El Cocodrilo por Felisberto Hernández

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En una noche de otoño hacía calor húmedo y yo fui a una ciudad que me era casi desconocida; la poca luz de las calles estaba atenuada por la humedad y por algunas hojas de los árboles. Entré a un café que estaba cerca de una iglesia, me senté a una mesa del fondo y pensé en mi vida. Yo sabía aislar las horas de felicidad y encerrarme en ellas; primero robaba con los ojos cualquier cosa descuidada de la calle o del interior de las casas y después la llevaba a mi soledad. Gozaba tanto al repasarla que si la gente lo hubiera sabido me hubiera odiado. Tal vez no me quedara mucho tiempo de felicidad. Antes yo había cruzado por aquellas ciudades dando conciertos de piano; las horas de dicha habían sido escasas, pues vivía en la angustia de reunir gentes que quisieran aprobar la realización de un concierto; tenía que coordinarlos, influirlos mutuamente y tratar de encontrar algún hombre que fuera activo. Casi siempre eso era como luchar con borrachos lentos y distraídos: cuando lograba traer uno el otro se me iba. Además yo tenía que estudiar y escribirme artículos en los diarios. Desde hacía algún tiempo ya no tenía esa preocupación: alcancé a entrar en una gran casa de medias para mujer. Había pensado que las medias eran más necesarias que los conciertos y que sería más fácil colocarlas. Un amigo mío le dijo al gerente que yo tenía muchas relaciones femeninas, porque era concertista de piano y había recorrido muchas ciudades: entonces, podría aprovechar la influencia de los conciertos para colocar medias. El gerente había torcido el gesto; pero aceptó, no sólo por la influencia de mi amigo, sino porque yo había sacado el segundo premio en las leyendas de propaganda para esas medias. Su marca era "Ilusión". Y mi frase había sido: "¿Quién no acaricia, hoy, una media Ilusión?". Pero vender medias también me resultaba muy difícil y esperaba que de un momento a otro me llamaran de la casa central y me suprimieran el viático. Al principio yo había hecho un gran esfuerzo.

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Cuento magistral del gran escritor Felisberto Hernández, publicado en 1949.En el el autor da cuenta de su pasión por la musica, a través de un personaje entrañable que descubre en sí un insospechado talento para lograr sobrevivir al margen de su arte.

Transcript of El Cocodrilo por Felisberto Hernández

En una noche de otoo haca calor hmedo y yo fui a una ciudad que me era casi desconocida; la poca luz de las calles estaba atenuada por la humedad y por algunas hojas de los rboles. Entr a un caf que estaba cerca de una iglesia, me sent a una mesa del fondo y pens en mi vida. Yo saba aislar las horas de felicidad y encerrarme en ellas; primero robaba con los ojos cualquier cosa descuidada de la calle o del interior de las casas y despus la llevaba a mi soledad. Gozaba tanto al repasarla que si la gente lo hubiera sabido me hubiera odiado. Tal vez no me quedara mucho tiempo de felicidad. Antes yo haba cruzado por aquellas ciudades dando conciertos de piano; las horas de dicha haban sido escasas, pues viva en la angustia de reunir gentes que quisieran aprobar la realizacin de un concierto; tena que coordinarlos, influirlos mutuamente y tratar de encontrar algn hombre que fuera activo. Casi siempre eso era como luchar con borrachos lentos y distrados: cuando lograba traer uno el otro se me iba. Adems yo tena que estudiar y escribirme artculos en los diarios.

Desde haca algn tiempo ya no tena esa preocupacin: alcanc a entrar en una gran casa de medias para mujer. Haba pensado que las medias eran ms necesarias que los conciertos y que sera ms fcil colocarlas. Un amigo mo le dijo al gerente que yo tena muchas relaciones femeninas, porque era concertista de piano y haba recorrido muchas ciudades: entonces, podra aprovechar la influencia de los conciertos para colocar medias.

