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1 Coordinador: Lic. José David Campos Ventura Tomado de : ALBERTO VICENTE FERNÁNDEZ: EL ARTE DE LA PERSUASIÓN ORAL Teoría y Práctica de la Comunicación por la palabraParte Primera NOCIONES FUNDAMENTALES Capitulo Primero DE LA ORATORIA 1. DIFERENCIA ENTRE ELOCUENCIA ORAL Y ORATORIA Elocuencia oral y oratoria procuran mover la voluntad de los oyentes según el designio de quien habla; procuran persuadirlos por la palabra oral; pero hay diferencia entre ellas. Elocuencia oral La Elocuencia Oral es un regalo de la naturaleza, una facultad de decir que viene del corazón, cualquier persona conmovida persuade, si bien no tiene imperio sobre el demonio interior de la elocuencia. Oratoria Por la oratoria la persona logra recursos persuasivos, habla bien cuando quiere, cuando la ocasión o el asunto lo demanden, y su elocuencia sabe ser oportuna porque sin oportunidad no sirve para nada. 2. RETÓRICA Y ORATORIA Hoy distinguimos retórica de oratoria. Retórica La primera es aplicable a todos los géneros literarios, porque una obra bien compuesta re- quiere una idea, reunión de material, distribución, adorno, bella expresión de las ideas merced a la selección y colocación de los vocablos. Oratoria Cuando e] discurso ha de hablarse, siendo indispensable la voz, los gestos y ademanes, el discurso incumbe al arte oratoria, que además de las partes de la retórica: invención, disposición y elocución, incluye la acción. 3. COMO SURGE LA ORATORIA La oratoria se ha formado por la observación y sistematización de experiencias verbales para el discurso persuasivo. Antiguamente hubo discursos sin oratoria de los cuales los primeros retóricos sacaron SEXTO CONCURSO ÍNTER UNIVERSITARIO SOBRE COMPETENCIAS PARA LOS JUICIOS ORALES

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Coordinador: Lic. José David Campos Ventura

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Elocuencia oral y oratoria procuran mover la voluntad de los oyentes según el designio de

quien habla; procuran persuadirlos por la palabra oral; pero hay diferencia entre ellas. EEllooccuueenncciiaa oorraall La Elocuencia Oral es un regalo de la naturaleza, una facultad de decir que viene del corazón, cualquier persona conmovida persuade, si bien no tiene imperio sobre el demonio interior de la elocuencia.

OOrraattoorriiaa Por la oratoria la persona logra recursos persuasivos, habla bien cuando quiere, cuando la ocasión o el asunto lo demanden, y su elocuencia sabe ser oportuna porque sin oportunidad no sirve para nada. 22.. RREETTÓÓRRIICCAA YY OORRAATTOORRIIAA Hoy distinguimos retórica de oratoria. RReettóórriiccaa La primera es aplicable a todos los géneros literarios, porque una obra bien compuesta re-quiere una idea, reunión de material, distribución, adorno, bella expresión de las ideas merced a la selección y colocación de los vocablos. OOrraattoorriiaa Cuando e] discurso ha de hablarse, siendo indispensable la voz, los gestos y ademanes, el discurso incumbe al arte oratoria, que además de las partes de la retórica: invención, disposición y elocución, incluye la acción. 33.. CCOOMMOO SSUURRGGEE LLAA OORRAATTOORRIIAA La oratoria se ha formado por la observación y sistematización de experiencias verbales para el discurso persuasivo. Antiguamente hubo discursos sin oratoria de los cuales los primeros retóricos sacaron

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algunos principios; luego el ordenamiento , los maestros establecieron reglas consideradas universalmente válidas por la oratoria moderna. En fin, formaron la oratoria como una ciencia de observación y un arte. Este procedimiento regulador de la emoción, el razonamiento y los medios psicológicos en función de la palabra persuasiva lo resume Platón cuando dice que el discurso oratorio es un argumento caluroso. No viniendo sólo del corazón exige cultura, experiencia, disciplina.

Como ciencia, la oratoria tiene un objeto: la búsqueda de medios, en cada caso, para persuadir por la palabra oral, sistematizando los principios que rigen el suceso oratorio; como arte realiza esos principios. Debido a ella la historia recuerda muchos discursos, y los más célebres son una perenne enseñanza. Dos ejemplos dan la diferencia entre el mero lenguaje de las pasiones y el lenguaje oratorio. Un caudillo de salvajes responde así a un gobernador europeo que pretende la emigración de su tribu: "Nosotros hemos nacido en esta tierra, y en ella se hallan enterrados los huesos de nuestros padres. ¿Diremos a los huesos de nuestros padres: Levantaos y venid con nosotros a una tierra extranjera?" .

Al inaugurar el ferrocarril de Tucumán Nicolás Avellaneda comenzó su discurso con estas palabras: "Oigo decir que el Tucumán poético desaparecerá en breve porque el humo de la locomotora espesa la atmósfera y empaña los cielos. No lo creo. Un país es doblemente hermoso cuando a los maravillosos aspectos de la naturaleza se han agregado las creaciones del arte. La Grecia no desplegó por completo la fascinación de sus prodigios, que después de veinte siglos encantan aún la memoria, sino cuando el cincel de Fidias animó los blancos mármoles de Paros; cuando hubo atraído por el comercio, las industrias y los cultivos de otros pueblos, al mismo tiempo que los pintores imitaban en la pureza de sus líneas la suavidad de sus horizontes, y los poetas buscaban la luz fulgente de sus creaciones en el majestuoso esplendor de sus cielos"

Se ve que si la palabra del caudillo sale de lo más profundo de un alma dolorida, la palabra de

Avellaneda proviene de sus cualidades, del saber y el arte.

44.. CCOONNCCEEPPTTOO DDEE LLAA OORRAATTOORRIIAA Consideremos ahora el fin de la oratoria para esclarecer su concepto, porque conocemos mejor una cosa cuando sabemos para qué sirve. Quintiliano afirma que consiste en el bien decir, y además encarece la virtud como condición de la elocuencia. Por ello define al orador como un hombre de bien que sabe hablar.

Esta definición la invocan quienes ven en la moral y la verdad los fines de la oratoria, sin las

cuales no persuade, o si persuadiere sería perjudicial. Sin embargo, como enseña la historia, los oradores hablaron siempre para persuadir al auditorio, para crear o despertar una creencia. En muchos casos los oradores falaces vencían a los de la verdad, la moral o la justicia; pero a veces aquéllos eran vencidos por una palabra más poderosa.

Así, uno persuade no tanto por el mensaje como a causa de los medios que hacen persuasivo el mensaje, pues el oficio del orador sirve igualmente a un fin y a su contrario sin ser un arte de engaños. Como medio, la oratoria sirve a la verdad, y también puede servir a la moral, haciéndolas más persuasivas y propagándolas; pero la oratoria es neutra al valor. Sólo el hombre pertenece al mundo de los valores, al mundo de los fines; sólo él es moral o inmoral, veraz o falso, justo o injusto, bueno o malo. Pero sería necio menospreciar un arte sin cuyo

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dominio ceden los elevados fines humanos en el choque con el bajo designio de quienes se hallan retóricamente mejor preparados. Mientras que Platón ve en la retórica un arte de engaños, para persuadir a los ignorantes, Isócrates dice que su arte educa al hombre. Como el paidotriba logra el desarrollo físico del joven, el maestro de la palabra o gimnasta del espíritu le hace apto para la vida ciudadana. Según Aristóteles la discusión está mal iniciada porque corresponde determinar con precisión dos órdenes dispares por el objeto y su finalidad, no decidir sobre la exclusión o la supremacía.

Él considera que la retórica es un arte genuino, paralelo a la dialéctica. Todo ser humano discurre, mantiene su opinión con razonamientos y demás pruebas; pero si algunos lo hacen ingenuamente y al azar, otros revelan una habilidad adquirida mediante ciertos estudios y ejercicios.

El fin del arte retórica consiste en investigar el método por el cual se adquiere esa habilidad, y

la retórica, como la dialéctica, se puede enseñar. Si la dialéctica es el instrumento de lo verdadero, la retórica se dirige a lo verosímil, a la

opinión; es una dialéctica basada en probabilidades o indicios, que apunta, no a la demostración, sino a crear o despertar una creencia.

Aristóteles dice retórica porque, según dije, los medios persuasivos se extienden a la

palabra escrita. Sin perjuicio de ella, esos medios nos interesan para el lenguaje oral. Cuando el fin es demostrar, filosofía y ciencia indagan mediante su propio método, emplean

procedimientos de la lógica, el análisis, la síntesis, pruebas según el objeto de estudio; pero la retórica, vinculada con intereses vitales y opiniones, dirige las voluntades con sus propios medios.

Quien desee, por ejemplo, persuadir de que no debe dañarse a los animales, juzgando

insuficientes las razones lógicas para mover el alma humana, impresiona, da ejemplos, pregunta por qué se causa dolor a un ser inocente que ningún mal nos ha hecho; pregunta si un hombre no sufre cuando dañan al suyo; y describiendo las crueldades de la caza pinta como en un cuadro el miedo y la agonía del animal. Prueba, emociona, hace un razonamiento caluroso.

En muchos casos la voluntad queda indecisa; aceptamos las razones, pero no actuamos de

acuerdo con ellas por causas psicológicas, sentimientos de amistad, de familia, de intereses no confesados, emociones adversas a la lógica más rigurosa. Entonces, para mover la voluntad en el sentido que quiere el orador no basta con oponerles otras emociones: es preciso el arte de la retórica, que además del estudio de las pasiones incluye otros recursos, como los argumentos persuasivos.

Según Aristóteles la retórica es el arte de hallar en cada caso los medios más aptos

para persuadir. Habiendo varios medios para persuadir, como el dinero, la dignidad, la hermosura, el silencio, digamos mejor que se persuade por la palabra, en el caso del orador por el lenguaje oral, cuando han sido logrados los medios más aptos.

Como la abogacía es el arte de hallar los medios más idóneos para ganar la causa; la

medicina, para curar en cada caso, así la retórica busca y perfecciona adecuados medios, aunque muchas veces no pueda lograr el fin.

Por ello Cicerón afirma que el orador conservará su título aunque fracasare, si empleó los

mejores procedimientos, pues no siempre puede vencer la dureza del corazón humano. Aristóteles pide moral en el orador, y juzgando ilícito usar la palabra para fines inmorales, dice

que la retórica, servidora de lo bueno y lo justo, debe perfeccionar al hombre, no pervertirlo. Fundamenta la utilidad de ella en el hecho de que la bondad y la justicia, mejores que sus contrarios,

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quedarían sin defensa si la retórica no las ayudase ante el vulgo, al cual no llega la ciencia pura. En mi opinión lo dicho no contradice la definición aristotélica, pues la oratoria debe ser usada

para fines morales; pero ello depende de nuestra educación por otras disciplinas, como la filosofía de los valores, un humanismo, no indispensables a la persuasión, según demuestran' algunos oradores célebres.

Al distinguir el fin de los medios Aristóteles y Cicerón dicen que la oratoria dispone de tres

medios muy poderosos: enseñar, deleitar y conmover. Escribe lord Chesterfield: "El fin de la oratoria es persuadir, y uno comprende que agradar

a otros es dar un gran paso hacia la persuasión". Cuando Pascal expone sobre el arte de persuadir reconoce que además de los argumentos

lógicos es necesario agradar si uno quiere lograr ese fin. Se ve que enseñar, deleitar, conmover, agradar, como otros medios que el orador halla, concurren a la persuasión.

En Luís de Granada se da clara la diferencia: "Retórica es un arte de bien hablar o una

ciencia de hablar con prudencia y adorno. El oficio de esta facultad parece ser, decir a propósito para persuadir: el fin, persuadir, efectivamente con la energía del decir. En el oficio se atiende qué es lo que debe hacerse; en el fin, qué es lo que al oficio convenga. Sabremos, pues, cuál sea el oficio y cuál el fin del orador cuando digamos que su oficio es lo que debe hacer, y su fin, aquello por cuya causa lo debe hacer"

La palabra persuadir viene de suadere, suadvis, y estos vocablos, del remoto suados, que

significa atraer el alma de quien escucha. Persuadir dice fuerza de atracción por medios psicológicos, pues se convence a la razón, y se persuade moviendo la voluntad, consiguiendo una adhesión entusiasta y afectiva a la propia, opinión.

Algunos excluyen de la oratoria el fin práctico, como si fuera un arte bella. Según ellos el

artista crea su música, su cuadro, su poema, su estatua, por un deseo de belleza o de expresión, y no le preocupa que la obra trascienda, y así hace el orador; pero se equivocan, porque él no habla a los hombres por hablar.

Ciertamente hay hombres que se hablan con el fin de acabar con su indecisión, buscando los

medios para persuadirse, o hablan por el placer de escuchar sus propias palabras, bellas expresiones de sus ideas; pero en ambos casos se hallan fuera del ámbito de la oratoria, que es una relación con los otros para persuadirlos. Aun quien enseña una ciencia o la filosofía desea además formar discípulos, despertar en ellos una vocación, hacerles amar la ciencia o la filosofía.

Por eso en todos los grandes profesores y maestros hay siempre un orador que

mueve las voluntades de sus alumnos o discípulos merced a su palabra persuasiva. Siendo la oratoria un arte práctica, dirigida a persuadir, aun reunidos sus tres elementos

esenciales: el orador, el discurso y el auditorio, tampoco habría oratoria si el fin no fuera la persuasión, pues el lenguaje oral dirigido a crear sólo belleza o a satisfacer un anhelo de expresión pertenece al género poético.

El orador usa argumentos, narraciones, llamados a las pasiones, voz flexible, mímica,

estilo, todos ellos conducentes a la persuasión. Por eso, quienes afirman que se habla para conmover, convencer, agradar, deleitar, enseñar,

confundiendo los medios con el fin, no describen el objeto de su disciplina, pues una ciencia o un arte práctica tienen un solo objeto, el cual es necesario definir con claridad a los fines del método.

Un dialéctico procura convencer con sus argumentos lógicos; pero el oficio del orador

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requiere otros medios además de los que sirven al dialéctico. De todos modos, algunas obras maestras de la palabra, sin perjuicio de su objetivo, se

imponen como obras de arte bella por su forma y las impresiones que determinan. "Un pueblo, por poco amor que tenga a las bellas artes, transforma cuanto produce para recabar fines determinados o satisfacer necesidades materiales, en medios de la revelación de sus facultades morales e intelectuales: los vasos, los utensilios y objetos de uso diario denuncian, con sus formas y adornos, las tendencias y aptitudes de todo un pueblo, y aunque de manera vaga, todas las cosas que nos rodean ejercen en el alma humana misteriosa influencia". Con este alcance podemos decir que esas obras maestras de la palabra educan para lo bello.

55.. NNEECCEESSIIDDAADD DDEE LLAA OORRAATTOORRIIAA Aunque el fin de la oratoria sólo consiste en la búsqueda de los medios para persuadir por la palabra oral, dicho arte mejora a quien lo cultiva, desarrolla la inteligencia, da un señorío verbal, de un tímido hace un hombre decidido; y como pensar, sentir, hablar y actuar no son actos separados sino etapas de un mismo proceso que deben cumplirse de la mejor manera, por la oratoria el hombre se perfecciona. En cualquier ocasión debemos hablar con orden, claridad, razones sólidas y dominio de las propias emociones, sobre todo para oponerlas a las malicias del adversario, pues, como dice Aristóteles, "si es deshonroso no poder defenderse con el cuerpo, más lo es no valerse de la razón y la palabra, específicas del hombre".

Isócrates vio que el arte de la persuasión, educando por la palabra, da una filosofía práctica de la vida. Como ese arte requiere disciplina, quien se somete a ella puede desempeñar las ocupaciones más graves, mientras que una palabra vacilante daña sus logros, dejándolo muchas veces postergado. El éxito, no menospreciable, y la plenitud de nuestras facultades que nos coloca mejor en el mundo, son las consecuencias de cultivar la oratoria, la palabra con elocuencia. "Ella da vida a todo —dice Vauvenargues—. En las ciencias, en los negocios, en la conversación, en la composición, en los mismos placeres, nada puede triunfar sin ella. Se burla de las pasiones de los hombres, los subleva, los calma, los empuja y los decide a sus gustos; todo cede a su voz; ella sola es, en fin, capaz de alabarse arte de la persuasión oral dignamente".

