El Escritor Mas Pequeño

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Jose Alejandro Escudero Duarte, el escritor mas pequeño. Es un libro, que habla acerca de los sueños de un niño y de los derechos que debemos tener los adultos con los pequeños.

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El escritor más pequeño.

Por:JOSE ALEJANDRO ESCUDERO DUARTE LUZ MIRYAM ESCUDERO DUARTE

Quizás usted ha leído libros que le han dejado grandes enseñanzas, donde ha aprendido cosas importantes y donde se le han quedado pen-samientos de grandes escritores.

Puede que hoy no me veas como un gran escritor, quizás seré muy pequeño para llenar tus expectativas, quizás no tenga experiencia ni un buen conocimiento; eso es algo que todavía no sé, pues solo tengo tres añitos. Pero mi mamá dice que así como no hay edad para el amor, tampoco hay edad para cumplir los sueños; y escribir un libro se convir-tió en uno de mis sueños. Mamá también dice que cada uno de nosotros somos un libro, con cosas buenas o malas que contar.

Es posible que no escriba una gran historia, ni que mi libro tenga mu-chas páginas, pero sé que te gustará. No necesitarás días para leerlo, unas pocas horas serán suficientes para que recuerdes nuevamente una realidad que vivimos los niños a diario.

Una vez tuve mi primera oportunidad al nacer y cada día que llega es una nueva oportunidad para vivir y para aprender cosas nuevas. Hoy tienes en tus manos la oportunidad de leer mi primer libro…

Dios te bendiga

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Agradecimientos.

Doy gracias a papá Dios y también le agradezco y dedico esta primera hazaña de mi vida a las personas que siempre han estado conmigo, que me han cuidado, me han enseñado y me han amado durante estos cuatro añitos. También por haberme soportado todas mis travesuras y rebeldías. Gracias hermanitos, Brayhan Felipe y Santiago Gómez Escu-dero.

A mi mamá por tenerme tanta paciencia, amarme tanto y ayudarme a realizar este sueño.

A quien me ha querido como un hijo y me ha dado grandes abrazos. Luis Guillermo escudero…Gracias tío

A ti también, Fabio Andrés Patiño, por todas las cosas buenas que me has querido enseñar.

Gracias a mi profesora Gloria y Diana, por enseñarme tantas cosas bue-nas en mi guardería.

Gracias señor: Miguel Yepes, por su generosidad.

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¿COMO NACE UN ESCRITOR?

Te podrás preguntar si un niño de tres añitos ya quie-ra escribir un libro; mi mamá siempre me decía que necesitaba crecer más, que todavía era muy pequeño para ser un escritor. Ella dice que para ser un gran es-critor hay que dejar un pedazo del alma en lo que se escribe; y que además se necesita una historia o algo que contar. ¿Porqué una historia? O ¿qué tengo que contar? Eso era algo que no entendía, tampoco lo del alma porque no sabía qué era. Mi mamá siempre me decía lo mismo, pero yo sólo quería escribir un libro como ella.

Mamá se pasa todo el tiempo escribiendo, ella dice que escribir es una de sus pasiones y que su sueño es ser una gran escritora. Siempre la escucho decir estas cosas, a veces me las dice a mí porque paso mucho tiempo con ella. Muchas veces rayo las hojas y escribo con ella, otras veces me quedo dormido en sus brazos y siento cuando el lápiz escribe en el pa-pel.

Esa tarde cuando llegué de la guardería, le di el abra-zo, como siempre, y ella medio un beso y me dijo: ¡hola hijo! ¿Cómo te fue? Yo le contesté: ¡muy bien mami! Me quité los zapatos y me subí al colchón don-de dormimos, y donde mi mamá se sienta a escribir todos los días en las madrugadas, en las noches y algunas veces en las tardes.

Estábamos hablando de cosas que me pasaron en la guardería, cuando un ruido nos interrumpió. Era la lluvia que empezaba a caer fuerte en el techo de la casa; los truenos se sentían afuera de la ventana; eso

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me da mucho miedo, aunque mi mamá dice que cada vez que truena es Dios que está hablando. Pero yo no entiendo por qué Dios habla así. Al instante empe-zaron a caer las goteras en el piso, y mojaban el col-choncito, eso pasa cada vez que llueve y por eso po-nemos algo para que no se moje. Entonces fui y traje la poncherita azul y la puse en las goteras; mi mamá se quedó mirándome, me abrazó y me dijo: “recuerda que las dificultades son escalones que nos sirven para superarnos cada día”. Esas palabras siempre las dice cuando nos quedamos sin agua, sin luz, cuando no hay nada que comer, o cuando nos mojamos por las goteras. A veces también me las dice cuando me pon-go a llorar, porque no hay leche para mi chocolate.

Esa tarde le volví a decir: ¡Mamá! ¡Quiero escribir un libro así como tú! Entonces empecé a rayar las hojas, pero a la vez pensaba en esa historia, o en lo que tenía que contar, yo no sabía cómo se hacía eso, mi mamá ya me había contado muchas historias, pero ella me decía que necesitaba una historia diferente para escribirla. Mamá me miraba y por un rato dejó de escribir, parecía que le gustaba lo que yo estaba ha-ciendo y lo que le decía.

Al poco rato ya se había oscurecido y había dejado de llover. Era la hora de las noticias. Yo siempre acom-paño a mi mamá cuando las ve, aunque hay muchas cosas que no entiendo.

Esa noche la señora que dice las noticias por la tele-visión, habló sobre cosas malas que les hacen a los niños; la escuché cuando decía que a un niño lo ha-bían matado.

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Eso medio mucho miedo porque pensé que a ese niño lo había matado el duende, la bruja o el mur-ciélago; esas son las cosas a las que más les tengo miedo; cada vez que escucho un ruido en mi casa creo que vienen por mí, entonces abrazo muy fuerte a mi mamá para que no me lleven.

Después de pensar en eso le pregunté a mi mamá que quien había matado a ese niño, y ella me dijo que un señor lo había hecho. Me quedé pensando y no dije nada, porque no entendía, entonces mi mamá me dijo así: “Hijo, hay personas grandes que le ha-cen daño a los niños, les hacen muchas cosas malas, a veces se los llevan y los separan de sus padres”. Entonces le pregunté: ¿Mami y eso quien lo hace? Y ella me dijo: “Muchas veces son extraños, algunas ve-ces personas conocidas y otras veces familiares, por eso hay que tener mucho cuidado con los niños, no se pueden descuidar para que no les pase algo así”. ¿Pero sabes algo? Me volvió a decir: “lo más triste de todo es que a veces son los mismos padres los que les hacen cosas malas a los hijos.”

