EL ENCUENTRO PE LA P!EPRA Y EL ACERO...1. México-Historia Militar 2. Armas y Armaduras-Historia 3....

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EL ENCUENTRO PE LA P!EPRA Y EL ACERO José Lameiras

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EL ENCUENTRO PE LA P!EPRA Y EL ACERO

José Lameiras

EL ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO La; Mg-soamgr/ca Tw/íYarÁyfa afg/ /g/a AT7

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EL ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO La Maroaméhca /mZ/farzs/a afg/ 3?g/o ATT

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José Lameiras Olvera

El Colegio de Michoacán

972.02 Lameiras Olvera, JoséLAM-e El encuentro de la Piedra y el Acero: /a

Je/ .STg/o AT7 7?e e o/77/ o ^ /a 77*rMpc7Ó7? europea/ José Lameiras Olvera— Zamora, Mich.: El Colegio de Michoa- cán, A. C., 1994.

129 p.: il; 21 cm.ISBN 968-6959-13-0

1. México-Historia Militar2. Armas y Armaduras-Historia3. México-Historia-Descubrimiento y Conquista, 1517-1521

I. Título.

Portada: Dibujo de Valentín Juárez

O El Colegio de Michoacán, A. C , 1994 Mtz de Navarrete No. 505 Esq. Av. del Árbol 59690 Zamora, Mich.

Impreso y hecho en México Pr/fi/e J a?? J 777<7 Je 777 A/ex/co

ISBN 968-6959-13-0

ÍNDICE

Dedicación y agradecimiento 9

Introducción 11

Los instrumentos bélicos y los procedimientosde guerra que hicieron imperios y señoríos fuertes 17

... Je/ <2f7M#7MeM/0 18TMJzczoyyo&reeyfrafegza, íácf?c<2 y /ogzyZvcúí 36De y/wp/ey znfrMyoy z? ye/zo ey Je znanJo 38DJcm zz zíz /Mfe/yrei'á'Cíóf? Je/ e/zo zze cozzz'w /?zyp<2zzoy 59<5b/z/*e /¿7 w¿?z?ew Je /2¿7cer /¿z gzze ¿z ¿zyzy Jr <2/ e/ércJo 65 L¿7 org zzzzúfezózz /Mí/Jar, ybr/zzzzczóz? Je ezzízJroy, ye/YynyzJ# y re/<2ezoz7ey Je /oy zzzz7zY<2Z*ey eoz? oíroy ey/wz'oy yocz2?/ey 75DzrzgeM/ey, é/z7ey y Jey/gM^/JbJ yoczJ/ 85Z¿7 úfJzczózz zze ye vo/vzó nJveryo 100Doy /z/zzz/ey Je /(? ewp^ey wz/z7<2 1027Jeo/ogz¿7 e zTzeezzJvoy 105T epreyezz czozzey cozz Jzzcezz ey z? zzz? Jeyfrozo 113jFJc o ey coaJyMwynfey z? /¿z Je^o^ zz?Jzgezz¿z 114

Bibliografía 125

DEDICACIÓN Y AG RADECIM IENTO

Este libro no sólo ha supuesto una reflexión sobre las causas posi­bles y quizá probables del triunfó hispano y la correspondiente derrota de los aborígenes mesoamericanos en el siglo XVI, sino una autorreílexión sobre mi propia identidad "étnica" y la integración social y cultural a partir de las relaciones parentales. Por ello lo dedico al conjunto de familias que constituyen mi red de añnidades y consanguinidades.

El agradecimiento se dirige a otro tipo de comunidad que me integra a colegas y colaboradores. Nadie mejor que Josefina Nava­rro, eñcaz y amable secretaria del CEA-Colmich, verdadera salva­ción de los ágraíos en la computación, merece mi agradecimiento como representante modelo de nuestra comunidad.

Jacona, Michoacán Primavera de 1994

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INTRODUCCIÓN

Desde el descubrimiento y la conquista insular del mundo america­no los marinos y soldados iberos fueron experimentando la resisten­cia armada que los aborígenes ejercieron para salvaguardar su terri­torio y la integridad de sus sociedades.

La expedición comandada por Francisco Hernández de Córdoba, partida de Jaruco en los inicios de febrero de 1517, llegó al Cabo Catoche donde tuvieron un primer encuentro bélico con los aboríge­nes continentales. En días posteriores, en Potonchán, los guerreros indígenas liquidaron a la cuarta parte de los expedicionarios hispa­nos, el resto quedó mal herido y los buscadores de riquezas y de esclavos hubieron de regresar a Cuba donde fallecería al poco tiem­po el capitán de la expedición a causa de las heridas recibidas en Champotón.

La relación de los sobrevivientes sobre la magnitud y calidad de los poblados continentales, su producción agrícola y sus riquezas en metales preciosos incitó a los colonos iberos de Cuba a proseguir con nuevas expediciones la exploración de esas tierras promisorias. A partir de entonces los encuentros armados fueron revelando a los intrusos la efectividad del armamento y de la organización militar de los ejércitos mesoamericanos.

A cuatrocientos setenta y cinco años del inicio de la conquista y ocupación gradual del territorio mesoamericano muchos se pregun­tan sobre las causas eñcientes del vencimiento de los ejércitos autóctonos. Las diferencias tecnológicas del armamento, básicamen­te las armas de fuego; la efectividad de la caballería, las representa­ciones que los indígenas tuvieron sobre el origen de los conquistado­res blancos y barbados; los efectos desastrosos que las epidemias

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tuvieron sobre la población y hasta los designios divinos se aducen para "explicar" la derrota.

El sentimiento de "vencidos", el resentimiento de "víctimas del extranjero" ha permeado a los mexicanos a lo largo de la historia. Ciertamente hemos sido sujetos de numerosas injusticias, violacio­nes al derecho internacional y mal mirados como una nación y una patria que legítimamente exige un lugar entre otras naciones. Pero las miradas intemas y objetivas han de conducimos a conocer con serenidad las razones de nuestros tropiezos y de nuestros grandes logros históricos.*

En este trabajo nos ocupamos fundamentalmente de describir e interpretar el carácter militarista de los estados prehispánicos a quie­nes se enfrentaron y dominaron las huestes iberas peninsulares. Pero incluimos otro par de propósitos: uno, el de presentar de la manera más equilibrada y objetiva posible la visión que del encuentro nos han legado cronistas e historiadores de ascendencia indígena, como Fray Diego Durán, Femando de Alva Ixtlilxóchitl, Femando Alvarado Tezozómoc y Francisco de Chimalpaín Cuauhtlehuanitzin, y de ori­gen español como el propio Hernán Cortés, su fiel soldado-historia­dor Bemal Díaz del Castillo, Fray Juan de Torquemada, Fray Jerónimo de Alcalá y Fray Diego de Landa, entre otros. Con ese propósito se citan con frecuencia los textos escritos por ellos.

Un segundo propósito es el de que el propio lector aprecie la complejidad de un fenómeno histórico, como el de la conquista, que a cuatrocientos setenta y ocho años de iniciada y un poco menos de concluida, sigue siendo un asunto de polémica y motivo de razona­mientos, sentimientos y resentimientos.

1. Este trabajo se originó en una pubücación que, para rememorar e) conírontamiento entre !as sociedades y culturas americanas con una muestra de tas europeas, busca mostrar tas reatidades que, en distintos ámbitos, existían en Mesoamérica en tos momentos de su contacto con tos europeos. La versión finat resuttó demasiado targa de acuerdo a tas intenciones de tos editores. De tat modo que tie considerado importante pubticarto en su integridad con et objeto de dotar at tector de datos y argumentos que te permitan un juicio más preciso sobre tas múttiptes razones que condujeron a ta dominación de tos puebtos mesoamericanos por tos españotes.

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ÏNTRODUCCfÔN

Si bien el contenido general parte de un guión que cubre los aspectos más notables del militarismo, el guerrear y las transforma­ciones socio-culturales, p olíticas e ideológicas habidas en Mesoamérica desde el siglo XV,^ hemos querido ir más atrás para establecer sus razones y orígenes, y un poco más adelante; precisa­mente ocupándonos de los hechos de esa contienda, con el fin de lograr una visión de los sucesos que en territorio americano enfren­taron a dos maneras de hacer la guerra, a tecnologías, estrategias y tácticas, formas de organización, logística, integración de los ejérci­tos y ñnalidades bélicas tan distintas pero comparables.

En particular exponemos la formación de cuadros militares, la jerarquía de éstos y su relación con diferentes estratos sociales, la ideología, incentivos, alianzas y los límites que la empresa militar supusieron para el mundo indígena antes y durante su pugna con los invasores hispanos.

Debemos advertir, sin embargo, que no lo hemos logrado del todo, porque es imposible separar estrictamente lo que revela cada uno de los rubros. Las más de las veces uno descubre la organiza­ción militar, las estrategias y tácticas de la actividad guerrera a través de la formación de cuadros y la integración de los ejércitos; los objetivos o ñnalidades de la guerra por medio de las alianzas a que conduce o los límites de la empresa militar al analizar sus incentivos, las desigualdades sociales que necesariamente provoca o la ideología que permea los ánimos de sobrevivencia terrena y tras­cendencia mundana de los combatientes.

La guerra es una de las relaciones sociales que más revelan la conducta humana a diferentes niveles. Por ello es un fenómeno multifacia!, multianalizable y multivalorable. En la mentalidad de los actores, que luego presentamos en escena, su realización resulta tanto un esfuerzo, un trabajo, un crimen y una condena, como una aventura que eventualmente resulta en una situación resolutoria y vital para la propia existencia, o como una necesidad que garantiza el progreso permanente. Con estas consideraciones, pienso que en

2. Véase nota!.

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ese fenómeno debe de ser descrito, analizado y explicado el trauma que en la memoria histórica mexicana, latinoamericana y de muchos otros pueblos han provocado las guerras. Tal trauma no está exento de irracionalidades, sentimientos y demás conductas viscerales que se resisten a una reflexión consciente y cientíñca de los conflictos bélicos. Como bien lo apuntó Jean Meyer,

la historia militar ha sufrido injustamente el descrédito de la tradicio­nal "historia-batallas". Pero la historia militar es mucho más que eso. Por una parte es un aspecto de ese fenómeno social y político que es la violencia, y por otra, el campo de acción de esos grupos sociales que son los ejércitos [...] (Meyer, J., 1969).

En su trayectoria la humanidad ha seguido un proceso evolutivo que demuestra, tanto la efectividad como la inutilidad de la guerra y las ventajas que ofrece el ejercicio de la suprema facultad que nos tipifica a los seres humanos: la política conducida racional e inteli­gentemente.

La guerra y sus causas fueron diversas y com plejas en Mesoamérica. Se considera que ya en el periodo clásico, quizá en el siglo V de nuestra era -hay quienes piensan que mucho antes- aparecieron los primeros estados militaristas; es decir, sociedades en las que se presentó en dosis variables el dominio de los militares, el enaltecimiento de los valores castrenses, la orientación mayoritaria hacia la guerra o el control social regularizado por los militares. Esto es, cuando existe lo que se denomina militocracia, militancia y militarización (Otterbeim, 1970).

En la historia de las sociedades militaristas mesoamericanas los mexica y sus aliados acolhua y tlacopaneca constituyen el mejor ejemplo de tal conformación social. Entre ellas, los phurhépecha, los maya, mixtéeos, zapotecos, huastecos, matlatzinca, tlaxcalteca, hucjotzinca y otros la guerra se relacionó con el crecimiento y com­plejidad de una organización militar y con el correspondiente al Estado y su centralización. Así en esos pueblos la guerra fue una institución social, una práctica establecida por cada una de esas

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INTRODUCCIÓN

comunidades políticas y en manos de organismos militares formali­zados. Tal institución hizo complejizar a otras de orden económico, educativo y religioso, entre otros.

Con el uso de la violencia armada los pueblos mesoamericanos militaristas buscaron y lograron fincar soluciones relativas a las necesidades de solventar el crecimiento demográñco, construir obras públicas de comunicación, contención y conducción de agua, chinamperíos que produjeran más alimentos y resarcirse de pérdidas agrícolas causadas por catástrofes naturales. La guerra garantizó el establecimiento y mantenimiento de rutas comerciales, el dominio de centros de mercado e intercambio, el control de yacimientos de diversos minerales y materias primas varias.

También con guerra se satisfacían necesidades de movilidad y ascenso social, creencias y rituales religiosos, como los sacriñcios humanos ofrecidos a las distintas deidades. Aprisionando enemigos y asaltando pueblos se obtendría mano de obra esclava para la construcción y la producción artesanal. En fin, el uso de las armas y la organización y mantenimiento del ejército no pudo separarse de un progreso creciente que, sin embargo, llegó a un límite y a una contradicción. Para penetrar en todas estas cuestiones comenzare­mos con describir

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LOS INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA QUE H ICIERON IM PERIOS

Y SEÑORÍOS FUERTES

Tras un ejercicio secular en el guerrear, los pueblos mesoamericanos llegaron a tener conocimientos específicos en el uso de herramientas -arm as- destinadas a la destrucción y dominación de grupos socia­les; a encontrar procedimientos que les permitieron la transforma­ción de condiciones geográficas, económicas, políticas e ideológicas en provecho de sus propias necesidades. Bien adaptando instrumen­tos usados originalmente para cazar y pescar, bien interpretando las condiciones favorables para la defensa o bien ideando el empleo óptimo de sus recursos tecnológicos en términos herramentales y sociales, esos pueblos llegaron a dominar, como el mejor modo de lograr sus ñnalidades bélicas, el arte de la guerra. Los términos técnicos relativos a las armas, la organización y la actividad militar que se encuentran en los vocabularios de los lenguajes nahua, maya, phurhépecha, mixteco, zapoteco, otomiano, huasteco, totonaca y otros dan cuenta precisa de una tecnología original, transformada y apli­cada en condiciones diversas.

Es importante señalar que quizá la mejor prueba de la efectivi­dad de tal tecnología, usada mediante una táctica acorde con una estrategia, elaborada a corto, mediano o largo plazo, nos la ofrecen las fuentes historiográficas diversas que se ocupan de describir des­de "los tiempos más remotos" de la era precolombina, hasta los momentos decimonónicos de las guerras contra los apaches en el septentrión mesoamericano, pasando por las formas de resistencia que las diversas sociedades aborígenes mesoamericanas presentaron a los guerreros hispanos en los momentos mismos de la conquista.

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Para ello es necesario pasar revista al pasado desde un presente, datado en el segundo decenio del siglo XVI, comenzando con el origen y la descripción..

Una muy larga experiencia socio-cultural, -alrededor de un milenio- condicionó la elaboración, el empleo y el mejoramiento de las armas de guerra en la Mesoamérica que los peninsulares hispanos encon­traron y confrontaron. Como en otro trabajo hemos dicho,^ el arma­mento en los enfrentamientos tuvo su origen en las actividades de la caza y de la pesca, pero hubo de ser adecuado a los enfrentamientos entre seres pensantes -n o es lo mismo tirar con <2&7f/ a un ave, flechar un venado u hondear a un armadillo, que atacar a un ejército organizado.

De tal forma el armamento especializado para hacer daño y dominar por medio de la violencia guerrera fue el arco y la flecha -&y/7M7Yo//7 y 77777 /- la honda -/6777<2&777- y el <2&7T7 o tiradera. Esa tríada de armas que tanto servían para cazar como para guerrear fueron ya empleadas muy antiguamente y usadas prácticamente por todos los aborígenes mesoamericanos originalmente o a través de su conocimiento por medio de contactos con tribus belicosas.

Respecto al uso del arco y la flecha narra Fray Juan de Torquemada en su /77 7¿777¿7 que

fue esta arma entre aquellas gentes la más común y usada desde sus principios, de cuantos han tenido; y es de creer, que la necesidad de la guerra, y de mantenerse de caza, habrá sido la de descubrir ese arte; y bien podían los indios andar desnudos [. ..] pero no será posible que anden sin arco y flechas [...] (Torquemada, 1969, II: 539).

Gracias a testigos presenciales del guerrear contra los diversos grupos indígenas desde que los conquistadores europeos llegaran

3. Lameiras Otvera, José, 1985.

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A M I C r i E L

OTUMBA/ NAUTLA

L O S INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

De mano hispana —quizá por ello- esta lámina del lienzo de Tlaxcala expresa, icónica y simbólicamente, el drama del encuentro de dos mun­dos con principios organizativos políticos, sociales y culturales distintos.

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La alianza hispano-indigena, Aie decisiva como factor estratégico para vencer al centro del poder: Tenochtitlan.

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Los INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

por primera vez a tierras continentales en la Península de Yucatán sabemos de la variedad de armas y el orden de su empleo en comba­te. Así el propio Hernán Cortés, el conocido como "conquistador anónimo" y Bemal Díaz del Castillo, uno de los soldados-cronistas más distinguidos por su participación en la conquista y fuente de primera mano para saber sobre esa epopeya y la defensa de Tenochtitlan, nos relatan del uso de otras armas empleadas en los combates cuerpo a cuerpo: las varas tostadas empuñadas a manera de lanza, jabalinas pesadas conocidas entre los nahuas como

muy usadas entre los mayas y con puntas de metal o piedra, junto con el

De acuerdo a diversos vocabularios los guerreros mayas usaban distintos tipos de flecha, con punta de pedernal o con diente de tiburón; lanzas arrojadizas y empuñables, lancetas con punta de pedernal, espadas de madera con navajas de pedernal, hachuclas de metal, dagas de madera de jeme, lanzadardos y piedras lanzadas sin honda (Repetto, 1985: 32).

Para los phurhépecha el arco y la flecha, las lanzas y el lanzadardos (<7&7/7) fueron las amias principales, las puntas de las fisgas eran de metal y obsidiana. Se valieron igualmente de mazos y hondas.

Mas las anuas contundentes, corto-contundentes y cortantes: los mazos, garrotes, espadas, estoques, hachas, hachuelas,(una especie de porra con pedernales en sus dos costados) y cuchi­llos, fueron las más usadas en los combates "pie con pie", de "cuerpo a cuerpo" o "frente a frente" que más se usaban, sobre todo en el centro de Mesoamérica para probar el valor, obtener cautivos y demostrar destreza individual (Lameiras, 1985: 119).

Antes de pasar a la descripción del género de armamento defen­sivo corporal y territorial es interesante consignar varios testimonios hispanos sobre la efectividad del armamento aborigen mesoamcricano al que se enfrentaron alrededor de novecientos días, desde sus pri­meros combates con los mayas, totonacos, otomíes y nahuas hasta la caída de Tenochtitlan. Nos dice el soldado-cronista Bernal Díaz que en el combate que en el viaje que hiciera con Hernán Cortés al

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llegar a Cabo Catoche los aborígenes les tendieron una celada con un grupo armado cuyo cacique dirigente...

comenzó a dar voces [. . .] para que saliesen a nosotros unos escuadro­nes de indios de guerra que tenía en celada para matarnos; y a las voces que dió, los escuadrones vinieron con gran furia y presteza y nos comenzaron a flechar, de arte que de la primera rociada de flechas nos hirieron quince soldados; y traían armas de algodón que les daban a las rodillas, y lanzas y rodelas y arcos y flechas, se vinieron a juntar con nosotros pie con pie, y con las lanzas a mantiente nos hacían mucho mal (Bernal Díaz, 1960,1: 46).

Más adelante, en un encuentro sostenido en el río Tabasco, luego llamado Grijalba, vuelve a narrar Bemal Díaz:

Y topamos todas las capitanías que nos iban a buscar, y traían gran­des penachos, y atambores y trompetillas, y las caras almagradas, y con grandes arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y espadas como montantes de a dos manos, y muchas hondas y piedras y varas tosta­das, y cada uno con sus armas acolchadas de algodón (Bemal Díaz, o/).c/7.: I: 113).

De la efectividad de los flecheros y los montantes, especie de mandobles, el propio Bemal atestigua que eran sumamente mortífe­ros para la infantería y la caballería hispana,

y estando en esto [persiguiendo a unos espías tlaxcaltecas] viene muy de presto y con gran furia un escuadrón de tlaxcaltecas, que estaban en celada, de más de tres mil de ellos, y comenzaron a flechar en todos los nuestros de a caballo, que ya estábamos juntos todos, y dan una refriega de flechas y varas tostadas, y con sus montantes hacían maravillas (Bemal Díaz, op.c/6: 188).

Esto lo corrobora el padre Acosta al decir que "sus ramas eran unas navajas agudas, de pedernales, puestas de una parte y otra de un bastón, y era esta amia tan furiosa, que afirman que de un golpe

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El universo phuré, hubo de ser la segunda potencia a liquidar. Paradóji­camente, de aliados, como los tlaxcaltecas, y de vencidos, como los tarascos, las huestes hispanas se valdrían para conquistar y colonizar el norte, en los extramuros mesoamericanos.

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echaban con eHa la cabeza de un caballo [...]" (Acosta, 1962: 314). Asimismo "usaban porras pesadas y recias, lanzas también a modo de picas, y otras arrojadizas, en que eran muy diestros" (7&7<7).

Había otro tipo de armas, quizá no de tan antiguo uso ni tan efectivas, pero de cualquier modo mortíferas\y especializadas por parte de los grupos de guerreros que las dominaban y el lugar que ocupaban en los combates. Entre ellas otras variedades de lanzas, dardos -/VococAt//- porras, hachas pequeñas o "destrales" y aun panales de abejas lanzados como "bombas" sobre el enemigo para desordenarlo, distraerlo y atemorizarlo, tal como lo describe Follet (1932:380, en Lameiras, op.c/T'.: 119).

Las armas de ataque, fueran arrojadizas o de cuerpo a cuerpo, tuvieron su complemento en las annas de protección corporal indivi­dual: escudos -c/77w¿7//7- y "armas acolchadas" de algodón - 7C/7ÍY7/7777P7//7. Algunos de esos /c/7co/n77p77/7.s' eran rellenados de sal para aumentar su resistencia, otros, por lo contrario, se elaboraban más ligeros. Sobre esto nos reñere Bemal Díaz el conjunto del annamento de los soldados mexicanos: y sus almacenes de armas:

[...] tenía Montezuma dos casas [//ncocAcn//;] llenas de todo género de armas y, muchas de ellas ricas, con oro y pedrería, donde eran rodelas grandes y chicas, y unas como macanas, y otras a manera de espadas de a dos manos, engastadas en ellas unas navajas de peder­nal, que cortan muy mejor que nuestras espadas, y otras más largas que no las nuestras, con una braza de cuchilla, engastadas en ellas muchas navajas, que aunque den con ella en un broquel o rodela no saltan, y cortan en fin, como navajas que se rapan con ellas las cabezas; y tenían muy buenos arcos y flechas y varas de a dos gajos y otras de a uno, con sus tiraderas, y muchas hondas y piedras rollizas hechas a mano y unos como paveses [escudos altos, con los que un soldado se cubría todo el cuerpo] que son de arte que los pueden arrollar arriba cuando pelean, porque no les estorbe, y al tiempo del pelear, cuando son menester, los dejan caer y quedan cubiertos sus cuerpos de arriba a abajo. También tenían muchas armas de algodón colchadas y ricamente labradas por de fuera de plumas de muchos colores, a manera de divisas e invenciones, y tenían otros como capa-

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taces y cascos de madera y de hueso, también muy elaborados de pluma por de fuera y tenían otras armas de otras hechuras, que por excusar prolijidad lo dejo de decir; y sus oficiales que siempre labra­ban, y entendían en ello, y mayordomos que tenían cargo de las armas (Bernal, I: 273).

Tan efectivos, en términos de protección, debieron de haber sido los que los propios españoles los incorporaron tácti­camente para combatir al poco tiempo de conocerlos, desplazando mayormente sus pesadas y sofocantes armaduras de metal por las ligeras y resistentes de algodón.

Celia Nutall refiere en un estudio sobre escudos precolombinos, en el que se ocupa de la elaboración de ellos y su uso distintivo entre ciertos cuerpos privilegiados y especializados de los ejércitos, que esa arma defensiva estaba hecha de caña de bambú u otate, entretejido con hilo grueso de algodón, tiras de madera atadas con henequén y reforzadas con hule nativo (lo cual recuerda la elabora­ción de equipales entre varios grupos, mesoamericanos),o madera labrada a la que se recubría con pieles, plumas o metales preciosos, no preciosos o plumas (Nutall, 1892, V: 34-53). Acosta consigna que: "Para defenderse, usaban rodelas pequeñas y escu­dos, algunas como celadas o morriones [cascos] y vestíanse de pie­les de tigres o leones u otros animales ñeros [...]" (Acosta, 1962: 314).

No está de más observar, en primer lugar, que tanto el metal como las pieles de animal y aun los cañutos de la pluma de ciertas aves son muy resistentes a golpes y proyectiles (aun de fuego, como es el caso del pavo silvestre y el águila); tampoco que existe una correspondencia evidente entre armas ofensivas y defensivas, puesto que la eñcacia de unas demanda la de las otras, ya que como observa Repetto "el invento o el perfeccionamiento de un arma por parte de la ofensiva debe ser invalidado por la defensa o esta es borrada de la historia" (1985: 32); en tercer lugar, no resulta gra­tuito llamar la atención sobre el hecho de que las armas defensivas supusieron una especialización efectiva en cuestiones de guerra, puesto que su presencia entre gente annada dedicada a la cacería o

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a la pesca no era necesaria. El "estado de guerra" del cual nos ocuparemos gradualmente obliga a pensar en su ideación, produc­ción y uso a causa del enfrentamiento entre iguales, entre individuos con capacidad de pensamiento [...] también entre débiles y podero­sos.

