El Chacho y Urquiza - Bravo Tedin- 720-41784

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1 EL CHACHO Y URQUIZA “Historia de una traición”

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EL CHACHO

Y URQUIZA

“Historia de una traición”

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PREAMBULO

Y CONTEXTO “La historia no es sólo lo

que queda a nuestra espalda también nos acompaña”.

Henning Mankell

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EL CHACHO Y LA VIGENCIA DEL FEDERALISMO INTUITIVO Quien llegue a La Rioja e investigue y estudie esa realidad, trate a su pueblo, recorra el interior de la provincia, ese interior tan lleno de bellezas naturales, de testimonios históricos, de viejas decidoras de anécdotas y cuentos, de hombres que vivencian día a día esa realidad que es La Rioja hoy y de siempre, será impactado -seguramente- por algo cotidiano, algo que se vive intensamente: la vivencia y la vigencia de los caudillos federales. Hablar de Facundo Quiroga, hoy, es hablar de una persona que todos los días está presente en todo; hablar del Chacho, el general Ángel Vicente Peñaloza, es en la memoria popular, referirse, como decía no hace mucho un paisano viejo de Olta a un amigo que está presente, pues el Chacho representaba y representa al hombre del pueblo, un hombre que por las circunstancias crueles de la lucha por sus ideales, un día y muchos días, debió dejar su rancho y salir a recorrer mundo con sus amigos y seguidores. Ese Chacho inmortal y cotidiano que junto con su mujer Victoria Romero, la Chacha famosa y sufrida, salió a defender a su pueblo humilde y tanto lo defendió y supo de sus necesidades que no puso distancia entre él y el pueblo y en esa consubstanciación llegaron a ser una misma cosa. Y qué decir de Várela, el quijotesco paladín de Guandacol, hombre de trabajo y de sufrimientos, leal, sabio, honrado, que un buen día enojado, diríamos con lo que le hacían a su pueblo, sale a defender por última y definitiva vez los ideales y banderas del federalismo avasallado. Y como el Quijote de la Mancha hace vivir a los riojanos y a los pueblos del interior la última y más grandiosa aventura del federalismo argentino como fue. Pozo de Vargas, muriendo luego triste y tísico en el país de Caupolicán. Para los riojanos hoy en día, los caudillos federales, siguen teniendo esa existencia diaria y cotidiana. Como común es que cada riojano tenga su propio caudillo familiar. Es corriente en los pueblos del interior riojano, esos pueblos, algunos detenidos en el tiempo, pero todos de singular belleza y atractivo, que muchos de sus vecinos posean documentos de significación de algún antepasado que supo ser montonero o defendió la causa del federalismo. Y suelen decir: “Mitre, tengo unos papeles de mi antepasado Chumbita; tengo unos papeles de Carlos Ángel o de Brizuela o de Carlos Álvarez” y así por el estilo. A pesar de los 170 años del asesinato de Facundo o más de 140 del martirio de Olta o del desastre de Pozo de Vargas, los riojanos siguen teniendo presentes a sus caudillos. Por eso a alguien que no conozca la idiosincrasia de estos pueblos, le puede parecer extraño y traído de los pelos, lo que refiere el historiador Manuel Gregorio Mercado cuando hablaba que en la zona de Malanzán y la Quebrada de Guasamayo, lugares que dieron y generaron más caudillos federales que en ninguna otra parte del país, cuando se le preguntaba hasta hace poco algún antiguo poblador de la zona ¿Y esas tierras de quiénes son?, respondía: son del General Quiroga o del General Peñaloza... Y a nadie se le hubiera ocurrido decir que eso no era cierto... Quien así responde lo hace por boca de todos, por respeto a esa tradición que vive intensamente el pueblo de La Rioja. La perennidad natural del mito La perennidad de este culto popular, diríamos, por la obra y acción de los caudillos federales no es posible atribuirla a la acción manifiesta del Estado o a los descendientes de aquellos, como ocurriera con el caudillo salteño Martín Güemes que tuvo en el

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doctor Luis Güemes el amoroso y concienzudo artífice de una obra monumental como es “Güemes documentados”. Así, en el caso de Facundo ni siquiera una parte sustancial de sus archivos ha sido publicado, además el monumento que en La Rioja perpetua su memoria es quizás uno de los más logrados y perfectos adefesios que haya salido de la mano del hombre, al que la gracia popular ha calificado de "El cabezón" en exacta referencia a una gigantesca cabeza de cemento que intenta perpetuar o, más bien, perpetrar su memoria. Nada que ver con la belleza indiscutible del monumento hecho por el escultor francés Bourdelle en homenaje a Carlos María de Alvear en Buenos Aires o el no menos soberbio y elegante monumento ecuestre a Güemes en Salta y podríamos recordar el del general Paz en La Tablada de Córdoba y tantos otros. Y qué decir del espantoso monumento al Chacho o el no realizado aún al coronel Felipe Várela que respondan en realidad por su calidad a la obra por ambos realizada. Y es que el pueblo los ha sabido ubicar y enaltecer más que la posible obra escultórica o bibliográfica, al llevarlos presentes y vivos en su memoria y en su constante trajinar diario. Y ese es, quizás el lugar donde más vivirán y perdurarán los caudillos federales de La Rioja: en el alma colectiva del pueblo riojano. ¿Qué mejor monumento que éste, anónimo, perenne, cotidiano y sencillo? Y es por esto que nos explicamos la persistencia en el sentir popular de los caudillos federales. Y esto es así porque fueron los mejores y más acabados representantes de lo que quería el pueblo de La Rioja y los pueblos del interior argentino. Y así considerando lo que supo afirmar el uruguayo Reyes Abadie respecto al profundo sentido de la libertad, heredado de los pueblos hispánicos, que tuvo el hombre argentino y el hombre de América en general como consecuencia directa de toda una forma y estilo de vida, impuestos por los españoles aquí en América, el criollo que llevaba íntimamente ese profundo sentido de la libertad, podemos afirmar que, además, votaba todos los días porque elegía seguir todos los días a esos caudillos con una fidelidad y entrega totales. En el caso de La Rioja y de los gauchos riojanos esa fidelidad a los ideales encarnados por Quiroga, el Chacho, Várela y los caudillos menores riojanos que tanto abundaron como Tello, Chumbita, Elizondo, Guayama, Flores y otros, fue una fidelidad llevada a los extremos sacrificios y a la muerte misma. Los gauchos riojanos, los altivos llanistos, los hombres de la montaña, todos, dieron sus vidas, sus bienes, en esa suerte de voto diario y cotidiano, voluntariamente puesto y otorgado, como la más digna y verdadera participación democrática. Hay una anécdota, entre otras miles, que ejemplifica esto que llamamos la democrática participación del gaucho en las empresas llevadas a cabo por los caudillos federales. Aquella que cuenta que un día el gaucho Ontiveros de las fuerzas del Chacho le echó en cara al jefe la serie de fracasos militares habidos. El Chacho lo dejó hablar y nada le respondió, después se levantó, se dirigió hacia su caballo y se marchó. Los gauchos poco a poco, montaron y lo siguieron. Incluso el acusador terminó haciendo lo mismo. Un Federalismo popular y no de intelectuales Para comprender estos hechos sobran y para nada sirven las interpretaciones librescas y teóricas. Nada más alejado de lo intelectual y de lo teórico que estimar vivo y cotidiano un sentimiento que añora continuo y fresco en todo lo que hace y siente el pueblo por sus caudillos.

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Ese sentimiento cotidiano que se expresa no en monumentos ni en obra escrita, sino en la humilde flor que deposita un viejo gaucho en Loma Blanca ante el rancho donde muriera Peñaloza o en la asistencia multitudinaria y el apoyo del pueblo anónimo a las obras de arte creadas por todos aquellos artistas riojanos que han sabido dar razón des estos profundos sentimientos populares, como las obras teatrales de Víctor María Cáceres, las obras radiofónicas de un pionero en esas cuestiones como Juan Zacarías Agüero Vera y su famosa obra de la década del 30 "Los ojos de Quiroga", caso de Dardo de la Vega Díaz y su siempre presente libro póstumo "La Rioja heroica" o la "Cantata riojana" de Héctor David Gatica y Ramón Navarro. Por ello el sentimiento federalista en La Rioja es algo constante y presente. No es una tarea de intelectuales o una consecuencia de una tarea de intelectuales puestos a reelaborar el pensamiento de estos caudillos mayores del federalismo o a interpretar lo que hicieron buscando una respuesta teórica o una definición ajustada e inútil de lo que significa el federalismo. Porque aquí, en esto, ocurre algo que sólo el pueblo sabe responder. Y ese pueblo responde con sus actitudes no con sus definiciones académicas, y ese pueblo responde con sus sentimientos expresados en la permanencia de un aprecio constante por los caudillos riojanos. Porque no es cosa de intelectuales lo demuestra la actual, plena y total vigencia de un pensamiento que en estos días está dando sus frutos, frutos tardíos quizás pero frutos que se ven y se muestran jugosos y sabrosos. Y es que cuando el pueblo logra poner un poco su mano en la forja de su destino, en esa forja federal y autónoma, se produce el desarrollo, la expansión de sus posibilidades económicas y la posibilidad que sus hijos no emigren, de que retornen incluso a La Rioja y que esta provincia ejemplo secular de atraso y miseria se haya convertido exactamente en el ejemplo contrario. A principios de siglo David Peña rompe el fuego y comienza a salvar y rescatar con alto nivel científico las figuras de Facundo y de los caudillos federales. Luego, muchos autores especialmente a partir de la década del 30, seguirían sus pasos. Idas y venidas de los intelectuales y artistas que para nada sintió necesidad de realizar el pueblo, que siguió guardando la memoria de sus caudillos. Y una curiosa muestra de esto es que continuamente siguen apareciendo cartas, documentos, objetos que alguna vez fueron de Facundo, el Chacho y otros caudillos menores. Al congreso de Historia de La Rioja fue presentado un trabajo sobre Ángel Vicente Peñaloza que habla de sus andanzas por Chile (1843-44) organizando fuerzas para atacar a Rosas, trabajo basado en un juicio que la justicia chilena le hiciera y que hasta ahora era totalmente desconocido. Quien sobre esta cuestión aporta elementos válidos y acordes con esto es Ricardo Mercado Luna que en su ensayo "Legitimidad y mito" habla acerca de los que realmente supieron representar al pueblo de La Rioja que no fueron aquellos que se arrogaron voluntariamente esa representación sino los que lo interpretaron cabalmente como fueron sus caudillos federales y en especial el general Peñaloza.

EL CHACHO ANTE LA HISTORIA Hace unos años murió en La Rioja el más fervoroso, apasionado y estudioso historiador de la obra y la figura del Chacho: don Juan Manuel Gregorio Mercado. Toda una vida dedicada a revalorar minuciosamente al mártir de Olta y han quedado sin conocerse valiosos materiales que escribió. Y decimos esto, no sólo para rendir el justiciero homenaje que merece don Manuel Gregorio Mercado por su significativa obra historiográfica sobre La Rioja y el noroeste argentino, sino para mostrar como a más de 150 años de la muerte del Chacho, su

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personalidad, el sentido de sus luchas y el perenne mensaje federalista que dejó sigue siendo motivo y objeto de los estudiosos. El Chacho, además de ser el caudillo más cantado en el folklore argentino, es ya uno de los más estudiados por historiadores, sociólogos y ensayistas en general. Ramón Gil Navarro en memorias que estuvieron inéditas más de 100 años y que hace poco vieron la luz nos cuenta de Peñaloza muy poco antes de su muerte. Y ese testimonio personal y de visu, nos lo muestra como un gaucho de recia estampa, curtido por aires y soles, humilde en su atuendo, orgulloso en su porte, criollo cabal y absoluto, general de la Nación en mérito a sus sacrificios, su hombría de bien y su talento político y militar. El primero que elogió sin trabas ni cortapisas a Peñaloza fue Juan Bautista Alberdi que comprendió como el que más y con lucidez sorprendente el sentido de la lucha del Chacho. Alberdi desde su exilio parisiense, lamentó el asesinato del Chacho y vaticinó lo que vendría luego. No es de extrañar, entonces, que José Hernández escribiera esa serie de artículos denunciando el crimen, publicada en forma de libro que fue "Vida del Chacho". Eduardo Gutiérrez el folletinero sagaz y laborioso de "Juan Moreira", de "Croquis y siluetas militares" y de muchas páginas más que rescataban la memoria popular, tomó a Peñaloza como héroe de un grueso libro. Y del Chacho hablaron Adolfo Saldías, Elias Ocampo, J.Z. Agüero Vera, Dardo de la Vega Díaz, Pedro Santos Martínez, Héctor Barrionuevo, César Enrique Romero, León Benarós, Armando Raúl Bazán, Félix Luna, Víctor Saá, Beatriz Bosch, Efraín U. Bischoff, Gerardo Pérez Fuentes, Julián Cáceres Freyre, Fermín Chávez, Pedro de Paoli, Manuel Gregorio Mercado, Ricardo Mercado Luna, Ortega Peña y Duhalde y muchos, muchos más. Incluso el Chacho ha sido llevado al teatro, al radioteatro y al cine. La perennidad del Chacho y su vigencia actual en el sentimiento popular, no se debe a esta acción de tantos intelectuales historiadores, poetas y demás. El Chacho está presente y significa tanto para las luchas federales porque el pueblo lo ha seguido llevando en su memoria colectiva y en su sentimiento. Quizás Peñaloza no fuera ni tan astuto, ni ten político como Facundo; ni tan "léido" y culto como Alejandro Heredia el caudillo tucumano de los doctorados; ni tan buen guerrero como Estanislao López ni tan estratega como Justo J. de Urquiza y así hasta el infinito. Pero ninguno de los caudillos federales le aventaja en persistencia y tenacidad, en lealtad y clarividencia con su pueblo. El sabía y era consciente -y así lo dirá en una de sus cartas- que él era un miembro más de este pueblo al que llevaba al sacrificio y al que sabía responder toda vez que se lo necesitara. Además -y de eso también dará acabadas muestras- el general Ángel Vicente Peñaloza, fue el caudillo federal que más supo respetar el "fuero gaucho". Ese modo y estilo de vida que impuso su impronta a la sociedad criolla. Peñaloza se destaca entre sus pares por su insobornable bondad, por su piedad sin límites, por su respeto absoluto por la vida del adversario vencido. Fue, como Güemes en el norte y en otras circunstancias, el "padre de los humildes", el referente obligado. Fue un hombre consecuente con su estilo de vida, un "caballero rural", altivo, religioso, moral y justo. El pueblo por él no sintió sino respeto, adoración y cariño. Quiso que su pueblo se educase, creciese, viviese mejor y tuviera progreso y mejores condiciones de vida. Innumerables son los testimonios que hay en sus cartas, proclamas y escritos sobre esa positiva actitud que Peñaloza asumió. Nada que ver con el gaucho matrero, bruto y demás que le endilgaron sus enemigos. Pero no quería que este país, su país fuera nuevamente objeto de la colonización extranjera.

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Y si bien supo expresar muy bien sus ideas federales, Peñaloza es quizás el más intuitivo de los caudillos federales.

EL CHACHO: EL MÁS HUMANO DE LOS CAUDILLOS A la hora de hacer un balance de las principales figuras de nuestras luchas civiles, el general Peñaloza lucirá por algunas rasgos de su personalidad que lo hacen arquetipo de un estilo de vida y una concepción de los problemas humanos, muy diferentes a los del común de nuestros caudillos y hombres fuertes. Ni fue un buen estratega, ni destacó en ese sentido, como Paz; no logró casi triunfo alguno a no ser esporádicos entreveros pero sí estuvo presente, destacado por su bravura, en La Tablada, en Las Playas, quizás las más virulenta batalla de nuestras guerras civiles; no gobernó su provincia ni ninguna otra, pudiéndolo hacer muchas veces, aunque por él pasó casi exclusivamente por él, en mucho tiempo, el meridiano político, del país; no se enriqueció ni robó nada de sus adversarios. No le quedaron como a Quiroga ni “tapados” ni nada de nada. A no ser sus humildes ranchones de Guaja, franciscanos en su austeridad y dignos en todo sentido que no quedaron para la historia pues el furor de sus enemigos los depredó e incendió inmediatamente de muerto el caudillo. Quizás como dice García Hamilton no tenía claro ni un plan político ni una visión orgánica y total del país que intuía podía ser. Luchaba más que por ideas por sentimientos. No había racionalizado mucho la cosa como pudo hacerlo "Dorrego, el mismo Quiroga, Estanislao López o Rosas. No, él no sabía mucho de letras, ni de cosa escrita ni de ideologías, él intuía, él palpitaba junto a su pueblo y nada más. Era sí un hombre iletrado pero no un ignorante, ni un gaucho pícaro o taimado. Tenía la entereza del tala, era de una sola madera, no necesitaba muchas letras confundidoras, sino algunas pocas, pero que le surgían muy de adentro, del corazón. Tampoco fue un gran conductor de hombres, ni destacado y rico estanciero como su mentor Urquiza o su no apreciado don Juan Manuel. No fue hombre de pasiones sensuales, pues su única pasión fue la paz, el bienestar y la tranquilidad de su pueblo, que él representaba y del que se sabía fiel representante. Fue hombre de una sola mujer y con su amada Victoria recorrió los confines de la patria, siguiendo sus consejos y sus recomendaciones. Una sola mujer. No se extravió en amantes como Facundo por más que Pedro de Paoli sostenga lo contrario, pues su vecino de Anajuacio fue infatigable amador de muchas mujeres, como don Juan Manuel, como Lavalle, como Pancho Ramírez como Justo José de Urquiza que él solo y con sus doscientas amantes pobló medio Entre Ríos. Fue hombre de templanza. Nunca nadie pudo decir de Peñaloza que fuera borracho, como sí se puede afirmar con exceso y con muchos testimonios del fraile Aldao o del Zarco Brizuela o de Alejandro Heredia o de Linares y de tantos otros caudillos. Tampoco amó la riqueza. Pues sus bienes eran casi exactamente iguales a los de sus hombres. Tenía sus tierras de Guaja, tenía sus animalitos, tenía los enseres de una modesta casa y de un modesto gaucho. Vestía como sus hombres, comía y vivía como ellos, era -en definitiva- uno más de ellos. Por la riqueza, como digo, fue exactamente igual a ellos. ¡Quiroga sí fue rico! Muy rico, exageradamente rico. Rosas fue riquísimo. Los otros caudillos como Ibarra, Heredia, Estanislao López, Dorrego, no eran pobres, pero no fueron ricos como aquellos dos que destacaron por serlo.

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Peñaloza, fue, quizás, el más pobre de todos, el desprendido, el descarnado. Y que era así fue toda su vida, lo muestra y señala uno de los últimos testimonios del caudillo riojano cuando poco antes de su muerte, entró a La Rioja, vistiendo poco más que harapos, modestamente, como un gaucho más. Y así como no fue ni un destemplado, ni un codicioso ni un lujurioso, no fue ni iracundo ni rabioso. No usó su poder para demostrarlo. Ni para rebajar la dignidad de nadie, ni para mostrar soberbio, que él estaba por encima de los demás. Y esto, lo de su siempre mesurada conducta, más allá de todas las otras y contenidas pasiones, lo destacan de entre todos. Son conocidas las anécdotas, cientos de ellas, de cómo se divertía Facundo jugando al gato y al ratón con sus víctimas, por broma, por soberbia, por rabia. A veces, es cierto, perdonaba, no siempre, pero siempre mostraba que él era el señor de horca y cuchillo, que en él resumía el poder total, arbitrario y absoluto, que los hombres y mujeres dependían de su estado de ánimo. Y así como perdonaba, mandaba fusilar o acuchillar o lo que fuera. Y es sabido el particular sentido del humor, cruel y sanguinario de Rosas, originado en saberes y sentirse el patrón de patrones. Y nombramos a Lavalle y nombramos a Ibarra, a Ramírez, a Heredia, a Várela mismo que en más de una oportunidad mostró la hilacha y mandó matar sin causa, injustamente. Peñaloza fue distinto. Amablemente convencía o no, dialogaba, interrogaba, pero nunca ni fusilaba, ni mandó matar, ni se vengó, ni su furia fue desorbitada, desatentada o irrefrenable. No, por el contrario, lo que le surgía de esas luchas ásperas brutales, de esos enfrentamientos sin cuartel y sin piedad, era una actitud de buen cristiano, de hombre cabal, de alguien que odiaba la sangre y las furias que desatan las guerras y, más que nada, las guerras civiles. En muchas oportunidades perdonó, comprendió y dejó que la prudencia y el sagrado respeto por la vida ajena campeara por sus respetos. Cuando concreta el tratado de la Banderita y devuelve todos sus prisioneros a los que ha tratado con singular aprecio y respeto y Rivas no devuelve a ninguno de sus muchachos, la amargura lo invade, la consternación, la impotencia de enfrentarse con su bonhomía y su bondad a enemigos crueles, sanguinarios y estúpidos. Por eso a la hora de mostrar ejemplo, un referente de aquellos tiempos, este hombre serio, severo, arraigado profundamente a su suelo, a sus costumbres. Hombre de palabra, de sentimientos cristianos, y tantas y tantas virtudes, se nos ocurre pensar que Peñaloza fue dentro de sus limitaciones, el más humano, el más cordial y amable, el más manso de los caudillos argentinos. Sin dudas, el mejor.

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PARTE I Camino a Pavón

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La batalla de Pavón es quizás uno de los hitos más significativos de nuestra historia institucional. El 17 de septiembre de 1861 luego de una batalla entre las fuerzas de la Confederación mandadas por Urquiza y las de Buenos Aires por Bartolomé Mitre quizás uno de los episodios mas controvertidos, lleno de suspicacias e interpretaciones, Urquiza se retira del campo de batalla luego de, para algunos autores, haber triunfado y le deja la victoria a Mitre que se retiraba creyéndose vencido a la ciudad de Buenos Aires. Algunos autores hablan del triunfo incontestable de Urquiza, otros no, y algunos se refieren a una suerte de pacto preestablecido entre hermanos masónicos que había dispuesto la derrota de la Confederación. Se acepte o no cualquiera de estas posturas, todas basadas en documentos similares quizás pero con distinta lectura lo único que queda claro es que Buenos Aires en esta precisa fecha comenzará a imponer su política centralista sin que le ponga freno a aquello que establecía la constitución del 53 de el régimen federal como adoptado por el país de manera definitiva. Nunca quizás, algo tan taxativo y claro comenzó a hacer sistemáticamente violado y olvidado, pues a partir de aquella fecha se puede decir que el federalismo va paulatinamente desapareciendo teniendo como figuras opositoras a Peñaloza asesinado en Olta el 10 de noviembre de 1863 y la derrota con traición incluida en Pozo de Vargas el 10 de abril de 1867, escenas finales y trágicas de algo que en Pavón había comenzado a ejecutarse como política de estado y como visión segura y firme de los hombres de Buenos Aires. Mariano Pelliza en su obra “La organización Nacional” expone lo que en su momento supo decir el representante de Santa Fe doctor Seguí, sintetizando las razones fundamentalmente económicas que van a determinar el rumbo definitivo que adoptaría el país. Decía Seguí: “que el artículo sobre rentas generales era la única base posible a la nación que se creaba, del gobierno común que se reducía a fórmula; y suprimido él o substituido con algún otro que le mutilase o acortase su extensión, no grande a la verdad, resultaría quimérica la formación del ejecutivo nacional, de las cámaras legislativas, del tribunal supremo de justicia, de los ejércitos de mar y tierra, seguridad de las fronteras, construcción de ferrocarriles, apertura de canales, etc. tornándose imposible cualquier medida de adelanto intelectual o material que tratase de adoptar para cambiar, mejorando la tristísima y desconsoladora situación de ese número de provincias desparramadas sobre la superficie del suelo argentino, que después de su independencia, –decía–, nunca fueron sino, por una impropiedad de lenguaje, ni Provincias Unidas, ni Confederación, ni República, ni otra cosa (lo diré con franqueza) que catorce pueblos aislados, disconformes en todo, menos en hacerse la guerra sin misericordia y suicidarse sin repugnancia”. En realidad ese enfrentamiento entre la Confederación y Buenos Aires a partir del 11 de septiembre de 1852 tuvo altibajos de violencia, traición, soborno hasta que mal que bien se pudo lograr una convivencia mas o menos tranquila que mostraba las posibilidades de realizar una unión definitiva entre las partes sin que fuera necesaria otra guerra fraticida. Quizá esa “paz armada” no tenía el mismo significado ni la misma honestidad en las partes. Suponemos leyendo la correspondencia entre Mitre y Urquiza de 1860, 1861 y 1862 que el que más estaba inclinado por solucionar la división era Urquiza y no Mitre y que éste último a pesar de la fraseología pacifista que utilizara en el fondo buscaba el enfrentamiento que desembocaría en Pavón y que todo el vocabulario melifluo y pacifista no escondía sino un objetivo bélico decisivo. El 30 de junio de 1860 Urquiza aceptaba la invitación de Mitre a ir a Buenos Aires al cumplirse el aniversario de 9 de julio y decía: “demos a los pueblos una muestra practica de concordia y unión personal”. Y afirmaba: “La verdad de nuestros sentimientos de confraternidad hacia

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Buenos Aires y el fin único de mis aspiraciones como guerrero, como magistrado, como argentino”. Y tiempo después fechada en San José el 24 de agosto, le diría a Mitre: “La grande obra que hemos emprendido y que como usted dice, debe ser una fiesta nacional para todos sin excepción, debe ser también la obra de todos. La unión de los pueblos y la concordia de los ciudadanos será real cuando los hombres de patriotismo y de altura hayan logrado extirpar las antiguas prevenciones, los antiguos odios que nos han dividido tanto tiempo en dos bandos opuestos y encarnizados, y cuando cesen las exclusiones injustas y desaparezcan los antiguos colores de partido. Pero ya por ese entonces los aires de guerra habían comenzado a influir en ambos dirigentes. El rechazo por parte de los representantes de las trece provincias a la elección realizada por Buenos Aires de sus representantes al Congreso fue la causa principal de que nuevamente sonaran los tambores de guerra. Tal como lo diría en esa misma fecha y en otra carta Urquiza: “la desunión o la guerra, o cosa que lo valga, sólo es imputable a los que por impremeditación o por delirio, impiden que el pueblo de Buenos Aires verifique una elección que esté de acuerdo con la Constitución, o con el modo de interpretarla del único poder que según la misma, es juez exclusivo en tal asunto. Ahora, aún cuando hubiese influido yo porque no se admitiese; no los elegidos por Buenos Aires, sino la elección viciosa o irregular, jamás pude temer que Buenos Aires se resistiese a una nueva elección; jamás pude proponerme la situación que Ud. me denuncia, y que allí solamente se ha producido. Tan inesperado ha sido eso para mí, que se me había figurado que Ud. decía a todos si era rechazada la elección, mandaría practicar otra nueva en el acto. Ud. sabrá si este hecho es cierto. Por último déjeme decirle que no creo que el pueblo de Buenos Aires prefiera la lucha, a una elección legal. Sus poderes públicos sí, porque desgraciadamente los odios y las resistencias con que Ud. luchaba han vencido a usted, y a ellos se sacrifica ese pueblo educado en la mayor subordinación. Poco menos de un mes después el 10 de mayo Mitre le diría a Urquiza justificando que ya se hablara abiertamente de que la única forma de dirimir la cuestión era por las armas. Y así le expresaba: “Ya he dicho a Ud. antes que el acto del rechazo es injurioso, no porque una desaprobación legal sea una injuria, sino porque tal es el carácter que se le ha dado. No es este un pretexto como usted parece creerlo, que hayamos nosotros buscado, para romper la unión y provocar la lucha. Nosotros no hemos creado el pretexto; por el contrario, se ha inventado una cuestión de forma para cerrarnos las puertas del Congreso, obstando a la unión que íbamos a hacer efectiva; y hoy mismo estamos dispuestos a hacer efectiva la unión en santa y buena paz, aun cuando usemos de nuestro derecho al no prestar nuestro asentamiento a lo que creemos injusto e ilegal. Sin provocar, ni temer la lucha, yo hago algo más, hago como patriota lo posible para evitarla. Esta es la razón por que aún cuando estoy decidido a no practicar nueva elecciones en virtud de la determinación que se nos ha comunicado, no he querido decírselo oficialmente y de una manera abierta al Gobierno Nacional, a fin de retardar la ruptura mientras podamos entendernos como seres racionales y como hijos de este pobre país, tan despedazado por la guerra”. Es curioso en este epistolario el constante deferente trato, el uso continuo por ambas partes al reconocimiento de la hombría de bien de cada uno y a la frecuente referencia a que todo llevaba incuestionablemente al desenlace bélico. No había palabras

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altisonantes, no había expresiones agraviantes sino que todo hace pensar un diálogo amistoso y fraternal y la verdad es que ambos esgrimían el palo y el balazo como argumentos más sustantivos y definitivos. Y así se expresaba desde el palacio San José el 4 de junio de 1861, Urquiza: “Pero permítame observarle por última vez, que en la guerra que se provoca, tendré siempre las ventajas que da la justicia y el derecho de los pueblos”. Altisonantes frases que serian contestadas por Mitre el 21 de junio con un lenguaje lamar de franco y cabelleresco: “Mi carta, si usted quiere, era una declaración franca de guerra de caballero a caballero; pero no envolvía un ultimátum: por el contrario, era una contestación a su ultimátum y al de Paraná. Yo dije a usted con tiempo que no haríamos elecciones, que no podíamos hacerlas. Usted me contestó que debíamos hacerlas, y que usted sostendría la resolución de la Cámara. A esto dije que si se empeñaba en tal cosa vendría la guerra, y que el único medio de evitarla, el único, era hacer un compromiso en virtud del cual Buenos Aires practicase nuevas elecciones por su propio consentimiento, aunque fuese por la ley nacional; refiriendo al Congreso integrado a la solución de las cuestiones que nos dividían o podían dividirnos”. En una u otra forma, reconociendo la gravedad de la situación y casi hasta último minuto Urquiza y Mitre se decidirían por la solución que según ellos ninguno quería, pero que en el fondo estaba cantada: la guerra, podemos suponer que en ambas partes más allá de los conceptos cariñosos y amigables que se endilgaban uno a otro, persistía la desconfianza o desear que el otro desapareciera definitivamente, o muerto o retirado de la vida política. Con veinte años menos, Mitre mostraba mayor pujanza que el fatigado y maduro Urquiza al que muchos justificarían por su alejamiento casi total de la vida política luego de Pavón más que por el triunfo no deseado por la vida confortable y retirada en su lujoso palacio de San José. Pero “el reposo del guerrero” haciendo valer razones absolutamente egoístas dejaría en la estacada a sus partidarios del interior que siguieron creyendo hasta muchos años después que Urquiza no los había abandonado pues no querían reconocer que el valiente y convocante líder del federalismo había colgado los guantes. El enigma de Pavón Muchas y contradictorias son las versiones que los analistas e historiadores hicieron sobre la batalla de Pavón. Para unos Pavón fue un triunfo de Urquiza pero que por razones que solo él conocía se retiró del campo de batalla dejando que el triunfo lo asumiera Mitre. Para otros fue una suerte de batalla con desenlace previsto y la cuestión de que ambos jefes militares fueran masones y hermanos lo explicaría debidamente. Pavón fue para estos historiadores algo absolutamente previsible. Uno, Urquiza fuera cual fuera el resultado tendría que aceptar su derrota. Y para otros, quizás los menos, el triunfo de Mitre fue indudable. Veamos lo que supo escribir Mariano Pelliza sobre Pavón: “Cuarenta mil hombres buscándose para destrozarse, en obsequio de la funesta discordia, y para saber quienes, al día siguiente recogerían los frutos del desastre; del desastre decimos, porque en tales jornadas no hay gloria. Por otra parte, V.E. sabe que yo he estado enfermo durante toda la campaña. Me levanté de la cama para asistir a la marcha y combate de todo el día. Las fatigas físicas y morales de la jornada habían agravado mi enfermedad notablemente. Cuando después de tantos años de fatigas y de sacrificios, de tantos servicios, no sólo con desinterés prestados, sino a costa de la fortuna de mis hijos, me veo aún precisado

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a recomenzar siempre de nuevo la ingrata tarea de volver por las armas las cuestiones que agitan al país, no es raro que desee haya quien me suceda en ella, sin excusarme sino por el momento en que mi salud me imposibilita y mientras no sea absolutamente necesario. Los dos generales se atribuyeron el triunfo, pero, la retirada de Urquiza con sus cuatro mil entrerrianos que repasaron el Paraná, sin haberse comprometido seriamente en el choque, dejaba abierto el campo al ejército porteño, que sin demora inició nuevamente las operaciones posesionándose del Rosario. La escuadra federal que tenía instrucciones para atacar a la de Buenos Aires tan pronto como se rompieron las hostilidades, no sólo dejó de cumplir la orden, sino que, sus buques se entregaban sin combatir al jefe enemigo, como en cumplimiento de premeditado arreglo. Esta conducta inexplicable servía de síntoma revelador para caracterizar la situación. Tales fueron los actos con que el general Urquiza dejaba comprender su divorcio político con la presidencia y sospechadas vinculaciones con el gobernador de Buenos Aires”. Pero Pelliza va más allá de la batalla en sí al referir acontecimientos inmediatamente posteriores por parte de las fuerza mitristas: “Las fuerzas vencedoras en Pavón penetraron al interior de la república continuando la guerra civil, porque los elementos militares abandonados por el presidente Derqui eran de cierta consideración. Felizmente, el más temible de los caudillos federales por entonces, el gobernador de San Luis, general don Juan Sáa, había pasado a Chile, lo mismo que el vicepresidente Pedernera y otros jefes sostenedores del extinguido gobierno”. Y sobre el mismo tema el historiador Santos Martínez en su trabajo sobre Peñaloza, al referirse específicamente a Pavón, dirá: “En esta batalla y en los sucesos posteriores de Argentina, figuraron jefes orientales del partido colorado en puestos de gran responsabilidad. Venancio Flores mandó la vanguardia de Pavón y fue el autor de la masacre de Cañada de Gómez. Wenceslao Paunero, jefe de la expedición a Córdoba, también era oriental colorado, al igual que Ambrosio Sandes, notable por su crueldad en esos años 1862-1863. Arredondo, el terror de las chusmas, era de la misma nacionalidad e igual partido como Ignacio Rivas. Mitre debería retribuir los eficaces servicios de estos militares y políticos, para que pudieran actuar como en su patria. Entonces “Urquiza pudo caer en la cuenta –afirma Busaniche– de que su inexplicable retirada del 17 de setiembre de 1861, no sólo había producido el hundimiento de sus propios amigos argentinos en las provincias (la cabeza de Peñaloza era símbolo y emblema de todo aquello), sino de que el gobierno blanco del Uruguay, protegido en su hora por el presidente de la Confederación Argentina, iba a ser aplastado por enemigos extraños ante sus propios ojos sin que pudiera servir de Cireneo en aquel Calvario”. En “Investigaciones y ensayos” Nº 29 Beatríz Bosch califica de gesto de grandeza la retirada de Urquiza. Al escribir “La repercusión de Pavón”, dirá: “Los esfuerzos realizados por el gobernador Urquiza para evitar la guerra fueron estériles. Al comprender la escasez de medios de que disponía, puesto que la Confederación atravesaba por graves dificultades económicas, aconsejó aceptar las gestiones oficiosas de los ministros plenipotenciarios de Francia, Inglaterra y Perú, acudiendo, además, a entrevistarse con Mitre a bordo del Oberón. Sus palabras conciliadoras carecieron de eco en los círculos oficiales de Paraná. Insidias, intrigas oscuras y hasta traiciones, descubrió a último momento, sin hallar respaldo político firme en el gobierno de la Confederación.

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Fracasadas las negociaciones comenzaron las hostilidades, que culminaron en la batalla de Pavón el 17 de setiembre de 1861. Desobedecidas sus órdenes, con un ejército en gran parte bisoño, en desbande la infantería, Urquiza comprendió lo inútil de su sacrificio y abandonó la lucha antes de definirse el encuentro bélico. Nada pudieron los ruegos del presidente Derqui y el vicepresidente Pedernera. El entrerriano respondió a sus íntimos que había sido traicionado… La retirada de Urquiza hacia el Rosario ha sido juzgada de muy distintas maneras. Entonces y después. Pero mientras no se demuestre lo contrario, coincidimos con aquellos que sostienen que tal actitud constituyó el acto más grande de su vida, porque sacrificó su gloria militar al propósito de la unidad nacional, y se alejó del campo de Pavón dejando en él un vencedor que todavía no había vencido. Poco después la organización nacional quedaría definitivamente sellada. Con ha expresado con justeza Leoncio Gianello, ésta había sido, desde el pronunciamiento hasta Pavón, un camino de gloria y de sacrificio para Urquiza. Era su anhelo y, primordialmente, su obra. No faltarían, empero, la incomprensión agraviante y el susurro de los corrillos: “El general se ha vendido a los porteños”. A veces, el amor terruñero acorta la visión de la patria, el árbol no deja ver al bosque, y un sentimiento de entrerriania reacio y zahareño se encrespaba en incomprensión ante aquella grandeza. Desde los días de Pavón arrancaron, pues, los recelos e incomprensiones que en Concepción del Uruguay y en otros pueblos de Entre Ríos fueron creciendo año tras año, lo que sumado a otros hechos a los que más adelante nos referiremos, signaron toda la década y habrían de culminar con el levantamiento jordanista de 1870 y los luctuosos sucesos de San José”. En otro trabajo el delegado papal de Pío Nono y refiriéndose a Urquiza diría del espíritu de colaboración hacia la delegación apostólica hablando de las muchas acciones realizadas por Urquiza en beneficio de la iglesia y entre otras cosas habla de la edificación de la iglesia de Concepción del Uruguay en la que gastó cien mil escudos como además otras copiosas donaciones para arreglar otros templos pero, en la parte específicamente de Pavón también se expresará al respecto dando a conocer sus impresiones personales sobre Urquiza y sobre los hechos de esa fecha. Veamos: “El señor Urquiza (…) es robusto, sumamente sobrio, muy animoso y activo. Su conducta moral en otro tiempo fue desarreglada; pero ahora, que se ha casado con una buena joven, hija de un genovés, lleva vida correcta y loable. Es ingenuo, afable y generoso, pero firme; muy devoto de Nuestra Señora del Carmen, cuyo escapulario lleva y de quien cuenta hechos prodigiosos. Pasa por ser el hombre más rico de América Meridional, y goza de grandísimo prestigio en la Confederación y fuera de ella. Lo cierto es que tanto el presidente de la Confederación como el general Urquiza, en el breve tiempo que pasaron en Buenos Aires, dieron un grandísimo escándalo incorporándose a la secta masónica en forma pública y solemne. Estoy persuadido de que el general Urquiza, proclive a dejarse seducir por falsas apariencias, entró en aquella secta sin conocer su esencia y su verdadera finalidad. No podría asegurar lo mismo respecto del presidente, tratándose de persona letrada y doctor en leyes. No es, empero, improbable que se haya inscripto en la masonería por miras políticas, considerándolo como un expediente para mantenerse con más seguridad en el poder. Más cualquiera que hayan podido ser sus intenciones, asociándose a una secta condenada por la iglesia y despreciada por toda persona de sano juicio, el papel que ellos han representado con aquella farsa los ha cubierto de ignominia y apenado

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profundamente a los buenos. Ello no obstante tiendo a creer que entre ambos seguirán respetando a nuestra Santa Religión y aun favoreciéndola, al menos por propio interés. El 17 del corriente el ejército de Buenos Aires presentó batalla al de la Confederación, el cual no pudo evitarla. Se ignoran, sin embargo, los particulares de este hecho de armas. Dos despachos y personas llegadas del campo de batalla informaron solamente que la infantería de Buenos Aires deshizo al principio la de la Confederación, poniéndola en fuga y tomándole todos sus bagajes; que, en cambio, el general (Juan) Saá, a la cabeza de la caballería de la Confederación, dispersó toda la de Buenos Aires y la persiguió por largo trecho, y que al volver conociendo el desastre de los suyos, se echó de improviso a las once de la noche sobre la infantería de Buenos Aires, que despreocupadamente festejaba la victoria, e hizo de ella una enorme matanza, recuperó los bagajes perdidos, le quitó parte de los de ella y condujo consigo muchos prisioneros. En el momento el mencionado general Saá y el general Francia están recogiendo los soldados dispersos de la Confederación y reorganizando el ejército; y corren voces de que el resto de las tropas de Buenos Aires, en columnas compactas, sigue su tirada hacia San Nicolás. El general Urquiza, comandante en jefe de las fuerzas de la Confederación, se dio también a la fuga y abandonándolo todo repasó el río y se volvió a su estancia de San José. Parece, sin embargo, que el general Urquiza se halla más dispuesto a entenderse con el general Mitre que a prestar su apoyo al presidente Derqui; antes, dicen muchos, que Urquiza está tramando desbancar a éste para gobernar después en nombre del actual vicepresidente (el brigadier Juan Esteban Pedernera), quien siendo débil y de pocos alcances, lo dejaría obrar libremente. Lo cierto es que el general Urquiza se muestra descontento con el presidente y además es cierto que en Buenos Aires se lo aborrece y detesta, y que si no toma otro camino prepara su propia ruina y deshonra. En estos días se ha dado un hecho que nadie se esperaba. El presidente Derqui, viendo que el general Urquiza seguía manteniendo secretas relaciones con el general Mitre, y que eran vanas todas las disposiciones que tomaba para continuar con buen éxito la guerra contra Buenos Aires, persuadido, por otra parte, de que no podía sostenerse sin el apoyo de Urquiza y sus secuaces, que son muchos y poderosos, se pasó de improviso durante la noche desde la ciudad de Santa Fe a un barco de guerra inglés, anclado en dicho puerto. En la mañana del 9 del corriente, se hizo a la vela para Montevideo, donde parece que piensa detenerse. Antes de partir dirigió un oficio al vicepresidente, participándole su resolución y agregándole que en la renuncia que presentaría ante la Asamblea Nacional, iba a manifestar los motivos de la misma. Ahora el Poder Ejecutivo, según la Constitución, está en manos de dicho vicepresidente, que lo ejercerá con entera sujeción al general Urquiza. Este, por su parte, desaparecida la sombra que le hacía el presidente Derqui, se muestra ya menos condescendiente con el general Mitre, y poniéndose de hecho en lugar del mismo presidente, va haciendo preparativos para entrar de nuevo en campaña contra Buenos Aires, en caso de que, como es probable, se rechacen por aquel gobierno las últimas condiciones de arreglo por él propuestas. Así la guerra, que él antes detestaba, al estar promovida por Derqui –ahora que éste se retiró de la escena pública– la proseguirá con empeño, consiguiendo a este efecto con su crédito el dinero que falta absolutamente al Gobierno Nacional”.