Específicamente sirve como instrumento de comunicación humana y producción de conductas ajenas. Los romanos llamaron hostis al extranjero, es decir, enemigo. Luego fue peregrino según Roma ensanchaba sus relaciones comerciales y desenvolvía el derecho de gentes; pero en ambos casos el extranjero siempre es el bárbaro por su modo de hablar, porque bárbaro viene del barbar de los niños, dementes y sordomudos, quienes articulan con dificultad. Se consideró que si los bárbaros pronunciaban mal el latín, su inteligencia era necesariamente grosera, baja, indigna de disfrutar de la civilización, pues sólo merecía el nombre de civilizado quien hablaba bien el idioma del pueblo rey, opinión ratificada por el gran orador romano cuando dice que "no es tan honroso el hablar bien el latín como torpe el no hacerlo, pues deber es éste, no ya del buen orador, sino del ciudadano romano". Por eso la educación dirigióse a la formación del ciudadano con ayuda de la retórica y de los dechados, útiles para nosotros. "Aunque nosotros —dice Lord Soulbury— ya no podemos adecuar a

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nuestro sistema educacional el cuidadoso adiestramiento dado a los oradores y abogados griegos y romanos, todavía podemos tratar de cultivar en nuestros discursos la simplicidad, armonía y claridad de los grandes modelos de la antigüedad. De este modo quizá podamos recuperar algo de aquella proporción y belleza merced a las cuales la estimación de griegos y romanos elevó la oratoria a la dignidad de un arte". Este arte —queda demostrado— obedece más a la necesidad que a la conveniencia. Vehículo de comunicación humana en todas las áreas de la cultura, no es un mero lujo, sino una condición sin la cual ninguna cultura puede desarrollarse.

CCaappiittuulloo SSeegguunnddoo

LLAA OORRAATTOORRIIAA CCLLÁÁSSIICCAA

11.. EELL AATTIICCIISSMMOO CCOOMMOO LLEEYY DDEE LLAA PPAALLAABBRRAA OORRAALL aa)) LLaa EEssccuueellaa ÁÁttiiccaa yy llaa ppeerrssuuaassiióónn

La historia de los procedimientos y la evolución del estilo oratorio enseñan cómo los antiguos hallaron los medios más aptos para persuadir, y sentaron algunos principios para todos los casos. Resumamos algunas enseñanzas del aticismo, palabra de la paz y de la guerra cuando los oradores, llamados por Atenas, se pusieron a su servicio sin vanas sonoridades. La oratoria clásica, natural del Ática o Atenas, es nervio y sencillez, cualidades tan estimadas en nuestra época, que a causa de ellas los discursos de guerra de un político inglés contemporáneo han sido comparados con los discursos de guerra de Pericles. Por ello las propiedades de un discurso ático o clásico deben ser ley para nosotros, ajenos a los afeites de la palabra endeble de los habladores. Entre las guerras médicas y el advenimiento de Filipo coexisten en Grecia una oratoria poética o teatral, una asiática y la genuina de los atenienses, o ática. La teatral persigue sólo la belleza de la forma y el halago de los sentidos. El fin de la asiática es la persuasión, pero desvaneciéndose en la oscuridad y el excesivo adorno no alcanza el fin propio de la oratoria por deficiencia de medios, si bien algunos oradores asiáticos llegaron a tener éxito merced a sus elevadas condiciones naturales.

Como ellos, los áticos van a la persuasión, pero sus procedimientos son más eficaces para el discurso, que llevaron casi a la perfección después de un proceso. Retóricos y oradores atenienses florecieron en el gran siglo de oro, llamado de Pericles, y por sus esfuerzos la retórica culmina en el período macedónico con los grandes áticos como Foción, Demades, Hipérides, Esquines, Demóstenes, toda una escuela que resulta de un desarrollo de la prosa a cuyo término el aticismo fija sus características.

Por ello ha dicho Quintiliano que el aticismo es una igualdad genérica y una desigualdad específica, es decir, un conjunto de principios, una tradición de nobleza y buen gusto en el ejercicio de la palabra que no impiden el libre desarrollo individual, lo cual conviene acentuar porque no se pretende que todos hablen de la misma manera. 22.. LLOOSS TTRREESS PPEERRIIOODDOOSS DDEE LLAA PPRROOSSAA GGRRIIEEGGAA Tres épocas muestran las características principales de aquellos retóricos y oradores que concurren al desarrollo de la prosa griega.

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aa)) EEll ppeerrííooddoo ddee llaa eellooccuueenncciiaa ssiinn rreettóórriiccaa

El primer período es el de la elocuencia sin retórica. Los oradores preparan discursos según

sus cualidades naturales y los hallazgos en la práctica, pues no hay artes de la palabra todavía. Pericles ve en sus discursos sólo medios para la política, y como no aspira a que sean conservados para la posteridad, los olvida después de conseguido su objeto.

Pero no creamos que los oradores se abandonaban a la falsa improvisación, al discurso sin preparación alguna, pues trabajaron sobre la base de experiencias y principios remotos, recibidos sobre todo de Homero, el viejo educador de Grecia, para quien Aquiles es el héroe de los grandes hechos en cuyos labios mora la persuasión. Así Pericles, también hombre de acción y persuasivo, se presentaba lleno de majestad, con palabras y ademanes tan pausados y firmes, que se imponía a los oyentes desde el comienzo hasta el final del discurso. Cuando hablaba todos escuchaban en silencio, y en el alma de cada uno quedaba la palabra de Pericles como en el cuerpo el aguijón de la avispa. No escribía nunca sus arengas nacidas de una profunda meditación al par que cuidadosa preparación verbal de fondo y forma, siendo verosímil que su mujer, Aspasia, preparara con él algunas partes de sus discursos mediante el diálogo, pues Plutarco afirma que las arengas de Pericles contenían más de una frase dictada por ella. "Esta honda meditación y la comprensión clara de las necesidades de Atenas daban a los discursos de hombres como Temístocles y Pericles una fuerza y una realidad que hacían más impresión en el pueblo que la que habría podido hacer cualquier proposición o consejo aislado".

Hay en Pericles precisión de ideas; mayor riqueza de pensamientos que palabras; ideas ordenadoras de sus experiencias y observaciones; concisión y agudeza. bb)) EEll sseegguunnddoo ppeerrííooddoo,, eell ddee llooss ssooffiissttaass En el segundo período —siglo v a.C.— el arte de la palabra, que no nace en Atenas sino en Sicilia, viene con abogados sicilianos como Córax y Tisias, que lo enseñan y dan un manual retórico y procesal compuesto para litigantes.

Pero el gran suceso de la época es la llegada de los sofistas o maestros del saber que prometen formar al ciudadano, hacerlo sabio, estadista y orador mediante un arte, centro de su enseñanza. No eran teóricos ni filósofos, sino maestros para la vida práctica y la discusión, viniendo a satisfacer una necesidad de la época con un nuevo humanismo.

Los filósofos del siglo VI a.C. habían polemizado entre sí en su afán de conocer el fundamento del mundo físico, y la polémica cansaba a los espíritus cuando la sofística llega al convencimiento de que no hay verdad objetiva ni orden superior alguno que nos ligue. "Nada existe —afirma Gorgias—; o si algo existe no puede ser conocido; o si algo existe y es conocido, no puede ser expresado".

Protágoras, el máximo sofista, declara que dos cosas le impiden saber si hay Dios: la dificultad del problema y la brevedad de la vida humana. Juzgando con Heráclito que todo fluye, todo cambia, concluye por hacer del hombre la medida de todas las cosas. Aunque algunos consideran que la tesis del homo mensura no es un escepticismo radical, sino más bien el reconocimiento de la insuficiencia humana y un estímulo para buscar las armonías en las oposiciones, de cualquier manera la teoría del homo mensura conduce necesariamente a la retórica como creadora de doxa, base del orden social.

Sea que la sofística corresponda a la historia de la educación, o a la historia de la filosofía, su retórica es ajena a un amor excesivo por la palabra porque se funda en una doctrina que conmovió a toda la comunidad ateniense.

Planteado el problema del conocimiento, y sentado que al no tener el hombre acceso a la

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verdad todo depende de la doxa o creencia, sostenedora de la comunidad, es el orador quien hace de su propia creencia una opinión general, hasta que un orador más persuasivo incorpore otra doxa nueva, creadora de nuevas convenciones.

Así, la retórica es un poder porque los oradores, poseyendo la opinión sobre las cosas, poseen los efectos de las cosas sobre los hombres. El orador se asegura ese poder, pues las dotes para el discurso se desarrollan, la capacidad de controvertir y persuadir se agranda con el arte.

Gorgias, al considerar la retórica como una magia, la vinculó a la sutil y misteriosa faena de la elocución, preocupándose por las palabras que debían encantar los oídos y dominar los ánimos como un Orfeo tañedor de lira aplaca la cólera de los dioses. Entonces trasladó al idioma griego, en su época duro y escaso para producir obras de gran belleza, unas galas que exageró como representante de una escuela poética o teatral de oratoria, introduciendo en la prosa el movimiento vivo, el colorido, la armonía expresiva; y para producir tales efectos acudió al empleo frecuente de metáforas, arcaísmos, antítesis y, especialmente, al ritmo.

Fue un orador asiático de abundantes imágenes, períodos largos, altisonantes, con patetismo sin medida, lujoso en la elocución. Su retórica y sus discursos que repetía a sus discípulos después de haberlos pronunciado en las grandes ocasiones, fueron en parte benéficos y en parte perjudiciales. Dio al idioma griego flexibilidad, agilidad y gracia, alcanzando resultados estéticos que sedujeron por la música de las palabras más sonoras cuanto más vacías, con predominio del factor sensible en perjuicio del intelectual. Pero el mérito de Gorgias reside en haber elevado a la categoría de estilo una manera de hablar que era más vulgar que sencilla, y fue benéfico al demostrar la necesidad del oficio oratorio.

El progreso jurídico en Atenas, las actuaciones del foro, hicieron nacer una retórica judicial llamada práctica, cuyo fin era persuadir, no deslumbrar al auditorio, que cedía ante los argumentos hábilmente ordenados, la estrategia psicológica, el desarrollo de unas ideas claras sin los excesos de la escuela asiática.

Un sofista como Protágoras enseñaba a buscar ideas atrevidas, sorprendentes, seductoras por su originalidad, vinculando el arte de la palabra con el procedimiento de la demostración, el arte de hablar con el arte de pensar; y en su estudio de las formas del lenguaje y el pensamiento insistía en la exactitud de los vocablos como base de una dialéctica poderosa y ágil. La gramática metódica, la lógica, muchas retóricas clásicas reconocen su origen en este sofista que sin descuidar la forma quiere que sobre ella prevalezca el fondo del asunto.

Pródico de Ceos concurre a la exactitud y precisión con sus investigaciones sobre los sinónimos, demostrando que no existen, por lo cual si cada vocablo tiene su sentido propio el empleo sin discreción de los llamados sinónimos perturba la claridad del discurso. También censura el estilo de Gorgias, oponiendo a su abundancia el discurso proporcionado.

Trasímaco de Calcedonia enseña un término medio entre la pompa y la conversación ordinaria, un estilo cerrado, firme y acabado. También enseña un arte de gestos y ademanes para producir un dramatismo templado, que obliga a profundizar el estudio de las pasiones humanas a fin de despertarlas.

En el buen discurso alternan los períodos largos y cortos, una imagen no sucede a otra si ha de evitar el choque de emociones, de tal modo que con equilibrio conduce a la persuasión bajo la palabra ya serena, ya vehemente, del orador.

La sofística demostró la necesidad de los principios; vigorizó la mente helena, de suyo especulativa la cual, por distinciones sutiles y oposiciones, instrumentos de la precisión intelectual, preparó el advenimiento de Platón y Aristóteles, cuyas cualidades áticas son deudoras de aquella escuela.

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Si semejante faena estimuló las ideas, no exageraremos al decir que además de su aporte o. la oratoria clásica los sofistas contribuyeron al desarrollo de la ciencia occidental. Determinar el fin de la retórica, enseñar que la retórica es demiurgo, o creadora de persuasión, noción básica para el método y la elaboración de sus principios, es un aporte de los sofistas, cuyo arte será perfeccionado por el genio helénico, creador del aticismo como ley de la palabra hablada.

"Los sofistas —dice Müller— fueron realmente los iniciadores del desenvolvimiento artístico de la prosa, el cual, si bien al principio no siguió los mejores derroteros, condujo poco a poco al estilo perfecto y acabado de Platón y Demóstenes. Los sofistas de la Hélade propiamente dicha, como los sicilianos, hicieron de la oratoria un asunto de sus estudios; pero con la diferencia de que los primeros concedían preferente atención a la exactitud, y los segundos a la belleza del len-guaje".

A este período pertenecen asimismo los logógrafos, que componen discursos para los litigantes, pues no habiendo representación judicial en Atenas, defendían ellos personalmente su causa, aunque algunas veces el logógrafo hablaba para reforzar las razones de su cliente después de haber hablado éste.

El logógrafo, mediante una defensa clara y sencilla que parecía compuesta por el cliente, dejaba hablar solamente a los hechos. Algunos logógrafos como Lisias, abogado y retórico, ocul-taban muy hábilmente los argumentos en la narración, cumpliendo con la exigencia fundamental del arte más elevado, que consiste en disimular el arte de la composición.

Antifón, primer retórico ateniense, es llano, poderoso, claro y preciso, con un estilo arcaico que forma parte de la dignidad de su oratoria, nada florida ni pródiga en imágenes, nunca alterada por la emoción, si bien no carece de fuego. Pero dichas cualidades no bastan para situarle entre los mejores áticos, porque si en los discursos de Antifón hay un vigor de grandes efectos, la prosa es dura y sus frases siempre cortas dan como resultado un estilo árido. Pero Antifón abre la senda hacia el aticismo por donde transitará Lisias.

Lisias, maestro del orador moderno, enemigo de la pompa, personifica el género forense de los antiguos en su más elevada expresión.

El forense debe cumplir requisitos especiales porque no seducen a los jueces el movimiento, algunas galas, sobre todo el gran patetismo, que influyen sobre otros auditorios, y el orador quiere persuadir a los jueces, no provocar aplausos ni emociones fuertes.

Lisias posee un estilo sencillo, enérgico, claro en la argumentación, sobrio y conciso; pero se distingue por su dulzura, el encanto propio del aticismo, la unidad de pensamiento dentro de una combinación de ideas, y es maestro en el difícil arte de la narración necesario al forense, pues si éste descuida la exposición de los hechos se confunde él mismo y confunde a los jueces.

El lenguaje de Lisias, que huye de la ostentación, colocando al hombre detrás del discurso, habla al buen sentido sin abusar de las descripciones dramáticas para impresionar, bastándole un detalle, una imagen bien colocada.

"En Lisias —dice Girard—, después de la pintura material de la realidad no estalla la pasión; él deja a los hechos, tal como los da a conocer, que despierten en el alma de los oyentes el dolor o la indignación".

En el final presenta por última vez la idea madre del discurso sin exaltarse, a fin de no aparecer sin probidad y llevado sólo por un interés propio. "Más justa para Lisias que sus contemporáneos —escribe Perrot—, la posteridad restituye su título de hijo legítimo de Atenas a aquél que templó la vivacidad del calor siracusano por la solidez y finura del más puro aticismo y que llevó casi a la perfección la elocuencia judicial".

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Isócrates, fundador de una escuela de elocuencia (436-338 a.C.), dedicó su vida a la retórica,

cuyos principios usó en la enseñanza y en sus discursos. Por él la retórica queda establecida como una filosofía práctica de la vida, no como un método técnico, pues quiere formar el carácter, un juicio sano y desarrollar el lenguaje mediante el arte del discurso. Fue el primero en la composición de períodos regulares que producen una cadencia proclive a la excesiva musicalidad, y en oponer dos afirmaciones o juicios, oposición usada difusamente por Gorgias y de modo rígido por Antifón, que Isócrates suaviza al agrupar las antítesis en series. Introduce el estilo periódico o la subordinación de los elementos del período a una misma idea, de manera que, habiendo un perfecto equilibrio entre cada oración y la siguiente anticipada por aquélla, cada parte del período es necesaria para comprender la idea completa, lo cual conserva la atención del auditorio.

