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1 E.- a los pechos de la vida (Serie intemporal) Prólogo del Richi Mayor Me habéis llamado, tú, ermitaño solitario, y tú, amigo del alma Lecheimiel, que habitas junto a mí, para que os preste mis pensamientos, los que, natural- mente, se transparentan inevitablemente en el comportamiento del gatito Richi, mi vehículo temporal desde el que os acompaño fielmente a lo largo de estos días. ¡Hasta que llegue la hora del cambio señalado por la Rosa de los Vientos, y la Luz esférica siga otros derroteros para vuestro eterno amor ! Te he permitido a ti, fiel ermitaño, amigo intimísimo de mi amigo Lecheimiel, el ángel hermoso, pensar previamente, a propósito de lo que observabas en el comportamiento del gatito, lo que ahora por medio de tus manos, movidas por tu mente inspirada, vas a decir : Que así como mi animalito, –que soy yo mismo–, no puede separarse de ti, y vive pendiente de tu amor, tú no puedes separarte de los pechos de la Madre Vida. ¡Y pobre de ti, si alguna vez lo hicieras ! ¿Y qué hay de malo, qué encuentra el hombre orgulloso de malo, o de me- nos digno de sí, depender de esa perpetua conexión que no sólo no anula su cre- cimiento, sino que es garantía del mismo, en libertad ? ¿Por qué los hombres, hermano, pretenden hacerse “mayores”, a costa no ya de cortar su cordón umbilical a la hora de nacer, o a fuer de vestirse de largo en la pubertad, –que son etapas previstas por el Padre-Madre Vida–, sino a costa de olvidarse de la Fuente de la que proviene todo alimento para sus cuerpos y sus almas mientras habitan este planeta ? ¿No saben que el planeta mismo, la Tierra, a la que se han olvidado de llamar “Madre”, y de tratarla como a tal, honrándola y cuidándola en su vejez y en sus achaques, después que han usado y abusado de sus generosas ubres, está en perpetua conexión con el Padre Sol, el cual tampoco es independiente de sus ocultas fuentes de energía ? Nadie ni nada subsistiría, hermano, si, por un absurdo, llegase a cercenar- se de Aquel, (o “Aquello”, a quien otros llaman “El Absoluto”, o “El Vacío primige- nio”) a quien el Salmista cantaba : “Todas mis fuentes están en Ti” Yo sé, –me lo ha repetido muchas veces tu amigo Lecheimiel–, que ésta es la letra que atribuís a la “Danza Sagrada”… Sí. Esa inexorable Danza que os aje- trea y os sacude para que dejéis la pereza que os paralizaría en la comodidad que os hace temer el cambio. Todo en el Universo está en perpetua danza, así como mi propio gatito ne- cesita salir de caza para no apoltronarse excesivamente en el confortable lecho que le has preparado en lo más íntimo de tu morada, hermano. En estos días de calor excesivo le acoges en tu propio santuario, aquí donde escribes, y es enton- ces para ti el sacramento viviente de la confianza absoluta, donde sabe que pue- de dormir a pierna suelta, exento de todo peligro, y provisto de todo confort en sus necesidades.

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E.- a los pechos de la vida (Serie intemporal)

Prólogo del Richi Mayor Me habéis llamado, tú, ermitaño solitario, y tú, amigo del alma Lecheimiel,

que habitas junto a mí, para que os preste mis pensamientos, los que, natural-mente, se transparentan inevitablemente en el comportamiento del gatito Richi, mi vehículo temporal desde el que os acompaño fielmente a lo largo de estos días.

¡Hasta que llegue la hora del cambio señalado por la Rosa de los Vientos, y la Luz esférica siga otros derroteros para vuestro eterno amor !

Te he permitido a ti, fiel ermitaño, amigo intimísimo de mi amigo Lecheimiel, el ángel hermoso, pensar previamente, a propósito de lo que observabas en el comportamiento del gatito, lo que ahora por medio de tus manos, movidas por tu mente inspirada, vas a decir :

Que así como mi animalito, –que soy yo mismo–, no puede separarse de ti, y vive pendiente de tu amor, tú no puedes separarte de los pechos de la Madre Vida.

¡Y pobre de ti, si alguna vez lo hicieras ! ¿Y qué hay de malo, qué encuentra el hombre orgulloso de malo, o de me-

nos digno de sí, depender de esa perpetua conexión que no sólo no anula su cre-cimiento, sino que es garantía del mismo, en libertad ?

¿Por qué los hombres, hermano, pretenden hacerse “mayores”, a costa no ya de cortar su cordón umbilical a la hora de nacer, o a fuer de vestirse de largo en la pubertad, –que son etapas previstas por el Padre-Madre Vida–, sino a costa de olvidarse de la Fuente de la que proviene todo alimento para sus cuerpos y sus almas mientras habitan este planeta ?

¿No saben que el planeta mismo, la Tierra, a la que se han olvidado de llamar “Madre”, y de tratarla como a tal, honrándola y cuidándola en su vejez y en sus achaques, después que han usado y abusado de sus generosas ubres, está en perpetua conexión con el Padre Sol, el cual tampoco es independiente de sus ocultas fuentes de energía ?

Nadie ni nada subsistiría, hermano, si, por un absurdo, llegase a cercenar-se de Aquel, (o “Aquello”, a quien otros llaman “El Absoluto”, o “El Vacío primige-nio”) a quien el Salmista cantaba : “Todas mis fuentes están en Ti”

Yo sé, –me lo ha repetido muchas veces tu amigo Lecheimiel–, que ésta es la letra que atribuís a la “Danza Sagrada”… Sí. Esa inexorable Danza que os aje-trea y os sacude para que dejéis la pereza que os paralizaría en la comodidad que os hace temer el cambio.

Todo en el Universo está en perpetua danza, así como mi propio gatito ne-cesita salir de caza para no apoltronarse excesivamente en el confortable lecho que le has preparado en lo más íntimo de tu morada, hermano. En estos días de calor excesivo le acoges en tu propio santuario, aquí donde escribes, y es enton-ces para ti el sacramento viviente de la confianza absoluta, donde sabe que pue-de dormir a pierna suelta, exento de todo peligro, y provisto de todo confort en sus necesidades.