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En el trabajo conjunto de la Junta de Historia y Letras de La Rioja y la Junta de Estudios históricos de Catamarca también se mencionaba bajo el título de “El extraño desenlace” lo siguiente: “Cuando en aquel 17 de septiembre de l861, las tuerzas de la Confederación y Buenos Aires se encontraron en Pavón, Argentina terminaba de recorrer un camino para continuar por otra senda su destino. El resultado de la batalla dejó asombrados a todos los que intervinieron en ella. El vencedor -Mitre- se enteró de su victoria cuando después de huir se encontraba listo para embarcarse hacia Buenos Aires. Hasta había hecho destruir las municiones y enterrar los cañones que no pudo arrastrar para que no cayeran en poder del enemigo. El vencido -Urquiza— inexplicablemente para sus jefes y tropas abandonó el campo de batalla, siendo que su ejército había llevado una carga estupenda y sólo se esperaban sus órdenes para terminar con los restos de las fuerzas porteñas. Se fue como si se tratase de un personaje indiferente a lo que estaba ocurriendo, sin dar audiencia a las partes que le traían, ni contestar a las preguntas o sugerencias que le hacían sus sorprendidos allegados. La defección de Urquiza produjo el desaliento de sus soldados. Y los 17.000 hombres quedaron abandonados a su suerte. Urquiza no creía ya en la causa cuya representación encarnaba. Estaba espiritualmente ganado por el enemigo. El ejército que mandaba era la expresión militar del viejo partido federal, pero actuaba anarquizado, acéfalo y traicionado. La Masonería En la visita que el año anterior habían realizado Derqui y Urquiza a Buenos Aires, recibieron sendos honores de la logia. A Derqui, juntamente con Mitre, Sarmiento y Gelly y Obes, le fue conferido el grado 33. En cambio, Urquiza obtuvo la afiliación y regularización en el mismo grado. Este acto tenía gran significación política, porque se le presentaba a Buenos Aires la posibilidad de derrotar o dominar a la Confederación, mediante la incorporación de sus hombres influyentes a la logia. Los hechos subsiguientes a Caseros, demostraron que en esta organización debe buscarse el origen de los sucesos políticos, internos e internacionales, en que nuestro país vivió desde entonces. Por este motivo, en esa ocasión Derqui, Urquiza y Mitre "se entendieron en la conversación íntima", como sostiene Heras. Y los periódicos calificaron la visita a Buenos Aires de "cita de la fraternidad", mientras que en El Nacional se la presentaba como "peregrinación a la Meca". La logia pertenecía al rito escocés antiguo y a ella también estuvo ligado el ministro inglés Thornton, de activa participación en los acontecimientos posteriores. Antes de Pavón y ya casi listos para la batalla, Urquiza y Mitre participaban de reuniones en la logia de Rosario y allí se abrazan "fraternalmente". Unos días antes llega al campamento del jefe entrerriano y con salvoconducto de Mitre, Mr. Yateman prohombre de la masonería porteña. Urquiza, que lo recibe con particular afecto, se encierra con él en la carpa. Soborno y defección de algunos jefes Como culminación de esta serie de sucesos desdichados, Buenos Aires gestionó exitosamente el soborno de algunos jefes militares y de la escuadra, mediante el pago de elevadas sumas. Como es natural, estas infidelidades produjeron un serio contratiempo en la capacidad combativa de las fuerzas confederales. En fin: masonería, cartas olvidadas, enemistad, traición y soborno. Todo puede creerse, menos el motivo invocado por Urquiza: que se retiró del campo, porque

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"cuanto más sangrienta ha sido la batalla, tanto más ha trabajado mi ánimo y ha despedazado mi corazón". Extraña actitud de un hombre que había pasado su vida en medio de acciones militares y a quien, por consiguiente, no podían perturbarle los fragores del combate. Los partes del encuentro emitidos por Urquiza y Mitre eran contradictorios”. Con el deseo de traer más opiniones a este debate en el: Boletín de la Academia Nacional de la historia “Vol. 74-75” se desmiente el pretendido “misterio de Pavón”. “No ha habido tal enigma. Espíritu realista, Urquiza comprendió la inutilidad de sus esfuerzos en la coyuntura presentada frente al poderío económico de Buenos Aires, producto de un determinismo geográfico, ya anunciado en el siglo XVI por el oidor Juan de Matienzo. Una lucha nueva y prolongada traería el caos, retardando el progreso. Optó por salvar a sus comprovincianos y dar un paso al costado. Cedía el lugar a una generación más joven –Mitre tenía veinte años menos que él– y a un equipo de gobierno más experimentado. Quienes difunden la falsa especie de un arreglo previo entre Mitre y Urquiza para el retiro de éste del campo de batalla, pasan por alto la intransigencia del primero en las conferencias fracasadas por la mediación de los ministros extranjeros y sus actos posteriores al encuentro del 17 de septiembre. Inmediatamente el gobernador de Buenos Aires invade la provincia de Santa Fe, se apodera de la aduana de Rosario y de la escuadra nacional, amenaza a Entre Ríos con un movimiento de tenazas, por una presión desde el sur, y proveniente por el norte un intento subversivo en la provincia de Corrientes. Pretende, en fin, el ostracismo de Urquiza, cuya audaz exigencia es rechazada de plano por la Legislatura entrerriana. Es necesaria la gestión del ex vicepresidente Salvador María del Carril para llegar a la paz. El 28 de enero de 1862, Entre Ríos autoriza a Mitre a convocar un nuevo congreso legislativo. Han transcurrido cuatro meses desde el encuentro de Pavón. En otra actitud ejemplar, única, Urquiza ofrecerá su colaboración al presidente Mitre, aun contrariando sentimientos íntimos, al ponerse a su disposición durante la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay”. Y como aclarando más las cosas se agregaría lo siguiente: “Por fin, en la jornada bélica del 17 de septiembre, luego de que la infantería porteña se impusiera a la adversaria, y de que la caballería federal dispersara por completo a la bonaerense, Urquiza, consciente de lo vano del repetido intento de reintegrar por la fuerza a Buenos Aires, personalmente sin voluntad de combatir para obtener una victoria que a otros aprovecharía, sintiendo ajada su autoridad por el reiterado desobedecimiento de sus órdenes y con el convencimiento de ser víctima de una traición, tomó el desconcertante partido de retirarse con sus fieles entrerrianos del campo de batalla, quedando ésta indecisa. Sin detenerse en territorio santafesino, cruzó hacia el Diamante y se encerró en San José. Al referirse a ese itinerario recorrido subrepticia y apresuradamente una mujer rosarina que se sintió compelida a enfrentar al caudillo con la verdadera “expresión unánime de todas las clases de esta sociedad de nacionales y extranjeros”, porque no creía que “los aduladores miedosos que lo puedan rodear sean capaces de decírselo”, le recriminaría con toda la vehemencia propia de su sexo: Desde las doce de la noche del 17 de septiembre que se supo todos los detalles de la batalla, todo el mundo quedó absorto de que Ud. hubiera pasado tres horas antes por la orilla de la ciudad, haciendo desbandar un tan numeroso ejército sin ordenar un punto de reunión, para que sea soldadesca se disemine por donde le de la gana arrasando todo cuanto encontrase en esta desgraciada provincia, digna por tantos títulos de otros miramientos por parte de Ud.

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La noche de la batalla de Pavón, en Rosario sólo había quedado de guarnición el batallón Libertad, 1º de Guardias Nacionales, compuesto de comerciantes, dependientes, artesanos y muy pocos jornaleros. A su cargo estaba don Tomás Peñaloza, primo del caudillo que sería asesinado en Olta dos años más tarde, y su segundo comandante era don Camilo Aldao. No sobrepasaban las 200 plazas, a las que se sumaban unos cien hombres de caballería “exceptuados del servicio activo por su edad o sus enfermedades”. Y por último Julio Victorica el eterno secretario de Urquiza en su libro “Urquiza y Mitre” capítulo 17 al referirse a este encuentro bélico, hito en la historia de las confrontaciones argentinas, diría: “Queda dicho, el ejército nacional se detuvo en Pavón. La razón que hubo para eso fue, que el general en jefe, teniendo en cuenta que las infanterías de que disponía eran, en su mayor parte, recién armadas, y casi sin instrucción militar, decidió esperar allí el ataque, pues con tales elementos consideraba imprudente iniciarlo, mediando además la circunstancia de que la caballada no era suficiente para emprender operaciones. En una palabra, en la batalla de Pavón las infanterías del ejército nacional, salvo una muy pequeña parte, fueron vencidas, o más bien, se dispersaron sin combatir, y en cambio, las caballerías del de Buenos Aires fueron también vencidas por las nacionales. Por eso resultó el caso, muy raro, de que los dos combatientes quedaron en el campo de batalla, es decir, la infantería del ejército de Buenos Aires y las caballerías del ejército nacional, con sólo tres cuerpos de infantería. Durante la batalla, ni después de ella, el general Urquiza no recibió ningún parte de los jefes de la izquierda de su ejército –que también había derrotado la derecha enemiga–. En balde mandó varios ayudantes en busca de las noticias que no llegaban. Sólo volvió el capitán Fermín de Irigoyen diciendo, a nombre del general Francia, que todo estaba perdido y que el general Urquiza debía salvar a los entrerrianos. El general Urquiza se retiró al paso, y cuando llegó al sitio en que habían quedado los bagajes, pudo apercibirse de que los dispersos de la infantería cordobesa lo habían saqueado todo, hasta su propio equipaje. Esto lo disgustó mucho, a tal punto, que si tuvo la intención de reorganizar el ejército, sobre la base de la infantería que le quedaba y de toda la caballería, hasta entonces victoriosa, desistió de ello, continuando su retirada en dirección al Rosario, de donde siguió hasta el Diamante. Alguien aseguró entonces, haberle oído decir, que si quedaba el ejército, habría tenido que fusilar a todos los ladrones. Por su parte Urquiza, desde Concepción del Uruguay, el 25 de noviembre de 1861 le enunciaría extensa carta al gobernador de Entre Ríos explicando lo relativo a la batalla de Pavón y sus consecuencias: “Todo sacrificio que se llegase a exigiros para sostener el edificio ruinoso del gobierno nacional sería inconsiderado y estéril. Agotado el tesoro de la nación, ya no es posible formar un ejército, y la guerra individual de las provincias, importaría de suyo la caducidad de la autoridad nacional”. Por lo mismo, que la provincia de Entre Ríos es la que más se ha sacrificado por resolver el problema de la unión constitucional de la República, tiene el derecho de contemplarse a si misma antes que continuar en la senda, donde atraería sobre ella todos los males de la guerra, sin que pudiese halagarla el éxito, sino el temor después de haber sufrido aquellos, de cosechar mayores decepciones.

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La guerra no puede sostenerse un día más, si la provincia de Entre Ríos no se echa encima toda su ominosa carga, y envía a su costa sus hijos nunca compensados de sus servicios, a sostenerla allí, mientras se expone a que su territorio se haga el teatro de la lucha. El gobierno nacional reclama mi concurso y el de la provincia como lo único que puede ofrecer en holocausto a su autoridad de ruina. Yo no puedo exigirle a Entre Ríos sea una victima que sacrificar al honor de sostener hasta el último trance “una cuestión entre hermanos”. Desgraciados somos los argentinos hace cincuenta años, porque luchamos sin fin despedazándonos por las conveniencias de las formas políticas, en que somos inhábiles precisamente porque nos hemos achicado con nuestras reyertas incesantes y nuestras luchas las tomamos, por nuestro natural ardiente, con el entusiasmo que solo merecía una guerra extranjera. ¿Qué nos promete la unión bajo las condiciones en que los sucesos la han colocado? Una lucha desastrosa. ¿Qué nos promete una separación temporaria? La paz y marchar por ella a la reconstrucción tranquila de esa misma nacionalidad que no queremos perder. Y puede un necio orgullo personal sacrificarnos por lo primero. Las autoridades nacionales existentes han perdido todos los elementos que constituyen el poder, y que establecen el derecho de imponer su voluntad. La provincia de Entre Ríos debe volver a ser lo que fue el 1º de mayo de 1851; debe reasumir su soberanía y sustraerse a la lucha. Su ejemplo será seguido y la paz lucirá pronto para toda la República. Este hecho la coloca en plena paz con Buenos Aires, como con las demás provincias argentinas, que pronto hallarán el medio de volver a poner en vigencia la Constitución federal jurada, en paz, en unión y libertad, como corresponde a Estados cultos, y no despedazándose bárbaramente porque tales o cuales hombres ocupen el poder. Puedo y debo expresar a V.E, “que cuento con la garantía del gobernador de Buenos Aires, general en jefe de su ejército, para asegurar que colocada la provincia en las condiciones de su autonomía política, ninguna hostilidad le será inferida, y que, reconocida como base sine qua non de toda unión posterior, la Constitución federal jurada, no sólo se le reconocerá el mérito de haber contribuido a la cesación de la guerra, sino a la conservación del sagrado código, a la que únicamente podía dedicar sus últimos esfuerzos, hasta los mayores sacrificios”. No embargue el temor de falta de otras garantías más positivas para la resolución que corresponda, porque la provincia tiene sobrado poder para resistir todo ataque injusto y toda humillación que quiera imponérsele; dígalo para quienes no tengan como yo la confianza de que esto no ha de suceder. Sin dejar la bandera de nuestros mayores, ni abjurar la ley de unión porque tanto ha combatido, ahora el pueblo de Entre Ríos se halla en el caso de declarar, que no derrama su sangre, ni compromete sus intereses sino en defensa propia y en guerra nacional. Basta ya de sacrificios estériles y nunca compensados. La retirada del general Urquiza del campo de Pavón, haciendo abnegación de todo, de su fama militar, de su prestigio e influencia, hasta de su gloria, por sustraerse a una guerra que había perdido su carácter regular, para convertirse en una lucha civil, cruenta y desastrosa, ha de merecer, no el fácil e irreflexivo vituperio de la pasión política, sino una atención especial de los historiadores del futuro. Hay una marcada analogía entre esa conducta del general Urquiza y la del general San Martín, después de la conferencia de Guayaquil. San Martín y Urquiza han desaparecido sin revelar algo de lo que todavía –en uno y otro caso– es para todos un misterio”.

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PARTE II El Chacho bandido y vergüenza de la

humanidad

“Bestializó al adversario con lo cual sustituía el conflicto por la barbarie,

el antagonista por la bestia”.

“Una guerra civil no es una causa, es una barbaridad”.

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Cuando hablamos de “El Chacho y Urquiza, Historia de una traición” lo hacemos luego de estudiar las tres versiones historiográficas que surgen de aquellos autores que han tomado partido por uno u otro de estos protagonistas. Y lo hacemos recordando una interesante cita de la novelista española Almuda Grandes en su libro “El corazón helado”. En él dice la autora: “los traidores se traicionan así mismos antes que a nada o a nadie. Eso, la falta de respeto hacia uno mismo que implica cualquier traición, es tal vez lo que los hace tan despreciables”. De acuerdo a la abundante bibliografía surgida de estos tiempos de fines de las guerras civiles se nos ocurre pensar que la misma podría ser sistematizada en tres interpretaciones: historiográficas de esta época. Primera interpretación: En esta primera categoría ubicamos a aquellos historiadores, periodistas o escritores que asumieron sin haberse aún terminado los enfrentamientos de las guerras, una posición absolutamente anti Urquiza. Serían los abanderados del federalismo a ultranza, aquellos que veían en Peñaloza a pesar de sus limitaciones de todo tipo el paradigma de lo que para ellos era la buena y tradicional postura federal. Apego a la tradición, a las situaciones provinciales y a la defensa a ultranza de las economías regionales. Era la postura antitética en contra del puerto y era además reivindicar aquello que había escrito Alberdi y que hicieron suyo los congresales de Santa Fe al redactar la Constitución del 53 en la que se decía taxativamente que nuestra República tendría un régimen representativo, republicano y federal. Los que escribieron atacando a Urquiza con pasión y poca imparcialidad fueron escritores como José Hernández, Eduardo Gutiérrez en sus novelas populares, Alberdi desde París elogiando a la figura de Peñaloza y luego con el tiempo los escritores revisionistas del siglo XX tales como José María Rosa, Ernesto Palacio, Dardo de la Vega Díaz, Juan Zacarías Agüero Vera, Héctor Barrionuevo y otros. Para estos autores la actitud de Urquiza luego de Pavón se constituyó en una verdadera traición, pues desconoció olímpicamente a sus más cercanos seguidores, a los que una y mil veces dijo que no respondían ni a sus convicciones ni menos a los tiempos de legalidad que se iniciaron luego de Pavón. Lo que más pusieron de resalto estos autores es que Urquiza puso una suerte de velo sobre su pasado de líder federal, y luego de Pavón se aisló en Entre Ríos, negó a sus seguidores, apoyó al gobierno de Mitre y poco o nada dijo cuando éste entró a sangre y fuego en el interior del país para uniformarlo tras el ideario mitrista. La postura de estos historiadores es y fue tajante: Urquiza fue simplemente un traidor. Segunda interpretación: La segunda interpretación es aquella en la que podemos ubicar a la mayoría de los escritores liberales como Mitre, Ricardo Levene, Leopoldo Melo y tantos otros que defendieron a ultranza también la posición de Urquiza y la justificaron en todo sentido. Algunos escamotearon documentación comprometedora, otros la ignoraron y muchos (tal el caso de Levene) desconocían y desconocen el sentido de la resistencia del interior al extremo que al hablar de Varela, Levene lo llama Pedro Varela en el tomo correspondiente de la Academia Nacional de la Historia. No solamente desconocía su lucha sino que desconocía hasta su nombre, pero ello no era ni fue obstáculo para la descalificación en totalidad de los caudillos federales. Es cierto que Mitre nunca mostró el más mínimo afecto por los caudillos pero ello no tenía por qué llevarlo a actitudes y escritos absolutamente parciales. De todos estos autores la que quizá mejor representa esta interpretación aunque con más equilibrio en sus juicios es la de la historiadora entrerriana Beatriz Bosch. En todos sus libros, casi todos referidos a Urquiza reivindica la postura de éste luego de Pavón y habla que lo que hizo no era sino apoyar al gobierno legal del presidente Mitre, dejar de lado como irrecuperables a los caudillos federales y abstenerse en todo sentido de

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reivindicar esas banderas. Bosch hace una referencia amistosa a Peñaloza pero lo ubica entre los equivocados los buenos y equivocados federales a los que el tren de la historia los había dejado de lado. Tiene hacia el caudillo riojano conceptos medulosos y no descalificantes pero justifica en todo sentido la actitud de Urquiza. Tercera interpretación: En la tercera interpretación que es más rebuscada pero que existe podemos ubicar lo que escribió Ramón Gil Navarro. Este autor que estuvo muy próximo a Urquiza en tiempos de la Confederación, y que gozó de su amistad también tuvo sino una relación de amistad personal con Peñaloza si observó una adhesión absoluta a su lucha y su estilo de acción. De esta postura surge una interpretación no descalificante de Urquiza como lo hicieron los primeros ni tampoco una descalificación, al contrario de Peñaloza y las luchas federales. Esta tercera interpretación no fue seguida por muchos autores pues más bien ha primado el apoyo o la negación irrestricta por uno u otro caudillo. Pensamos que en Urquiza se puede delimitar dos tiempos en forma taxativa. El primero toda su historia en pro del federalismo que lo distanciaría de Rosas y que lo llevaría no solamente a enfrentarlo y a eliminarlo del mapa sino también a constituir el país y conformar una Confederación sin Buenos Aires, pero proclive a la integración definitiva. Tiempo que termina abruptamente en Pavón. Este primer tiempo lo estimamos el más brillante y noble de Urquiza, pero el segundo tiempo que va desde Pavón a su asesinato en 1870 es la contracara de aquel: oscuro, sin vuelo, fiduciario y absolutamente sin mayor brillo. Uno de los personajes quizá más originales de esos tiempos posteriores a Pavón cuando el interior es sistemáticamente invadido por los mitristas es Ramón Gil Navarro Ocampo, un catamarqueño con lazos familiares riojanos que sería uno de los más fervorosos sostenedores de Peñaloza. Y esa afinidad con el Chacho se le despertaría con motivo de la forzada emigración a Chile de él y toda su familia en 1848. Estando en San Juan recordaría Navarro Ocampo lo siguiente: “Un día y poco antes de seguir nuestro viaje a Chile, se presentó a nuestra casa un hombre de humilde apariencia, pero de rostro afable y bondadoso. Recordamos el hecho como si hubiera pasado ayer; aquel hombre llevaba una gran pieza de carne a los tientos del recado y un saco de trigo por delante. –Es aquí la casa de Da. Rosa Ocampo, nos dijo dirigiéndose a nosotros que lo recibíamos en la puerta de la casa. –Aquí es contestamos. La Sra. de la casa se presentó y el hombre descargando el trigo y la carne dijo: –Le traigo Sra., esta friolera para que haga un poco de charque y biscocho para el camino, he sabido que va desterrada para Chile. Le agradezco a Ud. mucho esta acción contestó nuestra madre conmovida hasta las lágrimas, con aquellas palabras; pero no tengo el honor de conocer a Ud., continuó diciendo dirigiéndose a aquel hombre. –Yo soi Vicente Peñaloza y hace poco que he vuelto de la emigración, contestó el desconocido”. Y sería justamente este temprano conocimiento de Peñaloza quien a su regreso al país lo llevaría a constituirse en uno de los más equilibrados analistas de esos tiempos que marcarían los hechos finales de las luchas entre los liberales mitristas y los federales del Chacho y Varela, y es justamente Navarro Ocampo el que diría que a Peñaloza nunca se le dio la consideración general de la nación sino que siempre en los documentos oficiales y en la prensa fue calificado “de bandido y vergüenza de la humanidad”. Y es que esta acción del gobierno de Buenos Aires y del presidente Mitre luego de maniatar toda diferencia con el argumento de las balas fue quizá la principal razón de la

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resistencia de Peñaloza. No podía aceptar y hasta último momento no lo aceptó que su jefe Urquiza hubiera defeccionado de su carácter de tal, definitivamente abandonando a sus seguidores o partidarios y refugiándose en una vida absolutamente restringida al ámbito lugareño, gozando de sus millones y absolutamente desinteresado de lo que le podía ocurrir como ocurrió con los federales provincianos. Se podrá alegar, y lo alegó que había comprendido que la lucha era inútil y que había que aceptar otro juego, pero lo que no se podrá aceptar es esa criminal indiferencia negando incluso las valederas razones de los pronunciamientos del Chacho y diciendo una y mil veces que él nada tenía que ver con los mismos. Alegar cobardía no es justo pues Urquiza no lo fue pero alegar egoísmo e indiferencia es absolutamente congruente con algo que se vio durante una década no solo con Peñaloza sino también con Varela y tantos otros. Contando de estas cosas Navarro Ocampo recordaría: “Casi deshecho el Gral. Riojano ha luchado cuerpo a cuerpo con todo el poder de los batallones porteños venidos desde el Rosario y concentrados en los Llanos. Para justificar en apariencia la invasión a la Rioja por las fuerza convinadas, y dar un paliativo a las arbitrariedades cometidas allí, se ha dicho que el Gral. Peñaloza no tenía bandera y que hacía la guerra de su cuenta. Esto es falso, completamente falso. Es falso pues que el Gral. Peñaloza hiciera la guerra de su cuenta. En cuanto a que hacía una guerra de bandalaje!... luego se verá por la relación de los hechos y el desenlace de los sucesos, cual de las guerras merece más bien el dictado de bandalaje, si la que perdona rendidos y protege prisioneros, sin fusilar jamás un hombre fuera del combate, o la que mata prisioneros y rendidos inermes e insendia pueblos enteros!... Jamás dejaremos de hacer notar la inmensa diferencia entre la política obserbada por el vencedor de Pavón, y la que han desplegado sus comisionados en las provincias y los jefes de las fuerzas espedicionarios. Alta y jenerosa la primera, pequeña y cruel la segunda. Al menos el General Mitre no ha cometido exesos en el litoral. El Gral. Peñaloza pues, llegó a la Rioja con algo menos de cien hombres desnudos y mal armados. Ese era el poder con que iba a emprender una lucha tenaz y desigual con tres provincias, y con las divisiones del Coronel Rivas, Sandes Chagaray, Ortiz, Loyola y Arredondo a la cabeza del 6 de línea. Ese era el poder con que contaba Peñaloza cuando espidió el Gobierno del Señor Brac, el decreto autorizándolo para rechazar con la fuerza, cualesquiera que de otras provincias se introdujeran a la de La Rioja, sin causa justificada y sin permiso de sus autoridades soberanas. El país ha visto los partes detallados hasta de la quinta derrota hecha a Peñaloza, derrotas completas a estar a los mismos partes. No devieron ser derrotas completas ni la 1ª, ni la 2ª, ni la 3ª, ni la 4ª, cuando fue necesaria otra 5ª derrota. Esta última no debió ser muy completa que digamos, cuando después de ella le hemos visto a Peñaloza lanzarse sobre San Luis con mil y tantos hombres, tomar la provincia y la plaza y hacer firmar tratados al Gobierno. Por el resultado que han tenido los sucesos creemos muy fundadamente, que las 5 o 6 derrotas hechas a Peñaloza, no eran sino escaramuzas del insigne guerrillero, en que salía más o menos como se había presentado, sin comprometer ataque alguno decisivo. Peñaloza presenta el reverso de esa medalla! El bandido de los Llanos tiene la gloria de no haber fusilado un solo hombre jamás en 40 años que sigue la carrera de las armas. No hai memoria de que el Gral. Peñaloza, ni aún en la época de la anarquía y

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desquicio jeneral, siendo dueño de cuatro provincias que tomó con las armas en la mano, no hai recuerdo decimos, de que haya fusilado ni azotado un solo hombre. Baste decir, que en esta última campaña en que su cabeza estaba a precio, que acababan de fusilarle 8 de sus mejores oficiales, jamás fusiló un solo prisionero, ni antes ni después de la ejecución hecha por el Coronel Sandes. Al tiempo de los tratados con Rivas, de que hablaremos más adelante, el Gral. presentó a los diferentes jefes 18 prisioneros. Dirijiéndose entonces a los jefes en ese estilo que él hace más gaucho e ignorante porque quiere y porque de ello hace gala, les dijo presentándoles sus prisioneros: “Velai sus prisioneros, bien comidos sanos y buenos! Ay Juan puma! Ma ver, preguntenles si los hi chuschao siquiera ni los hi retao! Con Peñaloza ha acontecido exactamente lo mismo. Se le ha llamado bandido por la prenza, y jefe sin bandera en el Mensaje y las Cámaras Nacionales. Se le ha perseguido a muerte por seis meses degollando y ahorcándole a sus prisioneros, cuando él los vestía y los curaba. Después de todo eso se ha transado el pleito y del avenimiento ha resultado, que el acusado de bandido, ha sido satisfecho, quedando en su buena reputación y fama, y más enaltecido y poderoso que antes, con su grado de Gral. y sus rentas corrientes. Luego el pleito fue injusto. Luego no hubo buen derecho para invadir la Rioja. Por ese tiempo el Gral. Peñaloza era perseguido en los Llanos por las divisiones de Rivas, Sandes, Loyola, Lesica y otros, y su persecución era de tal manera encarnizada, que lo hizo decir una vez estas palabras a un clérigo que se le había enviado en Comisión, al Señor Cura de Catamarca Dn. Facundo Segura: “Me persiguen los porteños como a perro dañino”. Por ese tiempo también, el país entero leía los detalles de la 5ª derrota de Peñaloza. El Gral. por su parte ponía en juego su inimitable pericia para la guerra de recursos, y según sus propias palabras, siempre llenas de chanzas festivas aún en los mayores conflictos, decía, que entretenía a los porteños con saliditas de gallo huaso, hasta que le contestara ñor Mitre sobre el trato que le había propuesto con su ayudante Pacheco. Esto era sabido de ellos hasta con los más minuciosos detalles. Las sirvientas mismas de las casas, las mujeres del pueblo que están siempre con los de su clase, salían de la ciudad con cualquier pretesto, y a la par que llevaban las más minuciosas noticias al enemigo, hasta de la cantidad de munición que quedaba, no traían de afuera sino noticias desconsoladoras y a propósito sólo para hacer perder la esperanza de una resistencia con buen éxito. Se prohibió por consiguiente bajo severas penas, y a pesar de las murmuraciones de los soldados, la entrada de las mujeres al cuartel sea cual fuere el pretesto con que se presentasen. Acaso presentía el Señor Coronel Rivas, que algunas entidades de La Rioja, no habían de aplaudir los tratados con el Gral. Peñaloza y por eso se dirijía en primera línea para esplicar las circunstancias en que se hacían y los frutos que podían dar comparados con los perjuicios y males que resultarían de una lucha a que no se divisaba término. Decía también que era preciso utilizar los valiosos servicios que podía prestar el Gral. Peñaloza, a la causa de la libertad, de que sería hoi, su más decidido campeón!... Ya no era bandido indigno de todo partido! Ya podía ser un decidido campeón a favor de los principios en las selbas de Guaja, como un forajido cuya cabeza se pone a precio.

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Las cartas de que nos hemos ocupado, eran escritas en medio de los festejos a que se entregaban todos los Jefes reunidos en Tama, a siete leguas de la recidencia del Gral. Peñaloza. Los chasques que habían llegado con aquellas comunicaciones, hablaban “de las alegrías que se habían mandado hacer por el Gral. y los porteños, por los tratados. Tama es una pequeña pero pintoresca población, que se levanta en medio de hermosos bosques. Un templo bastante espacioso y las casas de algunos vecinos, de fortuna para aquellos lugares, hermosean la plaza. Allí se había hecho la reunión de los jefes y aunque el arreglo será conocido en la historia con el nombre de “Tratado de las Banderitas”, sin embargo, en Tama se habían dado sita para festejarlo. Se había improvisado un baile y el Gral. Peñaloza lo había iniciado con una hermosa Tameña, bailando la Samacueca, para lo que es tan hábil el caudillo de los Llanos, como para guerrear diez años en sus bosques. El coronel Sandez en medio de aquel baile y en presencia de la gauchada, se había quitado el poncho y regaladolo al Gral. Peñaloza para recuerdo de amistad. Este desató en el acto de la cintura el poncho-puyo, en que descansaba su brazo puesto en jarras mientras bailaba, y lo alargó a Sandez con estas palabras: Velai éste para Ud., tápese con confianza, el frío se le hai refalar nomás!... En otro momento de recíprocas muestras de amistad con el Coronel Rivas, éste había sacado su reló con riquísima cadena de oro y lo había regalado al Gral. Peñaloza. El Coronel Rivas regalaba la prenda de más lujo y estimación que tenía en aquella campaña que duraba ya tantos meses. Según sabemos de un modo inequívoco, éste era el regalo más estimado por el Gral. Profesa admiración y simpatía a la vez, al valiente y magnánimo Coronel Rivas, cuya amistad respeta y desea conservar, el rey de los bosques de Guaja. Recibió con gratitud y reconocimiento aquella prenda de amistad, no por su valor intrínseco, sino por el que tenía como recuerdo del estimable y valiente Coronel Rivas. El Gral. Peñaloza desapareció de la sala de baile adonde regresó de nuevo llevando un lazo, que arrollaba en su brazo, mientras se acercaba al Coronel Rivas. Llegando donde éste estaba, le presentó el lazo con estas palabras: “Velai, no tengo más prenda buena que ésta; es de cuero barroso y enlase con confianza, no se le hai cortar”. El Gral. Peñaloza no sabe leer y apenas pone su firma. “Señores no hai más parapeto que nuestros pechos”. La influencia del Gral. Peñaloza tiene su principal cimiento, en el amor que le profesaban sus soldados y sus amigos, y en la magnanimidad y simpatías con que vence y cautiva a sus enemigos. Sus amigos le adoran, sus enemigos le admiran”. El Gral. Peñaloza cuenta 40 y tantos años de servicio y 20 de mandar como jefe, y ni aún en tiempo de la anarquía, jamás ha fusilado a un solo hombre. Tiene el valor, el prestijio, la constancia, el tino y las prendas todas del caudillo que arrastra y seduce a las masas; tiene lo magnánimo y jeneroso del caudillo arjentino, ni la feroz crueldad de Sandez, de ese “torbellino de sangre” como le llama Sarmiento, que solo tiene envidia del que mata más que él. La familia del Gral Peñaloza está reducida a su mujer y una hija llamada Anita, y que Oribe llevó de sirvienta en su ejército muy niña aún. El tirano oriental se vengaba en la hija, de las anchas brechas que abría en las filas de su ejército el Caudillo de los Llanos. Otro hijo adoptivo del Gral. de edad de 14 años ha estado en el Colejio del Uuguay y creemos que será el que herede el nombre de Chacho, que lleva su padre.

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El Gral. Peñaloza es pobre y esta circunstancia hace más notable su influencia y poder que no compra como todos los demás caudillos con el oro que se derrama para cobrar prestijio. Por los triunfos que alcanzamos, poderosos caballero es Dn. dinero, y sin él, ni es uno buen liberal, ni buen Constitucional ni nada en fin. El Gral. Peñaloza es pobre como hemos dicho, porque todos los riojanos tienen derecho de disponer del último centavo que lleva en su bolsillo. La fortuna le estorbaría; sus necesidades son pocas y sus descendencias concluye en su hija, que casada hoy a un honrado estanciero, no necesita de la herencia de su padre para vivir. Ese es el Gral. Peñaloza a quien se despreciaba como a un caudillejo criminal y oscuro, y que burlando el poder e influencia de Buenos Ayres, secundado por cuatro provincias más, se ha hecho reconocer en su grado de Gral. y conseguido que el jefe de la República, le estienda su mano y le diga que “ha prestado grandes servicios a la causa de la libertad…”. Este libro no pretende ni es una biografía completa sobre Peñaloza pues los antecedentes que hemos mencionado anteriores a Pavón sirven sólo de explicación de lo que se convertiría en hito significativo de las luchas entre unitarios y federales. La vida de Peñaloza estuvo marcada por una, diríamos, crónica obsesión por participar desde las filas federales en esa lucha que lo tiene en un principio a Quiroga como jefe indiscutido y que lo tendrá como su “maestro”. Peñaloza participó en la batalla de la Tablada dando muestras de ese casi endiablado valor. Y tras la muerte de Facundo (1835) intervendría poco tiempo después en la coalición del Norte que tendría al Zarco Brizuela como general en jefe y en estas circunstancias el Chacho participaría en uno y cien entreveros ya en 1842 estaría exiliado en Chile retornando tiempo después. En verdad tanta participación bélica no lo convirtió en un estratega ni mucho menos pues mostrando la reciedumbre de su carácter se puede decir que nunca el triunfo estuvo con él y que siguió batallando hasta el último día de su vida aun cuando fuera siempre un perdedor. Y si bien toda esta vida dedicada al ideario federal no le dio prestigio como guerrero afortunado si le dio una fama y apoyo popular como quizá ningún otro caudillo tuvo en aquellos 50 años de lucha civil en nuestro país. Además el hecho de ser analfabeto total lo distinguió de otros caudillos que sí eran leídos pero que nunca llegaron a alcanzar ni su fama ni su popularidad. Quizá uno de los rasgos mas significativos de este hombre fue su absoluta mansedumbre y más que nada su total piedad con el adversario vencido. Por eso decimos que más allá de estos antecedentes que lo destacan cuando verdaderamente Peñaloza hace todo para pasar a la historia grande del país es a partir del 17 de septiembre de 1861 (Batalla de Pavón) hasta su asesinato el 10 de noviembre de 1863. En esos dos años y pico Peñaloza se labra definitivamente su imagen para la posteridad pues estos dos años resumen el sentido de su lucha heroica, explican el abandono entre otros muchos de Urquiza y le dan a éste periodo el rasgo épico por el que pasó a la historia. Quien sin duda se constituye en su más acérrimo enemigo fue Sarmiento. Nunca comprendió ni trató de explicarse el por qué de esa constancia y de ese fervor en defensa de los pueblos del interior que manifestó Peñaloza. Lo trató de borracho, lo trató de bandido, lo maltrató en todo sentido, sin embargo en las páginas que escribiera en su libro: “El Chacho el último caudillo de la montonera de los llanos” tratando de justificar sus años de lucha a sangre y fuego contra Peñaloza y ante las muchas criticas que recibiera de sus colegas en el Senado de la Nación años después, Sarmiento a pesar de su inquina no puede menos que dejar translucir una por momentos abierta admiración.

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No lo entiende, no lo entendió y creyó que más que un noble jefe de un partido opositor Peñaloza representaba el país que había que destruir y aniquilar. Lo ubicó en la categoría de lacra, creyó, en su egolatría, que eliminarlo pondría fin al desencuentro nacional. Lo que nunca pensó ni visualizó en el futuro de Argentina que esa discordia, que ese enfrentamiento seguiría por muchos años hasta los tiempos de hoy, pues en definitiva ni la muerte de Peñaloza ni la derrota posterior del federalismo como ideología logró que se realizara un país equilibrado y justo como pretendía el caudillo de los llanos. “Todas las consideraciones que hace en este libro sobre Peñaloza, Sarmiento siguen la esquemática forma de interpretar a la Argentina de su tiempo dividiéndola en la clase urbana, progresista, democrática y educada de la otra, la pastora, la criolla, la ignorante. Este esquema o hipótesis le permitió a Sarmiento aplicando sin mayores cuestionamientos para escribir desde “Facundo” hasta sus últimos escritos de “Civilización y barbarie”. De todas estas cosas que él dice sobre Peñaloza se desprende un aire de incomprensión, pues no logra conciliar lo que para él es absolutamente ilógico y antinatural como es la adhesión del pueblo llano al caudillo aunque éste lo lleve una y mil veces al fracaso. Por un lado se nota un alto grado de admiración luego, para entender mejor lo que pasa, el calificativo denigrante. El pueblo es ignorante, el pueblo es rudo y analfabeto. Ello no obstante en alguna parte de su escrito hace referencia a que a él le ordenan considerar a los montoneros en la categoría de bandoleros, a los que había que aplicar simplemente un sistema policial pero al mismo tiempo algo que nunca se ha dicho lo que habla de un juzgamiento de mala fe de los historiadores hacia Sarmiento es que él también ordenó a las fuerzas de Sandes y de los coroneles de Mitre que no hicieran justicia por mano propia, sino que enviaran los prisioneros montoneros o los montoneros vencidos ante las autoridades legales para ser debidamente juzgados. La verdad que esto que él dice o pide en realidad no se cumple y todos los testimonios avalan la discrecionalidad de la justicia, de los jefes nacionales. Pero es bueno teniendo en cuenta el alto grado de desprecio que Sarmiento tiene hacia las montoneras federales que él pensaba que había que juzgarlos de acuerdo a la ley. También se desprende este largo escrito contra Peñaloza y las fuerzas federales la alta estima y/o egolatría que tenía Sarmiento hacia su persona incluso se refiere a él, (Sarmiento) en tercera persona juzgando desde afuera de él los actos que le tocan realizar. Esto sirve para comprender esa actitud de maestro ciruela de absoluto desprecio por el adversario como se desprende de todas estas páginas, en las que Sarmiento años después de los acontecimientos que narra y a consecuencia de la fuerte interpelación contra su accionar en el senado de la Nación le hicieran adversarios de la época. Estas son pues páginas de explicación, páginas que tratan de justificar la política de tierra arrasada que implementó cuanto estuvo a cargo de las fuerzas nacionales y de la gobernación de San Juan”. El libro de Sarmiento es sin duda el que mejor interpreta el pensamiento del gobierno de Mitre, el de él mismo y el de todos los que consideraban exactamente igual a los caudillos. Si Sarmiento los despreciaba y los ubicaba en la categoría de animales no lo fue menos ni Mitre, ni Roca, ni todos aquellos que siguieron esta política. Pasarían muchos años para que esa visión negativa comenzara a revertirse. Pero veamos algunas de las cosas que escribió el sanjuanino sobre Peñaloza: “Entre aquellos prófugos se encontraba el Chacho, jefe desde entonces de los montoneros que antes había acaudillado Quiroga; y ahora, seducido su jefe por el heroísmo desgraciado del general Lavalle, habíase replegado a las fuerzas de La Madrid, y contribuido no poco, con su falta de disciplina y ardimiento, a perder la batalla. Llamaba la atención de todos en Chile la importancia que sus compañeros

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generalmente cultos daban a este paisano semi bárbaro, con su acento riojano tan golpeado, con su chiripá y atavíos de gaucho. Recibió como los demás la generosa hospitalidad que les esperaba, y entonces fue cuando, preguntando cómo le iba por alguien que lo saludaba, contestó aquella frase que tanto decía sin que parezca decir nada: “¡Cómo me a dir, amigo! ¡En Chile y a piel!”. Este era el Chacho en 1842 y ése era el Chacho en 1863, en que terminó su vida. Era blanco, de ojos azules y pelo rubio cuando joven, apacible de fisonomía cuando era moroso de carácter. A pocos ha hecho morir por orden o venganza suya, aunque millares hayan perecido en los desórdenes que fomentó. No era codicioso, y su mujer mostraba más inteligencia y carácter que él. Conservóse bárbaro toda su vida, sin que el roce de la vida pública hiciese mella en aquella naturaleza cerril y en aquella alma obtusa. En San Juan se presentaba en las carreras, después de alguna incursión feliz, con pantalones colorados y galón de oro, arremangados para dejar ver calcetas caídas que de limpias no pasaban, con zapatillas a veces de color. Todos éstos eran medios de burlarse taimadamente de las formas de los pueblos civilizados. Aún en Chile, en la casa que los hospedaba, fue al fin preciso doblarle las servilletas al fin de salvar el mantel que chorreaba al llevar la cuchara a la boca. En los últimos años de su vida consumía grandes cantidades de aguardiente, y cuando no hacía correrías, pasaba la vida indolente del llanista, sentado en un banco, fumando, tomando mate, o bebiendo. Las carreras son, como se sabe, una de las ocupaciones de la vida de estos hombres, y en los llanos ocasión de reunirse varios días seguidos gentes de puntos distantes. Y sin embargo, este jefe de bandas que subsiste treinta años, no obstante los cambios que el país experimenta y mientras los gobiernos que lo emplean o toleran sucumben, fue derrotado siempre que alguien lo combatió, sin que se sepa en qué encuentro fue feliz, pues de encuentros no pasaron nunca sus batallas, (peleó en la Tablada en Las Playas, etc) sin que esta mala estrella disminuyese su prestigio con los que lo seguían, ni su importancia para los gobiernos que lo toleraban. Conocido este singular antecedente, la mente se abisma buscando la atracción que ejerce sobre sus secuaces sometiéndose por seguirlo a privaciones espantosas, al atravesar el desierto sin agua, experimentando derrotas en que perecen siempre los que por mal montados no pueden escapar a la persecución de sus contrarios. Tiene en los Llanos la misma explicación que en los países árabes la vida del desierto, pues aquella parte de La Rioja lo es, aunque tiene pastos; es de privaciones, pobreza y monotonía. El Chacho no usó la coerción que casi siempre los gobiernos cultos necesitan para llamar los varones a la guerra. Pocos son los intereses que los retendrían en sus casas miserables; la familia vive de un puñado de maíz o de la carne de una cabra, y la guerra es la vida, las emociones, las esperanzas; y el caballo es el ferrocarril que suprime las distancias y convierte en realidad el sueño dorado: hacer algo, sentirse hombre, vivir en fin”. A pesar de esta absoluta incomprensión que formaba parte del pensamiento contradictorio de Sarmiento, él trataba de explicarse al personaje que representaba lo que más detestaba. Y así, perplejo, diría: “¿Cómo se explicaría, sin estos antecedentes, la especial y espontánea parte que en el levantamiento del Chacho tomaron, no sólo los Llanos y los Pueblos de La Rioja, sino los laguneros de Guanache, los habitantes de Mogna y Valle Fértil, y todos los habitantes de San Juan diseminados en el desierto que se extiende al este y norte de la ciudad, y hasta el pie de las montañas por la parte del su?

