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DON RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL EN EL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS Fue el Centro de Estudios Históricos, en Madrid, un orga- nismo creado por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas y oficialmente establecido por decreto del Ministerio de Instrucción Pública, en 1910. Cesó su actuación a los 26 años, en el verano de 1936, al estallar la guerra civil. En la presente reseña, a más de treinta años de distancia y de ausencia, se le recuerda especialmente como marco de la labor que en él realizó don Ramón Menéndez Pidal. El autor espera disculpa por las omisiones en que in- voluntariamente habrá de incurrir y por las inevitables refe- rencias que haya de hacer a su propio trabajo. La Junta para Ampliación de Estudios, creada en 1907, tenía a su cargo la asignación de pensiones a estudiantes postgraduados de demostrada aptitud y vocación, para des- arrollar y perfeccionar su preparación en centros extranjeros acreditados por el cultivo de determinadas especialidades. El funcionamiento tradicional de la enseñanza universitaria en España hacía que la relación de los estudiantes con los pro- fesores se redujera simplemente a la mera asistencia a las clases y a la aprobación de los exámenes finales de curso. No había ocasión para que el alumno, atraído por alguna materia especial, recibiera del profesor, en una relación más inmediata, el consejo orientador y el adiestramiento metó- dico que todo principiante necesita. Con la creación del Centro de Estudios Históricos se trató de ofrecer un lugar en que, alrededor de cada maestro ca- paz de formar escuela, pudiera reunirse un grupo de discí- pulos que recogieran y continuaran su doctrina. Al mismo propósito obedecieron otras fundaciones de la Junta para Ampliación de Estudios, contemporáneas del Centro, como el Instituto de Histología Ramón y Cajal, el Instituto de Física y Química, con los profesores don Blas Cabrera y don Enrique Moles, el Laboratorio de Automática de Torres

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Fue el Centro de Estudios Históricos, en Madrid, un orga-nismo creado por la Junta para Ampliación de Estudios eInvestigaciones Científicas y oficialmente establecido pordecreto del Ministerio de Instrucción Pública, en 1910. Cesósu actuación a los 26 años, en el verano de 1936, al estallarla guerra civil. En la presente reseña, a más de treinta años dedistancia y de ausencia, se le recuerda especialmente comomarco de la labor que en él realizó don Ramón MenéndezPidal. El autor espera disculpa por las omisiones en que in-voluntariamente habrá de incurrir y por las inevitables refe-rencias que haya de hacer a su propio trabajo.

La Junta para Ampliación de Estudios, creada en 1907,tenía a su cargo la asignación de pensiones a estudiantespostgraduados de demostrada aptitud y vocación, para des-arrollar y perfeccionar su preparación en centros extranjerosacreditados por el cultivo de determinadas especialidades. Elfuncionamiento tradicional de la enseñanza universitaria enEspaña hacía que la relación de los estudiantes con los pro-fesores se redujera simplemente a la mera asistencia a lasclases y a la aprobación de los exámenes finales de curso.No había ocasión para que el alumno, atraído por algunamateria especial, recibiera del profesor, en una relación másinmediata, el consejo orientador y el adiestramiento metó-dico que todo principiante necesita.

Con la creación del Centro de Estudios Históricos se tratóde ofrecer un lugar en que, alrededor de cada maestro ca-paz de formar escuela, pudiera reunirse un grupo de discí-pulos que recogieran y continuaran su doctrina. Al mismopropósito obedecieron otras fundaciones de la Junta paraAmpliación de Estudios, contemporáneas del Centro, comoel Instituto de Histología Ramón y Cajal, el Instituto deFísica y Química, con los profesores don Blas Cabrera y donEnrique Moles, el Laboratorio de Automática de Torres

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Quevedo, y los seminarios dirigidos por don Ignacio Bolívaren el Museo de Ciencias Naturales. Todo ello, puesto enmarcha en las dos primeras décadas de este siglo, significabaun notorio movimiento de renovación en la actividad docentey en la iniciación científica de la juventud española.

Las primeras secciones establecidas en el Centro fueronla de Filología, dirigida por Menéndez Pidal; la de Arqueo-logía y Arte, por los profesores don Manuel Gómez Morenoy don Elias Tormo; la de Estudios Árabes, por don JuliánRibera y don Miguel Asín, y la de Instituciones Medievales,por don Eduardo de Hinojosa. Más tarde, y por cortos perío-dos, actuaron la de Historia de España, dirigida por donRafael Altamira, y la de Derecho Civil, de don Felipe Cle-mente de Diego.

