la ceguera

había caído a la altura de mis pies y ahora deseaba lo que

irremediablemente sentía perder y vería caer en brazos de otro. Y allí,

entre un silencio e intercambiando miradas incómodas me dije de

pronto: “Puedo evitarlo”.

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Page 55: El Hijo de Puta Cabrón

Yo pedí una coca cola.

Ella una cerveza. La

mudez entre ambos

continuaba.

Anteriormente sólo

habíamos oído un

“hola”, suyo, y un “¿qué

tal?”, mío y sin

respuesta. No hubo más

palabras. Y yo no iba a

pedirle el móvil. Lo

asumí y me convencí. Sin embargo, no hizo falta. Ella lo puso sobre la

barra.

-¿Qué me vas a contar de esto? –Bebió de un trago media cerveza.

-Nada –respondí sin tiempo para pensar-. Debió de caérseme.

-¿Y qué tal el baño de agua caliente? –Arrojó sin piedad.

-¿Cómo?

-Sí, el puto baño de agua caliente con la tal L. ¿O quieres que me lo

cuente ella? Porqué es ella, ¿no? –Volvió a beber.

-No sé de qué me hablas –insistí firme sin poder probar un sorbo de

mi refresco.

Ella mantuvo una quietud silenciosa quemándome con su mirada. Yo

me sentía aterrado, pero no iba a echarme atrás. Pero entonces llegó

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Page 56: El Hijo de Puta Cabrón

mi gran error. No atrapé lo que era mío. Lo tenía a mano y

desaproveché la oportunidad. Ella sí fue veloz y decisiva.

-Preguntaremos a L con quién demonios se bañó y por qué te mandó

a ti el sms... Y por qué hay quince más en la bandeja de entrada de tu

teléfono móvil –atacó del tirón con hiriente ironía. En ese instante vi

la derrota. La creí sobre mí casi por completo. Los dos estábamos

sentados junto a la barra. Ella buscaba el teléfono en la agenda. Yo,

acongojado, miraba al suelo sin poder moverme. De pronto ella hizo

un gesto brusco y golpeó el móvil sobre la barra. Creí que desistía,

que quería hacerlo de otra manera. Pero no fue así. Al instante oí un

tono. Había puesto el altavoz para que los dos pudiéramos sufrir la

conversación. Al segundo tono, Leti contestó.

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Page 57: El Hijo de Puta Cabrón

8

Ruptura y destrucción

u voz sonó viva y jovial. Deseosa de responder a la llamada que

acababa de oír en su móvil. La primera palabra que pronunció

fue mi nombre. No encontró respuesta. Ni siquiera la mía. Decidí no

jugar. Opté por mantenerme en silencio y esperar el siguiente

arrebato de Laura. No hizo movimiento alguno. En cambio Leti sí.

Volvió a repetir mi nombre. Hubo otro silencio. Entonces supuse que,

por alguna razón, tal vez tenía la suerte de ver cómo Leti colgaba el

teléfono. Si no encontraba mi voz al otro lado, por qué iba a insistir.

No ocurrió así.

S

Laura procedió y dibujó ante mí un gesto claro. Ella veía más que

evidente nuestro futuro inmediato. No atisbaba más salida que

actuar. Hablaba yo o hablaba ella. Y quizá, debido a que nunca se me

ha dado bien pensar bajo presión, ella actuó primero. Yo, sin saber

bien por qué motivo, todavía buscaba en mi mente la manera de

salvar la relación con Laura. Deseaba mandar a Leti a la mismísima

mierda más podrida del planeta. “Entre ella y yo todo ha terminado”,

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Page 58: El Hijo de Puta Cabrón

me mentí. “La posible solución está en nuestro pasado. Si yo perdoné

su infidelidad, ¿por qué ella no?”, Medité.

Vació la cerveza. Posó el botellín sobre la barra y cogió el móvil. Yo

continuaba entumecido en el taburete. Y tres segundos después de la

tercera y última vez que Leti dijo mi nombre, comenzó el diálogo. En

esa última ocasión, Sergio sonó con tono interrogativo. El bullicio del

bar pareció desaparecer, pero el sigilo únicamente era fruto de mi

acongojada imaginación.

-Hola –dijo Laura con el altavoz activado.

Me sobresalté, pero sólo en mi interior. Mi cuerpo no movió una

pestaña. En esta ocasión, la respuesta de Leti no incluyó mi nombre.

-Disculpa. ¿Quién eres? –La pregunta brindaba recelo y sorpresa.

Hundí más la cabeza y la mirada. Quería desaparecer, que el

dibujante de aquella historia borrara mi silueta con su goma y dejara

un vacío sobre el espacio que ocupaba en aquella viñeta. Pero aquello

no era ficción. Tenía que afrontar el lío en el que estaba metido.

-Hola –reiteró Laura-. Soy la novia de Sergio, le conoces, ¿verdad?

-Sergio... –repitió.

-Sí, Sergio –insistió de nuevo-. Un chico moreno, ojos y pelo negro, no

muy alto, algo guapo y, por supuesto, muy cabrón.

Sonrió y me miró aún con la última palabra entre los dientes. La

disfrutaba. Herido, de pronto incluso temí que escondiera una

bofetada bajo la manga. La temía.

-¿Sergio Martínez?

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Page 59: El Hijo de Puta Cabrón

-Ese mismo. Está aquí conmigo, callado como un puto cobarde. No

quiere dar la cara. Nos ha engañado a las dos, ¿sabes? Y a mí me ha

puesto los cuernos, contigo, ¿verdad? –explicó pausada y sin elevar la

voz.

-Es una broma...

-No. ¿Quieres comprobarlo? –retó cortando su frase.

El órdago me abofeteó.

-¿Cómo? –Preguntó Leti.

Por primera vez levanté mi hundimiento corporal. Había llegado el

momento de mover ficha. No quería que la mierda se me colara entre

los dientes y me asfixiara hasta la muerte. No deseaba que mi final

fuera tan vergonzoso. Yo no era así. Si perdía a aquella chica, quería

hacerlo con orgullo. Era mejor que ambas.

No había bebido una sola gota de mi coca cola, pero sí las palabras

hirientes de Laura. Llegaba mi turno. Iba a devolver cada uno de los

golpes y con intereses a un elevado porcentaje. Y pese a que el ardor

en mi estómago alimentaba una bomba a punto de estallar en el

mismísimo infierno, lo que podría a destruirnos a los dos, no pensaba

tocarle un solo pelo. Únicamente deseaba expresarme, pero no

encontraba las frases violentas que rompieran la tortura telefónica. La

ira me quemaba y las uñas de mis manos dolían ya en las palmas de

mis manos.

La miré a los ojos. La amenacé. Entrecerré los párpados. Escupía

fuego, odio, rabia, impotencia y ansias de venganza. Y sin soltar una

sola palabra, yo creía que había puesto todo aquello en el ambiente.

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Page 60: El Hijo de Puta Cabrón

Laura me sonrió, satisfecha y orgullosa de lo que había obtenido de

mí. La cólera me convulsionó y Laura retomó la conversación. Apenas

habían transcurrido unos segundos, los necesarios para que ella

pudiera disfrutar de mi dolor.

-Ven al bar y que Sergio te lo explique. Estamos en La Latina. ¿Sabes

llegar? Es un bar que se llama ‘Anina’, junto a la plaza del mercado.

¿Lo conoces?

-Sí –afirmó áspera.

-Aquí...

La aticé. La golpeé, pero lo hice concretamente en la mano que

sujetaba el móvil. Lo hice con rabia, energía, con mi mano izquierda

abierta y de forma instintiva; sin pensar. El aparato salió despedido

de entre sus finos dedos. Voló y se estrelló contra la pared que

quedaba frente a la barra. Los dos nos miramos, perplejos. Ella

sorprendida. Yo asustado por mi acción. Raudos buscamos el punto

exacto en el que había quedado el teléfono. Y en ese lance, atrapados

por la tensión, decidí lanzar mis primeras palabras.

-No te entiendo, Laura –dije con la voz ajada por el largo silencio-. Me

engañas con otro, otros, ¡Joder! Lo hago yo y tengo que soportar esta

puta mierda... ¿Lo crees justo?

El chantaje congeló su rostro. Por primera vez la vi recular y dudar.

Nos volvimos a mirar, obviando por completo el móvil, que había

quedado en el suelo, junto a una columna y bajo una silla de madera.

-¿Hola? –Oímos con nitidez.

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Page 61: El Hijo de Puta Cabrón

Buscamos la voz, y los dos, como si un muelle se hubiera activado en

nuestros asientos, nos levantamos de un salto y nos abalanzamos

hacia el teléfono. Al parecer, y milagrosamente, sólo se había soltado

la tapa. La batería seguía intacta en su lugar. Le clavé mi codo y

llegué primero. Lo cogí y me protegí. Enarqué las cejas, sonreí y

colgué de inmediato. Las miradas de los clientes nos acometieron,

pero las ignoramos.

-¿Qué quieres? –Pregunté-. ¿Qué deje a esa zorra? Fue una vez, sólo

una puta vez, ¿vale? No pasó nada. Lo del baño de agua caliente es

mentira, una maldita fantasía. ¡Si es una pija de mierda!

-¡Mientes! ¡Hay miles de mensajes en el móvil! -gritó

-¡Te has vuelto una puta loca! –Exploté.

-¿Qué?

-A ésta sólo la conocí una noche, tonteamos, le pasé mi móvil y

empezamos a hablar por sms, nada más –concluí con escasa

serenidad.

Una falsa calma nos invadió. Fue una leve pausa tensa. Me dio tiempo

a pensar. Creí que había ganado mucho terreno en poco tiempo.

Atisbaba la victoria, creía. La mentira estaba de nuevo, una vez más,

a punto de salvar aquello. Sin embargo, cuando la miel estaba a

punto de rozar mis labios cometí un grave error verbal. Las palabras

brotaron de mi corazón herido y rencoroso, y la cabeza no las filtró.

Mi móvil sonó. Volví a colgar sin dudar. Y al segundo apagué el

teléfono. Leti debía esperar.

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Page 62: El Hijo de Puta Cabrón

-No te creo –siseó con las primeras lágrimas en los ojos.

-¿Y por qué debí creerte yo a ti? –Pregunté- ¡Tu fuiste más zorra que

yo y te perdoné!

-¿Más qué? –aulló entre lágrimas- ¿Más qué? ¡Puto Cabrón de mierda!

En esa ocasión las miradas de los allí presentes nos acecharon sin

disimulo. Me hundí un instante cuando su grito se derrumbó sobre mí.

Decidí jugármela.

-Sí, Laura –insistí-. Yo me he dado cuatro besos con esa chica, lo

admito, pero tú te liaste con varios, ¿recuerdas? ¡Me lo dijiste tú! A

eso aquí, en mi pueblo y en la china lo llaman zorra ¿o no? Yo he

tenido que vivir con los cuernos estos meses y jamás te lo he echado

en cara. Y ahora tú me montas este puto numerito. ¡Por cuatro putos

besos! Zorra de mierda...

La bofetada silenció el bar. Su cara abatida y humedecida poco tenía

que ver con la mía, encendida aún por mis últimas palabras. Ni me

inmuté. Mi mejilla brillaba enrojecida. Estaba crecido y no iba a

rectificar ni una de las letras que acababa de lanzar. Quería volver a

tener la sartén por el mango. Quería dominar.

-¡No es justo! –dije dolido.

-Sergio... –dijo Laura.

-¿Qué?

-Cabronazo –suspiró-, hemos roto.

Sus ojos se escondieron y su cuerpo abatido se dirigió a la salida a

gran velocidad.

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Page 63: El Hijo de Puta Cabrón

-Gracias, zorra... –repliqué con un susurro prepotente entre dientes y

media sonrisa.

No dudaba. Ella dio media vuelta. Regresó decidida, violenta y trató

de abofetearme. Esta vez no me cogió por sorpresa y atrapé su brazo

por la muñeca. Lo intentó con la otra mano, pero también la frené.

Cerró los puños, buscó mi pecho, pero finalmente rompió a llorar y se

liberó de mí sin que yo lo impidiera.

-Vete, anda, será lo mejor –concluí.

Desapareció en cuanto la puerta del bar se cerró. Miré alrededor y fue

fácil descubrir las miradas. Me tomé la coca cola de dos tragos, pagué

y me fui. Estaba nervioso, liberado, asustado. Creía que había

ganado. De alguna manera, la victoria era más mía que suya.

Tardé tres meses en volver a ver a Laura. No en cambio a Leticia. Me

la tiré un fin de semana después y varios más. Conseguí convencerla.

Yo no sabía nada de la conversación del bar. Después opté por el

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Page 64: El Hijo de Puta Cabrón

romanticismo. Primero recorté la distancia entre los dos. Después

lance una tierna mirada continuada. Le susurré que ella era la única,

y en un escaso minuto, sin saber bien cómo, confió en mí y pude

volver a probar sus besos. Quería saber si podía follármela de otra

manera. Intenté actos más sentimentales. Evité penetrarla al instante

y primero disfruté de su cuerpo. Recorrí su piel con mis labios. Pero

una vez más todo fue un fracaso precoz. Yo me corrí. Ella creo que

no. Así, tras dos meses repletos de malos polvos decidí ponerle fin.

Necesitaba otra mujer. Con Leti no avanzaba sexualmente y opté por

ignorar su existencia. Un día llegó la pregunta fatídica. Minutos

después respondí de la misma forma que lo había hecho ella, a través

de un sms. De esta manera rompía una nueva relación.

Mi vida, de pronto, comenzó a cambiar. Nunca supe qué me llevó a tal

locura. Sí sé cómo me decidí por la prostitución. La creía una solución

a mi secreta precocidad. Veía en la profesionalidad una forma de

controlarme. Las drogas vinieron de Manu, que a la espera de juicio

estaba en libertad. Volvió a mi vida con una bolsita repleta de cocaína

y los teléfonos de varias putas. Necesitaba probar si la droga

funcionaba. ¿A qué sabía la cocaína? ¿Qué efectos producía en mí? El

lugar de las operaciones fue la casa de mis padres, que una vez más

se habían ausentado para disfrutar de la playa.

Aquella noche di un verdadero giro a mi vida. Todos mis sueños,

estudios, un futuro trabajo como informático, aprobar el carné y

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Page 65: El Hijo de Puta Cabrón

comprarme un coche, morirían antes del amanecer. La loca fiesta de

solteros, con sexo, droga y música, fue el principio del fin.

Uno nunca sabe cómo azota la droga hasta que el rulo de un billete

pegado a la nariz empieza a absorber el polvo blanco. Tuve miedo.

Sin embargo, cinco minutos después estaba eufórico. Lo suficiente

para follarme a la puta y creer que iba a tener el mejor polvo de mi

vida. Era guapa y bajo el abrigo no escondía sus pechos. Nos

miramos, sonreímos y decidí que fuera por separado. Fui el primero.

Ella se sentó sobre mí y cabalgó. Fue menos breve, distinto y muy

placentero. Sobre todo la felación. Pero hoy sé que también fue

objetivamente breve.

Bebimos whisky, bebimos ron, bebimos chupitos de tequila y nos

esnifamos un gramo de cocaína en apenas tres horas. Una hora

después tomábamos copas en un bar de Madrid. Desencajados,

hablando mucho y riéndonos nos creíamos capaces de follar a

cualquiera. Sin embargo, no fue así. Pese a que cambiamos de pub, el

sexo gratis no parecía llegar. Cambiamos. Y tampoco. Y cuando

llegaron las seis de la mañana sucedió todo. Desde la barra, al fondo,

entre el gentío, divisé la silueta de Laura. Tal vez nada hubiera

sucedido si alguien no le hubiera comido la boca en ese instante.

Manu no me detuvo, sólo me incitó.

-¿Le rompemos la boca?

-No, déjame –respondí.

Empujé y llegué a ellos en un tiempo prudencial. Quizá fui muy

brusco.

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-Buenas noches, zorra –declamé con media sonrisa.

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A golpes hacia el abismo

i mueca sonriente duró dos nimios segundos. El tipo que

acompañaba a Laura se giró, me clavó la mirada, y cuando yo

levanté el puño para destrozarle aquella cara de gilipollas, sus

nudillos se incrustaron en mis dientes. Él fue más rápido. Todo

sucedió demasiado deprisa. La multitud sintió una fuerza invisible que

les obligó a moldear un vacío entre nosotros. Laura reaccionó y se

interpuso entre ambos. Yo me abalancé hacia él. Histérico,

descontrolado, moviendo mis brazos torpemente, tratando de

alcanzarle en alguna parte de su cuerpo. Sin embargo, ni siquiera

llegué a tocarle. Alguien me aprisionó desde la cintura y me arrastró

hacia atrás. Cogí vuelo y pataleé. No pude evitar que la distancia

entre ambos fuera creciendo. La música cesó. Las miradas distantes

cayeron sobre mí, y enfurecido, mi cuerpo sobrevoló hacia la calle.

M

La noche parecía más oscura, aunque al final de la calle la claridad

del amanecer era cada segundo más que evidente. Manu me recogió

del suelo, desde donde yo trataba de reconstruir lo sucedido hacía un

instante. Me levantó y me transportó veloz hacia lo que pudiera ser

nuestra trinchera; un espacio sin peligro; dos manzanas más abajo.

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Page 68: El Hijo de Puta Cabrón

-¿Estás loco o qué? –Soltó furioso en cuanto estuvimos solos.

Yo trataba de acomodarme en un banco de madera.

-No lo estoy –respondí indiferente.

-Toma –dijo tendiéndome un pañuelo.

Lo cogí. Era de papel. Lo desdoblé sin darle las gracias ni abordar su

mirada. Me limpié la sangre de los labios, barbilla y dientes, y seguí

escondido en mi cuerpo. La boca me dolía horrores. No era capaz de

gesticular. Realmente, aquel tipo me había borrado la media sonrisa

de un zarpazo. Escupí. Era sangre. Viscosa. Entrecerré los ojos

levemente y después de unos minutos en mí, volví a levantar la

cabeza y encontrarme con mi amigo.

-Aún tienes sangre –dijo señalándome la barbilla.

Me la retiré con rabia. Ya estaba seca y no me supuso excesiva

dificultad limpiarla.

-Fue instinto animal... –logré pronunciar.

-¿Y viste que había siete tíos junto a él?

Ignoré la pregunta. Me puse de pie, escupí nuevamente, y después de

dar cuatro indecisos pasos, dejar a Manu a mi espalda, regresé.

Colocado a su lado, le miré, sonreí escuetamente, justo lo que me

permitía evitar el dolor y cambié de tema.

-No nos queda coca, ¿verdad?

-No –respondió resignado.

El silencio entre los dos era insólito. El único en toda la noche. Volví a

sentarme en el banco, frente a él, me pasé el pañuelo por los labios, y

cuando el espasmo de dolor cesó, reviví una y otra vez aquellos tres

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minutos de mi vida. El pecho se me empequeñecía por la rabia que

disparaban los latidos de mi corazón. Cada segundo, el sosiego era

menor y el deseo mayor. El ímpetu no desaparecía de mi organismo.

Estaba inquieto. Cada uno de los dedos de mis manos se tensaban y

relajaban constantemente. Intenté relajarme. Respiré profundamente,

pero mi ira azotaba y buscaba la manera de emprender la venganza a

tal vergüenza.

-¿La penúltima? –Interrumpió Manu de pronto- Para relajarnos y

terminar bien la noche...

-Perfecto –respondí al segundo.

-¿Estás bien? –Se preocupó.

-Mejor que tú –ironicé-. ¡Qué hijoputa!

Me levanté de nuevo. Estiré mi cuerpo, los brazos y miré alrededor.

Manu me observaba, tal vez preocupado. Yo, de manera inconsciente,

seguía buscando a quien sabía que no iba a encontrar fácilmente: A

Laura.

La calle contigua albergaba los últimos borrachos de la noche. Almas

en pena sin un rumbo controlado, sin destino concreto ni ritmo

continuo. El sueño vencía a cualquier preocupación. La jovialidad

reinaba frente a la tristeza, y la ceguera les impedía ver con nitidez

dos metros más allá de sus narices.

-Olvídate de la zorra –sugirió Manu desde atrás.

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-La voy a matar, tío. ¡Es una puta hija de puta! –Exploté- La muy zorra

le ha defendido a él. ¡La muy zorra, tío! ¿Quién la desvirgó? ¡Yo! ¿Y

quién es ese gilipollas? ¡Nadie!

-Tranquilo... –Calmó poniéndome la mano en el hombro- Deja de decir

chorradas. Vamos al ‘Zulo’ y olvidémonos.

-Pero que sepas que la mataba... –Susurré risueño mientras

comenzábamos a andar.

Manu se detuvo al tercer paso. Me miró. Serio me cogió de los

hombros, y frente a mí sonrió.

-Al ‘Zulo’ y nos olvidamos de todo.

No hubo respuesta. Sólo afirmé moviendo la cabeza. Giramos hacia la

calle de los garitos. No quedaba abierto alguno. Ni siquiera el pub que

me había visto salir volando. Las persianas ya habían caído hasta

besar el suelo. No quedaba resquicio alguno por el que pudieran

escapar las notas musicales. La noche dormía placentera en el vacío

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de los sucios bares. El sol casi asomaba a nuestras espaldas y el

bullicio de los jóvenes se convertía en sucesos intermitentes

comandados por pequeños grupos. La caza del taxi y la búsqueda del

autobús y el metro eran los principales propósitos de las manadas

efímeras.

No tenía en mi mente una nueva copa, pero sabía que tal vez era el

camino a seguir para destruir aquella tormentosa noche. Mi labio

superior presentaba muy mal aspecto, contemplé al mirarme en la

ventanilla de un coche. A lo mejor una copa mejoraba su estado de

salud; la física, ya que la mental seguía turbia. Un odio se alimentaba

de ese dolor. Un milagro sostenía mi ímpetu corporal. Acepté

contenerme. De hecho, por momentos creía sin duda que lo mejor era

seguir ahogándome en alcohol para desinfectar y asesinar los malos

recuerdos.

Al ‘Zulo’. Allí íbamos. Así era como llamaba Manu a un antro de

perversión que cerraba sus puertas a las doce del mediodía. Caer en

aquellas cuatro paredes te empujaba a contemplar la decadencia

absoluta del ser humano festivo. La luz en su interior sólo nacía de

contados y pobres focos de colores que impedían ver el movimiento

continuo de las personas. En ocasiones era imposible verse las caras.

Ni siquiera a medio metro.

Los dos seguíamos caminando en un silencio intenso. A mí me

importaba un comino ese mutismo. Yo seguía en mí, centrifugando

cada uno de mis pensamientos. Imaginaba la copa de whisky, la que

podía matar la irá que latía en cada uno de los 96.000 kilómetros de

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mis arterias y venas. Recordaba la impotencia de haber perdido

aquella noche. Aún me dolía más esa herida que el labio. Curarla sólo

tenía un medicamento: La venganza. “En píldoras o en sobres, daba

igual”. Sonreí al pensar el chiste absurdo.

-Vamos a follarnos a alguna guarra, ¡ya verás! –Irrumpió Manu.

Quizá la oscuridad del ‘Zulo’ podía regalarnos a alguna joven

borracha. Nos la llevaríamos a casa. Faltaba coca, pero también podía

conseguirse. No era imposible. De menor calidad, pero droga al fin y

al cabo. Y por supuesto, queríamos la otra droga, a la que es adicto

todo hombre. La droga que nubla la razón, del ser humano masculino

en mayor proporción, y por la que se destrozan a diario miles de

vidas: El sexo.

Era puro sexo. Descargar. Meter. Matar el ansia. Nada más.

Desgraciadamente sólo queríamos desnudar, sobar, penetrar y

corrernos. Tan simple y repugnante. Y queríamos que fuera gratis.

“Que sea guapa a estas horas de la noche poco importa”, sugerí de

camino. Al mismo tiempo los dos comenzábamos a reírnos. Nos

bastaba una chica que buscara un buen polvo, el que nosotros

íbamos a prometerle regalar sin asegurarle que lo fuera. “Y si la

borrachera ayuda a un dos por uno mejor”, apuntó Manu.

Nos miramos otra vez. Nos detuvimos y repetimos las palabras “¡dos

por uno!”. Lo hicimos casi gritando. Al instante soltamos una

carcajada. Nuestros cuerpos se doblaron y las risas golpearon contra

el suelo. Después nos echamos hacia atrás y buscaron el cielo. No sé

qué nos pasó. Sólo recuerdo que las carcajadas no terminaron hasta

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Page 73: El Hijo de Puta Cabrón

que ambos jadeamos sin apenas aire. Nos apoyamos el uno en el otro

y cuando recuperamos el aliento y logramos incorporarnos, Manu

musitó, “Vamos, anda”.

Me levanté. El labio superior me dolía mucho más que antes. Me lo

toqué. Sentí un latigazo y calle abajo seguí la estela torpe de Manu.

Durante breves minutos, la risa había curado en cierta medida la

herida sentimental. Sin embargo, aquella calle semivacía, a escasos

doscientos metros del ‘Zulo’, volvió a abrirla. A lo lejos, una silueta

que no confundiría ni al borde de un coma etílico, la despertó. Me vi

de pronto caminando con los párpados levantados hasta el límite,

analizando con detalle lo que percibía. Decidí detenerme. Nervioso,

inmovilizado. Las rodillas me flojearon. Las palmas de mis manos

desaparecieron y sentí en ellas las uñas. La idea me atacó el corazón,

que se aceleró, pero la lucidez cerebral y la voz de Manu me detuvo

en un primer instante.

-¿Qué haces ahí? –Preguntó siete pasos por delante.

-Me voy a casa –solté sin pensarlo demasiado.

-¿Cómo?

-Me ha dado el bajón. Me piro. –Y no había terminado de pronunciar la

última frase cuando caminaba acelerado en dirección contraria.

-¡Pero qué haces, gilipollas! –gritó.

Oí mi nombre hasta cuatro veces. Y cuando esperaba la quinta, crucé

la calle, desaparecí a sus ojos y corrí.

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Page 74: El Hijo de Puta Cabrón

Sabía dónde iba. Lo tenía claro, pese a que cada paso que echaba mi

cuerpo hacia delante me aterraba. Algunos nervios me apresaban,

pero otros me empujaban hacia mi destino. La respiración me

ahogaba. La sed física no crecía en mí, sí en cambio la mental.

Había estado en aquel portal infinidad de veces; infinidad de

despedidas; más besos. Sin embargo, ninguno iba a ser como el que

iba a darle aquella noche. Y lo iba a hacer en su portal. Conocía a la

perfección cada uno de los barrotes grises; su tacto. Sabía de

memoria la forma del pomo y justo la altura en la que comenzaba el

cristal. Quería que aquella noche durmiera con el sabor de mis labios.

Que notara el tacto de mi piel labial y no lo olvidara hasta el último

segundo de su vida.

Giré una calle más y cuando me creí solo, les descubrí. Estaban

besándose en un garaje. La oscuridad casi no me dejaba

reconocerlos. Estaban cerca de la parada de Metro de Ópera. Ella no

necesitaba coger el transporte público. Lo sabía y rezaba lo que no

sabía porque él sí. No quería complicar aquella final de la noche a la

que apenas quedarían veinte minutos. En ese tiempo, no dudaba que

seguro sería de día.

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Page 75: El Hijo de Puta Cabrón

Me hervía la sangre cuando los minutos continuaban pasando en mi

reloj y ellos dos no se separaban. Estuve a punto de irme y también a

punto de saltar el coche, darle a él una patada en los huevos e

improvisar. Sin

embargo, seguí

esperando. Él cogía

a Laura por la

cintura; mi cintura.

Le acariciaba el

cuello mientras le

retiraba

suavemente el

cabello. Sus labios

se perdían por su

clavícula; mi clavícula. Subió lentamente y finalmente se derrumbó

con pasión en sus labios; mis labios. Cumplió mi deseo.

Me senté un instante en un pequeño escalón, tras un coche, desde

donde podía verles con facilidad. En ese instante decidí tener

paciencia infinita. Ser paciente hasta la eternidad para plasmar como

fuera mi objetivo. Mi momento persecutorio se complicó cuando los

dos bajaron las escaleras del metro. La posibilidad de que ella

durmiera en casa de él me alteró. Estuve a punto de seguirles hasta

los tornos aun a riesgo de que en el interior la luz artificial me

descubriera. Afuera me abrigué más. Caminé hasta la valla que

bordeaba la boca del Metro. Me asomé. Me alejé. Volví y entonces

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Page 76: El Hijo de Puta Cabrón

decidí bajar las escaleras. Y en esa precisa decisión sus zapatos

aparecieron. Vi sus pies; mis pies. Me giré, salté y corrí cinco

segundos largos hasta cruzar la calle y esconderme a más de

cincuenta metros. Sí, era Laura.

Nunca imaginé llegar a aquella situación. Sentarme en aquel escalón

y disfrutar tantísimo mientras la veía llegar en solitario. Estaba

achispada y deambulaba con un leve vaivén. Vestía una de sus

bonitas faldas vaqueras y una cazadora verdosa. Sólo quería volver

con ella. Demostrarle que mis besos aún enamoraban. Y sólo había

una manera: Besándola.

Me levanté. Y cuando estuvo a tres pasos me vio.

-Hola –dije en voz baja, ofreciendo un aire seductor y amigable.

-¿Qué haces aquí? –Articuló sobresaltada.

-No te despediste de mí tras la pelea. Fue de muy mala educación por

tu parte. –Ironicé.

-Sergio, vete por favor. Déjame entrar en casa... –suplicó desde la

distancia.

Estiré la mano y la invité a pasar. Le sonreí y le volví a insistir que

podía subir a su casa. Ella confió.

-¿No me creerás un psicópata?

-¿Está bien tu labio? –Se preocupó. De pronto dio medio paso.

-No, la verdad. –Se lo enseñé y ella quiso verlo. Se acercó.

Demasiado. Fue la trampa. Sabía que iba a volar hasta las estrellas

por el dolor de mi labio, pero cuando sus dulces dedos buscaron tocar

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Page 77: El Hijo de Puta Cabrón

mis labios, el cepo se cerró. Mi mano derecha apresó su muñeca

izquierda, mi otra mano la atrapó de la cintura y mis labios se

hundieron en los suyos. Y en tal maravilloso acontecimiento, mi

lengua buscaba surcar y abrazarse a la suya. Cerré los ojos y el dolor

fue desapareciendo. No obstante, meramente fue durante los escasos

segundos que conseguí retenerla pegada a mí.

-¡Gilipollas! –Chilló en cuanto mi fuerza se suavizó y logró separarse.

-Te quiero –suspiré.

Entonces me abofeteó. Me abofeteó como nunca nadie lo había

hecho. La mandíbula me tembló. La marca de su mano podía calcarse

en mi cara con un rotulador. Mi cuello tuvo que voltearse cerca de

noventa grados. Y sin mediar palabra, dos segundos después, sin

saber por qué, yo le devolví la bofetada. Mi ímpetu se disparó. Tanto

enloquecí, tal fue el odio, la ira, el asco y la impotencia, que la golpeé

con todas mis fuerzas. El rechazo me hacía aborrecer su presencia. Y

sólo hizo falta un tortazo. Mi mano la derrumbó. Y yo, rabioso y

nervioso me abalancé sobre ella.

-Eres mía y lo sabes. Siempre lo serás –dije mientras estaba de

rodillas sobre ella sujetándole las dos muñecas.

-¡Y una puta mierda! –Arrojó entre lágrimas.

-Te podría follar aquí ahora mismo y nadie se enteraría –advertí.

En ese instante, ya bajo la primera luz albina de la mañana, todo se

precipitó. Laura me miró con sumo odio, escupiéndome en los ojos

hasta en dos ocasiones. Al instante trató de zafarse, yo solté mi mano

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Page 78: El Hijo de Puta Cabrón

izquierda, la cerré convirtiéndola en un puño y como un acto reflejo,

éste se abalanzó sobre su cara.

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Page 79: El Hijo de Puta Cabrón

10

Abrazando la locura

a locura es demasiado amplia y compleja. Sin embargo, me

resultó fácil aferrarme a ella. Sin quererlo ni darme cuenta me

abrazaba. Lo que nunca he sabido es si la locura me apresó antes de

aquella noche en la que decidí seguir a Laura y vengarme. La violenta

escena que rubricó el fin de nuestra historia se me repetía en

infinidad de ocasiones durante pensamientos absortos, cada vez más

habituales. Y en mis sueños. No iba tan ebrio para poder añadirle

algún olvido. Ni siquiera podía introducirle borrosidad a los recuerdos.

Tampoco la coca, creo, fue la culpable de que perdiera el control. Tal

vez fue el escupitajo que nació de sus labios y ahogó mi mirada.

Ultrajado, veía cómo sus ojos abiertos y sinceros seguían arrojando

odio. Y aun atrapada por mí, sus gestos continuaban asegurándome

que aquel cuerpo ya no era mío. Aquellos labios despreciaban mis

besos, y yo no pude soportar aquel tormento martilleando feroz en mi

cerebro. No pude consentirlo. Estaba pegada a ella, pero la distancia

L

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Page 80: El Hijo de Puta Cabrón

era cada segundo más brutal. Ella se alejaba y mi físico le ataba.

Quería retenerla para siempre, pero mis gestos, acciones y palabras

lograron lanzarla a un infinito tan remoto, que no podía atisbar una

mínima sombra de su existencia.

Hoy puedo respirar tranquilo porque la rutina de un vecino, tal vez,

salvó la vida de Laura. El footing, un deporte tan sano y mañanero

detuvo mis golpes y separó físicamente mi cuerpo del suyo. Un fuerte

empujón me hizo rodar varios metros. Durante unos segundos reinó

la calma. Ya nada nos volvió a unir lo suficiente para sentir una

pizquita de cariño. Ni siquiera indiferencia. Su rostro disparaba una

mirada rota, disipada y repleta de lágrimas y sangre. Traté de cerrar

los ojos. Soñé desaparecer. Busqué los recuerdos en los que Laura me

sonreía, acariciaba, susurraba, besaba y amaba. Pero de pronto, una

voz grave me obligó a abrir los ojos. Allí, frente a ellos tenía mis

nudillos heridos. Me miré los dedos y éstos buscaron retirar alguna

lágrima de mi cara. Sólo limpiaron pequeñas e inocentes gotas de

sangre femenina. Me miré la ropa. También acumulaba manchas.

Tenía mucho más de lo que nunca imaginé. Las observé y comencé a

llorar. Acababa de dar un paso demasiado firme y equivocado. Nadie

iba a rescatarme de aquel terreno peligroso y asqueroso. No sabía

cómo lo había hecho ni por qué. Y peor aún, no sabía si me

preocupaba.

El arrepentimiento oficial sólo llegó cuando me enfrenté a un juez. La

decisión total la tomaron mis padres, si bien no sé todavía si ésta

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Page 81: El Hijo de Puta Cabrón

ayudó a curar mi culpabilidad. Laura y yo, distanciados, llegamos a un

acuerdo. Y escuchando mi futuro inmediato lloré. Me creía merecedor

de ello, pero seguía llorando como un niño mientras aceptaba. Días

después, continué con llantos íntimos y secos. Sería un mínimo de un

año.

Había tenido contadas peleas en mi vida. La mayoría, grupales. Las

pocas que había disputado en solitario se habían saldado con una

contundente derrota a mi favor. En ningún caso había disfrutado del

extraño sabor que producían mis golpes colisionando en un cuerpo

contrario.

Aquella madrugada, con el amanecer más que evidente sobre mi

cabeza, de rodillas sobre ella, sabía que deseaba ver mi puño

rompiendo su cara. Necesitaba voluntad. Por desgracia la tuve. En

aquel preciso momento, cuando ocurrió por primera vez, no sé cómo

explicarlo, pero disfruté. Un latigazo pellizcó mis dedos, heridos y

sangrientos. La expresión de la cara de Laura se transformó en

pánico. Aún con su saliva en mi entrecejo, todo había cambiado. De

pronto, yo dominaba la situación. Ella dejó de patalear. Estaba

inmóvil en el suelo y fácilmente sometida. La mirada de súplica, junto

al placer, y la adrenalina en mis nudillos y corazón me empujaron a

golpearla tres veces más. Tras el segundo puñetazo su sangre me

conquistó la cara. En el tercero oí un chasquido que debieron decser

los huesos de su nariz.

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Page 82: El Hijo de Puta Cabrón

Abstraídos en nuestro vacío, en silencio, me sentía protegido

peleando en una burbuja transparente. Esa protección me impidió

escuchar los gritos del vecino. El hombre calvo, con cerca de 40 años

y una escasa barriguita deportiva sólo tuvo que tocarme para que

despertara. De inmediato me empujó con brío hacia un lateral y logró

así separarme de mi presa. Exhausto, no traté de regresar a ella.

Únicamente me mantuve reviviendo una y otra vez los últimos

minutos de mi vida.

Nunca le quise pegar. “Jamás”, sentencié amenazado por aquel

hombre, que sin embargo, no me tocó un solo pelo. Laura se puso de

pie sin decir una palabra. Mostraba la cara desfigurada, amoratada y

ensangrentada. Se acercó, me miró a los ojos queriéndome herir y me

atizó una patada en el costado izquierdo. El vecino se lanzó sobre

ella, porque rabiosa quiso repetir. El hombre impidió una batalla en la

que seguramente me tocaba ser el perdedor. No tenía fuerzas ni las

quería buscar. Laura pataleó, gritó y me insultó. Parecía un sueño.

Todo era muy lejano. Tumbado en el suelo, mirando al cielo sin verlo

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Page 83: El Hijo de Puta Cabrón

seguía apresado por mi acelerada respiración. Giré la cabeza y me

quedé hipnotizado con el balanceo del mp3 de mi salvador. Ahí, en

posición fetal, estaba protegido, sumido en una abstracta reflexión sin

destino. No me moví. De hecho, tampoco creí moverme minutos

después. Caminé congelado física y mentalmente cuando tuve que

volver a sentir el frío metal en mis muñecas.

Fue un tiempo extraño. Mi madre, poco a poco, comenzó a colarme

ciertos relajantes en el colacao, el zumo o el vaso de agua. Siempre a

primera hora de la mañana. Éstos mataban mi actividad, todo mi

ánimo y me convertían durante largas horas en un verdadero vegetal.

Descubrí su maniobra enseguida, sin embargo, no hice nada por

evitarlo. Por alguna extraña razón, tal vez adictiva, seguí dejando que

lo hiciera. Las píldoras adormecían la ira que me provocaba todo lo

sucedido. Me costaba reconocer el error. Ensimismado en recuerdos y

pensamientos acababa culpando a Laura de mi estado. Sin duda. Y

quizá por eso prefería que las drogas evitaran una nueva enajenación.

En aquel estado, mis fuerzas no lograrían llevarme de nuevo al

rellano del portal. Enamorado y herido, era posible. Fueron

demasiadas las tardes, que endrogado, imaginé y deseé levantarme

del sofá para terminar lo que había empezado. Me enredaba en

pensamientos tan maquiavélicos, que cuando despertaba sólo

deseaba una nueva pastilla que me ayudara a dormir.

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Page 84: El Hijo de Puta Cabrón

“Nadie podía follarse a mi Laura”, machacaba mi cerebro. Me hervía

la sangre si imaginaba que aquel tipo la penetraba. Me hacía vomitar

hasta sentir que me arrancaba la garganta a pedazos. Después, una

mano invisible me abofeteaba, me cogía del pescuezo, lograba

ponerme de pie, y a patadas me empujaba hasta la calle. Debía

regresar a la escena; al portal de Laura. Allí esperaría hasta verla

aparecer. En aquella ocasión no terminaría con vida. En su muerte

vería mi paz. Mi descanso y sosiego. Si ella no existía no podía

hacerme daño. Nunca pensaba en las consecuencias. Aquellos sueños

homicidas eran la única vía que me liberaban de un doloroso

tormento. Por fortuna, mi madre impidió que se convirtieran en

realidad.

Recuerdo tres visitas antes de que el escenario de mi vida sufriera el

cambio. El primero en venir a verme fue Manu. Apareció serio.

Pasaban las cinco de la tarde. Tomó una coca cola. Me dio un poco de

conversación, aunque él tuvo más palabras que decir que yo. Sólo me

arranqué cuando quise pedirle perdón, pero entonces ya no lo tenía

enfrente. Las otras dos visitas también fueron masculinas y por la

tarde. Javi llegó junto a Fernando, Darío y Óscar. Los cuatro vivieron

una visita tensa con la reprimenda constante de mi madre, que desde

la cocina les pedía que comieran algo. Yo permanecía tumbado en el

sofá. Javi y Darío, junto a mis pies. Fernando y Óscar sentados en

sillas en frente. No hicieron comentario alguno de lo sucedido. Creí

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Page 85: El Hijo de Puta Cabrón

que apenas habían estado dos minutos, sin embargo, debieron

superar la media hora.

La última visita fue la de mi padre. Pese a vivir en casa, había evitado

en todo momento coincidir conmigo. No me había dicho aún una sola

palabra. Tan sólo había conducido de camino a casa. Acto seguido se

encerró en su estudio. Ni siquiera estaba con nosotros en la mesa a la

hora de comer, cenar o desayunar. Aquella tarde decidió enfrentarse

a mí por primera vez.

-No te parece suficiente todo lo que hemos sufrido ya por tu culpa –

dijo sin mirarme a los ojos, sentado en el sillón contiguo de la

derecha.

Mantuve la calma, en silencio. Sentado, con los pies encima del sofá y

abrigado con una manta hasta la altura del cuello. Resistí con el

rostro serio, aunque deseaba reír. Carcajear hasta quedarme sin

aliento. Me hallaba atrapado en un surrealismo absurdo. La risa

quería liberarse de mí, pero me contuve.

-¿Ya has olvidado lo de tu hermano? –Continuó en el mismo tono

sobrio.

-No –respondí de inmediato con voz pastosa.

-Pues parece que sí, parece que caminas decidido hacia el mismo

camino, ¿no?

En ese instante opté de nuevo por el silencio. No me gustaba la

guerra ni el terreno en el que se disputaba la batalla.

-La mala vida no da segundas oportunidades, hijo, y tú hace años

tuviste ya una injustamente –escupió con lágrimas en los ojos.

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Page 86: El Hijo de Puta Cabrón

No pude articular palabra. Sus ojos y los míos, por primera vez,

comenzaron a golpearse a muerte, como dos boxeadores en empate

técnico al borde de oír el sonido de la última campana; furiosos,

desesperados por alcanzar la victoria.

El minuto pasó y las miradas finalmente se hundieron. La suya

húmeda. La mía alicaída, seca y cobarde. Terminó el combate.

Aquellos sesenta segundos me parecieron toda una vida inolvidable.

Fue nuestra última conversación. Las palabras entre ambos ya sólo

han salido para saludos vagos y preguntas cortas y vacías a las que

acompañaban respuestas como “bien”, “normal”, o “tirando”.

El final de mi vida llegó en primavera, una semana después del pacto

entre Laura y yo. Creí que sólo serían palabras. Me bastaba con vivir

en casa, endrogado. No salir y esperar a que la herida fuera

cicatrizando hasta eliminar cualquier recuerdo doloroso que me

llevara a cometer alguna locura. Sin embargo, llegó el día. Mi madre

se encerró en la habitación y comenzó a hacer mi maleta. Con el

pálpito de mi corazón bajo mínimos, dormía en lo que se había

convertido en mi sofá. Una hora después, mi madre puso la maleta en

la puerta. Diez minutos más tarde estaba sentado en el asiento

trasero del coche, en el lado izquierdo, con mi rostro pegado a la

ventana. Mi padre conducía en silencio. Mi madre me vigilaba por el

espejo retrovisor. Los tres nos mantuvimos callados.

Supe a ciencia cierta donde iba a pasar una larga temporada cuando

estuve frente a una valla que daba acceso a una enorme finca verde.

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Page 87: El Hijo de Puta Cabrón

En aquel edificio blanco iba a curar mi supuesta enfermedad.

“Ordenará tus ideas, tu cerebro y encauzará tus pasos”, dijo mi

madre, mientras un señor alto, delgado, de pelo blanco y con una

bata también blanca sonreía como un estúpido. Desde el primer

momento en el que pisé aquel centro, soñé en salir. Nunca me creía

un enfermo más. Era un extraño en aquella jaula de grillos. Tumbado

en mi cama, en una habitación con vistas a un bello parque verde

repleto de enormes árboles, bancos de madera, paseos empedrados,

con un kiosko y una fuentecilla, me sentí asustado y queriendo huir.

Ni siquiera abrí la maleta.

A la mañana siguiente me hicieron multitud de preguntas que no

supe si respondí bien o mal. Realicé varios test, me establecieron una

medicación y conocí a mi compañero de habitación. El tipo estaba

gordo, medía metro ochenta y tenía estrabismo, lo que me hacía

difícil conversar con él. Siempre estaba leyendo tebeos y sólo hablaba

de los personajes y las historias de los tebeos.

Allí tenía demasiado tiempo libre. Paseaba, hablaba con mi médico,

practicaba un deporte impuesto y en ocasiones íbamos de excursión.

Sólo mi madre venía a visitarme una vez por semana. En apenas un

mes ya odiaba todos los pasillos. Odiaba a la gente; médicos y

pacientes. Me odiaba a mí por estar allí. Y sin darme cuenta, empecé

a caminar con la cabeza gacha, contando el número de azulejos que

había entre mi habitación y el patio.

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Una tarde, de pronto, quise expulsar todo lo que llevaba dentro. Y lo

hice del tirón. En apenas media hora había conseguido una libreta y

un boli y escribí un texto sincero y sentido. Por alguna razón me

enamoraba leerlo. Cada vez que lo hacía, más. Y justificaba todo lo

que me había ocurrido con Laura. Deseaba que ella lo tuviera. Quería

que, después de todo pudiera sentir mi regalo más bonito y sincero.

No sé cómo fue, pero mi

estrategia funcionó. Estaba allí,

junto a una cabina, tratando de

convencerme de que los

números que marcaba eran los

que siempre había marcado

para hablar con Laura. Nadie

me vigilaba. Tampoco quería

montar un escándalo, sólo

conseguir que Laura recibiera el

texto que había escrito para

ella. Por desgracia, tardé un

mes en decírselo.

Nunca creí que su voz interrumpiera los constantes tonos, pero todos

los martes iba y pedía permiso para llamar. Cuando su voz dormida

sonó al otro lado estuve a punto de llorar. Me contuve.

-Hola, Sergio –dijo sin titubear.

-Hola... –Temblé.

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-No puedes llamarme y lo sabes –continuó.

-Quiero regalarte algo que he escrito –justifiqué.

-Envíamelo por carta, pero deja de llamarme. Sé que eres tú...

-Necesito verte. –Lloré.

El silencio se eternizó entre los dos. Yo respiraba nervioso. Buscaba

las palabras pero se escondían. Traté de ser sincero. O al menos,

mostrarle lo que para mí era sinceridad.

-Laura, sólo quiero leerte un texto sincero escrito para ti. Sabes donde

estoy, no puede pasarte nada. Quiero terminar bien contigo, con una

sonrisa, un abrazo. Estoy rodeado de gente, no puedo hacerte nada.

No quiero hacerte nada –balbuceé entre lágrimas-. Sólo leerte mi

amor más sincero...

-No puede ser... –Rechazó.

-Laura, es el último favor que te pediré. Es nuestra despedida. No sé

si saldré de ésta... –insistí sin cesar de llorar- Por favor.

Aquel silencio creí que sería el último. Seguramente avisaría al centro

de mis llamadas y todo terminaría. Pero un fino hilo de voz

interrumpió mis pensamientos e iluminó mi mirada.

-Vale, nos veremos.

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Page 90: El Hijo de Puta Cabrón

11

Las letras del A.D.I.O.S.

oñé todas las noches con el encuentro. Incluso me masturbé

idealizándolo. Pero no aconteció como tantas veces había

deseado. Fue diferente. Ninguna de las expectativas soñadas se

cumplió. Tuve que aceptar aquel frío encuentro en la sala de visitas.

Había soñado que accedería a un paseo por el jardín, y que

caminaríamos separados pero cercanos. Iríamos hasta la fuente, y

bajo el abeto más alto del parque podría leer mi texto a la espera de

recibir un último beso suyo. Los dos con lágrimas en los ojos y

nuestros labios juntándose de nuevo. Sin embargo, no accedió. Su

“no” fue rotundo e insalvable. Se sentó en la misma mesa que yo,

pero muy distante y sin una mínima mueca de simpatía. Había

previsto esta actitud. Nunca soñado, pero sí la había barajado como

S

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Page 91: El Hijo de Puta Cabrón

posible. Arrojó un “hola, ¿qué tal?” con excesiva desgana, como si

estuviera frente a un desconocido. Su gesto me irritó. No me gustaba

su pose. “Si no quería verme, que no hubiera venido”, pensé

enrabietado. No iba a soportar que aquella visita fuera mera lástima

por mí. Creí que tenía todas las herramientas físicas y mentales para

luchar contra lo peor.

