El declinar - CORE · preciso del recorrido de Freud a Lacan, el psicoanálisis designa en...

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Sylvia De Castri) Korgi Psicologa, Psicoanalista. Profesora Jc hi Escuela Je Estudios Je Psicoanálisis y Cultura. Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de Colombia El declinar del padre I. El Padre: referencia fundadora del orden humano <7 L a pregunta se impone a la reflexión del psicoanalista ante la eclosión de las formas de violencia que afectan a la sociedad colombiana contemporánea: ¿en qué se sostiene la condición de la existencia de los hombres, cuyo requisito necesario es la institución de la prohibición, en un momento histórico en que el predominio del goce excesivo en lo real pone en evidencia la caducidad de las referencias simbólicas que en épocas anteriores operaron para ordenar sus palabras, sus actos y sus relaciones? La pregunta formulada no está destinada a ser contestada en este trabajo; opera como apertura de un campo de reflexión cuyo eje central, en un momento preciso del recorrido de Freud a Lacan, el psicoanálisis designa en términos de la función del Padre.1 El Padre en psicoanálisis es, propiamente, la institución de la prohibición, la inscripción de la Ley en el sujeto, una función que opera como obstá- culo a la hegemonía del goce separando al sujeto de la pulsión asesina y del deseo incestuoso, permitiéndole el pasaje del registro del actuar al de la palabra. Pulsión asesina y deseo incestuoso son los dos tabúes a cuya creación Freud reconduce los comienzos de la cultura, las dos prohibiciones fundantes de la eticidad, de la religión y del derecho, y los dos deseos que descubre, reprimidos, en el complejo de Edipo. Atendamos por ahora al carácter fundacional de lo humano que se le asigna a la prohibición. Al decir del psicoanalista y jurista Pierre Legendre,2 toda sociedad construye referencias simbólicas y discursos fundadores, sobre los cuales ordena las relaciones entre los hombres, exigiéndoles la renuncia a la omnipotencia imaginaria como requisito para asumir los límites que impone la prohibición, como requisito, entonces, para asumir su condición de humanos. 1 Este momento preciso corresponde a la reformulación por Lacan del Edipo freudiano en términos de la metáfora paterna. 2 Ctr. Legendre, E El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre el Padre, Siglo XXI, México, 1994.

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Sylv ia D e C astri) Korgi Psicologa, Psicoanalista. Profesora Jc hi Escuela Je Estudios Je Psicoanálisis y Cultura.

Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de Colombia

El declinardel padre

I. El Padre: referencia fundadora del orden humano

< 7 L a pregunta se impone a la reflexión del psicoanalista an te la eclosión de las formas de violencia que afectan a la sociedad colom biana contem poránea: ¿en qué se sostiene la condición de la existencia de los hom bres, cuyo requisito necesario es la in stituc ión de la prohibición, en un m om ento h istórico en que el predominio del goce excesivo en lo real pone en ev idencia la caducidad de las referencias simbólicas que en épocas an teriores operaron para o rdenar sus palabras, sus actos y sus relaciones?

La pregunta form ulada no está destinada a ser con testada en este trabajo; opera como apertura de un campo de reflexión cuyo eje central, en un m om ento preciso del recorrido de Freud a Lacan, el psicoanálisis designa en términos de la función del P ad re .1 El Padre en psicoanálisis es, p ropiam ente , la instituc ión de la prohibición, la inscripción de la Ley en el sujeto, una función que opera como obstá­culo a la hegemonía del goce separando al sujeto de la pulsión asesina y del deseo incestuoso, perm itiéndole el pasaje del registro del actuar al de la palabra. Pulsión asesina y deseo incestuoso son los dos tabúes a cuya creación Freud reconduce los comienzos de la cultura, las dos prohibiciones fundantes de la eticidad, de la religión y del derecho, y los dos deseos que descubre, reprimidos, en el complejo de Edipo.

A tendam os por ahora al carácter fundacional de lo hum ano que se le asigna a la prohibición. Al decir del psicoanalista y jurista Pierre Legendre,2 toda sociedad construye referencias simbólicas y discursos fundadores, sobre los cuales ordena las relaciones entre los hombres, exigiéndoles la renuncia a la om nipotencia imaginaria como requisito para asumir los límites que impone la prohibición, como requisito, entonces, para asumir su condición de humanos.

1 Este m om ento preciso corresponde a la reform ulación por L acan del Edipo freudiano en térm inos de la m etáfora paterna.

2 Ctr. Legendre, E El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre el Padre, Siglo XXI, M éxico, 1994.

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Estos discursos fundadores son el espacio de la Referencia Absoluta, mítica por lo tan to , instancia tercera de poder separada de la especie hum ana, constituyen te de la Ley de los sujetos en ta n to que hablan tes, que les ordena el sacrificio de la om nipotencia y los hace deudores de un legado que deben transmitir. Es lo que el psicoanálisis llama la castración simbólica.

