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EL ESTILO ARGUMENTATIVO DE MIGUEL ANTONIO CARO Adolfo León Gómez Mi propósito en este ensayo es ofrecer una muestra del arte de argumen- tar de Miguel Antonio Caro 1 , centrándome en sus escritos religiosos y filosóficos, que no ofrecen para mí diferencias notables. El aparato con- ceptual en que me apoyaré es la retórica tal como la elaboraron los filó- sofos belgas Chaim Perdman y Lucie Olbrechts-Tyteca 2 . Desafortuna- damente, el tiempo no me permite avanzar en un análisis más minucio- so de la obra del pensador colombiano, rica en estos aspectos. Comencemos mirando algunos elementos de esa argumentación. No ol- videmos que ella es polémica y tiene un parcial interés en debilitar la argumentación del adversario, cuando no destruirla. Así, por ejemplo, el elogio que hace De Tracy de sus antecesores son sólo concesiones "desti- nadas a conciliar la benevolencia de sus lectores, y estas limitaciones a rectificar su admiración por los filósofos citados, y preparar su ánimo y explotar su credulidad, a propósito de cobrar el autor para sí los tributos de esta misma admiración" 3 . i. Para este estudio tendré como fuente primaria: Miguel Antonio Caro, Obras, tomo i (filosofía, religión, pedagogía), Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1962. En ade- lante, citaremos todos los textos de Caro siguiendo esta edición. 2. Ch. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca, Traite de 1'argumentaron. La Nouvelle Rhé- torique, Editions de l'Université de Bruxelles, 3 a edición, 1976. Existe traducción espa- ñola: Tratado de la argumentación. La nueva retórica, Gredos, Madrid, 1989. Esta obra la citaremos en adelante como Tratado. 3. Caro, "Informe sobre la Ideología de Tracy", ed. cit., p. 524. [155]

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E L E S T I L O A R G U M E N T A T I V O

DE M I G U E L A N T O N I O C A R O

Adolfo León Gómez

Mi propósito en este ensayo es ofrecer una muestra del arte de argumen­tar de Miguel Antonio Caro1, centrándome en sus escritos religiosos y filosóficos, que no ofrecen para mí diferencias notables. El aparato con­ceptual en que me apoyaré es la retórica tal como la elaboraron los filó­sofos belgas Chaim Perdman y Lucie Olbrechts-Tyteca2. Desafortuna­damente, el tiempo no me permite avanzar en un análisis más minucio­so de la obra del pensador colombiano, rica en estos aspectos.

Comencemos mirando algunos elementos de esa argumentación. No ol­videmos que ella es polémica y tiene un parcial interés en debilitar la argumentación del adversario, cuando no destruirla. Así, por ejemplo, el elogio que hace De Tracy de sus antecesores son sólo concesiones "desti­nadas a conciliar la benevolencia de sus lectores, y estas limitaciones a rectificar su admiración por los filósofos citados, y preparar su ánimo y explotar su credulidad, a propósito de cobrar el autor para sí los tributos de esta misma admiración"3.

i. Para este estudio tendré como fuente primaria: Miguel Antonio Caro, Obras, tomo i (filosofía, religión, pedagogía), Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1962. En ade­lante, citaremos todos los textos de Caro siguiendo esta edición.

2. Ch. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca, Traite de 1'argumentaron. La Nouvelle Rhé-torique, Editions de l'Université de Bruxelles, 3a edición, 1976. Existe traducción espa­ñola: Tratado de la argumentación. La nueva retórica, Gredos, Madrid, 1989. Esta obra la citaremos en adelante como Tratado.

3. Caro, "Informe sobre la Ideología de Tracy", ed. cit., p. 524.

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Acusa también a sus adversarios de emplear nociones confusas y tra­tar de definirlas por fiat o, como lo dice Caro, por sic voló4; incluso les re­procha recurrir a definiciones persuasivas:

porque el procedimiento vuestro que denuncio, consiste (perdonad que

lo repita) en descolorar mañosamente las nociones morales para sustituirlas

con otras esencialmente distintas, dejando por delante las palabras encubri­

doras inocentes, con el prestigio y honor que ha sacado de su asociación con

las primeras5.

Éste lo lleva a proponer los límites a las definiciones y condiciones para hacer definiciones aceptables . Y además a descalificar el uso de ciertos calificativos, como el de "lógica verdadera", que no difiere en extrañeza del de "geometría verdadera" y que no es sino una mistificación "con que los charlatanes tratan de acreditar sus productos"7.

El recurso a "la reducción al ridículo" lo emplea en más de una oca­sión. Por ejemplo, con respecto a la definición de que "sentir es conocer lo que se siente", dice:

4."Cartas al doctor Ezequiel Rojas", pp. 370-377. Pero cuando él mismo las usa, por ejemplo, bien, orden, verdad, reconociendo que son vagas, nos dice que de ellas "pueden darse definiciones exactas siempre oscuras". "Estudio sobre el utilitarismo", cap. 11, pp. 26 y 27.

5. "Cartas al doctor Ezequiel Rojas", p. 380. Cursivas mías. La crítica es extensiva a Bentham, quien dice que "la virtud no admite una definición propiamente dicha... para templar la repugnancia con que pudiera ser recibida la siguiente: ¿Qué es la vir­tud? Aquello que más contribuye al bienestar, i. e., lo que maximiza los placeres y mini­miza las penas".

El concepto de definición persuasiva que tiene origen en Ch. L. Stevenson, Etica y lenguaje, Paidós, 1984, cap. ix, ha sido repensado a la luz de la teoría de la argumenta­ción, cf. Tratado § 95, p. 593. La definición que da Caro es buena, sólo le falta la partida de bautismo, pero esto no quiere decir que sea per se una falacia, como lo piensa nues­tro autor. De hecho, él mismo, por ejemplo, cuando recurre a la idea de ilustración cristiana o católica, emplea el mismo procedimiento. Cf. "Estudio sobre el utilitaris­mo", cap. xii, p. 106.

6. "¡Y vuelven a escribir!", p. 402. 7. "Variedades", p. 409, a propósito del programa de E. Rojas sobre la lógica de De

Tracy. El procedimiento, que además de recurrir a los calificativos introduce una "diso-

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Esta definición es digna de figurar en el diccionario del famoso cura de

Pacho, autor de las siguientes:

Naranja: cascara de la fruta del naranjo. V. Naranjo

Naranjo: rama del árbol que produce las naranjas. V. Naranja .

En general, los argumentos de sus contendores son sofismas en el

sentido fuerte de la palabra, es decir, falacias que engañan o tienen la in­

tención de engañar9 .

Pero cuando habla de sus propios argumentos prefiere decir que "de­

muestra"10 , o que sus argumentos son indiscutibles, como puede verse

en este curioso pasaje:

ciación de nociones", tampoco es per se falaz. De hecho, es el mismo procedimiento que usa Caro en más de un lugar cuando habla de la verdadera filosofía. Un lector contem­poráneo verá quizás mal el calificativo de "lógica verdadera", porque a las ciencias for­males no se acostumbra calificarlas así, pero no creo que fuese así en la época de Caro.

8. "Variedades", p. 409. En la página siguiente (410), refiriéndose Caro al mismo programa de lógica al estilo de De Tracy, después de citar definiciones parecidas a la mencionada, remata nuestro polémico autor con la pregunta: "¿qué adelanta Ud. Doc­tor Rojas? ¿Qué utilidad saca Ud. de estampar verdades de Perogrullo7.". (Las últimas cursivas son mías). Pero puesto que se trata de ridiculizar también a los maestros de Rojas, he aquí dos muestras: "por la uña se saca al león, por la hebra el ovillo, por la jaula el pájaro, y por estos bellos rasgos la lógica que sirve de fundamento a la moral de Bentham" (ibid., p. 410). Y en el "Informe sobre la Ideología de Tracy" (p. 537), dice con el mismo tono: "A nadie más como a M. Tracy puede aplicarse la fábula de la montaña departo o la de la muía de alquiler" (cursivas mías). Antes, en el mismo "Informe" (p. 455), había dicho, refiriéndose maliciosamente al sensualismo generalizado de De Tracy, que es una "pretensión inútil, superfina y estéril; pues ¿a qué conduce, ni qué ventaja acarrea, ni qué fecundidad promete el decir y enseñar que aquello que pasa en nosotros es un fenómeno que nos pertenece? ¿No equivale esto a decir que lo que en nosotros pasa, pasa en nosotros, y lo que experimentamos nosotros, nosotros lo experimenta­mos? ¿Y no es esto una pueril trivialidad, una miserable tautología?" (cursivas mías). Nótese que la expresión "reducción al ridículo" es el sustituto argumentativo de la re­ducción al absurdo. Cf. Tratado, § 49, p. 276 y siguientes.

9. Cf. "Estudio sobre el utilitarismo", p. 12. En el mismo, p. 44, habla de "chocarre-ros sofismas"; de "sofismas disfrazados de razones" en la p. 109, y en la p. 132 hace esta invocación: "salve Dios por su misericordia a esta incauta juventud de las redes del sofisma".

