Dispersión o Diaspora

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Dispersión o diáspora son nombres sinónimos, aunque el segundo de origen griego, usados para referirse a la emigración de los judíos y la presencia de minorías suyas diseminadas fuera de Israel. La primera diáspora se remonta al año 722 a.C. cuando las diez tribus del reino del norte fueron deportadas a Asiria, donde acabaron por ser asimiladas. En 586 a.C. los babilonios asaltaron y saquearon Jerusalén, y el Templo fue destruido e incendiado, deportando a Babilonia los judíos más destacados de sus sociedad, como intelectuales, banqueros, funcionarios. Fue durante este exilio donde la religión hebrea antigua fue cambiando a la religión judía actual. Por allá, en 521 a.C, los persas somete a los babilonios y el rey Ciro permite el retorno de los judíos a sus tierra natal, 50.000 judíos emprendieron el Primer Retorno a la Tierra de Israel, y iniciaron la reconstrucción del segundo Templo, en el mismo lugar que se encontraba emplazado el anterior. Tras la muerte de Salomón, acaecida en el 935 a.C, Israel atravesó una etapa de decadencia. El reino se dividió en dos mitades: al norte Israel y al sur Judea, con capital en Jerusalén. Los asirios arrasaron Israel en el 722 a.C, y esclavizaron a sus habitantes. Judea se mantuvo hasta el 587 a.C, fecha en que el ejército babilonio destruyó el templo y obligó a los supervivientes a marchar al exilio. A partir de este momento podemos hablar de los «judíos», la nación definida por la religión que transmitieron los antiguos hebreos de Israel y Judea. Cuando Palestina se encontraba bajo el dominio de los seléucidas, algunos judíos adoptaron costumbres helenísticas, pero pertenecían a una minoría de las clases altas, en las que no confiaba el pueblo, que se aferraba a sus tradiciones sin ponerlas jamás en entredicho. En el siglo II a.C. los judíos se rebelaron contra la «helenización» y a partir de entonces los reyes seléucidas empezaron a tratarlos con suma precaución. Al finalizar el dominio seléucida, en el año 143 a.C, se inició un período de independencia que duró unos 80 años, y después Roma conquistó Judea. Transcurrirían 2.000 años hasta que resurgiera un estado judío independiente

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Dispersión o diáspora son nombres sinónimos, aunque el segundo de origen griego, usados

para referirse a la emigración de los judíos y la presencia de minorías suyas diseminadas

fuera de Israel.

La primera diáspora se remonta al año 722 a.C. cuando las diez tribus del reino del norte

fueron deportadas a Asiria, donde acabaron por ser asimiladas. En 586 a.C. los babilonios

asaltaron y saquearon Jerusalén, y el Templo fue destruido e incendiado, deportando a

Babilonia los judíos más destacados de sus sociedad, como intelectuales, banqueros,

funcionarios.

Fue durante este exilio donde la religión hebrea antigua fue cambiando a la religión judía

actual. Por allá, en 521 a.C, los persas somete a los babilonios y el rey Ciro permite el

retorno de los judíos a sus tierra natal, 50.000 judíos emprendieron el Primer Retorno a la

Tierra de Israel, y iniciaron la reconstrucción del segundo Templo, en el mismo lugar que se

encontraba emplazado el anterior.

Tras la muerte de Salomón, acaecida en el 935 a.C, Israel atravesó una etapa de

decadencia. El reino se dividió en dos mitades: al norte Israel y al sur Judea, con capital en

Jerusalén. Los asirios arrasaron Israel en el 722 a.C, y esclavizaron a sus habitantes. Judea

se mantuvo hasta el 587 a.C, fecha en que el ejército babilonio destruyó el templo y obligó a

los supervivientes a marchar al exilio. A partir de este momento podemos hablar de los

«judíos», la nación definida por la religión que transmitieron los antiguos hebreos de Israel y

Judea.

Cuando Palestina se encontraba bajo el dominio de los seléucidas, algunos judíos

adoptaron costumbres helenísticas, pero pertenecían a una minoría de las clases altas, en

las que no confiaba el pueblo, que se aferraba a sus tradiciones sin ponerlas jamás en

entredicho. En el siglo II a.C. los judíos se rebelaron contra la «helenización» y a partir de

entonces los reyes seléucidas empezaron a tratarlos con suma precaución.