El desarrollo que Legendre presenta de este asunto tan complejo como es el de la institución de la prohibición en lo hum ano para que la vida sea posible, lo conduce a a tender al fundam ento mismo de la prohibición: la representación del Padre. El padre nos es m ostrado como la referencia fundadora, sea cual sea el valor que tome en las d istin tas versiones cu lturales. La rad icalidad de esta afirm ación es tal que, de no tom arla en consideración, nos dice, no podría entenderse cuál es la función del padre ni a qué desastre hum ano su representación hace barrera y, por otro lado, se perdería de vista el terreno sobre el cual se realiza la representación del sujeto hum ano en la sociedad. Se trate de la vida o de la m uerte, en otros términos, de la prohibición o de la subversión de la prohibición, de las palabras instituyentes que hum anizan o de las palabras asesinas, la representación del padre es insoslayable en su valor fundador, mítico, incluso sagrado. De aquí que la cuestión del padre se preste de entrada a una reflexión no sólo inevitab le sino esencial, a la base de todo cuestionam ien to de nuestro tiem po y de su m alestar en lo relativo a la hum anización o deshumanización de las nuevas generaciones.

De entrada, pues, asesinato e incesto no son un puro asunto de prohibiciones reglam entadas y eventualm ente reformuladas por los códigos legales. De ahí que nos causen conm oción, por ejemplo, los debates que se han realizado en nuestro país en torno a una posible consideración del incesto como algo no punible si se dem uestra su realización por consentim iento m utuo, en cuyo caso caería dentro de la noción de la “libre expresión de la personalidad”.

O las form as cínicas com o los grupos y las tuerzas arm adas en conflicto acó- m odan a su arbitrio los límites de la legalidad m oderna -en este caso, los Derechos H um anos y el D erecho Internacional H um anitario-, para justificar los asesinatos. A sesinato e incesto son actos que exigen ser puestos en relación necesaria con la institucionalización de la prohib ición en la hum anidad , con la Ley y con su trans­misión, asun to éste ú ltim o que im plica al Padre com o rep resen tan te de la Ley; diríamos, en térm inos freudianos, como representante de la representación.

S igu iendo a Legendre, todo discurso fundado r está a rticu lado sobre una mitología de la que procede la referencia institucionalm ente construida, en virtud de la cual se inscribe el nombre de... fundador y garante de la prohibición. En el campo

4 8 Sn Oirás Palabras.

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psicoanalítico, el acontecim iento de Tótem y talríi vendría a ocupar el lugar del discurso fundador en cuanto que reenvía al autor mitológico de la Ley. En verdad, el asesinato mítico del padre, el padre m uerto, instituye la Ley primordial, de la que Lacan aporta una definición precisa cuando sostiene que “es aquella que al reglam entar la alianza sobrepone el reino de la cultura al reino de la naturaleza”; ' una ley idéntica a un orden de lenguaje, que instituye la cadena genealógica a través de las nom inaciones de parentesco y de la cual la prohibición del incesto es su resorte subjetivo.4

El parricidio original sitúa al Padre en el discurso del m ito com o inscripción fundadora de la función paterna que encuentra su fundam ento en nom bre de la Ley. Y puesto que en el m ito no se tra ta de la dim ensión real del asesinato, el Padre es una metáfora: ante todo, metáfora de la creación de un sentido nuevo en la cultura hum ana, de una dimensión nueva que instaura la paternidad com o esencialm ente diferente del orden biológico de la reproducción.

Por eso, dice Lacan, el padre entra en la vida del hombre por intermedio de la significación última de la representación de padre, referencia simbólica que ordena los hechos en una estructura humanizada de lo real. “El padre es una realidad sagrada en sí misma, más espiritual que cualquier otra, porque nada en la realidad vivida implica, (...) su función, su presencia, su dom inancia”.5

El discurso fundador instituye al Padre com o rep resen tan te de la Ley, com o tercero social de la palabra en la cultura y para cada sujeto, garante del orden de las filiaciones, es decir, garante de lo que Legendre llam a el con jun to de los procedi­mientos simbólicos necesarios para la diferenciación de las generaciones. Así pues, el Padre del texto mítico instaura la existencia del padre simbólico en la complejidad de la problem ática edípica a través del discurso del padre concre to en donde se cons­tituye cada sujeto llamado a vivir un destino de sujeto: ordenado de acuerdo a las leyes del lenguaje y del parentesco. El padre simbólico representa la referencia, de la cual obtiene su calidad de padre y el fundam ento de su autoridad. La representa como Nom bre-del-Padre, y es en tanto tal, como significante primordial, que interviene en la cadena sustituyendo m ediante una operación m etafórica al significante del deseo de la m adre. La m etáfora paterna, al efectuar el co rte del sujeto con la m adre,