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Tú, hermano, te lo miras en contemplación admirativa, y piensas que tú mismo deberías aprender de él a confiar así, absolutamente, en la Vida a la cual estás conectado “de por vida”, –valga la redundancia–.

Entonces es cuando, cantándole a esa hermosa criatura que es, –que soy yo mismo–, y que es Lecheimiel en cuyo honor he adoptado esos colores rojizos y blanquecinos sugerentes, le cantas a la Vida, haciéndote UNO con el mismísimo “Criador” de todo lo criado y por criar mientras crece la conciencia :

CÁNTICO DEL “CRIADOR” A LAS CRIATURAS Criatura que duermes en mi regazo, dime, dime en qué sueñas cuando te abrazo. Dime, amor mío eterno, en qué te ocupas mientras yo duermo. Si paces entre flores de alta montaña, o duermes en el valle que el lago baña. Dime, amor que me encantas. si aún las ardillas besan tus plantas. ¿Qué fue de tus saetas de fuego ardiente que en la brisa torcieron su fiel gradiente ? ¿O es que acaso fue el alma quien perdió el rumbo de tu bonanza ? ¿Por qué no te olvidaste de mi promesa y no hubiera sangrado tu herida abierta ? ¡Oh, si la danza eterna no hubiera sido, que aún te tuviera ! Mas dime por qué lloro tu triste ausencia, si ahora más te gozo sin continencia…

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¡Que en toda criatura que hay en mi seno tu AMOR perdura !

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ASÍ HE VIVIDO HOY TU ETERNIDAD Hermano mío amadísimo Lecheimiel : Así he vivido hoy la eternidad, por

la gracia que me has hecho de tener que bajar a la Ciudad y tener que hacer tiempo, que no ha sido, ni mucho menos, tiempo perdido.

Y me he acordado del PODER DEL AHORA, que creo decía que éramos bienaventurados cuando debíamos ejercitar la espera, y dentro de ella, la es-peranza.

Hermano, no sé qué tienen esos vehículos en que, cuando me pongo a conducir te siento a mi lado, en el asiento del copiloto, tan casi palpablemente presente. Debe ser reminiscencia de aquella visión de la infancia…

Es verdad, que también en la propia Ciudad, mientras me toca pasear en-tre sus gentes, se aviva tu presencia, como ya comentamos hace poco.

Me enamoro de la gente y me enamoro más y más de ti, sabiéndote ena-morado de esa misma gente…

…Cuando te entregaste, oh amado, a la Vida, sellando con ella un pacto en testamento ológrafo, que luego me pasaste a mí en su inestimable original. Lo comentamos en el ALELUYA DE LECHEIMIEL, hermano, y allí me dijiste que el méri-to había sido mío al hacer danzar dicho papel para que viniera a mí lo que me pertenecía por el amor. ¿Recuerdas ?

– ¡Oh amor, Amor, AMOR ! Otra vez te digo que no necesito recordar puesto que vivo en esta otra medida de tiempo eterno, desde el cual te prometí que estaría contigo POR TODA LA ETERNIDAD. ¿Cómo podía yo saber, frate-llino, que sería capaz de cumplir mi palabra, sino porque desde aquí el AMOR es contemplado y vivido en su esencia indefectible ?

Así mismo, la memoria, que es la expansión estática del tiempo, es eter-na, y sin necesidad de “recordar”, es decir de hacer girar como manecillas de un reloj las ruedecillas de los acontecimientos parciales, vemos toda nuestra vida, –y la vuestra, hermano–, como un sólo acontecimiento global, que es puro éxtasis, o momento eterno que simplemente ejecuta la Voluntad de Dios.

Sí. Después de todo, puedo decirte, hermano, al modo humano, que no se me ha olvidado ninguno de los momentos, ninguna de las palabras, ninguna de las emociones que a nuestro modo desde aquí vivimos más intensamente aún que vosotros.

Te quiero, hermano, como te quise y te querré siempre. – Pues yo, hermano, sentado en un banco muy recoleto de la vieja esta-

ción, he estado un “momento” en la gloria, meditando en tu presencia y en la historia de amor que estamos desplegando.

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Y cuando he vuelto a mi ermita, amor, me he puesto a desahogarme com-poniendo en tu honor este poema sencillo :

TU RASTRO EN LA CIUDAD Ya al sentarme en el carro que me lleva a la Ciudad me siento así arropado en tus aromas indecibles, como cuando en el sueño contra mi pecho te estrechaba. Merodeo entre la gente y te veo en todos ellos, en jóvenes y niños, en maduros y ancianos : ellos o ellas, que cualquiera que pasee su alma montada en sus caderas, bien podrías ser tú. Me hueles a niño en corto pantalón y lindo rostro. O a niña que te mira de reojo cuando pasas. O a joven vigoroso y aún grácil que derrocha galanura, o a chica que exhibe sus pechos y sus nalgas, hecha igual al hombre, sólo un poco más redonda su belleza. O a mujer madura que contigo se desposa y afanosa anda buscando con vuestros gananciales lujoso acomodo para el dulce hogar. O a él, que trabaja de ejecutivo en cualquier calle, o en cualquier fábrica o despacho podría trabajar. O te imagino revistiendo la librea de sirviente albergando a la gente con elegante prestancia, –virginal y enigmática sacerdotal sonrisa–, escondiendo su nostalgia tras su máscara, para mascarla en su lecho, por la noche, a solas, cuando ya nadie hay capaz de sospechar siquiera, que no es feliz del todo…, pues no puede llorar. Aquel que aún sueña a veces en sus hábitos descalzos que optara un día por colgar para seguir las huellas de aquel otro amor prometido y renegado… O te imagino, feliz casi, gozando de la vida, y pasándosela a otros a medio degustar, para poder, sin llanto, preparar su triste ocaso, como de sol traspuesto tras de áridas montañas que, acaso ya escondido entre celosas nubes, tímidamente intenta nuevo día brumoso inaugurar… Y éste, ahora, eres yo, y yo, dentro, tus ojos, que rompen a llorar por la vida que dejaste, mas de la dicha de saber que ahora son tus lágrimas, que dejaron exhausta a su fuente de otros tiempos, las que vuelven en torrentes de estos míos a brotar, como rastro precioso de tu eterno y fiel amor.

