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ñ Domingo XXIX del Tiempo Ordinario - Ciclo A – Octubre 22 de 2017 La compleja ligitimidad del poder El estudio de las sociedades, su funcionamiento, su origen, sus leyes, su supervivencia, desintegración y muerte se lo debemos a las ciencias sociales de reciente creación. Los evangelios simplemente reflejan la sociedad de la época (no está allí la revelación) así como los deseos de Yahvéh para el pueblo judío. El más primitivo ideal para Israel era vivir según el pacto del Sinaí, que no requería organización social ninguna pues cada judío se comprometió a guardarlo; era una teocracia directa. Ideal que no se realizó y necesitaron, a veces, con descontento de Yahvéh, de jueces y reyes que tampoco funcionaron. Luego del destierro a Babilonia no volvieron a tener autonomía. La fuerza de los invasores persas, griegos y finalmente romanos, determinaba la potestad del gobernante. La potestad viene de la fuerza, de las armas, en contraste con la autoridad que viene del valor moral reconocido a alguien. El César tenía la potestad del conquistador romano, con sus guerras y legiones, pero la autoridad la tenía Yahvéh y su sabiduría (la Torah). El creyente judío estaba entonces en medio de fuego cruzado. En realidad no es el problema moderno de la relación Iglesia-Estado lo que hay detrás del episodio de hoy pues lo único realmente religioso oficial era el Templo y culto. Del atrio del Templo para afuera mandaban los romanos. Ya la “iglesia” (qahal, en hebreo) estaba supeditada al Estado, como lo estaba la religión de los romanos al servicio del emperador . El Templo cobraba un impuesto a los varones adultos desde el tiempo de su reconstrucción con Esdras y Nehemías y Roma cobraba impuestos de la tierra, las cosechas, el comercio, la guerra, las exportaciones e importaciones, la capitación extranjera y otros. El denario tenía la efigie del emperador Tiberio y equivalía a la paga de un peón agrícola por un día. El malestar del pueblo era general con los romanos, aunque algunos grupos como los saduceos eran colaboradores de Roma; los fariseos soportaban a los romanos siempre y cuando les dejara vivir su religión; los zelotes luchaban contra Roma. La respuesta de Jesús lo ponía entre el nacionalismo independentista o el colaboracionismo vergonzoso. En general los romanos respetaban la religión de los pueblos conquistados, a menos que pusieran en riesgo su dominio: que los judíos fueran religiosos en privado y “súbditos romanos” en público. Podían incluir oraciones y sacrificios por el emperador. Es ingenuo pensar que el evangelio resuelva tan complejo problema que ha llevado siglos a la humanidad mal que bien solucionar: Estado laico y libertad de cultos. El texto de hoy ha sido clave en la historia del pensamiento político, con guerras de poder de por medio. El cesaropapismo como la forma de relación, en Occidente con los papas coronando reyes (la autoridad confiriendo la potestad, teoría del papa Gelasio) y en Oriente con los reyes coronando a los patriarcas (la potestad confiriendo la autoridad). Antes del cristianismo los emperadores romanos se tenían por descendientes de los dioses y algunos hasta tuvieron el título de “hijo de Dios” como Augusto. Igualmente en muchos pueblos vecinos a Israel. Pero en el judaísmo los reyes nunca fueron hijos de Yahvéh sino sus siervos. Constantino dice triunfar por visión de Jesucristo y preside el concilio de Nicea (año 325) y pasa de dios pagano casi que a santo para algunos. En el Antiguo Testamento son los macabeos los que unen el

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Domingo XXIX del Tiempo Ordinario - Ciclo A – Octubre 22 de 2017

La compleja ligitimidad del poder El estudio de las sociedades, su funcionamiento, su origen, sus leyes, su supervivencia, desintegración y muerte se lo debemos a las ciencias sociales de reciente creación. Los evangelios simplemente reflejan la sociedad de la época (no está allí la revelación) así como los deseos de Yahvéh para el pueblo judío.

El más primitivo ideal para Israel era vivir según el pacto del Sinaí, que no requería organización social ninguna pues cada judío se comprometió a guardarlo; era una teocracia directa. Ideal que no se realizó y necesitaron, a veces, con descontento de Yahvéh, de jueces y reyes que tampoco funcionaron. Luego del destierro a Babilonia no volvieron a tener autonomía. La fuerza de los invasores persas, griegos y finalmente romanos, determinaba la potestad del gobernante. La potestad viene de la fuerza, de las armas, en contraste con la autoridad que viene del valor moral reconocido a alguien. El César tenía la potestad del conquistador romano, con sus guerras y legiones, pero la autoridad la tenía Yahvéh y su sabiduría (la Torah). El creyente judío estaba entonces en medio de fuego cruzado. En realidad no es el problema moderno de la relación Iglesia-Estado lo que hay detrás del episodio de hoy pues lo único realmente religioso oficial era el Templo y culto. Del atrio del Templo para afuera mandaban los romanos. Ya la “iglesia” (qahal, en hebreo) estaba supeditada al Estado, como lo estaba la religión de los romanos al servicio del emperador . El Templo cobraba un impuesto a los varones adultos desde el tiempo de su reconstrucción con Esdras y Nehemías y Roma cobraba impuestos de la tierra, las cosechas, el comercio, la guerra, las exportaciones e importaciones, la capitación extranjera y otros.

