El Desierto de los Leones: sus aguas y la adjudicación de ... · do, dispuso que se arreglasen las...

12
El Desierto de los Leones: sus aguas y la adjudicación de su monasterio en el siglo XIX Ma. del Carmen Reyna A ctualmente el Desierto de los Leones es un parque nacional ubicado en la jurisdicción de Cua- jimalpa, Distrito Federal. "Es un bosque de oyameles, pinos y cipreses, notable por la espe- sura de su vegetación y por la corpulencia de sus abetos. Tiene una extensión de 1529 hec- táreas".l Desde la época colonial fue uno de los lugares predilectos de la población de la ciudad de México para descansar y hacer días de campo. Los viajeros extranjeros que lo visitaron, no lo olvidaron en sus descripciones: exaltaron sus , bosques y manantiales y el imponente monaste- rio construído por los Carmelitas Descalzos. La construcción de éste y de sus 12 ermitas se ini- cio en 1605 y desde entonces llevó el nombre de Santo Desierto de Quauhximalpa. 2 Los Car- melitas denominaban desierto "al sitio aislado, sin comunicación fácil y comunmente pintoresco entre serranías (... ) donde hacen penitencia los dedicados a la vida contemplativa".3 El nombre de los Leones proviene de un monte que era conocido como tal. Hoy en día lo conocemos simplemente como el Desierto de los Leones. Agustín Tomel Olvera menciona que "los pueblos de Santa Fe y Tacubaya se opusieron a la fundación, ya que perjudicaba grandemente a los indios que vivían de hacer carbón y cortar leña y con la donación del Monte a los Carme- litas, perdían el único medio de sustentarse".4 Sin embargo, desde un principio los Carmelitas concedieron autorización a los indios para la explotación de los recursos del monte del De- sierto como carboneros, leñadores y labradores de maderas. El 21 de noviembre de 1796 los padres abandonaron su monasterio para trasla- darse a Tenancingo. El monte fue cedido a , pueblos circundantes para que continuaran explotando los bosques, respetando las reglas establecidas por los Carmelitas que protegían el lugar. Sus rentas y otros productos los re- galaron a la fábrica de pólvora de Santa Fe, que en ese tiempo pertenecía a la Artillería de México. Otro recurso importante del Desierto de los Leones eran sus aguas. A finales del siglo XVIII la jurisdicción de Coyoacán concentraba las siguientes cabeceras: Coyoacán, San Angel, San Agustín de las Cuevas, Tacubaya y Mixcoac. A Tacubaya le pertenecían los barrios de San Lo- renzo y Nonoalco, las haciendas del conde Mira- valle, el rancho de Ceyzar y los molinos de Belem, de Santo Domingo y de Valdez. A Mix- coac le correspondían los barrios de la Candela- ria, Atepusco, Tlaconoca y Juanico, los pueblos de Cuajimalpa, Acupilco, Tlatenango, Santa Lu- cía, las haciendas de San Borja, Vergara, Casta- ñeda, ranchos de Pinzón, San José y Olivar del Conde y el Molino del Conde. Algunas de estas poblaciones disfrutaron desde la Colonia hasta el siglo XIX de las aguas de -Santa Fe y del De- sierto de los Leones. Ambos manantiales con- tribuyeron a la prosperidad económica de la 97

Transcript of El Desierto de los Leones: sus aguas y la adjudicación de ... · do, dispuso que se arreglasen las...

~#f?;: F'~ ' iif~-""

El Desierto de los Leones: sus aguas y la adjudicación de su monasterio

en el siglo XIX

Ma. del Carmen Reyna

A ctualmente el Desierto de los Leones es un parque nacional ubicado en la jurisdicción de Cua­jimalpa, Distrito Federal. "Es un bosque de oyameles, pinos y cipreses, notable por la espe­sura de su vegetación y por la corpulencia de sus abetos. Tiene una extensión de 1529 hec­táreas".l Desde la época colonial fue uno de los lugares predilectos de la población de la ciudad de México para descansar y hacer días de campo. Los viajeros extranjeros que lo visitaron, no lo olvidaron en sus descripciones: exaltaron sus , bosques y manantiales y el imponente monaste­rio construído por los Carmelitas Descalzos. La construcción de éste y de sus 12 ermitas se ini­cio en 1605 y desde entonces llevó el nombre de Santo Desierto de Quauhximalpa.2 Los Car­melitas denominaban desierto "al sitio aislado, sin comunicación fácil y comunmente pintoresco entre serranías ( ... ) donde hacen penitencia los dedicados a la vida contemplativa".3 El nombre de los Leones proviene de un monte que era conocido como tal. Hoy en día lo conocemos simplemente como el Desierto de los Leones.

Agustín Tomel Olvera menciona que "los pueblos de Santa Fe y Tacubaya se opusieron a la fundación, ya que perjudicaba grandemente a los indios que vivían de hacer carbón y cortar leña y con la donación del Monte a los Carme­litas, perdían el único medio de sustentarse".4 Sin embargo, desde un principio los Carmelitas concedieron autorización a los indios para la

explotación de los recursos del monte del De­sierto como carboneros, leñadores y labradores de maderas. El 21 de noviembre de 1796 los padres abandonaron su monasterio para trasla­darse a Tenancingo. El monte fue cedido a ;lo~ , pueblos circundantes para que continuaran explotando los bosques, respetando las reglas establecidas por los Carmelitas que protegían el lugar. Sus rentas y otros productos los re­galaron a la fábrica de pólvora de Santa Fe, que en ese tiempo pertenecía a la Artillería de México.

