EL CONOCIMIENTO COMO PROBLEMA FILOSÓFICO

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EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

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EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

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EL CONOCIMIENTO COMO PROBLEMA FILOSÓFICO

LA EPISTEMOLOGÍA

Ya en el apartado anterior comentábamos que muchas de las preguntas

referidas al conocimiento humano iban más allá de lo que la psicología podía

responder. Planteaban cuestiones más generales que ya no eran cuestiones

propiamente psicológicas, sino cuestiones filosóficas. Para ser más precisos

deberíamos decir: cuestiones epistemológicas. (Problemas sobre el concepto

de verdad, la relación con la realidad, etc.)

La Epistemología es la rama de la

filosofía que estudia el conocimiento,

porque de hecho la palabra episteme

significa, en griego, conocimiento. De la

misma manera, por ejemplo, la rama de la

filosofía que estudia la conducta moral

de las personas, y las nociones acerca del

bien y del mal, se le llama Ética.

Al hilo de la explicación psicológica

de la conducta humana realizada en el apartado anterior, nosotros ya podemos

plantearnos algunos problemas epistemológicos. Por ejemplo:

(1) El primero de los problemas que vamos a tratar será el de la relación

entre el conocimiento y la realidad. ¿Qué relación existe, por lo

tanto entre el mundo tal y como se me aparece, tal y como lo percibo

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yo, y el mundo tal y como es en realidad? ¿Tiene sentido hablar del

mundo tal y como es en realidad? ¿No será el mundo exactamente tal

y como yo lo percibo?

(2) Otro problema epistemológico que se nos planteó fue el de la verdad:

¿tiene sentido hablar del concepto de verdad? Si para cada animal la

percepción verdadera es la suya, ¿puede haber varias verdades

diferentes y opuestas (por ejemplo: para un perro la realidad es “en

blanco y negro” y para un ser humano “en color”)?

(3) Por lo que aprendimos, ya vemos que la actividad psicológica humana

no es meramente pasiva frente a la realidad que la está estimulando.

Hay una compleja relación entre un sujeto que conocer y un objeto a

conocer, entre la razón humana y la experiencia recibida del mundo

exterior. ¿En cuál de estos dos polos está el origen del

conocimiento? ¿Cuál es el fundamento del conocimiento humano: la

experiencia externa al sujeto, o la mente racional del sujeto?

(Dicho sea de paso volverá a aparecer el problema de la

verdad, al hablar del racionalismo y el empirismo y asociado

directamente a un famoso problema epistemológico, el llamado

problema de la inducción: ¿será posible que no podamos estar

seguros de nada de lo que aprendemos de la experiencia? ¿Será

posible que el ser humano no pueda nunca obtener conocimiento

verdadero, o estar verdaderamente convencido de la seguridad de su

conocimiento? También sobre estas cuestiones hay muchas cosas que

comentar, aunque de momento nos estamos adelantando.)

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(4) ¿Cómo se las arregla el cerebro humano, que en principio sólo está

compuesto de una enorme cantidad de neuronas interconectadas con

la capacidad de transmitir corrientes eléctricas, para hacer

representar en nuestra cabeza percepciones con sentido, conceptos

e imágenes mentales

y, en última instancia,

construir una mente

autoconsciente?

¿Qué hay en él de

especial? ¿Qué es la

mente humana? ¿En

qué consiste la auto-

identidad del ser

humano como ser pensante? ¿Y cómo esta mente nuestra se puede

enfrentar a la realidad? Todas estas cuestiones son claramente

filosóficas y epistemológicas, aunque hoy en día, desde el campo de la

psicología de la mente y de la neurofisiología, la perspectiva

filosófica está comenzando a ser superada. En cualquier caso, serán

materias que no trataremos aquí.

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REALISMO, DOGMATISMO, ESCEPTICISMO Y RELATIVISMO.

EL PROBLEMA DE LA RELACIÓN ENTRE APARIENCIA Y

REALIDAD: REALISMO E IDEALISMO

El problema de la relación entre el conocimiento humano y la realidad, es,

por lo tanto, uno de los problemas clásicos de la epistemología. La forma más

habitual de llamarlo es “el problema de la relación entre apariencia y realidad”,

porque en realidad el problema consiste en saber cuál es la relación que existe

entre el mundo real, tal y como se aparece en mi mente, y el mundo real tal y

como él es en sí mismo, al margen de cómo se aparezca en mi mente (o en la de

un perro, o una lagartija).

