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Economía, banca y
mercados
financieros
Tema 5 El dinero y los ciclos
económicos
Versión 2016 © Tea Cegos, S.A.
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 2
ÍNDICE
QUÉ ES EL DINERO, DE DONDE SALIÓ Y A DONDE HA LLEGADO ....................... 3
EL NACIMIENTO DEL DINERO Y SU CARACTERIZACIÓN.......................................... 3
LAS PRIMERAS IMPOSTURAS… .................................................................................... 5
LA BANCA LIBRE DE ESCOCIA Y…, LA BANCA FRAUDE ........................................ 9
LA “NEFASTA DOCTRINA” DEL MERCANTILISMO ................................................... 14
LA CREACIÓN DEL BANCO CENTRAL Y EL PRIMER ECONOMISTA: RICHARD
CANTILLON ................................................................................................................. 15
DAVID RICARDO Y LA CONTROVERSIA SOBRE EL PATRÓN ORO ........................ 21
EL FIN DEL PATRÓN ORO CON LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LA GRAN
INFLACIÓN DE POSTGUERRA EN ALEMANIA, AUSTRIA Y HUNGRÍA ..................... 26
LA COMEDIA “LAMPEDUSIANA” CON LA CREACIÓN DEL “GOLD EXCHANGE
STANDARD”… ............................................................................................................ 29
LA VUELTA AL PATRÓN ORO EN GRAN BRETAÑA EN UN VIAJE DE “IDA Y
VUELTA” ...................................................................................................................... 31
LA GRAN CRISIS DE 1929 Y LA DEPRESIÓN POSTERIOR. LAS IDEAS MONETARIAS
DE IRWING FISHER ...................................................................................................... 34
EL PENSAMIENTO MONETARIO DE JOHN M. KEYNES ............................................ 40
LOS INMEDIATOS AÑOS “PRE Y POST” SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. LOS
ACUERDOS DE BRETON WOODS ............................................................................ 57
LA CRISIS DEL SISTEMA DEL “DOLLAR EXCHANGE STANDARD”. LA IMPORTANCIA
DE JACQUES RUEFF ................................................................................................... 64
EL “FIN DE LA ERA KEYNESIANA” (I). MILTON FRIEDMAN (1912-2006) ................. 67
EL “FIN DE LA ERA KEYNESIANA” (II). LA “STAGFLATION” ..................................... 78
LLEGANDO A NUESTRO DÍAS. CONCLUSIONES Y UNA INTERPRETACIÓN DE LA
TEORÍA DEL CICLO ECONÓMICO ........................................................................... 82
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QUÉ ES EL DINERO, DE DONDE SALÍO Y A DONDE HA LLEGADO1
EL NACIMIENTO DEL DINERO Y SU CARACTERIZACIÓN
Los euros, dólares, yenes, libras, etc., tal y como los conocemos hoy en su versión
de monedas fraccionarias o billetes de papel no son dinero como en “estricto
sensu” deberían ser, son una deuda de alguien. No deberían serlo. De facto no
tendrían que ser “el pasivo” de nadie, pero…
Hoy el dinero puede adoptar diversas formas: papel (billetes de banco), monedas
metálicas y una forma totalmente desmaterializada (el dinero bancario). Lo que
define al dinero no es su naturaleza ni su valor material sino su carácter de medio
de pago de general aceptación. Por ejemplo, los billetes de banco no son dinero
por su valor material sino porque gozan de general aceptación como medio de
pago. El dinero es un activo financiero, en un sentido amplio, de sus poseedores y
es un pasivo financiero de las instituciones que lo crean. (El dinero en efectivo es un
pasivo del banco central y el dinero bancario es un pasivo de los bancos
comerciales en los que está depositado). Incluso podemos hablar de ciertos activos
financieros de gran liquidez que se consideran “cuasidinero” (letras del tesoro,
certificados de depósito, pagarés a corto plazo de empresas de gran solvencia,
etc.
Por lo que respecta a la evolución para llegar al dinero, tal y como lo conocemos
hoy, debemos decir que inicialmente, en los tiempos neolíticos de la humanidad, el
dinero fue inmediatamente posterior o debió convivir con el trueque. Este era muy
poco conveniente por no haber muchas posibilidades de encontrar contrapartidas
valorables por igual ya fuese por no poder trocear siempre adecuadamente los
bienes a intercambiar o por las enormes dificultades para liquidar o compensar los
intercambios en ausencia de precios de mercado y de un bien suficientemente
líquido. En última instancia los bienes se intercambian por otros bienes, solo que solía
y suele existir, un desfase temporal pues era normal entonces, y lo es ahora, que
alguien ofreciera bienes hoy para demandar otros mañanas, por lo que resultaba
frecuente el caso de un exceso de oferta que no pudiese ser compensado en el
momento del intercambio con ningún otro bien, aunque hubiese demanda. Parece
claro que ya en lo lejano de los tiempos de alguna manera debió de existir un cierto
tipo de concesiones temporales de crédito entre las partes si se querían hacer
intercambios…
1 Este punto reproduce, de manera resumida y adaptada, varios de los capítulos del libro, inédito y en curso de
publicación, de Ignacio Arellano. Economista a quien agradecemos el que haya accedido a traer aquí estos
textos de ese libro: “El dinero, qué es, de donde salió y adonde nos lo quieren llevar. Crónica de una impostura
permanente”. Es evidente que los derechos de copyright de este documento no alcanzan a estos textos. (Nota
del editor. Cegos España S. A.)
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Al dinero se llegó por un devenir social para encontrar un bien que cumpliera una
serie de características tales que lo hicieran ideal tanto en las transacciones como
en las esperas. Esperas que no eran sino el reflejo de la preferencia del vendedor
por no comprar inmediatamente después de vender, es decir, por ahorrar, como
una medida de precaución ante el futuro. Posiblemente, esta corriente este más
en lo cierto que otras que indican que el dinero nació por voluntad del gobernante
(aunque dado el poder del mismo no es nada extraño que desde el inicio el “tirano”
buscase ese control) o incluso sea más acertada que algunas que entienden que
se debe realizar un procedimiento regresivo en el tiempo para llegar a un principio
en el cual lo que se utilizó como dinero debió tener un valor intrínseco, una utilidad
directa y que desde ese valor inicial se pasó a añadir una demanda "dineraria"
propiamente dicha. Sería por esta demanda por la cual los individuos estimaron
más el valor de cambio de ese bien que la propia utilidad directa que el mismo
podía tener para otras cosas. (Este es en esencia el “teorema regresivo” de Von
Mises que finaliza indicando como el dinero se demanda hoy por la experiencia
histórica de lo que se ha venido pudiendo comprar con él).
Aunque cualquier bien tiene capacidad para ser usado como dinero, es su grado
de liquidez (su aceptabilidad inmediata) lo que marca su posibilidad de ser, en
mayor o menor grado, considerado como tal. Desde algo posterior a esos mismos
tiempos neolíticos, las mercancías que mejor cumplían las características para ser
utilizadas como bien de intercambio universal fueron los metales, especialmente los
preciosos, por su rareza, su fungibilidad y el valor que se les atribuía para otros fines
como adornos, decoración y signo de prestigio y realeza, solo que antes, o al mismo
tiempo, se tiene documentado el uso como dinero de conchas marinas en algunas
islas del Pacífico, cabezas de ganado en muchas zonas, piedras talladas, en áfrica,
etc., (más recientemente las hojas de tabaco en Norteamérica antes y bastante
después de su independencia o los cigarrillos en los campos de concentración
durante la segunda guerra mundial y en la Alemania de la segunda postguerra
mundial).
En cada circunstancia, esos bienes, pero especialmente los metales, cumplían las
características que debe tener un bien utilizable como dinero:
Liquidez: aceptación fácil y amplia. Que sea un bien deseable aquí y ahora,
sin merma de valor en la transacción o con el paso del tiempo.
Facilidad de transporte y manejo. Acumulación de valor en poco peso.
Buena divisibilidad sin pérdida de valor y que no merme de modo fácil, ya
sea por roturas, desgastes, evaporación del recipiente que lo contenga, etc.
El dinero es un elemento esencial de todo sistema económico, no solo por esa
faceta de medio universal de intercambio, sino porque desempeña otras dos
funciones de tanta o mayor importancia: ser un depósito de valor y ser una unidad
de cuenta.
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Depósito de valor. Nuestros salarios o una parte de ellos, por ejemplo, se
pueden acumular en forma de dinero (ahorro) para poder adquirir bienes y
servicios en el futuro.
Unidad de cuenta o de medida. Cualquier bien y servicio ofrecido en el
mercado tiene una equivalencia en dinero, este resulta ser así un patrón
universal de comparación entre mercancías y bienes.
LAS PRIMERAS IMPOSTURAS…
Por apercibirse de que el disponer de esos bienes utilizados como dinero les permitía
guerrear, tener poder y disponer de vidas y haciendas, los gobernantes buscaron
desde un inicio inmiscuirse y comenzaron por poner en las piezas de metal usadas
como dinero una grabación para garantizar su peso y pureza. Surgieron así las
primeras monedas. Quien tenía oro debía llevarlo a la acuñación si deseaba tener
monedas. En ese acto de grabación, el soberano se quedaba con una parte o
regalía, el “señoreaje”. (Diferencia entre el valor nominal o de cambio del dinero y
su valor intrínseco como mercancía). A continuación, se exigió que el pago de
impuestos fuese hecho con ellas o, especialmente, con algunas de ellas y el
gobernante dio a ese dinero “designado para ese fin” la facultad de ser usado
también para la redención de deudas, con lo que apareció el “dinero de curso
legal".
La referencia más antigua que disponemos de la acuñación de monedas procede
del historiador griego Heródoto (484-425 A.C.) según el cual la primera acuñación
se habría producido en Lidia, en la actual Turquía, hacia el siglo VIII A. C.2 Desde
ese momento los gobernantes han intentado, y conseguido las más de las veces,
adulterar el peso o la ley de metal de las monedas, por lo que el fraude monetario
ha sido y es, una constante histórica. Citemos a este respecto las feroces críticas a
la práctica de la adulteración de la moneda dichas por Nicolás de Oresme en su:
“Tratado sobre el origen, la naturaleza, la ley y las alteraciones de la moneda”
(1357) más lo que después escribieron nuestros escolásticos de la escuela de
Salamanca y el padre Juan de Mariana en su: “Tratado y discurso sobre la moneda
de vellón” (1609).
La inflación no era el único mal consecuencia de esa rebaja del valor de la
moneda, que perjudica siempre más al pobre y beneficia al endeudado frente al
ahorrador, sino que para Juan de Mariana y los anteriores escolásticos, constituía
un “auténtico robo encubierto” del rey a los súbditos. El dinero, decían estos
2 Es curiosa la referencia en la que Heródoto habla de esa acuñación de monedas. Hela aquí: …Todas las jóvenes
de Lidia se prostituyen, y con ello se procuran su dote; así, disponen después de sus personas como consideran
adecuado. (..) Las maneras y las costumbres de los lidios no difieren esencialmente de las de Grecia, salvo en esta
prostitución de las muchachas. Son el primer pueblo de que se tiene noticia que acuñó oro y plata en monedas
para el comercio al por menor.
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escolásticos y principalmente Oresme, permite a los hombres realizar intercambios
y facilita el comercio. Es una propiedad de los que lo tienen. (En su origen esto
devino de no haber vuelto a comprar por aquel que vendió, o no haber comprado
todo lo que se podía y ahorrado así todo o una parte del fruto de su trabajo.
Escuchemos a Juan de Oresme: “…Al cabo, si un hombre entrega su pan o su
trabajo a cambio de dinero, el dinero que recibe es tan propiedad suya como el
pan o el trabajo del que es libre de disponer (a menos que sea un esclavo). (…) No
siendo el Príncipe el propietario de las monedas, tampoco debería poder alterarlas
en su propio beneficio”.
Aun cuando las monedas de oro y plata cumplían bien las exigencias que antes
hemos indicado, es evidente que eran incomodas las más de las veces y el riesgo
de su tenencia y transporte ante robos y expolios muy alto. Por ello, resulto natural
que muchas personas desde la más remota antigüedad y hasta bien entrado el
siglo XVIII confiasen a joyeros y orfebres sus depósitos de moneda. Al hacerlo
recibían certificados que documentaban ese depósito. (El que fueran joyeros y
orfebres los que hiciesen esa labor no era casual pues eran los que trabajaban
sobre esos metales para convertirlos en piezas de decoración o adorno y porque,
además, tenían fuertes medidas de seguridad para proteger sus existencias). Esos
certificados empezaron a circular como medios de pago e intercambio. Siempre
claro en tanto en cuanto la confianza en el “orfebre emisor” se mantuviese. Pero,
como era natural que pasase, dada la naturaleza humana, en paralelo se
desarrolló por los orfebres una “producción de certificados” no exactamente igual
a la cantidad depositada…. Mientras esa cantidad suplementaria de certificados
estaba en cifras por encima de los depósitos reales de metal, pero en cantidad no
muy alarmante, el público no desconfiaba de su valor, mas...
La biblia documenta bien el uso de las monedas en muchos pasajes3 e indica como
alrededor del templo de Jerusalén había multitud de cambistas y banqueros.
(Cambistas con una banca de madera en un espacio oficialmente asignado. De
ahí deviene el nombre de banco). La profesión de cambista era muy especializada
pues cada moneda tenía su peso y “su ley metálica” y cada reino o ciudad podía
acuñar su propia moneda. Los depósitos que en paralelo con joyeros y orfebres
recibían estos cambistas proliferaron y pronto, con consentimiento de sus dueños
que recibían una compensación o sin él, por aplicar simplemente la “ley de los
grandes números”, cambistas y banqueros empezaron a prestar por encima del
valor de esos depósitos a demandantes de dinero que deseaban tomarlo al día
para pagarlo en el futuro junto con un interés añadido. (Confiando hacer ese doble
pago con los rendimientos de la inversión que habían hecho o planeado hacer).
En otras ocasiones lo que se prestaba era el propio oro depositado por los clientes
3 El antiguo testamento se refiere en muchas ocasiones a las monedas y da pesos y desgloses fraccionarios de las
que se usaban. Por su parte, en el nuevo testamento se relata el caso de Judas Iscariote, el “apóstol traidor”, que
vendió a Jesús por “treinta monedas de plata” ... En cierta manera los evangelios dejan a Judas, con ese importe
y tipo de moneda, como absolutamente perverso, pues con esa mención a la plata lo hacen, además, aparecer
como “ramplón” por aceptarla y no pedir ser pagado, dada “la magnitud de su traición”, con oro… (Tal vez ya se
aplicaba la “ley de Greshan” y la “moneda peor”, la plata, había desplazado ya en esos tempranos momentos al
oro, la moneda “buena” …)
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del orfebre confiando en igual ley de los grandes números. De este modo nació la
“reserva fraccionaria”: el banquero (o el orfebre depositario) solo guarda en sus
arcas una mínima parte de lo recibido en depósito. Con ello se está incumpliendo
uno de los grandes principios del derecho amen de tener engañado a quien ha
efectuado ese depósito. La banca fue importante durante todo el imperio romano
y después, aunque la obscuridad de la alta edad media fue norma también para
esta profesión. Hay que esperar hasta bien entrado el renacimiento para que de
nuevo la profesión de banquero adquiera algo de sofisticación, empiece a fluir el
crédito y los “certificados de depósito” pasen a ser utilizados como precursores de
los “billetes de banco”.
El renacimiento va a contemplar el auge del imperio español por lo que no es de
extrañar que las ferias de Castilla y Flandes estuviesen muy interconectadas y que
comerciantes, cambistas y banqueros fuesen muy activos en ellas. En esas ferias se
daba el plazo de una estación de intervalo entre unas y otras: los famosos noventa
días.4 En cada feria se giraban letras de cambio por la adquisición de mercancías
que eran pagaderas en la siguiente feria (si se giraban en Medina eran pagaderas
en Malinas, Brujas, etc. y viceversa) por lo que en cada feria se daba una “cámara
de compensación” de deudas. Nuestra escuela de “economistas” de Salamanca
lo señalo muy bien y así, Tomás de Mercado dijo que las ferias de Medina del
Campo eran: “auténticas fraguas de cédulas y cambiales”. Por su parte, Luis de
Molina, en su “tratado de cambios”, dejó el comentario siguiente: “…en los
mercados de Medina (…) algunas mercancías se pagan con dinero contante y
sonante pero la mayor parte se pagan con notas “chirographics” que al
comprador le debe el banquero o que ese comprador acepta para pagarlas en
casa de un banquero que, a su vez, le debe algo a él y que acaban saldándose
por compensación en ese mismo banquero…” El uso de letras de cambio5 fue
grande pese a las dificultades de la época, tanto dentro del imperio de los Austrias
como en todos los países, por lo que el “dinero bancario” inicio su camino para
convertirse, poco a poco, en sustituto de la moneda metálica.
Debemos fijarnos con suma atención, por lo que tuvo y tiene de importantes
consecuencias hoy en día, en que el banquero no tenía por qué tener previamente
el dinero de la persona que compraba o giraba una letra a su cargo, sino que
utilizaba para ello el de otros depositantes o más normalmente el de ninguno,
fiándolo todo a la confianza en la ley de los grandes números. Por ella, el banquero
“esperaba” que no todos los que tenían depositado el dinero o a los que les había
abierto un crédito o dado un préstamo, materializado en un apunte a su favor en
una cuenta corriente (“deposito abierto”) fuesen a la vez, y en iguales momentos,
a rescatarlo en moneda metálica de oro o plata. Incluso contaba con que, de
4 Lo que daba el año bancario de trescientos sesenta días que facilitaba el cálculo de los intereses al evitar “el
engorro” de los decimales y que permitía, además, un “agio” ¡de hasta una semana al año! al ser feriado el
domingo y el día de navidad…
5 La palabra viene de “lettre” en francés (carta). Los italianos, dado el fulgurante intercambio de las mismas, las
llamaron “canviale” y de ahí su “denominación compuesta” para nosotros.
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hacerlo, “se conformasen” con otras letras cambiales (y más tarde también con
billetes de banco) que les daría como sustituto…”
Si bien ya hemos dicho que hubo que esperar para que la iglesia católica aceptase
el cobro de intereses y que dejase de confundirlos con la usura, no hubo condena
general del trabajo del banquero entre nuestros escolásticos, al contrario. Así, el
mismo Luis de Molina ya vio que el dinero bancario era necesario: “…pues no existe
tanto numerario legal (entiéndase oro y plata) como sería el necesario para realizar
tantos intercambios de compra y venta de mercancías…” (En una feria).
Entendamos el mundo de la edad media tardía y del renacimiento: los dineros en
moneda no circulaban como podíamos pensar (el agricultor siempre ha sido
conservador y gusta de guardar valores seguros…) las comunicaciones no eran
fluidas, los campesinos vivían de cosecha a cosecha y la gente guardaba las pocas
monedas que tenía. Ahora, pensemos en una feria, un lugar y un tiempo corto, con
un volumen de transacciones enorme para las que se daban en el día a día en un
pueblo o una villa…, es evidente que no había capacidad de aportar tanto
efectivo metálico como el que se precisaba. Imaginemos, además, las
necesidades de seguridad, de peso cierto de las monedas, de la falta de numerario
hasta la cosecha, etc.: ¡era normal que el banquero actuase como tal! y que como
tal se le necesitase para dar fluidez al comercio y a la producción. Pierre Villar
documenta como el stock de oro en la edad media no pasaba de un “cubo de
ocho metros de lado” y que en 1900 la totalidad del oro existente no habría llegado
ni a llenar un deposito semejante de diez metros de lado. Por eso, nunca el oro
podía ser otra cosa, cuando se utilizaba como pago, que un medio de dar el saldo
después de multitud de compensaciones de todas las formas alternativo-
sustitutorias del dinero, en especial de las letras de cambio.
Fue en este tiempo cuando se estableció, por esos “doctores” españoles y por
primera vez, el concepto de “oferta monetaria”. El dinero aparece reflejado en sus
escritos, en particular en los del “doctor navarro” Martín de Azpilicueta, bajo una
triple dimensión: la moneda metálica, el valor de las “cambiales” o “notas
chirographics” en circulación y el dinero bancario materializado en depósitos a
favor de diferentes titulares emitidos como sustituto del pago en moneda de esos
depósitos.
Es importante reseñar que unos años antes del descubrimiento de América se reunió
en Génova un nutrido grupo de navegantes y comerciantes y que lo hicieron justo
al final de la guerra de los cien años, la cual había asolado el continente europeo
y producido, como en todas las guerras, “una masiva cosecha de malas monedas”.
Se reunieron allí pues los comerciantes y navegantes genoveses tenían una larga
tradición en la búsqueda del oro en África y con el objeto de fijar un sistema (un
“patrón”) por el cual los saldos no compensados entre ciudades y reinos, por los
intercambios que fuesen a tener lugar, se saldasen en oro y que este tuviese unas
relaciones estables con las diferentes monedas, y que de este modo se redujesen
las incertidumbres de cobro y pago y se favoreciese el comercio. Esta conferencia
estuvo auspiciada por los hermanos Centurione, dueños de una importante
sociedad comercial genovesa que, curiosamente, tuvo durante un tiempo entre
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“sus comerciales” a un navegante llamado: Cristóforo Colombo… (No deja de ser
reseñable que el nacimiento del “gold standard” fuese en una “conferencia
internacional” en la ciudad que también vería “su defunción” en 1922, en otra
conferencia internacional, al final de otra guerra también asoladora de Europa).
Las guerras de Carlos V y después las de los siguientes “Felipes”, muy centradas
estás en Flandes, significaron una llegada extraordinaria de numerario a las
“provincias unidas” lo cual, junto a una libertad de intercambio grande para los
estándares de la época, significo un auge importante del comercio en aquellas
tierras por lo que no fue extraño que el “Banco de Ámsterdam” tomase un gran
impulso y que sus “resguardos de depósito” fuesen preferidos incluso al propio
metal. Esa reputación del banco de Ámsterdam derivaba de su capacidad para
“pesar” bien las monedas que producto de las guerras llegaban de lo más
“envilecidas” a Flandes y también de “su erudición” para tener censadas, y bien
calibradas, hasta casi un par de miles de monedas diferentes de oro, plata y cobre,
así como hacer “rigurosos cambios” entre ellas. Mas, como siempre pasó, y sigue
pasando, el “veneno” de los gobernantes se introdujo poco a poco dentro de la
dirección del banco y los “billetes” entregados a esos poderes públicos, como
préstamo para pagar sus gastos, empezaron a ser superiores a la cantidad de oro
y plata de sus reservas en unas cifras muy poco ortodoxas. “El banco” mantenía el
mayor de los secretos sobre esas “entregas vergonzantes” de billetes que no se
correspondían con reservas auténticas de metal... (Cosa que debió hacer bastante
bien pues tuvo engañado hasta al propio Adam Smith, que, en “La riqueza de las
naciones”, alababa el rigor y cuidado del banco de Ámsterdam “por tener una
reserva del 100%...” ¡?!).
LA BANCA LIBRE DE ESCOCIA Y…, LA BANCA FRAUDE
Realizando un salto importante nos iremos a contemplar la experiencia de la banca
libre de escocia. Adam Smith dirá, en su obra magna, que los billetes de banco son
un pasivo (una deuda) del banco con el tenedor del billete, deuda que está
respaldada por oro o por plata (ambos metales “auto liquidables per se” al ser la
liquidez pura) o bien por un activo que debe ser igualmente “auto liquidable”. Una
letra de cambio sobre mercancías vendidas, emitida a corto plazo, comentaba
Smith, cumpliría este precepto, ya que si se paga a su vencimiento se recupera “en
moneda real” el valor especificado en la misma. Pero una letra que no respalde a
un plazo corto de tiempo una venta de mercaderías, porque ha servido para
financiar la compra de una casa, por ejemplo, no es “auto- liquidable” ya que
exigirá mucho tiempo hasta la total recuperación del dinero prestado-invertido. El
“acento” pasa a ponerse, desde el momento del descuento de esa letra renovable
en continuo, en la capacidad de negociabilidad (de liquidez) de los bienes del
activo del banco que respaldan la emisión de los billetes o depósitos que, en su
caso, “liquidarían” la letra.
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El papel sustituto de la auténtica moneda (ya sea en forma de billetes o letras)
desde el principio de su historia, fue una deuda. Dicha deuda podía ser
reembolsada a la vista en moneda metálica (caso del billete de banco) o en un
momento futuro con devengo de intereses (bonos, letras o pagarés). En el caso de
esas letras, bonos o pagares, el montante liquidado al inicio para su adquisición
(“precio”) coincide siempre con el valor de la corriente actualizada de cobros
futuros que representa, descontados todos ellos a una tasa llamada, precisamente,
“tasa de descuento” y que tiene un montante en % según la situación del mercado
de préstamos. Así, mientras el billete mantenía su convertibilidad, la letra, el pagaré
o el bono “tenían un precio”6. (Repitámoslo: valor actualizado de la corriente de
flujos de cobros futuros a que daba derecho, actualización siempre hecha de
acuerdo con una tasa de descuento que se fijaba según la tasa rentabilidad media
alternativa existente en el mercado en el momento de hacer efectivo “el precio”).
De lo anterior se deduce que los bancos que emitían billetes contra moneda
metálica ya fuese de oro o plata y concedían préstamos materializados en
depósitos, “movilizables” así mismo por toma de billetes, debían mantener un
correcto equilibrio entre la totalidad de sus billetes emitidos (más los que recibían
en depósito durante un corto espacio de tiempo) y el plazo al que los prestaban.
Ahora bien, como los intereses a recibir son mayores en los préstamos a largo
plazo… ¡vulnerar la “teoría de la liquidez” fue siempre la norma más que la
excepción! y las consecuencias la conocemos bien al aplicarse el llamado
“multiplicador del crédito bancario”7.
Las cámaras de compensación entre las entidades podían actuar de freno mutuo
en un primer momento, pues cuando alguien “sacaba demasiado papel al
mercado” sus colegas no se fiaban del todo y le exigirán el “pago en metal” de las
diferencias por los billetes o letras no compensados. Pero esto suponía la existencia
de una “banca libre” para que el pasarse en ese “descalce” o el incurrir en un mal
respaldo de liquidez supusiese la quiebra y que un banquero desaprensivo se lo
pensase dos veces antes de llevar lejos ambas cosas… Por eso, para evitar verse en
tales aprietos, cada casa de banca buscaba mantener en sus arcas una “reserva
suficiente de efectivo real” (oro o plata) con el fin de atender posibles “demandas
no controladas”. Incluso, cuando un colega sufría una petición de conversión de
billetes o una retirada masiva de depósitos (siempre que no hubiese sido por mala
gestión, sino por un accidente, una calamidad natural, etc.), veía la “manera
discreta” para, por sí mismo o conjuntamente con otros colegas, “acudir a su
rescate” usando sus reservas. (Es evidente que cuando “las aguas volvían a su
cauce” el “banquero atacado” devolvía esas ayudas con un buen interés…)
La banca libre escocesa, hasta poco después de Adam Smith, mantuvo esos
criterios y la experiencia fue bastante exitosa. Pero Adam Smith hacía depender la
6 “El precio” sería calculado de este modo, siendo “i” la tasa de descuento: P = [aport. “1ª” /(1+i) ^1]+ [aport. “2ª”
/(1+i) ^2]+… +[aport., “nª”/ (1+i)^n] 7 Para calcularlo y entender sus efectos es preciso definir en primer lugar la Base Monetaria: valor de todos los
billetes y monedas en manos del público más las reservas bancarias o legales. (Ver punto específico más adelante).
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validez del descuento de letras como sustituto del dinero real siempre que se
estuviese dentro de un régimen de convertibilidad de los pasivos bancarios en oro
e incluso pensaba que para el comercio minorista la moneda de oro debía seguir
circulando. De hecho, es esta exigencia de convertibilidad al oro de billetes o letras
lo que le distingue del pensamiento inflacionista de John Law que enseguida
analizaremos. No obstante, el peligro que siempre acecha es que esas reservas
resulten ser insuficientes ante pánicos generalizados o ante acciones “insolidarias”
fuertes y continuadas. (A estas “acciones” se referirá Walter Bagehot mucho más
tarde como veremos). En efecto, siempre puede darse que uno o varios de los
bancos, ávidos de ganancias y de auparse al liderazgo o bien por pensar que se
está “ante una coyuntura favorable” demandadora de más medios fiduciarios,
decidan “saltarse las normas” y emitir billetes o conceder créditos muy por encima
de sus reservas “en total descalce de plazos” y sin respetar la “regla de la liquidez”.
(Lo que normalmente hacían, y continúan haciendo muchos, además, de manera
más que doble: por el propio “descalce de plazos” y por prestar a clientes de baja
calidad o por invertir en “activos tóxicos” de supuesta “alta rentabilidad” o
accediendo a inversiones descabelladas por “conveniencias políticas”). Esas
actuaciones normalmente se hacían, y se hacen hoy todavía, dentro de un sui
generis “dilema del prisionero”. En efecto, en ese punto, los demás bancos, so pena
de “perder la carrera”, o temiendo que un pánico sobre el incumplidor se traslade
a todos ellos, acaban obligados o inducidos a seguirle, por lo que entran también
en la carrera del prestar sin atender a los criterios de la más elemental prudencia…
La segunda parte de este “particular dilema del prisionero” es responder al
sempiterno interrogante: “¿quién se baja primero del tren en marcha? …” Es decir,
siempre hay alguien que buscará una salvación individual. (Aunque sea la manera
de que todos perezcan temprano o tarde en el pánico consiguiente). He aquí
como se “pincha la burbuja”. De todas maneras, la chispa la pone alguno que da
el grito fatídico: “¡el rey va desnudo!”. (Manifestando lo que todos sabían pero que
ninguno se atrevía a decir…)
Ese emitir billetes en cantidad superior a los depósitos de moneda real recibida y el
anotar en el pasivo del balance del banco una cuantía de depósitos en
contraprestación de concesiones de préstamos, que se corresponden solo en una
mínima fracción con las reservas mantenidas, confiando para ello en la ley de los
grandes números y que, consecuentemente, desencadena más y más dinero
bancario, ya había atraído desde tiempos inmemoriales a multitud de
aprovechados, agiotistas y embaucadores de toda especie. Nos vamos a fijar en
este momento histórico en uno al que la historia del dinero le guarda un lugar
especial: John Law.
Este personaje llego desde Escocia a la Francia de la regencia de Luis XV. Aquella
Francia, agotada después de los excesos del “rey sol”, estaba “falta de efectivo”
por lo que, al regente del reino, Felipe de Orleans, no hubo mucho que
argumentarle para que “quedara persuadido” de las bondades de la creación de
un banco que “tomaría el negocio del gobierno” (tesorería del reino y recaudación
de impuestos) y que emitiría “recibos” (“billetes”) contra su capital y contra
depósitos de particulares. Fue natural que, “en lógica contraprestación al
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monopolio concedido”, el banco de Law prestase barato y a espuertas al gobierno
y que este declarase que los billetes de la “Banque Royal” eran “totalmente
aceptables para el pago de impuestos y la remisión de deudas…”. Para asegurar
la continuada emisión de billetes, Law prometió, además, y durante bastante
tiempo lo cumplió, el reembolso en metal y al momento de todo billete que se le
presentase… Como podemos imaginar ese recurso no lo utilizo casi nadie (salvo un
amigo de Law, que luego encontraremos, llamado Richard Cantillon) pues, como
siempre ocurre con estas creaciones artificiales del “mal llamado dinero” al
principio “todo es de color de rosas…”.
Law y el regente Luis de Orleans vieron que si con una “emisión de mil” se había
conseguido tanto… ¡que no sería con una de cien mil! y ¡no digamos con una de
un millón!, etc., etc. Law, además, no contento con el negocio de los billetes, se
aplicó a la emisión de acciones de una “compañía del Misisipi” a la que el regente
otorgó los oportunos privilegios y monopolios de explotación de todo tipo de
mercancías: desde tabaco a acuñación de moneda… Como ya había pasado en
la historia y después pasaría tantas y tantas veces (con tulipanes, apartamentos en
las playas en “time sharing”, sellos de correos, empresas “puntocom” o “hipotecas
subprime” …), la gente se dejó su fortuna, sus ahorros y ganancias e incluso compró
acciones tomando prestado dinero en el banco de Law o le llevo más y más oro
en depósito para que este lo cambiase y multiplicase en billetes. Papeles que
servían para que la gente volviera a comprar más acciones o hiciese más depósitos
en el banco. Todo el mundo que esto hacía se creía rico solo sumando lo que valían
sus títulos… Con ese mecanismo, Law podía prestar (“multiplicador” del crédito
mediante) mayores cantidades al regente para sus gastos y consiguiente pago a
proveedores. Estos proveedores a su vez, y todos, no paraban de adquirir cualquier
cantidad que se les ofreciera de una emisión de acciones tras otra… Al final, como
los niños de la comedia musical “Mary Poppins”, alguien dio la voz de que no le
devolvían el oro de sus billetes, aunque era una cantidad ridícula. Eso bastó para
precipitar una carrera imposible de detener y contra la que las escasas reservas
nada podían. Law, “quitándose la careta”, logró del regente decretos que
prohibieran la obtención de oro o plata contra billetes, pero de nada le valió. Se
salvó “por los pelos” de ser linchado…, miles de personas se vieron arruinadas y
Francia “quedo vacunada”, por un cierto tiempo, contra la emisión de billetes…
Pero esa “vacuna” solo llego hasta la revolución francesa ya que los diferentes
gobiernos revolucionarios, para pagar las guerras, decidieron volver a las andadas.
