EL ARTE DE ESCRIBIR Y LAS DISCIPLINAS HUMANÍSTICAS

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EL ARTE DE ESCRIBIR Y LAS DISCIPLINAS HUMANÍSTICAS (TEG) Fernando Lázaro INDICE -La exposición -La invención en el escrito expositivo: -Las fichas -La invención en el escrito expositivo: -La elocución -Las disciplinas humanísticas -El ensayo La exposición Exponer es presentar una cuestión cualquiera con el propósito de hacerla conocer y comprender a otras personas. Los ejercicios de examen son exposiciones, cuya finalidad particular consiste en que el examinando demuestre conocer un tema. La exposición pura como la que se suele dar en los ejercicios de examen es más bien rara. Normalmente se asocia con la argumentación, es decir, con un proceso más personal y creador, en el cual el expositor introduce ideas o puntos de vista suyos, defendiéndolos con razones y, a veces, combatiendo otros que considera erróneos. En la exposición predomina, pues, una actitud objetiva. Con ella se trata de brindar a quien la lee –o la oye– una información que pueda resultarle útil o necesaria. Como todo escrito, consta de los tres componentes retóricos que ya conocemos:

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EL ARTE DE ESCRIBIR Y LAS DISCIPLINAS HUMANÍSTICAS (TEG)

Fernando Lázaro

INDICE-La exposición-La invención en el escrito expositivo:

-Las fichas-La invención en el escrito expositivo:

-La elocución -Las disciplinas humanísticas

-El ensayo

 La exposición

Exponer es presentar una cuestión cualquiera con el propósito de hacerla conocer y comprender a otras personas. Los ejercicios de examen son exposiciones, cuya finalidad particular consiste en que el examinando demuestre conocer un tema.

La exposición pura como la que se suele dar en los ejercicios de examen es más bien rara. Normalmente se asocia con la argumentación, es decir, con un proceso más personal y creador, en el cual el expositor introduce ideas o puntos de vista suyos, defendiéndolos con razones y, a veces, combatiendo otros que considera erróneos.

En la exposición predomina, pues, una actitud objetiva. Con ella se trata de brindar a quien la lee –o la oye– una información que pueda resultarle útil o necesaria. Como todo escrito, consta de los tres componentes retóricos que ya conocemos:

- la invención o acopio de hechos;

- la disposición u orden en que se exponen esos hechos; y

- la elocución o expresión lingüística definitiva.

Examinemos estos componentes por separado.

La invención en el escrito expositivo:

Recibe el nombre particular de documentación. Quien se dispone a exponer algo (un

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profesor, un conferenciante, un alumno, un periodista, etc.) debe empezar por documentarse, es decir, por leer (o escuchar, si las fuentes de información son orales) el mayor número de libros, artículos, etc., referentes a la cuestión que va a exponer. No debe descuidar, si el tema lo permite, la documentación plástica, fotografías, cuadros, esculturas, gráficos, etc., que puedan contribuir a una mejor comprensión.

La documentación debe aspirar a ser:

–Lo más completa posible; no debemos conformarnos con una sola fuente de información -un libro, un artículo, una enciclopedia-, pues, en ese caso, nos convertiremos en meros repetidores de lo que otro ha expuesto ya;

–Lo más moderna posible; caso de que el tema haya sido tratado por diversos autores, en diversas épocas, procuraremos informarnos de él a través de los autores más solventes y en sus escritos más recientes.

A veces, sin embargo, la exposición se plantea como un trabajo histórico (por ejemplo: «Los movimientos en pro de la liberación de la mujer durante el siglo xx»; «Actitudes ante la pena de muerte entre los juristas nacionales»), y ello obligará a consultar las fuentes antiguas o modernas, sin renunciar a ninguna.

–Estrictamente referente al tema que nos interesa; al exponer, no deberemos desviarnos hacia otras cuestiones, y ello debe empezar a cuidarse ya en el momento de documentamos.

Las fichas

En la fase de documentación, es muy útil trabajar con fichas, es decir, con pequeños rectángulos de cartulina (en las papelerías las venden de diversos tamaños; debe elegirse el que guste más; o podemos hacérnoslas de papel, cortando folios).

Si nos estamos documentando en un libro, una revista, un perió¬dico, etc., copiaremos en fichas distintas aquellos informes que juzguemos importantes, procurando que sea homogéneo (que «trate de una sola cosa») lo que en cada ficha se copia. A un mismo aspecto de la cuestión pueden dedicarse diversas fichas. Ello será obligado cuando pasemos a consultar otras fuentes documentales (es decir, otro libro, otra revista, otro periódico).

