Documento de trabajo nº 01

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Documento de trabajo núm. 1, septiembre de 2007 Irán: fortalezas y debilidades de una potencia regional Mohammad-Reza Djalili

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Primer número de la serie Documentos de trabajo, publicado en septiembre de 2007, que lleva por título "Irán: fortalezas y debilidades de una potencia regional", y es obra de Mohammad-Reza Djalili.

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Documento de trabajo núm. 1, septiembre de 2007

Irán: fortalezas y debilidades de una potencia regional

Mohammad-Reza Djalili

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Documento de trabajo núm. 1, septiembre de 2007

Irán: fortalezas y debilidades de una potencia regional

Mohammad-Reza Djalili

Mohammad-Reza Djalili es profesor en el Instituto Univer-sitario de Altos Estudios Internacionales de Ginebra. Su última obra publicada es Géopolitique de l’Iran, Bruselas, Complexe, 2005.

Autor: Mohammad-Reza Djalili Título original: Iran: force et faiblesses d’une puissance régionale Traducción: Catalina Martínez Edición: Casa Árabe-IEAM (Documentos de Trabajo de Casa Árabe,

núm. 1, septiembre de 2007) Diseño de cubierta: Íñigo Cabero ISSN: 1988-4052 Este documento se edita bajo licencia Creative Commons.

Se permite su copia y distribución siempre y cuando se incluyan los crédi-tos y los términos de esta licencia, no se realicen obras derivadas y no se haga con fines comerciales. Consúltense las condiciones completas de la licencia en:

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Irán: fortalezas y debilidades de una potencia regional Mohammad-Reza Djalili

La situación geopolítica de Irán en la coyuntura actual puede percibirse de manera dia-metralmente opuesta, según se analice desde el punto de vista de la República Islámica o desde el exterior, desde la perspectiva de la comunidad internacional.

Desde el interior, el régimen iraní considera que su territorio está cercado por potencias hostiles como Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, cuyas tropas se hallan desple-gadas en las aguas del golfo Pérsico, al sur; estacionadas en las bases aéreas situadas en la frontera de la península Arábiga, al oeste; en Iraq, al este; en Afganistán, al norte; y en Transcaucasia y Asia central, donde disponen de «instalaciones». En términos más ge-nerales, Irán se ve obligado a constatar que se encuentra rodeado de vecinos que man-tienen vínculos militares con Estados Unidos. Por otro lado, Teherán se considera víc-tima de sanciones económicas injustificadas, impuestas de manera bilateral por Was-hington, y de forma multilateral por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El gobierno iraní se siente sometido a toda clase de presiones políticas destinadas a debili-tarlo, a desestabilizarlo y, finalmente, a derrocarlo.

Desde el exterior, Irán se percibe como un país que persigue el poder, que espera con-vertirse en actor ineludible de una amplia región que abarca zonas extremadamente sensibles para el sistema internacional. Esta voluntad hegemónica explicaría su política nuclear, con la que Teherán aspira a dominar la totalidad del ciclo del enriquecimiento del uranio y a abordar la producción de misiles de alcance medio y largo. Su participa-ción en Iraq y en Afganistán, así como el apoyo que proporciona al grupo libanés Hez-bollah y a los movimientos islamistas palestinos, le confiere además la posibilidad de ampliar su capacidad de influencia hasta las orillas del Mediterráneo oriental, al tiempo que el resurgimiento del chiismo desde Pakistán, en el corazón del mundo árabe, le procura una envidiable posición cómo líder de un «arco chií» en proceso de gestación.

Estas visiones, aunque opuestas, contienen ambas una parte de verdad y no son mu-tuamente excluyentes.

La República Islámica tiene sin duda buenas razones para considerarse amenazada. El cerco militar de su territorio por fuerzas hostiles no deja lugar a dudas. Las presiones económicas estadounidenses que el país viene sufriendo desde hace muchos años, a las que se suman las sanciones de Naciones Unidas, adoptadas en el marco de la cuestión de su programa nuclear —resolución 1737 de 23 de diciembre de 2006 y resolución 1747 de 24 de marzo de 2007—, empiezan a surtir efecto.1 Desde el otoño de 2006, cuando el Departamento del Tesoro de Estados Unidos decidió aplicar una estrategia de estrangulación sobre Irán, el torno financiero se ha apretado un poco más sobre la

1 «Iran: les pressions américaines commencent à étrangler l'économie», Le Figaro, 3 de abril de 2007; Le Monde, 17 de abril de 2007. Véase también: Michael Jacobson, «Containing Iran The Financial Way», Daily Star, Bei-rut, 27 de abril de 2007.

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República Islámica. Por otro lado, el régimen padece un verdadero aislamiento diplo-mático y no suscita demasiadas simpatías en la mayor parte de los Estados, aun cuando goza de auténtica popularidad entre ciertas franjas de población musulmana. En este contexto, si las amenazas militares potenciales llegaran a transformarse en amenazas reales, el poder iraní encontraría un apoyo muy escaso, tanto en la región como fuera de ésta.

En cuanto a las ambiciones iraníes, es evidente que el gobierno de Teherán no sólo aspira a alcanzar el rango de gran potencia regional, lo cual consolidaría al régimen y reforzaría la proyección internacional de su revolución, sino que además está convenci-do de poseer todas las capacidades necesarias para alcanzar este objetivo. Desde su punto de vista, lo que impide la realización de esta empresa son los obstáculos que po-nen en su camino Estados Unidos, Israel y, en general, los países occidentales y sus aliados regionales.

