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  • EL BULEVAR DELMIEDO

    Sugestiva novela quetranscurre en dos tiemposy dos espacios, elmiserable Madrid de laposguerra y el convulsoPars de mayo del 68. Porambos transita una galerade personajes peculiares,como el inquietanteMonsieur Maurice, lamanipuladora Frieda, laextraa y sensitiva Minouy el fugitivo de s mismoFederico Fernet, hijo deun pintor republicano

  • desaparecido y artistamalogrado a su vez, quientuvo durante suadolescencia la no tanoportuna suerte deacceder al mundo de losprivilegiados a travs deun grupo de extranjerosafincados en Madrid yvinculado a los poderesfcticos del rgimenfranquista, que traficabacon las obras expoliadaspor los nazis en la Europaocupada. Los conflictosmorales de tal experiencia,su ambigua relacin entrerepresores y represaliados,as como su fascinacin yamour fou por una Venusde leyenda que encarna a

  • sus ojos los misterios de lafeminidad, determinarn laintriga y el inquietanterumbo de su vida hasta lasorprendente vuelta detuerca final.

    Autor: Juana SalaberISBN: 9788420648071

  • Juana Salabert

    EL BULEVAR DELMIEDO

    VIII Premio de Novela Fernando Quiones

  • A Luis de la Pea

  • Know thou the secret of a spirit / Bow'dfrom its wild pride into shame (Conoce elsecreto de un espritu / cado de su orgullo sinfreno en la vergenza).

    EDGAR ALLAN POE, Tamerlane.

    Je suis environn d'ombres / Car il estl'ombre de son ombre / Un nombre parmi lesnombres (Estoy rodeado de sombras /porque l es la sombra de su sombra / unnmero entre los nmeros).

    ROBERT DESNOS, L'homme qui a perduson ombre.

    And thus the whirligig of time brings in his

  • revenges (Y as el carrusel del tiempo traesus venganzas).

    WILLIAM SHAKESPEARE, Noche deReyes.

  • Nota de la autora

    EL 20 de junio de 1945, la prensa francesase hizo eco de una noticia espaola desucesos. Con fecha del 17 de junio, la policaespaola hall en un campo prximo a lacarretera Madrid-Burgos, a unos treintakilmetros de Madrid, el cadver carbonizadode un hombre, enseguida identificado comosupuesto residente en la capital espaola bajodocumentacin falsa. Sus restos fueronapresuradamente adjudicados, a travs de unamuy cuestionada ficha antropolgica, a uno delos ms famosos colaboracionistas integrantesdel llamado Service Otto, dedicado a lascompraventas ilegales de todo tipo demercancas y al trfico de bienes y arteexpoliado, durante la Ocupacin nazi en Pars.Sin embargo, el misterio de la identidad y

  • paradero del supuesto Szkolnikov, llamadoMonsieur Michel, nunca ha sido resuelto.

    Esta novela, que transcurrerespectivamente en dos tiempos, 1943 - 44 y1968, en Madrid y Pars, se inspira sinembargo muy vagamente en otras trayectoriassimilares. Sus protagonistas y las situacionesque en ella se narran son por completoimaginarios. No se refieren, salvo las lgicasmenciones a polticos y personajes histricosdel momento, a gentes como el ptainistaLaval o Brandl, antiguo agente decontraespionaje y rey del mercado negro dealtos vuelos auspiciado en el Pars de laOcupacin por los servicios del Reichhitleriano, ms conocido por su alias deOtto, por citar slo a un par de ellos, aninguna persona o episodio concretos.Cualquier parecido con la realidad es as deorden meramente simblico. El clima de lanovela se corresponde no obstante con el de la

  • viciada atmsfera de un tiempo en el quemillones moran asesinados o luchando contrala barbarie y tantos, tantsimos otros, selucraban con su sufrimiento y su martirio atravs del crimen, la rapia y el roboorganizados en una pirmide que alcanzabadesde la cspide ms granada de la jerarquanazi hasta la base ms ruin de los bajos fondosde los pases ocupados. Y de sus regmenesafines, terica o estratgicamente neutrales,como el instaurado en Espaa por el generalFranco gracias, en buena medida, a lasgenerosas ayudas militares otorgadas desde1936 por sus correligionarios nazi-fascistas delEje pardo.

  • PRIMERA PARTEObertura

  • Galera Maleficio

    Pars, 15 de mayo de 1968

    EN el otoo de 1943, muy poco despus deun triste aniversario pasado a solas (Lolaolvid la fecha de mi cumpleaos y yo no memolest en recordrsela) en un cine donde mequed dormido a mitad de la pelcula, me dijecon fra desesperacin que acaso nuncallegara a salir de Espaa. La verdadera vida,esa con la que llevaba fantaseando intilmentedesde la madrugada de aquel otro septiembrede 1940 en que mi madre me mand deregreso al pas que ya no volvi a llamar suyo,se haba terminado antes de empezar. Locomprend con la celeridad contundente conque se perciben ese tipo de cosas a los

  • diecisiete aos; una especie de fogonazo, unsobresalto que por vez primera en muchotiempo nada le deba al difuso miedo de todoslos das y todas las horas. AtravesabaTorrijos, de vuelta del bulevar de FranciscoSilvela, y recuerdo que la tarde desbordabaesa engaosa luz ltima de los veranosmuertos y que al subir a la acera se me soltun cordn de aquellos zapatos demasiadograndes, heredados de alguien que ya nuncapodra volver a calzrselos porque lo habanfusilado junto a otros muchos en la tapia delcementerio del Este a finales del treinta ynueve. Tropec, me fui de bruces al suelo,rabi para mis adentros y me reconvineenseguida, supersticioso, porque despotricarcontra esos zapatos bicolores de rejilla se mefigur igual que insultar a su dueo, aquelvecino de escalera de los Sigenza a quien nollegu a conocer.

    Y fue entonces, al levantarme,

  • sacudindome la mano izquierda despellejadasoy zurdo, lo que segn mi madre no eraninguna desgracia, sino seal de buena estrella mientras comprobaba que las rodillerasestaban intactas, cuando sucedi. Ah estabayo, en la luna de escaparate de unasombrerera, con la boca abierta, el corazndesbocado y el aturdimiento en los ojos, elpelo demasiado crecido bajo la gorra (si no lorecortaba pronto corra el riesgo de que meagarrasen entre varios y me afeitaran el crneoa la viva fuerza en plena calle, igual que a lostopistas) y vestido como para una funcincmica, con aquella chaqueta de coderaslamentables, un suter de rombos hechopedazos y los zapatos de baile del difuntoJacinto Orozco. Flaco como un galgo ybastante crecido para mi edad, al decir detodos, pero no lo suficiente para ese calzadode un muerto que midi casi el metro noventa.Frente al rtulo que rezaba en letras de molde

  • Blasco e Hijos saluda al victorioso Caudillode Espaa. Debajo del cartel, escrito a manoy pegado en el cristal, que aseguraba Losrojos no usaban sombrero, encima de las tresfilas de hongos y chisteras sobre decapitadascabezas de maniques.

    Mir mi reflejo y me repet, msmelodramtico y autocompasivo que fatalista,que la promesa de una vida de verdad seescabulla de mi lado en ese mismsimoinstante. Un vano, pero crucial instante devrtigo que me convenci de que mis das noseran a partir de ah sino un mediocrehabituarse a ese resignado sopor de siestaeterna en que parecan anonadarse entonceslas existencias de todos aquellos sin msanhelo que el de pasar desapercibidos. Era tanfcil descubrir la derrota en el rostro, losandares de alguien ni siquiera haba que serdemasiado observador; a los vencidos siempreles traicionaban sus ojos bajos, la inseguridad

  • precavida de sus gestos, la manera algosonmbula de moverse. Me fulmin lademoledora certeza de que nada de intersocurrira y de que no volvera a ver a mimadre (haba momentos en que la detestabapor haberme obligado a volver a Espaa casitanto como la echaba de menos, aunque estoltimo prefiriese no reconocrmelo), ni a mihermana pequea, que se haba quedado conella en el Pars que ya era de los alemanes. Notena ninguna noticia de ambas desdenoviembre de 1942.

    Pero, por supuesto, estaba equivocado,aunque en ciertos aspectos s que lograseanticipar el futuro, porque no conseguregresar a Francia hasta bien mediado el ao48. No he vuelto, tampoco, a ver a mi madre,que contina viviendo, por lo que heaveriguado con cautelosa discrecin, en la ruedes Pyrnes y ni siquiera sospecha laexistencia de Etienne Morsay. Ni a mi

  • hermana Blanca, a la que no reconocera niella a m en el dudoso e hipottico caso deque nos cruzsemos por azar en una tienda, lacola de un teatro, un vestbulo de estacin. Noconozco nada de ella; s acaso si ama lapintura como la am su padre, si le busca enel trazo, las pinceladas de otros, si leconmueven las esculturas y los hallazgosfelices de almoneda, si le fascinandesenterradas fbulas y rotas vasijas, si leinteresan los tapices, la orfebrera o el moblajede poca con curiosidad lejana de aficionada oinsatisfecha pasin de coleccionista pobre, delmismo tipo furtivo de los que merodean,acobardados y vidos, por los alrededores degaleras y casas de subastas?

    Estaba equivocado, porque iban a pasarmecosas, demasiadas cosas. Cosas y hechos quevariaron para siempre el rumbo de mi vida yempujaron a otros por despeaderos fatales.Me pregunto algunas veces si el pobre

  • marqus de Salinas habr sobrevivido a lainquina del tiempo desgraciado que nos cupoen psima suerte dentro del maldito repartodel momento. A mi modo, tambin yo estabaperdido, casi tanto como l. Perdido en lamedia luz del bulevar del miedo que entoncescruzaba Europa de norte a sur y de este aoeste. La diferencia estriba en que l eligi yyo simul que el imprevisto destino defavor que de pronto me sali al paso,disfrazado de tentadora oportunidad, meelega a m. Yo mismo desencaden yprovoqu aquellos hechos que vislumbro en ladifusa claridad de ahora, mientras escribo,encorvado sobre el taco de cuartillas, en latensa algaraba de esta noche parisiense de unmayo desmedido de cnticos, gritos yconsignas cercanos, ulular de sirenas policialesy barricadas con neumticos ardiendo encruces y esquinas.

    Las alargadas sombras del ayer avanzan,

  • rumorosas e invasoras, como una marea altasobre las ruinas continentales del antiguobulevar del miedo que emerge, fantasmal, desus escombros

    De ese ayer, oscuro territorio vedado,donde yace sin sepultura un muy jovenFederico Fernet cuyo rastro se perdi en elvertiginoso laberinto de la renuncia, en elanonimato de los despojados voluntarios detoda historia y todo porvenir. No es acasodiferente la medida del tiempo para aquellosque eligieron perderse? Para los hijos delsilencio, las criaturas de la oscuridad, los seresdel incgnito, los vstagos de la traicin?