Decidí ignorar su mal gesto y disfrutar de su presencia. Adoraba aquel

rostro que había maltratado. La miré. Apenas una leve cicatriz en la

ceja conmemoraba nuestra pelea. Sonreí y me introduje la mano en el

bolsillo. Percibí el tacto del papel. Las palabras tronaron en mi

cabeza. Había leído decenas de veces aquel texto y no había

cambiado ni movido una sola palabra.

-¿Sigues con el tipo ese? –solté de pronto con el tacto de la hoja entre

los dedos.

-Sergio, no he venido a esto –atajó con sobriedad.

-Lo sé –lamenté sin sacar un milímetro la hoja del bolsillo del

pantalón.

-¿Qué querías darme, leerme...? –apresuró a preguntar, incómoda en

aquella silla.

-Es un gilipollas –insistí obcecado-. Lo sabes.

La mesa blanca rectangular creció aún más. La distancia nos

abofeteó. Estábamos abriendo un mar entre los dos. Ni estirando

nuestras manos podríamos tocar nuestros dedos. Laura me miraba

fijamente, con la cabeza ladeada, buscando un gesto; un movimiento;

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Page 92: El Hijo de Puta Cabrón

una palabra. Yo me la jugué. Mantuve la tensión, la quietud y escupí

un órdago suicida.

-Nunca te tenía que haber puesto la mano encima. Aquellos

puñetazos eran para él...

-¡Me voy! –interrumpió-. Adiós...

Su cuerpo se levantó. A la vista quedó por completo su vestido

morado, el que tantas veces había quitado para ver y amar su cuerpo

desnudo. Se puso de pie con tanta energía que sus pechos dieron un

pequeño respingo. Los imaginé; saboreé y acaricié. Ni siquiera me

lanzó una última mirada. Dio un giro y comenzó a andar hacia la

salida. Yo no pude moverme, sólo contemplar su caminar.

A la izquierda observé a dos cuidadores. Fruncí el entrecejo y odié

estar vigilado y encerrado. Seguramente, de no ser por la medicación

hubiera estallado en cólera, golpeado la mesa con los dos puños,

firmando en alto y con presencia mi autoridad. Y al segundo, hubiera

corrido tras ella. “Sólo quería saber si estaba con él, el gilipollas ¿Por

qué? ¡Por qué!” me gritó el cerebro lagrimoso. “Porque la muy zorra

sigue follándose a ese hijo de puta” susurré en respuesta desde el

corazón.

La situación era una cuenta atrás. Los movimientos que me restaban

para evitar el ‘jaque mate’ se podían contar con los dedos de una

mano. Llegaba el momento que jamás hubiera querido poner en

escena. Tenía que utilizar mis últimas armas. Se escapaba y era mi

última oportunidad. Si anhelaba luchar por una reconquista tenía que

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Page 93: El Hijo de Puta Cabrón

actuar ya. No habría más opciones si huía. Si desaparecía tras aquella

puerta el adiós sería definitivo.

-¡Laura! –chillé.

Mi voz brotó amplia, grave, desesperada. De inmediato mi mano

emergió veloz del pantalón. Deshice la hoja de papel que llevaba

sujetando en todo momento, la posé sobre la mesa y la empujé. Se

deslizó veinte centímetros, dio una vuelta de campana y aterrizó

suavemente en el centro. Ella giró la cabeza y me miró a los ojos con

lástima. Yo respondí con mis ojos llorosos. Emanaba tristeza pese a

que traté de evitarlo. Y en esa conversación visual irrumpieron más

jugadores en el terreno de juego.

La mano la sentí fuerte, pesada y caliente sobre mi hombro.

-Sergio, cálmese –dijo el cuidador en mi oreja.

-Vamos –me invitó otra voz desde la izquierda.

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Page 94: El Hijo de Puta Cabrón

Los dos buscaron apresarme por los codos y lo lograron. Laura seguía

de pie al fondo, mirándome, pero con el cuerpo dirigiéndose hacia la

salida.

Sentí pánico. Por un momento me creí perdedor; cobarde. No quería

tener que recurrir a mi último cartucho. No me veía con valentía. Sin

embargo, todo apuntaba a que era mi única posibilidad en aquel

instante. Me iba a ganar una verdadera fama de loco, pero no podía

dejarla escapar y ver que mi texto moría sobre la mesa, en soledad, y

sin su dueña.

Los dos cuidadores consiguieron girar mi cuerpo y empujarme hacia

la dirección opuesta. Sufrí un nuevo pero pequeño empujón. Luego

me vi arrastrado con la punta de mis pies rozando el suelo. Alcancé a

mirar atrás. Laura ni siquiera iba a molestarse en ir a por el papel.

“Quizá no lo había visto”, me engañé. En ese instante avisté la

lástima que desprendían sus ojos. Laura bajó la mirada, giró la cabeza

y sus pupilas desaparecieron. Entonces, el botón rojo que da pánico

presionar se hundió hasta el fondo. No pensé. Aún hoy recuerdo todo

como un sueño.

Antes de actuar pude saborear muchos sentimientos. Uno de ellos

dormía en mi estómago, donde tenía cinco puñaladas aún vivas. Me

herían. Era ese posible adiós definitivo. Cinco puñaladas, una por

cada letra, las últimas que me había susurrado, mirándome a la cara

mientras yo aún podía respirar su aroma. Se alejaba y me moría

viendo cada uno de los pasos que la alejaban de mí. Abandonado,

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Page 95: El Hijo de Puta Cabrón

dolorido, inmóvil, odiándola, solitario. Repitiéndome estas palabras,

estallé.

-¡Laura! ¡Espera! –aullé con la mandíbula desencajada.

Unos segundos antes había relajado todos los músculos de mi cuerpo.

Me había dejado llevar sin tensión, lo que facilitó la relajación de los

cuidadores. Tiré de mis brazos hacia atrás, me desaté, giré mi cuerpo

y entonces grité su nombre. El silencio y la perplejidad se adueñaron

de la sala. Los dos trabajadores reaccionaron, pero entonces yo puse

sobre el tapete mi estrategia; toda la carne en el asador. No había

vuelta atrás. Había conseguido desenfundar un pequeño cuchillo de

mantequilla con una minúscula sierra. Carlos iba a matarme en

cuanto me lo confiscaran, pero ¿Qué narices hacía él con un cuchillo

en el armario? Haber encontrado aquella alternativa sustituía con

creces a tener que utilizar uno de los alambres del somier.

Sobre mí tenía hasta quince miradas distintas. Todas acechándome.

Trabajadores del centro, pacientes y visitantes. Y entre todas ellas

faltaba la que yo quería.

-¡Laura! –volví a gritar, esta vez desgañitándome la laringe.

La última ‘a’ voló durante segundos por todo el centro. Di cinco pasos

corriendo y cogí el papel de la mesa.

-¡Sergio! ¡Quieto, por favor! –oí.

Todo había sido instintivo. Todo aquello lo había considerado muy

pocas veces porque no quería plasmarlo en la realidad. Si bien, ahora

estaba atrapado por mis hechos y debía avanzar hasta el final. Nunca

creí que Laura llegaría a desaparecer.

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Page 96: El Hijo de Puta Cabrón

-No hagas nada –dijo otra voz más sosegada-. Tranquilo, por favor.

Tenía el cuchillo en mi cuello. Toda la sierra se hundía sobre mi piel.

Mis ojos continuaban vidriosos, rojizos. Los nervios, pese a la

medicación, se me habían disparado. El metal bailaba

aceleradamente en mi yugular como una ola.

-Buscar a Laura –supliqué atropellado-. Decirle que venga y no haré

nada.

-¿Quién? –preguntó la última voz.

No hizo falta que me explicara. Marta, una de las chicas de

administración, la que más cariño me había ofrecido desde que

llegué, salió veloz en su búsqueda. Verla correr despertó en mí una

leve mueca de felicidad y calma. Poco a poco la tensión se esfumaba.

Mi brazo dejó de hundirse en mi cuello. Fueron cinco segundos tan

sólo, porque cuando vigilé a mi espalda y vi que me acechaba una

bata blanca, me volvió a conquistar la rigidez.

-¡Marchaos! –amenacé dando un salto atrás.

-Tranquilo, Sergio –dijo enseñándome las palmas de sus manos.

-¡Qué todos se coloquen pegados a las paredes y ventanas! –ordené

mientras giraba sobre mí-. No quiero que las de la limpieza tengan

hoy un trabajo extra.

Mi socarronería me resultó extraña y absurda, pero tras haberla

pronunciado me había oprimido más si cabe. Sentí que el cuchillo

vencía mi piel, y una lágrima roja comenzó a hormiguear por mi

cuello. No me asusté. Yo no la veía. Aunque sí percibí varias miradas

de asombro. Como una gota de sudor, ésta recorrió mi garganta y se

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Page 97: El Hijo de Puta Cabrón

perdió en mi pecho. No la quise limpiar. La dejé descender. Y quizá,

esa sangre fue la que cambió de verdad la escena. Las veinte

personas que tenía como testigos se pegaban ya a las principales

paredes de la sala a la espera del espectáculo final. Sin duda, el

‘adiós’ definitivo, pero como yo quería. Estaba tan concentrado, que

hacía rato que no lograba escuchar las palabras y frases que llegaban

desde el entorno. Sólo me había centrado en vigilar y mantener la

distancia.

Su presencia por sorpresa me sobresaltó. Retomé la llorera nada más

verla. Los nervios la habían secado, pero de nuevo, al ver su cara,

resucitó. Observé su mirada, sus labios, su frente, su nariz. Ella

ofrecía un gesto complicado con una mezcla de pánico y

preocupación. No pude moverme. Únicamente pregunté suavemente.

-¿Lo leerás?

Su cuerpo de pie era hermoso. Ella estaba a escasos centímetros de

Marta, reluciente, guapísima.

-Lo voy a leer –respondió.

No había terminado de decir aquellas palabras cuando mi brazo libre

ya se había levantado hasta alcanzar una posición horizontal. El texto

quedó suspendido apuntando hacia ella. Laura dio dos pasos y se

separó de Marta, quien no hizo nada por evitar nuestra unión. Estiré

más mi brazo. Laura continuó avanzando. Nos mirábamos. Yo

pretendí ofrecerle mis ojos más sinceros, tristes, pero sinceros. Volví

a mirar a alrededor, a los espectadores. Apenas se habían movido un

paso. Laura llegó hasta mí, pero mantuvo en todo momento una

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Page 98: El Hijo de Puta Cabrón

distancia prudencial. Avanzaba temblorosa. Estiró su brazo y sin

siquiera tocarme los dedos, tiró del papel con firmeza. Yo no me

resistí y ella lo atrapó.

No lo abrió allí. Antes se retiró. Concretamente dio tres pasos atrás, y

sin perderme de vista. Cuando estuvo segura de su seguridad

desdobló la hoja. El absurdo cuchillo seguía en mi cuello, pero de

nuevo más relajado. Sonreí un instante y mantuve esa mueca feliz.

Volví a vigilar dando un giro sobre mí mismo. El brote de felicidad

golpeaba cada vez más fuerte en mi organismo. No sabía por dónde

ni por qué llegaba, pero me inundaba. Reí por un impulso, y recordé

el día que Laura y yo fumamos marihuana por primera vez. Fue en

Ámsterdam. Los dos no podíamos parar de reír inmersos en aquella

cortina de humo.

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Page 99: El Hijo de Puta Cabrón

Mis labios continuaron creciendo y arqueándose hacia el cielo. Mi

mirada se abrió. Se secó. Miré a Laura intensamente, que con la hoja

extendida comenzó a leer.

-En voz alta, por favor –pedí.

Su voz sonó seca, dulce y nerviosa. Oírla me hizo olvidar todo.

Tengo tiempo de encontrar tu mirada. Quiero ver y dibujarte cada

mañana al despertar. Tu cuerpo está desnudo y mi piel se excita en

cada uno de los miles de poros que respiran en mí. Tu aroma es gris,

pero el colorido de tus besos son un manjar para mí. Quiéreme,

aunque sea sólo un instante, y yo beberé cada resquicio que me

ofrezcas. La noche contigo es un segundo en el cielo. Una caricia es

un orgasmo. No hay vida si paseas conmigo. Un trozo de nube se

convierte en nuestro hogar. Estoy loco. Quizá por ti. Seguro por mí.

Repito tus besos en todos mis sueños, y si no los sueño, me duermo

hasta recogerlos, aún vivos. Es esa la droga que me da la vida. A la

que soy adicto desde que te vi. La primera vez que pude saborear el

tacto de tu piel... Aún tengo en mi brazo el recorrido de tus dedos, y

si me miro, me excita saber que volverás a mí. Pero todo son sueños.

Sueños de una tarde de primavera bajo un manto de polen. Allí en

ese parque estoy cada tarde. Allí, vivo un beso tuyo y trato de

recordar si fue verdad. Sueño que es verdad, pero cuando la noche

invade el parque y me regala la soledad, lloro. No estás. Tal vez

nunca estuviste. Sin embargo, tengo la fortuna de imaginar, de cerrar

los ojos e imaginar los tuyos, mirándome. Tus labios. Y recuerdo que

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Page 100: El Hijo de Puta Cabrón

te desnudo, que te acaricio, que tus dedos me excitan, me besas. Y al

querer hacerte el amor, siempre despierto abrazado fuertemente por

la locura.

100

Page 101: El Hijo de Puta Cabrón

12

La soledad

idriosa. Recordaría esa mirada aún en mi lecho de muerte. La

había visto besarme, regalarme sentimientos, abrazarme con

fuerza, pero sobre todo, decirme “te quiero”. Musitármelo al oído

mientras me besaba detrás del lóbulo descendiendo con suma

suavidad hasta mi cuello. Vi que su mirada daba un paso hacia mí.

Sonrió. Incluso corrió, saltó sobre mi cintura y la cogí como tantas

veces la había cogido; con sus piernas abrazando mi cadera, sus

brazos rodeando mi cuello y los dos abrazados fuertemente para

terminar besándonos. Oí aplausos, oí algún grito y oí risas. Era el

paraíso y nadie había decidido terminar con mi vida.

V

Toda aquella realidad voló cuando el peso de la alegría desapareció

para dejar paso al lastre de la tristeza. Mi pecho se ahogó, y entonces

no me quedó más remedio que despertar. Supe que el único peso que

tenía encima era el de dos cuidadores que se habían aprovechado de

mi abstracción en la inopia para atacar. Me retorcían los brazos y me

pedían tranquilidad; que me calmara. Traté de levantar la cabeza,

pero mi mejilla estaba presionada contra el frío suelo de los azulejos.

Giré los ojos todo lo que pude y alcancé a ver sus zapatos, luego sus

piernas y finalmente llegué a su cara. De pronto, me pusieron de pie.

Yo era un muñeco muerto, sin fuerzas. La única firmeza que mantenía

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Page 102: El Hijo de Puta Cabrón

se veía en mis ojos, que no perdían de vista a Laura. Sin embargo, el

gesto que había idealizado anteriormente no lo veía por ninguna

parte. Había muerto. Divisé una lágrima seca en su mejilla derecha.

Aún sostenía la hoja entre sus finos dedos, los que tantas veces había

podido coger, acariciar sin darme cuenta que los acariciaba. Porque

aquellos dedos habían podido vivir entre los míos sin necesidad de

pedirlo. Era algo rutinario; un simple gesto que tantas veces había

plasmado por inercia y pocas veces me había parado a saborear. En

aquel instante, tener sus dedos conmigo era un deseo imposible de

cumplir.

No tuve fuerzas de decirle todas las palabras que atropellaban a mi

cerebro. Ideas, frases, súplicas, preguntas; verdades que durante

segundos llegaban con rabia al corazón. Cada segundo más lejos en

el terreno físico. En el sentimental un abismo devoraba lo que tanto

nos había unido.

Lloraba. Lo hacía constantemente sin poder evitarlo. Me ahogaba y

me alejaba. Entraba sin remedio en un estado de tristeza abocado a

la soledad. No lo he vuelto a sentir en lo que llevo de vida. A punto de

abandonar la sala de visitas, taladrado por la voz sosegada de ya un

solo empleado que me sujetaba por la espalda, escuché dentro de mí

la necesidad de saber. Por alguna maldita razón Laura continuaba allí,

de pie, mirando la nota, releyendo y viendo que me alejaba sin poder

o querer hacer nada. Debía saber el porqué. “¿Aún me quería? ¿Le

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Page 103: El Hijo de Puta Cabrón

había conmovido mi nota? ¿Quería darme una oportunidad? ¿Iban a

cambiar algo mis letras?”.

Necesitaba oír de su propia voz una opinión; un pensamiento; un

sentimiento. Al menos una palabra, aunque fuera vacía. Un suspiro al

menos. Lo tenía que pedir. Lo podía pedir. Mi boca; mi voz, aunque

acongojada y seca por haber oído (disfrutado) en ella mis palabras,

seguía viva y libre. Nada me impedía hablar. Únicamente el tiempo

corría en mi contra. Las voces de los presentes cuchicheaban y yo

debía elegir la frase correcta. Tal vez sólo podría pronunciar una.

Pensé velozmente infinidad de propuestas. Estuve a punto de

preguntar de manera directa, “¿Me quieres?” O exclamar sin miedo,

“¡Te quiero!”. Sin embargo, aquello no era una fantasía ni un cuento

con final feliz obligado. La realidad me abofeteó en los labios, me los

partió, sangré e incrementé mi llorera intensa. El odio me arrancó el

corazón y chilló.

-¡Laura! ¡No! –Respiré acelerado durante tres segundos pestañeando

una y otra vez-. ¡Zorra! ¡Eres una puta zorra!

Nunca supe si fue premeditado, pero aquel gesto resultó claro y

evidente. Había un adiós con todas las letras mayúsculas. Me sentí

como una res a la que queman a fuego. Su acción me quedó sellada

en el corazón. Además, el gesto vino acompañado por los

ingredientes perfectos para cocinar una sabrosa venganza. La mirada

de pena o lástima se convirtió en odio. Sonrió y me enseñó los

dientes con clara evidencia de rabia y venganza. Finalmente, marcó

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Page 104: El Hijo de Puta Cabrón

con claridad el inicio, el nudo y desenlace del acto. Del amor al odio

dicen que hay un paso. Allí sólo hubo un gesto. Y quizá es la misma

distancia que separa a la compañía de la soledad. Observado por más

de veinte personas, amarrado por un cuidador y frente a la persona

que creía el amor de mi vida, me sentía más solo que nunca. Sentí

que un abismo negro me engullía. No obstante, desde la oscuridad

podía ver con nitidez aquella agria escena. Desde la lejanía remota,

mis ojos lograron aproximarse como si hicieran un ‘zoom’. Me sentí

pegado a ella cuando sus dedos índice y pulgar izquierdos cogieron la

hoja por la parte superior de mi texto. Lo vi con un enfoque perfecto

cuando la mano derecha hizo el mismo gesto. Después me buscó la

mirada, la encontró y mordió. Preso, sin poder retirar los ojos de los

suyos, ella sonrió y disfrutó. Acto seguido rompió en dos mi corazón

de papel. De arriba abajo y con suma lentitud, saboreando la acción,

mimando el crujido que desprendía la hoja al romperse y quemando

104

Page 105: El Hijo de Puta Cabrón

la herida que se perpetraba en mí. Cuando terminó sonrió más, puso

los dos trozos juntos, uno encima del otro, en horizontal, y repitió la

acción con el mismo desprecio. Fue entonces cuando mi voz

explosionó, mis brazos pelearon sin victoria, mis piernas patalearon

de odio y mi voz volvió a chillar sin tener en cuenta a la razón. No sé

qué ocurrió después. La nitidez se nubló y toda mi vitalidad se

desplomó. Mis párpados comenzaron a derrumbarse y a ser

excesivamente pesados. Jadeante, sólo alcancé a ver que la puta de

Laura escupía sobre unos pequeños trozos de papel, los pisaba y salía

huyendo con mucha prisa. La soledad me devoró.

Tardé semanas en recobrar el habla. No tenía nada que decir. Y

articular una sola palabra me asustaba tanto, que sólo intentar

pronunciarla me secaba el paladar. Era como si lloviera arena del

desierto en mi lengua.

La cama de aquella habitación se había convertido en el escenario de

mi vida. Cientos de fantasías sin sentido caminaban por mi mente.

Las adoraba retener, pero huían cuando despertaba. En esos sueños

siempre tenía compañía, miradas y gestos para mí, e incluso el tacto

de otra piel viva. Nacían cuando recordaba las palabras que un día

escribí para ella y que aún tenía intactas en mi memoria. En cambio,

mi realidad sólo tenía el paseo vacío de mi compañero de habitación.

Sin “hola”, y menos aún una mirada.

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Page 106: El Hijo de Puta Cabrón

Estuve más de cinco semanas en aquella cama sin salir de la

habitación por voluntad propia. Necesitaba un castigo y me lo

impuse. Mis únicas salidas y paseos eran obligados: charlas,

medicación y actividades que realizaba sin entusiasmo. Viví aquellas

semanas de mi vida sin luz. La noche había tomado todo el entorno

que me rodeaba. Ni siquiera cuando Carlos llegaba y subía la persiana

hasta el techo y la luz natural de la calle entraba por los amplios

ventanales e invadía la habitación me sentía con vida. Más de una

noche me creí literalmente muerto.

Nunca supe qué fue ni quise saberlo. Quería que pasara el tiempo.

Sabía que la medicación me empequeñecía. Seguro que también

ayudó la soledad, el desamor, el silencio y mi cerebro. Todos tuvieron

libertad y fuerza para hundirme psicológicamente. Lo que sí sé es por

qué salí poco a poco de aquel maloliente pozo negro. Una razón

estuvo en los colores de ciertas pastillas. La otra radicó en que Carlos

decidió hablarme.

Aquel chico fuerte y alto se sentó a mi lado, sonrió con la boca abierta

y relajada, y me miró con los ojos agudamente vidriosos y

entrecerrados. En la cama, yo anotaba decenas de palabras que

surgían de miles de pensamientos inconexos; vivencias. Sostenía el

cuaderno que había dado vida al texto que escribí para ella. Entre

tanto, él me analizaba divertido. Podía oler su aroma a sudor seco,

pero no le miré pese a la sorpresa de su presencia. Incluso tuve

miedo. Era la primera vez que me sentía tan débil y cobarde.

106

Page 107: El Hijo de Puta Cabrón

-¿Cuándo vas a preparar tu próximo espectáculo en el centro, loco? –

Preguntó socarrón con voz pastosa.

No pude por menos que alzar la mirada y enfrentarme a sus ojos.

Estaba mucho más cerca de lo que intuía. Me asusté. Podía ver los

poros de su piel. Descubrí que ofrecía un inusual rostro afeitado, pero

el mismo pelo rapado sobre su mirada abierta y jovial.

-Aquí es mejor que te relaciones si quieres salir pronto –continuó-.

Quieres, ¿no?

Afirmé sin poder decir un absurdo sí. Hubo un corto silencio.

-Yo nunca me he enamorado, loco –prosiguió relajado y recolocando

su posición en la cama-, así que no sé si lo que hiciste fue locura o

amor. Sí sé que me debes una. Me ha costado demasiado recuperar el

cuchillo.

Carlos se apoyó casi en la pared, en perpendicular a mi posición.

Introdujo una mano en el bolsillo y sacó el mismo cuchillo que yo

había pegado a mi cuello durante largos minutos. Sentí un escalofrío

y escondí la cabeza. Me lo mostró sin que pudiera evitar ignorarlo.

Sonrió y se introdujo la otra mano en el bolsillo contrario de sus

pantalones anchos. De pronto me di cuenta que vigilaba sus

movimientos de manera intermitente, nervioso y desconfiado. Quería

seguir escribiendo mis pensamientos, pero me era imposible. No me

llegaba una sola palabra, por lo que abandoné el cuaderno bajo la

almohada.

-¿Fumas? –preguntó.

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Page 108: El Hijo de Puta Cabrón

Negué y al segundo observé. En su mano tenía un pequeño cogollo de

marihuana. Lo machacaba sobre la palma de su mano y con el

cuchillito lo despellejaba.

-Me he enganchado a esto, loco –confesó-. No lo saben...

Hacía demasiado tiempo que no tenía contacto con las drogas de la

calle. “Una cerveza...”, pensé. Demasiado tiempo. Y no había

reservado un segundo de mis días en echar de menos a esa bebida

que tanto adoraba antes. Tampoco pensaba en mis amigos.

Únicamente recordaba a mis padres, que después del ‘espectáculo’

habían decidido visitarme una o dos veces por semana. Mi madre

hablaba durante media hora conmigo mientras yo escuchaba. Mi

padre esperaba en el coche.

Cuando sus dedos machacaron la hierba en el tabaco me llegó el de

sobra conocido aroma; “increíblemente fantástico”, me dije. Carlos

extrajo una boquilla y papel de liar, y cuando nuestras miradas

volvieron a juntarse, él ya tenía el cigarrillo entre los labios.

-Me han dicho que la chica tenía un polvazo... ¿Erais novios desde

hace mucho?

La palabra ‘polvazo’ me removió en la cama. Cambié mi posición,

levanté la cabeza y amenacé dejando atrás mi rostro neutro. Recogí

las piernas y traté de asegurarle que no era el camino. Sin embargo,

él no me miró.

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Page 109: El Hijo de Puta Cabrón

-Yo nunca he tenido novia. –Cogió el mechero, encendió, aspiró y

fumó- Debe de ser maravilloso...

Afirmé sonriendo.

-Follar cuando quieras –reflexionó sonriente al tiempo que daba otra

calada al porro-, follar como quieras...

Me puso un gesto picarón, rió y volvió a darle otra calada. En ese

momento me miraba con intriga. Fumaba, se tocaba la cabeza rapada

con la mano libre y volvía a mirarme en busca de algo. Finalmente se

lanzó.

-Loco, ¿cómo es tocar una teta?

Por primera vez en mucho tiempo sonreí. Quizá fue el tono de sus

palabras. Me resultó gracioso. Su gesto y sinceridad. “¿Cuántos años

tendrá?”, pensé.

-¿Quieres? –invitó colocándome el cigarrillo casi entre los dedos.

Fue un impulso. Tal vez ayudó el delicioso aroma que ya embriagaba

el cuarto y flotaba libremente en la habitación. Dos segundos

después, tenía el calor de la boquilla en mis labios, y el aroma y el

humo en mi paladar y pulmones. Tragué todo el humo que pude y lo

expulsé suavemente, disfrutando del instante. Resucité.

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Page 110: El Hijo de Puta Cabrón

-

No me quiero morir sin tocar una –perseveró mientras con su mano

derecha imaginaba tocarla en el aire-. A veces lo sueño y me

empalmo, ¿tú no? Y suelo correrme... No quiero despertar del sueño,

pero lo hago y me veo en la cama, empapado ahí abajo. Siempre solo.

Me miró esperando algún comentario, pero me mantuve en silencio

con el porro entre los labios. Estiró la mano y se lo di. Sonreí. La

marihuana era buena. Me levanté, fui a por un vaso de agua. Lo bebí

de un tragó y volví a sentarme.

-Loco, ¿tú cuántas tetas has tocado?

No pude evitarlo. Ni siquiera estaba acomodado en la cama y dentro

de mí estalló una carcajada. Él me acompañó y lo agradecí. Fueron

segundos felices. Cuando los dos estuvimos de nuevo en silencio, el

porro descansaba de nuevo entre mis dedos. -A mí me gustan las

tetas grandes y redondas –continuó-. ¿Has tocado muchas de esas?

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Page 111: El Hijo de Puta Cabrón

Ahora sí me clavaba la mirada. Muy serio. Yo sólo podía sonreír,

aunque algo me volvía intranquilo por momentos.

-¿Cómo eran las tetas de tu chica?

Las vi antes de que hubiera terminado la última palabra. Por instinto,

sin pensar, respondí mi primera palabra en semanas.

-Preciosas. –Al instante suspiré.

Decidió hablar unos minutos más de tetas. Imaginó todas las tetas, en

ocasiones con mi ayuda. Le conté alguna experiencia brevemente,

inventé alguna otra y los dos reímos hasta que el dolor de nuestras

tripas nos hizo parar. Entonces él decidió dar un paso más. Era sin

duda lo que le había traído hasta mi cama. La pregunta llegó después

de largos segundos de silencio.

-¿A ti te han tocado mucho la polla?

-Lo suficiente... –Mentí, sabiendo que nunca era suficiente.

-Debe de ser maravilloso que alguien te haga una paja...

Su mirada entonces me aterró y supe que me estaba pidiendo un

favor. Tragué saliva y comencé a buscar la manera de salir de allí.

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Page 112: El Hijo de Puta Cabrón

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Cruzar la raya

e sentí preso. A oscuras. En tinieblas. Congelado. Sólo una

leve luz entraba cortada por una escueta ventana. El haz de

luz llegaba justo hasta la punta de mis pies, en tiras, construidas por

los barrotes que cubrían parte del espacio de la pequeña abertura

cuadrangular que se vislumbraba en lo alto de la pared. Cuatro

paredes. Las cuatro completamente lisas. Eran grises como el

cemento. La cárcel estaba vacía, sin un solo mueble. Ni una cama.

Tampoco una silla. Atrás, a mi izquierda, divisé de reojo una puerta

metálica de color verde, de tal grosor, que abrirla sin la llave precisa

se me antojaba imposible. Permanecía quieto, sentado, con las

piernas recogidas, las rodillas bajo mi frente y los brazos cruzados.

Estaba desnudo. El frío me ahogaba. Y lloraba o había llorado. No

sabía cómo había llegado allí, y tampoco cómo iba a abandonar. El

silencio me aterraba. Ni siquiera oía correr el aire. La brisa debía de

M

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atravesar la ventana, pero no podía sentirla. Traté de percibir el

silencio hasta el límite extremo. “¿Cómo era escuchar ese silencio?

Espantoso”, pensé. Afiné mis oídos. Escuché con mayor precisión,

cerrando los ojos con fuerza, sin embargo, poco a poco el silencio

desapareció. Logré oír. Nunca creo que hubiera podido oír ese vaivén

en cualquier otro escenario del planeta, pero en el mío sí. Era un hilo

de aire que nacía a escasos metros de mí. Volaba hasta introducirse

en sus pulmones y regresaba hasta mí, suave como una pluma,

queriendo acariciarme. Era constante, tranquilo y relajante. No

obstante, su presencia me estremecía. ¿Quién o qué lo causaba?

De pronto, sin mirarle pude ver con claridad su posición. Su gesto, su

cuerpo desnudo como el mío. Por alguna razón, poco a poco, el frío

fue desapareciendo de aquella gélida sala. La temperatura apresaba

mi organismo; mi piel, que se suavizaba por segundos. Mi respiración

comenzó a azorarse. Aceleró un poco más. La suya se mantuvo en

esa calma dominante.

Un nuevo sonido llegó nítido a mis oídos cuando mi pene comenzó,

por alguna extraña explicación, a enderezarse. Entre mis piernas

trataba de asomar. La planta de uno de sus pies se alzó levemente.

Sentí cómo su piel se despegaba del suelo con suavidad, y una vez en

el aire volvía a caer; más cerca. El golpe fue seco, pero en absoluto

brusco. El sonido y el movimiento se repitió. El calor creció y la

respiración continuó zumbando en el ambiente. La mía atropellada.

La suya sosegada.

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Su aliento sobrevolaba tan cerca de mi cabeza que ya no me quedaba

duda de quién era la persona allí presente. Mi erección creció y el

glande asomó. Era el único movimiento de mi cuerpo junto al de mi

pecho, provocado por mi respiración. Apreté los párpados creyendo

que así iba a desaparecer, pero sólo conseguí que su piel desnuda se

fotografiara con mayor nitidez en mi mente. Perfecta en aquel

fotograma. Estaba de pie. Yo reconocía cada poro de su piel. Una piel

limpia, con escaso pelo corporal y sin apenas lunares ni granos.

Tampoco cicatrices. Un ombligo perfecto. Un cuerpo curvado pero al

mismo tiempo sexual. “Excitante”, pensé. Descendí la mirada y

visualicé su vello púbico recortado pero rizado. Era en el único punto

donde nacía una leve oscuridad; en sus genitales colgados y adultos.

Oí otro golpe seco y desnudo sobre el suelo. En esta ocasión la

vibración del golpe llegó a mis nalgas. Mi excitación continuaba

presente por mucho que intenté eliminarla. Respiré profundamente.

Le olí. Era su sudor seco ahogándome. El acelerado latir de mi

corazón resonaba como un tambor en aquella cárcel vacía, con eco

incluido. Y de pronto,

cuando parecía que esa

bomba estallaría dejando

mi cuerpo en migajas,

sus dedos me quemaron

en el hombro izquierdo.

Me asusté. Abrí los ojos

sin que lo ordenara mi

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Page 115: El Hijo de Puta Cabrón

cerebro y contemplé su pie completamente desnudo, bajo mi pene

erecto. La sangre me hinchaba las venas. Levanté la cabeza y

entonces descubrí la realidad de su cuerpo. No muy distinto de lo que

imaginé. Solamente cambiaba su erección, casi idéntica a la mía, con

su glande asomando a la altura de mis ojos. Miré sus ojos y todo el

vello de mi piel se erizó. Nuestra excitación creció y la voz sonó dulce

y convincente.

-¿Follamos?

Estaba húmedo. Abrí los ojos y vi el techo oscuro. Estaba sobre la

cama. Sudaba. Mi entrepierna mostraba una mancha humedecida

bajo el pijama. El aroma del cuarto aún olía a marihuana. Respiré con

fuerza, relajándome y tratando de recolocarme. Quería regresar de

aquel sueño de inmediato, no obstante, éste me había atrapado

tanto, que mi cerebro volvía a gatas, torpe y muy despacito. Me

revolví entre las sábanas. Sentí la incomodidad bajo los calzoncillos

Miré a la izquierda. Carlos dormía. Como un bebé. Sonreí y recordé la

tarde que habíamos vivido, por primera vez, juntos. Era un bebé

atrapado en un cuerpo de adulto con necesidades de adulto. Ahora,

dormido, parecía tan distinto; relajado. Nunca le había observado en

ese estado somnoliento. Tampoco le había visto en el extremo de

aquella tarde; íntimo y humano.

Continué mirándole, sin saber la razón, con media sonrisa. Se me

hacía muy diferente. No era el chico desnudo que había invadido mis

115

Page 116: El Hijo de Puta Cabrón

sueños en la cárcel solitaria. Mismo rostro, quizá idéntico cuerpo, e

incluso aroma, pero distinto. Más real, tal vez.

Había tenido un día extraño. Aún las imágenes me golpeaban sin que

yo pudiera evitarlo. De vivir de la nada a tener que sumergirme en

una tarde repleta de nuevas y demasiadas emociones. Entendía que

mi mente hubiera decidido regalarme aquel sueño. Lo que no

comprendía, o no quería comprender, era que mi cuerpo hubiera

disfrutado con aquel sueño. Volví a removerme dentro de las

sábanas. Levanté la goma del pijama, observé y decidí cambiarme.

Bebí agua en un vaso de plástico en cuanto estuve con ropa limpia.

De pie, en calzoncillos, sonriente, apoyado junto a la ventana y

mirando sin disimular al grandullón. “¿Por qué me hacía feliz?”,

susurré en voz alta. “¿Tendría algo dentro de mí que él me ayudaría a

expulsar?”, musité. Reí y terminé el agua de un solo trago.

Necesitaba un trago. Necesitaba una buena copa de ron, con apenas

un hielo y en un vaso de cristal. Sentarme, utilizar mis dedos

desnudos para jugar con el borde del cristal, acercarme el vaso a la

nariz para oler suavemente el aroma dominicano, arrimármelo a los

labios y saborear el principio del licor entrando poco a poco. Sintiendo

con cada sorbo el dominio de los efectos del alcohol. Entonces, los

verdaderos sentimientos e impulsos aflorarían. Hacerlo podría una

manifestación de las verdades que ahora, sobrio, era incapaz de

expulsar. No quería oírmelas decir, y sin embargo, tenía una

necesidad extrema de hacérmelas sentir. Pero allí era imposible

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conseguir una sola gota del alcohol. Me arranqué el pensamiento de

la cabeza y volví a ver el vaso de plástico vacío.

“¿Estaría desnudo bajo las sábanas?”, pensé.

Volví a beber un vaso de agua sin abandonar en ningún momento

aquella sonrisa estúpida. Sentí un cosquilleo en el estómago que

descendió y removió mi pene, justo cuando me imaginé retirando

levemente las sábanas y dejando a la vista su torso ¿desnudo?, su

mano derecha, la que me había acariciado los dedos horas antes,

estaba a la vista. “¿Me excitaba su cuerpo desnudo? ¿Por qué?”,

rumié mientras mordisqueaba el borde del vaso. Mis dientes habían

dejado ya su huella, pero insistían. Traté de recordar a Laura

desnuda, pero la mente, caprichosa aquella noche, me lanzaba una y

otra vez a una escena más reciente.

Nunca pude imaginar que los dos llegaríamos a estar así. Descubrí

una mirada violenta, disfruté de unas pupilas electrizadas y bebí el

relax con el que me abandonó.

Cuando la punta de su cuchillo me pinchó la nariz con aire juguetón,

la idea de huir desapareció de mi mente.

-Tienes que masturbarme... –Susurró pinchando tres veces en la

punta de mi nariz e indicándome con la mirada la situación exacta de

sus genitales.

-No puedo... –Mentí.

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-Sí, puedes y me lo debes –respondió-. ¿Te ayudo, loco? Piensa que

nadie me ha tocado aún. Hoy necesito saber cómo es que me toquen.

Me pareció ver una lágrima en uno de sus ojos. O la inventé. Mis

manos comenzaron a sudar. Las yemas de mis dedos comenzaron a

frotarse en mis palmas constantemente. Mi cerebro se rindió y no

encontró excusa. Y cuando embriagado por la marihuana empecé a

buscar la puerta de salida, Carlos atrapó mi mano con excesiva

ternura y la llevó a su entrepierna. No sé si drogado o por voluntad

propia. Aún no he querido darme una respuesta. “¿Para qué?” La

verdad es que no opuse resistencia. No tenía fuerzas, y por alguna

razón desperté a mi curiosidad.

Fui yo el que bajé aquella cremallera y desabotoné el botón del

pantalón. Usaba calzoncillos ‘slips’, blancos; de algodón. Los levante

con suavidad y encontré su pene, insólitamente flácido todavía.

Incluso el mío se mostraba más rígido en aquella situación. Miré a

Carlos buscando una pista para continuar, pero él ya miraba al techo

dejándose hacer. Se había acomodado, colocando su cuerpo casi

tumbado por completo.

“¿Me creía un experto?”, cavilé cuando estaba a punto de apresarle.

118

Page 119: El Hijo de Puta Cabrón

Mis dedos se aferraron a la base, junto a los testículos. Sólo con el

tacto de mis dedos ya tembló. Sin pausa, inicié un leve movimiento

hacia arriba y abajo, con una suavidad y timidez excesiva. Su piel,

arrugada, comenzó a estirarse muy despacio. Era como si aquello, por

primera vez ajeno a mí, tuviera vida. Me gustaba aquella situación.

Empecé a descubrir en varias ocasiones su glande, pero nunca lo vi.

Únicamente sentí que la piel, retirada hacia atrás lo desarropaba y él

exprimía mayor rigidez. Mis manos pidieron oprimir más, justo al

tiempo que mi vaivén se aceleraba y su sangre ganaba terreno allí

abajo. Latía y yo me dejaba llevar por su respiración. No creo que aún

hubiera alcanzado su plenitud eréctil, pero yo decidí acelerar. Él me

dejó unos segundos, pero de pronto me detuvo. Cogió mi mano con

su mano y marcó un ritmo más suave, casi a cámara lenta. Placentero

119

Page 120: El Hijo de Puta Cabrón

para ambos. Sus dedos abrazaron mis dedos mientras mis dedos

abrazaban su pene. Los dos con una misma cadencia; unidos;

cosidos. Subiendo al cielo, bajando al infierno, a la espera del gran

final. Cada ascensión, cada descenso, martilleaba en mí provocando

un cosquilleo delicioso. Sin duda, la sensación era en ambos. La

tensión de su cuerpo aparecía y desaparecía al ritmo del contoneo, al

compás que proponían nuestras manos. Sus dedos libres apretaban

con fuerza mis sábanas. Sus ojos cerrados. Eran mis manos las que

dominaban aquel cuerpo.

Con suavidad extrema, sus dedos fueron despegándose de los míos.

Sentí de nuevo el hormigueo cuando me abandonaba con delicadeza.

Quería ignorarlo, pero yo también estaba empalmado. Quería que él

me hiciera una paja, pero no me atreví a pedirlo. Solamente continué.

Abracé su pene con más fuerza, sintiendo que el pellejo acariciaba

suavemente su glande. Lo hacía cada vez más rápido, vigilando como

se estrangulaba su cuerpo con cada uno de mis movimientos. Aquel

juego me estaba gustando. Lejos de la sexualidad de cada uno,

estaba sintiendo que mis dedos regulaban su éxtasis. Lo dominaba y

quería hacerlo explotar. No sabía si con su explosión llegaría la mía,

pero al acelerar y ver su contracción yo también me tensé. En mis

testículos algo se removió, y cuando aceleré hasta alcanzar una

sacudida inaudita en mi muñeca, pude sentir que volábamos. Los

espasmos quemaron mis dedos, que decidieron aferrarse más para

sentir cómo se derramaba cada milímetro de placer. Eran pequeños

disparos, y cada uno era un chispazo apresándome. La velocidad

120

Page 121: El Hijo de Puta Cabrón

extrema había desaparecido en mi mano. Tan sólo mantenía un

pequeño baile, arriba y abajo, mientras él disfrutaba aún de cada una

de las sacudidas eléctricas de aquella explosión. Unidos, me era difícil

perder el contacto. Sentí que su pene perdía la erección, y finalmente

fue Carlos el que con suavidad, me desató de él.

-Lo haces muy bien –dijo mientras se acercó a una de las mesas de la

habitación y cogió un pañuelo de papel para limpiarse.

-Es mi primera vez –apunté a decir.

-Y la mía...

“Y la mía”, había dicho. No estaba seguro. Caminé despacio por la

habitación. Me acerqué a él. Mantenía aquel sudor seco en su piel. Me

gustaba. Tenía los ojos cerrados, respiraba suave y el brazo izquierdo

colgaba de la cama. Supe que ahora era él el que me debía una. Con

la masturbación reciente en mi mente, quería pedírselo. La

necesitaba. No sabía si quería despertarle, pero tal vez el azar,

buscado o no, hizo que todo se precipitara.

La botella de plástico estaba junto a su cama, y cuando me puse de

cuclillas para contemplarle de cerca, moví un pie lo justo para darle

una patada a lo que sabía que estaba allí, pero no había visto. La

botella cayó de pronto. La ausencia de tapón permitió que el agua se

derramara, el líquido comenzó a fluir. Yo me puse de pie. Me asusté.

Miré al suelo buscando la causa del alboroto. Vislumbré la botella y

me lancé a ella para evitar que el derrame fuera mayor. Dos

segundos después oí su voz...

-¿Qué haces, loco? –Sonó pastosa, lenta y dormida.

121

Page 122: El Hijo de Puta Cabrón

-Nada, perdona –respondí nervioso-. Tropecé con tu botella...

Abrió más los ojos y trató de sentarse sobre el colchón para ver mejor

la escena.

-¿Y qué haces en mi cama? –Preguntó algo más despierto.

El silencio se mantuvo. Fui a por un paño húmedo, recogí el agua

poco a poco, de rodillas. Miré buscando su posición. Me miraba, con

los ojos cada vez menos entrecerrados, sin una mueca clara.

-Dime –insistió.

-Te miraba, lo siento –confesé.

-¿Por?

-Soñé contigo –continué sin dejar de limpiar el poco agua que ya

restaba. Corrí a escurrir el paño y regresé a la escena del crimen.

-¿Qué soñaste?

-Estábamos los dos en una cárcel, desnudos. Un sueño raro –le revelé

con nerviosismo.

-¿Algo erótico, loco? –dijo con tono socarrón-. ¿Había escenas

sexuales?

-No.

Fui conciso y claro, pero cuando le miré sabía que no me estaba

creyendo, o no quería creerme.

-¿No hacíamos nada en el sueño?

-Bueno... –recapacité- Me desperté en ese momento.

-¡Vaya! Qué pena... ¿no? –Su cara empezó a mostrar una sonrisa

picarona- Y querías hacer algo, ¿verdad? Llevar tu sueño a la realidad,

¿verdad, loco?

122

Page 123: El Hijo de Puta Cabrón

La boca se me secó. Agaché la cabeza y por primera vez sentí pánico

ante el sexo. Quería enfrentarme y quería huir. Él seguía mirándome

serio, ya casi despierto. Yo seguía con el trapo en la mano, húmedo,

junto a la botella, sin lograr mantenerle la mirada

-¿Verdad, loco? –Insistió.

-Tenía curiosidad...

-¿De qué?

-Quiero que me devuelvas el favor...

-¿Sólo eso? –Bromeó.

Fue entonces cuando pensé de verdad cómo sería practicar sexo con

un hombre. Fue entonces cuando me planteé si quería probar aquello.

Los dos nos miramos, y aunque los ojos lo decían, fue más difícil

plasmarlo en palabras. Alguien tenía que hablar.

123

Page 124: El Hijo de Puta Cabrón

14

Tiempo de romper hilos

n día desperté, y al recoger mi primer pensamiento supe que

toda mi vida había cambiado en apenas unos meses. Por

primera vez era consciente de ello. Tenía recuerdos e imágenes en mí

que ya no devolverían mi vida a tal y como era en el pasado. No

quería abandonar el rumbo ni algunos de los estados en los que me

había sumergido, pero sí tomar de nuevo las riendas y decidir. Nunca

quise borrar nada, únicamente lo asumí como una parte más de mi

existencia en este planeta. Sin duda, ciertos hechos sí querían que

viviesen escondidos en un rinconcito más oscuro. No obstante, si el

deseo me lo volvía a pedir, mordería sin miedo.

U

Era el momento de volver a conducir. Arrancar, acelerar, frenar y

aparcar siempre que yo lo decidiera. La dificultad era máxima

después de tanto tiempo en coma, pero debía ser valiente.

124

Page 125: El Hijo de Puta Cabrón

El día que lo decidí llevaría más de medio año encerrado en aquellas

instalaciones. Mi despertador digital marcaba las 8.34 de la mañana.

Boca arriba, con los brazos bajo mi cabeza y los ojos abiertos como

platos empecé a ver mi nueva realidad con perspectiva; conseguí

abandonar mi cuerpo y hacer un recuento de todo lo que me había

pasado; desde el cielo; a vista de pájaro, que es como mejor se

aprecia lo que a uno le sucede. Y desde allí, por primera vez, mis

ideas apuntaban con convencimiento hacia una salida. Me urgía

recuperar mi día a día. Había llegado el momento de abandonar aquel

nido de locos. Tomar vuelo de nuevo en solitario. Para lograrlo, sólo

necesitaba saber la manera de cortar los dos hilos que me ataban con

fuerza a aquel sitio. Uno, si lo cortaba, iba a herir. El otro era cuestión

de cortarlo con las tijeras de la cordura.

Inicié el regreso hacia la sensatez de inmediato. Esa misma mañana.

Dar de comer a mi pasotismo y hermetizarme en una burbuja velada,

escondiéndome del mundo, sólo me había transportado a un encierro

mayor. Esa actitud distaba mucho del “buen comportamiento” que

ellos solicitaban. Tenía que ser lo que ellos consideraban unirme a la

lucidez. Abrazarme con fuerza. Era la única manera de lograr la

rúbrica que abría las puertas hacia la calle. Requería trabajo, excesivo

para mí. Más después de tanto tiempo sometido por la apatía. Me

exigiría una actitud constante. Aquella mañana de otoño lo tenía

decidido. Abandonaría y regresaría a casa. Vuelta a empezar.

