EJERCICIOS ESPIRITUALES MISIONERAS HIJAS DE LA PURÍSIMA VIRGEN MARÍA

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1 EJERCICIOS ESPIRITUALES MISIONERAS HIJAS DE LA PURÍSIMA VIRGEN MARÍA CD OBREGÓN, SONORA. SEMANA SANTA: 1º al 8 de ABRIL de 2012 HORARIO INTRODUCCIÓN La novedad de los Ejercicios Espirituales no está en el tema, en el método, en las citas bíblicas, en las explicaciones del acompañante, en los materiales que se proponen para el trabajo... La novedad está en la vida de cada uno, en el corazón de cada uno. Por eso hay que traer la vida para confrontarla con el Señor y en este caso particular, para confrontarla con lo que me pide la Iglesia en mi formación. Por eso puede servir hacer una revisión de nuestra vida desde… (Señalemos algunas perspectivas desde las cuales hay que confrontarnos). Un año desgasta, se puede ir perdiendo, poco a poco, el rumbo, hay cansancio... Lo que no son los ejercicios: No se trata de un "retiro"; éste es sólo un aspecto, el marco en el que se realizan los Ejercicios. No son "sermones" u "homilías"; éstos se tienen en la Misa. Tampoco son clases de Catecismo o de Teología. No son "conferencias” o "charlas" que deben escucharse. No consiste en una actividad del director de los Ejercicios sino fundamentalmente de los ejercitantes. Finalmente, tampoco se trata de conocimientos nuevos sino de profundizar aquellos que ya tenemos. Lo que sí son los ejercicios: El nombre de "Ejercicios" le viene por la semejanza que éstos tienen con los ejercicios físicos. Dirá San Ignacio al comienzo del libro de los Ejercicios Espirituales en la primera anotación: por este

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EJERCICIOS ESPIRITUALES MISIONERAS HIJAS DE LA PURÍSIMA VIRGEN MARÍACD OBREGÓN, SONORA.

SEMANA SANTA: 1º al 8 de ABRIL de 2012

HORARIO

INTRODUCCIÓN

La novedad de los Ejercicios Espirituales no está en el tema, en el método, en las citas bíblicas, en las explicaciones del acompañante, en los materiales que se proponen para el trabajo... La novedad está en la vida de cada uno, en el corazón de cada uno. Por eso hay que traer la vida para confrontarla con el Señor y en este caso particular, para confrontarla con lo que me pide la Iglesia en mi formación. Por eso puede servir hacer una revisión de nuestra vida desde… (Señalemos algunas perspectivas desde las cuales hay que confrontarnos). Un año desgasta, se puede ir perdiendo, poco a poco, el rumbo, hay cansancio...

Lo que no son los ejercicios: No se trata de un "retiro"; éste es sólo un aspecto, el marco en el que se

realizan los Ejercicios. No son "sermones" u "homilías"; éstos se tienen en la Misa. Tampoco son clases de Catecismo o de Teología. No son "conferencias” o "charlas" que deben escucharse. No consiste en una actividad del director de los Ejercicios sino

fundamentalmente de los ejercitantes. Finalmente, tampoco se trata de conocimientos nuevos sino de profundizar

aquellos que ya tenemos.

Lo que sí son los ejercicios: El nombre de "Ejercicios" le viene por la semejanza que éstos tienen con los ejercicios físicos. Dirá San Ignacio al comienzo del libro de los Ejercicios Espirituales en la primera anotación: por este nombre, exercicios spirituales, se entiende todo modo de examinar la consciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y de otras spirituales operaciones, según que adelante se dirá. Porque así como el pasear, caminar y correr son exercicios corporales; por la mesma manera, todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima, se llaman exercicios spirituales.

Disposición fundamental Dice San Ignacio: [EE5] “Al que recibe los ejercicios, mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad”. Grande ánimo: siempre suceden cosas extraordinarias en Ejercicios Espirituales, y esto por la sencilla razón de que Dios es Dios. Y Dios hace obras grandes en nosotros con tal de que nosotros no le pongamos obstáculos. Por eso tener grande ánimo es saber que Dios quiere hacer cosas grandes en nosotros y por nosotros. Por

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tanto no negarle nada a Dios. Liberalidad: es generosidad con Dios. Generosidad en la oración... dedicarle todo el tiempo, no ser mezquino... Grandeza de alma que debe amar... Generosidad en tener paciencia. Ser generosos en la confianza, en la infinita misericordia de Dios. Generosidad en la penitencia. Generosidad en la guarda del silencio (recogimiento), actitud de escucha interior. Hay algo que Dios nos quiere decir... por eso hay que hacer silencio. No hay que perder el tiempo.

Actitudes necesarias para mirar la vida:

Una actitud de acogida ante la realidad. En ella nos habla el Señor y nos puede pedir cosas nuevas cada día. Si maquillamos la vida, no escuchamos la voz del Señor.

Una actitud de fe, que reconoce los llamados de Dios en nuestra vida personal, comunitaria, social. Dios nos habla a través de todos los acontecimientos.

Una mirada múltiple, que sabe que toda realidad puede ser mirada desde distintos ángulos. No podemos cerrarnos en una posición, sino abrirnos a otras miradas.

Una mirada atenta a los prejuicios que muchas veces deforman nuestra visión de la realidad, de las personas que nos rodean, de nosotros mismos…

Una mirada de discernimiento para reconocer lo que nos hace crecer y lo que nos hace daño, apartándonos de los caminos de Dios.

¿Cómo vengo? ¿Cómo me encuentro? En los Ejercicios Espirituales, haremos un alto en el camino para encontrarnos con Jesús, con nosotros mismos y con nuestro mundo. En estos Ejercicios, nos situamos en la realidad presente, aquí y ahora; retomamos el pasado, nuestra historia personal, experiencias, y caminamos hacia el futuro con nuestra propia identidad, para dar cuenta de nuestra esperanza cristiana. “Den gloria a Cristo, el Señor, y estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza a todo el que les pida explicaciones .” (I Pe 3,15). El Señor nos busca cada día: ¿Dónde estás? ¿Dónde está tu hermano? El Señor nos habla hoy, siempre en el presente, no en el pasado, ni en el futuro. No dejemos pasar al Señor que nos llama, ni dejar lo que podamos hacer hoy para mañana. ¿Qué experiencias he tenido de darle largas a las cosas importantes?

“Para mi verdad no tengo tiempo,se lo doy a los otros sin pensarlo;y cuando quiero dar algo a lo mío,el reloj me recorta mi entusiasmo.

‘Mañana sí, mañana veré esto’,cuántas veces he dicho y no lo hago.Y mientras fuera enciendo luminarias,la sombra, en mi interior se va acentuando.

‘Mañana’... la promesa traicionera, mezcla de cobardía y desencanto.A tientas casi, vivo en mi conciencia.¿Cuándo abriré ventanas? ¿Cuándo, cuándo?

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El miedo, la pereza, la desidia o los apegos nos encierran y paralizan. Abramos puertas y ventanas, Dios nos llama a peregrinar en la vida. Abramos nuestro corazón como María, quien llena de fe y confianza exclamó: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu voluntad. (Lc 1,38). Salgamos al encuentro de Jesús quien nos espera para aligerar nuestras cargas y darnos la felicidad.

“Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.” (Mt 11,28-30).

Ejercicios Espirituales - san Ignacio de Loyola: Alma de Cristo (ver presentación ppt)

Quizá tus problemas sean problemas del alma, es decir, problemas de falta de aliento, de estancamiento en la vida espiritual. Problemas de cansancio, problemas de mediocridad. Entonces tendrás que decir: Alma de Cristo, santifícame.

Quizá tus problemas son problemas de cuerpo. Sientes tu cuerpo como estorbo, como dificultad. Sientes en ti la contradicción entre lo que quieres y lo que haces; entre tus deseos y tus realidades. Constatas en tu cuerpo la falta de fuerzas, las limitaciones físicas, la falta de paz y de armonía; la falta de aceptación de ti mismo. Entonces tendrás que decir: Cuerpo de Cristo, sálvame.

O son los tuyos problemas de tibieza, de demasiado cálculo en tu vida, de egoísmo; de sentir que no eres malo, pero tampoco bueno. Que te falta generosidad; que te falta mayor compromiso con algo serio; que te falta entrega; que vives calculada y cerebralmente; que eres demasiado frío. Entonces tendrás que decir: Sangre de Cristo, embriágame.

O tu problemas es, sencillamente, el pecado. Tus pecados, tus faltas. Tus caídas una y otra vez lo mismo. Problemas de malos hábitos que te condicionan. Problema de tu mentira, de la mentira de tu vida. Problema, quizá, de tu pasado; de un pasado al que te sientes atado y sin poder liberarte de él. Quizá te sientes sucio; quizá te sientes falso. Entonces tendrás que decir: Agua del costado de Cristo, lávame.

O son los tuyos problemas de dolor, de dificultades, tanto exteriores como interiores. Tus sentimientos, que no puedes controlar. Tus miedos, tus aburrimientos, tus tristezas... O tus dificultades exteriores, que te vienen de los otros. De los otros, a quienes no puedes cambiar. De tu miedo a sufrir. De no querer salir de tu comodidad, fácil y conocida. Entonces tendrás que decir: Pasión de Cristo, confórtame.

O problemas de oración. Quizá precisamente tu mayor problemas sea ése: que tu misma oración se ha vuelto para ti un problema. Porque

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no crees del todo. No crees a fondo. Porque no sabes rezas. Porque no sientes que Jesús te escuche. Entonces tendrás que decir: Oh buen Jesús, óyeme.

O problemas por tu falta de interiorización, de tu superficialidad. Sientes que vives sin profundidad. Que estás demasiado condicionado por las circunstancias; que vives a salto de mata, sin coherencia, que vives demasiado hacia fuera. Entonces tendrás que decir: Dentro de tus llagas escóndeme.

O son problemas de afectividad espiritual. Ves claras las cosas, pero no sientes ese empuje afectivo que necesitas para realizarlas. Tienes fe; pero una fe demasiado fría, demasiado racional. Te falta la Persona, te falta el Amigo Jesús, que es quien da calor y sentido a tu vida. Y tal vez recuerdas tu pasado, en donde le sentías más cercano. Y tal vez te das cuenta de que te has ido alejando de Él. Y te has ido quedando en un cristianismo impersonal: sin la Persona de Jesús. Entonces tendrás que decir: No permitas que me aparte de Ti.

O, bien, tus problemas no son problemas tuyos, sino de tu circunstancia. Sientes el mal, no sólo dentro de ti, sino alrededor de ti. Sientes la tentación del mal. Sientes a los demás aprovechándose en el mal. Te sientes rodeado por el egoísmo de otros y te da miedo “hacer el primo”. Ves que cada uno va a lo suyo. Sientes que hay que espabilarse en esta vida, porque todo está montado ya en el mal, en el prestigio, en el poder, en el tener; y que tú eres débil. Entonces tendrás que decir: Del maligno enemigo defiéndeme.

O, quizá has estado cerca de la muerte, o al palparla cotidianamente has podido percibir algo así como el problema del sin-sentido de la vida, que te lleva a una serie de dudas sobre el más allá y de cuestionamientos sobre el porqué vivimos si tenemos que morir. Sientes la necesidad de un porqué y un para qué vivir, de una misión en la vida y un llamado a la vida definitiva. Es bueno decirle: En la hora de mi muerte, llámame… ¡y mándame ir a Ti!

Por tanto, esta oración que San Ignacio puso al comienzo de los Ejercicios es la que tiene que darte el clima y el tono en que en que se van a mover estos ejercicios para ti. En estos ejercicios, pide y busca lucidez, porque es una oportunidad de llegar en profundidad a tus auténticos problemas. Tus problemas reales y concretos. Pero también actitud de oración. Porque no se trata de hacer sicología. No se trata de hacer un diagnóstico mejor o perfecto de lo que tú eres o de tus problemas. Se trata de acoger qué quiere Dios de ti y cómo eres en medio de esos problemas, en medio de tu, limitación e impotencia, … Sabiendo que sólo Dios salva, y que Él tiene un querer, que te quiere comunicar algo, para la salud de tu alma y el bien de otros con los que tú te relacionas…

Para que con tus Santos te alabe, por los siglos de los siglos… Amén!

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LUNES SANTO

ORACIÓN:

ORACIÓN PARA PEDIR LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo es el amor de Dios que habita en nuestros corazones y nos impulsa a amar como Jesús ama… Ven, Espíritu Santo.

Para que podamos sentir y gustar la presencia activa de Dios en nosotros y por medio del discernimiento conozcamos y cumplamos su voluntad... Danos el don de SABIDURÍA

Para que penetremos en la profundidad del mensaje evangélico y así podamos conocer íntimamente a Jesús, amarlo, seguirlo e imitarlo en el servicio... Danos el don de ENTENDEMIENTO

Para que podamos tomar decisiones libres, responsables y autónomas... Danos el don de CONSEJO

Para que sintamos la fuerza de Dios y seamos capaces de cumplir nuestros compromisos cristianos en medio de las dificultades... Danos el don de FORTALEZA

Para que veamos y encontremos a Dios en todas las cosas y las orientemos hacia Él, poniéndolas al servicio de los más necesitados... Danos el don de CIENCIA

Para que nos sintamos siempre hijos e hijas de Dios y hermanos y hermanas de toda la humanidad en su Hijo Jesús y su Madre María... Danos el don de PIEDAD

Para que venzamos el mal haciendo el bien y para que respetemos a Dios presente en todas las criaturas... Danos el don de TEMOR DE DIOS

Oh, Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, concédenos con el auxilio de tus dones, responder eficazmente a los grandes retos que tenemos en nuestros días y así cumplir tu santa voluntad. Por Cristo nuestro Señor... AMEN

1. TODO INICIA EN NUESTRA VIDA BAUTISMAL. Presentación en PPT: “rememorando mi propio bautismo”…

2. CON EL CORAZÓN VUELTO HACIA EL PADRE

Basado en: EL CORAZÓN DE CRISTO de Jean Galot

Queridas Hermanas, leyendo este escrito del Padre Jean Galot, se me ocurrió que podíamos hacer una meditación sobre la vida consagrada como una invitación, un

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llamado, una vocación a vivir como Cristo Jesús: con el “CORAZÓN VUELTO HACIA EL PADRE”. Me parece que, después de todo, aquí está la esencia de la vida cristiana y, por lo tanto, con mayor razón, la esencia de la vida religiosa.

Si la vida religiosa se caracteriza por un seguimiento radical de Jesús, entonces se tiene caracterizar por el esfuerzo de vivir como él vivió, y él vivió con EL CORAZÓN VUELTO HACIA EL PADRE.

En el discurso sobre el pan de vida, en Jn 6, 57, dice Jesús: “Yo vivo del Padre”. Así también la vida consagrada, ha de ser un continuo decir: “Yo vivo del Padre”. La persona consagrada ha de vivir con el corazón vuelto al Padre, como Cristo. Así como en Cristo Jesús hay como una obsesión, una idea fija que polariza todos sus pensamientos y sentimientos: el Padre, esa ha de ser la obsesión, la idea fija en el corazón de un consagrado, de una consagrada. Si el corazón de Cristo, es ante todo, un corazón de Hijo, así, el corazón de la persona consagrada, ha de ser ante todo, UN CORAZÓN FILIAL, un amante corazón filial.

Todo el evangelio de San Juan nos muestra que Jesús vive del amor a su Padre, que ese amor constituye la base de toda la aventura terrestre de su Encarnación, el centro de sus reflexiones y acciones… que por el Padre y para su gloria (la gloria del Padre) Jesús vino al mundo… pues esto es lo que está llamada a ser la vida religiosa: vivir del amor al Padre y que ese amor sea la base de toda la aventura del vivir consagrado… todo ha de ser por el Padre y para su Gloria.

Volvamos a la expresión de Jesús: “Yo vivo del Padre”. La expresión puede tener dos sentidos, según el Padre Galot. Uno: para el Padre… Cristo vive para el Padre, en una entrega total a su causa… esta significación pertenece, sobre todo, al campo psicológico, es decir, el Padre como el fin que Cristo se propone, la persona a cuyo amor consagra sus fuerzas. Habría que preguntarnos qué tanto, a semejanza de Cristo, hacemos que nuestra consagración tenga como único fin la persona del Padre, la persona a cuyo amor consagramos enteramente nuestras fuerzas… Dos: “Yo vivo del Padre” quiere decir, también, vivo por su causa, en un sentido más ontológico y biológico. El Padre es el fundamento y el manantial de donde deriva en todo instante la vida de Jesús. Vive en virtud de la vida recibida del Padre… aquí, la perspectiva ontológico-biológica y la perspectiva psicológica se enlazan, no va cada una por su lado… la vida se eleva al nivel del amor, y el amor se hace hondo como la vida… relación vida-amor.

Por tanto, así como Jesús vive no sólo por sino para su Padre, así la vida religiosa, la vida consagrada se hace no sólo un vivir por Dios, sino que con la misma intensidad ha de ser un para Dios, un para el Padre, que es amor. Para Jesús, vivir del Padre es vivir una existencia humana porque el Padre lo ha querido y ha enviado a su Hijo al mundo…. Vivir del Padre es, pues, recibirse a cada instante de sus manos, en una aceptación integral. Y es asimismo no tener otro objetivo en su vida que el Padre, ni otro ideal que sus deseos… Jesús va del padre al Padre: viene de Él y camina hacia Él… pues este ha de ser el itinerario de una vida consagrada…

Cristo Jesús había amado tanto a su Padre y se había conformado tan perfectamente a Él, que un extranjero distinguía en su rostro y su clamor de moribundo la figura y la voz eterna de Dios… “En verdad éste hombre era hijo de Dios” Mc 15, 39

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Jesús, Hijo de Dios, guardó muy bien ese tesoro de su corazón filial. Supo mantenerlo en secreto y no lo manifestó sino con discreción… Llevaba con orgullo ese apelativo de “Hijo de Dios”, pero prefiere dejarlo en la sombra y la penumbra y, en su lugar, se autodesigna misteriosamente como “Hijo del hombre”… presentándose abierta y explícitamente como Hijo de Dios, corría el riesgo de retraer a sus oyentes en vez de atraerlos…

De allí la necesidad que tenemos de detenernos un poco en la consideración de los encuentros que Cristo Jesús tenía con el Padre. Y lo primero que se señala es lo siguiente: lo que hace más fuerte y dramático el amor de Cristo a su Padre es la parte de recuerdo que en él se hace presente: “salí del Padre y vine al mundo” … por eso, para comprender su corazón hay que remontarse hasta el Verbo… “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios”. El Hijo estaba vuelto hacia el Padre en la unión más completa. Desde toda la eternidad no se adhería a sí mismo, sino al Padre, con amor infinito, en abrazo inseparable.

Toda la fuerza de un amor eterno se agolpa a las puertas del corazón humano de Jesús. La presencia de la intimidad celestial orienta todos sus sentimientos hacia el Padre, le pone en tensión hacia Él. Ello nos ayuda a vislumbrar, de lejos y un poco, con qué ardor Cristo gusta de hallarse aquí abajo en compañía de su Padre … quiere estar en las cosas de su Padre… A Jesús le embriaga captar y sentir esa presencia adorable … Por esa razón, todo le habla del Padre, de su grandeza y de su bondad. Aun los más humildes seres llevan en sí la inmensidad del amor divino.

Jesús conoce tan bien al Padre y no busca nada más sino a Él… le encuentra inmediatamente en cada pormenor del universo… y más profundo es todavía su gozo al encontrar al Padre en los hombres, especialmente en el rostro de los niños.