Eso no me gustó y creo que me confundí mucho. Pen-sé en mi mamá, en mis amigos grandes y me asusté mucho, porque no quería que nadie me hiciera daño.

Después le hice muchas preguntas a mi mamá y ella me las respondió, pero antes de irme a dormir me contó una historia.

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LO QUE ME PASÓ…

Esa noche fue muy extraña porque me pasaron cosas que no podía entender, yo creo que pensé mucho en lo que dijo la señora por la tele, también pensé en mis amigos y en la historia que mi mamá me había conta-do antes de irme a dormir.

De repente algo extraño empezó a sucederme, veía todo diferente, no sabía si era de día o de noche y el lugar donde me encontraba nunca lo había visto. Me sentía muy solo y tenía en mis manos una jarra de cristal, que no podía dejar caer y no sabía por qué. Después vi a mis amiguitos Sofía, Matías, Samuel y Catalina. Ellos jugaban como lo hacen en el salón de mi guardería, pero esa no se parecía a mi guardería, no entendía nada, faltaban mis otros compañeritos, mi profesora Gloria, y yo seguía con la jarra de cristal en mis manos. Por un momento se escuchó un ruido extraño, creo que ya lo había escuchado antes. Mi-raba para todas partes y no estaba mi mamá para abrazarla, ¿mamá, dónde estás? Gritaba desesperado pero no veía a mi mamá.

Seguía ahí parado sin saber qué hacer, cuando vi que venía mi profe Gloria y Rocío, la señora que me da el almuerzo en la guardería; ella traía un vaso con jugo de “guayabana”, de ese que hacen en mi guardería y que no me gusta. Todo era muy extraño, mi profe Gloria traía la flor roja que le había regalado ese mar-tes pasado, pero la flor estaba echando sangre y eso medio mucho miedo.

¡Cada vez la profesora se acercaba más! La señora Rocío me decía que me tomara el jugo de guayaba,

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mi profe parecía muy enojada y me quería pegar con la flor que echaba sangre, ¿qué estaba pasando? No quería que mi profe me pegara con esa flor. ¡Quería correr! Pero mis amiguitos no se daban cuenta de lo que estaba pasando y les tenía que explicar.

Empecé a correr con mis amiguitos; esas calles eran muy extrañas, no había nadie que nos ayudara y todos estábamos asustados; ya nos estábamos ale-jando de mi profe Gloria y de la señora Rocío, pero alguien más se acercaba por otra calle. Parecía que lo conocía, me quedé mirándolo y vi que era don Hum-berto, pero también se veía extraño, traía algo grande en la boca que echaba humo y parecía que quemaba. ¡Nos va a quemar! Le dije a mis amiguitos; entonces seguimos corriendo, yo seguía con la jarra de cris-tal en mis manos, sin dejarla caer, pero mi amiguito Matías se estaba quedando atrás y don Humberto lo alcanzó; cuando este señor se lo estaba llevando, yo le decía: no, ¡no se lo lleve! Él es mi amiguito, ¡no se lo lleve! Le gritaba muy fuerte, pero él se lo llevó.

Matías lloraba y gritaba mucho, llamaba a su mamá, pero ella no venía, yo no entendía lo que estaba pa-sando, no podía entender por qué don Humberto se había llevado a Matías para hacerle daño.

Yo seguí corriendo con mis amiguitos y con la jarra de cristal en mis manos; sentíamos mucho miedo, pero corrimos hasta llegar a otra calle que no conocíamos. Tratamos de parar pero alguien más venía hacia no-sotros y nos miraba muy extraño; sentí miedo porque se acercaba a mi amiguita Catalina; ella estaba muy cansada, y ya no podía correr más; lloraba y llamaba a su mamá, pero la mamá no venía.

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¡Se acercaba más! Podía verlo bien, era don Alber-to, (El señor de las florecitas), pero también se había vuelto malo; cogió a Catalina y se la estaba llevando. Mi amiguita se veía muy asustada, lloraba mucho y le decía al señor Alberto que no se la llevara, pero él se la llevó.

Yo seguía corriendo con mis amiguitos, todos grita-ban y llamaban a sus mamás, pero ellas no venían. Mi profe Gloria y la señora Rocío aparecieron nuevamen-te con la flor de sangre y con el jugo de “guayabana”. Corrimos más duro, para que no nos alcanzaran, pero llegamos a otra calle y ahí estaba don Carlos empu-jando la carretilla en la que vende los aguacates. Esta-ba muy cerca de mi amiguito Samuel. Él se asustó y trató de correr pero se cayó, entonces don Carlos lo cogió y lo subió en la carretilla, para lle-várselo. Samuel lloraba y le decía que no se lo llevara, pero don Carlos se lo llevó.

Ya me había quedado solo con Sofía. La profe Gloria y la señora Rocío ya no estaban; los dos nos sentía-mos muy cansados y ya no queríamos correr más, mis manitos me dolían mucho porque no soltaba la jarra de cristal para que no se me cayera.

¿Mamá, donde estás? ¡Mamita ayúdame por favor! ¿Porque no viene mi mamá? ¡No quiero estar solo! Esas palabras las repetía todo el tiempo y mis amigui-tos también.

Sofía lloraba mucho y me decía que le dolían los pie-citos de tanto correr; pero yo no quería parar porque sentíamos a alguien cerca de nosotros; cuando miré vi que era… ¡María!... la señora que vende las frutas

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y venía muy rápido hacia nosotros. Mi amiguita Sofía se estaba quedando atrás y la señora María la agarró del brazo para llevársela. Sofía lloraba y gritaba, me decía que la ayudara, pero yo no podía soltar la ja-rra de cristal, además tenía mucho miedo. Entonces le grité a la señora que no se la llevara, pero ella no me escuchaba. ¡No se la lleve por favor! ¡No le haga nada a mi amiguita! Le grité muchas veces, pero ella se la llevó. Yo seguía llamando a mi mamá pero ella no venía, seguía sin entender lo que me estaba pasando. Mis amiguitos ya no estaban conmigo y tampoco veía a mi profe ni a la señora Rocío. Ya no estaba corriendo pero me sentía muy asustado.

