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Economía, banca y mercados financieros Tema 5 El dinero y los ciclos económicos Versión 2016 © Tea Cegos, S.A.

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Tema 5 El dinero y los ciclos

económicos

Versión 2016 © Tea Cegos, S.A.

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ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos

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ÍNDICE

QUÉ ES EL DINERO, DE DONDE SALIÓ Y A DONDE HA LLEGADO ....................... 3

EL NACIMIENTO DEL DINERO Y SU CARACTERIZACIÓN.......................................... 3

LAS PRIMERAS IMPOSTURAS… .................................................................................... 5

LA BANCA LIBRE DE ESCOCIA Y…, LA BANCA FRAUDE ........................................ 9

LA “NEFASTA DOCTRINA” DEL MERCANTILISMO ................................................... 14

LA CREACIÓN DEL BANCO CENTRAL Y EL PRIMER ECONOMISTA: RICHARD

CANTILLON ................................................................................................................. 15

DAVID RICARDO Y LA CONTROVERSIA SOBRE EL PATRÓN ORO ........................ 21

EL FIN DEL PATRÓN ORO CON LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LA GRAN

INFLACIÓN DE POSTGUERRA EN ALEMANIA, AUSTRIA Y HUNGRÍA ..................... 26

LA COMEDIA “LAMPEDUSIANA” CON LA CREACIÓN DEL “GOLD EXCHANGE

STANDARD”… ............................................................................................................ 29

LA VUELTA AL PATRÓN ORO EN GRAN BRETAÑA EN UN VIAJE DE “IDA Y

VUELTA” ...................................................................................................................... 31

LA GRAN CRISIS DE 1929 Y LA DEPRESIÓN POSTERIOR. LAS IDEAS MONETARIAS

DE IRWING FISHER ...................................................................................................... 34

EL PENSAMIENTO MONETARIO DE JOHN M. KEYNES ............................................ 40

LOS INMEDIATOS AÑOS “PRE Y POST” SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. LOS

ACUERDOS DE BRETON WOODS ............................................................................ 57

LA CRISIS DEL SISTEMA DEL “DOLLAR EXCHANGE STANDARD”. LA IMPORTANCIA

DE JACQUES RUEFF ................................................................................................... 64

EL “FIN DE LA ERA KEYNESIANA” (I). MILTON FRIEDMAN (1912-2006) ................. 67

EL “FIN DE LA ERA KEYNESIANA” (II). LA “STAGFLATION” ..................................... 78

LLEGANDO A NUESTRO DÍAS. CONCLUSIONES Y UNA INTERPRETACIÓN DE LA

TEORÍA DEL CICLO ECONÓMICO ........................................................................... 82

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QUÉ ES EL DINERO, DE DONDE SALÍO Y A DONDE HA LLEGADO1

EL NACIMIENTO DEL DINERO Y SU CARACTERIZACIÓN

Los euros, dólares, yenes, libras, etc., tal y como los conocemos hoy en su versión

de monedas fraccionarias o billetes de papel no son dinero como en “estricto

sensu” deberían ser, son una deuda de alguien. No deberían serlo. De facto no

tendrían que ser “el pasivo” de nadie, pero…

Hoy el dinero puede adoptar diversas formas: papel (billetes de banco), monedas

metálicas y una forma totalmente desmaterializada (el dinero bancario). Lo que

define al dinero no es su naturaleza ni su valor material sino su carácter de medio

de pago de general aceptación. Por ejemplo, los billetes de banco no son dinero

por su valor material sino porque gozan de general aceptación como medio de

pago. El dinero es un activo financiero, en un sentido amplio, de sus poseedores y

es un pasivo financiero de las instituciones que lo crean. (El dinero en efectivo es un

pasivo del banco central y el dinero bancario es un pasivo de los bancos

comerciales en los que está depositado). Incluso podemos hablar de ciertos activos

financieros de gran liquidez que se consideran “cuasidinero” (letras del tesoro,

certificados de depósito, pagarés a corto plazo de empresas de gran solvencia,

etc.

Por lo que respecta a la evolución para llegar al dinero, tal y como lo conocemos

hoy, debemos decir que inicialmente, en los tiempos neolíticos de la humanidad, el

dinero fue inmediatamente posterior o debió convivir con el trueque. Este era muy

poco conveniente por no haber muchas posibilidades de encontrar contrapartidas

valorables por igual ya fuese por no poder trocear siempre adecuadamente los

bienes a intercambiar o por las enormes dificultades para liquidar o compensar los

intercambios en ausencia de precios de mercado y de un bien suficientemente

líquido. En última instancia los bienes se intercambian por otros bienes, solo que solía

y suele existir, un desfase temporal pues era normal entonces, y lo es ahora, que

alguien ofreciera bienes hoy para demandar otros mañanas, por lo que resultaba

frecuente el caso de un exceso de oferta que no pudiese ser compensado en el

momento del intercambio con ningún otro bien, aunque hubiese demanda. Parece

claro que ya en lo lejano de los tiempos de alguna manera debió de existir un cierto

tipo de concesiones temporales de crédito entre las partes si se querían hacer

intercambios…

1 Este punto reproduce, de manera resumida y adaptada, varios de los capítulos del libro, inédito y en curso de

publicación, de Ignacio Arellano. Economista a quien agradecemos el que haya accedido a traer aquí estos

textos de ese libro: “El dinero, qué es, de donde salió y adonde nos lo quieren llevar. Crónica de una impostura

permanente”. Es evidente que los derechos de copyright de este documento no alcanzan a estos textos. (Nota

del editor. Cegos España S. A.)

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Al dinero se llegó por un devenir social para encontrar un bien que cumpliera una

serie de características tales que lo hicieran ideal tanto en las transacciones como

en las esperas. Esperas que no eran sino el reflejo de la preferencia del vendedor

por no comprar inmediatamente después de vender, es decir, por ahorrar, como

una medida de precaución ante el futuro. Posiblemente, esta corriente este más

en lo cierto que otras que indican que el dinero nació por voluntad del gobernante

(aunque dado el poder del mismo no es nada extraño que desde el inicio el “tirano”

buscase ese control) o incluso sea más acertada que algunas que entienden que

se debe realizar un procedimiento regresivo en el tiempo para llegar a un principio

en el cual lo que se utilizó como dinero debió tener un valor intrínseco, una utilidad

directa y que desde ese valor inicial se pasó a añadir una demanda "dineraria"

propiamente dicha. Sería por esta demanda por la cual los individuos estimaron

más el valor de cambio de ese bien que la propia utilidad directa que el mismo

podía tener para otras cosas. (Este es en esencia el “teorema regresivo” de Von

Mises que finaliza indicando como el dinero se demanda hoy por la experiencia

histórica de lo que se ha venido pudiendo comprar con él).

Aunque cualquier bien tiene capacidad para ser usado como dinero, es su grado

de liquidez (su aceptabilidad inmediata) lo que marca su posibilidad de ser, en

mayor o menor grado, considerado como tal. Desde algo posterior a esos mismos

tiempos neolíticos, las mercancías que mejor cumplían las características para ser

utilizadas como bien de intercambio universal fueron los metales, especialmente los

preciosos, por su rareza, su fungibilidad y el valor que se les atribuía para otros fines

como adornos, decoración y signo de prestigio y realeza, solo que antes, o al mismo

tiempo, se tiene documentado el uso como dinero de conchas marinas en algunas

islas del Pacífico, cabezas de ganado en muchas zonas, piedras talladas, en áfrica,

etc., (más recientemente las hojas de tabaco en Norteamérica antes y bastante

después de su independencia o los cigarrillos en los campos de concentración

durante la segunda guerra mundial y en la Alemania de la segunda postguerra

mundial).

En cada circunstancia, esos bienes, pero especialmente los metales, cumplían las

características que debe tener un bien utilizable como dinero:

Liquidez: aceptación fácil y amplia. Que sea un bien deseable aquí y ahora,

sin merma de valor en la transacción o con el paso del tiempo.

Facilidad de transporte y manejo. Acumulación de valor en poco peso.

Buena divisibilidad sin pérdida de valor y que no merme de modo fácil, ya

sea por roturas, desgastes, evaporación del recipiente que lo contenga, etc.

El dinero es un elemento esencial de todo sistema económico, no solo por esa

faceta de medio universal de intercambio, sino porque desempeña otras dos

funciones de tanta o mayor importancia: ser un depósito de valor y ser una unidad

de cuenta.

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Depósito de valor. Nuestros salarios o una parte de ellos, por ejemplo, se

pueden acumular en forma de dinero (ahorro) para poder adquirir bienes y

servicios en el futuro.

Unidad de cuenta o de medida. Cualquier bien y servicio ofrecido en el

mercado tiene una equivalencia en dinero, este resulta ser así un patrón

universal de comparación entre mercancías y bienes.

LAS PRIMERAS IMPOSTURAS…

Por apercibirse de que el disponer de esos bienes utilizados como dinero les permitía

guerrear, tener poder y disponer de vidas y haciendas, los gobernantes buscaron

desde un inicio inmiscuirse y comenzaron por poner en las piezas de metal usadas

como dinero una grabación para garantizar su peso y pureza. Surgieron así las

primeras monedas. Quien tenía oro debía llevarlo a la acuñación si deseaba tener

monedas. En ese acto de grabación, el soberano se quedaba con una parte o

regalía, el “señoreaje”. (Diferencia entre el valor nominal o de cambio del dinero y

su valor intrínseco como mercancía). A continuación, se exigió que el pago de

impuestos fuese hecho con ellas o, especialmente, con algunas de ellas y el

gobernante dio a ese dinero “designado para ese fin” la facultad de ser usado

también para la redención de deudas, con lo que apareció el “dinero de curso

legal".

La referencia más antigua que disponemos de la acuñación de monedas procede

del historiador griego Heródoto (484-425 A.C.) según el cual la primera acuñación

se habría producido en Lidia, en la actual Turquía, hacia el siglo VIII A. C.2 Desde

ese momento los gobernantes han intentado, y conseguido las más de las veces,

adulterar el peso o la ley de metal de las monedas, por lo que el fraude monetario

ha sido y es, una constante histórica. Citemos a este respecto las feroces críticas a

la práctica de la adulteración de la moneda dichas por Nicolás de Oresme en su:

“Tratado sobre el origen, la naturaleza, la ley y las alteraciones de la moneda”

(1357) más lo que después escribieron nuestros escolásticos de la escuela de

Salamanca y el padre Juan de Mariana en su: “Tratado y discurso sobre la moneda

de vellón” (1609).

La inflación no era el único mal consecuencia de esa rebaja del valor de la

moneda, que perjudica siempre más al pobre y beneficia al endeudado frente al

ahorrador, sino que para Juan de Mariana y los anteriores escolásticos, constituía

un “auténtico robo encubierto” del rey a los súbditos. El dinero, decían estos

2 Es curiosa la referencia en la que Heródoto habla de esa acuñación de monedas. Hela aquí: …Todas las jóvenes

de Lidia se prostituyen, y con ello se procuran su dote; así, disponen después de sus personas como consideran

adecuado. (..) Las maneras y las costumbres de los lidios no difieren esencialmente de las de Grecia, salvo en esta

prostitución de las muchachas. Son el primer pueblo de que se tiene noticia que acuñó oro y plata en monedas

para el comercio al por menor.

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escolásticos y principalmente Oresme, permite a los hombres realizar intercambios

y facilita el comercio. Es una propiedad de los que lo tienen. (En su origen esto

devino de no haber vuelto a comprar por aquel que vendió, o no haber comprado

todo lo que se podía y ahorrado así todo o una parte del fruto de su trabajo.

Escuchemos a Juan de Oresme: “…Al cabo, si un hombre entrega su pan o su

trabajo a cambio de dinero, el dinero que recibe es tan propiedad suya como el

pan o el trabajo del que es libre de disponer (a menos que sea un esclavo). (…) No

siendo el Príncipe el propietario de las monedas, tampoco debería poder alterarlas

en su propio beneficio”.

Aun cuando las monedas de oro y plata cumplían bien las exigencias que antes

hemos indicado, es evidente que eran incomodas las más de las veces y el riesgo

de su tenencia y transporte ante robos y expolios muy alto. Por ello, resulto natural

que muchas personas desde la más remota antigüedad y hasta bien entrado el

siglo XVIII confiasen a joyeros y orfebres sus depósitos de moneda. Al hacerlo

recibían certificados que documentaban ese depósito. (El que fueran joyeros y

orfebres los que hiciesen esa labor no era casual pues eran los que trabajaban

sobre esos metales para convertirlos en piezas de decoración o adorno y porque,

además, tenían fuertes medidas de seguridad para proteger sus existencias). Esos

certificados empezaron a circular como medios de pago e intercambio. Siempre

claro en tanto en cuanto la confianza en el “orfebre emisor” se mantuviese. Pero,

como era natural que pasase, dada la naturaleza humana, en paralelo se

desarrolló por los orfebres una “producción de certificados” no exactamente igual

a la cantidad depositada…. Mientras esa cantidad suplementaria de certificados

estaba en cifras por encima de los depósitos reales de metal, pero en cantidad no

muy alarmante, el público no desconfiaba de su valor, mas...

La biblia documenta bien el uso de las monedas en muchos pasajes3 e indica como

alrededor del templo de Jerusalén había multitud de cambistas y banqueros.

(Cambistas con una banca de madera en un espacio oficialmente asignado. De

ahí deviene el nombre de banco). La profesión de cambista era muy especializada

pues cada moneda tenía su peso y “su ley metálica” y cada reino o ciudad podía

acuñar su propia moneda. Los depósitos que en paralelo con joyeros y orfebres

recibían estos cambistas proliferaron y pronto, con consentimiento de sus dueños

que recibían una compensación o sin él, por aplicar simplemente la “ley de los

grandes números”, cambistas y banqueros empezaron a prestar por encima del

valor de esos depósitos a demandantes de dinero que deseaban tomarlo al día

para pagarlo en el futuro junto con un interés añadido. (Confiando hacer ese doble

pago con los rendimientos de la inversión que habían hecho o planeado hacer).

En otras ocasiones lo que se prestaba era el propio oro depositado por los clientes

3 El antiguo testamento se refiere en muchas ocasiones a las monedas y da pesos y desgloses fraccionarios de las

que se usaban. Por su parte, en el nuevo testamento se relata el caso de Judas Iscariote, el “apóstol traidor”, que

vendió a Jesús por “treinta monedas de plata” ... En cierta manera los evangelios dejan a Judas, con ese importe

y tipo de moneda, como absolutamente perverso, pues con esa mención a la plata lo hacen, además, aparecer

como “ramplón” por aceptarla y no pedir ser pagado, dada “la magnitud de su traición”, con oro… (Tal vez ya se

aplicaba la “ley de Greshan” y la “moneda peor”, la plata, había desplazado ya en esos tempranos momentos al

oro, la moneda “buena” …)

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del orfebre confiando en igual ley de los grandes números. De este modo nació la

“reserva fraccionaria”: el banquero (o el orfebre depositario) solo guarda en sus

arcas una mínima parte de lo recibido en depósito. Con ello se está incumpliendo

uno de los grandes principios del derecho amen de tener engañado a quien ha

efectuado ese depósito. La banca fue importante durante todo el imperio romano

y después, aunque la obscuridad de la alta edad media fue norma también para

esta profesión. Hay que esperar hasta bien entrado el renacimiento para que de

nuevo la profesión de banquero adquiera algo de sofisticación, empiece a fluir el

crédito y los “certificados de depósito” pasen a ser utilizados como precursores de

los “billetes de banco”.

El renacimiento va a contemplar el auge del imperio español por lo que no es de

extrañar que las ferias de Castilla y Flandes estuviesen muy interconectadas y que

comerciantes, cambistas y banqueros fuesen muy activos en ellas. En esas ferias se

daba el plazo de una estación de intervalo entre unas y otras: los famosos noventa

días.4 En cada feria se giraban letras de cambio por la adquisición de mercancías

que eran pagaderas en la siguiente feria (si se giraban en Medina eran pagaderas

en Malinas, Brujas, etc. y viceversa) por lo que en cada feria se daba una “cámara

de compensación” de deudas. Nuestra escuela de “economistas” de Salamanca

lo señalo muy bien y así, Tomás de Mercado dijo que las ferias de Medina del

Campo eran: “auténticas fraguas de cédulas y cambiales”. Por su parte, Luis de

Molina, en su “tratado de cambios”, dejó el comentario siguiente: “…en los

mercados de Medina (…) algunas mercancías se pagan con dinero contante y

sonante pero la mayor parte se pagan con notas “chirographics” que al

comprador le debe el banquero o que ese comprador acepta para pagarlas en

casa de un banquero que, a su vez, le debe algo a él y que acaban saldándose

por compensación en ese mismo banquero…” El uso de letras de cambio5 fue

grande pese a las dificultades de la época, tanto dentro del imperio de los Austrias

como en todos los países, por lo que el “dinero bancario” inicio su camino para

convertirse, poco a poco, en sustituto de la moneda metálica.

Debemos fijarnos con suma atención, por lo que tuvo y tiene de importantes

consecuencias hoy en día, en que el banquero no tenía por qué tener previamente

el dinero de la persona que compraba o giraba una letra a su cargo, sino que

utilizaba para ello el de otros depositantes o más normalmente el de ninguno,

fiándolo todo a la confianza en la ley de los grandes números. Por ella, el banquero

“esperaba” que no todos los que tenían depositado el dinero o a los que les había

abierto un crédito o dado un préstamo, materializado en un apunte a su favor en

una cuenta corriente (“deposito abierto”) fuesen a la vez, y en iguales momentos,

a rescatarlo en moneda metálica de oro o plata. Incluso contaba con que, de

4 Lo que daba el año bancario de trescientos sesenta días que facilitaba el cálculo de los intereses al evitar “el

engorro” de los decimales y que permitía, además, un “agio” ¡de hasta una semana al año! al ser feriado el

domingo y el día de navidad…

5 La palabra viene de “lettre” en francés (carta). Los italianos, dado el fulgurante intercambio de las mismas, las

llamaron “canviale” y de ahí su “denominación compuesta” para nosotros.

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hacerlo, “se conformasen” con otras letras cambiales (y más tarde también con

billetes de banco) que les daría como sustituto…”

Si bien ya hemos dicho que hubo que esperar para que la iglesia católica aceptase

el cobro de intereses y que dejase de confundirlos con la usura, no hubo condena

general del trabajo del banquero entre nuestros escolásticos, al contrario. Así, el

mismo Luis de Molina ya vio que el dinero bancario era necesario: “…pues no existe

tanto numerario legal (entiéndase oro y plata) como sería el necesario para realizar

tantos intercambios de compra y venta de mercancías…” (En una feria).

Entendamos el mundo de la edad media tardía y del renacimiento: los dineros en

moneda no circulaban como podíamos pensar (el agricultor siempre ha sido

conservador y gusta de guardar valores seguros…) las comunicaciones no eran

fluidas, los campesinos vivían de cosecha a cosecha y la gente guardaba las pocas

monedas que tenía. Ahora, pensemos en una feria, un lugar y un tiempo corto, con

un volumen de transacciones enorme para las que se daban en el día a día en un

pueblo o una villa…, es evidente que no había capacidad de aportar tanto

efectivo metálico como el que se precisaba. Imaginemos, además, las

necesidades de seguridad, de peso cierto de las monedas, de la falta de numerario

hasta la cosecha, etc.: ¡era normal que el banquero actuase como tal! y que como

tal se le necesitase para dar fluidez al comercio y a la producción. Pierre Villar

documenta como el stock de oro en la edad media no pasaba de un “cubo de

ocho metros de lado” y que en 1900 la totalidad del oro existente no habría llegado

ni a llenar un deposito semejante de diez metros de lado. Por eso, nunca el oro

podía ser otra cosa, cuando se utilizaba como pago, que un medio de dar el saldo

después de multitud de compensaciones de todas las formas alternativo-

sustitutorias del dinero, en especial de las letras de cambio.

Fue en este tiempo cuando se estableció, por esos “doctores” españoles y por

primera vez, el concepto de “oferta monetaria”. El dinero aparece reflejado en sus

escritos, en particular en los del “doctor navarro” Martín de Azpilicueta, bajo una

triple dimensión: la moneda metálica, el valor de las “cambiales” o “notas

chirographics” en circulación y el dinero bancario materializado en depósitos a

favor de diferentes titulares emitidos como sustituto del pago en moneda de esos

depósitos.

Es importante reseñar que unos años antes del descubrimiento de América se reunió

en Génova un nutrido grupo de navegantes y comerciantes y que lo hicieron justo

al final de la guerra de los cien años, la cual había asolado el continente europeo

y producido, como en todas las guerras, “una masiva cosecha de malas monedas”.

Se reunieron allí pues los comerciantes y navegantes genoveses tenían una larga

tradición en la búsqueda del oro en África y con el objeto de fijar un sistema (un

“patrón”) por el cual los saldos no compensados entre ciudades y reinos, por los

intercambios que fuesen a tener lugar, se saldasen en oro y que este tuviese unas

relaciones estables con las diferentes monedas, y que de este modo se redujesen

las incertidumbres de cobro y pago y se favoreciese el comercio. Esta conferencia

estuvo auspiciada por los hermanos Centurione, dueños de una importante

sociedad comercial genovesa que, curiosamente, tuvo durante un tiempo entre

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“sus comerciales” a un navegante llamado: Cristóforo Colombo… (No deja de ser

reseñable que el nacimiento del “gold standard” fuese en una “conferencia

internacional” en la ciudad que también vería “su defunción” en 1922, en otra

conferencia internacional, al final de otra guerra también asoladora de Europa).

Las guerras de Carlos V y después las de los siguientes “Felipes”, muy centradas

estás en Flandes, significaron una llegada extraordinaria de numerario a las

“provincias unidas” lo cual, junto a una libertad de intercambio grande para los

estándares de la época, significo un auge importante del comercio en aquellas

tierras por lo que no fue extraño que el “Banco de Ámsterdam” tomase un gran

impulso y que sus “resguardos de depósito” fuesen preferidos incluso al propio

metal. Esa reputación del banco de Ámsterdam derivaba de su capacidad para

“pesar” bien las monedas que producto de las guerras llegaban de lo más

“envilecidas” a Flandes y también de “su erudición” para tener censadas, y bien

calibradas, hasta casi un par de miles de monedas diferentes de oro, plata y cobre,

así como hacer “rigurosos cambios” entre ellas. Mas, como siempre pasó, y sigue

pasando, el “veneno” de los gobernantes se introdujo poco a poco dentro de la

dirección del banco y los “billetes” entregados a esos poderes públicos, como

préstamo para pagar sus gastos, empezaron a ser superiores a la cantidad de oro

y plata de sus reservas en unas cifras muy poco ortodoxas. “El banco” mantenía el

mayor de los secretos sobre esas “entregas vergonzantes” de billetes que no se

correspondían con reservas auténticas de metal... (Cosa que debió hacer bastante

bien pues tuvo engañado hasta al propio Adam Smith, que, en “La riqueza de las

naciones”, alababa el rigor y cuidado del banco de Ámsterdam “por tener una

reserva del 100%...” ¡?!).

LA BANCA LIBRE DE ESCOCIA Y…, LA BANCA FRAUDE

Realizando un salto importante nos iremos a contemplar la experiencia de la banca

libre de escocia. Adam Smith dirá, en su obra magna, que los billetes de banco son

un pasivo (una deuda) del banco con el tenedor del billete, deuda que está

respaldada por oro o por plata (ambos metales “auto liquidables per se” al ser la

liquidez pura) o bien por un activo que debe ser igualmente “auto liquidable”. Una

letra de cambio sobre mercancías vendidas, emitida a corto plazo, comentaba

Smith, cumpliría este precepto, ya que si se paga a su vencimiento se recupera “en

moneda real” el valor especificado en la misma. Pero una letra que no respalde a

un plazo corto de tiempo una venta de mercaderías, porque ha servido para

financiar la compra de una casa, por ejemplo, no es “auto- liquidable” ya que

exigirá mucho tiempo hasta la total recuperación del dinero prestado-invertido. El

“acento” pasa a ponerse, desde el momento del descuento de esa letra renovable

en continuo, en la capacidad de negociabilidad (de liquidez) de los bienes del

activo del banco que respaldan la emisión de los billetes o depósitos que, en su

caso, “liquidarían” la letra.

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El papel sustituto de la auténtica moneda (ya sea en forma de billetes o letras)

desde el principio de su historia, fue una deuda. Dicha deuda podía ser

reembolsada a la vista en moneda metálica (caso del billete de banco) o en un

momento futuro con devengo de intereses (bonos, letras o pagarés). En el caso de

esas letras, bonos o pagares, el montante liquidado al inicio para su adquisición

(“precio”) coincide siempre con el valor de la corriente actualizada de cobros

futuros que representa, descontados todos ellos a una tasa llamada, precisamente,

“tasa de descuento” y que tiene un montante en % según la situación del mercado

de préstamos. Así, mientras el billete mantenía su convertibilidad, la letra, el pagaré

o el bono “tenían un precio”6. (Repitámoslo: valor actualizado de la corriente de

flujos de cobros futuros a que daba derecho, actualización siempre hecha de

acuerdo con una tasa de descuento que se fijaba según la tasa rentabilidad media

alternativa existente en el mercado en el momento de hacer efectivo “el precio”).

De lo anterior se deduce que los bancos que emitían billetes contra moneda

metálica ya fuese de oro o plata y concedían préstamos materializados en

depósitos, “movilizables” así mismo por toma de billetes, debían mantener un

correcto equilibrio entre la totalidad de sus billetes emitidos (más los que recibían

en depósito durante un corto espacio de tiempo) y el plazo al que los prestaban.

Ahora bien, como los intereses a recibir son mayores en los préstamos a largo

plazo… ¡vulnerar la “teoría de la liquidez” fue siempre la norma más que la

excepción! y las consecuencias la conocemos bien al aplicarse el llamado

“multiplicador del crédito bancario”7.

Las cámaras de compensación entre las entidades podían actuar de freno mutuo

en un primer momento, pues cuando alguien “sacaba demasiado papel al

mercado” sus colegas no se fiaban del todo y le exigirán el “pago en metal” de las

diferencias por los billetes o letras no compensados. Pero esto suponía la existencia

de una “banca libre” para que el pasarse en ese “descalce” o el incurrir en un mal

respaldo de liquidez supusiese la quiebra y que un banquero desaprensivo se lo

pensase dos veces antes de llevar lejos ambas cosas… Por eso, para evitar verse en

tales aprietos, cada casa de banca buscaba mantener en sus arcas una “reserva

suficiente de efectivo real” (oro o plata) con el fin de atender posibles “demandas

no controladas”. Incluso, cuando un colega sufría una petición de conversión de

billetes o una retirada masiva de depósitos (siempre que no hubiese sido por mala

gestión, sino por un accidente, una calamidad natural, etc.), veía la “manera

discreta” para, por sí mismo o conjuntamente con otros colegas, “acudir a su

rescate” usando sus reservas. (Es evidente que cuando “las aguas volvían a su

cauce” el “banquero atacado” devolvía esas ayudas con un buen interés…)

La banca libre escocesa, hasta poco después de Adam Smith, mantuvo esos

criterios y la experiencia fue bastante exitosa. Pero Adam Smith hacía depender la

6 “El precio” sería calculado de este modo, siendo “i” la tasa de descuento: P = [aport. “1ª” /(1+i) ^1]+ [aport. “2ª”

/(1+i) ^2]+… +[aport., “nª”/ (1+i)^n] 7 Para calcularlo y entender sus efectos es preciso definir en primer lugar la Base Monetaria: valor de todos los

billetes y monedas en manos del público más las reservas bancarias o legales. (Ver punto específico más adelante).

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validez del descuento de letras como sustituto del dinero real siempre que se

estuviese dentro de un régimen de convertibilidad de los pasivos bancarios en oro

e incluso pensaba que para el comercio minorista la moneda de oro debía seguir

circulando. De hecho, es esta exigencia de convertibilidad al oro de billetes o letras

lo que le distingue del pensamiento inflacionista de John Law que enseguida

analizaremos. No obstante, el peligro que siempre acecha es que esas reservas

resulten ser insuficientes ante pánicos generalizados o ante acciones “insolidarias”

fuertes y continuadas. (A estas “acciones” se referirá Walter Bagehot mucho más

tarde como veremos). En efecto, siempre puede darse que uno o varios de los

bancos, ávidos de ganancias y de auparse al liderazgo o bien por pensar que se

está “ante una coyuntura favorable” demandadora de más medios fiduciarios,

decidan “saltarse las normas” y emitir billetes o conceder créditos muy por encima

de sus reservas “en total descalce de plazos” y sin respetar la “regla de la liquidez”.

(Lo que normalmente hacían, y continúan haciendo muchos, además, de manera

más que doble: por el propio “descalce de plazos” y por prestar a clientes de baja

calidad o por invertir en “activos tóxicos” de supuesta “alta rentabilidad” o

accediendo a inversiones descabelladas por “conveniencias políticas”). Esas

actuaciones normalmente se hacían, y se hacen hoy todavía, dentro de un sui

generis “dilema del prisionero”. En efecto, en ese punto, los demás bancos, so pena

de “perder la carrera”, o temiendo que un pánico sobre el incumplidor se traslade

a todos ellos, acaban obligados o inducidos a seguirle, por lo que entran también

en la carrera del prestar sin atender a los criterios de la más elemental prudencia…

La segunda parte de este “particular dilema del prisionero” es responder al

sempiterno interrogante: “¿quién se baja primero del tren en marcha? …” Es decir,

siempre hay alguien que buscará una salvación individual. (Aunque sea la manera

de que todos perezcan temprano o tarde en el pánico consiguiente). He aquí

como se “pincha la burbuja”. De todas maneras, la chispa la pone alguno que da

el grito fatídico: “¡el rey va desnudo!”. (Manifestando lo que todos sabían pero que

ninguno se atrevía a decir…)

Ese emitir billetes en cantidad superior a los depósitos de moneda real recibida y el

anotar en el pasivo del balance del banco una cuantía de depósitos en

contraprestación de concesiones de préstamos, que se corresponden solo en una

mínima fracción con las reservas mantenidas, confiando para ello en la ley de los

grandes números y que, consecuentemente, desencadena más y más dinero

bancario, ya había atraído desde tiempos inmemoriales a multitud de

aprovechados, agiotistas y embaucadores de toda especie. Nos vamos a fijar en

este momento histórico en uno al que la historia del dinero le guarda un lugar

especial: John Law.

Este personaje llego desde Escocia a la Francia de la regencia de Luis XV. Aquella

Francia, agotada después de los excesos del “rey sol”, estaba “falta de efectivo”

por lo que, al regente del reino, Felipe de Orleans, no hubo mucho que

argumentarle para que “quedara persuadido” de las bondades de la creación de

un banco que “tomaría el negocio del gobierno” (tesorería del reino y recaudación

de impuestos) y que emitiría “recibos” (“billetes”) contra su capital y contra

depósitos de particulares. Fue natural que, “en lógica contraprestación al

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ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos

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monopolio concedido”, el banco de Law prestase barato y a espuertas al gobierno

y que este declarase que los billetes de la “Banque Royal” eran “totalmente

aceptables para el pago de impuestos y la remisión de deudas…”. Para asegurar

la continuada emisión de billetes, Law prometió, además, y durante bastante

tiempo lo cumplió, el reembolso en metal y al momento de todo billete que se le

presentase… Como podemos imaginar ese recurso no lo utilizo casi nadie (salvo un

amigo de Law, que luego encontraremos, llamado Richard Cantillon) pues, como

siempre ocurre con estas creaciones artificiales del “mal llamado dinero” al

principio “todo es de color de rosas…”.

Law y el regente Luis de Orleans vieron que si con una “emisión de mil” se había

conseguido tanto… ¡que no sería con una de cien mil! y ¡no digamos con una de

un millón!, etc., etc. Law, además, no contento con el negocio de los billetes, se

aplicó a la emisión de acciones de una “compañía del Misisipi” a la que el regente

otorgó los oportunos privilegios y monopolios de explotación de todo tipo de

mercancías: desde tabaco a acuñación de moneda… Como ya había pasado en

la historia y después pasaría tantas y tantas veces (con tulipanes, apartamentos en

las playas en “time sharing”, sellos de correos, empresas “puntocom” o “hipotecas

subprime” …), la gente se dejó su fortuna, sus ahorros y ganancias e incluso compró

acciones tomando prestado dinero en el banco de Law o le llevo más y más oro

en depósito para que este lo cambiase y multiplicase en billetes. Papeles que

servían para que la gente volviera a comprar más acciones o hiciese más depósitos

en el banco. Todo el mundo que esto hacía se creía rico solo sumando lo que valían

sus títulos… Con ese mecanismo, Law podía prestar (“multiplicador” del crédito

mediante) mayores cantidades al regente para sus gastos y consiguiente pago a

proveedores. Estos proveedores a su vez, y todos, no paraban de adquirir cualquier

cantidad que se les ofreciera de una emisión de acciones tras otra… Al final, como

los niños de la comedia musical “Mary Poppins”, alguien dio la voz de que no le

devolvían el oro de sus billetes, aunque era una cantidad ridícula. Eso bastó para

precipitar una carrera imposible de detener y contra la que las escasas reservas

nada podían. Law, “quitándose la careta”, logró del regente decretos que

prohibieran la obtención de oro o plata contra billetes, pero de nada le valió. Se

salvó “por los pelos” de ser linchado…, miles de personas se vieron arruinadas y

Francia “quedo vacunada”, por un cierto tiempo, contra la emisión de billetes…

Pero esa “vacuna” solo llego hasta la revolución francesa ya que los diferentes

gobiernos revolucionarios, para pagar las guerras, decidieron volver a las andadas.

