EDUARDO LIZALDE / CANCIONES DE HORROR · doras cada una y una sola mosca verdadera, Grega ......

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EDUARDO LIZALDE / CANCIONES DE HORROR UNA DE ESAS MALDITAS MOSCAS ZUMBADORAS QUE NO DEJAN DORMIR A LA GENTE DECENTE NI A LA OTRA Para Augusto Monterroso, ..... polígrafo de las moscas. La mosca atravezó el cráneo a gran velocidad. Entró por un oído y salió satisfecha por el otro. Gregario saltó del lecho para otear el cielo blanco de la recámara, por décima vez en la misma noche. Era la mosca de siempre. Estaba seguro. Se había acostumbrado a la textura de su zzzz como al tim- bre de una soprano conocida. Una de esas moscas gordas, muy negras, muy zumbadoras, que terminan por enloquecerlo a uno. Pero apenas encendía la lámpara (y contra la costumbre de este tipo de monstruos), cesaba el zumbido y desaparecía la mosca. Atroz. Generlamente las moscas vuelan con luz, descansan en la sombra. Era al revés. y nuevamente a buscarla por todos los rincones, entre los hilos de las colchas, los bordes de los libros, el revés de la pantalla, las hendiduras de las duelas. Ni rastro. Doce noches depués, con sus doce moscas zumba- doras cada una y una sola mosca verdadera, Grega- rio decidió varias cosas: primero, que se estaba vol- viendo loco sin metáfora; segundo, que dormiría en una manta sobre el suelo, llevaría los muebles fuera de la habitación y la pintaría de blanco de todo a todo; tercero, que encontrar la mosca era vital Encontrar la mosca, verla una vez de frente, por lo menos. Persuadirse de la infeliz existencia de la mosca. De no aparecer la mosca, Gregario estaba perdi- do. La buscó esa noche número trece por toda la impoluta pintura vinílica de las paredes. No la halló. Apagó la luz. La mosca empezó a zumbar ferozmen- te. Encendió la luz. La mosca y su ruido desapare- cieron. Apagó de nuevo. Volvieron la mosca y su matraca. Encendió. Silencio. Apagó. Mosca. -La mosca maldita es invisible -pensó Grego- rio-. La encontraré al tacto si la destruyo con DDT. y lo hizo. Perforó la puerta y roció la habitación desde fuera durante varias horas. Palpó después lí- nea por línea el piso y las paredes de la habitación desnuda. -La pisé, se ha ido -dijo. Pero por la noche volvió la mosca. Gregario estaba en medio de la habitación. Des- nudo como las paredes. Se había despojado de las ropas y había rapado sus cabellos para i,mpedir que la mosca se escondiera en algún pliegue al encender la luz. La gran mosca impertérrita, audaz y triunfadora, volvió a zumbar con un apoyo ronco, de baritono dramático. Y Gregario se sentó a llorar en medio de su cuarto, como un Buda moribundo que ha perdi- do el amor a la naturaleza. Un mes más tarde, sin embargo, Gregario cobró nuevos ánimos. El zumbido de la mosca no le im- portunaba ya en modo alguno. Se acostumbra uno al estruendo de las turbinas y los ferrocarriles. ¿Có- mo no ha de acostumbrarse a la chicharra mínima de las moscas?

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EDUARDO LIZALDE / CANCIONES DE HORROR

UNA DE ESAS MALDITASMOSCAS ZUMBADORASQUE NO DEJAN DORMIR ALA GENTE DECENTENI A LA OTRA ~ Para Augusto Monterroso,

..... polígrafo de las moscas.

La mosca atravezó el cráneo a gran velocidad. Entrópor un oído y salió satisfecha por el otro. Gregariosaltó del lecho para otear el cielo blanco de larecámara, por décima vez en la misma noche.

Era la mosca de siempre. Estaba seguro. Se habíaacostumbrado a la textura de su zzzz como al tim­bre de una soprano conocida. Una de esas moscasgordas, muy negras, muy zumbadoras, que terminanpor enloquecerlo a uno. Pero apenas encendía lalámpara (y contra la costumbre de este tipo demonstruos), cesaba el zumbido y desaparecía lamosca. Atroz. Generlamente las moscas vuelan conluz, descansan en la sombra. Era al revés.

y nuevamente a buscarla por todos los rincones,entre los hilos de las colchas, los bordes de loslibros, el revés de la pantalla, las hendiduras de lasduelas. Ni rastro.

Doce noches depués, con sus doce moscas zumba­doras cada una y una sola mosca verdadera, Grega­rio decidió varias cosas: primero, que se estaba vol­viendo loco sin metáfora; segundo, que dormiría enuna manta sobre el suelo, llevaría los muebles fuerade la habitación y la pintaría de blanco de todo atodo; tercero, que encontrar la mosca era vital

Encontrar la mosca, verla una vez de frente, por

lo menos. Persuadirse de la infeliz existencia de lamosca.

De no aparecer la mosca, Gregario estaba perdi­do. La buscó esa noche número trece por toda laimpoluta pintura vinílica de las paredes. No la halló.Apagó la luz. La mosca empezó a zumbar ferozmen­te. Encendió la luz. La mosca y su ruido desapare­cieron. Apagó de nuevo. Volvieron la mosca y sumatraca. Encendió. Silencio. Apagó. Mosca.

-La mosca maldita es invisible -pensó Grego­rio-. La encontraré al tacto si la destruyo conDDT.

y lo hizo. Perforó la puerta y roció la habitacióndesde fuera durante varias horas. Palpó después lí­nea por línea el piso y las paredes de la habitacióndesnuda.

