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Reinhart

P. A . D O Z YUtos Vikingos

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 REIN H ARTP. A. D O Z Y (1820-1883), co

nocido historiador holandés, aunque descen

diente de una familia de origen francés, es uno de los más importantes arabistas del pasado si

 glo. Famoso sobre todo por sus trabajos sobre la España islámica, algunas de sus obras 

 —como la conocida  Historia de los musulma-nes de España, hasta la conquista de Anda-lucía por los almorávides, que tradujo Federi

co de Castro — han sido publicadas en caste

llano en numerosas ocasiones. También sus Investigaciones sobre la historia y la literatu-ra de España durante la Edad Media, obra que incluye el trabajo que aquí publicamos,

 fueron editadas en traducción de don Antonio

 Machado y Alvarez.

' \Los vikingos en España resulta un buenejemplo del hacer de Dozy. ¡Jna sorprendente erudición y un detallado y exhaustivo conoci

miento de las fuentes árabes le permiten ras

trear las difusas huellas de los «piratas del  mar» en la Península Ibérica, desde la inva

 sión del año 844 hasta la presencia normanda a lo largo del siglo XI. El conjunto es una sor

 prendente y desconocida página de la historia hispana, tan apasionante como los mejores re

latos de aventuras.

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lío s V ik in g o s

en (E[sf)aña

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Reinhart 

P. A. DOZY

Ex os Vikingos 

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«Les Normands en Espagne», estudio de Rein

hart P. A. Dozy incluido en el volumen segundode sus «Recherches sur l’histoire et la littératured’Espagne», es el título original de la obra que aquíse publica como «Los vikingos en España». Se haoptado por cambiar dicho título, ya que el término«vikingos» resulta más conpcido y responde con

mayor exactitud al contenido de la obra que refie-re «las invasiones de los piratas escandinavos... ylas expediciones que hicieron los normandos afran-cesados», según indica en la introducción su pro- pio autor.

Salvo esta pequeña modificación y algunascorrecciones ortográficas, se ha respetado la tra-ducción realizada por don Antonio Machado y Alvarez, que fue publicada en Sevilla a comienzos deeste siglo (¿1914?).

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Ex os V ikingos 

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L /a s invasiones de los piratas escandinavos en la pe-nínsula Ibérica han llamado desde hace mucho tiempo

la atención de los historiadores. Mr. Werlauff, sabio di-namarqués, publicó hará unos veinte años en las «Obrasde la Sociedad de anticuarios del Norte» (1) una diser-tación sobre la materia que nos ocupa, disertación quesirvió de base a la obra publicada en 1544 (2) por el es-critor alemán Mr. Mooyer. Mr. Kruse, profesor de la

Universidad de Dorpat, reunió en un libro, editado porél en 1851, con el título de Chronicon Nortmannorum (3), los textos latinos referentes a la invasión de 844 ya la de 859, la primera de las cuales ha sido tratada tam-

 bién por el erudito secretario de la Academia de San Petersburgo, el Sr. Kunik, en una obra que vio la luz pú-

 blica en 1845 (4). Privados, desgraciadamente, estos sa

*(1)  Annaler fo r Nordisk O ldkyndighed , años 1836-7, p. 18-61.(2)  Die Einfa lle der Normannen in die pyrenaische Halbinsel. Eine 

 grosztentheils aus dem Danischen übersetzte Zusammenste llung der da- rüber vorhandenen Nachrichten.  Munster et Minden.

(3) Chronicon Nortmannorum , inde ab. a. 777 usque ad. a 779, ad  verbum ex Francicis, Anglosaxonicis, Hibernicis-scandinavicis, Slavi- cis, Serbicis, Bulgaricis, Arabicis et Byzantinis annalibus repetitum. Hamburgo y Gotha. (Véase p. 158-164, 255-256.) A pesar de su pom

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 bios de los textos arábigos más extensos y curiosos, a ex-cepción de los dos pasajes de Rodrigo de Toledo en su

 Historia Arabum   y de las no muy exactas noticias quehan podido hallar en autores tales como Conde y Car-dona, fuerza les ha sido contentarse con lo que acercade esta materia traen AhmedIbnabiYacub, Abulfeday Maccari y Nowáirí, siendo el Sr. Kunik el único quecita estos dos últimos autores, con referencia a la tra-

ducción del Sr. Gayangos, no siempre tampoco al abri-go de la crítica. Nowairi, p. ej., dice que los normandosfueron a Niebla, donde se apoderaron de una galera (5),y el autor español, tomando un nombre común por uno propio, ha traducido: «Fueron a Lesla y se apoderaronde Chineba».

Creemos conveniente, por tanto, dar a conocer aquíaquellos pasajes más importantes que hemos recogidoen los autores árabes, relativos a las invasiones de los piratas escandinavos en la península, y los referentes alas expediciones a España que hicieron los normandosafrancesados (de Normandía), expediciones que influ-

yeron acaso en la poesía francesa de la Edad Media.

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I

INVASION DE 844

H a c í a ya cincuenta años que los piratas escandinavos,

aventurándose en frágiles barquichuelos en los mares deEuropa, y saqueando e incendiando las ciudades y ricasabadías en donde quiera que desembarcaban, habíansembrado el espanto en la Frisia, en Holanda, en las is-las Británicas y en Francia. Ni un solo pueblo, despuésde la sangrienta batalla de Fontenai, donde pereció la

flor de los guerreros francos, y del repartimiento de laextensa monarquía de Cario Magno entre los hijos deLudo vico Pió, ni un solo pueblo se atrevía ya a resistira los paganos, a los llamados lobos, a las feroces ban-das de Hasting y de Bjaern, Costilla de Hierro.

El mismo año de la batalla de Fontenai, Rouen fue

quemado por los piratas, Tours escapó por milagro y en Nantes el obispo y su rebaño fueron degollados dentro

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llegar hasta Tolosa, fue arrojada por una tempestad alas playas de Asturias. Los piratas saquearon la costacercana a Gijón, y luego desembarcaron en el antiguo

faro, llamado hoy Torre de Hércules, y entonces FarumBrigantium (cerca de La Coruña) (6); mas no consiguie-ron llevar adelante sus estragos, porque el rey Ramiro Ienvió contra ellos tropas que los obligaron a retirarse yles quemaron setenta barcos.

Fracasada su tentativa contra Asturias y Galicia, los

normandos se dirigieron al Mediodía para atacar las po-sesiones musulmanas. Los árabes de España habían te-nido ya relaciones con los normandos, pero amistosashasta entonces; pues según el relato de IbnDihya, co- piado por Maccari (7), Abderraman I envió, por el año821, un embajador a un rey normando. Era este emba-

 jador el poeta Yahyá IbnHacám, apellidado en su ju-ventud Gazal (gacela) por su belleza. Hábil y galante di-

 plomático supo conquistarse en Constantinopla el favorde la emperatriz, manifestándose su entusiasta admira-dor, y ganarse las simpatías de la esposa del rey nor-mando (8) con sus ocurrencias y lisonjeros versos. Por

lo demás, el autor árabe no nos indica la causa que mo-vió a Abderraman a enviar una embajada al rey nor-mando. Mr. Kunik^ discurriendo sobre este hecho, con-

 jetura con bastante acierto que las intenciones del sul-tán, a la sazón en guerra contra Francia, serían excitarcontra esta nación a los piratas escandinavos; mas sea

de esto lo que quiera, es lo cierto que en esta ocasiónlos sectarios de Mahoma, en vez de comerciar con lossectarios de Odín y de hacer versos en honor de sus rei-nas, se vieron obligados a combatir con ellos; tarea queles fue mucho más difícil, como lo probarán los pasajesque vamos a traducir. He aquí uno de Nowáiri:

(6) Compárese  Esp. Sagr.  t. XIX, p. 13 y siguientes.

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RELATO

DE LA INVASION DE LOS POLITEISTAS EN LA

ESPAÑA MUSULMANA

En el año 230 (18 de Septiembre 8446 deSeptiembre 845) los madjus (los paganos)que ocupaban la parte más lejana de Espa-

ña (9) invadieron el país de los musulmanes,apareciendo por primera vez en Lisboa, enDhulhiddja del año 229  (20 de Agosto17de Septiembre 844), permaneciendo en ellatrece días, durante los cuales libraron mu-chos combates con los sarracenos. Luego

fueron a Cádiz y de allí a la provincia de Sidona (10), donde se dió también una gran

 batalla, estableciéndose el 8 de Moharrám(5 de Septiembre) a doce parasangas de Se-villa. Los mahonjetanos salieron entonces asu encuentro y el 12 del mismo mes fueron

derrotados, sufriendo grandes pérdidas. Losmadjus acamparon a dos millas de Sevilla.Los habitantes de esta ciudad salieron con-tra ellos y los combatieron; pero el 14 (1.°de Octubre) quedaron derrotados, perecien-do un gran número y cayendo muchos en

manos de los madjus que no perdonaron nia las acémilas. Entrados por fin en la ciu-dad, los vencedores permanecieron en ellaun día y una noche y se volvieron a sus bar

(9) Debemos perdonar a un escritor egipcio esta expresión inexac

ta. Nowáiri hubiera podido decir que los Normandos vivían en Francia porque en aquel tiempo pasaban el verano haciendo algaras en 

í

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 f eos; pero, cuando vieron llegar el ejército deAbderraman II, se apresuraron a salirle al

encuentro. Los musulmanes resistieron laacometida y trabado el combate, murieronsetenta politeístas, huyendo los demás y vol-viendo a embarcarse, sin que aquellos seatrevieran a perseguirlos.

Abderraman envió después otro ejército

contra ellos, empeñándose una batalla muyreñida en que los sectarios de Odín se ba-tieron en retirada. El 2 rebí 1.° (17 de No-viembre) el ejército musulmán se puso en persecución de ellos y con los refuerzos quede todas partes les llegaban, los atacó de

nuevo, estrechándolos por todas partes. Losnormandos huyeron entonces perdiendounos quinientos hombres, y cuatro buquesque fueron quemados, después de sacarse deellos cuanto contenían (11). Los madjus fue-ron luego a Niebla, donde se apoderaron de

una galera, y estableciéndose en una isla cer-ca de Coria (12), se repartieron el botín. Losmusulmanes remontaron el río (13) para ata-carles y les mataron dos hombres. Los nor-mandos entonces, poniéndose nuevamenteen marcha, invadieron la provincia de Sido

na, apoderándose de muchos víveres y co-giendo muchos prisioneros; pero, a los dosdías de su vuelta, los barcos de Abderramanarribaron a Sevilla, y a su aproximación hu-yeron a Niebla, cuyo país saquearon, co-

tí 1) Si se compara con este relato el de Ibn-Adhári, se verá que Nowáiri habla aquí de una batalla dada en la provincia de Sidona.

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giendo prisioneros. Hecho esto, se dirigie-ron a Ocsonoba (14) y de allí a Béjar, reti-

rándose a Lisboa y abandonando las costasde España, con lo que no se volvió a oir ha- blar más de ellos y el país se tranquilizó.

Escuchemos ahora a IbnAdharí, páginas 89, 91 de

nuestra edición. Refiriendo este autor la invasión de losnormandos, cita dos libros: el Bahdjá an-nafs, que meés desconocido, y el Dorar al-Calayid , es decir, el Do

rar al-Calayid waghorar al.fawayid  por AbuAmir (Mohammed IbnAhmed IbnAmir) Sálimi (15), que pare-ce haber vivido en el siglo XI o XII, y cuya historia, a

 juzgar por los extractos que se encuentran en muchosautores, estaba escrita en prosa rimada, siendo de ella probablemente de donde ha tomado IbnAdhari los dos pasajes que se encuentran en su relato.

En el año 229 (29 de Septiembre 84317 de Septiem- bre 844) recibióse en la capitaf una carta de Wahballáh

IbnHazm, gobernador de Lisboa, diciendo que losMadjus habían aparecido en las costas de su provinciacon cincuenta y cuatro bajeles y otras tantas barcas. Abderraman lo autorizó entonces y a los gobernadores delas demás provincias marítimas para que tomasen lasmedidas que las circunstancias exigiesen.

(14) Las ruinas de Ocsonoba. ciudad episcopal antiguamente, se encuentran al N. de Faro, en un sitio llamado en la actualidad Estoy.

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TOMA DE SEVILLA POR LOS MADJUSEN EL AÑO 230

Los Madjus llegaron con cerca de ochen-ta bajeles; cubrióse el mar de pájaros de co-lor de sangre, llenáronse los corazones delos hombres de temores y angustias. Des- pués de desembarcar en Lisboa pasaron a

Cádiz, de allí a la provincia de Sidona, y porultimo a Sevilla. Sitiaron y tomaron a vivafuerza esta ciudad, sometieron a sus habi-tantes a los rudos dolores de la cautividad yde la muerte, y durante los siete días de su permanencia apuró el pueblo el cáliz de la

amargura.Apenas el emir Abderraman se informó

de lo ocurrido confió el mando de la caba-llería al hádjib IsáChohaid (16). Los musul-manes se apresuraron a alistarse bajo sus banderas y a unirse a él tan estrechamente

como están unidos la pupila y el ojo. AbdalahibnColaib, ibnWasim (17) y otros ofi-ciales se pusieron también en marcha con lacaballería. El general en jefe del ejército es-tableció su cuartel en el Aljarafe y desde allíescribió a los gobernadores de los distritos

ordenándoles que llamasen a sus administra-dos a las armas. Acudieron estos a Córdobay el eunuco Nasr los condujo hacia el ejér-cito.

Sin embargo, los Madjus recibían incesan

(16) Así debe leerse en vez de ibn-Said.  Ibn-al-Cutia (folio 350) atestigua que el hadjib o primer ministro durante los últimos años del i d d Abd II ll b I Ib Ch h id L B i Ch

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tes refuerzos y, según el autor del libro ti-tulado  Bahdjá an-nafs>  continuaron por es-

 pacio de trece días matando a los hombresy reduciendo a esclavitud a las mujeres y ni-ños; en vez de trece el autor, del  Dorar al- Calayid , a quien hemos seguido antes, dicesiete días. Tras de varios combates con losmusulmanes, los normandos fueron a Cap

tel (18) donde permanecieron tres días; en-traron luego en Caura (19), a doce millas(tres leguas) de Sevilla, degollaron a multi-tud de personas, después se apoderaron deTalyáta, a dos millas (media legua) de la re- petida ciudad (20) pernoctaron en ella y al

día siguiente de mañana aparecieron *en unsitio llamado alFajarin. Enseguida volvie-ron a embarcarse, y más tarde libraron una

 batalla con los musulmanes, derrotándolosy causándoles pérdidas incalculables. LosMadjus, vueltos aius barcos se dirigieron a

Sidona, de allí a Cádiz. Después de enviarel emir Abderraman sus generales contraellos y de combatirlos con diversa fortunaderrotándolos por último, valiéndose de má-quinas de guerra y de las fuerzas venidas deCórdoba, matáronles quinientos hombres y

se apoderaron de cuatro de sus barcos queIbnWasin mandó quemar después de ven

(18) Hoy  Isla menor , una de las dos islas que forma el Guadalquivir antes de desembocar en el mar.

(19) Caura se encuentra mencionada en Plinio y los árabes pronuncian este nombre de la misma manera que los romanos. (Véase el Lob al-lobáb): hoy se dice Coria. Ibn-Haiyán (folio 53) atestigua también que Caura está a 12 millas de Sevilla; pero los españoles (véase Caro,  Antigüedades de Sevilla , folio 116, v., Morgado, Historia de Sevilla,

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der todo lo que contenían. Enseguida (21)fueron derrotados en Talyáta, el martes 25

de Safar de este año (11 Noviembre de 844) pereciendo muchos de ellos, siendo ahorca-dos algunos en Sevilla, colgados otros de las

 palmeras de Talyáta y quemados treinta desus barcos. Los normandos que escaparondel degüello volvieron a embarcarse, fueron

a Niebla y luego a Lisboa, sin que volvieraa oirse hablar de ellos. Habían llegado a Se-villa el miércoles 14 de Moharram del año230 (1 Octubre de 844) y transcurrido cua-renta y dos días desde que entraron en estaciudad hasta la partida de los que consiguie-

ron escapar al filo de la espada agarena. Su jefe había sido muerto. Dios, para castigar-los por sus crímenes, permitió que fuerandegollados y aniquilados a pesar de ser muynumerosos. El gobierno cuando los vió ven-cidos, comunicó esta fausta nueva a todas

las provincias, y el emir Abderraman escri- bió a los Cinadhjies de Tánger informándo-les de que, con el auxilio de Dios, había lo-grado ajcabar con los Madjus y envióle la ca- beza de su jefe y otras doscientas de los prin-cipales guerreros normandos.

Añadiremos a estos pasajes el curioso relato de IbnalCutia, completamente desconocido aún y el más an-tiguo, porque es del siglo X.

r    Abderraman mandó construir la gran¿mezquita de Sevilla y reedificar las murallas

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de esta ciudad, destruidas por los Madjus enél año 230. La aproximación de estos bár- baros sembró el espanto entre los habitan-tes, que huyeron todos en busca de un asi-lo, ora a las montañas de los alrededores,ora a Carmona. En todo el Occidente nohubo una sola persona que se atreviese acombatirlos; en consecuencia llamáronse a

las armas a los habitantes de Córdoba y delas provincias limítrofes, y, cuando estuvie-ron reunidos, los visires los condujeron con-tra los invasores. Los moradores de las fron-teras habían sido llamados en los momentosmismos en que los Madjus, desembarcados

en el extremo occidental, se habían posesio-nado de la llanura de Lisboa.Los visires se establecieron en Carmona

con sus tropas, pero era tal y tan extraordi-naria la bravura de los enemigos que no seatrevieron a atacarlos hasta recibir los re-

fuerzos de la frontera, que llegaron al cabocon Musa ibnCasí. Mucho costó a Abderraman conquistar el apoyo de este jefe, aquien se vió obligado a mimar y a recordarlos lazos de amistad que unían a entrambasfamilias, por haber abrazado el islamismo un

ascendiente de Muza a instancias del califaWalid y haber llegado de este modo a ha-cerse su cliente. Muza cedió al fin y marchóal Mediodía con un numeroso ejército, perollegado a las cercanías de Carmona, colocósu campamento aparte, sin querer reunirse

con las demás divisiones de la frontera, nicon el ejército de los visires.

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no a Sevilla para poder embarcarse sin pe-ligro de ser descubiertos, les respondieronque los Madjus enviaban diariamente desta-

camentos a Firrich (22), Lacant (23), Cór-doba y Morón, y les indicaron la aldea deQuintos Moafir (24), al S. O. de Sevilla,como a propósito para sus planes. Los jefessiguieron la indicación de los visires y a me-dia noche se emboscaron en la citada aldea,

 poniendo a uno de los suyos, provisto de unhaz de leña, de centinela en la torre de la an-tigua iglesia.

Al rayar el día el centinela avisó el pasode una banda de dieciseis mil Madjus que sedirigían a Morón. Los musulmanes los deja-

ron pasar y les cortaron la retirada a Sevi-lla, después de lo cual los destrozaron.

Luego los visires siguieron adelante y, en-trados en Sevilla, encontraron en ella al go- bernador sitiado en el castillo, que se lesunió y [os habitantes volvieron en masa a la

ciudad.Sin contar la banda destrozada, otras dos

se habían puesto en campaña: una con di-rección a Lacant, otra en dirección al cuar-tel de los BeniFLaith, en Córdoba. Así,

(22) El fuerte, a que daban los árabes el nombre de Firrich. se encontraba al N. E. de Sevilla, no lejos de Constantina. Véase Edrisi t. II, p. 57 de la traducción del Sr. Jaubert, donde se lee  Firsch, pero el man. A de París, que hemos confrontado, trae la buena lección  Fi- risch.  Véase también el  Maracid   en v.  Firisch.

(23) Dase el nombre de Lacant, dice el autor del  Maracid , a dos fortalezas de la provincia de Mérida, una pequeña y otra grande, que están frente a frente. Quizá este lugar, de que los autores árabes ha

blan muy a menudo, se encontraba en las cercanías de Fuente de Cantos, al N. O. de Sevilla.(24) Quintos se encuentra nombrado en el Repartimiento de Alfon

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cuando los Madjus, que aún estaban en Se-villa, vieron llegar al ejército musulmán y seenteraron del desastre sufrido por la división

que fué a Morón, volvieron a embarcarse precipitadamente, y, remontando el río ha-cia el castillo de... (25) encontraron a sus ca-maradas, y todos juntos descendieron ríoabajo, mientras los habitantes del país losllenaban de improperios y maldiciones, ti-rándoles piedras. Llegados a una milla másabajo de Sevilla, los Madjus les gritaron:

 —¡Dejadnos en paz, si quereis rescatar los prisioneros!— dejando entonces el pueblode arrojarles proyectiles consintieron resca-tar los cautivos a todo el mundo. La mayor

 parte de ellos pagaron su rescate; pero losMadjus no quisieron tomar oro ni plata,aceptando sólo víveres y vestidos.