“La revolución” se dio en un momento en el que la monarquía borbónica se

encontraba sin reservas metálicas y por ello precisaba de la reunión de los “estados

generales” para que aprobasen nuevas exacciones. Esa situación de falta de

efectivo la heredo la Francia revolucionaria. Si “les citoyens” hubiesen tenido que

seguir con la “moneda oro” la revolución se les habría apagado en pocos días,

pues oro y plata salieron raudos hacia Inglaterra y los revolucionarios no eran ricos

en esos metales precisamente… Al igual que en los nacientes Estados Unidos, en la

Francia del ahora de la revolución no se podían pedir tributos a los ciudadanos ya

que, como allí, la revolución había nacido, precisamente, por negarse los estados

generales a votar más tributos para la corona. Además, la Asamblea Nacional

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había declarado, en fecha tan próxima a la toma de la bastilla como el 17 de junio

de 1789: ¡la abolición de todos los impuestos!…

En la emisión de dinero papel nada hay más importante que el generar un

mecanismo psicológico de persuasión. Para ello, el apelar a la codicia de las

gentes y al deseo de conseguir ser rico sin esfuerzo es clave. Esa fue en su momento

la “sugestión de Law” y de su banco y de la “Compañía de La Luisiana”, multitud

de franceses se habían arruinado con ello, pero…, bien se sabe que esas cosas se

olvidan… Ahora no se podía utilizar el oro como referencia, pues no lo había, pero

la revolución prometía tierras para quien las cultivaba y el fin de los privilegios y la

ocupación de fincas de la iglesia y de la nobleza… ¿Qué mejor idea que la de

referenciar el papel moneda a esas fincas? La mente de la gente asociaba riqueza

y poder con propiedad de tierras…, luego… ¡He aquí el mecanismo de persuasión!

La revolución podía expropiar sin freno y emitir asignaciones de trozos de esas

tierras, ahora propiedad del estado, (léase psicológicamente y en total ficción: “de

todos”). La tierra, además, no era ampliable a voluntad y era comprobable en lugar

y extensión. Era pues “técnicamente escasa”, lo cual es clave para una emisión de

papel moneda referenciado a un bien. La escasez se vio más palpable por cuanto

finalmente se pensó que bastaba con “asignar” solo la tierra expropiada a la Iglesia

católica. (Lo cual, no obstante, era la no despreciable cifra de una quinta parte de

todas las tierras cultivables de Francia)

Los “billetes revolucionarios” pronto fueron conocidos como “assignats” y se

emitieron por decreto de la Asamblea Nacional de 19 de diciembre de 1789 por un

importe inicial de 400 millones de “libras tornesas” (la moneda de cuenta histórica

de Francia8). Eran “redimibles” en el espacio de cinco años con el valor que se

obtendría de la venta de las tierras a que se referían y contenían una cláusula de

que ello se haría, además, con un interés del 5%. Se permitía también que quien

tuviese suscrita una cantidad suficiente de ellos podía canjearlos por tierras

directamente. El éxito fue fulgurante y si “un poco había dado tanto… se pasó a

pensar que más de lo mismo no podía ser sino mejor…”. Como la demanda

superaba a la oferta, en siguientes emisiones se suprimieron los intereses y las

emisiones fueron crecientes en millones de libras cada vez.

Al principio todo eran parabienes: los negocios mejoraron, aumento el empleo y las

ventas de tierras empezaron. (Pues bastantes avispados reunieron cantidades de

“asignados” suficientes para quedarse con las mejores explotaciones). Pero la

guerra contra los invasores exigió pronto más y más emisiones de “assignats” con

las que pagar soldados, armas y municiones. Ahora se admitía que los mismos se

podían cambiar por una cantidad de oro para darles mayor credibilidad, pero

hubo que seguir emitiendo. Como luego pasaría en la Alemania de la post-primera

guerra mundial, o en la Venezuela populista de Chaves y Maduro en nuestros días,

las imprentas no daban abasto y no llegaban a dar a tiempo las entregas de los

8 Que fue creada en el año 781 por el emperador Carlomagno como unidad de cuenta al estilo romano

equivalente a una libra (en peso) de plata (unos 409 gramos). Se subdividía, como en tiempos del imperio romano,

en 20 sueldos, cada uno de 12 dineros. La libra valía pues 240 dineros. Este sistema sirvió de modelo para muchas

de las monedas europeas como luego la libra esterlina o la lira italiana.

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billetes que cada día se necesitaban. (Entre otras cosas porque el papel valía más

que el importe que en ellos se grababa). Como en toda “megainflación” también

los que ahora se ocultaban eran los acreedores de los deudores y no al revés pues

la inflación hacia que el dinero papel no valiese nada…

Para cuando el directorio abolió los “assignats” y decidió volver al patrón oro el

asentamiento de la revolución era un hecho. El precio pagado era otra cosa.

Como dijo Jacques Rueff, el padre de la reforma monetaria francesa de finales de

los años cincuenta del siglo XX, “…inflar la moneda es conceder a sus beneficiarios

la potestad de demandar sin ofrecer, de sacar bienes y servicios de la economía

sin que haya habido una aportación previa de riqueza por igual valor…” Es por ello

que la definición más precisa de inflación sería, probablemente, según señalo el

mismo Jacques Rueff, la de: "…deterioro en la calidad del dinero mediante la

incorporación al circulante monetario de numerario sin las cualidades dinerarias

necesarias…"

LA “NEFASTA DOCTRINA” DEL MERCANTILISMO

En cierta manera, Law, en cuanto pensaba que la ausencia de “dinero de calidad”

limitaba la expansión económica (lo de “calidad” en boca de Law sería muy

discutible) era hijo intelectual de una doctrina perversa que llevaba tiempo en

danza, la cual, si bien tuvo su plenitud en el siglo XVII y se frenó bastante en el XVIII,

curiosamente no ha cesado de repetirse bajo diferentes formas y continúa

contaminando todavía hoy la mente de muchas personas. Estamos refiriéndonos al

mercantilismo o concepción de la economía bajo una faceta “nacionalista”, fuera

de toda preocupación por la persona donde lo que cuenta es la riqueza del reino

en abstracto y la acumulación de dinero en forma de oro y plata en el tesoro

público como muestra y sinónimo equivocado de esa riqueza. Se hace del oro un

fetiche ante el miedo a la carencia de moneda y la deflación consiguiente. Lo cual

era absurdo pues ya había “dentro de la oferta monetaria”, tal y como habían

dicho los escolásticos españoles y las ferias de las grandes ciudades de Europa

atestiguaban, otros medios y formas, para que el comercio no se frenase por una

ausencia temporal o estructural de metales nobles.

Al hacerse los pagos del saldo neto del comercio exterior entre países con esos

metales, fundamentalmente con oro (fruto del acuerdo propiciado por los

comerciantes genoveses al inicio del siglo XV) el mercantilismo será esencialmente

proteccionista y favorecedor de las exportaciones y contrario a las importaciones

cuando no básicamente autárquico. En definitiva, que va imponer siempre cargas

de ineficacia e ineficiencia al consumidor. No le es ajeno a su nacimiento

intelectual la afluencia de metales llegados de las indias portuguesas e hispanas

que supuso estímulos a la actividad mercantil y a las inversiones (por la baja que

implicó en los tipos de interés) y de ello se extrapoló, en especial en un momento

en que ya no llegaba tanto oro y plata de América, que convenía “animar esa

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demanda” y estimular la producción “desde fuera” (léase el gobierno) inyectando

“dinero” o recibiéndolo por el cobro de las exportaciones. (Keynes, en pleno siglo

XX, no ocultará sus simpatías por el mercantilismo nacionalista como veremos y aún

hoy esto lo seguimos oyendo en boca de muchos políticos o de sus herederos y de

todos los que temen al subconsumo y al ahorro cuando claman que lo que el

comercio necesita es: ¡“que el dinero corra…”!).

Los mercantilistas no paraban (ni paran aun hoy sus herederos intelectuales) de

solicitar proteger la “industria nacional” o de poner “precios máximos” para

controlar las elevaciones de precios, pero como que “no se pueden poner puertas

al campo”, al final ocurre que el desabastecimiento acaba por ser la norma.

(Véase como ejemplo en nuestros propios días la situación venezolana). Es decir, se

actúa como si el problema fuese perder alimentos básicos o materias primas,

confundiendo efectos con causas, pues esas “faltas” son fruto de haber puesto

leyes de “precios máximos” y demás “cortapisas” … Todo ello se da, en gran parte,

porque el miedo latente tras ese proteccionismo y tras toda la doctrina

mercantilista es que la “falta de demanda” impida “dar salida” a lo que se produce

en una nación y que la mano de obra quede en paro. Todo sin saber si eso que se

produce es lo que realmente se está demandando, tanto dentro como fuera del

país, y que, además, se proteja y estimule desde el gobierno aquella producción

que conlleva más mano de obra. (Contradicción flagrante pues no siempre lo que

más oro y plata podía proporcionar eran los productos intensivos en mano de obra).

Como luego diría uno de los grandes economistas “clásicos”, Jean Baptiste Say,

siguiendo al propio Adam Smith: “…la cantidad de monedas de oro y plata no da

el volumen de comercio que se puede tener, sino que, por el contrario, es el

volumen de intercambios y su valor, lo que determina la cantidad de moneda que

se requiere…”

LA CREACIÓN DEL BANCO CENTRAL Y EL PRIMER ECONOMISTA: RICHARD CANTILLON

Los gobiernos, aprovechándose del escándalo que los desórdenes públicos por la

ruina a la que una parte de los banqueros, especialmente aquellos que eran poco

escrupulosos, sometían a los ciudadanos de tanto en tanto y, sobre todo, por

precisar que alguien financiase sus “políticas” o más normalmente sus guerras o que

les adelantase el dinero de la recaudación de impuestos9, vinieron en conceder

“privilegio real” a un banco que se hacía desde ese momento con el monopolio

del “negocio del gobierno” y con el “paraguas adjunto” de que sus billetes tenían,

de facto o de derecho, el soporte del gobierno. De estos bancos el más antiguo es

el Banco de Suecia, pero el más famoso en la historia ha sido el “Banco de

9 Pues las más de las veces solo era posible hacerlo al realizarse la cosecha, la vendimia o en las estaciones de

primavera y verano, cuando el buen tiempo permitía desplazamientos de comerciantes y población por puentes

y ciudades. (De ahí los arbitrios de “pontazgo”, “portazgo” y nuestra famosas “alcábala” castellana o la “bolla”

catalana...)

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Inglaterra”. En su inicio, curiosamente, fue creación de un gobierno “Wight” y no de

los conservadores, contra lo que se podría creer. Nació en 1694, casi en paralelo

con los “inventos de Law” y, al igual que en su caso, para apoyar a “la majestad

del momento” en una de sus múltiples guerras. Se suscribió el capital por diferentes

personalidades y comerciantes en “oro fino” que previamente había sido prestado

al gobierno, por lo que se autorizó por este la emisión de una “buena cantidad de

billetes” contra ese oro. Esos “billetes” podían servir a sus tenedores como medio de

pago en contrapartida al rescate de depósitos en otros bancos.

Como se demostró que ante peticiones de convertibilidad “el banco” sí devolvía

oro, pronto hizo la competencia a joyeros, orfebres y otros banqueros, pues parecía

“más seguro” que estos en ese guardar y pagar, amén de que la gente pensaba

que el gobierno estaba detrás como garante. (Aunque esto fuese más sugestión

que realidad jurídica se demostró en varios pánicos posteriores que la mentalidad

popular no iba tan desencaminada…). Con algunos devaneos “el banco” se

consolido con diferentes gabinetes e incluso logro superar una pérdida temporal

del privilegio de ser “banquero del gobierno” cuando, en un acto de corrupción

de varios parlamentarios, le fue retirado ese privilegio para otorgarlo a una extraña

“compañía de los mares del sur”. Lo paradójico era que el “el banco” fuese uno de

los inversores en dicha compañía. Esta “South-Sea Company” no dudo en

entregarse a otra cosa que no fuese la especulación sin sentido y a negocios

arriesgadísimos10 si bien “el banco” se retiró de su capital social con beneficios antes

justo de la quiebra total de esa empresa.

Prácticamente, a finales del siglo XVIII la emisión y circulación de billetes bancarios

en Inglaterra era monopolio de facto y exclusivo del “banco”. Los bancos de

depósito y los bancos y agentes de intermediación en el descuento de letras

pasaron a “guardar su reserva” en el “departamento de operaciones bancarias”

del banco de Inglaterra. Por estar a su juicio “más segura” y por recibir un interés

por esas sumas y en gran parte también porque, en caso contrario, el dinero

metálico quedaba “ocioso” en sus propias arcas. “El banco”, a su vez, prestaba

esas reservas principalmente al gobierno y mantenía una cierta cantidad de oro y

billetes como “reserva propia”, si bien en proporción más elevada a igual cantidad

de depósitos que la del resto de intermediarios financieros de la City. (Empezaba

ya a ser consciente del papel que cada vez más, en una evolución progresiva, el

sistema financiero le iba asignando de “prestamista en última instancia” …).

El montante de esa reserva central del Banco de Inglaterra, Walter Bagehot la

considerara años después a todas luces insuficiente y será el origen de su famosa

obra: “Lombart Street”, en donde, y contra lo que muchos creen, no sienta “la

10 Siempre asombra que incluso los que deberían tener una prudencia exquisita hagan gala en muchos casos y en

nuestros propios días de un “cerebro financiero de mosquito”, perdiendo sus ahorros en suscripciones de acciones

de lo más extraño, como cuando tantos invirtieron en acciones de “empresas puntocom”. (Que no vendían casi

nada, menos ganaban y solo tenían “muchas páginas web vistas” o “muchos visitantes únicos” …) En la época de

la que estamos hablando, los diarios londinenses y la Bolsa de Londres documentaban emisiones de acciones de

compañías con los propósitos más variopintos: una compañía recaudo cientos de miles de libras para poner en

marcha una empresa ¡fabricante de ruedas de movimiento continuo!… Con todo, la que más asombra es una

salida a bolsa en aquellos años que en su “folleto de emisión” decía que iba a “explotar un negocio que nadie

sabe lo que es”¡?!

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doctrina de cómo debe configurarse un banco central” sino lo aberrante y

contranatural de la institución misma, señalando en sus defectos y en su manera de

actuar lo mismo que en los tiempos que estamos considerando vio en ella Richard

Cantillon el curioso personaje del que vamos a pasar a hablar a continuación.

En efecto, es el momento de ocuparnos de una de las personalidades más

interesantes de esta época, contemporáneo de Law y que vio y observó en detalle

las experiencias de estos “bancos centrales”. Se trata, como hemos dicho, de

Richard Cantillon, “hombre de negocios” que fue de los primeros en establecer que

la función empresarial está sujeta a la incertidumbre y al riesgo y que el

“entrepreneur” es “el agente que compra a precios conocidos para vender a

precios desconocidos” por lo que el beneficio siempre le es incierto. Fue Cantillon

“persona avispada” que supo darse cuenta muy bien de “cómo funcionaba el

sistema” y aprovecharse del mismo apostando a la contra. (De hecho, gano

mucho dinero con sus inversiones en la “Banque Royal” y en la “compañía de la

Luisiana” de Law, al recuperar, a tiempo y en oro, sus cuantiosos beneficios). Su vida

fue muy azarosa y murió en extrañas circunstancias no sin antes haber escrito un

panfleto o tratado titulado: “Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general”

que, si bien con ese título aparentemente nada hace sospechar que vaya a

ocuparse de cuestiones monetarias, dará en el mismo un conjunto de conceptos

claves para entender el sistema financiero de una economía, fustigar al

mercantilismo y sentar las bases para una doctrina inmediatamente posterior que

iba a ser una gran combatidora del sistema mercantilista: la fisiocracia.

Cantillon atacó con su escrito a los mercantilistas (que “sufrían” al pensar que la

falta de dinero efectivo en oro o plata reducía el comercio) diciendo que el uso de

letras o de billetes de banco, así como de resguardos de depósito de joyeros y

orfebres no significa que hay más dinero, sino que la utilización de esos

“reconocimientos de deuda” lo que hace es aumentar la “velocidad de

circulación” del dinero metálico existente, puesto que, al usarse los billetes y demás

sustitutos en vez del oro, se dan muchos más intercambios con igual cantidad de

dinero-oro o “auténtico dinero”. Es decir, que aumenta su “velocidad”. (Cantillon

lo tiene claro: una cosa es dinero: el oro o la plata, y otra las “promesas de pago”

en esos metales). Cantillon refuta de este modo las ideas mercantilistas de que la

actividad comercial de un país dependiese de la cantidad de metales preciosos y

por ello usa el término "rapidez de circulación" para explicar los movimientos de los

precios en función de si la "cantidad de dinero" se movía más o menos veces en

una economía. La demanda de dinero es la inversa de la “velocidad del dinero”;

por ello, si un euro cambia de manos cuatro veces en un año, es decir, si su

velocidad es 4, entonces significa que ha estado una media de tres meses en los

saldos de tesorería de los agentes económicos. (Demanda monetaria de ¼). La

velocidad del dinero tenía que ver con el dinero fiduciario, pues a más existencia

de este, más se usa para transacciones, pero el “dinero real” de oro y plata

permanece constante… (Excluyendo el caso de su incremento por causa de la

extracción minera de ambos metales).

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Cantillon dirá algo parecido a lo que en su momento comentará Adam Smith: “el

clamor general de un pueblo contra la escasez de dinero en modo alguno prueba

que no circula el necesario, sino que son muchos los que no tienen nada que dar a

cambio…” También seguirá el pensamiento de Hume, que definió la “teoría

cuantitativa” y la oferta monetaria sobre una base muy semejante a la de los

escolásticos españoles de la escuela de Salamanca (por lo que en realidad

correspondería a ellos esa primogenitura), diciendo: “… el dinero no es

propiamente hablando el fin del comercio sino solo el instrumento en el cual los

hombres se basan para facilitar los intercambios (…) es el aceite que engrasa las

ruedas y no las ruedas mismas del comercio (…) una mayor o menor cantidad de

moneda no hace nada sobre el intercambio, los precios son proporcionales a la

cantidad de dinero…” David Hume también dirá una cosa que Cantillon repetirá:

“…la inyección de dinero “ad hoc” no es neutral y dependiendo del lugar donde

se haga puede tener un efecto mayor o menor sobre los precios y estimular en un

grado diferente el comercio y los negocios…, aunque una vez que las cosas se

reajusten, concluirá Hume: “…un efecto de variación de la oferta monetaria tendrá

una consecuencia de igual sentido sobre los precios…”. En definitiva, para Cantillon

lo mismo que para Hume y antes para Locke, los billetes pueden ser “medios de

cambio” pero no dinero auténtico. Esto es una cuestión fundamental que conviene

dejar clara, en cualquier caso.

Podemos ver como la posición de Cantillon era contraría a la de Law pues no

aceptaba que se pudiesen emitir billetes “contra bienes de tierras lejanas”. Su idea

estuvo más próxima a la que tendrán más tarde Smith o Say: “…se pueden

adelantar billetes contra letras a corto plazo representativas de bienes realmente

vendidos, pero no contra producciones futuras y “azarosas…”. La razón de esta

posibilidad de obtener adelantos mediante letras, (lo cual ya sabemos que desde

la edad media era una práctica conocida y muy utilizada por los comerciantes)

radicaba en que de lo contrario estos tenían necesidad de mantener un activo

ocioso en forma de efectivo metálico que era cosa tremendamente arriesgada y

costosa por las características físicas del metal y las dificultades y peligros de su

custodia y transporte más el hecho de necesitar tenerlo en el lugar y momento

adecuado. Para Cantillon, el error 11 que cometió John Law fue el de querer

convertir a dinero real la producción futura del valor presente de las tierras de la

Luisiana pues, como también pondrán de manifiesto Adam Smith y J. B. Say, sólo los

créditos “autoliquidables”, materializados en letras, cuyo pago no dependa de su

renovación deberían ser “monetizables”.

Smith y Say verán con buenos ojos que los bancos emitan billetes como

materialización del descuento de esas letras, la diferencia entre ellos es que en

Smith no está claro si los billetes de los que habla son solo los “bancarios” o promesas

de pago en oro y, o, los billetes patrocinados por el estado, (emitidos normalmente

por el banco central) que son solo papel físico sin respaldo real en moneda

11 Se indica aquí “error” aunque no se esté seguro de si puede calificarse así a la actuación de Law. Ese sería, en

cualquier caso, el criterio mantenido por Charles P Kindleberger en su famoso libro: “Manías, pánicos y cracs:

historia de las crisis financieras”. Donde distingue entre errores monetarios, Law, y fraudes monetarios, la “South sea

bubble”.

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metálica de oro y plata al 100% y de cuestionable valor jurídico. (Al ser “portadores”

de una alta probabilidad de disminución del poder de compra de los que los

detentan por causa de la inflación que acaban generando al ser emitidos en

demasía). Esos billetes “estatalmente protegidos” solo “circulan” por la constricción

legal que los hace de aceptación obligatoria en los pagos del estado a sus

proveedores o de los ciudadanos en sus pagos de impuestos al gobierno, así como

por tener la calificación legal de servir para la remisión de deudas. (Curiosamente,

en todas las mega-inflaciones son los acreedores los que buscan esconderse para

evitar que sus deudores les paguen lo prestado con esos billetes sin valor…) Los

“billetes nacionales”, de ahí su renombre de “divisa”, solo pueden circular entre los

diferentes actores de la economía de un país, que era hasta donde llegaba (y llega

hoy) el poder de quien ha decretado ese “curso legal obligatorio”. A estas “no

promesas de pago” la práctica popular las calificó muy pronto (y muy bien) como

¡“papel moneda”! En la época que estamos tratando, ambos tipos de billetes van

a convivir junto con el oro, la plata y el cobre, pero pronto los billetes del banco

central desplazaran a los de los demás bancos12.

12 En la gestión de la tesorería en una empresa se ve esto con mucha claridad. En efecto, sabemos que una cosa

es obtener financiación por medio de deuda financiera y otra el obtenerla por medio del descuento de efectos.

(Que no son sino soportes documentales de ventas reales previas). El primer tipo de financiación computa en todas

las métricas de análisis del equilibrio financiero de la empresa, el segundo, al ser muy diferente de una deuda

financiera, no. Sabemos que el volumen de necesidades operativas de efectivo (NOF) de una empresa nace

porque el montante de existencias precisas para su normal funcionamiento y el de las deudas de clientes a corto

plazo no queda suficientemente cubierto con las facilidades temporales de pago dadas por los proveedores y

otros acreedores a corto plazo. Pero dadas unas ventas a clientes, las facturas o instrumentos de cobro aplazado

que las amparan, suponen para la empresa tener “instrumentos” de crédito a su favor que puede “monetizar” vía

descuento o “factoring”. Por el contrario, tratar de descontar efectos que no se corresponden con ventas previas

y reales para cubrir inversiones a largo plazo por ejemplo, es un craso error, no solo por el hecho de que deben ser

renovados continuamente dada la madurez lenta del bien de inversión al que van destinados, sino porque el

banco que los admite a descuento aportará normalmente un “dinero sustituto” no procedente de ahorro previo

o de actividad económica alguna por lo que queda sometido a un riesgo de liquidez que a su vez traslada a la

empresa. Lo que correspondería hacer, a los efectos de una “financiación ortodoxa” de los bienes de capital, es

una ampliación de los fondos propios y, o, solicitar un préstamo a largo plazo con “luz y taquígrafos”. Por supuesto,

el dinero de esa financiación debería provenir del ahorro a largo plazo de personas físicas o jurídicas y no de

creaciones artificiales de papel moneda y, o, del transformar depósitos a corto plazo en conceder otros depósitos

que deben devolverse como préstamos a largo plazo, pues eso supone que, ante la mayor cantidad ofertada de

fondos para préstamos, el tipo de interés sea más bajo que si esos capitales hubiesen sido solicitados a los

ahorradores. Por ese menor coste puede ser empleado en inversiones con tasas de rendimiento menor

introduciendo un injerto extraño en la economía que tarde o temprano pasa factura. Un empresario que actúa

como un buen gestor debe de esforzarse por “economizar” los bienes de capital, es decir, el inmovilizado más las

NOF. En el límite, nunca se debería ser demandante de financiación para esas “necesidades operativas de fondos”

pues las deudas de clientes no cubiertas por las que se tienen con proveedores deberían ser monetizables vía

descuento de letras y las cuantías de las existencias en almacén de productos acabados, de materias primas o

de trabajos en curso, sobre las que no se pueda practicar un “justo a tiempo” deben cubrirse con un suplemento

de “financiación permanente” que es lo que se conoce como “fondo de maniobra” o cuantía de financiación

permanente, propia y ajena a largo plazo, en superávit sobre los activos no corrientes netos de amortizaciones.

Para “monetizar” las deudas de clientes por ventas a crédito, el empresario puede arbitrar entre utilizar el

descuento de letras o la disposición de créditos a corto plazo con la garantía de esos efectos, buscando con ese

arbitraje optimizar el pago de intereses: no descontar por encima o a mayor plazo de lo que se necesita si solo se

debe cubrir una punta de pocos días. Pero parece claro que ese crédito bancario a corto plazo no puede ser, ni

por cuantía ni por destino, un instrumento capaz de disfrazar necesidades de financiación permanente. Vemos así

la “sensatez” de uno de los llamados “principios de Zúrich” que dice: “…la cantidad de crédito a corto plazo

concedible por un banco está limitada por el montante del “fondo de maniobra” que la empresa prestataria

tenga…” (Pues si se pasa de esa cifra, ya estaríamos financiando con fondos a corto plazo lo que debería ser

financiado con fondos a largo plazo). ATENCIÓN: No hay que confundir ese “fondo de maniobra” con las

“necesidades de fondos de maniobra” o NOF. El montante del fondo de maniobra lo determinan directamente o

indirectamente los propietarios y el otro, las “NOF”, vienen dadas por la actividad del negocio dentro de unas

exigencias de “periodo de maduración” típicas de cada sector.

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Cantillon clamará contra un sistema de banco único patrocinado por el gobierno

y por ello privilegiado (refiriéndose al banco de Inglaterra y al de Law, pero que

prácticamente se puede trasladar a todos los bancos centrales que ha habido y

sigue habiendo) que presta al estado y que desde su nacimiento está en total

complicidad con el gobernante, que es quien le otorga y mantiene en sus

privilegios. “Banco perverso”, dirá Cantillon, puesto que “sostiene a precio artificial

los títulos de la deuda pública y aporta informaciones privilegiadas para que

algunos se beneficien con la venta y compra de esos títulos…” El banco central era,

además, a los ojos de Cantillon, una institución de claro “tufo mercantilista” pues

de no mediar esa parcelación nacionalista de los billetes del banco central y su

curso legal forzoso “intra fronteras”, los bancos privados se hubiesen extendido

internacionalmente. Cantillon va dar así la alerta del paso del dinero: “como una

creación espontanea de los hombres” a un mero “nacimiento por decreto ley” con

la consecuente aparición del llamado “dinero nacional” o de la “divisa monetaria”

de cada país.

El banco central rompe, añadió Cantillon, el de por sí “frágil equilibrio de la banca

libre” en el que, cámaras de compensación mediante, los banqueros se vigilan

unos a otros por el “rabillo del ojo” y donde si saben de alguien con mal respaldo

metálico para los billetes presentados a compensación, tienden a rechazárselos.

Ello supone, así mismo, costes crecientes para el que pide “auxilio” (por haberse

pasado en el conceder créditos muy por encima de sus reservas) y da una

selección natural de los buenos billetes y de los malos y un “tipo de interés de

mercado” el cual, con la intervención del banco central, se altera. (Al poder realizar

ese banco central “inyecciones” o retiradas arbitrarias de liquidez).

Esta última afirmación de Cantillon es la que más se ha estudiado en relación con

el volumen de la oferta monetaria y su “crecimiento artificial”. Se la ha conocido

como “efecto Cantillon” y lo que lo ha hecho tan notorio es el que señale

claramente como “la creación de dinero fiduciario por el mecanismo del banco

central no es neutral en la economía”. En efecto, el “dinero nuevo” que se produce

por la intervención del banco central, dirá Cantillon, no entra en la economía de

manera imparcial sino desagregada, generando cambios en la estructura de

precios relativos al dar lugar a una redistribución de rentas entre primeros y

posteriores receptores de ese incremento de “oferta monetaria ad hoc”. Para

entenderlo, digamos que Cantillon partía, como ejemplo para saber de las

consecuencias del incremento del “no dinero” por el banco central, citando el

caso de la actividad minera de extracción de oro (o también de la llegada de ese

metal desde las indias hispanas y portuguesas a Europa) y de cómo los resultados

de esta actividad acababan pasando al resto de la sociedad. En un momento

dado, si ante la entrada de oro, la producción de otros bienes no sigue igual

proporción al alza, puede darse un proceso inflacionista, tanto más rápido cuanto

el aumento de dinero (el oro monetizado o los billetes emitidos ante el nuevo oro)

se gaste de inmediato o, por el contrario, se invierta de momento para gastarse

después. Muy imperfectamente todavía, pero de manera suficiente, Cantillon

ataca con esto a los mercantilistas (dispuestos siempre a todo tipo de manejos con

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la oferta monetaria) criticando incluso a aquellos mercantilistas que, tal vez con

buenos propósitos, buscaban algo aparentemente tan encomiable como el

“impulsar la industria” pues a la postre esos “manejos” para entrar dinero en la

economía, sin respaldo de producción real, no traen otra cosa que menos riqueza

al conjunto y que solo algunos “aprovechados” salgan mejor parados de lo que

estaban.

Vemos como, según Cantillon, el interés se determina por la oferta de fondos

prestables, pero el aumento de la oferta monetaria no afecta al interés sino al

poder adquisitivo del dinero, siendo el nuevo tipo de interés su consecuencia.

DAVID RICARDO Y LA CONTROVERSIA SOBRE EL PATRÓN ORO

Vamos a ocuparnos ahora de las aportaciones que sobre el devenir del dinero dio

otro gran economista, David Ricardo, quien será objeto de admiración y

emulación por todos los economistas que entonces, y aún ahora, se deslumbran

por la “elegancia del discurso”, “la eminencia de los razonamientos” y “la erudición

del análisis”, aunque los más lúcidos de entre estos, como Samuelson, Blaug y algún

otro, se darán cuenta también, aunque algo tarde, que Ricardo fue el creador del

mito del economista utilizador del: “…supongamos que...”.

Fue Ricardo un economista defensor de las ideas de Adam Smith y sus aciertos y

posturas críticas frente a “apriorismos sin sentido” fueron importantísimos. Así,

promovió el comercio libre sin aranceles proteccionistas, retomo la teoría

cuantitativa del dinero de David Hume y de nuestros escolásticos, defendió la

moneda solida respaldada por oro, formulo la “ley de la ventaja comparativa” y

para las inversiones dejo una frase paradigmática: “…realizar las pérdidas de

inmediato y dejar que los beneficios discurran…”. Pero Ricardo continuará con el

fallo de Adam Smith: abrazó y afianzó en sus escritos y en su libro más conocido la

idea de que el valor de los bienes está en la cantidad de trabajo necesaria para

producirlos, lo que es confundir coste y valor, y sus razonamientos abstractos le

llevaron, no a estudiar el “cómo hacer crecer la riqueza del conjunto”, como hizo

Smith, sino al: “cómo se da la distribución de lo producido” y ello en un caso

especial: “cuando por el pelean tres clases: terratenientes, capitalistas y obreros”.

(Adam Smith tenía también en mente a esas tres clases, pero en su caso lo que

buscaba era “hacer la tarta más grande” mediante la cooperación de esas clases,

y que de ello resultase una mejora global, es decir, que se incrementara “la riqueza

de las naciones”).

Por lo que se refiere a los temas monetarios, que son los que aquí ahora más nos

interesan, la verdad es que cabe dar a Ricardo más parabienes que críticas. Ya sea

porque “dejándose de modelos” vio que la realidad monetaria requería no

“basarse en falacias” … o bien, porque de su modelo se deducía que “solo los

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terratenientes sacaban provecho…”, lo cierto es que abogó por el libre cambio, la

abolición de barreras arancelarías sobre el trigo y luchó contra la inflación

producida por la emisión de billetes por el Banco de Inglaterra. (Acusando a este

de hacerlo por encima del stock de oro existente en sus arcas). Por ese

pensamiento monetario será rechazado por Keynes, aunque por el otro, el de los

razonamientos abstractos y la teoría de la distribución, será oportunamente

alabado. (Precisamente los discípulos de Keynes de tendencias más filo-socialistas

o neo marxianos lo tendrán como uno de sus “tótems” preferidos, como fue el caso

de Piero Sraffa).

