El Diamante Tan Grande Como El Ritz

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El diamante tan grande como el Ritz Francis Scott Fitzgerald I. John T. Unger descendía de una familia notable, desde hacía varias generaciones, en Hades, pequeña ciudad en la ribera del Misisipí. El padre de John había conservado el título de campeón de golf aficionado en numerosas y reñidas competiciones; la señora Unger era conocida en los antros del vicio y la corrupción, como decían en el pueblo, por sus arengas políticas; y el joven John T. Unger, que apenas había cumplido los dieciséis años, sabía bailar todos los bailes a la moda de Nueva York antes de ponerse pantalones largos. Ahora tenía que pasar algún tiempo lejos de casa. El respeto por la educación impartida en Nueva Inglaterra, verdadero azote de todas las ciudades de provincia, a las que arrebata cada año los jóvenes más prometedores, había alcanzado a sus padres. Lo único que podía satisfacerlos era que estudiara en el colegio de San Midas, cerca de Boston. Hades era demasiado pequeña para su querido e inteligente hijo. Pero en Hades —como bien sabe cualquiera que haya estado allí— los nombres de los más elegantes colegios preuniversitarios y las más elegantes universidades significan muy poco. Sus habitantes llevan tanto tiempo alejados del mundo que, aunque presumen de estar al día en moda, costumbres y literatura, dependen en gran medida de lo que les llega de oídas, y una ceremonia que en Hades se consideraría perfecta sería juzgada «quizá un poco cursi» por la hija del rey de las carnicerías de Chicago. Era la víspera de la partida de John T. Unger. Mientras la señora Unger, con maternal fatuidad, le llenaba las maletas de trajes de lino y ventiladores eléctricos, el señor Unger le regaló a su hijo una billetera de asbesto atiborrada de dinero. —Acuérdate de que aquí siempre serás bien recibido —le dijo—. Puedes estar seguro, hijo, de que mantendremos viva la llama del hogar. —Lo sé —contestó John con voz ronca. —No olvides quién eres y de dónde vienes —continuó su padre con orgullo—, y no hagas nada de lo que te puedas avergonzar. Eres un Unger... de Hades. Y el viejo y el joven se estrecharon la mano, y John se alejó llorando a mares. Diez minutos después, en cuanto cruzó los límites de la ciudad, se detuvo para mirarla por última vez. El

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Cuento de Scott Fitzgerald

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El diamante tan grande como el RitzFrancis Scott Fitzgerald

I.

John T. Unger descenda de una familia notable, desde haca varias generaciones, en Hades, pequea ciudad en la ribera del Misisip. El padre de John haba conservado el ttulo de campen de golf aficionado en numerosas y reidas competiciones; la seora Unger era conocida en los antros del vicio y la corrupcin, como decan en el pueblo, por sus arengas polticas; y el joven John T. Unger, que apenas haba cumplido los diecisis aos, saba bailar todos los bailes a la moda de Nueva York antes de ponerse pantalones largos. Ahora tena que pasar algn tiempo lejos de casa. El respeto por la educacin impartida en Nueva Inglaterra, verdadero azote de todas las ciudades de provincia, a las que arrebata cada ao los jvenes ms prometedores, haba alcanzado a sus padres. Lo nico que poda satisfacerlos era que estudiara en el colegio de San Midas, cerca de Boston. Hades era demasiado pequea para su querido e inteligente hijo. Pero en Hades como bien sabe cualquiera que haya estado all los nombres de los ms elegantes colegios preuniversitarios y las ms elegantes universidades significan muy poco. Sus habitantes llevan tanto tiempo alejados del mundo que, aunque presumen de estar al da en moda, costumbres y literatura, dependen en gran medida de lo que les llega de odas, y una ceremonia que en Hades se considerara perfecta sera juzgada quiz un poco cursi por la hija del rey de las carniceras de Chicago. Era la vspera de la partida de John T. Unger. Mientras la seora Unger, con maternal fatuidad, le llenaba las maletas de trajes de lino y ventiladores elctricos, el seor Unger le regal a su hijo una billetera de asbesto atiborrada de dinero. Acurdate de que aqu siempre sers bien recibido le dijo. Puedes estar seguro, hijo, de que mantendremos viva la llama del hogar. Lo s contest John con voz ronca. No olvides quin eres y de dnde vienes continu su padre con orgullo, y no hagas nada de lo que te puedas avergonzar. Eres un Unger... de Hades. Y el viejo y el joven se estrecharon la mano, y John se alej llorando a mares. Diez minutos despus, en cuanto cruz los lmites de la ciudad, se detuvo para mirarla por ltima vez. El anticuado lema Victoriano inscrito sobre las puertas le pareci extraamente atractivo. Su padre haba intentado muchas veces cambiarlo por algo con ms garra y bro, aleo como Hades: tu oportunidad, o incluso un simple Bienvenidos estampado sobre un caluroso apretn de manos dibujado con luces elctricas El viejo lema era un poco deprimente, pero en aquel momento... As que John mir por ltima vez la ciudad y luego, con resolucin, se encar a su destino. Y, mientras se alejaba, las luces de Hades contra el cielo parecan llenas de una clida y apasionada belleza.

El Colegio Preuniversitario de San Midas est a meda hora de Boston en un automvil Rolls-Pierce. Nunca se sabr la distancia real, porque nadie, excepto John T. Unger, ha llegado hasta all como no sea en un Rolls-Pierce, y probablemente un caso como el de Unger no volver a repetirse. San Midas es el colegio preuniversitario masculino ms caro y selecto del mundo. Los dos primeros cursos transcurrieron apaciblemente. Todos los alumnos eran hijos de reyes de las altas finanzas, y John pas los dos veranos invitado en alguna playa de moda. Aunque apreciaba mucho a los amigos que lo invitaban, los padres le sorprendan porque todos parecan cortados por el mismo patrn, y, desde su juvenil punto de vista, a veces se maravillaba de su excesiva similitud. Cuando les deca dnde viva, le preguntaban despreocupadamente: Hace calor all, no?, y John se vea obligado a aadirle a la respuesta una dbil sonrisa: Desde luego que s. Habra respondido con mayor cordialidad si todos no repitieran siempre el mismo chiste, a veces con una variante que no le pareca menos odiosa: All no te quejars del fro, no?. A mediados del segundo curso, pusieron en la clase de John a un chico tranquilo y atractivo que se llamaba Percy Washington. El recin llegado tena modales agradables y vesta extraordinariamente bien, incluso para San Midas, pero, a pesar de todo, quin sabe por qu, se mantena al margen de los otros chicos. El nico con quien hizo amistad fue John T. Unger, pero ni siquiera con John hablaba abiertamente de su casa y su familia. No haba ninguna duda de que era rico, pero, aparte de lo poco que poda deducir, John no saba casi nada de su amigo, as que, cuando Percy lo invit a pasar el verano en su casa del Este, fue como si le prometieran un banquete para saciar su curiosidad. Acept sin vacilar. Ya en el tren, Percy se volvi, por primera vez, ms comunicativo. Y un da, mientras coman en el vagn-restaurante y hablaban de los defectos de algunos de sus compaeros de colegio, Percy cambi de repente de tono e hizo una observacin inesperada: Mi padre dijo es, con mucho, el hombre ms rico del mundo. Ah respondi John cortsmente. No saba qu contestar a semejante confidencia. Pens contestar: Es magnfico, pero le sonaba a hueco; y estuvo a punto de decir: De verdad?, pero se contuvo, porque hubiera parecido que dudaba de la afirmacin de Percy. Y una afirmacin tan asombrosa como aquella no admita dudas. El ms rico, con mucho repiti Percy. He ledo en el Almanaque Mundial empez a decir John que en Estados Unidos hay uno que gana ms de cinco millones al ao, y cuatro que ganan ms de tres millones, y... Ah, eso no es nada la boca de Percy se curv en una mueca de desprecio. Capitalistas de cuatro cuartos, financieros de poca monta, pequeos comerciantes y prestamistas. Mi padre podra comprarles todo lo que tienen y ni siquiera lo notara. Pero cmo...? Que cmo no figura en las listas de Hacienda? Porque no paga impuestos. Si acaso, paga un poco, pero no de acuerdo con sus ingresos reales. Debe de ser muy rico se limit a decir John. Me alegro. Me gusta la gente muy rica. Cuanto ms rica es la gente, ms me gusta haba un brillo de apasionada franqueza en su cara morena. En Semana Santa me invitaron los Schnlitzer-Murphy. Vivian Schnlitzer-Murphy tena rubes tan grandes como huevos, y zafiros que parecan bombillas encendidas. Me encantan las joyas asinti Percy con entusiasmo. Prefiero que en el colegio nadie lo sepa, claro, pero yo tengo una buena coleccin. Colecciono joyas como otros coleccionan sellos. Y diamantes dijo John con pasin. Los Schnlitzer-Murphy tenan diamantes como nueces... Eso no es nada Percy se le acerc y baj la voz, que ahora slo era un susurro. Eso no es nada. Mi padre tiene un diamante ms grande que el Hotel Ritz-Carlton.

II.

