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LAS REGLAS DEL MÉTODO SOCIOLÓGICO EMILE DURKHEIM Ediciones elaleph.com

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INTRODUCCIÓN

Hasta el presente, los sociólogos se han preocu-pado muy poco de caracterizar y definir el métodoque aplican al estudió de los hechos sociales. En lasobras sociológicas de Spencer, el problema meto-dológica es desconocido; la Introducción, a la cien-cia social, cuyo título hace concebir algunasilusiones, está consagrada a demostrar las dificulta-des y la posibilidad de la sociología, no a la exposi-ción de los procedimientos que debe emplear. Esverdad que Mil se preocupó mucho de esta cues-tión, pero se limita a criticar lo dicho por Comte, sinañadir nada personal. Un capítulo del Cours dephilosophie positive, es casi el único estudio originale importante que tenemos sobre esta materia.

Este descuido aparente, no tiene, por otra parte,nada de sorprendente. En efecto, los grandes so-

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ciólogos cuyos nombres acabamos de recordar,apenas si hicieron algo más que escribir generalida-des sobre la naturaleza de las sociedades. las rela-ciones entre los reinos social y biológico, sobre lamarcha general del progreso; hasta la voluminosasociología de Spencer apenas si tiene otro objetoque el mostrar cómo la ley de la evolución universalse aplica a las sociedades. Y para tratar estas cues-tiones filosóficas, no son necesarios procedimientosespeciales y complejos. Se creía, pues, suficiente,pesar los méritos comparados de la deducción y dela inducción y hacer una encuesta sumaria sobre losrecursos más generales de que dispone la investiga-ción sociológica. Pero las precauciones que se toma-rán en la observación de los hechos, la manera deplantear los principales problemas, el sentido en quedeben orientare las investigaciones, las prácticas es-peciales cuyo empleo le permitirán llegar hasta elfin, las reglas que deben presidir la administraciónde la prueba, todo esto quedaba indeterminado.

Un feliz concurso de circunstancias, en cuyoprimer término es justo colocar la iniciativa que hacreado en mi favor, en la Facultad ele Letras deBurdeos, un curso regular de sociología, me permi-tió consagrarme al estudio de la ciencia social, y

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hasta hacer de ella el objeto de mis preocupacionesprofesionales, haciendo posible que pudiéramosabandonar estas cuestiones demasiado generales yabordar un cierto número de problemas particula-res. Por la fuerza misma de las cosas, pues, hemossido llevados a constituirnos un método más defini-do - por lo menos así lo creemos -, más exacta-mente adaptado a la naturaleza particular de losfenómenos sociales. En este momento pretendemosexponer en su conjunto, y someter a discusión, losresultados de la aplicación de nuestras reglas e prin-cipios. Sin duda, están contenidos implícitamente ennuestro libro sobre La division du travail social. Pe-ro nos pareció que tendría algún interés el separar-los y formularlos aparte, acompañados de suspruebas e ilustrarlos con ejemplos sacados- ya deesta obra, ya de trabajos inéditos. De esta manera sepodrá juzgar mejor sobre la orientación que quisié-ramos imprimir a los estudios sociológicos.

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CAPITULO PRIMERO

¿QUÉ ES HECHO SOCIAL?

Antes de indagar el método que conviene al es-tudio de los hechos sociales, es preciso saber a quéhechos se da este nombre.

La cuestión es tanto más necesaria cuanto quese emplea aquel calificativo sin mucha precisión; sele emplea corrientemente para designar a casi todoslos fenómenos que ocurren en el interior de la so-ciedad, por poco que presenten. junto a una ciertageneralidad. algún interés social. Pero, partiendo deesta base, apenas si podríamos encontrar ningúnhecho humano que no pudiera ser calificado de so-cial. Todo individuo bebe. duerme, come, razona, yla sociedad tiene un gran interés en que estas fun-ciones se cumplan regularmente. Si estos hechos

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fueran, pues, sociales; la sociología no tendría ob-jeto propio, v su dominio se confundiría con el de labiología y el de la psicología.

Pero, en realidad, en toda sociedad existe ungrupo determinado de fenómeno que se distinguenpor caracteres bien definidos de los que estudian lasdemás ci1encias de la naturaleza.

Cuando yo cumplo mi deber de hermano, deesposo o de ciudadano, cuando ejecuto las obliga-ciones a que me comprometí, cumplo deberes defi-nidos, con independencia de mí mismo .y de misactos, en el derecho y en las costumbres. Aun en loscasos en que están acordes con mis sentimientospropios, y sienta finte. interiormente su realidad,ésta no deja de ser objetiva, pues no soy yo quienlos ha inventado, sino que los recibí a través de laeducación. ¡Cuántas veces ocurre que ignoramos eldetalle de las obligaciones que nos incumben, y paraconocerlas tenemos necesidad de consultar el códi-go y sus intérpretes autorizados! De la misma mane-ra, al nacer el creyente ha encontradocompletamente formadas sus creencias y prácticas;si existían antes que él, es que tienen vida indepen-diente. El sistema de signos de que me sirvo paraexpresar mi pensamiento, el sistema monetario que

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uso para pagar mis deudas, loe instrumentos de cré-dito que utilizo en mis relaciones comerciales, lasprácticas seguidas en mi profesión, etc., funcionancon independencia del empleo que hago de ellos.Tómense uno tras otro los miembros que integranla sociedad, y lo que precede podrá afirmarse detodos ellos. He aquí, pues, maneras de obrar, depensar y de sentir, que presentan la importante pro-piedad de existir con independencia de las concien-cias individuales.

Y estos tipos de conducta o de pensamiento nosólo son exteriores al individuo, sino que están do-tados de una fuerza imperativa y coercitiva, por laerial se le imponen, quiera o no. Sin duda, cuandome conformo con ellos de buen grado. como estacoacción no existe o pesa poro. es inútil; pero nopor esto deja de constituir un carácter intrínseco deestos hechos. y la prueba la tenemos en que se afir-ma. a partir del momento en que intentamos resistir.Si yo trato de violar las reglas del derecho, reaccio-nan contra mí, para impedir mi acto si todavía haytiempo, o para anidarlo y restablecerlo en su formanormal si se ha realizado y es reparable, o para ha-cérmelo expiar si no puede ser reparado de otramanera. ¿Se trata de máximas Puramente morales?

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La conciencia publica impide todo acto que la ofen-da, por la vigilancia que ejerce sobre la conducta delos ciudadanos y las penas especiales de que dispo-ne. En otros casos la coacción es menos violenta,pero existe.

Si yo no me someto a las convenciones delmundo, si al vestirme no tengo en cuenta las cos-tumbres se seguidas en mi país y en mi , clase, la risaque provoco, el aislamiento en que se me tiene,producen, aunque de una manera más atenuada, losmismos efectos que una pena propiamente dicha.Además, no por ser la coacción indirecta, es menoseficaz. Yo no tengo obligación de hablar en francéscon mis compatriotas, ni de emplear las monedaslegales; pero me es imposible hacer otra cosa. Siintentara escapar a esta necesidad, mi tentativa fra-casaría miserablemente. Industrial, nada me impidetrabajar con procedimientos y método del siglo pa-sado; pero si lo hago me arruinaré irremediable-mente.

Aun cuando pueda liberarme de estas reglas yviolarlas con éxito, no lo haré sin lucha. Aun cuan-do pueda vencerlas definitivamente, siempre hacensentir lo suficiente su fuerza coactiva por la resis-tencia que oponen. Ningún innovador, por feliz que

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haya sido en su empresa, puede vanagloriarse de nohaber encontrado obstáculos de este género.

He aquí, pues, un orden de hechos que presen-tan caracteres muy- especiales; consisten en manerasde obrar, de pensar y de sentir, exteriores al indivi-duo, y están dotadas de un poder coactivo, por elcual se le imponen. Por consiguiente, no puedenconfundirse con los fenómenos orgánicos, puesconsisten en representaciones y en acciones; ni conlos fenómenos psíquicos, que sólo tienen vida en laconciencia individual y por ella. Constituyen, pues,una especie nueva, a que se ha de dar y reservar lacalificación de sociales. Esta calificación les convie-ne, pues no teniendo por sustracto al individuo, esevidente que no pueden tener otro que la sociedad,sea la sociedad política en su totalidad, sea algunosde los grupos parciales que contiene, confesionesreligiosas, escuelas políticas, literarias, corporacionesprofesionales, etc. Además, podemos afirmar quesólo conviene a ellos, pues la palabra social, sólotiene un sentido definido a condición de designarúnicamente fenómenos que corresponden a ningu-na de las categorías de hechos constituídos y califi-cados. Constituyen, pues, el dominio propio de lasociología. Es verdad que la palabra coacción. con

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la cual los definimos, corre el riesgo de asustar a lospartidarios entusiastas de un individualismo abso-luto. Como éstos creen que el individuo es perfec-tamente autónomo, consideran que se disminuye suvalor, cuando se intenta hacerlo depender de algoque no sea él mismo. Mas siendo hoy ya indudableque la mayoría de nuestras ideas y tendencias no sonelaboradas por nosotros, sino que provienen delexterior, es evidente que sólo pueden penetrar ennosotros, por medio de la imposición: esto escuanto significa nuestra definición. Además, es cosasabida que toda coacción social no es necesaria-mente exclusiva de la personalidad individual.

Sin embargo, como los ejemplos que acabamosde citar (reglas jurídicas, morales, dogmas religiosos,sistemas financieros, cte.), consisten todos en cre-encias y en prácticas constituidas, de lo que antece-de podría deducirse que el hecho social debe irforzosamente acompañado de una organizacióndefinida. Pero existen otros hechos que, sin pre-sentar estas formas cristalizadas, tienen las mismaobjetividad y el mismo ascendiente sobre el indivi-duo. Nos referimos a lo que se ha llamado corrien-tes sociales. Por ejemplo, en una asamblea. losgrandes movimientos de entusiasmo., de indigna-

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ción, de piedad, que se producen, no se originan enninguna conciencia particular. Vienen a cada uno denosotros de afuera, y son capaces de arrastrarnosaun contra nuestro deseo. Sin duda, puede sucederque si me abandono a ellos sin reserva, no sienta lapresión que ejercen sobre mí. Pero aparece desde elmomento en que intente resistirlos. Trate un indivi-duo de oponerse a una de estas manifestacionescolectivas, y los sentimientos que niega se vuelvenen su contra. Ahora bien, si está fuerza de coerciónexterna se afirma con tal claridad en los casos deresistencia, es que existe, aunque inconsciente, enlos casos contrarios. Entonces somos víctimas deuna ilusión que nos hace creer que hemos elaboradopor nosotros mismos lo que se nos impone desdeafuera. Pero si la complacencia con que creemosesto desfigura el impulso sufrido; no lo suprime. Elaire tampoco deja de ser pesado, porque no sinta-mos su peso. Aun cuando, por nuestra parte, haya-mos colaborado a la emoción común., la impresiónque sentimos es muy diferente de la que hubiéramosexperimentado de estar solos. Una vez terminada lareunión, y cesado de obrar sobre nosotros aquellasinfluencias sociales, al encontraron solos con noso-tros mismos, los sentimientos porque hemos pasa-

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do nos hacen el efecto de algo extraño en los cualesno nos reconocemos. Entonces comprendemos quelos hemos sufrido mucho más de lo que en elloshemos colaborado. Hasta pueden inspirarnos ho-rror, por lo contrarios que son a nuestra naturaleza.Y de esta manera, individuos generalmente inofen-sivos, reunidos ea manada, pueden dejarse arrastrarpor actos de verdadera atrocidad. Ahora bien;cuanto hemos dicho de estas explosiones pasajeras,se aplica igualmente a esos movimientos de opinión,más duraderos. que se producen sin cesar a nuestroalrededor, ya en el conjunto de la sociedad, ya encírculos más limitados, referidos a materias religio-sas, políticas, literarias, artísticas, etcétera.

De otra parte, para confirmar con una experien-cia característica esta definición del hecho social,basta observar cómo son educados los niños.Cuando se miran los hechos tales como son y comosiempre han sido, salta a los ojos que toda educa-ción consiste en un esfuerzo continuo para imponera los niños maneras de ver, ele sentir y de obrar, alas cuales no habrían llegado espontáneamente.Desde los primeros momentos de su vida les obli-gamos a comer, a beber, a dormir con regularidad, ala limpieza, al sosiego, a la obediencia; más tarde les

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forzamos para que tengan en cuenta a los demás,para que respeten los usos, conveniencias; les coac-cionamos para que trabajen, etc., etc. Si con eltiempo dejan de sentir esta coacción, es que poco apoco origina hábitos y tendencias internas que lahacen inútil, pero que sólo la reemplazan porquederivan de ella. Es verdad quo, según Spencer, unaeducación racional debería reprobar tales procedi-mientos y dejar en completa libertad al niño; perocomo esta teoría pedagógica no fue practicada porningún pueblo conocido, sólo constituye un deside-rátum personal, no un hecho que pueda oponerse alos hechos precedentes. Lo que hace a estos últimosparticularmente instructivos, es el hecho de tener laeducación precisamente por objeto el constituir alser social; en ella se puede ver, como en resumen, lamanera como en la historia se constituyó este ser.Esta presión de todos los momentos que sufre elniño es la presión misma del medio social que tien-de a modelarlo a su imagen. y del cual los padres ylos maestros no son sino los representantes y losintermediarios.

No es su generalidad lo que puede servirnos pa-ra caracterizar los fenómenos sociales. Un pensa-miento que se encuentre en todas las conciencias

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particulares, un movimiento que repitan todos losindividuos, no son, por esto, hechos sociales. Si pa-ra definirlos se contenta el sociólogo con este ca-rácter, es que, equivocadamente, los confunde conlo que podríamos llamar sus encarnaciones indivi-duales. Lo que los constituye son las creencias, lastendencias, las prácticas del grupo tomado colecti-vamente; en cuanto a las formas que revisten losestados colectivos al refractares en los individuos,son cosas de otra índole. Lo que demuestra categó-ricamente esta dualidad de naturaleza es que estosdos órdenes de hechos se presentan muchas vecesdisociados. En efecto, algunas de estas maneras deobrar y de pensar adquieren, por su repetición, unaespecie de consistencia que. por decirlo así, los pre-cipita y los aísla de los hechos particulares que losreflejan. De esta manera afectan un cuerpo y unaforma sensible que les es propio, y constituyen unarealidad sui géneris muy distinta de los hechos indi-viduales que las manifiestan. El hábito colectivo noexiste sólo en estado de inmanencia en los actossucesivos que determina, sino que por un privilegiosin par en el reino biológico. se expresa una vez pa-ra siempre en una fórmula que se repite de boca enboca, se transmite por la educación y hasta se fija

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por escrito. Tal es el origen de las reglas jurídica,morales. de los aforismos y dichos populares, de losartículos de fe, en donde las sectas religiosas y polí-ticas condensan sus creencias, de los cólicos delgusto que erigen las escuelas literarias, cte. Ningunade ellas se encuentra por completo en las aplicacio-nes que hacen las particulares, pues hasta puedenexistir sin ser actualmente aplicadas.

Sin duda, esta disociación no se presenta siem-pre con la mima claridad. Pero hasta con que existade una manera indiscutible en los importantes ynumerosos casos que acabamos de recordar, parademostrar que el hecho social es distinto de sus re-percusiones individuales. Además, aun criando nose presente inmediatamente a la observación, pué-dese ésta realizar mediante ciertos artificios de mé-todo; hasta es necesario proceder a esta operación sise quiere separar el hecho social de toda mescolan-za. para observarlo en estado de pureza. Y de estamanera, existen ciertas corrientes de opinión quenos empujan con una desigual intensidad, según lostiempos y los países, una, por ejemplo, hacia el ma-trimonio, otra, al suicidio o a una natalidad más omenos fuerte. Y todo esto son evidentemente he-chos sociales. A la primera impresión parecen inse-

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parables de las formas que adquieren en los casosparticulares; pero la estadística nos proporcionamedios para aislarlos. En efecto; no sin exactitudestán expresados por el tanto por ciento de naci-mientos, de matrimonios, de suicidios, es decir, porel número que se obtiene dividiendo el total medioanual de los matrimonios, de los nacimientos, de lasmuertes voluntarias por los hombres en edad decasarse, de procrear, de suicidarse Y esto porquecomo cada una de estas cifras comprende todos loscasos particulares indistintamente, las circunstanciasindividuales que pueden tener cierta influencia en laproducción del fenómeno, se neutralizan mutua-mente y, por consiguiente, no contribuyen a su de-terminación. Expresan un determinado estado delalma colectiva.

He aquí lo que son los fenómenos sociales unavez que se los ha desembarazado de todo elementoextraño. En cuanto a sus manifestaciones privadas,podemos afirmar que tiene algo de social, pues re-producen en parte un modelo colectivo; pero cadauna de ellas depende también- y en mucho, de laconstitución orgánico-psíquica del individuo, de lascircunstancias particulares a que está sometido. Es-tas manifestaciones no son, pues, fenómenos pro-

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piamente sociológicos. Pertenecen a la vez a dosreinos, se las podría llamar socio-psíquicas. Intere-san al sociólogo. sin constituir la materia inmediatade la sociología. Dentro del organismo se encuen-tran también fenómenos de naturaleza mixta queestudian las ciencias mixtas, como la química bioló-gica.

Pero, se dirá, un fenómeno sólo puede ser co-lectivo siempre que sea común a todos los miem-bros de la sociedad o, por lo menos a la mayoría deellos, y, por consiguiente, si es general. Sin duda,pero si es general se debe a que es colectivo (es de-cir, más o menos obligatorio), bien lejos de ser co-lectivo porque es general. Es un estado del grupocine se repite en les individuos porque se les impo-ne. Existe en cada parte porque está en el todo, le-jos de que esté en el todo porque está en las partes.Esto es especialmente evidente de esas creencias yde esas prácticas que las generaciones anteriores nostransmitieron completamente formadas; las recibi-mos y las adoptamos, porque siendo a la vez unaobra colectiva y una obra secular. están investidasde una autoridad particular que la educación nosenseñó a reconocer y a respetar. Ahora bien; hayque notar que la inmensa mayoría de los fenómenos

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sociales nos llegan por este camino. Aun cuando elhecho social sea debido en parte a nuestra colabora-ción directa. no por esto cambia de naturaleza. Unsentimiento colectivo que se manifiesta en unaasamblea, no expresa solamente lo que había decomún entre todos los sentimientos individuales,sino que representa algo completamente distinto.como ya hemos demostrado. Es una resultante de lavida común, un producto de las acciones y reaccio-nes que se desarrollaban entre las conciencias indi-viduales; si resuena en cada una de ellas, es en virtudde la energía especial que debe precisamente a suorigen colectivo. Si todos los corazones vibran alunísono, no es a consecuencia de una concordanciaespontánea y preestablecida. sino porque una mismafuerza los mueve en el mismo sentido. Cada uno esarrastrado por todos.

Llegamos, pues, a representarnos de una maneraprecisa el dominio de la sociología. Este dominiocomprende solamente un grupo determinado defenómenos. Un hecho social se reconoce en el po-der de coerción externa que ejerce o es susceptiblede ejercer sobre los individuos; y la presencia deeste poder se reconoce a su vez, ya por la existenciade alguna sanción determinada, ya por la resistencia

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que el hecho opone a toda empresa individual quetienda a hacerla violenta. Sin embargo, también se lepuede definir por la difusión que presenta dentrodel grupo con tal que, teniendo en cuenta las prece-dentes observaciones, se tenga cuidado de añadir,como segunda y esencial característica, que existacon independencia de las formas individuales quetoman al difundirse. En algunos casos, este últimocriterio hasta es de una aplicación más sencilla queel anterior. En efecto; la coacción es fácil de com-probar cuando se traduce al exterior por algunareacción directa de la sociedad, como sucede, porejemplo, con el derecho, con la moral, con las cre-encias, con los usos y hasta con las modas. Perocuando esta coacción es indirecta, como, por ejem-plo, la que ejerce una organización económica, nose percibe siempre con la necesaria claridad. La ge-neralidad, combinada con la objetividad, puedenentonces ser más fáciles de establecer. Pe otra parte,esta secunde definición no es más que la primerabajo una forma distinta; pires si una manera deobrar, que tiene vida fuera de las conciencias indivi-duales se generaliza, sólo puede hacerlo imponién-dose.

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Sin embargo, se nos podría preguntar si escompleta esta definición. En efecto; los hechos quenos han servido de base son todos maneras de ha-cer; son de orden fisiológico. Ahora bien, existentambién maneras de ser colectivas; es decir, hechossociales de orden anatómico o morfológico. La so-ciología no puede desinteresarse de lo que concier-ne al sustracto de la vida colectiva. Y sin embargo,el número y naturaleza de las partes elementales deque está compuesta la sociedad, la manera de estardispuestas, el grado de coalescencia que alcanzaron,la distribución de la población por el territorio, elnúmero y naturaleza de las vías de comunicación, laforma de las habitaciones, etcétera, no parecen, alprimer examen, poder reducirse a maneras de obrar,de sentir o de pensar.

Pero estos diversos fenómenos presentan, desdeluego, la misma característica que nos sirvió paardefinir a los demás. Estas mineras de ser se impo-nen al individuo de la misma suerte que las manerasde hacer de que hablamos. En efecto, cuando sequiere conocer cómo una sociedad está divididapolíticamente, cómo están combinadas estas divi-siones, la fusión más o menos completa que existeentre ellas, no se puede obtener ningún resultado

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mediante una inspección material o por inspeccio-nes geográficas; y esto porque aquellas divisionesson morales, aun cuando tengan cierta base en lanaturaleza física. Esta organización solamente pue-de estudiarse con el auxilio del derecho público,pues es este derecho el que la determina, de la mis-ma manera que determina nuestras relaciones do-mésticas y cívicas. Ella es, pues, igualmenteobligatoria. Si la población se aglomera en nuestrasciudades en lugar de distribuirse por el campo, esseñal de que existe una corriente de opinión, un im-pulso colectivo, que impone a los individuos estaconcentración. La libertad que tenemos para elegirnuestros vestidos, no es superior a la que tenemospara escoger la forma de nuestras casas; tan obliga-toria es una cosa como la otra. Las vías de comuni-cación determinan de una manera imperiosa elsentido de las migraciones interiores y de los cam-bios, y hasta la intensidad de estos cambios y migra-ciones, etc., etc. Por consiguiente, a la lista de losfenómenos que hemos enumerado, como presen-tando el signo distintivo del hecho social, cuandomucho podríamos añadir otra categoría; pero comoesta enumeración no podría ser rigurosamente ex-haustiva, la adición no será indispensable.

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Y ni siquiera sería útil, pues estas maneras de serno son más que maneras de hacer consolidadas. Laestructura de una sociedad no es más que la maneracomo los distintos sectores que la componen hantomado la costumbre de vivir entre sí. Si sus rela-ciones son tradicionalmente estrechas, los sectorestienden a confundirse; en el caso contrario, a distin-guirse. El tipo de habitación que se nos impone, noes sino el resultado de cómo se han acostumbrado aconstruir las casas, quienes viven a nuestro alrede-dor, y. en parte, las generaciones anteriores. Las víasde comunicación no son más que el cauce que se haabierto a sí misma - al marchar en el mismo sentido-la corriente regular de los cambios y de las migra-ciones, etc. Sin duda, si los fenómenos de ordenmorfológico fueran los únicos que presentasen estafijeza, se podría creer que constituyen una especieaparte. Pero una regla jurídica es una coordinacióntan permanente como un tipo de arquitectura, y, sinembargo, es un hecho fisiológico. Una simple má-xima moral es, a buen seguro, más maleable, peropresenta formas más rígidas que una sencilla cos-tumbre profesional o que una moda. Existe, pues,toda una gama de matices que, sin solución de con-tinuidad, enlaza los hechos de estructura más ca-

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racterizada con estas corrientes libres de la vida so-cial que todavía no se moldearon definitivamente.Entre ellas no existen más que diferencias en el gra-do de consolidación que presentan. Linos y otras noson otra cosa que la vida más o menos cristalizada.Sin duda, puede haber algún interés en reservar elnombre de morfológicos a los hechos sociales quese refieran al sustracto social, pero en este caso nose ha de perder de vista que son de la misma natu-raleza que los demás. Nuestra definición entoncescomprenderá todo lo definido, si decimos: Hechosocial es toda manera de hacer, fijada o no, suscep-tible de ejercer sobre el individuo una coacción ex-terior; o bien: Que es general en el conjunto de unasociedad, conservando una existencia propia, inde-pendiente de sus manifestaciones individuales.

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CAPITULO II

REGLAS RELATIVAS A LA OBSERVACIÓNDE LOS HECHOS SOCIALES

La primera regla y la más fundamental es consi-derar los hechos sociales como cosas.

I

Cuando un nuevo orden de fenómenos se haceobjeto de una ciencia, se encuentran ya representa-dos en el espíritu, no sólo por imágenes sensibles,sino también por conceptos groseramente forma-dos. Antes de los primeros rudimientos de física yquímica, los hombres tenían ya, sobre los fenóme-nos físico-químicos, noticias que iban más allá de la

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pura percepción; tales son, por ejemplo. las que en-contramos mezcladas en todas las religiones. Y esque, en efecto, la reflexión es anterior a la ciencia,que no hace sino servirse de ella como un métodomejor. El hombre no puede vivir en medio de lascosas sin formular sus ideas sobre ellas y de acuerdoa las cuales arregla su conducta. Pero como estasnociones están más cerca v más a nuestro alcanceque las realidades a que corresponden, tendemosnaturalmente a sustituirías a estas últimas y a hacerde ellas la materia prima de nuestras especulaciones.En lugar de observar las cosas., describirlas y com-pararlas, nos contentamos entonces con tener con-ciencia de nuestras ideas, con analizarlas ycombinarlas. En lugar de una ciencia de realidades,no hacemos más que un análisis ideológico. Sin du-da alguna, este análisis no excluye necesariamentetoda observación, pues se puede apelar a los hechospara confirmar estas nociones o las conclusionesque de ellas se sacan. Pero entonces los hechos sólointervienen de una manera secundaria, como ejem-plos o pruebas confirmatorias; no son objeto de laciencia. Ésta va de las ideas a las cosas, no de lascosas a las ideas.

