El Aljarafe sevillano: la construcción histórica de un paisaje tradicional

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El territorio del Aljarafe es hoy una pieza fundamental de la aglomeración urbana de Sevilla (sur de España). Su fisonomía actual es consecuencia de los intensos procesos de transformación territorial y urbana de las últimas décadas, pero estos a su vez se han desarrollado sobre la base de un espacio geográfico que se ha modelado y se ha organizado secularmente, a lo largo de lentos y progresivos episodios históricos. En este texto se elabora un recorrido por estos procesos de construcción histórica del territorio del Aljarafe, con el objetivo de identificar elementos, atributos, estructuras, funciones, morfologías y patrones con que ha ido adquiriendo orden interno y forma aparente. Estos factores históricos pueden así servir como claves interpretativas de la caracterización del paisaje tradicional del Aljarafe

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MIGUEL GARCÍA MARTÍN

El Aljarafe sevillano: la construcción histórica de un paisaje tradicional

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Título: El Aljarafe sevillano: la construcción histórica de un paisaje tradicional © 2015, Miguel García Martín © de los textos: Miguel García Martín

Departamento de Geografía Humana, Universidad de Sevilla c/Doña María de Padilla s/n 41004 Sevilla

Diseño de cubierta: Miguel García Martín 1ª edición ISBN: 978-1507773970 Algunos derechos reservados

Esta obra está licenciada bajo la Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional. Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/.

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Índice de contenidos

1. Introducción ....................................................................................7

2. La cuestión de la definición y la delimitación del Aljarafe ............9

3. Los primeros poblamientos y las culturas prerromanas................19

4. El Aljarafe en el periodo romano..................................................27

5. El Aljarafe en el periodo tardorromano, visigótico y

musulmán (Alta Edad Media) ......................................................41

6. La Baja Edad Media: La “Reconquista” y el Repartimiento

cristianos ......................................................................................51

7. La Edad Moderna..........................................................................67

8. Los siglos XIX y XX: de la Modernidad a la

contemporaneidad ........................................................................83

9. A modo de recapitulación .............................................................93

Bibliografía .....................................................................................101

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1. Introducción El fenómeno del crecimiento acelerado de las superficies

urbanas, común en la mayor parte de las ciudades del ámbito mediterráneo y occidental desde la segunda mitad del siglo XX, ha afectado a muchos espacios rurales de vocación tradicional próximos a las ciudades, que se han incorporado a estas como piezas complementarias del conglomerado metropolitano. Así se detecta en el Aljarafe, situado al oeste de la ciudad de Sevilla. Esta comarca reúne una población similar a la de la ciudad de Córdoba, unos 320.000 habitantes, con una extensión que representa tan solo un 3% de toda la superficie provincial1. Este territorio metropolitano se compone de multitud de municipios, muchos de ellos de pequeño tamaño, sobre los que se ha levantado una ciudad periférica dominada por la edificación residencial de baja densidad (popularmente asociada al chalet y al adosado).

Sin embargo, los elementos y atributos que caracterizan el

paisaje metropolitano del Aljarafe conviven con otros tantos elementos y atributos del paisaje tradicional, eminentemente agrícola, constituidos de forma secular a través de un proceso histórico lento pero progresivo. Así, la vinculación del Aljarafe con los cultivos mediterráneos canónicos, con una especial incidencia del olivar, ha condicionado y ha modelado su estructura interna y su fisonomía exterior. Las elevaciones en forma de escarpes en los bordes de la ligera meseta que domina la comarca, o la presencia de dos ejes fluviales como el río Guadalquivir y el río Guadiamar a uno y otro extremo, también han servido para consolidar la imagen definitiva que este espacio geográfico proyecta. En consecuencia, el paisaje actual del Aljarafe es resultado de una composición poliédrica

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donde se combinan las características tradicionales y las metropolitanas (o contemporáneas).

Esta obra analiza los procesos y circunstancias históricas

por los que se ha ido constituyendo progresivamente el territorio del Aljarafe, con idea de dar sentido y significado a los elementos y atributos que caracterizan el paisaje tradicional. Habría que considerar esta aportación —siguiendo el esquema interpretativo de paisajes de Ojeda Rivera2— como una primera etapa, de orden interdisciplinar, basada en la metodología de aproximación histórico-geográfica, que arroja claves analíticas y comprensivas del ámbito de estudio para una posterior lectura de los valores y significados de sus paisajes. Todo ello considerando que dichos procesos no se comportan de forma autónoma en la construcción de la realidad histórica y territorial, sino que son inseparables unos de otros dentro de su contexto, en el largo proceso de adecuación humana de un espacio3. El texto aborda, así, los distintos periodos de ocupación y organización espacial en el Aljarfe, desde los primeros poblamientos prehistóricos y protohistóricos hasta los episodios de mediados del siglo XX, que anticipan el cambio de modelo hacia un espacio de vocación y comportamiento metropolitanos (fenómenos estos últimos que no son analizados por razones de espacio). Previo a todo ello, se plantean algunas cuestiones relativas al origen etimológico del topónimo y a su controvertida delimitación física y geográfica, no del todo resuelta.

NOTAS AL CAPÍTULO 1 1 Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía, 2013 2 Ojeda Rivera, 2013 3 Menéndez de Luarca Navia Osorio, 2010

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2. La cuestión de la definición y la delimitación del Aljarafe

El Aljarafe sevillano es el ámbito de estudio de la

aportación académica que queda recogida en este libro. Espacio geográfico como tal, puede entenderse también como una comarca, una región, un dominio físico-ambiental o un espacio histórico. En cualquier caso, se trata de un ámbito de difícil definición y aún más compleja delimitación.

El territorio que se extiende al oeste de la ciudad de Sevilla

comienza a adquirir identidad propia en época musulmana. Son los geógrafos y estudiosos islámicos los primeros que identifican este territorio —proporcionándole un nombre, un topónimo— de forma precisa como una pequeña comarca caracterizada, muy peculiarmente, por su altura prominente y la presencia del olivar. Desde entonces y a lo largo del tiempo, las interpretaciones semánticas que ha tomado el término Aljarafe no han dado lugar a excesivos desacuerdos. Sin embargo, ya desde época musulmana, y hasta la actualidad sí se han sucedido diversas y diferenciadas versiones acerca de los límites concretos del Aljarafe, hasta el punto de que hoy en día no existe una única silueta de la comarca.

Un breve repaso a algunas de las fuentes que han hecho

referencia al Aljarafe permitirá ilustrar esta idea relativa al significado original del término y, sobre todo, a la falta de unidad y coincidencia en la delimitación de sus contornos. La primera referencia escrita que se tiene del Aljarafe es del geógrafo musulmán Al-Idrīsī, que lo menciona en su Descripción de África y España, señalando que se extiende desde Sevilla hasta Niebla a lo largo de más de 40 millas4, con una anchura de norte a sur de unas 12 millas, formando una

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colina de color rojo5. Al-Idrīsī indica que este nombre, al-Săraf, viene dado porque, efectivamente, para llegar allí se va subiendo desde Sevilla. El término árabe al-săraf expresa altura dominante, zona elevada, otero, lugar prominente, etc., aspecto que, entendido y visto desde Sevilla, adquiere toda lógica. Y es que, efectivamente, el Aljarafe se constituye como una elevación de suaves lomas y colinas que se levantan por encima del valle del Guadalquivir, delimitada por un borde más acusado y escarpado, que funciona como mirador o atalaya hacia la vega y los terrenos llanos de la depresión bética.

Si una de las principales características de la comarca

destacada por los autores medievales era esta de su relieve más elevado, la otra es sin duda la referencia a la abundancia del olivar. Y es en este asunto donde surgen las escasas dificultades a la hora de definir semánticamente el término del Aljarafe. Si bien el origen de la voz al-săraf no ofrece dudas, a lo largo del tiempo este término se ha asociado ocasionalmente a la idea genérica de olivar, de campo de olivos, por ser este cultivo una constante definitoria del paisaje y de la fisionomía de la comarca ya desde época romana. Desde las referencias escritas del geógrafo clásico griego Estrabón —que explica en su Geographika que de la Turdetania "se exporta trigo, mucho vino y aceite; éste, además, no sólo en cantidad sino de calidad insuperable"6— a los tratados de los agrimensores hispanomusulmanes, se pone de relieve no solo la presencia sino la absoluta preponderancia del olivar en este territorio.

Por tanto, tiene sentido que, particularmente en los

siguientes siglos medievales, de ocupación cristiana, el término axaraf o axarafe designara de forma genérica un campo de olivos, un olivar. Ya en la confirmación por parte de Alfonso X del privilegio de Fernando III donde se le concede a Sevilla el fuero de Toledo (en 1253) se utiliza el término de

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axaraf, casi siempre vinculado al de figueral (higueral), para designar el cultivo del olivar7. Asimismo, en un momento concreto el Cantar de los Siete Infantes de Lara hace referencia al Aljarafe, sin que se despejen las dudas sobre su verdadero sentido:

Mi hermano envio por nos una fiesta de Sant Johan: en el axaraf de Sevilla christianos fuimos topar, mataron a mio marido; mis siete fijos otro tal; Yo escape a vida, metime en un axarafe, lazre noche e dias e non me quis por end matar.8

Herrera García9, junto a estos anteriores ejemplos, alude a

otros casos en los que el término es indistintamente utilizado como nombre propio de la comarca y como nombre genérico para referirse al olivar. Sin embargo, y siguiendo a este autor, esta ambivalencia semántica desaparece probablemente hacia el siglo XVIII, donde el Aljarafe, tal y como se entiende en la actualidad, es ante todo un nombre propio y en todo caso, como nombre común, alude a su etimología original, referida a un lugar elevado y prominente, una azotea, un mirador. De hecho, en el actual Diccionario de la Real Academia Española, como sustantivo común aparece recogida la entrada aljarafe o ajarafe, de la que se dice: "(Del ár. hisp. aššaráf, y este del ár. clás. šaraf, altura dominante). 1. Terreno alto y extenso; 2. Azotea o terrado"10.

Con todo, y aunque hoy se acepte su significado genérico

de atalaya o lugar elevado, aún en el siglo XIX se podían encontrar acepciones como las que se recogen en la Enciclopedia moderna: "es de origen arábigo y significa, según la opinión más admitida «lugar poblado de árboles». En la provincia de Sevilla se da este nombre a una extensión de más de doce leguas, en cuyo recinto se comprenden varios pueblos y heredades (...)"11.

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Frente a las escasas dificultades que, como ya se ha visto, ha generado el término Aljarafe, dificultades de tipo más semántico (significado) que etimológico (origen de la palabra), la delimitación y concreción espacial del territorio que abarca ha sido un motivo constante de debates y de múltiples interpretaciones.

Como se ha mencionado anteriormente, es Al-Idrīsī en el

siglo XII quien por primera vez establece aproximadamente los límites del Aljarfe, al menos el límite oriental y occidental, desde Sevilla hasta Niebla a lo largo de 40 millas (y 12 millas de norte a sur). Desde que se definieran estos límites hasta la actualidad, la ausencia de unidades político-administrativas bien delimitadas y permanentes en el tiempo para la comarca del Aljarafe ha dado lugar a una inconcreción de sus límites y a una variabilidad en la interpretación del territorio que ocupa. De la controvertida dificultad para acordar los límites de la comarca, en especial el límite occidental, dan cuenta Rodríguez Becerra12 y Herrera García13, entre otros. Estos autores repasan algunas de las principales delimitaciones que con el tiempo han establecido geógrafos, historiadores y otros estudiosos, poniendo de manifiesto que si bien los límites septentrional, meridional y oriental ofrecen poco margen de duda, el Aljarafe se extiende hacia el oeste a lo largo de una amplia franja (frontera) comprendida entre el río Guadiamar y el río Tinto.

Ya en época reciente los ejercicios de comarcalización han

definido con bastante mayor precisión los límites de la comarca, aunque sin solucionar el conflicto de la unanimidad de criterios. Más que ayudar a unificar los límites entre fuentes, las distintas comarcalizaciones han reforzado la identidad como comarca propia del Aljarafe, distinta y diferenciada del resto de unidades que la rodean. Gómez Moreno14 repasa algunas de las principales comarcalizaciones realizadas entre la década de 1950 y 1990 para el caso de

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Andalucía. Tanto en las de tipo geográfico, como en las de variable evolutiva y las de índole administrativa y funcional, el Aljarafe aparece por lo general como una comarca bien diferenciada, autónoma, en ocasiones estrechamente vinculada al Condado onubense. En el catálogo de Revenga Carbonell15 también aparece el Aljarafe como una comarca natural, hecho de la mayor consideración teniendo en cuenta que este autor restringe mucho la consideración de una comarca como tal (no existen en provincias como Cádiz o Jaén). Una vez más, la identificación es precisa, pero se ofrecen unos límites algo vastos, que comprenden todo el territorio desde el Guadalquivir hasta la provincia de Huelva y desde las estribaciones de Sierra Morena hasta las marismas.

Caso bien distinto es el de la Propuesta de comarcalización

de la Junta de Andalucía16. A partir de una base político-administrativa municipal y una división por provincias, el territorio que comúnmente se venía asociando al Aljarafe queda repartido entre los ámbitos básicos de Sevilla, Sanlúcar la Mayor y Pilas. Es este un trabajo que no solo rechaza el uso de una nomenclatura de ámbito regional como es el topónimo Aljarafe (tomando para cada ámbito básico el nombre de la cabecera municipal), sino que parte la región histórica prácticamente por la mitad. La consideración funcional —con un importante peso de los núcleos metropolitanos más próximos a Sevilla— adquiere mucha mayor relevancia que la geográfica o la histórica.

Pero estos proyectos y propuestas de estructuración del

territorio en comarcas no dejan de ser meros ejercicios de análisis regional, o recomendaciones para una posterior y eventual planificación subregional. El hecho de que el Aljarafe no se haya constituido nunca como una verdadera unidad político-administrativa independiente (como sucede con un municipio) hace que sus límites oscilen fruto de la variabilidad de las interpretaciones históricas y geográficas. Por el

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contrario, sí ha formado parte en época reciente de un ámbito subregional sujeto a la política de ordenación del territorio como el de la aglomeración urbana de Sevilla. El actual Plan de Ordenación del Territorio de la Aglomeración Urbana de Sevilla, formulado por el Decreto 267/2009, de 9 de junio17, integra a 46 municipios, entre los que se incluyen todos aquellos al oeste de Sevilla hasta el límite con la provincia de Huelva, desde Gerena y Aznalcóllar por el norte hasta Isla Mayor y Villamanrique de la Condesa por el sur. Sin embargo, los antecedentes más directos de este documento de planificación no consideraban este ámbito de ordenación tan extenso. Así, en el documento de objetivos redactado unos años atrás18 se delimita el sector Oeste-Aljarafe, que comprende los 17 municipios más orientales de la cornisa aljarafeña (aquellos que se extienden de norte a sur desde Santiponce hasta La Puebla del Río y de este a oeste desde el Guadalquivir hasta el arroyo Riopudio, junto con otros próximos como Espartinas o Salteras). Con anterioridad, las Directrices de Coordinación Urbanística19, un intento inicial de planificación subregional metropolitana en época democrática, habían incorporado al espacio metropolitano de Sevilla tan solo a 15 municipios del Aljarafe, excluyendo precisamente a Espartinas, Salteras o Bollullos de la Mitación, a pesar de que parte de sus términos municipales sí se prolongaban a este lado del arroyo Riopudio.

Por su parte, el Plan de Ordenación del Territorio de

Andalucía, formulado por el Decreto 206/2006, de 28 de noviembre20, máxima figura de la ordenación territorial de ámbito regional (autonómico), incide en esta dialéctica entre una comarca aljarafeña íntegra frente a otra afectada y desintegrada por el dominio de la metrópolis sevillana. En la zonificación de este plan se establecen unidades territoriales de diversa categoría en función del dominio territorial al que pertenecen. El espacio vinculado al Aljarafe queda dividido entre la unidad territorial "Centro Regional de Sevilla" y la

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unidad territorial organizada por redes de ciudades medias interiores "Aljarafe-Condado-Marismas". Es decir, se reconoce la existencia de una unidad territorial en la que está incluido el Aljarafe (o parte de él) junto a comarcas próximas como el Condado o los dominios marismeños, pero a su vez se integra al sector más oriental del Aljarafe en la unidad metropolitana de Sevilla.

A esta relativa "confusión" para hacer coincidir al Aljarafe

dentro de una unidad político administrativa o funcional también han contribuido otras políticas sectoriales con incidencia en la organización territorial, caso de la organización de las comarcas agrarias, las agrupaciones municipales con que se constituyen los Grupos de Desarrollo Rural (GDR), las diversas mancomunidades, etc.

No parece conveniente, pues, incidir más en la cuestión de

la delimitación histórica y presente del territorio del Aljarafe. A la estabilidad de su significado etimológico y semántico hay que oponer las diferencias y desacuerdos en cuanto a la definición de sus límites. Más que de un secular desacuerdo, el Aljarafe, sencillamente, nunca se ha ajustado a unos límites fijos, establecidos. Tampoco es necesario pretender zanjar una cuestión que, de otro lado, no requiere ser resuelta. Como espacio geográfico profundamente humanizado, el Aljarafe no atiende a límites definidos. Como ámbito que no está sujeto a una administración política y jurídica exclusiva, independiente del territorio circundante, no hay razón estricta para deslindar este espacio. Por ello, de cara al establecimiento de un ámbito espacial de referencia en esta aportación, se entenderá al Aljarafe como la suave meseta o plataforma miocena que se eleva al oeste de la ciudad de Sevilla, entre los cauces del río Guadalquivir y Guadiamar, bordes oriental y occidental respectivamente (figura 1). Dicha meseta define el borde septentrional —igual que los anteriores— por medio de un escarpe elevado que se asoma por encima de las campiñas

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cerealísticas del llamado Campo de Gerena. El borde sur es orográficamente más difuso, aunque se distingue por el cambio en la litología por el contacto del material terciario con las arenas cuaternarias que anteceden al dominio de las marismas. Algunos autores, caso de Ronquillo Pérez21, identifican esta meseta como el Aljarafe Alto, por oposición a las tierras al oeste del río Guadiamar, con alturas medias inferiores, conocido como Aljarafe Bajo.

