El Fantasma en Mi Sofa

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Advertencia

La distribución de esta traducción queda prohibida sin la previa aprobación de la Administradora de “El Mundo de la Luna Roja”, y de sus traductores y correctoras. Esta obra posee CONTENIDO HOMOERÓTICO, es decir tiene escenas sexuales explicitas de M/M. Apoyemos a los autores que nos brindan entretenimiento y fomentan nuestra imaginación comprando sus libros.

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Alex estaba tan contento de llegar a casa que podía llorar. Sus pies le dolían, su cabeza le dolía y el desagradable olor a hospital lo impregnaba. Era mejor que oler a vómito, pero aun así no era bueno. Por desgracia, no era la primera vez que le vomitaban encima. Ni siquiera la quinta. Como enfermero, Alex no sólo tenía que lidiar con las ingeniosas, estereotipadas y agotadoras burlas de sus molestos amigos heteros, sino que además, era habitual que terminara su turno con salpicaduras de sangre, vómito e, incluso en ocasiones mierda, sobre él. Pero bueno, era un pequeño precio a pagar por salvar vidas, oh no, un momento, eso lo hacían los médicos.

No, Alex Tanner era un enfermero de veintisiete años que ganaba dieciocho de los grandes al año, vivía en el más cutre apartamento de Camden Town y nunca había salvado la vida de nadie. Pero si necesitabas una inserción de catéter o que afeitaran tus huevos, era tu hombre.

—Uf, ducha, ducha, ducha.

A pesar de haberse duchado en el hospital, aún tenía ese persistente olor a desinfectante, junto con el del viciado, húmedo y contaminado aire, inevitablemente cuando tomas el metro en hora punta. Tomar una ducha, era lo primero que hacía al regresar del trabajo, era una parte estricta de su rutina, una rutina de la que rara vez se desviaba.

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Dejó su mochila en la encimera de la cocina, si un rincón con un fogón y un microondas contaba como cocina, y se quitó la camisa de su uniforme mientras se dirigía a su dormitorio. Allí, se quitó el resto de su ropa y las metió en el cesto del baño. Girando el cabezal de la ducha, dio un paso bajo el agua, que lo quemaba y congelaba alternativamente, suspiró cuando inclinó la cabeza hacia atrás y se humedeció el cabello.

¡Qué día! ¡Qué mierda de día! Había comenzado muy bien, no demasiado cansado, con tiempo suficiente para preparar un café y un bagel1 de crema de queso, pero después, todo se fue a la mierda. Un niño ingresó con una muñeca rota tras caerse por las escaleras, trataba de animar al pequeño cuando se dio cuenta que estaba sentado de forma rígida. Una mirada rápida bajo su camiseta de Pokémon2 reveló una huella de bota grande, que sí recordaba bien, parecía de la misma talla que la que llevaba el padre. El chico había llorado como si su corazón se rompiese cuando los servicios sociales infantiles intervinieron.

En maternidad una “bruja loca” muy embarazada lo fastidió cada vez que pudo. Luego se las arregló para quedar como un tonto frente a uno de los médicos al chocar torpemente contra él, derramando su té. Lo del vómito fue... no importaba. Y lo peor de todo, "el viejo” de la 3Z se negó a que le sacara sangre con un “puf”, diciendo que tenía miedo de que le contagiara “alguna repugnante enfermedad”. La jefa de enfermeros le había dicho que no dejara que lo pusiera de mal humor, lo cual apreciaba, pero no lo hacía menos molesto.

Odiaba que algo en él anunciara que era gay. No era afeminado pero, tampoco podía pretender ser muy macho. ¿Y qué si había visto Orgullo y Prejuicio doce veces? Y eso lo

1Tipo de panecillo.

2Serie de dibujos animados.

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molestaba. Le molestaba que lo vieran de esa forma, porque ese era precisamente el tipo de persona, por la que no se sentía atraído. Le gustaban los Matthew Macfadyens. Los CliveOwens, los Gerard Butler y los Russell Crowe, a pesar de que este último era un poco idiota. Pero a los chicos musculosos les atraían otros chicos musculosos y... ¿adivinen qué? Él no era musculoso.

Alex salió de la ducha y cogió una toalla. Distraídamente, mientras se secaba la cabeza, se miró en el espejo. Oh, por favor, ¿músculos? Debería estar contento con cualquiera que pudiera conseguir. Ni siquiera sus más sensibles parejas quisieron seguir con él. Joder.

No, no era la representación de la belleza masculina, lo que lo hacía sentirse como un hipócrita al establecer sus estándares tan altos. Arrojó la toalla en el cesto, miró su reflejo con un suspiro, y luego soltó un bufido. Tenía el pelo pegado en mechones gruesos, oscurecidos por la humedad En seco, era de color rubio claro, y no parecía que fuera a tener entradas pronto. Gracias a Dios por el pequeño favor. Se consideraba muy simple. Ojos azules, pecas claras y dispersas sobre el puente de la nariz, que lo hacían sentir como si tuviera trece años y una sonrisa algo tímida que ocultaba unos dientes que podrían estar un poco más rectos.

Le gustaría tener unos hombros más anchos y gruesos bíceps, pero levantar pesas era aburrido como el infierno. Le gustaría ser un poco más alto que sus uno con setenta y tres centímetros, pero los Cuban heels3 le hacían parecer tonto. El

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transformaría su blando vientre por un abdomen de tableta de chocolate algún día, pero simplemente no quería molestarse en llevar su culo hasta el gimnasio. Se puso de lado y contrajo su estómago, luego lo dejó ir con un triste quejido. Tocándose su estómago miró hacia los dedos de sus pies.

—Bueno, siempre y cuando pueda ver mi polla al mirar hacia abajo, supongo que no es tan malo.

Tras ponerse un pantalón deportivo, entró de nuevo en la sala de estar, y se tiró en el sofá. Se acomodó en su rincón favorito, y colocó sus pies debajo de él. Alcanzó el control remoto y encendió el televisor, puso un cojín sobre su pecho y revisó la guía de programación.

—Me han gritado, avergonzado, y vomitado hoy. ¡Qué Dios ayude a mi Skyplanner!4 Si olvidó, de nuevo, grabarme Anatomía de Grey.

Cuando encontró el programa en cuestión, se dispuso a verlo antes de irse a la cama, para reponer fuerzas ante un nuevo día en el cumplimiento de ser menospreciado y mal pagado. Aproximadamente veinte minutos más tarde, pulsó pausa y fue a servirse un bien merecido vaso de vino barato. Acurrucándose de nuevo en su lugar, agarró el mando a distancia y bebió un sorbo de su Lambrini.

—Deberían hacer gay a Sheperd, ganarían a un nuevo grupo de seguidores.

—Personalmente siempre preferí a O'Malley.

—Oh, por favor, ¿por qué… —Alex se quedó helado.

4Sistema para gestionar la grabación de programas de televisión.

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Miró hacia el extremo del sofá de donde venía la voz, y casi se tragó la lengua por el shock. Sentado allí, apaciblemente, viendo su televisión estaba... un chico. Simplemente... un tipo. Allí sentado en su sofá. Trató de hablar, de decir algo, pero sólo podía mirar con los ojos abiertos al desconocido que estaba tranquilamente sentado a su lado. El hombre, lo miró un instante, volvió a mirar la TV, y luego giró la cabeza hacia Alex.

Ambos dejaron escapar aterrorizados gritos de sorpresa y se levantaron rápidamente de sus respectivos extremos del sofá. El desconocido se puso contra la pared, con los hombros caídos mientras aferraba sus brazos a su pecho. —¡Oh, Dios mío, me has asustado!

— ¿Q-qué... qué...?

—Así que… ¿ahora puedes ver...? —No pudo terminar su frase e hizo una mueca mientras Alex repentinamente recordó cómo hablar.

— ¿Qué… quién… qué jodida mierda? —gritó Alex y retrocedió más lejos, agitando y manteniendo su copa de vino vacía en frente de él, como un arma. El tipo era grande, unos treinta centímetros más alto que Alex y tal vez un poco regordete. Se puso de pie con las manos delante de él, lo miraba igualmente sorprendido. Llevaba gafas de montura gruesa y tenía el pelo recogido hacia atrás, llevaba una camiseta raída, un pantalón de pijama a cuadros y, entre todas las cosas, unas grandes y esponjosas pantuflas de conejito.

—Oh, wow, realmente puedes verme, ¿no?

Y al parecer, tenía acento de Bristol. Alex cerró los ojos y rápidamente se pasó la mano libre por encima de ellos.

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No, todavía estaba allí.

— ¿Cómo demonios entraste? —gritó Alex, aunque sonó más como una mujer histérica.

—Ah, bueno, no sé exactamente cómo.

—He estado aquí toda la noche. ¿Cómo entraste? —exigió, alejándose en dirección al teléfono, pero sin apartar los ojos de su inesperado huésped.

—Y-Yo sólo me aparecí, por extraño que suene. En realidad, he estado aquí desde anoche.

— ¿Qué?

El hombre hizo una mueca, y dio otro paso hacia atrás, encorvando los hombros ligeramente. —Traté de hablarte, decir hola —esbozó una pequeña sonrisa—, pero no podías verme.

— ¿Estás jodidamente loco?

— ¿Maldices mucho cuando te sorprenden?

— ¿Vas a robarme?

— ¿Qué voy a robar? —El hombre frunció el ceño, y luego farfulló rápidamente—. No es que tu casa sea una maravilla...

— ¡Tienes diez segundos para explicarte, antes de que llame a la policía!

—Ah, bueno... vamos a ver, por donde puedo empezar...

— ¡Cinco segundos!

— ¡Estoy muerto!

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Alex miró boquiabierto por un segundo, y luego dejó caer su copa para tomar el teléfono. No podía detener el temblor en sus manos, lo suficiente, para marcar el nueve.

—No, no, por favor no lo hagas —imploró el hombre—. Acabarás haciendo el ridículo y luego me sentiré terriblemente culpable. —Se acercó a Alex.

Alex lo vio y se puso contra la pared, apuntando con el teléfono al hombre. — ¡Aléjate! ¡Aléjate de una jodida vez! S-sé jiujitsu5.

El hombre levantó las manos frente a él. —Tal vez si pudiéramos sentarnos y hablar, tomar algunas respiraciones profundas...

Alex cogió el objeto más cercano, una bola de nieve, y lo lanzó contra el hombre. Este se movió a un lado y el globo se estrelló contra la pared. Alex fue a por el objeto más cercano y el hombre jadeó.

—Oh, no, las flores no, son preciosas. Lanza un zapato o algo así, sí es necesario.

En ese momento, Alex perdió la sensibilidad en los dedos, y el jarrón de lirios se estrelló contra el suelo. El hombre hizo una mueca.

— ¡S-sal de mi casa!

—No puedo hacer eso, lo siento.

5Arte marcial.

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—Oh, Dios mío. —Puso una mano en su garganta—. Vas a matarme, matarme y cortarme en pequeños trozos y usarme como popurrí, ¿no?

— ¿Qué? ¡No!

—Eres un loco que me ha seguido a casa desde el hospital y se ha escondido en mi armario. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Cristo!

—Honestamente no lo soy. Yo sólo... —El hombre se mordió el labio con ansiedad y se encogió de hombros—. Soy un fantasma, creo.

— ¡Oh por… sólo toma lo que quieras y vete! No voy a contárselo a la policía, te lo prometo, por favor, ¡vete!

—Te he dicho que no puedo, soy... —Miro a Alex con aprensión, y se acercó a la mesa de centro, que tenía una lámpara encima de ella—. Mira. —Movió la mano directamente a través de la lámpara—. ¿Ves? No puedo dañar ni a una mosca. Tampoco puedo ir a ninguna parte.

Alex dejó de respirar. Sólo había visto a un hombre pasar la mano a través de un objeto sólido. Ahora que lo veía, se veía un poco... translúcido. Tan pronto como fue capaz de respirar de nuevo, corrió hacia la puerta, doblándose y casi cayendo mientras se ponía los zapatos más cercanos y cogía su abrigo antes de golpear la puerta.

— ¡Espera! —llamó el hombre.

Alex cerró la puerta y bajó corriendo las escaleras hacia la calle. Sí recibió algunas miradas burlonas, mientras corría calle abajo con sólo sus crocs6, sus pantalones de gimnasia y su parka,

6Marca de zapatos cuyo producto estrella son los zuecos impermeables.

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no se dio cuenta. En el momento en que llegó a la puerta principal de la casa de su amigo, que estaba afortunadamente a sólo dos calles de distancia de la suya, jadeaba y sus ojos se parecían a los de un animal asustado.

— ¡Andy! ¡Andy, abre, abre la jodida puerta! —Golpeó su puño contra la puerta, y casi tropezó cuando se abrió para revelar a un hombre muy desaliñado y molesto.

—Alex... ¿qué coño pasa, tío?

Sin hacer una pausa para dar cualquier tipo de explicación, Alex lo arrastró hacia atrás y cerró la puerta.

—Ya sabes que estoy en el primer turno, y yo estaba jodidamente dormi… ¿qué infiernos? —Se interrumpió, mirando a su sudoroso y un poco histérico amigo—. ¡Alex, ni siquiera llevas una camisa!

— ¡Andy n-no vas a creer... era un... es... y... jodidas pantuflas de conejito!

— ¿Finalmente perdiste la cabeza? —Miró a los pies de Alex —. Esos que llevas, ¿son crocs? Cristo, eres realmente gay.

— ¡Escúchame! —Alex lo tomó por los brazos y lo sacudió, Andy fácilmente se soltó del agarre y lo fulminó con la mirada.

— ¡No, escucha tú, jodido loco! Tengo que estar en el trabajo en menos de tres horas para hacerme cargo del cambio de guardia de seguridad en...

— ¡Andy! —Alex gritó, retorciendo un poco las manos—. Por favor, escúchame

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Andy dio un enorme suspiro. —Más vale que valga la pena. Lo digo en serio, Alex, soy un muerto en pie. Que sea bueno.

Después de estremecerse mientras pensaba en las palabras adecuadas, Alex estabilizó su respiración, y apretó su mano todavía temblorosa en su pecho. —Andy —comenzó—, hay un fantasma en mi casa.

Andy se le quedó mirando, y por un segundo pensó que estaba a punto de tomarlo en serio, pero luego vio como se dirigía de nuevo hacia la puerta.

— ¡Lo digo en serio! —Estuvo a punto de chillar.

Al parecer, la nota histérica en su voz dio que pensar a Andy, el hombre más alto suspiró y se pasó las manos por su pelo ya revuelto. Pareció darse cuenta de algo, y entrecerró los ojos mientras miraba hacia abajo a los pantalones de Alex, se inclinó y tomó una aspiración.

— ¿Cuánto has bebido?

—No estoy borracho —protestó indignado.

—Bueno, o has derramado un poco sobre tus pantalones o te has hecho pis encima.

— ¡Oh, está bien!, bebí una copa de vino antes de notar al fantasma sentado en el sofá junto a mí

Andy le dirigió una mirada incrédula. — ¿Entonces, qué estaba haciendo?

—Estaba viendo la tele conmigo.

— ¿Qué estabas viendo?

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—Anatomía de... ¿Qué mierda importa lo que estaba viendo?

Andy finalmente, soltó un bufido, poniéndole un poco de humor a la situación. —Alex, amigo, hay alguna posibilidad de que estuvieses un poco borracho, y dormido.

—Esto no fue un sueño, y tengo una bola de nieve rota para probarlo.

Andy meneó la cabeza e intentó conducir a Alex lejos de la puerta, pero Alex lo apartó furioso.

— ¡No me lo imaginé!

— ¡Oh mi Cristo!, no acabas de patalear. Y menos en esos estúpidos crocs...

—Andy, ¡sé un jodido amigo y dame el maldito beneficio de la duda!

— ¿Besas a tu madre con esa boca?

— ¡Andy!

Andy lo miró sin alterarse, y luego suspiró mientras caminaba por el corto pasillo. —Vamos.

— ¿Qué vamos a hacer?

—Bueno, en caso de que no lo hayas notado, estoy aquí parado en bóxers, y tú... —lo miró por encima del hombro—. Te ves como un loco. Conseguiré algo de ropa, iremos a tu casa para que pueda comprobar los fantasmas y luego meterte en la cama como a un pequeño tarado.

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A Andy se le escapó un “uf”, cuando Alex lo abrazó, envolviendo sus brazos alrededor, en un fuerte abrazo. Sonrió de mala gana y acarició los brazos alrededor de su cuerpo. — ¿Alex?

— ¿Sí? —Sonó extrañamente agudo.

— ¿Qué hemos hablado sobre los abrazos espontáneos?

Alex se echó hacia atrás y resopló. —De acuerdo.

Andy resoplaba divertido, y empujó a Alex dirigiéndose a su dormitorio. —Vamos, prefiero no aparecer frente a Casper en ropa interior.

—Llaves. —Andy sujetó la mano de Alex, que se movía nerviosamente tras él, mientras se detenían frente a la puerta de su apartamento.

—Umm...

— ¿Qué?

—Bueno, yo estaba algo apurado...

— ¿Dejaste la puerta abierta? Alex, vamos, ¡sólo responde!

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—No llevo ni camisa, ¿qué te hace pensar que tengo mis llaves? —Todavía llevaba sus pantalones de gimnasia, su parka, y sí, sus Crocs, y Andy le había prestado un suéter que se veía ridículamente grande en él. No creía que le diera un aspecto más presentable, pero...no tenía importancia.

— ¿Sabes cómo es el crimen en esta zona, hace menos de una semana entraron en casa de mi compañero John, y vive a cuanto... diez minutos de distancia? Tienes que…

—No necesito un sermón, Andy.

— ¡A mí me parece que sí lo necesitas!

—Bueno, perdóname por no poner las alarmas y los aspersores antes de salir, pero había ¡un jodido espíritu en mi sala de estar!

—Eso es un poco exagerado ¿no crees? —Se rio Andy.

— ¡Daba miedo!

—Creí que habías dicho que llevaba pantuflas de conejito.

—Aun así ¡daba miedo!

—Gallina.

—Jódete.

—Sí quieres, puedo irme.

—No, por favor.

Andy sonrió y abrió la puerta. —Puedes entrar del todo. —Se rio entre dientes, y caminó hasta la sala de estar—. ¿Qué

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diablos hiciste? —Dio un paso con cuidado alrededor de los cristales rotos y los lirios en el suelo.

Alex suspiró. —Se cayó, iba a lanzarlo sobre él.

— ¿Y entonces recordaste lo extremadamente homo que eres y que no puedes lanzar una mierda? —Divertido de sí mismo, Andy le dio su mejor sonrisa de comemierda.

—Sabes que los chistes de homosexuales son extremadamente ofensivos.

—Para cualquiera, sí.

— ¡Para mí también! —respondió brevemente, mientras examinaba la sala con cuidado sin acercarse al sofá.

—Nah.

— ¿Qué quiere decir con ‘nah’?

—Es tu culpa. Somos amigos, puedo ser tan ofensivo como quiera.

— ¿Y sí no fuésemos amigos?

Andy empujó una cortina, y se giró agachándose para mirar bajo la mesa de café con extrema cautela. —Bueno, entonces no se me ocurriría hablar contigo de esa forma.

—Eso es jodido.

—En realidad, soy yo siendo cariñoso.

—Eso es aún más jodido.

— ¿Tengo que recordarte por qué estoy aquí?

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Alex se cruzó de brazos y se quedó quieto. Miró a su alrededor. Su televisión estaba encendida, y la copa de vino estaba en el suelo. Aparte de los vidrios rotos del florero, y la marca en la pared donde la bola de nieve se había estrellado, todo parecía normal. Estaba empezando a sentirse como un gran tonto.

Andy regresó del cuarto de baño. —No está en la ducha. —Se rascó la cabeza y miró a Alex con una ceja levantada.

Alex suspiró y se dejó caer en el sofá, abatido. —Te juro que era real. Vi algo, lo sé.

Andy se sentó en el otro extremo del sofá. — ¿Tuviste un día muy duro?

—Lo tuve. Pero eso, nunca me hizo alucinar antes.

— ¿Qué pasó?

Alex gimió y movió su mano hacia él con un gesto desdeñoso. —Lo de siempre. Vomitaron sobre mí de nuevo.

Andy se echó a reír pero rápidamente se detuvo. —Creo que, el que te vomiten encima regularmente, es suficiente para enloquecer a cualquiera.

—Un viejo... no importa. —Se encogió de hombros. No era como si le importara.

— ¿Qué?

—Me llamó marica.

—Te han llamado cosas peores —bromeó Andy, encogiéndose de hombros.

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—Gracias por el apoyo.

—Ah, vamos. La gente mayor puede ser un poco…

—No me dejaba tocarlo. No quería contagiarse de sida.

La sonrisa burlona desapareció lentamente. —Oh, ya veo. —Andy se movió incómodo en el sofá—. Bueno, que se joda el viejo hijo de puta. No te conoce.

Alex se encogió de hombros otra vez. —No importa. —Jugó con las mangas del jersey de Andy, que cubrían sus manos—. Fue vergonzoso, hizo que la gente me viese de forma distinta. —Alex miró a su lado, a Andy, mientras se aclaraba la garganta.

— ¿Necesitas... un abrazo, o algo así?

Alex bufó y meneó la cabeza, continuó jugando con sus mangas. —Todo está bien, soy un chico grande y todo.

Andy volvió a suspirar. —Ah, infiernos, ven aquí.

— ¿Qué? —preguntó a Alex con diversión.

—Nos vamos a abrazar. —Se movió más cerca de Alex, colocando el brazo sobre sus hombros y lo atrajo hacia sí—. Te gusta esta mierda de los abrazos, y estoy tratando de ser un buen amigo, así que acéptalo.

Alex se echó a reír cuando recibió masculinas palmadas en la espalda. —Gracias, hombre, sé cuánto te estás sacrificando.

Andy revolvió el pelo de Alex rudamente, y dejó que el brazo se apartara para descansar en la parte trasera del sofá. Miró a su alrededor, y luego otra vez a Alex. —Aquí no hay nada, amigo.

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—Entonces, ¿qué significa esto?

—Supongo que significa que estás completamente loco.

— ¡Ah, mierda!

—Sí.

—Tal vez... quiero decir, fue un largo día.

—Y te vomitaron de nuevo. —Señaló amablemente—. Para ser honesto, me sorprende que no hayas iniciado una masacre.

— ¡Qué interesante la forma en la que trabaja tu mente!

—Hey, no podría hacer tu trabajo. Hay una razón por la que me gusta trabajar en turnos de noche como guardia de seguridad.

— ¿Excreción mínima de fluidos corporales?

—Eso y que soy un hijo de puta anti-social.

—No eres anti-social.

—Oh, pero soy un hijo de puta.

—Sí, pero de una manera extrañamente agradable.

—Eso es algo, supongo. Sí pudieras decírselo a los demás estaría muy agradecido.

—Los demás... —Comenzó a objetar Alex, luego se detuvo, miró y se encogió de hombros—. A muchas personas les gustas.

—Entonces, si pudieras decírselo a las mujeres.

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Alex asintió. —Necesitas una novia.

—Así que tú… eres endemoniadamente gay.

Alex se encogió de hombros a modo de disculpa. —Lo siento, me gustan las pollas.

Andy hizo una mueca y luego se echó a reír, empujando por el hombro a Alex, que sonreía orgullosamente. —Hombre, es como si no hubiera nada diferente en ti, y entonces sueltas alguna mierda que me desespera. —Se rio—. Jodidamente divertido. —Suspiró, restregando sus ojos por el cansancio.

—Ah, el iluminado heterosexual del siglo XXI.

—Ese soy yo, simplemente no intentes hablar conmigo acerca de montar tu culo.

—Tú eres la persona más políticamente incorrecta que conozco.

Andy hinchó el pecho. —Estoy muy orgulloso de serlo.

Alex bufó y meneó la cabeza, miró a Andy pensativo por un segundo, con una pequeña sonrisa en sus labios. —Sabes, podría presentarte a mi amiga Jackie.

— ¿También es políticamente incorrecta?

—No, pero ella es única y maravillosa, y…

Andy levantó la mano para detenerlo. —Suena a que es gorda.

— ¿Qué quieres decir con que suena a que es gorda? —preguntó Alex, ofendido.

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—Bueno, si ella fuese atractiva, habrías empezado por ahí.

—Jackie es bonita e inteligente…

Andy levantó la mano nuevamente. —Para ahí, no sigas.

—Oh, así que ahora no te gustan las mujeres inteligentes —preguntó Alex, exasperado.

—Están bien, pero ahora lo estás usando para camuflar la gordura. A menos que haya algo peor en ella. ¿Qué es, los dientes horribles? ¿Risa molesta?

— ¿Sabes qué? Olvídalo. No eres lo suficientemente bueno para ella.

—Probablemente —se rio Andy, y luego sonrió torcidamente—. Hey. —Empujó el hombro de Alex con suavidad.

—Basta con la mierda de los empujones —cortó Alex.

—Oh, vamos. Estoy seguro de que es muy linda, pero ¿realmente quieres emparejarla con alguien como yo?

—Cuando no te comportas como un gilipollas, eres un buen chico, y ella es una gran persona. —Se encogió de hombros—. No hay nada malo en querer juntar a dos personas que te importan.

—Te interesas por mí, ¿eh?

Alex se encogió de hombros a regañadientes. —En contra del sentido común, sí.

— ¿Y no en la forma “quiero tenerte en mi cama”?

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—Me pareciste semi-atractivo, cuando te vi por primera vez.

—Pero...

—Pero luego te conocí —se rio Alex—. Y eso mató cualquier potencial atracción.

—Gracias, amigo.

—Cuando quieras.

Andy frotó sus manos sobre su rostro y miró a su alrededor. — ¿Qué hora es? —Estiró el cuello para mirar el reloj en la pared detrás de él—. Mierda, tengo que estar en el trabajo en una hora, es mejor que me vaya. —Miró a Alex, su expresión mostraba preocupación —. ¿Vas a estar bien?

Alex suspiró. —Sí, voy a estar bien. Disculpa por ser un completo tarado.

—No te preocupes por eso. Los de tu tipo me agradan. —Andy le dio unas palmaditas en el hombro y se levantó, estirando los brazos sobre su cabeza.

—Cama —ordenó, y Alex levantó una ceja en interrogación. Andy lo detuvo por el brazo y señaló en dirección de la habitación—. Puedo quedarme durante unos minutos más. O el tiempo suficiente para que puedas conciliar el sueño. Adelante.

Emocionado, Alex le dio las gracias, y luchó contra el deseo de abrazarlo una vez más antes de irse a la cama. Sabiendo que su amigo estaba en la otra habitación, intentó poner, de alguna manera, en perspectiva la noche. No tenía ninguna duda de que el miedo había sido real, pero tanto sí había sido provocado por

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un largo día de mierda y por cabecear frente a la TV, o por la aparición prematura de demencia, ahora le resultaba difícil creer que había salido de su apartamento con un pánico ciego. Pensando en eso y sabiendo que los sonidos provenientes de su sala de estar eran de Andy barriendo los vidrios rotos, su extraña y aterradora noche no le impidió volver a dormirse.

Andy tiró los cristales rotos y arrojó las flores muertas en el cubo de basura de la cocina. Dio un vistazo y silenciosamente fue de puntillas a la habitación de Alex. Cuando escuchó los suaves ronquidos, se alejó y a mitad del pasillo se abofeteó para espabilarse. Antes de regresar a su apartamento, hizo una rápida revisión del lugar. Encontró las llaves de Alex en la encimera de su pequeña cocina, cerró la puerta tras él, se aseguró de que estaba bien cerrada, y luego puso las llaves en el buzón.

De vuelta en el piso, cuando todo estaba en silencio salvo

por los sonidos de la respiración de Alex, el fantasma dejó

escapar un suspiro de alivio.

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—Hoy tendrás un día muy ocupado, Alex —se dijo a sí mismo—. No vayas a enloquecer por el estrés.

Después de los acontecimientos de la pasada noche, se sentía muy cerca del borde y estaba especialmente agradecido ya que, la próxima semana, estaría de vacaciones. Generalmente, repartía sus vacaciones anuales en semanas. Nunca pudo permitirse el lujo de irse al extranjero, y tampoco le entusiasmaba la idea de irse por su cuenta, y por lo general pasaba el tiempo viendo películas o leyendo.

Alex encendió la cafetera, y fue a la caza de su caja de galletas Jaffa cake7, cuando escuchó una voz.

—Umm... ¿Discúlpame?

Esta vez, no gritó. Se quedó completamente inmóvil y de inmediato comenzó a sudar.

—Realmente no quiero alterarte o asustarte...

—Oh, Dios. Oh Dios, oh Dios. —Alex poco a poco comenzó a dar vueltas, mirando alrededor de la cocina. No había nadie—. Me he vuelto loco. De hecho, me he vuelto completamente loco.

7JaffaCakes son un aperitivo muy popular sobre todo en el Reino Unido e IrlandaSon galletas. El

producto fue presentado por McVitie y Price en 1927 y después fue llamado Jaffa, debido a las naranjas

dulces de Jaffa que se utilizaban para su relleno.

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—En realidad no, aunque entiendo perfectamente que puedas creerlo... —La voz hizo una pausa—. ¿Puedo salir, por favor? Estoy muy apretado aquí.

—Pero... pero no eres real. Tuve un mal sueño, bebí en exceso y me quedé dormido y... y tuve un mal sueño…

—Apenas bebiste una copa, y no te quedaste dormido. Y por lo que he visto hasta ahora, no pareces estar loco. Sólo muy, muy sorprendido. —La voz se volvió un poco tímida—. Pareces muy agradable, de verdad.

Estar allí hablando, con una voz incorpórea, más bien tímida y que pensaba que era “agradable”, eso lo golpeó, todo le sonaba ridículo. Estalló en una risa nerviosa, casi histérica que bordeaba el punto de las lágrimas, mientras se pasaba ambas manos por el pelo.

—Tú... no vas a tirarme cosas de nuevo, ¿verdad?

— ¿Dónde estuviste anoche? —exigió Alex de repente, respirando profundamente.

—Bueno, no sabía qué iba a pasar y... me asusté y me escondí.

— ¿Qué quieres decir con “iba a pasar”?

La cafetera empezó a silbar, y Alex se inclinó para apagarla, con sus visiblemente temblorosas manos.

—No sabía si tu amigo sería capaz de verme o no.

—Bueno, si yo pude...

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—Me viste por primera vez ayer. He estado aquí dos días. Y si me hubieras empezado a gritar y señalar, pero sin poder verme, eso si te haría parecer un loco.

—Oh, sí, porque de la otra forma parecía que tenía el completo control de mis sentidos.

—Tu amigo parecía bastante comprensivo. En cualquier caso, no creo que vaya a encerrarte en un manicomio.

—Andy es un buen tipo —asintió Alex.

— ¿Han sido amigos por mucho tiempo?

—Desde hace un par de años. Nos conocimos en un bar, él participaba con su equipo en un concurso de preguntas, y yo acababa de utilizar los aseos y… —Alex hizo una pausa—. Lo siento incorpórea voz en mi cocina, pero ¿podemos volver al asunto en cuestión? —Alex sacudió ligeramente la cabeza, asombrado por la facilidad con la que podían distraerlo.

— ¡Vale! Bien, lo siento.

—No eras... —Suspiró—. Quiero decir, anoche eras un hombre, donde eh... ¿Dónde fuiste?

—Sigo aquí.

Alex frunció el ceño. La voz sonaba algo tímida.

—Bueno, no puedo verte.

—Te lo dije. Estoy escondido. No quiero repetir lo de anoche, podrías tener un ataque al corazón o algo así.

—Claro, porque sólo oír tu voz lo hace más fácil.

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Hubo un breve silencio entre ellos.

—Estás siendo sarcástico, ¿verdad?

—Sí. —Alex se pasó las manos por la cara y se apoyó en la encimera—. Sí, estoy siendo sarcástico con el fantasma de mi apartamento. Cristo. —Tragó—. Entonces, ¿dónde estás? —No podía creer que estuviera preguntando eso, no podía creer que estuviera teniendo una conversación con su intruso fantasma en lugar de salir corriendo y gritando como una niña.

—Estoy, ah... estoy en el refrigerador.

—Mi refrigerador —repitió Alex, señalando al frigorífico.

—Sí. —Se aclaró la voz de su figurativa garganta—. Por cierto, la leche está pasada.

Alex se quedó mirando a su frigorífico, que no era muy grande, y frunció el ceño. — ¿Cómo es eso posible?

—Fantasma, ¿recuerdas?

—Pero… pero tú eres un tipo grande, uno noventa o dos metros por lo menos.

—Bueno... no dije que fuera muy cómodo.

Alex se irguió y tomó algunas respiraciones profundas. —Está bien, puedes salir.

El fantasma se quedó callado por unos segundos. — ¿Estás seguro? ¿No vas a... desmayarte o algo así?

