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 TEXTO PREPARADO PARA EL MODULO: TIC Y EDUCAR CIUDADANOS ESCUELA DE ESTUDIOS SUPERIORES DE LA OEI POR FAVOR NO CITAR NI CIRCULAR SIN AUTORIZACIÓN La cultura participativa en la era digital: ampliaciones y límites de las nuevas ciudadanías Inés Dussel Julio 2012 Introducción: La formación ciudadana es una de las funciones más importantes de la educación. La integración social, la capacidad de vivir juntos y el aprendizaje de un lenguaje y de reglas y principios éticos comunes, son tareas educativas de primer orden para que una sociedad democrática sea viable. Pero esa formación ha tenido formas distintas en los últimos dos siglos. En un primer momento, a partir de la emergencia de las repúblicas nacionales en el siglo XIX, la tarea de formar ciudadanos fue cumplida principalmente por el sistema educativo. La cultura común estaba definida por los estados nacionales, que buscaron proveer una lengua, un pasado y un sistema de referencias comunes para sus habitantes, y la escuela debía garantizar el acceso a esa herencia cultura compartida. Si bien la concreción de ese ideal tardó muchas décadas en imponerse y contuvo exclusiones importantes, lo cierto es que escuela y ciudadanía estaban muy unidos conceptual y prácticamente. La ciudadanía republicana era, antes que nada, una ciudadanía letrada. En un segundo momento, ya en el siglo XX, otras agencias culturales como el cine, la radio y la televisión empezaron a cobrar protagonismo en la formación de la ciudadanía. Usando metáforas espaciales, podría decirse que la formación ciudadana republicana era una educación “desde arriba”, y la que surgió con los medios de comunicación masiva lo hizo “desde el costado”, moldeando y a la vez moldeándose según los gustos del público. El cine y la televisión se internacionalizaron, y surgieron comunidades imaginarias que trascendieron los límites de las naciones. El sistema educativo convivió con ese desafío muchas décadas, aunque su peso en la definición de competencias ciudadanas fue decreciendo paulatinamente. El momento actual muestra otro cambio importante. La cultura digital que se difunde a partir de la irrupción de las nuevas tecnologías termina de consolidar este desplazamiento. El nuevo modelo no es ya la ciudadanía letrada ni el público espectador, sino una ciudadanía participativa que pide protagonismo en las decisiones, y que enfrenta otros desafíos: la globalización, la disgregación y segmentación social, el individualismo, la violencia por múltiples causas, la mala administración de los asuntos públicos. Es una ciudadanía que combina la tradición republicana de la voz y la participación en la esfera pública con los derechos del consumidor que quiere sentirse siempre satisfecho, y con una

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 TEXTO PREPARADO PARA EL MODULO: TIC Y EDUCAR CIUDADANOSESCUELA DE ESTUDIOS SUPERIORES DE LA OEI

POR FAVOR NO CITAR NI CIRCULAR SIN AUTORIZACIÓN

La cultura participativa en la era digital: ampliaciones y límites de lasnuevas ciudadanías

Inés DusselJulio 2012

Introducción:

La formación ciudadana es una de las funciones más importantes de laeducación. La integración social, la capacidad de vivir juntos y el aprendizajede un lenguaje y de reglas y principios éticos comunes, son tareas educativas

de primer orden para que una sociedad democrática sea viable. Pero esaformación ha tenido formas distintas en los últimos dos siglos.

En un primer momento, a partir de la emergencia de las repúblicas nacionalesen el siglo XIX, la tarea de formar ciudadanos fue cumplida principalmente porel sistema educativo. La cultura común estaba definida por los estadosnacionales, que buscaron proveer una lengua, un pasado y un sistema dereferencias comunes para sus habitantes, y la escuela debía garantizar elacceso a esa herencia cultura compartida. Si bien la concreción de ese idealtardó muchas décadas en imponerse y contuvo exclusiones importantes, locierto es que escuela y ciudadanía estaban muy unidos conceptual y

prácticamente. La ciudadanía republicana era, antes que nada, una ciudadaníaletrada.

En un segundo momento, ya en el siglo XX, otras agencias culturales como elcine, la radio y la televisión empezaron a cobrar protagonismo en la formaciónde la ciudadanía. Usando metáforas espaciales, podría decirse que laformación ciudadana republicana era una educación “desde arriba”, y la quesurgió con los medios de comunicación masiva lo hizo “desde el costado”,moldeando y a la vez moldeándose según los gustos del público. El cine y latelevisión se internacionalizaron, y surgieron comunidades imaginarias quetrascendieron los límites de las naciones. El sistema educativo convivió conese desafío muchas décadas, aunque su peso en la definición decompetencias ciudadanas fue decreciendo paulatinamente.

El momento actual muestra otro cambio importante. La cultura digital que sedifunde a partir de la irrupción de las nuevas tecnologías termina de consolidareste desplazamiento. El nuevo modelo no es ya la ciudadanía letrada ni elpúblico espectador, sino una ciudadanía participativa que pide protagonismo enlas decisiones, y que enfrenta otros desafíos: la globalización, la disgregación ysegmentación social, el individualismo, la violencia por múltiples causas, lamala administración de los asuntos públicos. Es una ciudadanía que combina

la tradición republicana de la voz y la participación en la esfera pública con losderechos del consumidor que quiere sentirse siempre satisfecho, y con una

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dinámica de monitoreo permanente y de control “desde abajo”. Para algunos,ese nuevo ideal es conformista y apático; para otros, es una ampliación de losmárgenes de participación inédito en la historia humana.

En este texto, buscaremos estudiar este desplazamiento a partir de la noción

de “cultura participativa” como clave para entender la nueva condiciónciudadana. Comenzaremos por una presentación del desarrollo de distintasformas de ciudadanía (política, social, civil, cultural, del consumidor), eintroduciremos algunos debates sobre las características de la participaciónciudadana en la sociedad digital. Estos debates se dan entre quienes celebranlas posibilidades que abre la cultura digital para democratizar las voces y lasformas de participación y control ciudadanas, y quienes plantean el riesgo deendogamia por la participación en espacios cada vez más homogéneos eindividualizados, el riesgo de asimilar al ciudadano y el consumidor, y laposibilidad de pérdida de una cultura común y de espacios públicos. Sepresentará una visión matizada, buscando resaltar los logros alcanzados por

las nuevas formas de participación así como los desafíos que se presentanpara la vida democrática. En los textos siguientes, abordaremos los problemasy perspectivas que plantean estas nuevas ciudadanías a la educación,especialmente para las y los niños y jóvenes.