“La revolución” se dio en un momento en el que la monarquía borbónica se
encontraba sin reservas metálicas y por ello precisaba de la reunión de los “estados
generales” para que aprobasen nuevas exacciones. Esa situación de falta de
efectivo la heredo la Francia revolucionaria. Si “les citoyens” hubiesen tenido que
seguir con la “moneda oro” la revolución se les habría apagado en pocos días,
pues oro y plata salieron raudos hacia Inglaterra y los revolucionarios no eran ricos
en esos metales precisamente… Al igual que en los nacientes Estados Unidos, en la
Francia del ahora de la revolución no se podían pedir tributos a los ciudadanos ya
que, como allí, la revolución había nacido, precisamente, por negarse los estados
generales a votar más tributos para la corona. Además, la Asamblea Nacional
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había declarado, en fecha tan próxima a la toma de la bastilla como el 17 de junio
de 1789: ¡la abolición de todos los impuestos!…
En la emisión de dinero papel nada hay más importante que el generar un
mecanismo psicológico de persuasión. Para ello, el apelar a la codicia de las
gentes y al deseo de conseguir ser rico sin esfuerzo es clave. Esa fue en su momento
la “sugestión de Law” y de su banco y de la “Compañía de La Luisiana”, multitud
de franceses se habían arruinado con ello, pero…, bien se sabe que esas cosas se
olvidan… Ahora no se podía utilizar el oro como referencia, pues no lo había, pero
la revolución prometía tierras para quien las cultivaba y el fin de los privilegios y la
ocupación de fincas de la iglesia y de la nobleza… ¿Qué mejor idea que la de
referenciar el papel moneda a esas fincas? La mente de la gente asociaba riqueza
y poder con propiedad de tierras…, luego… ¡He aquí el mecanismo de persuasión!
La revolución podía expropiar sin freno y emitir asignaciones de trozos de esas
tierras, ahora propiedad del estado, (léase psicológicamente y en total ficción: “de
todos”). La tierra, además, no era ampliable a voluntad y era comprobable en lugar
y extensión. Era pues “técnicamente escasa”, lo cual es clave para una emisión de
papel moneda referenciado a un bien. La escasez se vio más palpable por cuanto
finalmente se pensó que bastaba con “asignar” solo la tierra expropiada a la Iglesia
católica. (Lo cual, no obstante, era la no despreciable cifra de una quinta parte de
todas las tierras cultivables de Francia)
Los “billetes revolucionarios” pronto fueron conocidos como “assignats” y se
emitieron por decreto de la Asamblea Nacional de 19 de diciembre de 1789 por un
importe inicial de 400 millones de “libras tornesas” (la moneda de cuenta histórica
de Francia8). Eran “redimibles” en el espacio de cinco años con el valor que se
obtendría de la venta de las tierras a que se referían y contenían una cláusula de
que ello se haría, además, con un interés del 5%. Se permitía también que quien
tuviese suscrita una cantidad suficiente de ellos podía canjearlos por tierras
directamente. El éxito fue fulgurante y si “un poco había dado tanto… se pasó a
pensar que más de lo mismo no podía ser sino mejor…”. Como la demanda
superaba a la oferta, en siguientes emisiones se suprimieron los intereses y las
emisiones fueron crecientes en millones de libras cada vez.
Al principio todo eran parabienes: los negocios mejoraron, aumento el empleo y las
ventas de tierras empezaron. (Pues bastantes avispados reunieron cantidades de
“asignados” suficientes para quedarse con las mejores explotaciones). Pero la
guerra contra los invasores exigió pronto más y más emisiones de “assignats” con
las que pagar soldados, armas y municiones. Ahora se admitía que los mismos se
podían cambiar por una cantidad de oro para darles mayor credibilidad, pero
hubo que seguir emitiendo. Como luego pasaría en la Alemania de la post-primera
guerra mundial, o en la Venezuela populista de Chaves y Maduro en nuestros días,
las imprentas no daban abasto y no llegaban a dar a tiempo las entregas de los
8 Que fue creada en el año 781 por el emperador Carlomagno como unidad de cuenta al estilo romano
equivalente a una libra (en peso) de plata (unos 409 gramos). Se subdividía, como en tiempos del imperio romano,
en 20 sueldos, cada uno de 12 dineros. La libra valía pues 240 dineros. Este sistema sirvió de modelo para muchas
de las monedas europeas como luego la libra esterlina o la lira italiana.
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billetes que cada día se necesitaban. (Entre otras cosas porque el papel valía más
que el importe que en ellos se grababa). Como en toda “megainflación” también
los que ahora se ocultaban eran los acreedores de los deudores y no al revés pues
la inflación hacia que el dinero papel no valiese nada…
Para cuando el directorio abolió los “assignats” y decidió volver al patrón oro el
asentamiento de la revolución era un hecho. El precio pagado era otra cosa.
Como dijo Jacques Rueff, el padre de la reforma monetaria francesa de finales de
los años cincuenta del siglo XX, “…inflar la moneda es conceder a sus beneficiarios
la potestad de demandar sin ofrecer, de sacar bienes y servicios de la economía
sin que haya habido una aportación previa de riqueza por igual valor…” Es por ello
que la definición más precisa de inflación sería, probablemente, según señalo el
mismo Jacques Rueff, la de: "…deterioro en la calidad del dinero mediante la
incorporación al circulante monetario de numerario sin las cualidades dinerarias
necesarias…"
LA “NEFASTA DOCTRINA” DEL MERCANTILISMO
En cierta manera, Law, en cuanto pensaba que la ausencia de “dinero de calidad”
limitaba la expansión económica (lo de “calidad” en boca de Law sería muy
discutible) era hijo intelectual de una doctrina perversa que llevaba tiempo en
danza, la cual, si bien tuvo su plenitud en el siglo XVII y se frenó bastante en el XVIII,
curiosamente no ha cesado de repetirse bajo diferentes formas y continúa
contaminando todavía hoy la mente de muchas personas. Estamos refiriéndonos al
mercantilismo o concepción de la economía bajo una faceta “nacionalista”, fuera
de toda preocupación por la persona donde lo que cuenta es la riqueza del reino
en abstracto y la acumulación de dinero en forma de oro y plata en el tesoro
público como muestra y sinónimo equivocado de esa riqueza. Se hace del oro un
fetiche ante el miedo a la carencia de moneda y la deflación consiguiente. Lo cual
era absurdo pues ya había “dentro de la oferta monetaria”, tal y como habían
dicho los escolásticos españoles y las ferias de las grandes ciudades de Europa
atestiguaban, otros medios y formas, para que el comercio no se frenase por una
ausencia temporal o estructural de metales nobles.
Al hacerse los pagos del saldo neto del comercio exterior entre países con esos
metales, fundamentalmente con oro (fruto del acuerdo propiciado por los
comerciantes genoveses al inicio del siglo XV) el mercantilismo será esencialmente
proteccionista y favorecedor de las exportaciones y contrario a las importaciones
cuando no básicamente autárquico. En definitiva, que va imponer siempre cargas
de ineficacia e ineficiencia al consumidor. No le es ajeno a su nacimiento
intelectual la afluencia de metales llegados de las indias portuguesas e hispanas
que supuso estímulos a la actividad mercantil y a las inversiones (por la baja que
implicó en los tipos de interés) y de ello se extrapoló, en especial en un momento
en que ya no llegaba tanto oro y plata de América, que convenía “animar esa
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demanda” y estimular la producción “desde fuera” (léase el gobierno) inyectando
“dinero” o recibiéndolo por el cobro de las exportaciones. (Keynes, en pleno siglo
XX, no ocultará sus simpatías por el mercantilismo nacionalista como veremos y aún
hoy esto lo seguimos oyendo en boca de muchos políticos o de sus herederos y de
todos los que temen al subconsumo y al ahorro cuando claman que lo que el
comercio necesita es: ¡“que el dinero corra…”!).
Los mercantilistas no paraban (ni paran aun hoy sus herederos intelectuales) de
solicitar proteger la “industria nacional” o de poner “precios máximos” para
controlar las elevaciones de precios, pero como que “no se pueden poner puertas
al campo”, al final ocurre que el desabastecimiento acaba por ser la norma.
(Véase como ejemplo en nuestros propios días la situación venezolana). Es decir, se
actúa como si el problema fuese perder alimentos básicos o materias primas,
confundiendo efectos con causas, pues esas “faltas” son fruto de haber puesto
leyes de “precios máximos” y demás “cortapisas” … Todo ello se da, en gran parte,
porque el miedo latente tras ese proteccionismo y tras toda la doctrina
mercantilista es que la “falta de demanda” impida “dar salida” a lo que se produce
en una nación y que la mano de obra quede en paro. Todo sin saber si eso que se
produce es lo que realmente se está demandando, tanto dentro como fuera del
país, y que, además, se proteja y estimule desde el gobierno aquella producción
que conlleva más mano de obra. (Contradicción flagrante pues no siempre lo que
más oro y plata podía proporcionar eran los productos intensivos en mano de obra).
Como luego diría uno de los grandes economistas “clásicos”, Jean Baptiste Say,
siguiendo al propio Adam Smith: “…la cantidad de monedas de oro y plata no da
el volumen de comercio que se puede tener, sino que, por el contrario, es el
volumen de intercambios y su valor, lo que determina la cantidad de moneda que
se requiere…”
LA CREACIÓN DEL BANCO CENTRAL Y EL PRIMER ECONOMISTA: RICHARD CANTILLON
Los gobiernos, aprovechándose del escándalo que los desórdenes públicos por la
ruina a la que una parte de los banqueros, especialmente aquellos que eran poco
escrupulosos, sometían a los ciudadanos de tanto en tanto y, sobre todo, por
precisar que alguien financiase sus “políticas” o más normalmente sus guerras o que
les adelantase el dinero de la recaudación de impuestos9, vinieron en conceder
“privilegio real” a un banco que se hacía desde ese momento con el monopolio
del “negocio del gobierno” y con el “paraguas adjunto” de que sus billetes tenían,
de facto o de derecho, el soporte del gobierno. De estos bancos el más antiguo es
el Banco de Suecia, pero el más famoso en la historia ha sido el “Banco de
9 Pues las más de las veces solo era posible hacerlo al realizarse la cosecha, la vendimia o en las estaciones de
primavera y verano, cuando el buen tiempo permitía desplazamientos de comerciantes y población por puentes
y ciudades. (De ahí los arbitrios de “pontazgo”, “portazgo” y nuestra famosas “alcábala” castellana o la “bolla”
catalana...)
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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Inglaterra”. En su inicio, curiosamente, fue creación de un gobierno “Wight” y no de
los conservadores, contra lo que se podría creer. Nació en 1694, casi en paralelo
con los “inventos de Law” y, al igual que en su caso, para apoyar a “la majestad
del momento” en una de sus múltiples guerras. Se suscribió el capital por diferentes
personalidades y comerciantes en “oro fino” que previamente había sido prestado
al gobierno, por lo que se autorizó por este la emisión de una “buena cantidad de
billetes” contra ese oro. Esos “billetes” podían servir a sus tenedores como medio de
pago en contrapartida al rescate de depósitos en otros bancos.
Como se demostró que ante peticiones de convertibilidad “el banco” sí devolvía
oro, pronto hizo la competencia a joyeros, orfebres y otros banqueros, pues parecía
“más seguro” que estos en ese guardar y pagar, amén de que la gente pensaba
que el gobierno estaba detrás como garante. (Aunque esto fuese más sugestión
que realidad jurídica se demostró en varios pánicos posteriores que la mentalidad
popular no iba tan desencaminada…). Con algunos devaneos “el banco” se
consolido con diferentes gabinetes e incluso logro superar una pérdida temporal
del privilegio de ser “banquero del gobierno” cuando, en un acto de corrupción
de varios parlamentarios, le fue retirado ese privilegio para otorgarlo a una extraña
“compañía de los mares del sur”. Lo paradójico era que el “el banco” fuese uno de
los inversores en dicha compañía. Esta “South-Sea Company” no dudo en
entregarse a otra cosa que no fuese la especulación sin sentido y a negocios
arriesgadísimos10 si bien “el banco” se retiró de su capital social con beneficios antes
justo de la quiebra total de esa empresa.
Prácticamente, a finales del siglo XVIII la emisión y circulación de billetes bancarios
en Inglaterra era monopolio de facto y exclusivo del “banco”. Los bancos de
depósito y los bancos y agentes de intermediación en el descuento de letras
pasaron a “guardar su reserva” en el “departamento de operaciones bancarias”
del banco de Inglaterra. Por estar a su juicio “más segura” y por recibir un interés
por esas sumas y en gran parte también porque, en caso contrario, el dinero
metálico quedaba “ocioso” en sus propias arcas. “El banco”, a su vez, prestaba
esas reservas principalmente al gobierno y mantenía una cierta cantidad de oro y
billetes como “reserva propia”, si bien en proporción más elevada a igual cantidad
de depósitos que la del resto de intermediarios financieros de la City. (Empezaba
ya a ser consciente del papel que cada vez más, en una evolución progresiva, el
sistema financiero le iba asignando de “prestamista en última instancia” …).
El montante de esa reserva central del Banco de Inglaterra, Walter Bagehot la
considerara años después a todas luces insuficiente y será el origen de su famosa
obra: “Lombart Street”, en donde, y contra lo que muchos creen, no sienta “la
10 Siempre asombra que incluso los que deberían tener una prudencia exquisita hagan gala en muchos casos y en
nuestros propios días de un “cerebro financiero de mosquito”, perdiendo sus ahorros en suscripciones de acciones
de lo más extraño, como cuando tantos invirtieron en acciones de “empresas puntocom”. (Que no vendían casi
nada, menos ganaban y solo tenían “muchas páginas web vistas” o “muchos visitantes únicos” …) En la época de
la que estamos hablando, los diarios londinenses y la Bolsa de Londres documentaban emisiones de acciones de
compañías con los propósitos más variopintos: una compañía recaudo cientos de miles de libras para poner en
marcha una empresa ¡fabricante de ruedas de movimiento continuo!… Con todo, la que más asombra es una
salida a bolsa en aquellos años que en su “folleto de emisión” decía que iba a “explotar un negocio que nadie
sabe lo que es”¡?!
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doctrina de cómo debe configurarse un banco central” sino lo aberrante y
contranatural de la institución misma, señalando en sus defectos y en su manera de
actuar lo mismo que en los tiempos que estamos considerando vio en ella Richard
Cantillon el curioso personaje del que vamos a pasar a hablar a continuación.
En efecto, es el momento de ocuparnos de una de las personalidades más
interesantes de esta época, contemporáneo de Law y que vio y observó en detalle
las experiencias de estos “bancos centrales”. Se trata, como hemos dicho, de
Richard Cantillon, “hombre de negocios” que fue de los primeros en establecer que
la función empresarial está sujeta a la incertidumbre y al riesgo y que el
“entrepreneur” es “el agente que compra a precios conocidos para vender a
precios desconocidos” por lo que el beneficio siempre le es incierto. Fue Cantillon
“persona avispada” que supo darse cuenta muy bien de “cómo funcionaba el
sistema” y aprovecharse del mismo apostando a la contra. (De hecho, gano
mucho dinero con sus inversiones en la “Banque Royal” y en la “compañía de la
Luisiana” de Law, al recuperar, a tiempo y en oro, sus cuantiosos beneficios). Su vida
fue muy azarosa y murió en extrañas circunstancias no sin antes haber escrito un
panfleto o tratado titulado: “Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general”
que, si bien con ese título aparentemente nada hace sospechar que vaya a
ocuparse de cuestiones monetarias, dará en el mismo un conjunto de conceptos
claves para entender el sistema financiero de una economía, fustigar al
mercantilismo y sentar las bases para una doctrina inmediatamente posterior que
iba a ser una gran combatidora del sistema mercantilista: la fisiocracia.
Cantillon atacó con su escrito a los mercantilistas (que “sufrían” al pensar que la
falta de dinero efectivo en oro o plata reducía el comercio) diciendo que el uso de
letras o de billetes de banco, así como de resguardos de depósito de joyeros y
orfebres no significa que hay más dinero, sino que la utilización de esos
“reconocimientos de deuda” lo que hace es aumentar la “velocidad de
circulación” del dinero metálico existente, puesto que, al usarse los billetes y demás
sustitutos en vez del oro, se dan muchos más intercambios con igual cantidad de
dinero-oro o “auténtico dinero”. Es decir, que aumenta su “velocidad”. (Cantillon
lo tiene claro: una cosa es dinero: el oro o la plata, y otra las “promesas de pago”
en esos metales). Cantillon refuta de este modo las ideas mercantilistas de que la
actividad comercial de un país dependiese de la cantidad de metales preciosos y
por ello usa el término "rapidez de circulación" para explicar los movimientos de los
precios en función de si la "cantidad de dinero" se movía más o menos veces en
una economía. La demanda de dinero es la inversa de la “velocidad del dinero”;
por ello, si un euro cambia de manos cuatro veces en un año, es decir, si su
velocidad es 4, entonces significa que ha estado una media de tres meses en los
saldos de tesorería de los agentes económicos. (Demanda monetaria de ¼). La
velocidad del dinero tenía que ver con el dinero fiduciario, pues a más existencia
de este, más se usa para transacciones, pero el “dinero real” de oro y plata
permanece constante… (Excluyendo el caso de su incremento por causa de la
extracción minera de ambos metales).
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Cantillon dirá algo parecido a lo que en su momento comentará Adam Smith: “el
clamor general de un pueblo contra la escasez de dinero en modo alguno prueba
que no circula el necesario, sino que son muchos los que no tienen nada que dar a
cambio…” También seguirá el pensamiento de Hume, que definió la “teoría
cuantitativa” y la oferta monetaria sobre una base muy semejante a la de los
escolásticos españoles de la escuela de Salamanca (por lo que en realidad
correspondería a ellos esa primogenitura), diciendo: “… el dinero no es
propiamente hablando el fin del comercio sino solo el instrumento en el cual los
hombres se basan para facilitar los intercambios (…) es el aceite que engrasa las
ruedas y no las ruedas mismas del comercio (…) una mayor o menor cantidad de
moneda no hace nada sobre el intercambio, los precios son proporcionales a la
cantidad de dinero…” David Hume también dirá una cosa que Cantillon repetirá:
“…la inyección de dinero “ad hoc” no es neutral y dependiendo del lugar donde
se haga puede tener un efecto mayor o menor sobre los precios y estimular en un
grado diferente el comercio y los negocios…, aunque una vez que las cosas se
reajusten, concluirá Hume: “…un efecto de variación de la oferta monetaria tendrá
una consecuencia de igual sentido sobre los precios…”. En definitiva, para Cantillon
lo mismo que para Hume y antes para Locke, los billetes pueden ser “medios de
cambio” pero no dinero auténtico. Esto es una cuestión fundamental que conviene
dejar clara, en cualquier caso.
Podemos ver como la posición de Cantillon era contraría a la de Law pues no
aceptaba que se pudiesen emitir billetes “contra bienes de tierras lejanas”. Su idea
estuvo más próxima a la que tendrán más tarde Smith o Say: “…se pueden
adelantar billetes contra letras a corto plazo representativas de bienes realmente
vendidos, pero no contra producciones futuras y “azarosas…”. La razón de esta
posibilidad de obtener adelantos mediante letras, (lo cual ya sabemos que desde
la edad media era una práctica conocida y muy utilizada por los comerciantes)
radicaba en que de lo contrario estos tenían necesidad de mantener un activo
ocioso en forma de efectivo metálico que era cosa tremendamente arriesgada y
costosa por las características físicas del metal y las dificultades y peligros de su
custodia y transporte más el hecho de necesitar tenerlo en el lugar y momento
adecuado. Para Cantillon, el error 11 que cometió John Law fue el de querer
convertir a dinero real la producción futura del valor presente de las tierras de la
Luisiana pues, como también pondrán de manifiesto Adam Smith y J. B. Say, sólo los
créditos “autoliquidables”, materializados en letras, cuyo pago no dependa de su
renovación deberían ser “monetizables”.
Smith y Say verán con buenos ojos que los bancos emitan billetes como
materialización del descuento de esas letras, la diferencia entre ellos es que en
Smith no está claro si los billetes de los que habla son solo los “bancarios” o promesas
de pago en oro y, o, los billetes patrocinados por el estado, (emitidos normalmente
por el banco central) que son solo papel físico sin respaldo real en moneda
11 Se indica aquí “error” aunque no se esté seguro de si puede calificarse así a la actuación de Law. Ese sería, en
cualquier caso, el criterio mantenido por Charles P Kindleberger en su famoso libro: “Manías, pánicos y cracs:
historia de las crisis financieras”. Donde distingue entre errores monetarios, Law, y fraudes monetarios, la “South sea
bubble”.
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metálica de oro y plata al 100% y de cuestionable valor jurídico. (Al ser “portadores”
de una alta probabilidad de disminución del poder de compra de los que los
detentan por causa de la inflación que acaban generando al ser emitidos en
demasía). Esos billetes “estatalmente protegidos” solo “circulan” por la constricción
legal que los hace de aceptación obligatoria en los pagos del estado a sus
proveedores o de los ciudadanos en sus pagos de impuestos al gobierno, así como
por tener la calificación legal de servir para la remisión de deudas. (Curiosamente,
en todas las mega-inflaciones son los acreedores los que buscan esconderse para
evitar que sus deudores les paguen lo prestado con esos billetes sin valor…) Los
“billetes nacionales”, de ahí su renombre de “divisa”, solo pueden circular entre los
diferentes actores de la economía de un país, que era hasta donde llegaba (y llega
hoy) el poder de quien ha decretado ese “curso legal obligatorio”. A estas “no
promesas de pago” la práctica popular las calificó muy pronto (y muy bien) como
¡“papel moneda”! En la época que estamos tratando, ambos tipos de billetes van
a convivir junto con el oro, la plata y el cobre, pero pronto los billetes del banco
central desplazaran a los de los demás bancos12.
12 En la gestión de la tesorería en una empresa se ve esto con mucha claridad. En efecto, sabemos que una cosa
es obtener financiación por medio de deuda financiera y otra el obtenerla por medio del descuento de efectos.
(Que no son sino soportes documentales de ventas reales previas). El primer tipo de financiación computa en todas
las métricas de análisis del equilibrio financiero de la empresa, el segundo, al ser muy diferente de una deuda
financiera, no. Sabemos que el volumen de necesidades operativas de efectivo (NOF) de una empresa nace
porque el montante de existencias precisas para su normal funcionamiento y el de las deudas de clientes a corto
plazo no queda suficientemente cubierto con las facilidades temporales de pago dadas por los proveedores y
otros acreedores a corto plazo. Pero dadas unas ventas a clientes, las facturas o instrumentos de cobro aplazado
que las amparan, suponen para la empresa tener “instrumentos” de crédito a su favor que puede “monetizar” vía
descuento o “factoring”. Por el contrario, tratar de descontar efectos que no se corresponden con ventas previas
y reales para cubrir inversiones a largo plazo por ejemplo, es un craso error, no solo por el hecho de que deben ser
renovados continuamente dada la madurez lenta del bien de inversión al que van destinados, sino porque el
banco que los admite a descuento aportará normalmente un “dinero sustituto” no procedente de ahorro previo
o de actividad económica alguna por lo que queda sometido a un riesgo de liquidez que a su vez traslada a la
empresa. Lo que correspondería hacer, a los efectos de una “financiación ortodoxa” de los bienes de capital, es
una ampliación de los fondos propios y, o, solicitar un préstamo a largo plazo con “luz y taquígrafos”. Por supuesto,
el dinero de esa financiación debería provenir del ahorro a largo plazo de personas físicas o jurídicas y no de
creaciones artificiales de papel moneda y, o, del transformar depósitos a corto plazo en conceder otros depósitos
que deben devolverse como préstamos a largo plazo, pues eso supone que, ante la mayor cantidad ofertada de
fondos para préstamos, el tipo de interés sea más bajo que si esos capitales hubiesen sido solicitados a los
ahorradores. Por ese menor coste puede ser empleado en inversiones con tasas de rendimiento menor
introduciendo un injerto extraño en la economía que tarde o temprano pasa factura. Un empresario que actúa
como un buen gestor debe de esforzarse por “economizar” los bienes de capital, es decir, el inmovilizado más las
NOF. En el límite, nunca se debería ser demandante de financiación para esas “necesidades operativas de fondos”
pues las deudas de clientes no cubiertas por las que se tienen con proveedores deberían ser monetizables vía
descuento de letras y las cuantías de las existencias en almacén de productos acabados, de materias primas o
de trabajos en curso, sobre las que no se pueda practicar un “justo a tiempo” deben cubrirse con un suplemento
de “financiación permanente” que es lo que se conoce como “fondo de maniobra” o cuantía de financiación
permanente, propia y ajena a largo plazo, en superávit sobre los activos no corrientes netos de amortizaciones.
Para “monetizar” las deudas de clientes por ventas a crédito, el empresario puede arbitrar entre utilizar el
descuento de letras o la disposición de créditos a corto plazo con la garantía de esos efectos, buscando con ese
arbitraje optimizar el pago de intereses: no descontar por encima o a mayor plazo de lo que se necesita si solo se
debe cubrir una punta de pocos días. Pero parece claro que ese crédito bancario a corto plazo no puede ser, ni
por cuantía ni por destino, un instrumento capaz de disfrazar necesidades de financiación permanente. Vemos así
la “sensatez” de uno de los llamados “principios de Zúrich” que dice: “…la cantidad de crédito a corto plazo
concedible por un banco está limitada por el montante del “fondo de maniobra” que la empresa prestataria
tenga…” (Pues si se pasa de esa cifra, ya estaríamos financiando con fondos a corto plazo lo que debería ser
financiado con fondos a largo plazo). ATENCIÓN: No hay que confundir ese “fondo de maniobra” con las
“necesidades de fondos de maniobra” o NOF. El montante del fondo de maniobra lo determinan directamente o
indirectamente los propietarios y el otro, las “NOF”, vienen dadas por la actividad del negocio dentro de unas
exigencias de “periodo de maduración” típicas de cada sector.
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Cantillon clamará contra un sistema de banco único patrocinado por el gobierno
y por ello privilegiado (refiriéndose al banco de Inglaterra y al de Law, pero que
prácticamente se puede trasladar a todos los bancos centrales que ha habido y
sigue habiendo) que presta al estado y que desde su nacimiento está en total
complicidad con el gobernante, que es quien le otorga y mantiene en sus
privilegios. “Banco perverso”, dirá Cantillon, puesto que “sostiene a precio artificial
los títulos de la deuda pública y aporta informaciones privilegiadas para que
algunos se beneficien con la venta y compra de esos títulos…” El banco central era,
además, a los ojos de Cantillon, una institución de claro “tufo mercantilista” pues
de no mediar esa parcelación nacionalista de los billetes del banco central y su
curso legal forzoso “intra fronteras”, los bancos privados se hubiesen extendido
internacionalmente. Cantillon va dar así la alerta del paso del dinero: “como una
creación espontanea de los hombres” a un mero “nacimiento por decreto ley” con
la consecuente aparición del llamado “dinero nacional” o de la “divisa monetaria”
de cada país.
El banco central rompe, añadió Cantillon, el de por sí “frágil equilibrio de la banca
libre” en el que, cámaras de compensación mediante, los banqueros se vigilan
unos a otros por el “rabillo del ojo” y donde si saben de alguien con mal respaldo
metálico para los billetes presentados a compensación, tienden a rechazárselos.
Ello supone, así mismo, costes crecientes para el que pide “auxilio” (por haberse
pasado en el conceder créditos muy por encima de sus reservas) y da una
selección natural de los buenos billetes y de los malos y un “tipo de interés de
mercado” el cual, con la intervención del banco central, se altera. (Al poder realizar
ese banco central “inyecciones” o retiradas arbitrarias de liquidez).
Esta última afirmación de Cantillon es la que más se ha estudiado en relación con
el volumen de la oferta monetaria y su “crecimiento artificial”. Se la ha conocido
como “efecto Cantillon” y lo que lo ha hecho tan notorio es el que señale
claramente como “la creación de dinero fiduciario por el mecanismo del banco
central no es neutral en la economía”. En efecto, el “dinero nuevo” que se produce
por la intervención del banco central, dirá Cantillon, no entra en la economía de
manera imparcial sino desagregada, generando cambios en la estructura de
precios relativos al dar lugar a una redistribución de rentas entre primeros y
posteriores receptores de ese incremento de “oferta monetaria ad hoc”. Para
entenderlo, digamos que Cantillon partía, como ejemplo para saber de las
consecuencias del incremento del “no dinero” por el banco central, citando el
caso de la actividad minera de extracción de oro (o también de la llegada de ese
metal desde las indias hispanas y portuguesas a Europa) y de cómo los resultados
de esta actividad acababan pasando al resto de la sociedad. En un momento
dado, si ante la entrada de oro, la producción de otros bienes no sigue igual
proporción al alza, puede darse un proceso inflacionista, tanto más rápido cuanto
el aumento de dinero (el oro monetizado o los billetes emitidos ante el nuevo oro)
se gaste de inmediato o, por el contrario, se invierta de momento para gastarse
después. Muy imperfectamente todavía, pero de manera suficiente, Cantillon
ataca con esto a los mercantilistas (dispuestos siempre a todo tipo de manejos con
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 21
la oferta monetaria) criticando incluso a aquellos mercantilistas que, tal vez con
buenos propósitos, buscaban algo aparentemente tan encomiable como el
“impulsar la industria” pues a la postre esos “manejos” para entrar dinero en la
economía, sin respaldo de producción real, no traen otra cosa que menos riqueza
al conjunto y que solo algunos “aprovechados” salgan mejor parados de lo que
estaban.
Vemos como, según Cantillon, el interés se determina por la oferta de fondos
prestables, pero el aumento de la oferta monetaria no afecta al interés sino al
poder adquisitivo del dinero, siendo el nuevo tipo de interés su consecuencia.
DAVID RICARDO Y LA CONTROVERSIA SOBRE EL PATRÓN ORO
Vamos a ocuparnos ahora de las aportaciones que sobre el devenir del dinero dio
otro gran economista, David Ricardo, quien será objeto de admiración y
emulación por todos los economistas que entonces, y aún ahora, se deslumbran
por la “elegancia del discurso”, “la eminencia de los razonamientos” y “la erudición
del análisis”, aunque los más lúcidos de entre estos, como Samuelson, Blaug y algún
otro, se darán cuenta también, aunque algo tarde, que Ricardo fue el creador del
mito del economista utilizador del: “…supongamos que...”.
Fue Ricardo un economista defensor de las ideas de Adam Smith y sus aciertos y
posturas críticas frente a “apriorismos sin sentido” fueron importantísimos. Así,
promovió el comercio libre sin aranceles proteccionistas, retomo la teoría
cuantitativa del dinero de David Hume y de nuestros escolásticos, defendió la
moneda solida respaldada por oro, formulo la “ley de la ventaja comparativa” y
para las inversiones dejo una frase paradigmática: “…realizar las pérdidas de
inmediato y dejar que los beneficios discurran…”. Pero Ricardo continuará con el
fallo de Adam Smith: abrazó y afianzó en sus escritos y en su libro más conocido la
idea de que el valor de los bienes está en la cantidad de trabajo necesaria para
producirlos, lo que es confundir coste y valor, y sus razonamientos abstractos le
llevaron, no a estudiar el “cómo hacer crecer la riqueza del conjunto”, como hizo
Smith, sino al: “cómo se da la distribución de lo producido” y ello en un caso
especial: “cuando por el pelean tres clases: terratenientes, capitalistas y obreros”.
(Adam Smith tenía también en mente a esas tres clases, pero en su caso lo que
buscaba era “hacer la tarta más grande” mediante la cooperación de esas clases,
y que de ello resultase una mejora global, es decir, que se incrementara “la riqueza
de las naciones”).
Por lo que se refiere a los temas monetarios, que son los que aquí ahora más nos
interesan, la verdad es que cabe dar a Ricardo más parabienes que críticas. Ya sea
porque “dejándose de modelos” vio que la realidad monetaria requería no
“basarse en falacias” … o bien, porque de su modelo se deducía que “solo los
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 22
terratenientes sacaban provecho…”, lo cierto es que abogó por el libre cambio, la
abolición de barreras arancelarías sobre el trigo y luchó contra la inflación
producida por la emisión de billetes por el Banco de Inglaterra. (Acusando a este
de hacerlo por encima del stock de oro existente en sus arcas). Por ese
pensamiento monetario será rechazado por Keynes, aunque por el otro, el de los
razonamientos abstractos y la teoría de la distribución, será oportunamente
alabado. (Precisamente los discípulos de Keynes de tendencias más filo-socialistas
o neo marxianos lo tendrán como uno de sus “tótems” preferidos, como fue el caso
de Piero Sraffa).