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—No —Alex rebotó sobre la punta de sus pies, preparándose lo mejor que pudo—. No voy a llorar o gritar ni nada de eso.

—Bueno... si estás seguro.

—Sólo sal de ahí, ya.

—Bueno, allá voy.

—Está bien, ¡no! ¡Espera!

— ¿Qué? ¿Estás bien?

—Eeh... —Alex miró hacia abajo, a sí mismo. — ¿Puedes aguantar unos minutos más?

— ¿Por qué? Hace un poco frío aquí dentro.

Alex arqueó una ceja. —Puedes sentir el frío, pero ¿no puedes sostener una lámpara? —se preguntó, sorprendido, haciendo referencia a la impactante actuación de la noche anterior.

—Más o menos. No puedo tocar nada, pero puedo sentir calor y frío. —Hizo una pausa—. En retrospectiva, esconderse en el refrigerador fue un poco estúpido.

—Todo esto es realmente extraño

—Es una locura. ¿Cómo crees que me siento?

—Desorientado, diría yo.

—Desorientado y frío. ¿Puedo salir ahora?

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—Umm, sólo dame unos minutos. Estoy... —Se sonrojó ligeramente—. Estoy en bóxers. —Se encogió de hombros como si quisiera disculparse.

—Oh. Bueno... He estado aquí unos días, Alex.

No estaba seguro de por qué, pero tuvo que luchar para evitar que una tonta sonrisa se expandiera por su cara, al oír pronunciar su nombre con ese extrañamente atractivo acento. ¿Cuándo había dejado de estar aterrado? ¿Cómo había pasado de gritar y salir corriendo, a “sal de mi refrigerador y deja que te vea"? Estaba un tanto trastornado y preocupado por toda la situación, pero ahora… espera un minuto.

— ¿Qué quieres decir? —Alex frunció el ceño, y luego entrecerró los ojos mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y se encogía de hombros vergonzosamente—. ¿Ya me has visto en ropa interior?

—Umm...

Alex se quedó boquiabierto. — ¿Me has visto desnudo? —Miró y luego señaló al refrigerador con tono acusador—. ¡Maldito voyeur!

— ¡No es mi culpa! —Le imploró el fantasma—. Honestamente, estaba sentado viendo la televisión que habías dejado encendida, pensando en mis cosas, y repentinamente te acercaste, desnudo.

Alex estaba enormemente sonrojado. —Yo... no sabía... ¡Es mi casa!

— ¡No es como si hubiese querido verte desnudo!

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Alex retrocedió un poco. — ¿Qué significa eso? —preguntó de forma impertinente, odiaba sonar ofendido.

—Es sólo que... sólo quise decir... no quise decir que no hubiese valido la pena.

— ¿Sabes qué? —Replicó Alex—. Puedes... puedes irte... ¡cállate! —Alex salió de la cocina y por encima de su hombro, gritó—: Puedes salir ahora, voy a estar en mi habitación vistiéndome, para no herir tu sensibilidad. —Cerró de golpe la puerta del dormitorio tras él.

Un lastimoso quejido de frustración salió del refrigerador.

Alex furioso tiró de su camiseta, metiéndola por dentro de sus pantalones de chándal. Se sentó, soltando un bufido, en un lado de la cama y se cruzó de brazos. Aunque lo intentará, no podría describir cómo se sentía. ¿Tenía miedo? ¿Preocupación? Náuseas.... ¿Dolor? Soltó una jadeante y exasperada carcajada. ¡Qué superficial podía llegar a ser una persona! Mejor dicho un fantasma, un espíritu de “el otro lado”, uno que se había colado en su apartamento y había tratado de hablar con él, y allí estaba él, con sus sentimientos estúpidamente heridos. Apoyó los codos en las rodillas y ocultó su rostro entre las manos. Tenía muchas cosas en las que centrarse.

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Se levantó y miró su reflejo en el espejo del dormitorio. Agarró el suéter que Andy le había prestado la noche anterior, y mientras salía de la habitación tiró de las mangas para colocarlo del derecho. Tan pronto como sacó la cabeza a través del jersey se quedó sin aliento por la sorpresa. El fantasma estaba sentado en su sillón, exactamente donde lo había visto por primera vez, pero ahora lucía más sombrío. Alex casi sonrió, parecía un cachorro culpable.

—Hola, Alex. —El fantasma hizo un ligero saludo, y luego dejó caer la mano entre sus rodillas.

—Hola... fantasma. —Alex tiró de las largas mangas cubriéndose las manos, no estaba listo para ser amable.

—Sid.

— ¿Eh?

— ¿Quieres sentarte? Y tengo un nombre. —Frunció el ceño—. Tenía un nombre. —Se encogió de hombros con tristeza—. Es Sid.

Sintiendo lástima por él, Alex se sentó, de mala gana, en su esquina del sofá, frente a él. Colocó sus pies bajo su cuerpo, y cuando el silencio entre ellos se volvió incómodo, le dio una pequeña sonrisa nerviosa. —Déjàvu.

Sid sonrió con tristeza, mientras parecía que luchaba contra lo que quería decir. —Te ves bien desnudo —soltó de repente.

Sorprendido Alex mostró una sonrisa, y si eso fuera posible, apostaría que el fantasma, Sid, se volvió púrpura de vergüenza.

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—Quiero decir, eh, que eres un hombre muy atractivo. No quise... no eres... tienes mal…

— ¿Sid? Elige una frase y dila.

Sid sonrió avergonzado, y Alex no pudo evitar sentir, en contra de su buen juicio, como sus reservas se derretían.

Sid empujó las gafas a lo largo de su nariz, y suspiró. — ¿Me limito a decir lo que pensaría, si estuviera vivo? Eres el tipo de chico que me gusta.

Era imposible no sentirse halagado, Alex se encogió de hombros, incómodo, ofreciendo una pequeña sonrisa que era algo así como una ofrenda de paz. —Soy tu O’Malley, ¿eh?

Sid se echó a reír mientras asentía. —Sí, supongo que sí. —Mientras señalaba con el pulgar por encima de su hombro, añadió—: Todo eso de ahí dentro, era yo sin saber cómo hablar con un chico lindo.

— ¿Así que ahora soy lindo? —Deja de coquetear Alex, esto sigue siendo jodidamente raro.

—Siempre fuiste lindo —dijo Sid en voz baja— por lo que he visto. —Se encogió de hombros, y luego se aclaró la garganta, algo que parecía hacer habitualmente—. Siento haberte visto desnudo... —Una sonrisa casi juguetona apareció en sus labios—. O mejor dicho, siento que sepas que te vi desnudo.

Alex se rio nerviosamente ante eso, y luego hizo un gesto con un movimiento de su mano. —Está bien, está bien, olvídalo. Siento, lo del embarazoso berrinche. Es todo muy... —respiró hondo y soltó el aire lentamente mientras hacia un gesto con la mano delante de su pecho—. ¿Sabes…?

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—Lo sé. Te pido disculpas por atormentarte.

Alex sonrió y se encogió con incertidumbre. —En comparación con cualquier otro fantasma, eres muy amable.

Alex miró a Sid adecuadamente por primera vez. Había estado muy histérico antes como para mirar al hombre sentado al final de su sofá. La primera cosa notoria acerca de Sid era su tamaño, se dio cuenta que aunque la noche anterior le había parecido regordete, había sido un error, era simplemente... muy grande. No era una masa de músculos lo que lo cubría, pero sus hombros anchos y su tronco conducían a una cintura que, a pesar de que era gruesa, estaba hecha para equilibrar esos aparentemente fuertes hombros y brazos. Alex siempre había sido un fanático de los antebrazos gruesos. Negó minuciosamente.

— ¿Qué? —Sid le preguntó con curiosidad.

—Nada, sólo te miraba por primera vez.

Sid le dio una sonrisa torcida. —No hay mucho que ver me temo, por lo menos no en este extremo del sofá.

—Eso no es cierto —dijo Alex en voz baja, sorprendiéndose a sí mismo.

Sid arqueó una ceja. —Pensé que sólo te gustaban los McDreamys.

Alex giró los ojos y Sid se rio en voz baja. Alex vio que Sid se ajustaba las gafas en la nariz y se dio cuenta que no podría decir de qué color eran sus ojos. —No tienes color.

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Sid parpadeó sorprendido. — ¿No? —miró hacia abajo a sí mismo—. No me había dado cuenta.

— ¿De qué color son tus ojos?

—Son... eran avellana.

— ¿Pelo? —Alex inclinó la cabeza hacia un lado cuando Sid agarró la pequeña cola de caballo en la base de su cuello para examinarla.

—Marrón, de color marrón oscuro. —Se encogió de hombros.

—Huh. ¿Las pantuflas? —Alex quiso sonreír un poco cuando Sid se quejó.

—Yo... no tengo excusa por las pantuflas. Sólo me gustaban.

—Son... eh… interesantes —bromeó Alex.

—Oh, cállate —se quejó Sid.

—No, en serio. Hombre sexi.

—Si de alguna manera hubiese previsto que iba a morir llevándolas, nunca me las habría comprado, te lo aseguro.

La sonrisa burlona de Alex se esfumó. — ¿Cómo moriste? —preguntó con suavidad.

Todo el humor y la alegría abandonaron a Sid, y fueron sustituidos por una expresión de pérdida total. —No tengo ni idea, quiero decir... —se miró a sí mismo—. Supongo que o bien era de noche o muy temprano en la mañana, pero aparte de eso...

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— ¿Qué es lo último que recuerdas?

Sid frunció el ceño en una profunda reflexión, como si los recuerdos fuesen difíciles de recuperar. —Vine a Londres para ver una exhibición de arte. No acostumbraba a darme el lujo de pasar días fuera, pero estaba libre y la exposición acababa de abrir, así que pensé, ¿qué tiene de malo? —Sonrió forzadamente.

—Eso es dolorosamente irónico. —Reconoció Alex—. ¿A qué te dedicabas?

—Soy contable, o lo era. Trabajaba por libre, y era bueno, muy confiable. —Suspiró.

— ¿Cuánto gana un contable? —preguntó Alex por curiosidad.

—Llevó a casa alrededor de cuarenta mil.

—Cuarenta —farfulló Alex.

Sid se echó a reír: —Eso en realidad, es bastante normal para la contabilidad. Me han ofrecido trabajo en grandes compañías, con mayor sueldo, pero prefería trabajar por libre, escogiendo mis propios clientes.

— ¿Cuánto gana un contador que no trabaja por libre?

—Bueno, es variable, pero los salarios iniciales pueden estar cerca de sesenta y cinco mil, dependiendo de la compañía.

— ¡Santa mierda!

Sid parecía un poco incómodo por la reacción de Alex, por lo que este hizo un esfuerzo por bajar el tono. —Quiero decir... —

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Pero no pudo controlarlo, por el amor de dios sesenta y cinco mil—. ¡Mierda! —Se rio—. ¿Quieres saber cuánto gano?

—No lo suficiente, supongo.

Alex quedó perplejo por la respuesta. — ¿Huh?

— ¿Eres enfermero, verdad?

— ¿Sí?

—Vi los uniformes —aclaró Sid.

— ¿No pensaste que era médico? —su sonrisa hizo obvio que estaba bromeando. Como si un médico viviera en un piso cutre en Camden.

Sid sonrió. —No, tú eres demasiado bueno para eso. Supongo que ganas alrededor de... diecinueve mil

—Dieciocho.

— ¿En serio? —Preguntó Sid sorprendido, y luego negó con disgusto—. Siempre me ha sorprendido como la gente con la titulación y los trabajos más importantes ganan menos.

— ¿Importante?

—Sí —dijo Sid con firmeza, como si se tratara de algo en lo que creía fuertemente—. Los enfermeros aguantan mierdas y vómitos todos los días para ayudar a los pacientes y médicos. No reciben siquiera una porción del reconocimiento que se merecen.

Alex parpadeó sorprendido, viéndose completamente encantado. —Eso es... gracias —dijo con sentimiento.

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Sid se encogió de hombros. —Una de mis madres adoptivas era una enfermera jubilada. Yo la admiraba mucho.

— ¿Estuviste en hogares adoptivos de niño? Eso debe haber sido difícil.

Sid se movió incómodo. —No fue fácil —dijo en voz baja—. Solo... solitario, a veces. Pasé por varios hogares. Eran buenas personas, pero no familia, si me entiendes.

Alex no podía entenderlo, después de haber crecido en una familia numerosa, pero asintió de todos modos. —Así que... lo último que recuerdas es que viajaste a Londres.

Antes de continuar con la conversación, Sid suspiró profundamente. —Eso es todo. En un minuto estaba en el tren, al siguiente estaba aquí, tratando desesperadamente de hacerme notar al mismo tiempo que tenía un ataque de nervios.

— ¿Los fantasmas tienen colapsos nerviosos?

—Al menos este si puede.

—Hombre... —Alex sacudió la cabeza—. ¿Tienes... como... —Se aclaró la garganta y sintió que se ruborizaba un poco—. ¿Asuntos pendientes... o algo así?

Sid frunció el ceño. —No lo sé.

— ¿Y no puedes irte?

—No, y lo que es peor, cuando no estás aquí, desaparezco.

Alex frunció el ceño. — ¿Qué quieres decir?

—Me refiero a que, cuando atraviesas la puerta, no existo.

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Alex sintió un repentino deseo de consolarlo, de olvidar temporalmente su cautela. Sid parecía tan triste, tan perdido, pero no podía encontrar la manera de hacerlo sin tocarlo. No estaba seguro de qué pensar sobre todo esto.

—Es como ir a dormir y sin soñar. No hay nada. No sé nada hasta que vuelves a través de la puerta. —Frunció el ceño ante la idea, y se ajustó las gafas en la nariz, un gesto, que Alex comenzaba a darse cuenta, que era un hábito de su fantasmal compañero—. Es extraño. No puedo tocar nada, y sé, por ejemplo, que en este momento estoy sentado, pero no puedo sentir la tela, no puedo sentir nada físico. Pero puedo sentir el calor y el frío, y cada vez que caminas hacia la puerta, puedo sentir eso...

Alex tragó con total impotencia y sintiendo el miedo en el rostro de Sid. No podía entender, como alguien tan grande y... muerto, podía parecer tan amable y vulnerable. Esto estaba más allá de toda la experiencia de Alex.

—Siento... temor. Pánico y malestar, sabiendo que en pocos segundos, voy a desaparecer, tal vez para siempre. —Miró a Alex—. Eres la única persona en el mundo que sabe que todavía existo.

—Lo siento —dijo en voz baja, sintiéndose a la vez muy pequeño e insignificante, como si un gran peso se hubiese instalado en sus hombros—. Siento que todo esto te haya sucedido.

Sid resopló con tristeza. —Siento que tengas que estar pegado a mí en tu casa.

—Tal vez pueda ayudarte de alguna manera.

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Alex estaba seguro de haber visto un destello de lo que parecía esperanza tras los gruesos lentes, y se dio cuenta de que realmente quería ayudar. No tanto por conseguir deshacerse de su huésped no invitado, sino ayudar, dejando de lado lo anormal, al agradable chico. —Has estado aquí sólo dos días, ¿verdad? tal vez puedo averiguar lo qué ocurrió, ¿informar a algunos de tus amigos o familiares? —preguntó Alex esperanzadamente, aunque, cuando el entusiasmo de Sid se atenuó, pensó que tal vez fue erróneo decirlo.

Sid sacudió la cabeza y le ofreció una sonrisa torpe pero educada. —No tengo familia.

Alex quiso abofetearse a sí mismo. —Oh, cierto, lo siento —dijo sinceramente—. Bueno, ¿amigos, entonces?

Sid le dio un ligero, y tímido encogimiento de hombros que conmovió, el corazón de Alex. —No muchos, me temo.

—Estoy seguro de que eso no es verdad, eres... —Sid lo miró, y Alex tragó nerviosamente, lejanamente consciente de que sus mejillas estaban empezando a enrojecerse—. Ahora que no estoy aterrorizado por ti, pareces bastante agradable —intentó bromear—. ¿Cómo es posible que no tengas docenas de amigos?

La sonrisa de Sid era leve, sólo una pequeña elevación en la esquina de sus labios, pero su mirada incolora era sorprendentemente cálida. —Supongo que no era la persona más extrovertida del mundo. —Miró a Alex, y habló en voz baja. — Eres un buen chico, Alex. Me hubiera gustado ser tu amigo en vida.

Hasta ese momento Alex había estado sentado en el extremo opuesto del sofá, acurrucado en su rincón, como si no

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estuviese totalmente dispuesto a admitir que estaba aceptando que esto estaba sucediendo, que había tales cosas como fantasmas, y que podía ver y hablar con uno. Abandonó esa simulación y se sintió plenamente inmerso en lo que era o bien una fantasía o una conexión de por vida con otra persona. Se arrastró hasta la mitad del sofá. No podía tocar a Sid, pero podía demostrarle que no le tenía miedo.

—Pero hay algo que puedo hacer, ¿no?

Las cejas de Sid se juntaron con tristeza y tomó una respiración profunda, dejándola escapar rápidamente mientras rehuía los intentos de Alex por mirarlo. —Va a sonar patético.

—Hey. —Alex intentó llamar su atención—. No importa. ¿Qué puedo hacer para ayudar?

Sid lo miró a los ojos tímidamente, y pasó su lengua por el labio inferior. — ¿Podrías... podrías encontrar a alguien por mí?

—Claro. —Alex asintió—. ¿Quién es? ¿Está en Bristol?

Sid asintió y sonrió forzadamente. —Es probablemente la cosa que más amo en el mundo.

Alex se sorprendió por la repentina sensación de decepción que lo embargó, como si hubiera sido detenido en seco. —Bueno, él es... —Alex rascaba un lado de su mejilla—. ¿Es tu novio? ¿Puedes darme su número?

Sid sacudió la cabeza. —No hay ningún número, es... —Le disparó a Alex una mirada rápida, avergonzado—. Es Baldrick, mi gato.

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Vivir en Londres no te convertía, inmediatamente, en un experto viajero del metro y el tren. Por lo menos no lo había hecho con Alex. Se quedó mirando, en el tablero informativo de la estación de Kings Cross, los tiempos y destinos de los trenes, en letras naranjas, que se arrastraban lentamente de derecha a izquierda. Como siempre que viajaba más allá de su zona de confort, Alex se sintió incómodo.

Dudó al comprar el billete, no sabía si debía escoger uno abierto, uno de ida y vuelta, o uno sencillo. Sabiendo que no tenía idea de cuándo regresaría, ya que al parecer tendría que encontrar primero al asustadizo gato, optó por la opción más barata y compró el sencillo. Luego compraría otro para regresar a casa, cuando sea que eso fuera. Aún con su tarjeta de red ferroviaria pagó la considerable suma de 38 euros, dinero que de otro modo habría gastado en comida para llevar, se dijo.

Se enganchó la mochila en el hombro, y comenzó a abrirse paso entre la inmóvil y maleducada multitud de trabajadores londinenses. Le esperaba un viaje de media hora en metro desde Kings Cross a Paddington, y luego una hora y cuarenta y cinco minutos en tren hasta Bristol. Rebuscó en su mochila para encontrar su ipod, y se pasó los treinta minutos en metro escuchando las diferentes listas de reproducción.

Se sintió aliviado cuando el tren se detuvo en el andén y caminó hacía la parte trasera. Ni siquiera echó un vistazo a los pretenciosos asientos de primera clase, en serio, ¿quién pagaba más por una servilleta y una taza de té? Pulsando el botón

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circular que abría las puertas, encontró un asiento al lado de una ventana, asegurándose de no haber escogido uno que lo obligara a viajar por casi dos horas mirando hacia atrás, dejó caer su mochila en el asiento de al lado, contento de estar en camino.

Se apoyó en el reposacabezas y cerró los ojos. ¿Qué demonios hacía viajando a Bristol? Infiernos, ahora que estaba lejos de Sid, el fantasma, estaba empezando a dudar de su cordura. Estaba viajando... ¿A cuánto? A doscientos kilómetros, o algo así, para rescatar al gato del fantasma de su apartamento. ¿Qué diablos le pasaba? Sabía que todo esto era una locura, y sin embargo... allí estaba, haciéndolo.

Alex restregó sus manos por su rostro, sabía por qué lo hacía. Lo hacía para no sentirse, la próxima vez que viese a Sid, abrumado de tristeza por el hombre. Quería darle algún tipo de comodidad, y si tenía que hacer algo que cuestionaba su cordura para lograrlo, por sus muertos que iba a hacerlo. Una pequeña sonrisa se asomó en sus labios mientras recordaba la conversación que había precedido a su pequeña excursión fuera de casa.

— ¿Baldrick? —preguntó Alex, luchando contra una sonrisa y, curiosamente, aliviado de que fuera un gato, de quien hablaban—. Al igual que en, “tengo un astuto plan, Baldrick8”.

—Supongo que estoy en presencia de un fan de Blackadder9.

—Lo estás. —Asintió con orgullo.

8 Hace referencia a una frase utilizada repetidamente en la serie Blackadder.

9 Serie histórica británica, en la cual a través de la mirada de Edmund Blackadder , Baldrick y sus

descendientes, el espectador conocerá la historia de Gran Bretaña entre 1485 y 1917

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—Entonces, cuando lo veas entenderás cómo de acertado es su nombre. —La expresión de Sid se volvió más seria—. Eso si... si vas a buscarlo por mí.

Alex se pasó la mano por la parte de trasera de su cabello, sin saber qué contestar. —Eh...

— ¿Por favor, Alex?

Fue dicho en voz baja, y tan intensamente que era evidente cuánto le había costado pedirlo Se sintió claramente avergonzado, en el límite de sus fuerzas, y necesitado de algo de su casa, algo que amaba.

—Sé lo ridículo que suena, y que te haré perder tu tiempo, pero... se suponía que sólo me iría por una noche. He estado fuera tres y no debe tener nada para comer.

— ¿No tienes una gatera? ¿No puede salir a cazar? —preguntó Alex, curioso.

—Sí, pero... realmente no puede cazar.

— ¿Por qué?

Sid se quejó. —Es una larga historia, y no me deja en buen lugar.

—Ahora tienes que decírmelo.

Sid suspiró. —Sólo tiene tres patas.

Alex tenía la intención de preguntar por qué, pero todo lo que salió de su boca fue: —Aww.

Sid se echó a reír. —Y una oreja. Y no tiene cola.

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— ¿Qué? —Se rio Alex—. ¿Qué demonios? ¿Es Rambo gatuno o algo así?

—No, es... es por culpa mía —dijo Sid sintiéndose culpable—. Estaba conduciendo a casa un día, y de repente una mancha de pelaje blanco y negro se precipitó sobre el camino. Pisé los frenos, pero ya era demasiado tarde.

— ¿Atropellaste al gatito?

—Oh, sí. Lo envolví en mi chaqueta y me dirigí a la ciudad —negó—. Debía parecer un loco, metiendo la cabeza por la ventana y gritando a los peatones, preguntándoles dónde estaba el veterinario más cercano.

Alex se cubrió la sonrisa con la mano.

—Lo llevé y me dijeron que tendrían que amputarle la pata, la oreja y la cola. Pero que, ya que no tenía un collar o un chip, y que su recuperación sería larga, “lo más amable que podía hacer era dejarlo ir”. —Sid miró a Alex y meneó la cabeza—. Bueno, no podía dejar que eso sucediera, ya que había sido culpa mía. Les dije que estaría encantado de pagar la cuenta y que me lo llevaría a casa y cuidaría de él.

Las cejas de Alex se juntaron y se echó a reír, divertido. —Eso es tan dulce.

—Uf, tú también, no. —La sonrisa de Sid era tanto autocrítica como un poco avergonzada—. Tanto la recepcionista como el veterinario me miraron como si yo fuera un gran y dulce idiota.

Alex lo miró de pies a cabeza. —Supongo que tienes a tu favor esa cosa de ser un gigantón amable.

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—He oído eso antes, aunque no lo creas. Siempre me hace sentir como Lennie10. Ya sabes, de “De ratones y hombres”.

Alex se rio a carcajadas. —No hay conejos por aquí que cuidar.

—Por suerte. —Se quedaron en silencio por un momento, y luego miró a Alex con una expresión de esperanza—. No te dará ningún problema. Es feo como el infierno, pero es un absoluto encanto, lo juro. Su propósito en la vida es comer, dormir y acurrucarse.

Alex miró a su alrededor. —Este apartamento no está en el primer piso, no podría salir a la calle desde aquí.

Sid sacudió la cabeza. —No le gusta salir a la calle, sería atropellado si saliese.

Alex se mordió el labio —Tal vez... tal vez pueda ir a Bristol... ¿pero no sería mejor idea llevarlo a un albergue? —le preguntó con suavidad. Alex nunca había tenido una mascota, y aunque se sentía mal por Sid, todo esto era demasiado. Ir a Bristol, en nombre de un fantasma era una cosa, pero traer a su gato a casa era otra bien distinta.

Sid miró hacia otro lado decepcionado y sus hombros cayeron ligeramente, pero su tono era todavía respetuosamente agradecido. —Sí, probablemente lo sería. Te agradezco que vayas Alex, es muy amable de tu parte.

—Yo... lo siento, Sid. Acabo de pensar que tal vez sería mejor para él si…

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Lennie es uno de los protagonistas del libro y de la película “De ratones y hombres”, se trata de un

hombre discapacitado que destaca por su gran tamaño y amabilidad especialmente con los animales.

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Sid sacudió la cabeza: —No, Alex, está bien. Fue un abuso pedírtelo en primer lugar.

Bueno, eso lo hacía sentir como una absoluta mierda, pero realmente, ¿qué podía hacer?

— ¿Sin embargo, Podrías hacer algo por mí cuando lo encuentres?

Alex se sentía muy mal, el hombre parecía realmente desilusionado. —Por supuesto.

—Tiene una manta... bueno, en realidad es una vieja camiseta mía, pero siempre duerme sobre ella, está en su cama. Y tiene un pequeño ratón, está todo raído y tintinea al sacudirlo. —Dio un ligero y afectuoso encogimiento de hombros—. Supongo que lo ama porque es muy malo cazando a los reales. Si no lo encuentras, probablemente estará bajo el sofá de la sala de estar. —Se ajustó las gafas sobre su nariz, y se aclaró la garganta, claramente incómodo—. Y si pudieras...eh...

— ¿Qué? No pasa nada... —aseguró Alex suavemente.

—Si pudieras acariciarlo un poco por mí, antes de llevarlo. Es tímido con los extraños, al principio, pero es muy cariñoso. —Se encogió de hombros—. Es un poco solitario. —Sid le dio una sonrisa a medias—. Algo así como su dueño.

Alex se sentía como un maldito monstruo. —Tal vez... no tenga que llevarlo a… —Alex comenzaba a sentirse realmente mal, pero Sid levantó la mano.

—No, Alex, está bien, de verdad. Estoy muy agradecido de que vayas, y que sea cuidado en un albergue. Gracias.

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—Voy a pagar para que se quede un par de semanas y dejar un número falso. Cuando no regrese, estoy seguro que lo llevaran a un refugio o será adoptado por una viejecita que viva en el campo, sin coches a la vista. —Alex sonrió suavemente.

—Eso sería perfecto, Alex. Gracias.

Y allí estaba, a diez minutos de llegar a la estación de tren de Bristol Temple Meads. Se inclinó hacia delante con el fin de alcanzar su bolsillo trasero con las instrucciones que había anotado. Parecía largo, pero en realidad era sólo un paseo de veinte minutos al centro Southville, y desde allí debía tomar un autobús y por último, un corto paseo a la casa de Sid. También tenía los números de contacto y direcciones del albergue más cercano.

Sid le había dicho que utilizara su coche, que estaba estacionado en su garaje, para llevar a Baldrick al albergue, y para volver a su casa en él, y así ahorrarse el billete de tren. Pero Alex señaló, rápidamente, que cuando las autoridades descubrieran donde vivía Sid, si no lo habían hecho ya, se vería muy sospechoso que su coche faltara. En realidad, no era, en absoluto una buena idea estar allí, pero la perspectiva de vivir con Sid, sabiendo que había dejado a su gato solo en casa muriéndose de hambre, no dejaba ni siquiera una posibilidad remota de no ir. En su lugar, había investigado. Había llamado al hospital, donde trabajaba, o más precisamente, a la morgue, para preguntar si había llegado el cuerpo de Sid Jones, o cualquier otro cuerpo que coincidiera con la descripción de Sid en la última semana, pero no hubo suerte. Había llamado a todos los hospitales de Londres, pero una vez más, no obtuvo nada. Estaba perdido no sabía cómo podía ayudarlo, sin contar con lo que estaba haciendo ahora. Sin embargo, no podía usar el teléfono, encender una luz, nada. Nada que pudiese aparecer en

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una factura, después de la fecha en que supuestamente Sid Jones había muerto.

Las instrucciones eran bastante fáciles de seguir, y en muy poco tiempo, se encontró de pie fuera de la casa de Sid. Era malditamente bonita. Tenía un aspecto antiguo, victoriana al parecer. Se apartó, y dando un rápido vistazo alrededor, la parte trasera reveló un gran jardín y un patio que estaba cercado y rodeado de árboles.

—No está nada mal, Sid.

Como no quería ser visto merodeando alrededor, recuperó la llave de repuesto oculta bajo una pequeña maceta escondida. Sonrió y negó, Andy habría tenido un jodido arrebato acerca de esto, y se decidió a entrar.

El lugar era bonito. Techos altos y pisos pulidos, las habitaciones eran amplias y mostraban obras de arte en la mayoría de las paredes. No se sentía cómodo ante la idea de tocar cualquier cosa, pero no tenía más remedio que comprobar todas las habitaciones, tenía que encontrar al maldito gato.

Estaba bien amueblada, pero no sobrecargada. Era espaciosa, pero sólo tenía un dormitorio y una habitación de huéspedes, un baño privado y un baño simple. Era una casa acogedora pero con estilo, y aunque Alex sólo había visto a Sid en pijama, se podría decir que el lugar se le ajustaba. Era sofisticado, pero práctico.

Aunque mirando alrededor, sintió que algo... raro. No era malo, sólo extraño. Mientras admiraba una pintura de lirios se dio cuenta lo que era. No había fotos de personas. Había cuadros con obras de arte y fotografías enmarcadas, pero no había fotos de sus amigos o familia. Se le hizo inexplicablemente triste.

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El sonido de una campanilla, un tintineo que sólo había escuchado en el collar de un gato, llamó su atención, y caminó hacia la cocina. Oyó un suave, miau, y sonrió. ¡Te encontré!

— ¿Baldrick? —Después se reiría de lo absurdo que se veía—. Aquí, gatito. — ¿Esto debería funcionar? Escuchó otro suave maullido que sonaba como un llanto de gatito, y frunció el ceño cuando se inclinó para mirar debajo de la mesa de la cocina.

—Santa mierda, que feo eres.

Debajo de la mesa, encogido bajo una silla y viéndose pequeño y patético estaba el gato más feo que nunca hubiese visto. Era negro, pero sus patas, su parte inferior y parte de su labio superior, eran blancos. Como si el gato no tuviese suficientes cosas en su contra, la sección del labio blanco parecía cuarteada. En efecto tenía una sola oreja, y aunque no podía ver los lugares donde le faltaba la pata, y la cola, sin duda podía ver que este gato había sido nombrado apropiadamente. La pobre cosa era fea, pequeña, y parecía totalmente incapaz de valerse por sí misma.

Maulló de nuevo, y Alex se enderezó con un suspiro. Caminó alrededor de la mesa y poco a poco empujó hacia atrás la silla bajo la cual estaba sentado. Alex dio un respingo cuando escuchó un ruido sordo, supuso que se trataba de Baldrick, en un nada elegante intento de fuga, y resopló divertido mientras la criatura echaba a correr con una embarazosa cojera tras la puerta de la cocina.

—Bueno, tal vez la cosa de tres patas, es cariñosa.

Poco a poco, movió la puerta de la cocina, y sonrió mientras los grandes ojos parpadeaban hacia él. —Tendría que haberte llamado Gato con Botas.

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Se arrodilló y lo levantó, dándose cuenta de que era la pata derecha trasera la que le faltaba, cuando cubrió su vientre y lo sostuvo contra su pecho. No pudo dejar de sonreír cariñosamente cuando sintió el nudo casi imperceptible en el lugar donde debería estar la cola. Le rascó suavemente detrás de la única oreja que tenía, y cuando el pequeño lo miró directamente y le maulló como un cachorrito, la sonrisa se deslizó por su rostro.

—Oh, Dios mío. Te amo.

Lo acarició bajo su pequeña barbilla y supo de inmediato, mientras Baldrick ronroneaba, que se había convertido de repente en el dueño del más feo y adorable gato que había visto en su vida.

—Oh, mierda. Quiero decir... mierda.

Se sentó con un suspiro en la silla de la cocina que había movido, y al comprobar que Baldrick parecía feliz de estar en su regazo mirándolo, se sintió aún más atrapado por la tierna y fea criatura.

