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Resumen En el presente ensayo se arrojarán luces sobre rasgos de la interacción pre- sencial entre dos o más personas que se han permeado en plataformas de comunicación directa electrónicas y digitales. La interacción supone la existencia de la identidad y la comunicación, las cuales en conjunto articu- lan el empleo de tales plataformas, complejizando el escenario interactivo- comunicativo-identitario a nivel individual y social. Palabras clave: interacción, comunicación, identidad, presencialidad, me- dios de comunicación, complejidad Ecos de corrientes perspectivas sobre la permeación de la interacción presencial en los medios de comunicación electrónicos y digitales Sebastián Chávez Hernández Estudiante de pregrado en Licenciatura en Ciencias Sociales, major en Sociología, minor en Antropología Social, minor en Filosofía Moderna y Contemporánea de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Artículo

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Resumen

En el presente ensayo se arrojarán luces sobre rasgos de la interacción pre-sencial entre dos o más personas que se han permeado en plataformas de comunicación directa electrónicas y digitales. La interacción supone la existencia de la identidad y la comunicación, las cuales en conjunto articu-lan el empleo de tales plataformas, complejizando el escenario interactivo- comunicativo-identitario a nivel individual y social.

Palabras clave: interacción, comunicación, identidad, presencialidad, me-dios de comunicación, complejidad

Ecos de corrientes perspectivas sobre la permeación de la interacción presencial en los medios de comunicación electrónicos y digitalesSebastián Chávez Hernández

Estudiante de pregrado en Licenciatura en Ciencias Sociales, major en Sociología, minor en Antropología Social, minor en Filosofía Moderna y Contemporánea de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Artículo

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Introducción: triada interacción-co-municación-identidad

La interacción entre las personas es un elemento fundamental en el mante-nimiento y pervivencia de la sociedad. Y esto no es azaroso, pues la interacción entre personas, en un contexto social, supone a su vez dos elementos funda-mentales, sin los cuales no podría dar-se. En primer lugar, la comunicación. Es el acto de poder trazar una distinción entre qué se dice, el cómo se dice y la metadistinción entre ambas instancias (Luhmann, 2002). Toda comunicación busca reducir la complejidad existente en un entorno, para poder incorporarla a la operatividad de un sistema (Ibíd.), que en este caso, son las personas indi-viduales, Alter y Ego1 (Lewkow, 2009). En este proceso se van poniendo en jue-go explicitaciones o puestas en escena de ciertas cualidades de los individuos (comportamientos, discursos, gestos, etc.; Goffman, 1997) que en cada con-jugación de las tres distinciones men-cionadas, se van afirmando, quedando más o menos en claro cuáles son las que se aprueban y cuáles son las que se re-chazan por parte del Alter. En lo con-creto, este proceso de conjugación con el otro, es decir, la interacción, mani-festado mediante la comunicación, va constituyendo una identidad a partir de lo aceptado y lo rechazado.

En efecto, la identidad, segundo ele-mento fundamental de la interacción, se constituye desde el encuentro con otro (no hay constitución identitaria alguna sin contraste), donde ciertos comporta-mientos son estimulados a perpetuarse y otros a inhibirse, según sean valo-rados positiva o negativamente según el contexto en que se desenvuelvan. Estas valoraciones van articulando determi-nadas expectativas o roles asociados a individuos, grupos de tamaño interme-dio y comunidades, de las cuales estos niveles se hacen conscientes y las inte-

gran como parte de la forma en que se conocen a sí mismos, y cómo han de ac-tuar ante los demás (Burke y Sets, 2003).

Ya que la identidad se compone de estos comportamientos y de estos auto-rrelatos (Abdelal et al., 2009), los cua-les son, entonces, elaborados tanto por quienes son Ego como quienes son Al-ter (es decir, la identidad se forja en un contexto necesariamente social), esta se soporta en la interacción. Siendo así, y dado que toda interacción (tal como la describimos) supone algún tipo de co-municación, entonces toda identidad requiere de la comunicación para poder existir. De esta manera, queda en evi-dencia que si bien interacción, comuni-cación e identidad son tres elementos que si bien son distinguibles analítica-mente, desde un punto de vista perfor-mativo, se dan los tres al mismo y sus los límites entre una y otra son más bien difusos. Constituyen una triada.

No obstante lo anterior, el foco de esta investigación estará en la interac-ción, pues consideramos que ella es el eslabón principal, en tanto supone un Yo y un Tú (sea cual sea la escala en la que estén; Maturana, 1997). Sin tal con-traste se perdería el prefijo “inter”, y sería pura “acción”, algo que puede ser perfectamente individual2.

Cuando decimos que dos personas interactúan, que se conjugan mutua-mente en un aquí y ahora definido, indicamos que esto puede hacerse me-diante una diversidad de medios: pue-den hablar por teléfono, escribirse una carta, silbarse de una forma específica, etc. El tipo de interacción que aborda-remos en este momento, y cuyos rasgos veremos traslapados en otros soportes comunicativos es la interacción presen-cial, aquella que acontece cara a cara en un mismo marco temporal3.

