Documento de trabajo nº 07

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Documento de trabajo núm. 7, julio de 2009 El Yemen, entre la integración política y la espiral de la (contra) violencia François Burgat y Laurent Bonnefoy

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Séptimo número de la serie Documentos de trabajo, publicado en julio de 2009 con el título "El Yemen, entre la integración política y la espiral de la (contra) violencia", de los autores François Burgat y Laurent Bonnefoy.

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Documento de trabajo núm. 7, julio de 2009

El Yemen, entre la integración política y la espiral de la (contra) violencia

François Burgat y Laurent Bonnefoy

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François Burgat es director del Instituto Francés del Próxi-mo Oriente (IFPO) e investigador principal del Centro Na-cional de la Investigación Científica (CNRS). Entre 1997 y 2003 dirigió el Centro Francés de Arqueología y Ciencias Sociales de Sanaa (CEFAS). Laurent Bonnefoy es investigador postdoctoral del CNRS, asociado al Instituto de Investigaciones y de Estudios sobre el Mundo Árabe y Musulmán (IREMAM) de Aix-en-Provence.

Documento de trabajo núm. 7, julio de 2009

El Yemen, entre la integración política y la espiral de la (contra) violencia

François Burgat y Laurent Bonnefoy

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Autores: François Burgat y Laurent Bonnefoy Título original: Le Yémen : entre intégration politique et spirale de la (contre-)violence Traducción: Eric Jalain Fernández. AEIOU Traductores Edición: Casa Árabe-IEAM (Documentos de Trabajo de Casa Árabe,

núm. 7, julio de 2009) Diseño de cubierta: Íñigo Cabero DL: M-40612-2007 ISSN: 1888-1300 Este documento se edita bajo licencia Creative Commons Reconocimien-to-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 España, que permite su libre reproducción, distribución y comunicación bajo las siguientes condiciones: 1) se deben mencionar siempre de forma clara los nombres del autor, traductor, editor y los términos de esta licencia; 2) no se puede utilizar esta obra para fines comerciales; 3) no se puede alterar, transformar o generar una obra derivada a partir de esta obra. Consúltense las condiciones com-pletas de la licencia en:

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El Yemen, entre la integración política y la espiral de la (contra) violencia François Burgat y Laurent Bonnefoy

Situado al sur del reino de Arabia Saudí y al oeste del sultanato de Omán, en un territo-rio de una extensión equivalente a Francia, la República del Yemen es el país más pobre y más poblado (24 millones de habitantes en 2008)1 de la Península Arábiga. En la en-crucijada de varias regiones estratégicas (Oriente Próximo, cuerno de África, Océano Índico y Península Arábiga), el Yemen parece sin embargo periférico a todas ellas.2 En efecto, queda excluido del «club de los ricos» formado por los países del Golfo,3 sigue siendo frecuentemente estigmatizado por sus vecinos, que ven en él una fuente de ines-tabilidad, y sus sucesivos gobiernos a lo largo del siglo XX no parecen haberse interesa-do demasiado en hacer del Mar Rojo un polo de integración regional.

Cierto es que el Yemen pocas veces ha estado unificado en el transcurso de su extensa historia, a pesar de lo cual existe una identidad del pueblo yemení y de un territorio de-nominado Yemen, tal vez fluctuante al hilo de los siglos,4 pero presente desde el adve-nimiento del islam en el siglo VII de nuestra era. En el texto coránico y en la tradición del profeta (Sunna) hay numerosas referencias al Yemen, recordando que su pueblo fue el primero en abrazar la religión musulmana, o bien subrayando su sabiduría (al-hikma yamaniyya) y su fe (al-iman yaman).5 Pero antes incluso, en la Antigüedad, los reinos de la ruta del incienso, especialmente los reinos de Saba, de Hadramaut o de Qatabán, con sus intercambios comerciales, su uso compartido de un mismo alfabeto y lenguas, así como un panteón común, aportaban ya una cierta coherencia a este espacio yemení, que los romanos bautizaron por aquel entonces con el evocador nombre de Arabia felix (Arabia feliz).6

1 Prueba de una cierta desconfianza de la población con respecto al Estado, el último censo demográfico llevado a cabo por el gobierno en 2004 dio lugar a numerosos rumores que han podido falsear a la baja, y de forma significativa, el resultado final de 19,7 millones de habitantes. Parece ser que numerosas familias temían que el censo pudiera servir para instaurar un nuevo sistema impositivo, por lo que minimizaron el número exacto de hijos. La cifra de 24 millones parece por ello una estimación realista basada en el crecimiento po-blacional de más del 3 % valorado por las instituciones internacionales. 2 «El país se halla pues en la intersección de varios sistemas sin constituir el centro de ninguno, en el cruce de varios espacios, pero quedándose a menudo al margen de los mismos», señala, en este sentido, Ghassan Salamé, en Rémy Leveau, Franck Mermier y Udo Steinbech (dirs.), Le Yémen contemporain, París: Karthala, 1999, pág. 38. 3 Sheila Carapico, «Arabia Incognita: An Invitation to Arabian Peninsula Studies», en Madawi al-Rasheed y Robert Vitalis (dirs.), Counter-Narratives. History, Contemporary Society and Politics in Saudi Arabia and Yemen, Nueva York: Palgrave, 2004, págs. 11-33; y Renaud Detalle (dir.), Tensions in Arabia: The Saudi-Yemeni Fault Line, Ba-den Baden: Nomos, 2000. 4 Tomislav Klaric, «Le Yémen au XVIIème siècle : territoire et identités», Revue du Monde musulman et de la Médi-terranée, núm. 121-122, 2008, págs. 69-78. 5 ‘Abd al-Malik al-Shaybani, al-Yaman fi l-Kitab wa-l-Sunna [El Yemen en el Libro y en la Tradición], Sanaa: Maktabat Jalid ibn al-Walid, 2003. 6 Jérémie Schiettecatte, «La population des villes sudarabiques préislamiques : entre ‘asabiyya et hadarî», Revue du Monde musulman et de la Méditerranée, núm. 121-122, 2008, págs. 35-51.

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Así, a priori, la idea de una nación yemení parece más fundamentada que en el caso de otros países de la región, artificialmente creados por los colonizadores (Jordania, Iraq, Kuwait) o fruto de recientes construcciones (Arabia Saudí, Qatar o los Emiratos Árabes Unidos).7 No existen en el Yemen minorías lingüísticas o étnicas realmente significati-vas.8 Los yemeníes son musulmanes en su inmensa mayoría, y parecen reivindicar una historia común, sin olvidar mitos y símbolos compartidos, a la cabeza de los cuales se halla el de la reina de Saba, o bien la costumbre de mascar qat, un narcótico ligero que consume a diario una amplia mayoría de la población.9

A pesar de todo esto, la nación yemení no ha dejado de ser cuestionada a lo largo de los siglos tanto por factores internos como externos, infraestatales (regionalismos o triba-lismos) o supraestatales (imperialismo, colonización, nacionalismo árabe y socialismo). Durante mucho tiempo, la idea de un Yemen unificado no fue más que una aspiración ampliamente compartida pero inalcanzable.10

Fragmentado administrativamente en pequeños reinos durante la Antigüedad, después en sultanatos e imamatos durante el periodo islámico, dividido primero por las disputas de los imperios otomano y británico, y posteriormente por la Guerra Fría en la Repú-blica Árabe del Yemen (RAY) en el norte, y la República Democrática Popular del Ye-men (RDPY) en el sur, el Yemen no logró unificarse hasta el 22 de mayo de 1990, tras un proceso político largo y complicado11 que concluyó en la creación de la República del Yemen y condujo al país hacia un proceso de democratización. Esta unificación, que parecía natural y venía a corregir las anomalías provocadas por la división, sigue sin embargo dando lugar a contestaciones diversas. Los términos concretos de la unidad entre el norte y el sur, al avalar el predominio de las élites del primero, desencadenaron una breve guerra en 1994 y aún provocan hoy en día numerosas controversias. Además, con un Estado aún en construcción, que se muestra a menudo incapaz de asegurar sus servicios al conjunto de sus ciudadanos (educación, sanidad, seguridad, justicia, infraes-tructuras) y que sigue sin tener el control de numerosas regiones, la idea nacional puede parecer bastante hipotética.

Hoy en día, el Yemen sigue siendo la única república de la Península Arábiga. Se trata, de hecho, de uno de los escasos Estados árabes que ha celebrado elecciones relativa-

7 Paul Dresch y James Piscatori (dirs.), Monarchies and Nations: Globalisation and Identity in the Arab States of the Gulf, Nueva York: IB Tauris, 2005. 8 Esta uniformidad no debe, sin embargo, hacernos olvidar la presencia de algunos cientos de judíos que perma-necieron en el Yemen tras el transvase masivo organizado tras la creación del Estado de Israel (operación Alfombra Voladora, en 1949 y 1950), así como de algunas pequeñas comunidades que aún hablan lenguas sudarábigas (socotrí, mahrí) en los márgenes del territorio. La llegada de numerosos refugiados procedentes de Somalia y de Etiopía (más de 25 000 sólo en 2008, según las Naciones Unidas), a menudo en circunstan-cias dramáticas, está afectando a ciertos equilibrios demográficos y algunos yemeníes están desarrollando incluso sentimientos xenófobos, especialmente en un contexto de crisis económica. Es cierto que la integra-ción de estos inmigrantes está resultando especialmente complicada, aunque el Estado yemení les concede automáticamente el estatus de refugiados. Esta política resulta excepcional en la región, por lo que los esfuer-zos de las autoridades yemeníes en la materia suelen ser reconocidos por las organizaciones internacionales. 9 Daniel Martin Varisco, «On the Meaning of Chewing: The Significance of Qat (Catha edulis) in the Yemen Arab Republic», International Journal of Middle East Studies, vol. 21, núm. 1, 1986, págs. 1-13. 10 Joseph Kostiner, Yemen. The Tortuous Quest for Unity, 1990-1994, Londres: Royal Institute of International Affairs, 1996. 11 Las tensas relaciones existentes entre la RAY y la RDPY provocaron dos conflictos abiertos, en 1972 y en 1979, así como recurrentes intentos de desestabilización recíproca por medio de movimientos armados.

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mente libres, como las presidenciales de 2006, que han permitido, a pesar de los nume-rosos intentos de bloqueo institucional y político, la existencia de una oposición que disputa directamente el poder a ‘Ali ‘Abd Allah Salih.12 En cuanto a la libertad de pren-sa, aunque parcial, está sin duda más asegurada que en ningún otro país de la zona. A pesar de la represión que ha afectado directamente a ciertos periodistas y que ha llevado a la suspensión de algunos periódicos (al-Shura en 2004, así como al-Wasat en abril de 2008), prolifera una prensa independiente y a menudo muy valiente que denuncia cons-tantemente las corruptelas de poder, abre debates y desarrolla investigaciones de fondo. Por su parte, una sociedad civil tanto tradicional (actores religiosos y tribus) como mo-derna (asociaciones, ONG, sindicatos)13 está logrando frenar en buena medida las velei-dades autoritarias del régimen y asegurar cierto reparto de los recursos del poder. Pero a pesar de estas complejas dinámicas sociales y de su original formulación política, duran-te largo tiempo inclusiva, en los últimos años el Yemen ha adquirido una sólida fama de fuente de inestabilidad, de conservadurismo social o incluso de fundamentalismo y vio-lencia terrorista.

La historia del Yemen contemporáneo ofrece un amplio abanico de itinerarios y de mo-dalidades de relación con Occidente, así como un sistema complejo y cambiante de reparto del poder entre diferentes grupos. Esta originalidad debería haber contribuido a que fuera considerado, a escala de todo el mundo árabe, un escenario privilegiado para observar los itinerarios de la modernización política y social. Sin embargo, no ha sido para nada el caso y la historia del —o de los— Yemen durante el siglo XX aún no ha sido incluida en el tronco común del estudio científico del mundo árabe. Por ello, no es baladí recordar algunas fechas clave de dicha historia así como las principales caracterís-ticas del territorio humano y geográfico en el que ésta se enmarca.

En las páginas que siguen, los autores pretendemos primero mostrar hasta qué punto, desde los años sesenta, el régimen se ha ido construyendo basándose esencialmente en la inclusión y en la voluntad de superar los dualismos históricos y sociales. Queremos analizar especialmente el papel (relativamente limitado) que han desempeñado las dife-rentes ideologías en el juego político, e insistir sobre el carácter a menudo funcional del reparto del poder que han permitido. En la medida en que el Estado yemení, al contra-rio que muchos otros casos regionales, no se ha construido contra la sociedad, el siste-ma político no ha desplegado una violencia represiva exagerada y ha permitido la inte-gración de numerosos actores, no sólo de los líderes de las estructuras tribales sino igualmente de la mayor parte de la generación denominada «islamista».

En una segunda parte veremos cómo dicho equilibrio, por imperfecto que resulte, se halla ahora amenazado tanto por el creciente autoritarismo del poder como por presio-nes externas relacionadas con la «lucha contra el terrorismo» llevada a cabo por los Es-tados Unidos y sus aliados.

12 Sarah Philips, Yemen’s Democracy Experience in a Regional Perspective: Patronage and Pluralized Authoritarianism, Londres: Palgrave Macmillan, 2008. 13 Sara Ben Nefissa, Maggy Grabunzija y Jean Lambert (dirs.), Société civile, associations et pouvoir local au Yémen, Sanaa: Centre français d’archéologie et de sciences sociales de Sanaa, 2008.