10. Por ejemplo, "Estudio sobre el utilitarismo", cap. iv, p. 37. "Vamos a demostrar lo dicho".

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Después que esta doctrina ha sido lapidada, digámoslo así, con argumen­

tos incontestables, no pretendemos aquí sino sacar a la luz muestra de su

raquítica armadura .

Veamos ahora algunos esquemas argumentativos usados al calor de la polémica o empleados constructivamente por Caro cuando hace sus propuestas o contrapropuestas.

Para comenzar, yo destaco el uso que hacen los opositores de Caro —según éste— de la fallada accidentis, a propósito de la identificación entre placer y bien que introducen los utilitaristas: "sucédele lo que quien acostumbrado a venerar una imagen, llegue a confundirla con el santo por ella representado"12; y también de la falacia de ambigüedad, detecta­da por Caro en una conferencia de Ezequiel Rojas, quien razonaba así: "Las políticas hacen relación a las necesidades humanas; las necesidades humanas se satisfacen mediante la sensibilidad; luego las ciencias políti­cas son esencialmente sensualistas"13.

Caro, por otra parte, es muy sensible a las analogías. Así, por ejem­plo, refiriéndose a "la hidra renaciente"14 del utilitarismo, y a la posibili­dad entrevista por algunos de expurgar algunas páginas de Bentham, afir­ma: "Es como decir de un animal, que no teniendo sino sangre enferma,

n. "¡Y vuelven a escribir!", p. 398. 12. "Estudio sobre el utilitarismo", cap 1, p. 20. Lo mismo repite en "Principios de la

moral", p. 298. Llamo la atención sobre la escritura defallatia y no fallada. 13. "El método utilitario", pp. 557 y desarrollo de la idea en p. 558. El nombre de

falacias o sofismas tiene origen en la cultura medieval y de allí se remonta a los "elencos sofistas" de Aristóteles. Según Bentham —no expreso ninguna malevolencia en esta cita—, la tradición aristotélica de dividir las falacias de dicción en seis y las ajenas a la dicción en siete persiste aún en su época. Cf. J. Bentham, Falacias políticas, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1990, pp. 3-4. Una afirmación igual se encuentra en la Lógica de Balmes, cap. v, sección vn: "Las falacias son trece: seis de dicción y siete de cosa, rei. A las primeras se las llama gramaticales, y a las segundas dialécticas". Y hasta nuestra época, podemos agregar nosotros. En Argumentos y falacias (Universidad del Valle, Cali, 1993) estudio esos capítulos sobre falacias en algunos manuales contempo­ráneos, y hago una propuesta de retraducir estas falacias en el lenguaje de la teoría de la argumentación.

14. "Estudio sobre el utilitarismo", prefacio, p. 12.

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puede curarse con una sangría; o de un árbol, que no teniendo sino la

raíz podrida, lo hará reflorecer la podadera"1 ' ; critica también a los uti­

litaristas que hablan de sus propias obras como "platos bien o mal condi­

mentados". "Creeríase —dice— que hablan gastrónomos más bien que

filósofos .

Por su propia cuenta nos propone los argumentos analógicos del

fundamento que ya mencioné, el del gobierno como medicina7 y el de la

sociedad como una familia (analogía ésta preñada de consecuencias), que

tiene origen en la tradición cristiana, pero que, en todo caso, Caro desa­

rrolla a su manera:

Para nosotros, la sociedad es una gran familia, y su misión la misma que

en su escala cumplen los padres de familia: educar por medio de la sensa­

ción y de la idea; la autoridad pública debe perfeccionar al hombre como

la autoridad doméstica perfecciona al niño. La ley es la razón del padre de

familia, dice Monstesquieu. La teoría social que, dando a la sociedad ca­

rácter mercantil, mira en la autoridad sólo un administrador, está en opo­

sición con los hechos (...) Según la teoría que presentamos, el gobierno

debe asumir un carácter más bien paternal que administrativo1 .

También destaca Caro algunas incompatibilidades (o contradiccio­

nes) entre "aquellos fundamentos de la religión y aún de toda religión, y

las enseñanzas de Bentham"19 . O esta otra: "Filosofía sensualista, es una

frase que envuelve contradicción. Filosofía significa amor de la sabiduría,

amor espiritual y sublime de que los sentidos corporales no pueden ser

ni partícipes ni exclusivo objeto"20. Por otra parte, Caro no se arredra fren­

te a un procedimiento de identificación, por ejemplo, en este caso:

15. Ibid., p. 10. 16. "Informe sobre la Ideología de Tracy", pp. 179-180. 17. "Estudio sobre el utilitarismo", xvn, pp. 179-180. 18. Ibid., pp. 135-136. La prolongación de la analogía continúa en pp. 146-147. 19. "Bastiat y Bentham", p. 619. Lo mismo había dicho en "Estudio sobre el utilita­

rismo", xm, p. 127. 20. "La filosofía sensualista", p. 577. Para los argumentos de incompatibilidad.

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Porque hay muchos, para decirlo todo de una vez, que no comprenden

que liberalismo y ateísmo, filosóficamente hablando, son sinónimos21.

Sin comentarios, señalo que, con frecuencia, Caro recurre al dile­ma22 crítico y a la acusación de círculo vicioso y petición de principio23; y, como apoyo a su pensamiento, recurre habitualmente al argumento por el sacrificio24.

Para terminar este mapeo, he aquí dos argumentos que Caro usa, a pesar de sí, de mal grado podríamos decir o, si se prefiere, de mala gana. Me refiero a los argumentos pragmático y por la ilustración.

Comencemos por este último. En el "Estudio sobre el utilitarismo" dice Caro:

... tal es la diferencia entre cumplir uno su deber, y aspirar a la perfección.

Esta distinción, que la razón descubre naturalmente, la hallamos estable­

cida en la doctrina evangélica, cuando preguntándole un joven al Maes­

tro: "¿Qué bien haré para conseguir la vida eterna?", Él le respondió: "Si

quieres entrar en la vida, GUARDA los mandamientos". El mancebo le dice:

"Yo he guardado todo eso desde mi juventud: ¿qué me falta?". Jesús le

respondió: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los

pobres, y ven y SÍGUEME"25.

En nota en pie de página, después de referirnos que la conversación con el joven se encuentra en Mateo, 19,16-21, agrega: "Presentamos este

21. "Quia sum fortis", p. 604. 22. Por ejemplo, "Estudio sobre el utilitarismo", pp. 110 y 118. 23. "Cartas al doctor Ezequiel Rojas", pp. 357 y 367. "Informe sobre la Ideología de

Tracy", p. 514. La petición de principio ocupa un capítulo aparte en la teoría de la argu­mentación, ya que ella constituye "la falla más seria de que pueda adolecer una argu­mentación". Para las relaciones de la petición de principio con el círculo vicioso y la re­gresión al infinito, cf. Argumentos y falacias.

24. "Estudio sobre el utilitarismo", xi, p. 104: "Pero para llevar adelante la obra del bien es preciso vencer dificultades, arrastrar peligros, aceptar sacrificios, luchar, tal es la 'prueba'". [A Timoteo, 11, 4,7].

25. "Estudio sobre el utilitarismo", p. 100.

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pasaje y otras observaciones análogas, no como argumentos, sino como ilustraciones" (subrayados míos).

Ahora bien, esto que Caro considera ilustración y no argumento es lo que la teoría de la argumentación llama "argumento por ilustración", que para el caso ilustra la máxima ya mencionada de que "hay diferencia entre cumplir uno su deber y aspirar a la perfección".

Con respecto al argumento pragmático, recordemos sólo que en su versión utilitarista, es decir, benthamista, es uno de los blancos más im­portantes de las críticas de Caro, tanto en el Ensayo sobre el utilitarismo como en Principios de moral, como veremos más adelante, y en buena parte su crítica es sesuda. Pero en un sentido amplio, el argumento prag­mático ("que permite apreciar un acto o un acontecimiento en función de sus consecuencias favorables o desfavorables") es tan natural en la ar­gumentación, que no me queda duda de que cuando Caro compara lo que es la cultura occidental después del cristianismo con lo que fue antes de él o con lo que sería sin él, está apreciando hechos históricos —reales o posibles— en función de sus consecuencias2 .

Por último, debo hacer una nota sobre la técnica argumentativa em­pleada con frecuencia por Caro, que consiste en descalificar un argu­mento por "probar demasiado"27; ella tiene que ver naturalmente con la determinación de la fuerza o debilidad de los argumentos, pues en prin­cipio una de las exigencias ideales de la argumentación es "usar argu­mentos que no den lugar a objeciones o contraargumentos"2 .

26. Cf., por ejemplo, "Estudio sobre el utilitarismo", xx, Resumen y conclusión, pp. 261-264.

27. Por ejemplo, en "Estudio sobre el utilitarismo", cap. vi, p. 59. La he visto usada en filósofos neoescolásticos. Sin duda la idea le llega a Caro a través de Balmes.