Después de abandonar Sevilla se fueron a Necur donde cogierdn prisionero al abuelode Ibn TSalih. El emir Abderraman IbnHacám lo rescató y los BeniSálih, agrade-cidos a este beneficio, conservaron siempre buenas relaciones con los Omeyas (26). LosMadjus saquearon simultáneamente ambascostas, y durante esta expedición, que duró

catorce años, llegaron al país de los Rum ya Alejandría.Concluida la gran mezquita de Sevilla Ab-

derraman soñó que había entrado en ella y

(25) El castillo de  A lzhw ak,  como escribe Ibn-al-Cutia, o de  Ra- 

, como se encuentra en Ibn-Haiyan (fól. 61 v.), era, según el último autor, el primero que se encontraba remontando el río a ocho  

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que en el kibla  (27) estaba el Profeta muer-to y envuelto en un sudario. Se despertómuy triste y preguntando a los adivinos laexplicación de aquel sueño, le respondieronque el ejercicio del culto cesaría en la mez-quita. Así aconteció cuando los normandosse apoderaron de la ciudad.

Muchos jeques de Sevilla han referido quelos Madjus arrojaban flechas incendiadas so- bre el techo de la mezquita, y que las partesdel techo donde daban estas flechas se des- plomaban. Aún hoy pueden verse las hue-llas de esos flechazos. Luego cuando losMadjus se apercibieron que de aquella ma-

nera no conseguirían sus propósitos, amon-tonaron leña y esteras de juncos en una delas naves, con intención de prenderle fuegoy esperando que el incendio llegaría al te-cho: pero un joven que llegó del lado de Mihrab  (28) salió a su encuentro, los arrojó

de la mezquita y durante tres días consecu-tivos, hasta el de la gran batalla, les impidióque volviesen a entrar allí. Los Madjus de-cían que el joven que los había expulsadode la mezquita era de una belleza extraordi-naria (29).

Desde entonces el emir Abderramantomó medidas de precaución, hizo edificarun arsenal en Sevilla, mandó construir bar-cos y que se alistasen marineros de las cos-tas de Andalucía, a quienes señaló sueldosmuy crecidos, proveyéndolos de máquinas

(27) Llámase así a la puerta de una mezquita que se encuentra ha

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de guerra y de nafta. También cuando losMadjus arribaron por segunda vez en el año

244 (19 de Abril 8587 Abril 859), bajo elreinado del emir Mohammed, salieron acombatirles a la desembocadura del río ycuando aquellos se vieron derrotados e in-cendiados muchos de sus barcos, se retira-ron (30).

Muy difícil sería reunir en uno solo los tres relatosmencionados, que se contradicen a menudo, cosa muynatural por tratarse no de narraciones contemporáneas,sino de tradiciones que no se consignaron hasta el sigloX, pues los árabes de España comenzaron muy tarde a

escribir su historia (31). Las divergencias que existen en-tre estos relatos reconocen también otra causa. Segúnla exacta observación de Mr. Kunik, p. 301, los norman-dos que invadieron las costas de la península no forma- ban un solo cuerpo obediente a Jás órdenes de un solo jefe, siendo por el contrario bandas que obraban unas

veces de acuerdo, otras separadamente, circunstanciano reparada por los autores árabes, y que explica mu-chas de las contradicciones de estos relatos.

 Notemos también que la época en que los norman-dos aparecieron por primera vez en España, una de esas

 bandas desembarcó en la costa occidental de África, en

el lugar donde más tarde fue edificada Arcila. El geó-grafo Becri se expresa sobre este punto en los siguien-tes términos (32):

(30) A creer al Sr. Gayangos en una nota sobre su edición de Razi, p. 98, se hallarían en el  A jbar M achmua   detalles interesantes sobre 

la invasión del 844 y cita hasta la página, a saber, fól. 77; pero es el hecho que el autor del «Ajbar» nada dice sobre los Madjus; el Sr. Gayangos lo habrá confundido con Ibn-al-Cutia cuya obra se encuentra

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La dudad de Arcila es de construcción mo-derna y debe su fundación al acontecimien-to que vamos a referir. Los Madjus llegarondos veces a la rada que hoy le sirve de puer-to. La primera supusieron haber depositadoen este lugar inmensos tesoros y dijeron alos berberiscos reunidos para combatirles:

 —«No hemos venido para haceros la guerra;

 pero este lugar oculta riquezas que nos per-tenecen; si quereis apartaros y dejarnos sa-carlas, nos comprometemos a compartirlascon vosotros»— . Los berberiscos aceptaronla proposición y se retiraron a alguna distan-cia: los Madjus cavaron un largo espacio de

terreno y sacaron de él gran cantidad demijo podrido. Aquellos, viendo el coloramarillo de este grano e imaginándose queera oro, corrieron a quitárselo: los Madjusespantados huyeron a sus barcos. Los ber- beriscos despues de reconocer que todo su

 botíft consistía en mijo, se arrepintieron delo que acababan de hacer e invitaron a losnormandos a desembarcar de nuevo para co-ger ^sus riquezas; mas éstos rehusaron.

 —«Habéis violado una vez vuestros compro-misos, dijeron a los africanos, ningún dere-

cho teneis a nuestra confianza»— . Ensegui-da partieron y, dándose a la vela para Espa-ña, vinieron a desembarcar en Sevilla el año229, bajo el reinado del imán AbderramanIbnHacám.

En este pasaje, cuya continuación daremos más ade-

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los normandos, desembarcados en Sevilla. En efecto;esta banda de ser numerosa no hubiera huido a laaproximación de los berberiscos; por otra parte, IbnAdhári atestigua formalmente que los normandos de-sembarcados en Sevilla recibían continuos refuerzos.Parece, por último, que la tropa de que habla Becri des-cubrió un silo, hallazgo de inestimable precio, pues lagran dificultad que a los Madjus se ofrecía durante sus

largas expediciones era la de procurarse víveres; lo cualexplica, según vimos ya en el relato de IbnalCutia, queen Sevilla rehusaran tomar dinero a cambio de los cau-tivos, y que sólo consintiesen en aceptar vestidos y pro-visiones de boca.

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II

INVASIONES DE 858861

L / a crónica de Albelda (c. 61) no contiene sobre estasinvasiones más que las siguiente^ palabras:

Bajo el reinado de Ordoño I, los norman-dos aparecieron por segunda vez en las cos-tas de Galicia, pero fueron destrozados porel conde Pedro.

Sebastián de Salamanca (c. 26) es más explícito, se ex- presa en estos términos:

En aquel tiempo los piratas normandos

aparecieron por segunda vez en nuestrascostas; después arribaron a España (33) y

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matando, quemando y saqueando, asolarontodas las costas de este país. Atravesando en

seguida el estrecho se apoderaron de Nachor (34), ciudad de la Mauritania, donde mata-ron un gran número de musulmanes. Des-

 pués de esto atacaron y despoblaron las is-las de Mallorca, Formentera y Menorca. Porúltimo fueron a Grecia y después de una ex-

 pedición de tres años, se volvieron a su patria.

IbnAdhári, (t. II, p. 99), cuenta esta invasión de estamaner^:

En el año 245 (8 de Abril 85927 de Mar-zo 860) los Madjus se presentaron de nuevoen las costas de Occidente con 62 buques; pero las encontraron muy bien custodiadas,

 porque los barcos musulmanes hacían el cru-cero desde la frontera de la costa francesa(35) Hasta las del lado de Galicia en el ex-tremo occidental. Dos de sus buques se ade-lantaron; pero, perseguidos por los bajelesque guardaban la costa, fueron capturados

en un puerto de la provincia de Beja. Allíse encontró oro, plata, prisioneros y muni-ciones; los demás buques avanzaron cos-teando y llegaron a la embocadura del ríode Sevilla; entonces el emir (Mohammed)

^ ió orden al ejército de ponerse en marcha,

y llamó a las armas para que se engancha

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sen bajo las banderas del hádjib IsáIbnHasan.

Los Madjus, abandonando la embocadu-

ra del río de Sevilla, fueron a Algeciras dela que se apoderaron incendiando su mez-quita principal; luego pasaron al Africa ydespojaron a sus poseedores, hecho lo cual,volvieron hacia la costa de España, y, de-sembarcando en la de Todmir, avanzaron

hasta la fortaleza de Orihuela; después fue-ron a Francia, donde pasaron el invierno.Allí cogieron multitud de cautivos, apode-rándose de mucho dinero y haciéndose due-ños de una ciudad en la que fijaron su resi-dencia y que aún lleva su nombre. Retorna-

ron enseguida hacia la costa de España, perohabían perdido ya más de cuarenta buques,y en el combate con la escuadra del emirMohammed, en la costa de Sidona, perdie-ron otros dos, cargados de riquezas. Losotros buques continuaron su marcha.

Becri nos da noticias acerca de los destrozos que hi-cieron los normandos en Africa durante esta expedición:en el principio de su artículo sobre Arcila después del pasaje traducido anteriormente, dice:

La segunda invasión de los Madjus se ve-rificó cuando, después de abandonar las cos-tas de España, fueron impelidos por el vien-to hacia ese puerto (el puerto de Arcila)yéndose a pique muchos de sus bajeles enl t d id t l d l d d d d

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 jus.  Entonces construyeron un ribat   (36) enel lugar que ocupa hoy la ciudad de Arcilay allí acudieron de todas partes.

Se ve, pues, que Arcila fue en su origen una especiede ciudadela o fortaleza, destinada a proteger la costaoccidental del Africa contra las invasiones de los nor-mandos.

El segundo pasaje de Becri (p. 92 ed. de Slane) estáconcebido en los siguientes términos:

Los Madjus (Dios los maldiga) desembar-caron cerca de Necur en el año 244 (19 de

Abril 8587 de Abril 859), tomaron la ciu-dad, la saquearon y redujeron a sus habitan-tes a la servidumbre, excepto a dos que sesalvaron huyendo. Entre los prisioneros seencontraron Amaarrahman (37) y Janula,hijas de Wákif IbnMotacim IbnSálih, a

quien rescató el imam Mohammed IbnAbderraman. Los Madjus permanecieron ochodías en Necur. (38)

(36) «Los ribats eran primitivamente cavernas fortificadas que se construían en las fronteras de un imperio, adonde, a más de las tropas que allí se mantenían, acudían gentes piadosas para hacer el servicio militar y obtener de este modo los méritos espirituales a que tienen derecho los que guerrean contra los infieles. Las prácticas devotas ocupaban allí sus momentos de ocio.» M. de Slane en el Jour.  Asiat. tercera serie t. XIII, página 168.

(37) Literalmente «la sierva» del misericordioso.  Este nombre es, 

por decirlo así. el femenino de Abderraman II.(38) Ibn-Jaldun en su  Historia de los Berberiscos  (t. 1 página 283 del texto: t II p 139 de la traducción) habla también de la toma de

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Este texto es importante por la fecha que en él se en-cuentra. Becri coloca la toma de Necur en 244 de la Hégira (858 de nuestra era). IbnalCutia fija la segunda in-

vasión de los normandos en el mismo año y creemos quesu expedición, que duró muchos, comenzó realmente en858. En segundo lugar, el relato de Becrí sirve paracorregir las noticias de IbnalCutia (véase lo que he-mos dicho en la p. 23). Según éste los Madjus se apo-deraron de Necur en 844, y cogieron prisionero al prín-

cipe reinante que fue rescatado por el sultán de EspañaAbderraman II, todo lo cual es inexacto; primero, por-que Necur no fue tomado en 844 sino en 858; segundo, porque no fue el mismo príncipe quien cayó en poderde los normandos, sino dos princesas parientas suyas (el

 príncipe SaidIbnIdris, era su tío según el uso de Bre-taña) las cuales fueron rescatadas, no por AbderramanII, sino por su hijo menor Mohammed.

Volvamos ahora a IbnAdhari quien, al decir que losnormandos habían ya perdido cuarenta barcos antes devolver a la costa de España, tjivo a la vista sin duda lahorrible tempestad sobrevenida a la escuadra norman-da a su vuelta de Italia, tempestad de que habla Benitode Sainte Maur. IbnAdhari asegura también que losnormandos invernaron en Francia. El obispo Prudencioatestigua por su parte que pasaron el invierno en Provenza (39), agregando que se establecieron en la isla deCamaria, es decir, sobre el delta o triángulo, llamadohoy la Camargue, formado por los dos brazos principa-les del Ródano, cerca de su embocadura, algo más aba-

 jo de Arlés; siendo muy de notar que el autor árabe nosenseña que este sitio ha conservado algún tiempo el

(39) En el año 859. «Pirata* Danorum longo maris circuitu, inter 

Hispanias videlicet et Africam navigantes, Rodhanum ingrediuntur, depopulatisque quibusdam civitatibus ad monasteriis in Ínsula Cama- 

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nombre de los normandos. Posible es, por tanto, que elnombre de los piratas hubiese quedado en la Camarguehasta*la época en que IbnAdhari escribía, es decir, has-

ta el siglo XIII; mas, no echemos en olvido que este es-critor se limita a copiar literalmente o a compendiar lascrónicas más antiguas. Según todas las apariencias, eneste caso se ha reducido a copiar a Aríb, escritor del si-glo X, que ha sido su principal fuente.

La invasión de los piratas en la provincia de Todmir

(Murcia) ocurrió, a nuestro juicio, en el año 860; al me-nos en este año es cuando el obispo Prudencio habla dela invasión de los normandos en el Este de España (40).Los cronistas árabes han supuesto ocurrido en un soloaño todo lo que sabían acerca de las invasiones de estaépoca; pero ya vimos que Sebastián de Salamanca ates-

tigua que la expedición duró tres años y aún quizá durómás tiempo, como creemos; pues según los respetabilí-simos testimonios de IbnalCutia y de Becri, comenzóen el año 858, y según Prudencio, los normandos pasa-ron de nuevo en la Camargue el invierno de 860 a 61.Además Hincmar de Rheims parece dar a entender que

los normandos qué estuvieron en España y reunidos conotros atacaron la Bretaña en el año 862, habían vuelto poco antes a las costas occidentales de Francia (41).

Al pasaje de IbnAdhari añadiremos el de Nowáiriconcebido en los siguientes términos:

(40) «... qui in Rodhano morabantur, usque ad Valentiam civita- tem vastando perveniunt; unde, direptis quoe circa erant ómnibus, re- vertentes ad insulam in quá sedes posuerant, redeunt.» [«... los que  estaban en el Ródano llegaron en sus depredaciones hasta la ciudad de Valencia, desde donde, saqueando todas las que estaban alrededor, regresaron a la isla donde se habían asentado».]

(41) «Refectis navibus, Dani per mare petentes per plures classes se dividunt, et prout cuique visum est, in diversa vehficant; maior au- 

tem pars Britannos, qui Salomone duce habitant in Neustriá, petit, quibus et illi iunguntur; qui in Hispaniá fuerant.» [«Reparadas las naves los daneses se hicieron a la mar dividiéndose en varias flotas y

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RELATO

DE LA INVASION DE LOS MADJUS EN LA

ESPAÑA MUSULMANA

En el año 245 los Madjus vinieron atacara España en sus buques, llegaron a la pro-vincia de Sevilla y apoderándose de la capi-tal, tomaron la gran mezquita. Luego pasa-ron a Africa, después volvieron a España yhuidas las tropas de Todmir, se apoderaronde la fortaleza de Orihuela. Más tarde,avanzaron hasta las fronteras de Francia yhaciendo correrías por este país, obtuvieronun gran botín, cogiendo muchos prisioneros.A su vuelta encontraron la escuadra del emirMohammed, y empeñando con ella un reñi-dísimo combate, perdieron cuatro barcos,dos de los cuales fueron qúemados, cayen-do en poder de \o¿musulmanes cuanto con-tenían; entonces los Madjus combatieron fu-riosamente y un gran número de mahome-tanos sufrieron el martirio.

Los Madjus fueron a la ciudad de Pam- plona y allí cogieron prisionero al francoGarcía, señor de esta ciudad, que pagó porsu rescate noventa mil dinares.

 Nowairi, al decir que la mezquita de Sevilla fue que-mada por los normandos durante esta expedición, o la

ha confundido con la de 844, o ha copiado descuidada-mente al autor que tenía a la vista. IbnJaldun (folio 9

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ras, cuya mezquita quemaron. Rodrigo de Toledo queencontró lo mismo en el autor árabe que traducía, tam pocoio entendió puesto que dice:

Eodem anno sexaginta naves a Normannia advenerunt, et Gelzirat, Alhadra, etMezquitas undique deductis spoliis, coede etincendio consumpserunt.

[Ese mismo año llegaron sesenta naves de Normandía, y Gelzirat, Alhadra y Mezquitafueron totalmente expoliadas y asoladas asangre y fuego.]

Su yerro ha sido de lamentables consecuencias, pues

muchos autores, entre otros Mr. Werlaff en vez de de-cir que los normandos quemaron la mezquita de Alge-ciras, Aljadhra, tal es el nombre árabe de Algeciras,muchos han escrito, «que los piratas saquearon la ciu-dad de Algeciras, la de Alhadra en la Extremadura por-tuguesa y la de Mosquitella en Beira».

 Notable es que^Nowairi e IbnJaldun digan que losnormandos penetraron hasta Pamplona y que cogieron

 prisionero a García, rey de Navarra (42). Ninguna ra-zón vemos para ppner en duda la exactitud de esta no-ticia que no se encuentra, que sepamos, en ninguna otra parte. Sabido es que los normandos no asolaban única-

mente las costas sino que se internaban a menudo, ytambién es sabido, a pesar de la oscuridad casi impene-trable que envuelve a la antigua historia de Navarra,que en esta época, García hijo de Iñigo, reinaba enaquel país. Según una carta citada por Traggia (43), este

(42) En el man. de Leiden de Ibn-Jaldun se lee por error Schalu- na , la buena lección benaboluna  se encuentra en el manuscrito de Pa

í d á Ib J ld di G í ó il

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García, hijo de Iñigo, era contemporáneo de Galindo(II) de Aragón, el cual vivía realmente en la época deque se trata, como hemos tenido ocasión de comprobar,

estudiando el manuscrito de Meya. Según otro título ci-tado por Moret (44), el rey García hijo de Iñigo, eracontemporáneo del obispo de Pamplona Willesindo y deFortunio abad de Ley re, ambos nombrados por Eulo-gio de Córdoba, autor de aquel tiempo. Por último, loshistoriadores árabes (45) traen detalles sobre una expe-

dición que el sultán Mohammed mandó hacer, en el año860 o en el siguiente, contra el rey de Navarra, García hijo de Iñigo.

Antes de abandonar esta materia, debemos hacer ob-servar que en el único tomo que nos queda de los «Ana-les de IbnHayyán» se habla también incidentalmentede esta invasión, pues al dar el célebre analista árabe lalista de los sublevados contra el sultán Abdalláh, cita en-tre ellos al renegado Sarabánki (Sadund IbnFath) di-ciendo entre otras cosas (man. de Oxford, fól. 17 v.):

Bajo el reinado de Mohammed, los Mad- jus que desembarcaron en la costa occiden-tal de España lo hicieron prisionero y lo res-cató un mercader judío creyendo hacer un bonito negocio. Sarabánki pagó algún tiem- po a su acreedor el interés de la suma quehabía adelantado por él; pero más tarde sefugó y olvidando el préstamo del judío, lehizo perder su dinero. Habiéndose arrojadoluego a las montañas comprendidas entreCoimbra y Santander, y que aún llevan sunombre, se entregó al bandolerismo en las

(44) I ti i 231

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tierras de los musulmanes y en la de los cris-tianos: sucediéronle muchas aventuras, sien-

do, por último, muerto por mandato de Al-fonso III, señor de Galicia.

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INVASIONES DE 966-971

E / l tratado celebrado en SaintClair sur l’Epte asegu-ró a Rollon y a sus compañerps de armas la posesión dela provincia que habían conquistado en Francia, y a la

que se dio desde entonces el nombre de Normandía.Pero la paz entre franceses y normandos fue de corta du-ración, y en la guerra que los primeros duques tuvieronque sostener contra el rey de Francia llegaron a éstos re-fuerzos de Dinamarca y Noruega; refuerzos que les erafácil obtener, pero de que les era muy difícil desemba-

razarse cuando ya no los necesitaban. Así pudo experi-mentarlo en 966 Ricardo I, quien tuvo la suerte de quese le ocurriera la idea de enviar a España a sus impor-tunos auxiliares, arrojando de este modo Normandía lassobras de su barbarie sobre la península Ibérica.