Una vez que hayamos dado por terminada la fase de documentación, procederemos a ordenar las fichas, esto es, a agrupar aquellas que tratan del mismo problema (aunque sus puntos de vista sean diferentes) y, después, a colocar cada grupo en un orden determinado, con lo cual entramos ya en la segunda fase del trabajo preparatorio: la disposición.

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Disposición del escrito explicativo

Hemos de trazarnos, efectivamente, un plan (igual que en los escritos argumentativos, como ya veremos).

–Es muy difícil, por no decir imposible, enseñar a elaborar un plan, pues este suele estar condicionado por la naturaleza del tema, y el número de cuestiones explicables es infinito. Depende también de las aptitudes del expositor, de sus facultades lógicas.

–En cualquier caso, ha de partirse siempre del enunciado claro e inequívoco del problema. Aparte de figurar éste abreviadamente en el título, pueden dedicarse las primeras líneas del escrito a su planteamiento, sobre todo si es muy extenso o tiene muchas implicaciones que no podemos desarrollar. En ese caso deben anunciarse los límites que nos hemos impuesto en la exposición, señalando si es posible las cuestiones que dejamos fuera.

–Si vamos a exponer el tema históricamente, deberemos seguir un orden cronológico, mostrando las sucesivas soluciones que se han ido aportando, dejando para el final nuestra adhesión a una de ellas o nuestra propia propuesta, si es que la hacemos. Iremos utilizando para ello las fichas de que disponemos, sabiendo renunciar a las menos significativas, en función del tiempo y del espacio de que dispongamos (no puede entrarse tan a fondo, por ejemplo, en un trabajo de clase como en una tesis de licenciatura o doctorado).

–Cuando el tratamiento del tema no es histórico, las dificultades aumentan porque carecemos de la ayuda que presta la ordenación cronológica. Hemos de establecer nuestro propio plan. Conviene entonces «parcelar» la cuestión en aspectos homogéneos, pero diversos entre sí imaginemos que debemos tratar de la selectividad universitaria. Nos habremos documentado previamente (en los periódicos, en documentos oficiales, en conversaciones, en declaraciones de partidos y sindicatos, etc.). Habremos acopiado unas decenas, tal vez unos centenares de fichas, que debemos ordenar; tendremos que «parcelar» la cuestión de la selectividad, según hemos dicho. Y una primera división se impone:

–argumentos a favor;

–argumentos en contra.

Empezaremos por los primeros, subdividiéndolos también según su naturaleza:

–exceso de estudiantes universitarios

–necesidad de encaminar al alumnado hacia profesiones no universitarias:

–defensa de la calidad de la enseñanza;

–falta de profesorado y de centros para atender la demanda;

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–evitar el paro de futuros licenciados, etc.

Ordenaremos a continuación los argumentos en contra de la selectividad:

–Establece diferencias de que los alumnos no son culpables (según hayan estudiado el Bachillerato en unos centros u otros, en función de sus posibilidades económicas, etc.);

–Niega el derecho a la cultura y a la ciencia que tienen todos los ciudadanos, consagrando así diferencias sociales;

–Muchas universidades no están saturadas de alumnado;

–No se ha alcanzado aún la proporción de alumnos universitarios de otros países;

–nuestra sociedad necesita más titulados de muchas carreras, etc.

El escrito expositivo puede terminar con un brevísimo resumen de las opiniones expuestas, y sobre todo, con la formulación razonada de la que sostiene el expositor.

La elocución

Dado el fundamental carácter objetivo anejo a la exposición, las cualidades de orden y claridad deben resaltar especialmente. El lenguaje ha de ser sencillo, claro y apropiado, lo cual resulta com¬patible con la posibilidad de que el expositor deje entrever o manifieste explícitamente la actitud que adopta ante ciertos aspectos de lo que expone: respeto, admiración, adhesión, repulsa, ironía, humor, etc., en dosis prudentemente graduadas, pues importa más la presentación clara del tema que el lucimiento personal.

Las disciplinas humanísticas

Es costumbre oponer las ciencias humanas a las ciencias naturales. Hay casos en que esta oposición parece clara: la Filosofía, por ejemplo, tiene el estatuto de ciencia humana, mientras que la Botánica es indubitablemente una ciencia natural. Aproxi¬madamente, las ciencias naturales se ocupan de cuanto no humano existe en el mundo y de lo que existiendo o manifestándose en el hombre, es pura¬mente físico (el cuerpo, su constitución, su evolución, sus enfermedades, etc.).

