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    Robert Hugh Benson

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    CUATRO PALABRAS AL LECTOR

    No se me oculta en modo alguno que el presente libro est llamado a producir extraor-dinaria impresin, y que, por tal concepto--as como tambin por otros muchos, --ha de

    hallarse expuesto a innumerables crticas. Pero no he sabido encontrar otro medio de ex-presar las ideas que deseaba (y en cuya verdad creo apasionadamente) ms que extreman-do su alcance y violentando, por decirlo as, sus contornos hasta hacerlos penetrar en losdominios del EFECTISMO. A pesar de todo, he procurado huir de inmoderadas exagera-ciones, guardando a la vez, en lo posible, los debidos miramientos a las opiniones de losdems. Si, en efecto, he logrado o no salir airoso en mi empeo, es otra cuestin, entera-mente distinta.

    ROBERTO HUGO BENSON.

    Cambridge, 1907.

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    Prlogo

    Tenis que concederme un momento--dijo el anciano, arrellanndose en su silln.

    Percy se acomod de nuevo en el asiento que ocupaba y aguard con el rostro apoyadoen la palma de la mano.

    La pieza donde platicaban los tres personajes, era un cuarto en extremo silencioso,amueblado conforme al gusto ms exquisito de la poca. No tena puertas ni ventanas;

    porque desde haca sesenta aos, los hombres, reconociendo que el espacio habitable no selimitaba a la superficie del globo, haban comenzado a establecer en serio el sistema devivienda,, subterrneas. La casa del venerable Mster Tmpleton, sepultada a la profundi-dad de trece metros poco ms o menos bajo el nivel de los malecones del Tmesis, gozabade una posicin que poda calificarse de bastante cmoda, ya que su dueo slo necesitabarecorrer unos treinta metros para llegar al Segundo Crculo Central de Automviles, ycosa de medio kilmetro hasta la estacin de transportes areos sita en Blakfriars.

    Verdad es que, a la fecha de nuestro relato, el nonagenario Tmpleton rara vez em-

    prenda viaje alguno. La habitacin donde sola recibir a sus amigos se hallaba reves tidade una capa de esmalte verde--claro de lemanita, conforme a lo prescrito por el Consejode Salubridad Pblica, e iluminada por un bao de luz solar artificial descubierta por elgran Reuter cuarenta aos antes; el color de los muros y del cielo raso imitaba el tono de-licado y apacible de los bosques en primavera; y el puro y templado ambiente que en ellase respiraba debase a la influencia del clsico friso enrejillado, especie de ventilador--calorfero que mantena la temperatura fija en los 18 centgrados. Mster Tmpleton erahombre sencillo, que viva satisfecho, imitando el ejemplo de su padre.

    Poco atento a seguir las caprichosas evoluciones de la moda, conservaba todava elmueblaje de aos anteriores, no muy conforme por cierto con el gusto a la sazn dominan-te, aunque s construido del material ms en uso, que era tina pasta de hierro y amiantoesmaltado, sustancia indestructible, suave al tacto y de un color muy parecido al de caoba.Un par de estantes bien repletos de libros guarnecan los lados de la estufa elctrica mon-tada sobre pedestal de bronce, ante la que conversaban los tres hombres; y, ocupando losngulos ms apartados, veanse los ascensores elctricos que llevaban, el uno al dormito-rio y el otro a la galera superior que se abra quince metros ms arriba sobre el malecndel ro.

    El Padre Percy Franklin, que era el ms viejo de los dos visitantes, llamaba desde lue-go la atencin por su singular aspecto. Sin embargo de no pasar de los treinta y cincoaos, su cabello encanecido blanqueaba con el albor de la nieve; los ojos grises, sombrea-dos por negras cejas, fulguraban con especial brillo revelador de cierta vehemencia pasio-nal; pero la prominencia de su barba y nariz, as como la decisin extrema reflejada en elcorte de su boca, caracterizaban al hombre dotado de voluntad enrgica e indomable. Los

    que por primera vez le vean, conservaban imborrable recuerdo de aquella personalidadvigorosa.

    Bien al contrario suceda con el Padre Francisco, su compaero, verdadero tipo de me-diana vulgar, sin rasgo alguno de energa en el semblante, sin el ms leve destello de vi-gor en la mirada apacible y tierna de sus ojos pardos, y con una expresin habitual de me-lancola femenina pintada en las hundidas comisuras de los labios y en el abatimiento desus prpados lacios y medio cados.

    Mster Tmpleton yaca tendido en su poltrona, sobre cojines de agua caliente, con lospies abrigados por un cobertor.

    Su rostro, enjuto y anguloso, enteramente afeitado al uso de la poca, mostraba lossurcos profundos abiertos en l por las luchas y desengaos de la vida, presentndole co-mo la personificacin de la vejez cargada de recuerdos y enseanzas.

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    Al fin el anciano comenz a hablar, despus de dirigir una mirada a su izquierda, don-de estaba sentado Percy.

    --Y bien--dijo: --no es tarea fcil para m lo de recordar con exacta fidelidad tan nume-rosos y variados acontecimientos; pero los expondr por el orden y modo que en este ins-tante se presentan a mi memoria. En Inglaterra, las primeras alarmas graves se sintieron,

    en nuestro partido, al constituirse el Parlamento del Trabajo en 1917. Este hecho puso demanifiesto el asombroso incremento adquirido por el Hervesmo, que lleg a inficionartoda la atmsfera social. Sin duda haban existido socialistas con anterioridad a aquellafecha, pero ninguno mostr pujanza y podero tan avasalladores como Gustavo Herv ensus ltimos aos.

    ste, conforme habris ledo quiz, ense el Materialismo y l Socialismo absolutos,llevando el desarrollo lgico de los mismos hasta las ltimas consecuencias. El patriotis-mo, segn l, era un resto de barbarie; y el nico, bien positivo se cifraba en la satisfac-cin de los apetitos sensuales. Tales doctrinas fueron acogidas, por de pronto, con genera-les burlas y menosprecios. Dbase por axiomtico que, sin religin, ni siquiera poda con-cebirse el orden social ms rudimentario.

    Pero los hechos evidenciaron que Herv tena razn, a lo menos en apariencia; porquedespus de ocurrir la ruina total del catolicismo en Francia, a principios del siglo, y a razde los asesinatos de 1914, la burguesa emprendi en serio y llev a cabo en todas partesun extraordinario movimiento de organizacin, que penetr en las clases medias, borrandolas diferencias sociales, suprimiendo casi por completo los institutos armados y desterran-do en absoluto la idea de patriotismo. Por supuesto, la direccin de todo corri de cuentade la francmasonera. Se extendi primero en Alemania, donde la influencia de CarlosMarx haba ya...

    As es, en efecto--interpuso suavemente Percy; --pero qu pas en Inglaterra, si esque no pensis...?

    Ah, s: Inglaterra. Pues bien; en 1917, el Partido del Trabajo se hizo dueo del poder, yentonces comenz realmente el Comunismo. Esto aconteci en poca muy anterior al

    principio de mis recuerdos, pero varias veces o a mi padre sealar el hecho como puntode partida para computar los aos sucesivos. Lo verdaderamente admirable es que losacontecimientos no se precipitaron con mayor rapidez; aunque tengo para m que en talcircunstancia influy no poco la gran levadura que debi quedar del partido conservador.Aparte de que, segn demuestra la historia, las grandes perturbaciones sociales avanzancon mayor lentitud de lo que pudiera esperarse, especialmente si toman su origen de unimpulso repentino y anormal.

    Pero dejando a un lado inoportunos comentarios, el hecho es que entonces principi elnuevo orden de cosas, quedando definitivamente afianzado el predominio de los Comunis-

    tas, quienes no volvieron a sufrir ningn descalabro de importancia. Por aquel tiempo,Blenkin fund El Pueblo Nuevo, y el Times suspendi su publicacin. --La Cmara de losLores subsisti, no obstante--cosa bien extraa--hasta el ao 35, en que desapareci defi-nitivamente. Por ltimo la Iglesia Oficial fue tambin abolida en el ao 29.

    --Y las consecuencias de tales hechos en el orden religioso? --pregunt Percy, apro-vechando la pausa que hizo el anciano para toser ligeramente y aplicarse el inhalador.

    El sacerdote mostraba viva ansiedad por adquirir minuciosos informes sobre el asunto.

    La mencionada abolicin fue, en s misma, una consecuencia ms bien que una causa--replic el narrador.--Los ritualistas--nombre que, como sabis, se daba a los anglicanos

    partidarios de un dogma definido con su correspondiente culto o, --despus de luchar de-sesperadamente por atraerse las simpatas de las masas afiliadas a la gran Asociacin delTrabajo volvieron al seno de la Iglesia a consecuencia de la Convocacin del ao 19,

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    precisamente cuando el Credo de Nicea fue abandonado de una manera definitiva. El re-greso no despert verdadero entusiasmo ms que entre ellos.

    Por lo dems, en cuanto a los efectos producidos por la cada del Protestantismo ofi-cial, mi opinin es que se redujeron a fa fusin de sus restos con la Iglesia Libre, la cual,en resumidas c cuentas no era ms que un conjunto de sentimentalistas. La Biblia perdi

    por completo su autoridad de libro inspirado, a consecuencia de los reiterados ataques delracionalismo crtico alemn, hacia el ao 20; y en cuanto a la Divinidad de Jesucristo, hayquien cree que, desde principios del siglo, no quedaba de ella ms que el nombre, contri-

    buyendo no poco a tal resultado la difusin de la teora kentica, o sea la doctrina de lalimitacin del Logos, verificada por propio impulso en el acto de la encarnacin.

    Por entonces se inici un extrao cambio en los directores de la Iglesia Libre, en el quetuvieron participacin an los ms avanzados: los ministros de esta institucin, que nuncasupieron hacer otra cosa que seguir la corriente--pues sentan propensin irresistible adejarse arrastrar por la influencia de las ideas predominantes, abandonaron sus antiguas

    posiciones. Es curioso leer en la historia de aquel perodo, cmo la opinin les prodig susaplausos, saludndolos con el dictado de pensadores independientes, cuando esa cualidad

    era precisamente la que ms les faltaba...Pero adnde estbamos? Ah, s, ya caigo... Bien, el suceso que acabo de referir nos

    dej el campo a los catlicos enteramente libre y despejado, y la Iglesia hizo durante al-gn tiempo extraordinarios progresos. Digo extraordinarios, porque en aquellas circuns-tancias la situacin de las cosas se diferenciaba mucho de lo que haba sido veinte y aundiez aos antes. Entonces--permitidme la frase--di principio la gran separacin de ovejasy cabritos. El mundo religioso se dividi prcticamente en dos grupos: Catlicos e Indivi-dualistas y la gran muchedumbre de los hombres sin religin, rechazaron en absoluto elorden sobrenatural y se declararon todos Materialistas y Comunistas.

    Sin embargo, los catlicos obtuvimos ventajas nada despreciables, gracias al brillanteconcurso de algunos hombres de extraordinario mrito: Delaney en Filosofa, Mc. Arthury Largent, que descollaron como filntropos eminentes, y otros varios. Delaney y sus dis-cpulos llegaron a conquistarse un ascendiente tan poderoso, que hubo momentos en que

    parecieron imperar con dominio absoluto en el mundo de las inteligencias. Os acordisde la inmensa resonancia que alcanz la obra, del gran pensador, intitulada Analoga? Pe-ro cmo no lo habis de recordar, si anda toda ella en los libros de texto...?