El gerente haba torcido el gesto; pero acept, no slo por la influencia de mi amigo, sino porque yo haba sacado el segundo premio en las leyendas de propaganda para esas medias. Su marca era "Ilusin". Y mi frase haba sido: "Quin no acaricia, hoy, una media Ilusin?". Pero vender medias tambin me resultaba muy difcil y esperaba que de un momento a otro me llamaran de la casa central y me suprimieran el vitico. Al principio yo haba hecho un gran esfuerzo. (La venta de medias no tena nada que ver con mis conciertos: y yo tena que entendrmelas nada ms que con los comerciantes). Cuando encontraba antiguos conocidos les deca que la representacin de una gran casa comercial me permita viajar con independencia y no obligar a mis amigos a patrocinar conciertos cuando no eran oportunos. Jams haban sido oportunos mis conciertos. En esta misma ciudad me haban puesto pretextos poco comunes: el presidente del Club estaba de mal humor porque yo lo haba hecho levantar de la mesa de juego y me dijo que habiendo muerto una persona que tena muchos parientes, media ciudad estaba enlutada. Ahora yo les deca: estar unos das para ver si surge naturalmente el deseo de un concierto; pero le produca mala impresin el hecho de que un concertista vendiera medias. Y en cuanto a colocar medias, todas las maanas yo me animaba y todas las noches me desanimaba; era como vestirse y desnudarse. Me costaba renovar a cada instante cierta fuerza grosera necesaria para insistir ante comerciantes siempre apurados. Pero ahora me haba resignado a esperar que me echaran y trataba de disfrutar mientras me duraba el vitico.

De pronto me di cuenta que haba entrado al caf un ciego con un arpa; yo le haba visto por la tarde. Decid irme antes de perder la voluntad de disfrutar de la vida; pero al pasar cerca de l volv a verlo con un sombrero de alas mal dobladas y dando vuelta los ojos hacia el cielo mientras haca el esfuerzo de tocar; algunas cuerdas del arpa estaban aadidas y la madera clara del instrumento y todo el hombre estaban cubiertos de una mugre que yo nunca haba visto. Pens en m y sent depresin.

Cuando encend la luz en la pieza de mi hotel, vi mi cama de aquellos das. Estaba abierta y sus varillas niqueladas me hacan pensar en una loca joven que se entregaba a cualquiera. Despus de acostado apagu la luz pero no poda dormir. Volv a encendera y la bombita se asom debajo de la pantalla como el globo de un ojo bajo un prpado oscuro. La apagu en seguida y quise pensar en el negocio de las medias pero segu viendo por un momento, en la oscuridad, la pantalla de luz. Se haba convertido a un color claro; despus, su forma, como si fuera el alma en pena de la pantalla, empez a irse hacia un lado y a fundirse en lo oscuro. Todo eso ocurri en el tiempo que tardara un secante en absorber la tinta derramada.

Al otro da de maana, despus de vestirme y animarme, fui a ver si el ferrocarril de la noche me haba trado malas noticias. No tuve carta ni telegrama. Decid recorrer los negocios de una de las calles principales. En la punta de esa calle haba una tienda. Al entrar me encontr en una habitacin llena de trapos y chucheras hasta el techo. Slo haba un maniqu desnudo, de tela roja, que en vez de cabeza tena una perilla negra. Golpe las manos y en seguida todos los trapos se tragaron el ruido. Detrs del maniqu apareci una nia, como de diez aos, que me dijo con mal modo:

-Qu quieres?

-Est el dueo?

-No hay dueo. La que manda es mi mam.

-Ella no est?

-Fue a lo de doa Vicenta y viene en seguida.

Apareci un nio como de tres aos. Se agarr de la pollera de la hermana y se quedaron un rato en fila, el maniqu, la nia y el nio. Yo dije:

-Voy a esperar.

La nia no contest nada. Me sent en un cajn y empec a jugar con el hermanito. Record que tena un chocolatn de los que haba comprado en el cine y lo saqu del bolsillo. Rpidamente se acerc el chiquiln y me lo quit. Entonces yo me puse las manos en la cara y fing llorar con sollozos. Tena tapados los ojos y en la oscuridad que haba en el hueco de mis manos abr pequeas rendijas y empec a mirar al nio. l me observaba inmvil y yo cada vez lloraba ms fuerte. Por fin l se decidi a ponerme el chocolatn en la rodilla. Entonces yo me re y se lo di. Pero al mismo tiempo me di cuenta que yo tena la cara mojada.