No pasaba nada más, hasta que vi que venía el me-tro donde a veces he viajado con mi mamá, pero ese metro no era igual porque se parecía a los libros de ella, veía muchos libros como si fueran el metro. Des-pués el metro se detuvo, pero seguía siendo diferente y nadie lo manejaba. Me fui acercando muy despacio, y vi que esa se parecía a la estación de San Javier, donde siempre nos subimos al metro, pero se veía muy diferente. Yo no entendía porque se veía así, no entendía nada. Busqué por todas partes y ese metro no tenía puertas, solo había una ventanita pequeña; me acerque para mirar bien y ahí estaban mis amigui-tos acostados y parecían como muertos; también vi a las personas que se los habían llevado y a los otros que siempre les había hablado en el metro. Sentí mucho miedo por lo que había visto y salí corriendo con la jarra de cristal en mis manos, ¡corría y corría! Pero seguía en el mismo lugar, hasta que vi a alguien frente a mí que me llamaba, pero yo no sabía quién

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era porque estaba un poco oscuro. Entonces me que-dé muy quieto y cerré mis ojitos, pero cuando los volví abrir vi que era mi mamá. Me dio tanta alegría que co-rrí muy rápido hacia ella gritando ¡mamá! ¡Mamá! Pero cuando estaba llegando tropecé con algo y me caí. En ese momento se escuchó un ruido y sabía que algo grave estaba pasando, cuando miré al piso vi que era la jarra de cristal que se había quebrado. Los pedazos de cristal estaban por el suelo revueltos con mis galletas de pistola; mi mamá me miraba muy enojada y venía hacia mí; yo le decía: ¡Mami no me pegues! ¡Por favor mamá no me vayas a pegar! ¡No quiero que me pegues porque me voy a morir! ¡Si me pegas me voy a morir! Ella se acercaba más hasta que sentí que me cogió de mis bracitos. Yo seguía ahí quieto sin poder correr porque me sentía muy extraño, estaba diciendo en mi mente algo que mi mamá me enseñó un día. “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdóna-nos nuestras deudas, como también nosotros perdo-namos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en tentaciones, más líbranos del mal; porque tuyo es el reino y el poder y la gloria, por todos los siglos Amen”.

A si decía en mi mente, pero seguía gritando, ¡mami no me mates! ¡No me hagas daño por favor!

Yo seguía sintiendo que ella me agarraba de mis bracitos y me sacudía, escuchaba su voz, que me decía: hijo, hijo, ¡hijo mío, despierta! ¡Hijo despierta!

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¡Despierta que estás soñando! Sus manos estaban sosteniendo mis bracitos todavía, no entendía lo que pasaba, mi mamá me estaba abrazando, yo también la abrazaba muy fuerte, pero seguía llorando. Cuando abrí mis ojitos todo había cambiado, ya no me sentía solo y mi mamá me seguía abrazando, me decía que no llorara más, que todo estaba bien. Entonces miré el cuarto y el colchoncito donde dormimos y ahí esta-ban jirafín y pisotón, mis muñecos con quienes duer-mo; además tenía mi pijama mojada, pero a mamá no le importaba porque yo estaba muy asustado.

Entonces le conté a mamá lo que me había pasado mientras dormía. Ella me explicó lo que me había pasado y me dijo que todo había sido un sueño; tam-bién me dijo que ella nunca me haría daño porque me amaba mucho.

¿Qué es un sueño? No sabía qué era eso y no quería que me volviera a pasar. Además no entendía porque el señor Humberto, mi profe Gloria y los otros se ha-bían vuelto malos, yo no quería que ellos fueran así porque todos son mis amigos. Y aunque mamá me ex-plicó lo que me pasó, yo seguía sin entender, porque lo que me había pasado esa noche me pasa a diario pero de otra manera.

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MI REALIDAD

LAS GALLETAS DE PISTOLA

En la mañana me levanto muy temprano para ir a la guardería; mi mamá me da mi bebida de chocolate con galletas de trigo, pero antes de comérmelas juego con ellas. Entonces hago una pistola, para que se vea como una pistola de galleta y empiezo a disparar. A mi mamá no le gusta que yo juegue así, ella dice que eso es violencia, y que las armas hacen mucho daño. Por eso cuando disparan por las noches y hacen las bala-ceras por mi casa no me deja salir, ella dice que una bala perdida me puede hacer daño, así como le han pasado a muchos niños. Por eso cada vez que hacen los disparos, corro para donde mi mamá y la abrazo.

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MI AMIGO HUMBERTO

Cuando ya estoy listo, salgo con mi mamá para la guardería. Muy cerca de mi casa está la tienda de doña Amparo, donde todas las mañanas está senta-do don Humberto tomando algo y con una cosa en la boca que sale humo; una vez le pregunté a mamá porque le salía humo dela boca a don Humberto . Ella me dijo que eso era un cigarrillo y que lo hacían las personas por que les gustaba, pero que eso no se podía hacer porque hacía mucho daño. No le pregunté nada más pero si me quedé pensando por qué hacen eso. Cada vez que miro a don Humberto, pienso que le va a salir candela por la boca y no entiendo por qué lo hace.

Me hice amigo de don Humberto desde una vez que fui con mi mamá a la tienda a comprar algo; entonces me quedé mirando el humo que le salía por la boca. Después le pregunté que el cómo se lla-maba, que en donde vivía y que el qué hacía ahí to-dos los días. Don Humberto me miró sorprendido, me contestó lo que le había preguntado y pasó su mano por mi cabeza. Desde ese día lo saludo todas las ma-ñanas, siempre le digo ¡hola amigo! Y él me contesta ¡hola amigo! Un día que hablamos yo le pregunté: ¿usted en que trabaja? Él se puso a reír y me dijo: soy profesor; entonces yo le dije: Adiós amigo y él me dijo: ¡Adiós parcerito! Yo no sé qué es eso, no sé que quie-re decir parcerito, pero debe de ser bueno porque me lo dijo sonriendo.

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EL SEÑOR DE LAS FLORECITAS

Después de saludar a don Humberto sigo caminando con mi mamá hacia la guardería, y cuando cruzamos el puentecito por donde pasa el río pequeño, está el señor de las florecitas. Él es mi otro amigo y se llama don Alberto, y a él también lo saludo todas las maña-nas.