El crepsculo de Montana se extenda entre dos montaas como una moradura gigantesca de la que se derramaran sobre un cielo envenenado arterias oscuras. A una distancia inmensa, bajo el cielo, se agazapaba la aldea de Fish, diminuta, ttrica y olvidada. Vivan doce hombres, o eso se deca, en la aldea de Fish, doce almas sombras e inexplicables que mamaban la leche escasa de las rocas casi literalmente desnudas sobre las que los haba engendrado una misteriosa energa repobladora. Se haban convertido en una raza aparte, estos doce hombres de Fish, como una de esas especies surgidas de un remoto capricho de la naturaleza: una naturaleza que, tras pensrselo dos veces, los hubiera abandonado a la lucha y al exterminio. Ms all de la moradura azul y negra, en la distancia, se deslizaba por la desolacin del paisaje una larga fila de luces en movimiento, y los doce hombres de Fish se reunieron como espectros en la msera estacin para ver pasar el tren de las siete, el Expreso Transcontinental de Chicago. Seis veces al ao, ms o menos, el Expreso Transcontinental, por orden de alguna autoridad inconcebible, paraba en la aldea de Fish; cuando esto suceda, descendan del tren uno o dos bultos, montaban en una calesa que siempre surga del ocaso y se alejaban hacia el crepsculo amoratado. La observacin de este fenmeno ridculo y absurdo se haba convertido en una especie de rito entre los hombres de Fish. Observar: eso era todo. No quedaba en ellos nada de esa cualidad vital que es la ilusin, necesaria para sorprenderse o pensar; si algo hubiera quedado, aquellas visitas misteriosas hubieran podido dar lugar a una religin. Pero los hombres de Fish estaban por encima de toda religin los ms descarnados y salvajes dogmas del cristianismo no hubieran podido arraigar en aquella roca estril, y en Fish no existan altar, sacerdote ni sacrificio; slo, a las siete de la tarde, la reunin silenciosa en la estacin miserable, una congregacin de la que se elevaba una oracin de tenue y anmica maravilla. Aquella tarde de junio, el Gran Encargado de los Frenos, a quien, en caso de haber deificado a alguien, los hombres de Fish podran haber elegido perfectamente su hroe celeste, haba ordenado que el tren de las siete dejara en Fish su carga humana (o inhumana). A las siete y dos minutos Percy Washington y John T. Unger descendieron del expreso, pasaron de prisa ante los ojos embelesados, desmesurados, espantosos, de los doce hombres de Fish, montaron en una calesa que evidentemente haba surgido de la nada y se alejaron. Media hora ms tarde, cuando el crepsculo se coagulaba en la oscuridad, el negro silencioso que conduca la calesa grit en direccin a un cuerpo opaco que les haba salido al paso en las tinieblas. En respuesta al grito, proyectaron sobre ellos un disco luminoso que los miraba como un ojo maligno desde la noche insondable. Cuando estuvieron ms cerca, John vio que era la luz trasera de un automvil inmenso, el ms grande y magnfico que haba visto en su vida. La carrocera era de metal resplandeciente, ms brillante que el nquel y ms rutilante que la plata, y los tapacubos de las ruedas estaban adornados con figuras geomtricas, iridiscentes, amarillas y verdes: John no se atrevi a preguntarse si eran de cristal o de piedras preciosas. Dos negros, con libreas relucientes como las que se ven en los cortejos reales londinenses de las pelculas, esperaban firmes junto al coche, y, cuando los jvenes bajaron de la calesa, los saludaron en una lengua que el invitado no pudo entender, pero que pareca ser una degeneracin extrema del dialecto de los negros del Sur. Ven le dijo Percy a su amigo, mientras colocaban las maletas en el techo de bano de la limusina. Siento que hayas tenido que hacer un viaje tan largo en la calesa, pero es preferible que no vean este coche los viajeros del tren y esos tipos de Fish dejados de la mano de Dios. Qu barbaridad! Qu coche! Esta exclamacin fue provocada por el interior del vehculo. John vio que la tapicera estaba formada por mil minsculas piezas de seda, entretejidas con piedras preciosas y bordados, y montadas sobre un pao de oro. Los brazos de los asientos en los que los chicos se haban hundido voluptuosamente estaban cubiertos por una tela semejante al terciopelo, pero que pareca fabricada en los innumerables colores del extremo de las plumas de las avestruces. Vaya coche! exclam John una vez ms, maravillado. Qu? Esto? Percy se ech a rer. Pero si es slo un trasto viejo que usamos como furgoneta. Se deslizaban silenciosamente a travs de la oscuridad hacia una abertura entre las dos montaas. Llegaremos dentro de hora y media dijo Percy, mirando el reloj. Ser mejor que te diga que vas a ver cosas que no has visto nunca. Si el coche era un indicio de lo que John iba a ver, estaba preparado para maravillarse. El primer mandamiento de la sencilla religin que impera en Hades ordena adorar y venerar las riquezas: si John no hubiera sentido ante ellas una radiante humildad, sus padres hubieran vuelto la cara, horrorizados por la blasfemia. Haban llegado al paso entre las dos montaas, y en cuanto empezaron a atravesarlo el camino se hizo mucho ms escabroso. Si la luz de la luna llegara hasta aqu, veras que estamos en un gran barranco dijo Percy, intentado ver algo por la ventanilla Dijo unas palabras por el telfono interior e inmediatamente el lacayo encendi un reflector y recorri las colinas con un inmenso haz de luz. Rocas, ya ves. Un coche normal se hara pedazos en media hora. La verdad es que se necesitara un tanque para viajar por aqu, si no conoces el camino. Habrs notado que vamos cuesta arriba. Estaban subiendo, s, y pocos minutos despus el coche coron una cima, desde donde vislumbraron a lo lejos una luna plida que acababa de salir. El coche se par de repente y, a su alrededor, tomaron forma numerosas figuras que salan de la oscuridad: tambin eran negros. Volvieron a saludar a los jvenes en el mismo dialecto vagamente reconocible. Entonces los negros se pusieron manos a la obra: engancharon cuatro inmensos cables que caan de lo alto a los tapacubos de las ruedas llenos de joyas. Y, a la voz resonante de Hey-yah!, John not que el coche se elevaba del suelo, ms y ms, por encima de las rocas que lo flanqueaban, ms y ms alto, hasta que pudo divisar un valle ondulado, a la luz de la luna, que se extenda ante l en neto contraste con el tremedal de rocas que acababan de abandonar. Slo a uno de los lados se vean an rocas, y enseguida, de repente, no quedaron rocas, ni cerca de ellos ni en ninguna otra parte. Era evidente que haban superado un inmenso saliente de piedra, como cortada a cuchillo, perpendicular en el aire. Y entonces empezaron a descender y por fin, con un choque suave, se posaron sobre un terreno llano. Lo peor ya ha pasado dijo Percy, echando un vistazo por la ventana. Slo faltan ocho kilmetros, por nuestra carretera: es como una tapicera de adoquines. Todo es nuestro. Mi padre dice que aqu termina Estados Unidos. Estamos en Canad? No. Estamos en las Montaas Rocosas. Pero ests ahora mismo en los nicos ocho kilmetros cuadrados del pas que no aparecen en ningn registro. Por qu? Se les ha olvidado? No dijo Percy, sonriendo. Han intentado hacerlo tres veces. La primera vez mi abuelo corrompi a un departamento completo del Registro Oficial de la Propiedad; la segunda, consigui que cambiaran los mapas oficiales de Estados Unidos... As retras quince aos el asunto. La ltima vez fue ms difcil. Mi padre se las arregl para que sus brjulas se encontraran en el mayor campo magntico que jams ha sido creado artificialmente. Consigui un equipo completo de instrumentos de planimetra y topografa levemente defectuosos, incapaces de registrar este territorio, y los sustituy por los que iban a ser usados. Luego desvi un ro y construy en la ribera una aldea ficticia, para que la vieran y la confundieran con un pueblo del valle, quince kilmetros ms arriba. Mi padre slo le teme a una cosa concluy: el nico medio en el mundo capaz de descubrirnos. Cul es? Percy baj la voz: su voz se convirti en un murmullo. Los aviones susurr. Tenemos media docena de caones antiareos, y nos las vamos arreglando; pero ya ha habido algunas muertes y muchos prisioneros. No es que eso nos preocupe a mi padre y a m, ya sabes, pero mi madre y las chicas se asustan, y existe la posibilidad de que alguna vez no podamos solucionar el problema. Fragmentos y jirones de chinchilla, nubes galantes en el cielo de verde luna, pasaban ante la luna como preciosos tejidos de Oriente exhibidos ante los ojos de algn kan trtaro. A John le pareca que era de da, y que vea aviadores que navegaban por el aire y dejaban caer una lluvia de folletos publicitarios y prospectos medicinales con mensajes de esperanza para los desesperados caseros perdidos en la montaa. Le pareca que miraban a travs de las nubes y vean... vean todo lo que haba que ver all adonde l se diriga. Qu pasara entonces? Seran obligados a aterrizar por algn artefacto maligno, y encerrados entre muros lejos de los prospectos medicinales y publicitarios hasta el da del Juicio; o, en caso de burlar la trampa, los derribara una rpida humareda y la terrible onda expansiva de la explosin de una granada, que asustara a la madre y las hermanas de Percy. John neg con la cabeza y el fantasma de una sonrisa irnica se insinu en sus labios entreabiertos. Qu negocio desesperado se esconda en aquel lugar? Qu astucia moral de algn excntrico Creso? Qu misterio dorado y terrible? Las nubes de chinchilla se amontonaban a lo lejos y, fuera del automvil, la noche de Montana era clara como el da. Aquella carretera que era como una alfombra de adoquines pasaba suavemente bajo los grandes neumticos mientras bordeaban un lago tranquilo e iluminado por la luna; atravesaron una zona de oscuridad durante un instante, un bosque de pinos aromtico y fresco, y desembocaron en una amplia avenida de csped, y la exclamacin de placer de John coincidi con las palabras taciturnas de Percy: Hemos llegado a casa. Magnfico a la luz de las estrellas, un primoroso castillo se levantaba a orillas del lago, irguindose con el esplendor de sus mrmoles hasta la mitad de la altura de un monte vecino, para fundirse al fin, con simetra perfecta y transparente languidez femenina, con las densas tinieblas de un bosque de pinos. Las torres innumerables, las esbeltas traceras de los parapetos inclinados, el cincelado prodigioso de un millar de ventanas amarillas, con sus rectngulos, octgonos y tringulos de luz dorada, la pasmosa suavidad con que se cruzaban el resplandor de las estrellas y las sombras azules, vibraron en el alma de John como la cuerda de un instrumento musical. En la cima de una de las torres, la ms alta, la que tena la base ms negra, un juego de luces exteriores creaba una especie de pas de ensueo flotante. Y cuando John miraba hacia arriba en un estado de encantamiento entusiasta, un tenue y amortiguado sonido de violines descendi y lo envolvi en una armona rococ nunca jams oda. Y, casi inmediatamente, el automvil se detuvo ante una escalinata de mrmol, ancha y alta, a la que el aire de la noche llevaba la fragancia de millares de flores. Al final de la escalinata dos grandes puertas se abrieron silenciosas y una luz ambarina se derram en la oscuridad, perfilando la figura de una dama elegantsima, de cabellos negros, con un alto peinado, una dama que les tenda los brazos. Madre estaba diciendo Percy, ste es mi amigo John Unger, de Hades. Ms tarde John recordara aquella primera noche como un deslumbramiento de muchos colores, sensaciones fugaces, msica dulce como una voz enamorada: deslumbramiento ante la belleza de las cosas, luces y sombras, gestos y rostros. Haba un hombre con el pelo blanco que, de pie, beba un licor de mltiples matices en una copa de cristal con el pie de oro. Haba una chica, con la cara como una flor, vestida como Titania, con sartas de zafiros entre el pelo. Haba una habitacin en la que el oro macizo y suave de las paredes ceda a la presin de la mano, y otra habitacin que era como la idea platnica del prisma definitivo[footnoteRef:1]: estaba, del techo al suelo, recubierta por una masa inagotable de diamantes, diamantes de todas las formas y tamaos, de tal manera que, iluminada desde los ngulos por altas lmparas violceas, deslumhraba con una claridad que slo en s misma poda encontrar parangn, ms all de los deseos o los sueos humanos. [1: En su copia de Tales of the Jazz Age Fitzgerald corrigi y sustituy prison [prisin] por prisym. (N. del T.)]