El estudio de Ricardo sobre “el precio del lingote de oro”, al que acabamos de
referirnos, es una apología de la reserva bancaria del 100% (en oro) que se verá
plasmada en la práctica, años después, con la “ley Peel” de 1844. Solo en teoría,
pues los gobernantes de ese posterior momento no le hicieron caso del todo y solo
se prohibió la emisión por el banco de Inglaterra de billetes por encima de las
reservas de oro, pero no el que se continuasen generando depósitos por los bancos
(“dinero bancario”) movilizables por cheques o transferencias y con reserva
fraccionaria en el banco de Inglaterra. En esa controversia, como vemos, Ricardo
tomo decidido partido por lo que se conoció como “bullionismo” (lingote de oro) o
defensa de la ligazón entre oro y billetes (“currency principle”) frente a los
conservadores que buscaban seguir pagando guerras contra Francia y las de la
independencia americana primero y frente a Napoleón después, con “dinero
papel” o depósitos generados por los bancos (“banking principle”).
Unos y otros argumentaron con “sus razones”. Los defensores de la creación de
dinero por los bancos (muchos de ellos “tories” y fundamentalmente terratenientes)
adujeron que los esfuerzos para pagar las guerras y las malas cosechas precisaban
de importaciones que había que atender y pagar (con préstamos y billetes
decían); los otros, Ricardo con ellos, pensaban que los sucesivos préstamos del
banco de Inglaterra al gobierno y su traslación a billetes estaban en la raíz de todos
los males y del auge del precio del oro en billetes. En especial esto se vio claramente
cuando España se pasó al bando inglés contra Napoleón y eso desató una euforia
de nuevas emisiones fiduciarias y la creación de nuevos bancos y, con ello, tener
en el sistema aun mayor número de emisiones de billetes que llevo a una gran
inflación. (Todo por pensar que las minas de plata españolas de América ahora
estarían al alcance inglés…). Gran Bretaña y sus aliados salieron victoriosos de
“Waterloo” y eso “justificó” a los “tories” si bien los “wights” (fundamentalmente
soportados por comerciantes y fabricantes) se llevaron finalmente la razón con la
vuelta a las posiciones de Ricardo y al patrón oro estricto con la ley de Peel.
Aunque, en realidad…, los conservadores dijeron lo de Galileo: “…e pur si muove…”
y entonaron también lo que más tarde diría Tommaso Giuseppe di Lampedussa:
“…aceptemos un cambio… ¡para lograr que todo siga igual!” Pues si les quitaron la
posibilidad de emitir billetes por el Banco de Inglaterra que no respondieran a una
estricta cantidad de oro, superada una cifra dada (reserva del 100% desde ese
punto), no se les prohibió a los bancos la posibilidad de generar depósitos en
cuenta corriente con reserva fraccionaria. Lo cual no habría sido un problema, o
habría sido diferente la situación al menos, si hubiese sido posible una libertad
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bancaria de emisión de “sustitutos” del dinero”: billetes, depósitos, etc., siempre sin
el respaldo intervencionista, e interesado, del banco central, con concurso del
gobierno y la monetización en dichos sustitutos del dinero de la deuda por el déficit
en el presupuesto público. Y… de “esos polvos…”
A través de una elaboración de reglas lenta y progresiva y después de muchas y
dolorosas experiencias, tal y cómo hemos comentado, se llegó a un consenso sobre
el patrón oro en los albores del siglo XIX el cual duró más o menos cien años,
aportando una buena estabilidad de precios. Esto incluso en épocas de fuerte
crecimiento como fue la década de 1890 a 1910 en la que las necesidades de
encaje de efectivo se vieron acompañadas de la nueva entrada de metal
procedente de la minería de oro de California, de Rusia y luego de Sudáfrica. El
metal amarillo fue, y es, universalmente aceptado, ya que la relación existente
entre las cantidades existentes del mismo y la entrada en el mercado de nuevo
metal es muy alta, de hecho, es la más alta para cualquier otro bien.
El patrón oro, desde el consenso genovés promovido por los hermanos Centurione,
era un mecanismo regulador de entrada y salida de oro en un país según el saldo
de la balanza de pagos, la cual refleja la voluntad de sus habitantes por tener unos
montantes dados de “efectivo fiduciario en mano”. Si la cantidad de ese dinero
con la que se encontraban era superior a la que deseaban mantener, acudían al
mercado interior a comprar, lo que hacía subir los precios y que el efectivo no
deseado, o en cantidad de más, se esterilizase. Además, el hecho siguiente a la
subida de precios interiores es el incremento de las importaciones (siempre que
estemos en un mercado libre, de ahí el mal del mercantilismo) lo que ocasionará
una balanza desfavorable a cubrir esta vez con oro, lo que llevaba la cantidad de
dinero fiduciario nuevamente al nivel de los encajes deseados. Al mismo tiempo, es
creíble que se den en estos casos unas expectativas de escasez de bienes y haya,
de manera añadida, un compás de espera, en el cual la gente puede acumular
saldos de efectivo en espera de mejores precios…
En el patrón oro, las divisas fiduciarias nacionales, materializables en oro, valen su
montante en este metal y las que lo son en anotaciones en una cuenta de depósito
en un banco son una obligación de pago de una determinada cantidad de billetes
o de oro directamente por su emisor. De este modo basta comparar cuánto oro da
derecho a cobrar cada unidad de efectivo fiduciario para averiguar el tipo de
cambio entre ellas. Al inicio del siglo XX una onza de oro se intercambiaba por 4,25
libras esterlinas o por 20,67 dólares USA con lo cual siempre había la posibilidad de
saber cuál era el tipo de cambio fijo entre la libra y el dólar. No obstante, estaba
claro que si un comerciante había de pagar en oro a su proveedor en otro país
veía de hacerlo por medio de un mecanismo de compensación con alguien del
interior, un compatriota que estuviese en la posición contraria, esto es, que debía
cobrar una exportación. Con ello se evitaba el desplazar oro. (Que siempre
representaba un coste por cuestiones logísticas, de seguridad, etc.). Es decir, si, por
ejemplo, había dos importadores que debían pagar 1.000 unidades monetarias
cada uno y un solo exportador que debía cobrar 1.000 unidades monetarias, este
último veía como recibía pujas de aquellos dos importadores, igualándose así el
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precio más o menos con el coste de trasladar el oro. En definitiva, si el saldo para el
conjunto del país no quedaba cuadrado y al final se debía exportar o importar oro,
el tipo de cambio estaba siempre entre dos tipos: el del “punto de exportación del
oro” y el del “punto de importación de oro”. Los tipos de cambio dependían así de
las obligaciones de pagos relativas entre distintos países: si había que hacer más
pagos al extranjero de los que se tenían que recibir, su divisa se depreciaba y
viceversa.
Estaba claro que a los industriales, empresarios y comerciantes lo que les interesaba
era preocuparse por sus negocios y no distraerse con esas búsquedas de
contrapartidas y con las pujas consiguientes, por lo que, en correcta división del
trabajo, acudían a los bancos para que ellos, como intermediarios, ejecutasen la
consolidación y compensación de deudas a pagar y activos a cobrar en oro o en
divisas. Ello llevaba a los bancos a mantener saldos en diferentes divisas y en oro
para dar inmediata cobertura a las solicitudes, con el coste de custodia y de
intereses consiguientes. También a soportar riesgos de crédito ante posibles
insolvencias y a estar expuestos a riesgos de liquidez por la diferente maduración
de plazos de los activos y pasivos que mantenían en cada divisa, así como por los
descalces de plazos entre depósitos y préstamos. Por ello, los tipos de interés en
cada divisa en sus mercados respectivos, el riesgo percibido y la liquidez, influían
sobre los tipos de cambio que debían tener en cuenta esos costes y riesgos y
determinaban en última instancia los “puntos de importación y de exportación” de
oro. En cualquier caso, si una divisa suspendía su convertibilidad con el oro las
fluctuaciones al alza y a la baja podían tomar cualquier valor pues pasaban a
depender de una oferta y de una demanda muy inestables al no estar anclada la
divisa a ningún valor fijo. Como vemos, el patrón oro fue un mecanismo cuya
decantación fue laboriosa y era un sistema complejo que dependía de multitud de
parámetros y riesgos.
La verdad es que el patrón oro, como tal, era un sistema de referencia más que de
actuación completa en el mundo hasta bien entrado el siglo XIX. Durante los años
anteriores siempre coexistió con la plata como segunda moneda de base y más
marginalmente, en cuanto a importancia, aunque no en circulación, con las
monedas de cobre. En el Reino Unido fue monopolio legal solo desde 1821, en los
Estados Unidos desde 1834. Ambos países fueron seguidos por Canadá y Australia
en 1850. Pero la victoria de Prusia sobre Francia, en Sedan, en la guerra de 1870-
1871, aparte de la pérdida de la Alsacia y la Lorena supuso para los franceses el
pago de una fuerte indemnización a Alemania. La misma se materializo en una
cantidad enorme de oro depositada en Londres (cinco mil millones de francos oro).
Con esto, Alemania tuvo una base para adoptar el patrón oro y crear en simultaneo
su propio banco central (primero como banco de Prusia y luego como Reichsbank)
el cual emitió inmediatamente sus propios billetes de curso legal ligados a dicho
oro.
Lo cierto es que los alemanes tuvieron la oportunidad de haber escogido la plata
para tal fin, pues de hecho era la moneda metálica más usada en los diferentes
Lander y en esos instantes, además, había un conjunto de países continentales que
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la habían adoptado como patrón. Ese era el caso de la “Unión Monetaria latina”
creada en 1865, a la que pertenecían naciones como Francia, Italia, Suiza, Grecia
o Rumanía, pero el hecho de que el gran oponente, y ahora nación de referencia
para Alemania, Gran Bretaña, fuese la “campeona” del patrón oro, amén de que
Rusia y Austria, los otros imperios, hubiesen suspendido sus pagos en plata a raíz de
la guerra franco prusiana, decantó al canciller Bismarck por el oro. (“Malas lenguas”
dirían que, en realidad el oro se prestaba más y mejor como mecanismo de
persuasión de la bondad de los billetes… y de… ¡su crecimiento sobre el oro de
base!... En efecto, el oro es más escaso que la plata y está más concentrado en su
depósito. La plata tiene, además, costes de custodia y de desplazamiento más
altos por esa abundancia. Todo ello era un gran inconveniente pues se hace más
difícil combatir un pánico bancario si la gente exige plata, siempre más presente y
numerosa, lo que no permite muchas excusas sobre la cantidad de papel a cubrir...
(Esto implicaba, además, grandes dosis de cooperación internacional, mientras
que el oro podía físicamente tenerse en uno o muy pocos lugares y ello sin incurrir
en tan grandes costes de almacenamiento y transporte). Pero la dificultad residía
en que, por el momento, para Alemania, “su oro” estaba en Londres en su mayor
parte. Curiosamente era una de las más importantes reservas con que contaba el
Banco de Inglaterra. Por ello, Bagehot “temblaba” solo con pensar en su retirada y,
entre otras cosas, eso le llevo a escribir su famosa obra, advirtiendo de paso, de los
males del sistema de Banco Central de monopolio único, en sí mismo.
El ajuste al que el patrón oro obligaba a las naciones a través de precios y rentas
internos fue tolerable en el siglo XIX debido a dos cuestiones, la primera es que Gran
Bretaña dominaba la escena internacional y era la gran exportadora de capitales
y, por tanto, aunque Bagehot clamara en el desierto, el banco de Inglaterra
mantenía una emisión de libras por encima de sus reservas por permitírselo esa
posición. La segunda es que en todos los países no había lugar para una
concepción que estableciese que el estado debía intervenir en la vida económica.
Las revoluciones liberales, la francesa a la cabeza, habían significado el poner a la
libertad y a la propiedad, junto con la seguridad, la igualdad y la fraternidad, como
bases del sistema y todo intento estatalizador se veía como una reminiscencia del
antiguo régimen o el querer su restauración Por ello había siempre la doble
precaución de mantener las libertades frente al gobierno y que se tuviese siempre
la posibilidad de un comercio libre y desregulado con el exterior, incluso al precio
e indisposición, de pagar el ajuste interno que se precisase si venia obligado por la
lógica del patrón oro. Esto daba también a los tenedores de divisas la confianza en
que el sistema se mantendría en funcionamiento y, por tanto, permitía que los
bancos y otros inversores cambiasen sus posiciones en divisas ante pequeños
cambios en los tipos de interés. Como no había sitio para una política nacionalista
con los tipos de cambio, el comercio internacional reflejaba las condiciones
subyacentes de carácter real o por causa de nuevos descubrimientos de
yacimientos de oro, los cuales no dieron consecuencias graves. Por el contrario, las
condiciones de las economías, a partir del fin de la segunda guerra mundial, donde
fruto del pensamiento keynesiano, todas colocan el énfasis en el pleno empleo
interno y en una altísima intervención de los gobiernos en los asuntos económicos,
son claramente muy distintas y desfavorables para el ajuste vía precios internos, por
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lo que las devaluaciones y la inestabilidad de los tipos de cambio han pasado a ser
la norma.
EL FIN DEL PATRÓN ORO CON LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LA GRAN INFLACIÓN DE POSTGUERRA EN ALEMANIA, AUSTRIA Y HUNGRÍA
Vayamos en un nuevo salto hasta el inicio de la primera guerra mundial. A nada de
iniciado el conflicto, incluso antes de acabar 1914, la necesidad de utilizar el oro
para pagar las importaciones de material, armamento y demás suministros
esenciales, hizo que todos los beligerantes suspendieran la convertibilidad y
acudieran sin tregua a la emisión de papel fiduciario en el interior. El racionamiento
se pensaba que impediría el que los precios se desatasen quedando todo
aplazado a una “esperada y rápida victoria” en la que las reparaciones que se
exigirían a los vencidos (la memoria de lo impuesto por Prusia a Francia después de
Sedán así se lo hacía creer a todos) permitirían evitar la inflación futura, ahora
durmiente.
Pero la guerra no fue corta y decisiva y acabó en un estancamiento de trincheras.
La inflación no fue controlada y al final de los cinco fatídicos años los precios se
habían duplicado de media. Sin embargo, nadie pensaba en cambiar el precio del
oro ni quería plantearse el hecho de que había una circulación de dinero fiduciario,
(billetes y depósitos bancarios) teóricamente cambiable en oro a un precio fijo, que
equivalía al doble del valor de las existencias de ese metal. Ciertamente que
nunca, ni en los momentos cumbres del patrón oro, hubo una proporción de reserva
de oro del 100% del dinero fiduciario en circulación, pero la desproporción con que
los países se encontraron al final de la guerra, en pleno armisticio, sobrepasaba
todos los límites. Al principio del conflicto, en 1914, el marco, el chelín inglés, la lira y
el franco, valían prácticamente lo mismo y se podían intercambiar, con ciertas
restricciones y formas, por monedas de oro. Al final de 1923 la ruina era total en los
países centroeuropeos y el marco era incapaz de cambiarse por unidad de papel
de esas mismas monedas por menos de ¡un millón de millones de marcos!
Hemos de decir que 1914 no solo fue el momento de la actuación de los “cuatro
jinetes del apocalipsis”, como nos recordó Blasco Ibáñez en su novela homónima,
sino también de un quinto jinete, igualmente apocalíptico, que arramblo con un
sistema, el patrón oro, nacido casi cinco siglos antes en las postrimerías de una
igualmente sangrienta guerra europea (“la guerra de los cien años”) impulsado por
los comerciantes genoveses y que había ido decantándose, en medio de muchos
altibajos, tal y como hemos visto. La financiación inflacionista de las guerras, que
siempre en la historia había sido la causa de la pérdida de valor del dinero, llego
con la primera gran guerra europea a su punto culminante.
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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¿Qué había pasado en Alemania para que tamaña inflación hubiese podido
darse? Por una parte, lo ya dicho: en los años de guerra la inflación, aunque oculta
por las medidas de racionamiento, ya había dejado reducido el “marco imperial”
a la mitad de su valor. (Durante la conflagración en Alemania eso importaba
poco…: “se compensaría con las indemnizaciones a sacarle a Francia y con las
colonias que se les obligaría a ceder a ingleses y franceses…”) Por otra parte, en la
derrota, si bien se destituyó a una monarquía imperial caduca, no se exigieron
responsabilidades a la “casta militar” causante del conflicto y posterior fracaso y,
además, los gobiernos civiles de la naciente república de Weimar tuvieron miedo
de los levantamientos populares si no se pagaban salarios a los obreros y
funcionarios (aunque no había tesorería de respaldo en oro con el que atenderlos)
por lo que no se dijo la verdad sobre la situación financiera y se entró en la espiral
del déficit.
La pauperización y la miseria eran bien elocuentes pero la gente, en especial las
clases medias alemanas y también el resto de las centroeuropeas, siguieron
creyendo que el “marco era y seguiría siendo un marco” (“reichsbank mark, gleich
mark”) o lo que era lo mismo: tenían una creencia ciega en el valor de compra del
marco por lo que la crecida de los precios y del tipo de cambio se atribuyó al
“enemigo exterior”. (La causa, decían, era “la subida del valor de la libra y el franco
y no... La mala situación del marco” …¡?!) Antes de la guerra una libra eran 20
marcos, justo antes de la firma del tratado de Versalles, en junio de 1919, eran ¡60
marcos! Un poco más tarde, en diciembre de ese año, la libra valía ¡185 marcos!…
Pero en esos momentos los gobiernos alemanes, que se sucedían en rápidas crisis
de gabinetes, tenían ahora un nuevo chivo expiatorio que arrojar a las masas: el
culpable era “el tener que pagar las reparaciones impuestas por el tratado de
Versalles” … ¡eso sin que se hubiese pagado nada todavía!
El gobierno alemán emitía deuda sin parar que se descontaba en el banco central
y este, a continuación, con su gobernador Rudolf Havenstein al frente (sin que haya
constancia de si lo hacía por ingenuidad, por mala fe o por dejadez) no paraba de
dar órdenes de imprimir billetes y en el colmo de la negligencia ni se preocupaba
de sacarle un rendimiento para el gobierno al no monopolizar esa emisión. Con
respecto a los bancos, Havenstein les dejaba descontar letras en el Reichsbank a
tasas inferiores a las de la depreciación del dinero con lo que estos tenían un
beneficio extraordinario y, además, ni siquiera les pedía que al devolver el préstamo
le compensasen con la tasa de devaluación del dinero prestado. Ante la mega
inflación, la emisión de papel precisaba ya de billetes de ¡10, 20, y 30 millones de
marcos! La preocupación de Havenstein era asegurarse el trabajo en exclusiva de
las imprentas y que sus entregas llegasen a tiempo para pagar las nóminas. Estas
dejaron de ser semanales para pasar a diarias y la locura se hizo infernal al entrar
imprentas y banco central en un “bucle sin fin”.
El veintidós de agosto se emitió el primer billete de ¡cien millones! de marcos y el
uno de septiembre el primero de ¡quinientos millones! Las empresas, las
municipalidades y los Lander ya hacía tiempo que emitían su propio dinero a
cuenta, pues el oficial no llegaba a tiempo en el momento del pago diario de las
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nóminas… A estos billetes se les llamó, curiosamente, “notgeld” (“no dinero”) pero
convivían con el resto… El 5 de noviembre de 1923 se constató como una hogaza
de pan, de unos dos kilos, pasaba de ¡20.000 millones a 140.000 millones!… (El papel
de los billetes, que soportaba cifras astronómicas, valía más en valor de compra
que el guarismo que en ellos se escribía…)
En muchas zonas del interior de Alemania la gente volvía al trueque e incluso se
emitió un dinero basado en certificados sobre quilos de pan de centeno (el
conocido y popular “roggenbroot”) que a su cancelación se decía aportarían “un
crecimiento” del 15% en kilos. Todo esto es algo que Keynes pondrá de manifiesto
en sus artículos en el “Manchester Guardian”, luego recogidos en su libro: “Tract on
monetary reform” y que en síntesis venían a decir: “…la inflación, al inicio, permite
recaudar fondos al gobierno eludiendo subir los impuestos, pero solo hasta que el
público se da cuenta de que los precios suben y no lo hacen de modo pasajero,
por lo cual, pasado un cierto tiempo, van a desprenderse de los billetes como de
“papel encendido” y desearan hacer intercambios en formato real: bienes por
bienes...”
A mediados de noviembre se había llegado al límite: los gastos públicos eran mil
veces mayores que los ingresos, la deuda flotante se había multiplicado por quince,
los empleados públicos preferían cobrar los sueldos en kilos de patatas, las cartas
de los restaurantes, así como las publicaciones oficiales y de las empresas, incluían
todo tipo de menciones para que quedase claro que las cifras que se daban no
incluían un mínimo de diez ceros. Las deudas antiguas, la riqueza en bonos, los
cobros de pensiones…, eran ya nada… Hubo que reconocer que lo de sostener al
Ruhr se tenía que acabar y que “algo” debía cambiar…
Un nuevo gabinete, que había tomado posesión en agosto, con Straseman al
frente, rescató a un hasta cierto punto obscuro personaje, un tal Hjalmar Horace-
Greeley Schacth, que entonces estaba al frente de una de las direcciones de un
banco importante pero menor y que también ejercía como un periodista
económico de cierto predicamento, nombrándole presidente de una comisión
ejecutiva sobre la moneda y decidió que el poder independiente de Havenstein,
el otrora poderoso gobernador del banco central alemán, se había acabado y
que ese banco no podía seguir descontando papel del gobierno. (Hay que tener
en cuenta que Hjalmar Schacth, en curiosa coincidencia, inicio sus trabajos en la
comisión cinco días después del “putch” nazi de la cervecería de Múnich, el primer
intento, esta vez fracasado, de golpe de estado de Hitler, del que luego sería
ministro…¡?!)
La comisión presidida por Schacth intentó “emular a los franceses de la revolución”
con la creación de un dinero basado en la propiedad de las tierras estatales que
sería emitido por un nuevo banco central: el Retenbank (luego Reichsbank). Se
creó así el “retentmark” asegurándolo con “hipotecas teóricas” sobre dichos
terrenos. Para valorarlo, inteligentemente, Schacth aguardo a que el marco
imperial perdiese hasta ¡una millón-millonésima parte de su valor original! (con lo
cual resultó fácil quitarle doce ceros) y a esa cifra estabilizo el “marco viejo” con el
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nuevo rentenmark. Esa fecha fue la del 20 de noviembre de 1923 y ese mismo día,
en curiosa coincidencia también, murió el que había sido indiscutido gobernador
del banco central del segundo Reich y de los primeros tiempos de la república de
Weimar: Rudolph Havenstein.
No había nada que dijese, o que fuese a asegurar, que el Retentmark tendría éxito,
pero el hecho de que se lanzase un mensaje contundente de rigor en el “no usar el
presupuesto en déficit”, en la no emisión de deuda y en el “fin de las imprentas de
billetes”, unido todo a un desanimo colectivo, hizo el milagro. Eso y que Schacth se
fue a Londres, donde negoció y obtuvo un préstamo de respaldo y “saco tajada al
tiempo” de una comisión americana que estudiaba la temática de los pagos de
las reparaciones alemanas y que concluyó con el denominado “plan Dawes”. Las
navidades de 1923 y el primero de año de 1924 vieron ya bienes y productos en los
mercados, a precios desorbitados eso sí, pero en cualquier caso menores y la
“velocidad de circulación” de los billetes se redujo.
Dicho plan permitió que entraran en Alemania capitales americanos como
préstamos, los cuales, teóricamente, eran para reconstruir las industrias y que estas
se pusiesen a producir y exportar y con eso, después de una moratoria, poder pagar
las reparaciones y sacar adelante al país. Pero esos préstamos, en vez de hacer
con ellos lo que teóricamente se pedía como razón de su otorgamiento, fueron a
la especulación, al consumo suntuario, a las obras publicas no estrictamente
productivas y subrepticiamente al rearme del país.
LA COMEDIA “LAMPEDUSIANA” CON LA CREACIÓN DEL “GOLD EXCHANGE STANDARD”
En los países aliados, por su parte, el armisticio de 1919 no fue una toma de
conciencia viva de la realidad. Las poblaciones, sus políticos y sus élites dirigentes,
aun siendo conscientes del desastre, creyeron que se podía volver a la “placidez
de agosto del 14” sin más, incluido el patrón oro. …Los alemanes iban a pagar… así
que, ¡no había de que preocuparse!… No obstante, los hechos, por mucho que no
guste, son tozudos y se imponen. Primero, las existencias de oro eran nulas o
mínimas, tanto en el Reino Unido como en los demás contendientes continentales;
en otros estaban bastante “esterilizadas”, como en Francia, donde dada la
“independencia” de la “Banque de France” no se usaban o no se querían usar,
como garantía de empréstitos. Segundo, los Estados Unidos se habían visto
favorecidos por su tardía entrada en el conflicto con una recepción de oro
importante, proveniente tanto del comercio con los aliados como del depósito
preventivo de reservas en ese metal que le llevaron todos los países. En su caso, eso
le habría debido llevar a emitir dinero en el interior de acuerdo con la “mecánica”
del patrón oro, pero como tal cosa iba en contra de ciertos intereses, en especial
de los banqueros y de Walt Street, se decidió “esterilizar” ese oro para evitarlo.
Tercero, la circulación fiduciaria en valor, tanto en Gran Bretaña como en el
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continente europeo ya hemos dicho que duplicaba y triplicaba la cantidad de oro
existente y lo lógico hubiese sido reconocer este hecho y elevar el precio del oro.
Sin embargo, eso no se quiso hacer por razones de prestigio y de interés político. En
especial del Reino Unido (los representantes de las casas de banca de la City más
en concreto) que deseaba seguir siendo el “árbitro del sistema monetario” igual
que lo había sido antes de la contienda. (Sin darse cuenta de cómo la misma le
había afectado).
Keynes supo ver el desastre y dictaminó bien “las consecuencias económicas de la
paz” pero los franceses querían ante todo “seguridad”, dada la capacidad
alemana para fabricar y exportar, frente a una Francia lenta y tradicional con una
población menor. Cuando el gobierno francés entendió que eso estaba
medianamente conseguido, pasó a pedir compensaciones y a gritar el “¡hay que
hacer pagar a los alemanes”!… y no se contentaron solo con la devolución de la
Alsacia y la Lorena… Además, los británicos, aprovechándose del aislacionismo
que invadió a los americanos en la inmediata postguerra y su “no voluntad” de
estar en la Sociedad de las Naciones, hicieron que esta liga “recomendase” en una
reunión especial en 1922 en Génova (¡de nuevo Génova!) el “mantener saldos en
divisas en los balances de los bancos centrales”. Traducido a lenguaje práctico este
sistema, que ya utilizaba en cierta manera Inglaterra con sus colonias, y que fue
bautizado como “gold exchange standard”, suponía que para emitir dinero interior
de tipo fiduciario no era necesaria la entrada de una determinada cantidad de
oro, ni que tampoco, cuando hubiese que cobrar un saldo favorable entre
exportaciones e importaciones, se tuviese que pedir oro a cambio, bastaría con
“apuntar en cuenta” las divisas fiduciarias correspondientes (entiéndase: en su
mayoría dólares o libras esterlinas que se suponía cambiables por oro). Además,
esas divisas, que en teoría se debían recibir en pago, se suponía que “por cortesía”
o por “obligación diplomática” … tampoco “debían repatriarse”, sino que,
inmediatamente de realizado de manera formal el apunte contable del “teórico”
cobro, las mismas se colocaban en el sistema financiero del país deudor (aunque
en general se convertían en las dos divisas de base y se situaban en “la City” o en
los bancos de Nueva York). Montagu Norman, el gobernador del Banco de
Inglaterra, andaba ya intrigando para que se volviese en el Reino Unido al patrón
oro (lo que sucedería tres años más tarde) y ese deseo era objeto de sus muchas
conversaciones secretas con Strong, el gobernador de la FED, de quien necesitaba
apoyo. Es evidente que el “paraguas” del “gold exchange standard” era una
ayuda suplementara e importante para ello.
A todo lo anterior se unió el que en la misma conferencia de Génova se modificó
el “patrón oro” con base en monedas convertibles en metal y se pasó a un patrón
oro (dentro del “gold exchange estándar”) en el que solo era disponible el oro, en
caso de exigirse, en formato de lingotes. Con ello solo los bancos centrales de cada
estado podían solicitarlo. Únicamente en Estaos Unidos y en algunos países
quedaron como dinero de curso legal las antiguas monedas de oro. Vemos que el
“gold exchange standard”, si bien paliaba el problema de la “escasez de oro” en
Gran Bretaña y otras naciones, suponía generación de efectivo fiduciario interior
en esos mismos países, tanto en el acreedor como en el deudor. En uno, como
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contrapartida de la recepción “teórica” de las divisas de un saldo favorable de la
balanza de pagos y en el deudor por el hecho de haber obtenido un depósito de
su propio dinero fiduciario en sus bancos, con lo que se ponía en marcha el
multiplicador del crédito bancario en ambos casos. El “viejo” y verdadero patrón
oro hubiese impedido esa “doble generación de efectivo” pues lo que en uno
podía emitirse en el otro debía restringirse, pero…
De este modo, Estados Unidos y el Reino Unido, el primero por su especial situación
como máximo detentador de oro y gran prestamista de hecho y el segundo por
mor de su “todavía gran ascendencia diplomática”, se adjudicaron el privilegio de
“mantener su demanda externa sin reducir su demanda interna” y si el sistema se
había montado para paliar la falta de oro, ante una circulación fiduciaria que más
que lo duplicaba en valor facial, ni que decir tiene que esta se incrementaba ahora
a doble velocidad, lo que unido al levantamiento de los controles de
racionamiento hizo que la inflación fuese fácil y no tuviera otra alternativa que
desbocarse en precios de bienes y, o, en activos financieros e inmobiliarios.
Además, “el dinero fiduciario abundante” permitía tipos de interés bajos e
incentivaba inversiones especulativas…Por si todo lo anterior no fuese poco se
“echó más leña al fuego” pues los capitales que salieron de los países beligerantes
durante el conflicto, más los nuevos en excedente en América desde 1919,
volvieron en una cantidad importante a Europa con la intención de “participar en
la recuperación y la reconstrucción…” (Plan Dawes). Curiosamente, cosas tan
evidentes no fueron previstas por los participantes en la conferencia de Génova de
1922 (o se las callaron a conciencia) y contribuyeron al desastre final siete años
después.
LA VUELTA AL PATRÓN ORO EN GRAN BRETAÑA EN UN VIAJE DE “IDA Y VUELTA”
Finalizada la “gran guerra” Gran Bretaña puso todo su afán en ser lo que había sido.
La consigna era el conocido “business as usual” pero ya no había escasez y aunque
los precios inicialmente bajaron, pues había abundancia de recursos al no ser
necesario dedicarlos a las exigencias del conflicto, rápidamente se tornaron
alcistas. Lógicamente, el desempleo subía conforme se licenciaba a los hombres
del ejército. En 1921 la tasa de desempleo se situó en el 12,6%. Sabemos bien lo que
Inglaterra trato de conservar: preeminencia de plaza financiera para la City más
prestigio e imperio. De ahí su interés por la adopción del sistema del “Gold
exchange standard” que le permitía creerse la ficción de que todo seguía igual.
(Cuando la circulación fiduciaria era enorme en relación con las reservas de oro).
Pero ese sistema, si bien parecía que mantenía la no conversión en oro, ya hemos
visto que en realidad suponía que la proporción de circulación fiduciaria fuese
cada vez mayor en relación con el oro al que la misma se refería.
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Como no podía ser de otro modo, los precios de coste interiores al alza
perjudicaban a las exportaciones de un país que precisaba de ellas a toda costa.
En 1920 la libra había bajado a 3,40 dólares oro y aunque después fue subiendo
poco a poco (en lo que tuvo su influencia la intervención de los gobernadores del
Banco de Inglaterra y de la Reserva Federal) no se podía enmascarar que el
cambio con el dólar era elevado, dados los precios de coste interiores al alza y los
de venta al exterior a la baja.
En vez de devaluar los ingleses hicieron lo contrario. Fiados a su prestigio y a los
consejos del gobernador del Banco de Inglaterra, que se aseguró el soporte
americano inicial por medio de Strong, gobernador de la FED, se decidieron en 1925
por volver al patrón oro que estaba suspendido desde el inicio de la guerra. Esto no
hubiese sido un gran problema si el nuevo cambio entre libras y oro hubiese
reflejado la realidad del poder adquisitivo del momento y de la proporción
desmesurada entre circulación fiduciaria y niveles de reservas de oro ¡pero se volvió
al cambio prebélico! Es decir, a 123,7 gramos de oro puro o 4,87 dólares por libra.
Los productos ingleses no eran competitivos con aquellos costes salariales y con el
añadido de un tipo de cambio tan desequilibrado. A los propios británicos les
resultaba más favorable cambiar libras por dólares o directamente por oro e irse de
compras fuera del país, con lo que sus producciones tenían aún menor demanda.
Para ser competitivos los productos ingleses tenían que bajar de precio no menos
de un 10%. El carbón, antes la estrella de la exportación británica, fue un sector de
lo más perjudicado pues la guerra había dejado las minas sin inversiones, con lo
que las explotaciones eran poco eficientes y, además, ahora los precios exteriores
eran muy desfavorables si se quería competir. Los cierres de pozos incrementaron
las cifras de paro y los accionistas pedían que bajasen los salarios para ser
competitivos a lo que los sindicatos se oponían. Hubo huelgas, cierres patronales,
decreto de bajada de salarios (sin éxito) y huelga general. (Que no duro mucho,
aunque la de los mineros siguió más o menos hasta 1926).
Churchill, como “canciller del exchequer”, tuvo una responsabilidad enorme al
hacer caso a Montagu Norman, gobernador del banco de Inglaterra, pues dada
la situación de circulación fiduciaria, la vuelta al patrón oro al cambio de antes de
la guerra solo podía tener éxito si iba acompañada con una alta deflación interna
bajando salarios, cosa que no iba a lograr, aunque lo intentó de diversos modos.