Estas dos visiones, si bien no están desprovistas de una dosis de verdad, no revelan sin embargo todos los aspectos de una realidad compleja que merece un análisis más rigu-roso. Este ejercicio debería ayudar a comprender un poco mejor la situación aparente-mente paradójica de un país al mismo tiempo amenazado y amenazante, fuerte y débil. Y tal vez también pudiera demostrar que la fortaleza y la debilidad no siempre se en-cuentran allí donde las imaginamos, y que es presuntuoso pensar que el Irán amenazado practica en todo momento una política defensiva, mientras que el Irán amenazante se encuentra invariablemente en actitud ofensiva.

Aspectos positivos del cerco

Mucho antes de que comenzaran las intervenciones militares de Estados Unidos y sus aliados en Afganistán y en Iraq, la República Islámica, como todos los regímenes revo-lucionarios, ya había desarrollado un discurso sobre las amenazas exteriores que pesa-ban sobre el país y ponían en peligro la estabilidad del nuevo régimen.2 El ataque lanza-do el 22 de septiembre de 1980 por Saddam Husein contra Irán vino a reforzar esta percepción. La agresión iraquí proporcionó a Teherán una prueba fehaciente acerca de la exactitud de su punto de vista. En su posición de ciudadela asediada, la principal prioridad era por tanto la defensa de la revolución y, sobre todo, la defensa de la patria en peligro. Este discurso no se abandonó una vez terminada la guerra entre Irán e Iraq, pues resultaba muy conveniente tanto en el plano interno como en el plano externo. El régimen islámico podía así explicar la violencia de la reacción internacional por su opo-sición al orden regional impuesto por las grandes potencias en Oriente Medio, y justifi-car de paso su política interior represiva y sus fracasos internos a la luz de las presiones ejercidas desde el exterior. Pero esta visión de las cosas no responde únicamente a con-veniencias prácticas; va mucho más lejos y atestigua la existencia de una auténtica men-talidad de asedio en el corazón de la República Islámica, de una mentalidad que en gran medida conforma su percepción del mundo. Desde esta perspectiva, el despliegue de las tropas estadounidenses alrededor de Irán tras el 11 de septiembre se inscribe para Te-herán en la continuidad de la situación predominante desde la revolución islámica.

2 Laurent Rucker, «La contestation de l'ordre international: les Etats révolutionnaires», La Revue internationale et stratégique, núm. 54, verano de 2004, págs. 109-118.

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El régimen islámico se alegra en cierto modo de encontrarse en esta situación de asedio real o imaginario, cuyo peligro descendió por otra parte a partir de 1998, tras el fin de la guerra con el Iraq de Saddam Husein. La intervención estadounidense en Iraq en 2003 inquietó ciertamente al poder iraní, temeroso de que tras un éxito rápido en el país ve-cino Washington pusiera sus miras en Irán. Esto explica sin duda que en ese momento Irán aceptara interrumpir temporalmente su programa nuclear, descartando con ello cualquier pretexto que pudiera desencadenar una operación militar por parte de Esta-dos Unidos. Pero el atolladero estadounidense en Iraq, y las dificultades encontradas en Afganistán por las fuerzas de la coalición internacional, han reducido progresivamente los márgenes de maniobras de Estados Unidos de manera notable, así como el riesgo de una eventual intervención militar en Irán. Alejado de este modo el peligro de confron-tación militar con Estados Unidos, los responsable iraníes descubren hasta qué punto las intervenciones en Iraq y en Afganistán les han beneficiado. Lo cierto es que la inter-vención estadounidense ha librado al régimen iraní de sus dos principales enemigos: los talibán en la frontera este y el gobierno baathista de Saddam Husein al oeste. En este contexto, el gobierno iraní se siente tan poco vulnerable a la amenaza exterior que pue-de empeñarse en la cuestión nuclear. En cuanto al cerco militar, si bien la presencia de 160 000 soldados estadounidenses podría suponer una amenaza teórica para Irán, estos soldados se encuentran al alcance de los cañones iraníes.

Más allá de la dimensión puramente militar, se encuentra el aspecto político de la situa-ción en Iraq. El derrocamiento de Saddam Husein no sólo ha librado a Irán de su peor enemigo, sino que ha permitido a la mayoría chií incorporarse plenamente a la escena política iraquí por primera vez en la historia. Esta situación es favorable para la Repú-blica Islámica, tanto más cuanto que la mayoría de los dirigentes chiíes en Iraq ha vivido largos años de exilio en Irán, donde estableció vínculos privilegiados con los responsa-bles político-religiosos iraníes. De hecho, el territorio iraquí no sólo es uno de los esla-bones esenciales del cerco de Irán por las tropas estadounidenses, sino que es al mismo tiempo el espacio donde la influencia iraní se deja sentir con mayor fuerza. Dicho esto, si bien la situación en Iraq parece favorecer por el momento a Teherán, la ampliación del caos político en el país vecino y el posible riesgo de división podría tener finalmente consecuencias muy negativas para la República Islámica. En caso contrario, si el actual gabinete iraquí consigue consolidar su posición —lo cual resulta muy difícil de imaginar a día de hoy—, y si el Estado iraquí resurge de sus cenizas con la ayuda de Estados Unidos, la presencia de un régimen proestadounidense en su flanco oeste no puede ser motivo de alegría para Teherán.

La dualidad de la postura geopolítica de Irán tiene como corolario la naturaleza ambi-gua de su poder. Se trata de un país que, aun cuando cuenta con importantes bazas, también presenta algunas desventajas. El Estado iraní, que ha sabido dotarse de una sólida estructura en el curso de los años transcurridos entre las dos guerras y ha dado pruebas de su fortaleza en numerosas ocasiones, muestra sin embargo signos evidentes de vulnerabilidad. Irán es, en suma, un país paradójico, fuerte y débil al mismo tiempo.