Mas en el terreno de la defensa la variedad de fortificaciones y otros medios de protección para grupos de combatientes resultan en extremo interesantes e importantes. Pedro Almillas y Angel Palerm, junto con otros investigadores lo hicieron notar para distinguir la época de la formación de sociedadés militaristas en Mesoamérica. Palerm consideró que las construcciones militares estaban en rela­ción con el nivel de desarrollo de la organización político-militar y con la extensión del territorio que se requería controlar (Palerm, 1956). Las fuentes diversas en las que se narra el proceso de con­quista consignan numerosos casos de obras para la defensa, y en este apartado que está dedicado a la tecnología empleada en la actividad militar optamos por reproducir algunos testimonios al res­pecto y referencias generales.

Tales construcciones tenían el objetivo de no ser tomados los guerreros por sorpresa, brindar protección a los no combatientes, ayudar a los defensores en su retirada y constituir el punto inicial de avance al campo de batalla.

De la marcha de la hueste de Hernán Cortés hacia Tlaxcala describe Bemal Díaz:

Caminamos obra de dos leguas y hallamos una fuerza [sic por fortale­za] bien fuerte, hecha de cal y canto y otro betún tan recio que con los picos de hierro era mala de deshacer, y hecha de tal manera, que para defensa y ofensa era harto recia de tomar. Y paramos a mirar en ella, y preguntó Cortés a los indios de Zocotlán que a que ñn tenían aquella fuerza hecha de aquella manera. Y dijeron que como entre su señor Montezuma y los de Tlaxcala tenían guerras a la continua, que los tlaxcaltecas para defender sus pueblos, la habían hecho tan fuerte, porque ya aquella era su tierra (Bemal, 0/ 7. c/7.: 187).

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Los peñoles, al igual que las diversas fbrtiñcaciones construidas, fueron usados con frecuencia para lograr una mejor defensa. Ese recurso fue decisivo en Nochistlán donde fuera herido mortalmente Pedro de Alvarado.Fuente: Cóí&ce Fernández Lea/.

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El enfrentamiento de indígenas y españoles.Fuente: Fray Diego Duran, E;sfona í/e /as /rnAas (?eM¿eva España.

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L O S INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

Estando en Cholula con rumbo a Tenochtitlan reñere Bemal sobre una supuesta conspiración de los cholultecas, por presión de Moctezuma, al demandarles Cortés tamemes y alimentos

y estando en estas pláticas vinieron tres indios de Cempoal, nuestros amigos y secretamente dijeron a Cortés que han hallado, junto adon­de estábamos aposentados, hechos hoyos en las calles, encubiertos con madera y tierra encima, que si no miran mucho en ello no se podría ver, y que quitaron la tierra de encima de un hoyo y estaba lleno de estacas muy agudas, para matar los caballos si corriesen, y que las azoteas que las tienen llenas de piedras y mamparos de ado­bes, y que ciertamente no estaban de buen arte, porque también halla­ron albarradas gruesas en la calle (Bemal, o¿?.c/L; 240).

Luego de haber hecho una matanza en Cholula para escarmiento de la supuesta conspiración la hueste de Cortés tomó rumbo a Méxi- co-Tenochtitlan; en el camino, indígenas huejotzinca informaron a Cortés de una celada de los mexicanos. Bemal la narra así:

Que había dos caminos muy anchos, y que el uno iba a un pueblo que se dice Chalco, y el otro a Tamanalco [Tlalmanalco], que era otro pueblo, y entrambos sujetos a México; y que el un camino estaba muy barrido y limpio para que vamos por él, y que el otro camino le tenían ciego y cortados muchos árboles muy gruesos y grandes pinos, porque no pueden ir caballos ni pudiésemos pasar adelante, y que abajado un poco de la sierra, por el camino que tenían limpio, creyendo que habíamos de ir por él, tenían cortado un pedazo de la sierra, y había allí mamparos y albarradas, y que han estado en el paso ciertos escuadrones de mexicanos para nos matar, y que nos aconsejaban que no fuésemos por el que estaba limpio, sino por donde estaban los árboles atravesados, y que ellos nos darán mucha gente que lo desem­baracen, y pues que iban con nosotros los tlaxcaltecas, que todos quitarían los árboles, y que aquel camino salía a Tamanalco (Bemal, op.c/'L: 254-255).

Resulta importante resaltar lo que revela esta última narración del soldado-cronista Díaz del Castillo. Desde luego la capacidad de

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cortar grandes árboles con instrumentos de piedra, el interrumpir el paso con la rápida construcción de albarradas, transportar mampa­ros defensivos y, desde luego, lo que ello supone en cantidad de mano de obra y efectividad para su dirección y coordinación, lo que por cierto corrobora el ofrecimiento de los huejotzinca de colaborar con los tlaxcalteca aliados para la remoción de los árboles tendidos en el camino. En los mismos términos tecnológicos expresa lo que la energía humana ayudaba a suplir la carencia de herramientas y aparatos de cierta complejidad. Pero, además indica una estrategia ya urdida por Moctezuma y su inteligencia militar para estorbar, desde la costa, la marcha de los "teules" hacia Tenochtitlan, habla igualmente de una táctica; es decir, de cómo realizar en determina­das circunstancias un enfrentamiento armado como parte de un plan general. Interesa hacer notar finalmente, anticipando el apartado en el que nos ocuparemos de las formas indígenas de enfrentar al ejército y armas de los españoles, en el que plantearemos los límites de la empresa militar y los factores a la derrota de los ejércitos indígenas -particularmente respecto a las alianzas- la rapidez con la que los aborígenes mesoamericanos urdieron formas de enfrentar a la caballería, el enfrentamiento efectivo que ayudaba a contrarres­tar la creencia en ei carácter divino e invencible de los invasores y el poder efectivo del máximo poder militar y político en la Mesoamérica de la segunda década del siglo XVI: los mexica.

Resultaría parcial, sin embargo, atribuir sólo a los estados mesoamericanos centrales el desarrollo de una por así llamarla, "ingeniería militar" expresada en edificaciones. Describe Beatriz Repetto que en Mayapán, al sur de Tecoh, una muralla cercaba la ciudad alrededor de 4.2 knE, otra en Tulúm, de 800 mts. de largo, 7 de ancho y de 3 a 5 mts. de alto. En Xelhua una de 50 mts. con una única entrada acodada. La de Ichpaatun resguardaba unas 27 has., citando a Ruz Lhuillier dice que el grupo principal de edificios de la época tolteca: el juego de pelota, el castillo, el fzo/wp#???//, la plata­forma de las águilas, el templo de los guerreros y el grupo de las mil columnas estaban protegidos por una gran muralla (Repetto, 1985: 41 y 49). Otras ciudades mayas amuralladas fueron Uxmal,

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L O S INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

( T b o í o t í á

La batalla de Cholula. Fuente: Lienzo Je ?7axca/a.

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

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Los INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

Chacchob, Aké, Cuca, Sacbeob, Chunchumil y Becan, donde en lugar de muralla la protección la constituía una zanja (ió/J., 49).

En el trayecto que realizaron los hispanos desde las costas orien­tales, antes de toparse con el mundo nahua se evidenciaron las prácticas constructivas destinadas a la defensa; no sólo fortalezas y amurallamientos, o el uso de los templos piramidales para tales efectos, sino el manejo de trampas, zanjas, palizadas, puentes y mamparas portátiles, asentamientos en lugares de difícil acceso o "empeñolados" y escaleras para trepar y combatirlos.

El resguardo del territorio implicó que "además de emplear ba­rrancas, ríos y acequias reforzadas con muros, torreones y pretiles, los indígenas construían murallas y albarradas y excavaban trinche­ras para cerrar los valles, caminos y accesos a los cerros" (Palerm, 1955: 125).

Y se atendiera el mantenimiento regular de dotaciones o guarni­ciones militares; por el cronista-militar Bemal Díaz y otros, sabe­mos que

el gran Moctezuma tenía muchas guarniciones y capitanías de gente de guerra en todas las provincias, que siempre estaban junto a la rama de ellos [...] en los de Soconusco por guarda de los de Guatema­la y Chiapa [...] en los de Guazaculco, y otra capitanía en lo de Michoacán, y otra capitanía a la raya de Pánuco [...] (Díaz del Casti­llo, 1960,1: 290).

Existen datos numerosos que provienen de la arqueología y la etnohistoria para documentar las construcciones empleadas en las guerras mesoamericanas. Mayas, totonacos, huastecos, nahuas, otomíes, tarascos, mixtéeos y zapotecos constituyen los principales ejemplos.

La expansión tarasca, por ejemplo, hacia territorios norteños dominados por "chichimccas" (las actuales fronteras del estado de Michoacán con los de Jalisco, Guanajuato y Querétaro) implicó la búsqueda de sitios defendibles en forma natural y la construcción, en su ausencia, de fortificaciones desde las cuales se pudiera preser-

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E L ENCUENTRO DE LA PtEDRA Y EL ACERO

var la dominación territorial, no solamente para evitar las incursio­nes de los "bárbaros", sino para mantener expeditas las rutas de los comerciantes y garantizar con ello la fluidez de un comercio de materias primas desde el sureste norteamericano hasta Centroamérica. Alguna vez el mito de la cerrazón entre las fronteras tarascas y mexicas y la de estas con la mixteca de la costa y grupos de origen maya habrán de ser aclarados con evidencias procedentes de la investigación arqueológica.

Por lo pronto y para llevar al lector hacia la comprensión de lo que significó la guerra en el cambio y la formación de estados novedosos en Mesoamérica hemos de escribir sobre las ineludibles causas y efectos de la guerra, las formas de alternar las acciones militares que fueran lógicas con un plan previamente urdido y las conformaciones militares diversas que pretendidamente conciliarían tales proyectos describiendo e interpretando los

7^J/ÓVO.S' .S'OÓre 6.S'//Y7/6g7<7, y /og/',SV/Cí7

Se concibe a la estrategia, en general, como la técnica de organizar diversas operaciones bélicas; dentro de ella, la frecuencia y sucesión de operaciones de combate, la selección de puntos y formas de ataque en conjunto y las maneras de utilizarlas para el hostigamiento del enemigo que deben alternar con treguas y negociaciones previs­tas de antemano con el objeto de lograr las ñnalidades de una campaña militar.

Dentro de un plan estratégico de guerra tienen lugar momentos de acción efectiva: batallas, combates, escaramuzas, celadas, espio­naje, observación de la conducta del enemigo y otras acciones que demandan los sucesivos encuentros; esto es, concebir y conducir una serie de enfrentamientos que se vayan teniendo de acuerdo a la estrategia convenida. Muy en relación con estos aspectos de la gue­rra a los que se denomina como tácticas de combate están las cues­tiones que tienen que ver con la logística, aquellos que se refieren a la técnica militar para el despliegue y el aprovisionamiento de ar-

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Los INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

mas, alimentos y otros tipos de asistencia para el ejército en el campo de combate.

La estrategia, no obstante ser planeada, difícilmente tiene límites precisos temporal y espacialmente. Depende de la respuesta del enemigo. Así lo muestran al menos las campañas de guerra de que se tiene información para el centro de M éxico, el territorio phurhépecha, la mixteca y la zona maya, desde el siglo XII de nuestra era. En relación con ello es importante advertir que la planeación atinada de una estrategia va de la mano con el proceso de complejización y consolidación política del grupo que la proyec­ta, con las finalidades convenidas por este y la adecuación de las tácticas respecto a la directriz estratégica.

Al respecto observan Conrad y Demarest:

Tras la victoria de 1428 y la subsiguiente transformación de los mexicas, la historia de este pueblo se vuelve una narración de ince­santes conquistas. Los ejércitos de la triple alianza, dirigidos por los guerreros mexicas, traspasan las fronteras, y con cada campaña cre­ce el número de centros y tribus que prometen fidelidad y tributo a Tenochtitlan y sus aliados aztecas. La comparación de la diminuta isla natal de los mexicas con la extensión del reino de Moctezuma II [...] muestran la impresionante expansión del imperio gracias a las conquistas de Itzcóatl y de los cinco que le sucedieron(Conrad y Demarest, 1990: 72).

Tal observación nos permite concebir una razonable y lógica estrategia urdida por los aliados, encabezados por los mexica, para expanderse en forma gradual y de acuerdo a las necesidades que estratégica y políticamente les condujeron a la guerra.

Los progresos en la logística derivarán en resultados positivos en los combates y finalmente en un ahorro de energía para el logro de las metas estratégicas.

Los investigadores que han buscado el origen generalizado del ejercicio bélico afirman, mayoritariamente, que las causas básicas de las guerras residen en el crecimiento demográfico, la necesidad de obtener alimentos no provistos por la producción nacional, el

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control territorial para facilitar el comercio y la preservación del poder político civil o religioso. La misma guerra se convertiría en una acción condicionada y conducida por los lós co­merciantes delegados por el Estado para realizar sus operaciones en el exterior y en favor del Estado o de ellos, lo que les produjo no pocas reprimendas de la superioridad política.

Se comprenderá con lo antes dicho, incluida la nota, que la cuestión de la estrategia fue capitular en la Mesoamérica militarista y, consecuentemente, los asuntos de la táctica y la logística de guerra. En lo que sigue lo ejemplificaremos, utilizando el caso mexica, quizá abusivamente, con el pretexto de ser el mejor documentado.

De .yi/Mp/ey wrn/jc.S' o yeseras- ¿fe

En el siglo XI de nuestra era ingresaron los mexica a la cuenca de México. Eran un grupo tribal nahua-chichimeca que había emigrado de tierras norteñas, empleándose irregularmente como trabajadores en la construcción de obras hidráulicas, como cultivadores y como mano de obra dispuesta a ir a todo tipo de guerras. El grupo no era homogéneo, quizá por su belicosidad hubo de emparentar con otros grupos, con el objeto de asegurar la paz para estos últimos. Pero el caso fue de que penetraron. Al ingresar en la cuenca del altiplano mexicano, entraron al juego de la guerra por la obtención de todo tipo de recursos. Luego de lograr un asentamiento deñnitivo en territorio tepaneca, precisamente en Tenochtitlan, tuvieron que justi­ficarse social y políticamente en el lugar donde fundaron su inci­piente ciudad en el tercer decenio del siglo XIV.

Tributarios y servidores en la guerra de los tepaneca de Azcapotzalco es probable que desde un principio hayan ido elabo­rando y acumulando armas para una eventual guerra de emancipa­ción.

La oportunidad se presentó a la muerte del anciano rey 7bzozówoc y con la prisión y asesinato posterior de su nieto señor de los mexicanos, en manos de los tepaneca. Los mexicanos concibieron entonces una estrategia y: "Después de hecha la elec-

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Los [NSTRUMENTOS BÉHCOS Y LOS PROCEDIMtENTOS DE GUERRA

ción del rey [...] la cual elección fue el año de /?;?// yy vez'Hfc y luego empezó a entablar las cosas

de la guerra y a proveer en las cosas necesarias para ella" (Duran,I: 69).

Entre y la muerte de C/H7M#/popoc<2, su tercerseñor, pasaron cincuenta y un años que significaron algo así como una carrera armamentista; es decir, un periodo en el que sin dejar de haber guerra, su intensidad disminuye en tanto los eventuales con­tendientes o uno de ellos trata de evitar enfrentamientos hasta consi­derar que está suñcientemente preparado, con hombres y armas, para contender y ganar. La participación de los mexica como solda­dos profesionales al servicio de los tepaneca los mantenía competen­tes, al tiempo que

se ejercitaban en hacer arcos y en las cosas de la laguna, y no sola­mente en tratar y contratar con ellos, andando de allá para acullá, trayendo provisiones para su ciudad y en pescas, juntamente empavesaban sus barcas y canoas y se ejercitaban en cosas de la guerra por el agua (Durán, 1967,1: 60).

En otro apartado revisaremos lo de las alianzas para buscar unidad política y asociados para la guerra como un aspecto impor­tante de la estrategia, pero conviene aquí mencionar que los mexica buscaron la alianza matrimonial con los colhua. /ícúwápzc/??/? era hijo de una noble colhua; yfíc^o/zzT?, hija del señor de Culhuacán, casada con el mexicano Opoc/z zzz?, cabeza de la dinastía colhua- mexica; luego con 7czozówoc de Azcapotzalco quien era abuelo de

por vía de una hija, ylyaMcz/iM#?/, hija de Tczczó/woc casada con H uitzilihuitl, segundo señor m exica, padres de

Para asegurarse el éxito en la guerra contra los tepaneca, que eran poderosos guerreros, también con múltiples aliados, los mexica acudieron a los acolhua de Texcoco; estos lograron a su vez ayuda de sus aliados tlaxcalteca y huejotzinca. Integrada tal alianza se inició la guerra contra Azcapotzalco de la que los aliados convoca-

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

dos por los mexica salieron triunfantes frente a los tepaneca y sus respectivos aliados.

Fray Diego Duran en su TRsVor/i? /<3 .y Æypa-nos describe el momento en el que los mexica tomaron la deci­

sión de hacer la guerra a los tepaneca:

Los mexicanos, viendo que la cosa iba de veras y que tan al descu­bierto los de Azcapotzalco se mostraban sus enemigos, y que ya allí no avia esperanza de amistad, sino de venir de fuerza a las manos, empezaron a poner su gente en arma y a tomar pareceres de guerra; y porque los mexicanos hasta entonces estaban muy acobardados y muy poco ejercitados en cosas de guerra, fue necesario el ánimo de su rey y valor, para con su persuasión poner algún aliento a la gente común y a los demás principales; y quiso nuestro señor, que en este tiempo avia un valeroso varón entre ellos que se llamava 77acacM/?z/M [Tlacaelleltzin], sobrino del rey 7/zcóaf/, hijo de un hermano suyo, el cual fue príncipe de los exércitos y el más valeroso y valiente que en toda la nación mexicana se ha hallado, y el hombre de mejor parecer y consejo que en las cosas de la guerra y en ardides della se ha hallado entre ellos (Durán, I; 69).

La estrategia de Z^zcóat/ y TYacae/e/ -en realidad ya urdida pre­viamente por nobles y sacerdotes- es clara si se interpreta la narra­ción que Durán hizo de la entronización de C/z/wa/popoca como un significado del peso que los guerreros iban teniendo entre el Estado mexica. En este caso C/z/wa/popaca no recibió únicamente tiara ni fue ungido como ^caw ap/cM ; y sino

dándole en la mano izquierda una rodela y en la otra una espada de navajas que ellos usaban, y vestille unas armas, las que ellos elegían confórme el dios cuya semejanza querían representar, en señal de que prometía la delensa de su ciudad y el morir por ella (Durán, I: 62).

Siguió, tras la derrota de Atzcapotzalco, el sometimiento de los pueblos sujetos a Atzcapotzalco, cabecera de los tepaneca, previa alianza de los mexica-tcnochca y tlatelolca, acolhua y mexica- tcpancca de Tlacopan, en lo que se conoce como la ' 'triple alianza' '

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L O S INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

o "triple T": Tenochtitlan-Texcoco-Tlacopan, la guerra aliada -y a concertada estratégicamente en una nueva y primera fase de expan­sión- para controlar las comunicaciones y obras hidráulicas de la cuenca, la conquista de Xochimilco, Coyoacán, Mixquic y Cuitlahuac.

Tierras de dominio comunal y privado, alimentos, mano de obra, acceso a mercados, materias primas y armas llegaron a los aliados tras los éxitos sucesivos que tales campañas supusieron a lo largo de cuatro años (Lameiras, 1985: 48-49). Las estrategias guerreras se correspondieron con las socio-políticas y económicas sin que la efectividad logística no tuviera algo que ver. Prácticamente nove­cientos años de supremacía militar resultaban redituables como base y modelo de la formación, el crecimiento y la consolidación del Estado. Nada mejor que la frase que Durán escribe en su para tipiñcar aquel momento: "Aquel era el primer embate [...] para salir con honra y hacerse temer y temblar a las demás nacio­nes" (Durán, 1 9 6 7 ,1: 16).

Las campañas militares contra los pueblos lacustres rivereños, en las que prevaleció el guerrear acuático sobre canoas, también redituaron a los triple aliados el control de obras hidráulicas para la producción chinampera, la construcción de diques, albarradones, puentes y calzadas. Por otro lado, la geopolítica de las regiones vecinas, luego de que la propia zona lacustre comenzó a sufrir alteraciones al suscitarse movimientos de población chalca, otomí y xaltocameca hacia las fronteras con Tlaxcala tras la guerra contra ésta, que se prolongaría hasta la llegada de los conquistadores his­panos y las incursiones contra cuauhquechollan (Lameiras, op.c/Y.: 49 y 55).

Las propias sociedades tenochca, tlatelolca, acolhua y tlacopaneca tuvieron cambios de importancia en sus estructuras al tomar un lugar prominente dentro de ellas los militares, sobre todo sus élites. De ello nos ocuparemos adelante al describir las jerarquías militares y sus relaciones con otros estratos sociales.

Considerándose con derecho al dominio de pueblos al occidente de la cuenca por haber derrotado a los tepaneca los aliados avanza­ron hacia Xilotepec, Xiquipilco, Ixtlahuaca, Xocotitlan, Atlacomulco

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E L ENCUENTRO DE LA PtEDRA Y EL ACERO

Periodo de sujeción a ios tepanecas de Atzcapotzaico

Conquistas de Acamapichtli, Huitzilihuiti y Chimaipopoca

'Atotonilco

Tollan

Tecpatepec

Tolnacochtla

Tequizquiac

Cuauhtíttán

Xiquipüco

Atzcapofza/co ; /° -A .Tlatelolco HaGopanf^ :;....

Cuauhximalco. TENOCHTITLAN.

ToiocanCoyoacan * -

Xochimilco \

.Tollantzinco

Ocuillan

- Ttaxcallan

Cuauhnahuac

Xiuhtepec'

p)// iTTACCiHUAR HuexotzincoAmàquet cann

Choidiaa.^POPOCALEPER

Chimalhuacán'Í Mfjli - , ..^Chaleo', Totomihuacan.

'Yacapichtla *-^Yauhtepec .....................

Cuauhtinchan

. Tlachco

------------ ACAMAPICHTH

................ HUITZIUUITL

------------ CHIMALPOPOCA(?)

Fuentes: N ic E L DAViEs, CLAUDE: Los McA'icas, prúncros yasos Lacia ei nnyerio. México, 1973., UNAM.

MoNjARÁz-Ruiz, jESÚs: La AioMeza Mexica, .stoylnicnio y consolidación., Ed. Edicol. México, 1980.

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L O S ¡NSTRUMENTOS BÉUCOS Y LOS PROCED!M!ENTOS DE GUERRA

y Toluca, lugares todos donde los tepaneca tenían control e influen­cia como herederos de los chichimeca de Ao/oZ/ cuyo centro fue Tenayuca. A Vfzcóaf/ y al Cz/macóa?/ T/<3c¿7c//c/ se debe precisa­mente la estrategia original y las primeras campañas de guerra de una larga serie que concluiría casi cien años después con Moctezuma Xocoyotzin (1502-1520), contra el occidente mesoamericano, lo que en la actualidad son los estados de Guerrero, México y Michoacán. Tales campañas condujeron gradualmente a los mexica y sus alia­dos al dominio del Balsas medio, del norte de Guerrero, la Costa Grande y el control de Zacatula, importante puerto y provincia de confluencia comercial.

Las estrategias sucesivas planeadas desde 7/zcóoZ/ a Moctezuma Xocoyotzin supusieron la sujeción de poblaciones muy heterogéneas y conflictivas, el establecim iento de varias guarniciones y fortificaciones, la colonización y nahuatización de varias poblacio­nes, el cerco costeño de la expansión phurhépecha y la llegada a la cuenca de México de alimentos y de materias primas escasas, entre ellas, probablemente obsidiana del sur jalisciense y turquesa del suroeste norteamericano (c/7. Herrejón, 1978; Litvak, 1971: 67-70; Carrasco, 1950: 266; Weigand, SFX y Lameiras, 1985: 50).

Ya en el tiempo de /fzcóííf/, su tío, Moctezuma Ilhuicamina, con el cargo de 7Y¿7C(7/e(Y7//, se ocupaba de vigilar la entrada de algodón y mantas y la puntual entrega de armas por los chalca. A la muerte de 7/zcó¿7/7 aquel sobrino tomaría las riendas del ya poderoso Estado mexica-tenochca, compartiendo y acrecentando con sus aliados acolhua y tlacopaneca el dominio creciente de un territorio que en su época habría de extenderse aún más, al marchar en plan de guerra las huestes aliadas, acudiendo en plan de dominar con las armas a territorios lejanos por primera vez. Entre 1440, año en el que fue ungido como 77á7o(?M?; y el de 1469, cuando le sucedió en el poder su nieto Txqydcá?/, el viejo Moctezuma logró no sólo mantener la dominación de los territorios conquistados por su ameritado tio, sino incrementar el monto tributario recibido de los vencidos y acrecen­tar las grandes obras públicas en base a su personal arreglo de las cuestiones de guerra, la administración y la servidumbre pública. Es

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quizá este primer Moctezuma el que muestra la complejidad de la relación entre la planificación de las acciones y las requeridas rela­ciones que se dieron en Mesoamérica entre ambas, ochenta años antes de ser coartadas por un sistema socio-cultural extraño: el europeo.

Con Moctezuma primero se logró, tras veinte años de forcejeo militar, el control de los chalca; el de Tulancingo, junto con los acolhua encabezados por Nezahualcóyotl; el de Tlatelolco, primo hermano rival; el avance a la mixteca conquistando Teposcolollan y Cohuaixtlahuacán. A éstas se adendan las efectuadas con éxito so­bre los chontales de Guerrero, Cotaxtla y Cuauhtochco. Los resulta­dos de tales penetraciones militares que respondían a la personal concepción de la estrategia político-militar de Moctezuma el viejo acrecentaron las posibilidades de un centralismo de Estado basado en el volumen de tributos, la disponibilidad de grandes contingentes de trabajadores y la difusión a gran distancia del terrorismo guerre­ro de los mexica y sus aliados, de lo cual las propias campañas se hicieron cargo. Así la actuación del primer Moctezuma marcó una real innovación en el ejercicio de la guerra, en el traslado y aprovisionamiento a distancia del ejército, en la permanencia del control de los pueblos dominados y en la organización burocrático- administrativa de sus sojuzgados (Lameiras, 1985: 51-54).