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Figura 1: Mapa de localización del Aljarafe (ámbito de estudio). Fuente: Elaboración propia

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NOTAS AL CAPÍTULO 2 4 Tomando como referencia la milla árabe, equivalente a unos 1.966,4

metros (Mozhnik, 1848) la distancia entre Sevilla y Niebla asumida por Al-Idrīsī sería de cerca de 80 km, si bien estos dos puntos actualmente distan tan solo unos 60 km.

5 Dozy, De Goeje, 1968 6 García y Bellido, 1993, p. 134 7 Sánchez González de Herrero, 2005 8 Alvar, 1972, p. 40 9 Herrera García, 1980 10 Real Academia de la Lengua, 2001 11 Paula Mellado, 1851, II, p. 143 12 Rodríguez Becerra, 1973 13 Herrera García, 1980 14 Gómez Moreno, 1992 15 Revenga Carbonell, 1960 16 Consejería de Política Territorial y Energía, 1983 17 Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio, 2009b 18 Consejería de Obras Públicas y Transportes, 2000 19 Gabinete de Estudios Metropolitanos, 1989 20 Consejería de Obras Públicas y Transportes, 2007 21 Ronquillo Pérez, 1981

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3. Los primeros poblamientos y las culturas prerromanas

La plataforma del Aljarafe juega un importante papel en el

asentamiento de los primeros grupos humanos en el entorno del Bajo Guadalquivir, precisamente por su naturaleza elevada sobre un medio eminentemente llano e incluso ocupado por aguas estuarias y lacustres en el pasado, sumado al importante valor agrícola del suelo y a la presencia de reservas forestales y animales previas al cultivo.

Según Juan de Mata Carriazo22, los materiales encontrados

en la década de 1930 en la antigua cuesta de la Trocha, en Castilleja de la Cuesta, dan testimonio de una aparición sobre el territorio ya en el Paleolítico Inferior. Se trata fundamentalmente de una serie de lascas, núcleos y otros útiles en silex, hallazgo escaso en cuanto a contenido pero muy relevante por ser de las primeras manifestaciones de presencia humana encontradas hasta entonces en las inmediaciones de Sevilla.

Tras el periodo neolítico, donde las comunidades se

establecen a raíz del cambio tecnológico hacia un sistema de subsistencia agrario, surge uno de los mejores testimonios de presencia humana y ocupación territorial en el Aljarafe, en torno a la actual Valencina de la Concepción. El conjunto arqueológico de Valencina de la Concepción y Castilleja de Guzmán refleja el establecimiento de una comunidad que pobló el espacio y dominó su medio en el Calcolítico-Bronce Antiguo, durante diversas etapas que en líneas generales abarcan un periodo que se extiende desde principios-mediados del tercer milenio hasta mediados del segundo milenio antes de nuestra era (2800-2600 hasta 1500 a.n.e.).

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Desde el descubrimiento en 1868 del Dolmen de la Pastora, surge una serie de hallazgos que ponen de relieve la existencia de un importante enclave prehistórico asentado en el extremo nororiental de la plataforma del Aljarafe. A partir de entonces, y muy especialmente en la década de 1970, se van descubriendo diversas construcciones relacionadas con enterramientos funerarios, pero también con fondos de cabaña, silos, fosos y multitud de objetos asociados, lo que sugiere la existencia en esta zona de un poblado estable aunque no compacto.

El poblamiento calcolítico de Valencina de la Concepción y

Castilleja de Guzmán estaría distribuido en dos grandes áreas funcionales. La primera de ellas, de carácter habitacional y productivo, se concentra en la mitad noroccidental dentro de la delimitación de todo el conjunto, que se extiende por la mayor parte del núcleo urbano actual de Valencina de la Concepción además de otras partes de su término municipal y una pequeña porción del de Castilleja de Guzmán. En esta primera zona habitacional y productiva destacan las construcciones de fondo de piedra, los silos y los fosos, distribuidos con una cierta dispersión. El espacio que queda entre estas construcciones podría estar ocupado por vegetación autóctona o ser aprovechado para el cultivo. La segunda gran área funcional, la zona de enterramientos ocupa la mitad suroriental del conjunto. Esta zona se caracteriza por presentar de forma exclusiva un uso funerario (puesto que en la zona habitacional y productiva también han sido halladas bastantes tumbas menores). Es en esta zona donde se localizan los principales enterramientos, esto es, los dólmenes de la Pastora, Matarrubilla, Ontiveros y Montelirio. Son enterramientos tumulares del tipo tholos, que se señalan sobre el territorio, compuestos por cámaras circulares semienterradas a las que se accede desde el exterior por medio de una larga y estrecha galería. De la veintena de enterramientos localizados en esta zona, estos son los de

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mayor dimensión y complejidad, lo que también explica la existencia de una jerarquía social dirigida por una clase dominadora23.

De esta reconstrucción sintética se puede colegir cómo el

enclave debía funcionar como eje o centro capital de un espacio mayor, que superaría los límites concretos del conjunto para dominar un espacio más amplio, en la órbita del Bajo Guadalquivir. Ciertamente el asentamiento, al estar localizado en un cerro en el extremo de la plataforma del Aljarafe, próximo a la cornisa y el escarpe, controla toda la llanura del Guadalquivir y en la antigüedad el posible tráfico fluvial en el contacto entre el río Guadalquivir y el paleoestuario conocido como Lacus Ligustinus. A su vez, los túmulos funerarios podían funcionar como elementos de referencia en el paisaje, como símbolos de dominación y control sobre el territorio, al margen de sus propias funciones religiosas24 (figura 2).

Los siguientes testimonios de culturas pobladoras en el

Aljarafe tienen como protagonista a la civilización tartesia, con todo el desconocimiento e incertidumbre que ello implica. Los principales asentamientos descubiertos mantienen, junto con el de Valencina de la Concepción, la preferencia por los lugares estratégicamente situados en el borde del escarpe o próximos a él, debido a la imposibilidad de ocupar las márgenes y terrazas bajas del Guadalquivir, inestable y aún muy determinado por la dinámica marítimo-mareal, también motivado por el control del tráfico fluvial y el dominio visual del valle. Así, junto al asentamiento del Carambolo, en el actual municipio de Camas, también existen vestigios de época prerromana en el cerro de San Juan (en la antigua Caura, Coria del Río), en el Pajar de Artillo —posible asentamiento originario para la posterior fundación romana de Itálica— o en el cerro de la Cabeza, en Olivares, sitio de la ciudad de Laelia

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(localizada en el escarpe noroccidental de la meseta aljarafeña próximo al río Guadiamar).

Figura 2: Imagen virtual del poblamiento calcolítico del conjunto

arqueológico de Valencina de la Concepción – Castilleja de Guzmán. Fuente: Elaboración propia a partir de Vargas Jiménez, 2004a

La civilización de Tartessos sigue siendo en la actualidad

origen de múltiples hipótesis y especulaciones. Poco se sabe del origen, posiblemente indígena, de un pueblo que, con el contacto oriental principalmente motivado por el comercio con fenicios, fue dando origen a la cultura tartesia. El yacimiento del Carambolo, correspondiente a los siglos VIII-VI a. C., fue descubierto en 1958 y explorado por Juan de Mata Carriazo. Las principales teorías sobre su función, como núcleo poblacional o como santuario, no ocultan, sin embargo,

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que de cualquier forma el Carambolo se trata de un centro de poder en torno a un enclave que domina la vega del Guadalquivir y la comunicación fluvial de este río, eje principal de las rutas entre el Mediterráneo occidental y oriental para el tráfico de metales y el comercio25.

Otro de los asentamientos de época tartésica más

trascendentes en el ámbito del Aljarafe es el de Caura, en la actual Coria del Río. Existen evidencias de una poblamiento estable desde el Calcolítico, coetáneo del de Valencina de la Concepción. Pero es de la edad de Bronce y, sobre todo, de la de Hierro de cuando existen mejores testimonios. En el cerro de San Juan, de donde proceden los materiales encontrados más antiguos, se ha descubierto la existencia de un barrio fenicio, que da testimonio de la importancia del enclave como puerto fluvial y comercial26. También en este caso (cerro de San Juan y cerro de Cantalobos, al norte del anterior) hay que hablar de sitios prominentes y estratégicos, puesto que estos cerros, de los situados más al sur en la plataforma aljarafeña, están hoy en las proximidades del dominio de las marismas, y en la época referida se situaban de forma aproximada a la altura de la paleodesembocadura del Guadalquivir, dominando el contacto entre el río (estuario) y la apertura al sinus Tartessii.

Si bien los anteriores asentamientos de época tartésica, así

como otros próximos tales como Spal u Orippo, estaban localizados en torno al río Guadalquivir, sobre oteros o lomas próximas a este, en el flanco occidental de la meseta del Aljarafe el río Guadiamar (Maínoba) establecía una ligera simetría con relación a la disposición sobre el espacio de un escarpe prominente que domina un eje fluvial que a su vez desemboca en el golfo tartésico. En este contexto se explica el yacimiento del Cerro de la Cabeza (Olivares), muy probablemente vinculado al asentamiento de Laelia. Se trata de un poblado habitado desde época tartésica sobre una pequeña

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meseta llana de unas 5 hectáreas y elevada unos 25 metros con respecto a su entorno, actualmente “descolgada” del borde del escarpe del Aljarafe, sobre la vega de inundación del río Guadiamar. Su posición estratégica al pie de una vía de navegación fluvial y en la intersección de las rutas que conectan diversas áreas geográficas del suroeste peninsular (Bajo Guadalquivir, costa onubense y centros de producción metalífera de Sierra Morena) explica la importancia que tuvo en todo este periodo y durante la posterior etapa romana. La existencia de un puerto fluvial en el extremo suroriental del cerro y el hecho de acuñar moneda propia apuntan en este sentido27.

Estos y otros asentamientos reflejan la existencia de una

estructura territorial compleja, que va más allá de una mera agregación de núcleos y poblados. A las rutas navegables de los ríos Guadalquivir y Guadiamar hay que añadir la ruta terrestre que desde el extremo occidental del territorio de Tartessos, en el río Guadiana, llegaba hasta el entorno de Sevilla para continuar hasta el curso medio y alto del Guadalquivir. Esta ruta, que servía para la articulación interna del territorio (desplazamientos de población, distribución del mineral, posibles movimientos pecuarios...) debía atravesar el Aljarafe por su extremo norte, al pie del escarpe28. Los intercambios comerciales y el contacto cultural con los fenicios desencadenan una transformación económica y productiva fruto de las incorporaciones tecnológicas y la introducción de nuevas especies animales y vegetales. Así, a partir del siglo VIII a. C. se generaliza el uso metalúrgico del hierro, el torno alfarero, el cultivo de la vid y el olivo o la cría de asnos y gallinas. En estas circunstancias, identificadas como el Periodo Orientalizante, los autores contemporáneos prefieren hablar de un proceso de interacción cultural, mejor que de aculturación, puesto que los flujos e influencias entre fenicios y nativos eran recíprocos (en ambos sentidos), y se reconoce la capacidad de los habitantes tartésicos de reinterpretar y

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adaptar para sí mismos las aportaciones culturales exteriores29. Así, del territorio de poblados se pasa al de ciudades y oppidas: Con los fenicios se asiste a una transformación entendida como la "conversión de una sociedad aldeana de economía pastoril y escasa demografía en una estructura política de tipo urbano y amplio aumento poblacional de base agrícola y estructura clasista"30.

El Aljarafe juega un importante papel en el contexto de

Tartessos: algunos de los principales asentamientos se localizan sobre sus bordes, en lugares estratégicos elevados, motivados por la existencia de las dos rutas fluviales del Guadalquivir y el Guadiamar. Se encuentra en la encrucijada de otras tantas rutas que conectan centros productores y nodos comerciales, sin olvidar que sus tierras debieron de servir como sostén de una incipiente economía agropecuaria, basada en la roturación de sus adecuadas tierras para cultivo, la cría de ganado y la explotación de recursos acuáticos (de elevada biodiversidad debido a la confluencia de los diversos ecosistemas fluviales, lacustres y marítimos).

NOTAS AL CAPÍTULO 3 22 Carriazo y Arroquia, 1980 23 Vargas Jiménez, 2004a 24Vargas Jiménez, 2004b 25 Fernández Flores y Rodríguez Azogue, 2005 26 Escacena Carrasco e Izquierdo de Montes, 2001 27 Caballos Rufino, Escacena Carrasco y Chaves Tristán, 2005 28 Belen Deamos, 2000, p. 83 29 Belen Deamos, 2000, p. 87-88 30 Escacena Carrasco, 2000, p. 123

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4. El Aljarafe en el periodo romano El periodo turdetano que da continuidad a la civilización

tartésica no supone una modificación significativa de la estructura territorial. Esta transición es producto de un proceso de decadencia y crisis económica, probablemente originado por el colapso de los recursos agrícolas y mineros, lo que condujo al abandono de diversos asentamientos de época tartésica. Las poblaciones que se mantienen en este periodo están relacionadas con las actividades comerciales y localizadas junto a las vías principales de comunicación, mientras que sufren con mayor intensidad el proceso de abandono aquellas exclusivamente dependientes de las actividades agrícolas o extractivas31.

El mejor ejemplo de este proceso de adaptación en época

turdetana lo representa el asentamiento de Tejada la Nueva (Itucci), emplazamiento fundado en el s. IV a. C. y heredero de la anterior Tejada la Vieja (Tucci). El nuevo emplazamiento, desplazado unos kilómetros al sur, pretende localizarse sobre la ruta que desde Ilipla (Niebla) y Onoba (Huelva) llegaba al Guadalquivir a la altura aproximada de Sevilla. La búsqueda de una posición estratégica junto a una vía terrestre de primer orden, una vez que el acceso a los recursos mineros de Sierra Morena pierde interés, explica el desplazamiento geográfico de la ciudad32.

La llegada de la civilización romana proyecta una nueva

matriz en el territorio del Bajo Guadalquivir y del Aljarafe en particular. La ocupación del sur peninsular por parte del ejército de Roma en el siglo III a. C., en lo que con posterioridad pasará a ser la Bética, es un proceso contundente que por medio de la romanización modifica en

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un siglo la antigua cultura turdetana dando lugar a un nuevo orden iberorromano. Esto es así, al menos, en aspectos como la latinización, la introducción del latín en el territorio conquistado. Sin embargo, en cuanto a la estructura de asentamientos —el poblamiento— y la ordenación de la explotación del territorio, la presencia romana no aportó ningún cambio esencial durante al menos un siglo y medio33. En relación a distintos ámbitos pertenecientes al valle del Guadalquivir, Escacena Carrasco y Padilla Monge establecen que "Roma mantuvo las estructuras económicas y sociales en tanto éstas no representaran un inconveniente a la explotación del territorio y se adecuaran a las necesidades del momento, de tal forma que hasta que no se produjo la actuación colonizadora de Cesar en Hispalis, parece que se mantuvieron las líneas esenciales del poblamiento anterior agrupado en centros urbanos y de las estructuras socio-económicas de las que éste derivaba"34.

Sobre una base física estable de precedente turdetano los

romanos implantan su modelo de organización político-administrativo, que se mantiene en su esencia a lo largo de los cambiantes y volubles periodos republicanos, imperiales y tardoimperiales. De un lado, el territorio del Aljarafe pasa a formar parte, como tantos otros espacios bajo dominio romano, de una estructura político-territorial jerarquizada con cúspide en Roma. Así, el entorno del Bajo Guadalquivir es incluido primero como parte de la Hispania Ulterior y desde el año 27 a. C. como parte de la provincia de la Bética. Dentro de esta, el territorio aljarafeño queda comprendido en el conventus Hispalensis, con capital en Hispalis (Sevilla). La incorporación de estatus jurídico a las ciudades bajo dominación o influencia romana es otra de las peculiaridades que aplica el orden romano. Pero quizá la novedad más trascendente con respecto a la anterior estructura territorial sea la división del espacio entre la urbs y el ager, esto es, la división económica y social del territorio, una moneda de dos

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caras con funciones divididas pero complementarias entre el medio rural y el urbano.

El proceso de consolidación de este panorama geopolítico

pasó por varios periodos, como los impulsos del fenómeno colonial por parte de Cesar y Augusto, o la definitiva extensión del derecho latino a todas las ciudades de Hispania por parte de Vespasiano en el año 73-74 d. C. En palabras de Ordóñez Agulla y Beltrán Fortes, "el estatuto municipal supone el reconocimiento por Roma del desarrollo institucional, administrativo y social de las comunidades y el definitivo afianzamiento de la vida urbana en la zona en que éstas se implantan. Efectivamente, desde entonces es claramente perceptible la tendencia de las ciudades a convertirse en centros administrativos y religiosos, conformándose como ejes de articulación de una población, como indican las prospecciones arqueológicas, mayoritariamente rural"35.

Son las ciudades, por tanto, la primera pieza integrante del

binomio urb-ager que estructura el territorio. Por norma general, las ciudades romanas del Aljarafe se localizan sobre anteriores establecimientos turdetanos, siendo excepcional la fundación de ciudades ex novo. Itálica, fundada por Publio Cornelio Escipión el Africano hacia finales del s. III a. C., se convierte durante la ocupación romana en una de las más importantes ciudades en el territorio aljarafeño, en el borde entre esta unidad geográfica, la ribera del Guadalquivir y el Campo de Gerena al norte. Su fundación se realiza sobre o junto a un asentamiento previo de origen turdetano, posiblemente del siglo IV a. C. como demuestran los hallazgos del yacimiento de Pajar de Artillo junto a otras localizaciones36.

La localización específica de la ciudad responde a dos

motivos principales. El primero de ellos de índole militar,

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pues este establecimiento de veteranos servía como retaguardia para las tropas romanas que se movían por todo el valle del Guadalquivir. También era un enclave estratégico contra posibles incursiones de lusitanos. El otro motivo se explica porque esta localización servía como encrucijada entre la vía fluvial del Baetis (Guadalquivir) y la ruta terrestre turdetana que desde esta arteria fluvial se prolongaba hacia el oeste, hasta llegar al río Guadiana. Esta ruta, fundamental para el acceso a las zonas productoras mineras y para el transporte y exportación del mineral, era prioritaria en los intereses de los colonos romanos37. A lo largo de todo el periodo romano Itálica se convertirá, junto con Hispalis (Sevilla), en centro urbano sobre el que bascula el amplio territorio circundante. En efecto, Itálica ya goza en época de Augusto de estatuto de municipio, y adquiere el de colonia con Adriano, en el s. II d. C. Si bien Hispalis ejerce una función predominantemente económica, administrativa y portuaria, Itálica acaba por convertirse en una ciudad monumental, lujosa y residencial que complementa a la otra, verdadera capital y vértice del conventus hispalensis. Diversas circunstancias políticas e históricas motivan la decadencia y abandono de Itálica a lo largo del extenso periodo tardorromano y altomedieval, proceso al que contribuye decisivamente la ruina producida en las construcciones por culpa de unos suelos de bujeo, compuestos de margas y arcillas expansivas, inadecuados para la edificación38.