Otro recurso importante del Desierto de los Leones eran sus aguas. A finales del siglo XVIII la jurisdicción de Coyoacán concentraba las siguientes cabeceras: Coyoacán, San Angel, San Agustín de las Cuevas, Tacubaya y Mixcoac. A Tacubaya le pertenecían los barrios de San Lo­renzo y Nonoalco, las haciendas del conde Mira­valle, el rancho de Ceyzar y los molinos de Belem, de Santo Domingo y de Valdez. A Mix­coac le correspondían los barrios de la Candela­ria, Atepusco, Tlaconoca y Juanico, los pueblos de Cuajimalpa, Acupilco, Tlatenango, Santa Lu­cía, las haciendas de San Borja, Vergara, Casta­ñeda, ranchos de Pinzón, San José y Olivar del Conde y el Molino del Conde. Algunas de estas poblaciones disfrutaron desde la Colonia hasta el siglo XIX de las aguas de -Santa Fe y del De­sierto de los Leones. Ambos manantiales con­tribuyeron a la prosperidad económica de la

97

1;.- .. . ,

98

reglOn, favoreciendo las actividades de las ha­ciendas, ranchos y molinos. La ciudad de México también hizo uso de las aguas de Santa Fe y, desde 1786, de las del Desierto.

Este trabajo trata de la importancia que tu­vieron los manantiales del Santo Desierto como abastecedores de la ciudad de México, los pue­blos de Cuajimalpa, Mixcoac y Tacubaya y los molinos, haciendas y ranchos y de los conflic­tos que suscitó el usufructo de estas aguas. Se refiere también a la adjudicación del Desierto de los Leones a particulares en el siglo XIX, hecho que repercutió sobre los recursos acuífe­ros del monte.

El río del Santo Desierto

Cuando las aguas provenientes de Chapultepec fueron insuficientes para la ciudad de México, se recurrió a las de los manantiales de Santa Fe, que eran "puras y cristalinas y llegaban a la ciu­dad por las cañerías y el acueducto de Chapulte­pec, que las repartían en las diferentes cajas que existían en los puntos claves de la ciudad". 5

Cuando en el siglo XVII Gemelli Carreri visitó el Desierto de los Leones, pasó por el pueblo de Santa Fe e hizo la siguiente descripción: "Para ver el manantial de agua que viene a la ciudad, tomamos el camino de Santa Fe, donde llegamos a comer y después de haber andado dos leguas. Brota el agua al pie de un monte, una legua antes de llegar a México entra en unos canales abiertos y luego en acueductos cerrados, los cuales la comunican a todos los cuarteles de la ciudad".6

Al aumentar la demanda de la población de la ciudad de México y disminuir por temporadas las lluvias, se vio la posibilidad de traer el vital líquido de los manantiales del Santo Desierto.

Inmediatamente después de la conquista, las aguas del Desierto sólo fueron utilizadas por la población indígena de los pueblos de San Pedro Cuajimalpa, San Lorenzo Acopilco, San Pablo Chimalpa, San Mateo Tlaltenango, San Bartolo­mé, San Bernabé, Santa Rosa y Santa Lucía.

En 1626, las propiedades que habían surgido en los terrenos de Mixcoac y Tacubaya, propi­ciaron la repartición del río del Santo Desierto.

Entre -los propietarios de estas haciendas y ran­chos se encontraban el conde de Santiago, los ve-; cinos del pueblo y barrios del convento de San­to Domingo de Mixcoac. Beatriz Téllez de Al­mazán viuda del licenciado Manual de Madrid y Serna, alcalde que fue de la corte de la Real Audiencia, Esteban de Terrufino de Figueroa, Pedro Valli del Valle como administrador de las haciendas de Miguel Díaz Gómez, que después pasaron a manos del contador Pedro de Vega, la viuda María de las Cuevas, Miguel Magdalena, Juan de Perdomo, Gerónimo de Cervantes, ca­pitán Pedro Brisuela, José de Celi y el convento de San Francisco como poseedor de la huerta y tierras que habían sido del licenciado Miguel Malina.

El mal uso del agua por parte de los propieta­rios de haciendas, molinos, ranchos y huertas propició la real cédula del 30 de octubre de 1694, donde se "comunicaba que las mercedes de agua que se hicieran en lo sucesivo no fueran a la venta rasa, sino a censo enfitéutico para que la ciudad no perdiera su dominio".7 Las merce­des de agua continuaron otorgándose a quien justificaba necesitarla, pero principalmente a quien tenía algún parentesco o buenas relaciones con algún conocido del gobierno, como la de 1785 de Joseph Siqueiros, fundador mayor de la casa de moneda y propietario del rancho de Anzures.8

A finales del siglo XVII, algunas de las propie­dades que disfrutaban del agua del Desierto por la repartición de 1626, fueron adquiridas por la Compañía de Jesús, conformando una de las haciendas más prósperas y mejor situadas por su cercanía a la capital: San Francisco de Borja, que concentraría por más de 150 años la mitad de las aguas del Santo Desierto, motivo por el cual se suscitarían largos litigios con sus vecinos y el Ayuntamiento. Uno de ellos se produjo cuando Juan de Searreta, en representación de la Compañía de Jesús, expuso en 1697 un inci­dente sobre la distribución del Río Cuajimalpa en la hacienda de San Borja. Los indios de Cua­jimalpa disputaron a los religiosos la concesión y distribución de las aguas, sin embargo los pa­dres conservaron sus mismas tandas de agua y a los indios se les concedieron dos naranjas (medi-

"

if~: -.. ;~~.

da hidráulica) de agua que debían conducir en sus canoas. Los años siguientes registraron que el litigio no había concluido. Los alcaldes de Cuajimalpa se quejaron de los jesuitas por haber­los despojado de sus canoas y haber dejado sin agua al pueblo.

El 7 de diciembre de 1776, debido a que en la capital se vivía una situación apremiante por la escasez del vital líquido, se ordenó que la que estuviese vendida se incorporase al abasto de la ciudad. Se fue haciendo más imperiosa la necesi­dad de recurrir a la del Desierto de los Leones. En 1786 se hicieron las obras necesarias y llegó a la ciudad por el siguiente trayecto: Las aguas del monte atraviesan el antiguo Desierto de los Carmelitas, La Venta de Cuajimalpa, Santa Fe y Tacubaya, llegando a reunirse abajo del Molino del Rey para ll~gar al acueducto de San Cosme, 9

y pocos años después se tomaron .medidas ten­dientes a mejorar el sistema de abastecimiento. En 1792, siendo virrey el conde de RevUlagige­do, dispuso que se arreglasen las tomas de la arquería de Santa Fe, para que no se desperdi­ciara el agua, ya que los barrios que más resen­tían la escasez eran los de San Lázaro, Santa Cruz y Recogidas.