    Bien al cerrarse, por aquella poca, el Concilio Vaticano que, como haba sido convo-cado en la centuria precedente sin Llegar a clausurares, perdimos un considerable nmerode proslitos a causa de las ltimas definiciones. La Prensa dio cuenta detallada del suce-so, denominndolo el xodo de los Intelectuales.

    El motivo estuvo en los decretos referentes a la Biblia indic el ms joven de los sa-

    cerdotes.En parte, creo que s, sobre todo si se tiene en cuenta cl conflicto promovido por el

    Modernismo al comenzar el siglo; pero mucho ms influy todava la condenacin de De-laney y del Nuevo Trascendentalismo en general, tal como entonces se le entenda. Dela-ney muri fuera de la Iglesia; aunque no necesitaba decroslo, porque el hecho fue biennotorio. Luego vino la condenacin del libro de Sciotti sobre la Religin Comparativa...Despus los Comunistas avanzaron a granules pasos, aunque muy lentamente. Me atrevo adecir que han de causaros extraeza mis afirmaciones, pero difcilmente podis imaginarla inslita conmocin producida por el Bill de Industrias Necesarias, elevado a la catego-ra de ley en el ao 60. El pblico se figur que la nacionalizacin de tantas profesiones

    paralizara el espritu de empresa; pero no sucedi as, como sabis. Realmente la nacinentera aprobaba aquella medida.

    --En qu ao comenz a regir el Bill de la, Mayora de las Dos Terceras Partes?--

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    pregunt Percy.

    --Oh! Eso fue mucho antes: un ao o dos despus de caer la Cmara de los Lores. Enmi concepto, la aprobacin de ese Bill era una necesidad, porque de otro modo los Indi-vidualistas se habran visto impelidos a los desvaros ms extravagantes... Por otra parte,el Bill de las Industrias Necesarias se impona inevitablemente; y as lo haba comprendi-

    do el pueblo haca ya tiempo, desde que los ferrocarriles entraron en poder de los munici-pios. Durante algn tiempo, aquello fue una verdadera explosin de ingeni osos arbitrios,porque todos los Individualistas capaces iniciaron la explotacin de algn negocio (ento n-ces se fund la escuela de marchameros); pero no tard en comprenderse la ventaja deobtener un empleo del Gobierno. Bien miradas las cosas, el seis por ciento, beneficio lmi-te de toda empresa individual, constitua una ganancia poco tentadora; y el Gobierno pa-gaba bien.

    Percy movi la cabeza dndose por enterado.

    --Es cierto--aadi.--Pero no acabo de comprender cmo hemos llegado a la situacinactual. Ahora mismo estabais indicando que la evolucin proceda con lentitud.

    --As es--replic el anciano, --pero debis traer a la memoria las leyes dictadas en fa-vor de la indigencia, leyes que establecieron para siempre el Comunismo del Estado. Laverdad es que Braithwaite supo lo que se hizo.

    El sacerdote ms joven dirigi a Mr. Tmpleton una mirada interrogativa.

    --Me refiero a la abolicin del viejo sistema de los asilos talleres--dijo el narrador.--Por supuesto, es asunto que tendris olvidado; pero yo lo recuerdo como si fuera cosa deayer. Aunque parezca extrao, por aqu comenz el descrdito y la ruina de la Monarquay las Universidades.

    --Ah!--exclam Percy.--Muy de corazn os agradecera el placer de oros tratar esacuestin.

    --All llegaremos enseguida, Padre... Volviendo ahora a Braithwaite, su trascendentalreforma consisti en lo que voy a decir. El antiguo sistema trataba a todos los indigentesde igual modo, suscitando, como era natural, quejas y resentimientos. Pues bien, la nuevalegislacin estableci los tres grados que en la actualidad tenemos, dejando abierto el ca-mino para otros dos ms elevados. La clasificacin ltima qued reservada para los abso-lutamente indignos, es decir, para los individuos que debieran ser considerados como -criminales en mritos de un proceso de investigacin cuidadosamente elaborado. Despusde la medida expuesta, se llev a cabo la reorganizacin d las Pensiones de Ancianidad...

    Y ahora, no echis de ver, Reverendo Padre, la fuerza incalculable que semejantes de-

    terminaciones haban de dar al Comunismo? Los individualistas--a quienes se designaba,cuando yo era muchacho, con el nombre de toris o conservadores quedaron desde enton-ces enteramente fuera de combate; eran un estorbo gastado que para nada serva. Todas lasclases trabajadoras, es decir, el noventa y nueve por ciento de la poblacin, se levantaroncontra ellos, como un solo hombre.

    Percy alz los ojos para fijarlos en el narrador, y ste continu:

    Bajo el gobierno de Macpherson se aprob el Bill de la Reforma de Prisiones y la abo-licin de la pena-- capital; no mucho despus vino el Acta del 59 sobre la Educacin, esta-

    bleciendo el secularismo dogmtico; la reforma designada con, el ttulo de Derechos encaso de muerte, trajo consigo la supresin de las herencias que anteriormente...

    --Querris creer --observ Percy--que no recuerdo ya las prescripciones del antiguorgimen?

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    --Por extrao que parezca, el sistema suprimido impona a todos la misma tributacin.En primer lugar fue tomado el acuerdo referente a transmisin hereditaria de inmuebles, yluego se le aadi una clusula adicional disponiendo que la riqueza heredada pagase alEstado derechos tres veces mayores que la riqueza ganada; de este modo qued expeditoel camino para llegar, en el ao 89, a la aplicacin de las doctrinas de Carlos Marx, si bienel primer paso en este sentido data del 1977... Tales reformas elevaron el nivel social de

    Inglaterra por encima-- del de os dems pases del Continente, y la pusieron en condicio-nes de entrar ventajosamente en el convenio definitivo del Libre Cambio Occidental, que,conforme recordaris, fue el primer resultado de la victoria de los socialistas en Alemania.

    --Y de qu modo logramos salir de la guerra de Oriente? pregunt Percy con ansie-dad.

    Largo de contar es el asunto; pero baste decir, en resumen, que Amrica nos detuvo, aconsecuencia de lo cual de un golpe sacudieron nuestra dominacin la India y Australia. Ami juicio no hubo otro acontecimiento que pusiera en mayor peligro la existencia del Co-munismo; pero Braithwaite sali del apuro con suma habilidad, asegurndonos definiti-vamente el protectorado sudafricano. El gran estadista era ya viejo por aquella poca.

    Un golpe de tos interrumpi la relacin de Mster Templeton. El Padre Francisco respi-r con fuerza, como tomando aliento, y se incorpor en su silla.

    Y Amrica?--pregunt Percy.

    La materia es muy complicada. Amrica se anexion el Canad tan luego como adqui-ri conciencia de su poder. Esta prdida marca el limite de nuestra mayor decadencia.

    Percy se puso de pie.

    Tenis un atlas comparativo, seor?--pregunt.

    El anciano, sealando con el dedo un anaquel, respondi: Ah est.

    Percy hoje en silencio durante algunos minutos el volumen indicado, y despus desentarse y colocar el atlas sobre sus rodillas, despleg varios mapas.

    --La verdad es--murmur mientras examinaba la hoja pintarrajeada con diversas tintas,donde estaba representada la divisin poltica del mundo en los comienzos del siglo XX, yluego l mapa del siglo XXI, que slo contena tres grandes manchas de color, --la verdades, que este ltimo es mucho ms sencillo.

    Movi enseguida su dedo a lo largo del Asia, donde las palabras IMPERIO ORIEN-TAL se extendan por toda la regin coloreada de amarillo plido, desde los monts Ura-

    les a la izquierda, hasta el estrecho de Behring, a la derecha; las enormes letras de la ins-cripcin formaban una gran curva que ondulaba a travs de la India, Australia y NuevaZelanda. Pas despus a considerar la mancha roja que abarcaba una extensin muchomenor, pero importante a pesar de todo, tremendo en cuenta que cubra no slo todaEuropa, propiamente dicha, sino tambin Rusia, hasta los Urales, y el frica hasta el sur.La leyenda de la regin azul, REPBLICA AMERICANA, despus de recorrer en su tota-lidad el nuevo continente, desapareca por la derecha, describiendo una especie de arco ala izquierda del hemisferio occidental, hasta perderse en un enjambre de manchitas espar-cidas por la blanca extensin de los mares.

    --Sin duda es ms sencillo--contest el anciano con sequedad.

    Percy cerr la coleccin de mapas y la coloc sobre una silla.

    Y despus de esto?, Qu ocurrir?

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    El anciano estadista conservador sonri.

    Dios lo sabe!--repuso.--Si el Imperio Oriental decide Levantarse en guerra, no podre-mos hacer nada. Lo que no comprendo es su inaccin. Supongo que la causa est en lasdiferentes creencias religiosas que lo mantienen dividido.

    Pero opinis que Europa no conservar su unin? --pregunt el sacerdote.

    --Oh, de ningn modo. El peligro que nos amenaza es, en la actualidad, demasiadomanifiesto. Y adems podemos contar con Amrica, que seguramente ha de ayudarnos.Pero lo mismo da. Dios nos ayude--o mejor, a vosotros, ya que yo no he de verlo --si elgran Imperio llega a ponerse en movimiento. Al cabo ha llegado a darse cuenta de su po-der, incontrastable para nuestros dbiles recursos.

    Hubo unos instantes de silencio. El cuarto vibr dbilmente, como si experimentase lasacudida de alguna pesada mquina que cruzara la espaciosa avenida abierta encima de lavivienda subterrnea.

    --Podrais anticiparnos algo acerca de religin?--pregunt repentinamente Percy.Mster Tmpleton aspir prolongadamente el aire de su inhalador, y reanud su discur-

    so en estos trminos:

    --Dicho en dos palabras, las tres grandes creencias que se reparten hoy el dominio delos espritus son: el Catolicismo, el Humanitarismo y las religiones orientales. Respectode las ltimas nada puedo predecir, aunque opino que el Sufismo, es decir, el Pantesmomstico, se impondr a todas las dems. Puede, no obstante, sobrevenir lo ms inesperado;el Esoterismo, las sociedades que se dedican a la profesin del misterio se difunden rpi-damente, y tambin por este camino el triunfo sera del Pantesmo.

    Por otra parte, la fusin de las dinastas china y japonesa desconcierta los clculos me-jor fundados. Mas en Europa y Amrica, no cabe dudar que la lucha se librar entre lasotras dos fuerzas antes mencionadas. Las dems carecen de importancia. Si deseis cono-cer mi opinin, os dir que el Catolicismo entra actualmente en una crisis de las ms for-midables que jams ha atravesado hasta ahora. El Protestantismo es un cadver, cuya resu-rreccin no puede esperar ya ningn hombre de sano juicio. El hecho es indiscutible, ytiene racional explicacin. Los hombres reconocen al fin que toda religin sobrenaturalimplica el concepto de una autoridad absoluta, y que el juicio privado en asuntos de feconduce fatalmente a la anarqua religiosa.