En guerra contra el conde de Chartres, Thibauld el

Tramposo, secundado por Lotario, rey de Francia, Ri-cardo I apellidado Sin Miedo nieto de Rollon recurrió

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** .antes, y que en esta ocasión le envió un ejército de di-namarqueses paganos. Conducidos por Ricardo, estosvalientes y terribles guerreros, remontaron la corrientedel Sena devastando horriblemente los países circunve-cinos, hasta el punto que el conde y el rey se vieron obli-gados a implorar la paz. Ricardo, aunque muy propicioa aceptar las ventajosas condiciones que le ofrecían, secreyó obligado a obtener el consentimiento de los da-neses, mas éstos que eran señores y no auxiliares se ne-garon a todo arreglo. «No queremos paz, ni aún siquie-ra tregua, gritaron unánimemente, lo que queremos essometer toda la Francia a tu dominio. No quieres, pues bien: la tomaremos para nosotros.» Razones, ruegos,humildes súplicas todo fue inútil: los daneses persistie-

ron tenazmente en su negativa. Entonces los embajado-res franceses, a fuer de hábiles y perspicaces, aconseja-ron al duque que llamase separadamente a los jefes da-neses y procurase atraérselos con promesas y regalos. Si-guió aquél el consejo al pie de la letra y habiendo lo-grado persuadir a algunos jefes, los demás también

accedieron por último a sus deseos; pero a condición deque les dieran mucho dinero y los guiasen a un país que pudiesen conquistar. Ricardo les aconsejó entonces quefueran a España y les dió por guias a gente de Coutances (46).

" Los daneses al salir de los puertos de Normandía sedividieron, según costumbre, en muchas bandas. Unafue a atacar las costas occidentales de la España muslí-mica. He aquí lo que se lee sobre esta materia en IbnAdhari, (t. II, p. 254, 255,) que tomó sus noticias acer-ca de los Madjus del tiempo de Hacám II, del cronistacontemporáneo Arib, a quien ordinariamente seguía:

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El 1.° de Redjeb del año 355 (23 de Junio966) el califa Hacám II recibió una carta de

Casr abi Danis (Alcacer do Sal) diciéndoleque una escuadra de Madjus se había pre-sentado en el mar de Occidente, cerca de di-cho sitio; que los habitantes de toda la costaestaban muy inquietos porque sabían ya deantiguo las costumbres de los Madjus de ha-

cer correrías por España y, por último, quela flota se componía de veintiocho barcos.(En aquel tiempo cada barco contenía cercade ochenta personas, pudiendo, por tanto,calcularse el número de los daneses en dosmil doscientos cuarenta hombres) (47).

Otras muchas cartas llegaron de esta costacon noticias sobre los Madjus, participandoentre otras cosas que éstos habían saqueadoen todas partes y habían llegado hasta la lla-nura de Lisboa. Los musulmanes marcharoncontra ellos y les presentaron una batalla en

la que sufrieron el martirio muchos de losnuestros; pero también muchos infieles en-contraron allí la muerte. La flota musulma-na salió inmediatamente de la rada de Sevi-lla y fue a atacar a la de los normandos enel rio de Silves. Los nuestros pusieron mu-

chos bajeles enemigos fuera de combate, li- bertaron a los prisioneros musulmanes queen ellos se encontraban, mataron a un grannúmero de infieles e hicieron huir a los de-más. Desde entonces empezaron a llegar aCórdoba de la parte occidental continuas

noticias acerca de los movimientos de losMadjus hasta que Dios los alejó

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Y algo más adelante:

En este mismo año Hacám dió a IbnFotais la orden de llevar de nuevo la escua-dra al río de Córdoba, (el Guadalquivir), yconstruir barcos por el modelo de los nor-mandos, (Dios los confunda), esperandoque de ese modo los Madjus tomarían los

 barcos musulmanes por los suyos y seaproximarían.

IbnJaldun (fól. 16 v.) copiado por Maccari (t. I, p. 248) habla también de esta invasión, a la que señala

una fecha falsa (354 de la Hégira en vez de 355); he aquílo que dice:

En este año los Madjus aparecieron en elOcéanQ y saquearon las llanuras que rodeana Lisboa; pero después de haber reñido uncombate con los musulmanes, se volvierona sus barcos. Hacám enéargó a sus genera-les que custodiasen las costas y ordenó a sualmirante Abderraman IbnRomahis darse ala mar sin pérdida de tiempo. En seguida serecibió la noticia de que las tropas musul-manas habían derrotado al enemigo en to-dos los puntos.

En Dudón de San Quintín creemos volver a hallar la batalla, dada cerca de Lisboa, de que hablan los cronis-

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tan a interpretaciones semejantes. Dice, (p. 151 D, 152A):

Degollados los aldeanos en todas partesse puso por fin en marcha un ejército espa-ñol contra los normandos, este ejército fuederrotado y cuando los vencedores volvie-

ron a los tres días a despojar a los muertos,encontraron que ciertas partes de los cadá-veres de los negros (nigellorum /Etiopumque) estaban blancas como la nieve, mien-tras otras partes habían conservado su color primitivo. .Quisiéramos saber, añade Du

don, cómo explican los dialécticos este he-cho, ya que pretenden que el color negro esinherente al Etiópico y no cambia nunca.

A nuestro parecer es obvio que aquí se trata de los

moros y no de los gallegos. En los  sagas  del Norte lossarracenos llevan el nombre de  Blamenn, hombres ne

 gros , porque en Escandinavia creían que todos los sarra-cenos eran de este color (48). Los daneses, al despojara los muertos en el campo de batalla, se maravillaronmucho viendo que, a pesar del color moreno de su cara

y de sus manos, los moros tenían la piel tan blanca comoellos.Dudón atestigua, como vimos, que los daneses consi-

guieron la victoria en esta batalla, e IbnAdhari da a en-tender lo mismo: aunque bien se advierte que le cuestatrabajo confesar la derrota de los musulmanes. Más tar-

de, sin embargo, los normandos sufrieron grandes reve-ses, pues aunque muy valientes, no era posible que a la

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larga pudiesen resistir a las excelentes tropas y soberbiamarina de Hacán II. La Galicia les ofrecía más proba-

 bilidades de triunfo; alguna de sus bandas, según pare-ce, atacó este país, inmediatamente después de su par-tida de Normandía. A lo menos la crónica de Iria, (c. 9),refiere que Sisenando, obispo de Santiago de Compostela, pidió permiso al rey Sancho (muerto hacia finesdel 966) (49) para fortificar la capital de su diócesis y te-

nerla dispuesta contra un golpe de mano de los norman-dos, que hacían entonces frecuentes correrías por Gali-cia. Aprobado su proyecto por el rey, hizo rodear aCompostela de murallas, torres y fosos profundos.

Creemos que hacia la misma época aproximadamen-te debe fijarse el desastre sufrido por una escuadra nor-

manda, cerca de San Martín de Mondoñedo; aconteci-miento de que no habla ningún otro documento y cuyorecuerdo se ha conservado sólo por la tradición oral.

El pueblecito de San Martín de Mondoñedo, situadoen la costa septentrional de Galicia, cerca de Foz y a

tres leguas de Mondoñedo, y que no cuenta hoy día arri- ba de mil quinientas almas, tuvo sin embargo, el honorde ser durante dos siglos y medio, (desde 866 hasta1112), la residencia del obispado de Dumio. A algunadistancia de la villa', en un sitio llamado Múrente, se en-cuentra la capilla del  santo obispo,  peregrinación muy

frecuentada por la gente de mar (50). La veneración quedisfruta esta capilla debe su origen a una tradición an-tigua, según la cual, Gonzalo, obispo de San Martín deMondoñedo, estaba con su clero y fieles en la colinadonde se encuentra hoy la capilla y desde donde se di-visan muchas leguas de mar, cuando los piratas norman

(49) Tal es la fecha que da el monje de Silos, (c. 70): Sampiro se 

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dos (51) intentaron desembarcar en la playa. El obispo pidió entonces al cielo que aniquilase a aquellos bárba-

ros, y todos sus buques se fueron a pique, excepto uno,el del jefe, que quedó para llevar la noticia del desastrea las demás escuadras. Desde entonces Gonzalo, cuyosepulcro se enseña todavía en San Martín (52), ha sidovenerado siempre como un santo por los habitantes del país. El clero agraviado por el culto que se tributaba a

un hombre que no figuraba en el catálogo de los san-tos, hizo vanos esfuerzos porque desapareciera; pero el pueblo estaba de parte de San Gonzalo, a quien cano-nizó por su propia autoridad, y el clero, cansado de lalucha, concluyó por consentir lo que no estaba en susmanos evitar.

Por nuestra parte no vacilamos en admitir la certezade la tradición, en cuanto a su fondo; pues nada tieneen verdad de milagroso, ni de imposible, que una es-cuadra, víctima de la tempestad, se perdiese en la playaen el momento mismo de estar rezando un obispo. Laúnica dificultad es la fecha; inútil es decir que se ha ol-

vidado enteramente a San Martín y que las hipótesis delos sabios han sido muy poco afortunadas, como ha de-mostrado Flórez. Cierto que Gonzalo no vivió ni duran-te la primera,;ni la segunda invasión de los normandos,

 pues ambas son anteriores a la época en que San Mar-tín llegó a ser sede episcopal; pero las noticias que de

los obispos poseemos son incompletas, no habiendo, se-gún observa Flórez, lugar para Gonzalo más que entrelos años 942 y 969; siendo muy de extrañar que este ilus-tre autor no haya pretendido colocarle en el año 966,época en que los normandos comenzaron a infestar las

(51) La gente del país parece haber nombrado siempre a los normandos; también se ha dicho que los enemigos eran sarracenos; pero

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islas de Galicia, sin duda porque, al escribir su artículosobre el dicho obispo, no tuvo presentes los textos re-lativos a estas invasiones, quedando, a nuestro juicio,

fuera de controversia que Gonzalo vivía en aquel tiem- po.

La razón que tenemos para colocar el naufragio de laescuadra antes de la época en que los normandos co-menzaron su gran expedición a Galicia, antes del 968,es que Teodomiro, probablemente sucesor de Gonzalo,asistió a la reunión de obispos, celebrado en Navego en969, y que por tanto debió entrar algún tiempo antes,como observa Flórez (53), en el desempeño de su dig-nidad. Esto no obstante tampoco nos opondríamos aque se fijase el naufragio en 968.

La gran expedición de los daneses a Galicia no co-menzó según Sampiro (54), hasta el año segundo del rei-nado de Ramiro III, es decir, el 968 (55), época en quedebieron reunirse todas sus bandas, pues los piratas lle-vaban cien barcos, pudiendo por tanto, evaluarse su nú-mero en ocho mil hombres. Llamábase su jefe Gunderedo (nombre que &e escribe Gundraed en la antigua len-gua del Norte) y Sampiro le da el título de rey, mas secomprende que era sólo un rey de mar, un vikingo.  Estevikingo, pues, devastó cuantos paisés halló a su paso, yel gobierno no pudo impedirlo, amenazado como esta- ba dé una anarquía feudal. Ramiro III a quien se daba

el título de rey era niño todavía y su tía Elvira, que erauna religiosa, gobernaba en su nombre; los nobles, noqueriendo obedecer a una mujer ni a un niño, rompie-ron los lazos que los unían al trono, declarándose cadacual independiente en el país que gobernaba (56). Losdaneses supieron aprovecharse de este estado de cosas

y durante año y medio no parece que encontraron en

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 parte alguna resistencia seria; pero, en el mes de Marzode 970 se aproximaron a Santiago de Compostela y elobispo Sisenando salió a su encuentro, presentándoles

 batalla el 29, en un sitio que los cronistas llaman Frosnellos. El ataque fue desastroso para el obispo que mu,rió de un flechazo, quedando derrotadas sus tropas, ycayendo, según todas las apariencias, la ciudad de Com-

 postela en poder de los normandos (57).

Según el manuscrito de la  Historia Compostelana  selibró esta batalla el 29 de Marzo de 968 (Era 1006) (58).Ya hizo observar el erudito Flórez que tal fecha es inad-misible, porque en el mes de Junio de aquel año, Sise-nando de Compostela asistió a la reunión de obispos ce-lebrada en Navego, y piensa que en vez de MVI es ne-

cesario leer MVIII, (año 970) opinión a la que deferi-mos con gusto; pero además de esta razón, aún militaotra en favor nuestro; sacada de los  Anales Compluten

 ses, que dicen: «Sub era MVIII venerunt Lodormani adCampos.» Difícil sería decir qu£ sitio es este Campos,sobre todo tratándose, no de un lugar de poco más o me-

nos, sino de una ciudad importante, renombrada y co-nocida de todo el mundo. Todo se aclara leyendo Com

 pos en vez de Campos y considerando esta palabra comouna abreviatura de Compostela, en cuyo caso la crónicade que nos ocupamos trae la verdadera fecha, a saber:el año 970.

Después de la victoria que consiguieron en Frosnellos, los normandos robaron toda Galicia (59) y segúnDudón de San Quintín, saquearon e incendiaron en to-tal diez y ocho ciudades.

En el año tercero de su expedición, es decir, en 971,

apresuráronse a abandonar Galicia con el proyecto, no

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de volver a su país, como piensa Sampiro, sino de ir denueyp a atacar la escuadra musulmana. Un pasaje deIbnAdhári, que ahora citaremos, disipa todo género dedudas sobre este punto. Durante su retirada sufrieronrudos descalabros. En primer lugar tuvieron que lucharcon Rudesindo, pariente del obispo Sisenando. muertoen la batalla de Frosnellos. Rudesindo, a quien la igle-sia ha colocado en el catálogo de los santos y que Es- paña venera bajo el nombre de San Rosendo, fue al principio obispo de San Martín de Mondoñedo. El año942 se despojó de su dignidad para consagrarse entera-mente a los ejercicios espirituales en un claustro del queera fundador, y allí acudió el gobierno a buscarle cuan-do Compostela perdió su obispo, pues los consejeros dela regente comprendieron que en las difíciles circunstan-cias por que atravesaban, Galicia tenía necesidad, no yade un buen pastor, sino de un hombre cuya influenciay autoridad fuesen lo bastante grandes para restablecerel orden social gravemente trastornado; de un hombreque pudiese reunir en un haz todas las fuerzas de la pro-

vincia y volverlas contra los piratas escandinavos. Porlo ilustre de su cuna, (era aliado de la familia real), porsus talentos, por el respeto y veneración que sus virtu-des inspiraban, Rudesindo era el hombre de la situa-ción. El gobierno le rogó también que se encargase deadministrar interinamente la diócesis de Compostela.

Rudesindo se dejó arrancar, aunque no sin pena, de suapacible soledad, y accediendo a los ruegos del jovenmonarca y de los grandes, aceptó el puesto de honor yde peligro que se le ofrecía. El rey lo nombró entoncessu lugarteniente en Galicia, invistiéndolo de plenos po-deres para hacer cuanto creyese necesario por el resta-

 blecimiento de la tranquilidad y por libertar al país delos pillos que lo asolaban. El obispo consiguió formar

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carros pero nosotros invocamos el nombre de Dios»;!trabado el combate derrotó a los enemigos (60).

Por su parte el gobierno consiguió también poner unejército en pie de guerra: confió su mando al condeGonzalo Sánchez, atacó a los daneses y, aún más afor-tunado que Rudesindo alcanzó sobre ellos una brillantey completa victoria. Su rey Gunderedo fue hallado en-tre los muertos, mas. aunque no dudamos de que los pi-

ratas sufrieron gravísimas pérdidas, el testimonio deIbnAdhári nos hará ver que exagera Sampiro al asegu-rar que murió hasta el último de los daneses y que fue-ron quemadas todas sus naves; debilitados y todo tuvie-ron fuerzas suficientes para intentar una invasión en lacosta occidental de la España musulmana y he aquí lo

que IbnAdhári (tomo II. p. 257) dice sobre esta ma-teria:

A principios del íries de Ramadhan delaño 360 (fines de Junio o principios de Juliode 971) recibióse en Córdoba la noticia deque los Madjus normandos (Dios los maldi-ga) habían aparecido en el mar, y se propo-nían, según su costumbre, atacar las costasoccidentales de Andalucía. El sultán (Ha-cám II) ordenó entonces a su almirante tras-ladarse lo más pronto posible a Almería,conducir a Sevilla la armada que se encon-traba en aq’uel puerto, y reunir todas las de-más escuadras en las playas de Occidente.

(60) Compárense los Facta et miracula S. Rudesindi («Esp. Sagr.» 

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Como IbnAdhári no vuelve a hablar en adelante delos normandos, es de presumir que los espumadores de

mar, intimidados por los preparativos del califa, volvie-sen a su patria, y que esta vez los habitantes del litoralquedaran libres de miedo.

 Nuestros lectores nos perdonarán que hayamos sidotan prolijos al hablar de esta invasión: la novedad de lamateria nos sirve de excusa. En la memoria antes cita-

da, M. Werlauff escribió dos páginas sobre este asunto, pero baste con decir que este sabio que goza de tan me-recida reputación por otros trabajos, no disponía en es-tas circunstancias de casi ningún documento, no cono-cía los textos árabes y en cuanto a los latinos, conocía-los sólo de referencia, pues no pudo, a lo que parece,

consultar la «España Sagrada», donde se encuentran.Privado de esta preciosa colección, fuéle también impo-sible aprovechar las excelentes disertaciones del eruditoy juicioso Flórez, acerca de este período de la historiade Compostela; y, sin embargo, cuando se trata de aqueltiempo, es indispensable haberlas estudiado, porque

ellas nos enseñamla necesidad de servirse con circuns- pección de la «Historia Compostelana», de la «Crónicade Iría» y de la «Vida de San Rudesindo», cuyos auto-res se han complacido en calumniar a los obispos de estaépoca. Según M. Werlauff las fuentes latinas de la his-toria de España sólo se ocupan de las expediciones de

que hemos tratado hasta aquí; y, sin embargo, estos do-cumentos hablan de otras muchas invasiones de que nosocuparemos ahora, y sobre las cuales suministran noti-cias Utilísimas los historiadores del Norte.

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IV

EXPEDICION DE SAN OLAO

^Entre las ciudades españolas destruidas y saqueadas por los normandos, debe contarse la de Tuy, en la de-sembocadura del Miño. El testimonio principal respec-to a este punto es una carta de Alfonso V, fechada en29 de Octubre de 1024, en la cual este rey hace dona-ción de la diócesis de Tuy al obispo de Compostela (61).En ella se leen estas palabras:

Post non longum vero tempus, crescenti bus hominum peccatis gens Leodemanorum (62) pars marítima est dissipata: & quo

(61) Esta carta se encuentra en la «Esp. Sagr.» t. XIX, pág. 390 y siguientes.

(62) Esta palabra es sin duda una falta del compilador del cartulario, pues debe leerse «Loordamani,» como tendremos ocasión de ver d l b f P l d á l i

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niam Tudensis sedes ultima prae ómnibus,Sedibus, &, Ínfima erat, ejus Episcopus qui

ibi morabatur, cum ómnibus suis ab ipsis inimicis captivus ductus est, &, alios occiderunt, alios vendiderunt, necnon &, ipsamCivitatem ad nihilum reduxerunt, quae plurimis annis vidua, atque lugubris permansit.Postea quidem, prosperante Divina miseri-

cordia, quae disponit cuneta suaviter, ac regit universa, multas quidem ipsorum inimicorum services fregimus, & eos de térra nostra ejecimus, divina gratia adjuvante. Transactoque multo tempore cum Pontificibus,Comitibus, atque ómnibus Magnatis Palatii

quorum facta est turba non módica, tractavimus ut ordinaremus per unasquasque Se-des Episcopos, sicut Canónica sententia docet. Cum autem vidimus upsam Sedem dirutam, sordibusque contaminatam, &, abEpiscopali ordine ejectam, necessarium

du^imus bene providimus, ut esset conjuucta Apostolice Aulae cujus erat provintia, etsicut providimus, ita concedimus.

[En verdad, no mucho después, al crecerlos pecados de los hombres, las costas fue-

ron arrasadas por los normandos, y puestoque la sede de Tuy era la más alejada de to-das, y además era muy pequeña, su obispo,que allí residía, fue capturado por los ene-migos, junto con todos los suyos. A unos losasesinaron, a otros los vendieron, y la ciu-

dad misma fue reducida a la nada y perma-neció muchos años asolada y vacía Tras lo

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gos y los expulsamos de nuestra tierra conla ayuda de la divina gracia.

Durante mucho tiempo se trató con los

obispos, condes y todos los magnates pala-tinos, reunidos en gran número, la provisiónde algunas sedes episcopales, como mandala sentencia canónica. Viendo por otra par-te la mencionada sede arrasada y fuera delorden episcopal, para remediarlo dispone-

mos y proveemos que sea unida al AulaApostólica de la que era provincia, y asícomo lo proveemos, lo concedemos.]