—Así que... —Miró hacia abajo y acarició la pequeña cabeza, desaliñada—. ¿Cómo te sientes acerca de ir Londres, Baldrick? —Cuando se encontró con el más desagradable y molesto de los aullidos, recordó de pronto, que se trataba de un gatito hambriento. Lo bajo al piso de la cocina, sonriendo cuando Baldrick permaneció en su lugar, en cuclillas como si estuviera listo para salir disparado en cualquier momento, mientras Alex buscaba a través de los armarios la comida para gatos.

—Comida para gatos, comida para gatos... ¡ajá!

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Tan pronto como agitó el paquete y abrió la parte superior, sus tobillos estuvieron rodeados por un gatito ronroneando en voz alta. Se arrodilló y depositó la comida en uno de los pequeños cuencos que suponía pertenecían al gato. Sonrió cuando Baldrick empezó a comer antes de que él incluso vaciara el paquete. Cogió un segundo cuenco y lo enjuagó bajo el grifo antes de llenarlo de agua y colocarlo al lado del otro. El gato no hizo más que una pausa para mirarlo, y siguió comiendo hasta llenarse. No podía culpar al pobre.

Alex decidió ir en busca de las cosas que tenía que recuperar, mientras que Baldrick comía. Encontró la camiseta que Sid había mencionado con bastante facilidad, y el raído ratón estaba en el sofá como Sid dijo que estaría. La cama tendría que quedarse, lo mismo que la caja de arena, sus manos estarían llenas con la caja del gato. Así que después de llenar su mochila con la camiseta y el ratón, agarró del armario toda la comida para gatos y llenó su mochila hasta el tope.

Se preguntó por un momento si tal vez podría llevar más cosas de Sid, tal vez sus libros, pero entonces pensó, ¿cómo iba a leerlos? Sid parecía tener una colección muy ecléctica de películas, incluyendo todas las series de la Red Dwarf, si hubiese conocido a Sid, cuando el hombre estaba vivo, podría jurar que amaría, como ningún otro, su gusto por las películas, pero todos eran discos Blu-ray. Alex sólo tenía un reproductor de DVD estándar. También en la sala de estar, vio lo que parecía ser un tablero de cristal, junto a las piezas de un juego de damas en un lado, y las de un juego de ajedrez al otro. Alex no se animaba a tomarlo, sabiendo instintivamente que podría dañarlo, de alguna forma, en cuestión de segundos.

No. Estaba seguro de que el gato sería suficiente para complacer a Sid, por ahora, ya que no había planeado llevarlo de

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vuelta de todas formas. Alex rebuscó en el armario de los abrigos para encontrar la caja del gato, que era exactamente donde Sid había dicho que estaría. Sonrió, al pensar que iba a hacer a un fantasma muy feliz.

Tan agradable como era la casa de Sid, en realidad no quería quedarse allí más tiempo del que fuese necesario. Había pensado pasar la noche y volver en la mañana, pero día de fiesta o no, no se sentía bien estando allí cuando. Si lo viesen, podría parecer sospechoso.

Puso la llave de repuesto, su mochila, y la caja del gato abierta en la mesa de la cocina, y trató de planear la forma de meter al gato de la manera menos traumática para ambos. Miró hacia abajo donde el gato yacía, y luego se quejó al ver que Baldrick ya no estaba allí, sólo estaban el cuenco de comida vacío y el de agua. También necesitaría unos en su apartamento. Alex suspiró y los puso en la lista de ‘por comprar’ que se estaba formando en su cabeza, y fue en busca del adorable monstruo.

—Vamos, Baldrick, si nos vamos ahora podemos estar de vuelta para la hora del té.

Nada.

—Voy a comprarte bocadillos.

Una vez más, nada. Por un segundo, Alex se preocupó de que Baldrick hubiera utilizado la gatera, y que tendría que quedarse allí sentado esperando su regreso hasta mañana, algo que le pareció más que ridículo, pero luego, gracias a Dios, oyó la campanilla del collar del gato. Siguió el sonido hacia la puerta trasera, donde encontró Baldrick cubriendo su asunto en una bandeja de arena.

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—Joder. —No había pensado en eso. ¿Qué pasaba si el pequeño sentía el llamado de la naturaleza mientras estaban en el tren? ¿En el metro? Espera... no podía tener un gato en el metro, ¿no? Pensó de nuevo en la oferta de Sid de tomar su coche, pero inmediatamente la rechazó por ser demasiado arriesgada. En momentos como estos le gustaría tener un coche, pero cuando se vive en Londres con el metro en la puerta de su casa, no tenía mucho sentido. Suspiró. Esto se estaba complicando.

—Bueno, si yo voy llevarte, tendré que hacerlo ahora, ¿no?

Con el razonamiento que el gato estaba sin sed, alimentado, y acababa de hacer sus necesidades, no había mejor momento para ponerlo en esa caja y llevarlo hacia la estación de tren. Averiguaría qué hacer a continuación, cuando estuviese de vuelta en Londres.

Meter a Baldrick en la caja no fue tan difícil como creía. Había tenido una idea genial, sacar la camiseta de Sid de su mochila para hacer una cama cómoda en su interior. Tomó al gato y suavemente lo acomodó en la caja, el pequeño parecía contento, y tras mirar a Alex en par de veces se colocó para lavarse. Alex había encontrado extrañamente divertido verlo lamer su pata y luego limpiarse su única oreja.

El transporte público fue harina de otro costal. Había sentido como se ruborizaba con las miradas que recibía en el autobús cuando Baldrick había protestado por los movimientos del gran vehículo y los sonidos del motor. Sin embargo, había estado un poco más tranquilo en el tren de retorno a Londres, e incluso, en algún momento, se quedó dormido por algunos minutos. Ahora, Alex se encontraba en la estación de Paddington,

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sosteniendo la caja contra su pecho con un asustado gato en el interior, examinando sus opciones.

Podía caminar, era sin duda la opción más barata, pero tomaría una hora por lo menos, y comenzaba a flaquear después de haber pasado la mayor parte del día viajando. El metro era lo más conveniente. Necesitaría tomar la línea Circle hasta King Cross, a continuación, un cambio a la línea Northern hacia Camden Town. A partir de ahí, sería un escaso trayecto de cinco minutos a pie. Alex frunció el ceño cuando sintió a Baldrick moviéndose en la caja, extendió una pata a través de los pequeños barrotes, mientras lloraba lastimosamente. Suponía que todos los ruidos y olores nuevos podrían ser particularmente alarmantes para un gato. Suspiró. Por tanto, el metro no era una opción. Estaría encerrado y caliente, y los movimientos serían aún peores que en el autobús. El autobús, Alex lo rechazó al instante, recordando lo mucho que su nuevo gato había odiado su anterior viaje en este.

Todo este alboroto por un gato, ¿Alex? Pero no era sólo un gato, era de Sid, y ahora su gato. Y realmente quería que la expresión triste de Sid fuese remplazada por una sonrisa, el por qué esto era tan importante para él, decidió no cuestionárselo.

Todo esto solo le dejaba la opción más cara. Taxi. No tardaría más de diez minutos para llegar a casa, y que eran otras diez libras o algo así añadidas a lo que este viaje ya le había costado hasta ahora. Con ese pensamiento en mente, decidió hacer un desvío al supermercado más cercano. Sabía que tan pronto como llegase a casa querría ponerse ropa cómoda y colapsar en el sofá, no estaría de humor para volver a salir y abastecerse de los suministros para gato. Y no había manera en el infierno de tener un gato en su piso sin una caja de arena cercana a él.

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En un principio, había intentado llevar la caja del gato en una mano, y la cesta de compra en la otra, pero rápidamente quedó claro que esto era un estúpido error, cuando había golpeado la caja del gato asustando a su nueva mascota. Pronto descartó la cesta en favor de un carro, y colocó cuidadosamente a Baldrick en el final de la misma y se dirigió a la sección de mascotas.

No había sido su intención llenar el carro tanto como lo había hecho, pero quién iba a saber que los gatos podían necesitar tantos accesorios. Había agregado un poco más de alimento, una caja de arena con la arena incluida, un cepillo para gato, un poste de rasguño, recipientes de comida, un collar de repuesto y diversos juguetes.

—Está bien, nada más —se dijo, pero luego se detuvo al ver una pequeña selección de camas para gato. Suspiró y se inclinó sobre el carro mirando al gato—. ¿De qué color?

Con una respuesta aproximada, Alex eligió una cama pequeña, de color azul con patas. Hizo espacio en el carro, moviendo a un lado un poco de cereal y un tablero de damas plegable hecho de cartón que había visto en la sección de juguetes, y se dirigió a una de las cajas.

—Bueno, tiempo de que los dos regresemos a casa.

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Había encontrado un taxi casi de inmediato y, en menos de diez minutos, estaba de pie frente a su edificio. Arrastrando los pies al salir del ascensor con sus bolsas, Baldrick y sus llaves en la mano, se dirigió por el pasillo hasta su apartamento, y entró. Puso las bolsas en el suelo, y cuando levantó la vista, Sid estaba de pie delante de él. Saltó un poco, se cubrió el pecho con la mano y comenzó a reír sin aliento.

—Me sorprendiste.

—Prerrogativa de fantasma, supongo.

Alex sonrió a sí mismo cuando, Sid bajó la mirada hacia las bolsas, al parecer, no había notado la caja del gato detrás de ellos, mientras él se quitaba su abrigo.

—Has estado haciendo algunas compras, por lo que veo.

—Sí, Tenía que conseguir algunas cosas. —Dejó escapar un profundo suspiro mientras colgaba su abrigo, y luego se paraba frente a Sid, la feliz anticipación revoloteaba en su estómago.

—Así que... ¿cómo fue el viaje? —preguntó Sid con cuidado.

—Cansado —respondió, mientras se quitaba sus zapatos halando del talón—. Por cierto tienes una casa muy bonita.

—Gracias —respondió Sid ausente, estaba claro que estaba deseando saber sobre Baldrick, pero un poco reacio a hacer la pregunta directamente—. ¿Cómo te fue? —Finalmente se aventuró.

Alex lo miró y le sonrió con dulzura. —Todo salió bien —se rio en voz baja—. Lo describiste a la perfección.

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Sid sonrió con tristeza y asintió.

—Algo feo, pero extrañamente adorable... —Pasó por encima de las bolsas y luego levantó la caja del gato, estirando el cuello hacia delante para mirar dentro—. Creo que es la perfecta descripción de este pequeño.

Alzó la vista para ver a Sid también estirando el cuello hacia delante para mirar en la caja con una expresión de obvia sorpresa, que poco a poco se transformó en una mirada de puro deleite. Alex supo, en el mismo momento que vio la sonrisa de Sid, que todo el viaje había valido la pena.

—Lo trajiste aquí —Sid se agachó delante de la caja—. Hola, cariño. —Se rio, el gato no hizo ni la más mínima muestra de haberlo notado. Negó y se levantó, y extendió la mano para tocar la mejilla de Alex, sorprendiendo a ambos, antes de recordar que tal cosa no era posible.

—Alex... —Negó—. Esto es excesivamente amable.

Alex se encogió de hombros, sintiéndose muy satisfecho. —No había otra opción realmente, lo sostuve una vez y eso fue todo. No pude evitar traerlo a casa.

—Gracias, Alex. No tenía idea de que... —Negó de nuevo y resopló mientras buscaba las palabras adecuadas.

—No tenías idea ¿de qué?

—Creo que, podrías haberme gustado casi de inmediato, pero...—Se mordió el labio por un momento—. No tenía idea de que fueras tan buen tipo.

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Alex no estaba seguro de cómo responder, y se sorprendió a sí mismo mirándolo fijamente por un segundo, antes de que un suave maullido hiciera que ambos mirasen hacia abajo. —Oh, infiernos, vamos a sacarte de ahí. —Se arrodilló, colocó la caja sobre la alfombra, y abrió la puerta—. Pobrecito has estado ahí más de dos horas.

Levantó a Baldrick y lo abrazó contra su pecho. —Tal vez debería haberlo traído a casa antes de ir de compras.

—No creo que puede verme.

Alex levantó la vista, y a pesar de que Sid parecía estar bien, simplemente curioso, por alguna razón, se sintió de repente terriblemente culpable. —Oh, lo siento, Sid. Ni siquiera pensé en eso. —Sid lo miró con sorpresa y con una emoción que Alex no podía describir brillando en sus fantasmales ojos.

Sid sonrió con afecto y Alex, no estaba seguro de por qué, pero sintió un aleteo nervioso en su estómago. —Está bien, Alex. Odiaba que estuviese solo en mi casa, ahora está a salvo aquí contigo.

Inseguro en cuanto a cómo responder, Alex se inclinó y colocó a Baldrick en el piso y vio como el gato vacilante exploró la sala de estar. Cuando Sid habló nuevamente, Alex no pudo hacerle frente al fantasma y mantuvo sus ojos en Baldrick.

—Probablemente te besaría ahora mismo, si fuera posible —dijo suavemente, pero sin un rastro de duda.

—Probablemente te dejaría —respondió Alex, calmadamente sorprendiéndose a sí mismo. Miró a Sid, y la mirada del fantasma estaba tan concentrada, tan llena de anhelo, que Alex tuvo que mirar hacia otro lado rápidamente dejando

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escapar un profundo suspiro. Se inclinó y recogió las bolsas, llevándolas a la cocina.

—Tomé la comida para gatos de los armarios de tu cocina, pero de todos modos, fui y compré un poco más de Whiskers... —Buscó a través de las bolsas—. ¿Dónde está? —murmuró para sí mismo.

— ¿Qué estás buscando?

Alex casi saltó al oír la voz justo detrás de él. —Estoy buscando la... esto. —Sacó la pequeña caja de arena y la bolsa con la arena.

—Parece que has pensado en todo.

—Sí, eso espero de todos modos. No habría manera de que volviera a salir ahora. Estoy hecho polvo.

Se dio cuenta, mientras Sid se asomaba a las bolsas, que una sonrisa un poco triste lucía en los labios del fantasma.

—No tiene que hacer todo esto, Alex.

Alex estaba de rodillas llenando la caja de arena, y se encogió de hombros. —Ya lo sé. Supongo que no pude evitarlo. Cogí su ratón de debajo de tu sofá, y la camiseta está en su caja de viaje, pero no pude traer nada más conmigo. —Se puso de pie y fue a mirar a la sala de estar para ver dónde estaba Baldrick, y sonrió cuando lo encontró oliendo sus zapatos Croc. Lo recogió y lo puso al lado de la caja de arena. Señaló a su pequeña nariz, y Baldrick olfateó la punta de su dedo.

—Ahora te acuerdas dónde está, ¿me oyes?

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Alex sonrió satisfecho cuando Baldrick subió directamente a hacer uso de esta. Se levantó y miró a Sid mientras se limpiaba las manos en sus pantalones vaqueros orgullosamente. —Chico inteligente.

Sid se echó a reír. —Lo es, sí. —Sid miró a las bolsas—. Te sobrepasaste un poco. —Había una nota de preocupación en su voz.

Alex le restó importancia. —Compré otra cama, algunos juguetes, cosas así. —Se encogió de hombros—. Está bien, Sid, no quiero hacer otra escapada —bromeó.

—Así que... ¿estás realmente feliz de que haberlo traído?

Alex sintió como si hubiera una pregunta escondiéndose dentro de otra en algún lugar, pero por su vida, no sabía cuál era. Respondió con la verdad. —Puede quedarse, creo que me va a gustar tenerlo a mí alrededor. —Miró a Sid, encogiendo uno de sus hombros—. Y a ti también... tal vez.

Alex esperaba que Sid mostrara algún tipo de alivio, tal vez alguna pequeña reacción a no estar en contra de su compañía. En cambio, el fantasma parecía pensativo, como si contemplara cómo hacer una pregunta incómoda.

— ¿Y cuando me haya ido? —preguntó Sid cuidadosamente, no queriendo ser ingrato o insultante.

Alex frunció el ceño. —No te irás.

—No sé cómo funciona esto, y tú tampoco. Pero si un día te despiertas y no estoy aquí... asuntos pendientes resueltos o ese tipo de cosas.

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—Oh. —Honestamente, no había siquiera pensado en eso—. Voy a cuidar de tu gato. Lo voy a hacer mi gato.

Y allí estaba la sonrisa de alivio que había estado esperando ver. Miró a lo lejos, tomando lo que había comprado y abrió un armario colocando las cosas, incapaz de mirar tras él.

Ni siquiera veinticuatro horas.

—Y te extrañé, creo… —Añadió en voz baja, sin atreverse a darse la vuelta.

Sid no dijo nada, y para Alex, no decir nada, lo decía todo.

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Era un día agradable y cálido, aunque si Alex estuviera en el trabajo, probablemente estaría infeliz por ello. Estaría incomodo y acalorado en su uniforme, y molesto por estar confinado. En verdad, estaba confinado en casa, pero eso no era lo mismo. Era un día precioso.

Su semana de descanso estaba llegando a su fin, y no había hecho nada fuera de lo normal, de hecho, no había salido de su apartamento. Había caído en una rutina de actividades. Alex se despertaba, salía de su dormitorio, y era recibido por Baldrick, hambriento y rodeándole los tobillos. Miraba hacía el sofá, donde estaba Sid, saludándolo con una sonrisa y un “Buenos días”.

Daba de comer al gato, se alimentaba a sí mismo, y se unía a Sid en el sofá. Esa era su rutina diaria. Se había convertido en un culo flojo en los últimos días, y no sentía el más mínimo sentimiento de culpa por ello. Era a la vez cómodo y reconfortante, no hacer nada más que estar con Sid. Ellos hablaban o eran felices sin hacerlo. Le había preguntado a Sid sobre su vida, acerca de quién era, o quién había sido. Sid no quería hablar mucho sobre sí mismo, pero parecía más que contento de escuchar a Alex hablar de su vida. Pasaron un día entero viendo las cuatro temporadas de Blackadder, una tras otra, lanzándose citas el uno al otro y riéndose como un par de tontos.

Alex se acercó a la cocina, para servirse su comida favorita... aperitivos. Honestamente, estaría encantado de ir a un

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restaurante, y pedir nada más que aperitivos, una mini selección de ellos. Hoy, tenía rollos de pato, langostinos empanados, pan de langostinos y gambas a la gabardina. Yum. Guardó las sobras, aunque le hubiera gustado poder compartirlas con Sid.

Sid observaba fijamente el tablero, y de vez en cuando, levantaba la mirada hacia Alex y le sonreía al ver su mini selección de comida. Con la ventana de la cocina abierta, los sonidos de Camden Town se colaban uniéndose a la radio que sonaba en la encimera de la cocina, y Baldrick dormía acurrucado con su andrajoso ratón. Definitivamente Alex decidió que era una buena forma de pasar su breve descanso.

—Esa, ahí. —Sid señaló una de sus fichas, y luego sonrió—. Coróname.

Alex se tragó su bocado, y gruñó en broma. —Vas a ganarme otra vez.

—Sí.

Alex cogió otra ficha y la colocó encima de la que había señalado Sid, coronándola. El tablero era barato y estaba hecho de un cartón, sólo un poco más resistente que el de una caja de cereales, pero cuando le mencionó a Sid que lo había comprado, lo miró de tal manera, que cualquiera diría que había inventado el juego.

— Oh, Dios mío.

— ¿Qué? —Alex miró hacia arriba, lamiendo la salsa agridulce de su pulgar—. ¿Estás bien? —Frunció el ceño al ver la extraña expresión en el rostro del hombre.

— ¿Tú... los comes por orden alfabético?, ¿no?

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Alex se quedó quieto y luego se quejó, girando los ojos y con un rubor tenue. —No es tan raro.

— ¿No es tan raro? —repitió Sid y luego soltó un bufido.

—Cállate —Alex se rio tímidamente.

—No me di cuenta al principio, pero luego, es como un patrón... gambas a la gabardina, un bocado de langostinos empanados, pan de langostinos y un rollo de pato. Incluso dejas la salsa agridulce para el final. No puedo creer que no me haya fijado en eso. Comes en orden alfabético.

—Mira, yo sólo... —Se encogió de hombros, jugando con nada en absoluto—. Mi madre me presionaba mucho cuando era un niño acerca de ser más organizado, solía estar solo, en mi propio y pequeño mundo o ese tipo de cosas. Comencé a hacer esto para molestarla, así que... adquirí una especie de TOC11

Sid se quejó y luego metió la mano bajo las gafas para frotarse los ojos. —No te das cuenta, ¿verdad?

—Sé que es un poco raro... —Alex se defendió.

—No —Sid sacudió la cabeza, dando un gesto de desesperanza—. Eres tan lindo.

A Alex le sorprendió el regocijo que le produjo oírlo y no pudo ocultar su sonrisa. Avergonzado miró hacia abajo al plato y cogió al borde de un rollo de pato.

—Lo siento —dijo Sid, empujando las gafas, a pesar que la expresión de su rostro dejaba ver que la situación le parecía más

11Trastorno obsesivo-compulsivo.

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divertida que otra cosa—. Probablemente no debí decir eso, no quiero hacerte las cosas difíciles.

Alex se encogió de hombros. —Me gusta cuando haces eso —dijo en voz baja.

— ¿Qué?

En respuesta, pasó la punta de su dedo a lo largo del puente de la nariz y sonrió.

Eso sorprendió a Sid haciéndolo reír, Alex levantó la vista para ver que lo observaba de una manera tierna por lo que no pudo sostener la mirada por más de unos pocos segundos.

—Supongo que me toca mover, ¿no? —dijo Alex, mirando de regreso al tablero.

El sonido del móvil de Alex vibrando sobre el mostrador de la cocina llamó su atención, y Alex lo cogió para mirar la pantalla.

—Si es tu amiga Jackie, probablemente deberías responderle.

Jackie había llamado y dejado un mensaje en su contestador ayer. En ese momento Sid y él estaban partiéndose de la risa mientras Alex jugaba con el gato, mirando al adorable monstruo sin gracia perseguir y abalanzarse sobre su andrajoso ratón. Había sido demasiado gandul para moverse por lo que dejó que la máquina recibiera la llamada. Tuvo la intención de devolverla, y lo haría, pero no era Jackie quien estaba llamando ahora. Puso el teléfono boca abajo.

—No es Jackie.

—Ah, ¿no?

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—Hmm —Alex no tenía ganas de explicar quién era, pero podía sentir el interés de Sid, a pesar de que el hombre era demasiado cortés como para ir a por ello y preguntar directamente. Alex suspiró—. Es mi ex.

Alzó la vista para ver una expresión indescifrable en el rostro de Sid, y de inmediato quiso no haber dicho nada en absoluto.

—Oh. Así que... ¿no se llevan bien?

— ¿Por qué piensas eso? —Preguntó mientras movía una ficha—. Tu turno. —Entonces se dio cuenta de lo estúpida que era su pregunta teniendo en cuenta que acababa de ignorar la llamada de Trevor. Miró el teléfono y luego sonrió a Sid. Sid le devolvió la sonrisa.

—Nos llevamos bien, es sólo... es complicado.

—Entiendo. —Estaba claro que no lo hacía.

Alex miró a Sid, mientras el fantasma al parecer estudiaba el tablero, y trató de adivinar en qué estaba pensando. —Llama por sexo —admitió, y Sid miró hacia arriba, ligeramente pálido.

—Oh —graznó Sid.

—Es un tipo egoísta y arrogante, por eso se rompí con él. Pero de vez en cuando, cuando no tiene nada mejor que hacer, me llama. Viene, me folla, se come toda mi comida, y luego se va. Siempre me siento patético y enojado después, pero... —Se encogió de hombros—. Sólo lo hago, le digo que puede venir, por lo que es mi culpa.

— ¿Por qué le dejas hacer eso? —preguntó Sid en voz baja.

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Alex se levantó y tomó el plato con los restos de los aperitivos lo colocó en el mostrador, y sacó papel de celofán de un cajón para cubrirlo. Se encogió de hombros. —Me siento solo. —Miró a Sid, y dio una breve sonrisa—. Por no hablar de caliente.

—Conozco el sentimiento. —Sid sonrió, pero por lo demás parecía incómodo—. Te mereces algo mejor que eso.

—Bueno, no es como si me llovieran las ofertas.

Sid suspiró. —Dime, ¿cómo luce ese ex tuyo?

—Trevor.

— ¿Cómo se ve Trevor, es un tipo bien parecido?

Alex no estaba seguro, pero el tono de Sid le parecía ligeramente cortante. —Es ah... sí, es guapo.

— ¿Siempre te fijas en los de ese tipo?

— ¿Por qué? —preguntó Alex, su voz se arrastraba con cautela.

— ¿Lo haces?

Alex dejó escapar un áspero suspiro. —Sí, prefiero a tipos bien parecidos. Soy un bicho raro —le espetó con sarcasmo—. ¿Por qué me lo preguntas?

—Tal vez si ampliaras un poco tus horizontes, no te sentirías tan utilizado.

Alex entrecerró los ojos una fracción, sintiéndose herido. — ¿Estás diciendo que debería apuntar más bajo?

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—No, eso es a lo que quiero llegar. Debes apuntar más alto.

— ¿De qué estás hablando? —Su buen día estaba empezando a irse cuesta abajo.

— ¿Alguna vez te has fijado en una persona que sea menos que perfecta? En apariencia, quiero decir.

— ¿Qué clase de pregunta es esa? —Alex se cruzó de brazos, tocándose los codos. Se sentía confundido en cuanto a saber a dónde quería Sid llegar con esto—. No soy tan superficial.

—Lo sé. Simplemente creo que... —Se calló y suspiró—. Lo siento, esto absolutamente no es de mi incumbencia. Sólo deberías... —Hizo una mueca de frustración y miró hacia otro lado, de vuelta al tablero—. Deberías ser adorado. Eso es todo.

Alex lo miró fijamente durante unos segundos, sus cejas se juntaron tristemente. — ¿Cómo puedes haces eso? —preguntó en voz baja.

Sid encontró su mirada, parecía extrañamente derrotado. — ¿Hacer qué?

—Sólo... das rodeos, ¿no?, después vas directo al grano. Diciendo algo tan honesto que lastima, pero después me haces sentir como si fuese increíble, o algo así. Haces que me siente especial.

Sid tragó. —No conozco a muchas personas.

—Eso es una tragedia, Sid.

—No, la tragedia, es que tengas una opinión tan baja de ti mismo.

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Ninguno de los dos dijo nada, no sabían qué decir. Alex miró al otro hombre de arriba a abajo, deseando que las cosas fueran diferentes, y de pronto soltó una sorpresiva carcajada.

— ¿Cómo no me di cuenta de eso antes? —se rio, sorprendido, y señaló la camiseta de Sid.

Sid bajó la mirada, y luego se quejó, tirando de su camiseta hacia delante para ver el diseño. —Oh, no... Sé que es malo. —A pesar de la conversación anterior, Sid atinó a sonreír ante lo absurdo de la misma.

—Sé que está descolorida, pero ¿cómo no me fijé en la camiseta de Los Cazafantasmas que lleva mi fantasma...? —Alex se echó a reír con ganas.

Sid entrecerró los ojos y dejó caer sus hombros. —Infiernos, no tienes de idea como me gustaría no haber muerto en pijama —se lamentó.

—Aww, Sid. ¿Qué voy a hacer contigo? —La necesidad de abrazar a otra persona nunca había sido tan fuerte, era frustrante como el infierno. Sin embargo, otra mirada a la camiseta le hizo resoplar y lo condujo a otro ataque de risa tan histérico como el de una chica.

Sid suspiró, sonriéndole. —La ironía no se me escapa, Alex, confía en mí.

Su risa poco masculina se convirtió en una sonora carcajada que hizo que Sid riera con él. Nunca había sido capaz de reírse tanto, o hablar de temas tan delicados como lo hacía con esta persona. Esta persona que, en cierto modo, ya se había ido. La risa de Alex se apagó, deseaba poder transmitir de alguna

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manera esos sentimientos a Sid, pero era demasiado complicado, y las palabras no le salían.

Ambos miraron hacia abajo al escuchar un tintineo, y vieron a Baldrick dando vueltas alrededor de los tobillos de Alex.

—También quieres tú aperitivo, ¿eh? —preguntó Alex, mientras lo levantaba, abrazándolo contra su pecho.

—Apuesto a que ya ni siquiera se acuerda de mí —dijo Sid, a pesar de que parecía perfectamente feliz de sentarse allí y mirarlos.

—Estoy seguro de que no es verdad, ¿no? —preguntó, acariciando la barbilla del gato.

—No, no soy ni siquiera un recuerdo. Míralo, está hechizado.

—Bueno, el sentimiento es mutuo. —Alex miró a Sid, y el fantasma estaba mirando directamente hacia él.

—Está loco por ti —dijo Sid en voz baja.

Alex tragó, y puso al gato en el suelo. —Será mejor darle de comer —dijo para sí mismo.

Alimentó al gato, y cuando regresó, era innegable que había cierta incomodidad entre ellos. Alex echó un vistazo al olvidado tablero de damas. —Creo que has ganado esta.

—Sí. —Suspiró Sid, frotando la parte posterior de su cuello—. Entonces, con esta serían, ¿cinco a uno?

Alex sonrió. —Ah, cállate, hijo de puta arrogante.

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Ante el sonido de la campanilla de Baldrick, ambos miraron hacia abajo y se echaron a reír repentinamente ya que el gato se había caido al intentar rascarse con su única pata trasera.

—Oh Dios —se rio Alex—. Soy jodidamente malo por reírme de esto.

—Está bien, solía reírme de él todo el tiempo —se rio Sid entre dientes—. Pienso que se olvida que le falta una pierna.

—Oh, eh. —Alex remangó sus pantalones hasta sus rodillas y se puso de cuclillas viendo al gato que parecía desconcertado por su pequeño tropiezo. Cogió la placa que se suponía iba en el collar—. La placa se desprendió.

—Ah, ¿sí? —Sid miró sobre su hombro a la placa—. Bueno, tiene un chip, así que no me preocuparía demasiado.

Alex se sentó a la pequeña y redonda mesa de la cocina. —¿Qué es este pequeño tubo?

—Eso soy yo siendo excesivamente precavido. Su placa es solo para que se vea lindo. —Sid sonrió cuando Alex soltó un bufido—. Tiene un chip por si acaso, pierde su collar, y el tubo tiene un pedazo de papel con su nombre y dirección.

Alex desenroscó el pequeño tubo y sacó el pedazo de papel enrollado. Sonrió suavemente, incapaz de evitarlo, y pasó el dedo lentamente por la letra pequeña y pulcra. —Está escrito a mano.

Sid no dijo nada, y cuando Alex miró, sonrió débilmente a modo de disculpa. Sid no le devolvió la sonrisa, lucía abatido.

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—Lo siento. —Susurró Alex, no del todo seguro de por qué se disculpaba. Tal vez era sólo por la lamentable e injusta situación en la que se encontraban.

Sid sacudió la cabeza. —No lo sientas. Ninguno de nosotros puede hacer algo al respecto. —Tomó, lo que parecía, una respiración profunda, y se pasó ambas manos sobre su cabello mientras daba un paso atrás—. Ojalá pudiera ir a dar un paseo, o salir a algún lugar. —Alex se levantó—. Vamos. —Sin pensarlo le tendió la mano a Sid y, a continuación, la retiró rápidamente—. Mierda, lo siento.

Sid le obsequió con una pequeña sonrisa—. No lo sientas, era una dulce idea.

—Vamos… vamos a ver la TV podemos ver algo en DiscoveryChannel. No puedes salir, pero podemos fingir estar en África o algo así.

Sid sonrió tristemente —Gracias.

Vieron algo sobre leones, y hablaron de todos los lugares a los que les gustaría ir. Sid quería ir de safari, Alex quería ir a Nueva York. Sid dejo clara su admiración por los animales salvajes y sus lugares de interés, pero siempre con un dejo de tristeza. Debido a que todo era pura retórica, Sid nunca volvería a ver nada de eso. Hablaron hasta que Alex se quedó dormido. Se despertó con el sonido de la voz dulce y cariñosa de Sid. Abrió los ojos y lo vio sentado cerca, sonriéndole suavemente.

—Vete a la cama, Alex.

Se sentó, sonrió tímidamente, y se frotó el sueño de los ojos. — ¿Qué hora...?

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—Tarde. Vete a la cama.

—Hmm —no se movió de inmediato, se quedo allí sentado, parpadeando un poco adormilado, y mirando a Sid. Dónde debía sentirse incómodo, se sentía triste, tanto por el escaso espacio entre ellos como por el silencio que los envolvía, sin dudarlo era el momento y el lugar adecuado para un beso de buenas noches.

— ¿Las noticias? —preguntó en voz baja.

—Por favor.