Con el viejo Moctezuma tuvieron los confederados tenochca, tlacopaneca y acolhua guerras contra Chalco, Tepeaca; Tamapachco, Xochpan y Tepopula, en la huasteca; las provincias de Ahuilizapan, los mixtéeos de Coixtlahuaca y Teposcolollan, y los chontales de Cotaxtla y Cuauhtochco. También dispusieron de un poco más de una decena de años de paz relativa, pero tuvieron que resolver, también estratégicamente, una muy severa crisis agrícola ocurrida entre 1446 y 1456, la que les llevaría a guerras para la obtención de alimentos en 1457. Hambres, sequía, terremotos, heladas y plagas, supusieron para el mandato del viejo Moctezuma la elaboración de una compleja estrategia político-militar (Lameiras, 1985: 51-54).

Si bien las estrategias políticas y militares de cada uno de los 77i7/b(7f?/.y integrantes de la decena que gobernara a Tenochtitlan

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Los INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

entre 1376 y 1520 correspondieron a las circunstancias, situaciones y coyunturas que se les fueron presentando a través del tiempo y de los territorios en los que penetraron con las armas, hubo un común denominador, acentuado durante el mando de Huhuemoctezuma: la guerra, el acceso diferenciado a la redistribución, la participación en el culto, el gobierno y el poder estuvieron estrictamente controtados desde la cúspide del Estado, por el TYafoaw; y lo que puede llamar­se un "aparato de inteligencia". En esta forma las sucesivas con­quistas, allegamiento de tributos, control de poblaciones y manteni­miento de un terrorismo militar tuvieron una lógica, supusieron un coMfíMMMTM, una estrategia general y una efectividad.

Un ejemplo de lo antes dicho nos lo ofrece Bemal Díaz al narrar el paso y la estancia del pequeño ejército hispano capitaneado por Hernán Cortés en Cempoala, territorio totonaca sometido a los mexicanos:

El cacique gordo, dando suspiros se queja reciamente del gran Montezuma [el joven] y de sus gobernadores, diciendo que de pocos tiempos acá le había sojuzgado y que le ha llevado todas sus joyas y oro y les tiene tan apremiados que no osan hacer sino lo que les manda, porque es un señor de grandes ciudades y tierras y vasallos y ejércitos de guerra (Bemal Díaz, 1960,1: 145).

Lo anterior lo subraya adelante la misma narración al describir la actitud de los totonacos al presentarse los recaudadores de tributo de Moctezuma estando presentes los españoles en Quiahuiztlán con el cacique cempoalteca:

Y desde que lo oyeron [la presencia de los recaudadores mexicanos] se les perdió la color, y temblaban de miedo; y dejan solo a Cortés y los salen a recibir; y de presto les enraman una sala y les guisan de comer y les hacen mucho cacao, que es la mejor cosa que ellos beben.Y cuando entraron por el pueblos los cinco indios vinieron por donde estábamos, porque allí estaban las casas del cacique y nuestros apo­sentos y pasaron con tanta continencia y presunción que sin hablar a Cortés ni a ninguno de nosotros se fueron adelante (Berna! Díaz, 1960,1: 148).

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Conflicto bélico, probablemente entre mexicas y phurhépecha. Fuente: Có^ceFemáwífgzíeoJ.

M

L O S INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

La elocuencia de Bernai Díaz nos sirve para confirmar el temor que ante el poder de los mexicanos tenían la mayoría de los pueblos a los que dominaban, con lo que continúa narrando:

Y después que hubieron comido, mandaron llamar al cacique gordo y a todos los más principales y les riñeron que por qué nos habían hospedado en sus pueblos, y que tenían ahora que hablar y ver con nosotros, y que su señor Montezuma no sería servido de aquello, porque sin su licencia y mandado no nos habían de recoger, ni dar joyas de oro (Bernal Díaz,

He recurrido a las referencias anteriores porque expresan el po­der logrado a través de la guerra, de la militarización del Estado y la sociedad en las sociedades mesoamericanas que encontraron los es­pañoles en la América continental.

Siguiendo con los mexica y sus aliados, con las contingencias y situaciones que marcaban la imperancia de los militares y la guerra para estructurar, hacer funcionar y dinamizar la sociedad, nos ocu­pamos en adelante de las estrategias, tácticas y logística durante un lapso de ochenta años, justo entre los mandatos de los dos Moctezumas, el Ilhuicamina y el Xocoyotzin.

La actividad de guerra ofensiva o defensiva no es ajena a otro tipo de actividades, tales como la de explotación del medio, la pro­creación de seres humanos, la producción, la interacción social, la de asociación, territorialidad y otras (Hall, E.T., 1990). La guerra es un producto de la inteligencia que la ha de coordinar a partir del planteamiento de sus objetivos y a lo largo de un proceso en el que intervienen lo mismo éxitos que fracasos militares.

Hemos planteado antes que posiblemente desde se haya iniciado una "carrera armamentista" entre los tenochca. Ello los llevaría a ser socios confiables de los acolhua y de los mexica tlacopaneca en la fase inicial de una empresa de guerra y poder político que hubo de durar un poco más de cuarenta años. Mas a partir del acceso al poder de Moctezuma Ilhuicamina, y por las circunstancias que he referido antes, la estrategia general de los

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trialiados tuvo que ser revisada y transformada. Fue a yfxqyácaf/ al que le tocó acentuar el militarismo de Estado, incrementar el terro­rismo guerrero, subrayar los resultados suntuarios y arquitectónicos de la guerra, resolver conflictos intemos entre facciones tenochca descendientes de los linajes colhua y tepaneca, continuar con los objetivos estratégicos convenidos veintinueve o treinta años antes por sus ilustres antecesores con sus respectivos asesores, acrecentar el territorio insular tenochca, perfeccionar las obras hidráulicas en la Cuenca de México e integrar a los comerciantes definitivamente -política emprendida por su abuelo, el viejo Moctezuma- al aparato de Estado y en esta forma controlar la provisión de materias primas, alimentos, bienes suntuarios y poder en las direcciones convenidas cardinalmente a partir del "ombligo del mundo" convencionalmente establecido en la Cuenca de México.

La guerra contra los tlatelolcas en la que resultaron vencedores los Tenochca, acabó con su relativa autonomía y privilegios, tras esa derrota, según la Crd/i/c# los tlatelolca dijeron a susvencedores "Ofrecémonos a vuestras guerras y os haremos armas, para vuestros soldados y gente, rodelas y dardos, varas tostadas. Tlaczontectli arrojadizas" 1994 y 198).

Sin embargo el estilo de gobierno de AxqyácRf/ ya acusaba una inclinación a lo administrativo-burocrático y a un menor empleo de la formula político-militar para la retención del poder. Su sucesor, Tizoc, su hermano mayor, siguió el mismo estilo descuidando las cuestiones de guerra. Tizoc fue proclive a una política pacifista, sufrió un gran fracaso en la campaña inaugural de su mandato, contra Metztitlán y provocó la censura de la élite militar tenochca que consideró las contrastantes victorias de Nezahqalpilli de Texcoco contra los huejotzinca y de los Cuauhnahuaca contra Atlixco. A pesar de que los /ína/cs refieren campañas de guerraemprendidas por Tizoc en la Mixteca, en Guerrero y en pueblos de la región Cuitlateca, parece que sus dotes militares no fueron satis­factorias y Tizoc fue al parecer eliminado a escasos cinco años de su entronización (Lameiras, 1985: 60-61).

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El temible ^4/imzo;7, otro hermano de v4x<3y<7c#f/ y de Tízoc reci­bió el mando en 1486 que concluiría con su muerte en 1502. Ahuizotl reactivaría las obras hidráulicas y el ejercicio de la guerra en una notable culminación del control militarista, demostrando el poder, el centralismo despótico e instalando nueva y subrayadamente el terro­rismo entre la sociedad. A lo largo de esos diez y seis años los aliados buscaron la plena dominación de costa a costa entre el pacífico y el golfo. Un ejército compuesto de tenochca, acolhua, chalca, matlatzinca y mixteca de Coixtlahuaca trataron de penetrar en territorio tarasco y experimentaron un segundo fracaso luego del sufrido por ^xaydcaf/. Pero arrasaron con la población nativa de Teloloapan, Oztoman y Alahuiztlan, la reemplazaron con colonos dependientes e incondicionales, fortificaron esa frontera y reorgani­zaron la producción de cacao y frutales; penetraron a la costa gran­de, avanzaron hacia el sur por Tetela, Tlacotepec y Otatlan llegando a dominar el litoral desde Acapulco hasta Zacatula (Litvak, 1971: Mapa 5). Con ello incorporaron nuevas provincias tributarias, am­pliaron el comercio de la sal y lograron hacer llegar cobre y algodón aTenochtitlan (Litvak, 1971: 69-70; Herrejón, 1978: 31; Lameiras, 1985: 62 -63). Las pretensiones de incorporar el occidente mesoamericano a sus dominios, sin embargo tuvieron

que tener presente un cambio en la situación política y militar que afectó los intereses mexicanos en guerrero [por los chontales y los yopis]. La expansión tarasca había cambiado el panorama y México ya no podía tomar a su propia velocidad las partes de la región que le convenían o necesitaba (Litvak, op. c;L: 69).

En esa época se definió la frontera phurhépecha-mexica que los conquistadores hispanos conocieron.

Mas esas campañas, sumadas a las dirigidas hacia el sureste, sur y suroeste, que lograron la dominación de Zacatula, Tehuantepec y el Soconusco, redituaron en un considerable aumento de tributos en cacao, algodón, diversas materias primas y productos suntuarios y elaborados que llegarían a la Cuenca de México, a los que se suma-

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ron prisioneros sacriñcables o aplicables a las obras públicas que en esos años fueron signiñcativas en términos de prevención de inunda­ciones (Lameiras, 1985: 63-64).

La participación de los comerciantes, fue notable enlas campañas de esa época y les permitió dominar territorios y comunicaciones, garantizándoles tranquilidad en el movimiento de sjs caravanas hacia el pacíñco. Ahuizotl sería sustituido en el cargo

r su sobrino, el joven Moctezuma, el último que unasces con entereza y valor, otras con temor y fatalismo trató de itar la llegada de las huestes cortesianas a Tenochtitlan. Ya con

práctica en la guerra como y en la política como miem­bro del consejo de su tío Ahuizotl, el segundo Moctezuma encabezó a Tenochtitlan y formó parte del triunvirato "imperial" a partir de 1502. Dada la extensión y heterogeneidad de la extensión territorial dominada hasta ese entonces (véase mapa) a el correspondió proba­blemente la más ardua e inteligente tarea en las estrategias seguidas por sus antecesores desde ciento veintiséis años antes.

Si las guerras contra Yanhuitlan, Zozola y Tlachquiauhchco tuvieron como objetivo el mantener abiertas las mías de comercio hacia Tehuantepec y el Soconusco; las emprendidas contra los pueblos de Nopallan, Ocpatepec, Xaltepec y Cuatzontlan, en los rumbos interme­dios, no ocultaron su posible fin de eliminar a buena parte de la población inútil manteniendo a la que podía rendir en el trabajo y aumentar así los excedentes y colonización de esos parajes (tras la victimación o huida de sus habitantes) con nahuas del centro resulta­ba una doble solución: controlar mejor el territorio y descongestionar demográficamente otras áreas (Lameiras, 1985: 64-65).

El último de los Moctezumas, fue la primera victima de la gran "nobleza imperial" que cayera por la violencia militarista de los invasores europeos y el postrer consolidador de los dominios con­seguidos a través de las armas. El conocimiento de su gestión de diez y ocho años resulta no sólo útil para comprender el proceso de militarización y la formación del estado mexica, sino múltiples circunstancias que favorecieron relativamente la derrota y domina-

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ción de la más poderosa fuerza indígena en Mesoamérica por los españoles.

En relación con ello Conrad y Demarest apuntan que:

Tanto el cambio de la estrategia militar como la reestructuración de la estructura social y política pretendían consolidar el imperio a costa del dinamismo que le había dado origen. Las reformas políticas y sociales erosionaron las motivaciones militares, empeorando la actua­ción de los ejércitos aztecas en su lucha contra los enclaves indepen­dientes. El resquemor causado por los decretos de Moctezuma II, las decepciones de las campañas militares mexicas y las periódicas esca­seces y hambrunas se combinaron para crear una atmósfera de males­tar social. A medida que la tensión creció y que cada grupo pretendió echar a los otros la culpa de los muchos fracasos, aumentaron los conflictos internos [...]. La carga emocional negativa de la incapaci­dad de los ejércitos internos de la triple alianza para derrotar a los reinos independientes condujo a peores resultados en guerras sucesi­vas. Este ciclo de refuerzo negativo se aceleró cuando las campañas contra los tlaxcaltecas no lograron someterlos (Conrad y Demarest, 1990: 102).

Como una tradición ya años atrás establecida, Moctezuma man­tuvo las guerras convencionales y estratégicas entre los trialiados y sus vecinos tlaxcaltecas, huejotzincas, cholultecas, atlixcas y acapetalyahuaneca. Reproduzco a continuación una parrafada de un texto anterior para dar a entender las situaciones que hubo de resol­ver Moctezuma el joven:

Un panorama bélico extremadamente complejo en cuanto a objetivos, causas, estrategias y relaciones políticas se deriva de las acciones militares durante esos años. Tlaxcala, como enemigo constante y objetivo perdurable de conquista, fue aliado en ocasiones de los mexica; Cuauhtitlan, Cuitláhuac y Chalco persistieron en sus ataques a Huejotzinco; en tanto, una probable derrota de los mexica por los tlaxcaltecas, hacia 1517 acabaría, por guerra total, con sus antiguas relaciones guerreras ritualizadas y marcaría una enemistad que, a sólo cuatro años de distancia costaría a Tenochtitlan su derrota al

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aliarse los tlaxcalteca con los españoles. De resultados similares, en cuanto al fracaso de la empresa y a predisponer a los phurhépechas contra los tenochca, fue la campaña conducida por 77nAH/co/e, el legendario gladiador tlaxcalteca servidor guerrero de los mexica, con­tra Michoacán. Buscando nuevamente la dominación de ese territo­rio, durante 6 meses de campaña, los ejércitos aliados llegaron hasta Taximaroa, Maravatío, Acámbaro, Oquario y Zinápecuaro, pero fue­ron violentamente rechazados y esa nueva derrota significó la pene­tración phurhépecha hasta Ixtlahuaca, en el valle de Toluca y el amago de las fortificaciones mexica del sur (Herrejón, o/?, c/f.: 37).

Esta situación favorable a los phurhépecha se repitió en el caso de la costa ya que, aún dominando una larga faja costera y flanqueando a sus enemigos, parece ser que "El equilibrio del poder y la iniciativa (de emprender ataques militares) quedaron en manos de los tarascos con la limitación mexica a la defensa de sus posiciones (Litvak, op. cú.: 72).

¿Qué importancia pudo haber tenido el control de todas esas regiones para una triple alianza expandente y fortalecida tras de casi un siglo de conquistas? ¿Se encuentra en esas acciones una nueva necesidad de integración y crecimiento del Estado? ¿Se puede con­testar a esas preguntas revisando los aspecto políticos w militares de su creciente despotismo?

Parece ser que la relación de algunos hechos en el interior del "grupo de poder" pueden ser reveladores de las causas de una aparente declinación de su poderío militar al exterior, de la impoten­cia del Estado central, incapaz de abarcar política y militarmente más extensión territorial, y al mismo tiempo del acrecentamiento del poder despótico. En primer lugar, con Moctezuma Xocoyotzin, el absolutismo del dominio de los mexica-colhua-tenochca a los mexica- tcpaneca-tlatelolca fue un hecho definitivo: entonces las viejas dife­rencias entre ellos fueron finiquitadas de una manera drástica; se les excluyó de la participación en la toma de decisiones y aún de la entrada en palacio. La asunción de la autoridad militar, religiosa y política en su conjunto, más o menos presente en cada uno de los miembros de su parentela que la precedieron, tomó en Moctezuma

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"el xocoyote" características absolutas. En lo tocante al mando ello se demuestra bien en su decisión de eliminar de su servicio al perso­nal que heredó y en los juicios que la acompañaron. Al anticipar al r/?7/á7?(X7/<7M? la orden de asesinar a la antigua gente de palacio la justificó en base a que

[...] muchos de ellos eran de baja suerte y hijos de hombres bajos [...] (y) porque él quería ser servido a su voluntad y gusto y entablar su república y reino a su voluntad y llevar las cosas de su gobierno por la vía que a él le diese más contento y por otra vía de lo que su antecesor lo había gobernado [...1 (Durán, 1967, II: 417).

La razón de la medida se Encaba, además, en la necesidad de apoyarse en una élite aún más exclusiva; una élite noble con volun­tad y aceptación del absolutismo. El contar con una nueva servi­dumbre incondicional significaba para el joven Moctezuma la posi­bilidad de renovar sus planes y medidas de gobierno y de expansión y el fortalecimiento de la autoridad del &7?0(7f7/, pues los viejos oñciales, "[...] ya que han servido a un gran señor y rey, como mi tío Ahuizotl, lo era, cualquiera cosa que yo quisiera innovar, orde­nar o mandar [...] les ha de parecer mal, y luego han de murmurar y retraer de ello y condenado por malo (/¿77a'.).

Con esas medidas Moctezuma lograba un mayor control sobre la propia élite, ya que dispuso paralelamente que se llevase a palacio a todos los nobles de las provincias, a los que quería...

[...] criar y enseñar a mis mañas y costumbres y conforme a mi voluntad y corazón [. . .] (no a) los ya muy hombres, sino todos mance­bos de poca edad, porque a estos se les imprime cualquier buen consejo y tienen más habilidad para hacer lo que se les encomienda y enseña [...] (iúñ?.).

La imagen consumada del déspota que Moctezuma presenta en la descripción de Durán, da igualmente la de sus conocimientos de estadista e idea de su concepto de la autoridad y del poder. Por ello mismo presenta un contraste con y4/7M7zcú/; no obstante que

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Moctezuma Xocoyotzin no dejó de enfatizar el militarismo y la violencia armada, hizo uso de ellos con un matiz y con propósitos relegados a la función política.

La figura del joven Moctezuma quien se enfrentó a los invasores europeos y presenció el comienzo del ñn de su "imperio" resulta, ñnalmente, la más acabada de los despóticos caudillos militares de la Mesoamérica íbqada por la guerra; de los que no sólo lograron someter por la violencia armada a un vasto territorio, sino que lograron construir con ella un poderoso Estado. Paradójicamente, los europeos vencedores realizarían una vieja idea anidada por todos y cada uno de los señores y caciques aborígenes: "Un poderoso Estado central mesoamericano". (Lameiras, o/?. : 65-76).

Con esta reflexión concluimos con los niveles que desde la supe­rioridad político-militar de los nahua del centro supuso el peso de una bien urdida estrategia político-militar. Esta tuvo, consecuente­mente su correspondencia entre otras etnias como la phurhépecha, mixteca, zapoteca, totonaca, huasteca, maya, otomiana y demás que entraron en juego con las potencias más beligerantes del centro de Mesoamérica. De las tierras que originaran las cabeceras de los grandes centros históricos de dominación político-religiosa y militar, tales cuales fueron sucesivamente Teotihuacán, Tula, Colhuacán, Tenayuca, Atzcapotzalco, Texcoco y, ñnalmente Tenochtitlan- Tlatelolco.

Esto obliga a reparar en niveles aparentemente no tan importan­tes, como son los de las tácticas de guerra y los que corresponden a la logística militar empleada en las contiendas armadas que en reali­dad constituyen una unidad y deben de ser acordes con la estrategia urdida previamente y a lo largo de la campaña. Con tal propósito nos ocuparemos de la constitución de los ejércitos, el número de sus componentes, las formas organizadas de guerrear y el uso diferen­ciado del armamento. Asimismo del mantenimiento en combate de los contendientes, lo que equivale al aprovisionamiento de armas, alimentos y otros tipos de asistencia.

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Conquistas de los mexicanos. Fuente: Códice AVáMc/ociMO.55

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RaC7<2 /HfefpreíO'CíÓM C077^a /OJ /?7^a770^

Los relatos sobre la resistencia indígena ante la penetración de los ejércitos españoles, junto con las descripciones del guerrear en el periodo prehispánico revelan lo que las tácticas en combate signifi­caban para derrotar al enemigo. Es en este aspecto que resulta interesante reparar cómo los militares indígenas adecuaron su modo acostumbrado de pelear y emplear su armamento al enfrentarse con el correspondiente de los españoles, las armas de fuego y la caballería.

El número de elementos armados que contenían los ejércitos indígenas y su composición era muy variable. Dependía de múltiples factores como los objetivos de la campaña: botín o saqueo, control territorial, aniquilamiento de la población enemiga, sujeción tributaria, mero ejercicio militar o exploración armada. También el número de guerreros estaba sujeto a la propia constitución del ejército, de si se incluían en exclusiva cuerpos regulares de combatientes de profe­sión, se agregaban contingentes de servidores de oficio en la guerra, toda la población masculina en edad de manejar un arma y aun del poder de convocatoria que tuviera quien llamara a la guerra.

Ya que la guerra era para muchos pueblos vital para obtener diversos recursos, sobre todo alimentos y tributos de otra índole refiere Durán:

Y no obstante se movían los mexicanos y sus amigos y parciales, pero también se les juntaban algunos soldados de los tlaxcaltecas, sus enemigos y cholultecas y huejotzincas los cuales por sólo robar y otros por ejercicio se entretegían en las compañías [...] y así jamás la historia pone el número cierto de los que iban, y así debajo de una generalidad dice que iba gente sin número, comparándolas unas veces al hormiguero y otras a la arena del mar [...] (Durán, 1967,1: 434)

De acuerdo a Friedich Katz, en el caso de Tenochtitlan los gran­des ejércitos eran conformados por guerreros que provenían cada uno de los ca/pu///.?, que contenían los cuatro grandes caw/yan en

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que se dividía la ciudad. El coTpM/// aportaba un xi^?/?//// de solda­dos (8 000 hombres), un cuerpo de mediano tamaño que en ciertas ocasiones pudieron actuar en combate como unidades básicas del ejército (Katz, 1966: 160). Esos x /^ /p ////^ de 8 000 guerreros se dividían en escuadrones -ccM&7777á?7?7M al mando de uncapitán. Los escuadrones contaban con 400 hombres; es decir, cada X7<7777)977/7 tenía veinte escuadrones.

Mas como he apuntado antes, para ciertas guerras el ejército podía crecer incorporando por obligación a todos los varones de su población o por medio de levas entre pueblos dominados. El propio Durán lo sugiere:

No tratándose ya en México de otra cosa sino de cómo se habían de haber en las guerras. También era ya engaño querer contender con ellos por tener las más principales provincias a su mandado y en su favor, pues a su voz salían de ellas diez y doce mil hombres de guerra, todos muy bien aderezados y si pedían veinte mil se los daban y si cuarenta lo mismo, conforme a lo que en sus contrarios sentían de valor y gente; y fueron tan poderosos, que cien mil hombres que quisiesen poner en campo, los ponían con mucha facilidad con sólo mandarlo (Durán, 1967 ,1: 166).

Respecto al caso de los phurhépecha, michoaque o tarascos, Ulises Beltrán hizo un cálculo que nos puede aproximar al número de efectivos que relativamente podían haber tenido los ejércitos prehispánicos, con la advertencia de que la densidad de población, la dimensión e integración política de los estados debieron haber sido importantes para diferenciar formas de integración y mando en los ejércitos mesoamericanos. Consigna este investigador que entre los pueblos de Asuchitlán, Cuitzeo y Siróndaro, en la región fronte­riza de Cutzamala, se mantenía un ejército de diez mil hombres. Los escuadrones de cuatrocientos hombres también eran acostumbrados por los tarascos y parecen haber procedido de unidades territoriales y administrativas como los c<3/p77//7 mexica. Calcula Beltrán que el ejército regular phurhépecha sumaría unos diez mil hombres, que en situaciones de emergencia aumentaría hasta incluir a un 7% de una

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población masculina capacitada para guerrear que conservadoramente sumaba trescientos cincuenta mil individuos; esto es, veinticuatro mil quinientos guerreros (Beltrán, 1982: 83). Una información de Fray Diego Durán coincide prácticamente con lo anterior; él dice, al narrar el enfrentamiento del ejército al mando de con losphurhépecha que los mexicanos sumaban veinticuatro mil hombres. Es útil reproducir el texto por la riqueza informativa de él y porque permite saber un poco más sobre la dimensión común de los ejérci­tos prehispánicos.

Asentado el real [de Axayácatl] envió sus espías para saber del ejérci­to tarasco, el cual descubrieron unas espías matlatzincas, y dando aviso de cómo estaban alojados en un llano junto aquella laguna, mandó el rey que con mucho secreto se procurase saber qué gente era la que traía y qué modo tenía y concierto en su exército, pues no savia qué orden tenía esta gente de pelear, y que mirasen que armas traya de que se deviese de hacer caso. Los exploradores fueron muy oculta­mente y llegados junto al exército hicieron una secreta cava [un socavón] que Hegava hasta las tiendas de los mechuacanos, y hacien­do una hendedura secreta y sotil ponían por allí el oydo y escuchaban todo lo que en el exército se tratava; y alcanzaron a saber cómo el tarasco traia quarenta mili hombres de guerra y que las armas en las que más estribava eran las hondas y varas tostadas arrojadizas, arcos y flechas, macanas con cuchillos de navajas, porras y otras armas ofensivas con muchas y muy galanas rodelas y devisas de oro y plumas (Durán, 1967,1: 288).