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La interacción presencial

Al enfrentarnos a un otro individual en un soporte fisiológico (cuerpo), nos ponemos en una situación de comuni-cación que es persona a persona, en la cual pareciera no haber mayor media-ción: pareciera ser una comunicación “in-mediata”, directa, pues aparente-mente no hay nada que esté instalando una barrera entre uno mismo y la otra persona. Sin embargo, tal afirmación re-sulta un tanto compleja de sostener.

Es precisamente porque no somos perfectamente transparentes con los contenidos que pretendemos dar a co-nocer, de los cuales se espera una res-puesta de la otra persona y no la más completa y absoluta indiferencia, que no podemos afirmar la inexistencia de al-gún tipo de mediación (López, 1994). Si pudiéramos entregarnos cognitivamen-te de forma directa, la comunicación y su interacción concomitante no serían necesarias porque no habría nada que resolver (Luhmann, 2000/2002). Pero el caso no es ese, sino tal que, antes, du-rante y después de la comunicación se levantan una serie de condiciones que la pueden dificultar o facilitar (Ibíd.), haciendo más claro o más opaco su sig-nificado (Garfinkel, 2006).

De forma externa a nuestros propios cuerpos, tenemos claro, por ejemplo, lo agradable que resulta cuando nuestro encuentro con un amigo transcurre en una plaza a primera hora de la mañana a fines de enero en Santiago, y lo difícil que es tratar de mantener una conversa-ción cuando hay mucho ruido ambien-tal en hora punta dentro del Metro.

Pero no solamente hay dificultades que podríamos caracterizar como “am-bientales” en este caso, sino también costumbres y códigos semánticos que se pueden manejar o no (Bourdieu, 1980; Schutz, 2003). Así, una persona con mu-chas muletillas, o que se pase muchas

veces la mano por el cabello puede distraernos de lo que pretende decir. Además, también tenemos que conocer medianamente el significado de las ex-presiones que la otra persona emplea, o al menos tener alguna noción respecto a lo que está tratando de decir para poder articular un sentido coherente en torno la situación misma (Goffman, 1997; Lu-hmann, 2007).

Además, hay otro nivel implicado: cuando nos presentamos ante un al-guien lo hacemos de una determina-da manera, articulando y llevando un determinado relato y metarrelato de quiénes somos, es decir, nuestra identi-dad (individual y grupal; Burke y Sets, 2003)4. Siempre intentamos comunicar algo en específico, de modo que de cier-ta forma, siempre se hace una elección (reflexiva o por fuerza de la costumbre) entre qué mostrar y qué ocultar.

Estamos constantemente revelan-do una cierta identidad ya formada y al mismo tiempo que la mostramos, la vamos formando, constituyéndose así la persona misma, de modo que aque-lla está constantemente articulándose en un proceso dialógico con el otro, donde su multiplicidad del yo, va en-lazando una unitaridad al momento de encontrarse y querer transparentar un algo ante otra unidad que es la otra persona (Burke y Sets, 2003). Ambos se suponen mutuamente y es gracias a las selecciones que se va articulando un Yo, un Tú y un Nosotros (Schutz, 2003). En cierto sentido nos vamos presentan-do con máscaras bajo la cuales no hay nada más que una situación que está por resolverse en cada momento de la comunicación (Luhmann, 2002). Entre-gamos cierta información que luego la otra persona va apropiando, le va dan-do un valor, y, consecuentemente una utilidad, transformándola en un cierto conocimiento sobre nosotros y sobre la situación misma. Apropiación de los

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sentidos y agencia del otro y uno mis-mo (Gadamer, 2003; Gadamer en Baym, 2011).

Ambiente, costumbres, códigos se-mánticos y las selecciones que realiza la propia persona (entre otros factores) median, por tanto, la comunicación con el otro en un contexto de presencia-lidad, de interacción directa con otra persona en términos diádicos (donde hay un yo y un tú). Pero agreguemos complejidad al asunto. Si ya la comu-nicación bajo estas circunstancias no es un asunto simple, ¿Qué ocurre cuando ingresan las tecnologías electrónicas (y eventualmente, digitales) a formar parte la comunicación? ¿Cómo se van mediando las interacciones, y qué di-ficultades se van levantando a medida que se integran más y más a la vida co-tidiana, es decir, al mundo que vamos siempre y de a poco dando por senta-do? ¿Qué significa y cómo se percola la interacción presencial en un contexto donde las plataformas de comunicación directa parecieran haber tomado pri-macía en el proceso comunicativo entre dos –o más- personas?