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Para terminar con este cuadro en que, en país estéril y mal poblado, va a trabarse la lucha de aquellas poblaciones semibárbaras por apoderarse de las ciudades agrícolas, comerciantes y comparativamente cultas que están al pie de los Andes: Mendoza, San Juan, Catamarca, debe añadirse que esta parte de la República, a que hemos dado el nombre de Travesía, estaría condenada a eterna pobreza y barbarie por falta de agua y elementos que fomenten la futura existencia de grandes ciudades, si por el sistema de las compensaciones de la Infinita Sabiduría, no hubiesen en su suelo otros ramos con que la industria humana pudiese compensar tantas desventajas”. El esquema ideológico de Sarmiento, maniqueo en todas sus partes, lo llevó a expresar taxativamente su total desprecio por lo rural, pues para él el gaucho, sus costumbres, eran dignas de desaparecer definitivamente de la faz de estas tierras, y lo dirá, en su libro de marras: “Como este estilo y estas ideas embrionarias son comunes a todas las notas del Chacho, deben atribuirse a la rudeza e ignorancia de los tinterillos que escribían por él. Sin embargo, si no es un señor Gil Navarro que tomó cartas en este movimiento, en todas las provincias adonde se extendió, no hubo manifestaciones escritas ni más racionales ni más inteligibles que ésta, por no haber tomado parte ningún hombre de cierta educación. Es el movimiento más plebeyo, más bárbaro que haya tenido lugar en aquellos países; pero aún así, como el de los chuanes en Francia y de la jacquerie en la Edad Media, puso en peligro cuatro provincias y pudo desquiciar toda la República”.7 Ni la comprensión de las dificultades que tenía desde la perspectiva de los jefes de los ejércitos mitristas esta guerra de recursos contra un ejército escurridizo y labil, que desaparecía y volvía a aparecer a muchas leguas de distancias, ni la abierta admiración de jefes como Rivas, Paunero y otros, ni la paz del Tratado de la Banderita (30 de mayo de 1862) que visto desde la perspectiva histórica fue simplemente una artimaña para parar un tiempo el accionar montonero, hizo cambiar de opinión a Sarmiento o lo llevó a pensar de una manera más generosa y equilibrada. Y eso lo puso de manifiesto cuando el 7 de abril de 1863 el gobernador Sarmiento mostrando su absoluto desprecio por la paz firmada poco menos de un año antes dirigió ésta la proclamación de la guerra en contra de Peñaloza. “Conciudadanos: Peñaloza se ha quitado la máscara. “Desde la estancia de Guaja, secundado por media docena de bárbaros oscuros que han hecho su aprendizaje político en las encrucijadas de los caminos se propone reconstruir la República sobre un plan que él ha ideado, por el modelo de los Llanos: “Bajo su dirección e impulso, estas provincias serán luego un vasto desierto, donde reinen el pillaje, la barbarie sin freno y la montonera constituida en gobierno. Vuestras mercaderías, vuestras mulas, vuestros caballos, vuestros ganados, vuestros trabajadores, vuestro dinero arrancado por las extorsiones y la violencia, son el elemento con que cuentan para llevar adelante sus intentos salvajes, porque mal los honraríamos con llamarles planes de subversión. “Pero recordad nuestra historia de cincuenta años a esta parte, y veréis que cada día pierden fuerzas, y que con Quiroga, Rosas, Urquiza y tantos otros, han sido vencidos sucesivamente, hasta hacer prevalecer un orden regular. “El valiente coronel Sandes al este de los Llanos, con mil veteranos, tiene a la vista a Ontiveros y Pueblas, la vanguardia de Peñaloza. “A vuestro lado está el comandante Arredondo, a quien conocen Ángel, el Chacho y demás bandoleros”. Como los 56 tomos de las obras completas de Sarmiento lo manifiestan expresamente, escribir un libelo fogoso y mentiroso no le llevaba seguramente mucho tiempo. Son largas las explicaciones que da y se da buscando lavarse las manos de las atrocidades

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que cometieron las fuerzas a su mando. Que le constaba personalmente, porque así lo dijo en reiteradas oportunidades que esos jefes orientales que mandaban los regimientos contra Peñaloza tenían como característica principal ser extremadamente sanguinarios, crueles y sádicos. No hubo uno solo que tuviera el más mínimo rasgo de humanidad. Por ello, como decimos explicando y explicándose, lavando y lavándose las manos de tantos atropellos, Sarmiento le colocaría el sambenito a sus superiores atribuyéndoles las órdenes de exterminio, ubicándose en el papel de simple ejecutor de órdenes emanadas del poder legal de la República. Y así decía: “Las instrucciones oficiales daban igualmente el epíteto de salteadores a los insurrectos, y su objeto era castigarlos. Nada habría sido más desastroso que la loca empresa de aquel valiente temerario, pero falto de cordura y de toda idea de subordinación y dependencia. Llegaban a la sazón las armas y pertrechos de guerra comprados en Chile, y mediante el entusiasmo y abnegación de los ciudadanos que rivalizaban todos en esfuerzos para acabar con aquel estado de cosas, con una administración militar activísima, con los recursos de una plaza de comercio y maestranza dirigida con inteligencia, el 26 de abril salía de nuevo a campaña el coronel Sandes, con una fuerte división montada a toda mula y con caballos herrados, como el mariscal Bugeaud lo había intentado en Argel contra los árabes, y se complacía en saber por el coronel Sarmiento que ésa era la práctica en Cuyo desde la época de San Martín. Se recomendaba al jefe de la expedición usar con mesura de la pena de muerte y no aplicarla sino en los casos de ordenanza, y siempre con intervención de consejo de guerra verbal, que hiciese constar los hechos incriminados y dar lugar a la defensa. Una orden del día del ejército vituperó, sin embargo, en el mayor Irrazábal la ejecución sin formas del Chacho, y todo quedó por entonces dicho. ¿Había justicia en esa condenación? ¿Había alguna conveniencia política? ¿No era esta orden del día prima hermana de la circular sobre el estado de sitio y de las tentativas de tratados con el Chacho? Este es un asunto muy grave y merece examinarse. Las instrucciones del ministro de la guerra al gobernador de San Juan, le encomendaban “castigar a los salteadores” los castigados, los ahorcan si los encuentran en el teatro de sus fechorías. La palabra outlaw, fuera de la ley, con que el inglés llama al bandido, contiene todo el procedimiento. Las ordenanzas lo tienen autorizando a los comandantes de milicia a ejecutar a los salteadores. Ciertas palabras tienen valor legal. En la carta confidencial que confirmaba y explicaba esas instrucciones, estaba más terminante el pensamiento: “Digo a Vd. en esas instrucciones que procure no comprometer al gobierno nacional en una campaña militar de operaciones, porque dados los antecedentes del país, no quiero dar a ninguna operación sobre La Rioja el carácter de guerra civil. Mi idea se resume en dos palabras, “quiero hacer en La Rioja una guerra de policía”. La Rioja se ha vuelto una cueva de ladrones que amenaza a los vecinos, y donde no hay gobierno que haga ni la policía de la provincia. Declarando “ladrones” a los montoneros sin hacerles el honor de considerarlos como partidarios políticos, ni elevar sus depredaciones al rango de reacción, lo que hay que hacer es muy sencillo”. ¿En qué estaba la falta del sucesor de Sandes, haciendo la policía de La Rioja, donde no había gobierno, al ejecutar al notorio jefe de bandas? ¿Cuáles son los honores de partidarios políticos que no habían de concederse a los ladrones? La palabra argentina “montonera” corresponde perfectamente a la peninsular de “guerrilla”.

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Las “guerrillas” no están todavía en las guerras civiles bajo el palio del derecho de gentes. ¿Cuál era a la luz de estos principios la situación del Chacho? Jefe de guerrilla durante veinte años, invadiendo ciudades y poniéndolas a saco o rescate; general de la nación que no obedecía a su propio gobierno y obstruía la acción de la justicia amparando a los reos de salteo calificado, sublevado contra su gobierno, y esforzándose en obrar una reacción sin bandera, manifiesto ni principios. Ningún gobierno de provincia prestó su apoyo a este proyecto, sin excluir el de Córdoba, entregada momentáneamente por un motín de cuartel. Ningún general de la República le dio su concurso, sin excluir al general Urquiza, cuyo nombre invocaba, pero de cuyo egoísmo e inacción se quejaban altamente en correspondencias interceptadas, lo que probaba que tomaba su nombre en vano. Ningún hombre notable del partido de la depuesta Confederación se adhirió a su causa, ni escritor alguno trató de darle formas. Sus jefes eran salteadores y criminales notorios, soldados y sargentos desertores, o lo más abyecto o lo más rudo de los viejos partidos personales. Chacho como jefe notorio de bandas de salteadores, y como “guerrilla”, haciendo la guerra por su propia cuenta, murió en guerra de policía en donde fue aprehendido y su cabeza puesta es un poste en el teatro de sus fechorías. Esta es la ley y la forma tradicional de la ejecución del salteador. Hemos por esto dado grande importancia al drama, al parece humilde que terminó en Olta en 1863. Era como las goteras del tejado, después que la lluvia cesa, la última manifestación del fermento que introdujeron. Artigas a la margen de los ríos. Quiroga a las faldas de los Andes. El uno desmembró el Virreinato, el otro inutilizó el esfuerzo de Ituzaingó con treinta años de convulsiones internas. Civilización y barbarie era a más de un libro, un antagonismo social. El ferrocarril llegará en tiempo a Córdoba para estorbar que vuelva a reproducirse la lucha del desierto, ya que la Pampa está surcada de rieles. Las costumbres que Rugendas y Palliere diseñaron con tanto talento, desaparecerán con el medio ambiente que las produjo, y estas biografías de los caudillos de la montonera, figurarán en nuestra historia como los megateriums y gliptodontes que Bravard desenterró del terreno pampeano: monstruos inexplicables, pero reales”. Ni Artigas, ni Facundo, en el Chacho todos mal interpretados e incomprendidos por Sarmiento. Todos puestos en la misma bolsa. La soledad del Chacho Los dos últimos años del Chacho que marcan lo máximo de su presencia en la vida política del país y sobre el que se centraliza los mayores esfuerzos del mitrismo por aniquilarlo en lo que Mitre calificaba como “guerra de policía” sin piedad y brutalmente lo muestra –al decir de Félix Luna– en soledad. Fue casi diríamos una constante en la vida de Peñaloza, este luchar en soledad pues nunca estuvo del lado de los adulones ni transigió ni con el centralismo rosista ni con el centralismo mitrista. Ni cambió de bando ni cambió de color su ideario por eso, el Chacho depositara en Urquiza y en los ideales que éste aseguraba defender, su plena confianza hasta los últimos días de su vida. Dirá Luna: “Peñaloza no estuvo presente en San Nicolás de los Arroyos. Curiosamente, jamás tendría oportunidad de conocer en persona al general entrerriano. Aunque el mismo Urquiza lo había invitado a su residencia de San José, diversas circunstancias impedirían el encuentro. La relación entre el Chacho y el entrerriano será solamente epistolar. Los acuerdos y desacuerdos que se tejerán en sus cartas signarán buena parte de la política argentina por venir.

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El 7 de julio de 1855, Urquiza ascendió al Chacho Peñaloza a coronel mayor del ejército nacional, en reconocimiento por su prestigio y por el apoyo a la causa de la Confederación. El congreso elevó este grado al rango de general. Peñaloza, el gaucho de Guaja: general de la nación. Pero a pesar de su decidida adhesión al ideario y a la persona de Urquiza, el Chacho mantenía su autonomía e independencia frente a las decisiones del jefe entrerriano”. Es indudable la simpatía con la que Félix Luna analiza las acciones de Peñaloza que incluso mostrando que la lucha por él sostenida no estaba marcada por el odio ni la crueldad y es una de las últimas cartas transcriptas ex profeso por Luna dirigida por el Chacho a Sarmiento que es sin duda una cabal muestra casi al borde de su existencia del sentido que tenía para Peñaloza estos enfrentamientos: “Campamento general en Los Llanos de La Rioja, agosto 26 de 1863. El General de la Nación: Al Excmo. Señor gobernador don Domingo F. Sarmiento: El que firma, con el deseo de terminar la incesante lucha en que se ve comprometido con las fuerzas mandadas con V.E de esa provincia y de las demás, ha dispuesto dirigirse a V.E para que le manifieste cuál es el verdadero fin que se propone al hacer a esta provincia y la suya misma, una clase de guerra, que no dará otro resultado que el constante derramamiento de sangre argentina, y el exterminio y la destrucción total de las propiedades, porque si el infrascripto se ve en el caso de hacer uso de los intereses de su provincia para sostenerse, las fuerzas de V.E que expedicionan a esta provincia con igual o menos derecho no sólo hacen uso de lo que precisan, sino que destruyen todo cuanto encuentran, sin respetar las propiedades y vidas de los vecinos, haciendo así una guerra enteramente vandálica y destructora, muy indigna de un gobierno culto y civilizado, y que si la nación entera ha puesto en sus manos los recursos con que cuenta, no lo ha autorizado por eso para exterminar a sus habitantes, ni destruir y atropellar las propiedades particulares. En vista de esta dolorosa situación a que ha quedado reducido el país entero, se dirige el que firma a V.E pidiéndole una explicación de esta conducta, y de las razones que motivan al Gobierno Nacional a continuar en el tenaz propósito. V. E sabe muy bien que no sólo peleando se triunfa, y que con política y tomar medidas más conciliadoras conseguirá lo que no ha de conseguir del modo que se propone. Persuadido queda el que firma que V.E en representación de ese gobierno pesará estas reflexiones e inmediatamente adoptará el camino que queda para terminar la guerra. No se negará el infrascrito ni se negarán sus compañeros de causa a aceptar un medio que sea prudente y admisible, una vez convencido por V.E y hecha una proposición justa. Queda el infrascrito esperando el resultado de ésta y hasta tanto ofrece a V.E las consideraciones de su aprecio y distinción. Dios guarde a V.E”. Alguien que con mucho afecto evocaría a Peñaloza al cumplirse en 1963 el centenario de su asesinato, Cesar Enrique Romero, se refiere a Peñaloza, diciendo: “Nuestro héroe sirvió a la República desde los veinte años. Lo asesinaron a los setenta (67, pues había nacido en 1796). Los historiadores no oficiales han documentado su vida, palmo a palmo. Sin embargo, ella no figura en sus dimensiones totales, en la historiografía que se enseña en nuestras escuelas, salvo la mención peyorativa o el adjetivo desdoroso. Empero, la vida del Chacho, de don Ángel Vicente Peñaloza, general de la Confederación Argentina, con despacho irreprochable otorgado por Urquiza como reconocimiento de sus servicios al país de su lucha, frontal y denodada, contra la tiranía, está engarzada en el espíritu del pueblo de las provincias, del que hace la

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verdadera historia, que siente y quiere a su país y a su tierra y que protagoniza, todos los días, su destino en América y en el mundo. En medio de este océano de tierra firme se alza “la isla sagrada”, la fortaleza que es la Sierra de los Llanos que diseña, con sus cordones extendidos de norte a sur, la Costa Alta y la Costa Baja, o sea los dos departamentos en que se dividen los Llanos. Aquí el género de vida dominante es la cría de ganado; tierra de pastores y de jinetes para quienes el mundo termina en las montañas de Córdoba, San Luis, San Juan y Catamarca, que forman el cinturón de la gran cuenca. Sus habitantes poseen la psicología propia del pastor de la llanura árida: movedizos e inconstantes, con sed de aventuras y novedades, mansos y afectivos con quienes saben ganar su confianza, pero rebeldes y recelosos frente a la autoridad formal del hombre de la ciudad. Es una sociedad que tiene sus ideales y sus normas de convivencia. La ley está encarnada para ellos no en las resoluciones del gobierno sino en el caudillo que aman y a quien tienen cerca, valiente y hábil, capaz de acompañarlos y de jugarse por ellos en cualquier patriada. La inmensa mayoría de esa gente profesaba una devoción incondicional a sus caudillos, llamábanse Quiroga o Peñaloza. Allí no contaban las ambiciones de poder que tanto dividían a los hombres de la ciudad, ni tampoco las odiosas querellas de linajes. Era una sociedad-masa cohesionada en torno a una figura que se desvelaba por ella, siguiendo a la cual se sentía segura de poder humillar a los seculares dueños del poder y la riqueza. Únicamente no encajaban dentro de ese esquema algunos vecinos caracterizados cuya filiación espiritual los asemejaba al modo de pensar y de sentir de la gente urbana. Y así lo demostraron. Cuando se planteó el enfrentamiento entre sedentarios y pastores, entre liberales y federales, militaron en las filas de los primeros, viéndose obligados a huir del solar nativo en busca de seguridad. Los Llanos eran el país marginal, la tierra sedienta y pobre, patria del proletariado riojano. Representaba la antinomia frente a la Ciudad y al Oeste. Hubo, sin embargo, testimonios más benignos, como el del coronel Rivas, quién después de pasar dos días junto a Peñaloza y su gente escribía entusiasmado las siguientes líneas: “Esta gente tiene una especie de adoración por Peñaloza. He tenido el honor de conocerlo y he estado dos días con él y sus forajidos y he podido penetrarme de esta verdad… la única garantía de orden y tranquilidad en el interior es Peñaloza; sin él nadie se moverá…”. Y el francés de Moussy, equidistante de los partidismos y resentimientos que conflagraron al país en la época de Pavón lo considera “el ídolo de las masas populares de la provincia y sobre todo de los llanistas, con quienes comparte la vida y los juegos. Su carácter dulce y afable; si lo aleja de Quiroga, le atrae, sin embargo, numerosas simpatías. Hasta fines de 1863, época de su muerte violenta, Peñaloza ha sido el personaje más brillante del oeste de la República Argentina. Para comprender esa idolatría de que hablaba Rivas, nada más elocuente que leer la carta que Peñaloza escribió a Marcos Paz, comisionado de Mitre para solucionar los conflictos provinciales suscitados en el Norte después de Pavón. Al explicarle el prestigio y simpatías que disfrutaba entre sus conciudadanos, le decía: “Esa influencia, ese prestigio lo tengo porque como soldado e combatido al lado dellos por espacio de cuarenta y tres años, compartiendo con ellos los asares de la guerra, los sufrimientos de la campaña, las amarguras del destierro e sido con ellos más que Gefe un padre que mendigado el pan del estrangero prefieriendo sus necesidades a las mías y propias. Y por fin por que como Argentino y como Riojano e sido siempre el protector de los desgraciados sacrificando lo último que e tenido para llenar sus necesidades, constituyéndome responsable de todo y con mi influencia como Gefe aciendo que el

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Gobierno Nacional buelba sus hojos a este pueblo miserable bigtima de la intrigas de sus propios hijos obteniendo hasta bajo mi responsabilidad particular, cantidades que llenen las necesidades de la Provincia”. Y el propio Mitre, de común tan moderado en sus opiniones, recomendaba a Marcos Paz desde Santa Fe: “Mejor que entenderse con el animal de Peñaloza es voltearlo, aunque cueste un poco más. Aprovechemos la oportunidad de los caudillos que quieren suicidarse p` ayudarlos a bien morir”. En La Rioja, más que en ninguna otra provincia, el pleito entre unitarios y federales tuvo, además del sentido político corriente, una connotación hondamente social. La multitud campesina estaba en el federalismo; la clase ilustrada y pudiente de la ciudad y de los valles húmedos del oeste, con el sistema liberal o unitario. Distinta fue la situación de las principales familias: Navarro, Molina, Ruzo, Segura; pero quizá por eso mismo estuvieron dispuestos a transar con el liberalismo triunfante en Pavón, cuando los hechos los convencieron que no era “político” ni conveniente seguir luchando contra la corriente. Resulta muy ilustrativa, al respecto, una carta de Juan Eusebio Balboa, dirigente federal del departamento Belén, al general Ángel Pacheco, datada en Catamarca el 23 de abril de 1861, que alude al enfrentamiento inminente entre la Confederación y Buenos Aires: “Puedo asegurar a Ud. que la Provincia de Catamarca vomita fuego y un vivo entusiasmo por nuestra causa… porque hay mucho federalismo, en la Provincia, en los sujetos de principios, cuando en La Rioja no hay más Federación que en la última clase”. Tiene que ver también con este problema de montoneros y gente de orden, el bajo nivel cultural de la población riojana”. Retrato del más viejo caudillo argentino Salvador de la Colina, en ese precioso y divertido libro cuyo único defecto es ser demasiado breve –aludo a “Crónicas riojanas y catamarqueñas” se refiere así al caudillo: “Tengo vivo el recuerdo de la última vez que lo vi, al pasar una tarde por mi casa, a caballo y seguido de un grupo de gauchos. Llevaba montura chapeada de plata, con pretal, freno de grandes copas y riendas del mismo metal. Su traje era: pantalón doblado para lucir los calzoncillos bordados; chaleco de terciopelo negro, sin saco, desabrochado y con botones amarillos; la cabeza atada con un pañuelo de seda de flores punzó y encima un sombrero blando de felpa color marrón… con el ala de adelante levantada y la de atrás quebrada para abajo. El Chacho era blanco y de ojos azules. Su cabello y su barba debieron ser rubios, pero ya estaban blancos. Usaba la barba afeitada en el medio, formando U…” También incurre en la tentación descriptiva el teniente coronel Marcelino Reyes, en su “Bosquejo histórico de La Rioja”: “Calzaba botas de campaña, pantalón de Barragán dentro de las botas ceñía la cintura un tirador o culero de suela bordada de veinte centímetros de alto, adornada con abotonadura de plata, el que sostenía un puñal de cabo y vaina del mismo metal… Colgaba del hombro izquierdo un poncho o puyo de lana tejido y, encima de la camisa que, por supuesto, no olía a almizcle, se destacaba un chaleco de seda descolorido por el uso. Envuelto en la cabeza y sujetando la desgreñada y sucia cabellera, lucía un pañuelo de algodón de colores chillones”. El sanjuanino Octavio Gil formula este retrato, que tomamos del prólogo de León Benarós a la reedición de la novela “El Chacho”, de Eduardo Gutiérrez:

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“La vi pasar como desprendido de un lienzo de leyenda, montando sudoroso corcel oscuro; la cabeza y la amplia frente cubiertas con un pañuelo rojo; el perfil aquilino, el rostro maduro y cansado por la lucha adversa y desigual, con unos ojos perdido, de color azul profundo… que miraban vagamente… Cubría su cuerpo delgada casaca militar, que ostentaba las insignias de su grado y entre los pellones que llenaban literalmente el recado, emergían el chiripá de bayeta, el cinto chapeado y el facón de plata, terminando el indumento sobre el estribo, la bota de potro y las lloronas labradas. En la mano izquierda, que apretaba el ala del amplio sombrero, las riendas trenzadas y el cabestro y sobre el recogido brazo derecho caía una sabanilla o poncho liviano”. Sarmiento cuida de no caer en lo descriptivo, pero no puede con su vena de escritor nato. Entresacamos de su biografía del Chacho estas pinceladas: “…Era blanco, de ojos azules y pelo rubio cuando joven, apacible de fisonomía cuanto era moroso de carácter… Su lenguaje era rudo… pero en esa rudeza ponía exageración y estudio, aspirando a dar a sus frases, a fuerza de grotescas, la fama ridícula que las hacía recordar, mostrándose así cándido y al igual que el último de sus muchachos… sentado en posturas que el gaucho afecta, con el pie de una pierna puesto en el muslo de la otra, vestido de chiripá y poncho, de ordinario en mangas de camisa y un pañuelo amarrado en la cabeza. En San Juan se presentaba en las carreras… con pantalones colorados y galón de oro, arremangados para dejar ver calcetas que de limpias no pecaban, zapatillas a veces de color”. Vemos que estas pinturas coinciden en líneas generales, aunque con evidente diferencia de intención: benévola en de la Colina, despectiva en Reyes, admirativa en Gil, sarcástica en Sarmiento. Los denigradores nacionales y riojanos del Chacho Bien se ha dicho que los dos pilares sobre los que Bartolomé Mitre asentó su prestigio en vida y para la posteridad fueron “La Nación” y la “Academia Nacional de la Historia”. Y es que en la historia de la nación argentina editada por esta última institución (Tomo X) se hace una maniquea descripción de estos años que tendrán en los extremos de la lucha a Peñaloza y Mitre y como personaje desvanecido y secundario a Urquiza. Se dice en la “Historia de la nación argentina” de la Academia lo siguiente: “Y viene aquí para La Rioja un momento difícil en su vida estatal. El desenlace del conflicto entre la Confederación y la provincia de Buenos Aires repercute dolorosamente en ella. Las vinculaciones entre los hombres dirigentes de la disuelta Confederación y el caudillo riojano general Peñaloza; la corta visión política de este último frente a los nuevos acontecimientos nacionales; y, más que todo, el desconocimiento general por parte de las provincias interiores de los resultados de Pavón y Cañada de Gómez, desencadenaron una guerra encarnizada que costó mucha sangre del país. Al comenzar el año 1862, los Taboada, dueños de Santiago del Estero, invadieron la provincia de Catamarca. El gobernador de esta provincia don Samuel Molina llama en su auxilio al general Peñaloza, jefe de II cuerpo del ejército del centro. Peñaloza reúne tropas, rápidamente, y marcha a Catamarca. En Catamarca entabla infructuosas negociaciones de paz con los jefes invasores, y, llamado por Gutiérrez, marcha a Tucumán donde es vencido en el Río Colorado por las fuerzas de esa provincia el 10 de febrero de 1862. Descalabrado vuelve Peñaloza a La Rioja, y se da en ella con que, desde Córdoba los comandantes Pedro Echegaray y Juan Carranza habían invadido Los Llanos y llegado hasta la capital (de La Rioja); con que, el coronel Rivas, desde Mendoza, amenazaba al gobernador Villafañe; con que, desde San Luis invadía el coronel Loyola, y con que,

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desde San Juan, tras el comandante Aguilar, entraba el teniente coronel Sandes con su célebre escuadrón de guías. Ante todo esto, el gobernador Villafañe, atemorizado, se pronuncia a favor de los invasores; desautoriza la campaña de Peñaloza a Catamarca y Tucumán y estigmatiza todos sus actos; reorganiza las fuerzas de la provincia, y se entrega en manos de sus nuevos y poderosos aliados. Pero, al acercarse Peñaloza, declara en estado de sitio a la provincia y huye con las fuerzas protectoras buscando el amparo de Rivas. Al llegar Peñaloza a la capital, recibe, del gobernador delegado Brac, el encargado de movilizar todas las milicias de la provincia para defender su autonomía y castigar la invasión armada. En cumplimiento de lo cual, Peñaloza fue a situarse en las Aguaditas o Puesto de los Valdeses, para recibir allí los contingentes del oeste al mando del coronel José María Lines y los del sud al mando de Lucas Llanos, cuando cae sobre él, que conservaba, solamente, los despojos de su anterior campaña de Tucumán, el comandante Sandes con su espléndida tropa, y lo destruye totalmente el 11 de marzo. Con la acción de las Aguaditas y el bárbaro fusilamiento de los prisioneros tomados en ella, comienza el tristísimo espectáculo de la destrucción de un pueblo, colocado a designio fuera de las leyes de la guerra. Este estado de la lucha, en que las tropas invasoras sólo dominaban el terreno que pisaban, y la aparición de nuevas y más numerosas montoneras, todas espantables y escurridizas, movió al general Paunero, que dirigía desde Córdoba toda la campaña, a entablar negociaciones de paz enviando ante Peñaloza al doctor Eusebio Bedoya y a don Manuel Recalde. Los comisionados hablan con Peñaloza, y, el 30 de mayo, se firma el tratado de La Banderita, con el completo sometimiento del caudillo riojano. A pesar de todo, el tratado de La Banderita no produjo la pacificación que de él esperaron las partes contratantes. La buena fe de Peñaloza se estrelló en el disgusto que causó a sus enemigos el no habérselo eliminado de la escena. Y el incumplimiento de lo pactado, por parte de los gobiernos de las provincias intimidadas por su presencia en Los Llanos y por su inmenso prestigio en las masas populares, provocó nuevamente la guerra. “Después de una guerra exterminadora porque ha pasado el país –decía el general Peñaloza– y después de todos los medios puestos en juego para terminar ese malestar de todas las provincias, muy conformes y llenos de fe en el programa de V.E (Mitre) han esperado los pueblos argentinos una nueva era de ventura y progreso; han esperado ver cumplidas las promesas hechas tantas veces a los hijos de esta desgraciada patria. Pero muy lejos de ver realizados sus sueños, muy lejos de ver cumplidas sus esperanzas, han tenido que tocar el más amargo desengaño al ver la conducta arbitraria de sus gobernantes; al ver despedazadas sus leyes y atropelladas sus propiedades y sus garantías para sus propias vidas. Los gobernadores de estos pueblos convertidos en otros tantos verdugos de las provincias cuya suerte les ha sido confiada, atropellan las propiedades de los vecinos, destierran y mandan matar sin forma de juicio a ciudadanos respetables sin más crimen que haber pertenecido al partido federal y sin averiguar siquiera su conducta como partidarios de esa causa”. En 1913 un liberal de larga trayectoria que llegó a La Rioja en los tiempos que cronicamos el Tt. Cnel. Marcelino Reyes daría a conocer la primera historia integral de La Rioja “Bosquejo histórico de La Rioja” en la que al hablar de Peñaloza lo hace con singular desprecio: “El alzamiento del general Peñaloza, ocurrido en Marzo de 1863, no fue un suceso inesperado, sino lógico.

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El tratado de La Banderita, que jamás tuvo por su parte la intención de cumplir, dejó en su poder todo el armamento de sus fuerzas, que debió ser entregado al gobierno de La Rioja, y con el cual había combatido, durante la guerra que sostuvo contra las huestes del gobierno de Buenos Aires. Malanzán, julio 13 de 1863. –Al señor comandante don Joaquín González: acabo de recibir una comunicación del capitán don José M. Lucero, en que me da cuenta que un señor García, comisionado de V.S le pide entregue el armamento y animales del Estado que tiene en su poder y quedando sin efecto la comisión que a estos fines le confié, dando su dicho comisionado por razón los tratados míos con el gobierno de Buenos Aires. Con sentimiento veo, señor comandante, que Vd. no está al cabo de esos tratados, como veo no conoce sus atribuciones. Por los tratados, señor, y de acuerdo con el jefe del primer cuerpo del ejército de Buenos Aires, estoy yo encargado de garantir el orden en la provincia, a cuyo efecto queda en mi poder el armamento que he tenido: y tengo a más instrucciones que ni siquiera es dado comunicarlas a Vd. Su gobierno mismo, señor comandante, no puedo exigir de mí lo que no está en su derecho, como lo que Vd. exige. Cada uno en su puesto y no tomar atribuciones ajenas, porque de lo contrario no nos entenderemos. Por fin, mis convenios son exclusivamente con el gobierno nacional, cuyas órdenes obedezco, y a él exclusivamente corresponde exigir, tanto el cumplimiento de lo pactado, como darme las órdenes e instrucciones que estime convenientes. En vista de los antecedentes que tenga manifestados, y para guardar la armonía que deseo con Vd. como con todas la demás autoridades, espero que Vd. no exigirá lo que por dicho comisionado lo hace, puesto que en ningún caso se le entregará, y cuento que será bastante prudente para conocer su posición y la mía. Al dejar así cumplido el objeto de ésta, me es grato ofrecer a Vd. las consideraciones de mi aprecio. Dios guarde a Vd.– Ángel Vicente Peñaloza”. Y Transcribe una carta del Chacho dirigida a un jefe llanista en la que le reafirma que no debe entregar sus armas al Gobierno Nacional, pues ello no se adecuaría al tratado firmado. Peñaloza mostraba en esa comunicación su desconfianza a que el mitrismo cumpliera sus compromisos. Los hechos le darían la razón. Y otra comunicación finalizando el año álgido y convulsionado del 62, al gobierno riojano lo muestra convencido de la necesidad de respetar a los soldados de la montonera. Sus fieles seguidores. “Guaja, Diciembre 12 de 1862 –El general de la nación– En su mérito (la nota del gobierno de La Rioja), quedan disueltas las fuerzas que hostilizaban la tranquilidad de San Luis y Córdoba. Los jefes han entregado las armas que quedaban en mi poder; y ellos bajo mi vigilancia. Otras medidas más graves hubiera tomado, señor gobernador, si no estuviese persuadido que estos hombres “alicionados” por la experiencia y mejor aconsejados, podrían ser útiles a la nación, pues que son soldados valientes y amigos buenos y leales a la causa a que se adhieren; y que por consiguiente, una vez adheridos a la nuestra, nos ayudarán a sostenerla con la decisión que han sostenido la que acaba de espirar. Permítame, señor gobernador, que yo abrigue la convicción que al soldado valiente y al amigo bueno, cuando se desvíe, es más prudente de encaminarlo que de destruirlo– Ángel Vicente Peñaloza. Como explicando el por qué de su levantamiento en Marzo del 63 dejando de lado el tratado de La Banderita hay una carta de Peñaloza en la que dice: “Guaja, Marzo 26 de 1863 –Señor coronel Iseas– Uno de los más crueles y sanguinarios de los coroneles de Mitre. Esta carta es el análisis más crudo y realista de

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la situación de vandalaje protagonizada por la Nación en contra de lo firmado y de elementales normas de humanidad. Mi querido y antiguo amigo: Me es muy placentero este momento que tengo la satisfacción de dirigirme a Vd., deseando que goce de una completa salud a la par de su apreciable familia, quedando por esta a sus órdenes. Amigo: después de los terribles acontecimientos que nuestras disensiones políticas nos hicieron sufrir, ha venido a renovarse la época del pasado, a consecuencia de la oposición en que han puesto a los pueblos los malos hijos de la patria. Nunca pude imaginarme que los que nos prometían la fusión se convirtieran dictadores, y tiranizando a sus mismos hermanos: desterrando al extranjero y confiscando bienes, hasta dejar las familias en la mendicidad. Estos terribles procedimientos han dado el resultado que ya lo palpará usted. Todos los pueblos se pronuncian clamando por la reacción, todos piden que se los devuelva sus libertades que han sido usurpadas por un puñado de hombres díscolos que no tienen más bandera que el absolutismo; y conociendo por mi parte la justicia que se reclama, no he trepidado apoyar tan sabios pensamientos. Recordando que Vd. ha sido un antiguo compañero y amigo, he resuelto dirigirle esta carta para demostrarle la situación, y que se desprenda de las creencias que lo perderán, yo lo garanto, amigo y compañero, que en mí encontrará la buena fe y el apoyo de un verdadero amigo fiel en mi palabra, y no dilate en admitir mis consejos, pues son los más sanos, y porque será lo más sensible para mí que se pierda un amigo de tanta importancia. Salud, amigo, y cuente con el afecto que le profesa su inolvidable S.S.Q.B.S.M –Ángel Vicente Peñaloza”. El gobernador de Santiago, don Manuel Taboada, con fuerzas de esa provincia en número de más de 900 hombres de infantería y caballería, se estacionó en Chumbicha, límite por el Sud de Catamarca con La Rioja, para ocupar a los pocos días esta última ciudad con la división de su mando, mientras el gobierno nacional, que ya acudía a apagar el incendio, nombraba director de la guerra contra el general reaccionario al gobernador de San Juan, teniente coronel don Domingo F. Sarmiento; y para tener más unidad de acción el director nombrado en la campaña ya iniciada, ponía a sus inmediatas órdenes al regimiento número 1º de caballería de línea, al mando del coronel Sandes; el batallón 6º de infantería, del teniente coronel don José M. Arredondo, y las milicias movilizadas de Córdoba, San Luis y San Juan, en operaciones sobre La Rioja. Este jefe llegó a Chilecito en momentos en que el coronel Sandes libraba contra Peñaloza, el 20 de Mayo, el porfiado combate de Lomas Blancas; más, encontrando al coronel de don Diego Wilde guarneciendo con la división de su mando el punto mencionado y los departamentos del Oeste de La Rioja, pasó a ocupar la ciudad capital, que se hallaba en completa acefalía de sus autoridades y totalmente abandonada a su suerte, porque las fuerzas santiagueñas se habían retirado en dirección a su provincia después del triunfo del Mal Paso. Al combate de Lomas Blancas, en la Costa Alta de los Llanos, había concurrido el general rebelde con lo mejor de sus tropas, en número de más de 1500 hombres, mandados por lo más granado de sus jefes. Por eso la lucha fue tan encarnizada y sangrienta, costando al ejército nacional la muy sensible pérdida del mayor del 1º de caballería, don Pedro Flores, que murió de un balazo en la frente en lo más porfiado de la lid; y el coronel don Ambrosio Sandes, que resultó herido de lanza en un muslo, en combate singular con un obscuro soldado, cediendo a su idiosincrasia de combatir. Por más bravas que fueran las tropas que Peñaloza presentó en Lomas Blancas, a las que obedecían las órdenes del coronel Sandes, no era posible resistir su empuje, pues

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en el expresado combate se encontraron bien representados el ejército y milicia nacionales. Sin embargo, fue tal el ímpetu del enemigo, que bandeó filas en su choque con el escuadrón Compañía de Flanqueadores del regimiento 1º de caballería, que formaba la derecha de la línea del coronel Sandes, arrebatándole la caballada de reserva y todo el bagaje, por cuyo motivo no pudo hacérsele una persecución enérgica y tenaz, aunque sí la suficiente para que no se rehiciera en breve, escarmentado por la mortandad que sufriera; pues no se dio cuartel a los que caían heridos o prisioneros. Dispersada y deshecha la montonera de Peñaloza en Lomas Blancas, éste emprendió su fuga a una de sus tantas guaridas designadas de antemano como punto de reunión, en caso de una derrota. Allí tuvo aviso de la revolución que había estallado en Córdoba, encabezada por los “rusos”, teniendo por jefes al coronel don Pedro Oyarzabal y al ex gobernador don Pío Achaval, quienes lo solicitaban para tomar el mando en jefe de las fuerzas que apresuradamente se organizaban para resistir al ejército, que el gobierno nacional debía mandar sin pérdida de tiempo a batir los revolucionarios cordobeses, que como Peñaloza y sus correligionarios de La Rioja, eran reaccionarios de un pasado ignominioso para el país.