1. Viejas y nuevas ciudadanías

El concepto de "ciudadanía" ha sido enarbolado por una variedad de corrientesfilosóficas y políticas, al punto que podría decirse, siguiendo al filósofoWittgenstein, que es un "concepto con alas". Según un autor clásico de los años’60, T. H. Marshall, hay dos elementos que constituyen el "núcleo duro" delconcepto de ciudadanía: ser miembro de una comunidad política y tenerobligaciones y derechos (Marshall y Bottomore, 1992). El sentido y alcance de lapertenencia a la comunidad, y cómo y quién define esas obligaciones y derechos,son precisamente las cuestiones alrededor de las cuales se han propuestodistintas nociones de ciudadanía.

Una manera de abordar estas distintas nociones es mirar sus cambios a travésdel tiempo, reconociendo que se trata de una historia larga de constitución de“ciudadanías imperfectas” (Papacharissi, 2010: 19), de modelos e ideales nunca

concretados por completo. Por ejemplo, en la democracia ateniense, ciudadanoera "alguien que participa en los asuntos públicos". La ciudadanía definía larealización personal del ser humano en tanto animal político, en tanto miembro deuna comunidad política; pero el derecho a la "humanidad" estaba restringido aquienes fueran hombres libres adultos (esto es, no esclavos, mujeres ni niños) ydescendientes de atenienses. Los ciudadanos no se veían a sí mismos comoindividuos con ciertos derechos legales, sino como participantes libres e igualesen un orden político que debía desarrollar y realizar sus capacidades humanas, através de hacer y obedecer las leyes que expresaran esta vida común (Carr,1991).

Más tarde, estos dos componentes de la ciudadanía griega, legislar y obedecer,se escindieron: unos pocos fueron monopolizando la capacidad de "legislar", de

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ordenar la vida compartida, y la mayoría limitó su participación a la obediencia.Con la Revolución Francesa y el ascenso de la democracia liberal a fines del sigloXVIII, la ciudadanía volvió al centro del debate, y el quién y cómo legisla, y quiény cómo obedece, se convirtió en un asunto político prioritario, motivo de pugnasfuertes y hasta violentas. La “era de las revoluciones burguesas”, como las llamó

el historiador inglés Eric Hobsbawm (1974), y las luchas de finales del siglo XIX ydel siglo XX para extender las formas de participación, evidencian estas disputas.

T.H. Marshall conceptualiza a estas luchas en términos de distintas nociones deciudadanía, que fueron ampliándose progresivamente. La ciudadanía fueentendida, en primer lugar, en función de los derechos civiles, básicamente lalibertad de ser propietario y de poder movilizarse, que se establecieron -si no enla práctica, sí como derecho abstracto- al final del siglo XVIII. En segundo lugar,ser ciudadano significaba tener derechos políticos, derechos que se fueronconquistando y ampliando progresivamente en la segunda mitad del siglo XIX yprincipios del XX, cuando se decretaron en la mayor parte de los países las leyes

de sufragio universal y de libertad de asociación y sindicalización. El ejercicio delos derechos políticos suponía sujetos alfabetizados, y por eso la ciudadanía sedefinía por la inclusión en el mundo de la cultura letrada. Esta vinculación era tanestrecha que muchas veces, desde el siglo XVIII, una cuestión era inseparable dela otra (McIntyre, 1990). La participación en la esfera pública, sin embargo, noequivalía a la igualdad social: se suponía que en la arena política los ciudadanosponían entre paréntesis sus desigualdades económicas y deliberaban "como si"fueran iguales. Por supuesto, las diferencias en ingresos y patrimonio operaban,de hecho, generando diferencias de poder y de presión sobre el Estado.

Hay que resaltar que la democracia, además de constituirse en una serie deinstituciones y procedimientos para la representación del pueblo, tuvo desde elsiglo XVIII un componente ético-moral fuerte. Para el liberalismo clásico, era lamejor manera de realizar la felicidad de todos, y la igualdad y la participación enlos asuntos públicos eran consideradas bienes en sí mismos. Ser ciudadanosignificaba compartir ese ethos y esa capacidad de intervenir y conmoverse conlos asuntos públicos, y buscar el bien común. También en este aspecto fuecrucial el sistema escolar, ya que contribuyó a generar ese ethos común, comoplantearemos en la unidad siguiente de este módulo.

En el siglo XX, creció la importancia de los derechos sociales. La cuestión de la

ciudadanía se amplió para incluir la participación social y económica, no en formahomogénea ni acabada pero sí como parte de un ideal que reconocía que, paraparticipar activamente, eran necesarias ciertas condiciones de bienestar ypertenencia a la sociedad común. Es el momento de los Estados de Bienestar, dela promoción de la democracia como desarrollo de todos los individuos(Macpherson, 1984).

En la última mitad del siglo XX, otros autores como Will Kymlicka destacan que laciudadanía se amplía otra vez más para incluir la noción de derechos culturales(Kymlicka, 1996). Conforme crecieron las luchas de las minorías raciales,sexuales, nacionales y de otros tipos, surgió una mayor conciencia de la

importancia de la cultura como medio de expresión y del derecho al respeto de

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las diferencias culturales. Hoy se reconoce el derecho a una identidad culturalcomo parte central de las democracias contemporáneas.

La aparición y el reconocimiento de derechos sociales y culturales estuvoacompañada de la emergencia de nuevos saberes y competencias para la

participación pública. Señalamos anteriormente (y volveremos sobre esto en lasegunda unidad) que la ciudadanía republicana, la de los derechos civiles ypolíticos, suponía la alfabetización de sujetos que debían ser competentes enciertos saberes: la lengua estandarizada como lengua nacional, la herenciacultural compartida, una ética y un modo de ser y comportarse que seidentificaban como apropiados de los ciudadanos. Pero en el siglo XX, empiezana cobrar fuerza nuevos saberes que se van distanciando de la cultura letrada.

Estos nuevos saberes fueron empujados y promovidos por la presencia de losmedios de comunicación de masas, que proveyeron nuevos modelos deidentificación colectiva y expandieron el horizonte de expectativas sociales, por

ejemplo, a través de la publicidad y la promesa de acceso a mundos de bieneshasta ese momento no sólo inalcanzables sino también invisibles. El cine, la radioy la televisión, con sus estéticas y sus relatos, contribuyeron a delinear otro tipode imaginarios y de relaciones sociales.

Es importante aclarar que rechazamos la postura de que los medios decomunicación fueron el único motor de las transformaciones sociales y políticasdel siglo XX, que sin duda son mucho más complejas y multi-determinadas. Entreotros elementos centrales de los cambios políticos, figura la crisis de las formasrepresentativas de la democracia liberal en contextos en que las democracias noresponden a las expectativas de los procesos democratizadores (O'Donnell,1993), y en que las promesas de inclusión social no son realizadas por laconsecución de derechos políticos. Consideramos que los medios decomunicación masivos interactúan con otras dinámicas sociales y económicasque, conjuntamente, configuran las formas de participación ciudadana. Sinembargo, nos interesa subrayar que la presencia de los medios masivos impactóprofundamente en la definición de la pertenencia a una comunidad y en lasnociones de justicia, derechos y obligaciones. Entre otros aspectos que nosparecen especialmente relevantes para considerar en la formación ciudadana, losmedios de comunicación han contribuido a instituir una "democracia de opinión"que a veces saltea los métodos y procedimientos formales, que instala una

sensibilidad melodramática y sensacionalista, y que se centra en los derechos deun individuo que se piensa más como consumidor que como sujeto políticodefinido por la ley y el derecho vigentes. Sobre esto nos detendremos en lospárrafos que siguen.