La distribución del agua siguió siendo fuente constante de conflictos. En 1801 se redujo la toma de agua del Palacio Municipal de Tacuba­ya, lo que de inmediato levantó protestas. Se alegó ante el gobierno que "el vecindario de esta casa es el verdadero y único dueño de todas las aguas que se conducen por las cañerías públi­cas que vienen a la ciudad". 10 Dos años después la situación no mejoraba y el Ayuntamiento dic­tó. la siguiente disposición: "La persona que co­metiera alguna falta como atajar el río, tomar más agua de la que le correspone o .tapar las tomas, recibiría un castigo, a los indios les darán 25 azotes, los sirvientes de color quebrado per­manecerán 51 meses en la cárcel, los españo­les serán desterrados de la jurisdicción unos meses y los dueños o arrendatarios pagarán 200 pesos, cuando propicien algunas de las faltas anteriores ya citadas".

El 18 de noviembre de 1803 se ratificó que el vecindario de la ciudad de México era el verda­dero y único dueño de todas las aguas que se

_ a

conducían por cañerías públicas, siempre que las necesitara para su surtimiento, en cuyo caso los particulares que por merced o concesión del Ayuntamiento disfrutaran las aguas, deberían quedar privados de ellas. l1 Este planteamiento desem bocaría necesariamente en fricciones con los propietarios. El 18 de mayo de 1809, José Mariano Beristain, el conde de Santiago de Calimaya, el marqués de Selvanevada y ellicen­ciado Juan de la Vega, confirieron poder al procurador Francisco Riofrió para concluir el asunto de despojo de aguas del Desierto que había ejecutado el oidor Cosme de Mier y Tres­palacios. El marqués de Selvanevada consiguió que se respetasen los 16 días con sus noches que le correspondían a la hacienda de San Borja y cuatro surcos (medida hidráulica: 1 surco = 3 naranjas = 6.5 litros de agua por segUndo) más por la hacienda de la Castañeda, que había adquirido ese mi<;mo año de loS bienes de Ma­nuel Taranco.12 Tres anos después el marqués de Selvanevada firmó un convenio en donde se asentó que disfrutaría la mitad de las aguas pro· venientes de los manantiales del Desierto, y la otra mitad se repartiría entre las otraS hacien­das, ranchos, huertas y ciudad de México.

La disminución de las aguas del caudal de San­ta Fe significó mayor demanda de las del Santo Desierto. El 14 de julio de 1843 algunos vecinos de Santa Fe representados por Ignacio González, propietarios del molino de Santo Domingo, Juan de la Cajiga, arrendatario del mismo, y José Joa­quín de Azqueta, propietario del Molino de Val­dez, expusieron que el agua del bosque de Santa Fe había disminuido SU caudal por el incendio de la fábrica de pólvora eh 1828, con cuyo es­trépito y movimiento de tierra obstruyó algunos ojos de agua, ocasionando al mismo tiempo re­ventonesen las atarjeas. 13

Esta situación afectó directamente a los pro­pietarios de los molinos, quienes no podían movilizar sus maquinarias y el problema reper­cutió en panadérías y consumidores. Por otra parte, los vecinos de Santa Fe se quejaban de que las aguas usadas en los molinos regresaban a su cauce muy sucias y ya no podían usarse como potables.

En marzo de 1845, el Ayuntamiento rechazó

99

-, t

.>

;~: .~

100

la propuesta de los propietarios de la fábrica de Belem y molinos de Tacubaya que pretendían unir las aguas que venían de Santa Fe y de los Leones para que trabajaran sus maquinarias sin dificultad.

Cinco años después la escasez de agua se hacía presente en la ciudad. Según un informe de la época mencionaba que: "Desde que estuvieron aquí las tropas americanas, principalmente las que fijaron su residencia en el pueblo de Tacuba­ya en varios puntos, destruyendo las atarjeas por donde se conducen las aguas a esta capital, co­menzando desde las lomas que van para el mo­lino de harinas de Belem, por cuya atarjea vienen las aguas del Desierto y los Leones. La mayor parte se halla descubierta, porque las tapas que las cubren, unas se las robaron-y otras las que­brarony como este punto es el camino que va para Cuajimalpa, a cada rato se forman ensolves que entorpecen el curso del agua", lo que con­tribuía también a agravar el problema de abas­tecimiento.

Ello. de mayo de 1853, por orden del presi­dente Antonio López de Santa Anna, se arrendó al inglés Guillermo Jamisson la fábrica de Santa Fe. En el contrato se concedía la unión de las aguas de Santa Fe y del Desierto, con la condi­ción de que por su cuenta construyera un acue­ducto que conduciría el agua de los Leones que pasaba a una distancia de 400 o 500 varas de la fábrica. de pólvora, donde establecería una fun­dición de fierro. Por supuesto, esta decisión sólo favoreció los intereses de Jamisson y de algunos molineros. Jamisson· no sólo prosperó con su fundición, sino que también construyó una de las más hermosas casas que se encontra­b.anen Tacubaya. 14

. El Ayuntamiento de Tacubaya pr.otestó enér­gicamente por este arrendamiento. Se hizo un estudio de lliS'·aguas en el que se lee lo siguiente: "las aguas de los Leones son sumamente turbias y las de Santa Fe son en extremo puras y crista­linas. Estas últimas son las que disfruta Tacuba­ya desde tiempo inmemorial, arrastrando en su curso durante cierta estación más que algunas hojas secas, que se detienen fácilmente en la coladera que se fijó en la loma de la Santísima. El agua de los Leones es barrosa y mezclándose

con las de Santa Fe, sólo acarrearán e·nfermeda­des y se taparán las cañerías públicas y privadas de Tacubaya".ls Estas quejas no prosperaron.