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Referencias cronológicas

1948. Intento fracasado de instauración de una monarquía constitucional en Yemen del Norte llevado a cabo por el Movimiento de los Libres. Estructuración de los movimientos de oposición al imamato zaidí.

1962. Revolución que instaura la República de Yemen del Norte, que se convierte en la Repúbli-ca Árabe del Yemen (RAY). Comienzo de la guerra civil, que enfrenta a los republicanos, ayudados militarmente por el Egipto de Naser, contra los monárquicos, apoyados por Arabia Saudí.

1963. Comienzo de la insurrección independentista de Yemen del Sur contra la colonización británica.

1967. Independencia de Yemen del Sur, que se convertirá en 1970 en la República Democrática Popular del Yemen (RDPY).

1970. Final de la guerra civil en la RAY e instauración de un régimen republicano.

1972. Primera guerra entre la RAY y la RDPY.

1978. ‘Ali ‘Abd Allah Salih se coloca a la cabeza de la RAY.

1979. Segunda guerra entre la RAY y la RDPY.

1986. Enfrentamientos violentos entre facciones socialistas en la RDPY que provocan en una semana varios miles de muertos en Adén.

1990. Unificación del norte y del sur, nacimiento de la República del Yemen y del multipartidismo.

1991. Posición neutral del Yemen durante la guerra del Golfo. A modo de represalia, las monar-quías del Golfo ordenan la expulsión del millón de trabajadores yemeníes presentes en sus territorios.

1993. Primeras elecciones legislativas multipartidistas.

1994. «Guerra de secesión» entre los ejércitos de la antigua RDPY y de la antigua RAY, después de que el vicepresidente ‘Ali Salim al-Bid anunciara la secesión de las provincias del sur. Las tropas del norte entran en Adén en julio.

1999. Primeras elecciones presidenciales con sufragio universal.

2000. Atentado en Adén atribuido a al-Qaeda contra el buque de guerra estadounidense USS Cole.

2001. El Yemen pasa a convertirse en uno de los aliados de la guerra global contra el terrorismo.

2004. Comienzo de la guerra de Sa‘da en el norte del país, en la que se enfrentan el ejército ye-mení y el grupo Juventud Creyente, que se identifica con la doctrina religiosa zaidí.

2006. Elecciones presidenciales con sufragio universal. El candidato de la oposición, Faysal bin Shamlan obtiene cerca del 22 % de los votos. ‘Ali ‘Abd Allah Salih sale reelegido.

2007. Movimientos de protesta en los gobiernos provinciales de la antigua RDPY.

2008. Atentado contra la embajada estadounidense en Sanaa, atribuido a grupos islamistas. A este ataque le sigue una oleada de acciones violentas dirigidas tanto contra intereses occi-dentales como contra los servicios de seguridad yemeníes.

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I. El difícil reparto de los recursos políticos

Los dualismos genealógicos, religiosos e históricos

El particularismo más evidente que caracteriza al Yemen procede sobre todo de su do-ble dualismo, tanto geográfico como, sobre todo, histórico. Ciertamente, la división política entre norte y sur no ha existido desde siempre. Antes de que, en enero de 1839, los intereses británicos por la ruta de las Indias chocaran con los intereses de un Impe-rio otomano ya en decadencia, no había ninguna frontera que dividiera completamente «el país del sur» o «de la derecha» (bilad al-yamin). Sin embargo, la frontera natural entre las altiplanicies del norte, de difícil acceso, y las llanuras costeras, más abiertas a las in-fluencias e intercambios con el exterior,14 tuvo a lo largo del siglo XX consecuencias en su geografía social y política, generando dos trayectorias históricas bien distintas. La prueba del peso de dicha división, que muchos yemeníes han considerado —posible-mente con excesiva precipitación— totalmente artificial o impuesta desde el exterior, es que sigue, con todo, desempeñando un papel importante hoy en día.

La historia del Yemen está marcada por la fragmentación política, social y religiosa.15 Cuando se habla de las identidades religiosas en el Yemen, parece darse por supuesto que los yemeníes se reparten más o menos equitativamente entre dos escuelas del islam: el zaidismo, que pertenece al chiismo, y el shafiismo sunní (aparte de existir minorías judías, ismailíes y hanafíes, que representan como mucho algunas decenas de miles de personas).16 El sentido común tiende a considerar que la oposición entre estas dos iden-tidades religiosas es el principal factor estructurante del paisaje político y social yemení. De hecho, si bien la división religiosa no coincide exactamente con la frontera política entre el norte y el sur (aunque los zaidíes están ausentes en el sur, en el norte los shafiíes constituyen una minoría tan importante que incluso tiene visos de mayoría) y no puede ser considerada un factor verdaderamente estructurante y polarizante, en la medida en que las divergencias doctrinales se han ido atenuando a lo largo de los siglos,17 no es menos cierto que este dualismo religioso ha podido acentuar la división en dos Estados y retrasar la aparición de un sentimiento nacional. En ciertos periodos, como en el siglo XVII, cuando los imames zaidíes intentaban conquistar las regiones shafiíes de Yafi‘ y de Lahy, el zaidismo de las altiplanicies provocaba un verdadero rechazo.18 Y a la inversa, en el siglo XV el reino rasulí, cuyo centro se hallaba en Ta‘izz, tuvo que hacer frente a continuos ataques de los zaidíes, que rechazaban la tutela ejercida por ese poder sunní.19

14 El sur y las costas se beneficiaron lógicamente de diversas aportaciones migratorias procedentes especial-mente de la India y del cuerno de África. 15 Mermier en Rémy Leveau, Franck Mermier y Udo Steinbech (dirs.), op. cit. 16 Isma‘il bin ‘Ali al-Akwa‘, al-Zaydiyya: nash’atuha wa-mu‘taqidatuha [El zaidismo: su origen y sus convicciones], Sanaa: Dar al-Fikr al-Mu‘asir, 1993. 17 Bernard Haykel, Revival and Reform in Islam. The Legacy of Muhammad al-Shawkânî, Cambridge: Cambridge University Press, 2003. 18 Robert Serjeant, «Yâfi‘, Zaydîs, Al bû Bakr b. Sâlim and others: Tribes and Sayyids», en Robert Serjeant (dir.), Arabian Studies, Cambridge: Cambridge University Press, 1990, págs. 83-105. 19 Eric Vallet, Pouvoir, commerce et marchands dans le Yémen rasûlide (626-858/1229-1454) (tesis doctoral), París: Université de Paris I, 2006.

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El norte, de difícil acceso, caracterizado por sus altas mesetas y sus profundos valles, nunca ha sido colonizado, como mucho sufrió la ocupación militar y administrativa otomana en el siglo XVII y entre 1872 y 1918.20 Y a pesar de la ocupación, el imamato zaidí mantuvo su poder, por lo que controló de forma continua todo o parte del actual Yemen durante más de mil años, es decir, hasta 1962, fecha de la revolución republica-na. Durante largo tiempo, el imamato, expresión política de la doctrina religiosa chií del zaidismo, se apoyó militarmente en el poder de las tribus y reclutó a sus imames (en teoría, según un sistema no hereditario y en función del propio mérito de cada cual co-mo muyahid —combatiente—, muytahid —intérprete de los textos jurídicos y religio-sos—, caballero, etc.) entre la categoría de los descendientes del profeta, los sayyid. Al contrario que los hombres de las tribus, que reivindican su descendencia mítica de Qah-tan, el ancestro de los árabes del sur, los descendientes del profeta se refieren por su parte a ‘Adnan, supuesto antepasado de las tribus árabes del norte. Según la leyenda, los sayyid llegaron a territorio yemení tardíamente, tras el advenimiento del islam, cuando se los requirió como mediadores para resolver las diferencias entre las tribus qahtaníes en conflicto. Por ello, existe a menudo hacia los sayyid cierta suspicacia o una reprobación de su pasado extranjero. Aunque durante largos periodos hayan detentado el poder (en la zona zaidí del norte, pero también en los sultanatos shafiíes del sur, donde también están presentes y donde desempeñaron un papel tanto político como religioso), la ge-nealogía les confiere, a ojos de algunos de sus adversarios, cierto déficit de nacionalis-mo. Esta dualidad de origen de la población, si bien es ciertamente simbólica, en la me-dida en que no reposa en criterios étnicos ni lingüísticos, constituye una división que hasta hoy en día ha sido regularmente instrumentalizada en diferentes momentos clave de la historia.21

Durante el periodo anterior a la revolución de 1962, la estructura social tradicional de la población zaidí de las altiplanicies se revelaba particularmente rígida y limitada. Los sayyid precedían en la jerarquía social a los cadíes (en árabe qadi, plural quda), una aristo-cracia no religiosa sino jurídica o burocrática.22 Estos «jueces» se hallaban bastante cerca de las esferas más altas del poder, pero no podían, por la naturaleza de su «contrato», pretender al mismo, por lo que se convertían en personalidades lógicamente bastante propensas a contestar un sistema que los apartaba de la posibilidad de acceder al poder monárquico del imamato. No resulta pues sorprendente que numerosos líderes revolu-cionarios de mediados del siglo XX procedan de este grupo.23 Siguen en la jerarquía los miembros de varios centenares de tribus, que viven esencialmente de la agricultura y de la ganadería y que se agrupan básicamente en dos grandes confederaciones: Hashid y Bakil, antaño llamadas «las dos alas armadas del imamato».24 En los márgenes de la je-rarquía social hallamos a los banu l-jums, que ejercen profesiones consideradas innobles

20 Caesar Farah, The Sultan’s Yemen: Nineteenth Century Challenges to Ottoman Rule, Londres: IB Tauris, 2002. 21 Engseng Ho, The Graves of Tarim: Genealogy and Mobility Across the Indian Ocean, Berkeley: University of Cali-fornia Press, 2006. 22 Brinckley Messick, The Calligraphic State: Textual Domination and History in a Muslim Society, Berkeley: Univer-sity of California Press, 1996. 23 Tras dos infructuosos intentos de establecer una monarquía constitucional, en 1948 y en 1955, los revolu-cionarios, inspirados sobre todo por las doctrinas de Ahmad Muhammad Nu‘man y de Muhammad Mahmud al-Zubayri, y contando con el apoyo militar del Egipto naserista, logran derrocar a la monarquía zaidí el 26 de septiembre de 1962 (François Burgat, «Ahmad Muhammad Nu‘man et la construction d’une identité nationa-le yéménite», Revue du Monde musulman et de la Méditerranée, núm. 121-122, 2008, págs. 183-198). 24 Ibrahim Ahmad al-Maqhafi, Mu‘yam al-buldan wa-l-qaba’il al-yamaniyya [Diccionario de los lugares y de las tribus yemeníes], 2 tomos, Sanaa: Dar al-Kalima, 2002.

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(barberos y peluqueros, curtidores, músicos, carniceros, etc.), la comunidad judía «pro-tegida»25 y, finalmente, los ajdam, prácticamente una casta de intocables empleados en la servidumbre, cuyo color de piel podría indicar que sus antepasados vinieron de la otra orilla del Mar Rojo.26

Evidentemente, esta división social colectivamente asumida favoreció durante mucho tiempo los intereses de los poderosos y estuvo también en el origen de los primeros reve-ses de los revolucionarios que cometieron al principio, en 1948, el error de subestimarla.

La lucha contra los otomanos y la reinstauración total del imamato llevada a cabo por el imam Yahya Hamid al-Din, y después por su hijo Ahmad, a comienzos del siglo XX, otorgó, qué duda cabe, una legitimidad nacionalista al régimen monárquico. Pero éste, en vez de abrirse a nuevas influencias, como los demás regímenes de la península, esco-gió al contrario encerrarse en una política aislacionista y antimoderna. El sistema poten-ció las divisiones sociales y confesionales: la élite reinante de los sayyid era minoritaria en la meseta, mientras que la doctrina zaidí no la compartía toda la población del norte y no tenía ninguna presencia en el sur. En este contexto, la alianza entre ciertas tribus zaidíes, dirigidas principalmente por ‘Abd Allah bin Husayn al-Ahmar, y las élites reno-vadoras shafiíes y zaidíes precipitó la caída del imamato y alumbró una república en 1962. El discurso de las nuevas élites las comprometió a la superación de las desigual-dades sociales y religiosas, pero tan sólo tras una guerra civil de ocho años, y gracias a numerosos compromisos, esta realidad logró extenderse a todo el conjunto del territorio.

A lo largo del siglo XX, el sur siguió una trayectoria totalmente diferente, incluso opues-ta. La colonización británica de Adén, a partir de 1839, y posteriormente del interior, instituyó jurídicamente la división con el norte y abrió la vía a un proceso de acultura-ción que, si bien se limitó en lo esencial a las ciudades costeras, no resultó por ello me-nos impactante. Adén se modernizó, se crearon nuevos barrios, los viajeros recorrían el país, se estableció un sistema administrativo y los modos de vida cambiaron con rapi-dez. Etapa en la ruta hacia la India y Asia, el puerto de Adén fue adquiriendo importancia y atrayendo a las poblaciones del interior, y a comienzos del siglo XX se convirtió en el segundo mayor puerto del mundo, después del de Nueva York.27 Esta apertura hacia el exterior, tan distinta de lo que ocurría en el norte, no fue en su momento tan sólo resultado de la colonización, sino igualmente fruto de una antigua tradición migra-toria y comercial de los habitantes de las regiones del sur, especialmente de Hadramaut y de Yafi‘, que establecieron redes comerciales con el sudeste asiático, con Europa y con los Estados Unidos.28 Adén se convirtió entonces en una ciudad cosmopolita que atrajo a comerciantes y a viajeros, que, como Arthur Rimbaud y más tarde Paul Nizan, contri-buyeron a hacer de ella un lugar especial, marcando su creciente distanciamiento con las ciudades y pueblos de las altiplanicies, como Sanaa o Sa‘da.