LA JUSTIFICACIÓN Y RAZONES DE URQUIZA

Luego de consultar numerosas fuentes bibliográficas y documentales surgen dos posibles razones o explicaciones de por qué Urquiza luego de Pavón se refugiaría en Entre Ríos y a partir de allí diez años después hasta su muerte en 1870 desconoció todas las veces que se le requiriera, y en el caso particular de Peñaloza ponerse al frente nuevamente del partido federal y apoyar aunque fuera moralmente la acción de sus lugartenientes. Sistemáticamente los olvidó y no solamente eso sino que fueron muchas y reiteradas las oportunidades en las que expresó su total adhesión a la política mitrista, aunque en el fondo quizás él la rechazara. Una explicación la dio en el libro "Homenaje a Peñaloza" el historiador mendocino Pedro Santos Martínez al exponer no con documentos, sino con inferencias, que detrás del abandono por parte de Urquiza de su jefatura tácita en el partido federal estuvo mezclada la masonería. Y expone en largos consideranos encuentros de los que si bien nada quedó registrado Urquiza y Mitre ambos masones convinieron en que el primero daría paso a la acción de Mitre haciendo que Buenos Aires volviera una vez superada la Confederación a hacer la que verdaderamente regenteara el país. Decía Martínez: La Masonería “En la visita que el año anterior (1860) habían realizado Derqui y Urquiza a Buenos Aires, recibieron sendos honores de la logia. A Derqui, juntamente con Mitre, Sarmiento y Gelly y Obes, le fue conferido el grado 33. En cambio, Urquiza obtuvo la afiliación y regularización en el mismo grado. Este acto tenía gran significación política, porque se le presentaba a Buenos Aires la posibilidad de derrotar o dominar a la Confederación, mediante la incorporación de sus hombres influyentes a la logia. Los hechos subsiguientes a Caseros, demostraron que en esta organización debe buscarse el origen de los sucesos políticos, internos e internacionales, en que nuestro país vivió desde entonces. Por este motivo, en esa ocasión Derqui, Urquiza y Mitre "se entendieron en la conversación íntima", como sostiene Heras. Y los periódicos calificaron la visita a

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Buenos Aires de "cita de la fraternidad", mientras que en El Nacional se la presentaba como "peregrinación a la Meca". La logia pertenecía al rito escocés antiguo y a ella también estuvo ligado el ministro inglés Thornton, de activa participación en los acontecimientos posteriores. Antes de Pavón y ya casi listos para la batalla, Urquiza y Mitre participaban de reuniones en la logia de Rosario y allí se abrazan "fraternalmente". Unos días antes llega al campamento del jefe entrerriano y con salvoconducto de Mitre, Mr. Yateman prohombre de la masonería porteña. Urquiza, que lo recibe con particular afecto, se encierra con él en la carpa”. Otra explicación es más prosaica y sería la razón fiduciaria o simplemente exclusivas razones económicas. Un dato numérico que da Beatriz Bosch de seis millones de pesos de la época como fortuna personal de Urquiza lo muestran quizás como la fortuna más importante de la época pero, seguramente muchos más serían los bienes que acumulara el señor feudal de San José. Y que esto en parte fue así lo señala el hecho que mencionan otros autores de los suculentos negocios que años después y durante la guerra del Paraguay realizaría Urquiza vendiendo miles de ganados al Gobierno nacional e incrementando así de manera desmesurada su colosal fortuna. Y este accionar de Urquiza es ciertamente irritativo toda vez que recordemos la pobreza franciscana de sus olvidados lugartenientes, el Chacho viviendo en sus humildes ranchos de Guaja y Varela afrontando su gloriosa epopeya mal nutrido y peor abastecido. Unido a estas razones es posible señalar que tiempo después de la muerte de Peñaloza Urquiza anciano ya, se casaría por primera y única vez mostrando todas estas cuestiones que esta posición codiciosa de Urquiza también puede explicarnos el por qué de su actitud hacia Peñaloza y la traición que sin duda le hizo. Se nos ocurre otra explicación no del todo descabellada y es que definitivamente cansado Urquiza quiso y se apartó definitivamente no solo de la política nacional que lo había tenido como principal protagonista sino de todos aquellos que se consideraban sus seguidores. La explicación pensamos quizá la más significativa es además la más prosaica. Lo dirá en su estilo almibarado el enviado del vaticano que por esa época lo visitará y del entrerriano escribiría lo siguiente: “El señor Urquiza (…) es robusto, sumamente sobrio, muy animoso y activo. Su conducta moral en otro tiempo fue desarreglada; pero ahora, que se ha casado con una buena joven, hija de un genovés, lleva vida correcta y loable. Es ingenuo, afable y generoso, pero firme; muy devoto de Nuestra Señora del Carmen, cuyo escapulario lleva y de quien cuenta hechos prodigiosos. Pasa por ser el hombre más rico de América Meridional, y goza de grandísimo prestigio en la Confederación y fuera de ella.

************************************** Lo cierto es que tanto el presidente de la Confederación como el general Urquiza, en el breve tiempo que pasaron en Buenos Aires, dieron un grandísimo escándalo incorporándose a la secta masónica en forma pública y solemne. Estoy persuadido de que el general Urquiza, proclive a dejarse seducir por falsas apariencias, entró en aquella secta sin conocer su esencia y su verdadera finalidad. No podría asegurar lo mismo respecto del presidente, tratándose de persona letrada y doctor en leyes. No es, empero, improbable que se haya inscripto en la masonería por miras políticas, considerándolo como un expediente para mantenerse con más seguridad en el poder. Más cualquiera que hayan podido ser sus intenciones, asociándose a una secta condenada por la iglesia y despreciada por toda persona de sano juicio, el papel que

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ellos han representado con aquella farsa los ha cubierto de ignominia y apenado profundamente a los buenos. Ello no obstante tiendo a creer que entre ambos seguirán respetando a nuestra Santa Religión y aun favoreciéndola, al menos por propio interés. Es decir el prelado vaticano, más o menos, esbozaba la verdadera razón o al menos las razones glandulares de peso que mostraron un Urquiza no solamente dedicado al “goze” del “dulce himeneo” al haberse casado sino la reiterada insistencia en ser él solo el principal poblador de Entre Rios. Beatriz Bosch en un trabajo publicado en el Nº 50 de Investigaciones y Ensayos “Algunas precisiones acerca de la familia Urquiza” diría que las injurias, mucha injurias que recibiera Urquiza eran más que nada falsas imputaciones acerca de su vida privada. Ello no obstante la historiadora Bosch se pregunta: “¿Qué fue de aquellos supuestos cientos de hijos? ¿Cómo llevaron sus vidas? ¿Dónde residieron? ¿Qué actividades desarrollaron? No hay respuestas. Hemos podido documentar la existencia de veintitrés; doce reconocidos en virtud de una ley; ocho legitimados por ulterior matrimonio y formalizado éste, tres legítimos. Cifra nada insólita en el pasado”. La verdad es que en lo que toca a La Rioja dos fueron las hijas que tuvo con su amante Tránsito Mercado. Veamos quienes fueron: Cándida Margarita Nace el 10 de julio de 1842, hija de Tránsito Mercado, perteneciente a una arraigada familia de la provincia de La Rioja. Sus padres fueron Nicolás Mercado y Gregorio Pasos. Cándida Margarita se casa con su primo José Antonio de Urquiza Miró. Muere aún joven el 19 de junio de 1869. Entre sus descendientes vemos a Marta de Urquiza de Victorica, presidenta del ya referido Círculo de Damas Entrerrianas y al economista Victorica y Urquiza. Clodomira del Tránsito Nace el 22 de marzo de 1846, hija también de Tránsito Mercado. La madre se casará después con el coronel Juan Galeano. Las dos niñas se criaron desde pequeñas en “San José”. De Clodomira queda un retrato al óleo del pintor Nicolás Peckham, actualmente en el Museo Histórico de Luján. Casó con Emilio Victorica, hermano de Benjamín. Descendiente suyo fue el empresario Marcos Victorica Videla. La verdad es que don Justo José ayudado por varios y obsecuentes alcahuetes, celestinos y celestinas como Barba azul criollo aceptaba en su cama a un variopinto y numeroso grupo de señoritas que le dieron, sin duda muchos más hijos e hijas de los que púdicamente la historiadora entrerriana niega. Es lógico suponer que la insaciable voracidad sexual del prócer, a más de cansado por su larga militancia en la política y en la guerra estaría más que cansado por su vida familiar ¿Cómo esperar que entre tanto ajetreo sexual y manía cogedora podía prestar atención a las absurdas y grotescas demandas de un gaucho analfabeto y pobre de una provincia analfabeta y pobre que luchaba por una causa irremediablemente perdida? ¿Cómo es posible creer que tamaño ricachón, no solamente poseedor de la fortuna más importante de Argentina sino de América desistiría de su amable y muelle vida para ayudar a quienes utilizando, ignorantes de lo que pasaba, su nombre derramaban su sangre y su angustia por los llanos de La Rioja. De lo que pensaba sobre eso Urquiza está sintetizado en la escueta respuesta que le dio a doña Victoria Romero cuando ésta angustiada y desesperada por los oprobios cometidos contra ella y su hija luego del asesinato de su marido como única respuesta le tiró como quien tira un hueso a un perro $2000? Y luego el silencio, no tuvo ni la más mínima

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comprensión de lo que querían los que se creían sus seguidores, no hizo gestión alguna para pedir clemencia y respeto a los viejos federales, aceptó el infame juego impuesto por Buenos Aires y calló, calló hasta que en 1870, como se lo anunciara José Hernández el mismo sería asesinado. Recibió lo mismo que él había dejado hacer y lo más cruel por mano de alguien de su propia sangre. Pero no fue una tragedia griega fue una grotesca tragedia criolla. No murió con la dignidad y la nobleza de Peñaloza, murió como un gordo animal acorralado. En su libro “El otro Rosas” de Luis Franco, al referirse a las características de los distintos caudillos, dice lo siguiente sobre el entrerriano: “En el general Urquiza, en cambio, se constata una mucho mayor capacidad de mando, y sobre todo, política y administrativa; pero los fundamentales hábitos del general-estanciero, persisten sin una falla, aunque en un plano bastante menos rústico. En efecto D. Justo José de Urquiza realizó con éxito un ensayo acometido por primera vez entre nosotros: aliar el sentido del progreso y del orden externo, la administración inteligente, la prosperidad material y aun intelectual, a la sabia explotación del público consumidor y a la cruda explotación de las clases trabajadores del campo y la ciudad. Con la ayuda de los antecedentes consignados por Sarmiento, Cunnigham Gram., Maz Cann, Juan Coronado, etcétera, un biógrafo de verdad sabrá mostrarnos algún día mediante qué resortes un expequeño tendero y expicapelitos se trueca en el casi ubicuo propietario de Entre Ríos, en ganadero, molinero y saladerista omnipotente cuyos socios industriales son los jefes de su propio ejército, y cómo un simple particular llega a inveterarse como amo absoluto de una rica provincia gobernándola con meras órdenes verbales, y a trocarse, en cierto momento, en la muñeca más decisiva en los destinos de los pueblos del Plata. Por sobre todos los otros resaltan en su biografía los cumplidos rasgos de estanciero-general. Pareciera una contradicción, pero e nos ocurre pensar que el Chacho analfabeto relativamente pobre y sin mayores perspectivas de conocimientos universales tenía una perspectiva mucho más realista y una postura ideológica más clara que Urquiza, motivado fundamentalmente por la defensa de sus intereses económicos y por eso en definitiva su enfrentamiento con Rosas. En realidad el señor de San José y el de San Benito de Palermo eran muy similares en su conducta. Y por eso quizá el olímpico desprecio que tuvo Urquiza después de Pavón hacia Peñaloza, los caudillos del interior y Felipe Varela pues en realidad poco tenían que ver con lo que Urquiza representaba. Si bien la mayor parte de los historiadores liberales con alguno que otro matiz diferente explican el retiro de la política activa por parte de Urquiza, por razones de cansancio, edad, o por la firme resolución de poner de su parte fin a las luchas civiles e incluso hablan de grandeza pocos serán los que se refieran a éste podríamos calificar de ostracismo de Urquiza en su palacio de San José como una década de sistemática traición y más que traición absoluto olvido y negación de aquellos que todavía estimaban que Urquiza seguía siendo el jefe indiscutido del federalismo. Por eso dos figuras claves en esta década marcan el principio y el fin de la misma Peñaloza desde 1861 hasta 1863 y Varela desde fines del 66 hasta principios del 68. Ambos negados, ambos derrotados, ambos víctimas de la traición más abyecta. Beatriz Bosch que defiende todos los actos, actitudes, decisiones, opiniones y documentos que Urquiza emitía explicando lo inexplicable recoge todo este largo trajinar por la traición justificando todo lo hecho por el entrerriano. No tiene una sola frase que busque explicar lo que en el interior llevaban a cabo con el sacrificio de sus vidas y haciendas sus partidarios. Opina Bosch que es invocación al líder lo hacían sus “seguidores” sin haber consultado en lo más mínimo con Urquiza, pero la verdad es que

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ninguno tanto Peñaloza como Zalazar, como Elisondo, como Chumbita, Varela y demás pensaban que era necesario esa consulta pues ninguno de ellos creía que el jefe había abandonado definitivamente la lucha, o al menos Urquiza no se los dijo por lo que bien podemos hablar si no traición por comisión si traición por omisión. Justificando lo injustificable la panegirista entrerriana descalifica sistemáticamente tanto la lucha de Peñaloza como la de sus continuadores, utilizando para ello la cita continuada a aquellos que como Evaristo Carriego lucen como adulones de turno. Escribió Beatriz Bosch en “Urquiza y su tiempo”: “El vicepresidente Pedernera, muy a su pesar, aprueba la abnegada decisión de renunciar de Urquiza. Queda aguardando el restablecimiento de la salud del Organizador. El 27 y desde Rosario el doctor Derqui testimonia inmensa pena por su retiro. Lucha con grandes dificultades, pero le alienta la confianza de contar con su apoyo. Sin respuesta todavía el 28, manda un mensaje verbal con don Ramón Puig. Desde Inglaterra, Alberdi y Rosas aportan opiniones sobre el momento político. El tucumano postula reorganizar el país sobre la base de la justicia y del derecho. El antiguo saladerista disiente acerca de la eficacia del régimen republicano federal. Continúa adicto al espíritu de la carta de la hacienda de Figueroa, contrario siempre a un gobierno general. Dos noticias halagüeñas salpican el pesimismo de aquellos días en “San José”: el nombramiento de miembro de la Sociedad Imperial Zoológica de París y la importación por Andrés Carabelli de maquinarias de vapor para elaborar harina en Gualeguaychú. Meses atrás hubo tiempo de recomendar a los jefes políticos el nombramiento de señoras en las comisiones inspectoras de escuelas. Por su parte, el gobernador interino, general Urdinarrain, ante la escasez de recursos, disponía emitir vales o pagarés a tres meses para cubrir el presupuesto de sueldos. Indudablemente que la inesperada actitud de Urquiza depara pasto a la comidilla de enemigos ayer potenciales, hoy descubiertos e irreverentes. Un periódico rosarino denuncia el sentimiento de estupor generado. Califica aquella de abdicación; declara que la persona del capitán general no es ya indispensable, que muchos oficiales competentes pueden reemplazarlo. Transcribe la carta del 20 al doctor Derqui apostillándola en dos de sus asertos principales. Niega que el general Francia aconsejara el retiro. Afirma que la escuadra estaba lista para batirse. El brulote provoca ardiente réplica. El Uruguay rechaza indignado tan perniciosas discusiones: “…no queremos averiguar si el capitán general es o no el hombre preciso de la situación, no queremos saber si ha abdicado o no su poder, queda esto para más tarde; pero si queremos decir que es el ciudadano más altamente meritorio y el único capaz de levantar un ejército que en pocos días encierre a los demagogos tras las trincheras de Buenos Aires”. Evaristo Carriego preconiza su permanente influencia: “…si hay un argentino que pueda heredar sus aptitudes militares, no hay un argentino que pueda heredar su patriotismo, su magnanimidad y su grandeza de alma”. En el orden nacional cesa de gravitar la provincia de Entre Ríos. El retraimiento de Urquiza después de Pavón prosigue despertando recelos por doquier. Sólo tranquilizaría si se intervinieran de una vez sus dominios. La prensa porteña lo fustiga despiadadamente. Debe interceder José Gregorio Lezama cerca de Mitre. Aclara las intenciones del capitán general y obtiene la promesa de frenar el ataque de los diarios. Por cierto, que pareja medida es preciso tomar con Evaristo Carriego, quien lanza el anatema contra los nuevos dueños de la situación desde las columnas de El litoral de Paraná. El 17 de febrero el gobernador Urquiza licencia a la Guardia Nacional de Infantería de la provincia. Antes, despachó asimismo las fuerzas destacadas sobre la frontera con

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Corrientes. Depara plena seguridad de su pacífica actitud. Gesto que place a Mitre, pese a los aterradores datos poco después trasmitidos por Sarmiento desde San Juan. Está dispuesto a solucionar satisfactoriamente la adquisición de los vapores, en cuya empresa Urquiza invirtiera fuertes capitales. El gobernador de Entre Ríos ofrece pleno apoyo al nuevo encargado de los asuntos generales. A un informe confidencial suyo relativo a probables movimientos subversivos en Santa Fe, responde con severas órdenes a la jefatura de policía de Diamante. Además, depárale mayores seguridades aún por intermedio del doctor Carril. Los archivos de la Confederación y las aduanas de Entre Ríos y Corrientes pasan al dominio nacional. El nuevo congreso legislativo se inaugura en Buenos Aires el 25 de Mayo. Aunque el Organizador ponga en él grandes esperanzas, la mayoría de los flamantes diputados y senadores le es por entero desafecta. Cual “espada de Damocles pendiente sobre las gargantas”, divisan su mano o atisban su influencia en cuanto tropiezo les detiene, José Mármol osa desconocer los actos todos del gobierno de Paraná, sean las deudas contraídas, sean las distinciones otorgadas, mofándose del grado de capitán general que ostenta Urquiza. A propósito de los proyectos de capital, Adolfo Alsina enjuicia temerariamente el alcance y finalidades de la actual desfederalización del territorio entrerriano. Juan José Montes de Oca atrévese a calificar a aquél de “enemigo eterno de nuestras instituciones”. Otros insinúan de nuevo su ostracismo. Sólo el general Peñaloza en los llanos de La Rioja es grato a los favores que él y su provincia le deben. Con el General Guido, la expansión condensase en estoico desahogo: “Comprendo los reproches que pueden hacerme cuando consentí en caer con mis amigos en holocausto de la paz, para hacer cesar las calamidades de una guerra que debía perpetuarse. Era un sacrificio a la patria, que tengo aun la fe que no será estéril. He comprometido mi gloria, mi bienestar, mi vida, quizás. Lo sé, pero no me arrepentiré si eso produce ese bien del país, que está sobre los intereses de los que no podemos contarnos sino efímeramente cuando se trata del porvenir de una gran nación. Las pasiones de los hombres atacaron una conducta que tiene por causa una abnegación sin ejemplo que para no estimarla en todo su tamaño es necesario desfigurarlo y calumniarlo: ¡sea!”. Sentimientos y actitudes en nada compatibles con los amagos subversivos que le atribuyen en las provincias del Noroeste, ni con las incitaciones a la rebeldía, que le alcanzan de continuo. Y que culminan con la mención de su nombre en la proclama lanzada el 26 de marzo del 61 por el general Ángel Vicente Peñaloza desde el campamento de Guaja. “Es llegado el momento solemne de reivindicar los sagrados derechos que los traidores y perjuros nos usurparon. La patria nos llama de nuevo a afianzar en nuestras provincias el imperio de la ley, y las sabias instituciones que surgieron gran día del pensamiento de Mayo, y se establecieron en Caseros bajo la noble dirección del héroe de Entre Ríos, capitán general Urquiza”. Esta simple referencia responde a una hábil táctica. De no ser desmentido en seguida el supuesto vinculo, el nombre del Organizador atraeriale más de un adepto a la empresa subversiva. Ningún documento prueba hasta ahora que tal vínculo existiera. Es muy dudoso, más bien inverosímil que, de acordarse un plan de envergadura, se entregara su destino al albur de los informes verbales. Por lo demás, seria preciso concebir un espécimen monstruoso de dualidad, tanto como una miope visión política en el hombre que acababa de ofrendar altísimo rasgo de desprendimiento personal. Sin embargo, en manos de sus enemigos, la proclama se transforma en prenda de la alianza con el jefe riojano. Creencia que comparte hasta el ministro Vélez Sarsfield.

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En la confidencia intima con su yerno Benjamín Victorica el capitán general levanta las imputaciones. Asienta con altivez el 9 de mayo: “Mis enemigos pueden gritar cuanto les plazca para mostrarme complicado en las montoneras del interior, pero estoy seguro que no podrán alucinar ni a su propia conciencia, porque en este caso niego la sinceridad a los mismos adversarios en quienes antes he podido suponer honradez política”. Plantea la cuestión en sus reales términos, negando trascendencia a cualquier intentona del momento. “Pueblos sin recursos, fatigados por la lucha, sin elementos, sin combinación y sin programa ¿qué pueden hacer de importante para cambiar la situación actual? ¿ni qué objeto podría tener yo en provocar, como quiere suponerse, movimientos parciales y aislados sin resultados ni interés para este Provincia? Herido en lo intimo, se expide sin inmodestia ni melindres: “Min enemigos me han puesto tirano y déspota y sanguinario y bandido, me han llenado de denuestos, pero todavía no se les ha ocurrido llamarme tonto, porque en verdad, ellos no crean que lo sea, y sería preciso que lo fuera sobremanera, para provocar disturbios sin condición de duración, para estarme yo tranquilo y disfrutar con estúpido placer de ver deshacerse la misma obra que con conciencia de su insignificancia había emprendido. Pero si a todo trance se me quiere suponer aliado de los Gefes que acaudillan las montoneras y ligado íntimamente a ellos ¿qué objeto podría tener entonces en sacrificarlos y hacerles perder las posiciones en que podían ser mui útiles?”. Confiesa sus esfuerzos por contener a los jefes entrerrianos deseosos de colaborar con los rebeldes y por vindicar entre los suyos al general Mitre, mostrando la altura de su política. Poco antes –el 20 de mayo– en la cámara de diputados de la Nación el representante Cabral de la provincia de Corrientes presento un insólito proyecto: instruir un sumario sobre la complicidad de Urquiza en el levantamiento de Peñaloza. Tras calificarlo de disparatado, el gobernador de Entre Ríos anuncia que reclamará por la vía judicial contra los calumniadores. Ofendido, desahogase con Victorica: “La manifestación que lanzé al público, y que por ella he merecido tantos insultos, me satisfacen más que si no me los hubieran dirigido, pues, ellos son arrancados por la rabia que les causa a los que viven de la revuelta que las intrigas y tramas que me tienden, son deshechos con altura y dignidad. Y lo autorizo, porque a mi nombre les diga a aquellos amigos o enemigos que reprochan el no haberlo llamado en ella bandido a Peñaloza: es porque nunca he acostumbrado ese lenguaje, y a no ser así, hubiera comenzarle por llamarlo bandido y asesino a Sandes y a todos aquellos que están matando sin forma de juicio, dejando por esto mui atrás a Rosas, porque al fin éste procedía por sí, y ahora se invocan las leyes, las libertades y respeto a la vida y propiedades, de que tanto habla la Constitución que nos rige”. Estas frases no dirigidas a la Nación ni al gobierno nacional sino, en carta personal a su secretario Victorica es la máxima expresión de repudio que tuvo Urquiza con lo que estaba pasando en el país y contra sus seguidores. Pero lo hizo en la intimidad, mostrando su inconformidad, pero sin hacer mucha bulla ni escándalo. Primero y antes que nada su tranquilidad. Incitación sin eco. Fiel a los conceptos vertidos en su manifiesto, el gobernador de Entre Ríos rehúsa todo contacto con los rebeldes. Cinco días después estalla en Córdoba un movimiento contra el gobernador Justiniano Posse al grito de “¡Viva el general Urquiza! ¡Viva el ínclito general Peñaloza y su ejército!” Los dirigentes despachan mensajeros a “San José”. Parte de la correspondencia es interceptada. Otra llega a destino. Escribe Urquiza a Victorico: “Escuso decía a V. que la carta cuya

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propia le envío no será contestada y los conductores no se moverán de mi casa”. El presidente reconoce su lealtad el 25 de junio. Solicítale además un enérgico y público rechazo de la invitación formulada. Caballerescas declaraciones que mucho le halagan, pues, ahora “…verán los que me hacían la injusticia de creerme complicado en una empresa de tendencia anárquicas, que si mi nombre era esplotado para darle autoridad o prestigio, esto se hacía sin mi consentimiento ni aprobación porque jamás la he otorgado ni otorgaré a movimientos sediciosos que tiendan a perturbar la paz, alterar el orden, menoscabar la autoridad general e impedir que el país disfrute de los beneficios que le garanten instituciones protectoras”. Cree imprudente contestar por vía oficial a los rebeldes. Basta con el manifiesto conocido y con “… la enérgica censura que no pierdo ocasión de hacer pública y privadamente de la revuelta del interior en particular y en general de cualquier tentativa que propenda a alterar el orden que impera hoi en la República “. Por tanto, explota abusivamente su nombre el general Benjamin Virasoro al prometer un seguro pronunciamiento del capitán general”. El 62 Ya el país, luego de Pavón se organiza con mano fuerte y mucha bala. La Rioja como epicentro de ese acontecimiento fue clave en este tiempo histórico. Y por ella, como en tiempos de Facundo pasará el meridiano político del país. Es cuestión de repasar las comunicaciones de las fuerzas militares que invaden la provincia, las que emanan de las fuerzas montoneras. La provincia por su parte ve un constante ir y venir de gobernadores que ora emiten comunicados contra Peñaloza y a los pocos días otro gobernador (provisorio como todos) dirá exactamente lo contrario. Quizás de todos los protagonistas que participan en estos acontecimientos que pasan a la velocidad del rayo, se contradicen, exaltan al Chacho o lo denostan, sea únicamente el caudillo montonero que pese a todo prosigue con sus acciones y no deja que lo amedrenten ni las fuerzas nacionales que invaden La Rioja ni muchos riojanos que se le oponen y apoyan a aquellos. El 62 es el año clave en estas luchas entre Peñaloza y el gobierno nacional que envía sus mejores tropas y sus más sanguinarios jefes a erradicarlo del mapa. Pero antes del 62 y luego de Pavón (17 de septiembre 1861). “Mitre penetró en Santa Fe y siguió hasta Rosario, que cayó en poder suyo el 11 de octubre. Al mismo tiempo, exigía el retiro de Derqui y procuraba que Urquiza se pusiera al servicio de las ideas de Buenos Aires para realizar su programa político. Estas negociaciones fueron conocidas por Derqui, quien comprendió que ningún apoyo podía esperar del gobernador entrerriano en virtud del entendimiento que ya tenía con Mitre. En carta a Saá, el Presidente decía: "Ya se me habían dado avisos por personas muy caracterizadas, que el Gral. Urquiza estaba en relaciones clandestinas con el enemigo: pero ya se ha quitado la máscara, y se comunican por medio de vapores de guerra del enemigo que vienen del Diamante con bandera de parlamento y entregan correspondencia para él". Agrega que aún cuando no conoce las bases de esa negociación, "no me queda duda de que las principales víctimas de ella somos Ud. y yo: Ud. porque tuvo el atrevimiento de triunfar cuando él huyó; y yo porque soy un obstáculo legal a su dictadura". Entretanto, Mitre empieza a asumir posiciones militares de envergadura con miras a colocar gobiernos adictos en las provincias. La bancarrota económica de la Confederación, el dominio de Córdoba por Paunero y la masacre de Cañada de Gómez, constituyeron el golpe de gracia que decidió a Urquiza a cumplir los convenios secretos acordados con Mitre.

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La desfederalización de Paraná Urquiza permanecía silencioso en San José. Cierto día, llega a su palacio Juan Cruz Ocampo para presentar la tremenda exigencia de la oligarquía porteña: la reincorporación de Paraná a la provincia de Entre Ríos. Y Urquiza, fiel a la palabra empeñada en la logia de Rosario, se dispuso a hacer cumplir esa condición. Mitre le retribuirá con la posibilidad de continuar en el gobierno provincial y en el goce de su inmensa fortuna. Para ello y en su carácter de gobernador de Entre Ríos, Urquiza desconoció a las autoridades nacionales. En un mensaje a la Legislatura destacaba la necesidad que esa provincia reasumiera su soberanía y dejara sin efecto las disposiciones relativas a la fijación de la capital y del territorio federalizado. Entre Mitre y Urquiza se había acordado que el gobierno de Buenos Aires invitaría a las provincias para que retirasen sus diputados al Congreso. Todas las condiciones de Mitre las cumplió Urquiza puntualmente. Pero el gobernador de Buenos Aires le exigió la última: el retiro de la vida pública. El vencedor de Caseros, en una sentida carta, solicitó a Mitre que le levantar esta "imposición humillante". Al ceder, Urquiza se constituyó en el instrumento eficaz de Buenos Aires para liquidar a la Confederación y evitar toda posible resistencia del interior. Consintió a cuanto se le impuso, a condición que le dejaran el gobierno de Entre Ríos. Quedó reducido a esta provincia con la obligación de no intervenir ni prestar apoyo a ningún movimiento del interior. Por otra parte, siendo Urquiza el más importante ganadero, industrial y comerciante, no podía romper ni rebelarse contra los intereses de la oligarquía porteña y su régimen de comercio libre. Porque si éstos le cortaban el tránsito por lo ríos Paraná y Uruguay provocarían la ruina económica de Entre Ríos y, por lo tanto, del propio Urquiza. Pero en el interior aun resuena el grito de "¡Viva Urquiza.'" con que mueren los gauchos federales, mientras continúan usando el cintillo punzó. Ese grito se oirá entre los llaneros del Chacho y tiempo después en los levantamientos de Várela y de Sáa. Realmente Urquiza vive. Pero tranquilo en su palacio y en el gobierno de Entre Ríos. Mientras tanto, mueren muchos federales que aún creen en él e ignoran su defección. Se había olvidado de todos ellos, a pesar de que antes de Pavón enrostrara a Mitre el que éste considerara "horrorosa la muerte de los hombres que se llaman decentes; despreciable la de los pueblos, la de los pobres paisanos que se sacrifican por respeto y decisión". Mitre ahora podría haber recordado esas mismas palabras a su autor. En tanto, Sarmiento afirmará que los gauchos son bípedos de infame condición". 16 Pero es indudable que a partir de estos meses finales ya con el retiro (sea cierto o no que existió una suerte de pacto masónico entre los hermanos Urquiza y Mitre) o que el entrerriano decidiera retirarse definitivamente de la política, la verdad es que estos meses de finales del 61 hasta la desaparición de Peñaloza están signados por la mentira, la hipocresía y llegada la circunstancia firmar cualquier tratado o convenio (dado que no podía ser derrotado por las armas) para tranquilizar, aunque fuera momentáneamente, el espíritu levantisco de Peñaloza. Veamos lo que afirma el historiador Santos Martínez cuando refiriéndose al levantamiento del riojano escribe. La violencia pregonada Entre los triunfadores existía la convicción de que se iniciaba una etapa redentora. El ministro de Guerra, general Juan Andrés Gelly y Obes, le manifiesta a Mitre: "Pavón no es sólo una victoria militar, es un triunfo de la civilización contra los elementos de

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guerra de la barbarie". (22 de setiembre de 1861). Esa etapa de civilización debía alcanzarse de inmediato, sin contemplar situaciones de nadie y eliminando rápidamente todo lo que se conceptuaba remora de nuestra estructura política o social. En forma clara y sincera, Sarmiento expuso las líneas de un plan político nuevo. A los pocos días de Pavón escribió a Mitre: "No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos". Agrega en otro párrafo que "Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca". Dicta normas militares para que Mitre domine todas las provincias o provoque sublevaciones que vuelquen sus situaciones a un estado favorable a Buenos Aires. Dominar a Santa Fe para que deje de ser el azote de Buenos Aires, destruir Mendoza y convertir a San Juan en capital de Cuyo, donde él dominará. A Entre Ríos, "échele veinticuatro batallones y sublévele a Corrientes. Escríbale a los Taboadas, suscitándolos a la acción, a mostrarse en Córdoba, San Luis, etc". Pretende convulsionar al interior "para poner en actividad a las provincias", de las que -a pesar de ser provinciano- tiene una menguada impresión: son "pobres satélites que esperan saber quién ha triunfado para aplaudir". Este mismo desprecio le merecen los opositores y amigos del interior. En otro lugar trae a colación los sucesos de San Juan, con estas sugerentes expresiones: "Ahora que estoy justificado por la victoria, quiero descender a justificarme del cargo muy válido de haber preparado los sucesos de San Juan". Finalmente, aconseja a Mitre "quemar, ordenadamente, los establecimientos públicos de Paraná". A los cuatro días vuelve a escribirle para afirmar: "Esta escuela es la que yo prefiero, ciencia y palo", deseándole a Mitre la gloria "de restablecer en toda la República el predominio de la clase culta, anulando el levantamiento de masas". Del mismo criterio social participaba el comisionado Dr. Marcos Paz, quien no bien llegó a Catamarca, hizo imprimir el periódico La Regeneración, en el que estampó este significativo pensamiento: "En este banquete de civilización y de principios, sólo se excluyen el poncho, el crimen, la barbarie; es decir, los caudillos". Primera guerra contra Peñaloza En poco tiempo el Chacho convocó a miles de hombres. Después de triunfar en los primeros encuentros, Sandes ejecuta a los jefes y oficiales prisioneros. Respondía a instrucciones de Sarmiento, quien ordenó "por escrito...pasar por las armas a todos los que encontrase con armas en la mano". En otra ocasión son puestos en el cepo mientras Sandes saboreaba mate y hacía aprender a sus subordinados cómo se lanceaba, ultimando a los pobres prisioneros. Sus gritos de dolor eran neutralizados por las dianas del regimiento. El Chacho inquieta a las tropas de línea, pero sus cargas no pueden obtener triunfos importantes contra ellas. El caudillo llanista no combate para imponerse, sino para proteger a los suyos de los vejámenes que les hacen padecer los ejércitos "pacificadores". Esto lo impulsa a buscar una paz honrosa, que la consigue en San Luis, con el gobernador Barbeito. La buena fe de Peñaloza se estrella contra Paunero, que desconoce este pacto y dio libertad de acción a sus jefes para batir a Peñaloza, mientras escribe a Mitre: "no creo que deba (Rivas) respetar el convenio". En estas circunstancias surge la Comisión Pacificadora del Oeste (Pbro. Eusebio del Carmen Bedoya y Manuel Recalde), para realizar negociaciones con el general Peñaloza. Después de episodios curiosos que deben vivir los comisionados, se encuentran con el Chacho, quien acepta las condiciones, celebrándose la paz en La Banderita (30 de mayo de 1862)”.

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Por su parte el riojano historiador Dardo de la Vega Díaz en su insustituible “Mitre y el Chacho” señala. “Con la entrada del año 1862, entra Peñaloza a actuar en el campo político y militar de la República. Actuación ésta, que, como hemos de ver, dista mucho de ser la que nos pintan los apasionados escritores porteños o aporteñados. Desde la caída de Rosas y hasta este momento la acción de Peñaloza se había limitado, únicamente, al estrecho marco de su provincia natal: La Rioja. Hombre sin ambiciones y aunque con más méritos que muchos de los que alardeaban sacrificios y padecimientos ocasionados por la tiranía, desaparecida ésta, ni encareció sus servicios ni se lamentó de que se los olvidaran. Sus trabajos, al emprenderlos, nunca fueron ni con miras a su personal encumbramiento ni por hacerse acreedor, en honras y honores, de las generaciones futuras. Cuando montó a caballo para combatir a Rosas, fue solamente, porque Rosas escarnecía a su noble patria argentina. Los hombres que gobernaron el país después de Rosas, ni le exigieron nada, ni Peñaloza, de ser exigido, habría aceptado exigencia alguna que estuviera reñida con su acendrado amor a su pueblo y su fervoroso culto por la libertad. Ninguna influencia pudo tener, pues, en su alma, ni el generalato discernido por Urquiza ni la jefatura del tercer Cuerpo del ejército de] Centro, despachada por Pedernera. Tanto es así, que declarada la guerra entre Buenos Aires y la Confederación, y a pesar de haber sido encargado de la formación de un cuerpo de ejército, Peñaloza ni reúne el ejército ni da un paso fuera de los Llanos. Este hecho, auspicioso para Buenos Aires, movió al general Paunero y a su Auditor de Guerra, Sarmiento, cuando el ejército de Buenos Aires aún no había entrado a Córdoba, a escribirle desde Villanueva. Sarmiento nos recuerda este hecho. Dice: "...Allí en (Villanueva) convinimos en la necesidad de escribir al Chacho, QUE NO HABÍA TOMADO PARTICIPACIÓN EN LA GUERRA, ni formaba parte del ejército de la Confederación de entonces. Yo fui el secretario para escribir la nota, diciéndole: que aunque nos había dado TANTAS VECES PRUEBAS DE CORDURA, nunca nos la había dado tan grande COMO EN NO TOMAR PARTE EN AQUELLA LUCHA, y que había hecho muy bien en no concurrir a la batalla de Pavón". "Le recomendábamos, pues, -continúa Sarmiento-, que no tomase parte ninguna en adelante, porque habíamos triunfado y estábamos ocupando toda la provincia, y tendríamos ocasión DE SERLE ÚTIL". Y viene aquí una nueva oferta que tampoco tuvo eco en el espíritu de Peñaloza. Esa promesa DE SERLE ÚTIL, hecha a los señores de provincias que no tuvieron ni por cerca el temple de alma de Peñaloza, fue lo que abrió más de una puerta al "regenerador" liberalismo. Pero Peñaloza quedó mudo ante esta "ilustrada ofensa", y esperó los acontecimientos. Es que en toda la campaña contra el Chacho una sola verdad, amarga, muy amarga, se descubre y brilla: y es que la falacia, la perfidia, la calumnia y hasta la traición fueron las armas preferidas por los ilustrados regeneradores de la barbarie provinciana. "Acepto cordialmente la conferencia que me propone con la viva fe de que conseguiremos restablecer la paz de estas provincias y siendo muy urgente que ella se realice sin demora, pues que ésta trae graves perjuicios por la reunión de fuerzas que se sostiene, como otros inconvenientes que es inútil de tallar, es que espero de su patriotismo y buen deseo por la paz, que el jueves 30 del corriente tendrá V.S la bondad de aproximarse al punto de San Francisco donde me encontraré ofreciendo a V.S todas las garantías personales que bajo mi palabra de honor puedo ofrecerle". Los sucesos del litoral entre la Confederación y la provincia de Buenos Aires, o por mejor decir, entre Urquiza y Mitre, hubieran pasado en La Rioja si no inadvertidos, por lo menos sin alboroto, a no mediar la diligencia porteña afanada en convulsionarlo

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todo, engreída por la buena suerte que acompañaba a sus armas. Las victorias de Pavón y Cañada de Gómez dieron alas para acometer la empresa de convertir a todas las provincias en simples satélites de la de Buenos Aires y a sus hombres representativos en meros autómatas de la voluntad política de los vencedores. De donde surge que entre los anarquizantes de la República no se debe contar a Peñaloza, puesto que éste oponiéndose al porteñismo jugaba el rol que en justicia cabía a todo buen provinciano: la defensa de la calma interior de la provincias. En efecto, gozaba La Rioja, por ese entonces, al amparo de Peñaloza de una tranquilidad casi completa. Las que perturbaron, pues, la paz de la provincia, no fueron las turbas "incultas y salvajes" como se las calificaba y aún se las califica; fueron las clases "ilustradas y dirigentes". El prestigio de Peñaloza era tanto entre las gentes campesinas, que cuando más rudo era el contraste que se le infligía, mayores muestras de adhesión le ofrecían sus parciales. Y con el solo anuncio de su acercamiento, las poblaciones en masa se apresuraban a recibirlo como triunfador. Cada derrota de sus armas, florecía en triunfos en el corazón de sus coterráneos. Por eso cuando las primeras avanzadas de sus huestes empezaron a llegar a la ciudad, anunciándose con el estrepitoso tropel de sus cabalgaduras y atronando el aire con sus vítores al jefe y a su causa, sus enemigos ponían pie en polvorosa”. Año bien movido comenzó siendo el 62 el 12 de febrero el gobernador Villafañe de La Rioja contrario a Peñaloza y sirviendo a la política mitrista desautorizaba las acciones bélicas emprendidas por esos días por Peñaloza hacia Santiago del Estero y Tucumán y emitía un fuerte comunicado diciendo: Art. 1– Declarase que el gobierno y la provincia de La Rioja, no tiene parte en los actos de bandalaje que don Ángel Vicente Peñaloza, suponiéndose jefe autorizado, comete en las provincias de Tucumán y Santiago del estero con parte de las milicias, atentando contra el orden, soberanía y derecho de aquellas, y comprometiendo seriamente las solemnes como espontáneas declaraciones del Gobierno y la provincia de La Rioja, aseguran a los pueblos y Gobiernos de la República, como es notorio por el decreto del día 28 de febrero del presente año. Art. 3 – El gobierno y la provincia de La Rioja declaran: que don Ángel Vicente Peñaloza y su círculo son los solidarios y únicos responsables también de los grandes males que infieren a la paz de aquellos pueblos como así mismo, de la entrega del armamento que tan indebidamente mantienen en su poder, para hostilizar a pueblos y gobiernos amigos, a quienes el gobierno y la provincia de La Rioja estará fuertemente empeñado en sostener. Pero no solamente la actividad guerrera la protagonizaba el caudillo sino que sus lugartenientes y sus adversarios metidos en entrevero nos dan en sus correspondencias una idea aproximada de lo vertiginoso como se sucedían los acontecimientos. Así, por ejemplo Lucas Llanos lugarteniente del Chacho le escribía el 13 de febrero al coronel Horihuela. “Yo S. me hallo totalmente en la circunstancia presente entregado a un cresido número de habitantes paisanos nuestros que se hallan reunidos en diferentes puntos de temor a la paz y libertad que ofrece Paunero con mano armada y Paunero no estará de más que vuelva de Córdoba a la banda oriental a descansar”. · “Hasta que se allane la autoridad nacional y se desconocerán las que son nombrados por el poder de las lanzas que injustamente han invadido esta provincia por ser una medida anarquizadora y no de un arreglo que convenga el bienestar de los intereses de la patria”.