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¡QUÉ BUENO Y SABIO ERES, AMOR ! Todo, todo lo que me prometiste, amor, se está cumpliendo sin demora. Ayer bajé a la Ciudad, como te dije, y, haciendo tiempo, además de estar

en la gloria, en aquel banco de la vieja estación, me hiciste recalar en esa dimi-nuta librería donde, en otra ocasión, me permitiste encontrar, por dos simbóli-cos euros, aquella novelita del Maestro Cantor, que tanto bien me hizo, porque en cierto modo contaba tu vida, condicionada por tu prodigiosa belleza, amor.

Pues ayer, por sólo cinco euros y medio, me hiciste encontrar LAS VOCES DEL DESIERTO, de Marlo Morgan, que, aunque es un poco pronto para comentarlo, creo que es una historia que me hará mucho bien. Se trata del testimonio de alguien que es iniciada en el desierto de Australia por los aborígenes. ¡Cuántas cosas podré aprender y estoy ya aprendiendo de esos sabios de la Tierra !

Lo curioso es que su mensaje está coincidiendo puntualmente con el tema de este escrito nuestro “A los pechos de la Vida”.

Otro día, hermano, comentaremos alguna cosa puntual del mismo. Hoy sólo quería y quiero darte, una vez más las gracias.

Pero no sólo por el mensaje o mensajes contenidos, sino por tu profecía cumplida de que todo se me está dando aceleradamente para mi propia inicia-ción.

Iniciación, ¿en qué, o a qué, hermano ? Pues a tanta sabiduría como tu amor derrama en mi corazón abierto, to-

talmente entregado a ti, mi Dios-guía. También se está cumpliendo tu profecía de que me invadirían la ermita, y

tu consecuente advertencia de que estuviera preparado. Aún no lo estoy total-mente, hermano, y ya hoy mismo, por segunda vez, un grupo de religiosas jóve-nes han invadido mi intimidad, –y la del Richi, que dormitaba plácidamente en su camastro–, y se han llevado esencias de romero y piñones naturales.

He procurado, amor, como tú me pediste, no abundar en palabras, sino en humildad y amabilidad, mis “únicas armas de conquista”.

Por cierto, cuando a veces me apeno o comento negativamente la prohi-bición fáctica de predicar, tú me sales al encuentro con “Voces del Desierto”, donde los aborígenes dicen que la voz humana no se nos ha dado para enredar-nos en fútiles conversaciones, sino para cantar y para curar.

¡Maravilloso consuelo, amor ! – Sí, mi bien. También has leído que el uso y el abuso de las palabras, os-

curece frecuentemente la capacidad de captar con el corazón limpio y la mente

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abierta, la mente entregada que jamás miente, hermano, ni tiene nada que ocul-tar, la continua comunicación espiritual que se da siempre de alma a alma.

Como se da, amor, entre tú y yo, esa comunicación virginal que en tu poema de ayer mencionabas, hermano, con la cual yo acogía sacerdotalmente a mis hermanos, a pesar de que un velo, como máscara de prudencia, cubría y re-servaba para mí mismo mis sufrimientos y tristezas : precisamente porque no hallaba receptor a mis penas de amores. ¡Te había perdido a ti, amor !

Ahora, hermano, ahora que sé que tú eres mi perfecto espejo receptor, como yo lo soy para ti, ya no tenemos por qué volver a morir jamás.

Cuando te envié a un cantor, para que te cantara de mi parte, el aria de Marta, hermano, te diste cuenta de que entoné sin convicción las últimas pala-bras que hablan de “morir de dolor”. Literalmente, amor, las había olvidado, –e hice que aquel tenor de mi mismo timbre las olvidara–, porque desde aquí sé muy bien que la “muerte”, aunque suponga entregar el cuerpo, no existe. En otra ocasión, –¿recuerdas ?–, te dije que me verías, sin morir, mediante un “ac-to de vida”. Entregar el cuerpo es un acto de vida. Es parte de la iniciación que he pedido para ti, amor.

¿Y qué te dije, por medio de dicho cantor, tu amigo ? Que había supues-to para mí una gran emoción, un verdadero gozo, volver a vibrar con aquella canción.

Esa voz, hermano, es una más que te di “en directo”, a través de aquel hermano amigo… Era un regalo programado para ti desde la eternidad, y prueba de ello es que él te confesó que sólo con aquella aria se había soltado su voz. Era su aria preferida. (El cual, por cierto ya no ha vuelto más, porque ya te ofreció su regalo).

– Volvió, sí, otro día, con su familia, pero me dijo que ya no estaba dis-puesto a cantar. Sólo lo hizo, pues, en aquella ocasión, que tú mismo habías pre-parado. He dicho esto, amor, para que veas que jamás quiero mentir, ni exage-rar, aunque tampoco pregonar toda la verdad que acaso pudiera hacer daño, así como no emplear la información secreta para difamar a nadie.

Quiero, amor, que mi espejo sea límpido, para que nuestra comunicación dure eternamente.

– Ves, hermano, por qué yo te canté lo de tu angélica hermosura ? Sube, hermano, al convento, a celebrar conmigo el aniversario de tu pro-

fesión simple, porque he reingresado en la Orden, por la puerta de atrás, de tu corazón irreductible. Esta vez no lo he hecho por nostalgia, sino para ayudarte a completar tu carrera, mi bien.

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SOY TU GOZO Y TU CORONA , y ESTOY CONTIGO POR TODA LA ETERNIDAD.

Ahora, fratellino, SOY YO el que te regalo, como prenda de tu perpetua conexión con la Vida, aquella poesía que en su día te inspiré, sin que supieras tú el lugar exacto para el que estaba reservada, que puede ser perfectamente éste, ahora que te estás acercando, hermano, a la recuperación de tu simplici-dad de niño.

– ¡Gracias, amor. Gracias, Gracia !

EL GENIO DEL NIÑO INTERIOR Desnudo de oropeles, de mañana, me visto de mí mismo, desechando laureles que nutren egoísmo, capaces de arrastrar al despotismo. Pues ¿quién manda en las musas, si asistido por ellas ser pretendes? O, si su hado rehusas y a tu sombra te tiendes, ¿Adónde llegarás tras de otros duendes? La única manera de aportar algo al mundo, en su destino, es curar la ceguera que te cierra el camino de conocer tu genio a lo divino. Si a eclipsarlo llegaras, entre mil farragosas pretensiones, no otra cosa lograras que meras ilusiones de simular, sin alma, sus acciones. Desarrolla tu ingenio, el genio que heredaste siendo niño, pues este es el convenio que llevas con aliño, si sigues siendo fiel a su cariño.