25 Antes de la expulsión masiva de los judíos hacia Israel, su número se estimaba entre 60 000 y 90 000. Véase Liliane Kuczynski, «Les Juifs du Yémen : approche ethnologique», en Joseph Chelhod (dir.), L’Arabie du Sud, histoire et civilisation, t. 3, París: Maisonneuve et Larose, 1985, págs. 277-302. 26 Franck Mermier, Le Cheikh de la nuit. Sanaa, organisation des souks et société citadine, Arles: Sindbad/Actes Sud, 1997. 27 Paul Dresch, A History of Modern Yemen, Cambridge: Cambridge University Press, 2000. 28 Engseng Ho, op. cit.

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Tras más de cuatro años de lucha y de represión, una guerrilla de inspiración marxista logró la independencia de Adén y de las provincias del sur el 30 de noviembre de 1967. La marcha de los británicos abrió paso a luchas intestinas entre las facciones del movi-miento independentista, de las que salieron victoriosos los elementos más maximalistas del Frente de Liberación Nacional.29 En 1970 proclamaron la República Democrática Popular del Yemen (RDPY). Ésta, apoyada por la Unión Soviética, acometió una política de modernización a marchas forzadas que no dejaba de ser otra forma de aculturación. La desislamización institucional, política y simbólica pretendía alcanzar todos los niveles, y así, a partir de comienzos de los años setenta, la casi totalidad de los líderes del movi-miento islamista huyeron al norte o a Arabia Saudí; se inició la nacionalización de los waqf (bienes religiosos), que privó a los ulemas de su independencia económica, convir-tiéndoles en funcionarios al servicio de un Estado régimen, que podía de este modo promocionarlos o relegarlos a su antojo; el régimen se negó a participar en las grandes conferencias islámicas y apoyó (caso único en el mundo árabe) la intervención soviética en Afganistán en 1979; sus medios de comunicación, por último, eran los únicos en toda la zona que no hacían públicos los horarios de las oraciones cotidianas, que no otorgaban a las grandes celebraciones religiosas más que una atención mínima y que estigmatizaban las prácticas del mes de ramadán, subrayando toda clase de supuestas consecuencias perniciosas (descenso de la productividad, alza del consumismo, etc.). Tal política sería comparada años más tarde, por boca de un líder salafista del norte, «a lo que hacen los judíos con los palestinos».30

El impacto de esta breve experiencia socialista no debe sin embargo sobredimensionar-se. En Yemen del Sur, como en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central que conocieron situaciones parecidas, nunca se alcanzaron los objetivos de transformación radical de la sociedad. Normalmente, las políticas de Estado apenas si llegaron al mun-do rural y tan sólo afectaron a los márgenes de las estructuras sociales existentes. El «enemigo de clase» religioso no fue eliminado. No resulta por ello sorprendente consta-tar que, tras la caída del socialismo al comienzo de los años noventa, los actores y las relaciones tradicionales regresaron con renovados bríos, apareciendo incluso nuevos actores religiosos.

La laboriosa superación de las divisiones históricas heredadas

Las aspiraciones declaradas del proyecto republicano, primero en el norte desde 1962 y después en el sur desde 1990-1994, consisten en superar todas estas fragmentaciones históricas, religiosas y genealógicas para construir una nación perdurable.31 Esto supone el rechazo, en el norte, de un régimen como el imamato zaidí, basado en la preeminen-cia política de una aristocracia religiosa, la de los descendientes del profeta (sayyid), y en la marginación política de los shafiíes (que no podían, por principio, acceder a las esfe-ras supremas del poder). En el sur, el proyecto republicano implica, tras la unificación

29 Fred Halliday, Arabia Without Sultans, Harmondsworth: Penguin Press, 1974; Helen Lackner, PDR Yemen: Outpost of Socialist Development in Arabia, Londres: Ithaca Press, 1985. 30 Muqbil al-Wadi‘i, Nasihati li-l-shabab al-sa‘udi [Mi consejo a la juventud saudí], conferencia grabada, sin fecha. Citado por Laurent Bonnefoy, Les relations religieuses transnationales contemporaines entre le Yémen et l’Arabie Saou-dite : un salafisme importé ? (tesis doctoral), París: Institut d’études politiques, 2007. 31 Paul Dresch, op. cit.

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de 1990, la renuncia al socialismo, que conllevaba, por su lado, una especie de acultura-ción e inducía a la desaparición o represión de los actores tradicionales.

Pero este proceso de superación de divisiones tampoco está a salvo de violencias ni de torpezas. Aún sigue inconcluso, como vamos a ver ahora, y ha pasado a encarnar, aquí y allá, una nueva forma de dominación que está llegando incluso a provocar reacciones de rechazo.

Al igual que el régimen del imamato en su momento en las regiones del norte, el socia-lismo fracasó en su pretensión de construir una forma funcional de consenso nacional. La ideología socialista era percibida como una doctrina importada a la que se acusaba, como a la colonización en otros lugares, de atacar a los fundamentos mismos de la cul-tura islámica y, con ello, a los vínculos de pertenencia más básicos. Las luchas intestinas del Partido Socialista Yemení (que culminaron, en enero de 1986, con varios miles de muertos y con la eliminación o el exilio de la mayor parte de los cuadros del partido), el escaso apoyo popular logrado por la ideología marxista, en sus diferentes formas, así como el agotamiento del patrocinio soviético a finales de los años ochenta, favorecie-ron cierta flexibilización de la «línea socialista» y, finalmente, llevaron a los dirigentes de la RDPY a aceptar la idea de una unificación norte-sur y de un compromiso mutuo.

La fase transitoria de la unificada República del Yemen establecía un sistema bicéfalo representado, por un lado, por el presidente ‘Ali ‘Abd Allah Salih, y por otro, por el vice-presidente ‘Ali Salim al-Bid. Paradójicamente, obligaba a los dos antiguos partidos únicos a elaborar las reglas de un Estado de derecho, garantía de su supervivencia en el sistema. Este «pluralismo por las armas»32 no duró sin embargo demasiado: estalló en 1994, cuando algunas élites socialistas, apoyadas por Arabia Saudí y por algunos ricos comer-ciantes de la región de Hadramaut, optaron por la secesión. La guerra que siguió termi-nó con la entrada victoriosa en Adén de las tropas del norte, el 7 de julio de 1994, lo que supuso la desaparición de facto del socialismo en el Yemen como fuerza política capaz de hacer de contrapeso del poder.33 Desde entonces, las poblaciones del sur han desarrolla-do una percepción ambigua del norte: si bien se le reconoce el mérito de haber terminado con el paréntesis socialista, negativo por lo que tenía de desestructurante, a la vez es visto como el origen de una nueva dominación, incluso de una nueva «colonización».

En el norte, el compromiso fundacional republicano elaborado a finales de los años sesenta es el origen de cierto equilibrio en el poder cuyos elementos esenciales perduran hasta hoy en día, si bien con mayor fragilidad. Se fundamenta especialmente en un acuerdo tácito que pretende integrar a los diferentes componentes del paisaje político yemení. Esta particularidad es fruto tanto de una estrategia de reparto del poder para superar las divisiones como de una incapacidad del Estado para monopolizar los recur-sos económicos, militares, religiosos e incluso simbólicos. De hecho, el actor estatal, producto de una revolución nacionalista, ha hecho gala de su escasa capacidad para

32 François Burgat, «Les élections présidentielles de 1999 au Yémen : du “ pluralisme armé ” au retour à la norme arabe», Maghreb Machrek, núm. 174, 2000, págs. 67-75. 33 Renaud Detalle, «Les partis politiques au Yémen : paysage après la bataille», Revue du Monde Musulman et de la Méditerranée, núm. 81-82, 1996, págs. 331-348. Buena prueba de este hundimiento, así como del creciente bloqueo del sistema político por el Congreso Popular General (partido en el poder), han sido los resultados electorales del Partido Socialista Yemení (PSY): mientras que en las elecciones legislativas de 1993 obtuvo un 18 % de los escaños de la Asamblea, en 1997, justo después de su derrota militar, optó por boicotear las elec-ciones y en 2003 no obtuvo más que un 2 % de los escaños.

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lograr, mediante su labor burocrática, la adhesión de los ciudadanos, por lo que se ha visto obligado a entenderse con los actores más conservadores, incluyendo a los movi-mientos islamistas, y con la sociedad tradicional, particularmente con los grupos triba-les.34 Este reparto de poder resulta, ciertamente, una garantía de estabilidad, pero puede volverse al mismo tiempo nefasto, en la medida en que, al tolerar el principio de coexis-tencia, contribuye a alentar las luchas internas por el poder.

La vida política del Yemen se caracterizó pues, durante un tiempo, por una particularidad muy valiosa: logró atenuar el desgarro político que supuso la emergencia de las corrientes islamistas, y a diferencia de prácticamente todos los países del Magreb, de Egipto, de Si-ria, de Iraq o de Arabia Saudí, las prisiones yemeníes no han estado repletas de presos políticos. En efecto, en una sociedad como la yemení, en la que las referencias simbólicas de la cultura musulmana no han resultado demasiado afectadas por la modernización «importada», a los islamistas más que reprimirlos y estigmatizarlos se les ha integrado en el sistema, por lo menos en el norte del país, que es la región dominante en la actualidad. Hasta hace muy poco, las divergencias entre el régimen y la oposición nunca entraban en los terrenos de los valores, del «lenguaje», de la «ética», y mucho menos de la «religión».

Viaje a las fuentes de la integración política

Esta integración no puede entenderse bien sin repasar los cimientos históricos de la fórmula yemení, y por lo tanto, su historia durante la segunda mitad del siglo XX. Desde los comienzos de los años cuarenta y de la lucha revolucionaria contra el inmovilismo del imamato zaidí, los islamistas estuvieron vinculados a los momentos clave de la afir-mación del proyecto republicano en el norte, por lo que lograron un importante ascen-diente sobre el régimen del presidente ‘Ali ‘Abd Allah Salih, que llegó al poder en julio de 1978. El primer hecho significativo se remonta a la decisiva participación del argeli-no al-Fudayl al-Wartilani, enviado de los Hermanos Musulmanes de Hasan al-Banna, en el desencadenamiento de la abortada Revolución constitucional de 1948.35 Los Herma-nos Musulmanes estuvieron pues, desde bien temprano, directamente vinculados con el proceso de modernización política. Esta cooperación con la República prosiguió desde el día siguiente de la revolución del 26 de septiembre de 1962, durante la larga guerra civil.

Pero progresivamente, el maximalismo de los militares apoyados por Egipto fracasó36 y el campo de los revolucionarios se quebró: en diciembre de 1964, figuras históricas de los Libres como Muhammad al-Zubayri y Ahmad Nu‘man denunciaron la corrupción del poder dirigido por el hombre de Naser, el coronel ‘Abd Allah Sallal. A finales de 1967, los monárquicos asediaron Sanaa durante setenta días y parecían de nuevo tener fuerza como para restablecer el imamato. Los republicanos ya habían perdido, para aquel entonces, el apoyo del ejército egipcio, que acababa de retirarse de Yemen del Norte. Para superar este callejón sin salida, se elaboró un compromiso que pretendía reintegrar en las estructuras estatales a las tribus (no sólo a las zaidíes), al stablishment

34 ‘Abd al-Fattah al-Hakimi, al-Islamiyyun wa-l-siyasa: al-Ijwan al-Muslimun namudayan [Los islamistas y la política: el ejemplo de los Hermanos Musulmanes], Sanaa: al-Muntada al-Yami‘i, 2003. 35 Mohamed al-Ahnaf, «al-Fudhayl al-Wartilani, un Algérien au Yémen : le rôle des Frères musulmans dans la Révolution de 1948», Chroniques Yéménites, núm. 7, 2000, págs. 49-60. 36 En 1962, inmediatamente después de la revolución, 3000 soldados egipcios (70 000 en 1967) fueron envia-dos a Yemen del Norte para apoyar la lucha de los Oficiales Libres. Saeed Badeeb, The Saudi-Egyptian Conflict over North Yemen 1962-1970, Boulder: Westview Press, 1986.

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religioso zaidí próximo a los monárquicos, pero también a los «clientes» del régimen saudí. En un primer momento, el acuerdo lo encarnó el cadí ‘Abd al-Rahman al-Iryani, que se puso a la cabeza del Estado, apoyándose también en los Hermanos Musulmanes. Además de la pacificación del país y de la estabilización del régimen republicano, aco-metió la purga de los elementos «izquierdistas» del ejército y la cooptación de algunos líderes políticos monárquicos.