En 1857 se sintió una disminución en el caudal del agua que llegaba a las haciendas y ranchos, así como a la ciudad de México. Se pretendió que se separaran las aguas de Santa Fe y del San­to Desierto, pero los señores Carrillo, Benfield y Arroyo, dueños de la fábrica de papel en el mo­lino de Belem, solicitaron al gobierno que no se separaran las aguas, pues perderían grandes su­mas de dinero. 16

En 1859 los habitantes de la ciudad de Méxi­co no tenían agua. Casi toda llegaba a las hacien­das y ranchos porque el caño que la llevaba a las cajas repartidoras había sufrido un derrumbe de 20 metros. Esta circunstancia favoreció las peti­ciones de los vecinos para que el gobierno ordena­ra separar las aguas de Santa Fe y de los Leones. Las de Santa Fe ya no tenían el suficiente caudal para abastecer a la ciudad de México y las del Santo Desierto ya estaban abasteciendo la cre­ciente demanda de la capital.

Rivera Cambas menciona que "la mezcla de las aguas y la pérdida de la transparencia de las aguas de Santa Fe, influyeron sin duda para que no se prosiguiera en Tacubaya la formación de casas de campo como las que lev.antaron en otro tiempo los .señores Jamisson, Barrón, Escandón, Bardet, Algara, Labadie y otros que invirtieron cuantiosas sumas en construcciones verdadera­mente fantásticas". 17

En 1876 la ciudad de México tenía una pobla­ción de aproximadamente 300 mil habitantes y carecía del agua necesaria, "los horrores de la sed y de una epidemia estaban casi presentes. Esto influyó para que se declarara el negocio de aguas como cuestión de salud pública". 18 La desesperación era compartida por los propieta­rios de haciendas y ranchos. En ese entonces las haciendas de San Borja y del Olivar del Conde habían sido fraccionadas y vendidas como terre. nos; sus nuevos poseedores, inconformes con que se les redujera el volumen de agua que les correspondía, habían colocado cinco piedras para que no llegara a la ciudad.

El 2 de febrero de 1878 El Municipio Libre publicó que "la notoria escasez de agua potable

~~. ~------------------~----------------------------------------------------------~~~

que se siente en la capital desde que se retiraron las lluvias, ha suscitado continuas quejas y recla­maciones que diariamente recibe la fontanería, tanto de las oficinas como de los particulares mercedados, afectando a todas las clases sociales, sobre todo a las más menesterosas".19 Dos días después, la situación fue ya insostenible por ca­recer del elemental líquido. El gobierno ordenó que las fuerzas públicas se instalaran en los ma­nantiales para que no hubiera ningún impedi­mento para que llegara a la ciudad.

Se hizo una inspección de los conductos por donde venía el agua a la ciudad y se observó que en el cerro de San Miguel se encontraba reventa­do un arco. Había una taza de mampostería que dividía las aguas entre la ciudad y el pueblo de Mixcoac y era donde se registraba la mayor pérdida del &gua, por lo que se necesitaba urgen­temente hacer serias reparaciones. Los desper­fectos de las cañerías venían desde la Venta de Cuajimalpa. Sus vecinos aprovechaban esta situa­ción no sólo para regar sus huertas y abrevar sus ganados, sino para lavar su ropa y (de pasa­da) a ellos mismos. Las cañerías en el pueblo de Santa Cruz, Lomas de Huitaperco, Peña Blanca, Santa Fe, Colinas del Puerto Pinto y Puerto del Toro necesitaban también reparaciones. En el molino chico de Valdez se perdía la distribución y en Tacubaya se desperdiciaba el agua, quizá por tener demasiada con las dos naranjas que disfrutaba en propiedad, una de ellas cedida desde 1853 por el general Santa Anna. De Ta­cubaya a México, las arquerías que traían las aguas delgada y gorda requerían reparación y en su terminal, que era el acueducto de San Cosme, se registraban serios derrames. Al conocer la situación el gobierno autorizó que se emplearan 8 772 pesos para la reparación de los acueductos que surtían del preciado líquido a la capital.

Ello. de marzo de 1878 el Ayuntamiento ordenó que las aguas llegaran directamente a la ciudad de México, sin detenerse por ningún mo­tivo en los terrenos que habían pertenecido a San Borja y a otras haciendas y ranchos. Esta disposición estuvo vigente durante varios meses, lo que provocó .una serie de protestas en contra de las autoridades.

Los años siguientes registraron una serie de

juicios promovidos por estos mismos propieta­rios. Exigían una indemnización por la pérdida de sus cosechas y de su ganado. Entre los prime­ros en presentarse se encontraban Sebastián Ala­mán y Marfa E. Vidaurrazaga de Alamán, propie­tarios del rancho de Santa Cruz, que habia pérte­necido a la hacienda de San Borja. Le solicitaron al Ayuntamiento una indemnización por 3 mil pe-8OS.20 Otros propietarios como Juan y Ramón Agea, quienes también habían comprado una parte de la hacienda de San Borja, manifestaron que el agua que se dirigía a la ciudad de México formaba el bienestar de toda la comarca desde el Olivar hasta San Borja, incluyendo los molinos que eran movidos por fuerza motriz y ,otras haciendas, ranchos y huertas. Refugio Gutié­rrez propietario de uno de los terrenOs del · ran­cho de Napóles expresó su inconformidad por el detenimiento que se había hecho con el agua, afectando la siembra de estas tierras de chile ancho y pasilla.21 Los molinos quedaron parali­zados impidiendo que sus compromisos se cum­plieran, como el de abastecer de harina a las fá­bricas y tiendas en Tizapán, Contreras, Tlalpan, La Colmena y ciudad de México.