28. Al respecto, cf. el artículo citado de Leo Apóstol, "What is the Forcé of an Argument?", donde curiosamente utiliza, reinterpretándolo, el cálculo benthamista de los placeres para proponer el ideal de argumento fuerte. En el caso que aquí nos ocupa, hablamos de la "pureza de los argumentos", es decir, "argumentos que persuaden a la audiencia de lo que uno desea, sin que al mismo tiempo lo persuadan de lo que Ud. no desea".

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Entro ahora al análisis de cuatro argumentos tipo empleados por Caro, y de su estudio en el uso desprenderé algunas reflexiones sobre su estilo argumentativo. Ellos son: i) el argumento por análisis y definición del bien, que se entrelaza con la crítica al argumento pragmático de los uti­litaristas; 2) la crítica a cierta forma de inductivismo que tiene que ver con la imposibilidad del argumento por el ejemplo, es decir, de una generaliza­ción a partir de casos particulares; 3) el argumento de autoridad, y 4) la imposibilidad de una regresión al infinito.

Destacaré la pertinencia y la fuerza de su empleo crítico (refutatorio) o constructivo ("probatorio") hasta cierto punto en que se desplaza a un terreno que queda vedado a la argumentación.

Comencemos, pues, con el primero:

29 1. Análisis y definición del bien

Con respecto al análisis que hace Caro del lema utilitarista "el placer es un bien, el dolor es un mal", quiero destacar dos aspectos. El primero tiene que ver con la característica del juicio expresado en la proposición. Caro rescata una vieja tradición —la de la proposición atributiva— cuan­do critica para efectos de su discusión con Bentham la idea de Condillac que considera el juicio como una ecuación, una identidad. Si así lo fuera estaríamos expresando que el "placer es placer", lo que es una "miserable tautología". Si el juicio fuera esto,

podríamos decir que lo mismo que se afirma de una de las ideas del juicio

se puede decir de la otra, que aquella tiene tanta extensión como ésta.

Siendo esto así, en el juicio "Alejandro fue conquistador", las dos ideas

Alejandro y conquistador serían exactamente una misma, de lo que resul-

29. Debe notarse que las definiciones se hacen sobre términos, y los análisis sobre enunciados.

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taría que podríamos decir indiferentemente: "Alejandro, o conquistador,

nació en Macedonia"; lo que es absurdo. Así mismo cuando decimos "este

astro es brillante", "el placer es un bien", no significamos que todo lo bri­

llante sea astro, todo lo bueno placer. Cuando juzgamos, atribuimos a un

objeto una propiedad que en ese objeto reside, pero no vinculada ínte­

gramente con él. Cuando decimos: "ese astro es brillante", concebimos

objetos brillantes distintos de aquél a que nos referimos (requisito indis­

pensable para que se produzca el juicio); del mismo modo, cuando deci­

mos "el placer es bueno", "o tiene algo de bueno", o "es un bien" (fórmulas

todas de un mismo juicio) concebimos objetos buenos, y en general el

bien, fuera del placer30.

Y, segunda observación, puesto que lo que Caro pone en entredicho es la identificación utilitarista entre bien y placer, podríamos conceder que Caro anticipe la vía de análisis propuesta por Moore y Ayer de que la idea de bien es básica (central) e inanalizable, ya que a cada definiens que pueda darse de este concepto, se le puede siempre preguntar con el defi-niendum, ¿es bueno?, y en nuestro caso, ¿es bueno el placer? ¿Es malo el dolor?31. Estos atisbos de Caro de la metaética de los dos filósofos ingleses bien podrían continuarse si se piensa que él reconoce que la idea de bien es "vaga" y que alguna vez llega a decir que "el bien es una idea indivisi-ble"32.

Este buen análisis lingüístico se combina luego con una crítica bas­tante seria de los cálculos utilitaristas de Bentham, que son "difíciles y aún imposibles", cuando se refieren a "resultados ajenos, complicados, remotos y problemáticos"33. Pero sobre todo con la dificultad que el cálcu-

30. "Estudio sobre el utilitarismo", 1, pp. 18-19. Cita Caro en su apoyo a José Joa­quín de Mora, Cursos de lógica y ética, según la escuela de Edimburgo, reimpreso en Bogotá, Imprenta de Nicomedes Lora, 1839-1840.

31. G. E. Moore, Principia Ethica (1903), UNAM, 1997. A. J. Ayer, Language, Truth and Logic (1936), Penguin Books, 1972.

32. "Principios de moral", p. 301. 33. "Estudio sobre el utilitarismo", xm, pp. 119-120. Con respecto al cómputo uni­

versal, Caro hace una reflexión a manera de pregunta que bien podría conducir a un utilitarismo generalizado; me refiero a las hirientes palabras: "Robarle impunemente a

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lo exige conmensurabilidad de placeres y de dolores, y existen placeres y

dolores que son inconmensurables:

el animal que pace sin recelo la yerba, no es feliz, por lo menos en el mis­

mo sentido en que aplicamos este epíteto a un hombre. No lo es el idiota,

el desvergonzado, el loco que tienen placeres sin mezcla de pena34.

O esta otra muestra:

Propóngase a un hombre tal, la siguiente alternativa: mañana sufriréis

una transformación milagrosa, seréis otro hombre; sólo se deja a vuestra

voluntad elegir uno de los dos estados: o seréis una criatura ignorante y

viciosa, garantizándoseos una dotación inagotable de placeres iguales pero

puros, por toda la vida; o bien seréis un sabio virtuoso, aunque sujeto a

inquietudes y fatigas: ¡elegid! Aquel hombre si profesa de veras el princi­

pio "bien es placer", no dudará decidirse por el segundo camino33.

De alguna forma, estas críticas nos recuerdan las críticas que John

Stuart Mili hiciera a su maestro en El utilitarismo3 , obra que no conoce

Caro, por lo que él mismo nos dice después de referirse a otra obra de

Mili: "Se nos dice que existe de este mismo autor una refutación del uti­

litarismo, que no conocemos"37.

un opulento si es ahora bueno, lo será siempre. Lo será igualmente asesinar impune­mente a un malvado, a un leproso o a un vagabundo. Por este lado el hecho también es bueno, puedo ejecutarlo", ibid., p. 120.

34. Ibid., p. 42. 35. "Principios de moral", p. 347. 36. J. Stuart Mili, Sobre la libertad. El utilitarismo, Ediciones Orbis, 1984, cap. 2, pp.

143-144. El texto inglés Utilitarianism, Británica Great Books, 40, p. 449: "Es mejor ser un hombre insatisfecho que un cerdo satisfecho, es mejor ser Sócrates insatisfecho que un loco satisfecho. Y si el loco o el cerdo son de distinta opinión, es porque sólo cono­cen su propio lado de la cuestión. El otro extremo de la comparación conoce ambos lados".

37. Concediendo a Caro el beneficio de la ignorancia, ahora podemos agregar el final del pasaje antes citado que corté a propósito: "Bentham, el cínico Bentham, así lo confiesa, y no ve en una preferencia sino una muestra de buen sentido". Por supuesto que

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Pero a partir de cierto momento la idea abstracta de bien se nos transforma en ley natural "que está grabada con letras indelebles en el fondo de la conciencia"39, lo que significa que la distinción entre el bien y el mal (las distinciones morales) es innata40; esta ley natural "la procla­ma con voz clara la razón"41 y es también "la manifestación que Dios hace de sí a todas las gentes" (Rom. i, 19), "luz que alumbra a todo el que viene a este mundo" (Juan, 1,9)42.

Esta ley natural que se expresa también bajo la forma de un "princi­pio del deber" "connatural" —como prefiere llamar Shaftesburry a lo innato— es un "principio religioso", que sirve de "cimiento a la ciencia de los deberes"43.

Ella no es sino la revelación natural y original44: los hombres no disienten "en su modo de ver el bien y el mal"; sus diferencias sólo se ven "en la aplicación de reglas que les son comunes"45; de ella también hace parte la "idea religiosa", a pesar de sus "deplorables alteraciones"4 .

Caro concluye toda esta reflexión así:

La filosofía católica lo explica y allana todo. Explica el salvajismo y el gen­

tilismo por el pecado original que ofusca la razón humana, dejándole sólo

nociones fundamentales y capacidad para rehabilitarse. Explica el utilita­

rismo y la apostasía por la libertad del hombre que le permite resistir a la

Caro, como lo dice Mili, hace demasiadas concesiones a los detractores de Bentham —y de Epicuro— que consideran la doctrina "digna sólo del cerdo", p. 141 [448]. Cf. "Estu­dio sobre el utilitarismo", p. 266 y "Carta a los redactores de La Paz", p. 355, donde alude a los "puercos de la piara epicúrea" de Horacio.

38. "Principios de moral", p. 348. 39. "Principios de moral", p. 317. "Estudio sobre el utilitarismo", v, p. 54. 40. "Ensayo sobre el utilitarismo", p. 28. 41. Ibid., p. 54 42. "Principios de moral", p. 349. 43. "Estudio sobre el utilitarismo", vm, p. 73 y nota. 44. La expresión es mía, pero podría suscribirla Caro. Cf. "Estudio sobre el utilita­

rismo", v, p. 56:"... existe una revelación natural, que ilustra al hombre en el camino de la vida".