3 Cfr. Lacan, J. “El psicoanálisis y su enseñanza” (1957) en Escritos /, Siglo XXI Editores, M éxico, 1990,431.

4 Cfr. Lacan, J. “Función y C am po de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis” (1953) en O p. C it, 266.

5 Lacan, J. El Seminario, Libro 3: Las psicosis (1955-1956), Paidós, B arcelona, 1985, 308.

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introduce en él la dimensión de la falta por la que, dice Lacan, “el viviente, porque es hum ano, o sea, porque está en relación con el lenguaje, se percibe como excluido de la om nitud de los deseos, como algo limitado, local, como una criatura; dado el caso como un eslabón en el linaje vital, uno más que pasa por la vida”.6

De faltar el referente fundador, el padre es destituido en cuanto tal. Destituido el padre, la imagen máxima de la om nipotencia, con sus efectos mortíferos, tom a su lugar. Y si no hay padre todo el edificio del m undo se derrum ba... ¿Cómo situar, entonces, la fórmula una sociedad sin padre que asume cierto carácter conclusivo en el pensam iento contem poráneo y que m uestra al padre como aquel que no cumple su papel o su función -nunca se sabe muy bien- sea por su ausencia o por su presencia caracterizada por el incumplimiento de sus obligaciones y sus responsabilidades, cuando no por un exceso de brutalidad en su comportam iento?

Es este un tem a que, prom oviendo a un lugar central la problem ática del padre y la pérdida de su lugar en la familia y en la sociedad, aglutina una variedad de ideas recibidas de diferentes discursos más y menos rigurosos, algunos moralizantes, que recurren a consideraciones históricas sobre la familia patriarcal en O ccidente, que sitúan la constatación de la que se hacen eco en relación con la crisis de la familia tradicional, la pérdida de la au to ridad del padre y la correlativa avanzada de las m ujeres en la sociedad, que califican al padre en cuestión com o caren te , que se lam en tan sobre la desaparición del padre apoyándose en la ilusión de un posible retorno a tiempos mejores.

Frente a un tal estado de complejidad, apenas tendré la ocasión de aproximarme a la cuestión tratando de precisar el valor y el lugar del fenóm eno de la decadencia paterna, a la luz de la noción de Padre como condición de posibilidad de la sociedad hum ana y del sujeto de la palabra, para plantear al final, atendiendo a un fenóm eno social de violencia en nuestro país, la incidencia de la carencia de su función.

Retengamos por ahora que la restitución del alcance de la noción de padre es solidaria, en Lacan, de la puesta en prim er plano de la relación del hom bre con el significante, com o in stituyen te de las situaciones generadoras de la hum an idad .' Es en torno a las nociones de significante, función del padre y talo, que Lacan podrá, en el período que me ocupa de sus elaboraciones, otorgar al padre un papel funda-

6 L acan, J. El Seminario, Libra 5: Las formaciones del inconciente (1957-1958) Paidós, B arcelona, 1999, 473.

7 Ctr. Lacan, J. El psicoanálisis y su enseñaza, O p. C it, 431.

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m ental y, de paso, desenredar la madeja en la que la noción misma ha caído en desuso en nuestra época, articulando para esto la formulación del Edipo, el complejo de castración y el único mito de la m odernidad, tal como él llama a la construcción freudiana de Tótem y Tabú.

II. El declinar del padre

En 1938, en un texto titulado Estudio sobre Li Institución Familiar, Lacan subrayó la degradación del padre en la familia y la sociedad, e inscribió en este fenóm eno el surgimiento del psicoanálisis, en el horizonte del pensam iento m oderno occidental que en el ocaso del siglo XIX constató una crisis condicionada por el retorno sobre el individuo de los efectos extremos del progreso, a propósito de la industrialización y de la concentración económica, crisis cuyos ecos afectaron a la sociedad en su conjunto. Lacan destaca la form a psicológica y socia lm ente inev itab le del fenóm eno: la decadencia de la autoridad del padre, el “declinar de la imago paterna”, y rinde un hom enaje a Freud, quien en el clímax mismo de este declinar inventó el complejo de Edipo como un reconocim iento de la carencia del padre y de sus consecuencias sobre el sujeto, tal como éstas se le revelaron desde un comienzo, en dependencia estrecha con las condiciones de la familia.

“Nuestra experiencia -dice Lacan- nos lleva a designar su determinación principal en la personalidad del padre, carente siempre de algún modo, ausente, humillada, dividida o postiza”.8 Llama la atención que en esta serie no incluya una referencia que luego utilizará para cuestionar la idea de la carencia paterna en cuanto que ella misma fue destacada a propósito del exceso del padre, del padre terrorífico, considerado como el elem ento lesional según la primera teoría freudiana de la neurosis.