En el dominio del Aljarafe se localizan, tras estas, otras tres

ciudades romanas importantes de las que se tenga certeza y documentación suficiente: Caura, Osset y Laelia. El antiguo establecimiento fenicio de Caura mantiene en el periodo romano un papel importante como lugar estratégico para el control de la navegación fluvial, pues desde dicho punto, sobre la loma del actual cerro de San Juan, en pleno casco urbano de Coria de Río, se debía controlar la desembocadura del río en el estuario del Lacus Ligustinus. Era este el primer

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enclave que los navegantes encontraban remontando aguas arriba el estuario hasta llegar al Baetis. La ciudad debió servir asimismo como centro de producción a partir de una importante actividad pesquera. Su relevancia queda puesta de manifiesto en el hecho de que acuñara moneda propia en el periodo republicano39.

La ciudad romana de Osset, que al igual que Caura es

mencionada por Plinio en su Naturalis Historia40 se estableció en lo que hoy es el cerro de los Sagrados Corazones (cerro Chaboya), en San Juan de Aznalfarache, ocupando el área que delimitan las murallas del castillo árabe de Iznalfarach. El asentamiento, probablemente una ciuitas stipendiaria, debió recibir del Cesar, en agradecimiento por su apoyo en la lucha contra los pompeyanos, la concesión de estatus de municipio de derecho latino (ius Latii), puesto que su denominación completa es Osset Iulia Constantia41.

En el extremo opuesto de la plataforma del Aljarafe, al pie

de la cornisa y a orillas del río Maenuba (Guadiamar) se localiza la ciudad de Laelia, en el actual cerro de la Cabeza, en el término de Olivares. Como ya se comentara anteriormente, la posición estratégica de este asentamiento parte de localizarse en un cruce de vías fluviales (el río Guadiamar) y terrestres (ruta que desde Hispalis e Itálica parte hacia los cotos mineros del sur de Sierra Morena). A esta situación privilegiada hay que añadir el feraz territorio circundante valioso desde el punto de vista agrícola y pesquero. Tras la pacificación de todo el sur peninsular este asentamiento conoce en época romana su periodo de mayor expansión, sobrepasando los límites del cerro para ocupar la ladera inmediata del escarpe42. A pesar de que no se han descubierto testimonios referidos a su estatus jurídico, podría tratarse de un oppidum stipendiarium, con continuidad en su poblamiento hasta el siglo XIII d. C.43.

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Por último habría que hacer mención a una serie de asentamientos urbanos constatables en el territorio pero de difícil datación e interpretación, debido a la escasez de testimonios arqueológicos y a la ambigüedad o confusión de las correlativas fuentes epigráficas y literarias. En la cornisa oriental, en las proximidades del núcleo de Palomares del Río, los profesores Escacena Carrasco y Padilla Monge44 insinúan la existencia de una ciudad, de nombre [...]nisi, con organización municipal —magistrados, senado local, etc.—. En la cornisa occidental y en el contacto meridional con los dominios marismeños se pueden citar a Olontigi, comúnmente asociada al núcleo de Aznalcollar o a sus proximidades, y Maenuba o Maivnoba , denominación que podría corresponder al yacimiento del cortijo de Chillar, en el vado de Quema. Este yacimiento ha puesto de manifiesto la existencia desde época tartésica y orientalizante de un centro de comercio y distribución mineral45.

Pero el espacio físico y jurídico de las ciudades no debe

reducirse al de su casco urbano, al oppidum. Al igual que en otras órbitas romanas, las ciudades de la Bética no pueden entenderse sin su espacio rústico circundante, su territorium, ya que este último depende administrativa y operativamente de las primeras. En la provincia en su conjunto y en el Aljarafe en particular, los restos arqueológicos dan testimonio de una fuerte implantación rural sobre estos territorios vinculados a las ciudades. De otra forma no se explicaría la importancia agrícola que la Bética tuvo en el mundo romano.

El modelo de ocupación colonial que los romanos

implantan se basa en el reparto de parcelas rústicas, los fundus, que son puestos en producción por medio de explotaciones agrícolas familiares, las villae. Son por tanto, dos conceptos inseparables e indisociables, puesto que la naturaleza de estas últimas dependía en gran medida de las características de dichos fundus46. Durante el periodo republicano se mantiene

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en el ámbito hispánico el sistema de explotación agrícola basado en la posesión y explotación de la tierra por parte de la población indígena a cambio de un stipendium o impuesto fijado por la autoridad romana. Pero con posterioridad el interés de Roma por controlar la base agrícola y, por tanto, económica en Hispania desemboca en una intensificación de los modelos productivos romanos, como lo demuestran los esfuerzos colonizadores de Cesar y de Augusto entre los siglos I a. C. y I d. C.47. Esto repercute en el establecimiento de una densa red de asentamientos rurales, que en el caso del Aljarafe vienen siendo objeto de interesantes estudios e investigaciones arqueológicas48.

De los restos estudiados se llega a la conclusión de que el

periodo de mayor profusión de las villas, al menos de aquellas de las que mejor se conservan restos, oscila con ligeras variaciones entre los siglos I y V d. C.49. Esto no quiere decir estrictamente que anteriormente no existiera un número semejante de explotaciones agrícolas familiares. Durante el s. I a. C. y parte del siguiente, las villae fueron por lo general pequeñas, homogéneas en su tamaño, escasas o carentes de pompa arquitectónica, reducidas en algunos casos a auxiliares casas de aperos o chozas, para un campesinado que bien podía explotar la tierra residiendo en la ciudad o en aldeas próximas (vicus). Este tipo de construcciones no permiten proporcionan vestigios arqueológicos de relevancia, dados los materiales ligeros y perecederos con los que estaban construidas, sin por ello dejar de considerarlas villae. Las villae experimentan un proceso de enriquecimiento y suntuosidad en el periodo en que mejor están documentadas. La introducción de estas mejoras constructivas pudo realizarse sobre anteriores edificios más modestos, de los que no se conservan huellas, a partir de la incorporación de propietarios más poderosos, que lleva aparejado un incremento de la gran propiedad latifundista. Precisamente, dentro de la dificultad que entraña establecer el tamaño de las explotaciones (fundus)

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en este periodo histórico, Padilla Monge50 propone para el Aljarafe una extensión media de entre 250 a 600 ha, algo superior en el borde oriental en contacto con la ribera del Guadalquivir.

En este sentido, cabe apuntar, como bien manifiestan Ariño

Gil y Díaz Martínez51, que en las villae hispánicas imperiales la función agrícola pasa a convertirse en un factor más, pero no el único, en su definición. Junto a la función productiva, las villae cumplen un papel como residencia recreativa y sirven como escaparates sociales para la ostentación de riqueza y poder, como lo revela la presencia de materiales ostentosos, ornatos, estancias de recreo, etc. En cualquier caso, las villae de la Bética no parece que llegaran al nivel de suntuosidad y monumentalidad al que se llegó en otros lugares de Hispania o el Imperio52.

Todo este modelo de asentamientos urbanos y rurales se

estructura por medio de una red de vías de comunicación que permite la articulación interior y la conexión con los grandes itinerarios que conectan Occidente. En este caso, de nuevo hay que hablar de una estructura heredera de los sistemas comunicativos previos, tartésicos y turdetanos, aún cuando la ingeniería romana aplica su prestigiosa capacidad tecnológica al acondicionamiento y mejora de los soportes viarios fluviales y terrestres existentes.

De un lado, los ríos Baetis (Guadalquivir) y Maenuba

(Guadiamar) continúan siendo los ejes de comunicación exterior más trascendentes, elementales para la exportación de los productos agrícolas por gran parte del imperio romano. El primero de ellos es navegable, según el geógrafo clásico Estrabón, hasta Hispalis para los barcos de mayor calado, y navegable también para embarcaciones menores progresivamente hasta Corduba y Castulo53. Esto da idea de la capacidad de articulación que ofrece el Guadalquivir por el

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interior de la provincia de la Bética, hecho que se testimonia en los abundantes restos y excavaciones que jalonan el curso del río. Si bien la navegabilidad del río Guadalquivir ha sido objeto de revisión por parte de científicos e investigadores54, al menos hasta Sevilla, en aguas del estuario, las mejores condiciones de caudal y calado debieron de propiciar un tráfico fluvial considerable. Por su parte, la presencia de un muelle fluvial en el yacimiento de Laelia (Cerro de la Cabeza, Olivares) prueba que el río Maenuba fue navegable en época romana, cuanto menos, hasta ese punto. Este enclave se sitúa, de forma similar a cómo ocurre en Itálica, en una encrucijada de vías fluviales y terrestres.

A su vez, por el Aljarafe transcurren algunas de las vías

terrestres de vertebración peninsular. La principal de ellas es el camino de Onuba a Itálica e Hispalis. Esta vía, tomada de oeste a este, una vez que atraviesa Ilipla (Niebla) y Tucci (Tejada la Nueva), atraviesa el río Guadiamar a la altura de la ciudad de Laelia para remontar el escarpe occidental de la plataforma aljarafeña. Desde aquí continúa por lo que hoy es Albaida del Aljarafe, Olivares y Valencina de la Concepción. Una vez aquí, existen dos variantes, una primera que desciende más al norte hasta Itálica (para enlazar con la vía hacia Emérita Augusta) y otra que corre de forma directa hasta Hispalis, por medio de los actuales núcleos de Castilleja de Guzmán y Camas55. La Vía de la Plata es otro eje constante desde época protohistórica hasta la actualidad que, aunque de forma tangencial, también interviene en el dibujo de las comunicaciones en el entorno del Aljarafe. Parte desde Hispalis en dirección norte hacia Emerita Augusta (Mérida), pasando por la vega del Guadalquivir, para conectar con Itálica y ascender posteriormente hacia Sierra Morena por las campiñas del Campo de Gerena.

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Entre las vías menores que cumplen la función de vertebrar el interior del Aljarafe y este con su entorno más inmediato (principalmente Hispalis) se pueden citar las siguientes:

— Desde el actual núcleo de La Puebla del Río parte una

vía en dirección norte que recorre la ribera derecha del Guadalquivir a lo largo del pie del escarpe del Aljarafe y que conecta las principales ciudades de este lado de la cornisa (Caura, Osset) y numerosas villae hasta llegar a Itálica. Este camino funciona como eje complementario a la vía Hispalis-Gades por la margen derecha del río.

— Desde la anterior vía surgen algunos recorridos cortos

con la intención de enlazar Hispalis con la populosa cornisa oriental aljarafeña, probablemente a la altura de Osset o en el entorno de lo que hoy ocupa la urbanización Santa Eufemia (Tomares). Este último camino continúa en dirección suroeste siguiendo la traza del actual cordel de Triana a Villamanrique, que tras atravesar gran parte del territorio del Aljarafe llega al río Guadiamar a la altura del vado de Quema, lugar de los restos arqueológicos del cortijo de Chillar.

— Por su parte, Ordóñez Agulla y Beltrán Fortes56

también señalan como vías de mediana jerarquía las que coinciden con las actuales Cañada de Rianzuela y la Cañada Real de las Islas o de Isla Mayor a Medellín (también conocida como cañada del Riopudio, porque transcurre paralela a este arroyo en gran parte de su recorrido).

— Por último, una espesa red de pequeños caminos y

sendas daría articulación al numeroso conjunto de villaes repartidas por el solar aljarafeño. Todo este escenario anteriormente descrito, simulación de

los sistemas y estructuras del territorio del Aljarafe en época

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romana, puede completarse con la aproximación a los usos y aprovechamientos del suelo en dicho periodo. Sin embargo, en este punto las informaciones son parcas y los testimonios escasos. Bien es cierto que los textos históricos representan a la provincia de la Bética como un territorio feraz abundante en el cultivo del olivo, la vid y el cereal. Sin embargo, sería apresurado identificar el panorama rural romano del Aljarafe con el de otras zonas del valle del Guadalquivir del que se tengan más y mejores referencias o con la situación mejor documentada de época medieval, en principio preponderantemente olivarera. Escacena Carrasco y Padilla Monje57 aluden a la escasez de testimonios relativos a la producción de alfares para la elaboración de ánforas olearias en las riberas del Guadalquivir a la altura del Aljarafe, aunque igualmente justifican esta ausencia de restos en las oscilaciones producto de la dinámica fluvial que hacen imposible que dichos restos se hayan conservado hasta la actualidad. La información numismática también aporta pistas sobre los aprovechamientos y las actividades económicas dentro del ámbito de estudio. Así, en las monedas emitidas en las cecas de Laelia, Olontigi, Osset y Caura aparecen motivos como el palmito, la piña, la vid y el pez —sábalo, según Ponsich58, aunque también podría tratarse del esturión—, respectivamente59. Por tanto, concediendo unos amplios márgenes para la incertidumbre, parece adecuado asociar el panorama rural productivo del Aljarafe a un mosaico heterogéneo de usos y actividades en un contexto de feracidad y bonanza agrícola testificada por la profusión de villaes y fruto de la elevada aptitud de los suelos y la diversidad de ecosistemas terrestres, fluviales, lacustres e incluso litorales.

El mapa de la figura 3 ofrece una representación del

modelo territorial del Aljarafe durante el periodo de ocupación romana. El mapa muestra el sistema de asentamientos, jerarquizados en base a su tamaño, importancia y función, así como la red de comunicaciones,

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viarias y fluviales, que pone en contacto este territorio entre sí y con el exterior.

Figura 3: Mapa del modelo territorial del Aljarafe en época romana. Fuente: Ponsich, 1974; Rodríguez de Guzmán Sánchez y Cáceres Misa,

1990; Corzo Sánchez y Toscano San Gil, 1992; y elaboración propia

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NOTAS AL CAPÍTULO 4 31 Escacena Carrasco, 1987; Belén Deamos, 2000, p. 91 32 Belen Deamos, 2000, p. 94 33 Escacena Carrasco y Padilla Monge, 1992 34 Escacena Carrasco y Padilla Monge, 1992, p. 78 35 Ordóñez Agulla y Beltrán Fortes, 2005, p. 25-26 36 Escacena Carrasco, 1987, p. 285; Ruiz Mata, 1998 37 Caballos Rufino, Marín Fatuarte y Rodríguez Hidalgo, 2006, p. 22 38 Escacena Carrasco y Padilla Monje, 1992, p. 70 39 Ordóñez Agulla y Beltrán Fortes, 2005, p. 26 40 Escacena Carrasco y Padilla Monje, 1992, p. 53 41 Escacena Carrasco y Padilla Monje, 1992, p. 53-54 42 Caballos Rufino, et al., 2005, p. 25 43 Caballos Rufino, et al., 2005, p. 27 y 30 44 Escacena Carrasco y Padilla Monge 1992, p. 46 45 Ordóñez Agulla y Beltrán Fortes, 2005, p. 28 46 Escacena Carrasco y Padilla Monje, 1992, p. 14 47 Ariño Gil y Díaz Martínez, 1999, p. 168 48 Cabe mencionar las aportaciones de Ponsich, 1974; Escacena Carrasco y

Padilla Monge, 1992; Rodríguez de Guzmán Sánchez y Cáceres Misa, 1990, etc.

49 Padilla Monge, 1990, p. 152; Escacena Carrasco y Padilla Monge, 1992, p. 82

50 Padilla Monge, 1990, p. 161 51 Ariño Gil y Díaz Martínez, 1999, p. 160 52 Padilla Monge, 1990, p. 157 53 Según Estrabón, "las orillas del Betis son las más pobladas; el río puede

remontarse navegando hasta una distancia aproximada de mil doscientos estadios, desde el mar hasta Corduba, e incluso hasta algo más arriba (...). Hasta Hispalis, lo que supone cerca de quinientos estadios, pueden subir navíos de gran tamaño; hasta las ciudades de más arriba, como Ílipa, sólo los pequeños. Para llegar a Corduba es preciso usar ya de barcas de ribera, hoy hechas de piezas ensambladas, pero que los antiguos las construían de un solo tronco. Más arriba de Castulo el río deja de ser ya navegable" (García y Bellido, 1993, p. 193).

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54 Bonsor, 1989; Chic García, 1990; Moral Ituarte, 1991 55 Corzo Sánchez y Toscano San Gil, 1992, p. 170 56 Ordóñez Agulla y Beltrán Fortes, 2005, p. 21 57 Escacena Carrasco y Padilla Monge 1992, p. 86 58 Ponsich, 1974 59 Ordóñez Agulla y Beltrán Fortes, 2005, p. 40

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5. El Aljarafe en el periodo tardorromano, visigótico y musulmán (Alta Edad Media)

Los sucesivos episodios de crisis que sufre el estado

romano a partir del s. III d. C. —que desembocan en lo que tradicionalmente se señala como la caída del Imperio Romano de Occidente— afectan a la configuración territorial de sus provincias. Las invasiones bárbaras y las epidemias influyen negativamente en el volumen de población, con ritmos contractivos y de recuperación que, en el caso de la Bética, llegaron a tener una incidencia escasa60. En esta región se asiste a un fenómeno de "ruralización" a partir de la desaparición de algunos núcleos urbanos importantes. Aunque esto no supone una crisis del modelo urbano, las sucesivas etapas de recuperación demográfica se dejan sentir tanto en los establecimientos urbanos como en asentamientos rurales.