Este problema se puede ver directamente en relación con la primitiva

teoría del isomorfismo, a la que ya hicimos referencia indirecta casi al

principio de este tema. Repasémosla: podría parecer, ingenuamente, que la

realidad es justamente aquello que mis sentidos conocen, aquello que se

aparece a mi mente de forma directa. El conocimiento no sería, según este

punto de vista, otra cosa que la relación entre un sujeto conocedor (S) y un

objeto conocido, o una realidad a conocer (O). El sujeto conocedor sería activo

y tendría unas facultades o capacidades intelectuales que le permitiría

conocer el objeto. El objeto, por su parte, sería pasivo, independiente del

sujeto, permanente y substancial. Sus características, sus atributos, tampoco

dependerían del sujeto.

Sin embargo, el sujeto podría conocer estas características sin problemas

porque su propia estructura conocedora (es decir, la estructura de las

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capacidades racionales y cognoscitivas del ser humano: su inteligencia, su

razón, su lenguaje, sus sentidos...) se adaptaría como un guante a una mano, a la

estructura de lo que está por conocer, del objeto.

El sujeto puede conocer el objeto, aunque éste sea independiente de él,

por qué existe igualdad en sus estructuras, o son “compatibles”, por usar una

palabreja de la informática. La palabreja filosófica es, en cambio

“isomorfismo” (significa, simplemente “forma idéntica”). El sujeto puede

conocer la realidad, porque su razón tiene la misma forma que la realidad,

tiene la misma estructura

que la realidad (de hecho,

¿acaso no pertenece a

ella?).

Esto que acabamos de

contar es la teoría

filosófica clásica del

conocimiento (enunciada,

por ejemplo, hace 2300

años por Aristóteles).

Tenemos que desterrar ya

las dos siguientes ideas: en primer lugar, que (1) no existe independencia entre

el sujeto y el objeto, entre el conocimiento y la realidad. En segundo lugar, que

(2) las características de la realidad, las características o atributos de los

objetos, no tienen existencia real, independiente o separada de las

características con las que el sujeto las conoce. Lo que pasa es que en torno a

estas dos cuestiones puede haber una enorme cantidad de matices.

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Para plantearnos la pregunta con la mayor claridad posible, veamos de

todas formas el siguiente esquema, en el que se pueden valorar todas las

posibilidades:

POSIBLES RELACIONES ENTRE APARIENCIA Y REALIDAD

Problema número 1:

¿Cómo percibimos la

realidad?

directamente

realismo directo

a través de las

representaciones

realismo indirecto

Problema número 2:

¿Son las

representaciones

mentales copia de la

realidad?

realismo ingenuo

no

(si bien la realidad existe

objetivamente)

realismo crítico

(y por tanto la realidad

solo existe

subjetivamente)

Idealismo

Problema número 1: realismo indirecto como teoría correcta

Analizando el esquema, se ve con claridad que el problema de la relación

entre las apariencias de nuestra mente y la realidad necesita descomponerse

en dos preguntas diferentes. En primer lugar: ¿cómo percibimos la realidad?

La creencia ingenua de que los seres humanos percibimos la realidad de forma

directa, es la postura filosófica que se denomina realismo directo. (El

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isomorfismo aristotélico es también, implícitamente, un realismo directo). Era

una postura que, por ejemplo, sostenía un filósofo epicúreo denominado

Lucrecio en un libro llamado De rerum natura. Según él, si veíamos la realidad

era porque las cosas desprendían efluvios materiales con su propia forma que

nos presionaban sutilmente sobre la superficie de los ojos.

Evidentemente, es una postura falsa. La postura correcta es la que

sostiene que los seres humanos percibimos la realidad a través de nuestras

representaciones mentales Este punto de vista se conoce con el nombre de

realismo indirecto. Conocemos la realidad de forma indirecta, a través de las

representaciones mentales que aparecen en nuestro cerebro.