Sal de all antes que viniera la duea. Al pasar por una joyera me mir en un espejo y tena los ojos secos. Despus de almorzar estuve en el caf; pero vi al ciego del arpa revolear los ojos hacia arriba y sal en seguida. Entonces fui a una plaza solitaria de un lugar despoblado y me sent en un banco que tena enfrente un muro de enredaderas. All pens en las lgrimas de la maana. Estaba intrigado por el hecho de que me hubieran salido; y quise estar solo como si me escondiera para hacer andar un juguete que sin querer haba hecho funcionar, haca pocas horas. Tena un poco de vergenza ante m mismo de ponerme a llorar sin tener pretexto, aunque fuera en broma, como lo haba tenido en la maana. Arrugu la nariz y los ojos, con un poco de timidez para ver si me salan las lgrimas; pero despus pens que no debera buscar el llanto como quien escurre un trapo; tendra que entregarme al hecho con ms sinceridad; entonces me puse las manos en la cara. Aquella actitud tuvo algo de serio; me conmov inesperadamente; sent como cierta lstima de m mismo y las lgrimas empezaron a salir. Haca rato que yo estaba llorando cuando vi que de arriba del muro venan bajando dos piernas de mujer con medias "Ilusin" semibrillantes. Y en seguida not una pollera verde que se confunda con la enredadera. Yo no haba odo colocar la escalera. La mujer estaba en el ltimo escaln y yo me sequ rpidamente las lgrimas; pero volv a poner la cabeza baja y como si estuviese pensativo. La mujer se acerc lentamente y se sent a mi lado. Ella haba bajado dndome la espalda y yo no saba cmo era su cara. Por fin me dijo:

-Qu le pasa? Yo soy una persona en la que usted puede confiar...

Transcurrieron unos instantes. Yo frunc el entrecejo como para esconderme y seguir esperando. Nunca haba hecho ese gesto y me temblaban las cejas. Despus hice un movimiento con la mano como para empezar a hablar y todava no se me haba ocurrido qu podra decirle. Ella tom de nuevo la palabra:

-Hable, hable noms. Yo he tenido hijos y s lo que son penas.

Yo ya me haba imaginado una cara para aquella mujer y aquella pollera verde. Pero cuando dijo lo de los hijos y las penas me imagin otra. Al mismo tiempo dije:

-Es necesario que piense un poco.

Ella contest:

-En estos asuntos, cuanto ms se piensa es peor.

De pronto sent caer, cerca de m, un trapo mojado. Pero result ser una gran hoja de pltano cargada de humedad. Al poco rato ella volvi a preguntar:

-Dgame la verdad, cmo es ella?

Al principio a m me hizo gracia. Despus me vino a la memoria una novia que yo haba tenido. Cuando yo no la quera acompaar a caminar por la orilla de un arroyo -donde ella se haba paseado con el padre cuando l viva- esa novia ma lloraba silenciosamente. Entonces, aunque yo estaba aburrido de ir siempre por el mismo lado, condescenda. Y pensando en esto se me ocurri decir a la mujer que ahora tena al lado:

-Ella era una mujer que lloraba a menudo.

Esta mujer puso sus manos grandes y un poco coloradas encima de la pollera verde y se ri mientras me deca:

-Ustedes siempre creen en las lgrimas de las mujeres.

Yo pens en las mas; me sent un poco desconcertado, me levant del banco y le dije:

-Creo que usted est equivocada. Pero igual le agradezco el consuelo.

Y me fui sin mirarla.