En el ámbito del Aljarafe, tan sólo se puede hablar del

excepcional y paradigmático caso del colapso de la ciudad de Itálica, puesto que el resto del esquema territorial de asentamientos no sufre modificaciones significativas. A pesar de que el poblamiento en esta ciudad se prolonga, languideciendo, bien hasta los siglos VIII y IX61, bien hasta el siglo XII62, es justo tras las intervenciones urbanísticas de Adriano, en el s. II d. C. cuando Itálica padece su progresivo declive. Tal y como mencionan Caballos Rufino, Escacena Carrasco y Chaves Tristán, "los grandes proyectos urbanísticos, desvinculados de las posibilidades reales y mantenidos por una ficción política, se vinieron abajo. El paulatino proceso de abandono o modificación de la funcionalidad del nuevo barrio adriáneo no sería explicable únicamente por los problemas derivados de las arcillas

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expansivas presentes en el terreno (...). Junto a esos condicionantes físicos tendría una significación histórica mucho mayor la desaparición de las condiciones económicas, sociales y políticas que otrora habían posibilitado el auge de los italicenses y como reflejo, el de su ciudad"63. Si a ello se añade el papel competidor que ejerce Hispalis, se entiende que los conflictos generales que afectan a todo el imperio, y que se reflejan en Itálica por ser esta una ciudad a imagen y semejanza de aquella, complementan los problemas internos y las rivalidades de su entorno inmediato.

En el resto del territorio aljarafeño se asiste a un doble

proceso común en otras partes de las provincias hispánicas64: de un lado, la progresiva transformación de la villae en vicus, esto es, el abandono de algunas unidades familiares de explotación para su concentración en una sola, de mayor tamaño, semejante a una aldea rural. Este fenómeno de concentración rural se produce en un contexto de crisis bajoimperial romana favorecido por el despoblamiento de algunos centros urbanos. Algunos núcleos actuales se han originado a partir de este proceso, como en los casos de Espartinas (villa Spartena), Mairena del Aljarafe (villa Mariena), Valencina de la Concepción (villa Palanciena o Valentiena) o La Puebla del Río (a partir del asentamiento prerromano de la Estacada de Alfaro). Suerte semejante han podido sufrir núcleos actuales como los de Tomares, Gelves o Palomares del Río65. El otro proceso, que guarda lógica y relación con el anterior, consiste en la adopción de un modelo defensivo del territorio, con la incorporación a los asentamientos, tanto urbanos como rurales, de elementos defensivos como milicias locales, murallas, fortificaciones y torres, que etimológicamente se traducen en la incorporación a la toponimia local de términos como castella, castro o turrus. En el fondo de esta transformación defensiva del territorio subyace la fragmentación del poder político centralizado de Roma, que desemboca en el fortalecimiento de las aristocracias locales y

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regionales y que en la Bética se traduce en una mayor independencia política con respecto al Estado romano, en situación de colapso. Sevilla se convertirá, en los siglos correspondientes a la Antigüedad tardía, en un importante centro regional con altos niveles de autonomía y dominio sobre su entorno inmediato. Al poder de las aristocracias locales, sustentado en la propiedad de la mayor parte de la tierra, hay que incorporar el naciente poder eclesiástico episcopal, en la figura de los obispos y sus diócesis. Habrá que esperar al s. VII, ya en el periodo visigodo, para observar una cierta aunque relativa articulación jerárquica en la administración del territorio bético, bien ejemplificados en los concilios con sede en Toledo66.

El periodo de dominación visigoda no supone

transformaciones de base en la comarca, que hereda los cánones latinos en lo político y las estructuras territoriales en lo geográfico. Tan sólo se puede hablar de un debilitamiento de la producción, de base agrícola, debido a la pérdida de la mayor parte de los mercados exteriores para la exportación y al nuevo contexto económico67.

Con la llegada de las invasiones musulmanas en el 711 se

da paso a un periodo de ocupación islámica que en el ámbito del Aljarafe y en el valle del Guadalquivir se prolonga durante más de cinco siglos. A pesar de la transcendencia histórica de este “cambio”, la herencia territorial romana, en líneas generales, se transmite en el nuevo espacio musulmán68. Sin embargo, existe una innovación que parece fundamental y que no se registra con anterioridad, como es el hecho de que el Aljarafe en época andalusí adquiere una identidad propia, como entidad geográfica y socioeconómica definida, en su extensión, su producción y su hábitat69. En palabras de Herrera García, "el Aljarafe se constituirá como una comarca con un contenido humano y económico de peculiares características, que le proporcionarán una personalidad

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definida tras la conquista musulmana, cuyas aportaciones impregnarán esencialmente todas sus manifestaciones desde su arquitectura más genuina, (...) hasta su propio nombre"70. Efectivamente, hasta este momento se desconoce que la unidad física que forma la plataforma aljarafeña hubiera adquirido estatus propio como entidad territorial o geográfico-política, y se presenta como parte integrante de entidades mayores (asociadas al valle del Guadalquivir, como la provincia de la Bética o el conventus hispalensis de Sevilla). Aún cuando en este periodo altomedieval la comarca aljarafeña adolece de límites consistentes, es identificada con un topónimo, un nombre propio, al-Šaraf, que conservará castellanizado hasta la actualidad. A falta de otros testimonios más sólidos, el hecho de que los musulmanes bautizaran la meseta, precisamente a partir de su rasgo físico más característico, el topográfico, ofrece una buena muestra de la relevancia del Aljarafe como entidad propia con personalidad definida.

En torno al s. X, bajo el califato omeya de Córdoba, el

distrito del Aljarafe se cuenta entre los que forman la cora de Išbīliya (Sevilla). Diferentes autores hispanomusulmanes ofrecen cifras inarmónicas sobre el tamaño y extensión del Aljarafe: 7.000 km2 aproximados (45 millas a lo largo y 45 a lo ancho) de Ahmad al-Rāzī frente a los 1.650 km2 aproximados (40 millas a lo largo y 12 a lo ancho) de al-Idrīsī. El territorio de este iqlīm al-Šaraf, como el de otros tantos, está dispuesto en torno a núcleos cabecera, generalmente fortificados (hisn) que ejercen el papel de capitalidad y eje territorial. A su vez, todo un abanico de asentamientos menores, alquerías, se reparten por el espacio del iqlīm.

Valor Piechotta71 distingue en el caso del distrito aljarafeño

dos periodos de ocupación y organización espacial: Un primer periodo pre-almohade (hasta la segunda mitad del s. XII) caracterizado por la presencia como centros vectores del

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espacio de las fortificaciones de Kawra (Coria del Río) e hisn al-Qasr (Aznalcázar). Desde dichos núcleos se controlan las rutas terrestres en dirección este-oeste y los ejes fluviales del Guadalquivir y el Guadiamar. Este espacio aparece densamente habitado a partir de un poblamiento disperso de alquerías que se localizan en su mayor parte en torno a los cursos fluviales de la meseta aljarafeña, que son los arroyos Riopudio y Majaberraque. El segundo periodo de ocupación, de época almohade, comprende el siglo aproximado que discurre entre la segunda mitad del s. XII y la llegada de los cristianos. Se levantan las fortificaciones de Shaluka (Sanlúcar la Mayor, después de 1189) e hisn al Faradj (San Juan de Aznalfarache, hacia 1193), y aunque el núcleo de hisn al-Qasr se mantiene, no existen referencias para el caso de Kawra. Esta nueva organización espacial implica la existencia de tres centros urbanos fortificados (Aznalcázar, Sanlúcar la Mayor y San Juan de Aznalfarache) sobre los que se estructura la red de asentamientos rurales, igualmente densos en población pero más concentrados que en el anterior periodo. Estos núcleos fortificados, estratégicamente situados en puntos elevados de control visual, mantienen una función militar y a la vez desempeñan un papel vertebrador de las comunidades rurales a ellos vinculadas, como centros de poder económico y social. Si bien sirven a los propósitos del gobierno central como defensa del territorio andalusí —buen ejemplo de ello es el caso de la fortaleza de Shaluka, levantada como medio de defensa frente a las posibles invasiones portuguesas desde el oeste—, también constituyen lugares de refugio de los líderes rebeldes locales contra las autoridades omeyas. En efecto, las fortalezas se convierten para los sublevados en al-Andalus en los principales medios para la resistencia72.

Tal y como se viene apuntando, el iqlīm del Aljarafe se

presenta densamente poblado, en virtud de la feracidad de su suelo. La dislocación de las cifras que recogen los textos medievales es evidente, oscilando entre las 200 alquerías que

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contabiliza al-Watwāt, las 8.000 que plantea al-Idrīsī...73. En cualquier caso, la unidad básica de asentamiento rural es la alquería (al-quaryat), heredera de la villae romana y de los posteriores castra y burgi tardorromanos, con funciones semejantes como unidades de explotación agrícola compartida con el eventual uso como residencia rústica. Como complemento a los anteriores surge en el territorio musulmán el maŷsar (machar), asimilable, no sin cierta confusión, al concepto contemporáneo de cortijo, esto es, una unidad de explotación rural de menores dimensiones que la alquería. Las torres (burj) completan el abalorio de asentamientos y edificaciones dispersas por todo el territorio aljarafeño. En suma, conviene hablar de un elevado grado de dispersión en el poblamiento, reducido a la mitad con respecto al periodo romano, sobre una base demográfica populosa. La constatación de una continuidad temporal en las anteriores estructuras y elementos entre el pueblo islámico andalusí y sus precedentes contrasta con la alteración que supuso el cambio de propiedad de la tierra, que pasa ahora a manos de las élites musulmanas, aún cuando gran parte de la población autóctona, mozárabes en los primeros momentos de la conquista e hispanomusulmanes con posterioridad, continuó habitando y explotando el territorio74.

Durante la presencia islámica en el Aljarafe se intensificó la

interdependencia de este territorio con la ciudad de Išbīliya, maridaje que irá en progresión con el tiempo. De un lado, el colapso de la ciudad de Itálica convierte a la ciudad hispalense en la capital única e indiscutible de su amplio territorio circundante. La enorme capacidad agrícola y productiva del Aljarafe convierte a esta comarca en el principal campo de suministros de la capital. A su vez, importantes familias aristócratas con base en Išbīliya ostentan posesiones rurales en el Aljarafe, caso de linajes tan considerables como los Banu-Hayyay y los Banu-Jaldun. El hecho de que las clases poderosas tuvieran propiedades rústicas llega a ser incluso

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una recomendación de gobernantes, como queda recogido en el s. XII en el tratado de Ibn Abdûn75. Por último, hay que considerar la importancia que adquiere el Aljarafe sevillano cuando en época almohade la capital de al-Andalus se desplaza de Córdoba (Qurtuba) a Sevilla. De esta importante relación de interdependencia es prueba la construcción por parte de Abu Yaqub Yusuf en 1171 del puente de barcas que por primera vez conecta ambas orillas del Guadalquivir a la altura de Sevilla. Este puente guarda una función sustancial como infraestructura de comunicación entre los centros de producción en el Aljarafe y los mercados hispalenses76.

Como ya se ha comentado, la elevada aptitud agrícola del

Aljarafe, fruto de sus excepcionales condiciones ambientales (clima benigno, calidad de los suelos...) la convierten en un espacio de referencia entre los autores de este periodo medieval. Carabaza Bravo77 elabora una revisión sintética de los diferentes textos histórico-geográficos de autores medievales que hablan y describen el paisaje rural del Aljarafe: al-Rāzī, al-Bakrī, al-Udrī, al-Zuhrī, al-Idrīsī, Yākût, al-Himyarī... son algunos de los autores mencionados que redactan sus descripciones entre el s. X y el XIV. En esos textos sobresale por encima de todo las referencias al olivo, cultivo que junto con el higueral, al que va muy asociado, merece todo tipo de elogios. Se pinta al Aljarafe como una extensión plantada de olivos siempre verde, cuya producción "es de tal magnitud que, si no se exportara, los aljarafeños no podrían almacenarlo ni sacarle el menor beneficio económico"78; "al suelo del Aljarafe apenas llega el sol por lo frondoso de las ramas de sus olivos"79. Entre los destinos de la exportación se mencionan variadas regiones de la cuenca mediterránea, hasta el punto de considerar "el comercio de su inalterable aceite a todos los países de Oriente y Occidente"80. Todos estos lauros, así como los anteriormente referidos al número de alquerías en el Aljarafe, proyectan una panorámica del espacio rico y exuberante que adolece, por otra parte, de un escaso rigor

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cuantitativo para el estudio de los usos y aprovechamientos agrícolas del territorio aljarafeño.

En cualquier caso, el olivo, seguido de la higuera, se

presenta como una especie determinante en el panorama rural y productivo del Aljarafe. En menor medida están presentes otros cultivos como la vid, explotada desde la Antigüedad. Si bien de este cultivo se obtienen principalmente uvas frescas y pasas, la presencia del vino en la sociedad islámica es una realidad que contrasta con las prohibiciones coránicas. Entre los cultivos menos representativos de los que hay constancia sobresale la palmera datilera, introducida por los musulmanes en este periodo. Completan el escenario agrícola las manchas de huerta y frutales puntualmente repartidos por el territorio. A pesar de las escasas alusiones a las tierras calmas y de cereal en el Aljarafe, este tipo de aprovechamiento debió de tener una presencia muy significativa, como con posterioridad se pondrá de manifiesto en las referencias cristianas tras la Reconquista.

NOTAS AL CAPÍTULO 5 60 Padilla Monge, 1990, p. 263 61 Padilla Monge, 1990, p. 266 62 Caballos Rufino, et al., 2005, p. 36 63 Caballos Rufino, et al., 2005, p. 33 64 Rosa Jiménez, 2003, p. 51 65 Padilla Monge, 1990, p. 273 66 Padilla Monge, 1990, p. 297 y ss. 67 González González, 1998, p. 408; Herrera García, 1980, p. 26 68 Rosa Jiménez, 2003, p. 54; Bosch Vilá, 1984, p. 335 69 Bosch Vilá, 1984, p. 334 70 Herrera García, 1980, p. 27 71 Valor Piechotta, 2003, p. 145

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72 Marín Guzmán, 2006, p. 256 73 Bosch Vilá, 1984, p. 335; Dozy, De Goeje, 1968, p. 215 74 Herrera García, 1980, p. 29 75 Herrera García, 1980, p. 30; González González, 1998, p. 417 76 Herrera García, 1980, p. 32 77 Carabaza Bravo, 1999 78 Carabaza Bravo, 1999, p. 226 79 Carabaza Bravo, 1999, p. 227 80 Carabaza Bravo, 1999, p. 228

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6. La Baja Edad Media: La “Reconquista” y el Repartimiento cristianos

Tras el periodo de ocupación musulmana se asiste en

Andalucía a la época de la reconquista y repoblación por los reyes Fernando III y Alfonso X (décadas centrales del s. XIII), en lo que constituye, según González Jiménez "el momento más importante de la historia de la región. Durante esos años se echaron las bases de una Andalucía nueva, radicalmente transformada como consecuencia de su incorporación a Castilla"81. El Aljarafe será protagonista privilegiado de los acontecimientos, trasformaciones y cambios producidos en los años de la reconquista cristiana y los posteriores.

En la conquista de Sevilla, en 1248, y en su posterior reparto

territorial, en 1253, juega un papel importante el territorio del Aljarafe. En la contienda, por ser este distrito base del aprovisionamiento de la ciudad así como de los sitiadores cristianos. Pero tras la conquista de Sevilla, el Aljarafe se convertirá, por su importancia agrícola y la profusión de su poblamiento disperso, en el espacio más sustancioso de cuantos toman parte en el Repartimiento. En el momento de llevar a cabo dicha empresa, el Aljarafe es incorporado como región al alfoz de Sevilla, al igual que la Ribera —conquistada por las armas—, la Sierra y la Banda morisca, ganadas estas últimas por vía de pactos82. El distrito o región del Aljarafe cuenta con los núcleos amurallados de Aznalfarache, Sanlúcar, Aznalcázar y Tejada, pueblos que funcionan como cabeceras dentro de una organización municipal más o menos autónoma y que en el s. XIII son denominadas como “villas”83. Estas villas, en oposición a la aldea, ostentan algunos privilegios, como el de vecindad y jurisdicción separada de la ciudad. En el caso del Aljarafe coinciden con los antiguos

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asentamientos fortificados heredados del modelo territorial musulmán y aún de épocas anteriores en el caso de Aznalcázar. Junto a estos cuatro términos hay que mencionar la demarcación de la Ribera, encabezada por el núcleo de Alcalá del Río. Sin embargo, este y otros núcleos como los de Coria, La Puebla o Salteras son considerados guarda y collación de la ciudad de Sevilla, por su proximidad geográfica a esta, por lo que gozan de un estatus administrativo que los aproxima más a la idea de barrios sevillanos.

El territorio adscrito a la comarca del Aljarafe se extiende,

por tanto, bastante más allá de los límites estrictos de la cornisa terciaria mesopotámica hasta abarcar los terrenos de la marisma y el campo de Tejada. Todo este vasto espacio aparece, a la llegada de los cristianos, salpicado de aldeas y alquerías, núcleos jerárquicamente menores que como ya se viera, dan lugar a una población muy numerosa en su conjunto con una dispersa distribución espacial en lo relativo al poblamiento. Aldeas y alquerías suponen para el habitante castellano un modo y un modelo de ocupación del territorio difícil de diferenciar, a tenor del uso indistinto de unas y otras en los textos del Repartimiento. En cualquier caso, las alquerías deben ser entendidas como entidades rurales que mantienen la unidad en la propiedad84. Son grandes fincas formadas por un caserío que reúne la vivienda principal, las dependencias funcionales y la residencia de la población vinculada a la explotación del campo. En palabras de Borrero Fernández85, la alquería supone la plasmación física de un modelo concreto de explotación. Como tales, son lugares de habitación pero existe la incertidumbre de que sean núcleos de población, desde el punto de vista jurídico en el mundo castellano. Ello explica que el Libro del Repartimiento contabilice en el Aljarafe unas 220 alquerías, frente a otros territorios del entorno sevillano donde escasean, caso de la Campiña.

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La Junta General de Partidores, bajo la autoridad del descendiente de Fernando III, Alfonso X, elabora el censo de tierras, propiedades y recursos agrícolas del territorio que servirá como botín y recompensa para los conquistadores cristianos, los populares libros del Repartimiento. En esta nueva alternancia de propietarios las antiguas aristocracias musulmanas son sustituidas por las élites castellanas (la propia Corona, su círculo inmediato y sus aparatos administrativos, la nobleza, el poder eclesiástico, las órdenes militares...) de tal forma que el Aljarafe acaba por repartirse en su totalidad86, a partir del modelo de donadíos y heredades, que se completa con la pars regis y la parte que corresponde a los pobladores de la ciudad de Sevilla.