El cambio que se da en la participación ciudadana durante el siglo XX esexplicado por distintos autores como el producto del desplazamiento desde uneje político-legal y reflexivo, mediado por la palabra y por la participaciónordenada en una esfera pública (como lo definió Habermas en su trabajoclásico sobre la esfera pública en 1981), hacia otro “cultural”, no tanto en elsentido del reconocimiento de las culturas de las minorías sino más bien en el

sentido de la cultura mediática (Sarlo, 1996). La primacía de los lenguajesaudiovisuales y de los sentimientos, y también la emergencia de un público

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espectador y una audiencia a la que se debía seducir cotidianamente,transformaron el vínculo político y desplazaron los lenguajes y referenciascompartidas. Para el mexicano Carlos Monsiváis, en el siglo XX los sistemasde referencias culturales comunes dejaron de ser los del sistema educativonacional y su panteón patriótico, y pasaron a ser los más efímeros y

evanescentes de las celebridades televisivas (Monsiváis, 2007), hoyamplificadas por Internet y las redes sociales. Los medios masivos proveyeronlenguajes, estéticas y contenidos para construir nuestra identidad y paraorganizar nuestras percepciones de lo legal y lo ilegal, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto.

Papacharissi (2010) también identifica un desplazamiento similar, pero colocael acento en el cruce entre la ciudadanía cultural y las dinámicas de consumo.La autora destaca que, “dado que en las democracias de la modernidad tardíala cultura está mediada por instituciones comerciales y de masas, estas formasde expresión cultural […] frecuentemente residen en el terreno del consumo de

bienes y servicios, y se accede a ellas a través de contenidos culturalesmediatizados.” (Papacharissi, 2010: 95). Es decir, en el mundo contemporáneo,es difícil pensar a la cultura por fuera de las industrias culturales masivas comola televisión y el cine, pero que hoy también incluyen a las redes sociales, losbuscadores y los videojuegos. Estas industrias culturales nos posicionan,primero y antes que nada, como consumidores, paguemos o no paguemos porsus servicios. La relación básica del cliente es que debe ser una relación deintercambio de equivalentes: uno brinda/paga (con su dinero, su tiempo y/ suatención) y recibe a cambio algo que lo beneficia y lo satisface. En la cultura deconsumo, hay una promesa de que la sociedad debe amoldarse a nuestrogusto, y que podemos reclamar si no estamos enteramente satisfechos.Podemos cambiar de canal si no nos gusta lo que se emite, y podemosquejarnos con el administrador de la página de internet si no responde anuestras expectativas. Según Papacharissi, esto moldea una forma deinteracción con la cultura y con lo público que se traslada también a laparticipación ciudadana.

Hay importantes matices que colocar en estos argumentos, para no caer enteorías conspirativas o pensar que la gente es manipulada burdamente. Porejemplo, en relación con lo afirmado por Monsiváis, el trabajo de otrainvestigadora mexicana, Luz Maceira (2009), evidencia que en la actualidad el

panteón patriótico escolar sigue teniendo importancia en la configuración deidentidades colectivas ciudadanas, que están lejos de haber sucumbido a lasfugaces estrellas televisivas. Los mexicanos que investiga Maceira siguenviendo los museos a través de los relatos escolares sobre la revoluciónmexicana y sobre la independencia, y éstos siguen teniendo peso a la hora depensar su identidad nacional. Trabajos realizados en la Argentina sobre laimportancia de los rituales escolares para educar a la ciudadanía en cuestionescomo la identificación de las Islas Malvinas como argentinas (Lorenz, 2006) y lacondena moral de la última dictadura militar (Pereyra, 2008; Higuera Rubio,2009), muestran también que la escuela no ha perdido total eficacia en proveeridentificaciones fuertes en la ciudadanía.

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Por otra parte, Néstor García Canclini, un importante antropólogolatinoamericano, ha planteado que la identificación de ciudadanos yconsumidores no es necesariamente negativa, sino que tiene un potencialdemocrático que no debe subestimarse (García Canclini, 1995). La ampliaciónde expectativas, el aprendizaje de otras reglas y conductas, la posibilidad de

elegir y de demandar e interactuar con la oferta, son características quepermiten una expansión de las posibilidades de acción de los ciudadanos. Elconsumidor actual no suele ser, al menos no en su promedio, un sujeto pasivo,sino un actor crítico e informado sobre sus opciones y desconfiado ysospechoso de las operaciones de marketing . Actuar como consumidoresinformados abre perspectivas más plurales que la mera obediencia delciudadano republicano que aceptaba las reglas del Estado-nación como lasúnicas posibles. El consumidor sabe que tiene opciones y que tiene poder denegociación, variable según su poder de compra pero significativo si se agregaal de otros consumidores.

Papacharissi (2010) también destaca las posibilidades democráticas de estaidentificación de ciudadanos y consumidores, aunque no deja de señalar laambivalencia y dificultad de la posición de consumidor para asumircompromisos éticos y políticos más colectivos y estables. El ciudadano-consumidor se mueve mejor en el marco de la movilización por causaspuntuales y acotadas y del monitoreo crítico aislado de la acción de losgobernantes, que en el contexto de acciones ciudadanas más perdurables yque requieren ceder parte del control y la satisfacción inmediata individual.Otros autores como Francisco Seoane y Steve Jones (2008) llaman a este tipode ciudadano “interventor”, y lo definen como alguien que “se mantiene enactitud vigilante en su entorno para detectar cualquier potencial amenaza quepudiera requerir su intervención en la vida pública” (Seoane y Jones, 2008:227). Los ciudadanos consumidores y los ciudadanos interventores se piensancomo sujetos con poder y con capacidad de intervención en la esfera pública.