Las fortalezas de Irán

En términos esquemáticos cabe distinguir cinco grandes ventajas a disposición de Irán, sobre la base de las cuales el país podría sentar los cimientos de su política interna y edificar su política internacional.

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Estas ventajas son: una dilatada experiencia histórica, un importante capital humano, una posición geográfica envidiable, abundantes recursos energéticos y una capacidad real de influencia exterior desde los límites de su territorio nacional.

En el plano histórico, el Estado iraní es una construcción política cuyos orígenes se remontan a épocas muy antiguas.3 Ésta es la principal característica que lo distingue de la mayoría de sus vecinos. La historia de Irán ha conocido en efecto numerosas fisuras y se vio al borde de la ruptura con la llegada del islam a raíz de la invasión árabe en el siglo VII. Aun cuando este acontecimiento modificó notablemente la trayectoria histó-rica de esta antigua nación, la ruptura entre el Irán preislámico y el Irán islamizado nun-ca llegó a ser total. Los mitos, la cultura, la lengua (que ha sufrido algunas transforma-ciones), la historia del Irán antiguo y aun ciertos referentes religiosos preislámicos (el culto a Zoroastro) contribuyeron de manera sostenida a la formación de la identidad iraní en los siglos posteriores a la invasión árabe y hasta nuestros días.4 Irán es por tanto un viejo país rodeado por nuevos Estados. Al Norte, tiene por vecinos a los Estados que obtuvieron su independencia hace menos de dos décadas (1991), las ocho repúbli-cas ex soviéticas del Cáucaso y Asia central, tres de las cuales —Armenia, Azerbaiyán y Turkmenistán— comparten fronteras terrestres con la República Islámica. Tiene fron-teras marítimas al Sur con la mayoría de los emiratos, que alcanzaron su independencia entre 1960 y 1971, a raíz del repliegue progresivo de Gran Bretaña de la región del golfo Pérsico. Afganistán, al Este, obtuvo su estatuto como Estado internacionalmente reco-nocido en 1919, mientras que Pakistán nació en 1947, tras separarse de la India, antigua vecina de Irán y del mundo iraní.5 El Estado de Iraq, al Oeste, se fundó en la década de 1920, mientras que la nueva Turquía nació como república en 1923. Rodeado a co-mienzos del siglo XX por tres imperios —ruso, británico y otomano—, Irán tiene hoy como vecinos a un gran número de países surgidos de su desmembramiento. La perso-nalidad histórica de Irán ha contribuido sustancialmente a crear un fuerte sentimiento de identidad nacional y una cohesión que, más allá de las diferencias regionales, éticas, religiosas y sociales, confiere a este país una unidad notable.6

Desde el punto de vista demográfico, Irán ocupa con sus setenta millones de habitantes la decimosexta posición mundial. En el contexto de Oriente Medio, es junto con Egipto y Turquía uno de los tres grandes gigantes demográficos de la región, al tiempo que supera en población a las ocho antiguas repúblicas soviéticas consideradas en su totali-dad. Su peso demográfico es sin embargo modesto en comparación con Pakistán y la India, si bien se sitúa por número de habitantes entre los grandes Estados europeos, lo que lo convierte en un país importante como mercado de consumo y proveedor de

3 El primer Imperio persa es el de los Aqueménidas (550-330 a. C.), fundado por Ciro. Véase sobre este asun-to el excelente trabajo de Pierre Briant, Histoire de l'empire perse: de Cyrus à Alexandre, París, Fayard, 1996, pág. 1247. 4 En relación con las particularidades de la historia iraní véanse las observaciones de Bernard Lewis, «Iran in History», Middle Eastern Lectures, núm. 4, 2001, págs. 1-12. Igualmente interesante es el artículo de Nikki Ked-die, «Iran: Understanding the Enigma: A Historian's View», Middle East Review of International Affairs (MERIA), vol. 2, núm. 3, septiembre de 1993, págs. 1-10; <http://www.biu.ac.il/SOC/besa/meria/journal/1998/ issue3/keddie.pdf>. Sobre la identidad iraní véanse los artículos dedicados a este tema en Encyclopedia Iranica (<http://www.iranica.com/newsite/>). 5 De la riqueza de las relaciones indoiraníes dan cuenta los artículos dedicados a la India en Encyclopedia Iranica (<http://www.iranica.com/newsite/>). 6 Véase Touraj Atabaki, «Ethnic Diversity and Territorial Integrity of Iran: Domestic Harmony and Regional Challenges», Iranian Studies, vol. 38, núm.1, marzo de 2005, págs. 23-44.

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mano de obra. La evolución del crecimiento de la población iraní se vio alterada por la revolución islámica, que hasta 1986 siguió una política natalista antes de adoptar la polí-tica diametralmente opuesta de control de la natalidad. Durante la primera fase de la revolución el crecimiento de la población anual superó el 3%, mientras que hoy se sitúa por debajo del 2% y continúa disminuyendo. Al margen del crecimiento demográfico, también el reparto de la población entre el campo y la ciudad experimentó una gran transformación. A principios del siglo XX, menos del 20% del total de la población del país vivía en las ciudades, mientras que hoy más del 70% de la población iraní reside en zonas urbanas. Por otro lado, la población iraní, como la mayoría de los habitantes de los países vecinos, es muy joven (cerca del 60% de la población del país tiene menos de 24 años), pero a diferencia de algunos países de la región, la alfabetización tiende a ge-neralizarse, y un importante número de jóvenes, en torno a 1,5 millones (en su mayoría mujeres), tiene hoy acceso a la enseñanza universitaria.