Gracias al trabajo de investigación desarrollado por el

mencionado González González hace varias décadas sobre el Repartimiento de Sevilla se conocen con bastante detalle estas asignaciones y repartos. Los donadíos son las mayores y mejores dotaciones que el rey concede, otorgadas a figuras e instituciones del entorno del rey. Son fincas enteras (donadíos mayores) o porciones de estas (donadíos menores) adjudicadas en calidad de donación, con lo que no se exige una contrapartida a cambio, salvo en contadas ocasiones. No es de extrañar, por tanto, que en el Aljarafe se localicen la mayor parte de estos donadíos, por ser las tierras de mejor calidad del entorno de Sevilla. Efectivamente, un total de más de 90 alquerías son repartidas con sus correspondientes plantaciones de olivares e higuerales, valiosos pese a los daños sufridos tras los acontecimientos bélicos, además de viñas, huertas, molinos, casas y otros elementos constitutivos de las propiedades. El cuadro 1 recoge las cifras que corresponden a donadíos (mayores y menores) en el Repartimiento.

Por su parte, los heredamientos son lotes más discretos de

tierras, concedidos a pobladores de la ciudad, sujetos por tanto a la jurisdicción del concejo y del rey. Por ello, estos

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repartos llevan aparejados una serie de condiciones, sobre todo aquellas relacionadas con la obligación de residir en el nuevo territorio conquistado, con el fin de establecer a la población. Igualmente, estos heredamientos no podían ser enajenados en un plazo de cinco o doce años. Los heredamientos son concedidos a caballeros y a peones de la siguiente manera:

— A cada uno de los 200 caballeros de linaje (fijosdalgo)

que el rey establece como sostén defensivo militar les corresponden 20 aranzadas de olivar, seis de viñas, dos de huertas y seis yugadas de tierras calmas (cereal), en los dominios más próximos de Sevilla (Alcalá de Guadaira, Aznalfarache, etc.).

— A los caballeros ciudadanos les corresponden ocho

aranzadas de olivar y dos yugadas de tierra calma; mientras que al peón le corresponde la mitad, cuatro aranzadas y una yugada. De estas heredades, que incluyen casa pero no incluyen viñas ni huertas por ser cultivos escasos en el momento del Repartimiento, la información que se tiene es mucho más limitada.

DISTRITO DONADÍOS MAYORES

DONADÍOS MENORES

TOTAL DONADÍOS

Nº DE ALQUERÍAS Aznalfarache 20 17 37 Aznalcázar 3 8 11 Sanlúcar 15 4 19 Tejada 4 6 10 Ribera/Sevilla 7 1 8 Alcalá de Guadaira 7 1 8 TOTAL 56 37 93 PIES DE OLIVAR 1.034.500 1.513.000 2.547.500 SERAS DE HIGOS 17.000 58.000 75.000 ARANZADAS / (HAS87) 25.000 (11.890) 61.354 (29.179) 86.354 (41.069)

Cuadro 1: Donadíos mayores y menores en el Repartimiento de Sevilla. Fuente: González González, 1998; y elaboración propia

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El reparto de propiedades y tierras por la fórmula de los

donadíos y las heredades se completa con la consignación de tierras para las galeras y para el cillero y el almacén reales, es decir, para uso propio del rey. Para mantenimiento de una armada considerable de galeras en el puerto de Sevilla se reparten 17 alquerías que suman casi 15.000 aranzadas de olivar. Por su parte, con las dotaciones para el cillero real se pueblan, entre otras, las villas aljarafeñas de Aznalcázar, Sanlúcar y Tejada, con un total de 9.000 aranzadas de olivar y casi 300 yugadas de tierras de labor. Por último, el rey se reserva para el almacén real, para uso personal y particular, pocas pero valiosas posesiones (La Algaba, Huévar, Gelves... entre otras posesiones).

González Jiménez88 aporta algunos datos muy

significativos sobre las modalidades de propiedad resultantes del proceso de conquista y repartimiento. El cuadro 2 refleja los repartos de tierras de labor en función de su tamaño, para el caso sevillano. Aunque solamente se trata de las tierras calmas, a la vista de los resultados es importante subrayar que la mayor parte de estas se concentran entre la pequeña (19,3%) y la mediana propiedad (68,3%), mientras que los 44 grandes propietarios de tierras calmas que surgen del proceso de repartimiento sólo acaparan un 12,4% de las tierras de labor. Por tanto, tal y como señala este autor, "es imposible hablar de la inexistencia de la pequeña propiedad en la Andalucía de la repoblación"89, desde luego para el caso sevillano.

Esta es la situación de partida del nuevo periodo

bajomedieval en el ámbito sevillano y aljarafeño, panorama que comparten muchas otras regiones del sur peninsular en el proceso de conquista cristiana del siglo XIII. El Repartimiento introduce un nuevo régimen de propiedad a partir de un soporte físico territorial heredado del periodo musulmán. Sin embargo, esta transmisión, simbolizada en la figura de la

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alquería, sólo representa la base topográfica para organizar los repartos por medio de lotes y particiones a los nuevos pobladores, con lo que se pierde el sentido de unidad de explotación y también el de lugar de habitación que tanto caracterizaba a la alquería islámica90. Tan sólo algunos donadíos mayores conservarán intacta, al menos en los primeros años posteriores a la conquista, dicha unidad de conjunto.

TOTAL DE TIERRAS Nº DE

YUGADAS ASIGNADAS

Nº DE PROPIETARIOS

% DEL TOTAL en

yugadas en aranzadas

% DEL TOTAL

1 725 34,81 725 43.500 9,67 2 296 14,21 592 35.520 7,90 3 43 2,06 129 7.740 1,72 Pequeñas propiedades 1.064 51,08 1.446 86.760 19,29 4 264 12,67 1.056 63.360 14,09 5 183 8,79 915 54.900 12,21 6 483 23,19 2.698 161.880 36,00 10 45 2,16 450 27.000 6,00 Medianas propiedades 975 46,81 5119 307.140 68,30 15 8 0,38 120 7.200 1,60 20 30 1,44 600 36.000 8,01 30 5 0,24 150 9.000 2,00 60 1 0,05 60 3.600 0,80 Grandes propiedades 44 2,11 930 55.800 12,41 Totales 2.083 100 7.495 449.700 100

Cuadro 2: Repartos de las tierras de labor según tamaño en el Repartimiento de Sevilla.

Fuente: González Jiménez, 1980 Los planes iniciales de ordenación y ocupación del espacio

ganado ejecutados desde la administración castellana, representada en la figura de Alfonso X, tienen como principal

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objetivo la repoblación y la consolidación demográfica. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XIII, la situación del territorio sevillano toma un rumbo bien diferente. Las sucesivas incursiones benimerines (las razzias) de las décadas de 1270-1280, una de las cuales dirige el emir Abu Yusuf Yaqub en 1285, afectando muy negativamente al territorio del Aljarafe, añaden un clima de hostilidad e inseguridad a la ya de por si frágil situación de frontera del territorio de Sevilla. A ello hay que añadir la importante merma de población rural que supone la sublevación mudéjar (1261-1266) y su consiguiente expulsión o exilio. Ello arroja un panorama caracterizado por el abandono de muchas fincas y tierras, o el retroceso de los cultivos frente al avance de las formaciones silvestres de monte bajo, matorral y jaras, como González Jiménez91 señala para los casos de Umbrete y Benacazón. Esta nueva situación política y social modifica las estructuras poblacionales previas a la conquista, y tropieza asimismo con el modelo original de repoblación proyectado por los reyes castellanos. Dicha situación se traduce en una dinámica de despoblamientos de muchas aldeas y alquerías y de concentración de la población en los principales núcleos de población, las villas y los asentamientos fortificados92.

Los despoblados del s. XIII afectaron muy

significativamente al Aljarafe. El caso más significativo es el de Tejada, que siendo la cabecera de su término y un asentamiento consolidado desde época prerromana, acaba por despoblarse entre los siglos XV y XVI, probablemente por la ruptura de los vínculos históricos entre el valle del Guadalquivir y el valle del Guadiana (Algarve, Beja) con la instauración de la frontera portuguesa93. El mencionado González Jiménez elabora una lista no exhaustiva pero ilustrativa de los despoblados en el Aljarafe y otras zonas del alfoz sevillano. Entre mediados del s. XIII y primer tercio del XVI se contabilizan 31 despoblados en el territorio actual de la meseta del Aljarafe, que ascienden a 43 considerando los

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cuatro antiguos términos del distrito medieval del Aljarafe. Por su parte, Herrera García94 enumera para la meseta aljarafeña hasta 48 (que junto a los despoblados posteriores, cuyo abandono se consuma ya en el Antiguo Régimen, eleva la cifra a 59 despoblados).

Por su parte, Padilla Monge interpreta este fenómeno

demográfico como un trasvase de población que viene produciéndose a lo largo de distintas épocas ya desde el periodo romano, y que culmina en el siglo XIII, "como consecuencia de las perturbaciones provocadas por los conflictos bélicos y los cambios socio-económicos que siguieron a la entrada en la Bética de pueblos del exterior, visigodos, musulmanes y sobre todo reconquistadores cristianos, pues una gran cantidad de despoblados fueron consecuencia de la expulsión de los mudéjares. El retroceso demográfico se vio completado por la concentración de la población en núcleos más grandes. A partir de los datos ofrecidos por N. Cabrillana, se comprueba durante la repoblación cristiana (...) [que] en el Aljarafe se pasó de 90 a 26 asentamientos. (...) La conjunción de ambos fenómenos significó la definitiva desaparición de muchas aldeas, algunas de las cuales correspondían a antiguos centros urbanos de época romana principalmente despoblados y venidos a menos a lo largo de los siglos inmediatamente anteriores al XIII"95.

A pesar de las dificultades económicas, sociales y

demográficas que caracterizan el siglo XIV en Europa (pestes, hambrunas, despoblamiento) la comarca del Aljarafe experimenta una serie de intentos repobladores en la mayor parte de los casos sobre antiguos establecimientos preexistentes abandonados en el siglo anterior96. Se promulgan hasta 19 cartas pueblas, de las que al final sólo se consolidarán como poblaciones actuales 7. En estos casos, las repoblaciones se hacen con habitantes del ámbito regional más inmediato, lo que no altera el input general, a partir de

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contingentes humanos poco numerosos, de pocas decenas de personas. Tras el desinterés que muestran bastantes beneficiarios laicos e instituciones de las tierras repartidas tras la conquista de Sevilla, el objetivo principal de estas repoblaciones pasa por estimular económica y productivamente un espacio rural caído en el abandono, con una vitalidad muy por debajo de la que había presentado en época musulmana.

Habrá que esperar al siglo XV para que, una vez que se den

las coyunturas económicas y sociales adecuadas, se pueda hablar de un incremento demográfico que dé pie a la consolidación de la estructura territorial y poblacional en el Aljarafe97. Dicha consolidación se adopta con la fórmula basada en la despoblación de los núcleos más desfavorecidos y la posterior repoblación de otros, dando como resultado un esquema de poblamiento significativamente más concentrado que en época musulmana. Herrera García98 destaca la desviación de la población hacia la mitad oriental del Aljarafe, más próxima a Sevilla, que en los últimos siglos medievales y comienzos del periodo moderno ejerce un intenso poder de dependencia comercial y económica.

Por su parte, Borrero Fernández subraya el importante

empuje demográfico que sufre el Aljarafe a lo largo del siglo XV, con un crecimiento medio de su población del 226%. Este incremento no menoscaba del todo la estructura heredada del modelo de asentamientos musulmán. Sin menosprecio del fenómeno de concentración de la población progresivo desde el siglo XIII, sí es cierto que el Aljarafe, a diferencia de otras áreas del sur peninsular, conserva un modelo/esquema ciertamente caracterizado por un predominio de núcleos de medianas dimensiones próximos entre sí, con términos de poca extensión. Así, tan sólo Sanlúcar supera a finales de la Edad Media los 500 vecinos, seguido de Aznalcázar con unos 400. A su vez, la mitad del insumo de población se concentra

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en poblaciones medias, de entre 100 y 300 vecinos, mientras que un 25% de la población reside a principios del s. XV en núcleos menores, inferiores a los 100 vecinos —porcentaje que se reduce al 5% al final de este siglo fruto del proceso de concentración—. En suma, la transformación del territorio del Aljarafe en los siglos bajomedievales es evidente, pero el nuevo esquema territorial castellano conserva en esencia un cierto testimonio del modelo de ocupación musulmana basado en el poblamiento disperso. Por medio de un proceso de asimilación y transformación, "la nueva sociedad establecida en este espacio no hizo, como a veces se ha dicho, tabla rasa de la situación anterior (...), no hizo desaparecer la característica más singular del hábitat de la comarca: la proximidad geográfica de sus núcleos de población, es decir, su denso poblamiento"99.

Todas estas transformaciones afectan al modelo económico,

basado en la producción agrícola y, en consecuencia, al paisaje rural. Las investigaciones de Montes Romero-Camacho100 acerca de las propiedades territoriales del Cabildo catedralicio de Sevilla en la baja Edad Media son un buen botón de muestra de la organización de los aprovechamientos agrícolas en el Aljarafe. Sin ser representativo de todos los regímenes de propiedad de la tierra, el ejemplo aportado por un titular como el cabildo hispalense, que en el conjunto de los cuatro términos que forman el Aljarafe acaparó cerca de 4.200 ha (8.380 aranzadas/fanegas), es revelador de la presencia y proporción de los diferentes cultivos en los siglos bajomedievales de dominación cristiana (cuadro 3 y figura 4).

La evolución sufrida tras la sustitución de una civilización

—y el correspondiente patrón económico de producción— musulmana por una cristiana se explica, según la anterior investigadora, principalmente a partir de los tres siguientes fenómenos:

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— La sustitución de un monocultivo olivarero por un sistema tríade más equilibrado donde ganan peso el cereal y la vid. Esta retracción del olivar en detrimento de tierras cerealistas se explica por la introducción, con la llegada de los cristianos, de nuevos hábitos alimenticios así como un nuevo régimen de explotación y propiedad de la tierra, basado en el pan terciado (dos partes de la cultivada de trigo y una de cebada). Por su parte, el desarrollo de la vid, más significativo por su escasez, que no ausencia, en época musulmana se justifica por el fuerte incremento de la demanda y por ser el contrato de plantación de viñas el sistema más empleado para la repoblación de los lugares señoriales.

— La retracción general de las tierras cultivadas y su

sustitución por formas de aprovechamiento ganadero, como dehesas, pastos, montes, cortinales o eriazos (eriales). Sin duda, la importancia que el sistema económico castellano otorga a la ganadería, de la que la Mesta, las vías pecuarias y el impulso de la trashumancia es la máxima expresión, están detrás de este proceso.

— La reforma del hábitat rural, con la incorporación de

mejoras arquitectónicas, el aumento de la superficie y los volúmenes edificados y un cierto enriquecimiento de las zonas de vivienda, en lo que puede considerarse un paso evolutivo más hacia la definitiva configuración de las sugestivas haciendas y cortijos que caracterizan, ya en época moderna, la arquitectura rural sevillana.

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TÉRMINOS CEREAL OLIVAR VIÑA OTROS TOTAL Aranzada o fanega 2.634 720,32 189,25 0 3.543,57 Ha 1.317 360,15 94,6 0 1.771,75

Sanlúcar

% 74,33 20,33 5 0 100 Aranzada o fanega 1.320,25 253,17 8,5 0 1.581,92 Ha 660,12 126,58 4,25 0 790,95

Tejada

% 83,46 16,00 1 0 100 Aranzada o fanega 142,75 1.686,56 515 100 2.444,31 Ha 71,37 843,28 257,5 50 1222,15

Aznalcázar

% 5,84 69,00 21,07 4 100 Aranzada o fanega 16 721,32 65,5 5 807,82 Ha 8 360,66 32,75 2,5 403,91

Aznalfarache

% 1,98 89,29 8,11 1 100 Aranzada o fanega 4.113 3.381,37 778,25 105 8.377,62 Ha 2.056,5 1.690,68 389,12 52,5 4.188,76

TOTAL

% 49,10 40,36 9,29 1,25 100 Cuadro 3: Propiedades territoriales del Cabildo Catedralicio en el Aljarafe,

siglos XIV-XV. Fuente: Montes Romero-Camacho, 1989

Figura 4: Mapa de los aprovechamientos agrícolas en las propiedades del

Cabildo Catedralicio de Sevilla, siglos XIV-XV. Fuente: Elaboración propia a partir de Montes Romero-Camacho, 1989

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Otro aspecto determinante en la configuración de las estructuras sociales y productivas en el Aljarafe lo desarrolla Borrero Fernández101 a partir del estudio jurídico-administrativo de la propiedad. Así, en el Aljarafe se distinguen los propietarios vecinales de los no vecinales. Los propietarios vecinales, residentes en los núcleos aljarafeños, se caracterizan por que en su mayoría (60-70%) poseen pequeñas parcelas de tierra, que rondan las 1,5 aranzadas, dedicadas al cultivo de la viña. Las propiedades vecinales de viña no superan en su conjunto las 4.000 aranzadas (1.900 ha). Por el contrario, la propiedad vecinal de olivares es bastante más escasa, aunque en los casos observados, la superficie media de la parcela es mayor. El total de tierras de olivar vecinal asciende a 2.500 aranzadas (1.190 ha). Caso semejante al olivar es el de las tierras calmas.

Por su parte, los propietarios no vecinales, que ostenta la

mayor parte de la propiedad de la tierra en el Aljarafe (frente al 3-4% de los vecinos del Aljarafe) se pueden a su vez clasificar en dos tipologías: los propietarios institucionales y los laicos o particulares. El primer caso se corresponde con la propiedad eclesiástica (el cabildo hispalense, el arzobispado y las órdenes religiosas) y las órdenes militares, propietarios absentistas. Estas instituciones incorporan a sus propiedades iniciales del repartimiento posteriores donaciones y trueques, medio por el que consolidan su patrimonio territorial al final de la Edad Media, más que por un procesos de compraventa. Estas tierras, en su mayoría de olivar y cereal, son puestas en explotación por medio de contratos de arrendamiento a largo plazo (varias "vidas"), de los que se benefician productores laicos, miembros de la oligarquía urbana. Por su parte, la significativa proporción de viñedos que acaparan las instituciones son explotados, de forma mucho más fragmentaria, por los vecinos del Aljarafe en un régimen de enfiteusis.