45. "Estudio sobre el utilitarismo", vi, p. 57. 46. Ibid., p. 55.

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verdad, y por el influjo del demonio que ayuda al hombre rebelde. Trae re­

medio al mal con la palabra de Jesucristo, que es la verdad completa47.

2. La crítica al inductivismo y la imposibilidad de una generalización

mediante el recurso al ejemplo

Miguel Antonio Caro comienza haciéndonos una afirmación con res­pecto a la ciencia: el hombre adquiere la ciencia trabajando intelectual-mente y aprovechando el trabajo intelectual de los otros. En la búsqueda de la verdad —que es lo que constituye la ciencia— entran dos elemen­tos: presciencia y experiencia, nociones presuntas y nociones adventicias4 .

La pereza mental y el escepticismo han dejado medio oculta la pres­ciencia, pero —aquí comienza el argumento—,

si ella no existiese, ¿cómo podríamos formar ideas genéricas, orgánicas, de la inmensidad que nos rodea extendiéndose más allá del alcance de nuestra

experiencia?49.

La inducción no basta porque

quien dice inducir dice adivinar en fuerza de predisposiciones naturales. Con

la sola experiencia acumularíamos datos parciales sin número, pero nunca

osaríamos interpretarlos como indicios de leyes generales'0'.

Para corroborar lo anterior, Caro trae a colación la autoridad de Clau­de Bernard, "uno de los sabios más eminentes hoy en Europa", que confiesa la existencia de "este poder adivinatorio, esencialmente distinto del expe-

47. Ibid., p. 64. Subrayados míos. 48. "Ensayo sobre el utilitarismo", p. 44. Subrayados míos. "Principios de moral", p.

313. Las nociones presuntas o presunciones corresponden a la traducción latina de Séneca —praesumptiones—, de las "prolepseis" —estoicas—, anticipaciones o presunciones. Cf. Paul Barth, "Los estoicos", Revista de Occidente, Madrid, 1930, pp. 128-129; merece una averiguación cómo llegan a Caro.

49. Ibid., p. 44. Subrayados míos. "Principios de la moral", p. 313. 50. Ibid., pp. 44-45. Subrayados míos. "Principios de la moral", p. 313.

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EL ESTILO ARGUMENTATIVO DE MIGUEL ANTONIO CARO

rimental, y confiesa francamente deberle muchos de sus admirables descu­brimientos médicos'"1.

Y más adelante nos aclara que si el principio sensualista fuese cierto, anularía la inducción:

porque la inducción supone precisamente lo que no puede haber pasado

por los sentidos, a saber, el tránsito de las cosas sentidas a las cosas meta­

físicas; pues como nota exactísimamente Aristóteles distinguiendo la sen­

sibilidad de la inteligencia, el ejercicio de aquella sólo concierne a lo par­

ticular, mientras ésta se eleva a lo universal. Ni la idea universal, ni el paso

mediante el cual la adquirimos, son efecto de sensaciones^2'.

Nuestro entendimiento

inquiere insaciablemente lo universal, lo comprehensivo, sin duda porque

lleva consigo mismo la necesidad de eso que se busca; así como cuando

buscamos alimento es porque llevamos dentro algo correspondiente al ali­

mento: la necesidad de alimentación53.

No podemos prescindir de esta tendencia a generalizar, pues allí don­de "no hallamos el orden que buscamos, lo establecemos calcándolo so­bre cierto plan intelectual"54.

Un lector contemporáneo como yo no puede dejar de sentir simpa­tías por esta lucidez que le recuerda las críticas lógica y psicológica que hace Popper a la llamada inducción, la necesidad de un a priori que po­sibilita la observación, la necesidad de los universales irrestrictos (o dis-posicionales), e incluso la idea de que los hábitos no se forman necesa­riamente por repetición.

51. Ibid., p. 46. "Principios de la moral", p. 314. 52. "Informe sobre la Ideología de Tracy", pp. 532-533. Subrayados míos. 53. "Estudio sobre el utilitarismo", p.45. "Principios de la moral", p. 313. Subrayados

míos. 54. "Estudio sobre el utilitarismo", p. 45. "Principios de la moral", p. 314.

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ADOLFO LEÓN GÓMEZ

Esta presciencia, estas ideas presuntas o innatas, estas ideas arquetí-picas o formas de la razón55, son un don divino5 , porque no puede su­ponerse que

Dios, habiendo creado todos los seres los unos para los otros, con inclina­

ciones y capacidades armónicas, sólo hubiese dejado a la inteligencia hu­

mana desprovista de toda noción predisponente, desorientada, digámos­

lo así, en medio del orden universal57.

Este don divino está constituido por principios (axiomas o nocio­

nes) necesarios y absolutos cuya aceptación es irresistible; ciertas mane­

ras de proceder, que se expresan en el razonamiento deductivo, cuya acep­

tación es igualmente inevitable, como también los principios morales de ¡-o

que hablamos en la sección anterior . Dentro de las nociones innatas vale destacar la idea misma de Dios,

que para Caro es el Dios cristiano, visto con el sesgo de un cartesianismo sui generis59.

55. "Estudio sobre el utilitarismo", p. 47. Caro considera que Platón, Descartes, Kant "y otros de esta alcurnia" difieren "en los pormenores", pero "convienen en que hay en la inteligencia nociones que no provienen de los sentidos".

56. "Estudio sobre el utilitarismo", p. 45. "Principios de la moral", p. 314. 57. "Estudio sobre el utilitarismo", p. 45. "Principios de la moral", p. 314. 58. "Estudio sobre el utilitarismo", p. 46. "Principios de la moral", p. 315. 59. Sui generis porque rechaza el método de la duda y no comparte las críticas a la

autoridad: "Quiso Descartes poner en ejecución la idea de fundar la independencia del pensamiento, y empezando por excluir todo principio que se apoyase en argumento de autoridad, acabó por encastillarse en el sabido entimema: pienso, luego existo. Gradua­do de principio absolutamente libre, es decir, de cosa completamente suya, pero anda­ba equivocado. ¿Era él por ventura el autor de su certidumbre? ¿Había él creado los motivos de su fe? Cuando afirmaba: pienso, luego existo es evidente que confiaba en la veracidad de una lógica cuyos principios no había creado él, cuya solidez misma no acertaba él a explicarse. En resolución daba oídos a una voz, o fuese ley de su entendi­miento, o imperio de la tradición, o finalmente inspiración, pero en todo caso hija de au­toridad, que le decía: has hecho un buen silogismo". "Informe sobre la Ideología de Tracy", pp. 437-438. Cf. también sobre la duda, pp. 444 y 445. El cartesianismo de Caro merece un trabajo aparte.

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El aspecto central de esta idea es la veracidad. Pero antes veamos cómo se aproxima Caro al Dios de Descartes:

En el "Informe sobre la Ideología de Tracy" Caro hace un recuento de parte de la filosofía cartesiana, la relativa a la idea de Dios y a las tres pruebas de su existencia, a partir de la Historia de la filosofía de Tules Si­món. Caro se limita a citar al autor en la distinción de tres clases de ideas: adventicias, ficticias e innatas; a esta última clase pertenece la idea de Dios, en razón de que bajo este nombre se entiende una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisapiente y omnipotente, y pro­cede a presentar tres pruebas: a) a partir de esta idea que está en mí y de la que no puedo ser causa porque el ser objetivo de una idea no puede ser producido sino por un ser formal, y cuando menos hay tanta realidad en la causa como en su efecto; b) yo existo y tengo la idea de Dios, luego no soy yo el autor de mi ser, y c) el argumento llamado ontológico.

Hecho esto, Caro adopta la actitud crítica frente al método cartesia-6o

no . Nosotros sabemos que la veracidad divina aparece al final de la ter­

cera Meditación cartesiana y después de la segunda prueba de la existen­cia de Dios, para poder proseguir el progreso en el conocimiento; pero esta parte no aparece en la síntesis que hace Caro del pensamiento carte­siano. La veracidad aparece en el contexto de la prueba del mundo exte­rior, que corresponde a la quinta Meditación. Descartes, para salir del solipsismo, recurre a una demostración "ingeniosa y bien intencionada", cosa que no puede hacer De Tracy, quien sólo admite el testimonio de la

. 61 conciencia . Lo cierto del caso es que en el "Estudio sobre el utilitarismo" el re­

curso a la veracidad para garantizar que las imágenes que se producen en nosotros corresponden a objetos reales está expuesto con demasiada cla­ridad (p. 48). También es claro que el problema que ella resuelve —el de la objetividad de las ideas— es insoluble para la ciencia (razón natural);

60. "Informe sobre la Ideología de Tracy", pp. 442-444. Este dato es importante para agregar a las fuentes cartesianas de Caro, además de Balmes.

61. "Informe sobre la Ideología de Tracy", pp. 540-541.

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ADOLFO LEÓN GÓMEZ

sólo el criterio sobrenatural (o metafísico) confirmado por la revelación puede hacerlo. La revelación la explica con estas palabras: "Dios no pue­de engañarse ni engañarnos", Deus verax est (Juan, 3,33; Romanos, 3,4; Hebreos, 6 y 18 y otros) 2.