Este relato nos hace considerar que entonces al ejército propia­mente tarasco se incorporó a guerreros auxiliares que en ocasiones fueron los mismos matlatzinca, otomíes, mazahuas y chontales. Así la cifra calculada por Beltrán se ampliaría a cuarenta mil efectivos. La descripción del armamento, mayormente a base de hondas y varas tostadas arrojadizas hace pensar en la proporción que en él tendría el ejército regular, armado con arcos y flechas, macanas, porras "y otras armas ofensivas con muchas y muy galanas rodelas y devisas de oro y plumas".

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Respecto a esa campaña el mismo Duran nos hace saber de los mecanismos de integración eventual del ejército, de su aprovisio­namiento, de cierta desigualdad en la calidad del armamento indivi­dual y de la también vulnerabilidad de los mexicanos:

Aquella noche descansó lo que restava el exército, ocupándose en rehacerse de armas y cosas para su defensa: venida la mañana el señor de Matlatzinco vino ante el rey, mostrando pesar del mal suce­so del día pasado, le hizo una plática consolatoria y alcavo le ofreció mili cargas de flechas y de rodelas y espadas y hondas y otros géneros de armas que ellos usavan, ofreciéndole gente de guerra si el la uviese menester. El rey se lo agradeció y mandóle truxese algún socorro, el qual fue luego a juntar mucha gente, muy bien armada y aderezada, como gente que estava en sus términos y tierra. El rey repartió aque­llas armas por los más menesterosos, y juntamente los animó y esfor­zó para que no desconfiasen ni desmayasen por lo del día pasado, poniéndoles por delante que el señor de lo criado sabía lo que avia de ser de ellos y que confiasen en él, que el los ayudaría; y así acometie­ron a los tarascos, y fue tan sin provecho la arremetida, que como moscas, dice la historia, que caen en el agua, así cayeron todos en manos de los tarascos, y fue tanta la mortandad que en ellos hicieron; que los mexicanos tuvieron por bien de retirar la gente que quedava porque no fuese consumida y acavada (Durán, 1967, f: 290-291).

Si parecieran exagerados los relatos sobre el número de los gue­rreros que en las diversas guerras integrarían respectivamente los contingentes armados en el prehispánico, Bemal Díaz no se aparta mucho de esos montos al referir el tamaño de los conjuntos guerre­ros que en ocasiones les atacaron, trataron de obstruirles el paso o les fueron proporcionados como ayuda.

El propio Cortés da cuenta en su primera íw ú? <a(Cortés, 1960) que cuando se enfrentó su ejército en Centla contra el encabezado por el cacique Tabzcoob que los guerreros indígenas sumaban cuarenta mil. En un encuentro posterior, en el río Coatzacoalcos, veinticuatro mil guerreros combatieron a los espa­ñoles. Frente a los tlaxcaltecas mil guerreros provocaron a los espa-

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ñoles para caer en una emboscada ante un ejército de ochenta mil. Tras el duro enfrentamiento y fracaso indígena luego se presentó un contingente tlaxcalteca de ciento cincuenta mil hombres. Los tlaxcaltecas se movían por capitanías de diez mil hombres cada una (Bemal Díaz, 1960: 193). La batalla con la que los mexica expulsa­ron de Tenochtitlan a los españoles luego de la muerte de Moctezuma y la que ñnalmente libraron antes de que cayera la ciudad y fuera hecho prisionero Cuauhtemoc, pusieron en actividad a decenas de miles de guerreros a los que se sumó la población civil, de la primera comenta Bemal: "Y para quien no vio aquella noche la multitud de guerreros que sobre nosotros estaban y las canoas que de ellos andaban a rebatar nuestros soldados, es cosa de espanto" (Bemal, 1960,1: 396).

Es de tomarse en cuenta el caliñcativo que Bemal hace de aque­lla noche en cuanto a la multitud de guerreros que los acosaron, luego de las experiencias que desde la costa había tenido respecto a la magnitud de los ejércitos indígenas. De la segunda batalla obser­va, sin hacer referencia al número de los contrincantes, las condicio­nes del asedio tenochca:

Pues ya aquel desastre acaecido y se hallaron en salvo [la aprehensión de Cortés y Cristóbal de Olid a los que salvó el mayordomo de Olid], los escuadrones mexicanos no dejaban de seguirles dándoles caza y grita, y diciéndoles muchos vituperios y llamándolos de cobardes [...] Como íbamos muy victoriosos, y cuando no nos catamos, vimos venir contra nosotros tantos escuadrones mexicanos, y con grandes gritas y muy hermosas divisas y penachos, y nos hecharon delante de nosotros cinco cabezas que entonces habían cortado de los que habían tomado a Cortés [españoles], y venían corriendo sangre, y decían: "asi os mataremos como hemos muerto a Malinche [Cortés] y Sandoval y a todos los que consigo traían [...] y diciéndonos estas palabras venían a cerrar con nosotros hasta hecharnos mano, que no aprovechaban cuchilladas ni estocadas ni ballestas ni escopetas, y no hacían sino dar en nosotros como a terrero [...] Como nos íbamos retrayendo oímos tañer del CM mayor, que es donde estaban sus ídolos Vichilobos y Tezcatepuce, que señorea el altor de él a toda la gran ciudad, y

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tañían un atambor, el más triste sonido, en fin, como instrumento de demonios, y retumbaba tanto que se oyera [a] dos leguas, y juntamen­te con el muchos atabalejos y caracoles y bocinas y silbos; entonces, según después supimos, estaban ofreciendo diez corazones y mucha sangre a los ídolos que dicho tengo, de nuestros compañeros. Deje­mos el sacriñcio, volvamos a nuestro retraer y la gran guerra que nos daban así por la calzada como de las azoteas y de la laguna con las canoas. Y en aquel instante vienen contra nosotros más escuadrones que de nuevo enviaba Guatemoz, y manda tocar su corneta, que era una señal que cuando aquella tocasen habían de combatir sus capita­nías y guerreros de manera que habían de hacer presa o morir sobre ello, y retumbaba el sonido que los metían en los oídos, y desde que lo oyeron aquellos sus escuadrones y capitanías, saber ahora yo decir con qué rabia y esfuerzo se metían en nosotros a echarnos mano es cosa de espanto, porque yo no lo sé aquí escribir que ahora que me paro en pensar en ello es como si ahora lo viese y estuviese en aquella guerra y batalla [...] (Bernal Díaz, 1960,1: 34-35).

So pretexto de mostrar, en boca de un testigo español, el número de com batientes que contenían relativam ente los ejércitos prehispánicos en situaciones diversas, he abusado un tanto de la cita. Pero Bemal Díaz fue un soldado regular, por ello pudo captar varios aspectos del guerrear indígena, y gracias a sus dotes de cronista, describir los momentos intensos, peligrosos y dramáticos de los combates contra los indígenas mesoamericanos y, a la larga, el signiñcado de las estrategias, tácticas y logísticas que cada parte hubo de desarrollar de acuerdo a su experiencia, tecnología y es­tructura militar. No está de más hacer reflexionar al lector que precisamente estas angustiosas narraciones de Bemal Díaz que nos remiten a las formas de guerrear, al mantenimiento efectivo del ejército y sus cuerpos, a la ideología que coadyuva a sostener la disciplina y la fe en los objetivos bélicos convenidos desde las esfe­ras dirigentes, al mismo tiempo que el papel que jugaba la paraíemalia militar en la sensualidad de los guerreros aborígenes, nos asisten para avanzar en los motivos significativos de la derrota de los mexica por los españoles y sus aliados indígenas.

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ó b ó r e /Tzone/Y? /¿7 ¿7/ e / ¿ r c ;7 o

Una de las notabilidades de las prácticas guerreras mesoamericanas fue la combinación táctica de los diferentes armamentos en el com­bate. En esa forma se resolvía la práctica igualdad del armamento entre los contendientes utilizando las distintas armas en distintos momentos, enfatizando el predominio de unas sobre otras de acuer­do a los efectos buscados con el objeto de vencer al enemigo. Un buen número de fuentes coinciden en que el uso de armas arrojadizas a distancia se estilaba al inicio de los encuentros:

Lo primero que hacían era jugar con hondas y varas, como dardos, que sacaban con jugaderas, y las echaban muy recias, también arroja­ban piedras a mano. A éstos seguían los de espada y rodela; y con ellos iban arrodelados los de arco y ñecha y allí gastaban su almacén (Torquemada, 1969,11: 538-539).

Este tipo de ataque inicial sin duda tenía el objeto de "ablandar" o "disolver" las filas enemigas tal cual dice el padre Acosta: "Con piedras hacían gran parte de su negocio [en la guerra, y para ello usaban][...] hondas con las cuales alcanzaban muy lejos [...]" (Acosta, 1962: 314).

Esta táctica de combate debe haber tenido sus excepciones tal cual lo sugiere el relato de Bemal de un enfrentamiento tlaxcalteca a los españoles cuando marchaban hacia Tenochtitlan:

Y estando en esto [en la persecución de unos espías tlaxcaltecas] viene muy de presto y con gran furia un escuadrón de tlaxcaltecas, que estaban en celada, de más de tres mil de ellos, y comenzaron a ñechar en todos los nuestros de a caballo, que ya estábamos juntos todos, y dan una refriega de flechas y varas tostadas, y con sus montantes [ya cuerpo a cuerpo] hacían maravillas (Bemal Díaz, 1960, I: 188).

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Mas en la gran batalla contra Tlaxcala el mismo Bemal Díaz corrobora la forma generalizada de iniciar los combates:

Pues como comenzaron a romper con nosotros, ¡que granizo de pie­dra de los honderos!, pues flecheros, todo el suelo hecho parva de varas tostadas de a dos gajos, que pasan cualquier arma y las entrañas adonde no hay defensa; y los de espada y rodela y de otras mayores que espadas, como montantes y lanzas, ¡que prisa nos daban y con qué braveza se juntaban con nosotros y con qué grandísimos gritos y alaridos! (Bemal, 1960,1: 194).

Las tácticas de la emboscada, de la escaramuza y de la celada, del bloqueo de caminos y el entrampamiento eran de las más usua­les. Dice Torquemada que los indígenas mexicanos:

No tenían costumbre de romper unos por otros, más primero andaban como escaramuceando, volviendo a veces, o las más las espaldas, haciendo como que huían y luego volvían, acometiendo a los enemi­gos que los habían seguido [...] y de aquella manera andaban un rato, prendiendo e hiriendo en los postreros y después de algo trabados, y cansados (y como ellos decían, más embravecidos) salían otros escua­drones de nuevo, y de cada parte tornaban a trabarse [. . .] (Torquemada, 1969, II: 539).

Muy buena idea de la efectividad en el pelear y en la adecuación de las tácticas mexica se obtiene de la narración de Bemal Díaz al ocuparse de uno de los encuentros en Tenochtitlan:

Y digo que si teníamos hecho aquel concierto [concentrar fuerzas y lanzar un fuerte ataque contra los indígenas], que los mexicanos tenían concertado lo mismo, y peleábamos muy bien; mas ellos esta­ban tan fuertes y tenían tantos escuadrones, que se remudaban de rato en rato, que aunque estuvieran allí diez mil hectores troyanos y tantos roldanes, no les pudieran entrar; porque saberlo ahora yo aquí decir como pasó, y vimos el tesón en el pelear, digo que no lo sé escribir; porque ni aprovechaban tiros, ni escopetas, ni ballestas, ni apechugar con ellos, ni matarles treinta ni cuarenta de cada vez que arremetía-

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mos, que tan enteros y con más vigor peleaban que a! principio; y si alguna vez les Íbamos ganando alguna poca de tierra, o parte de calle, hacían que se retraían era para que les siguiésemos por apartarnos de nuestra fuerza y aposento, para dar más a su salvo en nosotros, cre­yendo que no volveríamos con las vidas a los aposentos, porque al retraer nos hacían mucho mal (Bernal Díaz, 1960,1: 386).

Abunda Bemal Díaz en detalles y comparaciones:

Y no sé para que lo escribo así tan tibiamente, porque unos tres o cuatro soldados que se habían hallado en Italia, que allí estaban con nosotros, juraron muchas veces a Dios que guerras tan bravosas ja­más habían visto en algunas que se habían hallado entre cristianos y contra la artillería del rey de Francia, ni del gran turco, ni gente como aquellos indios, con tanto animo cerrar los escuadrones vieron

y como he dicho, aunque les matábamos muchos de ellos no aprovechaban cosa para hacerles volver las espaldas, sino que si muy bravamente habían peleado los días pasados muy mas fuertes y con mayores fuerzas y escuadrones estaban este día (Bemal Díaz, 1960,1: 389).

Tras estas evidencias de la efectividad en los combates, en gene­ral, resta particularizar en dos aspectos: la intervención táctica de guerreros especializados, no sólo en las armas que manejaban, sino en la conducción misma de los combates, por un lado; y por otro, en los servicios laterales para los combatientes y las formas de reme­diar el gasto de energía y práctica exclusivamente humana en el esfuerzo por combatir. En lo que se reñere a lo segundo bastan algunos ejemplos: por lo general la planeación de la estrategia im­plicaba la del mantenimiento alimenticio, médico y, desde luego, armamental del cuerpo o los cuerpos del ejército. Tales cuestiones variaron de acuerdo a los tipos de campaña militar, la trayectoria del grupo armado, las distancias, la posibilidad de allegarse recur­sos de diverso tipo y, por supuesto, de los antecedentes temporales.

Durán nos informa que los ejércitos recibían alimentos previa­mente al inicio de sus campañas en las forma de bizcocho, maíz

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y Et. ACERO

tostado, harina de maíz para elaborar tamales (puchas), frijol moli­do, sal, chile, pepitas de calabaza, ollas, platos, metates, petates y materiales para construir "el real" del ejército (Duran, 1967, I: 157). Los pueblos dominados eran obligados a proveer alimentos y armas al paso y durante la estancia de los guerreros en misión de guerra. Es muy clara la logística prehispánica en las siguientes citas:

Y viendo nuestro capitán que no bastaba nuestro buen pelear, y que nos cercaban tantos escuadrones, y que venían más de refresco del pueblo y les traían de comer y beber y mucha flecha, y nosotros todos heridos [...] y viendo que no teníamos fuerzas para sustentar­nos ni pelear contra ellos, acordamos [...] romper por medio sus batallones y acogernos a los bateles que teníamos en la costa (Bernal Díaz, 1960,1: 51).

La cooperación, la disciplina de las formaciones guerreras, la estructuración de las unidades tácticas y el uso combinado de las diversas partes de la fuerza militar tuvo que ver con el éxito o el fracaso de las campañas. En buena medida ello dependió de los servicios no directamente implicados en el combate. La parte del éxito de las campañas que residió en los no combatientes pudo haber sido de importancia: implicó la transportación de alimentos de carga ligera, construcción de campamentos para el ejército, Durán lo dice claramente:

Una jornada antes que llegasen mandaban adelante sus aposentadores al lugar donde iban a asentar el real y armaban sus tiendas y ordena­ban las chozas y cuarteles de todos los señores de las provincias, para que luego, en llegando, no hubiese más que hacer de ir de cada uno a su lugar que sus aposentadores y mayordomos les tenían aderezados y lo mismo era cuando iban caminando, donde hubiesen de hacer noche [...] (Durán, 1967,1: 183).

La propia amenaza de la violencia guerrera en el caso de no cumplir los compromisos de aprovisionamiento hacía asegurarlos tal cual nos dice Durán:

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Para el camino los pueblos y ciudades proveían de todo lo necesario so pena de ser destruidos, y así enviaban delante sus mensajeros

los señores a decir cómo iban, que les aparejasen posadas, y que se aparejasen los que de aquella ciudad habían de ir a la guerra, porque se habían de partir con ellos (Duran, 1967,1: 183).

El ejército era dotado de í/oxco/ iotopoc/?/// (tortilla de maíz tostada), pinole, chile molido, frijol y otros alimentos. Llevaba tam­bién mantas, esteras, vasos, jicaras, tecomates, metates y tiendas para los principales llam adas <2 ox(?(r<?///. Una gran tienda

se levantaba en el campamento con el objeto de almacenar en ella los bastimentos y las armas (Orellana, 1959, II: 860).

Todo lo que podía lograrse táctica y logísticamente también de­pendía de ciertos cuerpos del ejército que participaban diferencial y especializadamente en el ataque. Luego nos ocuparemos de la for­mación de cuadros militares, pero por lo pronto hay que decir que desde los servicios de espionaje, observadores y conocedores del terreno en el que se habrían de realizar los combates hasta la parti­cipación de curanderos, para atender a los heridos, tenían un papel importante para el logro de la victoria.

En cuanto a lo primero el ejército trialiado comandado por cuando se enfrentó a los al frente de él

fueron los "mozos de campo" o capitanes,

que ellos llaman que quiere decir águilas viejas yexperimentadas, componiendo la gente [...] y todos aquellos que ellos llaman que era una orden [...]que no había de volverpié atrás o morir, [un grupo de guerreros rudos y valientes hasta la temeridad, que] [. ..] a todos desbarata y en todos hacen risa, por lo cual ponen grande ánimo y osadía y confianza a los suyos, hiriendo, matando y cautivando a los enemigos sin perdonar a nadie (Sahagún, 1956, Cap. VI: 112).

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

Estos czzrzc/zzc, junto con los nominados como otow/Y/, conforma­ban contingentes cuya posición frecuente era la vanguardia y ahí se ocupaban de iniciar el ataque, cuya efectividad residía, en parte, en las cualidades de estos guerreros quienes fungían también como "exploradores" y "escaramuceadores", y encabezaban pequeños cuerpos, desde cuatro a veinte hombres y aun subdivisiones mayo­res de acuerdo a la orden de sus superiores (Bandelier, 1877: 118). Por lo que dice Sahagún, su efectividad -que no su origen- consti­tuía la distinción de esos guerreros, ya que: "Nunca a ninguno fue dado algún cargo notable de la república que fuese atrevido, o disoluto en el hablar, o en burlar, estos tales se llaman zzzz zzzzc/zz'zY? que es nombre de hombres alocados" (Sahagún, 1956, Lib. XX: 140; Lameiras, 1985: 125).

A propósito de las características de esos czzz?c/zzc, de su forma de actuar en combate, hay que mencionar que los gritos, silbidos, la pintura facial y en general los movimientos corporales eran usados tácticamente para amedrentar, distraer, ahuyentar y buscar la derro­ta del enemigo.

En cuanto al empleo táctico de armas los czzzzc/zzc y cYowzY/ utilizarían armas arrojadizas (hondas, varas tostadas, atlatl y lan­zas) cuando encabezaban el ejército e iniciaban el ataque y armas de choque al ser utilizados en celadas y emboscadas.

Concluyendo la descripción de las formas de actuación en com­bate de los diversos cuerpos de ejército, en el caso de los ejércitos del centro mexicano la conducción de la batalla era el papel de las distintas capitanías, como nos hace ver Æ7 Coz? zzz\ytrzzYor ylnónz/Mo: "Guardan cierto orden en sus guerras, pues tienen sus capitanes generales, y demás tienen otros capitanes particulares de cuatrocien­tos y de doscientos hombres" (Æ7 Cozz zzzY'/zzJorylzzózzzwo, 1941: 22).

Este narrador, como otros testigos europeos presenciales de la movilización guerrera mesoamericana, no pudo dejar de manifestar un deleite estético ante las formaciones militares, al apreciar que "Es una de las cosas más bellas del mundo verlos en la guerra con sus escuadrones porque van con maravilloso orden y muy galanes, y parecen tan bien, que no hay más que ver" (z¿?z<7.: 24).

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L O S [NSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDtMtENTOS DE GUERRA

Mas la viabilidad de la conducción militar en campaña suponía, entre otras cosas, la distinción visual de los diversos cuerpos de combatientes, debido a ello, "Cada compañía tiene su alférez, quien lleva la bandera en su asta, de tal manera atada en la espalda que no le molesta para pelear [...]" (ibid.: 22).

Además se pedía a los soldados que en las escaramuzas procura­ran mantenerse juntos apelando a la comunicación:

[...] Si estando revueltos con nuestros enemigos, alguno en el tino de su escuadrón, para esto manda Tlacalel que se lleve una bandera de cada barrio alta, con las armas del mismo barrio, y que tengan todos cuenta de acudir allí tras aquella bandera y señal y vayan apellidando el barrio de donde es para ser conocidos (Durán, 1967,1: 169).

La emisión de sonidos diversos, hecha por los propios conten­dientes a viva voz o por medio de tambores, caracoles marinos y otros instrumentos, permitía el dirigir las maniobras de avance o de repliegue y cumplía el papel de animar a los guerreros y provocar miedo en el adversario:

Mientras pelean, cantan y bailan, y a vueltas dan los mas horribles alaridos y silbos del mundo, especialmente si notan que van alcan­zando ventaja; y es cierto que a quien ño los ha visto pelear otras veces ponen gran temor con sus gritos y valentías (Torquemada, 1969, II: 538).

Las fogatas y las señales de humo, como observó Cortés, eran otros mensajes sensibles de guerra para prevenir la oportuna ayuda y el socorro de vasallos y guerreros (Cortés, 1960: Tercera c/óf?). Pero en muchas ocasiones la victoria y los efectos sobre la moral del enemigo dependían de otras actividades como las de ser capaz de imaginar y realizar celadas, ardides, trampas, emboscadas u otras maniobras de esa naturaleza: desde el fingir una retirada para conducir al enemigo persecutor a un contraataque sorpresivo, hasta la utilización de guerreros enanos agazapados, el camou-

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

flage", ios ataques nocturnos y otras diversas acciones que podían decidir la suerte del encuentro.

La observancia de una estricta disciplina, que deberían acatar con toda probabilidad los diversos cuerpos de los guerreros partici­pantes en la guerra, desde el ejército profesional, los asistentes de oficio y los agregados populares, aseguraba de manera importante el éxito de la conducción de la contienda, pues

era ley que degollasen a los que en la guerra hacían algún daño a los enemigos, sin licencia del capitán, o si acometían antes de tiem­po, o si se apartaban de la bandera, o compañía, o si quebrantaban algún bando echado por el capitán (Torquemada, 1969, II: 384).

Las penalidades extremas se aplicaban igualmente a los que hur­taban prisioneros de guerra, hacían uso indebido de insignias o de divisas militares, revelaban secretos de guerra o desprestigiaban de alguna manera con su conducta al ejército (/¿ú<7.).

Lo que sucedía después de la guerra muestra otros aspectos de su compleja organización: al ganar una batalla se enviaba a un cuerpo especial de embajadores -entre espías, vigilantes e informan­tes- a avisar al señor de la victoria; luego "[...] era contar los cautivos que habían cautivado [...] los de Tenochtitlan [...] Los de Tlatelolco y así las demás capitanías" (Sahagún, 1956, Lib. 8, Cap. XX: 328-329).

Se informaba igualmente al jerarca de los del común que habían muerto y de los caídos, "[...] que eran personas de calidad [...] (también) de los que habían hecho alguna cosa notable para que fuesen remunerados con honra y dones, en especial si eran de noble linaje" Libro 8, XVII: 316).

Respecto a los muertos en combate se observaban prácticas dis­tintas; a unos, los que por su condición social eran dejados a la zopilotcra, se les quitaba la quijada "[...] y limpiada la carne, poníansela en el brazo [...] (y) hacían grandes ofrendas de los des­pojos [...]" (León Portilla, 1956: 43).

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Los cuerpos de otros soldados eran recogidos por sus padres para llevarlos a sus casas y luego, según distinción, a quemar al patio sagrado del o al Las cenizas deambos eran guardadas después o sepultadas (/ó/J.; Sahagún, 1956, Lib. 12, XXVII: 56).

Ya hemos hablado de los pertrechos de armas y alimentos, co­rresponde ahora hacer una breve mención de la asistencia a los heridos. Bemal Díaz, ese agudo observador de los guerreros indíge­nas, tratando de calcular el número de víctimas que los españoles causaron en un encuentro contra los tlaxcaltecas refiere que "una cosa tenían los tlaxcaltecas en esta batalla y en todas las demás: que en hiriéndoles cualquier indio luego los llevaban y no podíamos ver los muertos" (Bemal Díaz, 1 960 ,1: 192).

Bemal habla de heridos, no de muertos, de tal modo que proba­blemente no da información sobre ese importante servicio en la guerra que significa la asistencia médica. Esto lo corrobora el hecho de que especialistas "médicos" o "enfermeros" acudían junto al ejército trasladado al campo de batalla para lo cual

tenían gente suelta para tomar luego los heridos y llevarlos a cuestas, y estaban aparejados los cirujanos con sus medicinas para curarlos a los cuales sanaban con más brevedad a los necesitados que nuestros médicos y cirujanos porque no sabían alargar la cura por más ni menos paga [...] (Torquemada, 1969, II: 539).

Adolfo Bandelier, atento a este tipo de servicios en la guerra prehispánica, hace notar que:

El nombre mexicano de cirujano de guerra [surgeon] es fexoxot/a hc/r/, que deriva de / xaxíyM/, que signiñea brujo y he/?/, un médico o adivino. Por otro lado, una clase de sacerdotes llamados correspondían en su nombre a la raíz //aw# que equivale a "médico" o "doctor" (Bandelier, 1877: 138;Lameiras, 1985: 109-110).

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E L ENCUENTRO DE LA PtEDRA Y EL ACERO

Militares regulares y objetivos de guerra. Fuente: Có^/ceA/en^oc/no.