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Los propietarios laicos —ya sean miembros de la antigua nobleza titulada o los nuevos propietarios urbanos (vinculados a oficios y cargos militares relevantes) surgidos en los siglos XIV y XV al amparo del desarrollo económico y social de Sevilla— poseen, al igual que las instituciones, las mayores y mejores tierras de olivar y cereal en el Aljarafe. Sin embargo, estas propiedades se consolidan a finales del siglo XV a partir de compras y adquisiciones y, lo que es más importante, en su puesta en funcionamiento los dueños adquieren un papel importante como explotadores directos (con la ayuda intermediaria de administradores o mayordomos). Borrero Fernández define con exactitud el rol de esta incipiente burguesía rural: "A fines del siglo XV, la oligarquía urbana se caracteriza por ser el grupo de propietarios más activo de la zona, y sobre todo por su distinta forma de concebir la significación de la propiedad territorial. Los componentes de esta aristocracia urbana son, en cierto modo, más modernos en su concepción de lo que la tierra significaba. Para ellos, no sólo era un símbolo de nobleza, un prestigio social o un medio de percepción de rentas, sino la base fundamental de su economía, que por ser única debía ser fomentada y controlada. Insertos en un mundo urbano, donde las mayores fuentes de riqueza vienen dadas por el comercio, estos aristócratas sevillanos buscarán en la explotación directa de sus tierras de olivar su principal fuente de ingresos. (...) Este control de la producción olivarera no tiene como límite sus propias tierras, sino que a través de los arrendamientos de aquellas pertenecientes a instituciones religiosas o eclesiásticas, consiguen monopolizar la producción de la mayor riqueza agrícola de la zona: el aceite"102.

Por último hay que considerar también la propiedad

comunal. En este caso, estas tierras de comunes y de "propios", marginales desde el punto de vista agrícola, son importantes para el aprovechamiento ganadero, pues se componen de

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tierras de pastos, dehesas, y otras formaciones más silvestres que sirven de complemento económico y de sustento al ganado de labor.

Todo este esquema de propietarios, tipo de cultivo y

régimen de tenencia y explotación forma un sistema de propiedad integral por el que el vecino del Aljarafe explota sus propias viñas pero trabaja como mano de obra campesina complementaria en las grandes propiedades cerealistas y olivareras. Este tipo de pequeña propiedad, denominado minifundio funcional, pretende asentar a la población, generar parte de las rentas para los vecinos a la vez que asegurar mano de obra abundante para el desarrollo de los latifundios de los grandes propietarios.

En cuanto a la vertebración física del territorio, el Aljarafe

cuenta, en torno a estos siglos bajomedievales y los inmediatamente posteriores, con dos ejes viarios principales: el Camino Real de Sevilla a Huelva, que divide la comarca por la mitad, en dirección este-oeste, probablemente perpetuando las comunicaciones que desde la Antiguedad conectaban Hispalis con Ilipla (Niebla) y Onoba (Huelva); y la Cañada Real de las Islas103, que de norte a sur, siguiendo en gran medida el curso paralelo del arroyo Riopudio, también divide en dos la meseta aljarafeña104. Esta cañada real da acceso desde el norte a los pastos invernales de las marismas del Guadalquivir. Hay que tener en cuenta que en los últimos siglos medievales, en la transición hacia el Antiguo Régimen, la trashumancia conserva, incluso fortalece, su papel relevante en la economía de la Corona. Un poder económico (y político) que no desaparece del todo hasta principios del s. XIX.

A partir de estos dos ejes viarios principales (que conectan

ámbitos de mayor nivel), se desarrolla una intensa red de vías pecuarias menores, caminos reales, caminos vecinales, etc. que articulan el interior de la meseta del Aljarafe entre sí y con el

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exterior. Esta red de caminos es, a día de hoy, y pese a los riesgos manifiestos de deterioro, una de las mejores señas conservadas de la herencia histórica medieval, aún patente sobre el territorio.

NOTAS AL CAPÍTULO 6 81 González Jiménez, 2001, p. 11 82 González González, 1998, p. 372 83 González González, 1998, p. 387 84 González González, 1998 85 Borrero Fernández, 2000 86 Herrera García, 1980 87 Considerando que la aranzada equivale a 6.806,25 varas castellanas, es

decir, unos 4.755,8 m2 (Real Orden de 9 de diciembre de 1852) 88 González Jiménez, 1980 89 González Jiménez, 1980, p. 147 90 Borrero Fernández, 2000 91 González Jiménez, 2001 92 Borrero Fernández, 2000 93 González González, 1998, p. 389; González Jiménez, 2001, p. 37 94 Herrera García, 1980, p. 317 95 Padilla Monge, 1990, p. 273-274 96 González Jiménez, 2001, p. 89 97 Borrero Fernández, 2000, p. 330 98 Herrera García, 1980, p. 320 99 Borrero Fernández, 2000, p. 333 100 Montes Romero-Camacho, 1989 101 Borrero Fernández, 1984 102 Borrero Fernández, 1984, p. 103-104 103 En la actualidad también denominada Cañada Real de Medellín a Isla

Mayor. 104 Herrera García, 1980, p. 38-39

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7. La Edad Moderna El advenimiento de la Edad Moderna occidental supone en

el caso del Aljarafe la consolidación de una gran parte de las estructuras espaciales, principalmente la red de asentamientos. Se adquiere a lo largo de estos siglos la definitiva configuración de su soporte territorial actual. Por otra parte, el auge económico y comercial que adquiere Sevilla como eje metropolitano entre Occidente y América la convierte definitivamente en la ciudad matriz de todo su territorio circundante, donde sobresale la comarca aljarafeña como parte de su más inmediato hinterland.

A lo largo de los siglos XVI y XVII se asiste en el Aljarafe a

un proceso de absorción señorial de la tierra y su jurisdicción (señorialización), por el que estas pasan de estar mayoritariamente bajo el dominio real a ser enajenadas por señoríos seculares, entre los que adquiere especial relevancia el señorío del Conde Duque de Olivares105.

Al comienzo del siglo XVI el realengo vinculado a la

jurisdicción de Sevilla supone un 74% del territorio aljarafeño, mientras que un 17,5% de este territorio corresponde al señorío eclesiástico y un 8,5% al señorío secular. Casi dos siglos más tarde, a finales del siglo XVII la situación se invierte, de tal forma que el realengo y el señorío eclesiástico quedan prácticamente extinguidos en detrimento de la omnipresencia señorial. Este proceso de enajenación señorial se lleva a cabo por medio de compras y adquisiciones de nuevos propietarios de la nobleza y de la burguesía terrateniente sevillana. Entre todos ellos sobresale la figura de Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, valido de Felipe IV. Entre 1623 y 1641 el valido real impulsa el proceso

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de enajenación de tierras y jurisdicciones que ya comenzaran sus antepasados, I y II condes de Olivares, hasta llegar a acaparar el 55% del territorio del Aljarafe, a lo que hay que añadir títulos, oficios y vinculaciones, en lo que ha sido considerado el “Estado de Olivares”106 (figura 5).

En época moderna se sientan las bases de la actual red de

asentamientos urbanos del Aljarafe. Si el periodo bajomedieval se caracterizó por una significativa fluctuación en el mapa de los asentamientos de población, fruto del fenómeno de los despoblados y de las políticas repobladoras, en los siglos posteriores sólo se contabilizan 11 despoblados, la mayor parte de ellos en el siglo XVI. Tan sólo los enclaves de Heliche y Quema llegan al siglo XVIII con un volumen significativo de población, que en cualquier caso rondan la quincena de vecinos107.

Figura 5: Mapa de la evolución de las tierras y jurisdicciones del Conde

Duque de Olivares, siglo XVII. Fuente: Elaboración propia a partir de Herrera García, 1980

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La tendencia en estos siglos es la de un crecimiento progresivo de la población, moderado y no exento de algunas mellas demográficas, producto de las epidemias y de un saldo migratorio que apunta a niveles más elevados de emigración que de inmigración, con la carrera de Indias como telón de fondo. Los núcleos más poblados se localizar en estos primeros siglos en la mitad occidental de la meseta aljarafeña, destacando Sanlúcar la Mayor por encima del resto. En los siglos XVIII y, con posterioridad, en el siglo XIX, se asiste a un reparto más equilibrado y equitativo de la población entre los núcleos urbanos de la mitad oriental y occidental del Aljarafe. A mediados del s. XIX Sanlúcar la Mayor comparte la capitalidad demográfica con Coria del Río, rondando ambas localidades los 3.500 – 4.000 habitantes (cuadro 4 y figura 6).

La estructura social de la población aljarafeña se ajusta a los

patrones propios del régimen señorial en un medio de base predominantemente agrario, donde la aristocracia ostenta el dominio eminente del territorio aunque raras veces habita de forma física, directa y permanente dentro de los límites de la comarca. En la mayoría de los casos, la nobleza tiene establecida su residencia ordinaria en la capital, Sevilla108. El grueso de población lo forma la clase campesina y jornalera, que supera el 70% de la población activa, mientras que el resto de la clase trabajadora se reparte en proporciones similares entre los servicios y la administración, las artes y los oficios, el comercio y el clero. Este retrato social se completa con la denominada clase pobre.

POBLACIÓN DEL ALJARAFE EN EL ANTÍGUO RÉGIMEN (S. XVI, XVIII, XIX)

LUGARES PADRÓN DE 1534a (vecinos)

C. DE ENSENADA, RD 1749, (vecinos)

CENSO DE 1857 (habitantes)

Albaida 168 75 408 Almensilla (con Palomares) (con Palomares) 609 Aznalcázar 438 239 1.571 Quema 8 12 despoblado Benacazón 112 300 2326

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POBLACIÓN DEL ALJARAFE EN EL ANTÍGUO RÉGIMEN (S. XVI, XVIII, XIX)

LUGARES PADRÓN DE 1534a (vecinos)

C. DE ENSENADA, RD 1749, (vecinos)

CENSO DE 1857 (habitantes)

Castilleja Talhara 13 4 despoblado Gelo 15 4 despoblado Bollullos de la Mitación 49 324 1.192

Rianzuela 90 0 despoblado Bormujos 45 95 807 Camas 40* 60 806 Castilleja de la Cuesta (Santº + Calle Real)

70* 230 1.200

Castilleja de Guzmán 28 40 151

Coria 188 405 3.978 Espartinas 71 150 688 Gelves 84 146 947 Gines 98 134 964 Mairena del Alj. (con Palomares) 224 850 Olivares 92 450 2.367 Heliche 24 16 despoblado Palomares 144 142 372 Puebla del Río s.d. s.d. 2.104 Salteras 269 197 1.087 San Juan de Azn. (con Tomares) 32 (con Tomares) Sanlúcar la Mayor 628 600 3.476 Benazuza - 6 despoblado Santiponce 83 140 1.326 Tomares 113 50 903 Umbrete 94 300 1.781 Valencina de la Concepción 102 154 1.227

Villanueva del Ariscal 299** 240 1.678

TOTAL VECINOS 3.365 4.769 TOTAL HABITANTESb 16.825 23.845 32.818

a - Completado con datos del itinerario Colombino (*) y del censo de Tomás González (**). b – Un vecino equivale a 5 habitantes a partir del coeficiente multiplicador de Domínguez Ortiz, 1977 y Morales Padrón, 1989. Cuadro 4: Tabla de la población del Aljarafe en los siglos XVI, XVIII y XIX. Fuente: Herrera García, 1980; Dirección General del Instituto Geográfico y

Estadístico, 1858; y elaboración propia

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Figura 6: Mapa diagrama de la población del Aljarafe en los siglos VXI, XVIII y XIX.

Fuente: Elaboración propia a partir de Herrera García, 1980; Dirección General del Instituto Geográfico y Estadístico, 1858

Por su parte, el panorama rural de usos y

aprovechamientos que resulta en el Aljarafe del Antiguo Régimen se puede reconocer examinando los datos que a partir del Catastro ofrece, de nuevo, Herrera García109, reflejados en el cuadro 5 y la figura 7, respectivamente.

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LOS USOS DE SUELO O LA DEDICACIÓN DE LA TIERRA EN EL S. XVIII

APROVECHAMIENTOS AGRÍCOLAS Y FORESTALES

LUGARES

SUPE

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OTA

L D

EL T

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ESA

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PAST

OS

PIN

AR

MO

NTE

OTR

OSa

Albaida 2.625 2.421 10 87 - 28 78 - - 1

Almensilla

(con Paloma- res)

Aznalcázar 36.029 9.699 475 80 7 44 5.625 2.125 17.974 - Quema 100 99 - - - - - - - 1 Torre Guadiamar 412 179 0,5 14 3,5 5 209 - - 1 Benacazón 1.500 190 260 150 4 4 - - 600 292 Castilleja Talhara 1.937 300 240 1,5 1,5 13 1.319 62 - - Gelo 1.375 188 83 - - - - 15 1.089 - Martín Cerón 940 625 50 50 15 50 150 - - - Bollullos de la Mitación 6.958 2.400 1.600 650 18 20 1.600 80 390 200 Benagiar 880 300 - - - - 100 200 280 - Rianzuela 1.230 390 - - - - 350 20 270 200 Bormujos 2.500 1.648 600 250 1,5 - - - - 0,5 Camas 4.000 1.161 620 120 20 30 19 - - 2.030 Castilleja de la Cuesta 440 180 120 39 2 19 - - - 80 Castilleja de Guzmán 340 120 128 60 2 18 - - - 12 Coria del Río 8.897 3.887 70 38 12 15 4.375 - 500 - Espartinas 2.143 704 600 786 6 12 - 35 - - Villalbilla 750 410 - 286 - 4 - - - 50 Gelves 1.000 750 44 64 28 38 - - - 76 Torreque- mada 340 - 148 - 0,5 1 176 4 - 10,5 Gines 350 180 12 100 3 5 - - - 50 Huevar 10.869 5.208 1.197 84 12 - - - 4.368 - Mairena del Aljarafe 3.000 132 1.320 123 8 - 10 10 - 1.397

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LOS USOS DE SUELO O LA DEDICACIÓN DE LA TIERRA EN EL S. XVIII APROVECHAMIENTOS AGRÍCOLAS Y FORESTALES

LUGARES SU

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OSa

Olivares 2.108 1.650 1 90 1 280 - 7 - 79 Heliche 6.200 5.900 99 120 - 30 - - - 51 Palomares + Almensilla 2.800 720 430 131 5 4 390 - - 1.120

Puebla del Río

(con Coria del Río)

Salteras 7.499 6.155 32 88 - 8 - - - 1.216 Almuédano 1.273 1.273 - - - - - - - - San Juan de Aznalfa- rache

(con Toma- res)

Sanlúcar la Mayor 23.894 7.200 2.000 350 70 140 11.000 9 - 3.125 Benazuza 767 325 170 27 5 20 183 - - 37 Santiponce 1.565 1.112 260 3 - - 155 - - 35 Tomares (y San Juan de Aznalfa- rache) 2.308 450 1.000 100 8 100 - - - 650 Umbrete 1.300 69 30 400 5 16 , 350 420 10 Lopas 460 100 - - - - 200 100 40 20 Valencina de la Concepción 3.500 2.125 750 337 5 33 - - - 250 Villadiego 563 563 - - - - - - - - Villanueva del Ariscal 778 174 100,5 287,5 5 113 - 84 - 14 TOTAL 143.630 58.987 12.450 4.916 248 1.050 25.939 3.101 25.931 11.008

a - En "Otros" se incluyen los plantíos nuevos, infructíferos aún, tierra inútil y cultivos minoritarios, junto a las vegas excluidas en la fuente.

Cuadro 5: Usos de suelo en el Aljarafe en el siglo XVIII.

Fuente: Herrera García, 1980 (con modificaciones). Los lugares en cursiva son actuales despoblados

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Figura 7: Mapa diagrama de los aprovechamientos y usos de suelo en el Aljarafe en el siglo XVIII.

Fuente: Elaboración propia a partir de Herrera García, 1980 La mayor parte de las tierras en el Antiguo Régimen están

ocupadas por el sistema tríade formado por el cereal, el olivo y la vid. Concretamente, estos aprovechamientos agrícolas ocupan el 55-60% de la superficie del Aljarafe y un 98% de las

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tierras labradas. Las tierras calmas de labor (de sembradura), predominantemente dedicadas al cultivo del trigo y la cebada, son las que mayor extensión ocupan, y se concentran en el extremo occidental y septentrional de la comarca, prolongándose por los campos de Gerena y Tejada. Los heredamientos que quedan al norte de la cornisa, como Almuédano (perteneciente a Salteras) o Villadiego (Valencina de la Concepción) muestran toda su superficie ocupada por el cereal. Con todo, este cultivo está presente en toda la geografía aljarafeña, siendo incluso predominante en otros enclaves como Bormujos o Gelves. El olivar, segundo en extensión tras el cereal, también se encuentra ampliamente repartido, si bien en este caso se puede hablar de un "corazón olivarero" en torno a los dominios de Mairena del Aljarafe y Tomares-San Juan de Aznalfarache. Tan sólo en estos dos términos el olivar alcanza aproximadamente la mitad de la superficie agrícola. La producción, más volcada en estos siglos a la obtención de aceite que de aceituna, está decididamente orientada al abastecimiento de Sevilla y a la exportación, frente a la producción cerealista, reservada para el consumo interno de la comarca. Los viñedos, por su parte, ocupan una extensión mucho menor que los anteriores cultivos, pero muestran mayores rendimientos económicos por superficie. En este caso también se observa una distribución proporcionada del viñedo en la mayor parte del Aljarafe con una concentración significativa en torno a los términos de Espartinas (y el heredamiento de Villalbilla), Villanueva del Ariscal y Umbrete, donde el viñedo representa en torno a una tercera parte de toda la superficie.

Junto a estos cultivos predominantes, adquieren

importancia por su extensión los espacios de vocación ganadera dedicados a pastos y dehesas, así como los montes y pinares. Bien es cierto que la mayor parte de estos terrenos silvo-pastoriles se localizan más allá de los estrictos límites de la meseta aljarafeña (en los ámbitos pre-serranos del norte o

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marismeños del sur). Pero también están significativamente presentes en los términos y heredamientos de la mitad meridional del interior de la comarca, en Bollullos de la Mitación, Benacazón, Umbrete, Gelo, Lopas, Benagíar, Rianzuela, etc. Estos aprovechamientos funcionan como complemento productivo a la economía de base agrícola de la comarca, pues mantienen la ganadería de labor (más relevante en el Aljarafe que la de renta) y suministran otros bienes elementales como madera, leña o carbón.