El impacto de nuevos medios de co-municación (e interacción):

Medios electrónicos e internet tex-tual

Los resquemores a la innovación, al cambio en las formas de comunicarnos, al menos en occidente, han sido una constante y no constituyen novedad al-guna si es que tomamos como referen-cia el temor que reporta Sócrates ante el avance de la escritura, en supuesto desmedro de la tradición oral. Supuso que la creación del alfabeto tendría un impacto negativo en el aprendizaje, en razón de que quienes lo emplearan no se valdrían de su memoria, sino de dis-positivos que retendrían la información por ellos (a saber, el texto escrito), no te-niendo acceso directo a la Verdad, sino

una mera reminiscencia de ella5 (Platón, 1988). Eventualmente, la comunicación escrita se generaliza gracias a la inven-ción de la imprenta, momento hasta el que ella era principalmente un instru-mento de gobierno de las elites sociales, emergiendo posteriormente los periódi-cos y demás medios escritos de comuni-cación masiva6 (Luhmann, 2000/2007).

Lo que una vez había sido una inte-racción entre persona a persona en tan-to cuerpo a cuerpo, quedaba desfasada por la intervención de un tercer elemen-to. Sin embargo, y a pesar de los temo-res que podría haber tenido el maestro de Platón, la sociedad pareciera no ha-ber colapsado sobre sus propios cimien-tos, sino más bien haberse adaptado a los nuevos medios. Y ya llegado el siglo XX aparecen medios de comunicación electrónicos no abstractos (es decir cuya señal se traduce a algo directamente in-terpretable por una persona no entrena-da, a diferencia del telégrafo que supo-nía saber código morse para poder ser empleado), en particular, el teléfono, a nivel diádico, persona a persona, y la televisión y la radio, a nivel masivo, con los cuales surgen vertientes optimistas y pesimistas respecto al impacto que tendrían en la sociedad.

En efecto, se creía que la radio al di-rigirse a grandes audiencias a distan-cia y al no poder editar el discurso de quien estuviera en frente, iba a llevar a que los políticos fueran más trans-parentes y responsables, mejorando la calidad de la democracia, mientras que con el teléfono se pensaba que iba a producir una suerte de incapacidad comunicativa, impedir su fluidez y dis-tanciarnos de elementos dados en una conversación presencial que no se da-rían en una llamada, dificultando una adecuada interpretación sobre lo que la otra persona trata de comunicar (Baym, 2011). Estas creencias tienen su base en lo que es conocido como determinismo

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tecnológico, el cual conceptualiza a la tecnología como un agente externo a la sociedad misma, pudiendo ejercer una fuerte influencia (si no completa) sobre la existencia de los individuos, pasando a llevar su conducta, relatos, etc., do-minando la tecnología a la humanidad (Ibíd.). Básicamente, el concepto alude a que los modos de operar de los aparatos se traducen en conductas en las perso-nas, quienes los adoptan pasivamente y sin mayor resistencia o apropiación (es decir, un darle forma a partir del sujeto). De este modo, no habría sujetos huma-nos sino objetos humanos dominados por las máquinas (Ibíd.; Turkle, 2011).

Si bien esta es una postura radical, pareciera estar presente parcialmente en la vida cotidiana, distinguiendo los niveles correspondientes. Pues resulta claro que al momento de introducir-se una nueva tecnología y esta gene-ralizarse en su uso, introduce nuevas prácticas, que se extienden dentro de la sociedad7, las cuales se van hacien-do conocidas hasta que alcanzan cierto estado de presencia y estabilidad en el operar mismo de esta (Baym, 2011). Así, sería difícil pensar que alguien que vi-viera en una ciudad medianamente ha-bitada y no aislada, a fines de los 90 en Chile no supiera lo que era un teléfono, dado su nivel de expansión, potenciado por las demandas mismas de la socie-dad en torno a las comunicaciones (Go-bierno de Chile, 2012).

De esta forma, aunque es cierto que el teléfono tuvo un impacto sobre la manera en que los individuos se comu-nicaban y, por tanto, se relacionaban, esto no quiere decir que este dispositi-vo haya estado por fuera de la sociedad moviendo sus engranajes cual titiritero, sino que su uso se articuló con las prác-ticas sociales ya existentes. Una postura de este tipo es lo que se conoce como la conformación social de la tecnología8, donde las consecuencias de tal proceso

son producto de las capacidades que la tecnología misma permite: las máqui-nas aceleran tendencias, magnifican de-bilidades culturales y fortalecen ciertas estructuras sociales al tiempo que ero-sionan otras, en conjunto con la domes-ticación de la tecnología: lo que una vez se vio maravilloso o terrorífico, se vuel-ve tan cotidiano que llega a darse por sentado (Baym, 2011). Los usuarios de las tecnologías se encuentran, una vez que se han asentado ellas, en un terreno arado, donde ya hay un discurso y una práctica en torno a lo que alguna vez fue novedad, iluminando suficientemente lo que alguna vez fue tenebroso.