Esta carta nos permite determinar con cierta aproxi-

mación la fecha de la invasión normanda que nos ocu- pa. Alfonso V, cuando sucedió a su padre Bermudo II,en el año 999, era todavía muy joven, aunque no tantocomo pretende Pelayo de Oviedo, que sólo le concedecinco años, porque es cierto q,üe ya había nacido en992 (63). Séanos, pues, lícito suponer que contaba ocho

años en 999. Ahora bien, como dice formalmente en sucarta, que él mismo expulsó a los normandos, es forzo-so admitir que tendría edad de poder mandar el ejérci-to, de donde deducimos que la invasión no fue anterioral año 1008, siendo por el contrario posible que fuera posterior.

Las cartas relativas al obispo de Tuy arrojan muy pocaluz sobre la materia, pues el obispo Viliulf, que gober-nó cuarenta años esta diócesis, firma su última carta elaño 999 (64), y aunque ignoramos si tuvo por sucesorinmediato a un tal Alfonso, está fuera de duda que an-tes de ser destruida dicha ciudad, un Alfonso ocupó suobispado. Así resulta de una carta de 1112, que trata

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de la invasión de los normandos y en la que se dice queésta ocurrió poco despues de la muerte del referido Al-fonso. El nombre del obispo a quien los normandos co-gieron prisionero, nos es desconocido.

 Nada, por tanto, nos impide creer que la ciudad deTuy fue saqueada por los normandos hacia el año 1012.Bajo este supuesto nos atrevemos a añadir que lo fue

 por el famoso vikingo noruego, Olao hijo de Harald.

que reinó más tarde en su patria. Canonizado un añodespués de su muerte llegó a ser el patrón de Noruegay muy pronto le dedicaron una multitud de iglesias, nosólo en el Norte, sino también en las Islas Británicas.Holanda, Rusia y aún en Constantinopla.

Era un santo de una especie singular; pirata desde laedad de doce años había invadido ya Suecia, la isla deCEsel, Finlandia y Dinamarca, cuando llegó a las costasde Holanda. (65) En este país, excitó su codicia Thiel.cuyo comercio estaba entonces muy floreciente, y re-montando el Wahal, sin perder momento se apoderó deesta ciudad, cuyos habitantes emprendieron la huida asu aproximacioh. Los piratas la saquearon e incendia-ron; por respeto hacia la religión nó quemaron la igle-sia de San Walburgo y después de cerrar sus puertas, secontentaron, dice un autor de aquel tiempo, con cogerlas vestiduras sagradas, los ornamentos del culto y enuna palabra, todos los objetos de valor. Parece, sin em- bargo, que hubieron de cometer en ella algunas trope-lías, porque más tarde el obispo de Utrech, Adelbold,se creyó obligado a reconstruirla.

El año siguiente Olao Haraldsson volvió con noventa bajeles y, derrotando a los holandeses que quisieron

oponerse a su paso, llegó hasta Utrech. A su aproxima-ción los habitantes incendiaron las casas del arrabal te

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merosos de que los piratas se ocultasen en ellas; Olaoles dió calurosamente las quejas.

 No teneis razón ninguna, les dijo, paradestruir vuestro barrio, jamás pensé hacerosdaño alguno; ¿cómo había de ocurrírseme

semejante idea cuando teneis un obispo aquien venero como a un santo? Lo único quequeremos mis camaradas y yo es que nos de

 jeis entrar en vuestra ciudad a fin de poderorar en vuestras iglesias y de ofrecerle nues-tros dones.

Pero los maliciosos habitantes de Utrech, desconfian-do de la piedad de los piratas, en la qué sólo vieron unade esas estratagemas con que" los normandos acostum-

 braban a introducirse en las ciudades para saquearlasluego, respondieron con mucha entereza y cortesía queno podían admitir dentro de sus muros a hombres ar-mados, y, bien fuera respeto al santo obispo, (como ase-gura un panegirista de éste), bien que no se creyese enestado de apoderarse de una ciudad tan bien fortifica-da, como Utrech estaba entonces, Olao desanduvo elcamino y se dió nuevamente a la mar. (66)

Inglaterra, donde reinaba el débil e indolente Etelredo, fue entonces el teatro de sus expediciones. Tomó enunión con Thorquel, lugarteniente del rey de Dinamar-

ca Sven, en el año 1011, la importante ciudad de Canterbury que faltando a sus compromisos se había nega-

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Príncipe gracioso,—cantó más tarde sue bardo Ottar el Negro,—el mastín ha entra-

do en el vasto Cantaraborg. Las llamas y elhumo jugaron terriblemente con las casas:descendiente de héroes, tú mandabas a lavictoria; a mis oidos ha llegado que quitastela vida a muchos hombres. (67)

En efecto la carnicería fue terrible; el incendio fue,según un hagiógrafo contemporáneo, semejante al deTroya o al de Roma bajo Nerón. En vano el arzobispoElfegio, venerado de todos por sus virtudes y su edad,se precipitó delante de los bárbaros, suplicándoles que

 perdonase a su desdichado rebaño: él, fue victima de suabnegación.—Los normandos lo cogieron, oprimieronsu cuello para ahogar sus gritos, atáronle las manos, des-garráronle las mejillas con sus uñas, diéronle de puñe-tazos y puntapiés y después de esto lo llevaron delantede la catedral para que presenciase la suerte de este edi-

ficio, adonde se Rabian refugiado el clero, los monjes,las mujeres y los niños. Montones de leña estaban yaacumulados contra las murallas, los normandos les pren-dieron fuego dando gritos salvajes; muy pronto las lla-mas tocaron al techo, las vigas inflamadas cayeron, ytorrentes de plomo derretido obligaron a los desdicha-

dos que allí se albergaban a abandonar la iglesia, y con-forme iban saliendo los piratas los iban acuchillandoante los ojos del obispo.

Los normandos que habían metido a éste en un in

(67) «Saga Olafs», p. 21, ed. de 1853. Véase ibid los versos de Sig- 

wat sobre el mismo asunto. Los compiladores de esta Saga cometieron muchos errores hablando de la permanencia de Olao en Inglat ( é t ó it l l t b i d M M

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mundo calabozo le perdonaron la vida durante muchosdías, con la esperanza aún de que les pagaría el enormerescate que le habían exigido; mas, como para conten-tarlos el obispo hubiera tenido necesidad de expoliar ala iglesia, rehusó hacerlo y su tenacidad exasperó a susverdugos hasta tal punto que un día que llegaron de Di-namarca toneles de vino y bebieron con profusión, des-

 pués de la comida, no sabiendo que hacer para diver-tirse, mandaron llamar al anciano.

Oro, obispo, le gritaron de todas partesen cuanto lo apercibieron, oro o vas a de-sempeñar un papel que te hará famoso enel mundo.

El obispo, mal inspirado e ignorando problementeque estaban beodos, tuvo la torpeza de dirigirles un ser-món ofreciéndoles el oro de Apalabra divina, y ame-

nazándoles con una muerte terrible si se atrevían a aten-tar a su vida; mas, apenas hubo acabado de hablar,cuando los normandos, rugiendo como bestias feroces,empezaron a tirarle el uno un hueso, el otro una pie-dra, el de más allá una cabeza de buey. El desdichadoanciano cayó al suelo maltratado de la manera más bru-

tal e innoble y aún debió dar gracias a Dios cuando undanés, a quien había administrado el bautismo, le dió por compasión el golpe de gracia (68).

La iglesia siempre imparcial y equitativa mira a Elfegio como a un santo, lo mismo que a Olao Haraldsson,uno de sus asesinos.

Algún tiempo después de la muerte del arzobispo,Olao salió de nuevo a la mar para volver a tomar su an

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tigua profesión y entonces saqueó las costas de Francia,como lo acreditan estos versos de su bardo Ottar el Negro:

Joven rey, tú a quien los combates no tur- ban la alegría, tú has podido devastar a Peita (el Poitu). Príncipe, tú has hecho la prue-

 ba de tu escudo pintado en Tuskaland (el país de Tours, la Turena). (69)

Olao Haraldsson estuvo en España durante esta ex- pedición, respecto a la cual tenemos de poco años a esta parte un testimonio positivo que se halla en la crónicade Noruega, escrita en una de las Oreadas, y publicada

 por primera vez en 1850, por un erudito eminente, M.Munsch de Christiania (70). El autor de esta crónica nosenseña (p. 17) que Olao Haraldsson fue a atacar a Bre-taña y a España donde consiguió muchfas victorias:

*\ '

Olavus interim Britones debellat, et usqueHispanice partes profectus ibique clarissimossuce victorice títulos relinquens, rediit inDaniam.

[Olao vence a los bretones y después se di-rige a España y tras dejar allí clarísimas

(69) Ademar (c. 53 en la Recopilación de Pertz t. IV páginas 130-140) habla sin duda de la misma expedición, que no debe confundirse con la que tratan las crónicas de Normandía, como lo han hecho  no solo Depping sino aún escritores más serios tales como los autores 

del «Diccionario geográfico» que se encuentra en el tomo XII de los «Scripta. Hist. Island.» Esta última expedición fue hecha por el rey 

O (1000) i S

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 pruebas de sus victorias, vuelve a Dina-marca.]

Ahora bien, como la época de la expedición de Olaocoincide con la destrucción de Tuy por los normandos,no vacilamos en decir que él fue quien saqueó esta ciu-dad e hizo prisionero a su obispo. ¿Fue la suerte de estemenos dura que la del infortunado Elfegio? Lo ignora-mos; pero el obispo debió ser vendido como esclavo omuerto, pues en Galicia jamás se le volvió a ver.

Hemos dicho que a nuestro conocimiento no ha lle-gado más que un solo testimonio que afirme que Olaoestuvo en España en esta época; sin embargo hay otrosno exentos de valor, y como la crónica de que hemoshecho mérito, aunque inspirada en buenas fuentes, nose escribió hasta el siglo XV (71), no será superfluo ci-tar aquellos. Osbern, biógrafo de Elfegio, refiriendoque el cielo castigó cruelmente a los asesinos del santo,dice; que dos de sus bandas marcharon, una en cuaren-ta buques y otra en veinticinco a países lejanos y des-conocidos, donde fueron exterminadas por sus morado-res (72). ¿No pudo ser una de esas escuadras la de Olaoy uno de esos paises lejanos y desconocidos, España queapenas era conocida de Inglaterra en aquella época?Convenimos en que la banda de Olao no fue sin dudaexterminada, pero fue expulsada al menos por AlfonsoV y no debe perderse de vista que al piadoso Osbern legusta exagerar las cosas cuando cree que va en ello lareputación del santo a quien ensalza.

(71) M. Munch (p. v.) piensa siempre que la parte principal de la crónica se compuso hacia el año 1300.

(72) «Quadraginta vero, itemque viginti quinqué, ad exteras atque ignotas regiones appulsoe, et quasi quae insidiarum gratias venissent, b i d i bilit i t t

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Otro testimonio es mucho más explícito y probará anuestro juicio que Olao fue arrojado con su escuadra

más allá de la desembocadura del Miño.Este testimonio nos lo suministra la saga islandesa quelleva el nombre del célebre vikingo: el fondo de este re-lato (73) se encuentra en la redacción que consultamosla cual es, según las curiosas investigaciones de los sa- bios de Christiania, la más antigua que poseemos, y data

de 1&segunda mitad del siglo XII, (entre 1170 y 1180); pero existen fragmentos de una redacción aún más re-mota y que parece ser de la primera mitad del siglo XII,es decir, de la época en que comenzó a escribirse la tra-dición oral. Los datos por tanto de esta saga merecenun examen muy serio, aunque sólo sea por su antigüe-

dad y como nombra a los Karlsar, como el punto máslejano a que llegó Olao en su expedición, debemos in-vestigar lo que debe entenderse por esta palabra.

Schaening sospechó si era el Miño, opinión en que nonos detendremos; pues aunque estamos convencidos deque Olao estuvo en ese río, no vemos razón ninguna jus-

tificada para queje diese el nombre de Karlsar. En elDiccionario geográfico que forma el tomo XII de los«Scripta Historia Islandorum», obra de profunda erudi-ción, se halla una explicación enteramente distinta. Losautores de este precioso trabajo traducen (p. 103104)Karlsar por las aguas de Carlos  y, después de decir que

los normandos tenían la costumbre de cambiar los nom- bres de los lugares extranjeros en nombres que tuvie-sen para ellos alguna significación, piensan que porKalrsar o aguas de Carlos  debe entenderse el Garona;opinión adoptada por los sabios de Christiania M.Munch, Keyser y Unger.

Sin negar la exactitud de la hipótesis que sirve de pun-to de partida a estos eruditos, debemos sin embargo ma

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nifestar que el conjunto del relato, al menos a nuestro parecer, no consiente pensar en el Garona. Desde lue-go la saga dice formalmente que los hombres que vivencerca de Karlsar son paganos e idólatras; y digan lo quequieran los autores del Diccionario geográfico (p. 352)a nosotros nos cuesta trabajo admitir que Olao y suscompañeros, que eran cristianos, aunque muy malos porcierto, considerasen a los habitantes de Bordelés como

adoradores de ídolos. En segundo lugar, el país cerca-no a los Karlsar es evidentemente un fairy-land  como di-cen los ingleses, un país de encantamento, si nos es per-mitido expresarnos así, pues Olao encontró allí dosmonstruos que mató, un jabalí enorme y una sirena quelos habitantes reverenciaban como dioses tutelares.

Ahora bien, ¿es verosímil que los normandos colocaransu  fairy-land   en Francia, a orillas del Garona? No locreemos: Francia donde habían hecho tantas correrías,se parecía demasiado a los demás países cristianos sa-queados por ellos para que hubiese podido herir su ima-ginación hasta ese punto. Por ultimo, y este argumento

nos parece decisivo, la saga dice que Olao esperó en losKarlsar un viento favorable para pasar el estrecho de Gi braltar, luego es evidente que no se trata del Garona, pues ningún hombre, que esté en su cabal razón, espe-rará en la embocadura de este río un viento propicio

 para entrar en el Mediterráneo. Debe tratarse por el

contrario de una localidad cercana al estrecho de Gi braltar.A nuestro parecer se refiere a la bahía de Cádiz; allí

era donde los buques esperaban ordinariamente unviento favorable para pasar el estrecho; allí donde mo-raban entonces los paganos, es decir los musulmanes,

 pues es sabido que todos los pueblos cristianos mirabanentonces a los sectarios de Mahoma como idólatras; allí

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Los romanos creyeron lo mismo: «terraram finís Gades» había dicho Silio Itálico.

Réstanos pues explicar porqué los normandos dierona la bahía de Cádiz el nombre de karlsar.

A nuestro parecer este término no quiere decir las aguas de Carlos, sino las del hombre, las del hombre 

 grande, pues la palabra karl   significa en todas las len-guas germánicas un hombre grande, fuerte, robusto, por

eso un navio de Olao cuya popa estaba adornada conuna cabeza de rey, llevaba el nombre de karl-hoefus, ca

beza de hombre, de hombre grande  (74), y traduciéndo-se karlsar   de esta manera se explicará fácilmente por-qué los normandos dieron este nombre a la bahía deCádiz.

Todo el mundo ha oido hablar de las columnas deHércules en Cádiz, pero aunque los autores clásicos lasnombran a menudo (75) únicamente por los autores ára- bes, y por los Pseudo Turpín, es por quienes sabemoscomo debe entenderse esta expresión. Los árabes cono-

cían muy bien estas famosas columnas que existieronhasta el año 1145 y dieron de ellas descripciones muy de-talladas. Eran muchos pilares redondos de piedra muydura que se encpntraban en el mar unos sobre otros;cada uno de estos pilares tenía quince codos de circun-ferencia y diez de alto, y estaban unidos entre sí con

hierro y plomo, midiendo el edificio entero sesenta yaún cien codos de altura, (los geógrafos difieren acercade este punto). Pero como no tenía puerta, no se podíaentrar en él; encima había una estatua de bronce de seiscodos de alto, que representaba un hombre con la bar- ba larga, vestido con un cinturón y un manto dorado

que le llegaba a media pierna; con la mano izquierda

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oprimía los panes (76) contra su pecho y en la derecha,extendida hacia el Estrecho, tenía una llave (77).

Se ve, pues, que la muy característica denominaciónde Karlsár, las aguas del hombre, se explica por sí sola.Ese hombre de nueve pies sobre las columnas de Hér-cules, esa estatua verdaderamente colosal, debió herirla imaginación de los normandos y es natural que die-ran a la bahía de Cádiz un nombre que, en aquel tiem-

 po, le convenía perfectamente.Pero quizá conviene que demos un paso más; quizáhaya en la misma saga una vaga reminiscencia de la es-tatua del hombre grande. Léese allí que Olao cuandose encontraba en la bahía de Cádiz, donde había com- batido a los paganos  y donde esperaba un viento favo-

rable para atravesar el Estrecho, tuvo un sueño muy no-table. Un hombre de un «aspecto majestuoso y formi-dable» se le presentó y le mandó que no continuase suviaje: «Vuélvete a tu país, le dijo, porque reinarás eter-namente en Noruega». Olao creyó que este sueño sig-nificaba que reinarían en su patria él y sus descendien-

tes. Obedeció, pues, el consejo recibido y se volvió. Loque más nos mueve a creer que hay aquí algún recuer-do confuso de la estatua, es que los autores árabes danla misma interpretación a la mano extendida de la figu-ra, diciendo que esa mano extendida significa, «Vuél-vete al país de donde has venido». Por lo demás damos

 poca importancia a esta observación y si se prefiere quesea un ángel el que se apareció a Olao, como lo parecedar a entender en su redacción Snorri Sturluson, no nosopondremos a ello.

(76) Sátiros que reconocían por su jefe al dios Pan. N. del T.

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EXPEDICION DE ULF

E / n la historia de los Canúti^ás (78) se encuentra este pasaje:

Ulf, un iarl  (conde) de Dinamarca, era un bravo guerrero; fué en calidad de vikingo alOccidente, conquistó y asoló el país y reco-gió un botín considerable; por esta razón se

le llamaba Galizu Ulf.

Ya advirtieron los eruditos del Norte que, según lossincronismos suministrados por el autor de la «Historiade los Canútidas» este Ulf, de quien habla también in-

cidentalmente (79) Saxo Grammaticus, llamándoloUlvo Galicianus, debió nacer por el año 1000. Ahora

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 bien, afirmando la  Historia Compostelana  que los nor-mandos algazuaron en Galicia, siendo Cresconius obis-

 po de Compostela, es decir, entre 1048 y 1066 (80), sehace indispensable armonizar estos dos testimonios y presumir que el vikingo que invadió Galicia en tiempodel mencionado obispo, era el danés Ulf.

Por lo demás la  Historia Compostelana  no trae nin-gún pormenor acerca de esta correría y cuando dice que

Cresconius exterminó a los invasores (81), no debe, anuestro juicio, tomarse esta expresión al pie de la letra, pues el autor español exageró los reveses de los nor-mandos, como el autor islandés exageró sus triunfos.

(80) Lib. XII, p. 595, ed. Müller y Velschow.

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LOS ÚLTIMOS VIKINGOS

L /a s invasiones referidas son^as únicas de que las cró-nicas traen pormenores, aunque según los mismos do-cumentos dan a entender, es de suponer que hubo otras.Así IbnalCutia considera la primera y segunda comouna sola expedición de catorce años, de donde pareceinferirse que durante este tiempo los piratas no dejaronreposar un instante a las poblaciones de las costas de Es'

 paña. Por otra parte en una fortaleza, mandada edificar por Alfonso III (866910) para proteger a Oviedo, hayuna inscripción (82) donde se lee:

Caventes, quod absit, dum navalis gentilitas pirático solent  exercitu properare, ne videatur aliquid deperire etc.

[E t d l t l j d l d

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los piratas paganos tienen por costumbre ha-cer incursiones, procurando que nadie pe-rezca.]

La «Crónica de Iría» (c. 9) dice también que el obis- po Sisenando hizo rodear Compostela de murallas:

Propterdiram saevamque incursionem Normanorum ad Frandensium (83) praedarum dispendio Gallaeciam scepe afficientium.

[Por causa de las terribles y crueles incur-siones de los piratas Normandos y Frandenses que a menudo causaron grandes pérdi-das a los gallegos.]

Por último una carta de 1112 (84) manifiesta que elobispo de Tuy, Naustius (encargado de la custodia deesta diócesis hacia el año 916, es decir, en época en queno se habla en las crónicas de ninguna invasión norman-da) se retiró al claustro de Labrugia a causa de las corre-rías de los normandos. Las crónicas hablan sólo de lasmás importantes.

Esta observación es aplicable especialmente a las pos-teriores al año 1050 que se prolongaron hasta mediadosdel siglo siguiente. Durante este periodo, en que el res-to del continente europeo se vio libre de las rapiñas delos piratas escandinavos, las invasiones en España fue-ron, por el contrario mucho más frecuentes que hastaentonces. ¿De donde venían estos piratas? Unos eran

(83) En el capítulo XI este cronista vuelve a decir: «Normani et  F d D b l T d ? L Th d l

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noruegos que iban a tomar parte en las Cruzadas y quecreyendo hacer una obra meritoria combatiendo a los in-fieles, olvidados de que Galicia era un país cristiano, re-cordaban en cambio con demasiada viveza las mañas desus antepasados, vikingos como ellos. El mayor núme-ro de estos piratas, sin embargo, no venía de Noruegasino de las Islas Británicas.