Al finalizar el dominio seléucida, en el año 143 a.C, se inició un período de independencia

que duró unos 80 años, y después Roma conquistó Judea. Transcurrirían 2.000 años hasta

que resurgiera un estado judío independiente en el Oriente Medio. Sin embargo, en la época

de Augusto vivían menos judíos en Judea que en el resto del imperio romano.

Tras el éxodo, y gracias a la libertad de movimientos y de comercio que ofrecieron primero

los estados helenísticos y después Roma, los judíos se dispersaron por las costas del

Mediterráneo y llegaron a los puertos del mar Negro y Mesopotamia. Fue la llamada

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«diáspora». Algunos se establecieron incluso en los puertos del oeste de la India (alrededor

del 175 a.C).

En diversas ciudades romanas vivía un elevadísimo número de judíos; en Roma había

probablemente unos 50.000, y en Alejandría también existía una importante comunidad. Su

número aumentó gracias a la conversión de los gentiles, que se sentían atraídos hacia esta

religión por su código moral, por las ceremonias que se centraban en la lectura de las

escrituras sin necesidad de santuarios ni sacerdotes y sobre todo porque prometía la

salvación. La visión judía de la historia era muy clara y alentadora: se consideraban el

pueblo elegido por Dios, que se purificaría en el fuego para el Día del Juicio, pero que

después se reuniría y alcanzaría la salvación.

Durante la dominación romana de Palestina la incomprensión de los romanos hacia el

exclusivismo judío desembocó en dos sangrientas rebeliones que fueron aplastadas sin

piedad por los romanos. La primera, en el año 70 d.C., vio la destrucción del Templo de

Jerusalén a manos de Tito y cómo medio millón de hebreos morían en esta guerra y 100.000

eran reducidos a la esclavitud. Los supervivientes que abandonaron Palestina fueron a

engrosar las comunidades de la diáspora.

La segunda rebelión, bajo el emperador Adriano, terminó con una estrepitosa derrota en 135

d.C., tras una guerra larga, cruenta y terrible. Los judíos que no murieron fueron dispersados

y enviados a llenar los mercados de esclavos del imperio. Jerusalén se convirtió en una

ciudad romana, Aelia Capitolina, a la que no se permitía entrar a los judíos. Mediante

decretos imperiales fue prohibida bajo pena de muerte la observancia de las leyes sagradas:

Mas tarde durante el imperio romano, los judíos superaron la hostilidad inicial y consiguieron

la plena ciudadanía con el edicto de Caracalla, en 212.

Pero un siglo después, cuando Constantino se convirtió al cristianismo, dio comienzo la

sistemática, constante y creciente persecución a los judíos. Durante el Concilio de Nicea en

el año 325, el mismo emperador pone fin a la controversia sobre la naturaleza de Cristo (se

lo decreta divino y no un simple profeta) y continúa sus esfuerzos para separar al

cristianismo del judaísmo declarando que la pascua cristiana no sería determinada por el

pesaj o pascua judía. Declara: “Porque es insoportablemente irrespetuoso que en la más

sagrada fiesta estemos siguiendo las costumbres de los judíos. De aquí en adelante no

tengamos nada en común con esta odiosa gente...”.

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También en plena Edad Antigua, numerosos santos (San Hilario, San Crisóstomo, San Efraín,

etcétera) escriben en contra de los judíos. Algunos apelativos que reciben los semitas de

parte de estos santos, nada compasivos por cierto, son: “Pérfidos asesinos de Cristo”, “Raza

de víboras” y “compañeros del diablo”.

ODIO HACIA LOS JUDÍOS EN LA EDAD MEDIA

A partir del Siglo IV se le prohíbe la construcción de nuevos templos, y los en pie eran

quemados por los cristianos.  Se los expulsa de algunas ciudades al menos que se

conviertan al cristianismo, aunque después se desconfía de su fe, y siguen siendo

perseguidos.  Se incita a la violencia para que sean atacados y marginados. Hacia

finales del siglo VI se prohíbe a los cristianos tener amistades judías y consultar

médicos de ese mismo origen.