 Alejarse de las visiones de rupturas radicales y de las teorías conspirativassobre el poder manipulador de los medios no debería, sin embargo, llevarnos anegar la magnitud de las transformaciones recientes. Vilem Flusser, uno de losmás lúcidos analistas de la cultura del siglo XX, señaló que “antes, lasinformaciones eran publicadas en el espacio público, y la gente debía salir desu casa para acceder a ellas. […] Hoy las informaciones se transmiten

directamente de espacio privado a espacio privado, y la gente debe quedarseen su casa para que le lleguen” (citado por Didi-Huberman, 2010:158). El inglésRaymond Williams ya había hablado en 1982, en su estudio sobre la televisión,sobre la “privatización móvil” que tiene lugar cuando podemossimultáneamente estar en casa y mirar sucesos distantes sintiéndonos parte deellos (cf. Papacharissi, 2010). Este concepto expresa la paradoja de quererestar conectado a los sucesos públicos pero desde la vida hogareña, en unaconfusión de lo público y lo privado. Hay que señalar que lo que Williamsidentificaba en 1982 no ha cesado de incrementarse desde ese momento,sobre todo a partir de los celulares con múltiples funciones que nos permitenno sólo recibir sino también producir contenidos privados y hasta íntimos. Lo

“móvil” es una característica fundamental de la sociedad actual, mucho másque hace 30 años, y lo paradójico es que convive con una privatización cada

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vez mayor del espacio público, en dos sentidos: la ocupación del espaciopúblico por contenidos y dinámicas privadas (la televisión que se ocupa denoticias íntimas y los reality shows son muestra de ello), y el crecimiento delespacio doméstico privado como lugar desde donde se produce el contacto conlo público (cf. Bauman, 2002; Turkle, 2010).

Hay otro aspecto que es importante analizar, y tiene que ver con los contenidosde la participación ciudadana. Hoy la definición sobre qué constituye unacontecimiento relevante, que es uno de los modos de configurar laciudadanía, está cada vez más organizada por aquello que promueven ohabilitan los medios de comunicación, dominados (quizás no por mucho tiempomás) por la televisión (Thompson, 1998).1 No se trata solamente de subrayar laimportancia de la televisión en dictar qué se convierte en conversación pública,en desmedro de la cultura impresa de los periódicos o de la escuela; habríatambién que interrogarse sobre las transformaciones que introducen los mediosmasivos, sobre todo la televisión y hoy internet y las redes sociales, en los

modos de justificación y legitimación de las acciones, en la demanda deinmediatez y en la pérdida de distancia respecto a los asuntos públicos. Porejemplo, en la actualidad es muy frecuente que los procedimientos y principiossobre la justicia se centren en la empatía emocional con quienes se presentano son percibidos como víctimas, generalmente a través de los relatosaudiovisuales de la televisión, y no tanto en las formas legales de la justiciaestatal, heredera –como la escuela- del saber crítico moderno que se basa ennociones de verdad establecidas con cierto rigor y a partir de evidenciasdemostrables, y que pide juicios desapasionados, todos elementos que estánlejos del apasionamiento instantáneo y sentimentalista de la sanción televisiva(Sarlo, 1996). Es en ese sentido que la hipótesis de una ciudadanía “mediática”cobra relevancia, y que abre reflexiones en otras direcciones que van más alláde la visión celebratoria de la “ciudadanía cultural” como mero reconocimientode derechos de las minorías.

La argentina Beatriz Sarlo y el mexicano Carlos Monsiváis, entre muchos otros,han señalado los problemas que derivan de la formación de una sensibilidadmelodramática y sensacionalista. Otro analista político contemporáneo, DanielInnerarity, destaca desde España que el régimen visual actual “todo loespectaculariza, dramatiza y convierte en una vivencia sensacional. […] Paralos medios, el mundo acontece como escándalo y catástrofe.” (Innerarity,

2006:40 y 42) Esta espectacularización y dramatización sensacionalistaconlleva cambios profundos en las disposiciones éticas y estéticas de lospúblicos, componentes de la identidad ciudadana.

Una reflexión similar fue provista por la norteamericana Susan Sontag, quiendedicó su último libro a analizar los efectos que tiene observar el sufrimiento delos otros por medio de fotografías, espectáculos televisivos en directo, pinturaso documentos cinematográficos; y señaló que ellos producen como efecto unaapatía que, lejos de ser un sentimiento frío, es más bien “caliente”desesperanza. Los públicos actuales aprenden que es poco lo que puede

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hacerse frente a la magnitud del sufrimiento ajeno (Sontag, 2003). Para DavidBuckingham (2002), un especialista británico en educación en medios y digital,la consecuencia de este sentimiento es que se adopta un cierto cinismo comoconducta política, cinismo que enmascara la sensación de impotencia eincapacidad para intervenir en la cosa pública. El mayor acceso a la

información política mundial, la exposición mediática del sufrimiento y laespectacularización del dolor social, lleva entonces paradójicamente no a unamayor consciencia ética y capacidad de acción, sino a un elevado sentimientode impotencia del espectador y a una moral problemática, que prefiere no ver ocolocar muy lejos (en lo posible, en otro punto del planeta) al sufrimiento ajeno.

Recapitulando el recorrido de este apartado, señalamos primero las distintasnociones de ciudadanía y la ampliación de sus contenidos a derechos cada vezmás abarcativos: civiles, políticos, sociales y culturales. Destacamos en esaampliación el papel de los medios de comunicación masivos durante el siglo XX,con su legado ambiguo de constitución de espectadores y consumidores con

capacidad de elección y decisión, pero también de una ética y estéticasensacionalista y melodramática que mengua la capacidad crítica, y una primacíade lo emocional por sobre los procedimientos y argumentos racionales. En elapartado siguiente, analizaremos con mayor profundidad los nuevos mediosdigitales y las actuales formas de producción cultural, para debatir si estaposibilidad de producción significa una ampliación de la ciudadanía o unahomogeneización aún mayor de los públicos y una reducción de sus márgenesde acción.

2. La cultura participativa: pluralidad y autonomía cívica

En este apartado, nos gustaría profundizar en algunos debates sobre lascaracterísticas de la ciudadanía actual, ya plenamente definidas en el marco dela cultura digital. Algunos de los elementos tienen grandes continuidades con loseñalado en los párrafos anteriores, pero la cultura digital amplía lasposibilidades de participación y vuelve mucho más concretas y tangibles lasacciones de los individuos de respuesta y reacción frente a acontecimientospúblicos. Fenómenos como los de las rebeliones en los países árabes, losmovimientos de los indignados, y muchas otras formas de movilización, sobretodo de los jóvenes, fueron, si no generados completamente, sí amplificados y

difundidos por la presencia de Internet y las redes sociales. También, se dice,desafían la primacía de la televisión y de los medios tradicionales en laorganización del debate y la participación ciudadanas.

 Antes de continuar con el argumento, es necesario aclarar mejor qué seentiende por nuevos medios digitales; siguiendo a Lev Manovich (2006),diremos que son aquellos medios de comunicación que se basan en un soportedigital y tienen características comunes como la programabilidad y la reducciónde la información a bits, esto es, unidades uniformes que pueden contenersonido, texto o imágenes en una combinación de registros inédita en la historiahumana. Estos nuevos medios incluyen las computadoras, los celulares, las

redes sociales, cámaras y videos digitales y videojuegos, entre otros. Aunque

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se apoyan en los medios tradicionales, introducen algunos cambiossignificativos que cambian la relación de los sujetos con la cultura.