El estudio de Ricardo sobre “el precio del lingote de oro”, al que acabamos de

referirnos, es una apología de la reserva bancaria del 100% (en oro) que se verá

plasmada en la práctica, años después, con la “ley Peel” de 1844. Solo en teoría,

pues los gobernantes de ese posterior momento no le hicieron caso del todo y solo

se prohibió la emisión por el banco de Inglaterra de billetes por encima de las

reservas de oro, pero no el que se continuasen generando depósitos por los bancos

(“dinero bancario”) movilizables por cheques o transferencias y con reserva

fraccionaria en el banco de Inglaterra. En esa controversia, como vemos, Ricardo

tomo decidido partido por lo que se conoció como “bullionismo” (lingote de oro) o

defensa de la ligazón entre oro y billetes (“currency principle”) frente a los

conservadores que buscaban seguir pagando guerras contra Francia y las de la

independencia americana primero y frente a Napoleón después, con “dinero

papel” o depósitos generados por los bancos (“banking principle”).

Unos y otros argumentaron con “sus razones”. Los defensores de la creación de

dinero por los bancos (muchos de ellos “tories” y fundamentalmente terratenientes)

adujeron que los esfuerzos para pagar las guerras y las malas cosechas precisaban

de importaciones que había que atender y pagar (con préstamos y billetes

decían); los otros, Ricardo con ellos, pensaban que los sucesivos préstamos del

banco de Inglaterra al gobierno y su traslación a billetes estaban en la raíz de todos

los males y del auge del precio del oro en billetes. En especial esto se vio claramente

cuando España se pasó al bando inglés contra Napoleón y eso desató una euforia

de nuevas emisiones fiduciarias y la creación de nuevos bancos y, con ello, tener

en el sistema aun mayor número de emisiones de billetes que llevo a una gran

inflación. (Todo por pensar que las minas de plata españolas de América ahora

estarían al alcance inglés…). Gran Bretaña y sus aliados salieron victoriosos de

“Waterloo” y eso “justificó” a los “tories” si bien los “wights” (fundamentalmente

soportados por comerciantes y fabricantes) se llevaron finalmente la razón con la

vuelta a las posiciones de Ricardo y al patrón oro estricto con la ley de Peel.

Aunque, en realidad…, los conservadores dijeron lo de Galileo: “…e pur si muove…”

y entonaron también lo que más tarde diría Tommaso Giuseppe di Lampedussa:

“…aceptemos un cambio… ¡para lograr que todo siga igual!” Pues si les quitaron la

posibilidad de emitir billetes por el Banco de Inglaterra que no respondieran a una

estricta cantidad de oro, superada una cifra dada (reserva del 100% desde ese

punto), no se les prohibió a los bancos la posibilidad de generar depósitos en

cuenta corriente con reserva fraccionaria. Lo cual no habría sido un problema, o

habría sido diferente la situación al menos, si hubiese sido posible una libertad

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bancaria de emisión de “sustitutos” del dinero”: billetes, depósitos, etc., siempre sin

el respaldo intervencionista, e interesado, del banco central, con concurso del

gobierno y la monetización en dichos sustitutos del dinero de la deuda por el déficit

en el presupuesto público. Y… de “esos polvos…”

A través de una elaboración de reglas lenta y progresiva y después de muchas y

dolorosas experiencias, tal y cómo hemos comentado, se llegó a un consenso sobre

el patrón oro en los albores del siglo XIX el cual duró más o menos cien años,

aportando una buena estabilidad de precios. Esto incluso en épocas de fuerte

crecimiento como fue la década de 1890 a 1910 en la que las necesidades de

encaje de efectivo se vieron acompañadas de la nueva entrada de metal

procedente de la minería de oro de California, de Rusia y luego de Sudáfrica. El

metal amarillo fue, y es, universalmente aceptado, ya que la relación existente

entre las cantidades existentes del mismo y la entrada en el mercado de nuevo

metal es muy alta, de hecho, es la más alta para cualquier otro bien.

El patrón oro, desde el consenso genovés promovido por los hermanos Centurione,

era un mecanismo regulador de entrada y salida de oro en un país según el saldo

de la balanza de pagos, la cual refleja la voluntad de sus habitantes por tener unos

montantes dados de “efectivo fiduciario en mano”. Si la cantidad de ese dinero

con la que se encontraban era superior a la que deseaban mantener, acudían al

mercado interior a comprar, lo que hacía subir los precios y que el efectivo no

deseado, o en cantidad de más, se esterilizase. Además, el hecho siguiente a la

subida de precios interiores es el incremento de las importaciones (siempre que

estemos en un mercado libre, de ahí el mal del mercantilismo) lo que ocasionará

una balanza desfavorable a cubrir esta vez con oro, lo que llevaba la cantidad de

dinero fiduciario nuevamente al nivel de los encajes deseados. Al mismo tiempo, es

creíble que se den en estos casos unas expectativas de escasez de bienes y haya,

de manera añadida, un compás de espera, en el cual la gente puede acumular

saldos de efectivo en espera de mejores precios…

En el patrón oro, las divisas fiduciarias nacionales, materializables en oro, valen su

montante en este metal y las que lo son en anotaciones en una cuenta de depósito

en un banco son una obligación de pago de una determinada cantidad de billetes

o de oro directamente por su emisor. De este modo basta comparar cuánto oro da

derecho a cobrar cada unidad de efectivo fiduciario para averiguar el tipo de

cambio entre ellas. Al inicio del siglo XX una onza de oro se intercambiaba por 4,25

libras esterlinas o por 20,67 dólares USA con lo cual siempre había la posibilidad de

saber cuál era el tipo de cambio fijo entre la libra y el dólar. No obstante, estaba

claro que si un comerciante había de pagar en oro a su proveedor en otro país

veía de hacerlo por medio de un mecanismo de compensación con alguien del

interior, un compatriota que estuviese en la posición contraria, esto es, que debía

cobrar una exportación. Con ello se evitaba el desplazar oro. (Que siempre

representaba un coste por cuestiones logísticas, de seguridad, etc.). Es decir, si, por

ejemplo, había dos importadores que debían pagar 1.000 unidades monetarias

cada uno y un solo exportador que debía cobrar 1.000 unidades monetarias, este

último veía como recibía pujas de aquellos dos importadores, igualándose así el

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precio más o menos con el coste de trasladar el oro. En definitiva, si el saldo para el

conjunto del país no quedaba cuadrado y al final se debía exportar o importar oro,

el tipo de cambio estaba siempre entre dos tipos: el del “punto de exportación del

oro” y el del “punto de importación de oro”. Los tipos de cambio dependían así de

las obligaciones de pagos relativas entre distintos países: si había que hacer más

pagos al extranjero de los que se tenían que recibir, su divisa se depreciaba y

viceversa.

Estaba claro que a los industriales, empresarios y comerciantes lo que les interesaba

era preocuparse por sus negocios y no distraerse con esas búsquedas de

contrapartidas y con las pujas consiguientes, por lo que, en correcta división del

trabajo, acudían a los bancos para que ellos, como intermediarios, ejecutasen la

consolidación y compensación de deudas a pagar y activos a cobrar en oro o en

divisas. Ello llevaba a los bancos a mantener saldos en diferentes divisas y en oro

para dar inmediata cobertura a las solicitudes, con el coste de custodia y de

intereses consiguientes. También a soportar riesgos de crédito ante posibles

insolvencias y a estar expuestos a riesgos de liquidez por la diferente maduración

de plazos de los activos y pasivos que mantenían en cada divisa, así como por los

descalces de plazos entre depósitos y préstamos. Por ello, los tipos de interés en

cada divisa en sus mercados respectivos, el riesgo percibido y la liquidez, influían

sobre los tipos de cambio que debían tener en cuenta esos costes y riesgos y

determinaban en última instancia los “puntos de importación y de exportación” de

oro. En cualquier caso, si una divisa suspendía su convertibilidad con el oro las

fluctuaciones al alza y a la baja podían tomar cualquier valor pues pasaban a

depender de una oferta y de una demanda muy inestables al no estar anclada la

divisa a ningún valor fijo. Como vemos, el patrón oro fue un mecanismo cuya

decantación fue laboriosa y era un sistema complejo que dependía de multitud de

parámetros y riesgos.

La verdad es que el patrón oro, como tal, era un sistema de referencia más que de

actuación completa en el mundo hasta bien entrado el siglo XIX. Durante los años

anteriores siempre coexistió con la plata como segunda moneda de base y más

marginalmente, en cuanto a importancia, aunque no en circulación, con las

monedas de cobre. En el Reino Unido fue monopolio legal solo desde 1821, en los

Estados Unidos desde 1834. Ambos países fueron seguidos por Canadá y Australia

en 1850. Pero la victoria de Prusia sobre Francia, en Sedan, en la guerra de 1870-

1871, aparte de la pérdida de la Alsacia y la Lorena supuso para los franceses el

pago de una fuerte indemnización a Alemania. La misma se materializo en una

cantidad enorme de oro depositada en Londres (cinco mil millones de francos oro).

Con esto, Alemania tuvo una base para adoptar el patrón oro y crear en simultaneo

su propio banco central (primero como banco de Prusia y luego como Reichsbank)

el cual emitió inmediatamente sus propios billetes de curso legal ligados a dicho

oro.

Lo cierto es que los alemanes tuvieron la oportunidad de haber escogido la plata

para tal fin, pues de hecho era la moneda metálica más usada en los diferentes

Lander y en esos instantes, además, había un conjunto de países continentales que

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la habían adoptado como patrón. Ese era el caso de la “Unión Monetaria latina”

creada en 1865, a la que pertenecían naciones como Francia, Italia, Suiza, Grecia

o Rumanía, pero el hecho de que el gran oponente, y ahora nación de referencia

para Alemania, Gran Bretaña, fuese la “campeona” del patrón oro, amén de que

Rusia y Austria, los otros imperios, hubiesen suspendido sus pagos en plata a raíz de

la guerra franco prusiana, decantó al canciller Bismarck por el oro. (“Malas lenguas”

dirían que, en realidad el oro se prestaba más y mejor como mecanismo de

persuasión de la bondad de los billetes… y de… ¡su crecimiento sobre el oro de

base!... En efecto, el oro es más escaso que la plata y está más concentrado en su

depósito. La plata tiene, además, costes de custodia y de desplazamiento más

altos por esa abundancia. Todo ello era un gran inconveniente pues se hace más

difícil combatir un pánico bancario si la gente exige plata, siempre más presente y

numerosa, lo que no permite muchas excusas sobre la cantidad de papel a cubrir...

(Esto implicaba, además, grandes dosis de cooperación internacional, mientras

que el oro podía físicamente tenerse en uno o muy pocos lugares y ello sin incurrir

en tan grandes costes de almacenamiento y transporte). Pero la dificultad residía

en que, por el momento, para Alemania, “su oro” estaba en Londres en su mayor

parte. Curiosamente era una de las más importantes reservas con que contaba el

Banco de Inglaterra. Por ello, Bagehot “temblaba” solo con pensar en su retirada y,

entre otras cosas, eso le llevo a escribir su famosa obra, advirtiendo de paso, de los

males del sistema de Banco Central de monopolio único, en sí mismo.

El ajuste al que el patrón oro obligaba a las naciones a través de precios y rentas

internos fue tolerable en el siglo XIX debido a dos cuestiones, la primera es que Gran

Bretaña dominaba la escena internacional y era la gran exportadora de capitales

y, por tanto, aunque Bagehot clamara en el desierto, el banco de Inglaterra

mantenía una emisión de libras por encima de sus reservas por permitírselo esa

posición. La segunda es que en todos los países no había lugar para una

concepción que estableciese que el estado debía intervenir en la vida económica.

Las revoluciones liberales, la francesa a la cabeza, habían significado el poner a la

libertad y a la propiedad, junto con la seguridad, la igualdad y la fraternidad, como

bases del sistema y todo intento estatalizador se veía como una reminiscencia del

antiguo régimen o el querer su restauración Por ello había siempre la doble

precaución de mantener las libertades frente al gobierno y que se tuviese siempre

la posibilidad de un comercio libre y desregulado con el exterior, incluso al precio

e indisposición, de pagar el ajuste interno que se precisase si venia obligado por la

lógica del patrón oro. Esto daba también a los tenedores de divisas la confianza en

que el sistema se mantendría en funcionamiento y, por tanto, permitía que los

bancos y otros inversores cambiasen sus posiciones en divisas ante pequeños

cambios en los tipos de interés. Como no había sitio para una política nacionalista

con los tipos de cambio, el comercio internacional reflejaba las condiciones

subyacentes de carácter real o por causa de nuevos descubrimientos de

yacimientos de oro, los cuales no dieron consecuencias graves. Por el contrario, las

condiciones de las economías, a partir del fin de la segunda guerra mundial, donde

fruto del pensamiento keynesiano, todas colocan el énfasis en el pleno empleo

interno y en una altísima intervención de los gobiernos en los asuntos económicos,

son claramente muy distintas y desfavorables para el ajuste vía precios internos, por

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lo que las devaluaciones y la inestabilidad de los tipos de cambio han pasado a ser

la norma.

EL FIN DEL PATRÓN ORO CON LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LA GRAN INFLACIÓN DE POSTGUERRA EN ALEMANIA, AUSTRIA Y HUNGRÍA

Vayamos en un nuevo salto hasta el inicio de la primera guerra mundial. A nada de

iniciado el conflicto, incluso antes de acabar 1914, la necesidad de utilizar el oro

para pagar las importaciones de material, armamento y demás suministros

esenciales, hizo que todos los beligerantes suspendieran la convertibilidad y

acudieran sin tregua a la emisión de papel fiduciario en el interior. El racionamiento

se pensaba que impediría el que los precios se desatasen quedando todo

aplazado a una “esperada y rápida victoria” en la que las reparaciones que se

exigirían a los vencidos (la memoria de lo impuesto por Prusia a Francia después de

Sedán así se lo hacía creer a todos) permitirían evitar la inflación futura, ahora

durmiente.

Pero la guerra no fue corta y decisiva y acabó en un estancamiento de trincheras.

La inflación no fue controlada y al final de los cinco fatídicos años los precios se

habían duplicado de media. Sin embargo, nadie pensaba en cambiar el precio del

oro ni quería plantearse el hecho de que había una circulación de dinero fiduciario,

(billetes y depósitos bancarios) teóricamente cambiable en oro a un precio fijo, que

equivalía al doble del valor de las existencias de ese metal. Ciertamente que

nunca, ni en los momentos cumbres del patrón oro, hubo una proporción de reserva

de oro del 100% del dinero fiduciario en circulación, pero la desproporción con que

los países se encontraron al final de la guerra, en pleno armisticio, sobrepasaba

todos los límites. Al principio del conflicto, en 1914, el marco, el chelín inglés, la lira y

el franco, valían prácticamente lo mismo y se podían intercambiar, con ciertas

restricciones y formas, por monedas de oro. Al final de 1923 la ruina era total en los

países centroeuropeos y el marco era incapaz de cambiarse por unidad de papel

de esas mismas monedas por menos de ¡un millón de millones de marcos!

Hemos de decir que 1914 no solo fue el momento de la actuación de los “cuatro

jinetes del apocalipsis”, como nos recordó Blasco Ibáñez en su novela homónima,

sino también de un quinto jinete, igualmente apocalíptico, que arramblo con un

sistema, el patrón oro, nacido casi cinco siglos antes en las postrimerías de una

igualmente sangrienta guerra europea (“la guerra de los cien años”) impulsado por

los comerciantes genoveses y que había ido decantándose, en medio de muchos

altibajos, tal y como hemos visto. La financiación inflacionista de las guerras, que

siempre en la historia había sido la causa de la pérdida de valor del dinero, llego

con la primera gran guerra europea a su punto culminante.

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¿Qué había pasado en Alemania para que tamaña inflación hubiese podido

darse? Por una parte, lo ya dicho: en los años de guerra la inflación, aunque oculta

por las medidas de racionamiento, ya había dejado reducido el “marco imperial”

a la mitad de su valor. (Durante la conflagración en Alemania eso importaba

poco…: “se compensaría con las indemnizaciones a sacarle a Francia y con las

colonias que se les obligaría a ceder a ingleses y franceses…”) Por otra parte, en la

derrota, si bien se destituyó a una monarquía imperial caduca, no se exigieron

responsabilidades a la “casta militar” causante del conflicto y posterior fracaso y,

además, los gobiernos civiles de la naciente república de Weimar tuvieron miedo

de los levantamientos populares si no se pagaban salarios a los obreros y

funcionarios (aunque no había tesorería de respaldo en oro con el que atenderlos)

por lo que no se dijo la verdad sobre la situación financiera y se entró en la espiral

del déficit.

La pauperización y la miseria eran bien elocuentes pero la gente, en especial las

clases medias alemanas y también el resto de las centroeuropeas, siguieron

creyendo que el “marco era y seguiría siendo un marco” (“reichsbank mark, gleich

mark”) o lo que era lo mismo: tenían una creencia ciega en el valor de compra del

marco por lo que la crecida de los precios y del tipo de cambio se atribuyó al

“enemigo exterior”. (La causa, decían, era “la subida del valor de la libra y el franco

y no... La mala situación del marco” …¡?!) Antes de la guerra una libra eran 20

marcos, justo antes de la firma del tratado de Versalles, en junio de 1919, eran ¡60

marcos! Un poco más tarde, en diciembre de ese año, la libra valía ¡185 marcos!…

Pero en esos momentos los gobiernos alemanes, que se sucedían en rápidas crisis

de gabinetes, tenían ahora un nuevo chivo expiatorio que arrojar a las masas: el

culpable era “el tener que pagar las reparaciones impuestas por el tratado de

Versalles” … ¡eso sin que se hubiese pagado nada todavía!

El gobierno alemán emitía deuda sin parar que se descontaba en el banco central

y este, a continuación, con su gobernador Rudolf Havenstein al frente (sin que haya

constancia de si lo hacía por ingenuidad, por mala fe o por dejadez) no paraba de

dar órdenes de imprimir billetes y en el colmo de la negligencia ni se preocupaba

de sacarle un rendimiento para el gobierno al no monopolizar esa emisión. Con

respecto a los bancos, Havenstein les dejaba descontar letras en el Reichsbank a

tasas inferiores a las de la depreciación del dinero con lo que estos tenían un

beneficio extraordinario y, además, ni siquiera les pedía que al devolver el préstamo

le compensasen con la tasa de devaluación del dinero prestado. Ante la mega

inflación, la emisión de papel precisaba ya de billetes de ¡10, 20, y 30 millones de

marcos! La preocupación de Havenstein era asegurarse el trabajo en exclusiva de

las imprentas y que sus entregas llegasen a tiempo para pagar las nóminas. Estas

dejaron de ser semanales para pasar a diarias y la locura se hizo infernal al entrar

imprentas y banco central en un “bucle sin fin”.

El veintidós de agosto se emitió el primer billete de ¡cien millones! de marcos y el

uno de septiembre el primero de ¡quinientos millones! Las empresas, las

municipalidades y los Lander ya hacía tiempo que emitían su propio dinero a

cuenta, pues el oficial no llegaba a tiempo en el momento del pago diario de las

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nóminas… A estos billetes se les llamó, curiosamente, “notgeld” (“no dinero”) pero

convivían con el resto… El 5 de noviembre de 1923 se constató como una hogaza

de pan, de unos dos kilos, pasaba de ¡20.000 millones a 140.000 millones!… (El papel

de los billetes, que soportaba cifras astronómicas, valía más en valor de compra

que el guarismo que en ellos se escribía…)

En muchas zonas del interior de Alemania la gente volvía al trueque e incluso se

emitió un dinero basado en certificados sobre quilos de pan de centeno (el

conocido y popular “roggenbroot”) que a su cancelación se decía aportarían “un

crecimiento” del 15% en kilos. Todo esto es algo que Keynes pondrá de manifiesto

en sus artículos en el “Manchester Guardian”, luego recogidos en su libro: “Tract on

monetary reform” y que en síntesis venían a decir: “…la inflación, al inicio, permite

recaudar fondos al gobierno eludiendo subir los impuestos, pero solo hasta que el

público se da cuenta de que los precios suben y no lo hacen de modo pasajero,

por lo cual, pasado un cierto tiempo, van a desprenderse de los billetes como de

“papel encendido” y desearan hacer intercambios en formato real: bienes por

bienes...”

A mediados de noviembre se había llegado al límite: los gastos públicos eran mil

veces mayores que los ingresos, la deuda flotante se había multiplicado por quince,

los empleados públicos preferían cobrar los sueldos en kilos de patatas, las cartas

de los restaurantes, así como las publicaciones oficiales y de las empresas, incluían

todo tipo de menciones para que quedase claro que las cifras que se daban no

incluían un mínimo de diez ceros. Las deudas antiguas, la riqueza en bonos, los

cobros de pensiones…, eran ya nada… Hubo que reconocer que lo de sostener al

Ruhr se tenía que acabar y que “algo” debía cambiar…

Un nuevo gabinete, que había tomado posesión en agosto, con Straseman al

frente, rescató a un hasta cierto punto obscuro personaje, un tal Hjalmar Horace-

Greeley Schacth, que entonces estaba al frente de una de las direcciones de un

banco importante pero menor y que también ejercía como un periodista

económico de cierto predicamento, nombrándole presidente de una comisión

ejecutiva sobre la moneda y decidió que el poder independiente de Havenstein,

el otrora poderoso gobernador del banco central alemán, se había acabado y

que ese banco no podía seguir descontando papel del gobierno. (Hay que tener

en cuenta que Hjalmar Schacth, en curiosa coincidencia, inicio sus trabajos en la

comisión cinco días después del “putch” nazi de la cervecería de Múnich, el primer

intento, esta vez fracasado, de golpe de estado de Hitler, del que luego sería

ministro…¡?!)

La comisión presidida por Schacth intentó “emular a los franceses de la revolución”

con la creación de un dinero basado en la propiedad de las tierras estatales que

sería emitido por un nuevo banco central: el Retenbank (luego Reichsbank). Se

creó así el “retentmark” asegurándolo con “hipotecas teóricas” sobre dichos

terrenos. Para valorarlo, inteligentemente, Schacth aguardo a que el marco

imperial perdiese hasta ¡una millón-millonésima parte de su valor original! (con lo

cual resultó fácil quitarle doce ceros) y a esa cifra estabilizo el “marco viejo” con el

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nuevo rentenmark. Esa fecha fue la del 20 de noviembre de 1923 y ese mismo día,

en curiosa coincidencia también, murió el que había sido indiscutido gobernador

del banco central del segundo Reich y de los primeros tiempos de la república de

Weimar: Rudolph Havenstein.

No había nada que dijese, o que fuese a asegurar, que el Retentmark tendría éxito,

pero el hecho de que se lanzase un mensaje contundente de rigor en el “no usar el

presupuesto en déficit”, en la no emisión de deuda y en el “fin de las imprentas de

billetes”, unido todo a un desanimo colectivo, hizo el milagro. Eso y que Schacth se

fue a Londres, donde negoció y obtuvo un préstamo de respaldo y “saco tajada al

tiempo” de una comisión americana que estudiaba la temática de los pagos de

las reparaciones alemanas y que concluyó con el denominado “plan Dawes”. Las

navidades de 1923 y el primero de año de 1924 vieron ya bienes y productos en los

mercados, a precios desorbitados eso sí, pero en cualquier caso menores y la

“velocidad de circulación” de los billetes se redujo.

Dicho plan permitió que entraran en Alemania capitales americanos como

préstamos, los cuales, teóricamente, eran para reconstruir las industrias y que estas

se pusiesen a producir y exportar y con eso, después de una moratoria, poder pagar

las reparaciones y sacar adelante al país. Pero esos préstamos, en vez de hacer

con ellos lo que teóricamente se pedía como razón de su otorgamiento, fueron a

la especulación, al consumo suntuario, a las obras publicas no estrictamente

productivas y subrepticiamente al rearme del país.

LA COMEDIA “LAMPEDUSIANA” CON LA CREACIÓN DEL “GOLD EXCHANGE STANDARD”

En los países aliados, por su parte, el armisticio de 1919 no fue una toma de

conciencia viva de la realidad. Las poblaciones, sus políticos y sus élites dirigentes,

aun siendo conscientes del desastre, creyeron que se podía volver a la “placidez

de agosto del 14” sin más, incluido el patrón oro. …Los alemanes iban a pagar… así

que, ¡no había de que preocuparse!… No obstante, los hechos, por mucho que no

guste, son tozudos y se imponen. Primero, las existencias de oro eran nulas o

mínimas, tanto en el Reino Unido como en los demás contendientes continentales;

en otros estaban bastante “esterilizadas”, como en Francia, donde dada la

“independencia” de la “Banque de France” no se usaban o no se querían usar,

como garantía de empréstitos. Segundo, los Estados Unidos se habían visto

favorecidos por su tardía entrada en el conflicto con una recepción de oro

importante, proveniente tanto del comercio con los aliados como del depósito

preventivo de reservas en ese metal que le llevaron todos los países. En su caso, eso

le habría debido llevar a emitir dinero en el interior de acuerdo con la “mecánica”

del patrón oro, pero como tal cosa iba en contra de ciertos intereses, en especial

de los banqueros y de Walt Street, se decidió “esterilizar” ese oro para evitarlo.

Tercero, la circulación fiduciaria en valor, tanto en Gran Bretaña como en el

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continente europeo ya hemos dicho que duplicaba y triplicaba la cantidad de oro

existente y lo lógico hubiese sido reconocer este hecho y elevar el precio del oro.

Sin embargo, eso no se quiso hacer por razones de prestigio y de interés político. En

especial del Reino Unido (los representantes de las casas de banca de la City más

en concreto) que deseaba seguir siendo el “árbitro del sistema monetario” igual

que lo había sido antes de la contienda. (Sin darse cuenta de cómo la misma le

había afectado).

Keynes supo ver el desastre y dictaminó bien “las consecuencias económicas de la

paz” pero los franceses querían ante todo “seguridad”, dada la capacidad

alemana para fabricar y exportar, frente a una Francia lenta y tradicional con una

población menor. Cuando el gobierno francés entendió que eso estaba

medianamente conseguido, pasó a pedir compensaciones y a gritar el “¡hay que

hacer pagar a los alemanes”!… y no se contentaron solo con la devolución de la

Alsacia y la Lorena… Además, los británicos, aprovechándose del aislacionismo

que invadió a los americanos en la inmediata postguerra y su “no voluntad” de

estar en la Sociedad de las Naciones, hicieron que esta liga “recomendase” en una

reunión especial en 1922 en Génova (¡de nuevo Génova!) el “mantener saldos en

divisas en los balances de los bancos centrales”. Traducido a lenguaje práctico este

sistema, que ya utilizaba en cierta manera Inglaterra con sus colonias, y que fue

bautizado como “gold exchange standard”, suponía que para emitir dinero interior

de tipo fiduciario no era necesaria la entrada de una determinada cantidad de

oro, ni que tampoco, cuando hubiese que cobrar un saldo favorable entre

exportaciones e importaciones, se tuviese que pedir oro a cambio, bastaría con

“apuntar en cuenta” las divisas fiduciarias correspondientes (entiéndase: en su

mayoría dólares o libras esterlinas que se suponía cambiables por oro). Además,

esas divisas, que en teoría se debían recibir en pago, se suponía que “por cortesía”

o por “obligación diplomática” … tampoco “debían repatriarse”, sino que,

inmediatamente de realizado de manera formal el apunte contable del “teórico”

cobro, las mismas se colocaban en el sistema financiero del país deudor (aunque

en general se convertían en las dos divisas de base y se situaban en “la City” o en

los bancos de Nueva York). Montagu Norman, el gobernador del Banco de

Inglaterra, andaba ya intrigando para que se volviese en el Reino Unido al patrón

oro (lo que sucedería tres años más tarde) y ese deseo era objeto de sus muchas

conversaciones secretas con Strong, el gobernador de la FED, de quien necesitaba

apoyo. Es evidente que el “paraguas” del “gold exchange standard” era una

ayuda suplementara e importante para ello.

A todo lo anterior se unió el que en la misma conferencia de Génova se modificó

el “patrón oro” con base en monedas convertibles en metal y se pasó a un patrón

oro (dentro del “gold exchange estándar”) en el que solo era disponible el oro, en

caso de exigirse, en formato de lingotes. Con ello solo los bancos centrales de cada

estado podían solicitarlo. Únicamente en Estaos Unidos y en algunos países

quedaron como dinero de curso legal las antiguas monedas de oro. Vemos que el

“gold exchange standard”, si bien paliaba el problema de la “escasez de oro” en

Gran Bretaña y otras naciones, suponía generación de efectivo fiduciario interior

en esos mismos países, tanto en el acreedor como en el deudor. En uno, como

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contrapartida de la recepción “teórica” de las divisas de un saldo favorable de la

balanza de pagos y en el deudor por el hecho de haber obtenido un depósito de

su propio dinero fiduciario en sus bancos, con lo que se ponía en marcha el

multiplicador del crédito bancario en ambos casos. El “viejo” y verdadero patrón

oro hubiese impedido esa “doble generación de efectivo” pues lo que en uno

podía emitirse en el otro debía restringirse, pero…

De este modo, Estados Unidos y el Reino Unido, el primero por su especial situación

como máximo detentador de oro y gran prestamista de hecho y el segundo por

mor de su “todavía gran ascendencia diplomática”, se adjudicaron el privilegio de

“mantener su demanda externa sin reducir su demanda interna” y si el sistema se

había montado para paliar la falta de oro, ante una circulación fiduciaria que más

que lo duplicaba en valor facial, ni que decir tiene que esta se incrementaba ahora

a doble velocidad, lo que unido al levantamiento de los controles de

racionamiento hizo que la inflación fuese fácil y no tuviera otra alternativa que

desbocarse en precios de bienes y, o, en activos financieros e inmobiliarios.

Además, “el dinero fiduciario abundante” permitía tipos de interés bajos e

incentivaba inversiones especulativas…Por si todo lo anterior no fuese poco se

“echó más leña al fuego” pues los capitales que salieron de los países beligerantes

durante el conflicto, más los nuevos en excedente en América desde 1919,

volvieron en una cantidad importante a Europa con la intención de “participar en

la recuperación y la reconstrucción…” (Plan Dawes). Curiosamente, cosas tan

evidentes no fueron previstas por los participantes en la conferencia de Génova de

1922 (o se las callaron a conciencia) y contribuyeron al desastre final siete años

después.

LA VUELTA AL PATRÓN ORO EN GRAN BRETAÑA EN UN VIAJE DE “IDA Y VUELTA”

Finalizada la “gran guerra” Gran Bretaña puso todo su afán en ser lo que había sido.

La consigna era el conocido “business as usual” pero ya no había escasez y aunque

los precios inicialmente bajaron, pues había abundancia de recursos al no ser

necesario dedicarlos a las exigencias del conflicto, rápidamente se tornaron

alcistas. Lógicamente, el desempleo subía conforme se licenciaba a los hombres

del ejército. En 1921 la tasa de desempleo se situó en el 12,6%. Sabemos bien lo que

Inglaterra trato de conservar: preeminencia de plaza financiera para la City más

prestigio e imperio. De ahí su interés por la adopción del sistema del “Gold

exchange standard” que le permitía creerse la ficción de que todo seguía igual.

(Cuando la circulación fiduciaria era enorme en relación con las reservas de oro).

Pero ese sistema, si bien parecía que mantenía la no conversión en oro, ya hemos

visto que en realidad suponía que la proporción de circulación fiduciaria fuese

cada vez mayor en relación con el oro al que la misma se refería.

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Como no podía ser de otro modo, los precios de coste interiores al alza

perjudicaban a las exportaciones de un país que precisaba de ellas a toda costa.

En 1920 la libra había bajado a 3,40 dólares oro y aunque después fue subiendo

poco a poco (en lo que tuvo su influencia la intervención de los gobernadores del

Banco de Inglaterra y de la Reserva Federal) no se podía enmascarar que el

cambio con el dólar era elevado, dados los precios de coste interiores al alza y los

de venta al exterior a la baja.

En vez de devaluar los ingleses hicieron lo contrario. Fiados a su prestigio y a los

consejos del gobernador del Banco de Inglaterra, que se aseguró el soporte

americano inicial por medio de Strong, gobernador de la FED, se decidieron en 1925

por volver al patrón oro que estaba suspendido desde el inicio de la guerra. Esto no

hubiese sido un gran problema si el nuevo cambio entre libras y oro hubiese

reflejado la realidad del poder adquisitivo del momento y de la proporción

desmesurada entre circulación fiduciaria y niveles de reservas de oro ¡pero se volvió

al cambio prebélico! Es decir, a 123,7 gramos de oro puro o 4,87 dólares por libra.

Los productos ingleses no eran competitivos con aquellos costes salariales y con el

añadido de un tipo de cambio tan desequilibrado. A los propios británicos les

resultaba más favorable cambiar libras por dólares o directamente por oro e irse de

compras fuera del país, con lo que sus producciones tenían aún menor demanda.

Para ser competitivos los productos ingleses tenían que bajar de precio no menos

de un 10%. El carbón, antes la estrella de la exportación británica, fue un sector de

lo más perjudicado pues la guerra había dejado las minas sin inversiones, con lo

que las explotaciones eran poco eficientes y, además, ahora los precios exteriores

eran muy desfavorables si se quería competir. Los cierres de pozos incrementaron

las cifras de paro y los accionistas pedían que bajasen los salarios para ser

competitivos a lo que los sindicatos se oponían. Hubo huelgas, cierres patronales,

decreto de bajada de salarios (sin éxito) y huelga general. (Que no duro mucho,

aunque la de los mineros siguió más o menos hasta 1926).

