El cuento de hugo y henrique

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L a h i s t o r i a d e H u g o y H e n r i q u e

Hugo era un hombre adulto. En su historia, su madre ocupaba un lugar

importante. Se había criado solo con ella. Su padre era un desconocido, casi

un fantasma, un ser que nunca estuvo presente físicamente.

Hugo tuvo varias mujeres a lo largo de su vida, pero hubo una que le quitó el

sueño y el aliento. Se llamaba Venezuela. Era hermosa, fecunda, tenía todo lo

que cualquier hombre pudiera desear, incluso más.

De ese amor intenso nacieron unos morochos: Hugo, se llamó uno, como su

padre. Al otro, le pusieron Henrique (con H para que tuviera la inicial de su

papá). Si bien los dos muchachitos tenían la misma edad y eran idénticos

físicamente, eran completamente diferentes en su forma de ser. A Hugo

papá esta diferencia lo desconcertaba. Y como no había tenido a su papá, le

resultaba difícil ser papá.

Un ejemplo simple. Henrique, desde que tenía unos cinco meses, lograba

agarrar el tetero con sus pequeñas manitas, lo sostenía y comía solito.

Mientras que Hugo hijo, no lograba tomar la botella entre sus manos. Ahí era

cuando su padre, los miraba a los dos y elegía hacer lo que le parecía mejor:

ayudar al que no podía hacerlo solo y dejar al otro por su cuenta.

Nuevamente sucedió cuando los pequeños estaban aprendiendo a amarrarse

las trenzas de sus zapatos. Henrique, un poco más independiente que Hugo

hijo, se fijó bien cuando le explicaron cómo hacerlo y luego de varios

intentos, pudo lograrlo. Al principio no fue fácil, pero insistió en hacerlo solo,

en poder, en equivocarse varias veces, hasta que lo logró. Se amarró las

trenzas de sus zapatos. Sonrió orgulloso de sí mismo. Se sentía importante. Y

cuando fue a mostrarle a su papá lo que había logrado, encontró a Hugo

papá amarrándole las trenzas a Hugo hijo. Hugo papá estaba ocupado con el

hijo que más lo necesitaba y no le hizo caso a Henrique.

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“Necesito que me necesites”

A Hugo papá le gustaba sentirse necesitado por su hijo Hugo. Henrique le

parecía a veces muy orgulloso, soberbio. Parecía que no lo necesitaba. Que

podía hacerlo todo solo. Que él no tenía nada para mostrarle. Por eso, a

veces, pasaba más tiempo con Hugo hijo: él sí lo necesitaba, le pedía, Hugo

papá era útil para al menos uno de sus hijos.

Cuando los muchachitos comenzaron a leer, pasó algo parecido a lo narrado

anteriormente. Henrique se fajaba en la mesa del comedor con el “ma, me,

mi, mo, mu”. No siempre entendía, pero insistía. Hugo hijo, mientras tanto,

estaba en el patio de la casa jugando metras o en el cuarto mirando tele.

Esperaba a su papá para que lo ayudara con la lección. Por dos razones

simples: primero, le parecía que no era tan inteligente como Henrique y que

no podía solo; y segundo, su papá seguro lo iba a ayudar como lo hacía

siempre.

Ya para ese momento, Hugo papá lo tenía claro: Henrique lo necesitaba

menos que Hugo hijo. Por lo tanto, pasaba más tiempo con quien lo

necesitaba más. Para sus adentros pensaba: “Cuando yo sea viejo, Hugo se

quedará a mi lado. Me acompañará. Seguro Henrique se va y me deja solo”.

El rechazo

Hugo hijo comenzó a rechazar a su hermano Henrique. Si bien eran igualitos

físicamente, usaban las mismas franelas y hasta los mismos juguetes, en la

práctica, eran bien diferentes. A Hugo le daba rabia que Henrique supiera

tanto, que parecía ser más inteligente. “Él tiene cosas que yo no tengo, él

puede cosas que yo no puedo”, se decía para sus adentros. Y eso le daba

rabia. Pero no le pidió ayuda a su hermano, ni aprendió de él. Hugo hijo se

creyó la frase que escuchó muchas veces de la boca de su padre: “Deja eso

Hugo, yo lo hago por ti, tú no sabes hacerlo, tú no puedes. Yo te ayudo”.

Henrique, por su parte, si bien sabía cosas y lograba arreglárselas por su

cuenta muchas veces, prácticamente no tenía con quién compartir esos

logros. Su papá solía estar siempre ocupado con su hermano morocho.

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Muchas veces se sintió excluido, fuera de lugar, poco querido. En algunos

momentos llegó a pensar: “Será que tengo que hacerme el que no puede o el

que no sabe hacer las cosas para que mi papá me haga caso?”.

Henrique también empezó a rechazar a su hermano. No entendía cómo otro

ser (igualito a él) podía no saber, no poder, no hacer. No lo entendía. “Pero si

no es tan difícil”, se decía para sus adentros. En el fondo, más allá de lo que

pensaba, Henrique quería sentir que pertenecía a esa familia, que era uno

más de ellos, que ser diferente no era sinónimo de exclusión. Pero esa

sensación no llegaba, no aparecía. Henrique solía sentirse fuera de lugar.

Hugo papá también desarrolló rechazo por su hijo Henrique. No lo entendía.