En la fecha en que se fundó el Centro, 1910, MenéndezPidal contaba ya cuarenta años de edad y era conocido inter-nacionalmente como destacada figura en el campo de la Filo-logía Románica. Había publicado obras tan importantescomo La leyenda de los Siete Infantes de Lara, 1896, modelode estudio monográfico sobre la permanencia, expansión ymodificaciones de un tema legendario; el Catálogo de lasCrónicas Generales, 1899, ejemplo de organización sistemá-tica de las primitivas fuentes de la historia española; laGramática Histórica Española, 1906, primera y no superadaexposición de la estructura y evolución fonética y morfo-lógica de la lengua, y el Cantar de Mío Cid, 1908, monu-mental y definitivo estudio del texto, composición y lenguajedel poema.

Al Centro se le dio alojamiento en unas grandes y des-manteladas salas de la planta baja del edificio de la Biblio-teca Nacional, en el Paseo de Recoletos. El espacioso localhabía sido recientemente desocupado por el Museo de Cien-cias Naturales, trasladado al Palacio de Bellas Artes, en losaltos del Hipódromo. El piso era de cemento, los techos deuna altura de unos cinco metros, y las puertas, anchas, altasy recias. Hubo que construir tabiques de madera para quelas secciones se instalaran con cierta independencia, en rea-

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lidad sólo aparente y relativa, puesto que los tabiques apenasalcanzaban a la mitad de la altura de los techos.

Nadie pretendió que el local fuera acondicionado con cor-tinas, alfombras ni muebles confortables. El ajuar de cadasección lo componían unas simples mesas, sillas y armariosde pino barnizado. Había unas grandes y pesadas mesas decaoba, de recios pies y anchos tableros, que se decían del tiem-po de Carlos III, transferidas por el antiguo Museo de Ultra-mar, acaso como piezas más decorativas que prácticas, al deCiencias Naturales, y abandonadas por éste en su traslado,probablemente por la misma razón. Por las dimensiones ycalidad de estas mesas y por la magnitud de puertas y ven-tanas, el local tenía algo de palacio; mientras que la desnudezy modestia de la instalación le imprimían cierta austeridadde convento. Algunas secciones del Centro aparecían irónica-mente bajo los epígrafes que el Museo había dejado, congrandes capitales, en los frontis de las altas puertas: MAMÍ-FEROS, PECES, AVES, REPTILES, etcétera.

Los primeros jóvenes que se agruparon alrededor de cadamaestro fueron Américo Castro, Federico de Onís y yo mis-mo, en la de Filología; Ricardo de Orueta, Francisco SánchezCantón, José Moreno Villa y Enrique Lafuente Ferrari, enlas de Arqueología y Arte; Pedro Langas, Ángel GonzálezPalencia y Maximiliano Alarcón, en la de Estudios Árabes;y Claudio Sánchez Albornoz, Aurelio Viñas y José MaríaOts y Capdequí, en la de Instituciones Medievales. Estosjóvenes de entonces, hoy ya ancianos o desaparecidos, logra-ron distinguirse en sus campos respectivos, haciendo honora sus ilustres maestros, de los cuales sólo se mantiene aún envida, casi centenario, el insigne arqueólogo don ManuelGómez Moreno.

La Junta para Ampliación de Estudios no estableció esta-tutos ni reglamento alguno para el funcionamiento del Cen-tro. Cada profesor escogió libremente sus alumnos. El ingresono llevaba consigo ningún nombramiento especial. Tampocoel Centro concedía títulos o certificados que dieran derechoa participar en oposiciones o concursos a cátedras u otrospuestos de servicios públicos. El interés económico o admi-

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nistrativo no significaba estímulo alguno en el ambiente delCentro; sus beneficios eran de orden puramente desinteresadoy cultural.

En la sección de Filología fue tema inicial de labor colec-tiva la reunión de materiales para el volumen correspon-diente a Castilla en la proyectada colección nacional deDocumentos lingüísticos. En la mayor parte de los casos, donRamón escogía previamente, entre los antiguos cartulariosdel Archivo Histórico Nacional, los documentos que debíanser copiados. La transcripción paleográfica se realizaba bajosu enseñanza y revisión. Bajo su guía nos familiarizamos conlos fondos de manuscritos inéditos del Archivo Histórico yde la Biblioteca Nacional. Por su encargo hicimos viajes deexploración de archivos de catedrales y conventos por variasprovincias castellanas. Los documentos reunidos recibían desu mano la identificación y comentario con que aparecenen el voluminoso tomo publicado, en 1919.