Si bien el teléfono fue algo sorpren-dente en su momento, su empleo como medio de comunicación se volvió algo cotidiano, algo no problemático. A pe-sar que puede ser entendido como una forma de instalar una distancia entre la comunicación de dos personas, sacando del acto comunicativo mismo la nece-sidad de la presencialidad, no por ello acabó completamente con los códigos propios de esta, sino que vino a agregar complejidad a la interacción entre dos personas, ya sea por la distancia espa-cial o porque la otra persona no siem-pre puede estar disponible, generando prácticas propias en torno al aparato. En estos términos, y dado que no se ter-minaron las conversaciones cara a cara, podemos decir que lo que cambió fun-damentalmente fue el que la interacción ahora encontrara una posibilidad de existir en el nivel telefónico. Se podía hacer uso de ese medio para reforzar-la, no necesariamente menoscabarla; además, seguía siendo interacción entre dos personas, en cuyo proceso se dan a entender (o al menos lo intentan), y crean sentidos compartidos o vinculan-tes a ellos mismos.

La radio y la televisión lograron con-quistar la comunicación masiva, pero seguían siendo medios en los cuales

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una persona o un grupo muy reducido se comunicaba a una masa, sin que ella pudiera dar respuesta inmediata algu-na, sin que hubiera un diálogo inme-diato (Baym, 2011). Es aquí donde entra el protagonista de las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI, el internet, el cual si bien nace como un proyecto militar y luego pasa a ser una herramienta para compartir informa-ción entre algunas universidades es-tadounidenses (Ball, 2008), entrada la década del 90 comienza su expansión como una herramienta de uso progresi-vamente cotidiano, mediante la cual las personas comunes y corrientes podían acceder a diversos contenidos desde la comodidad de sus hogares, sin tener que, por ejemplo, asistir a una bibliote-ca para buscar información o dirigirse a un barrio comercial para efectuar una compra (Baym, 2011). Ya hacia finales de la primera década del 2000, internet se perfila como un fenómeno de alcance mundial, aunque sin una presencia ho-mogénea o equitativa en distintas par-tes del globo9. Se instala, no obstante, como parte de la cotidianidad.

Y esto, como es de esperar, levanta nuevas prácticas que podríamos agru-par en dos momentos: el internet tex-tual y la web 2.010. El internet textual se caracterizaba por ser principalmente una herramienta de difusión de infor-mación virtual en forma de textos, don-de en algunas ocasiones se recurría al uso de imágenes y otros aparatajes para complementar la información, la cual no era producida en primera instancia por los usuarios mismos, sino por insti-tuciones especializadas, como agencias de noticias, organizaciones guberna-mentales, etc. Ahora bien, en lo que hoy nos pareciera una plataforma bastante básica, se desarrollaron formas de in-teracciones entre los mismos usuarios como los foros de discusión y las salas de chat, en los cuales podían crear una cuenta con su nombre real o bien con

un apodo provisorio. Las salas de chat fueron el temor de algunas personas, en torno a que al permitir el anonima-to, habría quienes serían más propen-sos a usarlos con fines engañadores o lujuriosos, supuestamente dando pie a un mayor número de infidelidades den-tro de los matrimonios, llevando a algo así como una crisis social al respecto (Baym, 2011). Aunque esto fue más bien una reacción a la novedad de las posi-bilidades que ofrecía internet, que una afirmación empíricamente justificada (Ibíd; Turkle, 2011):

Decir que internet es destructi-vo porque puede ser usado incorrecta-mente es como decir que la humanidad estaría mejor sin el fuego porque puede ser peligroso…El problema con la gente e internet no es el internet sino lo que la gente hace con él (traducción libre; Baym, pp.46, 2011)11.

En conjunto con las salas de chat y los foros de discusión, comienza a masi-ficarse el uso del correo electrónico, que a diferencia del correo tradicional, per-mitía que un solo usuario mandara au-tomática y directamente el mismo men-saje a una multiplicidad de remitentes. Por primera vez un usuario común y corriente que contara con una dirección de correo electrónico, podía organizar y difundir información a un gran volu-men de personas en una sola operación (un clic), donde, a su vez, cada destina-tario era capaz de responder el mismo correo, o bien el remitente hacer una inmediata enmienda sobre lo que había comunicado (Baym, 2011). Y es presu-mible que la habilidad de usar correo electrónico le haya facilitado a un grupo significativo de gente, una vez ingresa-da al mundo de internet, quedarse en él (Geser, 2002).