Problema número 2: realismo crítico o idealismo como posibles soluciones

Asumiendo el punto de vista anterior como verdadero, la pregunta

entonces pasa a ser diferente: ¿son las representaciones mentales copia fiel

de la realidad? El realismo ingenuo diría que sí: la realidad es exactamente

aquello que muestran mis representaciones mentales. (De nuevo el isomorfismo

aristotélico es un realismo ingenuo: llevaría a disparates como el de afirmar

que los alumnos que se sientan al fondo de la clase miden 10 cm., puesto que de

ese tamaño es mi percepción de ellos).

La postura correcta es más bien la contraria. Mis representaciones

mentales no son una copia de la realidad, sino que de alguna forma la

interpretan o la reconstruyen en mi mente. Esta es la postura que sostiene el

realismo crítico (la más habitual y seguramente la más razonable). Si yo

percibo una tiza de color verde, el color verde no puede ser considerado

estrictamente una propiedad objetiva de la tiza, sino una cualidad que mi

mente, de acuerdo con sus estructuras mentales y perceptivas reconstruye

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críticamente (activamente y no de forma “exacta”; ese criterio no tendría

sentido, aplicado a la percepción) en su interior.

Seguramente la tiza en sí misma no tiene una propiedad como “color

verde”, pero existe una realidad en ella a la que mi conocimiento se puede

acercar críticamente, siendo consciente de que al decir que “la tiza es verde”,

no conozco la realidad en sí misma, tal y como es. Es la postura que

históricamente han defendido casi todos los filósofos.

Algunos filósofos

decidieron dar una vuelta

de tuerca a este

argumento e ir más allá.

Si las cualidades de los

objetos que yo percibo

son reconstruidas de

forma crítica y activa por

mi mente, o por mi

aparato perceptivo,

entonces no podemos

afirmar que exista una

realidad objetiva y

material en sí misma como tal. Existir consiste en ser percibido. Los objetos y

la realidad en general carecen de realidad y de existencia objetiva. Su

realidad y su existencia se la proporciona mi acto perceptivo. Existen en mi

mente porque yo lo percibo. Las cosas y la realidad no existen de forma

objetiva e independiente, sino de forma subjetiva. Sin percepción humana no

hay realidad ni existencia objetiva de las cosas. Esta postura se conoce con el

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nombre de idealismo filosófico. Probablemente es una teoría falsa; sin

embargo, es muy difícil de criticar y de rebatir.

Uno de sus defensores fue un religioso irlandés llamado Berkeley, que

afirmó explícitamente que, puesto que “esse est percipi”, la existencia de las

cosas de forma permanente, al margen de nuestra percepción, no podía ser

afirmada, o bien era una prueba indirecta de la existencia de un Dios creador

del universo que lo mantenía en la existencia (las cosas no existirían por sí

mismas, sino por la gracia de Dios). Otro idealista filosófico clásico fue Hegel,

en este caso sin intenciones de la teología natural.

EL PROBLEMA DE LA VERDAD: ESCEPTICISMO, RELATIVISMO

Y DOGMATISMO.

Antes de comentar el problema de la verdad es preciso explicar

brevemente qué entendemos por verdad. Necesitamos aclarar un poco el

significado del concepto. La definición más clásica del concepto es la del

pensador que ya mencionamos con motivo de la explicación de la teoría del

isomorfismo, Aristóteles. Su definición de verdad es aparentemente muy

sencilla: “verdad consiste en decir de lo que es, que es, y de lo que no es, que

no es”. (A este concepto de verdad también se le llama “teoría de la verdad

como correspondencia (o correlación) o teoría isomórfica de la verdad”)

La definición dice más cosas de lo que parece. En primer lugar: la verdad

es una propiedad del lenguaje. No es una propiedad de las cosas o de la

realidad. Sólo pueden ser verdaderas las expresiones de nuestro lenguaje:

“verdad consiste en decir”. Las cosas no son ni verdaderas ni falsas; verdadero

o falso es lo que afirmamos o negamos de ellas.

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En segundo lugar: la verdad establece una correspondencia o una

correlación; la verdad establece una correspondencia entre los objetos y el

lenguaje con que los describimos: “decir de lo que es (realidad), que es

(lenguaje); de lo que no es (realidad), que no es (lenguaje)”.