La decisión la tomó en contra de Keynes, con el que no se entendía bien pues
siempre le pareció que: “no defendía nada en línea recta” y no atendía a
cuestiones tales como la “grandiosidad de los momentos y de los discursos” que tan
querida le era. (De facto, Churchill, a menudo comentaba como: “…en una
reunión con tres economistas siempre te encuentras con cuatro opiniones
diferentes…, o seis, si uno de esos tres es Keynes…”). El economista británico en
realidad lo que quería era que no se volviese al oro como patrón (la “bárbara
reliquia”) ya que ello suponía una disciplina interna y él buscaba el gasto público
sin tasa, como medio que él pensaba que para paliaría el desempleo, por lo que
necesitaba que el patrón oro, incluso en la “versión bastarda” del “gold exchange
standard”, fuese repudiado. (De todos modos, aún andaba algo confuso, como se
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puso de manifiesto en las diferencias de tesis entre sus tres libros capitales al
respecto editados en un intervalo de algo más de diez años: el “Tract on monetary
reform”, 1923, el “Treatise on money”, 1930 y luego la “General theory”, 1936). Su
crítica iba dirigida en estos momentos a ese fin fundamentalmente (“acabar con
el oro”) y no tanto al tipo de cambio al que se había efectuado el retorno a dicho
patrón, pero utilizó las calamidades a que el mismo daría (y dio lugar) para escribir
un opúsculo en el que parafraseó el título de su gran “best seller” anterior: “The
economic consequences of Mr. Churchill”.
En Gran Bretaña el patrón oro no podía mantenerse por mucho tiempo, dada la
especulación contra la libra y la existencia del “fuego amigo” ya que “sus aliados”
franceses habían iniciado un plan de estabilización en 192613 que de facto había
devaluado el franco y que terminaría en una nueva definición monetaria en 1928
(franco Poincaré) y en una vuelta al patrón oro a un cambio inferior al del inicio de
la guerra. Además, desde 1929, acuciados por la crisis, los americanos decidieron
cambiar la política de soporte que habían dado hasta entonces. (Strong el
presidente de la FED, “amigo del alma” de Norman, había fallecido y el nuevo
presidente de los Estados unidos, Herbert Hoover, no era proclive al mantenimiento
del anterior status quo). Justo en una conferencia que se había convocado en
Londres para seguir con el tema de la moratoria de las reparaciones o su
continuidad, el nuevo representante americano, fue informado de que los
capitales que habían entrado en Alemania, al calor de las rentabilidades de la
reconstrucción y de los planes Dawes y Young, casi todos a corto plazo, querían
repatriarse a toda prisa ante el temor de una devaluación. (Lo cual era ya pánico
pues el primer banco de Austria, el Kreditanstalt, había quebrado en 1931
precipitándolo todo). El enviado americano dijo: “…si lo que los capitales están
haciendo es salir de ese país… ¡lo que habrá que hacer es prohibirles esa salida…”
y se decidió que Alemania implantase un control de capitales estricto. Eso era la
primera vez que ocurría en la historia moderna y era la puntilla para el sistema del
“gold exchange standard”.
Muchos capitales de la “City” que habían sido colocados a corto plazo en Austria
y Alemania se vieron “cogidos en la trampa”. No solo era el caso de los capitales
ingleses directamente el que había quedado afectado, sino también el de muchos
otros bancos y gobiernos de muchos países, pues recordemos que el mecanismo
perverso del “gold exchange standard” hacia depositar los saldos favorables de las
balanzas de pagos normalmente en Londres, sin repatriarlos, pero también en
Alemania y en otros países. La “moratoria para la repatriación de fondos desde
Alemania”, que había proclamado Hoover, más la decisión de la conferencia de
Londres, que estableció un comité de puesta en marcha del sistema de
intercambios, como consecuencia de la prohibición de salida de capitales
(llamado comité de “Stand & Still”) y el descalabro para Gran Bretaña que todo
eso suponía, hizo que todos los gobiernos, bancos e inversores, decidieran retirar sus
13 Auspiciado por un joven economista, Jacques Rueff, que había velado sus primeras armas en la conferencia de
Génova de 1922, donde, por cierto, inició un contacto permanente con Keynes, que allí estuvo también como
corresponsal del Manchester Guardian. Amistad que nunca supuso conformidad entre los planteamientos de
ambos.
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reservas de oro y divisas del banco de Inglaterra para recuperar, en parte, “lo
inmovilizado” en Alemania.
El gran temor que Bagehot había anunciado en su libro “Lombart Street”, la retirada
masiva y simultánea de reservas, había llegado. El veintiuno de septiembre de 1931,
el primer ministro, ahora laborista, Ramsay Macdonald, ante la nueva y definitiva
negativa de la FED de sostener a la libra, anunció el fin del cambio automático de
libras por oro. (El país referencia del sistema decidía que, como las reglas de juego
del mismo le eran desfavorables y no quería seguirlas, rompía el tablero y lo tiraba
al suelo con todas sus fichas… Algo parecido a lo que hará Roosevelt en 1933 y
luego en 1971 haría Nixon. (En este caso las exigencias serán contra el “oro de Ford
Knox” y contra el sistema del “dollar exchange standard” que veremos más
adelante).
El emitir dinero fiduciario a espuertas significa que la población que se encuentra
con un efectivo superior al que desea mantener en sus bolsillos va a emplear los
montantes que no desea en el mercado interno o en el exterior. Pero en ese
momento, ante el incremento de las importaciones, el mecanismo del patrón oro
exigirá la exportación de metal. La reducción del mismo en el interior hará que no
se pueda emitir papel moneda ni dinero bancario al tener que darse una
proporción fija con las reservas de oro. (Con lo cual… ¡Fin del programa nazi de
fabricación de armamento y del gasto público desaforado!) Pero como sabemos,
Hitler, aprovechándose de la imposición americana, puso al estado alemán,
directa o indirectamente por medio de los grandes industriales del país, a fabricar
armamento, carreteras y otras infraestructuras. Con ello dio trabajo a todo el
ejército de parados, pagándoles con billetes de papel y deuda interior, a la vez
que ordenaba el cierre de fronteras, la autarquía económica, la contingentación
de la fabricación de cualquier bien (con la penalización de cualquiera que
actuase en contra), la autorización previa de importación o exportación de toda
mercancía, más el establecimiento de los cobros y pagos entre Alemania y el resto
de países por “clearing” (pagos y cobros en mercancía física valorados caso por
caso, lo cual, de ese modo “sistemático”, se hacía por primera vez en la historia)
¡Así fue como Hitler “ocultó” la inflación a los alemanes!
LA GRAN CRISIS DE 1929 Y LA DEPRESIÓN POSTERIOR. LAS IDEAS MONETARIAS DE IRWING FISHER
Si una fecha ha quedado en la mente de los americanos y prácticamente de todo
el mundo, esa es la de 1929, más en concreto la de aquel martes negro de octubre
de ese año en que la euforia se apagó. Como en todas las burbujas y “cracs”
acontecidos en la historia en este también se dieron todo tipo de comportamientos
anti rigurosos y “alegrías” desmesuradas, no solo en las personas corrientes sino, en
lo que es más grave, entre los propios economistas, los banqueros y los políticos. Al
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día siguiente se estaban buscando culpables y, como siempre también, nadie
pudo encontrarlos de una manera clara. Igualmente se pidieron, como ha sido un
continuo en la historia, leyes y controles administrativos para prever que un
acontecimiento así no volviese a ocurrir. Leyes y disposiciones que se promulgaron
con toda solemnidad e igualmente fue bien poco lo que se logró, como sabemos
y recientemente hemos podido experimentar de nuevo. La humanidad debería
haber aprendido de tantos y tantos casos similares (casi uno o dos por generación,
aunque los más espectaculares se suelan llevar cien años entre ellos) pero sabemos
que no es así y que seguimos pensando y diciendo aquello de: “…esta vez es
diferente”.
Como, además, ya desde 1924 las noticias eran favorables sobre los negocios,
había auge de pedidos para las empresas y se tenía “dinero fácil”, fue natural que
la colocación en títulos iniciase un alza. En especial también porque había el
“préstamo de margen”. Esta modalidad crediticia permite a cualquiera que, por
ejemplo, tenga solo unos 1.000 $ el poder invertir 4.000 $ más en bolsa que le son
prestados por su agente (que, a su vez, él ha pedido prestado a los bancos y estos
a la FED). Con esos cinco mil dólares el agente va a invertir en bolsa por tu cuenta.
Lo normal es que la cotización suba (son sus palabras…) y que puedas vender con
beneficio…, liquidar a tu agente y pagar los intereses… El “efecto riqueza” juega
fuerte en estos casos, pues el “saberte rico” (totalmente en teoría, solo dadas las
cotizaciones) tiene influencia en que gastes más y en que prefieras seguir… (tú
agente te lo dice también…) con lo que renuevas el préstamo e incluso reinviertes
las ganancias y añades un nuevo préstamo… El problema es que “estás en manos
de tu agente”: si los 5.000 $ invertidos bajan de valor por una caída de tu cartera
en bolsa y esa pérdida llega a situar la inversión en un valor de 4.200 $, más o menos,
en ese momento el agente te llamará (“margin call”) para que repongas otros 1.000
$¡?! (So pena de que venda la inversión por el valor actual). Él no perderá nada,
pero tú te quedarás sin tus 1.000 $ iniciales. Eso en épocas de pánico acelera las
ventas como podemos suponer… (Según indica John K. Galbraith, en su libro sobre
la crisis del 29, a principio de los años veinte la cantidad de préstamos al “margin
call” era de algo más de mil millones de dólares…)
Al inicio de 1928 estaba situado en más de tres mil cuatrocientos ochenta millones
de dólares y a mediados de ese año pasó a la cifra de ¡cuatro mil millones de
dólares! para acabar el año en ¡más de seis mil millones de dólares!… ¡?! Cuando
alguien preguntaba por las garantías que amparaban tales préstamos se le
contestaba que: “no había inversión más sólida” ¡?!, pues los dineros prestados
estaban en “garantía total” por el mecanismo del “margin call” que aseguraba la
venta de los títulos antes de cualquier eventualidad… ¡Lo peor era que la gente así
se lo creía! pues nadie, bueno salvo algunos pocos, se preguntaba por lo elemental:
¿Qué pasaría si la bolsa en vez de subir sistemáticamente bajaba de golpe y en
todos los valores…? Como la demanda de préstamos para este fin no cesaba,
desde 1928 los tipos de interés para la toma de dinero para el “margin call” subieron
desde un ya alto 5%, al 7% y llegaron, en la primavera del 29, hasta el 15%. Los
bancos se frotaban las manos ante tamaña rentabilidad… y las entidades de
crédito extranjeras también acudieron al “panal de rica miel…
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En 1925, cuando Gran Bretaña volvió al patrón oro, Strong, “el gobernador de la
FED”, ayudó a Norman, del banco de Inglaterra, dándole una nueva vuelta de
tuerca a la baja a los tipos de interés americanos y luego una más en 1927. Pero en
esta segunda fecha ya se dio cuenta de que sostener a la libra no había servido
para estabilizar los mercados en Europa y que lo hecho por Norman, con el mal tipo
de cambio de la vuelta al oro, más el efecto “boomerang” del “Gold Exchange
Standard”, era un desastre…. Luego estaba que en Francia se había producido una
devaluación y generado el nuevo franco (Franco Poincaré) con la consiguiente
entrada de capitales en Francia procedentes de Inglaterra y el influjo del “Plan
Dawes”, con el respaldo del cual los capitales americanos se habían ido
previamente a Alemania y también allí las inversiones estaban siendo igualmente
especulativas…
Noviembre de 1929, mes de elecciones en Estados unidos, vio ganar la presidencia
a Hoover, bien conocido por sus posturas anti especulación, pero hasta la toma del
mando por este, en el siguiente febrero, al presidente saliente, Coolidge, no se le
ocurrió cambiar ni un ápice la política financiera ni mucho menos presionar a la
junta de la FED. Incluso hacia declaraciones de que se estaba en el “mejor de los
mundos…” La bolsa tuvo un pequeño retroceso en la asunción del cargo por
Hoover pero remontó de nuevo en la primavera y ya nadie quería recordar esas
vacilaciones… Eso era así también por causa de que un experto, tenido como
“oráculo” por muchos, era claramente optimista.
Nos referimos a Irwing Fischer. Un economista que fue considerado por Schumpeter
entre los grandes de la profesión en su obra magna y póstuma, titulada: “Historia
del análisis económico”. Nos interesa tenerlo en cuenta aquí por ser el autor de un
libro de culto, “The purchasing power of money” (El poder de compra del dinero),
publicado en 1920 y que fue una de las “biblias” de la llamada “teoría cuantitativa
de la moneda”. Ya sabemos que esta teoría fue intuida y tempranamente
explicada, aunque sin darle ese nombre, por varios de los “padres” de la escuela
de Salamanca y casi al mismo tiempo por un autor francés Jean Bodin (También
citado por Schunpeter en la obra referida antes) y que de igual modo que nuestros
escolásticos, al comentar la llegada de metales preciosos a Europa desde España
y Portugal, puso de manifiesto el impacto que esa entrada había ocasionado sobre
los precios. (Schumpeter dirá que esa referencia de Bodin lo es en un aspecto
exclusivamente “metalista”: “solo el precio de un bien aumenta en relación con
otro (el oro) cuando la oferta de este aumenta…” y no “cuantitativista”: “el precio
de todos los bienes aumenta respecto del oro cuando se aumenta la cantidad de
este...”) Más tarde tuvimos el informe de Locke al parlamento inglés, la formulación
de Hume y la aportación de Cantillon que ya conocemos. (Recordemos como este
último nos habló de la “velocidad de circulación” del dinero por mor del mayor
intercambio de bienes facilitado por el uso de billetes o letras, sin paralelo aumento
de la cantidad de ese metal). Por su parte, Adam Smith la adoptó plenamente, lo
mismo que luego harían Ricardo, Malthus, Say y John Stuart Mill.
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En su forma más elemental, y para todos “los economistas clásicos”, la teoría
cuantitativa sostiene que el nivel general de precios depende, directa y
proporcionalmente, de la cantidad de dinero del sistema:
M = k*P
Donde “M” es la cantidad de dinero, “P” el nivel de precios y “k” la constante que
“transforma” dinero en precios. Con las sucesivas aportaciones de Hume, Ricardo,
etc. Se fue transformando en “ecuación cuantitativa” o “de cambios” en la
expresión que le dio precisamente Fischer:
M * V = P * Q
En esa formulación “V” es la tasa media de rotación del dinero o “velocidad de
circulación” en un espacio temporal (cuantas veces cambia de manos una misma
cifra de dinero en ese tiempo) y “Q” las cantidades de bienes intercambiadas14.
(Por eso, a esta formulación de la teoría cuantitativa se la llama: “enfoque por las
transacciones”). Si la constante “K” la hacemos, como lógicamente es, la inversa
de “V”, tendremos que K = 1/V, y entonces:
M = P*Q*K
La constante K viene a ser el % de dinero que en parte se “atesora” y que en otra
parte se demanda para “tenerla en mano” ante los pagos para transacciones
inmediatas. Fisher, consciente de la importancia que tenía el dinero bancario,
“desdoblo” la ecuación en dos para así tenerlo en cuenta:
(M*V + M’*V’) = P*Q
En su libro sobre “el poder de compra del dinero”, Fischer va a definir la teoría
cuantitativa del siguiente modo:
“… el nivel de precios podemos decir que solo depende de tres series de causas:
1) de la cantidad de dinero en circulación,
2) de la velocidad de circulación que tiene (incrementable al usarse sustitutos del
mismo como referentes de ese dinero) y
3) del volumen del comercio o de la cantidad de bienes comprados con ese dinero
(…) …siempre que la velocidad de circulación del dinero y el número de bienes
comprados no cambie…”
Más que una teoría de la demanda de dinero vemos que es una teoría de su valor
o, mejor dicho, del “poder de compra” de ese dinero, tal y como reza el título del
libro de Fischer.
14 Milton Friedman dirá que “Q”: “…es un conjunto de transacciones o intercambios en el que la totalidad de
actores económicos transfieren un bien, un servicio o un activo o valor financiero, a otros y reciben a cambio una
cantidad de dinero…”
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Fischer, como luego todos los que de algún modo se han adscrito a las “teorías
cuantitativistas” de la moneda (especialmente Friedman), incluyen dentro de “M”
a todos los medios de pago, sean dinero real o “promesas de pago” en ese dinero,
o en simple papel-moneda inconvertible. (Según las diferencias cualitativas la
cantidad de promesas de pago que se incluyan dentro de la categoría de dinero,
se dará origen a las diferentes definiciones para lo que comúnmente se entiende
como dinero: M0, M1, M2, M3, M4, etc.). Fischer dijo que: “…el dinero es aquello
que es generalmente aceptado a cambio de los bienes…” siendo para él “dinero
primario” aquella “mercancía” que posee otra utilidad distinta a la monetaria y
“dinero fiduciario” aquel cuyo valor depende total o parcialmente de la confianza
del que lo posee.
El imposible de medir las diferentes “transacciones” intermedias de forma
estadística llevo al uso de solo transacciones de “bienes finales”, más fáciles de
cuantificar vía la contabilidad nacional. (En este caso P*Q deviene en: Py*Qy siendo
ese producto la renta nacional “Y”). Los índices de precios para dar Q o Qy serán
diferentes y por ello una u otra formulación dan distintas cantidades de dinero. Esta
“formulación renta” fue la utilizada por el conjunto de economistas más
típicamente neoclásicos como: Marshall, Pigou, Cassel y el propio Keynes (hasta
poco después del “Treatisse”15).
La “ecuación de cambios” ha sido vista como una pura identidad, pues
lógicamente es verdad por definición y uno no puede preguntarse por su falsedad
o su veracidad. Si “V” es la forma en que usamos a “M” para comprar hasta unas
cantidades “Q” y, a su vez, “Q” son los conceptos específicos vendidos por una
cantidad “M” y también tenemos que “P” son los precios de los “Q” bienes
vendidos, por un importe de “M”, entonces... ¡?!. En definitiva, la ecuación de
cambios en su versión: M*V = P*Q no es otra cosa que afirmar que el importe total
del dinero pagado por los compradores es lo mismo que el dinero recibido por los
vendedores. Es decir, una identidad. Fischer así lo entendió también, pero decía
que no había que despreciarla pues eso significaría perder uno de los conceptos
más importantes para entender el influjo del dinero en la economía. Para él era
como realizar un análisis cartesiano: descomponer la realidad en sus partes
componentes, estudiar cada una por separado y luego volver a ponerlas en
relación entre sí.
Vemos de esta manera, bien significadas, a las dos grandes fuerzas que intervienen
en el mercado del dinero: la “oferta” (“M”), variable exógena en tanto es
determinada por el sistema crediticio-banco central, y la demanda. Puede
considerarse, en otro análisis y como hipótesis, que “M” sea la cantidad deseada
de moneda y “K” o “Ky”, las proporciones igualmente deseadas para
atesoramiento y transacciones. Ahora podemos plantearnos cuál debe ser la oferta
15 Así, por ejemplo, Keynes en el “Tract” la formuló de este modo: n = p*(k + r*k’) donde M = oferta monetaria, P =
precios, r = coeficiente de reserva del dinero líquido, K = ratio de dinero efectivo y K’ = dinero en depósitos
bancarios
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de dinero y la composición de este. Otra posibilidad es la de preguntarse por los
elementos causantes del desear tener una u otra cantidad de dinero o una
determinada velocidad de circulación y también si solo se da que la demanda de
dinero lo es por atesoramiento y por transacciones o cabe añadir la idea de Keynes
de unas demandas por “especulación”, anticipo de inversión, etc. También, como
luego hará Friedman, de determinar qué es “dinero” en sí, pasando por los “M1”,
los “M2”, los “M3”, los “M4”, etc., y por la consideración, no desdeñable, de que el
dinero atesorado en realidad no es sino una reserva de valor o una expresión de un
activo de balance con su coste correspondiente y sus expectativas de rentabilidad
futuras y por tanto capaz de generar renta.
Si los precios son la variable dependiente y la cantidad de dinero la variable
independiente, la cuestión es ver en cuanto se “mantiene firme” la “V”. Fischer, la
supondrá relativamente constante y por ello dirá que los precios se incrementan
solo con la cantidad de dinero en circulación. (Keynes no será partidario de esa
velocidad constante a partir de la publicación de “La General Theory”) De todas
formas, y por mor de ser una identidad, no se puede decir que el doblar la cantidad
de dinero hará subir los precios al doble, ni que eso lo haga en un porcentaje u otro
de modo inmediato. La relación inversa tampoco se da, para Fischer una elevación
de precios no es transferible a un incremento de la cantidad de dinero pues la
“ecuación de cambios” es “univoca hacia la derecha”.
A Fischer también conviene tenerlo en cuenta pues fue el primero en hablar de
tipos de interés nominales y reales, dado que al enfrentarse a una situación en la
que el patrón monetario, el oro, estaba cuestionado y el valor de la divisa con
respecto al mismo podía verse afectado por la inflación, admitió que si un
ahorrador prevé inflación, exigirá un tipo de interés nominalmente superior al que
requeriría en ausencia de la misma, por lo que sobre el tipo de interés nominal
exigirá una prima según la inflación esperada. Es decir, el tipo de interés nominal o
de mercado, será igual al tipo de interés real que prevalecería, si el dinero
mantuviera su valor, más “la prima” de inflación esperada. Esto lo dejó escrito Fisher
en otro de sus trabajos: “la teoría del interés”, publicado en 1930, donde también
comentó que: “el tipo de interés nominal y el tipo de interés real son normalmente
idénticos; es decir, los dos coincidirán cuando el poder adquisitivo del dólar, en
relación con el coste de la vida se mantenga constante o estable. Cuando no lo
sea, el tipo de interés recogerá en cierta medida la apreciación o depreciación”.
Fischer no creía que el patrón oro ayudase a esa estabilidad de los precios, al
contrario. Incluso pensaba que hacía falta el concurso de un banco central para
impedir crisis y depresiones…
Hemos visto las causas reales y últimas de la crisis de 1929: las “montañas” de deuda,
el influjo perverso del “patrón de cambios oro”, el mecanismo especulativo del
“margin call”, la actuación “interesada” de la FED al inicio, que luego se convirtió
en torpeza cuando en vez de dar liquidez al principio de la crisis, para que no
hubiese quiebras bancarias, desencadenadoras de más bancarrotas de empresas
(¡con toda la que había dado hasta entonces!), lo que hizo fue lo contrario. Luego
estuvieron los capitales que habían salido de esas fuentes, errantes y buscando
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 40
rentabilidad a corto plazo, la participación de los bancos centrales del resto de
países y la acción de sus gobernadores en el acelerar esas causas por motivos y
razones personales o sociales, según “la cultura”, la política y los intereses de cada
uno y de cada momento. También hemos pasado revista a la teoría cuantitativa y
a la obsesión enfermiza por la estabilidad de los precios de un Fisher y de sus colegas
de la “liga de precios estables” y hemos visto, así mismo, que muchos no querían
subidas de tipos por parte de la FED, pensando que no había inflación dado que
los índices de pecios de Fisher no la delataban, cuando a lo mejor la misma estaba
enmascarada por los incrementos de productividad que habían bajado los costes
y que en cualquier caso también estaba en la bolsa y en los inmuebles….
El por qué a finales de octubre se dio “el acabose” ha tenido todo tipo de
interpretaciones y opiniones… A final del verano de ese año, alguien empezó a dar
publicidad a índices de producción industrial y del volumen de mercancías
transportadas que no eran tan buenos como la euforia parecía creer, pero también
es cierto que en años anteriores otras informaciones de este tipo habían sido
desechadas… y, en cualquier caso, eso no era signo de depresión en absoluto.
Pero la verdad fue que, como si alguien hubiese pronunciado la frase maldita de
la “desnudez del rey”, las posiciones vendedoras iban ganado terreno cada vez
más y las declaraciones en contra de banqueros y voceros, como Fisher, nada
podían hacer por cambiar esa tendencia. Al principio no parecía fuerte pero
pronto se convirtió en una “bola de nieve” que bajaba cada vez con mayor
diámetro hasta su estallido definitivo el 29 de octubre, martes, de 1929.
Una crisis es lo que dice su nombre: el punto a partir del cual la tendencia se corrige
y lo natural es que pasado un tiempo se vuelva a una situación de “normalidad”.
Eso era la convicción de todos y la esperanza de la mayoría. El por qué a partir de
ahí se entró en la mayor depresión de la historia, que no solo fue local sino global y
que no se interrumpió sino con la segunda guerra mundial, es algo que ha hecho
correr ríos de tinta y dado lugar a opiniones diversas según las adscripciones
políticas, sociales, filosóficas y económicas de los que las han sostenido. Las
interpretaciones liberales de diferente signo serán las que con mayor rigor la han
explicado (Friedman, Hayeck, Mises, Rothbar, Robbins, Rueff…) pero quedaron en
la sombra entonces por el gran cambio en la ciencia económica que supuso el
paso de John Maynard Keynes por nuestro mundo…
EL PENSAMIENTO MONETARIO DE JOHN M. KEYNES
De vuelta a sus quehaceres domésticos y en cierto ostracismo político, causado por
“el silencio” al que le sometieron los mismos que había denigrado en “The
economic consequences of the pace”, Keynes se vio inmerso en los debates sobre
la reforma del sistema monetario y los enfrentamientos a que daba lugar la espinosa
cuestión de la vuelta al patrón oro en Gran Bretaña. De ese tiempo (1923) es su:
“Tract on monetary reform”, refundición y puesta al día de varios de sus artículos en
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 41
el “Manchester Guardian”, en el que mostró y atacó las políticas deflacionistas que
deberían acometerse en Gran Bretaña si se volvía al patrón oro. En ese texto va a
poner de manifiesto su preferencia por lograr la estabilidad de los precios
domésticos, dada su influencia sobre las decisiones de gasto e inversión, y
establece en el mismo precisiones sobre la teoría cuantitativa, dándole la
formulación de: n = P*(K+rK’) (formulación que va a ir variando en las dos obras
futuras: el “Treatise” y la “General theory”).
En este libro va a dar también la explicación de la fijación del tipo de cambio con
base en la teoría de la “paridad de compra”16 y la influencia que tienen los tipos
de interés a un corto espacio de tiempo para fijar la cotización a un plazo sobre
una divisa, pues toda operación de fijación de dicho valor, lo que malamente se
conoce como “seguro de cambio”, pasa por tres acciones, tanto para el caso de
demanda de esa divisa como para su venta:
Venta (o compra) al contado de la divisa
Endeudamiento en divisa o moneda (según corresponda)
Colocación de lo anterior en moneda o en divisa (según corresponda)17
VENTAS USA $ A PLAZO
(EXPORT)
COMPRA USA $ A PLAZO
(IMPORT)
OP. TESORERÍA endeudamiento en $ endeudamiento en €
OP. CONTADO venta $ y compra € compra $ y venta €
OP. TESORERÍA Colocación en € Colocación en $
Con respecto al dinero en sí, lo tiene en esas fechas más como un “simple medio
de cambio”, algo poco influyente (“velo que envuelve la realidad económica pero
sobre la que no influye”) por lo que recomendará que para mantener la estabilidad
16 Esbozable de manera simple como: “… ¿Cuánto vale un dólar? Lo que se puede comprar con un dólar. ¿Cuánto
vale una Libra? Lo que se puede comprar con una libra…”. Examinando esas “dos cestas de compra” es evidente
que uno puede sacar el tipo de cambio entre ambas divisas, Claro que… ¡hace falta estar al mismo tiempo en
ambos lados del Atlántico para saberlo!… Por ello, a corto plazo solo actúan los tipos de interés, más fácilmente
cognoscibles por los mercados. Sin embargo, a medio plazo es la paridad de tipos lo que se impone por su
incidencia sobre los precios y el comercio exterior. (En el razonamiento de la “paridad” y a la vez como una muestra
de la globalidad que se ha adueñado de todo, se basa el divertido “tipo de cambio MacDonals”: …a los marines
americanos, antes de bajar a puerto, se les dice a qué precio local está la “Big-Mac” para que sepan echar sus
cálculos del tipo de cambio…)
17 La cotización a plazo (precio del “seguro de cambio” sin comisiones bancarias) es aquella que permite igualar
los “cash flow” (en dólares y en euros, por ejemplo) de las operaciones anteriores. Vr. Gr.: (Cotización a plazo a tres
meses) = cotización al contado + [(cotización al contado* (tasa€ - tasa$) * 90/360] / [(1 + (tasa$ *(90/360)))]
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 42
de los precios es mejor “fijar” la demanda de dinero que “manipular su oferta”. Hará
aparecer las expectativas empresariales como capaces de influir sobre las
decisiones económicas, cuestión que siempre se repetirá en sus obras capitales, al
tiempo que propondrá el uso de tipos de cambio flexibles y la implantación de un
patrón fiduciario que permitiese al gobierno el manejar la cantidad de dinero a la
vez que buscar la estabilidad de los precios. (Era consciente que eso era un arma
letal en manos de los políticos y casi seguro inflacionista, pero confiaba, en sus más
íntimos pensamientos, en que si se dejaba gobernar esa oferta monetaria a
“personas de calidad intelectual” y “saber hacer”, ese temor no debería de
preocupar a nadie… ¡?!).
Keynes, como hemos dicho, era un “patriota” y miraba ante todo por su país. Era
consciente de la falta de oro en el banco de Inglaterra y de la magnitud de la
circulación fiduciaria y de que el “gold exchange standard” era una chapuza que
tarde o temprano “haría aguas”. Los Estados Unidos eran los grandes tenedores de
oro y ello les hacia los nuevos árbitros del sistema. Si el patrón oro se mantenía, había
que olvidarse tarde o temprano de Londres como gran plaza financiera y en
especial de la industria británica incapaz de competir. Sus “propuestas para una
reforma monetaria” buscaban que se impidiese esto o al menos que se paliase de
momento. Keynes veía que los precios ingleses no eran competitivos dados los
costes salariales rígidos a la baja ya que era muy difícil conseguir bajadas de salarios
nominales por lo que buscaba, con la devaluación, el realizar ese ajuste a modo
de placebo. A sus ojos, la cosa estaba clara: o era el ser todavía una potencia
industrial o era el mantener, y solo por un tiempo, a los “personajes de la City”. La
principal objeción de Keynes al patrón oro tiene que ver precisamente con el grado
de autonomía y la discrecionalidad del banco de Inglaterra a la hora de
implementar la política monetaria. El valor del oro dependerá en un futuro,
pensaba Keynes, casi por entero de la política que aplique la FED y ello resultaba
inaceptable para un patriota como él que no quería ver la política de precios
británica gobernada desde fuera de Londres…
En el “Tract”, ya desde el capítulo uno, debate sobre “las consecuencias sociales
de variaciones en el valor del dinero” y lo hace planteándose la preocupación por
las oscilaciones que el valor del dinero había tenido desde 1914. Va a fijarse en el
sistema inflacionario (al que bien seguro podía llevar su propuesta final)
enfrentándolo a la deflación, para concluir que ambas posiciones son “malas
praxis”. De todos modos, aunque inicia el debate contra la inflación y su influencia
sobre la distribución de la riqueza, deja en el aire para el final el que cada cual
piense qué prefiere: inflación, y con ello “dejar morir poco a poco a los rentistas”, o
deflación, con condena a todos los asalariados al paro como hasta ahora. (La
inflación significará el no tener que bajar los salarios monetarios pero sí el lograr
minorar lo que se puede comprar con ellos…)
Keynes analiza sucesivamente, y con elegancia de prosa, los efectos de la inflación
y la deflación sobre la distribución de la renta y sobre la producción. Para ello,
clasifica a la sociedad en cuatro clases: la inversionista, la rentista, la empresarial y
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 43
la asalariada y aporta los efectos de la inflación y la deflación sobre las mismas. Ese
razonamiento aparece resumido en un cuadro a continuación.