En los discursos de Isócrates prevalece una idea desarrollada a través de las antítesis con sus derivaciones, clara en todo el curso de la peroración. Plan, orden, desarrollo, proporción, son exigencias del retórico, que si contribuyó a la belleza de la forma por la fluidez y variedad de su prosa, no siempre es mesurado y ajeno al influjo de Gorgias. Pero Iseo, maestro de Demóstenes, supo mejorar la dicción de Isócrates, ajustando más el pensamiento al lenguaje, evitando el adorno superficial para expresar las cosas en términos sencillos. cc)) EEll ppeerrííooddoo MMaacceeddóónniiccoo El tercer período de la oratoria griega es el macedónico, de los grandes áticos, período en el cual la oratoria jurídica se desarrolla junto a la oratoria política. Formados por su profesión de logógrafos, la filosofía y la retórica, los áticos culminan en el siglo IV a.C., distinguiéndose Demades, Foción, Hipérides, Esquines, Demóstenes, éste último el más grande de todos, cuyo discurso de la Corona, vencedor de Esquines, es uno de los bellos monumentos que nos ha legado la antigüedad. Esquines es un orador muy dotado, hábil para improvisar y controvertir. Parco en ademanes a la manera antigua, poseedor de una dicción clara y una voz rica en inflexiones que perfeccionó por el arte de los comediantes, quiere aparecer preocupado sólo por el contenido del discurso, y realmente tiene ese algo de majestuoso que ponía fuera de sí al mismo Demóstenes, muchas veces exagerado en el movimiento de sus manos. Como Esquines no confía todo a sus condiciones naturales, no habla nunca sin preparar el discurso, procurándose conceptos de otros oradores para robustecer los suyos, frases y metáforas de brillo poético dirigidas a mantener la atención del auditorio. Sin embargo, muestra debilidad al final del discurso porque le falta concisión, brevedad, llaneza, porque su vehemencia, carente de nervio, cede ante la preocupación por el adorno. Pero la importancia de Esquines reside en la prueba de que el orador ático puede conciliar sus cualidades con cierta abundancia y manera poética sin dañar la persuasión. Con Demóstenes se da el aticismo como ley de la palabra oral, se fijan las características. de la escuela, y lo que viene después es historia de la decadencia. "El cortejo de los oradores griegos termina con él —dice Bredif—, como una teoría sagrada lleva en triunfo la estatua de un inmortal. Homero es el poeta por excelencia; Demóstenes es la elocuencia personificada". Así culmina la prosa luego de una larga elaboración de las formas, con el estudio que Demóstenes hace de los mejores modelos "tomando lo más bello y útil de sus antecesores, completando lo que les faltaba hasta formarse un estilo noble y simple, estudiado y natural, extraordinario y común, austero y festivo, conciso y amplio, lisonjero y mordaz, apropiado a la dialéctica más convincente como a las pasiones más vivas". Sobre todo culmina como una diáfana

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unidad, como la relación íntima del estilo y la idea alcanzada por Lisias, cuya escuela, que siguió Demóstenes, ha hecho decir a Girard que el aticismo es el acuerdo de un pensamiento justo y bello con su expresión justa y bella. Así queda demostrado que la mejor manera de hablar se adquiere por la constante reacción contra lo adverso a su pureza, demostración que constituye un gran enseñanza para nosotros. Como los atenienses elaboraron su prosa y su retórica, que dieron ópimos frutos, también un hombre puede dominar la palabra mediante el oficio, pues como dice Nietzsche de la oratoria griega, "nadie debe creer que un arte así cae sin más del cielo".

33.. EELL OORRAADDOORR ÁÁTTIICCOO SSEE HHAACCEE

"El poeta nace, el orador se hace", dice Quintiliano. Sin embargo, algunos niegan que cualquiera pueda tener acceso al aticismo, producto del suelo y la raza, porque, aun admitiendo que sea posible transmitir la enseñanza, ¿cuáles son sus límites? ¿cómo puede hacerse un orador según las exigencias del aticismo? La cuestión fue planteada en Roma por algunos oradores que se llamaban a sí mismos los áti-cos de Roma, principalmente Bruto y Calvo, los cuales dirigieron sus ataques contra Cicerón, quien no seguía la escuela de Lisias, considerado como el canon de la elocuencia por su finura capaz de satisfacer los oídos más escrupulosos. Cicerón contestaba que las asambleas romanas no hubieran comprendido el género ateniense, contrario a un alma fogosa movida por las luchas del foro y la política. Sin desconocer las buenas cualidades de Lisias, recordó que él había estudiado a Demóstenes, cuya vehemencia perfectamente se avenía con la naturaleza del pueblo romano. Así oponía un pueblo a otro pueblo, una lengua a otra lengua, exigiendo para el primero, no la elocuencia de Lisias, sino otra más viril, brillante y apasionada. "Cicerón —dice Girard— no vio bien, o no quiso ver, el lazo que unía a Demóstenes con Lisias, el carácter común de estos dos oradores, en que el uno no había hecho más que perfeccionar y animar la forma que el otro le había transmitido". En realidad se disminuían los méritos de una elocuencia rival porque así lo demandaba el patriotismo: disminuir a Lisias, en quien Cicerón veía la expresión genuina del aticismo, era realzar la elocuencia romana. Más tarde Cicerón reconocería en el Brutus que, siendo mejores los oradores áticos, había elogiado con exceso a los romanos para estimular su talento y por amor a sus compatriotas. En su cuerpo oratorio, compuesto por El orador, De los oradores ilustres y Diálogos del orador, hay enseñanzas dirigidas a la formación ática; y cuando Cicerón supo contenerse en sus amplificaciones, lejos de perder su elocuencia se hizo ella más vigorosa. Si bien los atenienses perfeccionaron aquella escuela, por extensión llámase orador o escritor ático al de cualquier época o pueblo que posea las mismas cualidades de concisión, claridad, sencillez y brevedad. No pretendemos que nuestro orador moderno posea todas las cualidades de los antiguos, sino algunas fundamentales, como el nervio, la sencillez, la concordan-cia de fondo y forma, pues sin ellas será imposible o muy difícil persuadir, aunque uno pueda deslumbrar. Las experiencias del pasado unidas al oficio, corrigiendo los defectos, nos acercan a los dechados. Algunos son afluentes, rápidos en el decir, muy apasionados, con períodos tan largos, que parece van a quedar sin aliento. Semejante manera de hablar ni siquiera es asiática porque la palabra desordenada y profusa no puede considerarse un estilo, aunque ellos insisten en que su dispersión, desorden y afluencia son de un temperamento que nada ni nadie podrán cam-biar. Dirían mejor que les falta voluntad de contenerse, pues lo que juzgan propio de su índole se debe a la indisciplina.

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Como según el vulgo la oratoria exige mucha vehemencia, brillo en la elocución, movimientos desmesurados, si el discurso carece de ellos dícese que no tiene vida. Sin embargo, la sobriedad no excluye la pasión en las obras maestras, como prueban los discursos de Demóstenes, que no son llamas pavorosas, sino fuego debajo de la ceniza. Fuego más o menos cubierto ya sea Hipérides, Foción, Esquines o Demóstenes quien habla, todos ellos oradores áticos, porque el aticismo tiene grados, desde la máxima concisión, no laconismo, y la máxima sencillez, no carencia de adorno, hasta el adorno y la abundancia sin exceso. "Nadie, pues, dudará de que es mucho mejor el estilo ático —escribe Quintiliano—, en el cual, así como se encuentra alguna cosa que es común a todos los que lo usan, cual es un modo de pensar fino y terso, así también son muchas las especies de ingenio. Razón por la cual me parece están engañados los que piensan que el estilo ático se reduce únicamente a un modo de hablar cortado, claro y expresivo, pero que observa siempre un cierta moderación en la elocuencia sin alterar jamás la tranquilidad del orador". Y respetuoso de la tradición, el retórico afirma que el aticismo es una igualdad genérica y una desigualdad específica; quiere decir: una escuela cuyos principios cumplen los oradores sin menoscabo de su propio estilo. Mas bien se trata de afinar el discurso sin quitarle la carne y la sangre por donde corre el alma oratoria; evitar esos defectos que debilitan un discurso merecedor, por sus ideas, de una forma mejor trabajada. Cuando Quintiliano enseña sobre la voz, gestos y ademanes, dice: "El remate de este capítulo es necesariamente el mismo que el de los demás, a saber: que la moderación es la que debe merecer la atención primera, porque no es mi objeto formar un comediante, sino un orador". Así como los defectos desaparecen cuando el orador guarda la disciplina, también se pueden adquirir algunas cualidades áticas enseñadas además por los mejores modelos. Nuestra época favorece esta tarea, porque en general ya no gustan los grandes efectos ni los rebuscamientos del estilo, prefiriéndose un lenguaje claro, sobrio, aunque no privado de pasión. "Un discurso a la manera de Demóstenes —dice Bredif— pronunciado en nuestros días en el Parlamento inglés o en el Congreso de los Estados Unidos, produciría más efectos que los mejores del cónsul romano". Según esto, aunque no pretendemos alcanzar el más puro aticismo, debemos seguir los principios de la palabra clásica si queremos persuadir mediante la palabra.

PPaarrttee SSeegguunnddaa

EELL OORRAADDOORR

CCaappiittuulloo PPrriimmeerroo

CCUUAALLIIDDAADDEESS DDEELL OORRAADDOORR

Un buen orador debe poseer como mínimo las siguientes cualidades: a) Inteligencia, clara y penetrante b) Sensibilidad c) Imaginación d) Memoria e) Voz oratoria f) Anhelo de expresión

11.. IINNTTEELLIIGGEENNCCIIAA,, CCLLAARRAA YY PPEENNEETTRRAANNTTEE

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En la trilogía: orador, discurso y auditorio, el primero representa un papel difícil, que le obliga a poseer cualidades para el cumplimiento de sus deberes oratorios.

"El orador —dice Cicerón— debe poseer la profundidad del filósofo, la sutileza del dialéctico, la memoria del jurisconsulto, la voz del trágico, la elocución del poeta y los ademanes del comediante". Exige cualidades naturales, adquiridas y conocimientos propios del orador. La división de las cualidades en naturales y adquiridas ayuda a conocer nuestras posibilidades, aunque no sabemos si es posible adquirir una o varias de las llamadas cualidades naturales por la dificultad de fijar unas y otras. Como la educación crea una segunda naturaleza, la división mencionada es relativa. Cicerón pide cualidades al orador perfecto; pero todos los oradores han de poseer algunas sin las cuales su palabra carecerá de fuerza persuasiva. En la medida en que trabajen para perfeccionar sus dones o adquirir lo que les falte, en esa medida progresarán. Ante todo se requiere una inteligencia clara y penetrante. La tarea intelectual produce buenos frutos si un entendimiento, apto para la observación, el análisis, la síntesis, el juicio rápido y seguro, concibe con lucidez, abarcando en una sola idea el asunto, sin desviar al orador cuando prepara el asunto y habla a los demás. Puede corregirse la tendencia a dispersar las ideas; pero el don de vincularlas con una idea básica da superioridad a quien lo posee, máxime en la improvisación, pues sobre un plan rápidamente organizado avanza la dialéctica, y es forzoso que el orador convenza. El discurso lógico, una de las partes fundamentales del oratorio, exige sutileza, prolijidad en la búsqueda y unión de los argumentos, cuya progresión ordenada logra que el auditorio apruebe la conclusión después de haber aprobado cada una de las razones. El hombre sutil sabe percibir las diferencias en las semejanzas, y las semejanzas en las diferencias; distingue un razonamiento de otro, al parecer iguales; da fuerza probatoria a todas las derivaciones de un argumento. Distingue asimismo a una inteligencia clara y penetrante el saber elegir vocablos propios a la comprensión del asunto, evitando palabras técnicas de un saber especializado, que aclara cuando hay necesidad de emplearlos. Tal inteligencia capta las dudas, escoge términos sencillos, vuelve por un pasaje del discurso sospechoso de oscuridad o ambigüedad, si bien quienes usan un lenguaje técnico dicen que no pueden enseñar sin ese léxico. Pero algunos de sus temas llegarán a los profanos si quien habla posee una inteligencia clara. El orador la necesita para que le comprendan los demás luego de haber comprendido él mismo. 22.. SSEENNSSIIBBIILLIIDDAADD El discurso lógico cansa al auditorio cuando las razones se suceden sin darle reposo, porque los seres humanos, no siendo inteligencias puras, comprenden también por el corazón. No puede ser orador quien se halle privado de esa sensibilidad propia para mover los ánimos, si, como dice el Eclesiastés, de la abundancia del corazón habla la boca, si para hablar con el corazón uno ha de conmoverse primero gozando y sufriendo en el maravilloso cosmos inspirador de grandes obras.

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Se descubre en un hombre su capacidad verbal cuando un crepúsculo, una bella partitura, un poema, suscitan en él determinadas emociones, porque el orador lleva a sus discursos, no sólo ideas, sino también la fuerza comunicativa y persuasiva de su sensibilidad. El razonador frío, ajeno al mundo de lo sensible, apenas impulsa las ideas, ignora que los grandes hechos históricos reconocen su causa en ideas movidas por las pasiones; y dirigiéndose sólo a una parte del hombre no alcanza la adhesión entusiasta que la idea necesita para persuadir y propagarse. Pero no confundamos sensibilidad con sensiblería. La sensiblería somete al orador a los vaivenes psicológicos del auditorio, hace que sin dirección alguna las ideas originen el desorden psíquico, causa de la palabra confusa y vacilante. "El sentimiento —escribe el abate Beautin— no debe llegar al grado de vehemencia que impida al espíritu obrar, paralizándolo en su expresión por la plenitud misma de lo que siente; especie de apo-plejía mental que quita también el uso de la palabra y produce la impotencia por el mismo exceso de vida". El orador impulsa las ideas y las imágenes con el designio de que se conviertan en hechos al persuadir, cambio posible si el alma receptiva siente que el orador sabe dominarse. No hay discurso oratorio sin razonamiento caluroso, sin la palabra con lirismo; pero la palabra con lirismo exalta los corazones cuando la mente disciplinada controla las emociones.

33.. IIMMAAGGIINNAACCIIÓÓNN La imaginación es una de las cualidades necesarias al orador, quien, sin finalidad poética, sólo para persuadir, según su fantasía evoca las cosas del pasado, recrea las del presente y se dirige al futuro, colocándonos en un mundo irreal vinculado con intereses humanos. La imaginación amplifica una idea nueva por las comparaciones, le comunica la luz de una imagen bella y oportuna, a modo de un artista cuyo pincel va dando forma y vida en sus pinturas a las concepciones de su genio. Pincel del entendimiento, agranda, disminuye, enriquece las imágenes, pinta las ideas de tal manera, que los muertos vuelven a la vida, aparecen como en un cuadro hechos pasados, personajes históricos, escenas del mito y la leyenda, la misma realidad en que la imaginación descubre un mundo distinto del mundo de apariencia. Los razonamientos no deben seguirse sin pausa en el discurso oratorio, pues de ese modo cansan al auditorio. Cuando disminuye su atención o la idea de un objeto abstracto no ha sido comprendida; cuando el pasaje es oscuro por la complejidad del asunto, la imagen lo aclara y mantiene la cohesión psicológica. Los grandes maestros de la palabra oral saben del lenguaje figurado; pero como para ellos ese lenguaje no es mera poesía, sino un medio de la persuasión, usan con prudencia sus figuras apoyadas en consideraciones previas sobre hechos reales o verosímiles. En los oradores antiguos se halla la capacidad imaginativa, pues convertían sus ideas en hechos merced al dinamismo de la imagen, uno de los medios más poderosos de la persuasión. En el antiguo y nuevo testamento abundan ejemplos de lenguaje figurado, especialmente en los profetas. Jesús se atraía a la muchedumbre por medio de las parábolas, introduciendo imágenes poéticas y comparaciones memorables, porque en general impresionan más las cosas que las ideas. Las parábolas contienen siempre una idea más o menos profunda que por sí misma puede modificar

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una conducta, producir un nuevo estado de cosas; pero es la bella forma, la elección de los voca-blos, el original traslado de la cualidad que posee una cosa a otra, lo que hace de ellas un mensaje persuasivo para todos los hombres, como La oveja perdida, El buen samaritano, La gran cena, El sembrador, El fariseo y el publicano, nacidas de la imaginación creadora y joyas de la literatura universal. Como la imagen de la hipocresía dada por el Nazareno en su momento de indignación: "Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que sois a modo de esos sepulcros que por fuera aparecen blanqueados y hermosos, mas por dentro están llenos de cadáveres y suciedad". La elocuencia ática ofrece bellos ejemplos, aunque no se prodiga en imágenes; pero cuando el orador las usa, quedan en el alma del auditorio durante mucho tiempo. Refiriéndose a su rival odiado, Demóstenes lo compara con un alacrán que camina por la plaza de las arengas listo para meter la ponzoña, imagen del detractor que perjudica a Esquines y su causa. El pueblo aceptaba muchas veces una idea por hallarse envuelta en imágenes, narraciones o leyendas; y conociendo esto los oradores, además de inventarlas, enriquecían con su propia imaginación algunas creadas por la imaginación colectiva de las antiguas eda-des. "Las leyendas de los griegos —dice Bredif— formaban parte de sus archivos; los oradores sacaban de ellas argumentos y usaban de los poetas con más autoridad que Cicerón de sus obras de filosofía. El escritor romano les pide, sobre todo, galas; los oradores de Atenas sacan de ellas documentos oficiales propios para convencer y persuadir".