Me hice amigo de Don Alberto un día que mi mamá me compró unas flores para llevarle a mi profesora Gloria. Ese día muchos niños le llevaron flores a ella, pero yo le dije a mi mamá que no se las quería llevar. Me sentía muy extraño porque nunca lo había hecho.

Entonces don Alberto me miró y me dijo:¡Oiga joven! llévele las flores a su profesora, que es-tán muy bonitas, y le van a gustar mucho. Pero yo seguía diciendo que no; ellos me volvieron a decir lo mismo hasta que me convencieron; entonces me las llevé. Recuerdo que cuando íbamos caminando, mi mamá me decía que le dijera a mi profesora ¡feliz día! y que le diera un abrazo; pero eso tampoco me gus-tó. Yo no le quería decir nada a mi profe, no entendía por qué tenía que hacer eso. Entonces le dije a mamá que yo no le quería decir nada. Seguimos caminando y hablando de lo mismo por todo el camino, pasamos por el supermercado del barrio cruzamos la calle, hasta llegar a la casa del gato. Él siempre está en la ventana por las mañanas; entonces paro a mirarlo, le sonrío y le digo ¡hola gato! ¿Cómo amaneciste? Pero él no me contesta. Yo entiendo que los animales no hablan, pero ese gato me gusta mucho; a veces pienso que me espera todas las mañanas para verme

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pasar y para que lo salude, pero cuando paso y no lo veo pienso que lo cogió la tarde y se quedó dormido, así como me pasa algunas veces cuando llego tarde a la guardería. Seguí caminando con las flores, pasa-mos la iglesia de Santa Lucia y a la vueltica queda mi guardería que se llama el Ensueño.

Ese día llegué con las flores y estaba un poquito asus-tado porque no sabía cómo entregárselas a mi profe-sora. Me acuerdo que mi mamá me dejó en la puerta, yo entré solito hasta el salón y ahí estaba mi profe. Entonces la miré a los ojos y muy rápido le entregué las flores, pero no le dije nada. Ella me miró, se sonrió y dijo: ¡ay, qué lindas! ¡Están preciosas! Mi profe me dio un abrazo y un beso en mi carita y se puso muy feliz; después llevó las flores y las metió en agua.

Desde ese día le sigo llevando una flor roja a mi profe cada semana y por eso me hice el amigo más peque-ño de don Alberto. Siempre que paso lo saludo, él me sonríe y me dice: ¿cómo amaneció? Yo le digo ¡muy bien! Cuando quiero llevarle la flor a mi profesora le digo: Don Alberto, ¿por favor me da una flor para mi profe? ¡Pero que sea de ese color! Y se la señalo. Entonces él me dice: ¡Si hijo! ya sé cuál es la que te gusta, ¡la rosa roja! Muchas veces cuando no tengo las monedas él me dice que otro día se la pague. A mí me gusta llevarle la rosa roja a mi profe porque ella se pone feliz y la mete en el agua.

En mi guardería siempre juego con mis compañeri-tos, pero con los que más juego son Matías, Catalina, Samuel y Sofía. Al mediodía la señora Rocío y mi pro-fesora nos dan el almuerzo; a mí me gusta la sopa, el arroz y la carne, lo único que no me gusta es cuando

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me dan ese jugo de color rosado y por eso no me lo tomo.

Cuando mi mamá me pregunta en las tardes que si almorcé, yo le digo que sí, pero que no me tomé el jugo de guayabana porque no me gusta. Entonces ella se ríe y me pregunta: ¿hijo y eso qué es? Pero yo no le sé explicar, solo sé que no me gusta el jugo de “guayabana” pero tampoco sé porque lo llamo así. La señora Rocío me dice: Alejandro, tómate el jugo, está delicioso; pero yo le digo que no me gusta y por eso no me lo tomo.

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EL METRO LIBRO

Cuando llega la tarde mi hermanito Santiago va por mí a la guardería, aunque algunas veces va mi mamá. Cuando llegamos a la casa ella dice que se acaba la paz y la tranquilidad; yo no entiendo qué quiere decir con eso. Ella se pone muy feliz cuando me ve y nos abrazamos, pero cuando empiezo a tirar las cosas, a pegarle a mi hermanito o a gritar, ella se enoja mucho. Pero más se enoja cuando le quito la hebilla del pelo y le empiezo a untar una crema que ella se unta cuan-do se va a peinar. Mi mamá dice que por mi culpa ya tiene canas. Yo no sé qué es eso, pero parece que no le gustan y me culpa de tenerlas.

Ella dice que yo soy muy inquieto y muy insistente, que siempre quiero hacer las cosas por encima de lo que sea. No entiendo nada de eso, ella me habla y me aconseja yo no entiendo porque no puedo hacer las cosas que a veces quiero hacer.

Una de las cosas que más me gusta hacer en mi casa es jugar con los libros de mi mamá, y como ya sé contar, sé que son siete. Muchas veces abro un libro y lo leo; y empiezo a decir cosas que se me vienen a la mente; mi mamá me mira y se ríe, yo le pregunto: ¿Mami, qué dice acá? Entonces ella lee y me dice.

A mi mamá le gusta verme jugar con los libros por-que yo los pongo en el piso como si fuera una fila, así como el metro, y digo que lo voy a manejar. Ella se queda mirándome y creo que le gusta lo que hago porque no me regaña. Yo juego con mi metro de libros por toda la casa, los empujo desde el cuarto de mi mamá hasta la sala. Soy muy feliz haciendo eso por-

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que siempre digo ¡móntense mis amigos que ya se va ir el metro! ¡Móntense pues que ya se va! Después le digo a mamá: ¡Mami! ¡Mira como manejo el metro y llevo a mis amiguitos! Entonces ella me dice: ¡Si hijo! Es que ese es tu sueño, manejar el metro.

¿Por qué me dice mi mamá que ese es mi sueño? Así me dijo la mañana que me desperté gritando y lloran-do cuando me pasaron esas cosas feas, que sólo era un sueño.