    Y no es menos cierto que, siendo la Iglesia Catlica la nica institucin que invoca ensu favor la existencia de una autoridad sobrenatural, aceptada con todas sus lgicas e in-flexibles consecuencias, ella ha de contar siempre con el apoyo de los cristianos que con-

    serven un resto de fe en otro orden superior al de la vida presente. Aqu, y ms todava enAmrica, quedan algunos fadistas, fanticos partidarios de novedades estrafalarias; perono hay motivo para tomarlos en consideracin.

    Bien est todo esto; mas, por otra parte importa no olvidar que el Humanitarismo, con-tra lo que todo el mundo esperaba, se erige actualmente en una verdadera religin enemigade lo sobrenatural. Tiene todas las seducciones del pantesmo, se rodea de aparato externo,desarrollando un nuevo ritualismo bajo la inspiracin de la francmasonera; posee su cre-do, que se compendia en el siguiente artculo: Dios es el Hombre; y, en suma, nada le falta

    para ofrecer un alimento positivo a las aspiraciones religiosas de las multitudes. Se re-monta a las regiones de lo ideal, y, sin embargo, no impone sacrificios a las facultadessuperiores.

    Adems, para sus festividades y reuniones dispone de todas las iglesias, exceptuandolas nuestras, y de todas las catedrales. La nueva campaa que han emprendido a fin de

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    interesar el sentimiento del pueblo, y las crecientes facilidades que hallan para desplegarsus smbolos, mientras nuestro culto se empequeece y restringe cada da ms, permitenasegurar que, dentro de otro decenio, habrn conseguido establecerse legalmente.

    Entre tanto, los catlicos venimos perdiendo terreno desde hace ms de cincuenta aos.Quiero admitir que tengamos un catorceavo nominal de la poblacin de Amrica, resulta-

    do de la activa propaganda sostenida en la primera veintena del siglo, pero en cambio ca-recemos de representacin en Francia y Espaa, y decretemos considerablemente en Ale-mania. Cierto que nos resta todava el Oriente; mas aun all, las estadsticas slo dan uncinco por mil, proporcin bien menguada por cierto, y con la desfavorable circunstanciade una diseminacin que imposibilita la mancomunidad de los elementos. Y en Italia?Mejor que yo lo sabis: el catolicismo se halla circunscrito a Roma. Aqu, donde toda Ir-landa es catlica, y donde Inglaterra, Gales y Escocia sostienen un contingente considera-

    ble que llega a la sesentava parte de la poblacin, el nmero de catlicos es muy inferioral de setenta aos atrs, en que ramos uno por cuarenta.

    Quiz no es ajeno a esta disminucin el asombroso desenvolvimiento de los estudiospsicolgicos por lo menos en el decurso de una centuria nos han restado muchos prosli-

    tos. En un principio, cmo sabis, empez el Materialismo puro; pero decay ms o me-nos el poco tiempo... su grosero radicalismo no poda satisfacer; y entonces fue cuando laPsicologa acudi en su auxilio. Ahora aspira a dominar todo' el campo, explotando, segn

    parece, el sentido de lo sobrenatural. No, Padre, no hay que dudar que estamos en--decadencia; y lo peor es que, segn las probabilidades, iremos de mal en peor. Ms dir:

    presienta que se nos avecina una gran catstrofe, y que sta se halla a punto de estallar deun momento a otro.

    --Sin embargo... --observ Percy.

    --Tal vez mis pesimismos han de pareceros devaneos y chocheces de un viejo que hallegado ya al borde del sepulcro. Pero, francamente, os confesar que yo no veo esperanzaalguna. En realidad creo que, aun aluna, puede sorprendernos inesperadamente algo grave,gravsimo. No; no veo esperanza hasta que...

    Percy se qued mirando de hito en hito a su interlocutor. --Hasta que vuelva a la tierrael Juez de vivos y muertos --dijo solemnemente el anciano.

    El Padre Francisco baj los ojos en actitud meditabunda, y los tres quedaron en silen-cio.

    --Y la cada de las Universidades? Pregunt Percy despus de algunos instantes.

    --Exactamente como la de los Monasterios en tiempo de Enrique VIII: los mismos re-sultados, iguales pretextos, idnticos incidentes. Las Universidades eran los baluartes del

    Individualismo, de igual modo que los Monasterios lo fueron del Papado; y de ah que seatrajeran la animadversin y la envidia del Comunismo triunfante entonces comenzaronlas discusiones sobre tos beneficios que reportaban al Estado, a cambio de las sumas in-vertidas en su conservacin; se divulg por todas partes la especie de que eran institucio-nes anacrnicas; se las culp de no saber distinguir entre medios y fines--y por cierto queeste ltimo reparo no careca de algn fundamento; --y, en fin, la campaa arreci de mo-do, que la supresin se impuso como una medida necesaria.

    As comoaslascasasreligiosas tenan su razn de ser, unavez admitido el orden so-brenatural; pero el objeto de la educacin secular debe cifrarse en la produccin de algotangible, por ejemplo, el carcter o la competencia, y las Universidades padecan una en-fermedad crnica de esterilidad constitucional que imposibilit en absoluto salir a su de-fensa. Las sutilezas filolgicas y las disquisiciones abstractas no constituyen por s mis-mas un fin social de utilidad apreciable; la clase de hombres formados en las aulas acad-micas no responda a lo que Inglaterra necesitaba en el siglo xx. Aun a m, que he sido

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    siempre un individualista decidido, no acababa de inspirarme gran inters la conservacinde tales organismos. Si he de decir la verdad, el sentimiento que me produjo su cada fuede compasin ms que de otra cosa.

    --De veras?--pregunt Percy.

    --Oh, aquello fue un espectculo bastante lastimoso. Las escuelas cientficas de Cam-bridge y el Departamento Colonial de Oxford, constituan la postrera esperanza; y aunstas dejaron tambin de existir. Los viejos maestros se echaron a vagar por todas partescon sus libros; pero nadie los necesit para nada: eran demasiado tericos. Entonces, unos

    buscaron asilo en las casas de beneficencia de primero o segundo grado; otros fueron am-parados por clrigos caritativos; varios hicieron un esfuerzo para concentrarse en Dubln;pero fracas tal designio, y el pueblo los ech muy pronto en olvido.

    Los edificios se utilizaron para diversos fines. Oxford qued convertido, durante algntiempo, en un taller de ingeniera, y Cambridge en un laboratorio del Gobierno. En aquellapoca estaba yo en el Colegio del Rey. Por supuesto, los detalles del cierre son tan horri-

    bles como podis figuraros. Plceme, sin embargo, recordar, que la capilla del estableci-

    miento qued abierta al pblico en concepto de museo. Sin duda tena poco de agradablever los coros cubiertos de ejemplares anatmicos; pero, a decir verdad, no era mucho peorque ocuparlos con calentadores y sobrepellices.

    --Y vos, cmo lo pasasteis?

    --Yo logr muy luego entrar en el Parlamento; y adems posea algn dinero propio.Otros, en cambio, al menos los que para nada servan ya, tuvieron que luchar con seriasdificultades y sufrir no pocas privaciones. Pero, en fin, creo que esa reforma no poda me-nos de venir. Las entidades sacrificadas se reducan a pintorescas reminiscencias del pasa-do, desprovistas de todo ideal capaz de atraerles la simpata popular.

    Percy se qued mirando fijamente el rostro del anciano, que pareca animado de ciertajovialidad maliciosa al evocar los lt imos recuerdos.

    --Mudando ahora de asunto--aadi --no podrais decirnos algo sobre el Nuevo Par-lamento Europeo?

    --Bah...! Tengo la conviccin de que pasar tan luego como surja un hombre capazde concitar contra l los recelos de la opinin. Ella es la que lo ha creado, como fruto de laevolucin de las ideas en la pasada centuria, y ella es tambin la que concluir por derri-

    barlo. El patriotismo se extingue rpidamente, mientras el sentimiento de solidaridad hu-mana hunde cada vez ms las races e n el corazn de los pueblos.

    Y, ya que hemos tocado este asunto, debo decir que, a mi juicio la idea exclusivista y

    antihumanitaria de patria debi desaparecer hace muchos siglos bajo la influencia del Ca-tolicismo, ni ms ni menos que la de la esclavitud y otras semejantes. Hoy esa desapari-cin se ha efectuado sin el concurso de la Iglesia, resultando de aqu que el mando se haorganizado independientemente de nosotros y contra nosotros, formando por s mismo unaespecie de Iglesia anticatlica. La democracia ha llevado a cabo lo que dobl ser obra dela Monarqua divina. Si el desarrollo de los acontecimientos sigue el rumbo y las orienta-ciones que ha seguido hasta hoy, no podemos esperar otra cosa que una nueva persecu-cin... En tal supuesto quin sabe si la invasin oriental podra salvarnos...?

    Percy aguard sentado unos momentos de pronto se puso de pie y cort la conferenciadiciendo en esperanto: --Necesito partir, seor. Son ya ms de las diecinueve. Me acom-

    pais, Padre Francisco?

    Se levant ste tambin y tom su sombrero.

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    --Bien, Padre--repuso el anciano, -- volved algn otro da, si es que no habis halladodemasiado pesada mi conversacin. Supongo que tendris afn que escribir vuestra carta.Percy asinti con un movimiento de cabeza.

    --He escrito la mitad esta maana--dijo, --pero la suspend comprendiendo que me fal-taba echar otra mirada general a los acontecimientos para comprender bien la situacin

    presente. Os agradezco muy de veras los informes que me habis proporcionado... Estacarta diaria para el Cardenal Protector es una carga demasiado molesta, y estoy pensandoen dejarla, si me admiten la renuncia.

    --Oh, Padre Percy!--exclam el anciano--no lo hagis de ningn modo. Perdonadme,si os digo sin rebozo que sois hombre dotado de especial penetracin para el desempeode ese cargo. Roma necesita informacin segura, sin lo que nada podra hacer. Difcilmen-te se hallar entre vuestros compaeros quien pueda substituiros en tan delicada y espino-sa tarea.

    Percy sonri arqueando las cejas con aire resignado. --Ea, vamos, Padre--dijo ensegui-da a su compaero. Los dos sacerdotes se separaron al llegar a la escalera que conduca al

    muelle desde la galera superior, y Percy se qued pensativo contemplando durante algu-nos minutos el paisaje otoal que desde all se descubra. La impresin que conservaba suespritu, como resultado de la entrevista celebrada con el anciano, chocaba de un modoextrao con la que al presente le produca la esplndida visin de aquel cuadro de grande-zas desplegado ante sus ojos.

    El horizonte brillaba con claridad vivsima, baado en la luz solar artificial, modernosistema de alumbrado que haba substituido por completo a los antiguos, sobre todo enLondres, donde apenas se notaba la diferencia entre la noche y el da. El joven sacerdotehallbase en una especie de galera de cristal, cuyo macizo pavimento de pasta de cauchoahogaba casi por completo el ruido de las pisadas. Abajo, cerca del arranque inferior de laescalera, se vea salir tina doble e interminable procesin de gente, que se divida en dosgrupos, yendo unos hacia la derecha, y otros hacia la izquierda, sin producir otro estrpitoque el incesante murmullo de las conversaciones sostenidas en esperanto.