La posibilidad de intervenir no sólo sobre los contenidos sino también sobre laprogramación de esos nuevos medios genera para algunos analistas una

nueva forma de ciudadanía, la de los “ prosumers”, consumidores y productoresa la vez, con una activa participación en la producción de contenidos y deformas culturales. Dice Joan Fontcuberta, estudioso de la fotografía: “La ideade un público pasivo que se limita a consumir imágenes está completamentedesfasada. La tendencia [va] hacia la interactividad, hacia procesos donde losroles del artista y de público se alternan” (Fontcuberta, 2010:s/p). La imagen,como veremos en las unidades siguientes, tiene un rol creciente en estasnuevas formas culturales. El alemán Boris Groys señala que los nuevos mediosvisuales son la “nueva agora de un público internacional y de las discusionespolíticas”, y que este público está mucho menos interesado en consumir ocontemplar imágenes que en producirlas (Groys, 2010: 14-15).

Henry Jenkins (2008) ha elaborado la noción de “cultura participativa” parareferirse a este nuevo protagonismo del “ciudadano común”, que en superspectiva quiebra la jerarquía vertical del saber experto y del controlcentralizado de la información y la cultura, para instalar una horizontalidaddemocrática de saberes colectivos y agregados democráticamente. ParaJenkins, surgen nuevas colecciones culturales más plurales que las anteriores,y aparecen otras posibilidades de exploración y habilidades cognitivas que sebasan en un mayor involucramiento de los sujetos y en más compromiso consus elecciones. Otros estudios plantean su productividad en términos de lossaberes y de las diversas formas de participación en la esfera pública (Ito,2010), elemento que retomaremos en la unidad siguiente.

Cabe señalar que esta visión ha sido considerada en exceso celebratoria porvarios analistas (Stiegler, 2009; Baricco, 2009; el propio Manovich, 2006, entreotros), que creen que asistimos a una nueva homogeneización de los públicos.La pluralidad no llevaría, para estos autores, a una mayor autonomía cívica. Enpalabras de Virilio, estamos frente a una sincronización de la emocionalidadpública por parte de los nuevos medios, en la que importa menos la opinióncrítica que la sentimentalidad estandarizada (Virilio, 2005). En esa dirección,vale la pena analizar el valor formativo para las nuevas ciudadanías de los

“videos de afinidad” en Youtube (los que se mandan o crean en una comunidadde amigos), de las comunidades de fans, de la circulación de imágenes ymensajes escritos en las distintas redes sociales, que para algunos son larealización del sueño liberal-democrático de pluralización de los contenidos, ypara otros son la plataforma ideal para la réplica automática de mensajes y laestandarización de la sociedad (Snickers y Vonderau, 2009, entre otros). Encualquier caso, más allá de la valoración que les otorguemos, lo que pareceindiscutible es que cualquier indagación y trabajo contemporáneo sobre laciudadanía debe incluir las prácticas culturales que están teniendo lugar en ycon los nuevos medios digitales.

Siguiendo a Mizuko Ito y sus colegas (2010), puede afirmarse que la culturapública hoy está migrando a formas de redes digitales, aún cuando persisten

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grandes brechas entre grupos sociales y regiones territoriales en el acceso yusos de esas tecnologías.2  Se habla de “públicos en red” como nuevacaracterística de la época, que plantean otras formas de pensar y ejercer laciudadanía. En línea con los argumentos de Jenkins (2008) y de Fontcuberta(2010), Ito y sus colegas señalan que hay que pasar de una idea de

“audiencias” de espectadores a una de “públicos en red” para dar cuenta de laparticipación activa en una red social distribuida en la producción y circulaciónde la cultura y el conocimiento.

La noción de públicos en red es complementada por Ito y colegas con unadiscusión sobre la vigencia de la idea de una “cultura pública común”. Tomandoa Arjun Appadurai y Carol Beckenbridge, Ito plantea que que hay queentenderla como “el espacio entre la cultura doméstica y el estado-nación –espacio en el que distintos grupos sociales (clases, grupos étnicos, géneros)constituyen sus identidades por medio de su experiencia de maneras mediadaspor la cultura masiva” (Appadurai y Beckenbridge, citado por Ito, 2010: 19). Dos

notas consideramos importantes en esta definición: la pluralidad de lasmediaciones de la cultura masiva, ya analizada en el apartado anterior cuandose presentaron los argumentos sobre la ciudadanía mediática, y el carácterintermedio o intermediario de la cultura pública entre el espacio doméstico y elespacio estatal. La idea de una cultura pública y de una arena política comúndonde interactúan los medios de comunicación masivos, las prácticasdomésticas cotidianas y las políticas estatales es sugerente para pensar lastransformaciones actuales de la ciudadanía.

Como hemos señalado, esa interacción no es nueva, sino que se viene dandodesde la formación del público lector y la aparición de las industrias culturalesde masas en el siglo XIX. Sin embargo, la posibilidad inédita de crear ycompartir producciones culturales con públicos cada vez más amplios y a lavez más fragmentados plantea un debate sobre la continuidad de una culturapública en el marco de estos “públicos en red” de los que habla Mizuko Ito. ¿Enqué medida esta cultura pública será “convergente” o “divergente”? Es decir,¿en qué medida esa cultura pública seguirá teniendo temas y arenas deconversación, referencias o formas de participación que pueden encontrarse enalgún punto común? ¿O será que vamos hacia una creciente fragmentación delo público y hacia la emergencia de “micro-públicos” incomunicados entre sí?

En un texto titulado “El Carnaval de la nueva pantalla”, el francés BernardStiegler aborda algunas de estas preguntas, cuyas reflexiones retomaremos enlos párrafos que siguen. Stiegler plantea que estamos viviendo una rupturairreversible con el modelo de industrias culturales que dominó al siglo XX,colocándose así del lado de quienes sostienen la radicalidad de los cambios dela cultura digital. En su análisis, no hay ya una “organización calendaria delacceso programado” a ciertas imágenes producidas centralmente pero ademásdistribuidas centralmente, con una “sincronización social” marcada por la

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televisión o el cine. Si bien cabría señalar, también, que esa sincronización delcalendario vino antecedida por la escuela y que la idea de organizar elcalendario de la sociedad a partir de instituciones centralizadas no fueinaugurada por la televisión ni mucho menos3, Stiegler argumenta que haytransformaciones fuertes en la actualidad. En este nuevo modo de acceso

“cardinal”, signado por una circulación de abajo hacia arriba, combinada conuna producción también de abajo hacia arriba, el público tiene acceso adepósitos o archivos de objetos audiovisuales discretos4, retirados del flujoprogramado que caracterizó a la TV durante 50 años. Para traducirlo allenguaje corriente, esto significa que uno ya no tiene que esperar que muestrensu serie de televisión favorita, sino que puede verla cuando quiere en distintasplataformas (DVDs, televisión digital o sitios de internet como YouTube, Hulu osimilares). La idea de un ciudadano-espectador de un espectáculo comúnestaría perimida, para dar lugar a un consumidor (como hemos visto en elapartado anterior, el desplazamiento no es menor) de objetos culturalesdiscretos cuya narrativa se construye aisladamente.