Churchill, como “canciller del exchequer”, tuvo una responsabilidad enorme al

hacer caso a Montagu Norman, gobernador del banco de Inglaterra, pues dada

la situación de circulación fiduciaria, la vuelta al patrón oro al cambio de antes de

la guerra solo podía tener éxito si iba acompañada con una alta deflación interna

bajando salarios, cosa que no iba a lograr, aunque lo intentó de diversos modos.

La decisión la tomó en contra de Keynes, con el que no se entendía bien pues

siempre le pareció que: “no defendía nada en línea recta” y no atendía a

cuestiones tales como la “grandiosidad de los momentos y de los discursos” que tan

querida le era. (De facto, Churchill, a menudo comentaba como: “…en una

reunión con tres economistas siempre te encuentras con cuatro opiniones

diferentes…, o seis, si uno de esos tres es Keynes…”). El economista británico en

realidad lo que quería era que no se volviese al oro como patrón (la “bárbara

reliquia”) ya que ello suponía una disciplina interna y él buscaba el gasto público

sin tasa, como medio que él pensaba que para paliaría el desempleo, por lo que

necesitaba que el patrón oro, incluso en la “versión bastarda” del “gold exchange

standard”, fuese repudiado. (De todos modos, aún andaba algo confuso, como se

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puso de manifiesto en las diferencias de tesis entre sus tres libros capitales al

respecto editados en un intervalo de algo más de diez años: el “Tract on monetary

reform”, 1923, el “Treatise on money”, 1930 y luego la “General theory”, 1936). Su

crítica iba dirigida en estos momentos a ese fin fundamentalmente (“acabar con

el oro”) y no tanto al tipo de cambio al que se había efectuado el retorno a dicho

patrón, pero utilizó las calamidades a que el mismo daría (y dio lugar) para escribir

un opúsculo en el que parafraseó el título de su gran “best seller” anterior: “The

economic consequences of Mr. Churchill”.

En Gran Bretaña el patrón oro no podía mantenerse por mucho tiempo, dada la

especulación contra la libra y la existencia del “fuego amigo” ya que “sus aliados”

franceses habían iniciado un plan de estabilización en 192613 que de facto había

devaluado el franco y que terminaría en una nueva definición monetaria en 1928

(franco Poincaré) y en una vuelta al patrón oro a un cambio inferior al del inicio de

la guerra. Además, desde 1929, acuciados por la crisis, los americanos decidieron

cambiar la política de soporte que habían dado hasta entonces. (Strong el

presidente de la FED, “amigo del alma” de Norman, había fallecido y el nuevo

presidente de los Estados unidos, Herbert Hoover, no era proclive al mantenimiento

del anterior status quo). Justo en una conferencia que se había convocado en

Londres para seguir con el tema de la moratoria de las reparaciones o su

continuidad, el nuevo representante americano, fue informado de que los

capitales que habían entrado en Alemania, al calor de las rentabilidades de la

reconstrucción y de los planes Dawes y Young, casi todos a corto plazo, querían

repatriarse a toda prisa ante el temor de una devaluación. (Lo cual era ya pánico

pues el primer banco de Austria, el Kreditanstalt, había quebrado en 1931

precipitándolo todo). El enviado americano dijo: “…si lo que los capitales están

haciendo es salir de ese país… ¡lo que habrá que hacer es prohibirles esa salida…”

y se decidió que Alemania implantase un control de capitales estricto. Eso era la

primera vez que ocurría en la historia moderna y era la puntilla para el sistema del

“gold exchange standard”.

Muchos capitales de la “City” que habían sido colocados a corto plazo en Austria

y Alemania se vieron “cogidos en la trampa”. No solo era el caso de los capitales

ingleses directamente el que había quedado afectado, sino también el de muchos

otros bancos y gobiernos de muchos países, pues recordemos que el mecanismo

perverso del “gold exchange standard” hacia depositar los saldos favorables de las

balanzas de pagos normalmente en Londres, sin repatriarlos, pero también en

Alemania y en otros países. La “moratoria para la repatriación de fondos desde

Alemania”, que había proclamado Hoover, más la decisión de la conferencia de

Londres, que estableció un comité de puesta en marcha del sistema de

intercambios, como consecuencia de la prohibición de salida de capitales

(llamado comité de “Stand & Still”) y el descalabro para Gran Bretaña que todo

eso suponía, hizo que todos los gobiernos, bancos e inversores, decidieran retirar sus

13 Auspiciado por un joven economista, Jacques Rueff, que había velado sus primeras armas en la conferencia de

Génova de 1922, donde, por cierto, inició un contacto permanente con Keynes, que allí estuvo también como

corresponsal del Manchester Guardian. Amistad que nunca supuso conformidad entre los planteamientos de

ambos.

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reservas de oro y divisas del banco de Inglaterra para recuperar, en parte, “lo

inmovilizado” en Alemania.

El gran temor que Bagehot había anunciado en su libro “Lombart Street”, la retirada

masiva y simultánea de reservas, había llegado. El veintiuno de septiembre de 1931,

el primer ministro, ahora laborista, Ramsay Macdonald, ante la nueva y definitiva

negativa de la FED de sostener a la libra, anunció el fin del cambio automático de

libras por oro. (El país referencia del sistema decidía que, como las reglas de juego

del mismo le eran desfavorables y no quería seguirlas, rompía el tablero y lo tiraba

al suelo con todas sus fichas… Algo parecido a lo que hará Roosevelt en 1933 y

luego en 1971 haría Nixon. (En este caso las exigencias serán contra el “oro de Ford

Knox” y contra el sistema del “dollar exchange standard” que veremos más

adelante).

El emitir dinero fiduciario a espuertas significa que la población que se encuentra

con un efectivo superior al que desea mantener en sus bolsillos va a emplear los

montantes que no desea en el mercado interno o en el exterior. Pero en ese

momento, ante el incremento de las importaciones, el mecanismo del patrón oro

exigirá la exportación de metal. La reducción del mismo en el interior hará que no

se pueda emitir papel moneda ni dinero bancario al tener que darse una

proporción fija con las reservas de oro. (Con lo cual… ¡Fin del programa nazi de

fabricación de armamento y del gasto público desaforado!) Pero como sabemos,

Hitler, aprovechándose de la imposición americana, puso al estado alemán,

directa o indirectamente por medio de los grandes industriales del país, a fabricar

armamento, carreteras y otras infraestructuras. Con ello dio trabajo a todo el

ejército de parados, pagándoles con billetes de papel y deuda interior, a la vez

que ordenaba el cierre de fronteras, la autarquía económica, la contingentación

de la fabricación de cualquier bien (con la penalización de cualquiera que

actuase en contra), la autorización previa de importación o exportación de toda

mercancía, más el establecimiento de los cobros y pagos entre Alemania y el resto

de países por “clearing” (pagos y cobros en mercancía física valorados caso por

caso, lo cual, de ese modo “sistemático”, se hacía por primera vez en la historia)

¡Así fue como Hitler “ocultó” la inflación a los alemanes!

LA GRAN CRISIS DE 1929 Y LA DEPRESIÓN POSTERIOR. LAS IDEAS MONETARIAS DE IRWING FISHER

Si una fecha ha quedado en la mente de los americanos y prácticamente de todo

el mundo, esa es la de 1929, más en concreto la de aquel martes negro de octubre

de ese año en que la euforia se apagó. Como en todas las burbujas y “cracs”

acontecidos en la historia en este también se dieron todo tipo de comportamientos

anti rigurosos y “alegrías” desmesuradas, no solo en las personas corrientes sino, en

lo que es más grave, entre los propios economistas, los banqueros y los políticos. Al

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día siguiente se estaban buscando culpables y, como siempre también, nadie

pudo encontrarlos de una manera clara. Igualmente se pidieron, como ha sido un

continuo en la historia, leyes y controles administrativos para prever que un

acontecimiento así no volviese a ocurrir. Leyes y disposiciones que se promulgaron

con toda solemnidad e igualmente fue bien poco lo que se logró, como sabemos

y recientemente hemos podido experimentar de nuevo. La humanidad debería

haber aprendido de tantos y tantos casos similares (casi uno o dos por generación,

aunque los más espectaculares se suelan llevar cien años entre ellos) pero sabemos

que no es así y que seguimos pensando y diciendo aquello de: “…esta vez es

diferente”.

Como, además, ya desde 1924 las noticias eran favorables sobre los negocios,

había auge de pedidos para las empresas y se tenía “dinero fácil”, fue natural que

la colocación en títulos iniciase un alza. En especial también porque había el

“préstamo de margen”. Esta modalidad crediticia permite a cualquiera que, por

ejemplo, tenga solo unos 1.000 $ el poder invertir 4.000 $ más en bolsa que le son

prestados por su agente (que, a su vez, él ha pedido prestado a los bancos y estos

a la FED). Con esos cinco mil dólares el agente va a invertir en bolsa por tu cuenta.

Lo normal es que la cotización suba (son sus palabras…) y que puedas vender con

beneficio…, liquidar a tu agente y pagar los intereses… El “efecto riqueza” juega

fuerte en estos casos, pues el “saberte rico” (totalmente en teoría, solo dadas las

cotizaciones) tiene influencia en que gastes más y en que prefieras seguir… (tú

agente te lo dice también…) con lo que renuevas el préstamo e incluso reinviertes

las ganancias y añades un nuevo préstamo… El problema es que “estás en manos

de tu agente”: si los 5.000 $ invertidos bajan de valor por una caída de tu cartera

en bolsa y esa pérdida llega a situar la inversión en un valor de 4.200 $, más o menos,

en ese momento el agente te llamará (“margin call”) para que repongas otros 1.000

$¡?! (So pena de que venda la inversión por el valor actual). Él no perderá nada,

pero tú te quedarás sin tus 1.000 $ iniciales. Eso en épocas de pánico acelera las

ventas como podemos suponer… (Según indica John K. Galbraith, en su libro sobre

la crisis del 29, a principio de los años veinte la cantidad de préstamos al “margin

call” era de algo más de mil millones de dólares…)

Al inicio de 1928 estaba situado en más de tres mil cuatrocientos ochenta millones

de dólares y a mediados de ese año pasó a la cifra de ¡cuatro mil millones de

dólares! para acabar el año en ¡más de seis mil millones de dólares!… ¡?! Cuando

alguien preguntaba por las garantías que amparaban tales préstamos se le

contestaba que: “no había inversión más sólida” ¡?!, pues los dineros prestados

estaban en “garantía total” por el mecanismo del “margin call” que aseguraba la

venta de los títulos antes de cualquier eventualidad… ¡Lo peor era que la gente así

se lo creía! pues nadie, bueno salvo algunos pocos, se preguntaba por lo elemental:

¿Qué pasaría si la bolsa en vez de subir sistemáticamente bajaba de golpe y en

todos los valores…? Como la demanda de préstamos para este fin no cesaba,

desde 1928 los tipos de interés para la toma de dinero para el “margin call” subieron

desde un ya alto 5%, al 7% y llegaron, en la primavera del 29, hasta el 15%. Los

bancos se frotaban las manos ante tamaña rentabilidad… y las entidades de

crédito extranjeras también acudieron al “panal de rica miel…

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En 1925, cuando Gran Bretaña volvió al patrón oro, Strong, “el gobernador de la

FED”, ayudó a Norman, del banco de Inglaterra, dándole una nueva vuelta de

tuerca a la baja a los tipos de interés americanos y luego una más en 1927. Pero en

esta segunda fecha ya se dio cuenta de que sostener a la libra no había servido

para estabilizar los mercados en Europa y que lo hecho por Norman, con el mal tipo

de cambio de la vuelta al oro, más el efecto “boomerang” del “Gold Exchange

Standard”, era un desastre…. Luego estaba que en Francia se había producido una

devaluación y generado el nuevo franco (Franco Poincaré) con la consiguiente

entrada de capitales en Francia procedentes de Inglaterra y el influjo del “Plan

Dawes”, con el respaldo del cual los capitales americanos se habían ido

previamente a Alemania y también allí las inversiones estaban siendo igualmente

especulativas…

Noviembre de 1929, mes de elecciones en Estados unidos, vio ganar la presidencia

a Hoover, bien conocido por sus posturas anti especulación, pero hasta la toma del

mando por este, en el siguiente febrero, al presidente saliente, Coolidge, no se le

ocurrió cambiar ni un ápice la política financiera ni mucho menos presionar a la

junta de la FED. Incluso hacia declaraciones de que se estaba en el “mejor de los

mundos…” La bolsa tuvo un pequeño retroceso en la asunción del cargo por

Hoover pero remontó de nuevo en la primavera y ya nadie quería recordar esas

vacilaciones… Eso era así también por causa de que un experto, tenido como

“oráculo” por muchos, era claramente optimista.

Nos referimos a Irwing Fischer. Un economista que fue considerado por Schumpeter

entre los grandes de la profesión en su obra magna y póstuma, titulada: “Historia

del análisis económico”. Nos interesa tenerlo en cuenta aquí por ser el autor de un

libro de culto, “The purchasing power of money” (El poder de compra del dinero),

publicado en 1920 y que fue una de las “biblias” de la llamada “teoría cuantitativa

de la moneda”. Ya sabemos que esta teoría fue intuida y tempranamente

explicada, aunque sin darle ese nombre, por varios de los “padres” de la escuela

de Salamanca y casi al mismo tiempo por un autor francés Jean Bodin (También

citado por Schunpeter en la obra referida antes) y que de igual modo que nuestros

escolásticos, al comentar la llegada de metales preciosos a Europa desde España

y Portugal, puso de manifiesto el impacto que esa entrada había ocasionado sobre

los precios. (Schumpeter dirá que esa referencia de Bodin lo es en un aspecto

exclusivamente “metalista”: “solo el precio de un bien aumenta en relación con

otro (el oro) cuando la oferta de este aumenta…” y no “cuantitativista”: “el precio

de todos los bienes aumenta respecto del oro cuando se aumenta la cantidad de

este...”) Más tarde tuvimos el informe de Locke al parlamento inglés, la formulación

de Hume y la aportación de Cantillon que ya conocemos. (Recordemos como este

último nos habló de la “velocidad de circulación” del dinero por mor del mayor

intercambio de bienes facilitado por el uso de billetes o letras, sin paralelo aumento

de la cantidad de ese metal). Por su parte, Adam Smith la adoptó plenamente, lo

mismo que luego harían Ricardo, Malthus, Say y John Stuart Mill.

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En su forma más elemental, y para todos “los economistas clásicos”, la teoría

cuantitativa sostiene que el nivel general de precios depende, directa y

proporcionalmente, de la cantidad de dinero del sistema:

M = k*P

Donde “M” es la cantidad de dinero, “P” el nivel de precios y “k” la constante que

“transforma” dinero en precios. Con las sucesivas aportaciones de Hume, Ricardo,

etc. Se fue transformando en “ecuación cuantitativa” o “de cambios” en la

expresión que le dio precisamente Fischer:

M * V = P * Q

En esa formulación “V” es la tasa media de rotación del dinero o “velocidad de

circulación” en un espacio temporal (cuantas veces cambia de manos una misma

cifra de dinero en ese tiempo) y “Q” las cantidades de bienes intercambiadas14.

(Por eso, a esta formulación de la teoría cuantitativa se la llama: “enfoque por las

transacciones”). Si la constante “K” la hacemos, como lógicamente es, la inversa

de “V”, tendremos que K = 1/V, y entonces:

M = P*Q*K

La constante K viene a ser el % de dinero que en parte se “atesora” y que en otra

parte se demanda para “tenerla en mano” ante los pagos para transacciones

inmediatas. Fisher, consciente de la importancia que tenía el dinero bancario,

“desdoblo” la ecuación en dos para así tenerlo en cuenta:

(M*V + M’*V’) = P*Q

En su libro sobre “el poder de compra del dinero”, Fischer va a definir la teoría

cuantitativa del siguiente modo:

“… el nivel de precios podemos decir que solo depende de tres series de causas:

1) de la cantidad de dinero en circulación,

2) de la velocidad de circulación que tiene (incrementable al usarse sustitutos del

mismo como referentes de ese dinero) y

3) del volumen del comercio o de la cantidad de bienes comprados con ese dinero

(…) …siempre que la velocidad de circulación del dinero y el número de bienes

comprados no cambie…”

Más que una teoría de la demanda de dinero vemos que es una teoría de su valor

o, mejor dicho, del “poder de compra” de ese dinero, tal y como reza el título del

libro de Fischer.

14 Milton Friedman dirá que “Q”: “…es un conjunto de transacciones o intercambios en el que la totalidad de

actores económicos transfieren un bien, un servicio o un activo o valor financiero, a otros y reciben a cambio una

cantidad de dinero…”

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Fischer, como luego todos los que de algún modo se han adscrito a las “teorías

cuantitativistas” de la moneda (especialmente Friedman), incluyen dentro de “M”

a todos los medios de pago, sean dinero real o “promesas de pago” en ese dinero,

o en simple papel-moneda inconvertible. (Según las diferencias cualitativas la

cantidad de promesas de pago que se incluyan dentro de la categoría de dinero,

se dará origen a las diferentes definiciones para lo que comúnmente se entiende

como dinero: M0, M1, M2, M3, M4, etc.). Fischer dijo que: “…el dinero es aquello

que es generalmente aceptado a cambio de los bienes…” siendo para él “dinero

primario” aquella “mercancía” que posee otra utilidad distinta a la monetaria y

“dinero fiduciario” aquel cuyo valor depende total o parcialmente de la confianza

del que lo posee.

El imposible de medir las diferentes “transacciones” intermedias de forma

estadística llevo al uso de solo transacciones de “bienes finales”, más fáciles de

cuantificar vía la contabilidad nacional. (En este caso P*Q deviene en: Py*Qy siendo

ese producto la renta nacional “Y”). Los índices de precios para dar Q o Qy serán

diferentes y por ello una u otra formulación dan distintas cantidades de dinero. Esta

“formulación renta” fue la utilizada por el conjunto de economistas más

típicamente neoclásicos como: Marshall, Pigou, Cassel y el propio Keynes (hasta

poco después del “Treatisse”15).

La “ecuación de cambios” ha sido vista como una pura identidad, pues

lógicamente es verdad por definición y uno no puede preguntarse por su falsedad

o su veracidad. Si “V” es la forma en que usamos a “M” para comprar hasta unas

cantidades “Q” y, a su vez, “Q” son los conceptos específicos vendidos por una

cantidad “M” y también tenemos que “P” son los precios de los “Q” bienes

vendidos, por un importe de “M”, entonces... ¡?!. En definitiva, la ecuación de

cambios en su versión: M*V = P*Q no es otra cosa que afirmar que el importe total

del dinero pagado por los compradores es lo mismo que el dinero recibido por los

vendedores. Es decir, una identidad. Fischer así lo entendió también, pero decía

que no había que despreciarla pues eso significaría perder uno de los conceptos

más importantes para entender el influjo del dinero en la economía. Para él era

como realizar un análisis cartesiano: descomponer la realidad en sus partes

componentes, estudiar cada una por separado y luego volver a ponerlas en

relación entre sí.

Vemos de esta manera, bien significadas, a las dos grandes fuerzas que intervienen

en el mercado del dinero: la “oferta” (“M”), variable exógena en tanto es

determinada por el sistema crediticio-banco central, y la demanda. Puede

considerarse, en otro análisis y como hipótesis, que “M” sea la cantidad deseada

de moneda y “K” o “Ky”, las proporciones igualmente deseadas para

atesoramiento y transacciones. Ahora podemos plantearnos cuál debe ser la oferta

15 Así, por ejemplo, Keynes en el “Tract” la formuló de este modo: n = p*(k + r*k’) donde M = oferta monetaria, P =

precios, r = coeficiente de reserva del dinero líquido, K = ratio de dinero efectivo y K’ = dinero en depósitos

bancarios

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de dinero y la composición de este. Otra posibilidad es la de preguntarse por los

elementos causantes del desear tener una u otra cantidad de dinero o una

determinada velocidad de circulación y también si solo se da que la demanda de

dinero lo es por atesoramiento y por transacciones o cabe añadir la idea de Keynes

de unas demandas por “especulación”, anticipo de inversión, etc. También, como

luego hará Friedman, de determinar qué es “dinero” en sí, pasando por los “M1”,

los “M2”, los “M3”, los “M4”, etc., y por la consideración, no desdeñable, de que el

dinero atesorado en realidad no es sino una reserva de valor o una expresión de un

activo de balance con su coste correspondiente y sus expectativas de rentabilidad

futuras y por tanto capaz de generar renta.

Si los precios son la variable dependiente y la cantidad de dinero la variable

independiente, la cuestión es ver en cuanto se “mantiene firme” la “V”. Fischer, la

supondrá relativamente constante y por ello dirá que los precios se incrementan

solo con la cantidad de dinero en circulación. (Keynes no será partidario de esa

velocidad constante a partir de la publicación de “La General Theory”) De todas

formas, y por mor de ser una identidad, no se puede decir que el doblar la cantidad

de dinero hará subir los precios al doble, ni que eso lo haga en un porcentaje u otro

de modo inmediato. La relación inversa tampoco se da, para Fischer una elevación

de precios no es transferible a un incremento de la cantidad de dinero pues la

“ecuación de cambios” es “univoca hacia la derecha”.

A Fischer también conviene tenerlo en cuenta pues fue el primero en hablar de

tipos de interés nominales y reales, dado que al enfrentarse a una situación en la

que el patrón monetario, el oro, estaba cuestionado y el valor de la divisa con

respecto al mismo podía verse afectado por la inflación, admitió que si un

ahorrador prevé inflación, exigirá un tipo de interés nominalmente superior al que

requeriría en ausencia de la misma, por lo que sobre el tipo de interés nominal

exigirá una prima según la inflación esperada. Es decir, el tipo de interés nominal o

de mercado, será igual al tipo de interés real que prevalecería, si el dinero

mantuviera su valor, más “la prima” de inflación esperada. Esto lo dejó escrito Fisher

en otro de sus trabajos: “la teoría del interés”, publicado en 1930, donde también

comentó que: “el tipo de interés nominal y el tipo de interés real son normalmente

idénticos; es decir, los dos coincidirán cuando el poder adquisitivo del dólar, en

relación con el coste de la vida se mantenga constante o estable. Cuando no lo

sea, el tipo de interés recogerá en cierta medida la apreciación o depreciación”.

Fischer no creía que el patrón oro ayudase a esa estabilidad de los precios, al

contrario. Incluso pensaba que hacía falta el concurso de un banco central para

impedir crisis y depresiones…

Hemos visto las causas reales y últimas de la crisis de 1929: las “montañas” de deuda,

el influjo perverso del “patrón de cambios oro”, el mecanismo especulativo del

“margin call”, la actuación “interesada” de la FED al inicio, que luego se convirtió

en torpeza cuando en vez de dar liquidez al principio de la crisis, para que no

hubiese quiebras bancarias, desencadenadoras de más bancarrotas de empresas

(¡con toda la que había dado hasta entonces!), lo que hizo fue lo contrario. Luego

estuvieron los capitales que habían salido de esas fuentes, errantes y buscando

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rentabilidad a corto plazo, la participación de los bancos centrales del resto de

países y la acción de sus gobernadores en el acelerar esas causas por motivos y

razones personales o sociales, según “la cultura”, la política y los intereses de cada

uno y de cada momento. También hemos pasado revista a la teoría cuantitativa y

a la obsesión enfermiza por la estabilidad de los precios de un Fisher y de sus colegas

de la “liga de precios estables” y hemos visto, así mismo, que muchos no querían

subidas de tipos por parte de la FED, pensando que no había inflación dado que

los índices de pecios de Fisher no la delataban, cuando a lo mejor la misma estaba

enmascarada por los incrementos de productividad que habían bajado los costes

y que en cualquier caso también estaba en la bolsa y en los inmuebles….

El por qué a finales de octubre se dio “el acabose” ha tenido todo tipo de

interpretaciones y opiniones… A final del verano de ese año, alguien empezó a dar

publicidad a índices de producción industrial y del volumen de mercancías

transportadas que no eran tan buenos como la euforia parecía creer, pero también

es cierto que en años anteriores otras informaciones de este tipo habían sido

desechadas… y, en cualquier caso, eso no era signo de depresión en absoluto.

Pero la verdad fue que, como si alguien hubiese pronunciado la frase maldita de

la “desnudez del rey”, las posiciones vendedoras iban ganado terreno cada vez

más y las declaraciones en contra de banqueros y voceros, como Fisher, nada

podían hacer por cambiar esa tendencia. Al principio no parecía fuerte pero

pronto se convirtió en una “bola de nieve” que bajaba cada vez con mayor

diámetro hasta su estallido definitivo el 29 de octubre, martes, de 1929.

Una crisis es lo que dice su nombre: el punto a partir del cual la tendencia se corrige

y lo natural es que pasado un tiempo se vuelva a una situación de “normalidad”.

Eso era la convicción de todos y la esperanza de la mayoría. El por qué a partir de

ahí se entró en la mayor depresión de la historia, que no solo fue local sino global y

que no se interrumpió sino con la segunda guerra mundial, es algo que ha hecho

correr ríos de tinta y dado lugar a opiniones diversas según las adscripciones

políticas, sociales, filosóficas y económicas de los que las han sostenido. Las

interpretaciones liberales de diferente signo serán las que con mayor rigor la han

explicado (Friedman, Hayeck, Mises, Rothbar, Robbins, Rueff…) pero quedaron en

la sombra entonces por el gran cambio en la ciencia económica que supuso el

paso de John Maynard Keynes por nuestro mundo…

EL PENSAMIENTO MONETARIO DE JOHN M. KEYNES

De vuelta a sus quehaceres domésticos y en cierto ostracismo político, causado por

“el silencio” al que le sometieron los mismos que había denigrado en “The

economic consequences of the pace”, Keynes se vio inmerso en los debates sobre

la reforma del sistema monetario y los enfrentamientos a que daba lugar la espinosa

cuestión de la vuelta al patrón oro en Gran Bretaña. De ese tiempo (1923) es su:

“Tract on monetary reform”, refundición y puesta al día de varios de sus artículos en

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el “Manchester Guardian”, en el que mostró y atacó las políticas deflacionistas que

deberían acometerse en Gran Bretaña si se volvía al patrón oro. En ese texto va a

poner de manifiesto su preferencia por lograr la estabilidad de los precios

domésticos, dada su influencia sobre las decisiones de gasto e inversión, y

establece en el mismo precisiones sobre la teoría cuantitativa, dándole la

formulación de: n = P*(K+rK’) (formulación que va a ir variando en las dos obras

futuras: el “Treatise” y la “General theory”).

En este libro va a dar también la explicación de la fijación del tipo de cambio con

base en la teoría de la “paridad de compra”16 y la influencia que tienen los tipos

de interés a un corto espacio de tiempo para fijar la cotización a un plazo sobre

una divisa, pues toda operación de fijación de dicho valor, lo que malamente se

conoce como “seguro de cambio”, pasa por tres acciones, tanto para el caso de

demanda de esa divisa como para su venta:

Venta (o compra) al contado de la divisa

Endeudamiento en divisa o moneda (según corresponda)

Colocación de lo anterior en moneda o en divisa (según corresponda)17

VENTAS USA $ A PLAZO

(EXPORT)

COMPRA USA $ A PLAZO

(IMPORT)

OP. TESORERÍA endeudamiento en $ endeudamiento en €

OP. CONTADO venta $ y compra € compra $ y venta €

OP. TESORERÍA Colocación en € Colocación en $

Con respecto al dinero en sí, lo tiene en esas fechas más como un “simple medio

de cambio”, algo poco influyente (“velo que envuelve la realidad económica pero

sobre la que no influye”) por lo que recomendará que para mantener la estabilidad

16 Esbozable de manera simple como: “… ¿Cuánto vale un dólar? Lo que se puede comprar con un dólar. ¿Cuánto

vale una Libra? Lo que se puede comprar con una libra…”. Examinando esas “dos cestas de compra” es evidente

que uno puede sacar el tipo de cambio entre ambas divisas, Claro que… ¡hace falta estar al mismo tiempo en

ambos lados del Atlántico para saberlo!… Por ello, a corto plazo solo actúan los tipos de interés, más fácilmente

cognoscibles por los mercados. Sin embargo, a medio plazo es la paridad de tipos lo que se impone por su

incidencia sobre los precios y el comercio exterior. (En el razonamiento de la “paridad” y a la vez como una muestra

de la globalidad que se ha adueñado de todo, se basa el divertido “tipo de cambio MacDonals”: …a los marines

americanos, antes de bajar a puerto, se les dice a qué precio local está la “Big-Mac” para que sepan echar sus

cálculos del tipo de cambio…)

17 La cotización a plazo (precio del “seguro de cambio” sin comisiones bancarias) es aquella que permite igualar

los “cash flow” (en dólares y en euros, por ejemplo) de las operaciones anteriores. Vr. Gr.: (Cotización a plazo a tres

meses) = cotización al contado + [(cotización al contado* (tasa€ - tasa$) * 90/360] / [(1 + (tasa$ *(90/360)))]

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de los precios es mejor “fijar” la demanda de dinero que “manipular su oferta”. Hará

aparecer las expectativas empresariales como capaces de influir sobre las

decisiones económicas, cuestión que siempre se repetirá en sus obras capitales, al

tiempo que propondrá el uso de tipos de cambio flexibles y la implantación de un

patrón fiduciario que permitiese al gobierno el manejar la cantidad de dinero a la

vez que buscar la estabilidad de los precios. (Era consciente que eso era un arma

letal en manos de los políticos y casi seguro inflacionista, pero confiaba, en sus más

íntimos pensamientos, en que si se dejaba gobernar esa oferta monetaria a

“personas de calidad intelectual” y “saber hacer”, ese temor no debería de

preocupar a nadie… ¡?!).

Keynes, como hemos dicho, era un “patriota” y miraba ante todo por su país. Era

consciente de la falta de oro en el banco de Inglaterra y de la magnitud de la

circulación fiduciaria y de que el “gold exchange standard” era una chapuza que

tarde o temprano “haría aguas”. Los Estados Unidos eran los grandes tenedores de

oro y ello les hacia los nuevos árbitros del sistema. Si el patrón oro se mantenía, había

que olvidarse tarde o temprano de Londres como gran plaza financiera y en

especial de la industria británica incapaz de competir. Sus “propuestas para una

reforma monetaria” buscaban que se impidiese esto o al menos que se paliase de

momento. Keynes veía que los precios ingleses no eran competitivos dados los

costes salariales rígidos a la baja ya que era muy difícil conseguir bajadas de salarios

nominales por lo que buscaba, con la devaluación, el realizar ese ajuste a modo

de placebo. A sus ojos, la cosa estaba clara: o era el ser todavía una potencia

industrial o era el mantener, y solo por un tiempo, a los “personajes de la City”. La

principal objeción de Keynes al patrón oro tiene que ver precisamente con el grado

de autonomía y la discrecionalidad del banco de Inglaterra a la hora de

implementar la política monetaria. El valor del oro dependerá en un futuro,

pensaba Keynes, casi por entero de la política que aplique la FED y ello resultaba

inaceptable para un patriota como él que no quería ver la política de precios

británica gobernada desde fuera de Londres…

En el “Tract”, ya desde el capítulo uno, debate sobre “las consecuencias sociales

de variaciones en el valor del dinero” y lo hace planteándose la preocupación por

las oscilaciones que el valor del dinero había tenido desde 1914. Va a fijarse en el

sistema inflacionario (al que bien seguro podía llevar su propuesta final)

enfrentándolo a la deflación, para concluir que ambas posiciones son “malas

praxis”. De todos modos, aunque inicia el debate contra la inflación y su influencia

sobre la distribución de la riqueza, deja en el aire para el final el que cada cual

piense qué prefiere: inflación, y con ello “dejar morir poco a poco a los rentistas”, o

deflación, con condena a todos los asalariados al paro como hasta ahora. (La

inflación significará el no tener que bajar los salarios monetarios pero sí el lograr

minorar lo que se puede comprar con ellos…)

Keynes analiza sucesivamente, y con elegancia de prosa, los efectos de la inflación

y la deflación sobre la distribución de la renta y sobre la producción. Para ello,

clasifica a la sociedad en cuatro clases: la inversionista, la rentista, la empresarial y

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la asalariada y aporta los efectos de la inflación y la deflación sobre las mismas. Ese

razonamiento aparece resumido en un cuadro a continuación.