    A travs del transparente y duro cristal que protega el pasaje pblico, percibase lanegra zona formada por una espaciosa va, de superficie lisa y compacta, guarnecida delistones de acero transversales que la cruzaban de un lado a otro, y con una plegadura oresalto a lo largo del centro. Esta ruta se hallaba significativamente desierta; pero muyluego se oy un rumor lejano por la parte del antiguo Westmnster, rumor semejante alzumbido de inmensa colmena, y que se haca cada vez ms intenso. Momentos despus

    pas, veloz como el rayo, un objeto enteramente luminoso, rasgando el aire con la potentevibracin de nota gigantesca, la cual se fue apagando lentamente hasta reducirse al suavezumbido que anteriormente haba llamado la atencin de nuestro observador. Era el grancorreo automvil del Gobierno, procedente del sur, y que se diriga con la correspondencia

    hacia el este. La lnea descrita estaba reservada a los vehculos del Estado, nicos que po-dan circular por ella, con una velocidad ordinaria de cien millas por hora.

    Al extinguirse el ruido causado por el trnsito de los carruajes, el silencio volva areinar en esta ciudad de calles engomadas; las plataformas mviles distaban de all un cen-tenar de metros, y el trfico subterrneo se efectuaba a profundidades que slo dejaban

    percibir tuca levsima vibracin. Trabajbase, sin embargo, con gran empeo, desde hacaveinte aos, con objeto de eliminar en absoluto los rumores originados por todo gnero devehculos.

    Antes que Percy abandonara su puesto de observacin, percibi una especie de gritoagudo y prolongado que proceda de lo alto y sonaba con un timbre especial de agradabledulzura. El sacerdote contemplaba a la sazn la luciente e inmvil faja del ro, nico obje-to decuantos tena delante que pareca haberse substrado a la general transformacin, y,al levantar los ojos hacia el lugar donde resonaba el extrao clamor, vio cruzar un objeto

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    largo de forma esbelta que, despus de proyectarse durante algn tiempo sobre el fondoiluminado de las nubes, se alej rpidamente con las alas desplegadas en direccin al nor-te y desapareci muy poco despus. Aquel grito musical era la voz de aviso con que unode los voladores destinados al servicio de transportes areos en las lneas europeas, anun-ciaba su llegada a la capital de la Giran Bretaa.

    Hasta que vuelva el Supremo Juez de vivos y muertos, pens interiormente el sacer-dote; y por un instante sinti su corazn oprimido de angustia indefinible. Cun difcil lepareca enfocar ahora la mirada del espritu a la contemplacin de tan apartado horizonte,subyugado como se hallaba por la visin esplendorosa del mundo que se extenda sin lmi-tes delante de l, rebosante de vida intensa y de fortaleza incontrastable! No haca unahora que, discutiendo con su compaero, haba afirmado con Intima conviccin que lagrandezamaterial era vago remedo y dbil sombra de otras magnificencias invisibles deorden superior; pero ahora la duda le produca en el nimo una especie de vrtigo que leobligaba a invocar el auxilio del Pobre y Divino Maestro de Nazaret, pidindole que sos-tuviera su corazn, dbil y vacilante como el de un nio.

    Al influjo de estas reflexiones los labios de Percy se contrajeron con expresin de

    honda tristeza. Cuntos no sucumbiran a la accin eminentemente sugestiva y perturba-dora del ambiente! Y quin sabe--pens--si l mismo o su compaero el Padre Franciscono seran tambin sus vctimas!

    EL ADVENIMIENTO

    Oliverio Brand, el nuevo representante del distrito de Crydon, se hallaba sentado ensu estudio, de frente a la ventana, contemplando por encima de la mquina de escribir elsoberbio panorama que desde aquel excelente observatorio se descubra.

    La casa del joven diputado se alzaba, con la fachada mirando al norte, en la extremidadde un ribazo, perdido en las estribaciones de las Sierras de Surrey, las cuales aparecan ala sazn desfiguradas por cortaduras y tneles innumerables, hasta el punto de que su as-

    pecto slo para un comunista poda encerrar algo de agradable.

    En la regin que ocupaba la morada de Oliverio, el terreno caa en rpida pendientedesde el arranque inferior de las amplias ventanas hasta la distancia de unos cincuenta

    pasos, terminando en un alto muro, ms all del cual la Naturaleza y las obras del hombredesplegaban su magnificencia en toda la extensin que la vista poda alcanzar. Dos vasgigantescas, semejantes a espaciosas pistas de hipdromo, de anchura no inferior a cuatro-cientos metros, y hundidas a la profundidad de veinte pies, se tendan a lo largo en direc-

    cin convergente, yendo a reunirse en el enorme empalme situado a una milla de distan-cia. La de la izquierda era la lnea principal de Brighton, anunciada siempre con letrasgrandes en todas las Guas de Transportes; y la de la derecha formaba el sistema secunda-rio de los distritos de Tunbridge y Hastings.

    Cada una de ellas estaba dividida, en el sentido de su longitud, por un muro de cemen-to, a un lado del cual circulaban los tranvas elctricos, montados sobre rieles de acero,mientras el otro contena la verdadera lnea de trfico, en la que se distinguan nuevamen-te tres zonas: la primera, reservada a los coches del Gobierno, que la recorran con unavelocidad de doscientos kilmetros por hora; la segunda, destinada a los carruajes particu-lares, cuya velocidad no deba pasar de cien kilmetros, y la tercera constitua la lnea delEstado para el servicio pblico, en la que el lmite mximo de la velocidad se haba fijadoen cincuenta kilmetros, con estaciones de cinco en cinco millas. Paralelamente a estaltima, y orlndola en toda su longitud, se extenda un camino abierto para los peones,ciclistas y carros ordinarios, en el que ningn vehculo poda transitar con una velocidad

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    mayor de veinte kilmetros.

    Ms all de la enorme faja de tierra ocupada por el sistema que acabamos de describir,la vista se espaciaba en una inmensa planicie de tejados, sobre los que descollaban, detrecho en trecho, varias torrecillas indicando los lugares donde se alzaban los edificios

    pblicos, desde el distrito de Caterham a la izquierda, hasta el de Crydon al frente. El

    conjunto formaba una vista magnfica, que se desplegaba lmpida y brillante en un airetransparente, cuya diafanidad, no empaada por el humo, dejaba percibir, en In remotalejana, al este y norte, las humildes cimas de los montculos suburbanos, proyectndosesobre el lado azulado del cielo de abril.

    Una de las cosas que ms sorprendan era el escaso ruido del contorno, dada la densi-dad de poblacin en l aglomerada. Fuera del zumbido sordo de los rieles de acero en elmomento de cruzar el tren ascendente a descendente, y de la dulce vibracin de los gran-des automviles al acercarse al empalme o alejarse de l, desde el gabinete de estadio deOliverio no se oa otra cosa que un confuso y blando murmullo semejante al producido

    por las abejas en un jardn.

    Oliverio amaba todas has manifestaciones de la vida humana todas las perspectivasllenas de animacin y actividad, y, por eso, sonrea ligeramente contemplando el grandio-so cuadro que tenia delante. No dur mucho, sin embargo, este arrobamiento, y volviendoa poner los dedos sobre el teclado de su mquina, continu componiendo el discurso que,dentro de breves das, haba de pronunciar.

    La situacin de su casa no poda ser ms ventajosa, emplazada como se hallaba en unngulo importante de la vasta red de vas de comunicacin que cubran la extensin enteradel pas; de suerte que, para sus particulares fines y necesidades, con dificultad cabria es-cogitar otro sitio ms adecuado. La distancia que la separaba de Londres era escasa, y estacircunstancia contribua a reducir el coste del alquiler, porque las familias pudientes, hu-yendo del trfago y aglomeracin excesiva de la capital, haban fijado su residencia a dis-tancias no menores de cien millas. Oliverio, sin embargo, no echaba de menos la tranqui-lidad necesaria para el desempeo de sus quehaceres habituales. Adems, estando el puntode su residencia colocado entre Westminster y la costa, slo diez minutos le bastaban paratrasladarse al Parlamento, y veinte para tomar el transporte areo o martimo en el puertoms prximo. En cuanto al distrito electoral que representaba, all se tenda a sus pies co-mo una enorme carta geogrfica.

    Y, por ltimo, cerca de all tena a su disposicin el gran Trminus de Londres, esta-cin central, desde donde poda dirigirse a cualquiera de las populosas ciudades de Ingla-terra. Para un hombre como l, nada sobrado de medios de fortuna y enteramente absorbi-do por los negocios de la poltica, que hoy le obligaban a pronunciar un discurso enEdimburgo y al da siguiente en Marsella, la posicin de su domicilio nada tena que envi-diar al de otra persona alguna en toda Europa.

    Era Oliverio persona de aspecto y modales atrayentes, edad no mucho mayor de treintaaos, de cabellos recios como el alambre y negros como el azabache, complexin enjuta,rostro enteramente afeitado de expresin viril y magntica, can ojos azules y piel blanca.El joven diputado pareca hoy satisfecho del mundo y de s mismo; sus labios se movanligeramente, como si pronunciaran en voz imperceptible las palabras que la mquina ibaescribiendo; sus ojos pestaeaban con cierta titilacin nerviosa bajo la influencia de laexcitacin; y de tiempo en tiempo interrumpa el golpeteo de las teclas, y fijaba la miradaen el panorama exterior, sonriente y con el semblante encendido de animacin y entusias-mo.

    Se abri de pronto la puerta del cuarto; un hombre, como de cuarenta aos, penetraceleradamente en la estancia con el correo, y, dejndolo sobre la mesa sin pronunciar una

    palabra, dio media vuelta y se dispuso a salir. Oliverio le hizo con la mano seas de queesperase, golpe una de las teclas y pregunt:

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    --Qu hay de particular, Mster Filips?

    --Noticias de Oriente, seor--respondi el secretario.

    Oliverio ech una ojeada al montn de papeles, y puso la mano sobre l.

    --Algn despacho completo?

    --No, seor; interrumpido otra vez. En l se cita a un tal Felsenburgh.

    Oliverio se qued pensativo; tom bruscamente el rollo de finos impresos, y comenza repasarlos.

    --La cuarta hoja, comenzando desde arriba --observ el secretario.

    Su seor hizo un gesto de impaciencia, y l sali obedeciendo la indicacin.

    El despacho aludido, impreso en titila roja sobre fondo verde, pareci absorber por

    completo la atencin del diputadopor Crydon, porque ste lo ley del principio al fin doso tres veces, y echndose atrs en su silla permaneci inmvil y sumido en profunda me-ditacin Despus de algunos instantes, suspir y volvi a mirar fijamente a travs de laventana.

    Se abri de nuevo la puerta y apareci en ella una joven de aventajada estatura.

    --Qu hay de nuevas, querido? pregunt.

    Oliverio movi la cabeza y apret los labios con aire contrariado.

    --Nada definitivas --respondi.--Aun menos que otras veces. Oye--aadi tomando lahoja verde y comenzando a leer en voz alta, mientras lar joven se acomodaba a su iz-quierda en el asiento de la ventana.