En lo que respecta a su posición geográfica, Irán es un auténtico Estado bisagra. Se encuentra en la intersección de diversos mundos (árabe, turco, indio, caucásico y ruso); en la confluencia de distintos espacios geográficos (Oriente Medio, Cáucaso, Asia cen-tral, el subcontinente indio y la región del golfo Pérsico); entre tres mares (mar Caspio, golfo Pérsico y mar de Omán); no lejos de Europa y a las puertas de Asia. Las fronteras terrestres y marítimas de Irán superan los 7 500 km y limitan con quince Estados; 5 440 km corresponden a sus fronteras terrestres; 2 440 km de sus costas se extiende en las orillas del golfo Pérsico y el mar de Omán, y 740 a lo largo del mar Caspio. De los siete vecinos que comparten fronteras terrestres con Irán, tres son antiguas repúblicas sovié-ticas (Azerbaiyán, Armenia y Turkmenistán); cuatro son Estados sin salida a un mar abierto (las tres ex repúblicas soviéticas y Afganistán); uno es un Estado desfavorecido por su escaso acceso al mar (Iraq), y otro, Kazajistán, tiene frontera marítima con el mar Caspio, aunque es el país más alejado del mar de todo el mundo. Si añadimos a esta lista el resto de los países de Asia central, como Tayikistán, Uzbekistán y Kirguizistán —que a través del territorio iraní pueden acceder a las orillas del golfo Pérsico o del océano Índico, se comprende mejor la centralidad geográfica de Irán y las posibilidades de tránsito que ofrece a un número impresionante de países. El hecho de que Irán sea, junto a Rusia, uno de los dos países con frontera al Cáucaso y Asia central simultánea-mente, refuerza la importancia geográfica del territorio iraní. Para completar la aprecia-ción de esta posición intermedia en el espacio aéreo es preciso tener en cuenta un últi-mo factor: Irán es el único país que limita con las dos cuencas petrolíferas y gasistas más importantes del mundo: el golfo Pérsico y el mar Caspio.

Posee además importantes reservas de hidrocarburos. Según la revista de referencia publicada por el grupo petrolero británico BP en junio de 2006,7 Arabia Saudí cuenta con las mayores reservas del mundo, cifradas en 264 700 millones de barriles, equiva-lentes al 22% de las reservas de petróleo mundiales. Irán ocupa la segunda posición, con 137 500 millones de barriles, o el 18% de las reservas petroleras de Oriente Medio y el 11,5% de las reservas mundiales, por delante de Iraq (115 000 millones de barriles, 9,6% de las reservas). En el terreno del gas natural cuenta con el 37% de las reservas de Oriente Medio y el 14,9% de las reservas del planeta, y se sitúa en segunda posición, sólo por detrás de Rusia. Es también el primer país de Oriente Medio donde se descu-brió petróleo (el 28 de mayo de 1908), convirtiéndose a partir de esta fecha en un gran

7 BP Statistical Review of World Energy 2005, junio de 2006, págs. 6-22.

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productor y exportador de crudo a escala mundial. En 2005 produjo 4,049 millones de barriles de petróleo al día, o lo que es lo mismo, el 5,1% del total de la producción mundial y pasó a ocupar la cuarta posición entre los países productores. En 2005, ade-más, pudo exportar 2,6 millones de barriles de petróleo al día, con lo que también se convierte en el cuarto exportador mundial.

A estos elementos objetivos de la formación del poder debe añadirse un aspecto más subjetivo como es el del soft power, según lo define Joseph S. Nye Jr.8

Irán cuenta con una larga tradición de influencia y de atracción cultural más allá de sus fronteras en absoluto desdeñable.9 A raíz de la revolución islámica el soft power iraní se ha dotado además de una dimensión político-ideológica que permite a Teherán ejercer su influencia política en los medios islamistas en general, al tiempo que le ofrece no poca capacidad de acción en el seno de las redes chiíes en particular. La especial posi-ción de Irán en el seno del mundo chií procura a este país una capacidad de influencia que trasciende sus fronteras, si bien esta influencia se ve limitada por las divisiones na-cionales y las raíces locales del chiismo. Aunque Teherán cuenta con apoyos en el «ar-co» o el «creciente» chií, su «política chií» corre el riesgo de encerrarse en un gueto que amenaza con limitar el margen de maniobras iraní en el conjunto del mundo musul-mán.10 He aquí la razón por la que el gobierno de Teherán conserva e incluso consolida sus relaciones con todos los movimientos islamistas sunníes que no se oponen frontal-mente al chiismo, como Hamás y el Yihad Islámico en Palestina.

Cuando se suman todos estos factores históricos, demográficos, geográficos, económi-cos, culturales y religiosos uno siente la tentación de concluir que Irán es un auténtico «Estado-pivote» en el suroeste asiático.11 Pero esto es irse por las ramas, pues hay que ponderar los datos, sopesar mejor su impacto y no confundir lo posible con lo real.

Debilidades

Ciertas ventajas a disposición de un país pueden tener consecuencias contraproducentes si se utilizan mal, mientras que otras pueden ejercer efectos perversos y desencadenar consecuencias negativas. Así pues, es preciso examinar nuevamente las bazas, someter-las a una nueva evaluación y deconstruirlas para medir su impacto real.

Este procedimiento puede plantear diversas dificultades en lo que se refiere a la historia. El pasado histórico puede llegar a ejercer en determinados casos una verdadera «tira-

8 Joseph S. Nye, Jr., Soft Power: The Means of Success in World Politics, Public affairs, 1.ª edición, 2004, págs. xvi-191. 9 Los orientalistas evocan la influencia iraní más allá de las fronteras políticas del país, distinguiendo entre «Irán interior» e «Irán exterior». Sobre el esplendor cultural tradicional de Irán, véase Henri Stierlin, L'art de l'islam en Orient: d'Ispahan au Taj Mahal, París, Gründ, 2002, pág. 319. Irán ocupa igualmente una posición central en el seno del «mundo iraní». Véase en este sentido nuestro artículo «Un monde iranien aux multiples identités», Boèce, núm. 3, junio de 2002, págs. 33-46. 10 Véase nuestro artículo «L'émergence d'un arc chiite?», Questions internationales, núm. 21, septiembre-octubre de 2006, págs. 19-21. 11 Michael E. Bonine, «Iran: the pivotal state of Southwest Asia», Eurasian geography and economics, vol. 4, núm. 1, págs. 1-39.