Habría que matizar algunas de estas afirmaciones para hacerle lugar a másnegociaciones y combinaciones híbridas que las que las visiones totalizantespermiten. Por ejemplo, podríamos preguntarnos sobre el peso de losespectáculos de fútbol o las telenovelas en nuestras sociedades, para ver quealgunos acontecimientos colectivos siguen organizando parte de nuestraactividad social (parte, no toda; lo mismo podría decirse del pasado, dondetampoco la sincronización del calendario social era total). Pero sin duda haynegociaciones en curso con otros lenguajes y tecnologías, con otros modos deproducción de lo visual “desde abajo” y con formas de consumo y de narrativashechas más fragmentadamente, que antes no estaban disponibles de maneratan masiva.

Señala Stiegler que lo que estamos viviendo es una batalla por la atención dela gente, especialmente de los niños. Alguna vez el director de la TF1, pormucho tiempo la cadena principal de TV francesa, dijo que su trabajo eravender la atención de los espectadores televisivos a los publicistas (Stiegler,2009:58). Se trata de capturar, o más bien de producir, un “tiempo de cerebrosdisponibles”, una condición psicológica y social de atender, preferentementepara consumir algo. Esa “batalla por la atención”, central para el sistemaeducativo y evidente en las quejas de los docentes sobre la distracción e

desatención de las nuevas generaciones, se está desplazando a nuevasarenas, mucho más descentralizadas y divergentes. Stiegler destaca que elmundo económico y el mundo político no terminan de entender lo que está en juego en este momento, y que hay un vacío en la discusión política sobre lasnuevas condiciones para la constitución de una cultura común. Marie-JoséMondzain (2003) también apuntó algo parecido algunos años antes, cuandopercibió que hay que generar espacios para “ver en común”, para discutir conotros los efectos de lo que vemos, para volver a colocar esos efectos –sobre

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todo afectivos- en el plano de la discusión pública y no sólo en el de laemocionalidad doméstica y privada.

Parte de esta ruptura del acceso programado y de la centralización de laproducción tiene que ver con la emergencia de los nuevos medios digitales,

que, como ya señalamos, permiten cambios en el consumo pero también en laproducción cultural. No es casual que en lengua inglesa estos medios recibanel nombre de medios DIY (do it yourself, hacer/haga usted por sí mismo). Unade sus características es la permisibilidad (affordance) para que los usuariosgeneren contenidos por sí mismos5. Estos contenidos auto-generados tienenque ver, en principio, con los objetivos propios del usuario/prosumidor y conbúsquedas de satisfacción personal, antes que con responder a parámetrosmarcados “desde arriba o desde afuera” por instituciones codificadas como elEstado y la escuela (Knobel y Lankshear, 2010). En este sentido, seencuentran perfectamente alineadas con el “ciudadano-consumidor”, antes quecon el sujeto legal-reflexivo de la ciudadanía republicana.

Estudios recientes señalan que esta divergencia y pluralización de laproducción y el consumo culturales no necesariamente avanza en el sentido deuna mayor autonomía individual y pluralidad democrática. En casos comoYoutube, Flickr, o los sitios generados por usuarios sobre series de TV,películas o temas de interés, puede observarse la creatividad y la pluralidad deproducciones, pero también la banalidad y la estandarización de estos usos.YouTube es un caso interesante para considerar este punto. Creada en 2005,pareció representar la realización del sueño democrático de darle libreexpresión al ciudadano común y de permitir una plataforma para el intercambiode materiales audiovisuales. Inicialmente fue resistida por las compañíascomerciales, que litigaron para que nadie subiera sus contenidos y para evitarperder el control sobre la propiedad intelectual y comercial de sus productos.Pero al poco tiempo se dieron cuenta de que era una fabulosa plataforma parapromover propagandizar sus creaciones. Hoy esta circulación comercialconvive, con sus pugnas no del todo resueltas, con una enorme cantidad devideos amateurs que tienen muchas funciones, sobre todo usos afectivos ydomésticos: mostrar eventos importantes, compartir imágenes familiares,parodiar a otros y crear una comunidad en esa acción, una función decontacto6  y de comunicación banal, aunque no por eso irrelevante en lasrelaciones humanas. Una evidencia sugerente puede encontrarse en la

consulta de los 10 videos más vistos de YouTube: si hasta hace unos mesesestaba encabezada por un video amateur (Charlie bit my finger ) y poblada devideos de “lindos gatitos”, al momento de escribir este texto los más vistos sonvideos musicales comerciales los que encabezan la lista, mostrando laestrecha imbricación de las industrias culturales con los medios DIY.

Otro crítico cultural, John Hartley, señala que “YouTube, con toda suexhuberancia no sistemática y su contenido poco ambicioso o banal, dedicado

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a poco más que la burla cotidiana o a clips como “heyall! Dancing stupid isfun!”7, es también y simultáneamente el complejo sistema por el cual laalfabetización digital puede encontrar nuevos usos y propósitos, nuevosautores o publicadores, nuevos saberes. Y todo el mundo puede sumarse, loque incrementa la productividad de todo el sistema.” (Hartley, 2009: 132)

Hartley busca proporcionar una visión más matizada de estos sitios; lasimultaneidad de expresividad individual y participación amplia es lo que otorgatanta potencia a la plataforma, a la par que plantea la ambivalencia respecto asus posibilidades.

Un caso distinto para analizar la convergencia o divergencia de los públicos enred es el de las comunidades de videojugadores. James Paul Gee (2007) llama“espacios de afinidad” a estos tipos de afiliación social que crean las nuevasredes; no llegan a ser comunidades, se organizan a partir de una tarea, y no sedefinen prioritariamente por edad o por género o sector social, como puedesuceder con los grupos escolares. Antes que un vínculo con otro ser humano,

se estructuran como una ligazón a una tarea o interés que está acotado en eltiempo y que depende de la iniciativa de los participantes. Son espacios departicipación o membresía voluntaria, con límites más flexibles que permitenentrar y salir con agilidad, redes socio-técnicas en las que se pueden explorartemas de interés e ir adquiriendo competencias y desempeños avanzados.