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Claro es que este método no puede producir re-sultados objetivos. Estas nociones, conceptos ocomo se les quiera llamar, no son sustitutos legíti-mos de las cosas. Productos de la experiencia vul-gar, ante todo tienen por objeto el poner nuestrasacciones en armonía con el mundo que nos rodea;son formadas para la práctica y con ella. Ahora bien,una representación puede estar en condiciones dedesempeñar útilmente ese papel y ser, .sin embargo,falsa. Después de muchos siglos, Copérnico disipólas ilusiones de nuestros sentidos respecto al movi-miento de los astros, y sin embargo, es por estasilusiones por lo que arreglamos generalmente ladistribución de nuestro tiempo. Para que una ideasuscite con exactitud los movimientos que reclamala naturaleza de una cosa, no es necesario que ex-prese fielmente esta naturaleza, sino que basta conque nos haga sentir lo que la cosa encierra de útil ode desventajosa, aquello en que nos puede servir yen que nos puede perjudicar. Y aún las nociones asíformadas sólo presentan esta exactitud práctica, deuna manera aproximada y únicamente en la genera-lidad de los casos. ¡Cuántas veces son tan peligrosascomo inadecuadas! No es, pues, elaborándolas, seacual fuere la manera de proceder, como se llegarán a

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descubrir las leyes de la realidad. Estas nocionesson, por el contrario, algo así como un velo que seinterpone entre las cosas y nosotros, y nos las dis-frazan cuando nos las figuramos más transparentes.

Una ciencia de esta naturaleza, no sólo sería in-completa, sino que le faltaría materia de qué ali-mentarse. Apenas existe, cuando, por decirlo así,desaparece y se transforma en arte. En efecto. seconsidera que estas nociones contienen todo cuantohay de esencial en lo real, pues se las confunde conlo real mismo. A partir de este momento, parecencontener cuanto es necesario para ponernos encondiciones; no sólo de comprender lo que es, sinode prescribir lo que debe ser y los medios de llevarloa la práctica. Pues lo bueno es lo que está conformecon la naturaleza de las cosas, y lo malo lo que lacontraría; y los medios de alcanzar uno y huir delotro derivan de esta misma naturaleza. Por consi-guiente, si la poseyéramos sin esfuerzo, el estudio dela realidad presente no tendría para nosotros ningúninterés práctico, y como es precisamente este interéslo que justifica dicho estudio, éste carecería en losucesivo de objeto. De esta manera, la reflexión sesiente incitada a desviarse de lo que constituye elobjeto mismo de la ciencia, a saber el presente y el

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pasado, para lanzarse de un solo salto hacia el por-venir. En lugar de tratar de comprender los hechosadquiridos y realizados, trata de realizar otros nue-vos, más conforme con los fines perseguidos porlos hombres. Cuando cree saber en qué consiste laesencia de la materia, emprende, acto continuo, labúsqueda de la piedra filosofal. Esta usurpación delarte sobre la ciencia, que impide el desarrollo deésta, se ve por otra parte favorecida por las mismascircunstancias que determinan el despertar de la re-flexión científica. Pues como su nacimiento se debeúnica y exclusivamente a la satisfacción de necesi-dades vitales, se encuentra naturalmente orientadahacia la práctica. Las necesidades Ve está destinadaa satisfacer son siempre apremiantes, y, por consi-guiente, ha de apresurarse a obtener su fin; estasnecesidades no reclaman explicaciones, sino reme-dios.

Esta manera de proceder es tan conforme conla inclinación natural de nuestro espíritu, que se laencuentra en el mismo origen de las ciencias físicas.Es la que diferencia la alquimia de la química y laastrología de la astronomía. Es por ella que caracte-riza Bacon el método que seguían los sabios de sutiempo, y que él combate. Las nociones de que aca-

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bamos de hablar son las nociones vulgares o prae-notiones que Bacon señala como la base de todaslas ciencias y en las cuales substituyen los hechos.Son las idola, especie de fantasmas que desfiguran elverdadero aspecto de las cosas, y que tomamos, sinembarro, por las cosas mismas. Y como este medioimaginario no ofrece al espíritu resistencia alguna,no sintiéndose éste contenido por nada, se abando-na a ambiciones sin límites y cree posible. construir,o mejor reconstruir el mundo con sus solas fuerzasy a la medida de sus deseos.

Si esto sucedió en las ciencias naturales. nadatiene de extraño que pasara lo mismo con la socio-logía. Los hombres no han esperado a la ciencia so-cial para forjar sus ideas respecto del derecho, de lamoral, de la familia. del Estado y de la misma socie-dad, pues estos hombres las necesitaban para podervivir. Ahora bien, es precisamente en sociologíadonde estas prenociones, para usar otra vez la ex-presión de Bacon. están en condiciones de dominara los espíritus y de sustituirse a las cosas. En efecto;las cosas sociales sólo se realizan por los hombres;son un producto de la actividad humana. Estas cosano parecen tener otra misión que la de poner enpráctica determinadas ideas, innatas o no, que lle-

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vamos en nosotros. su aplicación a las diversas cir-cunstancias que acompañan a las relaciones de loshombres entre sí. La organización de la familia. delcontrato, de la represión, del Estado, de la sociedad.aparecen de esta manera como un simple desarrollode las ideas que tenemos sobre la sociedad. el Esta-do, la justicia, etcétera. Por consiguiente, estos he-chos y sus análogos, parecen no tener más realidadque en y para las ideas cuyo germen son, y que apartir de aquel momento, se convierten en la mate-ria propia de la sociología.

Lo que termina por justificar este punto de vis-ta, es que no pudiendo abarcar la conciencia todoslos detalles de la vida social, no puede tener en ellauna percepción lo suficientemente intensa para sen-tir la realidad. No ligándose a nosotros con atadurasbastante sólidas ni próximas, se nos aparece fácil-mente como algo flotante en el vacío, como unamateria semi-irreal e indefinidamente plástica. Heaquí la causa de cine tantos pensadores no hayanvisto en las coordinaciones sociales más que combi-naciones artificiales más o menos arbitrarias. Pero siel detalle, si las formas concretas y particulares senos escapan, nos representarnos por lo menos losaspectos más generales de la existencia colectiva en

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su conjunto y de una manera aproximada. y estasrepresentaciones esquemáticas y sumarias son lasque constituyen aquellas prenociones que nos sirvenpara los usos corrientes de la vida No podemos nisoñar en ponerlas en duda, pues las percibimos alpropio tiempo que la nuestra. No solamente estánen nosotros, sino que como son un producto deexperiencias repetidas, a consecuencia de la repeti-ción y del hábito que es su consecuencia, tienen unaespecie de ascendiente y de autoridad. Cuando que-remos librarnos de ellas, sentimos su resistencia.Ahora bien, no podemos considerar como algo reallo que se opone a nosotros. 'lodo contribuye, pues,a hacernos ver en ellas la verdadera realidad social.

Y en efecto, hasta el presente, la sociología hatratado de una manera más o meses exclusiva, no decocas, sino de conceptos. Es verdad que Comteproclamó que los fenómenos sociales son hechosnaturales, sometidos a las leyes naturales. Comtereconoció, pues, y de una manera implícita su ca-rácter de cosas, pues sólo hay cosas en la naturaleza.Pero cuando abandonando estas generalidades filo-sóficas, intenta aplicar su principio y hacer emergerde él la ciencia que contiene, toma a las ideas comoobjetos de estudio. En efecto, lo que constituye la

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principal materia de su sociología, es el progreso dela humanidad en el tiempo. Comte larte de la ideade que la evolución del género humano es continua,y consiste en una realización siempre más completade la naturaleza humana; el problema que le preo-cupa es el, de volver a encontrar el orden de estaevolución. Ahora bien, suponiendo que exista estaevolución, sólo puede establecerse su realidad unavez; constituída la ciencia; no se puede, pues, hacerde ella el objeto mismo de la investigación, sinoconsiderándola como una concepción del espíritu,ira como una cosa. Y en efecto, tratáse de una con-cepción completamente subjetiva, pues en realidadeste . progreso de la humanidad no existe. Lo queexiste, lo único al alcance de la observación, son lassociedades particulares. que macen, se desarrollan ydesaparecen independientemente unas de las otras.Si las más recientes continuasen a las que han pre-cedido, cada tipo superior podría ser consideradocomo la simple repetición del tipo inmediatamenteinferior, con algo añadido; se podría colocarlas.pues, por decirlo así, unas tras otra, confundiendo acuantas se encuentran en el mismo grado de desa-rrollo, y la serie que de esta manera se formase po-dría considerarse como una representación de la

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humanidad. Pero los hechos no se presentan conesta extrema simplicidad. Un pueblo que reemplazaa otro no es una nueva prolongación de este últimocon aleo adicionado, sino que es otro pueblo, condeterminadas propiedades en más y otra., en menos;constituye una individualidad, nueva, y como todasestas individualidades son heterogéneas, no puedenrefundirse en una misma serie continua, ni muchomenos en una serie única. La sucesión de socieda-des, no puede representarse como una línea geo-métrica, sino que se asemeja mejor a un árbol, cuyasramas se dirigen en sentidos divergentes. En resu-men, Comte ha tomado por desarrollo histórico lanoción que tenía de él, y que no difiere mucho de laconcepción vulgar. En realidad, vista de lejos, lahistoria toma este aspecto serio y simple. Sólo seven individuos que se suceden unos a otros y mar-chan en la misma dirección, porque tienen todos lamisma naturaleza. De otra parte, como no se conci-be que la evolución humana pueda ser otra cosa queel desarrollo de alguna idea humana. parece com-pletamente natural definirla por la idea que de ellatienen los hombres. Procediendo así, no sólo que-damos en la ideología, sino que se da como objeto

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en la sociología un concepto que no tiene nada depropiamente sociológico.

Spencer rechaza tal concepción, pero es para re-emplazarla con otra que ha formado de la mismamanera. Este autor hace a las sociedades y no a lahumanidad, el objeto de la ciencia; pero acto conti-nuo define a las primeras de una manera tal, quehace evaporar la cosa de que habla, para poner ensu lugar la prenoción que de ella se ha forjado. Da,en efecto. como una proposición evidente, el que"una sociedad sólo existe cuando a la yuxtaposiciónse une la cooperación", y que sólo por ésta, la uniónde individuos deviene una sociedad propiamentedicha. Partiendo después del principio de que la co-operación es la esencia de la vida social, distinguelas sociedades en dos clases, según la naturaleza dela cooperación que en ellas domina. "Existe, dice,una cooperación espontánea que se realiza sin pre-meditación durante la persecución de fines de uncarácter privado. Existe, también, una cooperaciónconscientemente constituída. que supone fines deinterés público claramente reconocido". A las pri-meras las llama sociedades industriales; a las segun-das militares, y de esta distinción puede afirmarseque es la idea madre de su sociología.

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Pero esta definición inicial enuncia como unacosa lo que no es más que un piloto de vista del es-píritu. Ella se presenta, en efecto, como la expresiónde un hecho inmediatamente visible y que basta laobservación para constatarlo, pues es formuladocomo un axioma en los umbrales de la ciencia. Y sinembargo, por una simple inspección, es imposiblellegar a saber si realmente la cooperación es todo enla vida social. Tal afirmación sólo es científicamentelegítima caundo se han Pasado en revista todas lasmanifestaciones de la existencia colectiva y se ha de.mostrado que todas ellas con formas diversas decooperación. Es, pues, una nueva manera de conce-bir la realidad social, que se sustituve a esta realidad.Lo que se define no es la sociedad, sino la idea quede ella tiene Spencer. Y si este autor no tiene ningúnescrúpulo en proceder de esta manera, es que paraél la sociedad no es ni puede ser otra cosa que larealización de Una idea. a saber, de aquella mismaidea de cooperación por la cual la ha definido. Seríacoca fácil demostrar. unte en cada lino de los pro-blemas que aborda. el método continúa siendo elmismo. Además, aunque este autor pretenda proce-der empíricamente, como los hechos acumulados ensu sociología son empleados para ilustrar análisis de

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nociones. más que para describir v explicar cosas.parecen estar allí, sólo para aparentar argumentos.En realidad, todo lo esencial de su doctrina puedededucirse, inmediatamente de su definición de lasociedad y de las distintas formas de cooperacióntiránica impuesta y una cooperación libre y espon-tánea, es evidente que esta última es el ideal al cualtiende y ha de tender la humanidad.

Y no solamente se encuentran tales nocionesvulgares en la base de la ciencia, sino también, y acada momento, en la trama de los razonamientos.En el estado actual de nuestros conocimientos, nosabemos con certidumbre qué es el Estado, la sobe-ranía, la libertad política, la democracia, el socialis-mo, el comunismo, cte.; el método exigiría, portanto, no emplear estos conceptos mientras no es-tuviesen científicamente constituídos. Y sin embar-go, las palabras que los expresan aparecencontinuamente en las discusiones sociológicas. Selas emplea corrientemente y con seguridad, como sicorrespondiesen a cosas bien conocidas y definidas,cuando no despiertan en nosotros más que nocio-nes confusas, mescolanzas indistintas de impresio-nes vagas, de prejuicio y de pasiones. Todavía nosreímos de los extravagantes razonamientos que em-

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pleaban los médicos de la Edad Media, para pone-en claro las nociones del calor, frío, humedad, se-quedad. cte., y no advertimos de que seguimos elmismo procedimiento relativamente a aquellos fe-nómenos que, por su extrema complejidad, menoslo permiten.

Todavía es más acusado este carácter ideológicoen las ramas especiales de la sociología.

Este es especialmente el caso de la moral. Puedeafirmarse, en efecto, que no hay en moral un solosistema, en el cual no se la considere como el simpledesarrollo de una idea inicial que en potencia locontendría toda entera. Algunos creen que esta ideala encuentra el hombre en su yo completamenteformada; otros, por el contrario, afirman que seforma en el curso de la historia de una manera máso menos lenta. Pero tanto para unos como paraotros, para los empíricos como para los racionalis-tas, esta idea es lo único verdaderamente real. Paracuando se refiere al detalle de las reglas jurídicas ymorales, se afirma que no tienen, por decirlo así,existencia propia, sino que no son sino esta nociónfundamental aplicada a las circunstancias particula-res de la vida y diversificada según los casos. A par-tir de este momento, el objeto de la moral no puede

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ser este sistema de preceptos sin realidad, sino laidea de que derivan y de la cual no son sino aplica-ciones variadas. De la misma manera. todas lascuestiones que de ordinario plantea la ética no serefieren a cosas sino a ideas; lo que se trata de saberes en qué consiste la idea del derecho, la idea de lamoral, no la naturaleza de la moral y del derechotomados en sí mismos. Los moralistas no han llega-do todavía a aquella concepción simplísima que,como nuestra representación de las cosas sensibles,procede de estas cosas mismas y las expresa más omenos exactamente; nuestra representación de lamoral proviene del mismo espectáculo de las reglasque funcionan a nuestra vista y las figuras esquemá-ticamente; y, por consiguiente, son estas reglas y nola visión sumaria que tenemos, lo que hace la mate-ria de la ciencia, de la misma manera que la físicatiene por objeto los cuerpos tales como existen y nola idea que de ellos se forma el vulgo. De todo elloresulta, que se toma como base de la moral lo quesólo es su remate, la manera como se propaga en lasconciencias individuales y obra en ellas. Y este mé-todo no sólo es seguido en los problemas más gene-rales de la ciencia, sino que se mantiene asimismoen las cuestiones especiales. De las ideas esenciales

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que estudia al principio, pasa el moralista a las ideassecundarias de familia, patria, responsabilidad, cari-dad, justicia, etc.; pero siempre su reflexión se aplicaa las ideas.

Igual sucede con la economía política. SegúnStuart Mil, tiene por objeto los hechos sociales quese producen principal o exclusivamente en la adqui-sición de las riquezas. Pero para que los hechos asídefinidos puedan, como cosas, ser asignados a laobservación del sabio, sería preciso, por lo menos,que se pudiese indicar la manera de reconocer lasque satisfacen aquella condición. Ahora bien, en loscomienzos de una ciencia ni siquiera se puede afir-mar su existencia, y mucho menos señalar cuálesson; pues en cualquier campo de investigación, sólocuando se ha avanzado mucho en la explicación delos hechos, es llegado el momento de establecer quetiene un fin y determinar cuál es. No hay, quizá,problema más complicado y menos susceptible deser resuelto por el momento. Nada, pues, nos ase-gura por adelantado que pueda haber una esfera dela actividad social donde el deseo de la riqueza de-sempeñe realmente este papel preponderante. Porconsiguiente, comprendida de esta manera la mate-ria de la economía política, está integrada, no por

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realidades que puedan señalarse, por decirlo así, conel dedo, sino por simples posibilidades, por merasconcepciones del espíritu; es decir, por hechos queel economista concibe como refiriéndose al fin con-siderado, y tales como los concibe. ¿,Quiere estu-diar, por ejemplo, lo que llaman producción? Puessin ninguna investigación, cree poder enumerar yestudiar los principales medios con cuyo auxilio serealiza. No ha reconocido su existencia, observandode qué condiciones dependía la cosa que estudia,pues entonces hubiera comenzado por exponer lasexperiencias de donde ha sacado esta conclusión. Sidesde los comienzos de la investigación, y en pocaspalabras, procede a esta clasificación, es que la ob-tuvo por un simple análisis lógico. El economistaparte de la idea de producción, v, al descomponerla,encuentra que implica lógicamente la de fuerzasnaturales, trabajo, instrumento o capital, y actocontinuo trata de la misma manera estas ideas deri-vadas.

La más fundamental de las teorías económicas,la del valor, está construída, sin contradicción algu-na. según este mismo método. Si el valor fuera es-tudiado como debe serlo una realidad. eleconomista debería indicar ante todo. cómo miele

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reconocerse la cosa llamada con este nombre, des-pués de clasificar las especies, buscar por inducciónmetódica en función de qué causas varían y compa-rar finalmente estos resultados diversos para dedu-cir una fórmula general. La teoría, por tanto, sólopodría aparecer cuando la ciencia estuviera bastanteadelantada; en lugar de esto. se la encuentra desdelos primeros momentos. Y es que para construirla,el economista se limita con encerrarse en sí mismo,con tener conciencia de la idea que se forja del va-lor, es decir, de no objeto susceptible de cambio; eleconomista encuentra que esta idea implica la deutilidad, la de rareza, etc., y con. estos productos desu análisis construye su definición. Desde luego, laconfirma con algunos ejemplos; pero cuando sepiensa el sinfín de hechos que esta teoría debe justi-ficar, ¿cómo conceder el menor valor demostrativoa los hechos necesariamente muy raros, que se hancitado al azar de la sugestión?

Tanto en economía política como en moral, laparte correspondiente a la investigación científicaes, pues, muy limitada, siendo preponderante la delarte. En moral. la parte teórica queda reducida aalgunas discusiones sobre la idea del deber, del bieny del derecho. Hablando con exactitud, estas espe-

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culaciones no constituyen siquiera una ciencia, puessu objeto no es el determinar lo que es, en realidad,la regla suprema de la moralidad, sino lo que debeser. Igual podemos decir de la economía política; loque ocupa más tiempo en las investigaciones de loseconomistas, es la cuestión de saber, por ejemplo, sila sociedad ha de organizarse de acuerdo a las con-cepciones individualistas, o socialistas; si es mejorque el Estado intervenga en las relaciones indus-triales o comerciales, o ha de abandonarlas total-mente a la iniciativa privada; si el sistema monetariodebe ser el monometalismo o el bimetalismo, eta.,eta. Las leyes propiamente dichas que se encuentranallí son poco numerosas, y aun aquellas que se haacostumbrado darles este nombre no merecen gene-ralmente tal calificativo- pues no son más que má-ximas para la acción, preceptos prácticosdisfrazados. Detengámonos por un momento en lafamosa ley de la oferta y de la demanda. Dicha leyno ha sido establecida jamás inductivamente, comoexpresión de la realidad económica. No se ha echa-do mano de ninguna experiencia, de ninguna com-paración metódica para establecer que- en realidad,las relaciones económicas actúan de acuerdo a esaley. Todo lo que se ha podido hacer v se ha hecho,

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es demostrar dialécticamente orne los individuosdeben proceder de esta manera, si quieren favorecersus intereses; que toda manera de obrar contraria lesserá perjudicial e implicaría, por parte de los que talhicieran, una verdadera aberración lógica. Es lógicoque las industrias más remuneradoras sean las másbuscadas, y que los tenedores de los productos mássolicitados y más raros los vendan a precios másaltos. Pero esta necesidad absolutamente lógica nose parece en nada a La que presentan las verdaderasleyes de la naturaleza. Éstas expresan las relacionessegún las cuales los hechos se encadenan realmente,no la manera como deberían encadenarse.

Lo que decimos de esta ley puede afirmarse detodas aquellas que la escuela económica ortodoxacalifica de naturales y que, de otra parte, no son másque casos particulares de la precedente. Si se quiere,estas leyes son naturales en el sentido de que enun-cian los medios que son o pueden parecer naturalesemplear para conseguir tal fin supuesto; pero estasleyes no pueden calificares con tal nombre, si seentiende por ley natural toda manera ele obrar de lanaturaleza, comprobado inductivamente. Estas leyesno son, en resumen, más que consejos prácticos, side una manera más o menos especiosa se ha podido

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presentarlos como expresión misma de la realidad,es, porque con razón o sin ella, se ha llegado a su-poner que estos consejos eran efectivamente segui-dos por la generalidad de los hombres y en la gene.calidad de los casos.

Y sin embargo, los fenómenos sociales son co-sas y deben ser tratados como tales. Para demostraresta proposición, no es necesario filosofar sobre sunaturaleza, ni discutir las analogías que presentancon los fenómenos de los reinos inferiores. Bastacon verificar que son el único datum de que puedeechar mano el sociólogo. En efecto; es cosa todo loque es dado, todo lo que se ofrece, o mejor, lo quese impone a la observación. Tratar los fenómenoscomo cosas, es tratarlos como datos que constitu-yen el punto de partida de la ciencia. Los fenóme-nos sociales presentan de una manera indiscutibleeste carácter. Lo que se nos da, no es la idea que loshombres se forjan del valor, pues ésta es inaccesible,sino los valores que se cambian realmente en el cur-so de las relaciones económicas. No es esta o aque-lla concepción de la idea moral; es el conjunto de lasreglas que determinan de una manera efectiva laconducta. No es la idea de lo útil o de la riqueza; es

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todo el detalle de la organización económica. Esposible que la vida social no sea sino el desarrollode determinadas nociones; pero suponiendo que seaasí, estas nociones no se dan inmediatamente. No selas puede, pues, obtener de una manera directa, sinoexclusivamente a través de la realidad fenoménicaque las expresa. A priori no sabemos cuáles ideas seencuentran en el origen de las distintas corrientes enque se divide la vida social, y ni siquiera si éstasexisten; sólo remontándonos a sus fuentes es comosabremos de dónde provienen.

Es preciso, pues, considerar los fenómenos so-ciales en sí mismos, desligados de los sujetos cons-cientes que se los representan; es precio estudiarlesobjetivamente como cosas exteriores, pues con estecarácter se presentan a nuestra consideración. Siesta exterioridad es sólo aparente, la ilusión se disi-pará a medida que la ciencia vaya avanzando y, pordecirlo así, lo exterior devendrá interior. Pero lasolución no puede prejuzgarse y, aunque en últimotérmino no tuvieran aquellos fenómenos todos loscaracteres intrínsecos de la cosa, se debe tratarlos, alprincipio, como si los tuvieran. Esta regla se aplica ala realidad social toda entera, sin que haya de hacer-se ninguna excepción. Aun aquellos mismos fenó-

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menos que más parecen deberse a coordinacionesartificiales, deben ser considerados en este punto devista. El carácter convencional de una práctica o deunta institución. no debe presumirse nunca. Si, deotra parte, nos es permitido traer a colación nuestraexperiencia personal, podemos asegurar, que, pro-cediendo de esta manera, se experimentará a menu-do la satisfacción de ver que los hechos enapariencia más arbitrarios, sometidos a una mejorobservación, presentan caracteres de constancia vde regularidad, síntomas ambos de su objetividad.

Además, y de una manera general, lo que se hadicho antes sobre los caracteres distintivos del he-cho social, basta para afirmarnos sobre la naturalezade esta objetividad, y a probarnos que no es ilusoria.En efecto; se reconoce principalmente una cosa,por el hecho de no poderse modificar por un simpleacto de la voluntad. No es que sea refractaria a todamodificación, pero para producirse un cambio, nobasta sólo el quererlo, sino que es preciso un es-fuerzo más o menos laborioso, a causa de la resis-tencia que nos opone, v que, de otra parte. nopuede vencerse en todos los casos. Ahora bien; yahemos visto que los hechos sociales tienen estapropiedad. Bien lejos de ser un producto de nuestra

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voluntad, la determinan desde afuera; son comomoldes que contornean nuestras acciones. Muchasveces es tal esta necesidad, que no podemos escapara sus efectos. Pero aunque lleguemos a triunfar, laoposición que encontramos hasta para advertirnosde que estamos en presencia de algo que no depen-de de nosotros. Al considerar, pues, los fenómenossociales como cosas, no haremos sino atenernos asu naturaleza.

En definitiva, la reforma que se desea introduciren la sociología es completamente idéntica a la queen estos últimos treinta años transformó la psicolo-gía. Así como Comte y Spencer declaran que loshechos sociales son hechos de la naturaleza. sintratarlos, sin embargo, como cosas, hacía tambiénmucho tiempo que las distintas escuelas empíricashabían reconocido el carácter natural de los fenó-menos psicológicos, lo que no fue obstáculo, sinembargo, para que se continuase tratándolos con unmétodo puramente ideológico. Al final que sus ad-versarios, los empíricos procedían exclusivamentepor introspección. Ahora bien, los hechos que sólose observan en sí mismos son demasiado raros, de-masiado fugaces y demasiado maleables liara quepuedan imponerse a las nociones correspondientes

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que el hábito ha fijado en nosotros y dominarlas.Cuando estas últimas no están sometidas a otrocontrol, nada puede contrabalancear su influencia, ypor consiguiente, usurpan el lugar de los hechos yconstituyen la materia de la ciencia. Ni Locke, niCondillac han considerado objetivamente los fenó-menos psíquicos. No es la sensación lo que estudianestos autores, sino una determinada idea de la sen-sación. Y por esto, aunque en cierto punto prepara-ron la aparición de la psicología científica, ésta nosurgió sino mucho más tarde, cuando se llegó a laconcepción de que los estados de conciencia pue-den y deben ser considerados objetivamente, y nodel punto de vista de la conciencia del sujeto. Tal esla gran revolución que han sufrido estos estudios.Todos los procedimientos particulares, todos losnuevos métodos con que se ha enriquecido estaciencia, no son más que medios diversos para reali-zar de una manera más completa esta idea funda-mental. Este mismo progreso ha de realizar lasociología. Es preciso que pase del estadio subjeti-vo, que generalmente todavía no ha superado, a lafase objetiva.