Por ahora podemos preguntarnos qué rodea el prim er planteam iento lacaniano sobre la carencia paterna y si bien el exam en de este asunto excede los límites del presente trabajo, algunos elem entos vienen en nuestra ayuda. En efecto, un debilita­m iento de la autoridad paterna se produjo en el ámbito social -a finales del siglo XIX- que, con todo y sus avatares, culm inó bien entrado el siglo XX en los enunciados jurídicos que sustituyeron la patria potestad por la autoridad parental. Consideraciones por los derechos de las mujeres y de los hijos, en contra de su sumisión a la autoridad del padre de familia, contribuyeron de m anera significativa a la transform ación.

8 Lacan, J, Estudio sobre Li institución familiar, E d ito r904 , Buenos Aires, 1977, 72.

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De ésta, fijada en palabras, parece surgir la noción de padre carente, del padre hum illado, según la expresión de Claudel. Así pues, interrogando esta problem ática de “fin de siglo” y bajo los ecos de quienes habían profetizado la declinación irreversible del patriarcado com o sím bolo de la conciencia occiden tal advirtiendo acerca del peligro de un m atriarcado que encarnara la om nipotencia irracional de las fuerzas de la naturaleza, Lacan finaliza su artículo con una constatación pesimista en lo relativo al devenir de la sociedad. El problema reside, según dice, en la confiscación por la m adre de la autoridad paterna. “Por este cam ino se riza el rizo, volvemos al estado de naturaleza”, sostendrá posteriorm ente.9 ¿No resuena a la base de todo esto la famosa cita de Freud acerca del triunfo de la espiritualidad sobre la sensualidad asegurado por la vuelta de la madre al padre? “U n progreso de la cultura, pues la m aternidad es demostrada por el testimonio de los sentidos, mientras que la paternidad es un supuesto edificado sobre un razonam iento y sobre una premisa”.10

En este m om ento de su elaboración Lacan no ha arribado a una perspectiva estructural de la función paterna; no hay, propiam ente, ruptura con respecto a las perspectivas antropológicas, sociológicas, etnográficas, que apuntalan una visión “fam iliarista” de la cuestión. Pero el cam ino posterior queda aquí trazado y en principio por el hecho de que puede desplazarse de la consideración histórica, evolucionista, de las formas familiares, del m atriarcado y del patriarcado, para sostener el adven im ien to de la au to ridad pa te rna en los m itos fundadores de la cu ltu ra occidental. Y todos estos mitos, cualquiera sea su forma, nos dice, “se sitúan en el alba de la historia, muy lejos del nacim iento de la hum anidad...”11 Esta afirmación quedará p ron to redoblada por o tra: “en el N om bre-del-Padre es donde tenem os que reco­nocer el sostén de la función simbólica que desde el albor de los tiempos históricos, identifica su persona con la figura de la ley”.12

De ah í en m ás, apoyada sobre el in te rro g an te freud iano ¿qué es un padre?, la reflexión de Lacan acen túa este aspecto de la carencia paterna, pero siempre en tensión con el valor simbólico esencial que adjudica al Padre en el Edipo. Sostiene en to n ces que la experiencia m ism a está ten d id a e n tre una im agen del padre,

9 Lacan, J. El Seminario, Libra 2: El yo en la teoría Je Freud ( 1954-1955) Paidós, Barcelona, 1984, 393.

10 Freud, S. “M oisés y la relig ión m o n o te ís ta ” en Obras Completas, Tom o XXIII, A m o rro rtu , Buenos Aires, 1980, 110.

11 Lacan, J. EstuJios sobre la institución familiar, Op. C it, 66.

12 Lacan, J. Función y campo Je la palabra... O p. Cit, 267.

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degradada en nuestra historia, y su función, cuya dimensión la experiencia analítica permite captar en otro registro puesto que, de todos modos, “de m anera casi clandes­tina, instituye en la dimensión de las relaciones hum anas fundam entales a quien está en la ignorancia y lo prepara para lo que puede llamarse el acceso a la conciencia, (...), a la toma de posesión de la condición hum ana”.13

Entonces, no obstante la constatación de las modificaciones en lo a tinente a la versión social del padre, la carencia no se confunde con su función. Solo que estando ésta vinculada, por la vía de la interdicción del incesto, con la m arca de lo natural en lo hum ano, supone un recubrim iento de lo real por lo sim bólico, recubrim iento “absolutam ente impensable en una estructura social como la nuestra, en la que el padre es siempre, en algún aspecto, (...) discordante en relación a su función”;14 otra vez, aquí, un padre carente, humillado, más adelante, un “pobre hombre provisto de inconsistencias, com o todo el m undo”. ' 1 En este in tervalo m arcado por la discor­dancia y la inconsistencia se sitúa el complejo de Edipo, siempre inacabado, frecuen­tem ente patógeno, digamos mejor, atípico. Desde ya podemos derivar la separación entre la función y el ser y, en consecuencia, la carencia del padre es cuestión del padre real, una carencia estructu ral. Pero esto exige una vuelta más en la espiral de la reflexión. La ruptura con las perspectivas “familiaristas” se instala una vez que se hace intervenir la estructura: “una ley, una cadena, un orden simbólico, la intervención del orden de la palabra”.16