3. El argumento de autoridad

Hasta los más enconados enemigos del argumento de autoridad recono­cen que "hemos sido niños" 3; esto hace que, al menos durante esta "edad de minoría", estemos sometidos a la autoridad. Así, por ejemplo, puede decirse que el aprendizaje de la lengua, la llamada "lengua materna", es un aprendizaje "autoritario"; ésta es una de las afirmaciones de Caro para sustentar su creencia en la autoridad:

cuando aprendimos a hablar, creímos lo que nuestra madre nos inculca­

ba; por razón de autoridad 4.

Y también:

sin razón de autoridad no habría idiomas, porque cada idioma lleva en sí

un fondo de ideas que se transmiten y profesan sin examen por el sólo

hecho de hablarlo 5.

Racionalistas más moderados reconocerán con Caro que muchos co­nocimientos, por ejemplo, "la existencia de Constantinopla" e incluso "conocimientos científicos", nos vienen por autoridad, porque en las cien-

62. "Estudio sobre el utilitarismo", pp. 47 y 48, incluidas las notas. Cf. también "Ligera excursión ideológica", p. 592.

63. Descartes lo recordaba con cierto malestar. Pero no es necesario pasar por la poltrona psicoanalítica para reconocer que es así.

64. "Autoridad es razón", p. 564. < 65. "En dónde está la autoridad", p. 568. Cf, sobre este punto K. Popper, K. Lorenz.

El porvenir está abierto, p. 161 [dicho por Slade].Más claramente, en Unended Quest.An Intellectual Autobiography, Fontana-Collins, 1978 [1974], 10, pp. 51-52.

66. "Autoridad es razón", p. 563.

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cias "no es dado verificar una infinidad de datos y experimentos que se

admiten sobre la palabra de los sabios" 7.

Los teóricos de la argumentación, que son racionalistas moderados,

reconocen que con frecuencia quien critica el argumento de autoridad

no critica el argumento como tal, sino la autoridad invocada . Esto es lo

que nos dice Caro:

luego, si sigue esas ideas no es porque no respete la autoridad, sino por­

que respeta una cierta autoridad, y si acata cierta autoridad y no toda

autoridad, es por razón de egoísmo y de soberbia 9.

Por lo anterior, puede suceder que los críticos de la autoridad, cons­

ciente o inconscientemente, te rminen convirtiéndose en autoridades; de

allí que algunas respuestas de Caro puedan ser muy atinadas; por ejem­

plo, este pasaje contra Bentham en el que hay que descartar de entrada la

acusación de mala fe:

ya en otro lugar ofrecimos una muestra de la costumbre que tiene Bentham

de rechazar toda autoridad para luego subrepticiamente colocarse él mis­

mo en el lugar de que la excluye. Observábamos que después de combatir

a los grandes filósofos de la Antigüedad a título de no estar sus doctrinas

conformes con las apreciaciones del sentido común, niega enseguida este

sentido común y le subroga su propia autoridad, como única ley, como

razón suprema en materias de moral70.

O también este pasaje que me sigue dando qué pensar:

Si a estos jóvenes se les observa lo inmoral y contradictorio de sus princi­

pios contestan: "Si el señor catedrático... Cuando el señor catedrático...

67. "En dónde está la autoridad", p. 569. 68. Tratado § 70, p. 413. 69. "Autoridad es razón", p. 566. Los primeros subrayados son míos, los últimos

son de Caro. 70. "Ensayo sobre el utilitarismo", xvn, p. 180. Caro remite a vi, pp. 57-64.

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ADOLFO LEÓN GÓMEZ

¿No ve usted que el señor catedrático...?" ¡Y luego sustentan en público

certamen esta proposición del señor catedrático: "En materias científicas

la autoridad de uno, de muchos y aun del género humano, no es razón!".

¡Con todo, el magister dixit es una razón inapelable!... ¡Pobre género hu-.71 mano! .

Los teóricos de la argumentación también nos muestran que las au­toridades invocadas son variadísimas: "la opinión común", "los sabios", "los filósofos", "los Padres de la Iglesia", "Los profetas"; a veces será im­personal como "la física", "la doctrina", "la religión", "La Biblia"; otras veces será designada con nombre propio72. En nuestro mundo, la autori­dad a la que se recurre con más frecuencia es la del "competente"73.

Esta variedad se trasluce de este pasaje de Caro donde comienzan los excesos en el uso del argumento:

Sin razón de autoridad no habría doctrinas, porque siendo los entendi­

mientos diferentes por sus instintos y su desenvolvimiento, como lo son

entre sí los objetos de la naturaleza física, las opiniones no podrían redu­

cirse a la unidad. Sin razón de autoridad no habría escuelas, porque la es­

cuela invoca a su maestro. Sin razón de autoridad no habría ciencias, por­

que en ellas no es dado verificar una infinidad de datos y experimentos

que se admiten sobre la palabra de los sabios. Sin razón de autoridad no

habría costumbres porque las costumbres nacen de respeto a lo existente.

Sin razón de autoridad no habría idiomas, porque cada idioma lleva en sí

un fondo de ideas que se transmiten y profesan sin examen por el solo

hecho de hablarlo. Sin razón de autoridad no habría religiones, porque

71."Estudio sobre el utilitarismo", xm, p. 131. Una reflexión complementaria de és­ta se encuentra en "Autoridad es razón", p. 565, y concluye así:"... Luego son benthamistas por razón de autoridad; luego por razón de autoridad repiten que autoridad no es razón". El subrayado es de Caro. En otro lugar, p. 62, dice Caro, citando a Bentham, "No es propio de un moralista proscribir el ipsedixitismo de los demás para autorizar el suyo propio".

72. Tratado, § 70, p. 413. 73. Ibid., pp. 416-417.

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toda religión tiene misterios que se aceptan por fe. Sin razón de autoridad

no se concibe, en suma, la sociedad humana74.

He dicho excesos porque Caro va más allá de lo razonable en el uso del argumento; el mismo argumento que sirve para creer en Constantino-pla sirve para creer en el misterio de la Eucaristía75, y no sólo "fuimos niños", sino que "continuamos siéndolo"7 :

Recordemos, mal que le pese a nuestra soberbia, que fuimos niños y que

somos niños; como lo fuimos antes y como lo somos aún77.

Esto se debe en buena parte a que nuestro saber es creencia y que hay sólo "dos clases de razones para creer" o "criterios": razones de crítica o de argumentación y razones de autoridad1 , pero ambas tienen un mismo fun­damento (cimiento), la fe natural:

Cuando aceptamos una cierta proposición por razón de crítica, ¿qué es lo

que sucede? Que tenemos más fe en el procedimiento intelectual que demues­

tra el principio que no en el que lo impugna. Y ¿qué sucede cuando acepta­

mos un principio por razón de autoridad? Que prestamos más fe a la cien­

cia del que la enseña que a la del que lo ataca. En ambos casos hay elección

entre dos cosas contrarias, y creemos en la que elegimos por razón de fe79.

Parecería que aquí estamos cerca del "acto de fe en la razón" °, pero no hay tal, porque Caro continúa su razonamiento así:

74. "En dónde está la autoridad", p. 568. Subrayados míos. Cf. también "Autoridad es razón", pp. 563 y 564.

75. "Autoridad es razón", pp. 562. 76. Ibid., p. 565. 77. Ibid., p. 564. Perelman estaría dispuesto a aceptar que la autoridad es ineludible

cada vez que nos iniciamos en un campo de saber especializado. Cf. Education et Rhé-torique, cap. iv defustice et raison, Presses Universitaires de Bruxelles, 1963, pp. 109-110.

78. "Autoridad es razón", p. 562. "En dónde está la autoridad", p. 571. 79. "Autoridad es razón", p. 562. Subrayados míos. 80. K. Popper, The Open Society and its Enemies, Routledge and Kegan, Londres,

1969, n, cap. 24, p. 231.

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La dificultad está en saber distinguir, pero esta dificultad existe en ambos

criterios, y si fuese motivo para desechar el de autoridad, lo sería también

para desechar el de razonamiento. Por esto los grandes filósofos o han du­

dado de todo o han aceptado la autoridad a par que el razonamiento. ¿Por

qué? Porque han visto que argumento de raciocinio y argumento de autori­

dad reposan sobre la misma base.

Y completa su argumento:

Así, pues, los filósofos verdaderamente grandes han sido creyentes, y por lo

mismo han sido humildes, y humildes y creyentes, han sido esencialmente

religiosos. Y han sido humildes, porque han comprendido, al aceptar am­

bos criterios, el de razonamiento y el de autoridad, que el hombre no cono­

ce de las cosas que cree las razones intrínsecas que están en Dios; el hombre

no conoce sino razones extrínsecas, motivos de credibilidad, señales de auto­

ridad, ya en un razonamiento sobre otro razonamiento, ya en un maestro

sobre otro maestro. En este punto de vista pudiera decirse que toda razón

es de autoridad, sólo que unas veces la autoridad es en las cosas, y otras i si

veces en las personas .