    La recin llegada era una criatura encantadora, de talle esbelto y elegante, ojos pardosde mirada grave y ardiente, labios frescos de un rojo encendido, y busto artstico en quehombros cabeza formaban el ms armnico y gracioso conjunto que es dable imaginar.Con paso lento y silencioso habla atravesado la pieza, mientras Oliverio tomaba el papel

    portador del despacho; y a la sazn yaca cmodamente arre llanada en su asiento, lucien-do amplia bata de color oscuro, en postura rebosante de gracia y noble decoro. Parecaescuchar con resignada indiferencia; pero en sus ojos brillaban la curiosidad y el inters.

    Oliverio ley:

    --Irkutsk, 14 Abril. --Ayer--congo--ordinariamente--Pero--rumores--defeccin--partido--sufita--Tropas--continan--concentrndose--Felsenburgh--habl--multitud--budista Atentado--contra--el--Lama--ltimo--viernes--obra--anarquistas--Felsenburgh--

    parti--para -- Mosc -- conforme --convenido--quiere...

    --Y nada ms--continu el diputado con desaliento----eso es todo. Interrumpido comosiempre.

    La joven comenz a balancear un pie.

    --No entiendo una palabra--dijo.--Pero quin es, en resumidas cuentas, ese Felsen-burgh?

    Hijita ma, eso es precisamente lo que todo el mundo se pregunta. Nada se sabe de lsino que a ltima hora fue incluido en el nmero de los que forman la delegacin ameri-

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    cana enviada a Oriente. El Herald public su biografa la semana ltima; pero ha sidodesautorizada y desmentida con posterioridad. Lo nico cierto es que se trata de un hom-

    bre en todo el vigor d su juventud y hasta hoy enteramente desconocido.

    --Bien, pero ahora ha salido de su oscuridad--observ la joven.

    --Ya lo veo; y aun parece ser l quien dirige el arreglo completo del asunto. De losdems no se oye nunca nada. Afortunadamente Felsenburgh, segn todos los indicios, mi-lita en un partido sano.

    --Y t qu piensas sobre el particular?

    Al or esta pregunta Oliverio, se volvi hacia la ventana y su mirada se perdi vaga-mente en el espacio.

    --Pienso que estamos en una crisis de ardua e incierta solucin.

    Lo ms notable del caso es que aqu apenas se da nadie cuenta del peligro; quiz su

    demasiada magnitud supera a todo lo imaginable. Y, sin embargo, no hay duda que elOriente ha venido preparndose durante el ltimo quinquenio, resuelto a lanzarse sobreEuropa. Amrica es lo nico que los ha hecho vacilar, y creo que est sea el postrer es-fuerzo para de tenerlos. Pero por qu ha de figurar Felsenburgh al frente de tales nego-ciaciones...? Debe de ser, en todo caso, un excelente lingista... Porque sta es al menosla quinta nacin a quien dirige la palabra en su peculiar idioma. Ser el intrprete ameri-cano...? Dara un tesoro por averiguar quin es ese hombre misterioso.

    Tiene algn otro nombre?

    --Me parece que s; en un despacho se le llama Juliano. --Y cmo ha llegado se des-pacho?

    Oliverio hizo un gesto de impaciencia.

    --Por conducto privado--respondi. Las agencias de Europa han suspendido el servicio.Todas las estaciones transmisoras estn custodiadas da y noche. Hay lneas de voladores,establecidas a lo largo de la frontera. El Imperio, no obstante, se propone arreglar sus co-sas sin contar para nada con nosotros.

    --Y si triunfaran, al cabo, sus desatentados propsitos? --Entonces, amor mo... tantovaldra que el infierno entero desencadenara sus furias exclam Oliverio tendiendo los

    brazos en actitud de splica.

    --Pero, entre tanto, qu hace el Gobierno?

    --Trabajar sin tregua, lo mismo que el resto de Europa. Si la guerra llega u estallar ha-bremos entrado en los das apocalpticos.

    --Y ves t alguna probabilidad de que pueda evitarse el peligro?

    --Veo dos casos favorables --respondi pausadamente Oliverio: el primero es que laactitud de Amrica infunda serios temores a los Orientales y logre retraerlos de sus beli-cosos proyectos; el segundo est en que lleguen a persuadirse de que la nica esperanza deredencin para la humanidad se cifra en la cooperacin, "lo cual slo puede lograrse conla paz universal... Lo peor de todo son esas malditas creencias que los tienen fanatizadosde un modo que...

    La joven suspir, y volvindose hacia la ventana se puso a contemplar la vasta aglome-racin de techumbres que cubra toda la extensin del horizonte.

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    Realmente la situacin no poda ser ms grave. Aquel enorme Imperio, compuesto deuna federacin de Estados reunidos bajo el cetro del Hijo del Cielo--federacin llevada a

    cabo merced al enlace de la dinasta china con la japonesa y a la cada de Rusia, --habavenido consolidando sus fuerzas, y adquiriendo conciencia de su poder durante los ltimostreinta y cinco aos, especialmente despus de anexionarse Austria y la India.

    Mientras el resto del mundo no vea ya en la guerra ms que una estril y desastrosalocura, patentizada una vez ms con la destruccin de la Repblica rusa, por el ataquecombinado de las razas amarillas, stas pensaban en aprovecharse de su gran superioridadnumrica para caer, como un alud, sobre el Occidente. La civilizacin, tan penosamenteconquistada durante centurias, corra ahora el riesgo de ser precipitada en el caos. No erael espritu dominante entre las turbas de Oriente lo que ms daba que temer, sino el de susgobernantes, el de las clases directoras, que al sacudir su casi eterno letargo y darse cuentade la ventajosa condicin en que se hallaban para aspirar al dominio universal, adorabanen la guerra como instrumento capaz de conducirlos a la realizacin de sus acariciadosideales, siendo difcil de concebir la manera de disuadirles de sus propsitos.

    No dejaba de ser horrible adems que, para colmo de desdichas, el fanatismo religioso

    alentara y aun inspirara en parte este movimiento El aptico y paciente misticismo orie n-tal se tornaba a ltima hora violento y agresivo, pretendiendo reducir a sus creencias, pormedio de los equivalentes modernos del hierro y el fuego, a los demonios de Occidenteque haban abandonado todos los credos religiosos para no aceptar ms doctrinas que lasdel humanitarismo. Tales designios eran, a juicio de Oliverio, una desatentada locura.

    Al contemplar desde su ventana la inmensa ciudad de Londres, pacficamente tendida asus pies, como ingente y laboriosa colmena de la civilizacin y del progreso; al recorrercon la imaginacin las diversas regiones de Europa y ver consolidado en todas partes eltriunfo del buen sentido sobre las ferocidades legendarias del Cristianismo, le pareca consobrada razn intolerable que cupiera an la menor posibilidad de destruir tan costosas yesplndidas conquistas, retrocediendo de nuevo a las sangrientas y brbaras luchas deedades antiguas y a la tumultuosa confusin de sectas y dogmas que durante tantos sigloshaban mantenido a la Humanidad dividida por irreconciliables antagonismos; porque na-da menos que eso significara la irrupcin del Oriente en Europa.

    Aun el Catolicismo--sigui pensando Oliverio--la ms grotesca y opresora de todas lascreencias, revivira otra vez. Oh! Era indudable que la vieja supersticin, dotada de lavirtud extraa de resurgir tanto ms floreciente cuanto ms enconadas y terribles fueranlas persecuciones que intentaran extinguirla, haba de renacer con nueva pujanza bajo lasrefinadas crueldades y violencias de los vencedores orientales. Y esta idea le atormentabay entristeca, mucho ms an que la catstrofe material y la efusin de sangre.

    Desde el punto de vista religioso, nicamente quedaba una esperanza, como tantas ve-ces le haba dicho a Mbel, y era que el Pantesmo quietista, extraordinariamente difundi-

    do en Oriente y Occidente, durante la ltima centuria, entre mahometanos, budistas, hin-dos, confucianos y otras sectas, lograse dominar el frenes de lo sobrenatural que enloque-ca a sus exotricos hermanos. El Pantesmo, en todo caso, era lo preferible y la doctrinaque en realidad profesaba l mismo.

    Dios, a su entender, era el supremo desenvolvimiento de la vida creada, y su esenciaconsista en la Unidad impersonal. De consiguiente, el espritu de rivalidad era la granhereja que sembraba la discordia entre los hombres, paralizando a la vez todo progreso;ya que ste; segn l crea, slo se realizaba fundindose el individuo en la familia, la fa-milia en el Estado, el Estado en el continente y el continente en el mundo.

    Por ltimo el mundo mismo, considerado en cualquier momento de su existencia, noera ms que una fase de la vida impersonal. En el fondo volva a tropezarse aqu con laidea catlica, pero despojada del elemento sobrenatural, y dirigida principalmente a esta-

    blecer una especie de solidaridad entre las diversas fortunas y condiciones, mediante el

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    abandono del individualismo por una parte y el del spernaturalismo por otra. Apelar delDios inmanente al Dios trascendente, constitua un delito de alta, traicin a los ms sagra-dos intereses de la humanidad; el Dios trascendente no exista; Dios, en cuanto poda serconocido, era el hombre y nada ms que el hombre.

    Sin embargo, Oliverio Y Mbel--que en cierto modo podan considerarse como marido

    y mujer en virtud del contrato de unin conyugal rescindible, explcitamente reconocido ala sazn por la ley--distaban mucho de profesar el grosero y estpido sensualismo quecaracterizaba a los materialistas puros. El mundo, para la joven y enamorada pareja, vi-

    braba con estremecimientos de vida ardiente que, derramada en efluvios de fecundidadinagotable en la flor, en el animal, en el hombre, formaba un torrente de incontrastablevigor y hermosura, fluyendo sin cesar, en oleadas de un manantial profundo y escondido,y difundindose por todos los seres dotados de sensibilidad y movimiento.

    La poesa de semejante concepcin no les pareca menos exquisita, por hallarse al al-cance de las Inteligencias vulgares; sin duda encerraba tambin misterios, pero eran miste-rios que realzaban sus encantos, en vez de desdorarla, porque revelaban nuevas maravillasen cada descubrimiento reservado a las tenaces investigaciones de la ciencia Hasta los

    objetos inanimados, el fsil, la corriente elctrica, los cuerpos celestes repartidos en lainmensidad del espacio, se les antojaban a los dos felices esposos, brillantes emanacionesdel Espritu del mundo que daba testimonio de su presencia con el lenguaje elocuente delos seres y fenmenosnaturales. El descubrimiento llevado a cabo por el astrnomo Klein,veinte aos antes, sobre la existencia de otras humanidades en ciertos planetas--hechocomprobado ms tarde por observaciones dignas de todo crdito--haba alterado profun-damente el concepto que los hombres tenan de s propios.