Estos espacios de afinidad tienen algunas características diferenciales. Enprimer lugar, los jugadores o participantes novatos y los avanzados compartenun mismo espacio, y no se agrupan por edades o por niveles de desempeño.En segundo lugar, el espacio de afinidad permite formas y rutas departicipación distintas, que pueden ser centrales o periféricas a la tarea. Entercer lugar, se diferencian por su flexibilidad en el tipo de conocimientos quepone en juego; el espacio de afinidad reconoce y valora el conocimiento tácito,esto es, un tipo de conocimiento que los jugadores han construido en la tareapero que no pueden explicar por entero con sus palabras. En cuarto lugar, elliderazgo en estos espacios es poroso y es entendido como un recurso paraque otros se desarrollen; por eso no promueve jerarquías rígidas e inmutables.Las posiciones pueden ser intercambiables, y quien hoy es experto, mañanapuede ser novato (Gee, 2007: 99-101).

En su análisis de los espacios de afinidades, Gee estudia sobre todo las

comunidades de jugadores de videojuegos, pero también se está usando esteconcepto para hablar de otras redes sociales, por ejemplo las que surgen apartir de la escritura de ficción de los fans (fanfiction writing ). Algo de estefenómeno también puede observarse en el uso de las redes sociales para elactivismo político y social, como pudo verse en las nuevas movilizacionessociales del 2011, unidos menos por una pertenencia definida a unacomunidad que por una tarea e interés común de realizar una acción políticaparticular (por ejemplo, los “indignados”). Estas nuevas formas de socialidadtienen un potencial democrático interesante, por ejemplo en la mezcla deedades, de nacionalidades o de géneros que pueden encontrarse y conversaren un espacio virtual.

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 Quizás uno de sus riesgos es que, para la mayoría de los usuarios, seproponen recorridos segmentados y encapsulados en grupos que se organizanen función de vínculos de amistad o de intereses similares a los de cadainternauta. Dice Vicent Gozálvez Pérez: “El peligro de cierto uso y abuso de las

redes sociales se hace explícito cuando se minan los requisitos para el civismodemocrático, cuando la cascada comunicacional da paso a la configuración deislas digitales en las que sólo se comparten experiencias previamenteseleccionadas con personas análogas, cuando los usuarios acabandesentendiéndose del resto de cuestiones que directa o indirectamente lesafectan en tanto que miembros de una sociedad plural e indefectiblementeglobal. La pluralidad, sin duda uno de los fundamentos axiológicos de lasdemocracias maduras, puede degenerar en una especie de endogamia digitalmúltiple.” (Gozálvez, 2011: 4). Este aspecto de la endogamia en pequeñosgrupos es uno de los problemas más serios para trabajar desde la formaciónciudadana.

En síntesis, en este apartado hemos buscado plantear los debates que existensobre las consecuencias de los nuevos medios digitales y la culturaparticipativa que promueven en las formas de participación ciudadana. Sinasumir de antemano una valoración de los cambios, podría decirse que elcontenido generado “desde abajo”, el acceso descentralizado y no programadode los que habla Stiegler, la proliferación y escasa selección, y la jerarquizaciónpor el consumo de los usuarios, plantean una desorganización fuerte de lossistemas de participación ciudadana hasta finales del siglo XX. Pero ante esadesorganización y fragmentación en grupos endogámicos, parece que lasdinámicas centralizadoras más importantes vienen provistas por las industriasculturales, como los videos que se terminan imponiendo en plataformas comoYouTube. En términos de la participación directamente política, estudiosrecientes sobre la movilización ciudadana en el año 2011, sobre todo en lospaíses árabes, también identifican tendencias a la re-centralización: lasinvestigaciones señalan que frente a la porosidad de las redes sociales y lafragmentación de los emisores, quienes seguirán organizando la conversaciónpública y quienes permitirán que se difundan y amplifiquen los mensajes de losciudadanos comunes serán los medios del broadcasting: los periódicosreconocidos, la televisión (Zuckerman, 2011). Todavía es demasiado prontopara saber si la tendencia será convergente o divergente; pero lo cierto es que

hay que permanecer atentos a la tensión entre pluralización y estandarizaciónde la participación ciudadana, entre lo público, lo mediático y lo doméstico.

3. Límites y desafíos de la participación ciudadana en las sociedadesdigitales

En los apartados anteriores, buscamos analizar las nuevas condiciones en quehoy se produce la participación ciudadana. Mayor autonomía pero también

riesgo de fragmentación y endogamia; mayor peligro de homogeneización yestandarización por la presencia creciente de industrias culturales muy

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poderosas; más posibilidades de control ciudadano “desde abajo”, con lapermisibilidad de producir y difundir mensajes de forma horizontal ydescentralizada, son algunos de los aspectos que modifican las prácticascívicas y que desafían a las sociedades democráticas. En las unidades quesiguen, debatiremos sus efectos en la educación ciudadana, pero antes de

pasar a este punto, nos gustaría puntualizar algunos de los nuevos “hábitoscívicos” (tomando lo que propone Papacharissi, 2010), es decir, las nuevasprácticas sociales por las que se participa en las cuestiones públicas, y queconsideramos más desafiantes para el trabajo de los educadores.

Un primer hábito cívico es la conexión permanente a redes: cada vez sonmenos los sujetos que están al margen de ellas, ya sea a través de loscelulares o las computadoras. Los sujetos se definen por su conexión con losdemás, su acceso a las noticias y a un mundo de bienes y consumo que lesrequiere el vínculo permanente. La “privatización móvil” de la que hablamos enel primer apartado hoy se amplifica con una cultura de la “conectividad remota”,

de personas que viven conectadas aunque estén de viaje, de vacaciones o enel hogar. La comunicación frecuente y la creación de comunidades virtuales noes un elemento a desechar; son elementos importantes de sostén afectivo, yproveen redes de anclaje que permiten experimentar formas de participaciónque pueden derivar en la movilización política o ética en causas justas ydemocráticas, como puede verse hoy en las distintas formas de ciberactivismo.

Un elemento importante de la conexión permanente es que también incrementala posibilidad de control, y de ser controlado, una acción que ya no se ejercesólo de arriba hacia abajo. Como dice Thompson (1998), con la difusión de lasnuevas tecnologías todos los ciudadanos, y sobre todo los que ocupanposiciones de poder, se encuentran mucho más expuestos a la mirada críticade los demás y a la puesta en evidencia de lapsus o actos fallidos que losdejen en ridículo, cuando no de actos criminales que los inculpen. Ladisponibilidad de celulares y de cámaras digitales que pueden grabar cualquierincidente se volvió una forma de control ciudadano, de vigilancia “de panópticoinvertido”, pero lo novedoso es que esto convierte a la vida cotidiana en unaespecie de “puesta en escena” con conciencia de estar posandopermanentemente (Adatto, 2010), no sólo para los poderosos sino tambiénpara los pares, los colegas, hasta para una cámara invisible que puede estargrabándolo todo. Las redes sociales como Facebook amplifican sus efectos, ya

que el lapsus o la imagen no deseada puede ser rápidamente puesta encirculación y causar efectos desvastadores. Por eso el control sobre la propiaimagen es cada vez mayor, y probablemente es más pesado para las nuevasgeneraciones que adquieren esa conciencia muy tempranamente.