Siglo V, se dictan leyes que se les prohíbe tener tierras, sirvientes, aparecer

públicamente en la fiesta de Pascua. No puede acceder a ningún cargo público o tener

autoridad sobre un cristiano.

Pueden convertirse y bautizarse, de lo contrario son expulsados, o bien tratados

brutalmente al extremos de sacarles los ojos.

Siglo VIII: La situación sigue agravándose y los judío no pueden tener casi contacto

con los cristianos. Se castiga toda relación, como la amistad hasta el diálogo.  San

Agobard, arzobispo de Lyon, escribe en sus Epístolas que los judíos nacieron esclavos

y que tienen el hábito de robar niños cristianos para vendérselos a los árabes.

Hacia el Siglo XI , en 1012, cuando los musulmanes atacan el Santo Sepulcro de

Jerusalén, comienza un ataque sistemático en Francia hacia todo judío acusándolos de

responsables. En 1081 son obligados a pagar altos impuestos para mantener la Iglesia

a cambio de permitir su estadía en esa ciudad. Durante las sucesivas cruzadas, muchos

soldados de Cristo asesinan sin piedad a miles de judíos e incendian sus templos.

Algunas voces de la Iglesia se levantan contra eso y tratan de calmar los ánimos

declarado que los judíos pueden ser tolerados y que la furia cristiana se debe dirigir

hacia los musulmanes.

En el Siglo XII, aparece una nueva acusación, ahora son acusados de realizar rituales

morbosos con asesinatos y consecuentemente son atacados y torturados hasta la

muerte o quemados en la hoguera. Frecuentes pestes que asolaban a Europa por

aquella etapa , y también se los culpaban de ser responsables por envenenar las

aguas.

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Siglo XIII, una resolución en el 4° Concilio de Letrán los obliga a distinguirse del resto

de la sociedad, y para ello deben llevar un símbolo en su vestido, como una estrella o

sombrero de color fuerte. Se inicia de esta manera en Europa un sistema de

diferenciación a través de la vestimenta.

En 1267 se agudiza la ley, y ahora deben colocarse un sombrero raro de dos punta,

llamado pileteumcomutum, pues se afirma que son hijos del diablo y llevan cuernos.

Mediante ese sombrero debían esconderlos.

Pasa los años y la presión cristiana continua, cerrando e incendiando sus templo,

lastimando y torturándolos por impíos. Grupos de judíos son asesinados en las calles

por la gente que se los cruza.

Siguen las acusaciones y ahora también por profanación de hostias, que es un delito

cuya pena es la muerte, pues es un sacrilegio o ataque frontal directo al cuerpo de

Cristo. Mucha gente se mofan de se asesinos de judío y hasta les gusta llevar un

sobrenombre relacionado con su actitud asesina. Los encargados de las torturas o

inquisidores queman los libros religiosos como el Talmud.

Llega el Siglo XIV con él, una peste que pasará a la historia por lo cruenta y

desastrosa en cuanto a los estragos que hizo en la población. Ahora son culpados de

planear una conspiración mundial para el dominio de los reinos.

Las persecuciones y violencia se incrementan y muchos se suicidan antes de ser

castigados, torturados o quemados en hogueras. Se promulgan diversas bulas que

prohíben a los capitanes de navío el transporte de judíos a Tierra Santa y que les

impide asistir a la universidad.

En una bula papal, conocida como Cunnimisabsurdumse asegura que los judíos,

verdaderos asesinos de Jesús, han nacido esclavos y deben ser tratados con tales, y

nace la modalidad que mas tarde utilizará Hitler para marginar a los judío, mediante la

construcción de un pequeño predio, con una entrada en donde se hacinaba a todos los

judío. Se lo llamó "guetto".

A la vez fueron obligados a vender sus propiedades a los cristianos a precios

verdaderamente irrisorios. El ghetto fue instalado en la orilla derecha del Tíber,

frecuentemente anegado y, por ello, extremadamente insalubre.

Desde aquellas primeras normas del siglo IV, podemos decir que fueron siempre

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marginados de todas las actividades sociales, comerciales y culturales.

