Domingo 20o del tiempo Ordinario, ciclo A · Domingo 20o del tiempo Ordinario, ciclo A El texto:...

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Domingo 20 o del tiempo Ordinario, ciclo A

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Domingo 20o del tiempo Ordinario, ciclo A

El texto: Mateo 15, 21-28. 21Y habiendo ido más allá de ahí, Jesús atravesó hacia la región de Tiro y Sidón. 22Y he aquí que una mujer cananea de aquella región, iba más allá, y gritó diciendo: “¡Apiádate de mí, Señor, hijo de David! Mi hija ha sido poseída por un mal demonio.” 23Pero él no le respondió palabra alguna, entonces los discípulos se acercaron a él y le pedían diciendo: “Despídela, porque grita detrás nuestro”. 24Entonces dijo respondiéndoles: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” 25Mas ella viniendo, lo adoró diciendo: “Señor, ¡ayúdame!” 26Mas él respondiendo dijo: “No está bien tomar el pan de los muchachos y tirarlo a los perros.” 27Pero ella dijo: “Sí, Señor, pero también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores.” 28Entonces Jesús respondió y le dijo: “Oh mujer, tu fe es grande! Se haga para ti como deseas.” Su hija fue curada desde ese momento.

(“Busca leyendo...” Lo que dice el texto en si mismo para entenderlo mejor)

Jesús se encuentra fuera de los límites de la tierra prometida, va más allá, al igual que Moisés lo hizo cuando iba con curiosidad hacia la zarza encendida (Ex 3,1), al encuentro de la revelación y misión misma de Dios. Después de esto, Moisés dejó atrás “su rebaño” para ser enviado a liberar al “pueblo de Dios”; algo similar sucederá a Jesús. La mujer va gritando, pidiendo clemencia, como el ciego de Jericó (Mc 10,47; Lc 10,38) se topa con la incomprensión. Sin embargo, refleja la profunda confianza del creyente en que su grito de angustia será escuchado por Dios, como expresan con frecuencia los salmos. Extraña que una pagana clame a Jesús usando el título de “hijo de David”, que refleja propiamente las promesas mesiánicas para Israel. Jesús muestra una inquietante indiferencia, que raya en la ofensa grotesca, comparando a los gentiles con los perros; aunque él usa el diminutivo “perritos”. En el oriente antiguo, el perro no era propiamente una un animal de compañía, sino que en estado semisalvaje, comía los desperdicios, llegando a ser animal carroñero que competía con otros animales por los despojos de los cadáveres; por lo cual era considerado un animarl impuro y designar a alguien con este calificativo era un grave insulto. Recordamos también el mandato expreso de Jesús a sus discípulos de predicar sólo en las poblaciones judías (Mt 10,5), y él mismo reafirma que ha venido por las “ovejas perdidas de la casa de Israel.” Sin embargo, Jesús accede ante la fe humilde y desafiante de la mujer, y es elogiada por él mismo. La fe aparece como condición para la salvación (Mt 9,22; 13,58; Mc 10,52; Lc 17,19).

(“... y encontrarás meditando.” Reflexión personal y profundización sobre la Palabra, lo que a mí me dice ahora)

Jesús, yendo más allá de la región del “rebaño de Israel”, se encuentra ante una situación límite de la experiencia de Dios, es aventurado decirlo, pero podemos ver una apertura a un nuevo horizonte de liberación que revelará el nombre de Dios a los gentiles. En vez de la zarza ardiendo, encontramos a la mujer cananea que reconoce al Dios de los padres (Ex 3,6), en este caso llamando a Jesús como “hijo de David”. La “ofensa” de Jesús a la cananea, si bien está matizada por el diminutivo de “perritos”, pone en claro el lugar privilegiado de Israel, como primeros destinatarios de la salvación; pero al mismo tiempo permite la apertura de ésta: los perritos comen las migajas, que siendo despojos, son parte del mismo pan. Vemos un cumplimiento de varias profecías de Isaías que hablan de esta apertura, meditemos especialmente el segundo cántico del Siervo del Señor (Is 49,6): “Es poco que seas mi siervo y

restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.” La salvación de Dios, aunque sea una migaja es capaz de alimentar y de salvar. Es un alimento destinado a muchos, pero que también, por caminos que sólo Dios conoce, llega a aquellas fronteras hacia las que Jesús va. Pero no sólo va él, también la mujer va allá; ahí encuentra ella el lugar de adoración a Jesús. Esta frontera existencial se vuelve lugar de encuentro, es donde Dios actúa, revelando que su proyecto de salvación se rediseña en función de los que ama, de los que necesitan ser liberados del mal, de los que pueden abrirse a la fe. La fe que distingue a esta mujer, es la misma del padre de la promesa: Abraham (Heb 11,8-19). Una fe que grita por el bien de los hijos, pero se abre y abandona en la fuerza de Dios. No es una fe de relación intimista con Dios, tiene un objeto claro, la liberación de la hija, la fecundidad de la familia; no pide el propio bienestar, antes bien, sigue el camino al encuentro de la voluntad de Dios, y ante ella intercede en bien de otros, porque ha conocido y se sintoniza con la bondad de Dios (Gn 18,16-33).

(“Llama orando...” Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su Evangelio. Le respondo)

Señor Jesús, tú que eres la salvación donada por el Padre, dame la fe de la mujer cananea. Que sea una fe desafiante porque esté impregnada de tu misma voluntad de liberar a todos; que sea humilde para no erigirme en juez de Dios, sino convertirme en tu siervo que te escucha, en discípulo que te sigue, en peregrino que camina hacia las fronteras de este mundo. Y justo ahí, donde parece que no estás presente, pueda yo descubrir que tu Padre ha ya extendido sus manos para alcanzar a todos los hombres y mujeres, con una salvación que se desborda. Dame el don de la fe, no la que se siente segura en sí misma, sino la que se vuelve diálogo y adoración con tu Padre para salvación de los oprimidos por el mal. Amén.

(“... y se te abrirá por la contemplación.” Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar y tomo decisiones para actuar de

acuerdo a la Palabra de Dios) ¿Qué acciones de mi fe cristiana se vuelven cerradas, autorreferenciales, exclusivistas? ¿Qué sentimiento experimento ante la salvación abierta de Dios que se desborda fuera de los límites de su Pueblo Santo? ¿Cómo son mis gritos hacia Dios?, ¿reproches?, ¿súplica confiada y humilde? ¿Cómo podré vivir y buscar la voluntad de Dios en un mundo tan plural?