Clase Social Efecto de la Inflación Efecto de la Deflación

Inversionista (Financiera) Perjudicial Benéfica

Rentista Perjudicial Benéfica

Empresarial Benéfica Perjudicial

Asalariada Benéfica Perjudicial (Desempleo)

Keynes dará un par de frases que han pasado a la historia: “…La inflación es injusta

y la deflación inconveniente…” y aquella otra: “…si dejamos aparte las inflaciones

exageradas parece que la deflación resulta ser la peor de las dos, ello porque en

un mundo empobrecido es peor provocar desempleo que decepcionar al

rentista…“ De este modo, con un par de expresiones prácticamente, su “anzuelo

persuasor” quedaba echado de manera sutil y se ve entre líneas sobre qué política

se decantaba él personalmente. Además, añadía, que si no se cambiaba el

sistema se dejaba el terreno abonado a los rentistas que lo único que tenían que

hacer era seguir el consejo tradicional, en correcta y lógica toma de posición dado

el sistema de patrón monetario existente: “…sabio será el que transforme sus activos

en efectivo, se aparte de los riesgos y se retire al campo a esperar la firme

apreciación en el valor de su dinero” …

La estabilidad de los tipos de cambio podía un ser objetivo de política monetaria

fácilmente alcanzable y ser buena en abstracto, en especial para exportadores e

importadores, pero aparte de ello Keynes no le veía más ventajas y además estas

debían soslayarse cuando se enfrentaba esa estabilidad de los tipos de cambio

con el conseguir evitar el paro. Por ello, el patrón oro, en la propuesta keynesiana

del “Tract”, quedaba claro que era lo primero que debía de abolirse pues con ese

sistema la política monetaria del país se limitaba a la estabilidad del tipo de cambio

(provocada por las entradas y salidas de oro y los ajustes en los tipos de interés

internos), quedando el nivel de precios en el interior del país sujeto a oscilaciones

que podían llevar tanto a la deflación como a la inflación con todas las

consecuencias sociales que él apuntaba. En cambio, con un dinero fiduciario el

“master de la palanca” tendría el control de los precios internos, siempre y cuando

dejase que el tipo de cambio fluctuase y se ajustase libremente…

La inflación, al ir bien para los empresarios favorecería el empleo decía Keynes,

pero sería peligrosa para el gobierno si se desbocaba. Igualmente la consideraba

“un buen sistema de recaudación” pero solo cuando es controlable. A este

respecto, Keynes señalará el ejemplo de Alemania que acabó en la “gran

inflación” por “pasarse” en la tasa de crecimiento del ritmo inflacionario. En

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cualquier caso, reconocerá que para un gobierno no deja de ser un buen sistema

para quitarse de encima el peso de la deuda pública… (¡?!)

En un razonamiento posterior va a asomar su preocupación por la usura,

comenzando por mencionar que una alternativa sería el poner un impuesto sobre

el capital, pero lo ve poco viable. La depreciación del dinero es preferible, dirá,

aunque reconoce que afectaría desigualmente a los rentistas, siendo más

desfavorables para los pequeños ahorradores que para los grandes, en especial si

además estos últimos son empresarios. Por ello propone que sea el gobierno el que

rompa el círculo vicioso y se imponga sobre los intereses creados de unos y otros ya

que el contribuyente, dice en el libro, “no puede ser esclavo del tenedor de bonos”

…¡?!

El “Tract” va a terminar con la consideración final del objetivo para el que fue

concebido: el patrón oro, ni en la versión “descafeinada” del “gold Exchange

standard”, es la solución para Keynes. No cree que estabilice los precios internos,

dado que la deflación a seguir lo impediría y para los exteriores requeriría que todos

los demás países lo adoptasen por igual, lo cual llevaba a pensar qué se hacía con

la fijación del tipo de conversión, habida cuenta de la enorme circulación

fiduciaria. El oro le parecía que no crecería ya a un ritmo de producción suficiente,

ni por haber minas por explotar ni por mejores avances en las técnicas de

extracción, por lo que no cabían esperanzas por ese lado para que bajase de

precio. Por tanto, “pondrá de nuevo el dedo en la llaga” y dirá: “…el oro de

Sudáfrica llego a Londres en el siglo XIX, pero ahora todo está en Estados Unidos…

y su valor dependerá de sus autoridades monetarias… (...) y, “…la experiencia ha

demostrado que en casos de emergencia es imposible maniatar a los ministros de

finanzas…”.

En el "Tract" va a ir, como vemos, en contra del partido “tory” que estaba a favor

del oro (Churchill acababa de firmar su adscripción a este partido después de su

paso por variadas opciones) y en un “guiño persuasor” afirmará que: “los

conservadores siempre habían preferido la independencia que daba el patrón oro

como fuente de valor de referencia para el dinero y como medio de

independencia del poder gubernativo”. Añadiendo: “…conservadores y

escépticos van de la mano en contra de un método… (Nótese el término retórico

persuasivo de lo que sigue a continuación) … más científico y no basado en la

superstición del olor y el color del oro…”

Por ello, dice Keynes, el patrón oro no puede ser adoptado (por los males

deflacionarios y la cantidad de metal en poder de Estados Unidos) y propone ir

hacia un tipo de “dinero regulado” pero no precisamente por los “bancos

centrales” ni mucho menos en conjunción gubernamental entre Gran Bretaña y

Estados Unidos dada la diferencia de poder ahora existente entre ambos. Un

párrafo literal lo dice todo. (Nótense en el mismo los términos retóricos y persuasivos

de una prosa cuidada, arrogándose, sin que ello fuese cierto, ni “científico”, el que

su opinión era la correcta y la mayoritaria… (¡?!) y véanse en ellos las causas de la

preferencia que los jóvenes tendrían por las propuestas de Keynes puesto que

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hablaba con términos para ellos clave como los de: modernidad, novedad y

cambio…):

…En realidad el patrón oro es ya una reliquia bárbara, Todos nosotros estamos,

desde el gobernador del banco de Inglaterra para abajo, básicamente

interesados en la política de preservación de la estabilidad de los negocios, de los

precios y del empleo, y si debemos escoger no es probable que los sacrifiquemos

deliberadamente al desgastado dogma que en su día fue valioso, de tres libras,

diez y siete chelines y diez con cinco peniques por onza. Los partidarios del patrón

antiguo (… ¡?!) no perciben cuán lejos está este del espíritu y las necesidades de

nuestro tiempo. Inadvertidamente ha hecho su entrada un patrón regulado y no

metálico. Existe. Mientras los economistas dormitaban en un sueño académico de

un siglo se desprendió de su toga y su birrete, y vestido con andrajos de papel se

deslizó silenciosamente en el mundo real mediante el sortilegio de las hadas malas

(siempre más poderosas que las buenas): los malignos ministros de finanzas…

En las páginas finales del “Tract” Keynes parecerá vacilar y en un cierto echarse

atrás o en un amago, reconoce que el oro podría quedar como garante último de

los medios fiduciarios manteniendo un atisbo de patrón de valor… (¡Cuando

Churchill decía que Keynes tenía siempre tres opiniones simultáneas…!)

Sabemos lo que ocurrió y como Churchill, en 1925, se decantó por volver al patrón

oro y a un tipo de cambio altamente perjudicial y como Keynes se lo reprochó

escribiendo otro famoso artículo: “The economic consequences of Mr. Churchill”.

Por esto, y ya desde 1924, viendo que sus propuestas del “Tract” no parecían tener

mucho éxito, fue madurando su pensamiento sobre el dinero haciéndolo

formalmente en diferentes artículos y en un manuscrito, varias veces interrumpido,

donde escribió sobre las nuevas ideas que iba adquiriendo sobre los aspectos

monetarios a la vez que ligaba las mismas con la realidad del día a día de la

situación de Gran Bretaña. (Ahora ya inmersa en la deflación consiguiente a la

adopción del patrón oro). El resultado será la publicación de un texto muy extenso,

en dos volúmenes (de los cuales el primero es el mejor con diferencia), en fecha

tardía para tantos acontecimientos como la de 1930 cuando ya el “crack del 29”

era estrago puro y muy poco antes de que la misma Inglaterra aboliese el patrón

oro. Tanto tiempo de gestación dio ocasión a que la idea inicial fuese cambiada

varias veces y a que en la misma fecha de su publicación el propio autor

considerase que era “papel viejo” y del que no quería responsabilizarse mucho.

Frente a su prosa periodística: clara, valiente y concisa, en el “Treatise of money”

utilizara un lenguaje, que luego empleará también en la “teoría general”, con

terminologías no bien aclaradas, ecuaciones que en su mayoría no son sino

identidades y muchas inexactitudes que sus críticos le echaran en cara.

En este su segundo libro sobre temas monetarios (si exceptuamos el que publicó

sobre los temas de divisas del imperio y en concreto de la India, donde ya no

recomendaba el patrón oro para ese caso), Keynes va a fijarse en el dinero desde

la vertiente del crédito, lo cual era mucho más efectivo y ajustado a la realidad

dadas las magnitudes a que había que referirse al considerar el dinero en manos

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del público frente a los depósitos bancarios de uno u otro tipo y los préstamos

concedidos, y lo vera como expresión genuina de los sistemas monetarios del

momento, donde ya el “patrón oro estaba a punto de su paso a reliquia” según sus

propias palabras.

Los tipos de interés, al igual que en el “Tract”, serán de “formulación clásica”,

basados en la oferta y demanda de ahorro, pero pasarán a tener una importancia

capital pues los veía como un factor inflacionista de primer orden si el sistema

bancario puede permitirse el bajarlos y con ello animar el crédito y la demanda

consiguiente. Por ello propondrá una política monetaria activa con el fin de actuar

ante esos posibles desequilibrios. (Al igual que ya lo había hecho en el “Tract”)

La oferta monetaria en el “Treatisse” surge del sistema en "copula" entre bancos

comerciales y banco central. No es ajena al mismo, es “endógena”18 (entonces

Keynes pensaba que los bancos se adaptan con su oferta a la demanda de dinero

que tienen de sus clientes). En lo que se refería a la caracterización de la demanda

de dinero, si en el “Tract” la misma era para Keynes algo acumulativo que surgía

de las necesidades de “encaje para pagos” de los sujetos de la actividad

económica, ahora va a iniciar su “teoría de la preferencia por la liquidez”,

añadiendo una demanda suplementaria por motivos de seguridad y precaución y

también de “especulación”, que se concretaba en “depósitos no tan líquidos”

(bien sea en formatos de activos financieros cuasi líquidos o en “cuentas de

ahorro”). Esa demanda la veía en un "todo junto" a diferencia de la separación de

esos tres componentes que luego daría en la “Teoría General” y a los que más tarde

aun añadiría un nuevo motivo suplementario: el de la demanda de dinero por

razones “financieras” o de acumulación de saldos previos a la realización de una

inversión.

Con respecto a la política monetaria ya hemos dicho que no se separaba mucho

de la primera aportación del “Tract”: había que ser activos y “beligerantes” con el

fin de fijar los precios vía los tipos de interés, buscando con ello igualar ahorro e

inversión. (Keynes, a diferencia de lo que luego afirmará en su libro capital posterior,

aún tenía fe entonces en la capacidad de las autoridades monetarias para

gobernar los mismos). Con respecto a esos tipos de interés, en este momento, el

pensamiento de Keynes parecía adscribirse a la postura de que había un “tipo

natural” o “de equilibrio” entre ahorro e inversión, no observable materialmente y

uno, “más del mundo real” o “de mercado”, fijado en el día a día por la práctica

de las entidades crediticias y de otros intermediarios financieros. Sobre este era

sobre el que cabía actuar con la política monetaria para tratar de llevarlo hacia el

“tipo natural” … (Claro que si nadie podía saber cuál era la “posición natural” del

mismo habida cuenta de las manipulaciones que se practicaban por los bancos

centrales... ¿entonces?…).

18 Cuestión que Keynes variara pocos años más tarde en la “Teoría General” y que volvió a cambiar de nuevo justo

antes y después de la segunda guerra mundial, de tal modo que sus seguidores siempre han estado confusos sobre

si al final, la misma, para Keynes, era exógena o endógena.

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Es importante que para comprender la postura de Keynes entendamos bien la

concepción que había en esos momentos sobre el tipo de interés. Se tenía, por una

parte, la que “los clásicos” habían considerado: ver al beneficio como el “residuo”

que quedaba después de pagar los salarios y la renta de los propietarios de la tierra,

y poner ese residuo en relación con el capital. (Una tasa de rentabilidad). Lo

consideraban “no observable”, como algo que “debía existir en algún lugar” (en

palabras de John Stuart Mill) aunque sí era patente el tipo fijado cada día en el

mercado cuando se vendía a crédito, se emitían empréstitos o se colocaban

depósitos. Por otra parte, Ricardo ya advirtió, como antes lo hizo Cantillon, de cómo

los poderes públicos interferían en la obtención de lo que debería ser “una justa y

libre tasa de interés” por las acciones del Banco Central y su reserva fraccionaria y

el descuento de deuda pública. (Con abono del importe resultante como depósito

en la cuenta del tesoro.)

Desde Ricardo, “los clásicos”, tal y como Keynes se va a referir a ellos, adoptaron

un planteamiento para el tipo de interés tal que tuviera su procedencia de un

“fondo para depósito y préstamo” el cual venía del ahorro de particulares y

empresas. Años antes de Ricardo, Turgot, dio el argumento, del que luego se va a

valer Böhm-Bawert en Austria, de que las demandas de fondos prestables se hacían

por causa de un consumo presente que se decidía adelantar o, más normalmente,

para anticipar los resultados de una producción futura que precisa de tiempo para

madurar. (Todo hecho confiando en que esa producción sería “productiva” por lo

que se podía pagar un interés). Lo anterior en cierta manera era igual a lo que los

campesinos habían hecho desde tiempo inmemorial: dejar una parte de la

cosecha en un “pósito” para ser prestada a otros miembros de la comunidad con

el fin de que se realizaran acciones de inversión que luego debían “devolverse con

creces” esto es: “con un interés”19. Se trataba de un intercambio de una cantidad

de un bien por la promesa de obtener una cantidad mayor en el futuro. (Para

Böhm-Bawert eso significará que la diferencia de tiempo implica diferencia de valor

pues el futuro, además, añade incertidumbre). Para Turgot, como luego para todos

los “economistas clásicos”, el tipo de interés era algo que no se debía intervenir y

era una tasa que, sin esa intervención, no tenía por qué verse afectada por

incrementos de nuevas cantidades de dinero. Pero entonces, en aquel tiempo, el

dinero fiduciario era una cantidad relativamente baja sobre el total y por ello podía

sostenerse que el tipo de interés era un fenómeno real y no monetario. (La imagen

era, como hemos dicho, la de los campesinos depositando parte de la cosecha en

un pósito para posibles préstamos). Pero ya en época de Ricardo, después de las

guerras napoleónicas, de las experiencias de Law, de los fraudes de la “South Sea

Company” y de lo que llevaba hecho el Banco de Inglaterra…, había que pensar

en que el tipo de interés visible en el mercado era uno y el que debería darse sin

esas intervenciones, aunque fuese “natural” o se llamase “verdadero”, era otro e

¡imposible de ver!…

Ricardo, al no fijar bien la naturaleza del tipo de interés y no justificarla y John Stuart

Mill, al hablar de que la tasa de beneficios depende solo de los salarios (baja

19 Es interesante al respeto poder visitar y ver la materialización monumental de estos “pósitos” en diferentes villas y

pueblos de España como son los de Almagro y Consuegra, ambos en La Mancha, por ejemplo.

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cuando estos suben y viceversa) y que sale de que los obreros producen más de lo

necesario para su sustento…, volvieron a darle a Marx un argumento para que este

considerase que el beneficio del capitalista procedía del trabajo (una explotación),

pues no supieron decir las causas que hacen que los bienes de capital permitan

obtener una renta a la que se le llama beneficio, interés o excedente, pero que no

debería ser considerada como tal plusvalía marxiana. Porque una cosa es producir

sin capital y otra el hacerlo con su intervención. Es evidente que en este segundo

caso se da una productividad mayor y en ella es donde cabe encontrar la “renta

del capital”. Ahora bien, esa “producción capitalista” no tiene valor por sí misma,

pues si el mercado (los consumidores) no la sanciona con un precio adecuado no

será tal. El capital podrá tener una “productividad física” y haberse empleado el

trabajo humano junto a él pero carecerá de valor sin esa “sanción” del mercado

(De ahí la teoría de la “utilidad marginal” de la microeconomía). El capital surge

del ahorro y de la dedicación de ese ahorro a fines productivos que luego,

efectivamente, el mercado valora. En la decisión de solicitar capital hay que

vencer la voluntad del que debe prescindir de un bien presente por uno futuro (el

campesino que cede una parte de la cosecha al “pósito” y que espera recuperar

“con creces”) y además de esa preferencia temporal esta la influencia del riesgo

de liquidez y la del perder lo prestado si el prestatario quiebra más, en el caso de

dinero no convertible o en convertibilidad “sucia”, la tasa de inflación estimada,

como dijo Fisher. Concluyamos con algo que según todo o anterior resulta

evidente: Si todos consumimos de más ponemos en riesgo nuestros consumos

futuros y el mantenimiento de nuestro nivel de vida, no al revés.

Volvamos de nuevo al “Treatisse”. Keynes va poner el acento en que el crédito

bancario puede hacer lo que el ahorro no hace, o que “no hacía en la cuantía

adecuada” según su criterio… En especial cuando los que disponen de recursos

financieros los mantienen líquidos sin invertirlos de modo real y ello lleva a que la

situación económica empeore y haya paro con menos ahorro posterior, etc.

(Keynes asoma así la “patita de lobo dentro de la piel de cordero” en contra del

ahorro, aversión que luego hará explícita en la teoría general y en sus artículos

periodísticos anteriores y posteriores a esa etapa). En esto seguía a Ricardo, quien

ya comentó que: “solo las clases adineradas son las que pueden ahorrar”. (Pues el

resto solo podía consumir su renta, dados sus bajos niveles de ingresos). Esto será

importante para Keynes que retomara esa idea y comentara, además, como los

que ahorraban, en la época “clásica” de Ricardo y Malthus, eran, por esa razón,

los mismos que invertían y que en el siglo XX eso ya no era así, pues ahorradores e

inversionistas eran ahora personas físicas y, o, jurídicas distintas o con esos

comportamientos diferenciados, pudiendo no haber exactitud temporal y de

importes entre ahorro e inversión…

En el “Treatisse”, Keynes va a meter, además, una “cuña retórico-persuasiva” muy

sibilina con respecto a lo dicho sobre el ahorro, cuando se referirá a “actos

positivos” para las decisiones de invertir… y a “actos negativos” … ¡para las

decisiones de ahorrar! Con intenciones igualmente “persuasivas” va a contar una

“story” de una isla en la que vive una comunidad dedicada a la plantación y

cosecha de plátanos donde lo que se ahorra se invierte inmediatamente y en la

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cantidad estricta para mantener la plantación en igual estado productivo… Un

cambio “psicológico”, por mor de la actividad incontinente de un “predicador de

la virtud de ahorrar", hace que la comunidad consuma menos plátanos y que ello

acabe en un auténtico “rosario de la aurora” y con la extinción de esa comunidad,

pues lo que unos ahorraban otros dejaban de percibirlo y ello, dice Keynes, dio una

desconexión entre los que ahorraban y los que invertían con lo que se dejó la

construcción de nuevas herramientas, la mejora de los sistemas de recolección,

etc., además, las expectativas de los que producían plátanos se tornaron “bajistas”

y el aumento del ahorro no se transformaba necesariamente, por esas razones, en

un incremento de la inversión. Si se diesen también razones tecnológicas y de

organización de la producción se limitaría aún más el incremento de la inversión

por debajo del aumento del ahorro en el período, originándose así una nueva, y

añadida, caída del precio de los plátanos. Inicialmente esta bajada de precios

hacía posible consumir el mismo número de plátanos a pesar del menor gasto en

consumo, ahora bien, la caída de precios ocasionaba un descenso de los

beneficios. Con esto, los empresarios pasaron a dar salarios más bajos y a contratar

a menos trabajadores con lo que el menor empleo y los menores salarios supusieron

una nueva caída de la renta de la comunidad, lo que desplegó una nueva oleada

de presiones a la baja sobre todos los precios, ya fuesen los plátanos, los beneficios

o los salarios... descensos que, a su vez, causaron una nueva caída del consumo y

de la inversión, etc., etc. Conclusión: ¡el ahorro es nefasto!

Pero quien ahorra sabemos que lo hace colocando ese ahorro en activos

financieros de muy diversa categoría y plazos: letras, bonos, certificados de

depósito, cedulas hipotecarias, acciones, inmuebles, etc., es decir, que ese ahorro

se convierte en una posibilidad de mayor inversión de los empresarios (emisores de

esos títulos de deuda directamente o indirectamente a través de los que emiten los

bancos) que dará mayor producción y consumo de bienes en el futuro. Además,

lo que no se quiere aceptar por Keynes es que ese atesoramiento contra el que

clama no es sino el resultado de decisiones muy racionales. Si hoy tengo un ahorro

de 100.000 € y las posibilidades de invertir esa cantidad en un inmueble son nulas

por una “exuberancia irracional” en los precios de los inmuebles no podré hacerlo.

¿En qué invertir mientras tanto? Si no quiero gastar esa cifra, pues estoy

preocupado por mi futuro cuando llegue a la vejez o bien por causa de que los

actuales bienes y servicios de consumo no me satisfacen, comprar pisos

excesivamente altos de precio, o valores de bolsa con cotizaciones desorbitadas,

es un absurdo, por lo que el ahorrar, o atesorar como dice Keynes, es una posición

perfectamente lógica, a la vez que un mensaje expresivo de la soberanía del

consumidor, el cual está poniendo de manifiesto su preferencia por tener precios y

producción de bienes ajustados a lo deseado. El dinero, como depósito de valor

(el atesoramiento de Keynes), es clave pues con él no se me obliga a adquirir

mercancías no deseadas y da señales a los empresarios de que deben cambiar lo

que están produciendo y saldar los bienes que no se desean, ya sea por su no

adecuación, o por los precios que tienen. Es también decir que se desean mayores

rentabilidades para esos activos financieros en los que se quieren colocar los

ahorros, dado el riesgo que creemos correr con ellos, así como indicar a los

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empresarios que deben reestructurar sus empresas para dar los bienes y servicios

que se desean y a buen precio.

Finalicemos con lo que el “Treatisse” representó en la evolución de la consideración

del dinero que es nuestro objetivo. Con lo visto podemos decir que las bases para

“dejar tocado” al oro, como “patrón de valor” al que referir el dinero fiduciario,

estaban echadas. Tanto por lo que este libro significó, como por la realidad que se

vivía en el día a día con la depresión, el paro y el propio fracaso de la adopción

del patrón oro en Gran Bretaña. Además, la demagogia de que el oro ocasionaba

variaciones de precios cuando crecía su producción y al contrario, cuando la

actividad económica aumentaba y no había manera de que la cantidad de

dinero siguiese esa evolución, estaba ahora más viva que nunca entre empresarios

y políticos. Toda bajada de precios era considerada con horror por los empresarios

y achacable al patrón monetario, sin fijarse en que las mejoras de productividad y

los avances tecnológicos, muy importantes al fin del siglo XIX y principios del XX,

podían estar detrás también20. Keynes dejará al ahorro como el “malo de la fiesta”

en la mente de muchos y pasa a coquetear con los “cazadores de rentas” que

buscaban (y siempre buscan) que el “dinero corra” pues, en palabras de Keynes:

“un chelín ahorrado es un chelín perdido para el que vende algo…”, que a su vez

no consumirá, etc., etc.…”

Keynes en este libro también sienta las bases de su posterior concepción de las

razones de la demanda de liquidez y retoma, así mismo, lo dicho por Wicksell sobre

la acción necesaria de las autoridades a la hora de gobernar los tipos de interés

para estabilizar los precios, pues ya tenía en mente su propuesta de que el tipo de

interés era un fenómeno exclusivamente monetario dependiente solo de la

preferencia por la liquidez frente al de ser una “expresión de la preferencia

temporal de los agentes económicos” y de los riesgos mercantil y de liquidez como

pensaba su oponente en ese momento Friedrich Hayek. En cualquier caso, sus tesis

se vieron afectadas por las críticas a su no bien utilizado razonamiento matemático

y a algunas de las consideraciones que hizo en ese libro, por lo que va a prepararse

para escribir uno nuevo (“y definitivo” según sus palabras) que dirigirá, no al gran

público, sino a sus colegas economistas, anclados según él, en una “visión del

mundo” que no era pareja con las necesidades de cambio que él entendía había

que tener en cuenta…

En efecto, la génesis de la “Teoría General” (que no olvidemos será del “empleo”

pero también: “del interés y del dinero”) se dio como continuación y respuesta a

las críticas recibidas por el “Treatisse” y en especial y en concreto, por el éxito del

libro de Hayeck: “Precios y Producción”, que suponía un serio revés para las tesis de

20 Es importante leer el texto de la única conferencia que Keynes dio en España y que será la última vez que estuvo

entre nosotros (antes nos había visitado en su juventud un par de veces para recorrer con sus padres el pirineo y

visitar el parque nacional de Ordesa), contenida en el volumen “essays in persuassion”, titulada: “El porvenir

económico de nuestros nietos”. Pues ahí va a reflejar sus ideas sobre la importancia del avance técnico y de cómo

el paro puede darse, también, por unos adelantos tales que hagan que la jornada de trabajo no deba ser tan

“extensiva” en horas, añadiendo al respecto las posibilidades que ello tendría para un mundo en el que deberá

proveerse a la sociedad de mayor número de servicios culturales y de ocio… Sin duda es una de sus mejores

visiones, y esta vez ¡a largo plazo…!

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toda su obra monetaria hasta la fecha, en especial del "Treatisse". Keynes hizo

examinar todas esas críticas en unos seminarios que sus principales discípulos tenían

en Cambridge con estudiantes destacados y que a la vez eran fervientes

defensores de sus ideas. (Curiosamente él no asistía, pero estaba bien informado

de lo que allí se decía por sus principales colaboradores que dirigían las discusiones

y, además, puso a Sraffa y a Robinson en la misión de atacar el libro de Hayeck21).

En esos debates se fue modelando un nuevo replanteamiento de los desarrollos.

Keynes iba sometiendo también a esos grupos de estudio ideas para su nuevo libro,

llevando a cabo un trabajo colaborativo en un continuo va y viene. Ahora hecho

de modo previo y no "a posteriori" como fue en el caso del “Treatisse”. Las ideas las

depuró, así mismo, en sucesivos cursos que sobre “el valor del dinero” dirigió en la

Universidad de Cambridge. Cuando las tuvo listas, envió a varios de sus discípulos a

que las presentasen en primicia en diferentes foros, e incluso envió a uno de ellos a

que fuese hacerlo al mismísimo “sanedrín de la oposición” a la “London School of

Economics”, donde “oficiaban”, como sumos sacerdotes de la materia, Robbins y

Hayeck, este en el momento más alto de su carrera en Londres. Con ello buscaba

conocer anticipadamente las reacciones de aquellos que sabía no estarían de

acuerdo, pero su sorpresa fue grande ante su pasividad y ante el no obtener

reacciones airadas de su parte…

En la “Teoría General” Keynes se va a olvidar casi, o en cierto modo, del patrón oro

al que considera ya suficientemente vencido después de la experiencia inglesa, la

crisis americana y las “desconexiones” del resto de países que siguieron a la

decisión de Gran Bretaña. En el momento de su publicación (1936) el paro era ya

común desastre en todos los países, salvo en Alemania, donde Hitler, de forma

dictatorial, aplicaba una versión nacional socialista de las ideas de Keynes sobre la

intervención del estado en la economía22.

Ahora, para hacer evidentes sus teorías contra el desempleo, Keynes va a buscar

“enterrar a los clásicos” y con ese ataque poner fuera de juego a aquellos colegas

que se le oponían y que “habían dado bien en el blanco” con sus críticas al

“Treatisse”. En especial buscará que esa confrontación vaya contra Hayeck,

Robbins y la “London School of Economics” y, en cierta manera, contra el sucesor

en la catedra de Marshall, el profesor Pigou.

En la obra, al inicio dirá que va dirigida a sus colegas, pero sabía que los

economistas lo que harían sería el criticársela, por ello en realidad la escribe para

los jóvenes estudiantes de economía, para que siguiesen unas tesis “rompedoras

21 Lo cual hará Sraffa a la perfección atacando a Hayeck de un modo demagógico al practicar una celada

intelectual en la que Hayeck, inexplicablemente, caerá y de la que no sabrá salir bien intelectualmente.

Curiosamente, el "fair play" habitual de Keynes no se manifestó en esta ocasión.

22 Keynes dirá en el prólogo de la traducción alemana de la “General Theory” que sus ideas podrían ser aplicadas

más fácilmente en un país sin tanta predisposición a escuchar la opinión pública, como era el caso de Alemania,

que en una democracia… Lo cual no quiere decir que estuviese a favor del nazismo, ni de las dictaduras. Pero

como siempre en él, esas confesiones de “efectividad”, el uso de razonamientos ambivalentes, el afán de persuadir

y agradar que le eran tan consustanciales, etc., pudieron dar pábulo, a quien no lo conociese profundamente, a

pensar que comulgaba con esas tesis nacional socialistas…

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con lo existente”, basándose en unos planteamientos muy “al estilo de Ricardo”

con mucho “supongamos que” y frases elocuentes y elegantes que sin duda

“cautivarían” a esos seguidores en los que confiaba... Va a dar además, a ellos y a

muchos políticos, la fundamentación teórica para tomar las ideas socializantes en

boga pero sin “romper el sistema”, haciéndoles creer que el paro podía vencerse

si se lograba que la inversión no cediese nunca: bien por los empresarios, bien por

el estado “al quite”. La sorpresa se la llevaría cuando los economistas que debían

criticársela no lo hicieron: Hayeck la considero “obra menor” (¡?!) y renuncio a

escribir…, Pigou, lo hizo, pero con “tan poco ruido” que pasó inadvertido hasta

mucho después, Robbins acabo pasándose a sus filas y Hansen, que había seguido

cursos en Londres en la L. E. of E. y en contra de sus planteamientos, acabó con la

fe del converso siendo su máximo interprete…

Una de las cosas que más sorprende es que ahora Keynes se haga eco de

planteamientos muy poco científicos o que rayan en lo absurdo con respecto a

temas tales como la demonización del ahorro, al que ve como mal intrínseco, que

defienda que el dinero deba gastarse como sea y que aconseje prohibir el que

esto no se haga, incluso que diga que la culpa del paro sea del atesoramiento o

que se necesite el gasto público aunque resulte improductivo y que haya que

comulgar con las tesis subconsumistas y mercantilistas… Dicho esto porque, aunque

algo se atisbaba en sus publicaciones anteriores (el “ahorro es negativo”…, los

rentistas deben de plantearse su desaparición…, la inflación gana a la deflación…)

no se habían dado en un grado y fuerza tal como se van a mostrar en la “General

Theory”. En ella “se rompe más de una cosa” entre su inteligencia y estas

afirmaciones…

Para tratar aquí solo las cuestiones relacionadas con los aspectos monetarios, nos

vamos a centrar en los capítulos que cierran su modelo, en los que Keynes, va a

llegar a “su equilibrio general”. Primero, va a pasar por la que llamará la “teoría de

preferencia de la liquidez” (la cual había esbozado antes en el “Treatisse”) y luego,

decididamente va a “tomar partido” en lo que se refiere a considerar como un

dato la “oferta monetaria”, la cual supone ya sin disimulos “como un fluido” que

emana a la orden del “master de la palanca” del banco central y por tanto

exógena y fija a corto plazo.

La preferencia por la liquidez deviene de que Keynes ve que la demanda de dinero

se hace por tres causas: la primera por las necesidades de transacciones (ligadas

por tanto al nivel de la renta) la segunda por motivos de precaución y temor al

futuro, que puede ligarse de un modo indirecto con la renta también, y la tercera,

supone que esa demanda de liquidez se hace por razones puramente

especulativas, pues normalmente debería ser un dinero “invertido” y que depende

del tipo de interés. (O tasa de rentabilidad surgida de considerar el pago previo

para adquirir el bono y de su puesta en relación con los cobros de cupones en

fechas futuras y del reintegro del nominal del bono. Recordemos también que

Keynes piensa solo en bonos para la materialización de los ahorros como

simplificación de “su modelo”). Las dos primeras causas no afectan al equilibrio en

el mercado monetario, según Keynes, siendo la última la que realmente se debe

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considerar a tal efecto. Esto es importante, pues ya hemos visto que a partir de una

tasa de interés (de rentabilidad) baja de los bonos, se da la paradoja, según

Keynes, de que no se desee colocar dinero en los mismos o de invertir directamente

en las empresas y que la demanda de dinero se torne infinita, aun cuando el

gobierno emita más y más cantidad de dinero y, o, que el tipo de interés para los

préstamos sea bajo (“trampa de la liquidez”). Es por esto que Keynes vera limitada

la posibilidad de uso de “la palanca monetaria del banco central” para su

razonamiento de “animar” la demanda, lo cual le dará más fuerza a su “bascular”

hacia la necesidad de la intervención gubernamental, vía menores impuestos y, o,

más gasto público.

Para Keynes, si es necesario disponer de más dinero efectivo se tiende primero a

agotar “las reservas” que cada cual tiene y a continuación se venden los bonos

para proveerse de liquidez. Esto hará que estos bonos bajen de precio y suba el

tipo de interés de los mismos. (Si pago menos de 1.000 u. m. por un bono de 1.000

u. m. nominales que da un cupón del 10% sobre ese nominal, el interés percibido es

superior. Ejemplo: pagamos 800 u. m. por el bono, si percibo 100 u. m. de cupón,

sobre las 800 u. m invertidas me da una tasa del 12,5% y no del 10%). Al contrario,

si hubiese un exceso de oferta de dinero por el banco central (“se pasó” el “master

de la palanca”) ocurrirá que se tendera a demandar más bonos para quitarse de

encima el exceso de liquidez con lo que los bonos subirán de precio y

consiguientemente el tipo de interés (su tasa de rentabilidad) bajará.

