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  • Retrato del artista cachorro es la nica coleccin de relatos que Dylan Thomas reuni como tala lo largo de su vida. Basados en sus experiencias biogrficas aunque ms que intentararrojar luz sobre su vida, la transfigura y la convierte en material literario, estos diez cuentosson posiblemente la cima de la narrativa de Thomas, el Rimbaud de Cwmdonkin Drive, elhacedor de palabras y de emociones que supo extraer de sus races galesas la savia de launiversalidad.

  • Dylan Thomas

    Retrato del artista cachorroePUB r1.1

    Trips 18.07.13

  • Ttulo original: Portrait of the artist as a young dogDylan Thomas, 1940.Traduccin: Juan ngel Cotta

    Editor digital: TripsCorreccin de erratas: TripsePub base r1.0

  • Los duraznosEl carromato de color verde pasto, con las palabras J. Jones, Gorsehill pintadas temblorosamente

    sobre la madera, se detuvo en el pasaje empedrado, entre La Pata de Liebre y La Gota Pura. Eran lasltimas horas de una tarde de abril. To Jim, con su negro traje de mercado, dura camisa blanca sin cuelloy gorra a cuadros, baj crujiendo del pescante.

    De la pila de paja que se amontonaba en un rincn del carromato sac a tirones una tosca canasta demimbre y se la ech al hombro. O un chillido que sala de la canasta y vi asomar la punta rizada de unacola rosada, al tiempo que To Jim abra la puerta de La Gota Pura.

    Vuelvo en dos minutos me dijo.El bar estaba lleno; cerca de la puerta se hallaban sentadas dos mujeres obesas con vestidos

    chillones; una de ellas tena un chiquillo moreno sobre las rodillas; al ver a To Jim se corrieron hacia unextremo del banco.

    Vuelvo en seguida insisti l ferozmente, como si yo lo hubiera contradicho. T te quedas ah,quieto.

    La mujer que estaba sin nio alz las manos.Oh, Mr. Jones! dijo con voz alta y risuea. Y se sacudi como una gelatina.Despus la puerta se cerr y las voces se apagaron.Me qued solo, sentado sobre la vara del carro, en el estrecho pasaje, mirando La Pata de Liebre a

    travs de una de sus ventanas. Una cortina mugrienta la cerraba a medias. Alcanc a ver un cuartoprivado, lleno de humo, donde cuatro hombres jugaban a las cartas. Uno era enorme y moreno, conbigotes como manubrios y un rizo sobre la frente; sentado a su lado haba un viejo delgado, calvo yplido, de mejillas chupadas; los rostros de los otros dos se perdan en la sombra. Los cuatro beban engrandes tazones terrosos. No hablaban. Hacan chasquear las cartas al echarlas sobre la mesa, raspabansus cajas de cerillas, chupaban sus pipas, beban a grandes tragos con el rostro muy serio y, de vez encuando, hacan sonar la campanilla de bronce y, haciendo seas con los dedos, pedan ms cerveza a unamujer de aspecto agrio con blusa floreada y gorra de hombre.

    Oscureci con demasiada rapidez; las paredes se acercaron, se agazaparon los techos. A m, queespiaba tmidamente en aquel oscuro pasaje de un pueblo extrao, el hombre moreno me pareci depronto un gigante enjaulado rodeado de nubes, y el viejecito calvo se marchit convirtindose en unacorcova negra con la cspide blanca. Desde Union Street poda saltar sobre m en cualquier momento unhombre sigiloso esgrimiendo un cuchillo de doble filo.

    To Jim, To Jim susurr, tan suavemente que no poda escucharme.Comenc a silbar suavemente, pero cuando dej de hacerlo pareci que el silbido continuaba detrs

    de m. Baj de la vara y me acerqu unos pasos a la ventana medio cerrada; una mano subi araando porel vidrio, buscando la borla de la cortina. No obstante la corta distancia que separaba de los jugadores elsitio en que yo estaba sobre las piedras, no pude advertir de qu lado del vidrio se mova la mano quetiraba de la borla.

    Qued aislado en la noche por un cuadrado mugriento. Una historia que yo haba inventado en laclida y segura isla de mi cama, mientras el adormilado Swansea de medianoche flua afuera de la casa,volvi hacia m repicando sobre las piedras. Record el demonio de la historia, con sus alas y los garfios

  • con que se aferraba a mis cabellos como un murcilago, mientras yo batallaba por todo Gales en busca deuna princesa alta, prudente y dorada del convento de Swansea. Trat de recordar su verdadero nombre,sus piernas pdicas, largas, cubiertas de medias negras, su risita, sus rulos de papel; pero las alasganchudas se lanzaron hacia m revoloteando, el color de su cabello y de sus ojos se desvaneci como elcolor verde pasto del carro, que era ahora una montaa oscura, gris, alzndose entre las paredes delpasaje.

    Durante todo ese tiempo la vieja yegua, ancha, paciente, annima, permaneca sin moverse, sin piafaruna sola vez sobre las piedras, ni sacudir las riendas. Pens en su bondad, y ya me ergua de puntillaspara acariciar sus orejas cuando la puerta de La Gota Pura se abri de golpe y la clida luz del bar medeslumbr, haciendo cenizas mi cuento. Ya no me senta asustado; slo enojado y hambriento. Las dosmujeres obesas, junto a la puerta, dijeron entre risas, en medio del ruido y los olores reconfortantes:

    Buenas noches, Mr. Jones.El chico dorma enroscado debajo del banco. To Jim bes a las dos mujeres en los labios.Buenas noches.Buenas noches.Buenas noches.Despus el pasaje volvi a quedar oscuro.To Jim hizo recular la yegua hacia Union Street, sobre su flanco, maldiciendo su pachorra y

    palmendole el belfo; los dos trepamos al carromato.Hay demasiados gitanos borrachos coment mientras rodbamos rechinando entre las vacilantes

    luces del pueblo.Durante todo el camino a Gorsehill cant himnos con su afectada voz de bajo, marcando el comps

    con el ltigo. No necesitaba tocar las riendas. Una vez en el camino, entre los setos que estiraban susramas tratando de enganchar a la yegua de la brida y pincharnos las gorras, detuvo al animal con unEeeh!, para encender la pipa. La oscuridad se incendi alrededor, mostrndome su rostro de zorro largo,rojizo, ebrio, con las patillas erizadas y la nariz hmeda y sensitiva. Una casa blanca, con luz en laventana de un dormitorio, brillaba en el campo sobre una breve colina, al otro lado del camino.

    Quieta, quieta, nena susurr To a la yegua, aunque sta no se mova; y agreg de pronto,dirigindose a m sobre su hombro, con voz fuerte: All vivi un verdugo.

    Dio un puntapi a la vara y seguimos rechinando en medio del viento cortante. To se estremeci y seencasquet la gorra para cubrirse las orejas. La yegua pareca que trotaba torpemente, y todos losdemonios de mis cuentos, corriendo a su lado, rodendola, burlndose de ella, no eran capaces dehacerle sacudir la cabeza o correr.

    Ojal hubiera colgado a Mrs. Jess dijo To.Entre himno e himno, maldijo en gals a la yegua. La casa blanca qued atrs y fueron tragadas luz y

    colina.Nadie vive ah ahora agreg.Entramos en el patio de la granja de Gorsehill; resonaron los adoquines y los establos negros y

    vacos recogieron el sonido ahuecndolo, de modo tal que hicimos alto en un vaco crculo de oscuridad;y la yegua fue entonces un animal hueco, y me pareci que nadie viva en la casa hueca, al final del patio,salvo dos palos con rostros tallados como nabos.

    Corre a ver a Annie dijo To. Debe de haber caldo caliente y patatas.

  • Condujo la yegua hueca hacia el establo; clop, clop, clop, a la ratonera. Mientras corra hacia lapuerta de la granja o rechinar los candados.

    El frente de la casa era el costado de una concha oscura y la puerta de arco un odo que escuchaba.Empuj la puerta y sal del viento, entrando en el pasillo. Era como si despus de haber estadocaminando por la noche hueca y al viento, atravesara una alta concha vertical, hacia la costa de un marinterior. Al final del pasillo se abri una puerta; vi los platos en los anaqueles, la lmpara encendidasobre la mesa larga cubierta de hule: Preprate a reunirte con tu Dios bordado sobre la chimenea, lossonrientes perros de porcelana, el castao ennegrecido, el reloj vertical, y entr corriendo en la cocina yme ech en los brazos de Annie.

    Y entonces fue la bienvenida. El reloj empez a dar las doce cuando ella me bes, y yo, en medio delas luces y los taidos, me ergu como un prncipe en el momento de quitarse el disfraz. Durante unminuto me haba sentido pequeo y tembloroso de fro, deslizndome muerto de miedo por un pasillonegro, con mi molesta ropa nueva, el estmago hueco y el corazn como una bomba de tiempo, aferrandomi gorrita de escolar, desconocido para m mismo; un minsculo narrador de cuentos perdido en suspropias imaginaciones y ansiando estar en su casa. Y al minuto siguiente era el sobrino principesco,vestido con finas ropas de ciudad, abrazado y bien recibido, irguindose, satisfecho, en el centro de suspropias historias y escuchando el reloj que lo anunciaba.

    Annie me llev corriendo al banco que haba al lado de la cavernosa chimenea y me quit loszapatos. Las lmparas brillantes y los gongs ceremoniales ardan y taan para m.

    Hizo un bao de mostaza, prepar t fuerte y me indic que me pusiera un par de medias de mi primoGwilym y una vieja chaqueta de To que ola a conejo y a tabaco. Se agitaba de un lado a otro,cloqueaba, me haca seas con la cabeza, contndome, mientras preparaba pan con manteca, que Gwilymtodava estudiaba para eclesistico y que Ta Rach Morgan, que tena noventa aos, se haba cado debruces sobre una guadaa.

    Despus entr To Jim, con la cara roja, la nariz hmeda y las manos peludas y temblorosas, como undemonio. Su andar era torpe. Tropez con el aparador haciendo temblar los platos de la Coronacin, y ungato flaco sali disparado desde el escao del rincn. Pareca dos veces ms alto que Annie. Podallevarla escondida y sacarla de pronto: era una mujercita gibosa, morena, desdentada, con una cascadavocecita cantarina.

    No debiste tenerlo fuera tanto tiempo dijo ella, enojada y tmida.To se sent en su silla especial, el desvencijado trono de un bardo en bancarrota, encendi la pipa,

    estir las piernas y comenz a echar nubes hacia el cielo raso.Poda morirse de un enfriamiento dijo ella.Hablaba dirigindose a la nuca de To, mientras ste se envolva en nubes. El gato se desliz de

    regreso. Yo estaba sentado a la mesa frente a mi cena concluida; en los bolsillos encontr una botellitavaca y un globo blanco.

    Corre a la cama, s bueno susurr Annie.Puedo ir a ver los cerdos?Por la maana, querido.De modo que dije buenas noches a To Jim que se volvi hacia m, sonri y me gui a travs del

    humo, bes a Annie y encend mi vela.

  • Buenas noches.Buenas noches.Buenas noches.Sub la escalera; cada peldao tena una voz diferente. La casa ola a madera podrida, a humedad, a

    animales. Me pareci que me haba pasado la vida caminando por pasillos largos y hmedos, y trepandoescaleras en la oscuridad, solo. Me detuve frente a la puerta de Gwilym, en el desolado descanso.

    Buenas noches.La llama de la vela salt hacia mi dormitorio, donde arda muy baja una lmpara y se agitaban las

    cortinas; al cerrar la puerta me pareci que se mova el agua contenida en un vaso, sobre una mesaredonda. Bajo la ventana corra un arroyo; me pareci orlo lamer las paredes toda la noche, hasta queme dorm.

    Puedo ir a ver los cerdos? pregunt a Gwilym a la maana siguiente. Ya haba desaparecido elhueco terror de la casa; al correr escalera abajo en busca de mi desayuno ol la dulzura de la madera, lafresca hierba primaveral, el silencioso patio, con su derruida boyera de color blanco sucio y los establosvacos.