De otra parte, este progreso es más fácil que enpsicología, pues los hechos psíquicos se presentan,

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naturalmente, como estados del sujeto, del cual noparecen separables. Interiores por definición, pareceimposible tratarlos como exteriores sin violentar sunaturaleza. No solamente es preciso un esfuerzo deabstracción, sino toda una serie de procedimientos yartificios para poder considerarlos de esta manera.Los hechos sociales, por el contrario, presentan deuna manera más natural e inmediata todos los ca-racteres de la cosa. El derecho existe en los códigos,los movimientos de la vida cotidiana se reflejan enlas cifras de la estadística, en los monumentos de lahistoria, las modas en los vestidos, los gustos en lasobras de arte. Por su misma naturaleza tienden aconstituirse con independencia de las concienciasindividuales, pues las dominan. Para contemplarlosen su aspecto de cosas, no es, pues, necesario tortu-rarlos con ingenio. En este punto de vista, la socio-logía tiene sobre la psicología una gran ventajatodavía no apreciada, y que apresurará su desarrollo.Los hechos son quizá de una interpretación másdifícil, pues son más complejos, pero son más fáci-les de obtener. La psicología, por el contrario, nosólo tiene dificultad en su elaboración sino tambiénen su empleo. Hay que esperar, pues, en que el díaen que este principio del método sociológico sea

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unánimemente reconocido y practicado, la sociolo-gía progresará con una rapidez insospechada, si sóloconsideramos la lentitud de su desarrollo actual, yhasta aventajará a la psicología, pues ésta debe úni-camente su delantera a su anterioridad histórica.

II

Pero la experiencia de los que nos precedieronnos ha enseñado que para asegurar la realizaciónpráctica de la verdad que acabamos de establecer,no basta demostrarla teóricamente ni compenetrar-se con ella. El espíritu está tan naturalmente incli-nado a no tenerla presente, que se caerá de unamanera inevitable en los antiguos errores, si no sesomete a una disciplina rigurosa, cuyas reglas prin-cipales vamos a formular, corolarios de la prece-dente.

1° El primero de estos corolarios es el siguiente:Es preciso evitar sistemáticamente todas las preno-ciones. No es necesario una demostración especialde esta regla, pues resulta de cuanto acabamos deindicar. Este corolario es, de otra parte, la base detodo método científico. En el fondo, la duda metó-dica de Descartes no es sino una de sus aplicacio-

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nes. Si en el momento en que iba a fundar la ciencia,Descartes eleva a la categoría de ley el dudar de to-das las ideas que ha recibido anteriormente, es queeste filósofo no quiere emplear más que conceptoselaborados científicamente, es decir, acordes con elmétodo que instituye; aquellos conceptos que reco-nozcan otros orígenes deben rechazarse, por lo me-nos provisionalmente. Ya hemos visto que la teoríade los ¡dolos de Bacon no tiene otro alcance. Lasdos grandes doctrinas que tan a menudo se hanquerido demostrar como opuestas, concuerdan eneste punto esencial. Es preciso, pues, que el soció-logo, ya en el momento en que determina el objetode sus investigaciones, ya en el curso de sus demos-traciones; se prohiba resueltamente el empleo detodos aquellos conceptos que se han formado conindependencia de la ciencia y para necesidades quenada tienen de científicas. Es necesario que se liberede todas aquellas falsas evidencias que dominan alespíritu vulgar; que sacuda, de una vez para siempre,el yugo de estas categorías empíricas que un largoempleo acaba por convertir en tiránicas. Y si algu-nas veces la necesidad le obliga a recurrir a ellas, queadvierta., por lo menos, su escaso valor, a fin de que

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no desempeñen en la doctrina un papel que son in-dignas de representar.

En sociología, lo que hace particularmente difí-cil esta liberación es la ingerencia del sentimiento.Los hombres, en efecto, nos apasionamos pornuestras creencias políticas y religiosas, por nuestrasprácticas morales, y este apasionamiento es muydistinto que en las cosas del mundo físico; y mástarde, este carácter pasional se comunica a la mane-ra cómo concebimos y nos explicamos las primeras.Las ideas que de ellas nos hacemos se arraigan ennosotros al igual que sus objetos, y de esta formatoman tal autoridad sobre nosotros que no permi-ten la menor contradicción. Toda opinión opuestaes tratada como enemiga. ¿,Es que tal opinión noestá conforme con las ideas que, por ejemplo, nosforjamos del patriotismo o de la dignidad indivi-dual? Pues no es admitida, sean cuales fueren laspruebas en que se apoya. Es imposible admitir quesea verdadera; se le opone un sinfín de obstáculos ypara justificarse, la pasión encuentra acto continuorazones que considera fácilmente como decisivas. Yestas nociones hasta pueden tener tanto prestigio,que no consienten siquiera el examen científico. Elsolo hecho de someterlas, al igual que los fenóme-

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nos que expresan, a un frío y sereno análisis, exaltaa ciertos espíritus. El que emprende la tarea de es-tudiar la moral objetivamente y como una realidadexterior, parece a estos timoratos falto de sentidomoral, de la misma manera que el viviseccionistaparece al vulgo falto de sensibilidad. Bien lejos deadmitir que estos hechos derivan de la ciencia,echan mano de ellos para constituir la ciencia de lascosas a que se refieren. "Desgraciado - escribe unelocuente historiador de las religiones -. desgraciadoel sabio que aborde las cosas de Dios sin tener en elfondo de su conciencia, en lo más íntimo de su ser,allí donde duerme el alma de sus antepasados, unsantuario desconocido desde donde se difunda detanto en tanto un perfume de incienso, una línea desalmo, un grito doloroso o triunfante, que dirigiócuando niño hacia el cielo en unión de sus herma-nos, y que le pone en rápida comunión con los pro-fetas de otro tiempo.

Es preciso reaccionar contra esta teoría mística,que, al igual que todo misticismo. no es en el fondomás que un empirismo disfrazado, negador de todaciencia. Los sentimientos que tienen por objeto lascosas sociales no tienen mayor privilegio sobre losdemás, pues su origen es el mismo. En sí mismo,

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estos sentimientos se formaron también histórica-mente, son un producto de la experiencia humana,pero de una experiencia confusa e inorganizada. Noson debidos a ninguna anticipación trascendental dela realidad, sino que son el resultado de toda unaserie de impresiones y de emociones acumuladas sinorden, al azar de las circunstancias, sin interpreta-ción metódica. Bien lejos de aportar claridades su-periores a las claridades racionales, están integradasexclusivamente por estadios fuertes, es verdad, peroconfusos. Darles preponderancia equivale a otorgarsupremacía a las facultades inferiores de la inteli-gencia sobre las más elevadas, es condenarse a unlogomaquias más o menos oratorio. Una cienciaconstituida de esta manera, sólo puede satisfacer alos espíritus que prefieren pensar con su sensibili-dad y no con su entendimiento, a los que gustan lassíntesis inmediatas y confusas de la sensación, a losanálisis pacientes y luminosos de la razón. El senti-mientos relativos a las cosas del mundo físico tam-bién estaban científica. De otra parte, todas lasciencias han encontrado en sus comienzos resisten-cias análogas. En otro tiempo, como los senti-mientos relativos a las cosas del mundo físicotambién estaban impregnados de un carácter religio-

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so o moral, se oponían con la misma tenacidad alestablecimiento de las ciencias físicas. Por tanto, hayderecho a creer que acorralado de ciencia en ciencia,este prejuicio acabará por desaparecer de la mismasociología, de su última trinchera, para dejar el cam-po libre al sabio.

2° La regla precedente es completamente nega-tiva. Enseña al sociólogo a evitar el imperio de lasnociones vulgares, y le inclina a considerar los he-chos; pero esta regla no le indica la manera de apro-vechar estos últimos para estudiarlos objetivamente.

Toda esta investigación científica hace referen-cia a un grupo determinado de fenómenos que res-ponden a una misma definición. El primer paso delsociólogo ha de dirigirse, pues, a la definición de lascosas de que trata, a fin de que sepa, y lo sepa bien,de qué ha de ocuparse. Esta es la condición primeray más indispensable de toda prueba y de toda com-probación; una teoría, en efecto, no puede ser con-trolada sino a condición de reconocer los hechos deque Ira de dar cuenta. Además, ya que por esta de-finición inicial se ha de constituir el objeto mismode la ciencia, éste será o no una cosa según cómo seelabore esta definición.

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Para que sea objetiva, es evidentemente precisoque exprese los fenómenos en función. no de unaidea del espíritu, sino de propiedades que le soninherentes. Es preciso que las caracterice por unelemento integrante de su naturaleza, no por suconformidad a una noción más o menos ideal. Aho-ra bien; en el momento en que la investigación sólocomienza, cuando los hechos no han sido todavíasometidos a ninguna elaboración, los únicos carac-teres que pueden percibirse son los que aparecen lobastante exteriores como para ser inmediatamentevisibles. Los que están situados más profundamenteson, sin duda alguna, más esenciales; su valor expli-cativo es mayor, pero en esta fase de la ciencia sontodavía desconocidos y sólo pueden anticiparse enel caso de sustituir a la realidad alguna concepcióndel espíritu. Es, pues, entre los primeros donde de-be buscarse la materia de esta definición funda-mental. De otra parte, es indiscutible que estadefinición deberá comprender, sin excepción ni dis-tinción, todos los fenómenos que presenten igual-mente estos mismos caracteres, pues no tenemosninguna razón ni ningún medio para escoger entreellos. Estas propiedades son, pues, lo único que porel momento conocemos de lo real, y, por consi-

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guiente, deben terminar soberanamente la maneracómo han de agruparse lo, hechos. No poseemosningún criterio que, ni siquiera parcialmente, puedasuspender los efectos del precedente. De aquí derivala siguiente regla: Sólo se ha de tronar, como objetode investigación, un grupo de fenómenos anterior-mente definidos por ciertos caracteres exterioresque les son comunes y comprender en la mismainvestigación a cuantos respondan a esta definición.Así, por ejemplo, nosotros comprobamos la exis-tencia de un determinado número de actos que pre-sentan todo este carácter exterior, a saber, aire unavez realizados determinan por parte de la sociedadaquella reacción particular que se llama pena. Conestos actos formamos un grupo sui géneris, al cualimponemos una rúbrica común; llamamos crimen atodo acto castigado, y del crimen así definido hace-mos el objeto de una ciencia especial, la criminolo-gía. De igual manera, en el interior de todas lassociedades conocidas, observamos la existencia deuna sociedad parcial que se reconoce exteriormente,por estar formada en su mayor parte por individuosconsanguíneos, ligados entre sí por vínculos jurídi-cos. Con los hechos a ella referentes formamos ungrupo particular, al real damos un nombre especial:

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nos referimos a los fenómenos de la vida doméstica.Llamarnos familia a todo agregado de esta naturale-za, y de la familia así definida hacemos el objeto deuna investigación especial que no ha recibido toda-vía una denominación determinada en la terminolo-gía sociológica. Cuando más tarde se pase de lafamilia en general a los diferentes tipos familiares, seaplicará la misma regla. Cuando se aborde, porejemplo, el estudio del clan, de la familia materna ode la familia patriarcal, se comenzará por definirlas,y según el mismo método. Sea general o particular,el objeto de toda ciencia debe constituirse de acuer-do al mismo principio.

Procediendo de esta manera, el sociólogo seafirmará desde el primer momento en la realidad,pues la manera de clasificar los fenómenos ya nodependen de su voluntad, de la contextura especialde su espíritu, sino de la naturaleza de las cosas. Elsigno que los cataloga en tal o cual categoría, puedeseñalarse a todo el mundo, ser reconocido por to-dos, y las afirmaciones de un observador pueden sercontroladas por los demás. Es verdad, que la nociónasí constituida, no se acomoda siempre, o por lomenos generalmente; a la noción común. Así, porejemplo, es evidente que para el sentido común, los

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actos de librepensamiento o el desprecio de la eti-queta, tan regular y severamente castigados en mu-chas sociedades, no son considerados comocrímenes ni con relación a estas mismas sociedades.Un clan no es tampoco una familia, es la acepciónusual de esta palabra. Pero esto poco importa, puesno se trata simplemente de encontrar un medio quenos permita señalar con la suficiente seguridad loshechos a los cuales se aplican las palabras de la len-gua corriente y las ideas que las enuncien. Lo queinteresa es constituir conceptos completamentenuevos, apropiados a las necesidades de la ciencia yexpresarlos con el auxilio de una terminología espe-cial. No significa esto que el concepto vulgar seainútil para el sabio; tal concepto sirve de indicador.Mediante él, sabemos que existe un conjunto defenómenos reunidos bajo un mismo nombre, y que.por consiguiente, deben tener, sin duda, algunoscaracteres comunes; además, como habrá tenidocierto contacto con los fenómenos, nos indica a ve-ces, aunque grosso modo, en qué dirección debeninvestigarse. Pero como se formó de una maneragrosera, es perfectamente natural que no coincidaexactamente con el concepto científico, instituidocon su motivo.

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Por evidente e importante que sea esta regla,apenas es observada en sociología. Precisamenteporque se ocupa de cosas de las cuales hablamos acada momento, como a familia, la propiedad, elcrimen, cte., parece que el sociólogo ya queda rele-vado de dar tina definición previa y rigurosa. Esta-mos de tal manera habituados a servirnos de estaspalabras - palabras que a cada momento entran ennuestras conversaciones -, que se considera inútilprecisar el sentido en que las empleamos. Se hacereferencia, sencillamente, a su noción común. Y estaacepción es no pocas veces ambigua. Esta ambigüe-dad es causa de que se reúnan bajo un mismo nom-bre y en una misma explicación, cosas en realidadmuy diferentes. Y de aquí provienen inextricablesconfusiones. Así, por ejemplo, existen dos clases deuniones monogámicas: unas de hecho y otras dederecho. En las primeras, el marido sólo tiene unamujer, aunque jurídicamente pueda tener muchas;en las segundas, está legalmente prohibida la poli-gamia. La monogamia de hecho se encuentra enmuchas especies animales y en determina, das so-ciedades inferiores, y esto no en estado esporádico,sino con la misma generalidad que si fuera impuestapor la ley. Cuando la población se disemina por una

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gran extensión de terreno, la trama social es muypoco intensa, y por consiguiente, los individuos vi-ven aislados entre sí. A partir de este momento, ca-da hombre busca, naturalmente, una mujer, y unasola, pues en este estado de aislamiento, le es difíciltener muchas. Por el contrario, la monogamia obli-gatoria sólo se observa en las sociedades más ade-lantadas. Estos dos tipos de sociedades conyugalestienen, pues, una significación muy diferente, y sinembargo, la misma palabra sirve para designarlas; yasí, de ciertos animales se dice generalmente queson monógamos, aunque no exista entre ellos nadaque se parezca a una obligación jurídica. El mismoSpencer, al abordar el estudio del matrimonie- em-plea la palabra monogamia sin definirla, y en susentido usual y equívoco. De aquí resulta que laevolución del matrimonio se le presenta a este autorcon una incomprensible anomalía, pues rice obser-var la forma superior de la unión sexual desde lasprimeras fases del desarrollo pictórico, mientras pa-rece más bien desaparecer en cl período intermediopara resurgir más tarde. La conclusión que sacaSpencer, es la negación de una relación regular entreel progreso social en general y el adelanto progresi-

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vo hacia un tipo perfecto de vida familiar. Una defi-nición a tiempo, hubiera evitado este error.

En otros casos, se atiende a la necesidad de de-finir el objeto que se quiere investigar, pero en lugarde comprender en la definición y de agrupar bajo lamisma rúbrica todos los fenómenos que presentanlas mismas propiedades exteriores, se hace con ellouna selección. Se escogen algunos - una especie deélite - que se pretende, son los únicos que tienenderecho a estos caracteres, y en cuanto a los demás,se afirma que han usurpado estos signos distintivosy no se los considera en lo más mínimo. Pero esevidente que obrando de esta suerte. sólo se puedenobtener nociones subjetivas y truncadas. Esta elimi-nación, en efecto, sólo puede realizarse según tinaidea preconcebida, pues en los comienzos de unaciencia, ninguna investigación nudo establecer toda-vía la realidad de, esta usurpación, suponiendo cineésta sea posible. Los fenómenos escogidos sólopueden ser retenidos porque eran. más elle losotros, conformes a la concepción ideal que el autorse forjaba de esta clase de realidad. Y así Garófaloen las primeras páginas de su Criminología, de-muestra muy bien que el punto de partida de estaciencia debe ser "la noción sociológica del crimen".

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Solamente que para formar esta noción, no compa-ra indistintamente todos los actos que han sido re-primidos con penas regulares en los diferentes tipossociales, sino únicamente algunos de ellos, los queofenden la parte media e inmutable del sentido mo-ral. En cuanto a los sentimientos morales desapare-cidos en el curso de la evolución, no le parecen.fundados en la naturaleza de las cosas por la razónde que no han podido mantenerse; por consiguien-te, los actos considerados criminales porque losviolaban, le parecen que sólo debieron esta deno-minación a circunstancias accidentales y más o me-nos patológicas. Pero Garófalo procede a estaeliminación en virtud de una concepción de la mo-ralidad completamente personal. Este autor parte dela idea de cine, tomada en su orinen o en un puntopoco apartado de él. la evolución moral arrastra to-da clase de escorias y de impurezas que va elimi-nando progresivamente. y que solamente hoy, hallegado a liberare de todos los elementos adventiciosque primitivamente estorbaban su curso. Pero esteprincipio no es un axioma evidente, ni una verdaddemostrada; no es más que una hipótesis que nadajustifica. Las partes variables del sentido moral estántan fundadas en la naturaleza de las cosas, como las

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partes inmutables; las variaciones porque pasaronlas primeras, testimonian únicamente que las cosasmisma, han variado. En zoología, las formas espe-ciales de las especies inferiores son consideradas tannaturales como las que se repiten en todos los gra-dos de la escala animal. De la mima manera, los ac-tos considerados dos como crímenes por lassociedades primitivas, y que perdieron este carácter,son realmente criminales con relación a estas socie-dades. de la mima manera que aquellos cine conti-nuamos hoy día castigando. Los primeroscorresponden a las condiciones cambiantes de lavida social, los segundos a las condiciones constan-te; pero los unos no son más artificiales que losotros.

Pero todavía hay más; aun en el caso de queestos actos se hubiesen revestido indebidamente delcarácter criminológico, no debían ser separados delos otros de una manera radical, pues las formasmorbosas de un fenómeno revisten la misma natu-raleza que las formas normales, y, por consiguiente,es necesario observar ambas para determinar estenaturaleza. La enfermedad no se opone a la salud.son dos variedades del mismo género que se ilus-tran mutuamente. He ahí una regla hace tiempo re-

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conocida y puesta en práctica por la biología y lapsicología y que la sociología ha de tener muy pre-sente. A menos de admitir que un mismo fenómenopueda ser debido ora a una causa ora a otra, es de-cir, a menos de negar el principio de causalidad, hayque reconocer que las causas que imprimen a unacto, aunque de una manera anormal, la marca delcrimen, no difieren en especie de las que producennormalmente el mismo efecto; su única distinciónes de grado, o porque no obran en el mismo con-junto de circunstancias. El crimen anormal siguesiendo, pues, un crimen, y debe, por consiguiente,entrar en su definición. ¿Qué ha sucedido con Ga-rófalo? Que toma por el género lo que sólo es laespecie o quizá una sola variedad. Los hechos a loscuales se aplica su fórmula de la criminalidad, sólorepresentan una ínfima minoría entre los que debe-ría comprender, pues no conviene a los crímenesreligiosos, ni a los contra la etiqueta, el ceremonial,la tradición, etcétera, que si han desaparecido de losCódigos modernos, constituían, por el contrario-casi todo el derecho penal de las sociedades anterio-res.

La misma falta de método es causa de que algu-nos observadores nieguen a los salvajes toda clase

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de moralidad; todos parten de la idea de que nuestramoral es la moral; ahora bien, es evidente que éstaes desconocida de los pueblos primitivos o sóloexiste en estado rudimentario. Pero esta definiciónes arbitraria. Apliquemos nuestra regla y todo cam-bia. Para decidir si un precepto es moral o no lo es,debemos examinar si presenta o no el signo exteriorde la moralidad; este signo consiste en una sanciónrepresiva difusa, es decir, en una condenación de laopinión pública que vengue toda violación del pre-cepto. Siempre que nos encontremos en presenciade un hecho que ofrezca este carácter, no podemoshacer otra cosa que calificarlo de moral, pues es laprueba de que reviste la misma naturaleza que losdemás hechos morales. Y no sólo encontramos re-glas de este género en las sociedades inferiores, sinoque todavía son más numerosas que entre las civili-zadas. Una multitud de actos que actualmente estánabandonados a la libre apreciación de los indivi-duos, eran antes impuestos obligatoriamente. De lodicho pueden deducirse los errores en que incurrenaquellos autores que no definen o definen mal.

Pero se dirá, definir los fenómenos por sus ca-racteres aparentes, ¿.no es atribuir a las propiedadessuperficiales una especie de preponderancia sobre

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los atributos fundamentales; no es un verdaderotrastorno del orden lógico pretender que las cosasse apoden en su cúspide y no sobre sus bases? Porello cuando un autor define el crimen por la pena,se expone de una manera casi inevitable a ser acusa-do de querer derivar el crimen de la pena, o, segúnpalabras bien conocidas, considerar que el patíbuloes la causa de la afrenta y no el acto expiado. Peroeste reproche descansa en una confusión. Como ladefinición, cuya regla acabamos de dar, está coloca-da en los comienzos de la ciencia, es imposible quesu objeto sea expresar la esencia de la realidad: sumisión estriba sencillamente en ponernos en condi-ciones de llegar a ella ulteriormente. Su única fun-ción es ponernos en contacto con las rosas, y comoéstas sólo pueden ser alcanzadas por el espíritu ex-teriormente, por esto las expresa por lo que mues-tran en el exterior. La definición, pues, no lasexplica, proporciona sólo un punto de apoyo nece-sario a nuestras explicaciones. No; no es cierta-mente la pena lo que engendra el crimen, sino quepor ella se nos revela exteriormente, y de ella, portanto, se ha de partir si queremos llegar a compren-derlo.

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La objeción sólo sería fundada en el caso de queestos caracteres exteriores fueran al propio tiempoaccidentales, es decir, sino estuvieran ligados con laspropiedades fundamentales. En estas condiciones,en efecto, después de haberlas señalado, la cienciano podría ir más lejos: le sería imposible descendermás en lo hondo de la realidad, pues no existiríarelación alguna entre la forma y el fondo. Pero amenos que el principio de causalidad sea pura pala-brería. cuando en todos los fenómenos de un mis-mo orden se encuentran idénticamente los mismoscaracteres, puede tenerse la seguridad de que estáncompenetrados con la naturaleza de aquellos fenó-menos, y que son, con ellos, solidarios. Si un grupodeterminado de actos presenta la particularidad deser seguido de una sanción penal, es que existe unlazo íntimo entre la pena y los atributos constituti-vos de estos actos. Por consiguiente, por superfi-ciales que sean, con tal que estas propiedades hayansido metódicamente observadas, muestran cumpli-damente al científico el camino que debe seguir parapenetrar más en el fondo de las cosas; son el anilloprimero e indispensable de la cadena que la cienciadesarrollará más tarde en el curso de sus explicacio-nes.

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Ya que por la sensación nos ponemos en rela-ción con el exterior de las cosas, en resumen, po-demos afirmar para ser objetiva. la ciencia no debepartir de conceptos que se han formado sin su con-curso, sino de la sensación. De los datos sensiblesdebe sacar directamente los elementos de sus defi-niciones iniciales. Y en efecto, basta representarseen qué consiste la obra de la ciencia para compren-der que no puede proceder de otra manera. La cien-cia necesita conceptos que expresen adecuadamentelas cosas tales como son, no tales como es útil a lapráctica concebirlas. Y los que se han formado conindependencia de su acción no responden a estaexigencia. Es preciso, por tanto, que cree nuevosconceptos y, para esto, que, evitando las nocionescomunes y las palabras que lo expresan, vuelva a lasensación. materia primera y necesaria de todos losconceptos. Es de la sensación de donde se derivantodas las ideas generales, verdaderas o falsas, cientí-ficas o no. El punto de partida de la ciencia o cono-cimiento especulativo, no puede ser otro que el delconocimiento vulgar o práctico. Las divergenciascomienzan después, cuando se elabora esta materiacomún.

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3° Pero la sensación es fácilmente subjetiva. Yen las ciencias naturales constituye otra regla, elevitar los datos sensible, que se inclinan a identifi-carse demasiado con la personalidad del observador,para retener exclusivamente aquellos que presentanun suficiente grado de objetividad. Es así como elfísico sustituye las vagas impresiones que producenla temperatura o la electricidad. por la representa-ción. visual de las oscilaciones del termómetro o delelectrómetro. El sociólogo ha de tomar las mismasprecauciones. Los caracteres exteriores por los cua-les define el objeto de sus investigaciones. deben serlo más objetivos posible.

Se puede afirmar en principio que los hechossociales son tanto más susceptibles de ser objetiva-mente representados, en cuanto son más indepen-dientes de los hechos individuales que losmanifiestan.

En efecto; una sensación es tanto más objetivaen cuanto tiene mayor fijeza el objeto al erial hacereferencia, pues la condición de toda objetividad esla existencia de un punto de vista, constante e idén-tico, al cual la representación pueda ser referida yque te permite eliminar cuanto tiene de variable, y,por tanto, de subjetivo. Si los únicos puntos de vista

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que tenemos a nuestra disposición son ellos mismosvariables, hace falta la medida común y no tenemosa nuestro alcance ningún medio para distinguir ennuestras impresiones aquello que depende del exte-rior, de aquello que proviene de nosotros mismos.Ahora bien, mientras la vida social no pueda aislarsede los hechos particulares que la encarnan paraconstituirse aparte, presenta precisamente esta pro-piedad, pues como estos hechos no tienen, en todoslos momentos, la misma fisonomía, le comunican sumovilidad. La vida social está integrada pues porcorrientes libres en perpetua transformación, que elobservador no puede llegar a fijar. No es, por lotanto, por este lado por donde el científico puedeabordar el estudio de la realidad social. Pero tam-bién sabemos que presenta la particularidad de que,sin dejar de ser ella misma, es susceptible de cristali-zar. Prescindiendo de los actos individuales que sus-citan, los hábitos colectivos se expresan en formasdefinidas, reglas jurídicas, morales, dichos popula-res, hechos de estructura social, etcétera. Como es-tas formas existen de una manera permanente y nocambian con sus diversas aplicaciones, constituyenun objeto fino, un modelo constante, siempre alalcance del observador, y no permite las impresio-

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nes subjetivas y las observaciones personales. Unaregla de derecho es lo que es y no hay dos manerasde percibirla. Puesto que, de otra parte, estas prácti-cas no son otra cosa que la vida social consolidada,es legítimo, salvo indicaciones contrariases, estudiarésta a través de, aquéllas.