Desde comienzos de los años setenta, este acuerdo entre los diferentes componentes del paisaje político yemení tuvo el apoyo del régimen saudí, que financió los presupues-tos de Yemen del Norte. Ésta sería la fórmula incesantemente actualizada y reinventada desde entonces por los sucesivos gobiernos. El fracaso del proyecto modernizador del presidente Ibrahim al-Hamdi, asesinado en octubre de 1977, puede considerarse la con-secuencia directa de su excesivo celo por romper este equilibrio reduciendo la influencia de las tribus en las estructuras estatales. En cambio, desde 1978 el régimen de ‘Ali ‘Abd Allah Salih va a caracterizarse por cuidar con especial mimo la relación de las institucio-nes estatales con los actores tradicionales. Ésta es sin duda una de las claves principales de su longevidad política.

Desde hace más de cuarenta años, este equilibrio fundacional (es cierto que desigual-mente aplicado al antiguo Yemen del Sur y a sus élites socialistas a partir de 1990) ha permitido, a diferencia de buena parte de los demás Estados del mundo árabe, la parti-cipación, con toda su diversidad, de fuerzas políticas reales, especialmente de las isla-mistas.37 En los diferentes gobiernos, en sus instituciones locales o informales, estos opositores islamistas, condenados al ostracismo en casi todos los demás lugares, han estado desde muy pronto ampliamente representados o asociados al poder. Ya en no-viembre de 1967, ‘Abd al-Malik al-Tayyib, uno de los dirigentes de los Hermanos Mu-sulmanes, fue nombrado ministro de Educación y de Información de la RAY. En los años setenta, ‘Abd al-Mayid al-Zindani, antiguo compañero de al-Zubayri, miembro de la rama conservadora de los Hermanos Musulmanes, se convirtió en responsable de la enseñanza religiosa en Yemen del Norte a través de la Oficina de Orientación (Maktab al-Tawyih wa-l-Irshad). Numerosos profesores egipcios y sudaneses, considerados próxi-mos a esas mismas ideas, han sido reclutados por las redes educativas, especialmente por el sistema de enseñanza paralelo de los institutos científicos (al-ma‘ahid al-‘ilmiyya), financiado gracias a una importante dotación presupuestaria saudí. El mando del ejérci-to nacional del Yemen también se ha abierto a varias personalidades próximas a los islamistas; tal es el caso de un pariente del presidente Salih, ‘Ali Muhsin al-Ahmar, que al mando de una importante brigada de Sanaa, tiene fama de ser uno de los personajes más oscuros y más controvertidos del régimen.

Evidentemente, el reconocimiento de los opositores ha tenido siempre sus límites. La creación en 1982 en Yemen del Norte del Congreso Popular General (al-Mu’tamar al-Sha‘bi al-‘Amm; CPG) respondía, además de a veleidades autocráticas evidentes, a la voluntad del presidente Salih de sustraerse a las exigencias del multipartidismo procla-mando un consenso ideológico del que siempre ha querido ser el beneficiario.

37 Renaud Detalle, «Les islamistes yéménites et l’Etat : vers l’émancipation ?», en Basma Kodmani-Darwish y May Chartouni-Dubarry (dirs.), Les Etats arabes face à la contestation islamiste, París: IFRI/Armand Colin, 1997, págs. 271-298.

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A pesar de sus límites, es sin embargo esta participación de los islamistas la que funda-menta la capacidad integradora del sistema político de la RAY, que va a extenderse, con algunos matices, al conjunto del Yemen a lo largo de la década de los noventa. Esto es lo que explica, en gran medida, que la sociedad de Yemen del Norte (que representa cerca de un 80 % de la población total del Yemen unificado) no haya asistido a una ruptura violenta y profunda entre el régimen y los actores tribales y religiosos tradicio-nales. Aunque con mayor lentitud que en otros lugares y con menores recursos, el ré-gimen yemení se ha construido sobre un consenso mucho más amplio que el logrado por sus homólogos, especialmente los del norte de África. Ha sido esta estrategia de favorecer la cooptación, así como ciertos acomodos con la oposición, la que, aun sin eliminarla del todo, ha logrado sin duda limitar la represión.

La unificación de las dos entidades yemeníes el 22 de mayo de 1990 no afectó significati-vamente a esta situación. ‘Ali ‘Abd Allah Salih decidió integrar a los islamistas en el régi-men, en desacuerdo con las élites socialistas del antiguo Yemen del Sur, desestabilizadas y poco influyentes, con las que supuestamente dirigía el país dentro del marco del acuer-do de unidad. Al cooptar a los islamistas en sustitución de sus «socios» socialistas, logró desplazar de forma muy conveniente las fronteras de su oposición. Tras las elecciones legislativas de 1993, y hasta 1997, el gobierno yemení tuvo varios ministros pertenecien-tes a al-Islah (la Congregación Yemení por la Reforma), un partido fundado en sep-tiembre de 1990 por islamistas cercanos a los Hermanos Musulmanes, a líderes tribales y a comerciantes.38 A pesar de algunas tensiones episódicas, fue el partido en el poder el que, con sus votos, logró que el jeque ‘Abd Allah al-Ahmar, líder del partido al-Islah y de la principal confederación tribal del país (Hashid), fuera reelegido presidente del Par-lamento desde 1993 hasta su muerte en 2007.

A comienzos de la primera década del siglo XXI, la institucionalización de la oposición, así como ciertos intentos —a veces exitosos a nivel local— de acercamiento entre los islamistas de al-Islah, los naseristas y los socialistas a través del grupo El Encuentro Común (al-Liqa’ al-Mushtarak),39 aunque ciertamente experimentaron dificultades para presentar una alternativa creíble, suponían una nueva voluntad de los dirigentes y mili-tantes de al-Islah de situarse de manera más sistemática en la oposición. Pero el caso es que, gracias a su estrategia de integración y de compromisos, el régimen logró atar de pies y manos a buena parte de sus competidores. Éstos vacilaron en desempeñar su papel hasta las últimas consecuencias y asumir la ruptura que implicaría buscar la alter-nancia, prefiriendo a menudo la comodidad de la cooptación.40 Una confesión de un militante del partido al-Islah ilustra el talante clientelista del régimen: «El CPG no es un partido, no tiene ideología ni organización. Lo más que encarna son buenos coches y salarios y si el presidente Salih se fuera, desaparecería».41

Durante la campaña de las presidenciales del 20 de septiembre de 2006, a pesar de que al-Liqa’ al-Mushtarak publicó en marzo del mismo año un ambicioso programa de al-

38 Paul Dresch y Bernard Haykel, «Stereotypes and Political Styles: Islamists and Tribesfolk in Yemen», Inter-national Journal of Middle East Studies, núm. 27, 1995, págs. 405-431. 39 Michaelle Browers, «Origins and Architects of Yemen’s Joint Meeting Parties», International Journal of Middle Eastern Studies, vol. 39, núm. 4, 2007, págs. 565-586. 40 Jillian Schwedler, Faith in Moderation. Islamist Parties in Jordan and Yemen, Cambridge: Cambridge University Press, 2007. 41 Entrevista, Sanaa, febrero de 2005.

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ternancia, la oposición tardó en presentar a un candidato creíble frente al presidente Salih. Pero peor aún, algunos de sus miembros, incluyendo el presidente de al-Islah, ‘Abd Allah al-Ahmar, llegaron incluso a pedir a la oposición que eligiera al propio pre-sidente como candidato. Otros, como ‘Abd al-Mayid al-Zindani, miembro del consejo consultivo de al-Islah y acusado por los Estados Unidos de estar relacionado con al-Qaeda, decidieron (o se vieron obligados a ello) mantener una complaciente neutrali-dad con respecto al jefe de Estado.

Gracias a este recurso al «fundamentalismo de Estado» el régimen ha afirmado su legi-timidad y ha reducido los márgenes de maniobra de la oposición islamista. En el invier-no de 2006, como otros gobiernos árabes, hizo campaña contra las caricaturas danesas del profeta y pretendió «defender el islam» llamando al boicot a los productos daneses y organizando grandes manifestaciones «espontáneas» en las principales ciudades del país. En cambio, se singularizó al hacer públicas sus estrechas relaciones con Hamás al día siguiente de la victoria en las urnas de este partido, en enero de 2006, lo que le acarreó una gran tensión con la autoridad palestina. A comienzos de 2008, el gobierno yemení pretendió igualmente hacer de intermediario en el conflicto entre Fatah y Hamás. Du-rante la primavera del mismo año, el vivo debate político en torno a la creación de un «Comité de Defensa del Bien y de Persecución del Mal», especie de policía religiosa y moral inspirada en el modelo saudí, indicaba la voluntad de algunos elementos del régi-men de no dejarse superar por la oposición religiosa ofreciendo una estrategia de conci-liación y de alianza con la misma. Puntualmente, las diversas instituciones yemeníes se reparten los papeles con el fin de darse un aire de independencia y de soberanía y de de-mostrar que el poder puede mantener una retórica nacionalista a pesar de la alianza con los Estados Unidos en el marco de la lucha antiterrorista: en 2002, por ejemplo, el Conse-jo Consultivo (Maylis al-Shura), cámara alta del Parlamento compuesta por miembros nombrados por el presidente, votó una resolución que llamaba a los países árabes a dejar de cooperar con los Estados Unidos mientras éstos mantuvieran su política proisraelí.

Por otro lado, la existencia de «una sociedad civil en armas» apoyada esencialmente en las estructuras tribales y capaz de contrarrestar —a veces, de forma violenta— las ten-taciones autoritarias de los dirigentes, ha supuesto un freno global a la represión estatal contra los islamistas, con los cuales se ha aliado con frecuencia. En efecto, desde la re-volución de 1962 en el norte y la lucha llevada a cabo durante los años setenta contra el régimen socialista del sur, los grupos islamistas mantienen relaciones de «patrocinio» con las grandes confederaciones tribales de las altiplanicies y del centro del país. Para-dójicamente, la incapacidad para controlar el tráfico de armas ligeras o semipesadas (excepto en la capital),42 si bien representa un importante riesgo para la estabilidad del país, desempeña igualmente, atendiendo a una lógica parecida al equilibrio armamentís-tico de la Guerra Fría, un auténtico papel regulador.

El ejército también es un elemento central en la fórmula política yemení. Se trata sin duda de una de las instituciones más poderosas, pero sigue estando profundamente marcado por problemas tribales o regionales. Sirve para redistribuir entre diferentes comunidades una buena parte de los recursos estatales, especialmente en las zonas

42 La cifra de 60 millones de armas, a menudo citada por los medios de comunicación, es sin duda exagerada. En 2002, el estudio de una ONG suiza titulado Small Arms Survey ha valorado la cantidad de armas entre seis y nueve millones, cifra ya de por sí sustancial en relación con la población.

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donde las infraestructuras y los empleos públicos brillan por su ausencia. Constituye a la par un indicador del proceso de construcción del Estado central y un «parche» que prueba la incapacidad estatal para redistribuir los recursos y para lograr legitimidad por otros medios que no sean el clientelismo. Así, muchos jefes tribales ocupan pues-tos (muy a menudo ficticios) de oficiales del ejército, lo que alimenta una cultura de la impunidad y alienta la violencia y los diversos tráficos (de armas, drogas, alcohol, an-tigüedades, etc.). Según las Naciones Unidas, en 2005 el presupuesto militar yemení se elevaba al 7 % del PIB, y todo indica que ha continuado incrementándose desde en-tonces, lo que lo convierte en uno de los más elevados del mundo con respecto a la riqueza per cápita. A pesar de ello, el ejército yemení sigue haciendo gala de un pési-mo entrenamiento y una gran ineficacia, lo cual, ciertamente, puede favorecer las es-trategias militares brutales.

En cierta medida, este equilibrio político fundamentado en el principio de integración ha permitido a los diferentes actores islamistas, incluyendo a los salafistas y a ciertos grupos denominados «yihadistas», desarrollarse sin entrar en la nefasta espiral de violen-cia-contraviolencia experimentada en los demás países de la región. El atentado del 12 de octubre de 2000, atribuido a al-Qaeda, contra el buque de guerra estadounidense USS Cole en el puerto de Adén y los ataques del 11 de septiembre de 2001 no alteraron en un primer momento, de forma significativa, este frágil equilibrio. Gracias a la flexibi-lidad del régimen y a ciertos acuerdos tácitos permitidos por éste, especialmente en términos de financiación (cuyos primeros y principales beneficiarios fueron, a lo largo de los noventa, los «árabes afganos»), la sociedad yemení ha logrado librarse durante mucho tiempo de la violencia dirigida directamente contra el régimen, lo que sin em-bargo no ha suprimido totalmente toda forma de lucha armada.

Tras la unificación, la represión llevada a cabo por el gobierno de ‘Ali Abd Allah Salih dejó de lado a la oposición islamista para dirigirse, esencialmente, contra las filas de los «perdedores de la historia», que en 1994, durante la guerra, eran las élites socialistas43 y desde el verano de 2004, en el contexto del «asunto al-Huthi», ciertos grupos zaidíes conservadores. Frente a estas dos categorías de «adversarios históricos», varias milicias islamistas han prestado sus servicios al régimen, tras lo cual han resultado integradas o cooptadas en la Administración y apoyadas por el Estado. El ejemplo más llamativo ha sido sin duda el de Tariq al-Fadli, líder de los «yihadistas» yemeníes en Afganistán y des-cendiente del sultán de Abyan, depuesto por los socialistas a finales de los años sesenta. Su participación activa en la toma de Adén, en julio de 1994, le valió ser nombrado por el gobierno de Sanaa responsable de los asuntos tribales de su región de origen, además de un puesto en el Consejo Consultivo.