    Gwilym era un mozo alto, de unos veinte aos, con el cuerpo flaco como un palo y la cara en formade pala. Se poda cavar el jardn con l. Tena una voz profunda que se quebraba en dos cuando seexcitaba; cantaba para s mismo canciones trmulas y bajas, todas con la misma triste meloda litrgica, yescriba himnos en el granero. Y me contaba historias de muchachas que moran de amor.

    Y at una soga alrededor de un rbol; pero era demasiado corta me deca. Entonces se clavun cuchillo entre los pechos; pero no tena filo.

    Aquel da estbamos sentados uno al lado del otro sobre montones de paja en la semioscuridad deldestartalado establo. Se retorci y se inclin hacia m, alzando un largo dedo, y la paja cruji.

    Y se tir al ro continu, su boca pegada a mi oreja con las asentaderas para arriba, y, Dios!,se muri. Chillaba como un murcilago.

    Las pocilgas estaban en el extremo ms alejado del patio. Caminamos hacia all, Gwilym vestido consus negras ropas de ministro, aunque era da laborable y por la maana, y yo con mi traje de sarga con losfondillos remendados; pasamos junto a tres gallinas que escarbaban entre los adoquines enlodados y uncollie tuerto que dorma con su ojo ciego abierto. Los ruinosos cobertizos tenan los techos podridos ydesmoronados, desgarrados agujeros en los costados, persianas quebradas y el enjalbegadodescascarillado; mohosos tornillos asomaban de las tablas colgantes, retorcidas; el gato flaco de la nocheanterior, tendido satisfecho entre astilladas mandbulas de botellas, se lavaba la cara en la cspide de unamontaa de basura que se elevaba triangular hasta el techo de la cochera, oliendo fuerte y dulce. No habaen todo el condado otro lugar como aquel patio de granja; ninguno tan pobre y tan magnfico y tan suciocomo aquel cuadrado de barro, desperdicios, madera mala y piedra derruida, donde un puado degallinas viejas y desaliadas escarbaban y ponan huevos mezquinos. En la batea de una pocilga desiertagrazn un pato. Y un mozo joven y un nio se detuvieron junto a una pared baja, mirando y oliendo a unacerda que alimentaba su cra con las tetas en el barro.

    Cuntos lechones hay?Cinco. La maldita se comi uno dijo Gwilym.Los contamos mientras se retorcan y coleaban, rodando sobre sus lomos o sus panzas, empujndose,

  • pellizcndose, apindose y chillando en torno a su madre. Haba cuatro. Los contamos otra vez. Cuatrolechones, cuatro desnudas colitas rosadas que se enroscaban mientras sus bocas engullan y la cerdagrua de alegra y dolor.

    Debe de haberse comido otro dije, y recog una vara y pinch al animal, frotando susembarrados pelos. O a lo mejor un zorro salt la pared suger.

    No fueron ni ella ni el zorro dijo Gwilym. Fue mi padre.Imagin a To, alto, astuto, colorado, agarrando con sus dos manos peludas al lechn que se retorca,

    hundindole sus dientes en el muslo, mascando sus huesos; lo pude imaginar inclinado sobre la pared dela pocilga con las patas del lechn colgndole de la boca.

    To se comi el lechn?En aquel mismo instante, detrs de los cobertizos podridos, estaba hundido en las plumas hasta las

    rodillas, devorando cabezas de gallinas vivas.Lo vendi para pagarse la copa susurr Gwilym amargamente, los ojos clavados en el cielo.

    La Navidad pasada se llev una oveja al hombro y estuvo borracho diez das.La cerda se revolc para acercarse ms al cosquilleante palo, y los lechones que mamaban de ella,

    chillando perdidos en la imprevista oscuridad, se debatieron entre sus rollos y sus bolsas.Ven a ver mi capilla dijo Gwilym.Olvid en seguida al lechn perdido y comenz a hablar de las ciudades que haba visto en una gira

    religiosa: Neath, Bridgend, Bristol, Newport, con sus lagos y sus parques, sus calles brillantes,coloridas, rebosantes de tentaciones. Nos alejamos de la pocilga y de la chasqueada cerda.

    Conoc gran cantidad de actrices dijo.La capilla de Gwilym era el ltimo viejo granero antes del prado que bajaba al ro; se alzaba

    dominando el patio de la granja, sobre una colina cubierta de inmundicia. Tena una gran puerta con unpesado candado, pero poda entrarse fcilmente por los boquetes que haba a cada lado. Mi primo sacun llavero, lo sacudi delicadamente y prob cada una de las llaves en el candado.

    Muy elegante dijo. Las compr en un boliche de Carmarthen.Entramos en la capilla por uno de los boquetes.En el centro haba un carretn polvoriento con el nombre tapado con pintura y una cruz de cal sobre

    el costado.Mi plpito explic, y entr solemnemente en l, trepando por la vara. Sintate en el heno;

    cuidado con las ratas dijo. Y extrayendo nuevamente su voz ms profunda, grit hacia los cielos yhacia las vigas, cubiertas de filas de murcilagos y telaraas colgantes:

    Bendcenos en este santo da, oh Seor!; bendcenos a m y a Dylan y a sta Tu capillita porsiempre jams, amn. He hecho unas cuantas mejoras en este lugar.

    Sentado en el heno mir predicar a Gwilym y o como se alzaba su voz y se quebraba luegohundindose en un susurro, y estallando otra vez en cantos galeses, ya triunfal, ya salvaje, luego dcil. Atravs de un agujero, el sol brillaba sobre sus hombros piadosos.

    Oh, Dios. T ests en todas partes, en todo momento, en el roco de la maana, en la helada delanochecer, en los campos y en el pueblo, en el po y en el pecador, en el gorrin y en el buharro. Tpuedes verlo todo, puedes mirar en el fondo de nuestros corazones, puedes vernos cuando no hayestrellas, en la oscuridad espesa, en la negrura honda, honda, honda. T puedes vernos, espiarnos,observando todo el tiempo, en los rincones oscuros, en las grandes praderas de los vaqueros, bajo las

  • mantas, mientras roncamos, en las terribles sombras; en lo negro, negrsimo. T puedes ver todo cuantohacemos, de noche y de da, de da y de noche; todo, todo; T puedes vernos todo el tiempo.

    Dej caer las manos enlazadas. La capilla del granero qued silenciosa, alanceada de sol. No hubonadie que gritara aleluya! o bendito sea Dios!; yo era demasiado pequeo, estaba demasiado enamoradodel silencio. Afuera grazn el nico pato.

    Ahora har una colecta dijo Gwilym.Baj del carretn, hurg entre el heno y extendi hacia m una lata abollada.No tengo alcanca como la gente dijo.Puse dos peniques en la lata.Es hora de comer anunci, y volvimos a la casa sin decir palabra.Cuando terminamos el almuerzo, dijo Annie:Ponte tu traje nuevo esta tarde. El de rayas.Iba a ser una tarde especial, porque mi mejor amigo, Jack Williams, de Swansea, llegara en

    automvil con su ta rica, a pasar quince das de vacaciones conmigo.Dnde est To Jim?Gwilym imit el grito de un cerdo. Sabamos dnde estaba To: sentado en una taberna, con una

    ternera al hombro y dos lechones asomando el hocico por sus bolsillos; tena los labios manchados consangre de toro.

    Es muy rica Mrs. Williams? pregunt Gwilym.Le cont que tena tres automviles y dos casas; pero era mentira.Es la mujer ms rica de Gales. Una vez fue alcaldesa agregu. Tomaremos el t en la mejor

    habitacin?Annie asinti con la cabeza.Y una lata grande de duraznos dijo.Esa lata vieja est en la alacena desde Navidad intervino Gwilym. Mam la ha estado

    guardando para un da como hoy.Son unos duraznos hermosos dijo Annie, y subi por la escalera a vestirse como para un

    domingo.La mejor habitacin ola a bolas de naftalina, y a pieles, y a humedad, y a plantas muertas, y a aire

    rancio, agrio. Dos vitrinas, apoyadas en una especie de atades de madera, se alineaban contra la paredde la ventana. Se poda mirar hacia el huerto, plagado de yerbajos, a travs de las patas de un zorroembalsamado, sobre la cabeza de una perdiz o del pecho manchado de pintura roja de un rgido patosalvaje. Al otro lado de la estevada mesa haba una vitrina con porcelanas y peltres, chucheras, dientes,broches familiares; sobre la carpeta de recortes haba una gran lmpara de aceite, una Biblia con brochemetlico, un alto vaso con una mujer, envuelta en una tnica, que pareca a punto de baarse en l, y unafotografa enmarcada de Annie, To Jim y Gwilym sonriendo delante de una maceta con helechos. Sobrela repisa de la chimenea haba dos relojes, algunos perros, candelabros de bronce, una pastora, unhombre con falda escocesa y una fotografa coloreada de Annie, con peinado alto y los pechos erguidos.Haba sillas alrededor de la mesa y en cada rincn rectas, curvas, con el tapizado manchado; todas controzos de encaje colgando sobre los respaldos. Una sbana blanca remendada amortajaba el armonio. Lachimenea estaba llena de pinzas, palas y atizadores de bronce. Rara vez se usaba la mejor habitacin.

  • Una vez por semana Annie se pasaba el da all, puliendo, lustrando, sacudiendo; pero la alfombratodava lanzaba una nubecilla gris cuando se la pisaba, el polvo cubra los asientos de las sillas y en lashendiduras del sof se apelotonaban bolas de algodn y roa, estopa y largas crines negras. Sopl sobreel vidrio para ver los cuadros. Gwilym, castillos, vacas.

    Cmbiate el traje ya me dijo Gwilym.Yo quera ponerme el traje viejo, quera parecer un verdadero granjero, con las suelas de los zapatos

    llenas de boiga que sonaba al caminar; y quera ver cmo tena terneros la vaca, cmo se echaba el torosobre ella; y quera correr por la caada, y mojarme las medias, y gritar Arre, hijos de p!, yapedrear las gallinas, y hablar como un granjero. Pero sub la escalera y me puse el traje de rayas. Desdemi dormitorio o el ruido del automvil acercndose al patio de la granja. Era Jack Williams con sumadre.

    Ah estn, en un Daimler! grit Gwilym desde el pie de la escalera, y yo baj corriendo arecibirlos, con la corbata sin hacer y el cabello revuelto.

    Buenas tardes, Mrs. Williams, buenas tardes deca Annie desde la puerta. Entren. Qu lindoda, verdad, verdad, Mrs. Williams? Tuvieron buen viaje? Por aqu, Mrs. Williams; cuidado con elescaln.

    Annie se haba puesto un vestido negro y brillante que ola a naftalina, como las fundas de las sillasde la mejor habitacin; pero haba olvidado de cambiarse las zapatillas, que estaban cubiertas decostras de barro y llenas de agujeros. Indic el camino a Mrs. Williams por el pasillo empedrado,volviendo continuamente la cabeza hacia atrs, cloqueando, nerviosa y ofreciendo excusas por lapequeez de la casa, al par que arreglndose ansiosamente el cabello con una mano corta y spera.

    Mrs. Williams era alta y robusta, con pechos salientes y piernas gruesas; los tobillos hinchadosrebasaban sus zapatos puntiagudos; estaba empavesada como una alcaldesa o como un barco, y entrdetrs de Annie en la mejor habitacin

    Por favor, no se moleste por m, Mrs. Jones; se lo ruego dijo. Antes de sentarse sacudi elasiento con un pauelo de encaje que sac de su cartera. No puedo quedarme, sabe? agreg.

    Oh, pero tiene que tomar una taza de t! dijo Annie, y apart las sillas de la mesa, de modo quenadie pudo moverse, y Mrs. Williams qued encerrada con sus pechos, sus anillos, su cartera; luegoabri el aparador, dejando caer la Biblia al suelo y la recogi limpindola apresuradamente con lamanga.

    Y duraznos agreg Gwilym. Estaba en el pasillo, con el sombrero puesto.Qutate el sombrero y atiende a Mrs. Williams le dijo Annie; coloc la lmpara sobre el

    amortajado armonio, tendi un mantel blanco que tena una mancha de t en el centro, sac la porcelana ypuso cuchillos y tazas para cinco.

    No se moleste por m, se lo ruego insisti Mrs. Williams. Qu zorro tan bonito! Y esgrimiun dedo cargado de anillos en direccin a la vitrina.