En lo religioso y según el ánimo del obispo de turno podía llegar a poseer solo una

sinagoga, pero ante cualquier problema que afectara a la sociedad medieval podían ser

atacados y quemados vivos adentro del mismo templo.

Sólo se le permitía hablar en latín, no podían asistir a médicos cristianos, no podían

tener amigos cristianos y menos aun alguna autoridad sobre ellos. Hasta los mas

humildes y pordioseros no podía tratarlos bien, ni siquiera llamarlos "Señor"

El guetto era un lugar asilado, con solo una entrada y salida de unos 500 m. de lado, en

donde se aislaba y obligaba a vivir a grupos de miles de judíos. Debido a la concentración de

gente, debieron intentar hacer viviendas en planta altas, de dos o mas pisos, pero al no

contar con buenos materiales y herramientas adecuadas, los derrumbes estaban a la orden

del día, y las muertes por accidentes también. Los materiales usados como la madera eran

sumamente combustibles y cualquier error con el fuego de la cocción de los alimentos o

para calefacción generaban verdaderas catástrofes humanas y materiales. También la

higiene era un verdadero problema por la escasez de agua, situación que abonaba el

antiguo mito que los judíos tenían un degradable olor corporal.

En 1559, Pablo IV moría. Sin embargo, su bula había instaurado y legitimado una pauta de conducta que duraría tres siglos.

Diáspora sefardita Diáspora, (del griego, 'dispersión'),

comunidades de judíos que viven fuera de Israel. Según la tradición los judíos que vivían

La gran menorah de oro del Templo llevada en triunfo a Roma por Tito.

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fuera de Israel se consideraban a sí mismos exiliados (en hebreo, galut), aunque la mayoría de ellos no mantuvo este modo de enfocar su situación durante mucho tiempo. La diáspora judía comenzó cuando los judíos fueron exiliados a Babilonia por Nabucodonosor en el 586 a.C. La mayoría de los habitantes de Judea permanecieron en Babilonia aun después de haber sido refundado Jerusalén. Un gran número de judíos se estableció en Alejandría, con un gobierno de influencia helenística. Durante el periodo greco-romano, algunos grupos de judíos se establecieron en Asia Menor y en el sur de Europa. Muchos judíos prisioneros de guerra fueron llevados a Roma después de la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C. Desde Italia, los judíos emigraron a Francia y Alemania, y desde allí a Inglaterra, Escandinavia y Europa oriental, llegando a ser conocidos como askenazis. Bajo el dominio del islam, los judíos de África del norte se trasladaron hacia el oeste, llegando a la península Ibérica. Después de haber sido expulsados por los Reyes Católicos en el siglo XV, estos judíos, conocidos como sefardíes, se restablecieron en los Países Bajos, los Balcanes, Turquía, Palestina y en el continente americano. Durante los siglos XIX y XX, muchos judíos de Europa central y oriental, se fueron a América del Norte y, después de la II Guerra Mundial, grupos de judíos de distintos lugares emigraron a Israel.

 ¿Qué fue de aquellos judíos españoles que,

tras ser expulsados de su país, consiguieron llegar a tierra extranjera?. Muchos de ellos fueron a Portugal, pero allí poco les duró la dicha porque también fueron expulsados cinco años después.

Comenzó entonces una diáspora de españoles de religión judía que se dispersaron por todo el mundo entonces conocido. En el menú podemos

ver por zonas o países, las vicisitudes de este pueblo errante.

La Diáspora en Francia En este país, del que habían sido expulsados los judíos en 1394,

se afincaron decenas de conversos portugueses a partir de la primera mitad del siglo XVI. Obviamente muchos conversos que huían del peligro inquisitorial preferían refugiarse en las vecinas localidades fronterizas de Francia, especialmente al sudoeste del país. En 1550 el

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rey Enrique II les otorgó el permiso oficial para poder establecerse en cualquier parte del territorio francés y gozar de la protección real.