En enero de 1879, los propietarios de hacien­das y ranchos se unieron en contra del Ayunta­miento para pago de daños y perjuicios. Entre ellos se encontraba Leonel Chassin, Cosío Pon­tones, Agustín Saget y Juan y Ramón Agea. In­tentaron vender sus haciendas y molinos con sus respectivas mercedes de agua al gobierno confor-me al siguiente cálculo: '

Importe de la reclama judicial 82,524.66 pesos Descuento del 20% y costas a beneficio de la ciudad 16,504.93

66,019.73 Precio del Olivar del Conde 60,000.00 Molino de Chassin ' 50,000.00· Molino de Saget 40,500.00 Huerta de los hermanos Agea 25,000.00

"

" ". ...

.,

" "

Total 175,500.00 pesos

101 $.

¡ ,

102

Pretendían obtener el importe de la reclama judicial que ascendía a 66,019.73 pesos y el va· lor de sus propiedades por 175,500 pesos que sumaban 241,019.73 pesos. El ayuntamiento no se interesó por esta propuesta. 22

Posteriormente se sumaron a las solicitudes por indemnización la de Luis Gómez del Prado y Gándara con sus tierras situadas en los aledaños !:le la ciudad de México: 4 . huertas en el pueblo de Atep\lzco, unos terrenos ubicados en el barrio de Nonoalco de la municipalidad de Tacubaya, I~ tablu nombradas de Mixcoac, Nonoalco, Obraje y las conocidas con los nombres de'Reta· ma que se encontraban junto al horno de Vidal Lozano, Zajatenco, Chilpa. Atzompa y el Paredón.

Al no llegar a un acuerdo, en 1880 se comi. sionó a Ricardo Ül'ozco como representante del Ayuntamiento para que hi~iera una m~ición <le las aguas del Desierto, la c~al es la siguidnte:

Producto de los Manantjales del Desiert023

Ni)mero de Nombre de los Litros por arroyos manantiales minuto

1 Capulín 150.00

2 10 y 20 ramal 475.26

3 Champilato o Pretonio 227.22

4 San José 84.12

5 Monarca 390.96

6 Pilatos y San Miguel 3538.44

Total 4866.00

La tala de árboles en varios puntos del Desierto había ya provocado que el caudal de los manan­tiales disminuyera. En una de las múltiples de­nuncias se mencionaba "la frecuente tala de árboles que se hace en el punto de la Rinconada del Capulí~ y Loma d,el Caballete del Pretorio o ChampiJatos, lugar donde nace en su totalidad el agua carece de sombras, por lo que ha producido su escasez".:M Las opiniones de la época conver­frteron en una sola: "Ojalá sean preservadas sus

maderas, así como la parte del monte donde se encuentra Champilatos la cual pertenece a la mu­nicipalidad de Cuajimalpa. Que se impida la tala de árboles que va en perjuicio de los manantia­les". El 24 de marzo de 1880 al problema de la tala se sumo el creado por los incendios que se registraron en varios puntos del cerro de San Mi­guel, donde nacen los manantiales que pertenecen a la población de la Magdalena y a la Municipali­dad de S.an Angel; Acopilco y Cuajimalpa. Al año siguiente el Cabildo acordó: "Que se vede por completo el corte de toda la extensión del monte que quede al sur de una línea que se tra­zará de oriente a poniente, 200 metros al norte d, la toma de agua del punto en que actualmen­t~ está establecido el vertedor de fierro, que sirve p~a repartir las aguas para la ciudad y para el Olivar. En la extensión marcada al sur de la ex­presada línea, quedan los manantiales y la parte d,l monte más alto, la cual es necesario vedarse y también la faja de 50 metros a cada uno de los lados del acueducto con el objeto de impedir el deslavamiento del terreno que sirve de base al acueducto e impedir que se pierda el agua en el trayecto por evaporación y filtraciones".

En 1884 Antonio Peñafiel en su Memoria, se refería a "los destrozos que en la cañería ha de­jado el tiempo y los lugares en que son más notables las pérdidas del agua en beneficio de los particulares y que a nuestro juicio deberían pre­ferirse los intereses de la ciudad, para que reci­biera íntegra la cantidad de agua que desde el Desierto de los Leones y de Santa Fe llega más que mermada a la capital".25 También observó qUe faltaban "grandes trozos de cañería, derrum­bados entre la misma corriente de agua potable y comienzan a observarse los lavaderos que tienen establecidos en el mismo acueducto los vecinos de este rumbo de Tacubaya, de modo que los ha­bitantes de México beben el agua de estos lava­deros".26

El juicio promovido por los propietarios de haciendas, ranchos y huertas duró desde 1878 hasta 1885, incluyendo los que habían compra­do terrenos de San Barja. Se llegó a un acuerdo y en una escritura los afectados aceptaron una indemnización de 10 mil pesos, la cual fue dis­tribuida de la siguiente manera:27

~. : ....

Lic. Ignacio Burgoa, apoderado de los señores Montiel, Bourang y García Miravete Juan M. Rodríguez Rosa Rodríguez Jesús Ma. Durán, apoderado de Emilio Rodríguez Francisco de Velasco CosÍo Pontones Salazar Ibarregui Representante del señor Gómez del Prado Apoderado de los herederos del señor Saget Apoderado del señor Refugio Gutiérrez Juan y Ramón Agea Herederos del señor Chassin

Total

1,950 pesos 125 " 125 "

125 " 125 "

1,700 " 600 "

200 "

2,500 "

600 " 750 "

1,200 "

10,000 pesos

En 1885 Teresa Prádel viuda de Bolado, al­bacea de los bienes de su padre Juan de Dios Prádel y propietaria en parte de lo que quedaba de la hacienda de San Borja, solicitó una indem­nización por separado al Ayuntamiento, por ha­berles privado del agua que les correspondía. Expuso que desde hacía varios años se habían invertido miles de pesos en la hacienda de San Borja, por lo que consideraba una justa indem­nización por los ocho surcos que les pertenecían. El 16 de enero del año siguiente el señor Rincón, presidente del Ayuntamiento, reiteró que las aguas provenientes del Desierto de los Leones eran propiedad de la nación, por lo que Teresa Prádel se vio forzada a solicitar una indemni­zación por 3,500 pesos, la cual fue cubierta en partidas mensuales de 500 pesos. 2 B

Francisca Julia Willie como propietaria del rancho de Nápoles, que había pertenecido a la hacienda de San Borja, también obtuvo una in­demnización por la ocupación de aguas que le correspondían.