    Es sangre de veras le dije a Jack, y trepamos a la mesa por encima del sof.No, no es dijo l; es tinta colorada.Oh, tus zapatos! grit Annie.Si no es tinta, es pintura entonces.Le sirvo una porcin de torta, Mrs. Williams? pregunt Gwilym.Annie hizo chocar las tazas.

  • No hay una sola porcin de torta en la casa dijo. Olvidamos pedirla a la confitera; ni unasola. Oh, Mrs. Williams!

    Mrs. Williams contest:Nada ms que una taza de t; gracias.Todava transpiraba, porque haba hecho a pie todo el trayecto desde el auto, y la transpiracin le

    embadurnaba el polvo de la cara. Hizo chispear los anillos y se enjug el rostro.Tres terrones dijo. Estoy segura de que Jack va a sentirse muy feliz aqu.Feliz como unas pascuas acot Gwilym.Pero comer unos duraznos, verdad? Son hermosos, Mrs. Williams.Debieran serlo; hace tanto que estn aqu! dijo Gwilym.Annie tropez otra vez con las tazas.Duraznos, no; gracias contest Mrs. Williams.Oh, s, Mrs. Williams; uno slito dijo Annie. Con crema.No, no, Mrs. Jones; gracias de todos modos. Si fueran peras; pero no me gustan los duraznos.Jack y yo habamos dejado de charlar. Annie clav la mirada en sus zapatillas. Uno de los dos relojes

    de la repisa tosi, dando la hora. Mrs. Williams se levant de la silla con esfuerzo.Bueno, cmo vuela el tiempo! dijo.Se abri camino entre los muebles, choc contra el trinchante, sacudiendo chucheras y broches, y

    bes a Jack en la frente.Te has puesto perfume dijo Jack.Ella le palme la cabeza.Bueno, prtense bien. Y recuerde, Mrs. Jones agreg dirigindose a Annie en un susurro: nada

    ms que comida sencilla. A no arruinarle el apetito.Annie la sigui fuera de la habitacin; se mova lentamente.Har cuanto pueda, Mrs. Williams.Le omos decir Adis, entonces, Mrs. Williams, bajar los escalones de la cocina y cerrar la puerta.

    El automvil rugi en el patio; despus el ruido se hizo ms suave, hasta morir.Descendimos por la espesa caada, corriendo y gritando, destrozando las plantas con nuestras varas,

    bailando felices. Bajamos el ltimo tramo patinando y frenamos sobre la orilla del arroyo. Arriba habaquedado Gwilym, el tuerto, el del ojo muerto, siniestro, flaco; Gwilym el de las diez cicatrices, cargandosus pistolas en la Granja de la Horca.

    Nos arrastramos disparando nuestras ametralladoras entre los arbustos, nos escondimos a un silbido,en medio del altsimo pasto, y nos quedamos acurrucados, atentos al quebrarse de una ramita o al secretoabrirse de la maleza.

    En cuclillas, ansioso y solitario, proyectando una sombra de bano en medio del bullir de la jungla deGorsehill, mientras saltaban en el aire pjaros y peces imposibles, escondido bajo flores de cuatro tallos,altas como caballos, en la temprana tarde, mi amigo Jack Williams, invisible, estaba cerca de m, enaquella caada prxima a Carmarthen. Sent todo mi cuerpo joven como un animal agitado que merodeara, sent el escozor de las rodillas hincadas, el corazn alborotado; el largo calor entre las piernas,el sudor ardindome en las manos, los tneles que se hundan en mis odos, las bolitas de roa entre losdedos del pie, los ojos en sus rbitas, la voz retenida, el galopar de la sangre, los recuerdos que volaban

  • alrededor y dentro de m, tensos, atentos, esperando el instante para saltar. All, jugando a los indios,tuve conciencia de m mismo en el centro exacto de una historia viva, y mi cuerpo era mi aventura y minombre. Salt, excitado, y otra vez trep a empujones por entre los espinos desgarrantes.

    Te veo! Te veo! grit Jack, y ech a correr detrs de m. Bang! Bang! Muerto!Yo era joven, violento, vivo; pero me dej caer, obediente.Ahora trata de matarme a m dijo Jack. Cuenta hasta ciento.Cerr un ojo, lo vi correr hacia lo alto ruidosamente y luego volver de puntillas y trepar a un rbol; y

    despus cont hasta cincuenta, corr al pie del rbol y lo mat mientras suba.Cae! grit.Se neg a caer, de modo que yo tambin trep, y nos aferramos a las ramas ms altas; y desde arriba

    espiamos el retrete, en una esquina del prado. Gwilym estaba sentado, con los pantalones bajos. Parecapequeo y negro. Estaba leyendo un libro y mova las manos.

    Te estamos viendo! le gritamos.Se subi rpidamente los pantalones y meti el libro en el bolsillo.Te estamos viendo, Gwilym!Sali.Dnde?Agitamos nuestras gorras.En el cielo! grit Jack.Volando! grit yo.Extendimos los brazos como alas.Por qu no vuelan hasta abajo?Nos balancebamos en las ramas, riendo.Pjaros dijo Gwilym.Cuando entramos para recibir nuestra cena y nuestra reprimenda tenamos la ropa desgarrada,

    mojadas las medias, pegajosos los zapatos; musgo verde y corteza en las manos y en las caras. Annieestaba silenciosa esa noche, aunque me llam sinvergenza y dijo que no saba lo que pensara Mrs.Williams; y que Gwilym deba saber mejor lo que haca. Hicimos muecas a Gwilym y le pusimos sal enel t, pero despus de la cena dijo:

    Pueden venir conmigo a la capilla, si quieren. Antes de irse a la cama.Encendi una vela en lo alto de su plpito ambulante. Era poca luz para el enorme granero. Los

    murcilagos se haban ido. Sus sombras an colgaban cabeza abajo a lo largo del techo. Gwilym ya noera mi primo con ropas de domingo, sino un desconocido alto, en forma de pala, vestido con capa. Su vozse volvi demasiado profunda. Las pilas de paja parecan tener vida. Pens en el sermn del carretn:nos miraban, miraban el corazn de Jack, la lengua de Gwilym estaba marcada, mi murmullo Mralelos ojitos sera siempre recordado.

    Ahora recibir vuestras confesiones anunci Gwilym desde el carro.Jack y yo nos pusimos de pie, descubiertos, en el crculo de luz; pude sentir el temblor del cuerpo de

    Jack.T primero.El dedo de Gwilym, brillante como si lo hubiera metido en la llama de la vela hasta quemarlo, me

    seal; di un paso hacia el plpito, alzando la cabeza.

  • Confisate dijo Gwilym.Qu tengo que confesar?Lo peor que hayas hecho.Yo haba dejado que azotaran a Edgar Reynolds a causa de haberle quitado sus deberes; haba robado

    de la cartera de mi madre; haba robado de la cartera de Cwyneth; haba robado doce libros en tresvisitas a la biblioteca y los haba tirado en el parque; haba bebido una copa de mis propios orines paraconocer su gusto; haba golpeado a un perro con una vara para obligarlo a que se acurrucase y me lamierala mano; con Dan Jones, haba espiado por el ojo de la cerradura mientras se baaba la doncella de sucasa; me haba cortado la rodilla con un cortaplumas, haba mojado un pauelo con la sangre y habadicho que me haba salido del odo, para fingir que estaba enfermo y asustar a mi madre; me haba bajadolos pantalones para mostrarle a Jack Williams lo que tena; haba visto cmo Billy Jones golpeaba a unapaloma con el atizador de la chimenea hasta matarla, y me haba redo primero y vomitado despus; conCedrik Williams me haba metido en la casa de Mrs. Samuels y juntos volcamos tinta en las sbanas desu cama.

    Dije:No he hecho nada malo.Vamos, confisate insisti Gwilym. Me miraba con ceo.No puedo! No puedo! grit. No he hecho nada malo.Confisate!No quiero, no quiero!Jack comenz a lloriquear.Gwilym abri la puerta de la capilla y lo seguimos al patio de la granja, pasando junto a los

    cobertizos negros y corcovados en direccin a la casa; Jack solloz durante todo el trayecto. Juntos, ya enla cama, Jack y yo confesamos nuestros pecados.

    Yo tambin rob de la cartera de mam; tena libras y libras.Cunto robaste?Tres peniques.Una vez yo mat a un hombre.No, no puede ser.Te lo juro por Dios! Le pegu un tiro en el corazn.Cmo se llamaba?Williams.Sangr?Pens en el arroyo que lama las paredes de la casa.Como un cerdo dije.Las lgrimas de Jack se haban secado.Gwilym no me gusta. Est loco.No. Una vez encontr un montn de poesas en su cuarto. Todas dedicadas a muchachas. Despus

    me las mostr, pero haba cambiado los nombres de las muchachas por el de Dios.Es religioso.No, no lo es. Sale con actrices. Conoce a Corinne Griffith.

  • Nuestra puerta estaba abierta. A m me gustaba cerrar la puerta de noche porque prefera tener unfantasma dentro del dormitorio a pensar que uno pudiera entrar; pero a Jack le gustaba abierta. Lojugamos a la suerte y gan. Omos chirriar la puerta de enfrente y luego pasos en el pasillo de la cocina.

    Es To Jim.Cmo es?Parece un zorro. Come lechones y pollos.El cielo raso era delgado; podamos or todos los ruidos, el crujido de la silla del bardo, el tintineo

    de los platos, la voz de Annie diciendo:Media noche!Est borracho dije. Guardamos silencio, esperando or alguna pelea.A lo mejor le tira los platos dije. Pero Annie lo reconvino suavemente.sa no es forma de estar, Jim.To murmur algo.Falta un lechn prosigui ella. Oh, por qu haces eso, Jim? Ya no nos queda nada. No

    podremos seguir as.Dinero, dinero, dinero! dijo l. Supe que estaba encendiendo la pipa. Despus la voz de Annie

    se hizo tan baja que no pudimos entender sus palabras, y To dijo:Te pag los treinta chelines?Estn hablando de tu mam le dije a Jack.Durante largo rato Annie habl en voz muy baja; tratamos de pescar sus palabras. Mrs. Williams,

    deca, y automvil, y Jack, y duraznos. Me pareci que lloraba, porque su voz se quebr en laltima palabra.

    La silla de To Jim cruji otra vez; quiz golpeara con el puo la mesa. Le omos gritar:Yo le dar duraznos! Duraznos, duraznos! Quin se cree que es? Es que los duraznos no son

    bastante buenos? Al infierno con su maldito automvil y su maldito hijo. Tratando de ofendernosNo; calla, Jim; vas a despertar a los chicos! dijo Annie.Los voy a despertar, s, y les voy a romper el alma a latigazos tambin!Por favor, por favor, Jim!Tendrs que echar al chico, o lo echar yo! Que se vaya a sus malditas tres casas!Jack se tap la cara con las mantas y solloz en la almohada.No quiero or, no quiero or! Le escribir a mam! Que me lleve!Baj de la cama para cerrar la puerta. Jack no volvera a hablarme. Me qued dormido, acunado por

    las voces de abajo, que se fueron haciendo ms suaves.To Jim no apareci para el desayuno. Cuando bajamos, haban limpiado los zapatos de Jack, y su

    ropa estaba zurcida y planchada. Annie le dio dos huevos duros y uno a m. Y me perdon cuando beb laleche del plato.

    Despus del desayuno, Jack camin hasta el puesto del correo. Yo me llev el collie tuerto para cazarconejos en las colinas, pero el perro, que ladraba a los patos, me trajo un zapato de algn vagabundodesde unos setos y se ech frente a una conejera, agitando el rabo. Tir algunas piedras a la lagunadesierta, y el collie regres cansadamente, trayndome uno de los palos que le arroj.

    Jack se dirigi, malhumorado, hacia la hmeda caada, las manos en los bolsillos, la gorra echada

  • sobre un ojo. Dej al collie oliscando una cueva de topo y trep a lo alto del rbol, en el rincn delretrete. Abajo, Jack jugaba a los indios, cazando cabelleras entre los arbustos, sorprendindose a smismo detrs de los rboles, escondindose en el pasto. Lo llam una vez, pero hizo como que no me oa.Jugaba solo, silenciosa, salvajemente. Lo vi de pie, con las manos en los bolsillos, haciendo equilibrioen el barro, a la orilla del arroyo que corra al pie de la caada. Mi rama cedi de pronto, y las copas delos arbustos subieron hacia m violentamente. Me caigo!, grit, pero mis pantalones me salvaron y meaferr al rbol; fue un instante tremendo de aventura, pero Jack no levant la mirada, y el instante seperdi. Baj, sin dignidad, hasta el suelo.