Otra explicación del equilibrio logrado por el sistema político yemení tiene naturaleza religiosa. El régimen ha intentado, a través de un complejo proceso de convergencia, fundar una nueva identidad que, sin renunciar a su esencia yemení, esquivara el dualis-mo religioso. El Movimiento de los Libres,44 iniciador del proceso que condujo a la revolución de 1962, comprendió bien pronto la necesidad de superar el cisma entre zaidíes y shafiíes, y su carácter bicéfalo, con el zaidí Muhammad Mahmud al-Zubayri y el shafií Ahmad Muhammad Nu‘man a la cabeza, recuerda esa voluntad de ir más allá

43 Jamal al-Suwaidi (dir.), The Yemeni War of 1994. Causes and Consequences, Londres: Saqi Books, 1995. 44 Leigh Douglas, The Free Yemeni Movement 1935-1962, Beirut: American University of Beirut, 1987.

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de las divisiones confesionales. Para ello, se apoyó especialmente en una corriente re-formista musulmana surgida en el siglo XVIII en torno a los eruditos Ibn al-Amir y Muhammad al-Shawkani. Para intentar desarrollar su anclaje tribal, Muhammad al-Zubayri creó en 1964 un Partido de Dios (Hizb Allah), convencido de que sólo haciendo referencia a la religión podía reconciliarse la República con la sociedad rural, muy conservadora y más partidaria de los monárquicos).45

Así, desde comienzos de los años setenta, el poder apoya e incluso instrumentaliza por razones de unidad nacional el proceso de convergencia de las identidades religiosas.46 Los libros de texto de enseñanza islámica publicados por el Ministerio de Educación obvian ampliamente las diferencias teológicas entre el shafiismo y el zaidismo. Sin em-bargo, los cursos de fiqh (derecho islámico) y de hadith (tradición profética) privilegian las obras clásicas sunníes de Ibn Da’ud, Ibn Kathir, Bujari y Muslim, lo que conduce a ciertos grupos zaidíes conservadores a ver en ello una «wahhabización» del islam yeme-ní y a denunciar la larga mano de Arabia Saudí.47 El desarrollo de los institutos científi-cos (ma‘ahid ‘ilmiyya), especie de sistema educativo paralelo financiado en muy gran me-dida por Arabia Saudí e inicialmente concebido para luchar contra la ofensiva ideológica socialista en las regiones fronterizas con Yemen del Sur, acentúa aún más la preeminen-cia del sunnismo en la enseñanza. Estos institutos encarnan perfectamente el paradigma que Franck Mermier define con la fórmula «la Tradición contra las tradiciones»,48 ya que, basándose en fuentes sunníes, favorecen un proceso de potenciación de la tradi-ción profética (Sunna) a expensas de ciertas tradiciones populares percibidas como más auténticamente yemeníes y portadoras de cierta diversidad cultural y religiosa. En 2001, cuando estos institutos científicos volvieron a ser reintegrados en el sistema educativo público, tras una larga batalla legislativa, acogían aproximadamente a 600 000 alumnos. Según los defensores de estas instituciones de enseñanza semipúbli-ca, su función consiste en «unificar criterios en la sociedad y alejarla de las divisiones sectarias y de jurisprudencia».49

Este proceso de convergencia no puede sin embargo reducirse únicamente a una «sunni-zación» del zaidismo. Si bien los zaidíes se han visto obligados a renunciar a ciertos as-pectos centrales de su doctrina, especialmente a los referidos al imamato, los shafiíes, tras la revolución de 1962, se han cuidado muy mucho de caer en la estigmatización de la identidad zaidí. En Sanaa, donde las diversas identidades religiosas tienen un mayor contacto natural, la elección de los lugares de oración se realiza ante todo por afinidades ideológicas (partidistas, especialmente) o, más sencillamente, por proximidad geográfica, y no necesariamente por afiliación sectaria.50 De forma aún más significativa, el régimen

45 François Burgat y Marie Camberlin, «Révolution mode d’emploi : Zubayri et les erreurs des Libres», Chroni-ques yéménites, núm. 9, 2002, págs. 107-116. 46 Laurent Bonnefoy, «Les identités religieuses contemporaines au Yémen : convergence, résistances et ins-trumentalisations», Revue du Monde musulman et de la Méditerranée, núm. 121-122, 2008, págs. 201-215. 47 Amin Abu Zayd, al-Wahhabiyya wa-jataruha ‘ala mustaqbal al-Yaman al-siyasi [El wahhabismo y su peligro para el futuro del Yemen político], Beirut: Mu’assasa al-Basa’ir, 1991. 48 Franck Mermier, «L’islam politique au Yémen ou la “ Tradition ” contre les traditions ?», Maghreb Machrek, núm. 155, 1997, págs. 6-19. 49 Faris al-Saqqaf, Ilga’ al-ma‘ahid al-‘ilmiyya wa-tawhid al-ta‘alim [La supresión de los institutos científicos y la unificación de la enseñanza], Sanaa: Markaz Dirasat al-Mustaqbal, 2004. 50 Resulta fácil identificar en todo el país las mezquitas zaidíes, pues su llamada a la oración incluye una frase adicional. Además, los zaidíes rezan con los brazos tendidos a lo largo del cuerpo, y no cruzados ante el pe-cho, como los sunníes. Pero para numerosos creyentes estas prácticas no resultan sin embargo discriminatorias.

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ha conservado ciertas tradiciones que potencian el afán republicano de integración y de reconciliación que se impuso tras la larga guerra civil posrevolucionaria. Así, el muftí de la República siempre es, desde 1969 (fecha de creación de la institución), de origen zai-dí, sin que esto esté recogido en la legislación. El primero y más ilustre de los muftíes, Ahmad Muhammad al-Zabara (fallecido en 2000) era de hecho el yerno del imam Ah-mad y había sido el maestro de al-Badr (heredero de la dinastía de los Hamid al-Din y líder de los monárquicos durante la guerra civil).

II. ¿Un equilibrio amenazado?

Esta imagen tan positiva u optimista, idílica incluso, que hemos esbozado en la primera parte de nuestra exposición resulta sin embargo muy incompleta. El proceso republica-no no ha producido únicamente una mayor integración política y menores fanatismos sectarios. En efecto, ciertas tendencias, tanto internas como externas, la mengua cre-ciente de la arena política y también las presiones derivadas de la «guerra mundial contra el terrorismo» están afectando negativamente a este equilibrio político. Conviene pues preguntarse cómo y por qué un sistema así, que hasta hace poco era sobradamente fun-cional, se ha embarrancado hasta el punto de ver cómo se tambalean sus cimientos.

Las tentaciones autoritarias del poder

Desde mediados de los noventa, una vez eliminado por las armas el adversario socialis-ta, la tendencia a la reducción de la arena política no ha hecho sino agudizarse. A pesar de los restos aún vivos del equilibrio de poder que ya hemos descrito (diálogo entre las formaciones políticas, proliferación de la prensa, etc.), el régimen yemení se está orien-tando hacia un proceso de homogeneización de su sistema político. El reparto de poder que lo ha caracterizado dentro del mundo árabe está ahora amenazado y el régimen parece hoy en día derivar hacia un sistema «a la egipcia», que supone cierta normaliza-ción de la represión y una tendencia creciente a la personalización del régimen. El desa-rrollo político de la participación en las consultas electorales legislativas y presidenciales convocadas desde la reunificación de 1990 ilustra con gran elocuencia estas dinámicas.51 Grupúsculos aparte, de los tres grandes partidos en liza en las primeras elecciones legis-lativas de abril de 1993 (el Congreso General del Pueblo, al-Islah y el Partido Socialista) sólo quedaron dos para las legislativas de 1997 (tras la eliminación del Partido Socialista, vencido en la guerra civil de 1994), y en cuanto a «la primera elección de un presidente de la República por sufragio universal», celebrada a bombo y platillo en septiembre de 1999, el competidor del presidente candidato fue cuidadosamente escogido, con la ma-yor prudencia, de entre las filas presidenciales. Para rematar, en febrero de 2001 una serie de enmiendas adoptadas por referéndum reforzaron sensiblemente los poderes del ejecutivo frente a la Cámara de Representantes.

51 François Burgat, «Les élections présidentielles de 1999 au Yémen : du “ pluralisme armé ” au retour à la norme arabe», cit.

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En cuanto a la izquierda socialista, al asesinato el 28 de diciembre de 2002 y en condi-ciones aún por aclarar52 del número dos del Partido Socialista hay que añadir un recien-te recrudecimiento de la persecución judicial y policial contra la prensa y los intelectua-les más críticos. El movimiento islamista tampoco ha escapado a esta campaña de homogeneización por la fuerza. En las elecciones legislativas de abril de 2003, el núme-ro de escaños «concedidos» por el régimen a al-Islah se ha reducido notablemente: de 64 en 1997 ha pasado a 46, logrados principalmente en las circunscripciones urbanas, donde la presencia de observadores internacionales ha podido limitar la amplitud del fraude electoral. El régimen, poseedor de la mayoría absoluta de los escaños, tenía toda la intención de prescindir ya de su antiguo aliado en su lucha contra los socialistas.

Las elecciones presidenciales de septiembre de 2006 tuvieron un doble efecto paradóji-co: por un lado, profundizaron en esta tendencia y por otro escenificaron, por primera vez en la región, una competición electoral con cierto sentido. En marzo de 2006, los islamistas de al-Islah, los socialistas, los naseristas y algunos grupos zaidíes lograron formar una alianza electoral en torno a un programa común de reformas. Tras innume-rables negociaciones, los coaligados escogieron a una persona próxima a los socialistas, Faysal bin Shamlan, que había sido ministro del Petróleo entre mayo de 1994 y junio de 1995, como candidato presidencial para competir con ‘Ali ‘Abd Allah Salih en los comi-cios del 20 de septiembre.53 Signo de una profunda voluntad de cambio, obtuvo final-mente, incluso con ciertas irregularidades electorales, el 21,82 % de los sufragios, lo-grando movilizar a una gran parte del electorado islamista —a pesar de su cercanía a los socialistas— y llegando incluso a ser mayoritariamente votado en algunas circunscrip-ciones. Pero, más allá del número concreto de votos, el auténtico hito fue que dejó en-trever, por primera vez, la posibilidad de superar el monopolio absoluto de la comuni-cación por parte del gobierno. Según un militante: «Era la primera vez que la gente coreaba un nombre distinto del de ‘Ali ‘Abd Allah Salih y alzaba una fotografía que no era la suya […]. Era imposible que Shamlan ganara las elecciones, pero eso no importa-ba tanto como que, por primera vez, hubiera una competencia electoral real. [...] Lo esencial fue que se consiguió rebajar el porcentaje de Salih».54

Los resultados de estas elecciones fueron ciertamente ambiguos. Si bien dejaron entre-ver el potencial de una alianza de los opositores, también demostraron la capacidad del régimen para bloquear el espacio político acaparando tanto los recursos financieros como simbólicos. En diciembre de 2007, la muerte de ‘Abd Allah al-Ahmar, símbolo del repar-to político, ofreció al partido en el poder la posibilidad de asentar aún más su monopo-lio institucional haciéndose también con el control de la presidencia del Parlamento,

52 En el curso de la sesión inaugural del tercer congreso de al-Islah, Yar Allah ‘Umar fue asesinado por un activista salafista, antiguo miembro de las fuerzas armadas. El líder socialista acababa de pronunciar un vi-brante llamamiento a una coalición electoral entre la izquierda y los islamistas. Del asesino se sabía desde hacía tiempo que pretendía atacar a la élite socialista, a pesar de lo cual acababa de ser liberado de una prisión. Según las personas cercanas a Yar Allah ‘Umar, éste ya había sido objeto de amenazas reiteradas por parte de los círculos cercanos al poder, especialmente contrariado por su pretensión de normalizar las relaciones con el partido islamista. 53 Mediante una puesta en escena de casi once meses de duración, el presidente Salih primero pretendió no querer presentarse a las elecciones, expresando su deseo de que se diera un relevo. Pero ante la «presión po-pular» de las manifestaciones organizadas por su partido y ante la glorificación de su «papel histórico», final-mente «se resignó» a volver a presentarse para un nuevo mandato de siete años. 54 Marine Poirier, Les élections présidentielles du 20 septembre 2006 au Yémen : entre ouverture avérée et verrouillage assuré (memoria del máster 2 Modes d’Action Politique Comparés), Aix-en-Provence: Institut d’études politi-ques, 2007, 113 págs.

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ocupada desde hacía quince años por el jeque de al-Islah. A este respecto, las elecciones legislativas previstas para la primavera de 2009 constituirán una buena prueba tanto para el gobierno como para la oposición.55 Aunque resulta bastante probable que con-soliden el control creciente del poder por parte del CPG, no hay que excluir que den luz a una nueva tendencia de mayor pluralismo y de mayor respeto a las urnas.

