Donald Winnicott - Los Niños en La Guerra, 1940

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Psicoanálisis

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Los niños en la guerra- 1 9 4 0 -

PARA COMPRENDER el efecto que la guerra ejerce sobre los niños, primero es necesario saber qué

capacidad tienen aquellos para comprender la guerra y sus causas, y también las razones mediante las

cuales justificamos nuestra lucha. Desde luego, lo que resulta válido para un grupo de una edad no lo es

para otro. Esto puede parecer bastante obvio, pero es importante y trataré de expresar lo que ello

implica.

Otro elemento significativo es la variación entre un niño y otro, aparte de las diferencias de edad.

También esto es algo que me propongo describir.

Variaciones según la edad del grupo.

Los niños muy pequeños resultan sólo indirectamente afectados por la guerra. El ruido de los cañones

rara vez perturba su sueño. Los peores efectos se refieren a la separación con respecto a ambientes y

olores familiares, y quizás de la madre, y a la pérdida de contacto con el padre, cosas que a menudo es

imposible evitar. Con todo, puede ocurrir que tengan más contacto con el cuerpo de la madre del que se

produciría en circunstancias ordinarias, y a veces descubren cómo se siente la madre cuando tiene

miedo.

Muy pronto, sin embargo, los niños comienzan a pensar y a hablar en términos de guerra. En lugar de

charlar en términos de los cuentos de hadas que se le ha leído y repetido, el niño utiliza el vocabulario de

los adultos que lo rodean, y tiene la mente llena de aeroplanos, bombas y cráteres.

El niño de más edad abandona la etapa de las ideas y los sentimientos violentos, y entra en un período de

espera con respecto a la vida, un período que constituye un paraíso para la maestra, ya que por lo

común, un niño entre los 5 y los 11 años anhela que se le enseñe y se le diga lo que se acepta como

correcto y bueno. En este período, como se sabe, la violencia real de la guerra puede resultarle muy

desagradable, si bien en la misma época la agresión aparece regularmente en el juego y en la fantasía

con colorido romántico. Muchos nunca superan esta etapa del desarrollo emocional, y el resultado puede

ser inocuo e incluso llevar a una actuación altamente exitosa. La guerra real, sin embargo, perturba

gravemente la vida de los adultos que han quedado en esa etapa, y ello induce a quienes tienen a su

cargo niños que están en este período de "latencia" del desarrollo emocional, a seleccionar y aprovechar

el aspecto no violento de la guerra. Una maestra ha encontrado una manera de hacer esto utilizando las

noticias de guerra en la clase de geografía: esta ciudad del Canadá resulta interesante a causa de la

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evacuación, aquél país es importante porque tiene petróleo o buenos puertos, esta nación puede tornarse

importante la semana próxima porque cultiva trigo o provee manganeso. El aspecto violento de la

guerra no se acentúa.

A esta edad un niño no comprende la idea de una lucha por la libertad, y sin duda cabe esperar que vea

una considerable dosis de virtud en lo que un régimen fascista o nazi afirma proporcionar, un régimen

en el que un individuo idealizado controla y dirige. Esto es lo que ocurre dentro de la propia naturaleza

del niño a esa edad, y no sería raro que sintiera que libertad significa licencia.

En la mayoría de las escuelas se tendería a acentuar el Imperio, las partes pintadas de rojo en los mapas

del mundo, y no resulta fácil explicar por qué no se debe permitir que los niños en el período de latencia

del desarrollo emocional idealicen (ya que no pueden dejar de idealizar) su propio país y nacionalidad.

Un niño de 8 ó 9 años seguramente jugará a "ingleses y alemanes", como una variación sobre el tema

"vigilantes y ladrones", u "Oxford y Cambridge". Algunos niños manifiestan una cierta preferencia por

uno u otro bando, pero eso puede cambiar de día en día, y a muchos no les importa mayormente. Se

llega luego a una edad en la que, si se trata de jugar a "ingleses y alemanes" el niño preferirá

identificarse con su propio país. La maestra sensata no demuestra apuro por llegar a esto,

Considerar el caso del niño de 12 años o más es un asunto complejo, debido a los profundos efectos que

tiene la demora de la pubertad. Como ya dije, muchas personas conservan parcialmente las cualidades

correspondientes al llamado período de latencia, o regresan a esas cualidades luego de un intento furtivo

por lograr un desarrollo más maduro. En esos casos, se puede decir que rigen los mismos principios que

para el niño en verdadera latencia, excepto que los toleramos cada vez con mayor desconfianza. Por

ejemplo, si bien es normal que un chico de 9 años prefiera ser controlado y dirigido por una autoridad

idealizada, ello resulta menos sano si el niño tiene 14 años. A menudo es posible ver un anhelo definido y

consciente por el régimen nazi o fascista en un niño que se demora en el borde, temeroso de lanzarse a la

pubertad, y es evidente que ese anhelo debe ser tratado con simpatía, o bien ignorado con simpatía,

incluso por parte de aquellos cuyo criterio más maduro en cuestiones políticas les hace ver con disgusto

toda admiración por un dictador. En cierto número de casos, esta pauta se establece como una

alternativa permanente de la pubertad.