Por supuesto que este pasaje no es excesivamente claro. Pero trate­mos de aclararlo. Hemos dicho que los criterios de argumentación y los de autoridad tienen el mismo cimiento,

pero —agrega Caro— tienen distintas reglas: las del primero constituyen la

lógica erudita y difícil, de los hombres de letras y de ciencias, lógica al cabo

de lujo; las del segundo forman la lógica popular, instintiva, universal, ló­

gica, en rigor necesaria, con que los pueblos distinguen a los enviados de

Dios de los misioneros del diablo .

Por otra parte, Caro distingue entre fe natural y fe sobrenatural:

81. "Autoridad es razón", p. 562. Subrayados míos. 82. "En dónde está la autoridad", p. 571. Cf. también p. 569. Subrayados míos.

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ambas se apoyan en el argumento de autoridad, la autoridad de otros

hombres y la del mismo Dios3.

Así las cosas, parece que se nos aclara el texto anterior: los motivos de credibilidad (razones extrínsecas o señales de autoridad) son de dos ór­denes: natural y sobrenatural.

Los motivos sobrenaturales parecen obvios:

Ante todo: la verdad no es signo de sí misma; la verdad está en Dios y el

hombre no ve a Dios naturalmente; la verdad se conoce por la autoridad que

la enseña 4.

¿Cuáles son sus caracteres más enérgicos?, pregunta Caro, y se res­ponde:

A los que le preguntaron si él era verdaderamente el Mesías, no contestó

con doctas razones de argumentación, sino con hechos que comprobaban su

misión celestial, su autoridad divina. Recordó las profecías que cumplía y

mostró los milagros de amor que ejecutaba, y con estos motivos autorizó

el método de que usamos para descubrir lo que viene de Dios5.

Los motivos de credibilidad extrínsecos en el orden natural no de­

ben ser distintos al de que "la verdad no es signo de sí misma", lo que nos

83. "Autoridad es razón", p. 563. 84. "En dónde está la autoridad", p. 569. Subrayados míos. La primera afirmación

es la negación de la veritas Índex sui de Spinoza, Ética, 2a parte, escolio de la proposición 43. Esta negación parece hacerse en nombre de un cartesianismo curioso, como vere­mos enseguida. De todas maneras, no perdamos de vista al Dios de Descartes, veraz y omnipotente: recordemos que para el filósofo francés "el ateo no está seguro de nada".

85. Ibid., p. 569. Subrayados míos. Caro continúa su desarrollo con las señales de credibilidad de los misioneros que "en esos hechos exhibe[n] las pruebas de su autoridad y demuestra[n] el derecho que tiene[n] a la credibilidad de los pueblos" (p. 570). Por supuesto que el misionero expresa su Iglesia, la que también expresa Caro en su confe­sión de fe: "profesamos y enseñamos cuanto la Iglesia Católica enseña y profesa, porque creemos que la Iglesia Católica reúne todos los caracteres que constituyen una autori­dad legítima en materia de fe y costumbres". "Autoridad es razón", p. 566.

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ADOLFO LEÓN GÓMEZ

retrotrae a la veracidad divina de que hablamos en un aparte anterior, y

sin la cual sería ininteligible este pasaje que se refiere a la tesis de Ezequiel

Rojas de que "la extensión es inherente a los cuerpos".

Dice Caro:

he aquí dos cuestiones y dos clases de razones: ia) ¿Cuál es la razón de que

los cuerpos sean extensos? 2a) ¿Cuál es la razón de creer que los cuerpos

son extensos? La primera cuestión es ultrafilosófica, la segunda de senti­

do común. La primera razón, a saber, por qué son extensos los cuerpos, es

intrínseca y no la sabe el señor Rojas. Él dice que son extensos, porque la

extensión les es inherente, pero esto es lo mismo que decir porque sí. Sólo

Dios sabe por qué razón intrínseca los cuerpos son extensos. Ahora bien: ¿El

señor Rojas cree que los cuerpos son extensos? Sí, ¿por qué razón? ¿Por

razones intrínsecas? No, porque él no las sabe. Y, sin embargo, cree. ¿Por qué

razón? Porque tiene fe en que los sentidos no lo engañan, porque fía en la

autoridad de sus sentidos que le presentan a su entendimiento como extensos

los cuerpos que ve. Luego una de dos: o el señor Rojas cree en la extensión

de los cuerpos sin razón ninguna para creer, o cree por razón de autoridad.

Filósofos ha habido que han dudado de la competencia o sea de la autori­

dad de los sentidos, testigos que acreditan dicha extensión .

4. El argumento por la regresión al infinito

La regresión al infinito —regressio ad infinitum— es un argumento refu­

tatorio que deriva su fuerza de la petición de principio, pues consiste en

acusar al adversario de que para justificar su tesis o definir sus términos,

debe emplear principios que, si bien no son idénticos, son de la misma

naturaleza que la tesis o términos propuestos, y así indefinidamente, lo

que hace que nunca se justifique la tesis o se definan los términos 7.

El empleo de este argumento se remonta a Platón, pero sólo Aristó­

teles ha hecho un uso sistemático, y es precisamente él quien ha hecho las

86. "Razón de autoridad", pp. 573-574. Subrayados míos, con excepción de "porque sí" y "razón ninguna", que son de Caro.

87'. Argumentos y falacias, p. 29.

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afirmaciones fundamentales de que no se puede definir todo, ni demos­

trar todo, so pena de caer en una regresión infinita.

Pe rdman y Olbrechts, al introducir la teoría de la argumentación

como complemento de la prueba lógica, reconocen que la justificación es

de orden práctico pero que el dictum argumentativo sigue valiendo en

este orden;

querer justificar todo —dice Perelman— es una empresa insensata, ya

que es irrealizable porque conduce a una regresión infinita .

Caro, al criticar la lógica de De Tracy, y la injusta crítica de éste a

Aristóteles, recuerda que "... a mayor o menor distancia, el sustentante

llega al cabo a presentar ciertas premisas que son indemostrables, no sólo

en concepto de Aristóteles, sino por la naturaleza misma de las cosas" 9.

Pero más adelante propasa los linderos y nos hace una nueva afirma­

ción en que la imposibilidad de una regresión infinita se transforma en

creencia:

La ciencia es creyente y vosotros sois incrédulos. Las demostraciones de

la ciencia se apoyan, en último análisis, en principios indemostrables, en

axiomas, en creencias. Si toda argumentación hubiera de apoyarse en otra

demostración, y ésta en otra, tendríamos una serie infinita de demostra­

ciones, lo que es absurdo. La ciencia, pues, funda sus asertos en demostra­

ciones, y sus demostraciones en creencias. Este es el método científico. Voso­

tros pedís la demostración de todo, vosotros queréis una serie infinita de

88. Droit, morale et philosophie, Librairie Genérale de Droit et de Jurisprudence, R. Pichón y R. Durand-Auzias, París, 1976 (2a ed.), p. 50.

89. "Informe sobre la Ideología de Tracy", p. 530. Subrayados míos. La lógica con­temporánea prefiere hablar de indemostrados. Y en teoría de la argumentación habla­mos naturalmente de injustificados. La curiosa afirmación final de Caro "sino por la naturaleza misma de las cosas" tiene que ver con su tesis de que la lógica es algo natural al hombre, en consecuencia, Aristóteles no inventó el silogismo (como Bacon tampoco inventó la inducción): "... ni el Estagirita fue inventor de este procedimiento, ni este procedimiento ha sido invención de nadie, sino uno de los modos como naturalmente razonan los hombres". Ibid., p. 525, cf. también pp. 527-528.

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demostraciones; queréis que la ciencia pierda el tiempo y haga lo imposible

demostrando lo indemostrable. Rechazando la infalibilidad de los prin­

cipios y aceptando la de las demostraciones (y eso las que vosotros enten­

dáis), vosotros queréis una ciencia que no existe ni puede existir. La ver­

dadera ciencia vosotros no la conocéis ni aún siquiera la vislumbráis90.

III

De estos cuatro análisis de argumentos se llega a la "ley natural" (don

divino), a la "creencia" que es la fe natural, en últimas, a Dios, a veces el

cartesiano pero siempre el Dios cristiano, cuya tradición revelada nos

llega a través de la Iglesia, la Iglesia católica, cuya cabeza visible es el Papa91.

Esto es lo que hace que el auditorio universal, concepto clave de la

teoría de la argumentación que expresa el ideal del hombre razonable, en

Caro se convierta en la comunidad de los creyentes en Dios.

En el "Estudio sobre el utilitarismo" dice Caro:

Ya hemos visto cuáles son las fórmulas últimas de la irreligión científica:

la negación de Dios y, en consecuencia, la ruina de los principios y la

abdicación de la razón: Dixit insipiens: Non est Deus91.