    Temprano, despus de un almuerzo silencioso, mientras Gwilym lea las Escrituras, escriba himnos alas muchachas o dorma en su capilla, Annie horneaba pan y yo me tallaba un silbato de madera en eldesvn, arriba del establo, o que el automvil se acercaba otra vez al corral de la granja.

    Jack sali corriendo de la casa, al encuentro de su madre, vestido con su mejor traje; y al tiempo queella pisaba las piedras recogiendo su falda, le o decir:

    Y te llam vaca maldita, y dijo que me iba a romper el alma a latigazos, y Gwilym me llev algranero de noche para que me mordieran las ratas, y Dylan es un ladrn, y la vieja me destroz lachaqueta

    Mrs. Williams envi al chofer a buscar el equipaje. Annie acudi a la puerta, tratando de sonrer y dehacer una reverencia, arreglndose el cabello, limpindose las manos en el delantal.

    Buenas tardes dijo Mrs. Williams, y se sent con Jack en la parte trasera del automvil; y losdos contemplaron las ruinas de Gorsehill.

    El chofer volvi. El automvil se alej, espantando a las gallinas. Yo sal corriendo del establo parasaludar a Jack con la mano. Iba muy rgido, sentado junto a su madre. Agit mi pauelo.

  • Una visita a mi abueloEn medio de la noche me despert de un sueo colmado de ltigos y de lazos largos como serpientes,

    con diligencias que huan por pasos montaosos y amplios galones borrascosos a travs de campossembrados de cactos, y o que el viejo, en la habitacin vecina, gritaba: Ea! Ea! haciendotrotar la lengua sobre el paladar.

    Era la primera vez que me quedaba en casa de mi abuelo. Las tablas del suelo haban chillado comoratones cuando trep a la cama, y los ratones que minaban las paredes haban crujido como maderas,como si otro visitante caminara sobre ellos. Era una templada noche de verano, pero las cortinasaleteaban y las ramas golpeaban contra la ventana; yo me haba tapado la cabeza con las sbanas, ypronto galopaba, rugiente, por las pginas de un libro.

    Ea, hermosos! gritaba abuelito. Su voz sonaba muy joven y fuerte, y su lengua tena cascospoderosos y transformaba su habitacin en una inmensa pradera. Decid ir a ver si se senta mal o si sehaban incendiado las ropas de su cama, porque mi madre me haba dicho que sola encender la pipa bajolas mantas, y me haba pedido que corriera a socorrerlo si ola a quemado durante la noche. Atraves laoscuridad de puntillas hasta su puerta, rozando los muebles y haciendo caer un candelabro con granruido. Me asust cuando vi que haba luz en su habitacin, y al abrir la puerta o que abuelito gritabasooo!, fuerte como un toro con megfono.

    Estaba sentado, balancendose de un lado a otro, como si la cama corriera por un camino spero; losbordes nudosos del cubrecama eran sus riendas; sus invisibles caballos se perdan en la sombra, ms allde la vela de su mesa de noche. Sobre el camisn de franela blanca tena puesto un chaleco rojo conbotones de bronce del tamao de nueces. El hornillo de su pipa, rebosante de tabaco, arda entre lospelos de su barba como un manojo de heno quemndose en la punta de una horquilla. Al verme, susmanos soltaron las riendas y se quedaron quietas y azules, la cama se detuvo en medio de un caminollano, la lengua se envolvi en silencio y los caballos se detuvieron, quedos.

    Pasa algo, abuelo? pregunt, aunque sus ropas no se incendiaban. A la luz de la vela su rostropareca una colcha andrajosa colgada en el aire negro y remendada con barbas de chivo.

    Me mir dulcemente. Despus resopl por la pipa, desparramando chispas y transformando su largovstago en silbato, y grit: No hagas preguntas!

    Al cabo de una pausa, aadi astutamente:Nunca has tenido pesadillas, chico?No contest.Oh, s, s has tenido.Le cont que me haba despertado una voz que azuzaba caballos.Qu te dije? interrumpi. Comes demasiado. Dnde se han visto caballos en un dormitorio?Hurg debajo de la almohada, sac una bolsita tintineante, desat cuidadosamente sus cordones y

    puso en mi mano un soberano, dicindome: Cmprate una torta.Le di las gracias y le dese buenas noches. Cuando cerr la puerta, o su voz que gritaba, fuerte y

    alegre: Vamos! Arre!, y el sacudirse de la cama viajera.Por la maana despert de un sueo con briosos caballos sobre una llanura sembrada de muebles, con

    hombres enormes y nebulosos que cabalgaban seis potros a la vez y los azuzaban con sbanas ardientes.

  • Abuelo se desayunaba, vestido de negro. Cuando concluy, dijo: Anoche sopl mucho viento y sesent en un silln junto al hogar, a hacer bolas de turba para el fuego. Ms tarde me llev a caminar porla aldea de Johnstown y los prados que dan al camino de Llanstephan.

    Un hombre que llevaba un galgo dijo:Linda maana, Mr. Thomas y cuando se hubo alejado, flaco como un perro, metindose en el

    verde bosque cuya entrada vedaban los letreros, abuelo dijo: Bueno, bueno, oste cmo te llam?Mster!

    Pasamos junto a pequeas cabaas, y todos los hombres que se inclinaban sobre las verjas felicitaronal abuelo por la hermosa maana. Atravesamos el bosque lleno de palomas, y sus alas quebraron lasramitas al volar hacia las copas de los rboles. Entre las voces dulces y satisfechas y el vuelo ruidoso ytmido, abuelo dijo como un hombre que quiere hacerse or a travs de un campo: Si oyeras esospajarracos de noche, me despertaras para decirme que haba caballos en los rboles!

    Regresamos caminando lentamente, porque se haba cansado, y el hombre flaco sali del bosqueprohibido llevando sobre su brazo un conejo, tan dulcemente como si fuera la mano de una nia.

    En el penltimo da de mi visita me llev a Llanstephan, en un coche de gobernanta tirado por unponey bajito y enclenque. Abuelo pareca conducir un bisonte: con tanta firmeza sostena las riendas, contal ferocidad haca restallar el ltigo, con tantas blasfemias adverta a los muchachos que jugaban en elcamino, con tanta solidez se afirmaba en sus piernas con polainas maldiciendo la endemoniada fuerza y laterquedad de su vacilante poney.

    Cuidado, muchacho! gritaba al llegar a cada esquina, y tiraba y tiraba, y se sacuda, ytranspiraba, y esgrima el ltigo como si fuera un sable. Y cuando el poney, a duras penas, haba dobladola esquina se volva hacia m con una sonrisa de triunfo.

    Ya pasamos sa, muchacho!Cuando llegamos a la aldea de Llanstephan, en lo alto de la colina, dej el carricoche junto a la

    Hostera de Edwinsford, palme el hocico del poney y le dio azcar, dicindole: Eres demasiadodbil, Jim, para mover hombres como nosotros.

    Bebi cerveza fuerte, y yo limonada, y pag a Mrs. Edwinsford con un soberano que extrajo de labolsita tintineante; la mujer le pregunt por su salud, y l dijo que Llangadock era mejor para las venas.Fuimos a visitar el camposanto y el mar, nos sentamos en el bosque y nos detuvimos en el quiosco, enmedio de los rboles, donde los excursionistas cantaban en las noches de verano y, ao tras ao, el tontode la aldea era elegido alcalde. Abuelo se detuvo en el camposanto y me mostr, por encima de la verja,las cabezas anglicas y las pobres cruces de madera.

    No tiene sentido estar tirado ah dijo.El viaje de regreso fue frentico: Jim volva a ser un bisonte.La ltima maana me despert tarde, tras sueos en los que el mar de Llanstephan contena brillantes

    veleros, largos como transatlnticos; y coros celestiales, vestidos con tnicas de bardos y chalecos conbotones de cobre, cantaban, en extrao gals, para los marineros que partan. Abuelo no estabadesayunndose; se haba levantado ms temprano. Camin por el campo con mi honda nueva y les tir alas gaviotas y a las cornejas de los rboles de la vicara. Un viento tibio soplaba desde el cuadrante deverano; la niebla maanera se alzaba del suelo y flotaba entre los rboles escondiendo los pjarosruidosos; en la niebla y el viento mis piedras volaban como granizo en un mundo al revs. La maanatranscurri sin que cayera un solo pjaro.

  • Romp la honda y regres para el almuerzo atravesando el huerto del prroco. Una vez me habacontado abuelo el prroco haba comprado tres patos en la feria de Carmarthen y haba construido paraellos una pileta en medio del jardn; pero los patos se escapaban hacia la acequia por debajo de ladesmoronada escalinata de la casa, y all nadaban y graznaban. Cuando llegu al final del huerto, mirpor un agujero del cerco y vi que el prroco haba hecho un tnel a travs de la pila de piedras que habaentre la acequia y la pileta y haba colocado un cartel con un letrero: A LA PILETA.

    Los patos seguan nadando bajo los escalones.Abuelo no estaba en la casa. Sal al jardn, pero tampoco andaba contemplando los frutales. Pregunt

    a gritos a un hombre que se inclinaba sobre una pala, en el prado, del otro lado del cerco del jardn.No ha visto a mi abuelo esta maana?Sin dejar de cavar, contest por encima del hombro:Lo vi con chaleco de fantasa.Griff, el barbero, viva en el cottage vecino. A travs de su puerta abierta, pregunt: Mr. Griff, no

    ha visto a mi abuelo?El barbero sali en mangas de camisa.Se puso su mejor chaleco le inform. No saba si eso era importante; pero abuelo slo usaba

    chaleco de noche.Tu abuelo estuvo en Llanstephan? pregunt ansiosamente Mr. Griff.Fuimos ayer, en el carricoche le dije.El hombre entr corriendo y lo o hablar en gals; luego volvi a salir con la chaqueta puesta y un

    bastn con rayas de color. A grandes zancadas ech por la calle de la aldea, y yo corr a su lado.Cuando nos detuvimos frente a la tienda del sastre, grit: Dan! y Dan Tailor se asom por la

    ventana, junto a la cual se sentaba como un sacerdote hind con sombrero hongo. Dai Thomas ha salidocon el chaleco puesto dijo Mr. Griff y ha estado en Llanstephan.

    Mientras Dan Tailor buscaba su gabn, mster Griff prosigui su camino.Will Evans! llam frente a la carpintera. Dai Thomas ha estado en Llanstephan, y anda con

    el chaleco puesto.Ir a contrselo a Morgan dijo la mujer del carpintero desde la oscuridad vibrante de la

    carpintera.Visitamos la carnicera y la casa de Mr. Price, y Mr. Griff repiti su mensaje como un pregonero.Finalmente nos reunimos todos en la plaza de Johnstown. Dan Tailor con su bicicleta, Mr. Price con

    su carricoche, Mr. Griff, el carnicero; Morgan Carpenter y yo trepamos al temblequeante carruaje ysalimos al trote en direccin a Carmarthen. El sastre abra la marcha, haciendo sonar su timbre como sise tratara de un incendio o un robo; al final de la calle, una anciana se meti corriendo en su casa, comouna gallina apedreada. Otra mujer nos salud con un pauelo chilln.

    Adnde vamos? pregunt.Los vecinos de abuelo eran solemnes como esos viejos con levitones y sombreros negros que se ven

    en las ferias.Mr. Griff sacudi la cabeza y se lament:No esperaba esto otra vez de Dai Thomas.Sobre todo despus de la ltima vez dijo tristemente Mr. Price.