Aparte de esto, cada miembro de la sección se hizo cargode algún trabajo particular. El mismo don Ramón empren-dió la elaboración de su famosa obra sobre los Orígenes delespañol. Federico de Onís y Américo Castro componían elvolumen de Fueros leoneses. Yo estaba entregado por enton-ces al estudio del dialecto del Alto Aragón. El laboratoriode fonética se inició en una oscura habitación interior, conun simple quimógrafo adquirido en París por don PedroBlanco, miembro del Museo Pedagógico de Madrid, inte-resado en la nueva fonética experimental bajo los auspiciosdel laboratorio del abate Rousselot en el Collége de Franct.

En el verano de 1911, don Ramón organizó un viaje deexploración dialectal por las provincias de Asturias, León,Zamora y Salamanca, en el que, junto a su intervenciónpersonal, nos repartimos el terreno Américo Castro, Onís,Martínez Burgos y yo. Tenía el viaje por principal objetoampliar el trabajo que don Ramón había anticipado en Eldialecto leonés, de 1906, aparte de la recolección de roman-ces populares que su interés recomendaba en todas ocasiones.La excursión dialectal encerraba además en embrión la ideadel Atlas lingüístico que don Ramón abrigaba desde el ejem-

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pío del gran atlas francés de Gilliéron, cuyos fascículos apa-recían sucesivamente por aquellos años.

Las experiencias de nuestro viaje hicieron advertir la nece-sidad de disponer de una técnica especial de análisis fonéticoy de un método articulado y uniforme en la ejecución de lasencuestas, para que el material recogido pudiera ser apro-vechado en coordinación comparativa. Fui designado pararecoger la información adecuada en los centros universita-rios de Francia, Suiza y Alemania en que entonces se practi-caba esta clase de trabajos. Fueron dos años invertidos prin-cipalmente en Montpellier, con los profesores Grammont yMillardet; en Munich, con Gauchat y Jud; en Marburgo,con Vi'etor y Wrede, y en Hamburgo, con Panconcelli-Calzia.

Mientras tanto surgió en el Centro la idea de publicar unarevista que diera muestra del trabajo de sus secciones y sir-viera para establecer intercambio con otras revistas. Tal pu-blicación llevaría el título de Cuadernos de Trabajo delCentro de Estudios Históricos, su aparición no se sujetaríaa plazos fijos, y reuniría colaboración de todas las secciones.A principios de 1914 el primer cuaderno estaba preparadocon dos extensos estudios; el de Menéndez Pidal sobre eldebate de Elena y María y el de don Miguel Asín sobre Ladisputa del asno, de Turmeda.

Por correspondencia con don Ramón, advertí que el pro-yecto de los Cuadernos no llenaba enteramente sus propósi-tos. Su deseo hubiera sido una revista de publicación regulary de carácter propiamente filológico. Por su indicación,cuando me hallaba trabajando en el Phonetisches Labora-torium de Hamburgo, me puse en contacto con la oficinaeditorial de la Revue de Dialectologie Romane, establecidaen el Vorlesungsgebaude de aquella ciudad. Recibí generosainformación del doctor Fritz Krüger, joven hispanista en-tonces y hoy prestigiosa autoridad en lingüística española,Me hice además con un ejemplar de la Zeitschrift für Fran-zósicke Litterature, superior a las demás revistas de aqueltiempo por la organización de sus secciones y por su presen-tación tipográfica.

La puntualidad de estos recuerdos hace necesario decir

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que cuando regresé a Madrid en 1914, pertrechado de notasy de impulso juvenil, en el ánimo de don Ramón se definióconcretamente la idea de la Revista de Filología Española.Los estudios sobre Elena y María y sobre el Viaje a la Meca,dispuestos para el Cuaderno de Trabajo, pasaron a formarel primer número de la Revista, y se procedió con urgenciaa la redacción de las reseñas de libros y de la bibliografíametódica que habían de acompañar a aquellos estudios. Elprimer fascículo de la Revista apareció pocas semanas antesde que empezara la primera guerra europea. La primerasuscripción que recibimos fue la de don Miguel de Unamuno.