“Por qué no me necesita?”, se preguntaba. Por otra parte, este hijo le

recordaba lo que él no pudo hacer de muchacho, lo que él no había logrado,

esa independencia que él tampoco tuvo. Así que sin saber cómo tratar a su

hijo Henrique, terminaba por hacer lo de siempre: rechazarlo, ignorarlo o

aleccionarlo y, pasar más tiempo con Hugo hijo.

El tiempo hizo que esa casa se convirtiera en un espacio con dificultades para

estar y vivir. La tensión entre los tres se hizo presente. Los mejores

momentos pasaban cuando los Hugos podían compartir juntos sin Henrique.

Y para Henrique, cuando lograba estar a solas o salir un rato de la casa sin

ellos.

La adolescencia

Los muchachos cumplieron 14 años. Entraron en la adolescencia. La dinámica

familiar seguía igual. Poco había cambiado en todo ese tiempo. Hugo hijo

seguía jugando en el patio o mirando tele, mientras su papá llegaba a

ayudarlo con sus trabajos y tareas. Henrique, por su parte, seguía en la

soledad de la mesa del comedor, tratando de entender los polinomios de las

matemáticas de segundo año, decidido a sacar muy buenas notas y ser el

mejor de su clase.

Henrique quería que las cosas cambiaran en su casa, en su familia. No sabía

cómo, pero era lo que deseaba. Lo que Henrique soñaba era que Hugo papá

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o Hugo hijo cambiaran. Quería que su papá fuera un poco más atento con él,

no que le hiciera las tareas, pero que al menos lo mirara hacerlas. Deseaba

que su hermano fuese capaz de ser más independiente y que necesitara

menos a papá. Pero mientras deseaba el cambio de los Hugos, él seguía

haciendo lo mismo. Y naca cambiaba.

Hugo papá y Hugo hijo también deseaban que Henrique cambiara, que se

pareciera más a ellos. Pero ellos tampoco hacían algo diferente. Así que todo

seguía igual.

Henrique pensó muchas veces irse de su casa. Romper con todos los lazos

que lo unían a ese padre y a ese hermano, de los cuales se sentía cada vez

más alejado. Y al mismo tiempo sentía dolor, por él mismo y su necesidad de

afecto y amor, e incluso sentía dolor por su madre Venezuela.

La resolución

La historia de esta familia aún no termina. Siguen inmersos en este círculo de

alianzas entre los que “son iguales” y de rechazo entre los que “son

diferentes”. Siguen pensando que quien debe cambiar es el otro. Siguen en

sus mismas posturas.

La madre Venezuela los mira y suspira. A veces llora lágrimas de lluvia. A

veces se enoja en fuego. A veces se cruza de brazos y dice “no hago nada

más”. Ella sabe que es un tema de ellos tres. Ella los ama a todos por igual.

Los reconoce. Los abraza cuando es necesario.

Quizá las cosas cambiarían si Hugo papá pudiera mirar a sus dos hijos. Y si a

ambos pudiera decirles: “Hijos, para mí está bien si lo hacen igual o diferente

a mí. Ustedes pertenecen a este sistema. Ambos pertenecen”.

Quizá las cosas cambiarían si Hugo papá dejara de hacer cosas para ser

necesitado por el otro y confiara en los recursos de su hijo Hugo y en sus

posibilidades. Sobre todo, si comenzara a confiar que su hijo lo amará igual si

le hace la tarea o si no se la hace.

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Quizá las cosas cambiarían si Hugo hijo comienza a confiar en sí mismo y en

sus recursos. Si deja de ser fiel a Hugo papá y le logra decir: “Papá,

bendíceme si lo hago diferente a ti”.

Quizá las cosas cambiarían si Henrique asume su diferencia, su mala

conciencia y sin culpa logra tomar su destino y hacer lo suyo. Quizá cambiaría

todo si logra decirle a su padre: “Papá, me haces falta, tanta falta como te

hizo tu papá a ti. Sonríeme si te necesito menos, si puedo solo, si soy feliz. Sé

que a donde vaya, estás en mi corazón. Y te reconozco como el grande.

Delante de ti, soy pequeño”.

Quizá las cosas cambiarían si Henrique mira a su hermano Hugo, a su

morocho, a su igual y le dice: “Hermano, te veo. Veo el precio que has pagado

para pertenecer a este sistema. Te honro por ese precio. Tú has pagado un

precio más alto que el mío y recién lo puedo mirar. Te doy las gracias por ello.

Y sigo mi camino más liviano. Mi camino diferente, mi destino”.

Al final, Hugo y Henrique son hermanos morochos. Paridos por la misma

madre: Venezuela. Y ambos pertenecen al sistema, con buena o mala

conciencia.

Escrito por: Raiza Ramírez

NOTA de la autora:

Este cuento es solo una analogía. Quizá escrita por mí para mí misma,

empujada por la necesidad de cerrar internamente lo sucedido el 7 de

octubre de 2012 con las elecciones presidenciales de Venezuela. No pretendo

tener razón. Solo intento, a través de la metáfora y de la mirada sistémica,

integrar dos fuerzas que están allí y que siguen desintegradas.

Hay algo que no miraba el domingo pasado que ahora comienzo a mirar. Si

estas líneas te sirven, qué bueno. Si no, sigue de largo y encuentra otras que

te hagan sentido.

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Honro a mi Venezuela amada. A los que vinieron antes que Hugo y Henrique.

A los que estamos ahora y somos Hugos y Henriques. A los que vendrán

después, que ojalá, tengan algo de los morochos y logren tomar su vida y

destino entre sus manos y caminar con un poco de paz por esta tierra

bendita.

Raiza