Pero no entiendo por qué me lo dice cuando también juego con los libros y no estoy dormido. Yo no entien-do eso de los sueños, a mí me gusta mucho montar en el metro, de verdad, siempre le digo a mi mamá que me lleve y cuando estamos en la estación que se llama San Javier, le digo que yo quiero manejar el metro; a veces lloro y espero que se baje el señor que lo maneja y le digo ¿Señor por favor me deja manejar el metro? ¿Por favor me deja manejarlo, sí? Él se ríe y no me dice nada, pero yo le digo que ya estoy grande y lo puedo manejar. Mi mamá me dice que estoy muy pequeño para manejarlo, pero que cuando esté más grande sí lo puedo hacer. A veces las personas que están ahí me miran y se ríen, los policías que cuidan el metro me dicen que no llore, que cuando crezca lo puedo manejar.

Cuando voy en el metro con mi mamá me gusta ha-cer amigos, les hablo a las personas grandes y les pregunto muchas cosas; a mi mamá le gusta que yo haga eso y dice que soy un niño muy inteligente. Siempre miro por la ventana, para ver los árboles, las montañas, los edificios y los aviones que van por el cielo. A veces hago mucha bulla cuando le muestro

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a mi mamá las cosas que veo, ella me dice que no hable tan duro, pero es que meda mucha alegría. Por eso cuando llegamos a la casa busco los libros de mi mamá y juego con ellos pensando que es mi metro, donde monto a mis amiguitos y yo lo manejo.

Esas son algunas de las cosas que vivo a diario, pero también saludo al señor de los aguacates cada vez que pasa vendiendo por mi casa. A la señora de las frutas la saludo cada vez que voy al supermercado con mamá. Por eso no me gustó ese sueño tan feo, porque no quiero que mis amigos se vuelvan malos, eso es algo que no quiero que me vuelva a pasar. Ese día le dije a mi mamá que no quería volver a soñar, ni quería que me volviera a contar esa historia que me contó esa noche sobre la jarra de cristal, porque es muy triste. Entonces ella me dijo: ¡hijo! Para ti sólo fue un sueño, pero es una realidad que les pasa a mu-chos niños y por eso la vamos a contar.

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LA JARRA DE CRISTAL

“ En un pequeño pueblo, vivía una familia; la mamá, el papá y sus tres hijos. La hija mayor de la mamá te-nía siete añitos y la mamá todos los días la mandaba a buscar la leche en una jarra de cristal. La niña tenía que ir muy lejos y por eso le tocaba madrugar mucho, pero antes de irse por la leche la mamá le decía que no podía dejar caer la jarra de cristal porque si se que-braba ella la castigaría, entonces la niña tenía que tener mucho cuidado para no dejar caer la jarra de cristal, porque su mamá siempre le recomendaba lo mismo. Un día como de costumbre la niña se levantó muy temprano para ir a buscar la leche, caminó por al-gunas calles del pequeño pueblo y pasó por los alam-brados de la pradera, hasta llegar a los potreros de la señora Sonia. Ahí quedaban los ordeñaderos más cercanos del pueblo, y las personas iban todos los días en las mañanas a buscar la leche recién ordeña-da. La niña llegó muy temprano y sin soltar la jarra de cristal la puso muy cerca de la leche para que la seño-ra Sonia le despachara los dos litros que iba a buscar a diario. Después se dirigió a su casa por el mismo camino; la niña siempre era muy cuidadosa pues pen-saba mucho en las advertencias de su madre, así que no se distraía, ni se descuidaba para no dejar caer la jarra de cristal. Aquella pequeña sabía que a su ma-dre le gustaba ver la leche fresca en las mañanas en su jarra de cristal, y sólo así se la tomaba.

La niña continúo su camino con sus bracitos muy can-sados; ella no descansaba, y no soltaba la jarra ni un momento. Cuando llegó al pequeño pueblo se entró por las calles encementadas; éstas las llevaban has-ta el lugar donde vivía, pero faltando muy poco para

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llegar a su casa, de pronto, salió un perro enfurecido ladrándole a la pequeña. Ella sintió mucho miedo y empezó a correr; corrió y corrió pero cuando el perro estuvo apunto de alcanzarla, ella tropezó con algo y se cayó. Inmediatamente se escuchó el estruendo al caer la jarra de cristal; la pequeña se quedó mirando los pedazos de la jarra tirados en el suelo, mientras que alguien sostenía fuertemente aquel perro enfure-cido y lo alejaba de ella; en ese momento la pequeña sólo pensaba en su madre y en las palabras que le decía sobre la jarra de cristal. Después de un rato la niña se paró del suelo y vio que una de sus manitos le sangraba, pues se había alcanzado a cortar con uno de los pedazos de la jarra. Pero a ella no le importaba eso porque sólo sentía miedo al tener que decirle a su madre lo que había pasado. Estaba tan asustada que no era capaz de llegar a la casa, así que se quedó muy cerca esperando el momento para entrar.

Su madre, al ver que la niña no regresaba y que ya era tiempo de que estuviera en la casa, decidió ir a buscarla; no había caminado mucho cuando de pronto se encontró con aquel desastre en la calle, se acercó poco a poco y no podía creer lo que veían sus ojos. Era su hermosa jarra de cristal hecha pedazos en un pequeño charco de leche. Aquella madre se agachó muy lentamente, cogió uno de los pedazos que que-daban de la jarra y lo miro fijamente; luego se paró y se dirigió a su casa con aquel trozo de cristal en su mano. Rápidamente llegó a su casa y al entrar vio a la pequeña que lloraba con la manito sangrando y las rodillitas peladas; pero a la mamá no le importó; esta señora estaba muy enfurecida por la pérdida de su hermosa jarra, así que se acercó y sin preguntarle a la niña lo que le había pasado empezó a gritarle y a

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golpearla; le pegó muchas veces tan fuerte que la niña cayó al piso y no despertó más… su madre la mató por una jarra de cristal”.

Cuando mi mamá me contó esa historia me puse muy triste. Le pregunté: Mami, ¿porque la mamá de la niña no la acompañó a comprar la leche? Entonces ella me contestó: “hijo a veces los padres le dan res-ponsabilidades a los hijos que no pueden con ellas, pero cuando fallan o las cosas salen mal, entonces los castigan o los maltratan”.

Yo no entendí muy bien, entonces mi mamá me dijo que responsabilidades era lo mismo que tareas o co-sas para hacer, y que muchas veces eran peligrosas para los niños porque ponen sus vidas en peligro.