    Lo intu das atrs, despus de recibir lapedrada, cuando comet la imprudencia deabandonar por unas horas el piso al que Friedano ha podido llegar ni en tren ni en avin, ni alvolante de su coche (dnde podra repostargasolina, si las huelgas se extienden como laplvora por toda Francia?), desde la casa de

  • Sintra. Es curioso que nunca se me hayaocurrido pensar en esa villa medio escondidaen lo alto de un desfiladero boscoso entrminos de nuestra casa curioso, perosin inters. Lo cierto es que no pienso casinunca en Frieda, ni la echo en falta, aunqueno me aburra su compaa cuando nosreunimos y decidimos pasar juntos algunosmeses al ao. Si de pronto me he acordado deella, de su ausencia en este piso que no haterminado nunca de gustarle ya que an leteme a Pars, es porque Frieda es la nicapersona en el mundo que an me llama aveces Federico, Fede. Lo hace, siempre envoz muy baja y susurrante, esa ronca eirrepetible voz suya que yo reconocera sindudarlo entre otras miles, cuando me creedormido. No por amor, desde luego elamor, o incluso el simple afecto, y Frieda sonantnimos, ni tampoco por malicia ovenganza. Si acaso por invocar la ida poca en

  • que ninguna arruga rodeaba la comisura de suslabios, no se cernan bolsas bajo suhipnotizante mirada de falsa calidez y no se lehaba aflojado la piel del mentn. Esta mujerindestructible siente un ingobernable pavor porla vejez, o para ser ms preciso, por suvejez. Lo supe muy pronto, desde nuestrocuarto o quinto encuentro, antes de enredarmedefinitivamente con ella, que me coloc,astuta, de mandadero e interprete personaldel escurridizo Monsieur Maurice. Ysaberlo me alivi.

    Toco la hinchazn de la sien y elinmediato alfilerazo de dolor me devuelve a latrampa de la calle por la que corrzigzagueante la tarde del diez, huyendo de laembestida y los gases lacrimgenos de losCRS, hasta que el impacto de una piedralanzada desde la otra esquina me derrib sobrela calzada como un fardo. Tengo la vaga ideade haber sido arrastrado por manos sudorosas

  • hacia el interior de un portal donde vomit alos pies de alguien, que enseguida se agachpara restaarme la sangre de la cabeza y malvendrmela con un pauelo sucio. Haba alluna chica tambin, una chica que hablaba yhablaba, aunque slo llegu a captar una desus frases entremedias del fragor de batallacampal y del gritero de consignas que iban yvenan como el rumor de un oleaje, CRS,SS!. Qu sabrn stos de los SS Lequedar cicatriz, Marcel, asegur ella, ynicamente comprend que se haba referido am al despertarme, no s cunto tiempodespus, en urgencias del Observatoire condiagnstico de conmocin leve. Le quedarcicatriz, repiti a su vez el mdico,mirndome con curiosidad por encima de unaslentes de concha. Nada grave ni muyespectacular, no se inquiete. Y enseguida, ymientras me palmeaba un hombro, vena deSorbona? No tiene pinta de manifestante, ni

  • de escritor o de algo por el estilo. Grumalhumorado que me dola la cabeza y noinsisti. Mand a una enfermera con unapldora para dormir y al cabo de muchas horasde sueo, poco antes de que me dieran el altay volviese a casa dando los mil y un rodeos,despert con el nombre de Federico Fernet enlos labios que respondieron sin vacilar cuandollamaron por altavoz a Etienne Morsay paraque firmase su parte de salida y recogiera loscalmantes prescritos.

    No soy proclive a las epifanas, ni meinteresa lo ms mnimo apelar a espectros.Jams me formulo reproches, el psicoanlisisno entra ni por asomo en mis planes derentista y sereno sbdito belga afincado en laisla de la Cit, y el arrepentimiento o laautoexculpacin son nociones que no cuentancon mi estima. Puede que de todas lasinfluencias que Frieda ejerci antao sobre m,sta haya terminado por resultar la ms

  • profunda y duradera. No tengo aoranzaalguna de un pasado del que desert y que yano me pertenece, como tampoco le pertenezcoyo a l. Aun si no fuera, como s lo es,peligroso remover las aguas que encubren losviejos secretos y tramas de antao, no soy deesa clase de seres obsesionados condesmenuzar cada uno de sus actos a labsqueda intil de un sentido cualquiera.

    Y sin embargo, llevo desde que sal deurgencias repitindome la letana de unnombre proscrito. Viendo al fantasma deFederico Fernet igual que si lo tuviera delantede los ojos, a espaldas del ventanal, sentadofrente a m en la butaca donde suele instalarseFrieda a contraluz, con su aire desorientado demuchacho crecido a destiempo y la apenasinsinuada sonrisa del que an elucubracuerpos de mujer durante la exaltada y penosavigilia de sus noches en blanco. Va malvestido, tiene las yemas de los dedos

  • manchadas de carboncillo y trementina, es elFederico previo a su encuentro con Frieda. Nome conmueve su actitud de recogimiento,porque conozco su ntima cobarda, sudisimulado rencor y ese egosmo al queprefera tildar para s de ambicin. O losconoc.

    Me sirvo whisky, rebajado con un chorritode agua y un par de hielos, y pienso que si esasombra espectral llegada del ayer se levantaray anduviese tres pasos a la izquierda podragirar la llave, empujar la puerta de lahabitacin redonda y penetrar en mi galerasecreta.

    Entonces la vera. A ella, la Venus de laesfinge. Lo deslumbrara, supongo,exactamente igual que la primera vez

    Multiplicada por el panel de espejos, ladiosa triunfante y cruel reina all sin discusinsobre los dems leos y temples de la rapia,sobre el ajedrez Constantino de nice y jade

  • negro, tan mencionado por los expertos deposguerra en sus quejumbrosos catlogos derobo y extravo, sobre la preciada esferarenacentista de los navegantes con su ocanode monstruos y sus simas del fin del mundo.Junto a la Venus, todo el resto palidece,anulado por la solar luz de incendio del pelo,por la cortante blancura del cuerpo. La manoizquierda me complace tanto sospecharlazurda yace sobre el lomo de la esfinge sinreposarse, porque nada en la finura de esosdedos estranguladores sugiere intenciones decaricia o abandono. Hay en esa mano, al igualque en la de su compaera de ndice alzado alcielo sobrevolado por cupidos torvos, unaextraa tensin, la misma que se desprende dela imperiosa postura de unos pies quedesdean la presencia del cadver delcaballero sin rostro, cado de bruces al fondodel lienzo.

    Y yo siento ahora, como siempre que

  • evoco el poder temible de esas manos, quetiemblan las mas y me invade undesagradable sudor fro. La pluma resbala deentre mis dedos que escriben, tachan yvuelven a escribir, a una velocidad deangustia y me obligo a retomarla y aproseguir la tarea, como un reo en capillainclinado sobre sus ltimas frases. Me fuerzopor no ceder a la tentacin de entrar de nuevoen la galera de la diosa de todas lasperdiciones, para abismarme durante horas, odas enteros con sus noches, en su mirada demuerte.

    Los ojos de hielo de la esfinge son unarplica exacta y hermana de los suyos.

    Muchos hombres han muerto, al igual queel pintado caballero sin rostro, por esa miradafatal. Y otros muchos han asesinado por ella.

    Yo soy uno de ellos.Slo Frieda y nuestro protector lo saben.

    Pero ellos no pueden traicionarme sin servirle

  • a la par sus cabezas en una bandeja a quienesde cuando en cuando quizs an sueendespiertos, desde lo ms profundo de sustapaderas y escondrijos, con hallarnosdesprevenidos a uno cualquiera de los trespara ejercer su necia venganza de sangre.Ellos valoran lealtades y sumisiones. Y a finde cuentas, a ningn ladrn le gusta serrobado a su vez.

    De todos modos, Frieda-Marie Mller, aquien los desnudos renacentistas le interesantanto como a un monje del monte Athos lascanciones de Janis Joplin, evita entrar en lahabitacin redonda (tu personal cmara delos delitos la llama, con sorna que noesconde un vago temor) las escasas ocasionesen que acepta, forzada por las circunstanciasde capricho que a veces le impongo testarudo,desplazarse hasta Pars. De todos losrincones del globo, tenas que elegirjustamente el ms peligroso y evidente para

  • instalarte, me reproch irritada al principio,cuando le dije que haba comprado este pisopor intermedio de la firma de una congoleasociedad cauchera de paja. Le respond que elmundo es muy pequeo, una imagen a escalade la habitacin donde Poe situ una cartarobada a la ciega vista de cuantos la buscabansin xito, por qu no iba a suceder conmigo,anodino y pudiente sbdito belga, lo que conesa inencontrable carta de cuentodetectivesco. Por otra parte, tampoco Sintraes el Amazonas, un arrecife pacfico de guanosin cartografiar o una isla en el culo del ndico.Slo a ti se te poda ocurrir inspirarte en unmaldito borracho americano, refunfu, y yome ech a rer, porque a esas alturas ya habaaprendido a menospreciar su, en el fondo muypequeo burguesa, cautela de contable. Friedacarece casi tanto de imaginacin como deescrpulos. Qu diablos te proporciona esajodida Venus blanca, ms all del hecho de

  • que por lo visto vale ms que sietesubmarinos?, me inquiri una vez. Tal vezpor eso su manipuladora inteligencia y noslo su belleza les haya resultado tandevoradoramente fascinante a algunos,Federico Fernet incluido.

    Nadie excepto yo entra ah. La asistenta,una sigilosa mujer de Cabo Verde que estuvoviniendo a diario, hasta que el formidableestallido de esta ciudad, tomada por ilusosveinteaeros con pancartas llamando alderribo del mundo de sus viejos, le dej sintransporte, no mostr ningn inters alprohibirle yo que limpiase siquiera la macizapuerta blindada. Nunca mira a los ojos, esanalfabeta y sospecho que su francs es nulo.Con ella como octava esposa de la serie,Barbazul jams se habra topado, al regreso desu viaje misterioso, con la indeleble manchade sangre sobre la llave celadora de susantiguos crmenes.

  • De la isla me llega de nuevo un rumorfestivo, escucho las notas de una armnicacuriosamente prxima, enseguida silenciadapor voces desafinadas que entonan a plenopulmn la Internacional. Hay momentos enque siento, a pesar de la pedrada del otro da,una especie de simpata por estosjovencsimos alborotadores a quienes la resacade la derrota devolver, ms pronto que tarde,por mucho que ahora se empecinen en creeren la inminencia de su victoria, al redil de losexmenes y oposiciones por venir, losmatrimonios estancos y el tedio de losempleos futuros. Pero puede que slo se tratede aoranza por lo que no ocurri y ya no sevivir nunca, puede que slo sea tristeza porotro chico que nada tiene que ver con ellos,porque naci en otra dcada y otro lugar,aunque tambin abominara del mucho peoreslabonamiento de sus das.

    A estos mocosos gilipollas, con perdn

  • de los seores, los meta yo de cabeza en unabuena guerra, sentenci el pasado lunes laportera al toparse conmigo y una vecina frentea los buzones vacos. Los tena cavandozanjas de trinchera hasta verlos caerreventados, aadi agria, y por unosinstantes la imagin ms joven, all por mayode 1944, con bigudes y redecilla, la escobaentre los dedos y una foto del mariscal Ptainenmarcada en su garita. Tena el rencor dequienes aplaudieron a Vichy (e inclusocolaboraron, tibios, medrosos, sin verdaderapasin, con el ocupante), y no fueron lobastante astutos para sacar tajada y huir conella despus, o mudar de piel a tiempo, pensmientras escuchaba divagar a mi vecina. Queeran buenos chicos, no se ponga usted as,querida Marceline, no diga esas cosas, la culpala tienen esos comunistas que los manejan yengaan desde las sombras, arrullabapersuasiva, ladeando la melena perfecta bajo

  • el foulard de firma; record que algunas tardesme haba cruzado con ella y un par de hoscosadolescentes, sus hijos sin duda, en el portal.De modo que querida Marceline, vaya,vaya, qu sabia desenvoltura en el trato conlos subalternos, qu feliz modo de nadar yguardar la ropa, y exculpar de paso a lospequeos herederos desmandados en suanticipada fiesta de fin de curso, tampoco espara tanto seora Marceline, slo una especiede tardo carnaval, una simple algaradajuvenil era tan divertido que me dieronganas de insinuarme y abordar all mismo aesa figura conjuntada de Chanel que, si meadverta mirndola de hito en hito, balanceabaincitante, y con falsa y estudiada inocencia, elestilete de uno de sus zapatos sobre la puntadel otro. Igual que Frieda antao. Pero hacaya mucho tiempo que esos trucos habandejado de impresionarme.