Al fin de cuentas, el régimen autoritario no ha surgido de la nada; en cierto sentido, es una forma de

vida bien reconocida y practicada por grupos que ya no tienen edad para ella. Cuando pretende ser

madura debe soportar toda la prueba de realidad, y esto pone de manifiesto el hecho de que la

idealización implícita en la idea autoritaria constituye por sí misma Una indicación de algo no ideal, algo

que debe temerse como un poder que controla y dirige. El observador puede percibir la mala influencia

de ese poder, pero el joven devoto probablemente sólo sabe que está dispuesto a seguir ciegamente a su

líder idealizado.

Los niños que se acercan a la pubertad y enfrentan las nuevas ideas correspondientes a ese período, que

encuentran una nueva capacidad para disfrutar de la responsabilidad personal, y que están comenzando

a manejar un mayor potencial para la destrucción y la construcción, pueden encontrar cierta ayuda en

la guerra y en las noticias de guerra. La cuestión es que los adultos son más honestos en épocas de

guerra que en tiempos de paz. Incluso quienes no pueden reconocer su responsabilidad personal por esta

guerra, en general demuestran que pueden odiar y luchar. Hasta The Times está lleno de relatos de los

que es posible disfrutar como de una fascinante historia de aventuras. La B.B.C. tiende a relacionar la

"caza de burros" con el desayuno, la cena y el té del piloto, y los bombardeos a Berlín reciben el nombre

de picnics, aunque cada uno de ellos produce muerte y destrucción. En la guerra todos somos tan malos

y tan buenos como el adolescente en sus sueños, y eso le da seguridad. Como grupo adulto, podemos

recuperar la salud mental, luego de un período de guerra, y el adolescente, como individuo, puede

tomarse algún día capaz de dedicarse a las artes de la paz, aunque para ese entonces ya no es un

adolescente.

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Puede esperarse, por lo tanto, que el adolescente disfrute de los boletines de guerra que redactan los

adultos, y que puede recibir o rechazar según le plazca. Puede odiarlos, pero ya entonces sabe qué es lo

que nos causa a todos tanta ansiedad, y eso alivia su conciencia cuando descubre que él mismo tiene la

capacidad de disfrutar de las guerras y la crueldad que surgen en su fantasía. Algo similar a esto podría

decirse con respecto a las adolescentes, y es necesario elaborar las diferencias entre niños y niñas en este

sentido.

Variaciones según el diagnóstico.

Resulta extraño utilizar la palabra diagnóstico para describir a niños presumiblemente normales, pero

resulta un término conveniente para señalar el hecho de que los niños difieren enormemente entre sí, y

que las diferencias según el diagnóstico de tipos caracterológicos pueden ser totalmente opuestas a las

que revela la clasificación según la edad.

Ya indiqué esto al señalar la enorme tolerancia que es necesario tener frente a un adolescente de 14

años, según que se haya zambullido o no en los peligros de la pubertad, o se haya apartado de ellos para

regresar a la posición más segura, aunque menos interesante, del período de latencia. Aquí llegamos a la

línea limítrofe de la enfermedad psicológica.

Sin tratar de distinguir entre salud y enfermedad, es posible decir que los niños pueden agruparse según

la tendencia o dificultad particular con la que estén contendiendo. Un caso evidente sería el del niño con

una tendencia antisocial para quien la guerra tiende a convertirse, cualquiera sea su edad, en algo

esperado, algo que él extraña si no se produce. De hecho, las ideas de tales niños son tan terribles que no

se atreven a pensarlas, y las manejan mediante actuaciones que son menos crueles que los sueños. Para

ellos, la alternativa consiste en oír hablar de las terribles aventuras de otra gente. Para ellos el cuento de

terror es un somnífero, y lo mismo puede decirse de las noticias de guerra si son suficientemente

espeluznantes.