Yo estaba muy callado. En ese momento mi pequeña mentecita estaba muy confundida, pero rompí el si-lencio con una pregunta. Mami, ¿porque el perro no mató a la niña y la mamá si? Ella me contestó: “hijo, muchas veces los padres reaccionan mal contra sus hijos, y terminan haciéndoles mucho daño. A veces se enojan con mucha facilidad y no miden las con-secuencias de sus actos y los maltratan; o en el peor de los casos les causan la muerte. Algunos padres les interesan más las cosas materiales que entender y comprender a sus hijos. Pero eso es algo que no podrás entender muy bien por ahora”.

Mamá también me dijo que eso es algo muy cruel, pero que es una realidad que viven algunos niños todos los días.

Entonces le pregunté: ¿Así como les pasó a mis ami-

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guitos en el sueño? Y ella me dijo que lo que me había pasado no era verdad, pero que había otras maneras de hacerles daño a los niños. Que muchas veces los ponían atrabajar o hacer cosas que ellos no debían de hacer y que también les negaban algunos derechos o los separan de sus padres.

Mi mamá también me dijo que algunos niños sufren por la violencia o los conflictos armados, pero que eso no lo podía entender ahora sino cuando estuviera más grande.

Seguramente… ¡sí!... ¡Lo entenderé cuando crezca! Pero en ese momento pasaban otras cosas por mi mentecita; entonces cogí mis manitos y las puse en sus mejillas y le dije: Mami, yo no quiero una jarra de cristal, nunca la vayas a comprar. Mi mamá se sonrió, me abrazó y me dijo: “no te preocupes hijo que nunca te daré algo con lo que tú no puedas o que te pueda hacer daño”.

Esa ha sido una de las noches en que más he pen-sado, en que escuché muchas cosas diferentes, pero muchas no entendí. Esa noche me dormí pensando en todo eso y en los disparos que se escuchaban lejos y que me asustan. Creo que por eso me pasaron tan-tas cosas feas cuando dormía.

Esa mañana que me desperté gritando, asustado y con mi pijama mojada, mi mamá se quedó un rato conmigo. Me dijo que nadie me iba hacer daño y que ella nunca me iba a maltratar y tampoco me iba a ma-tar, así como yo le decía cuando me estaba desper-tando. Ella me abrazó y me dijo: Te voy a contar algo muy bonito para que te tranquilices, esta vez te gusta-rá lo que te voy a decir.

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UNA OPORTUNIDAD

Un día estaba Dios allá arriba en los cielos con un bebecito que iba a mandar a este mundo. Dios lo había escogido para que viniera a la tierra, pero aquel bebé no quería venir a la tierra, entonces le dijo al Creador: ¡Dios, por favor no me mandes a la tierra! Pero el Creador de los cielos le dijo: sí, tienes que ir porque tienes una misión que cumplir allá. Entonces el bebé le dijo: ¡no, Señor, déjame aquí contigo! Yo me siento feliz contigo porque tú me cuidas y me amas; no me envíes a la tierra porque allá voy a estar solito y no tendré quien me cuide. Entonces Dios cogió con sus manos y empezó a empujarlo hasta que el bebé se estaba yendo de las manos de Dios, y el bebé le gritaba con su vocecita que se escuchaba un poco lejos. ¡Señor, Señor Dios! ¿Quién me cuidará a don-de voy? Y Dios le dijo: no te preocupes que allá en la tierra hay un ángel que te está esperando. El bebé alcanzo a escuchar lo que le dijo Dios; entonces le volvió a preguntar: ¿Y cómo se llama ese ángel? Y Dios le respondió: lo llamarás… ¡mamá!

Cuando mi mamá me contó esa historia se quedó callada un rato; después me dijo: “hijito hay muchas mamás que cuando tienen los bebés en la barriguita no los quieren; entonces se los devuelven a Dios y ellos llegan muy tristes al cielo. Y esto que te acabo de contar casi pasa contigo.”Yo le dije: ¡como así mami! ¿Que casi pasa conmigo? Entonces ella empezó a decirme:“hijo cuando tú esta-bas en mi barriguita, me puse muy triste y preocupa-da porque no quería que nacieras,

yo no quería tener otro hijo y además tu papá se había

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ido y yo estaba muy sola; por muchas razones sentia miedo y a veces me enojaba porque estabas en mi barriguita. Yo quería que te devolvieras para donde Dios, pero no era capaz de hacerte daño, y nunca pensé en devolverte yo misma.

Así pasaron algunos días hasta que una vez leí un artículo en una revista donde hablaba de muchas personas importantes, que cuando estuvieron en las barriguitas de las mamás, ellas tuvieron muchas di-ficultades y motivos para devolvérselos a Dios, pero afortunadamente sus madres les dieron la oportunidad de nacer. Desde ese momento me di cuenta que tam-bién te merecías esa oportunidad de nacer.

Entonces te acepté y empecé a amarte y a anhelar que nacieras. Me senti muy fuerte y empezó a cre-cer junto con mi barriguita la ilusión de poder traer una vida a este mundo. Y por eso me convertí en ese ángel que Dios escogió para que te cuidara y te protegiera. Ahora quiero pedirte perdón por haber-te rechazado cuando estabas en mi barriguita; pero también quiero que sepas, hijo mío, que me siento muy feliz de darte esa oportunidad de nacer, porque sé que serás una persona muy importante para la sociedad y yo te ayudaré a encontrar el propósito para que cumplas tus sueños y cumplas la misión que Dios puso en ti antes de mandarte a la tierra.”

Con un abrazo muy fuerte terminó mi mamá estas palabras. Yo no podía entender lo que me estaba diciendo, me sentía más confundido que antes, y eran muchas cosas para un niño de tres añitos. Pero cuan-do vi que a mi mamá le salían lágrimas delos ojos, entonces le dije que la perdonaba para que no llorara

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más y le sequé la carita con mis manitos.

Muchas cosas pasaron por mi mentecita; pensaba en ese sueño que me dio tanto miedo; pensaba en la his-toria de la jarra de cristal porque quería que mi mamá me dijera que a la niña la había mordido el perro y por eso se había muerto. Yo sé que los perros son bravos y muerden, yo les tengo mucho miedo, a mí no me gustó que a la niña la haya matado la mamá.