El apremio de los cuadernos trimestrales de la Revista fueun activo elemento de cohesión entre los miembros de lasección de Filología. Daba ejemplo el maestro con su asiduacolaboración, en la que el estudio sobre Elena y María fueseguido por otros no menos importantes, como el del cantarde Roncesvalles, la serie de Poesía popular y Romancero^Sobre geografía folklórica, Relatos poéticos en las crónicasmedievales, etcétera. En todo momento la Revista fue em-presa que don Ramón atendió con cariño, interés y esfuerzo.A su lado, Américo Castro inició su orientación sobre críticahistórico-cultural con sus artículos sobre El pensamiento deCervantes j El sentimiento del honor en el teatro, y Federicode Onís dio muestra de su fino sentido filológico en su estu-dio sobre la trasmisión literaria en la poesía de fray Luisde León.

En torno a la labor de la Revista ingresaron en la secciónde Filología, hacia 1916, Antonio García Solalinde, que desdeel primer momento se inclinó al estudio de los manuscritosde Alfonso el Sabio; Alfonso Reyes, entregado por entoncesal comentario crítico de las ediciones de Góngora, y BenitoSánchez Alonso, que se incorporó principalmente a la biblio-grafía y se hizo cargo de la organización de la biblioteca delCentro. Otro compañero fue Pedro González Magro, a quienla muerte se llevó poco después de publicar su valioso ar-tículo sobre la delimitación geográfica de las antiguas merin-dades de Castilla.

El ejemplo de la Revista como instrumento de comuni-

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cación, entrenamiento y disciplina despertó estímulos seme-jantes en las demás secciones del Centro. No tardó en apa-recer, con moderna y atractiva presentación, el Archivo deArqueología y Arte, dirigido por los profesores Gómez Mo-reno y Tormo, y poco después, la sección de Instituciones•Medievales inauguró la serie de densos y documentados volú-menes de su Anuario de Historia del Derecho, bajo la direc-ción de don Eduardo de Hinojosa.

Don Ramón reservaba las mañanas para trabajar en sucasa. Vivía entonces en la calle de Ventura Rodríguez, barriode Arguelles, antes de construirse su casa de la carretera deChamartín. A primera hora de la tarde daba su clase en laUniversidad. El resto de la tarde, o la tarde entera si no teníaclase, lo dedicaba al Centro. Su asistencia a la Academia eralos jueves por la noche. Los domingos solía dar largos paseospor la Moncloa y por la carretera del Pardo, en los que aveces le acompañábamos alguno de sus discípulos. Era decuerpo delgado y ágil, de conversación animada, y caminabacon paso de amplio compás, adquirido en sus juveniles excur-siones por los campos asturianos.

En el Centro, seguía con atención el trabajo que cada unorealizaba. Su trato era sencillo y familiar. La puerta de suoficina se abría en todo momento para cualquier consulta.De ordinario se le encontraba concentrado sobre el libro odocumento que tenía delante. Tenía una mirada profundade lector reflexivo. Acogía al consultante con natural afabi-lidad. Había en su actitud una nota constante de distincióny cortesía, subrayada por el efecto claro y cordial del timbrede su voz. Su palabra reflejaba con espontaneidad y vivezalas reacciones de su pensamiento. El ligero tinte asturianode su acento consistía en la relativa oscuridad de sus vocalesfinales y en la fricación sorda con que solía sonar su r enesa misma posición final.

Empezaron a llegar a la Revista originales de mayor exten-sión que la correspondiente a los artículos ordinarios. Publi-carlos por fragmentos con continuación no pareció recursoaconsejable. Se tomó la decisión de abrir una serie de Anejosde la Revista que pronto adquirió cuerpo con El dialecto de

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San Ciprián de Sanabria, de Fritz Krüger; La inflexión vocá-lica en español, del checo Krepinski; la Contribución al dic-cionario etimológico, de García de Diego, y otras varias obras.

Otra serie vinculada con la Revista fue la de obras espe-cialmente destinadas a la enseñanza universitaria, la cualreunió en poco tiempo publicaciones que se divulgaron congran rapidez, como la Introducción a la lingüística romance.de Meyer-Lübke, traducida por Castro; La oración y sus par-tes, de Rodolfo Lenz; La versificación irregular, de Henrí-quez Ureña; la Paleografía española, del P. García Villada; laAntología de prosistas, de Menéndez Pidal, etcétera.

La influencia directiva de don Ramón, ejercida sin el me-nor asomo de autoridad, se producía por la eficacia de susconsejos y observaciones, y alcanzaban a diversas actividadesde la sección de Filología, aparte de sus publicaciones. Nohabían empezado aún en España los cursos de verano paraextranjeros. Sólo en Burgos funcionaba una escuela de estaespecie creada por las universidades francesas de Burdeos yTolosa para ejercicios y prácticas de sus propios estudiantes.La Junta para Ampliación de Estudios inauguró en 1912 uncurso de verano abierto a estudiantes de todos los países, alcual se le asignó el lugar de la primitiva Residencia de Estu-diantes, en la calle de Fortuny, donde los asistentes al cursopodían encontrar alojamiento. El programa consistía en unaserie de escogidas conferencias encomendadas a distinguidaspersonalidades del profesorado y de las letras.