Y en tercer lugar, el concepto de verdad hace suponer que debemos

tener algún criterio para demostrar que podemos conocer las cosas tal y como

son en sí mismas en nuestra mente; y que podemos traducir los contenidos de

nuestra mente a nuestro lenguaje con total precisión y exactitud. El concepto

de verdad supone también que los seres humanos tenemos pruebas o criterios

para demostrar o justificar sin ningún género de dudas que, efectivamente, tal

cosa es de tal manera. Poder acceder a la verdad supone estar en posesión de

criterios precisos para demostrarla o justificarla; criterios de demostración

idénticos, únicos, exactos y seguros.

El escepticismo es la postura

filosófica que niega que los seres

humanos podamos alcanzar un

conocimiento verdadero y seguro de las

cosas. Vistas las limitaciones del aparato

perceptivo de los seres humanos, y su

relación tan extraña con los objetos de

la realidad exterior, es imposible

plantearse el ideal de un verdadero

conocimiento de las cosas. Nuestro

conocimiento es, en el fondo, inútil, porque no es capaz de llegar a la verdad en

sí misma.

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Es evidente que la duda del escéptico puede plantearse a varios niveles.

En primer lugar, cabe dudar de que la verdad exista, pues seguramente se

trate de un concepto ilusorio, y no existan las cosas en sí mismas, sino a la

medida de nuestra percepción (pensemos de nuevo en el Texto 12, y las

distintas verdades de los distintos animales). En segundo lugar, cabe dudar de

que, aunque exista, nuestro aparato perceptivo pueda llegar a ella, pues ya

sabemos que percibimos las cosas de forma indirecta y muy compleja, y por si

eso no fuera poco, siempre estará el problema de la inducción acechándonos, y

debilitando cualquier verdad contingente que pudiéramos afirmar. Y en tercer

lugar, puesto que la verdad es una propiedad del lenguaje con el que

expresamos la realidad, cabe la posibilidad de que aunque la verdad exista y

los seres humanos la podamos conocer, sin embargo no seamos capaces de

expresarla lingüísticamente.

Esto que acabo de contar es la formulación más clásica de la postura

escéptica, esbozada por un filósofo griego llamado Pirrón el Escéptico (¡cómo

no!).

La postura del escepticismo es difícil de cuestionar, pero tiene una

enorme debilidad. El escéptico sostiene que la verdad no puede ser alcanzada o

al menos, ni siquiera expresada. Pero sin embargo, afirma que una cosa sí es

verdad: que la verdad no se puede conseguir. (Es decir, no podemos alcanzar

ningún conocimiento seguro, excepto el del punto de vista escéptico). Esta

forma de razonar es, por lo tanto, paradójica (una paradoja consiste en

afirmar una cosa y su contraria a la vez); no respeta el principio de

contradicción, un principio básico del funcionamiento de la razón humana

(hablaremos de él más adelante).

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El relativismo es, en realidad, una consecuencia del escepticismo. Si el

conocimiento verdadero y exacto no es seguro, verdad será todo aquello que le

parezca al sujeto que conoce que es verdad. Por lo tanto, la verdad cambiará

según el sujeto (o el tipo de animal), el grupo social, la época histórica, el

estado etílico, la capacidad mental, el principio químico activo que opera en

nuestro cerebro, etc. No habrá una verdad única, sino multitud de verdades,

que dependerán de todas esas circunstancias, que serán relativas a todas

estas circunstancias.

Como dice el clásico

aforismo poético: “en este

mundo, nada es verdad ni

mentira, todo es según del color

del cristal con que se mira”. Si

todo es verdad, efectivamente,

nada es verdad. El relativismo es

una postura contraria al

pensamiento crítico, porque

impide a la humanidad avanzar y

resolver sus problemas de forma racional.

La postura más razonable y que en principio es la normal para los seres

humanos, es la del dogmatismo. El dogmatismo es, en realidad, un realismo: la

verdad existe, los seres humanos podemos conocer la verdad y los seres

humanos podemos expresar y comunicar esa verdad. El dogmatismo ha de ser,

en principio, un realismo crítico: que la verdad exista, no quiere decir que

estemos en posesión de ella. Llegar a la verdad cuesta mucho trabajo y mucho

esfuerzo; se llega a ella por caminos muy indirectos y de forma muy lateral, y

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seguramente nunca podemos estar del todo seguros de estar en posesión de la

verdad absoluta.