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Los [NSTRUMENTOS BÉHCOS Y LOS PROCEDtMtENTOS DE GUERRA

Hemos empleado muchas páginas describiendo los aspectos tec­nológicos, materiales y organizativos de las guerras prehispánicas en Mesoamérica y tiempo es para hablar de

O r g # M Z Z í 7 C Z Ó H W Z/zYrZZ*, J e úr/zYzzzz<rz^,zzz¿zy re/ czozze Je zzzz7zYaz*e coz? o?ro.y e Yr¿zZo oezJ/e.y

Que nos dicen mucho del sentido del militarismo que en las socieda­des mesoamericanas indica un nivel de politización y de integración del Estado. Para comenzar, tenemos que suscribir con otros investi­gadores de la guerra que, independientemente de que tal acción social pueda estar sujeta a censura de tipo moral o ético, lo es también su sometimiento al análisis histórico, antropológico, socio­lógico, psicológico y demás.

La organización militar en Mesoamérica, de la que mejor dan cuenta las fuentes historiográíicas que se ocupan de los nahuas del Altiplano Central, los mayas y los phurhépecha por haber sido los pueblos más distinguidos en sus expansiones territoriales y consoli­dación política a base de la guerra, presenta múltiples aspectos.

En primer lugar se ha de decir que lo descrito sobre la estrategia, la táctica, la elaboración y el uso de las armas, los servicios auxilia­res en la guerra y demás, ya implican aspectos de la organización militar. Mas los aspectos capitulares de ésta están más ligados y son más notables cuando se les considera como actividad político-admi­nistrativa en manos del Estado, independientemente de los antece­dentes históricos que en Mesoamérica indican que la guerra fue una expresión política de un nacionalismo original; fenómeno que en las dos primeras décadas del siglo XVI puede considerarse presente entre los mixtéeos, mayas, huastecos, tlaxcaltecas, huejotzincas y otras tribus-nación mesoamericanas. Los colhua-mexica, acolhua y los phurhépecha que los españoles conquistaron se integraban mili­tarmente en relación a una política nacional con finalidades de con­quista, para lo cual hubieron de organizarse administrativamente en forma paralela (Malinowski, 1941: 521-550). Es evidente que tras el fortalecimiento de la autoridad política de los nahua del Altiplano

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ILL ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

Centrai, ios propósitos guerreros y ios objetivos de ias guerras pu­dieron reaiizarse ai iograrse una cooperación, unión, integración del trabajo en equipo y disciplina.

El establecimiento de una autoridad militar formal, tanto a nivel de Estado -e l caso del 71<3c/z(X7M/2 y otras dignidades ypuestos militares a partir del Azcóaf/, el cuarto m exica-como en las diversas divisiones del ejército, fue una primera condi­ción de una organización militar, luego de la demostración social de la efectividad de los militares para satisfacer necesidades económi­cas, políticas, sociales, religiosas e ideológicas, entre otras.

El control militar y político que los trialiados nahua-tepaneca- chichimeca del Altiplano Central lograron de diversos territorios durante casi un siglo hace patente que la organización de los estados que constituyeron tal alianza fue de nivel superior. Tal grado de superioridad lo revelan toda una serie de instituciones sociales estructuradas, funcionales y dinám icas creadas, directa o tangencialmente, al servicio del estado militarista. No es fácil conce­bir cuáles fueron las básicas y cuáles les sucedieron evolutivamente en el proceso de desarrollo político-militar mesoamericano: prácti­camente mil años de experiencia cultural y social les precedieron.

Es posible que los orígenes del control armado -n o necesaria­mente político ni militar- de un territorio pueden situarse en rela­ción a la disposición de recursos naturales. Mas la sedentarización, que equivale a un conocimiento mayor de las posibilidades del me­dio, de la tecnología aplicable a él, del consecuente crecimiento poblacional, de la presión social que se ejerce, del poderío político que todo ello puede generar en términos del desplazamiento de los débiles por los poderosos y de la capacidad política que los conten­dientes tengan frente al conflicto, parecen ser más efectivos respecto al que la guerra, como actividad política, llegue a ser más efectiva, sobre todo cuando los problemas políticos son los primordiales.

Las principales organizaciones militares en Mesoamérica, prácti­camente desde el siglo V de nuestra era, y sobresalientemente a partir de los tolteca hubieron de diseñar y desarrollar tácticas según los principios que señala Tumey-High como indispensables para

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L O S [NSTRUMENTOS BÉHCOS Y LOS PROCEDtMtENTOS OE GUERRA

una guerra efectiva (Tumey-High, 1971: 25-26). Taies principios son: el de la ofensiva, el del esfuerzo concentrado, el del empleo combinado de todas las fuerzas, el de la concentración de fuerzas en el punto crítico, el de integridad de unidades tácticas, el de disparo y movimiento, el de simplicidad de plan, el de sorpresa, el de seguri­dad, el de utilización del terreno, el de las formaciones concretas, el de inteligencia, el de movilidad y el de explotación de las victorias.

Las mismas organizaciones militares concebían una autoridad militar en control y comando durante el encuentro; destreza y com­petencia para conducir una campaña procurando reducir la resisten­cia del enemigo si la primera batalla fracasaba. Un aspecto de suma importancia que revelan las campañas de guerra emprendidas por la triple alianza, al igual que las correspondientes de los phurhépecha, mixtéeos, mayas del nuevo imperio y otros, se refiere a la claridad de los motivos para acudir a la guerra y su empleo como recurso político. Ya hemos descrito la logística, este aspecto es también fundamental en la organización militar: sin un abasto adecuado pue­den fracasar las otras partes de la organización; por ello mismo es importante la obtención de excedentes alimenticios y materias pri­mas básicas para la elaboración de todo tipo de armas.

Otro aspecto de gran importancia en una sociedad militarista es el asegurar la preparación de soldados profesionales, disciplinados, diestros en el manejo de armas, con una ideología, seguridad y valentía. Como se sabe, la formación de cuadros militares en el caso de los mexica y sin duda en muchos otros residía en verdaderas escuelas militares. La institución del Te/pocAc#//? y la del Gy/wccac servían para esos propósitos incluyendo por un lado a la gente del común y por otro a los miembros de la aristocracia.

El primer Moctezuma, el "viejo", el ///?M?C(yf7?í;i<y, parece haber urdido y decidido

que hubiese en todos los barrios escuelas y recogimientos de mance­bos donde se ejercitacen en religión y buena crianza, en penitencia y aspereza, y en buenas costumbres y en ejercicios de guerra y en

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

trabajos corporales [...] que hubiese maestros hombres, ancianos que los reprendiesen y corrigiesen y mandasen y ocupasen en cosas de ordinarios ejercidos [...] (Durán, 1967,1: 217).

Por lo que respecta al 7e/poc/z(X7//z, los jóvenes que eran elegidos para acudir a la enseñanza de la milicia, la producción y la religión cuando tenían una edad de entre doce y quince años y morar "en aquella casa donde se crían y salen hombres valientes" (Sahagún, 1956, Lib. 30, Cap. IV: 289-300).

A los diez y seis años los alumnos del Tc/poc/zc#/// realizaban prácticas militares en el frente, bien acudiendo como rodeleros de un

bien por selección ya que

al que veían inclinado a la guerra en teniendo edad le procuraban ocasión en que proballe: a los tales, so color que llevasen comida y bastimente a los soldados, los enviaban a la guerra, para que allá viesen lo que pasaba y el trabajo que se padecía, y para que así perdiesen el miedo; muchas veces les echaban unas cargas muy pesa­das, para que mostrando ánimo en aquello, con más facilidad fuesen admitidos en la compañía de los soldados (Acosta, 1962: 316).

Los méritos que aquellos "guerreros bisoños" hicieran en el frente les podía suponer la obtención de distinciones como las de Tb^oc/zf/z y#o<yMZ f/a/Tzanz, TYac/zíxzzJz, 7e/poc/zz7¿yfo, 77acoc/zfeczJzf/z, <2M<2M/z7/afo, v4c7z(X7M/z;/z y otros más, ya que en cada guerra y por méritos acumulativos "iban subiendo de grado [...] y eran muchos los que se criaban en las casas del Te/poc/zc#/// porque cada parro­quia [parcialidad o barrio] tenia quince o diez casas de 7e/poc/z<x?//z" (Sahagún, 19, Lib. 30, Apéndice: 303).

Cada C#/pM/// poseía un 7c/poc/z(x?//z y, al parecer, existían en Tenochtitlan al menos seis Gy/nzecoc. La educación era universal y obligatoria, todos los jóvenes debían acudir a uno u otro estableci­miento (León Portilla, 1961, citado por Canseco, 1966: 71). Al 7c/poc/z(X7//z no sólo acudían los hijos de la gente del común, sino algún tipo de miembros de linajes distinguidos hasta cierto grado, mas

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L O S INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

de estos mancebos no se elegían los senadores que recibían los pue­blos, sino otros oñciales más bajos de la república que se llaman Tlacateca y Tlacochcalca y Achcautin, porque no tenían buena vida, por ser amancebados y osaban decir palabras livianas y cosas de burla y hablaban con soberbia y osadamente (Sahagún, 1956, 19, Lib. 30, Apéndice: 303).

Los alumnos del 7b/poc/?c<a7/; tenían en tiempos de ocio militar, otras obligaciones. Desde el CM/caca//?, en el recibíanórdenes para acudir a las obras públicas. La disciplina imperante en el Te/pocAca//; impulsaba a los jóvenes a ocupar todo su tiempo, a expulsar de esa institución a los que decidían llevar una "vida de amancebamiento" y apremiar a los que optaran por vivir bajo el rigor establecido (Lameiras, 1985: 100). Ir a leñar y velar y cantar en las horas de sueño ayudaría a establecer la disciplina requerida en el ejército, tal virtud les llevaría a un comportamiento adecuado en la guerra y procurar cohesión, protección mutua, orden y organi­zación táctica. "Velaban también los mancebos que se criaban en el 7e/poc/2(Y7//?' y cantaban [...] gran parte de la noche, por si algunos de los enemigos venían de noche [que] oyeran de lejos que velaban y no dormían" (Sahagún, 1956, Lib. 8: 319-320).

Teniendo formas casi iguales para la educación militar de sus educandos, en el se insistía en otras maneras de pensar yactuar. Los nobles destinados al Ca/weixyc anticipaban en edad su ingreso respecto a los plebeyos o aristócratas "de segunda" del 7e/poc/KX7//j. Los alumnos de esta institución educativa ingresaban a ella a los diez años para someterse a ejercicios corporales y cinco años después aprender las materias militares, religiosas, astrológi­cas, astronómicas y otras.

Los jóvenes del también tenían obligaciones en traba­jos serviles, pues

los ya grandecillos iban a traer a cuestas leña del monte [. . .] y cuando hacían alguna obra de barro o paredes, o un maizal, o zanjas o acequias, ibanse todos juntos a trabajar [...] y ninguno de ellos falta­ba, con mucho orden y concierto trabajaban (Sahagún, 1956, Lib. 30, Apéndice: 305-306).

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

Los estudiantes y practicantes de ios estudios militares en ambas instituciones educativas distinguidas en términos sociales eran entre­nados en el uso de armas diversas (Lameiras, 1985: 100). Mas Duran reñere, en buena medida, la distinción de clase, refiriéndose a la instrucción en las armas a los de linajes altos

haciendo algunas pruebas que a semejante ejercicio conviene, y la primera es que se haga una estatua de piedra y que en ella os enseñeis a tirar la honda [y] [...] una estatua de palo [para] [...] la prueba [...] con ñsgas y Hechas [...]; al mismo tiempo, "para que fuesen agrada­bles a los señores, enseñábanseles a cantar y danzar, industriábanlos en ejercicios de guerra, como tirar una flecha, ñsga o vara tostada, a puntería, a mandar bien una rodela y jugar la espada. Haciéndoles dormir mal y comer peor, porque desde niños se hiciesen al trabajo y no fuese gente regalada" (Duran, 1967,1: 259-260; Acosta: 315).

Cuando la preparación sacerdotal no los absorbía, los estudian­tes del C(7/777eíX7c efectuaban sus primeras pruebas guerreras a los veinte años, ya doctos en el uso de las armas cuerpo a cuerpo y con mayores condiciones para ameritar en el combate. Más perfecciona­do y complejo, el arte de la guerra enseñado en el Ca/wecwc estaba planeado para integrar las prácticas religiosas y políticas con el conocimiento del conñicto armado, la conducción práctica de la contienda militar y la dirección política de ambos. La razón primor­dial para la inclusión en el residía en el predestinamientode los jóvenes nobles para señorear, participar en el senado y el sacerdocio; lo que los del no podían hacer pues delGy/wccac salían los "Que pone y ordena nuestro Señor" (Sahagún, 19, Lib. 60, Cap. XI: 213-214).

Por otro lado, como en el Zc/poc/ic#/// en el habíaotras distinciones sociales basadas en la riqueza del sector superior de la nobleza; si el aspirante [...] "[...] era hijo de pobres le ponían hilo de algodón flojo y le cortaban las orejas [...] y si el muchacho era hijo de y7<3cop<37// [...] para ponerlo en igualdad de condiciones en la penitencia" (Sahagún, 1956, Lib. 30: 304-305).

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Los INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

De los del Ca/wecac se entendía "[...] que están en los oñcios militares, (y) que tienen poder para matar y derramar sangre [...]"; (iú/J.).

No obstante, la guerra o la milicia en sí mismas no constituían el fin último de la preparación de los en él instruidos, el adiestramiento en las artes bélicas sólo formaba parte de una enseñanza que incluía la religión, la astrología, las interpretaciones de los sueños y la cuenta de los años (Sahagún, 1956, Lib. 30: 306-307).

Mas de la experiencia y la capacidad en el ejercicio de las armas derivaba, tarde o temprano, la posibilidad de ser electo como Señor Supremo; por ello la enseñanza militar en el Cú7/77e<x7c se diferen­ciaba en contenido y práctica respecto al 7e/poc/7(X7//7. En éste, los capitanes y soldados viejos instruían al recluta y le daban oportuni­dades de demostrar su habilidad individual en el combate; en tanto el del asistía a las acciones militares acompañado por susmismos instructores quienes le amparaban y:

Tenían mucho cuidado de él, enseñándoles todas las cosas necesarias, así para su defensión como para ofensión de los enemigos, y trabán­dose la batalla, no le perdían de vista y enseñábanle, mostrándole a los que cautivaban a los enemigos, para que así lo hiciese él [...] (Sahagún, 1956, Lib. 8: 328).

Así en términos de inversión social, es evidente que a los alum­nos del C<2/77?ec#c se les distinguía no sólo en la instrucción y educa­ción, sino en las oportunidades que a futuros tenían de ocupar altos puestos en el palacio o en el templo en tanto demostraran sus aptitu­des para ello, pues "[...] En aquel lugar se crian los que rigen señores y senadores y gente noble, que tienen cargo de los pueblos [...] los que poseen ahora los estrados y sillas de la república [...]" (Sahagún, 1956, Lib. 6: 213-214).

En tanto los reclutas instruidos en el conocían elarte de la guerra con especial énfasis técnico, a los del seles inculcaría, además, su espíritu, su trascendencia política, ideoló­gica y religiosa.

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

La descripción de Sahagún ilustra la escolaridad que gradual­mente llevaría a un aspirante a subir hasta el puesto de 71e<yM?7/a;'0(yMe por preparación y méritos de guerra. Confirma al mismo tiempo, las diferencias sociales de los pretendientes al reconocimiento:

1. los grados y trámites por donde subían los que habían de llegar a las mayores dignidades eran estos que se siguen: cuando eran pequeñuelos andaban mutilados o rasurada la cabeza.

2. y llegando a los diez años dejábanle crecer una vedija de cabellos en el cogote, a los cual ellos llamaban /MOCMexyw/f?#;

3. a los quince años tenía ya aquella vedija larga, y llamábanlosporque aún ninguna cosa notable había he­

cho en la guerra; y si en la guerra acontecía que el otro, o él y otros dos o tres, o más, cautivaban a alguno de los enemigos, quitábanle la vedija de los cabellos, y aquello era señal de honra (Sahagún, 1956, Libro VIII, Cap. XXI).

Continúa refiriendo Sahagún que esa señal corporal en los esforzados en la batalla era reconocida con reverencia por la gente, mientras la ausencia de cautivos de guerra en la vida de un hombre provocaba desprecio y afrenta para él. Luego de los guerreros cap­turados de enemigos:

11. El mancebo que la primera vez que entraba en la guerra por sí solo cautivaba a alguno de los enem igos, llam ábanle

77<2w¿w/, que quiere decir mancebo guerrero y cautivador, y llevábanle adelante del señor, a palacio, para que fuese conocido por fuerte.

14. Al que por sí cautivaba dos, también le llevaban delante del Señor a la casa real, y dábanle dones [. . .] y al que prendía por sí tres, dábanle dones [...] y dábanle también autoridad para tener cargo en la guerra de otros, y para criar los mancebos en el

15. Y a los que por sí prendían cuatro cautivos, mandaba el señor que les cortasen los cabellos, como a capitán; llamábanle ca-

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Los [NSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDtMtENTOS DE GUERRA

pitán diciendo, el capitán 77iex?coY/, o el capitán u otros nombres que cuadraban a los capitanes. De allí ade­lante se podían sentar en los estrados [.. .] en la sala donde se sentaban los otros capitanes y otros valientes hombres [...].

16. Y aquellos que cautivaban por sí seis o siete o diez enemigos, si estos cautivos eran CMCxfcc#, o few/Me, no por eso los po­nían con los más principales arriba dichos; solamente los lla­mados capitanes.

17. Y para subir a la honra de los arriba dichos, era menester que cautivasen de Atlixco, o de Huejotzingo, o de Tliliunquitepec.

18. Cualquiera que de estos dichos cautivaban hasta cinco, poníanles entre los mayores y más honrados capitanes por valientes y esforzados, capitanes que se llamabanque quiere decir águila que guía [...] y si cautivaba dos de Atlixco, o de Huexotzinco, era este tal tenido por terrible y valentísimo [...] (?¿u<7.).

Convenida la diferenciación social del ejército profesional mexica a partir de la enseñanza formal de la guerra entre nobles y gente común, habrá que ocuparse de las diferencias que la propia acción bélica suscitaba entre los miembros del ejército. En el ejercicio de las armas tenían que ver, además de las diferencias sociales las de origen étnico: por más que los méritos en combate permitieran a un individuo del común o a un oto/wY/ escalar jerarquías con cierta rapidez, siempre existía una posición que les estaría vedada por ser exclusiva de los nobles ameritados o de los miembros del grupo nahua dominante. Las posiciones en el combate, el uso de armamen­to, las insignias militares y la conducta previa y posterior a la guerra exhibían físicamente la procedencia social de los combatien­tes.

La jefatura militar más alta del ejército regular mexica estaba en manos del señor principal, del como pero elejercicio real de este puesto en las campañas parece, sin embargo, haber estado en relación con la importancia de la guerra misma. Las campañas inaugurales de la toma del poder por un nuevo señor o

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

aquellas planeadas por la inteligencia militar para la sujeción políti­ca o tributaria de territorios serían, con algunas otras, las que de­mandarían la presencia personal del En otros casos,el C;7m<2co<?;7 o alguno de los miembros del consejo del señor po­dían ocuparse del mando; este consejo lo formaban dos cria­dos en la guerra, el propio y el 77<2 (Y7;ec¿7¿7 , y otrosdos mandones extraídos del común, también formados militarmente, el y el 7Y<ycoc/?cá7cá7/. Ninguno de estos puestoseran heredados, pues sus poseedores eran electos por la inspi­ración de Nuestro Señor Dios, porque eran más hábiles para ello" (Sahagún, 1956, Lib. 6: 140).

Diversas capitanías, diferenciadas tanto por el número de guerre­ros que incluían, por las acciones concretas que debían de efectuar, por el armamento del que hacían uso sus miembros, como por la precedencia o distinción de sus componentes, se colocaban directa­mente bajo quien ejerciera el mando superior de la contienda arma­da. La destreza, la experiencia en la guerra y la capacidad para la realización de tácticas militares, eran las condiciones básicas para la designación de capitanes de la guerra. Las capitanías estaban por ello jerarquizadas, desde las denominadas como "maestre de cam­po" hasta las de "capitán general".

Todos estos aspectos primigenios del guerrear, de una praxis militarista acostumbrada —plenamente cultural y experimentada so­cialmente como funcional— condujo a una jerarquización y relacio­nes con diversos estratos sociales, a establecer incentivos para ani­mar a la sociedad a sacrificarse en la guerra, a urdir incentivos bélicos para lograr mover y promover a la gente en favor, o en contra de las campañas militares, para convenir en las alianzas y los límites de las empresas militares, puesto que no todo era posible en unas sociedades limitadas por su práctica igualdad que era el milita­rismo. Tal condición llevaba a que la guerra signiñeara diversos incentivos para escalar socialmcnte y provocara desigualdades so­ciales. Comenzaremos a revisar cuestiones describiendo lo que se refiere a las alianzas matrimoniales y políticas, el parentesco y la tradición militarista bajo el título de

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L O S [NSTRUMENTOS BÉUCOS Y LOS PROCEDtMtENTOS DE GUERRA

D / n g c ^ / c y , é //7cy y yocz<7/

La formación de las sociedades militaristas en Mesoamérica, como las que han ocurrido históricamente en otras latitudes tras o a la par de procesos de cambio demográfico, económico, social, político y cultura!, ha llamado poderosamente la atención de los investigado­res interesados y dedicados a abordar tales fenómenos. En el caso mesoamericano parece prevalecer, en cuanto a la aparición del mili­tarismo, la naturaleza parental, religiosa e intelectual de las formas en que se había de conducir al pueblo de acuerdo a metas especiadas por el propio pueblo o a ñnalidades urdidas desde la cúspide del Estado.

La intelectualidad, las inteligencias, aquellos grupos de indivi­duos que con sus conocimientos lograron interpretar o reinterpretar el medio ambiente natural y social en sus diversos aspectos consti­tuían la élite. Esta, igualmente desde un alto nivel, aunque sin tener necesariamente el control del poder que los dirigentes político-mili­tares tienen en sus manos, tenían con frecuencia planes de naturale­za distinta para la satisfacción de las necesidades deseadas y conve­nidas por el pueblo que pueden ser contradictorios tanto para la masa social como para los grupos dirigentes.

El caso de los planeadores de las obras hidráulicas, el de los transmisores y consignadores de la historia - la itoloca- y probable­mente algunos sacerdotes frente a los funcionarios del gobierno y de la guerra se refiere al surgimiento de esos conflictos entre la élite y la masa con sus dirigentes, como el que se suscitó entre Ahuizotl y los expertos del agua cuando se planeó y llevó el agua del Acuccuexco desde Coyoacán-Huitzilopocho a Tenochtitlan (Lameiras, 1985: 63- 64). O antes, cuando tras la victoria en la guerra contra Atzcapotzalco los militares se impusieron a la masa y lograron el control de las élites planificadoras del manejo del agua y la construcción de obras públicas.

En el supuesto de que los dirigentes, en general "Siguen la mentalidad ambiental, mas que la preceden o modifican. Puede ad­mitirse también que los dirigentes no son nunca la causa absoluta

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E L ENCUENTRO DE LA PÍEDRA Y EL ACERO

del conflicto, pero que, siempre, no hacen mas que responder al deseo secreto del pueblo" (Bouthoul, 1971: 83).

Otra cuestión de importancia es saber si los dirigentes de los estados militaristas mesoamericanos no hicieron, a partir de ciertos momentos históricos y situaciones ideológico-sociales, "Mas que seguir los impulsos y los deseos difusos de las masas, o si, por el contrario [como clase dirigente impusieron] efectivamente a estas unos puntos originales de vista"

De cualquier forma, parece haber sido que para los dirigentes de Estado ya desde finales de la época teotihuacana la guerra era "La solución de facilidad. Cuando la situación interior se embrolla y se envenena, no hay nada tan eficaz para esclarecerla como declarar una guerra" 89).

El armamento mismo, tanto ofensivo como defensivo, indica di­ferencias sociales entre los guerreros, las insignias lo acusan igual­mente. Los resultados del encuentro, la exhibición individual de valor y efectividad cambiaría o acentuaría desigualdades previas. Mas aún, siendo un muy esforzado guerrero no se llegará a la cúspide de la dirigencia y tener los roles de sacerdotesupremo y capitán mayor del ejército de no pertenecer a un linaje destacado en alianzas matrimoniales de importancia con otros lina­jes.

El caso de los mexica, tepaneca, acolhua, colhua, chalca, huejotzinca, xochimilca, coyuaque, tlaxcalteca, y otros grupos del Altiplano Central; los mixtéeos y zapotecos, mayas y supuestamen­te huastecos, totonacos, chontales y demás etnias sureñas y orienta­les constituían sociedades estratificadas con una nobleza a la cabe­za. La guerra ejercida por y entre ellas a lo largo de once siglos iría llevando a los estratos superiores a los militares, desplazando del poder superior a los sacerdotes, conjuntando mando religioso, civil y militar en un linaje, igualando el poder religioso al cívico-militar u otorgando al sacerdote poder civil y militar.

Entre los mayas (Roys 1957 en Repetto, 1985) consideró a su organización social continente de tres estratos: la nobleza, que era la clase dirigente, en la que los guerreros más notables y los agriculto-

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Los [NSTRUMENTOS BÉUCOS Y LOS PROCEDÍMtENTOS DE GUERRA

res y comerciantes más prósperos participaban; los plebeyos o gente del común, que consistía de campesinos libres, artesanos y comer­ciantes menores y, en un estrato inferior a los esclavos, gente del común capturada en guerra, ya que a los cautivos nobles se les sacrificaba.