Por consiguiente, cuando el sociólogo empren-da la tarea a de explorar un orden cualquiera de he-chos sociales, debe esforzarse en considerarlos porel lado en que se presenten aislados de sus mani-festaciones individuales. Es atendiendo a este prin-cipio como hemos estudiado la solidaridad social,sus formas diversas y su evolución a través del sis-tema de las reglas jurídicas que las expresan Si setrata de distinguir y de clasificar los diferentes tiposfamiliares según las descripciones literarias que nosdan los viajeros, y algunas veces los historiadores,nos exponemos a confundir las especies más dife-rentes, a aproximar los tipo: más alejados. Por elcontrario, si se toma como base de esta clasificaciónla constitución jurídica de la familia, y más espe-cialmente, el derecho de sucesión, se tendrá un cri-terio objetivo que. sin ser infalible, evitará, sinembargo, muchos errores ¿Se quiere clasificar lasdiferentes clases de crímenes? Se esforzará en re-

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constituir las maneras de vivir, las costumbres pro-fesionales de las distintas esferas del crimen, y deesta manera se reconocerán tantos tipos criminoló-gicos como formas diferentes presenta esta organi-zación. Para la comprensión de las costumbres, delas creencias populares, se echará mano de los pro-verbios, de los refranes que los expresan. Proce-diendo de esta manera, se deja, sin duda alguna,provisionalmente, fuera de la ciencia, la materiaconcreta da la vida colectiva, y, sin embargo, porcambiante que sea. no hay ningún derecho de sentara priori su ininteligibilidad. Pero si se quiere seguiruna vía metódica, es preciso establecer sobre tierrafirme y no sobre movediza arena los primeros silla-res de la ciencia. Es necesario abordar el reino socialpor las partes más accesibles a la investigación cien-tífica. Sólo más tarde podrá llevarse más lejos el es-tudio, por un trabajo de aproximación progresiva,penetrar poco a poco en esta realidad fugaz, que elespíritu humano no podrá quizá nunca llegar a co-nocer completamente.

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CAPÍTULO III

REGLAS RELATIVAS A LA DISTINCIÓNENTRE LO NORMAL Y LO PATOLÓGICO

La observación realizada según las reglas ante-riormente indicadas, confunde dos órdenes de he-chos, muy desemejantes en ciertos puntos: aquellosque son todo lo que deben ser, y aquellos que de-bieran ser muy diferentes de lo que son, los fenó-menos normales y los fenómenos patológicos. Yahemos visto que era preciso comprender ambos enla definición con que debe comenzar toda investiga-ción. Pero, si en ciertos puntos presentan la mismanaturaleza, no dejan de constituir dos variedadesdiferentes que importa distinguir. ¿Dispone la cien-cia de medios que permitan hacer esta distinción?

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El problema es de la mayor importancia, puesde la solución que se dé depende la de la misión dela ciencia, especialmente de la ciencia del hombre.Según una teoría cuyos partidarios proceden de lasescuelas más diversas, la ciencia no nos puede ense-ñar nada respecto a lo que debemos querer. Laciencia, dice, sólo conoce hechos que poseen todosel mismo valor e interés; los observa, los explica,pero no los juzga; para la ciencia no hay hechos vi-tuperables. A sus ojos, el bien y el mal no existen.La ciencia puede indicarnos cómo las causas produ-cen sus efectos. no los fines que han de ser perse-guidos. Para saber, no lo que es, sino lo que se ha dedesear, es preciso recurrir a la sugestión de lo in-consciente, llámesele sentimiento, instinto, impulsovital, etc. La ciencia, dice un autor ya citado, puedeesclarecer el mundo, pero deja la noche en los cora-zones; el corazón mismo es el que debe hacer brotarla luz. De estas manera, la ciencia se encuentra des-tituida, o poco menos, de toda eficacia práctica, ypor consiguiente, su existencia tiene escaso funda-mento; pues ¿para qué molestarnos en conocer loreal, si el conocimiento que adquirimos no puedeservirnos en la vida? ¿Se dirá que el revelarnos lascausas de los fenómenos, nos proporciona los me-

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dios de producirlos a nuestro deseo, y por consi-guiente, de realizar los fines que nuestra voluntadpersigue por razones supra-científicas? Pero todomedio es también un fin, por un lado, pues paraponerlo en práctica, es preciso quererlo como el fincuya realización prepara. Hay siempre muchos ca-minos para llegar a mi fin determinado, hay, pues,que escoger entre ellos. Ahora bien, si la ciencia nopuede ayudarnos en la elección del fin mejor ¿cómopuede enseñarnos el mejor camino para llegar a él?¿Por qué nos recomendará el más rápido con prefe-rencia al más económico, el más seguro mejor queel más sencillo, o inversamente? Si no puede guiar-nos en la determinación de los fines superiores, noes menos impotente cuando se trata de estos finessecundarios y subordinados, que se llaman medios.

El método ideológico permite, es verdad, esca-par de este misticismo, y el deseo de huir de él es loque dio cierta persistencia a este método. Los que lopusieron en práctica, eran demasiado racionalistaspara admitir que la conducta humana no tuvieranecesidad de ser dirigida por lo reflexión; y sin em-bargo, no veían en los fenómenos, tomados en símismos e independientes de todo dato subjetivo,nada que les permitiera clasificarlos según su valor

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práctico. Parecía, pues, que el único medio para juz-garlos era ponerlos en relación con cualquier con-cepto que los dominara; desde ese momento, elempleo de nociones que presidieran la comparaciónde los hechos, en lugar de derivar de ellos, deveníanindispensable en toda sociología racional. Pero yasabemos que si en estas condiciones la práctica de-viene reflexiva, empleada de esta manera, la refle-xión no es científica.

El problema que acabamos de plantear nospermitirá reivindicar los derechos de la razón sincaer en la ideología. En efecto, tanto para las socie-dades como para los individuos, la salud es buena ydeseable, mientras que la enfermedad, por el contra-rio, es algo malo que debe ser evitado. Por consi-guiente, si encontráramos un criterio objetivo,inherente a los mismos hechos, que nos permitieradistinguir científicamente la salud de la enfermedaden los distintos órdenes de fenómenos sociales, laciencia estaría en condiciones de aclarar la práctica,sin dejar por esto de ser fiel a su propio método. Sinduda, como en nuestros días, la ciencia no llegahasta el individuo, únicamente puede proporcionar-nos indicaciones generales, que sólo pueden ser di-ferenciadas convenientemente en el caso de entrar

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directamente en contacto con las particulares me-diante la sensación. Tal como puede definirlo laciencia, el estado de salud, no puede convenir exac-tamente a ningún sujeto individual, pues sólo puedeestablecerse en relación con las circunstancias máscomunes, de las cuales todos se alejan más o menos;pero no por eso deja de ser un punto de vista pre-cioso para orientar la conducta. De que haya nece-sidad luego de ajustarla a cada caso particular, no sededuce que no exista ningún interés en conocerlo,pues es, por el contrario, la norma que debe servirde base a todos nuestros razonamientos prácticos.En estas condiciones ya no puede afirmarse que elpensamiento es inútil a la acción. Entre la ciencia yel arte ya no existe ningún abismo, sino que se pasade la una al otro sin solución de continuidad. Esverdad, que la ciencia sólo puede descender a loshechos a través del arte, pero el arte no es sino unaprolongación de la ciencia. Todavía existen motivospara preguntar si la insuficiencia práctica de estaúltima, no debe ir aminorándose a medida que lasleyes que vaya estableciendo expresen, cada vez máscompletamente, la realidad individual.

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Vulgarmente. el sufrimiento es consideradocomo síntoma de la enfermedad, y es cierto que, engeneral, están vinculados estos dos hechos, perofalta en esta relación constancia y precisión. Existengraves enfermedades que son indoloras, mientrasque per. turbaciones sin importancia, como las queresultan de la introducción en el ojo de un poquitode carbón, ocasionan un verdadero suplicio. Enciertos casos, la falta de dolor y hasta el placer sonindicios de enfermedad. Existe una cierta invulnera-bilidad que es patológica. En circunstancias en lascuales sufriría un hombre sano, el neurasténico en-cuentra una sensación de placer cuya naturalezamorbosa es indiscutible. Por el contrario, el doloracompaña determinados estados que como el ham-bre, el cansancio, el parto, etc., no son más que fe-nómenos puramente fisiológicos.

¿Afirmaremos, que consistiendo la salud en unarmónico desarrollo de las fuerzas vitales, se reco-noce por la perfecta adaptación del organismo a sumedio y llamaremos, por el contrario, enfermedad acuanto perturbe esta adaptación? Pero, ante todo,

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hay que observar - ya volveremos sobre este punto -que no está plenamente demostrado que cada esta-do del organismo esté en correspondencia con al-gún estado externo. Además; aun cuando estecriterio fuera verdaderamente distintivo del estadode salud, necesitaría él mismo de otro criterio paraser reconocido, y será preciso, en todo caso, saberde acuerdo a qué principio se puede decidir que talmodo de adaptarse es más perfecto que aquel otro.

Es según la manera como uno y otro afectannuestras probabilidades de sobrevivir? La salud seríael estado de un organismo en el cual las probabili-dades han llegado a su máximo, y, por el contrario,la enfermedad cuando contribuye a disminuirlas. Nocabe duda, en efecto, que en general la enfermedadtiene realmente como consecuencia la debilitacióndel organismo. Lo que hay es que la enfermedad noes lo único que produce este resultado. En determi-nadas especies inferiores. las funciones de repro-ducción implican fatalmente la muerte, y en lasespecies más elevadas no dejan de traer aparejadosciertos riesgos. Y, sin embargo, estas funciones sonnormales. La vejez y la infancia producen los mis-mos efectos; porque el anciano y el niño son másaccesibles a las causas de destrucción. ¿Son, pues,

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enfermos y no habrá que admitir más tipo sano queel del adulto? ¡He ahí singularmente limitado elcampo de la salud y de la fisiología! Además, si lavejez es por sí misma ya una enfermedad, ¿cómodistinguir el anciano sano del enfermo? Partiendodel mismo punto de vista habrá que clasificar lamenstruación entre los fenómenos morbosos, pues,por los trastornos que acarrea, predispone a la mu-jer a la enfermedad. ¿Cómo, sin embargo, calificarde enfermizo un estado cuya ausencia o desapari-ción prematura constituye, sin duda alguna, un fe-nómeno patológico? En esta cuestión se razonacomo si, en un organismo sano, cada detalle, pordecirlo así, desempeñara un papel útil; como si cadaestado interno respondiera exactamente a algunacondición externa y por su parte contribuyera, porconsiguiente, a asegurar el equilibrio de muerte. Porel contrario, es legítimo suponer que determinadasdisposiciones anatómicas o funcionales no sirvendirectamente para nada. sino que existen sencilla-mente porque existen, porque no pueden dejar deexistir, una vez dadas las condiciones generales de lavida. No se podría, sin embargo, catalogarlas entrelos estados morbosos. pues la enfermedad es, antetodo, algo evitable que no está implicado en la

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constitución regular del ser viviente. Ahora bien,puede perfectamente suceder que en lugar de forti-fica: e! organismo disminuyan su fuerza de resisten-cia y aumenten. por consiguiente, los riesgosmortales.

De otra parte, no es evidente que la enfermedadtenga siempre el resultado en función del cual se laquiere definir. ¿No existe un sinfín de afecciones,demasiado ligeras, para que podamos atribuirles unainfluencia sensible sobre las bases vitales del orga-nismo? Aun en las de mayor gravedad, las conse-cuencias son poco temibles si sabemos lucharcontra ellas con las armas de que disponemos. Elgástrico que se cite a una buena higiene, puede vivirtantos años como el hombre sano. Claro está tiene,se verá obligado a determinados cuidados; ¿pero noestamos todos constreñidos a seguirlos v acaso lavida puede conservarse de otra manera? Cada unode nosotros tiene su higiene; la del enfermo en nadase parece a la que practica la generalidad de loshombres de su tiempo y medio; pero es la única di-ferencia que hay entre ambos desde este punto devista. La enfermedad no nos deja siempre desampa-rados, en un estado de inadaptación irremediable; laenfermedad nos obliga sencillamente a adaptarnos

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en forma distinta que la mayoría de nuestros seme-jantes. ¿Quién nos puede asegurar que no existenenfermedades que, finalmente, acaban por ser úti-les? La viruela, que nos inoculamos con la vacuna,es una verdadera enfermedad que contraemos vo-luntariamente, y, sin embargo, acrecienta nuestrasprobabilidades de supervivencia.

Existen, a buen seguro, otros casos en los cualesel trastorno causado por la enfermedad es insignifi-cante comparado con las inmunidades que confiere.

Hay que hacer notar, finalmente, y con muchocuidado, que este criterio es muchas veces inaplica-ble. Se puede, en rigor. llegar a establecer que lamortalidad más baja conocida se encuentra en ungrupo determinado de individuos; pero no puededemostrarse que no se pueda encontrar otra quetodavía la tenga menor ¿Quién nos puede afirmarque no son posibles otras maneras de vivir que ten-gan por efecto el disimularla todavía más? Este mí-nimum de hecho no es, pues, la prueba de unaperfecta adaptación, ni, por consiguiente, el índiceseguro del estado de salud, partiendo de la defini-ción precedente. Además, un grupo de esta natura-leza es muy difícil de constituir y de aislar de losdemás, como sería necesario para que se pudiera

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observar su constitución orgánica privilegiada, causasupuesta de esta superioridad. Inversamente, sicuando se trata de una enfermedad cuyo desenlacees generalmente fatal, es evidente que las probabili-dades que tiene el ser de sobrevivir, están disminui-das, la prueba es singularmente difícil cuando laafección no ocasiona directamente la muerte. Sólohay una manera objetiva de demostrar que, puestoslos seres en condiciones definidas, tienen menosprobabilidades que otros de sobrevivir; y esta prue-ba consiste en demostrar que la mayoría de ellosviven menos. Ahora bien; si en los casos de enfer-medad puramente individuales, esta demostraciónes muchas veces factible, es impracticable en so-ciología, pues a los que se dedican a esta ciencia lesfalta el punto de comparación de que disponen losbiólogos, a saber, la cifra de la mortalidad media. Nisiquiera sabemos distinguir con una exactitud sim-plemente aproximada, el momento en que nace unasociedad y aquel en que muere. Todos estos pro-blemas que en biología están muy lejos de quedarclaramente resueltos, para el sociólogo permanecentodavía en el misterio. De otra parte, los aconteci-mientos que se producen en el curso de la vida so-cial, y que se repiten casi idénticamente en todas las

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sociedades del mismo tipo, son demasiado variablespara que sea posible determinar la medida en quehayan podido contribuir a apresurar el resultadofinal. Cuando se trata de individuos, como son muynumerosos, se puede escoger los que se comparande manera tal que no tengan en común más que unasola y misma/; anomalía; de esta manera, ésta seencuentra aislada de todos los, fenómenos conco-mitantes, y, por consiguiente, se puede estudiar suinfluencia sobre el organismo. Si, por ejemplo, unmillar de reumáticos tomados al azar, presentan unamortalidad sensiblemente superior a la media, seestá en buenas condiciones para atribuir este resul-tado a la enfermedad reumática. Pero como en so-ciología cada especie social sólo integra un pequeñonúmero de x individuos, el campo de comparacio-nes es demasiado limitado para que agrupaciones deesta clase puedan servir de base a una demostración.

A falta de esta prueba de hecho. sólo son posi-bles razonamientos deductivos, cuyas conclusionesno pueden tener más valor que el de las presuncio-nes subjetivas. No se demostrará que tal hecho de-bilite, efectivamente, el organismo social, sino quedebe producir este efecto. A este fin, se hará ver quesu resultado ha de ser forzosamente este o el de más

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allá, resultado que se considera perjudicial para lasociedad, y por este motivo se le declarará morboso.Pero aun suponiendo que engendra este resultado,puede muy bien suceder que los inconvenientes quepresenta sean compensado, y aun superados, porventajas que de momento no se perciben. Además,sólo existe una razón que pueda hacer considerarlocomo funesto, a saber, que perturbe el desarrollonormal de las funciones. Pero esta prueba presupo-ne el problema ya resuelto, pues sólo es posiblecuando se ha determinado previamente en qué con-siste el estado normal, y, por consiguiente, cuándose conoce su signo distintivo. ¿Es que se intentaráconstruirlo completamente y a priori? Fácilmente secomprende el valor de` esta construcción. He aquíla causa de que, tanto en sociología como en histo-ria, se consideren los acontecimientos beneficiososo perjudiciales según los sentimientos personales decada autor. Y así se ve muchas veces que mientras elteórico incrédulo considera los restos de la fe quehan permanecido en pie en medio , del cataclismogeneral de las ideas religiosas, como un fenómenomorboso, para un creyente será la misma increduli-dad lo que constituya la gran enfermedad social denuestros días. Para el socialista, la organización eco-

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nómica no es más que un hecho de; teratología so-cial, mientras que para el economista ortodoxo sonLas tendencias socialistas las que son, por excelen-cia, patológicas.

Y todos encuentran, en apoyo de su opinión,silogismos que consideran bien construidos.

El defecto común de estas definiciones consisteen querer alcanzar prematuramente la esencia de losfenómenos. También suponen como establecidasproposiciones que, verdaderas o no, sólo puedendemostrarse cuando la ciencia está suficientementeadelantada. Por eso, hemos de atenernos a la reglaque precedentemente establecimos. En lugar depretender determinar de un golpe las relaciones en-tre el estado normal y de su contrario con las fuer-zas vitales, buscamos sencillamente un signoexterior, inmediatamente perceptible, objetivo. quenos permite distinguir estos dos órdenes de hechos.

Al igual que todo fenómeno biológico, el fenó-meno sociológico es susceptible, aun manteniéndo-se esencialmente igual, de revestir formas diferentessegún los cosos. De estas formas las hay de dos cla-ses. Las unas son generales en toda la extensión dela especie; si no se encuentran en todos los indivi-duos, se manifiestan por lo menos en la mayoría. si

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no se repiten idénticamente en todos los casos enque se observan, varían pues de uno a otro sujeto,quedando estas variaciones encerradas en límitesmuy estrechos. Por el contrario, existen otras for-mas que son excepcionales, no sólo por presentarseúnicamente en una minoría, sino porque donde sepresentan no se mantienen muchas veces por todala vida del individuo. Son, pues, excepcionales tantoen el tiempo como en el espacio Nos encontramos,por consiguiente, en presencia de dos variedadesdistintas de fenómenos, que deben ser designadaspor dos palabras diferentes. Llamaremos normales alos hechos que presentan las formas más generales,y a los demás los calificaremos de morbosos o pa-tológicos. Si se conviene en denominar tipo medioal ser esquemático que se constituiría reuniendo enun mismo conjunto, en una especie de individuali-dad abstracta, los caracteres más frecuentes en laespecie con sus formas también más comunes, sepodría afirmar perfectamente que el tipo normal seconfunde con el tipo medio y que toda desviaciónde este tipo de la salud constituye un fenómenomorboso. Es verdad que el tipo medio no podríadeterminarse con la misma seguridad que un tipoindividual, pues sus atributos constitutivos no están

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absolutamente fijos, sino que son susceptibles devariar; pero lo indudable es que puede llegar a cons-tituirse, pues es la materia inmediata de la ciencia, yse confunde con el tipo genérico. Lo que estudia elfisiólogo son las funciones del organismo medio; elsociólogo debe imitar esta conducta. Una vez que sepuedan distinguir las especies sociales entre sí mástarde trataremos esta cuestión es siempre posibleencontrar la forma más general que presenta un fe-nómeno en una especie determinada.

Se ve, pues, que un hecho sólo puede calificarsede patológico con relación a una especie dada. Lascondiciones de salud y de enfermedad no puedendefinirse in abstracto y de nos manera absoluta. Laregla es incontrovertible en biología; a nadie se leocurrió jamás que lo que es normal para un molus-co lo sea también para un vertebrado. Cada especietiene su salud, porque tiene su tipo medio que le espropio, y la salud de las especies inferiores no esmenos importante que la de las superiores. El mis-mo principio se aplica a la sociología, aunque seamuchas veces olvidado. Es preciso renunciar al há-bito, todavía demasiado extendido, de juzgar unainstitución, una práctica, una máxima moral como si

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fueran buenas o malas en sí mismas y por sí mis-mas, indistintamente, para todos los tipos sociales.

Si el punto de comparación con relación al cualpuede juzgarse el estado de salud o el de enferme-dad varía con las especies, puede también variar pa-ra una sola y misma especie, cuando ésta cambia.Así es que, desde el punto de vista puramente bio-lógico, lo que es normal liara el salvaje, no lo essiempre para el civilizado, y recíprocamente.

Existe. sobre todo; un orden de variaciones queimporta mucho tener en cuenta, pues se producen.regularmente en todas las especies; nos referirnos alas relativas a la salud. La salud del anciano no es ladel adulto, ni la de éste la del niño; v lo mismo su-cede con las sociedades. Un hecho social no puede,pues. llamarse normal para una especie social de-terminada sino en relación con una fase, igualmentedeterminada. de su desarrollo; por consiguiente, pa-ra saber si tiene derecho a este calificativo, no bastaobservar la forma con que se presenta en la genera-lidad de las sociedades, sino que es preciso conside-rarlos en la fase, correspondiente a su evolución. Ala primera impresión parece que hemos procedidosolamente a una definición verbal. pues no hemoshecho más cine agrupar los fenómenos de acuerdo

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con sus semejanzas y diferencias, e imponer nom-bres a los grupos así formados. Pero, en realidad,los conceptos que liemos constituido tienen la ven-taja de poder ser reconocidos mediante caracteresobjetivos y fácilmente perceptibles, y, al propiotiempo, no se distancian de la noción que se tienecomúnmente de la salud y de la enfermedad. Pero,¿,acaso no conciben todos la enfermedad como unaccidente, que la naturaleza del ser vivo comportasin duda, pero no engendra de ordinario? Y los an-tiguos filósofos afirmaban que la enfermedad noderiva de la naturaleza de las cosas, sino que es elproducto de una especie de contingencia inmanentea los organismos. Tal concepción es. sin duda aluna,la negación de toda ciencia, pues la enfermedad noes más milagrosa que la salud, sino que está funda-mentada igualmente en la naturaleza de los seres.Únicamente que no está basada en su naturalezanormal; no está implicada en su temperamento or-dinario, ni liada a las condiciones de existencia, delas cuales depende generalmente. Inversamente, pa-ra todo el mundo, el tipo de salud se confunde conel de la especie. No se puede concebir, sin contra-dicción, una especie que por sí misma y en virtud desu constitución fundamental, fuera irremediable-

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mente enferma. Siendo la norma por excelencia, nopuede, por tanto, contener nada de anormal.

Es verdad que, corrientemente, se entiendetambién por salud un estado generalmente preferi-ble a la enfermedad. Pero esta definición está con-tenida en la precedente. Si, en efecto, los caracterescuna reunión forma el tino normal han podido ge-neralizarse en una especie, no sucede sin razón. Estageneralidad constituye por sí misma un hecho quenecesita ser explicado, y que, por tanto, reclama unacausa. Ahora bien; sería inexplicable si las formas deorganización más extendidas no fueran también,por lo menos en su conjunto, las más ventajosas.¿Cómo habrían podido mantenerse en una tangrande variedad de circunstancias, si no pusieran alos individuos en condiciones de resistir mejor lascausas de destrucción? Por el contrario, si las otrasno son más raras, es porque es evidente que, en lageneralidad de los casos, los sujetos que las presen-tan tienen mayores dificultades para sobrevivir. Lamayor frecuencia de las primeras, es, pues, la pruebade su superioridad.

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II

Esta última observación proporciona tambiénun medio para controlar los resultados del métodoprecedente.

Ya que la generalidad, que es lo que caracterizaexteriormente los fenómenos normales, es en símisma un fenómeno explicable, una vez establecidadirectamente por la observación, es preciso intentarexplicarla. Sin la menor duda podemos afirmar, poradelantado, que la causa existe, pero es mejor cono-cer exactamente en qué consiste. El carácter normaldel fenómeno será, en efecto, más indiscutible si sedemuestra que el signo exterior que lo manifestó noes puramente aparente, sino fundado en la naturale-za de las cosas; en una palabra, si se puede erigiresta normalidad de hecho en una normalidad dederecho. De otra parte, esta demostración no con-sistirá siempre en hacer comprender que el fenóme-no es útil al organismo, aunque sea éste el caso másfrecuente por las razones que acabamos de indicar;sino que, como ya lo hicimos notar, puede sucederque un determinado modo de ser sea normal sinservir para nada, simplemente por estar necesaria-

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mente implicado en la naturaleza del ser. Sería, qui-zá, útil que el parto no determinara perturbacionestan violentas como las que produce en el organismofemenino, pero esto es imposible. Por consiguiente,la normalidad del fenómeno será explicada por suconexión con las condiciones de existencia de laespecie considerada, ya como un efecto mecánica-mente necesario de estas condiciones, va como unmedio que permite a los organismos adaptarse a él.

Esta prueba no sólo es útil a título de control.No hay que olvidar, en efecto, que si existe un inte-rés por distinguir lo normal de lo anormal, se refiereespecialmente al esclarecimiento de la práctica.Ahora bien, para obrar con conocimiento de cansa,no basta saber lo que debemos querer, sino por quélo debernos. Las proposiciones científicas relativasal estado normal, serán más inmediatamente aplica-bles a tos casos particulares cuando vayan acompa-ñadas de sus razones; pues entonces se podráreconocer mejor en qué casos conviene modificarlasal aplicarlas y en qué sentido.

Hasta existen circunstancias en las cuales estaverificación es rigurosamente necesaria; pues si seaplicara sólo el primer método, podría inducir aerror. Esto es lo que sucede en los períodos de tran-

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sición, cuando el conjunto de la especie está en víasde evolucionar, sin estar todavía definitivamentefijada en una forma nueva. En este caso, el únicotipo normal que se ha realizado y dado en los he-chos, es el del pasado, y, sin embargo, no está aco-modado a las nuevas condiciones de existencia. Unhecho puede de esta manera persistir en el conjuntode una especie, sin responder ya a las exigencias dela situación. En aquel momento sólo hay aparienciasde normalidad, y la generalidad que presenta no essino una etiqueta engañosa, pues manteniéndoseúnicamente por la fuerza ciega del hábito, no es yaindicio de que el fenómeno observado está estre-chamente ligado a las condiciones generales de laexistencia colectiva. Esta dificultad es, de otra parte,característica de la sociología. No existe, por decirloasí, para el biólogo. Es, en efecto, muy raro que lasespecies animales se vean obligadas a tomar formasimprevistas. Las únicas modificaciones normalespor que atraviesan son las que se producen regu-larmente en cada individuo, principalmente bajo lainfluencia de la edad. Estas modificaciones son, portanto, conocidas o pueden serlo, pues ya se han da-do en una multitud de casos; por consiguiente, sepuede saber a cada momento del desarrollo animal,

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y hasta en los períodos de crisis, en qué consiste elestado normal. También sucede esto en sociología,en aquellas sociedades que pertenecen a las especiesinferiores. Pues como muchas de ellas hicieron vatoda su carrera, la ley de su evolución normal es, opor lo menos puede ser establecida. Pero cuando setrata de las sociedades más elevadas más recientes,esta ley es desconocida por definición, pues no hanrecorrido todavía toda su historia. Como le faltatodo punto de comparación el sociólogo puede en-contrar dificultades para determinar si un fenómenoes normal o no.