Si para cada hom bre el acceso a la posición paterna es una búsqueda, si ser padre no es pensable en ningún m odo en la experiencia hum ana sin la categoría de significante, en realidad, nadie puede decir que lo ha sido por com pleto.1' El padre lo es sólo en la medida en que las instituciones le confieren, no su papel, lo cual reduciría las cosas a un asun to m eram ente sociológico, sino su n om bre .Ix A quí se sitúa la verdadera dim ensión de la patern idad: el padre no es sim plem ente el generador. Es posible que el padre falte a este nivel pues los avances de la ciencia pueden hacer

13 Lacan, J. “El m ito ind iv idual del n e u ró tico ” (1953) en Intervenciones y Textos, M an an tia l, Buenos Aires, 39-40.

14 Ihíd-, 56.

15 Lacan, J. El Seminario. Ubro 2 O p. C it, 388.

16 Lacan, J. El seminario. Libro 3 O p . C it, 139.

17 Cfr. Lacan, J. El Seminario. Libro 4: La relación de objeto (1 9 5 6 -1957), Paidós, Barcelona, 1994, 207­

18 Cfr. Lacan, J. El Seminario. Libro 5, O p. C it, 186.

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intervenir elem entos masculinos que desem peñan el papel fecundante, pero sólo la in troducción del significante es truc tu ra el proceso, efectúa el corte que m arca la diferencia de generaciones. Lacan advierte que el em peño de la ciencia en la búsqueda biológica de la paternidad tiene incidencias ineludibles sobre los funda­m entos de lo hum ano porque desconoce que sólo simbólicamente se puede sostener que el padre es el pivote alrededor del cual gira todo el cam po de la sub jetiv idad .19 Este es el verdadero alcance de la noción del padre incierto pues “Antes de que lo sepamos de fuente fidedigna, el nom bre-del-padre crea la función del padre”.

En este orden de ideas, dice Legendre que el padre es siempre incierto porque es una función que debe conquistarse sobre un forzamiento, nunca logrado por entero, que es el de sucesión del lugar de hijo. C uando un hom bre se convierte en padre, él no está ligado de m anera au tom ática al hijo en el lugar de padre: debe m orir com o hijo para acceder a ese lugar y esto no es posible más que si su propio padre le cedió su lugar de niño.

Por aquí empieza el im perativo de diferenciación entre las generaciones, por aquí, tam bién, la cuestión del padre nos reenvía al campo de la filiación. Legendre nos advierte que no habría m anera de aproximarse acertadam ente a los hechos que m uestran en la sociedad la subversión de las prohibiciones fundantes de lo hum ano si no se tom a en cuenta el estado de cosas en torno a la filiación. Porque la introducción de la división de los lugares padre-m adre-hijo, y la sucesión del sujeto en esos lugares -de hijo a padre, para el caso-, al impedir que se ocupen al mismo tiempo dos casillas genealógicas, opone un obstáculo al impulso incestuoso, desenredando el tenebroso “nudo de serpiente de los lazos de sangre”.:|

III. La carencia de la función paterna

Situar al padre como clave del orden simbólico exige la discriminación de los niveles en los que el padre del sujeto participa en la escala de la familia hum ana.

En el dram a edípico el sujeto en tra en lo simbólico por la vía de lo imaginario, por la relación de rivalidad que suscita para el n iño la imagen de un padre om ni­potente. Pero la operación simbólica de la castración implica la noción de que en el

19 Ctr. Lacan, J. Seminario 16, Inédito , C lase del 29 de Enero de 1969.

20 Lacan, J. Lo simbólico, lo imaginario y lo real (1953), Inédito.

21 E luard, E C itado por Legendre, E O p. C it.

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O tro hay alguien que participa a nivel real de su potencia: el padre se introduce en el orden simbólico como un elem ento real, y precisam ente por esto, porque se encarna en personajes reales, la función misma resulta problem ática y la historia del sujeto se halla marcada por la incidencia de este padre, también profundam ente desequilibrada por su ausencia.22

Cuando el padre real no está dispuesto a encarnar imaginariam ente para el niño al rival om nipotente y terrorífico del juego soportando el fundam ento del orden del m undo, cuando no está en condiciones de ejercer, de im poner y de transm itir la prohibición, el imperativo de separación con respecto a la madre, en ese punto nos encontram os con la carencia paterna bajo la form a de carencia del padre real. Una carencia que deja abierta para el sujeto todas las posibilidades de una castración primitiva, no dialectizable, bajo la forma de la devoración m aterna.