44.. MMEEMMOORRIIAA Sin esta cualidad un plan bien elaborado cambia en la preparación del discurso y en la tribuna, y las citas o narraciones, que son pruebas y adornos, quedan expuestas al desorden de fondo y forma. Por el contrario, quien posee buena memoria puede desarrollar y concluir, de manera segura un discurso preparado, y además ser un orador temible para el adversario con mala memoria, a quien sorprende y derrota cuando ambos improvisan en la discusión. Adquirir y ordenar los materiales de acuerdo con un plan es tarea más o menos lenta; pero quien improvisa no dispone de mucho tiempo y tiene que recordar los ingredientes de su discurso cuando conviene. En algunos la memoria feliz es una cualidad natural, y en otros, una cualidad adquirida, susceptible de perfeccionarse por el conocimiento de sus mecanismos y el continuo ejercicio. La reproducción de ideas e imágenes obedece a la ley de asociación psicológica, aunque existen recuerdos independientes a causa de la vivencia o aprehensión espiritual que permite conservar los estados psíquicos sin ayuda de la asociación. Cuando un suceso ha conmovido raramente se lo olvida, y puede decirse que recordamos en la medida en que hemos experimentado; pero un mecanismo asociativo asegura la fidelidad de la memoria. Como en la mayoría de los casos los estados psíquicos revividos por la memoria no se presentan aislados, un sistema de conexiones fija el recuerdo; y, siendo así, de nuestra habilidad para establecerlas depende que recordemos con mayor o menor facilidad. La memoria del jurisconsulto, que pide Cicerón, no quiere decir memoria mecánica, repetición de un texto legal. La memoria ágil y pronta de algunos que se jactan de ella, no es sino esa facultad de recordar fielmente debido a la asociación y al estudio. Desconfiemos, pues, de los procedimientos mnemónicos, que son débiles medios para una memoria artificial y contrarios a la asociación natural y necesaria de las ideas, posible sólo

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por la unidad y armonía de todas las partes del discurso. Todas las conexiones han de tener un punto de partida, porque la memoria requiere un apoyo, un orden de conocimientos que constituyen una red mental, y difícilmente olvida quien ha fortalecido esa red por medio de una asociación de conocimientos unidos a otros fundamentales, relacionados con la vida, el hombre y el universo. "Un sistema filosófico —dice Williams James— en que todas las cosas encontrasen su aplicación racional o estuviesen entre sí coordinadas como causas y efectos, sería el sistema mnemónico ideal, pues uniría a la mayor sobriedad de los medios la mayor riqueza de los resultados. Así es que los que tengan la memoria poco feliz pueden salvarse cultivando su espíritu en el sentido filosófico". Atención, interés, concentración, meditación y orden capacitan para el recuerdo y superan la memorización de las palabras, que cansa al principiante y le aleja cada vez más de la tribuna por temor a caer en el ridículo cuando falle su memoria. Nunca se insistirá bastante sobre la utilidad del plan o primera división del discurso con la idea fundamental y las que son su primer desarrollo, de modo que la clara y breve explicación de todas haga comprensible el asunto para los demás y para el orador mismo. Narra el abate Beautin que, en cierta ocasión, mientras oraba en el pulpito antes de predicar olvidó su sermón. Cuanto más se esforzaba por recordarlo, menos acudían las ideas, y aunque no perdía la cabeza y el ánimo ante el peligro, no sabía cómo librarse de él. "Entonces —dice— recurrí a Dios, diciéndole desde lo más profundo de mi corazón, y con todo el ardor de mi inquietud: «Señor, si es vuestra voluntad que yo predique, devolvedme mi plan»". El plan le fue devuelto y con él todo el discurso. Conviene asociar la imagen a la idea, una idea de objeto concreto a la de un objeto abstracto. Así como el auditorio olvida algunos pasajes del discurso, pero recuerda una descripción, anécdota o ejemplo vinculado al tema, así también el orador asocia las partes principales con imágenes fáciles de recordar. Debemos hacer ejercicios de asimilación y reproducción. Antes del sueño de la noche meditaremos y recordaremos una parte del discurso en preparación, y al despertar por la mañana reproduciremos mental y oralmente ideas y expresiones elaboradas por la noche , buena labor de almacenamiento paralela a la de adquirir nuevas ideas y experiencias, que alimentan el fuego de la propia cultura. Precisa leer en voz alta prosa o versos de autores célebres, oyéndonos para reproducirlos con buena dicción y modulación, pues la memoria no retiene lo que se pronuncia de manera monótona. El pasado vuelve cuando la palabra con arte llama al pasado. La memorización de las palabras no debe considerarse perjudicial si el orador planifica, asocia y fija sus conocimientos. Expresará de distinta manera un texto sin dar cabida a generalidades y vaguedades que hacen confuso y débil un discurso por la falta de vocablos precisos. "Nada hay más deplorable —dice Williams James— que aquella especie de memoria no articulada e ineficaz, que recuerda el sentido general de una cita, de un caso, de una anécdota, pero no sabe expresarlo con exactitud. Nada, por el contrario, más conveniente para quien la posee, ni más agradable para sus amigos, que una mente capaz de referir al relatar lo sucedido, las palabras exactas de un diálogo, o de dar una definición exacta v completa".

55.. LLAA VVOOZZ Las palabras más bellas carecen de poder persuasivo si la voz es débil, monótona, destemplada, al paso que fascinan cuando emite agradables sonoridades. En el exordio principalmente y durante todo el discurso enerva cualquier oposición.

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Algunas personas, cuya voz no es monótona ni débil, hablan sin esos gritos que impiden oír las palabras o dan apariencia de provocador a quien las pronuncia. Sin embargo, esa oportuna mesura y un cuidado por evitar las inconveniencias muy poco compensan la desventaja de no poseer una voz oratoria. Así la voz aguda propende a convertirse en chillona y gangosa, sobre todo cuando se habla con rapidez; la de bajo, majestuosa y grave, concluye con frecuencia en la monotonía; mientras que la voz media, dócil a las pausas, al silencio y las inflexiones, es siempre atractiva y se hace escuchar durante largo tiempo. Aplico al orador la frase del actor Molé respecto del comediante: "Sin la voz media no se alcanza la inmortalidad". Si bien la voz oratoria es cualidad natural mejora con el ejercicio. Cicerón tenía una voz chillona y débil en sus comienzos; pero realizaba ejercicios vocales todos los días, y todavía practicaba a los sesenta y tres años de edad, poco antes de ser sacrificado. Ello prueba que, bien manejada, puede hacer persuasivo un discurso mediocre, mientras que un asunto noble y original importa poco cuando la voz es mal usada. De todos modos no tiene para los oradores la misma importancia que para los cantantes; pero deben cumplir con algunos requisitos fundamentales. Uno es saber respirar. Se trata de un recurso técnico y de una fuente vital porque depura la sangre y estimula el funcionamiento de todos los órganos. Diariamente debe practicarse la respiración completa, que consta de tres momentos: respiración baja, media y alta, aunque después de algunas prácticas la respiración se hace uni-forme, sin intervalo. A los ejercicios de respiración siguen los de relajación. El suficiente reposo, y relajamiento benefician al psiquismo y a la voz. Hay un arte reparador de la energía humana, necesario a la misma sociedad, que sería mejor si los hombres supieran quedarse en silencio y reposo cierto lapso cada día. Otra exigencia es la impostación de voz, por medio de la cual se habla sin esfuerzo. El orador privado de impostación natural debe acudir al especialista. Evítese forzar la garganta, gritar en la tribuna y fuera de ella; hablemos como si estuviéramos conversando en un medio envuelto por una corriente afectiva, causa de la voz cálida y persuasiva. La voz llegará a todos para que nadie se vea obligado a escuchar con esfuerzo; y esto se logra articulando bien. Articular bien es una cortesía del orador. Conviene formar idealmente un arco entre la boca del orador y la cabeza del oyente más distanciado de la frente de aquél, y enviar la voz al extremo de ese arco. Legouvé indica un medio al que todos podemos recurrir. "Cuando tenemos —dice— que comunicar a un amigo un secreto importante y tememos que nos oigan, por estar abierta la puerta de la habitación o haber alguien en la inmediata, ¿qué hacemos? ¿Nos acercamos al amigo y le hablamos al oído?. No, no nos atrevemos, temiendo ser sorprendidos en esa actitud, que nos denunciaría. ¿De qué medio nos valemos, pues? Helo aquí, según las palabras textuales del gran maestro Regnier: Nos colocamos frente al amigo y, empleando la menor cantidad posible de so-nido, hablando muy bajo, encomendamos a la articulación llevar las palabras a sus ojos al par que a sus oídos, porque él nos mira hablar tanto como nos escucha, y en este caso la articulación desempeña una función doble: la suya especial y la propia del sonido; y para esta segunda tiene que dibujar con limpieza las palabras e insistir fuertemente en cada sílaba, a fin de hacerla entrar en el espíritu del que oye. He aquí, pues, el método infalible para corregir todas las deficiencias y todas las asperezas de la articulación. Sometiéndose durante algunos meses a este ejercicio, se sua-vizarán y fortificarán los músculos articulares de tal suerte, que responderán, por su elasticidad, a todos los movimientos del pensamiento y a todas las dificultades de la dicción. La articulación desempeña en la lectura un papel de primer orden: ella, y sólo ella, da claridad, energía, pasión, vehemencia: tan grande es su poder, que puede suplir la flaqueza de la voz, aun en presencia de numeroso público"

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El orador necesita también lectura en voz alta, articular clara y distintamente, con lentitud al principio y oyéndose para denunciar la buena o mala pronunciación, pues "la naturaleza ha hecho del oído el juez infalible de los sonidos", el cual decide si es agradable, torpe o desaliñada nuestra manera de hablar.

66.. AANNHHEELLOO DDEE EEXXPPRREESSIIÓÓNN Hay una cualidad muy bella, extraña a la facilidad o gárrula que muchos consideran propia del talento oratorio. Es el anhelo de expresión, una necesidad de diálogo, porque la soledad es un estado pasajero para el orador, y la sociedad humana, el teatro duradero de su actividad. El alma oratoria quiere trascender, y en el esfuerzo por la expresión de las ideas y sentimientos halla un intenso goce y un tormento. Se ve ante la asamblea, en la cátedra o la tertulia, imagina las reacciones del auditorio, y ello le conmueve, produciéndole fuerzas motoras que acumula y sabe utilizar a la hora de hablar. Sus experiencias se convierten siempre en palabra, y puede decirse que aprende para hablar y habla para aprender. Un hombre así puede malograr el pensamiento y la acción, porque sin disciplina sería un palabrero; pero la disciplina da sentido y belleza a su palabra creadora de persuasión; y entonces no confunde al orador con el hablador: recuerda que Atenas no quiere escuchar siempre a Demóstenes, que un genuino anhelo de expresión huye de la verbomanía, cumpliendo con la ley de oro de Publio Syro: "Calla si tu palabra no es mejor que tu silencio".

CCaappiittuulloo SSeegguunnddoo

EESSTTUUDDIIOOSS DDEELL OORRAADDOORR

El orador debe ser un inquieto intelectual que busca la fuente de la sabiduría y del conocimiento en las distintas áreas del saber humano, empero, cuando menos, son esenciales para preparación el estudio de:

a) Filosofía b) Lógica c) Psicología d) Historia e) Idioma f) Literatura g) Oratoria

11.. FFIILLOOSSOOFFÍÍAA

En Atenas la abeja era el símbolo de la elocuencia, porque así como la abeja da la dulzura de la miel el orador da la dulzura de la palabra. Además ambos son laboriosos. La abeja liba y elabora el néctar de las flores en un medio de colores y sonidos, produciendo la miel dulcísima que nutre al hombre y sirve a la cultura. Como ese ser industrioso el orador liba en la cultura, estudia, selecciona, asimila los materiales para su obra, producto de cualidades oratorias y capacidad de trabajo.

"Nuestros conocimientos son los gérmenes de nuestras creaciones", ha dicho Buffon. De acuerdo con esto quien cultiva la palabra debe acrecentar su saber, que disminuye por la falta de lectura, consulta y meditación.

Si es imposible conocerlo todo, y un afán desmedido de conocer daña tanto como la igno-rancia, los estudios del orador, lejos de perjudicar sus cualidades, han de vigorizarlas. Más que lecturas superficiales y erudición queremos conocimientos fundamentales vitalizados por la experiencia personal, queremos un fondo esencial permanente, una filosofía o nociones

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básicas de hombre, vida y universo, sobre los cuales investiga el orador, quien no está obligado a conocer toda la historia de la filosofía y sus problemas, pero sí a saber usar oratoriamente los temas filosóficos que conoce.

Orden, disciplina, prudencia en las adquisiciones, observación de los hechos,

interpretación de los mismos y una síntesis filosófica nos hacen aptos para comprender un problema humano y las necesidades del auditorio, interesado por las ideas en términos de gene-ralización. El orador no es un especialista que lleva a la tribuna un lenguaje técnico; posee el talento generalizador que consiste en transmitir conocimientos en una visión unificadora y estética, dejando a los oyentes la impresión de que las ideas más profundas y verdaderas son patrimonio de todos, y que lo humano prevalece en el discurso. Como la filosofía penetra en la realidad total y procura aprehender lo permanente o esencial de las cosas, su estudio da esa visión amplia y profunda de las cosas, descubre su interdependencia, evitando que los discursos cansen por el cúmulo de detalles y consideraciones sobre una parcela de la realidad, propios de la ciencia.

El espíritu filosófico se halla ligado a la necesidad de comunicación, pues no creyéndose

único poseedor de la verdad busca sin descanso, pregunta, responde, dialoga, promueve la discusión.

Como los temas filosóficos se refieren al hombre, a su origen, conducta y destino, como son

temas oratorios por excelencia, dijo Cicerón que el orador necesita de la filosofía, como si dijéramos de un conocimiento del hombre, que no existe sin un conocimiento del mundo en el cual se halla inserto. Por eso la filosofía fue para el orador romano una fuente de su saber inmenso, de sus libros y de su elocuencia.

22.. LLÓÓGGIICCAA La lógica es el estudio de los métodos y principios usados para distinguir el razonamiento correcto del incorrecto. Precisa saber distinguir lo verdadero de lo falso, lo verdadero de lo verosímil, la certeza de la probabilidad; saber cuándo un argumento se rige por las leyes de la lógica y cuándo intervienen factores psicológicos y emocionales en un argumento aparentemente lógico, factores que si no son superados por el razonamiento lógico al menos quedan enervados por él. Existen un lenguaje informativo, un lenguaje expresivo y un lenguaje directivo. Mediante el primero se comunica información, se describen cosas y seres y se razona sobre ellos. El segundo comunica sentimientos y emociones, estados de ánimo. También el lenguaje cumple una función directiva, es decir, provoca una conducta. Ciertamente todos los discursos contienen estas tres formas de lenguaje, pues hasta un científico puro no deja de entusiasmarse cuando habla sobre temas de su especialidad. Si el orador quiere, en una etapa del discurso, no tanto persuadir cuanto convencer o informar, entonces usa un lenguaje no emotivo. Si queremos investigar acerca de la verdad o falsedad de un punto de vista, debemos proceder de manera fría y objetiva; y en la medida en que logremos demostrar las falacias del adversario, la incorrección de sus razonamientos, en esa medida habremos dado un gran paso hacia nuestro objetivo final. Si además razonamos correctamente y utilizamos con oportunidad los medios retóricos, adquiriremos prestigio como oradores y formidables dialécticos.

Al escucharnos quienes desdeñan la oratoria se persuadirán sin darse cuenta de que aceptan lo que decimos por la fuerza de los argumentos retóricos, si bien creen haber sido convencidos por los

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argumentos lógicos. En general, dialécticos puros, científicos, matemáticos, muchos juristas, que se jactan de ser

objetivos y atenerse a los hechos olvidando que los hechos no son nada sin la interpretación, miran con desconfianza a la oratoria. Por eso el orador que domine los recursos de la lógica, se comunicará mejor con aquéllos, pues la comunicación se hace a través de un común lenguaje, en el cual sabe insinuarse el lenguaje persuasivo. Al orador incumbe definir bien, usar los principios lógicos para que sus razonamientos le sirvan en la etapa de prueba y denunciar las falacias del adversario. En fin, la lógica es necesaria porque enseña a formar juicios con exactitud y precisión, y porque el método enseña a proceder con coherencia y adquirir un saber más elevado que el que puede dar la experiencia vulgar.

33.. PPSSIICCOOLLOOGGÍÍAA

El orador estudia las pasiones humanas para provocarlas y dirigirlas según los móviles de su discurso, pues si la palabra persuasiva se dirige al intelecto, al sentimiento y a la voluntad, precisa conocer su génesis y desarrollo, cómo influir con un ademán, un vocablo con carga emotiva, que causan o modifican un estado anímico.

Todos los grandes oradores, además de sus experiencias personales, estudiaron al hombre desde el punto de vista psicológico, y Aristóteles enseña sobre las edades del hombre y sus pasiones. Sea el orador forense, parlamentario, sagrado, político, de cátedra, sabe que los argumentos lógicos no bastan, y que buena parte del oficio reclama que se cumpla con exigencias psicológicas de tiempo, lugar, situación y persona.