El proyecto no tuvo el éxito que se esperaba. Los estu-diantes registrados, principiantes en su mayor parte en elconocimiento de la lengua, admiraban el desfile de los ilus-tres conferenciantes sin sacar gran provecho de sus enseñan-zas. Miss Susane Huntington, directora del InternationalInstitute for Girls in Spain, y Miss Caroline B. Bourland,profesora de Smith College, recomendaron con persuasivointerés que el curso adquiriera forma más ajustada a las nece-sidades de los estudiantes en cuanto a su ejercicio del idiomay a su ilustración literaria y artística. La transformación delcarácter del curso vino a incorporarlo naturalmente a lasactividades de la sección de Filología, donde no se limitó a

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simple curso de verano, sino que se extendió a otoño y pri-mavera, con programas equivalentes a los semestres acadé-micos de otros países. Centenares de estudiantes, que en granparte eran ya maestros de español en sus respectivos paíseso se preparaban para serlo, asistían cada año a los cursos delCentro, perfeccionando su práctica del idioma y ensanchandosu preparación profesional.

Al mismo tiempo, el Centro desarrollaba una actuaciónparalela mediante el envío de jóvenes lectores e instructoresespañoles para desempeñar cargos auxiliares de enseñanzaen universidades de Francia, Alemania, Italia y principal-mente de los Estados Unidos. Muchas de las ofertas paracubrir estos puestos llegaban al Centro a través de donRamón, que las recibía directamente de los numerosos his-panistas con quienes mantenía relación personal. No siempreera fácil corresponder a tales ofertas. La instrucción en elconocimiento de los métodos de enseñanza de lenguas moder-nas no figuraba aún en los programas de nuestras Facultadesde Letras. La sección filológica del Centro organizó un cursoespecial para preparar presuntos candidatos con conocimien-tos de fonética, cuestiones gramaticales, comentarios de tex-tos e información bibliográfica correspondiente a estas ma-terias. El curso fue aprovechado por muchos jóvenes, quefueron ingresando en la extensa red de profesores de españolen el extranjero.

De este modo, las desnudas y resonantes salas del local deRecoletos fueron adquiriendo actividad y calor que ejercíanatracción entre estudiantes escogidos y hasta despertabanestímulos tan insospechados y estimables corno el del jovenFelipe Sierra, ordenanza del Centro, que desde peón dealbañil casi iletrado, aprendió gramática, contabilidad y me-canografía, y llegó a activo auxiliar en la administración dela Revista y de los cursos para extranjeros, y el del muchachode recados, Pepito Colas, que un día manifestó, conmovido,que quería ser algo más que un simple recadero, y que, ayu-dado en los gastos de sus estudios en la Escuela Normal, seconvirtió en un excelente y apreciado maestro de enseñanzaprimaria.

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Hacia el año 1920, el Centro cambió de domicilio, no porpropia iniciativa, sino por gestiones del escultor MarianoBenlliure, director del Museo de Arte Moderno, quien contócon influencias políticas para trasladar el Centro a un hotelde la calle de Almagro, a fin de instalar en el local desalojadola sección de escultura del Museo. El hotel de Almagro era unedificio particular con una alta valla de hierro a la calle yun pequeño y descuidado jardín. Tenía el aspecto de unaacomodada residencia burguesa con aire arquitectónico deltiempo de Isabel II. Constaba de dos pisos, sótano y bohar-dillas. La fachada y los suelos y escaleras estaban deslucidosy deteriorados. El espacio era escaso, aunque sólo se necesi-tara para las secciones de Filología y de Arqueología y Arte,pues la arabista se había constituido en Escuela de EstudiosÁrabes, con residencia independiente, y la de InstitucionesMedievales había quedado interrumpida por fallecimiento desu director.

Don Ramón ocupó una rotonda interior en el piso prin-cipal, con vistas al jardín. En el mismo piso, la sala de con-ferencias, con dos balcones, daba a la fachada exterior sobrela puerta de entrada. La biblioteca quedó repartida por habi-taciones y pasillos. A Ricardo de Orueta, con sus ficherosfotográficos y bibliográficos de escultura, y al incipiente la-boratorio de fonética se les instaló en las bohardillas, a lasque se subía por una estrecha y desnivelada escalera demadera. Así como el antiguo local había sido desproporcio-nado por su excesiva holgura, éste adolecía de demasiadaestrechez.