Y en "¡Y vuelven a escribir!" repite la idea:

Del antiguo catedrático sustentante de la doctrina utilitaria, puede decirse

lo que ya se ha observado respecto de Bentham: notable conocimiento en

leyes, pero fondo filosófico, ninguno. No podría ser de otra manera, pues

el principio de utilidad es tan malo como superficial, cosas que, aunque

aparentemente contradictorias, no lo son; nada más superficial, nada me­

nos científico, que la negación de Dios: "es insensato quien dice en su cora­

zón: \No hayDiosl93

90. "Nuevas reflexiones", p. 621. 91. Este asunto final se ve claramente en "Católicos pero...", p. 885 y siguientes. 92. xx, Resumen y conclusión, p. 261. El editor remite a Salmos 13,1. 93. En la p. 397. Los subrayados son míos, menos la última parte del salmo, que es

de Caro. Por lo demás, Caro remite a Salmos 52,1. Las dos referencias son correctas.

[178]

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Vale la pena observar un hecho significativo que Caro quizás no co­nocía, y es que este mismo salmo es el punto de partida de la famosísima prueba de la existencia de Dios que san Anselmo desarrolla en el Pros-logio94 y que también es la caracterización de una sociedad en que "el in­crédulo es insensato".

Las consecuencias de esta toma de posición son obvias y naturales:

Fuera, pues, del catolicismo, no hay salvación. Ni se crea que esto es sólo

un anatema eclesiástico, como piensan muchos; es una severa verdad histó­

rica... Es, pues, históricamente demostrable que saliendo del catolicismo

camina el alma a la perdición95.

Y en nota de pie de página, matiza:

No recae este anatema sobre los antiguos filósofos que suspiraban por la luz

que había de venir de lo alto, sino sobre los modernos que, viéndola presente,

la menosprecian y detestan. La antigua filosofía, fija la atención en los

montes de donde vendría la salud (Ps, 120,1), buscaba con los ojos del al­

ma al mismo tiempo que le daba la vista de la esperanza, y al llegar a

conocer a aquél a quien ya había visto en cierto modo, postrándose lo

adoró, a manera del ciego, su figura viviente, cuya magnífica aventura

nos refiere San Juan (9, 35-38). Estos filósofos que cultivando la virtud

buscan la verdad, se sentían atraídos a ella por inspiración de Dios: NEMO

POTEST VENIRE AD ME NISI PATER TRAXERIT, ha d i c h o Jesucr is to ( Juan , 6,

44; cf. Mateo, 16,17; Lucas, 2, 27). Al contrario, los que por amor del pecado

se apartan de la verdad que los busca, lo hacen como Judas por inspiración

de Satanás: Introivit in eum Satanás (Juan, 13, 27). ¡Ohl ¡Quégrande es la

diferencia entre la esperanza y la tradición, entre el precursor y el apóstata!9 .

94. Cap. 11 que transcribe así: "dixit insipiens in corde suo: non est Deus". Obras completas de San Anselmo, BAC, Madrid, 1952,1, pp. 366 y 367.

95. "Estudio sobre el utilitarismo", xx, pp. 261-262. Subrayados míos. Obsérvese que anatema es sinónimo de excomunión.

96. Ibid., pp. 263-264. Subrayados míos. Del elogio a los filósofos antiguos que incluye en su auditorio universal, excluye Caro a Epicuro "... ei primero que tuvo el horrible honor a atreverse a negar públicamente a Dios" y "fundador de la escuela uti-

[179 J

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ADOLFO LEÓN GÓMEZ

"97 Por la misma razón, "el utilitarismo es de origen satánico

es de carácter ateísta... Ya sabemos que el ateísmo consiste en negar, abso­

luta o parcialmente a Dios o a la razón que lo predica, a Jesucristo, o a la

Iglesia que lo enseña. El utilitarismo más o menos explícitamente niega

todo esto9 .

Estas relaciones estrechas entre "hombre sensato" y "hombre cre­yente" —o al revés, "insensato" e "incrédulo"— también pueden verse en las relaciones entre filosofía, ciencia y teología (o religión).

Inicialmente pareciera que la filosofía y la ciencia tienen una auto­nomía en su práctica, al menos por lo que se observa en este pasaje:

En toda rama de la investigación filosófica o científica caben hipótesis diver­

sas y opiniones contrarias, porque la inteligencia es limitada, porque la

sabiduría es atributo de Dios, no del hombre ni de escuela alguna, aun­

que ésta sea italiana y modernísima99.

Por otra parte, la filosofía per se tiene para Caro al menos tres ventajas:

(i)... apareja la ventaja de abreviar en fórmulas elevadas los productos de la

ciencia..." (...) (2) la filosofía (es) un gimnasio en que el entendimiento

pone en ejercicio sus fuerzas y se apercibe para la sagaz apreciación de los

hechos, para el hábil manejo de la polémica y el uso elegante de recursos

oratorios, así como encerrado se acostumbra al perro a ladrarle a una piel

de venado antes de sacarlo a caza según la comparación de Horacio. (...)

Quiero decir, en suma —agrega luego—, que en la enseñanza de la filoso­

fía debe siempre consagrarse alguna atención al ejercicio de la argumenta­

ción, que es el arma del entendimiento. (...) Aunque las especulaciones del

litaría", ibid., p. 266, y a sus secuaces, incluido el bueno de Sancho, calificados de "puer­cos de la grey epicúrea". "Carta a los redactores de La Paz", p. 355.

97. "Estudio sobre el utilitarismo", xx, p. 267. 98. Ibid., p. 264. Cf. también "Bastiat y Bentham", p. 619. 99. "Aberraciones", p. 635.

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filósofo, observa a este mismo propósito el escéptico Hume, estén muy lejos de

los negocios mundanos, pueden esparcirse en toda la sociedad e ir introdu­

ciendo en ella un espíritu de claridad y corrección en todos los estudios y

profesiones. (...) Tercero e importantísimo resultado acarrea el estudio de

la filosofía, inspirando con altos pensamientos y generosos ejemplares el amor

de la virtud. Éste es su más saludable fruto, su más preciosa conquista.

Pero concluye todo con esta apostilla de Kempis:

¿qué te sirve, dice el libro de la Imitación, disputar altas cosas sobre la

Trinidad si no eres humilde, por donde se ofende la Trinidad? Más deseo,

añade, sentir contrición que saber definirla. Si supieses toda la Biblia a la

letra y las sentencias de todos los filósofos, ¿qué te aprovechará todo sin

caridad y gracia de Dios?1 .

Este cambio de registro se debe a que no hay tal independencia, pues:

En general, toda razón científica es buena, muy buena, subordinada al prin­

cipio religioso; mala, muy mala, independiente, o subordinada al error101.

Y, por otra parte,

Desde que la filosofía ha intentado divorciarse de la religión, más enso­

berbece que edifica102.

Esto lo sintetiza Caro muy bien en un párrafo que condensa a la

perfección su pensamiento:

Los estudios que se comprenden bajo el título de filosofía tienen el carácter

mixto de religiosos y científicos. La filosofía es una planta que nace y crece

en el terreno de la religión y que prospera y fructifica con los abonos de la

100. "Informe sobre la Ideología de Tracy", pp. 547-549. Subrayados míos. 101. "Estudio sobre el utilitarismo", xv, p. 154. Subrayados míos. 102. "Informe sobre la Ideología de Tracy", p. 549. Subrayados míos.

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ciencia o, en otros términos, la filosofía es una intermediaria entre la reli­

gión y la ciencia. Quitada la religión, la filosofía no tiene principios de

dónde partir; quitada la ciencia, la filosofía no tiene hechos qué explicar

ni en qué apoyarse. Cualquiera cuestión filosófica que se presente ofrece al

atento observador ese doble carácter de religiosa y de científica. Sirvan de

ejemplo las cuestiones relativas al alma humana103.

Ésta es la filosofía cristiana104, cuya fuente, la madre de toda filosofía,

es la teología, "la ciencia de Dios", "océano que abarca y contiene todas las

ciencias, así, como Dios es el océano que contiene y abarca todas las co-»105

sas . La teología cristiana es la fuente de la filosofía cristiana porque

El conocer de antemano con toda certeza, dice Balmes, las verdades funda­

mentales relativas al hombre, al mundo y a Dios, en vez de dañar a la pro­

fundidad del examen filosófico la favorece; jamás entre los antiguos se

elevó la filosofía al alto grado a que ha llegado después de la aparición del 106 cristianismo... .

Ahora bien, conocer de antemano con toda certeza las verdades funda­

mentales es lo que se llama tener dogmas y

... para nosotros los dogmas católicos están por encima de toda controversia

y de toda indagación humana. Ellos son verdades divinas que esparcen su

103. "La filosofía sensualista", p. 577. "Filosofía", "principios" y "hechos" son subra­yados de Caro, los demás son míos. En la continuación del párrafo da a entender Caro que los principios (de la filosofía) son a priori ultra-filosóficos, esto es, teológicos, y los hechos son a posteriori ultrafilosóficos, esto es, científicos (p. 578), para concluir que: "Por esto la filosofía debe enseñarse como derivación, en parte, de la teología, en parte como complemento de las ciencias, y finalmente como vínculo armonioso de aquélla y ésta" (p. 579).

104. Ibid., p. 582. Esta expresión es recurrente en Caro, pero aquí aparece en un contexto que la precisa mucho.

105. "Estudio sobre el utilitarismo", xix, p. 246. La cita de Caro es de Donoso Cor­tés, Ensayo sobre el catolicismo, cap. 1, § 1.