Las ciencias humanas, en cambio, serian aquellas que tratan de la naturaleza no física del

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hombre y de sus manifestaciones y realizaciones.

Pero las fronteras entre unas y otras ciencias no es clara. Ni lo son en cuanto al objeto (la psique del hombre puede tener condicionamientos físicos), ni en cuanto al método. El que más frecuentemente se aplica en las ciencias naturales es el método experimental; pero éste se emplea también por psicólogos, lingüistas, sociólogos, etc.

En el complejo grupo de las ciencias humanas se agrupan hoy disciplinas como la Lingüística, los Estudios Literarios, la Semiología, la Historia, la Antropología, la Economía, la Geografía humana, las Ciencias Políticas, la Sociología, la Criminología, la Estética, la Filología, la Filosofía, la Lógica, la Ética, la Psicología, el Psicoanálisis, las Ciencias de la Educación, la Sexología y la Caracterología. Y no faltan autores que incluyen entre ellas la Biología del comportamiento, la Demografía, las Matemáticas, la Estadística y la Psicopatología.

De la simple enumeración de estas disciplinas se deduce la casi imposibilidad de formular una definición que las abarque a todas.

La noción de ciencias humanas no se corresponde exactamente con la de disciplinas humanísticas.

Este último adjetivo se relaciona con el nombre Humanismo (lo humanístico es lo relativo al Humanismo), es decir, con una actitud que arranca del Re¬nacimiento y que hace del hombre el valor supremo que da sentido a la historia y a la sociedad. A esta idea se oponen hoy algunos pensadores como Althusser (1965).

Cuando nos referimos a disciplinas humanísticas (como hace el Cuestionario oficial), aludimos sobre todo, siguiendo una idea tradicional, a aquellas en que se manifiestan el pensamiento del hombre (Filosofía), el recuerdo de su pasado (Historia) y la expresión de su espíritu artístico (Literatura principalmente). Pero cabe incluir entre ellas la Filología, la Sociología, el Derecho y la Política. Insistimos en el carácter aproximativo y escasamente demostrable que poseen estas clasificaciones. Ya apenas si se habla de disciplinas humanísticas, si no es en el vago sentido de “disciplinas que contribuyen a refinar la espiritualidad de los educandos, y a no olvidar que todos los saberes positivos, todas las ciencias y técnicas se subordinan a un valor primario que es la dignidad del hombre”. En este sentido nos obliga a referirnos a ellas el Cuestionario oficial, según parece.

Aun reduciendo mucho el ámbito de tales disciplinas, resulta casi imposible enunciar rasgos lingüísticos que caractericen a todas ellas.

El vocabulario abstracto

Con todo, quizá sea la abundancia de términos abstractos el más constante y extendido de esos rasgos. Las ciencias naturales emplean con más frecuencia los términos concretos porque han de nombrar 'cosas': neurona, lípido, protón, dermo-esqueleto, bacteria, nitrógeno, fotómetro...: centenares de ejemplos que cualquier estudiante puede recordar.

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Por supuesto, ello no significa que tales ciencias carezcan de terminología abstracta (acromatismo, hibridismo, terapéutica, ontogenia, etc.): ocurre, simplemente, que en las ciencias humanas esa terminología abstracta es mucho más abundante.

Muchos tecnicismos filosóficos son muy antiguos en nuestro idioma: fueron instaurados por los filósofos y teólogos medievales y renacentistas, y aún perduran, aunque su significado, en muchos casos, haya experimentado variaciones a lo largo de los siglos: filosofía (año 1250), ente (1630), esencia (1438), abstracción (1449), ética (1440), existencia (1440), accidente (1300), idea (1440), causa (1251), albedrío (1220), conciencia (1300), lógica (1250), silogismo (1433), alma (s. xi), materia (1250), forma (1250), etc.

Desde el siglo xviii, ha sido constante la formación de nombres abs¬tractos con el sufijo ismo para designar escuelas filosóficas (y, después, doctrinas políticas): eclecticismo, empirismo, materialismo, nominalismo, positivismo, panteísmo, agnosticismo, escepticismo, existencialismo, etc.

Sin salir de la terminología filosófica, son palabras abstractas más modernas: devenir, vivencia, logística, sinsentido, fenomenología, axiología, razón vital, etc.

El vocabulario humanístico –como el jurídico– no se renueva ni aumenta al mismo ritmo que el científico. Su característica es la permanencia, aunque eso si, dando muchas veces significados nuevos a las voces antiguas. Y cuando se introducen nuevos términos, es muy frecuente que se formen con otros ya existentes en el idioma.