    Pero la nica condicin de progreso, la verdadera Jerusaln que el hombre poda eri-girse en el planeta, donde le haba cabido en suerte desarrollar el ciclo de su vida, era la

    paz; no la espada esgrimida por Mahoma, sino la paz basada en los dictm enes de la raznnatural, sin las ficticias revelaciones de un orden superior; la paz que dimanaba de saberque el hombre lo era todo, y poda alcanzar la plenitud de su desenvolvimiento sin otromedio que la simpata y colaboracinde sus semejantes. As, pues, tanto Oliverio como suesposa, vean en la pasada centuria una poca de iluminacin; a cuyo influjo iban disipn-dose, poco a poco, las sombras de las viejas supersticiones e inaugurndose el triunfo dela verdad sobre la tierra. El Espritu del mundo haba celebrado su Pentecosts; el sol ha-

    ba brillado al fin en el Occidente; pero de pronto surgan, como heraldos de una espant o-sa catstrofe, informes masas de vapores negruzcos que se acumulaban amenazadores enel Oriente, cuna de todas las supersticiones --

    Mbel se levant y dijo a su esposo:

    --Amado mo, no debes dejarte dominar por el desaliento. El conflicto pasar comotantos otros de siglos anteriores. Al fin y al cabo, no faltan motivos de esperanza en el

    hecho de que los Orientales presten odo a las pacficas exhortaciones de Amrica. Ade-ms, ese seor Felsenburgh segn t mismo dices, pertenece al partido de la paz. Oliverio,por toda contestacin, tom la mano de Mbel y la bes.

    Media hora despus, nuestro hombre pblico mostrbase profundamente abatido,mientras almorzaba en compaa de Mbel y de su madre. La anciana seora, ya entradaen los ochenta aos, debi de advertir enseguida la preocupacin que embargaba el nimode su hijo, porque, despus de dirigirle algunas miradas y muy contadas frases de saludo,

    permaneci silenciosa en su asiento.

    Era el comedor una pieza pequea y agradable, situada junto al gabinete de estudio deOliverio, y amueblada con enseres y utensilios de color verde plido, conforme al gustogeneral de la poca. Las ventanas miraban a un minsculo jardn que ocupaba el lado me-ridional de la casa, y se hallaba separado de la posesin vecina por un alto muro revestidode hiedra. En armona con el tono sencillo del conjunto, los muebles pertenecan al tipo

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    corriente: una mesa sensiblemente redonda, colocada en medio de la salita, tena a su alre-dedor tres altos sillones, cuyos mullidos brazos, asientos y respaldos, se adaptaban sinesfuerzo a la posicin que ms prefirieran los comensales; la superficie del tablero, recu-

    bierta de una sustancia de aspecto adamascado, presentaba en el centro una regin circularocupada por los platos, independiente, al parecer, de la corona envolvente y apoyada sobreancho pedestal de forma cilndrica.

    Haca ya media docena de lustros que, en las casas bien acomodadas, se haba genera-lizado la prctica de instalar el comedor encima de la cocina, utilizando ascensores hidru-licos para elevar y hacer descender los servicios colocados sobre el centro mvil de lamesa. En cuanto al piso de la habitacin, la nica particularidad que en l llamaba la aten-cin era el espeso revestimiento que lo cubra, consistente en una pasta especial de corchoy amianto, de invencin americana; sustancia limpia, mullida y silenciosa, agradable a lavista no menos que a la presin y contacto de los pies.

    Mbel rompi al fin el silencio.

    --Y tu discurso de maana?

    El interrogado se anim algn tanto al or la pregunta de su esposa, y comenz a expo-ner, en resumen, el asunto de su prxima oracin parlamentaria.

    Parece que en Birmingham se notaban sntomas clarsimos de alteracin del orden p-blico. La opinin clamaba all por el establecimiento del libre cambio con Amrica, a cau-sa de las crecientes dificultades con que tropezaba el comercio en los mercados europeos;y l era el encargado de apaciguar la exaltacin de los revoltosos. Pensaba hacerles com-

    prender la inutilidad de sus pretensiones hasta tanto que los asuntos de Oriente no hubie-ran entrado en vas de un arreglo definitivo, y esperaba convencerlos de que no era sta laocasin de molestar y distraer la atencin del gobierno con tales menudencias. La oportu-nidad llegara muy luego, y, entre tanto, se le haba autorizado para anunciarles que, en lahora conveniente, podan contar con el apoyo incondicional de los poderes del Estado.

    --Pero son tercos y brutos a ms no poder--aadi con acento irritado; --testarudos yegostas como nios mal criados, que aturden a gritos la casa, clamando por comer diezminutos antes de la hora. Que tengan un poco de paciencia y se les cumplir lo que yaest solemnemente prometido!

    Y te propones decrselo con esas palabras?

    Cul? Que son anos bestias? Vaya si se lo dir!

    Mbel dirigi a su esposo una mirada llena de vanidosa complacencia; saba que la po-pularidad de Oliverio se deba en gran parte a sus atrevidos e intemperantes apstrofes:

    porque nada halaga tanto a las multitudes como verse increpadas con rudos dicterios porun orador genial y atrevido que se agita danzando y gesticulando en una especie de furormagntico. Ella misma gozaba extraordinariamente con espectculos de esa ndole.

    --Y bien, qu vehculo piensas tomar?

    --El areo que sale a las dieciocho de la estacin de Blackfriars; la sesin es a las die-cinueve, y estar de vuelta a las veintiuna.

    Y, como si la idea del viaje le hubiera estimulado el apetito, Oliverio atac vigorosa-mente el plato que tena delante, mientras su anciana madre sonrea con aire paciente yresignado.

    Mbel comenz a teclear suavemente sobre la mesa.

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    --Date prisa, querido --aadi enseguida--Yo tengo que estar en Brighton a las tres.

    Oliverio tom precipitadamente su ltimo bocado, empuj el plato hacia el centro m-vil, ech una mirada alrededor para asegurarse que toda la vajilla se hallaba dentro de lamisma regin, y, llevando la mano debajo del tablero, oprimi un resorte. Instantneamen-te, y sin producir el menor ruido, desaparecieron los servicios, mientras los tres perma-

    necan algunos instantes medio distrados escuchando el ruido de loza que suba de la co-cina.

    La seora Brand era una anciana venerable, de rostro surcado por numerosas arrugas ycolor sonrosado; usaba el tocado de mantilla que haba dejado de llevarse cincuenta aosatrs, y echbase de ver en su aspecto que se hallaba afligida por algn contratiempo. Elnuevo gnero de alimentos no acababa de satisfacerla. Sin duda--pensaba interiormente--no eran para la gente de edad, adolecan de algn tanto speros; pero ella se enterara detodo despus. Se oy en este instante el sonar de un timbre, seguido de una vibracinsuave de la mesa, y el centro de sta reapareci en su lugar adornado con un bibelot queremedaba admirablemente la forma de un ave asada.

    Los dos esposos quedaron solos unos minutos, antes que la joven partiera para tomar elautomvil de las catorce y media que conduca al empalme por tina de las lneas suple-mentarias.

    --Qu le pasa a mi madre?--pregunt Oliverio.

    --Yo creo que le disgusta la comida; no puede acostumbrarse a los preparados artificia-les; no le sientan bien, segn la he odo decir.

    --Nada ms?

    --No, querido; estoy segura de ello. Si otra cosa hubiera, me lo habra comunicado.

    Mbel parti poco despus, y Oliverio, enteramente tranquilo, se asom a la ventanapara ver a su mujer cruzar el Jardn en busca del automvil. Haca algn tiempo que el es-tado de nimo de su madre le vena dando que pensar, con motivo de ciertas frases sueltasque aqulla haba dejado escapar en la conversacin. A dar cuerpo a ciertas suposiciones,concurra en la anciana la circunstancia de haber profesado, durante algunos aos, el Cris-tianismo, religin que sin duda haba dejado algunos sedimentos en el nimo de la buenaseora.

    Tena sta entre sus libros un viejo jardn del alma, que le gustaba conservar, como re-cuerdo de aquellos tiempos; y aunque es verdad que la seora Brand, participando de las

    preocupaciones de su hijo, manifestaba siempre desprecio al hablar de las oeces msti-cas contenidas en los devocionarios cristianos, el orador comunista hubiera preferido que

    su madre arrojara al fuego el que todava se empeaba en llevar consigo; porque, al decirde aqul, sabido era que la supersticin hunda tenazmente sus garras en lo ms hundo delespritu, apoderndose de todas las energas, y, muy en especial, cuando los aos comien-zan a debilitar el cerebro.

    El Cristianismo, en sentir del escptico humanitarista, era una creencia salvaje y, est-pida: salvaje por la rudeza de sus preceptos y la imposibilidad absurda de sus dogmas; yestpida por su sistemtica tendencia a contrariar las alegres corrientes de la vida humana.Afortunadamente los tiempos eran adversos para todo gnero de fantsticos spernatura-lismos y all andaba entre ellos el de la religin catlica arrastrando una vida precaria ylnguida; pero todava osaba lucir de cuando en cuando sus extravagancias histricas en lacatedral de Westminster, donde l mismo haba sentido un da nuseas de indignacin, al

    presenciar las ridculas ceremonias y falsas predicaciones con que se alimentaba el fan a-tismo de gente chocha y semi imbcil. Oh! Era horrible pensar que su misma madre pu-diera volver los ojos a semejantes desvaros, cobrndoles algn afecto e inclinacin.

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    Por lo que a l se refera, en todo el decurso de su vida poltica, siempre se habaopuesto violentamente a las concesiones hechas en favor de Roma y de Irlanda. Intolera-

    ble conceptuaba que estos dos lugares fueran puestos a disposicin de los sectarios de unculto insensato y pernicioso, quedando convertidos en centros de sedicin y manchas delepra que afeaban el rostro de la humanidad. De ningn modo poda aceptar la opinin delos que apoyaban el hecho, diciendo que as el veneno permaneca concentrado en dos

    solas regiones, en lugar de difundirse por la superficie entera del globo.

    Pero, desgraciadamente, tal era la realidad de las cosas. Roma haba sido cedida enpropiedad al vejestorio de hbitos blancos, a cambio de todas las iglesias parroquiales ycatedrales de Italia; y ya poda suponerse que en la ciudad pontificia imperaran con abso-luto dominio las densas tinieblas de la poca medieval. Irlanda, que desde haca treintaaos vena gozando de los beneficios del home rule, no contenta con declararse catlica,abra sus brazos al individualismo ms exaltado y virulento. De buen grado haba consen-tido en ello Inglaterra, que as se consideraba libre de agitadores, gracias al hecho de emi-grar a la isla vecina la mitad de su poblacin catlica; y tampoco haba vacilado en conce-der, de acuerdo con los principios de su poltica colonial comunista, todo gnero de facili-dades al individualismo con objeto de lograr que sus mismos abusos y exageraciones lo

    precipitaran en la sima del absurdo.Entre tanto Irlanda estaba siendo, teatro de las ms chocantes aberraciones: una Mujer

    vestida de azul se apareca en diversos parajes de la isla, y eran ya numerosas las capillaslevantadas en los sitios donde la misteriosa visin haba sentado sus plantas. Esto, al fin,era sencillamente ridculo; pero las consecuencias de la cesin de Roma distaban muchode excitar la hilaridad y merecan ser tomadas en serio; porque la traslacin de la capitalde Italia a Turn haba mermado considerablemente el ascendiente popular del gobierno dela nacin, y contribuido a robustecer la vieja locura religiosa presentndola engalanadacon el deslumbrante oropel de los recuerdos histricos asociados a la gran ciudad. Sin em-

    bargo, semejante estado de cosas no poda durar mucho tiempo; los hombres comenzabanpor fin a abrir los ojos.