Clase Social Efecto de la Inflación Efecto de la Deflación
Inversionista (Financiera) Perjudicial Benéfica
Rentista Perjudicial Benéfica
Empresarial Benéfica Perjudicial
Asalariada Benéfica Perjudicial (Desempleo)
Keynes dará un par de frases que han pasado a la historia: “…La inflación es injusta
y la deflación inconveniente…” y aquella otra: “…si dejamos aparte las inflaciones
exageradas parece que la deflación resulta ser la peor de las dos, ello porque en
un mundo empobrecido es peor provocar desempleo que decepcionar al
rentista…“ De este modo, con un par de expresiones prácticamente, su “anzuelo
persuasor” quedaba echado de manera sutil y se ve entre líneas sobre qué política
se decantaba él personalmente. Además, añadía, que si no se cambiaba el
sistema se dejaba el terreno abonado a los rentistas que lo único que tenían que
hacer era seguir el consejo tradicional, en correcta y lógica toma de posición dado
el sistema de patrón monetario existente: “…sabio será el que transforme sus activos
en efectivo, se aparte de los riesgos y se retire al campo a esperar la firme
apreciación en el valor de su dinero” …
La estabilidad de los tipos de cambio podía un ser objetivo de política monetaria
fácilmente alcanzable y ser buena en abstracto, en especial para exportadores e
importadores, pero aparte de ello Keynes no le veía más ventajas y además estas
debían soslayarse cuando se enfrentaba esa estabilidad de los tipos de cambio
con el conseguir evitar el paro. Por ello, el patrón oro, en la propuesta keynesiana
del “Tract”, quedaba claro que era lo primero que debía de abolirse pues con ese
sistema la política monetaria del país se limitaba a la estabilidad del tipo de cambio
(provocada por las entradas y salidas de oro y los ajustes en los tipos de interés
internos), quedando el nivel de precios en el interior del país sujeto a oscilaciones
que podían llevar tanto a la deflación como a la inflación con todas las
consecuencias sociales que él apuntaba. En cambio, con un dinero fiduciario el
“master de la palanca” tendría el control de los precios internos, siempre y cuando
dejase que el tipo de cambio fluctuase y se ajustase libremente…
La inflación, al ir bien para los empresarios favorecería el empleo decía Keynes,
pero sería peligrosa para el gobierno si se desbocaba. Igualmente la consideraba
“un buen sistema de recaudación” pero solo cuando es controlable. A este
respecto, Keynes señalará el ejemplo de Alemania que acabó en la “gran
inflación” por “pasarse” en la tasa de crecimiento del ritmo inflacionario. En
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 44
cualquier caso, reconocerá que para un gobierno no deja de ser un buen sistema
para quitarse de encima el peso de la deuda pública… (¡?!)
En un razonamiento posterior va a asomar su preocupación por la usura,
comenzando por mencionar que una alternativa sería el poner un impuesto sobre
el capital, pero lo ve poco viable. La depreciación del dinero es preferible, dirá,
aunque reconoce que afectaría desigualmente a los rentistas, siendo más
desfavorables para los pequeños ahorradores que para los grandes, en especial si
además estos últimos son empresarios. Por ello propone que sea el gobierno el que
rompa el círculo vicioso y se imponga sobre los intereses creados de unos y otros ya
que el contribuyente, dice en el libro, “no puede ser esclavo del tenedor de bonos”
…¡?!
El “Tract” va a terminar con la consideración final del objetivo para el que fue
concebido: el patrón oro, ni en la versión “descafeinada” del “gold Exchange
standard”, es la solución para Keynes. No cree que estabilice los precios internos,
dado que la deflación a seguir lo impediría y para los exteriores requeriría que todos
los demás países lo adoptasen por igual, lo cual llevaba a pensar qué se hacía con
la fijación del tipo de conversión, habida cuenta de la enorme circulación
fiduciaria. El oro le parecía que no crecería ya a un ritmo de producción suficiente,
ni por haber minas por explotar ni por mejores avances en las técnicas de
extracción, por lo que no cabían esperanzas por ese lado para que bajase de
precio. Por tanto, “pondrá de nuevo el dedo en la llaga” y dirá: “…el oro de
Sudáfrica llego a Londres en el siglo XIX, pero ahora todo está en Estados Unidos…
y su valor dependerá de sus autoridades monetarias… (...) y, “…la experiencia ha
demostrado que en casos de emergencia es imposible maniatar a los ministros de
finanzas…”.
En el "Tract" va a ir, como vemos, en contra del partido “tory” que estaba a favor
del oro (Churchill acababa de firmar su adscripción a este partido después de su
paso por variadas opciones) y en un “guiño persuasor” afirmará que: “los
conservadores siempre habían preferido la independencia que daba el patrón oro
como fuente de valor de referencia para el dinero y como medio de
independencia del poder gubernativo”. Añadiendo: “…conservadores y
escépticos van de la mano en contra de un método… (Nótese el término retórico
persuasivo de lo que sigue a continuación) … más científico y no basado en la
superstición del olor y el color del oro…”
Por ello, dice Keynes, el patrón oro no puede ser adoptado (por los males
deflacionarios y la cantidad de metal en poder de Estados Unidos) y propone ir
hacia un tipo de “dinero regulado” pero no precisamente por los “bancos
centrales” ni mucho menos en conjunción gubernamental entre Gran Bretaña y
Estados Unidos dada la diferencia de poder ahora existente entre ambos. Un
párrafo literal lo dice todo. (Nótense en el mismo los términos retóricos y persuasivos
de una prosa cuidada, arrogándose, sin que ello fuese cierto, ni “científico”, el que
su opinión era la correcta y la mayoritaria… (¡?!) y véanse en ellos las causas de la
preferencia que los jóvenes tendrían por las propuestas de Keynes puesto que
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 45
hablaba con términos para ellos clave como los de: modernidad, novedad y
cambio…):
…En realidad el patrón oro es ya una reliquia bárbara, Todos nosotros estamos,
desde el gobernador del banco de Inglaterra para abajo, básicamente
interesados en la política de preservación de la estabilidad de los negocios, de los
precios y del empleo, y si debemos escoger no es probable que los sacrifiquemos
deliberadamente al desgastado dogma que en su día fue valioso, de tres libras,
diez y siete chelines y diez con cinco peniques por onza. Los partidarios del patrón
antiguo (… ¡?!) no perciben cuán lejos está este del espíritu y las necesidades de
nuestro tiempo. Inadvertidamente ha hecho su entrada un patrón regulado y no
metálico. Existe. Mientras los economistas dormitaban en un sueño académico de
un siglo se desprendió de su toga y su birrete, y vestido con andrajos de papel se
deslizó silenciosamente en el mundo real mediante el sortilegio de las hadas malas
(siempre más poderosas que las buenas): los malignos ministros de finanzas…
En las páginas finales del “Tract” Keynes parecerá vacilar y en un cierto echarse
atrás o en un amago, reconoce que el oro podría quedar como garante último de
los medios fiduciarios manteniendo un atisbo de patrón de valor… (¡Cuando
Churchill decía que Keynes tenía siempre tres opiniones simultáneas…!)
Sabemos lo que ocurrió y como Churchill, en 1925, se decantó por volver al patrón
oro y a un tipo de cambio altamente perjudicial y como Keynes se lo reprochó
escribiendo otro famoso artículo: “The economic consequences of Mr. Churchill”.
Por esto, y ya desde 1924, viendo que sus propuestas del “Tract” no parecían tener
mucho éxito, fue madurando su pensamiento sobre el dinero haciéndolo
formalmente en diferentes artículos y en un manuscrito, varias veces interrumpido,
donde escribió sobre las nuevas ideas que iba adquiriendo sobre los aspectos
monetarios a la vez que ligaba las mismas con la realidad del día a día de la
situación de Gran Bretaña. (Ahora ya inmersa en la deflación consiguiente a la
adopción del patrón oro). El resultado será la publicación de un texto muy extenso,
en dos volúmenes (de los cuales el primero es el mejor con diferencia), en fecha
tardía para tantos acontecimientos como la de 1930 cuando ya el “crack del 29”
era estrago puro y muy poco antes de que la misma Inglaterra aboliese el patrón
oro. Tanto tiempo de gestación dio ocasión a que la idea inicial fuese cambiada
varias veces y a que en la misma fecha de su publicación el propio autor
considerase que era “papel viejo” y del que no quería responsabilizarse mucho.
Frente a su prosa periodística: clara, valiente y concisa, en el “Treatise of money”
utilizara un lenguaje, que luego empleará también en la “teoría general”, con
terminologías no bien aclaradas, ecuaciones que en su mayoría no son sino
identidades y muchas inexactitudes que sus críticos le echaran en cara.
En este su segundo libro sobre temas monetarios (si exceptuamos el que publicó
sobre los temas de divisas del imperio y en concreto de la India, donde ya no
recomendaba el patrón oro para ese caso), Keynes va a fijarse en el dinero desde
la vertiente del crédito, lo cual era mucho más efectivo y ajustado a la realidad
dadas las magnitudes a que había que referirse al considerar el dinero en manos
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 46
del público frente a los depósitos bancarios de uno u otro tipo y los préstamos
concedidos, y lo vera como expresión genuina de los sistemas monetarios del
momento, donde ya el “patrón oro estaba a punto de su paso a reliquia” según sus
propias palabras.
Los tipos de interés, al igual que en el “Tract”, serán de “formulación clásica”,
basados en la oferta y demanda de ahorro, pero pasarán a tener una importancia
capital pues los veía como un factor inflacionista de primer orden si el sistema
bancario puede permitirse el bajarlos y con ello animar el crédito y la demanda
consiguiente. Por ello propondrá una política monetaria activa con el fin de actuar
ante esos posibles desequilibrios. (Al igual que ya lo había hecho en el “Tract”)
La oferta monetaria en el “Treatisse” surge del sistema en "copula" entre bancos
comerciales y banco central. No es ajena al mismo, es “endógena”18 (entonces
Keynes pensaba que los bancos se adaptan con su oferta a la demanda de dinero
que tienen de sus clientes). En lo que se refería a la caracterización de la demanda
de dinero, si en el “Tract” la misma era para Keynes algo acumulativo que surgía
de las necesidades de “encaje para pagos” de los sujetos de la actividad
económica, ahora va a iniciar su “teoría de la preferencia por la liquidez”,
añadiendo una demanda suplementaria por motivos de seguridad y precaución y
también de “especulación”, que se concretaba en “depósitos no tan líquidos”
(bien sea en formatos de activos financieros cuasi líquidos o en “cuentas de
ahorro”). Esa demanda la veía en un "todo junto" a diferencia de la separación de
esos tres componentes que luego daría en la “Teoría General” y a los que más tarde
aun añadiría un nuevo motivo suplementario: el de la demanda de dinero por
razones “financieras” o de acumulación de saldos previos a la realización de una
inversión.
Con respecto a la política monetaria ya hemos dicho que no se separaba mucho
de la primera aportación del “Tract”: había que ser activos y “beligerantes” con el
fin de fijar los precios vía los tipos de interés, buscando con ello igualar ahorro e
inversión. (Keynes, a diferencia de lo que luego afirmará en su libro capital posterior,
aún tenía fe entonces en la capacidad de las autoridades monetarias para
gobernar los mismos). Con respecto a esos tipos de interés, en este momento, el
pensamiento de Keynes parecía adscribirse a la postura de que había un “tipo
natural” o “de equilibrio” entre ahorro e inversión, no observable materialmente y
uno, “más del mundo real” o “de mercado”, fijado en el día a día por la práctica
de las entidades crediticias y de otros intermediarios financieros. Sobre este era
sobre el que cabía actuar con la política monetaria para tratar de llevarlo hacia el
“tipo natural” … (Claro que si nadie podía saber cuál era la “posición natural” del
mismo habida cuenta de las manipulaciones que se practicaban por los bancos
centrales... ¿entonces?…).
18 Cuestión que Keynes variara pocos años más tarde en la “Teoría General” y que volvió a cambiar de nuevo justo
antes y después de la segunda guerra mundial, de tal modo que sus seguidores siempre han estado confusos sobre
si al final, la misma, para Keynes, era exógena o endógena.
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 47
Es importante que para comprender la postura de Keynes entendamos bien la
concepción que había en esos momentos sobre el tipo de interés. Se tenía, por una
parte, la que “los clásicos” habían considerado: ver al beneficio como el “residuo”
que quedaba después de pagar los salarios y la renta de los propietarios de la tierra,
y poner ese residuo en relación con el capital. (Una tasa de rentabilidad). Lo
consideraban “no observable”, como algo que “debía existir en algún lugar” (en
palabras de John Stuart Mill) aunque sí era patente el tipo fijado cada día en el
mercado cuando se vendía a crédito, se emitían empréstitos o se colocaban
depósitos. Por otra parte, Ricardo ya advirtió, como antes lo hizo Cantillon, de cómo
los poderes públicos interferían en la obtención de lo que debería ser “una justa y
libre tasa de interés” por las acciones del Banco Central y su reserva fraccionaria y
el descuento de deuda pública. (Con abono del importe resultante como depósito
en la cuenta del tesoro.)
Desde Ricardo, “los clásicos”, tal y como Keynes se va a referir a ellos, adoptaron
un planteamiento para el tipo de interés tal que tuviera su procedencia de un
“fondo para depósito y préstamo” el cual venía del ahorro de particulares y
empresas. Años antes de Ricardo, Turgot, dio el argumento, del que luego se va a
valer Böhm-Bawert en Austria, de que las demandas de fondos prestables se hacían
por causa de un consumo presente que se decidía adelantar o, más normalmente,
para anticipar los resultados de una producción futura que precisa de tiempo para
madurar. (Todo hecho confiando en que esa producción sería “productiva” por lo
que se podía pagar un interés). Lo anterior en cierta manera era igual a lo que los
campesinos habían hecho desde tiempo inmemorial: dejar una parte de la
cosecha en un “pósito” para ser prestada a otros miembros de la comunidad con
el fin de que se realizaran acciones de inversión que luego debían “devolverse con
creces” esto es: “con un interés”19. Se trataba de un intercambio de una cantidad
de un bien por la promesa de obtener una cantidad mayor en el futuro. (Para
Böhm-Bawert eso significará que la diferencia de tiempo implica diferencia de valor
pues el futuro, además, añade incertidumbre). Para Turgot, como luego para todos
los “economistas clásicos”, el tipo de interés era algo que no se debía intervenir y
era una tasa que, sin esa intervención, no tenía por qué verse afectada por
incrementos de nuevas cantidades de dinero. Pero entonces, en aquel tiempo, el
dinero fiduciario era una cantidad relativamente baja sobre el total y por ello podía
sostenerse que el tipo de interés era un fenómeno real y no monetario. (La imagen
era, como hemos dicho, la de los campesinos depositando parte de la cosecha en
un pósito para posibles préstamos). Pero ya en época de Ricardo, después de las
guerras napoleónicas, de las experiencias de Law, de los fraudes de la “South Sea
Company” y de lo que llevaba hecho el Banco de Inglaterra…, había que pensar
en que el tipo de interés visible en el mercado era uno y el que debería darse sin
esas intervenciones, aunque fuese “natural” o se llamase “verdadero”, era otro e
¡imposible de ver!…
Ricardo, al no fijar bien la naturaleza del tipo de interés y no justificarla y John Stuart
Mill, al hablar de que la tasa de beneficios depende solo de los salarios (baja
19 Es interesante al respeto poder visitar y ver la materialización monumental de estos “pósitos” en diferentes villas y
pueblos de España como son los de Almagro y Consuegra, ambos en La Mancha, por ejemplo.
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 48
cuando estos suben y viceversa) y que sale de que los obreros producen más de lo
necesario para su sustento…, volvieron a darle a Marx un argumento para que este
considerase que el beneficio del capitalista procedía del trabajo (una explotación),
pues no supieron decir las causas que hacen que los bienes de capital permitan
obtener una renta a la que se le llama beneficio, interés o excedente, pero que no
debería ser considerada como tal plusvalía marxiana. Porque una cosa es producir
sin capital y otra el hacerlo con su intervención. Es evidente que en este segundo
caso se da una productividad mayor y en ella es donde cabe encontrar la “renta
del capital”. Ahora bien, esa “producción capitalista” no tiene valor por sí misma,
pues si el mercado (los consumidores) no la sanciona con un precio adecuado no
será tal. El capital podrá tener una “productividad física” y haberse empleado el
trabajo humano junto a él pero carecerá de valor sin esa “sanción” del mercado
(De ahí la teoría de la “utilidad marginal” de la microeconomía). El capital surge
del ahorro y de la dedicación de ese ahorro a fines productivos que luego,
efectivamente, el mercado valora. En la decisión de solicitar capital hay que
vencer la voluntad del que debe prescindir de un bien presente por uno futuro (el
campesino que cede una parte de la cosecha al “pósito” y que espera recuperar
“con creces”) y además de esa preferencia temporal esta la influencia del riesgo
de liquidez y la del perder lo prestado si el prestatario quiebra más, en el caso de
dinero no convertible o en convertibilidad “sucia”, la tasa de inflación estimada,
como dijo Fisher. Concluyamos con algo que según todo o anterior resulta
evidente: Si todos consumimos de más ponemos en riesgo nuestros consumos
futuros y el mantenimiento de nuestro nivel de vida, no al revés.
Volvamos de nuevo al “Treatisse”. Keynes va poner el acento en que el crédito
bancario puede hacer lo que el ahorro no hace, o que “no hacía en la cuantía
adecuada” según su criterio… En especial cuando los que disponen de recursos
financieros los mantienen líquidos sin invertirlos de modo real y ello lleva a que la
situación económica empeore y haya paro con menos ahorro posterior, etc.
(Keynes asoma así la “patita de lobo dentro de la piel de cordero” en contra del
ahorro, aversión que luego hará explícita en la teoría general y en sus artículos
periodísticos anteriores y posteriores a esa etapa). En esto seguía a Ricardo, quien
ya comentó que: “solo las clases adineradas son las que pueden ahorrar”. (Pues el
resto solo podía consumir su renta, dados sus bajos niveles de ingresos). Esto será
importante para Keynes que retomara esa idea y comentara, además, como los
que ahorraban, en la época “clásica” de Ricardo y Malthus, eran, por esa razón,
los mismos que invertían y que en el siglo XX eso ya no era así, pues ahorradores e
inversionistas eran ahora personas físicas y, o, jurídicas distintas o con esos
comportamientos diferenciados, pudiendo no haber exactitud temporal y de
importes entre ahorro e inversión…
En el “Treatisse”, Keynes va a meter, además, una “cuña retórico-persuasiva” muy
sibilina con respecto a lo dicho sobre el ahorro, cuando se referirá a “actos
positivos” para las decisiones de invertir… y a “actos negativos” … ¡para las
decisiones de ahorrar! Con intenciones igualmente “persuasivas” va a contar una
“story” de una isla en la que vive una comunidad dedicada a la plantación y
cosecha de plátanos donde lo que se ahorra se invierte inmediatamente y en la
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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cantidad estricta para mantener la plantación en igual estado productivo… Un
cambio “psicológico”, por mor de la actividad incontinente de un “predicador de
la virtud de ahorrar", hace que la comunidad consuma menos plátanos y que ello
acabe en un auténtico “rosario de la aurora” y con la extinción de esa comunidad,
pues lo que unos ahorraban otros dejaban de percibirlo y ello, dice Keynes, dio una
desconexión entre los que ahorraban y los que invertían con lo que se dejó la
construcción de nuevas herramientas, la mejora de los sistemas de recolección,
etc., además, las expectativas de los que producían plátanos se tornaron “bajistas”
y el aumento del ahorro no se transformaba necesariamente, por esas razones, en
un incremento de la inversión. Si se diesen también razones tecnológicas y de
organización de la producción se limitaría aún más el incremento de la inversión
por debajo del aumento del ahorro en el período, originándose así una nueva, y
añadida, caída del precio de los plátanos. Inicialmente esta bajada de precios
hacía posible consumir el mismo número de plátanos a pesar del menor gasto en
consumo, ahora bien, la caída de precios ocasionaba un descenso de los
beneficios. Con esto, los empresarios pasaron a dar salarios más bajos y a contratar
a menos trabajadores con lo que el menor empleo y los menores salarios supusieron
una nueva caída de la renta de la comunidad, lo que desplegó una nueva oleada
de presiones a la baja sobre todos los precios, ya fuesen los plátanos, los beneficios
o los salarios... descensos que, a su vez, causaron una nueva caída del consumo y
de la inversión, etc., etc. Conclusión: ¡el ahorro es nefasto!
Pero quien ahorra sabemos que lo hace colocando ese ahorro en activos
financieros de muy diversa categoría y plazos: letras, bonos, certificados de
depósito, cedulas hipotecarias, acciones, inmuebles, etc., es decir, que ese ahorro
se convierte en una posibilidad de mayor inversión de los empresarios (emisores de
esos títulos de deuda directamente o indirectamente a través de los que emiten los
bancos) que dará mayor producción y consumo de bienes en el futuro. Además,
lo que no se quiere aceptar por Keynes es que ese atesoramiento contra el que
clama no es sino el resultado de decisiones muy racionales. Si hoy tengo un ahorro
de 100.000 € y las posibilidades de invertir esa cantidad en un inmueble son nulas
por una “exuberancia irracional” en los precios de los inmuebles no podré hacerlo.
¿En qué invertir mientras tanto? Si no quiero gastar esa cifra, pues estoy
preocupado por mi futuro cuando llegue a la vejez o bien por causa de que los
actuales bienes y servicios de consumo no me satisfacen, comprar pisos
excesivamente altos de precio, o valores de bolsa con cotizaciones desorbitadas,
es un absurdo, por lo que el ahorrar, o atesorar como dice Keynes, es una posición
perfectamente lógica, a la vez que un mensaje expresivo de la soberanía del
consumidor, el cual está poniendo de manifiesto su preferencia por tener precios y
producción de bienes ajustados a lo deseado. El dinero, como depósito de valor
(el atesoramiento de Keynes), es clave pues con él no se me obliga a adquirir
mercancías no deseadas y da señales a los empresarios de que deben cambiar lo
que están produciendo y saldar los bienes que no se desean, ya sea por su no
adecuación, o por los precios que tienen. Es también decir que se desean mayores
rentabilidades para esos activos financieros en los que se quieren colocar los
ahorros, dado el riesgo que creemos correr con ellos, así como indicar a los
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 50
empresarios que deben reestructurar sus empresas para dar los bienes y servicios
que se desean y a buen precio.
Finalicemos con lo que el “Treatisse” representó en la evolución de la consideración
del dinero que es nuestro objetivo. Con lo visto podemos decir que las bases para
“dejar tocado” al oro, como “patrón de valor” al que referir el dinero fiduciario,
estaban echadas. Tanto por lo que este libro significó, como por la realidad que se
vivía en el día a día con la depresión, el paro y el propio fracaso de la adopción
del patrón oro en Gran Bretaña. Además, la demagogia de que el oro ocasionaba
variaciones de precios cuando crecía su producción y al contrario, cuando la
actividad económica aumentaba y no había manera de que la cantidad de
dinero siguiese esa evolución, estaba ahora más viva que nunca entre empresarios
y políticos. Toda bajada de precios era considerada con horror por los empresarios
y achacable al patrón monetario, sin fijarse en que las mejoras de productividad y
los avances tecnológicos, muy importantes al fin del siglo XIX y principios del XX,
podían estar detrás también20. Keynes dejará al ahorro como el “malo de la fiesta”
en la mente de muchos y pasa a coquetear con los “cazadores de rentas” que
buscaban (y siempre buscan) que el “dinero corra” pues, en palabras de Keynes:
“un chelín ahorrado es un chelín perdido para el que vende algo…”, que a su vez
no consumirá, etc., etc.…”
Keynes en este libro también sienta las bases de su posterior concepción de las
razones de la demanda de liquidez y retoma, así mismo, lo dicho por Wicksell sobre
la acción necesaria de las autoridades a la hora de gobernar los tipos de interés
para estabilizar los precios, pues ya tenía en mente su propuesta de que el tipo de
interés era un fenómeno exclusivamente monetario dependiente solo de la
preferencia por la liquidez frente al de ser una “expresión de la preferencia
temporal de los agentes económicos” y de los riesgos mercantil y de liquidez como
pensaba su oponente en ese momento Friedrich Hayek. En cualquier caso, sus tesis
se vieron afectadas por las críticas a su no bien utilizado razonamiento matemático
y a algunas de las consideraciones que hizo en ese libro, por lo que va a prepararse
para escribir uno nuevo (“y definitivo” según sus palabras) que dirigirá, no al gran
público, sino a sus colegas economistas, anclados según él, en una “visión del
mundo” que no era pareja con las necesidades de cambio que él entendía había
que tener en cuenta…
En efecto, la génesis de la “Teoría General” (que no olvidemos será del “empleo”
pero también: “del interés y del dinero”) se dio como continuación y respuesta a
las críticas recibidas por el “Treatisse” y en especial y en concreto, por el éxito del
libro de Hayeck: “Precios y Producción”, que suponía un serio revés para las tesis de
20 Es importante leer el texto de la única conferencia que Keynes dio en España y que será la última vez que estuvo
entre nosotros (antes nos había visitado en su juventud un par de veces para recorrer con sus padres el pirineo y
visitar el parque nacional de Ordesa), contenida en el volumen “essays in persuassion”, titulada: “El porvenir
económico de nuestros nietos”. Pues ahí va a reflejar sus ideas sobre la importancia del avance técnico y de cómo
el paro puede darse, también, por unos adelantos tales que hagan que la jornada de trabajo no deba ser tan
“extensiva” en horas, añadiendo al respecto las posibilidades que ello tendría para un mundo en el que deberá
proveerse a la sociedad de mayor número de servicios culturales y de ocio… Sin duda es una de sus mejores
visiones, y esta vez ¡a largo plazo…!
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 51
toda su obra monetaria hasta la fecha, en especial del "Treatisse". Keynes hizo
examinar todas esas críticas en unos seminarios que sus principales discípulos tenían
en Cambridge con estudiantes destacados y que a la vez eran fervientes
defensores de sus ideas. (Curiosamente él no asistía, pero estaba bien informado
de lo que allí se decía por sus principales colaboradores que dirigían las discusiones
y, además, puso a Sraffa y a Robinson en la misión de atacar el libro de Hayeck21).
En esos debates se fue modelando un nuevo replanteamiento de los desarrollos.
Keynes iba sometiendo también a esos grupos de estudio ideas para su nuevo libro,
llevando a cabo un trabajo colaborativo en un continuo va y viene. Ahora hecho
de modo previo y no "a posteriori" como fue en el caso del “Treatisse”. Las ideas las
depuró, así mismo, en sucesivos cursos que sobre “el valor del dinero” dirigió en la
Universidad de Cambridge. Cuando las tuvo listas, envió a varios de sus discípulos a
que las presentasen en primicia en diferentes foros, e incluso envió a uno de ellos a
que fuese hacerlo al mismísimo “sanedrín de la oposición” a la “London School of
Economics”, donde “oficiaban”, como sumos sacerdotes de la materia, Robbins y
Hayeck, este en el momento más alto de su carrera en Londres. Con ello buscaba
conocer anticipadamente las reacciones de aquellos que sabía no estarían de
acuerdo, pero su sorpresa fue grande ante su pasividad y ante el no obtener
reacciones airadas de su parte…
En la “Teoría General” Keynes se va a olvidar casi, o en cierto modo, del patrón oro
al que considera ya suficientemente vencido después de la experiencia inglesa, la
crisis americana y las “desconexiones” del resto de países que siguieron a la
decisión de Gran Bretaña. En el momento de su publicación (1936) el paro era ya
común desastre en todos los países, salvo en Alemania, donde Hitler, de forma
dictatorial, aplicaba una versión nacional socialista de las ideas de Keynes sobre la
intervención del estado en la economía22.
Ahora, para hacer evidentes sus teorías contra el desempleo, Keynes va a buscar
“enterrar a los clásicos” y con ese ataque poner fuera de juego a aquellos colegas
que se le oponían y que “habían dado bien en el blanco” con sus críticas al
“Treatisse”. En especial buscará que esa confrontación vaya contra Hayeck,
Robbins y la “London School of Economics” y, en cierta manera, contra el sucesor
en la catedra de Marshall, el profesor Pigou.
En la obra, al inicio dirá que va dirigida a sus colegas, pero sabía que los
economistas lo que harían sería el criticársela, por ello en realidad la escribe para
los jóvenes estudiantes de economía, para que siguiesen unas tesis “rompedoras
21 Lo cual hará Sraffa a la perfección atacando a Hayeck de un modo demagógico al practicar una celada
intelectual en la que Hayeck, inexplicablemente, caerá y de la que no sabrá salir bien intelectualmente.
Curiosamente, el "fair play" habitual de Keynes no se manifestó en esta ocasión.
22 Keynes dirá en el prólogo de la traducción alemana de la “General Theory” que sus ideas podrían ser aplicadas
más fácilmente en un país sin tanta predisposición a escuchar la opinión pública, como era el caso de Alemania,
que en una democracia… Lo cual no quiere decir que estuviese a favor del nazismo, ni de las dictaduras. Pero
como siempre en él, esas confesiones de “efectividad”, el uso de razonamientos ambivalentes, el afán de persuadir
y agradar que le eran tan consustanciales, etc., pudieron dar pábulo, a quien no lo conociese profundamente, a
pensar que comulgaba con esas tesis nacional socialistas…
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 52
con lo existente”, basándose en unos planteamientos muy “al estilo de Ricardo”
con mucho “supongamos que” y frases elocuentes y elegantes que sin duda
“cautivarían” a esos seguidores en los que confiaba... Va a dar además, a ellos y a
muchos políticos, la fundamentación teórica para tomar las ideas socializantes en
boga pero sin “romper el sistema”, haciéndoles creer que el paro podía vencerse
si se lograba que la inversión no cediese nunca: bien por los empresarios, bien por
el estado “al quite”. La sorpresa se la llevaría cuando los economistas que debían
criticársela no lo hicieron: Hayeck la considero “obra menor” (¡?!) y renuncio a
escribir…, Pigou, lo hizo, pero con “tan poco ruido” que pasó inadvertido hasta
mucho después, Robbins acabo pasándose a sus filas y Hansen, que había seguido
cursos en Londres en la L. E. of E. y en contra de sus planteamientos, acabó con la
fe del converso siendo su máximo interprete…
Una de las cosas que más sorprende es que ahora Keynes se haga eco de
planteamientos muy poco científicos o que rayan en lo absurdo con respecto a
temas tales como la demonización del ahorro, al que ve como mal intrínseco, que
defienda que el dinero deba gastarse como sea y que aconseje prohibir el que
esto no se haga, incluso que diga que la culpa del paro sea del atesoramiento o
que se necesite el gasto público aunque resulte improductivo y que haya que
comulgar con las tesis subconsumistas y mercantilistas… Dicho esto porque, aunque
algo se atisbaba en sus publicaciones anteriores (el “ahorro es negativo”…, los
rentistas deben de plantearse su desaparición…, la inflación gana a la deflación…)
no se habían dado en un grado y fuerza tal como se van a mostrar en la “General
Theory”. En ella “se rompe más de una cosa” entre su inteligencia y estas
afirmaciones…
Para tratar aquí solo las cuestiones relacionadas con los aspectos monetarios, nos
vamos a centrar en los capítulos que cierran su modelo, en los que Keynes, va a
llegar a “su equilibrio general”. Primero, va a pasar por la que llamará la “teoría de
preferencia de la liquidez” (la cual había esbozado antes en el “Treatisse”) y luego,
decididamente va a “tomar partido” en lo que se refiere a considerar como un
dato la “oferta monetaria”, la cual supone ya sin disimulos “como un fluido” que
emana a la orden del “master de la palanca” del banco central y por tanto
exógena y fija a corto plazo.
La preferencia por la liquidez deviene de que Keynes ve que la demanda de dinero
se hace por tres causas: la primera por las necesidades de transacciones (ligadas
por tanto al nivel de la renta) la segunda por motivos de precaución y temor al
futuro, que puede ligarse de un modo indirecto con la renta también, y la tercera,
supone que esa demanda de liquidez se hace por razones puramente
especulativas, pues normalmente debería ser un dinero “invertido” y que depende
del tipo de interés. (O tasa de rentabilidad surgida de considerar el pago previo
para adquirir el bono y de su puesta en relación con los cobros de cupones en
fechas futuras y del reintegro del nominal del bono. Recordemos también que
Keynes piensa solo en bonos para la materialización de los ahorros como
simplificación de “su modelo”). Las dos primeras causas no afectan al equilibrio en
el mercado monetario, según Keynes, siendo la última la que realmente se debe
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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considerar a tal efecto. Esto es importante, pues ya hemos visto que a partir de una
tasa de interés (de rentabilidad) baja de los bonos, se da la paradoja, según
Keynes, de que no se desee colocar dinero en los mismos o de invertir directamente
en las empresas y que la demanda de dinero se torne infinita, aun cuando el
gobierno emita más y más cantidad de dinero y, o, que el tipo de interés para los
préstamos sea bajo (“trampa de la liquidez”). Es por esto que Keynes vera limitada
la posibilidad de uso de “la palanca monetaria del banco central” para su
razonamiento de “animar” la demanda, lo cual le dará más fuerza a su “bascular”
hacia la necesidad de la intervención gubernamental, vía menores impuestos y, o,
más gasto público.
Para Keynes, si es necesario disponer de más dinero efectivo se tiende primero a
agotar “las reservas” que cada cual tiene y a continuación se venden los bonos
para proveerse de liquidez. Esto hará que estos bonos bajen de precio y suba el
tipo de interés de los mismos. (Si pago menos de 1.000 u. m. por un bono de 1.000
u. m. nominales que da un cupón del 10% sobre ese nominal, el interés percibido es
superior. Ejemplo: pagamos 800 u. m. por el bono, si percibo 100 u. m. de cupón,
sobre las 800 u. m invertidas me da una tasa del 12,5% y no del 10%). Al contrario,
si hubiese un exceso de oferta de dinero por el banco central (“se pasó” el “master
de la palanca”) ocurrirá que se tendera a demandar más bonos para quitarse de
encima el exceso de liquidez con lo que los bonos subirán de precio y
consiguientemente el tipo de interés (su tasa de rentabilidad) bajará.