Los dos chicos vagabundearon por aquel laberinto de habitaciones. A veces el suelo que pisaban llameaba con brillantes dibujos de fulgor interior, dibujos de colores mezclados en brbaros contrastes, o dibujos que tenan la delicadeza del pastel, o el blancor ms puro, o mosaicos sutiles y complejos, procedentes sin duda de alguna mezquita del mar Adritico. A veces, bajo losas de espeso cristal, John vea un torbellino de aguas celestes o verdes, pobladas de peces exticos y una vegetacin que mezclaba todos los colores del arco iris. Y pudieron andar sobre pieles de todas las texturas y colores, o a travs de corredores del ms plido marfil, inacabables, como si hubieran sido excavados en los gigantescos colmillos de los dinosaurios extinguidos antes de la era del hombre. Hay luego un intervalo confuso en la memoria, y ya estaban cenando: cada plato estaba hecho con dos capas casi indistinguibles de puro diamante entre las que haban insertado con extraa labor una filigrana de esmeraldas, casi filamentos de puro aire, verdes e intangibles. Una msica quejumbrosa y discreta flua a travs de lejanos corredores: la silla, de plumas e insidiosamente curvada en torno a su espalda, pareca tragrselo y aprisionarlo mientras se beba la primera copa de oporto. Intent soolientamente contestar a una pregunta que acababan de hacerle, pero el lujo melifluo que oprima su cuerpo intensific el espejismo del sueo: joyas, tejidos, vinos y metales se desdibujaban ante sus ojos en una dulce niebla... S contest con esfuerzo, por cortesa, all paso calor de sobra. Consigui aadir a sus palabras una risa espectral; luego, sin un movimiento, sin ofrecer resistencia, le pareci flotar a la deriva, alejarse flotando, dejando atrs el postre, un helado que era rosa como un sueo... Se durmi. Cuando despert, supo que haban pasado horas. Estaba en una habitacin grande y silenciosa, con paredes de bano y una iluminacin desvada, demasiado dbil, demasiado sutil para poder ser llamada luz. Su joven anfitrin se inclinaba sobre l. Te has quedado dormido mientras cenbamos le deca Percy. Yo estuve a punto de dormirme tambin: era tan agradable sentirse cmodo despus de un ao de colegio. Los criados te han desnudado y lavado mientras dormas. Esto es una cama o una nube? suspir John. Percy, Percy, antes de que te vayas, quisiera pedirte perdn. Por qu? Por haber dudado de ti cuando dijiste que tenas un diamante tan grande como el Hotel Ritz-Carlton. Percy sonri. Saba que no me creas. Es esta montaa, sabes? Qu montaa? La montaa sobre la que est construido el castillo. No es demasiado alta para ser una montaa. Pero, aparte de unos quince metros de hierba y grava, es un diamante puro. Un diamante nico en el mundo, un diamante de unos 1.500 metros cbicos, sin un solo defecto. Me ests escuchando? Oye... Pero John T. Unger haba vuelto a quedarse dormido.

III.

Era por la maana. Mientras se despertaba, percibi entre sueos que la habitacin se iba llenando de luz solar. Los paneles de bano de una de las paredes, deslizndose por una especie de rales, haban entreabierto la habitacin para que entrara la luz del da. Un negro voluminoso, en uniforme blanco, estaba de pie junto a la cama. Buenas noches murmur John, ordenndole a su propia mente que volviera de las regiones de la insensatez. Buenos das, seor. Desea darse un bao, seor? Por favor, no se levante. Yo lo llevar. Basta con que se desabotone el pijama... as. Gracias, seor. John permaneci tranquilamente en la cama mientras le quitaban el pijama: aquello le diverta y le gustaba. Esperaba que lo cogieran como a un nio los brazos de aquel negro Garganta que lo atenda, pero no sucedi nada parecido; sinti que la cama se inclinaba hacia un lado, y John empez a desplazarse, sorprendido al principio, hacia la pared, pero, cuando iba a tocarla, las cortinas se abrieron y, deslizndose por un blando plano inclinado que no llegaba a los dos metros de longitud, se hundi suavemente en agua que estaba a la misma temperatura que su cuerpo. Mir alrededor. La pasarela o el tobogn que lo haba conducido al agua se haba plegado lenta y automticamente. Haba sido proyectado a otra habitacin y estaba sentado en una baera empotrada en el suelo: su cabeza quedaba exactamente por encima del nivel del suelo. Todo a su alrededor, las paredes de la habitacin y el fondo de la baera, formaba parte de un acuario azul, y, mirando a travs de la superficie de cristal en la que estaba sentado, poda ver cmo nadaban los peces entre luces ambarinas, deslizndose sin ninguna curiosidad junto a los dedos de sus pies, separados slo por la espesura del cristal. Desde lo alto, la luz del sol se filtraba a travs de un vidrio verdemar. He pensado, seor, que esta maana preferira agua de rosas caliente con espuma de jabn y, para terminar, quiz agua salada fra. El negro segua a su lado. S asinti John, sonriendo como un tonto. Como usted quiera. La sola idea de ordenar aquel bao hubiera resultado, de acuerdo con su pobre nivel de vida, presuntuosa e incluso perversa. El negro apret un botn y una ducha templada empez a caer, en apariencia desde arriba, pero en realidad, segn pudo descubrir John muy pronto, de una especie de fuente que haba junto a la baera. El agua tom un color rosa plido, y chorros de jabn lquido brotaron de cuatro cabezas de morsa en miniatura situadas en los ngulos de la baera. Y, en un instante, doce minsculas ruedas hidrulicas, fijadas a los lados, haban agitado y convertido la mezcla en un radiante arco iris de espuma rosa que envolva a John en una delicia de suavidad y ligereza y estallaba a su alrededor por todas partes en burbujas resplandecientes y rosa. Conecto el proyector de cine, seor? sugiri el negro respetuosamente. Hoy hay preparada una buena comedia de un solo rollo, pero puedo poner una pelcula ms seria, si as lo prefiere. No, gracias contest John con educacin y firmeza. Disfrutaba demasiado del bao como para desear otra distraccin. Pero lleg la distraccin: ahora oa, procedente del exterior, una msica de flautas, flautas que derramaban una meloda semejante a una cascada, tan fresca y verde como aquella habitacin, y acompaaban a un voltil octavn, ms frgil que el encaje de espuma que lo envolva y fascinaba. Tras una ducha de agua salada y fra, sali de la baera en un albornoz con tacto de lana y, sobre un divn tapizado con el mismo tejido, recibi un masaje de aceite, alcohol y perfumes. Luego se sent en una voluptuosa silla para que lo afeitaran y le recortaran un poco el pelo. El seor Percy lo espera en su saln dijo el negro, cuando acabaron estas operaciones. Me llamo Gygsum, seor Unger. Todas las maanas estar al servicio del seor Unger. John encontr lleno de sol el cuarto de estar, donde el desayuno lo esperaba, y a Percy, resplandeciente en pantalones de golf blancos de piel de cabra, fumando cmodamente sentado.

IV.

sta es la historia de la familia Washington, tal como Percy se la resumi a John durante el desayuno. El padre del actual seor Washington haba nacido en Virginia, descendiente directo de George Washington y lord Baltimore. Cuando termin la Guerra Civil era un coronel de veinticinco aos, propietario de una plantacin destruida y unos mil dlares de oro. Fitz-Norman Culpepper Washington, pues se era el nombre del joven coronel, decidi regalarle a su hermano menor la propiedad de Virginia e irse al Oeste. Eligi a veinticuatro de sus negros ms fieles, que, por supuesto, lo adoraban, y compr veinticinco billetes de tren para el Oeste, donde pensaba obtener concesiones de tierra a nombre de los veinticinco y montar un rancho de ovejas y vacas. Cuando llevaba en Montana menos de un mes y las cosas le iban verdaderamente mal, se top con su extraordinario descubrimiento. Se haba perdido cabalgando por las colinas, y despus de un da sin comer, empez a sentir hambre. Como no tena rifle, se vio forzado a perseguir a una ardilla, y en el curso de la persecucin se dio cuenta de que la ardilla llevaba algo brillante en la boca. Cuando ya desapareca en su madriguera la Providencia no quiso que aquella ardilla aplacase el hambre de Fitz-Norman Washington, el animal solt su carga. Al sentarse para considerar la situacin, Fitz-Norman vislumbr un fulgor entre la hierba, muy cerca. Diez segundos despus, haba perdido completamente el apetito y ganado cien mil dlares. La ardilla, que haba evitado con irritante obstinacin convertirse en comida, le haba regalado un diamante perfecto y descomunal. Ms tarde, aquella misma noche, Washington encontr el camino hasta el campamento, y doce horas despus todos sus negros de sexo masculino ocupaban los alrededores de la madriguera de la ardilla y cavaban con furia en la falda de la montaa. Les dijo que haba descubierto una mina de cuarzo y, dado que slo uno o dos negros haban visto antes algo parecido a un diamante, lo creyeron sin ningn gnero de dudas. Cuando estuvo seguro de la magnitud de su descubrimiento, se encontr en un verdadero aprieto. Toda la montaa era un diamante: slo era, literalmente, un diamante puro. Llen cuatro sacos de muestras rutilantes y parti a lomos de su caballo hacia Saint Paul; all consigui vender media docena de piedras pequeas. Cuando intent vender una piedra ms grande, un tendero se desmay y Fitz-Norman fue detenido por escndalo pblico. Se escap de la crcel y tom el tren de Nueva York, donde vendi algunos diamantes de tamao mediano y recibi a cambio doscientos mil dlares de oro. Pero no se atrevi a mostrar ninguna gema excepcional. Y, de hecho, abandon Nueva York en el momento oportuno. Una tremenda conmocin se haba producido en los ambientes prximos a los joyeros, no tanto por el tamao de los diamantes, como por su aparicin en la ciudad, sin que nadie conociera su misteriosa procedencia. Empezaron a correr estrafalarios rumores de que la mina haba sido descubierta en los montes Catskill, en la costa de Jersey, en Long Island, bajo Washington Square. Trenes especiales, llenos de hombres con picos y palas, empezaron a salir de Nueva York rumbo a distintos y cercanos Eldorados. Pero, para entonces, el joven Fitz-Norman viajaba ya camino de Montana. Quince das despus, haba calculado que el diamante de la montaa equivala aproximadamente a todos los diamantes que, por lo que se sabe, existen en el mundo. No habra sido posible, sin embargo, valorarlo con exactitud, pues se trataba de un nico diamante pursimo, y si hubiese sido puesto a la venta, no slo hubiese provocado el hundimiento del mercado, sino que, si, de acuerdo con la costumbre, el valor vara segn el tamao en progresin aritmtica, no hubiera habido oro en el mundo para comprar la dcima parte. Y, adems, qu se poda hacer con un diamante de semejantes dimensiones? Era una situacin difcil y extraordinaria. Era, en cierto sentido, el hombre ms rico de todos los tiempos, pero le vala de algo? Si su secreto llegaba a saberse, quin sabe a qu medidas tendra que recurrir el Gobierno para evitar el pnico, tanto en el mercado del oro como en el de las piedras preciosas. Incluso podran expropiar el diamante y crear un monopolio. No le caba otra alternativa: tena que explotar la montaa en secreto. Fitz-Norman recurri a su hermano menor, que se encontraba en el Sur, y le confi el mando de su squito de negros, pobres negros que no se haban dado cuenta de que la esclavitud haba sido abolida. Para mayor seguridad, les ley una proclama que l mismo haba redactado, en la que se anunciaba que el general Forrest haba reorganizado los destrozados ejrcitos del Sur y derrotado a los nordistas en una batalla campal. Los negros lo creyeron sin reservas, e inmediatamente lo celebraron con alegra y ceremonias religiosas. Fitz-Norman parti hacia pases extranjeros con cien mil dlares y dos bales llenos de diamantes sin pulir de todos los tamaos. Naveg rumbo a Rusia en un junco chino, y, seis meses despus de salir de Montana, lleg a San Petersburgo. Encontr un oscuro alojamiento y fue a ver al joyero de la Corte para anunciarle que tena un diamante para el zar. Se qued en San Petersburgo dos semanas, en constante peligro de ser asesinado, cambiando sin cesar de alojamiento, con miedo de abrir ms de tres o cuatro veces sus bales durante aquellos quince das. Despus de prometer que volvera un ao ms tarde con piedras ms grandes y ms bellas, recibi permiso para zarpar rumbo a la India. Pero, antes de que partiera, los tesoreros de la Corte le haban depositado en bancos americanos, en cuentas abiertas bajo cuatro diferentes nombres supuestos, la suma de quince millones de dlares. Volvi a Estados Unidos en 1868, despus de una ausencia de algo ms de dos aos. Haba visitado las capitales de veintids pases y hablado con cinco emperadores, once reyes, tres prncipes, un sah, un kan y un sultn. En aquel momento Fitz-Norman calculaba su fortuna en mil millones de dlares. Un factor contribua decisivamente al mantenimiento del secreto: ninguno de sus diamantes de mayor tamao permaneca a la vista del pblico ms de una semana sin que inmediatamente le atribuyeran una historia tan rica en desgracias, amores, revoluciones y guerras, que forzosamente haba de remontarse a los das del primer imperio babilonio. Desde 1870 hasta su muerte en 1900, la historia de Fitz-Norman Washington fue una larga epopeya del oro. Hubo tambin asuntos secundarios, claro: consigui eludir a los registradores de la propiedad, se cas con una dama de Virginia, de la que tuvo un nico hijo, y se vio obligado, por una serie de desafortunadas complicaciones, a matar a su hermano, que tena la desdichada costumbre de emborracharse hasta caer en un estupor indiscreto que muchas veces haba puesto en peligro la seguridad de todos. Pero pocos asesinatos ms turbaron aquellos felices aos de progreso y expansin. No mucho antes de morir, adopt una nueva poltica, e invirtiendo slo algunos millones de dlares de su patrimonio lquido, adquiri grandes cantidades de metales preciosos y los deposit en las cmaras acorazadas de bancos de todo el mundo como si fueran antigedades. Su hijo, Braddock Tarleton Washington, sigui, a escala an mayor, la misma poltica. Los metales preciosos fueron sustituidos por el ms raro de todos los elementos, el radio: el equivalente en radio a mil millones de dlares de oro cabe en un recipiente no ms grande que una caja de puros. Tres das despus de la muerte de Fitz-Norman, su hijo Braddock decidi que los negocios haban ido demasiado lejos. La cuanta de las riquezas que su padre y l haban extrado de la montaa estaba por encima de todo clculo. Registr en un dietario, en clave, la cantidad aproximada de radio depositada en cada uno de los mil bancos de Ios que era cliente, y los nombres falsos que posean la titularidad de w cuentas. Luego hizo una cosa muy sencilla: cerr la mina. Cerr la mina. Lo que ya haban extrado mantendra, con lujo sin precedentes, durante generaciones, a todos los Washington que pudieran nacer. Su nica preocupacin sera guardar el secreto, para Le el previsible pnico que causara su revelacin no lo redujera a la Aseria absoluta, junto con todos los capitalistas del mundo. Aqulla era la familia con la que se encontraba John T. Unger. sta fue la historia que le contaron en el cuarto de estar de paredes de plata la maana despus de su llegada.