En cuanto al espacio construido, en el siglo XVIII se fijan los

modelos arquitectónicos de las explotaciones agrícolas tal y como se conocen en la actualidad. Al hilo del crecimiento y la capitalización productiva conocidos en este siglo surge la definitiva distinción entre el cortijo, la hacienda y el lagar, como unidades funcionales de producción con un alto grado de especialización. En el caso del Aljarafe, su rol como comarca olivarera, en relación con el resto del territorio sevillano y aun andaluz, hace de la hacienda una pieza fundamental en el paisaje rural y en el esquema productivo110.

Efectivamente, "la hacienda es la tipología agrícola más

propia del entorno sevillano y quizá la más espectacular de toda la edilicia del agro bético"111. Son varios los factores que explican estas particularidades. De un lado, la localización de este tipo tan singular de explotación agrícola, reducida a la mayor parte de la provincia de Sevilla y algunos pequeños ámbitos limítrofes, se explica por su proximidad a la ciudad y puerto hispalenses. La vocación comercial y la producción excedentaria del aceite de oliva lo convierten en un producto preferente de exportación en el puerto de Sevilla.

También, si la hacienda está vinculada de forma

preponderante a la producción olivarera (y en especial aceitera), aún en el siglo XVIII hay que hablar de cierta diversidad funcional. En efecto, la producción de aceite y la

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extensión del olivar son proporcionalmente más significativas en el Aljarafe que en otras comarcas limítrofes. Pero también es importante señalar la presencia en las explotaciones de las tierras calmas cerealistas y de pequeñas parcelas de viñedo como complemento productivo al olivo. A ello se le suman otros aprovechamientos menores (huertas, cortinales, frutales) amén de las dehesas, los pastos o los espacios estrictamente forestales, que hacen de la hacienda una unidad de explotación multifuncional, si bien con un claro cariz olivarero. Otro de los aspectos que caracteriza la hacienda es la superficie media de su explotación. Si bien los cortijos cerealistas de las campiñas béticas son los ejes dominadores de las grandes extensiones latifundistas, en el caso de la hacienda hay que hablar de extensiones intermedias, que rondarían —a mediados del s. XIX— las 80-110 ha de superficie media112.

Las particularidades agrícolas del cultivo del olivo explican

el régimen de explotación directa que identifica a las haciendas sevillanas y aljarafeñas en particular. Este tipo de cultivo, generador de grandes beneficios, exige grandes inversiones iniciales para su puesta en producción, y se ve acompañado de años poco productivos. En tales circunstancias, son los explotadores directos, con una cultura más orientada al modelo capitalista de producción, los más adecuados para la explotación olivarera. En efecto, es el propietario de la hacienda olivarera el antecedente inmediato del posterior empresario agrícola burgués de perfil económico liberal. En este caso, hay que hacer referencia a la pequeña aristocracia local, a las élites civiles urbanas de Sevilla y a los comerciantes enriquecidos con el mercado de las Indias, que ven en la economía olivarera una buena y garantizada fuente de inversión. Si bien existen grandes casas nobiliarias y órdenes eclesiásticas que ostentan haciendas y explotaciones de olivar, este tipo de propietario absentista se asocia más a la gran propiedad cerealista de la campiña ejemplificada en el cortijo.

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En este contexto social y económico se distingue el modelo

clásico de hacienda113. Estas tipologías edilicias surgen en el siglo XVIII ex novo o como continuación (por medio de reformas, adaptaciones o ampliaciones) de establecimientos agrícolas previos de los que se conoce bastante poco, aunque algunos de ellos se remonten al periodo de la reconquista y aún a la época de dominación hispanomusulmana. El modelo clásico de hacienda debe ser considerado como parte de la genuina expresión de la arquitectura barroca sevillana, en este caso en el ámbito rural. Así, se caracteriza por la sencillez estructural de los edificios y la reiteración de composiciones, módulos y elementos. El esquema general se repite con sus variantes en casi todos los casos. Así, por lo general un gran patio cerrado estructura todo el conjunto, en el que se distinguen las áreas de producción y transformación, con la almazara, lagares y sus respectivas torres contrapeso a la cabeza, frente a las zonas de vivienda. En este último caso, tanto formal como funcionalmente hay que distinguir entre el caserío de la población empleada y trabajadora de la "vivienda titular" del señorío, pieza singular en todo el conjunto, que sirve como residencia eventual del propietario, donde se concentran los escasos y limitados apuntes ornamentales de la hacienda (figuras 8 y 9).

Este modelo de arquitectura rural tan característico del

entorno de la capital sevillana difiere de otras tipologías andaluzas, no sólo por su orientación productiva sino también por la presencia de matices ornamentales más ricos, frente a la austeridad del cortijo. Bernal Rodríguez apunta a la importancia de las estancias recreativas más o menos prolongadas de las mencionadas élites urbanas hispalenses propietarias, de base mercantil (comerciantes andaluces y extranjeros, aunque también algunos aristócratas y figuras del clero), que convierten a la hacienda en un espacio productivo pero también en una "segunda residencia", mejorada

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estéticamente y más confortable: "«Vivir en el campo» una temporada, particularmente en verano y durante la época de la cosecha no es un hecho exclusivo de la burguesía mercantil atraída por la tierra: la nobleza sevillana se comporta de manera idéntica, y esta actitud naturalista no es otra cosa que el reflejo del movimiento roussoniano de amor por la naturaleza, general en Europa"114.

Figura 8: Plano en planta de la Hacienda San Ignacio de Torrequemada

(Gelves) y la distribución de las principales dependencias. Fuente: Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio, 2009

(modificado).

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Figura 9: Ejemplo paradigmático de hacienda: San Ignacio de

Torrequemada (Gelves). Fuente: Elaboración propia

NOTAS AL CAPÍTULO 7 105 Herrera García, 1980 106 Herrera García, 1980, p. 66-76 107 Herrera García, 1980, p. 318 108 Herrera García, 1980, p. 337 109 Herrera García, 1980, p. 221 y ss. 110 Al margen de las referencias citadas en el texto, existe una bibliografía

específica sobre la hacienda de olivar sevillana: SANCHO CORBACHO, Antonio. Haciendas y cortijos sevillanos. Archivo Hispalense, 1952, tomo 17, nº 54-56, p. 2-26. RONQUILLO PÉREZ, Ricardo. Las haciendas de olivar del Aljarafe Alto. Sevilla: Colegio Oficial de Arquitectos de Sevilla, 1981. AGUILAR GARCÍA, María Cruz. Las haciendas. Arquitectura culta en el olivar de Sevilla. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1992. AGUILAR GARCÍA, María Cruz; PARIAS SAINZ DE ROZAS, María. Las haciendas de olivar. Origen, usos, significados. Sevilla: Caja Rural del Sur, 2001. RECIO MIR, Álvaro. Arquitectura y sociedad: haciendas y hacendados en la Sevilla del siglo XVIII. In ARANDA BERNAL, Ana María (Coord.). Arquitectura vernácula en el mundo ibérico: actas del Congreso Internacional sobre Arquitectura Vernácula. Sevilla: Universidad Pablo de Olavide, 2007, p. 78-85.

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111 Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio, 2009a, p. 95 112 Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio, 2009a, p. 59 113 Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio, 2009a1, p. 101 114 Bernal Rodrígueaz, 1979, p. 14, traducido. En el texto original: "Vivre à

la campagne" le temps d'une saison, particulièrement en été et au moment de la récolte n'est pas le fait exclusif de la bourgeoisie marchande attiré par la terre: la noblesse sévillane se comporte d'une manière identique, et cette attitude naturaliste n'est rien d'autre que le reflet du mouvement rousseuuiste d'amour pour la nature, générale en Europe.

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8. Los siglos XIX y XX: de la Modernidad a la contemporaneidad

En los años posteriores al Antiguo Régimen, en un periodo

que se prolonga desde finales del siglo XVIII, hasta principios y mediados del XX, el Aljarafe experimenta los cambios sociales y económicos propios de esta época de tránsito hacia "tiempos recientes", sobre una base territorial consolidada.

La propiedad de la tierra, argumento que desde la

reconquista cristiana ha venido determinando la estructura del territorio, sufre importantes modificaciones con la llegada de las corrientes liberales. Ya en el siglo XVIII tienen lugar algunas medidas renovadoras —bajo el reformismo borbónico se liberaliza el comercio del trigo y el aceite y el mercado con las colonias americanas, se desamortizan las propiedades de la Compañía de Jesús, se subastan lotes de tierras comunales, etc.—. Sin embargo, serán las reformas decimonónicas las que alteran el esquema de la propiedad en todo el conjunto español, siendo especialmente relevantes en el sur peninsular y, consecuentemente, en el Aljarafe. De un lado hay que señalar la abolición de los señoríos, definitivamente, en 1837, con lo que se flexibilizan las posibilidades de enajenación de la tierra. Desde entonces, con el fin de mayorazgos y otras manos muertas, un número importante de fincas y posesiones dejan de estar amortizadas. Pero más importante si cabe son las desamortizaciones liberales, promovidas por Mendizábal en 1836 y Madoz en 1855, que afianzan el dominio de la clase burguesa como la principal propietaria de tierras y posesiones agrícolas, aún primordiales en la economía andaluza y española115.

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Esta nueva clase terrateniente, formada por la burguesía de ascendencia agrícola, antiguos labradores arrendatarios acaudalados, comerciantes...116 va alterando progresivamente el reparto de la propiedad. Pero estos procesos desamortizadores no hacen más que intensificar el latifundio andaluz y agudizar el ya de por sí desequilibrado reparto de la tierra entre la clase propietaria y la trabajadora. En el Aljarafe fueron significativas las desamortizaciones de las propiedades eclesiásticas entre 1835 y 1845 de municipios como Gines, Salteras, Umbrete o Villanueva del Ariscal. Entre un 15% y un 30% de la superficie cultivable de estos municipios se vio afectada por los procesos desamortizadores de Mendizábal. Significativo es también el caso de Santiponce, puesto que la totalidad de su superficie agraria, de propiedad eclesiástica, pasó a manos particulares117.

En un contexto de creciente capitalización de las

actividades productivas, las innovaciones tecnológicas se incorporan al medio rural sevillano. Este hecho repercute en los rendimientos e indirectamente transforma el paisaje agrícola, que se "especializa". Entre la segunda mitad del siglo XIX y los comienzos del siguiente se consolida la propiedad burguesa, de marcado carácter empresarial y actitud lucrativa. Así, en el conjunto de la provincia de Sevilla, al igual que en el Aljarafe, aumenta considerablemente la superficie de olivar, que alcanza la llamada "edad de oro" en las primeras décadas del siglo XX118. En esta edad dorada, a los incrementos en la superficie olivarera de la segunda mitad del siglo XIX le sucede la mejora en la productividad y en la calidad del aceite y de la aceituna. La incorporación de nuevos sistemas de molturación y prensado —la prensa hidráulica y la de husillo se plantean como alternativas a las tradicionales prensas de viga— contribuye decisivamente a este impulso. La tabla y gráfico de la figura 10, que muestra la evolución de los sistemas de prensado en la provincia de Sevilla para estos

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años, es una prueba concluyente de los cambios económicos y tecnológicos del medio rural.

SISTEMAS DE PRENSADO EN LA PROVINCIA DE SEVILLA, SIGLOS XIX Y XX

Año 1857 1878 1899 1905 1925

Prensas de viga 1.321 1.130 140 128 77 Sistemas preindustriales Prensa de rincón 40 208 36 46 22

Prensa hidráulica 72 14 73 76 385 Sistemas industriales Prensa de husillo 56 214 64 92 66

0

250

500

750

1000

1250

1500

1750

1857 1878 1899 1905 1925Año

Nº d

e pr

ensa

s

DE VIGA DE RINCÓNHIDRÁULICA DE HUSILLO

Figura 10: Tabla-gráfico de la evolución de los sistemas de prensado en la

provincia de Sevilla, siglos XIX y XX. Fuente: Elaboración propia a partir de Consejería de Vivienda y

Ordenación del Territorio, 2009

En el Aljarafe este aumento de la actividad olivarera se produce a expensas de la superficie de viñedo, que se reduce drásticamente a raíz de la pandemia de la filoxera, y a costa de una reducción de los aprovechamientos complementarios (principalmente ganaderos), esto es, dehesas, pastos, montes y baldíos. Estos espacios, que en los modelos económicos preindustriales funcionan como simbiosis y suplemento al esquema productivo mediterráneo del cereal, olivar y viña, son desplazados a los ámbitos serranos y periféricos, en un

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fenómeno de especialización agraria donde cada territorio produce sólo los cultivos principales.

Los datos que, por su parte, recoge Parias Sainz de Rozas119

para el conjunto provincial de Sevilla reflejan, en el caso del Aljarafe, esta tendencia creciente del olivar, que casi duplica su extensión entre mediados del s. XVIII y finales del s. XIX (figura 11). Hay que apuntar, sin embargo, que los otros aprovechamientos productivos, así como la superficie no productiva, varía considerablemente entre las diversas estadísticas decimonónicas utilizadas, como resultado del manejo de fuentes de información de difícil interpretación120.

0% 20% 40% 60% 80% 100%

1878-1881 (Estadísticade J. Gómez Hemas)

1814-1848 (Cartilla deEvaluación)

1752 (Catastro deEnsenada)

Fuen

tes e

stad

ístic

as

Porcentaje de toda la superficie

TIERRA CALMA OLIVAR VIDDEHESA HUERTA OTROS

SUPERFICIE NO CULTIVADA

Figura 11: Evolución de los cultivos y otras superficies productivas de la

comarca del Aljarafe, siglos XVIII-XIX. Fuente: Elaboración propia a partir de Parias Sainz de Rozas, 1989

El modelo de explotación agrícola del Aljarafe, la hacienda,

no es ajeno a estas transformaciones. La incorporación definitiva de una nueva clase social dominante, la burguesía agrícola, con los consiguientes cambios en los modelos productivos y los recursos tecnológicos, altera los patrones arquitectónicos, edilicios y estilísticos de la hacienda clásica

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del siglo XVIII. En el plano estructural y funcional, los cambios apuntan hacia una mayor presencia del señorío, que va adquiriendo más protagonismo en el conjunto del edificio, frente a la reducción de huertas, cortinales y otras piezas vinculadas a los usos complementarios. A su vez, la incorporación de una nueva maquinaria más pequeña y autónoma en sustitución de las legendarias prensas de viga hace inoperantes a las torres de contrapeso y reduce las necesidades de espacio en las almazaras.

Por su parte, en los aspectos más formales la hacienda

experimenta las corrientes regionalistas decimonónicas y racionalistas. Haciendas como la de Castilleja de Talhara, en Benacazón, de origen medieval, son reformadas y adaptadas a los nuevos estilos, en este caso en una peculiar combinación de neomudéjar y neogótico. De forma paralela, y vinculado al regionalismo, surge un modelo de hacienda racionalista, denominado "estilo industrial", caracterizado por las líneas diáfanas y el uso de materiales constructivos más duraderos como el ladrillo, la teja plana o el hierro fundido121. En cualquier caso, estas nuevas corrientes arquitectónicas contrastan con la hacienda de estilo clásico y barroco, siendo todas ellas la expresión patente de un modelo de explotación del medio rural que en el Aljarafe se remonta a la Antigüedad.

La llegada del siglo XX no supone en el Aljarafe una

ruptura del modelo territorial y urbano heredado del periodo decimonónico, de base agrícola y productivamente fortalecido. No, por supuesto, al principio. Tan sólo Camas y San Juan de Aznalfarache experimentan transformaciones en las estructuras y morfologías urbanas desde finales del s. XIX122. Y en ello interviene de manera decisiva la implantación sobre este espacio de una nueva infraestructura del transporte: el ferrocarril. Ya en 1880 se pone en servicio la línea de Sevilla a Huelva, propiedad de la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y a Alicante (MZA), que atraviesa la mitad

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septentrional de la meseta aljarafeña. Pero de mayor transcendencia para este ámbito son los dos ferrocarriles mineros que unen las explotaciones de la franja pirítica de Sierra Morena con el Guadalquivir. Uno de ellos es el ferrocarril de Minas de Cala a San Juan de Aznalfarache, promovido por la Sociedad Anónima Minas de Cala, cuya concesión se obtiene en 1902, empezando a funcionar algunos años después. En San Juan de Aznalfarache se localizan, junto a las oficinas y talleres, los embarcaderos de mineral (en los que también se embarcan y desembarcan ganado y materiales de construcción). El otro es el ferrocarril de Aznalcóllar a Camas, propiedad de la Compañía Gaditana de Minas la Caridad de Aznalcóllar, que entra en servicio en 1905. Las nuevas potencialidades de accesibilidad con que en estos momentos cuentan los núcleos de San Juan de Aznalfarache y Camas —el propio río Guadalquivir sigue siendo capital— facilitan la implantación de una actividad industrial discreta pero igualmente trascendente en la configuración urbana y territorial de este entorno. Así, en San Juan de Aznalfarache surgen instalaciones industriales como la Fábrica de Abonos Químicos de Cros o la fábrica de Cerámica, mientras que en Camas se levanta una refinería de petróleo en 1888123. A ello hay que sumarle la importante industria de transformación agroalimentaria, más repartida y dispersa a lo largo del territorio, donde sobresale el aderezo de la aceituna y el envasado de vinos y aceites.

A las nuevas conexiones ferroviarias hay que añadir la

implantación, a lo largo de la década de 1920, de las líneas metropolitanas de tranvía que unen la capital hispalense con el sector más inmediato del Aljarafe: una línea realiza el trayecto hacia la Pañoleta y Camas, mientras que la otra línea se dirige hacia San Juan de Aznalfarache, Gelves, Coria del Río y, algunos años después, La Puebla del Río. A ello hay que sumar la incipiente red de transporte interurbano de autobús por carretera, que por entonces conecta casi todos los núcleos

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del Aljarafe con Sevilla por medio de ocho itinerarios. Así, "cuando termina la Guerra Civil, parecía que el sistema de transportes colectivos periurbanos estaba completamente formado"124.