Estas dificultades quedarán vencidas, proce-diendo en la forma que hemos indicado. Despuésde haber establecido por la observación que el he-cho es general, se remontará a las condiciones quehan determinado esta generalidad en el pasado, einvestigará después si estas condiciones se dan to-davía en el presente, o si, por el contrario, han cam-biado. En el primer caso, tendrá derecho deconsiderar el fenómeno como normal; y en el se-gundo, de rehusarle este carácter. Por ejemplo, parasaber si el estado económico actual de los puebloseuropeos, con la ausencia de organización e que essu característica. es normal o no, se buscará lo que

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lo engendró en el pasado. Si estas condiciones sonlas mismas que viven actualmente nuestras socieda-des, es señal que esta situación es normal a despe-cho de las protestas que suscita. Pero, si, por elcontrario, encuentra que está ligada a aquella viejaestructura social que hemos calificado en otra partede segmentaria, y que, después de haber sido laosamenta esencial de las sociedades, va decayendopoco a poco, se deberá concluir afirmando queconstituye actualmente un estado morboso, poruniversal que sea. De acuerdo al mismo métododeberán resolverse todas las cuestiones de este gé-nero en controversia. por ejemplo, las de saber si eldebilitamiento de las creencias religiosas, si el desa-rrollo de los poderes del Estado, son fenómenosnormales o no.

Sin embargo este método no puede, en ningúncaso, sustituir al precedente, y menos aún ser em-pleado primero. En primer lugar, suscita ciertascuestiones, que tendremos que estudiar más tarde, yque sólo pueden ser abortadas en un estado supe-rior de la ciencia, pues en resumen implica una ex-plicación casi completa de los fenómenos, ya quesupone determinadas o sus causas o sus funciones.Ahora bien, importa mucho que desde los comien-

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zos de la investigación, se puedan clasificar los he-chos en normales y anormales, bajo la reserva dealgunos casos excepcionales, a fin de poder adscri-bir a la fisiología y ala patología su respectivo domi-nio. Además de esto, un hecho debe serconsiderado en relación al tipo normal, útil o nece-sario, para poder ser él mismo calificado de normal.Obrando de otra suerte, se podría demostrar que laenfermedad se confunde con la salud, pues derivanecesariamente del organismo que la sufre; es con elorganismo medio con quien no mantiene la mismarelación. Además, como la aplicación de un remedioes útil para el enfermo, podría considerarse un fe-nómeno normal, cuando es evidentemente anormal,pues sólo en circunstancias anormales presenta estautilidad. Únicamente se puede recurrir a este méto-do cuando se ha constituido con anterioridad el tiponormal. y sólo puede serlo por otro procedimiento.Finalmente, y esto es lo más importante, si es ciertoque todo lo normal es útil. a menos de ser necesa-rio, es falso que todo lo útil sea normal. Podemosestar bien seguros, de que los estados que se hangeneralizado en la especie son más útiles que losque se mantuvieron como excepcionales; no que-riendo tampoco decir esto, que sean los más útiles

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que existan o puedan existir. No tenemos ningunarazón para creer que han sido ensayadas todas lascombinaciones posibles en el curso de la experien-cia, y entre las que jamás se han realizado pero sonconcebibles, hay quizá muchas más ventajosas quelas que conocemos. La noción de lo útil rebasa la delo normal, siendo respecto a ésta lo que el género ala especie. Ahora. bien, es imposible deducir lo másde lo menos, la especie del género; pero se puedeencontrar el género en la especie pues lo contiene.Y por esto, una vez comprobada la generalidad delfenómeno, mostrando cómo es útil, se pueden con-firmar los resultados del primer método. Podemos,pues, formular las tres reglas siguientes:

1° Para un tipo social determinado, consideradoen una frase también determinada de ,su evolución,un hecho social es normal cuando se produce en lamedida de las sociedades de esta especie, considera-das en la fase correspondiente de su evolución.

2° Los resultados del método, precedente sepueden, verificar; mostrando que la generalidad delfenómeno tiene sus raíces en las condiciones gene-rales de la vida colectiva del tipo social considerado.

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3° Esta verificación, es necesaria, cuando estehecho se refiere a una, especie social que no ha rea-lizado todavía su evolución integral.

III

Estamos tan acostumbrados a resolver de unaplumada estas difíciles cuestiones, y a decidir rápi-damente por observaciones sumarias y mediantesilogismos, si un hecho social es normal o no, quequizá se considera este procedimiento de una com-plejidad inútil. A la primera impresión parece queno hay necesidad de tanta molestia para distinguir laenfermedad de la salud. ¿No hacemos a cada mo-mento distingos de esta naturaleza? Es verdad; perofalta saber si los hacemos bien. Lo que nos ocultalas dificultades de estos problemas. es que vemos albiólogo resolverlas con una relativa facilidad. Peroolvidamos que a él es mucho más fácil que al so-ciólogo percibir la manera como cada fenómenoafecta a la fuerza de resistencia del organismo y de-terminar, de esta forma, el carácter normal o anor-mal con una exactitud prácticamente suficiente. Ensociología, la mayor complejidad y movilidad de loshechos obligan también a mayores precauciones,

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como lo demuestran los juicios contradictorios deque es objeto un mismo fenómeno por parte de lospartidos. Para demostrar lo muy necesario que esesta prudencia, mostraremos, mediante algunosejemplos, los errores a que se expone el que no latiene, y el nuevo aspecto que toman los fenómenosmás esenciales cuando se los trata metódicamente.Si hay un hecho cuyo carácter patológico pareceindiscutible, es el crimen. Sobre este punto todoslos criminólogos están de acuerdo. Si explican estecarácter morboso en formas diferentes, unánimesson en reconocerlo. El problema, sin embargo, exi-ge ser tratado con menos precipitación.

Apliquemos, en efecto, las reglas precedentes.El crimen no se observa sólo en la mayoría de lassociedades de tal o cual especie, sino en las socieda-des de todos los tipos. La criminalidad existe pordoquiera. Cambia sus formas, los actos calificadosde criminosos no son siempre los mismos; pero portodas partes, y siempre, hubo hombres cuya con-ducta hizo preciso una reprensión penal. Si. por lomenos. a medida que las sociedades pasan de lostipos inferiores a los superiores tendiera a bajar elporcentaje de criminalidad, es decir, la relación entrela cifra anual de crímenes y el de la población, se

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podría creer que, conservando su carácter normal, elcrimen tendía, sin embargo, a perder este carácter.Pero no tenemos ninguna razón que nos permitaafirmar la realidad de esta regresión; muy al contra-rio, muchos hechos parecen mostrar la existencia deun movimiento en sentido inverso. Desde los co-mienzos del siglo XIX, la estadística nos proporcio-na el medio de seguir la marcha de la criminalidad;ésta aumentó en todos los países. En Francia, elaumento es de cerca de un 300 %. No se podríaencontrar otro fenómeno que presentara mejor to-dos los síntomas de la normalidad, pues apareceestrechamente ligado a las condiciones de toda vidacolectiva. Hacer del crimen una enfermedad social,equivaldría a admitir que la enfermedad no es algoaccidental, sino que, por el contrario, deriva enciertos casos de la constitución fundamental del servivo; sería borrar toda distinción entre lo fisiológicoy lo patológico. Sin duda alguna, puede suceder queel crimen mismo ofrezca formas anormales; y estosucede, por ejemplo, cuando alcanza un porcentajeexagerado. No es dudoso, en efecto, que este exce-so sea de naturaleza morbosa. Lo normal es sim-plemente que exista una criminalidad, con tal de quepara cada tipo social ésta alcance, pero no rebase,

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un cierto límite, que no es, quizá, imposible de fi-jar`„ acuerdo a las reglas precedentes

Nos encontramos frente a una solución, en apa-riencia bastante paradójica. Pero esto no debe indu-cirnos a error. Clasificar el crimen entre losfenómenos de sociología normal, no significa sola-mente que sea un fenómeno inevitable aunque la-mentable, debido a la incorregible maldad humana,sino que equivale a afirmar que constituye un factorde la salud pública, una parte integrante de toda so-ciedad sana. A la primera impresión, este resultadoes lo suficientemente sorprendente para que noshaya desconcertado a nosotros mismos, y esto du-rante mucho tiempo. Pero una vez dominada estaprimera impresión, no es difícil encontrar razonesque expliquen esta normalidad, y que, al propiotiempo, la confirmen.

En primer lugar, el crimen es normal, porqueuna sociedad sin él es completamente imposible.

Como demostramos en otra parte, el crimenconsiste en un acto que ofende determinados sen-timientos colectivos, dotados de una energía y deuna firmeza particulares. Para que en una sociedaddada pudiesen cesar de cometerse los actos reputa-dos criminales, sería, por tanto, preciso que los sen-

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timientos que ofenden se encontrasen en todas lasconciencias individuales, sin excepción, y con elgrado de fuerza necesaria para contener los senti-mientos contrarios. Ahora bien, aun suponiendoque esta condición pueda ser efectivamente realiza-da, el crimen no desaparecería. cambiaría solamentede forma, pues la misma causa que extinguiría lasfuentes de la criminalidad haría surgir inmediata-mente otras nuevas.

En efecto, para que los sentimientos colectivosque protege el derecho penal de un pueblo, en unmomento determinado de su historia, lleguen a pe-netrar en las conciencias que hasta entonces les eranextrañas, o tomar cierto imperio allí donde teníanescasa importancia, es preciso que adquieran unaintensidad superior a la que tuvieron hasta entonces.Es preciso que la comunidad, en su conjunto, lossienta más vivamente pues no pueden sacar de otraparte aquella fuerza superior que les permite impo-nerse a los individuos que antes se les mostrabanmás refractarios. Para que desaparecieran los asesi-nos, sería necesario que el horror de la sangre de-rramada fuera mayor que el que produce en lascapas sociales donde se reclutan los asesinos; peropara obtener este resultado, sería al propio tiempo

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necesario que fuera mayor en el conjunto de la so-ciedad. De otra parte, la misma ausencia del crimencontribuiría directamente a este resultado, pues unsentimiento aparece más respetable cuando essiempre y uniformemente respetado. Pero se olvidaque estos estados fuertes de la conciencia común.no pueden reforzarse de esta manera, sin que losestados más débiles, cuya violación sólo originabaantes faltas puramente morales, sean a su vez vigo-rizados; y esto porque los segundos no son más quela prolongación, la forma atenuada de los primeros.Así, el robo y la simple falta de delicadeza, lesionanun solo y mismo sentimiento altruista, el respeto ala propiedad ajena. La diferencia estriba en la fuerzade la ofensa, y como el término medio de las con-ciencias no poseen una intensidad suficiente purasentir vivamente la más ligera de estas dos ofensas,ésta es objeto de una mayor tolerancia. He aquí porqué se vitupera simplemente al hombre poco escru-puloso. mientras se castiga al ladrón. Pero si estemismo sentimiento deviene más intenso, hasta elpunto de desterrar de todas las conciencias la ten-dencia que inclina al hombre al robo, se hará mássensible a las lesiones que, basta entonces, sólo leafectaban ligeramente; reaccionará contra ellas con

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una mayor fuerza, y serán objeto de una reproba-ción más enérgica, reprobación que hará pasar aalunas de ellas, de meras faltas morales que eranantes. a verdaderos crímenes. Y así, por ejemplo, loscontratos poco delicados o ejecutados sin escrúpu-los. que antes sólo acarreaban la execración públicao reparaciones civiles, se convertirían en delitos.Imagínese una sociedad de santos un conventoejemplar y perfecto. Los crímenes propiamente di-cho serán desconocidos; pero las falta. que parece-rían nonadas al mundo entero. promoverían elmismo escándalo que el delito ordinario en las con-ciencias también ordinarias. Si esta sociedad tuvieraentre sus manos el poder de juzgar y de castigar.calificaría estos actos de criminales v los trataríacomo a tales. Esta misma causa hace que el perfectohombre honrado juzgue las más pequeñas faltasmorales con una severidad que el común de la gentesólo reserva para aquellos actos verdaderamentedelictuosos. En otros tiempos, las violencias contralas personas eran más frecuentes que en nuestrosdías, porque el respeto cine inspiraba la dignidadindividual era más débil. Como este respeto se haacrecentado, estos crímenes se han hecho más ra-ros; pero, al propio tiempo, muchos actos que le-

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sionaban ligeramente este sentimiento. han caídodentro del derecho penal, cuando antes nada teníanque ver con él".

Para agotar todas las hipótesis lógicamente po-sibles; quizá se pregunte por qué esta unanimidadno se extiende a todos los sentimientos colectivossin excepción; porque hasta los menos intensos nose robustecen lo suficiente para cortar toda disiden-cia. Entonces, la conciencia moral de la sociedad seencontraría todo entera en el conjunto de los indi-viduos y estaría dotada de una vitalidad suficientepera evitar todo acto que la pudiera ofender, tantolas faltas puramente morales como los crímenes.Pero una uniformidad tan radical y absoluta. es ra-dicalmente imposible, pues el medio físico inme-diato en el cual está colocado cada uno de nosotros,los antecedentes hereditarios y las influencias socia-les de que dependemos, varían de tino a otro indivi-duo. y, por consiguiente, diversifican lasconciencias. No es posible que todos los hombresse asemejen en este punto, aunque no hubiera otromotivo que el de tener uno su organismo propio, yque estos organismos ocupen porciones diferentesde espacio. Por este motivo. hasta en los mismospueblos inferiores donde la diversidad individual

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está muy poco desarrollada, no es, sin embargo.nula. No siendo posible, por consiguiente- una so-ciedad en la cual los individuos no se diferencienmás o menos del tipo colectivo, también es inevita-ble que, entre estas divergencias, haya algunas quepresenten un carácter criminal. Y lo que les confiereeste carácter no es su importancia intrínseca, sino laque les presta la conciencia común. Si ésta es másfuerte, si tiene la suficiente autoridad para hacer queestas divergencias sean muy débiles en valor abso-luto será también más sensible, más exigente, yreaccionando contra los menores desvíos con aque-lla energía que antes sólo desplegaban contra disi-dencias más considerables, les atribuirá la mismagravedad, es decir, las marcará como criminales.

El crimen es, pues, necesario; está ligado a lascondiciones fundamentales de toda vida social, ypor esto mismo, es útil; enes las condiciones de quees solidario, son indispensables para la evoluciónnormal de la moral y del derecho.

En efecto, hoy ya no es posible poner en dudaque el derecho y la moral varían de uno a otro tiposocial, como así tampoco que cambian para unmismo tipo cuando se modifican las condiciones dela existencia colectiva. Pero para que estas trans-

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formaciones sean posibles, es preciso que los senti-mientos colectivos que forman la liase de la moralno sean refractarios al cambio y, por consiguiente,que sólo tengan una energía moderada. Si fuerandemasiado intensos, no serían lo suficientementeplástico;. Todo modo de ser es, en efecto, contrarioa otro nuevo, y esta oposición es más marcadacuanto más sólido es el primero. Cuanto más acusa-da es una estructura, más resistencia opone a todamodificación; y esto tanto puede afirmarse de losestados funcionales como de los estados anatómi-cos. Ahora bien, si no hubiera crímenes, no secumpliría esta condición, pues tal hipótesis suponeque los sentimientos colectivos habrán alcanzado ungrado de intensidad sin ejemplo en la historia. Nadaes bueno definitivamente y sin medida. Es precisoque la autoridad inherente a la conciencia moral nosea excesiva; pues de otra manera nadie osará ata-carla y se fijaría demasiado en una forma inmutable.Para que pueda evolucionar es preciso que la origi-nalidad individual sea posible; además, para quepueda manifestarse la del idealista que sueña con irmás allá de su siglo, es necesario que sea posible ladel criminal, que está en un nivel inferior a su tiem-po. Sin la una, no se concibe la otra.

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No es esto todo. Prescindiendo de esta utilidadindirecta, hay que tener en cuenta que el crimenmismo desempeña en esta evolución un papel útil.No solamente implica que el camino está abierto alos cambios necesarios, sino que en determinadoscasos los prepara directamente. Allí donde existen,no solamente los Sentimientos colectivos se man-tienen en un estado de maleabilidad necesaria paraadquirir una forma nueva, sino que algunas veceshasta contribuye a predeterminar la forma que to-marán. ¡Cuántas veces, en efecto, no es más que unaanticipación de la moral del porvenir, una direcciónhacia lo que será! De acuerdo al derecho ateniense,Sócrates era un criminal y su condenación fue com-pletamente justa. Sin embargo, su crimen, es decir,la independencia de su pensamiento, fue útil no sóloa la humanidad, sino también a su patria, pues sirviópara preparar una moral y una fe nuevas, de queestaban muy necesitados los atenienses, puesto quelas tradiciones de que hasta entonces habían vivido,ya no estaban en armonía con sus condiciones devida. Ahora bien, el caso de Sócrates no se presentaaislado; se repite periódicamente en la historia. Lalibertad de pensar de que gozamos actualmente nose habría podido proclamar jamás si no hubieran

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sido violadas las reglas que lo prohibían, antes deque fueran solemnemente abrogadas. Sin embargo,en ese momento esta violación constituía un cri-men, pues era una ofensa a sentimientos muy vivosen la generalidad de las conciencias. Y a pesar delodo, este crimen era útil, pues preludiaba transfor-maciones que se hacían cada vez más apremiantes.La filosofía libre ha tenido por precursores a lasdistintas categorías de herejes, que el brazo secularcastigó muy justamente durante toda la Edad Mediay hasta los albores de los tiempos contemporáneos.Desde este punto de vista, los hechos fundamenta-les de la criminología se nos presentan bajo un as-pecto completamente nuevo. En oposición a lasideas corrientes, el criminal ya no se nos manifiestacomo un ser radicalmente insociable, algo así comoun elemento parasitario, como un cuerpo extraño einasimilable, introducido en el seno de la sociedad,sino que es un agente regular de la vida social. Porsu parte, el crimen ya no puede concebirse como unmal que nunca se limitará lo suficiente, sino que le-jos de ser un buen síntoma el que descienda a unnivel excesivamente inferior al ordinario, ha de es-tarse seguro de que este progreso aparente esacompañado y es solidario de alguna perturbación

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social. Y tanto es así, que la cifra de los atentados yde las heridas nunca es tan baja como en tiempos deescasez. Al propio tiempo, y como una consecuen-cia, la teoría de la pena está tomando un nuevo as-pecto, o, mejor dicho, ha de tomarlo. En efecto, siel crimen es una enfermedad, la pena es su remedio.y no puede concebirse de otra manera; y por estotodas las discusiones que suscita hacen referencia alo que debe ser para cumplir con su misión curativa.Pero si el crimen no tiene nada de morboso, lapena no puede tener por objeto curarlo y su verda-dera función ha de buscarse en otra parte.

No se puede afirmar, por tanto, que las reglasque acabamos de enunciar no tienen otra razón deser que el satisfacer un formulismo lógico sin granutilidad, pues, por el contrario. según se apliquen ono, los hechos sociales más esenciales cambian to-talmente de carácter. Si por este ejemplo particu-larmente demostrativo, nos detuvimos un poco ensu examen, no significa que sea aislado, pues haymuchos otros que podrían ser útilmente citados. Noexiste sociedad alguna en que no se considere que lapena ha de ser proporcional al delito; sin embargo,para la escuela italiana, este principio no es más queuna invención de los juristas. desprovista de toda

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solidez. Para los criminólogos de esta escuela, es lamisma institución penal en su conjunto, tal como hafuncionado hasta el presente en todos los pueblosconocidos, lo que constituye un fenómeno contranaturaleza. Ya hemos visto que para Garófalo. lacriminalidad específica de las sociedades inferioresno tiene nada de natural. Para los socialistas, es laorganización capitalista lo que, a pesar de su gene-ralidad, constituye una desviación del estado nor-mal. producida por la violencia y el artificio. Por elcontrario, para Spencer, el vicio radical de nuestrassociedades lo constituye la centralización adminis-trativa, la extensión de los poderes gubernamenta-les, y esto. aunque una y otra progresen de lamanera más regular y universal, a medida ore lahistoria avanza. Nosotros no creemos que su gradode generalidad haya sido nunca, lo que sistemática-mente decida sobre el carácter normal o anormal delos fenómenos sociales. Estas cuestiones se resuel-ven siempre haciendo un gran despliegue de dialéc-tica.

Sin embargo, prescindiendo de este criterio, nosolamente se expone el autor a confusiones y erro-res parciales, como los que acabamos de recordar,sino que hace imposible la misma ciencia. En efec-

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to, ésta tiene como objeto inmediato el estudio deltipo normal; ahora bien, si los hechos más generalespueden ser morbosos, puede suceder que el tiponormal no haya existido nunca en realidad. Partien-do de este criterio, ¿para qué estudiarlos?

Los hechos no harían sino confirmar nuestro,prejuicios y arraigar maestros errores, pues son suresultado. Si la pena, si la responsabilidad, tal comoexisten en la historia, no son más que un productode la ignorancia y de la barbarie, para qué intentarconocerlas y determinar sus formas normales? Deesta manera es como el espíritu se acostumbra aprescindir da una realidad en lo sucesivo sin interés,para replegarse en el Yo y buscar en su interior losmateriales necesarios para reconstruirla. Para que lasociología trate los hechos como cosas, es precisoque sienta la necesidad de adaptarse a ellas. Ahorabien, como el objeto principal de toda ciencia de lavida, sea individual o social es, en último término,definir el estado normal, explicarlo y distinguirlo desu contrario, si la normalidad no se diera en lasmismas cosas y fuera, por el contrario, un carácterque le imprimimos desde lo exterior o que le rehu-samos por cualquiera razón, desaparece esta saluda-ble dependencia. El espíritu se encuentra poco

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dificultado en su relación con lo real, que no puedeensañarle mucho, ni está moderado por la materia aque se aplica, pues es el mismo espíritu el que, dealguna manera, la determina. Las distintas reglas quehasta el presente hemos establecido, mantienen, portanto, entre sí estrechas relaciones de solidaridad.Para que la sociología sea verdaderamente una cien-cia de cosas, es preciso que la generalidad de losfenómenos se tome como criterio de su normalidad.

De otra parte, nuestro método presenta la ven-taja de regular la acción, al propio tiempo que elpensamiento. Si lo deseable no es objeto de obser-vación, pero puede y debe ser determinado por unaespecie de cálculo mental, no puede asignarse, pordecirlo así ningún límite a las libres invenciones dela imaginación en busca de lo mejor. Pues ¿cómoasignar a la perfección no término imposible de re-basar? Por definición la perfección escapa a todalimitación. De esta macera, el fin de la Humanidadse confunde, pues, con el infinito, desanimando aalgunos por su misma lejanía y excitando y enarde-ciendo, por el contrario, a otros que, en su afán deaproximarse a él un poco, apresuran el paso y seechan en brazos de las revoluciones. Se evita estedilema práctico, si lo deseable es lo normal y si lo

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normal es algo definido y contenido en las cosas,pues en este caso el término del esfuerzo es, a la vezdado v definido. Ya no se trata de perseguir deses-peradamente un fin que huye a medida que se avan-za, sino de trabajar con una regular perseveranciapara mantener el estado normal, restablecerlo si seperturba y encontrar las condiciones si éstas cam-bian. El deber del hombre de Estado ya no es em-pujar violentamente a las sociedades hacia un idealque se le aparece como seductor, sino que su misiónes la del médico: previene la aparición de las enfer-medades apoyándose en una buena higiene y, cuan-do se declaran, trata de curarlas.

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CAPITULO IV

REGLAS RELATIVAS A LACONSTITUCIÓN DE LOS TIPOS

SOCIALES

Puesto que un hecho social sólo puede calificar-se de normal o de anormal en relación con una es-pecie social determinada. lo que precede implica lanecesidad de consagrar una rama de la sociología ala constitución de estas especies y a su clasificación.

De otra parte, esta noción de especie socialofrece la gran ventaja de poner a nuestra disposi-ción un término medio entre las dos concepcionescontrarias de la vida colectiva, que se han disputadopor largo tiempo el dominio de los espíritus, a sa-ber: el nominalismo de los historiadores y el realis-mo extremo de los filósofos. Para el historiador, las

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sociedades constituyen otras tantas individualidadesheterogéneas, incomparables entre sí, Cada pueblotiene su fisonomía, su constitución especial, su de-recho, su moral, su organismo económico que sóloa él convienen, y toda generalización es casi imposi-ble. Por el contrario, para el filósofo todos estosagrupamientos particulares llámeseles tribus, ciuda-des, naciones, no son más que combinaciones con-tingentes v provisorias sin realidad propia. Lo únicoreal es la humanidad, y la evolución social provienede los atributos generales de la naturaleza humana.Para los primeros., la historia humana no es másque una serie de acontecimientos que se encadenansin reproducirse; para los segundos, estos aconteci-mientos sólo tienen valor e interés en cuanto ilus-tran las leyes generales que están inscritas en laconstitución del hombre, y dominan iodo el desa-rrollo histórico. Para aquéllos, lo que es bueno parauna sociedad, no puede aplicarse a las demás. Lascondiciones del estado de salud varían de uno a otropueblo, y no pueden ser determinadas teóricamente;es cuestión de práctica, de experiencia, de tanteos.Para los otros, pueden calcularse una vez parasiempre, y para el conjunto de la humanidad. Pare-ce, pues, que la realidad social sólo puede ser obje-

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to, o de una filosofía abstracta y vaga, o de mono-grafías puramente descriptivas. Pero se evita estaalternativa, una vez que se ha reconocido que entrela multitud confusa de sociedades históricas y elconcepto único, pero ideal, de humanidad, hay in-termediarias; nos referimos a las especies sociales.En efecto, en la idea de especie se encuentran reu-nidas la unidad que exige toda investigación verda-deramente científica y la diversidad que se da en loshechos, pues la especie aparece idéntica en todos losindividuos que la integran, y, por otra parte, las es-pecies difieren entre sí. No puede negarse que lasinstituciones morales, jurídicas, económicas, etc.,son infinitamente variables, pero estas variacionesno son de tal naturaleza que no ofrezcan ningúnpunto de apoyo al pensamiento científico.