La conexión a la red parece horizontalizar las relaciones e instalar mayoresniveles de igualdad: por ejemplo, en términos de las noticias, todos podemospotencialmente acceder a las mismas noticias, y también podemos generarlas,al punto que en ciertas circunstancias puede valer lo mismo la ediciónperiodística profesional de un diario que la de un blog. Sin embargo, no habríaque exagerar esa igualación. Estudios como los de Hargittai (2011) muestran

que las desigualdades de clase, raciales o de género siguen operando en los

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modos en que las personas se vinculan a la red, los sitios por los que circulan,los mensajes que producen, y hasta el tipo de interacción que promueven.

Un segundo hábito cívico que analiza Papachirissi es el de los blogs, que ellaidentifica como la expresión de un nuevo narcisismo, una búsqueda de

expresarse creativamente pero con poca interacción con otros. La tesisdoctoral de David Brake (2009), un estudio en profundidad sobre autores deblogs, también encuentra que esta escritura es pensada antes que nada comoun ejercicio de libertad personal, en la que el lector posible juega un rolmarginal. Esta nueva primacía del “yo” como comienzo y fin de lasinteracciones sociales también es un elemento que desafía la integración socialy la configuración de una conversación pública. Por otro lado, Groys (2010)señala que ésta es una condición generada también por la magnitud y alcancede los nuevos medios digitales: si antes la comunicación social se estructurabaalrededor de pocos signos fuertes y con alta visibilidad, hoy se difunde a travésde incontables signos débiles de baja visibilidad. “La relación tradicional entre

productores y espectadores […] ha sido invertida. [Hoy]… millones deproductores producen textos e imágenes para un espectador que tiene poco onada de tiempo para leerlos o verlos.” (Groys, 2010:117). Poder encontrar unsigno fuerte en el marco de tamaña producción se vuelve más difícil, y elrepliegue sobre el sí mismo, la posición más accesible.

Un tercer hábito cívico tiene que ver con el predominio de la sátira y la ironía como formas de intervención y de crítica sociales. Papacharissi encuentra quehay un tono de juego y de humor en los contenidos que se producen con losnuevos medios digitales, y le otorga un valor en general positivo a estamodalidad. “Si el blog provee el púlpito, YouTube provee la irreverencia, elhumor y la impredicibilidad necesarias para rejuvenecer la conversaciónpolítica atrapada en formulas convencionales.” (Papacharissi, 2010: 151).

Pero el humor y la sátira no son sólo formas de crítica social; son también hoy,y quizás sobre todo, el lenguaje básico de la publicidad y del marketing, porejemplo en marcas comerciales como Nickleodeon, Nike o Pepsi-Cola (Banet-Weiser, 2007). Junto con el sentimentalismo melodramático, quizás el otrolenguaje estético que se esté imponiendo desde los medios masivos es el de laironía y la irreverencia. Pero cabría pensar si su potencialidad de críticademocrática no se ve menguada cuando son utilizadas tan extensamente por

distintas estrategias de venta como las formas más “honestas” de presentar unproducto. En una dirección parecida reflexiona Boris Groys (2010), que planteala paradoja de algunas formas de auto-ironía o auto-denuncia de artistas ocelebridades (“no me creas porque sólo soy un personaje o un producto quequiere vender”) que se postulan como la forma más honesta y “verdadera” demostrarse, aún siendo también el efecto de un cálculo y un diseño de unaimagen personal (el “niño terrible”, el “transgresor”, entre otros). Tambiénhabría que vincular esta autocrítica (con cierto grado de cinismo) a lo yaseñalado sobre el cinismo de los espectadores como resultado de suimpotencia ante el orden de las cosas que parece inmodificable. Losespectadores hoy son sospechosos, hasta cínicos de lo que dicen los medios;

¿qué política se sigue de ese cinismo y esa ironía irreverente? Son hábitos

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cívicos que condicionan cómo pensar la formación ciudadana, sobre todo paralas nuevas generaciones.

Un cuarto hábito cívico tiene que ver con una forma de vincularse a lo públicomás personalizada y a medida. Los nuevos desarrollos de software prometen

traernos el “periódico digital a medida”, hecho para nuestros intereses ypreocupaciones. También la publicidad empieza a personalizarse de maneracasi escandalosa: algunos programas permiten identificar si el usuario habló de“Egipto” en el marco de planes vacacionales o en el marco de un comentariopolítico, y dirigirle publicidad adecuada según su orientación (por supuesto,todavía son precarios y no siempre aciertan en su asociación). Pero lapersonalización de la información tiene otras potencialidades. Papacharissi(2010) señala que los usuarios de los nuevos medios digitales suelen chequearlas noticias varias veces al día en los sitios de internet, y pueden “descubrir”historias accidentalmente mientras buscan otras cosas o a través de susamigos y contactos, lo que los lleva a tratar a las noticias como parte del mismo

proceso de participación individual y personalizada que involucra sus otrasactividades en la red. Si este acceso corre el riesgo de reproducir lascomunidades endogámicas (“leo lo que mis amigos leen”, “me entero de lo queya sé”), al mismo tiempo al tratarse de comunidades abiertas, es probable quese amplíe el colectivo y la colaboración con otros distintos y lejanos. También,al entrar desde una red más personalizada que le otorga más confianza y valoremocional, es probable que esa noticia involucre más fácilmente unadimensión afectiva y comprometa más a una participación efectiva.

El quinto hábito tiene que ver con el activismo online, más acotado perotambién más plural. Papacharissi define a este activismo como “expresionesatomizadas de activismo social de intensidad, expectativa de vida y efectosvariables.” (2010:161) Es un activismo menos preocupado por construirconsensos (y lectores, como señalamos antes), y más vinculado a laposibilidad de vociferar su desacuerdo y ejercer algún tipo de control ydenuncia, aunque sea esporádico. Es un activismo orientado por “causas”, engeneral susceptible a relatos massmediáticos que generan consenso (porejemplo, la ecología y la amenaza del fin de la vida), pero también abierto aidentificarse con nuevos problemas -si es que éstos logran volverse visibles eneste magma de mensajes.

Estas nuevas prácticas o hábitos cívicos constituyen dinámicas novedosas enla participación ciudadana. Creemos que ellas plantean condiciones distintaspara la formación de las nuevas generaciones, y que señalan límites fuertespara la educación cívica tal como venía siendo pensada por el sistema escolar:puramente reflexiva y racional, centrada en los aspectos legales-políticos,pensada para un tipo de participación estable, organizada y moderada. En lassiguientes unidades, abordaremos los desafíos que se presentan tanto entérminos de los cambios necesarios en la educación ciudadana como en laconsideración y apertura hacia las prácticas ciudadanas de niños y jóvenes.

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