(Es por eso por lo que el término dogmatismo se usa en el lenguaje casi

siempre en sentido negativo, en sentido peyorativo. Una persona dogmática es

una persona fanática, una persona acrítica, una persona que se cree en

posesión de la verdad absoluta, una persona que jamás se cuestiona sus

conocimientos o creencias, una persona que nunca duda ni analiza sus propios

puntos de vista… El dogmatismo, en este sentido negativo, está tan alejado del

conocimiento y de la actitud racional como el relativismo. Son, en realidad, dos

caras de la misma moneda, porque convierten el esfuerzo humano en intentar

encontrar el conocimiento en algo inútil.)

ONTOLOGÍA Y METAFÍSICA

“Ontología” y “metafísica” son dos conceptos filosóficos que se

encuentran relacionados con el de “epistemología”. Son dos conceptos de uso

habitual en las discusiones y en los razonamientos filosóficos, así que conviene

conocer su significado.

Metafísica significa, literalmente, en griego, “lo que está más allá de la

física”. En otras palabras, lo que está más allá del mundo físico y del mundo

material. O también: la estructura de lo real, o la estructura y el fundamento

de todo lo que existe. Pero si algo está más allá del mundo físico y del mundo

material, su conocimiento directo para nosotros es imposible. Sin embargo, si

podemos hacer suposiciones y reflexiones acerca de ello.

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De hecho, las discusiones

epistemológicas llevan directamente a

problemas clásicos de la metafísica.

¿El mundo real existe como tal o soy

yo quien le da existencia? ¿Existe

realmente la verdad? ¿Es la realidad

cognoscible? ¿La realidad es

accesible al conocimiento racional?

Etc., etc. Todos estos y muchos más

son problemas epistemológicos que derivan en problemas metafísicos.

Por supuesto, hay muchos otros problemas de índole metafísica

relacionados con otras ramas de la filosofía, como por ejemplo con la ética: ¿es

el ser humano libre, o está determinado por su personalidad y por la sociedad?

¿Puede hablarse de responsabilidad sin libertad? O con la antropología: ¿Tiene

sentido el ser humano? ¿O es sólo una combinación peculiar de elementos

biológicos, físico-químicos? O con la teología: ¿Existe Dios? ¿Existe el alma?

¿Puede el ser humano ser inmortal de algún modo? Todos estos son problemas

clásicos de la filosofía; analizarlos llevaría la necesidad de una pregunta para

cada uno de ellos; basta aquí con mencionar su existencia. En la asignatura del

año que viene trataréis muchos de ellos con más detalle, y también en los

temas que veremos más adelante este curso.

Lo que interesa destacar especialmente es lo siguiente: todas las

personas tenemos creencias de tipo metafísico de un tipo u otro relativas a

todas las cuestiones anteriores (las creencias religiosas, al igual que las

agnósticas, son un subconjunto de las creencias metafísicas). Se trata de

creencias porque en última instancia son indemostrables, aunque se puede

argumentar en su favor de forma relativamente convincente. Yo tengo la

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creencia metafísica de tipo antropológico y ético de que el ser humano es un

ser fundamentalmente libre, por ejemplo.

A veces, la rama de la metafísica que estudia la estructura de lo real

recibe el nombre de ontología (del griego ons, -ontos, que significa “lo que es o

existe”). Así por ejemplo, la ontología de un realista es materialista, puesto

que cree que lo real es fundamentalmente material. La ontología de un idealista

sería diferente, puesto que cree que lo material sólo existe como concepto y

representación de mi mente, y por lo tanto tiene carácter conceptual. Su

ontología es por eso mismo idealista.

EMPIRISMO Y RACIONALISMO

Otra pregunta epistemológica clásica que se han hecho los filósofos

acerca del mecanismo psicológico de conocimiento humano, ha sido siempre la

siguiente: ¿dónde está el origen y fundamento del conocimiento humano? Esta

es una antigua pregunta filosófica (muy anterior al desarrollo de la psicología

como ciencia), y es lo que vamos a ver en este subapartado, como ya dijimos en

su momento.

Las respuestas posibles a esta pregunta han sido, históricamente, dos:

el origen y fundamento del conocimiento humano esta dentro de la razón, la

mente o el cerebro humano, o bien el origen y fundamento del conocimiento

humano no está en la razón, la mente o el cerebro humano, sino en la

experiencia externa a ella. La primera postura es la del racionalismo o

innatismo, y la segunda la del empirismo.