El cargo más alto, el F/wc, con carácter militar, religio­so y cívico-político estaba confinado a ciertos linajes. Era quien nombraba a otros funcionarios provinciales encargados de cuestio­nes administrativas, jurídicas, políticas y militares. Repetto señala que "[. . .] existía una estrecha relación entre el clero y la milicia. El sacerdote principal los mandaba a la guerra, elegía al capitán gene­ral que mandaba al ejército por tres años y presenciaba las batallas en compañía del señor" (Repetto, 1985: 23). Esta organización militar tiene paralelo con la de los mexica y phurhépecha, pero denota un grado inferior al logrado por esos estados militaristas en los que la propia guerra constituía una forma de lograr el mando en el gobierno y la milicia.

Y a antes hicimos referencia a que en la entronización de Chimalpopoca como soberano mexica, los símbolos militares ha­bían tenido gran importancia. Desde /fzcóaf/ las cuestiones militares dieron mayor peso a los dirigentes político-militares, basta el ejem­plo de la discusión supuesta entre la gente del común - temerosa del poder de los tepaneca- y la nobleza colhua mexica para emprender la guerra contra Atzcapotzalco. Entre /fzcd#;7 y Moctezuma Xocoyotzin, con la salvedad de la actuación de Tizoc que parece haber supuesto no sólo un fracaso militar contra Metztitlán y los huastecos, sino un conflicto político religioso expresado en un enfrentamiento de FfMíYzi/opoc/??// y Tczcaf/ipoc#; es decir, entre estratos sociales probablemente diferenciados dentro del poder diri­gente, el poder fue pleno entre los militares.

El como egresado del donde se recibía ins­trucción religiosa y militar, como antes se refirió, era la cabeza suprema del gobierno en todos los niveles. La casta sacerdotal, como parte de la clase dirigente y como parte de una "élite", tenía en sus manos múltiples conocimientos, las escuelas, el ritual, las

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festividades, ios sacrificios y otras ofrendas a los dioses. Cómo "élite", estaba formada, como otros especiaiistas, por hombres po­seedores de conocimientos vastos, dotados de un espíritu de inventi­va y de una actividad superior (c/L Bouthoul, 1971: 63).

La élite militar, que en buena medida formaba parte de las élites gubernamental y religiosa era repartidora de bienes y dignidades. Tras las victorias sobre Atzcapotzalco, Coyoacán, Xochimilco y otros pueblos de las riveras lacustres, inauguró la prácticade repartir tierras, trabajadores y títulos entre aristócratas y guerre­ros esforzados. Lo mismo harían él y sus sucesores respecto a tributos consistentes en alimentos, artesanías y bienes suntuarios. La escalada militarista, ejemplificada por los nahuas guerreros del centro y comprobada por otros pueblos hacen apreciar el incremen­to de las empresas guerreras para dar satisfacción a demandas so­ciales crecientes de reparto, botín y obtención de un socialsuperior.

Si bien los bienes obtenidos por medio de la guerra eran distri­buidos desigualmente entre la sociedad, la ayudaron sin embargo, ya que parte importante de la tributación se aplicaba a las obras públicas. Los pochtcca, encargados de los mercados y el comercio a larga distancia y de servir como espías para los militares fueron un sector privilegiado por sus servicios al Estado. Ellos son una mues­tra de que tanto el Estado como la expansión militar ayudaron a lograr favorecer los intereses de grupos concretos en cuanto no contradijeran las necesidades políticas y económicas del conjunto.

Tan pronto como los decretos de Itzcóatl y Moctezuma I formalizaron unas capas sociales claramente separadas, los rápidos cambios de la sociedad mexica multiplicaron los desequilibrios entre las clases; sur­gió una creciente movilidad social en respuesta a la creciente comple­jidad del gobierno y la religión mexicas y a las necesidades estatales de una gama más diversificada de especialistas profesionales. Pero en los últimos decenios de la era azteca, el lento crecimiento del imperio condujo a restricciones en la movilidad social (Conrad y Demarest, 1990: 89).

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L O S [NSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCHLHMiEM'OS DE GUERRA

La complejización del Estado, acelerada por la guerra, tuvo sin embargo que incluir a otros actores sociales que en ciertos momen­tos entraron en conflicto con los militares; los sacerdotes y la buro­cracia. En la organización socio-política tlaxcalteca, por ejemplo, y ello no fue ajeno a otras sociedades mesoamericanas, los comercian­tes, artesanos destacados y una numerosa burocracia militar toma­ron parte importante en la planeación, realización y éxito de las campañas militares. Sólo una fuerza superior a ellos, como los mexica y sus aliados pudieron coartarla en momentos cumbre y constantes: Bernal Díaz nos refiere al respecto el parecer de Ajcotcncaf/, luego de recibir a los mensajeros de los españoles en su camino a México con la intención de convencerlos de una alianza con esos extranjeros invasores:

Pues bien se os acordará que los mexicanos nos dan guerra cada año, de más de cien años a esta parte, y bien véis que estamos en estas tierras como acorralados, y que no osamos salir a buscar sal, ni aún la comemos, ni aún algodón, que pocas mantas de ello traemos, pues si salen o han salido algunos de los nuestros a buscarlo, pocos vuelven con las vidas, que estos traidores mexicanos y sus confederados nos los matan y hacen esclavos (Bernal Díaz, 1960,1: 200).

La narración de la reñexión de AfcoféníxC/ que ya anticipa la posterior alianza tlaxcalteca con los españoles para vencer a la triple alianza, en especial a Tenochtitlan, se complementa con la de Alva Ixtlilxóchitl sobre la misma situación, cuando embajadores de Moctezuma fueron a Tlaxcala,

los cuales dieron su embajada con muy grande elocuencia a la seño­ría, persuadiéndolo a que matasen o echasen de sus tierras a Cortés y los suyos, pues era gente extraña, que venía con gran codicia de usurpar y quitar los señoríos; que a su propósito alegaban, Cayéndo­les a la memoria ser todos deudos y de su linaje, por cuya causa, dejando aparte pasiones y contiendas pasadas, tenían más obligación de favorecer a los suyos (Alva Ixtlilxóchitl, 1965,11: 364).

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

Además de los efectos que el militarismo de los mexica y sus aliados tenía entre provincias enemigas, de señalar uno de los pro­pósitos importantes de la guerra, controlar productos y destruir a la población enemiga, de lo que nos da cuenta Bemal, la narración de Ixtlilxóchitl indica dos actitudes de Moctezuma: la de buscar quizá solución política ante la amenaza hispana apelando al parentesco y para una eventual alianza, y su consciencia de las intenciones fina­les de los invasores europeos. Ello nos permite seguir hablando de aspectos de la jerarquía, el papel del parentesco para la conforma­ción de los grupos dirigentes y elitarios, las relaciones con otros estratos, la desigualdad social, las alianzas sociales y políticas aus­piciadas por el militarismo. En otro apartado adelante trataremos sobre las progresivas contradicciones que tales alianzas tuvieron a lo largo de casi un siglo de hegemonía de la triple alianza, llegando a la época de Moctezuma II, cuando un vastísimo territorio domina­do por la violencia carecía potencialmente de una inteligencia políti­ca que le hubiera merecido el calificativo de "imperio".

Los linajes mexica-colhua, acolhua, tlaxcalteca, tepaneca, chalca y otros, en la cuenca de México, el phurhépecha en el occidente michoacano; los de los xiues e itzaes, probablemente, los mixtéeos que consignan los códices respectivos, son los que mejor ejemplifican la permanencia en el poder de familias resultantes de alianzas matri­moniales estratégicas acordes con situaciones políticas y militares.

En el caso mexica el linaje que empezara, legitimado en términos de nobleza y herencia cultural tolteca, con Opochtin y la princesa colhua se perpetuaría en el poder, tras diversas alianzasmatrimoniales, por ciento cuarenta y cinco años, desde 1376, año de entronización de hasta la caída de Moctezuma eljoven en 1521.

7V?7cá%7f77e, inaugurador del poder conquistador phurhépecha y fundador de su "imperio", estableció la dominancia de su linaje a partir de 1250, durante 272 años, a través de once descendientes suyos cuya última ñgura fuera 7/, el Cozo/ic/, muertoen 1530 por Ñuño de Guzmán. La práctica de las alianzas matrimo-

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C?o?o

De los varios m otivos para hacer la guerra

El aprovisionamiento de la gran urbe central "México-Tenochtitlán" fue unode los objetivos de la guerra prehis­pánica. Nos dice Sahagún que jW

"HahrencVopacñ5'oa¿Vo A?juro vinera Vue-34¿?o /a? señores ¿VeV rarnpo rqparñan V0.5

irrhuios a Vos gueñahran sr¿Vo eongurs- ia¿Vos... y eV irrhuio era ¿Ve Vo <yue en agueVVa provmaasecnáhaysehaaa...

"11

7?3/e? íie guerrero

No de otra manera procedieron los con­quistadores hispanos al obtener esa in­formación a través de los registros aborigènes de tributación, tal es el caso del Códice Mendocino. La ilustración muestra algunos de los más socorridos productos exigidos por los mexica, que los españoles seleccionaron de acuerdo a sus propios intereses y posibilidades de intercambio y consumo.

L O S [NSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDtMtENTOS DE GUERRA

niales del linaje descendiente de con hijas de otrosseñores, aunque fue evidente, no está completamente documentada.

Ante la amenaza de los mexica los phurhépecha se aliarían y darían concesiones territoriales a los matlatzinca, mazahua y otros grupos otomíes; lo que se ignora es si ello también supuso alianzas matrimoniales que dieran origen a linajes emparentados.

La historia mixteca reconstruible con sus códices a partir del siglo VII d.C., aproximadamente, da cuenta de linajes, descenden­cias y figuras de conquistadores de los señoríos más poderosos de las mixtecas: Coixtlahuaca, Tlaxiaco, Tilantongo y Tututepec. El legendario personaje "ocho venado garra de tigre" iniciaría la pene­tración mixteca al territorio zapoteco contra el que realizaban conti­nuas guerras, que eventualmente se suspenderían para aliarse contra los mixe y los mexica.

La búsqueda de legitimación por matrimonio y descendencia con herederos de los teotihuacanos, olmeca, tolteca, chichimeca y tepaneca fue a la par de un proceso creciente de guerras de dominación y pactos políticos entre vencedores emparentados. Tal fue el caso de los integrantes de la triple alianza. De ello se intentarían organiza­ciones de estados y señoríos confederados con la proposición de dominar territorios, delimitar fronteras y ampliarlas. Como los ca­sos de la triple alianza, los phurhépecha, mixtéeos, chalca y tlaxcalteca-huejotzinca. El caso entre los mayas de la confederación Chichón Itzá-Mayapán-Uxmal, fue un resultado de las conquistas e inñuencias político militares llegadas del centro de México con la migración tolteca encabezada por el legendario 7bp//fz?MgMeiziy/cdof/, llegado hacia fines del siglo X; originando la liga de Mayapán y luego el nuevo imperio II que floreciera política y mili­tarmente entre 1194 y 1441 (Porter, 1972: 224). Tal liga fue exitosa para enfrentar a los cocomes y ayudar a la complejización política de un estado centralizado que luego se disolvería hacia 1441.

Mas la cuestión de las alianzas matrimoniales, bien derivadas de la guerra, de la necesidad de conformar unidades políticas mayores y estables o de conjurar los conflictos intertribales, parecen no ha­ber sido ni las únicas ni las más importantes. El caso del matrimo-

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

nio de con y4y#cd/7M#77, hija del señor tepanecaTezozómoc, bajo cuyo dominio se encontraban los mexica, con el objeto de conjurar un eventual enfrentamiento con los tepaneca y lograr una disminución del tributo, es ilustrativo de la imperancia de otras necesidades respecto a las alianzas. El hecho del asesinato de CA/wo'/popoc#, nieto de Tazozówoc como producto de ese matrimo­nio, a la muerte de su abuelo, en manos de sus parientes matemos, obliga a buscar imperativos y presiones meramente militares para establecer alianzas y confederaciones.

Este género de alianzas puede ser referido a los mismos procesos histórico-políticos de las formaciones militaristas, a ñnalidades es­tratégicas emanadas de la participación mixta en campañas de gue­rra: guerreros, comerciantes, burocracia y aun gente del común. No se descarta tampoco el hecho de que hubieran obedecido a motivos ideológico-religiosos, originados en alianzas míticas - la de w&wY//- fenoc/? sería un probable ejemplo del que derivaría el nombre del grupo mexica-tenochca- o de identidades surgidas tras procesos simbólicos que se dinamizan al verse inmersas en una conílictividad social. El caso de los mexica con ^ /fz/Z opocM /, el de los tlaxcalteca con Camaxtli, el de los phurhépecha con o el de losmayas del nuevo imperio con pueden valer como ejem­plos.

Es quizá por ello mismo, por esa diversidad situacional, a la que se podrían añadir casos individuales volitivos y otros de carácter grupa! que las alianzas aparecen en ocasiones como contradictorias y difícilmente explicables en términos lógicos en todos sentidos. Mas aquí volvemos al o a los problemas que suponen la paridad entre el aparato político y militar, la preeminencia del que privilegia el uso de la violencia armada sobre el que planifica pactando y el que es incapaz de integrar, consecuentemente, un conjunto de terri­torios dominados militarmente bajo un mando preeminentemente po­lítico con el consenso de una diversidad cultural, étnica y nacional.

La práctica estratégica, táctica, circunstancial y coyuntural de las alianzas aparece con frecuencia en las narraciones de múltiples fuentes con carácter de tradición entre los pueblos mesoamericanos

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L O S INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

que emergieran "pacíficamente" en base al comercio -quizá desde la época preclásica, culminando en tales condiciones con la hegemo­nía teotihuacana- luego llega a ser notable, a partir de la emergen­cia de los grupos tolteca y chichimeca, que sin dejar de aliarse y pactar en términos "pacíficos" privilegian los momentos amenazantes de violencia por disputas territoriales y hegemonías. La guerra sería a partir de entonces "la solución fácil" a las difíciles cuestiones del ejercicio político.

El resultado de todo ello se puede apreciar dramáticamente, tras revisar toda una trayectoria de situaciones de alianza prehispánicas, su origen político minusválido, su énfasis militar y su doloroso fracaso al enfrentar a un invasor militar débil numéricamente -pese a la superioridad tecnológica de su armamento- que usufructuó hábilmente de las divisiones políticas y sociales provocadas por la guerra y no solventadas por un Estado acorde a la dimensión del espacio geográfico que dominara.

Antes de acudir a lo que antes se ha dicho, enfatizando el aspec­to de los límites de las empresas militares o guerreras en la Mesoamérica en el medio siglo previo a la llegada de las huestes hispanas a su territorio, volvamos al género de alianzas que, fuera de las conciliadas por la legitimidad y el parentesco demandaba el militarismo.

Anticipada por las alianzas que los tepaneca hicieran para domi­nar un extenso territorio y establecer un Estado que gobernara unitariamente gran parte del centro de México, y con la finalidad de acabar precisamente con el poderío subyugante y tiránico centrado en Atzcapotzalco y Coyoacán, una novedosa y trascendental alianza se forjó inicialmente entre los mexica-tenochca y los acolhua parti­darios de TVeza/iMa/coyof/ de Texcoco. Este príncipe acolhua, refu­giado con sus amigos y parientes orientales en Tlaxcala y Huejotzinco a partir de la muerte de su padre buscaba recuperarel señorío que le correspondía. Los mexica-tenochca, trataban de vengar la muerte de su señor C/??/77#/popcíX7 urdida por su tío el tepaneca A%2xf/<7, liberarse de la tributación y... expander sus domi­nios sobre el área lacustre.

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E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

La alianza de acolhuas, tlaxcaltecas, huejotzincas y chalcas, vie­jos y resentidos tributarios de Atzcapotzalco, tomaron la iniciativa y cayeron sobre Acolman, Coatlichan y Azcapotzalco en una primera ofensiva. Lo que siguió se debió, en parte, a las fidelidades parentales: C/zi/Ma/popcc#, la víctima de sus consanguíneos tepaneca, era hijo del primer señor mexica, AcowzqpzcMz, hermano de TízzzYzz/zTzMz/zzzzt/, el segundo 7%yfo<7fz? y de Azcóaf/, quien en el momento del conflicto fue proclamado como cuarto 7Yá7o#;zz de los mexica-tenochca. Por su parte, TVeza^Ma/coyo?/, venía a ser sobrino de C/zzzzz¿7/popocí7, como hijo de una hermana suya y, por tanto primo del recién entro­nizado /fzc&7t/ (c/r. Chapman, 1959: 45 y 49). También en buena medida a una bien urdida estrategia entre los aliados principales: acolhua y mexica tal estrategia implicó la intervención de los ejérci­tos huejotzincas y tlacnepantlecas a la que se sumó la rápida entrega de los futuros aliados, los tlacopaneca, emparentados con los mexica- tenochca. Hasta aquí prevalecían las ligas de parentesco para el favor de las alianzas y la guerra, tal como nos lo hacen saber básicamente los zlna/ay C/zzw^/p^zzz, los zlna/ey <%? 77<y?<?/o/co y Torquemada (I: 144):

"Totoquihuaztli el viejo" Rey de Tlacopan, padre de Chimalpopoca, 132.

"Totoquiuatzin" rey de Tlacopan desde el año 7 Tochtli, fue funda­dor de la dinastía § 264.

Señor de Tlacupan, era nieto de Teçoçomoc y sobrino de Maxtla, quien no hizo la guerra a Nezahualcóyotl ni a Itzcohuat!, no se sabe la causa, y que fue llamado por aquellos y le dan nombramiento de rey de los tepanecas aunque no con la majestad de su tío y abuelo. Totoquihuatzín fue informado de cómo se repartirían los tributos entre Itzcohuatl, Nezahualcoyotl y él, 144. Determinan darle la quin­ta parte de los tributos recogidos, a Nezahualcóyotl la tercera parte de lo que quedara y a Itzcohuatl el resto, 146 (García Granados, 1953, II: 384).

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Los INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

Tras innumerables combates y un sitio que duraría casi cuatro meses (Chapman, 1959: 55), la derrota tepaneca cambiaría progre­sivamente el sentido de las alianzas matrimoniales y el parentesco para la integración de agrupaciones militares, dirigentes, derechos y acceso a la propiedad y al mando político. Los señores supremos, en quienes se conjugarían los mandos de la política, la orientación de la guerra e ideología religiosa y la vigilancia de las obras públicas, irían dando la última palabra.

La conducta que exhibieron los dirigentes aliados tras su triunfo sobre Azcapotzalco, en cuanto a reparto de tierras y botín y otorga­miento de cargos de gobierno y dignidades militares, ya señalaban un cambio en el equilibrio de los estratos sociales. Entre los mexica se acrecentó extraordinariamente el poder del grupo dirigente cívi­co-militar, el papel que la religión -particularmente el culto a #M/;'z;7qpoc/7i77- jugaría respecto a la guerra, acrecentaría igual­mente el poder de los sacerdotes. A su vez, la élite poseedora de los conocimientos del manejo del agua y las construcciones hidráulicas elevaría su estatus con el inicio de grandes obras. Por su lado, los comerciantes irían ampliando sus redes de penetración y obtención de materias primas apoyados por y asistiendo a los guerreros como espías. Finalmente, la masa tendría una opción mayor para lograr elevar su estatus de hacer méritos en la guerra. Los perdedores serían los pueblos luego sojuzgados por la triple alianza que se constituiría: los mexica-tenochca, con /fzcó<?/7; los acolhua, con Aez(7/7M(?/cóyof/ y los tlacopaneca con

La fuerza militar que constituyó desde su inicio la triple alianza iría provocando otras alianzas, temporales o permanentes, para en­frentar ese poderío. Primero en la cuenca lacustre hasta el venci­miento de los pueblos ahí asentados. Luego, y progresivamente, en las áreas hacia las que avanzaron las conquistas aliadas donde pue­blos tradicionalmente enemigos se aliaban temporalmente mientras existiera el acoso aliado o fueran desbaratados y dominados.

La primera conquista mexica luego del dominio de Atzcapotzalco supuso previamente que A%2x;7<2, señor tepaneca de Coyoacán, acu­diera en busca de la alianza y ayuda de diversos pueblos y señoríos;

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E L ENCUENTRO DE LA PtEDRA Y EL ACERO

desde Xalatlauhco y Atlapulco "la cual era gente [chichimeca] de serranía labradora y gente del monte" (Duran, 1: 84), Xochimilco, Chaleo, Culhuacan, Tlahuac y Mixquic hasta Texcoco. La petición coyoacana de ayuda fue cuestionada por algunos y aceptada por Xochimilco, Culhuacan y Chaleo, pero en una reunión en Chaleo Ateneo para concertarla fue rechazada y los tepanecas hubieron de caer sin asistencia ante los mexica (Durán, I: 74-95). Coyoacán, Xochimilco y Cuitlahuac (hoy Tlahuac) constituyeron las principa­les conquistas del periodo de los dos últimos acudieron enbusca de ayuda o de alianza defensiva con otros.

La guerra contra Chaleo, que inaugurara el arribo al poder de Moctezuma Ilhuicamina, resultó una muy ardua campaña para los mexica y acolhua, perdiendo la vida en ella Tlacauepan, Chahuaque y Quetzalcuauh, hermanos de Moctezuma. Chaleo cayó frente a los mexicanos sin la ayuda de otros pueblos, no obstante pudo haber pedido ayuda entonces a los huejotzinca.

El dominio de los pueblos lacustres sureños era de un especial interés para los mexica para hacerse de tributos, mano de obra, tierras y realizar obras hidráulicas que ayudaran al aumento de la producción chinampera. Los acolhua y los tlacopaneca tenían, a su vez, sus intereses propios y esa es la razón de que no siempre acudieran juntos a la guerra estos aliados.

Los señoríos de Tlaxcala, que andando el tiempo serían un ene­migo invencible de los aliados, trataron sin éxito de tener acceso a la costa y su actividad militar, además de haber sido defensiva, inclu­yó la promoción y el apoyo de la guerra contra los mexica, como la rebelión de los de Cotaxtla y Cempoala a cuyo control acudirían guerreros mexica, acolhua, tlacopaneca, chalca y xochimilca.

Los tlaxcaltecas emprendieron campañas por su cuenta contra huejotzinco, el que pidió y obtuvo ayuda mexica. Mas la relación entre los tlaxcaltecas y los miembros de la triple alianza era des­igual, refiere Alva Ixtlilxóchitl que

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la señoría de Tlaxcala en las guerras que a Nezahualcoyotzin se le habían ofrecido para recobrar el reino de Tetzcuco y sujetar a los tepanecas, le había siempre favorecido; y así en agradecimiento de esto siempre los visitava y enviaba grandes presentes [...] y así yendo una vez a visitarlos les alargó los términos de sus tierras por la parte del reino de Tetzcuco [...] y luego hicieron las capitulacio­nes siguientes y pedimento de la señoría, que fueron: que desde aquel tiempo se favoreciesen unos a otros, sin que jamás se preten­diesen quitar los señoríos por vía de violencia, guerra ni por otra cosa, sino que si algún tirano se levantase contra el dicho Nezahualcoyotzin o sus descendientes, que la señoría les socorrería con todo su poder y fuerzas, y la misma obligación tuvieron los del reino de Tezcuco en favorecer y amparar las causas de la señoría, dando su favor y ayuda contra los que quisiesen ofender, y lo mismo hiciesen los años estériles con bastimentos los unos a los otros (Alva Ixtlilxóchitl, 1965, II: 195).

Esta referencia de Alva Ixtlilxóchitl es un excelente ejemplo de la esencia de las alianzas entre grupos ligados histórica y tradicio­nalmente por nexos de origen (en este caso chichimecas), territorio y legitimidad política. Las alianzas, sin embargo, se establecían fre­cuentemente para resolver con las armas situaciones de atentados contra el libre tránsito de los mercaderes o la demarcación de fron­teras. En el primer caso, otros motivos para considerar a pueblos como enemigos se disipaban en favor de la constitución de fuerzas armadas que castigasen a los agresores, ladrones o victimarios de los comerciantes, para garantizar la afluencia de todo tipo de merca­derías y la participación en los centros de mercado de comerciantes procedentes de regiones muy diversas. Los comerciantes, fueron con frecuencia autorizados para convocar y organizar al ejército que mediante el empleo de las armas normalizara la alteración de las redes de comercio. Duran nos presenta un ejemplo al narrar la guerra contra Coixtlahuaca, en la mixteca, luego de que ahí fueron muertos algunos mercaderes mexicanos en ese pueblo que

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antiguamente era de los más principales de aquella provincia y donde se hacía un mercado de mucha riqueza, y acudían a el muchos merca­deres forasteros de toda la tierra de México, de Tezcuco, de Chalco, de Xuchimilco, de Cuyuacán, Tacuba, Azcaputzalco, finalmente, de todas las provincias de la tierra, a sus granjerias, resgates de oro, plumas, cacao, xícaras muy galanas, ropa, grana, hilo de colores, que hacían de pelos de conejos; y un día, aviendo acudido gran número de forasteros a este mercado, los señores de Coaixtlauac, en saliendo del tiangez los mercaderes mexicanos con todos los demás de aquella provincia, fuesen muertos y robados [...] (Durán, 1967,1: 188).

En efecto, las alianzas suscitadas por el ataque a los comercian­tes marcaban o atenuaban fronteras políticas e ideológicas. Indica­ban paralelamente los intereses particulares de diversas regiones que con sus productos diferenciados confluían a los centros regionales do. de se realizaba el intercambio, la competencia, la satisfacción del aprovisionamiento y la integridad de las redes comerciales. Pero las ligas existentes entre comerciantes adversos política o étnicamente habrían de mantenerse ante los que atentaran contra ellas, e inde­pendientemente del poder que se les hubiera concedido para tales efectos armaban grupos que les ayudaran a mantener o a abrir sus rutas comerciales.

