Domingo ordinario XXXI ciclo c

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Domingo 31 del tiempo ordinario

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Domingo 31 del tiempo ordinario

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La vida espiritual es un encuentro del ser humano con Dios. Nosotros debemos ir al encuentro con Dios; pero en realidad Dios es el que comienza ese encuentro.

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En ese encuentro muchas veces resplandece la misericordia del Señor, como en el ejemplo que hoy nos narra el evangelio: el encuentro de Jesús con Zaqueo.

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Jesús marchó a Jericó donde vivía Zaqueo,

hombre rico y publicano, de estatura muy pequeño.

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Éste trataba de ver a Jesús cuando pasaba; pero a causa de la gente, a verlo no le alcanzaba.

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“Bájate pronto, Zaqueo, que a tu casa iré yo”.

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Y él, con gran alegría, en bajar se apresuró.

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Al verlo el pueblo pensaba,

murmurando con rencor: “Dormirá hoy en la casa de un hombre pecador”.

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y, humilde, habló con rubor: “Doy la mitad de mis bienes a los más pobres,

Señor.”

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porque a esta casa llegó la salvación que anhelé.”

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“Tu eres hijo de Abrahán; vine a buscar lo perdido, salga de esta casa el mal.”

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Das la mitad de

tus bienes a quien la vida te

dio;

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no fuiste muy generoso, pero menos lo soy yo.

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Zaqueo era despreciado por el pueblo, no sólo por su oficio de cobrar los impuestos a favor de los romanos, sino que, al ser jefe de otros cobradores, se aprovechaba de la gente poniendo intereses injustos para enriquecerse a sí mismo.

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Hoy lo grandioso está en la conversión de Zaqueo. La conversión comenzó porque Jesús no le despreció, le miró y se invitó a su casa. Después Zaqueo aceptó la gracia de Dios en su corazón.

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Zaqueo no sólo recibió a Jesús en su casa, sino que le recibió con alegría. Aquel fue un verdadero encuentro con la misericordia de Dios.

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Nosotros a veces vamos a la misa o a otro acto religioso y no notamos ningún cambio, porque en realidad asistimos casi sólo de una forma externa y no tenemos un encuentro íntimo y verdadero con Jesús.

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Zaqueo tuvo una cosa buena que era el deseo de ver a Jesús. Quizá sólo era una curiosidad; pero por lo menos tenía una notable estima, probada por el hecho de hacer algo tan extraño como el subir a un árbol para poder ver a Jesús.

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En el encuentro nuestro con Dios, Él -Padre, Hijo y Espíritu Santo- tiene la primera y principal iniciativa, porque Dios es todo misericordia. Él ama a todos, no al pecado sino al pecador. Así nos lo dice hoy la 1ª lectura que es del último libro del Antiguo Testamento.

Sabiduría 11, 22-12,2

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Señor, el mundo entero es ante ti como grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los

seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas, si tú no lo hubieses querido?

¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos,

Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo incorruptible. Por eso, corriges poco a poco a los que

caen, les recuerdas su pecado y los reprendes, para que se conviertan y crean en ti, Señor.

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Se nos dice que Dios muestra su poder usando su misericordia. Los humanos nos equivocamos cuando pensamos que el poder se muestra con el enfado, la prepotencia y con el ir contra los demás. Eso es signo de debilidad. El poder se muestra por los grados de misericordia que muestra hacia quien ha hecho el mal.

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La historia de la humanidad va paralela a la historia de la misericordia de Dios, que realiza el encuentro. El primer paso fue la creación, signo del amor de Dios: “Si Dios hubiera odiado algo, no lo hubiera creado”. Dios, al ver las cosas creadas, vio que todo era bueno.

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Cuando muchos en la humanidad usaron mal la libertad, Dios da otro paso muy importante para un nuevo encuentro. El momento culminante fue la Encarnación: fue el acto supremo y definitivo de acercamiento de Dios al hombre. Y vivió en solidaridad con nosotros.