El denario tenía la efigie del emperador Tiberio y equivalía a la paga de un peón agrícola por un día. El malestar del pueblo era general con los romanos, aunque algunos grupos como los saduceos eran colaboradores de Roma; los fariseos soportaban a los romanos siempre y cuando les dejara vivir su religión; los zelotes luchaban contra Roma. La respuesta de Jesús lo ponía entre el nacionalismo independentista o el colaboracionismo vergonzoso. En general los romanos respetaban la religión de los pueblos conquistados, a menos que pusieran en riesgo su dominio: que los judíos fueran religiosos en privado y “súbditos romanos” en público. Podían incluir oraciones y sacrificios por el emperador. Es ingenuo pensar que el evangelio resuelva tan complejo problema que ha llevado siglos a la humanidad mal que bien solucionar: Estado laico y libertad de cultos.

El texto de hoy ha sido clave en la historia del pensamiento político, con guerras de poder de por medio. El cesaropapismo como la forma de relación, en Occidente con los papas coronando reyes (la autoridad confiriendo la potestad, teoría del papa Gelasio) y en Oriente con los reyes coronando a los patriarcas (la potestad confiriendo la autoridad). Antes del cristianismo los emperadores romanos se tenían por descendientes de los dioses y algunos hasta tuvieron el título de “hijo de Dios” como Augusto. Igualmente en muchos pueblos vecinos a Israel. Pero en el judaísmo los reyes nunca fueron hijos de Yahvéh sino sus siervos. Constantino dice triunfar por visión de Jesucristo y preside el concilio de Nicea (año 325) y pasa de dios pagano casi que a santo para algunos. En el Antiguo Testamento son los macabeos los que unen el

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poder civil de la realeza con el poder religioso del sacerdocio; algo que algunos judíos esperaban hiciera Jesús cuando lo llaman hijo de David.

Aunque es muy complejo lo que sucede con la constantinización de la Iglesia, cuando el pecado se vuelve delito y la herejía traición, el teólogo Paul Evdokimov lo resume en la frase: “Constantino hizo más daño al evangelio que las crueles persecuciones de Nerón”. «Respondió Jesús: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido» (Jn 18:34). Hacia el siglo XIV empiezan las teorías de la Iglesia y el Estado como poderes separados e independientes, sin que ninguno derive la autoridad del otro, afianzadas con la Reforma.

Jesús no entra en examen de cómo ha llegado el César a mandar en Palestina ni la legitimidad de su potestad. «Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios» resulta tan complejo en la época como hoy y es una frase citada como un axioma por ambos bandos a lo largo de la historia. Ha servido para defender el poder religioso por encima de todo e igualmente el civil por encima de todo. Pero el creyente habita en ambos reinos, o ciudades como las llamaba Agustín de Hipona. Además, hay principios morales, como la libertad de conciencia, que ambos poderes deben respetar.

El evangelio no es una teoría sobre el Estado pero tampoco exactamente sobre la organización eclesial que responde a circunstancias históricas. El evangelio es revelación de que sin el perdón, la misericordia, la superación del egoísmo personal y colectivo no hay reinado de Dios, sea cual sea la organización adoptada. No es un recetario para poner punto final a todas las necesidades humanas o sociales. Tanto Jesús como Pablo hablan de siervos y esclavos y no por ello se puede decir que acepten o nieguen el inhumano y vergonzoso estatus de la esclavitud. Su superación vendrá por otro lado. Algo similar pasa con el poder romano: ni lo avalan ni lo niegan; ni se someten mansamente ni se declaran en rebeldía contra él. Pablo incluso utiliza su ciudadanía romana para sustraerse a las autoridades en Palestina. Algunos comentaristas se fijan en el término utilizado por el evangelio para mostrar la complejidad del problema: ¿Es lícito pagar impuestos? ¿Es permitido? ¿Es obligado? ¿Está bien? ¿Está contra la Torah? ¿Es correcto? ¿Es justo? ¿Lo permite la Torah? Preguntas que toda persona, creyente o no, puede hacerse sobre el sistema tributario de cualquier nación. El tributo era un medio de expresar la soberanía de Roma, también una fuente de riqueza, un medio de sostener a su pueblo y la paz impuesta militarmente. El mismo denario era instrumento de propaganda circulantes que recordaban a la gente el poder político del emperador y el privilegio de Roma como favorecida de los dioses que los judíos consideraban como idolatría. Luego de la caída de la ciudad y la destrucción del Templo, se acuñaron monedas con la imagen de una mujer atada y abatida que decía ¡Israel capturada! con claro sentido de provocación y humillación . Jesús elude una opción excluyente entre Dios y el emperador pues no había respuesta entonces como tampoco la hay hoy. La conocida Pax Romana, gracias al poder y las armas, dura cerca de mil años, una de las más largas en la historia de la humanidad. Pero la paz que buscaba Jesús tenía un contenido muy diferente que ningún poder militar podrá garantizar. La obediencia incondicional del creyente es a la voluntad de Dios y ésta no se objetiva tan fácilmente.