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nía»,12 en el sentido de que impone modelos y referentes —en cuanto a la naturaleza del poder, por ejemplo— de los que es difícil emanciparse y que frenan las reformas, cuan-do no las impiden. Por otro lado, el uso demasiado frecuente de los referentes históri-cos conduce generalmente a una idealización del pasado, a una sobrevaloración de las glorias de antaño que puede resultar muy nocivo. En estas circunstancias, la Historia se convierte en un refugio frente a los avatares del presente y contribuye al surgimiento de un nacionalismo esencialmente basado en la nostalgia y en la añoranza de una «edad de oro» fantasma, en detrimento de cualquier empresa de renovación y de inserción efecti-va en la realidad contemporánea.

Un análisis afinado de los datos demográficos permite matizar las constataciones. En este sentido, la ventaja que supone el elevado porcentaje de población joven tiene como contrapartida la cuestión del empleo. El principal problema que hoy debe abordar la juventud iraní es el paro, una situación nueva con respecto a los tiempos que precedie-ron a la revolución, cuya generación se benefició de un pleno empleo relativo. Al azote del desempleo sobre una importante franja de población sin distinción de sexos, se su-ma además el hecho de que las jóvenes y las mujeres son víctimas de numerosas medi-das discriminatorias, propias del régimen islámico. Pese a la extraordinaria capacidad de resistencia que presentan las mujeres iraníes, su vida no resulta fácil.13 Confrontados a múltiples dificultades, un gran número de jóvenes iraníes de ambos sexos sólo aspiran a instalarse en algún país extranjero. Se estima que alrededor de 200 000 personas, entre las más cualificadas, abandonan cada año el país para engrosar las filas de la diáspora iraní, que en la actualidad alcanza un total cercano a los tres o cuatro millones y que se encuentra desperdigada por el mundo desde la revolución islámica. La imposibilidad de encontrar trabajo, la represión política y las rígidas «reglas morales» impuestas por la fuerzan conducen a otros muchos jóvenes a la desesperación. Esto se traduce, entre otras cosas, en un impresionante número de suicidios y una tasa de consumo de drogas que figura entre las más altas del mundo.14

En lo que respecta a su condición de Estado bisagra, si bien los datos geográficos del territorio iraní no han variado, el contexto geopolítico ha experimentado importantes transformaciones a lo largo del siglo XX. Desde la formación de la URSS y, sobre todo, tras el surgimiento de la guerra fría, la existencia del Telón de Acero transformó al terri-torio iraní en una especie de callejón sin salida, cerrado en su flanco norte. La desapari-ción de la Unión Soviética, que hizo saltar este cerrojo, modificó notablemente la situa-ción geopolítica de Irán, cuyo espacio territorial vuelve a encontrar hoy la plenitud de sus posibilidades de comunicación en el conjunto euroasiático. A fin de explotar esta nueva oportunidad de la forma más provechosa para sus intereses, Irán debería practi-car una gran política de apertura basada en una colaboración internacional activa; pero este no es el caso. Cabe pensar, evidentemente, que todo esto es provisional; sin em-bargo, no hay que perder de vista que a partir del momento en que se han realizado

12 Tomamos esta expresión de William John Francis Jenner, quien la aplica en el caso de otro gran imperio asiático: China. Véase William John Francis Jenner, The Tyranny of History: the Roots of China's Crisis, Londres, Allan Lane, 1992, págs. xiii-255. 13 El relato de Azar Nafisi, Lire Lolita à Téhéran, París, Plon, 2004, ilustra mejor que cualquier trabajo de carác-ter universitario sobre la situación de las mujeres iraníes cómo es la vida de las mujeres en la República Islá-mica y la alienación de que son objeto. 14 Véase Cédric Gouverneur, «En Iran les ravages de la drogue», Le Monde diplomatique, marzo de 2002, pág. 7; y Fariborz Raisdana, «The Drug Market in Iran», The Annals of the American Academy, núm. 582, julio de 2002, págs. 149-166.

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importantes inversiones en la construcción de nuevas vías de transporte y de comunica-ción será muy difícil invertir esta tendencia y modificar la dirección de los flujos. Dicho de otro modo, para beneficiarse de una transformación geopolítica favorable es preciso respetar un determinado límite de tiempo.

Los recursos energéticos de Irán suponen una ventaja y un inconveniente formidables, en la medida en que, a semejanza de la mayoría de los países exportadores de petróleo, Irán cuenta con una economía rentista, con todas las consecuencias negativas que ello acarrea.15 La principal de estas consecuencias es la excesiva dependencia de un solo sector económico, que representa más del 80% de las exportaciones y el 50% de los ingresos del Estado. Por otro lado, una economía basada en la renta petrolera es frágil, en el sentido de que su supervivencia depende, por una parte, de las fluctuaciones del precio del oro negro en el mercado mundial, mientras que por otra parte se basa en un recurso no renovable, cuyo agotamiento a un plazo más o menos largo resulta incues-tionable. Para retrasar este agotamiento, un país productor debe invertir en investiga-ción y utilizar tecnologías cada vez más competitivas, destinadas a frenar el descenso de su producción y a mejorar los índices de recuperación de sus antiguos yacimientos. Si no dispone de los ingresos necesarios —como a menudo suele ocurrir, puesto que los ingresos del petróleo se utilizan en otros sectores, como las subvenciones o los presu-puestos sociales, además de los gastos militares o de protocolo, etc.— debe recurrir a la inversión extranjera e importar la tecnología que no posee. Éste el caso de Irán. Por otro lado, una economía rentista genera expectativas entre la población a las cuales es preciso responder. De ahí que el equivalente al 10% del PIB iraní se destine a diversas subvenciones. El maná del petróleo frena además la diversificación necesaria de la eco-nomía (el fenómeno conocido como «mal de Holanda»). Finalmente, el clientelismo y la corrupción son, por así decir, parte inherente a las economías rentistas.