Pero no habría m anera de sostener la falla de la función paterna en la presencia o en la ausencia real del hombre en la familia, ni en sus conductas caracteriales, en su fuerza o su debilidad, o en su normalidad, ni siquiera en su posición normal en la familia, porque el padre no es, en el complejo de Edipo, un elem ento real, por m ucho que sea en lo real que deba in te rven ir para dar cuerpo a la castración . ¿Cómo entender, si no, que aún en su ausencia un Edipo pueda llegar a constituirse?25

Tercera vuelta del espiral que nos conduce, finalm ente, a diferenciar la carencia del padre real de la carencia del padre en el complejo. El padre es un significante que interviene m etafóricam ente, ya lo habíamos dicho; sustituyendo al significante del deseo de la madre da lugar a una significación nueva por la cual, porque el objeto se instaura como perdido en esa operación, el niño supera la relación de inmediatez con la madre creando el espacio para su propia palabra, para su propio deseo, abriéndose a la posibilidad de la búsqueda de otra cosa, en donde se sitúan los objetos sustitutos.

El padre en tra a título de una palabra en la cadena significante ya abierta para el niño por la primera simbolización de la ausencia de la madre; lo cual supone que sólo podrá intervenir, carente o no, en el espacio de esa ausencia, de esa constatación de la falta en la madre, que para el niño se plantea como una pregunta: ¿Qué quiere ella de mí? El significante paterno es, pues, la condición necesaria para que la x que significa el deseo de la m adre se deslice más allá de ella; pero la precondición de su inter­vención, por así decir, es que para la m adre la palabra del padre sea sancionada como

22 Cfr. Lacan, J. El Seminario. Libro 4, O p. C it, 213.

23 Cfr. Lacan, J. El Seminario. Libro 5, O p. C it, 179.

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un m ensaje de in terd icción que hace obstáculo al deseo incestuoso. No se tra ta , tam poco aquí, de la cuestión sociológica de las relaciones personales entre la m adre y el padre, sino de las relaciones de la m adre con la palabra del padre.

A hí se juega el destino del sujeto y, más allá de la carencia paterna, las difi­cultades quedan referidas al hecho de que la posición del padre sea cuestionada por la m adre en la m edida en que no adm ita que su palabra representa la ley sim bólica a la que ella misma debe hallarse sujetada. Y tam bién al hecho de que el padre, representante de la idea última de la legalidad hum ana, encarne, por lo contrario, lo unilateral y lo monstruoso proponiéndose como quien hace la ley.

IV. La función del padre en cuestión. El fenómeno del sicariato

In ten ta ré en lo que sigue, a partir de los e lem entos conceptuales trabajados, abordar la cuestión del padre tal como ella puede leerse en la investigación de Alonso Salazar en su tex to titu lado No nacimos pa’semilla, publicado en 1990.;4 Q uiero circunscribir la lectura al asunto de mi interés, pero hay algunos elementos del texto que no puedo pasar por alto, en la medida en que hacen al contexto en el que el fenóm eno del sicariato es presentado e in terpretado por el autor.

El fenóm eno es pensado como síntom a de un largo proceso de desarraigo social y familiar, favorecido por las condiciones precarias de subsistencia de la población joven de los barrios de las com unas nor-o rien tales de M edellín; afirm ado en la ausencia del Estado, que se reduce a los agentes de los cuerpos de policía y seguridad, cuya función pervertida se m anifiesta en tre los polos de la com plicidad y la impu­nidad; arraigado en ciertos elem entos destacados de la cultura paisa -el afán de lucro y el espíritu de retaliación-; finalm ente, afincado en la emergencia de ideales tales como la búsqueda a cualquier precio de la promoción social y económica y el status de bienestar, según los estereotipos del m ercado de consum o. Todo esto sobre el telón de fondo del deterioro del proyecto fundacional de la nacionalidad del siglo XIX y del fracaso de la clase d irig en te en la c o n s tru c c ió n de un p royecto po lítico y civil renovador. Vistas las cosas desde la perspectiva de su punto de partida en el deterioro de los proyectos fundacionales del país m oderno, se diría que han sido necesarias tres generaciones para producir un sicario...

24 Salazar J. A lonso, N o nacimos pa' semilla. C en tro de Investigación y E ducación Popular C IN EP Bogotá, 1990. En lo que sigue, las expresiones textuales de este libro serán citadas entre comillas.

5 6 (?n Otras palabras.

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Tengo que decir también que la reseña histórica que el texto destaca en palabras de quienes en él han contado su vida horroriza, y que su impacto me condujo a plantear la pregunta con la que inicié este trabajo. Es sabido que el fenóm eno del sicariato se inserta, como una vuelta más, más tenebrosa, de la espiral infernal de violencia que ha azotado al país en los últimos años. Continuidad de la violencia política que, una vez perdido el norte que proporcionó la lucha por los ideales de los partidos políticos tradicionales, nutrió una segunda violencia entre los grupos de asentam ientos de desterrados por la posesión del territo rio , aunada al odio, a la venganza y al cobro de las viejas cuentas pendientes.