Por haber desconocido la existencia de especiessociales es por lo que Comte creyó poder represen-tar cl progreso de las sociedades humanas comoidéntico al de un pueblo único "al que serían ideal-mente referidas todas las modificaciones consecuti-vas observadas en poblaciones distintas" Pues, enefecto, si únicamente existe una especie social, lassociedades particulares sólo pueden diferir entre sípor grados, según que presenten de una manera más

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o menos completa los rasgos constitutivos de estaespecie única, según expresen más o menos perfec-tamente a la humanidad. Por el contrario, si existentipos sociales cualitativamente distintos entre sí, pormucho que se les relacione será imposible reunirlosexactamente como las secciones homogéneas deuna línea geométrica.

El desarrollo histórico pierde de esta manera launidad y sencillez que se le atribuía, y, por decirloasí, se fragmenta en una multitud de ramas que co-mo difieren entre sí específicamente, no puedenenlazarse de una manera continua. La famosa metá-fora de Pascal, repetida después por Comte, apareceen lo sucesivo sin fundamento.

¿Pero cómo hay que proceder para constituirestas especies?

I

A la primera impresión, parece que la única ma-nera de proceder es estudiar cada sociedad en parti-cular, hacer sobre ella una monografía lo más exactay completa posible, y, después, comparar estas mo-nografías entre sí, ver en qué concuerdan y en quédivergen, y, después, según la importancia relativa

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de estas similitudes y de estas divergencias, clasificarlos pueblos en grupos semejantes o diferentes. Enapoyo de este método, se hace notar que sólo esaceptable en una ciencia de observación. La especie,en efecto, no es más que el resumen de los indivi-duos; ¿cómo, pues, constituirla, si no se comienzapor describir cada uno de ellos y por describirlospor completo? ¿No es una regla admitida, no elevar-se a lo general, sino después de haber observado loparticular y todo lo particular? Basándose en estasrazones se quiso alunas veces aplazar la sociologíahasta aquella época indefinidamente lejana en que lahistoria, en el estudio que hace de las sociedadesparticulares, baya obtenido dates lo suficientementeobjetivos y definirlos como para poder ser útilmentecomparados.

Pero, en realidad, esta prudencia sólo tiene laapariencia de científica.

Es, en efecto, inexacto, que la ciencia solamentepuede formular leyes después de haber estudiadotodos los hechos que expresan. ni formar génerossino cuando ha descrito en su totalidad los indivi-duos que los integran. El verdadero método expe-rimental tiende más bien. a sustituir los hechosvulgares, que sólo son demostrativos a condición de

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ser muy numerosos, y que, por consiguiente, sólopermiten conclusiones siempre sospechosas, por loshechos decisivos o cruciales, como decía Bacon,que por sí mismos y con independencia de su nú-mero tienen un valor y un interés científico. Es es-pecialmente necesario proceder de esta maneracuando se trata de constituir géneros y especies;pues hacer el inventario de todos los caracteres quepertenecen a un individuo es un problema insoluble.Todo individuo es un infinito, y el infinito no puedeagotarse. ¿Habrá que tener en cuenta sólo las pro-piedades más esenciales? ¿Pero de acuerdo a quéprincipio se liará la selección? Para esto hace faltaun criterio superior al individuo, y que. por consi-guiente, no nos pueden proporcionar las monogra-fías mejor hechas. Aun sin llevar las cosas con esterigor. se puede prever que, cuanto más numerosossean los caracteres que sirvan de base a esta clasifi-cación, serás más difícil que las distintas maneras enune se combinan en los caos particulares, presentenanalogías lo suficiente francas v diferencias lo sufi-ciente características para permitir la constitución degrupos y subgrupos definidos.

Pero aunque fuera posible una clasificación se-gún este método. ofrecería el grave defecto de no

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prestar los servicios a que debe su razón de ser. Enefecto, esta clasificación. debe ante todo tener porobjeto abreviar el trabajo científico, sustituyendo lamultiplicidad indefinida de los individuos por unnúmero limitado de tipos. Pero esta ventaja desapa-rece si se constituyen estos tiros después de habersido estudiados y analizados aquellos individuos ensu conjunto. No puede casi facilitar la investigación,si se reduce a resumir las investigaciones va realiza-das. Sólo será verdaderamente útil si nos permiteclasificar caracteres distintos de los que le sirven debase, si nos procura cuadros para los hechos delporvenir. Su función es poner a nuestra disposiciónpuntos de comparación a los cuales podamos referirobservaciones distintas de las proporcionadas porestos mismos puntos de mira. Pero para esto espreciso que la clasificación se haga, no de acuerdo aun inventario completo de todos los caracteres indi-viduales, sino según un pequeño número de ellos,escogidos cuidadosamente. En estas condiciones,no sólo servirá para poner un poco de orden en losconocimientos ya adquiridos, sino también paraformar otros nuevos. Ahorrará al observador mu-chas indagaciones inútiles, pues las guiará. Y de estamanera, una vez establecida la clasificación sobre

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este principio. para saber si un hecho es general enuna especie, no será necesario haber observado to-das las sociedades de esta especie, sino que bastarácon algunas. Y hasta en muchos casos será sufi-ciente con una observación bien hecha, de la mismamanera que a veces una experiencia bien conducidabasta para el establecimiento de una ley.

Para nuestra clasificación debemos, pues, esco-ger caracteres particularmente esenciales. Pero sólose puede llegar a conocerlos cuando la explicaciónde los hechos está suficientemente adelantada. Estasdos partes de la ciencia son solidarias y se ayudanmutuamente en su progreso. Sin embargo, sin ade-lantar mucho en el estudio de los hechos, no es difí-cil conjeturar de qué lado es preciso buscar laspropiedades características de los tipos sociales. Sa-bemos en efecto, que las sociedades están integra-das por partes añadidas unas a otras. Como lanaturaleza de toda resultante depende necesaria-mente de la naturaleza, del número de los elementoscomponentes y de la manera de combinarse, sonevidentemente estos caracteres los que hemos detomar como base, y en el curso de este libro ya ve-remos, en efecto, que de ellos dependen los hechosgenerales de la vida social. De otra parte, como son

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de orden morfológico, se podría llamar Morfologíasocial la parte de la sociología que tiene por tarea elconstituir y clasificar los tipos sociales.

Hasta se puede precisar por adelantado el prin-cipio de esta clasificación, pues sabemos, en efecto,que las partes constitutivas de una sociedad son so-ciedades más sencillas que ella. Un pueblo es en-gendrado por la reunión de dos o más pueblos quelo precedieron. Por consiguiente, si conociéramos lasociedad más simple no que ha existido, para reali-zar nuestra clasificación no tendríamos más que se-guir la manera cómo esta sociedad se combinaconsigo misma y cómo sus compuestos se combi-nan entre sí.

II

Spencer comprendió perfectamente que la clasi-ficación metódica de los tipos sociales no podía te-ner otro fundamento.

"Hemos visto, dice, que la evolución social co-mienza por pequeños agregados simples; que pro-gresa por la unión de algunos de estos agregados enagregados mayores, y que una vez consolidados,estos grupos se unen con otros parecidos, para

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formar agregados todavía más grandes. Nuestra cla-sificación debe, por tanto, comenzar por las socie-dades de primer orden. es decir, partir de lo mássimple".

Lamentablemente, para poner en práctica esteprincipio, sería preciso comenzar por definir conprecisión qué se entiende por sociedad simple. Yesta definición no sólo no la da Spencer, sino que laconsidera poco menos que imposible a. Y es que lasimplicidad tal como la entiende este autor, consisteesencialmente en una determinada rudeza de orga-nización. Ahora bien, no es cosa fácil afirmar concertidumbre en qué momento la sociedad es lo sufi-ciente rudimentaria para ser calificada de simple; escuestión de apreciación. Además, la fórmula quenos da es tan elástica que conviene a toda clase desociedades "Lo mejor que podemos hacer, continúa,es considerar como simple a aquella sociedad queforma un todo no sujeto a otro y cuyas partes coo-peran con o sin centro regulador, para determinarfines de interés público”

Pero existe un sinfín de pueblos que satisfacenesta condición. De aquí resulta, que confunde, unpoco al azar, bajo esta misma rúbrica, todas las so-ciedades menos civilizadas. Con tal punto de partida

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fácilmente puede imaginarse lo que será el resto desu clasificación. En ellas se encuentran relacionadasen la más espantosa confusión las sociedades másdiversas; los griegos homéricos dándose las manoscon los feudos del siglo x, y por debajo de los be-chuanas, de los zulúes y de los fidjianos, la confede-ración ateniense junto a los feudos de la Francia delsiglo XIII, y por debajo de los iroqueses y de losaraucanos.

La palabra simplicidad sólo tiene un sentido de-finido cuando significa una ausencia completa departes. Por sociedad simple hay, pues, que entendertoda sociedad que no encierre otras más sencillasque ella; que no solamente está actualmente reduci-da a un segmento único, sino que ni siquiera pre-senta trazos de una segmentación anterior. Lahorda, tal como la hemos definido en otra parte,responde exactamente a esta definición. Es un agre-gado social que no comprende ni comprendió jamásen su seno ningún otro agregado más elemental,sino que se resuelve inmediatamente en individuos.En el interior del grupo total, estos individuos noforman grupos especiales y diferentes del prece-dente, sino que están yuxtapuestos atómicamente.Se concibe que no pineda existir en ellos una socie-

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dad más simple; es el protoplasma del reino social,y, por consiguiente, la base natural de toda clasifica-ción.

Es cierto que no existe quizá sociedad históricaalguna que responda a esta denominación; perocomo hemos indicado en el libro ya citado, cono-cemos varias que están integradas, inmediatamentey sin otro intermediario, por una repetición de hor-das. Cuando la horda deviene un segmento social enlugar de ser la sociedad entera, cambia de nombre yse llama clan, pero conserva los mismos rasgosconstitutivos. El clan es, en efecto, un agregado so-cial que no se resuelve en otro más restringido.Quizá se hará notar que, generalmente, allí dondehoy lo observamos, encierra una pluralidad de fami-lias particulares. Pero, en primer lugar, por razonesque no podemos desarrollar aquí, creemos que laformación de estos pequeños grupos familiares esposterior al clan, pues en puridad de verdad, noconstituyen segmentos sociales, ya que no son divi-siones políticas. Allí donde se encuentra, vemos queel clan constituye la última división de este género.Por consiguiente, aun cuando no tuviésemos otroshechos para postular la existencia de la horda - he-chos que existen y que expondremos en otra oca-

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sión -, la existencia del clan, es decir, de sociedadesformadas por una reunión de hordas, nos autoriza asuponer que hubo en otro tiempo sociedades mássencillas que se reducían a la horda propiamentedicha, y a hacer de ésta la fuente de donde surgierontodas las especies sociales.

Una vez expuesta esta noción de la horda o so-ciedad de segmento único - ya se la conciba comouna realidad histórica o como un postulado de laciencia- se está en posesión del punto de apoyo ne-cesario para construir la escala completa de los tipossociales. Se distinguirán tantos tipos fundamentales,como maneras tenga la horda de combinarse con símisma, dando nacimiento a sociedades nuevas y,para éstas, de combinarse entre sí. Se encontrará, enprimer lugar, agregados formados por una simplerepetición de hordas o de clanes (para darles sunuevo nombre), sin que estos clanes estén asociadosentre sí, para formar grupos intermedios entre elgrupo total que los comprende. todos y cada uno deellos. Están simplemente yuxtapuestos. al igual quelos individuos de la borda. Se encuentran ejemplosde estas sociedades que podríamos llamar poliseg-mentarias simples en algunas tribus iroquesas yaustralianas. La jarca o tribu kabila presenta el mis-

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mo carácter: es una reunión de clanes fijados enforma de aldeas. Es muy verosímil que haya habidoun momento en la historia en que la curia romana,la fratria ateniense era una sociedad de este género.Como tipos superiores. vendrían las sociedadesformadas por la reunión de sociedades de la especieprecedente, es decir, las sociedades polisegmentariassimplemente compuestas. Tal es el carácter de laconfederación iroquesa, de la formada por la reu-nión de tribus kabilas; el mismo aspecto tenían ensu origen cada una de las tres tribus primitivas cuyaasociación originó más tarde la ciudad romana.Luego encontramos las sociedades polisegmentariasdoblemente compuestas, que resultan de la yuxta-posición o fusión de muchas sociedades poliseg-mentarias simplemente compuestas. Tales son laciudad, agregado de tribus, que son en sí mismasagregados de curias, que a su vez se resuelven engentes o clanes, y la tribu germánica con sus conda-dos que se subdividen en centenas, las cuales a suvez tienen por unidad última al clan devenido aldea.

No tenemos para qué dar un mayor desarrolloni ir más lejos en estas ligeras indicaciones, pues noes este el lugar apropiado para intentar una clasifica-ción de las sociedades. Es este un problema dema-

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siado complejo para poder ser tratado así, como depaso, pues, por el contrario, supone todo un con-junto de largas y especiales investigaciones. Por lapresentación de algunos ejemplos, sólo hemos in-tentado precisar las ideas y mostrar cómo debe seraplicado el principio del método. Lo que precede nisiquiera hay que considerarlo como constituyendouna clasificación completa de las sociedades inferio-res. Lo único que hemos hecho es simplificar unpoco las cosas, a fin de aclararlas. Hemos supuesto,en efecto, que cada tipo superior estaba formadopor una repetición de sociedades de un mismo tipo,a saber, del tipo inmediatamente inferior. Y, sinembargo, no es imposible que sociedades de espe-cies diferentes, situadas a distinta altura en el árbolgenealógico de los tipos sociales se reúnan y formenuna especie nueva. Se conoce por lo menos un caso:el Imperio Romano, que comprendía en su seno lospueblos de naturaleza más diversa.

Una vez constituídos estos tipos, se podrá dis-tinguir en cada uno de ellos variedades diversas, se-gún que las sociedades segmentarias, que entran enla formación de la sociedad resultante, guarden unacierta individualidad, o bien, por el contrario, seanabsorbidas en la masa total. Se comprende perfec-

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tamente que los fenómenos sociales no sólo debenvariar al compás de los elementos componentes,sino según su manera de combinarse; y deben serespecialmente, muy diferentes según que los gruposparciales conserven su vida local o sean absorbidosen la vida general, es decir, según su mayor o menorconcentración. Por consiguiente, se deberá investi-gar si en un momento cualquiera se produce unacoalescencia completa de estos segmentos. Se reco-nocerá su existencia por el siguiente signo, a saber:que esta composición original de la sociedad noafecta ya su organización administrativa y política.Desde este punto de vista, la ciudad se distinguenetamente de las tribus germánicas. En estas últi-mas, aunque desfigurada, se mantuvo la organiza-ción sobre la base de los clanes hasta el final de suhistoria, mientras que en Roma y en Atenas lasgentes y las s-tituir divisiones políticas, para convertirse en agru-paciones privadas.

En el interior de los cuadros así constituídos, sepodrá intentar introducir nuevas distinciones, segúnlos caracteres morfológicos secundarios. Sin embar-go, por razones que indicaremos más adelante, nocreemos posible prescindir últimamente de las divi-

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siones generales que acabamos de enunciar. Ade-más, como no podemos entrar en estos detalles, noshasta con haber establecido el principio de la clasifi-cación que podemos expresar así: Se comenzará porclasificar las sociedades según el grado de composi-ción que presentan, y tomando por base la sociedadperfectamente. simple o de segmento único; en elinterior de estas clases se distinguirán variedadesdiferentes según se produzca o no una coalescenciacompleta de los segmentos iniciales.

III

Estas reglas responden implícitamente a unapregunta que el lector quizá se habrá formulado aloírnos hablar de especies sociales, como si las hu-biera en realidad, y esto sin haber establecido direc-tamente su realidad. La prueba está contenida en elmismo principio del método que acaba de exponer-se.

Hemos visto, en efecto, que las sociedades noeran más que distintas combinaciones de una sola ymisma sociedad original. Ahora bien, un mismoelemento no puede combinarse consigo mismo, ylos compuestos que resultan no pueden, a su vez,

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combinarse entre sí, más que en un número limita-do de maneras, sobre todo cuando los elementoscomponentes son poco numerosos; esto es lo quesucede con los segmentos sociales. La gama de lascombinaciones posibles ha terminado, y, por consi-guiente, la mayoría de ellas, por lo menos, debenrepetirse. De aquí resulta la existencia de las espe-cies sociales. También es posible que algunas deestas combinaciones sólo se produzcan una solavez. Pero esto no impide que hayan especies. Loúnico que se podrá decir en este caso es que la es-pecie sólo cuenta un individuo.

Existen, pues, especies sociales por la misma ra-zón que hace que las haya en biología. Estas, enefecto, se deben al hecho de que los organismos noson más que combinaciones variadas de una sola ymisma unidad anatómica. Desde este punto de vistaexiste. sin embargo, una gran diferencia entre am-bos reinos. Entre los animales, un factor especial daa los caracteres específicos una fuerza de. resistenciaque no poseen los demás; nos referimos a la genera-ción. Y como son comunes a toda la línea de ascen-dientes, los primeros se adhieren con más fuerza alorganismo, no siendo, por tanto, cosa fácil que laacción de los medios individuales les perjudiquen,

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sino que, por el contrario, se mantienen idénticos así mismos, a pesar de la diversidad de las circuns-tancias exteriores. Existe una fuerza interna que losfija, y esto a pesar de los estímulos a la variación quepueden venir del exterior; nos referimos a la fuerzade los hábitos hereditarios. Por esto son netamentedefinidos y pueden ser determinados con precisión.En el reino social falta esta causa interna. No pue-den ser reforzados por la generación, porque sóloduran una generación. Es habitual que las socieda-des engendradas sean de una especie diferente a lade las generadoras, porque al combinarse éstas ori-ginan combinaciones completamente nuevas. Lacolonización sería lo único que podría compararse auna generación por germinación; pero, aun en estecaso, para que la asimilación fuera exacta sería pre-ciso que el grupo de colonos no se mezcle con nin-guna sociedad de distinta especie o de otra variedad.Los atributos distintivos de la especie no reciben,por tanto, de la herencia un aumento de fuerza quele permita resistir a las variaciones individuales. Perose modifican y matizan, hasta el infinito, bajo la ac-ción de las circunstancias; y cuando se quiere llegara ellas, una vez descartadas te. das las variantes quelas velan, no se obtiene muchas veces más que un

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residuo bastante indeterminado. Esta indetermina-ción crece, naturalmente, al compás de la compleji-dad de los caracteres, pues cuanto más compleja esuna cosa, son más numerosas las combinacionesque pueden formar las partes que la integran. Dedo¡ de resulta que más allá de los caracteres másgenerales y simples el tipo específico no presentacontornos tan definidos como en biología.

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CAPITULO V

REGLAS RELATIVAS A LA EXPLICACIÓNDE LOS HECHOS SOCIALES

La constitución de las especies es, ante todo, unmedio de agrupar los hechos para facilitar su inter-posición; la morfología social es un camino queconduce a la parte verdaderamente explicativa de laciencia. ¿Cuál es el método propio de esta última?

I

La mayoría de los sociólogos creen haber dadocuenta de los fenómenos, cuando han hecho com-prender para qué sirven, y qué papel desempeñan.Se razona como si sólo existieran para esto último y

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no tuvieran otra causa determinante que el senti-miento, claro o confuso, de los servicios que estánllamados a prestar. Es por esta razón que se creehaber dicho cuanto es necesario para su inteligencia,cuando se ha establecido la realidad de estos servi-cios y mostrado la necesidad social que satisfacen. Yde esta manera Comte refiere toda la fuerza progre-siva de la especie humana a aquella tendencia fun-damental "que impulsa directamente al hombre amejorar su condición sin cesar y en todos sus as-pectos", y Spencer a la necesidad de una mayor feli-cidad. Es en virtud de éste que él explica laformación de la sociedad por las ventajas que re-sultan de la cooperación, la formación del gobiernopor la utilidad que significa el regularizar la coope-ración militare. las transformaciones por que ha pa-sado la familia por la necesidad de conciliar cada vezcon una mayor perfección los intereses de los pa-dres, de los hijos y de la sociedad.

Pero este método confunde dos cuestiones muydiferentes. Muestra que la utilidad de un hecho noes explicar cómo nace ni el porqué es lo que es;pues aquello para que sirve, supone propiedadesespecíficas que le caracterizan, pero no las crea. Lanecesidad que tenemos de las cosas no puede ser

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causa de que sean de ésta o de la otra manera y, porconsiguiente, no es esta necesidad la que puede ha-cerlas surgir de la nada y darles vida. Su existencia ladeben a causas de otra naturaleza. El sentimientoque tenemos de la utilidad que prestan puede inci-tarnos a poner estas causas en acción y sacar losefectos que implican, pero no a engendrar estosefectos de la nada. Esta proposición es evidente,tanto cuando se trata de los fenómenos materialescomo de los psicológicos. La citada proposicióntampoco sería discutida en sociología, si a cuasa desu extrema inmaterialidad no nos parecieran, equi-vocadamente, los hechos sociales carentes de todarealidad intrínseca. Como sólo se ve en ellos com-binaciones puramente mentales, parece que debenengendrarse de sí mismos, a partir del momento enque se tiene su idea, si, por lo menos, se los en-cuentra útiles. Pero ya que cada uno de ellos es unafuerza y que domina a la nuestra, pues tiene unanaturaleza que le es propia, para darle el ser nobastaría tener el deseo y la voluntad. Es necesarioque se den fuerzas capaces de producir esta fuerzadeterminada, con naturalezas capaces de hacer sur-gir esta naturaleza especial. Sólo con esta condiciónserá posible. Para reanimar el espíritu de familia allí

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donde está debilitado, no basta con que todos com-prendan sus ventajas; es necesario hacer obrar di-rectamente las causas que son las únicassusceptibles de engendrarlo. Para que un gobiernoesté en posesión de la autoridad necesaria, no essuficiente sentir su necesidad; es preciso dirigirse alas únicas fuentes de donde deriva toda autoridad,es decir, constituir tradiciones, un espíritu común,cte., cte.; para obtener este resultado hay que re-montarse todavía más arriba en la cadena de las cau-sas y de los efectos, hasta llegar a un punto endonde la acción del hombre pueda injertarse efi-cazmente.

Lo que muestra bien claramente la dualidad deestos dos órdenes de investigaciones, es que no he-cho puede existir sin servir para nada, ya por nohaberse ajustado nunca a ningún fin vital, ya por-que, después de haber sido útil, haya perdido todasu utilidad, continuando, sin embargo, existiendopor la sola fuerza del hábito. Se encuentran, enefecto, más supervivencias en la sociedad que en elorganismo. Hasta hay casos en los que una prácticao una institución social cambian de funciones sinque por esto cambien de naturaleza. La regla is pa-ter est quem justoe, nuptioe declarant, tuvo cabida

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en nuestro Código tal como era en el antiguo dere-cho romano. Pero así como antes tenía por objetosalvaguardar los derechos de propiedad del padresobre los hijos nacidos de la mujer legítima, ennuestros días protege más bien los derechos de loshijos. El juramento comenzó siendo una especie deprueba judicial, para convertirse luego simplementeen una forma solemne e imponente del testimonio.Los dogmas religiosos del cristianismo no han cam-biado a pesar de los siglos, pero el papel que de-sempeñan en nuestra sociedad no es el mismo queen la Edad Media. De esta manera, las palabras sir-ven para expresar ideas nuevas, sin cambiar sucontextura. De otra parte, tanto la sociología comola biología admiten como algo indiscutible, que elórgano es independiente de la función, es decir, que,permaneciendo el mismo, puede servir para finesdiversos. Esto demuestra que las causas que los en-gendran son independientes de los fines para quesirven.

Por otra parte no queremos decir con esto quelas tendencias, las necesidades, los deseos de loshombres, no intervengan nunca, de una manera ac-tiva, en la evolución social. Por el contrario, es cosaaveriguada que pueden apresurar o detener el desa-

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rrollo de dicha evolución, según cómo influyan so-bre los condiciones de que depende un hecho. Hayque advertir, sin embargo, que además de no poder,en ningún caso, hacer algo de la nada, su misma in-tervención, sean cuales fueran los efectos, sólo pue-de realizarse en virtud de causas eficientes. Enefecto. una tendencia no puede intervenir, ni siquie-ra de esta manera limitada, en la producción de unfenómeno nuevo, a no ser ella al propio tiemponueva, va se haya formado totalmente, ya sea debidaa la transformación de una tendencia anterior; puessi no suponemos una armonía preestablecida verda-deramente providencial, no se puede admitir que,desde sus orígenes, llevara el hombre en su seno yen estado virtual, prontas a avivarse al conjuro delas circunstancias, todas las tendencias cuya oportu-nidad debiera sentirse en el curso de la evolución.Pero una tendencia es también una cosa, y, por con-siguiente, no puede constituirse ni modificarse porla sola razón de que la consideremos útil. Es unafuerza que tiene su naturaleza propia; para que estanaturaleza sea provocada o alterada, no basta queencontremos en ello alguna ventaja. Para determinartales cambios, es preciso que obren ciertas causasque los impliquen físicamente.

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Pongamos un ejemplo: hemos explicado losconstantes progresos de la división del trabajo so-cial. mostrando que son necesarios para que elhombre pueda mantenerse en las nuevas condicio-nes de existencia en que se encuentra a medida queavanza en la , historia; a esta tendencia que se llama,aunque con bastante impropiedad, instinto de con-servación, hemos atribuído, pues, en nuestra expli-cación, un papel bastante importante. Pero, enprimer lugar, esta tendencia no podría explicarnospor sí sola la especialización más rudimentaria, puessu influencia sería nula si no .se hubieran ya realiza-do aquellas condiciones de las cuales depende estefenómeno, es decir, si a consecuencia de la indeter-minación progresiva de la conciencia común y de lasinfluencias hereditarias, no hubiesen aumentado losuficiente las diferencias individuales. Hasta fuepreciso que comenzara la división del trabajo, paraque fuera percibida su utilidad y hecho sentir su ne-cesidad; y el mero desarrollo de las divergencias in-dividuales implicando una mayor diversidad degustos v de aptitudes, debía producir necesaria-mente este primer resultado. Pero todavía hay más;por sí mismo y sin causa, el instinto de conserva-ción no puede llegar a fecundar este primer germen

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de especialización. Si está orientado y nos ha orien-tado en este nuevo camino, se debe, en primer tér-mino, a que encontró, por decirlo así, cerrado elcamino que seguía y nos hacía seguir, y esto porquela mayor intensidad de la lucha, debida a la mayorcondensación de las sociedades, ha hecho cada vozmás difícil la supervivencia de los individuos quecontinuaban consagrándose a las tareas generales.De esta manera es como se impuso la necesidad decambiar de dirección. De otra parte, si se ha inclina-do, y hecho une nosotros también nos inclináramos.a dar a nuestra actividad la dirección de una divisióndel trabajo cada vez más desarrollada, es que éstaera también la dirección de la menor resistencia. Lasotras soluciones posibles eran la emigración, el sui-cidio, el crimen. Ahora bien, en la generalidad de loscasos, los lazos que nos unen a nuestro país, a lavida, las simpatías que tenemos para con nuestrossemejantes, son sentimientos más fuertes y resis-tentes que los hábitos que res puedan desviar de unaespecialización más estrecha. Estos hábitos son,pues. los que inevitablemente debían ceder a cadanuevo empuje. De esta manera no volvemos, ni si-quiera parcialmente. al finalismo, porque en las ex-plicaciones sociológicas se deja cierto margen a las

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necesidades humanas, pues estas necesidades, sólopueden influir en la evolución social, a condición deevolucionar ellas mismas, y los cambios por quepasan han de ser explicados forzosamente por cau-sas que no tienen nada de finales.