    Si Federico Fernet hubiera pertenecido a

  • esta poca, quizs estuviera ahora parapetadodetrs de alguna barricada, codo a codo conlos hijos de esta mujer, pens mientras mepreguntaba cmo resultara ella en la cama yme desinteresaba al segundo. No se llamabal acaso Federico porque la entusiasta de sumadre le impuso ese nombre en honor a suadmirado Friedrich Engels?

    Claro que entonces no sera FedericoFernet. No se habra soado a s mismo comoal inmvil personaje secundario, retocado poraprendices, de uno de esos cuadros de granformato antao facturados por los talleres delos maestros del gremio. No habra conocido aFrieda, no habra contemplado a la Venus dela esfinge, no se habra escabullido entrebastidores para cederle a otro, a m, el paso, ysu lugar en el mundo.

    Es intil aconsejar a los vivos, ningunaexperiencia ajena le vale de nada a nadie, qusentido tiene, entonces, fabular delirios,

  • imaginar por un instante de suprema necedadque se avisa a un fantasma Que se le alertasobre caminos sin vuelta y compraventa dedestinos. Ejercer de augur a posteriori es tanpattico como lamentarse en pblico por unamala inversin.

    Y yo ni siquiera puedo argir que seramejor no haber visto nunca a la Venus.

    Mucho me temo que, de ser factibletamao contrasentido, no malgastara ni unsegundo de mi tiempo de ahora en variar lohecho. Pero no, debo tachar esta mentiraretrica, este vano me temo que no secorresponde con lo que siento Si es quesiento algo, con excepcin del cansancio,porque llevo sin dormir, ms all de unaspocas y sueltas cabezadas, desde esa primeranoche tras mi regreso del Observatoire en quedespert tembloroso del recurrente sueomalfico en el que yo agonizaba, la boca llenade tierra, a la izquierda de la esfnge

  • Fue entonces cuando, despus de unalarga ducha caliente que no me desentumeci,tuve el impulso de sentarme ante esteescritorio, de espaldas a la galera redonda.Abr el cajn, saqu un mazo de cuartillas yescrib tontamente en maysculas sobre laprimera hoja del taco: HISTORIA DEFEDERICO FERNET.

    Y luego no hice ms, me limit aquedarme aqu sentado, hasta que amanecisobre los muelles de la ciudad sublevada. Porvez primera en todo este tiempo, me losfigur, a Bonny, a Pierrot, a Finet, a DeLavigne, al mismsimo Brandler, saliendoentre bostezos de su sede en la calleLauriston1 en otra madrugada de primaverabien distinta a sta. Bien vestidos, mejorcalzados, en una poca en que la gente se lasmal arregla con suelas de conglomerado ycorcho, ahtos de cognac y bombones,revigorizados por los cafs autnticos, nada de

  • ersatz2 para los prncipes de la noche, losseores de las catacumbas de Pars, en esemayo del 44 en que slo los muy acrrimos,los fieles de primera hora, dudan de la victoriaaliada y cifran su enajenada esperanza en lastemibles armas secretas que el Reichatesora, a la espera de su uso en el momentooportuno Ronronean los motores de losdos o tres Once ligeros sobre la calzada, casipuedo or la voz de Pierrot proponindole,obsequiosa, un ltimo petit tour por el OneTwo Two3 a un Brandler que mira impvidola calle desierta por el retrovisor, mientrasapura su sexagsimo cigarrillo en la boquilla demarfil Cuando Federico Fernet lo divise derefiln en Madrid, en la Gran Va y a laspuertas del Banco Atlntico unos pocos mesesdespus, sentir un extrao pavor bajo el pesode esa mirada sin pestaas. Una translcida yvaca mirada de saurio.

    Pero por esos das de una primavera de

  • lluvias continuas y furiosas tormentasvespertinas, Federico an no se ha cruzado ensu camino con ninguno de los de su especie.Todava no ha regresado al Pars donde suhermana, acogida por una pareja sin hijosdesde el encierro de su madre en la prisin deFresnes, ya se ha olvidado por completo de laspocas palabras espaolas aprendidas en suregazo.

    Por esas fechas, Federico Fernet es unsimple chico repatriado tras la cada de Pars yacogido en Madrid por unos parientes, que ala salida de la academia se pasa por latrastienda del viejo estudio de restauracinreconvertido en modesto negocio de marcos ytiles de pintura; un chico reservado queapunta all en un cuaderno de carton lospedidos de los escasos clientes de la tiendamontada, durante la ausencia forzosa de JosSigenza, por una Lola Beltrn que observaadmirada la buena ejecucin de sus temples y

  • bocetos y le vaticina posibilidades comocopista. Algunos conocidos de Jos, de losque no se significaron durante la guerra o seapuntaron despus enseguida a la camisa azul,viven de miedo gracias a eso, se especializanen dos o tres maestros, en dos o tres motivos,y muchos jerarcas se los quitan de lasmanos, dice. Y l la escucha en silencio, sinmolestarse en contradecirla, o en replicar queno tiene la ms mnima intencin de volverseun copista de los de sitio fijo en el Prado yclientela de nuevos ricos locos por las vrgenesy angelotes de Murillo. Su mente acudeincesante al embrujo de un nombre querefulge all con intensidad de amuleto. Esapalabra talismn es Pars.

    Un Pars que en nada se asemeja, y quenada le debe, por otra parte, a las malrecordadas historias y ancdotas que conservade su padre, quien pas en Montparnassebuena parte de su juventud de pintor sin

  • suerte, desaparecido, y finalmente dado pormuerto en el frente del Ebro, sin haber llegadoa saber de la existencia de esa hija pstumaconcebida en el ltimo permiso. Tampoco suciudad anhelada se corresponde con la de sumadre, ni con la de monsieur Kozirkis, quese hizo cargo de la joven viuda exiliada consus dos nios tras la cada de Catalua, lossac del infierno de Le Boulou4 y lesconsigui alojamiento y ganapanes porintermedio de sus muchos amigos yconocidos. Ni siquiera se ajusta a la de laimagen del da en que pis sus calles porprimera vez al abandonar los andenes de laestacin de Austerlitz hacia su rumorosa luzde lluvia.

    l suea Pars como un infinito lienzo a laintemperie Un lienzo en el que todo esposible. Hasta el futuro.

    Pero yo no lo sueo a l, lo recuerdocomo a alguien que ya empezaba en su fuero

  • interno a ser lo que sera, hasta perdersedentro de la niebla, fuera del cuadro; y me veoobligado a darle de nuevo la razn a la buenade Lola Beltrn, qu habr sido de ella?Federico Fernet habra sido un excelentecopista y nada ms, porque esa habilidadsuya, que durante un tiempo l quiso creertalento, era la propia de los meros imitadores,la de un simple comparsa. Careca del don quemuy pocos afortunados, o en verdaddesesperados, tienen de mirar algo unobjeto, un ser cualquiera y divisar a sutravs la gnesis de un mundo. El talento, pesea lo que cree la mayora de unos expertos queapenas si suelen pasar de peritos mediocres ode aburridos compiladores enciclopdicos dedatos, movimientos y estilos, no es de ningnmodo esquivo. Ni complejo. Pero es tirnico.Nunca regala nada, ni se da por satisfecho. Ya veces, pero slo a veces, le inspira miedo asus elegidos.

  • Las pocas ocasiones en que se me ocurreabrir la caja fuerte de mi dormitorio, ydesenrollar los dos lienzos all guardados deVentura Fernet que encontr, por un azar queno me atrevo a calificar de magntico, en unaabarrotada tienducha prxima al pasaje duCaire, pienso en ese miedo. Me parecedetectarlo fugaz en esos dos cuadros que novern la luz, porque aqu no los colgar jams,y me pregunto entonces si el hombre que lospint decidi alistarse voluntario en el ejrcitode la acosada Repblica espaola para huir delmiedo a su propio talento. Y enseguidadesecho tal idea, acaso porque prefieropensar, y no exclusivamente por celos orencor, que el hoy olvidado artista de laEscuela de Pars, cuya obra ardi casi porcompleto en su estudio pulverizado duranteuno de los bombardeos de Madrid (apenasquedan cuadros suyos en un par de museos,en alguna que otra coleccin privada), no lleg

  • a saber nunca de la verdadera magnitud de sutalento A fin de cuentas, Ventura Fernet fueun hombre que pintaba como viva: sinpretensiones y sin darle mayor importancia alas cosas. Era de talante ms alegre quemodesto. De habrsele ocurrido la tanmentada por los pedantes disyuntiva entre artey vida, habra elegido la segunda sin dudarlo nipor asomo Y sin embargo, qu fuerzaextraordinaria hay en esos dos cuadros, lasurreal acuarela de las nadadoras y el leocubista de la muchacha de las ctaras Qufrenes en el trazo y qu asombroso poderen la pureza de las lneas, en el estallidoradiante del color.

    Me quedo mudo mirndolos mudo yvaco, como despus del sexo apresurado conuna mujer de paso, conocida en un barcostero o en el vestbulo de uno de esoshotelitos bretones a los que suelo escapardurante unos das al principio del invierno.

  • Atenazado por una especie de admirativo yfro odio sin objeto, que no acalla del todo unrescoldo de amor y una profunda tristeza porla infranqueable distancia, la fallidatransmisin.

    Fantaseo, luego de devolverlos a suhermtica oscuridad, con que alguna vez selos enviar annimamente a ellas A suviuda y a su hija, que no guarda del hermanoperdido nada, salvo el plido rostro de un niocon sus mismos genes detenido para siempreen alguna fotografa borrosa. Tal vez AliciaZaldvar, la madre, haya colocado ese retratojunto a aquel otro de grupo, con fecha dejunio de 1922 apuntada en el dorso, en el queel futuro capitn Ventura Fernet re acarcajadas, al lado de Juan Gris, Georgette ylos Delaunay, en la terraza de La Coupole.Aunque tambin es posible que las fotos deFederico no se exhiban a la vista de nadie, esmuy posible que se amontonen apiladas dentro

  • de una caja de latn, entre viejos botones,bobinas de hilo, boletines escolares de notas ylas libretas de dibujo de sus primeros aos. Ungirasol, un manzano cargado de frutosrojiverdes, una casa en la cima de un cerro, unbrujo de sombrero puntiagudo y cayado msalto que l, una locomotora echndole unacarrera a un velero, el recodo arenoso de unro bajo la sombra de tres lamos, una figurade pelo amarillo y vestido azul, y bajo lospalotes de las piernas las grandes maysculastitubeantes, mam. Hay muchos, muchsimosms, coloreados en cuadernos de renglones yen folios sueltos, en sobres usados, en elreverso de facturas y notas de la compra: losveo tan claramente como si los tuvieradelante. Igual que veo al nio que los trazaconcienzudo encima de una alfombra roja delana. Un nio muy pequeo con la boca llenade lpices y un flequillo oscuro, de rodillas enel centro de una sala alumbrada por un

  • penltimo sol de tardeClaro que tambin entra dentro de lo

    probable que Alicia Zaldvar haya tirado esosdibujos. Que prefiera no pensar nunca en elhijo desvanecido, porque muy dentro de salbergue la insoportable certidumbre de que lahistoria de su misteriosa prdida es la de unafelona y una traicin.

    No podra desmentirla, desde luego.Tampoco lo pretendo. No es sta la causa deque me haya lanzado a escribir este entramadoya lejano de enredos, mentiras y codicia. Enrealidad, ni siquiera intuyo qu o cules sonlas razones que me mantienen desveladonoches enteras, clavado a esta butaca frente alescritorio, de espaldas a la cmara donde reinala invicta Venus de labios crueles que no semolest en girarse hacia mi agona, all en elsueo.