V.

Despus del desayuno, John se dirigi hacia la gran entrada de mrmol, desde donde contempl con curiosidad el panorama que se ofreca a su vista. Todo el valle, desde la montaa de diamante hasta el abrupto precipicio de granito ocho kilmetros ms all, an despeda un hlito dorado que flotaba perezosamente sobre la magnfica extensin de prados, lagos y jardines. Aqu y all, grupos de olmos formaban delicados bosquecillos de sombra, en extrao contraste con las duras masas de los pinos que se agarraban a las colinas como puos de un verde azulado y oscuro. Vio a tres cervatos que, con pasos ligeros, salieron en fila de entre unas matas, a menos de un kilmetro de distancia, y desaparecieron con desmaada vivacidad en la penumbra veteada de negro de otras matas. John no se hubiera sorprendido si hubiera visto a un fauno tocar la flauta a su paso entre los rboles, o si hubiera vislumbrado una piel rosa de ninfa y una cabellera rubia flotando al viento entre las ms verdes de las hojas verdes. Con aquella remota esperanza descendi los peldaos de mrmol, perturbando ligeramente el sueo de dos sedosos perros lobos rusos al pie de la escalinata, y se puso en camino a travs de un paseo de losas azules y blancas que pareca no llevar a ningn sitio preciso. Disfrutaba cuanto poda. La felicidad de la juventud, as como su insuficiencia, estriba en que los jvenes no pueden vivir en el presente, sino que siempre deben comparar el da que pasa con el futuro, imaginado con esplendor: flores y oro, chicas y estrellas, slo son premoniciones y profecas del incomparable e inalcanzable sueo juvenil. John sigui una suave curva donde los macizos de rosas llenaban el aire de intensos aromas y, a travs de un parque, se dirigi hacia un claro de musgo a la sombra de unos rboles. Nunca se haba tendido sobre el musgo y quera comprobar si de verdad era tan blando como para justificar que su nombre fuera utilizado para designar la blandura. Entonces vio a una chica que se acercaba por el prado. Era la criatura ms bella que haba visto en su vida. Vesta una falda corta, blanca, que apenas le tapaba las rodillas, y le cea el pelo una guirnalda de resedas unidas con pasadores de zafiros azules. Sus desnudos pies rosados salpicaban roco conforme se iba acercando. Era ms joven que John: no tena ms de diecisis aos. Hola exclam con voz suave, soy Kismine. Ya era, para John, mucho ms. Avanz hacia la chica, y, cuando estuvo ms cerca, casi ni se atreva a dar un paso, por temor a pisarle los pies desnudos. No nos conocamos dijo con aquella voz suave. Y sus ojos azules aadieron: Y te has perdido muchsimo!. Anoche conociste a mi hermana Jasmine. Yo estaba mala: me haba sentado mal la lechuga prosigui la voz suave, y los ojos aadieron: Y soy muy dulce cuando estoy mala... Y cuando estoy bien. Me has causado una enorme impresin, dijeron los ojos de John, y yo no soy tan fcil. Cmo ests? dijo su voz. Espero que te encuentres mejor esta maana y sus ojos aadieron, tmidos: Querida. John se dio cuenta de que estaban paseando por el prado. Kismine propuso que se sentaran en el musgo: John haba olvidado probar su blandura. Era muy exigente con las mujeres. Un simple defecto unos tobillos gruesos, una voz ronca, una mirada fra bastaba para que dejaran de interesarle. Y he aqu que, por primera vez en su vida, estaba con una chica que le pareca la encarnacin de la perfeccin fsica. Eres del Este? le pregunt Kismine con un inters encantador. No respondi John con sencillez. Soy de Hades. O nunca haba odo hablar de Hades, o no se le ocurri ningn comentario amable, porque no volvi a nombrar aquel sitio. Este otoo voy a ir a un colegio del Este dijo Kismine. Crees que me lo pasar bien? Ir a Nueva York, al colegio de la seorita Bulge. Es un colegio muy severo, pero, sabes?, los fines de semana los pasar con mi familia en nuestra casa de Nueva York, porque pap se ha enterado de que las alumnas tienen que pasear de dos en dos, en fila. Tu padre quiere que tengas orgullo observ John. Somos orgullosas contest, y los ojos le brillaban de dignidad. Jams nos han castigado. Pap dice que jams debemos ser castigadas. Una vez, mi hermana Jasmine, cuando era pequea, lo empuj escaleras abajo, y pap slo se levant y se fue cojeando... Mam se qued... continu Kismine, bueno, un poco sorprendida cuando oy que eras de..., ya sabes, de ese sitio de donde eres. Dice que, cuando era joven... Pero es que, ya sabes, es espaola y anticuada. Pasas mucho tiempo aqu? pregunt John, para disimular que aquellas palabras lo haban molestado. Parecan una alusin poco amable a su provincianismo. Percy, Jasmine y yo venimos todos los veranos, pero el verano que viene Jasmine ir a Newport. El ao que viene ir a Londres para ser presentada en sociedad ante la Corte. Sabes comenz John indeciso que eres mucho ms sofisticada de lo que me haba imaginado al verte? No, no, qu va se apresur a responder Kismine. Kft pensarlo. Creo que los jvenes que son sofisticados son terriblemente vulgares, no te parece? Yo no lo soy, en absoluto, de verdad. Si me dices que soy sofisticada, me echar a llorar. Estaba tan dolida que le temblaba el labio. John se vio obligado a declarar: No creo que seas sofisticada; slo lo he dicho para hacerte rabiar. Porque, si lo fuese, no me importara insista ella, pero no lo soy. Soy muy inocente y muy nia. Nunca fumo ni bebo y slo leo poesas. Casi no s nada de matemticas o qumica. Me visto con mucha sencillez. La verdad es que casi no me visto. Lo ltimo que puedes decir de m es que soy sofisticada. Creo que las chicas deben disfrutar la juventud de un modo saludable. Yo tambin lo creo dijo John sinceramente. Kismine estaba otra vez alegre. Le sonrea, y una lgrima que naca sin vida se escurri por la comisura de un ojo azul. Me caes simptico le murmur en tono ntimo. Vas a pasar todo el tiempo con Percy mientras ests aqu, o sers simptico conmigo? Pinsalo... Soy un territorio absolutamente virgen. Nunca he tenido novio. Nunca me han dejado estar sola con chicos... salvo con Percy. He venido al bosque porque quera verte sin tener a toda la familia alrededor. Profundamente halagado, John hizo una reverencia, tal como le haban enseado en la academia de baile de Hades. Es mejor que nos vayamos dijo Kismine con dulzura. He quedado con mam a las once. Todava no me has pedido que te d un beso. Crea que era lo que hacan los chicos de hoy. John hinch el pecho, lleno de orgullo. Algunos lo hacen contest, pero yo no. Las chicas no hacen esas cosas... en Hades. Volvieron juntos a la casa.

VI.