El siglo XIX se cerró con nuevas calamidades para el Desierto. En 1899 se incendió el monte en el punto correspondiente entre la Magdalena y Tacubaya, lo cual afectó de nueva cuenta los manantiales que abastecían a la ciudad de Mé­xico.29

La adjudicación del Desierto de los Leones en el siglo XIX

Desde la época colonial el gobierno español ce­dió al Colegio del Cuerpo de Artillería para sus prácticas el monte del Desierto Viejo de los Car­melitas. Fue hasta la invasión de los americanos en 1847 cuando abandonaron el lugar; sin em­bargo, aunque estaba al cuidado de maestros y de alumnos, el descuido por parte de ellos o quizá de los visitantes, propiciaron que se hicie­ra mal uso del lugar. El Ayuntamiento y el go­bierno con conocimiento de los destrozos hechos en el monte, acordaron antes de que se reinsta­laran hacer una permuta que beneficiara al Cole­gio y al monte del Desierto, por lo que se propuso que el Colegio podía ocupar los Potreros de San Lázaro, valuados en aqqella época en aproxima­damente 25 mil pesos f el monte del Desierto pasaría al Ayuntamientq.30

La inestabilidad política y la crítica situación económica que vivía el país, propició no obstante, que fueran particulares quienes, por casi cuatro décadas, sometieran al Desierto a una explotación inmoderada, obteniendo grandes beneficios. En la larga lista de acreedores del gobierno se encon­traba Ramón Gamboa, quien haciendo uso de sus relaciones con altos funcionarios obtuvo en 1848 que le otorgaran el monte del Desierto de los Leones, cobrándose así una deuda que tenía la hacienda con él. La autorización estuvo a car­go de Luis de la Rosa, ministro de relaciones interiores y exteriores.

Gamboa arrendó al escocés tIuan Burnand, se­gún escritura del 25 de febrero de 1852, ante el juez del partido de Tlalpan "el convento de los Carmelitas con 1,000 varas de terrenos hacia ambos vientos". Se inició un periodo de severa tala de bosque, lo que provocaría en poco tiem­po la disminución del caudal de las aguas. 31 Pa­ralelamente este mismo año se empezaron a tomar una serie de medidas para formar el re­glamento de bosques y montería.

Durante el gobierno del general Mariano Aris­ta, Burnand estableció con anuencia de Gamboa una fábrica de vidrios planos. El mismo Desierto le proporcionaría el combustible necesario, los árboles estaban a su disposición sin que nadie se

104

lo im pidiera. 32

Con la promulgación de la ley del 25 de ju­nio de 1856 a Burnand se le presentó la gran oportunidad de adquirir legalmente el monaste­rio y el monte del Desierto de los Leones. Soli­citó la adjudicación con base a la siguiente jus­tificación: "Los considerables gastos y mejoras que allí tengo hechos y me parece excusado decir que obras mayores haré cuando adquiera el total dominio, porque así está en mi interés personal el mejorar y atraer a una población honesta y útil en aquel páramo que dejará de servir de guarida de salteadores y bandidos, por lo que será un beneficio público de no pequeña importancia". 33

Al conocer la solicitud el procurador del Ayuntamiento, Francisco Riofrio, manifestó que el Desierto no podía ser arrendado ni enajenado a ninguna -persona, porque era propiedad de la ciudad de México. Mortunadamente, en un principio la administración del general Santa Anna desconoció el arrandamiento de Burnand y aunque había solicitado la adjudicación fue desalojado por una fuerza armada del cuerpo de artillería. Sin embargo, con la intensión de re­gresar, dejó en unas celdas del monasterio algunos materiales de su fábrica de vidrio.

Lamentablemente el 24 de septiembre de 1856 Ignacio Comonfort, presidente de la Repú­blica, apoyó la petición de adjudicación de Bur­nand y manifestó que esta enajenación en "nada afectaba al dominio pleno y propiedad del Ayun­tamiento, ya que desde tiempo inmemorial tiene declarado por real cédula el derecho a las aguas y sus vertientes que se hallan en aquel monte". De nada sirvió el planteamiento de Miguel Lerdo de Tejada, que había tomado parte en la elabora­ción de la ley del 56, en el sentido de que: "el antiguo Desierto estaba comprendido en la ex­cepción del artículo 80. de la Ley del 25 de junio por ser esencialmente municipal y por estar destinado al servicio público".34 El precio fue de 5 mil pesos "valiendo por lo menos en aquella época 70,000 pesos". Quedó reconocien­do 2,500 pesos en bonos yel resto a favor del Ayuntamiento con un rédito anual del 6%.

El Ayuntamiento, inconforme con la adjudi­cación, solicitó un informe de la situación del

Desierto, el cual fue encomendado a los peritos Enrique Griffon y Juan M. Bustillo. Su dicta­men fue el siguiente: "La permanencia de los ojos de agua en regiones quebradas y montaño­sas pende exclusivamente de la conservación de sus selvas. La falta de conservación de la arbole­da del monte del Desierto resultará con el tiempo la pérdida total del agua verdaderamente potable que alimenta hoy en día las fuentes de la ciudad, lo que constituye una amenaza en contra de la fortuna pública y particular. Por ningún motivo debía permitirse la tala de árboles sea cual fuere el tamaño de éstos o la causa que se alegue. Tam­poco deben permitirse las sangrías que se hacen para la extracción de la brea, por ser un modo de destruirlos y por último que se prohiba la intro­ducción de ganados que destruyen los retoños y las plantas tiernas".35

A este informe se sumó la protesta de los due­ños de haciendas y ranchos que disfrutaban de las aguas del río del Santo Desierto, como Justo de la Lama, Florencia Ortiz, Manuela Cosía, José Cosío Pontones, B. Roezl, Juan de Dios Prá­del y Juan Prantl entre otros. Se quejaba de que había disminuido el caudal del agua, debido a la gran tala de árboles que había hecho Gamboa. Solicitaban que no se adjudicara a Burnand ya que de allí obtenía el combustible para la fá­brica dé vidrios establecida en el Monasterio. Ninguna de las protestas prosperaron y Bumand con artimañas y una actitud deshonesta obtuvo la adjudicación del Monasterio, de los cerros y las dos servidumbres, con la única condición de que conservara las arboledas cercanas a los ojos de agua.