En cuanto a la cuestión del soft power, si bien la existencia de las redes chiíes puede pro-porcionar al régimen iraní cierta tranquilidad y capacidad de influencia en el exterior del país, su utilización y su mantenimiento tienen un coste político y financiero que no de-be desdeñarse. En el plano político, las relaciones privilegiadas con grupos considerados violentos, cuando no terroristas, por una parte de la opinión pública contribuyen a en-turbiar la imagen del país. Así, por ejemplo, los gastos generados para apoyar a Hezbo-llah, Hamás o el régimen sirio son muy mal vistos por la opinión pública iraní, a quien le cuesta comprender que su gobierno favorezca estas ayudas al exterior mientras una importante parte de su población vive por debajo del umbral de la pobreza.

Práctica

La política exterior de la República Islámica en sus más de tres décadas de existencia ha debido adaptarse a la evolución del contexto regional e internacional, y se ha visto igualmente influida por los cambios en las relaciones de fuerza entre las diversas faccio-nes enfrentadas en el seno del propio régimen. A pesar de estos cambios, se impone una notable continuidad de fondo. Esta continuidad se manifiesta en la preservación de los objetivos iniciales de la revolución, tales como la supervivencia del régimen a cual-quier precio, la defensa del islamismo revolucionario, el rechazo de los valores occiden-

15 Véase Terry Lynn Kart, The Paradox of Plenty: Oil Booms and Petro-Stales, Berkeley, University of California Press, 1997, págs. xviii-342.

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tales, el antiamericanismo militante y el apoyo a los desheredados y los oprimidos, a la oposición intransigente con el Estado sionista de Israel.

Se aprecian sin embargo con el paso de los años cambios en la forma y en el estilo de la política extranjera que permiten distinguir cuatro etapas diferenciadas. El primer perío-do, que va desde la creación de la República Islámica hasta la muerte de su fundador, el ayatollah Jomeini, en 1989, está marcado por la crisis de los rehenes, la guerra entre Irán e Iraq y el caso Salman Rushdie. Esta etapa confirma la irrupción del radicalismo islá-mico en la escena internacional, la voluntad de exportar la revolución y la transforma-ción sustancial de las relaciones de fuerza en Oriente Medio en el contexto de la guerra fría. Esta primera fase dio paso a una segunda que se corresponde con el fin de la gue-rra fría y la llegada al poder del nuevo «guía», Ali Jamenei, al frente del gobierno iraní, bajo la presidencia de Ali Akbar Rafsanyani (1989-1997). Esta segunda etapa se caracte-riza por la vuelta al pragmatismo y al realismo, necesarios para la reconstrucción del país tras ocho años de guerra. El tercer período es el de la presidencia de Mohammad Jatami, quien se proponía desarrollar una política reformista en el interior de Irán e im-pulsar en el plano internacional una diplomacia basada en la distensión y el diálogo. La cuarta fase comienza en 2005, tras la elección como presidente de Mahmud Ahmadine-yad. Este antiguo guardián de la revolución, procedente del ala ultraconservadora del régimen, maneja un discurso populista y aboga por la recuperación de los valores revo-lucionarios. De este modo, en menos de treinta años, el país ha pasado de ejercer una política exterior revolucionaria y agresiva a desarrollar una política pragmática y apaci-guada, seguida de una política de sonrisa y de mano tendida, para regresar de nuevo a la fase inicial de confrontación diplomática provocadora y beligerante. Ninguno de estos enfoques ha puesto sin embargo en entredicho los fundamentos de la política exterior del régimen. Las diferencias de sensibilidad entre los responsables han sido siempre de orden táctico antes que estratégico. Así, el pragmatismo de Rafsanyani para llevar a ca-bo su política de reconstrucción del país derivó en una política sistemática de extermi-nio físico de sus opositores tanto dentro como fuera de Irán, mientras que la presiden-cia de Jatamí, instalada bajo el signo del «diálogo entre civilizaciones» y la apertura, co-incide con un despliegue sin precedentes y en secreto del programa nuclear iraní.

La llegada al poder tras la presidencia de Jatamí de una personalidad como la de Mah-mud Ahmadineyad supone un cambio que puede calificarse de auténtica ruptura, tan distintos son el estilo y el carácter de ambos presidentes. A un hombre religioso, hijo de un ayatollah procedente de la burguesía provincial de Irán, le sucede un antiguo guar-dián de la revolución de origen muy modesto, nacido en la periferia de Teherán. El dis-curso refinado del intelectual religioso da paso a un discurso populista, directo y pobre en matices. La elección de Ahmadineyad supone también la llegada al poder de una nueva generación de políticos islamistas procedentes de las filas de las milicias en lugar de las filas del clero.