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A su vez los mitristas riojanos dando cuenta de las dificultades que encontraba en esta guerra de guerrillas lo daban a conocer en una carta del coronel Dávila al capitán Pedro Dávila en febrero 15. “Por falta de caballos está esta división sin moverse, y aquí ni burros hay asi es que espero veas si puedes tu enbiar lo que ya te tengo pedidas –sin esto las montoneras que ya dan principio– serán gruesas, y nos darán que hacer; por estos puntos están con el temor los unos y con la esperanza los otros, de la vuelta de Peñaloza su mesias, y todos a monte esperándolo aunque se halla en las inmediaciones de Tucumán, pa. Donde bá matando y robando. –Hacen dias qe. En la punta de la Edionda ha sido tomado D. Abel Bazan que venia embiado pr. Paunero trayendo dinero pa. Los gastos de la grra., y lo tiene Lucas Llanos Jefe de la montonera”. Y que la lucha era sin cuartel lo muestra el comentario del comandante Aguilar de febrero 22 al comentar sobre la guerra en los llanos. “Mañana muy temprano ya estaré sobre algunos grupos de montoneras que creo sorprender, por que ellos son vigilados con esactitud, y difícilmente escaparán al escarmiento. S.S. por su parte debe estar bien cauteloso en toda la circunferencia de su Departamento y proporcionarse armas de Tama, Astica y cualquier otro punto para que arme una partida respetable que infunda respeto a los que intenten perturbar el orden, o entorpeser por esa parte mis operaciones militares. Vigile ud. sobre Astica como que es un punto que puede tener relaciones con los rebeldes porque ese campo es fácil de allanarse”. El 26 de febrero como las cosas seguían de mas en más virulentas el gobernador Villafañe declara el estado de sitio en la provincia. Seria quizás la última disposición como gobernador pues la misma le costaría el cargo y lo obligaría a huir a las pocas horas. “Estando seriamente amenazada la tranquilidad de la provincia, por la fuerza armada que trae a sus órdenes el general, don Ángel Vicente Peñaloza, (quien después de sacrificar el orden en las provincias del Norte) se dispone con el resto de fuerza que le ha quedado a hollar las libertades y garantías, que el P.E de la provincia aseguró solemnemente el día 28 de enero del presente año, como lo comunicó acto continuo a todos los gobiernos y aún al mismo general Peñaloza. La política de Sarmiento instalado como gobernador en San Juan era tal como se lo había indicado Mitre de total ofuscación: a Peñaloza había que liquidar. Pero ya con otro gobernador las cosas marchaban al menos para Peñaloza un tanto mejor. El 6 de marzo del 62 el gobernador delegado decretaba la movilización de las fuerzas provinciales bajo el mando de Peñaloza y decía: “1º Que el territorio de la Provincia se halla invadido por varias divisiones de tropas armadas pertenecientes a la provincias de San Juan, Córdoba y San Luis, según informes recientes que tiene a la vista, sin que le sea notificada por ningún resorte ni conocida la causa de tan imprevista agresión. 2º Que dichas tropas cometen vejámenes y violencias de todo género en el vecindario de los departamentos Alto y Bajo de los Llanos. 3º Que varios distritos de la provincia se hallan plagados de multitud de partidas sueltas armadas sin jefe conocido obstruyendo la libertad de traficar y cometiendo depredaciones. 4º Que el hecho solo de invasión armada es una violación flagrante de todos los derechos, un delito de lesa Constitución y un acto en fin amenazante de disolución social, como vejatorio a la Soberanía Provincial base de nuestro sistema político común. Decreta

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Art. 1º – Procédase a la movilización de todas las fuerzas de la provincia bajo el mando y dirección del General Don Ángel Vicente Peñaloza a quien se le prestará la obediencia y recursos que necesite debiendo este dar cuenta de todas las operaciones para recibir instrucciones del Gobierno”. Muy poco tiempo después Peñaloza invadiría San Luis y pondría un largo asedio a la ciudad capital de aquella provincia pero no logrará su objetivo y es así como se firma un convenio de paz entre el gobernador de San Luis, Barbeito y Peñaloza: “era de suponer que las partes contratantes, habían de ajustarse a lo estipulado. Peñaloza así lo comprendió y, por su parte, levantó el sitio y regresaba, muy confiado en la palabra dada, hacia los Llanos. Pero apenas había andado unas 8 leguas, cuando lo alcanza Rivas y, pretextando desconocimiento del tratado, lo ataca, dispersa su retaguardia y le inicia una persecución sin tregua por espacio de 40 leguas hasta perderlo de vista en los Llanos, acompañado solo de unos como 50 hombres. En la persecución, por demás encarnizada, Peñaloza, que ya había padecido la defección de los púntanos, intentó dos veces contener a Rivas, trabándole acciones que, para su mal, le resultaron desfavorables. El 5 de mayo, estaban, de este modo, Rivas y Peñaloza, uno en pos del otro ya en los Llanos. Pero Peñaloza, en sus reales, era un hombre triunfador de cualquier ejército. Esto lo sabía bien Paunero, por eso decía: "Vuelto el Chacho a su guarida, ¿Quién lo saca?" Pero esta exclamación de Paunero, no es sólo, como pudiera creerse, un franco y leal reconocimiento del poderío del Chacho en su terruño, no. Ella entraña además, la declaración más elocuente de la impotencia de las fuerzas de Buenos Aires para dominar por el terror y el maquiavelismo la altanería, o mejor, la altivez, de un pueblo, cuando deposita su esperanza en la lealtad y sinceridad de un hombre justo. Convencido, como el que más, Paunero de esto, para terminar la guerra sin que surja deshonor para las armas de Buenos Aires, decide entablar negociaciones de paz con Peñaloza, y envía a tal objeto, como parlamentarios, el 11 de mayo, a dos viejos amigos del general Peñaloza: uno el rector de la Universidad de Córdoba, Dr. Eusebio de Bedoya, y el otro, don Manuel Recalde, vecino de las sierras de Córdoba. "Vd. verá que tanto Bedoya como Rivas han quedado prendados del Chacho, a punto que aseguran que es el único y mejor elemento de orden que allí se presenta". Rivas en ocasiones llegaba a más, pues, llegó a decir, según Paunero, hasta esto: "Sin el Chacho, no hay República posible". El sometimiento de Peñaloza fue el resultado de estas conversaciones, sometiéndose también todos sus compañeros, después de la siguiente proclama difundida en toda la provincia: "Soldados: Hubo un día aciago para nosotros de que de vuelta de una expedición que efectuamos por orden de nuestro gobierno, nos vimos acosados y perseguidos a muerte, sin comprender por nuestra parte la causa de tamaña persecución. Vosotros acudisteis como siempre al llamado de vuestro general y amigo en defensa de vuestros hogares y de vuestra vida que crees amenazada injustamente. Compañeros: Me es grato anunciaros que estábamos en un lamentable error. La comisión Pacificadora enviado por el señor Comandante en Jefe del Io cuerpo del Ejército de Buenos Aires, nos asegura a nombre del Gobierno Nacional, que no es nuestro exterminio lo que se procura, sino el restablecimiento de la paz y el imperio de la ley en toda la República. Vosotros sabéis que para tan saludables fines nunca fueron los últimos los habitantes de los Llanos. Amigos: Puesto que estábamos en un error, apresurémonos a repararlo, declarando al Gobierno Nacional, que nunca fue nuestra intención revelarnos contra su autoridad, sino simplemente defender nuestros hogares y vuestras vidas que creíamos injustamente agredidos. Retirémonos pues, tranquilos al seno de nuestras

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familias y allí esperemos sumisos las órdenes que quieran transmitirnos las autoridades nacionales y provinciales. Será el primero en ejecutarlas vuestro General y amigo. ÁNGEL VICENTE PEÑALOZA. Las indemnizaciones al Chacho Un mes después de ajustado el convenio entre la gente de Buenos Aires y Peñaloza, éste dirige a Paunero algunas consideraciones sobra la situación en que quedaban él y sus hombres que son muy de ver. "Antes de recogerme al goce de mi hogar -empieza diciendo Peñaloza- no había comprendido tan bien la verdadera situación de miseria y orfandad a que han quedado reducidos mis paisanos, por el completo exterminio de todo recurso vital a que les ha dejado reducido el prolongado desabrimiento porque ha cruzado esta provincia". "Se encuentran innumerables familias no solamente privadas de todo recurso con que antes pudieran contar, sino reducidas también a la más completa orfandad, por haber perecido en la guerra las personas que pudieran proporcionarles la subsistencia. Todos los días estoy recibiendo en mi casa estos infelices, y por más que yo desee remediar siquiera sus más vitales necesidades, no puedo hacerlo después de haber sufrido yo el mismo contraste; mis tropas impagas y desnudas, y sin hallar recurso que tocar para el remedio de estas necesidades..." "Además, en la provincia...por un cálculo estricto se han consumido doce mil trescientas cabezas, sin que de esto hayan quedado exentas las especies caballares y mulares, de lo que ha quedado del todo barrida". Estas consideraciones lo movían a Peñaloza a solicitar del Encargado del Poder Ejecutivo Nacional una subvención razonable y el reconocimiento por parte de aquel gobierno de los innumerables gastos ocasionados al erario de la provincia por las luchas pasadas. Esta solicitud de Peñaloza, justísimo, a la verdad si se tiene en cuenta la miseria y desamparo en que quedan las poblaciones, después de un largo período de revueltas en que los hombres, ya de suyo poco inclinados al trabajo, hacen total abandono de sus tareas diarias para no pensar sino en las contingencias de la guerra, fue quizás sugerida por el mismo coronel Baltar que era muy su amigo y que conocía de visu el estado de Peñaloza y de su gente. Y la petición surtió efecto. Mitre remitió a favor del Chacho una libranza de dos mil pesos y una subvención de 200 pesos mensuales por la casa de los Soaje. Y tan satisfecho quedó Peñaloza y tan dispuesto a cumplir sus promesas que para que no siguieran los gobiernos de Córdoba y San Luis culpándolo de instigador de la montonera de Ontiveros y Potrillo, hizo desarmar con Berna Carrizo a todos los gauchos de esas provincias que se internaban en los Llanos. La pacificación transitoria y muy endeble que se produce luego del Tratado de la Banderita, la situación en el interior del país y en La Rioja en particular, no cambió sustancialmente. Por más que ambos contendientes aparentaran aceptar esta forzada pacificación fundamentada principalmente en la absoluta imposibilidad de derrotar a Peñaloza por lo escurridizo de este. Así esta inestable paz estaría marcada por una serie de cartas que envío Peñaloza a Mitre, a Paunero, e incluso al mismo Sarmiento; en todas ellas Peñaloza se manifiesta un hombre de paz que acepta las reglas del nuevo juego pero en la realidad les había tomado el tiempo y sabía perfectamente en lo que se basaba esa pacificación: ganar tiempo por parte de los mitristas para llegado el momento asestarle el golpe de gracia. Veamos la que desde Guaja le dirigiera el 17 de septiembre del 62 al general Paunero.

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“-Mi querido amigo viejo: Siempre que tengo ocasión de dirigirme a V.E siento una viva satisfacción, y creo que nuestra amistad será eterna y sin revés, mucho más cuanto que comprendo que entre los viejos soldados no hay otro vínculo que la lealtad y armonía en proceder". "Muy satisfecho estaba yo con las papeletas que V.S me manda para garantía de todos los hombres que me acompañaron en las últimas expediciones que felizmente terminaron con el convenio del 30 de mayo; pero este papel visto y meditado por mí no encierra otro carácter que una amnistía y no un olvido de lo pasado, puesto que ni el gobierno de San Juan ni el de San Luis han respetado ni el convenio ni las papeletas. Y agregará: "Llamo muy seriamente la atención de V.S sobre el particular, y sepa que yo no siquiera que alguna vez se me clasifique de desleal a mi palabra, porque estoy muy bien dispuesto a cumplir, mientras tanto se cumpla en todas partes al mandato de la ley, y que calmen todas las persecuciones y nos unamos en una gran familia para el bien y ventura de toda la República". Y otra de similares características que le dirige también desde Guaja, su refugio, en noviembre 19 del 62 a poco más de un mes de asumido como presidente a Mitre. “Señor Presidente: La noticia del acceso al mando de la República de la persona de V.E me ha llenado de satisfacción y en toda la provincia ha sido un acontecimiento de sumo agrado; yo, señor Presidente, ofrezco a V.E todo mi valer, no sólo como al Jefe a que debemos respetar y obedecer también a la persona de V.E a quien debo consideraciones. El coronel Baltar informará a V.E de los deseos que me animan hacia la persona de V.E y la fundada esperanza de que el gobierno de V.E hará la felicidad de la República". "Es con íntima satisfacción de V.E su subalterno y amigo sincero Q.B.S.M. Ángel Vicente Peñaloza. Aparentemente Peñaloza hacía todo para mostrarse amigable ante el poder casi totalitario del nuevo gobierno, poco entusiasmado por cumplir las expresiones de paz de aquel tratado que transitoriamente pacificó los llanos. Veamos lo que se decía sobre las ya tensas relaciones entre Sarmiento y Peñaloza que marcarán el fin de esta endeble paz y desembocarán en la Final Conjuración. “Sarmiento el más encarnizado enemigo de Peñaloza; aquel que, según Paunero, quería verlo colgado al Chacho en cualquiera de las plazas de las capitales andinas, fue, como es de suponer, el que encendió la hoguera. La incursión a Las Lagunas, como dijimos dióle el pretexto. Hecho el proceso a los que intervinieron en ella, por simple declaración de los damnificados, pidió al gobernador de La Rioja la captura y entrega de los caudillos: "Agüero, Almada, Carrizo, Potrillo, Pérez y cómplices". El Gobernador de La Rioja, a su turno, les pidió al general Peñaloza, acompañándole los documentos, y éste le contestó lo que sigue: "Guaja, diciembre 12 de 1862 -El general de la Nación: En su mérito (la nota del gobierno) quedan disueltas esas fuerzas que hostilizaban la tranquilidad de San Luis y Córdoba. Los jefes han entregado las armas, que quedan en mi poder, y, ellos bajo mi vigilancia. Otras medidas más graves hubiera tomado, Sr. Gobernador, si no estuviera persuadido de que esos hombres aleccionados por la experiencia y mejor aconsejados, podrán ser útiles a la Nación, pues que son soldados valientes y amigos buenos y leales a la causa a que se adhieren; y que por consiguiente una vez adheridos a la nuestra nos ayudarán a sostenerla con la decisión que han sostenido la que acaba de expirar". "Permítame, Sr. Gobernador, que yo abrigue la convicción que al soldado valiente y al amigo bueno cuando se desvía, es más prudente encaminarlo que destruirlo".

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La última denuncia de Sarmiento, sobre conferencias del Chacho con numerosos caudillos, con motivo de la inauguración de una capilla en Chepes y la concentración de fuerzas sospechosas en otro punto cercano a "La Jarilla", dio asidero a la intervención. La primera medida de Mitre, para que la guerra contra Peñaloza tuviera más eficacia, fue nombrar por director de ella, al gobernador de San Juan, el ilustre educacionista don Domingo Faustino Sarmiento, y poner a sus inmediatas órdenes todas las fuerzas nacionales diseminados en el vasto teatro donde iba a iniciarse la guerra. Peñaloza, en efecto, por marzo, tuvo conversaciones con muchísimos de sus amigos prominentes en las fiestas de Chepes. Allí acudieron éstos llenos de quejas contra los gobiernos sobre los que ya Peñaloza se quejara ante Paunero, tiempo atrás, sin que se hubiera dado remedio alguno. El postrer alzamiento de Peñaloza lo rubricará con una proclama llena de fuerza y razón que al leerla hoy nos sigue conmoviendo: "Pero, muy lejos de ver realizado su sueño dorado, muy lejos de ver cumplidas sus esperanzas, han tenido que tocar el más amargo desengaño, al ver la conducta arbitraria de sus gobernantes, al ver despedazadas sus leyes y atropelladas sus propiedades y sin garantías para sus mismas vidas. Los Gobernadores de estos pueblos convertidos en otros tantos verdugos de las provincias, cuya suerte les ha sido confiada, atropellan las propiedades de los vecinos, destierran y mandan matar sin forma de juicio a ciudadanos respetables sin más crimen que haber pertenecido al partido federal y sin averiguar siquiera su conducta como partidarios de esa causa. Yo mismo, que he esperado ver realizadas las promesas hechas a esta provincia y a las demás, según el tratado celebrado conmigo, he sufrido hasta el presente la más tenaz hostilización por parte de los gobiernos circunvecinos, ya tomando y mandando ejecutar a los hombres que me han acompañado, a pesar de la garantía que por ese mismo tratado tenían, ya requiriéndome tales o cuales individuos que estaban asilados a mi lado para evitar la muerte segura que les esperaba si creyendo en esas garantías volvían al seno de sus familias; y, por último, despedazando mi crédito y haciéndome pasar por un hombre más criminal, sin más causa que haber comprendido mi deber y no haber querido prestarme a servirles de agentes en sus criminales propósitos. "Esas mismas razones y el verme rodeado de miles de argentinos que me piden exija el cumplimiento de esas promesas, me han hecho ponerme al frente de mis compatriotas y he ceñido nuevamente la espada, que había colgado, después de los tratados con los agentes de V.E. No creo merecer por esto el título de traidor porque no he faltado a mis promesas, sino cuando a mí se me ha faltado, y cuando se ha burlado la confianza de todos los argentinos". Y sobre Catamarca envía sus primeras huestes, al mando de Várela, Chumbita y Ángel portando en la punta de sus chuzas esta proclama a las provincias argentinas. "El general del tercer cuerpo del ejército del centro, a las provincias argentinas. Compatriotas: Es llegado el momento solemne de reivindicar los sagrados derechos que los traidores y perjuros nos usurparon. La Patria nos llama de nuevo a afianzar en nuestras provincias el imperio de la ley, y las sabias instituciones que surgieron el gran día del pensamiento de Mayo, y se establecieron en Caseros bajo la noble dirección del héroe de Entre Ríos, Capitán General Urquiza". "El viejo soldado de la patria os llama en nombre de la ley, y la Nación entera, para combatir y hacer desaparecer los males que aquejan a nuestra patria y para repeler con vuestros nobles esfuerzos a sus tiranos opresores". "Vamos a abrir una campaña y emprender una obra grande en su objeto y sufrimientos; pero llena de gloria al reconquistar nuestros sagrados derechos y libertades, reunir la

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gran familia argentina y verla toda entera cobijada bajo el manto sagrado de las leyes y bajo de los auspicios del padre común". "Guardias Nacionales de los pueblos todos: al abrir esta campaña no olvidéis que vais en busca de hermanos, que el suelo todo que vais a pisar, es argentino; y que el pendón de la nacionalidad no lleva el lema de sangre y exterminio; no; la sangre argentina debe economizarse, como los frutos de una paz duradera y benéfica para todos". Ontiveros con una corta partida de gauchos sale de Chepes y cae sobre las Lagunas (San Juan). Desvalija seis pasajeros, "amarra al Juez de Paz, y comete, según Sarmiento, otras depredaciones". El gobierno de San Juan reclama de este asalto al de La Rioja, y éste contesta que se reclamara ante Peñaloza. El gobierno de San Juan dirige a Peñaloza, y Peñaloza "responde que no reconocía a ese gobierno porque el tratado era con el Coronel Paunero y no con él". "Se dio cuenta al Gobierno Nacional y cuando estaba para resolverse, apareció una invasión en la sierras de Córdoba en los departamentos San Javier y Punta del Agua". Así explica Sarmiento la iniciación del alzamiento que había de terminar en el bárbaro asesinato de Olta". Para Paunero la situación riojana era ésta: "En resumidas cuentas, son las últimas comunicaciones con el Chacho, que vienen a confirmar cuanto he asegurado a Vd. anteriormente a saber: que el Chacho no se mueve por nada, menos en el sentido de una rebelión y que las pretendidas montoneras de La Rioja, que tanto han alarmado a los gobiernos de San Luis y Córdoba, se han reducido a una o dos partidas de ladrones que allí jamás faltan, mal armados y peor montados; ejemplo: hará unos 20 días que una partida de esas, 25 hombres, entró por los confines de San Luis, San Juan y Mendoza, y han hecho una buena arreada de animales, a lo indio, con los cuales se han vuelto a internar a Los Llanos, por entre medios de partidas de San Juan, San Luis y Mendoza. Triste es para esos pueblos que eso suceda, y más triste que sus gobiernos no encuentren los medios de reparar tales órdenes". A esto deja reducido Paunero lo que Sarmiento llama iniciación de la revuelta".

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PARTE III La Conjuración

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EL PENSAMIENTO DE PEÑALOZA La principal diferencia entre el Chacho y Urquiza fue que el primero no era un estanciero, tal como se lo denominaba a aquel que tenía muchos miles de hectáreas y muchas miles de cabezas que corresponde más bien a la pampa húmeda y a la mesopotamia. El Chacho fue uno más entre sus pares, no el estanciero señor feudal, propietario de miles de hectáreas el hombre como fue Urquiza poseedor de la fortuna más grande de América hispánica. Un mundo de absoluta diferencia lo separaba. El primero gaucho total propietario de una propiedad que compró en módicas cuotas por valor de 500 pesos y que un año después de su asesinato sus herederos abonaban la última cuota. Una absoluta curiosidad y algo a tener muy presente. Urquiza fue poseedor de una fortuna apreciada en seis millones de pesos de la época. ¿Qué podía tener de común uno y otro? Urquiza quería vivir tranquilo, principalmente luego de Pavón comerciando, exportando los muchos productos de sus gigantescas haciendas buscando como lo hizo toda su vida más y más dinero. Apoyando a Mitre en todo. Aceptando todas las reglas que le impusieron incluso yendo en contra del sentimiento popular a convocar a sus miles de gauchos a formar parte del ejército para ir a pelear en Paraguay. La insurrección de Basualdo (cuando los gauchos se dispersaron porque no querían pelear contra los paraguayos) recordemos fue contemporánea al ofrecimiento que le hizo Felipe Varela a Solano López a ir con sus montoneros a pelear junto al pueblo paraguayo contra Mitre. Urquiza continuando con su actividad fiduciaria le vende a la Nación, entre otras muchas cosas, 30.000 caballos para equipar a ese mismo ejército. A pesar de todo, quizás sospecharía de la traición, Peñaloza creyó en ese hombre hasta el último día de su vida y esa trágica carta que escribiría Urquiza muchos días después de muerto el caudillo federal es quizás la más dramática expresión de ese desencuentro. Peñaloza siguió creyendo mientras Urquiza hacía rato que no creía ni en Peñaloza ni en sus gauchos soberbios y nobles, como no creyó ni en Varela ni en nada ni nadie que no fuera seguir incrementando su riqueza y su dinero. En su libro “El otro Rosas” Luis Franco expresa: “Recapitulando lo expuesto, antes de segur adelante, vemos venírsenos a las manos ciertas conclusiones destructoras de algunos de los lugares comunes de nuestra historia aceptados ciega o hipócritamente como verdades hasta hoy: 1º) que ninguno de nuestros caudillos fue, social ni económicamente hablando, un gaucho, es decir, ninguno salió de la desposeída masa popular de los campos argentinos; 2º) que todos ellos, al contrario, pertenecieron desde sus orígenes a la opulenta clase poseyente de los patrones; 3º) que esta circunstancia, es decir, su privilegiada situación social y económica, fue el punto de partida, sine qua non, de su carrera política; 4º) que ésta fue posible, en su desarrollo, gracias a la consabida añagaza demagógica, según la cual, un miembro de la clase dirigente, que simula volverse contra ella, despierta de inmediato la simpatía de la plebe; 5º) que siendo el privilegio patronal y la artimaña demagógica, primero, y el terror, después, los resortes maestros del prestigio de los caudillos, resulta una redonda tontería el decir o insinuar, como hasta ahora se hace, que la personalidad de un caudillo se lograba en razón de ser él un gaucho eximio: el primero en el cuchillo, en el caballo, en el lazo, en la guerra, en el amor, en la generosidad: ya vimos, en efecto, que fueron tentacularmente y tenebrosamente egoístas y explotadores; que algunos de ellos no campearon, ni mucho menos, por su coraje personal, como Guemes; que otros, si bien hombres de a caballo, no fueron verdaderos jinetes gauchos, como Rivera; y que muchos, aún como simples guerrilleros, fueron incapaces.

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Lo anterior se ajusta con gran exactitud a los caudillos de la pampa y de la mesopotamia pero de los tres caudillos riojanos (Facundo, el Chacho y Varela) quizás el único que en parte se ajusta a la visión despectiva del caudillo como explotador principal del gaucho podría ser Facundo, aunque no estemos en el fondo muy de acuerdo a esto. Pero ni Peñaloza, ni Varela y no hablemos de los caudillos menores de La Rioja y el noroeste argentino no se ajustan a estas perspectivas. Eran hombres de trabajo, eran hombres pobres y no seguían ni a Peñaloza ni a Varela por el látigo o el temor sino por una mezcla de respeto y de cariño que lo diferencia sustancialmente a esa visión peyorativa que en parte es cierta pero que para nada se ajusta a la persona de Peñaloza. Como decimos se puede aceptar en términos generales lo que afirma Franco, pero no de manera absoluta al decir que todos los caudillos fueron iguales: fueron ricos, fueron demagogos, fueron dueños de estancias, fueron señores feudales. Pues nada de eso fue Peñaloza.

*************************************** El año 63 fue como un resumen de la agitada y por momentos confusa biografía de Peñaloza. Agitada en el sentido que su presencia se notó no solamente en La Rioja sino en San Luis y fundamentalmente en Córdoba. Es casi como una repetición de ese constante ir y venir escondiéndose, enfrentando al adversario y vuelta a huir esconderse y enfrentar a otros adversarios. Es casi una suerte de “revival” es como si se tratara de una larga e interminable película siempre repitiendo los mismos escenarios, la misma lucha sin fin y los mismos resultados adversos. Y es como (mirando todo desde lo que pasó) si el drama de Olta se fuera anunciando con todo su vigor. Ya no era el general, el adversario al que se respetaba ni mucho menos. Era para los mitristas el molesto y cotidiano dolor de cabeza, el imparable, el detestable, el ladrón, el bandolero y hasta “la ardilla de los Llanos”. Era el jefe de bandoleros y mal vivientes al que había que destruir sin aplicarle para nada las leyes de la guerra, sin respetar ni bienes ni vidas y llevando hasta los extremos la “guerra de policía” como se calificó a esa persecución obsesiva y criminal. De todo este final, trágico final anunciado, la batalla de Las Playas ocurrida el 28 de junio del 63 fue realmente una expresión de todo este horror. Dicho hasta por sus propios adversarios la situación de Peñaloza era por demás aislada y solitaria. Se hablaba incluso que Urquiza se había lavado las manos de manera absoluta. Para Urquiza lo que hacía Peñaloza no era seguir levantando las banderas federales sino era un simple y paroxístico deambular sin ton ni son por el interior del país enfrentando a las mejores tropas mitristas. En Las Playas mil montoneros enfrentan a dos mil guardias nacionales y las consecuencias son la derrota más absoluta y total. Los montoneros fueron aplastados, torturados, quemados en una suerte de exacerbada fiesta criminal. Trescientos fueron los muertos y setecientos los prisioneros, azotados, fusilados, torturados. ¡Que curioso este final que anunciaba el sacrificio de Olta; en las inmediaciones de Las Playas muchos años después y en el centro de tortura de La Perla los represores de fines de siglo XX repetirían aquellas jornadas de horror casi, casi como un calco y serian jóvenes montoneros los que repetirían la misma escena de aquellos lejanos tiempos! Peñaloza volvería a Los Llanos y en ellos pasaría breves días antes de emprender su última aventura, sus últimos días. Y como no podía faltar en esta cita también aparecerían los traidores, también estarían los Yagos de la tragedia shakespearana. El último período de las luchas de Peñaloza podríamos fijarlo cuando ya la situación de enfrentamiento se había expresado de manera, podríamos afirmar, total. Y este final al

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que hemos calificado como de La Conjuración tiene fecha precisa. El 8 de abril de 1863 Mitre presidente le envía carta a Sarmiento, gobernador de San Juan, en la que le dice. “Mi querido amigo: ayer se despachó una comisión para Vd. dándole instrucciones sobre el modo que debe proceder como Comisionado Nacional, a consecuencia de los sucesos que han tenido lugar en las sierras de Córdoba". "Como esas instrucciones han sido CUIDADOSAMENTE redactadas por mí teniendo una idea clara en vista y espero de que Vd. sabrá comprenderlo y aprobarlo, es que quiero explicarle bien mi pensamiento. "Digo a Vd. en esas instrucciones que procure no comprometer al gobierno nacional en una campaña militar de operaciones, porque, dados los antecedentes del país y las consideraciones que le he expuesto en mi anterior carta, no quiero dar ninguna operación sobre La Rioja, el carácter de una guerra civil". "Mi idea se resume en dos palabras: "Quiero hacer en La Rioja una guerra de policía". "La Rioja es una cueva de ladrones, que amenaza a los vecinos, y donde no hay gobierno que haga ni la policía de la provincia". "Declarando ladrones a los montoneros, sin hacerles el honor de considerarlos como partidarios políticos, ni elevar sus depredaciones al rango de reacción, lo que hay que hacer es muy sencillo”. Al analizar los términos taxativos en la que se le ordena a Sarmiento a hacer una “guerra de policía” se da por sentado que la misma debe ser sin contemplaciones aplicando las más severas penas sin hesitación ni duda, por ello es que el comienzo de esta etapa final caracterizada hasta la muerte del caudillo el 10 de noviembre será la expresión más cruel de una guerra sanguinaria y bestial y el punto álgido de esta lucha lo marca la batalla de Las Playas. ¿Qué hacía Urquiza, que seguía siendo el líder moral de esta lucha sin cuartel por parte de los federales? Nada absolutamente nada. Y esto lo responde la historiadora Beatriz Bosch en un escrito del Boletín de la Academia Nacional de la historia Nº 34, al puntualizar: “El tremendo sacrificio de Pavón resultó vano y estéril durante tiempo. No acalló siquiera las dudas y recelos, que al solo nombre del debelador de Rosas se despertaban en Buenos Aires, cuyos círculos políticos atribúianle complicidad en cuanto incidente se producía en el interior. Los diarios porteños le acusan de auspiciar, entre otras, la revuelta de El Chacho y un diputado correntino pretende que se le instruya sumario. Adolfo Alsina y José Mármol han de impedir tamaño agravio, en tanto la protesta del inculpado se expide altiva y decorosa. Apela Urquiza ante sus amigos en el manifiesto de 17 de mayo de 1863. “La prescindencia que guardo en general y que puedo acreditar en caso necesario es la condición precisa de la actitud que me he señalado por deber, contentándome con ofrecer un ejemplo de abnegación que se honrará alguna vez, yo lo espero, si Dios permite a los hombres un destello de justicia”. Obligado por la espontánea y oportuna declaración, Mitre debe expresarle: “…que desde que se estableció la actual situación, creada por la voluntad de los pueblos y a la que V.E se adhirió por actos notorios y solemnes, no he temido ni tengo motivos de queja de V.E, ni como hombre público, ni como gobernante en sus procederes para con el Gobierno Nacional y que, por el contrario, he encontrado siempre en el Gobernador de Entre Ríos y en el General Urquiza, un cooperador de la paz y de la política patriótica que me he propuesto seguir en el interés de la República”. La categórica respuesta de Urquiza reitera las causas de aquel incomprendido sacrificio. “Treinta años de azarosa vida pública me han hecho conocer que no debe confiarse a la armas, ni al calor exagerado de sangrientas revueltas más o menos legalizadas, la

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tarea de solidificar la unidad de la patria, desarrollar los gérmenes de su riqueza, encaminar sus elementos al progreso y restañar para siempre la sangre hermana que se ha estado derramando a torrentes durante medio siglo de dolorosos ensayos. Para obtener tan grandes fines y aspirando como argentino al engrandecimiento de mi Patria, he creído que debía siempre prestar mi concurso a la autoridad nacional cualquiera que fuese el magistrado que le ejerciese por la ley y con la ley”. Pero esta indiferencia que significará en definitiva el sacrificio final del Chacho ya se detectaba mucho tiempo antes cuando Manuel Coll en carta a Benjamín Victorica, de Paraná el 17 de octubre de 1861, decía. “En efecto, Urquiza fue tanto o más responsable que el gobierno nacional de la inmolación de los últimos federales que permanecían en armas y de los estragos que sufrió la población santafesina, a pesar de que proclamase que su deseo al iniciar las tratativas de paz era no sólo sustraer de la guerra a Corrientes y Entre Ríos, sino que “la provincia de Santa Fe dejase de ser la víctima expiatoria”. Las autoridades confederales ejercían un poder más nominal que efectivo y por lo tanto, poco o nada podían hacer; muy distinta era la posición del caudillo, cuya ascendencia sobre los jefes que se mantenían en armas era indiscutible. La actitud asumida por la población indicaba claramente que la resistencia armada que un puñado de hombres se proponía sostener a toda costa, no era en absoluto popular: “siendo los ánimos de mis paisanos algo desmayados porque dicen que el Sr. Capitán general ya no nos quiere”. En todos estos episodios que marcan con dramatismo este año 63 se rumorean cuestiones en las que se habla de maquinaciones subversivas de Urquiza y en lo que le decía el general Virasoro a Peñaloza de un seguro “pronunciamiento” del entrerriano nada de esto fue cierto. Quizás Urquiza tascaba el freno pensando en su fuera intimo que podría hacer algo para aquietar el país, pero no lo hizo, se quedó en su palacio de San José como lo expresara un diplomático español a la reina de España gozando de las delicias de su “dulce himeneo” con su al fin legal esposa. Otro testimonio sobre la posibilidad de una actitud firme y decidida por parte de Urquiza en defensa de aquellos que todavía lo seguían, está dada por el siguiente testimonio. “Desde agosto de 1863, con motivo de la llegada del diplomático uruguayo doctor Octavio Lapido a la capital paraguaya menudean los rumores acerca de un “pronunciamiento” de Urquiza contra Buenos Aires, sea a la cabeza de las trece provincias del interior, sean sólo al frente de las dos mesopotámicas unidas a Paraguay y a la República Oriental del Uruguay. Huelga recordar que el héroe de Caseros nunca alentó la descabellada utopía. Los términos de las propuestas verbales, de que se dice portador José de Caminos y que Cárcano publica, bien a las claras muestran provenir de una cabeza turbulante y febril, antes que de la madura y realista mentalidad del prestigioso gobernante. Mal se avenían igualmente con la postura neutral observada por los mismos meses frente a la revuelta del general Peñaloza”. No hace a esta historia la continuidad cronológica precisa y exacta de los hechos posteriores a la batalla de Las Playas, cuando se esfuma en sus llanos queridos Peñaloza con unos pocos seguidores y allí sí que se le hacía difícil a Paunero y sus secuaces poderlo aprehender y entonces cansado el caudillo lo vemos protagonizar el último acto del drama. Beatriz Bosch en “Urquiza y su tiempo” dirá: “Ante su silencio, después del combate de Las Playas (28 de junio), los rebeldes pierden toda esperanza de lograr cooperación alguna de su parte. Más no es insensible a sus desvelos. Vista su inferioridad numérica, encarece el pronto término de un estéril

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derramamiento de sangre. Todavía a mediados de julio insiste en mostrar al Presidente las cartas originales del jefe llanista con el fin de concluir de una vez con las intrigas. Un mes atrás la cámara de diputados reanudó el debate promovido por Cabral. El 26 de junio la comisión de negocios constitucionales. El cuerpo legislativo carece de facultades para enjuiciar a los gobernadores de provincias. Los diputados Montes de Oca, Torrent, Agote y Obligado profieren los más inverosímiles dicterios contra el prócer. Apenas si Adolfo Alsina y José Mármol abogan a su favor. Analiza el segundo las proclamas de Peñaloza: “Son documentos negativos. No se puede decidir que porque un revolucionario diga que fulano de tal tiene conocimiento de tal hecho, cuando está en sus intereses decirlo así, haya bastante motivo”. Además, “No es necesario si no saber leer para ver en esos documentos que se pide auxilio, no que se reclame como cosa ofrecida”. El dictamen de comisión se aprueba por treinta y seis votos contra tres. La última carta de Peñaloza de 10 de noviembre demuestra en el párrafo inicial cual ha sido la conducta de Urquiza. Neta aclaración: “Después de repetidas veces que he dirigido a V.E. oficial y particularmente, no he conseguido contestación alguna…”. Propónele la jefatura del movimiento. De rechazarla el entrerriano, él tendría que abandonar la lucha y emigrar. Propuesta en extremo ingenua, reveladora de supino desconocimiento de la línea seguida desde un año atrás por el coautor de la Constitución. A los dos días de suscribir esta carta, Ángel Vicente Peñaloza cae inmolado en el pueblo de Olta. Dada la tardanza de las comunicaciones, puede calcularse que la angustiosa misiva llegó a destino junto con la noticia de su trágica muerte. Tremendo alerta lanza José Hernández desde las páginas de El Argentino. Que no se alucine Urquiza. Lo quieren adormecer, pero preparan ya el puñal que lo asesine. ¡En guardia!

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE PEÑALOZA

En el Fondo Anselmo Rojo en el Archivo general de la Nación, jefe de las fuerzas mitristas en el noroeste en los años de la represión al Chacho, figura una interesante serie de cartas referidas a la actitud represiva y cruel de los que de cerca o de lejos, seguían con preocupación y crispación las acciones del caudillo. Pensar que su cruel y desgraciado final podría haber sido diferente sería desconocer la despiadada actitud de todos aquellos que lo enfrentaban. Y el Chacho encerrado en un corral Guillermo Rawson sobrino de Rojo, y que será ministro del Interior de Mitre, le dirige carta el 27 de mayo de l863 desde Buenos Aires, en la que le dice: “Esperamos de un momento a otro saber que La Rioja está cubierta de soldados liberales y el Chacho encerrado en un corral, pues así parece prometerlo el gran movimiento concéntrico que está operándose hace más de un mes”.Y dirá más adelante: “Supongo que Usted estará en correspondencia activa con el general Paunero, el cual se ha adelantado hasta el Fraile Muerto (Bell Ville) con instrucciones para dar armonía y sistemar las operaciones militares en cuanto sea posible. Por mi parte lo único que me inspira confianza en medio de todo aquel barullo es la presencia de V que sabrá poner orden en el caos y utilizar con eficacia los elementos puestos en sus manos.