-La pisé, se ha ido -dijo.Pero por la noche volvió la mosca.Gregario estaba en medio de la habitación. Des­

nudo como las paredes. Se había despojado de lasropas y había rapado sus cabellos para i,mpedir quela mosca se escondiera en algún pliegue al encenderla luz.

La gran mosca impertérrita, audaz y triunfadora,volvió a zumbar con un apoyo ronco, de baritonodramático. Y Gregario se sentó a llorar en medio desu cuarto, como un Buda moribundo que ha perdi­do el amor a la naturaleza.

Un mes más tarde, sin embargo, Gregario cobrónuevos ánimos. El zumbido de la mosca no le im­portunaba ya en modo alguno. Se acostumbra unoal estruendo de las turbinas y los ferrocarriles. ¿Có­mo no ha de acostumbrarse a la chicharra mínimade las moscas?

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Lo que le preocupaba ahora era más bien laexistencia misma de la mosca. Si no lograba hallarla,esto era indicio indudable de locura. -La encuentro,luego existo -dijo tratando de bromear consigo mis­mo. Pero luego lloró largo. Se dio cuenta de queencontrar la mosca no era un juego, que era impres­cindible probar la existencia de la mosca, que laexistencia de Gregorio estaba en entredicho sin lamosca.

La trampa de cristal era primitiva, pero ingeniosadadas la circunstancias: un frasco (una licorera decristal de plomo); unas gotas de miel en el interior.El tapón del frasco pendía del techo, atado por uncordón muy cerca de la boca de la botella. Algunavez, en la habitación vacía, cualquier mosca, inclusoel fantasma de una mosca, buscaría su oasis de miel.La miel resucita a las moscas.

Pasó tres noches más con el cordón en la mano,para dejarlo caer sobre la licorera al escuchar elsordo vuelo de la mosca en el frasco.

Todo sucedió muy rápido: el zumbido apagadode la mosca en la botella, el e/ie del tapón entrandoen la boca del frasco, el vuelo desesperado en el

interior.

Gregorio cayó como una fiera sobre el obturadorde la luz y la encendió. Ahí estaba por fin la mosca,gruesa y loca y grande, como se la había imaginado

siempre.Levantó el frasco frente a sus ojos y la miró con

odio.-La mosca existe -pensó--, y yo existo entonces

también. Es la mosca la que ha perdido la razón.Yo soy un hombre y ella es una mosca.

DIBUJOS DE PABLO WEISS

- ¿De quién ha de ser obra -dijo el cura-, comono sea del maligno?

-Un lobo grande puede arrastrar cuerpos pesados acualquier parte.

-Isengrin es el diablo, señor cura -dijo Karl.

- ¿Isangrán? -preguntó el cura.-Sí. Isengrin. Es un lobo viejo. Hace varios siglos

que existe. Es el Más grande de todos -y Karl sefue.

Los machetes y los rifles velaron toda la nochesiguiente y nadie durmió. Si no se impedía el pasode Isangrán, el lobo, se acabaría el pueblo. Karldirigió' la operación. Hizo encender fogatas por to­dos lados y colocar lanzas de madera en todos losumbrales.

Pero a la mañana siguiente, fue hallado en unazanja el cuerpo de Erika, roto a dentelladas, comopor un rastrillo, y apenas mutilado, como si elnahual hubiera querido simplemente probar un bo­cado de carne alemana, y como si no hubiera sidosu gusto.

La muerte de la alemana convirtió el terror delpueblo en locura colectiva. Si el lobo atacaba a losextranjeros, el asunto era grave. No había que vérse­las con los fantasmas de casa y los hechiceros decostumbre, sino con una fuerza que nadie teníaexperiencia para combatir.

-Hay que recurrir a Karl ---dijo el cura-, es elúnico que sabe de estos isagranes. Sobre todoahora que el lobo ha matado a su mujer.

y Karl se hizo cargo de la situación. Se fue a vera Renato, cuya casa era la única que no habíarecibido visita del nahual.

Encontró a Renato en la cama. muy cómodo. Nisiquiera tenía el machete en la mano y estaba soloen el jacal. Renato se incorporó con miedo, cuandovio al ciclópeo alemán cruzar al puerta y cubrir elhueco de la entrada con sus hombros. Al principiocreyó que le iría a reclamar lo de Erika.

-Se lo contó la desgraciada antes de morir-­pensó.

Pero no. Karl se sentó tranquilo y le preguntóqué cosa era lo que hacía su madre para ahuyentaral nahual.

- ¿Al lsagrán - pregun tó Rena too-Sí, al Isengrin -dijo Karl-. Ya en el pueblo se

habla de que a lo mejor tú eres el lsengrin. Serámejor que nos digas cómo lo ahuyen tas, porque sino te van a colgar por brujo.

Renato escuchó con mucho cuidado las últimaspalabras y respondió que él ya se los había dicho,pero que no le hacían caso. Que el señor cura decíaque esas eran costumbres "paganas" o algo así, yque por eso no había insistido, que no era por cosade envidia, ni de egoísmo.

Karl sonrió. Afirmó que no creía que Renatofuera brujo, ni que fuera tampoco el Isengrin, perole pidió que se lo dijera a él, para que pudiera mataral lobo.y vengar la muerte de su esposa.

-Bueno -dijo Renato--,-, es muy sencillo. Uno setoma un té de floripondio, y si el nahual no tomaagua antes de entrar a la casa, se quema al acercarse,y se va. Pero como el nahual no lo sabe, pos...

-Gracias -dijo Karl-, qué bueno que me lodices.

Yo soy Isengrin.

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