    No s por qu escribo todo esto, ni si sehalla en relacin con los dos cuadros del

  • malogrado Ventura Fernet que fueron a parar,quin sabe cmo y desde qu manos y qulugar, a ese minsculo local abarrotado derotos relojes de pndulo, mecedorascarcomidas y canaps segundo imperio con laborra y los muelles al aire, al que entr unatarde del pasado noviembre, porque anperdura en m la fascinacin que KonstantinsKozirkis saba inspirar como nadie en elmundo por esas cuevas de los tesoros a ras decalle.

    La duea, una anciana estrafalaria, tocadacon un bonete azul de astracn que parecaflotar en medio de aquel mar de objetosheterogneos rescatados de los mil y unnaufragios, me calibr sagaz con una nicamirada de travs, y durante unos segundos mesent dbil, expuesto. Era igual que si de unvistazo ella hubiera discernido todas misimposturas, como si me transmitiera undisplicente: S el gnero que hay detrs de la

  • fachada de tu ropa a medida, de tus zapatositalianos, y no me interesa. Pero en realidadno pronunci una sola palabra. Me dioenseguida la espalda, dejndome hurgar a miaire entre el montn de grabados y lminasbotnicas del siglo XIX sin mucho inters quese apilaban sobre el polvo de una otomana.

    Los dos cuadros no estaban all, sinodebajo de un sucio y apolillado traje de novia.Divis la esquina de algo que a todas luces eraun lienzo enrollado medio oculto entre metrosy metros de encaje espumoso, lo as y, antesde que pudiese descubrir a la muchacha de lasctaras y leer esa firma, precisamente sa,cay a mis pies el marco, con el cristal rajado,de una acuarela.

    Una acuarela perteneciente a una serie decinco La serie de las nadadoras, dije en vozalta, muy despacio.

    Y lo dije en espaol.En el espaol que no hablaba desde que

  • enterr dentro de m a Federico Fernet.Me temblaban las manos que trataban de

    juntar los pedazos rotos del cristal, las manosque iban y venan desde las ondulantesnadadoras, trenzadas en su baile subacuticoalrededor de aquella suerte de cpulainvertida, hasta ese otro lienzo que noterminaba de desplegarse

    Y la voz tanto tiempo silenciada en miinterior se alzaba de nuevo, joven y fresca, enrespuesta a la del nio que le rogaba a sumadre cuntame cmo eran las nadadoras.

    Eran maravillosas, Fede, creme que nose han inventado todava palabras capaces dedescribirlas, eran ligeras como algas omolinillos de aire Tu padre an se re alrecordar mi enfado cuando las vendi, un parde ellas al hermano de esa americana gordaamiga de Picasso, a la que l y Juan Grisllamaban entre s doa Gertrudis Nerona,porque tena poses y estampa de emperador

  • romano, y las otras tres al dueo de unvarits de Clichy, y a un japons sordomudoy riqusimo del que se contaba que haba sidoun amigo muy especial de la Mata-Hari. Decaque ya no necesitaba nadadoras, para qu siyo ya estaba sin tapujos a su lado, y que laCosta Azul me iba a sentar muy bien, porquetodo ese invierno estuve muy enferma conpleuresa, ya lo sabes, te lo he contado milveces. Fueron las nadadoras las que pagaronnuestro viaje a Italia y a Grecia, una luna demiel tarda, y es verdad que pasamos tresmeses de locura, viajando sin parar y visitandocentenares de salas de museo y muchas,muchsimas ciudades muy hermosas, pero yonunca me consolar de haberlas perdido.Siempre le digo a pap que debi conservar almenos una para nosotros, pero l se re, y mecontesta que es mejor que las obras de unorueden por el mundo, dando tumbos de hijosprdigos, y es que tu pap es incapaz de

  • quedarse con nada, regalara hasta su sombrasi pudiera. Todo esto fue mucho antes denacer t, antes de que nos volviramos aEspaa porque tu abuela Emilia se estabamuriendo, y a tu padre, que era el nico hijoque le qued vivo despus de que a los otrosdos se los llevara la gripe del 19, ella lo queracon delirio, aunque a m no me pudiese ver nien la pintura de su benjamn. Siempre meacus de mangonearlo, de meterlo en los y deyo qu s qu ms, deca que era unaseoritinga inmoral, una perdida, marquesitadel pan pringado murmuraba por lo bajo alverme, y lo nico que pasaba es que me tenaunos celos de muerte, algunas mujeres seponen as con sus hijos, igual que las leonascon sus cras. Ya, ya vuelvo a las nadadoras,no seas impaciente. Cmo que por qu no lasvuelve a pintar pap? Pues no s, porsupersticioso, que significa tenerle miedo aque algunas de las cosas que haces, o que te

  • hacen, te den mala suerte, o porque piensaque realmente no se puede nunca volver atrs,ni en los cuadros ni en la vida, pero mejor selo preguntas t mismo, no te parece? S, s,las nadadoras Pues vers, estaban comodentro del sueo de un mar al revs, unaespecie de mar volcado, y nadaban formandoun corro Pero no nadaban encima del agua,sino dentro de ella, y parecan fosforecer,haba un brillo en sus cuerpos que Leo, elhermano de doa Gertrudis Nerona, dijo queera el del movimiento de la danza. Ese Leodeca cosas muy hermosas Bailarinascsmicas, las llam l. As dijo que eran,bailarinas del mundo ms que nadadoras,bailarinas que danzaban al son del mundo enel agua de la vida.

    Tantos aos despus, y en medio de aquelmaremgnum, yo miraba esa misma aguaencantada y era como si fluyera dentro de unacorriente olvidada, como si nadara hacia el

  • mundo secreto anterior a mi nacimiento, haciael rotatorio corazn de ese corro demuchachas de una sinuosidad de lumbre delos deseos. Hacia esas muchachas que noparecan muchachas, sino vertiginosasllamaradas ultramarinas

    Y crea sentirlas deslizarse bajo las yemasde mis dedos, ondear por entre los rotosfragmentos de vidrio. No advert que mis ojosestaban mojados hasta que la voz de laanciana a mis espaldas me arrebat alensueo.

    Encontr lo que buscaba?Por un instante, sospech que preguntaba

    si ellas haban encontrado lo que buscaban,y tem que se negase a venderme los cuadrosy haber perdido el juicio. Me volv despacio einquir a mi vez, abrupto:

    De dnde los sac?Al mirarla desde tan cerca, descubr que

    no era exactamente una anciana, pese a la

  • ajada decrepitud del rostro y a su andarencorvado de duende. Tena ojos inmensos deun azul asombroso y un lunar en el pmuloizquierdo.

    A quin se los compr? exig comoun imbcil.

    Pero ella sacudi una mano diminuta,cargada de anillos ennegrecidos y sin valor, yreplic que no lo saba, nunca redactabainventarios, ni peda certificados.

    Las cosas aqu vienen y van, y al revsde lo que sucede con la gente, a nadie sueleimportarle su origen o su paradero repuso.

    Comprendo farfull.Menta, por supuesto. Qu iba a entender,

    excepto el hecho de que dos dcadas atrs yohabra dado media vida por pintar as. Lea lasgrandes letras de esa firma de trazo aniado, ytrataba de adjudicrselas a la imagen imprecisadel hombrn vestido de uniforme que soltaba

  • un morral sobre el enlosetado rojo de unacocina, al grito alegre de soy yo!. Norecordaba la forma exacta de esas manos queasieron pinceles y ms tarde fusiles, yaprendieron quizs a cargar cuerpo a cuerpocon bayoneta antes de cruzar el ro de suolvido, esas manos que en el parque alzabanhasta sus hombros al nio, frente al Palacio deCristal y el pequeo lago de los cisnes. Perono haba olvidado su clida aspereza.

    Ahora, la anciana que no era una anciana,la mujer sin edad, estaba a mi lado, envueltaen aquella especie de caftn de bordadurasdeshilachadas que exhalaba un picante yespeciado olor a polvo, tabaco negro y licoresdulces. Observaba el lienzo y la acuarela,sobre todo la acuarela, con una mueca desorpresa dibujndosele en los labios malpintados. Las palabras salieron de mi boca aborbotones.

    Qu cree que representan? y seal

  • las nadadoras.Tienen que representar algo? Estn

    vivas, eso se ve. Es como como unacelebracin.

    S suspir. Tiene razn, esjustamente eso.

    Entonces se le oscureci la mirada yvolvi a su butaca del fondo, junto a unmesn de autopsias y la desportillada estufarusa de porcelana. Ped precio, y ella solt unamasijo de ovillos sobre una agujereadapalangana de hierro, y pronunci sin mirarmeuna cifra dicha a todas luces al azar. Era unacantidad tan ridculamente baja que ni siquierame molest en disimular mi desconcierto.

    De todos modos, usted las necesita msque yo resopl enigmtica.

    Y se encogi de hombros al rogarle,mientras le alargaba mi tarjeta, que desliz sinuna ojeada dentro de un cuenco, que meavisara en caso de que alguien le llevase ms

  • obras similares.Dudo que eso ocurra, lo que se busca

    slo se encuentra si se deja de buscarlo, y a lopeor entonces ya ni importa, pero si insisteDgame, debe de ser bueno ese artista cuandoha sido capaz de emocionar a alguien comousted, no es cierto?

    Tan bueno como para que no leimportase serlo, pens, y an tard unossegundos en advertir el desprecio inherente asus palabras.

    Slo me fij en el nmero tatuado en suantebrazo cuando me tendi la bolsa deplstico de un Prisunic, con los dos cuadros ensu interior. Y entonces ya no pude devolverlela mirada, aunque s que ella no dej deobservarme mientras cruzaba el dintel de lospasos perdidos, y abandonaba la tierra denadie de ese almacn a que fueron a parar, ensu errar de menesterosos, tantos objetoslanzados a la tormenta del exilio.

  • S que de algn modo continuabavindome cuando sus ojos ya no podanhacerlo, que me contemplaba deambular, ir yvenir de una punta a otra de Pars, subiendo ybajando sin rumbo de estaciones de metrotomadas al azar, con la bolsa de los cuadrosen una mano, y en la cabeza el repiquecantarn de las campanillas de cobre, quesonaron como las ctaras de la pintadamuchacha del lienzo al empujar la puerta deesa tienda, y no de ninguna otra, muchashoras antes. S que saba, ms que adivinaba,mi miedo a volver a casa. A la casa de EtienneMorsay. S que me vio fatigar la noche a lolargo de una caminata agotadora que durhasta que amaneci sobre los puestos de LesHalles, donde llevaba aos sin poner los pies ydevor, escaldndome la lengua y el paladar,una sopa de cebolla con unos tragos decalvados, codo a codo con juerguistas,tenderos, descargadores y madrugadoras putas

  • de Saint-Denis. Alguien como usted, dijoella sin recato, y me la represent pintada porVentura Fernet, mientras mi vecino de barrame volcaba de un codazo sobre la pernera delpantaln los restos pringosos de unamouclade. Alguien como usted, haba dichoella, y tambin usted las necesita ms queyo. Volv a repetirme que alguien como yoslo necesitaba de veras a la Venus de laesfinge... y una cama con urgencia, y me librde los abrazos y las ebrias disculpas del patosocon esmoquin empeado en pagarme la rondadel desagravio. Seguro que Ventura Fernet sela habra aceptado, esa ronda era fcilfigurrselo en medio de esa turbamulta,empapndose feliz de los colores de esebodegn viviente, acaso no supo l siempreapurar la gloria del instante?