Era huir en cierta medida. A lo mejor. Pero al tiempo que escapaba

sabía que iniciaba un enfrentamiento. La huida no sabía si deparaba

125

Page 126: El Hijo de Puta Cabrón

un escenario mejor, pero necesitaba volver a pisar la realidad urbana

sin sentir una vigía; un dominio. Iba a tener que armarme de

paciencia. Me removí en la cama y volví a reafirmarme. Mi línea de

pensamiento se obcecaba en ser la hormiguita que hasta la fecha

nunca había sido. El hilo entonces se desharía solo...

En cambio, deshacer el otro ovillo tendría mayor complicación. Lo

tenía frente a mí cada día. Había visto cómo se había forjado cada

noche con motitas de polvo sentimentales. Yo sólo buscaba sexo,

pero él había decidido correr más lejos. Yo sólo quería saciar un

apetito que se había despertado por azar. Los orgasmos que no podía

disfrutar junto a un cuerpo femenino, los había encontrado en un

cuerpo masculino sin alcanzar a creérmelo del todo. No dudaba de mi

heterosexualidad. O tal vez no dudaba de mi no homosexualidad.

¿Bisexual? Jamás me lo planteé. Disfruté de aquellos momentos.

Realmente, fue toda una sorpresa. Nunca imaginé que mi vida podría

bucear en aquellos retozos sexuales masculinos sin que la conciencia

me torturase minutos después. Una noche me encontré disfrutando

de aquella nueva manera de vivir el sexo, y por alguna razón que no

llegué a quererme explicar, continué bebiendo de la fuente. El único

inconveniente apareció en Carlos. La noche que descubrió mi sueño

los dos cruzamos la raya, y tal vez ninguno dio pie para regresar de

nuevo al origen. Yo no había perdido de vista a aquella línea, pero él

en cambio sabía que sí. Estaba perdido en su desierto particular. Y

después de dos meses, yo ya dudaba que quisiera regresar al día

antes en el que empezó todo.

126

Page 127: El Hijo de Puta Cabrón

En una cama. Allí empezó todo. No sabía el camino ni la manera de

andarlo, ni si me iba a gustar la ruta o el mero hecho de profanarlo,

pero cuando aún sujetaba la botella sin tapón él decidió darme un

empujón. Puso las dos palmas de sus manos en el borde de la cama,

se inclinó y de repente sus labios cayeron suavemente sobre los míos.

“¿Me gustaba?”.

Fue un beso silencioso,

delicioso, calmado e

investigador. Sin duda,

únicamente fue raro el

tacto de su escasa

barba sobre mis labios.

El resto comenzó a

convertirse en

excitante y placentero.

Cada segundo que

pasaba, nuestros

labios se buscaban y pegaban más. Él me cogió el cabello, los dos

sumergimos nuestras lenguas en las bocas con calma, pero tensos, y

poco a poco abandonamos aquella fase de prueba para adentrarnos

sin miedo en un terreno exclusivamente impulsivo. El cerebro

desapareció. Nuestras lenguas se bebieron; nuestros dientes mordían

con suavidad y los labios se friccionaban sin cesar. Y sin embargo, el

momento de mayor excitación me abofeteó en la pausa, cuando nos

127

Page 128: El Hijo de Puta Cabrón

detuvimos, nos separamos unos centímetros y nos miramos. El fuego

estalló, creció la llama y los dos nos lanzamos el uno contra el otro

como suicidas. La piel se fundió y extraña y dificultosamente

conectamos el uno con el otro hasta que desgañitado entre sudores,

grité lo que dictaba el final de aquella segunda escena.Tardé en

descubrir de la vida de Carlos. Aquella primera noche sólo me dejé

llevar, tanto, que diez minutos después, los dos desnudos, mientras él

bailaba con mi pene, y cuando yo aún estaba retorciéndome sobre la

cama, explotó lo que llevaba meses dentro de mí. No ocurrió más

aquella noche. Nos abrazamos, piel con piel, mirándonos, sin decir

una sola palabra, sin pensar, y nos dormimos.

Carlos era albañil. Lo fue en una vida pasada. Me lo contó la noche

siguiente, la que él bautizó como la noche de la virginidad. Así fue.

Incluso yo sentí perderla de nuevo. Sentí que mi pene, al lograr

introducirse en él al quinto o sexto intento recogía otra medalla como

desvirgador. La tercera.

Carlos tenía 28 años y me aseguró que jamás había estado con nadie,

ni con un hombre ni con una mujer. Le creí. Además, me permitió ser

el líder de aquella expedición amorosa, lo que agradecí. No sabía si

estaba preparado para acoger su placer. De hecho, era el único papel

que deseaba tener en aquel terreno homosexual. Me sentía igual de

inexperto en ambos campos, pero dirigir el concierto con la batuta no

me asustaba.

128

Page 129: El Hijo de Puta Cabrón

Carlos llevaba año y medio en el centro psiquiátrico. Tenía brotes

sicóticos y esquizofrenia, me reveló. Un día en la obra perdió los

papeles, y atacado por los nervios arrojó dos cubos de cemento a dos

compañeros. Y a un tercero, que vino a increparle, le tiró de un quinto

piso con sólo un empujón. Murió en el acto. Me confesó todo esto al

segundo mes bajo un ambiente embriagador, sustentado por la

marihuana. También añadió que él no recordaba nada de aquello.

Carlos apenas se relacionaba con dos personas más en todo el centro.

Uno era su médico particular. El otro era Mateo, su mejor amigo y su

supuesto contrabandista. Éste era el que le pasaba la marihuana y

otros utensilios a través de un contacto secreto. No me dijo más. Le

pregunté si era posible conseguir alcohol. Carlos sólo negó y me besó.

Yo le mimé, le besé más y le pedí si era posible que yo lo intentara

pidiéndoselo directamente a Mateo. Sin embargo, en ese instante se

separó de mí, cambió el rostro y negó con mayor rotundidad.

-En la puta vida hables a Mateo de nada de esto –advirtió con

excesiva seriedad-. La marihuana no existe, ¿entiendes?

-Perfectamente –respondí confuso.

Él se acercó despacio y me besó, tal vez arrepentido por la refriega

verbal. Traté de volver a hacer una pregunta, pero entonces él

levantó su dedo índice y me lo puso suavemente en los labios. Me

agarró la mirada con la suya, me la hirvió y negó levemente con las

pupilas. Sentí demasiado miedo, pero no hice nada. Sólo permanecí

quieto. Vislumbré un nuevo gesto en Carlos. Cambiaba su rostro por

129

Page 130: El Hijo de Puta Cabrón

completo. La pasión seguía, pero tras ella podía verse claramente un

brillo distinto. Nunca más volví a preguntar.

Siempre creí que el lado masculino era distinto. Que si había surgido

la homosexualidad en este planeta meramente era para liberarse

sexualmente. Había creído que esa opción sexual venía motivada por

la mojigatez femenina. El hombre buscaba en el otro hombre el sexo

rápido y directo, y sin complicaciones, que negaban tantas mujeres.

Tenía claro que dos hombres no buscaban amor. No lo entendía así.

Me parecía imposible.

Hoy sí veo que existe esa posibilidad. Comencé a advertirla la noche

que Carlos comenzó a besarme de forma distinta. Sus besos habían

cambiado. Ya no eran únicamente pasionales. Incluso sus caricias. De

pronto empezaron a multiplicarse los mimos después del acto. Poco a

poco me incomodaban, cada vez más. Me alimentaban la ira y

empujaban con rabia a levantarme de la cama e irme a la mía. Nunca

lo hice. Ni siquiera cuando me susurraba frases vacías que él llenaba

de piropos emocionales sobre el maravilloso momento que

atravesaba su vida gracias a mí. Su voz era más suave y sedosa.

Sonreía por nada. Pronunciaba palabras que no había oído en la vida,

y las lanzaba, creía yo que con malicia, para clavármelas en el

corazón con excesiva dulzura. Sé que quería despertar mi lado más

tierno, pero no sentía nada. Estando los dos desnudos, viviendo aquel

momento, me sacudió un frío y eterno escalofrío. Me recorrió todo el

cuerpo y percibí que mi estómago se retorcía. Los testículos se me

130

Page 131: El Hijo de Puta Cabrón

encogieron y tuve ganas de orinar. Me apresaron las nauseas. Las

rodillas me temblaron y supe que era miedo. El hilo ya era una soga.

Y continuar con aquella farsa sexual, cercada por el amor, iba a

alimentar el grosor de aquella cuerda. Y romperlo en ese instante, a

demasiados meses de abandonar aquel centro, suponía un elevado

riesgo. No lo quería afrontar. Mi vida desembocaría en un escenario

que no quería pisar ni vivir. Los focos me quemarían y el público me

abuchearía y no descartaba que el mobiliario cayera sobre lo que iba

a ser mi cadáver. Y al tiempo sabía que, dejarlo engordar y luego huir

no era la solución. Aquella noche callé. Y la siguiente. Y muchas más.

Era mi sino. Sin embargo, Carlos decidió dar un paso de gigante en

nuestra historia.

131

Page 132: El Hijo de Puta Cabrón

“Y cena con velitas para dos” cantó en cuanto abrí la puerta de la

habitación. Yo había pasado el día entero en la biblioteca, ese espacio

que él desconocía y a mí me liberaba. Tenía que reconocer que cada

día huía más de él. La biblioteca se había convertido en mi soledad. Y

con todo, mi distanciamiento no eludía el sexo nocturno. De hecho,

sólo era a esas horas cuando manteníamos relaciones. Rara vez había

ocurrido a lo largo del día. Y nunca fuera de nuestro cuarto. Nadie

sabía de nuestra aproximación y contacto corporal. O eso creía yo.

Me sorprendí. Yo escondía un libro entre mis manos. Carlos lo ignoró.

Él, hijo único, con padres separados y olvidados por ambas partes, sin

tener terminada la que una vez llamaban ‘EGB’, no veía en las letras

de los libros utilidad alguna. Mientras hubiera películas, la lectura

podría seguir esperando dormida y cerrada entre dos tapas duras. Yo

en cambio me había vuelto un adicto a la fuerza. La escena era

132

Page 133: El Hijo de Puta Cabrón

preciosa. El libro se me cayó de las manos. El golpe en el suelo fue

seco. Abrí los ojos como platos. Examiné la escena de nuevo, sonreí

nervioso y vi cómo Carlos se acercaba feliz. No sé cómo, pero había

conseguido velas y fuego. Inaudito. Los platos, vasos y cubiertos eran

de plástico. El menú exquisito. Había gulas al ajillo, jamón ibérico,

paté con tostadas, queso cortado en cuñas y seis langostinos para

cada uno. Grandes y deliciosos. Y junto a todo aquello, lo que me

disparó más aún la mirada: Vino. Una botella parpadeaba en el centro

de la mesa al vaivén de la llama...

133

Page 134: El Hijo de Puta Cabrón

15

La verdad duele

ólo pude balbucear. Me agarroté, como un tonto con los ojos

abiertos sin apenas pestañear. Balbuceé de nuevo, pero no

conseguí decir nada. Carlos dio un paso más y se situó a un escaso

palmo de mí. Me cogió la mano y dejó volar sus labios hasta los míos.

Seguí inmóvil. Me sujetó las dos manos con suavidad y me guió

lentamente. Cuando quise arrojar mis primeras palabras ya estaba

sentado sobre la silla, mirando a la ventana. Carlos estaba enfrente,

S

134

Page 135: El Hijo de Puta Cabrón

sonriente, sumido en su plena satisfacción. Al observarle, daba la

sensación de no tener problema alguno en la mente. Sólo disfrutaba

de ese instante. Su felicidad plena estaba en aquella mesa.

No sé de dónde, pero alcanzó dos copas enormes de cristal.

-Debo devolverlas intactas –señaló sin desdibujar su sonrisa.

-¿A qué se debe? –Acerté a preguntar al fin, mientras Carlos me cedía

una copa y vertía el vino dentro.

-A nosotros –respondió-. ¿No te parece suficiente?

Hundí la cabeza. Zambullí mi nariz en la copa de vino y me concentré

en la mezcla de aromas que embriagaban mi olfato. Él elevó la copa y

la inclinó suavemente hacia mí. Su mirada ardía. Brillaba en aquel

ambiente tenue más que ninguna de las dos velas. Agarré la copa con

más fuerza y golpeé la suya dócilmente. Después la acerqué de

nuevo a mí, sintiendo como el borde del cristal se posaba en la base

135

Page 136: El Hijo de Puta Cabrón

de mi nariz. Leí la etiqueta de la botella: 'Ramón Bilbao'. Su aroma me

avivó el ansia de beber, y cuando lo hice, el paladar enloqueció de

felicidad. “¿Por qué tragar?”, vacilé. Posé la copa en el mantel

anaranjado de papel. El vino, finalmente, desfiló por mi garganta. El

éxtasis me conquistó, y de repente sentí el calor de sus manos sobre

las mías.

-Está delicioso –dije con la voz temblorosa y colocando torpemente la

servilleta de papel fuera del plato, a mi izquierda, logrando así

separar nuestras manos.

-Lo sé –afirmó-. Tan delicioso como tú.

Aquel vómito de palabras me dio nauseas. Me asustó. Agaché aún

más la cabeza, sostuve el silencio y bebí de nuevo con media sonrisa.

Sin mediar más palabras, los dos comenzamos a despellejar los

langostinos. Él sé que se detuvo y me miró. Me observaba; me

analizaba; me estudiaba con detalle. Yo decidí evitar sus ojos.

Ignorarlos y concentrarme en quitar las últimas cáscaras que se

apegaban con fuerza a la piel del langostino. “¿Cómo había llegado a

esa maldita escena?”, me pregunté mientras masticaba y bebía y

veía que me miraba.

-Exquisito –mascullé- ¿Cómo lo has conseguido?

-Es secreto... –Respondió infantil- Como tú y yo.

-¿Mateo?

-¡Sshh...! –Mantuvo un silencio y tomó mi mano derecha, que

casualmente estaba libre de actividad-. Disfrutemos de este

momento. No preguntes, disfruta.

136

Page 137: El Hijo de Puta Cabrón

El tono de voz me tranquilizó. Él se alzó y sin esfuerzo llegó con

sorprendente facilidad a mis labios.

Después del beso la cena fue rápida. Excesivamente silenciosa para

mi gusto. Creo que él la disfrutaba únicamente con cada uno de mis

gestos; con los obligados encuentros visuales. Entre los dos y sobre la

mesa seguía firme la botella, que se aclaró también con excesiva

velocidad. Cuando sostenía la última copa, mis párpados barrían mis

ojos con elevada frecuencia. Mis manos limpiaban mi cara buscando

la nitidez. Carlos en cambio mantenía los ojos abiertos, acechándome

con la misma firmeza. En ese instante no quedaba nada en la mesa.

Nos habíamos saturado con todos los alimentos, acompañados por

escuetas conversaciones vacías. Un diálogo repleto de anécdotas sin

importancia y recuerdos del día y un pasado cercano. Siempre sin que

nuestras palabras nos transportaran fuera de aquel recinto. Él evitaba

escupir palabras que llevaran a su cerebro a crear imágenes suyas

fuera del centro.

-¿Postre? –Me sorprendió con la copa columpiándose en mis labios.

-¿Cuál? –Indagué alzando la mirada y las cejas, y sin separar un ápice

la copa de mi boca.

-¿Lo dudas? –Jugó.

Se me atragantó el vino. No quería sexo. Lo tenía claro. Iba a evitarlo.

Estaba envalentonado y quería aprovecharlo. Poco a poco, con los

dedos temblorosos posé la copa en el mantel. “No me apetecía sexo”,

volví a repetirme mientras me lamía los labios y trataba de sostener

137

Page 138: El Hijo de Puta Cabrón

su mirada. Seguía candente. Esperaba una respuesta que llevara

palabras. Pero tardó en llegar.

El sexo con estos preliminares era ‘hacer el amor’. Hacerlo estaba

muy lejos de mis intenciones. Menos cuando en mi cabeza azotaba

firme el martillo de la ruptura. Dolería, pero debía arrojarle la verdad.

Sin duda, aceptar sexo aquella noche era aceptar su juego; su amor;

nuestra relación.

-Entonces, ¿Quieres postre? –Insistió.

Tragué saliva, entrecerré la mirada y me concentré en sus ojos.

Repentinamente me puse de pie.

-Necesito ir al baño.

Él cambió la mirada, pero no la movió un ápice de mis ojos. Yo sonreí

e hice algo que no entraba en mis planes. Lo hice porque creía que

era la única llave para salir del aquel romántico escenario. Me incliné,

le cogí la mano y le besé con ternura.

-Ahora vuelvo –suspiré.

-Te espero.

Cuando dijo esas palabras ya me había liberado y caminaba hacia los

baños del centro. Por primera vez recorrería aquellos pasillos en

estado etílico. Todo era extraño. Demasiado difícil de comprender.

Tenía que apostillar un plan en apenas dos minutos.

Nunca supe el orden de sus planes. A veces uno planea, otras veces

las cosas surgen y en ocasiones le cogen por completa sorpresa.

138

Page 139: El Hijo de Puta Cabrón

Siempre creí que Carlos había organizado la cena mucho antes de

que descubriera que yo tenía firmes intenciones de abandonar el

centro. ¿Me equivoqué? ¿Era un puñetero órdago? La noche me había

sumido en un maldito bucle con la locura como única salida.

Sí sabía que Carlos no quería abandonar el centro, de manera que

enterarse de mi mejoría, incluida la posible cura mental, en absoluto

irrumpía en sus proyectos de futuro, ni a largo ni a corto plazo. Para

él, aquello era como si nuestras vidas se hubieran parado en el

tiempo y tuvieran predestinado morir allí. Él no quería salir de allí

porque allí era feliz, libre y valiente. Afuera, sin lugar a dudas, era un

preso del miedo. Y enseguida, una irremediable tristeza le devoraría y

obligaría a dejarse devorar por la demencia.

Cuando abrí la puerta de la habitación él no había modificado en

exceso su posición. Uno de los postres lo acerté. En cuanto me

acerqué a la mesa me lo hizo saber al oído mientras me supervisaba

su mirada más picarona. El otro no lo adiviné pero lo descubrí sobre

su mano derecha, descansando en pequeñitas hojitas verdes. A su

izquierda, el papel, la boquilla, un mechero y su nueva navajita

plegable con un mango de madera, mucho más útil y fácil de ocultar.

Bebí un trago de vino en cuanto mi culo recuperó la silla. Era el último

sorbo. Se acabó. “Necesitaba un whisky”, deseé.

-Tenías que haber conseguido un licor, un whisky... –solté nervioso.

139

Page 140: El Hijo de Puta Cabrón

-Relájate, loco, ahora fumamos, nos relajamos, y luego nos damos el

chupito de adrenalina que necesitamos. Con más alcohol te me

dormirías...

Contemplé a Carlos. Liaba un perfecto canuto mientras el eco de

aquel mote seguía resonando en mi cabeza. Hacía mucho que no me

llamaba ‘loco’. Sonreí. En ese instante, las velas casi derretidas

sirvieron para encender el porro. Lo romántico desapareció de un

bofetón. Yo permanecía risueño. Carlos no follaba hasta que no

terminaba el canuto por completo. “Tenía tiempo”, creí.

Sus caladas me daban silencio para pensar. El porro se coló entre mis

dedos, fumé, me mareé y volví a fumar. Lo estaba disfrutando. Se lo

devolví. Me dijo algo que apenas escuché y decidí que no podía

pensar tanto, que tenía que actuar. Si bien, todo se precipitó. La

palabra que quería detener el inminente acontecimiento sólo resonó

en mi interior cuando sus labios mordieron los míos y sus manos se

posaron en mi trasero.

"¿Me estaba convirtiendo en un verdadero experto en tener que decir

adiós?" Mi vida sobrevivía escalando a la cima de pequeñas

emociones sentimentales, que después yo derrumbaba de alguna

manera. Mi vida sentimental cojeaba y no encontraba el bastón

adecuado. Todo el que había utilizado hasta ahora lo había partido en

dos. Una vez más, iba a suceder.

Sin embargo, de todas mis rupturas, ésta sería la más sincera. Al

menos por mi parte. Yo tenía que dar el paso. En otras quizá hubiera

140

Page 141: El Hijo de Puta Cabrón

sido también el culpable del roto, pero nunca tuve la voluntad de

romper el lazo. Allí, en cambio, sí. Necesitaba convertirme en el autor

de la herida. Anhelaba ser el dueño de la frase: “Se acabó”. No quería

construir una falsa relación prefabricada sobre una enorme base de

mentira. Sentimientos de mentira y verdad enfrentados sin saberlo.

Era una bomba de goma dos alimentándose constantemente.

Iba a enseñar mis cartas cuando Carlos se puso de pie. Retiró la silla,

apagó el porro sobre el plato y sopló una de las velas para matar su

llama. Se pegó a mi lado. Me giró el cuello y levantó mi cabeza para

que los dos nos miráramos. Me mantuve sentado en la silla

mirándole. Tuve ganas de llorar, de que algo me hiciera desaparecer,

pero nada de eso ocurrió. Nos separaba medio palmo. Yo seguía

haciendo trampas con mis cartas boca abajo. En esta ocasión no

podía hacer creer que tenía una mejor jugada y esperar que el

contrincante se retirara. Él no iba a retirarse. No podía vivir aquel

amor con todos los ingredientes que conllevaba y esperar a decirle

adiós el día que las maletas me empujaran a la cordura. Era injusto.

Actué. Alcé las cejas, levanté mi cuerpo y mis brazos muertos se

hicieron con un poco de fuerza. Mis dedos apretaron sus hombros.

Sus ojos achispados por algo distinto al alcohol se sorprendieron. Él

posó sus manos en mi trasero y me besó cuando mi primera palabra

iba a tocarle los labios. Tuve que pedirle una pausa retirándole

dócilmente. Posé mis manos bajo sus orejas y le pedí que me mirará

sin decirle una sola palabra. Lo hizo. En un primer instante dibujó

media sonrisa. Luego torcería el gesto.

141

Page 142: El Hijo de Puta Cabrón

“Era mi momento”, me repetí. “¡Dilo!”.

Quería hablar mirándole pero no podía mantener su mirada. Me dolía,

y él lo notaba. Los latidos de mi corazón tronaban en la habitación. Mi

respiración volaba incómoda en las idas y venidas, y me ahogaba. Me

asfixiaba de miedo. “¿Por qué? Pánico de una relación, ¡qué

absurdo!”, pensé.

-¿Qué pasa, Sergio? –Se adelantó sobrio.

Reí al oír su voz. Me balanceé, caí de nuevo en la silla y reí a

carcajadas. La maría parecía aturdirme, y pensar que iba a tener que

pedirle a un hombre que dejara de besarme me resultó demasiado

gracioso. Mi cuerpo de pronto se acuclilló en el suelo. No podía parar

de reír. Levanté los párpados y me di cuenta que me encontraba a la

altura de su pene. Me visualicé comiéndole la polla y la risa estalló de

nuevo dentro de mí.

-Sergio –dijo.

Los ojos se me cerraron solos y mi boca mostraba su posición más

amplia mientras lanzaba constantes carcajadas imposibles de parar.

La potencia se multiplicó y entonces tuve que abrazarme el

estómago.

-¡Sergio! –Gritó.

Tardé segundos en percibir sus palabras posteriores. Lo hice cuando

él, rabioso, me cogió del pelo con una mano y de la axila con la otra

para ponerme de pie. Yo tenía lágrimas en los ojos, la piel del rostro

rojiza y los labios aún ebrios de felicidad. Mi respiración continuaba

acelerada. Él seguía con el gesto agrio. Necesité un pequeño lapso de

142

Page 143: El Hijo de Puta Cabrón

tiempo para reparar en su estado, pero cuando nos volvimos a mirar,

yo descubrí que él también lloraba.

-He dicho que tengo que decirte que nunca te vas a ir de aquí. Eso

era lo que celebrábamos hoy. Me enteré la semana pasada. Quieres

irte, pero no podemos. Quería que supieras que eso es imposible –

recitó de memoria retirándose las lágrimas con su mano derecha.

Mi cuerpo tembló. Fue un bofetón inesperado. Me debilitó totalmente.

De hecho, no podía digerir las palabras que me estaban mordiendo el

estómago. Cada letra era una maldita piraña hambrienta

comiéndome por dentro. ¿Dónde estaban mis fuerzas?

-Lo siento, Sergio, pero estate tranquilo, tengo contactos y aquí

viviremos bien. Sabes que no podemos vivir fuera de aquí. No soy

capaz...

-¿Qué dices? –Le empujé y conseguí separarme unos pasos. No quería

sentir su contacto.

-Sí, sé que querías que iniciáramos una vida juntos afuera, en la calle,

pero mi vida, la nuestra estará aquí siempre. Conseguiré todo lo que

deseas, ¿no lo has visto? –Señaló a la mesa y volvió a retirarse más

lágrimas-. No necesitamos irnos fuera, yo...

-¡Cállate! –chillé enajenado-. ¡No tienes ni puta idea! ¡Estás loco!

-Y tú, cariño. Los dos lo estamos. Locos, enamorados. Juntos

viviremos nuestro particular...

-¡Cállate, Carlos! ¡Cállate ahora mismo, por favor! Tú y yo no somos

nada juntos, ¿entiendes?

143

Page 144: El Hijo de Puta Cabrón

El rostro de Carlos enmudeció por primera vez. ¿Encontré la formula?

Los nervios me dominaban. La enajenación dominaba mis actos, mis

palabras. Sentí ganas de huir. Saltar por la ventana, correr y

atravesar todo el jardín, trepar la valla y correr hasta no tener una

gota de fuerza; hasta caer exhausto; muerto. Alguien tenía que

sacarme de allí.

Aquella noche supe que mi cordura estaba más presente que nunca.

-¡Me voy! –Me liberé pero sin dar un paso.

-¿Adónde? –Preguntó de inmediato- No puedes irte, cariño. Estás

borracho. Estamos aquí para siempre. Tenemos que hacer el amor,

terminar nuestra cena. ¡Bésame! –Dio un paso hacia mí- Que más da

allí fuera que aquí. El amor no entiende de escenarios. Es nuestro

amor, nuestro mundo...

Temblaba. Seguía petrificado. No estaba escuchando aquellas

palabras. ¿O sí? A dos pasos, lo suficientemente lejos de él y no me

sentía cómodo ni seguro todavía. El paladar se me estaba secando y

me faltaban fuerzas para escapar de aquella habitación.

-No te puedes ir, aún tenemos que celebrar que nos queremos... –

Continuó.

Fue aquella frase la que detonó mi paciencia, e hiriente y sin pensarlo

dos veces descargué mi verdad sobre él.

-Carlos, yo no te quiero. Lo siento, pero no te quiero hoy, nunca te

quise y nunca te querré.

Las palabras me vaciaron. Sentí flotar. La libertad saltó sobre mí para

abrazarme. Sin mantener un segundo aquella tensión, me giré, le

144

Page 145: El Hijo de Puta Cabrón

perdí de vista y caminé hacia la puerta. Puse la mano en el pomo y

aunque oí sus pasos acercarse ya nada iba a detenerme. Sin

embargo, una vez más me equivoqué. La debilidad me cazó de

repente. Era un pellizco, como un mordisco. Era una lágrima lamiendo

una herida en mi corazón. Como si las uñas de sus finos dedos me

hubieran rajado la piel y la hubieran abierto por completo. Esa herida

lloraba. Mis rodillas

flojearon. Caí, y el

frío metal siguió

ardiendo dentro de

mí. Me había

acuchillado por la

espalda y no podía

creerlo. ¿Iba a

morir?

Sus últimas palabras

aún resuenan en mis

sueños.

-Siempre estarás

conmigo.

145

Page 146: El Hijo de Puta Cabrón

16

Mordiendo mi propia pesadilla

odo lo recuerdo como un sueño. Años después, incluso, me

aseguraba que todo lo que ocurrió aquella noche fue un

puñetero sueño. Una pesadilla que trato de olvidar, y que sin

embargo, me es imposible. Cuando desnudo, en la ducha, el agua cae

sobre mi piel, siento escalofríos al notar que las gotas acarician la

cicatriz que me dejó su navaja. Muero de dolor, sicótico tal vez, si la

esponja roza la herida. Es una pequeña línea de cinco centímetros

T

146

Page 147: El Hijo de Puta Cabrón

que yace en mi espalda. Parece que bajo mi piel hubiera excavado un

pequeño topo. Aquella noche me bebí mi propia medicina.

La desesperación la entiendo. Ver que la persona que más quieres

huye. Ver que no tiene palabras. En muchas ocasiones, no hay frases

precisas, ni sentimientos que puedan evitar su marcha. Tampoco hay

tiempo para hechos que logren convencer a la pareja a no abandonar

el nido. En ese instante, el ser humano suele retroceder a una remota

prehistoria y desenfundar el animal que lleva dentro. Y es el hombre

en la mayoría de las ocasiones. Cegado por el amor, y con el cerebro

completamente desenchufado, la violencia se hace fuerte en él y

eyacula con rabia como último intento de retención. Cada golpe,

patada o puñetazo, cada cuchillada, cada bofetada, cada gesto de

odio, engorda aún más el adiós definitivo. El final.

Mis lágrimas escupieron por el miedo. También por el fuerte dolor que

me pellizcaba en la espalda con cada uno de mis resoplidos inquietos.

De rodillas, frente a la puerta, y con mi mano derecha soltándose del

pomo por falta de fuerzas y dirigiéndose a tapar mis ojos y frente,

creía morirme. Fruncía el ceño, apretaba la mandíbula, y por enésima

vez en mi joven vida rogaba a Dios que me ayudara. Deseaba

desaparecer, pero nadie actuó y emprendí un corto camino por la

primera tortura de mi vida.

Tal vez sólo fueron cinco minutos, pero yo creí que aquello era la

eternidad. Sin duda. Esencialmente, cuando volví a tropezar con su

mirada y sus labios sangrientos tocaron los míos. La eternidad era

dueña y señora de aquella escena. No veía el final por mucho que

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Page 148: El Hijo de Puta Cabrón

pensara en él y lo imaginara. Recuerdo que me oriné encima preso

del pánico, y que vomite poco después de que sus labios volvieran a

tomar una leve distancia. El pánico me mordió con ira y me contagió

con su veneno cuando vi que él ni siquiera pestañeó durante mi

vómito. Sonrió y me acarició la cabeza. En ese momento tuve la

certeza de que jamás daría un paso más en mi vida fuera de aquella

habitación.

Antes, el ardiente metal se había avivado dentro de mí. Había

jugueteado dentro de mí. Fueron segundos, pero los recuerdo con tan

sumo detalle que me asusta. Cuando llegó el momento de abandonar

mi piel, él lo hizo con suavidad. Tuve el recuerdo de una penetración

sexual. Como si él retirara su pene del interior de mí, justo después

de eyacular. La sacó con cuidada calma, sintiendo cada uno de los

milímetros de la piel que había usurpado, y siempre a idéntico ritmo

lento hasta conseguir la liberación. Acto seguido, mi espalda escupió

sangre, y su brazo sin arma se posó en mi hombro.

-Aún queda el postre –musitó girándome la cabeza desde la barbilla-.

¿Te lo quieres perder?

Mi corazón continuaba a un ritmo vertiginoso. Deprisa, asustado por

la herida abierta en su castillo de piel. Traté de levantar la mano para

aferrarme de nuevo al pomo de la puerta. También quise gritar, pero

me sentía afónico. Seco y sin fuerzas. La espalda me aguijoneó

cuando mi codo superó la altura de mi cuello. Carlos optó por

148

Page 149: El Hijo de Puta Cabrón

voltearme, sin mimos ni cuidado. De nuevo mis ojos se enfrentaron a

la mesa de la cena, a él, a nuestras camas, a derecha e izquierda, y al

jardín invisible que imaginaba ver a través de la oscura ventana. Lo

sentía apacible, durmiendo bajo un cielo ligeramente estrellado en

aquella noche sombría. La luna torcida y escuálida y el cinturón de

Orión eran las únicas luces protagonistas allí arriba. Y yo las quería

ver. Abandonar aquel cuarto y sentir la humedad y el frío del jardín en

la soledad. Sin embargo, mi futuro inmediato real iba a ser muy

distinto. Estaba a punto de ser besado y apenas lograba sostenerme

de rodillas.

Cada segundo, más húmedo. La sangre mojaba ya mis pantalones y

hacía gotear mi camiseta. Carlos sujetaba el cuchillo con su mano

derecha, con la mirada vacía, pero fija en mis ojos. Lentamente se

acercó la navaja a los labios. El filo se posó en sus labios y mi sangre

se empapó con suavidad por toda su sonrisa.

-Tú y yo hace tiempo que somos lo mismo y no lo sabes. Debería

habértelo dicho...

-Ayúdame –rogué sin apenas vocalizar-, me muero, Carlos.

149

Page 150: El Hijo de Puta Cabrón

Me sentí estúpido soltando aquellas palabras, pero eran ciertas. Él no

me escuchó. Saboreó un poco más mi sangre de la navaja y

prosiguió.

-Nuestra sangre, en cierto modo, es la misma. Cuando uno está

enamorado ambas se funden. Son distintas pero tienen algo en

común. Estamos unidos aunque no quieras asumirlo.- Se arrodilló y

quedó a la altura de mis ojos- Tú te mueres cada día, y no por la

herida de esta noche, cariño.

-¡Estás loco! –solté histérico y afónico.

-Yo, y tú. Los dos lo estamos. Y vamos a morir juntos. Es nuestra

única salida. Es la única solución. Debes aceptarlo. Enamorado y

haciendo el amor se camina mejor hacia la muerte. –Quedó a un

palmo de mí sin que yo pudiera evitarlo y concluyó- Yo te quiero,

150

Page 151: El Hijo de Puta Cabrón

Sergio, y tú deberías aprender a quererme porque siempre estarás

conmigo.

Con los puños cerrados, sin moverme para evitar las punzadas de la

herida, él completo la pequeña distancia que restaba entre ambos y

posó sus labios sangrientos en los míos.

Nunca supe si iba a morir desangrado o de la mano directa de Carlos,

al que imaginaba retomando la violencia y convirtiéndome en un

colador humano. No dudaba que sí él me mataba moriría conmigo. En

cambio, sí dudaba qué ocurriría si moría desangrado allí en la

habitación o de camino al hospital.

Quería saber el final de aquello, y sin embargo, no tengo recuerdos.

Me es imposible relatarlo. Sí me alivia saber que, matemáticamente,

Carlos no pudo violarme. Sí sé que después del beso él quería que

hiciéramos el amor. No le importaba mi agónica situación. Tras

vomitar, él sonrió, me limpió la barbilla y cogió mi débil mano

izquierda. Él ya se había desabrochado los botones del pantalón.

Sentí su pene erecto bajo los calzoncillos. La escena comenzó a

nublárseme. No tenía fuerza en ninguna parte del cuerpo. El sueño

me estrangulaba. Los párpados se me hundían constantemente.

Quería tumbarme y dormir. Y ni siquiera así me iba a sentir

descansado. Carlos seguía a la misma distancia, si bien, yo

comenzaba a verle cada vez más lejos; se alejaba y se emborronaba.

Mi mano sí seguía allí tratando de masturbar. Muerta, pegada a mi

brazo, que se alargaba a mis ojos como si se tratara de plastilina. Su

erección continuaba. Él me guiaba... Pero de pronto, mis ojos

151

Page 152: El Hijo de Puta Cabrón

huyeron, mi cuerpo fue derrumbándose hacia atrás y desparecí de

allí.

Son varias las versiones de mi final. Como una serie de televisión. No

sé si aún hoy he escogido alguno. Extrañamente, me gusta la que

cuenta que Carlos salió gritando de mi cuarto, me cogió por los

tobillos y me arrastró desde la habitación hasta el final del pasillo de

las habitaciones dejando tras de sí un desigual riachuelo de sangre.

Diez minutos después estaba en la enfermería y media hora más

tarde en el hospital. Sin embargo, no puedo creerme la primera parte

de la historia.

La segunda versión es similar, pero más verosímil porque mi cuerpo

no se movió del cuarto. Otra persona añadió que Carlos trató de

suicidarse cuando lo separaron de mí. Hubo demasiados bulos.

Incluso llegó a decirse que

los dos habíamos aparecido

muertos en la habitación y

que el centro lo ocultaba.

Era fácil apoyarse en esa

teoría. Yo sólo regresé a

firmar unos documentos y

para recoger algunas de mis

cosas. Mis padres habían

solicitado el alta voluntaria.

Sólo necesitaría una

152

Page 153: El Hijo de Puta Cabrón

entrevista semanal hasta el alta definitiva. De Carlos no supe nada

hasta un mes después.

Tenía la boca seca cuando desperté en el hospital. Estaba

desorientado, asustado. La presencia de mi madre, seria, llorosa y

triste no me relajaba. Al ver mis pupilas en movimiento, ella se acercó

apresuradamente. Olí su peculiar e inconfundible perfume francés

mezclado con el aroma de su maquillaje. Rompió a llorar cuando se

sentó sobre la cama, posó su mano sobre la mía y me besó en la

mejilla. Sentí que con la otra mano me tocaba las piernas. Me alivié.

-¡Te quiero, hijo! ¡Vaya susto nos has dado!

Mantuve el abrazo que de improviso tenía encima, quieto, tratando de

recordar y volviendo a sentir cada una de las partes y funciones de mi

organismo. Quise tocarme la cara. Lo conseguí cuando ella volvió a

separarse. Tenía barba, pero poco más que la noche de la cena. Volví

a observar a mi madre. Se secaba las lágrimas. Me miraba.

-¿Papá? –Pregunté.

-Trabajando.

-¿Qué hora es?

-Las diez, de la mañana... –Puntualizó.

-Y... ¿Llevo muchos días...?

Se separó de mí y fue a buscar una silla. La puso al lado de la cama.

Esta vez no me cogió la mano. Mantuvo la distancia. Se quedó

sentada a medio metro, mirándome, con sus manos anilladas sobre

las rodillas.

153

Page 154: El Hijo de Puta Cabrón

-Llevamos toda la noche contigo. ¡Qué susto nos has dado! Papá tuvo

que irse temprano, ya sabes, trabajo.

-Lo sé.

Llegó el silencio. Tenía tiempo para pensar, pero no lo hice. Los dos

examinamos la habitación. Yo por primera vez, ella por enésima vez.

Después volvimos a mirarnos. Me sonrió, yo dibujé una leve mueca de

resignación y bajé la cabeza.

-Todo esto es culpa mía –irrumpió de pronto.

-Déjalo, mamá. ¿Se puede poner la tele?

-Nunca debí darte nada, nunca debimos... Papá se empeñó.

-¡Déjalo! –Me enfadé- Sólo ha sido un susto, tú lo has dicho, ¿no?

Miremos hacia delante.

Decidí ponerme a buscar la forma de encender la tele. Necesitaba

una tercera voz que rompiera el silencio que vivía bajo nuestra

conversación.

-No, cariño, no lo dejo. Hemos hecho lo que en cierta manera tantas

veces te echamos en cara.

Detuve mi búsqueda y la miré de nuevo. Giré el cuello y sostuve mis

ojos en el punto exacto en el que habían nacido aquellas estúpidas

palabras. No podía creer lo que oía. Sí de papá, pero jamás de ella. Y

escupía aquellas sandeces sin mover un músculo de su cuerpo.

-No te castigues, mamá –Quise zanjar

-Sí, me castigo, y tú deberías hacerlo también. Quizá así nos

ayudarías a todos a enderezar nuestras vidas.

-¿Castigarme? ¿Yo? ¿Lo dices por lo de Jon? ¡No fastidies, madre!

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Page 155: El Hijo de Puta Cabrón

-Pues sí, por lo de Jon –replicó sin alzar la voz.

-Lo de Jon no tiene nada que ver con esta puta mierda. Fue un puto

accidente, ¿entiendes, mamá? Os lo he dicho a papá y a ti miles de

veces. Igual no lo queréis entender, pero eso no es mi problema,

¿vale? ¡Superarlo ya, coño!

La explosión de mis palabras dejó una calma absoluta. Fue una

bofetada del revés inesperada para ella. Sabía que aquella era la voz

de mi madre, pero sin duda, las palabras tenían la firma de mi padre.

Ella reanudó una leve llorera que se secó con un pañuelo de seda

beige. Yo giré la cabeza hacia el otro lado. Oí que se levantaba. Creí

que se marcharía. Erré. Oí los pasos. Vi la sombra. La vi a ella y vi que

me tendía una hoja sobre las sábanas. Era sobre mi estado de salud.

La pesadilla aún quería darme un último mordisco.

155

Page 156: El Hijo de Puta Cabrón

17

Descubriendo la realidad

a primera vez que volví a dormir en casa, no dormí. Me tumbé en

la cama, miré al techo y pensé en el cambio que había dado mi

vida en menos de un año. Busqué los motivos, pero no los localicé

todos. No encontré tampoco las razones. Tuve tiempo suficiente para

L

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Page 157: El Hijo de Puta Cabrón

buscarlas, pero me perdía en reflexiones que no me ayudaban a

descansar. Había dormido mucho mejor en el hospital, junto a mi

madre. No hubo día que despertara sin su presencia. Por la noche

dormíamos los dos, o eso creía yo. Yo en la cama, ella sobre dos

sillas. Por el día hablábamos sobre todo lo que nos inspiraba la tele;

noticias del mundo y España, política, chismes y pequeños

comentarios relacionados con la ficción. Lo demás era tabú. Las

miradas lo decían todo.

Era difícil olvidarme del olor de Carlos. Olvidar su mirada me era

imposible. No necesitaba cerrar los ojos para verla. De nuestras

noches tampoco me olvidaba; su risa, su marihuana, su andar, el

tacto de su piel, su desnudez, la manera de excitarse, correrse, la

forma de su pene. Trataba de olvidarme de aquello. Pero nunca algo

me había sido tan difícil. Me golpeaba incansablemente en los

pensamientos. Yo trataba de dibujarme un futuro mejor, de

establecerlo como única prioridad en mis ideas, pero siempre

acababa naufragando en la herida que aún me atormentaba al

descansar sobre la cama; más si cabe en mi cama. Deseaba

enderezar mi vida, terminar mis estudios de informática, trabajar,

poder volverme a correr una fiesta con los amigos; mis amigos, y

follarme a una tía hasta la extenuación. Sólo quería a una chica

desnuda entre mis brazos. Sus piernas abrazando mi cintura y las

mías la suya. Su coño y sus tetas y labios, todos para mí. Los de

arriba y los de abajo. Nada más. No quería hablar con ella, sólo

deseaba follármela. Me daba igual cómo fuera. Sentir el sexo apegado

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Page 158: El Hijo de Puta Cabrón

a mí. Meterla hasta al fondo y eyacular. Una y otra vez. Y luego me

gustaría follarme a otra distinta, y después a otra, y finalmente a otra

más. Quería que con todas fueran polvos salvajes. Que me hirieran la

piel, me arañaran, me desgarraran la garganta y enrojecieran el

capullo hasta que no pudiera soportar la mínima fricción. Anhelaba

sentir ese segundo en el que el cuerpo quedaba agarrotado y

desencajado hasta el límite para poder estallar de placer; que los dos

nos sumergiéramos en ese temblor, tocando fondo; el clímax. Y al

final, notar que los dos caemos poco a poco en la relajación más

profunda. Necesitaba lamer unos pechos, succionar cien coños, beber

su vida. Necesitaba el sexo femenino pidiéndome más y reafirmar mi

heterosexualidad.

Lo pensé la primera noche que dormí en mi casa pero no dormí.

Cuando terminé de masturbarme por tercera vez eran las cuatro de la

mañana. Hacía mucho que no me masturbaba solo. Hacía más tiempo

que no sentía ese deseo pasional y sexual hacia un cuerpo femenino.

Una mujer. ¿Cuál? En aquellos momentos me era fácil excitarme con

cualquiera. Sólo quería meterla y quemarme con el ardiente calor de

una vagina. Necesitaba sentir la piel de ella por dentro, sin

preservativo.

Antes de levantarme de la cama, porque la luz ya entraba por la

ventana, me masturbé otra vez. Apenas unas gotas de semen

cayeron en las sábanas. ¿Qué me estaba pasando? Y el sueño no

llegó.

158

Page 159: El Hijo de Puta Cabrón

Volver a desayunar leche

con colacao en la cocina de

mi madre, en la misma silla

de la cocina que me vio

crecer me provocaba

excesivos recuerdos. Me

resultó más extraño de lo

que preveía. Estaba

absurdamente feliz por el

absurdo hecho de poder

volver a desayunar en mi

taza. Con cubiertos de

verdad. Estaba feliz porque

la tele de la cocina me recordaba a un pasado distinto y mejor. Y

porque mi madre me cuidaba como a un maldito rey de Arabia.

¡Jamás había visto tanta bollería sobre la mesa! Mucho más feliz. La

libertad había vuelto a mi vida. Además, tenía una segunda

oportunidad, y mi futuro inmediato iba a alejarse mucho del pasado

reciente. Quería empezar de cero más que nunca y olvidarme de

todo.

-¡Vamos, hijo! ¡Aligera! –gruño mi madre mientras fregaba y recogía

la mesa- Tenemos que estar a las once en punto.

-Voy. Tranquila, mamá.

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Page 160: El Hijo de Puta Cabrón

El colacao reposaba aún caliente en la taza. Era lo más delicioso que

había probado en demasiados meses y no quería ver que se

terminaba. Bebí un sorbo y decidí untar y comerme una nueva

mantecada. La mordisqueé y mastiqué con suma pausa. Ni punto de

comparación con las secas magdalenas que cada mañana servían sin

éxito en el centro. Sonreí comiéndola. Estúpidamente reí. ¿Era aquello

lo que me estaba evidenciando un mejor porvenir? Algo había

cambiado sin lugar a dudas, y seguro que el cambio iba a progresar

aunque en menos de una hora tuviera que regresar al escenario de

mi pesadilla. La habitación de la cena romántica más surrealista de

mi vida.

-Te has levantado con apetito...

-¡Ajam! –dije con la boca llena.

-Vístete y vamos –pidió.

Terminé el colacao, di la taza a mi madre y camine en calzoncillos,

descalzo y despeinado hasta mi habitación. Allí tenía toda mi ropa;

mucha ropa. Y muchos más recuerdos. Laura seguía intacta en la

pared en forma de fotografía. Demasiado guapa para mí.

Excesivamente dolorosa su sonrisa. La fui arrancando poco a poco de

la pared, la rompí en cuatro pedazos y dejé que se olvidara en la

papelera vacía. También había regalos. Mis notas seguían intactas, y

varias cartas y postales. Éstas se acumulaban en el escritorio.

Todavía no las había abierto. La mayoría de mis amigos. Ninguna de

Laura. Una de Leticia, pero no decía nada interesante. “Espero que te

pongas bien pronto y podamos tomar un café”. “Yo espero volver a

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Page 161: El Hijo de Puta Cabrón

follarte pronto en esa bonita bañera que tienes...”, pensé entre

dientes sonriendo. Me sentía feliz. Mi ordenador seguía intacto, tal

vez algo más sucio. Lo encendí mientras me vestía. Quería averiguar

si alguien le había metido mano. Al menos a primera vista lo iba a

descubrir. Mis padres eran demasiado torpes. Sin embargo, no vi

nada anómalo en el tiempo que tuve.

-¿Ya estás con el trasto ese?

Mi madre estaba preparada por completo, con las llaves del coche

colgando de su dedo izquierdo y el bolso firme sobre su hombro

derecho. Excesivamente elegante. Con pendientes, maquillada,

repeinada, una falta morada y una blusa negra con ribetes bordados

a juego. Iba de domingo. Yo de martes.

-Voy.

La primera frase de la responsable del centro no fue original. Se

acercó, me acarició la cara y preguntó, “¿Qué tal?”. Su voz salió con

mayor cantidad de aire que sonido y tintineó en el ambiente

demasiado maternal. Afirmé con un “bien” escueto y también

escasamente original. Sin permiso utilicé la silla que quedaba frente a

su mesa. Mi madre optó por recibir su aprobación, y mientras

esperaba, me miraba con desaprensión, regañando mi actitud.

-De verdad, que desde el centro todos sentimos mucho lo ocurrido.

Jamás había sucedido nada igual. -La disculpa la soltó mientras

regresaba a su silla, junto a la ventana.

161

Page 162: El Hijo de Puta Cabrón

-Lo importante es que él está bien y se haga justicia –intervino mi

madre clavándome la mirada con una amplia sonrisa-. ¿Verdad?