John estaba frente al seor Braddock Washington, a pleno sol. Era un hombre de unos cuarenta aos, con un semblante orgulloso e inexpresivo, mirada inteligente y complexin robusta. Por la maana le gustaban los caballos, los mejores caballos. Se apoyaba en un sencillo bastn de paseo, de abedul, con un gran palo en el puo. Le enseaba, con Percy, el lugar a John. Las viviendas de los esclavos estn all el bastn de paseo sealaba, a la izquierda, un claustro de mrmol que, con la gracia del estilo gtico, se extenda al pie de la montaa. Cuando yo era joven, un periodo de absurdo idealismo me apart de la vida real. Durante aquel tiempo, los esclavos vivieron en el lujo. Por ejemplo, hice que cada uno tuviera bao en sus habitaciones. Me figuro se aventur a decir John, con una sonrisa zalamera que usaran las baeras para guardar el carbn. El seor Schnlitzer-Murphy me cont que una vez... Las opiniones del seor Schnlitzer-Murphy no deben de tener demasiada importancia lo interrumpi Braddock Washington con frialdad. Mis esclavos no usaban las baeras como carboneras. Tenan rdenes de baarse cada da, y obedecan. Si no lo hubieran hecho, yo hubiera podido ordenar que se lavaran la cabeza con cido sulfrico. Interrump los baos por otra razn. Varios se resfriaron y murieron. El agua no es buena para ciertas razas, si no es para beber. John se ri, e inmediatamente decidi limitarse a asentir escuetamente con la cabeza. Braddock Washington lo haca sentirse incmodo. Todos esos negros son descendientes de los que mi padre se trajo del Norte. Ahora debe de haber unos doscientos cincuenta. Te habrs dado cuenta de que han vivido tanto tiempo al margen del mundo que su dialecto nativo se ha convertido en una jerga casi ininteligible. A algunos les hemos enseado a hablar ingls: a mi secretario y a dos o tres criados de la casa. ste es el campo de golfcontinu, mientras paseaban por el csped verde, invernal. Ya ves que todo lo ocupa el green: aqu no hay fairway, ni rough, ni riesgos. Le sonrea cordialmente a John. Hay muchos hombres en la jaula, padre? Braddock Washington tropez, y se le escap una maldicin. Uno menos de los que debera haber exclam sombramente, y aadi un instante despus: Hemos tenido problemas. Mam me lo haba dicho exclam Percy; aquel profesor italiano... Un terrible error dijo Braddock Washington, muy enfadado. Pero, desde luego, hay muchas posibilidades de que lo encontremos. Puede que haya cado en alguna parte del bosque, o que se haya precipitado por un barranco. Y siempre existir la posibilidad de que, si consigue huir, nadie crea su historia. De cualquier modo, he mandado dos docenas de hombres para que lo busquen por las aldeas de los alrededores. Y no ha habido resultados? Alguno. Catorce hombres le han dicho a mi agente que haban matado a un individuo que responda a la descripcin, pero puede ser, desde luego, que slo quisieran cobrar la recompensa. Se interrumpi. Se haban acercado a una gran cavidad en el suelo, un crculo ms o menos del tamao de un tiovivo, cubierto por una fuerte reja de acero. Braddock Washington le hizo seas a John y apunt el bastn hacia la profundidad, a travs de la reja. John se acerc al agujero y mir, y de repente le hiri los odos una desenfrenada gritera que surga de las profundidades. Baja al infierno! Eh, chico! Cmo es el aire ah arriba? Eh, chanos una cuerda! No tendrs un bollo duro, hijo, o un par de bocadillos de segunda mano? Oye, amigo, si le empujas al tipo ese que est contigo, te haremos una demostracin del arte de la desaparicin sbita. Dale una paliza de mi parte, vale? Haba demasiada oscuridad para ver con claridad en el interior del foso, pero, por el rudo optimismo y la brava vitalidad de aquellas frases y voces, John hubiera dicho que pertenecan a norteamericanos de clase media y del tipo ms atrevido. Entonces el seor Washington alarg el bastn y oprimi un botn que haba entre la hierba, y el foso se ilumin de repente. Son marineros, aventureros que han tenido la desgracia de encontrar Eldorado seal. Haba aparecido a sus pies, en la tierra, un gran agujero que tena la forma del interior de un tazn. Las paredes eran empinadas, y parecan de vidrio pulido, y sobre el fondo ligeramente cncavo haba, de pie, dos docenas de hombres en uniforme de aviador, mezclando ropa militar y civil. Sus rostros, vueltos hacia arriba, encendidos por la clera, el rencor, la desesperacin, el cinismo, estaban cubiertos por largas barbas, pero, excepto unos pocos que se consuman a ojos vistas, parecan bien alimentados, sanos. Braddock Washington acerc una silla de jardn al filo del foso y se sent. Bueno, cmo estis, muchachos? pregunt afablemente. Un coro de abominaciones, en el que participaron todos, menos los que estaban demasiado abatidos para gritar, se elev hasta el aire soleado, pero Braddock Washington lo oy con imperturbable serenidad. Cuando el ltimo eco se apag, habl de nuevo. Habis encontrado alguna salida para vuestros problemas? De aqu y all brotaron algunas respuestas. Hemos decidido quedarnos aqu por gusto! Sbenos y vers qu pronto encontramos la salida! Braddock Washington esper a que volvieran a callar. Entonces dijo: Ya os he explicado la situacin. No quisiera que estuvierais aqu. Le pido a Dios no haberos visto nunca. Vuestra propia curiosidad os trajo aqu, y en cuanto se os ocurra una salida que nos salvaguarde a m y a mis intereses, estar encantado de tomarla en consideracin. Pero mientras limitis vuestro esfuerzos a excavar tneles s, ya estoy al corriente del ltimo que habis empezado no llegaris muy lejos. Esto no es tan duro como queris hacer creer, con todos vuestros alaridos, a los seres queridos de mi casa. Si hubierais sido el tipo de personas que se preocupa por los seres queridos, jams os hubierais dedicado a la aviacin. Un hombre alto se separ de los dems y levant una mano para llamar la atencin. Permtame hacerle algunas preguntas! grit. Usted pretende ser un hombre equitativo. Qu absurdo. Cmo puede un hombre de mi posicin ser equitativo con vosotros? Por qu no pides que un perro cazador sea equitativo con un pedazo de carne? Ante esta observacin despiadada, las caras de las dos docenas de pedazos de carne acusaron el golpe, pero el hombre alto continu: Muy bien! grit. Ya hemos discutido antes estas cosas. Usted no es humanitario, ni equitativo, pero es humano, o al menos dice serlo, y ser capaz de ponerse en nuestro lugar y entender hasta qu punto... Hasta qu punto... Hasta qu punto, qu? pregunt Washington framente. Hasta qu punto es innecesario... Para m, no. Bueno, hasta qu punto es cruel... Eso ya lo hemos hablado. No existe crueldad cuando est en juego la propia conservacin. Habis sido soldados, lo sabis. Busca otro argumento. Bueno, entonces, hasta qu punto es una estupidez. Bien admiti Washington, eso lo reconozco. Pero intentad pensar una alternativa. Me he ofrecido a ejecutaros sin dolor a todos, o a quien quiera, cuando lo deseis. Me he ofrecido a secuestrar a vuestras mujeres, novias, hijos y madres, para traroslos hasta aqu. Ampliaremos vuestro alojamiento en la fosa, y os alimentaremos y vestiremos durante el resto de vuestras vidas. Si hubiera algn mtodo que produjera amnesia permanente, os lo hubiera aplicado a todos y os hubiera liberado de inmediato, lejos de mis propiedades. Pero no se me ocurre otra cosa. Y si te fiaras de que no te bamos a delatar? grit alguien. No lo dices en serio dijo Washington con sarcasmo. Dej salir a uno para que le enseara italiano a mi hija. Huy la semana pasada. Un grito salvaje de jbilo sali de repente de dos docenas de gargantas y le sigui un estallido de alegra. Los prisioneros bailaron y aplaudieron con entusiasmo, cantaron a la tirolesa y lucharon entre s en un repentino e increble ataque de optimismo animal. Incluso treparon por las paredes de vidrio del agujero, hasta donde pudieron, y resbalaron otra vez hasta el fondo, sobre el cojn natural de sus cuerpos. El hombre alto empez una cancin que todos corearon:

S, colgaremos al Kaiser de un manzano cido.

Braddock Washington guard un silencio inescrutable hasta que la cancin termin. Ya veis observ, en cuanto consigui un mnimo de atencin. No os guardo rencor. No me gusta veros tristes. Por eso no os haba contado todo de golpe. Ese tipo... Cmo se llamaba? Crichtichiello? Uno de mis agentes le dispar y acert en catorce puntos distintos. Los prisioneros no sospechaban que los puntos a los que se refera eran catorce ciudades diferentes: las ruidosas manifestaciones de alegra cesaron inmediatamente. De todas maneras exclam Washington con cierta rabia, intent huir. Pretendis que vuelva a arriesgarme con vosotros despus de una experiencia semejante? Se repitieron las imprecaciones y los gritos. Claro! Quiere aprender chino tu hija? Eh! Yo hablo italiano! Mi madre era italiana. Lo mismo quiere aprender a hablar como en Nueva York! Si es la chica de los ojos azules, puedo ensearle cosas mucho mejores que hablar italiano! Yo s canciones irlandesas, y, si hace falta, s batir el cobre. El seor Washington alarg repentinamente el bastn y puls el botn entre la hierba, y la escena del foso desapareci al instante y slo qued la gran boca oscura, cubierta tristemente por los dientes negros de la reja. Eh! grit una voz desde el fondo, te vas a ir sin bendecirnos? Pero el seor Washington, seguido por los dos chicos, se encaminaba ya a grandes pasos hacia el agujero nmero nueve del campo, como si el foso y todo lo que contena slo fuera un obstculo ms que hubiera superado con facilidad su hbil palo de golf.

VII.

Julio, al abrigo de la montaa de diamante, fue un mes de noches frescas y das clidos, esplendorosos. John y Kismine estaban enamorados. John no saba que el pequeo baln de ftbol de oro (con la inscripcin Pro deo et patria et St. Mida) que le haba regalado a Kismine descansaba sobre el pecho de la chica, colgado de una cadena de platino. Pero as era. Y Kismine no saba que John guardaba con ternura en su joyero un gran zafiro que un da se haba desprendido de su sencillo peinado. Una tarde, cuando reinaba el silencio en la sala de msica de rubes y armio, pasaron una hora juntos. John le cogi la mano y Kismine lo mir de tal manera que l murmur su nombre. Kismine se inclin hacia l y luego titube. Has dicho Kismine? pregunt suavemente. O... Quera estar segura. Pensaba que quiz se estaba equivocando. Ninguno de los dos saba lo que era un beso, pero una hora despus parece que las cosas eran un poco diferentes. Se fue yendo la tarde. Aquella noche, cuando un ltimo soplo de msica descendi desde la torre ms alta, soaban despiertos con cada uno de los minutos del da. Haban decidido casarse tan pronto como fuera posible.

VIII.