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Hasta el 7 de corriente el grande ejército de San Juan estaba todavía organizándose y solo el coronel Sandes con una linda división había vuelto a entrar en campaña por la frontera de San Luis y La Rioja”. Y es que el autor de la carta que comentamos hace referencia como al pasar a los tiempos más crueles que padecerá La Rioja ,principalmente luego de la batalla de Las Playas (Córdoba, 24 de junio de l863) cuando penetren a los Llanos los coroneles de Mitre, asesinando, quemando y depredando como nunca antes se había visto en el país. Se comienza a cerrar el corral Tras la sangrienta derrota de Las Playas, Peñaloza se refugia en los Llanos, tal como lo señala una carta fechada en La Rioja de octubre 27 del 63, firmada por el siempre acomodaticio y alcahuete, el seis veces gobernador riojano Manuel Vicente Bustos, dirigida a Anselmo Rojo, en la que expresa: “Cumple con el deber el infrascripto de dirigir á V.S. la presente nota para poner en su conocimiento que acaba de llegar a esta capital Don Guillermo Jameson, médico que marchó para los Departamentos de los Llanos con la división del Coronel Arredondo y que por haberse enfermado, se separó de dicha división hacen hoy ocho días, habiendo permanecido en el lugar de Tama cinco días. Este sujeto ha transmitido al infrascripto las noticias siguientes, que a su juicio merecen fe, y que no dejan de ser alarmantes por el carácter grave que contienen. El 21 del corriente marchó el caudillo Peñaloza del lugar de Atiles con dirección á la Provincia de San Juan con una fuerza de ochocientos hombres, y se creía que su objeto era invadir á aquella Provincia.”. Lo que cuenta Bustos es realmente importante pues las crónicas conocidas no aclaraban por qué razones Peñaloza había dejado la cierta seguridad que le brindaban los Llanos para marchar a San Juan, provincia colmada de enemigos. La misiva que comentamos trae una explicación bastante consecuente y razonable, respecto a las razones que tuvo en cuenta el Chacho para hacer lo que hizo, marchando hacia su trágico destino. “Que el mismo Señor Jameson –continúa diciendo Bustos– le habían asegurado dos individuos del Departamento de los Llanos, en su regreso á esta ciudad que una comisión compuesta de dos sujetos sanjuaninos habían venido á tener una entrevista con Peñaloza é invitado a que se marchara sobre la Provincia de San Juan, y que ellos le ofrecían entregar aquella ciudad”. Y como si eso fuera poco el por entonces gobernador interino de La Rioja, finalizaba su informe, diciendo: “Asi mismo asegura el señor Jameson, que don Pio Achaval, pasó por la Costa Baja de los Llanos con una partida de treinta hombres, buscando la incorporación de Peñaloza y por último los departamentos de los Llanos estaban regidos por los comandantes militares que el Chacho había nombrado en ellos”. Aunque sobre esta actitud servicial de Bustos y en los días previos a los sangrientos episodios del l0 de noviembre del 63 en Loma Blanca, tenemos dos cartas más del riojano mitrista, que antes fuera urquicista, rosista ,etc.,etc., La manera horrible como ha sido despedazada la montonera Fechada en San Juan el 1º de noviembre, Valentin Videla, ministro de Gobierno, le escribe al coronel José Miguel Arredondo, donde le cuenta la última acción bélica de Peñaloza. Veamos lo que le dice: “Por encargo de S.E. el Señor Gobernador, que actualmente se halla fuera de la población (se trata de Sarmiento) me dirijo á V.E. remitiéndole “El Zonda” nº 250 y el Boletín del 3l, por los que se impondrá del arribo inesperado de

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Peñaloza y sus vándalos en número de 800 hombres próximamente al Departamento de Caucete, que han ocupado á favor de la sorpresa en la mañana del 30 del ppdo, y de haber sido desalojados en la tarde del mismo día por la valiente División que formaban la compañía del 6 de línea del capitán Mendez y la caballería del sargento mayor D.Pablo Yrrazabal, que por una serie de incidentes casuales no había aun salido de la Punta del Monte; habiendo mandado este Gefe la carga que ha dado tan brillante resultado. No obstante la prontitud con que ha caído el mayor Yrrazabal sobre la montonera y de la manera horrible como ha sido despedazada, no se ha podido evitar que las que han fugado con anticipación montadas en excelentes caballos se llebasen alguna caballada, y que con cuyo auxilio no solo puedan salvar la atravecia, sino también que intenten dar á V.S. alguna sorpresa; pues todo debe temerse de los inesperados movimientos de estos vandidos. Es por esto que S.E. ha creído oportuno prevenir á V.S. esa circunstancia; como también la de ser efectivo que Peñaloza ha estado a la cabeza de la montonera derrotada en Caucete, sin embargo que el “Boletín” y demás datos no lo aseguran de una manera cierta. A la fecha y desde ayer el Departamento de Caucete esta ya ocupado por mucha fuerza, habiendo sido perseguida la montonera hasta mas allá de las Peñas por la caballería, no habiendo por lo tanto riesgo alguno.”. Y dirá, finalmente: “Prevengo tambien á V.S. que S.E.(Sarmiento) no ha recibido ninguna noticia ni comunicación, después de una copia de la nota de V.S. dirigida desde Paganzo á Patquia al subdelegado de la Villa de Jachal, pidiendo al Mayor Vera, y por lo tanto no sabemos absolutamente nada de su situación. Ni de sus movimientos posteriores”. Se refería, sin duda, al mayor Ricardo Vera que días después sería ante quien se rindiera Peñaloza, pensando quizás que haberlo ante su compadre y amigo, sería una garantía de preservar su vida. Pero la verdad que estaba rodeado de verdaderos chacales. Tan tremenda lección de escarmiento Peñaloza, quizás, no hubiera marchado a San Juan, buscando sin duda escarmentar a su archienemigo Sarmiento, sino hubiera recibido la mencionada comisión de sanjuaninos que le manifestara la posibilidad cierta de tomar San Juan sin mayores problemas. Esta invitación habría sido, entonces, la razón fundamental de su desgraciada y desafortunada marcha. Nuestro conocido alcahuete, el gobernador riojano Manuel Vicente Bustos dirige al general Anselmo Rojo el 8 de noviembre carta en la que expresa: “Me apresuro en transmitir al conocimiento de Vd. las últimas noticias, que dos individuos pertenecientes a la división del bandido Peñaloza, que acaban de llegar a esta ciudad a los dies dias de haberse marchado de Los Llanos. Como tube el honor de anunciar a Vd. en nota anterior, el caudillo de Los Llanos se había dirijido a la Provincia de San Juan, con el depravado intento de convulsionarla y destruir hasta su Capital invitado según se asegura, por malos ciudadanos de esa misma ciudad”: Notamos en esta nota la rabia e inquina del informante riojano hacia el accionar de Peñaloza al hablar con toda irresponsabilidad de las posibles acciones depredatorias del caudillo que habría marchado a tomar la ciudad de San Juan no solo para convulsionarla sino para destruirla por lo cual se justificaría cualquier extremo que eliminara a tal mostruo. ¡En fin que todo era válido a la hora de justificar tanta infamia!

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“El funesto caudillo –seguía diciendo Bustos– consiguió arribar hasta el lugar denominado Caucete, departamento de dicha provincia, y cuando se esperaba una conflagración general en este territorio y los funestos resultados ocacionados en ese territorio por el bandalaje; una división Livertadora compuesta de las dos armas que se internaba por la via de San Juan a ocupar los departamentos de Los Llanos, se afrentó a las hordas del caudillo poniéndolas inmediatamente en completa derrota y dejando en el campo alguna caballada, elemento el más importante en la presente cruzada, contra las montoneras, y un crecido número de muertos en el campo de batalla”. Notemos que en la consideración del sempiterno gobernador riojano era más lamentable la pérdida de las caballadas “elemento el más importante en la presente cruzada”, que no los muchos muertos de paisanos sacrificados en esa guerra a todas luces injusta y arbitraria. Pero esos eran los valores que jugaban. “El caudillo Peñaloza después de recibir tan tremenda lección de escarmiento, se regresaba a los departamentos de Los Llanos con una pequeña fuerza, después de haber sido dispersada su fuerte columna de bandoleros compuesta de mil y tantos hombres y al campar los grupos dispersos de Caucete, en el Bajo del Gigante, fue nuevamente atacado y deshecho por la división del coronel Arredondo. Este gobierno no ha recibido aún parte oficial de los hechos relacionados, pero sabe por distintos conductos, que el Chacho se ha internado otra vez a Los Llanos en donde es provable que reorganice las montoneras para perturbar el orden y tranquilidad de esta y otras provincias”. Y dirá finalmente: “El mismo soldado que pertenecía al Chacho y que se encontró en los combates a que se refiere, es el conductor de la presente nota V.S puede tomar de este los informes y demás datos que juzgue necesarios para los fines que crea conveniente”. Pensando sobre todos estos acontecimientos se nos ocurre pensar que el Chacho no sacó todo el partido que podía de su extraordinaria habilidad para esconderse, hacerse humo y desaparecer en sus amados Llanos, obrando en sentido equivocado al enfrentar en batallas campales y tradicionales a enemigos mañosos y arteros. El elemento destructor de la barbarie Y como la cuestión era para Bustos hacer buenas migas con el mandamás liberal de la zona, nada mejor habrá pensado que seguirle informando día a día los aconteceres y andares del temido Peñaloza que, según sus numerosos informantes, ya andaba de regreso por sus pagos llanistos. Y es bueno notar que Don Ángel Vicente no solamente andaba rodeado de sanguinarios chacales sino de silenciosos y meticulosos soplones que informaban al detalle lo que hacía y andaba el caudillo. Y así Bustos el 9 de noviembre le enviaba otra carta a Rojo, señalándole: “el espléndido triunfo obtenido por las fuerza livertadoras sobre el bandalaje, en el lugar denominado Caucete provincia de San Juan lo que el infrascripto se apresura comunicar a Vd.”. Información exactamente igual a la enviada a Arredondo por los sanjuaninos. Y se nos ocurre pensar que tanta diligencia era motivada, más que nada, por la necesidad que tenían todos los adversarios del Chacho de saber a pie juntillas dónde se había metido el escurridizo caudillo. Lo que les daría, sin duda, la suficiente tranquilidad de saber que no aparecería de pronto en lugares que nadie sospecharía podría hacerlo. Y es que algo que siempre tuvo a mal traer a sus rivales fue la extraordinaria movilidad de Peñaloza y sus montoneras, verdaderas sombras que atacaban y se esfumaban en la quietud de los inmensos llanos riojanos. Y al finalizar su adulona misiva el gobernador riojano, decía: “Asi mismo se adjuntan, para mejor inteligencia de V.S el boletín oficial y el número 250 del Zonda en el que se

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registra el parte detallado de este hecho glorioso de las armas de la ley, obtenido contra el elemento destructor de la barbarie, simbolizando con la presencia del funesto caudillo Peñaloza en el territorio de esta provincia”. El cagazo de Sarmiento El 12 de noviembre Peñaloza era vilmente asesinado en Loma Blanca y su cabeza colocada al extremo de un poste (no una pica como reiteradamente se dice) para que todos se enteraran de su desgraciado final. Pero hay algo que siempre nos impactó. Y es que Sarmiento nunca esperó ni supuso que el día menos pensado Peñaloza con un millar de gauchos se le apareciera de sorpresa a pocos kilómetros de San Juan. Ese tremendo susto, se nos ocurre pensar, motivó sus desmedidos comentarios al conocer al brutal final del Chacho. “He aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se abrían aquietado en seis meses. Murió en guerra de policía”, ésta es la ley y la forma tradicional de la ejecución del salteador. Así terminó de mala manera la vida del más noble y humano caudillo argentino. Las cartas transcriptas forman parte del grueso fondo Anselmo Rojo, existente en el Archivo General de la Nación. Dardo de la Vega Díaz en “Cuestiones de la historia menuda” habla de las últimas horas del Chacho. “Peñaloza que estaba ajeno a tan encarnizada y dirigente persecución guarecíase, acompañado de 5 o 6 hombres, de la menuda llovizna con que amaneció el día 12 de noviembre, en la casa de Don Felipe Oros, en la misma aldea de Olta. Ocupábanse el general y sus huéspedes en tomar algunos mates y en relatar aquel los pormenores de su derrota de Caucete, cuando fueron sorprendidos por los estampidos de fusilería que a las puertas mismas de la casa dejaronse oir. Atemorizados algunos de los circunstantes por la singular manera de anunciarse de estas intempestivas visitas, huyeron por la huerta en dirección al monte, y, Peñaloza que se dio inmediata cuenta de lo que pasaba, levantándose de su asiento, pidió a los que lo encararon, que cesaran las descargas porque estaba rendido. Cortáronse las descargas y el capitán Vera, adelantándose, intimóle orden de prisión, a lo que Peñaloza, resignadamente, contestó: “Estoy rendido. Y le entregó con mano propia su puñal, retirado de entre las ropas de su cama, diciendo estas palabras: “No tengo más armas”. “Después de tranquilizarlo con las palabras más comedidas –dice el propio coronel Vera–, púsele centinela de vista, enviando el parte de lo ocurrido a mi jefe superior, que aún no había llegado, porque con el grueso de la división venía media legua más atrás”. El conductor del parte, Don Regalado Ocampo, ayudante del capitán Vera encontró a Irrazábal, muy cerca del Olta. Informado éste del suceso, se adelantó con Ocampo y algunos más, dirigiéndose a escape a la casa de Oros. Minutos después, llega a la casa; se desmonta lanza en mano; pregunta cual era el Chacho, y apenas Vera se lo señala, hácelo maniatar y con inhumana saña le abre el pecho de un lanzazo. Con el golpe de la lanza y la bárbara herida que le ocasiona, cae a tierra Peñaloza. Abre los labios por articular palabras, pero apagándole la voz con su propia voz, Irrazábal ruge, más que da, a sus soldados, la orden de ultimarlo a tiros. Y las carabinas de los soldados del teniente don Juan Junt, del 6º de línea, que custodiaban y amarraron al caudillo, concluyendo con la vista de este gaucho, concluyeron también y para siempre con el régimen federal de la Constitución Argentina”.

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El cargo de conciencia de Sarmiento Varios años después de ese asesinato sin sentido, final de una represión absolutamente criminal, Sarmiento recriminado en el Senado por su participación en los hechos justificaría los mismos al afirmar: “El gobierno estaba en el deber, y podía y tenia derecho de considerar aquello, no guerra civil, no reacción de los partidos políticos, sino puro vandalaje, puro salteamiento y declarar a La Rioja SIN GOBIERNO. Cosa que un Presidente no puede hacer en otro caso”. Después de estas reflexiones podemos nosotros decir también: “Aquí está Sarmiento, todo establecido con claridad, con determinación, corroborando, explicando lo anterior: para que no haya duda… de quien fue, y cómo fue otro el autor moral del asesinato de Peñaloza. Y mayor relieve adquieren estas explicaciones si recordamos que fueron expuestos por Sarmiento, cuando, en el Senado, contestando a Rawson, dijo Sarmiento: “Yo sin participar de este entusiasmo lo pido también; pero, para que sea provechosa la amnistía a los autores de esos atentados. Sr., debo nombrarlos a continuación, son: Don Bartolomé Mitre, el Sr. Costa, el Sr. Elizalde, el Dr. Rawson, el general Paunero, el general Arredondo y el mayor Irrazabal”. Mostraba con esas palabras que él en realidad no había sido el directo responsable sino otros que habían escapado a su poder y que obraron por cuenta propia e incluso llegó a decir que todos los montoneros debían ser llevados y juzgados por un tribunal, nada de eso ocurrió y el drama en verdad se concretó sin problemas. La continua contradicción de Sarmiento está expresada en otra versión recogida en el Tomo X de la Historia de la Nación Argentina: “A la provincia de La Rioja entra Peñaloza el 6 de julio, por el paso de Los Cordobeses. En la Zanja, cerca del Chañar, una avanzada de Arredondo desbarata sus huestes y le impide buscar su guarida. Peñaloza entonces huye al norte, a rehacerse en Arauco, flanqueando la ciudad por los campos del naciente. A fines de julio Peñaloza convoca a sus parciales desde Mazán. El Balde de Ayoso es el punto de reunión de sus amigos de Arauco; pero no hallando aquí recursos suficientes, el 6 de agosto, Peñaloza, su mujer y solamente trece compañeros arribaban al Potrero Grande, nueve leguas al norte de Jaguel, en busca de los contingentes de Ángel y Varela. Al saberlo aquí, sus perseguidores creen que va huyendo a Chile o a Bolivia y para cortarle la retirada vuelan a Tinogasta; pero Peñaloza al anoticiarse de la prisión de Ángel, de la fuga de Varela y de la proximidad de Linares en los Hornillos, tuerce rumbo y, por Guandacol, corre nuevamente a Los Llanos. Sarmiento, hablando de esta última operación de Peñaloza, iniciada con la fuga de Las Playas, dice: “Desde ese día principia el acto más romancesco que las crónicas de la montonera, tan intangibles, tan rápida y fugaz recuerdan. Alguna cualidad verdaderamente grande debía de haber en aquel viejo gaucho, si no era nativa estolidez como la terquedad brutal que a veces pasa plaza de constancia heroica”. A pesar del desprecio enfermizo que le tenía, el sanjuanino no pudo menos de reconocer en sus últimos actos la estolidez y reciedumbre de este caudillo. Quien tiene apreciaciones similares es Marcelino Reyes en su “Bosquejo histórico de La Rioja” que habla de lo mismo pero trae algunos elementos que hacen de su testimonio algo más hace interesante y personal. No cambiará mucho la perspectiva liberal de este militar que, afincado en La Rioja escribiría a principios del siglo XX la primera historia con pretensiones de integral de La Rioja. Veamos lo que decía este liberal que muchos años después se ganaría sus buenos pesos realizando, encargado por los descendientes de Facundo justipreciar los bienes que pensaban les correspondía en los llanos riojanos.

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Él como todos los liberales negador absoluto del sentido y justificación de las acciones de los caudillos riojanos. “Como todo lo humano la actitud de abierta rebelión de Peñaloza, que tenía en jaque desde tiempo atrás a las fuerzas nacionales, debía de terminar, porque a ello contribuía no sólo su última derrota, sino también la desmoralización y el desaliento que ya habían cundido entre las filas de los que lo acompañaban en tan arriesgadas aventuras; pues, antes que se realizara la invasión a la provincia de San Juan, su autoridad de patriarca autócrata de que gozara este caudillo, tan obstinado como insólito, había sido menoscabada por uno de sus principales tenientes, “el Gaucho malo”, Juan Gregorio Puebla, negándole capacidad para dirigir la guerra. El señor don Domingo F. Sarmiento, en el tomo VII de sus Obras, página 352, narra este episodio, que tanto repercutió en la época que nos ocupa, de la siguiente manera: “Las murmuraciones que excitaban tan largos padecimientos y tantas fatigas, iban creando una oposición en el seno de la montonera; y cuando Ontiveros creyó llegado el momento, se presentó osadamente con un revólver en el rancho en que estaba el Chacho, a echarle en cara su incapacidad para dirigir las operaciones, su política tímida y la necesidad de un cambio; o de lo contrario, no seguirían más a sus órdenes. “El Chacho, sin perder su serenidad, no se dejó intimidar un momento, y a su vez enrostró a Ontiveros “sus barbaridades”, las contribuciones que había arrancado a pacíficos vecinos de los Llanos y las maldades y violencias que los deshonraban a todos. La contienda se fue encendiendo, pues éste era el punto principal del litigio. Ontiveros quería que no hubiese vecinos pacíficos sin ser por esto sólo enemigos y tratados como tales; era necesario hacerse temer y así sacarían recursos, como Quiroga. Un rasgo de ironía del Chacho, con su golpeado acento, daba sabor acre a la disputa. “–Si es tan guapo –le decía el Chacho– ¿por qué corrió en Punta del Agua? No dirá que yo tuve la culpa. Si es tan guapo, amigo, ¿por qué no va a buscar a Arredondo, que está a pie en La Rioja? Si es tan guapo, vaya, pues, a San Juan, donde gobierna “un doctor”. ¿Por qué no va, pues? ¡Que “a d´ir”, amigo! “Pero el Chacho, que se sentía atacado en su autoridad de patriarca autócrata, y por la primera vez sometidos a discusión sus actos; y viéndose apostrofado, y desconocida aquella, enderezó, siempre hablando, hacia donde estaba su caballo, y, echándose encima, con el garbo que es de buen tono entre los gauchos dijo: “A lo que estoy viendo, yo estoy demás aquí, y no quiero ser estorbo para otros mejores que yo”; con lo que animó su caballo por la senda que por delante tenía, y siguió sin ostentación y sin prisa hacia su casa. Muchas veces se ha repetido esta escena en la historia. San Martín en Lima!” “La muchedumbre, atraída por las voces, viendo a su antiguo jefe alejarse, y por escena tan torpe, fue requiriendo los caballos, y, uno en pos de otro, siguiéndolo por la estrecha senda a paso lento. El movimiento se comunicó a todo el campo; la infantería pidió seguirlo, y Ontiveros se encontró al fin solo, con unos cuantos pícaros de su parcialidad. La autoridad estaba restablecida y el Chacho vuelto a su antigua tranquilidad de ánimo. Al día siguiente Ontiveros se presentó al Chacho y en sentidas palabras le mostró su arrepentimiento, con lo que la concordia se restableció entre los capitanes, y sólo se trató ya de salir de tan prolongada inacción”. “He estado en Olta y en la misma casa de la ejecución; he visto el lugar donde recibió el Chacho la lanzada de Irrazábal y en donde fue ultimado, así como el punto en que se puso su cabeza en una pica; y de labios de varios testigos presenciales del hecho he recibido la relación circunstanciada de todo lo ocurrido, que en nada difería de lo que

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el mismo Vera me transmitió a Buenos Aires, tan luego como tuvo conocimiento de la imputación calumniosa. Para ilustrar mejor estos hechos hemos creído lo más acertado insertar aquí la narración que hace de los mismos el coronel don Ricardo Vera, años después que tuvieron ellos lugar –ante quien, como jefe de vanguardia, se rindió en Olta el ex general de la Nación don Ángel Vicente Peñaloza (a) El Chacho, en las primeras horas del día 12 de noviembre de 1863; y cuya narración se encuentra publicada detalladamente en la página 154 de la “Revista de la Biblioteca”, de que fue director don Pedro Delheye; que dice así: “El año de 1863, después del combate de Caucete entre las fuerzas de Peñaloza y la división nacional que mandaba el sargento mayor don Pablo Irrazábal, en el cual las primeras fueron derrotadas– el entonces coronel y hoy general don José M. Arredondo, jefe superior de las fuerzas nacionales contra las montoneras– desprendió en persecución de Peñaloza una división al mando del mismo mayor Irrazábal, en la cual yo servía como jefe de vanguardia. “Esta división, a marchas forzadas, se dirigió a los Llanos, en esta provincia, y en uno de los días del mes de Noviembre, cuya fecha no recuerdo con precisión, se dio alcance a los fugitivos en Olta, donde Peñaloza acababa de hacer campamento general para reunir y organizar nuevamente sus fuerzas, deshechas en el combate de Caucete. “La sorpresa fue completa, pues nuestras fuerzas, favorecidas por una lluvia fina que caía en aquel día, pudieron descender desde la montaña a la población de Olta sin ser sentidos por el enemigo. “A mí, como jefe de vanguardia, cúpome el primer puesto en el ataque, que fue llevado por la vanguardia a mis órdenes con la rapidez y energía que el caso lo requería. “Llegar a gran golpe, rodear la casa en que estaba acampado el general peñaloza (la de don Pablo Oros) y la fuerza que lo acompañaba, fue obra de un instante, quedando todos detenidos por un cerco de soldados en la casa aquella. “Yo mismo, que llegué de los primeros, fue quien personalmente intimé rendición al general Peñaloza, que a la sazón se encontraba sentado en un catre y con un mate en la mano. “El general ni los suyos hicieron resistencia alguna, entregándose presos en el acto, con excepción de los pocos que pudieron huir por las huertas y en dirección al monte. “Recuerdo, como si hoy mismo hubiera sucedido, que, a mi intimación de rendirse, el general contestó más o menos en estos términos: “Estoy rendido” –y me pasó su puñal, que era la única arma que tenía en ese momento. “Después de tranquilizarlo con las palabras más comedidas, púsele centinela de vista, enviando el parte de lo ocurrido a mi gefe superior el sargento mayor don Pablo Irrazábal, que aún no había llegado porque con el grueso de la división venía media legua más atrás. “Una hora después el mayor Irrazábal llegaba de galope a la casa donde yo mantenía preso al legendario caudillo de las montoneras riojanas. “Llegar, preguntar por el preso y pasarlo de un lanzaso, fue obra de un segundo, dando orden a los soldados que lo custodiaban que concluyeran con el herido, como en efecto lo verificaron con una descarga de carabina que le hicieron. “En aquel momento supremo yo procuré evitar la muerte de Peñaloza interponiéndome entre él y la lanza de Irrazábal; pero todo fui inútil, porque ni tuve tiempo para parar el golpe, ni podía hacerlo tampoco en mi condición de subalterno del que ejecutaba aquel atentado. “Hago la historia estricta y fiel de lo ocurrido, como lo acreditan las cuatro cartas que le acompaño, de testigos presenciales en aquel suceso, uno de ellos don Nicolás

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Peñaloza, primo hermano de la víctima de Olta, y como pueden atestiguar el general don José M. Arredondo y los que han actuado en aquella época. “Pero hice más: no sólo no tuve participación en la muerte de Peñaloza, sino que por reprobarla en la forma con que fue ejecutada, pedí inmediatamente mi separación del puesto de jefe de vanguardia y mi pasaporte para buscar la incorporación del coronel Arredondo, como en efecto sucedió, siendo yo mismo quien llevó el parte de lo ocurrido”. Por eso Olegario Andrade resumiría el final de Peñaloza al decir: “¡Mártir del pueblo! Víctima expiatoria inmolada en el ara de una idea; o la afirmación rotunda de Hernández, el Hernández del Martín Fierro, esa joya de la literatura universal: “Encanecido en la carrera militar –dice– jamás tiñó sus manos en sangre y la mitad del partido unitario no tendrá que acusarle un solo acto que venga a empañar el valor de sus hechos, la magnanimidad de sus rasgos, la grandeza de su alma, la generosidad de sus sentimientos y la abnegación de sus sacrificios”. Esa propiedad de la patria y de sus amigos, la exalta, asimismo Ricardo Gutiérrez: “El Chacho –expresa– ha sido el único caudillo verdaderamente prestigioso que haya tenido la República”.

EL DESINTERÉS DE URQUIZA POR EL DESTINO DE PEÑALOZA

Que todos los protagonistas de parte del gobierno mitrista hicieron el doble juego de decir cuando convenía que se avenirian a firmar una paz lo vemos en todos los documentos tanto de Paunero como de Sarmiento, de los gobernantes riojanos, etc, etc. todos están convencidos que lo que había que hacer con Peñaloza era sencillamente eliminarlo, por eso quizá uno de los documentos más felones de ese final sea la carta de Paunero fechada en Córdoba el 19 de octubre del 63 en el que le decía a Peñaloza: “He recibido su carta de 11 del corriente en la que se manifiesta V. dispuesto a someterse a la autoridad del Gobierno de la Nación bajo las condiciones que propuse a V. Deseando sin embargo manifestar a V. mi deseo de que estos negocios de La Rioja tengan una solución pronta y pacifica. Debo por fin repetirle otra cosa sobre la que creo haberme explicado antes e ahora bastante claro para alejar toda sospecha de doblez y engaño por parte mía. Mientras V. y los que le acompañan no depongan la actitud de hostilidad contra las autoridades que gobiernan la Republica es imposible suspender las medidas que se han tomado para reprimir las resistencias armadas contra un poder que reposa sobre la voluntad y el voto legal del pueblo de la Nación. En resumen si V. esta dispuesto como de acuerdo con su carta lo creo, a terminar la dolorosa situación de La Rioja, puede presentarse ante el Coronel Arredondo o venirse aquí, quien esta autorizado suficientemente para garantir su persona o la de los otros que le sigan según nota que en esta fecha le dirijo”. Luego vendrían su invasión a San Juan y su huida definitiva, por eso es bueno mostrar las presuntas vinculaciones existentes entre Urquiza y Peñaloza que nos aclaran bastante esa relación de un caudillo provinciano que tenía una fe ciega en la palabra empeñada y un caudillo nacional que había arriado completamente las banderas federales y que vivía sus últimos años gozando de su gigantesca riqueza y expresando en reiteradas comunicaciones a Mitre su acatamiento más absoluto a su política: “El Chacho continuó su guerra después de Pavón porque seguía creyendo en Urquiza y sus antiguas banderas. Desde Copiapó, adonde había ido a refugiarse después de

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combatir junto a Peñaloza, Felipe Várela escribe a Urquiza que el único programa del malogrado Jefe había sido "no cumplir las órdenes de Mitre y... respetar...la orden de S.E que no tenía otro jefe...". El mismo Peñaloza escribió a Sandes expresándole que "las provincias del litoral se hallan sobre las armas y dispuestas a estallar...". Paunero debió sospechar con fundamento que un tal Astorga, que murió en la batalla de Lomas Blancas, era el emisario mandado por el caudillo a Urquiza, por intermedio de Enrique Walter de Puck, una carta en la cual le explicaba los motivos de su alzamiento. En su parte final dice: "Yo creo Señor General encontrar en esta ocasión al mismo hombre del Io de mayo". Por tal motivo, se pone a sus órdenes "y me dirá lo que debo hacer". Cuando más tarde Peñaloza está por entrar en Córdoba, la proclama emitida por el gobernador que lo ha llamado —Achával— termina con un "¡Viva el general Urquiza!". Ese mes de junio salen otras dos cartas para Urquiza. En la primera, Peñaloza señala que "es necesario que aparezca al frente de la reacción política del país V.E, circunstancia sin la que serían estériles todos los sacrificios hechos y la sangre derramada hasta ahora para liberar a nuestra patria". La segunda alude al enviado Walter de Puck. Ambas cartas llegaron a poder de Mitre, que las publicó en La Nación Argentina el Io de julio de 1863. Urquiza declaró a aquél que ninguna relación tenía con el Chacho y, además, había condenado públicamente se levantamiento. El uso de su nombre "se hacía -expresa- sin mi conocimiento ni aprobación". Inexplicablemente para el Chacho, ninguna de sus cartas había obtenido respuesta de Urquiza. Ante ese silencio el caudillo llanista vuelve a escribirle. Destaca en su misiva la falta de contestación, a pesar "de repetidas veces que me he dirigido a V.E". No obstante, "he continuado yo con los valientes que me acompañan luchando...contra el poder del gobierno de Buenos Aires". Señala que "con la guerra que les hago, le quité cuanto podían tener para llevar la guerra a Entre Ríos, y a cualquier otro poder...". La fidelidad perseverante e ingenua a Urquiza, está reflejada en este párrafo: "nada me desalienta si llevase por norte el pensamiento de V.E de ponerse al frente de la fácil reacción de nuestro partido; sin embargo de que cuanto he hecho ha sido fundado en los antecedentes que V.E me ha dado". Por último, y para saber a qué atenerse, le pide que "me dirija una contestación terminante y pronta, que será la que en adelante me servirá para mis resolución". Si le negara su apoyo, todos abandonarían el país, y "con gusto irán conmigo a mendigar el pan del extranjero". En 1860, con motivo del asesinato de Virasoro, Urquiza pidió a Peñaloza que contribuyera a mantener el orden en esas provincias. Pero en 1863 ya se había olvidado de este viejo y leal compañero. No le contestó ni siquiera para decirle lo mismo que subrepticiamente escribía a Mitre y sus delegados. Los antiguos aliados de Saá y Peñaloza, en 1864 todavía creían en la facilidad de Urquiza para reaccionar. Del mismo modo pensaban "muchos que no son de esa logia". Realidad e importancia del apoyo de Urquiza Aún es difícil dilucidar si realmente existió el apoyo de Urquiza. Pero no hay duda que -al menos indirectamente- alguna media palabra debió darle a Peñaloza. El caudillo entrerriano, en carácter de vencido y con motivo de los compromisos contraídos, había tenido que aceptar muchas humillaciones de Buenos Aires. Esperaba que otros cambiaran la situación nacional para volver al primer plano político. Fue ésta la técnica empleada contra Derqui al aliarse con Buenos Aires. Todos los que dirigieron levantamientos después de Pavón, confiaron o creyeron —hasta su muerte- en el apoyo de Urquiza.

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Los contemporáneos tampoco tenían indicios concretos, aunque sospechaban. Paunero no quiso aceptar las propuestas de paz de Peñaloza, sino a condición que éste se rindiera incondicionalmente y se alejara de La Rioja. Esta actitud del jefe liberal tenía su origen en el convencimiento que el Chacho actuaba "en virtud de instrucciones de Entre Ríos". Recordemos que el mismo juego e idéntica sospecha se observa en las vísperas y durante la Guerra del Paraguay. Leandro Gómez, desde Paysandú, desesperadamente le escribe en 1864 creyendo que "V.E no ha de mirar impasible que el pueblo Oriental pierda su libertad y su independencia". Antes de esta guerra, Francisco Solano López habría recibido seguridades de parte de Urquiza, que si invadía, él y todas las provincias se levantarían contra Mitre. Pero como en el caso de Brasil ante Caseros, López exigió que Urquiza previamente se pronunciara contra Buenos Aires. Sea lo que fuere, la esperanza insinuada del gobernador entrerriano perdió a López. Por su parte, Mitre sospechaba de la fidelidad de Urquiza y por eso lo designaron jefe del ejército de vanguardia. Los desbandes de Basualdo y Toledo -aunque realizados contra su voluntad— daban pie para confirmar, en alguna medida, que con los entrerrianos no se podía contar mucho para esta emergencia. Algún cabo habría tendido Urquiza para alimentar la esperanza de Peñaloza. Éste le había escrito a Sandes que el litoral "se halla sobre las armas y dispuestas a estallar en un momento dado". Si menciona esta circunstancia es porque algún dato conocía al respecto, o al menos, se le habría insinuado. Además, en su última carta, Peñaloza dice que con la guerra que estaba haciendo "le quité (ai gobierno de Buenos Aires) cuanto podía tener para llevar la guerra a Entre Ríos". ¿Por qué menciona esta situación? ¿Se había acordado con Urquiza algún plan al respecto? Conociendo los antecedentes de Urquiza, creemos que también el Chacho cayó en la trampa. ¿Era importante el apoyo de Urquiza? Sí, y en sumo grado. De haber contado con él, sin ninguna duda Peñaloza hubiera triunfado. Urquiza era, todavía en 1863, el aglutinador de los núcleos federales del interior que aún obedecían a su jefatura. No sólo los federales de los tiempos de Rosas, sino también los de la etapa posterior a Caseros pensaban que Urquiza constituía el bastión inexpugnable contra el cual podrían estrellarse los elementos liberales o unitarios. A su llamado, prácticamente todo el país hubiera respondido. Buenos Aires aún le temía. Cada vez que ocurría un levantamiento o se preparaba una guerra, todos miraban a Urquiza para saber qué actitud adoptaría. Él contaba con dinero o con los créditos suficientes que hubieran permitido adquirir las armas adecuadas necesarias. Olegario V. Andrade destaca que el levantamiento del interior se hizo invocando la voluntad del general Urquiza. Este "debía responder a ese llamamiento. El pueblo se lo demandaba. Los que se habían sacrificado por su gloria política, aplaudían a Peñaloza con los acentos del alma. Una palabra del general Urquiza hubiese sido escuchada por toda la República, y aquella palabra hubiera sido la sentencia de muerte del partido unitaria.. .Aquella palabra no salió de sus labios. Su silencio fue el signo precursor de la derrota". Agrega que si Urquiza hubiera querido, Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos se levantan en masa "y las provincias del interior encabezadas por Peñaloza sepultan en un día las legiones de Buenos Aires". En fin, "la inactividad de Urquiza -señala Sommariva- esterilizó los sacrificios". Muy bien dice Busaniche: "Era la rebelión popular sin probabilidad ninguna de triunfo". Peñaloza y su gente esperaron para triunfar -y esto les daba aliento- con un poderoso recurso: la ayuda de Urquiza. ¿Supuesta, ofrecida o insinuada? Todavía no puede decirse la palabra definitiva. Pero es indudable que ella aparecía como una realidad o, al menos, constituía una esperanza... ¿infundada?

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¿Quién mató a Peñaloza: Irrazábal, Sarmiento, Paunero, Mitre? Para responder en forma completa, no deberíamos pensar sólo en los autores por comisión. Al mismo tiempo tendríamos que considerar a quienes lo hicieron por omisión. Entonces diríamos que el Chacho también fue muerto por quién lo dejó morir. No necesitamos explicar nuevamente quién lo había abandonado, a pesar de sus insistentes llamados de auxilio. Le pudo facilitar una eficaz ayuda y no lo hizo. Cuando el Chacho explica la razón de su prestigio en los Llanos, dice: "...por espacio de cuarenta y tres años he compartido con ellos los azares de la guerra, los sufrimientos de la campaña, las amarguras del destierro...porque he sacrificado lo último que he tenido para llenar sus necesidades". Luego de consultar numerosas fuentes bibliográficas y documentales surgen dos posibles razones o explicaciones de por qué Urquiza luego de Pavón se refugiaría en Entre Ríos y a partir de allí diez años después hasta su muerte en 1870 desconoció todas las veces que se le requiriera, y en el caso particular de Peñaloza ponerse al frente nuevamente del partido federal y apoyar aunque fuera moralmente la acción de sus lugartenientes. Sistemáticamente los olvidó y no solamente eso sino que fueron muchas y reiteradas las oportunidades en las que expresó su total adhesión a la política mitrista, aunque en el fondo quizás él la rechazara. La primera explicación la dio en el libro "Homenaje a Peñaloza" el historiador mendocino Pedro Santos Martínez al exponer no con documentos sino con inferencias que detrás del abandono por parte de Urquiza de su jefatura tácita en el partido federal estuvo mezclada la masonería. Y expone en largos considerados encuentros de los que si bien nada quedó registrado Urquiza y Mitre ambos masones convinieron en que el primero daría paso a la acción de Mitre haciendo que Buenos Aires volviera una vez superada la Confederación a hacer la que verdaderamente regenteara el país. La segunda explicación es más prosaica y sería la explicación fiduciaria o simplemente exclusivas razones económicas. Un dato numérico que da Beatriz Bosch de seis millones de pesos de la época como fortuna personal de Urquiza lo muestran quizás como la fortuna más importante de la época pero, seguramente muchos más serían los bienes que acumulara el señor feudal de San José. Y que esto en parte fue así lo señala el hecho que mencionan otros autores de los suculentos negocios que años después y durante la guerra del Paraguay realizaría Urquiza vendiendo miles de ganados al Gobierno nacional e incrementando así de manera desmesurada su colosal fortuna. Y este accionar de Urquiza es ciertamente irritativo toda vez que recordemos la pobreza franciscana de sus olvidados lugartenientes el Chacho viviendo en sus humildes ranchos de Guaja y Várela afrontando su gloriosa epopeya mal nutrido y peor abastecido. Unido a estas razones es posible señalar que tiempo después de la muerte de Peñaloza Urquiza anciano ya se casaría por primera y única vez mostrando todas estas cuestiones que esta posición codiciosa de Urquiza también puede explicarnos el por qué de su actitud hacia Peñaloza y la traición que sin duda le hizo”.

PUDIERON CON EL CHACHO POR CANSANCIO

Todos los testimonios conocidos de los últimos momentos de vida del Chacho muestran que el anciano caudillo estaba muy cansado. Física y espiritualmente. Física porque ese año de 1863 había sido particularmente movido. La batalla de Las Playas a pocos kilómetros de la ciudad de Córdoba (actual Fábrica Militar de Aviones o IME, etc.) cruenta como pocas en nuestras guerras civiles (quizás Angaco o La Tablada, etc.) y la veloz retirada hacia La Rioja y San Juan y luego el desastre de Caucete por culpa de ese

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mismo Irrazabal que sería su verdugo, señalan el vertiginoso proceso, dramático por donde se lo vea, que desembocará en Loma Blanca, en esa mañana lluviosa sentado, esperando su destino, en ese solitario ranchito del paisano Oro. ¡Que triste final! ¡Que triste todo! Su espíritu, además, estaba seguramente muy cariacontecido porque su mentor, su guía indiscutible al que había dirigido su Ultima y definitiva carta animándolo a ponerse al frente de la lucha, él sabía en lo más profundo de su corazón, que no lo haría. Que ese general Urquiza al que é 1 respetaba y en el que creía, no haría nada, absolutamente nada en la molicie de su Palacio de San José que sigue siendo hoy un sorprendente y soberbio lugar. Lo que nunca imaginaria Peñaloza el posterior desaire hacia su persona de don Justo José que en cartas a Mitre se desvincularía totalmente del accionar revolucionario del caudillo riojano, como años después lo haría con Varela, camino de sucesivas y lamentables claudicaciones que lo llevaron irremisiblemente a su casi a voces anunciado asesinato. Y si el Chacho estaba cansado espiritualmente no lo estaba menos en lo físico. Hombre fuerte, vigoroso, inclaudicable en fatigas y marchas, Peñaloza para ese día se enfrentaba con su destino con 67 años de edad. Y hacia casi medio siglo que su presencia en batallas, entreveros y asonadas en esas espantosas luchas civiles era algo cantado y esperado. El Chacho nunca rehuyó su responsabilidad moral y física cuando las circunstancias así se lo impusieron. Y luego del Tratado de la Banderita (mayo del 62) ni él mismo creyó que la paz se había alcanzado. Duró unos pocos meses y luego de vuelta la traición, la palabra no cumplida, el abuso y la desconfianza de aquellos que lo enfrentaban. Y aunque se resistía a empuñar las armas nuevamente, así lo hizo en ese 63 sabiendo que nadie más que él podría convocar a los pueblos, a los gauchos a nuevos sacrificios. Peñaloza era viejo, estaba gastado el hombre. Fue el caudillo más viejo que luchando hasta el final moriría trágicamente. Artigas quizás, pero vivió 30 años en el exilio paraguayo, Urquiza quizás pero hacia mucho se habla retirado de todo compromiso y de toda palabra de honor. Peñaloza viejo, cansado y todo, peleó hasta el final. Pero pudieron con el por cansancio. En esa preciosa y dramática obrita de Luis Fernández Zárate contando el sacrificio de Rosa Guardia la paisana vigorosa y desesperada que correrla kilómetros para anunciarle at caudillo, su querido y venerado Chacho, que lo venían a matar está demostrado que en realidad ya nada quiso hacer. Aceptó agradecido el mensaje, lo entendió como un último gesto de amor y entrega de ese pueblo que tanto lo quería, pero nada hizo. No movió un dedo y se quedó donde estaba. Podría haber huido, conocía la geografía de los Llanos como la palma de su mano, pero nada hizo. El cansancio lo embargaba todo. Y la entrega de su facón al compadre Ricardo Vera, sencillo acto de entrega, así lo mostraría. Vera aceptó la rendición y nada hizo, porque para él ya estaba hecho todo. Muchos testigos así lo confirmarían muchos años después cuando et mismo Vera les pidió que contasen para la historia la verdad de lo sucedido. Ricardo Vera hizo lo que debía hacer y nada más. Quizás no sospechó nunca el chacal que venia pisándole sus pasos. Ese Irrazabal cruel y sanguinario. Que también hizo lo que tenia que hacer, porque para eso y por eso era un chacal. Y se ensañaron con su cuerpo fatigado y lo lancearon y lo fusilaron ya finado y le cortaron la cabeza y en un palo la colocaron en la plaza de Olta y su oreja se la enviaron

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a Natal Luna que bailó como un infame cuando la recibió en La Rioja, como más de 100 años después bailarían otros similares infames cuando supieron de la muerte y asesinato del otro mártir de los Llanos. La historia no se repite, lo que se repite son los cañallas.