U na variedad de desplazados-colonos que tuv ieron que derro tar la selva y enfrentarse también a la respuesta y los ataques de los agentes de la ley, para ir a parar, finalmente, a las laderas de la ciudad. La violencia entre las bandas de sicarios, entre ellas mismas por el territorio, por el puesto en el negocio de la droga y de la m uerte por encargo, y por las mismas cuentas pendientes entre las familias, originó otra violencia más, ejercida por la m ano de las autodefensas en los barrios, que se ex tend ió bajo la forma de grupos de limpieza social, amparados por las autoridades y por sectores sociales “respetables”. Este es el panorama.

A hora bien, el texto se precia, y no es para menos, de ser un docum ento en el que el fenómeno del sicariato se aborda a partir de las versiones de los protagonistas, de sus madres, amigos y enemigos, del cura de una de las parroquias más candentes, que afirma que su presencia es todavía respetada, si bien avalada en una práctica religiosa que sostiene “el que peca y reza em pata”... Ni una sola palabra del padre en este texto de la investigación, al final, sobre el padre, cuando el autor, teniendo en la mira la tradicional figura m aterna fuerte de la cultura antioqueña, acude al hecho de la ausencia física del padre o a su falta de presencia en la familia, para sostener que, por esta razón, el sicario no reconoce la ley que le impide matar.

Pero, dada la ausencia de la versión del padre en el texto, podemos preguntarnos: ¿Alguien le ha dado la palabra? La pregunta se impone en la medida en que no es este el único espacio discursivo en el que “citar” al padre no tiene lugar. ¿No estamos aquí frente a una ilustración del debilitam iento social del padre, que se traduce en un discurso del que el mismo significante padre ha sido excluido y que no hay entonces m anera de representarlo com o sujeto de la palabra? ¿Dónde está el padre? C ierta­m ente las estadísticas informan acerca de la ausencia del padre en las familias. En ese sentido se afirma que buena parte de los jóvenes integrantes de las bandas de sicarios proceden de hogares sin padre. Pero si nos atenemos a los testimonios que el texto nos ofrece, nos encontram os con sorpresas, aún en el plano de una perspectiva familiarista

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del asunto. El párroco sostiene que m uchos de los m uchachos que tom aron la vía del sicariato son “hijos de familias muy honorables, que les han brindado el ejemplo de la educación y el trabajo honrado”; lo sabe porque los ha visto crecer... y se queda sin recursos explicativos sobre el origen de la falla.

La m adre de un m uchacho enjuiciado, al tiempo que manifiesta su extrañeza ante la sentencia condenatoria -su hijo no sólo era bueno en el fondo, sino que m ató a un indeseable por el que no habría que pagar- se pregun ta con dolor en qué pudieron haberse equivocado, qué pudo haberle faltado si el padre invirtió la vida en un trabajo honrado y ella no ahorró desvelos. Resulta claro, pues, que aún siendo procedentes de los sectores más pobres de la población, no por ello las familias de estos m uchachos pueden ser catalogadas todas com o “disfuncionales”. A m enos que agreguemos otro elem ento que el texto nos enseña: que estas familias honorables se oponen en un principio al “rebusque” de los hijos pero luego, dinero, regalos y lujos de por medio, se m uestran tolerantes, se hacen cómplices, los patrocinan y m andan decir misas “para que la Virgen los proteja”.

A tendam os ahora al decir del sicario que este texto hizo famoso,“La madre es lo más sagrado que hay, mam á no hay sino una, papá puede ser cualquier hijueputa”, para leer en él que, así exista en la familia, el sicario se piensa como un hijo sin padre reconocido en tan to que tal. De la ausencia del reconocim iento del hijo por el padre, tantas veces señalado, m anifestado en el hecho de que el padre no le da al hijo el apellido, e lem ento identificatorio fundam en ta l que lo inscribe com o sujeto en el lugar del O tro simbólico, pasamos, en consecuencia, a la ausencia de reconocim iento del padre por el hijo. La paternidad no ha quedado inscrita en la vida del sicario ¿cómo entonces habrá podido ser instituida la vida en él? En esta ausencia se inserta su im posibilidad de p e rtenenc ia a un linaje pa te rno que pueda transm itir a su descendencia, algo que él manifiesta en forma extrema: “es que no im porta morirse, ...uno no nació pa’semilla”.

Destituido el padre en su función, ha tom ado su lugar la om nipotencia absoluta. Preso de la m adre, som etido a la ley de su capricho, el paso del sicario por la experiencia de la falta en ella se detiene en proporcionarle objetos imaginarios de satisfacción, así la colma, la repara. En ello entrega su vida, “de todos modos la lleva perdida”. Es a esto a lo que el autor se refiere como “una inexplicable opción de sacrificio por el bienestar de la m adre”. Así las cosas, en esta versión de la vida-para-la- m uerte del sicario, no hubo encuentro con la palabra paterna, salvadora, que hubiese podido desplazarlo de su condición inicial de objeto que colma la falta en la madre, para conducirlo por la vía del deseo.