He aquí palabras abstractas del idioma común, que han sido adoptados por determinadas ciencias humanas como tecnicismos:

Aceptabilidad, en Lingüística características de una frase que le permite ser aceptada por un hablante como propia de su idioma;

Actitud, en Psicología, estado funcional que predispone al organismo a reaccionar frente a una situación;

Acumulación, en la Teoría Económica marxista, dedicación de una parte de la plusvalía al aumento de la producción;

Dependencia, en Psicología, actitud del individuo inmaduro que mani¬fiesta la tendencia a colocarse bajo el dominio de otro;

Desvío, en Lingüística, apartamiento de la norma gramatical, con inten¬ción estilística;

Explicación, en Teoría de la Ciencia, interpretación teórica de hechos científicos;

Impregnación, en Psicología, proceso social irreversible, rápido y precoz, que se efectúa en un periodo critico del desarrollo de un individuo;

Modernización, en Sociología, proceso por el cual un país experimenta cambios que

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mejoran la productividad económica y el nivel de vida;

Observación, en Teoría de la Ciencia, determinación exacta de un hecho con la ayuda de medios de investigación;

Ocio, en Sociología, consumo no productivo del tiempo; o conjunto de ocupaciones a que el individuo puede dedicarse desinteresadamente, cuando está libre de sus obligaciones profesionales, familiares y sociales;

Rasgo, en Lingüística, elemento cuya presencia o ausencia permite diferenciar dos fonemas (u otras entidades lingüísticas),

Recalentamiento, en Economía, estado de una economía con pleno empleo, en el que la aceleración económica es tal que compromete el equilibrio;

Rechazo, en Psicología, proceso inconsciente que impide recordar acontecimientos relacionados con una neurosis.

El lenguaje doctrinal y especulativo

En la terminología de las ciencias humanas, se denomina doctrina el conjunto de principios que se emplean en un sistema religioso, filosófico, literario, político, económico, historiográfico, etc. Y así, hablamos de doctrina cristiana, aristotélica, romántica, marxista, etc. El lenguaje de que hace uso una doctrina es, por tanto, un lenguaje doctrinal. Fácilmente se deduce que el lenguaje de todas las ciencias humanas es un lenguaje doctrinal.

Cuando una doctrina se mantiene en un plano teórico, sin preocuparse de sus aplicaciones prácticas, decimos de ella que es una especulación.

Naturalmente, muchas doctrinas poseen un aspecto teórico o especulativo, y otro práctico. El Cristianismo es una doctrina cuyas conclusiones aspiran a manifestarse en la práctica; algo semejante sucede con el empirismo, el estoicismo, el marxismo, etc.

De esa manera, el lenguaje especulativo es un lenguaje doctrinal caracterizado por su alto grado de abstracción. Es el lenguaje propio de la Metafísica, de la Estética, de la Lógica, de las Matemáticas, etc.

Como todos los lenguajes técnicos, el doctrinal y el especulativo poseen una gran complejidad, y su comprensión suele estar sólo al alcance de personas cultas e iniciadas en aquellas doctrinas. Su ideal constante –como el de los científicos– es el de alcanzar una gran claridad. El pensador francés Vauvenargues (siglo xviii) afirmaba: La claridad es la cortesía de los filósofos. Ocurre sin embargo que, aunque el lenguaje sea formalmente claro, no lo es la ideación, sobre todo para los lectores no especializados.

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C.3.- El ensayo

El término ensayo fue creado por el escritor francés Montaigne como título de su obra más famosa, Essais ('Ensayos'), en 1580; quería decir con él que su libro exponía «experiencias» suyas. Eran, efectivamente, noventa y cuatro capítulos en que el autor trataba de sí mismo, de sus puntos de vista personales ante cosas variadísimas: la amistad, los libros, la naturaleza física y humana, etc.

Este nuevo género de capítulos relativamente cortos y temas diversos considerados subjetivamente, fue imitado pronto por el inglés Francis Bacon, cuyos Essays aparecieron en 1597. Y se difundió paulatinamente por toda Europa. En España, el término ensayo, en esa acepción, es muy tardío, pero el género quedó instaurado en nuestra literatura con las obras de Fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), el cual publicó dos grandes colecciones de ensayos (a los que denominó discursos) con los títulos de Teatro crítico universal y Cartas eruditas y curiosas.