Encendió la televisión en el canal de noticias, como hacía cada noche, así Sid podía sentarse allí, y estar atento por si daban alguna pista sobre lo que podría haberle ocurrido. Y él se iría a la cama, deseando poder darle algunas respuestas a Sid. Deseaba un montón de cosas.

Esta vez fue el tono de preocupación, casi urgente de la voz de Sid lo que despertó a Alex, mientras gemía aturdido, alcanzó a encender la lámpara de la mesilla con un toque del codo. —¿Sid? ¿Qué está pasando? ¿Qué hora es?

—Shh, escucha.

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Alex escuchó y saltó ligeramente al oír los gritos silenciados seguidos por un ruido sordo en el piso de al lado, como si algo grande hubiese sido empujado contra una pared. — ¿Qué está pasando? —Estaba sentado y rápidamente se frotó la cara con el ceño fruncido.

—Escuché gritos. —Sid frunció el ceño—. Se ha calmado, pero era una mujer gritando y llorando. ¿Conoces a tus vecinos?

—En realidad no es ese tipo de barrio, cariño, uh... —tartamudeó Alex, se detuvo sorprendido y consciente de sus palabras. Alex no hacía uso de palabras cariñosas, nunca había llamado a Sid por otra cosa que no fuera su nombre. Mirando hacia Sid, empezó a ruborizarse, pero entonces la expresión de Sid lo golpeó como una pared. Se veía sorprendido, sí, pero vulnerable también. Este hombre grande, este fantasma, parecía estar atrapado entre una sonrisa cautelosa, y preparándose para la decepción. Como si nadie hubiese estado lo suficientemente cerca como para llamarlo de otra forma que no fuese su nombre de pila.

—Umm... —Alex se salvó de tener que pensar en algo que decir porque un fuerte golpe sonó como si viniera de su propia sala de estar—. Mierda —empujó los cobertores y se levantó rápidamente, llegando a la sala de estar con Sid siguiéndolo de cerca.

— ¿Cuánto tiempo ha estado sucediendo esto? —preguntó Alex mientras pegaba la oreja a la pared.

—Sólo unos pocos minutos.

— ¿Crees que debo ir?

— ¡No!

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Alex se sorprendió por la firme respuesta de Sid y se volvió hacia él, temblando ligeramente a medida que, tardíamente, se dio cuenta que sólo estaba en bóxers. Una vez más. — ¿No crees que sea seguro?

—No tengo ni idea, y tú tampoco. Llama a la policía, Alex.

Alex no dudó y cogió el teléfono. Vio como Sid se quedó mirando a la pared, como si estuviera ansioso por hacer algo. Alex se sentó en el sofá después de colgar. —Estarán aquí en unos pocos minutos. Siéntate conmigo.

Sid se sentó, y los dos miraron a la pared de nuevo, al escuchar lo que sonaba como un fuerte golpe y el grito de una mujer.

—Mierda —Alex se levantó—. ¿Cómo voy a quedarme aquí?

—Alex —advirtió Sid, interponiéndose entre él y la pared—. Llegaran en unos pocos minutos. No es tu casa.

Alex se pasó las manos por el pelo, mirando a la pared de nuevo al oír voces indistinguibles. Nunca había sido del tipo que se involucra en un conflicto que no lo implicaba directamente, era de la idea de baja la cabeza y enfócate en tus propios asuntos, pero era diferente cuando una mujer estaba involucrada, siempre lo era. No necesita ser un tipo macho para sentir ese impulso en particular, sólo era una cosa moral, suponía que le pasaba a la mayoría de los hombres. Sí alguien más pequeño, indefenso, o una mujer estaba siendo amenazada, apenas iba en contra de cualquier tipo decente. Oyó otra bofetada y comenzó a pasearse.

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—Mierda —Se pasó los dedos por el pelo de nuevo—. ¿Dónde diablos están?

Sid lo siguió con cautela, como para bloquear su salida, como si estuviera listo para atraparlo, como si tal cosa fuera aún posible. —Alex, la policía estará aquí pronto, sólo…

Otro grito de sorpresa vino de al lado, y Alex se movió sin ni siquiera darse cuenta. —Lo siento, tengo que… —Alex se giró para ver la expresión ansiosa de Sid y su brazo extendido.

—Alex no lo…

Alex cerró la puerta tras él, cortando las palabras del fantasma a la mitad, y de inmediato fue a la puerta de su vecino, golpeando una vez antes de entrar.

Bueno, eso fue espectacular.

Alex levantó la mirada con timidez, mientras entraba en su apartamento, viendo a Sid reaparecer en el mismo lugar en el que había desaparecido en el momento en que él tontamente atravesó la puerta. Se estremeció al notar el asombro de Sid, que inmediatamente se transformó en una expresión de molestia, y casi se sintió aliviado de que el fantasma se retirase a la habitación cuándo un oficial entró en silencio y cerró la puerta tras él. Todavía no habían probado si alguien más podía ver a Sid, pero ahora definitivamente no era el momento para averiguarlo.

Era muy consciente del hecho que Sid podía oír todo lo que decían, y se sintió preocupado cuando el oficial, finalmente se levantó para irse. Mientras se despedía, rumiaba qué decirle a Sid, se sentía como si tuviera que pedirle disculpas, pero no podía precisar por qué. Cuando cerró la puerta, se giró y casi

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muere del susto al encontrar a Sid parado a menos de un pie de distancia de él, viéndose claramente ofendido.

—Sid...

—Podrías haber conseguido que te mataran.

—Estoy bien.

— ¿Estás bien? —Murmuró Sid y trató de tocar el morado hematoma floreciente en el ojo derecho de Alex, su mano flotó cerca de la sensible piel por un momento, antes de caer de nuevo a su lado. Suspiró—. Eso no se ve bien, Alex.

Alex suspiró y cruzó sus brazos sobre el pecho, arrastrando los pies, incómodo. —No pretendas que no habrías hecho exactamente lo mismo si hubiera sido posible.

Sid abrió su boca para discutir, luego suspiró y dejó caer los hombros. —Está bien, tal vez lo habría hecho, pero soy condenadamente más grande que tú, Alex, y…

— ¡No me importa si eres grande! Sigo siendo un hombre, y si escucho a un gilipollas dándole una paliza a una mujer, entonces voy a actuar como un macho y darle una paliza de mierda.

Sid arqueó una ceja y miró a su ojo negro deliberadamente.

— ¡Muy bien, entonces fui y actúe como un macho y recibí un puñetazo en la cara hasta que llegó la policía! —rectificó.

Sid no pudo evitar la ligera sonrisa afectuosa que lucía su rostro mientras se sentaba en el sofá con un suspiro. — ¿Tienes alguna idea de cuán frustrante es esto? —se quejó.

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— ¿Qué? —Alex se sentó a su lado.

Sid lo miró con tristeza. —No podía detenerte. Sólo podía mirar lo que ibas a hacer, no importaba lo que dijera, pero sólo quería agarrarte... evitar que te lastimaran.

Alex se encogió de hombros. —Lo siento. Pero, tenía que…

—Hubiera hecho lo mismo. —Asintió Sid y lo miró—. Pero... aún....

Alex se mordió el labio. —Lo siento.

Sid hizo un mohín. —Eres un hombre valiente. No deberías disculparte por eso. —Le inclinó la barbilla para ver el hematoma de Alex—. ¿Te duele?

— ¿Qué, esto? —Sonrió—. ¿Mi gran y varonil herida de guerra?

Sid soltó un bufido.

—Sí, sí. Me hace sentir un poco machote.

—Lo dice el tío con los bóxers de caritas sonrientes.

Alex miró hacia abajo. —Oh, tienes que estar bromeando.

—Te ves lindo —Sid trató de tranquilizarlo.

— ¿Hablé con los policías usando mis bóxers de caritas sonrientes? —Alex suspiró, y sonrió satisfecho—. Podría haber sido peor. Podría haber estado usando pantuflas de conejito.

—Nunca vas a dejar eso atrás, ¿verdad?

—No. Probablemente no.

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— ¿Cómo... eh... ¿cómo está la mujer?

Alex se puso serio. —Está hecha un desastre. Histérica y golpeada.

—Maldita sea —Sid sacudió la cabeza con tristeza—. A veces odio a la gente.

Alex no estaba seguro de cómo responder a eso. Había encontrado que Sid era un ser genuinamente amable, un tipo dulce hasta el momento. No era propio de él sonar tan odioso, a pesar de la situación.

— ¿Él era un intruso o su novio o...

—Novio. Bueno espero que ahora ex-novio.

—Odio a la gente que se aprovecha de los que son más débiles que ellos. Lo odio. Espero que consiga algo de lo que vino a buscar.

Alex carraspeó incómodo; Sid pareció darse cuenta y lo miró.

—Lo siento, Alex. He estado... eh, rodeado de una gran cantidad de esos tipos mientras crecía.

—Oh —dijo Alex suavemente, sintiendo la necesidad de envolver al gran hombre en sus brazos, un sentimiento que se hacía cada día más habitual.

— ¿Nunca has hablado con tus vecinos?

Alex se encogió de hombros. —Como ya dije, no es ese tipo de barrio. —Alex se sonrojó ligeramente, recordando el apodo que se le había escapado la última vez que había dicho eso.

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—Eso es una vergüenza.

Alex le restó importancia. —Tal vez. —Un bostezo le cogió por sorpresa—. ¿Qué hora es? —Se volvió y miró el reloj.

— ¿Tendrán que hablar contigo de nuevo? La policía, quiero decir.

Alex sacudió la cabeza. —No, les dije todo en ese mismo instante, así que espero que no. Realmente no quiero involucrarme más, aunque si ella necesita ayuda para presentar cargos, lo haré. Saben dónde estoy si me necesitan, de todos modos.

—Entonces tal vez deberías poner un poco de hielo en eso y volver a la cama.

—Buena idea —Alex se levantó y se estiró, caminando hacia la cocina, regresó al sofá con una bolsa de guisantes congelados, cuidadosamente presionados contra su contusión.

Hizo una mueca y suspiró mientras se reajustaba la bolsa contra su sensible ojo. El silencio en la sala parecía estar a la espera de algo, miró a Sid, y lo sorprendió viéndolo. No lo miraba, pero lo sentía Estaba claramente consciente de que aún estaba en ropa interior. En los últimos días había perdido, más o menos, su timidez ante Sid, debido principalmente, a la rapidez con que se había sentido a gusto con él. Pero ahora, mientras veía la mirada de Sid deslizarse por sus muslos, su estómago, con un brillo en los ojos que era imposible de malinterpretar, pensó que tal vez sería mejor conservar algunas de las reservas que tenía al principio… eso era lo mejor que podía hacer.

Tragó saliva, mientras la mirada de Sid viajaba hasta su pecho. Los ojos de Sid pronto se encontraron con los suyos, y se

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alejaron con la misma rapidez. Alex pudo sentir como Sid se peleaba consigo mismo. Sus manos se retorcían juntas en su regazo mientras miraba decididamente el programa de TV que Alex le dejaba puesto todas las noches.

—Lo siento —susurró Sid, y Alex pensó que su corazón podría romperse de un momento a otro.

—Está bien, Sid —dijo suavemente.

Una pequeña y forzada sonrisa abandonó los labios de Sid, y negó. —Deberías poder sentarte en tu propio apartamento sin ser acosado por alguien... algún enorme idiota, estúpido...

—Ey espera —Alex frunció el ceño, dejando caer la bolsa de guisantes en la mesa de café y acomodándose más cerca en el sofá—. No eres ninguna de esas cosas, no seas tonto.

—Oh, vamos, Alex. No estoy ciego.

Alex frunció el ceño. — ¿De qué estás hablando?

—Tú eres... ya sabes. —Cuando Alex no respondió, Sid se movió incómodo, encogiendo uno de sus hombros mientras lo miraba de reojo—. Eres sólo tan... eres hermoso.

Las cejas de Alex se juntaron con tristeza. Si alguien más le hubiese dicho eso le hubiera sonado... ¿cursi? Viniendo de Sid, se sintió conmovido. Más que conmovido.

—Sólo soy... soy un viejo pervertido que no puede dejar de mirarte.

—Sid, eres sólo un par de años mayor que yo —dijo Alex con firmeza—. ¡Y no eres un pervertido! Supongo que me siento tan cómodo alrededor tuyo ahora, que no lo pienso dos veces

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antes de pasearme de un lado a otro en mi ropa interior. —Trató de sonreír, para inyectar un poco de humor, pero no funcionó.

—Deberías poder usar lo que te gusta. Es tu casa, no deberías estar pegado a un grande, estúpido y feo fantasma

— ¡Hey! —Alex levantó su voz—. No quiero escucharte hablar así, ¿me oíste?

Sid sacudió la cabeza, y Alex se levantó mientras Sid lo hacía, consternado al ver que parecía alarmantemente al borde de las lágrimas.

—Voy ah… voy a irme... Voy a estar en el frigorífico hasta que te vayas a dormir, ¿vale? Voy a estar en el frigorífico.

—Oh, Sid, cariño —el apodo ni siquiera fue registrado por Alex en ese momento—. No tienes que hacer eso. Vamos, ven aquí.

Esto no iba bien. Vio como Sid se agachó y desapareció en el refrigerador. Alex pensó lejanamente que un espectáculo como éste debería asustarlo como la mierda, pero se encontraba más preocupado que otra cosa. Lo siguió, y se puso delante de su refrigerador, extrañamente reacio a abrir la puerta del pequeño espacio de privacidad que Sid se había asignado a sí mismo.

—Sid, ¿cariño? —dijo en voz baja, y se atragantó al sentir la tambaleante voz en la respuesta de Sid.

—Lo siento, Alex —reía tristemente—. Esto es muy vergonzoso.

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Alex suspiró y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo. —No tienes qué avergonzarte —dijo con suavidad, enderezando un imán de Garfield en la puerta del refrigerador.

—Normalmente no soy tan emotivo.

—Sid —dijo Alex con firmeza—. Tú... —Suspiró, suavizando su tono de voz—. Moriste. Moriste hace poco, y hasta ahora, no habías tenido ningún ataque emocional en absoluto. ¿No crees que tal vez esto se estaba construyendo y... y... —Se calló, frustrado.

—Terminó en un gran y lacrimoso, ataque histérico.

Alex se carcajeó brevemente, lleno de afecto por su fantasma, y puso la palma de la mano contra la puerta del refrigerador. —Yo no lo llamaría ataque histérico.

—Ha sido toda una noche, supongo.

—Has tenido una semana bastante mala, Sid.

Alex escuchó un tintineo a sus pies y tomó a Baldrick en su regazo. —Oye, ¿te despertamos? —Mimó al desaliñado gato.

—Alex, yo... lo siento mucho.

—Está bien, no me importa que me mires, Sid.

—No, quiero decir... siento la invasión de tu hogar.

—Ya está bien. —Puso a Baldrick abajo—. Sólo deja de decir lo siento. —Escuchó a Sid tomar una respiración profunda y trémula.

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—Lo odio, Alex. —Su voz era áspera, irregular—. No me gusta estar muerto.

—Sid —Murmuró Alex, un nudo en la garganta—. No lo digas.

—No es justo. Sé que es infantil decirlo, pero no es malditamente justo.

—Lo sé —logró decir Alex, tragando saliva.

—Te trataría tan bien, Alex. Dios, serías mi mundo entero.

Alex sintió un rastro de lágrimas por su mejilla, y resueltamente las limpió. —Shh, está bien, todo va a estar bien.

— ¿Cómo puede estar bien? ¿Cómo puede algo alguna vez estar bien cuando no puedo besarte, ni puedo tocar...?

—Sólo pasará —Alex dijo bruscamente, con la voz quebrada—. Lo siento —dijo de inmediato, su voz era ronca. Tocó la puerta de nuevo, con la palma de la mano—. Lo siento, pero sólo tienes que... por favor, ten un poco de fe, Sid. Eres demasiado bueno para que este sea tu destino. Eres demasiado bueno. No puedo creer eso, no lo haré.

Oyó a Sid tomar una respiración profunda, y dejarla escapar lentamente.

— ¿Te dije alguna vez por qué vine a Londres, Alex?, ¿Te dije por qué?

Alex se sonó y limpió rápidamente la nariz. —Sí, ¿a una exposición de arte?

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—Eso es correcto —dijo Sid en voz baja, ahora más tranquilo—. ¿Alguna vez has sentido como si una canción o un cuadro hubiesen sido hechos, sólo para ti...?

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En algún momento agarró el viejo chal de su abuela de la parte trasera del sofá y uno de los grandes cojines de una silla para acurrucarse en el suelo. No se le ocurrió pedirle, de nuevo, a Sid que saliera del refrigerador, no quería que dejara de hablar. Había llegado a amar esa profunda voz, con su extraño y atractivo acento.

Sid había venido a ver la exposición de Van Gogh, que se exhibía por unos meses en la Galería Nacional de Londres. Tenía planeado pasar su, único y poco común, día libre disfrutando de los cuadros que había admirado por tanto tiempo, y de las vistas cercanas a la galería.

—Tienen expuesta una pintura inigualable “Los Lirios”, generalmente se expone en el Museo J. Paul Getty en California, pero la enviaron junto con otras piezas de Van Gogh, como “Noche estrellada”, “Terraza de café por la noche”, y…

—“Noche estrellada”, esa es realmente bonita, ¿no? —Alex se sonrojó ligeramente, un momento más tarde, y se rio en voz baja—. Ah, soné como un niño de cinco años, ¿no?

Sid se echó a reír. —No, es bonita, es hermosa. Pero mi favorita es, de lejos, “Los Lirios”.

—Espera, Van Gogh es el que se volvió loco y se cortó la oreja, ¿no?

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La voz de Sid evidenciaba que estaba sonriendo. —Ese es. Pasó sus últimos años en un asilo, y se suicidó cuando tenía sólo treinta y siete años.

—Así que... era uno de esos artistas torturados.

—La evidencia indica que sí.

—Pobre hombre. Por lo menos era famoso.

—Sólo después de su muerte.

— ¿Rico, entonces?

—No. Sus cuadros valen millones hoy en día, pero cuando estaba vivo se rumoreaba que sólo había vendido una pintura.

—Bueno... maldita sea.

—Pienso que el rumor era cierto, que fue eso lo que ocurrió. Sin embargo, es un bonito pensamiento, dejar huella. Dejar tu huella en el mundo y en la vida de tantas personas cuando te vas; algo así da sentido a cualquier infierno que pasaras en vida.

Alex ajustó la almohada debajo de su oreja y suspiró.

— ¿Qué?

—Nada —dijo en voz baja—. Simplemente... me gusta la forma en la que dices las cosas. Me gusta tu voz.

No hubo respuesta proveniente del refrigerador, y Alex ahogó un bostezo. —Háblame del cuadro del Lirio.

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—Es mi favorito. Estaba en un asilo cuando lo pintó, lo llamó, “el pararrayos de mi enfermedad”, porque tan miserable como era, sentía que la pintura, le impedía volverse loco, o al menos eso dijo.

—De cualquier forma, la pintura tiene tres colores predominantes: violeta, rojo y amarillo. Las flores crecían en los jardines del asilo en esos colores, y en medio de ellos había un único y solitario lirio blanco.

— ¿Por qué uno sólo?

—Bueno, muchos críticos o admiradores de la obra tienen diversas teorías. Algunos piensan que simboliza el nivel de aceptación que encontró en el asilo, por eso el lirio blanco intercalado entre los dos grupos de lirios de colores. Otros opinan que el lirio blanco representaba al propio Van Gogh, un solo hombre cuerdo e incomprendido entre los locos.

— ¿Y qué crees tú?

—Creo que... creo que era alguien solitario.

Alex frunció el ceño, seguro de querer saber la respuesta a su siguiente pregunta. —Así que ¿eres un lirio blanco? —preguntó en voz baja.

—Tal vez. Sí.

Alex tragó alrededor del nudo en su garganta. —Entonces yo también lo soy… —dijo resueltamente—. Seremos dos lirios blancos en un mar de coloreados e inevitablemente locos lirios. —Jugó con uno de los flecos del chal—. No se puede estar solo si no estás solo.

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Y por tercera vez esa noche, Alex fue despertado por Sid, arrodillado junto a él, llamándolo por su nombre.

— ¿Hmm?

—Alex, despierta.

Alex bostezó y se tendió de espaldas frotando su cara con las manos, recordando con una mueca de dolor que tenía un ojo morado. Fue a sentarse dándose, repentinamente, cuenta de que no estaba en su cama.

—Ah, mierda, mi cuello. —Gimió, frotando la parte posterior de su cuello.

—No tenía la intención de dejarte dormir en el piso de la cocina.

Alex miró a Sid. — ¿Qué…? —Preguntó algo atontado y preocupado, al ver la mirada de confusión en el rostro del fantasma, algo muy inusual en Sid—. ¿Qué pasa?

—No debería haber dejado que durmieras en el suelo...

Alex frunció el ceño y se incorporó, tirando del chal por encima de sus hombros. Sid se puso de cuclillas y se sentó a su lado, mirando a la nada.

— ¿Dónde iré?

Alex sintió una repentina punzada de miedo. — ¿Qué quieres decir? —preguntó.

Sid lo miró. —Alex, no debí dejarte dormir en el piso —repitió con voz firme—. ¿Dónde iba?

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—No te entiendo.

—Fue como cuando te vas, excepto que no lo hiciste... —Sid se pasó las manos por el pelo, tomando una respiración profunda, le tomó dos segundos de hiperventilación—. Oh, Dios mío...

—Sid, no lo sabes. No sabes lo que significa...

— ¿Y si eso es todo lo que hay? Nada, no hay nada, voy a desaparecer...

—¡Sid! Mírame. —Alex se arrodilló frente a él, y si hubiera podido, habría sostenido la cara de Sid entre sus manos—. Eso no es todo lo que hay. Y no vas a ninguna parte todavía.

—No puedes saberlo.

—Sí, lo sé. ¿Y sabes por qué lo sé? Debido a que todavía estás aquí. Sólo que no puedes...esto no es como si la cobertura se fuera y viniera, no puedes saltar dentro y fuera de la existencia. O estás aquí o no lo estás. Y estás aquí, Sid. Estás malditamente bien aquí.

Sid pareció calmarse un poco, pero se frotaba el brazo izquierdo, y tenía el ceño fruncido, como si tratara de recordar. —Mi brazo me dolía. Y había una... era realmente brillante.

Alex sintió un aumento de bilis en la parte posterior de su garganta y la boca súbitamente seca. — ¿Qué quieres decir? —Su voz perdió su firmeza.

—Recuerdo luces brillantes, en mis ojos, como si alguien estuviera alumbrando con una linterna. —Se volvió hacia Alex—. Eso es algo bueno, ¿verdad?

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Alex se sentó, derrotado. No sabía qué decir, no sabía cómo sentirse.

—Alex... —la voz de Sid era suave.

Alex sacudió la cabeza, sin saber que estaba haciendo.

—No, estabas en lo cierto antes, Alex: no sabemos lo que significa.

—Eso es verdad. —Su voz sonó insignificante, incluso para él mismo—. No sabemos lo que significa. —Miró a Sid, y pensó por un momento que tal vez desaparecería justo allí frente a él. Suspiró y parpadeó varias veces, dándose cuenta de que era el ardor en sus ojos, lo que hacía la imagen de Sid más borrosa—. No. —Sacudió la cabeza, sintiendo una ira irracional contra Sid—. ¡No! ¡No te vayas!

Sid se estremeció sorprendido, una mirada de absoluta tristeza y compasión cruzaba por sus facciones. —Alex —dijo en voz baja—. Debes saber que yo no lo haría…nunca lo haría voluntariamente…

— ¡No! —Alex casi gritó mientras se levantaba, sosteniendo el chal sobre sus hombros y lejanamente consciente que estaba actuando de manera injusta—. Simplemente no lo hagas, ¿de acuerdo? ¡No vas a dejarme sólo! Somos lirios blancos, ¿de acuerdo? Ambos... somos... —Su voz se quebró, y comenzó a ahogarse sintiéndose terriblemente cerca de sollozar.

—Oh, cariño... —Sid llevó las manos a la cara de Alex, y luego apretó los puños dejándolos caer a los costados.

Alex sabía que Sid quería tocarlo, y Alex lo necesitaba, más que nada, pero no era posible. Sosteniendo los bordes del chal

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en sus manos, suspiró y se frotó la cara, olvidándose de nuevo su moretón y murmurando un suave “ay” cuando lo rozó ligeramente. Sus hombros caídos. Sabía que estaba siendo infantil. —Lo siento —murmuró, sintiéndose agotado.

Sid estaba sacudiendo la cabeza. —No tienes que pedirme disculpas.

—Creo… —Alex lanzó un profundo suspiro—. Creo que debería tomar una ducha. Vestirme. Luego...café. Dios, necesito café. Voy a ser más normal después de un café. —Se quito el chal y cubrió el respaldo del sofá con él.

— ¿Estás bien?

Alex soltó un bufido y se encogió de hombros. Cualquier análisis de sentimientos estaba más allá de él en ese momento. Era una locura, todo era una locura, su corazón se rompía por un contable muerto de Bristol.

Ducha.

Cafeína.

—Sólo... sólo has algo por mí —dijo, volviéndose mientras caminaba torpemente hacia atrás, en dirección al cuarto de baño. Sid se le quedó mirando.

—No vayas a ninguna parte mientras estoy en la ducha.

Sid soltó una carcajada sorprendida y triste, encogiéndose de hombros sin poder hacer nada.

—Y mantente un infierno lejos de cualquier luz brillante.

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Sid asintió obedientemente, pero Alex sabía que le estaba siguiendo la corriente.

—Si ves una luz brillante, ve en la dirección opuesta.

—Voy a hacer mi mejor esfuerzo.

Alex asintió. —Yo voy a... —Señaló con el pulgar por encima del hombro, y Sid asintió mientras Alex se giraba y cerraba la puerta detrás él.

Alex acababa de salir de la ducha cuando oyó un golpe en su puerta. Rápidamente se ató una toalla a la cintura, sosteniéndola con una mano cerca de la cadera mientras se pasaba, la otra, por el pelo empapado. Sacudió su cabeza, haciendo volar varias gotas de agua. Dio una rápida mirada a Sid mientras se dirigía a la puerta y a la que llamaron nuevamente.

— ¿Quién es?

—El hijo de puta más sexi del mundo.

Alex sonrió y exclamó teatralmente. — ¿ColinFarrell?

—El segundo hijo de puta más sexi del mundo.

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Alex soltó un bufido y miró a Sid. — ¿Quieres darle una oportunidad? —preguntó en voz baja.

Ellos todavía tenían que ser cuidadosos cuando se trataba de visitantes. Aunque, Alex tenía la firme idea de que nadie más sería capaz de ver a Sid, ya que parecía que Baldrick no podía, nunca se sabía.

Sid se levantó y subió sus gafas a lo largo de la nariz, enderezando su camiseta. Alex asintió y sonrió al fantasma que parecía nervioso.

—Te ves bien —dijo en voz baja a Sid.

—Oye, ¿vas a dejarme entrar o qué? —llamó Andy.

Alex abrió la puerta, al maldito hetero que la había dejado cerrada con llave la última noche, y se apartó para dejar entrar a Andy que pasó junto a él sin un solo vistazo.

—Así que todavía estás vivo, ¿no has sido devorado por los monstruos bajo tu cama o los fantasmas en tu sofá? —Estaba rebuscando el bolsillo interior de su maltrecha chaqueta de cuero, Alex estaba bastante seguro de que nunca lo había visto usando cualquier otra cosa, y sabía que estaba buscando un mechero y los cigarrillos.

Andy se dejó caer en el sofá sin ni siquiera dar una mirada hacia arriba. Tanto Sid como Alex se miraron el uno al otro cuestionándose. Bueno, ¿podría verlo? Pero, sin duda... Sid estaba ahí y realmente, era muy difícil no verlo, con sus dos metros de altura y con sus muy anchos hombros. Por no hablar del pijama y la desastrosa elección de pantuflas. Miró a Sid y se encogió de hombros, parecía que tenían su respuesta. Sid se sentó junto a Andy y lo miró con una sonrisa perpleja. Alex

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apretó la toalla en su cintura, y pasó delante de ellos dirigiéndose al dormitorio para buscar algo de ropa cuando la exclamación de Andy le hizo saltar.

— ¡Santa mierda!

Alex se detuvo abruptamente, dando un paso atrás mientras daba una rápida ojeada de Sid a Andy. — ¿Qué? —Pero Andy no estaba mirando a Sid, lo estaba mirando a él.

—Tu ojo, ¿dónde conseguiste un ojo morado? —Andy rápidamente guardó el mechero en su chaqueta y se ubicó frente a él, doblando ligeramente las rodillas y estirando el cuello para echar un buen vistazo.

Alex sintió una risa bullendo de él y sus hombros se desplomaron con... ¿Alivio? ¿Decepción?

—Déjame ver —Andy le cogió la barbilla suavemente, y luego giró su cara hacia un lado—. Mierda, ¿a quién cabreaste?

Alex sonrió, empujando la mano de Andy. —Estoy bien, no duele tanto. —Mintió.

Andy frunció el ceño. — ¿Fue algo contra gay?

— ¿Qué? —Alex frunció el ceño, no conseguía seguir, en absoluto, su línea de pensamiento.

— ¿Fue el idiota en el bar que siempre te llama hada?

— ¡No!... espera, un tipo en el bar me llama ¿hada?

—No te preocupes por eso, amigo. —Andy alcanzó el bolsillo trasero de sus vaqueros, sacando su teléfono—. Traeré a Deano y John Boy y arreglaremos esto. John Boy es un tío liberal

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y piensa que eres valiente, así que esto va a molestarlo. —Dio un rápido encogimiento de hombros, mientras se desplazaba por la pantalla de su teléfono—. A Deano sólo le gusta una buena pelea...

— ¡Andy! —Alex le interrumpió riéndose—. ¡No fue nadie del bar!

—Oh.

Alex podría jurar que parecía decepcionado.

—Así que... ¿Qué pasó? Corriste contra una pared o algo así.

—Por supuesto, podrías pensar eso. Si no fue un chico en el bar, entonces debí chocarme contra una pared, como un retrasado en un dibujo animado.

— ¿Qué pasó entonces?

Alex se cruzó de brazos y arrastró los pies, incómodo. Se encogió de hombros mientras trazaba el diseño de la alfombra con el dedo gordo del pie. —Mi vecino me dio un puñetazo.

Alex levantó la vista y lo miró, al oír un bufido seguido de la risa repentina de Andy, y levantó una ceja para ver a Sid sofocando rápidamente una sonrisa.

—Lo siento, Alex, es sólo la forma en la que dices las cosas. —Susurró Sid. Alex no tenía ni idea de ¿por qué hablaba en voz baja?

— ¿Por qué demonios te dio un puñetazo tu vecino? —se rio Andy—. ¿Robaste su periódico, o algo así?

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—No. Le oí discutir con su novia y golpearla. —Hinchó su pecho cómicamente—. Así que fui allí, e hice lo correcto.

— ¿Quieres decir que fuiste allí y recibiste un puñetazo en la cara? —Andy hizo una mueca—. Apuesto que fuiste muy educado, ¿no? —resopló—. Disculpe, pero ¿le importaría no hacer tanto ruido?

—Tenía que, ya sabes, entrar abruptamente allí, bueno golpeé la puerta una vez, pero irrumpí allí, y recuerdo claramente gritar, ¡eh, hijo de puta!

Andy se echó a reír, y le dio un pequeño empujón de aprobación. —Bueno, menudo Rocky estás hecho.

Alex se encogió de hombros con modestia, pero no pudo ocultar su sonrisa de orgullo. —Llamé a la policía primero, y se aparecieron bastante rápido y detuvieron la paliza que estaba recibiendo, pero... sí, estuve increíble.

Andy alborotó su cabello húmedo. —Bueno, entonces, debemos ir a celebrar que eres un matón.

—Yo no diría que soy un matón…

—Alex, cállate y vístete. —Se rio Andy—. Sigues de vacaciones, ¿no?

—Mañana vuelvo al trabajo —asintió.

—Bueno, ya que no he sabido nada de ti desde que, tan groseramente, interrumpiste mi reparador sueño hace una semana, pensé que podría arrastrarte a comer algo en el pub con los muchachos.

Alex sonrió. Andy era un buen amigo.

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—Y van a tener un buen rato con este ojo morado. —Sonrió.

Alex fulminó con la mirada a su amigo, Andy era un imbécil.

— ¿Qué dices? Vamos, te invito una cerveza, asesino.

Alex suspiró y pasó los dedos por su cabello húmedo mientras miraba a Sid.

—Ve a tomar una copa —dijo Sid en voz baja—. Prometo que estaré aquí cuando vuelvas.

—Muy bien —le dijo a Andy—, dame un minuto.

—Sí, adelante. —Andy se sentó en el sofá, cogiendo su teléfono nuevamente.

Asegurándose que Andy no estaba mirando, hizo un gesto discreto a Sid, que se levantó y lo siguió hasta el dormitorio. Alex cerró la puerta tras ellos.