Ingresaron por este tiempo en la sección de Filología ele-mentos de una nueva generación, que no tardaron en desta-carse con propio relieve: Amado Alonso, Samuel Gili Gaya,Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Salvador Fernández Ramí-rez. Su primer campo de adiestramiento fue la participaciónen los cursos para extranjeros y en las tareas de la Revista,empezando por las reseñas de libros y la formación de labibliografía trimestral. Después, cada uno de ellos se inclinóa la rama de su preferencia dentro del amplio campo de lasección.

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El Centro, que, como queda indicado, carecía de regla-mento formal, habituaba a observar rigurosa disciplina enla ejecución del trabajo: fidelidad a las fuentes, exactituden los datos, conocimiento previo de la bibliografía perti-nente, leal indicación de los datos y juicios debidos a estu-dios anteriores, sobriedad y claridad de exposición, etcétera.En el fondo, la más valiosa enseñanza del Centro consistíaen el culto a la honestidad científica que don Ramón pres-cribía de este modo: "En la investigación, como en cualquieraspecto de la vida, la disciplina ética es la base de todo; laprobidad es antes que la capacidad.*'

Entre los años 1920 y 1930, la expansión de relaciones delCentro se manifestaba en la frecuente presencia de hispa-nistas que pasaban por él como conferenciantes o visitantes.No podría ahora hacer la enumeración completa de sus nom-bres; recuerdo a los alemanes Meyer-Lübke y Vossler; a losfranceses Martinenche, Millardet, Bataillon y Serrailh; albelga Lucien Paul Thomas; al portugués Fidelino Figuei-redo; al chileno Rodolfo Lenz, a los mexicanos FranciscoA. de Icaza y Martín Luis Guzmán, y a los norteamericanosSheppard, Wilkins, Schevill, Morley, Marden, Coester, Es-pinosa, Fitz-Gerald, Leavitt y HUÍ. Bajo el nombre de donRamón, el papel del Centro, sin haberlo pretendido, vinoa ser en Madrid el de un verdadero instituto de relacionesculturales.

Otro aspecto de esta expansión consistió en la cooperaciónprestada por el Centro para la organización de institucionessemejantes en otros países, como el Instituto de Filología deBuenos Aires, establecido por acuerdo entre don Ramón ydon Ricardo Rojas, decano de la Facultad de Letras de lacapital argentina, dirigido primeramente por Américo Castroy después por Manuel de Montoliú y Agustín Millares, hastaque quedó de manera definitiva en manos de Amado Alonso.El Centro contribuyó asimismo a la creación del InstitutoHispánico de Nueva York, organizado y dirigido durantemás de treinta años por Federico de Onís, bajo el patrociniode Columbia University. Como brote del mismo tronco sepuede considerar al Colegio de México, donde Alfonso Reyes

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aplicó experiencias y recuerdos de su participación en elCentro de Madrid. Y como reflejo del mismo ejemplo sedestaca actualmente el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá.

En 1925, para celebrar las bodas de plata de don Ramóncon su cátedra universitaria, la sección de Filología le ofren-dó un homenaje en el que, junto a numerosos hispanistasextranjeros, colaboramos sus discípulos. Consistió en tresgrandes volúmenes de estudios lingüísticos, literarios y biblio-gráficos, espléndida y generosamente editados por la empresamadrileña de Perlado, Páez y Compañía, herederos y suce-sores de la antigua Editorial Hernando. Ya en este tiempo,los libros y artículos de don Ramón formaban una impo-nente serie, cuya detallada exposición bibliográfica realizaronHornero Serís y Germán Arteta en el citado homenaje.

El periodo que el Centro pasó en el hotel de Almagro.1920-1930, quedó señalado por la publicación de tres de lasmás importantes obras de don Ramón: Poesía juglaresca yjuglares, 1924, sorprendente cuadro de la varia actividadliteraria dispersa por palacios y plazas castellanas en la EdadMedia; Orígenes del español, 1926, profundo estudio de laformación histórica de la lengua en integral correspondenciacon las circunstancias políticas y sociales del país; y La Españadel Cid, 1929, reconstrucción histórica del siglo xi español,con profunda visión de los problemas permanentes de laPenínsula.