Todos los das el seor Washington y los dos jvenes iban a cazar o a pescar a lo ms hondo del bosque, o a jugar al golf en el campo sooliento partidas en las que diplomticamente John dejaba ganar a su anfitrin, o a nadar en la frescura montaosa del lago. El seor Washington le pareca a John un hombre de carcter un tanto riguroso: indiferente por completo a otras ideas y opiniones que no fueran las suyas. La seora Washignton era siempre distante y reservada. Pareca despreocuparse absolutamente de sus dos hijas y dedicarse por completo a su hijo Percy, con quien mantena durante la comida conversaciones interminables en un espaol fluido. Jasmine, la hija mayor, se pareca a Kismine a primera vista salvo que tena las piernas un poco arqueadas, y las manos y los pies demasiado grandes, pero posea un temperamento completamente distinto. Sus libros preferidos trataban de chicas pobres que cuidaban la casa de su padre viudo. Kismine le cont a John que Jasmine no se haba podido recuperar del impacto y la decepcin producidos por el fin de la guerra mundial, cuando estaba a punto de partir hacia Europa para servir en las cantinas militares. Incluso haba pasado algn tiempo muy triste, y Braddock Washington haba dado algunos pasos para provocar una nueva guerra en los Balcanes, pero Jasmine vio la foto de unos soldados serbios heridos y perdi el inters por todo lo que se refiriera a aquel asunto. Sin embargo, Percy y Kismine parecan haber heredado la arrogancia de su padre, en toda su cruel magnificencia. Un egosmo casto y consecuente moldeaba todas y cada una de sus ideas. A John le encantaban las maravillas del castillo y del valle. Braddock Washington, segn le cont Percy, haba mandado secuestrar a un diseador de jardines, un arquitecto, un escengrafo y un poeta del decadentismo francs superviviente del siglo pasado. Puso a su disposicin toda la fuerza de sus negros y les procur los materiales ms preciosos y raros que existen en el mundo, dejndoles libertad para que llevaran a cabo algunas de sus ideas. Pero uno tras otro haban demostrado su incapacidad. El poeta decadentista enseguida empez a quejarse de estar lejos de los bulevares en primavera: hizo algunas vagas observaciones sobre especias, monos y marfiles, pero no dijo nada que tuviese valor prctico. El escengrafo, por su parte, quera convertir el valle en una sucesin de trucos y efectos sensacionales: algo de lo que los Washington se hubieran cansado pronto. En cuanto al arquitecto y al diseador de jardines, slo pensaban en trminos convencionales. Queran hacer esto segn este modelo, y aquello segn aquel otro. Pero por lo menos resolvieron el problema de lo que caba hacer con ellos: enloquecieron una maana temprano, despus de pasar toda la noche reunidos, intentando ponerse de acuerdo sobre dnde colocar una fuente, y ahora estaban internados cmodamente en un manicomio de Westport, en Connecticut. Pero pregunt John con curiosidad quin proyect vuestros maravillosos salones, los vestbulos, los accesos al castillo y los cuartos de bao? Bueno contest Percy, me da vergenza decrtelo, pero fue uno que hace pelculas, la nica persona que encontramos acostumbrada a manejar cantidades ilimitadas de dinero, aunque coma vorazmente con la servilleta atada al cuello y no saba leer ni escribir. Agosto se acababa, y John empez a sentir pena: pronto debera volver al colegio. Kismine y l haban decidido fugarse juntos en junio del ao siguiente. Sera ms bonito casarnos aqu confes Kismine, pero la verdad es que mi padre no me dara nunca permiso para casarme contigo. Y, adems, prefiero la fuga. Es terrible para los ricos casarse en Estados Unidos en estos tiempos: tienen que mandar comunicados a la prensa anunciando que la boda se celebrar con sobras, cuando lo que quieren decir es que se casarn con un puado de perlas de segunda mano y algn encaje que una vez llev la emperatriz Eugenia. Lo s asinti John vehementemente. Cuando fui a casa de los Schnlitzer-Murphy, la hija mayor, Gwendolyn, se cas con el hijo del dueo de media Virginia. Escribi a casa diciendo lo difcil que era arreglrselas con el sueldo del marido, empleado de banco. Y terminaba diciendo: Gracias a Dios, tengo cuatro criadas, y eso me ayuda un poco. Es absurdo coment Kismine. Creo que hay millones y millones de personas, trabajadores y gente as, que se las arreglan con slo dos criadas. Una tarde de finales de agosto, unas palabras casuales de Kismine cambiaron la situacin por completo y sumieron a John en un estado de terror. Estaban en su bosquecillo preferido, y entre besos John se abandonaba a romnticos presentimientos que crea que aadan patetismo a sus relaciones. A veces pienso que nunca nos casaremos dijo con tristeza. T eres demasiado rica, demasiado suntuosa. Una persona tan rica como t no puede ser como las otras chicas. Tendr que casarme con la hija de cualquier acomodado ferretero al por mayor de Omaha o Sioux City, y contentarme con medio milln de dlares de dote. Yo conoc una vez a la hija de un ferretero seal Kismine . No creo que te hubieses sentido a gusto con ella. Era amiga de mi hermana. Estuvo aqu. Ah, habis tenido otros invitados? exclam John sorprendido. Kismine pareci arrepentirse de lo que haba dicho. Bueno, s se apresur a decir; hemos tenido algunos. Pero... No temais...? No tema tu padre que lo contaran todo cuando se fueran? Hasta cierto punto, no? Hasta cierto punto contest. Por qu no hablamos de algo ms agradable? Pero aquello haba despertado la curiosidad de John. Algo ms agradable! exclam. Es que esto no es agradable? No eran simpticas aquellas chicas? Para su gran sorpresa, Kismine se ech a llorar. S... Y se... se es precisamente el problema. Me haba hecho muy amiga de algunas. Y Jasmine, tambin, pero segua invitando a otras. No puedo entenderlo. Una oscura sospecha naci en el corazn de John. Quieres decir que hablaron y que tu padre las... elimin? Peor murmur Kismine, y se le quebraba la voz. Mi padre no corri ningn riesgo. Y Jasmine segua escribindoles para que vinieran... Y se lo pasaban tan bien! Kismine estaba deshecha de dolor. Perplejo por el horror de esta revelacin, John la miraba con la boca abierta, sintiendo los nervios agitarse como si muchos gorriones se hubieran posado en su espina dorsal. Ya te lo he dicho, y no debera haberlo hecho dijo Kismine, tranquilizndose de golpe y secndose sus ojos azul oscuro. Quieres decir que tu padre las asesin antes de que se fueran? Kismine asinti. Normalmente en agosto, o a principios de septiembre. Es natural que antes quisiramos disfrutar de su compaa todo lo que pudiramos. Es abominable! Dios mo, debo de estar volvindome loco. Has dicho en serio que...? S lo interrumpi Kismine, encogindose de hombros. No podamos encerrarlas como a los aviadores: nos hubiera estado remordiendo la conciencia todo el da. Y siempre han tenido cuidado de que a Jasmine y a m no nos resultara muy difcil: pap daba la orden antes de lo que esperbamos. As evitbamos las escenas de despedida... As que las asesinasteis! grit John. Fue de una manera muy agradable. Las drogaron mientras dorman. Y a las familias les dijimos que haban muerto de escarlatina en Butte. Pero... No entiendo cmo seguisteis invitando a otras! Yo, no estall Kismine. Yo nunca he invitado a nadie. Fue Jasmine. Y siempre se lo han pasado muy bien. En los ltimos das Jasmine les haca los regalos ms maravillosos. Seguramente yo tambin invitar a alguna amiga. Me acostumbrar a esas cosas. No permitiremos que algo tan inevitable como la muerte nos impida disfrutar la vida mientras podamos. Piensa qu solo estara el castillo si nunca pudiramos invitar a nadie. Y pap y mam han sacrificado a algunos de sus mejores amigos, como nosotros. Y as... exclam John acusadoramente. As has dejado que me enamorara de ti y has fingido que me correspondas, hablando de matrimonio y sabiendo perfectamente que nunca iba a salir vivo de aqu... No protesto Kismine con pasin. Ya, no; slo al principio. Estabas aqu. No poda evitarlo, y pens que tus ltimos das podan ser agradables para los dos. Pero me enamor de ti y... Ahora siento sinceramente que tengas que... desaparecer. Aunque prefiero que desaparezcas a que alguna vez beses a otra chica. S? Lo prefieres? grit John ferozmente. Desde luego que s. Adems, siempre he odo que las chicas se lo pasan mejor con los hombres con los que saben que no se casarn nunca. Ay, por qu te lo he contado? Seguramente te he echado a perder los buenos ratos que nos quedaban: lo hemos pasado verdaderamente bien cuando no sabas nada. Ya saba yo que te ibas a deprimir un poco. Lo sabas? De verdad lo sabas? la voz de John temblaba de ira. Ya he odo bastante. Si tienes tan poco orgullo y tan poca decencia como para flirtear con alguien que sabes que es poco ms que un cadver, no quiero tener nada que ver contigo. T no eres un cadver! protest horrorizada. No eres un cadver. No quiero que digas que he besado a un cadver! No he dicho nada parecido! S! Has dicho que he besado a un cadver! No! Las voces haban ido elevndose, pero una imprevista irrupcin los oblig a callar en el acto. Unas pisadas se acercaban por el sendero, y un instante despus las ramas del rosal se abrieron y apareci Braddock Washington: sus inteligentes ojos, engastados en un rostro hermoso e inexpresivo, estudiaban a John y a Kismine. Quin ha besado a un cadver? pregunt con evidente disgusto. Nadie contest Kismine rpidamente. Estbamos bromeando. Qu estis haciendo aqu? pregunt de mal humor. Kismine, tendras que estar leyendo o jugando al golf con tu hermana. Vamos, a leer! A jugar al golf! No quiero encontrarte aqu cuando vuelva! Despus salud cortsmente a John con la cabeza y sigui su paseo. Has visto? dijo Kismine, enfadada, cuando ya no poda orla. Lo has estropeado todo. No podremos vernos nunca ms. Mi padre no me dejar verte. Mandara envenenarte si supiera que estamos enamorados. Ya no estamos enamorados! exclam John con rabia. Tu padre puede estar tranquilo. Y no te creas que voy a quedarme aqu. Dentro de seis horas habr cruzado las montaas y estar camino del Este, aunque tenga que cavar un tnel con los dientes. Se haban puesto de pie y, tras estas palabras, Kismine se le acerc y lo cogi del brazo. Yo tambin voy. Debes de haberte vuelto loca... Ya lo creo que voy lo interrumpi con impaciencia. Desde luego que no. T... Muy bien dijo con calma. Buscaremos a mi padre y hablaremos con l. Derrotado, John consigui esbozar una sonrisa forzada. Muy bien, amor mo asinti, con apagada y poco convincente ternura; iremos juntos. El amor por Kismine volva a asentarse plcidamente en su corazn. Kismine era suya... Lo acompaara y correra los mismos peligros que l. La abraz y la bes con pasin. A pesar de todo, Kismine lo quera. En realidad, lo haba salvado. Hablando de la fuga, volvieron despacio al castillo. Decidieron que, puesto que Braddock Washington los haba visto juntos, sera mejor huir aquella misma noche. Pero, a la hora de la cena, John tena la boca inslitamente seca y, nervioso, trag de tal manera una gran cucharada de consom de pavo real que acab en su pulmn izquierdo. Lo tuvieron que llevar a la sala de juego decorada con turquesas y pieles de marta, para que uno de los ayudantes del mayordomo le golpeara en la espalda. A Percy le divirti mucho la escena.

IX.