—Así que soy el único que puede verte —susurró.

Sid se encogió de hombros. —Eso parece.

Alex tomó un par de bóxers de un cajón y se los puso debajo de su toalla. — ¿Eso no te molesta?

Sid se encogió de hombros. —No va a cambiar mi situación.

—Supongo que no. —Alex abrió su armario y agarró al azar una percha con una camiseta.

—Alex... —dijo Sid en voz baja.

—¿Hmm? —Estaba buscando un par de calcetines limpios.

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—Siento haberte mantenido encerrado aquí.

— ¿Qué quieres decir? —Alex frunció el ceño mientras se sentaba en el extremo de su cama para ponerse los calcetines.

—No has salido de tu piso en toda la semana, has pasado cada momento conmigo. Espero que no te sientas, de alguna manera, obligado a pasar cada segundo conmigo.

Alex sonrió suavemente. —Sid, honestamente, no soy sociable. Si estuve contigo toda la semana, fue porque era donde quería estar, ¿de acuerdo?

La sonrisa de Sid, en respuesta, tenía un toque de duda, pero era agradable, era malditamente adorable. —Está bien.

Alex sonrió. —Eres una buena compañía, Sid. Por no hablar de un sistema de alarma malditamente eficiente —bromeó, haciendo reír a Sid.

—Muy bien, pasa un buen rato.

Volvieron a la sala donde Andy seguía sentado escribiendo mensajes en su teléfono. —Déjame tomar mis llaves y la cartera.

—Vale —murmuró Andy distraídamente.

— ¿A quién envías mensajes de texto? —preguntó Alex mientras revisaba los bolsillos de su chaqueta, en busca de sus llaves.

—No estoy haciendo eso, estoy jugando a Trace.

— ¿Soy la única persona en el mundo que no tiene un iPhone?

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—Sí.

—Pensé que estabas enviando mensajes de texto a alguna dama con suerte.

—No. Juego a Trace. Es genial.

Alex soltó un bufido mientras metía la billetera en el bolsillo trasero. —Perdedor.

Andy sonrió más a Alex, y guardó su teléfono en el bolsillo de su chaqueta. —Tuve una cita… recientemente.

—Ah sí, ¿Cómo te fue?

—Como la mierda.

Alex se rio y Andy sonreía, mirando como Alex levantaba las revistas y los cojines en busca de sus llaves. —Es una de las anfitrionas, en el hotel donde trabajo, toda refinada y elegante. Supongo que pensó que podría mezclarse con la plebe si accedía a salir conmigo. —Gimió—. Fue muy aburrido. No le gustó el restaurante, fuimos a Antonio, ese fenomenal y pequeño lugar en Covent Garden, en el que hacen unos canelones realmente buenos.

—Ah, sí —Alex asintió, era un lugar agradable, no era caro pero era un poco pintoresco. Tenían buenos aperitivos.

—Se quejaba del camarero, que la comida estaba fría, que no tenían el vino que le gustaba, bla, bla, bla...

—Así que pasaste un buen momento.

—Terminé la cita, y luego se puso toda remilgada, diciendo que no era un caballero por no llevarla a su casa. Honestamente,

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es una perra de grado A, no me importa cuán hermosa sea una mujer, no puedo soportar que sean groseras.

—Espera... ¿no la llevaste a su casa? ¡Andy! ¿No la habrás hecho irse caminando?

—Por supuesto que no... —Evitó mostrar una sonrisa de autosuficiencia—. La dejé en un autobús.

Alex sacudió la cabeza en señal de resignada desaprobación, mientras Sid estalló en una histérica risa, tenía que concentrarse para no mirarlo. —Oh, Dios mío, Andy. —Negó una vez más—. No tienes vergüenza.

— ¡Como si fuera a pagar por un taxi a las 10 p.m.! ¿Sabes cuánto cuestan a esa hora de la noche?

Alex comenzó a reírse mientras Sid continuaba carcajeándose. —Hombre, me alegro de no haberte presentado a Jackie. —Aspiró una bocanada de aire tan pronto como lo dijo y se palmeó la frente. — ¡Mierda! Iba a llamarla antes de volver al trabajo.

—¿Jackie? ¡Oh! La chica inteligente, ¿la gorda?

—¡Ella no está gorda!

Andy soltó un bufido y se puso de pie para ayudarlo a buscar las llaves. —Si tú lo dices, amigo.

—Ella es... esta bien, tiene algunas curvas, pero ¡no está gorda! Y estoy malditamente contento de no haberlos presentado. —Se estremeció—. No sé cómo podría terminar la historia si la dejas en un autobús. —No podía evitarlo, empezó a reírse de nuevo.

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Andy se quedó de pie, gruñendo su acuerdo, y luego soltó un bufido. —En serio, Alex, ¿dónde están las jodidas llaves? —se rio.

—Maldición no lo sé, sólo sigue buscando. Aquí, levanta los cojines del sofá.

Sid se levantó a toda prisa y Alex le envió un guiño rápido mientras empezaba a tirar los cojines.

—Eres una causa perdida, Alex. Lo juro.

—En realidad, podría necesitar una bebida, sobre todo después de la otra noche, ¡Ajá! —Alex se enderezó y levantó las llaves triunfantemente.

—Una gran jarra de cerveza estará bien para mí.

— ¿Quién eres tú, el chico de Milky Bar12?

—Cállate.

—En realidad, no me importaría tomar un “Malibu con Cola”.

—Tendrás una jodida cerveza.

— ¿Mi elección de bebida es demasiado gay para ti?

—“Malibu con Cola” es una bebida cursi. Lo último que supe es que éramos estrictamente anti-cursi.

12

El chico de Milky bar es un personaje de ficción, que ha protagonizado los anuncios de la tableta de

chocolate Milky bar, por alrededor de cinco décadas, este personaje ha sido interpretado por al menos

diez jóvenes actores. La autora hace referencia a los problemas con la bebida de algunos de estos actores

en su edad adulta.

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Sid se echó a reír otra vez. —En serio, este tipo es muy divertido —dijo entre risas mientras alzaba el pulgar por encima de Andy.

Alex fulminó a Sid con la mirada mientras acomodaba los muebles. —¿Nos reuniremos en el bar?

—John Boy ya está ya allí, probablemente, perdiendo todo su dinero en las máquinas tragaperras. Deano irá cuando termine el trabajo.

—Fue muy amable que estuvieses dispuesto a meter a los chicos en una buena pelea en mi nombre.

—Bueno, es posible que seas nuestro pequeño compañero gay, pero sigues siendo uno de nosotros.

—“¿Pequeño compañero gay?” —Alex dijo indignado—. ¡Me haces sonar como una mascota!

Andy se encogió de hombros, mostrando una sonrisa burlona en sus labios. —Esa es una definición tan buena como cualquier otra, supongo.

—Oh, ¡vas a conseguirlo! —Alex se lanzó a la cintura de Andy, tratando de derribarlo. Andy fácilmente lo sostuvo, y ambos comenzaron a luchar, tratando de poner al otro en una trampa.

— ¡Oh no! Un ojo morado y ya se piensa que es Mike Tyson —se rio Andy.

Forcejearon durante unos segundos hasta que Andy se derrumbó en el sofá, empujando a Alex. —Bueno, bueno —jadeó—. ¿Vamos a salir o qué?

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Alex pasó una mano por su cabello en un intento de ponerlo algo más presentable. — ¿Podríamos quedarnos, ordenar comida, llamar a los otros dos y ver una película? —Miró hacia Sid que estaba, mirándolos, divertido. No quería dejarlo solo.

— ¡Oh, y una mierda! La última vez que hicimos eso, nos hiciste ver “El padre de la novia”.

— ¡Es una película conmovedora!

— ¡Es una gilipollez!

—No sabéis nada.

—No, no estamos tan en contacto con nuestro lado sensible y perdedor como tú. Si realmente esperas que tres hombres heterosexuales se queden unas horas viendo una película, entonces tiene que tener explosiones, por lo menos un atisbo de tetas, terroristas... —Los enumeró con los dedos.

—Yo no vuelvo a ver “Die hard”13 de nuevo.

— ¿Qué hay de “Die hard 2”? Es aún más duro de matar.

—Veré “Die hard 2” si vosotros veis “El padre de la novia 2”.

Andy se estremeció realmente. —¿Hay una secuela? —Repentinamente, estalló en una suave carcajada—. ¿Cómo puede ocurrirle la misma mierda al mismo tipo dos veces? —dijo con su mejor voz de Bruce.

13Die Hard es la primera entrega de una serie de películas de acción, con el mismo nombre, protagonizada por Bruce Willis. En Hispanoamérica fue titulada Duro de matar, mientras que en España La jungla de cristal.

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Alex resopló y sacudió la cabeza. —Nunca voy a entender tu hetero enamoramiento por Bruce Willis. A pesar de que es caliente... —Miró a Sid y sofocó una carcajada cuando vio al fantasma asintiendo.

—La forma de hablar de John McClane14 nos ha convertido a todos en adictos a las películas de acción. —Miró a Alex—. Bueno, al parecer, no a todos.

Alex se puso de pie golpeando a Andy en la rodilla. —Venga entonces, vámonos.

Andy se levantó. —Ya era hora, estoy jadeando por una… ¡mierda! —Sujetó a Alex por los brazos y lo puso delante de él—. ¡Rata!

— ¡Qué! —Alex casi chilló y trató de moverse detrás de Andy, pero él lo mantuvo firmemente sujeto por los brazos—. Joder, ¡suéltame! —Lo empujó y se subió al sofá, Andy se unió a él una milésima de segundo después—. ¿Dónde?

— ¡Ahí!

Miró hacia donde estaba señalando, y sus hombros se hundieron aliviados. —Eres un imbécil, ¡ese es mi gato!

Andy frunció el ceño y se bajó cuidadosamente del sofá, entrecerró los ojos y miró más de cerca. — ¿Estás seguro?

—Oh, cállate. —Miró hacia Sid que se desternillaba de la risa y giraba los ojos.

—En serio... ¿Eso es un gato? ¿Cuándo conseguiste un gato? ¿Eso es un gato?

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Personaje principal de la serie de películas La jungla de cristal o Duro de matar.

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Alex se acercó y cogió a Baldrick, que estaba sentado discretamente entre los zapatos de Alex cerca de su raído ratón que le hacía compañía. —Lo tengo hace una semana, me lo encontré, es uh... era un gato callejero. —Miró a Sid que simplemente se encogió de hombros mientras continuaba riendo tontamente.

—Oh hombre, Alex. Eso es triste. En serio, amigo, consigue algo de sexo.

— ¿Qué? —Dio a Baldrick un rápido beso en la cabeza, le importaba muy poco lo estúpido que parecía, amaba a su feo gato, y lo puso en su cama en la esquina.

— ¿No es eso lo que la gente sola y triste hace, adoptar gatos, cuando ha renunciado a la compañía humana?

— ¡Qué te jodan! —se rio y miró en dirección de Sid. Resopló en silencio, bueno al menos Sid no se estaba riendo de él.

—En serio, deberías llamar a ese borrachín que usas para follar.

—Muy bien, cállate ahora, vamos. —No quería hablar de Trevor frente a Sid.

— ¿Qué, se pelearon otra vez?

—No, sólo.... ya no me gusta, nunca más. —No podía mirar a Sid, pero podía sentir su mirada fija—. Vamos, quiero una cerveza.

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Arrastró a Andy hacia la puerta, y miró por encima del hombro. Sid lo miraba con una expresión completamente indefinida. Se fue antes de que pudiera examinarla más a fondo.

Empezaba a oscurecer en el momento en que llegó casa. Lo que empezó como un trago de cerveza y comida rápida en el bar se convirtió en una celebración por su ojo morado, tragos, y un torneo de dardos improvisado entre los cuatro. Pasó un buen momento, pero a medida que el tiempo avanzaba, un poco de melancolía se colaba en su interior. Deseaba que Sid estuviera allí. Le hubiera gustado presentarlo a sus amigos, para que fueran amigos de Sid. Estaba más o menos seguro que les gustaría, era amable, decente con una sencilla personalidad fácil de amar. Era dulce, atento, cariñoso, y era también, como Alex estaba cada vez más consciente, un hombre atractivo.

Alex estaba sorprendido por eso. En un primer momento, si tuviera que ser honesto consigo mismo, no lo había clasificado o considerado de esa manera. A primera vista, tal vez era sencillo, el aspecto del hombre promedio que no llama mucho la atención, si no fuera por su tamaño. Pero ahora, Alex se encontraba alarmante atraído por su naturaleza tranquila, su punto de vista generoso, y esa algo insegura de sí misma sonrisa que retorcía algo en el pecho de Alex cada vez que la veía. Nunca había encontrado la falta de confianza atractiva, todavía no lo

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hacía hasta cierto punto, pero con Sid, Dios, sólo quería consolarlo, besarlo y decirle que no era tonto. Eso no solo, no lo echaba para atrás, sino que tiraba de su corazón y le hacía desear que Sid pudiera ver cuánto tenía para ofrecer... o solía tener.

Alex también estaba empezando a apreciar su tamaño. Era obvio, después de haber vivido con Sid por un corto tiempo, que el hombre era plenamente consciente y tal vez cohibido por su tamaño. Sus hombros tenían tendencia a encorvarse, era naturalmente pausado y tranquilo como si no quisiera asustar a nadie. Pero para Alex, lo que antes era intimidante, ahora era tranquilizador. Era reconfortante, de una manera que Alex no entendía muy bien pero, ahí estaba esa sensación de seguridad cuando estaba con Sid, independientemente de si podía tocarlo o no. Y si se permitía ahondar en sus deseos más bajos, tendría que admitir ante sí mismo que el tamaño de Sid le atraía. En pocas palabras, le gustaba estar abajo, le gustaba mucho, y la idea de estar sujeto bajo ese peso, que esas grandes pero gentiles manos lo moviesen hacía la posición que debía adoptar, enviaban escalofríos por su espalda. Temblores reales. Sid como un extraño estaba bien a la vista. Sid como su Sid, era el hombre más bello que había conocido, era jodidamente hermoso.

Alex vaciló ante su puerta, llaves en mano. Tenía un problema al que tendría que hacer frente tarde o temprano. Sid, un hombre que estaba completamente fuera de su alcance, se estaba convirtiendo, rápidamente, no sólo en una sólida parte de su vida, sino que también estaba consiguiendo que Alex, lo quisiera de una manera que no le estaba haciendo ningún favor. Estaba provocando que Alex quisiera decir cosas que no debía decir, y le gustase o no, estaba involucrado emocionalmente. Ese barco había elevado el ancla y partido hacía mucho tiempo. La necesidad de acurrucarse junto a él, para abrazarlo y darle un

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beso de buenas noches, era fuerte y se sentía tan natural como respirar, pero no importaba lo mucho que quisiera esas cosas, no eran y nunca serían posibles.

Durante la semana pasada, Alex no se había corrido en su mano. Intentó masturbarse un par de veces, pero era demasiado incómodo saber que Sid estaba presente en algún lugar del apartamento y tenía miedo de hacerlo. No era que pensara que Sid iba a espiarlo, o escucharlo, de hecho Sid mantenía una respetable distancia de Alex cuando el fantasma lo consideraba oportuno. Esto incluía una regla tácita en la que, su dormitorio, era zona prohibida para Sid. Pero a pesar de eso, Alex no había tenido el valor de masturbarse, y se debía en parte a que sabía en quién estaría pensando mientras lo hacía.

Apoyó la frente contra la puerta por un momento, con los ojos cerrados. Había una forma de solucionarlo. Sid no sentía nada cuando Alex se iba. El tiempo no existía sin su presencia y para Sid transcurría una fracción de segundo entre que Alex salía y regresaba de nuevo, incluso aunque estuviese ausente durante horas. Así que en teoría, Alex podía ir a cualquier parte, hacer cualquier cosa, y Sid no tendría que saberlo. Andy le había dicho que echara un polvo...

Despegó la cabeza de la puerta con una rabieta, jugueteando con las llaves. Solo pensar en escabullirse para tener sexo, lo hizo sentirse culpable y a la vez muy enfadado. Nunca habría nada entre él y Sid, no podría haber nada más aparte de una muy singular y especial amistad que le estaba saliendo muy cara a su corazón. No le debía nada a Sid, pero la idea de ver a otras personas no se sentía del todo bien para él, y la idea de que Sid fuese consciente de ello, tener que vivir con ello, de alguna manera, lo llenaba de tristeza. Sabía cómo Sid se sentía respecto a él.

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Alex sacudió la cabeza, y metió la llave en la cerradura. —Esto se está poniendo muy complicado —murmuró, y luego entró.

Cerró la puerta detrás de él, y se volvió para ver a Sid de pie justo donde lo había dejado. Una cálida sonrisa tocaba los labios del fantasma.

—Hola —saludó a Sid en voz baja.

Alex supo en ese momento que siempre querría ver esa sonrisa. La amistad entre ellos era mucho más que extraña, pero también era la más inesperada, y la más maravillosamente natural de las conexiones que había tenido con otra persona. Era un ancla para todo lo bueno que ni siquiera sabía que se estaba perdiendo.

Se sentía bien, y sería un hombre feliz si pudiera hacer de Sid la única constante en su vida, si pudiese ser recibido en casa por esta persona para siempre. Ningún otro podría hacerlo ahora o su corazón se rompería, sólo había hecho falta una semana para que amase a una persona que nunca podría tener.

—Sid —suspiró—. Te extrañé.

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Ambos estaban en silencio mientras Alex se comía sus cereales. Estaba sentado en la cocina, desayunando pero sin saborearlo, mientras miraba hacia donde podía ver a Sid, o más bien, donde podía ver la parte posterior de su cabeza, sentado tranquilamente en su lugar en el sofá, sin decir una palabra. Esto ya había ocurrido antes, y ninguno de ellos sabía cómo actuar.

Al despertarse aquella mañana se dio cuenta que estaba solo, a excepción de Baldrick, Sid no estaba a la vista. Se mostró sorprendido cuando el pánico se apoderó de él, mientras se lanzaba a través del apartamento llamando a Sid, luego se sentó, incapaz de hablar por la repentina pérdida que sentía. La voz de Sid, dolorosamente distante, le hizo girar la cabeza con un jadeo.

— ¿Alex? —Sid parecía confundido mientras permanecía allí, con una profunda arruga en su frente y frotándose distraídamente el brazo izquierdo con su mano derecha—. ¿Ocurrió de nuevo?

Y Alex no fue capaz de contenerse, se echó a llorar con todas sus fuerzas. Lloró largo y tendido, preocupado porque algo horrible le hubiera podido suceder a Sid. El enorme fantasma se había cernido sobre él, tratando de calmarlo, hablándole en voz baja, se moría por tocarlo. Alex se calmó por un momento y se dirigió al cuarto de baño, cerrando, por alguna razón, la puerta detrás de él, y pasó más de diez minutos lavándose la cara, mientras trataba de controlarse. Su reacción no era justa y lo sabía, se sentía culpable por perderse de forma tan profunda y

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completa frente a Sid. Todo lo que sentía era una gota comparada con el océano que Sid debía sentir.

Se había disculpado, y el fantasma se encogió de hombros impotente, sentándose en el sofá con un suspiro de cansancio que evidenciaba el peso que tenía sobre sus hombros. Estaban perdidos en cuanto a cómo sentirse o qué decir, tan ansiosos e impotentes.

—Voy a llegar tarde al trabajo si no me voy pronto —dijo Alex en voz baja, a pesar de que no se movió.

—Debes irte entonces.

Alex suspiró, se acercó al sofá y se sentó en lo que se había convertido en su lugar. —Sid —dijo en voz baja.

El fantasma suspiró. — ¿Puedes culparme por estar un poco asustado?

—No un poco, no.

Sid finalmente, lo miró. — ¿También tienes miedo, eh?

—Bueno... sí, no quiero que te vayas a ningún sitio, pero sé que no es nada comparado con lo que debes... mis sentimientos no importan aquí, Sid. Todo esto me preocupa por ti, no por mí mismo. —Tal vez una pequeña parte de eso era mentira.

—Estaría bien si te preocupara también por ti, ya sabes. De hecho, me sentiría halagado.

Alex dio una ligera sonrisa a medias. —Está bien, tal vez estoy preocupado por mí también. Estoy un poco apegado.

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—Me alegro de no ser el único. —Arrugó el ceño, empujando las gafas sobre su nariz—. Me hubiera gustado que Andy me viera, probablemente sería más fácil para ti, si pudieras hablar con alguien sobre ello.

—Tal vez. O tal vez me habría enviado al psiquiátrico.

—No, si hiciera mi truco de pasar la mano a través de la pared.

—El mismo se internaría.

—Oh. Entonces, creo que fue bueno que no me viera. —Miró a Alex casi vacilante—. ¿Qué le habrías dicho, si me hubiera visto?

Alex se encogió de hombros, miró a Sid y evitó un suave bufido de diversión. —Bueno, teniendo en cuenta tu atuendo, probablemente le habría dicho que eras mi novio o alguien al que estaba viendo, por lo menos hasta que tuviera el valor para decirle la verdad.

Alex vio el inicio de una sonrisa de satisfacción asomándose por la esquina de los labios de Sid antes de que el fantasma se detuviera y se aclarara la garganta.

— ¿De verdad piensas que creería eso?

Alex frunció el ceño. —Sí, ¿por qué no?

Sid ignoró la pregunta, como si no quisiera admitir el por qué. —Dijiste que el último tipo con el que saliste era guapísimo.

—Sí... —Alex arrastraba las palabras, no del todo contento de hacia dónde iba Sid.

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Sid soltó un bufido. — ¿Bueno, estoy un poco por debajo del genial Trevor?

Alex entrecerró los ojos juguetonamente, definitivamente este era un tema delicado para Sid. —Otra vez no, Sid.

Sid se encogió de hombros a la defensiva. —Sólo estoy preguntando si habría sido creíble. Quiero decir, no soy tu tipo, ¿verdad?

Alex quería mentir, pero sabía que si lo hacía iba a sonar condescendiente. Suspiró. —Las primeras impresiones... no, no son reales.

Sid no parecía disgustado por esto, sino que se limitó a asentir y desvió la mirada.

—Pero si hubiera llegado a conocerte, Sid, si nos hubiéramos hecho amigos, y te hubiese conocido en vida como ahora te conozco, entonces podría jurarte que me habría enamorado de ti.

Sorprendió a Sid que mostraba una sonrisa renuente. Frunció el ceño, pero había una pequeña sonrisa oculta. — ¿En serio? —hizo una mueca, y luego se rio de sí mismo—. Dios, sueno patéticamente necesitado, ¿verdad? —Sacudió la cabeza. — Lo siento.

—No hay nada de malo en coquetear de vez en cuando, Sid. Y sí... —Esperó hasta que Sid lo miró—. Iba en serio. —Alex medio gimió, medio rio—. Sid —se lamentó—Eres tan hermoso. —Reía, moviendo la cabeza. — El hecho de que no puedas ver eso te hace extrañamente adorable.

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—Extrañamente adorable —repitió Sid, como si fuera el más rebuscado cumplido que hubiese recibido—. Voy a tratar de tomar eso como un cumplido. —Asintió, pero Alex podía decir que no estaba del todo satisfecho.

Alex se mordió el labio, contento de que la atmósfera estuviera algo más alegre. —Además tienes la cosa del tamaño a tu favor.

— ¿Te... gustan los chicos grandes? —Sid parecía genuinamente perplejo—. No te molesta. Quiero decir, ¿no te importan los tipos un poco, ya sabes...? —Se aclaró la garganta— ¿Regordetes?

Eso sorprendió a Alex, que estalló en una genuina carcajada. — ¿Regordetes? —se rio, inclinándose hacia delante y mirando a Sid de pies a cabeza—. Muéstrame la grasa, no veo ninguna.

—Bueno, soy bastante grande, quiero decir... ah... —Se calló, incómodo.

—Oh, Sid, eres un tipo grande, sí, pero solo por la altura y los anchos hombros. Es un hecho por la forma en que te comportas que no puedes ver esto, pero... —Sonrió— La altura y el tamaño, combinado con lo educado, lo dulce, y la cosa intelectual, te hace realmente caliente.

Sid se aclaró la garganta, sofocando una sonrisa mientras se recostaba en el sofá. —Está bien, entonces —dijo sin pizca de orgullo, como si hablaran de cualquier otra persona. Alex habría encontrado esto un poco petulante, pero con Sid, sólo alteraba todas sus “este hombre es adorable” hormonas.

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— ¿Sabes lo que pienso de ti? —dijo Sid en voz baja, con la mirada particularmente caliente.

En vez de responder, Alex metió una de sus piernas bajo la otra y se inclinó de manera que el codo descansaba en su rodilla. Su mano se curvaba cerca de su boca ocultando, parcialmente, una sonrisa que era en su mayor parte de vergüenza. — ¿Sabes lo que me gusta...? —Dijo en un susurro, y se mordió el labio mientras un leve rubor se arrastraba hasta su cuello—. Me gusta... —Bufó para sí mismo y negó—. Argh, no importa.

—No, ¿qué? —Sid sonrió—. No me importa si, ahora, estoy descaradamente coqueteando. Cuéntamelo. —Se rio.

—No, ignórame, estoy actuando como un adolescente. Debería estar avergonzado, de verdad.

Los ojos de Sid se estrecharon burlonamente. —Querías preguntarme si estoy bien proporcionado, ¿no? —Sonrió.

Alex se echó a reír, sacudiendo la cabeza. —No. —Pero ahora que lo había nombrado, tuvo que forzarse para no mirar hacía la proximidad de la ingle de Sid—. Aunque ahora si lo hago.

Sid se echó a reír. —El tono de esta conversación ha decaído drásticamente en los últimos diez segundos.

— ¿Y de quién es la culpa? —Miró hacia abajo, de vuelta a Sid y desvió la mirada rápidamente—. ¡Maldición! —se rio de nuevo.

Sid se reía, y ladeó la cabeza, mirando a Alex con curiosidad. Por último, sonrió, y se aclaró la garganta. —Muy bien, de ninguna manera soy del tipo que presume, pero puedo decir que

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lo que me falta de visión se compensa en otra parte. No voy a dar medidas.

Alex gimió. Avergonzado, del camino que había tomado la conversación. —Bueno suerte de algunos.

—Oye, no es que no tengas lo tuyo en ese departamento.

—Oh, Dios, cállate, cállate. —Hizo una mueca de buen humor, no quería recordar cuando Sid lo había visto pavoneándose alrededor desnudo.

—Mis disculpas. —Sid se reía cariñosamente—. Pero volviendo a nuestra conversación original para mayores de 13… decías que te gustaba algo.

Alex se echó a reír, encogiéndose un poco y cerrando sus ojos por un segundo. Al abrirlos, vio que Sid le sonreía. —Ahora va a sonar tonto, me gustan tus brazos. —Se encogió de hombros.

Sid arqueó una ceja con sorpresa. —Mis brazos —repitió de manera rotunda.

—Sí —Alex se encogió de hombros y le dio una sonrisa torcida—. Tienes unos lindos antebrazos. Sé que suena raro, pero... —Le restó importancia y acarició la parte superior de su propio brazo—. Creo que se sentiría muy agradable tenerlos a mí alrededor —admitió en voz baja.

La sonrisa de Sid se atenuó, y miró hacia otro lado. Alex sabía por qué, y tragó con fuerza. —Será mejor que me vaya.

—Que tengas un buen día, Alex.

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Alex pagó por su comida y luego dio un rápido vistazo a la habitación, en busca de una particular enfermera pelirroja a quien no había visto esa mañana. Mordía nerviosamente su labio mientras estaba allí parado como un tonto con la bandeja en las manos. Se sentía como el chico menos popular en una cafetería escolar. En cambio, estaba en la poco recomendable cafetería del hospital, en busca de una enfermera con la que recientemente, había sido un pésimo amigo. Echó un vistazo a la habitación y la vio a través de las grandes puertas de cristal que daban a un patio mediocre. Jackie estaba sentada en una de las mesas de picnic, comiendo una patata al horno, mientras hojeaba lo que parecía ser una porquería de revista.

—Hola, Jackie.

Ella levantó la vista, y Alex se dio cuenta inmediatamente que estaba en problemas.

—Hola, extraño.

Alex dio un respingo. —Lo sé, lo sé, no hemos hablado durante un buen tiempo, y he sido una mierda de amigo. —Dejó la bandeja en la mesa y se disponía a sentarse, a horcajadas en el banco, pero la mano de Jackie, con la palma hacia arriba, lo detuvo torpemente.

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—Quise decir eso, literalmente, hombre extraño a quién no reconozco.

Alex se sentó con una rabieta, dándole una mirada exasperada mientras acomodaba los pies bajo la mesa. Era bueno que viniese preparado. —Traje una ofrenda de paz. —Tomó el muffin de arándanos de su bandeja y casi lo lanzó en la de ella, yendo tan lejos como para utilizar su cara perrito apaleado.

—Oh, gracias. Bajo en calorías. No debiste molestarte.

Alex giró los ojos, parecía que debía ir a por todas. Sacó el pequeño oso de peluche, “Mejórate pronto” que había comprado, de su bolsillo y lo sostuvo frente a su cara de puchero, agitando la pequeña pata en cabestrillo. Sonrió cuando la vio fruncir sus labios en un intento por no sonreír.

— ¿Eso es lo que valgo? Un oso de tres noventa y nueve de la tienda de regalos.

—En realidad uno con noventa, están en oferta.

—Oh, bueno, mejor aún.

Alex suspiró y dejó el oso sobre la mesa. —Lo siento. Debí devolverte la llamada, pero estaba distraído. Soy una mierda y tú eres fabulosa, por favor, perdóname.

Ella entrecerró los ojos, inclinando su cabeza un momento mientras pinchaba su patata al horno con el tenedor de plástico. —Está bien —resopló dramáticamente—. Pero nunca más me hagas sentir nada menos que la persona más importante en tu vida, nunca más. ¿Vale?

Alex asintió. —Trato.

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—Y dime que estoy linda hoy.

—Te ves jodidamente hermosa.

—Ahora que suene sincero.

Alex se llevó la mano a su pecho fingiendo estar ofendido —Hey, me dejarías sin latido en el corazón... si no estuviese aterrorizado de las vaginas.

Jackie soltó un bufido y golpeó su antebrazo. Todo estaba perdonado. Se dio cuenta que mirada su ojo morado, y sabía que se moría por preguntar. Decidió sacarla de su miseria.

—Puedo verte revisando mi herida de guerra —dijo con un dejo de orgullo cuando recogió su bollo de pan y le arrancó un pedazo.

— ¿Te chocaste con una pared o algo así?

— ¿Por qué todo el mundo asume automáticamente que choqué con una pared?

Jackie se rio, y Alex no pudo evitar sonreír de mala gana. Realmente tenía la sonrisa más bonita. —Que sepas que tuve en un altercado leve con mi vecino.

— ¿Tu vecino te golpeó? —Preguntó con obvia sorpresa. — ¿Por qué? Eres la persona más cortés que conozco.

Alex se encogió de hombros casualmente mientras cruzaba sus piernas. —Le oí golpear a su novia, así que llamé a la policía y luego fui allí para detenerlo. De hombre a hombre. —Miró a Jackie, incapaz de leer su expresión—. Puño a puño... todo... macho, y esas cosas.

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—Alex, ¡idiota!

Alex parpadeó sorprendido. — ¿Qué? —preguntó secamente.

— ¡Podrías haber conseguido que te matasen!

—No seas tan dramática. Puedo cuidar de mí mismo.

Jackie abrió la boca para decir algo, pero se detuvo. Suspiró y dejó el tenedor. —Supongo que eres muy valiente.

—Estuve jodidamente increíble, muchas gracias.

Ella sonrió, y luego hizo un gesto para que girase la cabeza. —Déjame ver —le ordenó.

Alex hizo lo que le dijo mientras se quejaba. —Está bien. Soy enfermera, ya lo sabes.

Tocó suavemente el moretón. Aparentemente satisfecha con su curación, tiró del brazo de Alex. —Está bien, ven aquí, necesito abrazarte.

Alex se rio en voz baja mientras se lanzaba a sus brazos. Sonreía mientras los brazos rodeaban sus hombros, y él le frotó la espalda confortablemente. —Das los mejores abrazos del mundo.

—Eso es porque estoy hecha de azúcar y especias y todas las cosas buenas.

— ¿Eso significa que estoy hecho de ranas, caracoles y colas de perritos?

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—Eso es de lo que los chicos heterosexuales están hechos. —Ella lo dejó ir, cruzó las piernas, y sacó su almuerzo de nuevo frente a ella.

— ¿Y los que somos del otro bando? —Levantó una ceja y abrió la bolsa de frituras sabor a coctel de camarón.