Tomando como ejemplo las salas de chat y los correos electrónicos podemos destacar nuevos elementos que vinie-ron a complejizar los modos y canales

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de comunicación ya existentes. En el caso del chat, si bien el anonimato o la posibilidad de él no es algo nuevo (de hecho, lo podemos rastrear al momen-to en que el debate mediante el medio escrito se hace posible; Baym, 2011; Lu-hmann, 2007), el empleo de una iden-tidad que no necesariamente se con-dice con quién se es fisiológicamente, o conductualmente la mayor parte del tiempo12 ante los demás, se hace posible en un mismo marco temporal, es decir, sincrónico, y no diacrónico13 (temporal-mente desfasado, como ocurría con la correspondencia por cartas o algún otro medio escrito análogo). De este modo, se abre la posibilidad de generar un im-pacto en tiempo real ante la otra perso-na, como sucedía con la comunicación presencial. Se articula una identidad ante y con el otro, solo que en este caso está compuesta de ceros y unos.

Ahora bien, por supuesto, esta iden-tidad construida virtualmente tiene una finalidad definida por el usuario y sus intenciones al comunicarse con otra persona, por lo cual puede ser usada para algo tan noble como sinceramente buscar un amor que pudiera converger en un matrimonio (Flaa, 2013), o bien para construir una identidad derecha-mente poco sincera engañando a quien está del otro lado del monitor, como lo ilustra la película/documental Catfish, donde su protagonista se enamora de una persona existente solo en la web (Schluman, 2010). No obstante, más allá de ello, el usuario puede concretar un encuentro presencial con la otra perso-na con la ayuda de esta nueva tecnolo-gía, tal como en su momento lo permitía el teléfono.

En el caso del correo electrónico, resulta más difícil mantener una iden-tidad falsa (o bien, poco honesta para con el resto), al menos en el corto plazo, pues la cuenta de correo va asociada a un usuario con nombre y apellido. Sin

embargo es posible hacerlo, como suce-de con las estafas por internet o con el Spam. De todas formas, el correo elec-trónico es una herramienta dirigida a un alguien en particular, es menos aza-rosa que el chat en esos términos, y más constante, pues una dirección de correo una vez registrada resguarda el poder mantener el contacto con la persona que está tras ella, independientemente de dónde se encuentre espacialmente; cuya respuesta puede ser tanto en el momen-to, como postergada para después (lo cual parece no ocurrir en un chat, al es-tar modelado en torno a la conversación presencial, cuyas respuestas tienden a ser inmediatas). Esto permite tomar dis-tancia del mensaje recibido y poder ela-borar una contestación más elaborada y precisa, si es que así se requiere. Por lo demás, el correo electrónico puede ser usado tanto en un registro informal como formal, pues la comunicación puede producirse entre amigos, o entre empresas que quieren cerrar algún tipo de acuerdo; lo que, a su vez, puede re-percutir en reforzar o debilitar los vín-culos que tienen quienes se comunican mediante esta herramienta.

La Web 2.0 y la telefonía inteligente

La segunda fase del internet es la Web 2.0, la cual se caracteriza por ser el momento en que en internet comien-za a levantarse contenido subido por los propios usuarios, a partir (y en el marco) del desarrollo de diversas pla-taformas participativas (en este senti-do, si bien internet es un medio, es un medio que alberga medios, es decir, es un medio de medios), como blogs, Fo-tolog, YouTube, Facebook, Twitter, Ins-tagram, entre otros, frente a las cuales se articulan, nuevamente, los discursos utópicos (democratización del acceso a información, empoderamiento ciuda-dano) y distópicos (mayor vulnerabili-dad ante los gobiernos, mayor control de información, etc.; Baym 2011; Deuze,

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2014). Ya no solo se trata solo de mani-pular textos en internet, sino de mostrar fotografías, videos, vivencias, melodías, etc., gracias a las nuevas posibilidades virtuales. El mundo se puede introducir o traducir aún más fielmente, o al me-nos se pueden llevar más aspectos de él, al internet: es posible una experien-cia de la realidad mucho más completa frente a nuestros computadores. Si no asistimos a un evento podemos saber minuto a minuto lo que está pasando vía streaming, si no tenemos dinero para comprar un texto, podemos crear un grupo secreto para compartirlo en formato PDF, si se nos viene un pensa-miento a la cabeza podemos ajustarlo a 140 caracteres.

Con esta diversidad aumentada casi exponencialmente en torno a las ma-neras de comunicar mediante internet, surgen también formas propias de co-municarse e interactuar dentro de las posibilidades y necesidades de cada plataforma.

Es cierto, ya en los chats y correos electrónicos algunos rasgos de la comu-nicación presencial lograron filtrarse, como el uso de emoticones, palabras alargadas o exageración en el uso de signos de exclamación o pregunta, pero esto dentro del ámbito de lo alfabéti-co, de lo sintáctico bajo estos términos (Baym, 2011; Turkle, 2011). Pero cuan-do se puede elegir entre subir un video, una fotografía o una presentación diná-mica (como las de Prezi), o bien no te-ner que elegir entre ninguna de ellas y hacerlas todas al mismo tiempo, la com-plejidad se dispara.