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Hoy sigue Dios buscando el encuentro con cada uno de nosotros. Alguno piensa que debería ser alguien especial, quizá como Zaqueo; pero ni él mismo ni los demás pensaban que era una persona especial. Dios, con su gran misericordia, como a Zaqueo, nos dice: Hoy quiero hospedarme en tu casa.

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Hoy quiero hospedarme

yo en tu casa y

quiero que desde hoy

seas mi hermano.

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El hombre sólo es rico en la pobreza, recibe cuanto da su corazón.

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El hombre sólo es rico

en la pobreza,

recibe cuanto da su

corazón.

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Cuando Jesús entraba en Jericó, acompañado de la multitud,

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Vio que un hombre llamado Zaqueo se esforzaba por verle pasar.

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Cuando Jesús a él se dirigió y vio Zaqueo

una inmensa alegría,

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pues sin saberlo, de tiempo esperaba aquel encuentro que iba a cambiar su vida.

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Hoy quiero hospedarme yo en tu casa y quiero que desde hoy

seas mi hermano.

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El hombre sólo es rico

en la pobreza,

recibe cuanto da

su corazón.

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El hombre sólo es rico en la

pobreza, recibe cuanto da su corazón.

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Dios es el primero que propicia ese encuentro, que nos dará la plena felicidad. Pero nosotros también debemos hacer algo: Como Zaqueo debemos subirnos al árbol.

Esto significa ser valientes y quitar prejuicios. Es querer sentir la compasión de Dios, que debe ir invadiendo nuestra vida.

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Subirse al árbol es quitar los egoísmos, buscando el bien de todos, pues no puede haber un verdadero encuentro con Dios, si no le hay también con el hermano. Y, como ya decía el Concilio Vat. II, no hay un verdadero encuentro con Dios, si no lo deseamos también para los otros.

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Subirse al árbol es “romper muros” o “romper barreras”, que nos impidan el encuentro. Estas pueden ser hasta los mismos adelantos materiales en cuanto que nos impulsan a tener más y más: dinero, comodidades, etc. Barrera puede ser la ignorancia sobre la bondad y la misericordia de Dios.

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Una barrera puede ser el miedo a Dios, a lo que me pueda pedir en un verdadero encuentro. Dios es bondad y sólo puede querer nuestro bien.

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Zaqueo, que sólo deseaba ver pasar a Jesús, encuentra la oportunidad no sólo de verlo de cerca, sino de intimar con Él, poder conversar reposadamente en la intimidad de su propio hogar, sin preocuparse de las críticas de la gente.

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Jesús aprovechó la buena acogida de Zaqueo para llevar la conversación por los cauces de una conversión.

No sabemos de qué trataron en aquella conversación; pero sí conocemos los resultados.

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El hecho es que Zaqueo, después del encuentro con Jesús, era otro hombre distinto del que había subido al árbol. Dicen que cuando la conversión llega al bolsillo o la cartera, es una buena conversión.

Estaba dispuesto a dar la mitad de sus bienes a los pobres, y a los que había estafado, devolverles 4 veces más.

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Aquel encuentro de Jesús con Zaqueo produjo una especie de milagro de amor. Hoy le pedimos que también haga ese milagro en nosotros para que le acojamos en nuestra casa y nuestro corazón con todo amor.

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Como Zaqueo, yo quiero subir

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a lo más alto que pueda llegar.

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Necesito de ti,

Señor.

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Soy pequeño

nada más.

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Dame tu paz.Dejo todo para seguirte.

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Entra en mi casa,entra en mi vida.

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Toca en mi estructura,sana todas

las heridas.

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Dame a ver tu

santidad.Quiero amarte

sólo a ti,

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porque el Señor es mi gran amor.

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Haz un milagro en mí.

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Entra en mi vida, toca

en mi estructura.

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Sana todas las heridas, dame a ver tu santidad.

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Quiero amarte sólo a ti, porque el Señor es mi gran amor.

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Haz un milagro en mí.

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Que el amor a María sea

como el árbol para llegar a

Jesús.

AMÉN