Parecía reflexionar sobre ello mientras masticaba, pudo ver el comienzo de una sonrisa tirando en las esquinas de sus labios pintados de rojo. —No estoy segura, pero apuesto a que incluyen zapatos Gucci y ser fabuloso. —Se echó a reír.

Los ojos de Alex se entrecerraron juguetonamente. —No hay muffin para ti. —Se lo arrebató, haciéndola reír.

—Oye, devuélveme mi soborno.

—No.

—Dámelo o voy a abofetearte.

Alex frunció el ceño y puso el muffin entre ellos. —Lo harías ¿no es cierto? —Arrancó un pedazo y se lo metió en la boca—. Lo compartiremos, pero sólo porque mi linda cara no puede aguantar más de una paliza. Me avergüenzo como un melocotón, un gran y gay melocotón.

Jackie le sonrió con genuino afecto. —Entonces, ¿tuviste una buena semana fuera? ¿Hiciste algo interesante?

Una risita histérica amenazó con estallar, pero la ahogó, sólo un poco. —En realidad no. Leer un poco, ver algunas películas...

—Pensé que habías dicho que estabas distraído —dijo con suspicacia.

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—Uh, sí... sí que hice algunas cosas...

Jackie levantó una ceja delicadamente formada, y él entró en pánico. —Fui a Bristol. —Ofreció, de inmediato lamentándolo al instante.

— ¿Bristol? ¿Para qué fuiste a Bristol? ¿Quién va a Bristol en su tiempo libre?

Alex encogió uno de sus hombros y empujó un pedazo de muffin en su boca para ganar tiempo para pensar en algo que no sonara completamente estúpido. —Estaba aburrido y sólo me monté en el tren. Sentí que podía ser espontáneo.

—Sí, pero... ¿Bristol?

—Tienen un buen centro comercial. —No tenía ni idea, si eso era cierto o no.

— ¿En serio? No sabía eso. Tenemos que ir alguna vez entonces.

—Sí, claro. —Masticó sus frituras—. ¡Oh! Tengo un gato.

— ¿Qué? Eso es... bueno, eso es espontáneamente bueno. Eso lleva a la pregunta... ¿Por qué?

—Era un callejero, pequeño y solitario, así que lo adopté. Tiene tres patas, una oreja y no tiene cola.

El rostro de Jackie se desencajó. —Aww —se rio—. Eso es adorable.

Alex sonrió con orgullo. —Su nombre es Baldrick.

Ella giró los ojos. —Oh, Dios mío, Alex, tú y ese programa.

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—Oye, Blackadder me enseñó la mitad de mi vocabulario, por no mencionar la forma de vocalizar correctamente. Ya sabes, RowanAtkinson en realidad hablaba de esa manera porque…

—Sí, sí, para ocultar un tartamudeo, me lo has dicho que ¿un millón de veces? Todavía no puedo creer que hayas nombrado un gato en honor de un personaje de televisión.

—Espera hasta que lo veas, y verás que está acertadamente nombrado.

Ella sonrió. —Supongo que debe estarlo. Suenas como un padre orgulloso.

—Lo sé. Lo amo. Este gato es mi niño. —Sonrió mientras Jackie se echó a reír. Siempre era fácil hacerla reír, y esa era una de las muchas cosas que realmente le gustaba de ella. Pellizcó otro pequeño trozo de muffin.

—Así que fuiste a Bristol —contó con los dedos—. Leíste algunos libros, viste algunas películas, y adoptaste un gato.

—Sí, semana ocupada.

—Todavía no es una buena razón para ignorar mi llamada.

—Ya me has perdonado por eso —señaló.

—Lo hice. Pero bueno, no hay razón, para no poder recordar por qué te estoy perdonando.

Alex entrecerró los ojos, regresando a su muffin. —Eso no tiene sentido. Lo que en realidad quieres decir es que no me has perdonado del todo.

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— ¡Te estás comiendo mi muffin! El muffin que compraste para ganar mi afecto. —Se echó a reír.

Alex levantó el pequeño osito de peluche. —Uh... ¿hola?

Le arrebató el peluche. —Lo que quise decir es… ¡Alex! —Dijo con absoluta exasperación—. En serio, ¿qué haces con la comida? Frituras, pan, muffin. Frituras, pan, muffin. ¡Es extraño!

Frunció los labios y jugueteó con su bolsa de frituras. —Deberías saber que hay algunas personas a las que les resulta lindo.

— ¿Qué personas? —Estrechó los ojos.

—Sólo... algunas personas. —Se encogió de hombros. Levantó la vista cuando no recibió respuesta, se veía claramente sospechosa.

—Has conocido a alguien, ¿no es así? —Sonrió—. ¿Por qué simplemente no dijiste eso desde el inicio? Es más creíble que la historia de Bristol y el gato.

— ¡Fui a Bristol, y tengo un gato! —Esto no iba bien. Reconoció la mirada en sus ojos y supo que no iba a dejarlo ir.

Sonrió con aire de suficiencia y sacudió la cabeza. —Puede ser, pero has conocido a alguien, pequeña hormiguita. ¿Quién es? Vamos.

Alex se sintió alarmado, era como una ninja del chisme, nada pasaba por ella. Tragó saliva e intentó de nuevo ir a la defensiva. —Mira, me gustaría conocer a alguien, pero…

—Entonces, ¿por qué te sonrojaste?

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—Yo... que... cállate.

—Espera, no es el borrachín de Trevor otra vez, ¿verdad?

— ¿Qué? Dios, no.

— ¡Ajá! —Aplaudió con entusiasmo—. Pero ¿hay alguien? ¿Cuál es su nombre? Dame un nombre, ahora mismo. ¡Nombre! ¡Nombre! ¡Nombre!

— ¡Oh, Dios mío, psicópata! ¡Si-Simon! Su nombre es ¡Simón! —No estaba seguro de dónde le vino “Simón”, pero no podía decir el nombre de su Sid. No quería decirlo en voz alta a nadie más.

—Simon y Alex sentados en un árbol, jodien…

—Así no es cómo sigue la canción.

—Pero así queda mejor —dijo con entusiasmo, arrastrando los pies más cerca a lo largo del banco—. Detalles, dame más detalles.

Alex tragó, no tenía ni idea de cómo proceder. — ¿Sabes qué? En realidad es un poco complicado por el momento.

La feliz expresión de Jackie se redujo. — ¡Oh, no! ¿Está el armario? ¿Casado? ¿Pene pequeño?

Logró una pequeña risa, y negó. —No, bueno... en realidad, tal vez. No sé. No... No está disponible, y no voy a cruzar ninguna línea, si sabes lo que quiero decir. —No era exactamente una mentira, se dijo. Sid, en una forma no ortodoxa no estaba disponible.

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Le tocó el brazo y le acarició suavemente. —Oh, ya veo. Bueno, eso es bueno, Alex. —Asintió—. ¿Le estás dando algo como... espacio para respirar, o algo así, para que se dé cuenta?

Se sentía como una mierda por mentir, pero no había absolutamente ninguna manera de hacer que alguien entendiese la verdad. —Si eso es.

Ella se acercó y suavemente puso un brazo sobre sus hombros y le dio un beso en la mejilla. —Eres un buen tipo. Y sabes, déjalo que se dé cuenta por sí mismo, todo saldrá bien, y entonces no habrá ninguna duda de tu parte de que hiciste lo correcto. Y estás haciendo lo correcto por el novio de ese tipo, o novia, sea quien sea, al no saltar de cabeza cuando las líneas son todavía muy difusas.

—Sí, ese soy yo, el tipo bueno. —Eres un imbécil, Alex.

— ¿Por qué no me hablas de él?

—No estoy del todo seguro de cuáles son mis sentimientos para ser honesto.

—No, no de las cosas complicadas. Háblame de las pequeñas cosas, las cosas buenas que te gustan.

Alex la miró. En verdad quería, desesperadamente, hablar de Sid, aunque no podía decir su nombre en voz alta a nadie y debía hacerlo pasar como algo completamente distinto. Sus sentimientos se lo estaban comiendo, y tenía que hablar de ello.

—Es un tipo sensato y tranquilo, puede ser muy divertido, pero también muy tímido. —Se rio de repente—. Es tan amable y dulce... tiene esta cosa de gigante gentil e intelectual, es tan adorable. —Se mordió el labio—. Y es sincero, es como si no

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tuviese una coraza contra los demás y sólo te da la verdad o cualquier cosa que pidas. Nunca dañaría a una mosca y piensa que soy lo mejor en el mundo.

—Wow —dijo Jackie en voz baja, con el ceño fruncido.

— ¿Qué?

Jackie movió ligeramente la cabeza. —Lo siento, es sólo que cada vez que te he preguntado acerca del tipo con que sales, siempre has contestado, es guapísimo, es impresionante o cosas así. Nunca te he oído hablar de esa manera.

Alex pensó en ello, y sólo pudo estar de acuerdo en que probablemente era cierto. En realidad, nunca había mirado más allá del exterior de otros chicos. Pero en esos momentos, los chicos que buscaba por lo general eran para... bueno ellos no habían sido del tipo con los que podría pasar unos días simplemente hablando y riendo. Nunca fueron del tipo con que pudiera conectar, nunca fueron capaces de hacerlo sentir otra cosa que excitación. Sid… por quién se sentía encariñado, como si hubiera una cuerda invisible, atada entre ellos. En realidad, nunca había sentido una vulnerabilidad real en torno a otra persona como lo hacía ahora, y durante la semana pasada había encontrado la capacidad para adorar, necesitar, desear y amar a otra persona con todas sus imperfecciones y su idiosincrasia.

Oh, Dios mío.

— ¿Alex? Alex cariño, ¿estás bien? Lo siento, no tienes que hablar de ello si no quieres.

Lo amo. Oh, Dios mío. —Estoy bien —mintió, su voz era más fuerte de lo que él se sentía—. Es sólo que... no va a funcionar, Jackie —dijo con absoluta certeza.

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—No lo sabes… —Comenzó a protestar de inmediato.

—No, Jackie. Confía en mí, nunca va a funcionar —aun sabiendo eso, la pequeña parte de él que creía en finales felices, se resistía, creyendo que de alguna manera, por arte de magia todo iba a funcionar. Pero la realidad se sentía como un ladrillo en su estómago, estaba allí ahora, con los pies en la tierra y completamente consciente de la realidad, de la triste realidad. Sintió a Jackie acariciando su brazo de nuevo y se encontró con su mirada de preocupación. De alguna manera se las arregló para mostrar una verdadera, si no insegura, sonrisa.

—Estoy bien. —Asintió—. Realmente lo estoy. Es una de las pocas personas que estaría honrado en presentarte. Mientras él esté a salvo y en paz, entonces todo estará bien.

Ella frunció el ceño, evidentemente insegura de a qué se refería, pero sin querer decir algo incorrecto. Asintió y lo abrazó de nuevo. Alex inhaló con fuerza y respiró profundo. Se dio una breve sacudida y miró a Jackie.

—No más cosas serias. Vamos, ¿qué me he perdido durante mi semana de ausencia?

Jackie suspiró y cruzó las piernas. —No mucho, creo. Los pacientes siguen enfermos, siguen de mal humor. La Sra. Alderman del 3Z se quitó su vía intravenosa de nuevo y tuvo que ser trasladada...

Alex soltó un bufido. La misma vieja, la misma vieja. En cierto modo, le resultó reconfortante estar de vuelta en el trabajo. Este era el día a día, lo normal. Podría dejar su mente en blanco durante un rato mientras se acomodaba de nuevo en una rutina familiar. Ir a casa sería difícil. Sabía qué deseaba poder ir a casa, para poder abrir la puerta y ver a Sid sentado en el sofá,

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con el gato en su regazo y pasando los canales de la TV, hasta que lo viera, se levantara y lo abrazara porque estaba en casa. Eso era lo que quería. Ver a Sid sentado a la mesa de la cocina, con un ordenador portátil abierto mientras trabajaba, una sonrisa como saludo mientras él le decía que se tomara un descanso, ordenarían comida y se acurrucarían en el sofá. Eso era lo que quería. Sabía que necesitaba sacar esos pensamientos de su cabeza, no ayudaba a nadie torturándose con eso, y era el momento en que la burbuja en que había estado viviendo durante la anterior semana, reventara.

—…es alentador, está mostrando fuertes signos de… ¿Alex? Ni siquiera estás escuchando, ¿verdad? —se rio.

—¿Hmm? ¡Oh! —Cerró los ojos y sacudió la cabeza brevemente—. Mierda, lo siento, ¿estabas hablando acerca de tus pacientes?

En lugar de enojarse como solía hacer, Jackie dio un asentimiento, y puso una sonrisa simpática. Miró su reloj. —Vamos, las personas enfermas esperan. Es hora de volver a la realidad.

—No estoy seguro de estar listo —dijo con un suspiro.

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— ¡Discúlpeme!

— ¡Oh! Lo siento. Permítame —Alex se arrodilló para ayudar a recoger las compras de una viejita, con la que había chocado accidentalmente, mientras bajaba del metro.

— ¡Ay! ¿Qué demonios? —Miró desde su posición en cuclillas justo a tiempo para ver a la anciana balancear su bolso hacia su cabeza, y logró bloquear el golpe—. ¡Le dije que lo sentía!

— ¡Tenía los huevos ahí!

—Jesús, señora, le compraré otros huevos. —Se levantó y esquivó un golpe con el brazo—. ¿Quiere dejar eso ya?

— ¡Oh! —exclamó la señora, con lo que Alex creía era un sobre exagerado espectáculo de indefensión, mientras las puertas del tren se cerraban—. ¡He perdido el tren!

—Bueno, habrá otro en dos minutos, son bastante regulares, así que... —Se encogió de hombros a modo de disculpa.

Por lo visto dijo algo incorrecto, porque la anciana balanceó su cartera una vez más, mientras su arrugado rostro se retorcía de rabia.

— ¡Asquerosa pequeña mierda!

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La boca de Alex se abrió como la de un personaje de cómic. Miró a su alrededor, a los transeúntes a ver si alguien más había oído a la furiosa anciana de poco más de metro y medio y cuarenta y cinco kilos, que maldecía como un marinero.

—No hay escasez de huevos, ¿sabe?

— ¡Esos eran huevos de corral! ¡Son caros!

—No, no lo son, sólo son como cuarenta céntimos más caros o algo así.

— ¡Cada céntimo cuenta! —fue su remilgada respuesta.

Alex no pudo evitar esbozar una sonrisa ante eso. —Mi abuela solía decir eso.

— ¡Oh! Tú... —Balanceó de nuevo su bolso y Alex se tambaleó fuera de su alcance—. ¡Que te jodan!

Alex se quedó atónito. Qué anciana más tacaña. — ¿Sabe que tener modales no cuesta nada? —Soltó patéticamente mientras se daba vuelta y caminaba rápidamente, se negó a correr hacia las escaleras de caracol que lo llevarían al aire libre. Pasó por alto el pequeño grupo de adolescentes que se reían de él y sacó de su bolsillo los auriculares de su iPod. Eligió una pista de FooFighters fuerte, metió las manos en sus bolsillos mientras bajaba la cabeza e hizo su camino a casa.

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—Sid, estoy en casa —llamó. Era distantemente consciente de que no debía saludar a su fantasma cuando entraba, como si fuera su marido o novio, pero se moría por hacerlo. Dejó su mochila y se quitó su chaqueta—. ¿Sid?

Miró hacia arriba, alrededor de la sala, y su corazón se dejó caer inmediatamente. —Otra vez no. ¿Sid, cariño? ¿Estás aquí?

Se sentó en el sofá con un suspiro, y se quitó sus zapatillas. Ya había ocurrido lo mismo antes, una vez, hacía un par de días, llegó a casa y pasó una hora antes de que Sid apareciera, con aspecto aturdido y confuso, frotando su brazo. Se las arreglado para no llorar como una mujer histérica esa vez, pero seguía asustado como la mierda.

—Va a aparecer —se tranquilizó. Se dirigió a la habitación y se puso un pantalón de gimnasia, hizo un poco de té y se sentó en el sofá para ver la TV mientras se comía un bol de cereales. Busco a través de su guía de programación para encontrar el último episodio de Anatomía de Grey cuando la voz de Sid en el extremo opuesto del sofá lo sobresaltó.

— ¿Alex?

— ¡Jodido Jesús! —Los Rice Krispies salieron volando mientras Alex daba un salto. Su regazo estaba empapado por la leche derramada. Su mano se aferró a su pecho, y sonrió con alivio cuando miró a Sid, mientras un poco de risa sin aliento escapó de él—. Cristo, me has asustado.

—Lo siento, probablemente debería encontrar una forma más sutil de hacer notar mi presencia.

—Voy a ponerte un cascabel o algo así. ¿Estás bien?

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Sid subió sus gafas a lo largo de la nariz y encogió uno de sus hombros. —Un poco aturdido, había luces de nuevo.

Se miraron el uno al otro por un tranquilo momento hasta que Alex desvió la mirada, por debajo de sí mismo. —Debería ir a cambiarme.

Se levantó para ir a cambiarse cuando el teléfono empezó a sonar, lo miró por un segundo antes de descartarlo. —La contestadora la tomara.

— ¿Siempre compruebas tus llamadas? —pregunto Sid.

—No —arrastrando las palabras de Alex, se despojó de sus ropas y las tiró en el cesto de ropa. Tuvo que empujar el montón de ropa para poder cerrarlo, al parecer tendría que hacer la colada muy pronto.

—Gah, no me gusta lavar. —Decidió que un par de bóxers negros y una camiseta vieja irían bien, Sid lo había visto, sin duda, con mucho menos.

— ¿Quién era? —preguntó mientras se dirigía a la cocina, todavía tenía hambre.

—Andy. Te llamaba para recordarte que mañana tenía turno desde las siete de la mañana hasta las tres, y dijo algo acerca de salir con los chicos. Ah, y él te llamó niño homo afeminado, fue muy gracioso.

Alex se echó a reír. —Es la única persona que puede decir eso sin que suene ofensivo.

—Había un cierto tono afectuoso en su voz. —Sid asintió de acuerdo.

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—Tiene buenas intenciones. —Se sentó en el sofá con un nuevo tazón de cereal.

— ¿Cómo estuvo el trabajo?

—Estuvo bien, no me vomitaron, lo cual siempre es positivo.

—Tengo que estar de acuerdo con eso.

—Pero me gritó una pensionista con reflejos azules en el pelo.

— ¿Qué? —Sid bufó en voz baja—. Supongo que tienes que tratar con pacientes hostiles todo el tiempo.

—No, esto pasó en el metro. —Por alguna razón eso hizo que Sid tuviera un ataque de risa, y Alex sonrió alrededor de su boca llena de cereales. —Me choqué con ella y la hice tirar sus compras y perder el tren. Me golpeó con su bolso, tuvimos una gran discusión sobre los huevos, y entonces, me llamó “asquerosa mierda” y me dijo que me jodiera.

Sid sacudía la cabeza, riendo en voz baja. —Sólo atraes a los bichos raros, ¿no?

Alex le dio una engreída mirada de soslayo. —Bueno, desde luego parece que no puedo deshacerme de ti.

Sid se rio a carcajadas otra vez, y Alex solo miraba, pensando en lo guapo que se veía cuando sonreía de esa manera. Un golpe sonó en la puerta, y Alex suspiró mientras colocaba su tazón sobre la mesa de café y se levantó para responder. Seguía sonriendo a Sid mientras abría la puerta.

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— ¿Hola? —Se volvió y la sonrisa de su rostro desapareció— Trevor.

—Hola, Alex. Cuanto tiempo.

Alex dio un paso atrás de forma automática mientras Trevor entró en el apartamento. Alex cerró la puerta y miró a Sid cuando Trevor se tiró en el sofá, colocando los pies calzados con botas sobre la mesa de café. Sid se levantó y se alejó del sofá, la expresión de su cara era de puro disgusto.

—Te llamé hace poco y no me devolviste la llamada. —Trevor miró a Alex con maliciosa y evaluadora mirada, mientras se inclinaba hacia adelante y se quitaba la chaqueta, tirándola en el extremo del sofá, en el lugar de Sid—. Así que pensé en venir y ver cómo estabas.

—Estoy muy bien, Trevor; serías tan amable de quitar tus pies de mi mesa.

Trevor se rio y bajó los pies, extendió las piernas mientras se encorvaba. El hombre sabía exactamente lo guapo que era, y eso molestaba a Alex infinitamente. Miró en dirección de Sid y sintió un tirón en el pecho al ver la profunda expresión infeliz e incómoda en su rostro. Trevor llamó su atención dándole palmaditas al sillón.

—Tomate un descanso conmigo, Alex. Tenemos que ponernos al día.

—No estoy de acuerdo. De hecho, creo que debes irte. En realidad, estaba... eh, estaba en medio de algo, así que... —Asintió.

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Trevor resopló. —No, no lo estabas. —Miró a su alrededor—. Tu lugar nunca cambia, eso me gusta. —Le dio unas palmaditas en el estómago—. Sabes, me salté el almuerzo de hoy. Podrías prepararme algo de comer, ¿verdad? —Se quitó las botas, dejándolas caer al azar sobre el suelo, y sonreía hacia a Alex.

—Este tipo es realmente un gilipollas falto de tacto —murmuró Sid, con sus brazos cruzados sobre el pecho a la defensiva.

Alex no se lo reconoció, pero no podía estar más de acuerdo. Trevor era un tipo bien parecido, seguro, pero ¿por qué demonios había intentado alguna vez hacer que algo entre ellos funcionase? —Trevor —suspiró pesadamente—. No estoy interesado, ¿de acuerdo? Sólo vete, por favor.

—Siempre estás interesado. —Trevor sonreía—. Eso es lo que más me gusta de ti, tu facilidad.

—Muy bien, imbécil, fuera —Alex cogió sus botas, las lanzó delante de su puerta principal y la abrió para Trevor—. Fuera.

— ¿Qué diablos te pasa? —Trevor frunció el ceño mientras permanecía de pie—. ¿Qué, de repente eres demasiado bueno para mí?

—No hay nada repentino en eso, ahora vete.

Trevor sonrió y negó. —Está bien —habló cuando se dirigía a la puerta—. ¿Hora de decir adiós?

Alex asintió con nerviosismo y con sensación de malestar por tener Trevor rondando tan cerca. —Creo que es lo mejor.

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—Muy bien —suspiró—. Adiós, Alex.

Antes de que Alex dijese una palabra, se vio presionado firmemente contra la pared, con su boca tomada por un beso duro y hostil. Contuvo el aliento y la lengua de Trevor se deslizó en su boca, haciendo que sus dedos se doblaran. Esto era algo en lo que Trevor siempre había sido bueno, y maldita sea, había pasado un tiempo desde la última vez que lo habían besado. Sus manos, sin apretar los puños, se medio presionaban contra el pecho de Trevor. Dejó escapar un gemido cuando unas manos fuertes se deslizaron por su espalda. Cedió por un segundo, sólo un segundo, y le devolvió el beso, pero un gruñido ahogado le trajo de vuelta a la realidad. Se apartó del beso, y Trevor, que se creía tan bueno como el oro, dejó caer la cabeza para acariciar y besar su cuello. Alex sólo pudo ver la espalda de Sid y sus hombros caídos mientras desaparecía en su dormitorio.

—Creo que me gusta este plan de hacerte el duro que has puesto en marcha. —Murmuró Trevor contra su cuello, mientras sus manos se metían en la parte trasera de los pantalones cortos de Alex—. Acuéstate conmigo ahora mismo esto se está poniendo un poco aburrido.

—Trevor, para. —Frunció el ceño y empujó con fuerza contra su pecho, haciendo que el hombre tropezara un poco—. Infiernos lárgate. Ahora. —Sin mirar atrás para ver si Trevor había hecho lo que le pidió, se dirigió a su dormitorio, cerrando la puerta tras él y colocando una silla bajo la manija, eso siempre funcionaba en las películas.

—Sid, cariño, está bien, ya se fue.

Sid estaba de espaldas a Alex, con los brazos cruzados y los hombros caídos mientras sacudía la cabeza con tristeza. Soltó

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una forzada carcajada. —Oh, Dios mío, no me llames ‘cariño.’ No seas condescendiente conmigo.

—No lo soy —Alex rogó con tristeza, mientras se colocaba frente a Sid—. Le dije que se marchara.

Los dos miraron a la puerta del dormitorio cuando la manija se movió y luego sonó un golpe. —Alex —Trevor arrastraba las palabras, y el rostro de Alex se retorció molesto—. Esto estaba bien al principio, pero está empezando a bordear lo molesto.

—Oh, joder —gruñó Alex.

—Es curioso, no suena como si te estuviera tomando demasiado en serio, pero si me besaras así, probablemente tampoco lo haría.

—Me besó.

—Sí, y ofreciste una dura pelea.

—Esto es ridículo. —Se echó a reír, sin otra cosa que poder hacer, Alex sacudió la cabeza mientras se encogía de hombros.

—Oh, eso esta bien. —Un destello de dolor cruzó los rasgos de Sid—. Continúa, sigue burlándote. Ríete del pobre tonto que está enamorado de ti.

—Sid —dijo prácticamente quejándose. Otro golpe llegó desde la puerta, y un gruñido de frustración salió de la habitación.

— ¿Por qué no me voy? —Sid se dirigió hacia la puerta, pasando por delante de Alex—. Y les doy un poco de privacidad. —Dijo con sarcasmo.

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—Oh por el amor de… —Alex mordió con furia—. ¡No es como si fuéramos pareja!

Sid se detuvo y lo miró con una expresión de dolor. —Ya lo sé. —Trató de encogerse de hombros, pero estaba extremadamente incómodo.

— ¿Lo sabes? Porque estoy aquí, enviando a casa a algo seguro, a pesar que no he tenido nada de acción desde…

—Uh... ¿Alex? —Una voz, ahora, vacilante lo llamó desde la puerta—. ¿Hablas conmigo, o contigo mismo?

Alex continuó como si Trevor no estuviese allí. —…a pesar de que no he tenido ninguna acción en meses, ¡por un tipo al que ni siquiera puedo tocar! —Se pasó las manos por su pelo despeinándolo—. Quiero decir, ¿es culpa mía? ¿Quieres qué piense que esto, de alguna mágica manera, funcionará? ¡Eso no va a pasar! ¿De acuerdo? ¡No lo hará! Estás muerto, Sid! ¡Estás muerto!

Alex estaba respirando con dificultad, ni siquiera era consciente del hecho de que había levantado alarmantemente la voz a Sid. Toda la frustración y la decepción que acompañaba a la ruptura un corazón estalló y tuvo como objetivo a Sid, que lucía como si la persona que más amaba le hubiese dicho que se perdiera.

—Bien —graznó Sid al rato—. Saldré de tu camino. —Giró dirigiéndose a la puerta, pero se detuvo y se volvió hacia Alex—. Voy a dejar... —Se mordió de nuevo, con un toque amargo en sus labios—. Ya puedes ir y ser la puta barata de alguien.

—Sid —Alex respiró en estado de shock, el comentario lo hirió profundamente. Sin darse cuenta, dio un paso atrás.

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—A pesar de que he tratado de decirte una y otra vez que eres mucho mejor que eso. —Sid tenía las manos en alto mostrando indiferencia—. Pero tú mismo, si quieres rebajarte, ve y hazlo. Qué sé yo, sólo soy un tipo muerto.

—Sid —instó Alex, con la voz entrecortada cuando se lanzó tras Sid, se apresuró a mover la silla y abrir la puerta dejando atrás a un Trevor muy confundido—. Sid ¡Lo siento!

Sid lo miró, su expresión se suavizó un poco ante la vulnerabilidad de Alex.

—Uh, ¿Alex? ¿Estás loco? Estás empezando a asustarme un poco.

Sid miró a Trevor y gruñó. Volvió a mirar a Alex, su simpatía se esfumó. —Voy a estar en el refrigerador.

—Oh, Sid, ¡no! ¡Al refrigerador no! —Siguió a Sid, pero no se animó a abrir la puerta del refrigerador—. Lo siento.

—Umm... vale, es mejor que me vaya —Trevor señaló con el pulgar por encima su hombro—. Tengo que... adiós.

Alex suspiró y se arrodilló al lado del refrigerador, aliviado cuando la puerta se cerró detrás de Trevor, no estaba, en absoluto, preocupado de que el tipo, indudablemente, creyera que estaba loco. —Se ha ido —dijo en voz baja, esperando una respuesta. Ninguna llegó.

—Sid, lo siento mucho, nunca debí gritarte de esa manera.

Todavía no había respuesta.

Alex tragó el nudo en su garganta. —Cuando dije que nada de esto resultaría. —Sacudió la cabeza en silencio—. No fue

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porque... sólo quise decirlo en sentido práctico, realista. —Suspiró—. No es como si sintiera esas cosas. Mis sentimientos son reales, ¿de acuerdo? Sé lo que sientes por mí, porque yo siento lo mismo. —Negó—. Pero nada saldrá de esto —dijo resueltamente—, y tenemos que reconocerlo, aceptarlo.

Cuando se encontró sólo con el silencio, apoyó la frente contra la puerta. —Por favor di algo.

—Alex —fue la débil respuesta de Sid, su nombre era apenas un suspiro.

Alex abrió la puerta para ver un muy contraído Sid, sus brazos envueltos alrededor de sus rodillas y sus pies desaparecían por el lado del refrigerador donde no encajaba.

—Lo siento mucho —dijo Sid significativamente—. Lamento tanto lo que dije.

—Está bien.

—No, no lo está, y tienes razón. Ambos necesitamos hacer frente a esto y dejar de fingir que es algún tranquilo oasis.

—Creo que tardó mucho tiempo en llegar, ¿eh? Que nos gritáramos el uno al otro.

—No te merecías eso. No eres la puta barata de nadie.

—Gracias —le susurró Alex.

—Me odio por decir eso.

—No tienes que hacerlo, en verdad, sé que no lo decías en serio. Te conozco.

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Sid sonrió con tristeza. —Eres probablemente la única persona que lo hace, que lo ha logrado.

Alex asintió, y apoyó su mejilla contra la puerta del refrigerador. —Me gustaría que fuese real. Sería muy feliz de tener una vida más allá de lo que tenemos.

Sid se quejó, dejando caer la cabeza en sus brazos cruzados sobre las rodillas.

—Lo siento, sólo lo hago más difícil al decir cosas como esa.

—Sí. —Sid asintió—. Pero significa el mundo para mí. Tú significas el mundo para mí.

Su visión se humedeció y sus ojos le picaban. —Tú me amas, ¿no? —dijo Alex con voz ronca.

Sid tomó aliento, y suavemente le susurró: —Sí.

Alex asintió, y rápidamente se limpió la mejilla cuando una lágrima se le escapó. —Yo también.

—Desearía que no lo hicieras.

—Demasiado tarde. —Alex sorbió y se frotó los ojos con el dorso. Su voz era más fuerte cuando habló. —Sid, estarás malditamente helado, sal del jodido refrigerador.

Sid soltó una risa triste, tranquila, y dejó el refrigerador mientras Alex se acercó de nuevo. Cerró la puerta cuando Sid salió, y se volvió para mirarlo. Ambos parecían perdidos en cuanto a qué decir, pero esta vez no era por torpeza.

—Estoy malditamente harto de esto.

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Sid asintió. — ¿Por qué no vas a la cama, te acuestas temprano?

—Creo que es una buena idea.

—Sabes dónde voy a estar.

Alex se frotó la parte superior del brazo, sintiendo frío, miró hacia el dormitorio. En realidad no quería estar solo, y se sentía mal dejando a Sid en el sofá viendo las noticias de la noche después de los eventos de esa tarde. Siempre existió una regla tácita en la que su dormitorio era una zona prohibida. Pero no estaba dispuesto a darle las buenas noches a Sid todavía.

— ¿Quieres acostarte conmigo?

Sid lo miró por un momento. — ¿En tu cama?

Alex bufó en voz baja. —No es como si tuviese que preocuparme porque vayas a tomar ventaja. —Cruzó los brazos con fuerza, casi abrazándose—. Por favor, quédate conmigo. —Se pasó la lengua por su reseco labio inferior—. ¿Hablas conmigo hasta que me duerma?

—Por supuesto.

La profunda pero suave voz de Sid, despertó, nuevamente a Alex. Se había quedado dormido mientras escuchaba hablar a

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Sid, hablaron acerca de su infancia, y de las diferentes casas de acogida en las que había estado. Compartieron las pequeñas cosas que por lo general se consideraban demasiado tontas o íntimas para la luz del día, por ejemplo, la forma en que solía tener miedo a la oscuridad cuando era pequeño, cuántos huesos se había roto en su vida y cómo se los había roto. Le había dicho a Alex que por un largo tiempo, mientras era un niño, creía que al morir, uno se convertía en una nube, y que secretamente deseaba que eso fuese cierto. Su voz arrulló a Alex. Había relatado sus primeros años, y Alex se quedó dormido, imaginando al niño tranquilo, dulce, pero solitario que había sido Sid.

—Alex, necesitas despertarte.