Hoy, el ensayo es tal vez el género literario más cultivado en todo el mundo. Se trata de un escrito en que el autor presenta, a ser posible con originalidad, un tema cualquiera. destinado a lectores no especializados, en un espacio normalmente abarcable dentro de una sola sesión de lectura. Puede ser, por tanto, muy breve, o constar de varias páginas. Sus canales ordinarios de difusión son las revistas, y también la prensa: muchos artículos que publican los periódicos, y hasta los editoriales, suelen ser ensayos. Se publican también en libros que reúnen un cierto número de ellos.

Ya hemos dicho que cualquier tema puede ser objeto de un ensayo. Incluso los más abstrusamente científicos o filosóficos: muchas veces, los autores utilizan el ensayo para divulgar hallazgos, invenciones, doctrinas, conclusiones, etc., a que van llegando los investigadores y los pensadores. Abundan los ensayos críticos, políticos, sociológicos, históricos, biográficos, etcétera. Y el tono adoptado puede ser serio, pero también humorístico y hasta satírico.

El buen ensayista suele exponer y argumentar de un modo personal. Su actitud no tiene que ser la misma que la del científico, el jurista, el filósofo, etcétera, en sus tratados, en los cuales debe predominar un discurso objetivo y estrictamente racional. En el ensayo, por cuanto generalmente no se dirige a lectores especializados, y aunque trate de temas científicos, es frecuente el empleo de recursos literarios, es decir, de un lenguaje animado con imágenes tropos, repeticiones, disposiciones artísticas de la estructura, etc. Ya hemos dicho que el ensayo es un género literario; quienes lo cultivan suelen prestar, por tanto, una especial atención a la forma.

Naturalmente, esto no es una regla general: tienen también derecho al título de ensayistas

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aquellos escritores en quienes domina el interés por el contenido, y se limitan a proporcionar a su estilo una forma simplemente correcta.

Han sido o son grandes ensayistas en lengua española Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Dámaso Alonso, Francisco Ayala, Pedro Laín Entralgo, Julián Marías, José Antonio Maravalí, José Luis L. Aranguren, Juan Benet, los mejicanos Alfonso Reyes y Octavio Paz, el venezolano Mariano Picón-Salas, el colombiano Germán Arciniegas, el uruguayo Emir Rodríguez Monegal, etc.

En los escritos científicos y en los doctrinales –entre los que incluiremos el ensayo– dominan las formas de discurso llamadas exposición y argumentación. De la primera hablamos en el «Arte de escribir» de la lección anterior; en el de ésta, nos referiremos a la argumentación. Nos limitamos aquí a repasar o a adelantar esas nociones, poniéndolas en relación mutua. Insistimos en que sobre la argumentación trataremos enseguida ampliamente.

Exposición y argumentación. Dialéctica

Negativamente, podemos definir la exposición como una forma o manera de discurso (oral o escrito) que no describe un objeto (descripción), que no cuenta un sucedido real o imaginario (narración) y que no discute algo (argumentación). Limitada por esas tres formas de discurso, bien caracterizadas, que no son la exposición, ésta puede definirse positivamente como la presentación de una cuestión cualquiera (científica, técnica, jurídica, humanística...), con el propósito de hacerla comprender a otras personas.

En el expositor ha de predominar una actitud objetiva. Para exponer la cuestión que desee (situación actual de las investigaciones sobre las enfer¬medades coronarias; qué fue el Romanticismo; en qué consiste la inflación; características de la bomba de neutrones; el eurocomunismo; situación política en Venezuela, etc.), debe documentarse lo más rigurosamente que pueda, de modo que sus datos sean verdaderos y se relacionen correctamente.

Una exposición por si sola puede constituir un texto, es decir, un acto comunicativo perfecto. Los exámenes, por ejemplo, y muchos ensayos y artículos no son más que exposiciones. Pero, muy frecuentemente, se combina con la argumentación, con la cual se pretende convencer al lector o al oyente, intentando probar la falsedad de una opinión, de una idea, de una doctrina, etcétera, y la verdad de otra que el autor adopta. Repetimos: muchas veces, quien se dispone a argumentar comienza por exponer objetivamente lo que se sabe, lo que se afirma, lo que se cree...; después, argumenta a favor o en contra.

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La argumentación es fundamentalmente dialéctica. Llamamos así al arte de conducir a la verdad mediante razonamientos demostrativos en torno a dos tesis opuestas. Por supuesto, el proceso argumentativo puede llegar a la conclusión de que las dos tesis enfrentadas dialécticamente son falsas.

Sin embargo, hay argumentaciones que no precisan de ese componente dialéctico; ello ocurre cuando el autor se propone demostrar la verdad de una tesis que no se opone a ninguna otra formulada antes. Ya veremos algún ejemplo en el «Arte de escribir».