Mucho despus de medianoche, un estremecimiento nervioso recorri el cuerpo de John, que se irgui de golpe, sentndose muy derecho en la cama, mirando a travs de los velos de somnolencia que tapizaban la habitacin. Por los rectngulos de tiniebla azul que eran las ventanas abiertas, haba odo un sonido dbil y lejano que muri bajo un capa de viento antes de que su memoria lo reconociera entre nubarrones de malos sueos. Pero el ruido penetrante haba continuado, se acercaba, estaba ya al otro lado de las paredes de su habitacin: el sonido del picaporte de una puerta, un paso, un murmullo, no sabra decir qu; senta un pellizco en la boca del estmago y le dola todo el cuerpo en el esfuerzo desesperado para or. Entonces uno de los velos pareci disolverse y vio una figura confusa junto a la puerta, de pie, una figura esbozada y esculpida dbilmente en la oscuridad, confundida de tal manera con los pliegues de las cortinas que pareca deformada, como un reflejo sobre un cristal empaado. Con un movimiento imprevisto de miedo o de resolucin, John oprimi el botn que haba junto a la cama y, en un segundo, estaba sentado en la baera de la habitacin vecina, bien despierto, gracias al choque del agua fra. Salt afuera y, con el pijama mojado que dejaba un rastro de agua tras sus pasos, corri hacia la puerta de aguamarina que, como saba, daba al vestbulo de marfil del segundo piso. La puerta se abri sin ruido. Una sola lmpara escarlata, que arda en la gran cpula, iluminaba con profunda belleza la magnfica curva de la escalinata esculpida. Durante un instante John titube, aterrado por el inmenso y silencioso esplendor que lo rodeaba como si quisiera envolver entre sus pliegues gigantescos a la figurilla solitaria y empapada que tiritaba en el vestbulo de marfil. Entonces sucedieron dos cosas a un mismo tiempo. La puerta de su propio saln se abri y tres negros desnudos se precipitaron en el pasillo, y, cuando John se lanzaba loco de terror hacia las escaleras, otra puerta se abri en la pared, en el otro extremo del pasillo, y John vio a Braddock Washington, de pie en el ascensor iluminado, con una pelliza y botas de montar que le llegaban a las rodillas y relucan sobre el brillo de un pijama rosa. En aquel instante, los tres negros John no los haba visto antes y le pas por la cabeza, como un rayo, la idea de que deban de ser verdugos profesionales dejaron de correr hacia l y se volvieron expectantes hacia el hombre del ascensor, que lanz una orden imperiosa: Aqu, adentro! Los tres! Rpidos como el demonio! Entonces los tres negros salieron disparados hacia el ascensor, el rectngulo de luz desapareci mientras las puertas del ascensor se cerraban suavemente, y John se qued solo en el vestbulo. Se dej caer sin fuerzas en un peldao de marfil. Era evidente que algo portentoso haba ocurrido, algo que, por el momento al menos, haba aplazado su propio e insignificante desastre. Qu haba sucedido? Se haban rebelado los negros? Los aviadores haban forzado los barrotes de hierro de sus rejas? O los hombres de Fish se haban abierto paso, torpe, ciegamente, a travs de las montaas y contemplaban con ojos desesperanzados y sin alegra el valle espectacular? John no lo saba. Oa un tenue zumbido de aire mientras el ascensor volva a subir y, poco despus, mientras descenda. Era probable que Percy se hubiera apresurado a ayudar a su padre, y se le ocurri a John que aqulla era la ocasin para reunirse con Kismine y planear una fuga inmediata. Esper hasta que el ascensor permaneci en silencio unos minutos; tiritando un poco, porque senta el fro de la noche a travs del pijama mojado, volvi a su habitacin y se visti de prisa. Luego subi un largo tramo de escaleras y sigui el pasillo alfombrado con piel de marta rusa que llevaba a las habitaciones de Kismine. La puerta del saln de Kismine estaba abierta y las lmparas encendidas. Kismine, en kimono de angora, estaba levantada, cerca de la ventana, como a la escucha, y, cuando John entr silenciosamente, se volvi hacia l. Ah, eres t! murmur, mientras cruzaba la habitacin. Lo has odo? He odo que los esclavos de tu padre entraban en mi... No lo interrumpi nerviosa. Aviones! Aviones? Quiz fuera eso el ruido que me despert. Haba por lo menos una docena. He visto uno, hace unos minutos, exactamente delante de la luna. El centinela del desfiladero dispar su fusil y eso es lo que ha despertado a pap. Abriremos fuego inmediatamente contra ellos. Han venido a propsito? S. Ha sido ese italiano que se escap... Al tiempo que pronunciaba la ltima palabra, una sucesin de explosiones secas penetr en la habitacin a travs de la ventana abierta. Kismine sofoc un grito, con dedos temblorosos cogi una moneda de una caja que haba sobre el tocador, y se acerc corriendo a una de las lmparas elctricas. En un instante todo el castillo estaba a oscuras: Kismine haba hecho saltar los fusibles. Vamos! grit. Vamos a la azotea a ver los aviones desde all! Se ech una capa, le cogi la mano y salieron a tientas. Slo un paso los separaba del ascensor de la torre, y, cuando Kismine apret el botn para que subiera, John la abraz en la oscuridad y la bes en la boca. Por fin John Unger estaba viviendo una aventura de novela romntica. Un minuto despus salieron a la terraza blanca. Arriba, bajo la luna brumosa, entrando y saliendo a travs de las manchas de niebla que se arremolinaban bajo la luna, en incesante trayectoria circular flotaban una docena de negras mquinas aladas. Aqu y all, en el valle, rfagas de fuego ascendan hacia los aeroplanos, seguidas por secas detonaciones. Kismine aplaudi con alegra, una alegra que, un instante despus, se converta en desesperacin cuando los aviones, a una seal convenida, comenzaron a lanzar sus bombas y todo el valle se transform en un paisaje de estallidos resonantes y espeluznantes llamaradas. Pronto la puntera de los atacantes se concentr sobre los puntos donde estaban situadas las bateras antiareas, y uno de los caones fue casi inmediatamente convertido en un ascua gigantesca que se consuma despacio sobre un jardn de rosas. Kismine dijo John, te alegrar saber que el ataque ha empezado un momento antes de mi asesinato. Si no hubiese odo el disparo del centinela, ahora estara muerto... No te oigo! grit Kismine, atenta a lo que ocurra ante sus ojos. Habla ms fuerte! Slo he dicho grit John que sera mejor que saliramos antes de que empiecen a bombardear el castillo! De repente el prtico de las viviendas de los negros salt hecho pedazos, un geiser de llamas entr en erupcin bajo las columnas y grandes fragmentos de mrmol triturado fueron lanzados a tanta distancia que alcanzaron las orillas del lago. Ah van cincuenta mil dlares en esclavos exclam Kismine segn los precios de antes de la guerra. Muy pocos norteamericanos respetan la propiedad privada. John renov sus esfuerzos para convencerla de que deban salir. La puntera de los aviones se volva cada vez ms precisa, y slo dos antiareos seguan respondiendo al ataque. Pareca evidente que la guarnicin, sitiada por el fuego, no podra resistir mucho tiempo. Vamos! grit John, tirando del brazo de Kismine. Tenemos que irnos. No te das cuenta de que los aviadores te mataran sin dudarlo si te encontraran? Kismine cedi de mala gana. Tenemos que despertar a Jasmine! dijo, y corrieron hacia el ascensor. Y Kismine aadi con una especie de felicidad infantil: Vamos a ser pobres, verdad? Como los personajes de los libros. Ser hurfana y completamente libre. Libre y pobre! Qu divertido! Se detuvo y uni sus labios a los de John en un beso feliz. Es imposible ser las dos cosas a la vez dijo John con crudeza.. La gente se ha dado cuenta. Y yo, entre las dos cosas, eligira ser libre. Como precaucin extra, sera mejor que te echaras al bolsillo lo que tengas en el joyero. Diez minutos despus, las dos chicas se reunieron con John en el pasillo oscuro y bajaron al piso principal del castillo. Recorran por ltima vez la suntuosidad de los esplndidos salones, y salieron un instante a la terraza para ver cmo ardan las viviendas de los negros y las ascuas llameantes de dos aviones que haban cado al otro lado del lago. Un solitario can antiareo an resista con tenaces detonaciones, y los atacantes parecan tener miedo de descender ms y seguan lanzando estruendosos fuegos de artificio, hasta que una bomba aniquil a la dotacin etope del can antiareo. John y las dos hermanas bajaron la escalinata de mrmol, giraron abruptamente a la izquierda y empezaron a ascender por un estrecho sendero que rodeaba como una cinta la montaa de diamante. Kismine conoca una zona muy boscosa a medio camino, donde podran esconderse y descansar mientras vean la terrible noche en el valle... Y, cuando fuera necesario, podran huir por fin a travs de un camino secreto, entre las rocas de un barranco.

X.

