El Final Del Capitalismo

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PORTADA.El capitalismo salvaje llegó a su fin. El mundo empieza a sufrir las graves consecuencias de la crisis financiera global. Sábado 4 Octubre 2008 Si la arena del circo romano fue testigo de la sangre que derramaron los gladiadores para divertir al pueblo, las calles de Wall Street son ahora testigo de la codicia de los banqueros y grandes ejecutivos que jugaron con la plata del público. Y en menos de 15 días el mundo cambió. Mientras Colombia estaba conmovida por el vil asesinato de Santiago, un indefenso bebé de 11 meses cuya muerte fue ordenada por su propio padre, en el planeta los grandes líderes del mundo se movilizaban para evitar la peor catástrofe económica desde 1929. Firmas globales, aseguradoras y prestigiosos bancos que se consideraban intocables e indestronables, como Lehman Brothers, AIG y Morgan Stanley, empezaron a caer como castillos de naipes. De la noche a la mañana, en el corazón de Nueva York -el templo de la globalización y el capitalismo financiero- empezó a deambular el fantasma del socialismo: el Estado empezó a meterles plata a los bancos y a nacionalizarlos para evitar un efecto dominó que podía llevarse por delante literalmente a todo el mundo: el puesto de un empleado en Londres, la jubilación de un funcionario en Argentina, el seguro de vida de un padre de familia en Australia, parte del dinero de las pensiones de los trabajadores en los fondos privados de Colombia y hasta algo de las reservas internacionales del Banco de la República. Viendo el tsunami que se venía, los presidentes del Primer Mundo empezaron a ver cómo defendían del desastre a cada uno de sus países. Nicolas Sarkozy propuso un fondo de ayuda para toda la Unión Europea, idea que fue rechazada por Alemania. El primer ministro británico, Gordon Brown tuvo que meter plata para rescatar el Banco Bradford & Bingley. Lo mismo sucedió en Bélgica, Holanda y Luxemburgo, con el Banco Fortis; en Alemania, con Hypo Real Estate, y hasta en Islandia, cerca del mismo Polo Norte, se quebraba el tercer banco más importante de ese país. Relacionada El primer ministro ruso, Vladimir Putin, reunió a su gabinete y cuestionó duramente el liderazgo, según él, antiético de Estados Unidos después de prestarle 1,1 trillones de rublos a sus bancos. Todos querían evitar lo peor: el pánico de la gente sacando la plata de sus cuentas y haciendo colapsar el sistema financiero mundial, lo cual llevaría a una crisis como la de la Gran Depresión en la década de los 30. A pesar de que el Congreso de Estados Unidos después de arduos y acalorados debates finalmente aprobó el paquete de ayuda por 700.000 millones de dólares, todavía nadie sabe la magnitud ni las consecuencias de la crisis. Una crisis de confianza que va al corazón de un

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PORTADA.El capitalismo salvaje llegó a su fin. El mundo empieza a sufrir las graves consecuencias de la crisis financiera global.

Sábado 4 Octubre 2008

Si la arena del circo romano fue testigo de la sangre que derramaron los gladiadores para divertir al

pueblo, las calles de Wall Street son ahora testigo de la codicia de los banqueros y grandes

ejecutivos que jugaron con la plata del público. Y en menos de 15 días el mundo cambió.

Mientras Colombia estaba conmovida por el vil asesinato de Santiago, un indefenso bebé de 11

meses cuya muerte fue ordenada por su propio padre, en el planeta los grandes líderes del mundo

se movilizaban para evitar la peor catástrofe económica desde 1929. Firmas globales,

aseguradoras y prestigiosos bancos que se consideraban intocables e indestronables, como

Lehman Brothers, AIG y Morgan Stanley, empezaron a caer como castillos de naipes. De la noche

a la mañana, en el corazón de Nueva York -el templo de la globalización y el capitalismo financiero-

empezó a deambular el fantasma del socialismo: el Estado empezó a meterles plata a los bancos y

a nacionalizarlos para evitar un efecto dominó que podía llevarse por delante literalmente a todo el

mundo: el puesto de un empleado en Londres, la jubilación de un funcionario en Argentina, el

seguro de vida de un padre de familia en Australia, parte del dinero de las pensiones de los

trabajadores en los fondos privados de Colombia y hasta algo de las reservas internacionales del

Banco de la República.