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Se les denomina así, porque hubo dos corrientes de pensamiento

filosófico a lo largo de los siglos XVII y XVIII que mantuvieron esas dos

diferentes posturas y eran llamados, respectivamente, racionalistas y

empiristas. Los racionalistas más importantes fueron Descartes, Leibniz y

Espinosa, y los empiristas más

importantes Locke y Hume

(estos nombres tendrán su

interés el curso que viene).

De todas formas, estos

adjetivos pueden utilizarse hoy

en día sin mayores problemas.

Hay una rama de lingüistas

contemporáneos, cuyo miembro

más importante es un tal

Chomski (del que hablaremos

más adelante), que se

denominan a sí mismos racionalistas, de la misma forma que hay muchos

psicólogos que se consideran empiristas. Porque en realidad, la teoría

racionalista dice: el origen del conocimiento humano está en la mente humana,

que es quien lo determina y construye. Y la teoría empirista dice: el origen del

conocimiento humano está todo en la experiencia externa a la propia mente

humana, y es esta experiencia externa quien la determina y la construye

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EL EMPIRISMO Y SUS RAZONES

Las razones del empirismo parecen sencillas y fáciles de

entender, sobre todo ahora que ya conocemos el mecanismo psicológico de

conocimiento humano.: el conocimiento humano proviene única y exclusivamente

de la experiencia externa a la mente. La mente humana, antes de verse

afectada por la experiencia, está total y absolutamente despojada de

contenidos y de capacidades. Todo lo obtiene de la experiencia, porque la

mente, sin haber recibido ningún contenido de experiencia, no es más que una

pizarra en blanco, una pizarra vacía, una tabula rasa.

La experiencia es

más compleja de lo

que parece, no se

limita a percibir

datos de los

sentidos externos.

Puede recibir datos

del interior del

propio cuerpo, y

puede incluso percibir las propias operaciones de la mente (recordemos que los

seres humanos poseemos autoconciencia) para formar conceptos complejos de

carácter abstracto (puede percibirse a sí mismo dudando, prefiriendo,

disfrutando…).

Pero el origen de todo está en la experiencia. La mente humana (el

entendimiento, según la terminología del texto) no nace, por ejemplo con la

capacidad de la abstracción. La mente humana no tiene la capacidad de

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abstracción por sí misma. Un empirista afirmaría: La mente humana construye

la capacidad de abstraer percepciones semejantes y formar conceptos e

imágenes mentales a partir de ellas, a base de percibir, una y otra vez,

percepciones que son semejantes. Pero no es una capacidad innata de la mente

humana, ni una capacidad que nuestra mente posee por sí misma, antes de

haber recibido datos de la experiencia exterior. Por eso es en la experiencia

dónde está el origen del conocimiento humano. Sería algo así como si el

estómago naciera sin la capacidad de segregar jugos gástricos, y a base de

darle de comer, la fuera adquiriendo él solo.

(Un racionalista diría, en cambio: La mente humana nace con la capacidad

innata de abstraer percepciones semejantes y formar conceptos e imágenes

mentales a partir de ellas, a base de percibir, una y otra vez, percepciones que

son semejante)

El problema al que se tiene que enfrentar el empirismo, no obstante, es

el siguiente: ¿Cómo se las arregla la mente para formar todas las enormes

capacidades y potencialidades cognoscitivas que tiene dentro naciendo

totalmente vacía de contenidos y de estructuras preconfiguradas, tal y como

afirman los empiristas? No está muy claro

Veamos dos principios que cumplen difícil y dudosamente el requisito de

provenir de la experiencia. Estos dos principios son por una parte el principio

de no contradicción (mencionado líneas atrás), que es un principio básico de la

estructura de nuestra forma de razonar y dice: “es imposible para una misma

cosa, tener y no tener a la vez una misma cualidad”. El otro principio es el

llamado de razón suficiente, que lo que dice es que “para cada efecto ha de

haber una causa, y para cada causa ha de haber un efecto”. ¿Cómo adquirimos

estos conocimientos, que parece que todos tenemos?

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Ambos principios permiten que el mundo sea racional y comprensible.

¿Pueden provenir de la experiencia? ¿No será que la mente humana siempre

percibe y siempre piensa usándolos, con ellos (aunque no piense en ellos ni sea

consciente, necesariamente, de ellos)? (De esta forma estamos anticipando los

puntos de vista de los innatistas).