Los antiguos sabían cuándo conviene callar o hablar; cómo dirigirse al auditorio y estimular en algunas ocasiones un diálogo amable; en otras, cómo usar del propio prestigio para no hacer más que aseverar sin titubeos, impresionando por la figura, el ademán, la mirada firme de quien está seguro de sí.

Una orden al auditorio es una orden, a cada uno de los individuos que lo componen; elogiar a

una asamblea es elogiar a todos y cada uno de los hombres reunidos para escuchar al orador; y muchas veces un solo ademán, una mirada, un vocablo, una frase emotiva bien colocados, la suprema calma del orador ante un ataque del adversario, valen más que las razones. La historia forense recuerda sucesos en los cuales el abogado decidió la causa a su favor mediante un proce-dimiento psicológico maestro.

44.. HHIISSTTOORRIIAA

Cicerón llamó a la historia maestra de la vida, y como él frecuentemente el orador evoca vidas y hechos del pasado que son valiosos medios de persuasión. "El ignorar lo que sucedió antes de nacer nosotros —dice Cicerón— es como ser siempre niños. ¿Qué es la edad humana si por la memoria de las cosas antiguas no se enlaza con las edades anteriores? El recuerdo de los hechos de la antigüedad añade, a la vez que sumo deleite, mucho crédito y autoridad al discurso". El auditorio gusta de las narraciones históricas y se emociona cuando aparecen, en vez de sombras, personajes de carne y hueso que hace mucho tiempo murieron, además de los sucesos más o menos remotos que vienen a unirse, en la trama de la historia, a los afanes contemporáneos. Los estudios históricos penetran en el alma de individuos, épocas y sociedades, revelando qué pensaron y sintieron, y así nos inspiran unas meditaciones sobre el destino, el azar o el plan de la vida humana sobre la tierra. Merced a la historia conocemos edades, pueblos, gobiernos, religiones, artes, costumbres, que pueden ser asuntos o porciones del material de nuestros discursos.

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55.. EESSTTUUDDIIOOSS DDEELL IIDDIIOOMMAA

También el orador cultiva su idioma materno porque la palabra es causa y medida de toda cultura, que recibe el influjo de la pureza o impureza del lenguaje. La confusión de vocablos conduce a la confusión de las cosas; feas palabras originan rudeza de costumbres, según prueban esos dos pueblos creadores de las artes, la filosofía y el derecho, hundidos luego en la abyección por la jerga de sus patricios bárbaros, aurigas y gladiadores.

Grecia y Roma enseñan que el conocimiento del propio idioma vigoriza el intelecto, da

claridad, refinamiento y energía a los pensamientos, que adquieren estas cualidades de acuerdo con los vocablos empleados, enriqueciéndose a su vez el lenguaje debido a la necesaria correlación entre pensamiento y lenguaje.

66.. OOBBRRAASS LLIITTEERRAARRIIAASS El orador debe leer obras literarias de los genios de la expresión. Los antiguos llamaron a Homero padre de la retórica porque domina el difícil arte de la narración y composición, y sabe retratar a sus héroes. Aquiles "es el hombre de los grandes hechos y bellas obras, en cuyos labios mora la diosa de la persuasión". Eurípides, discípulo de los sofistas, fue con sus dramas maestro de oradores. Aunque los autores clásicos inspiran y enseñan, unas personas no desean leerlos, otras carecen de tiempo; pero el orador debe conocer unos pocos al menos. Demóstenes, Tácito, Cervantes, Shakespeare no pueden faltar en la biblioteca del buen orador.

Pero un interés por los autores clásicos de la literatura universal no le impedirá conocer los del país al cual pertenece. Si un país ha producido escritores y oradores geniales cuyas obras se han hecho clásicas y las comprende la mayoría, el orador acudirá a esa literatura porque de ese modo su lenguaje será mejor comprendido.

77.. OORRAATTOORRIIAA

Grandes oradores antiguos tenían maestros y se reunían en una escuela, vínculo de la personalidad con la tradición. Los modernos apenas cultivan la oratoria; pero es necesario el oficio porque existen principios sin cuyo conocimiento no se perfecciona la palabra, sujeta entonces a las propias cualidades naturales.

Esos principios mejoran el discurso, evitan la pérdida de tiempo al resumir las experiencias seculares y avivan los estudios sobre la palabra como hecho literario y social. Si una idea confusa puede hacerse clara; si un determinado orden de ideas influye más que otro en la conducta de quien escucha, y hay una manera de hacer interesante, agradable o conmovedor el acontecimiento más baladí; si unas construcciones literarias son más enérgicas que otras; si un gran tema se malogra merced al escaso desenvolvimiento, y un asunto humilde seduce por el modo de componerlo y desarrollarlo, es porque existen los procedimientos. La historia enseña que ellos siempre se utilizan en los discursos perdurables. Cicerón, que no desdeñó los procedimientos, porque creía insuficientes sus dotes de orador, no da exagerada relevancia a los preceptos, pero considera que la mera práctica perjudica a quien quiere alcanzar la elocuencia. "A muchos —escribe— les pierde el haber oído decir que hablando se aprende a hablar, cuando la verdad es que hablando mal es muy fácil conseguir hablar pésimamente”.

CCaappiittuulloo TTeerrcceerroo

TTIIPPOOSS OORRAATTOORRIIOOSS

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11.. CCAARRAACCTTEERRÍÍSSTTIICCAASS YY PPOOSSIIBBIILLIIDDAADDEESS Ciertos grupos de individuos con cualidades semejantes forman esquemas denominados tipos. Conocemos el tipo muscular, cerebral, introvertido, extravertido, teórico, práctico; personas

aptas para la música o la pintura, mientras que otras poseen mayores o menores posibilidades para el discurso oral.

En el tipo sobresalen algunas disposiciones señaladas de modo general, porque las

individualidades quedan en el fondo y permiten dar su personalidad a cada individuo. Aquí decimos de tipos oratorios o individuos con cualidades que imponen, en la realización del discurso oral, un procedimiento según su tipo.

La cuestión no preocupó a los antiguos respecto de la teoría y la enseñanza, pues los oradores

usaron su intuición y la experiencia; pero Cicerón y Quintiliano inician la tipología psico-verbal. Cicerón aconseja el procedimiento gráfico: "Se formará al orador por la costumbre de

escribir que es muy propia para perfeccionarnos en todas las partes de la elocución". Quintiliano recomienda los ejercicios de escritura como fuente de decir, porque "en el escribir se contienen como las raíces y fundamentos de la elocución".

También insinúa a los visuales y auditivos cuando dice: "Pero unas cosas hay que perciben

más los que leen y otros los que oyen". Al hablar de la memoria presiente las relaciones del visual con el memorizador. "A todos

aprovechará mucho aprender de memoria por lo mismo que se ha escrito. Porque el que dice asemejándose a uno que va leyendo, sigue a la memoria por ciertas huellas y en cierto modo va viendo con los ojos del alma, no solamente las páginas, sino casi los renglones mismos. Además de esto, si hubiere en lo escrito algún borrón, alguna dicción o mutación de alguna cosa, son ciertas señales que reflexionándolas no podemos errar".

Del que prepara su discurso hablando interiormente sabemos por estas consideraciones: "La

meditación, no sólo dispone dentro de sí misma el orden de las cosas, lo cual sólo bastaba, sino que une tan bien las palabras, y de tal suerte combina toda la oración, que no falte más que el escribirla. Porque muchísimas veces queda más fielmente impreso en la memoria lo que se amplifica sin ninguna seguridad para escribir". "Hay otro ejercicio que es el meditar y repasar todas las materias en silencio, con tal de que pronuncie uno en cierto modo dentro de sí mismo, al cual en todo lugar y tiempo se puede recurrir cuando no hacemos otra cosa, y en parte es más útil que ese de que hace poco hemos hablado".

Montaigne, que conocía ya la interdependencia de la palabra interna, la externa y el órgano

auditivo, dice: "Es necesario que lo que hablemos lo digamos en primer lugar a nosotros, y que lo hagamos sonar dentro de nuestros oídos antes de hacerlo oír a los extraños”.

A fines del siglo XIX Maurice Ajam publica su libro La palabra en público, denunciando los

perjuicios del grafismo, y enseña el buen procedimiento de los grandes oradores, un valioso aporté a los estudios de tipología psico-verbal y de gran interés para quienes cultivan la oratoria.

Los tipos oratorios son muchos; pero aquí consideraré cuatro a los fines del buen orador: el

gráfico, el visual, el auditivo y el verbomotor. El gráfico compone sólo cuando dispone de papel y lápiz, pues escribe sus

pensamientos, de tal modo que sin ese procedimiento ve disminuida su capacidad creadora , como sucede generalmente a los escritores. Este orador escribe el discurso y después lo memoriza sin modificar una sola frase, si realmente es un gráfico.

El visual ve escritas las palabras, que aparecen sobre un cuadro de su propia escritura o

como caracteres impresos; y cuando habla ve el color, la forma de las letras, las marcas, el

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papel en que ha escrito o leído. Ambos tipos no se excluyen, pudiendo afirmar que el gráfico y el visual son con frecuencia de una misma persona.

El auditivo oye una voz interior que le dicta las palabras. "Frecuentemente —dice Egger—

prepara la palabra audible, siempre la repite; frecuentemente traza, sin saberlo nosotros, el borrador de nuestros discursos futuros, y siempre es un eco, un eco lejano y libremente modificado de las palabras pasadas, nuestras o ajenas. Está siempre unida por un vínculo necesario a la palabra pasada, su primer modelo y su fuente original".

Egger confirma con un pasaje de Rivarol su tesis de que todos los hombres platican con un

personaje interior: "Si en el retiro y en el silencio más absoluto —dice Rivarol— un hombre medita sobre los asuntos más libres de la materia, oirá siempre, en el fondo de su pecho, una voz secreta que nombrará los objetos a medida que van pasando en revista".

Este tipo es superior al visual y al gráfico, pues siendo el oído la condición necesaria de

la palabra, aprender a escucharse es liberarse de la memoria visual. El verbomotor u orador de articulación siente que pronuncia interiormente y comprueba

que acuden a él las ideas mientras habla. "Los motores de articulación —escribe Ajam— no pueden pensar sino a condición de emplear

imágenes musculares. Su pensamiento es una palabra retenida. A cada instante la palabra interior amenaza en ellos transformarse en palabra externa. En la imagen de Charcot, "tocan un piano mudo cuyas teclas funcionan, pero sin hacer vibrar las cuerdas".

No escriben el discurso antes de pronunciarlo, lo preparan sin memorizar signos y

palabras, y poseen esa seguridad nunca alcanzada por el orador gráfico. Los verbomotores hablan al mismo tiempo que piensan, y hasta pronuncian primeramente y luego piensan, bien entendido que sus ideas han sido previamente elaboradas y habladas interiormente.

Ellos son los oradores de la preparación mediata, quienes adquieren sus conocimientos

por un largo aprendizaje, pues nada sale de la nada. Sintetizando: el orador gráfico escribe su pensamiento; el visual lo ve; el auditivo lo oye;

el verbomotor lo habla. En realidad los tipos mencionados no se presentan tan diferenciados o puros; así, se los

tiene que determinar por el tipo predominante. Una misma persona puede tener cualidades de los cuatro tipos, como Cicerón, muy

cuidadoso del estilo, que habiendo escrito la mayoría de sus discursos demostró capacidad motora en algunas contiendas judiciales y políticas nada favorables al discurso escrito. Castelar escribía y des-pués memorizaba; pero algunas veces hablando modificaba la forma, si bien permanecía fiel al asunto.

Se dice que Demóstenes era gráfico; pero gráfico es aquél que prepara el discurso

mediante la escritura y memoriza cuando lo pronuncia; mientras que un verbomotor lo prepara hablando interna y externamente, lo escriba luego o no.

Si bien Demóstenes escribía antes de hablar en público, ello no impide considerarlo como

orador de articulación porque su procedimiento gráfico no prevalecía. Eso sí, tendía a desviarse hacia el grafismo, y hubiera permanecido en él si no hubiera seguido los buenos modelos.

En sus comienzos sufrió amargas experiencias. Invitado a hablar delante de Filipo, y cuando

todos esperan la palabra irresistible de Demóstenes, habiendo escrito el discurso para memorizarlo, cae en una lamentable confusión: muerto de miedo comienza por un exordio vacilante y apenas dice algunas palabras. "Filipo —narra Esquines— le invita a que recuerde poco a poco y tranquilamente lo que tenga en la memoria y a que continúe. Pero una vez turbado y perdido el hilo de su escrito no pudo reponerse y volvió a caer tras nuevos esfuerzos. Como ya no decía

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nada, el introductor hizo que nos retirásemos" Demóstenes escapó al desaliento que paraliza a muchos después del fracaso, y realizó duros

ensayos exigidos por su ambición de ganar el primer puesto entre los grandes oradores de la época. Entonces estudiaba, y largos días encerrado copiaba diez veces a Tucídides; para

corregir sus defectos de dicción colocaba, según dicen, piedrecillas en la boca; arengaba ante el mar, cuyo bramido le parecía el de la muchedumbre, a la cual dominaría después; hablaba y se oía hablar diariamente mientras caminaba por la plava o lugares apartados de la ciudad, como hacen muchos escritores y oradores que gustan elaborar su obra cuando pasean. Después de haber meditado, ordenado el material, corregido mentalmente y hablado, dominaba el fondo y la forma. Así preparó el Discurso de la Corona.

Se puede afirmar, si bien se decía lo contrario, que Demóstenes no limaba mucho sus

discursos, pues el de la Corona, uno de los más bellos que hayan llegado hasta nosotros, no es exactamente el pronunciado en aquella ocasión memorable. Habiendo triunfado Demóstenes, Esquines, que se condenó al exilio, abrió escuela de elocuencia en Rodas; y entonces ambos oradores siguieron afinando sus respectivas arengas para la posteridad.

Como el gráfico es incapaz de modificar un solo fragmento, no persuade porque carece

de espontaneidad, y el auditorio quiere que el orador revele una búsqueda de los pensamientos y de la expresión justa mientras habla. El grafismo debilita el discurso, aunque éste no carezca de fuerza persuasiva, como sucedía a Robespierre, en quien Vergniaud, motor por excelencia, denunciaba el procedimiento del orador amanerado y frío. "Yo me atrevo a responder al señor Robespierre que con una novela pérfida, artificiosamente escrita en el silencio de su gabinete, y por medio de frías ironías, viene a provocar nuevas discordias en el seno de la Convención. Yo me atrevo a responderle que ha necesito, como él, un falso arte".

Algunos oradores fueron gráficos durante mucho tiempo por ignorancia del mejor

procedimiento. Los escritores que quisieron ser oradores llevaron a la tribuna discursos escritos con cuidados y primores de gabinete; después evitaron las frases poéticas, excesivamente trabajadas, preocupados por el nervio y la sencillez. Entonces no memorizaron, porque se memoriza cuando prevalecen las exigencias del estilo, de la bella forma. Un ejemplo es Lamartine. Sus primeros dis-cursos, escritos, disgustaron al público, que los juzgó vagos, ampulosos, propios de un poeta que habla con imágenes, entregado a la música de las palabras.

En el Libro de los oradores Cormenin era el intérprete de la opinión general al respecto. "La

frase oratoria del señor de Lamartine —escribe— posee más color en su tejido que firmeza en su carne, más brillo que profundidad, más relieve que nervio, más sonoridad que sustancia, más abundancia que precisión, más desarrollo que ilación".

Cierta vez, cuando habló para solicitar la amnistía de los insurrectos de Vandée, no halló una

sola réplica para defender su discurso, que había sido totalmente escrito. Entonces decidió prepararse siguiendo unos buenos ejemplos: Mirabeau, lord Chatam, sobre todo Vergniaud, que parece haber ejercido mayor influencia sobre Lamartine. Debido al esfuerzo hace grandes progresos, y años después pronuncia su obra maestra, el discurso sobre el retorno de las cenizas de Napoleón el 26 de mayo de 1840. Si bien el poeta tenía vocación y cualidades oratorias, necesitó seguir un método, aprender de los mejores oradores, fijarse un plazo para llegar a ser alguien . 22.. DDEE AALLGGUUNNOOSS PPRROOCCEEDDIIMMIIEENNTTOOSS OORRAATTOORRIIOOSS

Como en la historia de la elocuencia hallamos oradores gráficos, visuales, auditivos,

verbomotores y otros que poseen características de los cuatro tipos, conviene detenernos un poco más en el tema porque la experiencia histórica nos enseña el mejor procedimiento, aclara equívocos en punto a la clasificación, y algunos ejemplos servirán para la preparación del orador y el discurso.