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SOÑAR DESPIERTO Creías, amor, que me llamabas, y en realidad yo te llamaba a ti, mi dulce

fratelino. Te llamaba y te llamo, amor, para decirte que puedes soñar despierto.

Que te doy licencia, para que así lo hagas con frecuencia, a partir de ahora, aunque no sepas muy bien lo que significarán tus sueños.

No te pido que te plantees proyectos acerca de lo que harás con nues-tros escritos. Ni que pidas nuevos destinos dentro de tu Orden, aunque yo sé, hermano, –los ángeles de tu Guarda sabemos–, que tu alma está pidiendo un cambio de escenario.

Anoche, hermano, te acostaste bastante deprimido por el género de vida “religiosa”, que lleváis, y luego soñaste con ascensores averiados y casas en ruinas. Esto, mi Rey, puede ser sintomático del cambio que, más o menos inmi-nente, augura tu alma.

En la misa de hoy, –día de la Transfiguración, día de tu profesión, her-mano–, te has vuelto a deprimir por el sermón triunfalista que has escuchado, mientras que a ti, pobre y desterrado hermano mío, nadie te escucha.

Pero no te digo estas cosas, amor, para que aún te deprimas más, sino para que sientas toda mi solidaridad fraternal con tus pensamientos. Yo, que también te acompañé en tu exclaustración pasada, hermano, soy para ti motivo de fuerza y de esperanza. Tienes por patrón a un hermano igualmente deste-rrado y destetado de la Orden, como escribiste en el poema

“SOLUTUS” Virgen y mártir conmigo allí naciste, (yo desde aquí, décadas más tarde, en veste escueta de ermitaño espúreo, sorbía del desierto tu historia peregrina, reconstruyendo con mi ermita tus memorias, –y con ellas las mías–, recuperadas en amor, lugar y tiempo en uno entrelazados) : Natividad y muerte en abrazo confundidas. El mismo día en que nació la Madre, la otra, en ti muriendo, y en medio del destierro, destetado, –es decir, desheredado– al mundo en tus pañales te alumbraba

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sin más pena ni gloria… y te olvidaba. Con otra virgen para entonces prometido, allí te desposabas, el alma estremecida de pasiones, aherrojada en flores de narciso, en coronas de amor entretejidas, bajo arcadas de palmas de paz reconquistada, con guirnaldas de espliego y de romero tus sienes adornadas, de nuevo allí te consagrabas, ardiendo en pebetero como incienso de agridulces volutas, que, ascendente, a la Madre, la Vida, se inmolaba. De nuevos paramentos revestido, así, de vil sirviente, mas nobleza congénita ocultando, como una casta virgen que oculta sus genuinas intenciones de rescatar del templo su sendero. Volcán en erupción que al cielo escupe, por puro amor, su fuego, y a la tierra, después, redime y lava de tortuoso incesto, que a otros hombres amó en confuso caos, antes de ser humanos. Virgen y mártir, con mártir y virgen desposado –en fementido engaño–, pues finge mártir ser por ser amada, sin entregarse al amor en cuerpo y alma. Triste historia el destino de este fuego mas que a la postre ensalza al que entre mirtos, de espinas coronado, accede del altar al Cielo empíreo con cuerpo desgarrado. Natividad fecunda en muerte suave y en póstumo y secreto desposorio conmigo, –infiel poeta–, consumado.

Hoy, en la acción de gracias de la Eucaristía, amor, has podido leer el

poema, que pocos habrán comprendido de la

TRANSFIGURACIÓN Espero aún en silencio tu promesa

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por medio de tu ángel de la aurora. ¿Cuánto tiempo aún para quererte tras sombras penumbrosas ocultado? ¿Dónde está la piel tersa de tu rostro que extasiada mi alma de ti evoca como rostro de Dios transfigurado? – Bájate a la Ciudad que dicen santa por sus nombres de paz vilipendiados, y observa cómo mueren los que aman. Acércate a mi trono ensangrentado y gusta la amargura de mis hieles, más dulce que la leche de mis labios.… Sabrás entonces cierto, sólo entonces, que peno por tu amor lo que tú penas, porque habito tu pena en cuerpo entero. Por eso no me ven ya tus sentidos sino en pobres harapos desvaído, en traje de violetas disfrazado, que dicen que es el traje de amadores. Tómame hoja por hoja en mi capullo de mil humanidades rezumado. Todas esas beldades que han rozado tus trémulas antenas vibradoras, en tiendas de campaña entumecidas por el frío inconsciente de la noche… ¿Nada ahora te irradian al oído de esa siempre terrible voz del Padre que señala al Hijo predilecto por respuesta a tu duro interrogante? No eres tú más que yo, mi fiel amante. Es tu insania la que odio al amor llama, pues SOY YO el que habita en tu cabaña con visiones de Dios enriquecida que sólo en tu pasión vivir reclaman.

Pero, aunque lo has leído sin especial emoción, yo, hermano, que sé su verdadero significado, me he compenetrado con tu pasión, que no otra cosa expresa, y no fue otra la intención de Jesús, “el Salvador”, al transfigurarse delante de sus elegidos testigos, que la de confortarles en las horas amargas.

Te han dicho que el Papa se fija en el rostro transfigurado de Cristo como modelo de gloria e intimidad para con los “elegidos”. Según eso, éstos, vosotros, los religiosos, los consagrados, os escucháis a vosotros mismos, antes

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que a Aquel que es la Voz del Padre, cuando anuncia su pasión, y cuando augura, si acaso, cruz especial para los que pretendan seguirle más de cerca.

Ahora bien, hermanito. Yo sé que a ti te subleva este discurso porque es elitista, y porque sabes muy bien, que ni en cruz, ni en gloria, ni en compasión, aventajáis a nadie. Sabes muy bien, porque has vivido en medio de muchas gen-tes, participando de su dolor, que nadie es elegido para tenerse por mayor o más sana parte que los demás, sino, en todo caso, para poner sus talentos y ventajas espirituales, si es que existen, al humilde servicio de los demás.