El punto flaco del empirismo podría quedar aquí planteado con bastante

claridad: existiríanen la mente humana presuntos conocimientos absolutamente

verdaderos sin excepción que no provienen de la experiencia.

El

contraargumento

empirista a esta

crítica podría tener la

siguiente forma:

Aunque existieran este

tipo de verdades

universales y

necesarias (conceptos

que desarrollaremos

con más detalle más adelante), eso no bastaría; habría que probar que su

verdad no proviene de la experiencia, sino de la propia razón humana (quien

tiene que probar es quien afirma, no quien niega; yo, por ejemplo, no tengo que

demostrar que los marcianos no existen, pero quien cree en su existencia debe

darme buenas razones para que yo no piense que es un alucinado).

Pero además, hay una segunda parte de este argumento: tales verdades

no son tan absolutas, verdaderas y necesarias como sostienen los racionalistas.

(A este respecto, recuerda un poco los conceptos con los que piensa e

interpreta la realidad el pigmeo; lo que parecían conceptos perceptivos

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universales, como la idea de que es automática la interpretación de que los

cuerpos, con no lo eran tanto: el pigmeo no los tenía).

EL RACIONALISMO Y SUS RAZONES

Tal y como venimos formulando la explicación, quien sostenga que este

tipo de conocimientos no pueden venir de la experiencia externa a la mente

humana, sostiene el punto de vista contrario al del empirismo: el punto de vista

del racionalismo (o innatismo: el conocimiento humano es innato). En nuestra

mente, nuestro propio cerebro es donde reside el fundamento y origen del

conocimiento humano, su estructuración y su forma (aunque, efectivamente,

algunos de sus contenidos y datos, provengan de la experiencia; pero la razón

humana ya los predetermina). Es absolutamente falsa la idea de que la mente

humana, al nacer, sea una tabula rasa.

Las razones para defender este punto de vista son los siguientes. El

texto dice que si la mente fuera realmente una tabula rasa, su capacidad para

construir conocimientos y estructuras cognoscitivas por el mero hecho de

recibir datos de experiencia se

vería seriamente limitada. Porque

esta capacidad estaría

absolutamente indeterminada, sería

una capacidad vacía (como la de la

arcilla de ser moldeada o la del

papel de escribir en él palabras, por

ejemplo). Y lo que eso supone: no

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permitiría construir a partir de ellas verdades universales.

Las verdades universales o de razón (también llamadas verdades a

priori, y contemporáneamente, verdades necesarias o analíticas) son aquel tipo

de verdades que no admiten duda ni excepción, que son verdad siempre y en

cualquier circunstancia, al margen de la experiencia –y por tanto, no

dependerían de ella ni adquirirían su verdad en ella-. Son aquellas verdades que

son verdad y no pueden dejar de serlo, porque imaginar su falsedad sería

contradictorio (ojo: no simplemente falso, sino contradictorio).

Por ejemplo: “círculo es la figura geométrica todos cuyos puntos

equidistan de otro llamado centro”. No cabe imaginarse la falsedad de esta

afirmación; sería contradictorio que en un círculo todos los puntos de la

circunferencia no estuvieran a la misma distancia del centro. Otro ejemplo: “el

todo siempre es mayor que sus partes”. Sería contradictorio que una parte

fuera mayor que el todo del que forma parte; se podría decir con lenguaje

coloquial, “eso no cabe en cabeza humana”. En cambio, decir “América fue

descubierta por Colón en 1493” no es contradictorio, es simplemente falso.

(Porque aquí no estamos negando una verdad universal, sino otro tipo de

verdad del que hablaremos a continuación).

En teoría los principios de no contradicción y de razón suficiente, de los

que hablamos líneas atrás, serían verdades de este tipo. En general, son

verdades necesarias todos los principios lógico-racionales, pero también todas

las verdades matemáticas.

Conviene que no perdamos de vista el papel que asignan los racionalistas

a la experiencia. La experiencia proporciona contenidos y datos sensibles a la

razón humana, y puede llegar, como mucho, a dar el material del otro tipo de

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verdades: las verdades empíricas o contingentes., de experiencia, sintéticas,

no necesarias, o contingentes.