También pensaba en los bebés que le devolvían a Dios, porque mi mamá no me dijo como lo hacían, cómo era que le devolvían los niños a Dios, y cómo llegaban a donde Él.

Pensé mucho en mis amiguitos cuando estábamos en el sueño; ¡cómo gritaban y lloraban cuando les iban a hacer daño! Eso será algo que nunca se me olvida-rá porque me acuerdo de sus caritas y del miedo que sentían cuando las personas grandes los cogían para llevárselos.

También pensaba en mis amigos grandes y en las personas a las que siempre les hablo y saludo, pero hay una cosa que no entendí: porqué mi mamá me dice que hay que ser amable y respetuoso con las personas, pero después me dice que nos pueden ha-cer daño. Aunque mi mamá me diga todas estas cosas no meda miedo de los grandes, pero es algo que no entiendo. Yo los sigo saludando, les sigo hablando, les doy la mano cuando me saludan y sigo haciendo ami-gos así. Es que cuando los miro no veo nada de malo en ellos, y no me dan miedo. Seguramente soy muy pequeño para entender muchas cosas, porque no en-tiendo casi nada, pero mi mamá me dice que algún día

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cuando esté grande las entenderé.

Pero aun así, no quiero que ninguna persona grande me haga daño, o que les haga daño a mis amiguitos o a los demás niños. A veces pienso y no entiendo por qué lo hacen.

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EL NUEVO DÍA

A la final se me fue olvidando lo que me había pasado. Ese día era sábado y no había guardería. Mamá me hizo la bebida de chocolate y me dio las galletas de trigo; nuevamente hice las pistolas con ellas y empecé a disparar; mamá me regañó pero yo las seguía ha-ciendo.

Al rato fuimos al supermercado y pasando por la tien-da de doña Amparo saludé a mi amigo don Humberto; él se sacó el humo de la boca y me dijo: ¡hola parce-rito! Después pasamos por el puentecito y allí estaba don Alberto, el señor de las florecitas; le dije: ¡buenos días! Y él me contestó, ¡hola joven!

Cuando llegamos al supermercado estaba la señora de las frutas y le dije: ¡buenos días doña María! Ella me abrazó y me dijo ¡hola mi amor!Luego volvimos a la casa, saqué los libros de mi mamá, para hacer el metro libro y jugué con ellos el resto de la mañana.

Después del almuerzo mi mamá me dijo que nos íba-mos air en el metro para la terminal que queda en la estación Caribe. ¡Sííí! Me puse muy feliz: medio mu-cha alegría porque iba amontar en el metro. Caminamos desde mi casa hasta que llegamos a la estación San Javier y cuando nos montamos en el metro, empecé a mirar por la ventana todas las cosas lindas que siempre miro. Pero nuevamente pensé en ese sueño que me dio tanto miedo y que no quisiera más nunca volver a soñar; también pensé en el otro sueño que mi mamá me dijo, que algún día voy a ma-nejar el metro. Ella dice que así como tenemos sue-

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ños malos cuando dormimos, también tenemos sue-ños buenos cuando estamos despiertos y que ésos son los que tenemos que realizar.

Ella también dice que yo soy un niño muy perseve-rante y muy insistente; yo no sé qué quiere decir, pero parece que eso me ayudará. Estaba pensando en todo esto cuando el metro paró en la estación San Antonio. Muy rápido me bajé de la silla y salí corriendo hacia la puerta y cuando se abrió, corrí entre la gente.

Escuchaba la voz de mi mamá que me llamaba muy angustiada; ella iba detrás de mí pero no me alcanza-ba. Seguí corriendo muy rápido hasta llegar al final del metro, y en ese momento se abrió la puerta pequeña y salió el señor que iba manejando. El me miró sorpren-dido y yo le dije: ¿señor, me deja manejar el metro? Yo ya estoy grande y lo puedo manejar, ¡sí! ¡Sí! ¡Por favor, déjeme manejar!

El señor sonrió pero no me decía nada, las personas me miraban y algunos se reían; en ese momento llegó mi mamá, me cogió de la mano y me dijo: “¡hijo, va-mos!”, pero yo seguía ahí parado mirando aquel pe-queño espacio donde se monta el señor que maneja el metro.

Entonces pensé en la oportunidad que mi mamá me dio al nacer, y entendí que esa fue mi primera oportu-nidad porque ella no me devolvió para donde Dios.

También entendí que todos los días necesito una oportunidad de las personas. Que no me lleven y que no me hagan daño, que no me vayan a separar de

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mi mamá, ni de mis hermanitos porque quiero crecer para poder realizar mis otros sueños.Entendí que cada vez que me monto en el metro ten-go una oportunidad para decirle al señor que lo mane-ja que me deje manejar. Y así como pude convencer a mi mamá para escribir mi libro, también podré algún día convencer al señor del metro para que me deje manejarlo...

¡Y así conseguimos mi historia! Y pude convencer a mi mamá para que la escribiera. Ella tuvo que escribir mucho en el colchoncito y en medio de las goteras. Yo siempre la acompañé. Ella tomaba café y yo tomaba mi bebida de chocolate, a veces con leche y muchas veces sin leche…

Mamá dice que así nos falten muchas cosas, somos felices. Que la verdadera riqueza la llevamos en el corazón, y esa es la que realmente necesitamos. Yo no entiendo esas palabras de mi mamá y seguiré sin entender muchas cosas; ahora lo más importante es que las personas si, puedan entender que los niños necesitamos crecer para cumplir nuestros sueños cuando estemos grandes, pero que también los pode-mos cumplir así pequeños. Lo único que necesitamos es oportunidades de los mayores.

Dios los bendiga…

¡Ah! No me quiero despedir sin antes decirles la ora-ción que hice ese día con mi mamá.

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MI ORACION

Papito Dios te doy gracias por este día y por todas las cosas que pasaron, gracias por que tú nos per-donas y nos das cada día una nueva oportunidad de arrepentirnos. También te doy gracias por la vida de mi mamá guárdala y ayúdala para que cada día me ame mas. Coloca en su corazón ese anhelo por en-tenderme, ayudarme y comprenderme. Papito Dios no permitas que mi mamá compre una jarra de cristal, para que no la ponga en mis manos por que la puedo quebrar. Tampoco permitas que ella me de más de lo que yo puedo hacer para no fallarle.