    Oliverio continu todava algunos momentos en la ventana, embriagndose con la es-plndida visin de realidad slida que se desplegaba magnifica ante sus ojos. La inmensarea de Londres, cubierta de edificaciones innumerables, sobre cuyas techumbres se alza-

    ban las altas bvedas de cristal de los baos y gimnasios pblicos, las cpulas de las es-cuelas donde se exponan diariamente los nuevos derechos del ciudadano, las gigantesantenas de las gras y los enormes andamiajes esparcidos aqu y all en toda la extensinde la vasta metrpoli, formaba un cuadro de grandezas que el diputado por Croydon con-templaba con orgullosa fruicin, apenas atenuada por las escasas flechas indicadoras delos templos que an conservaba la populosa ciudad.

    All dilataba sus dominios hasta perderse en la remota lejana aquella vasta colmena deseres humanos, iniciados al fin en el dogma fundamental del Evangelio Nuevo que no ad-

    mita otro dios que el hombre mismo, ni otro sacerdote que el gobernante, ni otro profetaque el maestro de escuela.

    Despus de solazar el nimo con estas reflexiones, Oliverio volvi a la tarea de conti-nuar la composicin de su discurso.

    Mbel entre tanto caminaba en direccin a Brighton, cmodamente instalada en uno delos coches automviles de aquella lnea, con el diario tendido sobre las rodillas y pensan-do en el tema de la conversacin sostenida momentos antes con su esposo. Las noticias deOriente eran, sin duda, ms desconsoladoras de lo que ella haba dado a entender a Olive-rio; sin embargo, pareca increble que amenazara realmente peligro de invasin.

    La vida de los pueblos occidentales era tan agradable y tranquila... el mundo haba sen-tado al cabo su planta sobre roca firme, y no caba pensar siquiera que se viese obligado aretroceder al terreno pantanoso de la supersticin y la ignorancia; semejante hiptesis se

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    opona a todas las leyes de la evolucin y del progreso. Pero quin sabe! Pensaba.--Loscataclismos de orden moral eran, en ocasiones, necesarios para iniciar pocas de regenera-cin; al modo que los terremotos sacudan la corteza terrestre renovndola con la apari-cin de islas y regiones vrgenes que reemplazaran a las ya estriles y gastadas para lavida...

    Tom el diario y ech una mirada a la seccin de noticias sin hallar ninguna de verda-dero inters; despus ley el artculo de fondo, cuyo tema no sugera tampoco ideas muyoptimistas.

    En el semicompartimiento inmediato dos individuos conversaban sobre los preparati-vos para la guerra; el uno describa los talleres de ingeniera que haba visitado y la febrilactividad con que se llevaban los trabajos; el otro se concretaba a formular preguntas so-

    bre los diversos pormenores de la ejecucin. No abundaban los medios de pasar el tiempoagradablemente, ni haba ventanas por donde contemplar el paisaje por no permitirlo lavelocidad con que marchaban los vehculos, velocidad que era siempre la mxima en l-neas de primera clase, como la de Brighton. Su horizonte se limitaba, de consiguiente, alinterior iluminado del amplio compartimiento.

    Psose, pues, a examinar los adornos del techo y bandas laterales, donde resaltabansobre fondo blanco deliciosas miniaturas orladas de artsticos marcos de encina tallada;luego fij su atencin en los globos luminosos que baaban en suave y ntida claridad to-do el recinto; y por ltimo sus ojos se posaron en el interesante grupo formado por unamadre y su pequeuelo que jugaban entre abrazos y caricias en el asiento diagonalmenteopuesto al que ella ocupaba.

    Son entonces la seal de llegada; la dulce y profunda vibracin aument gradualmen-te, y, un instante despus, el carruaje se detuvo en la plataforma de la estacin de Brigh-ton.

    Al bajar la escalera que conduca al gran patio central, observ que la persona que lapreceda era un sacerdote. Pareca un anciano corpulento y vigoroso, porque a pesar de lablancura de sus cabellos, avanzaba con paso firme y seguro. El desconocido se detuvo ydio media vuelta, luego de haber descendido el ltimo escaln y entonces Mbel vio congran sorpresa que el rostro del viajero era el de un joven de facciones finas y enrgicas,con cejas enteramente negras y ojos expresivos. La joven continu su camino, disponin-dose a atravesar el patio en direccin a la casa de su ta.

    Sbitamente y sin otro anuncio que el de un penetrante grito, que reson en lo alto, sevio la viajera envuelta en el torbellino de sombra, producido por un objeto que ocult porun instante la luz del sol; rasg luego los aires un rumor sordo como el acezar de un titn;y, al detenerse la joven aterrorizada, cay a sus mismos pies, con un estrpito semejante alchocar metlico de millares de calderas rotas, un enorme artefacto que se aplast contra el

    engomado pavimento. El cuerpo del monstruo, tendido en la mitad del grandioso cua-driltero, se agit unos instantes entre agnicas convulsiones, golpeando el suelo con fuer-tes aletazos, que se debilitaron rpidamente hasta extinguirse en la ms rgida inmovili-dad. Luego se oyeron gritos angustiosos. que pedan socorro; y una postrera contraccinde las alas dej ver entre hierros y cordajes un montn informe de cuerpos humanos.

    La joven apenas se daba cuenta de lo que acababa de suceder; pero la sac bien prontode su estupor una presin violenta que la empujaba hacia adelante hasta llevarla, todatemblorosa, a tropezar con la pulpa sanguinolenta de un cadver destrozado, junto al cualse retorca un herido, exhalando gritos inarticulados y tendiendo los brazos en ademnsuplicante.

    Ella oy distintamente los nombres de Jess y Mara, y entonces una voz murmur asus odos estas palabras: Dejadme pasar, seora. Soy un sacerdote.

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    Mbel permaneci todava en el mismo sitio, paralizada por el terror que le produjoaquel espantoso accidente; tan repentino como inesperado; y, sin plena conciencia de loque haca, se qued mirando al joven y encanecido sacerdote que, hincado de rodillas jun-to a un moribundo, mostraba, a travs de la desgarrada pechera de su oscuro sayal, la ima-gen de un crucifijo viole inclinarse sobre el plido rostro del agonizante, y, despus deunos momentos, levantar la mano y trazar en el aire la seal de la cruz, mientras sus labios

    murmuraban palabras misteriosas en un lenguaje desconocido; y enseguida observ que selevantaba con el crucifijo en la mano y avanzaba por el piso ensangrentado, tratando dedescubrir a algn otro que pudiera necesitar de sus auxilios.

    Entonces, en las escaleras del gran hospital inmediato aparecieron varios hombres queacudan presurosos, con la cabeza descubierta, y provistos cada uno de una caja de banomuy semejante a las antiguas cmaras fotogrficas. Mbel comprendi en el acto quineseran aquellos funcionarios, sintiendo que su corazn se descargaba algn tanto de la terri-

    ble angustia que le oprima. Los que as se precipitaban en socorro de los heridos, desem-peaban el cargo de ejecutores de la eutanasia o muerte dulce, y sus aparatos posean lavirtud de suspender instantneamente todo gnero de sufrimientos, produciendo una ago-na tranquila y suave como el principio de un sueo reparador. Luego, la aturdida especta-

    dora de aquella escena sinti la traccin vigorosa de una mano que la obligaba a re-troceder, e inmediatamente se hall en primera fila entre una muchedumbre que gritaba yempujaba detrs de un cordn de policas y empleados.

    Terrible fue el pnico que se apoder de Oliverio cuando su madre, media hora des-pus, entr sobresaltada en el estudio donde trabajaba y le dio la not icia de que uno de losgrandes voladores del Estado haba cado en la plaza de la estacin de Brighton, precisa-mente en ocasin de apearse los pasajeros del auto elctrico de las catorce y media. Sinulteriores explicaciones, Oliverio apreci la gravedad y magnitud del espantoso accidente,

    porque conservaba el recuerdo de otra desgracia semejante, ocurrida, en el decenio ante-rior, a raz de haberse aprobado la ley que prohiba el uso de areos no autorizados por laComisin especial del gobierno. Aquella funesta noticia significaba que ninguno de losque tripulaban el bajel haba quedado con vida; y daba motivo a suponer adems que, pro-

    bablemente, haba perecido tambin la mayor parte de los viajeros que a la sazn se hall a-ban en el lugar del siniestro... --Y Mbel Qu horror, al pensarlo...! Pero el despacho nodejaba lugar a dada: ella estaba en el sitio fatal.

    Vctima de Una incertidumbre desesperada, el atribulado esposo despach ra radio-grama pidiendo noticias a su ta, y aguardando con ansia la respuesta. Su madre tomasiento a su lado.

    Plegue a Dios...!--solloz la anciana; y se qued cortada, sin acabar la frase, anteuna mirada de su hijo.

    El Hado, no obstante, se mostr piadoso, y tres minutos antes que Mster Filips regre-

    sara con la contestacin, la propia Mbel en persona penetr en el cuarto, algo descolori-da, pero sonriente.

    --Cielos!--exclam Oliverio, dando un profundo sollozo y dirigindose a la joven conlos brazos abiertos.

    La recin llegada no poda decir nada sobre las causas del desastre, ni los diarios ha-ban tenido tiempo de publicar pormenores sobre el suceso; pero se crea que las alas deun costado haban dejado de funcionar.

    Luego describi la aparicin repentina de la sombra que obscureci el horizonte, elruido como de tromba area, precursor de la cada, y el estruendo formidable del choquecontra el piso del patio.

    La narradora cort bruscamente su relacin, y permaneci silenciosa unos instantes.

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    --Que ms, querida?--le pregunt su esposo, que la escuchaba, plido hasta lo blancode los ojos, sentado junto a ella y acariciando una de sus manos.

    --Tambin haba all un sacerdote; iba delante de m al bajar la escalera del andn.

    Oliverio contest con una ligera carcajada histrica, y se dej caer en la silla, agitado eimpaciente,

    Mbel continu:

    --Se hinc de rodillas, con su crucifijo, cerca de los moribundos, aun antes de que losmdicos llegaran. Ahora, dime hay personas que crean realmente en esas cosas?

    Por lo menos las hay que se imaginan creer--respondi el interpelado.

    --Aquello sucedi tan de repente, de un modo tan inesperado...; y, no obstante, el sa-

    cerdote se encontr all como si, hubiera previsto la desgracia. Pero, en fin, cmo puedenprofesar semejantes creencias?

    --Bah! Los hombres son capaces de creerlo todo, con tal de comenzar a tiempo.

    --El caso es que tambin un pobre desdichado pareca creer--me refiero a uno de losmoribundos. Oh! Yo vi sus postreras miradas, que no mentan ... !

    La narradora volvi a guardar silencio, abstrado su espritu en la contemplacin de laimagen que acababa de evocar.

    --Y no me dices ms, querida?-- pregunt de nuevo su esposo.

    --Oye, Oliverio--continu Mbel medio distrada, qu les, dices t a las personas queestn agonizando?

    --Yaya una pregunta! Qu les he de decir? Nada! Por supuesto, que no recuerdo ha-ber visto morir a nadie.

    ----Ni yo tampoco lo haba visto hasta hoy----repuso la joven con un ligero estremeci-miento.--Los ejecutores de la eutanasia acudieron enseguida a desempear su ministerio.

    Oliverio estrech suavemente el brazo de su esposa.

    --Nia ma, aquello debe haber sido horrible. Todava ests temblando.