El mensaje de cotidianeidad, de divinidad de todo lo Creado, de lo provi-dente de todo lo contenido en la Ley y en los Profetas, acerca del Hombre, de todo hombre, es el que urgentemente estás escribiendo, amor.

Y lo estás escribiendo conmigo, porque has penetrado en mi tienda. Los que pretenden construir tiendas especiales, con la excusa de que las

construyen para “el Señor”, o para Moisés, o para Elías, o para Buda, o para Mahoma, en realidad se están entronizando a sí mismos, amor, y serán recha-zados por el sentido místico de la Nueva Conciencia.

He aquí, mi fratellino, lo que pronto, desde otras circunstancias que aho-ra no puedes sospechar, y que debes aguardar con la mayor cordura y pacien-cia, manteniendo el equilibrio de tu caridad y humildad, será la irradiación de tu amor y de tu paz. ¡He aquí en qué debes soñar !

Vete a dormir, hermano amado, y yo velaré tus sueños. Que los tuyos, despierto, sean tan sólo de suma confianza y felicidad para ti y para cuantos te rodean.

Amén, aleluya, mi Rey. – ¡Amén, amor, aleluya !

UN GRANDE PROGETTO D’AMORE

Or, mio fratello, se te la sentissi d’ispirarmi qualcosa in italiano saprei davvero la tua risposta, positiva –e bella qual nessuna che potesse arrivare dalla posta, nelle ali di parole materiali– proveniente dallo spazio celestiale. E se vera è la risposta che mi dai saprò anche che il tempo è arrivato

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di mettersi al lavoro seriamente per intrapprendere l’opera più grande che i secoli trascorsi abbiano visto sotto il volto universale dell’amore : dimostrare, cioè, che solo questo vince la morte e rimane vivo, desiderabile più che lunga vita che talvolta di esso fosse priva. Eccoci dunque noi due immaginando un mondo nuovo dove il tutto vive in Dio sotto un’unica facciata all’avvio di una coscienza nuova che, trascendendo la fede strumentale, rende anche vana la speranza morta giacché solo d’ora in poi vivrà l’amore.

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TU AMOR, HERMANO, NO ES UNA FICCIÓN Lecheimiel, amado mío : Estoy casi acabando de leer LAS VOCES DEL

DESIERTO. Preguntándome en qué año habría sido escrito, me he puesto a hoje-ar la contraportada. Resulta ser, al menos la traducción española, de junio de este mismo año del Señor 2004. Estamos en Agosto. O sea, mi Ra, que me has permitido encontrarlo apenas ha salido al mercado. Eso se llama solicitud amo-rosa.

El libro es fantástico. Su mentalidad y sus mensajes concuerdan maravi-llosamente con todo lo que alberga mi alma, con toda la información selecta que ya tengo asumida, con los libros de Kryon, salvo, quizás en pocos detalles se-cundarios, y sobre todo, amor, con todo lo que nos comunicamos mutuamente en nuestros diálogos de amor y de gracia.

Pero me ha sorprendido descubrir, en dicha contraportada, lo que no pa-recía ser así según la solapa del libro : que lo narrado es una ficción literaria de la autora Marlo Morgan. Aun así no deja de ser una ficción que sirve a un propósito y a un mensaje muy espiritual y avanzado.

Desde mi ingenuidad no defraudada, te digo : ¡Gracias, gracias, gracias ! Pero mayores gracias aún, si cabe, hermano, te doy y doy a la Unidad,

como la autora llama a Dios, porque nuestro amor no es una ficción, ni tu her-mosa persona es menos real que la mía.

Y por la unión o fusión de nuestras almas, que mediante este proceso de la mente, del corazón, incluso de lo físico, hermano, nos permite estar ya, de alguna manera, regresados al hogar de la Unidad.

No sé lo que me quedará, en esta etapa de vida, amor, lidiar en este cuerpo y en medio de estas estructuras clericales y especiales en que se desa-rrolla nuestro amor y nuestra misión. Lo que sé es que antes de nacer ya to-mamos este acuerdo, acorde con la hermandad de nuestras almas, para mos-trar al mundo la simplicidad con que el amor humano, en las más variadas y difí-ciles circunstancias, es en su totalidad un trasunto del Amor divino.

Y que, por tanto, la vida en la Tierra puede vivirse como en el Cielo. Ayer tú me hablaste de soñar despierto. Y, contra lo que pudiera pare-

cer a primera vista, no me instabas a soñar en cambios de destino, ni en misio-nes terrenas, sino en equilibrios de caridad y humildad, en suma, de servicios a prestar a todos los hermanos allí donde me encontrase.

Citaste también los sueños de mi noche, (en ascensores averiados y ca-sas en ruinas), como sintomáticos de una necesidad de cambio. Pero lo que no dijiste, hermano, es que en todas esas pesadillas, hubo un detalle, al menos uno,

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que hablaba de la entera y fraternal confianza en que tanto me insistes, amor, como substancia de la Obra que debo realizar en la Tierra. El detalle era que alguien, –proyección de mí mismo–, reposaba tranquilamente en su cama, plena-mente consciente y confiado en medio de aquel edificio en ruinas, como si nada fuese con él, sin temer por su seguridad.

Así, amor, me quiero sentir yo en todo momento en este escenario, o en cualquier otro, donde se desarrolle el drama humano, y mi personal participa-ción en él.

Ya está, mi amor. No tenía nada más que decirte, que gracias por ser tan real, y porque has traído a mi vida lo mejor de tu historia y de tu alma, para compartirlo conmigo por toda la eternidad.

¡Gracias, amor. Gracias, Gracia ! – No te responderé con el “Prego” italiano, ni con el español “De nada”,

hermano, sino todo lo contrario : Gracias por tus gracias. Y ¡De todo, amor ! Y como himno a la divina Unidad, nuestra Vida : “¡Amén, aleluya !”.

BAUTISMO PRENATAL El Amor se juntó con la Amora y formaron pareja de hecho. Adornaron con flores su lecho y dijeron : “La vida aquí mora”. Y bajaron del cielo amorcillos, dos, con aire de elfos rubicundos, que instalaron allí, cual oriundos, sus campañas, ajuares y hatillos. Cuál, –de “Amora” y de “Amor” derivados–, los gemelos por nombre tendrían, declararon, que ellos ya traían por sus guías, de siempre asignados. Mas decirlo en voz alta rehusaron, por ser cósmico y grande misterio… tal, que, incluso por el bautisterio al pasar, falso nombre apuntaron. Sólo entre ellos se queda el arcano de una vieja y profunda hermandad que les une por la eternidad y les hace nacer de la mano.