Un aliado titubeante en la lucha antiterrorista

Después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, los observadores, tanto extranje-ros como yemeníes, estuvieron preguntándose durante un tiempo dentro de qué cate-goría de la naciente war on terror iba a ser encuadrado el Yemen: como aliado o como objetivo. En aquel momento, varios elementos hacían que la balanza pareciera inclinar-se hacia la segunda opción: la presencia en Afganistán de una exagerada cantidad de yemeníes, el papel determinante de uno de ellos, Ramzi bin al-Shayba, número dos en la preparación de los ataques, detenido en Karachi un año más tarde y, de forma más ge-neral, la mala reputación del «país del padre de Bin Laden», a la vez inestable, corrupto, subdesarrollado y poblado de «barbudos» y de «tribus» armadas hasta los dientes, cuyas actuaciones cuestionan la credibilidad de un Estado al que se considera no sólo débil sino también indulgente con las fuerzas del «eje del mal».

Pero el gobierno yemení, preocupado por no repetir los errores que en 1990-1991, du-rante la guerra del Golfo, lo condenaron al ostracismo por parte de las naciones occi-dentales y de algunos Estados árabes, en septiembre de 2001 decidió cooperar con la lucha antiterrorista. Ya en octubre de 2000, el atentado contra el navío estadounidense USS Cole en Adén y los posteriores obstáculos a la investigación del FBI habían puesto al gobierno yemení en una situación delicada. A partir de entonces, se vio obligado a hacer equilibrios entre, por un lado, las expectativas de una población y de una élite política sensibles a la retórica antiimperialista de al-Qaeda, y por otro lado, las exigen-cias de los Estados Unidos y de sus aliados, que criminalizaban indistintamente toda expresión de oposición o de contestación que tuviera un referente religioso. El régimen de ‘Ali ‘Abd Allah Salih optó por asegurar una especie de «servicios mínimos» de co-operación securitaria: el FBI abrió una oficina en Sanaa, los militares yemeníes recibie-ron formación de soldados estadounidenses y algunos militantes islamistas fueron dete-nidos y extraditados (éste fue el caso del famoso doctor Fadl, ideólogo egipcio de al-Qaeda, que desde 1994 ejercía como médico en un hospital de Ibb y que fue encarcela-do durante tres años en Sanaa, antes de ser deportado secretamente a El Cairo).56 Tras el asesinato extrajudicial del supuesto líder de al-Qaeda Abu ‘Ali al-Harithi por un avión teledirigido del ejército estadounidense en noviembre de 2002, las protestas oficiales fueron bastante tímidas; parece ser que la operación podría incluso haber recibido el visto bueno de Sanaa. En 2003, Muhammad al-Mu’ayyad, cargo del partido al-Islah, fue detenido en Alemania al cabo de una operación de provocación organizada por los

55 En febrero de 2009, tras una larga campaña de boicot por parte de la oposición, el Parlamento decidió aplazar hasta 2011 las elecciones legislativas que debían haberse celebrado el 27 de abril de 2009, con el objeto de dar tiempo a una reforma del sistema electoral. (N. de la Ed.) 56 Lawrence Wright, «The Rebellion Within», The New Yorker, 2 de junio de 2008.

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servicios secretos alemanes y estadounidenses.57 Acusado de hacer las veces de enlace financiero para Hamás y para al-Qaeda, se le extraditó a los Estados Unidos donde el jurado, aunque desestimó todas las acusaciones salvo la de financiar a Hamás, lo con-denó a 65 años de prisión en 2005. Sanaa expresó sus reservas al respecto y permitió la celebración de manifestaciones populares de apoyo a al-Mu’ayyad. A finales de 2008 su juicio fue discutido por un tribunal estadounidense.

De posible objetivo de los bombardeos estadounidenses, el Yemen pasó así a convertir-se en un aliado al que convenía tratar bien. Esta nueva situación se tradujo especialmen-te en el incremento de la ayuda económica aportada por los países occidentales y por el Banco Mundial, en el establecimiento por parte de la agencia estadounidense USAID de varios proyectos de desarrollo en algunas regiones como Yawf, Ma’rib o Shabwa, repu-tadas por acoger a potenciales grupos terroristas, y finalmente en la invitación de Geor-ge Bush al presidente Salih a asistir a la reunión del G8 en junio de 2004.

Para minimizar el coste de sus concesiones al entorno occidental, el gobierno ha inten-tado preservar su fórmula de equilibrio político y ha aparentado seguir integrando en las estructuras estatales a los caldos de cultivo de toda posible resistencia: tribus, actores religiosos y, en menor medida, partidos políticos. Ciertamente, la lista de colaboradores se va restringiendo, pero el régimen trata de mantener a los esenciales. Así por ejemplo, se niega a cerrar la universidad privada al-Iman, acusada por los Estados Unidos de formar a combatientes para el yihad. Rechaza igualmente las demandas estadounidenses de congelar los fondos de su fundador, ‘Abd al-Mayid al-Zindani. A lo más que accede el gobierno es a reconocer la necesidad de ejercer un control más estricto sobre los es-tudiantes extranjeros que frecuentan los institutos islámicos. De hecho, a finales de 2001, aseguró haber expulsado a más de 600 del territorio yemení, y en junio de 2008, el vicepresidente declaró —engordando un tanto las cifras— que el gobierno había expul-sado a 16 000 extranjeros sospechosos de mantener lazos con actividades terroristas. Si bien es cierto que se ha detenido a algunos militantes, la mayoría pasan estancias muy cortas en prisión o a veces son incluso puestos en libertad.58 El caso de Yamal al-Badawi, que a pesar de estar acusado de ser el principal organizador del atentado contra el USS Cole en 2000, fue liberado tras haberse evadido de prisión en 2006, es para los Estados Unidos una muestra del laisser-faire yemení.

Para demostrar lo acertado que resulta evitar la confrontación directa con los grupos islamistas, el régimen elabora una estrategia de comunicación que permite conciliar al-gunas demandas antagónicas.59 Por ejemplo, da gran difusión mediática, con innegable éxito, a la labor de conciliación llevada a cabo por el juez Hamud al-Hitar con los gru-pos armados (iniciativas idénticas tienen lugar en otros países de la región).60 La labor del juez consiste en persuadir a sus interlocutores de la ilegitimidad religiosa de la lucha

57 Los servicios estadounidenses le preguntaron con insistencia (a través de un yemení reclutado para la oca-sión) si sería capaz de hacer llegar donaciones de dinero al movimiento de Hamas por un lado y a la red de Osama Bin Laden, por otro. Cuando acabó por responder afirmativamente, fue detenido. 58 Gregory Johnsen, «Tracking Yemen’s 23 Escaped Jihadi Operatives», Terrorism Monitor, vol. 5, núm. 18, 2007, págs. 5-7. 59 Ludmila Du Bouchet, «The State, Political Islam and Violence: The Reconfiguration of Yemeni Politics since 9/11», en Amélie Blom, Laetitia Bucaille y Luis Martínez (dirs.), The Enigma of Islamist Violence, Londres: Hurst, 2007, págs. 137-164. 60 Christopher Boucek, «Extremist Reeducation and Rehabilitation in Saudi Arabia», Terrorism Monitor, vol. 5, núm. 16, 2007, págs. 1-4.

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armada para que renuncien a toda actuación violenta. De acuerdo con ciertas afirma-ciones del discurso, sería esta «comisión de diálogo» del juez al-Hitar, y no la represión, lo que ha librado a la sociedad yemení de atentados (por lo menos hasta 2007-2008). Una explicación más verosímil es que sin duda se debe a una serie de compromisos, procedentes a veces de las altas esferas del Estado, el que unos yihadistas a los que en ocasiones remuneran las estructuras económicas e incluso el ejército hayan abandonado en parte la vía de la violencia antiestatal o antioccidental.

Pero la estrategia del compromiso no parece satisfacer del todo a los Estados Unidos. Las tensiones no han tardado en aparecer y el gobierno yemení ha sido acusado repeti-damente de ambigüedad o ligereza en su lucha antiterrorista. Arabia Saudí, a fin de fo-mentar una visión (evidentemente simplista) de un «peligro exclusivamente yemení», amenaza, a comienzos de 2004, con construir un muro a lo largo de su frontera sur con el objetivo de «impedir infiltraciones». Las revelaciones (razonablemente creíbles) sobre las implicaciones de altos cargos del aparato de seguridad yemení en el atentado contra el USS Cole, la presencia de numerosos yemeníes en las filas de la resistencia iraquí, así como los rumores que rodearon a la rocambolesca evasión, en febrero de 2006, de 23 detenidos acusados de terrorismo, han acabado por situar al jefe del Estado en la misma delicada posición en la que se vio el presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, hasta que dimitió en agosto de 2008: el jefe de la Administración estadounidense ha puesto explícitamente en entredicho la sinceridad de la colaboración antiterrorista de su país.

Sin embargo, por insuficiente que le parezca a los Estados Unidos, el apoyo yemení a su war on terror ha tenido un coste político: la creciente ruptura entre el régimen y los mili-tantes islamistas. A lo largo de 2007 y 2008, el gobierno ha parecido cada vez menos capaz de controlar directamente a los grupos armados, en especial a una nueva genera-ción muy influida por la estrategia iraquí de atacar repetidamente intereses económicos, edificios de las fuerzas de seguridad y a ciudadanos occidentales. Estos nuevos militan-tes parecen, por tanto, rechazar los compromisos que sus mayores (a menudo entrena-dos en Afganistán)61 aceptaron en su momento.62 El asesinato, en julio de 2007, de unos turistas españoles en Ma’rib y el ataque, en enero de 2008, contra unos turistas belgas en Hadramaut son un ejemplo temprano de esta radicalización. A lo largo de la primavera de 2008, una primera campaña de atentados contra intereses occidentales en Sanaa (a menudo abortados y de escasa magnitud), el ataque al cuerpo de seguridad política en Say’un (provincia de Hadramaut) en julio de 2008 y contra la embajada esta-dounidense el 17 de septiembre del mismo año, con resultados especialmente devasta-dores (19 muertos), marcan la amplitud de la nueva estrategia de los grupos violentos (cuya supuesta conexión con ciertas instancias del Estado yemení ha generado una bue-na cantidad de rumores). Esta ola de violencia ha permitido justificar y afirmar una nueva política abiertamente represiva de las autoridades. Desde entonces, los encarce-lamientos, las torturas y los asesinatos selectivos están alimentando a su vez los atenta-dos y (contra) violencias futuras. Esta espiral, de la que el Yemen pareció librarse du-rante mucho tiempo, se ha puesto ahora, desgraciadamente, en marcha.

61 Sa‘id ‘Ubayd al-Yamhi, al-Qa‘ida fi l-Yaman [al-Qaeda en el Yemen], Sanaa: Maktabat al-Hadara, 2008. 62 Yamal Nu‘man, «al-Yaman bayn yilayn min tanzim al-Qa‘ida» [El Yemen entre dos generaciones de al-Qaeda], al-Shari‘, 2 de agosto de 2008.

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La estrategia de compromisos que prevaleció durante un tiempo revelaba no tanto un doble discurso como la precariedad de un Estado que se veía forzado, más que en nin-gún otro lugar, a contemporizar con grupos sociales muy diferentes. La complejidad del Estado, la multiplicidad de sus intereses y la integración de los diversos componentes del paisaje político eran una baza que permitía preservar cierto pluralismo.

Esa Arabia a la que durante mucho tiempo se llamó «feliz» no ha logrado, pues, salir indemne de estos siete años de lucha «contra el terror». Con la excusa —parcial— de esa lucha antiterrorista diseñada para complacer a Washington, la reducción del espacio político se ha agravado sensiblemente. Ya en 2003 Amnistía Internacional denunciaba con acierto: «The government’s security policies adopted in the wake of 11 September events represent a serious setback to its previous progressive undertakings and a further drift away from its obligations under international human rights treaties».63

La guerra contra los «perdedores de la historia»

No es sin embargo éste el desgarro más claro ni más grave de la configuración política yemení de comienzos de los años noventa, ni el símbolo más palpable de la entrada del Yemen en la «norma institucional árabe» del autoritarismo, que responde con una re-presión militarizada a las enormes carencias del sistema de representación y de redistri-bución. En realidad, la fractura política más grave se ha producido en otro ámbito: en los cimientos del acuerdo histórico esencial, alcanzado a finales de los años sesenta al cabo de la larga guerra civil, entre los fundadores de la República y el bando de los mo-nárquicos zaidíes, herederos del régimen milenario del desaparecido imamato, que se convirtieron, desde la instauración de la República, en los «perdedores» de la historia contemporánea del país.64 El lamentable «asunto al-Huthi» y sus millares de muertos, ocultados durante demasiado tiempo, representan indudablemente, a día de hoy, la re-velación más cruda del reverso más oscuro del régimen político yemení y de la imposi-ción unilateral de las exigencias represivas estadounidenses en el Yemen.

En el contexto post-11 de septiembre, y ante las crecientes exigencias de Washington, el régimen se ha mostrado ansioso por ofrecer a sus «aliados» pruebas de su implicación en la lucha antiterrorista. De hecho, la obsesión por las cuestiones de seguridad ha fa-vorecido un endurecimiento, que se materializó de forma un tanto estrafalaria a partir de junio de 2004 en una campaña militar de enormes proporciones llevada a cabo en el norte del país contra un grupo que no se podía plantear, con un mínimo de seriedad, que estuviera realmente amenazando a la estabilidad del régimen republicano: la Juven-tud Creyente (al-Shabab al-Mu’min), liderado sucesivamente por Husayn Badr al-Din al-Huthi, hasta su eliminación física en septiembre de 2004, y después por su padre Badr al-Din y su hermano ‘Abd al-Malik.