Afirmé suavemente. Esperé callado a que llegara algo interesante que

escuchar o rebatir. Intuyo que durante varios minutos hubo un

diálogo vacío de interés como los muchos que hay en este mundo. No

obstante, ellas sí parecían abstraídas en sus palabras. Incluso

derrochaban entusiasmo. De pronto, mi nombre sonó y me involucró

en la conversación sacándome de mis pensamientos; de mi silencio.

Volví a levantar la cabeza, la mirada, sonreí a Raquel, miré de reojo a

mi madre y lancé un escueto “¿sí?”.

-La habitación está completamente recogida y tus cosas casi listas.

Puedes ir cuando quieras. –Debió de repetir por el tono en que lo dijo.

-Ve, anda –me animó mi madre.

-Sí, vale, -acepté.

Clavé las palmas de mis manos en los bordes de la silla. Apreté.

Hundí las uñas en la parte inferior de ésta y noté cómo el paladar

comenzaba a secárseme a una velocidad vertiginosa. El cuerpo se me

agarrotaba y el corazón me empezó a latir más rápido por la falta de

oxígeno. -Ve, cariño –insistió mi madre.

Giré la cabeza y volví a asentir con una mirada difícilmente amistosa.

Y no me pregunten por qué, pero esperaba que mi madre me

acompañara. No por miedo, más bien por ayuda. Quería que me

ayudara a recoger las cosas. “Me engañaba”, pensé. Sabía que me

mentía. Su presencia a mi lado me permitiría alcanzar un mínimo de

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Page 163: El Hijo de Puta Cabrón

calma, la que ahora no veía ni de lejos. Esa calma era un punto

borroso en el infinito. Ni siquiera imaginaba.

-Voy, mamá –articulé con una sutil molestia.

-Yo me quedo comentando unos asuntos con Raquel, ¿vale?

Miré a las dos. Aún esperé unos segundos por si emergía la pregunta,

pero nunca llegó el “¿Quieres qué te acompañe?”.

El silencio se perpetuó durante los últimos segundos que estuve en

aquella sala. Ninguna de las dos puso una palabra en sus labios hasta

que no cerré la puerta por fuera. Tal vez Raquel no entendía de

psicología, o quizá aquello se trataba de una prueba más. El examen

que tenía enfrente me exigía conseguir pisar la escena que podía

haberse convertido en mi fin. Apenas dos semanas después. No sé, ni

siquiera aún hoy, si aquello fue una buena actuación. Yo sentía

pánico. Si bien, no supe del pavor hasta que ella me dijo que fuera a

por mis cosas. Arrastré la silla para romper el sosiego. Me puse de pie

con torpeza y percibí que mis rodillas temblaban. Era verdadero

terror. No quería ir. Ellas lo tenían que saber, pero ellas callaban. Yo

callaba. Y tras girar mi cuerpo, caminar y abrir y cerrar la puerta,

inicié con firmeza el camino que me llevaba de nuevo a mi peor

pesadilla. No sabía siquiera si iba a llegar, pero me dirigía hacia allí.

Analizaba con detalle cada uno de los pasos que me acercaban a mi

habitación; nuestra habitación. Sabía que Carlos no estaba, pero sin

saber el motivo crecían mis dudas. Creía que en cualquier esquina iba

a aparecer con su andar torpón, su mirada fija y lenta, y su sonrisa

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bobalicona diciéndome, “¿Qué tal todo, loco?”. Nadie apareció. Ni

siquiera me crucé con los cuidadores del centro. Nadie. Como si lo

hubieran vaciado para mí.

A escasos cien metros de la puerta me detuve. Busqué restos de la

supuesta mancha que había dejado mi sangre. Sin embargo, el pasillo

aparecía impoluto. Reanudé mi marcha, miré el reloj del móvil y

recordé que en aquella planta era la hora de la gimnasia. La soledad

me intranquilizó más. Me invadió el miedo cuando la puerta estuvo a

la vista. Me obligué a detenerme. Desconfiaba, cada vez más, de la

soledad de aquella habitación. ¿Esperaba hallar algo más además de

mis cosas? ¿A alguien? Era absurdo. Sabía que no, pero la ansiedad

había debilitado mi certeza.

La puerta de la habitación 017 parecía enorme en aquel pasillo. Los

números en color beige me parecieron incluso diferentes. Más

tétricos. Jamás me había fijado en ellos. Miré a la derecha e izquierda

y me distancié para contemplar la puerta. Nunca antes me había

planteado lo que suponía abrir una maldita puerta. Nunca me había

aterrado tanto. ¿Por qué? Lo que podía haber al otro lado no era

nada, y cada segundo que lo pensaba la dificultad me era mayor. Di

tres pasos, y decidí pegar la oreja en la madera de aquella puerta.

¿Oía silencio? Mi corazón me golpeaba el pecho con tanta fuerza, que

no conseguía oír nada. Cerré los ojos y sentí cómo mis dedos

temblaban contra la puerta. Tenía tantísimo miedo de repente, que

no podía escuchar más que el vivir de mi cuerpo.

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Page 165: El Hijo de Puta Cabrón

Volví a distanciarme. Volví a vigilar. ¿Por qué era tan gilipollas?

"¡Nadie iba a estar esperándome allí dentro!", me grité. Y menos aún

la persona en la que estaba pensando constantemente. Necesitaba

afrontarlo. Abrir la puerta, recoger mis cosas y dar un portazo para

siempre al pasado; a lo que sucedió aquella noche. Había un futuro y

yo tenía que tomar las riendas.

Opté por dejar de pensar. Me quité la puerta de los ojos. Me agaché,

me escondí en mí mismo y conté hasta cinco. Ni despacio ni rápido. A

un ritmo constante y decidido. No podía volver con mi madre como un

maldito niño cobarde sin mis cosas. Era un paso atrás respecto a mi

libertad. Me levanté y caminé veloz hacia la puerta. Fueron tres

pasos. Mi mano derecha se estiró, apreté el pomo con fuerza, frío, lo

giré y abrí. La habitación descansaba en paz tal y como la había

conocido. Sin embargo, de pronto me atizó con furia la última imagen

que tenía de ella. Su mirada en el centro, su aroma, la tenue luz, su

respiración vibrando y mi dolor adentrándose en mí hasta paralizarme

los huesos y la conciencia. Pestañeé y volví a visualizar con detalle lo

que en realidad había allí. Quería convencerme de que estaba solo.

Sin él.

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Libertad atada

parecía frente a mí. Con el cuchillo en la mano, sonriente.

“¿Qué tal loco?, ¿Has venido a por el postre?” Veía la escena

con total nitidez. La sentía, palpaba y temía. Mi mente me la hacía

experimentar. Yo me la estaba bebiendo; saboreando. Me era

imposible deshacerla. Y por un lado, tampoco quería. Era él y yo. Los

A

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dos enfrentados, y aunque aterrado, deseaba atacar y saldar cuentas.

“¿Deseaba su muerte?”, vacilé. La venganza tal vez. Y no sólo por la

cicatriz perenne que se amoldaba aún en mi espalda. Quería que

pagara el importe por la herida que latía en mi vida. No iba a ser fácil

la venganza, ni la manera concreta de realizarla.

Sé que la histeria me atraparía... No lo dudaba. Si lo tuviera delante

de mí realmente no sabría cómo actuar. Improvisaría. La violencia me

conquistaría. Y repentinamente me vi inmerso en una película. La

rodé en mi mente y corregí mis actos cuando no me gustaban. La

ficción me obligó a salir a escena y actuar. “¡Acción!”, grité. Corrí,

salté sobre él y le aticé un puñetazo entre los dientes. Me excitó su

sangre correteando entre sus encías. Luego le golpeé en la nariz. Un

rojizo riachuelo le encharcó el rostro. Me dio asco. Sufrí náuseas.

Quise vomitarle encima, pero no lo hice. Quise morderle el labio y

arrancárselo. Tragármelo. Incluso en pleno estado de rabia, soñé con

besarle y morderle la lengua cuando me la metiera hasta la

campanilla, algo que siempre solía hacer. Me dejé besar, y entonces,

mi trampa dental se activó y apretó sin piedad hasta sentir que se

partía en dos. No pude cogerle del pelo, así que decidí atrapar sus

minúsculas y ridículas orejas. No le veía llorar, así que escupí

directamente a sus ojos. No le veía sangrar todo lo que quería, así

que hinqué mis uñas en su cuello hasta ver que la piel se desgarraba

y las gotas de sangre desfilaban suavemente para esconderse bajo su

camiseta. Y cuando sólo me quedaba cortar por lo sano su vida, mi

rodilla se hundió entre su entrepierna, golpeó y yo me fui con media

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sonrisa. Era el definitivo ‘The End’. No quería ver su muerte. Su mala

vida se encargaría de tal honor.

Tardé unos minutos en

desaparecer de la ficticia

habitación. Fue como si me

hubieran soltado de un

avión. Cuando choqué

contra el suelo, mi cuerpo

despertó por completo.

Resucitó. Estaba allí, en

soledad. La habitación

estaba intacta. Tal y como

la había visto por primera

vez. Di dos pasos, tres y un

cuarto. No había nadie.

Lógico. Sin embargo, no me entretuve. No me detuve en detalles.

Recogí mi ropa, que ya casi estaba preparada en mi maleta. Guardé

varios de los bolígrafos que utilizaba, dos cuadernos y tres libros de la

biblioteca que, como no habían retirado del cuarto, tomé prestados

para siempre. Además, me llevé ‘Azul casi transparente’ de Ryu

Murakami, un pequeño libro que Carlos me había regalado y se había

convertido en mi obra de cabecera; mi lectura nocturna.

Recorrí el pasillo veloz, como si me persiguieran. Únicamente me

crucé con dos asistentes que rehusaron saludarme. Me miraron en

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dos ocasiones, de manera intermitente e intercalando susurros.

Sonreí y seguí avanzando obviándolas. Mi madre permanecía en el

interior del despacho de Raquel. En idéntica posición. Las dos debían

de continuar conversando. Di dos golpecitos en el cristal de la puerta

y entré sin esperar una respuesta de aceptación. Pese a esto, las dos

se asustaron. Las dos se recolocaron en sus asientos en cuanto

notaron mi presencia. De inmediato, mi madre se levantó. Su rostro

denotaba enfado. Su piel aparecía acalorada y con una postiza

sonrisa, como si dos hilos estiraran de los codos de sus labios. Raquel

puso un gesto casi idéntico pero más comedido.

-¿Pasa algo? –Pregunté.

-Nada, hijo. Nos vamos ya. –Tendió la mano a Raquel y ella la aceptó-

Muchas gracias por todo lo que han podido hacer.

La ironía, una receta frágil en mi madre, abofeteaba sin disimulo en el

tono de cada palabra. “Lo siento”, oí musitar. Raquel se levantó para

darme dos besos. Lo hizo y nos fuimos. Todo fue excesivamente

rápido.

El viaje en coche me regaló una canción. La pinchaban en una

extraña emisora de radio. La sensación de libertad con ese tema

creció más fuerte dentro de mí. Bebía cada una de sus frases por

primera vez y me hicieron sentir bien, aislándome por completo de la

monotonía y silencio del trayecto. Sin embargo, hoy no puedo

recordarla. Hoy siempre me viene a la cabeza la letra de otra canción:

“Una racha de viento nos visitó, pero nuestra veleta no se inmutó...

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Se rompió la cadena que ataba el reloj a las horas... Agarrado un

momento a la cola del viento me siento mejor, me olvidé de poner en

el suelo los pies y me siento mejor...”

La libertad nacía y crecía en mis venas con cada curva. En cada

frenazo. En cada acelerón. En la absurda posibilidad de ver los

semáforos de nuevo, descubrir nuevos rostros pasear por las aceras,

cruzando frente al vehículo ilegalmente o por el paso de cebra

correspondiente. La libertad me hacía sonreír al ver bailar sin ritmo

una hoja de un árbol. Incluso al ver en silencio las primeras luces de

Navidad que pronto acabarían haciéndose fuertes en la Castellana.

Sentí más placer cuando decidí bajar la ventanilla y percibía que el

aire frío azotaba mi cara y me hacía llorar. La sensación de libertad

me ayudaba a despertar de mi pesadilla, aunque no a olvidarla.

Deseaba borrar el pasado, aunque olvidando no podía obviarlo. Ni

siquiera las consecuencias. La herida desfilaba con total libertad por

mi vida y eso era imposible de erradicar. Ni a largo plazo. Caminaría

por la libertad a partir de hora, pero un fino hilo siempre me ataría a

ese pasado.

Pese a ese trazo de tristeza interior invisible, yo continuaba con mi

sonrisa en el coche, con la cabeza pegada a la ventanilla, sintiendo

cómo el frío aire se colaba por una esquelética rendija. Y allí, en el

asiento del copiloto, la felicidad me iluminaba con mayor amplitud

cada segundo. Me alejaba para siempre de un oscuro camino en mi

vida. Pero entonces, durante mi ardua tarea de olvidar y disfrutar, mi

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Page 171: El Hijo de Puta Cabrón

madre optó por lanzarme una zancadilla. Despertarme del sueño y

avivarme el interés por la persona que envenenó mi vida.

-¡Vamos a denunciar! –explotó bajando el sonido de la música.

-¿A quién? –Pregunté apático.

-Al centro, por supuesto, y a tu compañero. No puede irse de rositas

como ellos quieren. Por el bien de todos y el tuyo, hijo.

-¿De qué hablas, madre? –Giré la cabeza y clavé sus ojos en ella, que

seguía concentrada en la conducción con la mirada fija en la

carretera.

-De lo que te ha sucedido. –Frenó de golpe ante un semáforo en rojo y

me miró- ¿O crees que todo lo que ha pasado es nada? ¡Te intentó

asesinar!

El afilado grito materno me asustó. Enderezó mi cuerpo y me sentí

tenso e incómodo en el interior del coche. Se había hecho

excesivamente pequeño aquel habitáculo.

-No... Sí, no sé, pero ya llegará el juicio, ¿no? -agaché la cabeza- Yo

quiero olvidarlo, madre.

El acelerón me pilló por sorpresa. Atacó justo después de querer

asesinar un claxon. A mi madre le apresaron los nervios, pisó el

acelerador con ímpetu, soltó el embrague de una vez y las ruedas

chirriaron.

-Hijo, tú tienes que olvidar ciertas cosas, no lo dudo, pero otras no

puedes. Están contigo. Es tu vida. Tendremos que superarlas juntos.

Él debe pagar por lo que hizo. Y sin embargo, no lo va a hacer.

-¿Cómo?

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-Sólo le han cambiado de centro. Sigue el mismo tratamiento y en

idénticas condiciones –relataba mientras peleaba con el tráfico del

centro de la capital, cambiando constantemente de carril-. Y Nada va

a cambiar. Nosotros tenemos que hacer algo.

-¿Dónde está?

-Eso es lo más grave del asunto...

-¿Dónde? –pregunté con mayor seriedad.

Mi madre giró el volante sin dar el intermitente, volví a oír un claxon,

pero no sentí golpe alguno. Estábamos frente a la rampa descendente

que daba acceso al garaje de la comunidad de vecinos.

-A dos manzanas de nuestra casa. ¡De ti! ¡Es vergonzoso!

-¿Dónde? –Insistí inquieto.

Cuando me concretó la dirección se me puso la piel de gallina y la

libertad, viva, me ató un poquito en corto.

Transcurrió medio año hasta que volví a ver a Carlos de cuerpo

presente. Uno frente al otro. Los dos juntos, separados por un escaso

metro. Sin embargo, apenas un mes después de nuestra cena

romántica ya sabía de él. La curiosidad con la que mi madre me había

alimentado había dejado a mis dedos libres de uñas y necesitaba

respuestas. Desde la distancia, pero noticias suyas; explicaciones.

Aún no tenía el valor suficiente como para enfrentarme a su cara. Ni

valentía, ni ideas maquiavélicas para desayunar la venganza que

tanto anhelaba.

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Page 173: El Hijo de Puta Cabrón

Opté por un método inusual en pleno siglo veintiuno, pero totalmente

eficaz para su estado. Le escribí una carta. Lo hice la misma tarde

que mi madre me reveló donde estaba. Escaso medio folio, pero

suficiente para decirle que yo seguía vivo y que mi herida no había

cicatrizado. Deseaba hacerle saber que no iba a olvidar el daño. No

quería que durmiera tranquilo. Y escribí a mano.

Querido Carlos,

Te sorprenderá la carta. Te sorprenderá leer de nuevo palabras de

mi puño y letra. Lo más sencillo era huir y alejarme de ti para

siempre, pero sabiendo lo cerca que estás de mí y la herida que corre

por mi sangre, no puedo evitar contactar contigo para decirte que,

en cierta manera, nuestra batalla no ha terminado. ¿O sí? Tú lo

dijiste: “¿Siempre estaremos juntos?”. Ahora lo entiendo.

No sé explicar el dolor; el odio. Quizá con el tiempo se borre y me

olvide de ti. Ahora me es imposible. Tengo una larga espina afilada

entre mis venas. No dudo que ya lo sabías. Descansa impasible a la

distancia justa de mi corazón. En mi vida diaria no me hiere, pero oír

tu nombre y recordarte estremecen mis latidos. El pinchazo se

convierte en una insufrible tortura que alimenta mis ganas de ti.

Hoy no sé si volveré a mirar tus ojos. Si lo hago, ten miedo. Yo lo

tendré. Y antes de despedirme, sí necesito saber una respuesta. ¿Por

qué me contagiaste con tu veneno? ¿Desde cuándo lo tenías

planeado? Quiero saber qué parte de cordura hay en ti en todo lo

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Page 174: El Hijo de Puta Cabrón

que me sucede o si todo es fruto de la locura. Ahora mismo estoy

llorando. Si buscas bien en el folio, verás las sombras de mis

lágrimas resecas. Espero tu sinceridad.

Un saludo,

Sergio.

Doblé la hoja. Me sequé las lágrimas. Cogí un sobre de uno de los

cajones de mi escritorio. Metí la carta dentro. Cogí otra hoja y en ella

escribí mi dirección. Le pedí discreción si decidía responder. Le pedí

un seudónimo o anonimato. Pegué el sobre. Y sin dudar un segundo

más abandoné la habitación. Compré un sello. También lo pegué con

rapidez. Y sin abandonar mi acelerado nerviosismo, busqué el buzón

más cercano. No quería pensar, porque entonces encontraría una

manera de arrepentirme. En cuanto vi el cilindro metálico, decidí abrir

su boca y soltar la carta de mis dedos. La empujé con tal brusquedad,

que me fue imposible buscar un segundo de arrepentimiento. En el

momento en el que la carta yacía dentro del buzón, sin posibilidad de

rescate, me relajé y cavilé en las consecuencias. Hacía un nuevo nudo

a la única cuerda que coartaba mi recién estrenada libertad. Me

arrepentí en cierta manera. Aunque al mismo tiempo comprendía que

era un escrito inevitable.

La respuesta de Carlos llegó cinco días después. Yo estaba en el salón

jugando al FIFA con mi ‘Play Station’. No esperaba una respuesta tan

temprana. De hecho, al segundo día había olvidado la carta por

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Page 175: El Hijo de Puta Cabrón

completo. Imaginé que no le llegaría la carta. Se perdería en

recepción.

-¡Sergio! –Gritó mi padre- Una admiradora...

Pausé el juego, asomé la cabeza y vi a mi padre con un pequeño taco

de cartas, en su mayoría facturas.

-Parece que tienes una admiradora secreta... –Sonrió y me lanzó con

desprecio un pequeño sobre.

-Sí, seguro... –Farfullé soltando el mando.

Atrapé la carta del suelo y leí: ‘Lilly’. Sonreí. Una de las protagonistas

de nuestro libro; mi libro de cabecera. Mi corazón se aceleró, y la

espina hirió con ira mientras un nudo estrangulaba mi estómago. Mi

piel moría, y mi mandíbula quedó desencajada durante largos

segundos.

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Page 176: El Hijo de Puta Cabrón

-¿Todo bien? –Preguntó mi padre.

Agaché la cabeza, me levante y crucé por su derecha sin mirarle.

Tenía una dirección única: Encerrarme en mi cuarto.

-Todo perfecto –dije antes de desaparecer.

Ni siquiera en la soledad de mi habitación, con la carta en la mano,

mirándola, quemándome, podía tranquilizarme. Oí a mi padre por el

pasillo, pero él sabía que no podía venir a interrumpir. Mi madre debía

de seguir en la cocina. Me aislé del mundo. Sentí cómo el calor ardía

en mis manos. Puse un disco de ‘Franz Ferdinand’ y rajé la carta por

un lateral con suavidad y temblor. Bajo los primeros acordes de

‘Jacqueline’ buceé en el dolor de sus primeras palabras.

1. Letra de la canción: ‘Dulce Introducción al caos’ de Extremoduro.

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La carta

Hola, loco.

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Page 178: El Hijo de Puta Cabrón

¡Menuda sorpresa! Te echo de menos, mucho. Llevo un mes sin

follar. Imagino que tú también. Me habrás sido fiel, ¿no? ¡Uf! Eso

hace echar de menos a cualquiera, ¿no crees?

Entiendo el enfado que emana tu escueta carta. No sé el motivo. No

sé qué herida te duele más. Sé que, si es lo que creo y te lo hubiera

dicho nunca hubieras follado conmigo. ¿Qué harás tú a partir de

ahora? ¿Quieres tirarte toda una vida sin meter tu bonito pene en un

chochito caliente? ¿O en un culito? ¿Qué te gusta más ahora? Para

saborear ambas te será imprescindible mentir.

Quizá algún día lo nuestro tenga solución. Hoy lo dudo. Y no planeé

nada, que conste. No al menos nada de la parte final. Estoy

enamorado de ti, simplemente. Es lo único sincero que siento

ferozmente en mí. El resto son asquerosas falacias; sentimientos

efímeros. Y no seré ni el primero ni el último amante que mata o

intenta matar al amor de su

vida. Nunca quise herirte,

pero ver que te ibas de mí

me dolió, tanto, que

necesitaba hacerte saber;

que sintieras mi dolor en tu

piel.

Es la primera carta que

escribo en muchos años y no

se me está dando mal. Por

cierto, he decidido

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Page 179: El Hijo de Puta Cabrón

apodarme como la protagonista de ‘Azul casi transparente’. ¿Qué te

parece? ¿Sexy? Siempre quise ser una mujer. ¿Me querrías

entonces? Yo aún te quiero. Ya te lo he dicho, ¿verdad? Me masturbo

pensando en ti. Todos los días. ¿Tú? Al menos sé que piensas en mí.

Tú has iniciado esta batalla verbal de cartas.

¿Adónde quieres llegar? Matarme no solucionaría nada. Lo sabes.

Además, eres cobarde por naturaleza. Te cuesta en exceso afrontar

la realidad. Lo percibí enseguida. Luego supuse que por eso te

escudaste en la locura. Es más sencillo todo, ¿cierto? Y más fácil en

la soledad sin que nadie te moleste. Así eras tú. Así eres. Desde el

principio supe que caerías en la tentación. ¿Te lo mereces? No lo sé.

¿Me lo merezco yo? Tampoco lo sé. ¿Cómo fue? Tal vez algún día...

¿De verdad vas a venir a verme? Tengo la piel de gallina. Todo el

cuerpo se me eriza. El corazón se me atropella como a un chiquillo

en su primer día de colonias. Esas palabras tuyas aún respiran

jadeantes en mi cabeza. Estoy cachondo como un quinceañero en su

primera vez. Si ahora estuvieras aquí y me pusieras la mano en la

polla, me correría en un solo instante. ¿Tú no? ¡Tócate, anda! Ahora,

hazlo por mí y luego cuéntamelo en la próxima carta. ¿Vale? Ojalá lo

hagas. ¡Ay, loco! ¿Qué vas a hacer con tu vida? Sin mí... ¿Te curarán

tus papis? Te llevarán al mejor centro del país y te tendrán años

encerrado allí, con los mejores tratamientos, hasta que encuentren la

deseada vacuna. Tú tranquilo, siempre te quedaré yo. Dos hombres

de la mano, unidos por nuestra pasión sexual, envenenados,

caminando, enamorados hasta la muerte. Ya no podríamos hacernos

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Page 180: El Hijo de Puta Cabrón

más mal... Pero tú tuviste que querer huir. No lo entiendo. ¿La chupo

mal? No me mientas, ¿eh? Te he visto y sentido. Te retorcías en

nuestra cama; mi cama y la tuya. He notado cada uno de tus

espasmos golpeando a derecha, izquierda, arriba y abajo. Y

finalmente, recuerda que saboreé tu semen golpeándome en el

paladar.

¿Aún sigues leyendo? Iba a escribir poco, pero esto me está

resultando altamente divertido. No esperaba noticias tuyas. De

verdad. Incluso descartaba que estuvieras enfermo. Sabía la

posibilidad, pero pareces un tipo con suerte. ¿De verdad lo estás? Lo

siento. O no, no sé. Tal vez lo merezcas, por cobarde. ¿Acaso lo

merezco yo? Me repito, lo sé, pero me gustaría tenerte aquí para

poder oír ya todas las respuestas a mis preguntas. Mi historia es

mucho más dura que la tuya. Quizá por eso enloquecí. Estaba

enamorado, más que ahora de ti. ¿Te creíste la escena de la obra?

No, ¿verdad? Patrañas, puras y asquerosas patrañas. Tal vez te lo

cuente en el futuro, pero en otra carta. Aunque sólo en el caso que

rechaces un encuentro cara a cara. ¿Volverás a escribirme? Creo que

sí. Me necesitas. Tienes cuentas pendientes conmigo. Tienes

dependencia a mí. ¿Nos volveremos a ver?

Pregunto demasiado y yo no respondo a tus preguntas. ¡Cómo soy!

Sin embargo, tampoco creo que quisieras eso. Querías tener noticias

mías, nada más. Además, no hay porqué, y si lo hay lo encontrarás tu

mismo el día que decidas actuar en silencio y rezar que el veneno no

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Page 181: El Hijo de Puta Cabrón

se propague. Porque no es lo mismo follar con condón que sin él,

¿verdad? Los dos lo hablamos aquella noche orgásmica en la que

sacamos tantas virtudes a una relación homosexual. La

heterosexualidad sólo se cubre del embarazo, ¿verdad? ¿Y tú qué

quieres ahora mismo?

Ardo en deseos. Ardo si sueño saborear miles de mis deseos. El

primero, verte. Luego tocarte, olerte, saborearte, morderte, comerte,

besarte. ¿Estás seguro de que no me quieres? ¡Piénsalo bien! ¿Por

qué me escribes? No hay más, Sergio, mi loco. Debes afrontar tus

pasos del futuro tu mismo. Por recurrir a mí no vas a remediar nada.

Sólo me vas a encontrar a mí, amándote. Yo no puedo curarte. No sé

si vienes a mí por la herida en la piel o por la enfermedad que tal vez

te contagié. Si es por el sida, sólo tú puedes afrontarlo. Si realmente

lo padeces, y no me quieres, deberás caminar tú solo. No hay espacio

ni tiempo para la venganza. Créeme.

Yo te quiero mucho. Lo sabías mucho antes de que organizara la

cena. Pero te hiciste el despistado una vez más y eso no es justo. Un

día amaneció como otro cualquiera y los besos y las caricias habían

cambiado. Eso se nota, Sergio. Tus gestos y palabras brotaban con

suma medida, y las mías se dejaban llevar y brillaban sin mesura. Tu

mirada dejaba más que en evidencia todo lo que sentías, pero

preferías esconderte en tu biblioteca y aprovecharte del sexo.

¡Maravilloso! Loco te echo mucho de menos. ¿A qué juegas? Yo sé mi

juego pero, ¿el tuyo?

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Page 182: El Hijo de Puta Cabrón

Tuve que detenerme. Aún me quedaba un folio, pero parecía que me

restaba una eternidad. Que vivía en ella. Necesitaba agua. Un buen

trago de alcohol; ron, whisky, vodka, tequila... Un buen polvo con una

tía. Y pensé en Leticia. ¿Hora de tomarse esa cerveza o café? Franz

Ferdinand seguía sonando en la habitación. Su aroma, el de Carlos,

me recorría las fosas nasales. ¿Cómo lo había hecho? Incluso al

pasarme la lengua por el paladar podía saborear sus besos. Salí de la

habitación, me metí en el baño sin llegar a ver a nadie y cogí la pasta

de dientes. Tuve una arcada. Me cepillé concienzudamente. Lo

necesitaba. El sabor a menta anegó mi boca y tuve otra arcada. Poco

a poco, Carlos desaparecía de mí. Me cepillaba rápido y fuerte. Oí dos

golpes en la puerta. Me sobresalté. Creí que al otro lado estaba él,

que me esperaba para seguir hablándome. Era absurdo, pero la

maldita carta parecía tenerme atrapado en su universo. Ni siquiera

había podido soltar el sobre y las hojas. Me quemaban en la mano

derecha.

-¿Estás bien, hijo?

-Sí, papá –respondí tirando de la cadena inmediatamente.

La soledad volvió al baño. Mi padre desistió. Me miré al espejo. Estaba

pálido. Feo. Hacía mucho que no me observaba con detalle. ¡Cómo

había cambiado! “¿No quería quitármelo de la cabeza? ¿O sí?”, me

pregunté observándome. “¿Necesitaba verle para una venganza o

simplemente para una explicación?”. Cuando el agua del váter dejó

de correr escuché el silencio. Mi padre se había marchado

definitivamente. Levanté las hojas y volví a mirar las letras de trazo

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Page 183: El Hijo de Puta Cabrón

infantil. Analicé el escuálido sobre en el que únicamente aparecía su

apodo y mi dirección, y entonces descubrí algo más. No había caído

en ello. Estaba en el fondo y su delgadez o mis nervios me lo habían

hecho obviar. Sonreí. ¡Qué cabrón! No pude evitar reír. Entre mis

dedos sujetaba uno de sus porros de marihuana. Estaba envuelto,

como si de un regalo se tratara, en un amplio papel de fumar. Y

estaba escrito. Lo deshice y leí: “Disfrútalo, sonríe a la vida y

recuérdanos”.

Abrí la puerta del baño apresurado, regresé a la habitación, escondí el

porro en un cajón y dejé la carta sobre la mesa. Aún tenía demasiado

presente su olor. Me maldije. ¿Cómo coño lo hace? De inmediato cogí

el móvil y busqué en la agenda. Llegué a la ‘L’ y escribí un mensaje.

Necesitaba unos labios femeninos. Necesitaba quedar con ella esta

tarde, aunque sólo fuera mirarla, oírla y olerla. Aunque mi interior

pidiera besarla, desnudarla con furia y follarla sin esperar su

consentimiento. Necesitaba un espacio y un mundo distinto. Para ello,

el primera paso era conseguir la cita, el segundo engañarla para ir a

su casa, y quizá entre medias, explicar, de la manera adecuada, mi

ausencia. “Te he echado de menos”, escribí antes de enviar.

Miré los folios de nuevo y supe que no tenía ganas de continuar, pero

debía hacerlo. Tampoco iba a tener la concentración necesaria

porque gran parte de mí esperaba impaciente un mensaje. El móvil

seguía apagado. Cogí la hoja. Decidí cambiar de música y opté por los

‘Beatles’. Metí el CD, bajé el volumen y comenzaron a sonar los

primeros acordes.

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Page 184: El Hijo de Puta Cabrón

Me quedé de pie apoyado en el escritorio. Miré el móvil, que seguía

sin dar señales de vida. Jugueteé con la última hoja y me la puse

delante. Era la hora de afrontar el final.

Si has escrito esto es porque quieres verme. Ese es tu juego. ¿Me

equivoco, loco? Me queda una duda. ¿Quieres verme para que

follemos o para darme una paliza? Algo me dice que más lo primero.

No te veo capaz de lo segundo. Así que concretemos. ¿Cuándo

quieres verme? No será fácil. El control al que soy sometido es muy

alto. De todas maneras planearemos algo. Yo me las ingenio, sigo

teniendo los contactos suficientes.

Yo te estoy siendo fiel, ¿eh? Espero que tú también. Además, tuvimos

una despedida muy fea. Deberíamos mejorarla. Ardo en deseos.

Iremos directo al sexo, ¿te parece? Sobran las palabras, que son las

que nos enfadan, y por supuesto, evitaremos la cena. Curaremos

nuestros pecados y perdonarás mis heridas, ¿verdad?

A veces sueño demasiado, piensas diferente, lo sé.

Querido, Sergio, hoy enviaré esta carta. Estas letras surgen un día

después. He hecho una pausa de un día. ¿Se nota?

Hoy, antes de ponerle punto final al escrito he releído tu carta, y la

verdad es que me duelen tus palabras, y más lo que intuyo de ellas.

Decirte que descubrí mi enfermedad hace un año. Nadie lo sabe. Es

la única solución para ser normal; el de antes. Nadie debe saberlo.

Es mi opinión. Si de verdad te he contagiado, lo siento. Tal vez eres

uno más de mi lista. ¿Qué elegirías tú con mi vida a cuestas? Quizá

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Page 185: El Hijo de Puta Cabrón

mi vida sea ahora en cierta manera parte de tu vida. Debes convivir

con ello. Yo elegí obviarlo. El futuro nos lo revela todo y los pacientes

son los que mejor llevan la espera. En mi vida, en esta que me toca

vivir, me gusta más esperar y esperarte. Yo te espero.

Puede que hoy, el efecto de la medicación me haga soltar todas estas

palabras de un modo extraño, pero son sinceras, lo prometo. Estoy

siendo consciente de lo que escribo. Tal vez no estoy siendo

consciente de cómo lo escribo. Sin embargo, lo que sí soy es

consciente de que te escribo a ti, Sergio.

Yo te esperaré, eso tenlo claro. No tengo mucho más que hacer, así

que a la espera de saber tus verdaderas intenciones, a la espera de

saber el significado o continuidad de estas cartas me quedo. A la

espera de ti.

Te echo de menos, loco.

Carlos.

PD: En el fondo del sobre encontrarás una ayudita para pensar mejor

en tu futuro. ¿El nuestro?

El folio se me cayó de las manos. Mis dedos no tenían una gota de

fuerza. La hoja flotó suave hasta tocar el parqué, por el que resbaló

suave hasta llegar al borde de la puerta. Me sentía agotado, como si

me hubieran dado una paliza. La música evitaba a duras penas que

sus palabras escritas sonaran altas y claras en mi cabeza.

185

Page 186: El Hijo de Puta Cabrón

Martilleaban en mi frente. Pellizcaban mis ojos. De pronto, el corte

entre una canción y otra me aterró por el excesivo silencio. El móvil

vibró, y mi corazón aceleró el ritmo cardiaco y el vaivén de mi pecho.

Incluso lancé un grito corto, agudo y absurdo. Di tres pasos, recogí la

última hoja de la carta del suelo y la uní al resto. Las doblé y apresé

el móvil. Era ella.

20

ObseXión

a masturbación se había convertido en una forma de vida.

Exprimía mi vida cada noche, cada tarde, cada mañana al L186

Page 187: El Hijo de Puta Cabrón

despertar. Incluso en sueños. Nada saciaba mis ganas de sexo. Ni el

frío de la calle, ni la lluvia constante del invierno, ni la oscuridad de

los días, ni las duchas heladas a las que a veces me sometía creyendo

que así podría relajarme. Siempre acababa aferrado a mi pene y al

brío suicida de una posible existencia. Y no me preocupaba, sólo me

obsesionaba. Necesitaba sexo con una mujer de manera inmediata.

Me hería la espera. Deseaba tener entre mis brazos el cuerpo de una

mujer desnuda. Me hería porque, en ese tiempo, seguían aleteando

en mí las palabras de Carlos, a las que había decidido dar portazo sin

valorarlas. Anhelaba olvidar la razón que cargaba muchas de sus

afirmaciones. Estaba en un estado de transición, y obsesionarme con

la carta no ayudaba. Los folios reposaban intactos en el cajón junto al

porro. Me aterraba escribir. No tenía palabras; las palabras. Además,

la herida del corazón supuraba rápido y el dolor disminuía, por lo que

mi cabeza regía con suficiencia para templar mi sangre. Entonces no

existían palabras para él. No poseía los hechos de la penitencia que le

devoraría.

De nuevo había vuelto a mis clases de informática. De nuevo había

vuelto a tener independencia lejos de mis padres. Y además de

teléfono móvil, de nuevo tenía tarjeta de crédito y dinero propio en

billetes y monedas. Incluso contacto con mis amigos. Y por supuesto,

había vuelto a saborear una, dos, tres y más cervezas. Lo único que

me ataba al pasado era mi estado; las primeras revisiones médicas

relacionadas con la enfermedad de Carlos; ahora mi enfermedad.

187

Page 188: El Hijo de Puta Cabrón

Todavía no podía aceptarlo. Menos creerlo. De hecho, cada vez que

me enfrentaba al médico esperaba y deseaba con todas mis fuerzas

que él sonriera y dijera, “Espero que nos pueda perdonar, Sergio,

pero todo ha sido un error, porque usted está muy sano. No está

contagiado”. Incluso rogué a Dios. Sin embargo, esas palabras a las

que les puse sabor a sandía veraniega no se derramaron sobre las

comisuras de mis labios.

Lejos de esa hiriente realidad comenzaba a disfrutar de la otra vida

paralela a la que me quería aferrar mientras fuera posible. Olvidaba

así las sombras que me hundían. En clase retomaba amistades. Y con

los de ‘toda la vida’ organizaba un jolgorio grandioso por mi regreso.

Sólo había pedido una cosa: Putas.

La obsesión me azotaba constantemente después de más de dos

meses fuera del centro. “Seguía sin meterla en caliente, ¡joder!”.

Imaginar la sensación de follarme a una mujer me obligaba a

masturbarme de inmediato. Daba igual dónde estuviera. Lo había

hecho entre clase y clase imaginando a todas mis compañeras, en el

Corte Inglés después de ver a varias dependientas con esa faldita tan

corta junto a su habitual e insinuante escote, en casa de Manu, una

tarde en el que su hermana acababa de salir del baño. No pude evitar

ir al servicio, inspirarme con su aroma, imaginarla desnuda en la

ducha y masturbarme. Mi casa también estaba tomada. El morbo me

había llevado a hacerlo en la cocina, en la habitación de mi hermano

y en la mis padres, en la entrada a riesgo de que me pillaran, e

188

Page 189: El Hijo de Puta Cabrón

incluso en la terraza. El deseo crecía tanto dentro de mí, que hoy

dudo que no fuera una enfermedad; otra más.

Para construir la realidad paralela tuve que levantar un muro que

evitara ver el pasado. Y la mentira volvió a convertirse en parte de la

decoración de mi vida. La gente sí quería saber, y yo adorné a mi

gusto el universo de mi ausencia. Carlos no existía, y el porqué de mi

ingreso en el Centro fue más que injusto. Ofrecer una sonrisa, ojitos

de pena y un silencio repleto de resignación, continuado por la frase

“así es la vida... Pero ahora hay que mirar hacia el futuro”, ayudaba a

calzar mis falacias.

Mucho más difícil fue lo de Leticia. También me había obcecado con

ella. Lejos del amor. Tal vez era que ella fuera la única chica que se

había interesado por mí. Además, la deseaba ardientemente. Aquella

tarde de la bañera había inspirado en mí un incansable onanismo. Era

la única chica que me sentía capaz de follar sin pagar. Y pese a la

cercanía, aún dormía demasiado lejos de mí. Al menos en cuanto a

sexo se refiere. Ni siquiera pude tocar sus mejillas con mis labios la

primera vez que nos volvimos a ver. Y sin embargo, quería lanzarme

sobre ella, abrazarla, meterle la lengua, arrancarle la ropa, lamerle el

cuerpo, besarla, saborearla y penetrarla hasta sentir todo su calor.

Sentir sus abrazos, sus uñas en mi espalda, su humedad en mi

entrepierna, el aliento y sus gemidos, su sabor, la tensión física y

nuestra explosión final. Quería explotar. Estaba hastiado de una

imagen que siempre acababa conmigo de pie, con los ojos cerrados,

189

Page 190: El Hijo de Puta Cabrón

tenso, y con un pañuelo de papel aferrado a mi mano derecha

esperando recoger el elixir de mi pene palpitante.

Leticia contestó a mi mensaje de texto con frialdad. Aceptaba la

invitación, la del café, pero sus palabras prensadas mostraban dudas.

Esa misma tarde no quedamos. Tomamos ese café que acabó

convertido en cerveza tres días más tarde. Estaba preciosa,

desconfiada, distante pero complaciente. Seguía con su melena rubia,

lisa y suelta. Sus ojos miraban distinto. Ella se había convertido en

una mujer. Apareció con un abrigo largo que dejaba todo su interior a

mi imaginación. Me saludó con un “hola” cauto. Sus brazos siguieron

pegados al cuerpo. No hubo contacto siquiera. Respondí casi de

forma idéntica y nos sentamos. Nos miramos, y los dos, estúpidos,

190

Page 191: El Hijo de Puta Cabrón

sonreímos. Bajo el abrigo llevaba un vestido morado que reavivó en

mí una excitación ya patente. Ella comenzó a quitar la pegatina del

botellín de la cerveza y la saboreó con un primer trago cortó. Yo

imité.

-¿Qué tal estás? –Rompió el hielo.

-Bien –respondí seco y bebí-. Tirando...

Ella se desenfundó un fular del cuello y sus clavículas y el inicio de

sus pechos quedaron a la vista. Recordé besándolos. Me azoré, me

tensé y excité deseoso de ella.

-Creí que nunca nos volveríamos a ver, de verdad –dijo con un fino

hilo de voz.

-¿Por?

-¿Tú qué crees? –soltó ofensiva- Ni sé por qué estoy aquí. Te pasaste

tres pueblos, ¿no crees?

-O diez –corregí-. Lo sé, se me fue...

-¡Joder, tío! –Bebió otro trago y se recolocó en la silla.

-Lo siento –musité.

-No es suficiente, Sergio –me increpó- ¿Sabes?

-¿Qué? –pregunté intrigado mientras bebía hasta colocar la cerveza a

su mismo nivel.

-Yo te quería.

La cerveza se me detuvo en la traquea, como si hubiera pasado de

una masa líquida a sólida. La respiración no circulaba con normalidad

en mi organismo y la piel de mi cara empalideció. Mis pupilas

buscaron la sinceridad en sus palabras y la besé en mi imaginación.

191

Page 192: El Hijo de Puta Cabrón

-¿Sergio? –Me despertó.

-Lo siento... –Hundí la cabeza y traté de disculparme- Tienes toda la

razón. No sé ni cómo estás aquí conmigo. No lo merezco.

-Porque hay algo que me dice que no eres tan malo –dijo tras una

pausa.

-¿El qué?

-Algo, lo siento, lo percibo.

-Vaya...

Enmudeció durante largos segundos hasta que lanzó una nueva

declaración que me congeló.

-Además, me gustas. Todavía.

Su mano se posó sobre la mía. Me asusté. No había caído en la

cuenta, pero hacía casi un año que una mujer no me tocaba. Estaba

muy nervioso. Mantenía mi excitación, pero en esta ocasión me hacía

sentir raro. Aún quería lanzarme sobre ella, pero en ese justo instante

tenía miedo. ¿Qué buscaba tocándome la mano?

-No soy tan malo. Fueron las circunstancias, una mala época –acerté

a decir sin olvidarme del tacto de sus dedos.

-¿De verdad pegaste a aquella chica? –Preguntó tras una pausa, por

sorpresa y con una sobriedad extrema.

Las manos me quemaron y me solté. Me recliné hacia atrás y la miré

desconfiado. El calor se congeló. Ella había cogido toda la baraja de la

conversación y jugaba a placer conmigo. No me gustaba. Nada.

-¿De qué estás hablando? –Fingí no recordar tras unos segundos de

mutismo.

192

Page 193: El Hijo de Puta Cabrón

-Lo sabes, Sergio.

-No –mentí veloz-, no fue así.

-Era tu novia, ¿verdad? –preguntó con suma calma.

-Sí.

-¿Y yo?

-La chica de la que me estaba enamorando –mentí de nuevo.

-¡Mentiroso!

-No, no miento. Es verdad –insistí-. Me empezabas a gustar mucho,

pero todo se precipitó y no tuve tiempo de arreglarlo como es debido.

-Sí, descubrí a tiempo tu doble vida. Tu novia te dejó e hiciste todo lo

posible por recuperarla sin pensar un segundo en mí, y ocurrió lo que

ocurrió.

-¿Qué ocurrió? –Pregunté con autoridad- No lo sabes, Leti, así que no

vengas de sabidilla. No sabes lo que he vivido. No es tan fácil todo.

Creí que después de la llamada de mi novia no querrías saber de mí.

He pensado mucho en ti, más de lo que te imaginas.

-No sé...

-Pues yo sí sé. ¿Por qué estoy aquí? –Pregunté con la sensación de

que ganaba terreno.

-Porque no tienes a nadie –golpeó con furia, sin contemplaciones.

Hubo un silencio y los dos relajamos nuestros cuerpos sujetando el

botellín con tan solo un par de sorbos de cerveza en nuestro haber.

-Te equivocas –dije sereno-, tengo, pero tú me gustas mucho.

El silencio volvió a adueñarse de nosotros, especialmente de ella, que

había cambiado su mirada. “¿Parecía creer algunas de mis palabras?”

193

Page 194: El Hijo de Puta Cabrón

Logré mirarla a los ojos, sostener su mirada y sonreír. Ella pesaba. De

nuevo su mano se posó sobre la mía e hizo un gesto con la cabeza

para que abandonáramos el bar. De nuevo sin tocarnos, pero esta vez

sintiéndonos en la escasa distancia, nos levantamos, salimos a la

calle y caminamos. Sin palabras. Ella se detuvo cuando las escaleras

del metro podían verse.

-¿Lo intentamos de nuevo?

-Ardo en deseos –dije recordando las palabras de Carlos.

-Me gustas y lo sabes, pero necesito recuperar la confianza...

-Confía en mí. –Di un paso y le cogí la mano.

-Poco a poco, ¿vale?

La despedida me azotaba y pellizcaba. La tenía muy cerca, pero iba a

tener que esperar para desearla y sentirla. Sin embargo, ella quiso

darme un aperitivo de lo que podía ser el futuro. Sus labios volvieron

a tocar los míos. Fue un instante. Me derretí. Ella desapareció tras la

boca del metro y yo caminé, en principio, sin destino.

Lo que improvisas y haces sin pensar suele ser lo mejor que te ocurre

en la vida. La hubiera atacado y dado el beso de mi vida. Mi mano se

hubiera posado en su trasero para pegar su pubis a mi miembro

excitado, pero lo pensé, dudé y quedó en nada. Además, esa acción

podía tirar por la borda cualquier posibilidad de follármela. Era

jugármela a una sola carta. Mi entrepierna se ahogaba y ella se

alejaba. Sus piernas, su culo, su coño, sus tetas y labios dejaban de

194

Page 195: El Hijo de Puta Cabrón

estar a la vista de mis ojos, y sin embargo, me mantenían en llamas;

temblando. Necesitaba una mujer.

Cogí el teléfono y llamé. De camino entré a un bar. Pedí papel y boli y

apunté la dirección. No pensaba en mis actos, sólo actuaba.

-¿Es privado? –Pregunté.

-Voy cada semana, Sergio. Trato exquisito y un precio asequible para

lo que tienes. Y te lo mereces, tío –dijo Manu con media sonrisa en la

voz.

-¿Y a cuál no te has tirado tú? –bromeé ya fuera de la taberna.

-¡Ja, ja! A unas cuantas...

-Vale, entonces, dime a cuál es la que más te tiras, para evitarla, ¡Je,

je! Las comparaciones son odiosas.

-Mika y Floren la negrita –respondió sin pensar-, pero te las

recomiendo. Di que vas de mi parte.

-No te pases.

-No, en serio, dilo, y luego te llamo y me cuentas, ¿vale?

-¡Cabrón! ¡Y una mierda! –Exclamé entre risas.

-¿Hace cuánto que no follas, tío? ¿Un año?

Me mantuve callado. Él lo entendió y espero. Dudé, pero la mentira

no sonaría convincente así que respondí la verdad que él esperaba,

pero sin detalles dramáticos.

-Sí. Lo necesito, me está obsesionando.

-¡Joder! Hoy no puedo, pero el próximo sábado nos vamos los dos y te

invito yo, ¿vale?

-¡Ja, ja! Ok -acepté.

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Page 196: El Hijo de Puta Cabrón

La conversación se alargó un poquito más. Yo fui quien la cortó. Y

cuando lo hice ya estaba frente del viejo edificio céntrico de la

dirección. Era en la cuarta planta. Mi primera vez de putas solo. Pensé

en el condón que llevaba en la cartera. “¿Fiel compañero de viaje

sexual a partir de ahora?”.

