Domingo 27 enero

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La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). (De la carta apostólica de Benedicto XVI: “Porta Fidei”. nº 14) “Vosotros sois el cuerpo de Cristo…” Lo proclama San Pablo en la segunda lectura de este domingo: “vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”. ¿No te impresiona la frase por sus consecuencias? Veamos. Miramos al altar y miramos debajo del altar, en la iglesia: arriba y abajo,….¡¡¡el mismo cuerpo de Cristo!!! ¿A que no acertamos a creérnoslo? Miramos al cuerpo de Cristo que es la comunidad de sus seguidores y miramos, también, al cuerpo de Cristo que está sobre el altar en el pan eucarístico: de verdad, ¿los trato con el mismo respeto, devoción y cariño? “Vosotros sois el cuerpo de Cristo…” Pablo, por favor, grítanoslo, que nos cuesta mucho entenderlo y aceptarlo. Grítanoslo para que no nos engañemos. Grítanoslo para que recordemos que al final de la vida nos dirá Jesús: “lo que hicisteis con cualquiera de estos los más pequeños, conmigo lo hicisteis”. El viernes, 8 de febrero, tendremos la “cena contra el hambre” en el gimnasio del colegio. Entradas: despacho parroquial. Adultos: 5 €. Niños-jóvenes: 3€. Proyecto de Manos Unidas. AÑO DE LA FE

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Hoja parroquial domingo 27 enero

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La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).

(De la carta apostólica de Benedicto XVI: “Porta Fidei”. nº 14)

“Vosotros sois el cuerpo de Cristo…”

Lo proclama San Pablo en la segunda lectura de este domingo: “vosotros sois

el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”. ¿No te impresiona la frase

por sus consecuencias? Veamos.

Miramos al altar y miramos debajo del altar, en la iglesia: arriba y

abajo,….¡¡¡el mismo cuerpo de Cristo!!! ¿A que no acertamos a creérnoslo?

Miramos al cuerpo de Cristo que es la comunidad de sus seguidores y

miramos, también, al cuerpo de Cristo que está sobre el altar en el pan

eucarístico: de verdad, ¿los trato con el mismo respeto, devoción y cariño?

“Vosotros sois el cuerpo de Cristo…” Pablo, por favor, grítanoslo, que nos

cuesta mucho entenderlo y aceptarlo. Grítanoslo para que no nos engañemos.

Grítanoslo para que recordemos que al final de la vida nos dirá Jesús: “lo que

hicisteis con cualquiera de estos los más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

El viernes, 8 de

febrero,

tendremos la “cena

contra el hambre”

en el gimnasio del

colegio.

Entradas: despacho

parroquial.

Adultos: 5 €.

Niños-jóvenes: 3€.

Proyecto de Manos

Unidas.

AÑO DE LA FE

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El sábado fui al cine con mi mujer y una de mis hijas a ver Los Miserables. Fan

incondicional del musical, admirador de Víctor Hugo, albergaba mis reservas. Buen

reparto de actores, gran fotografía, música maravillosa, canciones inolvidables,

salimos encantados. De vuelta a casa, ……., pensaba quiénes son hoy los miserables.

¿Dónde se encuentran? ¿Cómo viven? ¿Quién les defiende? ¿Salen a la calle a

manifestarse en multitud o permanecen silenciosos, ignorados por una sociedad

desalmada?

Atrapado entre preguntas, he vuelto a la monumental novela del genial escritor

romántico francés. Para cultivar la empatía por los miserables contemporáneos, la

figura del obispo Myriel no tiene desperdicio. En su diálogo con el convicto Jean

Valjean, dice: “No necesita decirme quién es. Esta no es mi casa, sino la de

Jesucristo. Esa puerta no pregunta al huésped que llega si tiene un nombre, sino

solamente si tiene una pena… Esta no es la casa de nadie, excepto de aquellos que

necesitan un lugar o un refugio…”.

Un mensaje importante. “He contraído compromisos conmigo mismo, y los cumplo.

Hay encuentros que nos ligan y casualidades que nos impulsan por el camino del

deber”. Para una época emborrachada de derechos, celebro leer sobre el noble

sentimiento del deber. Víctor Hugo no reivindica una mentalidad escrupulosa y

atormentada, incapaz de ser feliz, sino una nueva en la que derechos y deberes se

entreveran y autoexigen. Hay un momento en la vida del hombre que este se da cuenta

que no todo es protestar, reivindicar, exigir, despotricar, culpar a los demás… Toca

enfrentarse al espejo insondable y descubrir en él asuntos pendientes. Entonces, lo

mejor de la vida, sus valores más sublimes, despuntan vigorosos. “Tales accesos de lo

justo y de lo bueno no son propios de naturalezas vulgares. El despertar de la

conciencia indica un alma grande”. Grandeza de ánimo, solidaridad, bondad, espíritu

de servicio… es lo que demanda el tiempo presente. Y todas esas actitudes y conductas

son producto de un trabajo interior, de una íntima y activa soledad redescubierta en

las zonas más oscuras y discretas de nuestra existencia. Casi doscientos años después,

Víctor Hugo es un soplo moral de aire fresco. Publicado en Expansión 2-1-2013