Viendo el tsunami que se venía, los presidentes del Primer Mundo empezaron a ver cómo

defendían del desastre a cada uno de sus países. Nicolas Sarkozy propuso un fondo de ayuda

para toda la Unión Europea, idea que fue rechazada por Alemania. El primer ministro británico,

Gordon Brown tuvo que meter plata para rescatar el Banco Bradford & Bingley. Lo mismo sucedió

en Bélgica, Holanda y Luxemburgo, con el Banco Fortis; en Alemania, con Hypo Real Estate, y

hasta en Islandia, cerca del mismo Polo Norte, se quebraba el tercer banco más importante de ese

país.

Relacionada

El primer ministro ruso, Vladimir Putin, reunió a su gabinete y cuestionó duramente el liderazgo,

según él, antiético de Estados Unidos después de prestarle 1,1 trillones de rublos a sus bancos.

Todos querían evitar lo peor: el pánico de la gente sacando la plata de sus cuentas y haciendo

colapsar el sistema financiero mundial, lo cual llevaría a una crisis como la de la Gran Depresión en

la década de los 30.

A pesar de que el Congreso de Estados Unidos después de arduos y acalorados debates

finalmente aprobó el paquete de ayuda por 700.000 millones de dólares, todavía nadie sabe la

magnitud ni las consecuencias de la crisis. Una crisis de confianza que va al corazón de un

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paradigma financiero global que ha sabido utilizar la plata de la gente de la calle en complejas

operaciones sin ningún tipo de control.

Las preguntas que surgen en estos momentos de incertidumbre son evidentes: ¿Cómo se llegó a

este punto? ¿Por qué es tan grave? ¿Por qué no pagan los responsables y sí los contribuyentes?

¿En qué cambia esta crisis la relación entre el Estado y la economía? ¿Qué significa para la

hegemonía de Estados Unidos? ¿Acaso se acabó el liderazgo del tío Sam en la geopolítica

mundial?

Sobre el origen de la actual crisis, hay relativo consenso sobre las causas más inmediatas; fue la

arriesgada práctica de las entidades financieras en Estados Unidos de otorgar préstamos con

condiciones demasiado favorables a personas sin capacidad de pago para que compraran vivienda

y con una financiación, incluso del cien por ciento. Todo iba bien mientras el valor de las viviendas

subía y subía, pero cuando se revirtió la tendencia, se reventó la burbuja. Como dice la sabiduría

popular, todo lo que sube eventualmente tiene que bajar. Los bancos se quedaron con hipotecas

impagables. Pero hubo más: muchos bancos y entidades negociaron esos títulos a terceros, y

estos a otros, y así sucesivamente. Esto ha hecho mucho más difícil hacer un diagnóstico

concienzudo de la profundidad del problema. Desde cuando estalló el primer brote de las crisis,

hace más de un año, la gran incógnita ha sido no saber dónde termina la fila de dominós y cuántas

sorpresas desagradables hay todavía en el horizonte. Alan Greenspan, el ex presidente del Banco

Central de Estados Unidos (el Federal Reserve),quien antes era visto como un héroe de la

bonanza y un oráculo de la economía, es hoy un villano y señalado como uno de los grandes

responsables de esta hecatombe.