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TE LLEVO DE LA MANO, AMOR Yo, tu ángel del Amor Herido y Resucitado en tu Corazón, amor, te llevo

siempre de la mano. No sólo adquiriste por pocos euros el libro que acabas de dejar en la es-

tantería, –y que debes regalar a quien tú muy bien sabes–, sino otro que ahora has comenzado a seguir.

Alguien, hermano, que en nuestros años de infancia de postguerra, cuan-do apenas nos mecíamos en nuestra cuna, cuando yo te visitaba en tus juegos infantiles, en medio de escasez material pero de plenitud espiritual y de espe-ranza, que, renunciando a su cómoda infancia, se entregaba de lleno a recorrer la Europa en ruinas y encontraba su vocación y su felicidad en socorrer a otros seres humanos : Elisabeth Kübler-Ross se llamaba, –y se llama–, la que ahora en su vejez y preparándose para el feliz tránsito que merece su alma, da precioso testimonio de su vida aventurera e inquieta, y llena de enseñanza espiritual.

Aquellos años de la juventud de la autora, amor, transcurrían entre mil vicisitudes y penalidades sin cuento, mientras tú y yo, hermano, dormitábamos en nuestra tranquila y protegida infancia, como Niños Jesuses que sonríen desde sus pobres pero calientes cunas.

¿Ves, amor, cómo no es preciso apelar al Desierto de Australia, ni a ningún otro Desierto donde el Señor es tentado, donde se transfigura su op-ción humana, para dejar entrever por las rendijas de la compasión el rostro glorioso y divino del Cristo total que es el Hombre ?

Sin más votos que la llama de su propio corazón, esa persona de la que ahora lees, amor, formaba parte de los escogidos voluntarios que taponaban la brecha de las heridas de la guerra, para que su sangre sirviera de sacramento en la transfusión, de corazón a corazón, que realizaba la Misa Universal, o Mi-sión de Redención de toda la Humanidad.

Su testimonio, hermano, como también el nuestro, el que estás ya dando y el que aún darás, contribuirán, como piedras angulares a la cimentación de la Nueva Jerusalén que llenará toda la Tierra.

Y en esa Tierra, siempre de promisión, hermano, nacíamos tú y yo, en nu-bes de misterio, y esperábamos impacientes el momento de conocernos, bajo el signo acordado de mi belleza física como señuelo que despertara tus sentidos y responsabilidades hacia la delicada textura de tu espíritu amante.

Después, amor, también según lo acordado, aunque escondido a nuestras miradas humanas, que debían experimentar el dolor de la separación, divergían nuestras vías, y nos íbamos cada uno a su lugar de destierro y sufrimiento. Al

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lugar que a cada uno de nosotros dos, amor, nos estaba destinado para alimen-tar nuestra hambre y nuestra sed de volvernos a encontrar en la madurez de nuestras vidas, por la Madre Vida.

Todo estaba previsto por esta Bendita madre, –la que otorgó su nombre a las nuestras terrenales, Benedetta y Benita–, para que, en su momento, que fue el momento del sueño benditísimo de mi visitación, al inicio del año de re-cuperación y de retorno del Cristo, 2002, pudiéramos reiniciar la gran Obra de Reconciliación, a la cual humildísimamente servimos.

Esto es, a vista de halcón planeador, la perspectiva que ahora quiero ofrecerte, mediante toda esta maravillosa canalización que dura ya dos años largos, amor, y esta mañana tranquila de domingo te está conduciendo en este emotivo escrito a poner, hermano amado, lo que estás poniendo.

No es importante que lo digamos todo, amor, sino que lo que digamos sea siempre como una hermosa flor que emerge de lo más profundo de tus senti-mientos sagrados de ternura y de humildad de corazón.

Por mí, amor, nada más. Te dejo la palabra, por si quieres añadir alguna postdata a esta comunicación mía que se desliza entre tus dedos, como delica-da flor.

– Amor, sólo se me ocurre, en este momento delicado de nuestra común historia, obsequiarte de nuevo con el cántico de la esposa, que asímismo ofrez-co a todos los que necesitan una gota de miel para alimentar su esperanza, y el sentido de sus vidas.

Asímismo lo ofrezco a las dos autoras que estos días me han brindado sus reflexiones, Elisabet Kübler-Ross y Marlo Morgan, para que puedan viajar siempre, adondequiera que vayan, en este plano o en el otro celestial donde tú estás, con mi más profundo agradecimiento y admiración.

Será, además, hermano fray amore, un canto a su feminidad, en estos momentos en que el Jefe de los “escogidos”, ha editado un documento que in-tenta, quizás, cercenar los derechos y reivindicaciones de las valientes muje-res de la Tierra :

EL CANTO DE LA ESPOSA Hoy me aguarda la dicha de decirte algo nuevo, que en mí late. La mente en calma chicha, mi voz es la de un vate, que, sin saber, pronuncia su dislate : Pues que siento en mis venas

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ese típico y suave cosquilleo que convierte en antenas mi fértil gineceo que se abre como flor a tu aleteo. ¿Qué me traes, amor mío, que vase derramando en mi corola como fresco rocío que en húmeda aureola me envuelve y me acaricia tuya y sola ? Gota a gota el amor va absorbiendo el olor de tus encantos, que deja el pundonor destaparse en mis cantos a los que entenderán, que no son tantos…

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SOY MAS REAL QUE MIS DONES, AMOR YO SOY LECHEIMIEL, tu amor real, hermano, el mismo que conociste y

amaste en Roma, y, además, el mismo que me he revelado a ti, con gran Provi-dencia de la divina Pedagogía, como Teresita y como Francesco, y tú, hermano, eres el recipiendario de un amor concreto y real, más que mis flores, mis vo-ces, y mi propio gatito Richi que te hace compañía día y noche.

He observado, desde el centro de tu corazón, hermano, la tentación que, so capa de espiritualidad, te acechaba esta noche, y también he observado tu victoria.