Al Norte de Cádiz, —dice un autor cita-do por Maccari, (t. I, p. 104)— se hallan lasIslas Afortunadas con gran número de ciu-dades y aldeas, de allí proviene el pueblo lla-mado de los Madjus, cuya religión es la cris-

tiana; Bretaña es la principal de estas islasy se encuentra situada en medio del Océa-no, al Norte de España; en ella no hay mon-tañas ni ríos, y sus habitantes tienen que re-currir al agua llovediza para beber y hume-decer la tierra. /

El autor de la  Historia Compostelana  (lib. 2, c. 23)dice también hablando de estos piratas «Anglici vel Nor- manigenoe» y refiriendo una invasión, ocurrida en 1111,les llama simplemente ingleses,  Anglici piratee,  (lib. I,

c. 76). No nos basta, sin embargo, con saber que los piratasde los siglos XI y XII descendían de los Escandinavos(Normanigenae) y venían de las Islas Británicas, necesi-tamos precisar esta indicación que es demasiado vaga;cosa por extremo difícil, si no tuviéramos otro testimo-

nio que el de la Historia Compostelana. Y como los Anglonormandos, los barones de Guillermo el Conquista-

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y en Limerick, Waterford y Dublín, pequeños Estadosque subsistieron mucho tiempo después de la conquistade Guillermo (85). Afortunadamente de este apuro nos

saca el autor citado por Maccari, dándonos a entendercon bastante claridad, no obstante lo ambiguo de susfrases, que los piratas provenían de un país donde no ha- bía ríos ni montañas. Este dato, que tanto llamó la aten-ción de los orientalistas, y, que en efecto, sería muy deextrañar si el autor, como se ha supuesto, hablase de In-

glaterra o (lo que sería peor) de la Bretaña Armorica(86), este dato que los árabes tomaron de los mismosMadjus, nos conduce precisamente al único país en quehabía entonces vikingos, pues no existían, al menos se-gún nuestras noticias, en los estados fundados por no-ruegos, de que hemos hecho mérito. Si este dato, se re-fiere a las Oreadas es de bastante ¿^actitud, pues deesas sesenta islas solo veintinueve están habitadas; to-das, si no nos engañamos, carecen de ríos, y a excep-ción de alguna, como la de Hay, las demás carecen tam- bién de rocas, siendo por lo general praderas y breza-les, donde apenas ^e ve un árbol que otro. Ahora bien,allí fue donde los noruegos, que no pudieron doblegarge al cristianismo ni a la monarquía, como la entendíanHarald Harfagr y sus sucesores, buscaron y encontraronun asilo; allí fue también donde las antiguas costumbresde la Escandinavia se conservaron más largo tiempo,merced a la independencia casi absoluta de que se go-zaba, pues el rey de Noruega reinaba allí solamente denombre. El iarl  de las islas pagaba solamente un tributoy estos iarls que eran poderosos, reforzados por los da-neses y los noruegos, que habitaban en otras islas al

 Norte de Escocia, se hallaban en estado de equipar 

(85) S b t ñ E t d d lt b d

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grandes escuadras con las que hacían frecuentes con-quistas en Escocia. El iarl Sigurd el Gordo y su tío Thorfinn, muerto en 1064, eran célebres vikingos.

Aunque para los vikingos había comenza-do una era nueva, la cristiana, —dice con ra-zón Mr. Worsaae—, las Oreadas produjeron

todavía, durante más de un siglo después dela muerte de Thorfinn, hombres, cristianosen el nombre, pero vikingos paganos por sumanera de pensar y obrar, entre los cualesfiguró en primera línea Sven Asleifsson, quevivía a mediados del siglo XII, en la peque-

ña isla de Gairsay al N. E. de Mainland,quien no sólo tomó una gran parte en las nu-merosas discordias y revoluciones de que lasOreadas fueron teatro, sino que también lle-vó a cabo expediciones vikingas contra otros paises. Rodeado de una facción de ochenta

hombres pasaba el invierno en su castillo, vi-viendo en la abundancia con el botín reco-gido en la primavera; después de la recolecciónalgaraban por las costas de Inglaterra, Esco-cia e Irlanda; en el otoño volvía a su isla atraer el trigo, y hecho esto, comenzaba de

nuevo sus correrías hasta que el invierno leobligaba otra vez a interrumpirlas.

La historia de los Orcadinos, como ahora veremos,no calla en absoluto acerca de sus expediciones a Espa-ña, más frecuentes de lo que aquella da a entender,

l b l d ábi Ci

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isla de Saltes (87), (cerca de Huelva) pasaje que se re-fiere precisamente a las expediciones de los últimos vi-kingos y que en vano buscaríamos en la traducción delorientalista M. Jaubert, quien lo suprimió diciendo enuna nota:

Aquí el texto del man. A. contiene un

cuento referente a pretendidos adivinos, quenos abstenemos de traducir.

Lo cierto es que por un yerro muy singular, el difun-to M. Jaubert creyó qüé la palabra  Madjus  significaba

adivinosf mágicos pero he aquí lo que se lee en el man.A de París, que hemos consultado.

Los Madjus se apoderaron en muchas oca

 siones de esta isla cuyos habitantes cada vez

que oían decir que los Madjus volvían, seapresuraban a emprender la huida y aban-donar la isla.

Estas palabras ponen de manifiesto que han sido muy

numerosas las invasiones de los vikingos, quienes, aejemplo de sus antepasados, formaban a la desemboca-dura de los grandes ríos establecimientos, que les ser-vían de punto de retirada, punto de partida y depósito

 para el botín (88).

(87) Saltes o Chaltich com o dicen los árabes era una islita y no una península, como han creído el Sr. Gayangos y M. Slane. «La isla de  Chaltich está rodeada de mar por todas partes» t. II, p. 20.

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En la obra del Sr. Gayangos se encuentra un pasajeaún más notable (t. I. p. 79) tomado de un geógrafo an-daluz que vivía a mediados del siglo XII. He aquí lo queen él se lee (89):

Había en otro tiempo en el océano gran-des navios a que los andaluces daban el

nombre de Corcur  (90) con una vela cuadra-da delante y otra detrás. Llevaban hombresde una nación a la cual se da el nombre deMadjus. Estas gentes eran fuertes, atrevidasy muy experimentadas en la navegación ycuando desembarcaban en la costa, lo lleva-

 ban todo a sangre y fuego, de modo que asu aproximación los habitantes huían a lasmontañas, con cuantos objetos de valor po-seían. Las invasiones de estos bárbaros eran periódicas y ocurrían cada siete años. El nú-mero de sus banx/s nunca bajaba de cuaren-

ta, (91) y algunas veces llegaba a ciento. Es-tos piratas devoraban  a todas las personasque encontraban en el mar. Conocían latorre de que he hablado, (92) y, navegandoen la dirección indicada por la estatua, semantenían en disposición de entrar en todo

tiempo en el Mediterráneo y asolar las cos-tas de Andalucía e islas adyacentes. Algu-nas veces llegaban hasta la costa de Siria,

 pero, destruida la estatua por orden de Ali

(89) Este pasaje es uno de los que el Sr. Gayangos da como si se  

encontrasen en Maccari, pero que está tomado de manuscritos de su propia colección, la más rica quizás de las que existen en manos de particulares.

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Mamun, según dijimos, no volvió a oirse ha- blar más de esos hombres, ni a ver sus Cor 

cur  en estos parajes, a excepción de dos quese fueron a pique, uno en MersaalMadjus(el puerto de los Madjus) (93), y el otro cer-ca del promontorio de Trafalgar.

Aunque poseemos pocas noticias acerca de estas ex- pediciones que, según el testimonio del autor árabe,ocurrían siempre cada seis o siete años, daremos sin em- bargo las que hemos podido recoger en los documentosde la historia del Norte; advirtiendo que bajo el nom- bre de piratas comprendemos también a los cruzados de

 Noruega y de las Oreadas, a lm enes los moros según pa-rece, daban igualmente el nombre de Madjus, y los cris-tianos de España con toda seguridad, pues la  Historia Compostelana califica sencillamente de piratas a los cru-zados de que tratamos, nombre que, como se verá, lescuadraba a las mil maravillas.

Hablemos en primer lugar de la expedición del rey Noruego Sigurd, apellidado Jorsalafari (el que ha esta-do en Jerusalem).

Cuando el rey de Noruega Magnus Descalzo fuemuerto en Irlanda, quedó dividida la Noruega entre sustres hijos, todos muy jóvenes aún y uno de ellos, que

reinó antes en las Oreadas (94), llevaba el nombre deSigurd; poco tiempo después algunos cruzados norue-gos volvieron a su patria y como era cosa de no acabarnunca cuando se ponían a referir las maravillas que ha- bían visto en Constantinopla y en Tierra Santa, y el pin-güe sueldo que el emperador bizantino concedía a los

normandos que servían en su guardia, muchos de sus

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compatriotas, ardiendo en deseos de ir a Constantino pla y a Jerusalem, rogaron a los reyes, que uno de ellos

se pusiese a su cabeza; Sigurd se encargó de conducir-los. El año 1107 se dieron a la mar los cruzados con se-senta bajeles e invernaron en Inglaterra, donde el reyEnrique I, hijo de Guillermo el Conquistador, les dis-

 pensó una magnífica acogida. En la primavera del añosiguiente fueron hacia Galicia, que las sagas llaman  Ja

cobsland , tierra de Santiago, y como, a lo que parece,no tenían prisa por llegar a su destino, resolvieron in-vernar en ella. El gobernador del distrito donde arriba-ron se comprometió a proveerles por su dinero de víve-res durante todo el invierno; pero después de Navidadfaltó a su promesa. Sigurd tomó una pronta venganza y

atacó el castillo del gobernador, (95) el cual no tenien-do bastantes tropas para defenderse, emprendió la fuga.Sigurd entonces se apoderó del castillo donde encontrógran cantidad de víveres y muchos objetos de valor quehizo trasportar a sus barcos; lluego dirigió sus correríashacia el Mediodía y encontrándose piratas (vikingos,

dice la saga) sarracenos, los combatió y les quitó ocho barcos, y por último habiendo atacado a Cintra, de don-de los paganos salían en algaras contra los cristianos, seapoderó de esta fortaleza y pasó a cuchillo a todos susdefensores, «visto que no querían abrazar el cristia-nismo».

Después de la toma de Cintra, Sigurd fue hacia Lis- boa, cuya población es mitad cristiana, mitad pagana.Allí dió su último combate, y luego se dirigió a Alcacerdo Sal (Alkassa en la saga) que tomó, saqueó y destru-yó mandando matar a los habitantes de esta villa, qoeno quisieron huir. Navegando de allí hacia el Estrecho,

se encontró con una flota de piratas sarracenos, y tra-bando un combate con ella la derrotó

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Horrible fué el acto de barbarie que llevó a cabo enForméntera, acto cruel que se ha repetido en nuestro si-

glo, y por el cual Francia al menos no tiene derecho dereprochar a un noruego del siglo XII.La isla de Formentera era en aquel tiempo un refu-

gio de bandidos. Estos habían depositado su botín enuna cueva situada en una roca de difícil acceso, y de-fendida además por una fuerte muralla. Los noruegos

 procuraron aproximarse, pero los sarracenos se lo im- pidieron arrojando sobre ellos una lluvia de flechas y piedras, y en son de burla, les enseñaban desde lo altode la muralla objetos preciosos, poniéndolos de cobar-des. Para castigarles de sus bravatas, Sigurd recurrió en-tonces a un medio singular que le dio resultado. Man-

dando arrastrar dos barcas hasta la cumbre de la roca,hizo liar cables a sus popas y proas; luego metió en ellasa todos los hombres que cupieron y las dejó deslizar,

 por medio de los cables, hasta encima mismo de la mu-ralla. Ya en esta ventajosa posición, los noruegos hicie-ron llover flechas y piedras sobre las cabezas de los

sarracenos, que muy pronto se vieron obligados a aban-donar la muralla y a retirarse a la cueva.

El jefe noruego entonces se encaramó con el gruesode sus tropas y penetró en ella. Los sarracenos procu-raron todavía defenderse tras una segunda muralla, enla misma caverna, pero Sigurd inutilizó sus esfuerzos:

mandó llevar una gran cantidad de haces de leña a laabertura de la caverna, y prendiéndoles fuego, formóuna inmensa hoguera. Los sarracenos murieron todosahogados o quemados vivos y sus tesoros cayeron enmanos de los noruegos, que en ninguna expedición ha- bían cogido tan pingüe botín.

Después de librar nuevos combates en Ibiza y Menor-ca Sigurd hizo rumbo a Sicilia y de allí a Tierra Santa

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Poco después, en el año 1111, el país llamado Jacobsland por las sagas fue asolado de nuevo por los que sedecían cruzados. El autor de la  Historia Compostelana 

(L. I c. 76) nos suministra pormenores muy curiosos so- bre este punto, siguiendo casi siempre las mismas pala- bras del cronista.

En la época de que tratamos, una terrible guerra civildespoblaba los reinos de Castilla, León y Galicia. La he-redera de estos estados, Urraca, hija de Alfonso VI, es-

taba indispuesta con su marido Alfonso el Batallador,rey de Aragón, y los nobles se habían dividido en dos

 bandos, uno en favor de Urraca y su hijo y otro en fa-vor de su esposo. En este último militaban dos señoresgallegos, Pelayo Godesteiz y Rabinat Núñez, y, comoUrraca había encargado al ambicioso pero hábil Diego

Gelmírez, obispo de Compostela, que les quitase suscastillos, aquellos se vieron obligados a tomar a suservicio:

Piratas, que venían del lado de Inglaterra

e iban a Jerusalem, gentes sin ninguna pie-dad (97): esperando ponerse en estado deasolar con su ayuda el interior de las tierrasy las costas.

Sus esperanzas no fueron vanas:

Los ingleses hicieron de improviso unacorrería por la costa, degollaron a los unos,despojaron a los otros de todo cuanto po-

seían y, como si hubiesen sido moabitas,(sarracenos) obligaron a muchos cargados

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de cadenas a pagar su rescate, y aún no paróen esto pues nos quedan que decir cosas queharán estremecer de horror: ciegos de codi-cia violaron las iglesias, se apoderaron sacri-legamente de los objetos sagrados y de las personas que encontraron en ellas.

Santiago los castigó por esto. La armada del obispo,que había recibido orden de ir a atacar un castillo de lacosta, perteneciente a los enemigos de la reina, encon-tró y asaltó la de los piratas en el momento en que es-tos acababan de destruir una iglesia y trasportaban el botín a sus barcos. Los gallegos les quitaron tres bu-

ques, y, cogiéndoles gran número de prisioneros, con-tinuaron su marcha.El obispo Diego Gelmírez se alegró mucho de esta

victoria; mas, cuando vio a los prisioneros gimiendo yderramando lágrimas, se apiadó de ellos, y, dirigiéndo-se a sus marinos, les dijo:

Sabéis, hermanos mios, que la quinta par-te del botín me pertenece de derecho, pues bien renuncio a ella si quereis cederme a los prisioneros.

Los marinos consintieron sin dificultad: entonces elobispo libertó a los cautivos después de hacerles jurarque no harían más correrías en paises cristianos.

El cronista nada más nos dice, pero es de presumir

que los piratas, recobrada su libertad, se unieran a suscamaradas y continuaran juntos su camino a Tierra

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 palabra, venían sin duda de las Oreadas, cuyos habitan-tes no eran cristianos más que de nombre, y aún quizás

sea posible nombrar a su jefe. Éralo a mi juicio el iarl  de las Oreadas Hacon Paalsson (hijo de Pablo), hom- bre turbulento y pérfido, que dueño de la mitad de lasOreadas, estuvo al principio en guerra con su primo her-mano Magnus, poseedor de la otra mitad; y, luego, con-certando con él una entrevista para arreglar sus diferen-

cias, lo hizo matar del modo más atroz, sacándole de laiglesia donde estaba (98). De esta manera vio cumplir-se Hacon la profecía, que lejos de su morada de Sue-cia, le había hecho un adivino pagano, de que comete-ría un abominable crimen y reinaría en todas las Orea-das. Pero el adivino le había pronosticado también que

haría un largo viaje hacia el Mediodía, y bien Hacon es-tuviese interesado en el cumplimiento de esta parte dela profecía, bien su espíritu inquieto no le permitiese

 permanecer en las Oreadas, es lo cierto que fue en pe-regrinación (por mar probablemente) primero a Romay después a Jerusalem (99). En vista de lo expuesto cree-

mos que este hombre que era vikingo (100), que con-sultaba a los adivinos paganos, que «no conocía la pie-dad,» según la expresión de una saga, tan poco respe-tuoso con los Lugares Santos que hizo arrancar a su pri-mo de detrás de un altar, este hombre, casi pagano enfin, puede muy bien haber sido el impío pirata que des-

truyó tantas ciudades en Galicia durante su peregrina-ción a Jerusalem. La única dificultad es la fecha; la dela muerte de Magnus anda en opiniones: algunos la fi-

 jan en el año 1104, pero Torfinn, que ha consagradouna larga disertación a este asunto (101) se decide por 

(98) Magnus, que al morir dió pruebas de gran abnegación de sí  mismo llegó a ser el patrón de las Oreadas

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el año 1110. Si este cálculo es exacto, y también que Hacon fue a Jerusalem algunos años  después de la muertede su primo, como se lee en las sagas, entonces no pudohaber estado en Galicia en el año 1111. Pero es sabidoque la cronología de las sagas es extremadamenteinexacta, y por nuestra parte creemos que en esta cir-cunstancia su testimonio tiene muy escaso valor.

 Nos contentaremos con observar de pasada que los

noruegos asistieron a la toma de Lisboa en 1147 (102),y nos detendremos en el viaje que hizo a Jerusalem otroiarl   de las Oreadas, Ronald (103), el cual se encontrabaen Noruega el año 1150, cuando volvió a su patria unnoble guerrero de este país, Eindridi el Joven, que ha- bía servido mucho tiempo en la guardia del emperador

 bizantino. Los relatos de este guerrero despertaron enlos noruegos y en los compañeros del iarl   el deseo devisitar las comarcas lejanas del Mediodía y del Oriente,y Ronald consintió en ser el jefe de la expedición, parala cual se estuvieron haciendo durante más de dos añosgrandes preparados, en las Oreadas y en Noruega. El

año 1152 partió por último de las Oreadas con una es-cuadra de quince buques; mas, en vez de ir directamen-te a Jerusalem dieron un largo rodeo; pues Ronald, ha- biendo oido hablar de la bella Ermengarda, vizcondesade Narbona que en circunstancias muy difíciles gober-naba sus estados con tanta gloria como sabiduría y que

reunía a las gracias de una mujer amable los talentos dela política y el valor de un caballero (104), quería haceruna visita a esta mujer extraordinaria, de la que su tro-vador Peire Rogier ha dicho:

(102) Véase Wilken, Geschichte der Kreuzzüge, t. III, p. 269, notaII.

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El que no la ha visto no puede imaginarque exista una belleza semejante. (105)

Ronald por tanto remontó la corriente del Garonahasta Tolosa, y de allí fue por tierra a Narbona (106),donde la preciosa vizcondesa le dispensó una acogidamuy lisonjera. Durante muchos días consecutivos dió a

Hacon y a su cortejo magníficos festines, a los que sedignó asistir una vez rodeada de las damas de su corte.La gracia de sus maneras, la elegancia de su traje, suafabilidad, el encanto de su voz y sobre todo sus blon-dos cabellos, finos como la seda, que caían sobre sus es-

 paldas, todo esto causó una impresión profunda en el

ánimo del joven iarl, y cuando ella le hubo ofrecido unacopa de oro llena de vino, su entusiasmo le inspiró un poema muy galante en loor de su patrona. Habiéndoleinsinuado algunos que pidiese la mano de la hermosadama, Ronald respondió que deseaba cumplir su pere-grinación primero y más tarde vei^á lo que había de ha-

cer; pero Ermengarda podía contarle ya entre el núme-ro de sus adoradores, y, si los trovadores la cantabanen el dulce idioma de la Provenza, Ronald y sus escal-das la cantaban también, a cada momento, en el varo-nil idioma de los hijos del Norte.

Después de abandonar Narbona, se embarcaron de

nuevo y fueron a Galicia, donde tenían intención de pa-sar el invierno. Desembarcaron en ella cinco días antesde la fiesta de Navidad y exigieron víveres, bajo pro

(105) Raynouard, «Choix des poésies des troubadours», t. III, p. 38.