Al haber apropiación de estos me-dios por parte de los usuarios, estos entran en dinámicas comunicativas tremendamente diversas. Tomemos el caso de YouTube y Twitter. En YouTu-be cada quien puede crear una cuen-ta, con la cual puede subir contenido siempre y cuando no infrinja las nor-

mas de uso de la plataforma (YouTube, 2012/2014b/2014c). Se pueden encontrar videos diversos, desde gatos que tocan el piano, a sólidas críticas contra el li-bertarismo norteamericano. El usuario puede guardar videos para verlos más tarde, mostrar su aprobación o desapro-bación ante ciertos contenidos, denun-ciar algunos como inapropiados, por nombrar algunas de sus posibilidades. Ahora bien, el elemento relevante acá es que el usuario mismo se puede po-ner casi presencialmente en este medio. Puede subir contenido donde su propia persona sea la protagonista, levantando un mensaje que ella misma puede crear, generando simpatía, indiferencia o re-chazo al espectador. Por lo demás, con la creación de listas de reproducción y datos sobre qué videos han gustado al usuario, va construyendo una identi-dad virtual a partir de esas decisiones, que YouTube por su parte, refuerza al sugerirle videos en base a estas decisio-nes (YouTube, 2014a/2014d). Habiendo continuidad entre quién es esa persona en esa página web y quién es en la vida presencial, esa persona se pone a sí mis-ma, juega su existencia, o al menos una parte sustantiva de ella, en la virtuali-dad.

Twitter, dada su restricción de 140 caracteres limita al usuario a mensa-jes precisos, pero al mismo tiempo lo incentiva a dar cuenta de la esponta-neidad de la cual puede hacer uso y dejarla plasmada al instante. También permite contactarse con otras cuentas y recibir los mensajes o tweets de otros, sean personas naturales, promociones, instituciones, etc. Se pueden compartir vínculos e imágenes mediante esta pla-taforma. De alguna manera, el usuario va también construyendo una identi-dad virtual según las cuentas que va siguiendo, y las que le sugiere Twitter que siga según afinidades. El usuario va mostrando una faceta espontánea de sí, o al menos una faceta sintética, resu-

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mida, lo que facilitaría un más expedito contacto consigo mismo y con los de-más, al volcarse reflexivamente en for-ma de mensajes breves en este medio.

Ahora bien, estos casos, YouTube y Twitter, ilustran además una caracterís-tica propia de la Web 2.0: su potencial multi-medial, multi-facético de alcance mundial. Por primera vez un usuario común y corriente, un “Juan Pérez cual-quiera”, puede, eventualmente, llegar a hacerse conocido en todo el mundo14, puede extender su identidad virtual en cada rincón del planeta que tenga una conexión a internet sin necesariamente, al menos no en una primera instancia, requerir apoyo de los medios de comu-nicación masiva tradicionales, como la televisión o la prensa impresa15. Así ocurrió con el canal de videos de come-dia Smosh16 (Smosh, 2014).

Por cierto, los usuarios más dinámi-cos y activos en internet emplean varias plataformas de comunicación, suele haber un uso de Facebook asociado a un uso de Twitter, asociado a un uso de YouTube, etc. Este tipo de usuarios genera múltiples facetas de su identi-dad unitaria, dicho de otra forma, dis-poniéndose más en internet, que un usuario casual, que emplea un reducido número de herramientas17. Hay un vol-camiento del yo aún mayor de quienes se han apropiado de las posibilidades que esta multiplataformidad de inter-net ofrece, ya pudiendo integrar códi-gos comunicativos que eran propios de la presencialidad, como la gestualidad, la intermitencia, espontaneidad expre-siva, etc., en cada variedad de la cual se haga empleo, aunque, por supuesto, sigue faltando un elemento clave de la interacción presencial misma, que es, dentro del contexto de la duración de ese tipo de comunicación, la disponibi-lidad constante. Hasta ahora.

Con el desarrollo de la telefonía móvil quienes poseyeran un teléfono

celular comenzaron a ser localizables mediante una llamada a donde fuera que estuvieran, siempre y cuando el alcance de la señal lo permitiese. Con la irrupción de la posibilidad de em-plear internet desde el teléfono móvil, y la consecuente aparición de las apli-caciones móviles18, junto con la porta-bilidad de las plataformas de internet, se pasa a un estado de hiperconexión, una realidad de estar siempre disponi-ble para el otro19. Además de poder des-envolvernos múltiplemente en la web, ahora también podemos estar siempre presentes, lo cual en ciertos casos trae consigo la percepción de sentirse abru-mado por esta hiperconexión, no poder tener ese espacio de privacidad, de no sentirse controlado en una suerte de pa-noptismo permanente, que por lo visto no se daba cuando los teléfonos móviles solo realizaban llamadas (Deuze, 2014; Turkle, 2011). Se distinguía un espacio para el retiro del propio yo del resto del mundo (y ahora pareciera que la perso-na se somete al juicio completo sobre sí misma tal cual sucedía estando con su cuerpo frente a otro).