Eran las tres de la maana cuando llegaron a su destino. La amable y flemtica Jasmine se qued dormida inmediatamente, apoyada en el tronco de un gran rbol; John y Kismine se sentaron, abrazados, a mirar el desesperado flujo y reflujo de la batalla, que agonizaba entre las ruinas de aquel paisaje qu, hasta aquella misma maana, haba sido un vergel. Poco despus de las cuatro, un estruendo metlico surgi del ltimo can que segua disparando: qued fuera de servicio entre una repentina lengua de humo rojo. Aunque la luna estaba muy baja, vieron cmo las mquinas voladoras giraban cada vez ms cerca de tierra. Cuando estuvieran seguros de que los sitiados haban agotado sus recursos, los aviones aterrizaran y habra concluido el oscuro y esplendoroso reinado de los Washington. Con el cese del fuego, el valle qued en silencio. Las cenizas de los dos aviones derribados fulguraban como los ojos de un monstruo acurrucado en la hierba. El castillo se elevaba silencioso en la tiniebla, bello sin luz como bello haba sido bajo el sol, mientras las carracas de Nmesis llenaban el aire con un lamento que iba expandindose y disminuyendo. Entonces John se dio cuenta de que Kismine, como su hermana, se haba quedado dormida. Eran ms de las cuatro cuando oy pasos en el sendero que acababan de recorrer, y esper, aguantando la respiracin, sin hacer ruido, a que los dueos de aquellas pisadas dejaran atrs el lugar estratgico donde se encontraba. Algo flotaba en el aire, algo que no era de origen humano, y el roco era fro; John pens que pronto amanecera. Esper a que los pasos estuvieran a una distancia segura, montaa arriba, y dejaran de orse. Entonces los sigui. A medio camino de aquella cumbre, los rboles desaparecan y un abrupto collado de roca se extenda sobre el diamante enterrado. Poco antes de alcanzar este punto, John disminuy el paso: un instinto animal le haba advertido que algo vivo le preceda, muy cerca. Cuando lleg a una gran piedra, levant poco a poco la vista sobre el borde. Su curiosidad qued satisfecha. He aqu lo que vio: All estaba Braddock Washington, de pie, inmvil, perfilado contra el cielo gris, silencioso, sin un signo de vida. El amanecer, que desde el este le daba a la tierra un matiz verde y fro, haca que la figura solitaria pareciera insignificante a la luz del nuevo da. Mientras John lo observaba, su anfitrin permaneci un instante absorto en insondables meditaciones; luego les hizo una seal a dos negros acurrucados a sus pies para que cogieran el fardo que se encontraba entre ellos. Mientras se levantaban trabajosamente, el primer rayo de sol amarillo se refract en los prismas innumerables de un inmenso diamante exquisitamente tallado, y un resplandor blanco fulgur en el aire como un fragmento del lucero del alba. Los porteadores se tambalearon un instante bajo su peso; luego, sus msculos vibrantes se tensaron y endurecieron bajo el brillo hmedo de la piel y las tres figuras volvieron a inmovilizarse en un gesto de desafiante impotencia frente a los cielos. Un instante despus, el hombre blanco levant la cabeza y lentamente alz los brazos para reclamar atencin, como quien exige ser odo por una gran muchedumbre: pero no haba ninguna muchedumbre, slo el vasto silencio de la montaa y el cielo, roto por el tenue canto de los pjaros en los rboles. La figura, sobre la roca, empez a hablar, enfticamente, con un inextinguible orgullo. Eh, t! grit con voz temblorosa. Eh, t, ah! Call, con los brazos todava extendidos hacia lo alto, la cabeza levantada, a la escucha, como si esperara respuesta. John aguz la vista para ver si alguien bajaba de la montaa, pero en la montaa no haba rastro de vida humana: slo el cielo y el silbido burln del viento entre las copas de los rboles. Estara rezando Washington? John se lo pregunt un instante. Pero la ilusin dur poco: en la actitud de aquel hombre haba algo que era la anttesis de una plegaria. Eh! T! Ah, arriba! La voz era ahora ms fuerte, ms segura. No se trataba de una splica desesperada. Si algo caracterizaba a aquella voz, era un tono de monstruosa condescendencia. Las palabras, pronunciadas con demasiada rapidez para ser comprendidas, se disolvan unas en otras. John escuchaba aguantando la respiracin, captando alguna frase suelta, mientras la voz se interrumpa, volva a empezar y volva a interrumpirse, ahora fuerte y porfiada, ahora coloreada por una impaciencia asombrada y contenida. Y entonces el nico que la oa empez a comprender, y mientras la certeza lo invada, la sangre fluy ms rpida por sus venas. Braddock Washington estaba tratando de sobornar a Dios! Se trataba de eso: no haba duda. El diamante que sostenan sus esclavos slo era una muestra, una promesa de lo que vendra despus. John comprendi por fin que aqul era el hilo conductor de las frases. Prometeo Enriquecido invocaba el testimonio de antiguos sacrificios olvidados, ritos olvidados, plegarias obsoletas desde antes del nacimiento de Cristo. De repente su discurso tom la forma de un recordatorio: le recordaba a Dios esta o aquella ofrenda que la divinidad se haba dignado aceptar de los hombres: grandes iglesias si haba salvado ciudades de la peste, ofrendas de oro, incienso y mirra, vidas humanas y bellas mujeres y ejrcitos prisioneros, nios y reinas, animales del bosque y del campo, ovejas y cabras, cosechas y ciudades, territorios conquistados, ofrendados con codicia y derramamiento de sangre para aplacar a Dios, para comprar el apaciguamiento de la ira divina. Y ahora, Braddock Washington, Emperador de los Diamantes, rey y sacerdote de la edad de oro, arbitro del esplendor y el lujo, iba a ofrendarle un tesoro que ninguno de los prncipes que lo haban precedido hubiera podido soar, y no lo ofreca suplicante, sino con orgullo. Le dara a Dios, continu, descendiendo a los detalles, el mayor diamante del mundo. Ese diamante sera tallado con miles y miles de facetas, muchas ms de cuantas hojas tiene un rbol, y, sin embargo, tendra la perfeccin de una piedra no mayor que una mosca. Muchos hombres lo puliran durante muchos aos. Sera montado en una gran cpula de oro maravillosamente labrada, con puertas de palo e incrustaciones de zafiro. En su centro sera excavada una capilla presidida por un altar de radio iridiscente, desintegrndose, siempre cambiante, capaz de quemar los ojos de cualquier fiel que levantara la cabeza durante la oracin. Y sobre este altar, para Su regocijo, se inmolara a la vctima que el Divino Benefactor eligiera, aunque fuera el hombre ms grande y poderoso de la tierra. A cambio slo peda una cosa, una cosa que para Dios sera absurdamente fcil: slo peda que la situacin volviera a ser como el da antes a la misma hora, y que as se quedase para siempre. Era extraordinariamente fcil! Que abriera los cielos, para que se tragaran a aquellos hombres y aquellos aviones, y los cerrara de nuevo. Que le devolviera a sus esclavos, vivos, sanos y salvos. Jams haba necesitado tratar o pactar con ningn otro ser. Slo tena una duda: si el soborno que ofreca era lo suficientemente grande. Dios tena Su precio, desde luego. Dios estaba hecho a imagen del hombre, as estaba escrito: tena un precio, poda ser comprado. Y el precio haba de ser excepcional: ninguna catedral edificada a lo largo de muchos aos, ninguna pirmide construida por diez mil esclavos, podran igualar a esta catedral y esta pirmide. Call un instante. sta era su propuesta. Todo se llevara a cabo segn su descripcin, y no haba nada caprichoso en su afirmacin de que peda muy poco a cambio. Estaba dando a entender que la Providencia poda tomarlo o dejarlo. Sus frases, conforme terminaba de hablar, se volvieron entrecortadas, breves y confusas, y su cuerpo pareci ponerse en tensin, como si se esforzara para captar en el aire el ms leve contacto o rumor que transmitiera un signo de vida. El pelo se le haba ido poniendo blanco mientras hablaba, y ahora elevaba la cabeza hacia el cielo como un antiguo profeta, majestuosamente loco. Entonces, mientras lo miraba con obnubilada fascinacin, a John le pareci que un fenmeno curioso tena lugar a su alrededor. Era como si el cielo se hubiera oscurecido un instante, como si se hubiera odo un murmullo imprevisto en una rfaga de viento, un sonido de trompetas lejanas, un suspiro semejante al frufr de una inmensa tnica de seda; durante un instante la naturaleza entera particip de esta oscuridad: el canto de los pjaros ces; las ramas de los rboles permanecieron inmviles, y a lo lejos, en las montaas, retumb un trueno sordo y amenazante. Y nada ms. El viento se extingui sobre las hierbas altas del valle. El amanecer y el da recuperaron su lugar en el tiempo, y el sol naciente irradi clidas ondas de niebla amarilla que iban iluminndole su propio camino. Las hojas rean al sol, y su risa agit los rboles, hasta que cada rama pareci un colegio de nias en el pas de las hadas. Dios haba rechazado el soborno. John contempl el triunfo del da unos segundos ms. Luego, al volverse, vio un dorado aleteo junto al lago, y otro aleteo, y otro ms, como una danza de ngeles de oro que descendieran de las nubes. Los aviones haban aterrizado. Se desliz resbalando por la roca y corri por la ladera de la montaa hacia la arboleda donde las dos chicas se haban despertado y lo esperaban. Kismine se levant de un salto, con las joyas tintineando en sus bolsillos y una pregunta en sus labios entrabiertos, pero el instinto le dijo a John que no haba tiempo para palabras. Deban abandonar la montaa sin perder un minuto. Les dio la mano a las chicas y, en silencio, se abrieron paso entre los rboles, baados ahora por la luz y la niebla que se iba levantando. Ningn ruido llegaba del valle, a sus espaldas, salvo el lejano lamento de los pavos reales y el murmurar suave de la maana. Cuando llevaban recorrido casi un kilmetro, evitaron los jardines y siguieron un estrecho sendero que conduca a la elevacin de terreno ms cercana. En el punto ms alto se detuvieron y volvieron la vista atrs. Sus ojos se posaron en la ladera que haban abandonado. Los oprima la sensacin de una oscura y trgica amenaza. Perfilado ntidamente contra el cielo, un hombre abatido, con el pelo blanco, descenda despacio la ladera escarpada, seguido por dos negros gigantescos e impasibles, cargados con un bulto que an resplandeca y fulguraba al sol. A mitad de la cuesta, otras dos figuras se les unieron: John pudo ver que eran la seora Washington y su hijo, en cuyo brazo se apoyaba. Los aviadores haban descendido de sus mquinas en el majestuoso prado que haba ante el castillo y, en patrullas, empuando sus armas, empezaban a ascender por la montaa de diamante. Pero el reducido grupo de cinco personas que se haba formado en la ladera y sobre el que se concentraba la atencin de todos se haba detenido sobre un saliente de la roca. Los negros se agacharon y abrieron lo que pareca ser una trampilla en la falda de la montaa. Por all desaparecieron, el hombre de pelo blanco en primer lugar, y luego su mujer y su hijo, y por fin los dos negros: las relucientes puntas de sus gorros enjoyados reflejaron el sol un segundo, antes de que la trampilla descendiera y se los tragara a todos. Kismine apret el brazo de John. Ah exclam con desesperacin, adonde vamos? Qu vamos a hacer? Debe de haber algn tnel por donde podamos escapar... Los gritos de las dos chicas interrumpieron su frase. No te has dado cuenta? exclam Kismine, histrica. La montaa est electrificada. Mientras hablaba, John se llev la mano a los ojos para protegerlos. La superficie de la montaa haba virado de improviso a un amarillo deslumbrador e incandescente, que resaltaba a travs de la capa de hierba como la luz a travs de la mano de un hombre. El insoportable resplandor dur un instante y, luego, como un filamento que se apaga, desapareci, revelando un negro yermo del que surga un humo lento y azul, que arrastraba consigo cuanto quedaba de vegetacin y carne humana. De los aviadores no qued ni sangre ni huesos: fueron consumidos completamente, como las cinco criaturas que haban desaparecido en el interior de la montaa. Simultneamente, y con inmensa conmocin, el castillo salt literalmente por los aires, estall en encendidos fragmentos mientras se elevaba, y luego cay sobre s mismo en una imponente masa humeante que sobresala entre las aguas del lago. No hubo fuego: el humo se disip, mezclndose con la luz del sol, y durante algunos minutos una nube de polvo de mrmol se elev de la masa informe que haba sido la mansin de las joyas. No se oa nada y los tres jvenes estaban solos en el valle. XI.

Al atardecer, John y sus dos compaeras alcanzaron la cumbre del desfiladero que haba sealado los confines de los dominios de los Washington, y, volvindose a mirar atrs, encontraron el valle hermoso y apacible a la luz del crepsculo. Se sentaron a terminar la comida que Jasmine llevaba en una cesta. Aqu! dijo. Y extendi el mantel y coloc los bocadillos en un pulcro montn. No tienen buena pinta? Siempre he pensado que la comida sabe mejor al aire libre. Con esta frase seal Kismine Jasmine acaba de ingresar en la clase media. Y ahora dijo John impaciente vaca los bolsillos y ensanos qu joyas te has trado. Si has hecho una buena seleccin, los tres podremos vivir cmodamente el resto de nuestras vidas. Obedientemente, Kismine meti la mano en el bolsillo y esparci ante John dos puados de piedras resplandecientes. No est mal exclam John con entusiasmo. No son muy grandes, pero... Eh! Su expresin cambi mientras expona una de las piedras a la luz del sol poniente. No son diamantes! Ha tenido que pasar algo! Dios mo! exclam Kismine, con ojos espantados. Qu idiota soy! Son bisutera! grit John. Lo s se ech a rer. Me he equivocado de cajn. Eran del vestido de una de las invitadas de Jasmine. Se las cambi por diamantes. Yo slo haba visto piedras preciosas. Y esto es lo que te has trado? Me temo que s removi con un dedo, pensativamente, los diamantes falsos. Creo que prefiero stos. Estoy un poco cansada de diamantes. Muy bien dijo John con tristeza. Tendremos que vivir en Hades. Y envejecers contndoles a mujeres incrdulas que te equivocaste de cajn. Por desgracia, los talonarios de cheques de tu padre se han consumido con l. Bueno, qu tiene de malo Hades? Si a mi edad vuelvo a casa casado, es muy fcil que mi padre me desherede y me deje un poco de carbn caliente, como dicen all en el Sur. Jasmine se anim a hablar. A m me gusta lavar la ropa dijo en voz baja. Siempre me he lavado mis pauelos. Lavar ropa para la calle y os mantendr a los dos. Hay lavanderas en Hades? pregunt Kismine inocentemente. Claro que s respondi John. Como en cualquier parte. Yo pensaba que haca demasiado calor y la gente no llevaba ropa. John se ri. Prueba t le sugiri. Echarn a correr detrs de ti antes de que empieces a desnudarte. Estar all pap? pregunt Kismine. John la mir asombrado. Tu padre ha muerto contest sombramente. Por qu iba a ir a Hades? Has confundido Hades con otro lugar clausurado hace mucho tiempo. Despus de cenar, recogieron el mantel y extendieron las mantas para pasar la noche. Qu sueo tan raro suspir Kismine, mirando las estrellas. Qu extrao me resulta estar aqu con un solo vestido y un novio sin dinero...! Bajo las estrellas repiti: Nunca me haba fijado en las estrellas. Siempre me las he imaginado como grandes diamantes que tenan un dueo. Ahora me dan miedo. Me dan la sensacin de que todo ha sido un sueo, toda mi juventud. Ha sido un sueo dijo John en voz baja. La juventud siempre es un sueo, una forma de locura qumica. Pues es agradable estar loco! Eso me han dicho murmur John con tristeza ; y no s mucho ms. Pero podemos querernos algn tiempo, t y yo, un ao o as. Es una forma de embriaguez divina al alcance de cualquiera. Slo hay diamantes en el mundo, diamantes y quiz el miserable don de la desilusin. Bueno, yo lo tengo ya, pero, como es normal, no sabr aprovecharlo se estremeci. Y aadi: lzate el cuello del abrigo, chiquilla, la noche es fra y vas a pillar una pulmona. Quien descubri la consciencia cometi un pecado mortal. Perdmosla unas horas. Se envolvi en su manta y se durmi.