Pero con preferencia a las anteriores considera-ciones. lo mas convincente es la misma práctica delos hechos sociales. Allí donde domina el finalismo,domina al propio tiempo una mayor o menor con-tingencia; pues no existe ningún fin, y con mayorrazón ningún medio, que se impongan necesaria-mente a todos los hombres, aun cuando se los su-pusiera colocados en las mismas circunstancias.Dado un mismo medio, cada individuo según sutemperamento, se adapta al mismo en una formadeterminada, que prefiere a cualquier otra. Mientrasuno buscará cambiarlo para ponerlo en armonía consus necesidades, otro preferirá operar un cambio ensí mismo y moderar sus deseos; ¡cuán diferentescaminos pueden seguirse, y se siguen, en efecto, pa-ra llegar a un mismo fin! Si fuera cierto que el desa-rrollo histórico se realizó en vista de fines, clara uoscuramente sentidos, los hechos sociales deberíanpresentar una diversidad infinita y sería casi imposi-ble toda comparación. Y la verdad es, precisamente,

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lo contrario. Sin duda, los hechos exteriores. cuyatrama constituye la parte superficial de la vida social,varían de uno a otro pueblo. Por eso cada individuotiene su historia, aunque las bases de la organizaciónfísica y moral sean las mismas entre estos pueblos.Pero cuando se está un poco habituado con los fe-nómenos sociales, quedamos sorprendidos al con-templar la admirable regularidad con que dichosfenómenos se reproducen en las mismas circuns-tancias. Aun las prácticas más minuciosas, y en apa-riencia más pueriles. se repiten con una admirableuniformidad. Tal ceremonia nupcial, al parecer pu-ramente simbólica, como el robo de la novia, espracticada de la misma manera allí donde exista undeterminado tipo familiar, ligado a su vez con todauna organización política. Los usos más extraños,como la covada, el levirato, la exogamia, etc., se en-cuentran en los pueblos más diversos, y son sinto-máticos de un determinado estado social. Elderecho de testar aparece en una fase determinadade la historia, y según las restricciones más o menosimportantes que lo limitan, se puede afirmar en quémomento de la evolución social se encuentra. Seríafácil multiplicar los ejemplos. Ahora bien, esta gene-ralidad de formas colectivas sería inexplicable, si en

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sociología las causas finales tuvieran la preponde-rancia que se les atribuye.

Por consiguiente, cuando se emprenda la tareade explicar un fenómeno social, es preciso buscarseparadamente la causa eficiente que lo produce y lafunción que cumple. Empleamos la palabra funcióncon preferencia a la de fin u objeto, precisamenteporque los hechos sociales no existen generalmenteen vista de los resultados útiles que producen. Loque hay que determinar, es si existe correspondenciaentre el hecho considerado y las necesidades gene-rales del organismo social, y en qué consiste estacorrespondencia, sin preocuparnos de si ha sidointencional o no. Todas estas cuestiones sobre laintención son, de otra parte, demasiado subjetivaspara poder ser tratadas científicamente.

No solamente deben separarse estos dos órde-nes de problemas, sino que, en general, convienetratar el primero antes que el segando. Este ordencorresponde, además, con el de los hechos. Es natu-ral buscar la causa de un fenómeno antes de quererdeterminar los efectos. Y este método es tanto máslógico porque una vez resuelta la primera cuestión,nos ayudará muchas veces a resolver la segunda. Enefecto; la relación de solidaridad que une la causa

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con el efecto, presenta un carácter de reciprocidadque no ha sido lo suficientemente reconocido. Sinduda alguna el efecto no puede existir sin su causa,pero ésta, a su vez tiene necesidad de su efecto.Éste saca de aquélla su energía, pero también se larestituye si se presenta la oportunidad, y, por consi-guiente, no puede desaparecer sin que la causa seresienta de ello. Por ejemplo, la reacción social quesignifica la pena se debe a la intensidad de los sen-timientos colectivos que el crimen ofende; pero, deotra parte, la pena tiene por función útil el mantenerestos sentimientos en el mismo grado de intensidad,pues si no se castigaran los ataques que sufren, notardarían en debilitarse. De la misma manera, a me-dida que el medio social se hace más complejo ymóvil, las tradiciones, las creencias constituídas va-cilan, van tomando un tinte cada vez más indeter-minado y sutil y se desarrollan las facultades dereflexión; pero estas mismas facultades son indis-pensables a las sociedades y a los individuos paraadaptarse a un medio más móvil y más complejo. Amedida que los hombres se ven obligados a analizarun trabajo más intenso. los productos de este tra-bajo son entonces más numerosos y de mejor cali-dad; pero estos productos más abundantes y

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mejores son necesarios para reparar los gastos queimplica este trabajo más considerable. De esta ma-nera, bien lejos de consistir la causa de los fenóme-nos sociales en una anticipación mental de lafunción que están llamados a cumplir, esta funciónestriba, por el contrario, y, por lo menos en la ma-yoría de los casos, en la conservación de la causapreexistente de donde derivan; se encontrará, pues,más fácilmente la primera si nos es conocida la se-gunda.

Pero aunque la determinación de la función estésubordinada a la de la causa, no por ello deja de sernecesaria para la completa explicación del fenóme-no. En efecto; si la utilidad del hecho no es su razónate ser, por regla general es preciso que sea útil paramantenerse, pues el mero hecho de no servir paranada lo convierte en perjudicial, va que en este casocuesta algo sin reportar nada. Si la generalidad delos fenómenos sociales tuvieran, pues, este carácterparasitario, e1 presupuesto del organismo sería defi-citario, la vida social sería imposible. Por consi-guiente, para hacer comprender esta vida social, esnecesario mostrar cómo cooperan entre sí los fe-nómenos que son su materia, a fin de poner la so-ciedad en armonía consigo misma y con el exterior.

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Sin duda alguna, la fórmula corriente que define lavida como una correspondencia entre el medio in-terno y el externo. sólo representa una aproxima-ción a la realidad; pero, en general, es verdadera, y,por consiguiente, para explicar ¡in hecho re ordenvital no es suficiente señalar la causa de que depen-de, sino que, en la mayoría de los casos, es precisoinvestigar la parte que le corresponde en el estable-cimiento de esta armonía general.

II

Distinguidas estas dos cuestiones, necesitamosdeterminar el método de acuerdo al cual han de re-solverse.

Al propio tiempo que es finalista, el método deexplicación generalmente seguido por los sociólo-gos es esencialmente psicológico. Estas dos tenden-cias son mutuamente solidarias. En efecto; si lasociedad no es más que un sistema de medios ins-tituidos por los hombres para determinados fines,estos fines han de ser forzosamente individuales;pues antes de la sociedad sólo podían existir los in-dividuos. Del individuo es, pues, de donde emananlas ideas y las necesidades que han determinado la

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formación de las sociedades y si todo proviene delindividuo, por él debe todo ser necesariamente ex-plicado. Además, ea la sociedad sólo hay concien-cias n aciculares; en éstas ha de encontrarse, pues, lafrente de toda la evolución social. Por consiguiente,las leyes sociológicas no podrán ser más que un co-rolario de las leyes más generales de la psicología; laexplicación suprema d la vida colectiva consistirá enhacer comprender cómo derivada naturaleza huma-na en general, ya se' las deduzca directamente y sinobservación previa, ya se haga la deducción despuésde haberla observado.

Estas palabras son casi textualmente las queemplea Augusto Comte para caracterizar su méto-do: "Si como se indicó antes, dice, concebido en sutotalidad, no es, en el fondo, el fenómeno socialmás que un simple desarrollo de la humanidad, sinninguna creación de facultades, todas las disposi-ciones efectivas que la observación sociológica po-drá, sucesivamente, poner en claro, deberánencontraren forzosamente o, por lo menos en ger-men, en este tipo primordial que la biología haconstituido por adelantado para la sociología". Esque para é1 el hecho dominante de la vida social esel progreso y, de otra parte, el progreso depende de

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un factor exclusivamente psíquico, a saber, la ten-dencia que impulsa al hombre a desarrollar cada vezmás su naturaleza. Los lechos sociales derivaránhasta de una manera tan inmediata de la naturalezahumana que, en las primeras fases de la historia.podrían deducirse directamente de ella, sin recurrirpara nada a la observación. Es verdad que según elmismo Comte es imposible aplicar este método de-ductivo a los períodos más avanzados de la evolu-ción. Pero esta imposibilidad es puramente práctica.Se debe a que es demasiado considerable la distan-cia que media entre el punto de partida y el de llega-da, para que pueda recorrerlo el espíritu humano singuía y sin extraviarse. Pero la relación entre las leyesfundamentales de la naturaleza humana y los últi-mos resultados del progreso, no deja de ser analíti-ca. Las formas más complejas de la civilización noson más que la vida psíquica desarrollada. Auncuando las teorías de la psicología no puedan servircomo premisas del razonamiento sociológico, son lapiedra de toque que nos permite comprobar la vali-dez de las proposiciones establecidas inductiva-mente. "Ninguna de las leyes de sucesión social,dice Comte, indicada, aunque sea con la mayor au-toridad posible, por el método histórico, no deberá

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ser finalmente admitida hasta haber sido racional-mente referida, de una manera directa o indirecta;pero siempre indudable, con la teoría positiva de lanaturaleza humana". La psicología continúa siendo,pues, la que tendrá la última palabra.

Spencer sigue el mismo método. En opinión deeste autor, los dos factores primarios de los fenó-menos sociales son el medio cósmico y la constitu-ción física y moral del individuo. Ahora bien, elprimero sólo puede influenciar la sociedad a travésdel segundo, que se convierte, por lo tanto en elmotor esencial de la evolución social. Si se forma lasociedad, es para permitir que el individuo realice sunaturaleza, y todas las transformaciones porque hapasado, no tienen más objeto que facilitar y com-pletar esta realización. Es en virtud de este principiopor lo que, antes de proceder a ninguna investiga-ción sobre la organización social, Spencer creyó de-ber consagrar casi la totalidad del primer tomo desus Principios de Sociología al estudio del hombreprimitivo físico, emocional e intelectual. "La cienciade la sociología, dice, parte de unidades sociales,sometidas a las condiciones que hemos visto, cons-tituidas física, emocional e intelectualmente, y enposesión de ciertas ideas adquiridas al principio y de

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los sentimientos correspondientes". Y es en dos deestos sentimientos, el temor a los vivos y a losmuertos, donde encuentra el origen del gobiernopolítico y del gobierno religioso. Es verdad que ad-mite que una vez formada la sociedad, reaccionasobre los individuos. Pero de aquí no puede dedu-cirse que la sociedad tenga el poder de engendrardirectamente el menor hecho social; su eficacia cau-sal ha de ejercerse, según este punto de vista, porintermedio de los cambios que produce en los indi-viduos. Primitiva o derivada, es de la naturalezahumana de donde todo proviene. Por otra parte,esta acción que el cuerpo social ejerce sobre losmiembros no puede tener nada de específica, pueslos fines políticos no son nada en sí mismos, sinouna simple expresión resumida de los fines indivi-duales. No puede, por consiguiente, ser otra cosaque una especie de retorno de la actividad privadasobre sí misma. Sobre todo no se advierte en quépueda consistir, principalmente, en las sociedadesindustriales, que tienen precisamente por objetorestituir al individuo a sí mismo y a sus impulsosnaturales. liberándolo de toda coacción social.

Este principio no sólo constituye la base de es-tas grandes doc. trinas de sociología general; inspira

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igualmente muchas teorías particulares. La organi-zación doméstica se explica, generalmente, por lossentimientos que los padres tienen para con sus hi-jos y éstos para con aquéllos; la institución del ma-trimonio, por las ventajas que presenta para losesposos y su descendencia; la pena, por la indigna-ción que determina en el individuo toda lesión gravede sus intereses. Toda la vida económica, tal comola conciben y explican los economistas, especial-mente los de la escuela ortodoxa, depende, en defi-nitiva, de tan factor puramente individual: el deseode la riqueza. ¿Se trata de la moral? Se afirma que labase de la ética son los deberes del individuo paraconsigo mismo. ¿De la religión? Se ve en ella elproducto de las impresiones que las grandes fuerzasde la naturaleza o determinadas personas eminentesproducen en el hombre, etcétera.

Pero este método sólo es aplicable a los fenó-menos sociológicos a condición de desnaturalizar-los. Para comprobar nuestro aserto basta conrecordar la definición que de ellos dimos. Ya que sucarácter esencial consiste en el poder que tienen deejercer, desde afuera, una presión sobre las concien-cias individuales, es señal de que no derivan de ellas,y por consiguiente, que la sociología no es un coro-

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lario de la psicología. Pues este poder coactivoprueba que expresan una naturaleza distinta de lanuestra, pues sólo penetran en nosotros por la fuer-za o, por lo menos, gravitando sobre nosotros deuna manera más o menos pesada. Si la vida socialno fuera más que una prolongación del ser indivi-dual, no se la vería remontarse hasta su origen e in-vadirlo impetuosamente. Puesto que la autoridadante la cual se inclina el individuo ovando obra,siente o piensa socialmente, le domina en estepunto, es que esta autoridad es un producto defuerzas que le son superiores y de las cuales, porconsiguiente, no puede dar cuenta. No proviniendodel individuo este impulso exterior que sufre, lo quepuede explicar no es lo que en él sucede. Es verdadque no estamos incapacitados para coaccionarnosnosotros mismos, pues podemos reprimir nuestrastendencias, nuestros hábitos y hasta nuestros ins-tintos y detener su desarrollo por un acto de inhibi-ción. Pero estos movimientos inhibitorios nopueden confundiese con los que constituyen lacoacción social. El processus de los primeros escentrífugo; el de los segundos, centrípeto. Los unosse elaboran en la conciencia individual y tienden enseguida a exteriorizarse; los otros son, desde luego,

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exteriores al individuo, y tienden luego a modelarlosdesde afuera a su imagen. Si se quiere, la inhibiciónes el medio por el cual la coacción social producesus efectos psíquicos; pero no es esta coacción.

Ahora bien, descartado el individuo, sólo quedala sociedad; es en la misma naturaleza de la sociedaddonde hay que ir a buscar, pues, la explicación de lavida social. Se comprende, en efecto, que ya que ellasupera infinitamente al individuo en el tiempo y enel espacio, se encuentre en condiciones de impo-nerle la manera de obrar y de pensar, cine ha consa-grado con su autoridad. Esta presión, que es elsigno distintivo de los hechos sociales. es la que to-dos ejercen sobre cada uno.

Pero se dirá, ya que los únicos elementos queintegran la sociedad son los individuos, el origenprimero de los fenómenos sociológicos ha de serforzosamente psicológico. Razonando de esta ma-nera, se pueda establecer también con mucha facili-dad, que los fenómenos biológicos se explicananalíticamente por los fenómenos inorgánicos. Enefecto, está comprobado que en la célula viva nohay más que moléculas de materia bruta. Solamenteque están asociadas y es esta asociación la cansa delos fenómenos nuevos que caracterizan la vida y

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cuyo germen es imposible encontrar en ninguno delos elementos asociados. Y esto se explica porque eltodo no es idéntico al conjunto de sus partes, sinoque es algo distinto y con propiedades diferentes delas que presentan las partes que la integran. La aso-ciación no es, como se creyó algunas veces, un fe-nómeno, por sí mismo infecundo, que consistiríasencillamente en relacionar exteriormente hechosadquiridos y propiedades constituidas. ¿No es, porel contrario, la fuente de las novedades, que se hanproducido sucesivamente en el curso de la evolu-ción general de las cosas? Pues, ¿acaso las diferen-cias entre los organismos inferiores y los demás,entre lo viviente organizado y la simple plastida,entre ésta y las moléculas orgánicas que la compo-nen, son algo más que diferencias de asociación? Enúltimo análisis, todos estos seres se resuelven enelementos de la misma naturaleza; pero estos ele-mentos están aquí yuxtapuestos, mientras que allíestán asociados; aquí, asociados de una manera, alláde otra. Igual derecho tenemos a preguntar si estaley no penetra hasta en el mundo mineral y si lasdiferencias que separan los cuerpos inorganizadosno tienen el mismo origen.

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En virtud de este principio, la sociedad no esuna mera suma de individuos, sino que el sistemaformado por su asociación, representa una realidadespecífica que tiene sus caracteres propios. Sin du-da, no puede producirse nada colectivo si no sondadas las conciencias individuales; pero esta condi-ción necesaria no es suficiente. Es preciso que estasconciencias estén asociadas, combinadas, y combi-nadas de una cierta manera; de esta combinaciónproviene la vida social y, por consiguiente, es estacombinación lo que la explica. Agregándose, pene-trándose, fusionándose las almas individuales en-gendran un ser, psíquico si se quiere, pero queconstituye una individualidad psíquica de un nuevogénero. En la naturaleza de esta individualidad, y noen las unidades integrantes, es donde es preciso ir abuscar las causas próximas y determinantes de loshechos que en ella se producen. El grupo piensa,siente, obra en forma distinta de lo que harían susmiembros si se encontraran aislados. Si se parte,pues, de estos últimos, no se podrá comprendernada de lo que pasa en el grupo, En una palabra,entre la psicología y la sociología existe la mismasolución de continuidad que entre la biología y lasciencias físico-químicas. Por consiguiente, siempre

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que se explique directamente un fenómeno socialpor un fenómeno psíquico, puede tenerse la seguri-dad de que la explicación es falsa.

Quizá se nos replique que, una vez formada, esla sociedad la causa próxima de los fenómenos so-ciales, y las causas que han determinado su forma-ción, son de naturaleza psicológica. Todos estánconformes en admitir que, cuando los individuosestán asociados, su asociación puede originar tinavida nueva. pero se pretende que esta asociación seengendre por razones puramente individuales. Peroen realidad. por muy lejos que nos remontemos enel curso de la historia, siempre vemos que el hechode la asociación es el más obligatorio de todos; pueses la fuente de las demás obligaciones. A conse-cuencias de mi nacimiento estoy ligado de una ma-nera obligatoria a un pueblo determinado. Se arguyeque después. una vez que haya llegado a la edadadulta. adquiero esta obligación a consecuencia decontinuar viviendo en mi país. ¿Pero, qué importa?Este consentimiento no le quita su carácter impera-tivo. Una presión aceptada y sufrida de buen gradono por ello deja de ser tina presión. Además, ¿,quéalcance puede tener una tal adhesión? En primerlugar es forzada, pues en la inmensa mayoría de los

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casos nos es material y moralmente imposible aban-donar nuestra nacionalidad; tal cambio se considerageneralmente como una apostasía. Además, nopuede afecto al pasado que no pudo ser consentidoy que, sin embargo, determina el presente; yo no hedeseado la educación cite recibí. y, sin embarco, esella la causa más sólida que me fija al suelo natal.Finalmente, su valor moral para el porvenir debeestar en relación con su conocimiento. Si yo no co-nozco todos los deberes que pueden incumbirmeun día u otro en mi calidad de ciudadano, ¿cómopodría admitirlos por adelantado? Ahora bien, co-mo dijimos, iodo lo obligatorio tiene su fundamentofuera del individuo. En todo el curso de la historia,pues, el hecho de la asociación presenta el mismocarácter que los demás y, por lo tanto, se explica dela misma manera. De otra parte, como todas las so-ciedades nacieron de otras sin solución de continui-dad, puede tenerse la seguridad de que en todo elcurso de la evolución social. no existió un momentoen el cual los individuos hayan tenido realmente quedeliberar para decidir si entrarían o no en la vidacolectiva, y si entrarían en ésta mejor que en aquélla.Para poderse plantear esta cuestión, sería precisoremontarnos hasta los primeros orígenes de toda

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sociedad. Pero las soluciones, siempre inciertas, quese pueden dar a estos problemas, no podrían afectarnunca al método que ha de seguirse en el estudio delos hechos aportados por la historia. No entrare-mos, pues, en su disensión.

Pero se engañaría quien de lo que antecede qui-siera sacar la conclusión de que, en nuestra opinión,la sociología, debe, v hasta puede, hacer abstraccióndel hombre y de sus facultades. Es. por el contrario,evidente, que los caracteres generales de la naturale-za humana entran en el trabajo de elaboración dedonde resulta la vida social. Únicamente, que noson ellos quienes la suscitan, ni quienes le dan unaforma especial; solamente la posibilitan. Las repre-sentaciones, las emociones, las tendencias colecti-vas, no tienen por causas generatrices determinadosestados de la conciencia de los particulares, sino lascondiciones en que se encuentra el cuerpo social ensu conjunto. Claro está que no pueden realizarse silas naturalezas individuales les son refractarias; peroéstas no son más que la materia indeterminada queel factor social determina y transforma. Su contri-bución consiste exclusivamente en estados muy ge-nerales, en predisposiciones vagas y, porconsiguiente, plásticas. que por sí mismas no po-

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drían tomar las formas definidas y complejas quecaracterizan los fenómenos sociales, si no intervi-nieran otros agentes.

¡Qué abismo, por ejemplo, entre los sentimien-tos que el hombre experimenta ante fuerzas supe-riores a la suya y la institución religiosa con suscreencias, sus numerosas y complicadas prácticas ysu organización material y moral; entre las condi-cione psíquicas de la simpatía que experimentanentre sí dos individuos de la misma sangre y esteconjunta indigesto de reglas jurídicas y morales quedeterminan la estructura de la familia, las relacionesmutuas entre las personas, de las cosas con las per-sonas, etc.! Ya que aun en el caso de que la sociedadno sea sino una multitud inorganizada, los senti-mientos colectivos que se forman en ella, no sola-mente no pueden asemejarse, sino que pueden hastaoponerse a una parte de los sentimientos individua-les. ¡Cuan mayor no debe ser la diferencia, cuandola presión que sufre el individuo es la de una socie-dad regular, en la cual, a la acción de los contempo-ráneos se añade la de las generaciones anteriores yde la tradición! Una explicación puramente psicoló-gica de los hechos sociales, no puede menos que

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dejar escapar todo lo que tienen de específico, esdecir, de social.

La causa de que muchos sociólogos no advirtie-ran la insuficiencia de este método, estriba en quetomando e1 efecto por la cansa, han señalado mu-chas veces, como condiciones determinantes de losfenómenos sociales, ciertos estados psíquicos, rela-tivamente definidos y especiales, pero que en reali-dad no son otra cosa que su consecuencia. Y de estamanera se consideró como innato en el hombre undeterminado sentimiento de religiosidad, un ciertominimum de celo sexual, de piedad filial, de amorpaterno, etc., y es por esto por lo que se ha queridoexplicar la religión, el matrimonio y la familia. Perola historia enseña que lejos de ser estas inclinacionesinherentes a la naturaleza humana, o bien faltan, endeterminadas circunstancias sociales, o de una a otrasociedad, presentan tales variaciones, que el residuoque se obtiene eliminando todas estas diferencias, yque es lo único que puede ser considerado como deorigen psicológico, se reduce a algo tan vago y es-quemático, que deja a una distancia infinita los he-chos que trata de explicar. Es que estossentimientos son la resultante de la organizacióncolectiva, lejos de constituir su base. Ni siquiera está

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plenamente demostrado que la tendencia a la socia-lización haya sido, desde el origen, un instinto con-génito al género humano. Es mucho más naturalconsiderarla como un producto de la vida social,que se ha organizado lentamente en nosotros, pueses un hecho observado que los animales son o nosociables según que las disposiciones de sus habitatsles obliguen o no a la vida común. Y todavía es pre-ciso añadir, que es considerable la distancia que me-dia entre estas inclinaciones más determinadas y larealidad social.

Existe un medio para aislar, casi completamen-te, el factor psicológico, a fin de poder precisar laextensión de su acción, y éste consiste en averiguarcómo la raza afecta la evolución social. En efecto,los caracteres étnicos son de orden orgánico-psíquico. Si los fenómenos psicológicos tuvieransobre la sociedad la eficacia causal que se les atribu-ye, la vida social variaría cuando variaran aquelloscaracteres. Ahora bien, no conocemos ningún fe-nómeno social que esté colocado de una maneraindiscutible bajo la dependencia de la raza. Sin dudaalguna, no podemos atribuir a esta proposición elvalor de una ley; lo único que podemos hacer esafirmarlo como un hecho constante de nuestra

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práctica. En sociedades de la misma raza se en-cuentran las formas de organización más diversas,mientras que entre sociedades de raza distinta seobservan las más sorprendentes semejanzas. La ciu-dad existió entre los fenicios y entre los romanos ygriegos; también se la encuentra en vías de forma-ción entre los kabilas. La familia patriarcal estuvocasi tan desarrollada entre los indios como entre losindios, y no se encuentra entre los eslavos, que son,sin embargo, de raza aria. En cambio, el tipo fami-liar que allí se encuentra aparece también entre losárabes. La familia matriarcal y el clan se observan entodas partes. El detalle de las pruebas judiciales, delas ceremonias nupciales, es igual entre pueblos muydistanciados desde el punto de vista étnico. De todoesto se deduce que el aporte psíquico es demasiadogeneral para predeterminar cl curso de los fenóme-nos sociales. Ya que no implica una forma socialcon preferencia a otra, no puede explicar ninguna.Hay, es verdad, un cierto número de hechos que escostumbre atribuir a la influencia de la raza. Por ellase explica, especialmente, el desarrollo tan rápido ytan intenso de las letras y de las artes en Atenas y eltan lento y tan mediocre que tuvieron en Roma.Pero esta interpretación de los hechos, por ser clási-

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ca, no fue nunca metódicamente demostrada; pare-ce que su autoridad pro- viene casi únicamente de latradición. Ni siquiera se ha intentado demostrar siera o no posible una explicación sociológica de losmismos fenómenos;., nosotros creemos que podríaintentarse con éxito. En resumen, cuando se atribu-ye a facultades estéticas congénitas el carácter artís-tico de la civilización ateniense, se procede casicomo en la Edad Media, cuando se explicaba el fue-go por el flogisto y los efectos del opio por su vir-tud dormitiva.