El evangelista San Lucas nos dice que Jesús se siente estremecido de gozo en el Espíritu Santo y se desborda al encontrarse con la bondad paterna: «En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien”» Lc 10, 21. “Abbá”, ¡Padre! El Espíritu lanzo ese clamor desde el corazón mismo de Jesús… y él mismo nos dice el motivo profundo de esa exclamación: «Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» Lc 10, 22.

Y ese corazón filial, tan sensible a los toques paternos a través de las cosas y de los hombres, pone de relieve la viveza del padecimiento que constituyó para Él, en la pasión, el abandono y desamparo del Padre. «Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: "Elí, Elí, lemá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"» Mt 27, 46.

Un corazón que siempre ha estado lleno del Padre y ha sacado de Él la sustancia de sus pensamientos, la fuerza de su acción, el desarrollo de sus emociones y sentimientos, se halla, en medio de la más escalofriante prueba, vaciado de repente de ese Padre tan amado, como si repentinamente todo su mundo interior se desplomara, como si perdiera el apoyo sobre el que descansa toda su vida, como si un abismo se abriera allí donde

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siempre ha habido plenitud. El desamparo del Padre es la gran tortura de Cristo, incomprensiblemente más aguda que todos los demás dolores físicos y morales. De ella proviene la hora de las tinieblas.

Y, sin embargo, en medio de este desgarramiento íntimo, verdaderamente trágico, la unidad con el Padre se mantiene íntegra. En esta prueba suprema el Padre mora en Cristo más firmemente que nunca, de suerte que el momento del desamparo más terrible es igualmente el momento de la unión más invencible e indecible.

Nunca hubiéramos creído posible que Jesús pudiera sentirse desamparado del Padre. Pero lo más sorprendente es que esa separación coincide con la unidad más estrecha… de este modo, abre camino a muchas experiencias místicas, en que el alma se siente desolada por la ausencia de Dios precisamente cuando está más próxima a Él. Las tinieblas del Gólgota se perpetúan en esas noches en que corazones enamorados de Dios parecen llamarle en vano. El Señor se oculta en ellos para penetrarlos a fondo, se les esconde para adherirlos más firmemente a sí mismo, para tomar posesión de ellos. Sobre todo, Jesús abre camino a la experiencia cristiana de la prueba, mostrándonos cómo el amor se ahonda al máximo en el sufrimiento. En la hora en que el amor es más desgarrado y desgarrador, se hace más intenso y unitivo. Cuando el hombre sufre, adquiere conciencia de amar más auténticamente… Cristo nos hace ver que semejante sufrimiento no está fuera de lugar en el amor más noble y puro que pueda inflamar un corazón humano: su amor al Padre.

Pero hay más, Jesús no guarda para sí a ese Padre que es el móvil de toda su vida terrena: el Verbo ha tomado un corazón humano para poder comunicar con los hombres a Aquél a quien ama. El reino de Dios que viene a instaurar en la tierra, consiste en la extensión universal de la paternidad del padre. Si Jesús habla tan a menudo del Padre a sus apóstoles, si hace que le admiren, es porque, sencillamente, quiere dárselo.

APLICACIONES DE TODO ESTO A NUESTRA RELACIÓN CON EL PADRE EN NUESTRA EXPERIENCIA DE VIDA RELIGIOSA, DE VIDA CONSAGRADA…

3. EJERCICIO: EL SENTIDO DE MI VIDA

Las nuevas llamadas:¿Qué necesito yo para ser feliz?¿Vivo hoy con sentido? ¿sSy feliz con lo que vivo?¿Tengo ánimo en mi trabajo? ¿Cómo me presento ante los demás, ante mis hermanas?¿Cómo anda mi disponibilidad? Cuando empiezo a concederme ciertas libertades, a instalarme, a quejarme, cuando quiero probar todo... empieza a debilitarse en mí el sentido de la vida. Es necesario preguntarse ¿dónde pongo yo el sentido de mi vida?Tenemos que abrirnos a nuevas llamadas que el Señor nos está haciendo -"entremos más adentro en la espesura"-, superar la tentación de dejar el camino y quedarnos en el prado. Hay mucho que estrenar, hay un más de vocación y fidelidad que yo no he experimentado todavía. Ex 3,1: "Descálzate para entrar en la espesura de Dios"Jer 33,3: "Llámame y te responderé y te mostraré cosas grandes inaccesibles que desconocías"

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Es necesario dejar lo nuestro y entrar en la espesura de nuevas llamadas, actualizando la vocación.

Situaciones existenciales: Tono bajo de vida, que se nota en cierto cansancio existencial, en el aguantar e ir tirando, en estar como a la defensiva... Lc 24, 13 ss

Se responde con medida, casando el evangelio con criterios humanos. Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres! Mt 16, 21-23

Hch 20, 22-24; Hch 7, 20-40; Mt 16, 21 llamada de Jesús a aceptar la cruz Mc 9, 36-37 llamada de Jesús a aceptar ser los últimos Jn13, 9-11 llamada de Jesús a aceptar la mediación Lc 24, 13 ss llamada de Jesús a superar el derrotismo

Un ejemplo de vida Pascual: María, que configura su vida a través de varias llamadas.

El Espíritu Santo es la garantía de las nuevas llamadas.

Lectura complementaria: “Todos buscamos un para”

4. ADORACIÓN AL SANTÍSIMO

5. COMENTAMOS EL SIGUIENTE ARTÍCULO:

La mujer consagrada, Entre pertenencia y donPaola Moschetti

Paola Moschetti, nació en Roma en 1939, es Doctora en Letras de la Universidad La Sapienza. Vive en la Ermita Janua Cli de Grotte di Castro (Viterbo), dedicándose al estudio y a la oración. Como consagrada del Ordo virginum, ha presentado el carisma con el libro L'ordo virginum, germen de vida Cristiana (Siena 2000). Escribe para la revista "Consagración y Servicio" sobre temas de espiritualidad y en la redacción de "Tiempos del Espíritu". Donde las Paulinas ha publicado Magdalena de Pazzi, mística del amor, en colaboración con B. Secondin (Milán 1992), Perfección en contraluz (Milán 1998) y más allá de las virtudes (Milán 2000). Además, ha seguido una obra de escritos de S. Maria Magdalena de Pazzi, Venid a amar al Amor (Siena 1994) y es autora de Los Frutos del Espíritu (Bologna 1997). Ha colaborado con "Studium" de la Congregación para la Causa de los Santos en la biografía documentada de la Hna. Ambrogina di San Carlo, de aquí ha extraído el libro "Un amor fuerte como la muerte", libreria ed. Vaticana, 2002.

Original en ItalianoQualquier persona humana vive psicológica y espiritualmente bien cuando sus puntos de referencia están claros. El "estar bien" arranca del nivel psicológico y de allí alcanza a todas

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las demás facultades, implicándolas en su quehacer y llevándolas a veces más allá de sus límites. Somos seres en devenir y nuestra "suerte divina" puede hacer que nos encontremos ante horizontes que nos asombran: lo vemos en los santos.En la vida consagrada, el delicado equilibrio que lleva a la persona a vivir en plenitud se produce entre la conciencia de pertenencia al Señor, a la Iglesia, a una familia religiosa y la madurez humana de la cual nace el don de sí a los demás.Resulta fácil intuir cómo estas dos dimensiones de pertenencia y de don se expresan según modalidades y sensibilidades distintas. En este artículo queremos tratarlas con referencia a la mujer consagrada. Y cada cual las vivirá de manera única e irrepetible. Sin embargo, hay elementos comunes, una especie de etapas a través de las cuales nos sentimos radicadas en aquello que nos da vida y a la vez nos capacita para dar vida.Aunque parece que el sentido de pertenencia tendría que ser el primero, las dos dimensiones piden ser vividas vividas cada día de forma paralela para llegar a ser los dos contrafuertes que permiten mantenerse de pie. Ser del Señor nos lleva a ser más totalmente don y ser para los demás se convierte en el camino hacia una auténtica unión con Dios.Todo esto queda confirmado por la Palabra de Dios y por el magisterio de la Iglesia, que serán las fuentes de referencia a las que hemos de mirar, en la medida en que nos adentramos en la reflexión. Al movernos desde la pertenencia a Cristo y a la Iglesia, veremos que la existencia de la mujer que se entrega plenamente a Dios se expresa en el don de sí misma por amor, ese amor que habita en el secreto de cada mujer consagrada cuando dice su "sí" total a Cristo, porque El no está menos presente que un esposo humano y real que, amando realmente, logra suscitar la belleza de vivir en la existencia de su mujer.1."Tú me perteneces"En el secreto del corazón, cada mujer consagrada guarda el misterio de un encuentro con el Señor que ha dado a su vida nuevas orientaciones. Los ojos se han abierto ante la enigmática expresión: "Entienda el que pueda" (Mt 9,12). ¿Qué es lo que se ha entendido? Quizá, sencillamente, que no podíamos vivir sin Dios, buscado y deseado con un "corazón indiviso", es decir, un corazón incapaz de dejarse satisfacer por cualquier otro amor. El era el verdadero tesoro escondido, la perla preciosa que hace que quien la encuentra venda todo lo que tiene y la compre (Cfr. Mt 13,44-46).Empieza así la historia de la pertenencia total al Señor, que se inicia con el bautismo y luego asume una fisonomía de absoluto en la vida de consagración.Me siento conmovida por las estupendas intuiciones de Isaías dirigidas al pueblo de la Alianza:"No temas, porque te he rescatado,

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te he llamado por tu nombre: tú me perteneces" (Is 43,1)Y, una vez más, la palabra de los Profetas nos informa y nos asegura que toda la iniciativa viene de Dios:"Y Yo la volveré a conquistar,la llevaré al desiertoy hablaré a su corazón" (Os 2,16)Es la imagen que la tradición ha presentado siempre a quien busca una intimidad más profunda con el Señor, aunque esto conlleve pruebas, renuncias o "desiertos", por usar una metáfora clásica con la que se expresan los momentos duros del camino hacia una relación de trasparencia con Dios: el camino de la santidad.Y siempre con una imagen de los Profetas, he aquí la respuesta de la criatura a la iniciativa de Dios:"Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir" (Jer. 20,7)La expresión nos introduce en la mística esponsal que encuentra su fundamento en la realidad de Cristo Esposo y de la Iglesia Esposa. La mujer consagrada es una "icona" privilegiada de este misterio.La doctrina del Nuevo Testamento abre el camino al carisma de la virginidad, donde la sexualidad tiene un valor aunque no se ejerza, sino ofreciéndose. Es una propuesta que involucra a la persona desde lo alto - como a María - y le hace sentirse libre de responder o no con un fiat, pese a que la solicite.Sentir que vivimos como mujeres reclama la referencia y la dependencia de un Tú. Esta vez Cristo se ofrece a nuestra feminidad diciendo. "Tú me perteneces". Inicia así la historia de un amor destinado a implicar todos los niveles de la persona y al mismo tiempo a llevarla siempre más allá de sí misma: "Tú no me transformarás en ti... sino que tú serás transformado en

mí"1, decía el Maestro interior a San Agustín.

La renuncia al matrimonio, vivida sabiendo a lo que se renuncia, es un valor capaz de llevar a la mujer a vivir con sorpresa el sentido de ser mujer en todas sus expresiones. Y a hacerlo libremente, en una libertad que es tanto más profunda cuanto más se arraiga el ser en el Señor Jesús, como criatura nueva, conformada a El, sobre todo en la actitud de oblación ante el Padre, como respuesta a su infinito amor.Lo explicaba bien el Papa Pablo VI, en una fiesta litúrgica de la Presentación del Señor. "¿Qué es la oblación? Es la ofrenda que reconoce no solamente un derecho divino, sino que quiere además reconocer un amor divino hacia nosotros; y quiere responder a dicho amor, como puede, pero con un gesto de amor análogo. Es un acto reflejo, que asume significado de respuesta... Nuestra oblación significa, ante todo, que nos hemos percatado de este amor primigenio, que nos hemos dado cuenta del interrogante que encierra, hemos comprendido que Dios está a la espera en relación con nosotros, poniendo a prueba nuestra libertad, que nos formula una invitación a la que hay que dar respuesta, una respuesta de la que depende

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nuestro destino. Y de aquí nace nuestro fiat, nuestro sí,

religioso y cristiano".2

Y así el corazón, haciendo suyas las palabras del salmo, puede decir con autenticidad: "Y yo viviré para El"(Sl 21,30).2.En el seno de la IglesiaEnamorarse de Dios significa enamorarse de la Iglesia, misterio que alimenta toda vida cristiana. Sin embargo, resulta típico de la mujer consagrada sentirse animada por una auténtica pasión por todo lo eclesial, yendo más allá de los límites que a veces marcan negativamente el rostro de la Iglesia.

Pensemos en la gran figura de Santa Catalina de Siena, en quien el amor por Cristo se convierte en acogida de su Esposa mística, hasta el punto de dejar de distinguir si vive para uno o para otra. Y la persona del Papa es considerada, solamente

por la fe, como el "dulce Cristo sobre la tierra"3.

"Cristo y la Iglesia son la misma cosa", afirmaba con profunda intuición Juana de Arco. Y es constitutivo del amor querer descubrir de manera sencilla esa verdad frente a la cual la teología misma se cansa de dar razones. Se extrae con mayor facilidad de la experiencia y del lenguaje de los místicos.En el origen de las distintas familias religiosas hay, por lo general, un fundador o una fundadora cuyo carisma no es sino una expresión de amor por la Iglesia, que se concretiza en una institución. Por tanto, cualquier carisma de vida consagrada forma parte integrante de la Iglesia, ante todo a nivel místico. Y únicamente de ella sigue recibiendo, sin cesar, la vitalidad que lo mantiene auténtico y, al mismo tiempo, capaz de renovarse a lo largo de las diferentes etapas que conoce cada institución. Debemos decir que lo que el Espíritu Santo es en la Iglesia, según la estupenda página de Lumen Gentium (n.4), lo es también en cada familia religiosa y en cada persona consagrada.Y precisamente gracias al Espíritu se evita el riesgo de limitar el propio mundo al ámbito de una más o menos ilustre familia religiosa. Lo importante es el respiro eclesial que, mientras ensancha los espacios del corazón hasta abarcar a toda la humanidad, oxigena el espíritu para que perciba las cosas grandes, aquellas que tienen valor y ayudan a la mujer consagrada a vivir a la altura de la dignidad de su estado.Y también en este contexto queremos recurrir a las palabras pronunciadas por el Papa Pablo VI en un día en que invitaba a las religiosas a reavivar en ellas el sentido de Iglesia:"A veces ocurre que este sentido de Iglesia es menos vivo y se cultiva menos en algunas familias religiosas, porque viven algo retiradas y encuentran en el ámbito de sus comunidades todos los objetos de interés inmediato y saben poco de lo que ocurre fuera del ámbito de sus ocupaciones, a las que se dedican de lleno. Y entonces puede ocurrir que se limiten los horizontes de la vida religiosa, no solamente en lo relativo a las cosas

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de este mundo, sino también en lo que se refiere a la vida de la Iglesia, sus acontecimientos, sus pensamientos y sus

enseñanzas, su ardor espiritual, sus dolores y sus éxitos"4.

¿Quién ama más al Carmelo que Santa Teresa de Avila? Y, sin embargo, esta mujer tan apasionada por la vida religiosa, en el lecho de muerte, sintió la necesidad de aludir a la Iglesia para tener acceso a la vida eterna: "Después de todo, Señor,

soy hija de la Iglesia..."5: una especie de jaculatoria que

alternaba con otras oraciones, pero que expresa bien lo que la Iglesia significaba para ella y lo mucho que se sentía arraigada en ella.En este espíritu, la pertenencia se hace obediencia, no solamente en el ámbito de las realidades institucionales en las que estamos insertas, sino fundamentalmente en el ámbito de la Iglesia, llevada por el Espíritu hacia la plenitud de la verdad. Por ello, Juan Pablo II subraya que un auténtico sensus Ecclesiae, capaz de resistir también a las fuerzas centrífugas y disgregadoras, se expresa mediante "la adhesión de mente y de corazón al magisterio de los obispos, que ha de ser vivida con lealtad y testimoniada con nitidez ante el Pueblo de Dios por parte de las personas consagradas, especialmente por aquellas comprometidas en la investigación teológica, en la enseñanza, en publicaciones, en la catequesis y en el uso de los medios de comunicación social" (VC 46).Así como se adquiere el espíritu de Cristo, se adquiere el espíritu de la Iglesia. Podríamos parafrasear la afirmación de Pablo: "El que no tuviera el espíritu de Cristo, no sería de Cristo" (Rm 8,9). Lo mismo puede decirse respecto a la Iglesia, por un misterio de amor más fácilmente perceptible por la mujer consagrada que tiende a identificarse con la Iglesia misma.3.Con Cristo, en las cosas del PadreLa pertenencia a Cristo y a la Iglesia llega a ser cada vez más profundamente el alma de nuestro vivir, el núcleo incandescente que servirá para irradiar toda la existencia. Por ello, tienen particular relevancia los años de formación, cuando el proyecto de vida empieza a transformar también el nivel psicológico y a alcanzar el ser de la persona. Aquel que observas debería poder decir: es una mujer que pertenece a Cristo, una persona para la cual "vivir es Cristo" (Fil 1,13).Precisamente porque han caído, de manera providencial, las barreras entre mundo y vida religiosa, se hace más necesario llevar en el corazón las palabras de San Pablo: "No sigan la corriente del mundo en que vivimos" (Rm 12,2). El mundo necesita vernos por lo que somos. Ante todo, mujeres que han ofrecido su ser "como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" (Rm 12,1). Es una realidad que distancia y, al mismo tiempo, atrae. Pero cuando nuestro ser se expresa en la dignidad recibida por el Señor, el mundo mismo ama este misterio que somos; lo hemos visto de manera asombrosa en la

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figura de la Madre Teresa de Calcuta. Por el contrario, una cierta secularización, acogida con entusiasmo también por algunos sacerdotes y personas consagradas, puede ser el camino para permanecer estériles.Precisamente porque estar con Cristo constituye el secreto de nuestra plenitud y nuestra fecundidad. Y estando con El, estamos al lado de los hermanos. "El gozo y la esperanza, las tristezas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón" (GS 1).Los llamamientos que el Concilio ha hecho a la comunidad de los cristianos, encuentran una mayor resonancia en el corazón de la mujer consagrada. La humanidad es el campo al que Jesús nos envía y nos destina, como lo fue El, a ocuparnos "de las cosas del Padre". Una expresión que traduce al pie de la letra el texto griego del famoso versículo de Lucas "¿No sabían ustedes que tengo que ocuparme de las cosas del Padre mío?" (Lc 2,49).Se trata de una expresión sugerente, que nos dice que todo aquello que Jesús fue e hizo lo fue y lo hizo con relación al Padre. Para una mujer consagrada esto puede indicar un programa de vida que mantiene a la persona en la esfera del Señor. Para Jesús estar en las cosas del Padre suponía una actitud que lo acompañaba por todas partes. "Es una manera de existir, es la identidad de Jesús, y es la opción vocacional de fondo a la que

estamos llamadas, opción que precede todas las demás".6

Una opción de fondo en la que toda la persona se pacifica, un don que hay que pedir en la oración: "Ocuparse con Jesús y como Él de las cosas del Padre, haciendo su voluntad, según su plan amoroso de salvación para conmigo y con todos los hombres, estar con Jesús en su aventura para la salvación de todos los

hombres y de todas las mujeres del mundo".7

Una vez abrazada esta opción fundamental, queda abierto el camino para adentrarse sin temor en aquellas tareas a las que nos llaman el carisma del Instituto o el compromiso de la persona. Resulta llamativo que en la Novo millennio ineunte Juan Pablo II hable de un único "programa" para todo el pueblo de Dios, encerrado en el Evangelio y en la Tradición. Y no para ignorar el aspecto específico de la vida religiosa, sino para proponer a todos una "exigencia alta" de la vida cristiana: "Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celestial" (n.29).Al apropiarnos de este programa, construimos una armonía entre interioridad y vida. En la relación con el Señor, con su Palabra y con la palabra de la Iglesia se delinea nuestra más específica fisonomía; en la relación con los demás damos aquello que somos, con sencillez, según lo sugerido por Juan Pablo II en la Redemptionis donum:

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"Y, por consiguiente, aunque sean sumamente importantes las múltiples obras de apostolado a las que os dedicáis, sin embargo la obra de apostolado fundamental sigue siendo siempre aquella que eres (y al mismo tiempo quiénes sois) en la Iglesia. Podríamos repetir cada uno y cada una de vosotros, con especial razón, las palabras del Apóstol: "Pues habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios". (Col 3,3) Y el "estar escondido con Cristo y Dios" permiten que puedan aplicarse a vosotros las palabras del Maestro: "Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre vuestro que está en los cielos (Mt 5,16)" (n.15).4.El mandamiento del amorLa costumbre de vida con el Señor nos lleva a ir más allá de lo que somos para abrirnos a lo que Él nos hace ser. Y esto se da en la dimensión del amor. Las apremiantes palabras de Jesús: "Permaneced en mí, ... permaneced en mi amor" (Jn 15,7.9), constituyen la clave para construir una auténtica espiritualidad de la mujer consagrada.La sicología femenina es particularmente sensible al amor. Cuando una mujer entrega su ser y sus facultades, responde a lo que recibe o a lo que se le pide porque alguien la necesita. Nos gusta sentirnos libres, pero al mismo tiempo tener al lado a alguien en quien encontrar recursos vitales que fecundan nuestro don. Precisamente por eso, la fisonomía de la esposa se presenta como la más adecuada para expresar la relación de la mujer consagrada con Cristo.Y en la medida en que profundizamos en la intimidad con él, podemos captar una independencia irrenunciable y al mismo tiempo irresistible: "Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). La mujer que vive esta experiencia se convierte en un verdadero testigo del Dios-Amor que alimenta a sus criaturas para hacerlas partícipes de su vida.Y no sólo en testigo, sino también en instrumento capaz de comunicar a su vez el amor vital con el que su ser está enlazado, como la vid y los sarmientos. Es preciso volver a la experiencia de los místicos para captar lo que significa vivir en comunión con el Señor. Antes de comunicarse mediante las obras, una persona que ha entrado en el círculo de la caridad divina "con el Verbo envía al Espíritu Santo sobre las criaturas dispuestas a recibirlo". Es la estupenda intuición de María Magdalena de' Pazzi y lo dice todo sobre desde dónde actúa la gracia: desde el ser. Una dimensión que necesariamente ha de contar con la interioridad.Y ahora, cada mujer consagrada está llamada a actuar a partir de este espacio interior, alimentado y animado por virtudes sobrenaturales y por dones del Espíritu Santo; y al mismo tiempo a orientar todo lo que hace, para poder así suscitar en las personas con quienes entra en contacto la misma vida según el espíritu que engendra a los verdaderos hijos de Dios. Este compromiso sintoniza de lleno con las Orientaciones pastorales

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del episcopado italiano8, en las que se insiste en la formación

en la espiritualidad. Una tarea inserta en aquel orden del amor que Juan Pablo II refiere a cada mujer:"La dignidad de la mujer se relaciona íntimamente con el amor que recibe por su feminidad y también con el amor que, a su vez, ella da".(MD 30)Como mujeres consagradas, lo respiramos en nuestra plegaria o más bien en la contemplación de la que nace también la capacidad de comunicar a Dios a los demás. Porque "el orden del amor pertenece a la vida íntima de Dios mismo, a la vida trinitaria. En la vida íntima de Dios, el Espíritu Santo es la hipóstasis personal del amor. Mediante el Espíritu, don increado, el amor se convierte en un don para las personas creadas. El amor, que viene de Dios, se comunica a las criaturas: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom5,5).Y así, la vida consagrada se convierte en una aventura, un arte para disponerse, acoger, asombrarse, agradecer, mediante las mil maneras que se ofrecen a cada existencia. "Cuando afirmamos que la mujer es la que recibe amor para amar a su vez, no expresamos sólo o sobre todo la específica relacional esponsal del matrimonio. Expresamos algo más universal, basado sobre el hecho mismo de ser mujer en el conjunto de las relaciones interpersonales, que de modo diverso estructuran la convivencia y la colaboración entre las personas, hombres y mujeres"(Ibid).En su dimensión de "esposa" la mujer es "profeta" del amor. La mujer consagrada vive esta realidad en la estela de la Madre del Señor, en la que Juan Pablo II vea la criatura que expresa más que ninguna otra la relación de amor esponsal con Dios. "Esta característica profética' de la mujer en su feminidad halla su más alta expresión en la Virgen Madre de Dios. Respecto a ella se pone de relieve, de modo pleno y directo, el íntimo unirse del orden del amor - que entra en un ámbito del mundo de las personas humanas a través de una Mujer - con el Espíritu Santo. María escucha en la Anunciación: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti (Lc 1,35).." (Ibid).A la luz de todo esto estamos llamadas a ser memoria auténtica de la realidad que toda criatura vive para recibir y para dar amor; a testimoniar que toda persona humana no puede realizarse sin el amor y que sólo puede encontrar la plenitud de su ser mediante el don auténtico de sí.5.Un don auténtico de síPara la antropología cristiana ha supuesto una verdadera luz la famosa afirmación del Concilio Vaticano II que sitúa en el don de sí la madurez de todo ser humano: "El hombre, que es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino por la sincera entrega de sí mismo" (GS, 24). Y Juan Pablo II añade: " La

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mujer no puede encontrarse a sí misma, si no es dando amor a los demás" (MD, 30).Y es consecuencia lógica de todo lo dicho sobre el orden del amor: del amor que se recibe al amor que se da. En lo relativo a la mujer que se entrega a Dios y hace votos, este don de sí se manifiesta a través de un estilo propio, destinado a ser tanto más profundo cuanto más intensa es la relación con Cristo vivo.Y hay que darse cuenta de que el Señor no nos quita a nadie, porque en la medida en que va creciendo nuestra unión con El, crecen también los recursos para darnos a los hermanos. Recursos de un amor que también alcanza a las personas a través de los caminos misteriosos del espíritu. Lo decía bien la Lumen Gentium al hablar de la implicación de los religiosos en las vicisitudes humanas: "Porque, aunque en algunos casos no ayuden directamente a sus contemporáneos, sin embargo, los tienen presentes, de un modo más profundo, en las entrañas de Cristo" (n. 46).Las entrañas nos remiten al gran tema de la maternidad según el espíritu, sobre el cual Juan Pablo II se nos muestra una vez más como maestro. La renuncia a la maternidad física, que acompaña al carisma de la virginidad, abre el camino a ser madres según el espíritu."En efecto, la virginidad no priva a la mujer de sus prerrogativas. La maternidad espiritual reviste formas múltiples. En la vida de las mujeres consagradas que, por ejemplo, viven según el carisma y las reglas de los diferentes Institutos de carácter apostólico, dicha maternidad se podrá expresar como solicitud por los hombres, especialmente por los más necesitados: los enfermos, los minusválidos, los abandonados, los huérfanos, los ancianos, los niños, los jóvenes, los encarcelados y, en general, los marginados. Una mujer consagrada encuentra de esta manera al Esposo, diferente y único en todos y cada uno, según sus mismas palabras: "Cuanto hicisteis a uno de éstos... a mí me lo hicisteis (Mt 25,40)" (MD 21).La mujer entregada a Cristo se dirige a los hermanos con el corazón de esposa. De no ser así, sería como un sarmiento separado de la vid. Pablo dice: "Nuestra capacidad viene de Dios" (2 Cor 3,5).Este lazo con el Señor en nuestra entrega a los demás necesita ser continuo, como continua debe ser la oración en nuestra relación con El. La pertenencia a Dios se convierte cada vez más en don a los demás.Confirma lo que estamos diciendo una bella afirmación de Dietrich Bonhoeffer al hablar de la vida en comunión: "Ser con y para los demás, en libertad, en gratuidad, en gozo, hasta el don de la vida, para luego volver al Padre, consumidos".Hay que evitar dos riesgos para que el don de sí florezca en una auténtica maternidad espiritual. Por un lado, nos sentimos incapaces al constatar nuestras limitaciones y en este caso San

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Pablo nos recuerda que "cuando me siento débil, entonces soy fuerte" (2 Cor 12,10). Por consiguiente, debemos atrevernos a ir más allá de nosotras mismas. Por otro lado, existe el peligro de llenar la propia existencia con una serie de actividades y compromisos que acaban por deshumanizarnos, a nosotras y lo que hacemos.Decíamos que hay que tener un estilo en el don de sí. Y cada una está llamada a encontrar su propio estilo en el delicado equilibrio entre pertenencia a Dios y don de sí a los hermanos. Porque "la virginidad, como vocación de la mujer, es siempre la vocación de una persona concreta e irrepetible. Por tanto, también la maternidad espiritual, que se expresa en esta vocación, es profundamente personal" (MD 21).Una maternidad que, al igual que la de María, se nos da en don y da comienzo a algo nuevo. Es la respuesta de Dios a una gratuidad de amor que El mismo ha suscitado "para que no falte a este mundo un rayo de la divina belleza que ilumine el camino de la existencia humana" (VC 109).

1 Confesiones, VII,10.2 Homilía en l Liturgia de la Palabra del 2 de febrero 1971.3 Cf. Cartas 109, 171, 196.4 Pablo VI, Discurso a las Religiosas, Castelgandolfo, 8 de septiembre de 1964.5 Dichos, n.217.6 C.M.Martini, Essere nelle cose del Padre. Centro Ambrosiano - Piemme, 1991, p.73.7 Ibid.8 Comunicare il Vangelo in un mondo che cambia.

6. PRESENTACIÓN: “Carta del AMOR del PADRE”

MARTES SANTO

1. ORACIÓN: ¡Oh, Jesús mío!: ¡Vengo a Ti con toda mi pobreza! Pero con inmensa confianza Te pido que mi vida sólo sea un canto de amor en la oración, en el ofrecimiento de todo mi ser, en la intimidad de la Comunión Sacramental y de la Adoración Eucarística.

Abre mi corazón a la obra santificadora de Tu Amor y no permitas que me aparte de Ti. Dame todo lo necesario para poder crecer en esta virtud de la humildad que tanto te glorifica porque es reconocimiento tácito pero claro de Tu obra. Dame la perfecta pureza de intención, la fortaleza y perseverancia que necesito para poner siempre los dones recibidos de tu generosidad al servicio del Reino y para el bien de los hombres olvidándome de mí. Dame la alegría de descubrir que, guiado por tu Amor, puedo cumplir paso a paso las misiones que me asignas cada vez y para las que me vas preparando.

Que recuerde que humildad no es hacerme invisible, que no es sinónimo de desvalorización, ni de ocultar los dones recibidos evitando el compromiso contigo con la excusa de evitar los malos sentimientos humanos que pudiera despertar en los demás.

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Enséñame a ser manso con los que no me quieren, me envidian o me desprecian, con los que juzgan maliciosamente mis acciones e intenciones desobedeciendo a tu mandato de amor. Enséñame a padecer con la alegría humilde y sin gritos de los santos.

Abre mi corazón a la obra de la Gracia en mí para que, utilizando los dones que has querido darme, yo sea portador de Tu Presencia en el mundo transmitiendo Tu Palabra con el entusiasmo y la alegría de una búsqueda que es experiencia viva de Tu Amor. Llena mi corazón con tu paz, con la fuerza de un amor parecido al Tuyo, con la “determinada determinación” de llegar al fin de mi vida siguiendo la única meta de glorificarte, cumpliendo tu Voluntad y sirviendo a los demás, por la fuerza que me viene de Ti.

Que la gratitud y el amor que se desbordan de mi corazón al reconocer cuánto me amas, sea visible en mis acciones y en el amén de cada día. Que al mirarme se olviden de mí y sólo piensen en Ti. Que al oír mis palabras sólo escuchen al Verbo de Dios, porque “es necesario que crezcas y que yo disminuya”. Que jamás me detenga a juzgar a los demás en la utilización de los dones que han recibido de tu generosidad. Quita de mi corazón toda malicia para que mis ojos sean cada día más puros y así pueda llegar a verte (Mt 5, 8) en el Monte Santo de Tu Gloria. Amen.

2. EN LA HUMILDAD DE JESÚS … (P GUILLERMO CASTILLO OSB)

Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan sino PARA SERVIR a dar su vida en rescate por todos1. Jesús sirvió durante toda su vida a todos los hombres que conoció, y el último gran servicio fue ofrecer su propia vida por amor a nosotros en el madero de la Cruz. Esta actitud de servicio constante nacía de su humildad infinita. Humildad ante Dios Padre, y humildad ante los hombres. La humildad de Jesús expresaba su Amor hasta la locura hacia su Padre celestial y hacia cada uno de nosotros.

¡La humildad de Jesús!: Aprended de mí que soy manso y HUMILDE de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas2. Soy Humilde.... ¡Oh santa humildad de Jesús!. ¡En ninguna otra virtud pudo Jesús mostrar más su Amor y Misericordia hacia nosotros que en su humildad! Cristo vive continuamente en actitud de servicio a Dios Padre, lo que le lleva a tener esta actitud de servicio con los hombres. Sólo porque sirve a Dios Padre, puede servir a los hombres. Porque ve en el hombre el reflejo del Rostro del Padre. Pero este servicio es expresión de su humildad. Cristo es humilde con nosotros hasta el anonadamiento, porque es humilde ante el Padre.

Pero, ¿qué es la humildad?: es el profundo conocimiento de la grandeza infinita de Dios y de la nada de uno mismo ante Dios. Dos conocimientos tiene la humildad conocimiento de la grandeza infinita de Dios y el conocimiento de la nada de uno mismo. Ahora bien en lo que se refiere al conocimiento de la grandeza infinita de Dios Jesús en cuanto que era Dios tenía un conocimiento perfecto de la naturaleza de su Padre celestial. No necesitaba como nosotros de razonamientos para conocer lo invisible de Dios, partiendo de lo visible de las creaturas, porque la parte más elevada de su santa alma, contemplaba directa y continuamente el Rostro divino, su infinita grandeza y amor, su esencia. Jesús tenía una continua y clara evidencia y experiencia de Dios. Vivía en éxtasis perpetuo de Amor ante la Belleza y Majestad de Dios Padre.

Además de este conocimiento del Padre, Jesús tenía un doble conocimiento de la nada humana que había asumido en la carne: la nada de la naturaleza humana en sí misma, y la nada de la naturaleza humana manchada por el pecado. En primer lugar

1 Mc 10, 45.2 Mt 11, 29.

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conocimiento de la nada de la naturaleza humana en sí misma: es decir la naturaleza humana tal como la había creado Dios era, por sí misma absoluta nada. A este conocimiento, se le sumaba el conocimiento de la naturaleza humana pecadora asumida en la Cruz: Cristo con ser infinitamente puro e inocente, con todo, en su Pasión y Cruz había asumido toda la miseria humana, la muerte del pecado original y todo el pecado del hombre de todos los tiempos.

El asumió todas nuestras culpas y rebeldías3 para expiarla. Al contemplar en sí tanta fealdad, tanta obscuridad del pecado mortal, de tanta iniquidad humana asumidas por Él, y expuesta ante el Rostro de su Padre, Cristo experimentaba la nada del pecado y se humillaba, se ocultaba, se abajaba, se anonadaba a sí mismo de modo infinito, se avergonzaba tanto, que sudó sangre en el huerto. Al experimentar en sí mismo la nada de nuestra muerte, el Fuego devorador de su Amor compasivo e infinito, enardeció toda violencia de su Amor, y le impulsó a sufrir la muerte de la Cruz: Y por eso: Cristo, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Así presentándose como simple hombre, se humilló obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz4

Este doble conocimiento de la grandeza infinita de Dios y de la nada de sí mismo en su naturaleza humana (considerada en sí misma, y en cuanto naturaleza humana pecadora) hacía de Jesús el más humilde ser humano que jamás exista. Por eso Jesús es infinitamente más humilde que la Ssma Virgen y que todos los Santos.

De diversas maneras Jesús manifestó su humildad infinita ante el Padre. Por esta humildad confiesa que depende totalmente de su Padre: En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace Él eso también lo hace el Hijo5. Jesús no tiene ideas propias, originales, extraídas de su solo de su pensamiento, solo nos transmite lo que contempla en su Padre: hablo lo que he visto en mi Padre6.

Su humildad le da una unión de amor tan perfecta con su Padre, que penetró lo más profundo de su Misterio para conocerlo perfectamente, por eso, nadie puede conocer al Padre mejor que Él: Nadie conoce bien al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar7. Su humildad le lleva a ocultar su Rostro propio, a fin de transparentar para nosotros el Rostro del Padre, y por eso dice: Quien me ha visto a mí ha visto al Padre8. Porque por su humildad, Jesús no está luchando tratando de ser Él mismo, con identidad diferente a la de su Padre, sino ¡todo lo contrario para ser la revelación del Padre!: Yo y el Padre somos una misma cosa9.

Cristo no centra nuestra atención de modo excluyente en Él, dejando al Padre de lado. Todo lo contrario, su humildad lo lleva a centrar nuestra mirada, nuestra fe, amor, esperanza, y todo nuestro ser hacia Dios Padre. Si Juan el Bautista señaló con su dedo a Cristo, como el Cordero de Dios10, Cristo con su Dedo divino humano, nos está continuamente señalando a Dios Padre, para que le amemos por sobre todo otro padre: A nadie llaméis Padre vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo11. Su humildad excluye que viva solo en sí y para sí, creyéndose autosuficiente. Es

3 Is 53, 4-5: ¡Y con todo, eran nuestras dolencias las que Él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido curados.4 Flp 2, 6-8.5 Jn 5, 19.6 Jn 8, 38.7 Mt 11, 27.8 Jn 14, 9.9 Jn 10, 30.10 Jn 1, 29.11 Mt 23, 9.

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que la humildad, le abre totalmente al Padre que es su Vida, su sentido absoluto: Yo vivo por el Padre12.

Cristo humilde, no deja que ninguna de sus obras tenga la firma propia como si hiciera las cosas por sí mismo, sin su Padre: no escribió los Evangelios, firmando: Jesús. No firmó ningún autógrafo en una foto con el Nombre de Jesús. No permitió que le dijeran ¡gracias, Jesús! por sus milagros, sino que enseñó que las gracias había que dárselas al Padre junto con la ofrenda del altar13: Y en ninguna obra que hizo puso ese sello del personalismo, propio del soberbio, por el cual se ufana de haber hecho una obra, su plan, sino que siempre dijo bien claro que toda su obra es la obra del Padre: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra14. Cristo humilde no era autónomo, independiente, todo lo hacía siguiendo la voluntad, el deseo, el consejo, la inspiración de su Padre celestial: Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, porque no busco mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado15.

Una tendencia muy humana es que cuando los hombres son elegidos para ejercer un cargo, la soberbia les impulsa a anular todo lo que hizo el anterior, aún lo bueno, a fin de hacer todo nuevo, y demostrar así que el otro hacía las cosas mal, y él es el único que hace todo mejor. Lo mismo podría haber hecho Jesús respecto a la Ley Antigua y el Decálogo promulgadas por su Padre en el Sinaí. Sin embargo no lo hizo, sino que las dejó inmutables: No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolirlas sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro; el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda16. Más aún, los cumplió Él mismo por amor a su Padre celestial: Yo siempre he guardado los mandamientos de mi Padre17.