Al otro da, cuando ya estaba bastante adelantada la maana, entr a una de las tiendas ms importantes. El dueo extendi mis medias en el mostrador y las estuvo acariciando con sus dedos cuadrados un buen rato. Pareca que no oa mis palabras. Tena las patillas canosas como si se hubiera dejado en ellas el jabn de afeitar. En esos instantes entraron varias mujeres; y l, antes de irse, me hizo seas de que no me comprara, con uno de aquellos dedos que haban acariciado las medas. Yo me qued quieto y pens en insistir; tal vez pudiera entrar en conversacin con l, ms tarde, cuando no hubiera gente; entonces le hablara de un yuyo que disuelto en agua le teira las patillas. La gente no se iba y yo tena una impaciencia desacostumbrada; hubiera querido salir de aquella tienda, de aquella ciudad y de aquella vida. Pens en mi pas y en muchas cosas ms. Y de pronto, cuando ya me estaba tranquilizando, tuve una idea: "Qu ocurrira si yo me pusiera a llorar aqu, delante de toda la gente?". Aquello me pareci muy violento; pero yo tena deseos, desde haca algn tiempo, de tantear el mundo con algn hecho desacostumbrado; adems yo deba demostrarme a m mismo que era capaz de una gran violencia. Y antes de arrepentirme me sent en una sillita que estaba recostada al mostrador; y rodeado de gente, me puse las manos en la cara y empec a hacer ruido de sollozos. Casi simultneamente una mujer solt un grito y dijo: "Un hombre est llorando". Y despus o el alboroto y pedazos de conversacin: "Nena, no te acerques"... "Puede haber recibido alguna mala noticia"... "Recin lleg el tren y la correspondencia no ha tenido tiempo"... "Puede haber recibido la noticia por telegrama"... Por entre los dedos vi una gorda que deca: "Hay que ver cmo est el mundo. Si a m no me vieran mis hijos, yo tambin llorara!". Al principio yo estaba desesperado porque no me salan lgrimas; y hasta pens que lo tomaran como una burla y me llevaran preso. Pero la angustia y la tremenda fuerza que hice me congestionaron y fueron posibles las primeras lgrimas. Sent posarse en mi hombro una mano pesada y al or la voz del dueo reconoc los dedos que haban acariciado las medias. l deca:

-Pero compaero, un hombre tiene que tener ms nimo...

Entonces yo me levant como por un resorte; saqu las dos manos de la cara, la tercera que tena en el hombro, y dije con la cara todava mojada:

-Pero si me va bien! Y tengo mucho nimo! Lo que pasa es que a veces me viene esto; es como un recuerdo...

A pesar de la expectativa y del silencio que hicieron para mis palabras, o que una mujer deca:

-Ay! Llora por un recuerdo...

Despus el dueo anunci:

-Seoras, ya pas todo.

Yo me sonrea y me limpiaba la cara. En seguida se removi el montn de gente y apareci una mujer chiquita, con ojos de loca, que me dijo:

-Yo lo conozco a usted. Me parece que lo vi en otra parte y que usted estaba agitado.

Pens que ella me habra visto en un concierto sacudindome en un final de programa; pero me call la boca. Estall conversacin de todas las mujeres y algunas empezaron a irse. Se qued conmigo la que me conoca. Y se me acerc otra que me dijo:

-Ya s que usted vende medias. Casualmente yo y algunas amigas mas...

Intervino el dueo:

-No se preocupe, seora (y dirigindose a m): Venga esta tarde.

-Me voy despus del almuerzo. Quiere dos docenas?

-No, con media docena...

-La casa no vende por menos de una...

Saqu la libreta de ventas y empec a llenar la hoja del pedido escribiendo contra el vidrio de una puerta y sin acercarme al dueo. Me rodeaban mujeres conversando alto. Yo tena miedo que el dueo se arrepintiera. Por fin firm el pedido y yo sal entre las dems personas.

Pronto se supo que a m me vena "aquello" que al principio era como un recuerdo. Yo llor en otras tiendas y vend ms medias que de costumbre. Cuando ya haba llorado en varias ciudades mis ventas eran como las de cualquier otro vendedor.

Una vez me llamaron de la casa central -yo ya haba llorado por todo el norte de aquel pas- esperaba turno para hablar con el gerente y o desde la habitacin prxima lo que deca otro corredor:

-Yo hago todo lo que puedo; pero no me voy a poner a llorar para que me compren!

Y la voz enferma del gerente le respondi:

-Hay que hacer cualquier cosa; y tambin llorarles...

El corredor interrumpi:

-Pero a m no me salen lgrimas!

Y despus de un silencio, el gerente:

-Cmo, y quin le ha dicho?

-S! Hay uno que llora a chorros...

La voz enferma empez a rerse con esfuerzo y haciendo intervalos de tos. Despus o chistidos y pasos que se alejaron.

Al rato me llamaron y me hicieron llorar ante el gerente, los jefes de seccin y otros empleados. Al principio, cuando el gerente me hizo pasar y las cosas se aclararon, l se rea dolorosamente y le salan lgrimas. Me pidi, con muy buenas maneras, una demostracin; y apenas acced entraron unos cuantos empleados que estaban detrs de la puerta. Se hizo mucho alboroto y me pidieron que no llorara todava. Detrs de una mampara, o decir:

-Aprate, que uno de los corredores va a llorar.