En el caso de la triple alianza las campañas emprendidas para responder a los atentados contra los pochteca, el ejército llegaba a contener guerreros de Tenochtitlan, Tetzcoco, Huexotla, Coatlichan, Chalco, H uitzilopchco, A zcapotzalco, Cuauhtitlán y Otumba (Orellana, 1959: 852).

También refiere Durán los atentados que sufrían los comercian­tes mexicanos en Tehuantepec:

Y a sí viéndose la provincia de Tequantepec y Xolotla, Izuatlán y Michuatlan y Amaxtlan, tan apartadas y remotas de la provincia mexicana, y confiando en su grandeza y multitud y fortaleza , fue­ron de parecer de atajar el paso a los de la nación mexicana para que no viniesen cada año, como venían, a desnatar y sacar la rique-

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za que de aquellas ciudades sacaban con las golosinas y cosas baxas que tryan, para volver con oro y joias y plumas y otras cosas ricas que llevaban, de que volvían cada año cargados, y eran tantos los que acudían, que en todo el año no se vaciaban los caminos de estos mercaderes y granjeadores, porque no solamente seguían este cami­no meros mexicanos, seguíanlo, empero, tezcucanos, tepanecas, xuchimilcas, chalcas, tlavicas, tlaxcaltecas y chulultecas, finalmente de todas estas provincias cercanas y comarcadas al volcán, y no uno ni dos de cada ciudad, sino de ciento en ciento, cargados de cosas baxas [...] (Duran, 1967: 368).

Tal multiplicidad de intereses acarrearía una pluralidad en la integración del ejército destinado a restablecer el tráfico comercial. A esa guerra y a la efectuada contra la provincia de Chiapa acudie­ron guerreros de Tenochtitlan, Tetzcoco, Azcapotzalco, Xochimilco, Chalco, las cuatro cabeceras de H uitzilopochco, Culhucan, Iztapalapa, Mexicaltzinco, Mixquic, Coatlalpan, la serranía de M alin a lco , O cu ila , T layacapan , T oto lapan , M atlatzinco , Tzinacantepec, Calimaya, Tepemaxalco y Tlacotepec. Nahuas o no, parientes o no, era asunto de comercio.

Los phurhépecha llevarían por su cuenta guerras contra pueblos confederados que interferían para la obtención de productos vitales, así hijo de enfrentó, en una de las cam­pañas con esos objetivos, a pueblos confederados del sur de Jalisco que controlaban la explotación de los salitrales de Sayula y otros recursos. Con la intención de obtener sal llevarían la guerra hasta Colima y con el ñn de mantener seguras sus fronteras, aliados con los matlatzinca establecieron sus dominios en la zona de Charo y de Morelia y los sitios estratégicos de Huetamo, Acámbaro y Tajimaroa.

Las fronteras étnico-políticas, su mantenimiento y defensa fue­ron constante motivo de alianzas militares. Precisamente la existente entre los phurhépecha y los dominios mexica resulta un buen ejem­plo de las variables en su constitución, en los confines sureños y occidentales de esa divisoria, la alianza de mazahuas y matlatzincas con los phurhépecha era constante para contener la presión de los

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mexica, sin embargo, éstos recibieron ayuda matlatzinca cuando intentó penetrar a territorio michoaque. Entonces ios

tarascos pudieron enfrentarse a ios mexica con un ejército de cua­renta mii hombres, conformado por guerreros de su ampiia alianza de ciudades-Estado.

Los mixtéeos, en continuas guerras contra los zapotecos llega­ban a unirse para enfrentar al enemigo común; los pueblos huastecos y totonacas, cada cual por su lado se integraron unitariamente antes de caer bajo el dominio aliado. Salvo los señoríos de Meztitlán, Tlaxcala, Teotitlan, Yopitzinco y los señoríos mixtéeos de la costa Tototepec, los aliados dominaban de costa a costa un extenso terri­torio del México central (mapa).

^ vc/v/ó d'áfver.yáí

La práctica de las alianzas militares se mostró dramáticamente en la conquista española en desfavor de los mexica. Ya desde Cempoala los totonacos buscaron la alianza de los tlaxcaltecas en pro de Cortés dada la enemistad tradicional contra los mexicanos. Éstos buscaron por su lado la ayuda de otro de sus enemigos, los phurhépecha,

para lo cual enviaron sus embajadores a tratar con ellos con grande insistencia lo que así tenían determinado, encareciendo las cruelda­des y tiranías que decían les hacían los cristianos, usurpándoles sus riquezas y señoríos (Alva Ixtlilxóchitl, 1965, II: 405).

Inicialmente, la petición de los totonacos a los tlaxcaltecas de aliarse a los españoles causó división de pareceres entre estos últi­mos, de tal modo que

muy mal suceso tuvieron estos embajadores; aunque los que fueron a la provincia y reino de Michoacán y otras partes trajeron muy buenas nuevas a los señores mexicanos, [...] pues todos les ofrecían socorro y ayuda contra Cortés [...] (Alva Ixtlilxóchitl, 1965, II: 407).

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Los [NSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

Finalmente, sin embargo, Tanganxoan II, señor de los phurhépecha

dejó las armas y no quiso socorrer a los mexicanos, despidiendo doscientos mil hombres que había juntado en campaña para irlos a socorrer, que los cien mil eran michoaques que llaman tarascos, y los otros cien mil eran los teochichimecas, gente la más belicosa que ha habido en esta Nueva España (Alva Ixtlilxóchitl, 1965, II: 418).

Es indudable que el estado de guerra, que llevara entre otras situaciones a pactar alianzas militares e integraciones territoriales, conllevaría a complejizar políticamente a los Estados, por más que los mandos centralizados fueron escasos. Uno de los más interesan­tes históricamente fue el que resultó de la confederación de mayapan en la península de Yucatán. Ahí un grupo minoritario, los tolteca itzaes, compuesto por gente asentada antes en Chakamputun e inmigrantes toltecas provenientes de la mesa central acaudillados por o asentados en Chichón Itzá, encabezóe integró una liga junto con los cocomes de Mayapán y los xives o totul xives de Uxmal, entre 987 y 1007 d.C. Las rivalidades políti­cas entre los itzaes y los cocomes acabó con la confederación que­dando Mayapán como centro preponderante hasta 1441, año en el que una rebelión de los xihues provocó la fragmentación del territo­rio, el abandono de los grandes centros y la constitución de peque­ños centros provinciales en constantes guerras hasta el arribo de los españoles (Miranda, Jiménez Moreno y Fernández, 1969: 60).

Por otro lado, en una exposición muy bien documentada y argu­mentada que refiere la aparición del militarismo entre los mayas Beatriz Repetto observa, citando a Thompson y cuestiona que

bajo los auspicios mexicanos un sistema militarístico altamente desa­rrollado sustituyó a la organización teocrática de los mayas del perio­do de las series iniciales. Los centros ceremoniales indefendibles de ese mismo periodo fueron reemplazados por centros urbanos que te­nían que ser localizados en vista a su defensa y donde los jefes y las organizaciones militares residían (Repetto, 1985: 71).

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Para Thompson el militarismo data de esa fecha y se basa en la ausencia de términos mayas para fortaleza, escudo y otros referidos a cuestiones militares y de ahí la adopción de vocablos nahuas. Repetto demuestra que el militarismo entre los mayas se originó en el periodo clásico y menciona la cantidad de términos que en diver­sos vocablos mayas aparecen respecto a fortificaciones y otros vo­cablos sobre cuestiones de guerra. De tal forma que

en conclusión, es posible que los escuadrones o ejércitos mayas que enfrentaron a los españoles a su llegada y de los cuales Bernal Díaz nos dejó un valioso relato, conservaran una forma de organización producto del clásico o tal vez anterior [...] (Repetto, 1985: 76).

En síntesis las alianzas más permanentes, de las que la estableci­da entre los mexica, acolhua y tepaneca de Tlacopan es el mejor ejemplo, lograron establecer una estructura socio-política más am­plia, en términos de un estado regional, garantizaron igualmente un clima político pacífico y estable para el desarrollo de obras públi­cas, producción e intercambio comercial. La integración regional, que implicó la de diversos ambientes y especializaciones condujo, a su vez, a la interdependencia y sentimientos de comunidad de intere­ses, identificación social y unidad nacional (Sanders y Price, 1968: 189). Tales fueron progresos indiscutibles logrados en buena medi­da por la organización y el ejercicio de la guerra, mas ello nos obliga a ocupamos de

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Comenzando con referir los más simples, los que supusieron natu­ralmente la topografía del territorio por conquistar y la distancia a recorrer hasta llegar a las tierras objetivo de la campaña.

Sabemos sobre lo primero que lo abrupto del paisaje tarasco fue uno de los factores que dificultaron a los mexica vencer a los phurhépecha, lo mismo aconteció en la mixteca alta, área de valles altos y fríos rodeados de montañas. Al fracaso ante los phurhépecha

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contribuyó también probablemente el error de cálculo del número y efectividad que tendría el ejército michoaque, mayor que el mexica, no obstante los servicios de espionaje matlatzinca de los que se valieron los mexicanos. Los mixtéeos alteños cayeron debido, pro­bablemente, a la falta de ayuda de sus otros señoríos, quizá porque eran los más pobres en producción entre ellos. Si bien mitigadas las grandes distancias con un buen aprovisionamiento, éstas no dejaron de limitar relativamente la penetración y el control del territorio, como en el caso de Tehuantepec, el Soconusco y Oaxaca. Las grandes extensiones bajo control, como en el caso de los territorios bajo dominio mexica, tarasco y mixteco restringirían la movilización para nuevas campañas al ocuparse el ejército de sofocar rebeliones y permanecer en ocupación.

El propio sistema tributario, frágilmente articulado y las distan­cias a las regiones recién conquistadas trajeron dificultades para el aprovisionamiento de las ciudades de la cuenca, frecuente escasez de alimentos y, consecuentemente, de problemas para dotar al ejér­cito y sostener más campañas que dieran por resultado un incremen­to en los tributos consistentes en alimentos. El esfuerzo que el ejér­cito tenía que hacer para trasladarse aumentaba con el hecho de que frecuentemente se tenían que reconquistar territorios de paso antes de liegar al área por conquistar.

Los diversos objetivos de la guerra serían en cierto momento limitantes de las propias campañas: las dirigidas a la captura de prisioneros y víctimas para los sacrificios, las destinadas a arrasar al pueblo enemigo, las requeridas para mantener el control y la guarda de fronteras, distraerían de las que derivaba la llegada de alimentos y materias primas. La mayor presión demográfica que se daba en las capitales mexica contrastaba con la menguada pobla­ción de los pueblos tributarios causada por las guerras y los sacrifi­cios humanos, por lo cual las contradicciones ya acentuadas en el periodo de y4/7M;zof/ llegaron a culminar con Moctezuma II, quien trataría de resolver las demandas de alimentos, sacrificios para cum­plir con el complejo ritual a lo largo del año y satisfacer las necesi­dades sociales de prestigio y ascenso.

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Los problemas del ejército mexica para conquistar a los señoríos de M ichoacán, T laxcala, Metztitlán, Teotitlan, Yopitzingo y Tototepec condujeron a cargar emocionalmente, en forma negativa, a los militares y a perder aún mayor eficacia en la guerra. Mucho se ha especulado sobre el futuro del llamado "imperio" de no haberse presentado en escena los españoles. Por un lado, se considera que pudieron haber conquistado todo Yucatán y a la larga los señoríos independientes y así controlar económica, social y religiosamente un gran Estado fuerte políticamente. Por otro lado, se piensa que el "imperio" pudo haber sufrido un serio colapso como el que los teotihuacanos y toltecas sufrieron.

Previamente a la victoria sobre Azcapotzalco, la cultura y la sociedad mexica estaban sometidos a diversos y constantes trastor­nos intemos y a fuertes presiones extemas como tributarios y suje­tos de los tepaneca. El triunfó sobre Azcapotzalco llevó a reformas y transformaciones que fortalecieron al grupo dirigente y lo distan­ciaron notablemente de la masa. En cuanto el imperio se fue confor­mando por la expansión y la sujeción de nuevas provincias tributarias, se desarrolló un proceso constante de cambios socio-culturales y desequilibrio social notable a la par de una movilidad auspiciada por la guerra, el culto a y los sacrificios humanos,movilidad que decreció al menguar la expansión hacia el principio del reinado de Moctezuma el joven. La aristocracia hereditaria y terrateniente entró en conflicto con los guerreros, los comerciantes encumbrados y la "élite" de los especialistas, sobre todo los ocupa­dos de planear y dirigir las grandes obras públicas. El gran número de nobles que proporcionalmente tenía la sociedad mexica resultaba una carga por sí misma, por el empleo de especialistas no agrícolas a su servicio, por su consumo tributario y por sus exigencias de obtener víctimas para el sacrificio con el esfuerzo de los guerreros.

El imperio fue creciendo en inestabilidad y necesidades de conso­lidación en cuanto crecía su expansión geográfica. El culto imperial, eficaz solución ideológica a la estructura político militar desde //zcó<3/V, se convirtió en una carga ya en tiempo de Ahuizotl, más

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que la necesidad de más conquistas se imponían las de consolida­ción y reorganización productiva y administrativa.

Moctezuma Xocoyotzin sufriría la crisis intema a la que condujo la vastedad de la hegemonía mexica, débilmente organizada y con graves problemas de inestabilidad como bien señalan Conrad y Demarest:

La triple alianza, sin par en el arte de la guerra, adolecía de inadecuaciones logísticas y administrativas, así como de desequilibrios económicos aún más nefastos. Esta trayectoria, que conducía inexora­blemente a la crisis, arrancaba de la acelerada urbanización del valle de México, en combinación con las continuas y asoladoras guerras de reconquista de las propias provincias que le proporcionaban el susten­to. El conjunto de los problemas del imperio clamaba por una solu­ción de estabilización y consolidación, más que de conquista y sacriñ- cios (Conrad, Geoffrey W. y Demarest, Arthur A., 1990: 92).

Para tener una idea más completa de la forma como se formó, llegó a su cúspide y a la crisis el "imperio" trialiado e incluso aducir algunas causas de su caída ante los conquistadores, nos ocu­paremos ahora de atender los aspectos de

c incentivo.?

Que apoyaron muy fuertemente al militarismo mesoamericano, ejemplificado por los pueblos que encontraron los españoles en el segundo decenio del siglo XVI.

Una compleja relación entre la religión, la concepción del mundo y de la vida, el sistema de pensamiento y la ideología guerrera; una intrincada estructuración mental de las creencias en garantías sobre­naturales dadas por los dioses a los hombres para obtener la vida eterna y los modos de obtenerlas, conservarlas o acrecentarlas, con otras formas ejemplares de integrar creencias morales y cognitivas sobre el hombre, la sociedad y el universo humano se dieron en las sociedades mesoamericanas junto con los estímulos para la acción guerrera.

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El acudir a la guerra para la obtención de botín, para sojuzgar a otros pueblos, integrar una red tributaria, lograr materias primas y mano de obra, controlar a un enemigo amenazante de la soberanía de un Estado y de las vidas de sus súbditos, mantener expeditas las rutas de comunicación y de comercio o lograr el monopolio de productos escasos respondía plenamente a la satisfacción de necesi­dades muy terrenas de subsistencia, interacción, asociación, territo­rialidad, explotación y defensa, entre otras. Mas todo ello requirió de una poderosa ideologización y simbolización de las empresas militares que les darían mayor fuerza e imperancia.

Sólo así se explica la propiedad de tierras en manos de los a costa de los y de los tepaneca, xochimilca y coyoaquevencidos inicialmente. Así también los esfuerzos para controlar las rutas de comercio hacia el golfo de México a partir del viejo Moctezuma y los efectos económicos derivados de la propia guerra que haría llegar diversos bienes a Tenochtitlan y sus aliados, los que a su vez, constituirían una fuente de riqueza que garantizara el proseguir las guerras contando con fondos para la preparación del ejército, asegurar su armamento, abastecimiento y traslado. Cierta­mente las guerras sólo podían prepararse y ejecutarse por medio de excedentes logrados con guerras.

La obtención de materiales pétreos, maderables, calizos; de mano de obra y de otros recursos necesarios para realizar las obras hi­dráulicas necesarias para incrementar la producción chinampera, las comunicaciones y la conducción de agua a Tenochtitlan se logró tras la dominación de los pueblos rivereños y de los somontanos de la cuenca de México. Obsidiana, espinas de pescado, pieles, algo­dón y sal, tan necesarios para la elaboración de armas ofensivas y defensivas; armas ya elaboradas y materias y productos suntuarios llegarían a las ciudades principales de la triple alianza y a las de otros señoríos gracias a los éxitos militares desde el final de época teotihuacana. Se estableció la red tributaria y las de comercio, como la de Anahuac-Xicalango (Tochtepec-Xicalango, en Campeche) y la de Anahuac-Ayotla (Tochtepec-Oaxaca-Soconusco-Guatemala), jun-

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to con múltiples vías subsidiarias, fueron creadas, mantenidas y acrecentadas por medio de la guerra.

Pero considerando más en términos de complejidad, los estímu­los que la guerra supuso para el desarrollo y la evolución social, hay que observar sus repercusiones en las instituciones estatales: en este sentido basta decir que, como lo hiciera en la formación y estructuración de Estados mesoamericanos precedentes, en la cons­titución respectiva de los Estados mexica, acolhua, tlacopaneca, phurhépecha, mixteco, zapoteco, huasteco, totonaco, en cierta medi­da de los mayas del nuevo imperio y varios otros coetáneos, el estado de guerra condujo al establecimiento de una estructura so­cial, a la formulación de funciones sociales especializadas, a la toma de decisiones políticas, al establecimiento de legislación, nor­mas y costumbres favorables al peso que la guerra y los militares irían adquiriendo; en ñn, a la integración de sociedades amplias y plurales como sostén de Estados favorecedores del uso de la violen­cia como resolución de la lucha de clases vía la manipulación de la masa por sus dirigentes. A través de la aceptación popular de las necesidades e intereses de las cúpulas políticas e intelectuales por los medios de la identidad étnica o nacional y, sobre todo, por los que proporcionó un complejo sistema religioso en el que las expec­tativas principales residían en las deidades patrocinadoras, fomentadoras y logradoras de los triunfos guerreros.

Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, entre los mexica; entrelos tlaxcalteca; entre los phurhépecha, fueron las prin­cipales deidades de la guerra, de su manejo y finalidad. Fueron también los causantes de la "militarización" y enfrentamiento entre deidades opuestas que los códices prehispánicos y representaciones pictográñcas obtenidas por los historiadores y cronistas hispanos nos ofrecen, indirectamente como prueba del espíritu militar que permeaba la ideología religiosa a través de las armas defensivas -y ofensivas- que otras piedras portaban. Independientemente de su papel en las guerras reales, los dioses ocupados de la lluvia, las aguas terrestres corrientes, la tierra, las estaciones; las potencias astrales, planetarias y sus inseparables satélites, las orientaciones

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cardinales, la preservación de la teogonia o la historiografía de lo terreno - la z/o/oc#- los diversos dioses portaban escudos o armas ofensivas; eran representados con indumentaria, insignias y signos guerreros.

Los mensajes de los dioses dirigidos a los distintos estratos so­ciales, de acuerdo a sus aspiraciones terrenales y espirituales nos dicen mucho de la ideología religiosa y político-militar que sustentó a la violencia militar como forma de consolidación de una econo­mía, una sociedad, un Estado y una cultura cuya ideología estuvo preñada de guerra:

Hace vivir a los hombres,Huitzilopochtli, los hace felices, los enriquece, los hace reinar se irrita con ellos, les dá muerte...

Tezcatlipoca: crea cosashace la guerra a la gente

No se sustrajeron los mexica y otros pueblos militaristas para exaltar las virtudes de la guerra subrayando, a su vez, las corres­pondientes a sus dioses "matadores de hombres", tal cual lo hicie­ran en su momento los seguidores romanos de Marte al rodear a su dios con los atributos de la discordia, el temor, el terror y su honra titulándolo como "el matador de hombres". Los dioses principales en tales circunstancias recibirían atributos guerreros y ofrecerían promesas paradisiacas para aquellos que murieran en combate. Así nos lo muestran las citas que se consignan y que confirman el papel y el poder que la ideología tuvo respecto a los ánimos para combatir y sobrevivir social, política y culturalmente por medio de la guerra.

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ñie otro hercules [...] rubustisimo, de grandes fuerzas y muy belicoso, gran destruidor de pueblos y matador de gentes.

En las guerras era como fuego vivo muy temeroso a sus contrarios, y ai la divisa que traía era una cabeza de dragón muy espantable, que echaba fuego por la boca; también este era nigromántico o embaidor, que se transformaba en figura de diversas aves y bestias.

A este hombre, por su fortaleza y destreza en la guerra, le tuvieron en mucho los mexicanos cuando vivía.

Después que murió le honraron como a Dios y le ofrecían esclavos, sacrificándolos en su presencia; buscaban que estos esclavos fuesen muy regalados y muy bien ataviados con aquellos aderezos que ellos usaban de orejeras y barbotes; esto hacían por más honrarle.

Otro semejante a éste hubo en las partes de Tlaxcala, que se llamaba Camaxtli (Sahagún, 1956,1: 43).

A su vez, Painal:

Era como sota capitán del arriba dicho, porque el arriba dicho como capitán mayor dictaba cuando se debía hacer guerra a algunas provin­cias.

Este, como su vicario, servía de cuando repentinamente se ofrecía de salir al encuentro de los enemigos, porque entonces era menester que este que quiere decir ligero, apresurado, saliese en persona amover la gente para que con toda prisa saliesen a haberse con los enemigos (Sahagún, 1956,1: 44).

Una tercera deidad de la guerra complementa ejemplarmente las tendencias ideológicas sobre la guerra:

El dios era tenido por verdadero dios, e invisible, el cualandaba en todo lugar, en el cielo, en la tierra y en el infierno; y tenían que cuando andaba en la tierra movía guerras, enemistades y discor­dias, de donde resultaban muchas fatigas y desasosiegos.

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Decían que el mismo incitaba a unos contra otros para que tuviesen guerras y por esto le llamaban Mécoc Foot/, que quiere decir sembra­dor de discordias de ambas partes;

y decían él solo ser el que entendía en el regimiento del mundo, y que él solo daba las prosperidades y riquezas y que él sólo las quitaba cuando se le antojaba; daba riquezas, prosperidades y fama, y fortale­za y señoríos, y dignidades y honras, y las quitaba cuando se le antojaba;

Por esto le temían y reverenciaban, porque tenían que en su mano estaba el levantar y abatir, de la honra que se le hacía.

Como CMr/caner/, "el gran fuego" o "el granquemador" era la imagen del sol y el dios principal y de la guerra. Al igual que la oposición de y losphurhépecha la postulaban entre y Sonvarios los paralelismos existentes entre ambos pueblos belicosos. Para phurhépecha, m exica y la m ayoría de los pueb los mesoamericanos de la época, la guerra y las prácticas religiosas asociadas con ella llegaron a constituir el ideal, la máxima aspira­ción entre los mexica

Se consideraba que la guerra era de origen divino; que no era sino remedo de la sagrada o celeste, habida entre el sol y la luna y las estrellas; la luz y la obscuridad, el día y la noche, concepción que se dramatizaba en las danzas bélicas. Casi todas las divinidades tenían cierto carácter guerrero debido a la necesidad de combatir con sus contrarias (Orellana, 1959, II: 856).

Estrechamente asociada con la religión, la guerra, cualquiera que fuera su objetivo, tenía entre los mexica y otros pueblos, como razón de ser, el procurarse las víctimas reclamadas por sus dioses, principalmente los que los amparaban en la guerra. Además de otras connotaciones que tuvieron las "guerras floridas" (Lameiras, 1985: 82-88), una muy principal fue la de un ritual cuya finalidad sería la de obtener regularmente víctimas para el sacriñcio.

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Los INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

Subrayando la función de la guerra en el ideario mexica, Erdheim observa que ésta "es el factor causal que produce la situación social en la que la ideología aparece como la verdad absoluta", y que "la clase gobernante necesitaba la guerra florida y las guerras contra los demás pueblos en gran parte para comprobar su ñdedignidad (.yic): Así recibía su ideología la calidad legitimadora" (Erdheim, 1978: 206-207). De esto se colige, entre otras cosas, que los objeti­vos de la guerra pueden ser ñnalmente ideológicos y que la guerra -o el estado de guerra- y la ideología se retroalimentaban mutua­mente, conformando en este caso el ef/íoy militarista de los pueblos guerreros de la cuenca de México (al igual que probablemente el de los phurhépecha, mixtéeos, mayas y otros).

Esta consideración es parcialmente aceptable, pero resulta riesgosa, pues conduce a admitir que la guerra se hacía por la guerra misma, que el mantenimiento del estado de guerra tenía como objetivo el mantenimiento del poder por vía del ejercicio del terror y la violencia. Pero esto no parece haber sido el caso, ya que la ideologización bélica constituyó sólo un instrumento eñeaz para la conducción práctica de la agresión, para justiñear un sinnúmero de objetivos de la misma -entre otros, el del mantenimiento de un orden político vulnerable- y para otorgar signiñcación histórico-cultural al imperialismo de varios pueblos mesoamericanos (Lameiras, 1985: 88-89).