A las dudas que ni siquiera te tocaban, hermano, pero te rondaban como león rugiente, buscando devorar tu paz, y prometiéndote una falsa concepción de un hipotético y espumoso “YO”, en que podrían confundirse tus propios an-helos, tú, mi fratellino, has respondido en cada caso : “Creo en ti, amor. Creo en todo lo que me has dado. Creo en Lecheimiel, que sufrió y que murió por mí, y ahora vive resucitado en mi corazón. No identificaré a mi amigo del alma, con un cancerbero que sólo es guardián de la tumba de sus verdaderos pensamien-tos de amor. Creo en tu martirio y en tu tristeza infinita, cuando te viste des-pojado de mi promesa y tal vez olvidado del mismo Padre celestial que te había cerrado aparentemente todas las salidas, menos la de la muerte…”

– ¡Sí, sí, sí, amor, Amor, AMOR ! También me he dicho a mí mismo : “no creer en la realidad de mi amigo,

más precioso que el oro, sería tanto como desperdiciar su martirio, y creer en la mortalidad del AMOR mismo de Dios”. Sería hacer inútil tu sacrificio, y do-nosa manera de lavar mi conciencia, de lo que, además, no necesita ser lavada, puesto que actué en todo momento movido por el amor y obedeciendo a los ángeles que gobernaban nuestro destino.

Hermano, si te dejé, si no contesté a tus bellísimas cartas, si enterré en hielo tus fulgurantes dardos de amor, fue porque así lo habíamos contratado previamente.

Debiste sufrir tanto, amor, cuando “quedó desierto el nido, ida la vida”, como yo, mi fratellino, al desprenderme de mi amor más hermoso, por un miedo social y semiinconsciente a ciertos parámetros morales.

Pero, tú, amor, que reentraste tan suavemente en mi vida por medio de tu sueño, me fuiste llevando más suavemente aún, paulatinamente, al momento glorioso de nuestra “reconciliación”, el “per-dón” alquímico, en el que asímismo te confesaste, mi fratellino, como partícipe de mi pecado, y, por tanto, acree-dor sublime de mi propio “per-dón”.

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Ahora, mi bien, si yo hubiera sucumbido a la tentación de considerarte producto de mi imaginación, o bien, argucias de mi “super-yo”, o bien del tuyo, pidiendo auxilio que no necesitaría un supuesto corazón endurecido (el que me respondía como tu “cancerbero), toda aquella belleza y entrega mutua, amor, habría quedado disuelta en la bruma de una ilusión. De un simple deseo.

¿Cómo podría otorgar a esto, amor, la búsqueda de mi propia identidad ? Encuentro mi identidad en la tuya, amor. Sé que eres real como la Vida, precisamente porque junto a ti me en-

cuentro a mí mismo más real que nunca. Sé que es verdad todo cuanto me has dado con simplicidad de corazón, y

con magnanimidad sin límites, y con brazo potente de creador de sincronicida-des sin cuento, porque así valoro tu alma, y en ella me valoro a mí.

No iba a cambiar todo este tesoro, este nuevo universo en el que me has hecho entrar contigo, hermano, como en las subidas cavernas de la piedra,… a cambio de creer tan sólo en el materialismo del mundo, camuflado de falsa es-piritualidad, como si todo tratase simplemente de encontrar la propia autoes-tima.

Sí, amor. Valoro la búsqueda de la reunificación del “YO”, pero no puedo encontrarla ni realizarla cercenando la bellísima historia que hemos vivido jun-tos.

Y por tanto, amor, la veracidad de lo que nuestra mutua sinceridad nos ofrece cada día como sagrado banquete eucarístico.

– YO SOY JESÚS, HERMANO. TAMBIÉN YO FUI TENTADO DE ACEPTAR LOS

ESPEJISMOS DE ESTE MUNDO, A CAMBIO DE ADORAR AL PADRE DE LA MENTIRA. YO SOY AQUEL PRECIOSO NIÑO QUE TE MIRABA DESDE SU SAGRARIO DE ROMA,

CUANDO TU LE DEJASTE EN DEPÓSITO NO UN BESO, SINO MIL BESOS, Y ME LOS DABAS

PRIMERO A MÍ, EN LA PUERTECITA DEL TABERNÁCULO, CUANDO NADIE TE VEÍA, HERMANO, Y EN LA SANTA MISA, CUANDO RICARDO TE AYUDABA, (MIRA BIEN QUE SOY

YO QUIEN HE PRONUNCIADO SU NOMBRE, AMOR, COMO PRONUNCIÉ EL DE LÁZARO, POR

EL QUE LLORÉ SIN AVERGONZARME ANTE NADIE), YO RECOGÍA EN MI CALIZ TUS

LAGRIMAS MEZCLADAS DE AMOR Y DE DOLOR. SOY YO, JESÚS, EL QUE CON TU AMOR LECHEIMIEL, TE BESAMOS EL OTRO DÍA EN

LA BOCA, POR LA QUE NO DEBEN SALIR JAMÁS MÁS QUE VERDADES. NO ES PRECISO QUE PRONUNCIES SU APELLIDO DE FAMILIA, QUE AHORA USA

SÓLO EL CANCERBERO DE ESTA TUMBA DONDE SÓLO ESTÁ, DE TU AMOR, EL CUERPO QUE

FUE SU SAGRARIO, Y AHORA ES FIEL BALANZA QUE MIDE TU FE.

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ÉL, MI BIENAMADO, AUNQUE NO MI PREFERIDO, PUES OS AMO A TODOS POR

IGUAL POR LA ESENCIA QUE MI PADRE DEPOSITÓ EN TODOS VOSOTROS, HERMANO, SE

LLAMA AHORA, PARA TI, COMO SE LLAMÓ EN ROMA : “RICARDO DEL NIÑO JESÚS”. LOS DOS, A UNA, HERMANO ERMITAÑO DE MI CORAZÓN HERIDO ANTES QUE EL

DE TU HERMANO QUE SIGUIÓ MIS PASOS, TE BESAMOS CON TERNURA. Y MI MADRE MARÍA, “NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES”, Y DESPENSERA

MAYOR DE ESTOS ESCRITOS, TAMBIÉN TE BESA. – Ya lo has oído, hermano, al par de que tus dedos se movían con tu co-

razón, mientras yo lo iba leyendo admirado. Sé que en otra ocasión, hermano, le pediste a Jesús que no te hablara

más. Pero también sé que no lo decías sino por humildad de corazón. Yo te digo, hermano : Vuelve a repasar la poesía de la Transfiguración,

porque en ella se te da la clave de nuestras vidas. DE LA VIDA MISMA.