-Y por qu?

-Yo qu s!

Yo estaba sentado al lado del gerente, en su gran escritorio; haban llamado a uno de los dueos, pero l no poda venir. Los muchachos no se callaban y uno haba gritado: "Que piense en la mamita, as llora ms pronto". Entonces yo le dije al gerente.

-Cuando ellos hagan silencio, llorar yo.

l, con su voz enferma, los amenaz y despus de algunos instantes de relativo silencio yo mir por una ventana la copa de un rbol -estbamos en un primer piso- , me puse las manos en la cara y trat de llorar. Tena cierto disgusto. Siempre que yo haba llorado los dems ignoraban mis sentimientos; pero aquellas personas saban que yo llorara y eso me inhiba. Cuando por fin me salieron lgrimas saqu una mano de la cara para tomar el pauelo y para que me vieran la cara mojada. Unos se rean y otros se quedaban serios; entonces yo sacud la cara violentamente y se rieron todos. Pero en seguida hicieron silencio y empezaron a rerse. Yo me secaba las lgrimas mientras la voz enferma repeta: "Muy bien, muy bien". Tal vez todos estuvieron desilusionados. Y yo me senta como una botella vaca y chorreada; quera reaccionar, tena mal humor y ganas de ser malo. Entonces alcanc al gerente y le dije:

-No quisiera que ninguno de ellos utilizara el mismo procedimiento para la venta de medias y deseara que la casa reconociera mi... iniciativa y que me diera exclusividad por algn tiempo.

-Venga maana y hablaremos de eso.

Al otro da el secretario ya haba preparado el documento y lea: "La casa se compromete a no utilizar y a hacer respetar el sistema de propaganda consistente en llorar..." Aqu los dos se rieron y el gerente dijo que aquello estaba mal. Mientras redactaban el documento, yo fui pasendome hasta el mostrador. Detrs de l haba una muchacha que me habl mirndome y los ojos parecan pintados por dentro.

-As que usted llora por gusto?

-Es verdad.

-Entonces yo s ms que usted. Usted mismo no sabe que tiene una pena.

Al principio yo me qued pensativo; y despus le dije:

-Mire: no es que yo sea de los ms felices; pero s arreglarme con mi desgracia y soy casi dichoso.

Mientras me iba -el gerente me llamaba- alcanc a ver la mirada de ella: la haba puesto encima de m como si me hubiera dejado una mano en el hombro.

Cuando reanud las ventas, yo estaba en una pequea ciudad. Era un da triste y yo no tena ganas de llorar. Hubiera querido estar solo, en mi pieza, oyendo la lluvia y pensando que el agua me separaba de todo el mundo. Yo viajaba escondido detrs de una careta con lgrimas; pero yo tena la cara cansada.

De pronto sent que alguien se haba acercado preguntndome:

-Qu le pasa?

Entonces yo, como el empleado sorprendido sin trabajar, quise reanudar mi tarea y ponindome las manos en la cara empec a hacer los sollozos.

Ese ao yo llor hasta diciembre, dej de llorar en enero y parte de febrero, empec a llorar de nuevo despus de carnaval. Aquel descanso me hizo bien y volv a llorar con ganas. Mientras tanto yo haba extraado el xito de mis lgrimas y me haba nacido como cierto orgullo de llorar. Eran muchos ms los vendedores; pero un actor que representara algo sin previo aviso y convenciera al pblico con llantos...

Aquel nuevo ao yo empec a llorar por el oeste y llegu a una ciudad donde mis conciertos haban tenido xito; la segunda vez que estuve all, el pblico me haba recibido con una ovacin cariosa y prolongada; yo agradeca parado junto al piano y no me dejaban sentar para iniciar el concierto. Seguramente que ahora dara, por lo menos, una audicin. Yo llor all, por primera vez, en el hotel ms lujoso; fue a la hora del almuerzo y en un da radiante. Ya haba comido y tomado caf, cuando de codos en la mesa, me cubr la cara con las manos. A los pocos instantes se acercaron algunos amigos que yo haba saludado; los dej parados algn tiempo y mientras tanto, una pobre vieja -que no s de dnde haba salido- se sent a mi mesa y yo la miraba por entre los dedos ya mojados. Ella bajaba la cabeza y no deca nada; pero tena una cara tan triste que daban ganas de ponerse a llorar...