106. "Nuevas reflexiones", p. 622.

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luz sobre muchos problemas de filosofía natural, pero que no pueden

demostrarse por ella, por lo mismo que están muy por encima de ella10/.

De allí el carácter

especial, mejor dicho, excepcional de la doctrina católica, que es palabra de

Dios, a diferencia de las otras doctrinas, que son en lo religioso, o ficcio­

nes humanas o adulteraciones más o menos remotas de la verdad10 .

En consecuencia, los dogmas de fe cuya depositaría es la Iglesia están

por encima de toda indagación humana, de toda controversia. ¿Cuál será,

o mejor, cuál deberá ser la actitud del católico frente a la controversia?

Si part imos de la base de que la fe del católico es "la fe infusa (...) que

el Espíritu Santo infunde en el ánima del cristiano", que es "una gracia

especial y sobrenatural", y que es "firmeza y certidumbre infalible, porque

se funda en la pr imera verdad, que es Dios, el cual nos reveló todo lo que

creemos, con todo eso no tiene claridad ni prueba de razón"109, lo que no

impide que sea "creída y defendida por sus adherentes como una en sí

misma y la sola verdadera"110.

De estos principios nacen para el católico varias consideraciones re­

lacionadas con la cuestión de la controversia religiosa111.

La pr imera consecuencia

es que el católico no debe mirarla ni con el desprecio que el idólatra ni

con la importancia que le da el protestante. No con el desprecio del uno,

porque la facultad del raciocinio es una noble facultad, es una rica dádiva

que merece nuestro respeto y que manda nuestro agradecimiento a su

107. "Ligera excursión ideológica", pp. 584-585. 108. "La fe en sus relaciones con la controversia", p. 810. Existe otra versión de este

ensayo, que tiene ligeras variantes, bajo el título "La controversia religiosa", en M. A. Caro, Artículos y discursos. Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1951, pp. 47-63-

109. Ibid., p. 811. Subrayados míos. 110. Ibid., p. 812. Subrayados míos. 111. Ibid., p. 812. Subrayados míos.

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autor. No con la importancia que el segundo, ya porque la razón no es el

único don que debemos al Hacedor, ni el único medio de que se vale para

atraernos"2.

Caro insiste que para el católico

el raciocinio debe ser considerado no como objeto de creencia, sino como

medio, y no único de atraer a ella al que niega, y como medio, tampoco

único, de confirmar en ella al que vacila113.

De allí que "el sistema de propaganda" que ha de seguir el católico

deba incluir otros recursos de persuasión extradiscursivos:

La caridad, el buen ejemplo, el silencio mismo en ocasiones, son me­

dios más oportunos que la disputa, para conquistar las almas114.

La segunda consecuencia es aún más ilustrativa del pensamiento de

Caro. La argumentación es útil

para preparar al adversario a esta misma fe, o para afianzar en ella al que

empieza a desviarse; mas no para descubrir la verdad, suponiéndola abso­

lutamente desconocida por ambas partes; porque este sistema que no es

otro que el cartesiano, envuelve una especie de abdicación de la fe que se

trata de sostener"5.

En consecuencia, el católico

no debe, no puede sin contradicción, entrar en polémica diciendo a su

adversario: "vamos a discutir la cuestión religiosa, a ver si usted me conven-

112. Ibid., p. 815. Subrayados míos. Aquí las variantes son significativas, "idólatra" en lugar de "fanático", y "protestante" en vez de "librepensador".

113. Ibid., p. 815. 114. Ibid., p. 815. En "Jesuitas y artesanos", p. 677, Caro dice esto que es muy elo­

cuente: "Hay que convencerse de este hecho: el amor es mejor argumento que el racioci­nio. Una palabra de amor vale más que todas las bibliotecas del mundo. Y el mejor comprobante del amor es el sacrificio". Subrayados míos.

115. Ibid., p. 816. Subrayados míos.

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ce a mí o yo lo convenzo a usted". Y no puede usar de este lenguaje, porque

eso equivale a colocar sobre un mismo pie la creencia católica con cualquiera

otra creencia, lo cual es incompatible con el hecho que dejamos expuesto, a

saber, que nuestra creencia se apoya en la fe y se defiende con el racioci­

nio, a t iempo que las demás creencias pretenden a lo sumo tener por base

el último, mas nunca la primera .

Po r c o n s i g u i e n t e ,

un buen católico no puede usar para con su adversario sino un lenguaje

semejante a éste: "Yo entro en discusión con usted para probarle que mi fe

puede defenderse con las armas de la razón, y esto para honra de Dios y

para aprovechamiento de su alma de usted. Deseo lograr impresionarle a

usted fuertemente con las armas de la razón, a fin de moverle a la fe y

predisponerle a la gracia. Mas si usted logra dejarme sin respuesta en esta

discusión, no por eso me daré por vencido; pues yo tengo el asilo de mi fe, a

donde no alcanzan los tiros del raciocinio"117.

Por esto el católico, frente a la incertidumbre y desesperanza del ag­nóstico o a la soberbia desmedida del librepensador, lógicamente cree, por fe intrínseca, que su doctrina procede de Dios... a pesar de cualquiera contradicción que se suscita, ya sea individual, ya social, ya departe de los sofistas, ya sea departe de los tiranos11 .

La razón es muy sencilla:

n6. Ibid., p. 816. Subrayados míos. 117. Ibid., p. 817. Más adelante, en la misma página, repite la expresión "asilo de su

fe". No está de más anotar que cuando Caro se refiere a los utilitaristas usa el mismo término, pero con calificativo descalificante: "el utilitarista que anda así contradicién­dose dentro del error, huye la contradicción cuando ésta le abre finalmente la puerta de la verdad. Admite a medias la razón; cuando ve que la razón lo arrastra hacia Dios, se vuelve azorado, a encerrarse en el mezquino asilo de aquella fórmula: "bien es placer'", Ibid., p. 812. Subrayados míos. "Estudio sobre el utilitarismo", xm, p. 123. El significado de asilo es el de amparo, protección; según el diccionario de la RAE, SU ancestro griego quiere decir sitio inviolable.

118. Ibid., p. 818. Subrayados míos.

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la sola razón no comprende a la verdad, y la verdad sigue su triunfal carrera,

y la razón va mal que le pese atada al carro providencial de la verdad. Y es

que la verdad es más grande que la razón; es anterior a la razón humana...119

Así que en la controversia le queda al católico

... la impenetrable armadura de su fe. No confundamos las batallas de los

entendimientos con la gran guerra del espíritu; del catolicismo puede de­

cirse lo que alguien con menos acierto dijo de la libertad: que podrá per­

der batallas, pero jamás la guerra120.

Bueno, para comenzar a concluir, ¿qué pensar de esta concepción del auditorio universal, de esta dogmática de la verdad, de esta certidum­bre asilada?

Mis protocolos racionalistas que parten de la constatación de nues­tra finitud solidaria del error y de la corrección del error, de la intersub­jetividad de los argumentos, y de que el deseo de convencer a alguien presupone una dosis grande de modestia de parte de quien argumenta, pues que no es "palabra de Evangelio", y, sobre todo, que siempre hay que escuchar a la otra parte, deberían decir mucho con respecto a esta con­cepción. ¿Pero valdrá la pena decir algo? ¿Discutirla? Se da como indis­cutible. Pareciera que la mejor solución fuese callar, sufrir el silencio de la excomunión.

Si ésta no es la mejor solución es porque esta convicción "atrinche­rante" se presenta no sólo como solución a nuestros enigmas teóricos, sino también a nuestras necesidad prácticas.

En efecto, nos dice Caro:

En toda cuestión política va envuelta una cuestión teológica121; todo legis­

lador justo empieza a ejercer su poder en nombre de Dios, es decir, en

119. Ibid., p. 823. 120. Ibid., p. 824. Subrayados míos. 121."... decía Donoso Cortés, recogiendo una confesión de Proudhon". "Quia sum

fortis", p. 600.

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cumplimiento de una ley ya existente122; legislación sin moral es como

religión sin Dios123; la autoridad del maestro viene de Dios y quien la

usurpa enseñando doctrinas paganas, "usurpa una autoridad que Dios le

ha concedido"124; el orden público no puede nacer sino de la moralidad; la

moralidad no existe sin el imperio del principio religioso125; el malestar

social es una cuestión moral12 ; incluso, la miseria es una de las manifesta­

ciones de falta o mala dirección de la humana actividad, y la humana

actividad es resultado del uso o abuso de la libertad. Así la cuestión econó­

mica queda subordinada a la cuestión mor oí2 7 .

Siendo las cosas así, es mucho lo que queda por decir sobre esta con­cepción del mundo, pero eso será en otra oportunidad.

122. "Cartas al doctor Ezequiel Rojas", v, p. 387. 123. "Ensayo sobre el utilitarismo", xv, p. 153. 124. "Bastiat y Bentham", p. 613. 125. "Deberes de la prensa libre", p. 419. 126. "Jesuitas y artesanos", p. 679. 127. Ibid., p. 678.

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