63 «Las políticas de seguridad del gobierno, adoptadas inmediatamente después de los acontecimientos del 11 de septiembre, representan un grave retroceso de sus compromisos de progreso y un alejamiento de sus obli-gaciones bajo los tratados internacionales de derechos humanos». (N. del T.) 64 Gabriele vom Bruck, Islam, Memory, and Morality in Yemen: Ruling Families in Transition, Nueva York: Palgrave, 2005; François Burgat, L’islamisme à l’heure d’al-Qaida, París: La Découverte, 2005. Samy Dorlian, «Zaydisme et modernisation : émergence d’un nouvel universel politique ?», Chroniques yéménites, núm. 13, 2006, págs. 93-109.

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Descendiente de una familia aristocrática de Yemen del Norte, Husayn Badr al-Din al-Huthi fue uno de los fundadores del Partido de la Verdad (Hizb al-Haqq) en 1990, reminiscencia en plena era republicana de la expresión política del rito zaidí en el que se apoyó el imamato. De 1993 a 1997 fue diputado del partido, cuyas alianzas oscilaban entre la oposición (antes de la guerra civil de 1994) y el partido en el poder, el CPG, del cual uno de sus hermanos, Yahya, era diputado en el parlamento en 2004. En 1997, al no lograr renovar su mandato parlamentario, Husayn creó, animado por el jefe de Es-tado, una asociación religiosa llamada Juventud Creyente, cuyo objetivo consistía en reavivar el zaidismo. Tras el 11 de septiembre de 2001, al-Huthi, considerándose tal vez menos atado que los líderes electos a las consignas de moderación del régimen, comen-zó a expresar sin ambages el resentimiento popular antiestadounidense y antiisraelí. Su asociación utilizaba sobre todo un eslogan que llamaba a la «muerte de Israel» y «de los Estados Unidos» y a la «victoria del islam», fórmulas por lo demás muy poco «zaidíes» y relativamente banales en el ambiente religioso y político suscitado por la campaña esta-dounidense contra Afganistán primero y contra Iraq después. A partir de finales de 2002, el jefe de Estado decidió acusar explícitamente a al-Huthi de estar dañando las relaciones con los Estados Unidos con la virulencia de sus palabras. Ante las quejas al respecto expresadas por el embajador estadounidense Edmund Hull, poco después el presidente aprovechó un alto realizado en una mezquita de Sa‘da, en su ruta de peregri-naje hacia la Meca, para fingirse escandalizado por los eslóganes radicales lanzados en su presencia.

Tomando como excusa una escaramuza entre miembros de la Juventud Creyente y unos soldados, el gobierno lanzó el 18 de junio de 2004 una gran ofensiva en Sa‘da contra ese grupo al que antaño había apoyado para que hiciera de contrapeso de los salafistas pre-sentes en esta región cercana a la frontera saudí.65 El ejército subestimó la resistencia de una zona durante mucho tiempo ignorada por las políticas de desarrollo estatales. Tras el fracaso de los diversos intentos de conciliación tribal-religiosa, la violencia se intensi-ficó y los pueblos fueron bombardeados por el ejército con el apoyo tanto militar como intelectual de militantes islamistas sunníes, siempre dispuestos a estigmatizar al zaidis-mo, declarándolo contrario al islam. La extremada dureza de los combates, que sólo se interrumpieron en septiembre de 2004 con la muerte de Husayn al-Huthi para reanu-darse en marzo de 2005 y proseguir de forma episódica desde entonces, ha provocado la muerte de miles de personas, entre civiles, militares y rebeldes.66 En cuanto a la me-diación de Qatar en busca de una solución pacífica, los resultados han sido bien pobres. En la primavera de 2008, el asesinato de un diputado de la región de Sa‘da, seguido del atentado contra una mezquita cercana al régimen, llevaron la guerra a una fase nueva, más intensa y brutal. La zona de combate se amplió y alcanzó, en mayo de 2008, los alrededores de la capital. En julio, el presidente Salih declaró unilateralmente el final de las hostilidades y anunció el lanzamiento de ambiciosos programas de desarrollo en la

65 François Burgat y Mohamed Sbitli, «Les salafis au Yémen ou… la modernisation malgré tout», Chroniques yéménites, núm. 10, 2003, págs. 123-152. 66 El 14 de mayo de 2005, en una intervención televisada, el primer ministro ‘Abd al-Qadir Bayamal reconocía que los enfrentamientos, entre junio y septiembre de 2004 y entre marzo y mayo de 2005, habían sumado un total de 525 muertes de miembros de las fuerzas armadas. Pero se negó sin embargo a aportar datos sobre las muertes de «rebeldes» y civiles. Los enfrentamientos siguieron sucediéndose más allá de estas fechas, en tres nuevos rounds de la guerra de Sa‘da (de julio de 2005 a febrero de 2006, de febrero a junio de 2007 y de abril a julio del 2008), provocando nuevas víctimas, cuya cifra a día de hoy aún no se ha podido estimar con un mínimo de rigor.

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región de Sa‘da. El alto el fuego, aunque respetado en su conjunto, parece sin embargo muy frágil y son numerosos los observadores que no creen en una solución definitiva de este sangriento conflicto.

En paralelo a los enfrentamientos armados, el gobierno desencadenó a partir de 2004 una dura campaña represiva contra los intelectuales zaidíes, prohibiendo numerosos libros y ordenando el cierre temporal de periódicos. En junio de 2008, el periodista ‘Abd al-Karim al-Jaywani fue condenado a seis años de prisión por sus supuestos víncu-los con la rebelión. Finalmente, el presidente Salih lo indultó a finales de septiembre, con ocasión del Ramadán.

Con el fin de preservar al máximo el equilibrio republicano construido desde la revolu-ción de 1962, el gobierno decidió dirigir el grueso de la represión contra los «perdedores de la historia» encarnados por la minoría zaidí, en vez de hacerlo contra los islamistas sunníes, procedentes o no del movimiento de los Hermanos Musulmanes. Incluso al contrario, de alguna manera instrumentalizó esta guerra para volver a legitimarse a sus ojos. Como ocurrió en 1994, durante la guerra contra las antiguas élites socialistas del extinto Yemen del Sur, el régimen hizo patente su «defensa de las esencias de la nación» (unidad y república) oponiéndose a un grupo cuya adscripción básica (al zaidismo) so-bredimensionó para no tener que asumir sus reivindicaciones totalmente «modernas» (que coinciden con el rechazo popular a la política militar estadounidense), asimilándolo de este modo al antiguo régimen del imamato. Así, para evitar atacar el nacionalismo políticamente prometedor del jefe zaidí, el régimen le atribuyó un programa a la par «reaccionario» y «antinacional»: la restauración del antiguo régimen y la colusión, a tra-vés del Hizb Allah libanés, con el extranjero (esto es, con el Irán chií). Pero esta estrate-gia no ha estado exenta de contradicciones. Ha reabierto, por un lado, una fractura sec-taria que el pacto que puso fin a la guerra civil había logrado superar. Paradójicamente, puede revelarse además contraproducente (¿cómo es posible que el régimen no cayera en ello cuando lanzaba sus primeros ataques?), pues ha supuesto una identificación im-plícita del muy popular rechazo de la política estadounidense con un zaidismo poten-cialmente opositor.

Husayn al-Huthi negó las acusaciones formuladas varias veces por el régimen, tanto en medios de comunicación internacionales (la BBC entre ellos) como mediante manifesta-ciones simbólicas de lealtad al régimen republicano y a su jefe de Estado, blandiendo la bandera republicana frente a los asaltos del ejército. Sin embargo, gracias a una eficaz propaganda que convirtió de repente a la Juventud Creyente en un «grupo terrorista financiado por Irán», el gobierno ha logrado criminalizar sin reservas a los «rebeldes chiíes» así como a otros colaboradores de al-Huthi, ha animado a la estigmatización de zaidíes y sayyids por los militantes islamistas sunníes y ha inscrito su campaña represiva en el marco siempre vendible de «la lucha antiterrorista». Sin embargo, la Juventud Cre-yente no comparte gran cosa con al-Qaeda, más allá de una retórica antisionista y anti-estadounidense superficial, que no llega a constituir una amenaza real ni para el poder del presidente Salih ni para los Estados Unidos.

Esta guerra, aunque no es ajena a las rivalidades y luchas propias de la arena política yemení, deriva ante todo de una excesiva insistencia en las cuestiones de seguridad, suscitada por la lucha antiterrorista que ha impuesto la agenda internacional dominan-te. De hecho, el Yemen se halla en cierto modo atrapado en una paradoja, pues las presiones ejercidas por Occidente en nombre de la seguridad hacen que el gobierno

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yemení reaccione de manera desproporcionada contra cualquier amenaza a los inter-eses occidentales, entrando así en una espiral que afecta a la seguridad de los yemeníes y pone en peligro la estabilidad del sistema político al acentuar directamente su carác-ter autoritario y represivo.

Fisuras en la unidad: la cuestión del sur

Volviendo a un contexto muy diferente, tras la unificación de 1990 las élites socialistas del antiguo Yemen del Sur (ya derrotadas por el final de la Guerra Fría) tuvieron que enfrentarse a la represión del régimen de Sanaa. Tanto en el plano institucional como en el político, la unificación había sido mal preparada, y el plazo de transición de cuatro años en realidad alentaba a una competición por el poder de los dirigentes de ambos regímenes, que mantenían dos ejércitos diferentes así como dos sistemas monetarios y administrativos. A lo largo del año 1993, el asesinato de numerosos líderes socialistas tensaba considerablemente una situación en la que apenas se disimulaba el creciente predominio de las élites del norte. Por ello no resultó demasiado sorprendente que, en mayo de 1994, las élites del sur intentaran fugazmente recuperar su autonomía. A partir de julio 1994 ya se consideraba que la unificación, más frágil que nunca en el terreno político, se reducía a una simple cuestión de ver cuánto podía tardar el norte en derrotar militarmente al sur, en vez de plantearse como un proceso natural destinado a acabar con la anomalía de la división de la nación yemení.

Desde entonces, y no sin cierta razón, las poblaciones de las provincias del antiguo Yemen del Sur se consideran discriminadas en el acceso tanto a la Administración co-mo al ejército. Suelen señalar las escasas inversiones del Estado en sus regiones, espe-cialmente en Adén, que experimenta desde los años sesenta una larga y penosa deca-dencia. A lo largo de los noventa, se reprivatizaron las tierras agrícolas (especialmente en la fértil llanura de Abyan) nacionalizadas durante el periodo socialista, en beneficio de las élites del norte o de sus aliados políticos y en detrimento de los campesinos loca-les. Por otro lado, la unificación es percibida a veces por algunos como un regreso al pasado, en la medida en que ha vuelto a conferir poder a ciertas élites tribales debilita-das desde hacía tiempo, llegando incluso a imponerlas en regiones donde nunca habían tenido realmente influencia como tales. La violencia de las vendettas o la imposición de la justicia tribal se perciben, pues, como elementos que vendrían a acreditar la tesis de una «tribalización» del sistema político yemení a través del dominio del norte y del poder cada vez mayor de los jefes tribales, tanto en el parlamento como en las instancias políticas locales, en el ejército e incluso directamente en los círculos cercanos al presi-dente. En las regiones del sur se usa expresión popular al-dahabisha para referise al nor-te, cuyos habitantes son los dahbashi. Se trata de motes burlescos tomados de una famo-sa serie televisiva de humor de los años noventa, cuyo protagonista, llamado Dahbash, hacía gala de una tosquedad habitualmente atribuida a los hombres de las tribus zaidíes de las altiplanicies del norte. Esta mofa forma parte de los prejuicios en torno a la su-puesta finura, urbanidad e inteligencia de los habitantes del sur en contraste con la ima-gen de brutalidad, por no decir de necedad, que se atribuye a los habitantes del norte.

En otro orden de cosas, el hecho de que los principales recursos de hidrocarburos se hallen en las provincias del antiguo Yemen del Sur (especialmente en Shabwa y en Hadramaut) acrecienta aún más si cabe el sentimiento de desposesión vinculado a la unificación. Antiguos líderes socialistas, entre ellos el expresidente de Yemen del Sur,

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‘Ali Nasir Muhammad, exiliado en Siria pero que mantiene relaciones un tanto ambi-guas con el régimen yemení, se apoyan hoy en día en este sentimiento popular para re-cobrar su perdida legitimidad y encabezar la contestación, denunciando la «corrupción» del régimen de Sanaa y «su incapacidad para asegurar el desarrollo del país». A lo largo de 2008, la amplitud de las manifestaciones y de la represión militar hicieron temer el desarrollo de un nuevo movimiento más abiertamente secesionista.