El da en que yo di mi primer concierto tena cierta nerviosidad que me vena del cansancio; estaba en la ltima obra de la primera parte del programa y tom uno de los movimientos con demasiada velocidad; ya haba intentado detenerme; pero me volv torpe y no tena bastante equilibrio ni fuerza; no me qued otro recurso que seguir; pero las manos se me cansaban, perda nitidez, y me di cuenta de que no llegara al final. Entonces, antes de pensarlo, ya haba sacado las manos del teclado y las tena en la cara; era la primera vez que lloraba en escena.

Al principio hubo murmullos de sorpresa y no s por qu alguien intent aplaudir, pero otros chistaron y yo me levant. Con una mano me tapaba los ojos y con la otra tanteaba el piano y trataba de salir del escenario. Algunas mujeres gritaron porque creyeron que me caera en la platea; y ya iba a franquear una puerta del decorado, cuando alguien, desde el paraso me grit:

-Cocodriiilooooo!!

O risas; pero fui al camern, me lav la cara y aparec en seguida y con las manos frescas termin la primera parte. Al final vinieron a saludarme muchas personas y se coment lo de "cocodrilo". Yo les deca:

-A m me parece que el que me grit eso tiene razn: en realidad yo no s por qu lloro; me viene el llanto y no lo puedo remediar, a lo mejor me es tan natural como lo es para el cocodrilo. En fin, yo no s tampoco por qu llora el cocodrilo.

Una de las personas que me haban presentado tena la cabeza alargada; y como se peinaba dejndose el pelo parado, la cabeza haca pensar en un cepillo. Otro de la rueda lo seal y me dijo:

-Aqu, el amigo es mdico. Qu dice usted, doctor?

Yo me qued plido. l me mir con ojos de investigador policial y me pregunt:

-Dgame una cosa: cundo llora ms usted, de da o de noche?

Yo record que nunca lloraba en la noche porque a esa hora no venda, y le respond:

-Lloro nicamente de da.

No recuerdo las otras preguntas. Pero al final me aconsej:

-No coma carne. Usted tiene una vieja intoxicacin.

A los pocos das me dieron una fiesta en el club principal. Alquil un frac con chaleco blanco impecable y en el momento de mirarme al espejo pensaba: "No dirn que este cocodrilo no tiene la barriga blanca. Caramba! Creo que ese animal tiene papada como la ma. Y es voraz..."

Al llegar al Club encontr poca gente. Entonces me di cuenta que haba llegado demasiado temprano. Vi a un seor de la comisin y le dije que deseaba trabajar un poco en el piano. De esa manera disimulara el madrugn. Cruzamos una cortina verde y me encontr en una gran sala vaca y preparada para el baile. Frente a la cortina y al otro extremo de la sala estaba el piano. Me acompaaron hasta all el seor de la comisin y el conserje; mientras abran el piano -el seor tena cejas negras y pelo blanco- me deca que la fiesta tendra mucho xito, que el director del liceo -amigo mo- dira un discurso muy lindo y que l ya lo haba odo; trat de recordar algunas frases, pero despus decidi que sera mejor no decirme nada. Yo puse las manos en el piano y ellos se fueron. Mientras tocaba pens: "Esta noche no llorar... quedara muy feo... el director del liceo es capaz de desear que yo llore para demostrar el xito de su discurso. Pero yo no llorar por nada del mundo".

Haca rato que vea mover la cortina verde; y de pronto sali de entre sus pliegues una muchacha alta y de cabellera suelta; cerr los ojos como para ver lejos; me miraba y se diriga a m trayendo algo en una mano; detrs de ella apareci una sirvienta que la alcanz y le empez a hablar de cerca. Yo aprovech para mirarle las piernas y me di cuenta que tena puesta una sola media; a cada instante haca movimientos que indicaban el fin de la conversacin; pero la sirvienta segua hablndole y las dos volvan al asunto como a una golosina. Yo segu tocando el piano y mientras ellas conversaban tuve tiempo de pensar: "Qu querr con la media?... Le habr salido mala y sabiendo que yo soy corredor...? Y tan luego en esta fiesta!"