Con el desarrollo de estas nuevas estructuras territoriales

también surgen nuevas formas de crecimiento de los cascos urbanos. A la prolongación natural de sus límites exteriores hay que mencionar la discreta aparición de elementos extraños a las tipologías urbanas tradicionales: núcleos dispersos, desvinculados espacialmente del casco histórico que sólo posteriormente acabarían uniéndose al núcleo principal y entre sí. Se trata de barriadas más vinculadas social y funcionalmente a Sevilla que a los municipios donde se localizan, caso de la Pañoleta y Coca de la Piñera en Camas, Santa Teresa en Coria del Río, Virgen de Loreto en San Juan de Aznalfarache, la Inmaculada en Castilleja de la Cuesta o San José en Valencina de la Concepción. Estos nuevos asentamientos urbanos surgen por medio bien de iniciativas públicas planificadas (con un papel especial del Estado), bien a partir de la parcelación y venta de terrenos particulares sin tutela de la administración municipal, bien de forma espontánea y marginal.

Esta nueva forma de interrelación espacial y territorial entre

Sevilla y el Aljarafe puede interpretarse como la evolución desde el hinterland al espacio metropolitano, que empieza a tomar carta de naturaleza en estas primeras décadas del siglo XX. Buen ejemplo de ello se observa también en las trascendentes obras de ingeniería civil que rodean las sucesivas remodelaciones portuarias de esta época125. La Junta de Obras del Puerto de Sevilla, por medio del Plan Moliní y, especialmente, del Plan Brackenbury, redibuja el mapa hidrográfico del río Guadalquivir y su vega, y abren un nuevo cauce, la corta de Triana, que funciona como barrera física entre el arrabal sevillano y los núcleos más inmediatos del

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Aljarafe. Así, desaparece la tradicional transición agrícola entre dos bordes urbanos y surge un nuevo espacio de intermediación, de naturaleza infraestructural y marcado carácter periurbano (figura 12).

Figura 12: Representación cartográfica de la evolución del trazado del río Guadalquivir a su paso por Sevilla en diversos horizontes temporales. Fuente: Autoridad Portuaria de Sevilla, 2013. El Aljarafe aparece en el

extremo superior de cada imagen El modelo territorial resultante en el Aljarafe de principios

de siglo XX queda reflejado en el mapa de la figura 13, elaborado a partir del Mapa Topográfico Nacional de 1918. Este esquema servirá como punto de partida para las posteriores transformaciones que experimentará este espacio en época reciente, al calor del desarrollo económico español,

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desde la herencia de un sistema de asentamientos en progresiva concentración pero aún polinuclear. Por ejemplo, núcleos como San Juan de Aznalfarache y Camas, muy próximos a Sevilla (a muy pocos kilómetros del arrabal de Triana) comienzan a experimentar movimientos de población en un fenómeno de deslocalización hacia barrios periféricos, como anticipo de los posteriores procesos de constitución metropolitana. Así, este modelo se mantendrá en lo esencial, aunque con algunas modificaciones relevantes como las obras hidráulicas, hasta la mitad del siglo XX.

Figura 13: Modelo territorial del Aljarafe a principios del siglo XX (según las series históricas del Mapa Topográfico Nacional).

Fuente: Elaboración propia a partir de Instituto Geográfico Nacional, 1918

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NOTAS AL CAPÍTULO 8 115 Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio, 2009a, p. 95 116 No hay que olvidar una parte excepcional pero significativa de casas

nobiliarias que adaptan sus modelos de propiedad, explotación y capitalización de la tierra desde las tradicionales mentalidades señoriales y rentistas propias del Antiguo Régimen a los nuevos esquemas liberales, propios de la burguesía capitalista. Véase GAMERO ROJAS, Mercedes. Explotación agraria y comercialización en el campo sevillano. 1778-1841 (Estudio de un latifundio de la Casa de Alba) (p. 287-352); PARIAS SÁINZ DE ROZAS, María. Estudio de economía sevillana en la época de expansión (1826-1857). Análisis de la contabilidad agraria de la Casa marquesal de La Motilla (p. 353-420). Todas in Archivo Hispalense: revista histórica, literaria y artística, 1980, tomo LXIII, nº 193-194.

117 Lazo Díaz, 1970, p. 147 118 Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio, 2009a, p. 81 119 Parias Sainz de Rozas, 1989. 120 Las cifras que recoge la Reseña geográfica y estadística de España

(Dirección General del Instituto Geográfico y Estadístico, 1888) para finales del s. XIX podrían ilustrar esta especialización productiva en la que adquiere importancia la superficie de olivar. Sin embargo el hecho de que en la suma de los términos municipales de Castilleja de la Cuesta, Castilleja de Guzmán, Gines, Santiponce, Tomares (con San Juan de Aznalfarache) y Valencina de la Concepción no se registre una sola hectárea de olivar, por poner un ejemplo, desaconseja el uso de dicha fuente estadística.

121 Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio, 2009a, p. 120-122 122 Delgado Bujalance, 2004, p. 141 123 Pineda Novo, 1980; Delgado Bujalance, 2004 124 Delgado Bujalance, 2004, p. 304 125 Las transformaciones territoriales objeto de la política hidráulica en

Sevilla y su entorno se analizan con detalle en Moral Ituarte, 1991.

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9. A modo de recapitulación Todo el proceso de constitución histórica del territorio del

Aljarafe expuesto en las anteriores líneas se ha desarrollado a partir de la interpretación historiográfica de los textos y la diversa bibliografía disponible hasta la actualidad. Ello implica un ejercicio de cautela académica debido a la multitud de lagunas y ambigüedades a las que la investigación histórico-geográfica debe hacer frente, mayores cuando más se retrocede en el tiempo. Más si cabe considerando otras muchas obras de segundo orden, relativamente interesantes, que no han sido consultadas por cuestiones de espacio. Con todo, se puede elaborar una síntesis que reúna los principales fenómenos y procesos con que se han constituido las estructuras y los sistemas territoriales en el Aljarafe, que ayudan a explicarlos, así como los principales episodios o etapas históricas en las que se insertan. A continuación se describen resumidamente estos fenómenos explicativos, más o menos constantes en el tiempo, aunque variables en forma y signo entre periodos:

— De un lado, hay que considerar los condicionantes

físico-ambientales determinantes en este espacio, en particular (debido a su naturaleza geomorfológica como meseta miocena) la fertilidad de la tierra, las elevaciones que suponen las cornisas y la presencia de dos importantes ejes fluviales como son el río Guadalquivir y el río Guadiamar. Este territorio no se explica sin su especial aptitud agronómica, pues ha sido base de su ocupación desde la prehistoria y un leitmotiv en su desarrollo. A su vez, la diferencia de altitud entre la meseta y los terrenos bajos y llanos de la depresión ha facilitado la implantación de los primeros asentamientos, muchos de los cuales se han

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mantenido en el tiempo. Y esto también explicado por la presencia, al pie de dichas cornisas, de dos ejes fluviales que han funcionado, gracias a su navegabilidad, más que como un mero abastecimiento de agua.

— A partir de los asentamientos primitivos, este sistema

se ha constituido desde entonces heredando los modelos anteriores. Cada periodo histórico, cada nueva civilización ha adaptado su red de asentamientos a la que ya existía previamente. Romanos, visigodos, musulmanes, cristianos... se implantan en el territorio sobre los núcleos, fortificaciones, aldeas y unidades de explotación agrícola que encuentran a su llegada. Con todo, se puede hablar de excepcionales implantaciones ex novo, como es el caso de Itálica (que si bien podría haberse fundado sobre un asentamiento previo, también representa, sintomáticamente, el mejor ejemplo del colapso de un núcleo que se acaba por abandonar). Igualmente la red de comunicaciones se mantiene constante a lo largo del tiempo, aunque con variaciones y adaptaciones tecnológicas. La red de caminos que articula el interior de la meseta aljarafeña y conecta esta con el exterior se mantiene tras siglos prácticamente sin solución de continuidad. El Guadalquivir, como eje fluvial, también es un recurso utilizado por las distintas civilizaciones que han poblado este espacio. Tan sólo algunas rutas e itinerarios acabarán por abandonarse (caso del eje fluvial del río Guadiamar), una vez que no son transitables o se han desplazado los nodos de los que originariamente dependían.

— Un caso particular de esta continuidad lo forman los

distintos modelos de explotación agrícola básica. Las villaes romanas, las alquerías hispanomusulmanas y los posteriores cortijos y haciendas mantienen una trayectoria heredada, al menos, en su localización geográfica y en sus funciones como ejes de la propiedad, la explotación y la

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transformación agrícolas. Si bien la actual hacienda olivarera es, en su morfología arquitectónica, un resultado del siglo XVIII, sólo puede entenderse como el producto de una evolución en la que ha ido adquiriendo sus cualidades funcionales a partir de los periodos históricos y económicos previos.

— Todo este sistema de asentamientos, sin embargo, se

ha ido modulando mediante procesos de concentración y dispersión del poblamiento, en estrecha relación (no siempre directa) con fases de crecimiento o disminución del volumen de población. Por tanto, a partir de un esquema donde se conservan los núcleos mayores y menores de población (núcleos urbanos, fortificaciones, aldeas y unidades básicas), según las épocas o bien estos se han concentrado para formar uno a partir de varios, lo que da origen a abandonos y despoblados, o bien se ha generado una dispersión y atomización del poblamiento, en múltiples unidades más pequeñas. El periodo imperial romano o el califal parecen conocer una alta densidad de población distribuida de forma muy dispersa entre unos pocos núcleos principales y una multitud de asentamientos agrícolas rurales. Ahora bien, partiendo de estos escenarios de alta dispersión, el Aljarafe se ha ido constituyendo en un proceso temporal más o menos constante tendente a la concentración de la población en pocos núcleos. Sucede así tras la caída del imperio romano y desde la ocupación castellana, independientemente de las cifras generales de población. Pese a toda esta tendencia a la concentración, el Aljarafe se caracteriza por ser uno de los espacios que ha conservado un poblamiento más disperso, al menos, de todo el contexto andaluz, en claro contraste con su entorno inmediato (las campiñas del valle del Guadalquivir).

— Esta comarca ha estado históricamente orientada

hacia la producción y la exportación de bienes agrícolas,

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gracias a su aptitud agronómica. Es por ello que se trata de un territorio cuyo ecosistema natural originario ha sido profundamente transformado, con alternancia de distintos tipos de cultivos y aprovechamientos, aunque con un predominio marcado y continuado de la tríada mediterránea: cereal, olivar y vid. Las coyunturas económicas y culturales de cada periodo han favorecido más a unos aprovechamientos frente a otros, como es el caso, por ejemplo, de la abundancia de la higuera en época musulmana, el mayor peso relativo que adquieren los usos ganaderos y forestales bajo el dominio castellano o la drástica reducción del viñedo tras la pandemia de filoxera. El olivar como cultivo predominante por encima del resto no ha caracterizado a la comarca más que en algunos periodos. Así, con certeza sólo se puede hablar de una comarca ante todo olivarera desde el siglo XIX, a raíz de la especialización productiva que tiene lugar aquí como en muchos otros espacios de base agrícola con la llegada del nuevo paradigma productivo de corte liberal. Las referencias escritas a un Aljarafe hispanomusulmán eminentemente olivarero son buena muestra del importante papel de este cultivo en aquel momento, aunque también son, ante todo, representaciones literarias que habrá que manejar con prudencia.

— Otro de los factores que ha determinado el desarrollo

histórico de la comarca hay que buscarlo en Sevilla: como núcleo de población principal, como puerto fluvial y como sede "capitalina" de las distintas entidades jurídico-administrativas que han organizado toda la región. Al menos desde la Antigüedad, una vez que esta ciudad adquiere rango de cabecera regional, el Aljarafe ha funcionado en muchos sentidos por y para Sevilla, como su hinterland inmediato o como su "despensa" alimentaria. La producción agrícola encuentra en la ciudad hispalense un centro de consumo principal. A su vez, los bienes que son

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objeto de exportación (aceite, aceitunas, vino, frutas...) lo hacen por vía de su puerto fluvial, más aún a partir del desarrollo del comercio con el continente americano desde el s. XVI. El devenir de Sevilla y del Aljarafe está, pues, estrechamente vinculado, en una relación que con el tiempo acabará por manifestarse en la forma de un esquema metropolitano de centro-periferia.

—Como espacio con unas altas cualidades fruto de su

bonanza agronómica y su situación próxima a Sevilla, la comarca ha sido, no sin excepciones, objeto de interés preferente en los repartos de posesión de la tierra, lo que ha caracterizado su estructura de propiedad. Las transformaciones en este régimen de la propiedad con la llegada de un nuevo periodo histórico han convertido a los predios y las explotaciones del Aljarafe en elementos de interés preferente, caso del ejemplo paradigmático del repartimiento castellano. Con posterioridad, la absorción señorial de la tierra y su jurisdicción en los siglos XVI y XVII, o la posterior incorporación de la burguesía urbana como interesada propietaria rústica de haciendas y cortijos, también dan ejemplo de lo atractivo que ha sido la posesión de tierras en el Aljarafe. El cuadro 6 muestra, por su parte, un esquema diacrónico

conceptual en el que se han recogido los principales periodos históricos en el Aljarafe, con especial atención a algunos de los fenómenos y circunstancias que en cada momento han determinado todo este proceso de constitución histórica y territorial.

PERIODO HISTÓRICO ASPECTOS Y FENÓMENOS CARACTERÍSTICOS

Prehistoria y protohistoria

— Existencia de una primitiva estructura territorial coherente con un peso importante de la meseta aljarafeña con respecto a su entorno.

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PERIODO HISTÓRICO ASPECTOS Y FENÓMENOS CARACTERÍSTICOS

— Las cornisas este y oeste, junto con los estuarios de los ríos Guadalquivir y Guadiamar estructuran el sistema de asentamientos.

— Asentamientos calcolíticos de Valencina de la Concepción y Castilleja de Guzmán: centro territorial de un espacio más amplio.

Periodo romano

— Se heredan las estructuras territoriales precedentes y se fortalece el poblamiento (binomio urb-ager).

— Implantación de un modelo económico basado en la explotación agrícola mediterránea (tríada), articulado en torno a la villae como centro de explotación.

Periodo tardorromano y visigótico

— Se conservan las estructuras aunque se concentra el poblamiento ante el descenso demográfico (despoblados) y el debilitamiento económico.

— Adopción de modelos defensivos como torres, fortificaciones y murallas en los principales núcleos de población.

Periodo islámico

— Aumento de la población y del poblamiento sobre el anterior sistema de asentamientos.

— Estructura jurídico-administrativa basada en el iqlīm: cuatro núcleos fortificados (los actuales San Juan de Aznalfarache, Coria del Río, Sanlúcar la Mayor y Aznalcázar) jerarquizan el sistema urbano; articulación del espacio rural por medio de una densa red de asentamientos agrícolas (alquerías).

— Reconocimiento explicito de la comarca del Aljarafe, que adquiere un topónimo propio (al-Šaraf), y es valorada positivamente en las representaciones literarias.

— Importancia del olivo (y la higuera) en la economía agrícola, orientada a la exportación.

— Mayor interdependencia económica y geográfica con Sevilla (e.g.: puente de barcas de Abu Yaqub Yusuf en 1171).

Baja Edad Media (conquista castellana)

— Reordenación de la propiedad sobre una estructura fundiaria preexistente. El Aljarafe es objeto de los mejores repartos (donadíos y heredades).

— S. XIII y XIV: Retroceso de la población (crisis demográfica) y concentración del poblamiento en los asentamientos mayores

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PERIODO HISTÓRICO ASPECTOS Y FENÓMENOS CARACTERÍSTICOS

(territorio aún fronterizo).

— S. XV: Recuperación demográfica.

— S. XV: Restructuración de los aprovechamientos agrícolas: sustitución del monocultivo olivarero por un sistema tríade más equilibrado. Aumento de los usos ganaderos y forestales.

— Régimen de propiedad complementario: propietarios de minifundio funcional de base vitícola / latifundio olivarero y cerealístico en régimen mixto de arrendamiento y explotación directa.

Edad Moderna

— Consolidación del Aljarafe como hinterland de Sevilla (que se convierte en eje comercial entre Occidente y América).

— Absorción señorial de la tierra y su jurisdicción en el Aljarafe ("Estado de Olivares").

— Definitiva consolidación de la estructura de asentamientos, por concentración de la población en los núcleos mayores (últimos despoblados).

— Se fijan los modelos arquitectónicos de las explotaciones agrícolas como hoy se conocen: la hacienda olivarera, junto al lagar y el cortijo. Aún se conserva cierta diversidad funcional (haciendas con almazara, lagar y tahona).

Siglos XIX y XX

— Transformaciones económicas y sociales sobre una base territorial ya consolidada.

— Especialización productiva fruto de la incorporación de la burguesía al mercado y la explotación de la tierra: edad de oro del olivar aljarafeño.

— Inicios del fenómeno metropolitano: deslocalización de la (escasa) actividad industrial hacia los núcleos de San Juan de Aznalfarache y Camas; aparición de las primeras viviendas obreras.

— Desarrollo de nuevas infraestructuras: el ferrocarril y las obras de transformación hidráulica del río Guadalquivir y su puerto.

Cuadro 6: Esquema diacrónico de los principales periodos en la construcción histórica del territorio del Aljarafe.

Fuente: Elaboración propia

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En suma, el Aljarafe es hoy una parte sustancial de la

metrópolis sevillana, cuyos paisajes son resultado en gran medida del carácter propio de una aglomeración urbana, condicionados por el acelerado crecimiento urbanístico (en especial del suelo residencial, de las infraestructuras y de las superficies terciarias) y la fragmentación física y perceptiva de las fisonomías y las funciones propias de este espacio geográfico126. Sin embargo, este modelo territorial contemporáneo se ha desarrollado sobre formas, estructuras y significados subyacentes, constituidos secularmente y aún presentes y perceptibles de manera significativa en el paisaje aljarafeño. No se trata de dos realidades limítrofes espacialmente separadas la una de la otra. El territorio del Aljarafe tradicional, —que ha sido abordado a lo largo de esta obra— y el territorio del Aljarafe metropolitano y contemporáneo, son dos modelos de organización espacial simultáneos en el tiempo y coincidentes en un mismo espacio, aunque distintos en sus organización interna, en su apariencia exterior y en su relación con Sevilla, la ciudad central. Son, al fin y al cabo, distintas formas de aproximarse e interpretar una misma realidad territorial.

NOTAS AL CAPÍTULO 9 126 La realidad contemporánea del Aljarafe metropolitano se aborda en

detalle en GARCÍA MARTÍN, Miguel. Transformaciones territoriales recientes en el Aljarafe sevillano: de la vocación rural a la integración metropolitana. Cuadernos Geográficos, 2014, nº 53 (2), p. 25-53.

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