Y a nosotros mismos no solo nos dio su ejemplo de obediencia a la Ley, sino que nos dio la gracia de observarla como Él, y en Él, por el amor de los hijos de Dios. Porque nos dio un corazón nuevo, el corazón de hijos del Padre celestial, don del Espíritu Santo; un corazón lleno de su mismo amor filial hacia Padre celestial. Por eso dijo: que el amor con el que tú me has amado esté en ellos, y yo en ellos18.

Cristo tampoco quiso que los suyos tuvieran una colección de sus pensamientos personales, ni escribió sus memorias donde se nos transmitiera su secreto distintivo, su originalidad propia, su estrella personal. Tampoco escribió cartas, con su sello propio. Nada de eso, su humildad le lleva a transmitirnos solo las Palabras de su Padre: Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado19. Cristo no es como los grandes de la tierra que en su soberbia se esfuerzan en hacer creer que su cargo no depende de nada ni de nadie sino de sus solos méritos. Todo lo contrario, por su humildad, manifiesta que su única grandeza es la grandeza del Padre: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis pero si las hago, aunque a mí no me creáis creed por las obras y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre20.

Otro detalle sorprendente de la humildad de Cristo, es que en los Evangelios Cristo nunca permite que su Nombre sea celebrado, festejado. Fijémonos: nunca dice su Nombre “Soy Jesús”, y manda callar a los demonios para que no digan su Nombre 21: Como para que quede bien claro que Dios Padre debe ser el Único Nombre importante

12 Jn 6, 57.13 Mt 8, 4: Y Jesús le dijo (al leproso recién curado): Mira no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio.14 Jn 4, 34.15 Jn 5, 30.16 Mt 5, 17-18.17 Jn 15, 10.18 Jn 17, 26.19 Jn 17, 7-8.20 Jn 10, 38.

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para nosotros como lo fue para Él. El único Nombre que debe ser celebrado, recordado, alabado. Lo único que le interesa a Cristo es que nos apeguemos por el amor al Nombre de su Padre celestial, y por eso dice: He manifestado tu Nombre a los hombres22.

La humildad de Cristo, nos lleva a dirigir nuestra oración a Dios Padre, no a Él. Tenía todo derecho porque era tan Dios como su Padre celestial. Es que su humildad no quiere empañar la importancia de su Padre y quiere enseñarnos que todo don nos viene del Padre. Y por eso dice: Cuando oréis decid: Padre, santificado sea tu Nombre23. Jesús centra nuestra oración en la Persona Dios Padre, no en su Persona: Ora a tu Padre en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará24. Él mismo nos lo enseña con su ejemplo, pues todas las oraciones de Jesús están dirigidas siempre al Padre. En su Persona, tenemos el modelo de lo que debería ser la oración del discípulo de Cristo: puede aprender del Maestro de oración Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre25.

Cristo quiere incluso, que al Padre celestial le pidamos todo aún lo más sencillo y necesario para vivir: el pan nuestro de cada día26, pero también un pez o un huevo, como lo piden los niños a sus papás: ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez en lugar de un pez le da una culebra, o, si pide un huevo le da un escorpión?. Si, pues, vosotros siendo malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!27.

Toda la vida de Cristo, fue por su humildad, un continuo acto de alabanza, de gloria al Padre: Yo te he glorificado en la tierra, realizando llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar28. En el momento de instituir la Eucaristía, culmen y modelo absoluto de toda oración cristiana, Cristo da gracias al Padre29, con lo cual centra su oblación al Padre, de tal manera que nos enseña a participar con fruto de la Eucaristía: nuestra oración se dirige al Padre, por la oblación de Cristo, con Él y en Él, en la unidad del Espíritu. Lo cual la Iglesia lo manifiesta en el momento más solemne de la Misa: la Doxología: Por Cristo, con Él, y en Él, a ti, Dios Padre todopoderoso, tono honor y toda gloria, por los siglos de los siglos.

Jesús no buscaba hacer su propio gusto, sino agradar a su Padre: Yo hago siempre lo que a le agrada a Él30. Cristo humilde nunca buscó su gloria, sino la gloria del Padre, porque consideraba que lo contrario a esto por sí solo era pura vanidad: Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada31. Con más razón, Jesús en su humildad huía de la gloria mundana, de la alabanza mentirosa de los hombres, no dependía de la opinión humana: La gloria no la recibo de los hombres32. Porque sabía lo mentiroso y falso del corazón humano, y que aquellos que lo alababan de mañana, lo traicionarían por la tarde tratándolo como malhechor gritando: ¡Crucifícalo!. Ellos gritaron cada vez más fuerte: ¡crucifícalo!33.

Por lo cual durante su vida, Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos, y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues Él

21 Lc 4, 35: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret?. ¿Has venido a destruirnos?. Sé quien eres: El Santo de Dios. Jesús le mandó diciendo: “Cállate, y sal de él”.22 Jn 17, 6.23 Lc 11, 2.24 Mt 6, 6.25 Catecismo de la Iglesia Católica 2601.26 Mt 6, 11.27 Lc 11, 11-13.28 Jn 17, 4.29 Cfr 1 Co 11, 23.30 Jn 8, 29.31 Jn 8, 54.32 Jn 5, 41.33 Mc 15, 13. 14

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conocía lo que hay en el hombre34. La única opinión que le importaba era la de su Padre celestial, con una total y santísima indiferencia en lo que pensaran o dejaran de pensar los hombres.

La humildad de Cristo le lleva a ser absolutamente generoso con nosotros: no se reserva de modo soberbio y egoísta la gloria que el Padre le da y la unidad de Amor que tiene con su Padre sino que la comparte con nosotros: Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectamente uno35. Por su infinita humildad nos hace participar en la tierra de esa misma gloria haciéndonos hijos adoptivos del Padre celestial, para poder unirnos en la unidad de amor con Él, por el Espíritu, y gozar de la presencia divina de la Trinidad en nuestra alma algo que era propio de Él como Hijo de Dios: Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él, y haremos morada en él36 Pero también nos prepara una morada en el cielo para contemplar con Él la gloria del Padre cuando muramos: Padre, los que tú me has dado quiero que donde yo esté estén también conmigo para que contemplen mi gloria37.

Toda la vida de Cristo fue un constante himno de gloria a su Padre celestial. Nació acunado por himnos de gloria al Padre: ¡Gloria a Dios en el cielo!38 y murió entregándose al Padre en el himno más sublime de amor y entrega a su Padre: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu39. Por eso, al final de sus días, podemos parafrasear en los labios santísimos de Cristo aquello de S Pablo: En Dios somos, nos vivimos y nos movemos40, de esta manera: En el amor de mi Padre celestial he sido, he vivido y me he movido.

Lo importante de esta relación humilde con el Padre, es que el acto mayor de humildad de Cristo, es que sentirse tan pequeño que se abaja ante el mismo hombre, creado por su Padre. Porque es humilde con el Padre, Cristo puede ser humilde con el hombre. Ve en el hombre el Rostro de su Padre borrado por el pecado, ve que el hombre ha perdido la presencia de su Padre celestial.

Y por esto Cristo tuvo una actitud de servicio total al hombre: servicio humilde hasta en los más mínimos detalles. Cristo quiso regalar al Padre al hombre que se había perdido, y murió en la tremenda humillación de la Cruz para devolvérselo como hijo adoptivo de Dios.

Que todos nosotros sigamos la humildad de Cristo para con el Padre celestial, y que por esta humildad sirvamos a nuestros hermanos, hasta dar la vida por amor a ellos. Pues solo si somos humildes ante el Padre como Cristo, podremos ser humildes ante nuestros hermanos y estar a su servicio, para morir de amor por ellos. Que nunca olvidemos que no hay auténtico servicio al prójimo si antes no somos humildes ante Dios Padre en todo, como Cristo, por Él y en Él, por la gracia del Espíritu.

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3. PRESENTACIÓN en ppt: LA HUMILDAD; de los textos de Santa Teresita de Lisieux

4. PARA AUTO-ANÁLISIS: TEST SOBRE LA HUMILDAD

34 Jn 2, 24-25.35 Jn 17, 22.36 Jn 14, 23.37 Jn 17, 24.38 Lc 2, 14.39 Lc 23, 46.40 Hch 17, 28.

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TEST DE HUMILDAD“Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad:–pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás;–querer salirte siempre con la tuya;–disputar sin razón o –cuando la tienes– insistir con tozudez y de mala manera;—dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad;—despreciar el punto de vista de los demás;—no mirar todos tus dones y cualidades como prestados;—no reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees; —citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones;—hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan;—excusarte cuando se te reprende;—encubrir al Director algunas faltas humillantes, para que no pierda el concepto que de ti tiene;—oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti;—dolerte de que otros sean más estimados que tú;—negarte a desempeñar oficios inferiores;—buscar o desear singularizarte;—insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional…;—avergonzarte porque careces de ciertos bienes…”de san Josemaría, en Surco 263

OTRO TEST DE HUMILDAD Actitudes hacia los demás Las personas orgullosas se fijan en las necesidades espirituales de los

demás y pueden señalarlas sin dificultad.…. Las personas humildes son mas conscientes de su propia necesidad espiritual que de la de los demás.

Las personas orgullosas tienen un gran espíritu crítico y ven las faltas de los demás con un microscopio, pero las suyas con un telescopio….. Las personas humildes son compasivas, tienen la clase de amor que pasa por alto multitud de pecados.

Las personas orgullosas son muy propensas a criticar, y especialmente a quienes tienen autoridad, y a hablar con otros acerca de estos fallos que ven…. Las personas humildes respetan, animan, y alientan a quienes Dios ha puesto en posiciones de autoridad y hablan a Dios en intercesión, antes que murmurar sobre las faltas que notan en otros.

Las personas orgullosas se consideran justas, tienen una alta opinión de si mismas.…. Las personas humildes piensan lo mejor de los demás, consideran a los demás como superiores a ellas mismas.

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Las personas orgullosas tienen un espíritu independiente y autosuficiente.…. Las personas humildes tienen un espíritu dependiente, reconocen su necesidad de Dios y de otros.

Actitudes hacia sus derechos Las personas orgullosas necesitan demostrar que tienen razón y que

tienen la última palabra.…. Las personas humildes están dispuestas a renunciar al derecho de tener la razón.

Las personas orgullosas reclaman sus derechos y tienen un espíritu exigente.…. Las personas humildes tienen un espíritu manso.

Actitudes acerca del servicioLas personas orgullosas desean ser servidas, quieren que la vida gire

en torno a ellas y sus necesidades.…. Las personas humildes están motivadas a servir a otros y a preocuparse porque las necesidades de los demás sean suplidas antes que las suyas.

Las personas orgullosas sienten (consciente o inconscientemente) que es un privilegio que los demás puedan contar con él y con sus talentos. Se centran en lo que pueden hacer por Dios.…. Las personas humildes saben que poca cosa pueden ofrecer y que es más bien Dios el que hace lo bueno que hay en ellos

Actitudes acerca del reconocimientoLas personas orgullosas buscan el progreso por el esfuerzo propio.…

Las personas humildes desean promover a otros. Las personas orgullosas se sienten heridas cuando otros progresan y

ellas son ignoradas.…  Las personas humildes desean que otros obtengan el mérito y se gozan en que otros sean promovidos.

Las personas orgullosas se entusiasman con los elogios y se desinflan con las críticas.…  Las personas humildes saben que cualquier elogio por sus logros le pertenece al señor y que las críticas pueden ayudarlas a alcanzar la madurez espiritual.

Actitudes acerca de si mismasLas personas orgullosas confían en lo mucho que saben.… Las

personas humildes se sienten insignificantes frente a lo mucho que tienen por aprender.

Las personas orgullosas se sienten cohibidas y se preocupan por la opinión que otros tienen de ellas.… Las personas humildes no se inquietan por lo que otros piensan de ellas.

Las personas orgullosas se preocupan por parecer respetables. Tienen a proteger su imagen y su reputación.… Las personas quebrantadas se interesan por ser auténticas. Les interesa menos lo que otros piensan que lo que sabe Dios. Están dispuestas a morir a su propia reputación.

Actitudes acerca de las relacionesLas personas orgullosas son distantes de los demás.…  Las personas

humildes están dispuestas a tomar el riesgo de acercarse a otros y amarlos entrañablemente.

Las personas orgullosas esperan que los demás se acerquen y pidan perdón cuando hay un malentendido o una ruptura en la relación.…  Las personas humildes toman la iniciativa de reconciliarse, sin importar cuanta culpa tenga la otra parte en el problema.

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Las personas orgullosas se muestran a la defensiva e inabordables cuando son corregidas.…  Las personas humildes reciben la corrección con un espíritu sencillo y dispuesto.

Las personas orgullosas tienen dificultades para hablar sobre sus necesidades espirituales con otros.… Las personas humildes están dispuestas a ser trasparentes y sinceras con otros según la guía de Dios.

5. LOS VOTOS DESDE LAS RELACIONES INTRATRINITRARIAS: POBREZA.

LECTURA: Ad Usum (sobre la pobreza) Ad Usum, para UsoRonald Rolheiser (Trad. Carmelo Astiz, cmf)

Hace algunos años un monje benedictino, joven todavía, compartió esta historia en clase. Vivía él en un monasterio en el que se guardaba una regla muy estricta. La observancia de la pobreza y de la obediencia exigía a los monjes pedir permiso al Abad antes de comprar cualquier cosa, aun el más pequeño artículo. Si quería él comprar una nueva camisa, necesitaba el permiso del Abad. Así mismo, si quería tomar algunos materiales de escritorio del almacén, un bolígrafo o algún papel, necesitaba permiso. Durante muchos años sintió que eso era infantil y humillante. "¡Me sentía como un niño", dijo, "me parecía estúpido que un hombre adulto tuviera que pedir permiso para comprar una nueva camisa! Me fijaba en hombres de mi misma edad casados ya, criando hijos, comprando casas y siendo presidentes de compañías, y tenía la sensación de que nuestra regla benedictina me reducía como a un niño y eso me molestaba".

Pero con el tiempo su actitud cambió: "Llegué a darme cuenta", prosiguió, "de que en nuestra regla hay un importante principio espiritual y psicológico al tener que pedir permiso para comprar o usar algo. En el fondo, ninguno de nosotros es dueño de nada, y nada nos llega por derecho. Todo es don, aun la vida misma; tendríamos que pedir todo, y no tendríamos que suponer que poseyéramos nada por derecho. Deberíamos agradecer a Dios simplemente por darnos un poco de espacio en la vida. Cuando ahora pido permiso al Abad, ya no me siento como un niño. Más bien siento que estoy en mayor sintonía con la forma como habrían de ser las cosas en un universo orientado-hacia-el-don, en el que nadie tenga finalmente el derecho de exigir nada como suyo propio.

Todos deberían pedir permiso antes de comprar o usar cualquier cosa". La historia de este monje benedictino me recordó un incidente de mi propia vida: Cuando era yo novicio en nuestro noviciado de los Oblatos, nuestro maestro de novicios trató de recalcarnos el sentido de la pobreza religiosa haciéndonos escribir dos palabras latinas, "Ad usum", en cada libro que nos dieran para nuestro uso personal. Estas palabras latinas literalmente significan: "Para uso".La idea era que, aunque te daban un libro para tu uso personal, nunca debías pensar que fueras tú realmente dueño del mismo. La propiedad auténtica se asienta sobre otra base diferente. Tú solamente eras administrador de la propiedad que pertenecía a algún otro. Y esta idea se extendía entonces a todo lo demás que te daban para tu uso personal – tu ropa, tu equipo de deporte, cosas que recibieras de tu familia, e incluso tus artículos de aseo personal y hasta el cepillo de dientes. Podías usarlos, pero no eran realmente tuyos.

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Los tenías "ad usum", para uso. Uno de los jóvenes de aquel noviciado con el tiempo dejó nuestra comunidad y más tarde llegó a ser médico. Hasta ahora seguimos siendo amigos muy cercanos. Un día, cuando yo estaba en su oficina, tomé uno de sus libros de texto de medicina, abrí la cubierta y allí estaban las palabras: "Ad usum". Cuando le pregunté sobre eso, me comentó algo así: "Aunque ya no pertenezco a una orden religiosa ni tengo ya voto de pobreza, me gusta vivir según el principio que nuestro maestro de novicios nos enseñó: En el fondo, realmente no somos dueños de nada. Estos libros no son realmente míos, aunque los haya pagado y comprado. Son míos para usarlos, temporalmente. Nada realmente pertenece a nadie, y trato de no olvidarlo".

Estas dos historias pueden ayudarnos a recordar algo que en el fondo sabemos ya, pero que tendemos a olvidar, a saber, que lo que en último término ciñe toda espiritualidad, toda moralidad, y toda relación humana auténtica es la verdad inalterable de que todo nos llega como don, de modo que no podemos ser dueños de nada por derecho.La vida es un don, el aliento es un don, nuestro cuerpo es un don, el alimento es un don, cualquier amor recibido es un don, la amistad es un don, nuestros talentos son un don, nuestro cepillo de dientes es un don, y las camisas, los lápices, los bolígrafos, los textos de medicina, todas estas cosas que usamos son -cada una de ellas- un don. Llegamos a tenerlas "para uso", pero nunca habríamos de abrigar la ilusión de que somos dueños de ellas, de que son nuestras, de que podemos exigirlas por derecho. Metafóricamente, en cada una de nuestras vidas debería haber un Abad a quien tuviéramos que pedir permiso para comprar o usar cualquier cosa. Eso sería una fórmula muy saludable…

LOS CONSEJOS EVANGÉLICOS EN VITA CONSECRATALos consejos evangélicos, don de la Trinidad 20. Los consejos evangélicos son, pues, ante todo un don de la Santísima Trinidad. La vida consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza. En efecto, «el estado religioso [...] revela de manera especial la superioridad del Reino sobre todo lo creado y sus exigencias radicales. Muestra también a todos los hombres la grandeza extraordinaria del poder de Cristo Rey y la eficacia infinita del Espíritu Santo, que realiza maravillas en su Iglesia». Primer objetivo de la vida consagrada es el de hacer visibles las maravillas que Dios realiza en la frágil humanidad de las personas llamadas.

Más que con palabras, testimonian estas maravillas con el lenguaje elocuente de una existencia transfigurada, capaz de sorprender al mundo. Al asombro de los hombres responden con el anuncio de los prodigios de gracia que el Señor realiza en los que ama. En la medida en que la persona consagrada se deja conducir por el Espíritu hasta la cumbre de la perfección, puede exclamar: «Veo la belleza de tu gracia, contemplo su fulgor y reflejo su luz; me arrebata su esplendor indescriptible; soy empujado fuera de mí mientras pienso en mí mismo; veo cómo era y qué soy ahora. ¡Oh prodigio! Estoy atento, lleno de respeto hacia mí mismo, de reverencia y de temor, como si fuera ante ti; no sé qué hacer porque la timidez me domina; no sé dónde sentarme, a dónde acercarme, dónde reclinar estos miembros que son tuyos; en qué obras ocupar estas sorprendentes maravillas divinas»[36]. De este modo, la vida consagrada se convierte en una de las huellas concretas que la Trinidad deja en la historia, para que los hombres puedan descubrir el atractivo y la nostalgia de la belleza divina.