  • Seguimos al trote, trepamos la colina de la Constitucin, entramos chirriando por Lammas Street, y elsastre segua haciendo sonar el timbre de su bicicleta, mientras un perro corra aullando, delante de susruedas. Cuando entramos clop, clop en la calle adoquinada que conduca al puente del Towy,record los ruidosos viajes nocturnos del abuelo, aquellos viajes que sacudan la cama y estremecan lasparedes, y en una visin record su chaleco rojo y su cabeza como remendada sonriendo a la luz de lavela. Delante de nosotros el sastre se volvi sobre el silln, y la bicicleta trastabill, patinando.

    All lo veo! grit.El carricoche se zarande sobre el puente, y alcanc a ver al abuelo: los botones del chaleco

    brillaban al sol; tena puestos los ajustados pantalones negros de los domingos y un sombrero alto ypolvoriento que yo haba visto en un arcn del desvn, y llevaba una venerable maleta.

    Buenos das, Mr. Price! salud. Y mster Griff, y Mr. Morgan, y Mr. Evans y dirigindosea m: Buenos das, muchacho.

    Mr. Griff le apunt con su bastn de colores.Qu se cree usted que est haciendo en el puente de Carmarthen, en pleno medioda pregunt

    gravemente, con su mejor chaleco y ese sombrero viejo?Abuelo no contest, pero inclin su rostro hacia el viento del ro, de modo que sus barbas empezaron

    a bailar y a moverse como si hablara, y se puso a observar los boteros que se movan como tortugas en lacosta.

    Mr. Griff alz su mutilado poste de barbero.Y adnde cree que va dijo con su vieja maleta negra?Abuelo dijo:Voy a Llangadock a que me entierren. Y mir los botes que se deslizaban en el agua, y escuch a

    las gaviotas que se quejaban sobre el ro lleno de peces tan amargamente como se quejaba Mr. Price: Pero todava no ha muerto, Dai Thomas!

    Abuelo reflexion durante un momento:No tiene sentido estar muerto en Llanstephan dijo despus. El suelo es ms cmodo en

    Llangadock; uno puede estirar las piernas sin meterlas en el mar.Los vecinos se acercaron ms a l.Usted no ha muerto, Mr. Thomas dijeron.Cmo van a enterrarlo, entonces?Nadie piensa enterrarlo en Llanstephan.Vamos a casa, Mr. Thomas!Hay cerveza fuerte esta tarde.Y tortas!Pero abuelo permaneca firme en el puente, aferrando la maleta contra su costado, mirando fijamente

    el ro y el cielo como un profeta que no tiene dudas.

  • Patricia, Edith y ArnoldEl chiquillo, en su mquina invisible, el Expreso de Cwmdonkin, con las ruedas deslumbrantes

    chirriando por el jardincillo trasero sembrado de mendrugos para los pjaros y blanco an con la nievede la vspera, cuyo vapor se elevaba, tenue y plido, como aliento en el fro de la tarde, pas haciendosonar el silbato bajo la cuerda de la ropa, volc el plato del perro junto a la parada del lavadero yresopl, aminorando la marcha, mientras la muchacha bajaba el palo y descolgaba la ropa mostrando lasmanchas oscuras debajo de sus brazos. Le grit, por encima de la pared: Edith! Edith! Ven, quierohablarte.

    Edith trep sobre dos bateas, al otro lado de la pared, y contest: Aqu estoy, Patricia asomandola cabeza por encima de los vidrios rotos.

    El chico hizo retroceder al Gals Volante desde el lavadero hasta la puerta abierta de la carbonera, ytir con fuerza del freno, que era un martillo que tena en el bolsillo. Los asistentes uniformadoscorrieron a cargar combustible; convers con un fogonero que se cuadr delante de l, y la mquinaprosigui su viaje, bufando alrededor de la Muralla China erizada de alambre de pas para que noentraran los gatos, a lo largo de los ros helados del desage y dentro del tnel de la carbonera. Perodurante todo el tiempo escuchaba cuidadosamente, en medio de los chirridos y los silbatos, a Patricia y ala sirvienta de al lado, que trabajaba para Mrs. Lewis, conversando en lugar de trabajar, llamandomistress T. a su madre y hablando con rudeza de mistress L.

    Oy que Patricia deca:Mrs. T. no vuelve hasta las seis.La vieja L. fue a Neath a ver a Mr. Robert contest Edith desde la puerta de al lado.Mr. Robert anduvo de jarana otra vez susurr Patricia.Jarana, parra, barra! canturre el chico saliendo de la carbonera.Si te ensucias la cara, te mato le dijo distradamente Patricia.Pero no intent impedir que trepara a la pila de carbn. El chico se detuvo en lo alto, el Rey del

    Castillo de Carbn, tocando el techo con la cabeza, y escuch las voces preocupadas de las muchachas.Patricia casi lloraba, Edith sollozaba tambalendose sobre las inestables bateas.

    Estoy parado encima del carbn grit, y esper que se manifestara la ira de Patricia.No quiero ir a verlo deca sta. Ve t sola.Pero debemos ir juntas contest Edith. Tengo que saberlo.Yo no lo quiero saber.No puedo soportarlo, Patricia; tienes que venir conmigo.Ve t sola; te est esperando.Por favor, Patricia!Estoy echado de boca sobre el carbn dijo el chico.No, hoy te toca a ti. No lo quiero saber. Slo quiero pensar que me quiere.Oh, por favor, Patricia; hay que ser sensata! Vienes o no? Tengo que or lo que dice.Bueno; est bien. Dentro de media hora. Te llamar por la pared.Es mejor que te apresures dijo el chico. Estoy sucio como el diablo.Patricia corri a la carbonera.

  • Qu modo de hablar! Sal de ah en seguida! grit.Las bateas comenzaron a moverse, y Edith desapareci.No vuelvas a usar ese lenguaje! Oh, el traje! Patricia lo llev adentro, y le hizo cambiar la

    ropa delante de ella.De otro modo, no s qu va a pasar.El chico se quit los pantalones y se puso a bailar alrededor de ella, gritando: Mrame, Patricia!No seas indecente, o no te llevo al parque.Entonces voy al parque?S, vamos al parque; t, yo y Edith, la chica de al lado.Se visti cuidadosamente, para no enojarla, se escupi en las manos antes de peinarse. La muchacha

    pareci no notar su silencio y su prolijidad. Tena las grandes manos entrelazadas y miraba fijamente elbroche blanco de su pecho. Era una muchacha alta y slida, con manos como pies y hombros anchoscomo los de un hombre.

    Estoy presentable? pregunt el chico.Qu palabra ms larga! dijo ella, y lo mir con cario. Luego lo alz y lo sent sobre la cmoda

    . Ahora ests tan alto como yo.Pero no soy tan viejo.El chico saba que esa tarde poda suceder cualquier cosa; poda nevar lo suficiente como para

    deslizarse sobre una bandeja; podan llegar tos de Amrica aunque l no tena tos, con revlveresy perros de San Bernardo; poda incendiarse el negocio de Ferguson y desparramarse por la calle todossus envoltorios. Por eso no se sorprendi cuando la muchacha apoy su pesada cabeza de largos cabellosnegros lacios sobre su hombro, y susurr en su cuello: Arnold; Arnold Matthews.

    Bueno, bueno dijo el chico, y frot la raya de sus cabellos con un dedo, se gui a s mismo enel espejo, detrs de ella, y espi por la espalda de su vestido.

    Ests llorando?No.S que lloras. Me ests mojando.La muchacha se sec los ojos con la manga.No vayas a contar que estuve llorando.Se lo voy a contar a todos. Se lo contar a Mrs. T. y a Mrs. L. Se lo contar al polica y a Edith, y a

    mi pap y a Mr. Chapman Patricia llor sobre mi hombro como una cabra, estuvo llorando dos horas,llor como para llenar una olla. No; en serio: no dir nada.

    Apenas salieron hacia el parque comenz a nevar. Grandes copos comenzaron a caerinesperadamente sobre la colina rocosa y el cielo se oscureci como si anocheciera, aunque eran slo lastres de la tarde. Otro chico en algn patio, detrs de las casas, grit al caer los primeros copos. Mrs.Ocky Evans abri la ventana de arriba y asom la cabeza y las manos, como para atrapar la nieve. Elchico aguard, sin nimo de rebelarse, a que Patricia dijera: Pronto; volvamos, que nieva!, y loencerrara el resto del da para que no s mojara los pies. Patricia no debe de haber notado la nieve,pens en lo alto de la colina, aunque aqulla caa pesadamente golpendole la cara, cubrindole elsombrero negro. No se atrevi a hablar por miedo a despertarla en momentos en que tomaban el caminoque conduca al parque. Se retras un poco para quitarse la gorra y recoger nieve con la boca.

  • Ponte la gorra dijo Patricia, volvindose. O quieres morirte de un enfriamiento? Le guardla bufanda, y dijo a Edith: Te parece que estar, con esta nieve? Tiene que estar, verdad? Siempreme esperaba all los viernes, con bueno o mal tiempo.

    Tena la punta de la nariz colorada y las mejillas le ardan como carbones; pareca ms buena mozaen la nieve que en verano, cuando el cabello se le pegaba a la frente y una mancha tibia se extenda por suespalda.

    Estar dijo Edith. Un viernes cay granizo y estaba. No tiene adonde ir; siempre est all.Pobre Arnold!

    Edith pareca blanca y limpia, con su abrigo con un pedazo de piel; era la mitad de grande quePatricia, caminaba por la espesa nieve como si fuera de compras.

    Siempre hay milagros dijo en voz alta el chico.El milagro era que Patricia lo dejara caminar por la nieve; el milagro era andar paseando en la

    tormenta con dos muchachas mayores. Se sent en el camino.Estoy en un trineo dijo. Empjame, Patricia; arrstrame como si fueras un perro de esquimal.Vamos; arriba, tonto, o te llevo a casa.Vio que no lo deca en serio.Querida Patricia, hermosa Patricia dijo. Empjame.Si dices malas palabras, ya sabes a quin lo voy a contar.A Arnold Matthews dijo el chico.Patricia y Edith se acercaron.Se da cuenta de todo cuchiche Patricia.Me alegro de no estar en tu lugar dijo Edith.Oh dijo Patricia, tomndole la mano y apretndola contra su brazo.Soy un nio mimado, soy un nio mimado! Patricia me mima! chill el chico.Pronto el parque estara totalmente blanco; ya se desdibujaban los rboles alrededor del lago y de la

    fuente, y una nube ocultaba el colegio, sobre la colina. Patricia y Edith tomaron el empinado sendero quellevaba al refugio. Siguindolas sobre el csped prohibido, el chico se dej resbalar hasta dar de cabezaen un matorral; pero el golpe y las espinas slo le hicieron gritar, sin lastimarlo. Las muchachascuchicheaban tristemente. Se sacudieron las ropas en el refugio desierto, desparramando nieve sobre losbancos, y se sentaron, todava juntas, al lado de la ventana de la cancha de bowling.

    Llegamos justo a la hora dijo Edith. Es difcil la puntualidad con esta nieve.Puedo jugar por ah?Patricia asinti con la cabeza.Juega sin gritar, y no te llenes de nieve.Nieve, nieve, nieve! dijo el chico, y recogi un montn del suelo e hizo una bola.A lo mejor encontr trabajo dijo Patricia.Arnold? No.Y si no viene?Tiene que venir, Patricia; no digas esas cosas.Trajiste tus cartas?Estn en mi cartera. Cuntas tienes t?

  • No las he contado.Mustrame una de las tuyas dijo Patricia.El chico ya se haba acostumbrado a su charla; le parecieron viejas y tontas, sentadas en el refugio

    vaco, sollozando por nada. Patricia lea una carta moviendo los labios.A m me deca lo mismo dijo. Que yo era su estrella.Comenzaba Corazn mo?Edith se deshizo en grandes lgrimas de verdad. Con una bola de nieve en su mano, el chico la vio

    sacudirse en su banco y esconder el rostro en el nevado abrigo de Patricia.Palmendole la cabeza para calmarla, dijo Patricia:Cuando venga le dir lo que pienso!Cuando venga quin?El chico arroj la bola de nieve. En el parque silencioso, el llanto de Edith se alzaba claro y agudo

    como un silbato. Haciendo como que desconoca a las muchachas, alejndose de ellas en caso de quepasara algn extrao un hombre con botas hasta los muslos o algn muchacho burln de Uplands, elchico se puso a apilar nieve contra el alambrado de la cancha de tenis, hundiendo las manos en sublancura como un panadero en la masa. Cuando comenzaba a dividir la nieve en panes, dicindose por lobajo: As se hace, seoras y seores, Edith alz la cabeza y dijo: Patricia, promteme que no teenojars con l. Seamos amigos todos.