    --No; pero escucha... Ya ves, si a m se me hubieran ocurrido algunas frases de consue-lo, se las habra dicho. Precisamente estaban todos all, a mis pies. Yo vacilaba sin saberqu hacer; busqu expresiones de aliento que dirigirles en aquel trance, y no hall nadaque me pareciera oportuno; por que es claro que no haba de hablarles del humanitarismo.

    --Sin duda es muy triste lo que ests diciendo, querida, pero, en realidad, se trata de unaccidente como tantos otros. Y al fin, ya est todo concluido.

    --Concluido todo! De manera que nada les resta ya a esos infelices?

    Indudablemente.

    Los labios de Mbel se contrajeron con vaga expresin de tristeza y poco despus deja-ron escapar un suspiro: Durante el viaje de regreso, la joven se haba sentido agitada por

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    extraos pensamientos. Bien saba que todo ello era efecto de su excitacin nerviosa; perono poda alejar de s las ideas sugeridas por el terrible espectculo de la muerte, que aca-

    baba de presenciar por vez primera.

    --Lo que ms he extraado es la intervencin de aquel sacerdote. No es verdad que ltampoco cree que todo concluya all?

    Querida ma, voy a exponerte en breves palabras su modo de pensar. El sacerdote tienepor cierto que la pobre vctima, a quien mostr el crucifijo y ech fa bendicin, conti naviviendo en alguna parte, a pesar de la destruccin de su masa enceflica; l no podradecir con toda seguridad dnde se halla ahora su penitente; si en una especie de horno defundicin, ardiendo a fuego lento, o en una regin de bienandanza, gozando de todo gne-ro de venturas. Suponiendo que la pieza de madera empleada en beneficio del desgraciadohaya surtido efecto, la vctima debe de vagar ahora ms all de las nubes, contemplando aTres Personas que son una sola cosa, sin dejar de ser tres, en unin de innumerables bie-naventurados, entre los que sobresale una Seora vestida de azul, acompaada de otrasvestidas de blanco. De stas, las hay que llevan la cabeza debajo del brazo, y otras la de-

    jan descansar sobre el asiento ms prximo; pero todas van y vi enen, cantando siempre al

    son del arpa y paseando en lo ms encumbrado de los cielos con no pequeo contenta-miento y deleite.

    Aquel sacerdote profesa, adems, como dogma indiscutible, la creencia de que todoslos habitantes de esas mansiones imaginarias miran sin cesar los hornos ardientes, -- yalaban a las Tres Personas por haberlos hecho. He aqu lo que el sacerdote cree. Ya ves,querida, que es un tejido de patraas inverosmiles; acaso a ciertas personas les parezcandeliciosas, pero no por eso dejan de ser menos absurdas.

    La joven sonri con aire complacido. Nunca haba odo una explicacin del asunto, tanamena y tranquilizadora como la que Oliverio acababa de exponer:

    --Bah! --repuso, --tienes razn; semejantes desvaros no pueden ser admitidos por na-die que est en su cabal juicio. Cmo los habr aceptado aquel sacerdote que pareca per-sona tan inteligente?

    --Mira, querida, si cuando estabas an en la cuna yo te hubiera dicho que nuestro sat-lite, llamado por los poetas la reina de la noche, era un globo de oro, y te lo hubiera repe-tido y machacado un da y otro, al cabo hubieras acabado por creerlo ahora sin la menordificultad. Pero t sabes bien que los ejecutores, de la eutanasia son los verdaderos sacer-dotes. No es as?

    Mbel suspir con satisfaccin, y se puso de pie.

    --Oliverio--aadi, --veo que no hay quien te iguale para desvanecer aprensiones. No

    puedes figurarte el peso que me has quitado de encima. Pero necesito retirarme a desca n-sar, porque mis nervios estn como las cuerdas de un arpa vieja.

    Al llegar la joven a la mitad del cuarto se detuvo de pronto, y, examinando su calzado,se puso plida y exclam con voz desfallecida:

    --Horror! Mira, Oliverio, mira!

    Una de las botinas de Mbel presentaba un manchn de sangre, no bien seca todava.

    Oliverio corri a sostener a su esposa, amagada de un desmayo.

    --Ea, corazn mo, no es nada; un poco de valor.

    Ella le mir agradecida, sonri animosamente y sali de la estancia.

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    Despus que hubo partido, Oliverio continu sentado un buen rato, revolviendo en supensamiento las circunstancias del riesgo que haba corrido Mbel. Qu satisfecho y Con-fortado se senta! Le aterraba pensar lo que habra sido para l la vida sin el amor de aque-lla criatura encantadora. La haba conocido desde que era una nia de doce aos, es decir,haca por ahora siete, y el anterior se haban presentado juntos a celebrar su contrato anteel tribunal civil.

    En realidad, Mbel constitua el mayor de los tesoros que el mundo poda ofrecerle.Claro est que, de haberle sobrevenido la inmensa desdicha de perderla, no por eso elmundo habra suspendido su curso y aun l mismo, arrastrado por la corriente general,quiz hubiera acabado por resignarse a vivir; pero le horrorizaba tener que pasar por se-mejante prueba. Entre el y su joven esposa, exista un doble afecto de cuerpo y alma; lgozaba observando las rpidas intuiciones de Mbel, y escuchando de boca de sta el ecode sus propios pensamientos. Ambos venan a ser como dos llamas fundidas en una sola,ms intensa y brillante que cualquiera de sus componentes; sin duda, una de ellas podaarder sin la otra--de hecho as tendra que suceder algn da; pero... los hados benignosdispusieron que esa fecha no Ilegara tan pronto. Y, por el momento, bendeca de corazn ala buena fortuna que haba sacado ilesa a Mbel de la catstrofe del areo.

    En cuanto a la exposicin que haba hecho del credo cristiano, era asunto que no le in-quietaba; todos saban que los catlicos profesaban parecidas extravagancias, as que sucaricaturesca descripcin no le pareca mayor blasfemia que la que pudiera existir en elhecho de rerse del dolo de Fidjn, con ojos de perlas y petaca de cola de caballo; tomarloen serio era sencillamente imposible. Varias veces se haba preguntado cmo poda com-

    prenderse que seres racionales aceptaran tan groseras paparruchas; pero, ayudado de laPsicologa, lleg a persuadirse de que la autosugestin tena virtud y eficacia bastante pararealizar los mayores prodigios. Precisamente a la misma causa se deban los obstculoscon que haba tropezado la difusin de los beneficios de la eutanasia.

    Frunci con disgusto el entrecejo al recordar la exclamacin de su madre Plegue aDios!, pero muy luego sonri, compadeciendo las patticas puerilidades de la pobre vieja,y volvi a su mesa de trabajo pensando, a despecho suyo, en la honda emocin experi-mentada por su esposa al ver la mancha de sangre en la botina. Sangre! Y qu? Cabadar a semejante hecho mayor alcance del que tenan los dems? Encerraba, por ventura,algn misterio inexplicable?

    No, indudablemente; la clave de todo estaba en el glorioso credo del Humanitarismo;el gnero humano era el verdadero y nico Dios que mora y resucitaba diez mil veces alda; que haba sucumbido diariamente, aun desde el principio del mundo, asesinado por lasupersticin y devorado por sus monstruosas aberraciones, pero que al fin resurga en lostiempos nuevos; no una vez, sino tantas como criaturas regeneradas hacan su entrada enel mundo, iluminado ahora por el Sol de la Verdad. Eso era lo que se necesitaba oponer almisterio de la sangre. Y no era contestacin soberanamente satisfactoria? Filips lleg

    una hora despus con un rollo de papeles.--No hay ms noticias de Oriente--dijo al entrar.

    La correspondencia de Percy Franklin con el Cardenal--Protector de Inglaterra, ocupa-ba al sacerdote, directamente, por lo menos dos horas diarias, e indirectamente, cerca deotras seis. Durante los ltimos ocho aos, la Santa Sede haba modificado una vez ms sus

    procedimientos disciplinares en armona con las nuevas exigencias de los tiempos; y, en laactualidad, cada provincia eclesistica de alguna importancia, en todo el mundo, posea noslo un metropolitano encargado de la administracin, sino tambin un representante enRoma, cuya misin consista en servir de intermediario entre el Papa, por una parte, y el

    pueblo o regin que se le hubiera designado, por otra. La centralizacin--dicho con otraspalabras--haba progresado rpidamente, siguiendo el movimiento de evolucin social; ycomo consecuencia, la libertad de mtodo y la expansin del poder, imperaban en el su-

    premo gobierno de la Iglesia.

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    El Cardenal--Protector de Inglaterra era un cierto abad Martn, benedictino; y Percy, aligual de otros doce, entre obispos, sacerdotes y legos (con los que, desde luego, le estabavedado celebrar ninguna consulta seria), tena el encargo de escribir diariamente una ex-tensa carta, sobre asuntos relacionadas con la buena administracin de los intereses catli-cos.

    Era curiosa la vida que el joven sacerdote llevaba. Se le haban asignado dos habita-ciones en la casa del Arzobispo de Westminster, y figuraba entre los adscritos al clerocatedral, permitindole, no obstante, gozar de una libertad considerable.

    Levantbase muy de maana, y, despus de una hora de oracin mental, deca la santamisa. Luego se desayunaba, rezaba una parte del oficio, e inmediatamente se sentaba en eldespacho para reunir y ordenar los materiales de su carta. A las diez estaba ya en disposi-cin de recibir visitas, y pasaba el tiempo hasta las doce, conversando con dos clases de

    personas: las que venan a tratar con l asuntos de carcter puramente particular, y los re-porteros encargados de traerle los diarios, acotados ya y con notas en los prrafos de ma-yor inters. Enseguida almorzaba con los dems sacerdotes que vivan en la casa, y a con-tinuacin sala con objeto de consultar a las personas capaces de ilustrarle sobre las mate-

    rias pertinentes a su informacin epistolar. A las diecisis regresaba, tomaba una taza det y continuaba el rezo del da, terminado el cual haca una visita al Santsimo Sacramen-to; y se retiraba despus a escribir su carta, labor que exiga gran cuidado y reflexin. Te-na obligacin de asistir a vsperas dos veces a la semana, y cantaba ordinariamente lamisa mayor todos los sbados.

    Cierto da, pocas semanas despus de su viaje a Brighton, Percy trabajaba en el despa-cho, escribiendo las ultimas lneas de su carta, cuando entr un criado a decirle que el Pa-dre Francisco le aguardaba en el recibimiento.

    --Que tenga la bondad de esperar diez minutos--dijo Percy, sin levantar los ojos delpapel.

    Termin rpidamente su trabajo, tom el escrito y se puso a leerlo, desde el principioal fin, traduciendo inconscientemente su contenido del latn al ingls.

    Wetsminster, mayo, 14.

    Eminentsimo seor:

    "Desde ayer, he logrado adquirir algunas noticias interesantes. Parece cosa segura queen junio se promulgar un Bill declarando lengua oficial el esperanto. As me lo ha comu-nicado Johnson. Esta medida acabar de consolidar nuestras relaciones con el continente,lo cual, por cierto, es bien de lamentar en las presentes circunstancias... Se anuncia, paradentro de breve plazo, el ingreso en la francmaso