A su manera, el nuevo presidente quiere ser la encarnación del cambio, pero cambio significa para él el regreso a las fuentes y los valores de la revolución, valores que sus dos predecesores habían perdido de vista. Además de esta fidelidad a los principios fundadores del régimen, se observa en Ahmadineyad una tendencia a la instrumentali-zación del milenarismo chií. Siempre pone por delante su creencia en el inminente re-torno del décimo imam, el Mahdi, bajo cuyo signo se sitúa su gobierno. Y al igual que Jomeini, Ahmadineyad está convencido de que la revolución islámica no concierne úni-camente a Irán, sino que posee una dimensión internacional y una vocación universal.

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No sólo debe extenderse al mundo musulmán, sino que debe contribuir también a re-forzar los lazos entre los «desheredados» (mostazafin) frente a los arrogantes del mundo (mostakbarin). Sin hacer referencia explícita al concepto de exportación de la revolución tan querida por Jomeini, el actual presidente iraní persigue el mismo objetivo interna-cionalista. Esta voluntad se manifiesta simultáneamente por el incremento de los con-tactos con los movimientos islamistas en todo el mundo y por un discurso dirigido a las poblaciones musulmanas establecidas fuera de las fronteras de Irán.16 Ahmadineyad cultiva una imagen infrecuente en el mundo musulmán, la del dirigente que demuestra su valor plantando cara a Israel y a Estados Unidos al mismo tiempo.

A partir de estas consideraciones se impulsa una política exterior cuyos rasgos más so-bresalientes son la radicalización del discurso, la aceleración del programa nuclear, la reafirmación de la voluntad de influir en el mundo musulmán y un acercamiento a cier-to número de países que han optado por adoptar una política de contestación a Estados Unidos, como Cuba, Venezuela y Bolivia.

En cuanto a la radicalización del discurso, el aspecto más destacado en el plano interna-cional es sin duda la cuestión del sionismo. La hostilidad de la teocracia iraní con res-pecto a Israel no ha surgido sin embargo con la llegada de Ahmadineyad a la presiden-cia de la república, sino que ha sido una constante de la diplomacia islámica. Aun cuan-do no se formule ninguna reivindicación territorial sobre Israel ni exista ningún conflic-to armado con este país, la República Islámica no reconoce la legitimidad del Estado hebreo y le niega el derecho a la existencia.17 Esta actitud puede tener tres explicaciones: el rechazo de la política del shah, quien reconocía de facto la existencia del Estado de Israel y mantenía estrechas relaciones con este país; la percepción de Israel como la principal fuente de opresión en el mundo musulmán y, por último, la voluntad de pro-yectar hasta el corazón del mundo árabe la influencia de un régimen chíi y no árabe por definición, relativamente aislado. El antagonismo iraní con respecto a Israel se explica también por la confrontación que la República Islámica mantiene con Washington y su visión del Estado hebreo como una especie de excrescencia estadounidense en Oriente Medio, lo que sitúa a los israelíes entre los principales «arrogantes» del mundo, frente a los cuales los musulmanes se encuentran en lucha, según Teherán. Ahmadineyad, como el resto de los líderes del régimen islámico, se adhiere a esta visión. Lo que diferencia ligeramente su discurso del de Jatami es su obsesiva defensa de las tesis negacionistas. Esta circunstancia lo llevó a organizar en diciembre de 2006 una conferencia interna-cional en Teherán sobre el Holocausto, en la que se dieron cita cierto número de nega-cionistas y cuyo resultado más concluyente fue una distorsión aún mayor de la imagen de Irán entre la opinión pública internacional.

El programa nuclear domina por completo desde hace varios años la política extranjera iraní y constituye al mismo tiempo una cuestión internacional de primer orden. La pre-ocupación de la comunidad internacional no surge con la llegada de Ahmadineyad a la presidencia del país, si bien ha alcanzado nuevas dimensiones desde su incorporación al cargo. La suspensión provisional del programa de enriquecimiento del uranio aceptada

16 Declaración del 12 de enero de 2006 en Bandar Abbas: «We are a Muslim nation... and the Islamic Revolu-tion is not restricted to a specific geographical region, and we call for mutual ties with all nations based on justice», en <http://www.payvand.com/newis/06jan/1088.html>. 17 Meir Litvak, «The Islamic Republic of Iran and the Holocaust: Anti-Semitism and Anti-Zionism», The Jour-nal of Israeli History, vol. 25, núm.1, marzo de 2006, págs. 267-284.

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por el gobierno de Jatami en 2004 es para Ahmadineyad una concesión demasiado grande a los europeos, quienes como contrapartida no ceden en ningún asunto de im-portancia.18 Así, en el verano de 2005, el presidente decidió reemprender primero el proceso de conversión del país y reanudar a continuación el programa de enriqueci-miento del uranio. Tras múltiples tergiversaciones, el Consejo de Seguridad de las Na-ciones Unidas toma cartas en el asunto. El 31 de julio de 2006 aprueba la resolución 1696, que ofrece a Irán un plazo hasta el 31 de agosto del mismo año para suspender su programa nuclear, so pena de sanciones.19 Finalmente, el 23 de diciembre de 2006, el Consejo de Seguridad aprueba la resolución 1737, que prevé sanciones contra Teherán, aunque muy edulcoradas a petición de Rusia y China. Esta resolución, adoptada por unanimidad de los miembros del Consejo, establece además que Irán debe «suspender inmediatamente todas sus actividades nucleares sensibles en términos de proliferación» de manera verificable por la AIEA. Teherán rechaza la resolución y, al día siguiente, anuncia la instalación de tres mil nuevas centrifugadoras. El pulso con la comunidad internacional continúa, y el voto unánime de los quince miembros del Consejo de Segu-ridad de la resolución 1747, el 24 de marzo de 2007, recrudece las sanciones estableci-das por la resolución precedente, al tiempo que confirma el profundo aislamiento de la República Islámica, pues no sólo Rusia y China, sino países musulmanes como Indone-sia y Qatar, además de la República de Sudáfrica —importante miembro del movimien-to de países no alineados— votan esta resolución. En principio, si Teherán no modifica su política, el Consejo de Seguridad se reunirá a finales de mayo de 2007 para preparar una nueva resolución.