La tercera y última etapa del Centro fue determinada, en1930, por su nuevo traslado al local que había sido Palaciode Hielo, en la calle de Medinaceli, junto al Hotel Palace.Abandonamos con cierto sentimiento el hotelito de Almagro,que en su modestia y estrechez había sido para el Centroacogedor y fecundo hogar. También este traslado, que porfin vino a proporcionar al Centro instalación adecuada, seprodujo por circunstancias casuales e indirectas. El Palaciode Hielo, construido como lugar de actividades sociales yrecreativas en conexión con el vecino Hotel, había sido unaempresa sin éxito. Para salvar sus intereses, los propietarioshabían conseguido traspasar el edificio al gobierno, presi-dido entonces por el general Primo de Rivera, el cual, por

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su parte, recordando tal vez su intervención en favor deBenlliure cuando el primer desalojamiento del Centro, tra-taría ahora de reparar aquel agravio. El hecho es que laparte media y más extensa del espacioso edificio, convenien-temente reacomodada, se destinó al Centro. En los extremosse instalaron la Unión Ibero-Americana y la Comisaría delTurismo. Al tiempo del traslado, el gobierno de Primo deRivera había sido sustituido por el del general Berenguer,en el que el Ministerio de Instrucción Pública y la DirecciónGeneral de Bellas Artes estuvieron desempeñados respectiva-mente por los profesores del Centro, don Elias Tormo y donManuel Gómez Moreno.

Por primera vez, a don Ramón se le pudo asignar undespacho amplio y adecuadamente amueblado. Las seccionesde Arqueología y Arte se instalaron con suficiente espacio ycomodidad. Recibió alojamiento apropiado el extenso glo-sario medieval que había venido formándose en los añosanteriores, y junto a él se situó el anejo lexicográfico de lossiglos xv a xvni dirigido por Gilí Gaya. Se asignó asimismoespacio conveniente al material bibliográfico, a cargo de donHornero Serís, a la sección de Instituciones Medievales, re-anudada bajo la dirección de Claudio Sánchez Albornoz, ya la recientemente creada de Estudios Clásicos, que prontose dio a conocer con la revista Emérita, dirigida por el pro-fesor Giuliano Bonfante. Tuvimos además el beneficio deuna amplia sala de conferencias acomodada con las butacasde rojo terciopelo que habían pertenecido al antiguo Tea-tro Real.

Pudo asimismo disponer de espacio propio el grupo ho-mogéneo del Laboratorio de Fonética, mejorado con variosinstrumentos, el Archivo de la Palabra y el Atlas Lingüístico.Don Ramón había sido, según queda indicado, iniciadordel Atlas y fue su constante inspirador y propulsor; yo actuécomo director ejecutivo; la encuesta fue realizada por Aure-lio M. Espinosa, hijo, y Lorenzo Rodríguez Castellano, enla zona castellana; Manuel Sanchis Guarner y Francisco deP. Molí, en la catalana, y Aníbal Otero y Armando Nobrede Gusmáo, sustituido después por Luis F. Lindley Cintra,

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en la portuguesa. En el verano de 1936, al empezar la guerra,la encuesta se había realizado en toda España, con excepciónde algunos lugares de Cataluña, y se había empezado enPortugal. La obra sufrió inevitable retraso; el primer volu-men no se publicó hasta 1962, por el Consejo Superior deInvestigaciones Científicas.

El Archivo de la Palabra tuvo por objeto servir a ladocumentación histórica recogiendo las voces de las per-sonalidades más representativas en la cultura española con-temporánea. Se hicieron a partir de 1931 las incripcionesautogramofónicas de escritores, científicos, artistas y polí-ticos, que en su mayor parte no dejaron otro testimoniooral de su habla y acento que el que hicieron para el Archi-vo. Los discos de las series registradas han sido utilizadosen cursos de español de universidades y colegios extranjeros.Comprenden los nombres de Azorín, Juan Ramón Jiménez,Pío Baroja, Menéndez Pidal, Ramón y Cajal, Unamuno,Alcalá Zamora, Valle-Inclán, Manuel B. Cossío, hermanosÁlvarez Quintero, Benavente, Palacio Valdés, Miguel Asín,Ignacio Bolívar, Bernardo Torres Quevedo, Ortega y Gasset.Fernando de los Ríos, Concha Espina, Margarita Xirgu, Vi-cente Medina, Enrique Borras, Eduardo Marquina, MarianoBenlliure, Linares Rivas y Ricardo León. La guerra impidióhacer las inscripciones, ya previstas, de Antonio Machado,Manuel Azaña y Federico García Lorca.