Si bien la mayoría de las guerras emprendidas por los aliados de la cuenca de México, las realizadas por los phurhépecha y otros muchos pueblos fueron de carácter instrumental; es decir, orienta­das a lograr el acceso a los bienes del enemigo, también tuvieron lugar las guerras totales, caracterizadas por "la ausencia de cual­quier restricción y regulación impuesta sobre la violencia, la trai­ción y el terror" (Speier, 1952: 223) y las de carácter ritual o agonístico ya mencionadas. Todas ellas supusieron la creación y el incremento de un espíritu bélico que caracterizara por siglos a las sociedades mesoamericanas. Tal espíritu fue inculcado cotidiana y cíclicamente, por medio de la educación formalizada, el panteón de las deidades guerreras y no guerreras, la cosmovisión y el ejercicio

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de gobierno y el poder militar; pero el poder militar de los mexica se enfrentaba con complicados problemas que no cabía resolver con la mera fuerza. Los ejércitos de eran tan feroces comosiempre y tuvieron éxito en la consecución de sus finalidades ideoló­gicas: hacer gran número de prisioneros (de los ejércitos derrotados en las provincias rebeldes o de nuevas conquistas), alimentar a los dioses con su sangre y preservar la vida del universo. Pero, como sistema económico terrenal, el imperialismo mexica era una empre­sa cuyos rendimientos decrecían con rapidez (Conrad y Demarest, 1990: 88).

Las festividades periódicas llevadas a cabo por los grupos nahua, phurhépecha, otomianos, mixtéeos, maya, zapotecos y demás son una muestra -sobre todo en aquellas que más se relacionan con la celebración dedicada a las deidades de la guerra- de los paralelis­mos entre el festejar y el guerrear, una característica universal de las sociedades militaristas como lo señala Gastón Bouthoul. Citando a Durkheim este autor apunta que "la fiesta tiene como finalidad estrechar la solidaridad del grupo y renovar periódicamente los con­tactos, la cohesión y la unanimidad entre sus miembros" (Bouthoul, 1971: 65). Para Bouthoul la guerra y la fiesta presentan caracteres similares; la guerra es una experiencia estética, arranca al hombre de su cotidianidad colocándolo en un ambiente material y psicológi­co excepcional, cambia de forma las representaciones sociales, es una fuente incomparable de emociones, modiñea los objetos de lo sagrado y lo profano desplazando sus límites de inmediato ("induce al homicidio, al pillaje, a la apropiación del bien ajeno, al rapto, a la violación y a la homosexualidad"). Tal trasmutación de los valores conduce a un nuevo universo moral, a un maniqueísmo psicológico y a una extrema simplificación de las oposiciones (Bouthoul, 1971: 67-70). Al caracterizar etnológicamente a la guerra relaciona los ritos de guerra y los ritos sacrificantes, la religión con el culto a los muertos, la exhortación a la muerte violenta y a matar frente a la necesidad que se tiene paralelamente de obtener esclavos o sirvien­tes como mano de obra, sobre todo en sociedades diezmadas por la guerra.

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Los [NSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PRO CED M EN TO S DE GUERRA

Para concluir con estas observaciones citamos nuevamente a Bourthoul, en relación a las sociedades militaristas mesoamericanas, en términos de sus incentivos e ideología bélica y relacionados a su vez con sus necesidades de producción y subsistencia en lo que apunta sobre el tema que nos ocupa:

Se calcula que toda ideología que ha suscitado sacriñcios y ha hecho mártires tiene un valor en sí misma. Poco importa que todas las causas [...], tanto las mejores como las peores, las más absurdas como las más sensatas, se han demostrado aptas para que se produjeran heroicas abnegaciones (Bourthoul, 1971: 72).

¿7 un <7e.s'trozo

Lo anterior es prácticamente un retrato hablado de las diversas sociedades militaristas mesoamericanas que encontraran los españo­les. Con una praxis guerrera similar y a su nivel los grupos étnico- políticos con los que fueron topando los conquistadores, desde los maya a los mexica-tenochca, luego a los phurhépecha, la constela­ción de pueblos otomianos, mixtéeos, zapotecos y la variedad de los conocidos como chichimeca respondieron a los invasores con ideas similares. La creencia existente entre varios de ellos del carácter divino de los feM/ay hispanos como enviados por Oz^ctz^/có^t/ para reclamar y reobtener sus derechos históricos señoriales, nos brinda la oportunidad de tener una mejor idea de las concreciones que pudieron llegar a hacer terrena una ideología mística y teocrática secular entre los pueblos mesoamericanos. Y para muestra basta un botón. Nos narra Bemal Díaz la preocupación de paraencontrar una forma de vencer a los supuestos dioses hispanos:

Luego mandaron llamar todos los adivinos y y otros que echa­ban suertes, que llaman TUca/MagMa.?, que son como hechiceros, y dijeron que mirasen por sus adivinanzas y hechizos y suertes que gente eramos y si podríamos ser vencidos dándonos guerra de día y de noche a la contina, y también para saber si eramos teM/e-y, así como les decían los de Cempoal [...], y qué cosas comíamos, y que

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mirasen todo esto con mucha diligencia. Y después que se juntaron los adivinos y hechiceros y muchos y hechas sus adivinanzas y echadas sus suertes, y todo lo que solían hacer, parece ser dijeron que en las suertes hallaron que éramos hombres de hueso y carne, y que comíamos gallinas y perros y pan y fruta, cuando lo teníamos; y que no comíamos carnes de indios ni corazones de los que matábamos [...] y lo peor de todo que les dijeron sus y adivinos fue que de día no podíamos ser vencidos, sino de noche, porque como anochecía se nos quitaban las fuerzas; y mas les dijeron los hechiceros, que eramos esforzados, y que todas estas virtudes teníamos de día hasta que se ponía el sol, y después que anochecía no teníamos fuerza ninguna (Bemal Díaz, 1960,1: 197).

Luego, cuando otros señores tlaxcaltecas propusieron a AicofeMc#?/ aliarse con los españoles para vencer a sus enemigos los mexicanos, él se opuso. "Y dijo que ya había muerto muchos fCM/ey, y la yegua, y que quería dar otra noche sobre nosotros y acabamos de vencer y matar" (Bemal Díaz, 1 9 6 0 ,1: 201).

Bien comprenderían luego los mexicanos y sus aliados que los españoles no eran inmortales cuando en las tomas de posesión de Cuauhtémoc en Tenochtitlan, en Tlacopan yCoanacochtzin en Texcoco fueron sacrificados españoles junto con tlaxcaltecas, cholultecas y huejotzincas.

A cuatrocientos setenta y un años de la caída de Tenochtitlan no resulta plenamente convincente atribuirla, principalmente, a la tec­nología armamentista utilizada por los conquistadores, incluida la movilidad que implica el uso del caballo y los bergantines. Muchas de las causas de las derrotas indígenas residieron en la propia estructuración de los señoríos que se ha referido al militarismo mesoamericano en el momento del arribo de las huestes españolas, haciendo notar otros

Fbcforay ¿7 /a Jerroh?

Aunque contenga algo de verdad, cuesta ahora aceptar lo que Wigberto Jiménez Moreno, José Miranda y María Teresa Fernández publicaron en 1969:

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Los INSTRUMENTOS BÉLICOS Y LOS PROCEDIMIENTOS DE GUERRA

Los elementos y los instrumentos intelectuales (ideas, conceptos, tác­ticas, escritura) de pueblos en un grado de desarrollo tecnológico más avanzado supusieron también otra ventaja para los españoles. Sus conocimientos eran más amplios, sus conceptos más precisos y sus palabras fáciles de escribir y, por lo tanto, de transmitir. Y así sus mentes, mejor pertrechadas que las de los indígenas, pudieron domi­nar con mayor presteza y acierto las situaciones difíciles, y sacar mejor provecho a los medios de que disponían -hombres, armas, recursos, etc. (Miranda, Jiménez Moreno y Fernández, 1969: 467).

Desde luego, la superioridad en el armamento fue de importancia para decidir los éxitos en los combates. La relación que nos hace Bemal Díaz de ambas tácticas y efectividad del armamento nos lo muestran: "Estuvimos en esta batalla [en Tabasco] sobre una hora, que nos les pudimos hacer perder punto de buenos guerreros hasta que vinieron los de a caballo" (Bemal Díaz, 1 9 6 0 ,1: 115).

Las formaciones de combate acostumbradas por los indígenas les fueron adversas frente a la artillería: "Una cosa nos daba la vida, y era que, como eran muchos y estaban amontonados, los tiros les hacían mucho mal; y demás desto no se sabían capitanear, por­que no podían llegar todos los capitanes con sus gentes" (Bemal Díaz, 1 9 6 0 ,1: 195).

Cortés no sólo aprovecharía la superioridad de las amias de fuego y la caballería, sino el miedo indígena ante ese armamento desconocido, para lo cual desde un principio hizo continuos alardes con esas fuerzas. Por otro lado, los españoles adoptaron pronto el

y readaptaron sus formas de ataque.

Puesto que nos ayudábamos con tan gran concierto con nuestra arti­llería, escopetas y ballestas, que les hacían cierto daño; a los que nos llegaban con sus espadas y montantes les dábamos buenas estocadas, que les hacíamos apartar, y no se juntaban tanto como la vez pasada; los de a caballo estaban tan diestros y hacíanlo tan varonilmente que, después de dios, que es el que nos guardaba, ellos fueron fortaleza (Bemal Díaz, 1960,1: 195).

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Otro enemigo imprevisto por los indígenas fue la epidemia de viruela que ya en 1514 se presentó en Yucatán, extendiéndose al paso de los españoles y de los indígenas contagiados. Pero quizá el peor enemigo de los indígenas fue su división y las alianzas que hicieron con Cortés quien por su parte supo aprovechar las enemis­tades entre los señoríos, nos dice Bemal Díaz:

Se holgó inñnito Cortés saber las alteraciones y bandos que había entre estos señores, porque Moctezuma los tenía descontentos y como tiranizados, y vió luego abierto el camino para la felicidad, que des­pués le sucedió, y que juntándose con uno de los bandos, se consumi­rían ellos entre sí, y el se haría señor de entrambos (Bernal Díaz 1960,1: 349).

No le faltó razón a Cortés por lo que el propio Bemal observa de un enfrentamiento tenido por los españoles con los tlaxcaltecas:

Y a lo que supimos desde la otra batalla pasada habían tenido pen­dencias y rencillas entre el capitán Xicotenga con otro capitán hijo de Chichimecatecle 1. ..] por manera que en esta batalla no quiso ayudar con su gente el Chichimecatecle al Xicotenga, antes supimos muy ciertamente que convocó a la capitanía de Guaxolcingo [Huejotzingo] que no pelease. Y demás desto, desde la batalla pasada temían los caballos y tiros y espadas, y ballestas, y nuestro buen pelear [...] (Bemal Díaz, 1960,1: 195).

Cortés mismo procuró que los tributarios de México se alzasen contra Moctezuma logrando rebeliones y ataques contra las guarni­ciones mexicanas de los totonacos de Cempoala luego de que

el cacique gordo, dando suspiros se queja reciamente del gran Moctezuma y de sus gobernadores, diciendo que de pocos tiempos acá le había sojuzgado y que le ha llevado todas sus joyas y oro, y les tiene tan apremiados que no osan hacer sino lo que les manda, porque es señor de grandes ciudades y tierras y vasallos y ejércitos de guerra (Bemal Díaz, 1969,1: 145).

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*-1) Encuentro de embajadas. Fuente: Fray Diego Durán, JgNMgva

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Los totonacos de Quiahuiztlan, rebelados contra los mexicanos y otros pueblos vecinos

todos se alzaron y rogaron a Cortés que fuese su caudillo, que ellos pondrían en el campo cien mil hombres de guerra [...] y que si Cortés se confederaba con ellos se armaría una liga contra Moctezuma, que no pudiese defenderse de ellos (Bernal Díaz, 1960,1: 354-355).

Así, desde Yucatán y Cempoala Cortés ya estaba informado de los principales rivales de la triple alianza. Pero otras acciones de Cortés resquebrajarían la resistencia indígena, por su efecto demos­tración del terror y la traición de que eran capaces los españoles. Así en su marcha hacia Tenochtitlan, de paso por Cholula, Cortés recibió una embajada de Moctezuma pidiéndole que no llegasen a la ciudad y

poniéndoles mil dificultades, de tal manera que se receló de ellos y de los cholultecas, y así mandó a los tlaxcaltecas sus amigos ciertas señales en sus cabezas para que fuesen conocidos, porque quería hacer un castigo ejemplar en los cholultecas y mexicanos [para ello Cortés pidió una reunión con] todos los magnates y señores [y que en el patio del templo] se juntasen los más de los ciudadanos, para que allá fuesen escogidos los que fuesen necesarios para llevarle el bagaje, con lo que vinieron muchos así de los nobles como de la gente plebeya, que hinchieron el patio y sala, y aun a la redonda de el; y habiendo juntado a los treinta de ellos, los más principales, los pren­dió y hizo con los suyos tomar las puertas, sin que dejasen salir á nadie; y luego llamó a los embajadores de Motecuhzoma, y les dijo que aquellos presos le habían confesado una traición que por su orden tenían urdida a él y á los suyos, lo cual no podría creer de Motecuhzoma su señor, que tratase de matarlos: los mexicanos dieron sus disculpas, diciendo que ellos y su señor estaban muy inocentes de semejante culpa y traición. Cortés mando matar algunos de los treinta señores, y disparando un arcabuz (que era la señal que tenía dada a los españoles para que saliesen á los del patio y los matasen) se ejecutó así, y en menos de dos horas mataron más de cinco mil, saquearon y quemaron las casas mas principales de la ciudad y los

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templos de ella; y el templo mayor donde se habían acogido muchos sacerdotes y señores principales, lo quemaron en donde murieron los más. Fue tan grande el temor y espanto que causó este hecho, que fue sonado por toda la tierra [...] (Alva Ixtlilxóchitl, 1965, II: 371-372).

Este acto terrorista de Cortés no fue el primero pero sí el más espectacular antes de la matanza que Pedro de Alvarado encabezara durante la fiesta de 7bxc<7i7 en Tenochtitlan y en ausencia de Cortés. Mas al resquebrajo moral y psíquico que tales acciones causaran se sumó el que provocó la destrucción de las imágenes de dioses, a éste contribuiría el mito del regreso de en un año uno cañaque precisamente coincidía con el de 1519.

Respecto a estas cuestiones es claro lo dicho por Moctezuma a Cortés, que reñere Alva Ixtlilxóchitl, cuando aquel pidió que no se siguieran destruyendo los ídolos; Cortés,

contentóse con decirles en la ceguedad en que vivían, y desengañarlos y meterlos en el camino verdadero de la virtud y ley evangélica, que había sido la causa principal de su venida; que no había sido tanto por sus riquezas, pues de ellas no habían tomado más de tan solamen­te lo que ellos les habían dado, ni habían llegado a sus mujeres y hijas ni hecho otros agravios, porque su primer intento no era más de salvar sus almas, que no había otro dios mas de tan solamente el que los cristianos adoraban [...] (Alva Ixtlilxóchitl, 1965, II: 381).

Antes Moctezuma reñrió a Cortés la tradición histórica del re­greso de diciéndole:

Que un gran señor que en tiempos antiguos había estado en esta tierra, había de volver a ella con los suyos a dar leyes con nueva doctrina, y que la poseerían y serían señores de ella, y que así creía que el rey de España había de ser aquel señor que esperaban; tras de lo cual dio a Cortés muy grande relación de sus riquezas, se le ofreció mucho, y hizo traer allí muchas joyas de pedrería, mantas y otras cosas ricas, y las repartió entre los españoles, dando a cada uno lo que le parecía que merecía; y con esto se despidió (Alva Ixtlilxóchitl, 1965, II: 377).

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E L ENCUENTRO DE LA PtEDRA Y EL ACERO

A pesar de las finalidades de ganar almas para la fe cristiana que expresara Cortés a Moctezuma, la codicia y el deseo de obtener metales preciosos se mostró en los españoles desde que empezaron a obtener oro a cambio de baratijas en la costa de Yucatán:

Y más les preguntó [Cortés] de que parte traían oro y aquellas joyezuelas: respondieron que hacia donde se pone el sol, y decían

culúa" y "México" y como no sabíamos que cosa era México y Culúa, dejábamos pasar por alto (Bemal Díaz, 1960,1: 120).

Presto Cortés comenzó a pedir información sobre las riquezas en metales preciosos, yacimientos, distancia a la mar del sur (el pacífi­co), puestos marítimos óptimos en la mar del norte (el golfo) y otras particularidades; para ello "envió a diversas partes a reconocer y calar los secretos de la tierra, la grandeza y fortaleza de las ciuda­des; y aun trajeron muestras de oro y de amigos [¿minas?] que hallaban en ellas [...]" (Alvalxtlilxóchitl, 1965, II: 382-383).

En tal empresa los enviados por Cortés fueron a Texcoco donde

recogieron todo el oro del tesoro de Nezahualcoyotzin, y una arca muy grande de dos brazas de largo, una en ancho y un estado en alto, la hincheron hasta arriba en oro; [casi nueve metros cúbicos] y no contentos los españoles (que por todos eran veinte) mandaron a Tetlahuehuetzquin y a los demás señores de la ciudad que juntasen más oro, porque el que habían sacado del tesoro del rey era poco; y así cada uno de aquellos señores sacó de sus tesoros cierta cantidad de oro, con que tornaron a hienchir otra cantidad de oro como la prime­ra y lo llevaron a Cortés, el que se admiró de ver la gran suma de riquezas (Alva Ixtlilxóchitl, 1965, II: 383).

La hipocresía cortesiana de ocultar la ñnalidad principal de obtención de botín en metales preciosos diciendo a Moctezuma que necesitaba el oro para "curar males del corazón", contrasta con la franca declaración de Bemal Díaz del Castillo, "¿De qué condición somos los españoles para no ir adelante y estamos en partes en que no tengamos provecho y guerras?" (Bemal Díaz, 1 9 6 0 ,1: 176).

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L O S INSTRUMENTOS BÉUCOS Y LOS PROCEDIMiENTOS DE GUERRA

Otro conquistador que manifiesta las finalidades de provecho logrado por medio de la violencia es Ñuño de Guzman. En letras del propio Bemal Díaz, en otras cuestiones para nada comparable al asesino de 77, el señor phurhépecha; al ser informadoBeltrán de Guzmán que habría de dejar el cargo de presidente de la audiencia,

allegó todos los más soldados que pudo, así de caballos como escopeteros y ballesteros, para que fuesen con el a la provincia que le dicen de Jalisco, y los que no querían ir de grado apremiábalos de grado o por fuerza, o habían de dar dineros a otros soldados que fuesen en su lugar, y si tenían caballos se los tomaban, y cuando mucho no les pagaban sino la mitad menos de lo que valían, y los vecinos ricos de México ayudaron con lo que podían; y llevó muchos indios mexicanos cargados y otros de guerra para que le ayudasen, y por los pueblos por los que pasaba con su fardaje hacíales grandes molestias, y fue a la provincia de Michoacán, que por allí era su camino, y tenían los naturales de aquella provincia de los tiempos pasados, mucho oro, que aunque era bajo, porque estaba revuelto con plata, le dieron cantidad de ello, y porque Cazoncin [Tangaxoan II], que era el mayor cacique de aquella provincia [.. .] no le dió tanto oro como le mandaba, Ñuño de Guzmán le atormentó y quemó los pies, y porque le demandaba indios e indias para su servicio, y por otras trancanillas que le levantaron al pobre cacique, le ahorcó, que fue una de las malas y feas cosas que presidente ni otras personas podían hacer, y todos los que iban en su compañía se lo tuvieron a mal y a crueldad. Y llevó de aquella provincia muchos indios cargados hasta donde pobló la ciudad que ahora llaman Santiago de Compostela (Bemal Díaz, 1960, II: 296).

Este amplio relato - o amplia cita- de nuestro soldado-cronista resulta ideal para apreciar la calidad de empresa que básicamente tuvo la conquista española en América. Marca simultáneamente el papel que los indígenas del centro de México jugaron en el avance español (otomíes, nahuas y tlaxcaltecas fueron la base colonizadora de tierras muy septentrionales, fuera de Mesoamérica), como la

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diferencia en el proceder de los individuos integrantes de la cristiana hueste hispana, tan experimentada en guerras contra sus iguales, franceses e italianos, como contra infieles como los moros y judíos sefarditas.

Hasta aquí se han visto una serie de elementos causantes proba­bles de la conquista gradual de cientos de miles de indígenas por grupos hispanos de guerreros que rara vez excedieron el número de mil. La efectividad superior del armamento europeo pudo haber sido neutralizada, y aun anulada de haberse recurrido a otro tipo de tácticas de combate como las que parecen haber adoptado los mexica en el ataque a los españoles en su huida de la ciudad y luego en el sitio final de la misma. La mortandad causada inicialmente por la viruela se hubiera podido minimizar, el trauma causado por la des­trucción de ídolos y su substitución por imágenes cristianas pudo haber sido ignorado, la concientización de los verdaderos ñnes de la invasión peninsular hispana aprovechada y la desmitiñcación del carácter de dioses de esos hombres con armas de fuego y montados a caballo usada como razón para combatirlos, de no haber existido tal división entre los pueblos aliados y sus enemigos. La identidad y el nacionalismo fallaron como consecuencia del proceso de integra­ción regional económica, política y cultural basada en la violencia bélica que emprendieran en el tercer decenio del siglo X V los mexica y sus aliados.

Mas ideológicamente, quizá la mayor carga la supuso la ideolo­gía religiosa preexistente, la que gradualmente se fuera íbijando entre los pueblos mesoamericanos y la parte bélica de su panteón, ante una ilegitimidad apenas percibida que sus propios mitos con­frontaron con la "paz" de y sus enviados.

Esto condicionó la ausencia y la posibilidad en tan sólo un par de años del surgimiento de una identidad, de un contraste efectivo de cada comunidad y del conjunto de ellas con los invasores, de una alianza efectiva que superara individualismos y parentescos, que políticamente apoyara un estado militar conjunto. Las integraciones territoriales y culturales que al parecer se lograron históricamente

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Los INSTRUMENTOS BÉLtCOS Y LOS PROCEDtMiENTOS DE GUERRA

durante la época teotihuacana y tolteca tuvieron una razón pacífica: y una contradicción: la discordia encamada por el

dios 7!ezc(7f/jpoc<7. A cientos de años de la existencia de los Estados indígenas vencidos por los españoles, razones con discordias y re­sentimientos parecen unir a los mexicanos de hoy. A eso lo llama­mos cultura.

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REPETTO Tío, Beatriz, DayarroFa /wFFa/* enfre /a^ wayay, INAH- SEP, Maldonado Eds., Yucatán, México, 1985.

SAHAGÚN, Fray Bernardino de, TFy/ar/a Genera/ Fe /aF Ca^aj Fe TV F., Ed. Porrúa, México, 1956.

129

E L ENCUENTRO DE LA PIEDRA Y EL ACERO

SANDERS, William T. Y Barbara PRICE,

q /úf C/wV/zú'^oT?, New York, Random House, 1968.

SpEiR, Hans, ábe?#/ q/* Papers in politicalsociology, the MIT Press, Massachusets and London, 1969.

ToRQUEMADA, Fray Juan de, A&<M<2rqM/<2 3 vols. Ed. Porrúa,Mexico, 1969.

WEiGAND, Phil C , "Evolución de una civilización prehispánica", El Colegio de Michoacán, Zamora, 1993, pp. 444.

130

Este libro se terminó de imprimir el mes de julio de 1994, en los talleres de Impresión y Diseño.

La edición consta de 1,000 ejemplares.Se hizo bajo el cuidado del Departamento de Publicaciones

deEl Colegio de Michoacán, A. C.

Cuidado de la edición:Jaime Domínguez Avila

Corrección de estilo:Eisa Leticia García Arguelles

Composición tipográfica:Rosa María Manzo Mora y

Claudia Ramírez Ochoa Mapas y dibujos:Valentín Juárez

XVAN)VER$AR)0 DE LA FUNDACtÓN DE

COLEQiO DE M tCHOACÁN1979-1994

; - j'E/ cacaca/ro be /a /?/cb/*a y c/ acero ofrece los frutos de una rigurosa investigación estimulada por la presunta de cómo y por que un pequeño ejercito de expedicionarios españoles derrotó y destruyó, con ocasión de la conquista y colonización de estas tierras, a principios de! siglo XVI, al numeroso, aguerrido y bien organizado ejército mcsoamcricano. Las diferencias tecnológicas entre sendos armamentos, es la principal de las respuestas que, a guisa de hipótesis, explora el autor, un experto de la guerra mesoamericana cuyas credenciales fueron no hace mucho refren­dadas, por tiempo indefinido, gracias a su magistral ingreso al tema con ía.y bé-spo/ax ar/Habo.y. La piedra y el acero vienen siendo en este libro no ya un par de frías sinéqdoqucs que remiten de cualquier mane­ra a las culturas por ellos caracterizadas, sino dos cálidas metáforas que evocan certeramente dos maneras distintas de hacer la guerra y, por ende, sendos tipos de herramienta bélica: el encuentro de la piedra y el acero aquí reseñado poco tiene de descubrimiento y mucho de choque aunque el lector atento deba esperar, por supuesto, un asombroso en­cuentro con el admirable sistema bélico mcsoamcricano simbolizado por la piedra.

En efecto, a lomos de la educada pluma de José Lameiras Olvera,E/ cacaen/ro be /a p/ebra y c/ acero es una muy bien documentada excursión por los instrumentos bélicos y los procedimientos de guerra que forjaron imperios poderosos y fuertes señoríos en estas tierras mcsoamcricanas, con la convicción de que una de las relaciones sociales que más revelan la conducta humana es la guerra, realidad de muchas caras. La gesta de aquellos expedicionarios españoles es vista al trasluz de un erudito recital de voces de ultratumba, recogidas escrupulosamente por el autor, en un magistral ir y venir entre cronistas e historiadores de ambos bandos, testigos hoy valiosos de un mundo que la misma guerra reseñada acabó extinguiendo.

Herón Pérez Martínez

C o L E C C tÓ N E N S A Y O S