Parece que, en general, griegos y romanos cultivaron el grafismo. Es verosímil que Protágorás

no siguiera el grafismo, al contrario de Gorgias, que preocupado sólo por las galas de la elocuencia

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enseñaba el discurso escrito y memorizado. Precursor de la lógica, de un arte de razonar, Protágoras seguía el procedimiento de los verbomotores, pues quien prefiere las ideas a las palabras, sin desdeñar la forma, y se basa sobre la vinculación lógica de las partes del discurso, no precisa memorizar.

Los logógrafos o componedores de discursos forenses mejoraban el propio estilo

escribiendo para sus clientes, como Isócrates, cuyos discursos elaborados durante años revelan una larga y paciente tarea de composición y afinamiento. Lisias escribía sus defensas. Acerca del grafismo de los logógrafos conviene aclarar que muchos de ellos no lo usaban. Además puede decirse que si bien escribían para clientes no los abandonaban a la repetición textual. Debieron de en-señarles cómo pronunciar la defensa con un método de preparación que los libraba del visualismo, como la memorización de algunas partes que repetirían de distinta manera. De otro modo, recibiendo sólo la defensa escrita, sin preparación oratoria, el cliente podía fracasar al fallar su memoria.

Respecto de Demóstenes ya sabemos cuál es el alcance de su llamada preparación gráfica.

Él escribía después de una preparación integral, aunque quizá escribiera partes del discurso antes de pronunciarlo. De todas maneras por ello un orador de mucha experiencia no se perjudica porque sabe escapar al grafismo. Paréceme, contra la opinión de Ajam, que la preparación escrita no es el único método de los antiguos Oradores de la etapa sin retórica son más bien motores, como Pericles en Atenas y los Gracos en Roma. Luego, cuando aparecen las primeras artes oratorias y el afán por los primores del estilo, algunos retóricos enseñan el procedimiento gráfico.

Sin embargo, como veremos, tal grafismo es distinto del grafismo moderno. "Pasma

ciertamente —dice Corradi— la prodigiosa facilidad con que los oradores antiguos improvisaban sus discursos en las deliberaciones públicas. Sin duda deben atribuirse tan felices disposiciones, no sólo al mayor talento sino al continuo ejercicio de la palabra, pues la vida de los oradores antiguos era un perpetuo debate".

Cicerón pasa por gráfico. Muy cuidadoso del estilo, aconseja que se forme el orador por la

costumbre de escribir. Pero este príncipe de la oratoria fue ante todo una inagotable capacidad de trabajo, de modo que si escribió sus discursos no excluyó otros procedimientos, y le ayudaron en la memorización el saber y la experiencia. A pesar de la insistencia de Ajam sobre el grafismo de Cicerón, puede decirse que tal grafismo disminuía en un hombre de amplia cultura y fecunda vida.

Cicerón no fue naturalmente un verbomotor, sino más bien un gráfico; pero una índole

laboriosa, ejercicios, la cuidadosa preparación de los discursos, gran capacidad para el diálogo y una copiosa experiencia hicieron de él un orador de grandes posibilidades. Por eso podía prever muchas preguntas y responder en los debates como un verbomotor, y escribir en su espíritu con imágenes como se escribe sobre la cera de las tabletas. Por lo demás, el grafismo de Cicerón no era repetición de todas las palabras, y si quiere que el orador tenga mucha memoria, ello no significa que deba aprender de memoria. Aconseja distribuir exactamente en la cabeza todas las partes del discurso y premeditar las figuras y principales frases utilizables.

Hortensio, rival de Cicerón, nunca procedía como el gráfico. Si los gestos y ademanes

impulsan las palabras, entonces Hortensio era un motor en alto grado, porque su acción oratoria prevalecía en la preparación. Meditaba las partes esenciales, repetía en voz alta y accionaba antes de subir a la tribuna como si le escuchara un gran auditorio. Así marcaba las ideas facilitando el recuerdo por medio del orden, pero asimismo por la carga emotiva de la acción.

Como se ve, es dudoso que fueran gráficos los oradores antiguos. De todos modos su

grafismo difiere del moderno. Muchos oradores modernos escriben el discurso para memorizarlo; pero los antiguos, que no recitaban de memoria como los actores, encadenaban las partes esenciales y premeditaban las imágenes y frases más eficaces. Construido el plan, bien enlazadas las ideas, la memoria queda liberada del esfuerzo, pues halla un apoyo favorable a la asociación de las ideas. La memorización de pasajes bien preparados recibe el estímulo de aquellas frases ornadas que el orador repite de varias maneras, formando así su propio estilo: otro medio propicio al recuerdo. Plan, estilo y acción oratoria, no logrados en un día, aseguran que se

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recuerde con facilidad. Algunas escuelas romanas enseñaban el método visual o el gráfico de los declamadores; pero

ellas corresponden al período de la decadencia, juzgado severamente por Tácito. Retóricos como Porcio Laíro exigían ejercicios sobre la base de plan, estilo y acción. Simulaban un proceso, y el fallo era controvertido por los alumnos. Si era un asunto no judicial, el retórico nombraba dos oradores que defendían sus tesis, e inmediatamente se abría la polémica, no siempre ordenada, para estimular las condiciones naturales, pero siempre movida por la emulación y el entusiasmo de todos. Los mejores recibían largos aplausos y las polémicas se recordaban durante muchos días, porque en Roma la oratoria fue una institución compañera del idioma, del derecho y del Imperio.

Bossuet, el gran orador religioso del siglo XVII, sigue los procedimientos del verbomotor.

Prepara el plan de la obra, sus partes principales, y se abandona después a la improvisación. Anotaba en el papel su plan, algunas citas sin cuidarse de las palabras, y después de profunda meditación fijaba en la mente, mediante la palabra interior, algunas expresiones de que iba a valerse. Corregía el discurso mentalmente, acomodando en el pulpito la forma según convenía a quienes escuchaban, cuyas demandas espirituales el orador nato captaba y sabía satisfacer. Pero en general la oratoria de los siglos XVII y XVIII es de grafismo, no en el sentido antiguo, sino en el moderno: los oradores escriben el discurso y les preocupa más la bella forma que el calor humano. Sin embargo, la Revolución Francesa produce un cambio en el arte de hablar.

Como los oradores carecen de tiempo para la preparación gráfica, las tribunas son de

improvisación, de ataque y defensa, y hay que responder pronta y decisivamente si se quiere salvar la vida. Por ello Mirabeau, gráfico a la manera de su siglo, tiene que hacerse verbomotor. Elabora un plan, articula el pensamiento, recrea los adquiridos en el tráfago o en el silencio de su calabozo de Vincennes; pero no se libera totalmente del grafismo denunciado en esas frases que no pueden improvisarse.

De todos modos, Mirabeau, un apasionado, lograba la persuasión con ayuda de la voz, los

gestos y ademanes; pero no hubiera podido producir grandes efectos sin haber hablado el plan y las ideas con la palabra interna y externa antes de realizar su discurso en la tribuna.

En la historia de la elocuencia, durante el período más dramático de la Revolución Francesa,

hay un orador de tanta fuerza persuasiva como la de Mirabeau. Los parciales de Vergniaud le llamaban el Águila de la Gironda porque sus cualidades oratorias enorgullecían a todos los girondinos, que lo reconocían como jefe.

Vergniaud no componía los discursos escribiéndolos. Si escribía antes algunas partes,

hablaba las ideas en su habitación, donde había hecho el plan y construido frases decisivas para ensayar luego en el círculo de sus amigos. Entonces era elocuente, pero como resultado de una primera elaboración, como un preludio de los discursos que después pronunciaría contra los jacobinos. Mientras hablaba miraba los rostros para conocer el efecto que sus palabras, producían en cada oyente, y así fijar o modificar el fondo y la forma de su obra. Ponía en movimiento las ideas mediante la palabra articulada; sacaba a pasear las ideas de acuerdo con el consejo de Montaigne, según hacen todos los verbomotores, que no piensan sino mientras hablan.

El procedimiento escrito se reducía a escribir en unas hojas la división del discurso con la

articulación de los argumentos; pero no usaba las notas en la tribuna porque valerse de ellas hubiese hecho fría la palabra, y era necesario dar la impresión de que improvisaba. Aunque Vergniaud temía que le fallara la memoria, nunca ocurría tal accidente a causa del encadenamiento de todos los anillos de la arenga, que podían fácilmente soldarse en el caso de rotura.

El girondino practicaba un consejo tan sencillo que resume el buen procedimiento oratorio,

contenido en las notas póstumas de Herault de Séchelles: "Yo quiero, por ejemplo, aprender un discurso: medito la idea madre y las ideas principales, su número, las divisiones y subdivisiones de cada objeto. Yo me atrevo a afirmar, entonces, que es imposible equivocarse. Si se olvidara el discurso uno podría rehacerlo sobre la marcha; y las frases cadenciosas, un poco ornadas, un poco brillantes, en una palabra, todo cuanto interesa al amor propio del orador, quedaría grabado en la

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memoria con extrema facilidad". Así proceden los oradores que no repiten un texto escrito y pueden asegurar su parte de

improvisación, pues el discurso oratorio debe ser preparado en parte y en parte improvisado. Algunos contemporáneos de Vergniaud negaban que fuera un improvisador, demostrando una

noción falsa de improvisación. Un gran discurso nunca se improvisa totalmente, y quienes han tenido experiencia al

respecto saben que es necesaria una labor previa por la cual las ideas generales se dividen, adquieren claridad y se hacen interesantes merced al desarrollo las pruebas, imágenes y frases que originan la corriente verbal. Precisa una elaboración de todas las partes pues si no están bien hechas no se pueden improvisar ni las ideas generales, y el orador cae en vaguedad y palabrería.

Vergniaud, confiado en su procedimiento, escribía, "memorizaba" en parte y se daba

libertad en la elocución impulsada por la nobleza de los ademanes y una voz tan poderosa como flexible, que recordaban largo tiempo quienes la habían oído.

"La conciencia de esta maestría —escribe Lintilhac— era sin duda el motivo que su modestia

tenía secreto para resistir a sus amigos cuando éstos, en la prisión común, le reprochaban en Champagneau que no se ocupara bastante en escribir su defensa y le acusaban falta de perseverancia porque "a menudo la pluma se le caía de las manos". Él sabía mejor que ellos, ese gran artista de la palabra, cuánto perturba a la vida y frescura del verbo una redacción demasiado pulida, en la cual no se quiere perder nada, que nos hace prisioneros en la tribuna y paraliza el esfuerzo de la invención por aquél que esa redacción impone a la memoria".

Pero estas censuras se desvanecen ante lo esencial de la palabra de Vergniaud. "Preferimos

recordar su último discurso —continúa Lintilhac—, aquél del tres de julio sobre la situación general de Francia, que da la idea acabada de la elocuencia de su autor. En él todos los temas principalmente se reúnen alrededor de una idea central, que es la defensa de la patria contra los enemigos de fuera y de dentro. Lo vemos poner al servicio de esta idea, su principal inspiradora, todas las cualidades maestras, con una disciplina admirable, tanto en su flexibilidad como en su fuerza: orden luminoso del plan; ingenio, jactancia de la dialéctica, movimiento y ritmo, cadencia subyugadora de los períodos; clasicismo del estilo, brillo sorprendente de las imágenes, vehemencia oratoria, que anima el todo y lleva a la persuasión. Este es, a nuestros ojos, el triunfo del gran arte de Vergniaud".

Entre los oradores ingleses interesa Macaulay, cuyas cualidades oratorias también hacen de

él un escritor claro, vigoroso, persuasivo, como en los Estudios literarios, históricos, biográficos, que seducen por el estilo sereno, reposado y majestuoso."El estudio, no más que empezado, de los oradores atenienses —dice Menéndez y Pelayo— es otra clarísima prueba del poder del estilo y del vigoroso talento de Macaulay. En cuatro frases, haciéndonos asistir al ágora de Atenas, da mejor idea de la cultura helénica que otros en largas disertaciones. El final del estudio sobre Grecia es un trozo bellísimo de pasión y elocuencia". El polígrafo español considera a Macaulay un orador ático, dígase lo que se quiera.

En él hay claridad, orden, enlace de ideas y una dialéctica casi siempre triunfante. La idea

central en todo el desarrollo, ideas generales corporizadas mediante demostraciones prácticas y fuerza probatoria posibilitan el recuerdo de frases elaboradas que escapan a la memoria del gráfico. Sus imágenes plenas de colorido no son meros adornos del discurso porque nada queda aislado y el material se ordena de acuerdo con una unidad, como hicieron los oradores clásicos. "Por la estructura de su espíritu —escribe Taine—, por su elocuencia y su retórica, es latino, en términos que el armazón interior de su talento le coloca entre los clásicos".

Macaulay estudia el asunto, lo bosqueja y habla de varias maneras hasta lograr la

claridad y vulgarización de las ideas más profundas, que ahorrando el menor esfuerzo atraen porque además el discurso se desarrolla sin bruscas transiciones. Así el orador es comprendido y él comprende mejor, aclara las ideas y puede improvisar. Este procedimiento es la elocuencia por el

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razonamiento y la emoción. Precisa que el orador se apasione, sienta nacer y desarrollarse el asunto en su espíritu, lo alimente a través de una continuidad apoyada en la idea madre y el plan, que lo dirigen todo y sin los cuales es imposible esa corriente del pensamiento y la expresión.

"Puede decirse —escribe Taine— que la historia de Jacobo II es un discurso en dos volúmenes

pronunciado de un aliento, sin flaquear nunca la voz. Se ven empezar, crecer y extenderse la opresión y el descontento; se ve a los partidarios de Jacobo abandonarle uno a uno; se ve nacer, afirmarse y consolidarse en todos los corazones la idea de la revolución; se ven marchar los preparativos, acercarse el acontecimiento, hacerse inminente, y luego desplomarse de pronto sobre el ciego e injusto monarca, y barrer su trono y su linaje con la violencia de una tempestad prevista y fatal".

La arquitectura de este discurso escrito, el método mediante el cual ha sido compuesto,

pueden servir para reproducir oralmente su síntesis sin miedo al fracaso. El segundo Pitt (1759-1806) es otro de los oradores ingleses que ilustran sobre el buen

procedimiento. Revela desde temprana edad cualidades psicoverbales, una rara facilidad para gustar de los autores clásicos, sobre todo ingleses, y apoderarse de ellos. Cuando recitaba algunos pasajes famosos producía un efecto extraordinario por las inflexiones y cadencias propias de quien, favorecido por la naturaleza, realizaba continuos ejercicios desde su niñez para disponer de una voz clara, sonora y sugestiva.

Una vez más hallamos la interdependencia de la voz y el oído, porque sin duda William Pitt se

oía hablar, el oído le guiaba en el manejo de la voz y ambos estimulaban el proceso mental. Si el juego fonético defectuoso traba el movimiento intelectual; si la farfulla engendra nerviosidad y hace que la tarea mental se resienta de un desorden físico y verbal, por el contrario una voz dúctil, insinuante y firme, ayuda a la expresión de las ideas. Parece que todos los verbomotores saben de esta influencia.

Pitt, lector y estudioso de las arengas clásicas, comparaba los discursos poniéndose a

favor y en contra del asunto, fijándose en los argumentos que cada orador dejaba sin respuesta; asistía a las sesiones en Westminster para escuchar con atención a los grandes oradores. Pero uno de sus ejercicios favoritos lo realizaba desde su niñez. Su padre, lord Chatham, que le había iniciado en la prosa latina, le hacía leer frecuentemente la de Horacio y Cicerón; y habiendo gustado de la claridad, pureza y energía de los clásicos, siempre ios utilizó a fin de dominar su propio idioma. "Sus estudios —escribe lord Macaulay— recibieron un impulso especial, y de consiguiente contribuyeron a enriquecer su vocabulario inglés y a darle mucha práctica y facilidad en el arte de construir frases de manera elegante y correcta. Porque su método consistía en leer una o dos páginas de un autor griego o latino, en apoderarse de su sentido y traducirlo después en alta voz a su propio idioma".

Pero no solamente realizaba estos ejercicios de traslación de un idioma a otro; también

hablaba de varias maneras una idea; todos los días hacía una breve improvisación manteniendo viva esa facultad oratoria. Pitt poseía anhelo de expresión, y aunque había nacido orador, ello no era suficiente para él y deseaba ser mejor. Es un ejemplo de orador nato que quiere progresar por el trabajo.

El penalista italiano Enrique Ferri desarrolló su capacidad motora hablando en alta voz

todos los días en las solitarias orillas del Arno, fuera de la ciudad, improvisando sobre un argumento tomado al azar.

"Es preciso —dice— haber pensado primero en cada una de las partes de la defensa; en

la idea que formará el exordio, en la que servirá de final y en la cadena de los argumentos, los de réplica a la acusación ante todo y los de defensa después. Pero la expresión verbal de estas ideas (excepto alguna frase más típica y apropiada al caso) creo que debe dejarse absolutamente a la improvisación, cuando el cerebro caldeado por el trabajo despide fulgores más luminosos que las frases fríamente destiladas en el escritorio, lejos de la atmósfera vibrante del público y de los jueces".