Los pueblos vecinos se vieron afectados ya que Bumand impidió la tala y la labor del monte para los indios, dejándolos en la miseria. Se co­mentaba que "el inglés estaba poseído de una implacable ambición que marca su avaricia en tal grado que maltrata y quita a los indios las hachas y cualquier instrumento cortante". 36 Se dio a conocer el caso de "una indita de 7 años de edad que estaba junto al cadáver de su padre muerto de un pistoletazo en la cabeza, dos ani­males cargados de astillas con sus jarcias comple­tas, por lo que se infiere que no fueron ladrones los que lo mataron".37

;~ z:

En 1857 se registró una notable y progresiva disminución de las vertientes de agua que baja­ban por el Monte del ~tiguo Desierto, desti­nadas a la ciudad, al regadío y cultivo de campos de considerable extensión, al movimiento de empresas industriales y al establecimiento de al­gunas poblaciones de recreo cercanas a la capital. Al conocer esto, el Ayuntamiento, insistió otra vez en manifestar que el Desierto y sus aguas eran de la ciud.ad.

El Ministerio de Fomento tomó cartas en el asunto y envió una orden terminante a Burnand para que suspendiera la tala de árboles y la ela­boración de carbón, mientras conseguían una autorización para que pasara al Desierto como propiedad perpetua de la ciudad. Al fallar esta iniciativa, el Ayuntamiento se conformó con nombrar a una persona que vigilara el bosque y evitar la tala de árboles.

El Ayuntamiento sin saber cómo recobrar el Desierto, empezó a atosigar a Burnand; él, para defenderse, manifestó que había invertido un capital de 20 mil pesos en sólo la reparación del edificio y el mejoramiento de los caminos que conducían al monte.

En 1859 el escocés ya había cometido una se-. rie de destrozos. Por orden del Ayuntamiento se

le prohibió que derribara más árboles para leña, "porque la que existe, hecha ya en rajas y alma­cenada en los claustros y patios del convento le basta por lo menos para 20 años y la que puede aprovechar de los árboles destruídos en el monte por igual tiempo". 38

Según un avalúo hecho en abril de 1866 el Desierto de los Leones tenía un valor de 100 mil pesos. Las autoridades del Ayuntamiento insis­tí.an en que la adjudicación era ilegal y que la Wta de árboles había provocado una disminu­ción en el caudal del agua. También para Bur­nand empezaron las dificultades ya que no había cumplido con las condiciones del contrato: de­bía 4 mil de los 5 mil pesos y ya se acumulaban 3 mil pesos de los réditos vencidos en el trans­curso de diez años.39

El gobierno procedió al embargo, éste se llevó a cabo en una casa situada en Tacubaya, y se le requirió el pago de 8,193.75 pesos por capital y réditos.-.Burnand, astutamente, contestó que no

,

estaba conforme con pagar esa cantidad, además de que se encontraba en una casa que no era suya, sino una provisional por motivos de salud de su esposa.

Las quejas de los 'vecinos se hicieron más alar­mantes. Se decía que diariamente se conducían de dos a 3 carros repletos de leña para la ciudad de México. También que por la falta de una ade­cuada vigilancia se había registrado un incendio que duró más de un mes sin que el escocés mas· trara empeño en sofocarlo; no fue sino hasta que cayó una nevada y cesó el fuego.

A esto se sumó un anónimo firmado por "una incógnita". En él se daba una reseña de las acti­vidades de Burnand. Se decía que todos los días salían carros de leña con destino a la ciudad de México, los cuales eran vendidos a 12 pesos cada uno. Los indios que trabajaban bajo sus órdenes sufrían constantemente serias palizas y, ya can­sados, por venganza, asaltaron una noche aBur­nand propinándole una golpiza tan tremenda que perdió la mano izquierda. Los empleados presentes en el incidente sólo dispararon sin _he­rir ni apresar a ninguno. Al día siguiente por ór­denes de Burnand apresaron a quien quisieron y castigaron a varios, sólo por sospechas.

Quizá este incidente motivó a Burnand a ven­der la mitad del Desierto de los Leones a Juan Rondero. La transacción se llevó a cabo el 24 de agosto de 1867. Este adquirió la otra mitad el 10. de julio de 1872 en el concurso de la testa­mentaría de Juan Burnand.40 Sin ninguna vigi­lancia, los empleados de la fábrica de vidrios y los vecinos que vivían por las cañerías que traían el agua a la ciudad de México, la robaban antes y después de la caja repartidora. Benito Blanco, arrendatario de la hacienda de la Castañeda; Re­fugio Gutiérrez, en representación de Francisca Julia Willie propietaria del rancho de Nápoles; Leonel Chassin, propietario de los molinos del Olivar del Conde y la Barranca; un representante del general Cosía Pontones, encargado de la hacienda del Olivar y Luis Gómez del Obraje elevaron sus protestas manifestando que el cau­dal del agua había disminuido a consecuencia de los desmontes que se habían hecho cerca del Monasterio.

Por enésima vez la comisión de aguas envió a

105

.1"' ...