El reflejo de la vida trinitaria en los consejos

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21. La referencia de los consejos evangélicos a la Trinidad santa y santificante revela su sentido más profundo. En efecto, son expresión del amor del Hijo al Padre en la unidad del Espíritu Santo. Al practicarlos, la persona consagrada vive con particular intensidad el carácter trinitario y cristológico que caracteriza toda la vida cristiana. La castidad de los célibes y de las vírgenes, en cuanto manifestación de la entrega a Dios con corazón indiviso (cf. 1 Co 7, 32-34), es el reflejo del amor infinito que une a las tres Personas divinas en la profundidad misteriosa de la vida trinitaria; amor testimoniado por el Verbo encarnado hasta la entrega de su vida; amor « derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo » (Rm 5, 5), que anima a una respuesta de amor total hacia Dios y hacia los hermanos. La pobreza manifiesta que Dios es la única riqueza verdadera del hombre. Vivida según el ejemplo de Cristo que « siendo rico, se hizo pobre » (2 Co 8, 9), es expresión de la entrega total de sí que las tres Personas divinas se hacen recíprocamente. Es don que brota en la creación y se manifiesta plenamente en la Encarnación del Verbo y en su muerte redentora. La obediencia, practicada a imitación de Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34), manifiesta la belleza liberadora de una dependencia filial y no servil, rica de sentido de responsabilidad y animada por la confianza recíproca, que es reflejo en la historia de la amorosa correspondencia propia de las tres Personas divinas. Por tanto, la vida consagrada está llamada a profundizar continuamente el don de los consejos evangélicos con un amor cada vez más sincero e intenso en dimensión trinitaria: amor a Cristo, que llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones; al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada[37]. De este modo se convierte en manifestación y signo de la Trinidad, cuyo misterio viene presentado a la Iglesia como modelo y fuente de cada forma de vida cristiana. La misma vida fraterna, en virtud de la cual las personas consagradas se esfuerzan por vivir en Cristo con « un solo corazón y una sola alma » (Hch 4, 32), se propone como elocuente manifestación trinitaria. La vida fraterna manifiesta al Padre, que quiere hacer de todos los hombres una sola familia; manifiesta al Hijo encarnado, que reúne a los redimidos en la unidad, mostrando el camino con su ejemplo, su oración, sus palabras y, sobre todo, con su muerte, fuente de reconciliación para los hombres divididos y dispersos; manifiesta al Espíritu Santo como principio de unidad en la Iglesia, donde no cesa de suscitar familias espirituales y comunidades fraternas.

“YO HAGO VOTO DE CARIDAD PERFECTA”(Tres perspectivas de un solo voto).

Lo característico de la profesión religiosa es la respuesta a una vocación peculiar, carismática, que envuelve y compromete toda la vida de quien ha sido llamado. Se expresa esta respuesta ordinariamente a través de la fórmula: “YO HAGO VOTO A DIOS DE CASTIDAD, POBREZA Y OBEDIENCIA”

La promesa de la profesión religiosa es una y triple. Expresa su unidad en una triada, que son los votos de castidad, pobreza y obediencia; y la triada expresa la unidad total de la entrega. Castidad, pobreza y obediencia no son sino los símbolos de una respuesta sin reservas, total, al carisma recibido. Sin reservas:

En cuanto al propio ser, porque hacen referencia a la totalidad de la existencia humana: el ámbito del corazón, de la vida y de las posesiones.

En cuanto al tiempo, porque no solamente se entrega el pasado y el presente, sino que en el don se quiere anticipar todo el futuro a través del voto.

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Independientemente de la fórmula que se utilice, lo que se intenta expresar es una respuesta sin reservas al Dios que llama a su elegido, su elegida… Si el sentido de la profesión es la entrega total, eso significa que cada uno de los votos no es una parte de tres en el conjunto de la entrega, sino más bien una dimensión, una perspectiva desde la que se expresa y simboliza la entrega total.

Los llamados tres votos no son tres votos distintos, sino uno solo en tres perspectivas; son variaciones de una vida según la nueva alianza en el amor que cada uno de ellos enfatiza en una dimensión del mandamiento principal: sea el amor a Dios o al prójimo, sea el amor con todo el corazón (castidad), con toda el alma (obediencia), con todas las fuerzas (pobreza)

“YO HAGO VOTO A DIOS”, es la respuesta a una alianza… y las cláusulas de la alianza se reducen a una: el mandamiento principal, el mandamiento nuevo de Jesús, el amor… Entrar en ALIANZA con Dios es, en principio, una pretensión excesiva para cualquier persona. Necesitamos un MEDIADOR (JESÚS)… De ahí que la profesión religiosa es entrega a Dios sumamente amado; es decidirse a vivir para Él, sin anteponer nada a Jesucristo (Regla de san Benito).

Así, CASTIDAD = “AMAR CON TODO EL CORAZÓN”POBREZA = “AMAR CON TODAS LAS FUERZAS”OBEDIENCIA = “AMAR CON TODA EL ALMA”

POBREZA es decir : “Tú eres mi bien”. Detengámonos en este poema:

AL DIOS, ÚNICO BIEN

Aquí estoy, Señor,delante de Ti, en medio de nuestro mundo, personal, comunitario, humano.

La realidad me envuelve y aturde cuando la miro sola, sin tu mirada y sin tu ternuraLa realidad me devuelve el sentido y la esperanza, cuando eres Tu quien mira en mí y cuando eres Tu quien ama en mi

Sólo Tú eres el Bien, y sólo en Ti podremos encontrar el BienSólo Tú eres la Paz, y sólo en tu paz encontraremos la pazSólo Tú eres la Verdad, y sólo desde tu verdad hallaremos la VerdadSólo tú eres el Camino, y sólo transitando por tu camino llegaremos a la VIDASólo Tú eres el tesoro que alienta nuestras búsquedas. Y sólo dejándolo todo en Ti resistiremos el cansancio de la búsqueda

Sólo en Ti descansa mi almaSólo en Ti, Palabra y encuentro,

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hago fecundo mi silencio y comunión mi soledadSólo en Ti, pobreza incontenible, descubro la riqueza de la desapropiación.

Tú eres mi Bien,Tú mi Dios y mi Todo.

REFLEXIONES SOBRE EL VOTO DE POBREZA(Misioneras Franciscanas del Inmaculado Corazón)

INTRODUCCION: Para muchas de nosotras hoy el voto de pobreza, en un cierto sentido, es motivo de un cierto malestar. La gente dice con facilidad: “¡Ustedes hacen el voto de pobreza, y nosotros lo vivimos!” No poseemos nada, ¡pero lo tenemos todo! Estamos al seguro. No tenemos nunca preocupaciones de tipo económico de cara a pagar recibos o tener comida suficiente. Difícilmente pensamos en lo que cuestan la asistencia sanitaria, la jubilación o el seguro. Como mucho tenemos que negociar para un carro cuando es necesario o pasar estrechez porque el subsidio mensual es limitado.

En los países en vía de desarrollo muchas de las personas que entran en una comunidad dejan atrás, en sus propias familias, una pobreza material mucho mayor. Y a pesar de decir que trabajamos con los pobres, todo el tiempo nos encontramos racionalizando la respuesta a la pregunta: “¿Quiénes son los verdaderamente pobres?” La mayoría de religiosos/as vive una vida cómoda, de clase media. Y, sin embargo, seguimos reconociendo que los pobres son cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos. Somos testigos de una recesión económica global. Amigos/as y miembros de nuestras familias están sin trabajo. Y esto no se puede comparar con las fotos que vemos cada noche en la tele, de gente que se muere de hambre y que vive en una pobreza extrema, imágenes tan devastadoras que nos quedamos sin palabras ante su horror. Nuestra vida irresponsable y nuestra falta de respeto por nuestra Madre Tierra nos llevan a preguntarnos qué y cómo será el futuro de la humanidad.

Nuestro voto de pobreza evangélica, libremente hecho, ¿cómo conecta con este mundo? Si ha de tener un significado y un valor contraculturales ¿qué debemos hacer para que se convierta en algo relevante? ¿PARA qué sirve el voto de pobreza? En nuestras reflexiones tocaremos toda una gama de diversos conceptos todos ellos conectados con la pobreza: 1) gratitud y respeto cósmico, 2) solidaridad y compartir, 3) sencillez y animación comunitaria y 4) mutua viabilidad.

1. GRATITUD Y RESPETO COSMICO

Si en nuestras anteriores reflexiones el voto de pobreza ha estado conectado con el impulso humano que lleva a controlar, hoy vemos que el voto de pobreza está conectado con el impulso humano que lleva a poseer. Desde un punto de vista planetario nosotros no somos que administradores de todo, incluso de las energías de nuestra propia vida. No poseemos nada nuestro. Todo es don.

Francisco, el Poverello, vivió una teología de abundancia. Según la espiritualidad franciscana, Dios es “bien, todo el bien, el sumo bien,” en todo tiempo y para todos. Dios es generoso y creativo, al mismo tiempo, es “la fuente de toda plenitud”. Los pueblos indígenas y los aborígenes muestran espontáneamente un respeto cósmico hacia

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las munificencias de la tierra: los dones de la naturaleza, las flores, los ríos, los animales y los montes. El aborigen se excusa con el animal al que debe matar para alimentar a su familia. Al explorador americano nativo se le ve con una lágrima que atraviesa su cara ante la constatación de la destrucción del medio ambiente.

La pobreza evangélica ofrece un contexto que tiene que ver con la estructura y con la actitud para poder vivir en un mundo interdependiente con sensibilidad y con gratitud. Los individuos pueden vivir en comunión con moderación, apertura, generosidad y compartiendo. La confianza crece cuando vivimos en comunión con el resto de la creación, usando sólo aquello que necesitamos. Esto nos lleva a encontrar una profunda paz interior, dándonos cuenta de que hay suficiente para todos. Es ésta la “vida en abundancia” que Jesús prometió, compartiendo y confiando en la Fuente Divina y en el Dador de Vida.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXION Y PARA LA CONVERSACIONReflexión personal:• Una actitud de gratitud ¿cómo colorea mi mirada cotidiana, empezando desde el momento en que me despierto por la mañana, pasando por todo lo que hago durante el día hasta el descanso por la noche? ¿Qué es lo que agradezco, cada día?• Una Hermana MHPVM ¿cómo puede ahondar de forma práctica en esta toma de conciencia? (por ejemplo con la respiración, en el uso del agua, del espacio, del tiempo, de la energía)Conversación en grupo:• Nuestra vivencia comunitaria del voto de pobreza ¿cómo puede encontrar expresión de manera que muestre gratitud hacia nuestro medio ambiente y respeto por sus dones?• ¿Cuáles acciones comunitarias podemos emprender para que aumente nuestro respeto por los recursos de la tierra?

2. COMPARTIR Y SOLIDARIDAD

El impulso a poseer nos da una ilusión de seguridad mediante la acumulación, lo cual fomenta una vida basada en la competitividad y en la codicia. El compromiso a favor de la pobreza mediante un voto contrarresta la obsesión de la cultura occidental que considera el tener como una garantía de seguridad. Poseer es un concepto de sociedad útil y hasta necesario, como las leyes para mantener el orden, pero en realidad sólo compartiendo vivimos.

“Lo que ustedes tienen, de balde lo han recibido, denlo de balde,” dice Jesús. Y Francisco, al hablar a posibles candidatos para su fraternidad, les dice “vendan todos sus bienes y distribuyan a los pobres lo que sacan de la venta” como dice el evangelio. Y exhorta, en tono menor, a todos los cristianos que están determinados a seguir el evangelio a “practicar la limosna,” a compartir sus bienes. Y en un pasaje que tiene mucha fuerza sigue afirmando el derecho de los pobres a recibir limosnas, es decir a recibir lo que es necesario para su vida y para su dignidad. “Las limosnas son una herencia y una justicia, un derecho que Jesús mismo adquirió para ellos.” ¿Quiénes son los pobres de quiénes habla Francisco, quiénes son las personas despreciadas y desvalidas que deben ser recibidas con amabilidad? Hoy hablamos de personas marginadas y desplazadas, hablamos de los sin techo, de las víctimas del tráfico humano, de las madres solteras, de los parados, de los afectados por el VIH, etc. Se nos exhorta a vivir con ellos, en un clima de gozo. Isabel sintió fuerte este imperativo

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evangélico que le abrió hacia otros horizontes en los que se encontró en “una misión sin trabajo para los pobres y los enfermos, haciendo poco o nada para el lugar en el que vivimos” una situación en la que la solidaridad era prácticamente imposible. En todos estos rostros de la humanidad vemos el rostro de Cristo que se hizo pobre por nosotros. Hay otra importante distinción entre esta pobreza evangélica fundamental que Francisco e Isabel propusieron y la pobreza social que es involuntaria y un mal que hay que erradicar.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXION Y LA CONVERSACIONReflexión personal:• La generosidad ¿es un sello de mi voto de pobreza? El compartir mi tiempo, mi energía, lo que recibo, mis posesiones ¿cómo forman parte de mi evaluación de cara a este voto?• “Los pobres” ¿cuán cerca están de mi vida de cada día y cómo me relaciono con ellos?Conversación en grupo:• Como círculo local ¿de qué manera nos estamos abriendo y alargando para incluir a los pobres en nuestro lugar de trabajo y en nuestro vecindario?• Como grupo ¿cómo valoran ustedes su situación de vida en términos de vivencia de este voto?• ¿Cuáles son las acciones que ustedes pueden tomar como grupo para compartir desde los excesos de nuestros “deseos”, y a veces quizás desde algunas de nuestras “necesidades?”

3. SENCILLEZ Y ANIMACION COMUNITARIA

Recordamos nuestro compromiso a “crear círculos de comunión cada vez más amplios” dando testimonio de un estilo de vida de comunidad que sea sencillo. Vivimos en una época caracterizada por ‘botar’ las cosas, en una época en que las cosas no están hechas para durar largo tiempo. Reciclar se ha convertido en una parte esencial de la vida. Y al mismo tiempo los armarios están llenos y los closets repletos. Abundan nuevos estilos y nuevas opciones. El vivir con sencillez es un enorme reto cuando la abundancia marca a casi toda la sociedad. ¿Podemos vivir con sencillez de manera que otros puedan sencillamente vivir?

Sabemos que la ausencia de desorden estimula nuestra atención. La claridad interior y la sencillez externa van juntas, son aliadas espirituales, purifican la presencia. Necesitamos animarnos mutuamente a una toma de conciencia más en profundidad hacia un estilo de vida más sencillo. ¿En qué medida soy capaz de tener y usar todas las cosas con gratitud, con respeto y reverencia, y con “desprendimiento”, sin tratar de poseerlas? Nuestro voto de pobreza nos invita a tomarnos el tiempo para evaluar nuestro estilo de vida, para considerar si refleja sencillamente lo que hace la sociedad de la que formamos parte o si de veras presenta un testimonio contracultural. Vivir y servir en un contexto pobre nos puede animar a hacerlo; servir entre los que tienen nos suele llevar a vivir como ellos, siguiendo su estilo de vida.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXION Y LA CONVERSACIONReflexión personal:• La sencillez nos da libertad y conserva la energía. Más allá de las cosas materiales, la sencillez puede alertarnos a conservar las energías de la mente y las emociones. ¿Hay en

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mi vida energías emocionales inútilmente gastadas, como por ejemplo ansiedad o rabia inútiles?• Mi manera de conversar ¿es realmente sencilla? ¿Añado un sentido de comunión a una conversación expresando sencillamente la verdad o enturbio las aguas exagerando, hablando con cinismo o chismorreando?Conversación en grupo:• Una vida comunitaria verdaderamente sencilla no puede vivirse a solas. ¿Hasta qué punto mi comunidad o mi grupo está dispuesto/a a ello? Nuestro presupuesto ¿refleja sencillez en la comida, en la manera de vivir, de entretenernos, de viajar?• Nuestra comunicación ¿promueve energías positivas más que vibraciones negativas?• ¿Cómo podemos animarnos mutuamente?

4. POBREZA – INTERDEPENDENCIA Y MUTUA SOSTENIBILIDAD

Los Capuchinos usan la expresión “una economía fraternal” que supone comunión con Dios y solidaridad con el propio vecino. Empieza con una comprensión de Dios vivo como Aquel que ni domina, ni priva de algo. Dios, con humildad y sentido de relación, abre amablemente todos los corazones humanos a la relación y todas las criaturas a la mutua interdependencia. Hoy, tal vez sea posible reorganizar nuestras estructuras económicas y nuestros ministerios según los cinco principios de la economía fraterna, relacional.

Transparencia – El mutualismo en todas las cosas: todos los bienes, las actividades económicas y las decisiones relativas a los apostolados de los miembros están al servicio del conjunto. No hay esquemas secretos de parte del liderazgo o de los miembros.Equidad – Tanto los individuos como las comunidades reciben lo que necesitan y contribuyen con lo que tienen al bien común y a la construcción de la comunión. El servicio reemplaza el derecho.Participación – Construir mecanismos de cooperación y una comunión de personas sin dominio o penurias.Solidaridad – Aquellos que tienen más dan más a los que tienen menos, y todos trabajan para deshacer las estructuras de pecado que son un obstáculo para la comunión.Austeridad – Lo mínimo necesario no lo máximo permitido. Vivir y trabajar sencillamente, para que otras puedan sencillamente vivir y trabajar.

Este tipo de “economía” va lejos y camina hacia la creación de un tipo de vida que nos mueve hacia la mutua viabilidad, no solamente dentro de la congregación, sino en nuestro vecindario local, en nuestro país y en nuestro planeta.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXION Y LA CONVERSACIONReflexión personal:• A nivel personal ¿en qué medida soy transparente de cara a asuntos económicos? ¿De cara a las cosas que tengo para mi uso?• ¿Actúo desde un punto de vista de lo máximo permitido o de lo mínimo necesario?• ¿Qué retos encierran para mí esos cinco principios?Reflexión en grupo:• Como congregación, ¿de qué manera el uso de esos cinco principios podría colorear la manera en que funcionamos como gobierno y administración en la Congregación, en relación a otros círculos de gobierno del mundo de hoy?

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• ¿Cuáles podrían ser los cambios necesarios?

POBREZA EVANGELICA P. René Voillaume...no soy pobre porque, no sólo no quiero ser pobre en lo económico, sino que:

No acepto las limitaciones de los otros, soy exigente respecto a ellos. Juzgo...critico...condeno.No sé ver gestos delicados y atentos en los demás.Deseo poseer a los que amo.No acepto que me critiquen, ni que mis ideas se pongan en tela de juicio.Me atribuyo lo positivo de las situaciones.No acepto lo que hay de negativo en mí.Pienso demasiado en mí. Trato que no me saquen de la buena imagen que los otros han hecho de mí.Soy cobarde por miedo a quedar mal.Me creo autosuficiente, no necesito que otros me den nada,Pero espero con facilidad que me alaben.Estoy instalado, no amo lo imprevisto.No soy paciente.No sé vivir en la alegría.Siempre me salgo con la mía.Estoy satisfecho...instalado....seguro.Tengo miedo que vean mi pobreza, me creo una persona importante.Siento rabia cuando no puedo solucionar los problemas.Soy un insatisfecho..... por todo ésto no soy pobre.

Porque el pobre no se impone a los demás, busca con ellos.Es paciente, no siente envidia ni jacta de lo que hace.Todo lo espera, todo lo excusa, todo lo tolera.Es cortés, desinteresado. No se enoja.Se complace sólo en la verdad.Busca el último lugar y ama ser desconocido, que se le tenga por nada.