(106) Tal debió ser la ruta que siguió Ronald; pero la «Orkneyinga saga» no lo dice y solamente habla de Narbona, como de una ciudad 

í i ié f ( é O 123 )

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mesa de pagarlos. Los habitantes hubiesen rechazadoesta pretensión de muy buena gana, vista la esterilidaddel país; pero intimidados por el gran número de sus im- portunos huéspedes, no se atrevieron, y les suministra-ron víveres; y, rogaron a Ronald que a cambio de esteservicio los libertase de un señor extranjero, que losabrumaba con impuestos y a quien la saga da el nom- bre de Gudifreyr. Era éste, añade, un hombre inteligen-

te que, merced a sus largos viajes, hablaba muchos idio-mas; pero por lo demás era duro y avaro: y como losgallegos cedían de antemano a Ronald todo el botín quese recogiese, el iarl  se dejó fácilmente persuadir de quedebía prestarles socorro. Como el castillo era difícil detomar resolvieron quemarlo, y para ello los orcadinos

apilaron contra sus murallas grandes montones de leña.El castellano, no contando con soldados suficientes pararechazar a los sitiadores, púsose a idear una treta parasalvar, ya que no la vida de los que estaban a sus órde-nes, al menos la suya, y creyendo encontrarla, se vistiócon un traje de mendigo y descolgándose por medio de

cuerdas desde lo alto de la muralla se pasó al campo delos orcadinos, fihgiéndose francés. Hablando en esteidioma, que era de los extranjeros, el que mejor com- prendían sus enemigos, se apercibió desde luego que es-taban divididos en dos bandos; uno que guiaba Ronaldy otro Eindridi, aquel noruego que servía en la guardia

del emperador bizantino; y dirigiéndose después a este,diciéndole que el señor del castillo daría con gusto sustesoros al que quisiera salvarle la vida, el asunto se arre-gló muy pronto sin que lo supiese el iarl.  Eindridi pro-metió al castellano sustraerlo a sus enemigos, y por su

 parte, el castellano se comprometió a recompensarlo

generosamente.Vuelto el señor a su fortaleza, los orcadinos prendie-

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Ermengarda, Eindridi hizo apagar el incendio por la parte cuyo ataque le estaba confiada, y salvó al señor

del peligro. El castillo fué tomado y muchos de sus de-fensores degollados: pero los vencedores quedaron muydisgustados de no encontrar ni al castellano ni sus ri-quezas. Las sospechas recayeron en Eindridi; mas comotodo había ocurrido en medio de un humo espesísimo,no pudo probarse su perfidia.

Después de la cuaresma abandonaron Galicia, y siem- pre en dirección al Estrecho, no dejaron de invadir confrecuencia el territorio sarraceno (107).

La expedición de Ronald, verificada ocho años des- pués de la destrucción de la estatua de Cádiz, es decir,en la época en que el autor árabe, citado antes, fija el

fin de las invasiones de los Madjus, parece haber sidola última. En adelante los orcadinos, aunque siguieronalgún tiempo siendo vikingos, tuvieron demasiado quehacer en su casa y en sus inmediaciones, para poder em-

 prender expediciones lejanas.

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VII

EXPEDICIONES DE LOS NORMANDOS DEFRANCIA

.A m n q u e los noruegos, a quienes Carlos el Simple ha- bía cedido una provincia de su reino, adoptaron prontola lengua, costumbres y leyes de sus súbditos franceses,

conservaron, sin embargo, su carácter distintivo. Acos-tumbrados al cambio y a las aventuras, no podían ave-nirse a la vida monótona que hacían en su nueva patria.Piratas por naturaleza, y amigos de enriquecerse con el

 botín, miraban lo que poseían con ojos despreciativos;su ambición era conquistar tesoros y reinos con la pun-

ta de su espada y como sabían soportar el calor y el frío,la sed y el hambre, las fatigas y las privaciones, aban-donaban alegremente Normandía para ir a realizar sussueños a paises lejanos (108). Todo el mundo ha oido

(108) «Est quippe gens-, spe alias plus lucrandi, patrios agros vili- 

pendens; quoestus et dominationis avida; —laboris, inedioe, algoris, ubi fortuna expedit, patiens.»[Es sin duda un pueblo que con la esperanza de obtener más ávi

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hablar de sus brillantes expediciones por Italia. Pero lasque hicieron a España merecen ser mejor conocidas delo que son, y vamos a presentar los datos que acerca deellas hemos podido recoger.

Según la crónica de Ademar, los normandos llegarona Cataluña, en el 1018, bajo el mando de Rogerio. En-trados al servicio de Ermesinda, que gobernaba enton-ces el condado de Barcelona, en nombre de su hijo me-nor, pelearon contra muchos príncipes sarracenos y en-tre otros Muset, es decir, Mojehid, príncipe de Denia yde las Baleares, el mayor pirata de su época, destructorde Pisa en 1012 y dueño de Cerdeña durante muchotiempo. Un día que Rogerio, casado con una hija de Er-mesinda, sólo tenía a su lado cuarenta hombres, cayóen una emboscada y se vió cercado de improviso porquinientos enemigos. Su hermano bastardo fue muerto; pero él y los suyos se defendieron con el mayor valor,y, dejando tendidos en el campo a más de cien enemi-gos, volvieron a su campamento sin que los sarracenosse atrevieran a perseguirlo (109). ¿Quién era este Ro-

gerio? Según Marea (110) debe leerse Ricardo porqueen el año 1018 el duque de Normandía se llamaba Ri-cardo II y no Rogerio. Semejante opinión no nos pare-ce plausible. Los duques de Normandía estaban dema-siado encumbrados para entrometerse en tales expedi-ciones. El erudito M. Bofarull (111) parece muy incli-

nado a rechazar todo el relato de Ademar, fundado enque no se encuentra en las crónicas españolas o árabesy en que ningún título habla de una hija de Ermesinda;

 pero el sabio archivero del Catálogo sabe mejor que no-sotros que, cuando se trata de la historia de la Edad Me-dia, esto es, de una historia cuyas fuentes son muy in-

completas, debe recurrirse lo menos posible a angumen

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tos deducidos del silencio de las crónicas y de las car-tas. En las crónicas normandas de Orderico Vital y de

Guillermo de Jumiéges hállanse algunas líneas que, sino confirman todos los detalles suministrados por Ade-mar, ponen al menos fuera de duda la permanencia deRogé rio en España, explicándonos al mismo tiempoquien era este personaje. Orderico Vital (112), hablan-do de un caballero normando que hizo voto de pobreza

y fue además director de un hospicio en las fronteras deBabiera y de Bohemia, dice de pasada que este perso-naje era pariente de «Rogerio de Toeni, apellidado elespañol». En otro lugar (113) lo llama Rogerio de Es- paña. Guillermo de Jumiéges, por su parte, dice queRogerio de Toeni, abanderado, es decir, general en jefe

de la Normandía, caballero orgulloso y de gran poderestuvo en España y se distinguió en muchas expedicio-nes peleando contra los sarracenos. Ahora bien, comola época en que vivía este Rogerio es de la que hablaAdemar, es evidente que se trata de la misma persona;

 pues era en efecto de la familia de los señores de Toeni

y de Conches, la cual descendía a su vez de Malehuche,tío de Rollón, que desempeñó un papel muy importan-te en la historia de Normandía. Este mismo Rogerio deToeni fue quien, cuando el duque Roberto el Diablo fuemuerto en Nicea, después de su vuelta de Jerusalem(1035), se negó a reconocer al hijo bastardo de Rober-

to, Guillermo (el Conquistador). Poco después fue ven-cido y muerto por Rogerio de Beaumont (114).

Los normandos hicieron también otra expedición aEspaña que sólo nos es conocida por las crónicas árabes.

Es bien sabido por las latinas que la fortaleza de Bar

 bastro en Aragón, baluarte de Zaragoza, cayó por se-gunda vez en poder de los sarracenos en 1065; pero es

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tas crónicas apenas indican que el año anterior los cris-tianos habían quitado a los moros la ciudad de Barbas

tro. IbnHayyan, historiador cordobés de aquel tiempo,trae por el contrario nóticias extensas y curiosas sobreel sitio y toma de dicha ciudad en 1064, siendo para no-sotros la de más importancia que nombra a la naciónque conquistó la fortaleza. Este nombre propio está al-terado en los manuscritos de Maccari, que cita una par-

te del pasaje de IbnHayyan (115), y trae  Al-ardeme- lisch  acabado en sin o en schim: también el Sr. Gayangos en su traducción compendiada de Maccari, trae  A l

ardemelisy y en una nota de este pasaje propone que selea Alarademir , lo que, si hubiéramos eje creerlo, signi-ficaría Sancho I, hijo de Ramiro. Mas, como los manus-

critos de IbnBasám, donde el pasaje de Hayyan se en-cuentra copiado íntegro, trae el uno  Djysch Alordo- mányn, y el otro  Djysch Alordomanyyn nos hemos con-vencido que debe pronunciarse  Alordomani  y traducirel ejército de los normandos. En efecto IbnAdhari, ha- blando de la invasión de los daneses en 971 (116) los

nombra igualmente  A l Madjus alordomanyyny y loscronistas latinos de España dan también a los piratas es-candinavos el nombre de  Lordomani  (117). Por otrolado el autor del  Holal   dice que los conquistadores deBarbastro venían de Francia y hay también en el relatode IbnHayyan, en la poesía francesa de la Edad Media

y aún en las crónicas normandas, pruebas ciertas de queBarbastro fue tomado por los normandos, como demos-traremos más adelante. Lo que ahora nos cumple haceren primer término es traducir el interesante relato deIbnHayyan, debiendo advertir que seguiremos el textoque se encuentra en IbnBasam y no en Maccari, pues

este último autor como dijimos en una breve nota colo

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cada en la edición de Leiden, cita este pasaje de una ma-nera por extremo inexacta (118).

(118) Para esta traducción hemos tenido a nuestra disposición dos 

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RELATO. DE LA TOMA DE BARBASTRO

Y DE LA RECUPERACION DE ESTA CIUDADPOR LOS MUSULMANES

He aquí lo que dice IbnHayyan sobreeste punto. En el año 456 el enemigo se apo-

deró de Barbastro, la fortaleza más impor-tante de la Barbitania (119) entre Lérida yZaragoza, las dos columnas de la fronterasuperior; de Barbastro, venerable madredonde el islamismo había florecido desde lasconquistas de Muza IbnNosair; la que du-

rante siglos había disfrutado de una prospe-ridad continua mientras otras ciudades searruinaban; la de fértil territorio y de fuer-tes murallas; la que edificada en las orillasdel Vero (120) era el baluarte de los habi-tantes de la frontera contra los ataques delos enemigos; la que estuvo trescientos se-senta y tres años en poder de los musulma-nes, y en la que echó más profundas raícesla religión muslímica. Así, que cuando unmensajero de desdicha vino de improviso aCórdoba a principio del mes de Ramadhandel referido año (mediados de Agosto 1064)a participarnos la caida de esta ciudad, la no-ticia hirió nuestros oidos como un trueno,exasperó los corazones hasta el delirio, ehizo temblar toda la tierra de España de un

(119) Antiguo nombre de Sobrarbe. « Q u o d modo dicitur Superar- 

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extremo a otro. Desde entonces no se hablóde otra cosa que de este triste acontecimien-

to, y todo el mundo creía ya que, dada la dis- posición de ánimo de príncipes y faquíes, lamisma Córdoba correría bien pronto la mis-ma suerte (121).

Refiramos ahora la terrible calamidad queasoló a Barbastro. El ejército de los nor-

mandos sitió largo tiempo esta ciudad y ledirigió vigorosos ataques. El príncipe YusufIbnSolaiman IbnHud (122), a quien perte-necía, viéndola en tan grave riesgo, la aban-donó a su suerte, y los habitantes se encon-traron reducidos a sus propias fuerzas. Ha-

cía ya más de cuarenta días que duraba el si-tio y los sitiados comenzaron a disputarse losescasos víveres que poseían. Enterados losenemigos, redoblaron entonces sus esfuer-zos y consiguieron apoderarse del arrabal.Cerca de cinco mil caballeros entraron en él;

los sitiados, entre quienes comenzaba a cun-dir el desaliento, se fortificaron entonces enla ciudad, y se trabó un encarnizado comba-te en que perecieron quinientos cristianos;(123) pero el Todopoderoso quiso que unaenorme y durísima piedra de un muro cons-

truido por los antiguos, cayese en un canal

(121) Omitimos las consideraciones que da Ibn-Hayyan aquí respecto a los faquíes y príncipes de aquella época, pues aunque interesantes, nada tienen que ver con los normandos.

(122) Es decir, Modhafar de Lérida.(123) El conde Ermengaudio de Urgel parece haber sido uno de  

este número. Gesta Comitum. Barc.  c. VII:«Succesit ei Ermengaudus filius eius, qui dictus fuit de  Barbastre , 

eo quia in obsidione Barbastrensis castri, quod a Sarracenis adhue de-

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subterráneo, también de construcción anti-gua, que llevaba a la ciudad el agua del río,y lo obstruyese enteramente. Entonces lossoldados de la guarnición, temerosos de mo-rir ahogados de sed, ofrecieron entregarse,estipulando que conservarían sólo la vida yentregarían sus bienes y familia a los enemi-gos de Dios. Estos les concedieron lo que pedían; pero violaron su palabra, pues ape-nas salidos los soldados de la ciudad, los de-gollaron a todos, excepto al jefe IbnAtTawil, al cadi IbnIsa y a un pequeño númerode personas notables. El botín que los infie-les cogieron en Barbastro fue inmenso.

Cuéntase que a su general en jefe, coman-dante de la caballería de Roma, le cupieronen parte, cerca de mil quinientas jóvenes yquinientas cargas de muebles, ornamentos,vertidos y tapices, y también que en estaocasión, cincuenta mil (124) personas fue-

ron muertas o reducidas a esclavitud.Los infieles se establecieron en Barbastroy allí se fortificaron.

Un número incalculable de mujeres,cuando abandonaron la fortaleza en que seahogaban de sed, se arrojaron al agua y be-

 bieron inmoderadamente, cayendo muertasen el mismo instante. En general la calami-dad que sobrevino a esta ciudad fue tal, que

ceños y en el cual se distinguió, murió el mismo año en que fue tomado el castillo, 1065 de la encarnación de Cristo».]

(Armengol III, conde de Urgel, 104*0-1065, fue sucedido por su hijo, 

Armengol IV, 1065-1092).En lugar de 1065, el autor debió decir 1064. Esta misma falta se en

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es necesario renunciar a describirla con to-dos sus horribles pormenores. Según me han

referido, acontecía a menudo que algunamujer rogaba a los infieles desde lo alto delas murallas, que le diese un poco de agua para ella o para su hijo, y entonces recibíaesta respuesta: «dame lo que tienes, échamealguna cosa que me guste y te daré de be-

 ber». Ella obedeciendo arrojaba al soldadolo que tenía, vestidos, adornos o dinero y almismo tiempo le tiraba un odre atado a unacuerda que el soldado le llenaba de agua, yde este modo podía la infeliz aplacar su pro- pia sed o la de su hijo. Pero cuando el ge-

neral en jefe se enteró de esto, prohibió asus soldados dar agua a las mujeres de la for-taleza; «tened un poco de paciencia, les dijo,y pronto caerán los sitiados en vuestro po-der». En efecto muy pronto estos se vieronobligados a entregarse para no morirse de

sed, pero obtuvieron el amán. El jefe sinembargo sintió gran inquietud cuando vió lonumerosos que eran y, temiendo que por re-cobrar su libertad se entregasen a un actode desesperación, ordenó a sus soldadosque, espada en mano, aclarasen sus filas.

Muchos de ellos, cerca de seis mil, a lo quese dice, fueron muertos entonces. Luego elrey (125) hizo cesar el degüello y dió ordena los habitantes de la ciudad de salir con susfamilias. Todos se apresuraron a obedecer, pero fue tal la muchedumbre que se agolpóa las puertas, que muchos ancianos, muje

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res y niños quedaron ahogados. Muchas per-sonas por evitar toda demora y llegar lo más

 pronto posible donde hubiese agua, se deja-ron descolgar por medio de cuerdas de loalto de las almenas de las murallas y cercade setecientos (entre notables y bravosguerreros) prefiriendo morir de sed a ser de-gollados, se quedaron en la ciudad.

Cuando los que escaparon a la espada yno murieron ahogados en el tropel se reu-nieron en la plaza, cerca de la fuente prin-cipal, donde esperaban su suerte con inde-cible ansiedad, se les hizo saber que todoslos que poseyesen una casa tenían que en-

trar en la ciudad con su familia. Se empleóhasta la fuerza para obligarlos a ello, y al en-trar de nuevo en la ciudad, sufrieron casitanto como al salir pues el gentio fue tam- bién inmenso. Después, vueltos los habitan-tes a sus moradas con sus familias, los infie-

les,^ obedeciendo las órdenes de su jefe(126), dividieron todo entre ellos, según lasconvenciones fijadas de antemano. Cada ca- ballero a quien tocaba una casa, recibía ade-más todo lo que había dentro, mujeres, ni-ños y dinero y podía hacer del dueño cuan-

to se le antojase: se apoderaba también decuanto éste le enseñaba, obligándole contorturas de toda especie a no ocultarle cosaalguna. A veces los musulmanes morían enel martirio, lo que era realmente una dicha para ellos, porque el que sobrevivía tenía

que experimentar dolores mucho más gra-ves aún, pues los infieles, por un refinamien-

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hijas y mujeres de sus prisioneros ante susmismos ojos. Los desdichados se veían obli-gados a presenciar, cargados de cadenas es-

tas escenas horribles, vertiendo abundanteslágrimas y sintiendo despedazarse su cora-zón. La suerte de las mujeres empleadas enlos trabajos domésticos, no era mejor, pueslos caballeros, cuando no las querían, lasabandonaban a sus pajes y criados para queestos dispusieran de ellas a su albedrío. Im- posible es referir todo lo que los infieles hi-cieron en Barbastro. Tres días después de latoma de la ciudad fueron a cercar a los quese encontraban en la parte más elevada dela ciudadela, quienes casi desconocidos porla sed, se rindieron después de haber obte-nido el amán, siendo en efecto perdonados

 por los infieles; pero cuando abandonaronBarbastro para dirigirse a Monzón, la ciu-dad más próxima de las que estaban en po-der de los musulmanes, se encontraron concaballeros cristianos, que no habiendo asis-tido al sitio e ignorantes de que estos desdi-chados estaban en libertad, los degollaron atodos, a excepción de algunos que en núme-ro muy reducido consiguieron escaparse porla huida. Deplorable fue en verdad el fin deesta tropa; Dios lo había querido así.

Cuando el rey de los Rumies se decidió aabandonar Barbastro, y volverse a su país,eligió entre las jóvenes musulmanas, las ca-sadas que se distinguían por su belleza, las

doncellas y los muchachos más graciosos,muchos miles de personas que llevó consigo

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Antes de concluir este relato sobre el quedeben meditar mucho los hombres de juicio,contaré una historia singular, ligada con él,que dará idea de lo que hemos creido deberomitir, y a los hombres inteligentes una no-ción precisa de las desgracias que tambiénnosotros debemos temer. He aquí lo que meha escrito uno de mis corresponsales de lafrontera. Después de la toma de Barbastro,un mercader judío vino a esta ciudad des-graciada para rescatar del cautiverio a las hi-

 jas de un sujeto importante que escapó deldegüello. Sabíase que estas damas habíantocado en el reparto a un conde de la guar-

nición. He aquí ahora lo que el judío me hacontado: «Llegado a Barbastro hice que meindicasen el domicilio de este conde y me di-rigí a él. Me hice anunciar y lo encontré ves-tido con los más preciosos trajes del antiguodueño de la casa y sentado en el sofá que

aquel ocupaba de ordinario. El sofá y todala habitación se hallaba aún en el mismo es-tado en que quedó el día en que su dueñose vjó precisado a abandonarla. Nada habíacambiado ni en los muebles ni en el decora-do. Alrededor del conde y sirviéndole había

muchas lindas muchachas con el cabello le-vantado. Saludándome el conde me pregun-tó el motivo de mi visita: le informé de él yle dije que estaba autorizado para pagar unagruesa suma por el rescate de algunas de las

 jóvenes que allí se encontraban. Entonces

se sonrió y me dijo en su lengua: —Si vie-nes a eso vete enseguida: no quiero vender

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ánimo, le respondí, entrar en vuestro casti-llo; me encuentro aquí perfectamente y séque, gracias a vuestra benévola protección,

nada tengo que temer. Decidme cuanto quereis por algunas de las que están aquí; vereis que no escatimo el precio.—¿Qué tie-nes que ofrecerme?—Oro muy puro y telas

 preciosas y raras.—Me hablas de esas cosascomo si yo no las tuviera.—Luego dirigién-

dose a una de las criadas de que ha- blé,—Madj a, dijo, (quería decir Bahdja, pero como era extranjero, estropeaba estenombre de esa manera) enséñale a este pi-caro judío algo de lo que se encuentra enese cofre. La muchacha obedeciendo sacó

del cofre talegos llenos de oro y de plata yuna multitud de estuches y los colocó delan-te del cristiano, y eran en tanto número, quecasi lo ocultaban a mi vista—Acerca ahorauno de esos fardos ,rañadió el conde, y lamuchacha trajo tantas piezas de seda, de filadif y de brocados preciosos, que me que-dé deslumbrado y estupefacto. Conocí bienque lo que yo tenía que ofrecer era nada encomparación con aquellas riquezas.—Tengotantas cosas de esas, dijo entonces el conde,que no me cuido de ellas; pero aunque nolas tuviese, y quisieran darme todo eso encambio de mi querida, que es la que ves, nola cedería, te lo juro, porque es la hija delantiguo dueño de esta casa, hombre muyconsiderado entre los suyos; por esta razón

la he hecho mi manceba, sin contar ademásque es de peregrina hermosura y que espe-

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ahora nos toca a nosotros tomar la revan-cha.—Luego indicando a otra joven algomás alejada, continuó: —¿Ves esa mujercuya belleza quita el sentido? pues bien, erala cantadora de su padre, un libertino que,cuando se embriagaba, gustaba de escucharsus cantares.—Luego, llamando a la mucha-cha, la d i jo chapurreando e l árabe:

(127)—Toma tu laúd y cántale a nuestrohuésped alguna de tus canciones.—Ellatomó entonces su laúd y se sentó para tem- plarlo, y yo veía rodar lágrimas por sus me- jillas y que el cristiano las enjugaba furtiva-mente. Enseguida se puso a cantar versos

que yo no comprendí (128), y que, por con-siguiente, el cristiano comprendía menosaún; pero lo que me causó más extrañezafue que éste no dejaba de beber mientrasella cantaba, y que manifestaba una granalegría como si comprendiese las palabras

del aire que la muchacha entonaba.Cuando acabó me levanté para irme per-suadido de que no conseguiría mi objeto.Iba, pues, a ocuparme de mis negocios decomercio, pero mi asombro no conoció lími-tes, cuando vi el inmenso número de muje-

res y la enorme cantidad de riquezas que es-taban en manos de esas gentes».