Sin embargo, esta hiperconexión también se manifiesta en el hecho de que hay personas que son acusadas de “estar conectadas todo el día”, de estar enajenadas de la “realidad” mirando hacia abajo la pantalla de su teléfono, siendo algo así como adictos a estos aparatos, perdiéndose de los “aconte-cimientos relevantes” de la vida, como lo acusa el video Look Up (Turk, 2014). Se trataría de una forma de adicción a la conexión constante (LaRose et al. en Papacharissi, 2011).

Puede ser que tal sea el caso de algu-nas personas, pero no esto no tiene por qué representar el estándar del uso de ellas. Cabe recordar que si bien desde el empleo del teléfono fijo existe una mediación entre máquina a máquina, detrás de ellas hay dos personas que in-

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tentan establecer, mantener o cerrar un vínculo, y por tanto, una comunicación. Son dos personas las que en este flujo de información se van mostrando, constru-yendo y reconstruyendo, solo que ahora se instala la posibilidad hacerlo múlti-plemente gracias a las plataformas den-tro de plataformas, aplicaciones dentro de un teléfono móvil que hace uso de una señal de internet, el cual, recorde-mos, es un medio de medios.

Sus identidades se juegan con có-digos muy distintos que, sin embargo, aportan a mostrar a la persona más com-pleja y unitariamente que antes, recupe-rándose de paso la espontaneidad de la presencialidad al poder hacerlo en cada momento. Así se es capaz de tuitear lo que se abada de pensar, mostrar una fo-tografía en Instagram de ese perrito que nos pareció simpático, indicar que “me gusta” la equitación en Facebook y opi-nar seriamente sobre el desempeño del gobierno en Blogspot.

Conclusión

Es cierto, ninguna de estas platafor-mas puede reemplazar a la vivencia de la presencialidad, de la interacción cara a cara, pero tal parece no ser su finalidad. Más bien, y como ya ocurría con las otras tecnologías, lo que hace es venir a complementar situaciones comunicativas e incluso existenciales (pues siempre estamos dibujando o desdibujando vínculos).

Somos seres (inter)conectados, pero no definitoriamente a una máquina, sino primariamente a nosotros mismos. Las interacciones se ven complejizadas y potenciadas con las nuevas tecnolo-gías, las cuales por su propio peso tam-bién fortalecen la posibilidad de nuevas comunicaciones, e identidades más di-versas al permitir una mayor combina-toria de maneras de mostrarnos al otro. Es más, considerando que los rasgos de la interacción presencial incorporados

en las nuevas plataformas comunicati-vas van incrementando, pareciera ser que solo quedan unas pocas variables que estas no han podido replicar: la presencia del cuerpo del otro, olores ambientales, y la experiencia en sí de tener a la otra persona en frente. Pero esta distinción entre corporalidad y no-corporalidad tiende a la retirada.

Se desdibujan fronteras al tiempo que otras emergen. La persona puede volcarse más unitariamente al momen-to de interactuar en el medio digital, pero a su vez “solo puede hacerlo gra-cias su smartphone”: contactarse con un pariente lejano al otro lado del mundo en tiempo real con sonido y video es algo que la tecnología permite.

Los individuos y la sociedad como un todo, parecieran ser conscientes progresivamente de estas nuevas opor-tunidades, pero también de sus limita-ciones. Se han derribado las barreras geográficas, siendo ya las educativas, económicas, culturales, y corporales el límite. La triada interacción-comunica-ción-identidad se abre paso allí donde pueda ser empleada. Pero, a pesar de la fragmentada presencia tecnológica, pa-reciera ya formar parte de una sociedad a la vez mundial (en extensión) y local (en las particularidades de cada grupo humano), articulada sobre sí misma, so-bre las novedades de las que habrá de encargarse.

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Notas

1 Lamentablemente no nos podemos extender más para explicar el funciona-miento Sistema-Entorno (pues no es el tema de esta investigación), pero recomendamos revisar el libro Introducción a la Teoría de Sistemas de Niklas Luhmann, aludido en las Referencias.

2 Aunque de todas formas se volverá a recurrir a los conceptos de identidad y co-municación más adelante, pues son necesa-

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rios para la claridad del argumento.

3 Esta aclaración de “la interacción presencial ocurre en un mismo marco tem-poral” puede parecer redundante, pero no lo es si consideramos que pareciera des-prenderse desde Luhmann que habría in-teracción incluso cuando leemos la obra de un autor que lleva siglos muerto (Luhmann, 2007). Hans-Georg Gadamer hablaría de ponerse en diálogo (Gadamer, 2003).