Finalmente, si la evolución social tuviera real-mente su origen en la constitución psicológica delhombre, no se comprende cómo hubiera podidoproducirse. Pues entonces seria preciso admitir quetenía por motivo algún resorte interior de la natura-leza humana. Pero, ¿qué resorte podría ser éste? ¡Se-ría aquella especie del instinto de que nos hablaComte y que empuja al hombre a realizar cada vezmás su naturaleza? Pero esto es responder a la pre-gunta con la misma pregunta v explicar el progresopor una tendencia innata al progreso, verdadera en-tidad metafísica cuya existencia, por otra parte, noqueda demostrada; pues aun las especies animalesmás elevadas no se sienten aguijoneadas por la ne-

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cesidad de progresar, y entre las sociedades huma-nas se encuentran muchas que están muy a su gusto,permaneciendo indefinidamente en estado estacio-nario. ¿Será, como parece creerlo Spencer, la nece-sidad de una felicidad mayor que las formas siempremás complejas de la civilización estarían destinadasa realizar cada vez más completamente? Entoncessería preciso admitir que la felicidad se acrecientacon la civilización, y en otro lugar ya hemos ex-puesto las dificultadas que suscita esta hipótesis.Pero hay más todavía; aun cuando se admitiera al-guno de estos dos postulados, no por esto seríacomprensible el desarrollo histórico, pues la expli-cación que se desprendería sería puramente finalista,v más arriba ya hemos demostrado que, al igual quetodos los fenómenos naturales, los hechos socialesno pueden explicarse por el único motivo de servirpara algún fin. Cuando se haya probado que las or-ganizaciones sociales, cada vez más inteligentes, quese sucedieron en el curso de la historia, han tenidocomo consecuencia el satisfacer siempre. con mayorintensidad, tal o cual de nuestras tendencias funda-mentales, no se explicó con esto para nada el por-qué de su producción. El hecho de ser útiles no nosdescubre su causa. Aun cuando se explicara la ma-

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nera cómo hemos llegado a imaginarlas, a trazar poradelantado algo así como el plan, a fin de represen-tarnos los servicios que podríamos esperar de ellos -y el problema ya es en sí difícil -, los anhelos de quepodrían ser objeto no tendrían la virtud de sacarlasde la nada. En una palabra, en tanto admitamos queson los medios necesarios para alcanzar el fin perse-guido, la cuestión sigue siendo siempre la misma:¿cómo, es decir, de qué y por qué han sido consti-tuídos estos medios?

Llegamos, pues, a la siguiente regla: La cansadeterminante de un hecho social debe buscarse en-tre los hechos sociales antecedentes, y no entre losestados de la conciencia individual. De otra parte secomprende fácilmente que cuanto precede se aplicatanto a la determinación de la función como a la dela causa. La función de un hecho social ha de serforzosamente social, es decir, consistir en la pro-ducción de efectos socialmente útiles. Sin duda al-guna, puede suceder, y sucede, en efecto. que derechazo sirva también al individuo. Pero este, felizresultado no constituye su razón de ser inmediata.Podemos, pues, completar la proposición que ante-cede diciendo: La ¡nación de un hecho social debe

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buscarse siempre ea la relación existente con algúnfin social.

El desconocimiento de esta regla por los soció-logos, y la consideración de los fenómenos socialesdesde un punto de vista demasiado psicológico, hasido causa de que sus teorías parecieran a muchosexcesivamente vagas, flotantes y alejadas de la natu-raleza especial de las cosas que creían explicar. Es-pecialmente el historiador que vive en intimidad conla realidad social, es el primero que ha de hacersecargo de la impotencia de estas interpretaciones,demasiado generales para juntarlas con los hechos; ya esto, sin duda hay que atribuir la desconfianza quela historia ha mostrado siempre para con la sociolo-gía. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que elestudio de los hechos psicológicos no sea indispen-sable al sociólogo. Si la vida colectiva no deriva dela individual, una y otra están íntimamente unidas; sila segunda no puede explicar la primera, puede; porlo menos, facilitar su explicación.

Como se Ira indicado, es indudable que los he-chos sociales son producidos, desde luego, por unaelaboración sui géneris de los hechos psíquicos de-más, esta misma elaboración tiene muchas analogíascon la que tiene lugar en cada conciencia individual

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y que transforma progresivamente los elementosprimarios (sensaciones, reflejos. instintos), de queestá originariamente constituída. No sin razón se hadicho que el yo era en sí mismo tina sociedad, conel mismo título que el organismo, aunque de otramanera, y ya hace tiempo que los psicólogos handemostrado toda la importancia que tiene el factorasociación. en la explicación de la vida del espíritu.Una cultura psicológica, mejor que una cultura bio-lógica, constituye, pues, para el sociólogo, una pro-pedéutica necesaria; pero esta cultura sólo seráprovechosa, a condición de que, una vez recibida, sedesentienda el sociólogo de ella y vaya más allá,completándola con una cultura especialmente so-ciológica. Es preciso que renuncie a convertir a lapsicología en el centro de sus operaciones, en elpunto de donde deben partir y adonde deben con-ducirle las incursiones que emprenda en el reinosocial y que se afirme en cl corazón mismo de loshechos sociales, para observarlos de frente y sin in-termediarios, y no pida a la ciencia del individuomás que una preparación general, y en caso necesa-rio, útiles sugestiones.

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III

Ya que los hechos de morfología social son dela misma naturaleza que los fenómenos fisiológicos,deben explicarse por la misma regla que acabamosde enunciar. De cuanto se ha dicho resulta que en lavida colectiva, y por consiguiente en las explicacio-nes sociológicas, desempeñan un papel preponde-rante.

En efecto; si, como hemos demostrado, la con-dición determinante de los fenómenos sociales,consiste en el hecho mismo de la asociación, estosfenómenos deben variar con las formas de esta aso-ciación, es decir, de acuerdo a la manera de estaragrupadas las partes constitutivas de la sociedad.Además, ya que el conjunto determinado que for-man, por su reunión, los elementos de distinta natu-raleza que entran en la composición de unasociedad, constituye su medio interno, de la mismamanera que el conjunto de los elementos anatómi-cos, con la forma de estar dispuestos en el espacio,constituye el medio interno de los organismos, sepodrá decir: EL origen primero de todo procesosocial de cierta importancia, debe buscarse en laconstitución del medio social interno.

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Todavía puede precisarse más. Los elementosque componen este medio son de dos clases: cosasy personas. Además de los objetos materiales queestán incorporados a la sociedad. es preciso com-prender entre las cosas, los productos de la activi-dad social anterior, el derecho constituido, lascostumbres establecidas, los monumentos literarios,artísticos, etcétera. Pero es evidente que ni de unosni de otros puede provenir la fuerza de impulsiónque determina las transformaciones sociales, puesno contienen ninguna fuerza motriz. Claro es quedeberán tenerse en cuenta en las explicaciones quese intenten, e influyen bastante en la rapidez y aunen la dirección de la evolución social, pero no encie-rran nada de lo que es necesario para ponerla enmovimiento. Son la materia a la cual se aplican lasfuerzas vivas de la sociedad, pera no desarrollan porsí mismas ninguna fuerza viva. Como factor activoqueda. pues. el medio propiamente humano.

El esfuerzo principal del sociólogo deberá ten-der, por tanto, a descubrir las diferentes propieda-des de este medio que son susceptibles de ejerceruna acción sobre el curso de los fenómenos socia-les. Hasta ahora, hemos encontrado dos series decaracteres que responden de una manera notable a

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esta condición; el número de unidades sociales o,como hemos cucho, el volumen de la sociedad, y elgrado de concentración de la masa, o sea lo quellamamos la densidad dinámica. Por esta última pa-labra, no hay que entender el estrechamiento pura-mente material del agregado, que no puederealizarse si los individuos, o mejor, los grupos deindividuos, quedan separados por huecos morales,sino el estrechamiento moral del cual el precedenteno es más que el auxiliar v, con mucha frecuencia, laconsecuencia. La densidad dinámica puede definir-se, a volumen igual, en función del número de indi-viduos que están efectivamente en relaciones, nosólo comerciales, sino también morales; es decir,que no cambian únicamente servicios o se hacencompetencia, sino que viven una vida común. Pues,como las relaciones puramente económicas separana los hombres entre sí, pueden ser estas relacionesmuy importantes, sin participar por esto en la mis-ma existencia colectiva. Los negocios que se anudanpor encima de las fronteras que separan a los pue-blos, no las hacen desaparecer. La vida común sólopuede ser afectada por el número de los que colabo-ran en ella eficazmente. Por esto, lo que mejor ex-presa la densidad dinámica de un pueblo, es el grado

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de coalescencia de los segmentos sociales; pues sicada agregado social forma un todo, una individua-lidad distinta, separada de las demás por una barre-ra, es, que en general, la acción de sus miembrosestá localizada en ella; por el contrario, si las socie-dades parciales están todas confundidas en el senode la sociedad total o tienden a confundirse, es quese ha extendido en la misma medida el círculo de lavida social.

En cuanto a la densidad material - si, por lomenos, se entiende bajo tal nombre, no solamenteel número de habitantes por unidad de superficie,sino el desarrollo de las vías de comunicación y detransmisión- afirmamos que marcha, de ordinario, alcompás de la densidad dinámica y que, en general,puede servir para medirla; pues si las distintas partesde la población tienden a aproximarse, es inevitableque abran vías que permitan este aproximamiento y,de otra parte, entre puntos distantes de la masa so-cial, no pueden establecerse relaciones, si esta dis-tancia no deja de ser un obstáculo, es decir, si no sesuprime. Sin embargo, hay excepciones y se expon-dría a serios errores quien juzgara la concentraciónmoral de una sociedad por el grado de concentra-ción material que presenta. Los caminos, las líneas

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férreas, cte., pueden servir al movimiento comercialmás que a la fusión de las poblaciones, que expresanentonces de una manera muy imperfecta. Esto es loque sucede en Inglaterra, donde la densidad materiales superior a la de Francia y, sin embargo, la coales-cencia do los segmentos está mucho menos ade-lantada, como lo prueba la persistencia del espíritulocal y de la vida regional.

En otro lugar hemos indicado que todo au-mento en el volumen y en la densidad dinámica dela sociedad, al hacer la vida social más intensa y ex-tender el horizonte que cada individuo abarca consu pensamiento y llena con su acción, modifica pro-fundamente las condiciones fundamentales de laexistencia colectiva. No hay necesidad de volversobre la aplicación que entonces hicimos de esteprincipio. Añadamos únicamente que nos sirvió pa-ra tratar, no solamente la cuestión muy general queconstituía el objeto de aquel estudio, sino otros mu-chos problemas más especiales, y que de esta mane-ra pudimos verificar su exactitud por un número yaimportante de experiencias. Sin embargo, no signifi-ca esto que tengamos conocimiento de todas lasparticularidades del medio social susceptibles dedesempeñar un papel en la explicación de los he-

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chos sociales. Lo que podemos afirmar es que sonlas únicas que hemos encontrado y que nuestrostrabajos no nos condujeron a investigar otras.

Pero esta especie de preponderancia que atri-buimos al medio social y, más particularmente almedio humano, no implica la necesidad de ver en éluna especie de hecho último y absoluto, cuyo másallá nos está vedado. Por el contrario, es evidenteque el estado en que se encuentra en cada momentode la historia depende de cansas sociales, de lascuales unas son inherentes a la sociedad misma.mientras que oras hacen referencia a las acciones yreacciones que median entre esta sociedad y sus ve-cinas, Además, la ciencia no conoce causas primerasen el sentido absoluto de la palabra. Para ella, unhecho es primario simplemente, cuando es lo sufi-ciente general para explicar un gran número deotros hechos. Ahora bien, el medio social. es cier-tamente, un factor de esta naturaleza, pues los ca-minos que en él se producen, sean cuales fueren lascausas., repercuten en todas las direcciones del or-ganismo social y no pueden menos que afectar encierta es. cala a todas las funciones.

Cuanto dijimos del medio general de la socie-dad, puede repetirse de los medios especiales de

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cada uno de los grupos particulares que contiene.Por ejemplo, según la familia sea más o menos nu-merosa, más o menos replegada sobre sí misma,será distinta la vida doméstica. De la misma manera,si las corporaciones profesionales se reconstituyenen forma tal que cada una de ellas tenga ramifica-ciones en toda la extensión del territorio, en lugarde circunscribirse como antes a los límites de tinaciudad, la acción que ejercerá será muy diferente dela acción que ejercieron antes. Más generalmente, lavida profesional será muy distinta, serán que el me-dio propio de cada 'profesión esté fuertementeconstituido o que la trama no tenga consistencia,como en nuestros días. A pesar de todo, la acciónde estos medios particulares no tiene la importanciadel medio general, pues ellos mismos están someti-dos a la influencia de este último. En última instan-cia, siempre es preciso volver a éste. La presión queejerce sobre esto grupos parciales es lo que les hacevariar de constitución.

Esta concepción del medio social como factordeterminante de la evolución colectiva, es de la ma-yor importancia. Pues si se prescinde de ella. la so-ciología se encuentra en la imposibilidad deestablecer ninguna relación de causalidad.

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En efecto, descartado este orden de causas, noexisten condiciones concomitantes de las cualespuedan depender los fenómenos sociales; pues si elmedio social externo, es decir, el formado por lassociedades circundantes es susceptible de ejerceralguna acción, ésta se realiza casi siempre sobre lasfunciones que tienen por objeto el ataque y la de-fensa y. además. sólo puede hacer sentir su influen-cia por intermedio del medio social interno. Lasprincipales causas del desarrollo histórico no se en-contrarían, pues, entre los circumfusa; sino en elpasado. Estas mismas causas formarían parte deeste desarrollo, del cual constiturían simplemente lasfases más antiguas. Los actuales acontecimientos dela vida social, no derivarían del estado actual de lasociedad, sino de los hechos. anteriores, de los pre-cedentes históricos, y las explicaciones sociológicasconsistirían exclusivamente en referir el presente alpasado.

Es verdad que esto puede parecer suficiente.¿No se dice corrientemente que la historia tieneprecisamente por objeto encadenar los hechos se-gún su orden de sucesión? Pero es imposible con-cebir cómo el estado en que se encuentra lacivilización en un momento dado, puede ser la cau-

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sa determinante del estado en que sigue. Las etapasque recorre sucesivamente la humanidad no se en-gendran las unas a las otras. Se comprende perfec-tamente que los progresos realizados en una épocadeterminada en el orden jurídico, económico, políti-co, etc., hacen posibles nuevos progresos, pero, ¿enqué los predeterminan? Son un punto de partidaque permite ir mías lejos; ¿pero qué es lo que nosinicita a ir más lejos? Sería necesario, pues, admitiruna tendencia interna que impulsara a la humanidada ir sin cesar más allá de los resultados adquiridos,ya para realizarse completamente, ya para acrecentarsu felicidad, y el objeto de la sociología sería investi-gar el orden de acuerdo al cual se ha desarrolladoesta tendencia. Pero aún sin insistir sobre las difi-cultades que implica semejante hipótesis, en todocaso, la ley que expresara este desarrollo no tendríanada de causal. Una relación de causalidad, sólopuede establecerse, en efecto, entre dos hechos da-dos; ahora bien, esta tendencia que se consideracansa de este desarrollo, no es dada, sólo es postu-lada y construída por el espíritu según los efectosque se le atribuye. Es una especie de facultad motrizque imaginamos en movimiento, para obtener unaexplicación. Pero la causa eficiente de un movi-

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miento, ha de ser forzosamente otro movimiento,no una virtualidad de este género. Todo cuantoobtenemos, pues, experimentalmente en la especie,es una serie de cambios entre los cuales no existeningún lazo causal. El estado antecedente no pro-duce el que le sigue, pues su relación es exclusiva-mente cronológica. En estas condiciones esimposible toda previsión científica. Podremos esta-blecer la manera de sucederse las cosas hasta el pre-sente, no el orden con que se sucederán en losucesivo; y esto porque la causa de que se presumedependen, no está científicamente determinada, nies determinada. Es verdad que generalmente se.admite que la evolución confirmará en el mismosentido que en el pasado, pero es en virtud de unsimple postulado. Nada nos asegura que los hechosrealizados expresen tan completamente la naturalezade esa tendencia, para que pueda prejuzgarse el fin aque aspira, de acuerdo a aquellos por que ha pasadosucesivamente. ¿Por qué la dirección que sigue yque imprime sería rectilínea?

He aquí la causa de que sea tan limitado el nú-mero de relaciones causales establecidas por los so-ciólogos. Con pocas excepciones, de las cuales esMontesquieu el ejemplo más ilustre, la antigua filo-

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sofía de la historia se ha limitado únicamente a des-cubrir el sentido general en que se orienta la huma-nidad, sin intentar relacionar las fases de estaevolución con ninguna condición concomitante.Por muchos que sean los servicios prestados porComte ala filosofía social, hay que confesar que lostérminos en que plantea el problema sociológico nodifieren de los Precedentes. Su famosa ley de lostres estados no tiene nada de causal; aunque fueraexacta no por eso deja de ser ni es otra cosa queempírica. Es una ojeada sumaria sobre la historia delgénero humano. Es completamente arbitrario elconsiderar, como lo hace Comte, el tercer estadocomo el definitivo de la humanidad. ¿Quién nospuede asegurar que no surgirá otro estado en e por-venir? Finalmente, la ley que domina la sociologíade Spencer, no parece ser de otra naturaleza. Aun-que se aceptara que nosotros tendemos actualmentea buscar nuestra felicidad en una civilización indus-trial, nada nos asegura que más tarde no la busca-remos en otro sitio. Ahora bien, lo que constituye lageneralidad y la persistencia de este método, es quecasi siempre se ha visto en el medio social un mediopara la realización del progreso, no la causa que lodetermina.

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Además, este medio es el que sirve igualmentepara medir el valor útil, o, como hemos dicho, lafunción de los fenómenos sociales. Entre los cam-bios que engendra, son útiles aquellos que están enarmonía con el estado en que se encuentran, puestoque es la condición esencial de la existencia colecti-va. Todavía, par. tiendo de este punto de vista, laconcepción que acabamos de exponer es, así por lomenos lo creemos, fundamental, pues ella sola es laque permite explicar la manera cómo el carácter útilde los fenómenos sociales puede variar sin depen-der, sin embargo, de combinaciones arbitrarias. Si,en efecto, se representa la evolución histórica comomovida por una especie de vis a tergo que impulsa alos hombres a marchar hacia adelante, por ser unatendencia motriz sólo puede tener un fin y no másque uno, solamente puede existir un punto de com-paración con relación al cual se calcula la utilidad onocividad de los fenómenos sociales. De aquí re-sulta, que no existe ni puede existir más que un solotipo de organización social que convenga perfecta-mente a la humanidad, y que las diferentes socieda-des históricas no son más que aproximacionessucesivas a este modelo único. No es necesario in-sistir sobre el hecho de que tal simplismo es hoy día

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inconciliable con la reconocida variedad y compleji-dad de las formas sociales. Por el contrario, si laconveniencia o no conveniencia de las institucionessólo puede establecerse en relación con un mediodado, y como estos medios son diversos, existendesde luego distintos puntos de comparación y, porconsiguiente, de tipos, que, aun cuando cualitativa-mente diferentes entre sí, se fundamentan todosigualmente en la naturaleza de los medios sociales.

Como se ve, la cuestión que estamos estudiandoestá estrechamente ligada con la de la constituciónde los tipos sociales. Si existen especies sociales, esque la vida colectiva depende ante todo de condi-ciones concomitantes que presentan una cierta di-versidad. Si, por el contrario, las principales causasde los hechos sociales se encontraran en el pasado,cada pueblo no sería sino el prolongamiento del quele precedió, y las distintas sociedades perderían suindividualidad para convertirse en momentos diver-sos de un solo y mismo desarrollo. Además, comola constitución del medio social depende de la ma-nera de combinarse los agregados sociales, hasta elpinito que estas dos expresiones son en el fondosinónimas, queda bien patente que no existen ca-

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racteres más esenciales que los que hemos puestocomo base de la clasificación sociológica.

Ahora se comprenderá, mejor que antes- lo in-justo que seria apoyarse en palabras como condi-ciones exteriores y medio, para acusar a nuestrométodo de buscar las fuentes de la vida fuera de loviviente. Cuanto se ha manifestado, puede concre-tarse en la siguiente idea: las causas de los fenóme-nos sociales son internas a la sociedad. Con mástítulos que a nuestra teoría, podría justamente re-procharse el intentar sacar lo interno de lo externo aaquella otra que hace derivar la sociedad del indivi-duo, pues explica el ser social por algo distinto de símismo, y muy especialmente porque quiere deducirel todo de la parte. Los principios que antecedendesconocen tan poco el carácter espontáneo del servivo, que, si se aplican a la biología y a la psicología,se tendrá que admitir que también la vida intelectualse elabora toda entera en el interior del individuo.

IV

Del grupo de reglas que so acaba de establecer,se desprende una determinada concepción de la so-ciedad y de la vida colectiva.

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En este punto, dos teorías contrarias se dispu-tan el campo.

Para unos, como Hobbes y Rousseau, existesolución de continuidad entre el individuo y la so-ciedad. El hombre es, pues, naturalmente refractarioa la vida colectiva; sólo por la fuerza puede resignar-se a ella. Los fines sociales no son solamente elpunto de intersección de los fines individuales, sinoque más bien son contrarios. Además, para conse-guir que el individuo busque estos fines, es necesa-rio ejercer sobre él una coacción; en la institución yla organización de esta coacción estriba la obra so-cial por excelencia. Pero como se considera que elindividuo es la sola y única realidad del reino huma-no, esta organización, cuyo objeto es comprimirla ycontenerla, ha de considerarse forzosamente comoartificial. Esta organización no está fundada en lanaturaleza, pues su misión es violentarla, impidien-do que produzca sus consecuencias antisociales. Esuna obra de arte, una máquina construida comple-tamente por la mano de los hombres, y que, al igualque todos los productos de este género, sólo es locine es por la voluntad de los hombres; un decretode la voluntad la creó, otro decreto puede transfor-marla. Ni Hobbes ni Rousseau parecen haber ad-

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vertido la contradicción que implica el admitir queel individuo mismo sea el autor de una máquina quetiene por misión esencial dominarle y coaccionarle,o, por lo menos, les ha parecido que para hacer de-saparecer esta contradicción bastaba disimularla alos ojos de sus víctimas, mediante el hábil artificiodel pacto social.

Los teóricos del derecho natural, los economis-tas y, más recientemente, Spencer, se han inspiradoen la idea contraria. Para ellos, la vida social es esen-cialmente espontánea y la sociedad una cosa natural.Pero si le confieren este carácter, no por esto le re-conocen una naturaleza específica; su base la en-cuentran en la naturaleza del individuo. Como losanteriores pensadores, no ven en esta vida social unsistema de cosas que existe por sí mismo y en virtudde causas que le son especiales. Pero mientras aqué-llos la conciben como un arreglo convencional, noligada para nada a la realidad, y que se mantiene, pordecirlo así., como flotando, éstos la basan en losinstintos fundamentales del corazón humano. Elhombre está naturalmente inclinado a la vida políti-ca, doméstica, religiosa, a los cambios, etc., y de es-tas inclinaciones naturales deriva la organizaciónsocial. Por consiguiente, allí donde sea normal, no

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tiene necesidad de imponerse. Cuando recurre a lacoacción, es que ella es lo que no debe ser, o las cir-cunstancias son anormales. En principio, sólo espreciso dejar desarrollares libremente las fuerzasindividuales, para que se organicen socialmente.

No admitimos ninguna de estas dos doctrinas.Es verdad que la coacción es para nosotros la

característica de todo hecho social. Pero haremosnotar que esta coacción no resulta de una maquina-ria más o menos complicada, destinada a disimular alos hombres la trampa en que ellos mismos se hancogido, sino que se debe sencillamente al hecho deencontrarse el individuo frente a una fuerza que ledomina y ante la cual se inclina; pero esta fuerza esnatural. Esta coacción no depende de un arregloconvencional que la voluntad humana ha sobre-puesto ya formada, a la realidad, sino que surge delas mismas entrañas de esta realidad; es el productonecesario de causas dadas. Además, para convenceral individuo de que ha de someterse a ella de buengrado, no es necesario recurrir a ningún artificio;basta hacerle comprender su estado de dependenciay de inferioridad naturales, ya sea que forje, con au-xilio de la religión, una representación sensible ysimbólica, o que ayudado por la ciencia, se forme

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una noción adecuada y definida. Como la superiori-dad de la sociedad sobre el individuo no es sola-mente física, sino también intelectual v moral, nopuede temer nada del libre examen, con tal que sehaga de él un buen empleo. La reflexión, al hacercomprender al hombre la mayor riqueza, compleji-dad y duración del ser social comparado con el serindividual, no puede menos que revelarle las razo-nes inteligibles de la subordinación que de él exige ylos sentimientos de afecto y de respeto que el hábitoha impreso en su corazón.

Sólo una crítica singularmente superficial podrátachar a nuestra concepción de la coacción social,de reeditar las teorías de Hobbes y de Maquiavelo.Pero si, en oposición a estos filósofos, afirmamosque la vida social es natural, no queremos decir quesu origen se encuentre en la naturaleza del indivi-duo, sino que nosotros afirmamos que deriva di-rectamente del ser colectivo, que es por sí mismouna naturaleza sui géneris, y resulta de la elabora-ción especial a que están sometidas las concienciasparticulares, por el hecho de su asociación y de lacual se desprende una nueva forma de existencia. Sireconocemos con los unos, que la vida social sepresenta al individuo bajo el aspecto de la coacción,

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también admitimos con los otros, que es un pro-ducto espontáneo de la realidad; y lo que une lógi-camente estos dos elementos, contradictorios enapariencia, es que esta realidad de donde emana, essuperior al individuo. Cuanto se ha dicho, equivale amanifestar quo las palabras coacción y espontanei-dad, no tienen en nuestra terminología el sentidoque Hobbes da a la primera y Spencer a la segunda.

En resumen, a la mayoría de las tentativas quese hicieron para explicar racionalmente los hechossociales, se ha podido objetar que hacían desapare-cer toda idea de disciplina social, o que sólo conse-guían mantenerla mediante subterfugios engañosos.Por el contrario, las reglas que acabamos de expo-ner permitirán construir una sociología que conside-re el espíritu de disciplina como la condiciónesencial de toda la vida en común, fundándola, alpropio tiempo, en la razón y en la verdad.