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Dignos de mención son dos oradores argentinos, en esta incompleta y breve historia de los procedimientos, porque enseñan a preparar y pronunciar un discurso persuasivo, no halagador de los sentidos.

Uno es Mamerto Esquiú, llamado el orador de la Constitución, que unía, como se ha dicho, el

lenguaje majestuoso y la gravedad de pensamiento de Bossuet a la filosofía y elocuencia de Lacordaire. Al comienzo empleó las galas de la retórica española influida por Luís de Granada, y ello hace sospechar que sus discursos fueron escritos y memorizados. Pero Esquiú, espíritu de miras elevadas, orador, más que intelectual, rico de grandes pensamientos que nacen del corazón, como quiere Vauvenargues, no podía usar durante mucho tiempo aquellos oropeles.

Un suceso aceleró el cambio de sus procedimientos. El 4 de octubre de 1851 habló en

Catamarca, en las fiestas de San Francisco de Asís. Según refiere don Félix J. Avellaneda, un loco del pueblo llamado Atanasio Sáenz, que había escuchado a Mamerto Esquiú, alcanzó al fraile en la puerta de su celda, cuando se hubo retirado del pulpito, y en vez de felicitarlo le dijo: "La cátedra del Espíritu Santo no es para esparcir flores, sino para decir verdades". Esquiú creyó oír en las palabras del loco un aviso de la Providencia, y desde entonces su palabra fue más humilde, evitó el rebuscamiento y las frases pulidas, comprendió que aunque el orador cometa algún desaliño poco pierde si tiene nervio y sencillez.

Cuando refuta a Nicolás Avellaneda, para quien Esquiú es un orador de muy escasos recursos,

dice Pedro Goyena: "Su estilo puede ser negligente y su frase, en las primeras oraciones, inconclusa o enmarañada; pueden sus cláusulas no estar prolijamente pesadas en la balanza de precisión que emplea la farmacia literaria; pero su palabra penetra y conmueve, su noble inspiración tiene derecho a desdeñar el arte melindroso, incapaz de suplirla. El consejo de esmero y pulimento que da en este caso, no ya un gramático vulgar, sino un escritor espontáneo y brillante, produciría quizá fatales consecuencias. El mismo cuidado de la forma quitaría, sin ventaja alguna, su carácter peculiar a esa elocuencia nativa, feliz cuando se lanza por las corrientes generosas de la palabra. La incorrección y el desaliño, si los hay, están compensados ampliamente por la emoción y el vigor".

El otro de los dos oradores argentinos a que me referí es el mismo Pedro Goyena. quien

escribía partes de sus discursos antes de pronunciarlos, y además improvisaba. Poseedor de una gran cultura jurídica, literaria y urbanista, se procuraba argumentos, citas para sus exordios y finales patéticos; y si rechazaba las divisiones retóricas de escuela, no dejaba de hacer el plan y la distribución previa, sin los cuales fracasa el orador mejor dotado.

Su labor preparatoria seleccionaba las razones favorables a su propia tesis y las desfavorables

al adversario, dándoles una forma persuasiva. Aunque redactaba y solía memorizar nunca se sujetó a la letra, como él lo explicó varias veces. "Del resto —escribe Groussac— que constituía la misma trama oratoria, sólo traía meditada y sabida la substancia, quedando la estructura bastante elástica para admitir cualquier enmienda o nota sugerida por la inspiración del momento o un avance imprevisto del adversario". Como Vergniaud, Thiers, Gambetta, conversaba anticipadamente sobre el tema de sus discursos con algunos íntimos.

Los biógrafos de Goyena ponderan su voz, clara, sonora, flexible, conversacional sobre todo,

que sabía elevar cuando convenía, sin perjuicio de la perfecta dicción, cualidad propia del verbomotor juntamente con el ademán pausado. Toda exaltación del ánimo más allá del impulso emocional necesario para las ideas, las perturba y revela una falla de procedimiento.

Un orador como Goyena tenía asegurada su parte de improvisación porque sabía madurar las

ideas por las continuas correcciones a que se hallan sometidas cuando habla con su verbo interno y externo. Según esto, es verosímil que como escritor Goyena siguiera el procedimiento del verbomotor, al modo de Byron, Oscar Wilde y otros escritores, que hablaban sus obras antes de escribirlas.

33.. CCOONNSSEEJJOOSS PPRRÁÁCCTTIICCOOSS

Un buen procedimiento oratorio desarrolla la capacidad verbomotora y libera del

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grafismo, aunque el esfuerzo es más arduo para algunos gráficos. La clasificación precedente ayuda a conocer las propias cualidades a fin de no trastornar al individuo en su normal desenvolvimiento; pero, si el oficio no puede hacer genios, da cualidades oratorias, y por el oficio los verbomotores progresan.

Como al cuarto tipo de la clasificación conviene acercarnos, si nos falta la capacidad motora,

doy algunos consejos prácticos con las reservas mencionadas. Evítese escribir el discurso. Si usted es un gráfico escriba y vuelva a escribir con otras

frases. Después de leerlo en voz alta expresará las ideas de distinta manera. Realizados estos ejercicios, escribirá sólo el exordio, partes medulares y el final, y hablará como en el caso anterior.

Diariamente hará ejercicios de amplificación de la idea, hablando en voz alta y

escuchándose en la soledad. Siempre hay un lugar solitario para ejercitarse mientras uno camina, como Cicerón, que gustaba hacer discursos dando paseos.

Una vez al mes pronunciará un breve discurso ante un auditorio real o imaginario. El

diálogo es parte en la formación oratoria, pues pensar es hablar, hablar es pensar. Hable con los de-más o consigo mismo, el orador siempre habla, como afirma Platón, para quien el pensamiento es una palabra que el alma se dice a sí misma.

Realicemos continuos ejercicios. "El orador que pretenda adelantar —dice Pérez de Anaya—

debe ejercitarse mucho en componer y hablar. En ninguna materia hallará mayor facilidad como en la que sea propia de su profesión. Debe cuidar mucho, cuando hable o escriba, de hacerlo con propiedad y corrección, y para habituarse a estas circunstancias se propondrá, aun en las circunstancias más triviales, y hasta en una carta familiar, expresarse siempre con iguales calidades: de esta manera no le servirán de embarazo, y podrá quedar libre su pensamiento para fijarlo en el orden de las ideas, y en la manera de expresarlas. Para prepararse a hablar en público, conviene ejercitarse antes en" reuniones privadas, y sobre materias que sean muy conocidas y familiares al que habla".

Insisto en que no debe escribir el discurso, ni debe memorizar. Proceda sobre la base de

un buen plan, porque le facilitará la asociación de ideas, el desarrollo y hallazgo de palabras adecuadas.

El discurso con su idea central se ha dividido en dos, tres, cuatro ideas principales, ampliadas

por las secundarias, argumentos, ejemplos y figuras. Vinculando las partes, argumentos y refutaciones, se necesitará poco esfuerzo para recordar porque media una sólida trama de razones.

Oportunamente trataré el fondo y la forma del discurso. Mientras tanto digamos que nuestro

verbomotor prepara la forma hablando. El orador también escribe, mas no un discurso para pronunciarlo en un día cercano. Escribir diariamente enriquece el propio acervo cultural, aclara conceptos, enseña el uso de vocablos apropiados, da precisión a las ideas, calidad y belleza a la expresión. Sin duda mejora el estilo al par que ordena y fija los materias para nuevas crea-ciones.

Al respecto es sabio el consejo de Francisco Bacon, todo un programa oratorio: "La lectura

hace completo al hombre; la conversación le hace listo, y el escribir, exacto". Pero escribir dando forma a los conocimientos adquiridos pacientemente. Estudio, meditación y escritura originan nuevas ideas y expresiones, un dominio del asunto por- la palabra oral, escrita y el tiempo.

No acaece así cuando preparamos un discurso que pronunciaremos a breve plazo, pues

si escribimos nos faltará el temple, necesario para liberarnos del texto, y en la tribuna seremos víctimas de una preocupación extenuadora por recordar.

Tal es el verdadero significado de la expresión de. Quintiliano: "El escribir es fuente de

decir", que lo hace aparecer como si aconsejar el procedimiento gráfico. Recomienda escribir con

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frecuencia para enriquecer la propia cultura, no con el fin de pronunciar un discurso memorizado, consejo que surge claramente de todo cuanto enseña en Instituciones oratorias, porque su finalidad es hacer un orador, no un declamador ni un comediante. Así, pues, escribamos; pero recordemos que si deseamos llegar a verbomotores hemos de hablar interna y externamente, realizar una labor según el procedimiento que todos los grandes oradores han seguido.

CCaappiittuulloo CCuuaarrttoo

LLAA TTIIMMIIDDEEZZ OORRAATTOORRIIAA

11.. SSUUSS CCAAUUSSAASS

La timidez es un estado emocional que en algunas circunstancias inhibe al individuo, o en los

casos graves le incapacita para la normal relación con sus semejantes. Impide al orador, no sólo pronunciar un discurso, sino decir unas breves palabras al auditorio por el desequilibrio nervioso que perturba las ideas y produce desagradables manifestaciones físicas. Pal-pitaciones, angustia, temblor de la voz, afonía, sudores fríos, sequedad de la lengua, hasta una sensación de desmayo tiene el desdichado que no siempre quiere conocer y eliminar las causas de tales fenómenos, por lo cual muchos que pudieron ser buenos oradores abandonaron el arte de la palabra.

Generalmente los principiantes hablan de la timidez oratoria como si fuera un mal

incurable; pero debe reconocerse que no queda superada en un día. Aconseja Emerson hacer aquello que uno teme: pero hacerlo sin estar por lo menos un poco

preparado puede ocasionar graves traumas psicológicos. Recuerdo que una vez, en una escuela de oratoria de la cual yo era miembro, el profesor exigió a un alumno que dijera una breves palabras sobre el arte de hablar. Obedeció el alumno, y pálido, lleno de miedo cual si estuviera ante un suplicio, apelando a una o dos ideas más o menos claras, las únicas liberadas de su evidente conmoción psíquica, logró expresarlas y mereció el aplauso de la concurrencia. Entonces el profesor ratificó la eficacia del método: se aprende oratoria hablando; se domina la timidez mediante la práctica, haciendo experiencias ante el público. Algunos consejos o frases estimulantes bastan, como decir a los alumnos: "No sean tímidos, ármense de valor; sólo los decididos vencen la timidez".

Como después del éxito el alumno no volvía por la escuela a pesar de que se lo llamara

muchas veces, le visité en su casa, y entonces me dijo: "Dios me ayudó aquel día, y aun hoy no sé qué dije. Creí morir. Mientras hablaba todo daba vueltas a mi alrededor, y la benevolencia de los oyentes, que me alentaban con la mirada, fue desvaneciéndose hasta quedar la visión de unos rostros desfigurados cuyos efectos duraron muchos días. Mi temor a hablar en público aumenta cuando imagino que pude permanecer callado delante de todos o sufrir un desmayo. Estoy seguro de que yo no podría repetir aquel suceso, y además no deseo realizar ejercicios que me hacen mucho mal". Insistí para que volviera a la escuela, pero él rehusó hablar más del asunto.

La timidez oratoria no es un mal irremediable: al contrario: notables oradores supieron

dominarla, y descubriendo fuerzas motoras en su naturaleza muy sensible, las usaron con éxito. Demóstenes, Cicerón, Mirabeau, Castelar —menciono los más conocidos—, fueron nerviosos, emocionales, tímidos, superiores pese a su timidez, mejor diría superiores debido a ella, porque es propia de los bien dotados.

Como un orador antiguo, piden antes de hablar la divina ayuda para decir la palabra justa y

serena; pero luego, la emoción concentrada, vigilada, convertida en pasión, impulsa las ideas y vence la frialdad o la oposición de los oyentes. Por eso, si un orador de grandes posibilidades pudiera eliminar su timidez oratoria, se tornaría en un orador mediocre.

Miedo y vergüenza son las dos emociones fundamentales que causan la timidez.

¿Miedo de que? Ciertamente miedo de hablar, pero más bien miedo al fracaso, merced a una

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supuesta incapacidad verbal. Uno teme lo desconocido, las posibles reacciones del auditorio, su psicología, una falla de la memoria: ignora cómo rehacerse sobre la marcha cuando las ideas no acuden, o nos perturbamos mientras decimos el discurso al comprobar su mala composición.

La vergüenza es la perturbación que siente el orador al verse objeto de miradas ajenas,

una emoción que le hace creer sin fundamento en la inminencia de su descrédito. Generalmente el miedo y la vergüenza carecen de fundamento porque el tímido exagera los

peligros de la tribuna a pesar de hallarse preparado, y no teniendo que reprocharse ningún descuido, aún tiene vergüenza y teme caer en el ridículo.

Aunque el tímido comprendiera esa falsedad, no siempre tales emociones quedarían

eliminadas, y por ello, lejos de confiar, emplea todos los recursos del arte para disminuir los peligros, mientras que un hombre negligente y muy seguro de sí mismo muchas veces baja de la tribuna humillado por un fracaso.

Considerarse inseguro puede ser desventajoso; pero el orador preparado se calmará al oír

sus primeras palabras, porque le escuchan con atención, y entonces cada vez temerá menos y deseará continuar hablando en público. La timidez no le abandonará nunca; pero no será la timidez morbosa que impide hablar. El orador verdadero teme; sin embargo, al comenzar el discurso debilita el miedo, pues "tener miedo antes de hablar, perderlo cuando se habla, es la marca del artista".

De Mirabeau dice Thiers: "Al principio, sus primeras concepciones adolecían de cierta

confusión; las palabras salían entrecortadas de sus labios, y se mostraba trémulo e indeciso; pero pronto brotaba la luz y su espíritu realizaba en un instante el trabajo de muchos años. Una vez apoderado de la tribuna, todo lo abarcaba; todo era en él vivo, espontáneo y contundente. Cada vez que se le contrariaba aumentaban la fuerza y claridad de su dialéctica, presentando la verdad en imágenes fascinantes y terribles".

22.. DDEEFFEENNSSAASS MMEENNTTAALLEESS

El complejo emocional causa de los desórdenes psíquicos se relaciona con una idea

predominante, la de una incapacidad verbal, que hunde sus raíces generalmente en la vanidad y preocupación de que el discurso no deslumbre. Menos ambiciosos, limitémonos al discurso sencillo bien preparado.

De todos modos poco importa fracasar porque la carrera oratoria es una serie de triunfos y

fracasos, y es tan pueril vanagloriarse por los triunfos como desanimarse por los fracasos. Afirme y repita el orador que cualquier sabio puede aprender del hombre más ignorante,

pues el sabio no lo sabe todo. Si realmente lo es, acogerá un esfuerzo con atención y cordialidad; si escucha con desdén, no merece el rubor de quien habla.

Procurará confiar en las propias fuerzas, huir del elogio, pues cuando le sea por

completo indiferente la aprobación de los demás, tampoco le hará sufrir la crítica adversa. Haciendo, como Cicerón, más caso del testimonio de su conciencia que de todos los juicios

que los hombres emitieran de él, no menosprecia las opiniones, pero queda libre de influencias extrañas.

"En el fondo —dice Jagot— el temor a parecer ridículo, a ser objeto de una acogida

irónica, a oírse criticar, proviene de una pueril vanidad y de una falta de individualidad. ¿Por qué conceder más importancia a la apreciación de otros que a la vuestra, en lo que concierne a vuestra personalidad? Asimismo, ¿por qué impresionarse por una negativa o por un fracaso, uniendo a ello la idea de una humillación? El mejor general no siempre gana la batalla; pero si ha combatido va-lientemente puede sentirse orgulloso de sí mismo".

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El recuerdo de los éxitos apoya en los momentos de mayor emoción a quien está inseguro. Su

sensibilidad recuerda sus fracasos oratorios; mientras que recordando los éxitos enerva el complejo emocional, gana confianza al creerse orador.

"Los animosos —dice Aristóteles— lo son en las siguientes circuntancias: si creen que han

triunfado y no han sufrido, o si a menudo han llegado a estar en peligro, pero se han salvado". Conocer las leyes del auditorio también es necesario para vencer las inhibiciones; por ejemplo,

conocer que disminuye la capacidad intelectual de los hombres reunidos en función de auditorio, merced al predominio de las emociones.

Alguna vez unos rostros severos o la presencia de una persona notable pueden ocasionar la

emoción del que habla, más perturbado porque los mira con frecuencia y no ve la más mínima aprobación de cuanto dice. En tales casos conviene ignorarlos.

Un cura de aldea, en su iglesia, pronunció un sermón ante un cardenal. Admiróse el purpurado

de la desenvoltura del orador, y entonces éste le reveló el secreto: "Cuando preparo mis sermones, generalmente estoy en mi huerta, donde he plantado repollos. Estos son las imágenes de mis feligreses, y me ejercito ante los primeros para después hablar pausadamente a los segundos. Cuando supe que tendría el honor de hablar ante Vuestra Eminencia recurrí al mismo procedimiento, pero tuve cuidado de arrancar un repollo bermejo de entre los otros".