Por fin vino y me dijo:

-Perdone, seor, quisiera que me firmara una media.

Al principio me re; y en seguida trat de hablarle como si ya me hubieran hecho ese pedido otras veces. Empec a explicarle cmo era que la media no resista la pluma; yo ya haba solucionado eso firmando una etiqueta y despus la interesada la pegaba en la media. Pero mientras daba estas explicaciones mostraba la experiencia de un antiguo comerciante que despus se hubiera hecho pianista. Ya me empezaba a invadir la angustia, cuando ella se sent en la silla del piano, y al ponerse la media me deca:

-Es una pena que usted me haya resultado tan mentiroso... deba haberme agradecido la idea.

Yo haba puesto los ojos en sus piernas; despus los saqu y se me trabaron las ideas. Se hizo un silencio de disgusto. Ella, con la cabeza inclinada, dejaba caer el pelo; y debajo de aquella cortina rubia, las manos se movan como si huyeran. Yo segua callado y ella no terminaba nunca. Al fin la pierna hizo un movimiento de danza, y el pie, en punta, calz el zapato en el momento de levantarse, las manos le recogieron el pelo y ella me hizo un saludo silencioso y se fue.

Cuando empez a entrar gente fui al bar. Se me ocurri pedir whisky. El mozo me nombr muchas marcas y como yo no conoca ninguna le dije:

-Dme de esa ltima.

Trep a un banco del mostrador y trat de no arrugarme la cola del frac. En vez de cocodrilo deba parecer un loro negro. Estaba callado, pensaba en la muchacha de la media y me trastornaba el recuerdo de sus manos apuradas.

Me sent llevado al saln por el director del liceo. Se suspendi un momento el baile y l dijo su discurso. Pronunci varias veces las palabras "avatares" y "menester". Cuando aplaudieron yo levant los brazos como un director de orquesta antes de "atacar" y apenas hicieron silencio dije:

-Ahora que deba llorar no puedo. Tampoco puedo hablar y no puedo dejar por ms tiempo separados los que han de juntarse para bailar-. Y termin haciendo una cortesa.

Despus de mi vuelta, abrac al director del liceo y por encima de su hombro vi la muchacha de la media. Ella me sonri y levant su pollera del lado izquierdo y me mostr el lugar de la media donde haba pegado un pequeo retrato mo recortado de un programa. Yo me sent lleno de alegra pero dije una idiotez que todo el mundo repiti:

-Muy bien, muy bien, la pierna del corazn.

Sin embargo yo me sent dichoso y fui al bar. Sub de nuevo a un banco y el mozo me pregunt:

-Whisky Caballo Blanco?

Y yo, con el ademn de un mosquetero sacando una espada:

-Caballo Blanco o Loro Negro.

Al poco rato vino un muchacho con una mano escondida en la espalda:

-El Pocho me dijo que a usted no le hace mala impresin que le digan "Cocodrilo".

-Es verdad, me gusta.

Entonces l sac la mano de la espalda y me mostr una caricatura. Era un gran cocodrilo muy parecido a m; tena una pequea mano en la boca, donde los dientes eran un teclado; y de la otra mano le colgaba una media; con ella se enjugaba las lgrimas.

Cuando los amigos me llevaron a mi hotel yo pensaba en todo lo que haba llorado en aquel pas y senta un placer maligno en haberlos engaado; me consideraba como un burgus de la angustia. Pero cuando estuve solo en mi pieza, me ocurri algo inesperado: primero me mir en el espejo; tena la caricatura en la mano y alternativamente miraba al cocodrilo y a mi cara. De pronto y sin haberme propuesto imitar al cocodrilo, mi cara, por su cuenta, se ech a llorar. Yo la miraba como a una hermana de quien ignoraba su desgracia. Tena arrugas nuevas y por entre ellas corran las lgrimas. Apagu la luz y me acost. Mi cara segua llorando; las lgrimas resbalaban por la nariz y caan por la almohada. Y as me dorm. Cuando me despert sent el escozor de las lgrimas que se haban secado. Quise levantarme y lavarme los ojos; pero tuve miedo que la cara se pusiera a llorar de nuevo. Me qued quieto y haca girar los ojos en la oscuridad, como aquel ciego que tocaba el arpa.

FIN