EL CHACHO INMOBILIARIO El general Ángel Vicente Peñaloza no fue hombre de recursos. Sus posesiones fueron suficientes para llevar una vida digna en la sobriedad. Quizás su nombre siempre se nos acompaña con el del paraje donde vivió: Guaja. Hoy apenas una referencia toponímica pero en el siglo XIX centro de una activa vida económica, social, militar. Pero Guaja en realidad eran apenas unos pocos ranchos y una extensión de tierra, apta para la actividad pecuaria. Al haber agua en la misma posesión del caudillo era en realidad un oasis que permitía la vida. Cuando es asesinado Peñaloza sus ranchos fueron quemados. Una venganza histérica que nos habla de hombres enceguecidos por pasiones bastardas y torpes. Guaja costó 500 pesos En el primer documento fechado el 6 de agosto de 1864, se habla de la deuda que tenla el Chacho por no haber terminado de pagar su estancia. Fechado por el Carrizal, el interesante escrito, dice: “Yo el albacea que he sido de la testamentaria de la finada doña Isabel Peñalosa, Sertifico en cuanto puedo y el derecho me permite ser verdad, que siendo en mi poder el testamento arriba citado bisto la clausula beinte y uno: Declaro que la hacienda que fue conocida por de mi propiedad en Guaja la tengo bendida y enajenada perpetuamente a! Sr. General Don Ángel Vicente Peñalosa, en cantidad de 500 pesos, de los cuales tengo recibidos cuatro sientos setenta (470) pesos: y se me adeudan treinta pesos. Ordeno que mis albaceas luego de recibido este resto otorguen al comprador la correspondiente escritura pública; y para que haga fee en juicio y fuerza del le doy el presente firmándolo con testigos en este mismo día de la fecha en este papel común a falta del sellado”. Firman el vendedor de Guaja José Ramón Ibáflez y testigos. Lo curioso es que en el documento nada se dice de Peñaloza como finado, ya que hacía un año que había sido asesinado, pero las deudas, finado o no se pagaban como correspondían. En este documento aparece el nombre del coronel Paulino Orihuela pariente y conmiliton del Chacho que por esas mismas fechas realizara una grave denuncia contra el Sr. De Guaja. Es interesante este intríngulis... Un patriarca de Los Llanos Paulino Orihuela, del círculo de Facundo, fue nombrado gobernador de La Rioja en marzo de 1831. Según Marcelino Reyes era “ciudadano de antecedentes honorables que lo hacían estimar ante sus comprovincianos, no obstante de pertenecer a la “Federación” de Quiroga, que si bien gobernó en una época nefasta no dejó tras de si ningún recuerdo que empañase su buen nombre y su bien cimentada reputación. Don Paulino dio origen a numerosísima familia que entronca con los Peñaloza, los Bazán, los Agüero, y muchas familias llanistas. El 28 de abril de 1855 el comisionado por el Supremo Juez de Alzada de la Provincia,

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desde Guaja, le dirige al Coronel de los ejércitos nacionales Don Paulino Orihuela, nota en la que expresa: “afijado los sitios de Don Juan Argañaráz dueño de la merced de San Antonio y resulta por el mojón a inspección ocular quedar la represa que posee Ud. en las angosturas trabajada en los sitios de la Hediondita, por lo que en cumplimiento de la sentencia pronunciada por el Juez de Alzadas de la Provincia debo mandarle la desocupe piazo de diez días que corren desde mañana de la fecha de lo contrario le pasará el prejuicio que hubiese lugar en derecho salvo su reclamo en los términos que expresa la sentencia de que esta notificado”. El 29 de abril Orihuela contesta al comisionado que el plazo es muy corto y solicita 25 días para cumplir la orden de desalojo. El mismo día le conceden la prorroga solicitada y se le dice: “No obstante dejar quien cuide sus sembrados hasta que se coseche; pues en esto no se interesan los dueños de los sitios de la Hediondita, con respecto a preferencia de compra es inherente propietarios entenderse con Vd o Vd con ellos”. El 8 de mayo el comisionado desde Guaja, invita a Orihuela para el 10 “a comparecer por si poderdante, a presenciar la posesión que se va a dar a los dueños de los sitios de la Hediondita de la represa de las angosturas que usted a trabajado.” Este expediente termina con una nota enérgica y letra firme de Orihuela, dirigida a! comisionado del juez en la que afirma: “Impuesto el infrascripto de la nota de esa comisión oficial de 8 del corriente rrelatiba a ordenarle comparesca a la rrepresa de las Angosturas, a presenciar la posesión que hiba a dar a los dueños de la Hediondita: se marchó a dicha represa; y cuando arribó a ella, ya se había regresado Vd. Dando la rreferida posesión; y por lo que dise a esa comisión, que ci ynsfrascripto queda inconforme con dicha posesión porque tiene que rreclamar en favor de su derecho, como lo tiene ya indicado”. Orihuela aceptó dejar las Angosturas de las que no era dueño pero dejó asentada su protesta.

¿El Chacho ladrón o despojador? Al desaparecer el Chacho, Paulino Orihuela en nota dirigida al Juez de Primera Instancia, declara: “Paulino Orihuela vecino de esta provincia, ante la rectitud de su juzgado en la forma que mas haya lugar en derecho me presento y digo: que en los campos pertenecientes al lugar de Malanzán (Costa Alta de los Llanos) considerando con justo y legal titulo en ello, trabaje una represa que se denomino, y es conocida con el nombre “Las Angosturas” La que después de trabajada y poseída en quieta y pacifica posesión por mas de diez años sin contradicción alguna, fui violentamente despojado por el poder e influencia del finado Don Ángel Vicente Peñalosa, privándome absolutamente del beneficio de ese establecimiento de industria en el que invertí mis escasos recursos y el tiempo consagro a llevar a cabo esta empresa. Como hoy han cesado los obstáculos que restringían al ciudadano hasta el derecho de ejercer su industria por medios lícitos para adquirir su subsistencia; vengo ante la integridad de su juzgado a pedir se sirva espedir providencia en objeto de que el Juez Departamental de la Costa Alta, a quien debe someterse, reciba la información sumaria que ofrezco del despojo sufrido en la propiedad que legítimamente he poseído en la represa denominada “Las Angosturas” y rendida esta en la parte que baste, se devuelva a su juzgado, para que dándose vista de los practicado a! respecto pida lo que sea justo y a favor de mis derechos”. Paulino Orihuela negaba así con su denuncia lo que había aceptado a regafladientes diez

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años antes, denunciando con todas las letras de que si así lo había hecho era por la violencia o por la influencia de Peñalosa al que acusa como el principal culpable del despojo de su propiedad. Aun que nada dice Orihuela si la misma se la quedó el Chacho o paso a poder de Juan Argañaráz, pariente de Quiroga. Es bueno recordar para complicar más las cosas que Orihuela y Peñalosa habían estado en el mismo bando y peleado y trabajado junto con Facundo. Claro que el único que sobrevivía de los tres era don Paulino que no dudaba en tapar de mugre la memoria del Chacho para instalarse mejor en la nueva circunstancia que vivían el país y provincia como el más importante referente de Los Llanos. Tanto es así que poco tiempo después Orihuela y en el gobierno de Sarmiento obtendría el mas jugoso contrato en el camino de La Rioja a San Juan. Hasta aquí los hechos, los personajes y la dura acusación contra el Chacho. Mintió don Paulino, tergiversó los hechos o dijo su verdad, nada más? Hasta sus últimos instantes Peñaloza creía con fe ciega en la lealtad de Urquiza. En realidad no sabemos en que basaba esa fe pues en esos dos años largos de lucha continua contra el mitrismo Urquiza no había dado ninguna muestra ni respuesta a la lealtad. Por eso suena a sarcasmo cruel que varios días después de muerto Urquiza recibiera la última carta que le dirigiera el riojano en lo que podría considerarse su Testamento político. Decía en ella Peñaloza a Urquiza: “Exmo. Sor. Capitán Gral. D. Justo José de Urquiza Mi digno gral. y amigo: Después de repetidas veces que me he dirigido a V.E oficial y particularmente, no he conseguido contestación alguna, mientras tanto he continuado yo con los valientes que me acompañan luchando con la mayor decisión y patriotismo contra el poder del Gobierno que si bien algunas veces no he triunfado por la inmensa desventaja de la posición y circunstancia, no por eso ha sufrido menos su ejército, que ha perdido la mitad de sus mejores jefes y de su tropa de línea. Todos estos sacrificios y esfuerzos y los que en adelante estoy dispuesto a hacer, han sido y son, Sor. Gral. con el fin de quitar a Buenos Aires los elementos y el ejército que sin esto habría sacado de las Provincias, y hasta la mitad de su tropa de línea la tiene constantemente ocupada en hacerme la guerra, quedando hasta el presente muchos de esos cuerpos completamente deshechos. En una palabra, con la guerra que les hago, le quité cuanto podía tener parta llevar la guerra a Entre Ríos, y a cualquier otro poder que puede servir de inconveniente a las pretensiones funestas que contra nuestra Patria tiene ese Gobierno. En medio de esta azarosa y desigual lucha nada me desalienta si llevase por norte el pensamiento de V.E de ponerse al frente de la fácil reacción de nuestro partido: sin embargo de que cuanto he hecho ha sido fundado en los antecedentes que V.E me ha dado, es por esto en esta vez me dirijo a V.E, y mando al Teniente Coronel D. Tomás Geli y al de igual clase D. Ricardo Rodríguez, quienes de viva voz manifestarán a V.E la situación en que nos hallamos y cuanto se puede hacer con que V.E me dirija una contestación terminante y pronta, que será la que en adelante me servirá para mi resolución, en la inteligencia que si en ella se negase a lo que nos hemos propuesto, tomaré el partido de abandonar la situación retirándome con todo mi ejército fuera de nuestro querido suelo Argentino, pues éstos me dicen diariamente que si V.E se

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negasen, con gusto irán conmigo a mendigar el pan del Extranjero antes que poner la garganta en la cuchilla del enemigo. Esta es mi invariable resolución de la que quedará V.E bien instruido por las explicaciones que a mi nombre le darán mis enviados, a las que espero dará entera fe y crédito porque ellos se la comunicarán con toda franqueza, como que me merecen la más plena confianza. Termino la presente, Señor Gral. reiterándole las seguridades de mi más particular distinción suscribiéndome S.S y amigo”.

LOS HISTORIADORES Y EL CHACHO

Pasaron muy pocos días del asesinato del caudillo cuando comenzaron a moverse activamente las plumas de los historiadores y esa incesante actividad iniciada por José Hernández en su serie de artículos que conformarían su libro “Vida del Chacho” se prolongaría en los sucesivos 150 años en innumerables testimonios sobre el caudillo. Decía el autor del Martín Fierro: “Los salvajes unitarios están de fiesta. Celebran en estos momentos la muerte de uno de los caudillos más prestigiosos, más generosos y valientes que ha tenido la República Argentina. El partido Federal tiene un nuevo mártir. El partido Unitario tiene un crimen más que escribir en la página de sus horrendos crímenes. El general Peñaloza ha sido degollado. El hombre ennoblecido por su inagotable patriotismo, fuerte por la santidad de su causa, el Viriato Argentino, ante cuyo prestigio se estrellaban las huestes conquistadoras acaba de ser cosido a puñaladas (…) Detener el brazo de los pueblos que ha de levantarse airado mañana para castigar a los degolladores de Peñaloza, no es la misión de ninguno que sienta correr en sus venas sangre de argentinos. No lo hará el general Urquiza. Puede esquivar si quiere a la lucha su responsabilidad personal, entregándose como inofensivo cordero al puñal de los asesinos, que espían el momento de darle el golpe de muerte; pero no puede impedir que la venganza se cumpla. Lea el general Urquiza la historia argentina de nuestros últimos días; recuerde a sus amigos Benavídez, Virasoro, Peñaloza, sacrificados bárbaramente por el puñal unitario; recuerde los asesinos del Progreso, que desde 1852, lo vienen acechando y medite sobre el reguero de sangre que vamos surcando hace dos años, y sobre el luto y orfandad que forma la negra noche en que está sumida la República. No se haga ilusión el general Urquiza. Recorra las filas de sus amigos y vea cuántos claros ha abierto en ella el puñal de los asesinos. No se haga ilusión el general Urquiza; el puñal que acaba de cortar el cuello del general Peñaloza, bajo la infame traición de los unitarios, en momentos de proponerle la paz, es el mismo que se prepara para él en medio de las caricias y de los halagos que le prodigan traidoramente sus asesinos. No se haga ilusión el general Urquiza con las amorosas palabras del general Mitre. Represéntese el cadáver del general Peñaloza degollado, revolcado en su propia sangre, en medio de su familia después de haber encanecido en servicio de la patria, después de haber perdonado la vida a sus enemigos más encarnizados, después de haber librado de la muerte hasta al bárbaro instrumento que los unitarios han empleado para hundirlo en el cuello del caudillo más valiente y más humano que ha tenido el interior del país (…)

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No son las protestas de los traidores encubiertos; no son las seguridades de los consejeros incautos las que han de desviar la mano aleve que espía vuestro cuello en la soledad y en la sombra. Es vuestro propio valor. Es vuestra propia energía. ¡Alerta! General Urquiza”. Y como no podía ser menos también se refería a los oprobios que recibiera de parte de los asesinos la compañera del Chacho Victoria Romero. Y sobre ella y sobre el destino de la matrona escribía: “La suerte de doña Victoria Romero, la Tigresa de Los Llanos, resultó ser la contratara de la de Irrazábal. La compañera inseparable, que había seguido a su esposo en todas las luchas, combatiendo a su par, quien incluso le había salvado la vida, fue trasladada a la ciudad de San Juan y, encadenada junto a otros prisioneros, se la obligó a barrer y limpiar, una y otra vez, la Plaza Pública. Ya liberada, no habría fin para las humillaciones y despojos de los que será objeto. Natal Luna reclamó por valores que, según afirmaba, le habían sustraído los hombres de Peñaloza. Un juez aceptó que fueran cobrados con bienes del muerto. En pocas semanas, los viejos enemigos acudieron en tropel a la justicia para quedarse con todo lo que quedaba del difunto. Hasta los bienes que le correspondían a doña Victoria correrán peligro de ser usurpados. Desesperada, doña Victoria le pedirá ayuda a Urquiza. Nunca se le perdonó que siguiera hasta el último momento el camino del Chacho”. Lo curioso es que cuando tiempo después doña Victoria Romero le enviara una carta a Urquiza hablando de las muchas vejaciones males recibidas don Justo José en un acto que lo señalaba de manera total le mandaría $2000 pesos. Y eso sería todo. El hombre más rico de la Argentina “consolaba” a la viuda con la única expresión de su ya aletargada conciencia: el dinero y si te he visto no me acuerdo. Sarmiento siempre con su forma tajante de escribir y decir lo suyo opinaba sobre el Chacho:

LO QUE OPINABA SARMIENTO DEL CHACHO

Hacía lo mismo con sus modales y vestidos: sentado en posturas que el gaucho afecta, con el pie de una pierna puesto sobre el muslo de la otra, vestido de chiripá y poncho, de ordinario en mangas de camisa, y un pañuelo amarrado a la cabeza (…) En los últimos años de su vida consumía grandes cantidades de aguardientes, y cuando no hacía correrías, pasaba la vida indolente de llanista, sentado en un banco, fumando, tomando mate o bebiendo. Las carreras son, como se sabe, una de las ocupaciones de la vida de estos hombres, y en los llanos, ocasión de reunirse varios días seguidos gentes de puntos distantes (…) Su papel, su modo de ganar la vida, digámoslo así, era de intervenir en las cuestiones y conflictos de los partidos, cualquiera que fuesen, en las ciudades vecinas. Padrecito de los pobres Coherente con la visión política federal de hombre del interior, siempre sostuvo los principios de autonomía de su provincia y defendió el bienestar de sus paisanos, que lo idolatraban. Por eso, dio su apoyo al general Urquiza en su lucha contra Rosas y lo acompañó en el enfrentamiento de la confederación contra Buenos Aires. El prestigio lo había ganado en innumerables batallas, donde había tenido la oportunidad de demostrar un valor fuera de lo común”.

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Pese a todo el sanjuanino no pudo menos que señalar varias virtudes del riojano e incluso en muchas oportunidades se refirió a su valor, a su constancia y a su coherencia. Pero no lo comprendió, en absoluto. Mitre que siempre manifestó hacia la totalidad de los caudillos su más absoluto desprecio le escribió a Marcos Paz, su vicepresidente un perfecto resumen de su pensamiento, al decir: “Mejor que entenderse con el animal de Peñaloza es voltearlo, aunque cueste un poco más. Aprovechemos la oportunidad de los caudillos que quieren suicidarse para ayudarlos a bien morir”. Es decir o se lo elogiaba o se lo despreciaba de manera absoluta. Muchos años después José María Rosa desde una perspectiva revisionista diría: “El patriarca de Guaja, en los Llanos de La rioja era un hombre sencillo y de pocas letras que se movía por impulsos del corazón. Los habitantes de Los Llanos, cualquiera fuera de su clase social, le tenían ley; sabía dirimir las diferencias y manejaba el arte de saber dar a cada uno lo suyo. Nadie golpeaba en vano su puerta en busca de consejo o apoyo sin conseguir lo uno o lo otro. Arreglaba las desavenencias conyugales y encarrilaba a los muchachos difíciles. Los ricos no le negaban su dinero que distribuía a los necesitados con tino y discreción; y gracias a su vigilancia, y llegando el caso a su coraje, jamás se acercaban a La Rioja las hordas de bandidos que merodeaban por otras provincias. El gobernador de la lejana capital tenía que contar con su apoyo para estabilizar su gobierno, y los mandantes de las vecinas Córdoba, San Luis y San Juan recurrían al estanciero de Guaja para que no asilara en los impenetrables Llanos a los conspiradores. Que el Chacho a veces cumplía y a veces negaba, porque él era único dueño de sus acciones. Pero además de estanciero era general, y general de la Confederación por nombramiento de Urquiza con acuerdo del honorable senado y sellado con el escudo argentino: el general Ángel Vicente Peñaloza, comandante en jefe de la circunscripción militar noroeste (La Rioja y Catamarca) que cuidaba el orden con su gente. Era curiosa su “gente”: el Chacho no mandaba enganchados ni condenados a servir las armas, ni tenía jefes ni oficiales “de carrera”. No sabría qué hacer con ellos, tal vez, porque sus mandatos no eran imperativos; no ordenaba, aconsejaba, pero todos sabían que el consejo era el conveniente. El ejército del general Peñaloza era de milicias; arrieros y pastores que guardaban en sus ranchos la lanza y el sable, y cuando venía la convocatoria verbal transmitida por un chasqui, ensillaban el mejor caballo y con otro de tiro se iban a Guaja. Sus jefes eran estancieros o mineros, y los hijos de éstos formaban el cuadro de oficiales”. 20 Y el historiador que quizás más hizo en el siglo XX por interpretar a cabalidad el por qué de las luchas de los caudillos, y divulgar su pensamiento, como fue Félix Luna lo describiría así: “63 años, de estatura mediana, anchas espaldas y tez blanca. Tiene hondos ojos azules, de mirada firme y profunda, una barba poblada, y su pelo blanco, disimulado por un sombrero blando de felpa marrón, todavía conserva algunos mechones rubios. Es Ángel Vicente Peñaloza, el Chacho, y está por atravesar uno de los momentos más tristes de su vida. Este gaucho ha alzado a todo el noroeste argentino en contra de Buenos Aires, la ciudad-puerto gobernada por Bartolomé Mitre. Tras la batalla de Pavón, la mayoría de las provincias del país han otorgado a Mitre poderes nacionales”. 21 No hace a esta idea de esclarecer hoy entrado el siglo XXI el sentido que todavía tiene en nuestra cotidiana realidad la lucha de los caudillos riojanos, pues son muchas las similitudes de otros historiadores como ya hemos comentado con respecto a una u otra posición.

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Digamos lo nuestro, lo que pensamos. “Peñaloza ha sido de los caudillos argentinos quizás el que más libros, comentarios, artículos, etc. ha generado. Incluso las obras poéticas que fueron llevadas luego a música folklóricas son las más numerosas. Quizás el único que lo supere podría ser Quiroga. De Peñaloza se ocuparon entre otros muchos y lo hemos visto en la bibliografía ya consultada autores como José Hernández, Sarmiento, Eduardo Gutiérrez, David Peña, Fermín Chávez y muchos más. En general en términos elogiosos hablando de su humildad, generosidad, humanidad y mil otros rasgos de un hombre bueno. Pero si observamos en detalle su larga vida (no hay que olvidar que muere a los 67 años que para la época era mucha edad) la misma no pasaba de ser sino muy similar a la de tantos jefes unitarios o federales, lo mismo da “pues estuvo cargada de entreveros, de peleas, de pocas acciones exitosas y la mayor parte derrotas. Es decir era militarmente hablando absolutamente del montón y el rasgo que quizás lo diferenciaba de los demás era ese increíble poder de convocatoria que aún luego de las más sangrientas derrotas a su sola voz nuevamente acudían a él, tal era la confianza que inspiraba cientos y cientos de gauchos”. Si hubiera sido por esto que todos los autores mencionan con mayor o menor acierto Peñaloza no hubiera llegado a alcanzar el prestigio y persistencia entre los grandes sacrificados de nuestra historia. Pero hay un hecho que lo llevará a este pervivir en la historia grande de la Argentina. Y ese hecho se produjo luego de Pavón (fines de 1861) y es cuando Peñaloza será el único jefe de prestigio del partido federal que en el interior del país sigue levantando las banderas que hacía muchos años levantó su padre putativo Don Juan Facundo. Los tres últimos años de su vida del 60 al 63 serán claves en la vida de Peñaloza pues son los años en los que él, creyendo todavía en el liderazgo de Urquiza enfrentará con una tozudez increíble a las disciplinadas y aguerridas tropas nacionales mandadas por verdaderas fieras humanas que creyeron como ley militar que lo único que había que hacer con los gauchos alzados en contra del gobierno nacional era eliminarlos total y absolutamente. Esta es la etapa que justifica todo esa larga vida de luchas, de sacrificios, y de exilios. Lo que provoca no solamente indignación sino diríamos hasta un sentimiento de piedad es ver a éste general de gauchos y criollos (de los pocos generales debidamente nombrados) que sigue levantando las banderas de las causas regionales, que sigue creyendo posible un reparto justo y equitativo de la riqueza nacional, desequilibrada de manera absurda porque era Buenos Aires el puerto único quien se llevaba la totalidad de las regalías de la aduana. Otro rasgo a destacar en estos tres últimos años de la vida de Peñaloza es que él será el único que enfrenta al poder de Mitre, que se niega a aceptar esa política centralista que era una suerte de retorno al centralismo rosista, puesto que en definitiva ni el federalismo de Rosas ni el liberalismo de Mitre eran en definitiva muy diferentes, casi podríamos afirmar que era lo mismo con distinta envoltura. Y así como se enfrentó a Rosas en reiteradas oportunidades haría lo mismo con Mitre. En eso Peñaloza tenía muy claro quien era el adversario y a quienes tenía que enfrentar. Lo que no logró entender y esa es la cara trágica de esta definitiva etapa de su vida fue que su jefe y admirado Urquiza a partir de Pavón no quiso saber nada ni de Peñaloza ni de la lucha federal. Se olvidó completamente del riojano, no lo tuvo en cuenta para nada no le contestó carta alguna en respuesta a las que Peñaloza le enviara y ante Mitre fundamentalmente alegó una y mil veces que él nada tenía que ver con esos alzamientos que o ironía se habían producido poniendo su nombre a la cabeza de los numerosos manifiestos que hizo el Chacho. Se puede hablar de traición, se puede hablar de olvido, se puede hablar de indiferencia total, todo le cabe a Urquiza por ese contraste entre el hombre que seguía manteniendo inalterable su conducta le pobre, el caudillo surgido

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bien de abajo pero de una conducta inalterable y el otro el riquísimo caudillo entrerriano que pasó los últimos diez años de su vida incrementando su fortuna y aceptando sin chistar la política de Mitre. Por eso más que hablar de Mitre y el Chacho, para explicar esta cuestión hay que hablar de Urquiza y el Chacho, porque las dos conductas señalan claramente quien era quien. Diez años después en 1870 Urquiza merecería el castigo a tanto olvido y tanta traición cuando Simón Luengo y su partida de gauchos lo asesinara en su suntuoso palacio de San José, los dos murieron atrozmente pero uno murió como un hombre de bien y el otro murió como un traidor”. Al Chacho lo destazaron como si de un vulgar bovino se tratara le cortaron la cabeza, le cortaron las orejas que exhibió exultante en un feliz encuentro en la capital riojana don Natal Luna sórdido liberal riojano y su cabeza luego de exhibirla en un palo en la plaza de Olta la enterrarían en vaya a saber que lugar. De sus restos nada quedaron e incluso hasta en donde fue exhibida su cabeza para escarnio de sus seguidores es todavía hoy motivo de controversia, pequeña quizás pero controversia al fin, pues ese palo venerable que obra en los depósitos del Museo Histórico Nacional es el único testimonio que ha quedado de su triste final: El palo no pica “En su “Bosquejo Histórico de La Rioja” Marcelino Reyes al referirse al asesinato de Peñaloza cuenta que años después del mismo encontró en la comisaría de Olta un palo de regular tamaño en el que habían colocado la cabeza del mártir, que hizo cortar dicho madero y que lo envío tiempo después al Museo Histórico Nacional. Sin embargo ese interesante testimonio no hizo mella en los historiadores, poetas y demás que siguieron hasta nuestros días hablando de la pica donde fue clavada para su macabra exhibición de la cabeza del Chacho. No fue pica –“Especie de lanza larga, compuesta de un asta con un hierro pequeño y agudo en el extremo superior”, según el diccionario, sino un palo de quebracho. La investigadora Sofía Rufina Oguic, ante una solicitud, averiguó en el Museo Histórico Nacional y encontró un registro nuevo (Libro III, folio 145 Nº 2063) la precisa referencia a la que hacía mención Reyes. Pero, según parece, no fue este historiador quien hizo la donación de marras, sino el doctor Wenceslao Frías como gobernador de La Rioja. En carta fechada el 18 de noviembre de 1905 le escribe al director del museo Adolfo Carranza y le dice: He traído de La Rioja un trozo de palo en que fue colgada la cabeza del General Ángel Vicente Peñaloza, El Chacho, muerto en Lomas Blancas, distrito del Departamento Belgrano. Si usted piensa que ese objeto puede ser de algún interés para el museo que tan acertadamente dirige le ruego me avise para remitírselo. Informaciones que he recogido personalmente en el lugar del suceso, me autorizan para afirmar que el trozo de madera que ofrezco, mandado a cortar por mí del palo que para afirmar que se guarda en la Comisaría Local, es del que estuve suspendida la cabeza del Chacho durante tres días. No hace la cuestión saber si fue Marcelino Reyes o Wenceslao Frías el que hizo cortar el susodicho palo de quebracho. El resto que se conserva en el Museo Histórico Nacional, tiene un diámetro de 0,11 centímetros por un largo de 0,24 centímetros. Y la descripción que se hace del mismo expresa: la cara superior presenta una hendidura con un orificio donde fue clavada la cabeza del General Peñaloza. Quizás algún día esa preciosa reliquia pueda retornar a La Rioja, porque es aquí donde debería estar”.

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BIBLIOGRAFÍA COMENTADA

HERNÁNDEZ, JOSÉ “Vida del Chacho”. Editorial Antonio Dos Santos. Buenos Aires 1947. • “Es que lo auténticamente nacional en Argentina estuvo siempre representado por las montoneras y sus caudillos, mientras que la disgregación nacional hizo sus prosélitos en las clases ilustradas; no obstante, los primeros fueron presentados a la posteridad como la hez de lo nacional, en cambio a los segundos se les llamó constructores y organizadores del país” (Pág. 16) • “Se glorifica la montonera de Güemes, y por ello auténticamente argentina, y se condena a la montonera de Peñalosa, que era también genuina expresión de lo argentino y americano, en contra de los abusos de la organización antinacional y antiamericana, representada en esos momentos por Mitre y Sarmiento”. (Pág. 20) • “El general Peñalosa fue una de tantas víctimas de esos constructores de nuestra nacionalidad, y rectores de los juicios históricos. Él, que era más bien —al decir de Dardo de la vega Díaz— “el espíritu de la tierra, la voz del llano y de la montaña” constituyó uno de los últimos ejemplos notables de cómo se eliminó al gaucho una vez que hubo cumplido su misión de emancipar de lo español”. (Pág. 21) • “Mi corazón de patriota y argentino se contristaba a la vista de pueblos que perteneciendo a la misma República, a una misma familia, se empeñaban en destruirse mutuamente en vez de estrecharse en un inmenso abrazo” Ángel Vicente Peñalosa. • Tratado de la banderita: “Deseando el gobierno de la provincia y el general Peñaloza, poner término a la azarosa situación presente no por medio de las armas, y si por los conciliatorios, han convenido en lo siguiente: “1º El sometimiento del general Peñaloza con las fuerzas a su mando al Gobierno Nacional, representado hoy por el señor Brigadier General don Bartolomé Mitre, por encargo de todas las provincias”. “2° La suspensión de toda hostilidad entre las fuerzas beligerantes”. “3º El alejamiento del general Peñaloza y sus fuerzas de la capital a un punto de esta provincia que él elija, cuya distancia no podrá permanecer hasta recibir órdenes del señor general Mitre”. “4º Bajo estas condiciones el gobierno se compromete a obtener del Exmo. Gobierno Nacional Brigadier don Bartolomé Mitre, una amnistía general para el general Peñaloza, sus jefes, oficiales y tropa a fin de que puedan regresar garantidos a sus hogares”. “5º El gobierno proveerá a la fuerza del general Peñaloza de las reses necesarias para el consumo ínterin se obtiene la contestación del Gobierno General dándole además la suma de mil pesos para que socorra a su tropa”. “6º El gobierno se dirigirá también a los señores jefes, general Paunero y coroneles Rivas, Sandes, Ruíz, Yseas y Loyola, adjuntándoles un ejemplar de estas estipulaciones y empeñando su influencia para que con arreglo a ellas, suspendan sus hostilidades, cada uno por su parte”. “7º Este gobierno decretará un indulto general para todos los individuos de esta provincia que hubiesen tomado las armas contra las autoridades del país en la actualidad”. Esto es lo convenido y acordado entre el gobierno de la provincia y el general Peñaloza, en fe de lo cual firmaron dos de un tenor, para un solo efecto, en esta ciudad de San Luis, a 23 días del mes de abril de mil ochocientos sesenta y dos. -Juan Barbeito -Ángel

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Vicente Peñaloza - Buenaventura Sarmiento. Está conforme G. Ignacio Santa Ana, oficial primero”. • Decía Peñaloza la sangre argentina debe economizarse. Decía Sarmiento no trate de economizar sangre de gaucho. En esas dos frases estaría resumida la postura de federales y liberales. Lo más interesante de la vida del Chacho de Hernández es lo que informa haber investigado sobre su muerte porque en ella Hernández deduce que todo fue más allá de no lograr establecer debidamente si fue Irrazabal o Ricardo Vera quienes fueran uno u otro el asesino lo cierto es que nos hace acordar todo lo que ocurrió en esos primeros días de noviembre del 63 una conspiración similar en muchos aspectos a la que en tiempos del proceso militar fueron tan afectos los militares argentinos. Según Hernández luego de asesinar al general Peñaloza, se urdió la preparación de varias partes entre los jefes de ejército para demostrar como el Chacho había sido ejecutado militarmente, lo que Hernández demuestra ser una infame mentira. “El imparcial de Córdoba publicó los auténticos partes que demuestran que el Chacho murió antes del 8 de noviembre”. Según Irrazabal en comunicación al jefe de la división expedicionaria La Rioja coronel José Arredondo fechada en Olta en noviembre 12 de 1863, el día 12 en la madrugada con sus fuerzas llegó a Olta y dice: “En el acto de llegar fue sorprendido y muerto el titulado general de la Nación, por el comandante Vera, tomándose también 18 prisioneros; hubieron 6 muertos incluso 2 capitales; también se tomó prisionera a la mujer del Chacho y a un hijo adoptivo”. Irrazabal en esta nota desconoce primero que Peñaloza era general de la Nación nombrado por el senado de la confederación Argentina durante la presidencia de Urquiza y luego habla de un enfrentamiento armado en el que Ricardo Vera habría sido el verdadero matador del Chacho. Lo curioso es según Hernández mostrando la mentira de todo esto es que el parte de Irrazabal es del día 12 su nota a Arredondo es de la misma fecha asegurando en ambas haber sorprendido a Peñaloza ese día y Hernández se pregunta cómo es posible que el 13 de noviembre el coronel Echegaray dirige una nota a su jefe desde Los pocitos en Córdoba en el que dice haber llegado el día anterior (12) de La Rioja donde fue muerto en Olta Peñaloza no olvidemos que se viajaba a caballo o en galera y Pocito está a una inmensa distancia del lugar del suceso. Echegaray según Hernández no mentía pues Peñaloza si había sido asesinado mucho antes de lo que dicen esas notas falsificadas. Hay otra nota de Irrazabal al mencionado Echegaray del 8 de noviembre en donde dice que Peñaloza había sido muerto, en síntesis el asesinato de Peñaloza no fue el 12 ni el 10 de noviembre fue antes en la primera semana de noviembre y el supuesto matador Ricardo Vera mostrando la mentira de toda esta documentación hacia fines del siglo XIX cansado de que se le atribuyera la muerte de Peñaloza envió una suerte de circular o, mejor, una carta de igual tenor y contenido a numerosos testigos del hecho en cuestión y en donde les preguntaba a cada uno de ellos si le constaba que él había o no protagonizado dicho crimen. Todos responderían que no había sido él el criminal. Eso por un lado y por otro Hernández atribuye a Sarmiento el manipuleo de la información pues quería mostrar al país que en verdad la muerte del Chacho se debió no a que éste se entregara pacíficamente como en verdad expresaría Vera sino que su muerte se debió a un verdadero enfrentamiento militar donde además de la muerte del caudillo hubo heridos y demás. Por eso decíamos la similitud trágica que existió en esa aparente “justificada muerte” con lo que realizarían más de cien años después los militares argentinos del proceso, cuando, hablaban siempre de enfrentamientos con la guerrilla y la verdad se descubriría luego se trató como en el caso de Peñaloza de un vulgar ajusticiamiento. Eso es quizás de la primera biografía que se escribiera sobre Peñaloza, de carácter absolutamente

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periodístico lo más rescatable y quizás la verdadera historia de lo que ocurrió en la Loma Blanca. GUTIÉRREZ, EDUARDO “El Chacho”. N. Tonnmasi editor. Buenos Aires S/F. 494 págs. Eduardo Gutiérrez contemporáneo de Peñaloza sería uno de los más prestigiosos folletineros en la época en el periodismo porteño. A él se debe entre otras recordadas publicaciones "Croquis y siluetas militares" en el que ponía como principal protagonistas al Coronel Ilario Lagos, divertidas anécdotas de la vida en los fortines de frontera que aún hoy sigue teniendo reiteradas ediciones. Quizás el más importante de sus folletines (capítulos que salían diariamente en los diarios de la época) sea la vida la "Juan Moreira" en "El Chacho" y en una larga y divertida novela llena de episodios sobre los personajes principales de la época que trataron a Peñaloza él va mostrando de manera amable y coloquial y de acuerdo a su sentido de novelista lo que para él era más rescatable en la vida de Peñaloza. "El Chacho dice era un hombre sin vicios, criado en los campamentos militares y teniendo cerca de si viciosos de todo género; él no bebía, no jugaba, ni parrandeaba siquiera". Esto, en realidad es de absoluta invención de Gutiérrez pues Fermín Chávez nos cuenta con documentos y testimonios verdaderos que Peñaloza sí era jugador aunque lo de parrandero y demás no lo comenta. Es decir es interesante y significativo que éste folletinero y novelista periodista de pluma ágil y muy leído por cierto en la prensa porteña dedicara uno de los primeros libros sobre Peñaloza considerándolo en realidad una figura muy humana, interesante, y digna de hacer conocer al gran público. Esta obra y el sentido que tuvo su publicación nos habla a las claras del sentimiento que tenía el pueblo en general del caudillo riojano. Es cierto por otra parte que muchísimas de las anécdotas, diálogos, peleas y jornadas que vive Peñaloza son de absoluta invención de Gutiérrez, pero ello nos sirve para reafirmar lo profundo que sintió el novelista la muerte de Peñaloza. CHAVEZ, FERMÍN “General Ángel Vicente Peñaloza, El chacho”. Cuadernos de Crisis, 16.1975 Buenos Aires 80 págs. Ángel Vicente Peñaloza vio la luz en 1976 en Guaja, paraje situado en el departamento de la Costa Alta de los Llanos. Fueron sus padres don Esteban Peñaloza y doña María Úrsula Rivero, riojanos los dos y de familias afincadas de antiguo en el sudeste de La Rioja. Sobre todo el bisabuelo del Chacho, don Francisco Javier Peñaloza, entre cuyos parientes se contó el gobernador de Tucumán don Pedro de Mercado Peñaloza. Nada tiene que ver con la realidad lo afirmado -por Sarmiento en su panfleto histórico: “Ni aún por simple curiosidad merece que hablemos de su origen. Dícese que era fámulo de un padre, quien al llamarlo, para más acentuar el grito, suprimía la primera sílaba de muchacho, y así le quedó por apodo Chacho; y aunque no sabía leer, como era de esperarse de un familiar de convento, acaso el haberlo sido le hiciese valer entre hombres más que él”. Más disparates juntos no caben en esas seis líneas sarmientinas. Empezando porque el presunto sacerdote aludido no era fraile, ni tenía convento. Los Peñaloza, como los Brizuela, los Rosas y los Lavalle, eran rubios, como que provenían del norte de Hispania: y lo son sus descendientes, hasta el punto que algunos parecen gringos. El Chacho, como la mayor parte de los “llanistos”, fue criollo puro, español de

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sangre, con mestizaje solamente espiritual. Sin haber leído a Séneca o Epicteto, fue un gaucho estoico, de esa especie que tan minuciosamente describió José Hernández en su principal libro político y poético. Debemos a un compañero de andanzas del riojano, al unitario Benjamín Villafañe, una de las descripciones e interpretaciones más ilustrativas del personaje. En sus poco conocidas Reminiscencias de un patriota (cuyos originales obran en el Archivo General de la Nación), el tucumano Villafañe habla de este modo: “Es en Peñaloza o Chacho que he podido sorprender uno de los secretos de aquella extraña popularidad. Este hombre sobresalía en las cualidades de fuerza y valor; pero he aquí algo más que lo realzaba en el concepto de sus iguales. Unas dos veces lo he visto rodeado de los suyos; tendía su poncho en llanura y sentábase en una de sus extremidades con un naipe en la mano y un puñado de monedas a su frente. “Lo he visto llamar a los gauchos que lo rodeaban, y ellos acudir a la carpeta donde figuraban primero dos cartas, y en seguida otras dos, sobre las cuales cada concurrente depositaba su parada. Allí, sin espacio suficiente para asistir cómodamente a la fiesta, muchos de ellos agobiaban sin piedad sus espaldas. En tales momentos, nada había que lo distinguiese de los otros: jugaba, disputaba, apostrofaba y sufría cuantas revanchas y contradicciones le iban encima, a consecuencia de sus trampas o no trampas”. “Fatigado al fin por lo que Darwin llamara la lucha por la vida, lo he visto ponerse de pie, la frente severa y altiva y decir a la turba: -“¡Ea! Muchachos, cada uno a su puesto”. Y entonces obedecer todos, sin chistar palabra, como movidos por un resorte”. En fuerza y valor, el Chacho era número uno. Lo he alcanzado a oír de labios de viejas y viejos de Olta y Tama, que recordaban sus puños “canteados”, huesudos, y anchas espaldas, como también los formidables chicotazos que daba. En cuanto a su coraje temerario, lo mostró especialmente en La Tablada, contra la artillería de Paz. La campaña de la Coalición del Norte contra el jefe de la Confederación, cumplida entre octubre de 1840 y octubre de 1841, fue desastrosa. Don Juan Manuel contó con la decisión y firmeza de los gobernadores Manuel López Quebracho, de Córdoba, Nazario Benavides, de San Juan y José F. Aldao, de Mendoza, y también con el saladito Ibarra, quien advirtió a tiempo que la Coalición era una alianza “contra natura”. Durante esa guerra el Chacho hizo lo que pudo, moviéndose en guerrillas. Ocupó los departamentos de los Llanos en la primera mitad de 1841, mientras Lavalle y Brizuela se neutralizaban mutuamente, ya que los riojanos no querían obedecer al porteño. A mediados de mayo, también los montoneros del comandante Peñaloza fueron pasto del desaliento. Pese a todo el Chacho pudo sostenerse en la Costa Alta de los Llanos y vencer, el 6 de junio, en Algarrobo Largo, al coronel rosista Lucas Llanos, uno de sus amigos. Pero los desastres se sucedieron: el Coronel Mariano Maza tomó la ciudad de Catamarca, el Io de abril de 1841; el Zarco Brizuela perdió la vida en Sañogasta, el 20 de junio; el ejército de Lavalle fue totalmente vencido por el general Manuel Oribe, en Famaillá, el 19 de septiembre; y finalmente las fuerzas de Lamadrid fueron derrotadas, el 24 de septiembre, por el general Ángel Pacheco, en Rodeo del Medio. En esta última acción bélica, el Chacho actuó en el ala derecha, con sus jinetes llanistas, pero su decisión de cargar fue neutralizada por el Coronel Joaquín Baltar, su amigo, que quiso comandar dicha ala. Lamadrid consigna en sus memorias que Baltar “embarazaba” las instancias de Peñaloza; pero él no separó a Baltar del mando, en la oportunidad, con lo que demostró su ineptitud, según anota el general Paz. A la derrota de Rodeo del Medio siguió la odisea, a través de la cordillera cerrada. Aquí el Chacho sirvió de mucho más que en combate del 24, donde no había podido usar en regla su lanza.