De algún modo, la preferencia por la liquidez, si es por motivos de transacción o

precaución (se ve el futuro más incierto) significará incrementos en los tipos a largo

plazo (se está dando preferencia al corto plazo y quien desee dinero a largo plazo

deberá pagarlo más caro). Si es por el motivo “especulación” dependerá del tipo

de mercado financiero en que nos encontremos, si es uno “organizado”, los

“especuladores” pueden no necesitar “atesorar”, como decía Keynes, pues

pueden colocar temporalmente esa preferencia de liquidez en “opciones con

derecho a vender bonos” (opciones tipo “put”) o venderlos directamente. En caso

de no existir mercados de derivados financieros, deberán colocar sus dineros en

inversiones o bonos a corto plazo. Por ello no habrá tanto dinero “en el colchón” y

la oferta de fondos no debiera haberle preocupado a Keynes, pues no es que fuese

escasa o cara. Vemos que no era necesario el que abogase por políticas de tipo

intervencionistas del banco central, ya que la oferta no se reduce para todos los

tipos de bonos o activos financieros.

Pero, para Keynes, los tipos altos no incrementan el ahorro (este depende de la

renta) pero sí impiden que se invierta. Su razonamiento no se centra más que en el

inmediato corto plazo y no entiende el que los ahorradores lo que quieren es

esperar a ver proyectos futuros mejores. Keynes no vio, no quiso ver, o no había

estudiado, las aportaciones que sobre el interés y el uso del capital había escrito

Böhn-Bawert y que ya hemos visto: Los tipos de interés son el precio del tiempo de

esa espera y del riesgo que se quiere asumir. El tipo de interés no depende de la

demanda de dinero sino de la preferencia temporal de los ahorradores y de los

riesgos e incertidumbres del futuro que estos intuyen. Claro está, que si lo que se

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quiere es “que corra el dinero”, entonces basta con hacer que el gobierno lo cree

de manera directa o indirecta, pero Keynes pretendía que esa medida quedase

justificada, además, con argumentos teóricos “elevables a la categoría de

científicos” para salvar el escollo de la opinión de los economistas que no

comulgaban con sus ideas de acción… Como relata Hayeck en uno de sus

escritos, cuando en una conversación con Keynes le indicó el peligro inflacionista

de esas medidas, este le contesto que: “…no había porque preocuparse…, pero

que en caso de que así fuese, allí estaba él para escribir en contra y que eso no

pasase a mayores… ¡?! (No es de extrañar que años después, Hayeck, escribiese

contra la “fatal arrogancia”).

Tratado el tema de la preferencia por la liquidez a Keynes le quedaba solo el

mercado de trabajo. El empleo depende de la demanda global y si, tal y como

había dicho, esta está “gobernada” al final por la inversión, dada “su ley

fundamental” sobre el consumo, esa inversión va a condicionar la renta y esta el

consumo y el empleo, pues debe precisar de trabajadores que utilicen esa

inversión. Pero la contratación de empleados dependerá de su productividad

marginal (pues de lo contrario a los empresarios no les resultara beneficioso el

contratarlos) y habrá que enfrentar dicha productividad marginal del trabajador

con el coste marginal de emplearse que tiene ese mismo trabajador (a que salario

dejara de interesarle no trabajar) para ver el punto de equilibrio. (Conviene

recordar, y añadir aquí, que los salarios nominales eran para Keynes “rígidos a la

baja” y en épocas de desempleo no se ajustaban, por lo que solo cabía “bajarlos”

por medio de la inflación...)

Llegados a este punto, persuasivamente y en un guiño a todos, Keynes, va a utilizar

incluso las ideas freudianas en boga, (también “elevadas a la categoría de

científicas” por el nuevo grupo intelectual “progresista” de la sociedad inglesa y

otros afines) y dirá que su razonamiento se basa en “tres leyes psicológicas”

fundamentales: la propensión a consumir-ahorrar, la preferencia por la liquidez y las

expectativas irracionales de los empresarios y especuladores. Por su parte, los “tres

mercados” del modelo aparecen como interdependientes y solo ligados por la

tasa de interés (interacción de las TIR de los ahorradores según los cobros futuros y

de las TIR de los inversores por los cash flows esperados de su inversión) y son los tres

protagonistas de su obra: el empleo, el interés y el dinero. Habrá un mercado de

bienes y servicios, uno de empleo y otro donde se fije el tipo de interés. Mercados

sobre los que actuaran las citadas “tres leyes psicológicas fundamentales”. Son los

tres mercados de los clásicos, en los que únicamente se ha cambiado que el tipo

de interés no se fija por la oferta de ahorro y la demanda de inversión, sino entre

oferta monetaria del banco central y la demanda de colocación de ese ahorro en

bonos.

Keynes, en las páginas finales del libro, va abogar y defender teorías como las del

mercantilismo: hay que favorecer exportaciones y dificultar importaciones para

defender el empleo interno…23 ¡?! También abogará porque se vuelvan a aplicar

23 En los “refinamientos” posteriores, la renta va a depender también del “saldo del comercio exterior”:

exportaciones “X”, menos importaciones “M”. Es decir, “la ecuación de la renta” quedará así: Y = C+I+G+(X-M).

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las leyes contra la usura…¡?! Pedirá incluso que a los billetes del banco de Inglaterra

se les pongan “sellos” de tal modo que pierdan valor cada un cierto tiempo y así

facilitar el que “corran” … ¡?! Además, querrá combatir el “subconsumismo”: nadie

debe dejar de consumir toda su renta…¡?! Pretenderá abolir las herencias y acabar

con cualquiera que quisiese “vivir de sus rentas” …”¡?! Todo eso se hizo a costa,

como se comprobó en los años sesenta y setenta, de que el precio a pagar fuese

que se destruyera la virtud de ahorrar: “virtud privada pero pecado si es de

multitud”, que los empresarios acometiesen inversiones de mala rentabilidad por los

tipos de interés excesivamente bajos y que el dinero perdiese todas sus funciones

como depósito de valor…

Pero Keynes, desde el “Treatisse”, había atacado la teoría clásica de formación del

tipo de interés por indeterminada, diciendo que, si el ahorro proviene de la renta y

esta sube, el ahorro también se amplía (la curva de ahorro realiza un

desplazamiento hacia la derecha). Pero, “keynesianamente” no podemos

conocer la renta sin tener en cuenta a la inversión… y esta precisa de saber cuál es

la tasa de rentabilidad del mercado para ver si puede realizarse o no… Pero si no

conocemos esa tasa de interés (de rentabilidad) que es la que fija la inversión y,

además, el multiplicador incrementa la inversión, según hemos visto que también

dice Keynes, habría que concluir que: a más inversión… más renta y,… ¡volvemos a

empezar! Pero lo bueno del caso es que Keynes continuó con la indeterminación.

(O había ecuaciones de más o le sobraban incógnitas a “su modelo”) Esto era así

pues en su explicación de la formación del tipo de interés parte también de que el

mismo está influido por la renta en lo que se refiere a las dos primeras causas de

demanda de dinero y que en parte también lo es en la tercera. (Un razonamiento

en referencia circular). Esto se pasó por alto en un “visto no visto” en los primeros

momentos de lectura de la Teoría General pero los estudios rigurosos de la misma,

como los del luego premio nobel J. R. Hicks y seguidamente del propio Hansen y

más tarde del también premio nobel de economía, Samuelson, tuvieron que

reformular todo para no “dejar ese frente abierto” y… ¡no les quedó otro remedio

que entroncar a los clásicos con Keynes! Es lo que luego se llamaría la “síntesis

neoclásica”. El escrito que hizo ese “entronque” inicialmente fue el de Hicks: “Mr.

Keynes versus Clasics” (Por su lado, Hansen lo haría especialmente en su libro

apologético-explicativo sobre la “Teoría general”: “A guide to Keynes” y Samuelson,

algo más tarde, lo plantearía, y resolvería a su manera, junto con “la cruz

keynesiana”, en su famoso manual: “Economics”).

Puede verse el “sesgo mercantilista” …: si no consigo un saldo exterior favorable puedo no tener suficiente renta y

no combatir bien el paro… Es verdad que, en descargo de esa visión mercantilista tan poco rigurosa, cabe decir,

para comprenderlo aunque no para justificarlo, que Keynes era consciente de que más gasto y más inversión

darían incremento de precios y problemas en la balanza de pagos por cuenta corriente, todo dentro de una

economía cerrada como era la de su modelo, por lo que no es de extrañar que buscase cambiar hacia políticas

mercantilistas que le ayudasen en ese aspecto…¡Cuando hacía pocos años (en 1923) había defendido lo

contrario! Diciendo, en un artículo en “Nation and Athenaeum”, que el arancel era: “…la falacia proteccionista

más brutal y grosera…” Su proteccionismo fue público incluso ante el Comité Macmillan en febrero y marzo de

1930 justo al publicarse la “TG”, con ello esperaba que la subida de precios para su intento de “bajar los salarios

reales” no se le fuese de las manos por culpa de la balanza de pagos… Se justificó diciendo que: “… el

proteccionismo es malo a largo plazo, pero a corto plazo, hoy, es el mejor remedio…” (¡Como siempre: “…a largo

plazo todos muertos…”!)

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La aportación “clásica” en esa “síntesis” será la del “fondo para préstamos” o

dinero total disponible en el sistema (de ahorradores, de reservas bancarias y del

banco central con su oferta monetaria). La aportación tomada de Keynes es la de

presentar que puede haber varias “tablas de preferencia por la liquidez” para

diferentes niveles de renta. Se supone, en esta “reconstrucción de síntesis”, que la

función de inversión tiene una parte dependiente de la tasa de interés y otra fija e

independiente de la misma. Para un tipo de interés dado (i) y una inversión

decidida, descompuesta en ambos componentes de la misma (z0 y z1), tendremos:

I = z0 +z1*i

C = a + b*Y

Y = C+I +G

I = I0, I1… In

Es decir, que ahora no es solo la inversión la que actúa sino también el tipo de

interés:

i I Y C

Para cada tipo de interés hay un nivel de renta al cual el gasto total iguala a la

renta, o al que la inversión iguala al ahorro (renta no consumida). La curva,

representable en un eje de coordenadas (abscisas renta, ordenadas tasa de

interés) que da esos puntos de “renta de equilibrio” se la denomino por Hicks: “IS”

(“Investment-Saving”).

Por otro lado, la función de preferencia por la liquidez hace que la demanda de

dinero dependa en forma creciente de la renta e inversamente de los movimientos

al alza de los tipos de interés (se encarece el dinero ocioso de Keynes). Esto se

expresa funcionalmente así:

M = L (i Y)

Dependiendo de los valores de “i” e “Y” pueden dibujarse varias curvas para esa

función en un eje de coordenadas (abscisas “M”, ordenadas tipo de interés “i”). Es

evidente que en esa serie de curvas habrá unos puntos que pueden identificarse

como los que solo dependen del tipo de interés, Uniéndolos tendremos una línea

de puntos que dará la demanda de dinero por “especulación”. Esa línea de puntos

es la que Hicks llamo “curva LM”. Supuso que cuando la renta desciende baja el

tipo de interés y que autoridades monetarias y sistema bancario acoplan

variaciones de la oferta monetaria a las variaciones de la renta y del interés. (Si el

objetivo es estabilizar el nivel de precios se actúa sobre el tipo de interés y con ello

se influye la concesión de préstamos por los bancos y, en consecuencia, se frena

la demanda o por el contrario se la facilita).

La curva “LM” depende pues del tipo de interés, lo mismo que la curva “IS”. Solo

cabe “acoplarlas” para que nos den finalmente el punto de equilibrio que Keynes

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buscaba. (Intersección de las curvas “IS-LM”). Ahora sí hay “5 ecuaciones y 5

incógnitas”:

C = a + b*Y

Y = C+I+G

I = z0 + z1*i

MD = L (i,Y)

MO = H (i)

Donde “MD” es la demanda de dinero y “MO” la oferta monetaria hecha por las

autoridades del banco central para ajustar el tipo de interés con el fin de controlar

el nivel de precios, según lo acabado de decir.

El refinamiento y “repaso lógico” hecho con las curvas “IS-LM” a las ideas de la

“Teoría general”, aparte de que la dejasen como un caso particular de la de los

clásicos24, no aportaron nada sobre lo equivocado de la realidad que se pretendía

por Keynes: la inversión se sigue “considerando renuente” y hay que “completarla”

con el gasto público y el ahorro continúa demonizado. En definitiva, seguimos igual.

Las malas inversiones, en consecuencia, se producirán por la intervención del

banco central para bajar los tipos de interés, a la vez que el consumo a crédito de

bienes de consumo duradero y de viviendas especialmente, se favorecerá en

extremo y la inflación se enseñoreará del sistema, ya sea en los precios de los bienes

y servicios, ya en la bolsa. Por otra parte, la oferta de dinero se descubrirá que no

es tan “gobernable” por “el master de la palanca” como se creía, sino más bien al

revés, tal y como la práctica ha manifestado, por lo que el banco central se ve

compelido a acatar lo que los bancos quieren y no los bancos lo que él dice, ya

que cuando estos “se pasan” en el dar préstamos (las más de las veces impulsados

por los tipos bajos de interés que esos bancos centrales mantienen con la ilusión de

“cebar la bomba”) entonces “la salvación” la tiene que hacer el propio banco

central a costa, casi siempre, de todos los contribuyentes. (Saltándose la doctrina

Bagehot de acudir solo a las crisis de tesorería y no tanto a las de solvencia)

LOS INMEDIATOS AÑOS “PRE Y POST” SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. LOS ACUERDOS DE BRETON WOODS

Franklin Delano Roosevelt, presidente elegido para acabar con la depresión,

intento aplicar las políticas keynesianas y en lo monetario, primero les dijo a los

americanos: “¡Darme vuestras monedas de oro!”, se las pagó baratas con billetes

de papel en los que había mandado imprimir la leyenda: “As good as gold” …¡?!

Luego, en 1933, devalúo el dólar (quedándose el gobierno con los beneficios) y

24 Es curioso que Keynes la hubiese llamado así, “general”, dado el “ajuste” que hubo que realizar…, lo cual no era

sino una muestra más del uso retórico de la palabra “general”. ¡Nótese que lo es en el propio título de la obra! para

hacer así “más persuasivo” el mensaje para sus lectores…

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suprimió la conversión de billetes en oro, pero puso a los EE. UU. dentro del patrón

oro para las relaciones con los demás países. Con ello se llegó hasta la segunda

guerra mundial que supuso el acabar con el paro por “la contratación” de

soldados y de mujeres en trabajos de las fábricas y como auxiliares del ejército,

especialmente en Europa.

Al finalizar la segunda gran guerra se quiso continuar con la planificación guerrera

como medio de “eliminar las crisis del capitalismo” ... En Inglaterra, ¡después de solo

dos meses desde el día de la victoria!, las ideas liberales de Churchill fueron

derrotadas en las urnas y se decidió ir por un camino teóricamente socialista, que

luego quedó matizado en una socialdemocracia bastante descafeinada. (Aunque

se implantaron las ideas keynesianas de incremento del gasto público y de

nacionalizaron de casi todas las industrias básicas y los transportes. Ejemplo seguido

casi “al pie de la letra” en Francia).

El gasto público inició su andadura por caminos cada vez más alejados del

presupuesto equilibrado y la libra empezó a tener problemas y a no poder cumplir

el papel que se le habían reservado en los acuerdos de Breton Woods de 1944 (La

conferencia de las Naciones Unidas celebrada en esta localidad de New

Hampshire, Estados Unidos). Esos acuerdos fueron negociados por Keynes y el

americano Laurence R. White. Básicamente consistieron en que se volvía a una

versión del, para algunos, periclitado sistema del “Gold Exchange Standard”, solo

que sustituyendo el oro por el dólar (o por la libra en el área de influencia de esta y

por ello prácticamente reducida al espacio de la “Commonwealth”). La decisión

fue en contra de los deseos de Keynes, que abogaba por una divisa internacional,

el “bankor”, no sometida a ningún gobierno y administrada por unos “funcionarios

de élite” en el ámbito de las naciones unidas… (Algo parecido a lo que ha

acabado por ser el euro para Europa). Pero, después de las dos guerras mundiales

el poder internacional había basculado desde Inglaterra hacia los Estados Unidos,

los únicos detentadores de cantidades de oro realmente capaces de ofrecer una

conversión de su moneda a ese metal, por lo que impusieron su criterio y se

determinó lo que más favorecía a sus intereses. Teóricamente, según ese acuerdo,

los dólares poseídos por los diferentes países, procedentes de los intercambios

internacionales (las libras en su área) eran cambiables por oro al viejo precio fijado

después de la devaluación de Roosevelt: treinta y cinco dólares por onza. Pero esto

solo lo podían solicitar los bancos centrales de cada país y bajo petición expresa

de los gobiernos nacionales. Cosa que se procuró evitar siempre con presiones de

todo tipo ejercidas por la diplomacia USA. En esos acuerdos se crearon, además,

dos instituciones:

El FMI (Fondo monetario internacional), como una especie de “banco

central internacional” que recibió unas cuotas fundacionales de los países

miembros y que se veía como un medio de evitar las devaluaciones

competitivas, como las que todos los países hicieron en la década de los

años treinta del siglo XX, cuando buscaron “defenderse” de la crisis que les

venía de Estados Unidos y del fin del patrón oro y que contribuyeron a

agravar, aún más, la “gran depresión”.

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El principal propósito del FMI consistiría en asegurar la estabilidad del sistema

monetario internacional, es decir, del sistema de pagos internacionales

y ejercer un de control de los tipos de cambio que permitiese efectuar

transacciones entre todos los gobiernos, ciudadanos y empresas de todos

los países. Después de la “decisión Nixon”, de la que luego hablaremos, por

la que se suspendió el “patrón de cambios dólar” y se quitó toda posibilidad

de obtener dólares por oro, el FMI debía haber desaparecido, pero, como

casi siempre saben hacer todas las “burocracias” para perpetuarse a sí

mismas y a sus funcionarios, “supo reconvertirse” y bascular hacia unas

misiones, que en sus inicios solo eran “subproductos” de su misión principal.

Para ello, acabó diciendo que para mantener “la estabilidad” y “prevenir

las crisis” (¡?!) en el sistema monetario internacional, debía pasar a ser una

organización que diese revista a las políticas económicas aplicadas por

todos los países miembros (sus “famosas visitas de hombres y mujeres de

negro”) así como informar sobre la situación económica y financiera

nacional, regional y mundial a través de un sistema formal de supervisión. El

FMI proporcionaría también asesoramiento a los 189 países miembros y

recomendaría políticas que promoviesen la estabilidad económica,

redujesen la vulnerabilidad a crisis económicas y financieras y mejorasen los

niveles de vida…

Desde sus inicios, el FMI otorgó y otorga, financiación con el fin de “dar

tiempo” a los países miembros para corregir sus problemas de balanza de

pagos, para lo cual. previamente y con su asesoramiento, las autoridades

nacionales formulan “programas de ajuste”. (Los famosos “recortes”). La

continuidad de ese respaldo financiero está condicionada a la implantación

eficaz de esos programas. Ante la reciente crisis económica internacional, el

FMI fortaleció su capacidad de préstamo al aprobar, en abril de 2009, una

reforma profunda de sus mecanismos de apoyo financiero, medidas

complementadas en 2010 y 2011. El FMI ante los problemas que se dieron en

los años sesenta del siglo XX decidió emitir un “activo de reserva

internacional” conocido como “Derechos Especiales de Giro” (“DEG`s) una

moneda teóricamente referenciada al oro, pero incambiable por él (¡?!),

como medio de complementar las reservas de dólares. El total de

asignaciones de “DEG`s” asciende hoy a alrededor 204.000 millones

(aproximadamente unos US$280.000 millones).

La principal fuente de los recursos financieros del FMI son las cuotas de los

países miembros, que en términos generales reflejan la posición relativa de

los países en la economía mundial. Actualmente, los recursos provenientes

de las cuotas ascienden a alrededor de unos 238.000 millones de “DEG’s”

(unos US$327.000 millones). Además, el FMI puede complementar los recursos

de las cuotas obteniendo préstamos del mercado. Los Nuevos Acuerdos

para la Obtención de Préstamos (NAP), que fueron ampliados en 2011

pueden suministrar recursos adicionales de hasta 370.000 millones de “DEG’s”

(unos US$515.000 millones) y son el principal complemento de las cuotas. A

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mediados de 2012, los países miembros también se comprometieron a

aumentar los recursos del FMI a través de acuerdos bilaterales de préstamos.

Como vemos, el FMI era, en cierto modo, el garante de unas teóricas

“paridades fijas” entre las monedas, de acuerdo con lo que se fijó en Breton

Woods, ya que se permitía una fluctuación, en torno a un 0,75 % de las

paridades establecidas inicialmente si la fluctuación no llegaba a superar un

10%. Como la excepción pasó a ser la norma, el FMI se convirtió más en el

“notario” de las devaluaciones que en vigilante de lo contrario…

El Banco Mundial, que en un principio se llamó Banco Internacional de

Reconstrucción y Fomento (BIRF), el cual tenía una misión que evolucionó

desde la primigenia de “facilitador de la reconstrucción y el desarrollo de

posguerra” al mandato actual de “aliviar” la pobreza en el mundo... Su

primer préstamo fue para Francia en 1947, luego, ante la implantación del

plan Marshall, su atención pasó hacia los nuevos miembros, mucho de ellos

procedentes de los procesos de descolonización en África y Asia, así como

en Latinoamérica, dando ayudas para programas de asistencia técnica

para infraestructuras, la agricultura, la alimentación, etc.

En cualquier caso, ante las políticas desenfrenadas de gasto público y de inflación

consiguiente, muy pronto la libra no pudo sostener el papel de “co-divisa soporte”

que se le había asignado y mucho menos de garantizar la conversión en oro de la

misma, cosa que ni siquiera logró dentro de su propia y limitada área de influencia.

El dólar quedo, así, como la única “divisa convertible” del sistema, máxime cuando

el PIB de Estados Unidos, por el esfuerzo de guerra, se había más que se duplicado

entre 1940 y 1945 y que ese país detentaba más de dos tercios de las reservas de

oro mundiales.

Aparte del inicio de las actividades de las dos organizaciones transnacionales y

multilaterales, de las que hemos hablado, el plan Marshall significó la entrada en la

Europa continental, (excepto en España y los países bajo la dictadura soviética),

de doce mil millones de dólares. (Casi todos para Francia, Alemania, Italia, Países

bajos, Reino Unido, Austria y Dinamarca). En 1946 las salidas de dólares con cargo

al plan fueron de más de cinco mil millones de dólares, lo cual fue una ayuda

inestimable para esos países, pero al tiempo eran un facilitador de las

exportaciones americanas cuyo comercio exterior llego a ponerse en más de siete

mil quinientos millones de dólares en 1947.

Curiosamente, los países europeos continuaban con las restricciones y

contingentaciones de la época de guerra y se pretendía mantenerlas y someter la

economía a una planificación extrema. Ello no facilitaba el que los precios interiores

fuesen competitivos para las exportaciones y que, incluso con las aportaciones de

dólares antes dichas, hubiese problemas para disponer de los mismos para el pago

de las importaciones. Afortunadamente, en la naciente “Alemania occidental” se

cambió ese sistema y se pasó a una organización liberalizada bajo la impulsión de

Ludwig Erhad y el nuevo canciller Konrad Adenauer. Ese éxito fue un ejemplo y un

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espejo donde se estrellaron las políticas “planificadoras” y de gestión pública y de

nacionalizaciones que habían sido emprendidas en todos los demás países

europeos, con lo que poco a poco se fueron levantando, aunque con muchas

resistencias ideológicas.

Pero, como ya había manifestado Jacques Rueff, todo patrón tipo “Gold Exchange

Standard” no puede mantenerse a largo plazo, pues los diferentes países van

acumulando reservas de la divisa central del sistema y se produce una doble

inflación, tanto en el país acreedor como en el deudor, ya que en los dos se

expansiona la oferta monetaria con la consiguiente inflación. Añadamos a todo

ello que los Estados Unidos se emplearon en dos nuevas guerras altamente

sangrantes de sus presupuestos (Corea y Viet-Nam) y que la administración

Kennedy llevo al límite la implantación de las ideas keynesianas. Por otra parte, las

inversiones directas fuera del país, aprovechando esa “fuente de dólares”

procedente del mecanismo del “dollar exchange standard”, pasó a tener cifras

realmente escalofriantes de más de tres mil millones de dólares por año desde 1960.

Al mismo tiempo, el resurgir europeo y japonés iba a poner en aprieto, cada vez

más, la competitividad exterior de los productos USA, lo que contribuyó también al

deterioro de la situación de su déficit comercial y a que más dólares estuviesen en

manos europeas y de otros países y que los mismos empezasen a ser colocados, no

ya en activos financieros públicos o privados dentro de Estados Unidos, como

quería el “sistema puro” del “dollar exchange standard”, sino en bancos de fuera y

en activos financieros emitidos en dólares por entidades bancarias y empresas

europeas, con lo que se inició el sistema de los “eurodólares”, que se

autoalimentaban “a cada vuelta” por el mecanismo del multiplicador del crédito,

que lógicamente, también se les aplicaba a esos depósitos. (La masa de

eurodólares en 1980, cuando ya había “hecho crisis” el sistema de Breton Woods,

se estimó en más de novecientos mil millones de dólares y se constató que había

tenido una progresión al alza a razón de un sesenta por ciento de incremento por

año…).

Los saldos en dólares mantenidos por el resto del mundo en activos interiores

americanos, o en eurodólares, cada vez eran más elevados y no era un secreto

para nadie que el stock de oro, por el que teóricamente eran cambiables, era

cada vez menor en proporción y que la paridad fijada en 1933, de treinta y cinco

dólares la onza, empezaba a ser ridícula. Ello llevó al inicio de una especulación

sobre el oro, habida cuenta de los temores de una “ruptura” del sistema. Las

políticas de gastos públicos con presupuesto en déficit permanente que se

extendían por todos los países europeos, salvo en Alemania, eran otros frecuentes

y añadidos “brotes de inestabilidad” dentro de cada país y las devaluaciones

fueron lo normal. En especial, la especulación se cebó contra la libra y el franco

francés. Con la primera por su desenfrenada política de gasto social, no pagada

con impuestos suficientemente sino con deuda pública colocada directamente en

los bancos o por emisión de bonos que se monetizaban en el banco de Inglaterra.

En el caso de Francia pasaba más o menos lo mismo, por la cantidad de controles

e intervenciones gubernamentales, más los gastos por las guerras de Indochina y

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Argelia. Para financiar toda esa cantidad de gasto público en déficit, se utilizaba

igual procedimiento de monetización de deuda que en Inglaterra o bien la

colocación de empréstitos en los mercados nacionales e internacionales.

Gran Bretaña tuvo una serie de devaluaciones, como hemos dicho, las cuales, de

rebote, agravaron aún más la situación francesa, que solo se resolvió con el “golpe

de timón” auspiciado por De Gaulle, bien asesorado por Jacques Rueff. El plan

francés consistió en otra devaluación del franco, a la vez que se creaba una nueva

divisa: el “franco nuevo”, equivalente a cien “francos antiguos” (el anterior “franco

Poincaré”); todo acompañado de una serie de medidas para equilibrar el

presupuesto, detener la indiciación de salarios y rentas a la inflación y liberalizar la

economía, sacando al sector público de muchos ámbitos donde su intervención se

había demostrado altamente ineficiente. La reforma fue un éxito enorme, al igual

que la tuvieron las dos anteriores reformas de la historia monetaria francesa

auspiciadas por Rueff. Curiosamente, lo único que Rueff no pudo conseguir de De

Gaulle fue una reforma del sistema crediticio y bancario francés, el cual siguió bajo

unos supuestos no acordes con las necesidades de una economía más liberalizada

y que suponía financiar a bancos y empresas con una expansión del crédito a tasas

forzadas y bajas. Esto será, algo más tarde, una nueva fuente de crisis y problemas,

que no serán resueltos hasta casi los últimos años del siglo XX, justo antes de la

entrada en el euro.

Los remedios que Estados Unidos intentó poner en marcha, y que obligó a seguir a

los países miembros del FMI, no fueron sino parches de diversa índole para tratar de

no abolir el sistema de Breton Woods que tan favorable le era. Todos acabaron en

sonoros fracasos, cuando no en fuente de mayores inestabilidades. (Aunque hubo

que reconocer que al menos, en su denominación y en el aparato mediático-

diplomático con el que fueron lanzados cada uno de ellos, si hubo mucha

imaginación y creatividad). Así, sucesivamente, se introdujeron:

Los acuerdos “swap” o de intercambio temporal de divisas entre unos

países y otros para paliar escaseces temporales, pero que nada pudieron

hacer, ante los tamaños de la cantidad de divisas que se necesitaban, por

el impacto creciente de los eurodólares.

Los “bonos Roosa”, por el nombre del secretario del tesoro americano que

los promocionó y que no eran más que cambiar los activos en dólares,

detentados bajo unos determinados títulos por los diferentes países, por

estos “bonos” que se decían “garantizados en oro por el tesoro americano”

y que no eran otra cosa que paliativos para renovar la deuda, vencida y

exigida, por una nueva deuda que, para facilitar su aceptación, hubo que

fijarle un plazo de solo dos años. Lo cual acabo con el traer el problema a

las mesas de negociación otra vez.

Los “créditos stand-by”, o “préstamos puente rápidos”, solicitables por

cada país al FMI cuando veía que se empezaba a especular contra su

moneda para que hiciese una devaluación. Como las cifras que los

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especuladores ponían sobre las mesas de las bolsas de divisas eran de tal

calibre (y que, curiosamente, salían del mismo sistema de crédito

auspiciado por los eurodólares) no hubo especulación que fuese posible

que se detuviese por esos “créditos stand-by”.

La creación del “pool del oro” en 1962, el cual se constituyó dentro del

Banco internacional de pagos de Basilea y al que se adhirieron los Estados

Unidos, Gran Bretaña y otros siete países europeos. Su única finalidad era la

de “frenar” el precio del metal noble en el mercado libre ya que

amenazaba con liquidar el sistema de Breton Woods. Se confió al banco

de Inglaterra su operatividad para lo cual se depositaron por esos países

unos fondos en común para comprar o vender oro al precio standard,

según conviniese, pero que no fue sino una sangría continua de recursos a

la que hubo que poner fin antes de que acabase la década de los

sesenta.

El aumento de cuotas de cada país en el FMI, que solo fue un “toque a

rebato” por el agotamiento de los “fondos propios” del FMI, con la finalidad

de que se siguiese poder ayudando a los países “manirrotos” en sus

finanzas públicas. (El aumento de las mismas en 1965 fue de un 25%).

Los “derechos especiales de giro”, que se creyeron la “solución definitiva” y

que, aun cuando es verdad que aún perduran desde su creación en 1969,

no son sino “restos” permitidos por la propia abolición del sistema que,

curiosamente, no los eliminó al darse por finiquitado. Jacques Rueff los

calificó de “la nada vestida de moneda” y hay que reconocer que eso

eran y siguen siendo. Nacieron como “moneda virtual” emitida por el FMI y

sus cantidades se asignaron en un principio según las cuotas de cada país

miembro a razón de un 16,8% de la misma. (Pero se fueron añadiendo más

y más asignaciones según reclamaban los distintos países ante la

especulación que no cesaba contra sus divisas).

El atacar el problema de raíz es lo que no se quería hacer, pues eso a quien

más habría perjudicado hubiera sido a los Estados Unidos. Los DEG’s se

denominan en oro y a su precio se refieren. Es como si fuesen “pagares”

cancelables contra dicho metal, pero que, explicita e implícitamente, se

sabe que no pueden ser cambiados por el mismo. Son “moneda” utilizable

para saldar deudas entre bancos centrales de cada país, únicos organismos

que pueden tener acceso a la misma. Cada uno de esos bancos centrales

puede utilizar los DEG`s para pagar hasta el 70% de sus obligaciones y el país

que los recibe en pago debe aceptarlos hasta un total del 200% de sus

haberes en esos “DEG’s”. Como hemos dicho, no paliaron el problema de

fondo y el propio fin del “dollar exchange standard” puso de manifiesto su

futilidad y eso, aunque entre 1970 y 1972, se expansionaron a una tasa de

veinte mil millones por año…

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LA CRISIS DEL SISTEMA DEL “DOLLAR EXCHANGE STANDARD”. LA IMPORTANCIA DE JACQUES RUEFF

La sangría de oro que Estados unidos empezó a sufrir, especialmente desde el inicio

de los años sesenta, fue a más y casi al final de la década las pérdidas de oro eran

ya de una cantidad más que sensible. Al revés que en Estados Unidos, en Los países

europeos se estaba cambiando de política, especialmente en Francia, donde la

“V República”, inspirada por De Gaulle, bien asistido por su consejero Jacques

Rueff, había implantado una estabilización de la moneda y un presupuesto

equilibrado desde 1958. Algo similar se estaba realizando en Asia, donde Japón ya

tenía una balanza comercial que comenzaba a inclinarse en contra de los Estados

Unidos.