Un analista norteamericano recientemente recordaba que después del lunes negro de octubre de

1929, a los pocos días la gran mayoría del pueblo regresó a su vida cotidiana y siguieron las

rumbas al ritmo de la música del Charleston. Sólo unos meses después sintieron el golpe en su

bolsillo. Igual puede ocurrir ahora, cuando los millones de norteamericanos se den cuenta de que

gran parte de sus ahorros de jubilación estaba invertida en la Bolsa. O cuando el gobierno

norteamericano busque nuevos recursos para pagar el billonario paquete financiero. O más aun,

cuando pidan un crédito y encuentren tasas muy altas o peor, poca disposición de los bancos a

prestar. Esa escasez de crédito hará más profunda y extendida la recesión que, aunque no ha sido

reconocida oficialmente, parece estar en ciernes.

Pero ¿por qué tienen que pagar los contribuyentes y no quienes hacen estas complejas

operaciones de alquimia financiera? En primer lugar, porque gran parte de estas operaciones de

derivados no estaban reguladas y en un mundo interconectado y global a las grandes

multinacionales les queda muy fácil capotear la supervisión del Estado. La otra pregunta es si ya se

están quebrando las grandes empresas que jugaron a la especulación, ¿por qué no dejarlas

quebrar si un principio esencial del capitalismo es que el que la hace la paga? En este caso la cosa

no es tan fácil. El efecto dominó de las quiebras en los bancos genera una desconfianza que

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aumenta la espiral y termina siendo peor para el sistema y para la gente. En una crisis como estas

"los clientes no se van a otros bancos sino que van huyendo en cadena a todos los bancos

buscando efectivo. Los propios bancos huyen también unos de otros y todo ello reduce

drásticamente sus recursos prestables y termina interrumpiendo la financiación del sector privado.

La quiebra del sistema bancario no la pagan sólo los accionistas, empleados y depositantes de las

entidades ineficientes, sino también los de todas las entidades bancarias y últimamente de otras

empresas de la economía", dice el economista José Luis Feito.

En estos momentos de dificultad y desconcierto ha salido todo tipo de voces a tirar línea, desde los

más lúcidos y autorizados hasta las aves de mal agüero, algunos hasta se han atrevido a decir que

es el comienzo del fin del capitalismo. Nada más absurdo. Lo que sí hay es un gran debate en

torno al nuevo papel que debe jugar el Estado en la economía. Tesis como la del economista y

premio Nobel Joseph Stiglitz, que asegura que nuevamente queda demostrado que la "teoría del

goteo" no funciona. Esta dice que la riqueza que se genera en la punta de la pirámide termina

llegándole a la gente de la base y por lo tanto, no es necesaria la intervención del Estado en la

redistribución de la riqueza.

Lo que no se puede negar es que el capitalismo es hasta ahora el modelo que más riqueza genera.

Y dentro del capitalismo, los últimos 20 años de desregulación y liberalismo financiero han

generado aun más riqueza. Como bien dice la revista The Economist: "Las finanzas son el cerebro

de la economía. Y con todos sus excesos, asigna los recursos donde son más productivos". Bien lo

pueden decir los banqueros de inversión en cuyo reinado de dos décadas se han hecho los más

grandes negocios de la historia. Y, sin duda, se generó gran riqueza y se estimuló la productividad.

Pero quedó en muy pocas manos -no hubo 'goteo'- y esta desbordada innovación financiera

aprovechó los callejones oscuros que no tenían los reflectores del Estado para especular con la

plata de la gente -sin su conocimiento, por supuesto-, hasta que la burbuja se reventó. Frente a

este escenario viene una era en la cual el Estado va a desempeñar un papel más importante en el

espeso follaje de las finanzas internacionales. Y tiene un papel esencial: darle más trasparencia al

mercado. Poner reglas cuando se juega con la plata del público. Algo que parece tan obvio había

quedado enterrado en el paradigma neoliberal del laissez faire, laissez passer tan en boga en los

últimos lustros.