Me crucé con dos hombres mientras subía por las escaleras. Los dos

eran mayores. Y de pronto, me asusté. Mi móvil sonó con fuerza en el

eco del portal. Un mensaje. Era Leticia. Lo leí dos veces. “Me ha

gustado mucho verte de

nuevo y besarte. Te he

echado de menos. Voy a

confiar en ti”, venía a

decirme. El corazón se me

aceleró y la maldije por

ese deseo comedido.

Llegué a la puerta y toqué

el timbre. Me abrió una

señora con una voz dulce y

sensual. Me invitó a pasar

con delicadeza. Dentro,

tras cerrar la puerta de la

calle, comencé a visualizar

un particular olimpo de diosas desnudas ofreciéndome sus servicios.

196

Page 197: El Hijo de Puta Cabrón

21

Adicciones

s fácil hacerse adicto al sexo. Es placentero, delicioso y único.

“¿Por qué no estar apegado a él todo el día?” “¿Qué tiene de

malo?” La tarde que salí de su coño, me lo planteé. Fue frío, pero era

vivir dentro de un templo hirviendo. Maravilloso. Distante, rápido,

pero increíblemente necesario. Quizá nunca volvería a ver a esa

mujer. Ni siquiera me dijo su verdadero nombre, y sin embargo, tuvo

algo de especial e inolvidable. Tampoco sucedió en un entorno

maravilloso. Si bien, al pisar la calle, ligero, sonriente, relajado y

follado, me sentí vivo. Y al mismo tiempo, poseído. Aún golpeaba en

mí su mágico movimiento de cadera. La sensación me latía en la

entrepierna.

E

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Page 198: El Hijo de Puta Cabrón

Dudé. Pisaba cada una de las baldosas sin firmeza. Titubeaba porque

deseaba repetir. Dar media vuelta, subir las escaleras del portal de

nuevo, tirar de billetera y volver a follar. Hacérselo a una de las

chicas que descarté sin estar seguro de querer hacerlo. Entrar en la

habitación, y aún con el miembro rojizo, volvería a alojarme en el

interior de una mujer.

Cuando se cerró la puerta por primera vez, todas las chicas desfilaron

pegadas a mí. Lo imaginé con todas, y eso no facilitaba mi decisión.

La elegí a ella porque sin terminar de desnudarse por completo, me

embriagó su dulce voz y la posibilidad inminente de posar mis manos

sobre sus tetas. Ella me hizo olvidar quien era. Al menos durante los

cortos minutos que duró el espectáculo. Me la hubiera follado como

un loco desesperado tras una felación orgásmica que apunto estuvo

de hacerme eyacular. Sus gruesos labios desfilaban perfectos por mi

pene. La retiré en ese momento y me fui hacia ella. Sin embargo, la

palabra contagio bailó ante mis ojos. De sus dedos colgó un

preservativo que finalmente cayó en la palma de mi mano. De

inmediato, su otra mano se posó sobre mi pene y mantuvo una

masturbación suave. Lo que vino después, fue sexo.

Crucé una calle más y miré mi cartera. Apenas había dinero

suficiente. “¿Por qué deseaba tanto volver a follar otra vez?”. Me

daba igual con quién. Mi listón, en plena excitación constante, había

desaparecido. La sangre me hervía a diario, y en ese momento,

recordando lo vivido, se incineraba en mis venas. Junto a los billetes

vi mi tarjeta de crédito. “¿Volver?” Me detuve frente al paso de cebra.

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Page 199: El Hijo de Puta Cabrón

Un segundero me decía el tiempo que restaba para que se pusiera el

semáforo de peatones en rojo. “¿Por qué necesitaba tanto el sexo de

una mujer?” Lo medité. Quieto, sobre el borde de la acera. En ese

instante sonó el teléfono. Era Manu. Quería saber mi hazaña. Crucé la

calle veloz, descolgué y al fin descarté repetir. Al menos ese día.

Manu se puso eufórico con todo lo que le contaba.

Estuve días sin follar de nuevo. Regresé a las masturbaciones.

Buscaba nuevas formas. Incluso logré correrme mentalmente sin

tocarme con las manos. Solamente rozándome con las piernas y

creyendo que penetraba un delicioso coño. Casi siempre recordaba a

Leti.

Quedé con Leticia un viernes. Fuimos al cine. La película la eligió ella.

Era española, y la verdad es que no me disgustó. La parte final tuvo

un momento estelar. Nuestras manos, cansadas de jugar a

199

Page 200: El Hijo de Puta Cabrón

entrelazarse y de acariciarse en el posabrazos conjunto, se apretaron.

Su mirada me quemaba en la cara y no tuve más remedio que girarla.

Me sonrió sincera y me besó con excesiva pasión. Su lengua volvió a

cruzarse con la mía y su cuerpo se apegó a mí más que nunca. Desde

ese preciso instante, sin perder el hilo de la película, los besos se

atropellaban casi a cada minuto. Su mano continuaba acariciándome

el brazo. Únicamente lo apretaba cuando la película perdía intensidad

y deseaba mis labios.

-Son adictivos, ¿lo sabes? –Susurró.

-Pero no provoco sobredosis –bromeé.

-¿Ah, no? –sonrió y me beso de nuevo saboreándome-. No me

importaría un buen chute de ti.

Aquella tarde terminó de nuevo en el metro. Atrapados en una

burbuja opaca hecha a medida, sin oír el ruido que nos azotaba

constantemente, sin ver las infinitas imágenes que se aglomeraban

en nuestro entorno, nos despedíamos sin separarnos un milímetro el

uno del otro. Acepté el juego. No iba a irme. No iba a ser yo el que

rompiera aquella escena, en la que, siendo sinceros, no estaba del

todo cómodo. Sin embargo, era el camino a recorrer para llegar al

destino deseado. Pegados, sujetos por la cintura, apretándonos hasta

sentir la asfixia en nuestros pubis, bailábamos. Con un vaivén

constante que nos gustaba; alimentaba; excitaba. El momento de

decirnos adiós aún estuvo lejos.

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Page 201: El Hijo de Puta Cabrón

-Mándame un mensaje cuando llegues. –Sus manos cogían mis dedos

y nuestras miradas hipnotizaban- Hazlo, ¿vale?

-Lo haré, no lo dudes –dije con media sonrisa.

Ella se acercó de golpe y me besó otra vez. Me abrazó, y al oído, junto

antes de irse, susurró, “me gustas mucho”.

En apenas un mes hubo más citas. A dos o tres por semana.

Tomamos cafés y un helado mientras paseábamos por la ciudad.

Salimos una noche hasta las dos o tres de la madrugada. Los dos

llegamos a casa con un principio de borrachera acentuada, y

finalmente, nos besamos apasionados en la oscuridad, tal y como

ocurrió la primera vez. Creo que los dos moríamos por desnudarnos,

abrazarnos, saborearnos y acostarnos; hacer el amor. Yo no pondría

impedimentos, pero intuí que ella quería cautela. Otro día, también

estuvimos juntos de turismo en otra ciudad. Todo un día. Viajamos en

tren, reímos, conversamos y tal vez comenzamos a enamorarnos. Y

hubo una tarde de picnic en un parque. Hubo más cines, e incluso

fuimos al teatro. Ella me invitó. En una pequeña calle paralela a la

Gran Vía de la ciudad vimos la obra ‘Silenciados’. Extrañamente, muy

interesante.

Nuestra relación caminaba con paso firme. Los dos habíamos decidido

obviar el pasado. Y los dos habíamos decidido no formalizar nada

dialécticamente. Que los hechos hablaran por sí solos. Y hablaron.

Necesitábamos tiempo, pero éste nunca se detiene y al final todo

llega. Aunque antes hubo otros hechos en mi vida. Ocurrieron de

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Page 202: El Hijo de Puta Cabrón

forma paralela. Hechos a los que poco a poco me hice adicto.

Evidentemente, Leticia los desconocía.

Todo comenzó el fin de semana previo a la gran fiesta. Aquella noche

repetí en el piso, pero con otra prostituta. No quería repetir. Además,

volví a probar una droga que mejoraba mi proyección sexual y

escondía por completo mi timidez.

-¡Es la ostia, tío! –Dijo chupando el carné- Te duerme paladar, lengua

y dientes.

-Lo noto, lo noto –le dije apoyado en la puerta del baño-. No siento el

tabique...

-Dos de estas rayas y a la puta le revientas el coño, ¡Ja, ja! –Vaciló

Manu.

Reí. Reímos. Guardamos el billete y nuestras carteras. Pedimos otra

copa y hablamos indefinidamente hasta que decidimos ir a follar. Él

invitaba. A las putas y a la droga. Yo pagué las copas.

Manu se interesó por mi año en el centro, pero yo estuve esquivo y

sólo expuse mi versión. Le hablé de Carlos. Incluso le conté mi

historia, pero puse a otro como protagonista. Y la narré casi como una

leyenda. “¡Putos maricones!”, apuntilló Manu terminando la copa,

entrecerrando los ojos y haciéndome un gesto para que fuéramos de

nuevo al baño.

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Page 203: El Hijo de Puta Cabrón

Mi regreso al club fue muy distinto. Me sentía mayor, más alto, más

fuerte y borracho de confianza. Además, tenía la protección que me

daba la compañía de Manu.

-¿Por separado? Preguntó.

-Por supuesto –respondí mirando a una chica que seguramente sería

de origen africano.

Fue mi polvo más largo. No diría mi mejor polvo, pero sí uno de los

que no se olvidan. Ella sabía moverse y yo supe retener mi

eyaculación el tiempo suficiente como para disfrutar del momento.

Me encantaban sus pechos de chocolate, sus carnosos labios, que no

me dejó besar. Me gustó que me invitara a hacerlo a cuatro patas. Me

trajo viejos recuerdos... Ella tuvo que corregir mi posición para que

me adentrara en el orificio correcto. Me sentía en el cielo. Mientras,

ella hacía lo posible porque me corriera, pero yo, de alguna manera,

tenía controlada la situación. Sentía como los bordes de su vagina me

presionaban. Yo empujaba, me retraía y volvía a sumergirme hasta

tocar el fondo del mar. El final me llevó a colocarme encima de ella.

Sujetaba sus piernas en alto y la apuñalaba fuera de mí, sudoroso y

tenso. Metía mi polla hasta tocar su pared vaginal, sentía su humedad

recorriendo mi piel de plástico. Me sentía muy poderoso; la soberbia

de la coca. Explotar en ella iba a ser una adicción superior a cualquier

masturbación. Ella gritó. No sé si fingió. Me apretó los brazos y

entonces exploté. Mi semen se disparó, decidido a ir hacia su interior,

sin embargo, el condón impidió que se colara en su organismo.

Exhausto, ella me retiró, sonrió y me acarició mi pelo.

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Page 204: El Hijo de Puta Cabrón

-Estuvo muy bien, nene.

Una semana después repetimos. El escenario cambió. Cogimos varios

gramos de copa, alcohol suficiente para emborracharnos hasta perder

el conocimiento y Manu contrató a dos mujeres para los siete que

estábamos en aquella fiesta casera. Las drogas y el alcohol fue a

escote. Durante las tres horas que estuvimos con ellas, sólo Javi,

Manu y yo decidimos practicar sexo. Su belleza no quitaba el hipo,

pero supimos recrearnos en sus habilidades. No fue tan intenso, pero

tuvo su encanto.

Por primera vez en mucho tiempo, me sentía relajado. Y aunque sin

olvidar las dificultades que me había regalado el pasado, pero sí

dejándolas escondidas en el trastero de la memoria. Sólo quería

follar, esnifar y beber. La botella de Jack Daniels, poco a poco,

aparecía más transparente. La cocaína me reducía la borrachera y

nuestras conversaciones se aceleraban. El nirvana estaba cada vez

más cerca. Entre veloces y nerviosos diálogos etílicos olvidamos el

paso del tiempo. Sólo lo tuvimos en cuenta cuando la luz del sol

comenzó a colarse por la ventana. El amanecer asomaba y la coca

tomaba un color más blancuzco sobre el tablero de parchís. Una

imagen muy dantesca.

-Debemos repetir esto más a menudo –dijo Manu.

-Sin duda, tío –dije-, pero vamos a un puti, que sale más barato y es

mejor...

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Page 205: El Hijo de Puta Cabrón

-A no ser que alguna guarra nos la quiera chupar gratis –sugirió Manu

que volvió a jugar con la tarjeta de crédito y el polvo blanco.

-¿Y dónde la encontramos? –Preguntó Javi.

-¿Tu madre, Javi? –bromeó Manu.

Los dos reímos. Él se mantuvo serio con una mueca jovial. Bajo las

risas, Javi logró soltar algún insulto.

-¿Y tú no estás con Leticia? –Interrumpió Javi, que ya hacía un rulo

con un billete.

-Sí... a ver si me la follo –respondí- Está al caer...

-Luego la pasas, tenemos que probarla, ¿no? Hacerle una revisión, al

menos básica. Neumáticos, aceite, frenos, embrague, ¡Ja, ja, ja!

-Ni en tus mejores sueños –corté.

-Mis sueños son libres, no te metas con ellos –amenazó divertido-

Incluso puedo soñar con tu madre, ¿verdad?

Las carcajadas volvieron a invadirnos. Javi nos miraba con una leve

sonrisa de cortesía, impaciente por volver a esnifar. Manu terminó las

tres rayas y los tres esnifamos en casi completo silencio. Sólo se

oyeron las aspiraciones. Javi retomó la conversación.

-¿Y por qué no te follas hoy a Leticia?

-¡Eso! –apostilló Manu.

-¿Cómo?

-¡Llámala! –instó Manu desencajado- ¡Ahora!

Les miré. Estaba atónito. Me mantuve serio. De hecho, nadie rió.

-¡Estáis locos!

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Page 206: El Hijo de Puta Cabrón

-Vas a echarla el polvo de tu vida y de todos tus sueños –insistió

Manu.

Dudé. Pero cuando me vi follando con ella, no pude evitar buscar mi

móvil. Ambos vieron mi gesto y Manu fue lo suficiente rápido para

levantarse, dar tres pasos, cogerlo de la estantería y tendérmelo.

-¿A qué esperas?

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Page 207: El Hijo de Puta Cabrón

22

Tres pollas siempre mejor que

una

ntre citas, juergas y clase, a veces aparecían tardes en mi vida

en las que sólo me dedicaba a azotarme con dolorosas dosis de

dolor. El pensamiento es el arma más fuerte, y la soledad batallaba

conmigo hasta la lágrima y la súplica. No podía obviar que yo

caminaba a mayor velocidad hacia la muerte, porque además del

tiempo, que es el que come al ser humano por dentro poco a poco,

tenía un comensal más. Me punzaban en el estómago sus mordiscos.

Me desfilaba el alma por la tristeza infinita; perdida y sin rumbo. Mi

pena se alimentaba de una rugosa hoja médica que dormía cada

noche en mi escritorio. Y me recortaba el futuro esas tres letras

mayúsculas. La cantidad de mañanas, cada día, menguaban para mí.

Ese trance ensordecía mis palabras más positivas y envenenaba mi

E

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Page 208: El Hijo de Puta Cabrón

corazón. Y al dar un beso sentía que escupía veneno; especialmente a

Leticia.

Ignorar la realidad no la elimina. Ni siquiera ayuda enterrarla. Lo

había hecho infinidad de veces, pero siempre resucita porque la

realidad no está muerta. No podía cerrar la puerta y obviar que al otro

lado hay una herida que cicatrizar, un lamento que consolar, una

gripe que curar. Nunca miraba la sangre, nunca oía los llantos,

ignoraba los síntomas que evidenciaban mi enfermedad. La cobardía

me apresaba y yo me sentía cómodo conversando con ella. Sin

embargo, en aquella ocasión, mi madre condujo el maltrecho carruaje

de mi vida herida hacia el mejor destino. Iba a controlar paso a paso

mi salud. No me iba a permitir que viviera en la ignorancia. No iba a

ver cómo otro hijo caminaba sin remedio hacia la muerte. Yo no

podría aplicar la famosa Ley de ‘Si no vas al médico nunca estarás

enfermo porque nadie te lo dirá’. En absoluto. Mis sesiones médicas

estaban programadas para todo el año, y mi primera cita llegó el

lunes, horas después de nuestro amanecer en casa de Manu.

Los excesos, en todos los sentidos, se pagan. Siempre. En ocasiones,

como en los bancos, con intereses y de una manera muy “hija de

puta”. Sonreí al pensarlo, de pie, en el primer escalón del portal.

Cuando conseguí subir todas las escaleras, sentí verdadero agobio en

el solitario ascensor. Eran las seis de la tarde. Cuando abrí la puerta

de casa ofrecí a mis padres un rostro desfigurado que en alguna

esquina debía de emanar honor y felicidad. Mis padres, en cambio, no

208

Page 209: El Hijo de Puta Cabrón

encontraron nada de eso. En el salón y en la cocina hallé dos frentes.

La mirada de mi madre era de pura desaprobación, mientras que los

ojos de mi padre, enormes y firmes, eran soberbios, repletos de ira

retenida y desprecio. No obstante, optó por la cobardía, porque

decidió seguir lejano, sentado en el fondo del salón. Él estaba

peleando conmigo a bofetada limpia con su mirada imperturbable. Yo

estaba deseando la soledad. Y en ese instante, mi lengua y

mandíbula se movieron para hablar sin pensar.

-¡Qué! –reté a mi padre desde la lejanía- Ya soy mayorcito para tener

que dar explicaciones.

Mi padre se mordió la lengua. Lo vi. Sólo cambió de canal y con ello

finalmente centró la mirada hacia la tele.

-Hijo, no son horas –reprendió mi madre-. No son horas... ¡Menuda

cara traes! Date una ducha y vete a la cama.

-Ya te dije que dormiría donde Manu...

-¿Y has dormido? –Me empujó hacia el pasillo y comenzó a susurrar-

Mañana tenemos un día duro y largo, ¿no recuerdas? Son los análisis

completos...

-¿Tenemos? –Ironicé deteniéndome y mirándole a los ojos.

-Sí, tenemos. Voy a ir contigo. ¿No me dirás que lo habías olvidado?

Su voz sonó áspera. Yo retomé mi camino y aceleré mis pasos hacia

la habitación.

-No. –Mentí.

-Y que sepas que lo de las noches se tiene que acabar –dijo desde el

pasillo- Estos excesos no son buenos...

209

Page 210: El Hijo de Puta Cabrón

Cerré la puerta de la habitación y sus palabras cesaron. La

tranquilidad y el silencio me dieron unos segundos de paz. Pocos,

pero segundos maravillosamente degustados.

Poco a poco, imágenes comenzaron a chocar en mi cabeza. La coca

despertó en mí sudores fríos. La piel parecía convertírseme en papel

de fumar húmedo; roto. Incluso me costaba respirar. La sinusitis se

me acentuaba. La nariz, especialmente el lado del tabique izquierdo,

seguía dormido; insensible por completo. Mi mandíbula se tensaba en

pequeños espasmos y el corazón me corría a un ritmo desenfrenado.

Sin darme cuenta, acabé tumbado en la cama, mirando al techo,

viendo cómo la noche se atropellaba en fotogramas, rápidos, uno tras

otro sin poder disfrutar de casi ninguno. Empujé con todas mis

fuerzas para detener algunos recuerdos, pero todos se escabullían.

Parecían embadurnados de aceite. Por mucho que los aferrara,

resbalaban. Los abrazaba y huían. Por arriba, por abajo, por la

izquierda y por la derecha. Echaba la vista atrás y veía cómo huían

entre risas; se reían de mí. “¡Joder! ¡Mierda!”, pensé. Y en tanto, el

círculo de imágenes continuaba su circuito particular una y otra vez.

Me mareaba; me agobiaba. Decidí cerrar los ojos para mayor

concentración. Traté de relajarme, buscar el silencio total, pero mis

latidos se empeñaron en golpear mi pecho con mayor fuerza; veloces.

El ruido era atroz.

-¿Estás bien, hijo? –Oí a mi madre golpeando la puerta.

Creí que soñaba.

-¡Sergio! –Insistió sin llegar a abrir la puerta.

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Page 211: El Hijo de Puta Cabrón

Era de verdad. “¿Tal vez dije lo de ‘joder’ y ‘mierda’ en voz alta?”

-Sí, mamá –dije con una pesada velocidad.

Me recoloqué en la cama. No tenía sueño. No podía dormir.

Demasiadas emociones pasadas y demasiadas por llegar. Obvié las

del futuro y me obcequé en el círculo de imágenes; todas eran

recientes, desternillantes y excitantes. A veces las creía un sueño, sin

embargo, el último mensaje de mi móvil decía lo contrario.

Siempre he creído que la mayoría de las mujeres se emborrachan

mucho más cuando salen en grupo, acompañadas por miembros de

su mismo su sexo. Las mujeres abandonan el alcohol en exceso en

cuanto encuentran pareja. Hay excepciones, pero es un cambio

manifiesto en muchas mujeres. Tal vez fue eso lo que instó a Leticia a

venir a casa de Manu. La escasa lejanía, el alcohol, mi sutileza, y por

supuesto, el sexo, la excitación, y sin duda, el alcohol en sangre que

atesoraba su organismo a las seis de la mañana.

Tras mandarle un ‘sms’ prudente pero tentador, Manu y Javi

insistieron en que llamara, pero sabía que si estaba en la cama nunca

iba a venir. La fortuna sonrió y yo respondí al tercer tono. Ella me

estaba llamando...

-Hola, guapo –dijo entre un bullicio femenino cercano.

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Page 212: El Hijo de Puta Cabrón

-Hola... –Respondí con un abismo de felicidad cayendo sobre mí- ¿Qué

haces despierta a estas horas?

-¿Y tú?

-Esperándote, ya te lo he dicho. –Me levanté y me alejé de la atenta

escucha de los dos-. Echándote de menos.

-Y yo –susurró ella.

Hubo un silencio telefónico. Mientras, los dos esperaban una

respuesta con la sonrisa dentuda, los ojos abiertos, las cejas

invadiendo la frente y los brazos inquietos repletos de gestos

ininteligibles. Decidí obviarles de nuevo.

-¿Sergio?

-¿Sí?

-A mí también me apetecería dormir contigo.

-¿De verdad?

-Mucho... De verdad –dijo de nuevo colándose una voz femenina

desbocada en la conversación.

-Tengo casa –propuse nervioso.

-¿No están tus padres?-Mejor, el casón de un amigo. Solos.

El silencio me hizo dudar que fuera a aceptar.

-¿Estás seguro? –Titubeó.

-Me apetece mucho besarte –tenté.

No hubo más palabras de convencimiento. Estaba a tres paradas de

metro. Casi podía venir andando. Le di la dirección, y tras un beso

sensible en voz, dijo, “Hasta ahora mismo”.

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Page 213: El Hijo de Puta Cabrón

-¿Viene? –Preguntó Manu.

-¿Viene? –Repitió Javi.

-¡Viene! –Afirmé.

El estruendo fue de órdago. Los gritos me ensordecieron. Sus caras

ostentaban excesiva felicidad. Excesivamente extrema. Ellos dos no

van a follársela, pero parecía que sí. Se desorbitaron, gritaron,

saltaron, y Manu enloquecido puso música, tres rayas y tarareaba

feliz...

“¿Qué coño estaba pasando?” Me rayé de pie, quieto, aún con el

teléfono caliente entre los dedos.

“Qué tiene tu veneno, que me quita la vida sólo con un beso” sonó en

el salón sobre la melodía musical de una guitarra acústica. Manu

esnifó. Javi esnifó. El rulo de papel cayó en mis manos y los dos al fin

se relajaron. Los dos estaban expectantes.

-¿Cuándo llega?

Les miré e imaginé a Leticia viniendo en el metro. "¿Me estaba

arrepintiendo?" Excitada, nerviosa, enamorada, emocionada, deseosa

de un gran momento romántico, y no de la mierda que allí teníamos

montada. Tres caballos desbocados hambrientos de sexo. Me agaché

y esnifé.

-¿Qué queréis hacer, tíos? –Pregunté sentado en sofá, invadido por

una desconocida chulería.

-¿Por? –Preguntó Manu.

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Page 214: El Hijo de Puta Cabrón

-A Leti me la voy a follar yo, yo solo, así que os tendréis que pirar,

¿no? –Sugerí sonriente.

-¿Cómo? –Vaciló Manu.

-¿Qué? –Inquirió Javi- ¿No me vas a dejar ni un cachito?

Los dos empezaron a descojonarse hasta que Manu desveló sus

verdaderas intenciones.

-La metes tú un poquito, que sude bien por dentro, luego la meto yo,

luego Javi, y repetimos todos hasta que salgan natillas... Las risas

estallaron, incluso yo sonreí. “¡Qué hijos de puta!”. Reí. No pude

evitarlo. Me estaba partiendo el culo con la puta frase. Y pensándolo e

imaginándolo una y otra vez, me puse cachondo. La tenía dura, allí en

el sofá. Y pensé, “¿Y por qué no? ¿Querría? Tres pollas siempre mejor

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Page 215: El Hijo de Puta Cabrón

que una” Reí. Reí más. Perdí el norte y supe que para conseguirlo

necesitaría tramar una puta estrategia genial. El tiempo corría en mi

contra. Miré el reloj. Habían pasado diez minutos desde mi

conversación con ella. Leticia estaba a punto de llamar al timbre.

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Page 216: El Hijo de Puta Cabrón

23

Los ojos curiosos

us ojos chispeantes tambaleaban sin dar siquiera un paso. Su

voz pastosa bailaba natural a escasos centímetros de mí. Los

dos estábamos de pie sobre aquella alfombra rojiza y dorada de

formas geométricas. La escasa luz natural del amanecer irrumpía por

la ventana de la cocina. Sonrió, se apoyó en mis labios y me besó.

Respondí con otro beso. Yo continuaba frenético, excitado, acelerado.

Cogí su cintura. Los dos, quietos, nos mirábamos. Sus ojos retando a

mis ojos. Su piel rojiza, cansada, ebria; feliz. La mía desconocida para

mí. El segundo beso estrechó nuestra distancia. El roce nació. Sus

manos se deslizaron lentamente por mi espalda hasta posarse con

firmeza en mis glúteos. Las mías hicieron el mismo recorrido. El roce

se incrementó con mayor intensidad y velocidad. Caricias, besos,

pellizcos suaves, mordisquitos y las primeras intenciones de querer

desnudarnos.

S

Simulábamos que nos amábamos junto a la puerta de entrada, frente

al salón, donde apenas quedaban unas nimias pistas de lo que había

sido aquella noche. En la cocina, a la derecha, descansaban botellas,

vasos de plástico vacíos y colillas. Nosotros ignorábamos aquellos

indicios del pasado reciente. Únicamente nos besábamos, nos

mirábamos y nos acariciábamos deseosos de bebernos. El entorno

que nos rodeaba era un vacío absoluto. Deseé escuchar el silencio

216

Page 217: El Hijo de Puta Cabrón

durante segundos mientras, excitados bajo una acelerada respiración,

continuábamos cosidos a nuestros ojos.

-Vamos –susurré.

Ella me detuvo. Creí que dudaba, pero me equivoqué. Me besó

desenfrenadamente. Su mano bajó por mi cintura hasta perderse en

mi entrepierna; justamente a la altura de mis testículos. Acarició

levemente.

-Quiero hacer el amor contigo ahora, antes de dormir –dijo sin

apartarme la mirada-, porque espero que el dormir contigo incluya

eso...

-Por supuesto –respondí inquieto al sentir que el primer botón de mi

vaquero se desabrochaba.

-¿Sergio? –Preguntó con su mano apoyada en mi segundo botón de

pantalón.

-¿Sí?

-¿Me quieres?

La respiración me bloqueó. La glotis taponó mi garganta, y la

sensación de ahogo despertó sudores fríos en mi piel. Me lamí los

labios, me los mordí y acaricié su cabello. Levanté su mirada

subiéndole la barbilla con mis dedos.

-Sí, Leticia... Te quiero. Me estoy enamorando de ti –embauqué

nervioso.

-Y yo, Sergio.

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Page 218: El Hijo de Puta Cabrón

Su cara ostentaba un resplandor diferente. Sin pausa, emitió una

mirada pícara, y al mismo tiempo, comenzó a desabrochar todos los

botones de mi pantalón.

Aquello nunca debió haber ocurrido en la entrada de la casa. No debió

haber ocurrido. Lo pensé cuando mis palabras mudas bucearon en mí

sin encontrar la salida. El plan “genial” que habíamos ideado

comenzaba a desmoronarse como un clásico castillo de naipes. Mis

piernas se tensaron, suspiré hasta en tres ocasiones, apreté los

puños, clavé las uñas en las palmas de mis manos y parte de mí

desapareció dentro de ella. Necesitaba volar como estaba volando en

aquel instante. Acariciar su cabello era deslizarme completamente

ebrio de felicidad por espumosas nubes de cerveza. Sentía su baile

por el infierno; paso, giro, paso, paso y giro. Cada nota musical

anudaba aún más los músculos de mi organismo. Tal vez era el cielo y

yo no me le había ganado. No tenía derecho ni a verlo desde el patio

de butacas. Sin embargo, lo estaba viviendo.

Mi cuello se relajó, mi cabeza se inclinó hacia atrás. Iba a eyacular.

Debería avisar. Mi semen latía dentro de mí con una fuerza

desorbitada. Sudaba en mi piel. Aullaba en mi interior. Brincaba

furioso como un oleaje que anhelaba llegar a la orilla. Entonces, la

puerta chirrió. Los dos nos congelamos. Ella se despegó de mí, y con

sus labios húmedos, y mi pene en sus dedos. Me miró de rodillas.

-¿Oíste? –musitó.

-No. –Mentí- El viento tal vez.

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Page 219: El Hijo de Puta Cabrón

-¿Seguro que estamos solos, Sergio?

-Segurísimo –volví a mentir.

Ella mantuvo un instante de duda. Pero finalmente sus ojos volvieron

a abandonar la inquietud y se arrojaron sin miedo a esa picardía

excitante que me

estaba regalando un

dulce paseo por el

paraíso infernal. Ella se

sumergió en mí de

nuevo. Segundos antes

de que volviera a

encenderse mi

excitación, tuve que

mirar hacia la puerta

del salón. Lo hice con

disimulo, como si la

excitación me llevara

la vista hacia allí.

Necesitaba confirmar

su presencia. Ella succionó. Su lengua me saboreó. Tuve un espasmo,

dos, tres, perdí la cuenta. La puerta continuaba levemente abierta.

Ella buscó la base de mi pene. Sentí su glotis. Aceleró, y en ese

preciso instante vi sus cabezas aparecer. Una encima de la otra.

Sabía que habían sido ellos los que habían chirriado durante mi

felación. Sonrientes, con los ojos como platos, permanecían

219

Page 220: El Hijo de Puta Cabrón

inmóviles. Yo creí estar mareándome. Quise detener aquello, pero ella

lo impidió. Aceleró más. La velocidad era salvaje. Ella no quería frenar

y yo no pude evitar la eyaculación mientras observaba desencajado

los rostros de Manu y Javi.

Nunca sucedió lo que habíamos planeado. Quizá fue un acierto.

Nunca me atreví a preguntarle qué deseaba, o si lo deseaba. De las

palabras a los hechos siempre hay un largo trecho; un riachuelo

empedrado de corriente impetuosa. Si tratas de saltar siempre corres

el riesgo de caer. Los tres nos hundimos. Cobardes. La cobardía nos

abofeteó, y ellos no entraron en escena cuando desnudos sobre la

cama paternal íbamos a hacer el amor. Si bien, no llegué a tenerlas

todas conmigo hasta que nos volvimos a vestir.

Anhelaba sentirme dentro, y al mismo tiempo, temía ser

interrumpido; violado. Sus ojos me respiraban en la nuca como una

losa ardiente. Los míos penetraban su mirada. Sólo necesitaba

cubrirme para rubricar el acto que tantas noches había soñado;

masturbado.

-Tengo yo, creo... –Dije mientras nuestros sexos se rozaban- Dame un

segundo...

-¿El qué? ¿Condón? –Preguntó cogiendo mi muñeca.

Asentí y sonreí.

-¿No querrás que seamos papás ya...? –Bromeé mientras me era

imposible eliminar de mi cabeza la imagen del papel que colgaba de

mi habitación.

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Page 221: El Hijo de Puta Cabrón

-¡Tonto! –Sonrió y me besó. Me echó hacia ella y me dejé llevar un

poco por sus besos y caricias- Tomo la píldora...

El susurro fue un eco suave que me excitó aún más. Mi pene escalaba

hasta alcanzar de nuevo su plenitud. No parecía afectado por la

anterior eyaculación. Quería. Suplicaba volver a expulsar el

placentero brebaje que hervía dentro de sí.

-Ya, pero... ¿Más vale prevenir que...?

No podía hacer aquello repetía mi mente. Lo deseaba. “¿Quién no

desea sentir el calor real de un coño en su pene?”. Pero no lo iba a

hacer, me aseguré. Traté de separarme e ir a por el preservativo.

-Quiero sentir tu piel –dijo pegándome de nuevo a su pubis.

Era el momento y no lo era. No podía decir nada. No podía revelar.

Tampoco podía renunciar a un polvo “a pelo”. No podía y debía. La

batalla mental me azoraba y la salida; la solución se borraba cada vez

que la palpaba con la yema de mis dedos. No y sí en plena batalla.

Era un regalo del cielo. Además, tenía dos espías que iban a

torturarme físicamente si rechazaba aquel pastel. La observé,

desnuda, preciosa, ebria y excitada.

Sin poder dejar de ver en el aire el dibujo de un preservativo sentí

que sus manos en mi culo empujaban. Estaba decidida. El primer

contacto me contrajo. Sentí un cosquilleo al notar su vello púbico. Ella

me besó. Deslizó un poco más sus manos, las pegó con fuerza a mis

nalgas, apretó y mi pene resbaló hasta posarse en su interior. Atrás,

pegados a la puerta, sus ojos invisibles para mí, se clavaban cada vez

con más ansia. Olía su piel, que emanaba el fuerte hedor de la

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Page 222: El Hijo de Puta Cabrón

cocaína. Incluso podía advertir cómo sus alientos alcohólicos se

inmiscuían en nuestro sudor sexual. Cada vaivén más cerca. Ella y yo,

y ellos de mí. El oleaje que vivimos fue intenso, corto y fiero. Ella

gimió, gritó. Yo gemí, suspiré, gruñí. Nos arañamos; nos abrazamos, y

exhaustos consumamos el acto con un dulce beso. La fotografía de

Manu y Javi grabando todo lo que acontecía en aquella habitación no

había desaparecido ni un instante de mis pensamientos.

Al despertar de las locuras, éstas resultan sueños. Las deseamos

enfrascadas en esa ficción somnolienta. Y si uno se arrepiente, las

cree una mentira inamovible. Hace todo lo posible para que puedan

desaparecer de su pasado. Sin embargo, el ser humano es dueño y

responsable de todos sus actos y éstos siempre te persiguen.

El domingo por la noche, afectado aún por la coca, sin sueño, leía una

y otra vez el mensaje de Leticia. Decía que me quería y que había

vivido el momento más maravilloso de su vida.

El lunes, Manu me llamó para decirme que estaba deseando quedar

conmigo para ver juntos el vídeo. No mostré un entusiasmo excesivo.

Por un lado estaba arrepentido, pero por otro, estaba deseoso de

verme en plena acción. No concretamos el día. Además, mi madre

escuchaba cada palabra con excesiva hambre de curiosidad. Colgué y

postergamos la concreción para otro día. “¿Cómo se ve uno desde

fuera cuando folla?”.

222

Page 223: El Hijo de Puta Cabrón

Llevaba una bata azul, pelo blanco, gafas de pasta, era alto y sonreía

en exceso. Leía unas hojas, anotaba y me volvía a mirar. No había

duda de que estaba enfermo. El virus no estaba atacando mi

organismo aún, pero yacía tranquilamente asentado en mí. La palabra

“vigilancia” sonó en varias ocasiones. Yo me mantuve en silencio,

tratando de no escuchar. Sus palabras siempre hacían mención a mi

futuro. Me asustaban; me daban pánico. Me recordaban a alguien a

quien deseaba olvidar: Carlos.

Sin embargo, el doctor desconocía ese pasado y quería saber. Tal vez

todos los humanos somos curiosos por naturaleza. Y aunque conocer

el origen de mi contagio no iba a sanarme, él quería saber cómo.

-Da igual, ¿no? –Respondí.

-¿Drogas o sexo? –Preguntó mi madre.

La sorpresa fue de órdago. Giré la mirada y pedí una explicación, sin

embargo, ella se mantuvo firme en su decisión de preguntar. Incluso

el doctor abrió más los párpados y cambió el gesto. Opté por tomar

aire y darle a mi madre la verdad.

-Sexo.

El silencio se mantuvo durante unos segundos. El doctor retomó la

palabra.

-¿Ella lo sabe?

-Sí -mentí.

-¿Está en tratamiento?

-No sé.

223

Page 224: El Hijo de Puta Cabrón

-¿No lo sabes? –Interrumpió mi madre con brusquedad- ¿Quién es?

-No te lo voy a decir, madre.

-Deberías.

-Debería tantas cosas... –Ironicé.

El hombre de la bata azul volvió a serenar la conversación. Anotó más

palabras en su cuaderno, y tras un silencio se levantó y fue hacia un

armario. Extrajo unos folletos y se acercó a mi madre. Yo me mantuve

mirando al suelo, paciente, deseoso de abandonar aquello. El doctor

pidió a mi madre que nos dejara solos. Entonces miré a los dos con

desaprobación. No me gustó en absoluto, pero ella aceptó. Recoloqué

mis ojos y apunté hacia el suelo.

-Toma. –Me tendió los folletos y dos preservativos que obtuvo de su

bolsillo- No creo que sea necesario, pero entiendo que debo decírtelo.

Me quedé con todo en la mano, sonrojado, asqueado, y deseando

desaparecer con un solo chasqueo de dedos.

-He dicho a tu madre que saliera para que te sientas más cómodo.

Espero haber acertado... –Sonrío tratando de hablarme de colega a

colega.

-Sí –dije reservado.

-Eres joven, y entiendo que esto no te va a privar de mantener una

vida sexual activa, pero... –Miró a la puerta y volvió a mí- A partir de

ahora eso es tu compañero de viaje. Siempre. Lo sabes, ¿verdad?

-Sí –musité.

-Sé que es una tontería, que no debería, pero tengo que preguntarlo.

¿Has mantenido más relaciones sin preservativo?

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Page 225: El Hijo de Puta Cabrón

Necesitaba huir. No esperaba este interrogatorio. Sus palabras me

trasladaron a la mañana anterior. No pude desviar mis pensamientos,

pero sí pude engañar torpemente al médico.

-No, claro... –titubeé.

-¿Seguro?

-Sí.

No lo creyó, aunque tampoco me importó. Sólo deseaba volver a casa

y dormir. Fue eterno. Además, el lunes todavía tenía un revés

inesperado. Todo pasa en la vida, y si aparece, es mejor afrontarlo,

porque esquivándolo no desaparece. El viaje en coche sostuvo un

nuevo interrogatorio maternal. Yo aposté por el silencio, y harto de su

voz, tomé una pequeña y absurda decisión que seguramente fue la

que puso sobre la mesa mi secreto. En vez de subir a casa, opté por

tomar un café y leer el periódico en soledad; disfrutando del silencio.

Esa media hora dio a mi madre el tiempo suficiente. En el buzón

había una carta para mí. Ella decidió abrir la curiosidad que se

escondía en el sobre donde el nombre de ‘Lilly’ era el único

remitente.

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Page 226: El Hijo de Puta Cabrón

tf

24

La montaña de Mahoma

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Page 227: El Hijo de Puta Cabrón

u mirada lo decía todo.

Triste, enrojecida, quieta,

vidriosa y rota. Sujetaba el

sobre de una mano, el folio de

la otra. Al verme, de

inmediato, dejó las hojas sobre

la mesa de la cocina. Me

hipnotizaron. Mi madre quedó

en un segundo plano; borrosa.

En cambio, su letra quedó

nítida para mis ojos.

Inolvidable para mí, y sin

embargo, desconocía el

significado de todo lo que

había allí escrito. Estaba a un palmo de la carta, y al mismo tiempo, a

mil años luz de poder leerla. “¿Qué había escrito ese hijo de puta?”.

S

Necesitaba leer. Beberme de un trago todas aquellas palabras, como

si de un chupito de whisky se tratara. Pero todavía debía salvar la

batalla que mi madre había planteado en la cocina. Entre sollozos, mi

madre lograba chillarme frases donde las palabras protagonistas eran

‘maricón’, ‘mentiroso’, ‘vergonzoso’, ‘educación’, ‘cobarde’ o

‘confianza’. Mi madre tomaba aire a trompicones tras cada frase,

lloraba, volvía a gritarme y retomaba un lloro lento y torpe. La batalla

sólo podía empeorar si en aquel preciso instante se hiciera realidad la

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Page 228: El Hijo de Puta Cabrón

presencia de mi padre. De momento, él no estaba. Además, a mí no

me preocupaba él. Ni siquiera pensaba en él. Sólo quería huir, pero no

era fácil la retirada. No había una bandera blanca que cortara aquella

ráfaga dialéctica.

-¡Nos has destrozado la vida! –Insistió sentándose en una silla- ¿Ya

estás contento?

Lo sentí como el primer reto, como la primera pregunta no retórica de

aquella batalla. Era una cuestión que necesitaba respuesta; la mía.

Ella dudaba que aquello lo hubiera hecho por otra razón que no fuera

“joderles la vida”.

-Me muero, madre, es una verdad clínica, así que quizá no este tan

contento. Y una pregunta, ¿Vuestra vida? –Golpeé con ironía.

-Tu hermano también murió y el dolor nos llegó a nosotros. Nosotros

lo sufrimos. No entiendes todo lo que os queremos. ¡Ni lo sabías

entonces ni ahora! ¿Verdad?

-Entiendo que sois un poco egoístas.

-¿Egoístas? –Mi madre se levantó de la silla y dio un paso hacia mí-

¿Por qué? ¿Por darte la vida? ¿Por darte techo y de comer? ¿Por darte

dinero sin pedir nada a cambio, para que luego tú lo gastes en alcohol

y drogas como dicen los análisis? ¿Por tratar de enderezar tu vida? ¿O

por gastarnos nuestros ahorros en un centro privado para que tengas

una vida mejor?

-Yo no lo he pedido.

Le vi el gesto, pero algo la detuvo. Su mano estuvo a punto de

levantarse y seguramente atizarme la misma bofetada que me dio

228

Page 229: El Hijo de Puta Cabrón

dos días después de la muerte de mi hermano. Sin embargo, mi

madre cogió aire, se quitó un par de lágrimas de los ojos y habló con

una extraña serenidad.

-Tú no lo has pedido, es cierto, pero nosotros no queremos ver cómo

te mueres poco a poco en tu habitación. ¿O cuál es tu plan?

-No sé, aún no lo he pensado...

-Una vez muerto no se puede pensar –Apuñaló mi madre verbalmente

quedándosele un rostro neutro y desconocido para mí-. Piénsalo.

No pude moverme. Estaba petrificado por aquellas palabras. Y

aunque deseaba acercarme a la carta y borrar la cara de mi madre,

no podía. El odio maternal me mordisqueaba como una fiera lo hace a

su presa muerta.

-Eres muy cruel –musité titubeando.

-Sergio, cariño, es la vida real.

-Mi vida –apostillé.

En ese instante mis ojos lograron escaparse de su mirada, que

agazapada, se secaba más lágrimas. Sin dudar, dirigí mis pupilas

hacia los folios. Tenía las hojas y el sobre a apenas cuatro palmos.

Podía leer el encabezado y la palabra ‘loco’. Cuando iba a comenzar

la lectura, mi madre me desconcentró.

-¿Quién es el egoísta ahora? –Se sacó otro pañuelo de papel del

bolsillo, caminó hasta el cubo de basura para depositar el usado y

tras sonarse los mocos me miro seria.- Mira, Sergio, debes tener en

cuenta que si quieres seguir viviendo con nosotros debes cambiar. No

229

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sólo la actitud, que es un paso, sino que a partir de ahora debes

sernos sincero, porque sino...

-¿Me estás amenazando? –Interrumpí.

-Tienes que empezar por contarnos toda la verdad acerca de lo

sucedido para que volvamos a confiar en ti –continuó como si no me

hubiera escuchado.

-¿Qué verdad?

Mi madre dio tres pasos. Su rostro tenía largos riachuelos rojizos en la

piel, y especialmente en la nariz. La humedad se almacenaba bajo

sus ojos. Se detuvo a un palmo de mí. Yo decidí no acobardarme,

mantener la posición. Me cogió la cara desde la barbilla, con

suavidad, y la soltó. En ese instante escupió con seriedad la parte de

la conversación que más le ardía en las entrañas.

-¿Desde cuándo te gustan los hombres? ¿Qué pasó realmente con el

chico del centro?

-No me gustan los hombres –zanjé-, te equivocas, madre. ¡Siempre te

equivocas en todo!

-Entonces, ¿Quieres decirme que eso es todo mentira? –Preguntó

enfadada señalando a las cartas.

-¡Sí! –Afirmé, cada vez más nervioso, y sintiendo, sin saber el motivo,

que me ahogaba por la falta de aire.

-No te creo, Sergio.

-¡Es tu problema! –Grité sintiendo por primera vez ganas de llorar.

-¿Fue él?

230

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Enmudecí. Sabía que si pronunciaba una palabra más iba a llorar.

“¡Cómo una puñetera niña!”, me dije. Apreté los labios, no parpadeé

y decidí terminar con aquello. No iba a sincerarme. En absoluto. Me

negaba. Di un paso atrás para recuperar espacio, me lancé a por las

cartas, las cogí sin la oposición de mi madre.

-¡Métete en tu puñetera vida! –Arremetí dándome media vuelta con la

intención de irme.

-¡Tu vida también es la mía! –Increpó – Y haré todo lo que esté en mi

mano por saber qué pasó.

-¡Jamás! –Advertí mirándola con enfado- Prefiero caminar solo hacia la

muerte que de la mano contigo.

Nunca supe por qué lo dije, pero ya estaba ahí, flotando en el aire con

toda su maldad. Las palabras se repetían y tal vez desencadenaron

mi futuro más inmediato. El primer gesto llegó cuando mi madre me

sujetó, me zarandeó y me arrebató las cartas de la mano. Oí sus

gritos pero no los traduje. Sus lágrimas crecieron, su respiración se

aceleraba, pero ella no me preocupaba. No me afligía su malestar.

Tan sólo quería evitar que ella destrozara las cartas. Quería

recuperarlas sin que sufrieran daño alguno.

-Soy tu madre... –Susurró más serena- No me merezco esto.

-No lo pareces –dije con maldad.

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El bofetón me dobló la cara y el orificio izquierdo de mi nariz moqueó.

Instintivamente, sin saber por qué, lo devolví. Mi madre quedó de

rodillas en el suelo del golpe. Tampoco me dolió. Únicamente, sentí

un cosquilleo en la palma de mi mano derecha. Traté de limpiarme los

mocos de mi nariz, pero era sangre. Sin mediar palabra, con mis

lágrimas aún escondidas bajo los párpados, me agaché para

arrancarle las cartas de los dedos. La mirada de mi madre estaba

acobardada y triste; débil. No me detuve un segundo a observarla.

Decidí irme al baño y echar el cerrojo. Me lavé la cara mientras la

sangre goteaba constantemente en el baño. Me mojé la nuca y

finalmente me presioné el orificio nasal durante unos segundos.

Después me coloqué una bola de papel higiénico. Oí la voz de mi

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Page 233: El Hijo de Puta Cabrón

madre en el exterior, pero opté por tirar de la cadena varias veces y

abrir más grifos. Necesitaría una salida alternativa. No quería volver a

enfrentarme a ella. Menos aún a mi padre. Ya pensaría más tarde en

cómo escapar. En mis dedos me ardían las letras de Carlos. Me senté

en la taza del váter. El papel higiénico que colgaba de mi nariz ya

estaba enrojecido. Lo cambié. Desdoblé la hoja y decidí desconectar

de la realidad patente que me golpeaba. Volví a tirar de la cadena y

leí mientras los grifos de la ducha, el lavabo y bidé echaban agua fría

a máxima presión.