El 5 de febrero de 1965, De Gaulle dio una de las conferencias de prensa más

impactantes de aquellos tiempos, pues fue la primera vez que un alto mandatario

occidental se revelaba públicamente “contra la potencia dominante” y en ella

claramente exigió que se le devolviese el oro contra los dólares que presentase, tal

y como el sistema pactado en Breton Woods establecía. Como “del dicho se pasó

al hecho” Francia y luego tímidamente otros países, empezaron a tener una reserva

de oro creciente, menguando al tiempo la de Estados Unidos. Así, las reservas de

oro de la FED, que tras la segunda guerra mundial estaban valoradas en 20 mil

millones de dólares, se vaciaron hasta los 9 mil millones. Por estas razones, De Gaulle

y Rueff se habían ganado el ser declarados oficiosamente “personajes non gratos”

por el americanismo más burdamente anticomunista y más proclive a la guerra de

Viet-Nam. El insistir por De Gaulle y Rueff en la vuelta al patrón oro clásico, cuando

esto suponía “cerrar la financiación” del “entramado político-militar”

estadounidense y que esa posición se tomase, por esos sectores ultras, como una

“traición” al esfuerzo de guerra del “mundo libre” en el sudeste asiático (más el que,

a la par y en plena guerra fría, se favoreciese a la URRSS, por ser esta una de las

grandes detentadoras de oro), significó que “el general”, que aun cuando en la

crisis de los misiles de Cuba se había declarado claramente partidario de Kennedy,

fuese visto como un “desertor”. (Por ese posicionamiento y a causa también de

que, en otra de sus “posturas”, había ejercido un “acto de independencia” al salirse

del mando conjunto de la OTAN…).

Lo que dijo De Gaulle, en el párrafo más significativo de su conferencia, fue:

“… El hecho de que muchos países, acepten como principio, que los dólares sean

tan buenos como el oro, conduce a los estadounidenses a endeudarse de forma

gratuita a expensas de otros países. Porque, lo que EE.UU. debe, lo paga, al menos

en parte, con un dinero que solo ellos pueden emitir. Ante las graves consecuencias

que se podrían desencadenar en caso de una crisis, creemos que se deben tomar

medidas a tiempo para evitarla. Consideramos necesario que el comercio

internacional se establezca sobre un patrón monetario indiscutible, y que no lleve

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la marca de un país en particular… ¿Qué patrón? ¡La verdad es, que no se puede

imaginar otro patrón que no sea el oro! ...”

Richard E. Caves, que en ese tiempo era presidente del departamento de

economía de la Universidad de Harvard, dijo: … “La idea del patrón oro de De

Gaulle es salvajemente irracional y De Gaulle no sabe de lo que está hablando” …,

y acto seguido elogió las “reformas” establecidas por el “FMI” así como la

propuesta de los “derechos especiales de giro” para ayudar a los países que

enfrentaban un grave déficit en su balanza de pagos… Al mismo tiempo, el ya

entonces muy famoso economista Paul A. Samuelson, profesor de Economía del

Instituto Tecnológico de Massachusetts y futuro premio nobel de economía, dijo

que el principal asesor de De Gaulle (Jacques Rueff) era un “tonto” por haberle

sugerido al “general” tal propuesta…

Jacques Rueff, valientemente, se fue a EE. UU a dar conferencias y a entrevistarse

con todo el que quisiese recibirlo para explicar su postura, y tratar de que se crease

un consenso en torno a una medida que propugnaba junto con otro economista

americano, el profesor Triffin. En ella ambos economistas abogaban por el retorno

al auténtico patrón oro con una nueva paridad establecida en una onza de oro

por setenta dólares. Eso era el doble del cambio oficial en ese momento y

significaba reconocer que el poder de compra del dólar había sido reducido

realmente a la mitad. Pero todo el “establishment” americano la tuvo como algo

que proponía un precio ridículamente alto y dichos “poderes facticos” no

soportaban que se pudiesen pedir tantos dólares por una “simple onza de oro” ya

que eso, a corto plazo, estaba claro que perjudicaba a los intereses de las grandes

empresas, de las firmas de Wall Street y del gobierno USA. Pero el valor del dólar

respecto del oro seguirá cayendo, decía Rueff, y … “todo demuestra que hoy en

día ya no bastan setenta dólares para comprar una onza de oro. Es decir, en los

últimos cien años, el dólar ha perdido, en términos de oro, más del 95 % de su valor,

de ahí mi propuesta…”

A medida que la demanda de oro crecía, el “pool de Londres” no podía “seguirle

el ritmo” y le resultaba cada vez más difícil mantener el cambio de treinta y cinco

dólares por onza. En marzo de 1968, Estados Unidos decidió acabar (¡?!) con la

pérdida incesante de oro… El remedio que se aplicó consistió en “obligar” a firmar

un compromiso firme de todos los gobiernos y bancos centrales para no comprar

ni vender oro en los mercados libres. Esto es, las reservas de oro de los bancos

centrales y el resto de todo el oro del mundo funcionarían en compartimentos

estancos, jamás se mezclarían… De nada sirvió y el “pool del oro”, al poco, saltó

por los aires.

Así que, el 15 de agosto de 1971, por orden del presidente Richard M. Nixon, el dólar

dejó de ser convertible en lingotes de oro, incluso para los gobiernos y bancos

centrales extranjeros. Fue el golpe de gracia al “dollar exchange standard” y con

ello al sistema de Breton Woods, y supuso el fin de cualquier reminiscencia de

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relacionar el dinero papel o bancario con el oro. (Aunque el futuro está siempre

abierto…).

Al firmar aquella decisión, Nixon dijo una frase rimbombante que era toda una

verdad, por ser “colofón y punto y seguido” de una impostura: “…Esta es la decisión

más importante de la historia monetaria universal…” (¿!?) Fue también la

consumación de una evolución narrada en los propios billetes de dólar y en los

billetes de todas las demás divisas implícitamente y que ha llevado, como hemos

visto, no más de una centena de años... Primero, los billetes llevaban la “pudorosa

leyenda” de: “…el banco de” ... (póngase aquí el nombre del banco central de

cada país) … “pagara al portador la cantidad de” …. Luego, cuando se “recogió”

el oro, prohibiendo acuñaciones de monedas en Estados Unidos, la leyenda fue:

“Este billete es tan bueno como el oro” (“This note is as good as gold”) Finalmente,

desde la “decisión Nixon”, los dólares se han quedado con la frase conocida y

archivista de: “In God we trust” … que se puso a los billetes de la divisa americana

y que, en contra de la que se supone debía ser su intención, resultó ser el más

grande de los sacrilegios…, ¡al imprimirse encima del mayor de los fraudes!… (Los

billetes de euro, más laicos, ni siquiera llevan leyenda alguna…).

Como se necesitaba proponer algo retórico, que hiciera creer lo contrario a

tamaña impostura, se erigió en norma de obligado cumplimiento el difundir que

“no se había devaluado el dólar” (¡?!) Sino que lo que se había hecho era: “¡la

desmonetización del oro!” La mayoría de los especialistas y pensadores próximos

al poder y los “voceros” institucionales, hicieron como que se lo creían y aceptaron

difundir el fraude de que el dinero es en realidad: … “una simple y a la vez abstracta

unidad de cuenta” …, cuyo valor proviene de la cantidad “M” multiplicada por su

"velocidad de circulación “V” …¡?! Por eso, decía el entorno de Nixon, los que

tienen que estar preocupados son los que tengan oro … ¡?! ya que su valor era el

que era por el sostén que le daban los gobiernos¡¡??!! Pero a partir de ahora….

¡cuidado! Nadie creería en su sano juicio que se pudieron decir tales cosas, pero

así fue y así siguieron intentando convencer de lo imposible, e incluso pronosticaron,

¡para acabar en el mayor de los ridículos!, que: … el precio del oro descendería

una vez abandonada la convertibilidad, y que se pondría en solo ¡ocho dólares la

onza! Ya que ¡?!: “únicamente solo conservaba ya una demanda industrial y

ornamental… Como ya se sabía que todo eso era una solemne mentira (de las que

tanto abusó aquella administración y que al propio Nixon le costó “el impechment”)

y, pensando que los intentos de persuasión retóricas no bastarían, en agosto de

1.971, y “con el fin de "evitar la inflación", se decretó en EE. UU. un control estricto

de precios y salarios que, como ya sabemos lo de que “no se pueden poner puertas

al campo”, no consiguió los resultados apetecidos e incluso se originó un

desabastecimiento de combustible y el que se complicase aún más el trabajo de

las empresas.

En diciembre de ese mismo y fatídico año, se firmaban los acuerdos del

“Smithsonian institut” entre los principales países del FMI, (de nuevo bajo la batuta

e imposición del gobierno USA), según los cuales esas naciones se comprometían a

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mantener un cambio fijo con el dólar... Nacía así una fluctuación compartida en

estrechas bandas, que “subía y bajaba en las gráficas” como una especie de

serpiente... Todo para que, en 1973, saltase de nuevo por los aires este acuerdo

también, cuando los bancos centrales de Alemania y Suiza decidieron dejar de

adquirir la enorme cantidad de dólares de la que trataban de deshacerse los

inversores de medio mundo acuciados por un pánico insalvable… (Los EE. UU.

seguían con la guerra de Viet-Nam gastando a espuertas y sin querer apearse de

su postura dominante con respecto al dólar.)

Desde “la decisión Nixon” empezó la era del “dinero administrado”, en la que los

bancos centrales abandonaron su papel de emitir moneda y redescontar letras y

créditos comerciales a la banca (según pretendía Walter Bahegot) para convertirse

en el soporte último de las decisiones que los bancos comerciales quieran tomar.

(Es cierto que esto se da en las entidades llamadas “sistémicas” más que en las

pequeñas, pero no deja de ser por ello considerable el citado “poder inverso”). Es

una paradoja, por tanto, el que se hable de la “autoridad monetaria” cuando se

sabe bien que la misma está sometida, en última instancia, a lo que los grandes

bancos decidan hacer en la concesión de créditos y que será su “prestamista de

última instancia” contra casi cualquier tipo de activo, como ha acabado

mostrando la realidad de la última crisis 2007-2014. Por su parte, el dólar y el resto

de divisas, siguieron y siguen en circulando porque, aunque sean inconvertibles al

oro, en ¡curiosa paradoja!, en su mayor parte son deuda pública. Dicho de otra

manera, desde “la decisión Nixon” el valor de nuestras monedas depende, en

última instancia, de la solvencia del estado que pone su nombre a la divisa de que

se trate. Por eso, en la reciente crisis y gran recesión posterior, el colapso de los

estados supuso también el colapso de sus monedas, o bien que tuvieran que ser

defendidas esas monedas y esos países por los otros estados de la eurozona, a

costa de todos sus ciudadanos, como fueron los casos de Irlanda, Portugal y Grecia,

y en menor medida de España e Italia.

EL “FIN DE LA ERA KEYNESIANA”(I). MILTON FRIEDMAN (1912-2006)

La ruptura con el oro y la flotación consiguiente de todas las divisas, fue, en cierta

manera, alabada por otro economista, esta vez de la universidad de Chicago,

considerado también “uno de los grandes” y así mismo, premio nobel de la

especialidad. Nos estamos refiriendo a Milton Friedman. La importancia de su

magisterio y su influencia le venían desde hacía tiempo, pues muy pronto cuestionó

a Keynes y lo hizo atacando el “santa sanctórum” más keynesiano: “la función de

consumo”, para la que, a pesar de utilizar numerosos estudios econométricos y

sociológicos, no consiguió encontrar un comportamiento estable, como habían

proclamado Keynes y los keynesianos y ni siquiera “razonable”. (Por utilizar los

propios términos de Keynes) con lo que la cuestionó de arriba a abajo.

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Friedman adquirió también gran parte de su posterior notoriedad por haber hecho

un famoso estudio sobre la historia monetaria de los EE. UU., donde ponía de

manifiesto que la crisis del veintinueve fue tan duradera por los errores de la propia

FED, que cuando no tenía que haber mantenido el “grifo del dinero” abierto, lo hizo

y sin mesura y cuando debía abrirlo, justo cuando se desencadenó la crisis, por el

contrario, lo “cerró a cal y canto” … Friedman también consiguió, por sus

demostraciones de los errores de Keynes y de la inutilidad de la política fiscal y de

gasto público, que hasta el “ultra keynesiano”, Samuelson, cambiase el texto de su

famoso manual (“economics”) al tener que reconocer este, que dada la inflación

de dos dígitos que se desencadenó después de la ruptura con el oro por parte de

la administración Nixon y que ya venía de antes, por el desenfreno en el gasto

público y por causa del nefasto sistema del “dollar exchange standard”, la política

monetaria, y no tanto la fiscal, era la que tenía que ver y contender con esa

inflación. (Samuelson, en las ediciones décimo quinta y siguientes de su “manual”,

las cuales ya firmaba con otro colega, (W. Nordhaus), paso a definirse como “buen

monetarista” y aceptaba que ambas políticas “debían marchar al unísono” …)

Friedman es visto como el “diablo liberal” por antonomasia, pues se le acusó de

haber asesorado al gobierno del dictador Pinochet en Chile, lo cual no sería más

que pura demagogia si nos detenemos a observar a todos los economistas que han

ayudado o asesorado a dictadores de todos los signos políticos, auspiciados y

pagados por organismos internacionales como el FMI, el banco mundial, el banco

africano de desarrollo y otros organismos multilaterales y, más en concreto a países,

de la órbita de la antigua URRSS. (Como puso de manifiesto tantas veces el que fue

director de L’Express, el periodista francés Jean François Revel, se da un curioso

sesgo en algunos periodistas por “rasgarse las vestiduras” ante las “visitas” a un tipo

de dictaduras y por silenciar las que se hacen a “otras”, cuando ambos tipos de

dictaduras son igualmente odiosas…). La verdad es que los que implantaron las

medidas liberales bajo la dictadura de Pinochet fueron expertos chilenos, algunos

de los cuales, ciertamente, habían estudiado con Friedman en Chicago. También

es verdad que Friedman aceptó dar allí unas conferencias y que eso sirvió para que

“unas determinadas fuentes” le achacasen el que con ello parecía que

apadrinaba a la dictadura…

A los expertos chilenos se les pudo achacar que colaboraran con Pinochet, pero

las medidas que implantaron fueron del mismo tipo, o casi idénticas, que las que

recomendó en 1958 con igual éxito, otro economista liberal, Jacques Rueff, en la

“democrática” Francia. Las mismas, a su vez, que este economista había

recomendado en 1938, cuando fue el “frente popular” el que le pidió poner orden

en el caos económico en el que se había sumido Francia, justo cuando ya Hitler

amenazaba con la guerra. Este tipo de medidas fueron también las que, en medio

de muchos altibajos, y sin eludir que también con algunas o bastantes injusticias, y

no siempre bajo regímenes políticos democráticamente homologables, emplearon

países como Corea del Sur, Taiwán, Israel, Hong Kong o Singapur. Es curioso que

todos ellos partieran, hace algo más de sesenta años, de un PIB inferior al de Nigeria

y ¡no digamos de Cuba! y que hoy, esta república del caribe, y la africana,

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teniendo incluso petróleo, estén donde están. Es la misma afirmación tantas veces

repetida en los viajes: “…parece mentira lo rico que es este (tal o cual) país…, tiene

minas, petróleo, naturaleza agradecida y, sin embargo, sus gentes son pobres y

deben emigrar o vivir malamente”. Al decir esto nos olvidamos de lo que nos enseñó

Adam Smith en su libro “La riqueza de las naciones”, al referirse a cómo un país con

muchas minas de oro y plata podría ser muy pobre y que otros, por el contrario, sin

esas minas y recursos naturales, sabiendo trabajar productivamente y

comerciando, podrían procurarse mucho más oro y plata. (Es indudable que,

además, hace falta un estado de derecho, que dé confianza a empresarios y

consumidores y donde la persona humana sea respetada en su propiedad y en su

libertad).

Curiosamente, los liberales no tienen en tanta estima a Friedman, pues, aunque le

reconocen su postura defensora de las libertades25, argumentan que su práctica

profesional parecía contradecirle y que su “doctrina monetarista” no es sino

“Keynesianismo mejorado y continuado de otra forma...” En efecto, Friedman utilizó

el propio razonamiento y estilo de pensamiento de Keynes para refutarlo y llegar a

conclusiones totalmente diferentes. Friedman atacó con ese mismo método

keynesiano el que hubiese que elegir entre paro e inflación, como les gustaba

sostener a keynesianos como Samuelson, y que la “curva de Philips”, que eso

representaba, no tenía ni lógica ni soporte empírico alguno o era un caso muy

particular. (Cosa que la “stagflation” de los años setenta del siglo XX se encargó

también de volver a confirmar) En especial, Friedman se oponía a que la causa de

todos los males fuese el que se dijese que “no había demanda efectiva suficiente”

sino que, por el contrario, él sostenía y demostró, que la causa de la depresión y el

paro habían sido la deuda sin freno, el desastre del “dollar exchange standard” y

la política monetaria que se había usado y que se continuaban usando. Contra el

desempleo, argumentó claramente Friedman, nada puede hacerse con política

fiscal de gasto público, salvo en el muy corto plazo. Inundar de dinero, sacado de

la nada, la vida económica no sirve para conseguir más nivel de empleo, ni hacer

crecer realmente a la nación y solo moverá al alza o a la baja, según sea el caso,

al nivel de precios, a la renta nominal o al tipo de cambio, distorsionando esas

variables y alejándolas de su valor natural.

Friedman era también contradictorio como “liberal”, por haberse pasado, como

Keynes, toda la segunda guerra mundial como funcionario y haber contribuido a

crear en los Estados Unidos el impuesto sobre la renta de las personas físicas. En

concreto, fue debido a sus recomendaciones el que se practicase la retención a

cuenta en origen de la cuota de este impuesto (cosa que ya se hacía en gran

Bretaña) y que el sistema perdurase después de la guerra. (Es verdad que luego

adjuró en cierto modo de su error, pues eso sirvió sobre manera para que se diera

un crecimiento muy grande del sector público en los EE UU). En contrapartida y

gracias su obstinación y labor divulgativa, a él se debió en gran medida que se

25 Su libro más conocido: “capitalismo y libertad” fue, y continúa siendo, un “best seller” y su serie de TV: “Libertad

de elegir” fue también una de las de mayor éxito de público cuando “se pasó” en las principales cadenas de

todos los países del entonces llamado “mundo libre”.

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acabase con el servicio militar obligatorio en los años setenta, lo cual hasta los

jóvenes más ultras y militantes del partido demócrata le alabaron.

Después de un tiempo en la universidad de Columbia, en Nueva York, Friedman

acabó por enseñar definitivamente en Chicago. Allí redactó su estudio sobre la

historia monetaria de Estados Unidos (en colaboración con otra economista: Anna

J. Schwartz) al que nos hemos referido antes y pasó a poner en candelero

nuevamente a la famosa “ecuación cuantitativa” y a proclamar que: “la inflación

es solo y únicamente un fenómeno monetario”. Si por algo será conocido Friedman

es, precisamente, por su obsesión con la dicha “ecuación cuantitativa”:

M*V= P*Q

Obsesión que le llevo a extremos jocosos… (Ver cuadro 1) y para la que

reivindicaba que se la “liberase del error de Fisher”, que había estado obcecado

con la “P” de los precios para estabilizar estos y así combatir la inflación. Friedman

demostrará que no es sobre índices de precios más perfectos, como quería Fisher y

sobre políticas de rentas o de contención de estas, sobre lo que debe centrarse el

gobernante, sino en mantener a la cantidad de dinero bajo control, a la “M”.

(Nada nuevo, por cierto, sobre lo que los escolásticos españoles de la escuela de

Salamanca no hubiesen dicho muchos siglos antes…). Friedman pensaba, a

diferencia de Keynes (que creía errática a la velocidad del dinero y sometida a la

“influencia avara” de los atesoradores y de las “trampas de liquidez”) que esta era

bastante estable y que, por ello, como normalmente la producción de bienes

también crece lentamente, todo aumento de la cantidad de dinero se traslada al

nivel de precios, con un plazo relativamente rápido, aunque no menor de un año

y medio. (Ver cuadros 2, 3 y 4). Por esta razón para controlar la inflación abogaba

por poner un “freno” institucional a la creación de dinero, obligando a la autoridad

monetaria a comportarse como “una constante” que suministra dinero en

proporciones continuas (su famosa tasa fija de incremento al “k” %).

Vemos que Friedman, a diferencia de Jacques Rueff, no va a declararse partidario

del patrón oro como medida de referencia y de soporte a la “M” de la teoría

cuantitativa. (Aun cuando el mismo había sido la pauta durante más de cien años,

hasta justo antes de la primera guerra mundial, había dado lugar a un crecimiento

importante y sin inflación destacable y al que el propio Friedman había alabado

como hecho histórico benefactor, en su famoso libro con Anna Schwartz). Adujo

para esa negación del oro dos razones:

Primera: que era un sistema “muy costoso” en términos de extracción minera,

para luego acabar enterrando el oro en las fosas de los bancos centrales o

bajo las arcas de Ford Knox. Lo cual no dejaba de ser otra vez el referirse,

como Keynes, a “la bárbara reliquia” o “al fetiche del metal”. Pero eso no

era cierto, como se demostró después de haberse abolido el patrón por

Nixon, dado que el oro se siguió extrayendo, refinando, fundiéndose y

acuñándose, en cantidades crecientes y a costes superiores, pues la gente

si sabe dónde se encuentra el verdadero soporte de valor…

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Segunda: que la necesidad monetaria y la producción de oro no actúan en

paralelo en el tiempo y que esas distorsiones, en mas o en menos, en un lado

y otro, podían ser muy negativas. Lo cual, la historia se ha encargado de

demoler también, pues desde la época de los “hermanos Centurione” en

Génova, el oro solo de desplazaba por el saldo neto de las compensaciones

de los comerciantes y no era un sistema de cobro y pago multitudinario. Por

otra parte, el sistema que se siguió desde la “decisión Nixon”, y que ha sido

casi siempre el promocionado desde entonces por Friedman, ha tenido unos

costes enormes, como nos han demostrado las crisis monetarias habidas y la

reciente gran recesión.

Cuadro 1. La “obsesión de Milton”: MV = P*Q

(Él ponía “Y”)

Cuadro 2. La inflación es solo y siempre

un fenómeno monetario... (Milton Friedman)

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Cuadro 3. Friedman y su “M*V = P*Q”

Cuadro 4. “Descomponiendo” la “M*V = P*Q”

El Friedman liberal, pero “pragmático keynesiano a su modo”, va a felicitarse

porque con la “decisión Nixon”, ya solo habría un dinero exclusivamente fiduciario

y que ahora, unos buenos funcionarios, siguiendo su norma de mantener fijo el

crecimiento de la oferta monetaria a un tanto por ciento bajo (¿2%?), no

introducirían distorsiones en el sistema ni se cambiarían las expectativas de los

empresarios. (Nuevamente la “fatal arrogancia” de creer que unas “personas de

élite”, ¡unos funcionarios pretendidamente inmunes a las presiones políticas!, harían

lo que tengan que hacer y que, además, se considera que saben más que los

millones y millones de actores económicos que se habían dotado

espontáneamente y desde siglos, de un “orden natural”: el auténtico dinero en oro

o con otro soporte, pero bien referenciado a él). En este sentido sí puede decirse

que Friedman era un keynesiano en convicciones teóricas, aunque no lo fuese en

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el estricto seguimiento de sus ideas o de sus propuestas. Ahora, Friedman podrá

pasar a hablar de las diferentes “expresiones” que puede tener ese dinero ya “cien

por cien” fiduciario y se iniciará la “escala de las “emes” y, del primitivo “M1” y luego

“M2”, se llegará al “M3”, al “M4” y no se sabe dónde pararemos… (Ver cuadro 5).

Por su parte, los cuadros 6 y 7 muestran como las pretensiones de Friedman de que

la oferta monetaria no creciese en Estados Unidos más allá de un “k%”, constante,

quedaron en nada…

Para mejor entender lo reflejado en ese cuadro 5 diremos que existen las siguientes

clasificaciones de dinero, tal y como los bancos centrales lo consideran hoy en día:

1)-. Dinero legal o Base Monetaria. Es la definición elemental. Está compuesto por

el efectivo en manos del público y por las reservas bancarias. Es decir, se trata de

todos los billetes y monedas emitidos por la autoridad monetaria de cada país y

puede estar “almacenado” en los bolsillos de particulares y cajas fuertes de

empresas y bancos, así como en el propio banco central en forma de reservas de

los bancos. A este dinero es al que M. Friedman llamo: “dinero de alto poder”-

2)-. Dinero bancario (M1, M2 y M3)

M1: Incluye el efectivo en manos del público (EMP), que es una parte del

anterior “dinero legal” como hemos visto, más el dinero depositado en los

bancos en cuentas corrientes a la vista. Estas cuentas no devengan interés

alguno o una cantidad mínima, pero sirven para operar a través de ellas,

domiciliar pagos y cobros, hacer transferencias, solicitar tarjetas de crédito

o débito, o referir el pago desde el teléfono móvil, etc.

M2: Se compone del anterior M1 más otros depósitos bancarios con un

plazo de vencimiento menor a 2 años, así como los que puedan

cancelarse con un preaviso de 3 meses. Son depósitos que sí que generan

una rentabilidad más “visible” para su titular que las C/c. y no pueden ser

retirados de forma inmediata sin preaviso y con un coste de merma de

intereses y de pago de comisiones. Además, no sirven como cuentas de

domiciliación de pagos y cobros.

M3: Es la más amplia caracterización de “dinero” que se utiliza en la

Eurozona. Añade al M2 el dinero invertido en “otros instrumentos

financieros” a corto-medio plazo (no en depósitos bancarios) tales como:

o Fondos del mercado monetario,

o Cesiones temporales de activos y

o Títulos de deuda privada o pública de vencimiento menor a dos

años

En estos momentos, el agregado monetario más amplio publicado en la actualidad

por la FED es M2, ya que dejó de publicarse el M3 en 2006. Por su parte, en el Reino

Unido y en EE. UU., se han utilizado también las definiciones “M0” y “M4”

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M0 es la suma del efectivo en manos del público; es decir, billetes y

monedas emitidos por las autoridades monetarias guardados por empresas

y economías domésticas por motivos de transacción, prudencia o

atesoramiento, justificado en razones especulativas o de no encuentro de

alternativas mejores de inversión. En el año 2006 se dejó de publicar en el

Reino Unido el “agregado” M0

M4 es una definición más amplia de oferta monetaria. Se corresponde,

aproximadamente, con la definición del M3 que utiliza el BCE para la

Eurozona con algún añadido de activos de grandes empresas emitidos a

corto plazo.

Cuadro 5. Del M0 al M1, al M2, al M3, al M4 y…

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Cuadro 6. La realidad del crecimiento del “M3” en EE. UU.

Cuadro 7. El “M3” creciendo… Nótese el incremento 1971-1980 y de 2001 a 1010

Para Friedman, persuadido por los estudios econométricos e históricos que había

realizado, la renta monetaria “Y” dependía de la oferta monetaria, “M”, y da lo

Efectivo en manos del público

M0 + depósitos a la vista en C/c

M1 + depósitos de ahorro a la vista en libretas y asimilados

M2 + certificados de deposito y otros activos altamente líquidos

AÑOS M3 USAPIB

USAM4 UK PIB UK

M3

EURO

ZONA

PIB EU

ZONA

M3

JAPON

PIB

JAPON

1960 – 2014 7.6 6.7 10.1 8.3

1960 – 1970 7.7 7.7 8.2 9.5

1971 – 1980 11.4 10.7 15.2 15.1

1981 – 1990 7.7 7.7 15.3 10.3 9.2 6.2

1991 - 2000 5.6 5.6 7.5 5.9 2.4 1.3

2001 - 2010 7.1 3.9 7.0 4.2 6.7 3.4 1.1 -0.5

2010 - 2014 4.0 3.9 3.7 3.4 2.6 1.3 2.6 0.3

TASAS EN % DE INCREMENTO MEDIO DEL M3 Y DEL PIB NOMINAL

(Fuente: Int. Monetary Rsch. Elab. Propia)

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mismo en que acabe, ya sea en “Q” o, más normalmente, en “P”, como él creía

que sería lo normal. Relegaba, a pesar de sus muchas citas a la misma, a un

segundo plano a la demanda de dinero, como si esta no se moviese o lo hiciese

tan lentamente que no mereciese la pena tenerla en cuenta. La renta monetaria

vendrá dada pues por la cantidad nominal de dinero, pero no dice en que parte

se traducirá exactamente en producción o en precios.

Desde un artículo en 1940 y luego en muchas repeticiones de sus argumentos,

Friedman había aconsejado que para mantener constante la cantidad de dinero

ofertado se adoptasen tres políticas. A saber:

1. Eliminar la posibilidad de cambiar dólares por oro. Dinero fiduciario al 100% y

fin del “dollar exchange standard”.

2. De una manera u otra, la FED debía de acabar también con el prestar a los

bancos lo que estos le acaban solicitando y, además, la “ventanilla del

redescuento” tenia que se cerrarse. Esto haría a los bancos que, si se

pasaban en conceder créditos… ¡su alternativa real podría ser la quiebra!

…, evitando, así, todo tipo de riesgo moral del tipo: “to big to fail” … (Que,

por ejemplo, tan caro nos ha costado en la crisis 2007-2014).

3. La FED debía pasar a pagar “tipos de interés competitivos” a las reservas que

los bancos dejasen en sus arcas. Eso significaba ligar intereses de esos

depósitos de reservas con las tasas de rentabilidad de los bonos del estado,

para que os bancos no tuviesen coste de oportunidad al respecto. Ello

llevaría a que las reservas y la cuantía del M2 no variarían y la FED podría así

asegurarse su objetivo de crecer dicho M2 al % “k” “friedmaniano”.

Pero en 1982, cansado Friedman de “predicar en el desierto” y comprobando que

era imposible doblegar a los funcionarios de la FED a seguir sus recomendaciones,

pues estos no deseaban por nada del mundo perder su autonomía y derecho de

fijar sus políticas como creían conveniente, propuso una nueva medida: dejar que

los bancos comerciales creasen su propia moneda. Para ello hubo de ir en contra

de su primera manera de pensar, la publicada en 1960, en la cual hablaba de la

natural tendencia al fraude por mor de la reserva fraccionaria y el mantenimiento

de las mismas en un % bajo, según marcase la ley de los grandes números. Aportaba

ahora “nuevos argumentos históricos”, junto otra vez con Anna Schwartz, para

justificar esta medida. No es que quisiese abolir a la FED, aunque parecía como si

la desaparición del comité de política monetaria, donde estaban muchos de sus

críticos, no es que le hubiera importado mucho… En cualquier caso, como él mismo

dijo: “…. aun cuando yo desearía abolir la FED, he escrito muchas páginas sobre

“cómo debe manejarse” la FED, y …dado que existe…” (El pragmático Friedman

una vez más…)

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Conclusiones:

1. Quizás haya que achacarle a Friedman el que, con la gran autoridad técnica y

moral que consiguió en vida, y con la que pudo influir para que se aboliese hasta

el servicio militar obligatorio, con la enorme difusión de sus libros y programas de

Tv, que fueron gigantescos “best sellers”, no se hubiese esforzado por hacer que

se volviera al patrón oro. En cualquier caso, su gran logro será haber dejado

claro que el mayor enemigo de la sociedad había sido y continuaba siendo, la

inflación, a la que definió como “un impuesto sin legislación”.

2. La “teoría cuantitativa del dinero”, que tanto gustaba a Friedman, viene a

decirnos, puesta en sus manos, que, de algún modo u otro, la expansión de la

oferta de dinero por encima de la oferta de nuevos bienes y servicios acabará

irremediablemente en inflación. La relación no es automática, como bien se

cuidó de señalar él mismo, y se necesita siempre tiempo para que los aumentos

de dinero del banco central se trasladen a las economías domésticas y a las

empresas. Ese traslado no será inmediato, pero tampoco neutral. Podrá mejorar

a unos, anticipándose o no en su impacto, y retrasarse o empeorar la situación,

para otros, haciéndolo todo en diferentes campos y sobre variables diversas,

tales como: la inversión, el consumo, el empleo o la propia producción de la

economía. Si el banco central rebaja el tipo de interés de forma abrupta y

fuerte, hará crecer la oferta de crédito en la economía y al hacer la financiación

de inversiones y gastos más fácil, provocará que muchos empresarios se lancen

a aumentar la capacidad de sus negocios para poder atender a ese

incremento de la demanda de consumo “auto-inducida”, pero que no será

sostenible.

3. Friedman no confiaba en que la FED lo hiciese bien y quería incluso una

legislación que prohibiese el incremento de la oferta monetaria más allá de una

tasa constante… ¡pero eso ya lo hacía bien el patrón oro al que no se quiso

volver en la primera post guerra mundial! Friedman, aunque eso lo entendía,

juzgó que “ya se había ido demasiado lejos y no había vuelta atrás”, por lo que

se empleó en “administrar”, lo mejor que se pudiera, el sistema existente… Pero

la realidad fue, ¡que este impuso sus condiciones ante todas sus proposiciones…!