De algún modo, la preferencia por la liquidez, si es por motivos de transacción o
precaución (se ve el futuro más incierto) significará incrementos en los tipos a largo
plazo (se está dando preferencia al corto plazo y quien desee dinero a largo plazo
deberá pagarlo más caro). Si es por el motivo “especulación” dependerá del tipo
de mercado financiero en que nos encontremos, si es uno “organizado”, los
“especuladores” pueden no necesitar “atesorar”, como decía Keynes, pues
pueden colocar temporalmente esa preferencia de liquidez en “opciones con
derecho a vender bonos” (opciones tipo “put”) o venderlos directamente. En caso
de no existir mercados de derivados financieros, deberán colocar sus dineros en
inversiones o bonos a corto plazo. Por ello no habrá tanto dinero “en el colchón” y
la oferta de fondos no debiera haberle preocupado a Keynes, pues no es que fuese
escasa o cara. Vemos que no era necesario el que abogase por políticas de tipo
intervencionistas del banco central, ya que la oferta no se reduce para todos los
tipos de bonos o activos financieros.
Pero, para Keynes, los tipos altos no incrementan el ahorro (este depende de la
renta) pero sí impiden que se invierta. Su razonamiento no se centra más que en el
inmediato corto plazo y no entiende el que los ahorradores lo que quieren es
esperar a ver proyectos futuros mejores. Keynes no vio, no quiso ver, o no había
estudiado, las aportaciones que sobre el interés y el uso del capital había escrito
Böhn-Bawert y que ya hemos visto: Los tipos de interés son el precio del tiempo de
esa espera y del riesgo que se quiere asumir. El tipo de interés no depende de la
demanda de dinero sino de la preferencia temporal de los ahorradores y de los
riesgos e incertidumbres del futuro que estos intuyen. Claro está, que si lo que se
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quiere es “que corra el dinero”, entonces basta con hacer que el gobierno lo cree
de manera directa o indirecta, pero Keynes pretendía que esa medida quedase
justificada, además, con argumentos teóricos “elevables a la categoría de
científicos” para salvar el escollo de la opinión de los economistas que no
comulgaban con sus ideas de acción… Como relata Hayeck en uno de sus
escritos, cuando en una conversación con Keynes le indicó el peligro inflacionista
de esas medidas, este le contesto que: “…no había porque preocuparse…, pero
que en caso de que así fuese, allí estaba él para escribir en contra y que eso no
pasase a mayores… ¡?! (No es de extrañar que años después, Hayeck, escribiese
contra la “fatal arrogancia”).
Tratado el tema de la preferencia por la liquidez a Keynes le quedaba solo el
mercado de trabajo. El empleo depende de la demanda global y si, tal y como
había dicho, esta está “gobernada” al final por la inversión, dada “su ley
fundamental” sobre el consumo, esa inversión va a condicionar la renta y esta el
consumo y el empleo, pues debe precisar de trabajadores que utilicen esa
inversión. Pero la contratación de empleados dependerá de su productividad
marginal (pues de lo contrario a los empresarios no les resultara beneficioso el
contratarlos) y habrá que enfrentar dicha productividad marginal del trabajador
con el coste marginal de emplearse que tiene ese mismo trabajador (a que salario
dejara de interesarle no trabajar) para ver el punto de equilibrio. (Conviene
recordar, y añadir aquí, que los salarios nominales eran para Keynes “rígidos a la
baja” y en épocas de desempleo no se ajustaban, por lo que solo cabía “bajarlos”
por medio de la inflación...)
Llegados a este punto, persuasivamente y en un guiño a todos, Keynes, va a utilizar
incluso las ideas freudianas en boga, (también “elevadas a la categoría de
científicas” por el nuevo grupo intelectual “progresista” de la sociedad inglesa y
otros afines) y dirá que su razonamiento se basa en “tres leyes psicológicas”
fundamentales: la propensión a consumir-ahorrar, la preferencia por la liquidez y las
expectativas irracionales de los empresarios y especuladores. Por su parte, los “tres
mercados” del modelo aparecen como interdependientes y solo ligados por la
tasa de interés (interacción de las TIR de los ahorradores según los cobros futuros y
de las TIR de los inversores por los cash flows esperados de su inversión) y son los tres
protagonistas de su obra: el empleo, el interés y el dinero. Habrá un mercado de
bienes y servicios, uno de empleo y otro donde se fije el tipo de interés. Mercados
sobre los que actuaran las citadas “tres leyes psicológicas fundamentales”. Son los
tres mercados de los clásicos, en los que únicamente se ha cambiado que el tipo
de interés no se fija por la oferta de ahorro y la demanda de inversión, sino entre
oferta monetaria del banco central y la demanda de colocación de ese ahorro en
bonos.
Keynes, en las páginas finales del libro, va abogar y defender teorías como las del
mercantilismo: hay que favorecer exportaciones y dificultar importaciones para
defender el empleo interno…23 ¡?! También abogará porque se vuelvan a aplicar
23 En los “refinamientos” posteriores, la renta va a depender también del “saldo del comercio exterior”:
exportaciones “X”, menos importaciones “M”. Es decir, “la ecuación de la renta” quedará así: Y = C+I+G+(X-M).
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 55
las leyes contra la usura…¡?! Pedirá incluso que a los billetes del banco de Inglaterra
se les pongan “sellos” de tal modo que pierdan valor cada un cierto tiempo y así
facilitar el que “corran” … ¡?! Además, querrá combatir el “subconsumismo”: nadie
debe dejar de consumir toda su renta…¡?! Pretenderá abolir las herencias y acabar
con cualquiera que quisiese “vivir de sus rentas” …”¡?! Todo eso se hizo a costa,
como se comprobó en los años sesenta y setenta, de que el precio a pagar fuese
que se destruyera la virtud de ahorrar: “virtud privada pero pecado si es de
multitud”, que los empresarios acometiesen inversiones de mala rentabilidad por los
tipos de interés excesivamente bajos y que el dinero perdiese todas sus funciones
como depósito de valor…
Pero Keynes, desde el “Treatisse”, había atacado la teoría clásica de formación del
tipo de interés por indeterminada, diciendo que, si el ahorro proviene de la renta y
esta sube, el ahorro también se amplía (la curva de ahorro realiza un
desplazamiento hacia la derecha). Pero, “keynesianamente” no podemos
conocer la renta sin tener en cuenta a la inversión… y esta precisa de saber cuál es
la tasa de rentabilidad del mercado para ver si puede realizarse o no… Pero si no
conocemos esa tasa de interés (de rentabilidad) que es la que fija la inversión y,
además, el multiplicador incrementa la inversión, según hemos visto que también
dice Keynes, habría que concluir que: a más inversión… más renta y,… ¡volvemos a
empezar! Pero lo bueno del caso es que Keynes continuó con la indeterminación.
(O había ecuaciones de más o le sobraban incógnitas a “su modelo”) Esto era así
pues en su explicación de la formación del tipo de interés parte también de que el
mismo está influido por la renta en lo que se refiere a las dos primeras causas de
demanda de dinero y que en parte también lo es en la tercera. (Un razonamiento
en referencia circular). Esto se pasó por alto en un “visto no visto” en los primeros
momentos de lectura de la Teoría General pero los estudios rigurosos de la misma,
como los del luego premio nobel J. R. Hicks y seguidamente del propio Hansen y
más tarde del también premio nobel de economía, Samuelson, tuvieron que
reformular todo para no “dejar ese frente abierto” y… ¡no les quedó otro remedio
que entroncar a los clásicos con Keynes! Es lo que luego se llamaría la “síntesis
neoclásica”. El escrito que hizo ese “entronque” inicialmente fue el de Hicks: “Mr.
Keynes versus Clasics” (Por su lado, Hansen lo haría especialmente en su libro
apologético-explicativo sobre la “Teoría general”: “A guide to Keynes” y Samuelson,
algo más tarde, lo plantearía, y resolvería a su manera, junto con “la cruz
keynesiana”, en su famoso manual: “Economics”).
Puede verse el “sesgo mercantilista” …: si no consigo un saldo exterior favorable puedo no tener suficiente renta y
no combatir bien el paro… Es verdad que, en descargo de esa visión mercantilista tan poco rigurosa, cabe decir,
para comprenderlo aunque no para justificarlo, que Keynes era consciente de que más gasto y más inversión
darían incremento de precios y problemas en la balanza de pagos por cuenta corriente, todo dentro de una
economía cerrada como era la de su modelo, por lo que no es de extrañar que buscase cambiar hacia políticas
mercantilistas que le ayudasen en ese aspecto…¡Cuando hacía pocos años (en 1923) había defendido lo
contrario! Diciendo, en un artículo en “Nation and Athenaeum”, que el arancel era: “…la falacia proteccionista
más brutal y grosera…” Su proteccionismo fue público incluso ante el Comité Macmillan en febrero y marzo de
1930 justo al publicarse la “TG”, con ello esperaba que la subida de precios para su intento de “bajar los salarios
reales” no se le fuese de las manos por culpa de la balanza de pagos… Se justificó diciendo que: “… el
proteccionismo es malo a largo plazo, pero a corto plazo, hoy, es el mejor remedio…” (¡Como siempre: “…a largo
plazo todos muertos…”!)
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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La aportación “clásica” en esa “síntesis” será la del “fondo para préstamos” o
dinero total disponible en el sistema (de ahorradores, de reservas bancarias y del
banco central con su oferta monetaria). La aportación tomada de Keynes es la de
presentar que puede haber varias “tablas de preferencia por la liquidez” para
diferentes niveles de renta. Se supone, en esta “reconstrucción de síntesis”, que la
función de inversión tiene una parte dependiente de la tasa de interés y otra fija e
independiente de la misma. Para un tipo de interés dado (i) y una inversión
decidida, descompuesta en ambos componentes de la misma (z0 y z1), tendremos:
I = z0 +z1*i
C = a + b*Y
Y = C+I +G
I = I0, I1… In
Es decir, que ahora no es solo la inversión la que actúa sino también el tipo de
interés:
i I Y C
Para cada tipo de interés hay un nivel de renta al cual el gasto total iguala a la
renta, o al que la inversión iguala al ahorro (renta no consumida). La curva,
representable en un eje de coordenadas (abscisas renta, ordenadas tasa de
interés) que da esos puntos de “renta de equilibrio” se la denomino por Hicks: “IS”
(“Investment-Saving”).
Por otro lado, la función de preferencia por la liquidez hace que la demanda de
dinero dependa en forma creciente de la renta e inversamente de los movimientos
al alza de los tipos de interés (se encarece el dinero ocioso de Keynes). Esto se
expresa funcionalmente así:
M = L (i Y)
Dependiendo de los valores de “i” e “Y” pueden dibujarse varias curvas para esa
función en un eje de coordenadas (abscisas “M”, ordenadas tipo de interés “i”). Es
evidente que en esa serie de curvas habrá unos puntos que pueden identificarse
como los que solo dependen del tipo de interés, Uniéndolos tendremos una línea
de puntos que dará la demanda de dinero por “especulación”. Esa línea de puntos
es la que Hicks llamo “curva LM”. Supuso que cuando la renta desciende baja el
tipo de interés y que autoridades monetarias y sistema bancario acoplan
variaciones de la oferta monetaria a las variaciones de la renta y del interés. (Si el
objetivo es estabilizar el nivel de precios se actúa sobre el tipo de interés y con ello
se influye la concesión de préstamos por los bancos y, en consecuencia, se frena
la demanda o por el contrario se la facilita).
La curva “LM” depende pues del tipo de interés, lo mismo que la curva “IS”. Solo
cabe “acoplarlas” para que nos den finalmente el punto de equilibrio que Keynes
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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buscaba. (Intersección de las curvas “IS-LM”). Ahora sí hay “5 ecuaciones y 5
incógnitas”:
C = a + b*Y
Y = C+I+G
I = z0 + z1*i
MD = L (i,Y)
MO = H (i)
Donde “MD” es la demanda de dinero y “MO” la oferta monetaria hecha por las
autoridades del banco central para ajustar el tipo de interés con el fin de controlar
el nivel de precios, según lo acabado de decir.
El refinamiento y “repaso lógico” hecho con las curvas “IS-LM” a las ideas de la
“Teoría general”, aparte de que la dejasen como un caso particular de la de los
clásicos24, no aportaron nada sobre lo equivocado de la realidad que se pretendía
por Keynes: la inversión se sigue “considerando renuente” y hay que “completarla”
con el gasto público y el ahorro continúa demonizado. En definitiva, seguimos igual.
Las malas inversiones, en consecuencia, se producirán por la intervención del
banco central para bajar los tipos de interés, a la vez que el consumo a crédito de
bienes de consumo duradero y de viviendas especialmente, se favorecerá en
extremo y la inflación se enseñoreará del sistema, ya sea en los precios de los bienes
y servicios, ya en la bolsa. Por otra parte, la oferta de dinero se descubrirá que no
es tan “gobernable” por “el master de la palanca” como se creía, sino más bien al
revés, tal y como la práctica ha manifestado, por lo que el banco central se ve
compelido a acatar lo que los bancos quieren y no los bancos lo que él dice, ya
que cuando estos “se pasan” en el dar préstamos (las más de las veces impulsados
por los tipos bajos de interés que esos bancos centrales mantienen con la ilusión de
“cebar la bomba”) entonces “la salvación” la tiene que hacer el propio banco
central a costa, casi siempre, de todos los contribuyentes. (Saltándose la doctrina
Bagehot de acudir solo a las crisis de tesorería y no tanto a las de solvencia)
LOS INMEDIATOS AÑOS “PRE Y POST” SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. LOS ACUERDOS DE BRETON WOODS
Franklin Delano Roosevelt, presidente elegido para acabar con la depresión,
intento aplicar las políticas keynesianas y en lo monetario, primero les dijo a los
americanos: “¡Darme vuestras monedas de oro!”, se las pagó baratas con billetes
de papel en los que había mandado imprimir la leyenda: “As good as gold” …¡?!
Luego, en 1933, devalúo el dólar (quedándose el gobierno con los beneficios) y
24 Es curioso que Keynes la hubiese llamado así, “general”, dado el “ajuste” que hubo que realizar…, lo cual no era
sino una muestra más del uso retórico de la palabra “general”. ¡Nótese que lo es en el propio título de la obra! para
hacer así “más persuasivo” el mensaje para sus lectores…
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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suprimió la conversión de billetes en oro, pero puso a los EE. UU. dentro del patrón
oro para las relaciones con los demás países. Con ello se llegó hasta la segunda
guerra mundial que supuso el acabar con el paro por “la contratación” de
soldados y de mujeres en trabajos de las fábricas y como auxiliares del ejército,
especialmente en Europa.
Al finalizar la segunda gran guerra se quiso continuar con la planificación guerrera
como medio de “eliminar las crisis del capitalismo” ... En Inglaterra, ¡después de solo
dos meses desde el día de la victoria!, las ideas liberales de Churchill fueron
derrotadas en las urnas y se decidió ir por un camino teóricamente socialista, que
luego quedó matizado en una socialdemocracia bastante descafeinada. (Aunque
se implantaron las ideas keynesianas de incremento del gasto público y de
nacionalizaron de casi todas las industrias básicas y los transportes. Ejemplo seguido
casi “al pie de la letra” en Francia).
El gasto público inició su andadura por caminos cada vez más alejados del
presupuesto equilibrado y la libra empezó a tener problemas y a no poder cumplir
el papel que se le habían reservado en los acuerdos de Breton Woods de 1944 (La
conferencia de las Naciones Unidas celebrada en esta localidad de New
Hampshire, Estados Unidos). Esos acuerdos fueron negociados por Keynes y el
americano Laurence R. White. Básicamente consistieron en que se volvía a una
versión del, para algunos, periclitado sistema del “Gold Exchange Standard”, solo
que sustituyendo el oro por el dólar (o por la libra en el área de influencia de esta y
por ello prácticamente reducida al espacio de la “Commonwealth”). La decisión
fue en contra de los deseos de Keynes, que abogaba por una divisa internacional,
el “bankor”, no sometida a ningún gobierno y administrada por unos “funcionarios
de élite” en el ámbito de las naciones unidas… (Algo parecido a lo que ha
acabado por ser el euro para Europa). Pero, después de las dos guerras mundiales
el poder internacional había basculado desde Inglaterra hacia los Estados Unidos,
los únicos detentadores de cantidades de oro realmente capaces de ofrecer una
conversión de su moneda a ese metal, por lo que impusieron su criterio y se
determinó lo que más favorecía a sus intereses. Teóricamente, según ese acuerdo,
los dólares poseídos por los diferentes países, procedentes de los intercambios
internacionales (las libras en su área) eran cambiables por oro al viejo precio fijado
después de la devaluación de Roosevelt: treinta y cinco dólares por onza. Pero esto
solo lo podían solicitar los bancos centrales de cada país y bajo petición expresa
de los gobiernos nacionales. Cosa que se procuró evitar siempre con presiones de
todo tipo ejercidas por la diplomacia USA. En esos acuerdos se crearon, además,
dos instituciones:
El FMI (Fondo monetario internacional), como una especie de “banco
central internacional” que recibió unas cuotas fundacionales de los países
miembros y que se veía como un medio de evitar las devaluaciones
competitivas, como las que todos los países hicieron en la década de los
años treinta del siglo XX, cuando buscaron “defenderse” de la crisis que les
venía de Estados Unidos y del fin del patrón oro y que contribuyeron a
agravar, aún más, la “gran depresión”.
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 59
El principal propósito del FMI consistiría en asegurar la estabilidad del sistema
monetario internacional, es decir, del sistema de pagos internacionales
y ejercer un de control de los tipos de cambio que permitiese efectuar
transacciones entre todos los gobiernos, ciudadanos y empresas de todos
los países. Después de la “decisión Nixon”, de la que luego hablaremos, por
la que se suspendió el “patrón de cambios dólar” y se quitó toda posibilidad
de obtener dólares por oro, el FMI debía haber desaparecido, pero, como
casi siempre saben hacer todas las “burocracias” para perpetuarse a sí
mismas y a sus funcionarios, “supo reconvertirse” y bascular hacia unas
misiones, que en sus inicios solo eran “subproductos” de su misión principal.
Para ello, acabó diciendo que para mantener “la estabilidad” y “prevenir
las crisis” (¡?!) en el sistema monetario internacional, debía pasar a ser una
organización que diese revista a las políticas económicas aplicadas por
todos los países miembros (sus “famosas visitas de hombres y mujeres de
negro”) así como informar sobre la situación económica y financiera
nacional, regional y mundial a través de un sistema formal de supervisión. El
FMI proporcionaría también asesoramiento a los 189 países miembros y
recomendaría políticas que promoviesen la estabilidad económica,
redujesen la vulnerabilidad a crisis económicas y financieras y mejorasen los
niveles de vida…
Desde sus inicios, el FMI otorgó y otorga, financiación con el fin de “dar
tiempo” a los países miembros para corregir sus problemas de balanza de
pagos, para lo cual. previamente y con su asesoramiento, las autoridades
nacionales formulan “programas de ajuste”. (Los famosos “recortes”). La
continuidad de ese respaldo financiero está condicionada a la implantación
eficaz de esos programas. Ante la reciente crisis económica internacional, el
FMI fortaleció su capacidad de préstamo al aprobar, en abril de 2009, una
reforma profunda de sus mecanismos de apoyo financiero, medidas
complementadas en 2010 y 2011. El FMI ante los problemas que se dieron en
los años sesenta del siglo XX decidió emitir un “activo de reserva
internacional” conocido como “Derechos Especiales de Giro” (“DEG`s) una
moneda teóricamente referenciada al oro, pero incambiable por él (¡?!),
como medio de complementar las reservas de dólares. El total de
asignaciones de “DEG`s” asciende hoy a alrededor 204.000 millones
(aproximadamente unos US$280.000 millones).
La principal fuente de los recursos financieros del FMI son las cuotas de los
países miembros, que en términos generales reflejan la posición relativa de
los países en la economía mundial. Actualmente, los recursos provenientes
de las cuotas ascienden a alrededor de unos 238.000 millones de “DEG’s”
(unos US$327.000 millones). Además, el FMI puede complementar los recursos
de las cuotas obteniendo préstamos del mercado. Los Nuevos Acuerdos
para la Obtención de Préstamos (NAP), que fueron ampliados en 2011
pueden suministrar recursos adicionales de hasta 370.000 millones de “DEG’s”
(unos US$515.000 millones) y son el principal complemento de las cuotas. A
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 60
mediados de 2012, los países miembros también se comprometieron a
aumentar los recursos del FMI a través de acuerdos bilaterales de préstamos.
Como vemos, el FMI era, en cierto modo, el garante de unas teóricas
“paridades fijas” entre las monedas, de acuerdo con lo que se fijó en Breton
Woods, ya que se permitía una fluctuación, en torno a un 0,75 % de las
paridades establecidas inicialmente si la fluctuación no llegaba a superar un
10%. Como la excepción pasó a ser la norma, el FMI se convirtió más en el
“notario” de las devaluaciones que en vigilante de lo contrario…
El Banco Mundial, que en un principio se llamó Banco Internacional de
Reconstrucción y Fomento (BIRF), el cual tenía una misión que evolucionó
desde la primigenia de “facilitador de la reconstrucción y el desarrollo de
posguerra” al mandato actual de “aliviar” la pobreza en el mundo... Su
primer préstamo fue para Francia en 1947, luego, ante la implantación del
plan Marshall, su atención pasó hacia los nuevos miembros, mucho de ellos
procedentes de los procesos de descolonización en África y Asia, así como
en Latinoamérica, dando ayudas para programas de asistencia técnica
para infraestructuras, la agricultura, la alimentación, etc.
En cualquier caso, ante las políticas desenfrenadas de gasto público y de inflación
consiguiente, muy pronto la libra no pudo sostener el papel de “co-divisa soporte”
que se le había asignado y mucho menos de garantizar la conversión en oro de la
misma, cosa que ni siquiera logró dentro de su propia y limitada área de influencia.
El dólar quedo, así, como la única “divisa convertible” del sistema, máxime cuando
el PIB de Estados Unidos, por el esfuerzo de guerra, se había más que se duplicado
entre 1940 y 1945 y que ese país detentaba más de dos tercios de las reservas de
oro mundiales.
Aparte del inicio de las actividades de las dos organizaciones transnacionales y
multilaterales, de las que hemos hablado, el plan Marshall significó la entrada en la
Europa continental, (excepto en España y los países bajo la dictadura soviética),
de doce mil millones de dólares. (Casi todos para Francia, Alemania, Italia, Países
bajos, Reino Unido, Austria y Dinamarca). En 1946 las salidas de dólares con cargo
al plan fueron de más de cinco mil millones de dólares, lo cual fue una ayuda
inestimable para esos países, pero al tiempo eran un facilitador de las
exportaciones americanas cuyo comercio exterior llego a ponerse en más de siete
mil quinientos millones de dólares en 1947.
Curiosamente, los países europeos continuaban con las restricciones y
contingentaciones de la época de guerra y se pretendía mantenerlas y someter la
economía a una planificación extrema. Ello no facilitaba el que los precios interiores
fuesen competitivos para las exportaciones y que, incluso con las aportaciones de
dólares antes dichas, hubiese problemas para disponer de los mismos para el pago
de las importaciones. Afortunadamente, en la naciente “Alemania occidental” se
cambió ese sistema y se pasó a una organización liberalizada bajo la impulsión de
Ludwig Erhad y el nuevo canciller Konrad Adenauer. Ese éxito fue un ejemplo y un
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 61
espejo donde se estrellaron las políticas “planificadoras” y de gestión pública y de
nacionalizaciones que habían sido emprendidas en todos los demás países
europeos, con lo que poco a poco se fueron levantando, aunque con muchas
resistencias ideológicas.
Pero, como ya había manifestado Jacques Rueff, todo patrón tipo “Gold Exchange
Standard” no puede mantenerse a largo plazo, pues los diferentes países van
acumulando reservas de la divisa central del sistema y se produce una doble
inflación, tanto en el país acreedor como en el deudor, ya que en los dos se
expansiona la oferta monetaria con la consiguiente inflación. Añadamos a todo
ello que los Estados Unidos se emplearon en dos nuevas guerras altamente
sangrantes de sus presupuestos (Corea y Viet-Nam) y que la administración
Kennedy llevo al límite la implantación de las ideas keynesianas. Por otra parte, las
inversiones directas fuera del país, aprovechando esa “fuente de dólares”
procedente del mecanismo del “dollar exchange standard”, pasó a tener cifras
realmente escalofriantes de más de tres mil millones de dólares por año desde 1960.
Al mismo tiempo, el resurgir europeo y japonés iba a poner en aprieto, cada vez
más, la competitividad exterior de los productos USA, lo que contribuyó también al
deterioro de la situación de su déficit comercial y a que más dólares estuviesen en
manos europeas y de otros países y que los mismos empezasen a ser colocados, no
ya en activos financieros públicos o privados dentro de Estados Unidos, como
quería el “sistema puro” del “dollar exchange standard”, sino en bancos de fuera y
en activos financieros emitidos en dólares por entidades bancarias y empresas
europeas, con lo que se inició el sistema de los “eurodólares”, que se
autoalimentaban “a cada vuelta” por el mecanismo del multiplicador del crédito,
que lógicamente, también se les aplicaba a esos depósitos. (La masa de
eurodólares en 1980, cuando ya había “hecho crisis” el sistema de Breton Woods,
se estimó en más de novecientos mil millones de dólares y se constató que había
tenido una progresión al alza a razón de un sesenta por ciento de incremento por
año…).
Los saldos en dólares mantenidos por el resto del mundo en activos interiores
americanos, o en eurodólares, cada vez eran más elevados y no era un secreto
para nadie que el stock de oro, por el que teóricamente eran cambiables, era
cada vez menor en proporción y que la paridad fijada en 1933, de treinta y cinco
dólares la onza, empezaba a ser ridícula. Ello llevó al inicio de una especulación
sobre el oro, habida cuenta de los temores de una “ruptura” del sistema. Las
políticas de gastos públicos con presupuesto en déficit permanente que se
extendían por todos los países europeos, salvo en Alemania, eran otros frecuentes
y añadidos “brotes de inestabilidad” dentro de cada país y las devaluaciones
fueron lo normal. En especial, la especulación se cebó contra la libra y el franco
francés. Con la primera por su desenfrenada política de gasto social, no pagada
con impuestos suficientemente sino con deuda pública colocada directamente en
los bancos o por emisión de bonos que se monetizaban en el banco de Inglaterra.
En el caso de Francia pasaba más o menos lo mismo, por la cantidad de controles
e intervenciones gubernamentales, más los gastos por las guerras de Indochina y
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Argelia. Para financiar toda esa cantidad de gasto público en déficit, se utilizaba
igual procedimiento de monetización de deuda que en Inglaterra o bien la
colocación de empréstitos en los mercados nacionales e internacionales.
Gran Bretaña tuvo una serie de devaluaciones, como hemos dicho, las cuales, de
rebote, agravaron aún más la situación francesa, que solo se resolvió con el “golpe
de timón” auspiciado por De Gaulle, bien asesorado por Jacques Rueff. El plan
francés consistió en otra devaluación del franco, a la vez que se creaba una nueva
divisa: el “franco nuevo”, equivalente a cien “francos antiguos” (el anterior “franco
Poincaré”); todo acompañado de una serie de medidas para equilibrar el
presupuesto, detener la indiciación de salarios y rentas a la inflación y liberalizar la
economía, sacando al sector público de muchos ámbitos donde su intervención se
había demostrado altamente ineficiente. La reforma fue un éxito enorme, al igual
que la tuvieron las dos anteriores reformas de la historia monetaria francesa
auspiciadas por Rueff. Curiosamente, lo único que Rueff no pudo conseguir de De
Gaulle fue una reforma del sistema crediticio y bancario francés, el cual siguió bajo
unos supuestos no acordes con las necesidades de una economía más liberalizada
y que suponía financiar a bancos y empresas con una expansión del crédito a tasas
forzadas y bajas. Esto será, algo más tarde, una nueva fuente de crisis y problemas,
que no serán resueltos hasta casi los últimos años del siglo XX, justo antes de la
entrada en el euro.
Los remedios que Estados Unidos intentó poner en marcha, y que obligó a seguir a
los países miembros del FMI, no fueron sino parches de diversa índole para tratar de
no abolir el sistema de Breton Woods que tan favorable le era. Todos acabaron en
sonoros fracasos, cuando no en fuente de mayores inestabilidades. (Aunque hubo
que reconocer que al menos, en su denominación y en el aparato mediático-
diplomático con el que fueron lanzados cada uno de ellos, si hubo mucha
imaginación y creatividad). Así, sucesivamente, se introdujeron:
Los acuerdos “swap” o de intercambio temporal de divisas entre unos
países y otros para paliar escaseces temporales, pero que nada pudieron
hacer, ante los tamaños de la cantidad de divisas que se necesitaban, por
el impacto creciente de los eurodólares.
Los “bonos Roosa”, por el nombre del secretario del tesoro americano que
los promocionó y que no eran más que cambiar los activos en dólares,
detentados bajo unos determinados títulos por los diferentes países, por
estos “bonos” que se decían “garantizados en oro por el tesoro americano”
y que no eran otra cosa que paliativos para renovar la deuda, vencida y
exigida, por una nueva deuda que, para facilitar su aceptación, hubo que
fijarle un plazo de solo dos años. Lo cual acabo con el traer el problema a
las mesas de negociación otra vez.
Los “créditos stand-by”, o “préstamos puente rápidos”, solicitables por
cada país al FMI cuando veía que se empezaba a especular contra su
moneda para que hiciese una devaluación. Como las cifras que los
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especuladores ponían sobre las mesas de las bolsas de divisas eran de tal
calibre (y que, curiosamente, salían del mismo sistema de crédito
auspiciado por los eurodólares) no hubo especulación que fuese posible
que se detuviese por esos “créditos stand-by”.
La creación del “pool del oro” en 1962, el cual se constituyó dentro del
Banco internacional de pagos de Basilea y al que se adhirieron los Estados
Unidos, Gran Bretaña y otros siete países europeos. Su única finalidad era la
de “frenar” el precio del metal noble en el mercado libre ya que
amenazaba con liquidar el sistema de Breton Woods. Se confió al banco
de Inglaterra su operatividad para lo cual se depositaron por esos países
unos fondos en común para comprar o vender oro al precio standard,
según conviniese, pero que no fue sino una sangría continua de recursos a
la que hubo que poner fin antes de que acabase la década de los
sesenta.
El aumento de cuotas de cada país en el FMI, que solo fue un “toque a
rebato” por el agotamiento de los “fondos propios” del FMI, con la finalidad
de que se siguiese poder ayudando a los países “manirrotos” en sus
finanzas públicas. (El aumento de las mismas en 1965 fue de un 25%).
Los “derechos especiales de giro”, que se creyeron la “solución definitiva” y
que, aun cuando es verdad que aún perduran desde su creación en 1969,
no son sino “restos” permitidos por la propia abolición del sistema que,
curiosamente, no los eliminó al darse por finiquitado. Jacques Rueff los
calificó de “la nada vestida de moneda” y hay que reconocer que eso
eran y siguen siendo. Nacieron como “moneda virtual” emitida por el FMI y
sus cantidades se asignaron en un principio según las cuotas de cada país
miembro a razón de un 16,8% de la misma. (Pero se fueron añadiendo más
y más asignaciones según reclamaban los distintos países ante la
especulación que no cesaba contra sus divisas).
El atacar el problema de raíz es lo que no se quería hacer, pues eso a quien
más habría perjudicado hubiera sido a los Estados Unidos. Los DEG’s se
denominan en oro y a su precio se refieren. Es como si fuesen “pagares”
cancelables contra dicho metal, pero que, explicita e implícitamente, se
sabe que no pueden ser cambiados por el mismo. Son “moneda” utilizable
para saldar deudas entre bancos centrales de cada país, únicos organismos
que pueden tener acceso a la misma. Cada uno de esos bancos centrales
puede utilizar los DEG`s para pagar hasta el 70% de sus obligaciones y el país
que los recibe en pago debe aceptarlos hasta un total del 200% de sus
haberes en esos “DEG’s”. Como hemos dicho, no paliaron el problema de
fondo y el propio fin del “dollar exchange standard” puso de manifiesto su
futilidad y eso, aunque entre 1970 y 1972, se expansionaron a una tasa de
veinte mil millones por año…
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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LA CRISIS DEL SISTEMA DEL “DOLLAR EXCHANGE STANDARD”. LA IMPORTANCIA DE JACQUES RUEFF
La sangría de oro que Estados unidos empezó a sufrir, especialmente desde el inicio
de los años sesenta, fue a más y casi al final de la década las pérdidas de oro eran
ya de una cantidad más que sensible. Al revés que en Estados Unidos, en Los países
europeos se estaba cambiando de política, especialmente en Francia, donde la
“V República”, inspirada por De Gaulle, bien asistido por su consejero Jacques
Rueff, había implantado una estabilización de la moneda y un presupuesto
equilibrado desde 1958. Algo similar se estaba realizando en Asia, donde Japón ya
tenía una balanza comercial que comenzaba a inclinarse en contra de los Estados
Unidos.