    Toqu el lienzo de la chica de las ctaras yel marco, ya sin cristal, de las nadadoras atravs del plstico de la bolsa, y sent miedo y

  • rencor. Un rencor lindante con la envidia, unaenvidia difusa que hasta entonces no supenunca reconocer Tuve miedo al dictado deesa mezquina voz interior que me instaba,venenosa, a deshacerme de esas obrasarrojndolas a cualquier sitio, una alcantarilla,el regazo de una puta o los pies vacilantes deun borracho

    Y fue como si de nuevo sintiera sobre mel duro peso azul de esa mirada que habaconocido el espanto.

    Alguien como usted.Usted las necesita ms que yo.Esos ojos de chamarilera proftica

    hurgaban en mi interior, tasaban y sopesaban,y al final se apartaban con desdn.

    De algn modo que no acierto aexplicarme, esos ojos nunca han dejado deverme; siempre estn ah, en mitad del da ode la noche, rondndome vigilantes a cualquierhora, en cualquier circunstancia. Sospecho

  • desde entonces que nada sucede por azar. Nisiquiera el propio azar.

    Sal del bullicio de Les Halles, par un taxiy, de vuelta a casa, guard las pinturas en lacaja de caudales de mi habitacin. Despusdorm diecisis horas seguidas. Sin pastillas.

    Al da siguiente, march a Madeira, alhotel de otros tiempos, y cuando el dueo, aquien tard en reconocer porque entretanto sehaba quedado calvo y engordado unos veintekilos, me pregunt por Frieda la bellaseora, la llam, obsequioso, me encogde hombros y di a entender que llevaba aossin verla. Me gust hacerlo y el hombre noinsisti.

    Sufr la primera de mis pesadillas la nocheantes de volver a Pars.

    Pero mentira si escribiese aqu, pormucho que toda escritura no deje de ser, aligual que la pintura, otra manera de mentirverdades, que regres transformado, o que

  • Pars se me figur repentinamente diferente.Porque la capital donde Ventura Fernet pintla serie de las nadadoras, y a la que AliciaZaldvar huy, para reunirse definitivamentecon l, abandonando en Finis (fue, supongo,uno de los mayores escndalos de su norteaciudad natal de nombre ominoso y timoratasociedad) al marido notario y al hijo deambos, continuaba seducindome comoningn otro lugar en el mundo. En ciertomodo, tiene razn Frieda cuando asegura,despectiva, que ms que un enamorado dePars, yo soy un enfermo de Pars. Incurable,adems. Una especie de adicto sin remedio,que no soporta pasar ms de dos o tres meseslejos de sus calles, porque lo invade la msferoz de las nostalgias.

    En realidad, Pars es siempre igual a smismo porque cambia por segundos. No hayhbito, moda o aficin que dure demasiado enesta ciudad de los caprichos que encumbra, y

  • precipita enseguida de sus pedestales de ruidoy aire, a barrios enteros, figuras y artistas,restaurantes, galeras y comercios, segn elveleidoso gusto del momento. Por qu ibaentonces a extraarme descubrir unaquincena despus de mi llegada, y tras unaardua lucha interior en la que el miedo fuevencido por algo que no se me ocurriracalificar de curiosidad, encamin al fin mispasos hacia el sombro pasaje que esaalmoneda sin pretensiones ya no exista. Laensea frontal (si aquella tienda de los azarestuvo alguna vez un nombre, un rtulocualquiera, yo no me haba dado cuenta)colgaba desguarnecida y herrumbrosa sobreunas aspas de madera que clausuraban lapuerta y las dos ventanas del almacn. Suaspecto era el de no haber sido utilizado enaos.

    Fue un choque, lo confieso. Adverta porvez primera la desolacin lgubre de las

  • paredes, su revoque agrietado a la luzmatutina, porque en mi anterior visita era caside noche, y el difuso resplandor de las farolascontiguas haba rescatado de las sombrasnicamente los esbozos parciales de unarealidad que ahora se revelaba decrpita. Pordetrs de los listones de las aspas seentrevean los vidrios rotos de una ventana.Me acerqu, pero no llegu a atisbar nada delinterior, aunque por unos segundos de lo quesin duda fue una alucinacin me parecidistinguir, al final de una acre polvareda, undesgarrado velo de novia que flotaba,luminoso, en la oscuridad

    Se interesa por el local?Me volv, sobresaltado. Mi interlocutor era

    un tipo con mandiln azul de charcutera ypipa entre los dientes, que me estudiaba con lacachazuda placidez de un campesino deentreguerras. Vi de reojo un surtido escaparatede viandas al otro lado del pasaje, y adecu

  • una vaga sonrisa.No, en realidad no. Busco a su duea,

    una seora mayor que bueno, no s si muymayor, ms bien de edad indefinible elasunto es que ambos somos ms o menos delmismo ramo improvis penosamente,porque yo, en fin, podra llamrseme unaespecie de anticuario. Le compr un par decosillas el otoo pasado, quedamos en queseguiramos en contacto en caso de en fin,la cuestin es que necesito hablar con ella concierta urgencia.

    El hombre aspir una larga bocanada y memir de hito en hito. Su rostro haba perdidosu anterior expresin de bonhoma y ostentabade repente una inquietante, incrdulaexpresin de enfado.

    Est de broma?Una seora de aspecto muy poco

    convencional, que se dedica a la chamarilerainsist, sintiendo que el estmago me daba

  • un vuelco y que me flaqueaban las piernas,no creo que a nadie pueda pasarledesapercibida, tiene los ojos muy azules, unosojos muy bellos, y un lunar en el pmulo, y ennoviembre yo le compr dos cuadros, aunqueno puede decirse que su tienda estuvieseespecializada en pintura, haba ms bien otrotipo de gnero. Ya sabe, relojes, butacas,aguamaniles, lmparas, hasta un viejo mesnde autopsias haba, lo recuerdoperfectamente pero lo que yo le compr fueun leo y tambin una acuarela. De unpintor espaol apenas conocido que vivi enPars aad, desesperado, porque el hombrede la pipa se giraba de pronto hacia la esquinade enfrente y me daba la espalda,apartndome de su camino con un ademn derabia y desprecio.

    Oiga! Por favor, no se marche!Retrocedi, y al distinguir su rostro blanco

    de furia y el dolor ciego que empozaba sus

  • ojos, tambin yo di un paso atrs, asustado.Respiraba con dificultad, jadeaba como sihubiera venido corriendo, pero sus palabras,que pronunci con voz queda y ronca,sonaron con una claridad alarmante.

    Escuche. No s de dnde sale usted, sidel pasaje du Caire, del nmero 83 de Aboukiro del mismsimo infierno. Ya veo que no leinteresa el local, pero crame que aunque leinteresara, aunque me lo pidiera de rodillas, nosera para usted. Cmo se atreve a mentar aAurlie, basura?

    Esto es un malentendido, por favor, noentiendo de qu

    El nico malentendido es usted! Largode aqu, si no quiere que le parta la cara!

    Se alej a grandes zancadas sulfuradashacia su comercio, pero an lo o gritar, mspara s que para mi intencin, porque ya noestaba mirndome:

    Pregntele a su amigo, al cabrn del

  • tapicero Drummont, qu fue de Aurlie! Ydgale que esa cuenta slo la pagar con sumuerte, y que yo no olvido!

    Me fui de all aturdido, lleno de miedo yde malestar

    Recuerdo que me encerr en casa frente ala Venus y a la esfinge inmutable, y que meemborrach a conciencia durante varios das,de los que emerg enfermo, yo que detesto losexcesos y no puedo sufrir a los alcohlicosdesde que presenciara en Madrid, hace ya msde veinte aos, en el piso que Frieda tenaalquilado en el Paseo del Prado, las srdidasvomitonas de Ganz. Villegas se afanaba,servil, en limpiarlas de inmediato, con el airede eficiencia de un enfermero y la astucia delque reprime tras la mscara de mansedumbreuna feraz naturaleza de inversionista enchantajes.

    Deseaba y no deseaba saber qu subyacadebajo de esa locura, deseaba y no deseaba

  • sacar de su escondite las obras de VenturaFernet, anhelaba un sueo de narcticos, y altiempo me empecinaba en permanecerdespierto, como si aguardase algo

    Como si me esperase a m mismo, peroeso tard an bastante tiempo en descubrirlo,en entenderlo, porque no en vano toda laandadura de mi vida de adulto no haconsistido en otra cosa que en un ejerciciocontinuado de borrar las huellas. La ma esuna trayectoria del despiste. Por eso puedoahora escribir que fui de esos aprendices depintor que no pintan, sino que borran. Lopropio, incluso lo que no lleg a fijarse jamssobre una tela, una cartulina o la imaginacin,y lo ajeno.

    Si haba en Pars una persona que pudiesedarme cuenta de la identidad y del paradero dela mujer cuyos ojos me encuentran ya inclusodentro del secreto refugio de la galeraredonda, la mujer a quien compr por una

  • suma irrisoria los cuadros perdidos del hombreque me engendr, sin saber que al hacerloconceba al enemigo ms insospechado detodos, a esa persona yo la conoca. Porque elcretense de origen Konstantins Kozirkis losaba todo acerca de chamarileros, anticuariosy libreros de lance, no en vano antes de laguerra y de crear su academia de idiomas de lacalle Pyrnnes se haba movido en esemundo de hallazgos, trueques y bsquedas dela brocante como pez en el agua. Habasido una especie de rey de las pulgas,querido por toda la gente de St-Ouen Sucriterio era tambin muy apreciado en losselectos crculos de galeristas de Palais-Royal,a los que sola recurrir tan slo en sus por otraparte nada infrecuentes momentos de penuria,pues le disgustaba sobremanera lo afectado deese ambiente. Autodidacta, pero dotado deuna intuicin infalible a la hora de detectar lobueno y autntico entre la morralla, ex

  • falsificador de iconos, biblifilo de primera,capaz de hablar, leer y escribir a la perfeccinseis idiomas, y de entender y hacerse entenderen otros siete u ocho, Monsieur Constantin,como lo llamaba todo el mundo, haba trabadoantao cierta amistad con Ventura Fernet(creo poder afirmar que tena varios dibujossuyos, y es posible que algn cuadritopequeo que mi memoria no ha retenido), porla poca en que Alicia Zaldvar no asomabaan por las perspectivas del pintor. No fueronntimos, pero s que se caan bien.

    Era, por otra parte, muy difcil que elgriego le resultase indiferente a nadie. Yomismo me he sorprendido en ocasionesechndolo de menos me he preguntado siestar muy viejo, si los achaques yenfermedades lo habrn reducido, a l que eratan andariego y peregrinaba por la ciudad de lamaana a la noche, al limitado horizonte dedos o tres cafs, una biblioteca la Sainte

  • Genevive, seguro, era su favorita y un parde libreras de lance del viejo barrio. Si seacuerda a veces del nio espaol refugiadoque una tarde lo acompa a una ceremoniapascual ortodoxa en Saint-Julien-le-Pauvre,mir maravillado las lmparas de colores y seaferr a su mano en mitad de aquel cntico deuna tristeza arrolladora

    Monsieur Constantin tiene que haberconocido a la chamarilera de mirada sintregua. Ser ella la Aurlie que mencion,incrdulo, aquel tendero lleno de ira? Pero nopuedo ir en su busca y preguntrselo. Hanpasado muchos aos, mi rostro ha cambiadomucho, pero s que l me reconocera deinmediato. Lo imagino ordenndome conserena severidad, luego del enseguidareprimido gesto de sorpresa, vuelve pordnde has venido, Federico, maldito seas. Ono diciendo nada, lo que es peor. Slo depensarlo me estremezco.

  • Pero s, sin embargo, que no debo callartodo esto que escribo para nada, para nadie.No callar es la nica manera de

    La nica, si acaso, de vencer la pesadilla.Vuelvo a mirar la hoja en blanco, con el

    ttulo, ridculo e infantil, pero no se me ocurreningn otro ms grfico, de Historia deFederico Fernet por dos veces subrayado, ys que ya no es hora de postergaciones.Adnde podra huir, si es que anhelaseescapar? Hacia delante otra vez, o haciaatrs?