Como el mismo señaló: … “hemos tenido que elegir, no entre órdenes

alternativos ideales, sino entre posibilidades alternativas realistas; realistas, me

apresuro a añadir, no con respecto a su factibilidad política, que es

precisamente lo que deberíamos tratar de encontrar y no eliminar de partida,

sino con respecto al resultado efectivo más probable de uno y otro sistema” …

4. Respecto a su adscripción más o menos ortodoxa de “liberal”, vale más que nos

centremos en el “dicho bíblico de las obras” y ahí Friedman pudo apuntarse

“bastantes victorias” en su haber. El que los más conspicuos liberales le acusasen

hasta de “socialista”, hay que verlo a la luz de esas aportaciones, que no por

nada le valieron el premio nobel. Es verdad que su “The Methodology of Positive

Economics”, era profundamente positivista y que su hijo David Friedman, no ha

dudado en definir a su padre como "bastante socialista"…. y que tres de los

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cuatro economistas más liberales consideraban, cuando menos, como “nada

liberales” algunas de sus contribuciones, pero como bien escribió él mismo, en

su “best seller”, “Libertad de elegir”: … "el camino al infierno está empedrado

de buenas intenciones” …

EL “FIN DE LA ERA KEYNESIANA”(II). LA “STAGFLATION”

Si Friedman le dio la “puntilla teórica” a Keynes, con el “morbo añadido” de haberlo

hecho con sus propios argumentos, no es menos que la realidad se encarga de

poner a cada uno en su sitio. La verdad es que se tardó en hacerlo, pues desde

1936, fecha de publicación de la obra cumbre de Keynes, esas “premoniciones”

tardaron más de cuarenta años en cumplirse. Eso cuando desde el mismo

momento de publicación de “La teoría general”, un Hayeck ya dijo que las

propuestas de Keynes eran un imposible teórico y un desastre en caso de

implantarse…

Hemos visto como la inflación se iba comiendo todo y como los gobiernos seguían

resistiéndose ante lo inevitable. Poco les importaba que el dólar hubiese perdido

más de dos tercios de su poder de compra entre 1950 y 1975) y que el sistema

monetario fuese “la nada vestida de moneda” pero ahí seguía. Hubo de llegar una

guerra en oriente medio para que, con ella, unos países, “teóricos aliados”, se

revelasen y creasen un cartel de producción de petróleo al que subieron

drásticamente de precio. La revolución libia había dado un primer aldabonazo,

pero fue el conflicto abierto con la “guerra del Yon Kipur” y la posterior caída del

Sha del Irán la que lo precipitó todo.

En 1971, el precio del petróleo era cosa de las llamadas “siete grandes” que

dominaban el 80% de la producción mundial. Pero en 1973 dejo de ser así. Todos se

habían acostumbrado a un petróleo “barato” y que con la inflación había perdido

no menos del 20% de su valor. Lo que no estaba oculto, pero nadie le hacía caso,

es que su consumo había crecido de forma considerable y no se tenía alternativa

alguna preparada para el mismo. En 1950 el porcentaje del petróleo en el consumo

total de energía representaba el 37.8%, frente al 55.7% del carbón. En 1972, en

cambio, el petróleo y el gas representaban el 64.4% del total. Eso, cuando el

consumo mundial de energía más que se duplicaba cada año y cuando, dada la

tecnología extractiva y de refino existente, la producción era incapaz de sacar

adelante una respuesta a tamaño crecimiento del consumo. Era evidente que con

esa tecnología no se creía que en el corto plazo se pudiesen poner en

funcionamiento nuevos yacimientos.

A principios y mediados de los setenta, Libia, Argelia e Irán, nacionalizaron sus pozos

y, de facto, los sauditas hicieron lo mismo al constituir una empresa estatal, la

Aramco, algo más tarde (En 1979). En octubre del setenta y tres, los países de la

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OPEP tomaron la decisión de poner el barril del petróleo en cinco dólares, lo que

era casi doblarlo. Al poco, esos mismos países decidieron un sistema de embargo

para los países que apoyaran a Israel. El embargo duró poco (afectaba a los EE UU.

principalmente) y los países de la OPEP optaron por reducir la producción entre un

15 y un 20%, aunque, como eran ellos los más perjudicados, acabaron por

suavizarlo y se volcaron en el subir los precios. Llegaron a poner el barril en los once

dólares y anunciaron que seguirían subiéndolo. (Al final llegó a estar en más de

doce veces el precio de 1973). El problema era, además, que la gran producción

estaba concentrada en el mismo sitio. Un lugar cada vez más inestable y que

amenazaba con una guerra entre Irak e Irán, tal y como luego fue realidad.

Tal impacto, aunque variable según los países y su flexibilidad para reaccionar ante

él, afectó a la estructura de la economía mundial de un modo crucial. Se tuvo que

aguantar que el petróleo supusiese más del 5% del PIB, cuanto antes no superaba

el 2% de media. La inflación, ya elevada, se “disparó a la estratosfera” y se puso en

más de dos digititos. Todos los países debieron de recurrir a planes de austeridad y

de ahorro energético, llegando a extremos demagógicos, o de impacto discutible,

como el cambio de horario de invierno a verano y otras muchas iniciativas de similar

cariz. El crecimiento del PIB se detuvo, e incluso pasó a ser negativo en 1979 en EE.

UU (-0.7%), en Gran Bretaña (-1.6%) y en Alemania (-1.6%).

Aun cuando Friedman ya había clamado contra la “curva de Philips”, se seguía

creyendo que, para evitar el paro, era un “ejercicio solidario el “tener una cierta

inflación” … Esta había sido de algo más de un 2% de media anual durante los

sesenta y pasó a estar entre 1969 y 1972 en el 5%. Pero ahora, los costes de la

energía hacían imposible el seguir con muchas tecnologías pensadas para una

energía barata y para la que a corto plazo no parecía haber sustituto. La

producción industrial disminuía su crecimiento a un ritmo rápido y continuado de

un 10 a un 20% por semestre según localizaciones. Se tuvo así el “imposible

Keynesiano”: inflación y paro. Situación para lo que se acuñó un difícil e

impronunciable, neologismo: “stagflation”.

De la noche a la mañana, los felices cincuenta y sesenta se derrumbaron. La tasa

de paro sobrepasó, en los países de la OCDE, el 5% en 1975 y en 1980 llegó al 10%.

No eran las tasas de la crisis de los años treinta, pero eran asombrosas para una

sociedad que creía haber encontrado la fórmula mágica para vencer el

desempleo y conseguir la prosperidad. En 1985 se contabilizó que más del 30% de

los puestos de trabajo industriales habían desaparecido y no se veía nada que

pudiera reemplazarlos. Alguien, como Helmut Smith, el entonces canciller alemán,

dijo que “era el fin del siglo”. No iba desencaminado…

Los gobiernos pensaron que la teoría económica era “solo Keynes” y a ello se

dispusieron:

incrementaron aún más el gasto público, aportaron subvenciones a las industrias

insalvables y pusieron miles de “puertas al campo” tales como los controles de

precios y salarios, importaciones de choque para bajar artificialmente los IPC,

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nacionalización de las industrias, etc., … que a la postre solo trajeron más paro y

más inflación. Friedman, con la sonrisa que le caracterizaba, señalaba con su dedo

a la matrícula de su coche y con ello mostraba las causas de lo que pasaba y el

camino a seguir…

Para mayor desespero de “nixonianos”, abolicionistas del “dollar exchange

standard”, “keynesianos” y “post keynesianos” y de los propios “friedmannitas”, el

oro se puso a subir en paralelo con el petróleo. Pues, como siempre, la realidad

acaba por imponerse y la gente sabe dónde está el patrón de valor auténtico,

aunque se lo quieran ocultar… por lo que huía del papel moneda, de los bonos y

de las acciones y buscaba refugio en el metal amarillo o en lo inmobiliario. Al

menos, esto daba razón a Friedman, cuando decía que: “el gobierno no tiene la

facultad de hacer dinero a voluntad para crear empleo”. Ahora, las delirantes

cantidades de dinero fiduciario (sustitutos del dinero en realidad) eran rechazadas

y la gente (los que podían hacerlo, pues la inmensa mayoría de las personas tuvo

que conformarse con seguir como estaba o en camino a la pauperización) parecía

saber discriminar entre mala moneda (el papel respaldado solo por deuda pública

de dudosa solvencia) y la buena (el oro).

Como todos los precios estaban cayendo en términos del oro, algunos se

acordaron de que un “olvidado economista”, que había escrito sobre la utilidad

marginal, Karl Menger, también había definido al dinero como algo que no puede

generarse o imprimirse a partir de la nada y por decreto, sino que es “un orden

espontaneo”, descubierto por la humanidad en sucesiva evolución y que los bienes

que se han usado como tal a lo largo de la historia, para culminar en el oro, han

tenido (y el oro tiene) una cualidad: “la liquidez”, que consiste en no sufrir pérdidas

de valor (o de empleo de mucho tiempo) al desprenderse de cantidades grandes

o pequeñas del mismo. El oro, o los activos financieros monetizables realmente en

él, tenían entonces, y tienen hoy, esa cualidad de “deseabilidad” que caracteriza

a la liquidez y por ello están dotados de una demanda más amplia, estable y

permanentemente insatisfecha…

La continuación fue que, por una parte, los países productores de petróleo y gas

acumularon unas cantidades de dólares y divisas enormes que colocaron allí

donde consideraron que era más seguro hacerlo: en activos financieros en EE. UU.

Por otra, los bancos pasaron a reciclarlos y colocarlos donde más rentablemente

fuera posible y lo hicieron en numerosos países en desarrollo, con regímenes

políticos dictatoriales y sin mirar mucho las capacidades de devolución.

Tristemente, esos gobiernos solo dedicaron una minoría de esos préstamos a

empresas productivas que les permitieran desarrollarse y las que no, fueron a la

corrupción, aspectos consumistas, monumentos demagógicos derrochadores y a

armamento…

En los países OCDE no quedó más remedio que acometer ajustes,

reestructuraciones y dejar la política de que el gasto público siguiese cebando una

bomba que aportaba agua que no cejaba de salirse por todas las grietas. Friedman

(la doctrina de…) entró en los manuales y en las cancillerías, tuvo una portada en

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el número de fin de año de la revista “Time” y se empezaron a poner las condiciones

para una nueva recuperación basada en sus ideas. Afortunadamente también, la

FED tuvo un presidente que tomo las riendas con autoridad, Paul Volcker. Este subió

las tasas de la FED a los dos dígitos, una cura de caballo que resistió las presiones

de todos a los que esa subida de tipos cogió en apalancamiento inverso. (La deuda

significa para una empresa, aparte de una deducción de los intereses en la base

imponible de la “factura fiscal”, el poder “apalancarse”. Esa palanca viene de

utilizar, como “punto de apoyo”, al propio negocio ahora endeudado, como

“brazo de palanca” al % de deuda sobre el total del pasivo y patrimonio neto y,

como “fuerza”, a la diferencia entre, el % de rentabilidad económica del negocio

(% ROI o % RoCE) y el % medio de interés de esas deudas. Lo cual aporta un

“levantamiento (“palanca descrita mediante”) de una rentabilidad para los

accionistas muy por encima de ese diferencial entre rentabilidad y tasa de coste

de la deuda. (De ahí esa denominación de” apalancamiento” como sinónimo de

“endeudamiento” que tanto se utiliza…) Pero el problema es que si la rentabilidad

económica baja, y con tendencia a hacerlo a peor, como era el caso por la crisis

del petróleo, y el banco central te sube los tipos de interés, como hizo Volcker para

cambiar el sistema y atacar los males del “dollar exchange standard” que llevaba

al precipicio…, ¿entonces…? Ese es el “apalancamiento inverso”, la parte que no

se ve, o que no se quiere ver, en todo proceso de endeudamiento…

Los estadounidenses eligieron, después del interregno de “administración del

desastre” de Carter, como presidente a Reagan y los británicos a Margaret

Thatcher. Ambos se pusieron a desmontar el aparato productivo obsoleto y a ver

de sacar al máximo al estado de sectores en donde nunca debería haber estado

y a dejar que las fuerzas del mercado impulsasen la innovación y el orientarse a

procesos y a vías de negocio nuevas. Es verdad que el coste de esas

restructuraciones fue elevado en términos de capital humano, de personas en paro

y desplazadas, lo que puso de manifiesto el especial cuidado a tener cara al futuro

con imponer a la economía medidas como las keynesianas (aunque el mismo

Keynes no se habría reconocido en ellas dado que nunca el mismo hubiera dejado

ir a la inflación hasta donde llegó)o las de intentar comportarse con el dinero de

acuerdo con un sistema perverso en sí mismo, como el del “dollar exchange

standard” que acabaría en lo que acabó, tal y como había pronosticado Jacques

Rueff acertadamente.

Para los países endeudados del tercer mundo fue un amargo despertar ya que

ahora tenían que pagar tipos altísimos para la deuda y, encima, sin estructura

productiva capaz de resistir el choque petrolero y sin que la deuda les hubiese

servido para sacar inversiones con rendimiento suficiente, para pagar esos intereses

y devolver el principal, pues la habían dilapidado en corrupción, gastos suntuarios

y armamento. Después de una década desaprovechando préstamos, llegaba la

hora de pagarlos. Méjico fue el primero en reconocer lo evidente: no podía pagar

la deuda y eso se repitió en multitud de otros países.

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LLEGANDO A NUESTRO DÍAS. CONCLUSIONES Y UNA INTERPRETACIÓN DE LA TEORÍA DEL CICLO ECONÓMICO

Todos los países empezaron a ver que era necesaria una renovación del sistema, la

influencia de Friedman había hecho que nadie juzgase políticamente correcto

volver al patrón oro y los países europeos iniciaron su camino hacia la moneda

única, aunque inicialmente no la llamaron así y ni formalmente lo pensaron

entonces. Se pasó por una etapa de convergencia de las divisas en lo que se llamó

una banda de fluctuación conjunta, donde Alemania sí cumplía, pero el resto de

países, en especial Francia y Reino Unido no lo hicieron, pues no quisieron controlar

bien su cuenta pública. La entrada en la Unión Europea de Portugal y España

precedidos por Grecia ponía más estrés a esas bandas de fluctuación y la

especulación se cebó sobre esas divisas lo que ocasiono unas devaluaciones muy

importantes de todas ellas. La república federal alemana se había encontrado con

la caída del muro de Berlín y la posibilidad de la unificación de ambos territorios y

lo hizo a un cambio de divisas político: un marco federal por un marco oriental

cuando el poder de compra de uno y otro eran el todo y la nada prácticamente.

Las presiones que eso puso significaron una convergencia con Francia para

proponer el “plan Delors” y llegar los acuerdos de Maastrich para adoptar la

moneda única. El resto es inmediatamente contemporáneo y sabemos lo que ha

seguido desde entonces…

¿Cuáles pueden ser las conclusiones que podemos sacar de esta “crónica de

imposturas”? ¿Cuál es la explicación de todos esos ciclos económicos que ha

tenido la humanidad?

Un dinero que mantenga su valor estable a lo largo del tiempo tiene dos

importantes consecuencias:

Los precios se mantienen estables, es decir, la inflación es insignificante.

Los tipos de cambio son estables

El motivo de los gobiernos para preferir la moneda fiduciaria a la convertible en oro

es fácilmente comprensible, lo explicaría bien Alan Greenspan en 1966: “El

abandono del patrón oro ha permitido a los responsables del Estado del Bienestar

usar el sistema bancario para expandir el crédito ilimitadamente. Ellos han creado

reservas de papel en forma de bonos nacionales que, mediante una serie de

complejos pasos, los bancos aceptan en lugar de activos tangibles y tratan como

si de un auténtico depósito se tratara, es decir, como el equivalente de lo que

antaño era un depósito de oro. El tenedor de un bono nacional o depósito bancario

creado por reservas de papel cree que tiene un derecho sobre un activo real. Pero

el hecho es que existen ahora más derechos que activos reales.

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Curioso es, por lo de negación de la usurpación de la relación del dinero auténtico

con un patrón de valor real, que supuso el acto de Nixon, el que el oro siga siendo

objeto de deseo y continúe teniendo cantidad de personas que lo atesoran o que

se mantenga como lo preferido cuando de guardar valor en casos extremos (o no

tanto) se trata, y de que no haya dictador derrocado (él o ella) que cuando huye

del país que ha depredado no se le encuentren varios lingotes de este metal

encima o que no los tenga en una cuenta cifrada… (Ya dijo Jacques Rueff, que “el

oro es tenido por materia eterna y universal y como un valor cuasi inalterable…”)

También, como si de aquellos caballeros medievales se tratase que, cuando

heridos de muerte en combate o en singular duelo, a gritos pedían: ¡Confesión!,

¡Confesión!, para así, en el último suspiro ponerse a bien con Dios, los gobernantes

del G7, en la semana fatídica de aquel otoño del año 2008 en la que vieron

tambalearse todo el sistema, (cuando suspendió pagos Lheman Brothers y se llegó

hasta nacionalizar la General Motors, ¡eso en Estados Unidos! …) también dijeron

que se ocuparían de cambiar la moneda (¡?!) y volver a un patrón de valor que

respondiese a ese nombre, mas…,

Hay un “leviatán” oculto que está detrás de todos los ciclos económicos, que

aparece y desaparece en continuo en la historia, la causante de todo: la deuda.

Fruto de todas las desgracias y de todas las esperanzas. Siempre congruente con

esa copla que la retrata perfectamente: “ni contigo ni sin ti tienen mis males

remedio…” El endeudarse fuera de control está en la base del deterioro de la

moneda en el curso de la historia, con la deuda se financiaron guerras y expolios,

se consiguieron y se perdieron imperios y se masacró a poblaciones enteras. La

deuda llevo al dinero a ser papel representativo de un crédito y continúa

haciéndolo. Por ello, las crisis monetarias y los ciclos económicos a ellas asociados,

no son turbulencias sobre el dinero, sino consecuencias del derrumbe de castillos

de deuda unos encima de otros. Para que sigamos con ella nos han calificado al

ahorro como nefasto y a quien lo practica de antisocial y en el mejor de los casos

de iluso…

La banca comercial se edificó sobre títulos de deuda a corto plazo: las “cambiales”

italianas, las “letras de cambio” españolas o luego las “real bills” británicas,

saldadas en las diferentes ferias medievales por los banqueros de entonces.

Mientras esas letras de cambio respondieron a ventas reales y fueron emitidas a

corto plazo, los descuentos de las mismas, efectuados por esas casas de banca,

daban fluidez al comercio y no eran una transgresión del valor de la moneda26.

Pero cuando se descontaban “letras financieras” no amparadas por una venta

entre comerciantes, las mismas eran “papel renovable” a cada vencimiento

estacional, con lo que el peligro pasaba a ser elevado pues se estaba financiando,

en el mejor de los casos, una inversión a largo plazo con crédito a corto plazo lo

cual es un anatema financiero y casi siempre una actividad especulativa o un darse

al consumo fuera de toda norma. Adam Smith siempre preconizó el ahorro a largo

plazo como base del “desarrollo económico de las naciones". Este ahorro podía ser

26 Si bien en esto no estarían plenamente de acuerdo los defensores de una política de reserva bancaria del 100%

de los depósitos.

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invertido, con garantías hipotecarias, en bienes de inversión que fructificasen a

largo plazo, mas, si lo que hacemos es todo lo contrario (como ha sido la pauta en

los años previos a la reciente “gran recesión” de 2007) y los bancos toman depósitos

de dinero en el “día a día”, renovando por tanto esa toma de efectivo cada

veinticuatro horas, para prestarlo o invertirlo a largo plazo, corremos un alto riesgo

de liquidez. Así mismo, el vivir por encima de las posibilidades es un imposible, pero

muchos tratan de creerse lo que les dicen demagógicamente en contrario e

incluso aceptan el argumento de que la austeridad, tras el necesario ajuste, es la

base de sus males, sin pararse a pensar cuál es entonces la alternativa: ¿la deuda

sin fin y la menesterosidad de por vida? y… ¿por cuenta de quién?

En la historia, el sistema para seguir en ese camino equivocado ha sido recurrir a la

deuda y a la pérdida de valor de la moneda por medio de la inflación, el impuesto

más injusto y a la vez más eficaz para el gobernante desaprensivo pues resulta

silencioso y lento al principio… Pero la inflación es, además, desigual en su injusticia,

pues en la sociedad hay la minoría de los que están preparados para, hasta cierto

punto, anticiparla y ajustar su comportamiento y sus rentas para protegerse de ella

y una mayoría que no puede hacerlo y que termina convirtiéndose en su víctima

predilecta: inversores en renta fija, jubilados, obreros, empleados, funcionarios, etc.

La inflación resulta perniciosa también por abonar pautas de mal comportamiento

a corto plazo, como el satisfacer el consumo desenfrenado y el endeudarse. En

efecto, tener deudas resulta adecuado en periodos de alta inflación ya que se

devolverá un principal mermado en su poder de compra por la subida de precios.

Por ello, el que haya inflación le gusta al estado, mejor dicho, a los políticos que lo

tienen cautivo, ya que pueden hacer lo que quieran tomando deuda, a sabiendas

de que devolverán mucho menos y, además, sin tener que aplicar políticas de

austeridad, controles de precios, impuestos sobre plusvalías, etc.

La mala gestión de la moneda por el gobernante es la causa principal de los ciclos

económicos y de muchos de nuestros males, tal y como se ha visto en la “crónica

de males ofrecida”. Hay que considerar si una de las mejores alternativas posibles

no es que la moneda esté referida a un patrón de valor no manipulable

políticamente pues ante situaciones desesperadas, como la del trauma del paro,

que afecta a tan altos porcentajes de nuestra población activa, se proponen

políticas que, con buenas intenciones incluso, se quedan “en lo que se ve”, pero sin

parar mientes “en lo que no se ve”: en las consecuencias no deseadas a medio

plazo a las que nos llevará la deuda sin control y la manipulación consiguiente de

la moneda. (Sin haber hecho, desde luego, ningún diagnóstico serio previo sobre

qué es lo que realmente ocasionó el paro y su permanencia. Con lo cual, se aplican

remedios aparentes, las más de las veces contradictorios, que a lo más curan

síntomas, pero sin acudir a solucionar las causas últimas.)

Todos los populistas, ya desde la antigüedad, quizás en la máxima expresión

histórica de un Julio Cesar, siempre han excitado los ánimos del pueblo con el

demagógico grito: ¡que se perdonen las deudas! el cual ha sido siempre la

coartada para que se dé el mayor de los riesgos morales: ¡endéudate”!… total, al

final siempre habrá algún modo de quitarte la deuda de encima… No otra cosa ha

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sido lo que han practicado muchos gobernantes a lo largo de la historia y al final

creyeron encontrar la “piedra filosofal”: pedir préstamos en auténtica moneda y

devolver sustitutos del auténtico dinero en formato de papel o depósitos bancarios

convenientemente devaluables. Con ello, la circulación fiduciaria de curso legal,

sin referencia ni posibilidad de alternativa con un valor al que cambiarse de

manera fija y estable acabó superando, fuera de todo control, a la moneda

metálica de oro o plata (el patrón del sistema) y además se llegaba a la inflación

(lo que representa la eutanasia de quien detenta ese mal llamado dinero, o lo tiene

prestado) y a la quiebra de los bancos sin suficientes reservas de efectivo. El “cierre

del circuito” se consigue cuando un solo banco se alza con el privilegio de ser el

“banquero de los banqueros” y a la vez del gobierno y que este, en un “bucle sin

fin” y en total “referencia circular”, proteja a unos y a otro utilizando nuestro propio

patrimonio. (Expropiándonoslo coactivamente vía impuestos de todo tipo). Por eso,

en la reciente gran crisis, los bancos centrales, diciendo eso de: “too big, to fail”,

han rescatado con nuestra riqueza personal a esos bancos y cajas de ahorro

“imposibles de dejarlos quebrar”, según han dicho…

La demanda de dinero “sustituto” del auténtico dinero al que podríamos llamar

“dinero interno del sistema” frente al “dinero externo” o expresado en oro o en

algún patrón real de valor y al que el primero debe de estar siempre referido, se

debe al deseo de retener una cantidad en efectivo del mismo como parte

integrante de una cartera de activos o del balance de las empresas y economías

domésticas y no es, ni hay que confundirlo nunca, con la demanda de dinero en

términos de obtención de préstamos para invertir o gastar en bienes de consumo

duradero o de satisfacción inmediata. Ese es uno de los grandes problemas de

muchos economistas y gobernantes y que ha traído severas consecuencias como

hemos visto. Esta segunda demanda puede llegar a ser ilimitada pues ¿quién se

resiste a ese “no consumo”? … El equilibrio monetario estará asegurado cuando la

demanda de dinero interno y la oferta se acoplen, mientras eso ocurra no cabe

pensar en anomalías de ciclo monetario graves, salvo los ajustes intermedios

transitorios. Pero si la oferta se la arroga un banco central, por muy independientes

que parezca, (cosa que no han sido como hemos visto y seguimos viendo y por

muchos modelos econométricos con los que busque ajustarla, ya hemos

constatado en la historia, y en nuestro más inmediato presente, cuáles han sido las

consecuencias…

Por todas estas y tantas otras cuestiones similares, resulta clave el tomar conciencia

de que la función básica del dinero no solo es la de ser el medio de cambio

generalmente aceptado, lo cual pueden hacer, incluso mejor, las letras de cambio

u otros activos, como bien dijeron nuestros escolásticos, sino la de ser el medio de

cambio más líquido de todos, inexcusablemente aceptado y que es el elemento

que al final toma a su cargo toda la “deuda” que en su nombre haya podido

acumularse. Al igual que se están admitiendo demandas contra delitos contra la

humanidad o por crímenes ecológicos en diferentes tribunales nacionales e

internacionales, también tendría que ser posible el demandar a los bancos

centrales (incluidos los gobernantes que los apadrinan) ya que ocasionan tamañas

pérdidas y son incapaces de cumplir sus promesas y ejecutar la misión para la que

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están concebidos. Pero ante la posibilidad de esta requisitoria ya se han

manifestado sus gobernadores diciendo que “…su misión no está bien

clarificada…” (¡?!) Y que, en cualquier caso, “…no disponen ni de medios, ni de

suficiente autonomía para lograr ese objetivo...” (¡?!) … El cual, difícilmente se

lograría, dicen, “si no es definiendo un nuevo sistema de patrón de valor, bien sea

el oro u otro de idénticas características, pues el actual sistema no permite

mantener el compromiso con el objetivo

Al respecto es muy significativo el prólogo escrito por el que fue gran “patrón” de

la FED y protagonista de la “gran corrección” después de todos los excesos de los

setenta, Paul Volcker, al libro: “Bancos centrales”27 de Marjorie Deane y Robert

Pringle y lo mucho que en ese libro se aporta en este sentido. Así como las

declaraciones ante los comités del congreso de los Estados Unidos de los ex

responsables de la FED: Alan Greenspan y Bernd Bernanke con ocasión de las

investigaciones sobre “las causas de la gran recesión” iniciada en 2007. No menos

interesante a este respecto fue la pregunta que la Reina de Inglaterra dejo en el

aire en relación con las causas de la gran crisis ante todos los economistas,

banqueros, políticos e intelectuales, reunidos con ocasión de la visita que giró a la

“London School of Economics” con motivo de su primer centenario: ¿Cómo es que

ustedes no previeron este desastre?... Nadie respondió entonces y solo luego, y

tarde, un memorándum dirigido a Buckingham Palace dio los consabidos y

manidos argumentos que, por supuesto, nada explicaban…

El dinero no es una creación de la ley como muchos dicen para justificar lo

injustificable, como hemos visto desde hace más de 2000 años se dio la prerrogativa

de acuñar moneda y conferir a esas monedas poder liberatorio de deuda y usarse

obligatoriamente para el pago de impuestos. Los gobiernos aprendieron pronto a

endeudarse ya largo plazo para pagar con una moneda de curso legal

desvalorizada. Desde igual fecha el abuso de ese poder ha sido la norma y para

ellos se han ido cambiando los “soportes” de ese mal llamado dinero para facilitar

una labor de privar a las personas de su derecho a mantener en permanencia el

valor de sus bienes. Lo que es dinero lo seleccionó la humanidad en evolución

espontánea y cada vez fueron diferentes bienes hasta llegar a los metales nobles y

al oro.

Los medios sustitutos de pago son elementos imprescindibles para el desarrollo de

una economía y nadie piensa que podemos realizar nuestras transacciones en oro,

a lo más lo que debería darse es una referencia de ese dinero interno con un dinero

externo (que podría ser el oro) pero en cualquier caso no aumentable a discreción

por un banco central monopolista que no puede crear dinero de la nada pues con

ello no hacen por que surjan los bienes y servicios reales que en realidad están

solicitando los que piden un préstamo bancario. El dar un préstamo significa

intercambiar un bien presente que crea por esa emisión de dinero fiduciario en

forma de depósitos, por un bien futuro cuya cantidad viene limitada por razones

27 Texto publicado en España por la CECA en la biblioteca de economía y finanzas. Madrid. 1996

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externas al sistema crediticio pero al confundir demanda de dinero con demanda

de crédito es cuando tenemos el problema.

Cuestiones para facilitar el seguimiento, el aprendizaje y el “repaso” del texto.

1. … Los euros, dólares, yenes, libras, etc., tal y como los conocemos hoy en su

versión de monedas fraccionarias o billetes de papel no son dinero como en

“estricto sensu” deberían ser, son una deuda de alguien… Explíquelo en no

más de dos párrafos en 10 líneas.

2. … Los mercantilistas no paraban (ni paran aun hoy sus herederos

intelectuales) de solicitar proteger la “industria nacional” o de poner “precios

máximos” para controlar las elevaciones de precios, pero como que “no se

pueden poner puertas al campo” al final ocurre que el desabastecimiento

acaba por ser la norma… Explíquelo en no más de dos párrafos en 10 líneas.

3. Una reunión especial en 1922 en Génova “aconsejo” el “mantener saldos en

divisas en los balances de los bancos centrales”. … Explíquelo en no más de

dos párrafos en 10 líneas.

4. La “ecuación de cambios” ha sido vista como una pura identidad, pues

lógicamente es verdad por definición y uno no puede preguntarse por su

falsedad o su veracidad … Explíquelo en no más de dos párrafos en 10 líneas.

5. El general De Gaulle en su famosa conferencia de prensa dijo: “… El hecho

de que muchos países, acepten como principio, que los dólares sean tan

buenos como el oro, conduce a los estadounidenses a endeudarse de forma

gratuita a expensas de otros países. Porque, lo que EE.UU. debe, lo paga, al

menos en parte, con un dinero que solo ellos pueden emitir … Explíquelo en

no más de dos párrafos en 10 líneas.

6. Milton Friedman aducía que el patrón oro era un sistema “muy costoso” en

términos de extracción minera, para luego acabar enterrando el oro en las

fosas de los bancos centrales o bajo las arcas de Ford Knox … Explíquelo en

no más de dos párrafos en 10 líneas.

7. La preferencia por la liquidez deviene de que Keynes ve que la demanda

de dinero se hace por tres causas … Explíquelo en no más de dos párrafos

en 10 líneas

8. Jean Baptiste Say: “…la cantidad de monedas de oro y plata no da el

volumen de comercio que se puede tener, sino que, por el contrario, es el

volumen de intercambios y su valor, lo que determina la cantidad de

moneda que se requiere… Explíquelo en no más de dos párrafos en 10 líneas

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9. Jacques Rueff “…inflar la moneda es conceder a sus beneficiarios la

potestad de demandar sin ofrecer, de sacar bienes y servicios de la

economía sin que haya habido una aportación previa de riqueza por igual

valor…” Explíquelo en no más de dos párrafos en 10 líneas.

10. La creación del “gold exchange standard” fue en realidad representar una

“comedia “lampedusiana” … Explíquelo en no más de dos párrafos en 10

líneas.

11. Friedman: “El dinero es solo y únicamente un fenómeno monetario” …

Explíquelo en no más de dos párrafos en 10 líneas.

Palabras y frases claves a tener en cuenta especialmente y a entender bien su

significado.

Características que debe tener un bien utilizable como dinero

Funciones del dinero: medio universal de intercambio, depósito de valor y ser

unidad de cuenta

Lo que era la “oferta monetaria” para el “doctor navarro”, Martín de

Azpilicueta

¿Por qué, para Adam Smith, un activo “auto liquidable”, por ejemplo, una

letra de cambio sobre mercancías vendidas, emitida a corto plazo, cumpliría

el precepto de servir de respaldo a la emisión de moneda bancaria y una

que no respalde a un plazo corto de tiempo una venta de mercaderías, no

lo sería?

La posición de Cantillon y su contraría, las ideas monetarias de Law

El “efecto Cantillon”

Definición de “inflación” por Jacques Rueff y por Friedman.

Ricardo y su estudio sobre “el precio del lingote de oro”

“Punto de exportación del oro” y “punto de importación de oro”

Causas de la gran inflación alemana post primera guerra mundial

Explicación de por qué Alemania no utilizó bien los préstamos del plan Dawes

¿Por qué la vuelta al patrón oro en Gran Bretaña en 1925 fue un viaje de “ida

y vuelta”?

El “préstamo de margen” (margin call) y su influencia en la crisis del 29

la teoría cuantitativa sostiene que el nivel general de precios depende,

directa y proporcionalmente, de la cantidad de dinero del sistema: M = k*P.

Transformada en M+V = P*Q. Entender esa transformación y porqué es una

identidad y no una ecuación

Fischer: tipos de interés nominales y reales. Sus diferencias

Keynes: efectos de la inflación y la deflación para las “tres clases” de que

habla en el “Tract”

Turgot, y el argumento de Böhm-Bawert para definir el interés ante las

demandas de fondos prestables

Las “tres leyes psicológicas” fundamentales en “la general theory” de keynes

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De qué modo Hitler “ocultó” la inflación a los alemanes

El FMI (Fondo monetario internacional) y el “banco Mundial”

Qué son las: M0, M1, M2, M3, M4…

La “decisión Nixon”

Las aportaciones de Friedman

La “stagflacction”