    Escribirnos Corazn mo a las dos! dijo Patricia, enojada. Alguna vez te quit loszapatos y te tir de los dedos y?

    No, no; cllate! No debes hablar as; no sigas! Edith apret los dedos contra sus mejillas. S,s dijo.

    Alguien le ha estado tirando de los dedos de los pies a Edith, se dijo el chico y corri al otro ladodel refugio, riendo. Edith fue al mercado ri en voz alta, y se contuvo al ver un joven sin abrigo,sentado en un rincn, soplndose las manos. El joven tena una bufanda blanca y gorra a cuadros. Cuandovio al chico se ech la gorra sobre los ojos. Tena las manos azuladas y las puntas de los dedosamarillentas.

    El chico corri de vuelta a donde estaba Patricia.Patricia, hay un hombre! grit.Dnde hay un hombre?Al otro lado del refugio. No tiene abrigo y se est soplando las manos.Edith se incorpor de un salto.Es Arnold!Arnold Matthews, Arnold Matthews, sabemos que ests ah! grit Patricia hacia el otro lado del

    refugio, y al cabo de un largo minuto el joven, quitndose la gorra y sonriente, apareci en la esquina y seapoy contra un pilar de madera.

    Los pantalones de su lustroso traje azul eran anchos en las bocamangas, los hombros altos, fuertes yafilados; sus puntiagudos zapatos de charol brillaban; del bolsillo superior de su chaqueta asomaba unpauelo rojo; no pareca haber andado por la nieve.

    Quin iba a imaginar que las dos se conocan! dijo en voz alta, enfrentando a las muchachas deojos enrojecidos y al chiquillo inmvil y boquiabierto que estaba al lado de Patricia con los bolsillos

  • llenos de bolas de nieve.Patricia sacudi la cabeza y el sombrero le cay sobre un ojo.Ven y sintate aqu, Arnold Matthews; tienes que contestar algunas preguntas! dijo con su voz

    de da de lavado, enderezando el sombrero.Edith la agarr del brazo.Oh, Patricia, me prometiste Tir de la punta de su pauelo; una lgrima rod por su mejilla.Arnold dijo en voz baja:Dile al chico que se vaya a jugar.El chico corri atrs del refugio otra vez, y cuando volvi, oy que Edith deca: Tienes un agujero

    en el codo, Arnold. Y vio que el joven pateaba la nieve y miraba fijamente los nombres y loscorazones grabados en la pared detrs de las cabezas de las muchachas.

    Con quin paseabas los mircoles? pregunt Patricia. Sus manos, torpes, sostenan la carta deEdith contra las arrugas de su pecho salpicadas de nieve.

    Contigo, Patricia.Y con quin paseabas los viernes?Con Edith, Patricia. Y dirigindose al chico: A ver, hijo, a que no eres capaz de hacer una

    bola de nieve del tamao de una pelota de ftbol?S, y de dos tambin.Arnold se volvi hacia Edith y pregunt:Cmo conociste a Patricia Davies? T trabajas en Brynmill.He empezado a trabajar en Cwmdonkin dijo ella. Como no te vea desde entonces, no pude

    contrtelo. Iba a decrtelo hoy, pero hoy lo descubr todo. Cmo pudiste, Arnold? Yo, mis das desalida y Patricia los mircoles.

    La bola de nieve se haba transformado en un hombrecillo con la cabeza sucia y torcida y el rostrolleno de ramitas, con gorra de chico y fumando un lpiz.

    No quise hacer ningn dao dijo Arnold. Las quiero a las dos.Edith chill. El chico se sobresalt y el hombrecillo de nieve se derrumb, con la espalda quebrada.No mientas! Cmo puedes querernos a las dos? grit Edith, amenazando a Arnold con la

    cartera. La cartera se abri, y un paquete de cartas cay sobre la nieve.No te atrevas a recoger esas cartas! dijo Patricia.Arnold no se haba movido. El chico buscaba su lpiz entre las ruinas del hombrecillo de nieve.Tienes que elegir, Arnold Matthews; aqu y ahora.Ella o yo dijo Edith.Patricia le volvi la espalda. Edith, con la cartera abierta colgando de su mano, permaneci inmvil.

    Un remolino de nieve desdobl la primera pgina de una carta.Las dos estis muy nerviosas dijo el joven. Sentaos y conversemos. No llores as, Edith.

    Cientos de hombres quieren a ms de una mujer; continuamente ests leyendo cosas as. Danos unaoportunidad, Edith; s buena.

    Patricia mir los corazones y las flechas y los nombres envejecidos. Edith vio cmo se doblaban lascartas.

    T, Patricia susurr Arnold.Todava Patricia le volva la espalda. Edith abri la boca para llorar y l se llev un dedo a los

  • labios y cuchiche algo muy bajo para que Patricia no oyera. El chico lo vio calmarse y prometer a Edith;pero Edith volvi a llorar y sali corriendo del refugio, camino abajo, la cartera golpeando sobre sucostado.

    Patricia dijo Arnold: mrame. Tena que decirlo. Te quiero a ti, Patricia.El chico se inclin sobre el hombrecillo de nieve y encontr su lpiz atravesndole la cabeza.

    Cuando se puso de pie, Patricia y Arnold estaban cogidos de los brazos. La nieve chorreaba de susbolsillos, se derreta en sus zapatos, se escurra por el cuello, dentro de su chaleco.

    Mira cmo te has puesto dijo Patricia, abalanzndose sobre l y tomndolo de las manos.Empapado!

    No es ms que un poco de nieve dijo Arnold, solo de pronto en el refugio.Un poco de nieve! Est helado, y tiene los pies como esponjas! Vamos a casa en seguida!Los tres bajaron por el camino nevado; las huellas de Patricia eran grandes como pisadas de caballo.Mira, se ve nuestra casa! Tiene el techo blanco!En seguida llegamos, querido.Quiero quedarme y hacer un hombre de nieve como Arnold Matthews!Shh! Tu mam te estar esperando. Tenemos que ir a casa.No; no me espera. Se ha ido de jarana con Mr. Robert.Sabes muy bien que tu mam ha salido de compras con Mrs. Partridge. No debes inventar

    mentiras!Bueno, Arnold Matthews tambin dijo mentiras! Dijo que te quera a ti ms que a Edith, y detrs

    de ti le deca cosas a ella.Te juro que no, Patricia; te juro que no quiero a Edith!Patricia se detuvo.No quieres a Edith?No; te quiero a ti! Es a ti a quien quiero, no a ella! Oh, Dios mo, qu da! No me crees? A ti,

    Patricia, a ti. Edith no es nada. Sola encontrarme con ella Siempre ando por el parque.Pero le dijiste que la queras.El chico los mir asombrado. Por qu estaba tan enojada y seria Patricia? Tena el rostro arrebatado

    y le brillaban los ojos. Su pecho se agitaba. A travs de un agujero de sus medias vio los largos pelosnegros de su pierna. Tiene la pierna tan gruesa como mi cintura, pens.

    Tengo fro, quiero t, tengo nieve en la bragueta.Arnold retrocedi lentamente por el camino.Tena que decirle eso; si no, no se iba. Tena que decrselo, Patricia! T viste cmo estaba. La

    odio! Te lo juro!Bang, bang! dijo el chico.Patricia aporreaba a Arnold, tiraba de su bufanda, lo golpeaba con los codos. Lo empuj camino

    abajo y grit a voz en cuello: Yo te ensear a mentirle a Edith! Cerdo! Yo te ensear a destrozarleel corazn!

    Arnold se escud la cara con las manos, mientras retroceda tambaleando.Patricia, Patricia, no me pegues; hay gente!En el momento en que Arnold caa, dos mujeres con los paraguas abiertos espiaron a travs de un

  • remolino de nieve, situadas detrs de un arbusto.Patricia se irgui sobre l:Le mentiste a ella y me mentiste a m! Levntate, Arnold Matthews!Arnold se puso de pie, se arregl la bufanda, se limpi los ojos con el pauelo colorado, alz la

    gorra y se dirigi hacia el refugio.Y en cuanto a ustedes dijo Patricia volvindose y dirigindose a las mujeres que miraban:

    Deberan avergonzarse! Dos viejas jugando en la nieve!Las mujeres se escondieron detrs del rbol.Patricia y el chico regresaron tomados de la mano al camino alto.Dej la gorra junto al hombre de nieve dijo el chico. Es la gorra con los colores de

    Tottenham.Corre a buscarla dijo ella. No te puedes mojar ms de lo que ests.Encontr la gorra tapada por la nieve. En un rincn del refugio estaba Arnold sentado, leyendo las

    cartas que Edith haba dejado caer, volviendo lentamente las pginas mojadas. No vio al chico, y elchico, oculto detrs del pilar, no lo interrumpi. Arnold ley todas las cartas cuidadosamente.

    Cunto tardaste para encontrar tu gorra! lo recrimin Patricia. Viste al muchacho?No. Se haba ido.Ya en casa, en el abrigado vestbulo, Patricia le hizo cambiar de ropas otra vez. El chico tendi las

    manos hacia el fuego, hasta quemarse.Se me queman las manos dijo, y la cara y los pies.Despus que lo hubo consolado, Patricia dijo:Bueno, ya pas. Ya no duele. Iba de un lado a otro de la habitacin. Todos hemos llorado

    bastante hoy.

  • La peleaYo estaba parado al final del patio de abajo, molestando a Mr. Samuels, que viva justamente al pie

    de la alta verja. Una vez por semana mster Samuels se quejaba de que los muchachos del colegioarrojbamos manzanas y piedras por la ventana de su dormitorio. Estaba sentado en una tumbona, en suprolijo jardincillo cuadrado, tratando de leer un peridico. Yo estaba a pocos pasos de l y lo mirabafijamente. l finga no verme, pero saba que l no ignoraba que yo estaba mirndolo, terco, silencioso.De vez en cuando me espiaba desde detrs del peridico y me vea serio, silencioso, solitario, los ojosclavados en los suyos. Mi idea era regresar a casa apenas consiguiera hacerle perder la paciencia. Yaera tarde para el almuerzo. Lo tena casi vencido. El peridico temblaba en sus manos, y l respirabaagitadamente cuando un chico desconocido, a quien no o aproximarse, me empuj hacindome rodar porla loma.

    Le tir una piedra a la cara. El chico se quit las gafas, las guard en el bolsillo, se quit la chaqueta,la colg cuidadosamente en la verja y atac. Al girar, mientras luchbamos en lo alto de la loma, vi queMr. Samuels haba dejado el peridico doblado y se haba puesto de pie para mirarnos. Fue un errorvolverme. El adversario me golpe dos veces en la nuca. Mr. Samuels salt de entusiasmo al verme caercontra la verja. Me revolqu en el polvo, acalorado, rasguado, mordido, y luego me levant y me lancde cabeza contra la barriga del chico, cayendo uno sobre el otro. Vi, con un ojo que comenzaba acerrrseme, que le sangraba la nariz. Le pegu all. l me rompi el cuello de la camisa y me arrastrtirndome del pelo.

    Bien, bien! o que gritaba Mr. Samuels.Entonces los dos nos volvimos contra l. Agitaba los puos y corra de un lado a otro del jardn. Se

    detuvo, carraspe, se enderez el panam, esquiv nuestras miradas, volvi la espalda y regreslentamente a su asiento.

    Los dos le arrojamos puados de grava.Le voy a dar bien! grit el chico, mientras corramos a travs del patio alejndonos de los

    gritos de Mr. Samuels y bajbamos los escalones de la loma.Caminamos juntos hasta mi casa. Yo, admirando su nariz sanguinolenta. l, mi ojo hinchado como un

    huevo duro, slo que negro.Nunca vi tanta sangre dije.l contest que yo tena el mejor ojo en compota de Gales, tal vez de Europa; apostaba a que Tunney

    nunca haba tenido uno igual.Y t tienes la camisa llena de sangre.A veces sangro mucho dijo el chico.En Walter's Road nos cruzamos con un grupo de colegialas; torc mi gorra, rogando que mi ojo

    estuviera grande como un puo, y l abri la chaqueta para mostrar sus manchas de sangre.Durante el almuerzo me sent un perfecto matn, un matasiete, tan malo como lo peor de los arrabales;

    pero deba ser ms respetuoso, de modo que guard silencio, como Tunney, mientras coma el budn depatata. Esa tarde fui al colegio con un ojo tapado.