A otro grupo pertenece el niño tímido, que desarrolla fácilmente una tendencia pasivo-masoquista, o que

padece de una tendencia a sentirse perseguido. Creo que a ese niño le preocupan las noticias de guerra y

la idea de la guerra, en gran parte debido a su idea fija de que los buenos siempre pierden. Se siente

derrotista. En sus sueños, el enemigo derrota a sus compatriotas o, de cualquier manera, la lucha es

inacabable, sin victoria para ningún bando, e implica siempre más y más crueldad y destrucción.

En otro grupo encontramos al niño sobre cuyos hombros parece descansar el peso del mundo, el niño

que tiende a deprimirse. De este grupo surgen los individuos capaces del más valioso esfuerzo

constructivo, sea bajo la forma de protección a niños, más pequeños o de producción de algo valioso en

una u otra forma del arte. Para esos niños la idea de la guerra es espantosa, pero ya la han

experimentado en sí mismos. No hay esperanza, ni desesperación, que les resulte nueva. Se preocupan

por la guerra tal como se preocupan por la separación de sus padres o la enfermedad de su abuela.

Sienten que deberían estar en condiciones de solucionarlo todo. Supongo que para esos niños las noticias

de guerra son terribles cuando son realmente malas, y jubilosas cuando proporcionan seguridad. Con

todo, habrá momentos en que la desesperación o el júbilo concernientes a sus asuntos internos se

manifiesten a través del estado de ánimo, cualquiera sea la situación en el mundo real. Pienso que estos

chicos sufren más a causa de la variabilidad en el estado de ánimo de los adultos que por los altibajos de

la guerra misma.

Sería una tarea demasiado vasta enumerar aquí todos los tipos caracterológicos, y además innecesaria

puesto que lo dicho basta para mostrar que el diagnóstico del niño afecta al problema de la presentación

de noticias de guerra en las escuelas.

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El trasfondo para las noticias.

De lo dicho quizás resulte evidente que, al considerar este problema, debemos saber tanto como sea

posible sobre las ideas y sentimientos que el niño ya posee naturalmente, es decir, el terreno sobre el que

caerán las noticias de guerra. Por desgracia, ello complica las cosas considerablemente, pero nada puede

alterar el hecho de que la complejidad existe.

Todos saben que al niño le preocupa un mundo personal, consciente sólo en un grado limitado, y que

requiere una considerable dosis de manejo. El niño tiene sus propias guerras personales, y si su

comportamiento exterior está en conformidad con las normas civilizadas, ello sólo se debe a un esfuerzo

enorme y constante. Quienes lo olvidan se desconciertan ante los casos en que esa superestructura

civilizada se derrumba, y ante las reacciones inesperadamente feroces provocadas por hechos muy

simples.

A veces se cree que los niños no pensarían en la guerra si no se les hablara de ella. Pero quien se tome la

molestia de averiguar que es lo que ocurre bajo la superficie de una mente infantil descubrirá por sí

mismo que el niño ya sabe mucho sobre la codicia, el odio y la crueldad, así como sobre el amor y el

remordimiento, la urgencia de reparar, y la tristeza.

Los niños pequeños comprenden muy bien las palabras "bueno" y "malo", y no tiene sentido decir que

para ellos esas ideas sólo existen en la fantasía, ya que su mundo imaginario puede parecerles más real

que el exterior. Debo aclarar que me refiero a la fantasía en gran parte inconsciente, y no a los ensueños

diurnos o la invención de historias manejada conscientemente.

Sólo es posible llegar a comprender las reacciones de los niños ante la difusión de las noticias de guerra

estudiando en primer lugar, o por lo menos teniendo en cuenta, el mundo interior inmensamente rico de

cada niño, que constituye el trasfondo para todo lo que incide sobre él desde la realidad externa. A

medida que el niño madura, se toma cada vez más capaz de distinguir la realidad externa o compartida

de su propia realidad interna, y de-permitir que una enriquezca a la otra.

Sólo cuando el maestro conoce realmente la personalidad del niño está en condiciones de hacer el mejor

uso posible de la guerra y las noticias de guerra en la educación. Puesto que, en la práctica, el maestro

puede conocer al niño sólo en un grado limitado, sería una buena idea permitir que los niños hagan

otras cosas -leer o jugar al dominó- o que se alejen completamente cuando se difundan las noticias de

guerra por la B.B.C.

Me parece, por lo tanto, que esos boletines nos proporcionan una útil oportunidad de estudiar un

enorme problema, y quizás nuestra primera tarea consista precisamente en comprender y reconocer su

vastedad. Sin duda, el tema es digno de estudio pues, como muchos otros, nos lleva mucho más allá del

proceso educativo diario, y llega hasta los orígenes de la guerra misma y a los aspectos fundamentales

del desarrollo emocional del ser humano.

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