Hola, Loco,

Estás siendo malo conmigo. Te mereces unos azotes. ¡Qué picarón

soy! ¿Eh? ¿Me has olvidado? ¡Qué cruel eres! No fastidies que esa va

a ser tu venganza... Olvidarme. Menudo rollo. No me gusta nada. Si

era esa, lo siento, loco, no vale. Por eso te escribo. Voy a tomar las

riendas del asunto. Perdiste tu oportunidad. Tenemos que decirnos

adiós y va a ser de verdad, ¿te parece? ¡Te parece! Y cómo decía el

dicho, creo, si Mahoma no va a la montaña, será la montaña la que

tendrá que ir a Mahoma. ¡Me encanta ser montaña! ¡Qué poderío!

No es que tenga poderes, pero tengo contactos. Y no quiero

enrollarme en esta carta. Sí contigo, pero no te dejas. Pero me

centro, que pensar en ti me descentra. Y pienso mucho en ti. ¿Tú?

Mis contactos me han dado información, ¿sabes?, además de la

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Page 234: El Hijo de Puta Cabrón

posibilidad de tener la libertad suficiente para verte. Y será lejos de

este centro. ¿Qué te parece? ¿Nervioso?

Lo he hecho porque veo tu falta de iniciativa, loco, y mis ansias de

volver a hacer el amor contigo me comen por dentro. Así que voy a

marcar una fecha, con hora y lugar. ¡Ay loco! ¡Cuántas noches te

recuerdo! Me toco mucho pensando en ti. Revivo tantos momentos...

¿Lo recuerdas? Y ¿sabes? Invento nuevos momentos contigo. Y

siempre me toco hasta estallar de placer. ¿Y tú? No me mientas, que

sé que eres demasiado malo conmigo. ¡Mira que no responder mi

carta!

Pero concretemos, loco. Tengo dos días libres. El primero será para

vernos. El segundo para complicarte la vida en caso de que no

aparezcas. No te diré más. Eso sí, no te arrepentirás si vienes... Y sí,

si no vas. ¡Deseo volver a verte!

Pues anota. No hay tiempo para modificaciones ni rectificaciones.

Hazte un hueco en la agenda. Nos veremos este jueves en la puerta

de entrada a las instalaciones deportivas de ‘El Retiro’. La hora:

22.00 horas. Tengo un regalo para ti. No me falles, loco, se valiente.

Un beso ardiente.

PD: La chica rubia no se enterará, tranquilo.

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Page 235: El Hijo de Puta Cabrón

Tenía un sudor frío recorriéndome la frente. Las piernas me

temblaban y deseaba apretujar aquella carta hasta convertirla en un

punto minúsculo en la palma de mi mano. Deseaba quemarla,

escupirla, pisotearla, lanzarla al interior de la taza del váter y tirar de

la cadena hasta ver que desaparecía de mi vida. Sin embargo, no

podía quitarme la minúscula frase de la posdata. “¡Joder!”.

-¡Hijo, estás bien! –Gritó mi madre golpeando la puerta.

-Sí –respondí seco.

-Por favor, sal, hablamos y lo solucionamos –rogó-, no se lo diré a

papá...

-No –dije-. Más tarde.

-Vale...

El silencio volvió a estar protagonizado por los grifos. Decidí cerrarlos.

Releí de nuevo la carta. Me quedé de pie. Me miré al espejo y solté el

folio que Carlos había escrito de puño y letra. Me quité el papel rojizo

de la nariz, me lavé la cara con agua fría y volví a coger la carta sin

secarme las manos. La leí de nuevo. Al terminarla me sentía peor;

fatal porque Leticia podría estar medida en ese embrollo. “¡Qué hijo

de puta!”, pensé. Me sentía empujado a recorrer un camino que

temía en exceso; repleto de peligros. Y quizá, sin salida ni fin. Y no

quería correr el riesgo.

Hice una bola de papel con la carta, apreté con fuerza y abandoné el

baño con una idea clara; dos. Iba a verme con Carlos de nuevo, e iba

a poner punto final a lo nuestro.

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Page 236: El Hijo de Puta Cabrón

Abandoné el cuarto de baño, me senté en la cama y guardé las cartas

arrugadas en el cajón. Dos minutos después mi madre volvió a

aparecer. No tenía marca alguna en la cara por fortuna. Estaba triste,

apagada y aún emanaba el rojizo de los lloros recientes.

-¿Estás bien, hijo?

-Sí –repetí.

-No quería abofetearte, pero entiende que...

-Yo tampoco, madre –Interrumpí.

-Lo sé, hijo, pero entiende que yo tengo razón, no puedes guardarte

ni ocultarnos...

-¡Ya, madre! Por favor... –Supliqué.

-Pero...

-¡Ya! –Insistí elevando la voz.

Mi madre no estaba conforme, pero accedió al silencio. Sólo hizo un

apunte más.

-No le diré a tu padre lo de las bofetadas, pero sí tiene que saber todo

lo de las cartas.

-Tu misma.

-Y otra cosa...

-¿Qué?

-No vas a ir a la cita con ese chico el jueves.

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Page 237: El Hijo de Puta Cabrón

25

La vida improvisa

ntes de vivir los enfrentamientos más deseados y temidos, los

imagino; los sueño y reconstruyo en mi mente de todas las

maneras posibles. Filmo pequeñas películas ficticias en mi

A

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Page 238: El Hijo de Puta Cabrón

imaginación. Bajo la luna, en torno a un silencio otoñal acompañado

por el silbar del viento, y con los minutos y segundos de espera

tensos y largos golpeando en los oídos. Son los momentos previos a

lo que será la gran batalla. Sin embargo, luego, cuando el enemigo,

pretendiente, contrario, o término que lleve en dicha ocasión, aparece

en escena, uno espera disponer de margen de maniobra para

consumar lo que uno ha imaginado días antes. No suele ser así.

No existe un protocolo establecido. Los segundos que sirven para

analizar su presencia, mirar su mirada, examinar sus gestos, buscar

su miedo... Las peleas físicas y psíquicas no siguen reglas. Trotan

libremente. A veces son sucias. Otras mueren de dolor en uno dentro

porque no hay valor para lanzarlas al exterior. Se ven, se palpan, se

sienten en el ambiente, pero se incineran en nuestras entrañas. Las

otras son como las escenas preparadas del cine. Perfectas; limpias, e

incluso preciosas. Pero son las menos, creo yo.

Al final, si echas un breve vistazo al pasado, descubres que de poco

sirven los planes. En la vida se improvisa. No hay guión. Uno es el

protagonista de su gran obra de teatro, y los personajes secundarios

que están contigo en escena actúan con total libertad.

Sin saber muy bien dónde coño me metía, inicié mi locura nocturna

como si tuviera quince años. Escapándome de casa. Aquella noche no

dormí en mi cama. Ese hecho impulsó el futuro inmediato de mi vida

diaria.

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Page 239: El Hijo de Puta Cabrón

La noche era fría. El viento azotaba por los entresijos del arbolado.

Las hojas despegaban y aterrizaban sin un circuito concreto. Estaba

nervioso. La humedad me hacía tiritar. Me abrigué. Los días habían

pasado como el pegajoso ritmo de un caracol sobre un rugoso asfalto

veraniego. Ni siquiera me tranquilizó la tarde que pasé en el cine con

Leticia. El protagonista murió al final de la película. Nos besamos, nos

tomamos una cerveza y nos despedimos como siempre. Carlos se

colaba en mi cabeza con aire sonriente y me impedía disfrutar de la

cita. Y la actitud de Leti me serenaba. Él no había atacado a mi chica.

Ella estaba feliz. Enamorada; jovial sin razón aparente. Estuvimos

enamorados, acaramelados. “¿Lo estaba yo?”, me lo preguntaba de

camino a casa. No tenía la respuesta precisa. Tenía sensaciones, pero

no sabía si simbolizaban el amor. Era feliz a su lado, estaba a gusto, y

el miedo a perderla me aterraba. Sin embargo, durante el trayecto

pensativo deseé e imaginé follarme con todas mis ganas a más de

seis chicas. Tres del metro, dos de la calle.

Después de horas muertas en el sofá, de unos días de clase, y frías

conversaciones con mis padres, llegó el jueves. Huí por la tarde

aprovechando la soledad del hogar. Eran las diez menos diez cuando

comencé a pisar las libres calles empedradas de El Retiro. La

incomodidad me abrazaba. Todos los que me rodeaban eran

sospechosos de ser él. Cada paso ajeno me recordaba a él. Cada

ruido alimentaba mi absurda pesadilla. Dudada que estuviera en el

sitio acordado. Sabía que él iba a buscar su momento estelar. Su

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Page 240: El Hijo de Puta Cabrón

sorpresa. Incluso podría estar siguiéndome desde casa. Yo quería

joderle ‘su sorpresa’, pero no sabía cómo, porque todas mis

sospechas, a una por minuto, se diluían al instante.

Llegué al lugar. Era de noche. Varios jóvenes con mochilas

abandonaban el centro deportivo. Dos farolas iluminaban la entrada.

El resto del parque se mantenía oscuro. No había rastro de Carlos.

Introduje mi mano en el bolsillo, y entonces, oí su voz. No acerté su

procedencia. La primera palabra que pronunció fue mi apodo. Nada

más. Miré atrás, a un lado y al otro, pero el vacío emergía con una

totalidad absoluta. El aroma a marihuana bailó bajo mi olfato. Un

chispazo de frío encendió mis ojos. Las lágrimas brotaron y eliminaron

mi borrosa mirada. En ese momento, sus dedos en mi hombro

derecho agitaron mi respiración, despertaron mi pánico e hirieron mi

miedo. Se había movido como un fantasma. Una luz naranja palpitaba

en sus labios. El humo voló hacia mí.

-¿Quieres? –Susurró tendiéndome el porro.

-No, gracias –musité tembloroso.

-¡Anda, dale un poquito!

Acepté. El calor del cigarrillo liado me ardió en los dedos. Mis labios lo

sujetaron. Respiré profundo, y el tabaco y la marihuana se

encendieron para volar hacia el interior de mi cuerpo.

-Estás tal y como te recuerdo...

-Y tú –asentí devolviéndole el porro tras una última calada.

-Echaba de menos el sabor de tus labios en mis porros –dijo tras dar

una calada.

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Page 241: El Hijo de Puta Cabrón

Sonreí. No pude evitarlo. Fue una sonrisa nerviosa. Estaba casi frente

a mí. A menos de un palmo, pero seguía siendo una sombra en la que

solo las pupilas repletas de brillo le daban vida. El mundo que nos

rodeaba había muerto para mí. Me volví a meter las manos en el

bolsillo. Le sentía observarme, como si sus labios lamieran mi piel.

Lamía cada resquicio con sus ojos. Volvieron los temblores. Entre mis

dedos, en el bolsillo del pantalón dormía la fría madera de la navaja

que un día me regaló. Me veía incapaz de usarla, pero en mi cabeza

había aparecido esa imagen infinidad de veces. Todas las noches

antes de dormir, mis sueños se habían inundado de sangre

golpeándome tras cada estocada. Allí, a un palmo escaso de él, la

cobardía se reía de mí.

-¿Caminamos? –Preguntó.

-Vale. –Acepté.

Traté de mantener la distancia, pero el camino se me hacía cada vez

más estrecho e uniforme. Me costaba caminar con firmeza. Cada paso

me sentía más mareado; borracho. Tembloroso. El miedo me

ahogaba. Iba sin un destino concreto y estábamos demasiado solos.

Él no quería mostrar aún sus cartas. Yo tampoco. De hecho, mi carta

sólo era una, dormía en el bolsillo del pantalón, y cada segundo que

pasaba dudaba mucho que fuera a destaparse sobre el tapete.

Abandonar la partida se convertía en la opción más factible.

-¿Por qué me has abandonado? –Rompió el silencio.

-Ya lo sabes –respondí seco.

-No lo sé. -Dio otra calada y me obligó a fumar- Cuenta.

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Page 242: El Hijo de Puta Cabrón

-Es una tontería remover toda nuestra mierda, ¿no crees? –Fumé y

me detuve.

-No lo sé, igual sí es divertido. –Rió.

Carlos siguió caminando. Vi su estela. Durante un segundo sentí la

oportunidad. Era la ocasión: “¡Abandona!”. Pero reanudé el camino.

Me volví a parar. Di una calada más, finiquité el porro y lo tiré al

suelo. Lo pisé y respiré hondo.

-Quiero empezar de cero, olvidarme del pasado. De hecho, ya he

empezado a hacerlo. He venido a decirte el adiós definitivo, no hay

vuelta atrás y no acepto chantajes –advertí.

El corazón me abofeteaba el pecho. Me sentí diminuto. Yacía de pie,

firme, pero preso de los nervios. Las rodillas me aleteaban como las

alas de un colibrí. Él me miraba, pero no le veía en aquella fría

oscuridad arbolada. Únicamente sentía su mirada, su aroma y

respiración. De pronto, sus pasos se oyeron en la arena.

-Vaya, vaya... –canturreó con sorna mientras empezaba a aplaudir

con fuerza- Alabo tu valentía, no la esperaba.

-No quiero seguir jugando. Tú tu camino y yo el mío –proseguí

austero-. En el pasado nos unió algo, sí, y por tu culpa vivirá siempre

con nosotros, pero a partir de ahora yo quiero vivir algo en lo que ya

no estés tú.

-Entiendo... –Masculló compungido-. ¿Éste es tu adiós, loco?

-Sí.

-Pues lo siento, pero tengo que decirte que difiere del mío. Lo siento –

planteó tras una pausa eterna-. Tendremos que negociar, ¿no?

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Page 243: El Hijo de Puta Cabrón

Su rostro se había colocado a un palmo del mío. Al fin le veía la cara.

Le olía la piel a crema. Me devoraba su mirada vidriosa, sonriente y

enloquecida. Evitaba mirar sus labios, los que tantas veces, en la

oscuridad, había besado.

-¿Qué quieres? –Me atreví a preguntar.

-Que lo hagamos por última vez –dijo seductor.

-¡Estás loco! –Me giré brusco y traté de huir- Cuídate...

-¡Quieto, loco! –Gritó y me cogió del brazo con fuerza- El final a esta

cita lo pongo yo.

Su gruesa mano sujetaba mi muñeca. Lo hacía con energía y excesiva

firmeza. Yo volví la cabeza. Sonreía. Me miraba seguro de que iba a

conseguir lo que se proponía. No albergaba una sola duda. Su

convicción aterraba. Yo me aferré a la posibilidad de tirar con fuerza,

de alejarme; de soltarme. Y me esforcé, pero increíblemente no lo

conseguí. Mi mano libre rozó el bulto del bolsillo.

-¡Suéltame! –chillé sin apenas voz.

-Ni hablar, loco –negó con un sosiego inaudito, y manteniendo la

presión sobre mi muñeca- ¿Has olvidado mis deseos?

-No, pero no es mi idea compartirlos.

-¿Y has olvidado a Leticia para venir aquí?

-¡Hijo de puta!

Luché más. Me acerqué a él. Mi mano libre le cogió del cuello. Apreté.

Él se dejó hacer. Sonreía, fascinado por lo que estaba ocurriendo. Él

oprimió más mi muñeca.

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Page 244: El Hijo de Puta Cabrón

-Es una chica guapa –opinó con la voz ahogada-. Entiendo que no la

quieras perder, loco. Pero yo necesito que tengamos una despedida

digna.

Acepté la derrota. Solté su cuello con resignación y esperé a que

moviera ficha. Poco después, llegó el movimiento sutil. No pude evitar

caer en ese desliz. De pie, permanecíamos pegados, separados por

exiguos centímetros, ahogado por su mirada, saboreando su aliento,

comiéndome su calor.

-No puedes hacerme esto –rogué con aires de desesperación.

-Me gusta tenerte así de cerca. Mucho mejor...

En ese instante, cuando la palabra ‘mejor’ resonaba en mi cabeza,

ocurrió. Mi mano empujada con suavidad resbaló por su muslo y llegó

hasta su entrepierna. Estaba erecto. Apreté la mandíbula, hice un

débil gesto de separación, pero él pegó más mi mano sobre su pene.

-Me gusta respirar tu aliento –continuó con un tono seductor.

-Déjame marchar –pedí con un fino y tembloroso hilo de voz.

-¡Bésame! –Pidió cogiéndome de la cintura.

Cada vez me sentía más agotado. La soledad en aquel parque urbano

me parecía infinita. Tal vez lo era. O tal vez ignoraba mi alrededor.

Seguí sintiendo la navaja pegada a mi muslo. No tenía fuerzas ni

valor. Se había convertido en un instrumento inútil.

“Quizá el camino era ese”, pensé. “Quizá deseaba ese camino”. Mi

subconsciente estaba decidiendo por mí y no lo sabía. Nos

mirábamos. Ardíamos. Vivíamos de nuestros alientos. La piel, el calor

244

Page 245: El Hijo de Puta Cabrón

y la mínima distancia entre nuestros labios se acentuaba. Pero

entonces, hubo un giro inesperado. Él escupió dos palabras que jamás

hubiera imaginado oír en su voz.

-Puedes irte.

-¿Cómo?

Mi muñeca se liberó. Carlos, extrañamente, dio un paso atrás. La luz

de una pequeña farola se colaba entre los dos y el frío volvía a

azotarme.

-No puedo forzar algo que no deseas...

Su rostro lucía hundido. Yo di un paso atrás por instinto. Di otro paso.

Miré alrededor, buscando al agente municipal o persona que hubiera

desencadenado aquello. Sin embargo, estábamos solos.

-Me voy, Carlos –dije titubeando.

Él permaneció callado, quieto, con la cabeza alicaída y la sensación

de vivir en plena tranquilidad. Busqué su mirada, pero estaba

perdida. Di otro paso atrás y empecé a alejarme. Advertí que su

aroma seguía pegado a mí; que sus ojos voraces volaban por mi

cabeza; que su calor aún ronroneaba en mi piel. No llegué a perderle

de vista. Y cuando tomé la decisión, no supe el motivo. Únicamente

pregunté.

-¿Será el adiós definitivo?

Su sombra se movió. Sus ojos se avivaron y su cuerpo creció de

nuevo. Algo dentro de mí deseaba volver a probar sus labios. Él era

una droga. Aquella cercanía, aquel calor, aquella pasión retenida

había sacudido mi apetito dormido; mi deseo.

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Page 246: El Hijo de Puta Cabrón

La única luz artificial volvió a caer con suavidad sobre nosotros. Las

palabras desaparecieron, y cuando quise utilizar el cerebro y la razón,

nuestro arrebato pasional ya había surcado los cielos y aterrizado de

nuevo en la calma absoluta. La humedad de sus labios inició un beso

dulce, suave, casto. Las caricias emergieron y un latigazo pasional

nos desnudó y unió.

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Page 247: El Hijo de Puta Cabrón

26

Hacia el libre albedrío

manecer desnudo en la calle con la sensación de haber

cometido una locura, despierta sentimientos indescriptibles.

Había iniciado un vuelo denso en el que planeaba cegado por un

manto de nubes blancas. Era como si me devorara esa especie de

algodón inexistente. Dudaba. No sabía si sentirme avergonzado u

orgulloso. Necesitaba tiempo, pero corría despacio. Desde el futuro el

pasado siempre se ve de manera distinta.

A

Vestirme, sentir amanecer bajo un habitado arbolado, reír y besar con

satisfacción y armonía hería más mi duda. Ni siquiera el adiós que

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Page 248: El Hijo de Puta Cabrón

preguntó él obtuvo la afirmación que los dos deseamos. Al caminar,

supimos que mis sendas tomaban rumbos opuestos. Que se volvieran

a unir en el futuro era una respuesta difícil de desenvolver.

-¡Sergio! –Gritó.

Me volví al instante, como si estuviera hipnotizado. Tembloroso como

un niño. Carlos parecía una figura enorme a lo lejos. Su piel albina

brillaba y su sonrisa podía saborearse con detalle desde mi posición.

Sonreí. Tenía algo entre los dedos, observé.

-¿Qué?

-Se te olvida esto –dijo sin gritar.

Recorrí los pasos que nos habían separado. Le miré con firmeza. Hallé

un gesto de niño en su rostro. Sobre mi mano posó la navaja. Los dos

nos mantuvimos como estatuas, en silencio. Piaban los pájaros,

silbaba lentamente nuestra respiración.

-¿Definitivo?- Preguntó.

-Sí –dije recogiendo la navaja de entre sus dedos.

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Page 249: El Hijo de Puta Cabrón

Lo fue. El fin del principio de mi vida. Mi vida se precipitó a un revés

que quizá yo mismo construí de una manera indirecta. Con los

mismos hábitos, pero con un escenario distinto. Sin llegar a tener las

maletas en la misma puerta, aquella mañana, cuando regresé a casa,

los dientes sangrantes de mis padres escupieron sus palabras más

mordientes. No hubo un resquicio de paz o perdón. No hubo tregua.

La decisión estaba tomada, y ni siquiera mi madre dio un paso atrás.

No dudó. Mis excusas no quebrantaban sus sentimientos ni

doblegaban sus raciocinios. Habían tomado la firme decisión a causa

de mi osadía. Si quería ser libre, tendría que volar. Tenía dos semanas

para buscar un nuevo nido. Fieros y serios, no creyeron una sola de

mis palabras. No querían gastar una sola gota de sudor más en mí.

Quizá era un farol, pero nunca arriesgué lo suficiente para

averiguarlo. Decidí aprovechar la luz hacia la que me empujaban para

iluminar mi futuro. Darle otro color. Y caminé, con miedo, pero

caminé, y en el camino tropecé con la piedra que me llevó de bruces

a la solución.

Algunos cambios parecen imposibles. Parecen exigir saltos

gigantescos, sin embargo, cuando no queda más remedio y hay que

afrontarlos, uno acaba ejecutándolos. Yo lo hice poco a poco y sin

pausa. Y cuando miré al pasado, vi la otra orilla desde donde partí, y

la vi demasiado lejana. Atrás quedaba mi habitación, mis padres, la

casa que me vio nacer y crecer; donde alimenté muchos de mis

dramas.

249

Page 250: El Hijo de Puta Cabrón

Casi nada es imposible en la vida. Un solo gesto puede transportarte

de inmediato a un escenario inesperado, completamente distinto. Yo

di el paso y coincidí en el camino con Leticia y su hermana mayor.

-Vivamos juntos –dijo tras escucharme durante diez minutos largos.

-Me tengo que ir en dos semanas –repetí.

-Mi hermana busca compañeros de piso, yo quería irme, pero sola

dudaba...

-¿Compañeros?

-Sí, se le han ido los dos en una semana. Tiene dos habitaciones.

-No sería mejor compartir cama –insinué.

-Aún no, -cortó seria- es por mi hermana, no nos aceptaría.

-Entiendo.

El precio de las habitaciones, la zona, el piso y la oportunidad

precipitó todo. Lo creí temporal, pero me equivoqué. Era nuestro

particular ‘apartamento para tres’. Mi nueva vida me reubicaba en 70

metros cuadrados. Allí comenzó mi libre albedrío; mi verdadera

existencia sexual. Hasta ahora sólo había conocido la punta del

iceberg. Los meses de sexo más frenéticos de mi vida se adentraban

en mí. La adicción parecía insaciable con el paso del tiempo. Descubrí

la realidad de los polvos salvajes. Leticia retorcía por completo cada

uno de mis músculos mientras desgarraba con sus uñas mi piel. Y sin

embargo, buscaba más. De hecho, allí organicé fiestas con

prostitutas, de nuevo con Manu como gran artífice del evento.

Aprovechaba que Leticia y su hermana organizaban un fin de semana

familiar para emborracharnos, drogarnos y follarnos a dos, tres o

250

Page 251: El Hijo de Puta Cabrón

cuatro putas. Los gastos nunca corrían de mi cuenta. Y lejos del ocio y

la vida sexual, allí, en aquel apartamento terminé mis estudios y

encontré mi primer trabajo. Mis padres sólo me pagaron los primeros

tres meses de alquiler. Allí llegué a vivir cerca de tres años. En ese

tiempo fui feliz. Y realmente, inicié una nueva andadura vital. Creí

convertirme en un hombre y sin darme cuenta comencé a beberme la

soberbia que me proporcionaba el sexo. Porque cuando uno logra

sacarle el máximo provecho al sexo, éste se vuelve sublime en todos

los sentidos. Entonces, los orgasmos aletean en ambas entrepiernas

sin descanso. Cada segundo sumido en la unión de este maravilloso

acto es una sobredosis más de placer imposible de describir con

exactitud. El sexo es una droga. Baña de confianza al ser humano y lo

bautiza con una felicidad inamovible. Dudo que exista una dosis

excesiva y mortal. El sexo es la única droga del mundo con facultades

vitales.

Tras vaciar las cajas y

las maletas, y

asentarme en la

habitación, comencé a

devorar sexualmente a

Leticia, yo crecí como

hombre. Descubrí que

los conocimientos

sexuales prácticos me

envalentonaban.

251

Page 252: El Hijo de Puta Cabrón

Saber que había dejado atrás las eyaculaciones precoces y que

disfrutaba de horas de placer inagotables me convirtió en un

personaje más chulo y prepotente. Y en absoluto me disgustaba.

Además, con Manu continuaba más que patente mi afición ‘putera’.

No podía abandonar esa extraña adicción a la prostitución. Además,

de pronto había surgido en mí una nueva inquietud que me empujaba

a la infidelidad. Quería y necesitaba enseñar a las mujeres lo bien que

follaba. Ellas debían probarme, saberlo. El hecho de tener que pagar

era algo secundario. Tenía que hacer valer la oportunidad de ofrecer

orgasmos a cualquier chica del mundo. Esa presión nerviosa previa a

la primera penetración se había esfumado. Caminaba recto abducido

por una extraña confianza en mi mismo. Y tras cada polvo, crecía un

centímetro más. Me sentía como un carpintero que se enzarza

enloquecido a golpear clavos de acero con su martillo. Imaginaba

todos los clavos en fila. Yo levantaba el brazo y atizaba sin pausa, una

y otra vez, viendo como las cabezas de acero se hundían en la

madera. Cada vez con mas ira; fuerza y furia. Tampoco me pregunté

el motivo, pero tenía esa necesidad. Me decía: “Quiero meterla en

coños jugosos y calientes”. Era un placer idéntico al de clavar un

clavo en la madera. Cada vez que estaba sumergido en ellas, muchas

veces reía en pleno acto. A las putas les daba igual la risa. A Leticia le

cambiaba el gesto. Sin embargo, me era imposible evitar esa imagen

del carpintero que clava clavos y dice con media sonrisa: “coños

jugosos y calientes”.

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Page 253: El Hijo de Puta Cabrón

Practicaba el sexo a diario. A Leticia le encantaba y yo nunca decía

que no. Fue así durante los dos primeros años. Leticia y yo lo

hacíamos sin pensar en las consecuencias. Sólo nos saltábamos los

jueves; mi día de putas. Aunque esas mismas noches, en ocasiones

solía despertar a Leti y violarla consentidamente. A ella le encantaba

hacer el amor casi sumida en un sueño nocturno.

Mientras caminaba por este día a día, no miraba atrás. No veía el

cambio que había sufrido mi vida. Únicamente disfrutaba del

presente. Olvidarme del pasado había sido muy fácil. Él único

recuerdo del pasado yacía en casa de mis padres, la que visitaba para

tres únicas necesidades. Recogía la medicación, la correspondencia

en blanco y me masturbaba en el baño. Carlos seguía escribiendo,

pero yo había decidido convertirlo en un insólito recuerdo que

borraba tras una eyaculación en soledad.

Dudo mucho que mi futuro hubiera sido alternativo si su hermana no

hubiera visto lo que vio. Llevábamos dos años de convivencia. Creo

que hubiera sido cuestión de tiempo que Leti cazara la realidad de mi

vida paralela, o su hermana la nuestra. Se fue por culpa del sexo

evidente. Habíamos arriesgado mucho, y aunque tenía sospechas

sonoras desde hacía meses, aquella tarde recibió una pitanza visual

de órdago. La imagen era dantesca pero real. Fue un ataque visceral

de los muchos que teníamos cuando la soledad del apartamento nos

abandonaba. El cerebro se nos desconectaba y nos lanzábamos a

morder nuestro instinto más primitivo. En aquella ocasión, estábamos

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Page 254: El Hijo de Puta Cabrón

haciéndolo de pie en la cocina, junto a la lavadora. Yo tenía penetrada

a su hermana pequeña. No pudimos hacer nada para evitar que nos

viera. Lo habíamos hecho en todos los lugares posibles del

apartamento, y en la cocina no era la primera vez. Yo lo propuse, ella

aceptó. Me encantaba vivir lo que creía una auténtica película porno.

Nunca supe sus motivos porque no hablábamos de sexo; sólo lo

practicábamos. Los míos eran más que evidentes: Necesitaba el sexo

como el comer. Y si no era con ella, no iba a dudar; tiraría de billetera.

Su hermana tardó tres días en abandonarnos, y durante ese tiempo

no crucé una mirada con ella. Nosotros tardamos tres semanas en

encontrar compañero. Leti lo sufrió más porque perdió la confianza.

Yo trataba de quitarle hierro al asunto. Incluso se me despertó un

cosquilleo interno al recordar la escena que califiqué como morbo.

Recordarme detenido, dentro de ella, con los calzoncillos en los

tobillos, mientras sus pechos desnudos colgaban frente e mis labios,

me empujaba a una excitación imparable. Ella se sobresaltó. Yo traté

de pie que no se cayera. Fijé mis manos más aún en sus nalgas. Ella

se aferró a la repisa, junto a la lavadora, y al ver que su hermana

seguía inmóvil, junto a la puerta, observándola sin pestañear, se

apegó a mí con brutalidad. Sentí presión en mi pene. Me excité,

eyaculé y temblé. Fueron escasos tres segundos borrosos, pero en

ese instante pude ver a su hermana pasear por la cocina con dulzura,

besándome mientras Leticia quedaba aferrada a mi cintura sintiendo

parte de mi elixir colándose por su vagina. Todo fue un sueño.

Desapareció primero de la puerta de la cocina y después del piso. Lo

254

Page 255: El Hijo de Puta Cabrón

hizo sin hacer mucho ruido. Tampoco creí que la pillara por sorpresa

después de dos años de convivencia. Ella debía de saber lo nuestro,

sin duda. Las paredes no estaban insonorizadas y existían indicios

típicos y difícilmente excusables; gemidos nocturnos y mañaneros,

chirridos de alcoba o condones olvidados en el baño, e incluso

miradas o gestos cada vez menos sutiles.

Las semanas que tardamos en encontrar compañero de piso vivimos

desatados. Tuve que suspender mi jornada ‘putera’ porque tenía

heridas sexuales en mi pene. Nuestro sexo había alcanzado una

violencia extrema, hasta el punto de caernos desde la cama,

golpearnos contra una mesilla, incluso abrir en dos una de las patas

de la mesa del salón. También tiramos una estantería.

Desconectábamos por completo durante el acto y conseguíamos

olvidarnos de todos los objetos que nos rodeaban. Nos golpeábamos

en un vaivén continuo sin controlar la fuerza que nos embargaba. Nos

enzarzábamos entre mordiscos y arañazos desmedidos. Perdí un

trocito de oreja en una ocasión y le abrí el labio más de una vez. La

sangre volaba sobre mi piel al ritmo de nuestras eyaculaciones

unísonas. Ninguno de los dos quiso parar aquello, y quizá ese griterío

violento expeliendo hormonas sexuales por todo el apartamento

desencadenó mi futuro inmediato.

Leticia fue la encargada de conseguir el nuevo inquilino. Fue chica, y

sí, en apenas un mes descubrió que los dos éramos pareja. Leticia

había decidido alquilar el piso así para evitar que la gente se

255

Page 256: El Hijo de Puta Cabrón

espantara al vivir con una pareja. Yo me desentendí. Y los dos

continuamos teniendo ese sexo nocturno que tanto nos encantaba.

Era difícil evitar los gemidos, más imposible, el ruido y casi inevitable

ocupar las dos habitaciones. Traté de convencerle a Leticia de que

reveláramos nuestro secreto, sin embargo, ella se negaba. Quería

mantener el juego. Y a ese juego se unió María, la nueva chica de

pelo rizado, con unos kilitos de más, unos pechos enormes y

sonriente. Sentada en el sofá, una noche, en la que los tres veíamos

uno de los reality show de una cadena privada, mi móvil se encendió.

Era el ‘Bluetooth’. Me quería llegar una fotografía. El nick del teléfono

móvil que me quería enviar la fotografía era ‘Quiero follarte’.

Dudé si aceptar. Rechacé y me fui a la cocina a por agua. Dos

minutos después, la pantalla de mi móvil volvió a encenderse. Seguía

en la esquina de mi sofá. Miré a Leticia, a mi lado, que descansaba

medio dormida sin perder la compostura. En la otra esquina, María

también perdía su mirada en la televisión. Sin embargo, un gesto le

delató. Su mano se perdía en el bolsillo de su blusa y tenía un tic

nervioso en el ojo izquierdo. Sabía que la observaba. En ese instante

acepté. Abrí la foto y descubrí una imagen de ella desnuda en mi

móvil. No veía su cara, pero sin duda era ella. Dos minutos después,

la pantalla de mi móvil volvió a encenderse. En esta ocasión había

puesto a su teléfono el siguiente nombre: “¿Te apetece?”.

256

Page 257: El Hijo de Puta Cabrón

27

La amante

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Page 259: El Hijo de Puta Cabrón

s extraño que una mujer acose a un hombre. Quizá no sea el

término adecuado, pero sí debo decir que no es lo habitual. La

mujer suele conquistar desde la distancia, y si no lo consigue, suele

retirarse. Y digo “suele”, siempre hay excepciones. El hombre suele

ser el que asome el papel de acosador; el que agota e insiste. Su

tarea es la de cansar y aferrarse al sexo opuesto que desea sin

atender las señales. No cesa hasta que ella pone de manifiesto su

negación más absoluta. El sexo con una mujer bien lo vale. A veces,

lo es el amor. En mi caso fue el morbo. Estaba de pie, frente a la

lavadora, echando el suavizante en el hueco del detergente, cuando

María se acercó y me tendió distintas prendas para lavar. En su

mayoría ropa interior. Me tembló la voz, el pulso. “¿Por qué?”. Sonreí

y cogí una falda, varios calcetines, un tanga y dos sujetadores que

con delicadeza introduje en el bombo. Jamás me había enfrentado a

una mujer con tanta seguridad en sí misma. No sabía si de verdad la

tenía, pero algo en ella la transmitía. Su mirada mordía lo que

deseaba e iba a por ello. “¿Eran estas las chicas de siglo veintiuno?”,

pensé cuando la vi abandonar la cocina. Me asustaba. Mi corazón aún

latía temeroso. Y al tiempo, avivaba mi miembro a una velocidad

inédita; o eso creía yo. “¿Era una sensación mental o física?”.

E

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Page 260: El Hijo de Puta Cabrón

estaba en pleno periodo de beca y disponía de un excesivo tiempo

libre. Y la chica se había convertido en mi pequeña obsesión. En

apenas un mes había dejado atrás su actitud tímida y silenciosa para

convertirse en la “supuesta guarrilla” que todo hombre desea una vez

en su vida. Sin jugar la partida había ganado una gran mano. De

hecho, el juego de los mensajes a través de ‘Bluetooth’ no se zanjó

tras la primera noche. Con tacto, continuó atacando. Dejando sus

pequeñas semillas. Ella sabía que yo no la iba a delatar. Como una

buena pescadora, iba dejando que yo mordiera el cebo del anzuelo

lentamente. Además, aprovechaba nuestra soledad para avivar el

contacto vía móvil. Y sin embargo, ninguno de los dos había hablado

del tema. El morbo invadía el apartamento, y la tensión chispeaba

cada vez que nos cruzábamos.

260

Page 261: El Hijo de Puta Cabrón

Ella vivía en aquel apartamento porque sus padres le pagaban un

máster. Con la beca no tenía para vivir. Poco más sabía de su vida.

Cuando afrontábamos la soledad, ambos optábamos por encerrarnos

en nuestras respectivas habitaciones. Nuestra comunicación sexual

fluía por ‘Bluetooth’. Nuestros breves diálogos asaltaban en escasas

ocasiones, tímidos y vacíos. Desde que lanzó la primera bala, no

había dejado de acotar mi terreno. Yo trabajaba hasta las cinco de la

tarde, Leticia lo hacía hasta las nueve de la noche de dependiente en

una firma de ropa. Aquellas horas de soledad con María se me hacían

interminables. Trataba de luchar contra una tentación demasiado

fácil. Por mucho que buscara planes alternativos, siempre acababa en

casa antes de tiempo. Ella no me atraía, pero me había puesto sobre

la mesa, en bandeja, una excelente merienda sexual. Sólo tenía que

dar el paso, atrapar el bistec y morder.

Nuestro salón era amplio y oscuro. Nuestras habitaciones estaban

pegadas unas a otras. La mía era la de la esquina, aunque

supuestamente, porque en aquella cama pequeña no dormía casi

nunca. En el medio dormía yo con Leticia. En la habitación más

próxima al salón y a la cocina dormía María. Nadie entraba en el

cuarto de nadie. En la cocina, compartíamos ciertos productos

comunes. En la nevera nos distribuíamos por baldas. Era extraño para

Leticia y para mí, pero ella, por alguna razón que nunca pregunté,

mantenía esa artificial apariencia. El mando de la tele era de Leticia,

si bien, María compartía gustos televisivos. Yo era más de la lectura o

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Page 262: El Hijo de Puta Cabrón

la indiferencia. No teníamos turnos para limpieza oficiales, pero sí

mentales. Cada semana limpiábamos uno de los tres. Y raramente,

nadie se los saltaba. Todo funcionaba bien. La única incomodidad me

arañaba cuando su móvil y el mío decidían penetrar en ese

extravagante juego erótico de nimia distancia. Ninguno daba un solo

paso hacia el cuerpo a cuerpo. Ninguno declaraba la retirada; Ni

cortábamos el juego por lo sano ni avanzábamos para jugar en un

nivel superior. Ambos, que habíamos aceptado las reglas.

Al mes de conocernos, alcanzamos el disparate divino. Ella decidió

poner su correo electrónico en el nombre del móvil y activó el

‘Bluetooth’. Un minuto después tenía en mi teléfono un nuevo tono y

su dirección de mail. Tres minutos más tarde estábamos hablando por

Internet a una sola habitación de distancia. Absurdo; morboso.

Monstruosamente morboso. Por primera vez, practiqué ‘cibersexo’.

Era tal la vergüenza, que cuando terminábamos, desconectábamos y

permanecíamos encerrados en la habitación. Era mi “ciber-amante”,

me dije sonriente, tumbado en la cama y aún con pequeños fluidos

seminales en la punta de mi pene. En ese instante, ante el pánico de

la presunta soledad y el silencio real, opté por escuchar un excelente

disco acústico de Nirvana. Esperé a que Leticia llegara a casa, y

entonces, María y yo nos vimos. Sin embargo, apenas intercambié

pequeñas palabras que construían estúpidas frases impersonales.

Aquella tarde sexual a distancia viciada por la imaginación y la

creatividad individual se repitió tres veces más antes de que uno de

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Page 263: El Hijo de Puta Cabrón

los dos decidiera mostrar sus cartas. Ella ganó y planteó cambiar de

juego. Yo me negué.

Manu me dio plantón un jueves. Y aquella tarde, con una cerveza en

la mano, María decidió acompañarme, mirarme desde la distancia en

el sofá, sonreírme y azotar la tensión que respirábamos impacientes.

La tele empequeñeció, el salón subió de temperatura, el oxígeno se

esfumó y ella rompió el hielo tras echar limón a su cerveza.

-¿Hoy no vas al ordenador?

La pregunta me inquietó literalmente. Di un diminuto respingo, bajé

el volumen de la televisión, bebí cerveza de una lata y examiné su

figura. Apenas se parecía a la que yo había imaginado durante

nuestra conversación erótica en Internet. Ella puso sus piernas

desnudas sobre la mesa y solo se colocó el vestido para que no le

viera las bragas.

-Aún no... –respondí alicaído

-¿Prefieres ver la tele?

-No...

-¿Y qué prefieres?

-No sé. –Me incomodó y bebí.

-Igual tienes una amiga en Internet con la que charlar un rato –insinuó

recolocándose las piernas, que continuaron mostrándome su

desnudez blanquecina.

-Igual... –Afirmé aceptando el juego y con media sonrisa.

Miré la hora del móvil. Era pronto. Leticia no iba a parar el combate

que ella quería iniciar. “¿Pero adónde íbamos? ¿Ficción o realidad?”

263

Page 264: El Hijo de Puta Cabrón

-¿Entonces? –Insinuó mientras recortaba la distancia que nos

separaba del sofá.

Terminé la cerveza y sentí una prominencia importante en mi

entrepierna. Estaba inquieto ante la oportunidad de follarme a una tía

que no me atraía pero que me inflaba un efecto morboso

inconcebible. Mi cerebro trabajaba en exceso en aquellos instantes.

No podía retirarme de la cabeza el rostro de Leticia. La veía llegar

cansada, contándome sus problemas, desnudándose en la habitación,

besándome y haciéndome el amor como todas las noches.

-Sergio, te quedaste mudo... –Susurró.

-No, en absoluto –dije sin una gota de saliva.

-¿Me voy al cuarto? –Preguntó.

-Como quieras... –respondí sonriente.

-Si fuera lo que yo quiero... –Insinuó dando un pequeño saltito más en

el sofá. Su piel me rozaba- ¿A qué jugamos?

-No sé...

-La realidad siempre es mejor que la red...

-Lo sé...

-¿Entonces?

Podía oler su piel. Sentía su respiración; ese aroma a cerveza

humedeciendo sus labios. Me estremecía el suave balanceo de su

brazo sobre el mío. Me achicharraba su mirada, y me hería la

conciencia cuando mis ojos se distraían hacia la puerta de entrada.

No podía dejar de pensar en Leticia. Quizá no en ella y el daño que

264

Page 265: El Hijo de Puta Cabrón

podría hacerle, sino en el riesgo. En esa duda, María se apoyó en mi

hombro y me susurró al oído.

-Quiero que hagamos realidad el final de la otra tarde...

-¿De verdad lo haces tan bien? –Pregunté mientras sentía sus labios

por mi cuello.

-De verdad –afirmó.

El siguiente paso lo ejecutó de manera vertiginosa. Y dos minutos

después María ya había movida ficha. Abrió sus piernas, se colocó

sobre las mías y comenzó a besarme. Bajo el vestido no llevaba

bragas. Me besaba los labios, el cuello, me quitó la camiseta y me

besó la clavícula, los pectorales, y en tanto, yo trataba de acariciarle

los pechos, enormes, preciosos con unos amplios pezones marrones.

La realidad nos vapuleó sexualmente. Ella me desabotonó los

pantalones y me masturbó. Resbaló sobre mí y quedó de rodillas sin

soltarme el pene. Me lo lamió, lo chupó, lo succionó y ella me permitió

eyacular. Le encantó saborear. Tenía razón, lo hacía muy bien.

-¿Vamos a mi cuarto?

-Un momento, –dije- voy al baño.

El arrepentimiento me roía y alimentaba mis dudas cerebrales. Me

limpié los fluidos. La puerta se abrió por detrás. El corazón se me

detuvo un instante.

-¿Estás bien?

-¡Joder! ¡Qué susto, tía!

-Lo siento.

Me subí el pantalón y mentí.

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Page 266: El Hijo de Puta Cabrón

-Lo siento, tendremos que continuar otro día, tengo que irme –apunté

echando un vistazo al móvil-. Lo siento, de verdad.

Ella se quedó mirándome unos segundos, después me dijo que lo

entendía. Yo me encerré en la habitación, me eché desodorante y salí

a la calle sin despedirme de María, que también, sin mediar palabra,

estaba escondida en su cuarto con la puerta cerrada. Caminé, caminé

y pensé. No era el hecho de la infidelidad, era el acto de haber corrido

tanto riesgo lo que me preocupaba. “¿O no?”. Me importaba

interpretar las sensaciones recientemente vividas y así poder tomar

una decisión; un rumbo. Sin embargo, no las descifré. Me tomé una

cerveza en un bar, en soledad, y a la segunda vi todo con mayor

claridad; tenía que disfrutar más de aquellas mamadas. Aquella tarde,

cuando volví a casa era de noche. Leticia descansaba en una esquina

del sofá, casualmente, en la misma que María me había hecho la

felación hacía unas horas. Ella estaba en la habitación. Aquella noche,

por primera vez en tiempo, no hicimos el amor.

No volví a tener noticias de María hasta una semana después, en un

escueto mail. Mi vida no volvió a darse un revolcón hasta una semana

después y dos días de un fin de semana. Esas 48 horas las viví con

Manu y Javi de senderismo en plena Sierra de Ávila. Necesitaba

desconectar de la presión de la charca de víboras en la que se había

convertido nuestro ‘apartamento para tres’. Además, el sexo con

Leticia había perdido un pelín de intensidad; o eso creía yo, y mi

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Page 267: El Hijo de Puta Cabrón

cabeza no podía quitarse de la cabeza los labios de María limpiando

con suavidad las “venas de mi polla”. Me reí al pensarlo. La tarde que

sobre la espalda cargaba una mochila, leí el mail. Me preguntaba si le

había gustado y si quería repetir. Que si no le había gustado, que no

pasaba nada, que se olvidaría de mí. Sonreí, y respondí. “A la vuelta

repetimos. Queda mucho por practicar...”

Y practicamos. No pude quitarme de la cabeza nuestras actuaciones

pendientes. La montaña me ayudó a pensar, y entre rocas, árboles,

aves, riachuelos y paz rural me planteé que quizá la relación sexual

con Leticia había llegado a tocar techo y necesitaba investigar nuevos

pantanos. La necesidad siempre latía en mí, pero la noche nunca me

había ofrecido la oportunidad si no era tirando de billetera o tarjeta de

crédito.

Llegué a casa un domingo a las seis de la tarde. Junto a Manu y Javi

había tomado más de seis cervezas antes, en un bar que quedaba

junto al apartamento. Habíamos llegado a la ciudad a mediodía,

habíamos comido de tapas y bebido. Estaba ligeramente ebrio.

-¿Hola? –Asomó su cabeza desde la habitación.

-Hola –dije roto por el agotamiento y el alcohol- ¿Leticia?

-Trabajando –anotó con felicidad-. Al final ayer cambió el turno a una

compañera.

-Ajá...

Se acercó a mí. Levanté las palmas de las manos pidiéndole un

respiro. Sonreí y la besé ligeramente en los labios. Me descolgué la

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Page 268: El Hijo de Puta Cabrón

mochila de los hombros, caminé por el pasillo sin dar tumbos, abrí la

puerta de mi habitación y lancé la mochila con brusquedad.

-¿Saldamos cuentas? –Preguntó desde el fondo del pasillo con un tono

de voz que me resultó deliciosamente picarón.

-Saldamos –afirmé-, un momento.

Me encerré en el baño, me lavé las manos y busqué los preservativos

que nunca usábamos. No quería convertir mi pene en una ruleta rusa

con todas las mujeres. Ya me había metido en un callejón sin salida

con Leticia, no quería ampliar mis complicaciones y envolverme en

una telaraña vírica. Busqué pero no encontré. Pensé, “en la mesilla de

la habitación de Leticia”. Salí, ella ya no estaba en el pasillo.

-¡Ahora voy! –Grité.

Entré en la habitación de Leticia; la nuestra. Abrí el primer cajón. Vi

sus bragas y tangas, después varios preservativos sueltos. “¡Bingo!”.

Sin embargo, la mirada se me hundió de pronto en el parqué. Fue

como si alguien me

hubiera arrancado los

ojos y me los hubiera

pegado en el suelo. Junto

a la cama, donde yo

había vivido tanto,

descansaba un

preservativo usado. Lo

intuía, porque estaba

dentro de su sobre verde.

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Page 269: El Hijo de Puta Cabrón

Parpadeé, pero seguí allí. Me arrodillé y me quedé observando aquello

durante largos segundos. “¿Me engañaba Leticia?”, cavilé. “¡Joder!”,

grité. No tenía elección. Estiré el brazo, cogí el envoltorio y con mis

dedos saqué el fino plástico de color beige.

-¿Estás bien?

La voz llegó desde la puerta. Yo me puse de pie. Solté el envoltorio y

sólo pude verme como un estúpido sujetando un preservativo lleno de

semen. Las rodillas me temblaban y ni siquiera podía ver con nitidez

el rostro de María, que optó por la mudez. “No es mío, no es mío”, me

repetía en silencio una y otra vez y otra vez, deseoso de hallar un

error en mis recuerdos. “No es mío”, me afirmé tras largos segundos.