MIÉRCOLES SANTO

ORACIÓN (cuando Tú me llamaste) y Presentación en PPT (Los mártires de Argelia)

1. OBEDIENCIA: «Ve a la tierra que yo te mostraré...»41 (Gn 12,1)

Como la de Abraham, como la de los profetas, como la de cualquiera de aquellos que un día, allá en Galilea, se pusieron en marcha para seguir a Jesús, la historia de la vida religiosa está marcada desde su origen por los desplazamientos: Antonio, el gran padre de los monjes…, En la Edad Media, … la vida de los monasterios… Domingo y Francisco inventaron nuevas formas, provocaron nuevos desplazamientos… La propuesta de Ignacio fue radicalmente diferente…, La intuición de estos tres grandes fundadores no pudo ser realizada en plenitud… El siglo xx trae otros acentos y otros

41 Dolores ALEIXANDRE; Religiosa del Sagrado Corazón Profesora de Sagrada Escritura en la Universidad de Comillas Madrid

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desplazamientos… Este rasgo del desplazamiento, que no es necesariamente geográfico, pero que tiene mucho de simbólico, es una invitación a buscar en la Biblia personajes en trance de itinerancia, gente en movimiento de acá para allá, cambiando de lugar y en relación con adverbios de movimiento. Es verdad que los tiempos cambian y no se repiten de nuevo, pero los modos de afrontarlos pueden tener rasgos muy comunes, y por eso los personajes bíblicos son hoy palabra «antigua» de Dios para nosotros que se convierte en fuente constante de inspiración y sabiduría. 

He intentado focalizar cuatro desplazamientos-tipo realizados por cuatro personajes del AT: JONÁS: ir más allá. RUT: estar más cerca. ELÍAS: descender más abajo. JACOB: entrar más adentro. Y en cada uno de ellos tratar de descubrir dos elementos que están presentes en el dinamismo de cada desplazamiento: el elemento ruptura y el elemento vinculación. 

1º. Jonás: ir más allá 

El libro de Jonás se abre con un mandato de desplazamiento dirigido por Dios a su profeta: «'Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama en ella que su maldad ha llegado hasta mi'. Se levantó Jonás para huir a Tarsis, lejos del Señor; bajó a Jaffa y encontró un barco que zarpaba para Tarsis, pagó el precio y embarcó para navegar con ellos a Tarsis, lejos del Señor» (Jon 1,1-3). 

Jonás vivía tranquilo y ordenado y tenía, como el hijo mayor de la parábola de Jesús, las fronteras muy claras sobre los que son buenos y los que son malos; los que tienen derecho a la alianza y a la bendición del Señor y los que no…

Jonás también tenía, gracias a Dios, muy claras las ideas y muy aprendidos los dogmas y muy bien formadas las imágenes sobre Dios. Y sabía estupendamente en qué consistía su voluntad y cuáles eran sus designios inmutables y cómo tenía que ser el contenido doctrinal de una buena predicación. En definitiva, Jonás estaba preparadísimo para ser un buen profeta, un profeta voluntarioso y cumplidor, … Y, de pronto, Dios irrumpió en su vida como un vendaval y le desbarató las fronteras y los límites: «Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama lo que yo te diga». Era una invitación a asomarse al borde de ese abismo que es el apasionamiento de Dios por su mundo, su deseo de acogerle y hacerle llegar su misericordia entrañable. 

Nínive, «la gran ciudad», era símbolo de todos los alejados, de todos los separados… Jonás se asomó a aquel abismo y le entró vértigo. Salió huyendo. Dios le mandaba a Nínive, y él se embarcó rumbo a Tarsis: exactamente en dirección contraria.  Pero en su huida todo se vuelve obstáculos… Y es que a Jonás se le había olvidado lo insistente que puede ser Dios. Y es que allí donde a nosotros se nos acaba, le empieza a él la paciencia…«Por segunda vez fue dirigida la palabra del Señor a Jonás en estos términos: 'Vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama lo que yo te diga'» (4,1). Como si no hubiera pasado nada, como si fuera la primera vez... 

Y Jonás se fue a Nínive y predicó allí. Y cuando Nínive se convirtió, Jonás se disgustó mucho y se quejó a Dios, cosa que a nosotros, tan deseosos de éxitos apostólicos, nos parece extrañísimo: «¡Ay, Yahvé! ¿No es esto lo que yo decía cuando estaba todavía en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis. Porque bien sabía yo que tú eres un Dios

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entrañable y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del mal...» 

Esas palabras son el nudo que revela todo el secreto del relato y cuál fue la ruptura que se le pidió a Jonás: tenía que dejar atrás todas sus ideas sobre Dios y vincularse a alguien que le llevaba más allá de sus fronteras y le dejaba en una intemperie amenazadora y vacía de seguridades. A eso se resistía Jonás, porque no era a Nínive a quien temía, sino a Dios…

Seguramente no nos resulta difícil identificarnos con Jonás en mucho de lo que hemos vivido en la vida religiosa a partir del Concilio. También a nosotros nos crujieron entonces muchas de nuestras viejas ideas sobre Dios, y sobre la manera de servirle, y sobre los lugares en que hacernos presentes. Se nos tambalearon las seguridades, y el sistema de creencias que creíamos inamovible se reveló incapaz de sostenernos… Y, después de la tormenta, creímos que al fin estábamos seguros en el vientre de la ballena, y pensamos: «gracias a Dios, ya ha pasado el alboroto de la renovación, ya hemos alcanzado la estabilidad, ya nos han aprobado las nuevas Constituciones…». 

Pero, de pronto, puede sorprendernos la evidencia de que aquello no había sido más que una etapa, y que ahora la ballena nos ha vomitado en la Nínive de un mundo técnico y secularizado en el que Dios parece estar ausente y al que las palabras que nosotros pronunciamos le son prácticamente indescifrables y los valores que tratamos de anunciar le resultan arcaicos e irrelevantes. Nuestros hábitos culturales se sienten amenazados; no ejercemos como antes el liderazgo moral; tenemos delante problemas para los que desconocemos la respuesta; nos resistimos a ser tragados por la «invisibilidad social»... 

Por eso nos acomete la tentación de huir a una «Tarsis» que puede tener muchos nombres y llamarse refugio en nuevas sacralizaciones, restauracionismo, individualismo, fuga hacia el espiritualismo, encerramiento en pequeños mundos, dependencia, instalación, repetición de esquemas ya fijados, dogmatismo, nostalgia, pesimismo, vuelta a las normas... 

Pero, lo mismo que Jonás, podemos escuchar una llamada persistente que vuelve a invitarnos a correr la aventura de Nínive aa de Tarsis a Nínive aa , a aceptar el riesgo de una vinculación nueva a un Dios desconcertante que nos empuja a ir más allá de lo conocido, que está queriendo desplazarnos más allá, hacia los desiertos, las periferias y las fronteras, allí donde está su humanidad más herida y donde sus hijos, por debajo de la apariencia de la intrascendencia y del divertimento, viven la brecha abierta de la pregunta por el sentido y el silencio vacío que espera una Palabra. 

2º. Rut: estar más cerca 

El destino de esta preciosa figura femenina, protagonista de una de las narraciones didácticas más bellas del AT, está también atravesado por el símbolo del desplazamiento: cuando Noemí, su suegra, después de perder a su marido y a sus dos hijos, en tierras de Moab, decide volver a Belén, su pueblo de origen, Rut, en contra de toda lógica y de toda previsión, toma una decisión arriesgada e insensata: quedarse cerca de su suegra, acompañarla en su futuro incierto, adherirse a ella para lo bueno y para lo malo, permanecer a su lado en cualquier circunstancia. «No insistas en que te

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abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré; donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, moriré, y allí seré enterrada. Sólo la muerte nos separará» (/Rt/01/16-18). 

El relato comienza introduciendo motivos de muerte: hambre, miseria, emigración forzosa, muerte, esterilidad, carencia de tierra... El final es esplendoroso: la bendición de Yahvé se hace presente otorgando fecundidad a un matrimonio feliz, abundancia, alegría. Una extranjera se injerta en el tronco de Israel, y de su descendencia nacerá David. Su nombre ha atravesado las barreras del tiempo y ha conseguido aparecer en la genealogía de Jesús según Mateo. 

La presencia de Dios en la narración es discreta y silenciosa: no sucede nada milagroso ni extraordinario ni llamativo. El escenario es el de los trabajadores del campo, el ritmo de las estaciones, la sencilla cotidianeidad... Yahvé aparece como un Dios cercano que actúa en la esfera humana como una corriente subterránea que la fecunda. No aparece en la superficie, pero está presente y activo a niveles profundos. Se trata de una presencia no reservada al ámbito de lo sacro, sino que irriga toda la existencia humana silenciosamente, infundiendo valor, impulsando hacia la lealtad y la generosidad. Es una presencia que camina con los hombres y mujeres en la cotidianeidad. 

Por los caminos de la cotidianeidad 

Éste es un desafío que hoy está llamando a las puertas de la VR: cómo pensar la vida cotidiana como lugar de la presencia del Señor, como lugar y espacio para vivir radicalmente el Evangelio. Pero hay unos cuantos factores que amenazan ese entronque y con los que tendríamos que establecer ruptura para acceder a esa vinculación a la vida cotidiana como lugar normal de insertar la vida religiosa: 

—Uno de esos elementos con los que necesitamos romper sería nuestra concepción secreta de la vida religiosa como «estado de excepción»... ¿No tendríamos que preguntarnos cómo vivir el seguimiento de Jesús sin estar al margen de todo eso que le ocurre a la gente cotidianamente?

—Podemos vivir convencidos de que estamos llamados a la exquisitez del cristianismo, … y nos habituamos a un vocabulario de uso interno lleno de palabras rotundas: Opción, Misión, Contemplación, Inserción, Inculturación... Y son realidades importantísimas, pero que necesitarían estar avaladas por el comprobante de que las vamos traduciendo modestamente en los valores elementales de la gente…

—Podemos vivir encantados diciendo que nuestro voto de pobreza consiste en «un radical vaciamiento ante el misterio insondable del Ser», y poner luego el grito en el cielo si en la comunidad se llega al acuerdo de que hay que bajar la cuenta del teléfono. Y nuestra castidad y obediencia serán, sin duda, «desposeimiento gozoso que expresa nuestra fascinación por el Absoluto», pero a veces, de puro fascinados y desposeídos, ni siquiera nos enteramos de lo que les pasa a los de nuestro alrededor, o les hacemos insufrible el trabajar o el convivir con nosotros. 

—Otro factor que nos aleja de la cotidianeidad es fruto de nuestra pertenencia a una generación que ha sido iniciada a la VR a partir de una cierta «lógica del héroe», con unos valores de generosidad, de sacrificio y de deseo de grandes empresas por el Reino

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que el postconcilio nos hizo vivir con entusiasmo. Pero el presente que ahora vivimos no parece tener casi nada que ver con los valores en que nos formaron ni con las experiencias que emprendimos. Las palabras fuertes de antes ya no resuenan, los proyectos históricos están en crisis, y no sabemos desenvolvernos en el ámbito modesto y gris del cada día. 

¿No experimentamos en estos momentos una llamada a redescubrir el ser; a reconciliarnos con la oscuridad del «cada día»; a no intentar ser superhombres o supermujeres, sino personas cercanas y fraternas, dispuestas a reconocer sus limitaciones y sus pobrezas, capaces de pedir ayuda y de dejarse completar y confrontar? 

Una gracia del momento presente es que estamos siendo atraídos progresivamente a vivir la vida como una reciprocidad sagrada de dones; a no considerarnos los bienhechores que dan generosamente a los que no saben o no pueden o no tienen, sino a entrar en unas relaciones mutuas en las que vayamos sabiendo en qué consiste aquello que decía S. Agustín: «Con vosotros soy cristiano». 

3º. Elías: descender más abajo

En las narraciones que nos conservan el recuerdo de Elías (I Re 172 Re 2) aparece insistentemente el tema de los desplazamientos del profeta: se dirige al encuentro del rey (1 Re 17, I ), pero inmediatamente Dios le dice que se marcha al otro lado del Jordán, y luego a Sarepta de Sidón (1 Re 17,3-10), a casa de la viuda. En el capítulo 18 lo vemos en lo alto del monte Carmelo desafiando a los sacerdotes de los baales y bajando después, en una carrera triunfal delante del carro del rey, hasta llegar a Yezreel (1 Re 18). Pero enseguida lo encontramos huyendo hacia el desierto y adentrándose allí por miedo a las amenazas de Jezabel (1 Re 19,1-4). El camino que recorre Elías es el mismo que recorrió Moisés, pero en dirección inversa: su peregrinación al Horeb, «el monte de Dios», es un retorno a las fuentes del yahvismo, un intento desesperado de volver a hacer en nombre de su pueblo la experiencia de la Alianza. 

Pero el desierto es duro y amenazador, y Elías, que vive en él un momento de desesperación y agotamiento en el que se desea la muerte, recibe, junto con el pan, una palabra que le recuerda su debilidad: «el camino es demasiado largo para tus fuerzas» (1 Re 195-7); y comer aquel alimento le permite reemprender la marcha durante cuarenta días con sus noches, hasta alcanzar penosamente la cima del Horeb. Allí tiene lugar un encuentro con el Señor, que ya no se comunica con su profeta en las claves que eran familiares para Elías (el fuego, el viento, la tormenta), sino en una brisa tenue como la que escucharon Eva y Adán en el jardín. 

A lo mejor, él habría deseado, como Pedro en el Tabor, quedarse allí; pero de nuevo recibe de Dios el reenvío hacia la misión profética, y un poco más allá le encontramos de nuevo enfrentándose con el rey a propósito de la viña y la vida arrebatadas a Nabot (1 Re 21). 

Una característica de todos los desplazamientos del profeta es lo que podríamos llamar el «movimiento descendente»: Elías, como expresa su nombre—«Mi Dios es YHWH», es el hombre del absoluto de Dios. Su existencia está tocada por la gloria y la presencia del Señor, subyugada por su mano, fascinada por su trascendencia. Y ese Dios, a quien

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únicamente quiere servir, lo va a ir conduciendo, desde la esfera del trato con el rey, al escenario ínfimo de la casa de una viuda pobre y, además, pagana; desde el triunfo de su desafío a los adoradores de Baal en el Carmelo y su éxito en hacer llover después de tres años, al contacto con sus propios límites en la soledad amenazadora del desierto; del paisaje grandioso de la cumbre del Sinaí y su maravillosa teofanía, al conflicto, al parecer minúsculo, del robo de unas viñas a un campesino de Samaria... 

Dios tiró de Elías hacia abajo, y él se dejó conducir, aunque, quizá como Jonás, realizara a regañadientes ese itinerario descendente. 

Un «kairós» de descenso… Pienso que el tema del descenso de la vida religiosa hacia el mundo de los pobres es algo irreversible… La inserción entre los pobres y marginados es, indudablemente, uno de los síntomas de una VR que mira hacia adelante y su signo profético más claro. …

4º. Jacob: entrar más adentro

Pero para adentrarnos en esa oscuridad necesitamos la compañía de un cuarto personaje bíblico, Jacob, el hombre que se adentra en la noche en un combate con el mismo Dios. Escuchemos el relato: 

«Aquella misma noche se levantó Jacob, tomó a sus dos mujeres con sus dos siervas y a sus once hijos y cruzó el vado de Yabboq. Les tomó y les hizo pasar el río e hizo pasar también todo lo que tenía. Y se quedó Jacob solo. 

Y alguien estuvo luchando con él hasta el amanecer. Pero, viendo que no le podía, le tocó en la articulación del fémur y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba con aquél. Éste le dijo: 'Suéltame, que ha amanecida'. Jacob le respondió: 'No te suelto hasta que me hayas bendecido'. Dijo el otro: '¿Cuál es tu nombre?' 'Jacob'. 'En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has sido fuerte contra Dios, y a los hombres los podrás'. Jacob le preguntó: 'Dime, por favor, tu nombre' . '¿Para qué me preguntas mi nombre?' Y le bendijo allí mismo. 

Jacob llamó a aquel lugar Penuel, pues se dijo: 'He visto a Dios cara a cara y tengo la vida a salvo'. Al amanecer había pasado Penuel y cojeaba del muslo» (Gn 32,23-32). 

Estamos ante un texto misterioso y oscuro en el que encontramos palabras clave: solo, noche, lucha, amanecer, nombre, bendición. 

«Jacob se quedó solo»: todo lo que posee (mujeres, hijos, siervas, ganado), todo aquello que era el fruto de la bendición que había arrancado con engaños a su padre ciego, lo ha dejado en la otra orilla. Y, lo mismo que Moisés cuando se dejaba envolver en la densidad de la nube para encontrarse con Dios, Jacob se adentra solo en la noche y comienza aquella lucha con el personaje misterioso que al principio no habla. La oscuridad se hace aún más terrible cuando no hay palabras y cuando no es posible identificar a través de ellas al agresor. 

Pero Jacob no se rinde; continúa luchando hasta que consigue entrar en diálogo con el desconocido y hacerle hablar. Antes del amanecer, las palabras pronunciadas son la

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primera luz proyectada sobre la escena. Al combate sucede un intercambio de palabras, y en ellas Jacob reconoce a alguien capaz de bendecirle y de darle un nombre nuevo. 

Luchando en medio de la noche 

Como a Jacob, nos han tocado tiempos oscuros (¿hubo otros que no lo fueran?); tiempos en que las cosas «no están claras» y nos sentimos rodeados de muchas sombras que entenebrecen nuestra vida. Eberhard Jüngel, comentando este textos, dice que es una historia para personas «agredidas» y «asaltadas», una «bienaventuranza» veterotestamentaria que declara dichoso a alguien que no está maravillosamente protegido, sino atrozmente maltratado por potencias oscuras y que, a pesar de estar medio paralizado, no abandona el combate hasta que le es concedido reconocer el rostro de Dios más allá del poderío de las tinieblas, precisamente en el momento en que amanecía. 

Pienso que, en momentos oscuros, nuestra tentación puede ser la de huir hacia la trivialidad, escapar hacia la superficie para quedar fuera del alcance de un Dios que nos invita a luchar con él en medio de la noche. Preferimos vivir entretenidos, atareados, enredados en nuestros pequeños problemas, transfugados hacia zonas de alta seguridad donde no nos alcance el dolor de los otros, la gravedad del misterio de Dios, el recuerdo peligroso del Evangelio. 

«La atención está vinculada al deseo. No a la voluntad, sino al deseo. O, más exactamente, al consentimiento», decía Simone Weil… … Dios puede ser un adversario peligroso, un luchador terco e incansable, decidido a perseguirnos hasta darnos alcance. Acecha por las cerraduras de nuestras puertas, se asoma por nuestras celosías, nos asalta en las encrucijadas de nuestros caminos, se empeña, una y otra vez, en arrancarnos de la distracción de nuestros pequeños jardines y llevarnos al desierto para hablarnos al corazón. 

Por eso tenemos que preguntarnos por dónde nos movemos, a quiénes tratamos, a quiénes sentamos a la mesa de nuestro tiempo, qué leemos...; porque hay relaciones, trabajos, lugares y lecturas que nos mantienen en la intrascendencia, y otros que nos empujan hacia las orillas del Yabbok, que nos adentran en el terreno de las situaciones límite, allí donde se plantean las preguntas fundamentales, las preguntas por la vida, la muerte, la felicidad, lo humano, lo bueno... Allí donde quedamos expuestos al alto riesgo de que Dios nos dé alcance para combatir con nosotros.

2. EJERCICIO CELEBRACIÓN: CELIBATO Y AMISTAD “Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro” (Jn 11, 5)

3. CASTIDAD: “AMAR CON TODO EL CORAZÓN”

ORACIÓN Y Presentación en PPT (francisco el hombre de los abrazos)

4. LOS “OTROS” PECADOS CONTRA LA CASTIDADGonzalo Fernández Sanz, cmf

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A muchas personas les resulta difícil admitir que haya unos cuantos miles de hombres y de mujeres que, en virtud de una experiencia religiosa particular, renuncien a ejercer su sexualidad como se supone que deben ejercerla todas las personas “normales”. Sospechan que hay un abismo entre la vida pública, ajustada a la imagen de personas continentes, y la vida privada, que puede discurrir por otros cauces más anchos. Incluso están dispuestas a tolerar esta incoherencia con tal de que se mantenga dentro de ciertos límites y no salpique en forma de abuso o escándalo. Una incoherencia aceptada socialmente neutraliza eficazmente cualquier “veleidad profética”.