IbnHayyan refiere más adelante la recuperación deBarbastro por Moctadir de Zaragoza, a quien su aliado

(127) El conde no hablaba árabe sino cuando se dirigía a las jóvenes: con el judío hablaba en francés.

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Motadhid de Sevilla envió un refuerzo de quinientos ca- balleros. El combate fue encarnizado por ambas partes,

 pero habiendo perdido los cristianos cerca de mil caba-lleros y cinco mil peones (de lo que puede deducirse quela guarnición normanda de Barbastro había sido refor-zada por los españoles) los musulmanes quedaron pordueños, no siendo más humanos que fueron los norman-dos; pues excepto los niños y algunos jefes que se res-

cataron, pasaron a cuchillo a cuantos encontraron en la plaza. La noticia de este acontecimiento, del que los mu-sulmanes se alegraron mucho, llegó a Córdoba uno delos primeros días del mes de Mayo del año 1065 (129).

El sitio y la toma de Barbastro por los normandos cau-só en Córdoba, como vimos, inmensa sensación, no sólo

 por ser Barbastro una fortaleza de gran importancia,sino por ser los sitiadores de una nación mucho más im- placable que la española. Esta conquista, con la que losnormandos Ladquirieron riquezas fabulosas, debió en-contrar mucho eco en Francia, pues aunque sus cróni-cas no hablan de ella, la poesía ha conservado su re-

cuerdo.  Barbastre  es el grito de guerra de un caballerofrancés (130) en la batalla de Aleschans, rama del Ro-mance de Guillermo el de la Nariz cortada.  Li siéges de  Barbastre  es el título de un romance caballeresco, queexiste en la Biblioteca Imperial, romance que es la sex-ta rama del de Aimeri de Narbona; primera rama a su

vez del ya citado de Guillermo el de la Nariz cortada,cuyo autor, en cuanto puede juzgarse por un breve aná-lisis de su obra (131) ha tratado la historia con exage-rada libertad. Por este motivo en vez de estudiar su tra-

 bajo preferimos llamar la atención de nuestros lectores

(129) En 1101 Barbastro fue recobrado por Pedro de Aragón y desde entonces esta ciudad ha estado siempre en poder de los cristianos

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sobre el jefe de los normandos, a quien Ibn Hayyan dael título de «general en jefe de la caballería romana» yel cual era, según procuraremos demostrar, uno de los

héroes más renombrados de la poesía francesa de laEdad Media, Guillermo el de la Nariz cortada.

Por este nombre confundieron los trovadores a unamultitud de héroes del mismo y aún de diferente nom- bre, entre los cuales era el más antiguo y principal elconde o duque de Tolosa o Aquitania, contemporáneode Cario Magno, que se distinguió por su firmeza y va-lor cuando los sarracenos de España invadieron el Me-diodía de Francia.

Mi excelente amigo Mr. Jonkbloet, en la erudita in-troducción que hizo a su preciosa edición de una partedel Romance de Guillermo, trata muy por extenso deeste personaje y de otros muchos que los poemas hanconfundido con él, pero prestando poca atención al ele-mento normando, no obstante que éste forma uno desus rasgos más distintivos, como dijimos en otra parte(132) no ha conseguido encontrar en la historia el ver-dadero Guillermq, el de la Nariz cortada, el cual eranormando y vivió en el siglo XI.

 Notemos primero con Mr. Jonkbloet que no hay equi-valente provenzal para el apellido au cort nés  y que enel gran poema provenzal sobre la guerra contra los Al bigenses la forma que pertenece al Norte de Francia se

ha conservado donde el poeta dice;Senhorsy remembre vos Guilhelme al cort nés,Co ab sed d ’Aurenca sufrit tan desturbicrs.

Guillermo el de la Nariz cortada era, pues, un héroedel Norte de Francia. Veamos si no es posible encon-trarlo en la historia.

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El mismo romance facilita nuestras indagaciones. Unade sus ramas, la titulada «Le Couronnement de Louis» 

enteramente de origen normando, a nuestro juicio, nosdice el punto donde Guillermo acostumbraba a residir.Explicado el origen del apellido del conde, el trovadorañade, que Luis, después de coronarse en Roma, vol-vió a  Mosterel sor mer, en donde ya esperaba vivir tran-quilo. Este lugar, citado por el cronista Benito de S.

Mauro de muchas maneras (Mosterol ,  Mosteroel,  etc.)y llamado  Monasteriolum en latín; es por lo tanto Montreuil sur Mer, ciudad del departamento del Pa-so de Calais. El conde de Montreuil (mejor dicho dePonthieu) era propiamente un feudo que provenía dela casa de Capeto; pero cuando Araul de Flandes lo

arrebató al conde Herluin, hacia el año 943, éste, quehabía implorado inútilmente el auxilio de su soberanoLuis el Grande, se colocó bajo la protección del duquede Normandía, Guillermo, el de la Larga Espada, mer-ced al cual, fue vuelto a poner en posesión de su con-dado que, a partir de esta épefca, se consideró como un

feudo procedente de Normandía (133).Según el poema, Guillermo residía en Montreuil, era

conde de dicha localidad y en su consecuencia vasallodel duque de Normandía; así lo indica él mismo en elromance, pues cuando el duque Ricardo quiere colocara su propio hijo en el trono de Francia, grita lleno deindignación (134).

Ge te deffi, Richar , toi et ta terre!

 En ton servise ne vueill ore plus estre!

Este Guillermo de Montreuil, (que así conviene lla-marlo,) estuvo al servicio del Papa, según el poema,

f l hi t i t t El it li L ó

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obispo de Ostia, lo cita entre los normandos que com- batieron en Italia. Orderico Vital trae también noticias

muy detalladas de él y de su familia, haciéndonos saberque llegó casi en la misma época que los hijos de Tancredo de Bauteville y que, entrado al servicio del Papay hecho general en jefe (135) de las tropas romanas, so-metió como tal al dominio de aquel la Campania que sehabía sublevado. También cita Orderico dos de los pa-

 pas bajo quienes sirvió Guillermo, a saber: Nicolás II(10581061) y Alejandro II (10611075) y como éste ocu- paba la sede pontificia en la época de la toma de Bar- bastro creemos poder afirmar que el jefe a quien IbnHayyan da el título de «general en jefe de la caballeríade Roma», era Guillermo el de la Nariz Cortada, con-

de de Montreuil.Y no se nos objete que Orderico no menciona el apo-

do de Guillermo, circunstancia nada extraña, pues ni loshistoriadores graves citan tales apodos, ni era naturalque el monje de S. Evrul, lleno de respeto hacia Gui-llermo que como todos los miembros de su familia, ha-

 bía colmado de beneficios a su claustro, fuese a llevarsu desagradecimiento al punto de aplicar a su protectorel ridículo apodo con que era conocido en los roman-ces, apodo verdaderamente infamante, pues en aquellaépoca se consideraba una deshonra tener cortada la na-riz, bien fuese a consecuencia de condena judicial, bien

de un combate (136).Si, pues, nuestro raciocinio es exacto como creemos,

el relato de IbnHayyan es de inmenso valor para Fran-cia; y, merced a él y a los pasajes de Orderico, desaten-didos hasta aquí, poseemos ya datos fidedignos de unhéroe cuyas expediciones han sido tan celebradas por 

(135) «Romani exercitus Princeps militae factus vexillum Sancti Pe

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los trovadores, y cuya misma existencia andaba aún puesta en tela de juicio.

Otra expedición normanda será ahora objeto de nues-tro estudio. Acaso haya quien imagine que los norman-dos, ocupados con sus expediciones a Italia, la conquis-ta de Inglaterra, dos años después de la toma de Bar- bastro, y por último, con las Cruzadas en que tomarontanta participación, no tendrían tiempo para ir a

guerrear con los moros de España; mas no fue así, y a principio del siglo XII los encontramos en la Península,y a uno de ellos fundando un principado en Cataluña.

Hallábase entonces Yusuf el Almoravide en el apo-geo de su poder, dueño de los tronos de casi todos losreyezuelos andaluces, podía arrojar contra la España

cristiana en un momento dado todas las fuerzas de laMauritania y de la España muslímica. Uníase a esto quelos cristianos acababan de perder en el Cid, a uno desus más valientes defensores, que el general Mazdalíasediaba Valencia. Todo hacía presagiar que Jimena no

 podría sostenerse mucho tiempo en esta ciudad, y, si

este baluarte de la España cristiana por el lado del Estecaía en poder de los infieles, el condado de Barcelonay el reino de Aragón corrían gran peligro: más aún, losAlmorávides posesionados de Fraga (137) estaban ya asus puertas.

En tal estado de cosas, el rey de Aragón, Alfonso el

Batallador, buscó aliados y se dirigió a su primo herma-no Rotrou, conde de Mortagne o del Perche (138), aca- bado de llegar a su patria de vuelta de la Primera Cru-zada en que había tomado parte con su soberano Ro- berto de Normandía. Como Alfonso prometía a todoslos que le viniesen a ayudar un gran sueldo, y aún ex-celentes tierras a los que quisieran establecerse en su rei

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no, Rotrou y otros muchos normandos se pusieron enmarcha hacia Aragón. Allí combatieron denodadamen-te contra los sarracenos; pero los aragoneses llevandosu ingratitud al extremo, pretendieron degollarlos conla aprobación de su rey. Afortunadamente para los nor-mandos no faltó quien los informase del complot fra-guado contra ellos, y engañados e irritados se volvierona Francia. Los sarracenos se apresuraron a aprovechar-se de su partida, y redujeron a Alfonso a tal extremo,que lo obligaron a su pesar a implorar de nuevo el so-corro de su primo, a quien prometió reparar las ofensasque le había hecho, jurándole dar tierras a cuantos lasquisieren. Cediendo a sus ruegos, y olvidando genero-samente sus agravios, el conde de Perche trajo a Ara-gón un numeroso ejército, reclutado en Normandía yotras provincias de Francia. Esta vez los auxiliares en-contraron en Aragón excelente acogida y prestaron tam- bién a los que les daban alojamiento grandes servicios:después de arrojar al enemigo de las fronteras, que ha- bía invadido, hicieron a su país teatro de la guerra.

Veinte años combatieron a los sarracenos, a juzgar por las fechas que se encuentran en Orderico Vital, elcual da sobre estas expediciones, noticias muy confusas.Al cabo de este tiempo la mayor parte de ellos, talescomo Rotrou del Perche, Silvestre de SaintKarilef yReinaud de Bailleul, se volvieron a Francia. Algunos

sin embargo se quedaron en España donde habían reci- bido tierras, siendo el más notable de estos Roberto deCulei que llegó a ser príncipe de Tarragona y a quiense dio el sobrenombre de Bordet o Burdet (139).

En tiempo de la conquista musulmana, en el siglo VIII,la ciudad de Tarragona quedó completamente arruina-

da y los esfuerzos hechos por el Papa Urbano II, a quienel conde Berenguer la dió con todo su territorio, fueron

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volvió su antiguo rango de metrópoli; en vano confirmólos ventajosos privilegios que el conde había concedidoa los futuros habitantes; en vano prometió a los que qui-siesen reconstruirla y establecerse en ella las indulgen-cias sólo concedidas de ordinario a los que iban en pe-regrinación a Jerusalem, todo fue inútil. Su sucesor,Pascual II, tuvo que declarar en 1108 inhabitable aTarragona (140) y veinte años después toda la ciudad yaún la catedral estaban llenas de hayas frondosas y deencinas seculares (141). Los catalanes se acobardaronante las dificultades de esta gran empresa y los enormesgastos que exigía; pero lo que ellos no hicieron, lo llevóa cabo el caballero normando Roberto Bordet. Por unacta firmada el 14 de Marzo del año 1128 (142) el arzo-

 bispo Oldegario, nacido en el Mediodía de Francia,donó en feudo a Roberto y a sus descendientes el prin-cipado de Tarragona, recibido por él (salvo la sobera-nía de la Santa Sede) del condado de Barcelona; reser-vándose únicamente la jurisdicción eclesiástica y losdiezmos. Roberto, por su parte, se comprometió a ree-

dificar la ciudad y a defenderla; y, poniendo enseguidamanos a la obra, arrancáronse los árboles, edificáronsecasas en su lugar, y, para poner la ciudad a salvo de ungolpe de mano, construyéronse buenas murallas «com- puestas de piedras de mármol blanco y negro, de tan sin-gular belleza» que según se expresa un geógrafo árabe

(143) excitaba la admiración de los viajeros. Concluidoslos primeros trabajos, Roberto fué a Roma para pediral Papa, de quien era entonces su vasallo, la ratificaciónde la donación de Oldegario. Obtenido su deseo, se di-rigió a Normandía para comprometer a alguno de susamigos a establecerse en Tarragona, quedando durante

(140) Véase «Esp. Sagr.» t. XXV, p. 112.

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su ausencia su joven y bellísima esposa Sibila encarga-da de velar por la ciudad. En efecto, todas las noches

se la* veía armada de coraza con una varilla en la mano,recorrer las calles y las murallas, exhortando a los sol-dados a estar prevenidos contra los engaños o los ata-ques súbitos del enemigo.

Grandes elogios merece, —exclama elcronista a quien seguimos—, esa joven ve-lando con tanta fidelidad y amor por los in-tereses de su esposo, y gobernando el pue- blo de Dios con tanta piedad, asiduidad einteligencia.

En adelante, Roberto Bordet, príncipe o conde deTarragona (que de ambas maneras era llamado) se dis-tinguió muchas veces en las guerras contra los sarrace-nos, y de este modo adquirió nuevos títulos al recono-

cimiento de los catalanes (144). Por desdicha la grati-tud con los extranjeros era entonces una cosa muy raraen España, como demasiado tuvieron que experimen-tarlo Roberto y su familia.

Mientras Tarrágona, aún en ruinas, situada en lasfronteras de Cataluña, se hallaba continuamente ex-

 puesta a los ataques de los sarracenos, el conde de Bar-celona y el arzobispo se apresuraron a aceptar los ser-vicios del caballero francés; pero durante los veinte añosque siguieron a la donación de Oldegerio, las cosas cam- biaron de aspecto y el conde, dueño ya de Lérida, Fra-ga y Tortosa, comenzó a maravillarse de que hubiese en

sus estados un principado que sin depender de él, hu- biese dejado de ser provincia fronteriza. Daba muchísi-

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 por los recuerdos que evocaba el nombre de Tarrago-na, capital de la mayor de las tres provincias de España bajo la dominación romana, sino porque él mismo con-taba con hacerla capital de sus estados (145) en cuantola obtuviese. Por su parte, el arzobispo, es decir, Ber-nardo Tord o Torts, encargado de la diócesis en 1146,comprendiendo que su predecesor Oldegario había par-tido de ligero al dar a un aventurero normando tan ex-

tenso y hermoso territorio, buscó un medio de anularesta donación; pero como hombre prudente y hábil, pro-curó no violentar ni precipitar el asunto, y para ello co-menzó por confirmar la referida donación por un actafechada el 9 de febrero de 1148 (146), donde al par quese conservaban cuidadosamente las mismas expresiones

del acta primitiva, se intercalaban frases que cambiaban por completo el contenido.Oldegario, como dijimos, se reservó sólo la jurisdicción

eclesiástica y los diezmos; Bernardo, por el contrario,llamó a sí la quinta parte de todos los impuestos y detodas las multas; permitiendo a'Roberto tener en la ciu-

dad un horno y un molino, a condición de tener él tam- bién los suyos.Confesamos que nos cuesta algún trabajo explicarnos

 por qué el príncipe Roberto cedió al arzobispo una gran parte de sus derechos; pero nos sorprende aún más quetres años más tarde, accediendo a las pretensiones del

arzobispo, no enteramente infundadas, le diese todo su principado. El mismo Roberto no negaba que existía un

(145) «Tarragona, quae caput totius regni mei fore dinoscitur... Ouia civitas illa sicuti maior est dignitate ómnibus regni mei ci- vitatibus...».

[«Tarragona, de la que se dice se distinguía por ser la cabeza de todo mi reino... puesto que aquella ciudad es la de mayor dignidad entre todas las ciudades de mi reino».]

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acta firmada por él, su esposa y Guillermo, su hijo ma-yor, en la cual cedía su principado al arzobispo, quien,añadía, le había engañado al hacerle suscribir el docu-

mento (147). En punto a actas, la gente de iglesia, pre-ciso es confesarlo, llevaba en aquel tiempo inmensasventajas a los legos, pues éstos no se hallaban en esta-do de leer por sí los documentos a cuyo pie se les hacía

 poner una cruz; y aún cuando hubiesen podido hacerlo,tampoco los hubiesen comprendido, por estar redacta-

dos en una lengua muerta, desconocida para ellos.En el mismo mes en que se ventilaban ésta y otras im-

 portantes cuestiones ante la corte del conde de Barce-lona, el arzobispo Bernardo, completamente resuelto adesembarazarse de los extranjeros, con el consentimien-to del Papa, de sus sufragáneos y de los canónigos, donóal conde, según dicen, la ciudad de Tarragona y su terri-torio haciendo muchas reservas en su propio interés(148). En cuanto al príncipe Roberto, su nombre noaparece en esta donación, y sólo se menciona donde elarzobispo dice que dona Tarragona al conde «propter  malorum hominum illam perturbantium inquietationem» («por causa de las perturbaciones y agitaciones de aque-llos hombres perversos»).

¿Tenía el arzobispo derecho de hacer esta donación?Lo hubiera tenido, a no dudarlo, si Roberto le hubiesecedido realmente su principado; mas éste negaba la ce-sión, y ésta a decir verdad, no tiene trazas de verosímil.Si pues Roberto no había hecho donación de Tarrago-na al arzobispo, éste no podía disponer de ella en favorde un tercero. El caballero francés había recibido Tarra-gona como feudo hereditario, y según el derecho feu-dal, no podía ser desposeído de ella sino a causa de fe-

lonía, de la cual el arzobispo no se atrevió a acusarle.Podemos decir, por tanto, que la donación de Bernar

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do era un documento sin ningún valor; siendo lo más no-table que el mismo conde jamás se atrevió a hacer usode él, aunque su corte declaró por una sentencia la va-

lidez del acta en virtud de la cual Roberto cedía su prin-cipado al arzobispo.