4 Y en esto se traslucen las estructu-ras sociales que soportan tales expectativas, pues individuo y sociedad, en último tér-mino, se constituyen dialógicamente (Burke y Sets, 2003): el individuo encarna a la socie-dad que pertenece, y la sociedad opera por sobre la voluntad del individuo (Calhoun et al., 1991).

5 Ahora bien, es bastante difícil definir en qué punto de la historia se pro-duce la primera ruptura con la comuni-cación dada en la interacción directa, pues podríamos poner de ejemplo el caso de las pinturas rupestres, las cuales son al menos un registro de algún tipo de imaginario o cosmovisión en torno a un nivel de reali-dad, que al estar registrado y no dicho oral-mente, instala una distancia, por el hecho de ser distinto de la conversación directa. Siguen siendo una forma de autorrelato en un medio diferente del que se vale de la voz (Hauser, 1978).

6 Consonantemente con un progresi-vo aumento de las tasas de alfabetización a nivel mundial (UNESCO, 2008/2013).

7 Su distribución según criterios como el estrato socioeconómico, edad o gé-nero son un tema aparte.

8 En inglés, Social shaping of tech-nology. Se decidió traducir “shaping” por “conformación” porque daba cuenta de que es un proceso de imbricación constructiva, donde se levanta una determinada forma de ser de la tecnología, permitiendo encausar una forma. Por lo demás el término “confor-mación” explicita que se trata de un diálogo entre la tecnología y sus usuarios, o sea, una con-formación. (Baym, 2011).

9 En promedio, menos de un cuarto del mundo usa internet; según la Unión In-ternacional de Telecomunicaciones (UIT) de la ONU en 2009, correspondía a un 23% de la población mundial (Baym, 2011). En relación con el porcentaje de penetración dentro de su propia población al 2012, hay un 78.6% de usuarios en Norteamérica, se-guido de un 67.6% en Oceanía y un 63.2% en Europa, sin embargo, en términos de volumen en relación al total de la población mundial, el 44% de los usuarios de internet se sitúan en Asia, un 21.5% en Europa y un 11.4% en Norteamérica (Internet World Stats, 2014).

10 Por cierto, con la entrada del in-ternet al mundo podemos suponer que se hace evidente o más presente la noción de lo digital: aquello que puede ser puesto en términos de 0 y 1 (Horst y Miller, 2012). En nuestro caso, consideraremos lo digital como aquello que se programa a partir de ese código binario original, básicamente, aquello que recurre a la informática para su propia operación y funcionamiento inman-ente, como lo es internet o una aplicación móvil.

11 En inglés: Saying the Net is de-structive because it can be used incorrectly is like saying humankind would be better off without fire because it can be danger-ous…The problem with people and the In-ternet is not the Internet but what people do with it. (Baym, pp.46, 2011).

12 Lo cual, en realidad sigue siendo parte lo que la persona es –aunque quizás en una proporción pequeña o mediana-, porque de lo contrario tendría que ser un carácter completamente ajeno a la persona misma, lo cual no tiene sentido si a la per-sona misma le nace actuar de ese modo y en ello no es coaccionado por otro.

13 Terminología empleada por Daniel Miller (Horst y Miller, 2012).

14 Que conste, “en todo el mundo”, no “por todo el mundo”.

15 En este punto se abre la siguiente discusión: ¿son las plataformas de la web 2.0 medios de comunicación masivos? Si se

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es riguroso con que estos intentan levantar un relato de sociedad como conjunto y co-munican hacia un gran volumen de gente más o menos indiferenciada (Luhmann, 2000/2007), la masa (Ortega y Gasset, 1996), entonces no, pues en las nuevas platafor-mas se rescata la individualidad: sus men-sajes son desde determinados individuos a determinados individuos, con característi-cas específicas. Son más bien customizadas, como podría desprenderse desde Verdú (Verdú, 2003).

16 Su primer video fue grabado sin sonido y con una cámara web (hoy no dis-ponible por presunta violación a derechos de autor). Hoy se aprecia una clara mejora técnica y de producción (Smosh, 2014).

17 Cabe señalar que si bien las plata-formas web disponen en un principio las mismas herramientas para todos sus po-tenciales usuarios, a menos que a algunas de sus características solo de pueda acceder mediante algún tipo de pago, el uso de el-las no necesariamente es el mismo en todos sitios, por ejemplo algunas madres filipinas inmigrantes usaban Facebook para comuni-carse con sus hijos, mientras en Trinidad y Tobago se reforzaba la identidad nacional (Horst y Miller, 2012).

18 Programas ligeros que tienden a especializarse en una tarea (Kumawat, 2012)

19 Como sucede con WhatsApp o LINE: no pareciera ser usual cerrar la sesión de usuario o borrar e instalar el programa cada vez que se prende del dispositivo.

20 Numeración del archivo PDF

21 Estos documentos fueron revisa-dos a modo constatatorio, por lo cual no aparecen citados intratextualmente.