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Peñaloza hacía menos de un año que había contraído matrimonio con Victoria Romero, una joven de Chila (Tama), que debió dejar en los Llanos. Al gaucho estoico que hay en él, el exilio lo endurece más todavía. De esta época data su dicho proverbial, cuando le preguntaron cómo le iba: "¡Y como miador, en Chile y diapie; cuando hay enque, nuay conque, y cuando hay conque nuay enque!". En Copiapó, Peñaloza trató con su comprovinciano Domingo García, con el coronel Yanzón y con miembros de la llamada Comisión Argentina un plano de invasión a las provincias del Oeste. Como Lamadrid se trasladase a Bolivia, el riojano quedó como cabeza de dicho plan, cuyo objetivo principal era la campaña riojana. En pocos meses, armó como pudo unos 100 hombres y el 5 de abril de 1842 se largó a través de la cordillera, y rápidamente se dirigió a Jachal, en San Juan. “Se le había hecho creer -dice Antonio Zinny- que la provincia de Córdoba estaba enteramente tomada por los liberales; que Pacheco había sido muerto en la acción de las sepulturas, con cinco jefes más y perdido todo su ejército; que Oribe marchaba hacia el Río IV, a quien había de caber la misma suerte que a su segundo; en una palabra, que no había más que engrosar su división y ponerse en aptitud fuerte para dar un golpe seguro”. El chacho emigra a Chile y allí fue convencido de la posibilidad de obtener el triunfo que se le había negado antes “se le había hecho creer que la provincia de Córdoba estaba enteramente tomada por los liberales y otras inexactitudes de todo esto nada era verdad similar credulidad lo llevaría años después ya al final de su vida a ir hacia San Juan, ser derrotado en Caucete y encontrar la muerte en Loma Blanca”. Después de algunos triunfos el 18 de octubre de 1942 fue derrotado en El Manantial por una Coalición de fuerzas manejada por Benavides, allí en ese encuentro sería herida Victoria Romero y vuelta al exilio en Chile. A fines de febrero de 1844 intenta regresar y esto es importante, por el gobierno de Chile conoce sus proyectos y los detiene a tiempo, ya en libertad vuelve a la Argentina. Este ir y venir a través de la cordillera finalizaría en febrero de 1845 cuando entra en San Juan indultado por su amigo Benavides, a partir de esta época Peñaloza se dedica a sus actividades pecuarias, en verdad la historia que nos importa es la que comienza a vivir Peñaloza luego de la caída de Rosas. En octubre del 54 Urquiza le envía los despachos de Coronel de la confederación, en diciembre de ese año describiría Urquiza una carta que lo pinta de cuerpo entero: “Yo soy un gaucho que nada otra cosa entiendo que de las cosas de campo, donde tengo mis reuniones y las gentes de mi clase no sé porque me quieren, ni porque me siguen: yo también los quiero y los sirvo con lo que tengo haciéndoles todo el bien que puedo: de esta suerte, Señor, los Gobiernos y los Jefes militares, siempre me han ocupado y me solicitan y algunas veces me han entrado a los Ejércitos creyéndome capaz de algo: los superiores no se han desagradado conmigo, pero le aseguro mi General, que yo en buena plata nada valgo. “No sé vestir, cargar insignias, ni entiendo toda la táctica, ni ceremonias menudas que acostumbran los ejércitos; pero también le aseguro que jamás he hecho mal a nadie, ni he traicionado a ningún Jefe ni amigo, esto es natural en mí así no tengo resentido a nadie en mi vida”. Y dirá finalmente: “Si yo le recibo mi General el título que manda es porque quiero ser su amigo por la gran batalla que ganó en Caseros y la constitución que nos ha dado”. En 1858 el Chacho el 11 de septiembre le escribe a Urquiza “Advirtiendo el interés que toma su excelencia en conocer a mi triste e insignificante persona". A la invitación de que vaya a San José de Urquiza él dice la imposibilidad de hacerlo. "Conozco señor a mis compatriotas riojanos; no he querido separarme un palmo de tierra de mi provincia considerado que tal vez, y sin tal vez tendría señor que fijar la atención en nuevos

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acontecimientos que yo no he dejado de prever... Mis circunstancias excelentísimo señor no son como para emprender un viaje tan de pronto". Todo habla de la humildad de este personaje, tiempo después otra carta a Urquiza le diría: "Por este lado señor tiene a su Peñaloza dispuesto a resebir sus órdenes y gloriarse en cumplirlas; pues aún siendo el último de sus múltiples subditos, puede contar siempre con la lealtad que le ha profesado... A nombre de mis leales llanistas me presento ante usted reiterándole la palabra de fieles consecuentes a la amistad y que la sangre que circula en nuestras venas, se derramará en defensa de nuestros hermanos hoy oprimidos por la demagogia. El 6 de junio, en medio de una gran tensión entre Paraná y Buenos aires, le manifiesta al Presidente de la Confederación: "No crea señor que después de tanta experiencia y de tanto mundo como a pasado sobre mi cabeza sea capaz de rendirme incautamente a las miras siniestras de los hombres de nuestra oposición, si se persuaden fácilmente engañarme; mil veces han sentido también los efectos de su grosera equivocación. "En medio de mi rusticidad no se me culta el proceder que me toca llenar, por tanto señor descuide en este viejo soldado que le queda por este lado a que atenerse, y que guardará su retaguardia y si fuese preciso a donde señor quiera colocarlo sabrá obedecer sus órdenes". SINTESIS Hay un hito clave en esta relación de subordinado a jefe que existe entre Peñaloza y Urquiza a partir de la batalla de Pavón. En uno de los más oscuros hechos históricos Urquiza se retira triunfador de esta batalla que Mitre ya había considerado perdida y es entonces a partir de aquí que Urquiza se retira a Entre Ríos y a su palacio de San José y deja a Mitre sin nuevas resistencias el uso y abuso del poder. Los tres años que transcurren desde este acontecimiento hasta la muerte de Peñaloza llevan el sello de la frustración del olvido reiterado por parte de Urquiza a lo que dice Peñaloza quizás el principal opositor al mitrismo en el interior del país, pues Urquiza seguirá recibiendo las angustiadas cartas de Peñaloza en las que le reitera una y mil veces que vuelva a encabezar el partido federal y las nulas respuestas que recibe de parte de Urquiza. Éste se desentiende definitivamente de la responsabilidad histórica y Peñaloza metido en plenos entreveros, batallas y resistencia no toma conciencia de este cambio en la actitud de Urquiza. Tanto es así que poco antes de su muerte le envía una carta en la que le dice que si desiste de encabezar la resistencia federal él abandonará las armas y se exiliará con sus soldados a Chile. Estos años son los más terribles que vivirá La Rioja para Mitre y sus militares entrar a La Rioja y al interior del país, creyeron sería un paseo dominando definitivamente la resistencia montonera. Lo que no calcularon ni La banderita (LR) 30/05/62 "La comisión se ha sorprendido agradablemente al encontrar al General Peñaloza, no al rebelde que se había hecho esperar, sino al hombre dócil y al ciudadano sumiso a las autoridades Nacionales y Provinciales. Un error de concepto, Sr. Gral., ha hecho que él se creyese perseguido de muerte, y que se mantuviera en armas contra un enemigo que él no conocía, parece haberlo inducido a este error la ocultación que se le ha hecho por algunos de los que lo rodeaban, de ciertos documentos que se le dirigieron oportunamente. El protesta no haber tenido conocimiento de ninguno, y V.S comprenderá que esto no es difícil, desde que como es sabido el Gral. No sabe leer". La historia de Peñaloza reescribirla meditar sobre los hechos principales de su vida de los principales protagonistas que lo apoyaron o enfrentaron ha estado siempre muy encarada fundamentalmente en la figura de Mitre. Mitre ha sido una suerte de

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paradigma del liberalismo a ultranza de la conducta sipaya y colonizada que veía en Peñaloza uno de sus principales obstáculos. Mitre y eso lo va a escribir en numerosas oportunidades siempre despreció a los caudillos siempre los tuvo en menos como representantes de pueblos ignorantes y nunca trató ni de entenderlos ni de explicarlos, ni justificarlos. Para su mentalidad eran muestra de una barbarie inaceptable a la que había que eliminar de raíz, y en eso tuvo la colaboración y restricta de Sarmiento. Todos los autores que han escrito sobre Peñaloza y más en la etapa fundamental que abarcaría sus cinco últimos años ponen a Mitre como el gran causante de su eliminación. La verdad entendemos, no pasa precisamente por esta visión pues quien realmente será la causa de su fracaso y de su muerte atroz no será Mitre ni Sarmiento, ni Paunero, ni Rivas ni los coroneles de Mitre sino Justo José de Urquiza. Quien de Pavón se aleja reconociendo una derrota que no había sido tal y dándole en bandeja el país y su destino a Mitre será Urquiza. A partir de fines del 59 hasta su asesinato en 1870 Urquiza se lava las manos de todo muestra así un abandono total de las banderas federales entregando a sus seguidores al mitrismo sin levantar la más mínima queja ni reclamo e incluso más lavándose las manos olímpicamente y diciendo que las banderas que levanta Peñaloza y luego Várela para nada tienen que ver con su pensamiento. Los niega una y otra vez los rechaza olímpicamente mientras estos y más que nadie Peñaloza hombre noble y convencido de las virtudes de su líder lo seguirán teniendo como bandera del federalismo argentino y es quizás la última carta de Peñaloza en la que él se dirige a Urquiza pidiéndole su apoyo en donde está sintetizada esta traición. Por eso creo que es pertinente el análisis de la vida de Urquiza en sus últimos 10 años en relación a los caudillos federales pues en esa confusa relación se estaría explicando gran parte de esa dramática historia. MARTÍNEZ SARASOLA, CARLOS "Nuestros paisanos los indios" Editorial MC 659 págs. Buenos Aires 1992 La obra de Martínez Sarasola nos trae una serie de cuestiones referidas específicamente a la época de Mitre en donde se muestra que formaba parte de la política liberal la idea de eliminar todo lo que fuera indígena y todo lo que fuera montonero. Mitre en sus obras históricas habla hasta el cansancio en contra de los caudillos desde Artigas hasta Peñaloza y Várela. Es interesante comprobar esta actitud absolutamente coherente en contra de los pobladores originarios y su secuela el mestizo criollo. En este marco, la "Civilización" es entendida como el conjunto de hechos que hacen participar al país de Occidente, universalizándolo y dotándolo de una forma de vida que en última instancia, se asimile a lo externo; el desarrollo de la Nación-Estado; la industrialización como un fin en sí misma; las propuestas ideológicas liberales; la incorporación aluvional de las ciencias positivas; la "blancura" de la población como única posibilidad de progreso. Por su parte, la "Barbarie" es concebida como todo aquello que nos separa de Occidente, alejándonos de la integración a la historia universal, a través de la afirmación de los valores y tradiciones originales de "la tierra". Esta antinomia que en alguna signa la realidad cultural argentina a través de su historia, no es una ficción. Es una dicotomía, que se presenta con mayor o menor intensidad en todos los países hispanoamericanos, pero que en la Argentina produce una tensión cultural de tal grado que hace que hoy la culminación de ese proceso sea la construcción paulatina de un pueblo con características sintetizadoras de lo universal y lo local-tradicional, en una constante expansión que avanza en múltiples direcciones. En ese afán por "unificar" la Nación, el Estado argentino invade los territorios indígenas libres

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de Pampa, Patagonia y Chaco, mientras comienza a desarrollarse otro fenómeno importante y que durante mucho tiempo fue considerado como uno de los aspectos sustantivos de la caracterización nacional: la existencia de Buenos Aires y el interior como dos polos, en una diferenciación histórica que tiene connotaciones culturales de todo tipo en la formación del país. Transcurrida la mitad del siglo XIX, la mestización continúa diluyendo a la población indígena en el noroeste y en el nordeste, hundiéndola étnica y culturalmente en la masa humana que va configurando esas regiones. Hay enclaves indígenas, pero ya están arrinconados, aislados y en escasos número. En cambio, Chaco Pampa y Patagonia se mantienen como territorios indígenas libres. Allí permanecen los irreductibles. Son miles y miles de hombres que sueñan con seguir libres. Por eso dialogan, negocian y comercian con muchos hombres del otro bando. Aprovechan que los hay dispuestos a una integración efectiva, a una incorporación al nuevo país, en calidad de hombres dignos, que mantienen los valores tradicionales e armonía con la nueva sociedad que va hacia ellos. La libertad, se dicen, es entonces, posible. Sin embargo, también luchan. Luchan contra todos aquellos hombres del otro bando que no creen que la participación sea posible en esos términos. Que no creen que la participación sirva para algo. Que no creen en el indígena como persona. Y la lucha crece; como crece la voracidad de los nuevos terratenientes por la tierra, que se pone al servicio del modelo agro-exportador que necesita Europa; como crece la rapacidad de un Estado nacional que avanza ciego sobre todo lo que se opone a las banderas del progreso y la civilización; como crece la idea de que cuanto más cerca se está de lo europeo, más cerca se estará de la verdad. En indio de las llanuras, con sus chuzas, sus crenchas y su olor a grasa de potro, montado en su caballo embrujado, no encaja en esa concepción del mundo. Por eso, la lucha crece; crece y es inevitable. Mitre ni sus jefes militares fue la enconada resistencia que llevó a cabo el Chacho. De esta época son las mejores anécdotas referidas a cómo él y sus montoneros peleaban. Desconociendo las tropas nacionales el terreno los montoneros desaparecían y volvían a aparecer muchos kilómetros alejados y a pesar de la exagerada represión de las matanzas indiscriminadas de inocentes nada pudieron hacer para vencer al caudillo de los llanos. Éste al principio del 62 invadiría San Luis y luego de asediar a la ciudad de La Punta llegaría a un acuerdo de paz que el 30 de mayo de ese año desembocaría en el Tratado de la banderita. Fue éste el último y más buscado logro de la paz total. Por más que Sarmiento y Mitre y otros varios hablaban de la barberie de la conducta sanguinaria de Peñaloza la verdad es que él creía todavía posible llegar a un acuerdo con la nación. Por eso aceptó la paz, por eso aceptó desarmarse, devolver prisioneros y volver a sus llanos. Lo que no sospechó es que para los nacionales la paz en mucho sentido no era sino una forma de lograr en un futuro próximo el definitivo triunfo y la eliminación lisa y llana de Peñaloza y las montoneras. Cuando Peñaloza entendió esto en el 63 convocó a sus gauchos explicó por qué lo hacía y se lanzó a su destino final. A fines de junio del 63 fue derrotado en las playas (Córdoba) de allí marchó a los llanos y luego por falsos informes recibidos fue a Caucete siendo derrotado por Irrazabal. GUTIÉRREZ, GABRIEL "Las montoneras de San Luis" el sitio a la ciudad de San Luis (1862)106 págs. Inédito El autor al hablar de la recreación histórica de estos años expresa que a más de las consabidas "pérdidas" de documentación se agrega una dificultad: la gran falta de

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documentos en el bando de Peñaloza y al ser las pruebas unilaterales el trabajo de reconstrucción se torna más dificultoso. La relación entre la existencia de documentación entre uno y otro bando es de nueve a uno. Dirá luego citando a Isidoro Ruiz Moreno (El gral. Urquiza dejó de lado todas las solemnes promesas e intenciones, despreció el concurso y opinión de un ilustrado y fuerte partido, para mirar sólo por el interés de su provincia de Entre Ríos, que era el suyo propio. Desde entonces, no tuvo inconveniente en abandonar todo el resto de la República al partido liberal, mientras que por un pacto no escrito, Mitre le asegurara la permanencia en el poder de su Ínsula). Al referirse a la sublevación en San Luis en marzo de 1862 el autor se pregunta ¿son entonces estos caudillos, gauchos analfabetos y criminales, como también se lo menciona en los documentos de las autoridades gubernamentales? Según sus antecedentes no es así. Gabriel Ontiveros había sido juez y comandante de campaña en Villa Dolores en 1861; su hermano fructuoso era coronel muy amigo y partidario del vencido general de la Confederación Argentina Juan Saa y hasta noviembre del 61 tuvo a su mando la comandancia general en San Javier, Córdoba. Siempre denigrando a las montoneras se ha hablado de analfabetas, de sanguinarias, de anárquicas y la verdad son muchos los ejemplos que hablan exactamente lo contrario. En San Luis es continua y eso también lo vemos en otras circunstancias, involucrando a las tropas de Peñaloza comunicados de los jefes nacionales informando de triunfos y aclarando "he tomado muchos prisioneros y por nuestra parte no hemos tenido novedad" o similares comunicados emitidos por Sandes, por Paunero y otros: La matanza de prisioneros rendidos, posterior a la batalla, es evidente. El Dr. Abértano Quiroga investigó estas matanzas comenzando el relato de su obra: "Muerte del Cnel. Ambrosio Sandes" de la siguiente manera: "Sáneles, como Jefe del regimiento Io de caballería y el Coronel Iseas, oriundo de Córdoba, jefe del 4° de la misma arma, cada uno en su esfera de acción, rivalizaban en actos de crueldad, sanguinarismo y barbarie y fueron en esa época azote de la humanidad, principalmente en la Provincia de San Luis. Hacia Sandes matar a los ciudadanos por el placer de ver correr sangre, y en ese desenfreno de barbaries eran frecuentes, casi diarias, las ejecuciones a lanza para economizar pólvora". Y más específicamente, de la batalla de Chañaral Negro relata: "...En el Chañaral Negro, ocurrió algo más horrible. Después del combate, que no pasó de una breve escaramuza, cayó en poder del regimiento de sandes (comandado por Iseas) un número considerable de prisioneros rebeldes, y éstos, en fila, fueron puestos en cepo de lazo, unidas las piernas, dentro del cuadro formado ex profeso por el regimiento, y mientras Sandes se complacía en saborear un mate, entre dianas de triunfo con que atronaba los aires la banda lisa del regimiento hacia que sus oficiales subalternos aprendieran a lancear y ultimar a los prisioneros". Y de esas manifestaciones está llena esta historia, se mataba o asesinaba e inmediatamente se mentía mostrando que esas muertes se habían producido a consecuencia de duros enfrentamientos esa forma de proceder cobarde y vil la hemos visto reproducida con absoluta exactitud en los tiempos del proceso militar 1976-1983, como vemos tuvo larga vida en el ejército argentino esta forma de proceder con el enemigo. Algo que el autor destaca en la lucha de Peñaloza (al igual que otros autores) es la asombrosa movilidad de las montoneras, la falta de armamento era compensada con esta guerra de guerrillas y además era continua la deserción en las tropas de línea de fuertes contingentes de soldados. Los gauchos no querían pelear contra los montoneros no entendían que esos sus hermanos eran los enemigos. El autor destaca lo siguiente:

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1º La campaña puntana se subleva dirigida por líderes naturales, logrando conformar un movimiento con gran apoyo popular. 2o El Gral. Peñaloza acude desde La Rioja para apoyar esos movimientos, a pedido mismo de los jefes puntanos. 3o El tipo de lucha que lleva adelante Peñaloza y los suyos, hace tambalear a las fuerzas de Buenos Aires, las que se disgregan a lo largo de cientos de kilómetros cuadrados en busca de un ejército fantasma y totalmente atípico. 4° Los jefes militares reconocen el apoyo popular de que goza el Gral. Peñaloza y su causa, pero deben cumplir de cualquier manera -y con increíbles niveles de violencia- con la misión ordenada por Buenos Aires de aniquilar todo intento de alteración del orden impuesto. 5° La intervención del Chacho en San Luis demuestra a las fuerzas liberales que la actividad insurreccional no se circunscribe sólo a los Llanos Riojanos -"su guarida", según Paunero -donde es imbatible. Es un movimiento de mayores proporciones que se sentirá también en todo el Cuyo, Catamarca y el Sur de Córdoba. Es constante tanto en el caso de Peñaloza como en el de Várela una suerte de hidalga compostura. Toda vez que las fuerzas montoneras se presentaban a la toma o asedio de una ciudad o de un pueblo los jefes montoneros invitaban al adversario refugiado en la ciudad a salir de ella y enfrentarse a campo abierto para evitar muertes y males a los civiles. Eso es lo que hace en todas sus acciones Peñaloza y Várela lo hará antes de Pozo de Vargas y antes de tomar la ciudad de Salta. Esa conducta es constante muestra que los montoneros sabían muy bien que sus rivales eran argentinos era gente a la que ellos "los insurgentes", "los irregulares" consideraban dignos de respetar y a los que enfrentaban con la mayor de las lealtades y eso es quizás uno de sus mayores blasones. En esta obra el autor explica del por qué del sitio de San Luis y las razones que tuvo Peñaloza para atacar una población muy pequeña de casi ninguna importancia estratégica pero que ayudarían en su política de atraer a los federales de San Luis poniendo freno al gobernador mitrista en realidad en ese sitio las fuerzas de Peñaloza superior a los mil hombres con mucha dificultad logran no un triunfo sino una suerte de empate, empate militar, mostrando que poco más de 200 hombres masomenos armados lograban detener a una fuerza muy superior en número pero no en eficacia. Esto en cierto modo muestra que las montoneras no eran realmente enemigos o enemigas de cuidado pues la capacidad militar basada en un armamento de muy pobre era poco eficaz a la hora de enfrentar armamentos modernos. Y la firma del tratado con las autoridades puntanas se basó más que nada en la comprobación por parte de Peñaloza que en muy pocos días sería rodeado por las fuerzas de Paunero, Rivas, y demás que estaban llegando a San Luis de distintas partes. El 23 de abril del 62 se firmaba este tratado que sería el antecedente inmediato del tratado de la banderita del 30 de mayo del mismo año, esta es quizás la mayor significación que tiene pues no fue un triunfo militar los adversarios en realidad no fueron derrotados pero sirvió para demostrar al mitrismo que la lucha contra Peñaloza no era fácil. En tal sentido es bueno remarcar que lo que le decía el coronel Ignacio Rivas a Mitre el 15 de junio de ese año sintetizaba lo que ocurría: "Sin tener la pretensión de darle consejo, permítame, Señor, que le diga que la única garantía de orden y tranquilidad en el interior es Peñaloza; sin él nadie se moverá, y está en la mejor disposición en servir a Ud. Y está dispuesto a hacer lo que usted quiera y no dudo le servirá lealmente. No crea que la influencia de Peñaloza se reduce a esta provincia: todas las demás circunvecinas es lo mismo, y de todas ellas le claman porque vaya. En el interior nadie puede con este hombre; él solo cambia todos los Gobiernos, porque las masas no siguen sino a él".

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En todo esto tanto en este episodio como en los que le seguirían observamos una suerte de empecinamiento de los militares mitristas respecto a que se debía en una guerra de policía aniquilar lisa y llanamente a las montoneras y si en definitiva los militares nacionales aceptan tiempo después la paz de la banderita lo harán única y exclusivamente por la impotencia de las fuerzas de Buenos Aires de derrotar a las montoneras chachistas. Esta flagrante mala voluntad de las fuerzas mitristas explican el accionar genocida, la eliminación simple de las fuerzas prisioneras pues en verdad nunca entendieron las razones que tenían los federales para la lucha. Pero de a poco Peñaloza comprobará ya en su llano que el tratado firmado en San Luis no era en realidad cumplido o respetado por las fuerzas nacionales pues siguieron los fusilamientos siguieron las persecuciones y continuaron todas las acciones tal cual se había hecho antes, por eso Rivas y demás jefes aceptarían puesto que no les quedaba otra que la derrota del Chacho en esta guerra de recursos era absolutamente imposible por eso es que Paunero promediando mayo y sin la aprobación previa de Mitre envía una comisión a La Rioja integrada por el fraile Bedolla y el amigo del Chacho Recalde, estos comisionados deambularon durante varias semanas buscando encontrarse con Peñaloza pero el pueblo riojano desconfiando de estos los fue guiando para cualquier parte veamos lo que decían cuando se firmaba este tratado los comisionados: La banderita (LR) 30/05/62 "La comisión ha tenido que caminar 18 días en todas direcciones porque a pesar de ir anunciando su objeto pacificador, era extraviada a cada paso por los falsos informes que le daban los rarísimos seres vivientes (sic) que encontraba en su tránsito. Hasta el último habitante de los Llanos sabía perfectamente el paradero de su General, porque de todas partes estaban concurriendo al lugar de la cita; pero ninguno era capaz de revelar ese lugar a profano alguno. Aún cuando este se llamase Comisión pacificadora. Juzgue V.S si al que lo busque con las armas en la mano le será fácil adquirir mejores datos". MERCADO GREGORIO, MANUEL "La degollación del Chacho " Teoría 168 págs. Buenos Aires 1966 Se refiere a la batalla de Las Playas donde pelearon los riojanos el 24 de Junio de 1863. Los pobladores las llamaron desde entonces "Campamento de torturas". De Vicencio, en "Una página de historia del general Mitre", cuenta: "...nos encontrábamos en Córdoba y tuvimos el disgusto de presenciar la horrible carnicería que después de tiempo ejecuto Sandes con los vencidos. Entonces pudimos juzgar su ferocidad. Su alma coincidía con su físico". El padre López Lascano, en los "Recuerdos" de un viaje por el interior de La Rioja, cuenta: "Marchamos. Pronto se hizo la noche y en plena oscuridad llegamos a Sanagasta. Hicimos alto en la casa de un viejo señor Corzo (Juan de Dios), amigo de D. Basilio. Pronto, y en medio del patio se hizo la fogata, y en una enorme parrilla, se puso un costillar de vaca. Yo cabeceaba de sueño, pero como me interesaban las cosas históricas, y el viejo Corzo, había sido nada menos que asistente del Chacho o sea del general Ángel Vicente Peñaloza, hice esfuerzos por no dormirme y oír las interesantísimas narraciones que hacía, cuando vencido en la batalla de Las Playas en Córdoba tuvo que huir precipitadamente para salir del territorio de la provincia y así escapar de la muerte. "Como en ese tiempo muchos habían sido actores como Corzo y espectadores como mi tío (prior de la iglesia de Santo Domingo fray Rafael Moyano) y de don Basilio, algo diré de la famosa batalla. Los hechos eran más o menos recientes y de ésta que fue en

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Junio de 1863 oí a mi madre que su padre, Don Ramón Lascano, era comandante de Milicias en Huerta Grande, y que ante la inminente llegada de las tropas de Peñaloza ordenó a toda la familia abandonar la casa y huir a Córdoba. Pusieron toda la vajilla y objetos de valor en un arcón y lo enterraron en la huerta y enseguida partieron a caballo a la ciudad. "El Chacho con sus huestes entró en la ciudad sin causar desmanes, y se limitó a imponer algunas contribuciones de dinero y sacar de los negocios algunas mercaderías para proveer a la tropa. El Chacho pertenecía al partido "Constitucional", apodado "Ruso", que respondía al General Urquiza, que estaba en guerra encarnizada con el partido "Liberal" que respondía a Mitre, vencedor en Pavón. Peñaloza se situó con su ejército a dos leguas de la ciudad, hacia el sudeste, en un lugar llamado "Las Playas", donde hoy está el campo de aviación. Era un gran pajonal. "Allí fue atacado por las fuerzas de Buenos Aires mandadas por el General Wenceslao Paunero. El Chacho fue vencido y huyó; con él iba Corzo. Fue esta una de las batallas más sangrientas de nuestras luchas fratricidas. "El que se portó como un chacal fue el Coronel Ambrosio Sandes, uruguayo, 2o jefe del ejército vencedor; era un militar cruel y sanguinario. De ello traía fama, dice un historiador, y lo confirmó en esa batalla haciendo lancear y fusilar a una cantidad de jefes y oficiales prisioneros, y tratando con una crueldad despiadada y salvaje a los demás prisioneros, a quienes perdonó la vida. Los muertos fueron trescientos y los prisioneros setecientos. Estos fueron conducidos a un campamento que establecieron en el suburbio este, en lo que hay es el barrio General Paz. Con estos desgraciados prisioneros cometieron crueldades inenarrables. Entre ellos había muchos enfermos, golpeados, heridos. A todos ellos, el bárbaro y feroz Coronel Sandes hizo desfilar al trote por las calles de la ciudad. En el campamento todos estaban a campo raso y como era un invierno de intenso frío, muchos de ellos murieron de frío, de hambre y de sed. Por mucho tiempo ese lugar se llamó: "Campo de los mártires". Estos hechos salvajes fueron repudiados por todo el pueblo y sociedad de Córdoba. El mismo General Paunero sintió el enorme vacío que le nacían donde quiera que se presentaba, por no haber impedido tamaña crueldad y salvajismo. Al terminar la batalla el vencedor hizo pegar fuego al pajonal, muriendo carbonizados los heridos. Si bien el libro de Mercado no es un libro bien escrito no obstante trae varias e interesantes historias sobre Peñaloza. Dice Mercado que el origen familiar se remontaba a los primeros tiempos de la Colonia y era de gente de cierto linaje como pudo haber sido Quiroga y como lo fue también Várela. Peñaloza vivió la gran parte de su vida en Guaja no propiamente nació en los ranchones en los que vivió pero si en el paraje, vivió con su mujer Victoria Romero de Chila, tuvo una hija Anita y un hijo adoptivo Indalecio. Según refería Mercado en 1940 el prior del convento Santo Domingo le mostró un regalo hecho al convento por Victoria Romero de una manta del Chacho y de un Catecismo que Mercado copia y transcribe y según él con ello enseñaba a sus montoneros la doctrina. Para algunos autores Peñaloza era analfabeto pero Félix Luna transcribe una firma de éste y lo que dice Mercado pondría en duda su analfabetismo. En la sesión del senado de la Nación del 8 de julio de 1875 el senador Rawson denuncia la forma en que fue asesinado Peñaloza y se lo dice a Sarmiento. Transcribimos ciertos párrafos de esa denuncia: Viene -siguió diciendo- el hecho bien conocido de que el Chacho mismo, vencido en todas partes y perseguido, se guarece o en su casa o en casa de algún pariente, en el sitio que se llama Olta y que ahora se llama Belgrano. El jefe que mandaba inmediatamente la fuerza va en su persecución, llega a Olta, lo sorprende allí indefenso, porque no tenía fuerza, sino alguna escolta quizá; lo toma, lo mata, le corta la cabeza, y pone sobre un palo la cabeza del viejo Chacho, con su barba blanca, encanecida, y como era conocido por todos, hasta por las plantas que lo rodeaban, lo

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pusieron para terror y espanto de los demás montoneros. Esto de cortarle la cabeza a un hombre que se toma prisionero, indefenso, es una irregularidad. Pero voy a citar a un hecho a la demostración que estoy haciendo. Es que el gobernador de San Juan, director de la guerra, pasó una comunicación al Presidente (Mitre), dándole noticia del acontecimiento, y le decía: "El Chacho ha sido perseguido, ha sido alcanzado en Olta e Irrazabal le ha cortado la cabeza. Yo he aplaudido el hecho precisamente por la forma". "Por lo menos -continuó Rawson- requería este hecho cierta reticencia decorosa, ya que no se quería hacer efectiva la responsabilidad contra esos bárbaros que, a título de liberales, han contribuido tanto al descrédito del país, y al ensañamiento de las pasiones públicas. Me refiero al jefe que mandó ejecutar la decapitación. Al menos, era bueno que hubiera habido alguna reticencia, que implicaría el desconocimiento de la oportunidad y de la conveniencia de hacer aquello; pero no; el hecho fue aplaudido, "precisamente por la forma". En realidad en esa y otras sesiones se habló de lo que, de la forma como se había combatido al Chacho lo que dice Sarmiento achacándole a Mitre la responsabilidad de todo en realidad sería una constante en la crítica al sanjuanino. Hay una carta en esto de la traición de Urquiza con respecto a Peñaloza que es la que envía en agosto 12 de 1864 a casi un año del asesinato del Chacho su mujer a Urquiza y en ella le dirá: Confiando en su reconocida prudencia, y carácter benévolo, me tomo la libertad de recomendar la atención de V.E, con la esperanza de que aliviará en algún tanto mis padecimientos en que la desgracia de la suerte me ha colocado, con la dolorosa pérdida de mi marido desgraciado, que la intriga, el perjurio y la traición, han hecho que desaparezca del modo más afrentoso, y sin piedad, dándole una muerte a usanza de turco, de hombres sin civilización, sin religión para castigo la muerte, era lo bastante, pero no despedazar a un hombre como lo hace un león el pulso tiembla, señor general: haber presenciado y visto por mis propios ojos descuartizar a mi marido dejando en la orfandad a mi familia, y a mi en la última miseria, siendo yo la befa y ludibrio de los. LUNA, FELIX “Los caudillos”. Ángel Vicente Peñaloza. Págs. 147/192. Planeta. Buenos Aires 1988. Luna al comienzo de su trabajo sobre Peñaloza habla de “Su ingénita bondad, la valentía con que supo asumir su destino militante desdeñando el cómodo retiro que muchas veces se le ofreció, el empecinamiento de su lucha, la astucia criolla de sus recursos estratégicos, el invariable signo popular de sus empresas, en fin, el trágico desenlace de Olta”. De esta manera trata de explicar el por qué de la vigencia del Chacho. Al mal interpretar su apoyo a los unitarios en 1840 Luna no distingue entre el federalismo de Rosas y el federalismo del interior y habla de su olvido de la línea política del caudillo y habla de cambios de divisa el que debió incurrir. Y ello en realidad no es así. También destaca el hecho de haber sido biografiado por Sarmiento, José Hernández, Olegario Andrade, a más de las novelas semi o seudo históricas de Eduardo Gutiérrez que ya hemos mencionado. Se refiere luego a su militancia junto a Facundo y a su participación en los principales encontronazos hasta oncativo. La acción más interesante de Peñaloza es a partir de 1840 cuando él participa de la principal revolución contra Rosas de todo el largo gobierno de Rosas. Y da la siguiente explicación: Los años de sistema federal bajo la conducción del dictador porteño no habían satisfecho los anhelos de los pueblos del interior. La ley porteña de aduanas, de breve vigencia, no alcanzó a evitar la creciente miseria de las provincias, desguarnecidas de toda protección; el régimen autoritario

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impuesto por el Restaurador, sus rígidas consignas, su indefinida postergación de la organización nacional habían decepcionado a los dirigentes de tierra adentro. Las agresiones europeas, agudamente sentidas en el litoral, no tenían mayor resonancia en el interior, Los de la cría quiroguista carecían de mayores motivos para sentirse leales a un lejano gobernante porteño sobre el cual pesaban sospechas de no haber sido ajeno al asesinato del jefe inolvidable… Fueron, entonces, causas banales y motivos de fondo los que llevaron al Chacho a colocarse la divisa unitaria: una esencial fidelidad a los intereses de su terruño. En la vida de Peñaloza a partir del 40 y hasta el 47 se puede decir que vivió conspirando, conspiración que lo llevó dos veces al exilio en Chile y otros tantos retornos a la Argentina, al final en el 48 con la buena voluntad de su amigo Nazario Benavides se queda en sus llanos y participará de lejos eso sí en todo el proceso que se abre a partir de Caseros, en 1855 Urquiza lo asciende a Coronel mayor y por ley del Congreso a General pero nada de eso lo lleva a hacer otra vida que la que hacía en sus llanos, el cuidado de su hacienda, poca y de su familia también poca, es decir seguía siendo un gaucho pobre que tenía sin embargo un poder de convocatoria del gauchaje como quizás no lo tuvo otro caudillo. Salvador de la Colina recordaría al Chacho cuando éste cumplía 65 años y acá: “Tengo vivo el recuerdo de la última vez que lo vi pasar por mi casa, a caballo y seguido de un grupo de gauchos. Llevaba montura chapeada de plata, con pretal, freno de grandes copas y riendas del mismo metal. Su traje era: pantalón doblado para lucir los calzoncillos bordados; el chaleco de terciopelo negro, sin saco, desabrochado y con botines amarillos; la cabeza atada con un pañuelo de flores punzó y encima un sombrero blando de felpa de color marrón, con el ala de adelante levantada y la de atrás quebrada para abajo”. Pero luego de Pavón la cosa cambió y acá viene la explicación que da Luna y nos parece absolutamente coherente de por qué Peñaloza se enfrenta solo al poder del puerto. Dice Luna: ¿Caerá todo el país ante el avance de los triunfadores de Pavón? En los llanos está Peñaloza. Y el Chacho no está dispuesto a someterse; no puede permitir que los batallones porteños conviertan en provictas las regiones del interior. Esas fuerzas representaban el aborrecido poder de Buenos Aires; atrás de sus rémingtons estaban los hombres que dos años atrás habían asesinado a Benavides, su antiguo protector; que veinte años antes lo habían mandado al sacrificio con datos falsos e instrucciones odiosas; los que habían dividido la Confederación segregando la provincia porteña. El Chacho no necesitaba órdenes de su admirado Urquiza para oponerse a la invasión. En realidad, creía que Urquiza se estaba haciendo fuerte en Entre Ríos para avanzar por cuarta vez sobre Buenos Aires –repitiendo las marchas victoriosas de Caseros y Cepeda y reparando la oscura retirada de Pavón. Ignoraba el caudillo riojano que Urquiza ya no lucharía más: que estaba decidido a quedarse en su feudo, dejando que su partido fuera prolijamente masacrado en el interior. Frente al próposito de liberalizar el país a sangre y fuego, el Chacho será el animador del sentido fraternal e igualitario de la vida provinciana. Durante dos años terribles, este paisano sencillo será la expresión rebelde de los pueblos contra el nuevo centralismo porteño, el conductor de la insurrección popular, “el espíritu de la tierra, la voz del llano y la montaña, el alma misma de su ambiente agreste”. (D. de la Vega Díaz). Su destino no sería el de la pacifica ancianidad: viviría de nuevo la gloria de la lucha, el fervor de la cabalgata guerrillera y su muerte sería bárbara. Para esto lo habían estado adobando treinta años de peregrinaciones menores para la historia patria: para estos dos años en función de protagonista supremo de la resistencia popular, con tonada riojana y al viejo estilo criollo.

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La explicación que da Luna es absolutamente coherente y no solamente para explicar los antecedes y las primeras acciones de Peñaloza contra Buenos Aires, sino que esas mismas razones las esgrimirá en cartas que escribe a Mitre donde dice luego del Tratado La Banderita 30 de mayo de 1862 que él vuelve (abril de 1863) a la pelea en defensa de sus criollos que son atacados y asesinados por los gobernadores de las provincias vecinas. Que Mitre o Sarmiento mostraran un odio incaudicable a Peñaloza y a las montoneras en general no fue de ninguna manera fruto de los enfrentamientos de esos tiempos sino que ya desde mucho antes ambos y otros muchos liberales pensaban muy seriamente que la única solución para dirimir esta lucha era eliminando de raíz a los federales. Y si de vez en cuando aceptan una tregua o un pacto no era con sinceridad de llegar a la paz fraternal sino simplemente de dar tiempo a que las circunstancias permitieran darle el golpe definitivo. Pero de todo este drama que lo tendrá a Peñaloza esgrimiendo en sus proclamas supuestas órdenes de Urquiza lo que nos queda como resumen es que Urquiza luego de Pavón nunca más pensó en seguir liderando al partido federal. Él en su palacio de San José y en los diez últimos años de su vida se la pasó haciendo negocios vendiendo y comprando hacienda y frutos de la tierra como cualquier hacendado hacendoso y además haciendo muchos, muchos hijos pues los cálculos más mezquinos hablan que Urquiza llegó a tener doscientos herederos, doscientos hijos. De toda esta traición, de todo este silencio de Urquiza como contra cara dramática y muy triste, están las cuatro cartas que le enviara en fechas distintas el Chacho a Urquiza donde le pedía órdenes donde le decía que respetaría su voluntad y donde le pedía con fervor y angustia que encabezara de nuevo al federalismo argentino. Urquiza nunca le contestó y eso que esas cartas quedaron en su archivo como vergonzoso testimonio de una traición, y así marchó Peñaloza a su muerte convencido todavía que Urquiza seguía siendo su jefe indiscutido.

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ANEXO Bibliografía Quesada Ernesto “La guerra civil de 1841 y la tragedia de Acha” Pág. 32 y 33 Córdoba 1916 Los hombres de la época no podían darse cuenta de que debatían –casi inconscientemente– un verdadero antagonismo de clases: de un lado la vieja sociedad colonial, empingorotada y tradicional, de abolengo aristocrático y de posición acomodada, eminentemente urbana y conservadora, y que gobernó al país desde el estadillo de la revolución de 1810 hasta el advenimiento de Rosas, durante el largo período de predominio del partido directorial y unitario; del otro, la población rural y las masas suburbanas, que eran la inmensa mayoría del país, que vivía del día a día: asalariados constantes, peones en las campañas, artesanos en las ciudades, instintivamente democráticos y pudiendo arriesgar constantemente todo, porque casi nada tenían, utilizados siempre como carne de cañón, explotados por los “decentes” urbanos y cuyas aspiraciones vagas habían encarnado quienes se pusieron a su cabeza como caudillos, desde Artigas, pasando por Ramírez, López, Quiroga y tantos otros, hasta Rosas, el cual representa la culminación de la lucha político-social, con el triunfo de las aspiraciones democráticas sobre las aristocráticas, del régimen federal de gobierno sobre el unitario… En una palabra: el país, durante el largo cuarto de siglo que media entre el grito de mayo y la época de Rosas, verificó su profunda evolución social e implantó un nuevo tipo de sociedad democrática y federal, en reemplazo del tipo social de la colonia, eminentemente aristocrático y unitario. La época de Rosas no fue sino la paulatina normalización de esa estupenda evolución, que partió de causas económicas y se apoyó en el factor geográfico: las masas populares –encarecidos los medios fáciles de subsistencia de que antes gozaban; arruinadas sus industrias domésticas, sobre todo las textiles; con comercio precario y altísimo costo hasta de lo más insignificante– comprendieron que sus intereses eran antagónicos a los de las clases urbanas acomodadas, que prosperaban o podían sostenerse a la sombra de los gobiernos salidos de su seno. Las diferentes regiones del país tenían, además intereses económicos opuestos, y la tendencia librecambista de los gobiernos centralistas de Buenos Aires, era la muerte de la industria y el comercio del resto del país, que clamaba por protección, ahogado por el aislamiento y lo prohibitivo de los fletes de transporte, mientras que los porteños, a orillas de su gran río, llevaban vida fácil relativa (51). ¿Cómo, sin embargo hubieran podido darse cuenta de esos hondos factores sociológicos los hombres de entonces? Sin embargo, muchos –como el correntino Ferré– vislumbraron claro ese antagonismo; pero los viejos unitarios únicamente sabían que su partido, o sea la transformación del directorial, estaba fuera del poder y en la emigración sus componentes: la patria era para ellos sólo su partido, y para volver al poder todo medio les fue bueno, hasta ponerse a sueldo de las naciones extranjeras que estaban en guerra con su patria! Todo lo cual no impide reconocer que, bien dirigido el movimiento de 1839-1841, el partido unitario habría debido dominar en toda la República e imponer a filo de sable –siquiera transitoriamente– su famosa constitución del año 26.