Desde entonces, en sitios como Bayona, Burdeos, Labastide-Clairence, Peyrehorade, etc., se fueron formando asentamientos de cristianos nuevos, que en su gran mayoría eran cripto judíos. Casi todos estos asentamientos perduraron bajo estas mismas características hasta comienzos del siglo XVIII, cuando Luis XV les permitió declarar abiertamente su judaísmo. El privilegio otorgado en junio de 1723 en Meudon les concedió el derecho de ejercer libremente su culto judaico, y desde entonces las Nationsportugaisesde las diferentes localidades se fueron convirtiendo paulatinamente en Nationsjuivesportugaises, según señala Kaplan.

A principios del siglo XVIII se planteó el problema de los entierros, y los judíos de Francia iniciaron la lucha por tener sus propios cementerios. Es interesante este aspecto porque se organizarán en dos bandos reveladores de su origen: uno claramente meridional, y por tanto sefardí, y otro septentriona1 y más bien compuesto por judíos askenazíes. En vísperas de la Revolución Francesa se estima que vivían en Francia unos 40.000 judíos, de los que un 20% aproximadamente eran sefardíes, asentados principalmente en Bayona y Burdeos.

Bayona y Burdeos fueron las dos comunidades más importantes del sefardismo francés. La primera se destacó por la intensa actividad religiosa que caracterizó su vida comunitaria. La segunda hizo más hincapié en la esfera económica, en la que descollaron algunos de sus miembros más adinerados. Los judíos de esta ciudad, cuyo fervor religioso fue mucho menos pronunciado que el de sus correligionarios de Bayona, se destacaron más en la creación de valores culturales laicos. Muchos de ellos se habían formado académicamente en las universidades de Salamanca o Alcalá de Henares. Leyendo a Kaiserling se comprueba la preparación humanística y el dominio de la lengua y literatura que tenían estos sefardíes del sur de Francia.

La Diáspora en Italia Hasta la llegada de los desterrados de España y Portugal la

población judía en los diferentes estados italianos era muy reducida,

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y debido a su gran dispersión geográfica, su presencia social y cultural casi permaneció desapercibida en los primeros momentos, aunque en ciertos lugares como Roma y Ferrara, por ejemplo, hallaron asilo algunos de los expulsados de España en 1492, y tal vez puedan estos exilados ser considerados como los pioneros del judaísmo sefardí en Italia. El propio papa Alejandro VI (de origen español, ya que pertenecía a la familia valenciana de los Borja, italianizados como Borgia) acogió bien en los territorios pontificios de Italia y Francia tanto a los judíos expulsos como a los conversos. Sabemos que en 1524, en época de Clemente VII, había en Roma una sinagoga llamada de los catalanes y otra de los castellano-aragoneses, evidentemente constituidas por judíos expulsos. La situación, empero, se deteriora con el pontificado de Pablo IV (1555-1559), quien obliga a los judíos a vivir en los barrios más insalubres de Roma, les impone el uso de distintivos en la ropa y les prohibe determinadas actividades comerciales. Es también durante este papado cuando la Inquisición abre un gran proceso contra los marranos o criptojudíos de Ancona. Pero las primeras corrientes inmigratorias que imprimieron un sello significativo en el judaísmo sefardí italiano llegaron en la cuarta década del siglo XVI. Por aquel entonces comenzaron a establecerse en diferentes localidades italianas grupos de judíos levantinos provenientes del Imperio Otomano de los cuales un elevado porcentaje era de origen ibérico. A ellos se fueron sumando por esos mismos años nuevas olas de refugiados lusitanos que escaparon de las primeras persecuciones inquisitoriales en Portugal. Pero no todos los conversos que arribaron al territorio italiano optaron por plegarse al judaísmo, no faltaron quienes prefirieron mantener la identidad cristiana, algunos por convicción religiosa, otros por conveniencia social y económica. La cuestión es que una importante masa de estos refugiados optó por asumir declaradamente su identidad judía. En Italia se les designaba con el nombre de "ponentinos", para diferenciarlos de los "levantinos" que llegaron del oriente.

Rápidamente se integraron a una extensa red de firmas comerciales y financieras que se extendía desde el Imperio otomano hasta los Países Bajos y aunaban intereses económicos de judíos y conversos por igual.