Además de crear una defensa mental, el cura procedía como un verbomotor, quien, hablando

el discurso antes de pronunciarlo en público, adquiere seguridad y enerva la timidez. Encaremos situaciones difíciles relacionadas con personas que nos causan timidez, y

ante ellas permanezcamos serenos, apoyados en el hablar pausado, así como en la buena articulación. Pequeños esfuerzos diarios, aunque las experiencias sean desagradables, modifican a la larga nuestra conducta vacilante.

Sepamos que la persuasión logra a veces su fin inmediatamente: a veces lo alcanza después

del discurso o al cabo de largo tiempo, cuando la palabra terminó su faena en la subconsciencia del oyente. Porque un orador concluye su tarea con la última palabra; pero la palabra prosigue la tarea.

No preocupe la desaprobación o aprobación del auditorio; de la mejor manera digamos

lo que quisimos decir, y dejemos que la palabra, ya desprendida de su autor, realice su propia obra.

Por ella van apareciendo en el oyente nuevas creencias, se modifican las antiguas, afloran a la

conciencia las que han permanecido dormidas durante mucho tiempo, y así el oyente cambia sin darse cuenta de semejante proceso.

"La palabra del orador, en efecto —escribe Lain Entralgo—, conduce al oyente a ver la realidad

y a verse a sí mismo de un modo inédito, y a veces le descubre zonas de su propia vida cuya existencia no sospechaba antes" . Y esto exige más de un día. Como el fin del orador es persuadir, no ganar el aplauso, se halla tranquilo si preparó su discurso porque sabe que si no le aprueban hoy le aprobarán mañana. Si el aplauso no siempre dimana de la persuasión, pues a veces resulta de una emoción pasajera, en cambio el silencio de los oyentes es propicio a un medio cordial y a las modulaciones de una voz que envuelve a todos, aviva su interés y da mucho ánimo al orador.

Estimulemos un anhelo de expresión. Él nos conduce al diálogo y familiariza con los

auditorios causa del miedo, que cede en la relación cotidiana con nuestros semejantes. Otro recurso da Aristóteles con su aguda observación cuando dice en la Retórica acerca del

temor: "Tampoco temen los que creen que les ha ocurrido lo peor y están fríos ante el futuro, pues para temer es preciso que reste alguna esperanza de salvación sobre aquello que nos causa la

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angustia". ¿En qué consiste esa esperanza desde el punto de vista oratorio? Equivocadamente un orador cree que debe deslumbrar, y la palabra hinchada, de frases

que pretenden ser muy hermosas, pide mucha memoria. Gestos y ademanes exagerados y expresión florida son peligros para quien desea pronunciar una gran pieza oratoria y juzga un discurso enfático sinónimo de persuasivo. Entonces teme fracasar y aumenta el miedo una posibilidad de salvarse y la duda acerca de los medios que posee. Pero no dudando de su fracaso como orador, está seguro de que merced al dominio de su asunto no quedará sin palabra y será por lo menos un expositor.

33.. PPRREEPPAARRAARR EELL DDIISSCCUURRSSOO Los recursos mencionados sirven al orador si ha preparado el discurso. Es necesario conocer el asunto porque quien conoce anda por un camino cierto y sabe

dónde se dirige, aunque no desecha la posibilidad de un peligro o sorpresa, que puede salvar mediante sus defensas.

Al contrario, desconocer el asunto o conocerlo mal engendra el miedo, campo propicio a

la timidez. "Aquel conferenciante —refiere Canuyt— era hombre de gran talento. Su voz estaba bien

situada; su técnica vocal era excelente. Se trataba, por consiguiente, de un 'trac' en apariencia puramente psíquico. Pero al ir a la realidad de las cosas, descubrí que la base de su 'trac' se debía al hecho de que no dominaba a fondo la conferencia. Contaba con su memoria, con sus dones de improvisación, y como en la subconciencia no estaba seguro de dominar sus recursos, lo cierto es que temía no hallarse a la altura de sus tareas. Entonces, a último momento, retrocedía ante el obstáculo. A partir de ese momento le obligué a que en lugar de permanecer callado repitiera varias veces trozos sucesivos y espaciados de su conferencia; a que la poseyera en forma segura y completa. Mejoré su estado nervioso simplemente por medio de ejercicios físicos, al aire libre, y la higiene general. El día de la conferencia hizo sesiones repetidas de gimnasia respiratoria con inspiraciones lentas y profundas. Aquel sujeto, más sereno, menos contraído, más dueño de sí mismo, no tenía ya más que una aprensión normal, de las que no paralizan; era la suya una emoción de buen gusto".

Trabajar bien el discurso es, efectivamente, vencer la timidez morbosa, procurarse una

emoción de buen gusto necesaria al orador y que puede hacerle ganar la simpatía del auditorio. Si ha meditado, ordenado los materiales y hablado como aconsejé en el capítulo sobre tipos

oratorios, en sus comienzos podrá prescindir de la comunicación directa para liberarse de lo impre-visto, de los murmullos, las miradas poco cordiales, las sonrisas que parecen burlonas propias para causar confusión. Entonces se concentrará en su discurso como si los oyentes no existieran y escuchará su propia voz. Habiendo cuidado del exordio, comenzará lentamente, oyéndose hablar, porque la voz y el oído estimulan la labor mental, y las primeras palabras son como los primeros golpes de remo que hacen avanzar la nave aun después de que hubieren cesado, según la imagen de Cicerón. Ello permite, sin mucho riesgo ni angustia, iniciar las experiencias oratorias. Por ellas, el arte y la vigilancia de nuestras reacciones, la emoción será poderoso medio de persuasión. Entonces comprobaremos que se puede vencer la timidez inhibitoria, y que no podemos ser oradores sin un poco de timidez, necesaria además para dominar o apaciguar nuestra impaciencia, pues, como dice Barthou, “es preciso tener miedo a la tribuna para igualarse a ella”.

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TTRRAABBAAJJOO PPRRÁÁCCTTIICCOO

PPAARRTTEE PPRRIIMMEERRAA ““NNOOCCIIOONNEESS FFUUNNDDAAMMEENNTTAALLEESS””

II.. PPRRIIMMEERR CCAAPPÍÍTTUULLOO:: SSOOBBRREE LLAA OORRAATTOORRIIAA

CUESTIONARIO

1) ¿Cuál es la diferencia entre elocuencia oral y oratoria?. 2) ¿Cuál es la diferencia entre retórica y oratoria?. 3) ¿Cuál es el objeto de la oratoria?. 4) ¿Cómo surge la oratoria?. 5) ¿Cuál es la finalidad del discurso oratorio?. 6) ¿De qué vocablos proviene la palabra persuasión?. 7) ¿Por qué es necesaria la oratoria, para mí, en este momento?.

EJERCICIOS PRÁCTICOS

1) Seleccione de este capítulo, las ideas, frases o máximas que mejor expliquen la oratoria. 2) Construya un concepto de oratoria.

IIII.. SSEEGGUUNNDDOO CCAAPPÍÍTTUULLOO:: SSOOBBRREE LLAA OORRAATTOORRIIAA CCLLÁÁSSIICCAA

CUESTIONARIO

1) ¿Cuál es la característica fundamental de la escuela ática?. 2) ¿En qué consiste la oratoria poética o teatral, la asiática y la genuina de los atenienses o

ática?. 3) ¿Cuál es la cualidad esencial que caracteriza a la escuela de los áticos?. 4) ¿Cuáles son los tres períodos de la prosa griega, y defina sus características fundamentales?. 5) ¿Quiénes eran los logógrafos y en qué se caracterizaban?. 6) ¿Quién es el máximo exponente de los logógrafos, y maestro del orador moderno?. 7) ¿Quién es el último exponente de los áticos, antes de la decadencia?. 8) ¿Por qué el orador ático se hace?.

EJERCICIOS PRÁCTICOS

1) Mencione a los oradores sofistas, y resuma brevemente sus características individuales. 2) Resuma las enseñanzas positivas que le dejan los sofistas. 3) Haga un resumen de los diferentes oradores clásicos (de los tres períodos), definiendo en

cada uno sus cualidades particulares. 4) Seleccione de este capítulo, las ideas o frases que más lo motivan a prepararse en la oratoria.

TTRRAABBAAJJOO PPRRÁÁCCTTIICCOO

PPAARRTTEE SSEEGGUUNNDDAA ““EELL OORRAADDOORR””

II.. PPRRIIMMEERR CCAAPPÍÍTTUULLOO:: CCUUAALLIIDDAADDEESS DDEELL OORRAADDOORR

CUESTIONARIO

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1) ¿Cuál es la trilogía oratoria?. 2) ¿Son las cualidades del orador según la enseñanza de este capítulo?. 3) ¿Por qué el orador debe tener inteligencia clara y penetrante?. 4) ¿Por qué el orador debe tener sensibilidad?. 5) ¿Por qué el orador debe tener imaginación?. 6) ¿Por qué el orador debe tener memoria?. 7) ¿Por qué el orador debe tener voz oratoria?. 8) ¿Por qué el orador debe tener anhelo de expresión?.

EJERCICIOS PRÁCTICOS 1) Resuma las mejores enseñanzas que le deja este capítulo, respecto de las cualidades del

orador. 2) Comience a construir y preparar el discurso del Alegato Inicial y el de Alegato Final.

Para ello, hágase de las siguientes herramientas: una cuaderno especial de la materia, lápiz,

borrador, diccionario de la lengua castellana, libro de gramática, ortografía, diccionario de sinónimos y antónimos, fólder para recopilar sus archivos, soportes informáticos como USB, etc.

Organícese con su equipo y practique ejercicios de asimilación y reproducción, con la teoría de su caso, a manera de discurso inicial (alegato inicial) y también el alegato final. Los cuales deberá comenzar a preparar, individualmente y colectivamente con sus compañeros.

Piense que usted será el encargado de presentar un discurso persuasivo propio y adecuado del alegato inicial y del final. En consecuencia sea disciplinado y comience a practicar estas sabias enseñanzas, y verá los frutos.

Entre las cosas que comenzará a practicar son los ejercicios que se aconsejan en este capítulo.

Por ejemplo, antes del sueño de la noche meditaremos y recordaremos una parte del discurso en preparación, y al despertar por la mañana reproduciremos mental y oralmente ideas y expresiones elaboradas por la noche, buena labor de almacenamiento paralela a la de adquirir nuevas ideas y experiencias.

Otro ejemplo. Practique el ejercicio de Regnier: Nos colocamos frente al amigo y, empleando la menor cantidad posible de sonido, hablando muy bajo, encomendamos a la articulación llevar las palabras a sus ojos al par que a sus oídos, porque él nos mira hablar tanto como nos escucha, y en este caso la articulación desempeña una función doble: la suya especial y la propia del sonido; y para esta segunda tiene que dibujar con limpieza las palabras e insistir fuertemente en cada sílaba, a fin de hacerla entrar en el espíritu del que oye. Dice Regnier “He aquí, pues, el método infalible para corregir todas las deficiencias y todas las asperezas de la articulación. Sometiéndose durante algunos meses a este ejercicio, se suavizarán y fortificarán los músculos articulares de tal suerte, que responderán, por su elasticidad, a todos los movimientos del pensamiento y a todas las dificultades de la dicción. La articulación desempeña en la lectura un papel de primer orden: ella, y sólo ella, da claridad, energía, pasión, vehemencia: tan grande es su poder, que puede suplir la flaqueza de la voz, aun en presencia de numeroso público.”

IIII.. SSEEGGUUNNDDOO CCAAPPÍÍTTUULLOO:: EESSTTUUDDIIOOSS DDEELL OORRAADDOORR

CUESTIONARIO

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1) ¿Cuáles son los mínimos conocimientos o áreas de estudio que el orador debe fomentar?. 2) ¿Por qué es importante que el orador fomente el estudio de la filosofía?. 3) ¿Por qué es importante el dominio de la lógica en el orador?. 4) ¿Por qué es importante que el orador sepa de psicología?. 5) ¿Por qué es importante que el orador estudie la historia?. 6) ¿Por qué el orador debe estudiar y cultivar su idioma?. 7) ¿Por qué el orador debe leer obras de la literatura?. 8) ¿Por qué Usted debe fomentar el estudio de la oratoria?.

EJERCICIOS PRÁCTICOS

1) Organícense los equipos, para buscar todo tipo de literatura relacionada con estos temas, ya sea por soportes físicos o libros, o por medio de soportes informáticos, o por vía de Internet, y compartan la información.

2) Obtenida la información, se hace un banco de datos que podrá ser consultado y estudiado por los equipos de trabajo. Esa información será fuente, como otra, para elaborar su discurso (alegato inicial y alegato final).

IIIIII.. TTEERRCCEERR CCAAPPÍÍTTUULLOO:: LLOOSS TTIIPPOOSS OORRAATTOORRIIOOSS

CUESTIONARIO

1) ¿Qué son los tipos oratorios? 2) ¿Cuáles son los tipos oratorios básicos que se conocen y defina las cualidades de cada uno de

ellos?

EJERCICIOS PRÁCTICOS

1) Haga un resumen de las cualidades esenciales de los tipos oratorios, que usted debería fomentar

2) Reúnase en equipo y haciendo ejercicios, uno frente a todos, defina cuales son las cualidades del tipo oratorio más acentuado en Usted

3) Construya y elabore un plan para el alegato inicial y otro para el alegato final

Construya desde ya las bases de su alegato Busque información sobre la teoría del alegato inicial y la teoría del alegato final y

construya haciendo un plan de su discurso, sobre la base de la estructura de lo alegatos. Haga dos apartados uno para el banco de información relacionada con los aspectos

jurídicos y legales, (aforismos jurídicos, enunciados de principios y garantías, máximas de justicia y valores afines, etc.) y otro banco de datos para la persuasión.

Es decir construya ideas, frases, mensajes, palabras precisas, vocablos correctos y acertados sobre los valores de la vida; busque y coleccione máximas, pensamientos de personajes ilustres, historiadores, poetas; busque proverbios, dichos populares, lecciones y enseñanzas históricas, bíblicas, etc., etc., y toda aquella información o dato que le ayude a preparar el mejor de sus discursos forenses.

Con propiedad y corrección escriba y lea, vuelva a escribir y leer, y haga ejercicios de ampliación de sus ideas y pronúncielas ante un auditorio imaginario y antes sus amigos, familiares, compañeros de equipo. Construya y borre, tache y vuelva a escribir, pronuncie y lea, y vuelva a mejorar la idea hasta que se sienta perfecta para formar parte de su obra.

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Estas indicaciones serán ampliadas por el docente instructor.

IIVV.. CCUUAARRTTOO CCAAPPÍÍTTUULLOO:: LLAA TTIIMMIIDDEEZZ OORRAATTOORRIIAA

CUESTIONARIO

1) ¿Qué es la timidez oratoria? 2) ¿Qué es lo que causa la timidez oratoria? 3) ¿Cumple alguna función positiva el que el orador tenga cierta timidez oratoria? 4) ¿Qué enseñanza obtuvo sobre cómo vencer la timidez oratoria?

EJERCICIOS PRÁCTICOS

1) Sobre la base de todas estas enseñanzas, elaboren como equipo un esquema básico de

defensas mentales que deben seguir para vencer la timidez oratoria 2) Practiquen en equipo, con las ideas, máximas, oraciones y frases que tengan ya construidas,

todas estas enseñanzas. TEMAS PENDIENTES PROXIMA ENTREGA

PPaarrttee TTeerrcceerraa

EELL DDIISSCCUURRSSOO

CCaappiittuulloo PPrriimmeerroo

LLAA IINNVVEENNCCIIÓÓNN

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EELL PPAATTÉÉTTIICCOO CCOOMMOO CCUUAALLIIDDAADD DDEE LLAA OORRAACCIIÓÓNN

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EELL PPAATTÉÉTTIICCOO YY LLAASS PPAARRTTEESS DDEELL DDIISSCCUURRSSOO

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CCaappiittuulloo SSeegguunnddoo

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CCaappiittuulloo PPrriimmeerroo

IIMMPPOORRTTAANNCCIIAA DDEELL AAUUDDIITTOORRIIOO EENN LLAA TTRRIILLOOGGÍÍAA OORRAATTOORRIIAA

CCaappiittuulloo SSeegguunnddoo

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CCaappiittuulloo TTeerrcceerroo

AALLGGUUNNOOSS CCOONNSSEEJJOOSS PPRRÁÁCCTTIICCOOSS

PPaarrttee SSééppttiimmaa

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CCaappiittuulloo ÚÚnniiccoo

NNOOCCIIÓÓNN YY PPRROOCCEEDDIIMMIIEENNTTOO

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