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Page 270: El Hijo de Puta Cabrón

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A 2 y 3 bandas

e obsesiono con las mujeres. Ese, tal vez, es mi problema.

Siempre me ha ocurrido, y en aquella época lo descubrí.

Nunca supe reponerme con dignidad. Ni siquiera actué con diligencia.

Tampoco me entristecí. Ni me enfadé. Tampoco pedí una explicación.

La venganza, de la única manera que entonces la conocía, la apliqué.

Tampoco creo que María dudara de su papel. Ella era la amante y su

M

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Page 271: El Hijo de Puta Cabrón

cuerpo mi momento de placer vengativo. La duda me atormentaba en

una única y escueta pregunta. “¿Por qué?”

Volví a recorrer el mismo camino diez minutos después. Lo hice de

igual manera, con un preservativo entre los dedos, pero en esa

segunda ocasión, desnudo. María reposaba en la cama, en cueros; en

su cama. Yo me sentía satisfecho, en paz, sin las ansias inmediatas

de saber el porqué del primer condón. Me quedé de pie, en la cocina,

con el preservativo usado entre mis dedos y mi pene aún levemente

erecto. Abrí el cubo de la basura, y con valentía lo dejé caer sin

querer ocultarlo. Era mi manera de plantear la batalla. Miré el reloj de

la cocina. Eran las ocho y cinco de la tarde. Entrábamos en zona de

riesgo 3. Dejé atrás mi habitación y la de Leticia. Me atusé el pelo en

el baño, oriné y volví con María. Salté sobre la cama y nos besamos.

Leticia llegó cansada a las nueve de la noche. No había rastro de la

contienda sexual anterior. Me miró. Su enorme bolso aún colgaba del

hombro. Lo hizo con frialdad. Caminó deprisa hacia su cuarto, y

cuatro segundos después, asomó la cabeza y me buscó. Le vi desde

el salón.

-¿Qué tal, pequeña? –Pregunté.

-Te necesito –susurró.

-¿Cómo? –Pregunté acercándome hasta ella.

-Un buen polvo... He tenido un día horrible –dijo en voz baja y

desplegando media sonrisa.

-Pero... ¿Y...?

-Me da igual. ¡Vamos! ¡Pasa!

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Page 272: El Hijo de Puta Cabrón

Fue un polvo extraño. Siempre sin valorar los no gratuitos ni los

homosexuales. Una infidelidad con doble sentido. “¿Quién era la

engañada?”, me cuestioné. Sin lugar a dudas, cuando Leticia

cabalgaba sobre mí, supe que ella era la principal. Sin embargo, no

podía evitar sentir pena por María. Al tiempo, la rabia me pellizcaba.

El preservativo me reavivó un ardor estomacal. Traté de acelerar

aquel momento sexual; dibujar en su interior el punto y final. Las

ideas se me acumulaban en la cabeza, y aunque era capaz de

mantener la erección con facilidad, era incapaz de correrme. Traté de

alcanzar su techo sexual para excitarme, pero sólo logré que ella se

corriera, tuviera un orgasmo y gritara. “¡Joder!”, pensé mientras la

besaba. Ella me mordió y arañó al tiempo que los dos nos hundíamos

sudorosos en una final apoteósico.

María no hablaba. Yo tampoco. Teníamos sexo y conversaciones

vacías; divertidas, pero sin trascender en ningún momento en lo que

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Page 273: El Hijo de Puta Cabrón

implicaba la relación. Ella obviaba y yo me dejaba lleva por la otra

manera de sentir el sexo. María disfrutaba más de los preliminares.

Me besaba por todo el cuerpo, me tensaba y destensaba con sus

caricias labiales, y cuando llegábamos a la penetración, ambos

rozábamos un orgasmo casi constante. Lográbamos mantenernos en

esa cima deliciosa durante largos minutos. Y en el momento que la

velocidad rompía la belleza sexual y llegaba el “córrase quien pueda”,

entonces el placer escupía a borbotones nuestro elixir. Sentía cómo

los espasmos de mi semen le golpeaban sin cesar. Sin alcanzar el

salvajismo que en ocasiones me atrapaba y cautivaba con Leticia,

disfrutaba de un sexo plenamente distinto. Me entusiasmaba y

necesitaba bucear más en ella.

Y no abandoné a Leti. Tampoco le pregunté por el preservativo. Ella

tampoco preguntó por el que yo tiré. No al menos de manera directa

y acusadora. Ocurrió tres días después, una noche que María se

acostó temprano después de que el sofá se hubiera convertido en una

olla a presión porque los mimos de una encendían la ira de la otra. La

tierra no me tragó. María optó por la retirada, y en ese instante,

Leticia abordó el tema.

-¿Sabes si se ha echado novio, amante o rollete?

La pregunta me cazó por sorpresa. Incluso sentí sudores fríos.

Temblé, y seguro que sufrí un leve cambio en el color de mi piel.

-No, ¿por?

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Page 274: El Hijo de Puta Cabrón

-Es que... –Bajó el tono de voz- Después del fin de semana que tú te

fuiste a la Sierra aparecieron dos condones en la papelera de la

cocina.

-¿Dos? –Pregunté sorprendido.

-Sí, ahí, sin envolver ni nada... –Musitó.

No pude por menos que mantenerme en silencio durante largos

segundos. “¿A qué jugaba?” Aquella maldita conversación Me

enervaba. “¡Qué hija de puta!”, pensé dejando escapar una sonrisita

por la comisura de mis labios.

-Tendrá derecho, ¿no? –Hablé al fin.

-Pero no sé, –estalló con un humor más bronco- debería ser más

limpia.

-Déjala, mujer

-¡Se lo voy a decir! –Saltó- ¡Joder, Sergio! Aquí vivimos tres, y aunque

no tenemos reglas estrictas, algo de educación, decencia...

-Leticia, por favor –interrumpí sujetando sus brazos con suavidad-, no

hagamos una montaña de esto.

-¿Te pones de su parte? –Me reprochó encendida.

-No, en absoluto. –Traté de mantener la calma, manteniendo el

silencio y dudando qué decir o si decirlo.

-¿Entonces?

-Sólo ha ocurrido una vez, démosle un voto de confianza –apacigüé.

Aquello del voto de confianza no calmó mucho a Leticia, pero sí mi

beso. Luego ella acabó arrastrándome a la cama casi de manera

literal. El tema de los condones se finiquitó ahí. Nunca volví a saber

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Page 275: El Hijo de Puta Cabrón

de ellos en meses. Curiosamente la vida que envolvían murió y

resucitó.

Mantener una relación a dos bandas agobia mucho mentalmente;

agota. Ya no es solo el famoso error del nombre, que es el mínimo a

superar para mantener una ‘bi-relación’, sino el hecho de las historias

que cuentas; qué cuentas y cómo las cuentas. Hay que construir dos

vidas. Una de ellas es más de verdad, la otra es más de mentira. Hay

aspectos de una vida que los puedes aprovechar para tu otra vida,

pero hay otras que es obligatorio ocultar. En mi caso todo fue más

sencillo, porque aunque no fuera explicito, María sabía de mi vida

real. Ella sólo fingía cuando Leticia estaba en casa, y yo cada vez me

las ingeniaba mejor para irnos fuera cuando ella estuviera. Además,

María colaboraba, y cada vez desaparecía con mayor asiduidad

cuando los dos descansábamos en el sofá.

El pequeño escalón piramidal llegaba los jueves. Manu seguía

llamándome y me era difícil; casi imposible decirle que no.

Tomábamos copas, nos drogábamos y nos contábamos la vida

semanal. Risas, intentos de ligues gratuitos imposibles por nuestra

ebriedad, y al final, la derrota tirando de billetera o tarjeta de crédito

en un club. La verdad es que yo empezaba a cansarme de aquella

pelea nocturna que siempre me despertaba con resaca, peor cuerpo y

varios dígitos menos en mi cuenta bancaria. Pero una noche, Mika

apareció junto a la barra y me enamoré.

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Page 276: El Hijo de Puta Cabrón

Siempre me ha parecido más fácil el billar de las bolas de colores, una

blanca, una negra y seis agujeros. Sólo tienes que preocuparte de

meterlas. Nunca me gustó el billar a tres bandas. Excesiva dificultad;

excesiva maña. En esos casos abandono. Prefiero lo fácil. Llegar,

coger el palo, untarle el taco, apuntar, acariciarlo, empujar, golpear y

meter. Es maravillosa la sensación de golpear las bolas de billar. Uno

puede imaginar el ruido que produce sin llegar a pestañear.

La noche que solté 40 euros a Mika y volví a casa caminando solo con

pequeñas dosis etílicas en mis venas y unos cuantos miligramos de

coca en mi organismo, descubrí que me obsesionaba con facilidad

con ciertas mujeres. No era amor. Me encaprichaba y necesitaba

descubrirlas, vivir su vida, follarlas, y luego hacer con ellas el amor

varias veces. Esa noche, con el olor de Mika aún en la piel, supe que

por muchos años que viviera con Leticia, ella no era el amor de mi

vida. Tampoco María, y quizá, casi imposible que lo fuera Mika, una

chica del Congo de 22 años que hablaba un perfecto español. Sus

ojos me hipnotizaban como a un niño de un año un sonajero. Sin

embargo, ella era puta y yo un hijo de puta.

Pese a la dificultad lo intenté. Deseaba conocer a aquella mujer de

piel nocturna. Deseaba invitarla a cenar, a un helado, a follar cien

veces, sacarla de la prostitución, desayunar a su lado... Las imágenes

me golpeaban de camino a casa, lo que tal vez perjudicaba más aún

mi inexistente rectitud. También sabía que era cuestión de tiempo

que yo me aburriera de ella. “Ese era mi problema”, pensé frente al

portal. Siempre habría una mujer en el mundo con la que yo quisiera

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acostarme y mantener una relación. Aunque yo ya tuviera una.

“¿Aunque estuviera enamorado?” Aquella noche me dije que sí. Tenía

el deseo perenne de investigar el sexo opuesto.

Sonreí, subí las escaleras, ebrio, y las imaginé a las dos dormidas.

Reí. “Si es sexo, cualquier chica vale, o casi”, me dije emitiendo una

muda carcajada. Abrí la puerta y pensé de nuevo en Mika. “¿Cómo

era su vida?”

Nunca lo adiviné. Uno no gana todas las batallas, y quizá es la derrota

la que más enseña. La victoria es disfrute y ciega. Tal vez en esta

historia no haya hablado de todas mis derrotas; sexuales,

sentimentales o vitales. Uno siempre guarda secretos.

Me obsesioné y comencé a ser yo el que llamaba a Manu. Y como

trabajaba y tenía un sueldo 'decente' comencé a ser yo el que

compraba e invitaba a droga y a copas. Sin embargo, el largo viaje

hacia la noche no era sencillo y debía evitar pequeñas zancadillas y

piedras molestas en los zapatos. Una de ellas era que Manu quería

cambiar de club. Yo insistía en repetir, y además, siempre esperaba a

que él subiera a la habitación para irme con Mika. Tenía que cumplir

su regla básica: “No repetir con una puta”. Yo alcancé mi cifra récord:

7 noches con ella. La séptima, borracho, pero que muy borracho, y

‘encocao’, me declaré a ella y perdí. Mika decidió cerrarme la puerta

y derrotar mis intentos. Yo acepté la derrota como un verdadero inútil

impotente.

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Page 278: El Hijo de Puta Cabrón

Por primera vez en mi vida, follarme a Mika era secundario. Deseaba

sentirla y verla en otro estado. Anhelaba descubrir su piel a la luz del

día. Y por supuesto, también follármela mientras esa claridad del alba

iluminaba su cuerpo desnudo. Follármela sin ese mecanismo

económico y temporal que enfría el sistema de la prostitución. Y así

se lo dije.

-Estás loco, nene –dijo ruborizada.

-Habló en serio –balbuceé-, vente conmigo.

-Vístete, guapo –dijo colocándose el topo que escondía sus pechos de

chocolate- dormirla te sentará bien.

-Mika... –farfullé- Me gustas...

-Por favor, señorito Sergio, váyase –suplicó.

-¡Te quiero! –Grité.

De pronto la vi avanzar. Sentí sus dedos en mis bíceps. Una fuerza

desorbitada emergió de ella y comenzó a arrastrarme. Las lágrimas

se descolgaban de mis párpados y su gesto serio continuaba

expulsándome de la habitación. No peleé. Rogué, pero me dejé hacer.

Recuerdo que Mika me susurró una última frase.

-Esta fue nuestra última cita...

De rodillas, me quedé quieto en el pasillo, sobre una alfombra

morada, en calzoncillos, con los vaqueros, mi camisa y la corbata del

trabajo sobre el regazo. Avergonzado. La puerta se abrió y con ella la

esperanza, no obstante, sólo fueron mis zapatos con los arrugados

calcetines en su interior.

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Page 279: El Hijo de Puta Cabrón

Bebí demasiado aquella noche. Mucho más. Ni siquiera esperé a

Manu. Me sentí tan derrotado... Creí ser una estrella de Hollywood al

que le rompen el corazón en cien mil pedazos y se lo queman. Pedí un

whisky con hielo. Me bebí tres más y no encontré la salida del bar. Me

ayudaron. Tampoco encontré el camino a casa. Ni siquiera podía dar

un paso sobre otro. Me senté, vomité y traté de volver a caminar. De

nuevo vomité. La memoria me abandonó, el recuerdo decidió irse a

dormir y yo me emborroné por completo. No sé qué sucedió aquella

noche. Cuando salí de un taxi aún era de noche. Y al despertar me

dolía la cabeza, la luz del sol entraba por la ventana y tenía el paladar

como un estropajo disecado. Estaba completamente desnudo, me

giré y besé a Leticia. Abrí los ojos y vi mi error. El rostro sonriente y

aún somnoliento era el de María.

279

Page 280: El Hijo de Puta Cabrón

29

El cazador cazado

l miedo es un sentimiento que cuando se apodera de uno,

bloquea todo sistema de raciocinio. Suele disparar la adrenalina

e impulsar al cuerpo humano a ejecutar actos incontrolados que

pueden alcanzar límites insospechados. Aquella mañana, el miedo me

atormentaba. Desnudo, a escasos centímetros de María, buscaba y no

encontraba una sola imagen del pasado que construyera mi camino

hasta aquella cama. Me sentía indefenso, impotente, avergonzado, y

sin una explicación coherente que ofrecer a mi cerebro exhausto.

“¡Por qué!”

E

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Page 281: El Hijo de Puta Cabrón

Abrí los ojos hasta alcanzar una amplitud mayor del entorno. María

sonreía. Me volvió a besar, acarició mi torso con su dedo índice con

excesiva suavidad. Yo me mantuve quieto con la respiración

sostenida, nervioso y muerto. Me sentí un muñeco de cera, aunque

ante aquel calor corporal me hubiera derretido. Recordaba. Hacía mil

esfuerzos por recordar, pero el final de la noche estaba velado en mi

memoria fotográfica. A la luz seguía habiendo oscuridad; negro

absoluto. “¡Joder!”. Mi última imagen se remontaba una y otra vez a

la calle, al fugaz encendido de una luz verde que se alejaba calle

abajo sobre un vehículo blanco. Veía esa escena una y otra vez en la

cama indebida y no conseguía avanzar hacia el final de la noche;

hacia mi destino matinal. La resaca peleaba con los últimos latigazos

281

Page 282: El Hijo de Puta Cabrón

de la borrachera. Los segundos me parecían minutos y el instante una

eternidad.

Un portazo me sobresaltó. Icé mi cuerpo hasta dejarlo sentado sobre

la cama con mis manos sujetas a las sábanas del colchón. Me giré

despacio y traté de poner los pies en el suelo sin marearme. Desnudo,

sobre el parqué, busqué mi ropa. La planta de mi pie pisó el botón de

mi pantalón. Fue como un minúsculo mordisco. Traté de no ser

derrotado por el mareo. Me sostuve tras un suave vaivén, miré al

frente y al fin escupí mis primeras palabras.

-¿Qué ha pasado? -Mi voz sonó ronca y pastosa.

282

Page 283: El Hijo de Puta Cabrón

María sonrió ya de pie al otro lado de la cama, colocándose una bata

verde escondiendo su desnudez completa. El miedo me castigó más

la inseguridad.

-Estabas borracho –dijo indiferente pero jovial-, muy borracho.

-¿Y...? ¡Joder!

Encontré mis calzoncillos entre las sábanas. Oí pasos. Me meaba

encima de miedo y también casi de manera literal. Mi vejiga iba a

explotar. María se había ajustado la bata hasta tapar por completo su

cuerpo de cuello a tobillos. Yo me subí los pantalones con torpeza.

Afuera los pasos se sucedían, las puertas se abrían y se cerraban. El

miedo me mordía la yugular y disfrutaba con mi acelerado ritmo

arterial. Me sentía muy débil.

-Tranquilo –dijo caminando hacia la puerta-. Yo lo explico...

-¡Para! –Grité en un susurro histérico al tiempo que daba un salto

torpón que me colocó frente a ella- Necesitamos un plan.

-No nos va a dar tiempo, Sergio. Actuemos con naturalidad, además,

Leticia acaba de despertarse...

-¡Y una leche!

Aquella fue mi última expresión en la soledad dual. La frase se me

repitió durante largos y eternos minutos. Quizá fue porque como

nunca actúo bien bajo presión, utilicé aquella voz en mi cabeza para

escudarme de la batalla sangrienta que se avecinaba. Todo se

precipitó. De pronto, una bofetada me hundió hasta la profundidad

más oscura del océano. La bofetada fue la puerta de la habitación de

María, la fuerza fue la mirada de Leticia. Repleta de ira y tristeza,

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Page 284: El Hijo de Puta Cabrón

pude palpar el resplandor de sus ojos en llamas. Y de la sequedad de

sus pupilas emergieron dos enormes olas que inundaron aquella

habitación hasta arrojarme con brío a la más absoluta oscuridad.

Los pantalones se me deslizaron de entre los dedos y quedaron

rugosos en mis tobillos. La habitación encogió como si fuera de

plastilina y un niño hubiera decidido apretujarla al límite. Me faltaba

aire. Me ahogaba en aquella silenciosa tensión. Mi corazón aturdido y

temeroso no cesaba de nadar en busca de una superficie en calma,

pero en la humedad más claustrofóbica no hallaba la superficie; el

aire; el oxígeno. “¡Mierda!”. Me subí de nuevo los pantalones a gran

velocidad. La resaca me clavó un cuchillo en la sien, pero fue una

herida fugaz. Busqué el resto de mi ropa, que dormía ebria en el

suelo. Leticia ya debía de estar hablándome, sin embargo, yo no

podía escuchar ni una sola de sus palabras. Vi a María de reojo. Había

retrocedido varios pasos y se ajustaba la bata hasta el cuello. De

nuevo la boca de Leti vocalizó mi nombre. En esa ocasión, sus

palabras sí martillearon mi cabeza.

-Sergio, por favor, ¿me vas a decir qué coño haces aquí?

-No sé –acerté a responder como un gilipollas-, me he despertado...

-¡Cómo que no sabes! –Gritó retirándose las lágrimas de la cara y sin

moverse aún un ápice de la puerta de entrada.

-No hemos hecho nada –aclaré sin firmeza mientras me abotonaba la

camisa.

-¿Cómo? No puedo creérmelo. ¡Increíble! ¡Encima! ¡Joder! -–Dio tres

pasos con furia y decisión, y me abofeteó.

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Page 285: El Hijo de Puta Cabrón

-Estaba muy borracho, no me acuerdo... –Justificaba mientras dolido

mi mano acariciaba el cosquilleo de mi mejilla-. Pero te juro que no ha

pasado nada, ¿verdad?

María se había pegado a la ventana. Ni siquiera hubiera podido verla

de reojo, pero en ese momento la estaba mirando. Leti había decidido

obviarla en esa primera fase de la batalla.

-Sergio... no, no... –Se trabó. Cogió aire y tras retirarse las lágrimas

giro el cuello.- ¿Y tú? ¿Tú qué?

La cuchillada vocal cazó por sorpresa a María, y al oír el tono de voz

mordiéndole el cuello se sobresaltó. Aproveché la tregua para

recuperar mi corbata, mis calcetines y mis zapatos. Observé a María,

sosegada y escondida tras la cama, de pie, con los brazos cruzados.

-No pasó nada, Leticia. Tiene razón –dijo mirándome con lástima-. Si

me dejas te lo explico.

La prepotencia no debió gustar a Leticia, que cruzó los brazos

también y se dibujó con una pose de incrédula a la espera paciente

de la explicación. Yo en cambio estaba impaciente por oír la historia.

-Cuando llegó yo estaba en el ordenador. Esta noche no he dormido. –

Parecía sincerarse- Él estaba muy borracho...

-¿Y? –Exigió Leticia.

-Yo estaba... –Tomó aire y bajó la mirada- Chateaba con un amigo...

Iba ligera de ropa y él empezó a vacilarme...

-¿Por?

-Porque casi me pilla en pleno...

-¡Qué!

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Page 286: El Hijo de Puta Cabrón

El silencio inundó la habitación. Sólo bailaban nuestras respiraciones

aceleradas. Todos cruzamos las miradas un instante buscando una

respuesta. María apretó los labios, tomó de nuevo aire y expulsó su

verdad.

-Estaba teniendo sexo por Internet... ¡Vamos, cibersexo!

Mentía. Lo sabía. Los dos minutos de tregua me habían dejado

observar y rescatar alguno de los detalles que antes había obviado. El

primero; el que más me atormentaba, dormía sobre la mesilla del

fondo, a escasos dos metros de María. Un nuevo maldito preservativo

usado y escondido en su sobre rojizo roto. Yacía en una esquina, junto

a un libro de Ken Follet y una lámpara de flores. Rezaba porque

cayera al suelo, pero no era creyente. De pronto, imágenes reales o

ficticias en forma de recuerdos me atropellaron e invadieron mi

memoria.

-¿Y él te ayudó? –Ironizó, señalándome sin mirar.

-No –respondió con rotundidad.

-¿Entonces?

María exhibió media sonrisa pícara, cómplice, y de nuevo, jovial.

-Se quedó dormido ahí, en la silla.

-¿Y la ropa?

-Leti, no le des más vueltas. No pasó nada. Se emborrachó, empezó a

quitarse la ropa burlándose de mí, y cuando iba a irse a la cama

contigo se quedó dormido...

De nuevo el silencio, y cada vez era más incómodo. Observé a Leticia,

más convencida, más serena, menos lacrimosa. Ella volvió la mirada

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Page 287: El Hijo de Puta Cabrón

hacia mí. No había perdón, pero sí una gota de luz en aquella

completa oscuridad.

-Lo siento –musité-, de verdad.

-¡Joder, Sergio! –Reprochó cogiéndome del brazo y empujándome a

abandonar el cuarto de María- Date una ducha y llama al trabajo.

¡Mira la hora que es!

Decidí huir sin dudar. La tensión y el calor me calcinaba en aquellas

cuatro paredes. Quería que Leticia me acompañara para eliminar el

más mínimo riesgo, pero no fue así. Miré atrás, y el condón todavía

brillaba en la esquina de la mesilla.

-Lo siento, María –dije desde la puerta.

-Eso, perdónale –Atacó Leti con rencor-, no sabe lo que hace.

-No pasa nada –tranquilizó María.

-Y a mí también...

Fue lo último que oí desde el pasillo.

Las mentiras al nacer viven dentro de quien las escucha. Pero lo peor

de las mentiras es que son frágiles, y que bajo ellas vive siempre la

verdad. Es eterna. Bajo la mentira pueden esconderse otras mentiras,

sin embargo, en el corazón de éstas siempre reside la verdad. Ésta

nunca desaparece. Paciente, espera una minúscula grieta que le

permita asomar y ver de nuevo la luz del sol. Son la raíz de nuestras

vidas y se agarran a nosotros por mucho que las queramos ocultar.

No hay veneno que las mate. Es un cáncer para el ser humano, y le

atormenta cuando se confunde la ficción y realidad; mentira y verdad.

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Page 288: El Hijo de Puta Cabrón

La mentira de María sirvió. Leticia había picado el anzuelo y asumido

que aquel cebo era caviar del bueno y no un simple placebo barato

improvisado. Aceptó mi error, y tal vez ofreció el perdón silencioso, si

bien, nada fue igual. Todo cambió después de aquella mañana. La

herida abierta había derramado excesiva sangre y ciertas manchas

eran difíciles de quitar. La cicatriz no desaparecería sin largas horas

de cirugía. “El tiempo lo cura todo, ¿no?”, pensé aquella tarde en el

salón sin intercambiar una sola palabra con ella. Sabía que necesitaba

tiempo, y además, yo tenía que ser paciente. Y lo fui a mi manera.

Ella, por su parte, supo castigarme. De repente dejamos de hacer el

amor. No estaba de humor. Yo lo acepté, pero en absoluto lo llevaba

bien. Fue un terremoto hormonal y cerebral que me llevó a un

onanismo exacerbado. Y además, tampoco salí con Manu el jueves

siguiente. No lo creía correcto por mucho deseo sexual que tuviera

bajo mis pantalones. Él lo entendió después de largas carcajadas

telefónicas.

Fueron días extraños. Creí que Leti pediría a Maria que se fuera, pero

no lo hizo. Todo lo contrario. Ambas afianzaron la amistad y

consiguieron arrinconarme en una extraña soledad en compañía. Me

sentía aislado, dolido, e impotente.

El tema apenas salía a la luz. Nuestras conversaciones de pareja

fueron paralelas a aquella noche. Tan sólo escuetos “ya te vale... mira

que...” Me echaba en cara la borrachera y que hubiera intentado

‘tontear’ con nuestra compañera de piso, pero nada más. Yo asumía

la responsabilidad balbuceando dulces palabras. “Yo te quiero, Leti.

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Page 289: El Hijo de Puta Cabrón

Jamás te engañaría... De verdad, de corazón”. Ella me dio un beso

leve en los labios con los ojos tristes, y desapareció de la habitación.

La impotencia me martirizaba.

María también tardó en hablarme. Lo hizo dos semanas después. Era

de nuevo jueves, y por primera vez desde aquella noche estuvimos

de nuevo los dos solos en un mismo espacio. Durante ese tiempo, yo

la había huido, y María también. Aquella tarde ella decidió romper la

barrera opaca que nos cegaba. Yo, descalzo, aún con mi traje de

trabajo, veía la tele. Ella apareció con decisión y se sentó a mi lado en

el sofá, posando con suavidad su mano sobre mi pierna.

-¿Cómo lo llevas?

Sonreía y mantenía una cercanía que de pronto me parecía inaudita.

Alcé la mirada, las cejas, me retiré sorprendido y sonreí.

-¿Cómo?

-No fue para tanto. Se le pasará –auguró acercándose de nuevo a mí.

-¿Por qué me salvaste el culo?

María amplió su sonrisa. Su mano subió por mi pierna y no fui incapaz

de mover mis brazos para detenerla.

-Te he echado de menos –susurró.

-¿A qué jugamos?

-¿Tú qué crees?

-¿Quieres que me la vuelva a jugar? –Pregunté acomodándome en el

sofá, buscando una gota de aire, nervioso.

-Mira la hora –dijo señalando al amplio reloj que colgaba en la pared

del salón-. No hay riesgo.

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Page 290: El Hijo de Puta Cabrón

Dudaba, pero tenía mi centro neurálgico sexual a pleno rendimiento,

lo que debilitaba mis neuronas.

-No sé –pude decir mientras sus labios rozaban ya los míos.

-Una última vez –Mentía sabiendo que no iba a ser así-, tengo un

nuevo juego a poner en práctica. ¿Me dejas?

Fue como si un torbellino en plena calma se adentrara en mi cuerpo

sin avisar; por sorpresa. Nada podía detenerlo. Sentir su pequeña

mano entre mis piernas convirtió la chispa en una enorme llamarada.

Su ímpetu me zarandeó y una vez más me vi lanzado hacia el averno

que todo ser humano desea; el sexo. Sus pechos en mis labios, su

mano en mi pene, sus labios en los míos y yo deseoso de dar una

respuesta a todos aquellos envites. De inmediato tiró de mi corbata,

la desanudó y cogiéndome del brazo me llevó hasta su cama. Me

entraron escalofríos. Sentía deseo y miedo. El deseo frente a mí, el

miedo fuera de aquella casa. Me desnudó. Ella hizo lo propio y con la

corbata en la mano, se quedó mirándome. Echó un vistazo a la

puerta. Me estremeció.

-¡Échate! –Ordenó colocando su mano en mi pecho desnudo.

Sumiso, caí boca arriba. Ella caminó con suavidad y sensual alrededor

de mi cama, y con una habilidad vertiginosa ató mis manos a la

cama.

-¿Este es el juego?

-En absoluto –apuntó pícara-, esto sólo son los preparativos.

Me gustó sentirme atado y saber que ella iba a hacer conmigo todo lo

que quisiera y, seguramente, yo deseara. Apretó con fuerza la

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Page 291: El Hijo de Puta Cabrón

corbata a mis muñecas y me susurró al oído, “No quiero que te

escapes... Pero tranquilo, hoy tocarás el cielo... o el infierno, no sé”.

Nunca tuve tantas ansias de que me follaran. O sí, pero aquella

sensación era nueva y me aceleraba el deseo, el miedo, la excitación,

el morbo... Deseaba que de inmediato, ella cabalgara sobre mí sin

caricia alguna previa. Ansiaba darle todo aquel semen que

burbujeaba desde hace varios minutos en mis testículos. Mi pene latía

con cada una de sus caricias, y chillaba, imploraba la necesidad de

entrar ya en un coño. Sin embargo, María tenía una tortura preparada

especialmente para mí.

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Page 292: El Hijo de Puta Cabrón

Se arrodilló al final de la cama, acarició mis pies, los besó y entonces

fue cuando yo decidí relajarme, cerrar los ojos y disfrutar de aquel

juego. Quería sentir cómo iba a recorrer con sus labios cada poro de

mi piel. Fueron treinta segundos maravillosos y ni siquiera había

llegado a la altura de mis rodillas. Todavía restaba el clímax más

brutal. Sin embargo, un segundo después, la oscuridad de dos

pequeños ojos metálicos me dejaron sin aliento. Ni siquiera había oído

sus zapatillas en el parqué, pero estaba allí. Pestañeé y me removí en

la cama sobrecogido. En ese momento María ya estaba de pie, miraba

al suelo y cogía la bata verde. No dijo una palabra. Me revolví en la

cama de nuevo, en esta ocasión con rabia y fuerza, pero realmente la

”zorra” me había apretado

fuerte. Leticia sujetaba una

escopeta. El pánico me

comía. “La maldita escopeta

de dos cañones de su padre,

¡Joder!”, pensé. Me iba a

cagar encima. El estómago

convulsionaba y los

esfínteres se debilitaban.

“¿Se le había ido la puta

cabeza a Leticia? ‘¡Joder, mi

vida!”, me decía. No dejaba

de mover mis muñecas sin

perder de vista la escopeta y el dedo índice de Leticia colgado junto al

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Page 293: El Hijo de Puta Cabrón

gatillo. La erección había desaparecido, y con ella, María. Sin mediar

palabra abandonó la habitación. Yo tenía el paladar tan seco como si

hubiera caído sobre mi boca la candente arena de una playa. No tenía

palabras, sólo tacos y onomatopeyas que apenas escupía entre

dientes. El miedo me conquistaba y la incertidumbre me aterraba.

Dos minutos después entró María, vestida, con una jeringuilla en la

mano y sonriendo. Leticia seguía con la escopeta entre sus manos,

los ojos enrojecidos por las lágrimas. Su rostro emanaba furia a

borbotones. No iba a decirme nada, lo sabía. María tampoco lo hizo.

En silencio actuó sin dudar. Yo no pude reaccionar. La fina aguja que

traía en su mano derecha se hundió en mi pierna y sentí cómo el

líquido que contenía empapaba mi organismo. “¿Cuál era el juego?”.

Iba uniendo piezas recordando detalles del pasado que me ayudaban

a entender, pero mi vista se emborronaba y los párpados comenzaron

a pesarme demasiado. La oscuridad, esta vez sí, me devoró por

completo.

293

Page 294: El Hijo de Puta Cabrón

30

Prisionero de la agonía (I)

o tenía oxígeno suficiente. Me ahogaba. La claridad,

curiosamente, la asimilé con la muerte, que parecía

obsesionada con envolverme en la soledad. Al despertar, el recuerdo

más cercano que escupió mi cerebro encerraba demasiados cabos

sueltos. Al despertar apenas abrí los ojos. Únicamente tenía la

necesidad de dar una bocanada de aire, pero sentía la lengua como

una lija y mis labios palpitaban comprimidos y sellados a una cinta

N

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Page 295: El Hijo de Puta Cabrón

aislante. Pronto comenzaron a avivarse mis articulaciones y percibí

que mis tobillos también estaban ahogados por una suave cuerda.

Traté de deshacer el nudo a la fuerza, pero apenas había holgura. Al

escuchar oí zumbido. Enseguida deduje que era el motor de un viejo

coche. La imagen de éste me vino de inmediato a la cabeza. Era un

viejo R12 rojo. Lo había visto aparcado hace semanas en una comida

familiar por parte de Leticia. La incertidumbre me aterraba, y morir

no era un futuro próximo imposible.

Pronto pude visualizar parte de mí. Estaba desnudo. Acto seguido,

imaginé una foto de mí. Un cosquilleo me recorría todo el cuerpo por

la tela ruda que me rozaba la espalda debido al movimiento

constante e irregular del automóvil. Estaba atado por las muñecas y

tobillos. También los testículos, aunque no estaba seguro. Notaba una

presión rugosa ahí abajo, sin embargo, no podía verla. “¡Joder!”

295

Page 296: El Hijo de Puta Cabrón

Volví a intentar moverme por mi propia voluntad y fuerza. Lo logré

levemente, pero mi organismo chilló de dolor. Percibí movimientos

involuntarios y el dolor fue idéntico. Curvas, acelerones, pequeñas y

largas frenadas, y mi corazón nervioso tomando mayor velocidad. La

luz también comenzó a clarear mi mirada. Pequeñas flechas de albor

se colaban entre las minúsculas rendijas de una densa tela. Podía ver

sombras en la oscuridad. Traté de rotar de nuevo, pero en ese

instante vi que no sólo estaba sobre una tupida y áspera tela, sino

que ésta me envolvía. Era un maldito saco. Un puñetero saco de

patatas.

Intenté estirar las piernas, entumecidas por la postura, sin resultado

positivo alguno. Era un feto ahogado por una agónica placenta, y

torturado por mi artificial cordón umbilical. Cualquier movimiento me

flagelaba los ligamentos de todas mis articulaciones. De hecho, el

único vaivén que era capaz de ejecutar era a causa del coche. Las

curvas parecían más extremas y la tortura crecía tras cada una de las

consecutivas sacudidas. Deseaba morir. Golpearme en la cabeza y

perder el conocimiento; desmayarme. Si bien, nada de eso ocurrió.

Cada minuto que viví allí dentro me trasladó a la sensación que

supone atravesar todo un puñetero túnel infernal en soledad repleto

de drogadictos que se juegan la vida por un puñetero céntimo de

euro. Eterno, aterrador, desconocido y asqueroso. Deseaba correr,

huir con toda mi adrenalina hinchando mis anoréxicas venas hasta

hacerlas explotar. Jamás miraría atrás. Únicamente esperaría a que

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Page 297: El Hijo de Puta Cabrón

mi corazón irrumpiera por mi boca junto a mis pulmones. Además, a

mi incómoda posición tuve que empezar a añadirle el frío. Por las

mismas rendijas que entraba la luz, comenzaba a colarse con rabia

una fina pero helada ventisca que comenzaba a graparse en mi

desnuda piel. Tiritaba inconscientemente. Lo descubrí cuando mis

dientes comenzaron a hacer ruido pese a que mis labios seguían

sellados. El castañeo era un sonido interno, pero me molestaba. No

podía detenerlo. La respiración tampoco quiso perderse aquella fiesta

de incómodas sensaciones y se trajo consigo una aceleración. El

oxígeno que entraba por los orificios de mi nariz no era suficiente. El

aire estaba excesivamente viciado y mi organismo quería más y más

y más. Anhelaba una buena bocanada de aire puro. Expandía al

máximo mis fosas nasales, pero no era malditamente suficiente. “¡Me

ahogaba, joder!”. Grité, aunque sólo emití una eme oscura. Y por

segundos creí perder el sentido.

Boté y la realidad volvió a despertarme. Debió de ser un bache. Un

latigazo me hirió en la entrepierna. Sentí que me desangraba allí

abajo. El olor luego me dijo lo contrario. Quise volver a intentar

desatarme, pero todos los intentos se convertían en un peor

resultado. Vi que mis dedos sí podían llegar a mis labios. Iba a

dolerme, pero mi dedo índice y pulgar decidieron coger de una

esquina de la cinta aislante. Tiré con rabia, escupí un histérico grito

mudo y respiré profundamente. La mortificación se acrecentaba, el

dolor me laceraba con mayor constancia y el miedo me escupía con

media sonrisa y soberbia.

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Page 298: El Hijo de Puta Cabrón

¿Cuándo empezó todo? Quizá nunca lo sepa. Tal vez me muera y me

quede con esa duda escondida en un rincón de mi cerebro inerte. Si

fuera creyente podría aprovechar el limbo, ese espacio previo al

infierno o al cielo, para disiparla. No saber aquello se convertía en una

puñetera espinilla remordiéndome una y otra vez la piel que queda

justo debajo de una uña. Necesitaba saberlo, pero mi enemigo sabía

que desconocerlo me hería. Descubrir cómo pasó todo era el agua de

mi sed. Al final, mi vida continuó seca de cualquier líquido que saciara

aquella necesidad.

Atando cabos uní pequeñas conclusiones que construyeron mi teoría,

pero las cuerdas bailaban demasiado y había lagunas negras de

dimensiones considerables. Mis primeros pensamientos al respecto

llegaron en aquel coche. Me ayudaron a ignorar el dolor. Pensé en

Leticia. “¿Lo había organizado ella todo?” No obtuve respuesta en

aquel maletero. Horas después sí hallé algunas respuestas y enigmas.

Fueron mínimos. Leti sabía que ocultármelos me malhería más si

cabe. Sonreía, disparaba y callaba. No disfrutaba, aunque tratara de

convencerme de que sí. Sólo sonreían sus labios. Lo pedía el juego,

pero no sus ojos; su alma. María era una efigie borrosa desde la

distancia. Era la mujer sincera que yo creí. Para ella fui diversión. No

me cabía duda.

Un golpe me hirió en la frente. No me hice sangre. El coche frenaba.

Se detuvo, aunque el motor seguía ronroneando. En la quietud me

sentía más aliviado. Asfixiado, a oscuras, congelado y dolorido, pero

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Page 299: El Hijo de Puta Cabrón

con una menor desazón. Mi mente volvió a quedarse paralítica,

vagando sobre un denso y eterno manto de nieve. “Necesitaba

saber”, me grité. “¿Cuántos días, semanas o meses había durado

aquel engaño? ¿Y qué engaño? Porque tal vez el engaño no era tal”.

Había construido una mentira sobre una mentira ajena y yo no sabía

que existía la segunda. Me rayé. “¡Joder!”

El coche de nuevo arrancó. Dio tres giros bruscos, sentí un revolcón

estomacal y vomité. Una tupida catarata esmeralda sucumbió sobre

el saco, mi cara y parte de mi pecho. Aún me atacaban las arcadas

mientras trataba de volver a pensar en el engaño.

Me sentía estúpido, avergonzado. Quería desaparecer de aquel

maletero, pero estaba jodidamente atado. Además, comenzaba a

notar una sensación de cosquilleo en mis articulaciones. “¡Se me

estaban durmiendo las piernas y brazos!” Tenía más náuseas, esta

vez por el olor, que inundaba aquel habitáculo. No podía limpiarme y

mis líquidos gástricos recorrían lentamente parte de mi cara, cuello y

torso con el hormigueo insufrible que conllevaba. Era una nimia gota

de agua en un vaso a rebosar. De nuevo, los pensamientos me

salvaban del suplicio físico. Busqué el motivo de mi situación, pero no

lo encontré. Había algo más que una mera infidelidad. Todo el mundo

es infiel alguna vez en su vida y a nadie o a casi nadie se le ocurre

llevar a cabo una tortura de este calibre. Pensé en los asesinatos e

intentos denominados ‘violencia de género’. “Jamás había vuelto a

ponerle la mano encima a una mujer”, me dije orgulloso.

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Page 300: El Hijo de Puta Cabrón

En aquella situación, no se me ocurrió más que tal vez el mundo se

está volviendo loco y el día a día nos empuja hacia una locura

irremediable. El ritmo frenético de esta sociedad devora la paciencia

hasta robárnosla por completo. Y no existe vacuna. El estrés, la ira y

la rabia afloran en nuestros gestos, palabras y miradas con demasía

facilidad. No somos las mismas personas de antaño. Hemos cambiado

y cada vez aceptamos menos el dolor, las amenazas o los ataques.

Volví a escupir vómito. Hasta en tres ocasiones. Mis ojos lloraban, mi

nariz respiraba, y de pronto, vi en mí unos brotes verdes que, sin

duda, comenzarían a florecer odio y venganza. Era prisionero de una

agónica tortura, pero sólo estaba haciendo el camino de ida.

El porqué volvió a atormentarme cuando las últimas gotas de vómito

se perdían bajo mi barbilla. “No siempre lo hay”, me susurré. Yo lo

necesitaba. Quería oírlo de sus labios. Quería que aquella tortura,

aquella agonía pasara veloz y llegara el tiempo de las palabras y la

reflexión. No obstante, nada fue así. El daño se encolerizaba con mi

estado, y el frío seguía colándose sin escrúpulos por las rendijas,

cristalizando los poros de mi piel. “¿Estaba despierto?”. Los ojos los

tenía abiertos, creía. Temblaba mucho. “¿Deliraba?” Entonces el

coche se paró, y también el motor. Pronto oí voces.

La luz me cegó. No sé qué fue primero, si sus ojos o los dos cañones

escopeta nítida clavándoseme en la frente.

-¡Joder¡ ¡Qué olor! –Exclamó un chico.

Al instante, dos sombras me tomaron de piernas y cuello. Salí del

coche como un globo cargado de helio. No pataleé desde dentro del

300

Page 301: El Hijo de Puta Cabrón

saco, sin embargo, fue algo que no me sorprendió hasta días

después. En el exterior el frío encogió mi piel. Los huesos me dolían,

la nieve tomaba las laderas de aquella fría montaña. “¿Qué hacéis?”,

creí farfullar. Nadie respondió. Dos pasamontañas cubrían los rostros

de mis transportistas. Pese a ello, enseguida supe, por sus andares y

gestos, que uno de ellos era el primo de Leticia. Le había visto ya a mi

lado en infinidad de ocasiones. El silencio verbal se interrumpió

cuando los seis pasos comenzaron a hundirse en la nieve.

-¿La esperamos? –Preguntó una voz masculina.

-Sabe el camino –musitó Leticia con un fino hilo de voz.

-Estás como una puta cabra –Rió la otra voz masculina.

Pronto descubrí que María nos perseguía a escasa distancia. Ella

llevaba la pócima de mi salvación. Por alguna razón cerré los ojos y

no lo supe hasta que mis nalgas se hundieron en una explanada

desértica repleta por un denso manto de nievo. Apreté los dientes y

traté de olvidar el frío que me azotaba en el rostro, pies y entrepierna

especialmente. De pronto, mi organismo pasó a quedar colgado de

los hombros de un individuo. A derecha e izquierda, decenas de

árboles decían quedar a mi zaga. Yo trataba de no pensar.

Únicamente, obviaba aquella ficticia realidad que me estaba hiriendo

en cada una de las partes más vejatorias de mí cuerpo humano. En

ese instante, ni siquiera el aire puro que conseguía colarse por el

saco, ni la vomitona que me atormentaba el olfato, y menos aún el

frío, me atormentaban lo suficiente. Vivía en un estado de

congelación plena.

301

Page 302: El Hijo de Puta Cabrón

No sé lo que duró el camino. Únicamente oí los pasos, percibí la luz, el

cansancio de mi transportista, olí su aliento y me mantuve en silencio

como una estatua. La travesía fue larga, pero menos dolorosa que el

trayecto en coche. Sin duda. Lo difícil acaeció cuando alguien pulsó el

interruptor de la luz. Cuando mi cuerpo, semisentado, se posó en la

nieve y el frío me adormeció más. Noté cómo se rozaban las cuerdas

tratando de deshacerse de un nudo. Pensé en un plan de huída.

Pensé sorprenderles, e incluso hacerme el muerto. Si bien, nada

sucedió. Ellos fueron más inteligentes.

La luz del sol sobre las nubes ofrecía excesiva claridad. La piel que

me cubría la verdadera piel, murió en el suelo, a la altura de mis

muslos. Vi dos pasamontañas, a Leticia y después, al fondo, a una

sombra. Nadie habló. Los tres me miraron, incrédulos, y esperaron

pacientes sin perderme de vista su turno para la tortura.

-¿A qué viene esto? –Dije casi para mí.

-¿Eh? –Preguntó Leticia con la escopeta en la mano.

-¿Qué por qué me jodes? –Insistí desde el suelo.

-Te jodes tu solo, ¿no lo ves? –Rebatió Leti.

Decidí callarme. Decidí dar un paseo pero me era imposible. Opté por

moverme, pero mi cuerpo estaba paralítico. Opté por reír, ahogado

por la impotencia. Me caí para atrás. Mis pies apuntaron al suelo. Dos

fuertes brazos cogieron mis brazos del codo, me elevaron y fui feliz.

De nuevo aterricé. La nieve seguía a una temperatura inhumana.

Cuando caí al suelo, desnudo, sus grandullones desaparecieron. Yo

me acomodé, busqué mi mejor sonrisa, la lancé y esperé paciente la

302

Page 303: El Hijo de Puta Cabrón

reconquista. Me dolía el fracaso, la ausencia de respuestas, pero

sabía que en esos casos debía esperar. Leticia, con la escopeta en la

mano apuntando a cada una de las huellas pasadas, me miró. No

quiso decir una palabra. Levantó el brazo, dio un paso más y cumplió

su amenaza. El frío metal volvió a clavarse en mi rugosa frente. Ella

temblaba, aunque al tiempo atemorizaba. Inclinó su cuerpo y el

gatillo se movió.

-No lo vas a hacer. –Supliqué viendo como mis lágrimas se mezclaban

con mi vómito.

-Sergio, cariño. –Mantuvo un silencio- Tienes que pagar un precio.

-Estás loca, Leticia –afirmé sin dudar.

Esas fueron mis últimas palabras aquel atardecer y aquella fue mi

última escena. Temblé, ella me imitó empuñando el arma, y

entonces, oí una mínima explosión; un enorme zumbido que nació sin

duda en el cañón metálico. Mi cerebro se asustó. El paladar se me

secó. Me costaba pronunciar una sola palabra más, de manera que, el

pánico, me obligó a soñar que moría desangrado entre la densa

nieve. Dos segundos después, yo estaba en la nieve esperando la

herida de su escopeta.

303

Page 304: El Hijo de Puta Cabrón

31

Prisionero de la agonía (II)

quel cartucho debió haberme reventado la tapa de los sesos. Mi

vida tuvo que haber terminado allí. Sin embargo, el disparo

apenas me pellizcó el hombro. Quizá ni eso siquiera. Si la muerte me

hubiera abrazado, no habría sentido una gota de pena. Triste, pero

sincero. Si la amenaza se hubiera convertido en un verdadero azote y

mi corazón hubiera dejado de latir al instante, el final no habría

dolido. Y no fue así. Dolió. Leticia jugaba a que doliera. No lo sentí

como una locura. Había perdido la cabeza, sí, y sólo lo podía justificar

en un odio hacia mí del que yo me alimenté con cada uno de sus

gestos y acciones. Y lo entendí justo en el momento que sin dejar de

apuntarme con la escopeta extrajo dos preservativos usados de su

cartera y varios sobres inconfundibles.

A

304

Page 305: El Hijo de Puta Cabrón

Los dos encapuchados encendieron un fuego frente a mí y

desaparecieron. Mientras temblaba de pánico y frío, aún con el

zumbido del primer y último cartucho impregnado en mi oído

izquierdo, Leticia sonreía y me miraba sin verme. María había

desaparecido. La nieve me helaba la piel y el fuego no apaciguaba

mis espasmos corporales. Decidí continuar en silencio. Apenas tenía

fuerzas para hablar. Tampoco ganas. El miedo del disparo aún

recorría todos los centímetros de mi piel. Leti siempre tuvo puntería.