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En el texto se hace manifiesto que la primera generación Je sicarios, jóvenes procedentes, como se ha dicho, de los sectores más pobres de la población, tenía como objetivo conseguir dinero “para estar bien, para vivir a la lata y ayudar a la familia”, para realizar sus anhelos y ser los protagonistas de una solución que no se venía venir por ningún camino. Pero la opción del sicariato al m argen de la pobreza no está excluida: no sólo por la necesidad, dicen, “tam bién porque me nacía” o “por m antenerm e bien, con lujo”. A ún si desconocer la relación real entre el contexto socio-económico y el fenómeno del sicariato, salta a la vista que la miseria más radical de la subjetividad en juego en este caso es una miseria del deseo. Lo que no hay es la posibilidad de desear, con lo que esta posibilidad implica de reconocim iento a la Ley que ordena la vida de un sujeto en sociedad.

En ausencia de Ley fundante, más allá de los códigos legales, la relación social del sicario se despliega en lo que de más mortífero tiene su esta tu to imaginario: la muerte no se detiene, la del “encargo”, la del enemigo, la del amigo para asegurar ante el líder que no se es “faltón”, la de cualquiera por arrebato o “por deporte”. La propia, finalmente, que es el precio que se anuncia por anticipado, la que se le pide a Dios que venga “de una, para no tener que sentir tan ta miseria”, para no darse cuenta, así sí uno muere “en su propia ley” y “con amor, al fin de cuentas la m uerte es el negocio”.

La m uerte reina, propia o ajena, com o m edio o com o fin, exen ta de la signi­ficación que le aporta la vida in stitu ida por el deseo, convertida en objeto de transacción económ ica, incorporada com o e lem en to a la vida co tid iana bajo el imperio de modelos, de ideales de com portam iento y de consumo que se potencian uno al otro: la infatuación imaginaria y la fetichización del dinero. La lectura permite sostener las referencias del sicario en el líder de la banda, “el duro”, y en el estereotipo estrafalario del mafioso.

Q ue la palabra del padre no sea transm itida por la madre al hijo, como mensaje interdictor sobre el mensaje en bruto de su deseo, tiene por efecto que él se haga cargo en lo imaginario de lo que ella quiere. El sicario adquiere la obligación de darle lo que el padre no le dio y de esta forma, de paso, pone en escena la im potencia del padre, digamos su carencia de padre real y más allá, la ausencia de su función fálica. Com o con trapartida sim ultánea la m adre no acusa recibo del m ensaje del padre dirigido a ella, no se somete a su ley.

Madre e hijo sicario están hechos el uno para el otro en una relación de completud imaginaria que el texto permite evidenciar en un discurso en espejo en el que sólo el pronom bre cambia según quien lo enuncie: “ella [yo] ha estado conmigo [con él) en las buenas y en las malas”. Incondicionalm ente.

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U N I D A D D E O R I E N T A C I O N Y A S I S T E N C I A M A T E R N A

Todas merecemos respeto, apoyo

y orientación

Salud Sexual y

Reproductiva para

la Mujer y la Pareja

TEUSAQUILLO: Cr. 17 No. 33-50 Tels. 285 09 1 0 • 285 55 00 * 285 11 62

ANTIGUO COUNTRY: Cr. 20 No. 85-76 Tels. 218 20 03 • 616 50 54 • 616 76 29

SANTA ISABEL: Cr. 30 A No. 0-19 Sur Tels. 237 56 73 • 360 33 80 • 360 34 41

Q ue no hay allí padre en función se manifiesta de la forma más espectacular en otro elem ento que atraviesa todo el texto; su trasfondo es el sentim iento religioso, p resen te con una fuerza ex trao rd inaria . Pero no es el D ios-Padre que ordena el m undo y crea obligaciones a quien el sicario invoca en su rezo: es un Dios permisivo, “entonces uno puede hacer cualquier cosa”, y el sicario m ata con el perdón de Dios; un Dios a quien se le pide no fallar la puntería o tener la zagacidad para adelantarse a su asesino: “al que madruga, Dios le ayuda”.

A Dios se le reza, dice un sicario, pero sobre todo a la Virgen, “es que M aría es la m adre de Dios y la m adre es lo más grande que hay”. Nos hallam os aquí fren te a la inversión del valor y del lugar que en la religión de los sicarios ha ten ido D ios-Padre con respecto a la V irgen-M adre. “Dios ha sido destro n ad o ”, según la conclusión del autor.

En aquello que nos es p resen tad o com o el “binom io de o ro ” del sicario, virgen-m adre, podem os leer, por la exclusión del com ponente de la sexualidad m aterna que sugiere, la ausencia de la función paterna. Pues si la madre es virgen no hay allí padre; ca ren te o no el padre, no es su función aquello que opera para constituir al objeto del deseo como perdido, para instituir la dimensión de la falta, y para inscribir la prohibición. Habrá que preguntarse si el padre ha desistido o si le ha sido sustraída la m ateria sobre la cual ejercer su función. ♦

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