    Si hubiera tenido una tira de seda negra me hubiera sentido tan feliz y tan desesperado como elcapitn herido del libro que sola leer mi hermana, y que yo tambin lea de noche bajo las mantas,

  • escondido, iluminndome con una linterna.En el camino, un chico de una escuela inferior, de esas en las que los padres no pagan, me grit

    Tuerto! con voz spera. No le prest atencin y segu mi camino silbando, el ojo sano clavado en lasnubes de verano que navegaban en lo alto, ms all de todo insulto, por encima de Terrace Road.

    El profesor de matemticas dijo:Veo que Mr. Thomas, all en el fondo de la clase, ha estado forzando la vista. Pero no

    precisamente estudiando sus lecciones; no les parece, caballeros?Gilbert Rees, que estaba a mi lado, fue el que ri ms fuerte.Te voy a romper una pierna a la salida le dije.Gilbert cojo, aullando, subiendo al despacho del director. Profundo silencio en el colegio. El portero

    trayndome un mensaje en bandeja. Saludos del director, seor, y si quiere usted subir en seguida, porfavor. Cmo le rompi usted la pierna a este muchacho? Gilbert: Oh, qu dolor, quiero morir!Una pequea toma, deca yo. A veces me olvido de la fuerza que tengo. Lo siento. Pero no hay quepreocuparse. Permtame mirarle la pierna, seor. Un rpido manipuleo, el clic de un hueso. DoctorThomas, seor, a sus rdenes. Mrs. Rees, de rodillas. Cmo puedo agradecerle? Oh, no es nada, enabsoluto, mi querida seora. Lvele las orejas todas las maanas. Trele el comps a la basura.Vulquele la tinta roja y verde en el lavabo.

    Durante la clase de Mr. Trotter dibujbamos muchachas desnudas, con escasa exactitud, en hojas depapel escondidas bajo nuestros dibujos del florero, y las pasbamos por los bancos. Algunos de losdibujos tenan detalles extraos, otros terminaban en colas como de sirena. Gilbert Rees slo dibujaba elflorero.

    Se acuesta usted con su seora, seor?Cmo dice?Dije si me puede prestar el cortaplumas, seor.Qu haras si tuvieras un milln de libras?Me comprara una Bugatti, y un Rolls, y un Bentley, y correra a ciento cincuenta por hora en la

    playa de Pendine.Yo me comprara un harn y metera en l a las chicas del gimnasio.Yo me comprara una casa como la de mistress Cotmore-Richard, pero el doble de grande, con una

    cancha de ftbol, y un garaje como la gente, con mecnicos y con un aparato para levantar coches.Y un bao grande, grande como el pabelln de Melba, con el retrete acolchado, y cadenas de oro,

    yYo fumara cigarrillos con boquillas de oro verdadero, mejores que los MorrisYo me comprara todos los trenes del ferrocarril, y slo podran viajar los chicos de cuartoMenos Gilbert ReesDnde es lo ms lejos que has estado?En Edimburgo.Mi padre estuvo en Salnica durante la guerra.Dnde queda eso, Cyril?Cyril, cuntanos lo de Mrs. Pussie Edwards en Hannover Street.Bueno, mi hermano dice que l es capaz de todo.Por abajo de la cintura, en mi dibujo, puse lo que mi desaforada imaginacin me dict, y escrib

  • Pussie Edwards en letras pequeas al pie de la pgina.Cave!Escondan los dibujos!Te apuesto a que un galgo corre ms que un caballo.A todos nos gustaba la clase de dibujo, salvo a Mr. Trotter.Por la tarde, antes de ir a visitar a mi nuevo amigo, me sent en el dormitorio junto al radiador y me

    puse a leer mi cuaderno de ejercicios, lleno de poemas. En las paredes de mi dormitorio haba retratosde Shakespeare, un Walter de la Mare arrancado del Bookman de Navidad de mi padre, RobertBrowning, Stacy Aumonier, Rupert Brooke, un hombre barbudo que descubr que era Whittier, LaEsperanza de Watt y un certificado de escuela dominical que me avergonzaba de querer arrancar. Unpoema que me haban publicado en la seccin Gales al da del Western Mail estaba pegado paravergenza ma en el espejo; pero la vergenza ya se iba desvaneciendo. A travs del poema haba escritocon pluma de ganso y grandes floreos: Homero aprueba. Continuamente esperaba la ocasin de traeralguien a mi dormitorio: Entre en mi cueva y excuse la desprolijidad; sintese. No, en sa no; estrota! Y forzarlo a ver el poema como por accidente. Lo puse ah para que me avergence. Pero nadieentraba nunca, salvo mi madre.

    Caminando hacia la casa de mi amigo, al hacerse la noche, a travs de desiertas avenidas bordeadasde rboles, recit trozos de mis poemas y o mi voz en Park Drive como si fuera la voz de un extrao,acompaada por el taconeo de mis botas claveteadas, alzndose muy dulcemente en el sereno anochecerde otoo.

    Mi mente est conformadacomo un tejido.Velados y apasionadosson los pensamientos que nacende su fuente de furtivo deseoembelesada por la miseria del demonio.

    Si hubiera mirado hacia el camino desde una ventana habra visto al muchachito de gorra escarlata ygrandes botas caminando a zancadas por el centro y me habra preguntado quin era. Si hubiera sido unajoven la que miraba, el rostro como el de Mona Lisa, el cabello negro como el carbn, recogido en dosrodetes sobre las orejas, habra percibido bajo el traje Seccin Nios un cuerpo viril cubierto depelos, quemado por el sol, y lo hubiera llamado para preguntarle Quiere tomar t o un cctel?, y paraor su voz recitando el Salmo de las hojas de hierba en la penumbra de una sala con pesadas cortinas,llena de reproducciones famosas y reluciente de libros y botellas de vino.

    Ha cado la helada,la helada oscura, acuchillada de flores,frgilmente sembradade manchas de luna iluminada,en torno de mi cabeza de desagradable rojo abanderada.

  • La helada ha hablado;la helada secreta y estremecida en silenciosos copos.Con invisibles labios azulesarroja vidrio hacia l brillo de las estrellas.Slo para mis odos ha hablado con lgrimas visionarias.La helada ha sabido,por el desparramado conclave de los vientos,que el solitario genio en mis races,desnudo en una jungla de futuros,ha plantado un verde ao, para alabanza del coraznde mis crecientes das.La helada ha llenadomi corazn de deseos que volc la nochehelada, hecha de vapor celestial,helada que han buscado las columnas de nieve no cada, por los campos del espacio, revoloteandoen torno de mi lugar nico.

    Mira! Un chico extrao, caminando solo como un prncipe!No! Como un lobo! Mira qu pasos da! La iglesia de Sketty repic en mi honor.

    Cuando yazca agobiadoy mis cenizas seanpolvo en un mimo exasperantede estrella amenazadora

    recit. Un joven y una mujer, cogidos de la mano, aparecieron de pronto desde un caminillo que sala deatrs de unas casas. Cambi mi recitado por una cancin, y pas a su lado tarareando. Se iran riendo porlo bajo, sus espantosos cuerpos juntos. Queridita, preciosita, lindo pelito. Silb fuerte, al pasar golpeen la puerta de una tienda y mir por encima de mi hombro. La pareja ya no estaba. Di un puntapi a LosOlmos. Dnde estn esos malditos olmos, mster? Y aqu tienes un puado de piedras en tu ventana,seora duea de La Heredad. Una de esas noches iba a pintar la palabra Vagos sobre el portn de lafbrica de Kia-Ora.

    En los escalones del Lyndhurst haba una mujer con un pomerania de mal humor; met la gorra en elbolsillo y corr; all estaba la casa de Dan, Warmley, de la que sala fuerte msica.

    Dan era msico y tambin poeta; haba escrito siete novelas histricas antes de cumplir los doce aosy tocaba el piano y el violn; su madre haca cuadros con lana, su hermano estaba empleado en losmuelles y tocaba jazz, su ta diriga una escuela preparatoria en el primer piso y su padre escriba msicapara rgano. Todo esto me lo haba contado mientras caminbamos a casa sangrando, contornendonos alcruzarnos con las chicas del gimnasio, saludando a los muchachos que pasaban en tranva.

    La madre de mi nuevo amigo sali a la puerta con un ovillo de lana en la mano. Dan, en la sala dearriba, me oy llegar y atac el piano con ms bros.

  • No te o entrar dijo cuando lo encontr. Concluy con un gran acorde, extendiendo todos losdedos.

    La habitacin estaba esplndidamente revuelta, llena de lana y de papeles, y los armarios abiertosrepletos de cosas imposibles de encontrar; los muebles, que eran buenos, estaban destartalados; haba unchaleco colgado de la araa. Pens que en aquella habitacin poda vivir toda mi vida, escribiendo,peleando, volcando tinta, invitando a mis amigos a fiestas de medianoche, con ron de Waller y charlottesrusses de Eynon, sidra y vino.

    Me mostr sus libros y sus siete novelas. Todas las novelas trataban de batallas, sitios y reyes.Todas cosas de principiante dijo.Me dej sacar su violn y arrancarle un maullido.Nos sentamos en un sof, junto a la ventana, y hablamos como si siempre nos hubiramos conocido.

    Le ganaran los Cisnes a las Espuelas? A qu edad podan tener hijos las chicas? Quin haba jugadomejor el ao pasado, Arnott o Clay?

    Ese que est fuera, en la calle, es mi padre me dijo. El ms alto, el que mueve los brazos.Dos hombres conversaban junto a los rieles del tranva. Mr. Jenkyn pareca querer nadar a lo largo de

    Eversley Road; daba grandes brazadas en el aire y golpeaba el suelo con los pies; despus coje ylevant un hombro ms que el otro.

    Tal vez est describiendo una pelea dije.O contndole a Mr. Morris un cuento de rencos dijo Dan. Sabes tocar el piano?S sacar acordes, pero melodas no.Tocamos un do con las manos cruzadas.Bueno, de quin es esta sonata?Inventamos un Dr. Percy, el ms grande compositor del mundo para cuatro manos, y yo fui Paul

    Amrica, el pianista, y Dan fue Winter Vaux.Le le todo un cuaderno de poemas. Escuch sabiamente, como si fuera un nio centenario, la cabeza

    inclinada, los lentes temblorosos sobre la nariz hinchada.ste se llama Urdimbre le dije.

    Como soles enrojecidos por las lgrimas que corren,cinco soles en el cuadrante,juntos, pero separados, separadamente redondos,se deslizan, sin sonido.Rojos tal vez, por el cuadrante plido como la hierba.En unidad, cinco lgrimas despiertas en los prpados, soles, pero salados,cinco inescrutables lanzas en la cabeza,cada sol una agonase retuercen quiz, dolor sangrado de odio,cinco en uno, el uno hecho de cinco en uno, tempranos soles distorsionadosenloquecidos y desolados,giran, corrensalvajemente, espumosos, sacudidos de viento, desolados, se cruzan, se hunden. Uno de los cinco

  • es el sol.

    El traqueteo de los tranvas junto a la casa se perda quiz en el mar, en la baha dragada. Nadie mehaba escuchado jams as. El colegio haba desaparecido, dejando en Mount Pleasant un profundo hoyoque ola a vestuario y a ratones, y la palabra Warmley reluca sobre la oscuridad de un pueblodesconocido para m. En la habitacin silenciosa que nunca me haba parecido extraa, sentado sobremontones de lana de color, uno con la nariz hinchada, el otro tuerto, hicimos justicia a nuestros mritos.El futuro se extenda al otro lado de la ventana, por encima de Singleton Park atestado de amantes que serevolcaban, hacia el humoso Londres, sembrado de poemas.