Durante algún tiempo, en esta etapa, se publicó un cua-derno de bibliografía dirigido por Pedro Salinas y tituladoíndice, con reseñas y comentarios sobre libros y tendencias dela literatura contemporánea. La publicación cesó cuandoSalinas tornó a su cargo la organización de los cursos de laUniversidad Internacional en el Palacio de la Magdalena deSantander.

En 1936, al cesar en su labor, el Centro había producidoun extraordinario número de publicaciones y tenía en marchaempresas de eminente interés. Sólo la Revista de Filologíacontaba ya con 22 volúmenes. El último cuaderno, con el quequedó interrumpida hasta después de la guerra civil, se pu-blicó bajo el bombardeo de Madrid, pocos días antes de que

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la imprenta de la Editorial Hernando en que se confeccio-naba fuera destruida por los cañones antirrepublicanos. ElCentro en aquella fecha había ya alcanzado renombre inter-nacional. Numerosos jóvenes del profesorado de universida-des e institutos extendían por las provincias españolas lasenseñanzas recogidas en el Centro o a través de sus publica-ciones. Con frecuencia, en cualquier país, el viajero encuentrael nombre del Centro, evocado con admiración y cariño poralguna persona que asistió a sus cursos. Fue en el campo dela cultura humanística el exponente más visible de un breverenacimiento de optimismo y confianza en el deprimido am-biente de la conciencia española. Hoy no es difícil apreciarel sentido y valor de la función que desempeñó. Para susviejos colaboradores no fue más que un acogedor hogar deilusionado trabajo, recordado con melancólica nostalgia.

Por espontáneo y común consenso, sin que en realidadhubiera habido efectivo nombramiento oficial, don Ramónfue considerado, desde el primer momento, como director delCentro, no sólo de la sección de Filología. Su imagen y ladel Centro se hicieron inseparables. Su ejemplo y enseñanzaguiaron la labor colectiva y definieron el carácter y espíritude la institución. El Centro, al mismo tiempo, proporcionóa don Ramón la materia propicia y los medios necesarios paraformar su escuela y ejecutar su obra. Cierto es que la gigan-tesca labor de Menéndez Pidal abarca un periodo mucho másextenso que el de los veintiséis años de la existencia del Cen-tro. Antes y después salieron trabajos de máxima importanciade su pluma infatigable. Se puede decir, sin embargo, queen la etapa del Centro fue donde su esfuerzo alcanzó la mayorexpansión y trascendencia, tanto por los libros que en esosaños publicó como por la Revista que dirigió, por las obras yempresas que inspiró e impulsó a su alrededor y por el grupode discípulos que se formaron a su lado.

Era admirable ver cómo cualquier tema de lengua, deleyendas épicas o de romances se iluminaba en sus manosmostrando hasta el más íntimo fondo de su sentido, relacio-nes y contactos. Su prodigiosa técnica tenía por base un pro-fundo conocimiento de la vida medieval española, adquirido

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en largas e intensas lecturas de antiguas fuentes, en su mayorparte inéditas y en general apenas conocidas ni consultadas.Instrumento auxiliar de su memoria era el inmenso caudal desus notas, acumuladas en continua afluencia y metódicamenteordenadas en los ficheros de su despacho de Chamartín.

Lengua, literatura e historia se fundía en su doctrina enindivisible unidad. Fue el lingüista pertrechado de mayorbagaje literario e histórico, y al mismo tiempo el historiadory crítico literario de mayor preparación filológica. Conside-raba la lengua, en su origen y evolución, no como abstractaconstrucción gramatical, ni como mera creación expresiva devagas reacciones estéticas o idealistas, sino como complejoproducto individual y colectivo, fruto de tradición e innova-ción, inseparable de las formas de vida y de cultura de cadapueblo. Tuvo personalidad científica propia, no encuadradaen el marco de ninguna de las actuales teorías o sistemaslingüísticos.

Sería difícil señalar en la España contemporánea otro hom-bre de obra tan fecunda, ni de vida tan lograda, ni tampocode mayor urbanidad .y pulcritud en sus constumbres y mane-ras. Su figura se destaca como fundador de la moderna filolo-gía española, como explorador y definidor del ingente tesorode la poesía tradicional y como renovador y organizador dela investigación histórica. Los que tuvimos el privilegio de re-cibir sus enseñanzas, guardamos además, en lo hondo denuestro afecto, junto a la admiración de su ciencia, la entra-ñable memoria de su cordial imagen de maestro y amigo.

T. NAVARRO TOMÁSNorthampton, Masa.