Para algunos, como el ex ministro de Hacienda José Antonio Ocampo, esta crisis representa el fin

de los fundamentalistas que creen que el libre mercado es la solución a todo (ver entrevista). Otros,

como la revista alemana Der Spiegel, dicen que es el ocaso del dominio de Estados Unidos en la

economía mundial que, más que un coloso, era una bola de nieve esperando a ser

desencadenada. En últimas, dice el medio europeo, "los norteamericanos están pagando el precio

por su orgullo".

Y el símbolo de esa arrogancia es el presidente George Walker Bush, quien con sus mentiras

-justificó la invasión a Irak por unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron- y su

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desprecio por el respeto a los derechos humanos -defendió la cárcel de Guantánamo y las torturas

en Abu Graib-, dio al traste con la imagen de Estados Unidos.

La fracasada guerra en Irak -después de cinco años aún hay más 140.000 tropas norteamericanas

en ese país- y las políticas unilaterales de Bush han dejado a Estados Unidos con pocos aliados de

peso y con un liderazgo cuestionado. Este vacío de poder ha sido aprovechado por países como la

Rusia de Putin, que en un abrir y cerrar de ojos invadió a un vecino -Georgia- y se quedó con parte

del territorio; una acción que en otras épocas no hubiera sido posible adelantar sin un costo

demasiado alto para Moscú. Ahora el oso ruso amenaza a Ucrania y otras repúblicas, y

Washington sólo emite comunicados de condena. Como la Asamblea General de las Naciones

Unidas.

Como si fuera poco, la supremacía económica norteamericana se ve desafiada por las nuevas

potencias emergentes: China, India y Brasil. China, en particular, aún celebra su exitosa

presentación en sociedad en los Olímpicos y su crecimiento a un ritmo desenfrenado. No obstante,

según The Economist, ningún país perdería más con un colapso de la economía norteamericana

que China.

Durante sus casi ocho años en la Casa Blanca, Bush involucró a Estados Unidos en dos costosas

e interminables guerras -Irak y Afganistán- y con sus políticas ayudó a generar la crisis económica,

que deberá ser financiada por los contribuyentes norteamericanos. Un legado que afectará

sobremanera la capacidad de proyectar fuerza del próximo presidente de Estado Unidos, sea

Barack Obama o John McCain. En otras palabras, Bush entregará a su sucesor a un país

debilitado internacionalmente, tanto en lo político como en lo económico.

Este año se cumple el aniversario número 160 del manifiesto comunista escrito por Carlos Marx.

Quizá por esa coincidencia onomástica más de uno está pronosticando erróneamente el fin del

capitalismo. El que sí parece ser un hecho es el fin del capitalismo salvaje, del neoliberalismo que

le da rienda suelta al mercado y desprecia al Estado. Y, aunque el fantasma del socialismo recorrió

temporalmente las calles de Wall Street, no hay que olvidar, parafraseando a Winston Churchill,

que el capitalismo puede no ser el mejor sistema económico con excepción de todos los

anteriormente probados.

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PREGUNTAS DE LA ACTUAL CRISIS DE LOS MERCADO

Las preguntas que surgen en estos momentos de incertidumbre son evidentes:

¿Cómo se llegó a este punto?

¿Por qué es tan grave?

¿Por qué no pagan los responsables y sí los contribuyentes?

¿En qué cambia esta crisis la relación entre el Estado y la economía?

¿Qué significa para la hegemonía de Estados Unidos?

¿Acaso se acabó el liderazgo del tío Sam en la geopolítica mundial?

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PREGUNTAS DE LA ACTUAL CRISIS DE LOS MERCADO

Las preguntas que surgen en estos momentos de incertidumbre son evidentes:

¿Cómo se llegó a este punto?

¿Por qué es tan grave?

¿Por qué no pagan los responsables y sí los contribuyentes?

¿En qué cambia esta crisis la relación entre el Estado y la economía?

¿Qué significa para la hegemonía de Estados Unidos?

¿Acaso se acabó el liderazgo del tío Sam en la geopolítica mundial?