    Mrs. Jenkyn se asom detrs de la puerta y encendi la luz.Bueno, ahora se est mejor dijo. Ustedes no son gatos.El futuro desapareci con la luz, y jugamos a tocar una obra del Dr. Percy.Alguna vez oste algo ms bello? Ms fuerte, ms fuerte, Amrica! exclam Dan.Djame los bajos a m dije, hasta que golpearon en la pared de al lado.Son los Carey. Mr. Carey es marino explic Dan.Le dedicamos una obra para balleneros, spera, sonora, antes que apareciera Mrs. Jenkyn corriendo

    desde abajo, cargada de lanas y de agujas.Cuando se fue, dijo Dan:Por qu el hombre debe avergonzarse siempre de su madre?Tal vez no se avergence cuando envejezca dije; pero dudaba.La semana anterior bajaba yo por High Street con tres chicos, despus de clase, cuando vi a mi madre

    con Mrs. Patridge frente al Kardomah. Yo saba que me detendra frente a los dems para decirme Vetemprano a casa, que tienes que tomar el t, y dese que High Street se abriera y me tragara. La amaba,pero renegaba de ella. Crucemos dije, hay unas botas de marinero en el escaparate de Griffith.Pero slo haba un maniqu con traje de golfista, y un corte de tweed.

    Todava falta media hora para la cena. Qu hacemos?Vamos a ver quin sostiene ms tiempo una silla en el aire dije.No. Editemos un peridico; t escribes, yo me encargo de la parte musical.Cmo lo llamaremos?Escribi: El, editado por D. Jenkyn y D. Thomas en el fondo de una caja de sombreros que sac

    de debajo del sof. D. Thomas y D. Jenkyn tena ms ritmo, pero despus de todo estaba en su casa.Qu te parece Los Maestros Cantores?No; es demasiado musical dije.Y La Revista de Warmley?No dije. Yo vivo en Glanrhyd.Despus de tapar la caja de sombreros, escribimos con tiza, en un pedazo del cartn, El Trueno,

    editado por D. Jenkyn y D. Thomas, y lo clavamos en la pared.Te gustara ver el dormitorio de la sirvienta? pregunt Dan.Cmo se llama?Hilda.Es joven?

  • No; tiene veinte o treinta aos.La cama estaba deshecha.Mam dice que todas las sirvientas huelen igual.Olimos las sbanas.No huelo nada.En su cajn encontramos la fotografa de un joven con pantalones de golf, puesta en un marco.Es el novio.Dibujmosle bigotes.Alguien camin arriba; una voz anunci:A cenar! y salimos corriendo dejando el cajn abierto.Una noche nos esconderemos debajo de la cama dijo Dan cuando abramos la puerta del

    comedor.Mr. Jenkyn, Mrs. Jenkyn, la ta de Dan y un tal Reverendo Bevan y su seora estaban sentados a la

    mesa.Mr. Bevan dijo una oracin. Cuando se puso de pie pareci que todava segua sentado; tan bajo era.Bendice nuestra comida de esta noche dijo, como si no le gustara la cena. Pero una vez

    pronunciado el amn se lanz como un perro sobre la carne fra.Mrs. Bevan no pareca estar cmoda. Miraba fijamente el mantel y haca movimientos vacilantes con

    el cuchillo y el tenedor. Pareca dudar si cortar primero la carne. Dan y yo la observamos encantados; lme pate por debajo de la mesa y me hizo derramar la sal. En la conmocin que sigui, consegu echarleun poco de vinagre a su pan.

    Mientras todos, menos Mr. Bevan, observaban a Mrs. Bevan maniobrando torpemente con el cuchilloa lo largo del borde del plato, Mrs. Jenkyn dijo: Espero que les guste el cordero fro.

    Mrs. Bevan le sonri, tranquilizada, y comenz a comer. Era una mujer de rostro y cabellos grises.Tal vez fuera toda gris. Trat de desnudarla; pero mi imaginacin se asust al llegar a sus cortas enaguasy a los largos calzones, que le llegaban a las rodillas. No me atreva ni siquiera a desabotonar sus altasbotas para ver cmo eran de grises sus piernas. Levant la vista del plato y me lanz una miradaperversa.

    Ruborizado, me volv para contestar a Mr. Jenkyn, que me preguntaba la edad. Se la dije, peroagregando un ao. Por qu menta? Lo ignoraba.

    Si perda la gorra y la encontraba luego en mi dormitorio, y mi madre me preguntaba dnde estaba, ledeca En el desvn o Debajo de la percha. Era excitante tener que andar luego con cuidado para nocontradecirme, o tener que inventar el argumento de una pelcula que pretenda haber visto y colocar aJack Holt en el lugar de Richard Dix.

    Quince aos y tres cuartos repiti Mr. Jenkyn. Es una respuesta muy exacta. Veo que tenemoscon nosotros un matemtico. Bueno, pues, a ver entonces si puedes resolver este problemita.

    Termin de comer y coloc unos fsforos sobre el plato.Eso es viejo dijo Dan.Oh, me gustara aprenderlo dije con mi mejor voz. Quera volver al cuarto. Esto era mejor que

    mi casa, y adems haba una mujer chiflada.Cuando fracas en mi intento de colocar los fsforos, Mr. Jenkyn me mostr cmo se haca y, todava

  • sin entender, le di las gracias y le ped que hiciera otra prueba. Ser hipcrita era casi tan divertido comomentir; le haca sentirse a uno satisfecho y avergonzado.

    De qu hablabas con Mr. Morris en la calle, pap? pregunt Dan. Te vimos desde arriba.Le estaba contando cmo haba estado el coro masculino de Swansea en El Mesas; eso es todo.

    Por qu?Mr. Bevan no poda comer ms. Estaba lleno. Por primera vez desde que comenz la cena mir en

    torno a la mesa. Lo que vio no pareci gustarle.Cmo andan los estudios, Daniel?Oh; ms o menos.Ms o menos?Quiero decir, muy bien, gracias, Mr. Bevan.Los jvenes deberan aprender a expresar lo que quieren decir.Mrs. Bevan solt una risita y pidi ms carne.Ms carne dijo.Y usted, joven, siente inclinacin por las matemticas?No, seor dije. A m me gusta el ingls.Es poeta dijo Dan, y puso cara de embarazo.Un colega corrigi Mr. Bevan, mostrando los dientes.Mr. Bevan ha publicado libros dijo Mr. Jenkyn. Proserpina, PsiquisOrfeo aadi vivamente Mrs. Bevan.Y Orfeo. Tienes que mostrarle alguno d tus versos a Mr. Bevan.No he trado ninguno, Mr. Jenkyn.Un poeta dijo Mr. Bevan debe llevar sus versos en la cabeza.Los recuerdo muy bien contest.Rectame el ltimo; siempre me interesan estas cosas.Qu reunin dijo Mrs. Jenkyn; poetas, msicos, predicadores. Solamente nos falta un pintor,

    verdad?No creo que le guste el ltimo de todos dije.Tal vez dijo Mr. Bevan sonriendo yo sea mejor juez.Frvolo es mi odio dije, deseando morir, observando los dientes de Mr. Bevan.

    Chamuscado por el remordimiento bestialde la fuerza deseada y no cumpliday la pasin de separarse tarde.Ahora podra levantarsu cuerpo muerto, oscuro, hasta el moy or el alegre chirrido de sus huesosy en sus ojos ver el brillo mortal.Ahora podra despertarlaa la pasin, despus de muerta, y gustarel arrobamiento de su odio, desgarrar

  • los restos de su cuerpo. Romper su cuerpooscuro muerto.

    Dan me pate las pantorrillas en silencio, antes que Mr. Bevan dijera: La influencia es obvia,naturalmente. Quiebra, oh mar, quiebra, sobre tus fras piedras grises.

    Hubert conoce a Tennyson de atrs para adelante dijo Mrs. Bevan. De atrs para adelante.Podemos subir ahora? pregunt Dan.Pero no molesten a Mr. Carey.Cerramos la puerta suavemente y corrimos arriba tapndonos la boca con las manos.Maldito sea! grit Dan. Viste la cara del reverendo?Recorrimos el cuarto imitndolo y peleamos brevemente sobre la alfombra. La nariz de Dan comenz

    a sangrar otra vez.No es nada; parar en un minuto. Puedo hacerla sangrar a voluntad.Cuntame de Mrs. Bevan. Est loca?Est terriblemente loca. No sabe quin es. Una vez trat de tirarse por la ventana, pero l no le

    prest atencin; entonces ella vino a casa y se lo cont a mam.Mrs. Bevan llam y entr.Espero no interrumpirlos.No; por supuesto que no, Mrs. Bevan.Quera cambiar un poco de aire dijo, y se sent entre la lana, sobre el sof, junto a la ventana.Verdad que es una noche calurosa? dijo Dan. Quiere que abra la ventana?Mrs. Bevan mir la ventana.La puedo abrir en un segundo dijo Dan, y me gui.Permtame que la abra yo, Mrs. Bevan intervine.Es una linda ventana, muy alta.Entra mucho aire desde el mar.Djenla as, queridos dijo Mrs. Bevan. Slo quiero estar sentada un rato y esperar a mi

    marido.Jug con los ovillos de lana, recogi una aguja y se golpe suavemente la palma de la mano.Tardar mucho Mr. Bevan?Slo quiero sentarme y esperar a mi marido.Le hablamos un rato ms de ventanas, pero ella se limit a sonrer y a deshacer los ovillos, y una vez

    aplic el extremo chato de la aguja a su oreja. Pronto nos cansamos de observarla y Dan toc el piano.Mi sonata N 20 dijo. Es un Homenaje a Beethoven.A las nueve y media tuve que volver a casa.Dije buenas noches a Mrs. Bevan, que agit la aguja y me hizo una reverencia, sentada; Mr. Bevan,

    abajo, me tendi su mano fra; Mr. y Mrs. Jenkyn me dijeron que volviera otro da y la silenciosa ta meregal una barra de chocolate.

    Te acompaar un poco dijo Dan.Afuera, en la calle, bajo la noche tibia, miramos hacia la ventana iluminada de la sala. Era la nica

    luz sobre la calle.

  • Mira, ah est!El rostro de Mrs. Bevan se apretaba contra el vidrio, la nariz ganchuda aplastada; corrimos hasta

    Eversley Road, por si se le ocurra tirarse.En la esquina, Dan dijo:Tengo que dejarte; debo terminar un tro para cuerdas esta noche.Yo estoy trabajando en un largo poema sobre los prncipes de Gales y los hechiceros y un montn

    de cosas dije.Y cada uno se fue a su casa a dormir.

  • TosecitaEn una tarde de un agosto particularmente brillante y ardiente, algunos aos antes de saber que era

    feliz, George Hooping a quien llambamos Tosecita, Sidney Evans, Dan Davies y yo viajbamoshacia el extremo de la pennsula sentados en el techo de un camin. Era un camin alto, con seis ruedas,desde el cual podamos escupir sobre el techo de los automviles que pasaban y arrojar tronchos demanzana a las mujeres de la acera. Uno de los proyectiles dio en medio de la espalda de un ciclista; elhombre zigzague a travs del camino, y por un momento nos quedamos callados. George Hoopingcomenz a palidecer. Si el camin lo atropella pens con calma, mientras el hombre de la bicicletatrastabillaba en direccin al seto lo matar, y yo me la har en los pantalones, y tal vez Sidneytambin en los suyos, y nos arrestarn y nos ahorcarn, excepto a George Hooping, que no est comiendomanzanas.

    Pero el camin pas de largo. Detrs de nosotros la bicicleta se incrust en el seto; el hombre seincorpor y nos amenaz con el puo, y yo agit la gorra, saludndolo.

    No debiste haber agitado la gorra dijo Sidney Evans. Ahora sabe a qu colegio vamos.Era un muchacho despierto, moreno, prudente, que usaba billetera.Ahora no estamos en el colegio.Nadie puede expulsarme dijo Dan Davies. Finalizado el curso prximo, iba a trabajar a sueldo

    en la frutera de su padre.Todos llevbamos mochilas, menos George Hooping, cuya madre le haba dado un paquete de papel

    madera que insista en deshacerse, y cada uno llevaba una maleta. Yo haba echado una prenda sobre lama, porque sus iniciales eran N.T., y todo el mundo se enterara de que