Las verdades empíricas o contingentes (también llamadas verdades a

posteriori, de experiencia, sintéticas, a posteriori o no necesarias) son

aquellas verdades cuya verdad no es necesaria, porque es perfectamente

posible imaginarse su falsedad. Podemos imaginarnos su verdad sin caer en

contradicción, porque la negación de una verdad empírica es falsa, pero no

ilógica ni contradictoria. En lenguaje coloquial, “sí cabría en cabeza humana”.

Volvamos a uno de

los ejemplos anteriores:

“Colón descubrió América

en 1492” es una verdad

empírica; es verdad pero

podría perfectamente no

haberlo sido. Isabel la

Católica pudo no haber

empeñado las joyas para

ayudarlo como dice la

leyenda, los barcos pudieron tardar más en la travesía al salir del astillero, o

Colón podría haberse cansado de su proyecto y dedicarse a la navegación

comercial… Como estas cosas no sucedieron, la expresión “Colón descubrió

América en 1492” es verdadera, y no falsa. Pero es una verdad empírica, una

verdad de experiencia.

Veamos a continuación un ejemplo comparativo que creo que puede

resultar bastante ilustrativo y bastante claro: es absolutamente verdadero y

no puede dejar de serlo, que todo cuerpo ocupa una extensión en el espacio.

Pero la verdad experimental de que allí hay una mesa, es absolutamente

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contingente. Bien podría no haber ninguna, o haber dos. “Todo cuerpo ocupa

una extensión”, verdad necesaria; “Allí hay una mesa; verdad de experiencia”.

¿Por qué de la experiencia no se pueden obtener verdades necesarias?

Porque de la experiencia obtenemos datos particulares concretos y finitos, y

desde ellos, inductivamente, no podemos dar el salto a verdades absolutas y

sin excepción con absoluta seguridad (aunque sí con cierta probabilidad).

Veámoslo con un ejemplo: “todos los cisnes son blancos” es una verdad de

experiencia; no es una verdad necesaria: es una verdad obtenida a partir de la

experiencia, de percibir experimentalmente una serie de cisnes blancos, e

inducir a partir de ahí que todos ellos sin excepción, los nacidos y por nacer,

los que existieron y los que existirán, lo son. Nadie me dice que mañana no vaya

a ver un cisne negro (como así fue cuando se exploró la isla de Tasmania). En

esto consiste el problema de la inducción. La inducción sólo proporciona

verdades contingentes de experiencia, no verdades necesarias.

(Sobre la inducción, no obstante, volveremos a hablar, y mucho, en los

temas siguientes).

Yo me inclino más bien por la postura de los racionalistas. En este

sentido me parece muy interesante el enfoque dado por el lingüista Chomski,

citado líneas atrás. Chomski defiende una versión moderna del racionalismo,

aplicada al aprendizaje del lenguaje. Según él, han de existir unos contenidos y

estructuras predeterminadas en la razón humana que permitan aprender el

lenguaje (“universales lingüísticos” los llama él).

El aprendizaje del lenguaje no puede provenir de la experiencia

únicamente, puesto que lo que un rapacín obtiene, experimentalmente, de

escuchar hablar, no es sino una suma de palabras sueltas, tiempos verbales

incompletos, y oraciones muy escasas. Sin embargo, a partir de tan poca cosa,

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construye la capacidad de hablar y entender infinitas posibles oraciones. Está

claro, según el racionalismo, que el origen y fundamento del conocimiento

humano descansa en nuestra propia razón. En los primeros años se activarían

nuestras estructuras lingüísticas innatas para aprender el lenguaje. Más

adelante, de adultos, al ya estar activadas y terminadas estas estructuras, si

queremos adquirir otro lenguaje, lo debemos hacer empíricamente –y por eso

nos cuesta tanto trabajo; seguro que habéis escuchado la suficiente cantidad

de inglés como para romper a hablarlo, pero sin embargo ya no sucede lo que

sucedió cuando tenías dos años de edad, porque esas estructuras mentales

ahora están desactivadas, o se ocupan de otras cosas-. (No obstante, del papel

que juega el lenguaje en el conocimiento humano, y de su relación con nuestras

estructuras racionales y con la realidad que el propio lenguaje debe

representar, hablaremos en el tema siguiente)

En cualquier caso, los dos puntos de vista tienen buenas razones y

argumentos en su favor; por eso se trata de un verdadero problema filosófico.