    Casi nunca son ciertos los principios, porla sencilla razn de que solemoscomponrnoslas para eludir el origen. Por esohe decidido privilegiar, en estas pginas sobreFederico Fernet que le debo al desdichadoVentura Fernet, el origen, en detrimento, si esnecesario, cosa que an no s, del principio.De todos los principios posibles.

    Contar pues su historia, que es la de una

  • traicin que todava perdura, como lo hara unextrao. Alguien ajeno a su derrotero y a susclaves, que se ve obligado a inventar y acolmar vacos, zonas de sombra. Porque saes quiz la nica posibilidad de que su historia,que fue la ma, vuelva al fin a serme propia.

  • SEGUNDA PARTEFederico Fernet

  • Madrid, 28 dediciembre de 1943

    ACABABA de meterse en la boca la ltimacastaa asada del cucurucho que le trajo LolaBeltrn, antes de salir disparada a su cita conel estraperlista que le cambiaba copias devrgenes de Murillo por medicamentos para elmarido consumindose de tisis en el penal deBurgos, cuando son la campanilla de lapuerta. Algn copista venido a cobrar su tarea,supuso, estrujando la estraza an caliente; talvez Jimnez o Cabrera Duhalde, ojal no setratara de ese loco borracho de ArcadioSalesas obsesionado por Zurbarn, siempredispuesto a disculparse a gritos ante cierto tipode clientes por haber defendido el artedegenerado en los veladores de los cafs de

  • anteguerra y en el Crculo de Bellas Artes, dedonde lo haban expulsado, como a tantosotros que an daban gracias en su fuerointerno de que todas sus desgracias selimitasen a dicha depuracin. Por muchoque Lola Beltrn compadeciese al patticoalcohlico en que se haba convertido elantao prometedor artista, el muchacho nosoportaba a Arcadio Salesas. Sus gimoteos yzalameras le inspiraban una infinita aversin.Con un suspiro, arroj el cucurucho a lapapelera, sobre la arrancada hoja delcalendario con un Sagrado Corazn impresoque marcaba la fecha del da anterior, 27 dediciembre de 1943 (a Lola le pareca que eldiario deshojamiento del almanaque regaladopor un cliente acortaba la condena de JosSigenza), y se dispuso a aguantar unaensima, y desalentadora, peticin deaguinaldos.

    Pero la mujer que se apoyaba en el quicio

  • de la puerta, indiferente al fro colndose derondn en la tienda de estufas apagadas, notena ninguna pinta de necesitar aguinaldos.Cubierta con un dorado abrigo de piel en elque brillaban sueltos copos de nieve, tocadacon un breve sombrero a juego, mir a sualrededor con el aplomo de quien se sabe msall de cartillas de racionamiento y del trficodel psimo pan vendido a las puertas de losmetros por mujeres de enaguas oscuras yacampanadas que recitaban, de espaldas a losguardias que simulaban no ver, su montonaletana de barras, barras.

    Aquel ser extraordinario de manosenguantadas que sacaba un cigarrillo de unapitillera ornada con una piedra roja, y se leacercaba en busca de lumbre (l carraspe,nervioso, antes de aclarar que no tena cerillas,no importa, dijo ella, llevndoselo a loslabios pintados sin encenderlo), se le figurms irreal que las mujeres del cine. Ms

  • poderosa, tambin, que aquella deslumbranteReina de las Nieves del cuento de Andersenque su madre sola leerle de nio en eldormitorio de su antiguo piso madrileo enuna especie de abolida eternidad anterior,presinti mientras la escuchaba repetir noimporta en un espaol de ronco acentoextranjero.

    Era la mujer ms bella que FedericoFernet haba visto jams.

    Tan bella, que ni se le pas por las mentepedirle que cerrase la puerta, prendido comoestaba del destello acerado de sus pupilas, delfulgor hmedo de sus labios, de losmovimientos y del perfume de su cuerpo.Haba algo en ella que resultaba a la veztentadoramente fro y clido. Era como sihubiese penetrado en la estancia helada yrevuelta que ola a barnices y a aguarrs lainvitacin a otro mundo.

    El dueo, por favor?

  • Est en se mordi los labios justo atiempo, y aadi precipitado, quiero decir,que don Jos Sigenza no est localizable porahora.

    Comprendo.La extranjera curv los labios en una

    sonrisa y pareci estudiar con mayor atencinal muchacho, que trataba en vano de esconderlos rados puos de la camisa bajo las mangasdel jersey.

    Pareces muy joven para ser elencargado observ con cierta dulzura.Eres de su familia o un dependiente?

    Soy un familiar. Su mujer se ocupa detodo hasta que hasta su vuelta. Yo la ayudoalgunas tardes.

    Cunto tardara Lola en regresar del pisode la calle Velzquez, requisado a sus dueosausentes por ese enriquecido estraperlista hijode un deshollinador que al recibir sus encargosmandaba colgar las copias sin mirarlas

  • siquiera? Segn Lola, no era de los peores.Es un tiburn de muy mal gusto con ciertatendencia al sentimentalismo y muchasganas de hacerse un hueco. Trafica con todotipo de mercancas, no slo conmedicamentos, aunque su fortuna le viene dela penicilina, desde luego. Pero, al menos, mesaca caf autntico, y no me obliga a entrarpor la puerta de servicio, como otros, lehaba contado

    De pronto, tuvo muchas ganas de queLola se retrasara. Quera estar el mximotiempo posible a solas con aquella extranjera,algo ms alta que l, que se quitaba losguantes, entornaba la mirada y pasabaacariciadoramente el ndice derecho sobre elsoporte de un caballete, a pocos centmetrosde su rostro demudado. Estaba tan cerca quedurante un segundo lo mare la intensidadespeciada de su fragancia, y tuvo queapoyarse en la estufa helada.

  • Desea algo en especial, seora?Agit el pitillo an sin encender y la

    boquilla dorada le roz el mentn.Oh, hace tiempo escuch a un conocido

    en una reunin alabar el trabajo del seorSigenza. Lo record de repente el otro da.Tengo un par de tablas que me gustaralimpiar y restaurar nada muy importante niurgente.

    Quiz la seora de Sigenza podrabuscarle a alguien adecuado

    S, podra ser ya ver. De todosmodos, tambin quiero enmarcar alguna queotra pintura, ya sabe, caprichos de aficionada.

    Por algn extrao motivo, le cruz por lamente la sospecha de que aquella fascinadoraaparicin no saba nada de pintura. Lo deaficionada pareca cuadrarle muy pocoFue una intuicin fugaz y como tal la desech,porque prefera imaginar la calidez de susbrazos, la suavidad de su cintura bajo el

  • resplandor de aquel abrigo rubio y soberbioque velaba unas piernas que supusointerminables.

    Ella aada algo sobre unos posiblesencargos, palabras que no captaba del todoporque acababa de fijarse, y los observabacon curiosidad de dibujante que descubre enuna tela ajena un detalle mal resuelto o unmotivo inacabado, en sus dientes. Erandiminutos y puntiagudos y casaban mal con lacarnosa boca. Un colmillo estaba manchadode carmn, y al verlo pens en una gota desangre del tamao de una cabeza de alfiler.Apart la mirada, asaltado por un sbitosentimiento de malestar.

    El da 3, en esta direccin. Ah y felizAo Nuevo.

    Tom la tarjeta que le tenda, una cremosacartulina que rezaba en letras germnicasFrieda-Marie Mller, un nmero de telfono ylas seas de un piso en el Paseo del Prado, y

  • slo cay en la cuenta de que haba acatado,dcil y mudo y sin consultar con Lola Beltrn,una orden, cuando la extranjera ya se habadespedido con un rgido reclinar de cabezaque tena algo de saludo castrense.

    Se haba marchado sin molestarse encerrar la puerta, abierta de par en par almordiente fro de diciembre, dejando tras des la estela de aquel perfume caro y tentador

    Y por un momento Federico Fernet sepregunt desconcertado, mientras sopesabaaquella tarjeta de visita impresa en un lujosopapel de grueso gramaje, por qu alguiencomo ella, una extranjera rica que viva en elbarrio del museo, lleno de almonedas y detalleres afamados de restauracin, se tomabala molestia de acercarse hasta un modestolocal del bulevar de Francisco Silvela. JosSigenza era uno de los mejores restauradoresde Madrid, pero en el ramo todo el mundosaba que estaba en la crcel desde 1941,

  • condenado a doce aos y un da por auxilio ala rebelin, y a otros seis ms por fundadassospechas sobre su pertenencia a una logiamasnica. En qu clase de reunin habraescuchado ella su nombre?

    Fuera, la nieve arreciaba y la oscuridad eratotal. Y durante mucho rato sigui percibiendodentro de s el repiqueteo de unos tacones quevolaban sobre el hielo como el trineo de laReina de las Nieves llevndose consigo haciasus dominios al pequeo Kay, el de la astillade espejo malvolo clavada en el corazn, enaquel cuento cuya lectura lo suma de nio enuna placentera mezcla de anhelo y pavor.

    Pero Fede, hijo, qu haces aqu aoscuras? Menos mal que ya hay para carbn;si vieses cmo tena de abultada la carteraMartnez Hijuelos, casi reventaba de billetes,yo no daba crdito a mis ojos. Hay quereconocer que paga bien y sin regateos, pococontento que se va a poner el pobre Cabrera!

  • Y le ha mandado a su muchacha que meenvolviese unas pastas para casa. Pastas! Sise me haba olvidado hasta que existan concereza confitada y almendras, figrate, lomenos me ha puesto una docena! Maanamismo liquidamos el fiado del ultramarinos.Hale, vmonos a casa, que ya no hacemosnada aqu. Aydame a echar el cierre.

    Haba encendido la lmpara de la entrada,y pese a su animacin, Federico advirti lasmacilentas lneas de cansancio de su rostro, eldescuido de su pelo apelmazado y sin vidabajo la capucha de la gabardina. Durante unossegundos la mir de hito en hito, recordandoque su madre le haba descrito en Pars a LolaBeltrn como una chica muy bonita Unachica preciosa, encantadora, dijo sobre laprima poltica de su padre. Estars bien conella y con Jos, son muy buena gente losdos, acall ella sus protestas cuando trat deconvencerla para que no lo mandase de vuelta

  • a EspaaClaro que entonces Alicia Zaldvar no

    imaginaba que a Jos Sigenza iba adenunciarlo meses despus por rojo y pormasn un antiguo compaero suyo de laEscuela de Artes y Oficios cuyo nombre, queel preso escuch sin reconocerlo en el visto yno visto de su juicio sumarsimo en lasSalesas, se le haba borrado durante ms deuna dcada de la memoria.

    Una chica muy bonita.All de pie, con su menuda figura

    revoloteando inquieta y conminatoria (qumiras como un pasmarote?, vmonos, queestoy deseando ver la cara que pone Carmelacuando os saque de postre las pastas, voy areservarle algunas al pobre Jos para miprxima visita), Lola Beltrn parecaindefectiblemente lo que era. Una mujerojerosa y mal vestida, agobiada por la condenadel marido y la crianza de la hija, por las

  • luchas y sinsabores diarios al frente de aquelmodesto negocio de supervivencia, montado ala apresurada en el antiguo taller de Jos. Si enotros tiempos fue lo que los madrileos llamanuna chica mona, no quedaba en ella nirastro de aquella frescura garbosa, pensFederico, observndola como si la viera porprimera vez, sin saber que la contemplaba altrasluz de otra mirada, an prendida delrecuerdo de la dorada extranjera que irrumpien la tienda como un portento.