El 5 de febrero de 1965, De Gaulle dio una de las conferencias de prensa más
impactantes de aquellos tiempos, pues fue la primera vez que un alto mandatario
occidental se revelaba públicamente “contra la potencia dominante” y en ella
claramente exigió que se le devolviese el oro contra los dólares que presentase, tal
y como el sistema pactado en Breton Woods establecía. Como “del dicho se pasó
al hecho” Francia y luego tímidamente otros países, empezaron a tener una reserva
de oro creciente, menguando al tiempo la de Estados Unidos. Así, las reservas de
oro de la FED, que tras la segunda guerra mundial estaban valoradas en 20 mil
millones de dólares, se vaciaron hasta los 9 mil millones. Por estas razones, De Gaulle
y Rueff se habían ganado el ser declarados oficiosamente “personajes non gratos”
por el americanismo más burdamente anticomunista y más proclive a la guerra de
Viet-Nam. El insistir por De Gaulle y Rueff en la vuelta al patrón oro clásico, cuando
esto suponía “cerrar la financiación” del “entramado político-militar”
estadounidense y que esa posición se tomase, por esos sectores ultras, como una
“traición” al esfuerzo de guerra del “mundo libre” en el sudeste asiático (más el que,
a la par y en plena guerra fría, se favoreciese a la URRSS, por ser esta una de las
grandes detentadoras de oro), significó que “el general”, que aun cuando en la
crisis de los misiles de Cuba se había declarado claramente partidario de Kennedy,
fuese visto como un “desertor”. (Por ese posicionamiento y a causa también de
que, en otra de sus “posturas”, había ejercido un “acto de independencia” al salirse
del mando conjunto de la OTAN…).
Lo que dijo De Gaulle, en el párrafo más significativo de su conferencia, fue:
“… El hecho de que muchos países, acepten como principio, que los dólares sean
tan buenos como el oro, conduce a los estadounidenses a endeudarse de forma
gratuita a expensas de otros países. Porque, lo que EE.UU. debe, lo paga, al menos
en parte, con un dinero que solo ellos pueden emitir. Ante las graves consecuencias
que se podrían desencadenar en caso de una crisis, creemos que se deben tomar
medidas a tiempo para evitarla. Consideramos necesario que el comercio
internacional se establezca sobre un patrón monetario indiscutible, y que no lleve
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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la marca de un país en particular… ¿Qué patrón? ¡La verdad es, que no se puede
imaginar otro patrón que no sea el oro! ...”
Richard E. Caves, que en ese tiempo era presidente del departamento de
economía de la Universidad de Harvard, dijo: … “La idea del patrón oro de De
Gaulle es salvajemente irracional y De Gaulle no sabe de lo que está hablando” …,
y acto seguido elogió las “reformas” establecidas por el “FMI” así como la
propuesta de los “derechos especiales de giro” para ayudar a los países que
enfrentaban un grave déficit en su balanza de pagos… Al mismo tiempo, el ya
entonces muy famoso economista Paul A. Samuelson, profesor de Economía del
Instituto Tecnológico de Massachusetts y futuro premio nobel de economía, dijo
que el principal asesor de De Gaulle (Jacques Rueff) era un “tonto” por haberle
sugerido al “general” tal propuesta…
Jacques Rueff, valientemente, se fue a EE. UU a dar conferencias y a entrevistarse
con todo el que quisiese recibirlo para explicar su postura, y tratar de que se crease
un consenso en torno a una medida que propugnaba junto con otro economista
americano, el profesor Triffin. En ella ambos economistas abogaban por el retorno
al auténtico patrón oro con una nueva paridad establecida en una onza de oro
por setenta dólares. Eso era el doble del cambio oficial en ese momento y
significaba reconocer que el poder de compra del dólar había sido reducido
realmente a la mitad. Pero todo el “establishment” americano la tuvo como algo
que proponía un precio ridículamente alto y dichos “poderes facticos” no
soportaban que se pudiesen pedir tantos dólares por una “simple onza de oro” ya
que eso, a corto plazo, estaba claro que perjudicaba a los intereses de las grandes
empresas, de las firmas de Wall Street y del gobierno USA. Pero el valor del dólar
respecto del oro seguirá cayendo, decía Rueff, y … “todo demuestra que hoy en
día ya no bastan setenta dólares para comprar una onza de oro. Es decir, en los
últimos cien años, el dólar ha perdido, en términos de oro, más del 95 % de su valor,
de ahí mi propuesta…”
A medida que la demanda de oro crecía, el “pool de Londres” no podía “seguirle
el ritmo” y le resultaba cada vez más difícil mantener el cambio de treinta y cinco
dólares por onza. En marzo de 1968, Estados Unidos decidió acabar (¡?!) con la
pérdida incesante de oro… El remedio que se aplicó consistió en “obligar” a firmar
un compromiso firme de todos los gobiernos y bancos centrales para no comprar
ni vender oro en los mercados libres. Esto es, las reservas de oro de los bancos
centrales y el resto de todo el oro del mundo funcionarían en compartimentos
estancos, jamás se mezclarían… De nada sirvió y el “pool del oro”, al poco, saltó
por los aires.
Así que, el 15 de agosto de 1971, por orden del presidente Richard M. Nixon, el dólar
dejó de ser convertible en lingotes de oro, incluso para los gobiernos y bancos
centrales extranjeros. Fue el golpe de gracia al “dollar exchange standard” y con
ello al sistema de Breton Woods, y supuso el fin de cualquier reminiscencia de
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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relacionar el dinero papel o bancario con el oro. (Aunque el futuro está siempre
abierto…).
Al firmar aquella decisión, Nixon dijo una frase rimbombante que era toda una
verdad, por ser “colofón y punto y seguido” de una impostura: “…Esta es la decisión
más importante de la historia monetaria universal…” (¿!?) Fue también la
consumación de una evolución narrada en los propios billetes de dólar y en los
billetes de todas las demás divisas implícitamente y que ha llevado, como hemos
visto, no más de una centena de años... Primero, los billetes llevaban la “pudorosa
leyenda” de: “…el banco de” ... (póngase aquí el nombre del banco central de
cada país) … “pagara al portador la cantidad de” …. Luego, cuando se “recogió”
el oro, prohibiendo acuñaciones de monedas en Estados Unidos, la leyenda fue:
“Este billete es tan bueno como el oro” (“This note is as good as gold”) Finalmente,
desde la “decisión Nixon”, los dólares se han quedado con la frase conocida y
archivista de: “In God we trust” … que se puso a los billetes de la divisa americana
y que, en contra de la que se supone debía ser su intención, resultó ser el más
grande de los sacrilegios…, ¡al imprimirse encima del mayor de los fraudes!… (Los
billetes de euro, más laicos, ni siquiera llevan leyenda alguna…).
Como se necesitaba proponer algo retórico, que hiciera creer lo contrario a
tamaña impostura, se erigió en norma de obligado cumplimiento el difundir que
“no se había devaluado el dólar” (¡?!) Sino que lo que se había hecho era: “¡la
desmonetización del oro!” La mayoría de los especialistas y pensadores próximos
al poder y los “voceros” institucionales, hicieron como que se lo creían y aceptaron
difundir el fraude de que el dinero es en realidad: … “una simple y a la vez abstracta
unidad de cuenta” …, cuyo valor proviene de la cantidad “M” multiplicada por su
"velocidad de circulación “V” …¡?! Por eso, decía el entorno de Nixon, los que
tienen que estar preocupados son los que tengan oro … ¡?! ya que su valor era el
que era por el sostén que le daban los gobiernos¡¡??!! Pero a partir de ahora….
¡cuidado! Nadie creería en su sano juicio que se pudieron decir tales cosas, pero
así fue y así siguieron intentando convencer de lo imposible, e incluso pronosticaron,
¡para acabar en el mayor de los ridículos!, que: … el precio del oro descendería
una vez abandonada la convertibilidad, y que se pondría en solo ¡ocho dólares la
onza! Ya que ¡?!: “únicamente solo conservaba ya una demanda industrial y
ornamental… Como ya se sabía que todo eso era una solemne mentira (de las que
tanto abusó aquella administración y que al propio Nixon le costó “el impechment”)
y, pensando que los intentos de persuasión retóricas no bastarían, en agosto de
1.971, y “con el fin de "evitar la inflación", se decretó en EE. UU. un control estricto
de precios y salarios que, como ya sabemos lo de que “no se pueden poner puertas
al campo”, no consiguió los resultados apetecidos e incluso se originó un
desabastecimiento de combustible y el que se complicase aún más el trabajo de
las empresas.
En diciembre de ese mismo y fatídico año, se firmaban los acuerdos del
“Smithsonian institut” entre los principales países del FMI, (de nuevo bajo la batuta
e imposición del gobierno USA), según los cuales esas naciones se comprometían a
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mantener un cambio fijo con el dólar... Nacía así una fluctuación compartida en
estrechas bandas, que “subía y bajaba en las gráficas” como una especie de
serpiente... Todo para que, en 1973, saltase de nuevo por los aires este acuerdo
también, cuando los bancos centrales de Alemania y Suiza decidieron dejar de
adquirir la enorme cantidad de dólares de la que trataban de deshacerse los
inversores de medio mundo acuciados por un pánico insalvable… (Los EE. UU.
seguían con la guerra de Viet-Nam gastando a espuertas y sin querer apearse de
su postura dominante con respecto al dólar.)
Desde “la decisión Nixon” empezó la era del “dinero administrado”, en la que los
bancos centrales abandonaron su papel de emitir moneda y redescontar letras y
créditos comerciales a la banca (según pretendía Walter Bahegot) para convertirse
en el soporte último de las decisiones que los bancos comerciales quieran tomar.
(Es cierto que esto se da en las entidades llamadas “sistémicas” más que en las
pequeñas, pero no deja de ser por ello considerable el citado “poder inverso”). Es
una paradoja, por tanto, el que se hable de la “autoridad monetaria” cuando se
sabe bien que la misma está sometida, en última instancia, a lo que los grandes
bancos decidan hacer en la concesión de créditos y que será su “prestamista de
última instancia” contra casi cualquier tipo de activo, como ha acabado
mostrando la realidad de la última crisis 2007-2014. Por su parte, el dólar y el resto
de divisas, siguieron y siguen en circulando porque, aunque sean inconvertibles al
oro, en ¡curiosa paradoja!, en su mayor parte son deuda pública. Dicho de otra
manera, desde “la decisión Nixon” el valor de nuestras monedas depende, en
última instancia, de la solvencia del estado que pone su nombre a la divisa de que
se trate. Por eso, en la reciente crisis y gran recesión posterior, el colapso de los
estados supuso también el colapso de sus monedas, o bien que tuvieran que ser
defendidas esas monedas y esos países por los otros estados de la eurozona, a
costa de todos sus ciudadanos, como fueron los casos de Irlanda, Portugal y Grecia,
y en menor medida de España e Italia.
EL “FIN DE LA ERA KEYNESIANA”(I). MILTON FRIEDMAN (1912-2006)
La ruptura con el oro y la flotación consiguiente de todas las divisas, fue, en cierta
manera, alabada por otro economista, esta vez de la universidad de Chicago,
considerado también “uno de los grandes” y así mismo, premio nobel de la
especialidad. Nos estamos refiriendo a Milton Friedman. La importancia de su
magisterio y su influencia le venían desde hacía tiempo, pues muy pronto cuestionó
a Keynes y lo hizo atacando el “santa sanctórum” más keynesiano: “la función de
consumo”, para la que, a pesar de utilizar numerosos estudios econométricos y
sociológicos, no consiguió encontrar un comportamiento estable, como habían
proclamado Keynes y los keynesianos y ni siquiera “razonable”. (Por utilizar los
propios términos de Keynes) con lo que la cuestionó de arriba a abajo.
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Friedman adquirió también gran parte de su posterior notoriedad por haber hecho
un famoso estudio sobre la historia monetaria de los EE. UU., donde ponía de
manifiesto que la crisis del veintinueve fue tan duradera por los errores de la propia
FED, que cuando no tenía que haber mantenido el “grifo del dinero” abierto, lo hizo
y sin mesura y cuando debía abrirlo, justo cuando se desencadenó la crisis, por el
contrario, lo “cerró a cal y canto” … Friedman también consiguió, por sus
demostraciones de los errores de Keynes y de la inutilidad de la política fiscal y de
gasto público, que hasta el “ultra keynesiano”, Samuelson, cambiase el texto de su
famoso manual (“economics”) al tener que reconocer este, que dada la inflación
de dos dígitos que se desencadenó después de la ruptura con el oro por parte de
la administración Nixon y que ya venía de antes, por el desenfreno en el gasto
público y por causa del nefasto sistema del “dollar exchange standard”, la política
monetaria, y no tanto la fiscal, era la que tenía que ver y contender con esa
inflación. (Samuelson, en las ediciones décimo quinta y siguientes de su “manual”,
las cuales ya firmaba con otro colega, (W. Nordhaus), paso a definirse como “buen
monetarista” y aceptaba que ambas políticas “debían marchar al unísono” …)
Friedman es visto como el “diablo liberal” por antonomasia, pues se le acusó de
haber asesorado al gobierno del dictador Pinochet en Chile, lo cual no sería más
que pura demagogia si nos detenemos a observar a todos los economistas que han
ayudado o asesorado a dictadores de todos los signos políticos, auspiciados y
pagados por organismos internacionales como el FMI, el banco mundial, el banco
africano de desarrollo y otros organismos multilaterales y, más en concreto a países,
de la órbita de la antigua URRSS. (Como puso de manifiesto tantas veces el que fue
director de L’Express, el periodista francés Jean François Revel, se da un curioso
sesgo en algunos periodistas por “rasgarse las vestiduras” ante las “visitas” a un tipo
de dictaduras y por silenciar las que se hacen a “otras”, cuando ambos tipos de
dictaduras son igualmente odiosas…). La verdad es que los que implantaron las
medidas liberales bajo la dictadura de Pinochet fueron expertos chilenos, algunos
de los cuales, ciertamente, habían estudiado con Friedman en Chicago. También
es verdad que Friedman aceptó dar allí unas conferencias y que eso sirvió para que
“unas determinadas fuentes” le achacasen el que con ello parecía que
apadrinaba a la dictadura…
A los expertos chilenos se les pudo achacar que colaboraran con Pinochet, pero
las medidas que implantaron fueron del mismo tipo, o casi idénticas, que las que
recomendó en 1958 con igual éxito, otro economista liberal, Jacques Rueff, en la
“democrática” Francia. Las mismas, a su vez, que este economista había
recomendado en 1938, cuando fue el “frente popular” el que le pidió poner orden
en el caos económico en el que se había sumido Francia, justo cuando ya Hitler
amenazaba con la guerra. Este tipo de medidas fueron también las que, en medio
de muchos altibajos, y sin eludir que también con algunas o bastantes injusticias, y
no siempre bajo regímenes políticos democráticamente homologables, emplearon
países como Corea del Sur, Taiwán, Israel, Hong Kong o Singapur. Es curioso que
todos ellos partieran, hace algo más de sesenta años, de un PIB inferior al de Nigeria
y ¡no digamos de Cuba! y que hoy, esta república del caribe, y la africana,
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teniendo incluso petróleo, estén donde están. Es la misma afirmación tantas veces
repetida en los viajes: “…parece mentira lo rico que es este (tal o cual) país…, tiene
minas, petróleo, naturaleza agradecida y, sin embargo, sus gentes son pobres y
deben emigrar o vivir malamente”. Al decir esto nos olvidamos de lo que nos enseñó
Adam Smith en su libro “La riqueza de las naciones”, al referirse a cómo un país con
muchas minas de oro y plata podría ser muy pobre y que otros, por el contrario, sin
esas minas y recursos naturales, sabiendo trabajar productivamente y
comerciando, podrían procurarse mucho más oro y plata. (Es indudable que,
además, hace falta un estado de derecho, que dé confianza a empresarios y
consumidores y donde la persona humana sea respetada en su propiedad y en su
libertad).
Curiosamente, los liberales no tienen en tanta estima a Friedman, pues, aunque le
reconocen su postura defensora de las libertades25, argumentan que su práctica
profesional parecía contradecirle y que su “doctrina monetarista” no es sino
“Keynesianismo mejorado y continuado de otra forma...” En efecto, Friedman utilizó
el propio razonamiento y estilo de pensamiento de Keynes para refutarlo y llegar a
conclusiones totalmente diferentes. Friedman atacó con ese mismo método
keynesiano el que hubiese que elegir entre paro e inflación, como les gustaba
sostener a keynesianos como Samuelson, y que la “curva de Philips”, que eso
representaba, no tenía ni lógica ni soporte empírico alguno o era un caso muy
particular. (Cosa que la “stagflation” de los años setenta del siglo XX se encargó
también de volver a confirmar) En especial, Friedman se oponía a que la causa de
todos los males fuese el que se dijese que “no había demanda efectiva suficiente”
sino que, por el contrario, él sostenía y demostró, que la causa de la depresión y el
paro habían sido la deuda sin freno, el desastre del “dollar exchange standard” y
la política monetaria que se había usado y que se continuaban usando. Contra el
desempleo, argumentó claramente Friedman, nada puede hacerse con política
fiscal de gasto público, salvo en el muy corto plazo. Inundar de dinero, sacado de
la nada, la vida económica no sirve para conseguir más nivel de empleo, ni hacer
crecer realmente a la nación y solo moverá al alza o a la baja, según sea el caso,
al nivel de precios, a la renta nominal o al tipo de cambio, distorsionando esas
variables y alejándolas de su valor natural.
Friedman era también contradictorio como “liberal”, por haberse pasado, como
Keynes, toda la segunda guerra mundial como funcionario y haber contribuido a
crear en los Estados Unidos el impuesto sobre la renta de las personas físicas. En
concreto, fue debido a sus recomendaciones el que se practicase la retención a
cuenta en origen de la cuota de este impuesto (cosa que ya se hacía en gran
Bretaña) y que el sistema perdurase después de la guerra. (Es verdad que luego
adjuró en cierto modo de su error, pues eso sirvió sobre manera para que se diera
un crecimiento muy grande del sector público en los EE UU). En contrapartida y
gracias su obstinación y labor divulgativa, a él se debió en gran medida que se
25 Su libro más conocido: “capitalismo y libertad” fue, y continúa siendo, un “best seller” y su serie de TV: “Libertad
de elegir” fue también una de las de mayor éxito de público cuando “se pasó” en las principales cadenas de
todos los países del entonces llamado “mundo libre”.
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acabase con el servicio militar obligatorio en los años setenta, lo cual hasta los
jóvenes más ultras y militantes del partido demócrata le alabaron.
Después de un tiempo en la universidad de Columbia, en Nueva York, Friedman
acabó por enseñar definitivamente en Chicago. Allí redactó su estudio sobre la
historia monetaria de Estados Unidos (en colaboración con otra economista: Anna
J. Schwartz) al que nos hemos referido antes y pasó a poner en candelero
nuevamente a la famosa “ecuación cuantitativa” y a proclamar que: “la inflación
es solo y únicamente un fenómeno monetario”. Si por algo será conocido Friedman
es, precisamente, por su obsesión con la dicha “ecuación cuantitativa”:
M*V= P*Q
Obsesión que le llevo a extremos jocosos… (Ver cuadro 1) y para la que
reivindicaba que se la “liberase del error de Fisher”, que había estado obcecado
con la “P” de los precios para estabilizar estos y así combatir la inflación. Friedman
demostrará que no es sobre índices de precios más perfectos, como quería Fisher y
sobre políticas de rentas o de contención de estas, sobre lo que debe centrarse el
gobernante, sino en mantener a la cantidad de dinero bajo control, a la “M”.
(Nada nuevo, por cierto, sobre lo que los escolásticos españoles de la escuela de
Salamanca no hubiesen dicho muchos siglos antes…). Friedman pensaba, a
diferencia de Keynes (que creía errática a la velocidad del dinero y sometida a la
“influencia avara” de los atesoradores y de las “trampas de liquidez”) que esta era
bastante estable y que, por ello, como normalmente la producción de bienes
también crece lentamente, todo aumento de la cantidad de dinero se traslada al
nivel de precios, con un plazo relativamente rápido, aunque no menor de un año
y medio. (Ver cuadros 2, 3 y 4). Por esta razón para controlar la inflación abogaba
por poner un “freno” institucional a la creación de dinero, obligando a la autoridad
monetaria a comportarse como “una constante” que suministra dinero en
proporciones continuas (su famosa tasa fija de incremento al “k” %).
Vemos que Friedman, a diferencia de Jacques Rueff, no va a declararse partidario
del patrón oro como medida de referencia y de soporte a la “M” de la teoría
cuantitativa. (Aun cuando el mismo había sido la pauta durante más de cien años,
hasta justo antes de la primera guerra mundial, había dado lugar a un crecimiento
importante y sin inflación destacable y al que el propio Friedman había alabado
como hecho histórico benefactor, en su famoso libro con Anna Schwartz). Adujo
para esa negación del oro dos razones:
Primera: que era un sistema “muy costoso” en términos de extracción minera,
para luego acabar enterrando el oro en las fosas de los bancos centrales o
bajo las arcas de Ford Knox. Lo cual no dejaba de ser otra vez el referirse,
como Keynes, a “la bárbara reliquia” o “al fetiche del metal”. Pero eso no
era cierto, como se demostró después de haberse abolido el patrón por
Nixon, dado que el oro se siguió extrayendo, refinando, fundiéndose y
acuñándose, en cantidades crecientes y a costes superiores, pues la gente
si sabe dónde se encuentra el verdadero soporte de valor…
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Segunda: que la necesidad monetaria y la producción de oro no actúan en
paralelo en el tiempo y que esas distorsiones, en mas o en menos, en un lado
y otro, podían ser muy negativas. Lo cual, la historia se ha encargado de
demoler también, pues desde la época de los “hermanos Centurione” en
Génova, el oro solo de desplazaba por el saldo neto de las compensaciones
de los comerciantes y no era un sistema de cobro y pago multitudinario. Por
otra parte, el sistema que se siguió desde la “decisión Nixon”, y que ha sido
casi siempre el promocionado desde entonces por Friedman, ha tenido unos
costes enormes, como nos han demostrado las crisis monetarias habidas y la
reciente gran recesión.
Cuadro 1. La “obsesión de Milton”: MV = P*Q
(Él ponía “Y”)
Cuadro 2. La inflación es solo y siempre
un fenómeno monetario... (Milton Friedman)
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Cuadro 3. Friedman y su “M*V = P*Q”
Cuadro 4. “Descomponiendo” la “M*V = P*Q”
El Friedman liberal, pero “pragmático keynesiano a su modo”, va a felicitarse
porque con la “decisión Nixon”, ya solo habría un dinero exclusivamente fiduciario
y que ahora, unos buenos funcionarios, siguiendo su norma de mantener fijo el
crecimiento de la oferta monetaria a un tanto por ciento bajo (¿2%?), no
introducirían distorsiones en el sistema ni se cambiarían las expectativas de los
empresarios. (Nuevamente la “fatal arrogancia” de creer que unas “personas de
élite”, ¡unos funcionarios pretendidamente inmunes a las presiones políticas!, harían
lo que tengan que hacer y que, además, se considera que saben más que los
millones y millones de actores económicos que se habían dotado
espontáneamente y desde siglos, de un “orden natural”: el auténtico dinero en oro
o con otro soporte, pero bien referenciado a él). En este sentido sí puede decirse
que Friedman era un keynesiano en convicciones teóricas, aunque no lo fuese en
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el estricto seguimiento de sus ideas o de sus propuestas. Ahora, Friedman podrá
pasar a hablar de las diferentes “expresiones” que puede tener ese dinero ya “cien
por cien” fiduciario y se iniciará la “escala de las “emes” y, del primitivo “M1” y luego
“M2”, se llegará al “M3”, al “M4” y no se sabe dónde pararemos… (Ver cuadro 5).
Por su parte, los cuadros 6 y 7 muestran como las pretensiones de Friedman de que
la oferta monetaria no creciese en Estados Unidos más allá de un “k%”, constante,
quedaron en nada…
Para mejor entender lo reflejado en ese cuadro 5 diremos que existen las siguientes
clasificaciones de dinero, tal y como los bancos centrales lo consideran hoy en día:
1)-. Dinero legal o Base Monetaria. Es la definición elemental. Está compuesto por
el efectivo en manos del público y por las reservas bancarias. Es decir, se trata de
todos los billetes y monedas emitidos por la autoridad monetaria de cada país y
puede estar “almacenado” en los bolsillos de particulares y cajas fuertes de
empresas y bancos, así como en el propio banco central en forma de reservas de
los bancos. A este dinero es al que M. Friedman llamo: “dinero de alto poder”-
2)-. Dinero bancario (M1, M2 y M3)
M1: Incluye el efectivo en manos del público (EMP), que es una parte del
anterior “dinero legal” como hemos visto, más el dinero depositado en los
bancos en cuentas corrientes a la vista. Estas cuentas no devengan interés
alguno o una cantidad mínima, pero sirven para operar a través de ellas,
domiciliar pagos y cobros, hacer transferencias, solicitar tarjetas de crédito
o débito, o referir el pago desde el teléfono móvil, etc.
M2: Se compone del anterior M1 más otros depósitos bancarios con un
plazo de vencimiento menor a 2 años, así como los que puedan
cancelarse con un preaviso de 3 meses. Son depósitos que sí que generan
una rentabilidad más “visible” para su titular que las C/c. y no pueden ser
retirados de forma inmediata sin preaviso y con un coste de merma de
intereses y de pago de comisiones. Además, no sirven como cuentas de
domiciliación de pagos y cobros.
M3: Es la más amplia caracterización de “dinero” que se utiliza en la
Eurozona. Añade al M2 el dinero invertido en “otros instrumentos
financieros” a corto-medio plazo (no en depósitos bancarios) tales como:
o Fondos del mercado monetario,
o Cesiones temporales de activos y
o Títulos de deuda privada o pública de vencimiento menor a dos
años
En estos momentos, el agregado monetario más amplio publicado en la actualidad
por la FED es M2, ya que dejó de publicarse el M3 en 2006. Por su parte, en el Reino
Unido y en EE. UU., se han utilizado también las definiciones “M0” y “M4”
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M0 es la suma del efectivo en manos del público; es decir, billetes y
monedas emitidos por las autoridades monetarias guardados por empresas
y economías domésticas por motivos de transacción, prudencia o
atesoramiento, justificado en razones especulativas o de no encuentro de
alternativas mejores de inversión. En el año 2006 se dejó de publicar en el
Reino Unido el “agregado” M0
M4 es una definición más amplia de oferta monetaria. Se corresponde,
aproximadamente, con la definición del M3 que utiliza el BCE para la
Eurozona con algún añadido de activos de grandes empresas emitidos a
corto plazo.
Cuadro 5. Del M0 al M1, al M2, al M3, al M4 y…
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Cuadro 6. La realidad del crecimiento del “M3” en EE. UU.
Cuadro 7. El “M3” creciendo… Nótese el incremento 1971-1980 y de 2001 a 1010
Para Friedman, persuadido por los estudios econométricos e históricos que había
realizado, la renta monetaria “Y” dependía de la oferta monetaria, “M”, y da lo
Efectivo en manos del público
M0 + depósitos a la vista en C/c
M1 + depósitos de ahorro a la vista en libretas y asimilados
M2 + certificados de deposito y otros activos altamente líquidos
AÑOS M3 USAPIB
USAM4 UK PIB UK
M3
EURO
ZONA
PIB EU
ZONA
M3
JAPON
PIB
JAPON
1960 – 2014 7.6 6.7 10.1 8.3
1960 – 1970 7.7 7.7 8.2 9.5
1971 – 1980 11.4 10.7 15.2 15.1
1981 – 1990 7.7 7.7 15.3 10.3 9.2 6.2
1991 - 2000 5.6 5.6 7.5 5.9 2.4 1.3
2001 - 2010 7.1 3.9 7.0 4.2 6.7 3.4 1.1 -0.5
2010 - 2014 4.0 3.9 3.7 3.4 2.6 1.3 2.6 0.3
TASAS EN % DE INCREMENTO MEDIO DEL M3 Y DEL PIB NOMINAL
(Fuente: Int. Monetary Rsch. Elab. Propia)
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mismo en que acabe, ya sea en “Q” o, más normalmente, en “P”, como él creía
que sería lo normal. Relegaba, a pesar de sus muchas citas a la misma, a un
segundo plano a la demanda de dinero, como si esta no se moviese o lo hiciese
tan lentamente que no mereciese la pena tenerla en cuenta. La renta monetaria
vendrá dada pues por la cantidad nominal de dinero, pero no dice en que parte
se traducirá exactamente en producción o en precios.
Desde un artículo en 1940 y luego en muchas repeticiones de sus argumentos,
Friedman había aconsejado que para mantener constante la cantidad de dinero
ofertado se adoptasen tres políticas. A saber:
1. Eliminar la posibilidad de cambiar dólares por oro. Dinero fiduciario al 100% y
fin del “dollar exchange standard”.
2. De una manera u otra, la FED debía de acabar también con el prestar a los
bancos lo que estos le acaban solicitando y, además, la “ventanilla del
redescuento” tenia que se cerrarse. Esto haría a los bancos que, si se
pasaban en conceder créditos… ¡su alternativa real podría ser la quiebra!
…, evitando, así, todo tipo de riesgo moral del tipo: “to big to fail” … (Que,
por ejemplo, tan caro nos ha costado en la crisis 2007-2014).
3. La FED debía pasar a pagar “tipos de interés competitivos” a las reservas que
los bancos dejasen en sus arcas. Eso significaba ligar intereses de esos
depósitos de reservas con las tasas de rentabilidad de los bonos del estado,
para que os bancos no tuviesen coste de oportunidad al respecto. Ello
llevaría a que las reservas y la cuantía del M2 no variarían y la FED podría así
asegurarse su objetivo de crecer dicho M2 al % “k” “friedmaniano”.
Pero en 1982, cansado Friedman de “predicar en el desierto” y comprobando que
era imposible doblegar a los funcionarios de la FED a seguir sus recomendaciones,
pues estos no deseaban por nada del mundo perder su autonomía y derecho de
fijar sus políticas como creían conveniente, propuso una nueva medida: dejar que
los bancos comerciales creasen su propia moneda. Para ello hubo de ir en contra
de su primera manera de pensar, la publicada en 1960, en la cual hablaba de la
natural tendencia al fraude por mor de la reserva fraccionaria y el mantenimiento
de las mismas en un % bajo, según marcase la ley de los grandes números. Aportaba
ahora “nuevos argumentos históricos”, junto otra vez con Anna Schwartz, para
justificar esta medida. No es que quisiese abolir a la FED, aunque parecía como si
la desaparición del comité de política monetaria, donde estaban muchos de sus
críticos, no es que le hubiera importado mucho… En cualquier caso, como él mismo
dijo: “…. aun cuando yo desearía abolir la FED, he escrito muchas páginas sobre
“cómo debe manejarse” la FED, y …dado que existe…” (El pragmático Friedman
una vez más…)
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Conclusiones:
1. Quizás haya que achacarle a Friedman el que, con la gran autoridad técnica y
moral que consiguió en vida, y con la que pudo influir para que se aboliese hasta
el servicio militar obligatorio, con la enorme difusión de sus libros y programas de
Tv, que fueron gigantescos “best sellers”, no se hubiese esforzado por hacer que
se volviera al patrón oro. En cualquier caso, su gran logro será haber dejado
claro que el mayor enemigo de la sociedad había sido y continuaba siendo, la
inflación, a la que definió como “un impuesto sin legislación”.
2. La “teoría cuantitativa del dinero”, que tanto gustaba a Friedman, viene a
decirnos, puesta en sus manos, que, de algún modo u otro, la expansión de la
oferta de dinero por encima de la oferta de nuevos bienes y servicios acabará
irremediablemente en inflación. La relación no es automática, como bien se
cuidó de señalar él mismo, y se necesita siempre tiempo para que los aumentos
de dinero del banco central se trasladen a las economías domésticas y a las
empresas. Ese traslado no será inmediato, pero tampoco neutral. Podrá mejorar
a unos, anticipándose o no en su impacto, y retrasarse o empeorar la situación,
para otros, haciéndolo todo en diferentes campos y sobre variables diversas,
tales como: la inversión, el consumo, el empleo o la propia producción de la
economía. Si el banco central rebaja el tipo de interés de forma abrupta y
fuerte, hará crecer la oferta de crédito en la economía y al hacer la financiación
de inversiones y gastos más fácil, provocará que muchos empresarios se lancen
a aumentar la capacidad de sus negocios para poder atender a ese
incremento de la demanda de consumo “auto-inducida”, pero que no será
sostenible.
3. Friedman no confiaba en que la FED lo hiciese bien y quería incluso una
legislación que prohibiese el incremento de la oferta monetaria más allá de una
tasa constante… ¡pero eso ya lo hacía bien el patrón oro al que no se quiso
volver en la primera post guerra mundial! Friedman, aunque eso lo entendía,
juzgó que “ya se había ido demasiado lejos y no había vuelta atrás”, por lo que
se empleó en “administrar”, lo mejor que se pudiera, el sistema existente… Pero
la realidad fue, ¡que este impuso sus condiciones ante todas sus proposiciones…!