"

106

un perito para que dictaminara sobre la situación del monte, sin embargo, el documento apunta­ba que: "en su conjunto está bien conservado, existiendo en él muchos árboles delgados y altos que, aunque poco adecuados para una explota­ción agrícola mercantil, son útiles para mantener la humedad del suelo, dar sombra y favorecer las lluvias, todo lo cual contribuye eficazmente para conservar los manantiales".41

y añadía, "Hay uno que otro claro sin arbole­da y con pasto, en las cuales no existe rastro de que se haya hecho desmonte hace muchos años, pero ' convendría en estos puntos hacer algún ensayo de plantío con árboles a fin de mejorar las condiciones de los manantiales. Otra parte del monte 'que está mal , es la que se incendió hace tres años al oriente de la Barranca y donde corren las aguas de los manantiales de San Mi­guel y los Pilatos, por lo que ha disminuido el caudal de las aguas. El corte de madera se está haciendo en la actualidad cerca de] portillo de Cruz Blanca, tirando árboles grandes para labrar durmientes para el uso de los ferrocarriles. Este lugar dista 600 metros del manantial más próxi­mo. Igualmente se sacan viguetas y estacas de uno que otro punto del monte en pequeña can­tidad y alguna leña de las partes bajas del anti­guo convento Carmelita. La comisión encontró labrados cerca de 100 durmientes y se calcula que se habrán tirado poco más de 100 árboles, sin que este corte haya afectado al monte y a los manantiales".42

Por su parte, Rondero, el nuevo dueño, de­claraba que "sólo está labrando leña para el ali­mento de la fábrica de vidrios que va a ponerse en movimiento y que establecida desde 1853 ha dejado de producir desde 1867". Los diarios de la capital atacaron a Rondero por la tala de árbo­les y el 29 de julio de 1881 se le notificó al

Notas

1 Diccionario Porrúa, 1986, t . 1, p. 884. 2 Alberto Valdés Inchausti, Cuajimalpa, p. 108. 3 Manuel Rivera Cambas, México pintoresco, a rUs­

tico y monumental, t. IlI, p . 6. 4 Agustín Tornel Olvera, El Desierto de los Leones,

p.20.

Ayuntamiento que los destrozos se estaban ha­ciendo en el punto llamado ermita de San José y Loma de la Calzada En ese año la situación ya no pOdía pasar inadvertida, por lo que el gobierno tuvo que tomar medidas más severas. Envió a la fuerza pública para que impidiera la tala de árboles en cualquier lugar del Desierto de Jos Leones. Rondero lo consideró como un agra­vio en contra de su propiedad, por no permitirle la extracción de maderas y leñas que tenía acopiadas en dicho monte. Desde ese año, Juan Rondero trató de vender el Desierto en 60 mil pesos. Según testimonios de algunos vecinos de Cuajimalpa: "en esos lugares ya no existen el encinal, el ocota} y gran parte deloyamel".

No fue sino hasta junio de 1886 que se em­pezó a vislumprar un alivio para el ya dañado Desierto de los Leones. Justino Fernández en representación de 19nacia Rondero de Llamas, heredera universal de los bienes de su padre Juan Rondero, propuso al gobierno la venta del mo­nasterio y el monte del Desierto en la cantidad de 100 mil pesos. Fernández lo propuso como "una valiosa propiedad, cuyos rendimientos no bajan de 30,000 pesos en un solo año de explo­tación regularizada".43 El 14 de agosto de 1886 se reunieron en la sala de comisiones del Ayun­tamiento los regidores, los miembros de la Junta de Hacienda, el comisionado de aguas y el repre­sentante jurídico de la intestamentarÍa de Juan Rondero, llegando a un acuerdo de venta por 75 mil pesos, que se pagarían en la administra­ción de rentas municipales los primeros días de cada mes.

Finalizaba así la adjudicación del Desierto de los Leones que fue una pésima experiencia para los funcionarios del Ayuntamiento y para 1_ vecinos de la ciudad de México.

5 AAA, v. 51, exp. 10. 6 Juan Francisco Gemelli Carreri, Viaje a la Nueva

España, p. 173. 7 AAA, v. 51, exp. 3 . s Folleto, Aguas del Desierto conforme al reparti­

mineto hecho en 6 de abril de 1626 por el señor Lic.

,

Juan P{lZ Vallecillos del Consejo de S.M. y su oidor en lti 'Repl Audiencia de esta Nueva España y Juez de co­miñón para la vista y repartimiento del agua del río de Cliaji11}01pa.

9 Manuel Rivera Cambas, op. cit., t. 11, p . 389. 10 Antonio Peñafiel, Memoria so.bre las aguas pota-

bles de la capital de México, p. 17 . 11 AAA, v. 53, exp. 15. 12 AAA, v. 51, exp. 22. 13 AAA, v. 52, exp. 34. 14 Manuel Rivera Cambas, op. cit., p . 389-390. 15 AAA, v. 53, exp. 34. 16 AAA, v. 51, exp. 8. 1'1 Manuel Rivera Cambas, op. cit., p. 389-390. 1& AAA, v. 51, exp. 8. 19 El Municipio Libre, 2 de febrero de 1979, p . 1. 20 AAA, v. 52, exp. 33. . 21 AAA, v. 51, exp. 22. 22 ¡bid. 23 Ibid.

24 Ibid. 25 Antonio Peñafiel, op. cit., p. 17. 26 AAA, v. 52, exp. 52. 27 AAA, v. 52, exp. '25. 28 AAA. v. 52, exp. 10. 29 Ibid. 30 AAA, v. 51, exp. 10. 31 Ibid. 32 Ibid. 33 Ibid. 34 AAA, v. 51 , exp. 9. 35 AAA, v. 51, exp. 10. 36 AAA, v. 51, exp. 11. 37 Ibid. 38 Ibid. 39 AAA, v. 52, exp. 35. 40 Ibid. 41 Ibid. 42 AAA, v. 52, exps. 37, 38 Y 39. 43 AAA, v. 51, exp. 15.

JI. o "En Ouanaluato. eneoQ6 que .... eJem­plana 101 EstabIectmlllfttoe ele ccmocd6n peaaI."

. ~

107

'.,. .. ~ .

108

---- -,...-----32. n ~n Leon, Cto. vi~ ~ue millares d~ vohmta.

"OS se presentaban' engrosar el.Ejérc:to, muy á pe_ sar del Jefe PoI1Uco." J