Muchos de ellos se destacaron como empresarios de gran creatividad y banqueros de vastos recursos, en conjunto desempeñaron un papel preponderante en el tráfico mediterráneo, muy particularmente en el que se llevaba a cabo entre Italia y el Imperio Otomano. Su experiencia comercial y su falta de miedo ante

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el riesgo económico, los convirtió en un elemento social codiciado por muchos príncipes y gobernantes italianos. Tampoco los papas pudieron permanecer indiferentes ante las amplias posibilidades comerciales que estos mercaderes y hombres de negocios les abrían. Es así que incluso los príncipes de la Iglesia Católica optaron por no prestar atención al origen de aquellos judíos ponentinos, que no eran sino excristianos nuevos que habiéndose desentendido de su bautismo se plegaron a la fe judaica.

Para evitarles inconvenientes con cualquier autoridad secular o eclesiástica, les fueron otorgados privilegios y franquicias que los excluían de toda posible investigación respecto a su pasado. Esta actitud tan magnánima, condicionada por un evidente pragmatismo, permitió el establecimiento de comunidades sefardíes en Ancona, Ferrara y Florencia. En la ciudad de Ferrara, los duques d'Este permitieron el asentamiento ya desde 1492. En 1538 el duque Ercole II invita expresamente a venir a todos los judíos de España o que hablen español o portugués, produciendo el efecto deseado: la afluencia de judíos orientales y criptojudíos portugueses, que contribuyen a animar no sólo la vida comercial de la ciudad sino también la cultural. En la imprenta ferrarina de Abraham Usque y YomTobAtias (ambos de origen portugués) se imprime en 1553 una de las obras capitales de la literatura de los sefardíes: la Biblia de Ferrara, traducción ladinada (es decir, calcada del hebreo con palabras españolas) que continúa la tradición de romanceamientos bíblicos medievales y que se seguirá imprimiendo hasta el siglo XVIII. Y en la misma imprenta el hermano de Abraham, Samuel Usque, publicará una de las obras más importantes de la literatura de los sefardíes portugueses: la Consolaçam as tribulaçoens de Israel (Díaz Más, 1986, p. 55 y ss).

Otras ciudades de Italia habían imitado el ejemplo de Ferrara, admitiendo a los expulsados de la Península Ibérica y sus descendientes: así, los duques de Toscana procuraron atraer por su buena fama de comerciantes a marranos a las ciudades de Pisa y Liorna, cuyas comunidades judías adquirieron así un fuerte componente sefardí. El puerto de Ancona, tan importante para la economía del estado papal, se convirtió, gracias a la actividad de sus mercaderes judíos, en un centro vital para el tráfico con Ragusa y desde allí con Vallona, Salónica y Constantinopla. Esta situación cambió radicalmente en tiempos de Paulo IV, que concebía semejante actitud como sacrílega por lo que anuló todos los privilegios concedidos por sus antecesores a los judíos de sus estados.

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Los comienzos de los sefardíes en Venecia no fueron fáciles, porque en esta ciudad no había comunidad judía constituida en el momento de la expulsión. Sin embargo, poco a poco fueron asentándose judíos (sefardíes y de otros orígenes) en el Véneto, y ya en 1513 se les autorizó a vivir dentro de la ciudad, en una isla que se llamó el GhettoNuovo. Venecia, con su pujante actividad comercial fue asentamiento de muchos comerciantes y también una importante escala para otros que, tras pasar unos años en la ciudad acabaron por asentarse en el vecino imperio turco. Venecia se convirtió indudablemente en el centro más importante de la diáspora sefardí occidental, desde finales del siglo XVI. Muchos conversos de la Península Ibérica optaron por mantener su identidad cristiana. Otros continuaron con la doble vida de criptojudíos que los caracterizará allí. A mediados del siglo XVI fueron expulsados de la ciudad todos los habitantes cristianos nuevos, ante la firme e insistente presión de los comerciantes locales. Pero cuando las autoridades de la República Veneciana tomaron conciencia de que los comerciantes judíos levantinos y ponentinos por igual eran los únicos dispuestos a tomar sobre sí los riesgos que acarreaban las largas y peligrosas travesías al Oriente, les concedieron la posibilidad de volver a establecerse en la ciudad, ofreciendo incluso incentivos para los que volviesen o se asentasen allí por primera vez.