Cuesta entender el significado del carisma de la castidad. No hay que poner las cosas más difíciles de lo que son, pero tampoco hay que obsesionarse por explicarlo todo y por disfrutar de plausibilidad social. Recuerdo a este respecto una simpática anécdota vivida cuando era estudiante de teología. Durante un verano participé con otros compañeros en los trabajos de reparación del tejado de nuestra casa. A quince metros del suelo, en traje de faena, uno de los albañiles jóvenes nos preguntó con picardía: “Pero vosotros, ¿nada de nada?”. Un compañero respondió sin dudar: “Nada”. Difícilmente se puede insinuar más con menos palabras. El campo de la sexualidad se presta como pocos a las piruetas lingüísticas. El primer “nada” aludía a la intensidad (mucho, algo, nada). El segundo se refería a la especie (esto, aquello, nada). A nuestro compañero albañil le resultaba imposible entender dos “nadas” en los sumandos y una “nada” superlativa en el resultado. El diálogo acabó en un intercambio de risas porque un tejado no daba para más argumentos. Pero la cuestión estaba servida.

¿Qué significa pecar contra la castidad? ¿En qué estamos pensando cuando hablamos de los pecados contra este voto? Antiguos libros sobre vida religiosa ofrecían respuestas en las que se precisaba claramente entre pecados mortales y veniales, pecados contra el voto y pecados contra la virtud, etc.42. En esas respuestas se abordaban los pecados en los que espontáneamente pensamos cuando nos referimos a este voto y que coinciden, naturalmente, con los aireados por la literatura, el cine y los medios de comunicación social. La lista es grande, pero relativamente cerrada. Va desde la masturbación hasta las relaciones sexuales de diverso género pasando por la pornografía, los malos pensamientos y deseos y otra porción de actitudes y conductas. ¿No tenemos bastante con esta lista como para imaginar que, además de estos pecados, pueden existir “otros”? ¿No hemos sufrido suficientes torturas de conciencia en este campo como para andar ahora multiplicando las especies?

No me resulta cómodo expresarme en los términos propuestos para este artículo, pero, aceptado el desafío, podemos vencer la tiranía de las palabras y, aunque sea desde la vertiente negativa (el título utiliza el término “pecado”), asomarnos a las inmensas posibilidades que se nos regalan con el carisma de la castidad y que tal vez frustramos por no prestar la debida atención a esos “otros” pecados que parecen de segunda fila en comparación con los “grandes” y que, sin embargo, revelan un gran reduccionismo en la vivencia de la castidad consagrada. Basta exponer un manojo de siete para espolear la reflexión.

El pecado de restringir el propio mundo

Jesús fue célibe. Pero no fue una persona cerrada. Al contrario, su radical pertenencia al Padre, le permitió una continua ampliación del horizonte vital. Fue capaz de establecer relaciones con todos los sectores de la sociedad, desde los más marginados (leprosos, publícanos, prostitutas) hasta los más influyentes (sacerdotes, escribas, oficiales romanos, ricos). Tuvo amigos y amigas. Estuvo cerca de los niños y de los

42 Cf A. ROYO MARÍN, La Vida Religiosa, BAC 244, Madrid 1965, 305-307.

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ancianos. Habló con judíos y con gentiles. Pisó la tierra de Israel y traspasó, siquiera tímidamente, sus fronteras. Su experiencia del Dios “siempre mayor” lo condujo a vivir en un mundo “siempre mayor”. La cristología actual no tiene reparos en hablar de la evolución de la conciencia de Jesús, de su continuo proceso de aprendizaje.

Un célibe que quiere vivir como Jesús no puede anclarse en la restricción neurótica de su campo vital. Si así fuera, estaría manifestando que su centro es demasiado débil como para sostener su vida. En otras palabras: estaría manifestando que su centro no es Dios sino unos cuantos anclajes idolátricos. ¿Cómo se puede convertir la castidad en “icono del Tú divino” cuando no genera conductas expansivas sino defensivas, cuando no moviliza nuestros recursos personales sino que nos somete a un proceso de “encogimiento”?

En la vida de las personas consagradas se dan a veces síntomas de restricción del propio mundo. La renuencia a cultivar la formación permanente, la repetición de esquemas comunitarios, la dificultad para revisar posiciones apostólicas y estructuras organizativas, el apego al propio destino, los obstáculos a una misión compartida con los laicos, son actitudes que, aunque no lo parezca a primera vista, tienen que ver con la castidad. Y, sin embargo, es más común confesarse de conductas sexuales que de las que manifiestan cerrazón y repliegue. Pero, ¿no es la castidad un carisma del Espíritu para vivir en la onda de Jesús? ¿No implica, por lo tanto, una actitud expansiva que busca salir de los intereses del propio yo para estar disponibles a las necesidades de los demás?

Esta disponibilidad reviste hoy formas muy variadas. Tiene mucho que ver con la actitud de búsqueda intelectual, con la pasión por encontrar nuevas respuestas a los muchos problemas que hoy tiene planteados la humanidad y que producen sufrimiento a las personas. Tiene que ver también con la sensibilidad ante las formas de convivencia social que se derivan de la creciente multiculturalidad. No teme reflexionar con más hondura sobre la identidad masculina y femenina, sobre los nuevos roles del hombre y de la mujer, sobre las diversas configuraciones familiares.

La razón es siempre la misma: quien vive intensamente la experiencia de Dios como centro de su vida está preparado para adentrarse en territorios de alto riesgo en los que fácilmente olvidamos a quién pertenecemos. El carisma de la castidad es, en este sentido, un carisma de vanguardia. El pecado consiste, pues, en vivirlo en protegida retaguardia.

El pecado de los “aliviaderos”

La pulsión sexual se puede satisfacer, sublimar o reprimir, pero no se puede eliminar. Un célibe acepta libremente no satisfacer esta pulsión mediante las relaciones sexuales. Ahora bien, si no se ha adiestrado en la sublimación43, no le queda más alternativa que la represión. Esta última salida desequilibra a la persona porque no canaliza la energía sino que simplemente la retiene. Naturalmente, la energía reprimida busca sus aliviaderos. Dos de los más frecuentes entre los célibes son el autoritarismo (que consiste en sustituir la autoridad por el mando) y el mal humor (que consiste en sustituir la esperanza por la agresividad). Dejemos que algunos ejemplos lo ilustren más claramente.

Cuando subo a la segunda planta de un hospital regentado por religiosas y una, desde el fondo del pasillo, me grita que qué pinto allí sin autorización, que si no he leído

43 Dado que este concepto se presta a muchos equívocos es conveniente precisar su significado. Invito al lector a acercarse a: C. DOMÍNGUEZ, La aventura del celibato evangélico. Sublimación o represión. Narcisismo o alteridad (Frontera/Hegian 31), Instituto Teológico de Vida Religiosa, Vitoria 2000, 25-52.

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el cartel que dice que se han terminado las visitas, lo primero que pienso es que a esta monja-sargento el celibato no le sienta nada bien. Puedo entender sus objeciones, pero no sus modales. Perfectamente podría haber comenzado preguntándome con amabilidad qué deseo y en qué puede ayudarme. Y también amablemente podría haberme advertido sobre el horario de visitas. Si reacciona con violencia y mal humor, si exhibe su autoridad con aires cuarteleros, me está diciendo sin decirlo que no sabe cómo demonios canalizar su energía. Aunque no lo pretenda, me pone las cosas difíciles para que yo pueda entender la fuerza liberadora de su celibato y su cacareada opción de servicio a las personas.

Cambiemos de escenario. Si un religioso párroco, por ejemplo, preside el consejo pastoral de la parroquia encomendada a su comunidad y se pasa toda la reunión recordando que él es el último responsable, uno sospecha que tal despliegue de autoridad no nace precisamente de la caridad pastoral sino quizá de una insana represión y de la necesidad neurótica de autoafirmarse. Naturalmente, a los miembros del consejo se les hace cuesta arriba entender eso de que “el celibato libera y no te altera” y zarandajas por el estilo.

En ninguna de estas conductas se advierten claros ingredientes sexuales. Y, sin embargo, es posible calificarlas como pecados contra la castidad, en el sentido de que en ellas el amor oblativo, que es la esencia de la castidad, ha sido sustituido por el poder. Podemos alegar todas las eximentes que consideremos oportunas, pero la dinámica interna está bastante clara.

Existe un sexto sentido para desenmascarar los revestimientos del poder. A veces, el poder, particularmente en los célibes varones, adopta la forma de criticismo. ¿Cuántas veces hemos oído lanzar diatribas sobre el editorial de un periódico, sobre una película de estreno o sobre un líder político que no es de la cuerda de quien habla? La diferencia entre la capacidad crítica y el criticismo reside, a mi modo de ver, en que la primera toma en cuenta el conjunto de una realidad y trata de desentrañar sus elementos positivos y negativos. La segunda, por el contrario, se coloca siempre por encima, emite juicios absolutos y, por lo general, salta del plano de los datos objetivos al juicio sobre las personas.

La tentación del poder se disfraza también de orgullo individualista o corporativista, según los casos. Consiste en una exaltación de “lo mío” o de “lo nuestro” en detrimento de “lo otro” o de “lo de todos”. La tendencia a anteponer nuestros intereses personales al proyecto comunitario, las obstrucciones a la colaboración intercongregacional, los excesivos recelos en la misión compartida son algunas manifestaciones visibles.

En todos estos casos la persona célibe queda frustrada porque los sustitutivos del amor no logran integrar la personalidad. En vez de abrir a la persona a la alteridad la cierran en las muchas formas del narcisismo.

El pecado de la “exquisita distancia”

Un célibe consagrado es una persona carismáticamente habilitada para una vida relacional rica. En principio, tendría que manejarse bien en las “distancias cortas”, especialmente en las que se establecen con los “excluidos afectivos” de nuestras sociedades: ancianos solos, niños con problemas familiares, jóvenes desarraigados, personas sin techo, enfermos crónicos desprotegidos, solitarios de diverso género, etc.

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Y, de hecho, hay muchos religiosos y religiosas que son expertos en cercanía y cuyas historias habría que contar porque son verdaderas parábolas del Reino.

El pecado consiste en huir de esta cercanía sanadora y practicar un tipo de distancia que no nace del respeto al otro sino del deseo de no complicarnos la vida con personas y situaciones que rompen nuestros hábitos y “hieren” nuestras sensibilidades. Si la adjetivamos de “exquisita” no es por sus formas delicadas sino por las razones “espléndidas” que solemos aducir para justificarla y que son, en realidad, racionalizaciones: “Mire, hoy no dispongo de tiempo porque tengo que dar clase, pero no se preocupe porque mañana...”. “Yo no valgo para estar con esta gente, hay otros que lo pueden hacer mejor”, “Demasiados problemas tenemos ya aquí como para que encima me preocupe de lo de allí”, etc.

A muchos laicos les cuesta comprender que quienes hemos profesado vivir como Jesús tomemos tantas precauciones a la hora de relacionarnos con los demás, especialmente con aquellos de los que no cabe esperar de entrada una respuesta agradecida. A los religiosos y religiosas se nos suele considerar personas activas, pero no siempre cercanas. Es más: el exceso de trabajo se convierte a menudo en excusa frecuente para no dedicar tiempo a las distancias cortas, que son las que propician los verdaderos encuentros interpersonales y las que mejor ponen a prueba la consistencia personal.

La experiencia nos dice que las distancias cortas entrañan riesgos de todo tipo: transferencias, dependencias, enamoramientos, manipulación, etc. No podemos cerrar los ojos. La virtud de la prudencia nos ayuda a sopesar en cada caso en qué medida los riesgos superan a las posibilidades. Pero nunca un mal ejercicio de la prudencia debería convertirse en una estrategia para la retirada, porque eso significaría renunciar a los mejores frutos de la castidad consagrada: la ternura, el consuelo, la confidencia, la intimidad, la lucha compartida... y la transmisión de la fe.

En efecto, existe una evangelización de las “distancias cortas” que es tal vez la más adecuada para nuestro tiempo. Muchos de los medios tradicionales de evangelización están pensados para grupos grandes. La mayoría conservan su sentido, pero dejan fuera a las personas que no se sienten muy identificadas con las mediaciones eclesiales y que, sin embargo, se hallan en una situación de búsqueda religiosa. En estos casos, cada vez más frecuentes, el manejo de las distancias cortas es esencial. Supone la capacidad de escuchar con paciencia, de entrar en un diálogo sincero, de dejarse cuestionar por los otros, de acoger perplejidades, de comunicar oportunamente la propia experiencia, de rastrear la huella de Dios en los pliegues de nuestras complejas experiencias humanas; en suma, de acompañar itinerarios de fe. ¿Por qué refugiarnos en la distancia del profesional de la religión cuando estamos habilitados para la cercanía del testigo?

El pecado de la “excesiva cercanía”

Aquí el peso de la exageración cae sobre el otro platillo de la balanza. La cercanía es propia del amor. Si le pegamos el adjetivo “excesiva” es porque existe un tipo de cercanía que no sabe respetar el espacio autónomo de los otros, que rompe la barrera de la alteridad, y que es parasitaria. Hay célibes que “se atan” a una relación para disfrazar la soledad inherente a la vida consagrada. Pasan sus vacaciones con una familia amiga “que todos los años me invitan porque no saben moverse sin mí”. Buscan el consuelo en sobrinos que aprecian al tío o a la tía religiosos, sin caer en la cuenta de

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que estos adorables sobrinos suspiran secretamente por liberarse un poco de su atosigante presencia. Consideran que son imprescindibles para todo bautizo, matrimonio o funeral que suceda en su ancho radio de acción, “porque a mis conocidos les gusta mucho que yo presida los acontecimientos familiares”. Cuando se acerca la Navidad, dedican horas y horas a escribir tarjetas de felicitación “porque tengo un montón de compromisos que no puedo descuidar”. El día de su cumpleaños anotan cuidadosamente todas las llamadas telefónicas que reciben ... y también los correos electrónicos. En fin, que miden su amor por la suma de dependencias afectivas que han ido acumulando con el paso de los años.

Es evidente que la castidad no es aislamiento sino relación. Pero la castidad implica soledad. Hay un tipo de soledad que es inherente a toda experiencia de encuentro. Seguimos al Jesús entregado y también al Jesús solo, al Jesús que toca a la multitud y al Jesús que sabe retirarse.

Todos los seres humanos estamos confrontados con el misterio de la soledad. En el caso de los consagrados, hay una dotación carismática para vivir esta soledad no como vacío absoluto sino como espacio habitado, como experiencia en la que Dios planta su tienda en el corazón humano. El célibe que no ha aprendido a entrar en comunión desde la soledad fecunda fácilmente instrumentaliza las relaciones familiares, pastorales, o de amistad. No nos acercamos a los otros para rellenar los vacíos producidos por un voto sino para compartir con ellos una búsqueda común, para abrirnos juntos al misterio del Dios Amor, la referencia esencial de toda construcción humana.

El pecado de la doblez

Siempre seremos incoherentes; es decir, siempre habrá una distancia entre nuestros valores profesados y nuestras conductas. Esto no es demasiado grave cuando se da en un contexto de autenticidad; o sea, de lucidez para vivir en verdad, reconociendo lo que somos y lo que estamos llamados a ser, poniendo nombre a nuestras luces y a nuestras sombras, asumiendo el riesgo de ser nosotros mismos, y pidiendo perdón por nuestra infidelidad. Incluso un cierto nivel de incoherencia puede resultar espiritualmente saludable en la medida en que nos mantiene siempre abiertos a la gracia de Dios desde el reconocimiento humilde de nuestra condición frágil.

El pecado de doblez es otra cosa: es el pecado de la inautenticidad, de vivir desde el rol social que desempeñamos y no desde lo que realmente somos. Quizá en pocos campos como en el de la castidad estamos más tentados de vivir con doblez, en buena medida porque es un campo minado, en el que no resulta fácil llamar a las cosas por su nombre sin sentir el peso súbito de un juicio reprobatorio. Hemos cargado tanto las tintas sobre el campo de la afectividad y de la sexualidad que nos hemos condenado a nosotros mismos a no integrar bien estas dimensiones. La falta de un lenguaje abierto, incluso en las jóvenes generaciones, ha favorecido la proliferación de las medias palabras. La excesiva moralización ha bloqueado los procesos de crecimiento personal. Los juicios rígidos han impedido la comunicación libre. En buena medida, somos responsables de haber cavado nuestra propia tumba. La literatura y el cine han recreado personajes religiosos de doble moral que han contribuido a fijar todavía más los estereotipos comunes.

Este clima no favorece nada la credibilidad de un carisma que puede ser vivido con autenticidad porque no supone ninguna negación de la sexualidad humana sino una manera de enfocarla y de gestionarla.

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No se hunde el mundo por las incoherencias, pero sí puede hundirse por un proyecto de vida cimentado sobre la inautenticidad.

El pecado de la profanación

Hay un tipo de pudor que nos resulta sospechoso: el de las personas que se niegan a llamar a las cosas por su nombre y que tienden a recubrir con un lenguaje espiritualista las experiencias de la vida, especialmente las que tienen que ver con el mundo afectivo y sexual. Contra este falso pudor han reaccionado la psicología, la espiritualidad y también la formación que hoy se procura ofrecer a los jóvenes religiosos. Sin embargo, no todo son conquistas. A veces, en el esfuerzo por iluminar oscuridades corremos el riesgo de profanar el santuario de la dignidad personal. En el terreno psicológico, por ejemplo, existen verdaderos “maestros de la sospecha”, tan habituados a juzgar a las personas desde su fondo inconsciente, que prácticamente invalidan cualquier afirmación de realidad que no esté filtrada por sus métodos de análisis. Tardaremos tiempo en liberarnos de esta moda que tanto ha desquiciado a algunas personas célibes.

La formación, como es natural, se convierte en campo de pruebas de las tendencias anteriores. A veces se llega a extremos que sólo con el paso del tiempo se ven como ridículos, pero que en el momento de producirse suscitan una enorme atracción. Uno de los más frecuentes es el de recurrir a la sinceridad como valor supremo y como arma arrojadiza: “Aquí lo hablamos todo”, “Yo al psicólogo le he contado mi vida de pe a pa”, “Hablemos claramente de nuestras necesidades y dejémonos de marear la perdiz”, “Ya es hora de poner las cartas boca arriba”. ¿No constituyen estas frases una demostración de la autenticidad con la que hoy pretendemos abordar nuestra vida? ¿No representan un avance frente a un tipo de formación mojigata y, en el fondo, encubridora? ¿No indican la dirección correcta por la que deberíamos transitar si aspiramos a una vida celibataria libre e integrada?

¿Dónde está el pecado? El pecado está –si podemos hablar en estos términos- en pretender traspasar la frontera del santuario personal, en querer controlar nuestro misterio o el de los otros, en ufanarnos de saber más, de haber ido más lejos, de dejar en cueros el débil psiquismo humano para luego permitirnos el lujo de una nueva vestición.

Me parece que el voto de castidad, junto a una enorme clarividencia para vivir en verdad, acentúa un nuevo sentido del pudor que se ha perdido socialmente (basta asomarse a las exhibiciones narcisistas que aparecen en la televisión en los llamados “reality shows”) y que no se aprecia bastante en algunos círculos religiosos. Este sentido del pudor no tiene nada que ver con maniobras obstruccionistas para no abordar la propia realidad. Se parece más al estremecimiento y al respeto que experimentamos ante lo sagrado. Los buenos psicólogos, los buenos confesores, los buenos amigos, los buenos amantes, lo conocen bien. En ocasiones, podrían decir muchas cosas, podrían presumir de sus intuiciones, podrían apabullar a los otros con su sagacidad, pero renuncian a hacerlo por una sola razón: porque no quieren convertirlos en objetos de dominación, porque son conscientes de la esencial inviolabilidad de todo ser humano. Y por eso son respetuosos, pacientes, delicados. Una verdad escupida no es una verdad liberadora.