— ¿Hmm? ¿Qué hora es? —Murmuró, medio dormido mientras se daba vuelta y miraba su despertador. Eran casi las cuatro de la mañana, un rápido vistazo a la ventana de la habitación por la abertura de las cortinas mostró que todavía estaba oscuro, excepto por el débil resplandor de la media luna.

—Todavía es temprano... ¿Alex?

Alex se acomodó nuevamente y sonrió, somnoliento, a Sid, le gustaba despertarse así. Tal vez podría convencer a Sid para hacer esto más a menudo. — ¿Pasa algo?

Su sonrisa somnolienta empezó a atenuarse cuando se dio cuenta de la triste, preocupada y compasiva expresión en los incoloros ojos. Alex comenzó inmediatamente a sentarse, su estómago dio un vuelvo mientras un inexplicable temor se apoderaba de él. — ¿Qué, qué está pasando?

—Vuelve a acostarte conmigo —pidió a Sid, tragando saliva. Se acarició la mano cercana a él, y Alex se deslizó lo más cerca

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que pudo, recostándose al nivel de sus ojos, pero lejos de estar relajado.

— ¿Te vas otra vez? —susurró Alex. Aterrorizado por la respuesta, porque sabía, sabía que esto era diferente, que algo estaba pasando.

El fantasma asintió, evitando su mirada. Cuando se obligó a encontrarse con los preocupados ojos de Alex, le tendió una mano, como si de alguna manera pudiese consolarlo, cuando Alex de inmediato comenzó a sacudir la cabeza. Un leve grito quedó atrapado en la garganta de Alex.

—No —rompió su voz, y sus cejas se arquearon con tristeza mientras sacudía la cabeza—. Por favor no te vayas. Por favor...

—Shh, todo va a estar bien, Alex —Sid trató de consolarlo.

—Volverás.

—No lo creo.

— ¡Podrás regresar! ¡Siempre regresas! —exclamó Alex, ni siquiera trataba de ocultar sus lágrimas.

—Es diferente, Alex, no me siento como si aún estuviera aquí realmente. Estoy siendo arrastrado lejos.

—Entonces, lucha contra eso, sólo quédate conmigo, sólo seremos nosotros, por favor…

—No puede ser así, no es como se supone que debería ser. —Su propia voz profunda empezó a temblar—. Oh, por favor, no llores, por favor...

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—No quiero que te vayas. Eres mi amigo, eres más que mi amigo. Vamos, te amo. Por favor, Sid...

—Nunca fue una opción, Alex, ésta es la última vez que estaré aquí. No tengo miedo, así es como se supone debe suceder, sólo que... se siente bien de alguna manera.

— ¿Dejarme se siente bien? —Trató de estar enojado, cualquier cosa que no fuese impotente y suplicante.

—No, dejar esto... lo que soy, se siente bien. Dejar este estado intermedio en el que he estado atrapado se siente bien... —Los dedos del fantasma alcanzaron la mejilla de Alex, cerca pero sin tocarlo—. Amarte, se siente bien. —Se lamió los labios—Creo que por eso me voy. Tal vez tenías razón, tal vez había algo que tenía que hacer. Tal vez tenía que amar a alguien antes de que pudiera irme, tal vez tenía que ser amado por alguien.

—No quiero que te vayas —gruñó Alex—. Por favor, quédate conmigo. Vamos, por favor.

—Sé que suena muy trillado. —Sid negó contra la almohada con una sonrisa forzada—. Pero sé que parte de mí siempre estará contigo. Mi vida no fue buena hasta que morí, Alex. La mejor parte de ella fue aquí en este apartamento, contigo.

—Entonces quédate, siempre puede ser así.

—Tú mismo lo dijiste, nunca podrá ser más que esto. Necesitas más, Alex, pero no puede ser conmigo. Creo que sólo necesitas darte cuenta de eso.

Alex agarró desesperadamente el cobertor y la almohada. —No es justo.

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—No, no lo es. Pero, Alex, mírame... —Alex abrió los ojos que había cerrado herméticamente para evitar las lágrimas—. Alex, ¿recuerdas lo que dije antes? Cuando estábamos hablando de Van Gogh, y sus pinturas.

Alex asintió.

— ¿Qué esa era su manera de dejar su huella en el mundo? —Tragó saliva—. Bueno, eso eres tú. Tú eres mi huella, Alex Tanner. Y estoy muy agradecido de haberte conocido, de haber tenido la oportunidad de amarte.

Alex ahogó un sollozo. —Oh, Dios mío.

—No tengo miedo, Alex, está bien.

—Lo tengo. Tengo miedo.

—Vas a estar bien, lo prometo. No sé cómo pero lo sé, ¿de acuerdo? Eres demasiado bueno como para no conseguir todo lo que te mereces.

—Desearía poder tocarte, sólo una vez —susurró Alex, con voz ronca—. Vas a estar lejos, apenas puedo verte. —Parpadeó en gran medida, inexplicablemente cansado cuando momentos antes estaba despierto.

—Ve a dormir, amor. Por favor, ve a dormir por mí.

Alex frunció el ceño mientras luchaba por mantener los ojos abiertos. — ¿Qué está pasando? —Murmuró, con los párpados muy pesados para permanecer abiertos.

—Me voy. Y te amo. Te amo para siempre.

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Alex trató de hablar, pero todo lo que salió fue un susurro con la misma promesa, y luego quedó inconsciente.

Alex despertó lentamente. Tan pronto como abrió los ojos, sabía que algo era diferente. Frunció el ceño y empezó a sentarse, a continuación, con un jadeo, supo con absoluta certeza que estaba solo en su apartamento. Que no había nadie más allí, a excepción de su gato. Sid se había, absoluta e irrevocablemente, ido.

Se había ido.

Un grito ahogado salió de la garganta de Alex, y giró su rostro para presionarlo duro contra la almohada tratando de ahogar el fuerte ruido que buscaba salida. No era un grito, no era un gemido. Era algo gutural y terrible. Era fuerte y le dolía la garganta. Levantó la cabeza para tomar aire y la saliva se aferró como una tela de araña entre su boca y la almohada húmeda.

Lloró largo y duro, sofocando el sonido y el dolor lo mejor que pudo. No había palabras, sólo ruido. Sus manos se aferraron a la almohada, sus nudillos se pusieron blancos y desgarraron la costura. Sid estaba muerto. Honestamente nunca había pensado en Sid como muerto hasta ese momento, fue capaz de hablar con él, fue capaz de llegar a conocerlo y cuidarlo. Ahora Sid ya no estaba en el mundo y eso fue lo que hizo que el desafinado grito de dolor se agravara, brotando de él. El mundo, su mundo, había

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sido robado de esta persona maravillosa. Ahora sólo sería una parte del pasado, que haría insoportable el presente y el futuro una broma de mal gusto. Sid estaba muerto.

Sid estaba muerto.

Andy estaba haciendo café cuando vio una luz roja parpadeando en su contestador. Los extraños turnos de trabajo como guardia de seguridad, tendían a hacer que cayese como un tronco apenas llegaba. Una manada de elefantes no podría despertarlo, y mucho menos su teléfono. Golpeó el botón de reproducción, y casi se atragantó con el café al oír la voz de Alex, ronca y frenética.

—Andy, Andy, ¿qué hago? Se ha ido. ¡Se ha ido! No puedo soportarlo, ¿qué hago?

Andy de inmediato tiró el café por el fregadero, sintiéndose realmente conmocionado por la nota desesperada en la voz de Alex. Cogió el teléfono y marcó el número de Alex, acunó el teléfono entre la oreja y el hombro mientras se ponía los pantalones vaqueros. Frunció el ceño cuando fue desviado al contestador.

—Alex, ¿amigo? ¿Estás ahí? Vamos, amigo, contesta si estás ahí. —Habló con suavidad mientras agarraba un jersey de un cajón y se lo ponía—. Está bien voy para allá, ¿no? Y puedes

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decirme lo que está pasando. No vayas a ningún lado. Ya voy para allá.

Colgó, y rápidamente comprobó a qué hora había dejado el mensaje. Lo había dejado a las 06 a.m. Cuatro horas antes. Con una preocupada maldición, rápidamente se puso sus zapatos y agarró las llaves. Estuvo malditamente cerca de correr a casa de Alex. Nunca lo había escuchado tan disgustado antes, y por mucho que se burlara de Alex, lo amaba con la misma medida. Era un buen tipo y divertido como el infierno. Le jodía oírlo tan frenético.

Su respiración era un poco más pesada, en gran medida por subir las escaleras al apartamento de Alex corriendo, llamó a la puerta rápidamente. — ¿Alex? Soy Andy, déjame entrar. —Esperó un segundo y luego volvió a llamar—. Vamos, amigo, lo que esté pasando, vamos a resolverlo, ya lo verás.

Frunció el ceño y luego intentó abrir la puerta. Giró los ojos cuando se abrió e inmediatamente entró, llamando en voz alta a Alex de nuevo. La sala y la cocina estaban vacías. Pronto entró en el dormitorio que también estaba vacío.

Se rascó la parte posterior de la cabeza, y luego miró a la puerta del baño. Sintió el aumento de la bilis en la parte posterior de la garganta y con una maldición se apresuró a abrir la puerta con miedo de lo que pudiera encontrar.

Nada.

Alex no estaba allí, y todo parecía normal. ¿Y si imaginó todo esto? ¿Y si estaba aún medio dormido al escuchar su mensaje? No, no imaginó el sonido frenético de la voz de Alex, de ninguna manera imaginaría eso. Sacó su móvil del bolsillo y presionó “llamada". Esperó, contento de no escuchar el familiar

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tono de Single Ladies de Beyoncé, por el cual se burlaba de Alex constantemente, eso significaba, esperanzadamente, que Alex por lo menos tenía su móvil.

Suspiró con frustración y dejó un mensaje en el correo de voz de Alex y salió del apartamento. Odiaba dejarlo abierto, pero no desea bloquear a Alex si volvía. Miró su reloj, eran casi las diez y media. Tal vez ¿habría ido a trabajar? No podía imaginar que lo hiciera, cuando había sonado tan disgustado, pero viendo alrededor en el apartamento, no sabía qué más hacer.

Alex había evitado cualquier mirada extraña dirigida a él. Sabía que sus ojos estaban inyectados en sangre y sus mejillas manchadas e hinchadas, pero no le importaba. Se subió al metro en Camden esa mañana y viajó por el subterráneo, el vaivén de los vagones, el zumbido bajo de las conversaciones, y el aire viciado ni siquiera fueron registrados mientras se sentía aturdido. Casi cuarenta minutos más tarde, estaba parado de pie, solo, con las manos en los bolsillos y su mandíbula apretada, mientras luchaba por contener las lágrimas. Se quedó de pie, frente a “Los Lirios” de Van Gogh en la Galería Nacional. No podía moverse.

—Es hermoso, ¿no?

Alex salió de su ensimismamiento ante la pregunta y miró al hombre que estaba junto a él mirando el cuadro. Debía tener alrededor de cuarenta años, llevaba un suéter de cuello alto

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tejido en punto trenzado, tenía el pelo corto y oscuro y llevaba gafas de montura gruesa. Alex tragó saliva, preguntándose si alguna vez sería capaz de hablar con alguien con gafas otra vez sin querer abofetear sus rostros.

—Sí, lo es. —Habló en voz baja.

— ¿Es usted un admirador de la obra de Van Gogh?

—Umm, no particularmente. —Alex miró de nuevo a la pintura.

—Sólo esta, ¿entonces?

—A mi amigo le gustaba esta pintura. —Su voz se quebró un poco, y maldita sea, sus ojos ardían de nuevo.

—Sabe, Van Gogh estaba en un asilo justo cuando pintó esta obra. La llamó el pararrayos de su…

—El pararrayos de mi enfermedad —finalizó Alex, una pequeña y triste sonrisa apareció sus labios—. He oído hablar de eso antes. —Asintió.

El hombre le sonrió. —Algunos críticos dicen que los grupos de flores, en sus tres colores vibrantes y un solo lirio blanco representan la aceptación de Van Gogh en el asilo, y que…

—No —Alex sacudió la cabeza—. Se sentía solo. —Miró al hombre—. Era un tipo solitario.

El hombre lo miró por un momento, antes de levantar su mano. —Soy Tom.

Alex tomó la mano extendida por cortesía. —Alex —respondió.

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—Alex. —Sonrió—. Espero no estar yendo demasiado lejos, pero quizá ¿te gustaría tomar un café conmigo?

Alex parpadeó sorprendido, y poco a poco retiró su mano. —Lo siento, pero tengo que irme.

Vio un destello rápido de decepción, pero entonces el hombre mayor sonrió y asintió. —Claro.

Alex comenzó a alejarse y luego se detuvo. —Sin embargo, fue un placer conocerte, Tom.

Salió de la galería.

—UH, perdón. —Andy se detuvo en la estación de enfermería, sintiéndose completamente fuera de lugar. Una mujer mayor con un portapapeles lo miró.

—Señor, las horas de visita son de dos a ocho. Me temo que usted no puede estar aquí ahora.

—¡Oh, no, no vine a visitar a nadie. Sólo estoy buscando a mi amigo. Trabaja aquí, ¿Alex Tanner?

Tan hostil como parecía en realidad dejó el portapapeles y se quitó las gafas, dejando que colgaran de una pequeña cadena alrededor de su cuello. — ¿Eres amigo de Alex?

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—Sí, soy Andy. ¿Está aquí? ¿Puedo hablar con él?

—No, me temo que no vino a trabajar hoy, de hecho, ni siquiera llamó.

—Mierda.

La enfermera levantó una ceja. —Pensé que tal vez no se sentía muy bien y se quedó dormido. —Inclinó la cabeza—. ¿No está en casa?

—No, quiero decir... eh... —Realmente no tenía la intención de meter en problemas a Alex.

—Ya veo —sus labios estaban fruncidos.

—Hey ahora —apuntó un dedo en su dirección, pero lo dejó caer torpemente un segundo más tarde bajo la mirada fulminante—. Recibí un mensaje de voz esta mañana y su voz sonaba devastada por algo, estaba llorando, maldita sea. Le juro que no está fingiendo una enfermedad, hay algo realmente mal.

Había esperado que se molestara, pero su expresión en cambio era de preocupación. — ¡Oh, pobre muchacho!, y ¿no ha sabido nada de él desde entonces?

Andy meneó la cabeza.

—Espere un segundo.

Caminó alrededor de la mesa de la estación y tomó el teléfono. Andy observó, desconcertado mientras ella marcó una serie de números, y colgó sin decir una palabra.

—Acabo de llamar a la enfermera Cousins. Son buenos amigos, tal vez ella podría saber lo que ha ocurrido.

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—Oh, eso es genial, ¡gracias!

—No es un problema, de hecho, aquí está ella.

Andy no pudo evitar levantar una ceja ante la pelirroja curvilínea que se acercó a la recepción. Echó una mirada a Andy y luego a la otra enfermera. Tenía ojos azules, mejor dicho celestes y amable rostro... y pechos increíblemente grandes.

—Hola, ¿me ha llamado?

—Sí. Jackie, este caballero es amigo de Alex, tiene algunas dudas en cuanto a dónde puede estar.

—¿Jackie? —Andy casi soltó una carcajada—. ¿Tú eres Jackie?

Jackie frunció el ceño. —Sí, ¿qué pasa con Alex? Le envié mensajes de texto antes, cuando no vino, pero no respondió.

—En serio, tú eres la Jackie con la que quería engancharme.

Su ceño se profundizó. — ¿De qué estás hablando?

Incluso ese lindo gesto me tiene cautivado. Andy meneó la cabeza minuciosamente. —Uh, no importa. Escucha, tengo un mensaje de voz de él de esta mañana…

—¡Oh! —dio un paso hacia adelante e inconscientemente le tocó el antebrazo.

No podía dejar de mirar hacia abajo en donde su mano fresca y suave le tocaba, y miró de nuevo a esos alarmados y hermosos ojos celestes.

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— ¿Está bien? ¿Está enfermo? Es muy propenso a pillar todos los virus alrededor, y ya que trabaja en un hospital entonces…

—No está enfermo, sólo está disgustado. Estaba diciendo algo acerca de alguien que se ha ido, y que no sabía qué hacer.

Sus hombros cayeron. — ¡Oh, no!

— ¿Estaba viendo a alguien, entonces? No me dijo nada, y por lo general no puede esperar a decirme cosas así, a pesar de lo mucho que le ruego para que no lo haga.

Ella asintió tristemente. —Realmente no quería entrar en detalles… —Le dio una pequeña sonrisa—. Y a mí sí me gusta esa mierda. Sin embargo, sí mencionó a un tal Simón, y ese puede ser... no sé, estaba encerrado en el clóset, casado, o en una relación.

—Oh, Alex —murmuró con simpatía Andy.

—Sin embargo, parecía haber llegado a un acuerdo con él, ¿sabes? Dijo que sabía que no iba a funcionar, y que no iba a cruzar las líneas. —Le hizo un gesto triste encogiéndose de hombros, una acción que Andy encontró bastante atractiva—. Estaba realmente muy orgullosa de él, cuando me dijo eso.

—Así que... este tipo, Simon. ¿Lo conoces? ¿Sabes cómo luce? ¿Dónde vive? Porque quiero buscarlo y hacerlo llorar como una niñita.

Ella le sonrió. —Está bien, ahora sé quién eres. —Hizo un ligero asentimiento—. Alex habla de ti bastante. ¿Cariñoso pero ofensivo? ¿Ferozmente leal?

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Se encogió de hombros con modestia. —Suena como yo.

—Y él ¿no está en casa? ¿No te dijo a dónde iba?

Negó. —No. Fui a su casa, todo parecía normal, pero no estaba allí. He dejado mensajes en los dos buzones de voz.

Suspiró con tristeza. —Entonces tendremos que esperar hasta que devuelva la llamada.

—No lo sé. —Frunció el ceño con preocupación—. Parecía muy angustiado, estoy un poco preocupado.

Le acarició el brazo. —Es un niño grande. Tal vez sólo necesitaba un poco de aire fresco. Llamará a uno de nosotros cuando esté listo. —Asintió.

—Sólo espero que no está jugando al valiente con los trenes en la estación de metro.

—No digas eso. —Sacudió la cabeza—. No importa lo molesto que esté, nunca haría algo así.

Andy asintió. — ¿Por qué no intercambiamos números? —Ella levantó una ceja en respuesta, y cuando su mano cayó lejos de su brazo, rápidamente se apresuró—. Sabes si te llama, puedes hacerme saber que está bien, o viceversa. Me puedes llamar... —Se detuvo.

Sus ojos se estrecharon por un momento, pero apretaba los labios en un intento por no sonreír. —Está bien. Déjame coger mi móvil y me reuniré contigo fuera para intercambiar números. —Señaló un letrero encima de su hombro, que prohibía el uso de móviles en el hospital.

—Sí, claro, estaré en la entrada.

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Esperó unos minutos y entonces ella estaba allí, caminando hacia él con una sonrisa amistosa. Estaba encendiendo su teléfono, y sonrió al ver que era el IPhone del que Alex había dicho muchas veces que era la única persona que todavía tenía un ladrillo en lugar de un teléfono.

—Asegúrate de decirle que me llame si se pone en contacto contigo primero.

—Lo haré. —asintió él.

—Y dile que lo amo.

Sonrió. —Lo haré.

—Y que voy a matarlo por preocuparme.

Se rio suavemente. —Vas a tener que hacer fila, pero sí, lo haré. Muy bien, adelante.

Recitó rápidamente su número y él lo agregó a su teléfono, se lo repitió para asegurarse que era correcto. Le dio el suyo, y entonces tuvieron un momento incómodo para despedirse.

—Así que, eh. Te llamo, cuando oiga algo de Alex.

Asintió. —Gracias.

—O... tal vez te llamo.

Sofocó otra sonrisa, lo miró de arriba a abajo, y se encogió de hombros. —Eso estaría bien.

Despreocupada de lo fácil que había sido haberlo hecho sonreír alegremente, hizo que ella se riera suavemente y apartara la mirada casi con timidez, pero él tuvo la impresión de que

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'tímida' era algo que si duda esta mujer no era. A él le gustaba eso. Extendió la mano, y ella la estrechó. Se dio cuenta que debería sentirse culpable de estar tan contento por haber conocido a la amiga de Alex, cuando Alex estaba desaparecido en combate... pero, maldita sea.

—Bueno, nos vemos. —Miró hacia abajo a sus manos unidas, y habló sin pensar—: Dios, tienes lindas manos. —Miró hacia ella sorprendido con una carcajada, y sonrió—. Y eso sonó extraño. Voy a irme ahora, antes de que borres mi número.

—Fue un placer conocerte —dijo ella, riendo en voz baja—. Es una pena que no sea bajo mejores circunstancias, pero... —Se encogió de hombros, un gesto de preocupación estropeó su frente.

—Oye, como dijiste, probablemente fue a conseguir un poco de aire fresco. Va a llamar.

Hizo un asentimiento, aparentemente tranquila. —Sí, sí lo hará. Hablaré contigo pronto.

Asintió, y luego la vio alejarse. ¿Por qué diablos no había dejado que Alex los enganchara?

Alex...

Frunció el ceño y dejó la entrada del hospital. No tenía programado ir a trabajar hasta más tarde esa noche. Tenía un montón de tiempo para que Alex llamara.

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Alex dejó escapar un suspiro de agotamiento cuando entró en su apartamento. Estúpidamente, se había quedado fuera por un corto espacio de tiempo, reacio a entrar y no ver a Sid. Pero tenía que hacerle frente, tenía que superarlo. Dejó caer las llaves sobre la mesa de café, tragando sus lágrimas frente a lo silencioso estaba todo alrededor. Se sentía como en un sueño, como si no hubiese sido nada más que su imaginación, pero un vistazo al gato que dormía acurrucado entre sus zapatos le confirmó que no lo era. Tuvo la oportunidad de conocer una persona extraordinariamente maravillosa y hermosa, y estaba agradecido por eso. Sólo esperaba que en algún momento, pronto, ese agradecimiento fuera suficiente para él, y el enorme sentimiento de pérdida le permitiera en algún momento volver a respirar.

—Eh, tú —dijo en voz baja, con un leve sollozo mientras recogía al adormilado gato, de entre sus zapatos, y lo sostenía contra su pecho—. Perdona que te despierte, precioso. —Sonrió cuando un ronroneo suave, fue su respuesta al sentarse en el sofá. Le hizo cosquillas bajo la barbilla, sonriendo cuando Baldrick estiró el cuello y cerró los ojos alegremente. La campana en el collar sonaba, y los dedos de Alex tocaron el pequeño tubo que colgaba a su lado. Con cuidado, desenroscó el extremo del tubo, y sacó el trocito de papel de interior. Se mordió el labio mientras acariciaba a lo largo de la caligrafía, y luego cuidadosamente lo enrolló y lo puso de regreso.

—Nos pertenecía. Siempre nos pertenecerá. —Besó la parte superior de la cabeza de Baldrick, y luego lo acomodó en el sofá junto a él cuando sintió su teléfono vibrando en su bolsillo trasero.

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Al mirar pantalla, vio el número de Andy parpadeando, y con un sentimiento de culpa, por dejar lo que debió ser un mensaje histérico a su amigo y luego ignorarlo durante toda la mañana, le contestó.

—Así que, ¿cuándo dijiste “se ha ido, no sé qué hacer...”? ¿Te referías a tu gato? —preguntó Andy con incredulidad.

—Sí —mintió Alex, sonando tímido—. Salió cuando dejé abierta la puerta principal. Traté de encontrarlo en el edificio, pero no pude, así que te dejé ese mensaje estúpido en un ataque de pánico y luego salí a buscarlo. Me tomó un tiempo, pero lo encontré. Siento mucho haberte preocupado.

— ¿Preocuparme? ¡Alex, me han salido canas por tu culpa!

—Puedes arrasar con el gris —dijo Alex cariñosamente—. Como George Clooney.

—Deja de tratar de halagarme. ¿De verdad estás bien?

—Estoy bien.

—Así que... ¿no tiene nada que ver con este tipo Simón? —preguntó vacilante.

Alex frunció el ceño, y estaba a punto de preguntar quién era Simón cuando recordó su conversación con Jackie, del otro día. —Has hablado con Jackie —preguntó con obvia sorpresa.

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— ¡Me asustaste como la mierda! Fui a tu casa pero no estabas allí, y no respondías a tus mensajes así que... fui al hospital para ver si tal vez estabas allí.

Alex sonrió a su pesar, Andy podía ser un tipo tan bueno a veces.

—Es posible que te haya metido en problemas con la vieja enfermera mandona que tenía el portapapeles, sin embargo.

Alex suspiró, Andy podía ser un tipo tan imbécil a veces, pero esto era sin duda culpa suya. Decidió no ir a trabajar por su propia voluntad y lo más probable es que conseguiría una reprimenda si no una advertencia cuando regresara a trabajar mañana.

—Y bueno, sí, conocí a Jackie. —La sonrisa era evidente en su voz, y Alex sonrió con complicidad—. Parece... linda.

—Es linda, ¿eh?

—Es jodidamente hermosa, Alex. ¿Por qué nunca nos presentaste?

—Eh, ¿hola? ¿La chica inteligente gorda?

—No tengo idea de que estás hablando. —Claramente lo hacía. Alex giró los ojos—. Eh, mencionó a ese tipo ¿Simón?

Alex suspiró. —Oh, eso. Bueno, eso es simplemente... se terminó. Para ser sincero, nunca tuvo la oportunidad de comenzar. —Se encogió de hombros inconscientemente—. No hay nada que decir en realidad, no funcionaría.

—No me lo mencionaste...

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—Era complicado en ese momento. Jackie casi me forzó a decírselo, pero ya pasó. Ya pasó.

—Está bien, bueno...—Andy se aclaró la garganta—. Sabes que siempre puedes hablar conmigo sobre esas mierdas, cosas. Esas cosas.

Alex soltó un bufido. —Gracias, hombre.

— ¿Vas a estar bien? ¿No quieres que vaya?

—No, estoy bien. Y tienes que trabajar en unas pocas horas, así que...

—Yo puedo, si me necesitas. Ya sabes... si necesitas un abrazo, o lo que sea —bromeó.

La risa de Alex era genuina en ese momento. —Pensé que habíamos hablado del abrazo espontáneo.

—Se pueden hacer excepciones cuando se ha tenido un día de mierda.

—Eres un príncipe, Andy, lo digo en serio. Pero estoy bien. Gracias por llamarme de nuevo. Y por tratar de encontrarme en el hospital.

—Eso es genial. Umm... sabes puedo darle una llamada a Jackie para hacerle saber que estás bien y esas cosas, si quieres… si estás cansado, o lo que sea.

—No, debo llamarla yo mismo.

—Oh, vamos, dame una excusa para llamarla, ¡sé un amigo!

Alex se rio, sorprendido. — ¿Tienes su número?

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—Intercambiamos números, sí, sólo en caso de que uno supiera algo de ti.

Alex tragó alrededor del repentino nudo que se había formado en su garganta. Pasó el día sintiéndose perdido, y sobre todo las cosas, solo. Claramente no lo estaba.

—Dame dos minutos para decirle que estoy bien, y luego voy a colgar el teléfono y puedes llamarla e invitarla a salir.

—Sí, sí bien. ¿Algún consejo?

— ¿Qué quieres decir? —Alex no estaba acostumbrado a dar consejos sobre la vida amorosa de otras personas. Cristo, sólo mirar a la suya. De nuevo, sintió una punzada en torno a su pecho.

—Bueno, la conoces, ¿cómo puedo impresionarla? Dime lo que le gusta así puedo mentirle y decir que me gusta lo mismo, ese tipo de cosas.

Alex soltó un bufido. —Por trillado que parezca, se tú mismo y lo vas a hacer muy bien. Soy el que quería juntarlos, en primer lugar, ¿recuerdas?

—Muy bien —suspiró Andy, decepcionado. Vaciló— Vas a estar bien, ¿no?

—Estoy bien —dijo Alex, exasperado, y de repente se sintió cansado, a sabiendas de que probablemente tendría que pasar por lo mismo con Jackie—. No te preocupes, Andy, siento lo de hoy, pero estoy bien. Ahora voy a colgar para que puedas llamar a Jackie. Dale una timbrada en unos diez minutos.

—Sí, sí bien.

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Alex tenía la imagen de Andy saltando en el sitio, estirando sus músculos y preparándose para la conversación, y no podía dejar de sonreír.

—Si tiene una oportunidad, dile que soy inteligente o, ¡oh! ¡Dile que soy muy bueno en la cama!

—Ah... no estoy seguro de que quiera escuchar eso de mí.

Hubo una pausa en la línea, luego Alex pudo oír a Andy riendo, mientras caía en cuenta.

—Oh, Alex —suspiró—. Me hiciste reír.

—Tonto —murmuró Alex con una sonrisa torcida.

—Poof —respondió Andy, igualmente afectuoso—. Deséame suerte.

—No la necesitas.

Alex se sorprendió por la suave reprimenda que recibió en el trabajo. Milagrosamente logró evitar dar más detalles, mientras mantenía su puesto de trabajo. No podía decirles la verdadera razón de su ausencia el día anterior, y ciertamente no les iba a decir que era a causa de su gato. Engañó a través de una charla informal a la jefa de enfermeras, culpando por su ausencia a una emergencia familiar repentina, a pesar de que ahora

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estaba todo solucionado, era demasiado personal para hablar de eso. Alex estaba bastante seguro de que esto no sería creíble, para la mayoría de las otras enfermeras si lo intentaran, pero al ver que su registro de asistencia hasta la fecha era intachable, sintió que fue un poco más flexible con él y estaba muy agradecido por ello.

Su primer día de regreso, y se sentía como si estuviera moviéndose a través de arenas movedizas. Poco más de tres semanas habían pasado desde aquella tarde en que Sid había aparecido por primera vez en su sofá, asustándolo como la mierda. Sin embargo, se sentía como si hubiera sido meses atrás. Mantuvo la cabeza gacha, hizo su trabajo, e ignoró el dolor sordo detrás de sus ojos y su pecho. Tenía la certeza de que la vida volvería a la normalidad para él. Y ese mismo pensamiento lo aterrorizaba.

—No estás escuchando una palabra de lo que estoy diciendo, ¿verdad? —preguntó Jackie exasperada.

Alex sacudió la cabeza minuciosamente, de pie apoyado en la estación de enfermeras, mientras soñaba despierto en su breve descanso. —Lo siento, cariño, ¿qué estabas diciendo?

Había llamado a Jackie la noche anterior, pero había sido breve y dulce. Como era de esperar, le regañó una vez que confirmó que estaba seguro y mentalmente estable. Le había asegurado que su mini colapso no fue por el ficticio Simón, y que nunca volvería a darle un susto como ese. Sabiendo que Andy estaba sentado en su apartamento, nerviosamente haciendo crujir los nudillos mientras ensayaba lo qué iba diría al teléfono, terminó de hablar con ella, se fue a la cama, y cayó en un sueño agotado.

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Jackie suspiró. —Me preguntaba si habías hablado con Andy recientemente.

Se mordió el labio, Alex sintió secretamente un perverso placer. No pasaba a menudo que Jackie fuese la insegura de los dos. Tomó un portapapeles y un cuadro de gráficas, a propósito fingiendo estar distraído y ajeno a la situación. —Te lo dije, hablé con él ayer por la noche, justo antes de que hablara contigo. —Pasó a través de las páginas, evitando sonreír.

—Bueno, me preguntaba si tal vez hablaste con él desde entonces… si tal vez habían llegado a conversar, por lo que sea. —Se encogió de hombros, como si no fuera gran cosa.

Alex soltó un bufido, dejando caer la tabla en la recepción y apoyó la cadera y el codo en este. —Te invitó a salir, ¿verdad?

—Sí.

— ¿Y dijiste...?

—Sí. Obviamente.

— ¿Obviamente?

Ella apretó los labios, sus mejillas formando hoyuelos. —Alex, él fue tan ridículo...

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— ¿Ridículo?

—De una manera malditamente adorable, sí.

—Hola, Andy, soy Jackie, ¡no! Espera, ¡Mierda! Soy Andy —se rio tímidamente, con un ligero pánico en su voz—. Es... um... h-hola, Jackie, soy Andy, pero supongo que a estas alturas ya lo has deducido. —suspiró—. La he jodido completamente, ¿no? Voy a... ¿puedo colgar y empezar de nuevo?

—Hola, Andy, ¿cómo estás? —Se rio.

—Un poco avergonzado, si realmente quieres saber —fue la tímida, pero satisfecha respuesta.

Alex se quedó con los ojos abiertos viendo a Jackie, una risa histérica amenazaba con estallar a través de él. — ¿Me estás tomando el pelo? —dijo lentamente—. No es por lo general tan... raro. —Sacudió la cabeza—. Hombre, sabía que pensaba que eras una preciosidad, pero no me di cuenta de que estaba tan nervioso.