Había aprendido de su padre. El fallo, sin duda, tenía un propósito.

Ella no quería matarme. Al menos, yo creía que tampoco tenía una

razón suficiente para firmar mi muerte. Si bien, esta siempre es

subjetiva. Cada ser humano da un tamaño a sus motivos. Hay quien

mata por una monedas, otros por la pérdida de un amor, otros

305

Page 306: El Hijo de Puta Cabrón

cobrándose el ojo por ojo y hay quien lo hace en guerras defendiendo

o atacando a un país, y también los hay quienes no matarían en cien

vidas. Yo me creía incapaz de matar, aunque seguramente me

equivocaba. Quizá nadie me había arrastrado a una situación tan

extrema como para despertar mi instinto asesino. “¿Habría matado a

Laura si no hubiera aparecido aquel vecino?”.

Abrí los ojos después de largos segundos en la oscuridad. Trataba de

soportar un extraño e inédito dolor en mi organismo. Leti esperaba.

Su pose lo evidenciaba. Algo faltaba por hacer en su plan diabólico.

Visualicé el entorno. Lo desconocía. Sí sabía que estábamos en algún

punto de la Sierra. Me rodeaba mucha nieve, pero tampoco era un

manto excesivo. No me habían ascendido hasta una zona de gran

306

Page 307: El Hijo de Puta Cabrón

altitud, aunque el frío me afligía de forma incesante. En la lejanía

descansaban largos y vertiginosos valles verdes junto a ejércitos de

árboles sin una gota de nieve. Además, el cielo me observaba piadoso

sin ninguna nube acechadora.

-¿Qué quieres? –Pregunté.

Leticia ni pestañeó. Siguió lacrimosa, mirando al vacío y esperando.

No quería hablar. Busqué los famosos preservativos, pero ya no los

tenía entre las manos. Los busqué y al final creí verlos entre el fuego.

También examiné su entorno para dar con los sobres, pero no se

reflejaron en mis pupilas. Apreté la mandíbula, sentí que se

tambaleaban los empastes y las encías se unieron a la fiesta de la

agonía. Cerré de nuevo los ojos con la cabeza hundida y traté de

obviar un frío que cada segundo masticaba con mayor malicia por

todos los recodos de mi piel, y especialmente, entre las uñas de los

pies.

De pronto, sentí un pinchazo. Fue en el hombro. Grité. Abrí los ojos de

nuevo y vi a María extrayendo sin delicadeza una aguja de mi piel.

-¡Joder! ¿Qué es esto?

-Disfruta del viaje –dijo María dándome la espalda-, nuestro juego

termina aquí.

-¿De qué hablas? –Farfullé estrangulado por la afonía y atado por mis

gélidas sacudidas orgánicas.

María no dijo nada más. Caminó torpe sobre la nieve y fue

desapareciendo. Leticia se acercó lentamente y se detuvo a la altura

del fuego.

307

Page 308: El Hijo de Puta Cabrón

-Me da igual lo que te vaya a pasar –Musitó triste.

-Perdóname, Leticia –rogué sabiendo que no iba a funcionar.

-Cuando leí esto hace varios meses no supe qué hacer –Dijo sujetando

tres sobres entre sus dedos-. Tú sabes lo que significa. Estuve a punto

de irme de casa y no dar señales de vida. Muchas veces creí que

necesitaba una explicación, pero Sergio, no la necesito.

-No entiendo –dije aprovechando su silencio.

-Luego María me abrió los ojos. Ella quiso jugar... Pero no picaste el

anzuelo hasta hoy...

-¿De qué hablas?

-Hablo de dolor. Me has herido mucho más de todo lo que yo te voy a

herir, Sergio. El dolor que tú tienes desaparecerá cuando mueras o

logres escapar. En cambio, mi dolor es tan inhumano, que vivirá

conmigo siempre.

-Te equivocas...

-Suerte.

Sonó a despedida. Acerté. Lanzó las tres cartas por encima del fuego,

que se debilitaba por segundos y comenzó a dar pequeños pasos

hacia atrás.

-¡No...! -Aullé

Ella no respondió. Bajó la escopeta y sin previo aviso disparó con

rabia dos cartuchos sobre la nieve. Me sobresalté y un latigazo hirió

mis tobillos y testículos. Cuando la miré descubrí que las lágrimas en

los ojos la ahogaban. Se dio media vuelta y avanzó hacia el coche. Yo

no sentía pena. Únicamente me visitaba un odio extraño que me

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Page 309: El Hijo de Puta Cabrón

exigía huir de aquella prisión para expresarme con una violencia

extrema y descontrolada. Me sentía un estúpido, un gilipollas, un

pobre cabrón que no había sido lo suficiente inteligente para

esconder sus mentiras. Tal vez éstas siempre salen a la luz. “¿No hay

manera de ocultarlas? ¿O el sexo nubló mi cabeza? ¡joder!”, pensé. El

silencio se convirtió en un suave silbido del viento. En ese instante

viví un final absurdo a mi vida.

Sentí un vahído. El frío se mezclaba como un remolino con los densos

sudores fríos que invadían mi frente, axilas, espalda y pecho.

Parpadeé tres veces y busqué en la lejanía a Leticia, pero se

emborronaba. Los árboles que nos rodeaban crecían hasta devorar el

cielo, que empezaba a acompañarse de ovejas blancas. Pedro las

guiaba por los prados verdes mientras la cabaña se encogía hasta ser

un punto en el infinito. Heidi sonreía, y volaba abducida por una

exhausta felicidad sobre un fabuloso columpio de madera. El cielo

parecía encogerse y los dibujos albinos comenzaban a tomar aspectos

terroríficos. Creí oír más palabras de Leticia que se distorsionaban en

mi cerebro. Eran recuerdos. Ella no estaba. Busqué los sobres

húmedos entre la nieve. Pude leer con claridad el remitente y ver que

de ellos salía su imagen como si de un genio se tratara. "Tres

deseos", susurró mientras el aroma a marihuana bailaba en tonos

grises a mi alrededor. Observé mi entorno con lentitud y busqué una

manera de huir. Mis dedos se hundían en la nieve. Intenté que

emergieran. Al aire mostraban distintos tonos morados. Apenas me

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Page 310: El Hijo de Puta Cabrón

importaba. Apenas me dolía. Una idea me golpeó en la mente y reí.

Sin embargo, al oírme reír descubrí que llevaba tiempo haciéndolo.

Creí que quemando la cuerda de mis tobillos podría desatarme y salir

corriendo. Ese plan quemaría mis pies. “Un mal menor”. Tendría que

decidirme rápido porque el fuego se empequeñecía. Iba y venía.

Subía y bajaba. La nieve me quemaba el culo. Sentí un cosquilleo por

el cuerpo y noté cómo el bosque comenzaba a girar sobre mí. El

vahído se convirtió en un mareo. “¡Tenía que huir ya!”

Hice un gran esfuerzo para levantar mis pies. Me pesaban toneladas.

Las lágrimas de mis ojos volaban como cubitos de hielo derritiéndose

por mi piel. Me dolía el viento y el frío escarbaba con desesperación

en mis ojos. Mis pies eran pequeños ancas de rana ante mis ojos.

Saltaban una y otra vez temblorosos. El fuego escapaba de mi

movimiento con un gesto burlón. Trataba de colocarlos sobre la punta

de la llama para ver cómo la cuerda se deshacía. Sin embargo, me

era imposible concretar la posición del fuego. Me arrastré sobre la

nieve, y de mi entrepierna vi que nacía un orín, vi que la nieve se

derretía y vi brotar un río de oro. El atardecer del Nilo corrió montaña

abajo hasta las baldosas amarillas, donde del brazo llegaba un

espantapájaros, un hombre de hojalata, un león y una niña.

Pestañeaba una y otra vez, respiraba con calma tratando de frenar mi

corazón, que chillaba, pero continuaba inmerso en malditas

alucinaciones.

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Page 311: El Hijo de Puta Cabrón

Creí que todo aquello era verdad. ¿Qué era verdad y qué mentira? Y,

cuando trataba de concentrarme en la nieve para evitar imágenes, la

vi. Una serpiente de más dos metros escupía su lengua viperina de un

color rojizo, mirándome con ira y maldad. Se acercaba; arrastraba. Y

lo hacía con dulzura, insinuándose, sensual. Con decisión, parecía

tener la firme decisión de devorar mis huevos. La serpiente crecía

tras cada uno de los subjetivos segundos que estaba viviendo. ¿Iba a

engullirme? Su cabeza verde se inflaba alcanzando el tamaño de un

balón de fútbol. Abría la boca y tenía claro que su objetivo era

comerme. Tras de sí, dejaba un reguero de sangre por la nieve.

Esquivó el fuego y se deslizó entre las dos cartas. Yo no me moví. No

respiré, no pestañeé. Sólo la observaba con una quietud extrema.

Una vez más, no tomé una decisión en mi vida.

Me recordó al sexo. La serpiente comenzó a recorrer mi piel. El

cosquilleo de su piel áspera me acariciaba, y cuando quise darme

cuenta, su boca escondía mis pies en su interior. Era como si una

aspiradora me estuviera absorbiendo. La saliva, sus músculos me

empujaban con una fuerza constante hacia su interior. Me estaba

ahogando en su calor. Con una calma constante, la serpiente me

chupaba. Era como si mi cuerpo fuera un pene y estuviera viviendo la

penetración de mi vida. Iba a desaparecer en su interior y vivir dentro

de una vagina.

El viento seguía silbando, yo temblando de pánico y frío. El calor de

su paladar en mi entrepierna me excitó. Entonces pensé en apoyar

mis manos en los bordes de su boca, empujar y abandonar aquella

311

Page 312: El Hijo de Puta Cabrón

locura. Pero de pronto, la abertura se ensanchó, el cielo se oscureció

y la saliva vaginal de aquella serpiente me ahogó los labios, cegó mi

mirada y escondió mi cabeza. Si era la muerte, por alguna razón, no

dolió. Sonreí. Era una muerte preciosa. El calor, la ausencia de

oxígeno y aquella suave respiración interna provocó en mí sueño.

Quería dormir. Cerrar los ojos y no despertar. Parpadeé, pero la

oscuridad ya era absoluta. Me abracé a mi cuerpo y al fin obtuve un

sorbito de paz. El sueño también me devoró.

32

El camino de mi hermano

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Page 313: El Hijo de Puta Cabrón

a muerte no siempre te quiere. A mí me escupió en la cara y no

me invitó a pasar. Tal vez ni siquiera fuera la muerte. A lo mejor

únicamente fue un disfraz barato; una pésima imitación del adiós a la

vida. Uno cree que cierra los ojos, que no respira, que el corazón dijo

basta y cesó en sus golpes contra el pecho para sobrevivir, y cree

aceptar morir. Sin embargo, aquellas sensaciones sólo fueron fruto de

los sueños; mi imaginación; mi cerebro. Y las drogas, el gran motor de

todas aquellas emociones. Cuando volví a abrir los ojos estaba

semidesnudo, la cabeza me pellizcaba de dolor, pero no sentía frío.

L

Estuve tres días tendido en la cama de un hospital. Llegué con

hipotermia. Además, los médicos debieron introducirme una

aspiradora para hacerme un buen lavado de estómago. Sin móvil, sin

objetos personales, y sin apenas ropa, acabé de nuevo en casa de mis

padres. El tobogán volvía a dejarme caer hasta los brazos familiares.

Pero el descenso no despertaba en mí ni una risita. Mi madre

preguntó una sola vez. Yo me negué a contar, si bien, el sexto sentido

materno escondía en su mirada la certeza de aquello había sido un lío

de faldas. En mi cama, sentado ante una habitación desértica decidí

examinar los detalles para olvidar lo sucedido. No obstante, sabía que

era imposible. Encontré una explicación a los recuerdos más recientes

que aún me atormentaban, cuando decidí abrir uno de mis cajones y

descubrir que faltaban dos cartas de Carlos. El resto estaban leídas

313

Page 314: El Hijo de Puta Cabrón

con descuido. Golpeé la mesa del escritorio y engullí una buena

cucharada de ira visceral.

Por su parte, mi madre quería salvarme del “camino”, que según ella

había escogido de forma inmadura e inocente. Mi padre ni siquiera

me dirigió la palabra, ni la mirada, ni una mínima cercanía o tacto. El

regreso a casa tuvimos que hacerlo en taxi.

Días después, a mi madre aún se le podían ver las lágrimas

secándose en las mejillas. Sentada en el comedor, con su delantal

sucio y sus zapatillas de casa.

-¡Ay! Y Si no llega a ser por los forestales...

-Ya, madre –corté.

-¿Quién lo hizo?

-Basta, madre...

-Si no llega a ser por...

-¡Por favor!

-Muerto, te hubieran encontrado muerto. –Las lágrimas no cesaban y

ella no se las retiraba.

-Por favor, mamá, que ya lo sé... –Musité tras absorber los sabrosos

espaguetis que había cocinado.

-Primero tu hermano, luego tú... Esta familia necesita ya una alegría.

-Perdona, mamá –insistí tratando de buscar un silencio.

-La semana que viene hará siete años... ¿Vendrás?

Volví a enroscar los espaguetis en el tenedor. Ella me miraba. Me

quemaban sus ojos. Me llevé la pasta a la boca. Mastiqué

314

Page 315: El Hijo de Puta Cabrón

suavemente, engullí y medité. Sentí que la masa engordaba en mi

garganta y me costaba tragar. Lo logré y expulsé las palabras que

sabía no quería escuchar.

-No, mamá, sabes que no me gustan las celebraciones de ningún tipo.

Su rostro comenzó a metamorfosearse. Los ojos se le escondieron y

las lágrimas se secaron por un instante.

-¡Era tu hermano! –Chilló- Tú estabas allí, deberías recordarle, al

menos una vez en la vida, ¿no?

-Le recuerdo, madre.

-¡Mentira! –Los ojos le estallaron- Nunca has querido saber nada de él

desde aquel día. Dime, Sergio, ¿Por qué?

Se me hizo un nudo en el estómago que me escaló hasta el pecho. Mi

corazón se encolerizo y los espaguetis parecían trepar al mismo ritmo

hasta taponar el pequeño espacio de mi garganta. Bebí agua, tragué

con dificultad y cuando conseguí quitar aquella enorme bola de

ansiedad, respiré hondo. No quise dar un paso más hacia el frente.

-Ya, mamá, por favor...

-¡Vendrás! –Exclamó levantándose de la silla. Cogió un paño con rabia

y lo retorció varias veces.

Decidí callar. Agité la bandera blanca hundiendo la barbilla. Terminé

mi plato a duras penas. Ella recogió la cocina. La tensión apenas

dejaba un resquicio de libertad. Las respiraciones se entrecruzaban y

nuestros corazones peleaban a ritmos distintos. Finalmente fue ella la

que se retiró. Lo hizo después de largos minutos en un mismo espacio

sin dirigirnos la mirada.

315

Page 316: El Hijo de Puta Cabrón

-Limpia los platos y recoge cuando termines –apuntilló durante la

huida.

Cuando mi madre descubrió las drogas alucinógenas que me habían

inyectado, tales como la psilocibina, así como una leve dosis de

mezcalina, más conocida como peyote, ella creyó que, bien había

sido yo voluntariamente, o bien me había dejado engañar. No pudo

por menos que recordar a Jon; su hijo; su muerte. La mirada que

expuso junto a concisas y breves palabras, mientras sus dedos se

pegaban con rabia al parte médico, lo decían todo. Sus labios se

despegaron, su lengua los humedeció y entonces habló.

-¿Te lo hicieron?

-Sí.

-Mientes... ¿Qué pasó?

-Déjalo, madre –zanjé.

Que las drogas volvieran a planear sobre nuestra familia abría heridas

intrínsecas, sobre todo, en mi madre, que nunca ha superado la

muerte de Jon. Mi padre siempre tuvo su particular teoría. Yo, único

testigo de todo lo que sucedió, decidí callarme, apartarme y

declararme inocente.

Superado el trance, llegó el día. No recuerdo si era el cuarto, quinto o

séptimo. Tenía que recuperar mis cosas; mis objetos personales; mi

día a día. Empecé a las nueve de la mañana en mi sitio de trabajo. La

habilidad dialéctica materna había evitado un despido. Después,

necesitaba recoger el resto de mi vida, que dormía donde hasta hacía

316

Page 317: El Hijo de Puta Cabrón

bien poco había sido mi casa; el escenario donde había comenzado

mi martirio. Las señales de aquello respiraban en mi piel. Una cicatriz

en mi hombro y feas heridas en los dedos de mis pies debido al frío.

Me costaba caminar. Calzarme fue un maldito suplicio. También tenía

pequeñas marcas en los tobillos y manos.

Me recorrió un enorme escalofrío cuando caminé por la acera que me

dejaba frente al que fue mi portal. Sentí que en cualquier instante iba

a volver a ser asaltado. No podía evitar mirar atrás, a un lado y al otro

de manera constante. El número de viandantes se multiplicaba y el

pánico me albergaba entre tanto rostro golpeándome con su odio y

sus miradas. Un leve golpe en el hombro me hizo volar, me retiré y un

señor refunfuñó. Me detuve junto a la calzada y traté de

recomponerme.

No tenía un plan. No tenía un odio visceral hacia ella, y tampoco sabía

bien cómo iba a actuar. Ni siquiera sabía si podría entrar en casa. ¿Y

ella? ¿Me esperaría? El surrealismo se adueñaba de aquel momento,

sin duda. Si echaba un vistazo atrás, mi vida tenía verdaderos picos

de surrealismo. Sin embargo, todas las vidas tienen esos picos.

Algunas más, otras menos, y muchas desgraciadamente acaban

siendo públicas en los titulares del telediario. Yo no quería llegar a

ese extremo. Mi cerebro había clavado delante de mis ojos un enorme

cartel con la palabra ‘NO’ en mayúsculas. Así debía actuar.

La puerta del portal era descomunalmente enorme. Me invadía un

extraño pavor. Tenía miedo. Introduje la mano en el bolsillo de mi

pantalón y extraje las llaves de emergencia que un día di a mi madre.

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Page 318: El Hijo de Puta Cabrón

Sentí cómo el relieve tartamudeaba en mis dedos. Giré el metal y huí

del frío natural de la calle para adentrarme en un portal de sobra

conocido. Opté por examinarlo con mayor precisión. Buscaba detalles

anteriormente ignorados. Me ayudaba a retrasar la batalla. Y

subiendo cada una de las escaleras, despacio,

en silencio, me convencí de que quería pasar página, hoy al menos.

No quería una pelea, únicamente deseaba recoger todas mis cosas.

Ya habría tiempo para una venganza elaborada.

Frente a la puerta comenzó todo. Introduje la llave, me dispuse a

girarla y entrar con una amplia sonrisa que dijera, “¡Buenas tardes!

¿Qué tal va todo?” Pero algo lo impidió. La llave rozó en exceso y el

giro fue imposible. Estuve dos segundos paralizado. Extraje la llave, la

observé y encontré el motivo. Respiré profundamente y, antes de que

me atacara el pánico, pulsé el timbre. Deseaba que no hubiera nadie.

“El encuentro bien podía ser otro día...” Y los pasos se oyeron. De

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Page 319: El Hijo de Puta Cabrón

nuevo un silencio. Me retiré de la mirilla instintivamente, esperé y

volví a tocar el timbre. En ese momento la puerta se abrió y una

Leticia temerosa y desmejorada asomó la cabeza.

-¿Sergio?

-El mismo –respondí con una amplia sonrisa repleta de satisfacción.

-¿Qué haces aquí? Vete...

Estuvo a punto de cerrarme la puerta en las narices, sin embargo,

una vez más, mi instinto despertó a tiempo y bloqueé la acción.

Empujé con fuerza, pero la cadena atada al marco me impidió entrar.

-Me iré –dije tratando de meter el pie entre la puerta, manteniendo un

pulso de fuerza contra la puerta-, pero necesito todas mis cosas.

En ese instante la vi llorar. Pensé que si en ese preciso momento

aparecía María, el pulso seguramente acabaría en derrota. La

situación empeoraría si un vecino salía en su ayuda. Y cuando estaba

sumido en esos pensamientos, Leticia lanzó las palabras que

comenzaron a cambiarlo todo.

-No están... –Dijo entre lágrimas- Aquí ya no hay nada tuyo.

-¿Cómo? ¿Dónde están?

Leticia se tomó un tiempo breve que me pareció eterno. Se escondía

tras la puerta, pero podía sentir su fuerza, su olor. Cada segundo,

más asustada y cansada.

-¡Vete, Sergio! –Clamó desde el otro lado- Aquí ya no hay nada tuyo.

-¡Y dónde están mis cosas, joder! –Grité.

-Las tiramos.

-¿Qué?

319

Page 320: El Hijo de Puta Cabrón

-María y yo tiramos todo a la basura.

Cada letra fue como un pequeño alfiler atravesándome la piel

testicular. Habían herido mi vida; mi pasado; mi presente; mi futuro.

Habían borrado toda mi vida. No quise creerlo, y perdí la razón

cuando decenas de imágenes me ametrallaron la cabeza. Mi ropa,

mis regalos, mis recuerdos, mi música, mis libros, mis fotografías, y

sobre todo, mis cuadernos con mis escritos personales. Toda mi

creación sentimental eliminada de un plumazo. No podía creerlo. El

‘NO’ con mayúsculas tomó otro significado completamente opuesto.

La tristeza me invadía y derrotaba. Ella vio la debilidad y quiso

finiquitar aquella conversación. Empujó con brío. Tardé en ver su

intención, pero mi pie izquierdo sintió la presión y reaccioné con

violencia. Mi acción albergaba más odio y fuerza. Nadie venía a

ayudarla. Hoy los vecinos no hacían uso de sus viviendas. Logré

sujetarla del brazo y le susurré colérico.

-Ábreme la puerta, Leticia.

Temblaba, casi tanto como yo. Lo que hubiera deseado tener un

arma. A mi cabeza vino una escena cinematográfica inolvidable; un

hacha. Y tras este pensamiento sucedió todo. Fue rápido, como un

sueño que atropella y solapa todas las imágenes. Golpeé una vez más

la puerta, dos y tres, y como el cuento, cedió. La cadena no debía de

estar bien enganchada. Leticia vociferó, corrió, pero yo no fui a por

ella. Cerré la puerta y vi que se escondía en su habitación. Oí ruidos,

movía muebles. Yo caminé con decisión hacia mi cuarto. Quería ver la

mentira de sus palabras. Oí hablar a Leticia. Lo haría por teléfono.

320

Page 321: El Hijo de Puta Cabrón

Abrí la puerta de mi habitación, y cuando golpeó contra la pared,

unas manos invisibles me exprimieron el cuello. Vacía. Nada. Una

cama sin sábanas y muebles desnudos. “¡Joder!” Corrí a la habitación

de María, y también nada. Una cama vacía y muebles desnudos. En el

salón tampoco había nada que me perteneciera, sólo algunos objetos

personales de Leticia. Acelerado, ahogado, nervioso, percibiendo una

y otra vez los lloros palpitantes de ella, grité: “¡Habéis matado una

parte de mí!”

La frase comenzó a castigarme en la cabeza y con ella imágenes

pasadas, presentes y futuras. Aquella frase había tenido otra voz. La

había dicho mi hermano con tan solo diez años. Mis padres le habían

tirado a la basura gran parte de sus juguetes rotos, los que él

guardaba con mimo en pequeñas cajas de zapatos. Lloró, gritó,

pataleó, pego, se escapó de casa y volvió. Ese día, aún preso del odio,

hizo lo que nunca nadie imaginó.

No sé bien cómo me invadió. El sentimiento de mi hermano

comenzaba a asaltarme. Lo hizo muy rápido. Aún hoy, cuando

recuerdo, tengo demasiada borrosidad. Vi las llaves, vi los periódicos

y sentí el pánico constante en la habitación. Sonreí tal y como lo

hubiera hecho si tuviera un hacha en mis manos. Reí, cogí la prensa y

corrí a la cocina. Allí empecé mi obra maquiavélica. Estaba fuera de

mí. Reí más cuando las primeras llamas quemaron el mantel y varias

servilletas de tela y papel. Inicié otros dos fuegos en los dos cuartos

vacíos. Un tercero en el salón. Cuando el sofá sufría sus primeras

llamaradas, cogí las llaves del salón. El humo curioso y denso

321

Page 322: El Hijo de Puta Cabrón

comenzaba a recorrer los pasillos. En ese instante salí corriendo

cerrando la puerta. Aturdido, acelerado, temeroso y excitado, caminé

sin descanso durante una hora sin un destino. Después entré en un

bar. Bebí. Después me deshice de las llaves. Luego bebí más. Apenas

podía hilar ideas en mi cabeza. Ni siquiera pensaba en las

consecuencias de mis actos. Bebí más. Borracho, triste, desorientado,

lloré, y lo hice por mi hermano. Aquellas lágrimas eran suyas.

En la calle, bajo una noche oscura y fría, la luz de un comercio

oriental me orientó. Me hice con dos botellas de Jack Daniels y caminé

torpe a casa de mis padres. La soledad me sorprendió cuando vi que

la puerta estaba cerrada con llave. No sabía dónde podían estar. En

aquel estado me era totalmente indiferente. Cogí un vaso y fui al

salón. “Una es para ti y la otra es para mí, mi hermanito”, me

sorprendí hablando en voz alta.

Sonaba un maravilloso tema de los Beatles y bailaba una buena

cantidad de whisky entre mis dedos. La botella se desnudaba al ritmo

que la besaba. Mis ojos se entrecerraban. La última vez que bebí

aquel whisky Jon estaba conmigo. Era una borrachera en son de paz.

La guerra la iniciamos el día que él se tiró a la chica que yo deseaba.

Hoy, tan absurdo. Entonces, una herida imperdonable. Era una joven

morena de ojos vedes del instituto. Marta le eligió a él. Yo no pude

soportarlo.

Me levanté del sofá, me tambaleé, me terminé el vaso de whisky y

caminé torpe hasta la habitación de mis padres. Allí estaba. Una caja

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Page 323: El Hijo de Puta Cabrón

de cartón rota y un nombre de sobra conocido: Prozac. Volví al salón,

me senté y volví a llenarme el vaso.

-Esto va por ti, hermano. –Levanté el vaso y sostuve tres pastillas en

la otra mano.

-¿Qué haces, canijo?

Su voz llegó nítida. Inconfundible. Lloré. Miré a la izquierda, pestañeé

tres veces, pero no desapareció.

-¡Joder!

-Baja eso inútil –ordenó.

-El alcohol, ¿verdad? –Me dije borracho y cómico- Voy a lavarme la

cara...

-Soy tu puta imaginación, sí -dijo con hastío-, pero si me has traído

aquí espero que no sea para ver cómo la palmas.

323

Page 324: El Hijo de Puta Cabrón

-Sí... Mejor será que beba un poco más.

-Eres un estúpido. Siempre los has sido.

Bebí un poco de whisky del vaso. Decidí tomarme las pastillas para

terminar el resto, pero éstas ya habían desaparecido de mi mano.

Traté de coger más, pero la caja estaba vacía sobre la mesa. Ya las

había tomado.

-Hermano.

-¿Qué?

-Tengo un secreto que confesarte.

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Lo oscuro

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Page 325: El Hijo de Puta Cabrón

egro es el final de una vida. La oscuridad irrumpe siempre en

nuestro organismo cuando no respira. Negro es el cielo de un

invierno lejos de una gran ciudad, abandonado por la luna y desnudo

de estrellas. Negra es la soledad; la muerte. Negra era la mierda y el

vómito que expulsé después de aquella noche alcohólica. Negro era

el carbón que los dos siempre mordíamos en Navidad, dulce de sabor

y amargo en la conciencia. Negra es la oscuridad dentro de un ataúd

en el que comienza a caer la tierra. Negro es el color que tantos

quebraderos de cabeza ha traído a este mundo. Negro es siempre el

final de un ser vivo; para el que se va y a veces para el allegado que

se queda. Negro es el final de una obra de teatro; de una película, y

debiera serlo de un libro. Y negra fue el color de la camiseta que

llevaba Jon aquella noche. Sonreía, bebía, sostenía entre sus dedos a

la chica que yo quería, y de vez en cuando la besaba. Creo que era

feliz. Yo me reconcomía en un odio fraternal que nunca debí dejar

escapar sin control. Después de aquella noche, una enorme sombra

emborronó el camino de mi vida.

N

Nunca quise dar aquel paso. Ni recuerdo el momento exacto en el que

lo di, pero lo di. Los dos lo dimos. Los dos iniciamos aquella batalla de

reproches y envidias que terminó sincerándonos a bofetada limpia. Y

cuando llegó la hora de ondear la bandera blanca, todo fue una farsa.

Y al final, la sangre llegó al río. Yo nunca acepté la culpa de lo

sucedido. Fue un puñetero accidente.

Aquella noche, descubrí que por una chica llegaba a ser capaz de

perder la razón hasta límites insospechados. Aquella noche, descubrí

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Page 326: El Hijo de Puta Cabrón

que mis actos trataban de eliminar las verdades que Jon arriesgó a

chillarme. Quería borrar el desprecio y la humillación que me había

herido sin reparo días atrás. No quería aceptar el futuro ni el presente

que me escupía de manera tenaz. Y a ello, sin lugar a dudas, se unió

mi increíble obsesión por las mujeres. Las había visto en revistas, en

la televisión, pero nunca había visto un cuerpo desnudo real. Me

obsesionaba verlo y palparlo. Porque la primera vez impresiona

demasiado. Recuerdo que me dio pánico; vértigo. Porque cuando uno

es tan joven y no ha disfrutado del sexo femenino ni una sola vez, ni

ha observado a una mujer como su madre la trajo al mundo, a

escasos metros de sí, se estremece. El hombre deja de ser hombre y

empequeñece. Un denso cosquilleo le recorre la piel, especialmente

entre los testículos, y le apresa la cobardía. Los nervios se agarran

tanto al organismo masculino, que en ocasiones inhabilitan su gran

rifle sexual.

Poco antes de que Jon me levantara la chica deliberadamente, yo

quería hacerlo con todas, y hacerlo como en las películas. Sin

embargo, el sexo para mí es como escribir, raramente se aprende en

un día, y nunca del todo. Tan joven, y desconocía aún qué era

exactamente lo que me obsesionaba, sí las mujeres, o únicamente el

sexo; el morbo de follármelas por primera vez. Desde mi primera paja

siempre soñaba con “tirarme” a cada una de las miles de mujeres que

había en este “puto y enorme planeta”. Sin duda, cada coño era un

paraíso completamente distinto. Lo era cada par de pechos, cada

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Page 327: El Hijo de Puta Cabrón

beso, cada movimiento sobre mi polla, cada caricia, cada olor, cada

felación, cada orgasmo, cada una de mis eyaculaciones dentro de su

coño. Cada copulación era un puñetero mundo completamente

distinto al otro; como un libro. Demasiadas chicas a las que follar y la

vida hija de puta me daba tan poco tiempo para disfrutarlas a todas.

Y todo aquello comenzaba a obsesionarme. Acababa de iniciar la

adolescencia. Además, si el coño se acompañaba de un buen cuerpo

y un mejor rostro, nacía en mí una adicción enfermiza que me

empujaba a querer descubrir sus recónditas maneras de darle placer.

Y si no lo lograba, me sumergía en una masturbación imaginativa

constante.

Durante la adolescencia fue cuando nació mi fuerte deseo inhumano

hacia el sexo femenino. Éste ya nunca desapareció. Reflexioné y creí

que tal vez era algo químico, que mi organismo tendría un gen único

en el mundo capaz de despertar esa atracción colérica hacia el sexo

femenino; un tumor en la testosterona; una enfermedad. Nadie me

había examinado para confirmar mi teoría, pero si algún día la

corroboraban, jamás querría curarme; matar ese deseo. Me

encantaba follar y quería seguir deseando desear follar. Hasta la

fecha, los únicos exámenes perpetrados en mí, detectaron drogas y

un virus letal que, adormecido, esperaba paciente destruir mi

organismo.

La batalla obsesiva dio sus primeras patadas la tarde que pude oír de

la propia voz de mi hermano lo maravilloso que había sido follar con

la chica que yo más deseaba en aquella época. Marta llegó a venir

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Page 328: El Hijo de Puta Cabrón

conmigo al cine, e incluso tuvimos nuestro beso adolescente. Sin

embargo, un día dejó de hablarme. Ni siquiera me miraba a la cara.

Aquella chavala de 16 años, que tantas veces había protagonizado

mis masturbaciones nocturnas, decidió subirse a la noria de mi

hermano. Sus gemidos sobre él me arañaban de manera suave,

hiriente y constante la testosterona y la envidia.

Jon apareció un viernes. Yo descansaba en calzoncillos en el salón. Yo

tenía quince años. Mi hermano tenía diecisiete. Ella se colaba entre

los dos en edad. Cuando también la vi aparecer a ella tras él me

sobresalté, recogí una manta y me tapé. Una ráfaga inmensa de

pensamientos me nubló la vista. No hacía ni un mes de nuestra cita.

Marta se perdió por el pasillo sin llegar a mirarme. Jon sí se acercó

decidido. Sin mediar palabra apagó la televisión. Luego sí habló.

-Canijo, vete –ordenó con serenidad.

Había movido todos los hilos para que nuestros padres se fueran el fin

de semana. No quería perder la oportunidad. El único obstáculo en su

plan llevaba mi nombre, y no iba a ser lo suficientemente grande.

-¿Qué? Ni hablar –respondí con firmeza.

-Eres un estúpido. Vete por las buenas, no quiero forzar las malas –

advirtió.

-¿Cómo puedes...? ¡Cabrón! Lo sabías, te lo dije...

-Es cuestión de poderes, de talento –fanfarroneó-. Es algo que tú

nunca tendrás, eres demasiado estúpido.

-Eres un... Cabronazo –cuchicheé mientras me levantaba del sofá

para colocarme a su altura de sus ojos-. No me voy a marchar,

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Page 329: El Hijo de Puta Cabrón

hermano, así que sí quieres tirártela tendrá que ser por encima de mi

cadáver...

-Y por detrás –amenazó cogiéndome del cuello-. Eres demasiado

orgulloso. Acéptalo, has perdido, así que vete.

-Ni de coña –reafirmé ahogado.

Los dos nos mantuvimos de pie mirándonos a los ojos. Yo traté de

hacerme el fuerte pese a que me crecía el miedo. Al fondo oí sonar

una canción de Mecano. Dejé escapar una sonrisa burlona. Jon me

soltó y se retiró varios pasos. Yo decidí sincerarme.

-Jon, ella iba a ser mi primer polvo, ¡joder! Allí tenía que estar yo. –

Señalé a su habitación- Tú puedes tener a cualquiera... ¡Ya las has

tenido!

-Pero Marta es la que a ti te interesa –Rió-, y aún necesitas crecer

mucho para poder decir la palabra polvo. Ahora, canijo, vete.

-No.

-¡Vete! –Insistió elevando la voz.

-¡Te he dicho que no! –Grité- ¿O quieres que llame a papá y mamá?

Jon se quedó con la palabra en el paladar. Al fin se detuvo, se retiró

dos pasos y aceptó mi chantaje. Aunque no frené su plan. Y lo que

vino después fue una tortura sicológica inolvidable. Me obligué a

vivirla. Era una guerra fría que creía ganar, pero me engañaba. Ella

gemía sin recato. Cada suspiro que emergía del otro lado de la

habitación lo quise mío, pero yo no los provocaba. Anhelé entrar.

Estuve a punto de hacerlo en más de diez ocasiones, pero finalmente

me fui de casa en pleno orgasmo. Me odiaba. Impotente y estúpido

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Page 330: El Hijo de Puta Cabrón

caminé sin rumbo. Aquella noche, cuando regresé a casa, no pude

dormir ni quitarme las imágenes ficticias de aquel polvo.

Sin embargo, la gran batalla llegó la noche de su muerte. Toda una

maldad que nació como una broma y se finiquitó con el adiós

definitivo de mi hermano. Recuerdo la noche impoluta, fría. El gentío

en la plaza bebiendo hasta los límites más extremos. Ella vestía una

minifalda que apenas dejaba algo a mi imaginación. Estaba a su lado.

Yo bebía whisky con coca cola. Mi hermano también. Ella no.

-Te va a sentar mal, canijo –bromeó mi hermano quitándome el mini.

-Ni en tus mejores sueños –advertí. Sonreí y esperé paciente mi

oportunidad para recuperarlo. La noche se emborronaba levemente.

La distancia con mi hermano era la justa, hasta que el orín nos unió

contra la pared. Allí, preso de los primeros síntomas alcohólicos, lancé

mi primera cuchillada.

-Poco debió sentir con eso... –Apunté a su polla con mi pis y reí-

Apenas la oí gemir.

-¡Qué dices, imbécil!

-Sin haber follado aún una sola vez en mi vida, lo haría mejor que tú,

¡seguro!

-¡A qué te meto dos hostias, gilipollas!

-¿Con esa mierda polla? –Reí, me subí la cremallera y le empujé

mientras aún meaba.

Aquel tanto me regaló una extraordinaria dosis de felicidad. Al volver

di un buen trago de mi bebida. Sonreí y reí recordando. Creí que sería

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Page 331: El Hijo de Puta Cabrón

el tanto dela victoria. Eran las once de la noche. El alcohol bailaba

dentro de mí con soltura. Y a su regreso, Jon tampoco quiso discutir

en público sobre su pequeña picha. Después, desapareció con Marta.

-Hola, Sergio –Oí a mi espalda varios minutos después

-Hola –respondí tembloroso y sorprendido, dándome la vuelta y

viendo su rostro angelical.

-¿Puedo hablar contigo un momento?

El universo social de aquella plaza parecía esfumarse. Marta, sin mi

hermano, me estaba pidiendo un favor y me sonreía. Me regalaba su

mirada en exclusiva; sus dulces palabras; su maravilloso aroma; su

plena sensualidad. Hizo un gesto con el dedo índice, dio un giro sutil

hacia atrás y nos distanciamos. Caminaba nervioso tras ella. La creí

seguir como lo hacía Michael Jackson en ‘The way you make me feel’.

-La verdad, Sergio, es que tú... me gustas –se sinceró en un susurro

escuálido.

-¿Y Jon?

-Un capricho –siseó-, tú eres el que...

Suspendió las palabras en el aire, pero yo las creí atrapar y escuchar

con total nitidez. A escasos metros del bullicio, con el riesgo

soplándome en las orejas, no veía más que su maravilloso cuerpo

desnudo sobre una bandeja de plata. Y ella fue la que actuó, también

nerviosa. Me cogió las dos manos y comenzó a besarme suavemente

en el cuello. El alcohol y la oscuridad detuvieron cualquier raciocinio

al respecto y lanzaron el atrevimiento. Ella controlaba mis manos en

todo momento. Yo me moría por acariciar su piel, pero ella me

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Page 332: El Hijo de Puta Cabrón

frenaba. Las voces ya no me llegaban a los oídos. De pronto, ella

introdujo sus manos bajo mi camisa, y cuando comenzó a

desabotonar mis pantalones me paralicé, como si el hielo hubiera

envuelto toda mi piel. Iba a ser esa la primera vez que una mujer me

tocaba la polla... Pero me equivoqué. La brusquedad me golpeó un

minuto después. Alguien tiró de mis pantalones hacia abajo, y

seguido, de mis calzoncillos. Marta desapareció como si un mago la

hubiera tocado con una varita, y yo, sin que pudiera evitarlo, fui

arrastrado al centro neurálgico del botellón. La voz de mi hermano

repicó suave y maliciosa en mi corazón sensorial.

-Siempre serás un estúpido. Nunca apuntes tan alto con las chicas.

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Page 333: El Hijo de Puta Cabrón

Nunca he olvidado aquellas dos frases, aquella acera, los rostros

mirándome a mí, desnudo. Allí nació mi verdadero deseo de

venganza. Mi secreto. Lo que provocó su muerte.

-¿Lo recuerdas, hermanito? –Pregunté volviéndome a servirme dos

dedos de whisky.

-Inolvidable, canijo... Momento inolvidable.

Jon se emborronaba ante mis ojos. Estaba quieto, sonriente y

mirándome sin ápice de sentimiento. El salón se empequeñecía y mis

palabras se mezclaban con los recuerdos. “¿Cuánto tiempo llevaba en

aquel estado?”

-Tu tiempo se acaba, canijo –advirtió su voz.

Bebí sin saborear, recordé y permanecí nervioso rememorando todo

lo que vino después.

-Hermanito –suspiré-, tengo que confesarte algo.

-Eso ya lo has dicho, estúpido.

-Te lo diré. –Bebí y me acomodé.

-¡Dale! –Dijo sentándose en una silla frente a mí.

-Después de lo de los pantalones me fui, ¿recuerdas? Pero sólo me fui

para volver. Me habías ganado esa partida, pero yo quería ganar la

guerra. No podía quitarme de la cabeza que todo el mundo me

hubiera visto en pelotas. Me sentía tan ridículo... Deseé con todas mis

fuerzas que vivieras mi misma situación. Se me fue de las manos...

¿Recuerdas cuando volví? Lo hice en son de paz con un mini de

whisky. Era Jack daniels, como hoy. Entonces tenía un poco de coca

cola, como te gusta a ti. Tú aún tenías esa sonrisa maliciosa en los

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Page 334: El Hijo de Puta Cabrón

labios. Tus ojos bailaban vidriosos, ebrios de felicidad. Marta ya se

había ido. No sé cómo, pero debí sacar fuerzas de algún recóndito

lugar de mi organismo para enfrentarme de nuevo a ti y a mi

vergüenza. Aún me temblaba el pulso cuando te di la bebida. Era

nuestra pipa de la paz. Tranquilo, canijo, ya pasó, me dijiste, y me

diste unas pequeñas palmaditas en el hombro. Ahí estuve a punto de

echarme atrás, pero tú bebiste y no lo hice. No me atreví. ¿Recuerdas

que compartíamos la bebida? Pues no fue así. Yo no bebía, hermanito.

Tú te bebiste todo el mini. Tal vez no fuiste consciente. A esas horas

ya estábamos suficientemente borrachos para engañarte con

facilidad. En mi defensa debo decir que no fue idea mía. Sabes que

siempre me ha faltado iniciativa. Siempre me dejo llevar por los

acontecimientos. La idea fue de Manu, él me pasó el LSD líquido. Sí,

Jon, tu whisky con coca cola tenía LSD... y a saber qué más... No lo

pregunté... Se nos fue de las manos... Tras el primer mini, la droga no

te había hecho efecto, así que nos encargamos de aumentar la dosis

en el segundo y de que te lo bebieras todo. ¡Joder! Todo ocurrió muy

deprisa. Estabas tan normal, charlando y riendo con nosotros,

bebiendo, y de pronto, tu estado cambió por completo. Comenzaste a

reír de una forma extraña, a correr sin destino, huyendo de mentiras,

a desnudarte, a fantasear. Sí, nos reímos mucho, pero cuando tus

pupilas parecían no mirarme, sentí que me ahogaba el miedo. Algo no

iba bien. Tu mandíbula temblaba, la respiración acelerada te

ahogaba. Parecías poseído por un ser endemoniado. No eras tú, Jon,

¡No eras tú, joder! Perdiste la camiseta, tirabas el dinero, piedras,

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Page 335: El Hijo de Puta Cabrón

querías arrancar bancos, lanzabas botellas, tenías miedo de las

farolas, ¿recuerdas? ¡Ve hacia la luz!, gritabas. Todos reían. Yo no, te

lo aseguro. No me gustaba hacia donde iba la broma, y entonces,

desapareciste. Sólo yo te busqué. Y te encontré tendido sobre el

césped, boca arriba, sin camiseta, completamente desorientado. No

eras capaz de pronunciar una sola palabra, no conseguías mirarme;

temblabas tanto, tan frío... Balbuceabas pero no te entendía nada.

Dime algo, dime algo, te pedía una y otra vez desesperado. Te traté

de levantar para que respiraras mejor, grité, chillé, vociferé, me

desgañité la garganta. ¡Te lo juro! Sentí pánico, una desolación e

impotencia infinita. Y de pronto, sin despedirte, sin previo aviso, te

fuiste otra vez. Y entonces fue para siempre. Tu cuerpo se detuvo, tu

mirada se esfumó. De rodillas, a tu lado, vi que mi mano dejaba de

temblar sobre tu pecho desnudo. Tú ya no estabas allí, aunque yo te

llamara a voces... Te abofeteaba, te gritaba una y otra vez, te besaba,

te lloraba, y soñaba con verte despertar. Pero nunca volviste...

Me detuve en ese instante para recogerme las lágrimas. Hipaba. Bebí

un nuevo vaso y busqué a Jon. No estaba a mi lado. Me levanté torpe.

El suelo se movía o yo no me sostenía. Sentía ardor en la cara. Giré

sobre mí mismo, pero no encontraba espacio para moverme. No sabía

salir de aquel pequeño cubículo. Me giré, y de repente sentí sus

nudillos en mi cabeza junto a un grito femenino y agónico. Mi cuerpo

voló, golpeó contra la mesa y cayó sobre la alfombra. Los ojos me

parpadeaban nerviosos. Los abrí, busqué la nitidez pero no la

encontré. En la borrosidad de mi alcohol pude notar una herida

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Page 336: El Hijo de Puta Cabrón

mojándome la frente y la ira odiosa de mi padre sujetada por los

débiles mis brazos de mi madre. Los dos lloraban sobre mi cuerpo

tendido.

Allí firmé el final de un principio en el que la oscuridad psíquica fue la

gran protagonista de mi vida. Al despertar, el calendario ya había

avanzado varias hojas. Entre mis dedos descansaba la noticia

arrugada y desgastada. Se le podía ver la cara borrosa entre los

bomberos, policías y vecinos. Aterrada. Había leído la noticia cientos

de veces en apenas unos meses. La palabra ‘superviviente’ en negrita

me aliviaba. No podía desprenderme de esa realidad. Me perpetuaba

en los recuerdos el grado de locura que había alcanzado mi mente.

Cosido a la soledad, la medicación y un cuaderno en blanco junto a un

bolígrafo comencé a ser un poco más feliz. El divorcio paternal era

definitivo. El maternal tenía visos de recuperación. No obstante, no

los necesitaba. Quería abrazarme a la incomunicación y a mis

pensamientos. Quería caminar hacia un rumbo opuesto y sincero.

Quería enderezar mi desequilibrio psíquico y emocional. Y sentía

pánico, como un equilibrista sin red que está a punto de pisar la

cuerda por primera vez.

Recaer en un centro psiquiátrico y esquivar los barrotes de metal fue

sencillo con mis antecedentes. Además, me adapté a gran velocidad.

Ayudó la soledad de mi cuarto. Mi actitud era austera y eremita. No

intercambiaba palabras, ni saludos, ni miradas, ni gestos, ni siquiera

un insignificante detalle que evidenciara que vivía en compañía. Era

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como si me hubieran vaciado la mirada y arrancado toda la

sensibilidad. Y inexplicablemente sentía paz dentro de mí. Era un ser

feliz. Sonreía dentro de mí.

No recuerdo si fueron tres o cuatro meses el tiempo que transcurrió

hasta que mi sonrisa emergió al exterior. Sí recuerdo con exactitud

muchas de los detalles de aquel día. Recuerdo la ubicación de los

rayos del sol sobre mi armario, o la página exacta en la que me

detuve de leer el esperpéntico y maravilloso ‘Sopa de miso’. Supe que

mi vida iba a recoger el equilibrio que necesitaba.

Ocurrió a primera hora de la mañana, durante el desayuno. Zumo,

una tostada, yogur y leche. Lo estaba acariciando en el ambiente, sin

embargo, no identificaba el qué. Lo estaba viendo ante mis ojos, pero

hacía tiempo que no observaba. Tirité. Un escalofrío y me estremecí

cuando un dedo índice se posó en mi piel después de tanto tiempo.

Un chispazo neuronal me empujó hacia un interminable fotograma

repleto de sensaciones y del que no sabía huir. Sexo, besos, sonrisas

y risas, masturbaciones, experiencias, felicidad, paz, amor, vino,

sangre, violencia, contagio y un dulce aroma a marihuana inundando

mi corazón. Me relajé, sonreí, escuché, y me sentí invadido por la

plena felicidad.

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-Hola, loco.

fin

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