    Vamos, resolvi incmodo al sentirsobre el suyo el brazo de Lola. El chirrido dela reja mal engrasada lo hizo estremecer, peroella no pareci advertir su inquietud. Tampocose fij en que durante el breve trayecto hastael piso esquinado de Ayala respondi conmonoslabos a sus preguntas de costumbresobre la academia. Estaba contenta de habercobrado antes de Nochevieja, dijo mientrasabra el portal, y adems quin saba lo que

  • iba a depararles el futuro? Tal vez 1944 no sepresentase tan mal quiz se terminase laguerra en Europa, el asunto pintaba mal en eleste para los alemanes, eso hasta un ciegopodra verlo, por mucho que la radio y losperidicos ensalzasen a todas horas la altamoral de las tropas alemanas, le susurr alodo. Estaban ya dentro del edificio, junto alas escaleras, y apret, cariosa, su mano:quiz pronto tuviese noticias de su madre, talvez pudieran reunirse mucho antes de loesperado

    El tres de enero, record Federico, yentreabri los labios para hablarle de Frieda-Marie Mller (cun agradable le result recitarpara s, paladendolo, ese nombre) y de suvisita de la tarde, pero entonces Lola, queenfilaba ya los peldaos, se gir y dijo,sonriente, que esa noche pensaba frerbuuelos de bacalao. Mejor que os comislas pastas de postre, ahora que estn recientes,

  • que no en Nochevieja. Y l ya no comentnada. Le dola la cabeza y de repente loasqueaba, como si lo respirara por vezprimera, el hedor a coles y a leja de laescalera, cuyos escalones deslustrados crujanbajo sus pasos.

    Tampoco cont nada despus de la cena.Esa noche tard mucho en dormir. Casi tantocomo Lola, a quien oy de madrugadaabandonar de puntillas su dormitorio parasintonizar muy bajito, como todos los martes,la emisin espaola de Radio Londres en elaparato del comedor.

    Tumbado en la cama, con los ojos muyabiertos, recreaba una y otra vez, como si lasdibujase a plumilla, las facciones de la ricaextranjera, cuyo abrigo deba de costar unafortuna. Se preguntaba si su madre habratenido una ropa semejante en la poca en queestaba casada con aquel rico notario del norteal que abandon por Ventura Fernet, el pintor

  • sin una perra conocido en una exposicin delCrculo Artstico de Finis, su ciudad natal, a laque sola referirse, las escasas ocasiones enque mencionaba su nombre, con una mezclade rencor y de nostalgia. Seguro que s,decidi; el vestidor de su casa, en esa ciudaddonde l nunca puso el pie, estara a rebosarde joyas, pieles y sedas, esas joyas, pieles ysedas que ella desde como slo podradesdearlas quien las tuvo desde la infancia.Sospechaba que no se trataba tan slo de supasin por el hombre que aos despus serasu padre, que en su contundente,estrafalaria, decisin tambin debieron deinfluir esas utopas humanistas y socializantesque la sedujeron en silencio desde muchoantes de enamorarse del pintor que viva enPars. De muy jovencita, un reputado mdicode balneario atribuy sus frecuentes neuralgiasy sus insomnios a desrdenes nerviosos y auna excesiva fragilidad emocional, y ella tard

  • ms de una dcada en comprender lo que muyal fondo de s intuy siempre: que susdesazones no eran sino el producto de aos deaburrimiento acumulado en salones de t,bailes benficos, misas mayores y temporadasd e derbis. Federico saba, porque se locontaron Lola y Jos Sigenza, conadmiracin no encubierta por la generosidady el desinters de Alicia, que por amor y susideales renunci a una existencia regalada y atoda su familia (admiracin que l nocomparta en absoluto, si bien slo ahoracobraba conciencia de ello), que su madre fuerica desde la cuna. Los Zaldvar eran unafamilia muy poderosa de la costa atlntica,propietarios del banco del mismo nombre, ycontaban entre sus miembros a oficiales de laMarina, cardenales y diplomticos. Elhermano pequeo de su madre era el nuevoembajador de Franco en un paslatinoamericano, ley su nombramiento en un

  • diario, y se lo coment, con un deje depresuncin que ella no advirti, a LolaBeltrn, pero sta se encogi de hombros ymurmur: Alicia muri para ellos desde queabandon a su primer marido para irse con tupadre, no gastes tiempo ni saliva pensando engentes de ese porte, Fede, hazte cuenta de queno existen para vosotros. Y ms vale as,porque slo os traeran problemas.

    Ni Jos ni Lola le hablaron nunca delhermanastro desconocido, el nio que sumadre se vio obligada a dejar en Finis, alcargo y la sola tutela de su marido, quienexigi por escrito la promesa de que jamstratara de verlo antes de que cumpliese sumayora de edad. Tampoco ella se lomencion, pero l saba de su existencia;algunas noches la haba sentido llorar por elhijo perdido y conservaba el vago recuerdo dehaber odo a su padre consolndola. En variasocasiones se haba deslizado furtivo a su

  • dormitorio para hurgar los cajones de lacmoda, desde la vez en que descubri, porazar y bajo una pila de pauelos, el ovalretrato enmarcado de un beb rubio. Ytambin el guardapelo de plata con un bucledentro, que ella se colg bajo la blusa, en elumbral de la pensin barcelonesa dondellevaban ya muchos meses malviviendo, lamaana que partieron al exilio en un autocarabarrotado de los preparados a toda prisa parala evacuacin por la UGT. Haba fardos ymaletas a sus pies, y su madre tendi unmomento a la pequea Blanca a la duea de lapensin, doa Merc, para abrocharse elcierre de ese guardapelo.

    Ahora eres el hombre de la casa,Federico, cuida de mam y de tu hermanita,murmur con cerrado acento balear aquellamujer de rudas facciones y timidez deadolescente que meca llorosa a la nia, deespaldas al desfile de los vehculos y carros

  • del xodo por la Diagonal atascada. El aire olaal humo de papeles de los miles dedocumentos quemados a toda prisa y por elcielo encapotado de febrero volaban nubes decenizas. Su madre no iba de luto, pensentonces mordindose iracundo los labios,mientras la vea tantear el broche con dedostemblorosos. Pero en realidad no loreconcoma la falta de luto, sino los celos.Unos celos brutales. Suelta a su hija paracolgarse al cuello el pelo del "otro" y a m nime mira, como si yo fuese un simple mozomaletero, se dijo en un arranque de odio.Falsa, que eres una falsa, la increpmentalmente, y enseguida lo asust laviolencia de sus sentimientos. Ests listo,hijo?, ahora la sonrisa se la diriga a l, unasonrisa que contrastaba con el viaje queestaban a punto de emprender, entre otrosmiles de desdichados que inundaban lascarreteras bombardeadas, hacia la frontera.

  • Sonre como si se preparara para ir a unafiesta, se soliviant. Y en un segundorecord que doa Merc sola comentar, en elacostumbrado y maldito tono de admiracinque adoptaban propios y extraos parareferirse a su madre, que su encanto nopareca de este mundo.

    Oy toser a Carmela Sigenza, su primalejana, en el dormitorio del fondo del pasillo, yse revolvi incmodo entre las sbanasheladas. Su cuarto de Ayala, orientado alnorte, era fresco en verano, pero glido eninvierno. No s de qu mundo sers, mam,pero s s que lo que elegiste no nos ha tradoms que desgracias, pens. Durante aos lohaban torturado los celos hacia esehermanastro desconocido, lo angustiaba elmiedo de verse abandonado a su vez, de quesu madre se arrepintiese de aquel precariovivir a salto de mata, decidiese dejarlos yregresar a Finis a suplicarle perdn y acogida

  • al ex marido notario de quien l lo desconocatodo, incluso su nombre y apellido. Habafantaseado hasta la saciedad con aquel ser desu misma sangre al que tema como a unignoto enemigo. Soara con buscar a sumadre al cumplir la mayora de edad legal?Seguramente ni siquiera sabra que estaba enFrancia, en paradero desconocido aunque loms probable es que no pensase nunca en ella,el padre habra quitado de su vista todos losretratos de la esposa infiel, de la madredesnaturalizada Deba de haberloeducado para el olvido, supuso. Niato demierda, susurr. A diferencia de MartnezHijuelos, que no tena lo que los ricos de todala vida llamaban clase (aunque s elsuficiente dinero como para que semejantematiz se le diera un ardite), el primer hijo desu madre haba crecido en la opulencia.

    De pronto comprendi, en el silencionocturno del cuarto que Lola y Jos

  • dispusieron para l (meses antes de que se lollevaran preso, Jos coloc baldas para suslibros y materiales de dibujo y le regal uncaballete que situ bajo la ventana), que esehermanastro misterioso, a quien por muchoque lo intentara no lograba adjudicar un rostrode adulto que sustituyera a la rubicundaredondez infantil del retrato oval, ya no leinspiraba amargos celos. Ahora, simplementelo envidiaba. Mejor dicho, se corrigi,envidiaba su situacin. Con gusto cambiarasu sino y hasta su buena mano para eldibujo por el de ese otro que poda pagarsecualquier capricho, encargar ropa y zapatos amedida, tomar lecciones de los bailes de moday convidar a mujeres como Frieda-MarieMller a ccteles en salones de hoteleslujosos.

    Frieda-Marie Mller, susurr, con la bocaaplastada sobre la almohada y maldita sea,tena una ereccin.

  • Ella haba comentado al socaire que erauna aficionada, una especie decoleccionista Y bien, l era pobre comorata, pero al revs que ese remoto hijo de sumadre, de seguro que un idiota consumado, ssaba de pintura. Y era la pintura la que habaconducido a esa mujer increble a la modestatienda del bulevar de Francisco Silvela.

    La pintura.Escuch en el corredor los pasos

    presurosos de Lola Beltrn, que regresaba aldormitorio donde velaba a solas el nerviosismoy el desconsuelo de sus noches sin Jos, astena despus, al levantarse por las maanas,esos profundos cercos de ojeras. La emisinen espaol de la BBC se habra terminadohaca por lo menos media hora, qu diablospintaba ella merodeando por toda la casa?

    Esper hasta sentir que se cerraba lapuerta de su dormitorio, y luego volvi amurmurarle a la tibieza de la almohada un

  • nombre de mujer y una fecha. Tres deenero, tres de enero, repiti varias veces,como si canturreara.

    Sonriente, desliz la mano bajo el pantalndel pijama que perteneci al vecino fusilado yempez a acariciarse morosamente.

  • Madrid, 3 de enero de1944

    EL conoca esa cancin que escuch yadesde el portal, cuando un portero deuniforme entorchado y escudo falangista lomir, severo, de arriba abajo al verloencaminarse hacia el ascensor de vidriosemplomados y banqueta roja bajo el espejo.Era Lili Marlene, y el disco crepitaba con unson de lluvia, quienquiera que estuviera frentea ese gramfono no daba tiempo a que lameloda terminase, levantaba la aguja conprecipitacin de manaco, y la spera, guturalvoz femenina reiniciaba al instante suinsinuante despedida vor der Kaserne.

    Por la puerta de servicio, muchacho,adnde te crees que vas?

  • El portero tena frenillo y una cicatriz deexcombatiente, o conseguida en algunaalgarada callejera, en mitad de la cara anchade boxeador. En un segundo, record a sumadre en la estacin de Burdeos; amenazabaframente con quejarse a su inmediatosuperior, en el cuidado francs de quien hacrecido entre benvolas mademoiselles, a unataquillera que acababa de farfullar a su pasosale racaille espagnole5. El hombre se habadeshecho en excusas, casi se haba cuadrado,lvido, tras su ventanilla sucia. Perdneme,cmo he podido no darme cuenta de que esusted una dama, es culpa de la poca, claro,Francia ya no es Francia, est invadida porAlicia Zaldvar no le dio tiempo a terminar,meti la mano por el hueco de la garita y logolpe de travs con el guante mojado delluvia. Despus, ya en el tren, sonri divertidaa su hijo y le urgi a no dejarse nunca rebajarpor nadie. Por nadie, me oyes, Federico

  • querido, por nadie. As se trate de unaduanero o de un prncipe.