En una sociedad que, con ínfulas de “hablar de todo con pelos y señales”, ha trivializado tanto el mundo de la sexualidad, los célibes consagrados estamos llamados a vivir en la onda del respeto, que es una forma de confesar la huella divina de todo ser humano. La desapropiación que supone no convertir al otro en un objeto explorable y

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explotable es, hoy por hoy, una reacción contracultural. Cada vez nos sentimos más manipulados y, por lo tanto, más recelosos de emprender la aventura de las relaciones personales. ¿No significa la castidad consagrada una oferta de confianza, de insobornable respeto al misterio de cada persona, de reconocimiento de su condición de imagen de Dios?

El pecado de la desconfianza y la tristeza

¿Por qué y cuándo solemos sonreír los seres humanos? No sonreímos simplemente cuando las cosas nos van bien. Sonreímos cuando hemos aprendido a mirar compasivamente la realidad, cuando somos perfectamente conscientes del ideal al que aspiramos y del punto en que nos hallamos, y aceptamos el desnivel sin perder la esperanza.

El carisma de la castidad, como todo don, es un tesoro que se lleva en vasijas de barro. El idealista se limita a soñar con el tesoro. El derrotista da vueltas a la vasija de barro. Ni uno ni otro encuentran motivos suficientes para sonreír en la batalla del día a día.

Hay célibes que no creen en la castidad como un carisma. Y, por lo tanto, no creen que posea fuerza para impulsar una vida feliz. La toleran como se tolera una suegra de la que no se puede prescindir. Es evidente que la continencia sexual a la que queda reducida en ellos la castidad no alimenta tampoco muchas sonrisas.

Para más inri, la situación cultural que nos ha tocado no favorece mucho vivir este carisma con entusiasmo. Proliferan tanto las llamadas a un ejercicio meramente gratificante de la sexualidad que, de no ser porque la vida real desenmascara continuamente esta falacia, el célibe podría caer en la tentación de creer que sólo quien practica asiduamente la relación sexual puede ser feliz. A veces me he preguntado si quienes publicitan estos mensajes mediáticos han tenido muchas ocasiones para hablar de tú a tú con las personas de carne y huesa: adolescentes, jóvenes y adultos. Quien tenga una mínima experiencia en este campo habrá comprobado que el ejercicio de una genitalidad espontánea no produce automáticamente un efecto positivo y que siempre deja su huella; no es algo tan inocuo como beber un vaso de agua o hacer un poco de gimnasia. Y no puede ser de otra manera, porque no estamos hablando de una simple función orgánica, sino de una gramática humana que implica a la persona entera y que tiene sus propios contextos y códigos, fuera de los cuales pierde su significado y puede convertirse en una fuerza destructiva y despersonalizadora. Produce tristeza comprobar que algunos de los que fueron mentores de una sexualidad salvaje en la juventud, llegados a la edad adulta, recogen velas y se transforman en rígidos puritanos. ¿No hubiera sido preferible un acercamiento más equilibrado desde el principio? ¿Tendremos que estar siempre sometidos a las ocurrencias de los más extravagantes?

La castidad en el celibato, que siempre ha sido un estilo de vida contracultural, tiene que hacer frente hoy a un descrédito añadido a causa de los escándalos que se han producido en algunos célibes (sacerdotes y religiosos principalmente). Para la mayoría de la gente no resulta fácil separar los casos particulares del principio general. Si se dan algunos casos llamativos, eso indica que el estilo de vida celibatario es la causa de esos escándalos y, por tanto, que haríamos bien en prescindir de él cuanto antes.

Tanto las impugnaciones provenientes de quienes teorizan sobre una sexualidad amoral como las conclusiones generales que algunos extraen a partir de escándalos particulares producen en muchos célibes una profunda tristeza, la sensación de que les ha tocado en suerte, no un “lote hermoso”, sino una carga pesada y, lo que es peor, denostada e incomprensible. La tristeza no surge tanto de la dificultad para vivir la

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castidad con vigor cuanto de la sospecha generalizada que se cierne sobre quienes quieren vivirla. Abandonarse a esta tentación es hoy uno de esos pecados a los que cuesta poner un nombre preciso y que, sin embargo, están enturbiando la serenidad y la alegría de muchos consagrados.

Cuando un célibe pierde la confianza en el don recibido y, por lo tanto, la alegría que mana de esa confianza, está expuesto a todas las manipulaciones imaginables. Puede llegar a creer que la castidad lo convierte en una especie de disminuido humano, en un residuo de tiempos felizmente superados. La reacción no consiste en adoptar una postura defensiva a ultranza sino en procurar una actitud lúcida para no dejarse llevar por posturas que, con apariencia de objetividad y modernidad, carecen de un sólido fundamento antropológico.

***

Este pequeño catálogo sobre los “otros” pecados puede resultar tan odioso como las viejas listas de penitencias tarifadas. Y acabará siéndolo, a menos que, por contraste, su lectura constituya una ocasión propicia para seguir ensanchando el campo de la castidad consagrada. Esta castidad es, en su misma esencia, un carisma de expansión, que nos lleva más allá de nosotros mismos sin pasar por encima de nuestra condición sexuada; antes bien, haciendo de nuestra sexualidad una manifestación de lo que significa la vida humana vivida al estilo de Jesús.

JUEVES SANTO

ORACIÓN: Oramos recitando, meditando y saboreando el siguiente soneto:

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¡Cómo decir «amor»!

“¡Cómo decir «amor»!, ¡en qué momento!;te rompes dulcemente entre mis manos”,

«con el hondo mirar de tus arcanos»,sin queja, sin temor, sin retraimiento.

¡Cómo decir «amor»!, ¡«qué sentimiento»!;lenguaje de ecos graves y lejanos“de elementos divinos y profanosen la etapa final, sin desaliento”.

¡“Qué extraña resonancia contenida”en este blanco pan de primavera,pasión de madrugada florecida!

¡Qué insólito ritual de despedida:dar la vida, el amor, de qué manera,

rasgando suavemente aquella herida! Romero

1. CON EL CORAZÓN ENTREGADO A LOS HOMBRES: LA VIDA COMO EUCARISTÍA.

1º. Del V Congreso Eucarístico Nacional en Tijuana, 5-9 de octubre, 2011

Extractos del DOCUMENTO BASE

Una realidad palpitante. Los obispos de México en su reciente Exhortación Pastoral Que en Cristo, Nuestra Paz, México Tenga Vida Digna, sobre la Misión de la Iglesia en la Construcción de la Paz, para la vida digna del pueblo de México, nos han presentado un diagnóstico muy certero y un panorama verdaderamente crítico de la realidad que vive hoy nuestra patria. Sus palabras son elocuentes: “Con esta Exhortación Pastoral queremos compartir nuestro discernimiento sobre la misión de la Iglesia en la realidad de inseguridad y violencia que se vive en nuestro país y alentar la esperanza de quienes por esta razón viven con miedo, con dolor e incertidumbre. La Iglesia cumple su misión siguiendo los pasos de Jesús y haciendo suyas sus actitudes (Cf. Mt 9,35-36); de Él aprendemos la sublime lección de anunciar el Evangelio de la paz44 con la confianza puesta en la fuerza transformadora del Amor”45. Su diagnóstico general es muy alarmante: “En los últimos meses, en toda la geografía nacional, suceden hechos violentos, relacionados, en numerosas ocasiones, con la delincuencia organizada; esta situación se agrava día con día... Esta situación repercute negativamente en la vida de las personas, de las familias, de las comunidades y de la sociedad entera; afecta la economía, altera la paz pública, siembra desconfianza en las relaciones humanas y sociales, daña la cohesión social y envenena el alma de las

44 Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, Documento conclusivo, No. 31. 45 Conferencia Episcopal Mexicana, QUE EN CRISTO, NUESTRA PAZ, MÉXICO TENGA VIDA DIGNA, Exhortación Pastoral del Episcopado Mexicano sobre la Misión de la Iglesia en la Construcción de la Paz, para la vida digna del pueblo de México, N. 1

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personas con el resentimiento, el miedo, la angustia y el deseo de venganza”46.

Los obispos presentan también, en su importante documento, criterios de discernimiento y líneas de acción que nos permiten enfrentar esta situación angustiosa con esperanza y decisión al asumir un auténtico y justo compromiso de fe: “En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos de Él mismo su compasión entrañable ante el dolor humano; su cercanía a los pobres y a los pequeños; y su fidelidad a la misión encomendada. Contemplando lo que Él hizo, con la luz de su Vida y de su Palabra, queremos discernir lo que nosotros debemos hacer en las circunstancias que se viven en nuestra patria47. Nos sentimos movidos a la compasión evangélica (Cf. Lc 10, 25-37) que nos impulsa a acercar, a los que sufren, el consuelo de la fe, la fortaleza de la esperanza y el bálsamo de la caridad”48.

Nuestros obispos, al reconocer los profundos valores espirituales y religiosos del pueblo mexicano, alientan de manera muy eficaz la confianza y la esperanza cierta de una primavera de reconciliación y de paz para nuestra nación…

Ante esta palpitante realidad que vive hoy el pueblo de México, deseamos convocar a todas las Iglesias Particulares de nuestra Nación a celebrar el V Congreso Eucarístico Nacional bajo el lema “DENLES USTEDES DE COMER” que expresa en el lenguaje bíblico el tema elegido para este Congreso: “LA EUCARISTÍA: MESA FRATERNA PARA LA RECONCILIACIÓN Y LA PAZ”.

“¡DENLES USTEDES DE COMER!” (Mt 14, 16; Mc 6, 37; Lc 9, 13).

Estas palabras de Jesús, que relatan los tres evangelios sinópticos al inicio del signo de la multiplicación de los panes que anticipa y nos introduce en el misterio de la Eucaristía, son el lema de nuestro 5º. Congreso Eucarístico Nacional. Reflejan también los contenidos básicos de la Exhortación Apostólica Postsinodal del Santo Padre Benedicto XVI “Sacramentum Caritatis” y expresan el sentido del Mensaje Final de la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos: “La Eucaristía, Pan vivo para la paz del mundo”. [..] Al abordar este grave problema, los obispos de México afirman enfáticamente que “la vocación cristiana incluye el llamado a construir comunidades fraternas y justas; el compromiso de servir al hermano y de buscar juntos caminos de justicia y ser así constructores de paz. De esta manera la Iglesia es fiel a su esencia misma que es sacramento de unidad entre Dios y la persona humana y de los hombres y mujeres entre sí”49. La Eucaristía es alimento y signo de la caridad social de los creyentes para ser buenos ciudadanos y para actuar con inteligencia, amor y responsabilidad, con miras a edificar una Iglesia y una sociedad más justas y solidarias.

“¡Denles ustedes mismos de comer!” (Mt 14, 16; Mc 6, 37; Lc 9, 13). Es el mandato que Jesús dio a sus apóstoles frente a la multitud que lo seguía hambrienta de pan y de palabra, desprovista de los recursos básicos para la subsistencia, sin alimentos y sin esperanzas. La situación era urgente: se encontraban en lugar despoblado y la hora avanzada. Urgía, por tanto, la respuesta del buen Pastor, que no duda en comprometer a sus discípulos y los asocia integralmente al misterioso signo de su salvación.

46 Idem, N. 2 47 Cf. Aparecida, Documento conclusivo, No. 139. 48 Conferencia Episcopal Mexicana, QUE EN CRISTO, NUESTRA PAZ, MÉXICO TENGA VIDA DIGNA, N. 5 49 Idem N. 148

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El evangelista san Marcos describe a la multitud que sigue al Señor con una imagen sugerente: “eran como ovejas sin pastor” (Mc 6, 34). La comparación es muy elocuente y describe los rasgos propios de una sociedad que está en crisis.

Jesús se encuentra frente a esta multitud doliente. El evangelista nos dice que el Señor, al verlos, “se compadeció de ellos” (Mc 6, 34). El profeta Ezequiel nos ha dejado un magnífico texto que describe la enorme compasión de Dios por su pueblo disperso y confundido por falta de pastor. “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él” (Ez 34, 11). Jesús ha realizado lo anunciado por el profeta. Su corazón compasivo y su gesto solidario revelan el rostro de Dios, Padre y Pastor, “rico en misericordia” (Ef 2, 4).

El Papa Benedicto comenta: “Este segundo relato sobre el pan remite anticipadamente a un tercer relato y es su preparación: la Ultima Cena, que se convierte en la Eucaristía de la Iglesia y el milagro permanente de Jesús sobre el pan. Jesús mismo se ha convertido en grano de trigo que, muriendo, da mucho fruto (cf Jn 12,24). Él mismo se ha hecho pan para nosotros, y esta multiplicación del Pan durara inagotablemente hasta el fin de los tiempos. De este modo entendemos ahora las palabras de Jesús, que toma del Antiguo Testamento (cf Dt 8,3), para rechazar al tentador: “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Jesús de Nazaret, 57)

La situación extrema en que se encuentra la multitud que sigue a Jesucristo parece que no tiene salida. Solo el poder de Dios podía solucionarla. Pero los discípulos sólo intentan tomar distancia del problema, porque no conocen a su maestro, porque les falta fe. Y Jesús les ordena entonces algo que parece imposible: “¡Denles ustedes (mismos) de comer!” (Mt 14, 16; Mc 6, 37; Lc 9, 13). El Señor no ha aceptado la actitud evasiva de sus discípulos. Al contrario, les exige que ellos se muestren compasivos y solidarios ante la necesidad de la gente, aunque la situación se muestre muy por encima de sus pobres fuerzas. El Señor ha querido hacer necesario nuestro trabajo responsable para realizar su proyecto.

Queda establecida así una norma de vida y de conducta cuyo modelo es Jesucristo y que habrá de ser la característica que identifique a todos sus discípulos. El Señor ha cumplido lo que dice el profeta: “Él tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades” (Is 53, 4; ver Mt 8, 17). Los discípulos, por lo tanto, no deben buscar nunca su interés propio, sino el de los demás y sentir como propias las necesidades de los demás (1 Cor 10, 24; Fil 2, 4).

La actitud de Jesús y su mandato a los discípulos siguen estando muy presentes y se dirigen hoy también a la Iglesia. Ante una humanidad en peligro de sucumbir por las graves carencias y las distintas formas de hambre que se dan en el mundo, el Señor de nuevo nos dice: “¡Denles ustedes mismos de comer!” Y lo sigue diciendo a través de quienes, en su Nombre, son hoy nuestros pastores: “Millones de personas y familias viven en la miseria e incluso pasan hambre”50, “los pobres no pueden esperar”51. Informes recientes dan cuenta de que en México, con una población de 105 millones de habitantes – según el último censo – tiene una población de 60 millones de personas que están cercanas a la línea de la pobreza, y de ellas 19 millones viven en pobreza extrema.

50 V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, Documento conclusivo, N. 65 51 Juan Pablo II, homilía en Santiago de Chile, en 1987

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El relato de la multiplicación de los panes ha sido redactado, tanto en la tradición sinóptica, como en el evangelio de san Juan con características que permiten entenderlo como figura y anticipo de la Eucaristía. Por ello es que la Iglesia, obediente al mandato del Señor ofrece diariamente a la multitud hambrienta el Pan de la Palabra y de la Eucaristía comprometiéndose en la caridad a construir el reino de la paz y de la justicia.

Es urgente integrar cada vez mejor estas tres formas de presencia de Cristo como “pan”. El único Pan de Vida se nos da en alimento para ser “comido” en la fe tanto en el don de su Palabra (Jn 6, 32-50) como en la entrega de su propia Carne (Jn 6, 51-58) para que el mundo tenga vida.

El evangelio de Juan lo sintetiza de manera admirable cuando resume todas las hambres de la humanidad en el hambre de vida. En este Evangelio, después del relato de la multiplicación de los panes se introduce una larga homilía en la que Jesús se revela como el Pan verdadero: “Yo soy el Pan...” (Jn 6, 35. 48. 51). Él es el Pan verdadero que alimenta a todas las multitudes hambrientas. Y es Pan verdadero porque es “el Pan de vida” (Jn 6, 35. 48) o “el Pan vivo” (Jn 6, 51). Es verdadero Pan para los que en Él creen (Jn 6, 35) y verdadero Pan para quienes lo reciben y lo comen en la Eucaristía (Jn 6, 55-56). El pan amasado por las manos del hombre no puede dar la vida eterna, como no pudo darla el maná del desierto (Jn 6, 49. 58). Jesucristo en la Eucaristía es el Pan vivo y verdadero. Es el único pan que puede darnos vida eterna (Jn 6, 58).

2º. LOS CUATRO VERBOS DE LA EUCARISTÍA

La Eucaristía es el sacramento por excelencia. Es a la vez el testamento de Jesús y la actualización de su presencia entre nosotros. Junto a la proclamación de la Palabra, la fracción del pan es constitutiva de la Iglesia, está en el corazón de la comunión que es toda la Iglesia de Dios. “Como la función maternal de María es dar al mundo al Hombre-Dios, la función maternal de la Iglesia, que culmina en la celebración de la Eucaristía, es también darnos a Cristo” (H. de Lubac).

El texto: “Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio diciendo: …” (Mc 14, 22)

El pan es tomado; bendecido; partido; y entregado… es lo que ha sido de la vida de Jesús; Jesús mismo ha sidotomadobendecidopartidoentregadoporque la vida entera de Jesús ha sido EUCARISTÍA…En el discípulo también ha de suceder lo mismo:TOMADOS-AS (elegidos-as)BENDECIDOS-ASPARTIDOS-ASENTREGADOS-AS(Ver hoja anexa)

Page 53: EJERCICIOS ESPIRITUALES MISIONERAS HIJAS DE LA PURÍSIMA VIRGEN MARÍA

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2º. PRESENTACIÓN en PPT: “Denles ustedes de comer”

3º. EJERCICIO: En la vida cristiana, y con más radicalidad en la vida consagrada, estamos llamados-as a hacer de la vida una eucaristía… pasar existencialmente por eso CUATRO VERBOS que hacen la Eucaristía, a semejanza de Jesús que su vida la resumió en la EUCARISTÍA porque su vida toda fue una EUCARISTÍA. Te sugiero que expreses por escrito tu experiencia existencia en daca uno de los cuatro verbos que hacen la Eucaristía.

a) Tú experiencia de ser TOMADA (ELEGIDA) por el Señor, ¿cómo ha sido? ¿qué proyección tiene en el futuro? Escríbelo…

b) Tu experiencia de ser BENDECIDA… y de ser BENDICIÓN para tus hermanos, ¿cómo ha sido? ¿qué proyección tiene en el futuro? ESCRÍBELO!

c) Tu experiencia de RUPTURA (ser pan PARTIDO), ¿cómo ha sido? ¿Cómo te ha triturado Dios para hacerte pan? Esa experiencia ¿Qué perspectiva o proyección tiene en el futuro? ¿Quieres seguir siendo pan? ¿aunque te muelan como al trigo? ¿aunque pases por el fuego, como el pan? ESCRÍBELO!

d) Tu experiencia de ser ENTREGADA (dar), como el pan entregado… ¿cómo ha sido? ¿cómo te pide el Señor ahora esa entrega? ESCRÍBELO!

4º dos PRESENTACIONES: El lavatorio de los pies Hacerse pan…

5º El ENCANTO DE NUESTRO CARISMA…