Como el mismo señaló: … “hemos tenido que elegir, no entre órdenes
alternativos ideales, sino entre posibilidades alternativas realistas; realistas, me
apresuro a añadir, no con respecto a su factibilidad política, que es
precisamente lo que deberíamos tratar de encontrar y no eliminar de partida,
sino con respecto al resultado efectivo más probable de uno y otro sistema” …
4. Respecto a su adscripción más o menos ortodoxa de “liberal”, vale más que nos
centremos en el “dicho bíblico de las obras” y ahí Friedman pudo apuntarse
“bastantes victorias” en su haber. El que los más conspicuos liberales le acusasen
hasta de “socialista”, hay que verlo a la luz de esas aportaciones, que no por
nada le valieron el premio nobel. Es verdad que su “The Methodology of Positive
Economics”, era profundamente positivista y que su hijo David Friedman, no ha
dudado en definir a su padre como "bastante socialista"…. y que tres de los
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cuatro economistas más liberales consideraban, cuando menos, como “nada
liberales” algunas de sus contribuciones, pero como bien escribió él mismo, en
su “best seller”, “Libertad de elegir”: … "el camino al infierno está empedrado
de buenas intenciones” …
EL “FIN DE LA ERA KEYNESIANA”(II). LA “STAGFLATION”
Si Friedman le dio la “puntilla teórica” a Keynes, con el “morbo añadido” de haberlo
hecho con sus propios argumentos, no es menos que la realidad se encarga de
poner a cada uno en su sitio. La verdad es que se tardó en hacerlo, pues desde
1936, fecha de publicación de la obra cumbre de Keynes, esas “premoniciones”
tardaron más de cuarenta años en cumplirse. Eso cuando desde el mismo
momento de publicación de “La teoría general”, un Hayeck ya dijo que las
propuestas de Keynes eran un imposible teórico y un desastre en caso de
implantarse…
Hemos visto como la inflación se iba comiendo todo y como los gobiernos seguían
resistiéndose ante lo inevitable. Poco les importaba que el dólar hubiese perdido
más de dos tercios de su poder de compra entre 1950 y 1975) y que el sistema
monetario fuese “la nada vestida de moneda” pero ahí seguía. Hubo de llegar una
guerra en oriente medio para que, con ella, unos países, “teóricos aliados”, se
revelasen y creasen un cartel de producción de petróleo al que subieron
drásticamente de precio. La revolución libia había dado un primer aldabonazo,
pero fue el conflicto abierto con la “guerra del Yon Kipur” y la posterior caída del
Sha del Irán la que lo precipitó todo.
En 1971, el precio del petróleo era cosa de las llamadas “siete grandes” que
dominaban el 80% de la producción mundial. Pero en 1973 dejo de ser así. Todos se
habían acostumbrado a un petróleo “barato” y que con la inflación había perdido
no menos del 20% de su valor. Lo que no estaba oculto, pero nadie le hacía caso,
es que su consumo había crecido de forma considerable y no se tenía alternativa
alguna preparada para el mismo. En 1950 el porcentaje del petróleo en el consumo
total de energía representaba el 37.8%, frente al 55.7% del carbón. En 1972, en
cambio, el petróleo y el gas representaban el 64.4% del total. Eso, cuando el
consumo mundial de energía más que se duplicaba cada año y cuando, dada la
tecnología extractiva y de refino existente, la producción era incapaz de sacar
adelante una respuesta a tamaño crecimiento del consumo. Era evidente que con
esa tecnología no se creía que en el corto plazo se pudiesen poner en
funcionamiento nuevos yacimientos.
A principios y mediados de los setenta, Libia, Argelia e Irán, nacionalizaron sus pozos
y, de facto, los sauditas hicieron lo mismo al constituir una empresa estatal, la
Aramco, algo más tarde (En 1979). En octubre del setenta y tres, los países de la
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OPEP tomaron la decisión de poner el barril del petróleo en cinco dólares, lo que
era casi doblarlo. Al poco, esos mismos países decidieron un sistema de embargo
para los países que apoyaran a Israel. El embargo duró poco (afectaba a los EE UU.
principalmente) y los países de la OPEP optaron por reducir la producción entre un
15 y un 20%, aunque, como eran ellos los más perjudicados, acabaron por
suavizarlo y se volcaron en el subir los precios. Llegaron a poner el barril en los once
dólares y anunciaron que seguirían subiéndolo. (Al final llegó a estar en más de
doce veces el precio de 1973). El problema era, además, que la gran producción
estaba concentrada en el mismo sitio. Un lugar cada vez más inestable y que
amenazaba con una guerra entre Irak e Irán, tal y como luego fue realidad.
Tal impacto, aunque variable según los países y su flexibilidad para reaccionar ante
él, afectó a la estructura de la economía mundial de un modo crucial. Se tuvo que
aguantar que el petróleo supusiese más del 5% del PIB, cuanto antes no superaba
el 2% de media. La inflación, ya elevada, se “disparó a la estratosfera” y se puso en
más de dos digititos. Todos los países debieron de recurrir a planes de austeridad y
de ahorro energético, llegando a extremos demagógicos, o de impacto discutible,
como el cambio de horario de invierno a verano y otras muchas iniciativas de similar
cariz. El crecimiento del PIB se detuvo, e incluso pasó a ser negativo en 1979 en EE.
UU (-0.7%), en Gran Bretaña (-1.6%) y en Alemania (-1.6%).
Aun cuando Friedman ya había clamado contra la “curva de Philips”, se seguía
creyendo que, para evitar el paro, era un “ejercicio solidario el “tener una cierta
inflación” … Esta había sido de algo más de un 2% de media anual durante los
sesenta y pasó a estar entre 1969 y 1972 en el 5%. Pero ahora, los costes de la
energía hacían imposible el seguir con muchas tecnologías pensadas para una
energía barata y para la que a corto plazo no parecía haber sustituto. La
producción industrial disminuía su crecimiento a un ritmo rápido y continuado de
un 10 a un 20% por semestre según localizaciones. Se tuvo así el “imposible
Keynesiano”: inflación y paro. Situación para lo que se acuñó un difícil e
impronunciable, neologismo: “stagflation”.
De la noche a la mañana, los felices cincuenta y sesenta se derrumbaron. La tasa
de paro sobrepasó, en los países de la OCDE, el 5% en 1975 y en 1980 llegó al 10%.
No eran las tasas de la crisis de los años treinta, pero eran asombrosas para una
sociedad que creía haber encontrado la fórmula mágica para vencer el
desempleo y conseguir la prosperidad. En 1985 se contabilizó que más del 30% de
los puestos de trabajo industriales habían desaparecido y no se veía nada que
pudiera reemplazarlos. Alguien, como Helmut Smith, el entonces canciller alemán,
dijo que “era el fin del siglo”. No iba desencaminado…
Los gobiernos pensaron que la teoría económica era “solo Keynes” y a ello se
dispusieron:
incrementaron aún más el gasto público, aportaron subvenciones a las industrias
insalvables y pusieron miles de “puertas al campo” tales como los controles de
precios y salarios, importaciones de choque para bajar artificialmente los IPC,
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nacionalización de las industrias, etc., … que a la postre solo trajeron más paro y
más inflación. Friedman, con la sonrisa que le caracterizaba, señalaba con su dedo
a la matrícula de su coche y con ello mostraba las causas de lo que pasaba y el
camino a seguir…
Para mayor desespero de “nixonianos”, abolicionistas del “dollar exchange
standard”, “keynesianos” y “post keynesianos” y de los propios “friedmannitas”, el
oro se puso a subir en paralelo con el petróleo. Pues, como siempre, la realidad
acaba por imponerse y la gente sabe dónde está el patrón de valor auténtico,
aunque se lo quieran ocultar… por lo que huía del papel moneda, de los bonos y
de las acciones y buscaba refugio en el metal amarillo o en lo inmobiliario. Al
menos, esto daba razón a Friedman, cuando decía que: “el gobierno no tiene la
facultad de hacer dinero a voluntad para crear empleo”. Ahora, las delirantes
cantidades de dinero fiduciario (sustitutos del dinero en realidad) eran rechazadas
y la gente (los que podían hacerlo, pues la inmensa mayoría de las personas tuvo
que conformarse con seguir como estaba o en camino a la pauperización) parecía
saber discriminar entre mala moneda (el papel respaldado solo por deuda pública
de dudosa solvencia) y la buena (el oro).
Como todos los precios estaban cayendo en términos del oro, algunos se
acordaron de que un “olvidado economista”, que había escrito sobre la utilidad
marginal, Karl Menger, también había definido al dinero como algo que no puede
generarse o imprimirse a partir de la nada y por decreto, sino que es “un orden
espontaneo”, descubierto por la humanidad en sucesiva evolución y que los bienes
que se han usado como tal a lo largo de la historia, para culminar en el oro, han
tenido (y el oro tiene) una cualidad: “la liquidez”, que consiste en no sufrir pérdidas
de valor (o de empleo de mucho tiempo) al desprenderse de cantidades grandes
o pequeñas del mismo. El oro, o los activos financieros monetizables realmente en
él, tenían entonces, y tienen hoy, esa cualidad de “deseabilidad” que caracteriza
a la liquidez y por ello están dotados de una demanda más amplia, estable y
permanentemente insatisfecha…
La continuación fue que, por una parte, los países productores de petróleo y gas
acumularon unas cantidades de dólares y divisas enormes que colocaron allí
donde consideraron que era más seguro hacerlo: en activos financieros en EE. UU.
Por otra, los bancos pasaron a reciclarlos y colocarlos donde más rentablemente
fuera posible y lo hicieron en numerosos países en desarrollo, con regímenes
políticos dictatoriales y sin mirar mucho las capacidades de devolución.
Tristemente, esos gobiernos solo dedicaron una minoría de esos préstamos a
empresas productivas que les permitieran desarrollarse y las que no, fueron a la
corrupción, aspectos consumistas, monumentos demagógicos derrochadores y a
armamento…
En los países OCDE no quedó más remedio que acometer ajustes,
reestructuraciones y dejar la política de que el gasto público siguiese cebando una
bomba que aportaba agua que no cejaba de salirse por todas las grietas. Friedman
(la doctrina de…) entró en los manuales y en las cancillerías, tuvo una portada en
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 81
el número de fin de año de la revista “Time” y se empezaron a poner las condiciones
para una nueva recuperación basada en sus ideas. Afortunadamente también, la
FED tuvo un presidente que tomo las riendas con autoridad, Paul Volcker. Este subió
las tasas de la FED a los dos dígitos, una cura de caballo que resistió las presiones
de todos a los que esa subida de tipos cogió en apalancamiento inverso. (La deuda
significa para una empresa, aparte de una deducción de los intereses en la base
imponible de la “factura fiscal”, el poder “apalancarse”. Esa palanca viene de
utilizar, como “punto de apoyo”, al propio negocio ahora endeudado, como
“brazo de palanca” al % de deuda sobre el total del pasivo y patrimonio neto y,
como “fuerza”, a la diferencia entre, el % de rentabilidad económica del negocio
(% ROI o % RoCE) y el % medio de interés de esas deudas. Lo cual aporta un
“levantamiento (“palanca descrita mediante”) de una rentabilidad para los
accionistas muy por encima de ese diferencial entre rentabilidad y tasa de coste
de la deuda. (De ahí esa denominación de” apalancamiento” como sinónimo de
“endeudamiento” que tanto se utiliza…) Pero el problema es que si la rentabilidad
económica baja, y con tendencia a hacerlo a peor, como era el caso por la crisis
del petróleo, y el banco central te sube los tipos de interés, como hizo Volcker para
cambiar el sistema y atacar los males del “dollar exchange standard” que llevaba
al precipicio…, ¿entonces…? Ese es el “apalancamiento inverso”, la parte que no
se ve, o que no se quiere ver, en todo proceso de endeudamiento…
Los estadounidenses eligieron, después del interregno de “administración del
desastre” de Carter, como presidente a Reagan y los británicos a Margaret
Thatcher. Ambos se pusieron a desmontar el aparato productivo obsoleto y a ver
de sacar al máximo al estado de sectores en donde nunca debería haber estado
y a dejar que las fuerzas del mercado impulsasen la innovación y el orientarse a
procesos y a vías de negocio nuevas. Es verdad que el coste de esas
restructuraciones fue elevado en términos de capital humano, de personas en paro
y desplazadas, lo que puso de manifiesto el especial cuidado a tener cara al futuro
con imponer a la economía medidas como las keynesianas (aunque el mismo
Keynes no se habría reconocido en ellas dado que nunca el mismo hubiera dejado
ir a la inflación hasta donde llegó)o las de intentar comportarse con el dinero de
acuerdo con un sistema perverso en sí mismo, como el del “dollar exchange
standard” que acabaría en lo que acabó, tal y como había pronosticado Jacques
Rueff acertadamente.
Para los países endeudados del tercer mundo fue un amargo despertar ya que
ahora tenían que pagar tipos altísimos para la deuda y, encima, sin estructura
productiva capaz de resistir el choque petrolero y sin que la deuda les hubiese
servido para sacar inversiones con rendimiento suficiente, para pagar esos intereses
y devolver el principal, pues la habían dilapidado en corrupción, gastos suntuarios
y armamento. Después de una década desaprovechando préstamos, llegaba la
hora de pagarlos. Méjico fue el primero en reconocer lo evidente: no podía pagar
la deuda y eso se repitió en multitud de otros países.
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LLEGANDO A NUESTRO DÍAS. CONCLUSIONES Y UNA INTERPRETACIÓN DE LA TEORÍA DEL CICLO ECONÓMICO
Todos los países empezaron a ver que era necesaria una renovación del sistema, la
influencia de Friedman había hecho que nadie juzgase políticamente correcto
volver al patrón oro y los países europeos iniciaron su camino hacia la moneda
única, aunque inicialmente no la llamaron así y ni formalmente lo pensaron
entonces. Se pasó por una etapa de convergencia de las divisas en lo que se llamó
una banda de fluctuación conjunta, donde Alemania sí cumplía, pero el resto de
países, en especial Francia y Reino Unido no lo hicieron, pues no quisieron controlar
bien su cuenta pública. La entrada en la Unión Europea de Portugal y España
precedidos por Grecia ponía más estrés a esas bandas de fluctuación y la
especulación se cebó sobre esas divisas lo que ocasiono unas devaluaciones muy
importantes de todas ellas. La república federal alemana se había encontrado con
la caída del muro de Berlín y la posibilidad de la unificación de ambos territorios y
lo hizo a un cambio de divisas político: un marco federal por un marco oriental
cuando el poder de compra de uno y otro eran el todo y la nada prácticamente.
Las presiones que eso puso significaron una convergencia con Francia para
proponer el “plan Delors” y llegar los acuerdos de Maastrich para adoptar la
moneda única. El resto es inmediatamente contemporáneo y sabemos lo que ha
seguido desde entonces…
¿Cuáles pueden ser las conclusiones que podemos sacar de esta “crónica de
imposturas”? ¿Cuál es la explicación de todos esos ciclos económicos que ha
tenido la humanidad?
Un dinero que mantenga su valor estable a lo largo del tiempo tiene dos
importantes consecuencias:
Los precios se mantienen estables, es decir, la inflación es insignificante.
Los tipos de cambio son estables
El motivo de los gobiernos para preferir la moneda fiduciaria a la convertible en oro
es fácilmente comprensible, lo explicaría bien Alan Greenspan en 1966: “El
abandono del patrón oro ha permitido a los responsables del Estado del Bienestar
usar el sistema bancario para expandir el crédito ilimitadamente. Ellos han creado
reservas de papel en forma de bonos nacionales que, mediante una serie de
complejos pasos, los bancos aceptan en lugar de activos tangibles y tratan como
si de un auténtico depósito se tratara, es decir, como el equivalente de lo que
antaño era un depósito de oro. El tenedor de un bono nacional o depósito bancario
creado por reservas de papel cree que tiene un derecho sobre un activo real. Pero
el hecho es que existen ahora más derechos que activos reales.
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Curioso es, por lo de negación de la usurpación de la relación del dinero auténtico
con un patrón de valor real, que supuso el acto de Nixon, el que el oro siga siendo
objeto de deseo y continúe teniendo cantidad de personas que lo atesoran o que
se mantenga como lo preferido cuando de guardar valor en casos extremos (o no
tanto) se trata, y de que no haya dictador derrocado (él o ella) que cuando huye
del país que ha depredado no se le encuentren varios lingotes de este metal
encima o que no los tenga en una cuenta cifrada… (Ya dijo Jacques Rueff, que “el
oro es tenido por materia eterna y universal y como un valor cuasi inalterable…”)
También, como si de aquellos caballeros medievales se tratase que, cuando
heridos de muerte en combate o en singular duelo, a gritos pedían: ¡Confesión!,
¡Confesión!, para así, en el último suspiro ponerse a bien con Dios, los gobernantes
del G7, en la semana fatídica de aquel otoño del año 2008 en la que vieron
tambalearse todo el sistema, (cuando suspendió pagos Lheman Brothers y se llegó
hasta nacionalizar la General Motors, ¡eso en Estados Unidos! …) también dijeron
que se ocuparían de cambiar la moneda (¡?!) y volver a un patrón de valor que
respondiese a ese nombre, mas…,
Hay un “leviatán” oculto que está detrás de todos los ciclos económicos, que
aparece y desaparece en continuo en la historia, la causante de todo: la deuda.
Fruto de todas las desgracias y de todas las esperanzas. Siempre congruente con
esa copla que la retrata perfectamente: “ni contigo ni sin ti tienen mis males
remedio…” El endeudarse fuera de control está en la base del deterioro de la
moneda en el curso de la historia, con la deuda se financiaron guerras y expolios,
se consiguieron y se perdieron imperios y se masacró a poblaciones enteras. La
deuda llevo al dinero a ser papel representativo de un crédito y continúa
haciéndolo. Por ello, las crisis monetarias y los ciclos económicos a ellas asociados,
no son turbulencias sobre el dinero, sino consecuencias del derrumbe de castillos
de deuda unos encima de otros. Para que sigamos con ella nos han calificado al
ahorro como nefasto y a quien lo practica de antisocial y en el mejor de los casos
de iluso…
La banca comercial se edificó sobre títulos de deuda a corto plazo: las “cambiales”
italianas, las “letras de cambio” españolas o luego las “real bills” británicas,
saldadas en las diferentes ferias medievales por los banqueros de entonces.
Mientras esas letras de cambio respondieron a ventas reales y fueron emitidas a
corto plazo, los descuentos de las mismas, efectuados por esas casas de banca,
daban fluidez al comercio y no eran una transgresión del valor de la moneda26.
Pero cuando se descontaban “letras financieras” no amparadas por una venta
entre comerciantes, las mismas eran “papel renovable” a cada vencimiento
estacional, con lo que el peligro pasaba a ser elevado pues se estaba financiando,
en el mejor de los casos, una inversión a largo plazo con crédito a corto plazo lo
cual es un anatema financiero y casi siempre una actividad especulativa o un darse
al consumo fuera de toda norma. Adam Smith siempre preconizó el ahorro a largo
plazo como base del “desarrollo económico de las naciones". Este ahorro podía ser
26 Si bien en esto no estarían plenamente de acuerdo los defensores de una política de reserva bancaria del 100%
de los depósitos.
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invertido, con garantías hipotecarias, en bienes de inversión que fructificasen a
largo plazo, mas, si lo que hacemos es todo lo contrario (como ha sido la pauta en
los años previos a la reciente “gran recesión” de 2007) y los bancos toman depósitos
de dinero en el “día a día”, renovando por tanto esa toma de efectivo cada
veinticuatro horas, para prestarlo o invertirlo a largo plazo, corremos un alto riesgo
de liquidez. Así mismo, el vivir por encima de las posibilidades es un imposible, pero
muchos tratan de creerse lo que les dicen demagógicamente en contrario e
incluso aceptan el argumento de que la austeridad, tras el necesario ajuste, es la
base de sus males, sin pararse a pensar cuál es entonces la alternativa: ¿la deuda
sin fin y la menesterosidad de por vida? y… ¿por cuenta de quién?
En la historia, el sistema para seguir en ese camino equivocado ha sido recurrir a la
deuda y a la pérdida de valor de la moneda por medio de la inflación, el impuesto
más injusto y a la vez más eficaz para el gobernante desaprensivo pues resulta
silencioso y lento al principio… Pero la inflación es, además, desigual en su injusticia,
pues en la sociedad hay la minoría de los que están preparados para, hasta cierto
punto, anticiparla y ajustar su comportamiento y sus rentas para protegerse de ella
y una mayoría que no puede hacerlo y que termina convirtiéndose en su víctima
predilecta: inversores en renta fija, jubilados, obreros, empleados, funcionarios, etc.
La inflación resulta perniciosa también por abonar pautas de mal comportamiento
a corto plazo, como el satisfacer el consumo desenfrenado y el endeudarse. En
efecto, tener deudas resulta adecuado en periodos de alta inflación ya que se
devolverá un principal mermado en su poder de compra por la subida de precios.
Por ello, el que haya inflación le gusta al estado, mejor dicho, a los políticos que lo
tienen cautivo, ya que pueden hacer lo que quieran tomando deuda, a sabiendas
de que devolverán mucho menos y, además, sin tener que aplicar políticas de
austeridad, controles de precios, impuestos sobre plusvalías, etc.
La mala gestión de la moneda por el gobernante es la causa principal de los ciclos
económicos y de muchos de nuestros males, tal y como se ha visto en la “crónica
de males ofrecida”. Hay que considerar si una de las mejores alternativas posibles
no es que la moneda esté referida a un patrón de valor no manipulable
políticamente pues ante situaciones desesperadas, como la del trauma del paro,
que afecta a tan altos porcentajes de nuestra población activa, se proponen
políticas que, con buenas intenciones incluso, se quedan “en lo que se ve”, pero sin
parar mientes “en lo que no se ve”: en las consecuencias no deseadas a medio
plazo a las que nos llevará la deuda sin control y la manipulación consiguiente de
la moneda. (Sin haber hecho, desde luego, ningún diagnóstico serio previo sobre
qué es lo que realmente ocasionó el paro y su permanencia. Con lo cual, se aplican
remedios aparentes, las más de las veces contradictorios, que a lo más curan
síntomas, pero sin acudir a solucionar las causas últimas.)
Todos los populistas, ya desde la antigüedad, quizás en la máxima expresión
histórica de un Julio Cesar, siempre han excitado los ánimos del pueblo con el
demagógico grito: ¡que se perdonen las deudas! el cual ha sido siempre la
coartada para que se dé el mayor de los riesgos morales: ¡endéudate”!… total, al
final siempre habrá algún modo de quitarte la deuda de encima… No otra cosa ha
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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sido lo que han practicado muchos gobernantes a lo largo de la historia y al final
creyeron encontrar la “piedra filosofal”: pedir préstamos en auténtica moneda y
devolver sustitutos del auténtico dinero en formato de papel o depósitos bancarios
convenientemente devaluables. Con ello, la circulación fiduciaria de curso legal,
sin referencia ni posibilidad de alternativa con un valor al que cambiarse de
manera fija y estable acabó superando, fuera de todo control, a la moneda
metálica de oro o plata (el patrón del sistema) y además se llegaba a la inflación
(lo que representa la eutanasia de quien detenta ese mal llamado dinero, o lo tiene
prestado) y a la quiebra de los bancos sin suficientes reservas de efectivo. El “cierre
del circuito” se consigue cuando un solo banco se alza con el privilegio de ser el
“banquero de los banqueros” y a la vez del gobierno y que este, en un “bucle sin
fin” y en total “referencia circular”, proteja a unos y a otro utilizando nuestro propio
patrimonio. (Expropiándonoslo coactivamente vía impuestos de todo tipo). Por eso,
en la reciente gran crisis, los bancos centrales, diciendo eso de: “too big, to fail”,
han rescatado con nuestra riqueza personal a esos bancos y cajas de ahorro
“imposibles de dejarlos quebrar”, según han dicho…
La demanda de dinero “sustituto” del auténtico dinero al que podríamos llamar
“dinero interno del sistema” frente al “dinero externo” o expresado en oro o en
algún patrón real de valor y al que el primero debe de estar siempre referido, se
debe al deseo de retener una cantidad en efectivo del mismo como parte
integrante de una cartera de activos o del balance de las empresas y economías
domésticas y no es, ni hay que confundirlo nunca, con la demanda de dinero en
términos de obtención de préstamos para invertir o gastar en bienes de consumo
duradero o de satisfacción inmediata. Ese es uno de los grandes problemas de
muchos economistas y gobernantes y que ha traído severas consecuencias como
hemos visto. Esta segunda demanda puede llegar a ser ilimitada pues ¿quién se
resiste a ese “no consumo”? … El equilibrio monetario estará asegurado cuando la
demanda de dinero interno y la oferta se acoplen, mientras eso ocurra no cabe
pensar en anomalías de ciclo monetario graves, salvo los ajustes intermedios
transitorios. Pero si la oferta se la arroga un banco central, por muy independientes
que parezca, (cosa que no han sido como hemos visto y seguimos viendo y por
muchos modelos econométricos con los que busque ajustarla, ya hemos
constatado en la historia, y en nuestro más inmediato presente, cuáles han sido las
consecuencias…
Por todas estas y tantas otras cuestiones similares, resulta clave el tomar conciencia
de que la función básica del dinero no solo es la de ser el medio de cambio
generalmente aceptado, lo cual pueden hacer, incluso mejor, las letras de cambio
u otros activos, como bien dijeron nuestros escolásticos, sino la de ser el medio de
cambio más líquido de todos, inexcusablemente aceptado y que es el elemento
que al final toma a su cargo toda la “deuda” que en su nombre haya podido
acumularse. Al igual que se están admitiendo demandas contra delitos contra la
humanidad o por crímenes ecológicos en diferentes tribunales nacionales e
internacionales, también tendría que ser posible el demandar a los bancos
centrales (incluidos los gobernantes que los apadrinan) ya que ocasionan tamañas
pérdidas y son incapaces de cumplir sus promesas y ejecutar la misión para la que
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
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están concebidos. Pero ante la posibilidad de esta requisitoria ya se han
manifestado sus gobernadores diciendo que “…su misión no está bien
clarificada…” (¡?!) Y que, en cualquier caso, “…no disponen ni de medios, ni de
suficiente autonomía para lograr ese objetivo...” (¡?!) … El cual, difícilmente se
lograría, dicen, “si no es definiendo un nuevo sistema de patrón de valor, bien sea
el oro u otro de idénticas características, pues el actual sistema no permite
mantener el compromiso con el objetivo
Al respecto es muy significativo el prólogo escrito por el que fue gran “patrón” de
la FED y protagonista de la “gran corrección” después de todos los excesos de los
setenta, Paul Volcker, al libro: “Bancos centrales”27 de Marjorie Deane y Robert
Pringle y lo mucho que en ese libro se aporta en este sentido. Así como las
declaraciones ante los comités del congreso de los Estados Unidos de los ex
responsables de la FED: Alan Greenspan y Bernd Bernanke con ocasión de las
investigaciones sobre “las causas de la gran recesión” iniciada en 2007. No menos
interesante a este respecto fue la pregunta que la Reina de Inglaterra dejo en el
aire en relación con las causas de la gran crisis ante todos los economistas,
banqueros, políticos e intelectuales, reunidos con ocasión de la visita que giró a la
“London School of Economics” con motivo de su primer centenario: ¿Cómo es que
ustedes no previeron este desastre?... Nadie respondió entonces y solo luego, y
tarde, un memorándum dirigido a Buckingham Palace dio los consabidos y
manidos argumentos que, por supuesto, nada explicaban…
El dinero no es una creación de la ley como muchos dicen para justificar lo
injustificable, como hemos visto desde hace más de 2000 años se dio la prerrogativa
de acuñar moneda y conferir a esas monedas poder liberatorio de deuda y usarse
obligatoriamente para el pago de impuestos. Los gobiernos aprendieron pronto a
endeudarse ya largo plazo para pagar con una moneda de curso legal
desvalorizada. Desde igual fecha el abuso de ese poder ha sido la norma y para
ellos se han ido cambiando los “soportes” de ese mal llamado dinero para facilitar
una labor de privar a las personas de su derecho a mantener en permanencia el
valor de sus bienes. Lo que es dinero lo seleccionó la humanidad en evolución
espontánea y cada vez fueron diferentes bienes hasta llegar a los metales nobles y
al oro.
Los medios sustitutos de pago son elementos imprescindibles para el desarrollo de
una economía y nadie piensa que podemos realizar nuestras transacciones en oro,
a lo más lo que debería darse es una referencia de ese dinero interno con un dinero
externo (que podría ser el oro) pero en cualquier caso no aumentable a discreción
por un banco central monopolista que no puede crear dinero de la nada pues con
ello no hacen por que surjan los bienes y servicios reales que en realidad están
solicitando los que piden un préstamo bancario. El dar un préstamo significa
intercambiar un bien presente que crea por esa emisión de dinero fiduciario en
forma de depósitos, por un bien futuro cuya cantidad viene limitada por razones
27 Texto publicado en España por la CECA en la biblioteca de economía y finanzas. Madrid. 1996
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externas al sistema crediticio pero al confundir demanda de dinero con demanda
de crédito es cuando tenemos el problema.
Cuestiones para facilitar el seguimiento, el aprendizaje y el “repaso” del texto.
1. … Los euros, dólares, yenes, libras, etc., tal y como los conocemos hoy en su
versión de monedas fraccionarias o billetes de papel no son dinero como en
“estricto sensu” deberían ser, son una deuda de alguien… Explíquelo en no
más de dos párrafos en 10 líneas.
2. … Los mercantilistas no paraban (ni paran aun hoy sus herederos
intelectuales) de solicitar proteger la “industria nacional” o de poner “precios
máximos” para controlar las elevaciones de precios, pero como que “no se
pueden poner puertas al campo” al final ocurre que el desabastecimiento
acaba por ser la norma… Explíquelo en no más de dos párrafos en 10 líneas.
3. Una reunión especial en 1922 en Génova “aconsejo” el “mantener saldos en
divisas en los balances de los bancos centrales”. … Explíquelo en no más de
dos párrafos en 10 líneas.
4. La “ecuación de cambios” ha sido vista como una pura identidad, pues
lógicamente es verdad por definición y uno no puede preguntarse por su
falsedad o su veracidad … Explíquelo en no más de dos párrafos en 10 líneas.
5. El general De Gaulle en su famosa conferencia de prensa dijo: “… El hecho
de que muchos países, acepten como principio, que los dólares sean tan
buenos como el oro, conduce a los estadounidenses a endeudarse de forma
gratuita a expensas de otros países. Porque, lo que EE.UU. debe, lo paga, al
menos en parte, con un dinero que solo ellos pueden emitir … Explíquelo en
no más de dos párrafos en 10 líneas.
6. Milton Friedman aducía que el patrón oro era un sistema “muy costoso” en
términos de extracción minera, para luego acabar enterrando el oro en las
fosas de los bancos centrales o bajo las arcas de Ford Knox … Explíquelo en
no más de dos párrafos en 10 líneas.
7. La preferencia por la liquidez deviene de que Keynes ve que la demanda
de dinero se hace por tres causas … Explíquelo en no más de dos párrafos
en 10 líneas
8. Jean Baptiste Say: “…la cantidad de monedas de oro y plata no da el
volumen de comercio que se puede tener, sino que, por el contrario, es el
volumen de intercambios y su valor, lo que determina la cantidad de
moneda que se requiere… Explíquelo en no más de dos párrafos en 10 líneas
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9. Jacques Rueff “…inflar la moneda es conceder a sus beneficiarios la
potestad de demandar sin ofrecer, de sacar bienes y servicios de la
economía sin que haya habido una aportación previa de riqueza por igual
valor…” Explíquelo en no más de dos párrafos en 10 líneas.
10. La creación del “gold exchange standard” fue en realidad representar una
“comedia “lampedusiana” … Explíquelo en no más de dos párrafos en 10
líneas.
11. Friedman: “El dinero es solo y únicamente un fenómeno monetario” …
Explíquelo en no más de dos párrafos en 10 líneas.
Palabras y frases claves a tener en cuenta especialmente y a entender bien su
significado.
Características que debe tener un bien utilizable como dinero
Funciones del dinero: medio universal de intercambio, depósito de valor y ser
unidad de cuenta
Lo que era la “oferta monetaria” para el “doctor navarro”, Martín de
Azpilicueta
¿Por qué, para Adam Smith, un activo “auto liquidable”, por ejemplo, una
letra de cambio sobre mercancías vendidas, emitida a corto plazo, cumpliría
el precepto de servir de respaldo a la emisión de moneda bancaria y una
que no respalde a un plazo corto de tiempo una venta de mercaderías, no
lo sería?
La posición de Cantillon y su contraría, las ideas monetarias de Law
El “efecto Cantillon”
Definición de “inflación” por Jacques Rueff y por Friedman.
Ricardo y su estudio sobre “el precio del lingote de oro”
“Punto de exportación del oro” y “punto de importación de oro”
Causas de la gran inflación alemana post primera guerra mundial
Explicación de por qué Alemania no utilizó bien los préstamos del plan Dawes
¿Por qué la vuelta al patrón oro en Gran Bretaña en 1925 fue un viaje de “ida
y vuelta”?
El “préstamo de margen” (margin call) y su influencia en la crisis del 29
la teoría cuantitativa sostiene que el nivel general de precios depende,
directa y proporcionalmente, de la cantidad de dinero del sistema: M = k*P.
Transformada en M+V = P*Q. Entender esa transformación y porqué es una
identidad y no una ecuación
Fischer: tipos de interés nominales y reales. Sus diferencias
Keynes: efectos de la inflación y la deflación para las “tres clases” de que
habla en el “Tract”
Turgot, y el argumento de Böhm-Bawert para definir el interés ante las
demandas de fondos prestables
Las “tres leyes psicológicas” fundamentales en “la general theory” de keynes
ECONOMÍA, BANCA Y MERCADOS FINANCIEROS Tema 5. El dinero y los ciclos económicos
© Tea Cegos, S.A. 2016 89
De qué modo Hitler “ocultó” la inflación a los alemanes
El FMI (Fondo monetario internacional) y el “banco Mundial”
Qué son las: M0, M1, M2, M3, M4…
La “decisión Nixon”
Las aportaciones de Friedman
La “stagflacction”