    No tengo nada que creer, porque voy acasa de la seora Frieda-Marie Mller, que meaguarda, y no precisamente por la puerta delos repartidores y las criadas.

    Era alto, y la chaqueta de gamuza que lavecina viuda de Jacinto Orozco consinti endejarle a regaadientes, tras muchos ruegos ymentiras dichas a media voz acerca de unaprimera cita con una inexistente compaera deacademia, no le sentaba demasiado mal.Ocultaba los puos rados de la camisa,adems.

    El portero lo mir con fijeza y finalmentedio un paso atrs, aunque no se molest enabrirle las puertas del ascensor. Era slo unpiso, pero le gust contemplarse durante esossegundos en la luna del espejo, que lomostraba distinto y ms gallardo. Brillaba ensus ojos una oscuridad nueva, tan reluciente

  • como la gomina que domaba sus cabellos,cuyo frasco hurt esa misma maana en ladroguera de Hermosilla donde Lola comprabaal fiado.

    Sali al rellano (all Lili Marlene sonabatan fuerte que se pregunt si el arrastrar deconsonantes de Suzy Solidor acallara elrepique del timbre), observ la puerta de roblepintado de blanco y desech de su mente laexpresin triste de su primita Carmela cuandolo vio salir del piso, con cortes de navajabarbera en la barbilla. Esta tarde no vas a latienda, le haba dicho ella con los ojos bajos,y no era una pregunta. Y l escrut entoncesel rostro afilado, los rizos oscuros sobre lafrente, vio las gruesas medias de lana cadassobre los zapatos rozados y se sinti ganadopor una extraa emocin. No seas flojo, serecrimin, molesto, pero sonri conciliador ala nia plida y escurridiza a quien sospechabaenamorada de l, del modo violento y

  • veleidoso en que se enamoran los nios. Deuna caracola gigante, una mueca detirabuzones polvorientos y hendido mentn deloza, un ropero donde avivar a oscuras lossueos, una difusa silueta que espa las nochesen una azotea o un chico que recin haempezado a afeitarse y silba a las maanasdesenfadadas melodas. Eres muy bonita,habra querido decirle, pero no lo hizo. Ytampoco saba si eso era cierto, aunquecuando creciese Slo es una nia, pensentonces, con algo de pena al recordar lo pocoque haba querido a la hermana pequeadejada en Pars.

    No, no voy a la tienda. Voy a otro sitio.Tengo entre manos un asunto de trabajo quepuede resultar bueno, interesante. Demomento prefiero no dar detalles, al fin y alcabo quiz todo se quede en nada.

    Se march con una vaga impresin demalestar.

  • Y ahora miraba esa puerta blanca, y justocuando se dispona a pulsar el timbre con unadorno navideo de murdago colgadoencima, sta se abri de golpe. Un hombrediminuto, de orejas puntiagudas y cmicobigote, lo observaba, muy ebrio, de puntillassobre unos teatrales zapatos de charol rojoque contrastaban con la levita de hombrerassucias. Varios palmos por encima de sucabeza asomaba el rostro fatigado de unadomstica de uniforme y cofia de encajes.Dijo una frase, que Federico no entendiporque la amortigu la cancin. La criada seesforzaba en vano por apartar del umbral alextrao hombrecillo, que no deba de medirmucho ms del metro cincuenta, pero ste laech a un lado, palpndole de paso sinceremonias un pecho. Apestaba a aguardientey le temblaban los finos dedos manicurados,pero sus ojillos pardos eran astutos y locaptaban todo como un radar. Un radar, eso

  • es, este tipo tiene pinta de murcilago, pensFederico. Y lo sobresalt la imprevista voz debartono que tronaba:

    Quiten ese disco de una puta vez,imbciles!

    Hablaba espaol con fuerte acento alemny un lejano deje latinoamericano, reconociFederico. Cmo un hombre tan pequeopoda tener ese vozarrn?

    All dentro lo obedecieron, porque derepente slo llegaba del fondo del pasillo unsilencio salpicado de risas breves. Vamos,Ganz!, chill una aguda voz femenina. Y lorepiti varias veces, como si salmodiara:Ganz, Ganz, Ganz. Alguien la silenci conuna palmada o un bofetn.

    Mujeres buf el hombrecillo,clavndole una dura y extraamente sobriamirada al muchacho, que enrojeci como untramposo pillado en falta.

    Unos vienen y otros se van aadi,

  • o se iban, porque acepto con gran honorintroducir a tan joven amigo que supongoha sido convenientemente invitado a estaafable reunin. Por quin?

    Sonrea con malicia y curiosidad, pero ensus ojos, advirti Federico, que le tendi latarjeta de Frieda-Marie Mller en silencio,relumbraba un fulgor de amenaza. SeorGanse, trat de intervenir, infructuosa, lacriada. Sin volverse, le tir del delantal hastacasi rasgarlo, orden lrgate y luego dijouna palabra extranjera que al amedrentadomuchacho le son similar a Hurra. Ahoralea la tarjeta y murmuraba en su idioma parasu coleto Ya no pareca enfadado, nisiquiera borracho. Alzaba los brazos enademn de saludo.

    La hora de los jvenes, supongo, miquerido

    Federico Fernet, para servirle articulpenosamente, y casi enseguida le pareci

  • divisar la mirada acusadora de su madre, laoy amonestarlo con toda nitidez dentro de sucabeza. Para servir a quin, Fede, a unenano pattico que sin duda es un naziredomado? Te has vuelto loco o imbcil,hijo mo?Adelante, joven Apolo ms queDionisio adelante.

    Lo preceda rindose por el amplsimocorredor que iluminaban lmparas de araa.Haba puertas cerradas a uno y otro lado,todas ellas lacadas de blanco, y al findesembocaron en un inmenso saln, conterraza de piedra tendida sobre el paseo yencendida chimenea de mrmoles junto a laque se alzaba un abeto imponente, decoradocon bolas rojas y negras y guirnaldasplateadas. Pese al fro, la ventana corredera dela terraza estaba entornada, pero l no se diocuenta, como apenas si se fij en la docena depersonas repartidas entre los sofs de pielblanca y las butacas doradas, porque slo

  • tena ojos para la figura acodada en la repisade la chimenea con una copa en la mano,Frieda-Marie Mller vestida de blanco y oro,con la espalda desnuda y los brazos al aire.

    Parece que decidiste darle a nuestravelada un aire de juvenza invitando a estejoven que comparte patronmico contigo,meine liebe ri el murcilago saltarn.

    La alfombra blanca bajo sus pies era tanespesa que crey avanzar sobre un lecho deheno. Pero de pronto se detuvo en seco.Frieda-Marie Mller lo estaba mirando,primero con asombro y despus con unaespecie de ira que reprimi enseguida con unfruncimiento de labios.

    Oh, ahora te recuerdo. Pero pens quevendras por la maana.

    Titube, intimidado por las inquisitivasmiradas de los presentes.

    Pero es que por las maanas estudioHe venido en cuanto he podido, esta tarde ni

  • siquiera pas por la tienda.La tienda? un hombre de uniforme

    de la Marina se rea a sus espaldas, con ganas.El estmago le dio un vuelco. Pero antes

    de que pudiese escabullirse, murmurando unarpida despedida, un ya volver en otraocasin, la anfitriona sonri, lleg a su lado yle coloc una mano en el hombro. El vestidoescotado y espejeante cruji a su paso y ensus muecas tintinearon pesados brazaletes deoro blanco. La Reina de las Nieves record, sofocado, si tuviera que ilustrar esahistoria, la dibujara a ella a las riendas deltrineo.

    Vamos, no te preocupes, sta es unavelada informal entre amigos. Toma una copade champaa. Comisario Villegas, por favor,sera tan amable de servirnos a m y a estejoven aprendiz de restaurador un poco deMumm?

    Sus deseos son rdenes para m, bella

  • walkiria contest, levantndose presuroso,un hombre atildado de blanco corbatn delazo.

    Aqu tienes, muchacho As querestaurador, eh? Y dime, cmo te llamas yqu restauras a tu edad?

    Antes de que pudiera deshacer elmalentendido, el murcilago saltarn seadelant y afirm rindose, con voz gangosa:

    El joven Apolo se llama don FedericoFernet. Federico, como nuestro granNietzsche, y Fernet como Fernet-Branca.

    Muy bueno, Ganz el comisarioestiraba sus finos labios de lagarto en lo quepoda remotamente pasar por una sonrisa.Pero se llamar algo ms, no? Nosotros, losespaoles, tenemos dos apellidos, como biensabe. Somos una raza que da muchaimportancia a la madre. Una raza muycatlica, amigo mo.

  • Ganz adecu un visaje que mut su rostroen fotograma publicitario de una pelcula demonstruos.

    No se preocupe, Villegas, pese a minatural descreimiento no pienso discutirles, nia usted ni a sus camaradas, sus devocionesmaterno-marianas. Segundo apellido, porfavor, joven?

    Zaldvar susurr Federico. Mellamo Federico Fernet Zaldvar.

    El oficial de Marina que se haba redo consu mencin de la tienda lo observaba ahoracon una punta de curiosidad.

    Zaldvar como los Zaldvar de Finis,que son ntimos amigos mos y de mi esposa.Buen nombre llevas, chico.

    Yo soy de Madrid se sonrojFederico, espantado por una casualidad que sele antoj fatdica.

    Villegas lanz una risita.

  • Est bien que lo digas porque aqu miadmirado amigo, el comandante de navoMximo Ferrer, que es de Finis, pretende queen Madrid tenemos de casi todo menosmadrileos. Es decir, gatos como yo. Ttambin eres gato o ratn?

    Dejen en paz al muchacho, gandules.Frieda-Marie acerc los labios a su pelo.No les hagas caso, estn de broma.Desde tan cerca, su perfume lo mareaba

    mucho ms que la espumosa bebida de lacopa que el delgado comisario le habacolocado entre los dedos

    Habas probado ya el champaa?Tal vez fuese mejor no revelar all su

    breve estancia en Pars. Mene la cabeza, y lamujer sonri.

    La primera vez es distinta a todas.Y la mirada se le oscureci. Tena las

    pupilas muy dilatadas, observ con cierta

  • aprensin, los puntiagudos dientes brillaban, yostentaba un gesto ido, como de mdium apunto de entrar en trance Sinti en la bocaun repentino sabor a bilis.

    Seora Mller carraspe, creo queser mejor que me marche y regrese otro da.

    La expresin del rostro se suaviz, denuevo le pareca el ser ms hermoso delmundo, una forastera lujosamente vestida queadoptaba un aire afable y fraternal.

    Oh, qu tontera. Ya que has venidohasta mi casa, disfruta un poco de tu tardelibre. Ven, tomemos otra copa.

    Lo arrastraba hacia la terraza, insensible alfro, y l olvidaba su anterior sensacin denusea, aquel instintivo y fugacsimo arrebatode pnico, tiritaba y miraba los carmbanos dehielo que pendan de las pilastras de labalaustrada, la gran cubitera de plata en unrincn, los maceteros de bronce en los que nohaba nada plantado sobre la tierra helada.

  • Acaso esa mujer era inmune a la temperaturabajo cero, al viento cortante que a l le hacacastaetear los dientes y a ella apenas si ladespeinaba?

    Seora Mller, yo no soy aprendiz derestaurador, es un malentendido, yo slodije

    Llmame Frieda lo interru