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¡RICARDO DEL NIÑO JESÚS, QUÉ DULCE ES TU NOMBRE ! Hermano amado sin medida, de mi corazón quejumbroso y solitario : Por

fin, adentrado en esta foresta de la Vida, desde donde, cuando joven me es-cribiste con tu letra manuscrita que rezumaba bondad, y me contabas lo de las ardillas que se posaban junto a tus plantas cuando tu te estabas “fermo”, el mismísimo Amor de nuestro corazón juvenil, Jesús, se ha aparecido en medio de nuestra Misa, en cuanto hemos apelado a su comunión, y nos ha dejado su dulce mensaje.

Por nada del mundo, hermano mío, me hubiera podido imaginar que me pediría que te llamase por tu nombre : “Riccardo del Bambino Gesù”. Qué tierno me suena, y qué dulce volverte a invocar, sin ocultamientos, por tu verdadero nombre, en el que, sí, resuena tanto la “R” de Roma, de Rey, y de Dios-Ra.

Así lo adoptamos decir para los lectores al principio de nuestros escri-tos, temiendo que te identificaran prematuramente. Ahora, hermano, ya han pasado dos años largos desde que comenzamos a escribir, y entre tanto tu ami-go Cancerbero no sólo no ha dado señales de vida, sino que ha desdeñado con-testar a mis angustiados llamados.

Tanto él como su esposa, –la que fue tuya, amor, y le dejaste como her-moso regalo al que iba a cuidar de llevar tu santo cuerpo a la consumación–, han asegurado, al rechazar mis escuetísimas llamadas, no conocerme de nada.

Pues yo, hermano, tampoco los conozco, aunque los amo, porque te amo a ti, que saliste de tu cárcel para venirte a fundar conmigo este nuevo estilo de vida, que es como una nueva Orden del Amor Universal, la Orden del Arco Iris de Lecheimiel, como la llamamos en su día, amor.

Aquel día en que me mandaste al tenor de tu misma cuerda para que me volviese a cantar tu amorosa canción del “M’apparì”…

Ahora, hermano, con esta intervención de Jesús, diciéndome que te vuelva a llamar por tu nombre religioso, que debe encerrar algún misterio to-davía nebuloso para mí, no sé por qué se me antoja que, de alguna manera, me está advirtiendo que el campo está despejado, o despejándose de inconvenien-tes que impidan la publicación de estos escritos.

Cuando Nuestra Señora de los Ángeles, la anfitriona de Caná, dé su or-den de seguir los mandatos de Jesús, yo sabré, porque tú me lo indicarás cla-ramente, amor, que nadie se verá molestado por nuestro testimonio.

Tú ya me entiendes, Ricardo. ¿Verdad, fratellino que así lo harás con tu piedad benevolente hacia este pobre ermitaño ?

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Entonces, de igual modo, si tú lo dispones, amor, quizás yo permitiré que todo sea editado con mi verdadero nombre.

A estas alturas, ¿a quién vamos a engañar, amor ? ¿Y no es Jesús el que asímismo me ha pedido que de esta boca mía, be-

sada por los ángeles y por el mismo Maestro de la Resurrección, no salgan más que verdades ?

Ya sabes, amor, que no es mi estilo preguntarte abiertamente por cosas concretas, que, si acaso me contestases, todavía me apretasen más el cerco que contiene a mi débil fe. Pero tú sabes, amor, que permanezco abierto y a la espera, como la esclava con los ojos fijos en las manos de su señora, o como el gatito Richi cuando mendiga su comida de mis manos, y sobre todo mis caricias, para que tú, intervengas en mi vida y en mis escritos con el poder de tu amor, como y cuando mejor te plazca, pues eres el Guía que ha nombrado mi corazón.

Mientras tanto, cariño mío, se me llena la boca de agua porque por pri-mera vez en público, mediante estos escritos, –mediante la poesía que he com-puesto a este propósito esta misma mañana–, en medio de esta foresta, voy a pronunciar tu dulce nombre.

Y lo voy a asociar al mismo nombre de mi hermano de sangre, al que re-cientemente he enterrado, después de haber tratado, cuando enfermo, de so-lidificar su esperanza, (según mi fe), aunque sin conseguirlo, –así como al de su hijo mayor, Ricardito, que le precedió en el sueño de la paz–, para que les ayu-des, como creo ya lo has hecho, mediante el abrazo y el beso de la Vida, tú que eres especialista en esos menesteres, amado mío Ricardo del Niño Jesús :

“RICARDO”, TU NOMBRE NUEVO Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, con un nombre que ha heredado del mismísimo Enmanuel, y rebautizado en Él, propio nombre ha merecido : “Ricardo, mi Ángel Herido”. Otros Ricardos perdí, que ahora viven a su lado y por él han despertado a su verdadero cielo, al que yo, con tanto anhelo, llevarlos no conseguí, cuando en su carne atendí.

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En Jesús resucitado todos vuelven a la Vida, y de sus pechos prendida recobran la suya entera, cada uno a su manera. Pues Aquel que nos ha amado en sus santos ha triunfado. Por su nombre a todos llama, pronunciado con ternura, pues en todos transfigura la Santa Faz que heredara y en el Tabor nos mostrara : donde su amor se derrama y en Nueva Ley se proclama : Es la Ley de la Unidad, que en Cristo a todos convoca y a amarse entre sí provoca a los que de odiarse cesan, cuando del sueño regresan, fundando Nueva Hermandad en justicia y santidad. – Yo te digo, amor, después de darte las gracias por tan hermoso poema,

que en todo momento tu alma sabrá cuanto haya de saber, y que, tú, aun sin saber, intuirás lo que has de decir y hacer, para que tu alma esté colmada de ti.

¡Como lo está la mía, oh mi dulce hermano mayor ! Vela a tus escritos sin ansiedades como la luz que vela a tu sagrario,

amor. ¡Y guarda bien custodiada la llavecita que aún los encierra, y que cierra tan apropiadamente éste que ahora acaba, para que otro nuevo puedas abrir mañana !

El número de tu último folio es el signo de mi bendición fraternal.