Algún tiempo después Roberto murió dejando tres hi- jos, Guillermo, su sucesor, a quien parece tenía confia-do el gobierno durante sus últimos años (149), Robertoy Berenguer, los cuales por ser considerados extranje-

ros, como su padre, heredaron todos los inconvenientesde la posición de aquel. El arzobispo, es cierto, juzgó prudente guardar silencio de allí en adelante acerca dela referida donación; pero de concierto con el conde deBarcelona, pretendió que Roberto y su mujer, (quecambió su nombre de Sibila en el de Inés) habían cedi-

do al conde dos terceras partes del principado y que estacesión se había verificado en la iglesia de Santa Maríade Tarragona en presencia suya y de muchos testigos, aquienes nombró, añadiendo que Roberto e Inés habíandado, según costumbre en aquel tiempo, una piedra enseñal de recuerdo. También esta vez, por extraño que parezca, pareció tener alguna razón el arzobispo, puesmuchos personajes de elevada categoría aseguraron bajo juramento que decía la verdad. Sin embargo, Inésy sus hijos negaron siempre esta donación, y citadosante la corte del conde de Barcelona, no quisieron com- parecer, recelosos probablemente de la imparcialidad delos jueces (150).

Durante la tramitación de este negocio murió el ar-zobispo Bernardo, en Junio de 1163, dejando por suce-sor a Hugo de Cervelló, hombre ardiente y fogoso, quese indignaba de ver marchar el proceso con tanta lenti-tud. Por su parte, Alfonso, rey de Aragón y conde de

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Barcelona, que entró en posesión del condado en 1162,cansábase también de esperar. En consecuencia, la cor-

te dél conde, oidas las partes y sentenciando sin ulte-rior recurso declaró buena y válida la cesión de las dosterceras partes del principado, hecha por Roberto y suesposa (151). Guillermo se sometió a esta sentencia, pero sus relaciones con el rey no mejoraron, como prue- ba una carta que éste le dirigió (152) diciendo entre

otras cosas:

Yo y toda mi corte estamos muy asombra-dos de tu atrevimiento, y sobre todo de lamanera como tratas todos los días a los ha

hitantes de Tarragona, que no pueden salirde la ciudad sin ser despojados y aún muer-tos por tí y los tuyos. Posees una tercera par-te de Tarragona y arruinas a las otras dos:te ordeno que al recibir ésta repares entreinta días todos los daños que has causa-

do; si no daré toda la ciudad con tu castilloal arzobispo, con tanto más motivo, cuantoque ya te he mandado antes que pongas ensu poder la ciudad y su territorio... Si quie-res obedecerme quedaré contento y te con-sideraré como un honrado y leal vasallo;

 pero si no, a nadie podrás echar la culpa delo que sobrevenga.

Por último, Guillermo fue citado de nuevo, no se sabe por quien, ante la corte del conde de Tortosa, adonde

acudió para no volver más.

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El arzobispo, a la sazón en Tamarite, estaba furiosocontra él: un día que dos sobrinos suyos vinieron a pe-dirle dinero, les dijo:

Ah! ¿creeis que voy a regalaros? mientrasese extranjero, ese Guillermo de Tarrago-na, mi enemigo mortal, esté vivo, nada os

daré. ¿No habrá nadie que quiera vengarmede ese hombre?

Los dos jóvenes se estremecieron de horror al oir es-tas palabras, y resolviendo advertir en seguida a Gui-

llermo del peligro que le amenazaba, ordenaron mon-tar a caballo a uno de sus servidores, llamado Pedro deFiguerolas, y le dijeron:

Corre a rienda suelta hacia Vellalbín, sa-

luda de nuestra parte al anciano Bernardode Castellet y recomiéndale que esté alertay viva prevenido; porque hemos oido a nues-tro tio pronunciar palabras que presagian unacontecimiento funesto.

El mensajero se puso inmediatamente en marcha, pero mientras galopaba hacia Vellalbín, el arzobispohizo jurar a otros sobrinos suyos, que matarían al con-de, de quienes eran enemigos personales. Ellos cumplie-ron su juramento y asesinaron a Guillermo en Tortosa.

Este asesinato exasperó a la familia normanda sobretodo encarecimiento Guillermo fue vengado y el arzo-

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tarde a Alfonso, por Berenguer, confesó éste que él erael asesino de Hugues de Cervelló (153). Para escapar a

las persecuciones de la justicia, se refugió con toda sufamilia en la isla de Mallorca, que aún estaba en poderde los sarracenos. Muerto poco después su hermano Ro- berto, dirigió una humildísima carta a Alfonso, supli-cándole le enviase a Tarragona a su sobrino, llamadoGuillermo, como su padre; pero sus ruegos fueron inú-

tiles y aún cuando el mismo Alfonso hubiese queridoacceder a esta pretensión, el Papa lo hubiese impedidoindignado ya contra los normandos, que acababan deasesinar a Tomás Becket, arzobispo de Canterbury.Alejandro III pensaba que aquella raza impía se propo-nía matar a todos los arzobispos, y firmemente decidi-

do a no perdonar tan abominables crímenes, dirigió aAlfonso y al diocesano de Tarragona carta tras carta,amenazándoles con poner el condado en entredicho sino eran castigados de una manera ejemplar el asesino,su madre, a quien se acusaba de instigadora del crimen,y toda la familia (154), pero Alfonso no tenía necesidad

de que lo estimulasen y estaba muy contento de haberencontrado un medio de desembarazarse de aquellos ex-tranjeros a quienes detestaba. Así que hizo desterrar

 perpétuamente de sus estados y confiscar los bienes aBerenguer, a su madre y a toda la familia (155). Más tar-de, sin embargo, Guillermo II, llamado de Aguilón, tí-

tulo que llevó su padre, supo ganarse el favor de Pedro II,rey de Aragón y conde de Barcelona, a quien cedió to-dos sus derechos al condado de Tarragona, recibiendode él en cambio, en 1206, la tercera parte de la ciudadde Vals y otros muchos señoríos, de este principado,como Picamoxon, Espinaversa, Pontegaudí, Riudoms y

(153) Carta de Berenguer «Marca Hisp » núm 456: compárese el

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Monroig, poseídos antes por Guillermo I. Su hijo, Gui-llermo III, tomó una gran parte en la conquista de Va-

lencia, y recibió en recompensa de sus servicios grandesdominios en el País Valenciano. Sus descendientes, losAguilón, barones de Pétrés, se distinguieron por su va-lor, no sólo en España, sino también en las Dos Sicilias, en Alemania, en Hungría, en Gueldre, en Francia,en los estados berberiscos, y por último, en casi todas

las partes donde la casa de Augsburgo llevó sus armas,tan frecuentemente victoriosas (156).

Todo induce a creer que los normandos hicieron otrasmuchas expediciones a la Península, especialmente enla primera mitad del siglo XI; pues las crónicas latinas,escritas en España en esa época son extremadamentedescarnadas, y los analistas normandos no hablan casinunca de las expediciones lejanas no relacionadas direc-tamente con la historia de su país.

Car quilfirent n’ou ilalérent   Ne saveir oú il s areúérent   N ’ai á direy kar ri afiert mié  A l estoire de Normandie,

dice en alguna parte Benito de S. Maur. Por eso sin lascrónicas italianas casi nada sabríamos de las conquistasque los normandos hicieron en Italia. Únase a esto queen lo concerniente a la época en que sus expedicionesa España deben ser más frecuentes, sólo tenemos, a de-cir verdad, una sola crónica normanda muy breve y muycompleta por cierto, la de Guillermo de Jumiéges.

Si nos es lícito suponer que los normandos hicieronfrecuentes expediciones a España, creemos que estascircunstancias sirven para resolver un problema singu-

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contra los sarracenos de España, es decir, sobre una ma-teria jque, a lo que parece, era sólo de interés secunda-

rio para los franceses del Norte. En nuestra opinión, losnormandos crearon las canciones como crearon tambiénel espíritu caballeresco y la poesía romántica; pues asícomo los francos y los galos romanizados no era una na-ción poética, la Normandía lo era, y para convencersede ello, basta ojear sus crónicas donde es muy fácil re-

conocer el espíritu de las sagas. Sabido es también quelos reyes y jefes del Norte gustaban de rodearse de poe-tas y que Rollón y sus sucesores, los iarls  de Rouen,como los llama un autor islandés, conservaron este uso.También fue en Normandía donde tuvo su nacimiento(157) la poesía romántica, llena de reminiscencias es

candinávicas y con el sello de esa afición a la vida aven-turera y errante, inseparable, siempre del carácter nor-mando; en Normandía fueron compuestas las cancionesde gesta más notables, tales como la de Rolando, las me-

 jores ramas del Guillermo el de la Nariz Cortada; allíera por último donde debían interesarse más que en nin-

guna otra provincia del Norte por las campañas contralos moros de la Península Ibérica.

(157) P d lt b t t i i t t

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 NOTAS DEL TRADUCTOR 

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 NOTA A.

Con el objeto de que nuestros lectores puedan com- parar la traducción del texto de BenAdhari sobre la en-trada de los Madjus en Sevilla, hecho por el señor Dozy,con la que del mismo texto hizo el entendido arabistaespañol, Sr. D. Francisco Fernández y González, en sulibro  Historia de A l-A n d a lus/  por BenAdhari de

Marruecos, Granada 1862, p. 17778, nos hemos deci-dido a poner ésta como apéndice, y en el texto, la delSr. Dozy, indicando ahora las ligeras variantes que exis-ten entre ambas con letra cursiva o una pequeña notaal pie.

ENTRADA DE ALMAGOS EN IXBILIA

AÑO 230

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mar de aves de color blanco  (1) como llena- ban los corazones de angustias y quebranto,

y habiendo arribado a Ixbona se dirigierondespués a Cádiz y a Xidhona, avanzando enfin a Ixbilia donde hicieron alto «y desem- barcaron» hasta que la entraron por fuerza permaneciendo en ella siete días, y conmuerte y esclavitud aniquilaron la gente de

ella; bebieron con ellos la copa de la muer-te las gentes de Ixbilia, y llegando la noticiaal emir Abdurrahman, dio el mando de lacaballería a IsabenSaid AlHagib (2); y partieron con la caballería AbduPlahbenColeib y Aben Guasim y otros, acampó con

los Xarifes, y escribió a los gobernadores dela cora  para que huyese la gente  (3), y fue-ron a parar a Córdoba huyendo  con ellos

 Nasr AlFatí; y se reunieron a los Almagosnaves a las naves, y se pusieron a matarhombres y a cautivar mujeres y coger niños,

y esto por espacio de trece días. Refiéresede esto en el Behagetennefs, aunque en el

(1) El Sr. Dozy trae «vaiseaux d ’ un rouge foncé»   (Recherches t. II, edic. de 1860 p.279) frase que hemos traducido  pájaros de color  de sangre  creyendo que en ella se aludía a la ferocidad de los normandos; el señor Fernández y González parece referirse a las velas  

de los barcos que son blancas. Como no tenemos a nuestra disposición el texto árabe no podemos explicar como deseáramos la causa de esta variante, hija al parecer de una diferencia de interpretación  del sentido.

(2) Aquí hay un parrafito en el Sr. Dozy que no encontramos en la traducción del Sr. Fernández y González y que dice así: «Les mu- sulmans l’empresserent d’accourir sous les drapeaux de ce general y de se reunir á lui aussi etroi’tement que la paupiere est reuie aTceil».  

Véase nuestra versión.(3) El Sr. Dozy no habla de que las órdenes dadas por el general en jefe a los gobernadores fuesen para que huyese la gente sino para

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libro de las  Perlas de los Collares, se diceque siete días como se refirió anteriormente.

Después de haber ocurrido entre ellos y

los muslimes sangrientas batallas se dirigie-ron a Captil, donde permanecieron tres días,y entraron a Cora a doce millas de Ixbilia,dando muerte a crecido número de muslines; luego entraron a Talieta a dos millas deSevilla é hicieron noche allí y aparecieron al

rayar la aurora en un lugar llamado AlFagerin, después caminaron en sus barcas ytrabaron pelea con los muslines, que fueron

 puestos en fuga, quedando muertos de elloslo que no podría contarse, después volvie-ron a sus barcas y se dirigieron enseguida a

Xidhona y de allí a Cádiz, y estos despuésque envió el emir Abdurrashman a sus al-caides y procuró resistirlos, y le rechazarony se emplearon máquinas de guerra contraellos y se reunieron lo/ auxilios de Córdobacontra ellos, y tuvieron que huir los Magosy murieron de ellos cerca de quinientos in-fieles, y les fueron apresadas cuatro naves,y mandó AbenGuasim quemarlas y venderlo que contenían de botín. Después tuvo lu-gar contra ellos una batalla en la alquería deTalieta, día martes a cinco por andar de Sa-far de aquel año, en que murieron crecidonúmero de hombres de su parte, siendo que-madas de sus naves treinta y colgados en Ix bilia crecido número de AlMagos, pues seles colgó en troncos de palmeras que había en aquella ciudad;  (4) con esto se embarca-ron los demás en sus naves y caminaron para

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Yebla, de donde partieron después para AlIsbona, quedando suspendida la noticia deellos. Fue su desembarco en Sevilla, día

miércoles a catorce noches andadas de Almuharram del año 230, y transcurrieron des-de su entrada, cuarenta y dos días, y fuemuerto su amir y les dió muerte Dios, y los

 precipitó en el abismo y fue dispersada sumuchedumbre y número crecido en vindicta

de Allah y en castigo y en remuneración porlo que ganaron y en suplicio y cuando matóDios a su amir e hizo desaparecer su núme-ro, y hubo victorias sobre ellos, escribió elamir Abdrurahman a quien había en Tan-

 ja de Sanagies, haciéndoles saber lo que hi-

ciera Dios con los Magos, y lo que descen-dió sobre ellos de venganza y destrucción yle envió la cabeza de su amir y doscientas desus varones esforzados.

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 NOTA B.

SOBRE LAS COLUMNAS DE HERCULES

El Sr. Dozy trae este erudito y curioso apéndice acer-ca de las columnas de Hércules, deque no (queremos pri-var a nuestros lectores: 7

Los detalles suministrados por los geógrafos arábigosacerca de las columnas de Hércules, pueden servir paracorregir y explicar el pasaje de Isidoro de Be ja (c. 36)que trata de la llegada de Muza a España, dice así enla edición de Flórez:

Dum per supranominatos missos (5) His pania vastaretur, et nimium non solum hostili, verumetiam intestino furore confligere-tur, Muza et ipse ut miserrimam adiens gentem per Gaditanum fretum columnas Her

culis pertendentes, et quasi fumi (variante:tomi)  indicio portus aditum demonstrantes,

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 praesagantes, vel reserantes, iam olim maledireptam, et omnino impie adgressam per

ditans penetrat.

Para restablecer el sentido y la rima, leemos de estamanera:

Dum per supranominatos missos Hispanievastaretur,

et nimium, non solum hostili, verumetiamintestino furore confligeretur.

Muza et ipse, misérrimas  adiens  gentes, per columnas Herculis (6), brachium  (7)

 pretenden tes,et quasi lumi  (8) indicio portus aditum

demonstrantes,vel clave  in manu transitum Hispaniae

 praesagantes, (9)vel reserantes,

iaifi olim male direptam,et omnino impie adgressam, perditans penetrat.

(6) Suprimimos las palabras Gaditanum fretum   que son una glosa v enredan el sentido de la oración.

(7) Esta palabra es necesaria para comprender el sentido. «Brachia in mare protendens» se halla en Ovidio (Metam. XIV, vs. 190). La lección protendentes única buena, se encuentra en una edición más antigua de Isidoro.

(8) Según el geógrafo citado por el Sr. Gayangos, la estatua tenía ■os dedos cerrados, a excepción de uno solo que estaba en posición  horizontal. Es por tanto evidente que el vocablo usado aquí por Isidoro debe significar un dedo. En efecto, creemos reconocer en ella 

la palabra gótica thuma ,  pulgar,  este vocablo es cierto no se halla en  Ulfilas. traductor que no habla en ninguna parte de  pulgar,  pero por analogía pulgar sería thuma en el idioma gótico; pues el anglo-sajón

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He aquí ahora el sentido de este pasaje:

Muza vino a España pasando cerca de lascolumnas de Hércules; la estatua que esta- ba encima de estas columnas tenía “el bra-zo extendido" parecía indicar con el pulgarla entrada del puerto de (Cadix); la llave que

tenía en la mano parecía pronosticar que elenemigo entraría en España o estar abrien-do la puerta de este país.

En Isidoro se ve que la estatua tenía una llave en lamano y que la mayoría de los escritores árabes afirmanlo mismo; sin embargo, el geógrafo citado por el Sr. Gavangos dice formalmente:

En la mano derécha tenía un bastón. Al-gunos autores sostienen que era una llave, pero están en un error. Muchas veces hemosvisto la estatua y nunca pudimos descubrirmás que un bastón en el objeto de que setrata; además personas enteramente fidedig-nas que vieron la estatua en el suelo me hanasegurado que era un bastón corto de cercade doce palmos, con dientes en el extremocomo una almohaza.

Los Pseudo Turpín tampoco hablan de una llave (Claris), sino  de un bastón, clava.  El pasaje de Cazwini, ci-

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nía y fue llevada al señor de Ceuta, se pesó y pesabatres libras. Es cierto, por tanto, que la estatua tuvo unallaVe en la mano hasta el año 1009, y que cuando se cayófue reemplazada por un bastón; circunstancia que pue-de servir también para fijar la época en que escribió elPseudo Turpín, el cual, puesto que sólo conoció el bas-tón, debió escribir mucho después del año 1010. Efec-tivamente, multitud de razones, que fuera prolijo enu-merar, me inducen a creer que este autor no escribió a

 principios del siglo XI, como ordinariamente se ha pen-sado, sino hacia el 1100.

El almirante AlíIbnIsáIbnMaimun, que se sublevóen Cádiz, hizo destruir las columnas de Hércules en elaño 1145, y habiendo oido decir a los gaditanos que la

estatua era de oro puro (tal era la opinión general enla Europa cristiana, comp puede verse en el Pseudo Tur- pín) mandó bajarla al suelo. Pero cumplida su orden su-frió un gran desengaño, pues era de bronce, con sólouna ligera capa de oro. Así y todo el oro valía doce mildinares.

El lector perdonará que nos hayamos detenido tantoen las columnas de Hércules, si considera que los datosrecogidos sirven para explicar un pasaje de Isidoro y elrelato de una saga islandesa. Además nadie se habíaocupado aún de identificar la torre de que tratan los geó-grafos árabes con las columnas de Hércules y reinabaaún mucha confusión acerca de este punto. El Sr. Reinaud, v. 9, ha escrito («Geografía de Abulfeda», t. II, p. 269):

En los alrededores de Cádiz sobre unmontecillo existía un templo consagrado a

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El Sr. Reinaud ha confundido aquí las columnas deHércules que estaban en el mar y no en una colina (ra-

sa ja fi al maan  sólidamente construidas en el agua  diceIbnTyes) o al menos en la playa (in maris margine,Pseudo Turpín) con el templo de Hércules, tampoco si-tuado en un montecillo, sino en la isleta llamada Heracleum en otro tiempo y hoy Sancti Petri. La estatua deencima de las columnas nada tiene de común con el tem-

 plo de Hércules y la imagen no es, seguramente, ni lade este dios ni la de ningún otro dios, pues el rasgo ca-racterístico del culto del Hércules fenicio en Cádiz era,

 precisamente, la ausencia de toda estatua, como decíaSilio Itálico:

Sed nulla effigies simulacrave note Deorum.

Puede consultarse con fruto sobre esta materia la obra publicada en 1610 por Suárez de Salazar con el títuloGrandezas y antigüedades de la isla y ciudad de Cádiz. Libro, aunque antiguo, hecho con esmero.

Por último, en muchos lugares se encuentran torressemejantes. En España había una, cerca de Tarragonay otra cerca de la Coruña (Torre de Hércules),  que pa-recen construidas por los fenicios y tenían por objeto,según la opinión muy plausible de los geógrafos árabes,servir de guía a los barcos que se aproximaban a las

costas.

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I Invasión de 844 .................................   13

Relato de la invasión de los politeís-tas en la España Musulmana ....... 15

Toma de Sevilla por los Madjus en elaño 230 ........................................... 18

II - Invasiones de 858-861 ....................... 29

Relato de la invasión de los Madjus

en la España Musulmana .............   35

III Invasiones de 966971 .......................   39

IV Expedición de San Olao ...................   51

V Expedición de Ulf .............................   65

VI Los últimos vikingos .......................... 67

VII Expediciones de los normandos deFrancia ........................................... 85

Relato de la toma de Barbastro y de

la recuperación de esta ciudad por

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«Los Vikingos en España», 

de Reinhart P. A. Dozy, volumen quinto de la colección  El Espejo Navegante 

de Ediciones Polifemo, se acabó de imprimir en Madrid 

en el mes de marzo de 1987, cuidando de su producción gráfica 

Impresión, S. A.

Esta primera edición 

consta de tres mil ejemplares.

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EL ESPEJO NAVEGANTE

Títulos publicados

1. Martín Fernández de Navarrete«Españoles en las Cruzadas»

3. Francisco Javier Simonet«Almanzor, una leyenda árabe»

4. Conquistador anónimo«Relación de la Nueva España»

5. R. P. A. Dozy«Los vikingos en España»

De inmediata aparición

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Reinhart

P. A. D O Z Y