Una emocionada, y un poco engreída, sonrisa se dibujó en sus labios. — ¿Dijo que era preciosa?

Alex giró los ojos. —Ah, mierda —se rio—. No le digas que te lo he dicho, se cabrearía mucho.

—No lo… oh, gracias —dijo mientras otra enfermera le entregaba una bolsa transparente con unos cuantos objetos indistinguibles en su interior. Era una de las bolsas utilizadas para almacenar las pertenencias de los pacientes fallecidos antes de entregarla a la familia doliente. Alex frunció el ceño, lo único que podía ver era pelusa blanca.

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—Iremos a Antonio’s, es un lugar pequeño y encantador en Covent Garden. Al parecer, hacen unos buenos canelones. —prácticamente brillaba, pero Alex no estaba realmente escuchando en ese momento. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado y tocó la bolsa, girándola vislumbró unos familiares ojos saltones.

— ¿Qué infiernos es eso?

Jackie giró la bolsa en su mano, mirando a los ojos saltones y los sacudió, haciendo que el iris se moviera en su cuenca de plástico. —Ah, ya sé. Extraño, ¿verdad? Especialmente para un hombre adulto, pero hay lo tienes. De todos modos, me dijo acerca de esa fabulosa y pequeña cafetería donde…

Pero Alex estaba sacudiendo la cabeza, su corazón de repente latía a un millón de pulsaciones por minuto. Tomó la bolsa de las manos de Jackie, la abrió y sacó... un par de pantuflas de conejito.

— ¿Qué... dónde...?—Su voz parecía desaparecer, y luchó contra el dolor que retrocedió sólo brevemente, a la espera de abalanzarse sobre él.

Sabía que esas pantuflas, eran de Sid. El cuerpo de Sid estaba en el hospital, en la morgue en un ala separada, un par de cientos de metros de distancia. Su Sid. El terrible suplicio se sentía de repente cien por ciento más real. Tenía que verlo. Tenía que tocar su mano fría, sólo una vez.

—Alex —Jackie preguntó en voz baja, la alarma se mostraba claramente en sus ojos—. ¿Qué diablos te pasa?

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Tal vez no eran de Sid, tal vez alguien más... —Nada yo…yo sólo creí reconocerlas, creo que conocí a alguien que tenía un par similar.

Jackie frunció el ceño. — ¿Pantuflas de conejito del cuarenta y siete y medio?

Oh, Dios mío. —Nombre —preguntó, con voz temblorosa.

Jackie le tocó el brazo. —Alex, ¿qué anda mal?

—El nombre del paciente, Jackie. —Preguntó de nuevo, con un toque más firme.

—Jones. Un señor Sid Jones.

Todo el aire dejó sus pulmones. Lo encontraron. Oh, Sid.

—Alex, ¿qué está pasando? —Jackie lo guio a la silla detrás del escritorio y le hizo sentarse, sacó una silla para mirarlo de frente y tomó sus manos entre las suyas—. Alex, me estás asustando. Estás tan pálido como un fantasma.

Un ataque de risa histérica salió de él, y se tapó la boca con la mano y sacudió la cabeza. Tomó unas cuantas respiraciones profundas, tratando de recobrar la compostura. — ¿Dime? ¿Cómo fue qué...qué pasó?

— ¿El paciente?

Alex asintió. —Sid Jones. —Se sentía bien decir finalmente su nombre en voz alta a otra persona—. Dime lo que pasó.

Jackie se apartó el pelo detrás de la oreja y lo miró con preocupación. —Se alojaba en una pensión aquí en Londres.

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Lo último que recordaba Sid era estar en el tren que viajaba a Londres. Alex no tenía manera de saber si Sid logró llegar a un hotel, o si el accidente que le había matado sucedió antes. Era algo que Alex reflexionaba constantemente.

—Los propietarios no pudieron decirle a la policía por qué estaba en Londres, y después de identificarlo, descubrieron que no tenía familia a quién informar del accidente... algo muy triste.

— ¿Qué pasó? —repitió, cerrando los ojos.

—Bueno, al parecer ya era tarde, el ascensor estaba fuera de servicio por lo que tuvo que tomar las escaleras hasta la recepción. Una mucama que iba por las escaleras con una gran pila de toallas, cosa que claramente no cumplía con las regulaciones de salud y seguridad. Puedes apostar que alguien ha perdido su trabajo por esto.

—Jackie, por favor...

Ella sacudió la cabeza. —La historia que nos contó la policía fue que el paciente se apartó de ella, pero ella dejó caer algunas de las toallas y se tropezó tratando de atraparlas…

—Pero Sid intentó cogerla —supuso, con voz plana mientras asentía—. Trató de atraparla y se cayó.

Jackie asintió. —Eso es todo, sí.

—¿Se... —tragó antes de hablar—. Se rompió el cuello, ¿no?

Jackie negó. —No, sufrió un golpe severo en la base del cráneo, se dislocó el hombro y se rompió el brazo izquierdo por dos sitios. Pobre hombre, tuvo una buena caída.

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Alex de repente frunció el ceño. —Espera un segundo, esto sucedió en una pensión, ¿por qué su cuerpo recién llegó al UCLH? ¿Hubo problemas legales, o algo así?

Jackie frunció el ceño, y luego miró a la bolsa. —¡Oh! No, Alex. No está muerto, está despierto.

Alex tenía la mirada fija, podía oír un zumbido débil en sus oídos y su visión se desenfocó. Respiró hondo, consciente de que estaba a punto de desmayarse. — ¿P-puedes decir eso otra vez?

El ceño de Jackie se profundizó, su respuesta la estaba preocupando. — ¿Alex? Mierda, toma respiraciones profundas, vamos. —Le frotó los brazos y luego se inclinó hacia adelante, tocando su rodilla—. ¿Lo conoces?

—Sólo tienes que repetirlo —jadeó.

—Alex —dijo en voz baja—. Tenía un trauma en la cabeza, estuvo inconsciente durante más de tres semanas, llegó hace dos noches.

Su cabeza le daba vueltas; una carcajada repentina salió de sus labios, que rápidamente cubrió con una mano. Había revisado las morgues de todo Londres, había llamado y utilizado cada contacto que pudo, por limitados que fueran, no era más que un enfermero, no un detective, chequeaba regularmente por un Sid Jones o John Doe que coincidiese con su descripción, pero no tuvo suerte. Nunca había revisado las salas, nunca consideró que ¡estaba vivo! ¿Y por qué habría de hacerlo? Cuando su espíritu, su fantasma, cuando Sid, se encontraba en su apartamento, sentado en su sofá, ¿hablando sin parar con él?

Una sonrisa temblorosa tocó sus labios, pero luego sus estudios de medicina le golpearon antes de que pudiera

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permitirse una falsa esperanza. — ¿Traumatismo cerebral? —Alex sabía que “estar despierto” podría significar muchas de cosas. Si Sid había sufrido un traumatismo cerebral, entonces consciente podía significar sólo eso, consciente. Puede que no sea capaz de hablar, moverse, ni siquiera ser Sid, nunca más.

Pero estaba vivo.

Jackie negó. —Tendrá una recuperación completa. Hemos tenido algo de éxito con la prueba de reflejo de calor...

Alex estaba casi sin aliento. Una prueba de reflejo de calor se utilizaba para probar el reflejo audio-ocular, VOR. Se trataba de verter agua fría o tibia bajo el canal auditivo externo. Era una de muchas pruebas utilizadas para comprobar la muerte cerebral. Agua fría y caliente, era capaz de sentir el calor y el frío.

—No hubo ningún daño sensorial, no hay daño cerebral, reaccionó positivamente. Las habilidades verbales están intactas, aunque, obviamente, su habla será lenta al principio, pero ahora está totalmente orientado.

— ¿Motor? —Preguntó casi con desesperación—. ¿Puede moverse?

Jackie asintió. —Puede obedecer órdenes simples, con la excepción de mover su brazo izquierdo, que se encuentra escayolado, por supuesto. —Frunció el ceño—. Te hable de este paciente.

—No, ¡no lo hiciste!

—Lo hice, simplemente, no me escuchas ¡maldita sea! ¡Nunca me escuchas! —Frunció el ceño—. Alex, ¿qué está pasando?

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Ignoró la pregunta. — ¿Va a estar bien?

—Un par de semanas para recuperarse y estará de pie y listo para ir a Charleston en cualquier momento. Va a estar bien —lo tranquilizó.

Alex dejó escapar un pequeño sollozo, vagamente consciente de la humedad que se arrastraba por sus mejillas. — ¿Realmente está bien?

—Ha perdido un poco de masa corporal y está un poco impactado, pero sí, está bien. Es un buen tipo en realidad, si no fuera tan tímido, es tan tierno.

Alex soltó una carcajada acuosa, y se cubrió la cara con las manos. Sus hombros se agitaban con la risa suave y lágrimas de alegría absoluta y alivio. Sin saberlo, Jackie movió su silla para bloquearlo de la vista de los enfermeros que podían pasar a la afortunadamente tranquila estación, y le frotó la espalda.

—Hay algo aquí que no me has contado. Lo conoces, ¿no?

Alex no podía negarlo, parecería loco si lo hiciera. —Creo que lo hago. —Sollozó y se limpió las mejillas—. Creo que lo hago. Es un tipo encantador, ¿sabes? —Sonrió con voz temblorosa—. La gente se molesta cuando las cosas malas le suceden a gente buena. —Se encogió de hombros, con la esperanza de que la débil excusa fuese suficiente para ella, pero podía ver por la forma en que entornó los ojos que sabía que había más que eso.

— ¿Puedo ir a verlo? —Se animó de forma exponencial ante este pensamiento—. ¿Dónde está? ¿Qué sala? ¿En qué habitación?

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—No sé, Alex. —Sacudió la cabeza.

Aspiró con fuerza y rápidamente se limpió toda la humedad de sus mejillas. —Estoy bien, de verdad, estoy bien.

—Estaba pensando más en el paciente, en realidad.

—Estoy bien, Jackie, de verdad. —Asintió, tratando de no sonar tan desesperado como se sentía—. Sabes que voy a buscarlo por mí mismo si no me lo dices.

Se mordió el labio. —Alex —comenzó, vacilante—. ¿Qué es él para ti?

Eso le dio una pausa Alex. ¿Sid lo recordaría? ¿Qué había ocurrido realmente? No había muerto, así que... ¿era algún tipo de exagerada experiencia extra corporal? Lo que Alex sabía era que no importaba. La rareza absolutamente surrealista y espiritual, la angustia y el dolor que había experimentado, las posibles preguntas incómodas y la posibilidad de que Sid ni siquiera lo recordara, nada de esto importaba. Debido a que el corazón de Sid latía y él tenía el resto de su vida para amar a este hombre increíble, hermoso, vivo y respirando.

—No sé —respondió con sinceridad—. Tal vez no me recuerde. Pero necesito que seas mi amiga. —Hablaba en voz baja—. Necesito que no me preguntes nada más por ahora, y dime dónde está. Por favor, Jackie.

Suspiró, completamente derrotada, pero al parecer su petición franca y tranquila había apelado a la parte de ella que desesperadamente lo adoraba. —Está bien.

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Estaba dormido, un sueño saludable y natural. Había perdido peso, pero eso era de esperar. Todavía mantenía su amplitud, desde el ancho ajuste de sus hombros, hasta la gran longitud de su cuerpo. Alex echó la cabeza hacia un lado y sonrió amablemente, ya que los pies de Sid llegaban al final de la cama y sus dedos casi sobresalían de las sábanas.

Su pelo estaba suelto, Alex nunca lo había visto así antes y pensó que era increíblemente guapo. Sus gafas estaban en la mesita de noche y sus grandes manos estaban dobladas sobre su estómago. Alex miró las persianas y las cerró, en silencio se acercó a la cama, sin atreverse a respirar. Extendió la mano, y con dedos temblorosos, rozó la cálida mano de Sid. Alex cerró los ojos y dejó escapar una suave risa. Frotó el pulgar sobre los nudillos de Sid, y se obligó a no llorar, no haría bien a Sid despertarse y verlo llorando.

Incapaz de contenerse, pasó suavemente sus manos sobre la frente de Sid, y luego le acarició suavemente su pelo. Había soñado con esto, lo había deseado tan desesperadamente y ahora lo tenía.

Olvidando cualquier decoro, se inclinó más cerca y presionó sus labios con los de Sid, que estaban secos y un poco agrietados, y lo golpearon como un martillo sobre acero.

Este era el hombre, y nunca iba a dejarlo ir.

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Se echó hacia atrás y tocó suavemente la mejilla del hombre. Estuvo a punto de saltar cuando los más jodidamente bellos ojos color avellana que jamás había visto se abrieron y parpadearon hacia él, algo somnolientos con un toque de sorpresa.

Eres tú en color, Sid. Estás vivo, y eres total, completa y absolutamente mío.

—Hola, doctor. —Su voz era áspera, su cuerpo todavía estaba débil por su largo sueño.

—Enfermero, en realidad. —Respondió Alex. Dio lo que estaba seguro era una inapropiada sonrisa cariñosa. Dios, había extrañado esa voz, fueron dos días, extrañando terriblemente esa profunda y suave voz con su atractivo acento—. Pero puedes llamarme Alex.

—Hola, Alex, ¿te he visto antes? ¿Significa eso que estoy mejorando o empeorando? —Bromeó Sid, su voz un poco débil, pero su mirada siempre fija en el hombre junto a su cama.

Eso contestó a todas las preguntas de Alex. No lo recordaba, pero no importaba. Podrían empezar de nuevo. —Sólo significa que estuve fuera y no tenía, aún, el placer de conocerle.

Sid parpadeó sorprendido, y un ligero rubor adornaba sus mejillas en lo tomó como un interés amistoso por Alex. —Es bueno conocerte, Alex, —contestó en voz baja tratando de alcanzar sus anteojos, y luego hizo una mueca de dolor.

—Cuidado —instó Alex, colocó la almohada en una posición más cómoda para él, y luego le pasó sus anteojos. Echó un

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vistazo a la escayola en su brazo, y le sonrió con simpatía—. ¿Cómo te sientes?

—Estoy bien, sólo un poco entumecido, creo. Los médicos y enfermeras han sido muy alentadores.

—Espero que la vida de hospital no te vaya a deprimir. —Lo dijo en broma, pero en parte era verdad. Una estancia prolongada en el hospital podía ser deprimente, sobre todo si no tenías familia que te visitará.

—Oh, estoy bien. Me siento como una terrible plaga en realidad.

Alex no pudo evitar reír un poco. ¿Realmente Sid se sentía como una molestia por haber estado en coma y romperse el brazo? —No lo eres, eres uno de los pacientes más populares, confía en mí.

— ¿Lo soy? —Se rio Sid, dejando de hablar mientras tosía un poco.

Alex asintió mientras le servía un poco de agua en un vaso de plástico que tomó de la mesita de noche. Ayudó a Sid a tomar un sorbo. —Sí, eres amable, no das ningún problema en absoluto y eres un regalo para la vista.

Sid estuvo malditamente cerca de atorarse y Alex tomó rápidamente el vaso, mientras limpiaba la barbilla de Sid. —Creo que podría ser una ligera exageración. —Sid miró hacia abajo a su bata de hospital y secó lo que se había mojado, mientras sus mejillas se ponían coloradas.

— ¿Qué parte? —Alex sonrió.

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—Bueno... me han dicho que soy educado, pero dudo que vaya a ganar algún concurso de belleza en alguna ocasión —miró hacia abajo a su estómago y al final de la cama donde sus pies yacían cubiertos por las mantas. Frunció el ceño—. ¿Cómo alguien puede ser tan alto y flaco, al mismo tiempo? —se preguntó, refiriéndose a su ligeramente desnutrido y desgarbado cuerpo.

Alex se rio entre dientes, agarrando una servilleta de papel de un pequeño montón al lado de la jarra de agua. — ¿Cómo puede alguien ser tan guapo y tan autocrítico, al mismo tiempo? —Respondió, sonriendo a sabiendas de que el hermoso rubor se intensificaría—. Sabes, eres alarmante lindo cuando te sonrojas, Sr. Jones.

Sid parpadeó con sorpresa, y una pequeña, satisfecha y desconcertada sonrisa, rodeaba sus labios. —Eh... me puedes llamar Sid, si quieres —dijo en voz baja.

—Está bien, Sid.

— ¿Vendrás y me revisaras? —preguntó Sid vacilante, casi esperanzado.

—Esto no es realmente mi sala —dijo Alex, y se alegró de ver la decepción apenas oculta de Sid—. Vine a dejar esto de parte de la enfermera Cousins que estaba algo entretenida. —Sostuvo la bolsa transparente que contenía los efectos personales de Sid, y por supuesto, sus pantuflas de conejito—. Lindas pantuflas.

—Oh. —Sid palideció, claramente avergonzado. —Fueron una compra impulsiva—. Se encogió de hombros, su tímida sonrisa era única.

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—Tienen personalidad.

—Supongo. —Sid lamió su seco labio inferior—. Gracias por traerlas.

—No es un problema. —Alex miró el reloj—. Sabes, por lo general esta suele ser mi hora de almuerzo, ¿te importa tener compañía?

—Me... me gustaría, en gran medida.

Alex sonrió, y acercó una silla al lado de la cama.

Pasó la siguiente hora, rencontrándose con la voz que amaba más que cualquier otra cosa. Y al igual que la primera vez se llegaron a conocer uno a otro, Alex se encontró llevando el peso de la conversación, mientras Sid parecía contento con sentarse y escuchar, todo lo que Alex decía.

—Oh, me gustaría eso —confirmó Sid, sonriéndole.

—Genial. —Alex asintió—. Tengo un tablero en casa, es de cartón barato, pero hace el mismo trabajo que cualquier otro tablero de damas.

—No, me gustará mucho, con tal de que no te impida hacer cualquier otra cosa más importante.

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—Tal vez me deje caer por aquí, cuando termine mi turno, si es que estás despierto.

—Oh, puedes despertarme, está bien —aseguró Sid, quizás demasiado tenso mientras el familiar y encantador rubor que no había desaparecido totalmente en la última hora, se mostró una vez más.

—Genial. —Alex llenó el vaso de Sid nuevamente y lo puso al alcance de su brazo sano, poniéndose de pie—. Está bien, entonces... —Se frotó las manos nerviosamente a los lados de sus piernas, no quería irse, pero tenía que volver al trabajo.

—Te veré más tarde.

Alex llegó a la puerta, vaciló, y luego rápidamente se dirigió de nuevo a la cabecera de Sid, cuando de repente tuvo una idea. — ¿Te gusta el arte? ¿Van Gogh? —Por supuesto, sabía la respuesta.

Sid parpadeó sorprendido. —¿Qu…? sí —se rio— en realidad es por eso que vine a Londres?

—Entonces sabes que hay una exposición de Van Gogh en la Galería Nacional.

—La hay —dijo Sid enormemente esperanzado.

Alex sonrió feliz. —Bien se está exhibiendo por un tiempo, así que, tal vez... cuando estés mejor, ¿podríamos ir juntos?

Sid parecía casi aturdido, y Alex contenía su respiración, pero cuando la alegre y amplia sonrisa, cruzó los labios de Sid, le devolvió la sonrisa, aliviado.

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—Um... bueno, sí. —Sid le dio una pequeña risa, encogiéndose de hombros—. Sí, eso sería lindo —dijo entusiasmado—. Me gustaría mucho.

— ¡Fantástico! —Alex sonrió, no podía perder más tiempo, tenía que regresar al trabajo o realmente sería despedido—. Um, aquí. —Alcanzó las almohadas detrás de Sid, ahuecándolas cuidadosamente—. Déjame hacer eso, hacerte sentir cómodo.

Con suavidad acomodó las almohadas, y no pudo evitar encontrar la mirada de Sid, sus rostros estaban más cerca de lo que se consideraba necesario. Sus manos estaban a ambos lados de Sid, y miró rápidamente hacia abajo a los labios de Sid. Sid observó esto y parecía ligeramente sorprendido, pasando a completamente paralizado. Sorprendido, pero dispuesto.

Recuperando cierta apariencia profesional, se apartó un poco, y levantó su mano derecha hacia Sid. Con un poco de confusión Sid tomó la mano.

—Hola, Sid, soy Alex Tanner, tengo veintisiete años, soy enfermero, soy gay y tengo una muy inadecuada atracción por ti.

Sid se rio en voz baja, tanto sorprendido, como contento. —Hola, soy Sid Jones, soy un contable, tengo treinta y un años, soy gay, estuve recientemente en estado de coma, y el sentimiento es totalmente recíproco.

—Oh, gracias a Dios. —Y no lo decía sólo en broma. Una parte de él estaba preocupada de que no fuese capaz de recrear la relación o la atracción que construyeron en tan extraordinarias circunstancias, pero no estaba preocupado ahora. Esperaba comenzar todo de nuevo, desprovisto de todas las rarezas paranormales, espirituales o fantasmales.

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Sid se rio en voz baja, un mechón de pelo le caía en la cara. Sopló en un intento por apartarlo.

—Aquí —dijo Alex en voz baja, apartándolo fuera del camino. Colocó el pelo detrás de la oreja de Sid, y aunque sabía que no debería presionar las cosas demasiado pronto, en lugar de alejar su mano, dejó que su dedo suavemente trazara la forma de la mejilla de Sid, antes de ahuecar suavemente la cálida piel bajo su palma. Sintió una punzada en el pecho mientras Sid tomaba una respiración poco profunda, con los ojos cerrados cayendo por un momento antes de abrirlos, viéndolo con una mezcla de asombro, curiosidad y el inicio del enamoramiento.

—Será mejor que... —Alex distraídamente levantó su pulgar por encima del hombro, señalando la puerta.

Sid asintió. —Sí. Gracias por... —Sid hizo una pausa, lamiéndose los labios secos—. Por traerme mis pantuflas.

Alex se echó a reír, caminó hacia la puerta y apoyó su mano en el mango. —Te veré más tarde. —Se dio la vuelta, abrió la puerta, y luego con la misma rapidez la cerró—. Mierda. —Se acercó de nuevo a la cama, se inclinó para besar a Sid, con la mano junto a su cabeza, e hizo una pausa, mirando a los ojos de color avellana que ya amaba tanto.

— ¿Puedo? ¿Por favor? —Susurró.

— ¿Puedes por favor, qué? —Jadeó Sid, todavía inseguro de lo que estaba pasando, incluso mientras Alex se acercaba más.

Con un gemido casi agonizante cubrió con suavidad la mejilla de Sid y lo besó como tanto había anhelado desde que sus sentimientos por esta persona se hicieron cargo de todo lo

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demás en su vida. Fue amable, aflojando un poco cuando Sid jadeó, y vertiendo todo su afecto por Sid en ese beso.

Se retiró de mala gana, respirando con dificultad y sus ojos no estaban dispuestos a abrirse. No quería abrirlos para ver el choque, o incluso la ofensa en esos ojos. Recordó que, Sid fantasma, querría su beso, pero Sid vivo, no lo conocía... Eventualmente, abrió los ojos y suspiró aliviado. No había reproche, simplemente impresión, y pasión.

—Podría ser despedido por esto —susurró.

Sid sacudió la cabeza, aparentemente desconcertado y aturdido, eso era sexi como el infierno a los ojos de Alex. —No voy a decírselo a nadie, lo prometo.

—Gracias.

Alex se enderezó y la mano de Sid sujetó su antebrazo, pero se las arregló para contenerse, todavía no estaba seguro de sí mismo y todo el encuentro. — ¿Volverás más tarde?

Alex asintió. —Volveré más tarde. Te lo prometo.

Alex se las arregló para salir de la habitación, con aire ausente, se preguntaba si todo el drástico cambio de emociones que había experimentado en las últimas semanas no dejaría algún tipo de efecto permanente en él. Decidió que no le importaba.

Era así como él se permitía creer que en verdad todo estaría bien, y que iba a tener su maldito y jodido final feliz, cuando un súbito y alarmante pensamiento lo golpeó. Se detuvo en seco.

—Mierda. ¿Cómo le explico lo de Baldrick?

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—Llegamos tarde.

— ¿Y de quién es la culpa? —preguntó Sid, deslizando su mano en la de Alex y entrelazando sus dedos mientras se acercaban al bar.

Alex tuvo que concederle ese punto, no podía culpar a Sid por su tardanza, cuando fue él, quien se había abalanzado sobre el hombre. Pero, ¿realmente podía culparlo? Sid había salido de su baño, o lo que se había convertido temporalmente en el baño de ambos, usando sólo una toalla. Chorreando agua y sosteniendo la toalla con una mano mientras con rapidez rebuscaba en la cesta de planchar en busca de unos vaqueros limpios.

Le había preguntado a Alex si sabía dónde estaban, lo que Alex tradujo como “por favor salta sobre mis huesos”. En respuesta, Alex apartó de un tirón la toalla con una sonrisa pícara. Sid se lanzó en su persecución, lo que terminó con ambos haciendo el amor frenéticamente en el sofá. Alex todavía podía sentir el agradable dolor donde Sid estuvo dentro de él, y para ser honesto, no había mejor sensación. No había mejor sensación que la de tener la hermosa y gruesa polla de Sid enterrada en él, sus piernas envueltas en torno a la cintura de Sid mientras el hombre se conducía dentro de él, murmurando su nombre en el costado de su cuello y enviando un rastro de piel de gallina a su paso. No había ninguna sensación mejor que montarlo, viendo como Sid gemía y aferraba a sus caderas apretando lo suficiente como para dejar moretones mientras se empujaba duro dentro

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de él. No había mejor sensación que recostarse colapsado, sudoroso, sin aliento, totalmente saciado y cómodo en los brazos del hombre que amaba con locura.

—Si pudieras mantener tus manos fuera de mí, llegaríamos a tiempo por una vez.

—Eso es probablemente cierto —se rio Alex, abriendo la gran puerta del pub y mirando sobre su hombro con una sonrisa cuando sintió la mano de Sid rozando con suavidad su trasero.

—Sid, ¡amigo! Por aquí —llamó Andy, invitándolos a una mesa para seis, donde sólo Jackie y él estaban sentados.

—Hola. —Sid le dio una palmada en el hombro, y luego se sentó junto a Jackie, inclinándose para besar la mejilla que ella deliberadamente ofrecía.

—Hola —saludó Alex, sentándose al lado de Andy, le dio un codazo.

—Hola, hada.

Alex suspiró. —Sabes, nunca saludas a Sid con los comentarios insultantes e intolerantes.

Andy soltó un bufido. —Eso es porque podría aplastarme y matarme. Sin embargo, tú, princesa… —pellizcó una de las mejillas de Alex y luego lo golpeó—, eres un blanco fácil.

—Apestas, ve a comprarme un Malibu con cola.

—Vete a la mierda, tomarás una cerveza. —Se levantó y fue a buscar una ronda—. Sid, ¿quieres una cerveza, amigo?

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Sid hizo una pausa en su conversación con Jackie sonriéndole a Andy. —Sí, gracias.

—Marchando. ¿Dónde están los otros dos?

—Deano discutiendo con el camarero, de nuevo —dijo Jackie, señalando hacia el bar—, y creo que John Boy está perdiendo todo su dinero en las máquinas tragaperras, como de costumbre.

—Menudo par de personajes —murmuró Andy—. ¿Sólo un zumo de naranja para ti, amor? —Su voz era más suave cuando hablaba con su novia embarazada, Alex se dio cuenta y lo hizo sonreír y echó un vistazo a Sid. Sid hizo un guiño hacia él.

— ¡Oh! ¿Algunas patatas? ¿Fritas?

— ¿Cóctel de langostinos?

—Sí, gracias, guapo.

Con el pecho hinchado de orgullo varonil, Andy se acercó a la barra para detener la pelea, sin duda Deano estaba involucrado, a continuación, ordenó el pedido.

—Está tan orgulloso de tu embarazo. —Se rio Alex, y se sentó junto a Sid, apoyándose en él. Sid pasó su brazo detrás de la espalda de Alex, trazando perezosamente, con los dedos, patrones invisibles de arriba a abajo por la parte superior del brazo de Alex.

—Lo sé, es adorable, ¿no? —se echó a reír.

—Me gustaría llamar a Andy adorable, aunque creo que será un padre estelar.

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—Y tú serás un gran tío. —Miró entre ellos—. Tío Sid y tío Alex.

Ambos sonrieron felices.

—Voy a echar a perder a ese chico, no puedo esperar. —Alex sonrió, casi frotándose las manos.

—Oh, Dios, por favor contrólalo. —Jackie miró a Sid.

Sid le devolvió la sonrisa —Hemos comprado un caballito de madera para el pequeño bebé.

Jackie se rio y empujó cariñosamente el hombro de Sid.

—Así que ¿de qué hablabais vosotros dos mientras tu novio me insultaba? —preguntó Alex.

—Casas. —Sid respondió mientras movía a un lado algunos vasos vacíos mientras Andy regresaba con una bandeja con sus bebidas y las patatas fritas de Jackie—. Ponlos aquí.

—Salud —dijo Andy, pasando a Jackie su comida y bebida en primer lugar.

—Sid dice que han encontrado algunas posibilidades. —Jackie continuó por Sid.

—Un par, sí —respondió Sid, dando un rápido vistazo a Alex y un suave y seguro apretón en su brazo—. Pero tenemos tiempo para dar un buen vistazo alrededor y hacernos una idea real. Estamos bien donde estamos hasta que encontremos una que sea perfecta.

—Su casa era perfecta —señaló Alex.

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—Pero eso hubiera significado que te mudaras lejos de tus amigos y familia, y encontrar un nuevo trabajo. —Sid frotó su espalda y se inclinó para besar su frente antes de alcanzar su bebida—. Puedo trabajar en cualquier lugar.

—Es demasiado bueno para ti —dijo Andy con una sonrisa, tomando un sorbo de su cerveza.

—Cállate —Alex se echó a reír.

—Estamos bien como estamos por ahora.

Alex se inclinó al costado de Sid, su mano apoyada en el amplio muslo, y decidió que sí, que estaban absolutamente bien como estaban por el momento. Nunca le había dicho a Jackie, o a cualquier persona sobre ese asunto, la forma en la que Sid y él se habían conocido en realidad. Se las habían arreglado para crear una ingeniosa, si no un poco inverosímil, historia de cómo había adquirido a Baldrick, diciendo que, dadas las circunstancias, a sabiendas de que Sid no tenía familia biológica, pudo ingresar a su propiedad a través de la policía, completamente falso, para hacerse cargo de la mascota de Sid, hasta que estuviese mejor.

Sid al parecer estuvo tan alterado después de despertar y darse cuenta de cuánto tiempo llevaba fuera de casa que lo primero que preguntó fue si podía usar el teléfono. Fue Jackie, curiosamente, quien buscó al número de su vecino en la agenda, llamó, informando que la llave estaba bajo la maceta, y les pidió que revisarán su casa para ver a su gato. Sid se había alterado extremadamente, cuando el vecino no pudo encontrar ningún rastro del animal de tres patas.

Se había preocupado por la posibilidad de sonar como un maniático y sospechaba que Sid no lo había creído realmente, y no debería, porque era una completa gilipollez, pero aparte del

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hecho de que realmente no había otra explicación viable en cuanto a cómo consiguió a Baldrick, Alex pensó que, tal vez con su romance en ciernes, Sid no había querido cuestionarlo, por lo que nunca lo hizo. Había estado más que agradecido y totalmente aliviado de que el gato estuviera vivo y bien.

Jackie no fue tan fácil de calmar. Había momentos en que Alex podía atrapar una mirada de ella, una mirada un tanto cuestionadora que se planteaba cómo era posible que la conexión que compartía con Sid fuese tan sólida como una roca, en tan corto tiempo. Alex no tenía manera de responder a eso, y después de un tiempo, ni siquiera un año más tarde, estaban buscando un hogar permanente para los dos, tres, incluyendo al gato. Esas miradas inquisitivas se detuvieron al final, porque realmente no había nada que pensar ya que ambos se pertenecían inequívocamente el uno con al otro. Independientemente de las circunstancias ilógicas e irracionales que los había reunido, Sid estaría con él para siempre ahora, y eso, en opinión de Alex, hacía la vida infinita.

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Actualmente vive en un pequeño pueblo británico, donde no ocurre nada realmente interesante. Salta de un empleo a otro, no tiene un grado en particular en cualquier cosa y está felizmente orgullosa de ello. Entre fallar espectacularmente su prueba de manejo después del examen, por lo general pasa su tiempo libre leyendo acerca de hermosos hombres gay, o si no tratando de escribir sobre ellos. Tal vez ella no es una de las personas más sociables, pero es sin duda una de las más alegres.

Sus aspiraciones son abandonar Inglaterra y finalmente ver una verdadera ballena, en vivo (el zoológico de Londres tiene carencias en ese sentido) y tal vez algún día tener en sus manos un ejemplar publicado de su propio trabajo.

Uno menos.

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