La región oriental de Hadramaut tiene una posición singular en la compleja trama na-cional yemení. Su particular historia y cultura, así como los numerosos lazos transna-cionales establecidos por sus habitantes a lo largo de los siglos, tanto a través del océa-no como con los otros países de la Península Arábiga, han nutrido una sólida identidad regional que el sistema republicano no parece haber sido capaz de debilitar.67 En 1994, cuando se produjo el intento de secesión del sur, la implicación en el mismo de comer-ciantes y de religiosos hadramíes (a menudo vinculados a Arabia Saudí) junto a las anti-guas élites socialistas no se explica tanto por una afinidad ideológica como por las ten-taciones autonomistas, incluso independentistas, de esta región. Demuestra igualmente la influencia regional de la política saudí, que ha jugado desde hace tiempo la carta de la división del Yemen, apoyándose especialmente en las redes de Hadramaut, así como las de Yafi‘ y Shabwa. El incremento de las inversiones del Estado central en el desarrollo de Hadramaut, desde comienzos del siglo XXI, ilustra su voluntad de integrar plenamen-te a esta región, especialmente sacando provecho de los ricos comerciantes saudo-yemeníes, como las familias Buqshan o Bin Laden. Así por ejemplo, las celebraciones del decimoquinto aniversario de la unificación se organizaron en Mukalla, principal ciu-dad hadramí, lo que supuso la ejecución de obras públicas de gran envergadura así co-mo la promesa de nuevos proyectos en los sectores de la pesca y el turismo. Puede ver-se en ello una voluntad gubernamental de reequilibrar las políticas de desarrollo de las provincias del antiguo Yemen del Sur en favor de Hadramaut pero a expensas de Adén, la maltratada capital de la secesión de 1994.

Con el objetivo de limar las resistencias de las estructuras tradicionales y la pervivencia de sentimientos infranacionales, el Estado ha iniciado desde el año 2000 un proceso de descentralización territorial. Pero la escasez de recursos financieros y materiales asigna-dos a las instancias locales desacredita esta iniciativa, que no convence ni a la población ni tampoco a los patrocinadores internacionales que, sin embargo, la han apoyado. Este fracaso, sumado a las tensiones que surgen en las regiones del antiguo Yemen del Sur, ha conducido a algunas formaciones políticas a cuestionar abiertamente la viabilidad de la fórmula centralista y de su sistema de redistribución de los recursos. El pequeño par-tido Liga de los Hijos del Yemen (Rabitat Abna’ al-Yaman, dirigido por el hadramí ‘Abd al-Rahman al-Yifri, quien regresó al país en 2007 tras 14 años de exilio debido a su im-plicación en la secesión de 1994) no ha vacilado en proponer la creación de facto de un Estado federal y la división del país en siete regiones dotadas de una amplia autonomía política y económica y de unos ingresos proporcionales a sus recursos naturales.68

67 Ulrike Freitag y William Clarence-Smith (dirs.), Hadhrami Traders, Scholars and Statesmen in the Indian Ocean, 1750-1960s, Leiden: Brill, 1997. 68 Rabitat Abna’ al-Yaman, Ru’ya li-l-siyasat al-dajiliyya wa-l-jariyiyya [Opiniones sobre las políticas interiores y exteriores], 17 de enero de 2008.

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¿Unas perspectivas inciertas?

En este frágil contexto, caracterizado por la multiplicación de las crisis y de la violencia, la estabilidad del Yemen, así como la pervivencia de su equilibrio político, quedan con-dicionados, también, por la renovación de sus élites, por unos retos económicos y me-dioambientales muy serios y por la agravación de las tensiones regionalistas.

‘Ali ‘Abd Allah Salih celebró el 17 de julio de 2008 el trigésimo aniversario de su reina-do. Si bien la campaña de las elecciones presidenciales de 2006 estuvo marcada por una recuperación del culto a la personalidad del presidente, presentado por sus partidarios como el único garante de la unidad y de la estabilidad, no es menos cierto que su poder acusa un importante desgaste.69 Parece ser que Salih (nacido en 1942) está enfermo y sus apariciones públicas son cada vez menos comunes. Su hijo Ahmad, que dirige las fuerzas especiales pero mantiene un perfil discreto en la arena política, es citado como uno de sus posibles sucesores. Tanto entre las personas cercanas al presidente como en el seno del aparato del Estado y del ejército, la problemática de su sucesión agudiza las tensiones y constituye una fuente potencial de desestabilización.

Otra gran etapa de renovación de la clase y la fórmula políticas procedentes de la revo-lución de 1962 se ha producido en diciembre de 2007, con el fallecimiento del jeque ‘Abd Allah al-Ahmar, histórica figura tutelar del sistema político yemení. Si bien su su-cesión ha quedado aparentemente arreglada, su desaparición podría desbocar un tanto a la alianza opositora formada por la izquierda socialista y los islamistas, conduciéndola a una mayor intransigencia hacia el régimen. Dos de los hijos del jeque (Hamid, impor-tante hombre de negocios, y Husayn) ya desempeñan un papel importante en la oposi-ción. Menos atados que su padre al compromiso republicano de una «oposición modera-da», parecen indudablemente más proclives a desarrollar una estrategia de confrontación y a implicar en la misma a ciertos segmentos de sus aliados tribales.

Otro factor de incertidumbre está vinculado a la economía. El alza de los precios de las materias primas, especialmente las alimentarias, la inflación, la corrupción, el paro en-démico y la pobreza son problemas capaces de desestabilizar igualmente el equilibrio político. La crisis económica mundial se convierte entonces en un factor agravante que la explotación de nuevas reservas de gas natural a partir de 2009 no va a compensar más que parcialmente. Las decisiones del régimen de privilegiar los gastos militares en de-trimento de los de educación, o de dedicar cerca de un tercio de los presupuestos gene-rales a subvencionar los carburantes van a imponer reformas que suscitarán, sin duda, descontento e inestabilidad. Ya en julio de 2005, el alza de los precios de la gasolina y del diésel provocó disturbios que fueron violentamente reprimidos por las fuerzas del orden, provocando varias decenas de muertos.

En el contexto de finales de 2008, el enorme maná financiero que está suponiendo para el régimen saudí el alza de los precios de las materias primas le asegura un importante margen de maniobra para intervenir en el Yemen por medio de proyectos de desarrollo, pero también imponiendo du propia agenda política, orientada tanto a asentar su propia influencia en ciertas regiones como a reforzar la actuación del Estado central yemení.

69 Lisa Wedeen, Peripheral Visions: Publics, Power, and Performance in Yemen, Chicago: University of Chicago Press, 2008.

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Los métodos y objetivos del intervencionismo económico saudí siguen pues constitu-yendo hoy en día una variable importante que afecta al futuro político yemení.

El agotamiento de los recursos acuíferos en la región de Sanaa, así como en Ta‘izz (al sudoeste del país), supone otro factor de potencial desestabilización. La desecación de las capas freáticas alrededor de la capital (que en 2008 ya cuenta con cerca de dos mi-llones de habitantes) a lo largo de los próximos diez años, sumado a un crecimiento demográfico especialmente elevado, acarreará sin duda movimientos de población e importantes tensiones sociales, incluso tal vez violencia por el control de los pozos. Resulta evidente que las medidas tomadas para afrontar esta grave crisis medioambien-tal no están a la altura de la misma: ni el gobierno yemení ni la comunidad internacional parecen hoy por hoy realmente preparados para ello.

A medio plazo, la actitud de los socios internacionales del Yemen (financiadores, go-biernos occidentales y potencias regionales) también constituye una fuente de incerti-dumbre. La dependencia del Yemen con respecto a la ayuda internacional es tal, que las prioridades anunciadas por el gobierno (aunque no necesariamente puestas en marcha) son en muy gran medida dictadas por sus socios. Así por ejemplo, la excesiva focaliza-ción en la lucha antiterrorista de los gobiernos occidentales —con los Estados Unidos a la cabeza—, así como de su vecino saudí, se está aplicando a costa de problemas aún más desestabilizadores, a la par que alienta las tentaciones autocráticas del régimen. Y eso a pesar de que el ejemplo de la guerra de Sa‘da demuestra que las presiones que se han ejercido para reprimir a ciertos aliados tradicionales del poder, o a los que hemos llamado «perdedores de la historia», están resultando contraproducentes tanto para la estabilidad del país como para la seguridad internacional. Las críticas de los gobiernos occidentales y las instituciones internacionales a la sangrienta represión de la «rebelión huthista» han sido tan tímidas y tardías que tienen el efecto de dar carta blanca al régi-men. ¿Acaso resulta defendible una posición de indulgencia ante actuaciones que han provocado miles de muertos y de desplazados o ante bombardeos a poblaciones civiles? El statu quo implícitamente favorecido por la diplomacia occidental durante las eleccio-nes presidenciales de 2006, así como su tendencia a mirar hacia otro lado ante las tenta-ciones autoritarias del régimen, ¿favorecen realmente el objetivo de democratización del «Gran Oriente Medio»? Mientras «el terrorismo» (de unos), que no afecta más que muy indirecta y marginalmente a la vida de los yemeníes, sea considerado la principal fuente de desestabilización, y otros elementos de tensión, mucho más dañinos, sigan siendo ignorados, no sin cierto cinismo, todo hace temer que la violencia vaya in crescendo y que se multipliquen los fenómenos de contraviolencia.

Conclusión

En gran medida, es muy legítimo pensar que la imposición de una lógica securitaria unilateral a una «democracia emergente» ha dejado, o incluso ha fomentado, que el ré-gimen yemení, aun hallándose en tiempos de paz, derive hacia una especie de espiral represiva que no deja de recordarnos en su mecánica —si no en su extensión— a los procesos desencadenados en Egipto y en Argelia en los años noventa.

El poder parece haber hecho la arriesgada apuesta de identificar la denuncia radical contra la política estadounidense con las ambiciones sectarias de los zaidíes, históricos perde-

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dores de la revolución republicana. Su estrategia de comunicación está asociando, por otro lado, el descontento de las comunidades del antiguo Yemen del Sur con las viejas élites socialistas. De esta manera, esquiva de entrada tener que reconocer el carácter «moderno» de todas estas protestas. Pero a continuación, y de forma mucho más arries-gada, abre una profunda brecha en el edificio político, no tanto con respecto al nuevo antiimperialismo antiestadounidense como más bien, y esto puede resultar mucho más perjudicial, profundizando la fractura confesional y sectaria heredada de la vieja guerra civil de los años sesenta. A fin de demostrar su buena voluntad a su «aliado» estadouni-dense, y con el silencio cómplice de la «comunidad internacional», el Yemen, socio a su pesar de la «guerra contra el terror», se ha arriesgado a recurrir a una violencia que, en otro contexto, hubiera podido ser muy probablemente evitada acudiendo a los recursos tradicionales del sistema político yemení. Los efectos de la represión son ahora mismo de una gravedad que no se corresponde con la amenaza que podía representar el discur-so radical de una minoría activista de la sociedad. Suponen un mazazo a la dinámica de modernización del país, muy alejado de los objetivos de «democratización» anunciados por Washington para justificar su presencia en la región.

Además, las críticas estadounidenses a la tímida, y a menudo ambigua, implicación del régimen yemení en la global war on terror, así como el cambio estratégico de los grupos violentos, más o menos identificados con al-Qaeda, están alterando, posiblemente por mucho tiempo, el equilibrio político y securitario. Si bien durante décadas el enfrenta-miento de los movimientos armados islamistas con el gobierno se había mantenido en un perfil bajo, su creciente represión está, a todas luces, arrastrando al país hacia una lógica potencialmente muy peligrosa, según la cual la violencia ejercida por el Estado favorece, por otro lado, la radicalización de sus opositores.

Pero, a pesar de este cuestionamiento del equilibrio político laboriosa pero eficazmente construido, primero por el proyecto republicano y después por el proceso de unifica-ción de los noventa, tampoco hay que subestimar la flexibilidad y la capacidad de adap-tación del régimen yemení. Los hechos sistemáticamente han venido a llevar la contraria a los numerosos observadores que, a lo largo de los últimos veinte años, han predicho con regularidad el estallido del Yemen o su descenso a los infiernos de una «somaliza-ción». La multiplicación de los frentes, de las crisis y de las incertidumbres incita, qué duda cabe, a reconocer que el Yemen atraviesa una zona de turbulencias como no ha conocido a lo largo del último cuarto de siglo. Pero la complejidad y el carácter contra-dictorio de las dinámicas en curso impiden suscribir los juicios más categóricos que pretenden que en Sanaa ha llegado el momento de las rupturas, que anuncia la muerte de la era de los compromisos.

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Documentos de Trabajo de Casa Árabe

Núm. 1, septiembre de 2007 Mohammad-Reza Djalili Irán: fortalezas y debilidades de una potencia regional

Núm. 2, septiembre de 2007 Abdeljalil Akkari La escolarización en el Magreb: de la construcción a la consolidación de los sistemas educativos

Núm. 3, septiembre de 2007 Gonzalo Escribano Islamismo y política económica en Marruecos

Núm. 4, diciembre de 2008 Mohamed Khachani Empleo, pobreza y migración: el caso de Marruecos

Núm. 5, abril de 2009 Joan Lacomba Inmigrantes y musulmanes: exclusión e integración en el nuevo medio

Núm. 6, mayo de 2009 Werner Schiffauer Radicalización islámica: el caso del Estado Califal de Cemaleddin Kaplan Muslim Radicalisation – The Case of the Caliphate State of Cemaleddin Kaplan

Núm. 7, julio de 2009 François Burgat y Laurent Bonnefoy El Yemen, entre la integración política y la espiral de la (contra) violencia

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