La revolución islámica, como toda revolución importante, ha buscado dotarse en todo momento de una dimensión internacional. Es en este sentido en el que debe entenderse el discurso de los dirigentes iraníes sobre la exportación de la revolución en la década de 1980. Tras la muerte de Jomeini este proyecto quedó un poco abandonado hasta que Ahmadineyad decidió recuperarlo bajo una forma distinta. Aprovechando la respuesta favorable que su radicalismo y su diplomacia de confrontación encuentran entre las capas populares en el seno del mundo musulmán y otros países, el presidente se ha propuesto relanzar esta política y reconciliarse con los ideales de los primeros años de la revolución. La coyuntura actual, marcada por la mala situación de Estados Unidos en Irak y, principalmente, por la «victoria» de Hezbollah frente a Israel en la guerra del verano de 2006, contribuye a estimular semejante empresa. Esta evolución de los acon-tecimientos inquieta sin embargo a los Estados árabes que, al agruparse, intentan con-trarrestar el ascenso real o figurado de la influencia iraní. Un frente antiiraní y antichií sostenido por Estados Unidos se perfila en torno a Arabia Saudí.20 Este frente, además de evitar una confrontación directa con Teherán, se propone manifestar con firmeza la voluntad de resistir a cualquier tentativa de desestabilización.

18 Sobre la política europea con respecto a la cuestión nuclear en Irán véase Tom Sauer, «Coercive Diplomacy by the EU: the iranian nuclear weapons crisis», Third World Quarterly, vol. 28, núm. 3, 2007, págs. 613-633. 19 Sobre la cuestión nuclear se recomienda consultar, entre otras fuentes, la obra de Shahram Chubin, Iran's Nuclear Ambitions, Washington D.C., Carnegie Endowment of International Peace, 2006, págs. xx-223. 20 «Inteligence Brief: Tensions Increase Between Iran and Saudi Arabia» [en línea], The Power and Interest News Report (PINR), 17 de enero de 2007 <http://www.pinr.com/report.php?ac=view_report&report_id=604&language_id=l>.

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Conclusión

La mayoría de los medios de comunicación parecen haber adoptado hoy la tesis de que Irán ha aumentado su poder. Coinciden en señalar, en términos generales, que la situa-ción evoluciona en todos los frentes de Oriente Medio de manera favorable a la Repú-blica Islámica y a sus aliados. Consideran además que Teherán se encuentra en mejor posición que Estados Unidos ante un hipotético estancamiento de las negociaciones. Siempre según la prensa internacional, con la excepción de Israel, ningún país de la re-gión puede compararse con Irán.

Sin embargo, como ya se ha señalado a lo largo de este trabajo, hay que mostrarse cau-tos ante estas apreciaciones apresuradas sobre el poder iraní. Es verdad que, en teoría, Irán posee algunas ventajas, pero dista mucho de poder explotarlas de manera que con-tribuyan realmente a reforzar su poder. El régimen islámico, enzarzado en debates ideo-lógicos, sumido en luchas internas entre distintos clanes y aislado en la escena interna-cional, y por tanto en el plano económico, depende esencialmente de sus ingresos por petróleo y es incapaz de aprovechar los beneficios de las oportunidades que se le pre-sentan. Si Irán ha visto fortalecido realmente su poder, este fortalecimiento es coyuntu-ral y debido en parte a Estados Unidos y a su política en Irak y en Afganistán. Por otro lado, el alto precio alcanzado por el crudo en los mercados internacionales durante los últimos meses ha reportado a Irán unos recursos financieros desconocidos hasta la fe-cha. En términos más globales, el fortalecimiento de las corrientes islamistas, chiíes y sunníes, en el seno del mundo musulmán, así como las dificultades que encuentran los regímenes «laicos» en la región, han contribuido al fortalecimiento de las posiciones iraníes.

Pero Irán, en realidad, está muy lejos de poseer los atributos de una «potencia» en el sentido clásico del término. Este país no posee ni las capacidades económicas, ni los medios militares, ni, sobre todo, el conocimiento científico-técnico para ser considerado una potencia, y mucho menos cuenta con apoyos sólidos en el seno de la comunidad internacional a los que pedir ayuda en caso de necesidad. El gobierno iraní tiene, sin embargo un verdadero poder de influencia, por sus referencias revolucionarias y por la simpatía que suscita en el seno de las corrientes islamistas y en las redes chiíes, con las cuales mantiene estrechas relaciones. Dispone asimismo de una gran capacidad de mo-lestar, tanto por los numerosos instrumentos de violencia de los que se ha dotado el régimen, como por intermediación de los movimientos armados a los que respalda en el extranjero. Así las cosas, incluso en una época en la que asistimos a la revancha de quienes pueden molestar aun careciendo de poder, como es el caso de Iraq, la búsqueda de poder sigue siendo un objetivo valioso para cualquier Estado. Es aquí donde tal vez haya que buscar la clave de la voluntad iraní de controlar en su totalidad el ciclo del enriquecimiento del uranio.

Documentos de Trabajo de Casa Árabe

Núm. 1, septiembre de 2007

Mohammad-Reza Djalili Irán: fortalezas y debilidades de una potencia regional Núm. 2, septiembre de 2007

Abdeljalil Akkari La escolarización en el Magreb: de la construcción a la consolidación de los sistemas educativos Núm. 3, septiembre de 2007

Gonzalo Escribano Islamismo y política económica en Marruecos

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