Papito Dios ayuda a las personas grandes para que no le hagan mas daño a los niños, por que eso les duele mucho. Por eso lloran, sufren y a veces hasta se mueren, así como le pasó a tu hijo Jesucristo, que lo pusieron en una cruz y se murió. Eso me lo contó mi mamá. También me contó que Jesucristo dijo que cual quiera que reciba a un niño como yo, a él también lo recibe. Por eso ayúdales a tener un buen corazón para que nos den la oportunidad de crecer felices.

Papito Dios también ayuda a todas las mamás que tienen bebecitos en la barriguita, para que no te los devuelvan, que les den la oportunidad nacer, que to-das las mamás abracen a sus hijos y les digan que los aman mucho y que un día les dio esa primera opor-tunidad así como mi mamá me la dio a mi y por eso pude escribir mi primer libro con ella.

También quiero que me ayudes a no volver a soñar cosas feas. Envía tus ángeles para que cuiden mis sueños y los sueños de todos los niños, que podamos

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soñar cosas lindas.

También te pido que me ayudes a realizar el otro sue-ño que dice mi mamá. Que algún día yo pueda mane-jar el metro. Te pido por favor en el nombre de tu hijo JESUCRISTO amen.

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LA MAMÁ

No estaba en mis planes ni en mis pensamientos es-cribir algo acerca de mi hijo o sobre los derechos de los niños. Pero, ¿cómo pasó algo así? Muchas veces me hice esa pregunta y la respuesta es muy evidente. Las primeras enseñanzas las toman los niños desde el hogar; los padres somos las primeras personas de quienes los hijos aprenden, con quienes se identifican y muchas veces hasta nos convertimos en sus héroes. Por eso muchos pequeños crecen queriendo ser como sus padres y queriendo hacer lo mismo que ellos ha-cen; fue así precisamente como nació este pequeño escritor.

Paso la mayor parte de mi tiempo leyendo y escri-biendo; también leo con mayor frecuencia la Biblia en compañía de mis hijos; me gusta aprender de Dios y escribo mucho para Él. Esa fue una de las razones que motivó a este pequeño a querer escribir un libro. Su insistencia por escribir y sus intentos por hacerlo poco a poco atrajeron mi atención; entonces fui derri-bando ese obstáculo que impedía que algo así fuera posible… ¡es que eres muy pequeño todavía! Esa era la respuesta que siempre le daba a mi hijo, hasta que llegó el momento en que me di cuenta que la edad no limita un sueño mientras sea bueno. Por eso, en honor a él, le puse este nombre al libro… EL ESCRI-TOR MAS PEQUEÑO. Pero ¿cómo escribir acerca de alguien tan pequeño? Parecía lo más difícil, no le encontraba sentido a lo que iba hacer. Pero esta ha sido una de las mejores experiencias que he tenido; poder conocer a mi hijo, saber sus anhelos, entrar en sus sueños, descubrir sus temores, convertirlo en mi amigo, sentirlo como mi compañero de trabajo, dejar

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de mirar sus defectos para encontrar sus cualidades, convertir sus debilidades en fortalezas y conocer la inocencia en lo profundo de su alma; ha sido la mayor riqueza que he tenido en la vida. Solo me quedaba es-cribir una gran historia, pero seguía sintiendo que algo faltaba ¡Y fue ahí donde entró Dios…!

Escuchar una trágica noticia acerca de un pequeño en la televisión, fue la confirmación que terminó haciendo realidad este libro. Estos hechos se vuelven cada vez más comunes en una población tan frágil como es la niñez. Muchas veces me pregunté: ¿será esto un plan de Dios? ¿Estará utilizando a este pequeñito para to-car los corazones de los adultos con este libro?

Es posible que haya sido una revelación, y es posi-ble que Dios también sienta dolor en su corazón, así como lo hay en muchos de nosotros cuando escucha-mos y vemos estas noticias tan lamentables de lo que les sucede a los niños. Pero sabemos que esta reali-dad no sólo se vive en nuestro país, sino que también se vive en muchas partes del mundo. Y no importa el lugar donde suceda, es muy triste tener que reconocer que los responsables son los mayores, aquellos que una vez también fueron niños.

Esto resulta ser una situación incomprensible, más cuando los padres permiten o cometen estos delitos. Al parecer no es fácil entender que ser padres es una bendición y una responsabilidad que nos da la vida; así muchas veces no estemos preparados para en-frentar una experiencia como ésta.

Es por eso que para muchos de ellos, los hijos se convierten en una carga o en un problema; para otros

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resulta ser su mayor felicidad o su razón de ser. Pero independiente de lo que representen estos pequeños para nosotros, lo más importante es el compromiso tan grande que tenemos con ellos los adultos y la so-ciedad.

Parece algo tan sencillo, pero es muy triste tener que aceptar la realidad que vivimos, una realidad don-de continuamente se cometen actos de crueldad y se violan los derechos de los niños. Creo que nada puede ser mas grave y nada justifica algo así, pero desafortunadamente la inocencia de los niños es la mayor debilidad para que se conviertan en víctimas de los adultos. Aunque también es cierto que para otras personas, esa inocencia se convierte en una fortaleza que nos inspira amor, deseos de protección y muchas cosas buenas. También se convierte esta inocencia en el motivo de muchas entidades y organizaciones que trabajan por los derechos y el bienestar de los peque-ños. Es esta la conducta correcta que todos los adul-tos debemos de tener, y considero que es ese también el anhelo y el deseo del corazón de Dios.

Hoy queremos que este anhelo se extienda a más corazones, y que este mensaje llegue a muchas per-sonas para que cada día seamos mejores formadores de vida, para que cada día les brindemos el amor, la confianza y la seguridad que necesitan estos peque-ños para que crezcan sin temores. No ignoremos sus sueños, porque muchas veces pueden ser más gran-des que los nuestros, y si los hacemos realidad los podemos convertir en grandes personas aunque toda-vía sean niños. Eso lo aprendí de mi escritorcito. De él también aprendí que los sueños se pueden compartir y nos pueden contagiar, y es eso lo que queremos que

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pase con cada lector de este libro. Así que, démosle la oportunidad que necesitan para nacer, crecer, apren-der y formarse, sin tener que lastimarlos… ¡No hay sueño más grande para los niños que éste!

JOSÉ ALEJANDRO ESCUDEROLUZ MIRYAM ESCUDERO